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Luis EDGARDO RAMÍREZ

REPERTORIO
POETICO
DE

LUIS EDGARDO RAMIREZ

L I B R E R I A PINANGO
AVENIDA DRDANETA - ESQUINA DE VEROES
EDIFICIO iAMERICA» - 5.0 PISO, OFICINA 512
TELEFONO 83 80 89

CARACAS
PROEMIO

«¿Le gusta a usted el REPERTORIO POÉTICO de Luis


Edgardo Ramírez?)), me pregunta una amiga inteligente, aficionada a
lecturas y con un entendimiento muy agudo que se manifiesta en sus
observaciones y comentarios sobre todo género de obras literarias y
artísticas. «Ciertamente)), le replico sin rodeos. «¿Y a usted?» «Claro
que sí», responde al punto; y agrega: «Muchas veces lo he oído por la
radio, y me sorprendió al animar de manera extraordinaria poemas que
en una simple lectura no me habían parecido una gran cosa...»
El comentario anterior es un simple aspecto de lo mucho que
puede decirse sobre Luis Edgardo Ramírez y su toda ponderación:
labor de arte puro que el mundo necesita para despertar el sentido
estético, aletargado por el contacto de la lucha diaria.
Esta nueva edición del REPERTORIO POÉTICO de Luis Edgardo
Ramírez incluye cerca de trescientos poemas que no se hallan en las
anteriores; nuestro recitador y la LIBRERÍA PIÑANGO quieren con ello
corresponder al favor dispensado por el público lector que
ávidamente viene agotando las ediciones de esta antología, modelo
en su género, y dar cumplida satisfacción a las múltiples exigencias,
tanto de los admiradores de Luis Edgardo Ramírez como de muchas
personas que tienen o han leído su REPERTORIO. Unos y otros han
pedido con insistencia la inclusión de varias poesías favoritas, y la
ocasión se presenta ahora para satisfacer justas exigencias con esta
nueva edición.
En detenida conversación sobre literatura en general y poesía en
particular, Luis Edgardo Ramírez y el editor de su REPERTORIO me
hablaron sobre la conveniencia de acompañar la presente edición
con unas notas breves sobre el Arte Poética, el Arte Métrica y la
Versificación. Previa discusión formal sobre el tema, ofrecemos de
seguida una síntesis para aquellos lectores que no hayan tenido la
oportunidad de consultar uno de tantos tratados de Preceptiva
literaria como tenemos a la mano sobre esta rama de la Literatura,
sobre estas manifestaciones del alma de los pueblos en su anhelo
infinito de expresión perdurable.

REGLAS PRACTICAS PARA EL CONOCIMIENTO


TÉCNICO DE LA POESÍA

POESÍA, ARTE MÉTRICA, VERSIFICACIÓN

Llamamos BELLAS ARTES a aquellas creaciones del entendimiento


humano que, arrebatando nuestro ánimo, nos producen un placer
puro y lleno de emoción.
Cinco son las principales Bellas Artes: La ARQUITECTURA y la
ESCULTURA, que aprovechan los recursos materiales para la ex-
presión de la belleza; la PINTURA, que representa la belleza con
colores, líneas y perspectivas; la MÚSICA, que la interpreta con
sonidos, y la LITERATURA, que es la expresión de la belleza por
medio del lenguaje en prosa o en verso.
Recordemos algunos conceptos sobre la BELLEZA, motivo prin-
cipal de las creaciones poéticas: «... Cuando la Belleza se despierta,
abre las puertas del día; cuando se duerme, enciende las estrellas del
cielo; cuando pasa, lo saben las nubes, y vestidas de oro y de púrpura
la siguen majestuosamente camino adelante, hasta el carro de la
aurora o de la hermosa despedida de la puesta del sol. Cuando se
detiene, brota todo un campo de flores, se levanta alguna obra de
arte, se destrenza un rayo de armonía o la poesía se desvela y
canta...» (SANTIAGO RUSIÑOL.) «.. . La Belleza forma el gusto, el
buen gusto que es un disgusto por la vulgaridad y la mediocridad.
Facilita los trabajos difíciles, estimula el esfuerzo intelectual... La
Belleza despierta las facultades, como el sol endereza todos los tallos
y atrae la savia hacia sí; la Belleza desarrolla la imaginación, y por
las imágenes fecunda su espíritu.» (F. CHARMOT, El Humanismo y
lo Humano.)

¿Qué es la LITERATURA? Un arte: la expresión de la belleza


por medio de la palabra escrita; definición muy sencilla, pero es un
arte mucho más profundo de lo que a primera vista parece. En la
poesía, lo esencial es la expresión de la belleza; dar forma y sentido
al «alma» de las cosas, y expresar cuanto nos conmueve. Hay poesía
en prosa, y hay versos que no son poesía. En nuestro mundo actual, y
desde comienzos de siglo, se inicia una reacción muy marcada en
contra de las formas poéticas tradicionales. La nueva lírica trata de
realizar el poema mediante una «coordinación interna» de las
palabras y de los giros; a muchos poetas nuevos nada les importa ser
inteligibles; no se creen comprometidos a expresar con claridad lo
que sienten o piensan, sino a decir espontáneamente y sin
deliberación lo que la imaginación les sugiere. La poesía que de ello
resulta es, generalmente, muy intelectual, y su interpretación resulta
difícil; es poesía para unos pocos. Nuestro REPERTORIO POÉTICO
no incluye poemas de dicha especie, precisamente por presentar
dificultades de interpretación; pero debe tenerse en cuenta que se
sigue escribiendo poesía pura y perfectamente comprensible; además,
la mayoría muestra preferencia definida por la poesía rimada, aunque
también sabe interpretar y apreciar las formas no sujetas a ritmo ni
metro. En lo que respecta a la versificación, recordemos las palabras
del poeta español don fosé Zorrilla:

¿Que los versos no son la poesía?


No, pero son su vestidura regia;
son de su jerarquía el atributo;
la pedrería son de su diadema.
De su manto real son los
armiños; la Poesía por el verso
es reina; la versificación es la
cuadriga
de corzas blancas con que va a sus fiestas,
la góndola de nácar en que boga
y las alas de cisne con que vuela.

El verso es un fenómeno del orden de los sonidos, y no hay separación


absoluta entre prosa y verso.

EL VERSO
En el sentido corriente, verso es todo conjunto solidario de palabras
sujetas a ritmo, medida y frecuentemente rima. El ritmo puede ser
métrico o interno. El ritmo métrico, llamado también acento rítmico
obligado, da unidad al verso y recae en vocales determinadas según
la cantidad de sílabas que tenga el verso. Tenemos así que el
decasílabo, el endecasílabo, el dodecasílabo, el alejandrino (o de
catorce sílabas), tienen su respectivo ritmo. Es algo muy parecido a
los compases musicales.

LA MEDIDA
Consiste en la cantidad de sílabas métricas que tiene el verso; sílabas
métricas, no gramaticales, pues para medir el verso se tienen en
cuenta algunas modalidades de pronunciación por las cuales se ligan
en una sola emisión de voz dos o más sílabas gramaticales; también
tenemos que si el verso termina en una palabra llana, se cuentan
todas sus sílabas; si termina en palabra esdrújula, se cuenta una
sílaba menos, y si termina en palabra aguda, se cuenta una sílaba
más. Aclarando esto con ejemplos, tenemos que nuestro Himno
Nacional, formado por un Coro con cuatro versos y tres estrofas de
ocho versos cada una, posee un metro hexasílabo; son, pues, para
cada verso seis sílabas métricas distribuidas así:

1 2 3 4 5 6

Glo / rial / bra / vo / pue / blo

1 2 3 4 5,6

quel / yu / go / lan / zó

en la segunda sílaba métrica del primer verso «Gloria al bravo


pueblo», las dos sílabas gramaticales aria» y «al» se ligan en una
sola; esto mismo se observa en la primera sílaba métrica del segundo
verso «que el yugo lanzó», donde las palabras «que» y «el» forman
una sola sílaba métrica. En cuanto a la última sílaba gramatical del
segundo verso, se observa que vale por dos (5 y 6); se debe esto al
acento sobre la última vocal: lanzó; es decir, una sílaba aguda al
final de un verso vale dos sílabas métricas. En los versos que
terminan en palabra esdrújula, las dos sílabas finales (las que siguen
al acento) valen una sola sílaba métrica. La razón está en el ritmo
musical del verso señalado por los acentos. La unión de dos sílabas
gramaticales en una sola, métrica, lleva el nombre de sinalefa; este
fenómeno ocurre cuando una palabra termina en vocal y la que le
sigue principia por vocal o por h. También hay sinalefa cuando
concurren tres o más sonidos vocales de tres o más sílabas
gramaticales que pronunciamos en una sola sílaba métrica, como en
el siguiente verso de Espronceda:

Asia a un lado, al otro Europa

en el cual trece sílabas gramaticales forman un verso de ocho sílabas


métricas; así:
1 2 3 4 5 6 7 8

A / siaun / la / doal / o / troeu/ ro/ pa


Si la unión de dos sílabas gramaticales en una sola métrica se
hace dentro de una misma palabra, como cuando decimos 'lí-nea'
(casi li-nia) en vez de 'lí-ne-a', el fenómeno lleva el nombre de
sinéresis y ocurre con frecuencia en la versificación castellana.
Como ejemplo de palabra esdrújula al final de un verso y en la
cual las dos últimas sílabas gramaticales valen por una métrica,
veamos los siguientes versos octosílabos de Andrés Eloy Blanco en su
bellísimo poema. Píntame angelitos negros:

1 2 3 4 5 6 7 8
... que / cuan / do / pin / tas / tus / san / tos
no / tea / cuer / das / de / tu / pue / blo;
que / cuan / do / pin / tas / tus / vír / genes
pin / tas / an / ge / li / tos / be / líos

En algunos versos, por causa de la medida, no se hace sinalefa;


cuando se disuelve la sinalefa, hacemos un hiato. Otras veces (con
menos frecuencia que las anteriores) ocurre que debemos hacer dos
sílabas métricas de un diptongo o triptongo; esta figura se llama
diéresis y se usa para aumentar una sílaba y lograr así la medida
correcta del verso. La diéresis se indica con el signo puesto sobre la
vocal débil o más débil, como se ve en los versos siguientes:
1 2 3 4 5 6 7 8
E / raun / jar / din / son / ri / en / te,
E / rau / na / tran / qui / la /,fuen / te

(Hnos. ALVAREZ QUINTERO.)

y en los siguientes versos de Fray Luis de León:

¡Qué descansada vida


la / del / que / hu / yeel / mun / da / nal / ru / i /do
LAS FORMAS CLÁSICAS DE VERSIFICACIÓN

Hay versos de dos, tres, cuatro, etc., hasta catorce y más sílabas;
según el número de sílabas, se denominan bisílabos, trisílabos, etc.
Los versos de dos o de tres sílabas y aun los de cuatro, generalmente
se prestan para acompañar a otros versos de mayor extensión, por lo
cual se llaman versos o pies quebrados, y no pueden ir muchos de
ellos seguidamente. Cuando tal cosa sucede, el ritmo indica que
dichos versos forman grupos de mayor número de sílabas. Los
cuadrisílabos seguidos forman con su ritmo una especie de sinfonía,
como se observa en el famoso Nocturno (III) de fosé Asunción Silva
(v. este REPERTORIO).

Una noche,
una noche - toda llena - de murmullos, - de perfumes - y de músi - ca
una noche, [de alas;
en que ardían - en la sombra - nupcial y húmeda - las luciérna - gas
[fantásticas...

Los trisílabos seguidos forman un ritmo que acompasa la Marcha


triunfal de Rubén Darío; así:

... Los claros - clarines - de pronto - levantan - sus sones,


su canto - sonoro - su cali - do coro
que envuelve en - un trueno - de oro
la augusta - soberbia - de los pa - bellones...

La métrica castellana se presta a todo género de combinaciones, con


efectos musicales sorprendentes, que son aprovechados por los
grandes recitadores.
Para la debida entonación de los versos hay dos factores muy
importantes: la pausa y la cesura. El último acento del verso marca un
intervalo de vibración que se computa por un tiempo equivalente a
una sílaba; ni más ni menos que una sílaba. Este intervalo de
vibración entre un verso y otro de un poema recibe el nombre de
pausa. Para saber en qué consiste la cesura, necesitamos una
explicación previa. En los versos castellanos, los de dos sílabas hasta
los de nueve, se llaman versos de arte menor; los de diez sílabas en
adelante reciben el nombre de versos de arte mayor. Entre los versos
de diez sílabas, los hay formados de dos partes de cinco sílabas cada
uno, como los siguientes:

Mirad, cruzando - la mar vecina,


como las auras - de abril, ligera
cantando viene - la golondrina,
cantando llega - la primavera...

Entre los de doce sílabas, los hay con dos partes de seis cada uno:

No me mires nunca —i si me sabes muerto,


porque estoy cansado —• de la pena mía,
y al mirar sereno -— de tus ojos bellos
¡milagrosamente —• resucitaría!

Y entre los de catorce sílabas (o alejandrinos) se perciben claramente


las dos partes de siete sílabas cada una, como en la siguiente estrofa
final del poema La renuncia, de Andrés Eloy Blanco:

Yo voy hacia mi propio — nivel. Ya estoy tranquilo.


Cuando renuncie a todo, — seré mi propio dueño;
desbaratando encajes, •—• regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje —- de regreso del sueño...

Recibe el nombre de cesura el intervalo que hay entre esas dos parles
de un mismo verso: cada una de dichas partes lleva el nombre de
hemistiquio. La pausa divide versos; la cesura es el intervalo entre dos
hemistiquios.

EL VERSO Y SUS COMBINACIONES

Se da el nombre de combinaciones métricas a los grupos de versos


que se pueden formar teniendo en cuenta el número de versos, su
medida y la rima, de modo que resulten unos conjuntos armónicos
llamados estrofas. La única regla que rige las combinaciones es el
«buen oído»; pueden hacerse combinaciones a capricho. A
continuación expondremos solamente las de mayor uso en la poesía
castellana.

PAREADOS

Los pareados o dísticos son versos que van por parejas y que,
generalmente, riman uno con otro. En este REPERTORIO tenemos el
Poema de la culpa, un ejemplo de versos pareados, que empieza así:

Yo la amé, y era de otro que también la quería.


Perdónala, Señor, porque la culpa es mía.

Después de haber besado sus cabellos de trigo,


nada importa la culpa, pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo,


mis labios están dulces por ese amor amargo...

TERCETOS

El terceto clásico es una estrofa de tres versos, generalmente


endecasílabos; los tercetos forman series, tienen rima consonante de
1." con 3.°, y el 2." o verso del medio del terceto rima con el 1." y el
3." del siguiente. Para que la estrofa final de un poema en tercetos no
lleve un verso suelto o libre, se agrega un 4." verso que aconsonante
con dicho verso 2°. Se usan los tercetos en poesías filosóficas muy
conceptuosas; entre los más bellos poemas que en este molde presenta
nuestro parnaso venezolano, se halla la sublime elegía de Andrés
Eloy Blanco que lleva por título A un año de tu luz (Elegía a la
Madre), joya perfecta de la literatura castellana. Damos a
continuación los tres primeros tercetos y los últimos que terminan en
el sublime cuarteto final:

A un año de tu luz, e iluminado


hasta el final de su latir,
por ella desanda el viaje el corazón cansado.

De tu voz, de tu mano y de tu huella


retorna a la niñez, donde palpita
sangres de luz tu corazón de estrella.

Vamos los dos a la esperada cita


y parece saltar de mi costado,
santa y clara, tu voz de agua bendita.
…………………………………………………………..
Estamos con los hijos y hasta ellos
vemos caer la luz de tu mirada,
peinando con tu nombre sus cabellos.

Tenemos tu sonrisa iluminada;


la voz de tu trisagio y de tu misa
le grita a mi dolor: —¡No ha muerto nada!

Con bosque y mar, con huracán y brisa,


con esa misma muerte que te encierra,
de la gracia inmortal de tu sonrisa
llenos están los cielos y la tierra.

Observación: Antes de continuar con las combinaciones métricas,


veamos unas nociones fundamentales sobre la rima:

RIMA
La rima consiste en la igualdad o semejanza en el sonido de dos o
más palabras, desde la última vocal acentuada. La rima es perfecta o
consonante si desde la vocal acentuada todas las letras prosódicas
son iguales. Ejemplos: luces y cruces, haces y naces. La mayor parte
de los refranes castellanos busca el recurso de la rima para ser
recordados con facilidad:

Antes que te cases


mira lo que haces.

Si solamente las vocales son iguales, la rima es asonante: agua y


mana; manso y blando, etc. «En cada casa cuecen habas y en la mía a
calderadas»; «más vale un día del discreto que toda la vida del
necio», etc. Los versos con rimas consonantes se llaman
aconsonantados; los con rimas asonantes, asonantados; los que no
riman en una u otra forma se llaman versos libres, blancos o sueltos.

CUARTETOS

El cuarteto consta de cuatro versos de arte mayor (diez sílabas o


más), y tiene dos formas, según la rima: el cuarteto propiamente
dicho, en el que riman entre' sí los versos 1." y 4." y el
2. con el 3." Ejemplo típico son los cuartetos del poema La casita
blanca, de don Cecilio Acosta:

¡Luzcan tus tardes de zafir y grana;


rosal disfrutes de tu mano injerto;
goces, en medio a perfumado huerto,
las auras frescas de gentil mañana!...

La otra forma lleva el nombre de serventesio; la rima es así: 1." con


3. " y 2." con 4.a. Véase el poema Tus ojos tienen algo, de Ernesto Luis
Rodríguez, que comienza así:

Tus ojos tienen algo de lo que nunca llega;


distantes, infinitos, profundos como el mar,
de luz inaccesible como de niña ciega,
de barco sin regreso, queriendo
regresar...

CUARTETA Y REDONDILLA

La cuarteta consta de cuatro versos de medida menor (o arte menor);


sus versos riman 1." con 3." y 2° con 4°:

Ya pasaste por mi casa,


a flor de ti la sonrisa...
Fuiste un ensueño de gasa;
fuiste una gasa en la brisa...

ANDRÉS ELOY BLANCO


(Coplas del amor viajero)

La redondilla, también de arte menor, tiene la siguiente rima:


versos 1." con 4° y 2." con 3°:

Cuando el agua cae en


mayo y el Llano rejuvenece,
viendo que la yerba crece,
me alegro por mi caballo...

PRÓSPERO INFANTE
(Mate y tabaco)

Hay numerosos ejemplos de cuartetas asonantadas en todas las


antologías y cancioneros populares.

QUINTETO Y QUINTILLA
El quinteto es una estrofa de cinco versos de arte mayor, con rima al
arbitrio del poeta, con dos modos principales: riman entre sí los
a a a a
versos 3° y 4. , y el 2. con el 5. , o también 1." con 3." y 5. , y el 2."
con el 4.":

... Tu voz, fresca y alegre, se fundía


con el cálido acento de mi voz.
Los claveles temblaron de alegría;
y en el amanecer..., ya con el día,
entre besos hablábamos los dos...

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ


(Nochebuena de Amor)

La quintilla está formada por cinco versos de arte menor, y rima


como el quinteto:

Hojas del árbol caídas


juguete del viento son.
Las ilusiones perdidas son
hojas, ¡ay!, desprendidas
del árbol del corazón...

ESPRONCEDA
SEXTINA Y SEXTILLA

Llamada también sexta rima, la sextina tiene seis versos en-


decasílabos, que generalmente riman 1.° con 3.°, 2." con 4." y 5.' con
6". Las hay de versos de catorce sílabas, que riman 1.a con 2.°, 3° con
6." y 4." con 5.a. Uno de los modelos más populares es La sonatina,
de Rubén Darío, que empieza así:

La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa?


Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su sjlla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor...

Las combinaciones de seis versos de arte menor llevan el nombre de


sextillas.

OCTAVA Y OCTAVILLA

Es la estrofa compuesta de ocho versos endecasílabos, que riman 1."


con 3.a y 5.a; 2." con 4.a y 6.a, y 7." con 8.a. Es una estrofa que
hallamos en poemas épicos como, por ejemplo, en La araucana, de
don Alonso de Ercilla. Veamos un modelo tomado del poema Ultima
lamentación de Lord Byron, de don Gaspar Núñez de Arce:

No acierto a comprender qué afinidades


hay entre el mar y el pensamiento humano,
entre esas dos augustas majestades
que el abismo contienen y el arcano;
hondas borrascas, sordas tempestades
conmueven la razón y el océano;
sólo que ruge el mar cuando batalla
y el pensamiento en sus tormentas calla...

La anterior es la llamada octava real; hay otra octava llamada aguda o


italiana, también de versos endecasílabos, que riman 2." con 3."; 4."
con 8.a, y 6." con 7.a; los versos 1." y 5." son libres. Un excelente
ejemplo de esta estrofa lo hallamos en la poesía de don Andrés Bello
La oración por todos, que comienza así:

Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora


de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador, i al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino
al soplo de la noche, i en el suelto
manto de la sutil neblina envuelto,
se ve temblar el viejo torreón...

DÉCIMA O ESPINELA
a
a
Consta de diez versos octosílabos, que riman así: 1. con 4." y 5. ; 2."
a a a
con 3. ; 6." con 7." y 10. , y el 8." con el 9. . De esta estrofa, tan llena
de ritmo y gracia, hay ejemplos abundantes en
nuestros poetas llaneros, cuando glosan coplas populares del Llano
venezolano. Véanse en este REPERTORIO los poemas Rosalinda y
otros de Ernesto Luis Rodríguez; Palabreo en la muerte de Andrés
Eloy Blanco y De la Pascua a San Fernando, de Víctor Vera Morales.
Este último poema empieza así:

De la Pascua a San
Fernando, de Guasdualito
al Yagual, la copla es un
rezongar
en curiara navegando.
Sánchez Olivo cantando
en bongo de la porfía,
busca la canta perdía
entre las cuerdas del viento,
y el Arauca es un lamento
que llora en la lejanía...

SONETO

Se compone de catorce versos, distribuidos en dos cuartetos y dos


tercetos; los cuartetos riman en las formas que ya vimos para esta
estrofa, y los tercetos admiten varias combinaciones. Es uno de los
mejores moldes de versificación, y encierra siempre una composición
íntegra. La excelente colección de obras de la BIBLIOTECA POPULAR
VENEZOLANA nos ofrece en su núm. 85 una antología bajo el título El
soneto en Venezuela, magistral recopilación y estudio de don Pedro
*Pablo Paredes. El REPERTORIO POÉTICO de Luis Edgardo Ramírez
nos ofrece dos bellísimos sonetos del gran linda venezolano Cruz
Salmerón Acosta. (V. Azul y Piedad.)

SILVA

Se da este nombre a las series de versos de número indeterminado


donde se combinan los de siete con los de once sílabas, y rimados a
voluntad del poeta. Como uno de los modelos más perfectos en este
género, sobresale la Silva a la agricultura de la zona tórrida, del
insigne humanista y maestro de maestros, don Andrés Bello.

ROMANCE

Es una composición poética y combinación métrica. En su forma


clásica está formado por una serie de versos octosílabos, con
los versos impares libres y los pares asonantados. Esta combinación
lleva, por lo común, un solo asonante, pero a veces se cambia para
dar al tema variedad y flexibilidad. Aunque no está sujeto a división
en estrofas, lo hallamos en ocasiones distribuido en cuartetas. Este
REPERTORIO POÉTICO presenta varias poesías en romance
octosílabo: Romance para una madre campesina y El cajón de las
ánimas, de Héctor Guillermo Villalobos; Galerón de la negra Juana
María y Romancillo para mi niña, de Ernesto Luis Rodríguez, junto con
otros de autores extranjeros.
Y con esta breve orientación sobre el Arte poética queda en tus
manos, lector amigo, este Palacio de Sinfonías, este maravilloso
jardín de las Mil y Una Noches que es el REPERTORIO POÉTICO DE Luís
EDGARDO RAMÍREZ. Al adquirirlo, te deseamos muchos ratos de
esparcimiento y noble emoción. Y recuerda: no hay regalo más
exquisito y de mejor aceptación que un libro como éste. Será una
prueba de buen gusto, al par que un testimonio de gratitud a uno de
los más excelsos recitadores de nuestra lengua y a la LIBRERÍA
PIÑANGO, que no omite gastos ni esfuerzos por presentarle en
edición pulcra, cuidada y lujosamente presentada, la expresión de los
sentimientos y divinas inquietudes de los magos de la palabra.

M. A. OSORIO JIMÉNEZ
CONCEPTOS

CAMILO BALZA DONATTI

Los declamadores podemos definirlos como aquello eficaces


portadores del aliento vital de los poetas hacia el Universo
heterogéneo del público. No es cosa fácil desempeñar tales funciones,
ya que para ello se necesitan condiciones muy especiales cuya
explicación no cabe en el espacio de un breve concepto. Luis Edgardo
Ramírez posee las cualidades requeridas para ser un buen declamador;
de ahí su éxito. En su voz la poesía, principalmente la poesía clara y
fresca de nuestra llanura y de nuestro ambiente popular, se levanta con
la genuina expresión del verdadero canto.

ERNESTO LUIS RODRIGUEZ

Luis Edgardo Ramírez es un magnífico intérprete de LUIS la poesía.


No se queda en eso de saber decir los versos de manera espontánea,
hermosa, distinta a los demás; sino que, dentro de su propio estilo, que
le ha ganado renombre nacional, trata de superar día a día sus
condiciones de excelente recitador, por medio del estudio, de la
observación, oyendo siempre su propia voz en grabaciones privadas
que realiza, para corregir aquellos aspectos interpretativos que él
considera no fueron logrados en plenitud creadora. Goza de clara
dicción y no es ficticio ni fastuoso. Es lo que es y lo que ya dijimos que
es: un magnífico intérprete de la poesía. De ahí el éxito de sus
programas radiales y de sus intervenciones en numerosos actos
literarios que ha cumplido en el país. Mis versos han alcanzado por
medio de su voz un clima popular que me satisface plenamente.
JOSÉ NARANJO GONCAO

Siempre he admirado en Luis Edgardo Ramírez el intérprete que


vuelca su espíritu total en los cauces de la poesía y recorre
emocionadamente la emoción integral de los versos mejores.
Impera en su rico álbum un delicado y definido sentimiento de honda
selección, que sabe escoger lo primoroso y dejar en el cesto lo burdo,
carente de belleza.

FRANCISCO AYALA

Luis Edgardo Ramírez es un artista ampliamente conocido. A nadie se le


escapa, por poco aficionado que sea al arte lírico, que para captar toda la
belleza de concepción y contenido de un poema hace falta alguien que
identificándose con el talento creador del autor ponga el suyo a su servicio y
lo "diga" con la emoción y plasticidad necesarias. Ese es el arte de la
recitación: decir poemas sintiéndolos e identificándose con la realidad
anímica del autor. En este arte, Venezuela tiene un positivo valor en Luis
Edgardo Ramírez, cuyas condiciones histriónicas le han llevado a figurar en
primer plano en el mundo teatral. Recitador de recia personalidad, sin paren-
tescos con ningún otro, está cerca de crear escuela. Cuando lo escuchamos
en las coplas de Ernesto Luis Rodríguez, sentimos el llano, al hombre de
nuestra sabana ilímite con sus inquietudes y frustraciones en su propia
atmósfera, en su realidad dura y esperanzada. Cuando recita poesía gaucha,
creemos reconocer en su voz la fina y desafiante ironía de Martín Fierro.
Pero aún lo más extraordinario de Ramírez, y don de logramos darle su
verdadera magnitud, es cuando le escuchamos en poemas de corte moderno,
como en Despedida, de Geraldy, en el cual es la voz y el matiz los que
logran la dulzura y sencillez humana de ese gran poema, o en los más
modernos de Neruda y Arciniegas, o en la elegante vanidad de Santos
Chocano.
Todos los poetas son interpretados con acierto por este auténtico valor
nacional. Lo mismo tiene su voz la recia expresión para el canto épico que
para el romántico o folklórico.
RAMÓN SOSA MONTES DE OCA

Luis Edgardo Ramírez, excelente declamador, cuya palabra musical tiene el


claro acento de la verdadera poesía.

FRANCISCO GUEDEZ MARTÍNEZ

Ciertamente es cosa difícil comprender en ligeras y apresuradas


frases y en conceptos de síntesis la dimensión total de un hombre
que todo lo ha dedicado a la vida artística, en las bellas y exuberantes
manifestaciones de la música y el poema. Muy escabroso resulta el
trabajo de condensar los ángulos artísticos de Luis Edgardo Ramírez:
el amigo, el compositor, el músico y el poeta. Sobre todo, de poeta
que lo es en la faceta magnífica y complicada de la interpretación de
otros espíritus; poeta que lo es en la divina función de vivificar el
pensamiento y el corazón de otros bardos. Que ése es, ni más ni
menos, el cometido de un declamador bueno: un cometido de
dioses; una tarea de dignidad alta e inconmensurable, porque debe
dar vida nueva, despertar a la vida de ahora las eternas almas que
reposan en la letra de los poemas de siempre. Y en eso consiste
precisamente el mejor de los dones y la más alta de las cualidades de
este Luis Edgardo Ramírez. Con su palabra que cabalga todos los ma-
tices de la emoción más honda, él revive el sentimiento y las fibras
totales de los temas que nos son más queridos. Y con el espectáculo de
su palabra multiforme—polimorfa de sentimientos y ángulos—
recorremos y vamos conjugando en el presente todo el acervo poético
que nos ha parecido dormido en la gloria tranquila en los poemarios y
las antologías. Ramírez los vive él, y en el milagro de su alta decla-
mación nos lo devuelve, frescos y nuevos: nos los devuelve otros, tal
como lo soñara o concibiera su autor. Eso es ya conquistar algo que es
mucho. Es el algo y el mucho que nosotros le admiramos, y el motivo
por que le aplaudimos y reconocemos.
REPERTORIO POETICO
NOCTURNO

MANUEL ACUÑA (mexicano)

¡Pues bien! Yo necesitó


decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre,
de mi última ilusión.

Yo quiero que tú sepas


que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

De noche, cuando pongo


mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi
madre se pierden en
la, nada y tú de nuevo
vuelves en mi alma a
aparecer.

Comprendo que tus besos


jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

A veces pienso en darte


mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión;
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida,
qué quieres tú que yo haga
con este corazón?...

Y luego que ya estaba


concluido tu santuario,
la lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las
antorchas, humeando el
incensario, y abierta allá
a lo lejos
la puerta del hogar...

¡Qué hermoso hubiera sido


vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre
enamorada, yo
siempre satisfecho, los
dos una sola alma, los
dos un solo pecho, y
en medio de nosotros
mi madre como un Dios!...
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!...
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!...
Y yo soñaba en eso
mi santa prometida,
y al delirar en eso
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno,
por ti, no más por ti.

¡Bien sabe Dios que ese era


mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza...,
mi dicha y mi placer!...
Bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer...

Esa era mi esperanza...;


mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
adiós por la vez última,
¡amor de mis amores!...,
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós...

I GRACIAS !

MANUEL ACUÑA (mexicano)

A ti, niña, la voz del sentimiento,


la palabra dulcísima y serena...,
que has hecho al arrullo de tu acento
olvidar este eterno sufrimiento
al que Dios o la suerte me condena.
¡A ti, la blanca estrella a la que debo
la luz de un rayo de ilusión y calma,
yo, que hace tanto tiempo que no llevo
más que luto y tinieblas en el alma!
A ti, la que te llamas mensajera
de un porvenir de ensueños y de
gloria que mi espíritu muerto ya no
espera. La dulce golondrina, la que me
habla de un mañana y de una
primavera,
en medio de estas brumas invernales
y en medio de estos ásperos breñales
que ya no brotan ni una flor siquiera.

¡Gracias! Si tú no sabes ni adivinas


la suprema ventura que se siente
cuando de la corona de la frente
viene alguien a quitarnos las espinas.
Si ignoras lo que vale
una frase de amor y de consuelo
para aquel que suspira sin un cielo
que guarde el ¡ay! que de su pecho sale.
Yo, no, que acostumbrado
a llorar mis dolores siempre solo
y en el fondo de mi alma
retirado;
yo, niña, he comprendido que no hay queja
como la queja que respuesta no halla.
Que no hay pesar como el pesar oculto,
que no hay dolor como el dolor que
calla, y que triste el llorar agobia menos
la calcinarte lágrima que rueda,
cuando una mano cariñosa enjuga
la que temblando en las pestañas queda.

¡Sí, niña! Desde ahora


ya al sufrimiento no seré cobarde,
ni me hará estremecer aterradora
la llegada tristísima de esa hora
que empieza en las tinieblas de la tarde.
Te tengo a ti, la que a mi lado vienes
cuando el consuelo de tu voz reclamo...,
la que me das tus brazos y tu abrigo,
la que sufre conmigo si yo sufro,
la que al verme llorar, llora conmigo...
¡Gracias! Y si algún día,
cuando tu pecho al desengaño abras,
llegas a padecer esta agonía
y esta negra y letal melancolía
que tanto han endulzado tus palabras;
si alguna vez te miras en el mundo
sola y abandonada a tu congoja,
sin encontrar en tu dolor profundo
quien tus calladas lágrimas recoja,
llámame entonces, y a tu blando lecho,
mientras que tú dormitas y descansas,
yo iré a velar tranquilo y satisfecho
y a encender en el fondo de tu
pecho la estrella de las dulces
esperanzas. Llámame..., y cuando en
vano tiendas la vista en tu redor
sombrío, yo iré a llevarte en el
consuelo mío los besos y el cariño de
un hermano.

LA RAMERA

MANUEL ACUÑA (mexicano)

Humanidad pigmea,
tú que proclamas la verdad y el Cristo
mintiendo caridad en cada idea;
tú que, de orgullo el corazón beodo,
por mirar a la altura,
te olvidas de que marchas sobre lodo;
tú que, diciendo hermano,
escupes al gitano y al mendigo
porque son un mendigo y un gitano.
Allí está esa mujer que gime y sufre
con el dolor inmenso con que gimen
los que cruzan sin fe por la existencia.
¡Escúpela también!¡anda!... ¡No importa
que tú hayas sido quien la hundió en el crimen,
que tú hayas sido quien mató su creencia!

¡Pobre mujer, que abandonada y sola


sobre el oscuro y negro precipicio,
en lugar de una mano que la salve
siente una mano que la impele al vicio;
y que al fijar en su redor los ojos,
y a través de las sombras que la ocultan,
no encuentra más que seres que la miran
y que burlando su dolor la insultan!...

Y antes era una flor..., una azucena,


rica de galas y de esencias rica,
llena de aromas y de encantos llena;
era una flor hermosa,
que envidiaban las aves y las flores,
y tan bella y tan pura
como es pura la nieve y el armiño,
como es pura la flor de los amores
y como es puro el corazón del niño.

Las brisas le brindaban con sus besos,


y con sus tibias perlas el rocío,
y el bosque con sus álamos espesos,
y con su arena y su corriente el río;
y amada por las sombras en la noche,
y amada por la luz en la mañana,
vegetaba magnífica y lozana,
tendiendo al aire su purpúreo broche;
pero una vez el soplo del invierno,
en su furia maldita,
pasó sobre ella y le arrancó sus hojas,
pasó sobre ella y la dejó marchita;

y al contemplar sin galas


su cálice, antes de perfumes lleno,
la arrebató implacable entre sus alas
y fue a hundirla cadáver en el cieno.
¡Filósofo mentido!...
¡Apóstol miserable de una idea
que tu cerebro vil no ha comprendido!
Tú, que la ves que gime y que solloza
y burlas su sollozo y su gemido...,
¿qué hiciste de aquel ángel
que amoroso y sonriente
formó de tu niñez el dulce encanto?
¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días
que lloraba contigo si llorabas
y gozaba contigo si reías?...
¿Te acuerdas? Lo arrancaste de la nube
donde flotaba vaporoso y bello
y, arrojándole al hambre,
sin ver su angustia ni su amor siquiera,
le convertiste de camelia en lodo,
le transformaste de ángel en ramera.

¡Maldito tú que pasas


junto a las frescas rosas
y que sus galas sin piedad les quitas!
¡Maldito tú que sin piedad las hieres
y luego las insultas por marchitas!
Pobre mujer... Juguete
miserable de su verdugo
mismo...
Víctima condenada
a vegetar sumida en un abismo
más negro que el abismo de la nada,
y a no escuchar más eco en sus dolores
que el eco de la horrible carcajada
con que el hombre le paga sus amores.

¡Pobre mujer, a la que el hombre niega


el sublime derecho
de llamar hijo a su hijo!
¡Pobre mujer que de rubor se cubre
cuando le escucha que le grita, madre!
Y que quiere besarle y se detiene,
y que quiere besarle y calla y
gime,
porque sabe que un beso de sus besos
se convierte en borrón donde lo imprime.

Deja ya de llorar, pobre criatura,


que si del mundo en la escabrosa senda
caminas entre fango y amargura,
sin encontrar un ser que te comprenda,
en el cielo los ángeles te miran,
te compadecen, te aman,
y lloran con el llanto lastimero
que tus ojos bellísimos derraman.

¡Y que te burle el hombre y que se ría!


¡Y que te llame harapo y te desprecie!
Déjale tú reír y que te insulte,
que ya llegará el día
en que la gota cristalina y pura
se desprenda del lodo
para elevarse nube hasta la altura,
y entonces, en lugar de un anatema,
en lugar de un desprecio,
escucharás al Cristo del Calvario,
que, añadiendo tu pena
a tus lágrimas tristes en abono,
te dirá, como ha tiempo a Magdalena:
«¡Levántate, mujer! Yo te perdono!»

EL BRINDIS DEL BOHEMIO

GUILLERMO AGUIRRE Y FIERRO (mexicano)

En torno de una mesa de cantina


una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban


y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.

El humo de olorosos cigarrillos


en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al revolverse en nada
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,


inspiración en todos los cerebros,
y repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto


de aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas


hallábanse más lejos
del grupo, y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche


aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del feliz año nuevo.

Una voz varonil dijo de pronto:


«¡Las doce, compañeros!
Digamos el requiescat por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.

¡Brindemos por el año que comienza!...


Porque nos traiga ensueñes,
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos.»

«Brindo—dijo otra voz—por la esperanza


que a la vida nos lanza
de vencer los rigores del destino;
por la esperanza, nuestra dulce amiga
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia


puesto el fin con violencia,
esgrimiendo en mi frente mi venganza,
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella; mi esperanza.»

«¡Bravo!...—dijeron todos—. Inspirado


esta noche has estado
y hablaste breve, bueno y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
y brinde por... Europa,
ya que su extranjerismo es delicioso...>

«Bebo y brindo—clamó el interpelado—;


brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía...

Brindo por el ayer que en la amargura


que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.»

«Yo brindo—dijo Juan—porque en mi mente


brote un torrente
de inspiración divina, seductora;
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.

Brindo porque mis verses, cual saetas,


lleguen hasta las grutas,
formadas de metal y de granito,
del corazón de la mujer ingrata
que a desdenes me mata...

¡Pero que tiene un cuerpo muy bonito!...

Porque a su corazón llegue mi canto...;


porque enjuguen mi llanto
sus manos, que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague...

¡Vamos!..., porque me embriague


con el divino néctar de sus besos.»

Siguió la tempestad de frases vanas,


de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase del entusiasmo ardiente
hubo ovación creciente
y libaciones, y reír, y todo.

Se brindó por la patria, por las flores,


por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.
Sólo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro, de noble corazón
y gran cabeza: aquel que sin ambages
declaraba que sólo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.

Por todos estrechado, alzó la copa


frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento.
Los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:

«Brindo por la mujer, mas no por esa


en la que halláis consuelo en la
tristeza, rescoldo del placer,
¡desventurados!... No por esa que os
brinda sus hechizos cuando besáis sus
rizos artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ellas, compañeros;


siento por esta vez no complaceros;
brindo por la mujer, pero por una,
por lo que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos;
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseñó de niño


lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre!..., bohemios, por la anciana


que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña, tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,


por la que con su sangre me dio vida
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía
y lloró de alegría sintiendo mi cabeza
en su corpiño.

Por ésa brindo yo.


Dejad que llore, y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que gime y llora


y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella.
¡Por mi madre!..., bohemios,
que es dulzura vertida en mi amargura,
y en esta noche de mi vida, ¡estrella!...»

El bohemio calló; ningún acento


profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

VISION

ERNESTO R. AHUMADA

En la penumbra de la alcoba triste,


sin que nadie turbara nuestro ensueño,
la blanca rosa de tu amor me diste
como tributo a mi malsano empeño.
Poco después, cuando con triste llanto
reprochabas mis trágicos excesos,
volví a estrujar tu cuerpecito santo
y a ofender tus mejillas con mis besos.

Tu divina figura es la culpable


de la crueldad con que, yo te he
tratado, porque siendo tan bella, eres
deseable, y yo te amé con ansia,
enamorado.

Por tu hermosura te besé en la boca


y por ella burlé tu real pureza;
la causa fue de que mi mente loca
olvidará un momento su nobleza.

Y esa es la causa que perdón no imploro


a tu leal corazón, que es tan amante;
llora..., no importa, pues tu justo lloro
más bella te hace ser, más incitante...

MADRE

LAMBERTO ALARCON

MADRE:
flor
de dolor,
lirio angustiado
en la cruz del amor crucificado
como el sagrado
cuerpo del Señor.
Madre:
son
de canción,
céfiro blando...,
tu nombre celestial me está cantando
en un claro rincón
del corazón.
Madre:
sabor
de amor:
dime qué tienen
tus blancas manos pálidas
que pueden suavizar mis asperezas,
y en el dulce fervor de las plegarias
son bálsamo de todas mis tristezas...
Madre:
fulgor
de amor,

rayo divino,
tú le das a mi afán de peregrino
la luz que alumbra el lóbrego camino
por donde llevo a cuestas mi dolor...
Madre:
luz y alegría...,
¡oh santa madre mía!,
con tus labios piadosos
secas mi llanto de melancolía...
No sé qué tienen tus benditos labios
que borran desagravios cuando besas,
y me enseñan más ciencia que los sabios
si una oración por el que sufre rezas...
El lirio puro de mi charca inmunda,
que ha hecho blanca mi noche tenebrosa,
madre, madre, tú has sido.
Y cuando yo por otros he sufrido,
lo has sufrido por mí, madre piadosa.
Y cuando viste que mi incierto paso
vacilaba en la senda de mi vida,
se levantó la línea de tu brazo
señalándome el bien, ¡madre querida!...
Madre:
fulgor
y rayo,
amor
y luz...,
bálsamo claro de mi triste infancia,
caricia en mi doliente juventud...
Madre: sé lluvia en mi desierto..., escancia,
en el afán voraz de mi inquietud,
la dulce esencia, la palabra de oro
que alumbrará mi noche con tu
luz, y anegará mi vida en la
fragancia de tu alma
luminosamente azul...

RETORNOS DEL AMOR EN MEDIO DEL MAR

RAFAEL ALBERTI (español)

Esplendor mío, amor,


inicial de mi vida,
quiero decirte toda tu belleza,
aquí, en medio del mar, cuando voy en tu busca,
cuando tan sólo puedo compararte
con la hermosura tibia de las olas.
Es tu cabeza un manantial de oro,
una lluvia de espuma dorada que me enciende
y lleva a navegar al fondo de la noche.
Es tu frente la aurora con dos arcos
por los que pasan dulces esos soles
con que sueñan al alba los navíos.
¿Qué decir de tu boca y tus orejas,
de tu cuello y tus hombros si el mar esconde conchas,
corales y jardines sumergidos
que quisieran al soplo
de las alas del sur ser como ellos?
Son tus costados como dos lejanas
bahías en reposo,
donde al son de tus brazos sólo canta
el silencio de amor que las rodea.
Triste es hablar, cuando se está distante,
de los golfos de sombra, de las islas
que llaman al marino que los siente
pasar, sin verlos, fuera de su ruta.
Amor mío, tus piernas son dos playas,
dos médanos tendidos que se elevan
con un rumor de juncos si no duermen.
Dame tus pies pequeños para andarte.
Voy por el mar, voy sobre ti, mi vida,
para sentirte todas tus riberas,
sobre tu amor, hacia tu amor, cantando
tu belleza más bella que las olas.

VIDA

JÓSE ALBI (español)

Sí; nacer cada día. Deslumbrado


aire nos colme todas las vertientes.
Los ojos y los pies nuevos, recientes,
para pedir de asombro mi cercado.

De asombro, de prodigio, de inaudita


palpitación ayer insospechada.
Flor inminente, luz enamorada
del milagro de amor que la limita.

Nazcan alas o ramas, poco importa;


para volar hay un impulso ciego
que no sabe si el agua es agua o fuego
y para el cual la eternidad es corta.

Así; cada mañana un incipiente


camino. Un despertar. Todo sin nombre.
Para cada camino, un hombre. Un hombre
como la luz, nacido de repente.

Nacido de repente, pero herido,


ya herido por un rayo inacabable;
manando sin cesar, inagotable
surco, para el amor, recién
nacido.

Cada día el prodigio. Cada día


el latido inicial, casi indeciso,
de la tierra dulcísima que piso,
más codiciada mientras es más mía.
Buscando vida, y el dolor a cuestas.
Con sangre y con dolor mi gozo escribo.
Cada día nacer. ¡Oh gozo vivo!
¡Oh interminable vida que me cuestas!

Y a la vida buscando siempre puerto,


pues de tanto morir se descamina.
Y la muerte, ¡oh dolor!, en cada esquina.
Más vivo, amor, mientras estoy más muerto.

DÉCIMAS PARA DESAGRAVIAR AL AMOR

TOMAS ALFARO CALATRAVA (venezolano)

LA vida tengo clavada


de puñales y relente:
duele la sangre reciente
más que la piel desangrada.
Acaso también rasgada
quedó, al fin, mi poesía,
pues fue dura la porfía
de tu amor por abatirme,
sólo por querer asirme
a otro amor que no podía...

Cada momento me das


lo que por amor me debes,
y darme más no te atreves
— ¡si ya no te queda más!—.
Lo que te daré sabrás
cuando abras mi testamento:
diez millas de firmamento,
el rosal y sus espinas
y las torpes jabalinas
¡que amor lanzó contra el viento!

Puro el amor desde lejos


más que la muerte y la
fama, como la invisible llama
que arde en los vinos añejos;
ancla de oscuros reflejos
en la sangre sumergida:
marca el rumbo de su vida
y la cal de mi osamenta,
que es una chispa violenta
¡perennemente encendida!

Por ganarte yo te amara


de no mediar este acento:
que desamor azariento
casi nos roza la cara.
Si eres chorro de agua clara
— ¡y mía si te propones!—,
paloma en vez, pues te pones
ambiciosa de blancura
y vuelas, loca de altura,
por mis altos torreones...

De caracola y rocío
y estulticia y agua lenta
se formó su piel,
violenta, con el aluvión
del río.
No podrán pensar que es mío
su Dios del Bien y del Mal,
si al rescoldo de un fanal,
como digo, de agua lenta,
se formó su piel, violenta,
de légamo y pedernal.

Declina el cielo a sus pies,


doncella de amor sañudo:
porque ni la muerte pudo
ganarla en duro revés.
Era y no era a la vez
tallo, savia, polen, viento.
Era puro pensamiento
de niño o de noble anciano,
ardiente como el verano,
¡y quemaba con su aliento!
Es aire y luz de paloma
su ágil paso de doncella
cuando se quiebra en, la huella
eréctil gajo de aroma.
Ya no es ausente, si asoma
su sangre a mi poesía,
pues si ayer se la tenía
oculta en el pensamiento,
hoy—desnuda como el viento—
¡bien puede llamarse mía!

Me faltan nombre y aliento


para este amor que prefiero:
amor sin ti, con venero
de espuma, mástil y viento.
Amor que por mí sustento
y en vano descuidaría.
Pensé que no te quería.
Mas tú, a veces, no me quieres.
Aunque por mi amor te mueres,
¡no sé por qué todavía!...

Fue tan sortaria esa vez


que sólo en lentas pasadas
con oro, copas y espadas,
ganó altiva doncellez,
aunque perdiera después
con truncos bastos de
olvido. Es, por tanto, más
rendido su corazón a mi
pecho:

¡si es aire puro y barbecho


el mío al suyo ceñido!

Su sangre en núbil candor


pura y ritual se derrama:
¡qué tonta imita cuando ama
el grifo del surtidor!
Si ofende por desamor,
toca el fin mi desaliento:
raudo pájaro azariento
que incita armoniosamente
la explosión de esta simiente
¡bajo el trillador del viento!

Arroja cierzos el cielo


con mano de colegiala,
rozando—de prisa—el ala
brumosa de su pañuelo
y el azahar de aquel velo
que de rubor la cubría...
Mas no sé si rasgaría
también mi heredad secreta:
mitad demonio y poeta
¡de noble ciudadanía!
Ciéganos la frente. Y mata.
Con tu hoz de leve filo,
corta presuroso el hilo
que ya en desamor nos ata.

Esconde la culpa lata


que se te ve y se presiente.
Mata. Ciéganos la frente;
corta el hilo con tu hoz,
porque nos ata otro adiós
para siempre y de repente.

RESPUESTAS DE MADRE-CIELO

TOMAS ALFARO CALATRAVA (venezolano)

Oigo tu voz, madre mía,


tu voz—de sueños pastora—,
Artemisa cazadora
con rifle de juglaría.
Mata mi melancolía
con bala azul y certera.
Pero que muera y no muera,
pues siempre nos llega tarde
la muerte, en macabro alarde
de furiosa calavera...

Aquí rendida a mi vera


de azul pinar y vallado,
con el pulso enamorado
tracé su carta primera.
Más vale que no la viera
floral la cara en rubor:
que asediada y con temblor
de limpia huerta llovida,
deshojada conmovida
un ramo ardiente de amor.

Llegando a ti, madre mía,


presto cavaré la tierra
que en tus estratos encierra
tu muerte desde aquel
día... Mas no es final ni
sombría ni inspira extraño
pavor, aunque mueva mi
dolor
la sensación de perderte:
si es que tu muerte no es muerte,
¡sino tránsito de amor!

Si eres tú como la rosa


—suma de mieles y agruras—,
que es ley en las sepulturas
como lámpara piadosa;
¡ay!, reclinado en tu fosa,
madre, con tanto fervor,
a trueque de otro dolor
me hago en tu regazo fuerte,
porque tu muerte no es muerte,
¡sino tránsito de amor!

Esta flor guarda la llave


de tu ausencia, madre mía,
y de mi melancolía
ella sola es la que sabe:
cifra y descifra la clave
del verano regador,
y en fuga de su color
la rosa podrá valerte,
porque tu muerte no es muerte,
¡sino tránsito de amor!

Para deletrear tu paso


sobre arena movediza,
fuerte vocal agiliza
tu estilo en el cañamazo;
queda solamente el trazo
de tu perfil y vigor
pisando en mi derredor
segura y sin detenerte,
porque tu muerte no es muerte,
¡sino tránsito de amor!

No obstante que eres ceniza,


en viva llama arderás,
pues no se extingue jamás
esa llama si la atiza
mi vestal, que la eterniza
en su culto abrasador,
digo de fuego y ardor
por afán de convencerte
de que tu muerte no es muerte,
¡sino tránsito de amor!

Rompe el cristal de mi sino


raudo pedrusco que lanza
atinado Sancho Panza
al aire de este molino,
donde habita un inquilino
como el de Alfonso Daudet,
bajo el lagar de su pie
descuajando mi viñedo,
exprime zumo de miedo
y lloro... ¡no sé por qué!
COSAS DE VIEJO

JOSÉ ALONSO Y TRELLES (uruguayo)


UE por qué ando yo ansina como enojao y triste?
¿Pa qué querés saberlo, mi linda flor de ceibo?
Los días del verano, que son pal mozo auroras,
son tardes melancólicas pa los que van pa viejos.
Pa yo poder contarte la historia de mis penas,
tendría que ir dispacio pialando mis recuerdos...
Déjalos que el olvido los ate a su palenque,
que yo pa dir guapiando, ya no preciso de eyos.
Más bien ceba un amargo de los que tú acostumbras
pa despuntar el vicio..., pa dir haciendo tiempo...

¡ Quién sabe si algún día, sin oílo mis labios,

no sabes por qué peno!


Pero hoy tuavía es temprano pa que esa cabecita,
que pide pa adornarse la roja flor del ceibo,
comprienda que se pueden hayar sobre la almohada
tristezas que nos ahugan en vez de lindos sueños.
Ceba, cébame un mate, que yo, pa entretenerte,
te vi'a contar un cuento
que, aunque es todo él mentira,
tal vez se te haga cierto.
Era como vos, moza, y era como vos, linda,
y como vos tenía por ojos dos luceros,
ande se achicharraban de un corazón las alas
del corazón de un gaucho que se miraba en eyos.
Era un cantor y poeta de esos que en la guitarra
ponen en vez de cuerdas sus delicados nervios,
y cantan en sus «décimas» bravuras de los héroes,
y penas de sus «tristes», y amores de sus «cielos».
Eya tuvo al principio, p'al payador amante,
en los ojos ternura y en la boquita besos...
¡Eran como palomas que van buscando el monte
pa hacer entre los suaces el nido de sus sueños!
Dispués..., ¿sabes, mi china, que está lindo tu mate?
Más lindo que mi cuento;
no des güelta a la yerba, seguí cebando,
pa ver si se me apaga la sé que estoy sintiendo...
Dlspués... ¡Óigale el duro!
Mira, saca esa astiya que está haciendo humareda.
Me yoran ya los ojos..., préstame tu pañuelo...

INSOMNIO

JÓSE ALONSO Y TRELLES (Uruguayo)

Es de noche; pasa
rezongando el viento
que duebla los sauces
cuasi contra el suelo.

En el fondo oscuro
de mi rancho viejo,
tirao sobre el catre
de lecho de tientos,
aguaito las horas
que han de traerme el sueño,
y las horas pasan,
y ni yo me duermo
ni duerme en la costa
del bañao el tero,
que a ocasiones grita
no sé qué lamento
que el chajá repite
dende aya muy
lejos..
………………………………………………..
¡Pucha que son largas
las noches de
invierno! A través del
turbio cristal del
recuerdo van mis
años mozos pasando
muy lentos.
Y dispués que gozo
si a vivirlos güelvo,
pensando en los de aura
no sé lo que siento...
I
Noviyos sin guampas,
yeguas sin cencerro,
potros que se doman a juerza e'cabresto;
bretes que mataron los lujos camperos;
gauchos que no saben de vincha y culero;
patrones que en auto van a los rodeos...

¡Pucha que son largas


las noches de invierno!

La puerta del rancho


tiembla, porque el perro
tirita contra ella
de frío y de miedo.
Tuito es hielo ajuera,
tuito es frío adentro,
y las horas pasan,
y yo no me duermo;
y pa pior, en lo hondo
de mi pensamiento
briyan encendidos
dos ojos matreros
que persigo al ñudo
pa quemarme en ellos...
Son los ojos brujos
que olvidar no puedo,
porque ya pa siempre
robáronme el sueño...

¡Pucha que son largas


las noches de invierno!
TIENTO SOBAO

JÓSE ALONSO Y TRELLES (Uruguayo)

ÜE quién jue el curioso


que me dio este perro?
Naide; estos bichos, como el hombre zonzo,
cuando los halagan se dan ellos mesmos.

Jue en un mes de agosto


de no sé qué invierno,
muy pocos días antes de morir de flaco
mi caballo overo.

Que cayó a mi rancho,


maltratao y rengo,
y clavó en las mías sus pupilas tristes,
sus pupilas llenas de sombra y misterio.

¿Que de ande vendría?


¡Vaya uno a saberlo!...
¡Puede que viniese, como yo, del pago
de los desengaños y de los recuerdos!

Le tiré una achura,


y, aunque estaba hambriento,
sin hacerle caso, me miró de un modo
como si dijera: «No vengo por eso.»

Aunque sea zoncera,


pensé yo por dentro :
«¡Quién sabe: estos bichos no sufren de amores
y, como al cristiano, lo matan por celos!...»

Y viendo en tropiya
venir mis recuerdos,
le hice unas caricias, y dende esa tarde
pa los dos alcanzan mi pan y mi techo.
Mientras tomo mate,
se echa cerca el juego,
y cuando al dormirse siento que soyoza
como si el pasado le golviese al sueño,

se enrieda en la trenza
de mis pensamientos
este tiento suave, de tanto sobarlo:
«Mujeres y perras..., tuinas son lo mesmo.»

LA GÜEYA

JOSÉ ALONSO Y TRELLES (Uruguayo)

Pulpero, eche caña,


caña de la güeña,
llene hasta los topes ese vaso grande,
no ande con miserias.

Tengo como un fuego


la boca reseca,
y en el tragadero tengo como un ñudo
que me ahuga y me aprieta.

Déme esa guitarra...


¡Quién sabe sus cuerdas
no me dicen algo que me dé coraje
pa echar esto ajuera!

Hoy de madrugada
yegué a mis taperas
y oservé en el pasto, mojao p'el sereno,
yo no sé qué güeyas...

Tal vez de algún perro...


Pero deande yerba.
Si al lao de mi rancho no tengo chiquero
ni en mi casa hay perra.

Dentré y a mi china
la encontré dispierta...
Pulpero, eche caña, que tengo la boca
lo mesmo que yesca...

Yo tengo, pulpero,
pa que usté lo sepa,
la moza más linda que han visto los ojos
en tuita la tierra.

Con ella mi rancho


ni al cielo envidea.
Pero ¡ eche otro vaso, pa ver si me olvido
que he visto unas güeyas!..

VERDADES AMARGAS

Anónimo

Yo no quiero ver lo que he mirado


a través del cristal de la experiencia;
el mundo es un mercado donde compran
honores, voluntades y conciencias.

Amigos: es mentira, no hay


amigos; la amistad verdadera es
ilusión; ella cambia, se aleja y
desparece con los giros que da la
situación.

Amigos complacientes sólo tienen


los que disfrutan de ventura y
calma; pero aquellos que abate el
infortunio sólo tienen tristezas en el
alma.

Si estamos bien, nos tratan con amor,


nos buscan, nos invitan, nos adulan;
mas si acaso caemos, francamente,
sólo por cumplimiento nos saludan.

El que nada atesora, nada vale


y en toda reunión pasa por necio,
y por más nobles que sus hechos sean,
lo que alcanza es la burla y el
desprecio.

En este laberinto de la vida,


donde tanto domina la maldad,
todo tiene su precio estipulado:
el amor, el parentesco y la amistad.

Lo que brilla no más tiene lugar,


aunque brille por oro lo que es cobre;
lo que no perdonamos en la vida
es el atroz delito de ser pobre.

Nada en el mundo es perfecto, puro y


sano todo se halla a lo impuro
entremezclado; el mismo corazón, con ser
tan noble, cuántas veces se encuentra
enmascarado.

Existe la virtud, yo no lo niego,


pero siempre en conjunto defectuoso;
hay rasgos de virtud en el malvado,
hay rasgos de maldad en el virtuoso.

La estupidez, el vicio y hasta el crimen


podrán tener su puesto señalado;
las llagas del defecto no se ven
si las cubre un diamante bien cortado.

Y a nadie habrá de herir lo que aquí digo,


porque ceñido a la verdad estoy;
me dieron a libar hiel y veneno;
veneno y hiel en recompensa doy.

Y si peco en las palabras toscas


de estas líneas oscuras y sin nombre,
doblando mis rodillas en el polvo
¡pido perdón a Dios y no a los hombres!...
BELLEZA NEGRA

JACINTO AÑEZ (venezolano)

e la luz que en tu espíritu fulgura


la noche de tu piel tiene las huellas,
y se abren de esa noche en la negrura
tus grandes ojos como dos estrellas.

Corza herida, la gracia en que descuellas


derrama efluvios de indecible albura,
y con todo el pudor de sus querellas
se escurre de tu sombra en la espesura.

Quemó tu sol interno en un derroche


de luz tu piel, y si alguien te importuna,
cuando afligida sueltas, como una
virgen rehén, de tu mirada el broche,
una vertiente pálida de luna
baña la negra seda de tu noche.

A SOLAS

ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS (Colombiano)

UIERES que hablemos?... Está bien..., empieza...;


habla a mi corazón como otros días...
Pero no... ¿Qué dirías?...
¿Qué podrías decir a mi tristeza?...

No intentes disculparte; todo es vano...;


ya murieron las rosas en el huerto;
el campo verde lo secó el verano,
y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto.

¡Amor arrepentido!...
¡Ave que quieres regresar al nido
a través de la escarcha y la neblina!...
Amor que vienes aterido y yerto...
¡Donde fuiste feliz ya todo ha muerto!...

No vuelvas... ¡Todo lo hallarás en ruinas!...


¿A qué has venido?... ¿Para qué volviste?...
¿Qué buscas?... ¡Nadie habrá de responderte!...
Está sola mi alma y estoy triste,
inmensamente triste hasta la muerte...

Todas las ilusiones que te amaron,


las que quisieron compartir tu suerte,
mucho tiempo en la sombra te esperaron
y se fueron..., ¡cansadas de no verte!...

¡Cuando por vez primera ,


en mi camino te encontré, reía
en los campos la alegre primavera!...
Todo era luz, aromas y armonía.
¡Hoy todo cuan distinto!... Paso a paso

y solo voy por la desierta vía;


nave sin rumbo entre revueltas
olas; pensando en las tristezas del
ocaso y en las tristezas de las almas
solas.

En torno la mirada no columbra


sino asperezas y páramos sombríos;
los nidos en la nieve están vacíos
y la estrella que amamos ya no alumbra
el azul de tus sueños y los míos...

¡Partiste para ignota lontananza


cuando empezaba a descender la sombra!...
¿Recuerdas?... ¡Te imploraba mi esperanza
Pero ya mi esperanza no te nombra...

No ha de nombrarte... ¿Para qué?... Vacía


está el ara y la historia yace trunca...;
ya para qué esperar que irradie el día,
ya para qué decirnos: ¡Todavía!...,
si una voz grita en nuestras almas: ¡Nunca

Dices que eres la misma, que en tu pecho


la dulce llama de otros tiempos arde,
que el nido del amor no está deshecho,
que para amarnos otra vez no es tarde.

Te engañas... No lo creas... Ya la duda


echó en mi corazón fuertes raíces...,
ya la fe de otros años no me escuda...
¡Quedó de sueños mi ilusión desnuda,
y no puedo creer lo que me dices!...

No lo puedo creer... Mi fe burlada,


mi fe en tu amor perdida,
es ancla de una nave destrozada...
¡Ancla en el fondo de la mar caída!...

Anhelos de un amor, castos, risueños...


¡Ya nunca volverán!... Se van, se esconden...
¿Les llamas? Es inútil... ¡No responden!...
¡Ya los cubre el sudario de mis sueños!...

Hace tiempo se fue la primavera...,


llegó el invierno fúnebre y sombrío.
Ave fue nuestro amor... Ave viajera...

¡Y las aves se van cuando hace frío!...

CANCIÓN PARA TU SER

GUSTAVO AREVALO PACHECO (venezolano)

Yo adivino en tus ojos un reflejo de ensueños...


Luminosa gardenia saturada de mar...
Si el destino quisiera que yo fuera tu dueño,
¡tú jamás en la vida me podrías olvidar!...
Tu existencia de nardos y mi vida de glosas
formarían las cadenas que me unieran a ti.
Un secreto de luna y un sendero de rosas
soñarías cada vez que pensaras en mí.

Cada tarde pintada de quietud peregrina


volverán mis palabras a rozar tu candor;
y tendrán tus cabellos suavidad de neblina
y la brisa del alma me hablará de tu amor.

Yo quisiera por siempre alumbrar tu sendero


y que tú fueras siempre mi adorada ilusión;
porque sueño en tus labios la quietud del lucero
y en tu ser hay destellos de poema y canción...

Ni el silencio, ni el tiempo, ni la amarga distancia


borrarán de mi alma tu sonrisa sin par;
me diluyo en la brisa de tu nívea fragancia, y
por toda la vida... ¡yo te quiero adorar!...

DISTANCIA

GUSTAVO AREVALO PACHECO (venezolano)

Lentas..., silenciosas..., se evaporan las horas.


Un sopor de nostalgia se apodera de mí;
en la brisa impalpable de tus tiernas auroras,
perfumados recuerdos sólo van hacia ti.

El reloj inmutable es guardián del olvido,


y en misterio sumido, recordando el ayer,
su tictac es tortura y en mi pecho latido;
sus timbradas campanas, como voz de mujer.

Arrancados del tiempo... inflexibles segundos...,


corazón lacerado de anhelante esperar;
es el ave cansada de vagar por los mundos,
es la frágil gaviota reflejada en el mar.
Una tarde cualquiera ya no vi tu mirada,
ni tus líricos labios como néctar de flor,
ni tus blondos cabellos como negra cascada,
ni el perfume enervante de tu núbil candor.

Se esfumó entre las nubes, como el rayo ligero,


la esperanza florida de una vana ilusión;
y el silencio arrancado de tu amor agorero,
con vapores de olvido me empañó el corazón.

El ayer es abismo que separa y no vuelve,


o quizá ronda cerca sin poderse ocultar;
o tal vez entre tules de recuerdos se envuelve
en la pálida noche que no quiero mirar.

Sólo sé que una estrella alumbróme la


vida y su estela un momento por mi vida
pasó; un adiós extinguido de silente
partida,
con su mano invisible de mi amor se alejó.

Esas horas que pasan van borrando el presente,


y el tictac del olvido va en mi pecho muriendo...
Aunque tú estás lejos, aunque yo estoy ausente,
con el alma encendida... ¡yo te sigo queriendo!...

CANCIÓN PARA TUS OJOS

GUSTAVO AREVALO PACHECO (venezolano)

OJOS de mi amada
untados de dulzura inmarcesible,
¡ojos luminosos...!
Espejos de tu alma inmaculada.
Una sola mirada
me contagia la luz de tus entrañas.
Si me miras siempre,
colocaré mi amor en tus pupilas
y tu voz en mi esperanza.
¡Mírame!... ¡Mírame! Largamente...
¡Quiero que tus ojos se graben en mi vida
y me sigan mirando más allá de la muerte...
! Ojos infinitos...
Ojos de añoranza que trazan mi destino...,
abiertos cual la aurora me trazan el camino,
con su rocío florido... fertilizan mi amor.
Ojos que parecen sonrisas de los niños...
Como rayos de luna,
como mis pensamientos.
Yo los veré cerrados cuando vele tu sueño.
Y soñaré contigo el despertar del tiempo.
Cuando mires ansiosa el trigal que madura,
comprenderás entonces mi esperanza añorada.
Tendré tus negros ojos, que serán mis estrellas,
y ya tendré tus manos.
Y tú tendrás mi vida millonaria de ensueños.
¡Y tu grácil presencia
con mi dicha alcanzada
sumergida en mi alma...!

AMOR FUGAZ

GUSTAVO AREVALO PACHECO (venezolano)

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento,


sin mimos, sin pasión, sin falsedad...,
un latido arrancado del tormento
y perdido en oscura inmensidad.

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento;


nunca tuve su mano aprisionada;
fue como pluma que se lleva el viento
a través del espacio y de la nada.

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento;


nunca pude su dicha contemplar...;
un susurro sin luz y sin aliento
cual despedida me dejó al marchar.
Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento
como ave aventurada hacia el azar,
como el viajero que llegó sediento
y posó su mirada sobre el mar.

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento;


su dulzura el silencio evaporó,
«como gota esparcida al firmamento:
diáfana gasa del amor pasó».

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento;


su fragancia en la brisa se esfumó;
sólo en mi pecho reflejó un lamento...
del ensueño febril que naufragó.

Fue su amor tan fugaz... Sólo un momento,


porque el destino nos cruzó a los dos,
como transcurre el siglo de un momento
cuando lo empaña el vaho de un ¡adiós!

ELEGIA DEL AYER

GUSTAVO AREVALO PACHECO (venezolano)

La tarde triste y hosca se desgaja en las sombras.


Ya no hay coro de trinos ni cascadas de luz.
Va la noche plasmada de silentes alfombras...
Sólo hay sombra: en mi vida ya no impera la luz.

No hay la antaña alegría en los rostros amados;


exquisito perfume sólo queda de ayer...
Una nube agorera de recuerdos alados
del ambiente se borra, porque no ha de volver.

Un reflejo de entonces... sólo queda en la estancia,


tan sutil y tan fino cual vapor en la bruma,
cual gardenia marchita que dejó su fragancia
en la púber comarca de la sal y la espuma.
Añoranzas que rondan un instante en la brisa...
Incolora tristeza de un «adiós» que se fue,
en la pálida arena la canción de su risa...
Perfumado pañuelo donde el llanto dejé.

Mi ilusión va sin rumbo a capricho del viento...,


horizonte lejano de mi vida de ayer;
en su rostro florido nunca vi ni un lamento
ni un vestigio de niebla que me hiciera volver.

Fuimos juntos sonriendo, sin que nadie soñara


los agrestes caminos de la ruta estival...,
los reflejos dormidos de la vieja almenara,
ni el agudo zarpazo del voraz vendaval.

Una noche plateada, fulgurante y dormida,


en el punto infinito naufragó nuestro amor...
En la grácil vereda sólo queda esculpida
una gota de acíbar y un retal de dolor...

Es testigo baluarte de mi pena infinita


esa llama invisible que azotó eL huracán,
y la célica nube que en mi pecho se agita
se la llevan las olas saturadas de holán...

Taciturno imagino los legajos floridos


del vetusto almanaque que sonrió en el rincón...
¡Al influjo del viento, los momentos vividos
incineran el alma que fulgió de pasión...!

Y yo espero que vuelvan los minutos pasados...


Una voz en el viento..., una voz de mujer...,
un recuerdo callado, de perfumes callados...,
un pedazo de vida... ¡Un reflejo de ayer...!
BIOGRAFÍA DEL LIRIO

LUZ MACHADO DE ARNAO (venezolana)

Forjó el silencio en ti su arquitectura.


En ti la soledad alzó su almena.
Guante de aroma que la brisa estrena.
Sueño con breve dimensión de altura.

Heraldo de la fuente y su frescura.


Sepulcro del rocío y la falena.
Minutero del sol que el aire ordena
hacia el umbral del fuego y su aventura.

En ti levanta el mármol su desvelo


y el palomar arremolina el vuelo
y hace la nube su estación más bella.

Narciso te dejó su huella viva


y la refleja intacta, cielo arriba,
el espejo remoto de la estrella.

OJOS COLOR DE LOS POZOS

ALBERTO ARVELO TORREALBA (venezolano)

Me voy para Los Esteros


—agua abajo y por la orilla
— en mi bongo sin palanca,
con una vela sin brisa,
al anochecer sin luna,
sobre el paisaje sin
líneas, ante el azar sin
apuesta de tu adiós sin
despedida, cantándoles
sin reposo, en mi guitarra
sin prima, a tus ojos sin
tristeza
mi canción sin alegría.
Ojos color del ensueño
de la resaca azulita.

Pulsando con el reflejo


bordones de agua dormida,
dejos de cuatro doliente
la palmasola suspira;
un hilo de alas yéndose
angustia las lejanías.
Por los rumbos del te quiero,
paso de la huella ingrima,
sabana del nunca llegas,
duna del quizás me olvidas
—arenales y arenales—,
se me cerraron las picas.
Esta ausencia sin distancia
en la canción se me abisma.

Ojos color de los pozos


de la resaca azulita.

Allá viene la amargura


por un callejón de'dichas,
mas en ti se me perfuman
la pena y las alegrías,
porque aquel cantar amargo
—puro anhelo y pura espina—
te lo guardaste en el seno,
nidal de las cosas íntimas,
donde tu fe se arremansa
y tus querencias palpitan;
y por eso bajo el éxtasis
de las tardes pensativas
a rociarse en ti los sueños
se van mis cantas marchitas.

Ojos color del remanso


de la resaca azulita.
Ojalá hubiera cien Llanos
entre mi vida y tu vida,
y cien Apures cruzando
por la sabana infinita;
ni un potro para la
ruta,
ni una canoa en la orilla,
ni un gallo en la
medianoche, ni un toldo en
el mediodía, ni un cocuyo
en la tiniebla,
ni un retoño en la ceniza.
Entonces, todo salvándolo,
sereno te buscaría;
pero esta ausencia sin lejos
es para mi trocha valla,
para mis angustias, pica.

Y en el playón solitario
donde el cantar se me abisma,
no me atrevo ni a soñar
el cielo de tus pupilas.

Pupilas color del alma


de la resaca azulita.

EL CANOERO DEL CAIPE

ALBERTO ARVELO TORREALBA (venezolano)

./\L canoero del Caipe,


que era un catire
apureño, le quitó el amor
de golpe
quien lo quiso tanto tiempo.

La que le arrulló el
mutismo y fue aljibe en su
desierto. Tan cerquita ayer,
Maruja, y hoy tu cariño tan
lejos.
La que a los rotos de su alma
zurció una gasa de afecto,
y a su pantalón raído
el aliivo del remiendo.

La que a veces lo llamaba


para anunciar los viajeros,
poniendo a ulular suspiros
entre las curvas del cuerno.

La que al regreso con lluvia


calentó en cuido hogareño
la vida a sopa y cariño,
el traje a plancha y brasero.

La que Venus alumbró


en noches de atarrayeo,
raspando la rubia escama
del lomo de los chechecos.

Y cuando de monte a monte


iba el Caipe turbulento,
le enrumbaba la canoa
hacia el desembarcadero.

El canoero está solo,


hundido en su sentimiento,
orilla del pozo mustio,
sin atarraya ni anzuelo.

El cañaveral tremola
como regando un secreto:
«Maruja jugó el cariño»,
dice el capacho del viento.

El canoero se clava
la ponzoña del recuerdo.
Maruja, Maruja, «¡uja!»,
se mofa lejano el eco.
Ninguno que mire el Caipe
diría que está creciendo:
son afluentes del río
los ojos del canoero.

La pena se volvió loca


cautiva entre su cerebro:
con un machete en la noche
vase camino del pueblo

Su bulto corta la sombra


como un filo de silencio:
junio soltó las garúas
y anda apagando luceros.

Después desanda el camino


como quien suma a lo inverso,
y llama al compadre Braulio
tocándole en el tranquero.

—Acompáñame, compadre,
al paso de Peñón Negro,
para que cuente mañana
qué rumbo cogen los muertos.

El viejo Braulio se
asoma arrebujado en el
sueño y mira en la
empalizada el bulto del
canoero.

—¿De dónde viene, compadre?


—Compadre, vengo del pueblo.
Y a la respuesta se pone
imaginativo el viejo.

Hay un diálogo sombrío


en la pata del urero.
Suspiran en las lejuras
voces del Caipe y del viento.
Después se alejan callados
unas varas de por medio:
con los talones desnudos
van espinando el silencio.

Viene adelante el catire,


baja al desembarcadero
y hunde un bulto en la canoa
como sangrando el recuerdo.

La palanca de araguato
afíncasela en el pecho
y un golpe de agua salpica
y ondula en la orilla trémulo.

El viejo Braulio está solo


en el pie del Peñón Negro,
cuando sacude las sombras
el grito del canoero:

—Para Apure voy, compadre,


y a Maruja me la llevo:
usté contará mañana
qué rumbo cogen los muertos.

Que en las aguas del Apure


di el palancazo primero,
y por eso en ese río
quiero sepultar mis sueños.

Muchos la han visto pasar:


canoa sin canoero, i
sólita en mitad del río,
con la zamurada adentro
JUAN PARAO

ALBERTO ARVELO TORREALBA (venezolano)

"Yo canto lo que soñé


con el sol de los venaos,
cuando en verano crucé
por los caminos soliaos
donde mis dichas dejé
como palmera en quemao,
donde el retinto enterré
y se me murió el ganao,
donde mi copla canté
sobre el mundo desolao,
donde lloró el cristofué
los sueños de Juan Parao,
«el del caballo jerrao
con el casquillo al revés»...

Yo canto lo que soñé


con el sol de los venaos.
Yo soy el que me he enredao
el horizonte en mi pie,
sin amor y sin ganao,
a golpe de anochecer.

Yo vi el espanto abismao
cuando el medanal crucé,
y al pasarle por un lao
pa la remonta miré,
y como solo me
hallé
me acordé de Juan Parao,
«el del caballo jerrao
con el casquillo al revés»...
Yo canto lo que soñé
con el sol de los venaos.

Tú, la del sueño floriao,


compañera de agua y sed,
que tu agua y tu sed me has dao,
por eso es que ya ni
sé con el adiós
perfumao en tu
suspiro de ayer si me
vine de tu lao
o si a tu lao me quedé,
o si habré esta vez llorao
por lo que nunca lloré,
como lloró el cristofué
los sueños de Juan
Parao,
«el del caballo jerrao
con el*casquillo al revés»...
Yo canto lo que soñé
con el sol de los venaos.

Médano mudo y soliao:


me voy, pero volveré,
porque tu sed me ha enseñao
a cantar y a florecer,
y por donde hoy te he cruzao
¡tan solo!, te cruzaré
con mi copla y mi
ganao, mi caballo y mi
mujer.
Entonces habrá lloviznado,
médano, sobre tu sed,
y en la copa del mijao,
al sol del amanacer,
desgranará el cristofué
los sueños de Juan Parao,
«el del caballo jerrao
con el casquillo al revés,
pa que lo busquen po un lao
cuando po el otro se fue».
CLAVELITO COLORADO

ALBERTO ARVELO TORREALBA (venezolano)

Clavelito colorado
que de la mata cayó
todo lleno de rocío,
¡ cómo te cogiera yo!

La madrugada se ahoga
en los esteros del hato;
el alba, toro araguato,
viene sin pica ni soga.
Humitos ponen en boga
sueños de café colado.
Le echa cuentos al ganado
ñénguere madrugador,
y canta el ordeñador:
«Clavelito colorado.»

Si quieres partida buena


cuando juguemos al naipe,
en las orillas del Caipe
yo tengo colchón de arena,
pero no arañes mi pena
con celos del Boconó.
Ella su suerte siguió
y yo seguí con mi suerte.
Para algo soy limón fuerte
que de la mata cayó.

¿No quieres que me trasnoche


con chipóla ni atarraya?
Sígueme cuando me vaya
en vez de tanto reproche,
y verás correr la noche
por mi verso como un río,
y tendrá el viento sombrío,
nido de su desamparo,
paja de tu pelo claro
todo lleno de rocío.

Pone su trazo contrito


el ala sobre el desierto.
Muda se ve Mata e Muerto
como pensando su grito.
Bancos de pecho marchito
el espejismo miró,
y por eso lo pintó
pozos de dulces reflejos.
Agua tan honda y tan lejos,
¡cómo te cogiera yo!

GUARIQUEÑITA

ALBERTO ARVELO TORREALBA (venezolano)

Tan caña dulce tu boca,


tan jagüeyes tus pupilas.
Este campo tú lo cargas
todo en ti, Guariqueñita.

Yo vengo labrando a solas


este anhelo de honda vida,
como quien vela el encierro
en la noche sin cabrillas,
y tras la errante faena
donde es siesta la fatiga,
se pone a silbarle amores
a la vacada bravía
y a la pena cimarrona
puntera de la madrina.

Yo vengo labrando a solas


este anhelo de honda vida.

Como quien pica al caballo


mirando la lejanía
y se va a enlazar consejas
de esas que su voz estiran
más allá de «Mata e Muerto»,
donde mientan «Las Desdichas».

Como quien afina el cuatro


ante la sabana ingrima
y oye estirarse en la cuerda
la queja de las clavijas.

Yo vengo labrando a solas


este anhelo de honda vida.

Como quien vara su bongo


en barro de cien orillas,
y goza en cada barraca
querencia de pobres dichas
cuando hacia dentro del hombre
abre el cantar su rendija.
Como quien quema su roza
esperando las lloviznas,
y en la noche seca y honda
se pone a atizar la quema
con el sueño de la espiga.

Entre mi vida y tus ojos


pasa un soplo de honda vida:
tan caña dulce tu boca,
tan jagüeyes tus pupilas.
Yo soy quien velé el encierro
en la noche sin cabrillas,
yo soy quien piqué el caballo
mirando la lejanía.

Yo soy quien templé mi cuatro


ante la sabana ingrima,
yo soy quien varé mi bongo
en barro de cien orillas,
yo soy quien quemé mi roza
esperando las lloviznas,
y hoy, inmóvil frente a
ti, me quedé,
guariqueñita,
como quien siente en la imagen
de la garza pensativa
lo que reza el llano inmenso
cuando la tarde se abisma,
lo que el chaparro se calla
cuando la sed lo marchita,
lo que este silencio llora,
lo que este campo suspira.
Este campo que tú cargas
todo en ti, guariqueñita.

¡Tan caña dulce tu boca,


tan jagüeyes tus pupilas!

LA REINA INDIA

ANTONIO ARRAIZ (venezolano)

Algún día tocará la belleza a mi puerta.


Cuando esto pienso,
soy una rítmica vibración de armonías.

La presiento
pendiente sobre mi vida.
Yo la diré: mi reina.
Mi reina india.

Tendrá la piel oscura.


Tendrá los ojos negros.
Tendrá el cabello negro.
Tendrá los senos duros.
Tendrá las manos largas.
Y yo la llamaré
mi Reina India.

Entonces,
floreceré en ofrendas.

En la siesta implacable,
salado de sudor,
yo lanzaré mi lanza vibradora,
mi lanza aérea y larga.
Es fiero el tigre
de hermosa piel.
Y pondré la piel ante sus pies pequeños.

Otra vez,
asaltaré la guarida del artífice,
se crisparán mis dedos en su garganta seca.
El tendrá cerámicas,
y vasos,
y joyas labradas,
y yo las pondré ante sus pies pequeños.

Encontraré:
las piedras sagradas
de colores jaspeados
que hay más allá de las montañas.
Las cosas raras. Las cosas bellas.
Las cosas que atraen a las mujeres.
Las cosas bellas. Las cosas raras.

¡Cómo traeré miel de las colmenas altas!


¡ Cómo traeré flores de los cardos bravos!
¡Cómo traeré plumas de las garzas leves!

Y sobre todo,
¡cómo floreceré yo en cantos,
vibrantes de rica armonía,
sentado ante sus pies pequeños!

Ella, en cambio,
me dará todo su amor.
Su amor terso y suave,
como el vientre de una paloma herida.

Suave y dulce,
como una palabra de consuelo.
Dulce y sensual,
como el sol del trópico.
Sensual y bello,
como una frente blanca.

Ella, en cambio,
me dará todo su amor.
Y yo la llamaré
mi Reina India.

PARÁBOLA DE LA MADRE

ANTONIO ARRAIZ (venezolano)

LA madre es una sombra,


¿lo sabes?
La madre es una sombra acostada a los pies.

Al alba,
cuando la luz dorada apenas ilumina,
una criatura aún endeble y vacilante,
la sombra que acaricia sus pies
es larga inmensamente.

Y a cada vacilante traspiés de la criatura


con zozobra mortal
la sombra se estremece.

Luego el sol va subiendo. El niño se hace


hombre La sombra se acurruca a sus pies.
Se diría
que la vida de la una se trasfunde en el
otro y se agota la madre mientras el hijo
crece.
Cuando el sol brilla en el cénit para el héroe,
erguido en la extensa planicie que le adula
exigua, humilde, pobre,
nadie observa la sombra achicada a sus pies.

Pero a veces también la luz, la vida, el


sol, las sonrisas de dicha se abaten al
ocaso. El soplo formidable enflaquece.
la cabeza del héroe, ,
la cabeza robusta que coronaron rosas
desmaya mudamente, exangüe de voluntad.

La sombra imperceptible que nadie tomó en cuenta,.


en una exaltación desesperada
se hace de nuevo enorme, se envuelve sobre el hijo,
se hincha y vivifica, fiera, rabiosa y trágica.
Y cuando el héroe muere, la sombra se hace noche.

EL ROSAL

GUILLERMO AUSTRIA (venezolano)

Buenas tardes, rosal, ¿cómo te ha ido?


Estás muy bien, muy lleno de frescura;
yo sigo mal, aunque algo más sufrido...

¡Ya tiene tanto tiempo mi amargura!


Yo pensaba venir esta mañana,
pero no pude, me quedé pensando
en Ella, mi cordial Samaritana,

¡y el tiempo se me fue sin saber cuándo!


Y ahora vengo, rosal, porque quisiera
oír, en el silencio que te viste
de fragante frescor de primavera,

aquella voz de musicales preces,


la que ha dulcificado tantas veces
esta vieja costumbre de estar triste.
TRÍPTICO ROMANTICO

GUILLERMO AUSTRIA (venezolano)

I
EL ENTONCES

Era solo y sonámbulo. Mi vida


toda una senda sin cariños era.
Senda de mal y vértigo homicida,
que en mí mató lo que tal vez yo fuera.

Sin tener un dolor tuve una herida:


una obsesión de otoño en primavera.
Y buscando mi lámpara encendida,
¡hice más honda la interior ceguera!

Enfermo de presentes y presuntos


teoremas de ilusión toqué los puntos
del Bien y el Mal, remoto a los prejuicios.

Y en la inconsciencia de mi paso mozo,


con la sensualidad de mi alborozo,
¡ florecieron las rosas de mis vicios!

II
EL RUEGO

— ¡Por el amor de Dios, dame la mano!—,


casi llorando supliqué en tu puerta;
y fue tu corazón poco cristiano
porque no estaba tu ilusión despierta.

Por tu egoísmo simplemente humano


llevo en mis ojos esa luz incierta,
que surge de las aguas de un pantano
en la penumbra de una senda muerta.

Sin júbilos de amor la reja abriste,


y al ver mi rostro demasiado triste
dejaste sin oír la frase trunca

con que mi mal de amores te evidencio,


como queriendo no escuchar más
nunca el grito de dolor de mi silencio.

III
EL OLVIDO

Rota la paz del habitual sendero,


ansias de sol en las pupilas ciegas,
voy ahora invirtiendo el derrotero
por donde apenas con tu luz me llegas.

¡Oh tú, nimbo de luz! ¡Divino acero


que en ilusorios arabescos juegas,
en tanto que resumes el venero
que otoñaliza mis azules vegas!

¡Viajero de imposibles soledades,


sin el miraje astral de tus saudades
y la ilusión edénica del nido,

de nuevo en honda ceguedad me pierdo,


anegando con lágrimas de olvido
la isla de dolor de tu recuerdo!

POSESIÓN DE LA TIERRA

DIONISIO AYMARA (venezolano)

He aquí la historia de mi tiniebla


y de mi ardiente posesión de la tierra.

Una batalla,
un golpe duro contra mí mismo,
unas sílabas desgarradas
bajo la noche cruzada de relámpagos.
De mi memoria salen rostros
lluviosos,
peces de luto, barcos ciegos,
suburbios junto al mar,
calles con una luz al fondo
y estatuas de ceniza.

He aquí mi viaje alucinado


bajo la luz terrestre.

En grandes círculos de amor crece mi canto


y alza
sus brazos puros de eternidad,
su fuego de cólera y ternura.

He aquí mi voz de barro y fuego airados,


mi corazón sobre la tierra.

NO SOY YO SOLO

DIONISIO AYMARA (venezolano)

Pero no soy
yo solo
quien inclina la frente
bajo el peso de sus propias imágenes.
8i
No soy yo solamente
quien calla
junto a la vida.

Tú también
en tus hombros, donde se abren
y cierran
los labios de la luna,
sostienes la arquitectura del silencio,
las nubes
de la pasión, el lento cielo
del olvido.

No soy yo solo
el ávido, el alucinado.

No soy yo solo. Tú también,


bajo el fuego nocturno,
te embriagas con un zumo de inmensidad serena
cuyas ciegas fascinaciones no conoces.

CRIATURA NOCTURNA

DIONISIO AYMARA (venezolano)

Sentado sobre la acera de la noche,


junto a la puerta
de tu silencio
alucinado, espero bajo
la lluvia que tu mano
descorra
los siete velos que guarecen
la belleza triunfante
de tu cuerpo crecido a la sombra
de los más tiernos sortilegios.

Después huyo de mí como de una cárcel que hubiera azotado


largamente mis huesos con la violencia de sus muros y su helada
tiniebla.

Abandono mi sepultura
y corro calle abajo de mí mismo como un loco triste
perseguido por atroces guardianes.

Y todo porque busco tu apasionada libertad de criatura


nacida para andar bajo la noche
con la frente apoyada en la música de los astros.
GLOSA DE AURAMARINA

CAMILO BALZA DONATTI (venezolano)

El llano se ha vuelto mar


por tu nombre, Auramarina,
para no ahogarse' se empina
la copla sobre el palmar.
ARISTIDES PARRA.

EL aire pasa silbando


canción de tiempos remotos;
el sol de los cielos rotos
va solitario pensando;
el suelo va caminando
con el verbo amarinar,
y ya lo dijo el palmar
y lo repite el coplero:
que por tu embrujo señero
EL LLANO SE HA VUELTO MAR.

Garcero para tus manos


tejen cristales del río,
en el rosal de un corrió
quisiera darte mis
llanos; tibio sol de los
veranos bebe tu miel
cristalina; el arpa criolla
se afina para tocarle a
tus pjos,
y se hacen los cielos rojos
POR TU NOMBRE, AURAMARINA.

Surtidor para la estrella,


tu nombre va navegante,
poniéndole a tu semblante
la clara luz que destella;
para decirte la bella
canción que tu nombre atina
he puesto al rumbo sordina
donde tu lente se asoma
y tu nombre, que es de aroma,
PARA NO AHOGARSE SE EMPINA.

El cielo de mis amores


naufraga en tus ojos
tersos; quiero decirte mis
versos en un pedestal de
flores
y ofrecerte los mejores
veleros para tu mar,
donde el verbo amarinar
vaya contigo soñando,
mientras se siga empinando
LA COPLA SOBRE EL PALMAR.

DECIMA PARA UNA MUCHACHA DE ALTAGRACIA

CAMILO BALZA DONATTi (venezolano)

Yo pulso mi corazón
para que cante tu
gracia. Tú naciste en
Altagracia, donde
zumba el galerón.
Has puesto en cada
bordón de tus arpas
sabaneras todas las jaulas
caseras con que trina tu
sonrisa cuando te roba la
brisa
tu risa cascabelera.

El llano te dio sus dones


con sus verdes geometrías
y puso en tus alegrías
la savia de sus pendones.
Te entregó sus corazones,
llenos de sangre certera;
la flor de su enredadera
—pulso de tallos joviales—
y todos los manantiales
nacidos en primavera.
Por eso en tus ojos
tienes los puertos de
Calabozo y la tristeza
del pozo
en cuyo cielo tú vienes.
Y muy bien lo sabes quienes
lo demás te han regalado:
Chaguaramas el cercado
de trinitarias que quieres,
y La Pascua amaneceres
con un clavel desangrado.

Zaraza te dio sus ríos


para que grácil bebieras;
Tucupido sus palmeras,
y Guayabal sus corríos.
Toditos sus amoríos
todos en uno te dan:
las flores del Tulipán
para tus labios
morenos, y para volar
tus senos las garzas de
Camaguán.

JUNTO AL MAR

CAMILO BALZA D0NATTI (venezolano)

EL día teje su color marino


y una danza celeste de gaviotas
viene a cantar las velas que volvieron.

Sobre la playa está tu nombre escrito.


Lo escribieron mis dedos en la arena,
y se detienen a leerlo el aire, la luz, los buques
y la espuma del agua marinera.

Entre tanto,
la ventana del mar es infinita;
y en su ojiva de amor, de enredadera,
de gótico gemir, de vino antiguo,
está cantando la mujer primera.

Yo anhelo junto al mar que tú vinieras


como viene la ola, suspirando;
que trajeras espuma por las trenzas
y un verso marinero entre los
labios.

Pero la brisa juega en los palmares,


muere la ola por besar la arena
y nadie sabe que ante el mar medito
midiendo el pulso de mi amarga pena.

TU, MARIPOSA DE CELESTE ARMIÑO

CAMILO BALZA DONATTI (venezolano)

"Vienes con aire de nostalgia leve,


undívaga de sueño y plenilunio,
voladora en el vuelo de la brisa
desde la era antigua de los juncos.

Tu liviandad liviana del aroma,


con pretérita voz adolorida,
tiene la edad del sueño y de la vida
y la mirada azul de la paloma.

Tú, mariposa de celeste armiño,


armiño por mi verso mariposa;
en el balcón del aire y de la rosa
tienes la edad de un niño.

Ven con tu azul de espuma diligente


a escribir en la arena del olvido;
ven a mojar tus alas en el nido
donde solloza la piedad viviente.

Deja tu divagar, ven a mi pena,


torna en gemir la luz de tu desaire.
No se puede vivir sólo en el aire
cuando alguien llora en la prisión terrena.
Aquí tendrás la luz de mi cariño
con levedad de canto diligente.
Ven al país tan mío y de la gente.
Tú, mariposa de celeste armiño.

EL MAR

RAFAEL MARIA BARALT (venezolano)

Te admiro, ¡oh mar!, si la movible arena


besas rendida al pie de tu muralla,
o si bramas furioso cuando estalla
la ronca tempestad que al mundo atruena.

¡Cuan majestuosa y grande si serena!


¡Cuan terrible si agitas'en batalla,
pugnando por romper la eterna valla,
con cólera de esclavo tu cadena!

Tienes, mar, como el cielo, tempestades;


de mundos escondidos prodigiosa
suma infinita que tu mole oprime.

Y son tu abismo y vastas soledades,


como imagen de Dios, la más grandiosa;
como hechura de Dios, la más sublime.

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

PORFIRIO BARBA JACOB (colombiano)

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,


como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como el mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...


— ¡niños en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!
—, que en verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,


como la entraña oscura de oscuro pedernal;
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rutiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,


que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir su talle y acariciar su seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,


como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.

Mas hay también, ¡oh Tierra!, un día..., un día..., un día...,


en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos inexorables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

LA CARRETA

ENRIQUE BARRANCO (argentino)

Cabeceando por la huella


va mi carreta quinchada.
Mi carreta, que es mi lujo,
mi sostén y mi esperanza...
¡Mi carreta, que aunque vieja,
por sus tres yuntas tirada,
no hay carga que no la aguante
ni bache del que no salga!...

Lleva adelante colgao,


como un centinela, e' guardia
lindo farol colorao
que vigila a la distancia...,
para que vayan sabiendo
las gentes de las pobladas
de que yo ya voy llegando
con mi carreta quinchada.

Sí que traje los encargos...


La caña pa la mozada...
Tabaco, sal y galletas...,
mantas, ponchos y frazadas...
Sí, tampoco me olvidé
del encargo de Maidana...
Los anillos'e copromiso
pal casamiento'e Damiana.

Y qué le importa a denguno


si yo quiero a la muchacha
y si a cada tranco el viaje...
me va costando una làgrima.
Siga adelante, carreta,
por la huella triste y larga...,
¡Seja..., seja, Colorao...
Patas Moras!... ¡Cola Blanca!...

¡Porque hoy llevo en mi carreta...,


vieja carreta quinchada,
los anillos'e compromiso
pal casamiento'e Damiana!
¡Y qué le importa a denguno
si yo quiero a la muchacha
y si a cada tranco el viaje
me va costando una lágrima!...

TU, MI SONETO

LUIS EDUARDO BARRIOS (venezolano)

Quién dice que estar enamorado


no es transformar el alma en sutileza,
no es olvidar la pena y la tristeza
y abrir el corazón... ilusionado...

Yo estoy enamorado de un paisaje


y el paisaje eres tú, dulce amor
mío; eres lirio del alba con rocío
y eres la tenue brisa del follaje...

Eres musa, mujer, diosa y ensueño;


atardecer, crepúsculo y ocaso;
sonata, inspiración y melodía...

Mi fortuna mayor es ser tu dueño


y poder compararte a cada paso
con mi otro gran amor...: la poesía...

ENSUEÑO

LUIS EDUARDO BARRIOS (venezolano)

Tienes la seducción de lo imposible,


una gracia tan fina que enamora,
una boca fragante y seductora
y el mirar como diosa... inmarcesible...

Tienes tantos hechizos y hermosura


que, viendo tu figura, me parece
el junco ribereño cuando crece
a orillas del Arauca en la llanura...

Eres cual sombra fresca del camino,


cual descanso que anhela el peregrino,
cual rima que hace falta en mi terceto...

Por tener ese encanto soberano,


tú debiste nacer en nuestro llano
y deberían ser coplas... mi soneto...

AMOR

LUIS EDUARDO BARRIOS (venezolano)

M i voz llega hasta ti desde otro oído


palpitante de amor, aunque lejano;
nadie puede impedir que allá en mi arcano
yo siga idolatrando lo perdido...

Yo he de besar tu boca cuando bese


otros labios que llenen tu vacío,
y volveré a sentir tu cuerpo mío
en cualquier otro talle que yo aprese...

Y tú..., ¿qué has de sentir cuando otra frase


con vibrante emoción de amor te abrace,
musitada en palabras de otro hombre?...

Evocarás mi amor sincero y puro


—el amor de los dos—, ¡yo te lo juro!,
y morderás tus labios con mi
nombre...
CUATRO DECIMAS EN GLOSA

LUIS EDUARDO BARRIOS (venezolano)

Tus cabellos son las cuerda»


del arpa de mis antojos
y esclavos del alma mía
los dos negros de tus ojos...
ANÓNIMA.

Te llevo en mi pensamiento
y en cada verso que digo,
despierto sueño contigo;
dormido cerca te siento;
chismoso me dice el viento
que aunque lejana te pierdas,
siempre mis besos recuerdas
que no te sienta perdida,
que en el cuatro de mi vida
TUS CABELLOS SON LAS CUERDAS...

Cómo te voy a olvidar,


si llevo en mí tu sonrisa,
como el rumor de la brisa
que se adentra en el palmar;
si para poderme amar
tú quieres verme de hinojos,
dilo con tus labios rojos
con ese tono tan tuyo,
para que seas el murmullo
DEL ARPA DE MIS ANTOJOS...

No nos debimos querer


y nos estamos queriendo,
y vivimos padeciendo
pudiéndonos comprender;
yo te he visto entristecer
junto a mi melancolía;
tú me has dado la alegría
con el fulgor de tus besos,
que quisiera hacerlos presos
Y ESCLAVOS DEL ALMA MÍA...

Tus reproches son agravios


graciosos como en un niño,
pero es tuyo mi cariño
y han sido míos tus labios;
culpables son tus resabios
y tus graciosos enojos;
le han dado a mi vida abrojos
mientras yo te he idolatrado,
pues me tienen cautivado
LOS DOS NEGROS DE TUS OJOS...

ACTO

LUIS BARRIOS CRUZ (venezolano)

Hacedora del sol llena la casa,


mano leal, pecho dulce, pie ligero,
y pasa del carbón al jazminero
como penas y gozos acompasa.

Con sal y con amor el pan amasa,


el número se da por consejero,
adereza los niños, al jilguero
limpia las plumas, el ajuar repasa.

Tras bendiciones dichas en risueño


solaz, junta su flor el puro sueño
al rostro nocturnal de fe cumplida.

Entonces el reloj sus pasos cuenta,


el tinajero fiel su afán comenta
y fulge por doquier su luz dormida.
VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS

GUSTAVO ADOLFO BECQUER (español)

Volverán las oscuras golondrinas


en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a tus cristales
jugando llamarán;

pero aquellas que el vuelo refrenaban


tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...,
ésas... ¡no volverán!...

Volverán las tupidas madreselvas


de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;

pero aquellas cuajadas de rocío,


cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...,
ésas... ¡no volverán!...

Volverán del amor en tus oídos


las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará...;

pero mudo y absorto y de rodillas,


como se adora a Dios ante su altar.
Como yo te he querido..., desengáñate,
¡así no te querrán!...
CERRARON SUS OJOS

GUSTAVO ADOLFO BECQUER (español)

CERRARON SUS ojos,


que aún tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
«¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!...»

De la casa en hombros
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba...
que pensé un momento
«¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!;

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio, volteando,
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila,
formando el cortejo.

Del último asilo,


oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro,
el sepulturero,
cantando entre dientes
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba;
reinaba el silencio;
perdido en las sombras,
medité un momento:
«¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!...»

En las largas
noches del helado
invierno, cuando
las maderas crujir
hace el viento y
azota los vidrios el
fuerte aguacero, de
la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia


con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
acaso de frío
se hielan sus huesos...
¿Vuelve el polvo al polvo?...
………………………………………..
¿Vuela el alma al cielo?...
¿Todo es vil materia,
podredumbre y
cieno?... No sé; pero
hay algo que explicar
no puedo, que al par
nos infunde
repugnancia y miedo,
al dejar tan tristes,
¡tan solos los muertos!...
HABRÁ POESIA

GUSTAVO ADOLFO BECQUER (español)

No digáis que agotado su tesoro,


de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas, pero siempre
¡habrá poesía!

Mientras las ondas de la luz al beso


palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance


las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que el cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando,
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma,


sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen


los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

JUSTO BRITO Y JUAN TABARÉ

ÁNGEL C. BELLO (venezolano)

Justo Brito y Juan Tabaré,


hombres de vera y peinilla
como no pare otra madre,
por una vieja rencilla,
en el lugar que se vieran
la muerte juraron darse.
Dicen que el primer encuentro
lo tuvieron en un baile,
cuando iba Justo Brito
con Paulina Colmenares,
bailando un zumba que zumba
de esos que entibian la carne.

«¡Dame una paloma, Justo!....


dame una paloma, vale»,
gritóle desde un escaño
el temible Juan Tabaré.

Pero Brito, en los espasmos


que da la fiebre del baile,
contestóle con la espalda,
sorda expresión del desaire.

«Ten en cuenta, Justo Brito,


te lo juro por mi madre,
que el desprecio que me has hecho
nunca me lo hizo naide...;
¡yo te enseñaré, ca...rrizo...,
cómo se ofende a un Tabaré!»
Pasaron muchos veranos
desde la noche del baile,
mas el rencor de los hombres
es difícil que se acabe.
En un claro de sabana
que dora el sol de la tarde,
se encontraron de repente
Justo Brito y Juan Tabaré.

Al mirarse frente a frente


les templó el rencor la sangre;
no se dijeron palabras,
y en el furor de la
lucha las peinillas
azarientas casi
cortaban el aire.

Dura y larga fue la brega,


y al morir de aquella
tarde ambos estaban de
bruces
en un gran charco de sangre.
Mañana dirá el que llegue
al propio sitio del lance:
«Fue por una «palomita»
de Paulina Colmenares
que así se dieron la muerte
Justo Brito y Juan Tabaré.»
¡Dos hombres de pelo en pecho
como no pare otra madre!...

TUS CINCO TORITOS NEGROS

MANUEL BENITEZ CARRASCO (español)

Contra mis cinco sentios,


tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.
Barreras puse a mis ojos,
tus ojos me las rompieron.
Barreras puse a mi boca,
tu boca las hizo leño.
Puse mi beso en barreras,
tu beso las prendió fuego.
Barreras puse a mis manos,
las hizo sombra tu pelo.
Y puse barreras duras
de zarzamora a mi cuerpo,
y saltó sobre las zarzas
el tuyo, torito negro.
¡Deja, que no quiero verte!
¡Déjame, que no te quiero!
Y luego monté mis ojos
sobre un caballo de miedo;
tus ojos me perseguían
como dos toritos negros.
Y luego metí mis manos
bajo un embozo de fuego;
tu pelo se me enredaba
igual que un torito negro.
Y luego pegué mi boca
contra la cal de mi encierro;
tu boca estaba acechando
igual que un torito negro.
Y luego mordí mi almohada
para contener mi beso;
tu beso me corneaba
igual que un torito negro.
Y luego arañé mi carne,
de tentación y deseo,
para que no me gritara
que yo te estaba queriendo,
y tu cuerpo encandilado
—mimbre, luna, bronce y fuego—
igual que un torito negro.
¡Deja, que no quiero verte!
¡Déjame, que no te quiero!
El aire del cuarto estaba
temblando con tu recuerdo.
Cien caballos en mis venas,
al galope por mi cuerpo;
y yo, jinete sin rienda,
luchando por contenerlos.
Cien herreros en mi boca,
trabajando con mis besos,
y yo queriendo ser fragua
para poder deshacerlos.
Cien voces en mi garganta
gritándome que te quiero,
y yo, ¡mentira infinita!,
gritando que no te quiero.
Salí a por aire al balcón,
me tropecé con el cielo;
aquel cielo quieto y hondo,
verde, blanco, azul y negro.
Igual que el de aquella noche
de nuestro primer encuentro,
en que me hirieron al paso
tus cinco toritos negros.
Y me acordé de aquel aire
que jugaba con tu pelo
como un niño a quien le gustan
los caracolillos negros.
Y me acordé de aquel rayo
de luna, fino y torero,
que puso dos banderillas
de luz en tus ojos negros.
Y de aquel dolor de labios
que nos quedó de aquel beso,
y de aquel dolor de brazos,
y de aquel dolor de huesos,
y de aquella caracola
de amor, que quedó por dentro
como un mar de amor dormido;
«¡que te quiero!, ¡que te quiero!»,
y se me escapó la voz...;
grité: «¡Te quiero!, ¡te quiero!»
Y ya no pegué mi boca
contra la cal de mi encierro,
y ya no mordí mi almohada
para contener mi beso,
y ya no arañé mi carne
de tentación y deseo.
Pegué mi boca a tu boca,
junté mi beso a tu beso,
y otra vez aquel dolor
de cintura, brazo y huesos...
pensando en aquella noche
de nuestro primer encuentro.
¡Te quise siempre! ¡Te quise!
¡Te quiero siempre! ¡Te quiero!
Aunque no puedo quererte, ¡te
quiero! Aunque no debo quererte, ¡te
quiero!
Aunque en cunas .de tu casa
almendros se estén meciendo, ¡te quiero!
Aunque yo tengo dos lirios
que se me cuelgan del cuello, ¡te quiero!
Y aunque ponga mis barreras
de zarzamora y sarmiento
para que nunca la salten
tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.
¡Te quise siempre! ¡Te quise!
¡Te quiero siempre! ¡Te quiero!
«SOLEA» DEL AMOR GENEROSO

MANUEL BENITEZ CARRASCO (español)

Todo es cuestión de hidalguía:


tú me lo negaste todo,
yo te di cuanto tenia.

Ni un suspiro a mi cuidado
contestando a mi suspiro;
fuiste de duro zafiro
siendo de vidrio
quebrado. Ni un rosal
viejo y gastado mereci de
tus antojos; sólo me diste
despojos
de tu zarzal y tu roca,
que me sangraron la boca
y me cegaron los ojos.
Ni una mirada
siquiera, ni una
palabra sencilla, ni
siquiera la semilla de
una sonrisa ligera.
Cuando yo te daba entera
mi flor de luna y de lodo,
tú... pagabas a tu modo,
y así, mientras mi hidalguía
te daba cuanto tenía,
tú me lo negabas todo.
¿Qué te di? ¡Nada!... ¡Nada!
Mi beso recién comprado
y, en la fragua del costado,
una hoguera desbocada.
Te di mi huerta cercada
llena de rosas y lirios,
te di la voz y los cirios
de mis noches en desvela,
y un corazón sin cancela
roto de tantos martirios.
Te di mi risa y mi canto,
te di mi templo y mis ritos,
mi boca llena de gritos,
mis ojos llenos de llanto;
te di tanto..., ¡tanto, tanto!,
que darte más no podía,
y cuando ya no había nada
en casa que pidieras,
yo, para que no dijeras,
te di la casa vacía.
Pero... ¿para qué te digo
cosas que no han de
llegarte? Caña frágil que se
parte,
no entiende de mi buen
trigo, y ya ves: ni te maldigo.
¿Para qué? Desde aquel día
tu bajeza y mi hidalguía
se definen de este modo:
tú me lo negaste todo,
yo te di cuanto tenía.

«SOLEA» DEL AMOR DESPRENDIÓ

MANUEL BENITEZ CARRASCO (español)

Mira si soy desprendió,


que ayer al pasar el puente,
tiré tu cariño al río.

Y tú bien sabes por qué ,


tiré tu cariño al río:
porque era hebilla de esparto
de un cinturón de cuchillos;
porque era anillo de barro,
mal tasao y mal vendió,
y porque era flor sin alma
de un abril en compromiso,
que puso, en zarzas y espinas,
un fingimiento de lirios.
Tiré tu cariño al río,
porque era una planta sucia
dentro de mi huerto limpio.
Tiré tu cariño al agua,
porque era una mancha negra
sobre mi fachada blanca.
Tiré tu cariño al río,
porque era mala cizaña
quitando savia a mi trigo;
y tiré todo tu amor,
porque era muerte en mi carne
y era agonía en mi voz.
Tú fuiste flor de verano,
sol de un beso y luz de un día;
yo te cuidaba en mi mano
y en mi mano te acunaba,
y tú, por pagarme, herías
la mano que te cuidaba.
Pero al hacerlo olvidabas
(tal vez por ingenuidad)
que te di mis
sentimientos, no por tus
merecimientos, sino por
mi voluntad.
Yo no puse en compraventa
mi corazón encendió;
y has de tener muy en cuenta
que mi cariño no fue
ni comprao ni vendió,
sino que lo regalé.
Porque yo soy desprendió;
por eso te di mi rosa
sin habérmela pedio.
Porque yo soy desprendió,
y doy las cosas sin ver
si se las han mereció.
Por eso te di mi vela,
te di el vino de mi jarro,
las llaves de mi cancela
y el látigo de mi carro.
Ya ves si soy desprendió,
que ayer, al pasar el puente,
tiré tu cariño al río.
SOLEA DEL AMOR INDIFERENTE

MANUEL BENITEZ CARRASCO (español)

Ni rencores ni perdón;
no me grites..., no me llores;
lo nuestro ya se acabó.

¿Rencores...? ¿Por qué rencores?


No le va a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores.
Tú me diste los mejores
cristales de tu corriente,
y no sería decente
maldecirte por
despecho, si sé que
tienes derecho a dar o
negar la fuente.
Debo estarte agradecido
por tu generosidad:
tú me diste por bondad
lo que yo di por cumplido.
Me brindaste tu latido,
tu boca nunca besada,
tu carne nunca estrenada,
tus ojos siempre empañados
y los potros alocados
de tu amor en llamarada.
Me diste el beso primero,
que es el que más atosiga,
y me diste la fatiga
de un cariño verdadero.
Me diste luna y estero,
tu corazón sin celaje;
me diste todo el encaje
de tu caricia en mi pelo,
y me regalaste el cielo
en tus ojos sin paisaje.
Por eso, yo, bien
nacido,
ni te odio ni te aborrezco;
al contrario, te agradezco
todo lo que me has
querido. No me importa si
te has ido con tu barca a
otro mar, que yo no te
puedo odiar por esa mala
partida,
ya que odiar es, en la vida,
un cierto modo de amar.
Ni te vengas a mi lado
para pedirme perdón;
el perdón es la razón
de volver a lo pasado,
y lo pasado..., acabado,
que pasó..., porque pasó.
¡Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores,
porque... por más que me llores
lo nuestro ya se acabó!

SONETO ENAMORADO

FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ (argentino)

Dulce como el arroyo soñoliento,


mansa como la lluvia distraída,
pura como la rosa florecida
y próxima y lejana como el viento.

Esta mujer que siente lo que siento


y está sangrando por mi propia herida,
tiene la forma justa de mi vida
y la medida de mi pensamiento.

Cuando me quejo es ella mi querella,


y cuando callo mi silencio es ella,
y cuando canto es ella mi canción.

Cuando confío es ella la confianza,


y cuando espero es ella la esperanza,
y cuando vivo es ella el corazón.

ESTAR ENAMORADO

FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ (argentino)

ESTAR enamorado, amigos, es encontrar


el nombre justo de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer
frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel
en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza
que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima
de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona
la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada
verdadera que nos mira.
Es sorprender en unas manos ese calor
de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad
de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado, amigos, es descubrir
dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina
voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado
prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje
de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven
los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo
recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera
que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo
ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación
del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino
de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse
de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados
la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente
la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio
las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana
de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña
con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras
entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia
entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda
confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón
una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer
espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto
de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido
con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o si son propias
las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias
del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo
compartir la noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna
todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea
de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre y en adelante
no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro
de tener las manos puras.

PREGÚNTALE A ESE MAR...

JUAN BEROES (venezolano)

PREGÚNTALE a ese mar donde solía


llorar mi corazón, si por su arena,
con dulce silbo de veloz sirena,
cruzó la virgen que me viera un día

contar los granos de la arena mía.


Y a esa virgen nocturna de serena
vestidura lunar, túrgida y llena,
pregúntale si el mar que la veía

despedirse llorando en mi memoria,


escribió por la arena aquella historia
con su pulso de espuma, triste y
suave...

¡Tú también, corazón, ve a la ribera,


y con voz de esa brisa que te oyera
pregúntaselo al mar, que el mar lo sabe!

LAS UVAS DEL TIEMPO

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

IVIADRE: esta noche se nos muere un año.


En esta ciudad grande, todos están de
fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como que todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen


en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien que está cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,

por lo que viene y por lo que se queda,


porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una pérdida.

Aquí es de tradición que en esta noche,


cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compás de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: «¡Feliz año!»,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,


sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid, compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«Feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:


«La bendición, mi madre.»
«Que el Señor te proteja...» Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son acidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa


con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los graneles libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las
abejas.

Bajo el parral hay un estanque;


un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la
uva, los pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus telas blancas,
sordas a la canción de las abejas...

Y ahora, madre, que tan sólo tengo


las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo la uva de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce anonimía de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la gloria que me dejaba en ella!

Y ésta es la lucha ante los hombres malos


y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la vereda que corta
por los campos frutales, pintada de hojas
secas, siempre recién llovida,
con pájaros del Trópico, muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.
¡Oh mi casa sin críticos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una rema!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuelas?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, yo soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...

¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo


toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va
alargando, y el momento de irnos
está cerca, y no pensamos que se
pierde todo!

¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta


y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...

Uvas del Tiempo que mi ser escancia


en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una
puerta. Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;


todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

LA VACA BLANCA

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

De un amor que pasó, como un paisaje


visto del tren, cuando se va de viaje;
de un romance de un mes, en un cobijo
del llano, una mujer me dejó un hijo.

Ella murió, y abrieron una fosa,


y allí metieron el residuo humano,
y una cúpula azul sobre una losa
fue el mausoleo: el cielo sobre el llano.

Y me dejó un pequeño
así de grande y como flor de harina,
con unos ojos como para un sueño
y el laberinto de su lengua china.

Yo vine de muy lejos para verle. Tenía


las pestañas muy largas; me miró fijamente
y me mostró la lengua bajo la calva encía,
con una picardía
de granuja que dice: «¿Qué me verá esta gente?»

Tuvo hambre. Yo anduve de covacha en covacha


comprándole su leche al niño ajeno;
cada vez que encontraba una muchacha,
con cierta gula le miraba el seno.

Había seis mujeres:


eran cinco doncellas y una vieja arrugada;
eran diez pechos para los placeres
y dos que no servían para nada.

Pasé por el corral y hallé en la puerta


la vaca blanca y su ternera muerta.
Y se vino hacia mí la vaca blanca,
una estrella en la frente y una cruz en el anca...

Mi niño era de nieve; su ternera, de armiño;


por su ternera, yo le di mi niño.

Y era aquel despertar por la mañana,


cuando rompía el sueño
el mugir de la vaca en la ventana,
y el breve ordeñador iba al ordeño.

Y aquella boca en el pezón colgante,


y aquel mirar de vaca, mansamente,
y después, él delante
del testuz, y la vaca le lamía la frente.

Hoy le enterramos. Vino


la fiebre, y en dos días se me fue. En el camino
he encontrado la vaca; por la tierra albariza
se acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...

Los dos nos arrimamos, y se puso a mirarme;


en la frente dolida se le avivó el lucero,
y sus ojos temo tos parecían hablarme
del dolor que le daba de perder mi ternero.

Y la nodriza y todo
cuanto del llano tuve, se me quedó en el llano...
La vaca me miraba..., me miraba de un modo,
que yo sentí la angustia de tenderle la mano...
LA RENUNCIA

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

He renunciado a ti. No era posible.


Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba


poniendo encinta de la estrella...,
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
como el que ve partir grandes navios
con rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amores bríos
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
como el marino que renuncia al puerto,
y el buque errante que renuncia al faro,
y como el ciego junto al libro abierto,
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia


el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia soplando los cristales
en los escaparates de las confiterías...

He renunciado a ti, y a cada instante


renunciamos un poco de lo que antes quisimos,
y al final, ¡cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.


Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes, regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...

COPLAS DEL AMOR VIAJERO

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

Ya pasaste por mi casa,


a flor de ti la sonrisa...
Fuiste un ensueño de gasa;
fuiste una gasa en la brisa...

Te vi flotar en la bruma
que tu blancura aureola,
como un boceto de espuma
sobre un pedestal de ola.

Yo, que he buscado el lucero


que a Belén lleve el camino,
preso por lazos de acero
al potro de mi destino,

pensé: «¡En sus brazos, con ella,


romperé, acero, tus lazos!
¿Para qué quiere una estrella
quien tiene al cielo en los brazos?»

Y tan cerca llegué a verte,


que te rozaba mi dedo...
Tuve miedo de quererte...,
y ya es querer tener
miedo.

Ansiosos, se han emboscado


en mis ojos mis antojos,
y tú también me has besado
veinte veces con los ojos.

Y tu mano pasionaria
aquella noche huyó en
vano, porque mi mano
corsaria fue gavilán de tu
mano.

Y he sentido que temblaban


tus labios en el café
cuando mis pies se angustiaban
acorralando tu pie...

Pero te vas sin dejar


ni una huella en el camino...
Sombra azul que cruza el mar...
la borra el azul marino...

No sé si me olvidarás
ni si es amor este miedo;
yo sólo sé que te vas,
yo sólo sé que me quedo.

Tal vez mañana, un mañana


remoto, traiga a tu lado,
con el sol, por tu ventana,
un rayo azul del pasado.

Releyendo viejas cosas


y evocando cosas idas,
entre amarillentas rosas
y epístolas desvaídas,

encontrarás al acaso
estas coplas del camino,
como en el fondo de un vaso
roto una mancha de vino.

Al oído de la nieta,
tu voz de abuela hablará:
«Son los versos de un poeta
que no sé si existe ya...»

Ella dirá: «¿Cómo era?»


¿Cruzará ignotos países,
y cual tú, sombra viajera,
tendrá los cabellos grises?

Yo, entre tanto, junto al mar,


esperaré tu venida,
y en un eterno esperar
se me pasará la vida.

Vida traidora, por quien


todo este sueño se muere,
si no te hice ningún bien,
¿por qué tu mano me hiere?

Mi voz querrá ensordecer


al propio mar con su llanto:
¿Por qué no la vuelvo a ver,
mi Dios, si la quiero tanto?

Y mi canción irá sola


hacia donde tú te pierdes...;
donde ella pase, la ola
tendrá un dolor de aguas verdes..
.
No sé si me olvidarás
ni si es amor este miedo;
yo sólo sé que te vas,
yo sólo sé que me quedo

Y que si te quise ayer,


hoy te siento más tirana,
y si así crece el querer,
¡cómo te querré mañana!
EL DULCE MAL

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

Vuelvo los ojos a mi propia historia.


Sueños, más sueños y más sueños...; gloria,
más gloria...; odio...; un ruiseñor huyendo...,
y asómbrame no ver en toda ella
ni un rasgo, ni un esbozo, ni una huella
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Torno a mirar hacia el campo andado...
Mi marcha fue una marcha de soldado,
con paso vencedor, a todo estruendo;
mi alegría, una bárbara alegría...,
y en nada está la sombra todavía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Surgió una cumbre frente a mí; quisieron


otros mil coronarla y no pudieron;
sólo yo quedé arriba, sonriendo,
y allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca sentí ni el leve picotazo
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Volví la frente hacia el más bello ocaso...


Mil bravos se rindieron al fracaso,
mas yo fui vencedor del mal tremendo;
fui gloria empurpurada y vespertina,
sin presentir la marcha clandestina
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Fuerzas y potestades me sitiaron,


y prueba sobre prueba acorralaron
mi fe, que ni la cambio ni la vendo,
y yo les vi marchar con su despecho,
feliz, sin presentir nada en mi pecho
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Mujeres..., por mi gloria y(por mis luchas,


en muchas partes se me dieron muchas,
y en todas partes me dormí queriendo,
y en la mañana hacia otro amor seguía;
pero en ninguno el dardo presentía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Y un día fue la torpe circunstancia


de quedarnos a solas en la estancia,
leyendo juntos, sin estar leyendo;
mirarnos en los ojos, sin malicia,
y quedamos después con la delicia
del dulce mal con que me estoy muriendo.

EL LIMONERO DEL SEÑOR

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

EN la esquina de Miracielos
agoniza la tradición.

¿Qué mano avara cortaría


el limonero del Señor?
Miracielos: casuchas nuevas,
con descrédito del color;
antaño hubiera allí una tapia
y una arboleda y un portón.

Calle de piedras; el reflejo


encalambrado de un farol;
hacia la sombra, el aguafuerte
abocetado de un balcón,
a cuya vera se bajara,
para hacer guiños al amor,
el embozo de Guzmán Blanco
en algún lance de ocasión.

En el corral está sembrado,


junto al muro, junto al portón,
y por encima de la tapia
hacia la calle descolgó
un gajo* ver de y amarillo
el limonero del Señor.

Cuentan que en Pascua lo sembrara,


el año quince un español,
y cada dueño de la siembra
de sus racimos exprimió
la limonada con azúcar
para el día de San Simón.

Por la esquina de
Miracielos, en sus Miércoles
de Dolor, el Nazareno de
San Pablo
pasaba siempre en procesión.

Y llegó el año de la peste;


moría el pueblo bajo el sol;
con su cortejo de enlutados
pasaba al trote algún doctor,
y en un hartazgo dilataba
su puerta «Los Hijos de Dios».

La terapéutica era inútil;


andaba el Viático al vapor,
y por exceso de trabajo
se abreviaba la absolución.

Y pasó el Domingo de Ramos,


y fue el Miércoles del Dolor
cuando, apestada y
sollozante, la muchedumbre
en oración, desde el claustro
de San Felipe hasta San Pablo,
se agolpó.

Un aguacero de plegarias
asordó la Puerta Mayor,
y el Nazareno de San Pablo
salió otra vez en procesión.
En el azul del empedrado
regaba flores el fervor;
banderolas en las paredes,
candilejas en el balcón,
el canelón y el miriñaque,
el garrasí y el quitasol;
un predominio de morado,
de incienso y de genuflexión.
«¡Oh Señor Dios de los Ejércitos,
la peste aléjanos, Señor!>

En la esquina de
Miracielos hubo una breve
oscilación; los portadores
de las andas se
detuvieron; monseñor el
arzobispo alzó los ojos
hacia la cruz; la cruz de Dios,
al pasar bajo el limonero,
entre sus gajos se enredó.
Sobre la frente del Mesías
hubo un rebote de verdor,
y entre sus rizos tembló el oro
amarillo de la sazón.

De lo profundo del cortejo


partió la flecha de una voz:
«¡Milagro! ¡Es bálsamo, cristianos,
el limonero del Señor!»
Y veinte manos arrancaban
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.
Y se curaron los pestosos
bebiendo el ácido licor
con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.

Miracielos: casuchas nuevas;


la tapia desapareció.
¿Qué mano avara cortaría
el limonero del Señor?
¿Golpe de sordo mercachifle,
o competencia del doctor,
o despecho de boticario,
u ornato de la población?

El Nazareno de San Pablo


tuvo una casa y la perdió;
y tuvo un patio, y una tapia,
y un limonero, y un portón;
¡mal haya el golpe que cortara
el limonero del Señor!
¡Mal haya el sino de esa mano
que desgajó la tradición!

Quizá en su tumba un limonero


floreció un día de Pasión,
y una nevada de azahares
sobre su cruz desmigajó,
como lo hiciera aquella tarde
sobre la cruz en procesión,
en la esquina de Miracielos,
el limonero del Señor.

PÍNTAME ANGELITOS NEGROS

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

¡Ah mundo! La negra Juana,


¡la mano que le pasó!
Se le murió su negrito;
sí, señor.

— ¡Ay compadrito del alma,


tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le miraba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco,
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito;
Dios lo tendría dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del cielo.

—Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.
Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo;
que cuando pintas tus vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.

Pintor nacido en mi tierra,


con el pincel extranjero;
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay un pintor que pintara


angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos.
Ángel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,


si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,
con sus ángeles catires,
con sus ángeles morenos,
con sus angelitos blancos,
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negros,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.

Si al cielo voy algún día,


tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.
Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo,
con su sol que tuesta blancos,
con su sol que suda negros,
porque para eso lo tienes
calentito y de los buenos.
Aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo
donde hayan dejado entrar
al cuadro angelitos negros.
Y entonces, ¿adonde van,
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento?

Pintor que pintas tu tierra,


si quieres pintar tu cielo,
cuando pintes angelitos
acuérdate de tu pueblo,
y al lado del ángel rubio,
y junto al ángel trigueño,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
GRACIAS

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

Gracias, mujer; tú me quisiste un poco.


Siguiendo otra visión, estaba loco;
nunca soñé tener cuanto me diste;
buscando otro placer, estaba triste...

En mi espejismo nunca llegué a verte,


ni te sentí, ni te soñé siquiera;
pero así es el amor, coirío la muerte,
que cuando va a llegar nadie la espera.

Buscaba otra mujer, y del follaje


surgiste tú, integral en mi vacío.
Así vamos, sedientos, en un viaje,
y en pleno viaje nos detiene un río.

Toma un beso, otro beso, hasta con llanto


voy pagando el amor que te debía.
Gracias, mujer, que me has querido tanto...
Pero no es esto lo que yo quería...

EL REGRESO A LA MADRE

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

Cuando falte a mis hombros, madre mía, la fuerza;


cuando cerca del surco donde me siembren llegue;
cuando ya hasta el más leve remolino me tuerza
y hasta el peso del alma me doblegue...,
tu recuerdo, ese fardo de diamante,
seguirá siempre firme sobre mis hombros muertos,
¡porque en todas mis penas Amor es un gigante
y el cariño es un Hércules con los brazos abiertos!

Cada vez que a mi paso los humanos


dolores arrojaron su venablo ofensivo,
se interpuso veloz, sobre tus manos,
tu corazón, como un escudo vivo.

¡Qué mal me han hecho, madre, otros afectos!


Me llenaron los brazos de goces imperfectos;
cada boca de amante fue lengua ponzoñosa;
una fue mi ladrona y otra fue mi asesina;
yo les di de lo mío mucho más de la rosa,
¡pero ellas no pasaron más allá de la espina!

Lejos de ti, mil veces


busqué en ajenos labios el manantial de vida;
el amor que me dieron lo devolví con creces,
y por tantas heridas no devolví una herida.

Y fue porque no supe que en ti estaba la blanca


fuente, el cauce divino,
el afluente de amores cuyo origen arranca
del hueco de las manos que Dios tiende al Destino.

Vuelvo a ti. Ya no quiero


sino el raudal templado del amor verdadero.
No más aquel tumulto
de pasión transitoria, de falaces querellas,
que ante tu amor perenne tienen baldón de insulto,
¡como un escopetazo lanzado a las estrellas!

Y encuentro en tu cariño más goce y más regalo;


él es la luz que nunca se refracta en el prisma...
Si Cristo fuera malo,
su madre, más humana, fuera siempre la misma.
Todas son una sola, para el dolor desnudas:
es una policéfala encarnación de diosa;
son iguales la madre de Cristo y la de Judas,
¡porque ambas están hechas de pulpa milagrosa!

Madre, como la tierra, generoso y eterno,


guarda tu vientre vivas sementeras;
arrecien los dolores en cada nuevo invierno...
Tú los devolverás en primaveras.

Madre, en este coloquio feliz de mi regreso


dos cielos bendigamos:
la patria, donde nuestro corazón está preso;
la madre, que es la patria que primero habitamos.

Y déjame dormir sobre tu traje,


sobre tu vientre, escena de mi primera aurora,
para soñar que voy por un ramaje
donde se oculta un nido con un pichón que llora...

PALABREO DE LA LOCA LUZ CARABALLO

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

Los deditos de tus manos,


los deditos de tus pies;
uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez.

De Chachopo a Apartadero,
camina Luz Caraballo,
con violetitas de mayo,
con carneritos de enero;
inviernos de ventisquero,
farallón de los veranos
con fríos cordilleranos,
con riscos y ajetreos,
se te van poniendo feos
los deditos de tus manos.

La cumbre te circunscribe
al solo aliento del nombre;
lo que te queda del hombre
que quién sabe dónde vive;
cinco años que no te escribe,
diez años que no le ves,
y entre golpes y traspiés,
persiguiendo tus ovejos,
se te van poniendo viejos
los deditos de tus pies.

El hambre lleva en sus cachos


algodón de sus corderos;
tu ilusión cuenta sombreros
mientras tú cuentas muchachos,
una hembra y cuatro machos,
subida, bajada y brinco,
y cuando pide tu ahínco
frailejón para olvidarte,
la angustia se te reparte,
uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Tu hija está en un serrallo,


dos hijos se te murieron,
los otros dos se te fueron
detrás de un hombre a caballo.
La loca Luz Caraballo,
dice el decreto del juez,
porque te encontró una vez,
sin hijos y sin carneros,
contaditos los luceros...,
seis, siete, ocho, nueve, diez.

PALABREO DE LA ALEGRÍA PERDIDA

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

Compadre Venancio Laya,


dígale a Juan Pablo Páez
que me mande mi guitarra,
y usted mismo me la trae.

Mas que me carguen de jierro,


mas que me roben la hija,
mas que solo y sin cobija
me echen aquí como un perro;
mas que me den por encierro
un castillo en una playa,
mi corazón no desmaya
si le dejan su alegría,
que no hay mejor compañía,
compadre Venancio Laya.

Me quitaron sin derecho,


compadre, lo que más quiero:
mi alazán refistolero,
mi palma de llano y techo;
pero con guitarra y pecho
el recuerdo se distrae,
cuando la pena decae

y la guitarra la enjaza;
eso, si usted tiene raza,
dígale a Juan Pablo Páez.

Asina que usted lo vea,


dígale usted, compañero,
que eso no lo hace un
llanero sin pretina y con
correa;
que apriete más la manea
que mis tobillos amarra,
que robe voz de cigarra,
que robe luz de cocuyo;
pero si tiene lo suyo,
que me mande mi guitarra.

Y si no hay en el castillo
guitarra pal prisionero,
échele un fiao al ranchero
de una vela de a cuartillo;
que el copetico amarillo
le prenda Juan Pablo Páez,
y si en el patio le cae
la caldereta marina,
póngale la mano asina
y usted mismo me la trae.

PALABREO DE LA RECLUTA

ANDRES ELOY BLANCO (Venezolano}

Quien le va a secar el llanto,


si pasó la comisión
y le dejó el corazón
como capilla sin santo.
Si vino el reclutamiento,
se fue Juan y queda Juana;
si tiene llanto y sabana
por todo acompañamiento.
Si una comisión de viento
prendió el olor del mastranto;
si reclutaron el canto;
si no hay nube en el cielo
que le preste su pañuelo,
¿quién le va a secar el llanto?

¿Qué va a haber potro en potrero


ni pareja en el velorio,
ni garza en el dormitorio,
ni vaca en el lamedero;
cómo va a haber becerrero

trenzando leche y canción,


si van casa y galerón
camino de San Fernando?,
¿cómo no va a estar llorando,
si pasó la comisión?

Mire: se llevó la vaca,


mire: se llevó el te quiero,
se llevó el ¡ay, que me muero!,
de media noche en la hamaca;
se llevó la guacharaca,
la manta de
guarnición, la promesa
de varón en el hijo
prometido; mire: se
llevó el latido y le dejó
el corazón.

Y allí está, sin más testigo


que esperar mañana y tarde,
su menos de Dios lo guarde,
su más de hasta cuándo, amigo
becerrera del castigo
trenzando cana y quebranto,
y ha sufrido tanto y tanto,
y enterró tanto recuerdo,
que tiene el costado izquierdo
como capilla sin santo...

PALABREO DE SARA CATA

ANDRES ELOY BLANCO (Venezolano)

eso lo sabe cualquiera:


cuando el pan se pone amargo,

o ha llorado el panadero
o el que come está llorando.

Por el ancho de tu mano,


que nos va midiendo sola
con la medida española
de tu corazón cubano.
Por el sol venezolano
que sembraste en tu solera
para que tu vino fuera
de los tristes alegría,
cualquiera te cantaría,
Y ESO LO SABE CUALQUIERA.
Cuando nos ponen tan lejos
por traiciones y enredijos
del más acá de los hijos
y el más allá de los viejos,
vamos a buscar reflejos
en el mar de trago largo.
Y al despertar del letargo
nos da la tierra, mambisa,
el azúcar de tu risa
CUANDO EL PAN SE PONE AMARGO.

La verdad es la verdad;
los ricos le dan al pobre
por la Caridad del Cobre
su cobre de caridad.
Pero lo tuyo es bondad
de lo grande y lo sincero.
Lo tuyo no es el ventero
que no sabe, al dar el vino,
si se ha muerto el campesino
O HA LLORADO O EL PANADERO.

Sara Cata, hermosa y


buena, ojos de amar lo
mirado; pelo de ciclón
pasmado sobre la frente
serena.
Varadero de la pena
de los que penan luchando.
Si a los que luchan
penando tu pan no quita
los males,
o no hay trigo en los trigales
O EL QUE COME ESTA LLORANDO.

CLASE

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

AQUÍ estamos el hombre, la mujer y los niños


para dar una clase de distancia y presencia,
con un recuerdo que haga llegar el horizonte
hasta las manos, por un mar de alberca,
con una voz de pálido regreso
que se traiga la playa entre las velas,
con un amor de golfo madrugado
que en el playero caracol se tuerza,
con un dar y tomar de niño y patria
sobre una ola azul que vaya y vuelva,
y un sureste que traiga entre las manos
el nelumbo de adiós de mis riberas,
y una nube de allá como una
hamaca de revelada carga en que se
mezan el canto de mis hijos, cuando
vaya,
y el olor de la patria, cuando vuelva.

Ayer la geografía era presente y viva,


ayer sólo la historia era pretérita.
Hoy ya, para nosotros, geografía es historia,
un recuerdo de un niño que escribía en la arena,
algo de cuna y río, de golfo y cementerio,
una gota de agua sobre una hoja seca,
una balandra que soñó un gran viaje
y envejeció lavándose las velas.

Los cuatro que aquí estamos


nacimos en la misma tierra,
la del pueblo elegido
para llenar de tumbas y de patrias a América,
la de adelante en viajes a Judá o a la Cólquida,
de una vez argonauta y cananea.
Canaán, y sus hijos, Israel, escogidos
para andar repartiendo libertad a las tierras:
con las uñas cavaron, con la sangre regaron
los huesos de su siembra,
y al fin, de patria a patria,
se pasaban la fruta que le faltaba a ella.
Los cuatro que aquí estamos
nacimos en la pura tierra de Venezuela,
la del signo del Éxodo, la madre de Bolívar,
y de Sucre, y de Bello, y de Urdaneta,
y de Gual, y de Vargas, y del millón de grandes,
más poblada en la gloria que en la tierra;
la que algo tiene y nadie sabe dónde
si en la leche, en la sangre o la placenta,
que el hijo vil se le eterniza adentro
y el hijo grande se le muere afuera.

Se van a libertar, por tierra y agua,


a pelear con las armas y las letras,
y alguna vez embarcan las miradas
hacia el rincón del mar donde está
Ella, más difícil que un pozo en el
desierto, más bella que un amor en
primavera. Y todo comenzó en
Coquivacoa,
el signo de sus hijos y el de Ella:
le encontraron las casas metidas entre el agua,
y de allí le quedaron los viajes en las venas.
Pero aquí estamos cerca de los hijos
para darles la Patria como es buena;
para darles la Patria sin dolor de
palabra,
como se dan las patrias, sin mojar sus ojeras;
como se dan los ojos, sin cortarles el día;
como se da la noche, sin cortarle la estrella;
como se da la tierra, sin cortarle los árboles;
como se dan los árboles, sin cortarles la
tierra.

Y hablar así a los hijos de la Patria lejana,


en una clase clara, con la ventana abierta:
—Los cuatro que aquí estamos
nacimos en la pura tierra de Venezuela;
amamos a Bolívar como a la vida misma,
y al pueblo de Bolívar, más que a la vida
entera, y a Venezuela, inalcanzable y pura,
sabemos ir por el «bendita seas».
PLEITO DE AMAR Y QUERER

ANDRES ELOY BLANCO (Venezolano)

e muero por preguntarte


si es igual o es diferente
querer y amar, y si es cierto
que yo te amo y tú me quieres.

—Amar y querer se
igualan cuando se ponen
parejos el que quiere y el
que ama.

—Pero es que no da lo mismo...


Dicen que el querer se acaba
y el amar es infinito;
amar es hasta la muerte,
y querer, hasta el olvido.

—Dile al que te cuente historias


que el mundo es para querer,
y amar es la misma cosa.

—Querer no es amar. Amando


hay tiempo de amarlo todo:
a Dios, al Esposo, al mundo;
tocar el borde y el fondo
y amar al hijo del Pueblo
como al hijo del Esposo.
—¿Querer es ser para uno
y amar es ser para todos?

—No; amar es amar, y amar


es como amar de dos modos:
a unos como hijos de Dios,
y como a Dios, a uno solo.

—¿Amar y querer? Parece


que amar es lo que abotona
y querer lo que florece.
—Dicen que amar no hace daño
donde querer deja huella.

—Si querer es con la uña


donde amar es con la yema...

—Querer es lo del deseo


y amar es lo del servicio;
querer puebla los rincones,
amar puebla los caminos;
queriendo se tiene un gozo
y amando se tiene un hijo.

—Amar es con luz prendida;


querer, con luz apagada;
en amar hay más desfile,
y en querer hay más batalla.

—Luego querer no es amar;


querer es guerra con guerra
y amar es guerra con paz...

—Querer no es lo que tú
sientes, querer no es lo que tú
piensas; tu querer de agua
tranquila
ni bulle ni arrastra piedras.

Querer no es esa apacible


ternura que no hace huella.

Querer es querer mil veces


en cada vez que se quiera.

Querer es tener la vida


repartida por igual
entre el amor que sentimos
y la plenitud de amar;

es no dormir por las noches,


es no ver de día el sol,
es amar sin dejar sitio
ni para el amor de
Dios;

es tener el corazón
entre las manos guardado,
y si Ella pasa, sentir
que se nos abren las manos;

es tener un niño preso


y envejecido en la
cuna;
querer es brasa que vive
de la propia quemadura;

es no reír, porque hay


algo de lágrima en la
sonrisa; es no comer,
porque sabe a corazón la
comida;

es haber amanecido
sin habernos explicado
cómo sin haber dormido
pudimos haber soñado.

—Todo eso es querer y amar,


y amar es más todavía,
porque amar es la alegría
de crearse y de crear.

Es algo como una idea


que inventa lo que se quiere,
porque el quererlo lo crea.

No hay un hombre que supere


a la versión que de ese hombre
da la mujer que lo quiere;

ni existe mujer tan bella,


ni existe mujer tan pura
como la que se figura
el hombre que piensa en ella.

Por eso, el estarte amando,


si con un amor te quiero,
con otro te estoy creando,

y tú, en el querer que sientas,


si con un querer me quieres,
con otro querer me inventas.

Pero allí no se detiene


la creación del amor
e inventa un mundo mejor
para el que ni mundo tiene.

Y el amor se vuelve afán


de gritarle al pordiosero:
—Quiero, y porque quiero, quiero
que nadie te quite el pan;

que nadie te quite el vino,


que no te duela en los pies
la limosna del camino;

que te alces, alzado y frío


el puño de tu derecho,
prestado en rabia a tu pecho
el amor que hay en el mío.

Del obrero y sus quereres


todo el rescoldo se vea
cuando haga la chimenea
suspirar a los talleres,

y en la voz del campesino


vaya un poco de mi amor,
como de savia en la flor,
como de agua en el molino;

y así el amor es caricia


que se nos va de las manos
para servicios humanos
en comisión de justicia.

Amar es querer mejor,


y si le pones medida,
te resulta que el amor es
más ancho que la vida.

Amar es amar de suerte


que al ponerle medidor
te encuentres con que el amor
es más largo que la muerte.

Y en el querer lo
estupendo, y en el amar lo
profundo,
es que algo le toque al mundo
de lo que estamos queriendo.

LOS HIJOS INFINITOS

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

Cuando se tiene un hijo,


se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera:
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga,
y al del coche que empuja la institutriz inglesa,
y al niño gringo que carga la criolla,
y al niño blanco que carga la negra,
y al niño indio que carga la india,
y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños


que la calle se llena,
y la plaza, y el puente,
y el mercado y la iglesia,
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella,
y cuando se asoma al balcón,
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño;
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.

Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño


que acompaña a la ciega,
y las Meninas, y la misma enana,
y el Príncipe de Francia, y su Princesa,
y el que tiene San Antonio en los brazos,
y el que tiene la Coromoto en las piernas.
Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.

Y cuando se tienen dos hijos,


se tienen todos los hijos de la tierra,
los millones de hijos que con las tierras lloran,
con que las madres ríen, con que los mundos sueñan;
los que Paul Fort quería con las manos unidas
para que el mundo fuera la canción de una rueda;
los que el hombre de Estado, que tiene un lindo niño,
quiere con Dios adentro y las tripas afuera;
los que escaparon de Herodes para caer en
Hiroshima, entreabiertos los ojos, como los niños de
la guerra, porque basta para que salga toda la luz de
un niño una rendija china o una mirada japonesa.

Cuando se tienen dos hijos,


se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas,
y ensangrentar las pelotas de goma,
y zambullir en llanto los ferrocarriles de cuerda.
Cuando se tienen dos hijos,
se tiene la alegría y el ¡ ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza,
la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega,
si el modo de llorar del universo
o el modo de alumbrar de las estrellas.

LA QUE NO VUELVE

ANDRÉS ELOY BLANCO (venezolano)

ELLA fue el alma de mis viejos cantos:


yo la sentí muy cerca de mis penas;
santa fue mi pasión, mis versos santos,
y ella fue sorda a las palabras buenas.

Ya nada encontrarán en las serenas


campiñas de la vida mis quebrantos,
porque algo dicen al bullir mis venas:
la vida es una sola... para tantos...

Cuando partió, la sed de mi esperanza


se fue tras su visión...; en lontananza
temblaba el eco vivo de mis ruegos...

y en la falsa quietud de mi reposo


sólo vio mi cerebro el doloroso
color de nada de mis ojos ciegos.

LA HILANDERA

ANDRES ELOY BLANCO (Venezolano)

Dijo el hombre a la Hilandera


a la puerta de su casa:
—Hilandera, estoy cansado,
dejé la piel en las zarzas,
tengo sangradas las manos,
tengo sangradas las plantas,
en cada piedra caliente
dejé un retazo del alma;
tengo hambre, tengo fiebre,
tengo sed..., la vida es mala...
Y contestó la Hilandera:
—Pasa.
Dijo el hombre a lá Hilandera
en el patio de su casa:
—Hilandera, estoy cansado,
tengo sed, la vida es mala;
ya no me queda una senda
donde no encuentre una zarza.
Hila una venda, Hilandera,
hila una venda tan larga
que no te quede más lino;
ponme la venda en la cara,
cúbreme tanto los ojos
que ya no pueda ver nada,
que no se vea en la noche
ni un rayo de vida mala.
Y contestó la Hilandera:
—Aguarda.
Hiló tanto la Hilandera,
que las manos le sangraban.
Y se pintaba de sangre
la larga venda que hilaba.
Ya no le quedó más lino,
y la venda roja y blanca
puso en los ojos del hombre,
que ya no pudo ver nada...
Pero, después de unos días,
el hombre le preguntaba:
—¿Dónde te fuiste, Hilandera,
que ni siquiera me hablas?
¿Qué hacías en estos días,
qué hacías y dónde estabas?
Y contestó la Hilandera:
—Hilaba.
Y un día vio la Hilandera
que el hombre ciego lloraba;
ya estaba la espesa venda
atravesada de lágrimas;
una gota cristalina
de cada ojo manaba.
Y el hombre dijo:
—Hilandera,
¡te estoy mirando a la cara!
¡Qué bien se ve todo el mundo
por el cristal de las lágrimas!
Los caminos estás frescos,
los campos verdes de agua;
hay un iris en las cosas
que me las llena de gracia.
La vida es buena, Hilandera,
la vida no tiene zarzas;
¡quítame la larga venda
que me pusiste en la cara!

Y ella le quitó la venda,


y la Hilandera lloraba,
y se estuvieron mirando
por el cristal de las lágrimas,
y el amor, entre sus ojos,
hilaba..

.
CANTO DE LOS HIJOS EN MARCHA

ANDRES ELOY BLANCO (venezolano)

Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas
negras; que no vengan todos a pasar la
noche rumiando pesares, mientras tú me
lloras; que no esté la sala con los cuatro
cirios
y yo en una urna, mirando hacia arriba;
que no estén las mesas llenas de
remedios,
que no esté el pañuelo cubriéndome el rostro,
que no venga el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen las flores de los candelabros,
ni estén mis hermanas llorando en la sala,
ni estés tú sentada, con tu ropa nueva.
Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras.

Lléname la casa de hombres y mujeres


que cuenten el último amor de su vida;
que ardan en la sala flores impetuosas,
que en dos grandes copas quemen melaleuca,
que toquen violines el sueño de Schumann;
los frascos rebosen de vino y perfumes;
que me miren todos, que se digan todos
que tengo una cara de soldado muerto.

Lléname la casa
de flores regadas como en una selva.
Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama;
con mis cuatro hermanas, hagamos consejo;
tenme de la mano, tenme de los labios,
como aquella noche de mi padre muerto,
y al cabo, dormidos iremos quedando,
uno con su muerte y otros con su sueño.

Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno.
Que si traen caballos, traigan dos potrillos
finos de cabeza, delgados de remos,
que vayan saltando con claros relinchos,
como si apostaran cuál llega primero.
Que parezca, madre,
que voy a salirme de la caja negra
y a saltar al lomo del mejor caballo
y a volver al fuego.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros.

Madre, si me matan
y muero en los bosques o en mitad del llano,
pide a los soldados que te den tu muerto,
que los labradores y las labradoras
y tú y mis hermanas, derramando flores
hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo,
que con unos juncos hagan angarillas,
que pongan mastranto y hojas y cayenas
y que así me lleven hasta un cementerio
con cerca de alambres y enredaderas.

Y cuando pasen los años,


tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto,
y allí, que me pongan donde a ti te pongan,
en tu misma fosa y a tu lado izquierdo.
Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu muerto.

Madre, si me matan, no me entierres todo:


de la herida abierta, sácame una gota;
de la honda melena, sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi brasa;
cuando no respires, suelta mi tormenta.
Madre, si me matan, no me entierres todo.

Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me muero.
Llora en un pañuelo que no tenga encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por la despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino muerto.

Si vienen mujeres, diles, sin sollozos:


— ¡Si hablara, qué lindas cosas te diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos...
Y una palabra: JUSTICIA, escriban sobre la tumba.

Y un domingo, con sol afuera,


vengan la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de agua,
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos canto de victoria,
Madre, si me matan.

EL VIOLIN DE Y A N K O

MARCOS RAFAEL BLANCO BELM0NTE (español)

M ADRE, la selva canta,


y canta el bosque, y canta la llanura,
y el roble que a las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura,
y canta y juega el viento en el camino,
y en el rubio trigal las amapolas,
y en el cauce el arroyo cristalino,
y los troncos, los tallos, las corolas,
la tierra, el cielo azul, la mar gigante,
y las hierbas que bordan el barranco.
Madre, es una canción dulce y vibrante,
que a Yanko llega y que comprende Yanko.

Era Yanko un chicuelo


más rubio y sonrosado que la
aurora, con los ojos tan puros como
el cielo y el alma cual artista
soñadora.
La música del campo lo atraía...,
adivinaba un himno en los rumores,
que el viento recogía
al besar los arbustos y las flores,
y en el gorjeo matinal del ave,
y en el silencio de la noche grave,
y en el cáliz de la violeta,
hallaba una canción tierna y sin nombre,
la canción sacrosanta del poeta,
que apenas puede comprender el hombre.
Siempre que del mesón en la cocina
brotaban los armónicos raudales
de un violín, cuya nota cristalina
es dulce cual la miel de los panales,
él escuchaba con sublime encanto
esa canción de arrullador cariño,
y con los ojos húmedos de llanto,
¡quién tuviera un violín!, pensaba el niño.

Una noche estival, todo fulgores,


al entreabrir sus párpados el cielo
y al entornar sus cálices las flores,
arriesgóse el chicuelo
a entrar en la cocina,
y a impulsos de sus ansias ideales
tomó el rico violin de voz perlina
y le arrancó torrentes musicales.
Los peones: «Al ladrón», despavoridos
gritaron, despertándose del sueño,
y sordos a los ruegos y gemidos,
feroces maltrataron al pequeño.

Agonizaba Yanko; en su agonía,


febril y estertoroso, repetía:
«Madre, la selva canta,
y canta el bosque, y canta la llanura,
y el roble que a las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura,
y las alondras al tender el vuelo,
y las hierbas que bordan el barranco.»
Y al expirar el niño, en noble anhelo,
dijo: «¿Verdad, mamita, que en el cielo
Dios le dará un violín al pobre Yanko?»
EXPLICANDO UNA TARDE ANATOMÍA

EUSEBIO BLASCO (español)

EXPLICANDO una tarde anatomía


un sabio profesor,
del corazón a sus alumnos daba
perfecta descripción.

Anonadado por sus propias penas


la cátedra olvidó;
y a riesgo de que loco le creyeran,
con alterada voz:
«Dicen, señores—exclamaba pálido—
que nadie consiguió
vivir sin esa viscera precisa.
¡Error, extraño error!

Hay un ser de mi ser, una hija mía,


que ayer me abandonó;
¡las hijas que abandonan a sus padres
no tienen corazón!»

Un estudiante, que del aula oscura


se oculta en un rincón
mientras los otros, asombrados,
oyen tan público dolor,

sonriendo a un amigo y compañero


le dijo a media voz:
«¡Piensa que a su hija el corazón le falta...,
y es que lo tengo yo!...»

¡SI USTED LA VIERA !

EUSEBIO BLASCO (español)

EL confesor me dice que no te quiera,


y yo le digo: «¡Ay, padre, si usted la viera!»
Dice que tus amores me vuelven loco,
que a mi deber no atiendo, que duermo poco;
dice que nuestras muchas conversaciones
fomentan en la aldea murmuraciones;
dice que no quererte fácil me fuera,
y yo le digo: «¡Padre, si usted la viera!»
En vano le aseguro que eres tan pura
que hay que rezar delante de tu hermosura;
que eres gentil y airosa cual la azucena,
que nacen de tus labios nardo y verbena,
que son lluvias de mayo tus blondos rizos
y que vivir no puedo sin tus hechizos.

El me dice muy hosco que es gran quimera,


y yo le digo: «¡Ay, padre, si usted la viera!»

Confesando que el alma tengo en tus ojos,


me dijo el padre cura con mil enojos
que un pecado tan grande no perdonaba,
y que si te quería, me condenaba.
Yo, entonces, con amante, dulce arrebato,
del pecho en que lo llevo saqué un retrato,
y el cura, al ver tu imagen, luz y alma mía,
contemplándolo absorto se sonreía.

«¡Esta sí que refleja santos amores!


(creyó que eras la Virgen de los Dolores);
ésta sí que es hermosa, ¡qué luz destella!»
Y yo le dije: «Padre, ¡pues ésta es ella!»

Olvidado ya el cura de su corona,


dijo abriendo los ojos: «Linda persona;
si es buena como hermosa, que en paz te quiera.»
Y yo le dije: «¡Ay, padre, si usted la viera!»
LAMPARA EUCARISTICA

CARLOS BORGES (venezolano)

EN el templo silencioso, frío, inmenso, del espacio,


la enlutada noche reza su rosario de diamantes,
con su manto de tinieblas, negro lúgubre, viudal,
doloridas, vacilantes,
como lágrimas piadosas por un paño funeral.
¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son los ojos de los ángeles,
o las almas de los muertos que nos miran, tristes gentes,
desterrados en aqueste fosco valle del dolor?...
¿Las aureolas de los santos, o las lámparas ardientes
de las vírgenes prudentes
aguardando soñolientas la venida del Señor?...

En el templo majestuoso, claro, inmenso, del espacio,


la radiante noche teje su guirnalda de áureas flores,
que al altar del firmamento inefable aroma dan,
y se entreabren dulcemente con suavísimos fulgores
los luceros tembladores,
y es un lirio blanco Sirio, una rosa Aldebarán.
¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son las perlas de esos mares
infinitos?... ¿Son las joyas de la Virgen esparcidas?
¿O las místicas antorchas del banquete celestial?...
¿Son las luces de la Patria suspirada?... ¿Las ya idas
esperanzas tan queridas

que murieron en las cruces donde esplende el ideal?...


En la calma silenciosa de las noches estrelladas
la eternal magnificencia a la mente maravilla,
al espíritu amedrenta con tremenda majestad;
más que el brillo de los soles amo yo tu lucecilla,
primorosa lamparilla,
que iluminas de la Hostia la profunda soledad.
Siempreviva del santuario, amorosa sulamita,
que compartes las tristezas del Amado que te cela
y calientas con sus rayos su albo lecho virginal.
¡Cómo envidio tu ventura, vigilante centinela,
tú que cuentas siempre en vela
los latidos inefables de su pecho paternal!...

¡Oh Jesús enamorado, tierno esposo de mi alma,


no me basta ser el cirio que en las horas de
alegría se consume en tus altares en ardiente
adoración;
en tus horas de abandono quiero hacerte compañía;
haz que tenga noche y día
como lámpara eucarística encendido el corazón!
No me apartes, Jesús mío, de la estrella del sagrario;
vayan otros poseídos del piadoso noble anhelo
la grandeza de tus obras en el orbe a contemplar,
y a buscar para adorarte con ferviente, santo
celo, el inmenso altar del cielo;
¡tú me bastas, Amor mío, en el cielo del Altar!...

DOLIENTE ROSAL

CARLOS BORGES (venezolano)

CADA quien su rosal ha deshojado


en oblación gentil a tu hermosura:
de nieve y grana y oro el perfumado
profluvio envuelve tu ideal figura.

¡Oh novia del poeta fortunado!,


yo soy el bardo de la selva oscura...
En mi viudo jardín sólo ha quedado
un doliente rosal de sepultura.

¿Quieres sus rosas?... Con piedad divina


en el tronco, entre una y otra espina,
tu compasivo corazón injerta,

y, en cambio, de la rosa funeraria


florecerá en tu boca la plegaria,
la flor más digna de mi pobre muerta.
RIMAS GALANTES

CARLOS BORGES (venezolano)

QUIERO verte desnuda como una azucena,


manecita de seda candorosa y fragante:
Quiero verte desnuda como un lirio,
filena florecita que oculta el capullo del guante.

Dulce fruta vedada, la serpiente me incita,


es goloso mi labio y con sed delirante,
beber quiero la gloria de tu miel exquisita,
manzanita que guarda la corteza del guante.

Sirio triunfa en la inmensa joyería del cielo:


Muestra al rey de la noche tu blancura radiante,
y verás cómo el punto Sirio rabia de celo.
Joyelito que ocultas el estuche del guante.

Aduérmete en mi mano como una paloma,


en un nido viviente que te arrulle y encante;
ya verás cómo sueñas el edén de Mahoma,
palomita que tiemblas en el nido del guante.

El calor de tu sangre, que la fiebre chicina,


la nieve de la perla, el agua del diamante,
se incendian alumbrando tu blancura divina,
duquesita que ardes en el seno del guante.

Por ti lloro; si quieres disipar la maligna


intención que me inspire un Mefisto galante
con el agua bendita de mis ojos te signa,
hermanita que sueñas en la celda del guante.

Blanca hija de Jairo en el mármol dormida,


permite que mi labio te oprima un solo instante;
mi beso es taumaturgo y te dará la vida.
Muertecita que envuelve la mortaja del guante.
LA CONFESIÓN

CARLOS BORGES (venezolano)

LA regia capilla silente y oscura...,


susurro de sedas..., olor femenil...
La real penitente, de altiva hermosura;
el confesor, blando, discreto y gentil.

Con rostro apacible, sin una sorpresa,


escucha en silencio el padre Araoz
los suaves arrullos con que la princesa,
dorando sus culpas, enmiela su voz.

—Acusóme, padre, de un mal pensamiento


que en las Ursulinas me inspiró Satán,
al ver en el vasto jardín del convento
pasearse una monja con el capellán.

Padre, en el espejo miro con orgullo


de virgen intacta mi piel de satin,
el mórbido seno de erecto capullo,
los hombros torneados color de jazmín.

Al lúbrico enano, con goce furtivo,


enseño mi cuerpo desnudo por ver
del mísero Tántalo, grotesco y lascivo,
cual dos llamaradas los ojos arder.

¡Ay, padre!, leyendo la Santa Escritura


suspiro en el Cántico del Rey
Salomón; David me enamora con
tanta bravura y a Dalila envidio su
fuerte Sansón.

Me agita un extraño impulso violento,


conjunto indecible de amor y crueldad;
cuando miro sangre no sé lo que siento,
si horror o delicia, placer o piedad.
De mis palafrenes desgarro las ancas
a golpes de fusta...; cegué a un ruiseñor...
Y con inocentes palomitas blancas,
por puro capricho, mantengo mi azor.

Ardiendo en lujuria, con raros antojos,


las frescas mejillas de un paje mordí,
y como sonriera llorando en los ojos
por cada mordisco cien besos le di.

Miré una gitana morir en la hoguera


por obra y justicia de la Inquisición,
y me causó gracia la linda
hechicera,
de morenas carnes, tornada en carbón.

A un bravo Hugonote le daban tortura,


tendido en el potro no quiso abjurar;
y yo le miraba con honda ternura,
tan joven, tan bello... ¡Me puse a llorar!

Acusóme, padre, que un príncipe rubio


de mí enamorado al rey me pidió;
lo herí con desdenes, y roto el connubio,
por mí en las batallas la muerte buscó.

Yo tengo un pecado muy grande, un delirio


de amor, que al infierno me conducirá...
El es mi tortura, mi gloria y martirio.
Acusóme..., ¡ay padre..., qué pena me da!...,

(La erótica dama, con melifluo acento,


aguza, cual silbo de sierpe, su voz,
y un cálido soplo, su vivido aliento,
abraza la frente del padre Araoz.)

—Acusóme, padre, que mi vida llena


un amor sacrilego, soberbio y fatal...;
idolatro a un hombre, que Roma encadena
y en mí ve la fruta del Bien y del Mal.
Por él despreciara mi origen augusto,
él solo domina mi noble altivez,
y si él lo quisiera... daríale con gusto
mi sangre, mi vida..., mi real
doncellez.

—Perdóname, padre... —¿Quién es ese hombre?


—murmura el levita con trémula voz—.
Decidme, princesa, decidme su nombre...
—¿Su nombre?... ¡Diosmío!, el padre Araoz...

PERO MAS DULCE

CARLOS BORGES (venezolano)

ANTE la imagen de Jesús rezaba


con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mí pasó una hermana,
casi rozando con mi corazón.

El demonio bíblico y maldito


me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,
corrí tras ella, la alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en un beso.

Cuando a mi puesto volví cual Judas,


con la cabeza baja avergonzado,
el buen Jesús me dijo con ternura:
«Dale otro beso..., que eso no es pecado.»

Obedeciendo a Jesús prolijo


corrí tras ella, la volví a alcanzar,
y al agarrarla me gritó:
«¡Bandido!» Pero más dulce la volví a besar...
NOCTURNO

CARLOS BORGES (venezolano)

Es medianoche..., la vecina selva,


la playa, el monte, el mar..., todo en silencio.
Y el artista, la frente enardecida,
en el jardín, a solas con sus sueños.

Como nota de luz en el pentagrama


inmenso de los cielos,
se miran las estrellas esparcidas
por el Eterno Artista... Los abetos,
los pinos melancólicos, los sauces,
como a gigantes liras hiere el viento.

¡Extraña sinfonía de los bosques


acompañando el himno de los cielos!

Puesto el oído al eco de la noche,


a la voz de las ondas y los vientos,
viajera el alma en el país brumoso
de lejanos, tristísimos recuerdos,
el grande artista sueña..., ya lo invade
la inspiración del genio,
la encarnación del arte '
ya informa el ideal en su cerebro...

Después..., febril, apasionado, loco,


luz en los ojos y en la frente fuego,
intérnase en la sombra
del gran salón desierto...
Y acariciando el piano adormecido
le cuenta sus ensueños...
¡Escuchad!... ¡Es el canto de los astros,
la armonía del alma y de los cielos!
MI DESTINO ES TU DESTINO

LILIA BORJAS (venezolana)

FUE tan leve tu voz,


tan rápida tu mano
entre la mía,
que ya no puedo evocar
sonidos ni contactos.
Un silencio de altas
y diáfanas palabras
cerró el sonido
a mi garganta
y nada puedo decir
que no haya dicho
evocando mis azules días.
Es alta de presagios
la honda hora.
Ha muerto sin vivir
de esperar sin espera
mi esperanza.
Se ha detenido el péndulo
del día:
sin círculo el reloj
de mi universo,
sin brújula el horizonte
que antes fue signo
llameante y permanente
en el rumbo que marcaba
mi destino en tu destino.

ANGUSTIA DE TENERTE

LILIA BORJAS (venezolana)

Mi voz impenitente te ha llamado


y mis pasos vacilantes te han buscado
por caminos donde nadie ha transitado.
¿Es que no existes? ¿Eres acaso imagen
formada en mi ilusión?
¿Fantasía o angustia de tenerte?
Te he buscado en las latitudes de mi mundo,
en los crecidos ríos donde lava
el arco iris sus banderas,
en los laboratorios misteriosos de la selva
donde van las abejas encantadas
a beber sus hechizadas mieles.
En la verde sangre del racimo
donde pintan sus hojas las palmeras.
En los pozos escondidos
donde la bifurcada lengua de la sierpe
diluye sus venenos.
En la veta profunda del metal
donde los silos de la tierra
esconden sus diamantes.
En la grieta angustiada del barranco
donde el sediento cauce
está llorando por la ausente gota.
Yo sólo sé que estás dentro de mí,
desintegrando tu partícula en la mía.

POEMA DEL RENUNCIAMIENTO

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

PASARÁS por mi vida sin saber que pasaste.


Pasarás en silencio por mi amor, y, al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte..., y jamás lo sabrás.

Soñaré con el nácar virginal de tu frente,


soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar,
soñaré con tus labios desesperadamente,
soñaré con tus besos..., y jamás lo sabrás.

Quizá pases con otro que te diga al oído


esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca..., y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos..., y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento


—el tormento infinito que te debo ocultar—,
te diré sonriente: «No es nada... Ha sido el viento.»
Me enjugaré la lágrima..., ¡y jamás lo sabrás!

POEMA DE LA CULPA

JOSE ANGEL BUESA (Cubano)

Yo la amé, y era de otro que también la quería.


Perdónala, Señor, porque la culpa es mía.

Después de haber besado sus cabellos de trigo,


nada importa la culpa, pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo,


mis labios están dulces por ese amor amargo.

Ella fue como un agua callada que corría...


Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.

Perdónala, Señor, Tú que le diste a ella


su frescura de lluvia y su esplendor de estrella.

Su alma era transparente como un vaso vacío.


Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.

Pero ¿cómo no amarla, si Tú hiciste que fuera


turbadora y fragante como la primavera?

¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío


sobre la yerba seca y ávida del estío?
Traté de rechazarla, Señor, inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.

Era de otro. Era de otro que no la merecía,


y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.

Era de otro, Señor. Pero hay cosas sin dueño:


las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.

Y ella me dio su amor como se da una rosa,


como quien lo da todo, dando tan poca cosa...

Una embriaguez extraña nos venció poco a poco.


¡Ella no fue culpable, Señor..., ni yo tampoco!

La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella,


y me diste los ojos para mirarla a ella.

Toda la culpa es tuya, pues me hiciste cobarde


para matar un sueño porque llegaba tarde.

Sí. Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar


y si es culpable un río cuando corre hacia el mar.

Es tan bella, Señor, y tan suave, y tan clara,


que sería un pecado mayor si no la amara.

Y por eso perdóname, Señor, porque es tan bella,


que Tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella;

Tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,


¡Tú también la amarías si pudieras ser hombre!

CANCIÓN DEL AMOR LEJANO

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

ELLA no fue, entre todas, la más bella,


pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más, y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Acaso fue porque la amé de lejos,


como a una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.

Tuve su amor como una cosa ajena,


como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.

Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,


como el agua en un cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía...

Me penetró su sed insatisfecha


como un arado sobre la llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto;


pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,


la que me dio el amor más hondo y largo.
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más..., y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.
POEMA DEL DESENCANTO

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora,


como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
No valías la pena.

Ya llegaba el otoño y ardía el mediodía.


Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena;
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.

Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,


o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste.
No valías la pena.

Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,


y el eslabón amable que es más que una
cadena. Pero hoy puedo decirte, sin rencor ni
despecho: No valías la pena.

Me alegré con tu risa, me apené por tu llanto,


sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.

Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,


o acaso el desaliento del que sembró en la arena,
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
No valías la pena.
CANCIÓN DEL AMOR QUE PASA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

Yo soy como un viajero que no duerme


más de una vez en una misma casa.
Dame un beso y olvídame. No intentes retenerme:
Soy el amor que pasa...

Yo soy como una nube que da sombra un instante;


soy una hoguera efímera que no deja una brasa.
Yo soy el buen amor y el mal amante.
Dime adiós y sonríeme. Soy el amor que pasa...

Soy el amor que olvida, pero que nunca miente;


que muere sonriendo porque nace feliz;
yo paso como un ala, fugazmente;
y, aunque se siembre un ala, nunca tendrá raíz.

No intentes retenerme; déjame que me vaya


como el agua de un río, que no vuelve a pasar...
Yo soy como una ola en la playa,
pues las olas se acercan, pero vuelven al mar...

Soy el amor de amar, que odia lo inerme,


que se lleva el perfume, pero deja la flor...
Dime adiós y no intentes retenerme.

Soy el amor que pasa..., ¡pero soy el amor!...

ELEGÍA PARA TI Y PARA MI

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,


y tú te irás borrando lentamente de mi
sueño. Un año y otro año caerán como hojas
secas de las ramas del árbol milenario del
tiempo,
y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,


y quizá, poco a poco, dejaré de hacer verses,
bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.
Tú, que nunca soñaste más que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.

Acaso nos veremos un día, casualmente,


al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré quizá: «Qué linda es todavía.»
Tú quizá pensarás: «Se está poniendo viejo.»
Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo, o con
otra. O tú irás con un hijo que debiera ser
nuestro.

Y seguirá muriendo la vida, año tras año,


igual que un río oscuro que corre hacia el silencio.
Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.
Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos...

Y pasará la vida. Yo seguiré soñando;


pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño.
Yo ya te habré olvidado definitivamente
y sobre mis rodillas retozarán mis nietos.
(Y quizá, para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.)

Y una tarde de sol me cubrirán de tierra,


las manos para siempre cruzadas sobre el pecho.
Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo.
Y cada primavera renacerán las rosas,
aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.
POEMA DE LA DESPEDIDA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

TE digo adiós, y acaso te quiero todavía.


Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,


me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé
poco. Pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,


y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso con esta despedida


mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

EL HIJO DEL SUEÑO

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

UN hijo... ¿Tú sabes, tú sientes qué es


eso? Ver nacer la vida del fondo de un
beso, por un inefable milagro de amor;
un beso que llene la cuna vacía,
y que ingenuamente nos mire y sonría:
un beso hecho flor...

Un hijo... ¡Un fragante, fuerte y dulce lazo!


Me parece verlo sobre tu regazo
palpitando ya;
y miro moverse con pueril empeño
las pequeñas manos de nuestro pequeño,
como si quisieran sujetar un sueño
que llega y se va...

En el agua fresca de nuestras ternuras


mojará las alas de sus travesuras,
como una paloma que aprende a volar;
y será violento, loco y peregrino,
y amará igualmente la mujer y el vino,
¡y el cielo y el mar!

Con la sed amarga de la adolescencia,


beberá en la fuente turbia de la ciencia;
y, tierno cantor,
irá por el mundo con su lira al hombro
y un áureo fulgor...

Cruzará a galope la árida llanura,


pálido de ensueño, loco de aventura
y ebrio de ideal;
y, en su desvarío de viajes remotos,
volverá algún día con los remos rotos,
trayendo en los labios un sabor de sal.

Caminante absurdo de caminos muertos,


pasará su sombra sobre los desiertos
en una infinita peregrinación;
y su alucinada pupila inconforme
verá en su destino grabada una enorme
interrogación.

Pero será inútil su tenaz andanza


persiguiendo un sueño que jamás se
alcanza... Y ha de ser así,
pues no hallarás nunca, como yo, la meta
de todas tus ansias de hombre y de poeta,
porque en las mujeres de su vida inquieta
no hallará ninguna parecida a ti...
Que tú eres la rosa de una sola vida,
la rosa que nadie verá repetida,
porque al deshojarse secará el rosal;
y, como en el mundo ya no habrá esa rosa,
él irá en su larga búsqueda infructuosa
¡en pos de una igual!

POEMA DEL AMOR AJENO

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

PUEDES irte y no importa, pues te quedas conmigo


como queda un perfume donde había una flor.
Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo;
y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.

La vida nos acerca y a la vez nos separa,


como el día y la noche en el amanecer...
Mi corazón sediento ansia tu agua clara,
pero es un agua ajena que no debo beber...

Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo,


nunca te vas del todo, como una cicatriz;
y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo,
pues al perder la espiga retiene la raíz.

Tu amor es como un río, que parece más hondo,


inexplicablemente, cuando el agua se va.
Y yo estoy en la orilla, pero mirando el fondo,
pues tu amor y la muerte tienen un más allá.

Para un deseo así, toda la vida es poca;


toda la vida es poca para un ensueño así...
Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca;
y tú estarás con otro..., ¡pero pensando en mí!
POEMA DEL DOMINGO TRISTE

JOSÉ ÁNGEL BÜESA (Cubano)

ESTE domingo triste pienso en ti dulcemente,


y mi vieja mentira de olvido ya no miente.

La soledad, a veces, es el peor castigo


Pero ¡qué alegre todo si estuvieras conmigo!

Entonces no querría mirar las nubes grises,


formando extraños mapas de imposibles países;

y el monótono ruido del agua no sería


un motivo secreto de mi melancolía.

Este domingo triste nace de algo que es mío,


que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío,

mientras corren las aguas por la calle en


declive y el corazón se muere de un ensueño
que vive.

La tarde pide un poco de sol, como un mendigo,


y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo;

y tendría la tarde, fragantemente muda,


el ingenuo impudor de una niña desnuda.

Si estuvieras conmigo, amor que no volviste,


¡qué alegre me sería este domingo triste!

CARTA A USTED

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

SEÑORA: Según dicen, ya usted tiene otro amante.


Lástima que la prisa nunca sea elegante...
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa
se resigne a ser viuda sin haber sido esposa,
ni pretendo tampoco discutirle el derecho
de compartir sus penas, sus goces y su lecho;
pero el amor, señora, cuando llega el olvido,
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón, si es que la hiere mi reproche: perdón,


aunque sé que la herida no es en el corazón...
Y, para perdonarme, piense si hay más despecho
«n lo que yo le digo que en lo que usted ha
hecho; pues sepa que una dama, con la espalda
desnuda, sin luto, en una fiesta, puede ser una
viuda,
pero no, como tantas, de un difunto señor,
sino, para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, ¿recuerda?, fue un amor diferente,


al menos al principio; ya no, naturalmente.
Usted era el crepúsculo a la orilla del mar,
que, según quien lo mire, será hermoso o vulgar.
Usted era la flor, que, según quien la corta,
es algo que no muere o es algo que no importa.
O acaso, cierta noche de amor y de locura,
yo vivía un ensueño..., y usted, una aventura.

Usted juró cien veces ser para siempre mía.


Yo besaba sus labios, pero no lo creía...
Usted sabe—y perdóneme—que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante,
a quien quizá le jure lo mismo en este instante.
Y como usted, señora, ya aprendió a ser infiel,
a mí, así, de repente..., me da pena por él.

Sí, es cierto. Alguna noche su puerta estuvo abierta,


y yo, en otra ventana, me olvidé de su puerta;
o una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida;
y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso, bebiendo en la corriente.
Sin embargo, señora, yo, con sed o sin sed,
nunca pensaba en otra si la besaba a usted.
Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas,
pero ni los rosales dan solamente rosas;
y no digo estas cosas por usted ni por mí,
sino por los amores que terminan así...
Pero vea, señora, qué diferencia había
entre usted, que lloraba, y yo que sonreía,
pues nuestro amor concluye con finales diversos:
usted, besando a otro; yo, escribiendo estos versos...

POEMA DE LAS COSAS

JOSE ANGEL BUESA (Cubano)

Quizá, estando sola, de noche, en tu aposento,


oirás que alguien te llama, sin que tú sepas quién;
y aprenderás entonces que hay cosas, como el
viento, que existen ciertamente, pero que no se ven.

Y también es posible que una tarde de hastío,


como florece un surco, te renazca un afán;
y aprenderás entonces que hay cosas, como el río,
que se están yendo siempre, pero que no se van.

O, al cruzar una calle, tu corazón risueño


recordará una pena que no tuviste ayer;
y aprenderás entonces que hay cosas, como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden ser.

Por más que tú prefieras ignorar estas cosas,


sabrás por qué suspiras oyendo una canción;
y aprenderás entonces que hay cosas,
como rosas, cosas que son hermosas sin saber que lo son.

Y una tarde cualquiera sentirás que te has


ido, y un soplo de ceniza secará tu jardín;
y aprenderás entonces que el tiempo y el olvido
son las únicas cosas que nunca tienen fin.

CARTA SIN FECHA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

AMIGO: Sé que existes, pero ignoro tu nombre.


No lo he sabido nunca ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre,
que es el único modo de hablar de una mujer.

Esa mujer es tuya, pero también es mía.


Si es más mía que tuya, lo saben ella y Dios.
Sólo sé que hoy me quiere como ayer te quería,
aunque quizá mañana nos olvide a los dos.

Ya ves: ahora es de noche. Yo te llamo mi amigo;


yo, que aprendí a estar solo para quererla más;
y ella, en tu propia almohada, tal vez sueña conmigo;
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.

¡Qué importa lo que sueña! Déjala así, dormida.


Yo seré como un sueño sin mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.

Quédate tú con ella. Yo seguiré el camino.


Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia el mar.

Y pasarán los años favorables o adversos,


y nacerán las rosas que nacen porque sí;
y acaso tú, algún día, leerás estos versos,
sin saber que los hice por ella y para ti...
CON LA SIMPLE PALABRA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

CO N la simple palabra de hablar todos los días,


que es tan noble que nunca llegará a ser vulgar,
voy diciendo estas cosas que casi no son mías,
así como las playas casi no son del mar.

Con la simple palabra con que se cuenta un cuento,


que es la vejez eterna de la eterna niñez,
la ilusión, como un árbol que se deshoja al viento,
muere con la esperanza de nacer otra vez.

Con la simple palabra te ofrezco lo que ofreces,


amor que apenas llega cuando te has ido ya.
Quien perfuma una rosa se equivoca dos veces,
pues la rosa se seca y el perfume se va.

Con la simple palabra que arde en su propio fuego,


siento que en mí es orgullo lo que en otro es
desdén. Las estrellas no existen en las noches del
ciego, pero, aunque él no lo sepa, lo iluminan
también.

Y así, como un arroyo que se convierte en río


y que en cada cascada se purifica más,
voy cantando este canto tan ajeno y tan mío,
con la simple palabra que no muere jamás.

SE DEJA DE QUERER

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

SE deja de querer, y no se sabe


por qué se deja de querer.
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.
Se deja de querer, y es como un río
cuya corriente fresca ya no calma la sed;
como andar en otoño sobre las hojas secas
y pisar la hoja verde que no debió caer.

Se deja de querer, y es como el ciego


que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren ;.
o como quien despierta recordando un camino,
pero ya sólo sabe que regresó por él.

Se deja de querer como quien deja


de andar por una calle, sin razón, sin saber;
y es hallar un diamante brillando en el
rocío, y que, al recogerlo, se evapore
también.

Se deja de querer, y es como un viaje


detenido en la sombra, sin seguir ni volver;
y es cortar una rosa para adornar la mesa,
y que el viento deshoje la flor en el
mantel.

Se deja de querer, y es como un niño


que ve cómo naufragan sus barcos de papel;
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.

Se deja de querer, y es como el libro


que, aun abierto hoja a hoja, quedó a medio leer;
y es como la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así supimos que se marcó en la piel.

Se deja de querer, y no se sabe


por qué se deja de querer...

POEMA DE LA ESPERA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

Yo sé que tú eres de otro, y, a pesar de eso, espero.


Y espero sonriente, porque yo sé que un día,
como en amor el último vale más que el primero,
¡tú tendrás que ser mía!

Yo sé que tú eres de otro, pero eso no me importa,


porque nada es de nadie si hay alguien que lo ansia,
y mi amor es tan largo, y la vida es tan corta,
¡que tendrás que ser mía!

Yo sé que tú eres de otro, pero la sed se sacia


solamente en el fondo de la copa vacía;
y como la paciencia puede más que la audacia,
¡tú tendrás que ser mía!

Por eso, en lo profundo de mis sueños despiertos,


yo seguiré esperando, porque sé que algún día
buscarás el refugio de mis brazos abiertos
¡y tendrás que ser mía!

SEGUNDO POEMA DE LA ESPERA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

POR un agua de hastío voy moviendo estos remos,


que pesan tanto al irme y tan poco al volver;
pero quizá un día no nos separaremos,
mujer mía y ajena, como el amanecer.

No importa que me quede ni importa que me


vaya, mientras pasan las nubes sin dejar de pasar,
porque tu corazón es igual que una playa,
que, pudiendo ser tierra, nunca llega a ser mar.

Tu amor nunca responde cuando mi amor te nombra;


tu amor, que sin ser mío, tantas veces perdí;
y yo empuño los remos y viajo hacia la sombra,
pues todo se hace sombra si estoy lejos de ti.

Filibustero loco tras el botín de un beso,


viajo por aguas tristes que me entristecen más;
pero tu amor es siempre camino de regreso,
mujer que nunca llegas y que nunca te vas.

Tu amor es un remoto país desconocido,


más allá del mañana, más allá del ayer;
y ya solo recuerdo las veces que me he ido
recordando las veces que tuve que volver.

Hay virtudes tan tristes, que es mejor ser culpable,


y más si es culpa de amor amarte así;
pero, si en nuestras vidas hay algo inevitable,
inevitablemente tú serás para mí.

Ya me duelen las manos de remar en mi hastío;


pero yo sé que un día dejaré de remar,
y he de mirar el mundo como si fuera mío,
y romperé los remos en la orilla del mar...

NO ERA AMOR

JOSE ANGEL BUESA (Cubano)

o era amor, fue otra cosa;


pero, según murmuran en la ciudad aquella,
yo cometí el delito de inventarte una estrella,
y fue tuyo el pecado de ofrecerme una rosa.

No era amor, no era eso


que se enciende en la sangre como una llamarada;
era mirar tus ojos y no decirte nada,
o acercarme a tu boca sin codiciar un beso.

Tarde para mi hastío;


tarde para tu angustia de mariposa en vano;
eran como dos ciegos que se daban la mano,
como dos niños pobres, tu corazón y el mío.

Nada más, ni siquiera


suspirar en la lluvia de una tarde vacía;
no era amor, fue otra cosa; no sé lo que sería;
yo sólo sé que es triste que nadie lo creyera.

EL PEQUEÑO DOLOR

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

M i dolor es pequeño,
pero aun así bendigo este dolor,
que es como no soñar después de un sueño,

o es como abrir un libro y encontrar una flor.


Déjame que bendiga
mi pequeño dolor,
que no sabe crecer como la espiga,
porque la espiga crece sin amor.

Y déjame cuidar como una rosa


este dolor que nace porque sí,
este dolor pequeño, que es la única cosa
que me queda de ti.

POEMA DEL PECADO

JÓSE ÁNGEL BUESA (Cubano)

VEAMOS, que se hace tarde», me dijiste;


pero yo me quedé mirando el mar,
con el hastío de un pecado triste,
pues no hay nada más triste que un pecado vulgar.

Tú, la mujer ajena;


yo, el hombre sin ayer;
ya el mar borró tus pasos en la arena,
pero hay cosas más hondas en un atardecer.

Yo me imagino cómo fue el regreso,


si ya él estaba allí;
si tú, como otras veces, pudiste darle un beso,
y si al besarlo no pensaste en mí.

Y me imagino lo que habrás sentido


si después,
al quitarte el vestido,
rodó un poco de arena hasta tus pies.

Ya sé que fue un pecado


triste y vulgar;
pero el viento soplaba de aquel lado
y se llevó el pecado sobre el mar.

Y al cruzar una acera,


ladrón de cosas que no tienen fin,
para pagarte un beso a mi manera,
fui cortando las rosas de un jardín.

Tal vez mañana,


como hay sueños que han sido y que no son,
tú abrirás, como siempre, la ventana
y saldrás a esperarlo en el balcón.

Y como una sorpresa,


como una burla fina y cruel,
colocarás mis flores en la mesa
sin que tiemble tu mano en el mantel.

Tal vez vuelva a la playa


por andar en la arena, no por ti;
ya me dijiste que aunque yo no vaya,
tú irás todas las tardes por allí.

Y si nos tienta algún pecado


triste y vulgar,
el viento sopla siempre de aquel
lado y se lo lleva todo sobre el mar.
ELEGIA LAMENTABLE

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

DESDE este mismo instante seremos dos extraños


por estos pocos días, quién sabe cuántos años...
Yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido —
uno de esos que nadie confiesa haber leído—.
Y así, mañana, al" vernos en la calle, al acaso,
tú bajarás los ojos y apretarás el paso,
y yo, discretamente, me cambiaré de acera,
o encenderé un cigarro, como si no te
viera...

Seremos dos extraños desde este mismo instante.


Y pasarán los meses, y tendrás otro amante;
y como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando el tiempo, te casarás con él.
Y ya, más que un esposo, será como un amigo,
aunque le cuentes que has soñado conmigo,
y aunque, tras tu sonrisa de mujer satisfecha,
se te empañen los ojos al llegar una fecha.

Acaso, cuando llueva, recordarás un día


en que estuvimos juntos y en que también llovía.
Y quizás nunca más te pongas aquel traje
de terciopelo verde con adornos de
encaje.
O harás un gesto mío, tal vez sin darte cuenta,
cuando dobles tu almohada con mano soñolienta.
Y, domingo a domingo, cuando vayas a misa,
de tu casa a la iglesia perderás tu sonrisa.

¿Qué más puedo decirte? Serás la esposa honesta


que abanica al marido cuando ronca la siesta;
tras fregar unos platos o tender unas camas,
te pasarás las noches sacando crucigramas...

Y así, años y años, hasta que, finalmente,


te morirás un día como toda la gente.
Y voces que aún no existen sollozarán tu nombre,
y cerrarán tus ojos los hijos de otro hombre.
POSTDATA A UN SONETO

JOSÉ ÁNGEL BÜESA (Cubano)

JOVEN amante, torpe delincuente


que exhibes lo que robas, porque lo cuentas todo:
Ya sabrás que el amor es diferente
para aquel que lo siente de otro modo.

Amando como amas,


mal labrador de un surco que nunca profundizas,
sabrás al fin que el que reparte llamas
no deja más que un rastro de cenizas.

Y existe una manera


de amar más honda y sabia, Casanova bisoño,
que en el derroche de la primavera
no comprendes la ciencia del otoño.

Es la paz voluptuosa
de contemplar los ojos de la mujer amada,
y ver morir las tardes o cortar una rosa,
y sonreír después, sin decir nada...

A ti te es necesario
gritar por las aceras: «¡Esta mujer es mía!»,
con el gesto arrogante de un corsario
que se escapó de una litografía.

A ella le dices:
«Me gustas», simplemente,
con la jactancia de los aprendices

o el aire desdeñoso de un nabab del Oriente.


Y tu amada insegura
sólo será mujer, amigo mío,
cuando un hombre más hombre le diga con ternura:
«Ponte un chai aunque sea, que esta noche hace frío;*
POEMA DEL POEMA

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cubano)

QUIZÁS pases con otro que te diga al oído


esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca..., ¡y jamás lo sabrás!

La desolada estrofa, como si fuera un ala,


voló sobre el silencio... Y tú estabas allí.
Allí, en el más oscuro rincón de aquella sala,
estabas tú, escuchando mis versos para ti.

Y tú, la inaccesible mujer de ese poema


que ofrece su perfume, pero oculta su flor,
quizá supiste entonces la amargura suprema
de quien ama la vida, porque muere de amor.

Y tú, que nada sabes, que acaso hoy ni recuerdes


aquellos versos tristes y amargos como el mar,
cerraste en un suspiro tus grandes ojos verdes,
los grandes ojos verdes que nunca he de olvidar.

Después, se irguió tu cuerpo como una primavera,


mujer hoy y mañana distante como ayer...
Y vi que te alejabas, sin sospechar siquiera
que yo soy aquel hombre... ¡y tú aquella mujer!

COMO EL MAR

JÓSE JOAQUIN BURGOS (venezolano)

COMO el mar eres;


siempre marchas,
regresas.
Extrañas islas y aves te,socavan,
y gira el mar llamándote a lo lejos,
y un velero y un mástil angustiado
son la medida exacta de tus ojos.
Como el mar.
Abierto el rumbo a barcos imposibles
cuando los puertos llegan,
cuando el mundo
es apenas la sombra de un caracol dormido
y vienes y te vas,
y nuevamente surcas el espacio
y vas al mar, desnuda de recuerdos.
De todo te despojas.
No hay en ti ni una gota
del llanto que bebieron los marinos.
Sencillamente un aire doliéndose por dentro.
Sencillamente el verso de la sirena muerta
o algún sabor de tierra continental, remota,
y entonces
vienes como la aurora de los días iniciales.
Emerges de la sombra
y luz y mástil, y arden
violentos soles rojos en los párpados,
y las gaviotas,
y el encuentro de un nombre ya olvidado.
Porque bien podría estar pensando en otras cosas,
en tantas cosas muertas.
En tantas cosas que acuden al golpear
la sombra de la lluvia.
Y cae la sombra, y caen
los párpados dormidos.
Vértigos. Viajes.
Estos inútiles y derruidos puertos
para decirse adiós; sólo eso:
para decirse adiós.
Mientras tanto
en otro sitio alguien llama a la última luz
y vienen—desde el mar,
siempre del mar, solamente eso—,
vienen muertas guitarras y roncas voces a cantarnos.
«Yo nací lejos, muy lejos—dicen—,
y amé;
y ella tenía las manos blancas y suaves,
y era como el mar...»
Como el mar.
Mientras aquí, de pronto,
una voz que te nombra
y un barco destrozado
son el comienzo,
el caos.
Descubrimos ignoradas islas.
Violentas tormentas desafiamos.
Y el corazón late de pronto asustado,
cuando el mar te descubre un sortilegio.
Y apenas un instante tenemos para decir adiós.
Y solamente una forma imprecisa alcanzamos a ver.
Algo así como el mar.

LA MUJER

JÓSE JOAQUIN BURGOS (venezolano)

LA mujer llora y ríe.


Viene y sonríe sobre viejos
tapices. Duerme bajo la luz de los
espejos y renace y se crea.
Corzas ligeras cruzan por el valle,
y la mujer tejiendo sueños.
La mujer llora y ríe.
Se tiende bajo el alba, en las estrellas,
y se entrega sonriendo
cuando bajan los hombres a buscarla.
Qué oleadas de placer surcan su cuerpo abierto.
Cómo llega la entraña y la ilumina,
y el rostro duerme y anda.
Y silencio.
Y músculo dormido.
Por los ojos dormidos regresa la ternura.
Los días son y vienen para ella.
¿Qué podría esperar del junco inmóvil?
Absurdamente,
oscuramente
los labios regocijan el encuentro,
y la mujer retorna
y está junto a nosotros,
nos mira, nos descubre.
Por la piel nacen viejas fragancias retorcidas.
De qué raíz la savia purifica.
Integra, solitaria,
la mujer corre por las playas desiertas,
y el mar siempre retorna.
Ahora estamos frente a un velero roto;
ancladas naves cruzan por la noche;
y taladra el espacio
y gime la guitarra desprendida.
Por la mujer, por la mujer
estamos rompiendo esta
fragancia, quebrando caracoles,
retornando al abismo solamente.
Una mujer, un grito,
un brazo,
un río de peces imprevistos, sonoros,
y la garganta nace a nueva voz.
Igualmente
vivimos en espera, difundimos.
Estos días son violentos,
son y tienen su forma de mujer.
Y apenas llega y alza los cabellos,
y apenas llega y salta desde siempre,
aquí estamos y somos.
La mujer nos rodea, fijamente.
Del agua acude.
El vendaval golpea, hiere, lastima.
Qué sabor de eternidad en la entrega deseada.
Alienta.
Golpea sobre remotas, iluminadas puertas.
La casa se abre bajo su voz,
la casa corre en sus pies,
la casa es un cinturón, una escoba,
un armario,
un vaso roto.
Y la mujer penetra,
lo va llenando todo,
lo ilumina.
Aquí de pronto está tranquilamente
y su mano acaricia un gato indómito,
y del fluido a la voz,
y de la voz al acto,
la mujer va cayendo,
se va deshilvanando
hasta el origen mismo de la sangre.
Llora y ríe, camina.
Desanuda los pasos lentamente.
Y un rostro de mujer emerge
de un alfiler, de un paño.
El pan florece entre sus senos;
tan descansadamente vienen los niños a su encuentro
Y de pronto
corre, y es una sombra,
un hilo desangrado.
Viene y alza el olvido, se descalza.
Se penetra en la voz de las angustias.
Ansiosamente
árboles surcan; caballos poderosos
derriban las hogueras.
Y la mujer nos viene persiguiendo,
lo va llenando todo,
lo ilumina.

EL FUEGO

JÓSE JOAQUÍN BURGOS (venezolano}

As í era el fuego entonces,


como una luz apenas entreabierta,
El mar trajo un día caracoles sonoros,
y rugió el viento,
y vino
la noche del relámpago
asesino. Agua violenta, naves,
marineros,
salobres alcatraces
espiando al sol desde el'acantilado.
Y el fuego como un ojo
hundía velas negras en la noche.
Del fondo del océano
emergen voces, y susurra el
agua, y el corazón del pez
enamorado, y el músculo librado
al sacrificio...
Mientras allí, sembrado
como una luz apenas entreabierta,
inmóviles escollos se destrozan,
y el mar eleva su fragor,
y el fuego
avanza por el agua y estremece
la orilla constelada del silencio.
Así era el fuego entonces:
agua, pez, singladura;
y abierto el norte de la rosa helada
el fuego penetraba,
deshacía.
Potro del mar, relincho de relámpago,
casco de piedra mineral y pura.
El día del comienzo desangraba,
y rostros entregados, destruidos,
a la orilla del mundo.
Así era el fuego entonces,
como un ojo dormido.
Un caracol sembrado en el silencio,
y la hoguera, de pronto,
el horizonte
iluminado y lleno de brillantes
manos de sol que lo abrasan todo.
Y el fuego penetró llenando, hiriendo
el corazón final de los crepúsculos.

SIN PALABRAS

RAFAEL CABRERA (mejicano)

SERÁ como un efluvio el amor mío


que envolverá tu ser calladamente,
como niebla impalpable sobre un río
y como el aire azul y transparente.

Será un halo en tu pálida cabeza,


un iris en su eterno cristalino,
una flor de tu vida en la maleza,
y un manso atardecer en tu camino.

Como ansia a todas horas renovada,


como una herida sin cesar abierta,
como una aspiración nunca saciada
y como una inquietud siempre despierta.

De mezquinos afanes olvidado,


sólo lleno de ti, de ti suspenso,
y en cada breña dejaré un pecado
y en cada risco un desencanto inmenso.

Despeñaré en un tajo tu amargura,


que hacia el abismo rodará
perdida; fundiré en su caverna más
oscura su desconsuelo enorme de
la vida.

Y si lágrima fue, será rocío;


será rayo de luna si es la niebla;
algo como una estrella en el vacío,
algo como una luz en la tiniebla...

Y hará que mires en el corto viaje,


a través del dolor que tu alma llena,
como a través del oro de un celaje,
que la vida es muy triste, pero
buena...

Y apacible, profundo y silencioso,


cuando inclines muy pálida la frente
para dormir el sueño misterioso,
él será como un surco luminoso
que prolongue tu vida eternamente...
LA LAGRIMA INFINITA

HILARIÓN CABRISAS (Cubano)

¡ESA!... La que en el alma llevo oculta;


la que no salta fuera si se expande
en la pupila; la que a nadie insulta
en un alarde de dolor; la grande,
la infinita, la muda, la sombría,
la terca, la traidora, la doliente
lágrima de dolor, ¡lágrima mía!...,
que está clavada en mí profundamente.

La que no da una tregua ni un consuelo


de dulce sollozar; la que me hiere,
y no punza, y no obsede, y pone un
velo turbio en mis ojos; la que nunca
muere ni nace en flor de rostro; la que
nunca refrena su latir; la que no intenta
asomarse a la faz y quedar trunca,
y hace la pena interminable y lenta...

Agua de un manantial que va en la sombra


tortuosa de mi yo, tierra maldita
donde no nace planta ni se nombra
ningún nombre de amor... ¡Esa infinita
lágrima de dolor, sorda y amarga,
que llega hasta mis ojos y no fluye
en catarata ardiente; la que embarga
mi ser y en el silencio se diluye!...
Gota que cristaliza y se hace piedra,
dolor que se concreta y se resume;
planta parásita como la hiedra,
que trepa al corazón y lo consume;
infinito dolor sin esperanza
de resolverse en líquido siquiera.
Invierno seco y duro que no alcanza
a transformarse luego en primavera.

Nieve perpetua sin ningún deshielo;


polo desierto que en la ardiente entraña
anhela el húmedo calor del cielo,
que ni lo fertiliza ni lo baña.
Lágrima que no alivia la tortura
de los ojos cansados de infinito;
lágrima que no cura la amargura;
que no es queja, ni expresión, ni grito.
Cántaros secos, áridos, mis ojos;
páramos sin frescura ni rocío;
febricitantes de escrutar los rojos
límites del espacio y del vacío.

¡Esa!... La que no llega ni ha llegado


ni llegará a los ojos nunca..., ¡nunca!...
Mi lágrima tenaz, que no ha mojado
el Sahara estéril de mi vida trunca; esa...
no la verás, porque en la calma
de mis angustias se ha trocado en perla.
Para verla hace falta tener alma, y tú...,
¡no tienes alma para verla!...

TE HABLO DESDE LAS SOMBRAS

HILARIÓN CABRISAS (Cubano)

Te hablo desde las sombras donde la luz inquieta;


ésta que fue incesante peregrina de amor,
ésta que buscó en todo la palabra secreta;
la loca de la casa de mi alma de poeta,
cuya sola alegría fue su propio dolor.

Te hablo desde las sombras. ¿Me comprendes ahora?


¿Me comprendes ahora que no soy carne
vil, sino espíritu tenue que tu recuerdo
implora; ahora que sólo existe en el eco que
llora,
en el agua que duerme y en el viento sutil?

Te hablo desde las sombras, con voz que ya no existe,


con voz que sólo tiene acento para ti.
Tal vez sin que lo sepas estés un poco triste
porque, a pesar del tiempo transcurrido,
subsiste en tu boca aquel beso supremo que te di.

Te hablo desde las sombras para decirte


todo lo que nunca te dije, ¡oh augusto
Cuasimodo
que habló siempre en silencio! Lo que siempre calló.
Ahora lo diré todo, porque ya no habrá modo
de que dudes que hablo con la unción de mi fe.

Sí: mi sombra me escuda. Es como si cerraras


los ojos a la vida vulgar y me escucharas
latiéndote en la sangre que va a tu corazón.
Es como si en la vida de tu vida me hallaras
hecho en tus propias venas una ardiente
canción.

Nunca serás tan mía como cuando no exista,


como cuando en mi vida tu vida subsista
inexorablemente, como un rito fatal.
Cuando los muros fríos del yo materialista
no adviertan la presencia de mi yo
espiritual.

Mi sombra luminosa proyectará en tu senda


la parábola eterna de mi eterno soñar;
será como arco iris que a tus ojos se extienda
y vivirás de nuevo nuestra íntima leyenda,
y sentirás un ansia suprema de llorar.

Te hablo desde las sombras con todas las ternuras


que quedaron inéditas entre mis desventuras
que nunca adivinaste... ¡Nuestra vida fue así!
Y hoy, que soy apenas una sombra en las sombras,
habrás de estremecerte si mi sombra te nombra,
porque aunque ya no existe, ¡sigo viviendo en ti...!
POR ESO

MIGUEL A. CAMINO (argentino)

Un cementerio de pueblo,
perdido en un pedregal,
con unas poquitas cruces
y unas matas de radal.
Va oscureciendo. Un paisano,
ante la tumba olvidada
del hijo, viene a rezar.
Se santigua por dos veces,
y luego así le hablará:

—Buás tardes, m'hijo...; aquí estoy...;


aquí tenis a tu padre,
rendido de galopiar
por venir a visitarte.
Me han dicho que estás aquí
seputado en sitio aparte,
pa que no se te confunda
con los otros, pues la
tarde que tan fiero te
ultimaron a traición esos
cobardes dijeron que, por
l'utosia, aquí debían
dejarte.

¡Y no te han puesto una cruz!...


¡Ni tan siquiera una rama,
pa que así de vez en cuando
un padrenuestro te caiga
de los tantos que aquí rezan
pa que se alivien las almas!...

¡Bendito sea Dios!... ¡El yuyo,


cómo te ha crecido encima!...
¡Mira si tu pobre madre
supiera que estás ansina;
ella que tanto rogó
a los santos por tu vida!...
¡Pobre vieja!... Aquí tenes
esta corona de flores
de trapos de toda laya
y de tuitos los colores
que te manda, porque el campo
está quemao por los soles,
y no ha hallao ni una florcita
que en nombre de'lla te llore.

Esta rosa es del primer


vestidito que te hicieron;
esta, qu'es de seda azul,
la sacó de aquel pañuelo
que se compró cuando anduvo
por los boliches del pueblo;
esta verde es de la bata
que usó pa su casamiento;
y est'otra..., creo que de algo...,
de algo que ya no me acuerdo...

¡Pobre m'hijo!... Si supieras


cuánto ha llorado por eso
y las veces que me dijo:
«¡Anda, Jacinto, anda velo,
porque debe estar sólito
como un gauchito! ¡Anda velo!...»

Y aquí me tenis..., llorando


de estar con vos y tan lejos
de tu viejita, ¡la pobre!...,
y lo que es pior, muy enfermo;
tanto que muy fácil es
que me muera como un perro,
sólito mi alma en el campo,
anfligido y sin consuelo.

Pero ¡qué caray!... Si


estoy hablándote de mí
mesmo y me voy hasta
olvidando
que no he venío pa eso.

Güeno, m'hijo..., agárrese


muy juerte pa no caerse,
pues voy a contarle todo
lo que en su rancho sucede.

Le diré que el mesmo día


que a tu mujer le dijeron
que por qué sé yo qué cosas
en el pueblo te habían muerto,
se puso, al tiro, a reyir
y a decir qu'eso era cuento,
porque a hombres como vos
no los quiere ni el infierno.

Poquitos días dispués


se ayuntó con Ño Ruperto,
el patrón de esos canallas
que te quitaron de
enmedio; y pude al fin
comprender
el porqué te hicieron eso...
¡Pobre m'hijo!... Por estorbo;
porque llorabas por dentro;
por no querer ver las cosas;
por ser demasiado güeno,
güenaso hasta hacer reyir
a los mesmísimos perros.

Yo dende enantes sabía


cómo se entendían ésos...;
pero nunca te lo dije,
porque siempre tuve miedo
de hacerte, al cuete, sufrir
y me dijeras: «¡No es cierto!...»
Porque vos la queríais mucho
a esa mujer, ¿no es eso?...
Pero... qué, ¿estás llorando
por lo que te estoy
diciendo?...
Güeno, m'hijo..., está muy bien;
me callaré si lo ofiendo;
no le diré nada más;
ya puede seguir durmiendo.
Pero ya yo le hei vengao,
y vengadaso, por cierto.

¿Quiere que le diga, m'hijo,


lo que por usted yo hei hecho?...
Anoche me los pillé
pegaditos en un beso,
y ahí nomás me los cosí
a puñaladas..., ¡por puercos!...

No he sabido perdonar;
pero se las di en el pecho
y no en el medio 'e la espalda,
como a usted le dieron ellos.

Dispués... los dejé orejanos,


pa que aprendieran...
¡Canejo! Porque si a usted lo
mataron tan sin asco, jue...
por eso:
porque usted les estorbaba.
¡Por eso, m'hijo..., por eso!...

SILBANDO

MIGUEL A. CAMINO (argentino)

ELLA le pedía
con honda tristeza:
—No silbes, Lisandro.
¿No ves que silbando me apenas?...
Si tienes un silbo entre dientes
que en vez de tonada
parece un llorare,
parece una queja.

Con ese tu silbo,


Lisandro, ¿te acuerdas?...,
marchabas de niño a los cerros;
y en sus soledades,
con cabras y piedras,
pasabas silbando, silbando,
las horas enteras.

Con ese tu silbo,


que me desespera,
te vide, ya hombre,
en busca 'e cariño
llegar a mi puerta.
Con ese tu silbo
te vide alejarte,
dejándome sola
y llena 'e vergüenza.
Con ese tu silbo
te vide ayer tarde
llegar por la güeya,
trayendo a nuestro hijo
cruzado en la cruz de tu bayo
como una maleta...
Y allí lo enterraste,
silbando, silbando,
juntito a la tumba
de tu pobre vieja...
No silbes, Lisandro.
¡Por Dios te lo pido!...
¿No ves que al oírte silbando
el alma presiente
desgracias muy negras?...
No silbes, Lisandro,
que en vez de tonada tus silbos
parece que fueran
aullidos de perro
que nos anunciaran
una mala nueva.
Y él, indiferente,
silbando, silbando
entre dientes,
oía a la pobre
como si lloviera.

Le mataron un hijo a Lisandro


en una pelea.
(Hay quien dice que fue el Comisario
a causa de un'hembra.)
Y después de enterrar a su guaní
juntito a su vieja,
y afilar como luz un cuchillo,
por saber si es verdad lo que cuentan,
sin siquiera volcar una lágrima,
sin siquiera volver la cabeza,
al tranquito, montado en su bayo,
del palenque, hacia el pueblo, silbando,
silbando entre dientes,
se aleja.

Muy cerquita del rancho 'e Lisandro


hay tres cruces, de dos que antes eran.
La mujer, que enfermó del disgusto,
para siempre descansa en la tierra;
y en Bahía se encuentra Lisandro,
pagando su hombrada,
metido entre rejas.
Parece que en cuanto aquel día,
silbando, silbando entre dientes,
al pueblo llegara,
y supo la cosa cual fuera,
sin decir una sola palabra
pilló al Comisario,
cobróle su cuenta
asestándole en medio 'e la guata
una puñalada por cada una legua
que, llevando el cadáver del hijo,
Lisandro anduviera...

Y la gente baquiana calcula


que del rancho 'e Lisandro hasta el pueblo
hay... dieciocho legüitas apenas.
HAY QUE CUIDARLA MUCHO

EVARISTO CARRIEGO (argentino)

Mañana cumpliremos
quince años de vida en esta casa.
¡Qué horror, hermana, cómo envejecemosl...
¡Y cómo pasa el tiempo, cómo pasa!...
Llegamos niños y ya somos hombres;
hemos visto pasar muchos inviernos,
y tenemos tristezas. Nuestros nombres
no dicen ya diminutivos tiernos,
ingenuos, maternales; ya no hay esa
infantil alegría
de cuando éramos todos a la mesa.
¿Te acuerdas, hermana?...

—Que abuela cuente, que abuelita cuente


un cuento antes de dormir; que diga
la historia del rey indio...

Gravemente,
la voz querida comenzaba...

¡Siga!...

¡La abuela, siga, no se duerma!...

— ¡Bueno!...

¡Oh, la casa de entonces!... La modesta


casita en donde todo era sereno.
Nuestra casita de antes. ¡No, no es ésta
la misma!... ¿Y los amigos, las triviales
ocurrencias, la gente que vivía
en el barrio..., las cosas habituales?...
¡Y la vecina enferma que leía
su novela de amor!... ¿Qué se habrá hecho
de la vecina pensativa y triste
que sufría del pecho?...
¡Era de linda!... Tú la conociste.
¿No te acuerdas, hermana?...
Ella leía siempre una novela
sentada a una ventana.

Nosotros la mirábamos, y abuela..., abuela


la miraba también. ¡Pobre!... Quién sabe
qué la afligía. A veces ocultaba
el bello rostro de expresión muy suave
entre sus blancas manos y lloraba.

¡Cómo ha ido cambiando todo, hermana,


tan despaciosamente!... Cómo ha ido
cambiando todo... ¿Qué se irá mañana
de lo que todavía no se ha ido?...
La abuela ya nos dirá su cuento.
La abuela se ha dormido, se ha callado.
La abuela interrumpió por un momento
muy largo el cuento amado.

Aquellas risas límpidas y claras


se han vuelto graves poco a poco, aquellas
risas que no se habrán de oír. Las caras
tienen sombras de tiempo en tiempo; huellas
de pesares antiguos, de pesares
que, aunque se saben ocultar,
existen. En las nocturnas charlas
familiares hay silencios de plomo
que persisten hoscos, malos. En torno
de la mesa faltan algunas sillas. Las
miradas
fijas en ellas, como con sorpresa,
evocan dulces cosas esfumadas.
Rostros llenos de paz, un tanto inciertos,
pero nunca olvidados. «¿Y los otros?...»,
nos preguntamos muchas veces. Muertos
o ausentes, ya no están; sólo nosotros
quedamos por aquellos que se han ido;
y aunque la casa nos parezca extraña,
fría, como sin sol, aún el nido
guarda calor: mamá nos acompaña.
Resignada quizá, sin un reproche
para la suerte ingrata, va olvidando;
pero, de cuando en cuando, por la noche,
la sorprendo llorando:
«¿Qué tiene, madre?... ¿Qué es lo que la apena?.
¿No se lo dirá a su hijo..., al hijo viejo?
¡Vamos, madre, no llore, sea buena;
no nos aflija más..., basta!...» Y la
dejo calmada, libre al fin de la
amargura de su congoja atroz, y así
se duerme,
¡húmedas las pupilas de ternura!...

¡Oh, Dios no quiera que se nos enferme!...


Es mi preocupación... ¡Dios no lo quiera!...
Es mi eterno temor. ¡Vamos!... No puedo
explicártelo. Si ella se nos fuera,
¿qué haríamos nosotros?... Tengo miedo
de pensarlo. Me admiro
de cómo ha encanecido su
cabeza en estos meses últimos: la
miro, la veo vieja, y siento una
tristeza
tan grande... ¿Esa aprensión nada te anuncia,
hermana?... Tú tampoco estás tranquila:
tu perdida alegría te denuncia...
También tu corazón bueno vigila.
Yo no sé, pero creo que me falta
algo cuando no escucho
su voz. Una inquietud vaga me asalta...
¡Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho!...

LA ESTRELLA REMOTA

CESAR CASAS MEDINA (colombiano)

PENSAR en ti. Solamente en ti.


A toda hora. A cada instante.
¡Jamás he podido
dejar que un minuto se vaya al olvido
sin pensar en ti!

Quererte. A ti solamente.
Quererte, anhelarte, esperarte.
¡Soñar con el aura fragante
de tus sederías...!
¡Concentrar el alma que vagaba errante,
en torno de tus elegancias y tus alegrías!

Quererte. ¡A ti solamente,
con desvío absoluto
de todo lo que hay en el mundo!
¡Quererte
con cariño inmenso, con amor profundo!

Buscar en tus ojos el alba


de esta noche eterna... Buscar en tus ojos
la estrella (tan lejos, tan lejos...)
que se hunda en el pozo
de mi vida oscura, y la alumbre,
y le borde en los bordes oscuros
un nimbo de vivos reflejos;

¡la estrella que duerme en tus ojos


tan grandes, tan lindos, tan puros;
la estrella que duerme en tus ojos,
tan lejos..., tan lejos!
Y pensar que todo
no es sino un gran sueño...;
un sueño imposible,
sombra de quimera, albor de esperanza,
rosas que la tarde sabe entristecer...;
¡pensarte, quererte,
buscar en tus ojos la vida,
y hallar en tus ojos la muerte!
SOLO TU

CESAR CASAS MEDINA (Colombiano)

AMOR como este amor nunca he sentido;


como a ti con el alma a nadie quise;
yo todos los amores los deshice
para quererte a ti. En el olvido

hundí mis otros sueños, vanos sueños;


naufragué mi espejismo y mi quimera,
y un milagro floral de primavera
despertó para ti de mis ensueños.

Olvidé lo pasado; con un velo


de densa bruma di mi despedida
al barco triste que llevó mi vida
sobre el piélago amargo del recelo.

Ahora sólo tú, gentil amada,


perfumas en mi senda aridecida,
y la luz de tu lámpara encendida
ilumina mi ruta. Ahora, nada
desviará mi camino, ni mi paso
tendrá vacilaciones, ni mi
ensueño se tornará en maléfico
beleño bajo el ala marchita del
ocaso.

Tan sólo tú, gentil amada mía,


le has tenido cariño a mi cariño,
y soy por eso ahora como un niño
que te ofrece la voz de su alegría.
¡La alegría de vivir para quererte,
la alegría de vivir para adorarte,
sin el afán creciente de perderte
ni la triste certeza de olvidarte!
LA IMPOSIBLE

CESAR CASAS MEDINA (Colombiano)

¡Oh la amada imposible!, la lejana,


la que incansable adora mi idealismo,
la que llevo en el fondo de mí mismo
y más remota está cada mañana.

Una tarde en mi senda, la Esperada


apareció de pronto lumindsa,
y el alma se me abrió como una rosa
bajo el limpio fulgor de su mirada.

Todo lo blanco que en mi ser


florece se lo ofrecí en la copa del
ensueño, y hechizada quedó con el
beleño
de este cariño que en la sombra crece.

Yo la amaba en silencio; ni siquiera


a mirarla mis ojos se atrevían,
y los versos de amor se me morían
en la indecible angustia de la espera.

Mis versos, mi cariño, mi terneza,


alfombraron el paso de la amada...,
y en su vida mi amor fue una alborada,
y en mi vida su amor fue una tristeza.

Yo guardo todas las fragancias de Ella,


cual el recuerdo de la esencia un pomo...,
y en mi la tengo recogida como
recoge un charco el oro de una estrella.

¡Oh la amada imposible, la lejana,


que la hoguera encendió de mi idealismo...;
aunque irradia en el fondo de mi mismo,
más distante la veo cada mañana!
OJOS QUE AGUARDO

CESAR CASAS MEDINA (Colombiano)

OJOS que aguardo con afán y empeño


desde que nace hasta que muere el día;
grandes ojos de amor, ojos de ensueño
que un soplo empaña de tristeza mía.

Graves ojos de ingenuos resplandores


que son para mi anhelo y mi
esperanza lo que al hondo remanso
los fulgores de un lucero que brilla en
lontananza.

Ojos de seda que en silencio quiero,


ojos que llenan de fulgor mi vida,
divinos ojos que anhelante espero
con el ánima enferma y dolorida.

Para verlos pasar, el alma un arco


en la ventana del recuerdo tiende,
y de mi amor en el florido marco
la luz de pronto su fulgor enciende.

Y me bañan los ojos con su lumbre


de suavidad extraña y soporosa;
pero se van de prisa, y en la cumbre
de mi dolor, la noche temblorosa
más profunda se torna y más sombría,
más desolada y triste mi quimera,
y, sin embargo, mi melancolía,
desde que nace hasta que muere el día,
esos ojos de amor soñando espera.
CANSANCIO

OSCAR CASTRO (chileno)

Hoy te entrego mi vida, mujer desconocida.


Tómala. Tú sabrás lo que has de hacer con ella.
Duerme en tu corazón mi esperanza perdida,
así como se duerme en el agua una estrella.

Dame la luminosa piedad de tu regazo.


Si alguna vez, en sueños, mi voz desconsolada
pronuncia un raro nombre de mujer, no me hagas caso.
Si me sientes llorar, no me preguntes nada.

Sé buena para mí. Háblame suavemente


y no me digas nunca que me quieres. Tu mano
viaje con suavidad de luna por mi frente.
Estoy enfermo de algo doloroso y lejano.

Quiere mi corazón que seas el recodo


azul que oculta cuanto se anduvo del camino.
Queden atrás mis penas, mis inquietudes, todo.
Que tu piedad me embriague con su cálido vino.

Sean tiernos tus labios al temblar en mi frente.


Sean claros tus cantos al sonar en mi oído.
Y verás que en tu seno me quedo suavemente,
sencillamente, como un pequeño dormido...

P'ALGO JUISTE A L'ESCUELA

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino}

iNo te atribules aura


ni agaches la cabesa;
es tarde; a la vergüensa
hay que tenerla en antes
de pialar cosas puercas.
Sé que la culpa es mía.
¿Quién me mandó, ¡canejo!,
si yo era un gaucho crudo
hecho a los tiempos viejos,
haserte a vos estruido?
¡Risién, risién colijo
pa lo que me ha servido!

Aura que ya las tabas


risongan si las muevo,
aura que h'anochesido
pa' prensipiar de nuevo...
¡m'hipotecaste tuito!:
el campo y el rodeo...

Me has trampiao en el pago,


¡dispués que yo hise tanto!
Si dende gurisito,
cuando t'enorqueteabas
en el «sebruno patrio»,
enterrando la reja
(qu'entonse era a mansera),
l'esigía a la tierra
tuito lo qu'ella diera,
y a cada gota gruesa
del sudor que me cáiba,
viéndote tan gauchito
pa mí mesmo pensaba:
«Suda, suda, Evaristo;
que cuando el tiempo cuadre,
lo verás dotorsito,
como quiere su madre.»

¡Dios la tenga en la gloria!;


po'ella es que te lo digo,
porque ni a su memoria
rispetastes, ¡ indino!
Y hasta la «sarca vieja»,
que l'ayudaba a criarte,
en tu angurria de plata
entr'el lote tarjastes...,
y eso es lo que me quema;
lo demás... no, ¡qué diantre!

Y güeno, a lo hecho, pecho,


y escucha, pa qu'entiendas;
tuavía no estoy jundido,
que hay dos varas 'e tierra
aya en el campo santo...
ande descansa «eya».
Si pa cubrir tus visios
sirve de algo esa tierra,
¡hipotécala, m'hijo!
¡P'algo juiste a l'escuela!

TENIA RASON

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

EMPACHAO por mis cosas y mi genio,


me dijo ansina el capatás un día:
«Y desime, mal criao, vos, qué te has cráido,
que parar un jaguar a poncho y daga,
aguantar sin culero la tirada
de un bagual puert' ajuera
y correr la partida a chambergasos
te dan patente p' alardiar de güeno?
Atendé mi consejo: no seas ciego;
tuíto en la vida pasa...,
y será pior pa' vos cuando mañana,
t' escupan en la cara,
te bailen un malambo en el pescueso
y lo mesmito que a ganao mostrenco
te marquen a talero las quijadas.»
«Puede ser—pensé yo pa' mis adentros—.
¡Malaya venga ese varón un día!
Tengo antojo de ver si hay otras juersas
más juertes que las mías.»
¡Y tenía rasón el gaucho viejo!
Me has enyenao de babas el cogote,
me has chirleao po'el hosico y a tu
asóte me has hecho galopiar con vos
ensima; y párese mentira
que a tuítos tus antojos yo me achico...,
y güeno; últimamente po' ese daño,
te juro no me aflijo;
¡pa' eso sos mi tirano!,
¡pa' eso tenes... tres años!,
¡pa' eso te yamo m'hijo!

CATECISMO GAUCHO

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

L,A bendisión, mi tata.


—¡Dios lo haga güeno, m'hijo!
¿Y p' ande sale tan de madrugada?
—Iba a enfrenar el saino—malacara—
pa' echar las vacas, como usté me dijo.

—Venga: no corre priesa;


total hoy es domingo;
atraque esa usamenta a ésta 'e su padre,
y largue la sin güeso, a ver qué sabe
de la patria, la prienda y de su pingo.

—Y... yo sé de la patria
que cuando hay invasores
que quieren rastrojiarte sus derechos...,
¡se les arranca el corasón del pecho
p' atarugar la jeta 'e sus cañones!

Y que si algún cristiano


yega a ofender la prienda...,
¡se le vuelca el talero sobre el tuso
y se degüeya mesmo que a serrucho,
meyando bien la daga entre las piedras!
Y cuando se trompieza
con quien duda del pingo,
hay que dir a la güeya a cotejarlo
y fiarle a sus garrones pa' probarlo...,
patacones, recao, pilchas y tuito.

—Güeno; 'tá bien, amigo,


y sea su lay lo que resién me ha dicho.
Aura vaya nomás, truja las vacas.
—Su bendisión, mi tata.
— ¡Dios lo haga un santo, m'hijo!

PASENSIA

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

UE po' hacer repartija 'e lo mío


a pedir me quedé?
¡Pasensia!, qué vi haser.
También muías que cuartean aguateros...
se quedan en la güeya, muertas 'e se...

¿Que dispués de haber criao hijos ajenos


m' encuentro d' este modo?
¡Pasensia!, no lo inoro.
Tamién el sol priesta calor a tuítos...
y pa' dormir debe emponcharse solo.

¿Que a la gurisa que alegró mis años


se la yevó un pueblero?
¡Pasensia!, compañero.
Que pa' cantar en casa 'e los ricos...
tamién crian pichones los jilgueros.

¿Que aquí en mi rancho guaresí un matrero


muy capas 'e venderme si lo apuran?
¡Pasensia!, es mal de cuna.
También la selva escuende a los jaguares...
que en eya mesma han de chairar las uñas.
SERRANA

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

Sí; supe hoy que jamás me has querío;


qu' el fierro 'e tus mañas
me puso en la frente la marca 'e marío...,
pa' usarme 'e pantaya.

Sé también, de qu' en yerra de amores


pialaba tu honra un juerte serrano,
y que po' eso en la falda 'e «Los Moyes»...
descansa tu hermano.

Y qu' en 1' abra del monte 'e los seibos


duermen dos varones,
con quienes jugaste al juego 'e los selos...
con cartas falderas, que jueron facones.

Y entuavía, pá ráirte a mi gasto,


me pedís, ¡mal hembra!,
que te truja del serró más alto
las flores más blancas, más lindas que tenga.

¿Y desís que tu antojo es pavada


pa' un hombre sin miedo?
Asertastes; me suebran agayas,
y en ves 'e las flores..., ¡mi daga te priendo!

NO LO HAGAS GALOPIAR

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

¿Por qué guasquiás al doradiyo ansina?


¡Total!, po' un trompesón.
¡Ah!, cómo se conose qu' en la vida
sos entuavía mamón.

Cuando en un tiro de volcao, el tiempo


te piale las muñecas
y las avestruseras de los años
se te hagan un ñudo en las masetas...
Cuando la serrasón del desengaño
te haya blanquiao el pelo
y los chucasos del invierno crudo
te charqueen de arrugas tuíto el cuero...

Cuando la vista, ¡de haber visto tanto!,


se te haya puesto güera
y tengas corcovao el espinaso
de aguantar la maleta de las penas...

Risién, entendé bien, risién muchacho


sabrás por qué te digo:
no lo hagas galopiar; yeválo al tranco,
ansina no trompiesa el doradiyo.

GARGARITAS 'E SANGRE

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

TABA de fiesta el sielo;


había aperao la noche con tanto platerío
que daba gusto verla.
En mirando p'arriba te grité redepente:
«¡Se descolgó una estreya;
pedíle, pedíle algo!, pero antes que se pierda...»
Y me mirantes ráindo,
y me dijiste ansina:
«Ya le pedí, mi dueño.»
«¿Se puede saber, prienda?»
«¡Sí; que me querrás mucho, más que a tu mesma vida...»
¡Y te escuchó l` estreya!

Y dende aquella noche,


qu' el resero del tiempo me tisó con tres años,
pal consumo 'e la vida,
ricuerdo, en la cosina
yo desviraba un tiento cuando m' hinqué en un dedo;
les mesquiné al chusaso y me golpié 'n el codo...,
y con tu lindo modo:
«¡No te toques, mi dueño!, qu' es sorpresa agradable...»
¡Y me besaste ráindo!

Verdá que jué agradable;


si hoy m' encuentro en el catre,
con esto que no cráigo, 'unque lo estoy liyendo:
«Yo me juyo con otro; perdona y olvídame;
la caña es un güen rimedio.»
Puede que ansina sea;
pero rogále al sielo que desprienda otra estreya
antes qu' en el camino pa' mi desgracia te haye;
que yevo en el cuchiyo, pa' curarte, ¡mal' hembra!...,
¡gargaritas 'e sangre!

CEPOS Y CORAZONES

ARSENIO CAVILLA SINCLAIR (argentino)

cumplir la pena que gané en mi hombrada,


iba liao 'e manos con fierro en los pieses,
sobre una carreta quejosa y tumbada,
igual que mi vida, charquiada 'e los jueses.

Amparao al ruido de juertes senserros


y en el «¡ güeya, güeya!» de una tropa en marcha,
con los ñervos duros como cortafierros,
rompí los griyetes pa' ganar la pampa.

Por segunda güelta se me negó el güeso


echando p'abajo lo que m' escasea
y gané de gola pal pobre pescueso...,
un sepo «sebao», po aya en la
frontera.

Como los quirquinchos, hise dos 'ujeros;


afirmé los tacos, me crujió 1' isliya;
se simbró mi cuerpo mesmito que asero
y a juersa 'e garganta rompí esa goliya.

¡Cansaos 'e mis juídas, ande me tomaron


m' echaron la falta con a veintisinco!...;
pero en una tarde las rejas flojiaron
al ver patacones sestiando en mi sinto.

Y esto ya se cundió...; estoy sin juersas;


y por mi fatiga, jué qu' en una estansia
hise cabesera en dos trensas negras
y dormí al rescoldo de unos ojos macuas.

Y ansina, con besos, cariños, promesas...,


con eso que disen que son cosas falsas,
me amarraron firme como no pudieran
ni griyos, ni sepos, ni rejas, ni guascas.

Sí, amigo; en la vida, tuítas las cadenas


seden a 1' astusia, la juersa o la plata;
el alma 'e la prienda que se ama endeveras...
es 1' única cársel de ande no se escapa.

LA CAÍDA DE LAS HOJAS

FERNANDO CELADA (mexicano)

Cayó como una rosa en mar revuelto,


y desde entonces a llevar no he vuelto
a su sepulcro lágrimas ni amores.
Es que el ingrato corazón olvida,
cuando está en los deleites de la vida,
que los sepulcros necesitan flores.

Murió aquella mujer con la dulzura


de un lirio deshojándose en la albura
del manto de una virgen solitaria;
su pasión fue más honda que el misterio;
vivió como una nota de salterio,
murió como una enferma pasionaria.
«Espera—me decía suplicante—;
todavía el desengaño está distante;
no me dejes recuerdos ni congojas;
aún podemos amar con mucho fuego;
no te apartes de mí, yo te lo ruego;
espera la caída de las hojas...

Espera la llegada de las brumas,


cuando caigan las hojas y las plumas
en los arroyos de aguas entumidas,
cuando no haya en el bosque enredaderas
y noviembre deshoje las postreras
rosas fragantes al amor nacidas.

Hoy no te vayas; alejarte fuera


no acabar de vivir la primavera
de nuestro amor, que se consume y arde;
todavía no hay caléndulas marchitas,
y para que me llores, necesitas
esperar la llegada de la tarde.

Entonces, desplomando tu cabeza


en mi pecho, que es nido de tristeza,
me dirás lo que en sueños me decías;
pondrás tus labios en mi rostro enjuto
y anudarás con un listón de luto
mis manos cadavéricas y frías.

¡No te vayas, por Dios! Hay muchos nidos,


y rompen los claveles encendidos
con un beso sus vírgenes corolas;
todavía tiene el alma arrobamientos,
y se pueden juntar dos pensamientos
como se pueden confundir dos olas.

Deja que nuestras almas soñadoras,


con el recuerdo de perdidas horas,
cierren y entibien sus alitas pálidas,
y que se rompa nuestro amor en besos,
cual se rompe en los árboles espesos
en abril un torrente de crisálidas.

¿No ves cómo el amor late y anida


en todas las arterias de la vida,
que se me escapa ya?... Te quiero
tanto, que esta pasión que mi tristeza
cubre me llevará, como una flor de
octubre,
a dormir para siempre al campo santo.

¡Me da pena morir siendo tan joven,


porque me causa celo que me roben
este cariño que la muerte trunca!
Y me presagia el corazón enfermo
que si en la noche del sepulcro duermo,
no he de volver a contemplarte nunca.

¡Nunca! ¡Jamás! En mi postrer regazo


no escucharé ya el eco de tu paso
ni el eco de tu voz... ¡Secreto
eterno! Si dura mi pasión tras de la
muerte, y ya no puedo cariñosa
verte,
me voy a condenar en un infierno.

¡Ay, tanto amor para tan breve instante!


¿Por qué la vida, cuanto más amante,
es más vulgar? ¿Por qué nos brinda flores,
flores que se marchitan sin tardanza,
al reflejo del sol de la esperanza,
que nunca deja de verter fulgores?

¡No te alejes de mí, que estoy enferma!


Espérame un instante...; cuando duerma,
cuando ya no contemples mis congojas...,
¡perdona si con lágrimas te aflijo!»
Y cerrando sus párpados, me dijo:
«¡Espera la caída de las hojas!»
……………………………………………………………
Ha mucho tiempo el corazón cobarde
la olvidó para siempre. Ya no arde
aquel amor de los lejanos días...
Pero, ¡ay!, a veces, al soñarla, siento
que estremecen mi ser calenturiento
sus manos cadavéricas y frías...

MI LIBERTAD POR UNOS VERSOS

ISMAEL CERNA (guatemalteco)

qué...?, ya ves que ni moverme puedo,


y aún puedo desafiar tu orgullo vano;
a mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano.

Soy joven, fuerte soy, soy


inocente y ni el suplicio ni la lucha
esquivo;
me ha dado Dios un alma independiente,
pecho viril y pensamiento altivo.

Que tiemblen ante ti los que han nacido


para vivir de infamia y servidumbre,
los que nunca en su espíritu han sentido
ningún rayo de luz que los alumbre.

Los que al infame yugo acostumbrados,


cobardemente tu piedad imploran,
los que no temen verse deshonrados
porque hasta el nombre del honor ignoran.

Yo llevo en mi espíritu encendida


la hermosa luz del entusiasmo ardiente,
amo la libertad más que la vida,
y no nací para doblar la frente.

Por eso estoy aquí, altivo y fuerte,


tu fallo espero con serena calma,
porque si puedes decretar mi muerte,
nunca podrás envilecerme el alma.
Hiere. Yo tengo en la prisión impía,
la honradez de mi nombre por consuelo;
qué me importa no ver la luz del día,
si tengo en mi conciencia luz del cielo.

Qué importa que entre muros y cerrojos,


la luz del sol, la libertad, me vedes,
si ven celeste claridad mis ojos,
si hay algo en mí que encadenar no puedes;

si hay algo en mí más fuerte que tu yugo,


algo que sabe despreciar tus iras,
y que no puedes sujetar, verdugo,
al terror que a los débiles inspiras.

Hiere... Bajo tu látigo implacable,


débil acaso ante el dolor impío,
podrá flaquear el cuerpo miserable,
pero jamás el pensamiento mío.

Más fuerte se alzará, más arrogante


mostrará al golpe del dolor sus galas;
el pensamiento es águila triunfante
cuando sacude el huracán sus alas.

Nada me importa tu furia imponente,


víctima del placer, señor de un día;
si todos ante ti doblan la frente,
yo siento orgullo en levantar la mía.

Y te apellidas liberal. Bandido,


tú, que a las fieras en crueldad
igualas; tú, que la juventud has
corrompido con tu aliento de víbora
que exhalas;

tú, que llevas veneno en tus entrañas,


que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
con indefensos niños y mujeres.
Tú, que el crimen ensalzas y escarneces
al hombre del hogar, al hombre
honrado.
Tú, asesino, ladrón; tú, que mil veces
has merecido la horca por malvado.

Tú, liberal..., mañana que a tu oído,


con imponente furia acusadora
llegue la voz del pueblo escarnecido
tronando en tu conciencia pecadora.

Mañana, cuando la Patria se presente


a reclamar sus muertas libertades,
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades.

Al tiempo que maldiga tus memorias,


el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón: infame.

Entonces de esos antros tenebrosos,


donde el honor y la inocencia gimen,
donde velan siniestros y espantosos
los inicuos esbirros de tu crimen;

de esos antros sin luz y estremecidos


por tantos ayes de amargura y duelo;
donde se oyó entre lamentos y
gemidos el trueno de la cólera del cielo.

Con tronadora y prolongada voz


que estremezca tu infernal caverna,
se alzará cada víctima inmolada
para lanzarte maldición eterna.

En tanto, hiere, déspota, arrebata


la honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar, sáciate, mata,
mata y báñate en sangre fratricida.
Mata, Caín, la sangre que derramas
entre gemidos de dolor prolijos,
oh, infame, el mayor de los infames
irá a manchar la frente de tus hijos.

Aquí tienes también la sangre mía,


sangre de un corazón joven y bravo;
no quiero tu perdón, me inflamaría;
mártir prefiero ser, a ser esclavo.

Hiéreme a mí, que te aborrezco impío;


a ti, que con crueldades inhumanas
mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años y sus canas.

Quiero que sepas que tu furia arrostro,


y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir, ¡maldito seas...!

ANTE LA TUMBA DE BARRIOS

ISMAEL CERNA (guatemalteco)

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,


no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora,
ni a los fríos despojos de la muerte.

Ya no puedes herir ni defenderte,


ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.

Yo que de tu implacable tiranía


una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía.
No olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía,
¡y en nombre de esa Patria te perdono...!

ANATOMÍA LÍRICA

FERNANDO R. CESTEROS

LLEGAMOS al salón triste y sombrío,


abrimos los estuches de escarlata,
y fuimos todos, sobre el mármol frío,
poniendo el vario instrumental de plata

Y trajeron la muerta, rebosante


de juventud espléndida y radiosa,
desnuda como Venus, deslumbrante
y suave como un pétalo de rosa.

Sobre un grueso cristal brillante y duro


quedó tendida como estatua fría;
nos llamó el profesor, y a su conjuro
la cátedra empezó de Anatomía.

En profundo silencio nos quedamos;


en tanto que el doctor nos contemplaba,
vestimos los mandiles y rodeamos
la mesa en que el cadáver reposaba.

«¡Corte el fémur usted con firme pulso!...>,


me dijo el profesor en tono quedo,
y me puse a temblar como un convulso,
con una extraña sensación de miedo.

«Reléveme, doctor, de este martirio


que me llena de insólita tristeza;
pero no puedo ensangrentar un lirio
ni yo sé mutilar tanta belleza.
»Perdóneme, doctor, si yo a su ruego
me porto como un mal disciplinado;
pero amo a Aspasia como bardo griego
y a Friné con pasión de enamorado.»

Fue motivo de mofa y de murmullo


en toda el aula mi actitud incierta.
El doctor me miró con noble orgullo,
y con dulce piedad la virgen muerta.

Me quedé contemplando la hermosura


de aquella Niobe pálida y yacente,
cuando sentí por la escalera oscura
ligeros pasos y rumor de gente.

Eran todos alegres estudiantes,


forjadores del chiste inoportuno,
que venían con otros visitantes
a profanar el esplendor de Juno.

Entonces yo, que siempre he respetado


el pudor en sus últimos destellos,
le tendí su cabello destrenzado
como un tapiz sobre los muslos bellos.

Alguien quiso después con mano impura


cobardemente descubrir lo oculto
y comentar con mágicos destellos,
como el que intenta profanar un culto.

Pero ante los sátiros fui diestro


y logré defender la Venus yerta,
di dos pasos delante del maestro
y besé con amor la Circe muerta.

La turba estudiantil, atea y loca,


desató contra mi torpes
agravios, y yo, poeta, me llevé en
la boca la rosa fría de los
muertos labios.
Me acerqué para ver sus ojos muertos,
y como un niño me incliné temblando;
miré fijo sus párpados abiertos,
y ella también se me quedó mirando.

Después de aquella escena emocionante


reinó grave silencio por la sala
donde estaba tendida y deslumbrante
como una diosa la rival de Átala.

Respetó la cuchilla cortadora


la eucarística flor de su hermosura,
y llenóse el recinto en esa hora
de un magnífico ambiente de ternura.

Y se cambió el aspecto de la clase;


nos miró el profesor con raro ceño;
pero abstraído, ni vertió una frase,
como el que se hunde en la quietud del sueño.

Se terminó la clase, y en la puerta,


al salir del salón de Anatomía,
volví los ojos para ver la muerta.
¡Y me estaba sonriendo todavía!...

RECODO DE DESPEDIDA

HELI COLOMBANI (venezolano)

CON el dolor del viajero


que deja la casa sola
quisiera escribir mis versos
esta noche, a esta hora.

Yo te quise. Cómo duele


decir tan sólo: «¡Te quise!»
Parece como si llueve
y escampan palabras tristes.
Cómo quisieran mis versos
estar de llama en tus brazos
para decirte: «¡Te quiero!»,
sin el amor escampado.

Cómo esperarán mis rezos


la oración de tu pecado,
para buscar en tus besos
la redención de mis labios.

Pero es tarde. Ya la noche


—que es el puerto del poeta—
me trae de llanto el reproche
con mis palabras viajeras.

No tiene puerta el dolor


de mi querer lloviznando.
Fui cáliz para el amor.
Para tu amor soy gitano.

Tuve la trunca alegría


de ser camino a tu paso.
Te di la esperanza mía
sin los tranqueros del llano.

Si hubieras querido más,


no sé qué te hubiera dado,
porque no sé si es amar
darte mi vida en pedazos.

Si quieres más, ya lo tienes.


¡Toma la prueba en tus manos!
¡Toma el dolor y la suerte
de haberte querido tanto!

Mi vida está en las palabras,


y mis palabras son tuyas.
Dame una de ellas, prestada,
para firmar mi renuncia.
Ya yo estoy dispuesto a irme
solitario con mi suerte.
No sé si el amor permite
el dolor de no quererte,

y esta noche estoy muy triste,


con tristeza de viajero,
porque digo que te quise,
por no decir que te quiero.

SUBLIME CONFESIÓN

HELI COLOMBANI (venezolano)

o! Yo no vengo a invocar a Jesucristo


ni a levantar al cielo mis plegarias.
Sólo a intentar hablar conmigo mismo
y a pronunciar tan sólo mis palabras.

Y en vez de arrodillarme, a paso firme,


con la frente arrogante me levanto,
porque esta confesión solemne y triste
lleva marcados ya todos los pasos.

Lejos, muy lejos de mi patria, pienso,


y al pensar me parece redimirme,
y al redimir mis sueños es que espero
con mis locas palabras escribirte.

Lejos, muy lejos de mi patria, entiendo


que parecen mentiras las palabras.
(Son tan pequeñas algunas...) Y comprendo
que en pocas letras se resume un alma.

Porque al pensar en Dios sólo te miro,


y al invocar tu nombre me parece
que todo el cielo con su azul divino
bordó tu noble corazón por siempre.
¡Qué poco dicen, madre, las palabras!
Y qué mentiras forman cuando, juntas
en la frase textual, parece que hablan,
cuando son en verdad tristes y mudas.

Hasta entonces creía que era cierto


que los hombres no lloran. Y esta tarde,
al declinar la luz, sentí en mi pecho
la terrible verdad de no escucharte.

Y al mirar hacia un lado, al campanario


de la cercana iglesia lugareña,
escuché en los tañidos que tus labios
no me besaban ya como tú besas.

Y sentí la campana tan adentro,


desgarrando la entraña de mi vida,
que en cada golpe de los seis tormentos
sentí correr el llanto en mis mejillas.

A mi lado, un amigo emocionado


alabó la hermosura de la tarde,
mientras iba mi pecho desgarrado
buscándole el adiós a cada frase.

Una frase. Una letra. Una palabra.


¡Qué poco saben los que no han llorado!
No han sabido mirarse en tu mirada
ni sentir la dulzura de tus labios.

HOY ME LEVANTO Y DIGO

HELI COLOMBANI (venezolano)

Y ahora
que recobro el aliento,
cuando vuelven a mi
nostalgias de futuros luminosos,
cuando he bebido
la angustia que transpiran los caminos,
cuando he sabido desbordar
la sangre
y estoy ansioso de volver al huerto.

Cuando la humana escala se ha teñido


con la duda, el amor,
o la agonía,
ahora,
ya alcanzado el reposo momentáneo,
ya disponible
para volver, si es preciso, a otro comienzo,
aquí dejo mi voz,
aquí las páginas entrego,
y salgo en busca
de más amor, de más angustia
o más humanidad.

Hoy me levanto y digo


—termino por decirlo—
al inicio de otra nueva jomada,
que cuando ya la vida se me escape
ha de ser el momento
en que comience a hablar
lo que hoy al levantarme
voy diciendo.

TARJETA DE NAVIDAD

HELI COLOMBANI (venezolano)

CUANDO la sombra se defina en nieve,


cuando la risa pueda ser de risa
y la palabra
transpire manantiales cristalinos,
cuando vuele la luz dentro los párpados
sin ceniza de humo sumergido,
no serán necesarias las tarjetas,
ni el Diciembre
desvelará esperanzas de almohada,
ni la imagen cromática del frío
servirá de guirnalda entre los árboles,
ni el insomnio turpial irá rastreando
nueva consigna para nuestros brazos.

Por ahora
se hace necesario
buscar el rastro de todas las figuras
que trasciendan su fe de torpe aliento.

Y esperamos aquellas que no dicen


lo amargo de la hora,
las que cantan la paz que no es posible,
las que sudan su amor inencontrado,
las que muestran colores invisibles
y zurcen de promesas
el volcán que se agita y no renace.

Esta que escribo


tendré que fabricarla con mis manos,
hacerla con la púrpura escondida,
trasegarla
al mundo que circunda los espectros,
y decirla
muy bajo,
con el tenue silencio,
con visión de algún dedo sobre el labio.
Porque ya del dolor duele la herida,
quedará sólo el verbo
o el susurro de voz conque hoy hablamos.
Callad, hermanos.
Llevad también el índice a la boca
y escuchad en mi abrazo
la pasión que entre ángulos obliga
a quitar telarañas,
a abrir surcos de luz que se iluminen,
a esperar
que en las costas nos llegue el contrabando
con la simple tarjeta de un poeta,
con esta voz: LIBERTAD, que hay que decir
muy bajo,
calladamente,
con media luz y miedo entero,
no vaya a ser oído
ese vocablo.

Entre los hoy que vemos


y los mañana que siempre hemos luchado,
recibid la tarjeta
y escondedla
bajo el chaleco negro, abotonado.

...Y APARECIÓ EL AMOR

HELI COLOMBANI (venezolano)

LA almohada se suda de trasnocho


y encanece el cabello
adormecido.
Mil luces van cegando la retina
y el humo
es un puñal
que cae sobre la yema de los dedos
y vuelve gris la punta del cigarro.

Afuera se oye el ruido


de las puertas
que doblan su cerrojo
apresuradas.
Los pasos no son pasos
cuando calzan las horas de penumbra.
La lluvia hace que el techo
se reduzca
para esquivar las gotas,
y un hombre,
aquí inclinado,
mantenida la frente con las manos,
sostenidos los codos con las piernas,
soportados los hombros
con el arco que tiende a las rodillas,
mientras clava afilada efervescencia
en la frágil ceniza enronquecida,
piensa
que desde que el amor tiñe sus labios
es sincera su voz,
y preciso su paso,
y mejor y más ancho su camino,
de más sentido la lucha
que realiza y reclama,
con mayores razones las palabras,
reducido el dolor
que produce la espera,
la actitud más humana.

Por eso en esta noche


(un recuerdo en la frente
y la frente en las manos)
nuevo valor adquiere
este pequeño espacio,
y más calor de humanidad
emerge de los poros
de la sábana.
Un hombre, aquí inclinado,
no dejará que el odio
aletee los párpados.
Ya apareció el amor.
Ya está salvado.

SENCILLAMENTE HOMBRE

HELI COLOMBANI (venezolano)

Mi aspiración es ser sencillamente,


con firmeza en el gesto y el vocablo,
un hombre, sólo un hombre.
Palpar con mano ardiente de placeres
—sin vicio de salud sobre los pasos—
la huella pasajera.
Sentir a cada instante bajo el pecho
los senos voluptuosos y agitados
de las hembras vitales;
dar camino expedito a cuanto anhelo,
dar color a mi antojo a cuanto alcance,
vivir,
sin esos recetarios al bolsillo
que en términos de ciencia incomprensible
dictaminen un método a la sombra
y pretendan regir los huracanes.

Simplemente he querido
conjugar un enjambre de estaciones
en mí, frente a mí, con mi costado,
ávido a la ilusión de lo que vivo,
con la frente rellena en remolinos,
con los brazos
partiendo de los hombros,
y las manos crispadas, no ya manos:
puños,
erguidos,
levantados,
altivos en el surco de su mundo,
viriles en sus torpes bofetadas.
Un hombre, sólo un hombre,
con virtudes, con gritos,
con errores,
con desmayos, con goces, con orgullos,
vivencias, maldiciones.

Con la boca que bese ardientemente


los cuerpos agitados;
que desate también, de vez en cuando,
su grosero blasón de fértil llama.

Mas, nunca traicionar. Que el que traiciona


deja a un lado del sol su propia imagen
en charcas cenagosas
y extingue su cintura en muda frase
que grita sus malditas extensiones.
Que el placer me sustraiga,
que a mi faro también le falte el aire,
que el trabajo retoñe mi esperanza
sin calificativos que le fijen,
que una mujer
me eleve o me devore,
que sea sencillamente
en cada instante de vida que calcine,
un hombre, sólo un hombre.

Así ha de ser el mundo que recorra,


porque un hombre,
sencillamente un hombre, así lo afirma.

EL PADRE
F. COPPEE

SIEMPRE borracho estaba, y siempre fiero


pegaba a su mujer. Dura cadena
por el hambre y el vicio remachada,
unió, hace tiempo, a la infeliz
pareja. El miedo de vagar sin pan ni
abrigo, a la consorte mísera sujeta
en casa del hombre tal que la maltrata.
Furioso él, y avinagrada ella,
la riña entre los dos era constante,
y por sus maldiciones y sus quejas,
el vecindario todo conocía
a qué hora se cerraban las tabernas.
Luego en el cuarto mísero reinaba
pavorosa inquietud. En la inclemencia
de un día de diciembre tormentoso
en que el frío y el hambre enardecieran
la actitud agresiva del beodo
y el rencor de su pobre compañera...,
un hijo les nació. ¡Ser desgraciado!
Cuna acogida con temor y pena,
humilde frente sólo bautizada
por un ósculo amargo de tristeza;
¡y que no era por esto menos pura
ni su tez sonrosada menos bella!
Borracho, como siempre, al otro día
volvió el hombre a su hogar; pero en la puerta
se detuvo prudente y silencioso;
miróle su mujer con extrañeza,
y con fiero ademán, meciendo al niño,
gritó en tono sarcástico: —Golpea.
¿Qué detiene tu brazo? Te esperaba;
ceba en mí tu furor, estoy dispuesta.
¿Acaso es el invierno menos duro?
¿Costó menos el pan? ¿La borrachera
no te domina como siempre? ¡Habla!
Pero el padre, avanzando con cautela,
dirigió sobre su hijo, que dormía,
una mirada entre brutal y tierna,
y en voz muy baja dijo: —¿No comprendes
que si te pego el niño se despierta?

LA BALADA DEL HUMO

ÁNGEL CORAO (venezolano)

EL amor sólo es una pipa de opio. Fumo,


fumo mi pipa y sueño.
Como mi pensamiento una espiral de humo
va tejiendo el fantástico diseño
de lo que, cuando fumo,
sueño.

Embriagado de amor no sé hasta cuándo


se prolongue el ensueño voluptuoso en que vivo.
Deja que me recline sobre tu seno blando.
Sobre tu seno evoco, pensativo,
todo lo que soñando
vivo.

Envuelto en la penumbra que horada el braserillo,


entorno las pupilas nostálgicas de sueño.
La llama tiene a veces alucinante brillo,
una voluta alarga su diseño
y, junto al braserillo,
sueño.

Sueño. Tu imagen estremece


mis nervios laxos. Tienen los caprichos del humo
tu forma, esa divina forma que me enloquece;
pero, cuando más cerca te presume,
te alejas de mi alma y al fin se desvanece
tu visión, como el humo.

TUS OJOS CERRADOS

OFELIA CUBILLAN (venezolana)

Es extraña la luz de tus ojos,


está atenta detrás de ti,
más allá de tus párpados cerrados,
y riela por un confín de aguas dormidas.

Es misteriosa, negra, oscilante, dulce;


también es blanca como las estrellas
y tiembla como los barcos a medianoche del mar.

Se expande en sonoras ondas.


¿A dónde va tu mirada?
Yo la veo levantarse del viento
cuando la madrugada pasa aromando la sombra,
y la veo tenderse a lo largo de la soledad.
a todo lo ancho del vacío infinito,
en el instante en que la niebla es más bella
y se deshace silenciosamente
en blandos copos de lejana luz.

Amo tu mirada perdida a través del sueño;


tu mirada, cambiante esfera,
sobre la noche del mundo.
VOLUNTAD DEL SUEÑO

OFELIA CUBILLAN (venezolana)

M IENTRAS queramos podríamos dejar de pensar en la noche


o en esa onda remota que se mueve detrás de los árboles.
Podríamos dejar de recordar la soledad
o el silencio y su alargada sombra,
para mirarnos las pupilas quemársenos detrás de los ojos
en ese mutismo del tiempo que, sabiéndolo, hemos despertado
y dejado rodar, doloroso, temblando, allá, sobre los sueños.

Mientras queramos podríamos dejar de mirar las visiones rotas


y enfermarnos de nuestros perfumes,
y hablar del amor en el lenguaje de los cipreses cuando el viento los
mece,
y decir que Dios es una campana de barro nacida entre las manos de
un niño,
y alabar la naturaleza y su llama o su tempestad descendida.
Mientras queramos, porque somos hombre y mujer del viento y del
olvido,
podemos ser el sol ardiente en ti y en mí y en su naranja vivida.

LA NACENCIA

LUIS CHAMIZO (español)

BRUÑÓ los recios nubarrones pardos


la luz del sol, que s'agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d'un coló de naranjas se tiñeron.

A bocanas el aire nos traía


los ruíos d'allá lejos
y el toque d'oración de las campanas
de l'iglesia del pueblo.
íbamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo;
mi mu jé, mu malita,
suspirando y gimiendo.

Bandas de gorriatos montesinos


volaban, chirriando, por el cielo,
y volaban p'al sol, qu'en los canchales
daba relumbres d'espejuelos.

Los grillos y las ranas


cantaban a lo lejos, i
y cantaban también los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roando, roando, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!


¡Qué anochecer más güeno!...
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...

—No pué ser más—me ijo—; vaite, vaite


con la burra p'al pueblo,
y güérvete de prisa con l'agüela,
la comadre o el méico.

Y bajó de la burra poco a poco,


s'arrellanó en el suelo,
juntó las manos y miró p'arriba,
pa los bruñios nubarrones recios.

¡Dirme, dejarla sola,


dejarla yo a ella sola como'un perro,
en meta de la jesa,
una legua del pueblo...,
eso no! De la rama
d'arriba d'un guapero,
con sus ojos redondos
me miraba un mochuelo;
un mochuelo con ojos vidriaos,
como los ojos de los muertos...
¡No tengo juerzas pa dejarla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!...
La burra, que roía los tomillos
floríos del lindero,
careaba las moscas con el rabo,
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra,
si es que tienen las burras pensamientos!...

Me jui junt'a mi Juana,


me jinqué de roíllas en el suelo,
jice po recordá las oraciones
que m'enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p'hace memoria de los rezos...
¡ Quién podrá socorregla si me voy!...
¡Quién va po la comadre si me queo
Aturdió del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo,
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu'otra vez a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!...

No cantaban las ranas;


los grillos no cantaban a lo lejos;
las bocanas del aire s'aplacaron;
s'asomaron la luna y el lucero;
no llegaba, roando, de las sierras,
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!...
M'arrimé más pa ella;
l'abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...,
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roando,
y prendió d'un pelo,
en meta de su frente
se queó reluciendo.
¡Qué bonita y qué güeña!...
¡Quién pudiera sé méico!...

Señó: Tú que lo sabes


lo mucho que la
quiero;
Tú que sabes que estamos bien casaos.
Señó: Tú que eres gueno;
Tú que jaces que broten las simientes
qu'echamos en el suelo;
Tú que jaces que granen las espigas
cuando llega su tiempo;
Tú que jaces que paran las ovejas
¡sin comadres ni méicos!...
¿Por qué, Señó, se va a morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo Tú tan güeno?...

¡Ay, qué noche más larga,


de tanto sufrimiento;
qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
¡Jizo Dios un milagro;
no podía por menos!...

Toíto lleno de tierra,


le levanté del suelo;
le miré mu despacio, mu despacio.
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!...;
hijo d'ambos, hijo nuestro...
Ella me lo pedía
con los brazos abiertos.
¡Qué bonita qu'estaba
llorando y sonriyendo!...

Venía clareando;
s'oían a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo,
salí con él corriendo,
y en un regacho d'agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano y más güeno
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza a los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj'una encina
del caminito nuevo.

Icen que la nacencia es una cosa


que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Ansina que nació, besó la tierra,
que, agradecida, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pegó aquel beso...
¡Qué saben d'estas cosas
los señores aquellos!...

Dos salimos del chozo;


tres golvimos al pueblo.
Jizo Dios un milagro en el camino;
¡no podía por menos!...
LOS MOTIVOS DEL LOBO

RUBEN DARIO (nicaragüense)

EL varón que tiene corazón de lis,


alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asis,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubia, el terrible lobo.
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores;
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros


fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderinos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: «¡Paz, hermano
lobo!» El animal
contempló al varón de tosco sayal,
dejó su aire arisco,
cerró sus abiertas fauces agresivas
y dijo: «¡Está bien, hermano Francisco!»

«¡Cómo!—exclamó el santo—. ¿Es el que tú vivas-


de horror y de muerte?
La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
¿no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso tu rencor eterno
Luzbel o Belial?»
Y el gran lobo, humilde: «¡Es duro el invierno
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre que iban a cazar.»

Francisco responde: «En el hombre existe


mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios modifique tu ser montaraz!»

«Está bien, hermano Francisco de Asís.»

«Ante el Señor, que todo ata y desata,


en fe de promesa tiéndeme la pata.»
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras del religioso iba el lobo fiero,
y baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa o como un cordero.
Francisco llamó a la gente a la plaza
y allí predicó,
y dijo: «He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya nuestro enemigo
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.» «¡Así sea!»,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo


en el santo asilo.
Sus vastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.

Salía a la calle,
iba por el mente, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintióse el temor, la alarma,


entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores;
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio tregua a su furor jamás,
como si tuviera
fuego de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,


todos le buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.


Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
«En nombre del Padre del sacro universo, conjuróte
—dijo—, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.»
Como en sorda lucha habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
«Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá, en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban, estaba
contento y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas estaban
la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos les rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.

Hermanos a hermanos hacían la guerra,


perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así me apalearon y me echaron fuera,
y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente,
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar,
como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad;
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.»

El santo de Asís no le dijo nada.


Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: «Padre nuestro, que estás en los cielos...»

SONATINA

RUBEN DARIO (nicaragüense)

LA princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?


Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.


Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz,
o en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa


quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio ni la rueca de plata,


ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbios del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!


Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!


(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!

«Calla, calla, princesa—dice el hada madrina—;


en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vendedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor.»

CARTA DE RECOMENDACIÓN

JÓSE ANTONIO DAVILA (puertorriqueño)

SEÑOR: en breve llegará a tu cielo


una tímida y dulce viejecita,
los lirios de los años floreciendo en su pelo
y el rostro sonreído como una margarita.

Es la más hacendosa en la colmena


donde por todos se ha sacrificado,
y es tan buena, ¡tan buena!...,
tal como el pan que a todos nos has dado.

En tu casa, Señor, con su plumero


y su invariable pulcritud a tono,
sacudirá ese polvo de lucero
que cubre el mobiliario de tu trono.

Le dará cuerda al Tiempo; traerá flores


de tu jardín y frutos de tu viña,
y pintará de fresco los colores
del arco iris cuando se destiña.

Pulirá los metales de la luna;


limpiará los fanales que tiene tu palacio,
y tenderá a secar, una tras una,
las holandas de nieve en el espacio.

Les cambiará la mecha a los faroles


de la Vía, y asiendo sus peinetas,
trenzará las melenas de los soles
y la rebelde crin de los cometas.

Tu té, de flor de algún celeste tilo,


te hará en noches de invierno, cuando nieva;
y el tiempo de vendimia pondrá un filo
a la hoz de argento de la luna nueva.

Zurcirá desgarrones
en la túnica de los serafines,
y traerá las esponjas y jabones
a la hora de bañar los querubines.

Te bordará en la almohada del nimbo más mullido,


con una hebra de sol, tus iniciales,
para que te eches cuando estés rendido
por tus preocupaciones inmortales.

Así ha sido acá abajo; nunca escasa


de sí misma en el bien o dicha ajena;
es la más abnegada de la casa
y la más hacendosa en la colmena.

Y será así allá arriba; en lo que pueda


hacer por otros, no andará remisa.
Ponía a sueldo, Señor, de una moneda:
ésa llena de luz de tu sonrisa.

Su bien, cual su limpieza, penetra los recodos


más ocultos del alma y la memoria:
solear, mullir el bienestar de todos,
es lo que ella ha tenido como gloria.

Si, recorriendo un día tu remado,


sorprendes en su cara la fatiga
y ella te dice que no se ha cansado,
¡no le creas, Señor, lo que te diga!

EL POEMA NEGRO

CLAUDIO DE ALAS (Colombiano)

CUANDO moría, me enlazó en su brazo


cual un reptil de palpitante raso,
y con voz afiebrada y lastimera,
me dijo que cual última terneza,
y en recuerdo de toda su
belleza, me dejaba su blanca
calavera...

Que robara a la hambrienta


sepultura ese último jirón de su
hermosura, que una lívida amante
me sería,
y en mis horas alegres o de duelo,
su alma, descendiendo desde el cielo,
a través de sus cuencas me vería...

Pasa el tiempo... El ave silenciosa


del recuerdo voló sobre su fosa,
llamándome a cumplir aquel pedido
que, cual lúgubre flor de sus amores,
me dejó en los postreros estertores,
temerosa a los lutos del olvido.

Y era una noche. Oscuridad y viento;


la lluvia desgarrando el firmamento;
batida en sus ramajes la espesura;
los jardines tronchados y barridos;
y del mar, el estruendo y los rugidos
resonando a lo lejos con pavura...

Ardiente el corazón, los miembros yertos,


escalé la muralla de los muertos;
y pensando en la súplica postrera
de esa lívida novia del misterio,
me perdí en el profundo cementerio,
porque iba a robar su calavera.

Por las calles desiertas y medrosas,


buscando en los letreros de las fosas,
llegué hasta su sepulcro solitario.
El viento en los cipreses sollozaba,
y la lluvia furiosa me azotaba
cual queriendo arrojarme del osario.
De una lámpara sorda, bajo el brillo,
su mármol quebranté con un martillo.
Cual fatídico abismo, negro y hondo,
de la tumba la puerta entenebrida
abierta contemplé... ¡De entre su fondo
brotó una bocanada corrompida!...

Y en lo profundo de la negra caja,


entre blancos jirones de mortaja,
la miré desleída y pestilente:
sepultadas sus formas y sus manos
entre olas hirvientes de gusanos
que tragaban su carne
lentamente.

En sus sienes, mechones de cabellos...;


sus ojos, ¡ay!..., como ninguno bellos,
convertidos en cuencas pavorosas;
en su boca, que fue roja granada,
una muda y horrible carcajada,
y su pecho en piltrafas asquerosas...

De su belleza, que radió cual astro,


no había allí ni tan siquiera un rastro.
Era un informe y corrompido andrajo.
La miré contristado, mudo, inerte;
medité en los festines de la muerte
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo.

Temblorosas, tendiéronse mis manos


al inmenso hervidero de gusanos.
Busqué de la garganta las junturas,
nervioso retorcí... Hubo traquidos
de huesos arrancados y partidos...,
hasta que hollando vil las sepulturas

huí miedoso entre las sombras crueles,


creyendo que los muertos, en tropeles,
levantaban su forma descarnada
corriendo a rescatar su calavera,
esa yerta y silente compañera
de la lógebra noche de la
nada...
Eso pasó..., fue ayer... Hoy, en mi mesa,
cual escombro final de su belleza,
helada, muda, lívida e inerte,
sobre mis libros en montón reposa,
cual una gigantesca y blanca rosa
¡que ostentase la risa de la muerte!...

Sus grandes cuencas, como dos cavernas,


me contemplan inmóviles y eternas.
Atónito, al mirarlas me figuro
que su alma tal vez huya del
cielo para, triste, silente y con
anhelo
mirarme allá, desde su fondo oscuro.

Entonces con amor llego hasta ella,


y cual si fuera cuando viva y bella,
por sus huesos mi mano se desliza:
siento de ansia el corazón opreso,
y en el instante en que le doy un beso,
¡me encuentro, ¡ay!, con su macabra risa

Y allá, de la alta noche, cuando escribo,


ante su faz sintiéndome cautivo,
me parece que se abren sus quijadas
y que en frases muy tiernas, temblorosas,
me pide que le diga blandas cosas,
como en noches amantes y borradas...

Y soñando, la veo transformarse


en la bella de entonces, y acercarse...,
y sentirme yo suyo..., y ella mía...
Mas al instante mi pupila advierte
que no es sino la imagen de la muerte,
que me contempla estática y sombría.

Ya llevan mucho tiempo estos amores...


Es ella quien conoce mis dolores,
los sueños todos de mi vida entera...
Ella me da la desnudez que viste,
y yo el cariño de mi alma triste,
teniéndola de novia hasta que muera.

Y cuando rompa de la vida el lazo,


cual ella a mí, la enlazará mi brazo,
y antes que en mi redor todo sucumba,
le diré como frase postrimera:
— ¡Acompáñame, pobre calavera;
acompáñame, amada, hasta la tumba!...

AQUELLA NOCHE

CLAUDIO DE ALAS (Colombiano)

DESNUDARON SU cuerpo las


madrinas y habláronle al oído sobre el
caso...; su mirada volvióse a las
cortinas
y enrojeció su faz como el ocaso.

Sentándose en el lecho,
rodó por sus espaldas, desgreñada,
de sus negros cabellos la cascada;
en tanto que su pecho
hinchábase cual onda alborecente
y sus manos temblaban castamente.

Las ocultas consignas postrimeras


—libertando sus piernas de las ligas—
muy serias le dijeron sus amigas...

Mientras pasaba eso,


la blanca morbidez de sus caderas,
de la lámpara tenue ante el reflejo,
temblaba incitadora en un espejo,
propicia para el tacto y para el beso.

Llegó el momento de quedarse a solas.


Por su carne rosada y palpitante
corríale el rubor en tibias olas,
y su pecho cual nunca le latía.

Escuchóse la entrada del amante.


Tembló entonces, y haciendo que dormía,
meditó en las angustias del instante...
El contempló su forma inmaculada.
Iluminó su faz un gesto malicioso.

Y el instante llegó.
Su mente en el pudor ya no pensó...
Lentamente en las sábanas se hunde...
La estancia en las tinieblas se refunde...
Siente ella el cuerpo acariciado y
preso... Febril resuena la explosión de
un beso... Un cuerpo con el otro se
comprime...
La besa él, con pasión le nombra...
Ella le abraza y con ternura gime;
hasta que raudamente entre la sombra
—cual eco virginal, ardiente y vivo—
se pierde un grito corto y convulsivo...

NOSOTROS

GUILLERMO DE ALMEIDA (brasileño)

ESPERÓTE pensando: «Ella no tarda


Prométome: «Vendrá...» Y en las contritas
largas horas de angustia, tú me agitas
el corazón que, tímido, te aguarda.

Y espero, tristes horas infinitas,


un momento de vida que retarda.
Súbita llegas, trémula y gallarda,
entre nubes de encajes y cintitas.

Vienes a mi. Te tomo entre mis brazos


y te estrecho, estrechando más los lazos
de ti, de mí, de nuestro grande amor.
Y tu beso, y mi beso, y nuestros besos
son un rojo rosal de ansias y excesos:
¡la primavera de tu cuerpo en flor!

TU ERES EL AMOR

GUILLERMO DE ALMEIDA (brasileño)


(Versión de Simón Latino)

Tú eres el amor.
Naciste en mi vida como una flor.
Una flor de mi tierra. Y tu perfume perfuma
toda mi vida, y atrae mis pensamientos,
como si fuesen insectos violentos
en torno de la gran flor...
Tú eres el amor.
Maduraste en mi vida,
toda pura, y sabrosa, y colorida
como un fruto de mi tierra. Y tu sabor
es todo el gusto de mi vida, el deseo
de mis labios:
tú del beso tienes la forma y el calor...
Tú eres el amor.
Siembras en mi vida tu simiente:
¡y mira cuan fecunda es mi tierra! ¡Siente
cómo renaces en mis versos cada día!
¡Cómo abre, a tu sombra fresca y suave,
cada día una nueva flor!
¡Porque tú eres el amor!

ROMANCE DEL ANIMA DEL TAGUAPIRE

j . A. DE ARMAS CHITTY (venezolano)

MIRAR de frente la vida


y en el duelo siempre darse.
Ser caracol de la angustia,
de la angustia innumerable.
En el dolor de los otros
confundirse y encontrarse.
Así, crecida y señera,
cayó un día Pancha Duarte.

La hamaca en silencio cruza


los desiertos chaparrales.
La negra cobija dice
que va la muerte de viaje.

Los hombres lanzan al viento


sorda y oscura la frase:
«Esta muerta sí que pesa.
Parece piedra, compadre.»
Son diez los que van. Diez hombres.
Y es cansino y duro el viaje.
Salieron de Barrialito
con el lucero en
pañales. Doce leguas.
Barro flojo.

Santa María un miraje.


Ron escaso. Sol de invierno.
Y la fatiga sin cauce.
Un inmenso taguapire
les dio cobijo un instante.
Y cuando de nuevo fueron
a alzar la hamaca, a doblarse
para continuar el rumbo,
se miraron los semblantes.
Los diez hombres no podían
tener en vilo el cadáver.

Voluntariosos, quisieron
a una voz incorporarse,
y tanto pesa la muerta
que se quedan vacilantes.
Del guatacaro rugoso
se retorcía el mecate,
y un silbo de ánima en pena
llena de sombras el aire.
«Que la enterremos parece
decínolos Pancha Duarte»,
dueño de su voz robusta
grita Segundo Canache.
La enterraron en silencio,
todos con el gesto grave,
al pie de unos taguapires
que daban fondo al paisaje.
Y crecen piedras y flores.
Nace la cruz de apamate.

El olvido llega un día


con sus mudos matorrales,
y Pancha Duarte ya es dueña
del más hermoso mensaje.
Salvador Faro, una vez,
le oye cruzar en el aire,
y ve el agua de regreso,
el bosque mudo que arde,
iluminadas las cruces
y entre sollozos distantes
un hilo de largas sombras
confundiéndose en los árboles.

«¡Anima del Taguapire!»,


se escucha en cerros y valles,
de Uracoa a Barinitas,
en las orillas del Guaire;
en Ipire, que es la tierra
de sentir y de sembrarse,
donde aseguran que han visto
a Dios cruzando las calles.

Su casa de hoy deslumhra:


oro, perlas, cortinajes.
En verso noble, su vida
la dijo Próspero Infante.
Invocarla es tener siempre
segura una luz distante.
Voz anónima y eterna.
Agua que del pueblo nace.
Bandera, sed y frescura.
Hito de cielo en la sangre.
Río de fe sin orillas.
¡Corazón de Pancha Duarte!

ROMANCE DEL ANIMA SOLA

j. A. DE ARMAS CHiTTY (venezolano)

RÉCELE al Anima Sola


para que se quite el daño»,
dice la señora Luisa
abriendo el devocionario.

La campesina, en silencio,
con las manos sobre el
llanto:
«Pero si el Anima Sola
dice el cura que es el diablo...»

«Nada. Récele. Confíe


y espere luego el milagro.
Los curas tienen sus cosas...
Siempre deben decir algo...»

El indiecito suspira
alzando a veces los brazos.
Sus ojos de media luna
parecen dos surcos blancos.
Como una araña, la fiebre
tiende sus peludos tallos,
y el pecho del niño se hunde
bajo piedras de cansancio.
En el altar se atropellan
moscas, recuerdos y santos.
En la estampa derruida,
San Rafael, rey descalzo,
derrite un pez en la bruma
que le sube de las manos.

«¡Anima Sola bendita,


ponme al niño bueno y sano!»
Las avemarías cruzan
en la noche del verano.
Una oscura mariposa
gira en el cielo del rancho.
La mujer abre los ojos
y se la queda mirando.
Del caballete en penumbra
desciende un silbo cortado
Y la negra mariposa,
todas sus perlas chocando
sobre el chinchorro del niño,
junto a los vencidos santos,
pasa muda, pasa muda,
la tenue luz apagando.
Después, un roce de sombras
cruza el postigo hacia el campo.
Con el alba el niño ríe,
libre de fiebres y daños.

Y el Anima Sola es
sombra. El Anima Sola es
pájaro, mariposa, letanía,
desvelo, rumor y bálsamo.
Vive en las casas en piernas.
Vigila siempre los ranchos.
La han visto en el
paloapique y sobre la Cruz
de Mayo.
Pero nadie dice cómo
tiene la voz y los brazos,
porque el Anima es un eco:
tal vez la forma de un salmo
que eleva el pecho en angustia
hacia el calor de lo alto.
LA HIGUERA

JUANA DE IBARBOUROU (uruguaya)

PORQUE es áspera y fea,


porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:


ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste


con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste...

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto.»

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,


cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
—Hoy a mí me dijeron hermosa.
VIDA-GARFIO

JUANA DE IBARBOUROU (uruguaya)

AMANTE: no me lleves, si me muero, al campo santo.


A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
alboroto divino de alguna pajarera.
O junto a la encantada charla de alguna fuente.

A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra.


Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
alargados en tallos, suban a ver de nuevo
la lámpara salvaje de los ocasos rojos.

A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea


más breve. Yo presiento
la lucha de mi carne por volver hacia arriba,
por sentir en sus átomos la frescura del viento.

Yo sé que acaso nunca allí abajo mis manos


podrán estarse quietas.
Que siempre, como topos, arañarán la tierra
en medio de las sombras estrujadas y prietas.

Arrójame semillas. Yo quiero que se enraicen


en la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas,
yo subiré a mirarte en los lirios morados!

RELIQUIA

FRANCISCO A. DE ICAZA (mexicano)

EN la calle silenciosa
resonaron mis pisadas;
al llegar frente a la reja
sentí abrirse la ventana...

¿Qué me dijo? ¿Lo sé acaso?


Hablábamos con el alma...;
como era la última cita,
la despedida fue larga.

Los besos y los sollozos


completaron las palabras
que de la boca salían
en frases entrecortadas.

«Rézale cuando estés triste


—dijo al darme una medalla—
y no pienses que vas solo
si en tus penas te acompaña.»

Le dije adiós muchas veces


sin atreverme a dejarla,
y al fin, cerrando los ojos,
partí sin volver la cara.
……………………………………………..

No quiero verla, no quiero,


¡será tan triste encontrarla
con hijos que no son míos
durmiendo sobre su falda!

¿Quién del olvido es culpable?


Ni ella ni yo: la distancia...
¿Qué pensará de mis versos?
Tal vez mucho, quizá nada.

No sabe que en mis tristezas,


frente a la imagen de plata,
invento unas oraciones
que suplen las olvidadas.

¿Serán buenas? ¡Quién lo duda!


Son sinceras y eso basta;
yo les rezo a mis recuerdos
frente a la tosca medalla.
Y se iluminan mis sombras
y se alegra mi nostalgia,
y cruzan nubes de incienso
el santuario de mi alma.

PENAS Y ALEGRÍAS DEL AMOR

RAFAEL DE LEÓN (español)

MIRA cómo se me pone


la piel cuando te recuerdo...

Por la garganta me sube


un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos,
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.

Mira cómo se me pone


la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casao,
y sin embargo, te quiero.

Entre tu casa y mi casa


hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.

Un muro que para nunca


lo pueda saltar el pueblo,
que está rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos,
y nadie puede saberlo.
¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría
quererte como te quiero!

Cuando por la noche a solas


me quedo con tu recuerdo,
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego, ¡qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto!

¡Ay, qué alegría y qué pena


quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,


luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del techo.

Salgo de mi casa al campo


sólo con tu pensamiento,
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un
domingo, cuando venías
del pueblo, y que no te he
dicho nunca, mi vida, que
yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva


—vida, no vuelvas a hacerlo—,
te vi besar a mi niño, a mi niño
el más pequeño,
y cómo lo besarías,
;ay Virgen de los Remedios!,
que fue la primera vez
que a mí me diste un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé a mi niño del suelo,
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena


quererte como te quiero!

Mira: pase lo que pase,


aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
aunque la tierra se abra
y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.

¡Ay, qué alegría y qué pena


quererte como te quiero!...
¡ASI TE QUIERO!

RAFAEL DE LEÓN(español)

EL día trece de julio


yo me tropecé contigo.

Las campanas de mi frente,


amargas de bronce antiguo,
dieron al viento tu nombre
en repique de delirio.
Mi corazón de madera,
muerto de flor y de nidos,
floreció en un verde nuevo
de naranjos y de gritos,
y por mi sangre corrió
un toro de escalofrío,
que me dejó traspasado
en la plaza del suspiro.

¡Ay trece, trece de julio,


cuando me encontré contigo!
¡Ay tus ojos de manzana
y tus labios de cuchillo
y las nueve, nueve letras
de tu nombre sobre el
mío, que borraron
diferencias de linaje y de
apellido!

¡Bendita sea la madre,


la madre que te ha parido,
porque sólo te parió
para darme a mi un jacinto,
y se quedó sin jardines
porque yo tuviera el mío!

¿Quieres que me abra las venas


para ver si doy contigo?
¡Pídemelo, y al momento
seré un clavel amarillo!
¿Quieres que vaya descalzo
llamando por los postigos?

¡Dímelo, y no habrá aldabón


que no responda a mi brío!
¿Quieres que cuente la arena
de los arroyos más finos?

Haré lo que se te antoje,


lo que mande tu capricho,
que es mi corazón cometa
y está en tu mano el ovillo;
que es mi sinrazón campana
y tu voluntad sonido.

Nunca quise a nadie así;


voy borracho de cariño,
desnudo de conveniencias
y abroquelado de ritmos,
como un Quijote de luna
con armadura de lirios...

Te quiero de madrugada,
cuando la noche y el trigo
hablan de amor a la sombra
morena de los olivos;
te quiero al atardecer,
cuando se callan los niños
y las mocitas esperan
en los balcones dormidos;
te quiero siempre: mañana,
tarde, noche... ¡Por los siglos
de los siglos! ¡Amén! Te
querré constante y sumiso,
y cuando ya me haya muerto,
antes que llegue tu olvido,
por la savia de un ciprés
subiré delgado y lírico,
hecho solamente voz
para decirte en un grito:
¡Te quiero! ¡Te quiero muerto
igual que te quise vivo!

BALADILLA DE LOS TRES PUÑALES

RAFAEL DE LEÓN (español)

HE comprado tres puñales


para que me des la muerte...

El primero, indiferencia,
sonrisa que va y que viene
y que se adentra en la carne
como una rosa de nieve.

El segundo, de traición;
mi espalda ya lo presiente,
dejando sin primavera
un árbol de venas verdes.

Y el último, acero frío,


por si valentía tienes
y me dejas, cara a cara,
amor, de cuerpo presente.

He comprado tres puñales


para que me des la muerte...

PAVANA ANDALUZA DE TU CALLE SIN SALIDA

RAFAEL DE LEÓN (español)

EN tu calle sin salida


no me canso de esperar,
por verte pasar, mi vida,
¡amor!, por verte pasar

Sé que no puedo mirarte


y que no te puedo
hablar,
que nunca podré besarte
ni tu cancela cruzar.

No sabes tú lo que siento


no ser de tu boca fuente,
como tampoco ser viento
para rizarte la frente.

Quisiera ser caracola


muerta de melancolía,
para estar en tu consola,
amor, de noche y de día.

Quisiera ser rosa mustia


y empolvada en tu florero,
o negro alfiler de angustia
clavado en tu alfiletero.

Registro de tu novela,
página de tu diario,
escudo de tu cancela
y cuenta de tu rosario.

Algo cerca de tu mano:


espejo, nardo, visillo,
pañuelo, lazo, piano,
dedal, encaje o anillo.

Mas llega la madrugada,


y me desangro de ver
que en tu vida no soy nada
de lo que quisiera ser.

En tu calle sin salida


no me canso de esperar,
por verte pasar, mi vida,
¡amor!, por verte pasar.
PARA TODA LA VIDA

RAFAELDELEÓN(español)

ME quieres, amor, me quieres?


¡Sí, para toda la vida!...

Y era yo quien preguntaba


siempre soñando una espina,
siempre rondando una duda,
siempre imaginando heridas.
¿Me quieres, amor, me quieres?

¡Sí, para toda la vida!...


Tardes, madrugadas, noches,
mañanas y mediodías;
en el balcón, en la calle,
en el sueño, en la vigilia,
siempre, siempre preguntando,
corazón, si me querías.

Y de pronto, no sé cómo,
sin una razón precisa,
mi voz amarga y cansada
se fue quedando dormida.
Y cayó sobre mi alma
una lluvia dulce y fina,
que se fue cristalizando
en nieve delgada y fría.
Y ya no pregunté más,
corazón, si me querías.

Ahora eres tú quien se queja,


quien pregunta y quien suspira.
«¿Me quieres, amor, me quieres?»,
me dices con voz dolida...

Y yo, de la misma forma


con que tú me respondías,
escondiendo la verdad
debajo de la mentira,
te digo ausente y lejano:
«¡Sí, para toda la vida!...»

ROMANCE DE AQUEL HIJO

RAFAEL DE LEÓN (español)

HUBIERA podido ser


hermoso como un jacinto,
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo;
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,


las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto;
y a mí, tal vez, que
saliese en lo triste y en lo
lírico
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,


amor, hubiera tenido!...

Tres caballos, dos espadas,


un carro verde de pino,
un tren con siete estaciones,
un barco, un pájaro, un nido...
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,


amor, hubiera tenido!...

¿Te acuerdas aquella tarde,


bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: «¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo!...»
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban de tu delirio.

Yo te escuchaba lejano,
entre mis versos perdido;
pero sentí por mi espalda
subir un escalofrío,
y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»

Tú, entre sueños, ya cantabas


nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.

Yo, arquitecto de ilusiones,


sostenía el equilibrio
de una torre de esperanza
con un balcón de suspiros.

¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria


cuando tengamos un hijo!

En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre alhucema y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes!
¡Qué sin gracia los vestidos!
¡Qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!

Tu velo blanco de novia


—por tu olvido y por mi olvido—>
fue un camino de Santiago
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro;
yo con otra he hecho lo mismo...

Juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.

Ahora bajas al paseo


rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman... ¡doña Manuela!,
usas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.

Nos saludamos de lejos,


como dos desconocidos;
tu marido baja y sube
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me hago cargo


de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio,
y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
con un jazmín en los dientes
y la color como el trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!...>

Y en esas tardes de lluvia,


cuando mueves los bolillos
y yo paso por la calle
con mi pena y con mi libro,
dices, con miedo, entre sombras,
amparada en el visillo:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiese tenido un hijo!...»

TOITO TE LO CONSIENTO

RAFAEL DE LEÓN(español)

E acuerdas de aquella copla


que escuchamos aquel día,
sin. saber quién la cantaba
ni de qué rincón salía?...
¡Qué encanto!, ¿verdad?
¡Qué duende, qué sentimiento,
pero qué estilo, qué voz!
Creo que se nos saltaron
las lágrimas a los dos.

«Toíto te lo consiento,
menos faltarle a mi mare,
que una madre no se encuentra
y a ti te encontré en la calle.»

No vayas a figurarte
que esto va con intención;
tú sabes que por ti tengo
grabao en el corazón
el querer más puro y firme
que ningún hombre sintiera
por la que Dios, uno y trino,
le entregó por compañera.
Pero es bonita la copla
y entra bien por soleares:
«Toíto te lo consiento,
menos faltarle a mi mare.»

Y me enterao casualmente
de que la faltaste ayer.
Y nadie me lo ha contao,
nadie; pero yo lo sé.
Que tengo entre dos amores
mi cariño repartió;
si encuentro el uno llorando,
es que el otro lo ha ofendió;
y mira, nunca me quejo
de tus caprichos constantes:

¿Quieres un vestido?... Catorce.


¿Quieres un reloj?... Con brillantes*
Ni me importa que la gente
vaya de mí murmurando
que si soy pa ti un muñeco,
que si me has quitao el mando...

Que en la diestra y la siniestra


tienes un par de agujeros,
por donde se va a los mares
el río de mi dinero.
Que yo, con tal de que nunca
de mi lao te separes...,
«toíto te lo consiento,
menos faltarle a mi mare.»

Porque ese mimbre de luto


que no levanta la voz,
que en seis años no ha
tenío contigo ni un sí ni un
no, que anda como una
pavesa, que no gime ni
suspira,
que se le llenan los ojos
de gloria cuando nos mira
Que me crió con su sangre,
y me guiaba la mano
para que me persignara
como to fiel cristiano,
y en las candelas del hijo
consumió su juventud
cuando era... cuarenta veces
mucho más guapa que tú;
tienes que hacerte la cuenta
que la has visto en los altares
e hincártele de rodillas
antes de hablarle a mi mare....

Porque el amor que te tengo


se lo debes a su amor.
Que yo me casé contigo
porque ella me lo mandó.
Conque a ver si tu
conciencia se aprende esta
copla mía, muy semejante
aquel cante que
escucháramos un día, sin
saber quién lo cantaba
ni de qué rincón salía:

«A la mare de mi alma
la quiero desde la cuna.
Por Dios, no me la avasalles,
que mare no hay más que
una, y a ti te encontré en la
calle.»

PROFECÍA

RAFAEL DE LEÓN(español)

ME lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hace un mes,
y me quedé tan tranquilo...
Otro cualquiera, en mi caso,
se hubiera echao a llorar;
yo, cruzándome de brazos,
dije que me daba igual.
Nada de pegarme un tiro
ni enredarme en maldiciones,
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casao? ¡Buena suerte!
Vive cien años contenta,
y a la hora de la muerte
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los
altares mi nombre se te
borró, por la gloria de mi
mare que no te guardo
rencor. Porque sin ser tu
marío, ni tu novio, ni tu
amante,
soy el que más te ha querío;
con eso tengo bastante.
Y haciendo un poco de historia,
nos volveremos atrás,
para recordar la gloria
de mis días de chaval.

¿Qué tiene el niño, Malena?


Anda como trastornao,
le encuentro cara de pena
y el colórenlo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiéndose a coger «ríos».
¿No te parece a ti extraño?
¿No es una cosa muy rara
que un chaval de doce años
lleve tan triste la cara?...
Mira que soy perro viejo,
y estás demasiá tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujer, vigila.
(Y fueron dos centinelas
los ojitos de mi mare.)
Cuando sale de la escuela,
se va por los olivares.
¿Y qué es lo que busca allí?
Una niña. Tendrá el mismo
tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está empezando a querer.
Mi pare encendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre
y te compró unos zarcillos
y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije: «¡Te adoro!»,
pero amarré en tu balcón
mi lazo de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofreciste en recompensa
dos cintas de color rosa
que engalanaban tus trenzas.

«Voy a misa con mis primos.»


«Bueno; te veré en la ermita.»
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego, en el campanario,
cuando rompimos a hablar.
Dice mi tita Rosario
que la cigüeña es sagra,
y el colorín y la fuente,
y las flores y el rocío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río,
y el bronce de esta
campana, y el romero de los
montes,
y aquella cinta lejana
que le llaman horizonte.
Todo es sagrao, cielo y tierra,
porque too lo hizo Dios.
¿Qué te gusta más? ¡Tu pelo!
¡Qué bonito te salió!
Pues... y tu boca, y tus brazos,
y tus manos redonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas zuritas.
Con la pureza de un copo
de nieve te comparé,
te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.
A la vuelta te hice un ramo
de pitiminí precioso.
Y luego nos retratamos
en el agüita del pozo.
Y hablando de estas pamplinas
que se inventan las criaturas,
llegamos hasta la esquina
agarraos por la cintura.

Yo te pregunté: «¿En qué piensas?»


Tú dijiste: «¡En darte un beso!»
Y yo sentí una vergüenza
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
¡Chis!... Mi hermanito está en la cuna;
le estoy cantando la «nana»:

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco.»

Y mientras tú cantabas,
yo, inocente, me pensé
que nos casaba la nana
como a marío y mujer.
¡Pamplinas! Figuraciones
que se inventan los chavales;
después la vía se impone:
tanto tienes, tanto vales.
Por eso yo, al enterarme
que llevas un mes casa,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba igual.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profecía:
Tú, cada noche, entre sueños,
soñarás que me querías
y recordarás la tarde
que tu boca me besó.
Y te llamarás ¡cobarde!,
como te lo llamo yo,
y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico.
Y se llevó una cigüeña
«mi corazón en el pico».
Pensarás: No es cierto
nada. Yo sé que lo estoy
soñando. Pero allá en la
madrugada te despertarás
llorando
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío;
con eso tengo bastante.
Por lo demás, to se orvía.
Verás como Dios te envía
un hijo como una estrella.
Avísame de seguida;
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco.»

Pensarás: No es cierto nada.


Yo sé que lo estoy soñando.
Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío;
con eso tengo bastante.

¡QUE NO DARÍA YO POR OLVIDARTE!

FLORA DELMIS (venezolana)

E une a ti el recuerdo y lo maldigo,


porque me postra a tus plantas cual mendigo!
¡Qué no daría yo por olvidarte,
por sacarte del alma y desterrarte!

Qué no daría yo por olvidarte,


no sentir el dolor de renunciarte,
sepultar mi cruel melancolía,
este vivir muriendo en agonía...

¡Yo quiero libertarme del tormento


de llevarte en mí, profundamente, dentro;
acallar la voz del ansia que te nombra,
queriendo estar en ti como tu sombra!

¡ Qué no daría yo por olvidarte,


toda mi juventud muere de prisa...;
qué no daría yo por olvidarte
y salvar a mi vida que agoniza!

ESTE VIVIR

FLORA DELMIS (venezolana)

ESTE vivir sin rumbo ni distancia,


este esperar callado y dolorido...,
esta ansiedad de amar sin ansia
y contemplar lo triste de tu olvido...
Este terrible dolor que me atormenta,
esta angustia de saber que no me quieres,
y las horas de mi vivir pasan muy lentas
empuñando el cuchillo que me hiere...
¡Este tedio, esta ruina de vivir
sin esperar ya que tú regreses,
este miedo de tener que morir,
esperando en vano que me beses!

MI RUEGO

FLORA DELMIS (venezolana)

SEÑOR, si yo tan sólo te pedí una cosa:


¡amar!, ¡amar! desde una rosa.
Amar, amar, tan sólo yo quería
y convertí el clamor en poesía...

Llegó el amor, Señor,


pero entonces de dolor
mi alma moría.
¡Dolor, dolor, Señor!
Y convertí el dolor en poesía...

Se fue el dolor, Señor...,


y me quedó una herida,
que sangra a veces
y a veces se me olvida...
Olvido, Señor...,
y convertí el olvido en poesía...

Pero el ansia, Señor,


de amar de nuevo
brótame a veces,
pidiendo que regrese
aquel amor
sin dolor,
sin herida,
sin olvido.

¡Un amor, Señor,


tan sólo yo quería,
y convertí mi ruego
en poesía...!

ASI TE AMO

FLORA DELMIS (venezolana)

CUANDO se quiere así como te quiero,


con tanto furor, ¡con ansias tantas...!,
no importa nada; tú eres lo primero:
el sol, la sombra, la espina de mis plantas.

Cuando se ama así, como te amo,


qué poquita es la vida para amarte;
qué rota voz, si con mi voz te llamo,
porque el alma también sabe llamarte...

Cuando se ama así, ¡hondo..., profundo!,


qué importa la razón, si la razón resiste.
¡Está sordo mi oído para el mundo,
tú eres la norma de todo cuanto existe!

¡BENDITA SEAS, MADRE MÍA!

FLORA DELMIS(venezolana)

¡BENDITA seas, madre mía!,


que con dolor y santo amor
diste luz a mis días
y coronaste de arrullos
mis sueños en flor.

¡Bendita tú, que cual ninguna


con desvelo incomparable me cuidaste;
benditos tus brazos de cuna
que convertiste en cruz y me salvaste!

Bendita madre, tu voz y tu mirada,


tus celos de tigresa sorprendida;
bendita sea tu cabeza cana;
bendita madre, cada hora de tu vida.

Bendito sea el minuto y el día


cuando mis labios dijeron tu nombre idolatrado.
Bendita sea esta santa alegría
de acostar en tu pecho mi pecho fatigado.

Bendito sea, madre, de tu corazón cada latido,


cada fibra de tu cuerpo, cada hueso...
Benditas las madres que, como tú, han nacido.
¡Benditas sean las madres de todo el universo!

FANTASIA DEL MAR

FLORA DELMIS(venezolana)

SE alza el mar, verde se agita,


bañado de luz bordado de gaviotas,
y en su entraña de sal parece que palpita
la bendición de Dios multiplicada en gotas.

Está la ola también musa cautiva


que, deseando escapar, se alza afanosa,
con impulso veloz llega hasta arriba
y vuelve al fin a la salada fosa...

Testigos son las rocas y el cielo


del horrible dolor de su condena;
huir..., huir..., es su imposible anhelo,
coronado de espuma, sepultado de arena...

De noche, cuando la Humanidad dormita,


su canto de dolor se oye a lo lejos;
es un eterno rumor, la triste cuita
que le cuenta a la luna hecha de espejos...

Ella lo besa callada en su distancia,


hecha de luz su confidencia extraña:
le habla de su amor, él de sus ansias,
mientras de plata y sal la honda se baña.

Y en eterno esperar pasa la vida


de caracol, de sol, de tibia arena,
el bello mar que a todos nos
convida a disfrutar su marina
condena.

Y ahí está rugiendo sus amores,


pacífico y rebelde, callado y rumoroso.
Inspirando poetas y sembrando temores,
a veces tan sereno, a veces tumultuoso...

¡Así es el mar, el verde torbellino,


inquieta melena con rizos de espuma,
cautivo en su extraño destino
de morir en la playa por amar a la Luna!

A MI MADRE EN SU ETERNA AUSENCIA

FLORA DELMIS (venezolana)

Í Madre!

¡Hoy todos los hijos del mundo


están llenos de gozo
y al recordar tu amor
en esta eterna ausencia
he sentido más hondo el dolor
de no tenerte
porque me arrebató la Muerte
tu presencia...!

Es un hondo vacío
mi alma sin tu calor.
¡Oh madre mía!,
está lleno de frío,
y al ver las rojas flores
entre esta algarabía
de los que tienen su madre viva,
a tu espíritu clamo
y sé que desde arriba
oirás y sabrás cómo te llamo;
que sigo la enseñanza que dejaste
en mi senda,
y hoy, como única ofrenda,
te dejo la blanca flor
de mi dolor,
regada con mi llanto,
donde reposan,
madre, tus cerrados labios
que se abrieron en besos...,
tu voz que me cantó el arrullo...,
tus brazos, mi protección, mi cuna,
toda tú, madrecita.
¡Oh mi madre bendita,
amada cual ninguna!

Mas hoy, cual benéfica luz,


siento tu espíritu a mi lado,
tu amoroso consejo que me guía,
tu dulce voz junto a mi oído
diciéndome: Aquí estoy, nunca me he
ido. Y tú también estás aquí, ¡oh madre
mía!

CANCIÓN DE NOCHE

FRANCISCO DE R0SS0N (venezolano)

ESTA canción de noche que me brinca en los labios


al oído, muy bajo, te la quiero decir:
tiene un aroma tenue de rosales en mayo
y un fulgor de lucero y es parecida a ti.
¡Noche! ¡Mi compañera! Temblorosa de estrellas,
enjoyada de sombras y de silencios muertos,
y de suspiros de árbol entre la fronda negra,
y de besos enormes en los caminos quietos.
¡Noche! ¡Mi compañera! Embrujada de luna,
acariciada en veces por la brisa fugaz,
o arropada en el manto cantarín de la lluvia,
o velando el cansado sueño de la ciudad.
Noche, propicia a todo; al amor y al pecado,
al escalar de un muro y al gemir de una nota,
y al deseo que espera y al silencio de un paso
sigiloso en la estancia de una mujer que llora.
Noche, rumor de cosas lejanas y sabidas;
la flauta de algún sapo, el ladrido de un perro,
un toque de campana remota que desliza
su caricia sonora por el ambiente fresco.
Noche, en que cobra tonos de marfil tu rosada
carnación olorosa y en que tu cabellera
es como un oro antiguo y opaco que resbala
por la maravillosa canción de tu cabeza.
¡Noche, la bien amada! ¡Qué claridad tan honda
la de tus sombras densas para el que sabe ver,
y cómo ansío en el hondo secreto de la sombra
dormirme como sobre un seno de mujer!
Esta canción de noche que en los labios me salta
al oído, muy bajo, te la quiero decir.
No la cuentes a nadie, que es para ti, mi amada,
y quiero que la guardes tan sólo para ti.

TU ME GUSTAS TOTAL, ENTERA Y TODA

CESAR DÍAZ MARTÍNEZ (venezolano)

Tú me gustas total, entera y toda,


no por el fuego de tu pelo húmedo,
ni por tus senos de canela tibia,
ni el pecado del ritmo en tu cadera.

Tú me gustas total, entera y toda,


no por tu boca tan intacta al beso,
ni por las llamaradas de tu carne
que se está calcinando entre tus venas.

Tú me gustas total, entera y toda,


no porque eres mía y no me perteneces,
ni porque la envidia de los demás la
siento como si se tratase de mi propia
envidia.

Tú me gustas total, entera y toda,


no porque me la pase junto a ti
bebiéndome tu aliento, ni rumiando
los pedazos de amor que tú me tiras.

Tú me gustas total, entera y toda,


por ese olor a carne que tú tienes;
olor de carne de mujer que es tuyo,
porque nadie más huele así en la tierra.

Tú me gustas total, entera y toda,


porque ese olor es tuyo y lo encontré para mí.

AMOR TOTAL

CESAR DIAZ MARTINEZ (venezolano)

Me iluminaron tus ojos


la oscuridad del camino;
forjó la noche el destino
al crisol de tus antojos;
cocuyos de los abrojos
regaron destellos francos;
y, orillando los barrancos,
tu alma junté contra el pecho
y en improvisado lecho
me sacié en tus senos blancos.
Corolas de los luceros,
me abrazaron tus pupilas;
fragancia de puras lilas
en tus besos lisonjeros;
tus muslos garcía-
lorqueros los mordi con
desenfreno; y en cada
punta del seno
se te rompían las entrañas,
cascadas de las montañas
te tienen el vientre lleno.

Se enloqueció la pasión
cuando la luna brillaba;
la carne se te rasgaba,
y el alma se hizo emoción;
se desbordó el corazón,
y en un sollozo bendito
la selva se volvió grito
y se enrojeció de aurora;
floreció tu vientre ahora
con el lucero infinito.

DESEOS

SALVADOR DIAZ MIRÓN (mexicano)

Yo quisiera salvar esa distancia,


ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.

Yo quisiera ser uno de los lazos


con que decoras tus radiantes sienes;
¡yo quisiera, en el cielo de tus brazos,
beber la gloria que en tus labios tienes!...

Yo quisiera ser agua y que en mis olas,


que en mis olas vinieras a bañarte para
poder, como lo sueño a solas, a
un mismo tiempo por doquier besarte.

Yo quisiera ser lino, y en tu lecho,


allá en las sombras, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
y morir del placer de comprimirte.

¡Oh!... ¡Yo quisiera mucho más!... ¡Quisiera


llevar en mí, como la nube, el fuego;
mas no, como la nube en su carrera,
para estallar y separarnos luego!...

Yo quisiera en mí mismo confundirte,


confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
convertirte en perfume y aspirarte.

Aspirarte en un soplo como esencia,


y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos.

Aspirarte en un soplo del


ambiente, y así verter sobre mi
vida en calma toda la llama de tu
pecho ardiente y todo el éter de lo
azul de tu alma.

Aspirarte, mujer... De ti llenarme.


Y en ciego y sordo y mudo constituirme,
y ciego y sordo y mudo consagrarme
al deleite supremo de sentirte
y la dicha suprema de adorarte.
LOS IRRESPONSABLES

JOAQUÍN DICENTA(español)

DE un hogar rico y dichoso


disfrutaban por igual
un marido cariñoso,
un amante venturoso
y una mujer desleal.

Ella, de instinto liviano;


él, modelo de candor;
el amante era un villano
de esos que nos dan la
mano y nos roban el honor.

Lo quiso así la impiedad,


por capricho de la suerte;
formando esa trinidad
que construye la maldad
y que desata la muerte.

Para el marido engañado


vivió el crimen rodeado
del misterio más profundo.
No dudaba: el hombre honrado
cree que lo es todo el mundo.

¿Cómo lo supo? No tiene


valor. Un rastro, un indicio...
Nube que el rayo contiene,
pasa y-cumple con su oficio
sin decir de dónde viene.

Con esfuerzo sobrehumano


vencí mi angustia mortal
y fui al encuentro del mal,
acariciando un puñal
entre mi convulsa mano.
No quería que el fragor
de un tiro mi deshonor
contara en mi desventura;
¡el hierro es arma segura
y calla y mata mejor!...

Hasta la casa llegué;


nadie me veía; entré,
una escalera subí,
la puerta en silencio abrí
y en el cuarto penetré.

Marchaba con precaución,


con miedo, con turbación,
acobardado, sombrío;
iba a recobrar lo mío
y parecía un ladrón.

Con planta torpe e incierta


cruzo una estancia desierta...
Suena un beso más adentro;
avanzo, empujo la puerta
y mi deshonor encuentro.

Poca luz, la que bastaba


para la deshonra mía;
aquella luz alumbraba
a una mujer que reía
y a un hombre que la besaba.

Verlos, trocarse en locura


mi odio y su furia en espanto;
es muy poco lo que dura
en los felices el llanto
y en los tristes la ventura.

La mujer lanzó un gemido;


el hombre, irritado y fiero,
se vino a mi, decidido
a salvarla. ¡Aquel bandido
era todo un caballero!...

Luchamos, a no dudar,
como lo saben hacer
aquel que quiere salvar
la vida de una mujer
y el que la quiere matar.

Del miserable duró


poco el insensato anhelo.
Mi arma en su pecho se hundió,
y su cadáver rodó
por el alfombrado suelo.

Por el cadáver salté,


y, ciego de rabia, fui
a aquel sitio en que la vi
ocultarse, y no la hallé;
la infame no estaba ahí.

No estaba, no. Había huido


aprovechando el instante;
es tan vil, que no ha sabido
ni respetar al marido
ni morir con el amante.

Huyó, y al mirar que huía,


vi que en el fango se hundía
la dignidad de mi nombre.
Sin ella, ¿de qué servía
el cadáver de aquel hombre?

De nada, porque al matar


yo pretendía librar
mi honor en su infame huella
¡y mi "honor se fue con ella
y no lo pude salvar!...
POR DISGRACIA

BORIS ELKIN(argentino)

¿TE parecen pocos mis cincuenta inviernos


pa que tanta cana me blanquiara el pelo?
¡Bien se ve, muchacho, que no sabes nada
d'estas cosas fieras que llevo acá dentro!
Hacen muchos años. En esa estanzuela
que queda a la zurda, dentrando pal
pueblo, había dos muchachos, que de tan
amigos, de tan parejitos, de tan
compañeros,
eran lo mesmito que una yunta 'e bueyes
unidos al yugo de un buen sentimiento.
Dispués..., una moza que tenía unos labios
como pa que nunca se perdiera un beso
en la estancia aquella dentro de mensuala;
¡y yo no sé cómo se puso 'e por medio!
¡Lo que son las cosas! No por desleales,
sino por iguales, quisieron lo mesmo.
Y dende aquel día, esos dos muchachos,
qu'eran como bueyes por lo compañeros,
al hallar el toro que cada uno lleva,
andábamos hoscos, picaos por los celos.
¿Que quién jue el primero que quiso curarse
del antojo zonzo de algún poco 'e sangre?
¡No sabría decirte, porque no me acuerdo!
Sé que nos miramos. Sé que en la topada
mi daga y la suya salieron a un tiempo.
¡El hachaba lindo! Me cortó por lujo.
Yo tiraba abajo, le dentraba feo,
y al final de cuentas de aquella trenzada
ni perdió el más zonzo ni ganó el más lerdo:
uno, por disgracia, se jue al otro mundo,
y otro, ¡por disgracia!, se quedó viviendo.
EL AGÜELO

BORIS ELKIN (argentino)

¡QUÉ le vamos a hacer!...


Me basuriaron, aura que voy pa viejo;
a la edá que a los hombres no les hace
vivir un año más o un año menos
y no es cuestión de andarle mezquinando
a los ojales, cuando sobra cuero.
Risulta qu'esta tarde,
cuando volvía contento de un arreo,
sentí que unas chirolas m'estorbaban
y me allegué al boliche Del Recreo
—no diré pa tomar, porque no tomo—;
pero m'hija, usté sabe, soy agüelo,
y no quise venirme pa las casas
sin tráirle golosinas a mi nieto.
Dentré y pedí sin reparar en naides:
«Me da unos caramelos;
treinta de aquellos que parecen guindas
y veinte d'esos...»
De una mesa de truco medio al fondo
sentí que se me rieron,
y una voz que conozco hasta dormido,
porqu'es aquella que mintió tan fiero,
me revolvió la entraña preguntando:
«¿Así que son pal nieto?...»
Y me volvió a cargar:
«Y la Ramona,
¿sigue linda nomás?... Le da recuerdos,
y dígale que espere sentadita
si eré que yo vi a dir a casamiento.»
Yo tuve tentación de atrepellarlo
y matarlo a lo perro,
ya que ansina pagaría la cuenta
que te quedó debiendo de hace tiempo.
Pero pensé que te dejaba sola,
qu'eras muy poco pa cuidarlo al nieto,
y juntando valor pa ser cobarde
dejé que piensen que le tuve miedo
y agarré los paquetes y me vine.
¡Nieto!... Venga pa acá; ¡sus caramelos!...

MI CHALA

BORIS ELKíN (argentino)

o sé si es cosa 'e mandinga


o es un regalo del cielo;
algunos dicen qu'es malo;
pa mí se me hace qu'es güeno...
Ricién me dijo el dotor
qu'esta fatiga que tengo
es por culpa del tabaco,
que está minándome el pecho,
¡y me ordenó que lo
deje si quiero salvar el
cuero! Pero dejar el
tabaco, aura que ya voy
pa viejo
y no tengo en qué afirmarme
pa tironear los recuerdos...
¿Dejar el tabaco, dijo?
¡ Si es cosa que ni la pienso!
Hacen años, muchos años,
yo trabajaba 'e boyero,
cuando prendí el primer chala
pa quemar mi aburrimiento.
¡Qué lindo se iban las horas,
qué pronto volaba el tiempo
y qué hombre me sentí
con el chala entre los dedos!
Cuando mi madre se jue
sin tiempo pa darme un beso,
¡quién otro sino mi chala
me acompañó al
sentimiento y se quemó sin
renuncios con tal de darme
consuelo! Más tarde,
cuando el amor
dentro a golpear en mi pecho,,
ese amor qu'es vida y muerte,
qu'es triunfo y renunciamiento
y que nos mata de a poco
porque se vive muriendo,
¡si habré domao impaciencias
pitando como un murciélago!
Y al fin, ¿pa qué? Pa que un
día barriera todo el Pampero...
Ella no tuvo reparos
en aventarme los sueños.
Cuando esa tarde me dijo
que no perdiera más tiempo
y supe que otro varón
se había ganao su aprecio,
¡menos mal -que tuve un chala
que supo darme un consejo
y m'entretuvo la mano
que andaba tanteando el fierro!
Dispués cambien de querencia;
me dijo: Hacéte resero.
Nada hay mejor qu'el camino
pa quien no tiene un afecto.
¡Las noches que habré pasao
tendido sobre el apero,
sin más estrellas que el chala
parpadeando en el silencio!
Más tarde cuando la vida
m'enredó entre los puebleros
y entré a borroniar cuartillas
pa darle forma al ricuerdo,
¡quién otro sino mi chala
me ayuda a escribir los versos!
¡Dejarlo porque el dotor
me vino con ese cuento
de qu'el tabaco hace mal
y está minándome el pecho!
¡Deje nomás que me mate!
¡Si por él estoy viviendo!
COSAS DE LA VIDA

BORIS ELKIN (argentino)

¡PUCHA que es triste


tener el rancho así, como tapera,
sin tener un jazmín que lo perfume
ni un zorzal que le cante en la cumbrera!
Dende que asoma el alba hasta la noche...,
¡sólito por la güella!
Si ensillo mi caballo pa ir al pueblo,
denguno me acompaña a la tranquera,
y al volver por la noche está mi rancho
¡tan solo!, ¡tan escuro!, ¡que da pena!
Algo me falta...
No basta que uno tenga un poco 'e yerba,
un zoquete de carne pal asao
o un chala pa' pitar cuando se ofrezca.
Es algo más..., y es algo...
¡Qué amalhaya, mi Dios, si lo tuviera!
Lo que me falta es ella. La hija del pulpero.
La que tiene dos soles en los ojos,
una noche 'e tormenta entre su pelo,
un camuatí en los labios
y un pichón de paloma en cada seno
¡Sí! ¡Es ella!
A veces, cuando llego hasta el boliche
y me abajo a tomar una ginebra,
me recuesto en la puerta que da al patio
pa asi, cuando se cruza, poder verla.
Yo he querido decirle muchas cosas,
pero..., ¡qué miesca!,
las palabras toditas se me añudan
y no puedo decir lo que quisiera.
Yo me tengo aprendida de memoria
una declaración entera,
que me la acuerdo bien cuando estoy solo
y me la olvido cuando estoy con ella.
¡Cosas de la vida!
Guapo como denguno y ande quiera,
capaz de matar tigres a talero,
de peliarlo al más hombre a poncho y tierra,
y no tengo coraje pa decirle
que me sobra ternura pa quererla...

TESTAMENTO

BORIS ELKIN (argentino)

ESENSILLA nomas...
¿Pa qué me vas a tráir el curandero,
si el lazo que me tiene atao al mundo
ya se me va cortando, tiento a tiento?
Y sé que a lo mejor, cuando la noche
tienda su poncho negro,
ya habré estirao las patas
y habré pegao el último resuello.
Mejor es que vengas junto a mi catre
pa aprovechar el tiempo
y escuchar de los labios de tu tata,
que ya se va muriendo,
las palabras sencillas, pero güeñas,
que te quiere dejar por testamento.
Todita mi riqueza:
el rancho, mi caballo, los dos perros...
y otras cositas más que valen poco,
pa vos, m'hijo, las dejo.
Pero ¡eso sí, te pido
que les guardes muchísimo rispeto!
Que nunca las paredes de este rancho
te sirvan pa ocultar algo mal hecho.
No quiero que el caballo en un «descuido»,
en una de esas noches que no vemos,
se venga paletiando algún novillo
a lo mejor... ajeno.
N1 quiero que Cuzquito y el «Cuatrojo»
se te pongan mañeros
y se pasen al campo 'e los vecinos
a degollar ovejas y terneros
que al final... es mejor «aprovecharlos»,
ya que los animalitos están muertos...
O mejor dicho, pa'no andar con güeltas:
siga la güella que dejó este viejo
que llegó a los setenta
sin pisar más caminos que los «rettos».
¡Ah! ¡No me traigas el cura!
Y cuando muera, tampoco me lleves al cementerio.
Más bien, cava una zanja
en un rincón cualquiera del potrero,
y en lugar de esas flores
que ponen en las tumbas los puebleros,
deja que nazca el pasto, la gramilla...,
que es útil, por lo menos.
O mejor entuavía, planta un sauce
pa que sus raíces chupen de mi cuerpo,
pa que mi carne se transforme en sombra
que a lo mejor precisa algún viajero,
pa que mis brazos—que serán las ramas—
le empresten una horqueta a los horneros
y hagan un nido tibio
pa cuando venga un temporal de invierno;
pa que en el tronco
—cuando el tronco sea grande, fuerte y grueso—
escribas a cuchillo estas palabras:
«¡El camino mejor es el derecho!»

EL OVERO

BORIS ELKIN (argentino)

DEGOLLALO, Cipriano, degollalo;


ya el matungo no tiene más rimedio:
hace dos o tres días qu'está cáido
y es inútil buscarle un aliveo.
«Anoche, al acostarme, yo pensaba
en eso mesmo que m'estás diciendo,
y esta mañana preparé la daga
pa despenar pa siempre al pobre overo;
pero ¿sabe, mi vieja, lo que pasa?...
Me alcanzó a conocer a veinte metros,
y levantando un poco la cabeza
m'hizo un relincho corto, dende'el suelo.
Me arrimé pa matarlo,
y vide en sus cansados ojos negros
yo no sé qué mirada tan extraña,
que me tembló la daga entre los dedos
y me puse a pensar: ¡ Qué me diría
al saber que soy yo que lo degüello!...
«¿Es ansí como pagan los cristianos
dispués que uno está cáido y está viejo?»
«Este es un bien para vos—quise explicarle—.
Sentirás un dolor cuando entre el fierro;
pero después verás, cuando la sangre
dentre a chorriar y a caloñarte el pecho,
te sentirás liviano como en antes
y todo ese dolor se te irá yendo...»
Y sacando coraje, ¡ni sé di'ande!,
con una mano le tantié el pescuezo,
y cuando estaba a punto'e degollarlo
me maniaron la mano los recuerdos.
Recularon los años de mi vida
y m'entraron a arriar los pensamientos
pa los tiempos aquellos que denguno
me prestó más servicios qu'el overo.
Yo tenia pa'quel tiempo veinte años,
y él sería un potrillo tres y medio...,
cuando una vez, por cosas...,
por zonceras que cuasi ni me acuerdo,
le pagué unos hachazos en el tuso
al comesario mesmo
y tuve que juir. Mi suerte estaba
puesta en las patas de mi parejero,
y pa ganar el monte
vadeó los ríos, jineteó los cerros,
y si de un golpe no cruzó los Andes
jue porque nunca le pedí ese esjuerzo.
Dispués, cuando unos ojos
que no sé si eran brujos o hechiceros
m'enredaron pa siempre y arm'el rancho
pa tener en mi rancho dos luceros,
mi overo puso el anca pa'llevarte;
y como pa dir al cura estaba lejos...,
hizo a la vez de cura, de padrino
y jue testigo'e nuestro casamiento.
Dispués de algunos años,
cuando el gurisito cayó enfermo,
¿quién se galopió las doce leguas
que hay extendidas dende aquí hast'al pueblo,
y quién se galopió las otras doce
pa venir hasta aquí con los rimedios?...
Por eso, no me animo a degollarlo;
déjalo al pobre overo,

¡que me muera sólito allá en el bajo,


que yo perdí el coraje hasta pa verlo!...

EL COBARDE

BORIS ELKLN (argentino)

UN muchachón de manos engrilladas;


un comisario «bravo» y un alcalde
que sabiéndolo al mozo bien seguro
le escupen su desprecio «pa que hable».
—Lo mataste a traición, seguramente...
Y el mozo le contesta: —Sepa, alcalde,
que los hombres nacidos en mi tierra
muy poco matan de traición a naides.
—Sin embargo—interrumpe el comisario—,
nunca matan de frente los cobardes.
—¿ Y de cuándo esa fama, comisario?
—Te la ganaste bien aquella tarde
qu'el finao te insultó delante e todos
y vos, como faldero, te achicastes.
—Aquello jue otra cosa, comisario;
me achiqué con razón, no por cobarde.
Aquella tarde me allegué hasta el pueblo
pa buscarle rimedios a mi madre,
que había quedao sólita, allá en el rancho,
quemándose de fiebre sobre el catre.
Si me achiqué, señor, no jue de miedo.
Jue su voz que me gritó: «¡Párate!»...
Es muy fiero, señor, pa quien ya siente
que la muerte comienza a
aproximarse,
encontrar que no hay naides en el
mundo que le empreste un poquito de
coraje; sin tener quien le rece un
Padrenuestro ni tener quien le pida un
«Dios te salve».
Pero ayer me cobré. Mi mamá ha
muerto; y ya sin su cariño que me ate,
m'encaminé pal pueblo, bien seguro
de no encontrar tranquera que me pare.
Estaba en el boliche el «hombre guapo»
hablando de bravura, de coraje...,
«que a los hombres los reta como a chicos,
«que no encuentra varón que se le cuadre..
Por eso, al dentrar yo, ni m'hizo caso,
y con disprecio comenzaba a ráirse
cuando mi zurda le cruzó la cara
pa evitar el decirle: «¡Acomódate!»
Sacó el facón y se me vino al humo.
La carrera conmigo l'era fácil...,
y el hombre, entusiasmao siguramente,
tiró un hachazo..., se quedó pagando...,
buscando sitio pa poder dentrarme,
y sonzo juera yo de no cobrarme.
—¿Tenes más que agregar?
—Sí, comisario:
¡que no güelva a tratarme de cobarde
sin soltarme una mano, por lo menos...,
por si tiene el antojo de probarme!
AGUAS TURBIAS

BORIS ELKIN(argentino)

No la insultes, muchacho.
¿Te crés, porque es ramera,
que ya tenes derecho a pisotiarla
y decirle de todo pa ofenderla?
¡Estás equivocao! Ella merece
igual rispeto que tu madre mesma,
porque nació mujer; igual que todas.
Y si es mala..., también pudo ser buena.
¿Que aura la vida le torció su rumbo
haciéndole agarrar por mala güeya,
y anda vendiendo besos y caricias
como quien vende alcohol, tabaco o yerba?
Quién sabe si la culpa 'e su desgracia
no se debe a nosotros más que a ella,
que validos de astucias y de engaños
deshojamos la flor de su inocencia...
Y dispués..., cuando está bien palenqueada,
la echamos a la calle puerta ajuera
pa que le ponga sus caronas sucias
el primero que venga...
Y ya ves cómo aquello que bien pudo
ser fuente de agua dulce, limpia y fresca,
aura es triste charquito de aguas turbias
que revolvieron las pezuñas nuestras...
Pero que a veces, cuando un sol de enero
parece que nos tuesta
y andamos afiebraos por el camino
con la garganta seca,
nos vamos al charquito de agua sucia,
doblamos las rodillas junto a ella;
y tomando por boca y por narices
la encontramos tan linda al agua esa
qu'es mejor olvidar qu'es agua turbia
pa hacerle esta pregunta a la concencia:
«¿Por qué somos lo mesmo que los cerdos,
que antes de tomar el agua la ensucean?»
DE CARNE SOMOS

BORIS ELKIN (argentino)

¿Echala a m'hija
porque viene a llenarnos de vergüenza
tráindonos de regalo ese nietito
sin que naides supiera?
¡Vaya un pecao más grande!
¿Que la gente ha de ráirse de nosotros?
¡Pacencia!
Y al final, ¿qué cara...ncho saben ellos
pa venir a meterse en casa ajena?
Mi hija es mi hija,
y su tata no la echa puerta ajuera
porque compriende bien que esa disgracia
le puede suceder a las más güeña.
Las leyes de la vida están escritas
dende que vino al mundo Adán y Eva,
y es al ñudo que el hombre escriba otras
pa marcar el camino 'e la decencia.
Tuitos somos de carne
y nos corre igual sangre por las venas. Y...
—perdonándome la comparancia—
también nos parecemos a las bestias...
¿Ellas? Se juntan como Dios manda.
¿Nosotros? Po'el civil o por la Iglesia...
Pero puestos a mirar las cosas
no se alcanza a notar la diferencia,
ya que al final del cuento nos risulta
que se han juntao... un macho... y una hembra
¿Qué culpa tuvo m'hija
si no pudo peliar contra esa juerza?
Pa mejor, comenzaron sus amores
cuando dentro a puntear la
primavera
—que jue pal tiempo que cortó el cabestro
el malacara pa seguir las yeguas—.
Cuando el toro rompió los alambraos
y al trotecito se nos jue la perra...
……………………………………………………
¿Échala a m'hija
porque viene a llenarnos de vergüenza
tráindonos ese nieto de regalo
sin que naides supiera?
¡Vaya un pecao más grande
lo de cumplir con lo que Dios ordena
y criar el hijo
en vez de malparir sin que la vean!

GUAPEANDO

BORIS ELKIN(argentino)

INo crea, compadre, qu' es llanto


lo que usté ve correr de mis ojos,
sino que la leña está verde
y pal humo, le juro, ¡soy flojo!
No se vaya a pensar que ando triste
por culpa 'esa china rastrara
que se jué y ha dejado mi rancho,
ya lo ve, compadre, ¡como una tapera!
Pero es claro: hay momentos qu' estraño.
Tanto tiempo he vivido con ella
que aura, al no verla, mi rancho
parece potrero de todas las penas.
Cuántas veces qu' he güelto cansao
de andar galopiando las leguas y leguas,
en lugar de dormir me he quedao
mirando el retrato a la luz de la vela.
Y cuando los gallos, a la madrugada,
alegres dispiertan cantando
y el cielo s' enllena de sangre cuajada,
me voy pal palenque, ande tengo el saino
y en cuanto lo ensillo, m' encamino al pago,
ande algunos dicen que se jué mi china;
dispués me arrepiento, me güelvo.
¡No vale la pena buscar a una indina!
Pueda ser que mañana, cansada
de llevar esa vida que lleva,
se le dé por volver a mi rancho
pa pedirme perdón, la hija 'e perra.
Y entonces, parao en la puerta
le diré riyendo: «¡Ándate y no vuelvas;
qu' el corazón aprende a hacerse duro
y aura tengo en el pecho una piedra!»
... Y tal vez la perdone, compadre.
¡No! No es porque la quiera;
sino pa mostrarle que somos
los hombres más nobles que ellas.
Pero ya no la quiero, compadre.
Si mis ojos de llanto se preñan
es por culpa de este humo tan juerte.
¡Pucha, digo!; ¡ta verde la leña!

ASTILLA 'E CALDEN

BORIS ELKIN (argentino)

¿Con que sos hijo de Julián Ledesma?


¡Muy buen hombre!, ¿verdad? Cuando decente,
racionaba caballos de carrera;
tallaba al monto con tan buena suerte
que su cartita lo esperaba en puerta,
¡y hay que ver cómo araba!... en los boliches,
cada vez que tiraba de dos vueltas.
De cumplirse el refrán aquel que dice
«que da el palo torcido astilla chueca»,
no has de ser apegao pa los trabajos
y has de tener más vicios que decencia.
—Patrón, no siga más. Usté no sabe
hasta dónde me duelen sus ofensas.
Que mi tata haiga sido lo que ha sido
no lo puedo negar, así quisiera
ya qu' en los nombres caídos en disgracia
se asienta el filo de las malas lenguas
pa cortar en la lonja de los hijos
haciéndoles cargar culpas ajenas.
Pero usté se olvidó que yo, de chico,
ya le sabía el color a la vergüenza
y abandoné pa siempre las paredes
que mi tata ensuciara con sus hechas.
Y agarré pa los campos de trabajo,
ande no hay pulperías ni carreras
y hay sólo un modo pa ganar la
plata hecho a fatigas y a sudor que
cuesta. Juí boyero, mensual; uñí los
güeyes y juí como la sombra del
mancera.
Más tarde, esquilador de los muy pocos
que contaron sus latas de a docientas.
Dispués, cuando los soles de diciembre
hicieron cierto lo que jue promesa
y los trigos lucieron sus espigas
en la fiesta de pan de la cosecha,
la horquilla me enhenó la mano 'e callos
que me dieron patente de decencia.
Y aura, patrón, me voy, si le parece;
pero quiero decirle, pa que sepa,
¡qu' el calden es torcido como tata
y naides niega que su astilla es güeña!

NUESTRA HORA

E. FERNANDEZ

Es sólo un instante lo que yo te pido;


una hora tan sólo de tu larga vida;
un solo momento para estar contigo;
un momento nuestro, sólo tuyo y mío.
Que nadie nos mire
y que nadie escuche lo que yo te digo,
Hagamos la cita para algún paraje
despoblado y solo,
donde no haya gente, donde no haya ruido,
donde no perturbe nuestro gran momento
ni voz ni sonido.
Donde sólo el eco de tu dulce acento,
música divina, llegue a mis oídos.
Vámonos a un sitio donde estemos lejos,
donde estemos solos y muy escondidos.
En un mundo nuevo, hecho a nuestro antojo;
en un mundo nuestro, sólo tuyo y mío.
Que a nadie le cuente de nuestra escapada,
que a nadie le diga que te vio conmigo;
que guarde el secreto de nuestra entrevista,
que guarde el secreto de lo que allí hicimos.
Yo quiero un momento, que tú me concedas
tan sólo un instante a solas conmigo.
¡La vida es tan larga!... Tiene tantas horas...,
y es una tan sólo, una, la que yo te pido.
No guardes temores de que se divulgue
que hayas atendido mi insistente súplica;
solamente el cielo, que es mudo testigo,
ha de vernos juntos.
¡Solamente el cielo te verá conmigo!
Y yo, por mi parte, guardaré el secreto
de la inmensa dicha que me has concedido
y me iré muy lejos, lejos de tu vida
y de tu camino; y no habrá sospechas
de ese gran momento que juntos vivimos...

MI MADRE

MANUEL M. FLORES (mexicano)

¡Oh santa madre mía!


Aún puedo al despertar por las mañanas
santificar mi trabajoso día
con mi beso primer sobre tus canas;
aún puedo con el alma cariñosa
sentir cómo resbala temblorosa
la mano en mis cabellos,
acaso por secar, madre piadosa,
la humedad de tus lágrimas en ellos.

Porque tú lo comprendes, tú lo sabes,


aunque no te lo diga, madre mía:
no soy feliz..., padezco. Hay en mi alma
el callado sufrir de la agonía.

Tú lo sabes, lo sabes, y por eso,


presintiendo de mi alma las congojas,
al estampar sobre mi frente un beso,
sin quererlo, con lágrimas lo mojas.

¿Qué fuera yo sin ti? ¿Dónde encontrara


mi triste vida cariñoso abrigo?
¿Quién con mis breves júbilos gozara?
¿Quién me buscara por sufrir conmigo?

¿Quién me diera valor? ¿Quién me alentara


en esta lucha eterna con la suerte?
¿Quién sino la evangélica matrona
a quien llamó Jesús la mujer fuerte?

¿Qué religiosa voz, de mi conciencia


huir hiciera la impiedad bastarda?
¿En dónde viera yo sin tu presencia
al ángel cariñoso de mi guarda?

Madre, tú eres la fe. Cuando en el templo,


mujer de los dolores, solitaria
levantas tu oración, es el querube
quien recoge tus lágrimas y sube
con ellas, al Eterno, tu plegaria.

Y es ella, tu oración, tu fe sublime,


tu fe de madre que el Señor
bendijo, la que bañada en lágrimas
redime
y purifica el corazón de tu hijo.

Tú eres piedad y dulce fortaleza:


como el ángel que al Hijo sostenía;
tú levantas del polvo mi cabeza
y también me sostienes, madre mía,
cuando apuro en mis horas de tristeza
mi desbordado cáliz de agonía;
cuando siento que herido de la suerte
mi espíritu está triste hasta la muerte.

Tu voz cristiana, fervorosa y santa,


que habla con Dios y a la oración invita,
del santuario de tu alma se levanta
inspirada, dulcísima y bendita...

Quizá la duda con su noche impía


mi fatigado pensamiento puebla;
pero hablas..., y se va como la niebla
ante la clara suavidad del día.

Tú eres, madre, la copa del consuelo


con que la fiebre del pesar se calma,
y brilla como el iris en el cielo
tras de deshecha tempestad del alma.
Madre, tú eres amor, amor bendito,
amor siempre inmortal, amor sin nombre,
el único en que encuentra un infinito
el insaciable corazón del hombre,

Siempre tú, sólo tú... Si me arrancara


este mi corazón que siento grande
porque tú estás en él, y lo arrojara
al viento en mil pedazos,
en cada uno grabada se encontrara
la imagen de mi madre entre mis brazos...
¡ Siempre tú, no más tú! ¡ Que en mi existencia
sólo tú eres bondad, bien y consuelo;
sombra de ángel al mundo descendida,
pero nunca de mi alma desprendida,
fe de mi creencia, luz de mis ideas,
mi ser, mi amor, mi adoración, mi vida,
madre, imagen de Dios, bendita seas!
TUS OJOS

JULIO FLOREZ (Colombiano)

Ojos indefinibles, ojos grandes,


como el cielo y el mar hondos y puros,
ojos como las selvas de los Andes:
misteriosos, fantásticos y oscuros.

Ojos en cuyas místicas ojeras


se ve el rastro de incógnitos pesares,
cual se ve en la aridez de las riberas
la huella de las ondas de los mares.

Miradme con amor, eternamente,


ojos de melancólicas pupilas,
ojos que semejáis, bajo su frente,
pozos de aguas profundas y
tranquilas.

Miradme con amor, ojos divinos,


que adornáis como soles su cabeza,
y, encima de sus labios purpurinos,
parecéis dos abismos de tristeza.

Miradme con amor, fúlgidos ojos,


y cuando muera yo, que os amo tanto,
verted sobre mis lívidos despojos
el dulce manantial de vuestro llanto.

RETO

JULIO FLOREZ (colombiano)

Si porque a tus plantas ruedo


como un ilota rendido,
y una mirada te pido
con temor, casi con miedo;
si porque ante ti me quedo
estático de emoción,
sintiendo que el corazón
se va en mi pecho a romper,
piensas que siempre he de ser
esclavo de mi pasión,
¡te equivocas, te equivocas!...,
fresco y fragante capullo;
yo quebrantaré tu orgullo
como el minero las rocas.

Si a la lucha me provocas,
dispuesto estoy a luchar;
tú eres espuma, yo mar
que en sus cóleras confía;
me haces llorar; pero un día
yo también te haré llorar.

Y entonces, cuando rendida


me ofrezcas toda tu vida,
perdón pidiendo a mis pies,
como mi cólera es
formidable en los excesos,
¿sabes tú lo que haré en esos
momentos de indignación?...
¡Arrancarte el corazón
para comérmelo a besos!...

¿EN QUE PIENSAS?

JULIO FLOREZ (colombiano)

Dime: cuando en la noche taciturna


la frente escondes en tu mano blanca,
y oyes la triste voz de la nocturna
brisa que el polen de la flor arranca.

Cuando se fijan tus brillantes ojos


en la plomiza clámide del cielo,
y mustia asoma entre tus labios rojos
una sonrisa fría como el hielo;

cuando en el marco gris de tu ventana


lánguida apoyas tu cabeza rubia,
y miras con tristeza, en la cercana calle,
rodar las gotas de la lluvia;

dime: cuando en la noche te despiertas


y hundes el codo en la almohada y lloras,
y abres entre las sombras las inciertas
pupilas, como el sol abrasadoras,

¿en qué piensas, en qué, pobre ángel mío?


¿Piensas en nuestro amor despedazado
ya, como el junco al ímpetu bravío
del torrente que salta desbordado?

¿Piensas, tal vez, en las azules tardes


en que, a la luz de tu mirada ardiente,
mis ojos indecisos y cobardes
posáronse en el mármol de tu frente?

¿O piensas en la hojosa
enredadera bajo la cual un tiempo
te veía peinar tu ensortijada
cabellera,
al abrirse los párpados del día?

¡Quién sabe!... No lo sé, pero imagino


que en esas horas de aparente calma
percibes mucha sombra en tu camino,
¡sientes muchas tristezas en tu alma!

Mas... otro amante extinguirá tu frío;


yo sé que tu pesar no será eterno;
mañana vivirás en pleno estío...,
y yo, con mi dolor..., ¡en pleno invierno!
CUANDO LEJOS

JULIO FLOREZ (colombiano)

Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares,


en lo mucho que sufro pienses a solas,
si exhalas un suspiro por mis pesares,
mándame ese suspiro sobre las olas.

Cuando el sol, con sus rayos desde el Oriente,


rasgue las blondas gasas de las neblinas,
si una oración murmuras por el ausente,
deja que me la traigan las golondrinas.

Cuando pierda la tarde sus tristes galas,


y en ceniza se tornen las nubes rojas,
mándame un beso ardiente sobre las alas
de las brisas que juegan entre las hojas.

Que yo, cuando la noche tienda su manto;


yo, que llevo en el alma sus mudas huellas,
¡te enviaré con mis quejas un dulce canto
en la luz temblorosa de las estrellas!

EL DIAGNOSTICO

JULIOFLOREZ(colombiano)

EN el sucio rincón de una taberna


fría y desmantelada,
semejante a una lóbrega caverna,
Jorge, mi más antiguo camarada,
una noche lluviosa nos decía
furioso, hecho una sopa:
«Tres meses ha que a la adorada mía
le juré no tomarme ni una copa.

Ella, en cambio, postrándose de hinojos,


con un amor profundo,
juróme por la niña de sus ojos
serme fiel y constante en este mundo

Y esta noche, ¡Dios mío!, en qué premura


me he visto y en qué potro;
esa mujer a quien soñé tan pura
la encontré besándose con otro.

Mas no importa; vosotros, compañeros,


que sabéis que yo pago
la infamia como pocos caballeros,
mi juramento cumpliré ¡ni un trago!»

Y al decir esto, por su pestaña rubia


brilló una gota clara,
una gota que luego fue una lluvia
que rodó largo tiempo por su cara.

Y era verdad: en más de treinta días


no habíamos logrado
en todas nuestras bellas alegrías
hacer beber al noble enamorado.

Mas de pronto el buen Jorge irguióse altivo,


diose un golpe en la frente
y exclamó a su pesar: «¡Para qué vivo!
Si ella mintió... ¡Salud! ¡Dadme aguardiente!»

La copa alzó, brindó por el dios Baco,


lanzó una carcajada...
Y rodó por el suelo como un saco
rígido y mustio el joven camarada.

Grande fue la sorpresa...; en un momento


estuvo en nuestros brazos;
al ver tal expresión de sentimiento
en aquel corazón hecho pedazos.

«Un médico», gritamos; por ventura


un médico pasaba,
entró, tocóle el pulso con premura
y en tanto que a su faz ínfulas
daba,
exclamó alegremente: «Esto no es nada.
Nada... ¡Pobre muchacho!,
que le traigan café mientras reposa,
y lo dejen dormir. ¡Está borracho!»

BALADA DEL GRANADO VERDE

JACINTO FOMBONA PACHANO (venezolano)

i granado verde
se volvió de oro!

Luminosamente, con el agua fina de la lluvia clara,


con el sol que enciende
su corola nueva...,
¡lluvia, sol y árbol en la tarde alegre!...
¡Para ti reluce
mi granado verde!...

¡Mi granado verde


se volvió una lámpara!
Cada nueva gota
de la lluvia clara
repartió bujías
sobre cada rama...

Lo vio el farolero que en la tarde pasa...


¡Mi granado verde!
¡Se fuera a tu alcoba para iluminarla!...

¡Se vistió de encajes


mi granado verde!

¡Lluvia, sol y árbol! En la hilandería


de la lluvia clara,
con el sol de frente,
lo vio el hilandero
de la tarde alegre...
¡Cual para una fiesta,
por si tú vinieses,
se vistió de encajes
mi granado verde!...

¡Mi granado verde


se hizo campanario!

Claros campaneros,
suenan los badajos,
en cien campanitas
de coral, los pájaros
¡Se volvió sonoro mi granado verde!...
¡Te mandó su canto!...

¡Mi granado verde!


¡Lluvia, sol y árbol!...

MILAGRO DE AMOR

CARLOS ALBERTO FONSECA (peruano)

LA palabra de amor que tú me digas,


la palabra de amor que siempre espero,
granará la eclosión de mis espigas
y en mis manos mendigas
encenderá la gloria de un lucero...

El beso que me des... ¡El beso leve


con que algún día sellarás mi grito,
deshojará mis pétalos de nieve
y, en un vuelo de luz, quizá me lleve
hasta el umbral azul del Infinito!...

¡Ah, yo sé que aquel día


me contará la Dicha sus asombros,
me envolverá en sus brazos la
Alegría, y la mano del ángel que me
guía
se posará en mis hombros!

¡La virtud del Amor te dio la clave


para efectuar milagros como esos:
y así, por un misterio que Dios sabe,
toda mi dicha cabe
en el más pequeñito de tus besos!

AQUEL DÍA

NELLY F0NSECA RECAVARREN (peruana)

AMOR mío:
Si la muerte algún día nos separa,
nada tendrás de mí: ni un juramento,
ni un beso, ni una lágrima.

Jamás tu mano aprisionó mis manos;


jamás tembló tu boca en mi garganta.
Sólo tus ojos me han besado el rostro,
sólo tu voz me ha acariciado el alma.

Tu corazón y el mío
se abrazan con las alas...

Pero aquel día en que por fin me pierdas


no te quedará nada:
ni el temblor de mis labios en los tuyos,
ni el clamor de mi queja solitaria.

Sólo estos versos tristes, que te besan


la voz y la mirada,
y el humilde recuerdo
de un corazón que se quebró las alas,
como un pájaro ciego, que golpea
una puerta sellada...
EJEMPLO

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

VENGA p'acá, m'hija, no me tenga miedo;


venga, que su tata no va'castigarla
ni va'echarle'n cara tampoco lo qu'hiso,
porque sabe cierto que no jue por mala.
Ya basta de yantos, miremé de frente,
no tenga vergüensa de amostrar la cara,
que no es un delito darse por cariño
y sentirse madre no es nunca una falta.
Venga y déame un beso. Su tata compriende
que usté ha cáido, m'hija, lo mesmo que tantas
que siendo inocentes, humildes y güeñas,
s'entriegan enteras, en cuerpo y en alma.
Moso él, usté mosa, los dos juertes, sanos,
yenitos de vida ricién aclarada,
no vido él querencia mejor que sus brasos
ni usté sol más lindo qu'el de sus miradas.
Campiando ese cielo que tuitos campiamos,
yevando'e baquianas a las esperanzas,
creyeron hayarlo juntando sus bocas
y prendieron besos pa que s'estreyara.
Vino la dentrada de la primavera;
lucieron los cardos sus flores moradas;
bordonió el sumbido de los mangangases
y hubo contrapuntos de roncas chicharras.
Nació en los yuyales un aroma nueva
qu'el viento, travieso, mojó en las cañadas;
rosaos macachines garugó l'aurora
y en los espiniyos colgó el sol sus brasas.
Se oyó en las cuchiyas relinchar los potros
qu'iban retosando tras de la yeguada;
y olfatiando el aire, y escarbando el suelo,
con ansia salvaje baló la torada.
Se vido a los pájaros andar en parejas,
juntitos los picos, abiertas las alas, amostrando a tuitos su amor
baruyento, madurao a cielo, sol desnudo y alba...
Y ustedes sintieron juego en las alterias;
cada beso, entonce', jue com'una
brasa; les hirvió por dentro la juersa'el
istinto y asina cumplieron la ley más
sagrada No yore, canejo. Si Tata Dios
hiso
al macho y a la hembra pa que se ajuntaran
y el cristiano, mesmo que cualquiera bicho,
debe hacer las cosas que Tata Dios manda.
No l'importe, m'hija, que'l pago mermure
y ensucén su nombre los que la eren
mala. Más piores son esas que matan sus
crías pa poder asina seguir siendo
honradas.
Cuando nasca su hijo, que lo sepan tuitos;
mamará en sus pechos, dormirá en su falda;
será un cachorro nomás, ande quiera,
pues ser madre, m'hija, no es nunca una falta.

ORACIÓN

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

TATA Dios: yo no dudo que siás juerte;


que gobernés vos solo tierra y cielo;
que a tu mandao se apague'l rejucilo
y se amanse'l más potro de los vientos.

No dudo que haygas hecho esas estreyas


que sirven de candiles a los- sueños,
y p'aliviar el luto de las noches
priendas la luna en su reboso negro.

No dudo que siás vos el que le puso


al colmiyo'e la víbora el veneno;
el que afiló las uñas de los tigres
y le dio juersa'l pico de los cuervos...

Pero dudo'e tu amor y tu justisia,


pues si juera verdá que sos tan güeno
no te hubieras yevao aqueya vida
qu'era pa mí más grande que tu cielo.
Vos sabes, Tata Dios, cómo la quise.
Eya jue'l sol que amaneció en mi pecho.
Por eya tuvo primavera mi alma
y echaron alas mis mejores sueños.

Eya era linda como las mañanas


cuando dispiertan yenas de boyeros;
alegre como el ruido'e las colmenas;
graciosa como el'unco'e los esteros

Y era tan güeña, Tata Dios... Tan güeña...


Nunca un rencor se cubijó en su pecho.
Pa tuitos tuvo un corazón sin trancas,
rebosao de ternuras y de afetos.

Y creyó siempre'n vos; tuitas las noches


s'endulsaba en su boca el Padre Nuestro,
mientras su almita'e pájaro aletiaba
ofertándose entera en cada reso.

Y tuviste coraje pa matarla.


No pensaste que yo también jui güeno,
que no meresco este dolor que sangra
la herida siempre viva'e su ricuerdo.

¿Cómo no viá dudar de tu justicia?


¿Cómo viá crer que tengas sentimiento
si vos, provalecido de tu juersa,
nos quitas siempre lo que más queremos?

¿Pa qué nos diste corazón, entonce'?


¿Pa qué nos exigís que siamos güenos,
si nos encariñas con este mundo
y en él pones nomás que sufrimientos?

¿Cres que consuela tu promesa'e gloria?


Si aquí and'hemos nacido, ande queremos,
nos negás el derecho'e ser dichosos,
no sé pa qué nos va'servir tu cielo.

SEPARACIÓN

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

TENÉS rasón, chirusa; yo compriendo


que no podes seguir viviendo asina.
Anda nomás ande otro amor más moso
te oferta el camuatí de sus caricias.

Aquí, a mi lao, la yama de tus ojos


s'está gastando al ñudo, entristecida,
y apretao en el nido de tu boca
se va'entumir el pájaro'e la risa.

No hacemos güeña yunta, no podemos


seguir cinchando en vaca de la vida.
Los casales precisan ser parejos
pa que dure'l amor cuando se anidan.

Y el que formamos vos y yo es distinto.


Yo soy afeto a la melancolía,
amigo d'emponcharme'n el silencio
pa rondar amarguras escondidas...

Y vos, china, sos tuito lo contrario:


pa vos la vida es novedosa y linda;
tenes por corasen una calandria
que sólo sabe'l canto'e l'alegría.

¡Son tan desencontradas nuestras almas!...


La tuya es flor: precisa sol y avispas;
la mía es bicho'e lus: de día se apaga;
sólo de noche priende su estreyita.

Jue chambón el Destino al apariarnos


pa tranquiar en coyera por la vida.
No bastaba mi amor cansao y viejo
pa tu ilusión ricién amanecida.

¿A qué porfiar? Conviene más abrirnos.


Mi cerrasón es triste y aburrida,
y con el riego escaso'e mi ternura
se va'murchar tu mocedá florida.

Anda nomás ande otro amor te yama.


No hacen liga tu sol y mi niblina.
Deja este rancho ande hasta la guitarra
se ha contagiao de mi melancolía...

Anda sin miedo y sin remordimiento.


Yo no viá'certe ni un reproche, china.
Si ninguno'e los dos tiene la culpa,
¿pa qué agriar de rencor la despedida?

CACHIMBA

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

Sos lo mesmo que yo. Vivís p'adentro,


ajen'a tuito lo que te rodea.
Como nada tenes ni esperas nada,
gastas el tiempo en rejuntar peresa.

Y no sentís curiosidá ninguna


por lo que pas'ajuera,
ni comprendes al viento ni al arroyo,
que corren siempre y siempre tienen priesa.

Vos no tenes apuro.


Sos como esos que ya han pegao la güelta.
cansaos de ver que tuitos los caminos
no son más nada qu'esperansas güecas.

Dejuro'e tanto cavilar a solas


te jue projundisando la tristesa,
y aprendiste asina qu'en la vida
dirse o quedar lo mesmo fastidea.

Por nada te afligís. Pasas el día


sin quejarte del sol, que te chucea,
y a veces se propasa y te desnuda
pa vichar hasta el fondo'e tu agua quieta.

Sólo al cielo querés. El es tu amigo.


Naides más has hayao que te comprienda.
Por eso, cuando ves qu'está contento,
te alegras vos también y sos más güeña.

A ocasiones se agarran de retoso:


él t'enyena de nubes, t'ensucea,
y vos le arremedas, pa desquitarte,
luciendo los colores qu'el amuestra.

Como si jueran novios,


otras veces las priendas se cambean:
vos, por el día, l'emprestás tu espejo,
y él, de noche, t'empresta sus estreyas.

Con eyas te pasas hasta que aclara,


entretenida en ver cómo chispean,
dispertando la envidia
de los bichos de lus que pasan cerca.

Y no ambicionas más. Eso te basta


pa dir engambelando la existencia.
¡Que corran los arroyos y los vientos!
Vos preferís quedar pescando estreyas.

Sos lo mesmo que yo. También yo vivo


sin ruido y aplomao por la peresa;
tamién me gusta cavilar a solas
y rumiar dispacito mis tristezas.

Sos lo mesmo que yo. Sin afligirnos


refalamos los dos por la existencia.
A vos te basta un redondel de cielo,
y a mí, ¡la intimida de una vigüela!

CASTIGO

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

ÍAMUÉLENSEN! ¿Quién los mandó ser brutos?


¡Lo qu'hiso la gurisa'stá bien hecho!
¿O se pensaron que por ser sus padres
le podían gobernar los sentimientos?

Si eya juyó siguiendo al que quería


la culpa jue de ustedes, ¡qué canejo!
¡Aguanten el sogaso sin lomiarse
y apriendan pa otra ves no errar tan fiero!

Porqu'el moso era pobre y no podía


ofrecerle más nada que su afeto,
le trancaron la puerta en las narices
dispués de destratarlo como a negro.

¿Qu'importaba que juese'l preferido


si carecía de mentas y dinero,
y a la gurisa ustedes la querían
p'hacer negocio con su casamiento?

Creyeron que meniándole garrote


y hablándole de honestidá y respeto,
iban a conseguir qu'escarmentase
y arrancase de su alma aquel afeto.

¿Ignoraban dejuro que al cariño


naide es quién pa quitarle sus derechos,
que no agarra po'el triyo que l'endilgan
ni acata leyes, porqu'es ley él mesmo?

¡Pucha! ¡Hay que ser escaso de carcume


pa no cair en la cuenta'e que van muertos
los que eren se puede asujetarlo
metiéndose al torsal en sus deseos!

¿Que la gurisa al dirse jue una ingrata?


¡'Tan muy enquivocaos! ¡Tenía el derecho
que tienen tuitos de vivir su vida
y si voló del nido jue por eso!

¿Que procedió com'una sinvergüensa


porque quiso ser libre y rompió el cepo?
¡Hubiera sido pior que se vendiera
por unas vacas o un puñao de pesos!

¡Amuélensen! ¡Lo que les acontece


les está bien empliao por avarientos!
¡Aguanten el sogaso sin lomiarse
y apriendan pa otra ves no errar tan fiero)

ESCARMIENTO

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

¿SABE por qué me sucuché'n mi rancho


y vivo huraño y solo com'un bicho? 3
Porque ya tengo'e sobra con las cosas
qu'en el trato'e los hombres he aprendido.

Riciencita lindaba con los veinte


cuando salí'e mi pago,
vacido el tirador, pero de sueños
y de esperansa el corasón ricaso.

Creiba entonce'que tuitos los caminos


me tironiaban pa que los siguiera,
y qu'en la punta de cadáuno d'eyos
había un mundo mejor que mi querencia.

Se me hacía robo qu'iba'topar gente


más güeña y más derecha,
que si por un casual caiba en disgracia
m'iba'amparar sin indagar quién era.

Como había oído decir, cuando cachorro,


que a tuitos Tata Dios nos hiso iguales,
y véia qu'en mi pago no era asina
porque había siempre diferencia'e ríales,

carculaba que diéndome hayaría


lo que me cencerriaba la esperansa:
un pago ande los hombres
a juersa'e corasón s'emparejaran...

¡Pero di ande! ¡Si vide en tuitas partes


la mesma vida puerca qu'en mis canchas!:
los de arriba, viviendo pa eyos solos;
los de abajo, hermanaos por la disgracia.

Hombres que mientras'taban en el yugo


eran iguales que güeyes de tan mansos,
y en cuanto pelechaban se golvían
los piores enemigos de los cáidos.

Y po'ande quiera gente fayutasa,


sin lialtá ni concencia,
amiga de adular y de cargarse
siempre pal lao del sol que más calienta...

¡Como p'andar en tratos con los hombres


dispués de lo qu'he visto!
¡Vale más sucucharse'n una cueva
y vivir apartao como los bichos!

HEMBRA

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

PA dentrarme'n el alma juiste artera y mañosa.


M'engrampaste a juersa de tarimba y carpeta.
Con dispacio y baquía, como quien cincha'l monte,
preparaste la trampa pa embretar mi soncera.
A ocasiones mansita como yegua'e piquete
y a ocasiones lo mesmo que un venao de matrera;
di a ratitos tristona, redetida en suspiros,
y otras güeltas beyaca, negadora y perversa;
rebenquiando ese cuerpo cinbrador com'un'unco
—and'hicieron tuititas mis miradas querencia—,
y enyenando'e promesas esos ojos dañinos
que almarean más juerte que la mesma ginebra,
pecho adentro, di a poco, te me juiste ganando,
sin temor de qu'el güeso se pudiera dar güelta,
pues jugándola en vaca con mandinga, ¡dejuro!,
cualquier cancha te sirve y ande quiera echas güeña.
Pa la trensa del laso que pialó mi cariño
desbarbaste los tientos con prolija destresa.
¡Baquianasa la china! ¡Ni campiando a candiles
s'encuentra otra que sirva pa empardarte siquiera!
Yo, asonsao por tus tretas, no patié la celada;
m'enrede'n tus mentiras de mujer cabortera;
y en mi rancho de adobe, munchas noches escuras,
p'alumbrarme p'adentro tu ricuerdo ju'estreya.
Te desiaba y te véia po'ande quiera que juese;
cuanti más vos me juías yo te creiba más cerca;
bien a láito'e mi catre, cuando el sueño lerdiaba.
'taban siempre tus ojos aguaitando mi pena...
Y a la larg'aflojastes. Y te truje a mi rancho
carculando que traiba lo mejor de la tierra.
Y tu boca jue chica pa potrero'e los besos
que salían en tropiyas de mi boca sedienta.
Pero vos pastoriabas la ocasión pa burlarte,
pa encajarme las patas como muía mañera.
¡Pucha, ustedes las hembras son pal hombre más plores
que manada de chanchos cuando dentra'la güerta!
Ya cumpliste tu gusto. Podes dirte, ¡canejo!
¡Por respeto al cuchiyo no te tuso a lo yegua!
¡Rejunta tus percales y marcháte'n seguida
d'este rancho, que al ñudo quiso ser tu querencia!
¿Qu'esperás? ¿Cres dejuro que no aguanto la marca?
¡Si mujer de tu laya po'ande quiera s'encuentra!
¡Podes dirte tranquila: tengo juersa'entuavía
y me sobran rodajas pa domar una'ausencia!
¿Y aura? ¡Güé! ¿'Tas yorando? ¡No faltaba más qu'eso!
¿Arricien te das cuenta que no sirve ser puerca?
Te metés'hacer barro pa dispués remorderte
y amolar con tus yantos. ¡No negás que sos hembra!

HOMBRADA

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

MÁNDENSEN mudar tuitos a la puta!


¡No quiero sabandijas en mi rancho!
¡P'aguantarle los secos a la pena
no precisa'e culeros el qu'es macho!

¡Vamos! ¡Juera de aquí, manga'e trompetas!


¡No esperen que los saque a rebencasos!
¡A mentir a otro lao! ¡A mí esas lástimas
sólo consiguen enyenarme de asco!

¡Si m'hija jue pa ustedes una pluma!


¡Si ustedes jueron los que la mataron
a juersa'e picotear en su conducta
como en la oveja cáida los caranchos!

¡Dispués qu'eya, la pobre, tuvo el


hijo, como a perra sarnosa la
cuerpiaron; jue una brosa nomás, una
largada; sólo sirvió pa risa y pa
estropajo!

¡Ninguno se acordó qu'eya era güeña


—un alma e'Dios que a naides hiso daño—,
y aguantó la infelís, com'una marca,
el disprecio saíao de tuito el pago!

¡Su nombre recorrió las pulperías


manosiao y babiao por los borrachos;
jue la farra'e las chinas en los bailes
y en las ruedas de mate de los ranchos!

¿Y aura que ya murió la pobrecita,


cansada de vivir hecha un pingajo,
tienen coraje pa venir tuavía
a lechuciar ande la'stoy velando?

¡Mándensen mudar tuitos! ¡Machos y hembras!


¡Aquí ya no hacen falta los caranchos!
¡A campiar a otro lao camisas frescas,
ande se puedan empachar pulpiando!

¡Juera de aquí, sotretas! ¿No me han oído?


¿'Tan esperando que los curta'laso?
¡Aquí ya'stá de más la chamichunga!
Ya no hay a quien sangrar en este rancho.

¡Juera de aquí! ¡Si pa velar su cuerpo


y darle sepoltura yo me basto!
¡Si no precisa agayas emprestadas
p'apechugar las penas el qu'es macho!

VICHANDO

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

CERCA'E mi rancho'e palo a pique crusa


la culebra pardusca de un camino
que trepa gambetiando a la cuchiya
y se pierde dispués en un bajío.

De a ratos, dibrusao en la tranquera,


yo me pongo a vichar a los que
pasan; a los que cren'tuavía en las
promesas y se dejan cinchar por las
distancias.

Sé cuála es l'ansia que a cadauno d'eyos


le sirve de rodaja;
conosco la ilusión que los cuartea
y lo fayuto'e tuitas esas cuartas.

Y sé que al repechar uno'e los tantos


cuest'arribas que tiene la esistencia,
se han de sentir cansaos de andar sonciando
y, arrepentidos, han de dar la güelta.

Yo no compriendo por qué pucha el hombre


carcula siempre hayar la dicha lejos,
siendo que, si es qu'esiste, la yevamos
en lo projundo de nosotros mesmos.

Lo pior es que ricién nos damos cuenta


al dir yegando a viejos.
Cuando la vida nos ha güelto tristes
aprendemos ricién a ver p'adentro...

Yo tamién, cuando moso, rodé muncho;


me aburrí de oriyar los horisontes;
y jui dejando, en pagos siempre iguales,
las osamentas de mis ilusiones.

A juersa de porrasos jui aprendiendo


a querer el silencio y la tristesa,
y a encontrar las dulsuras escondidas
entre l'amarga cáscara'e las penas...

Aura tuitos mis días son de un pelo:


nada me tráin y no me yevan nada;
y voy escureciendo dispacito
sin sentir el tirón de las distancias.

Por eso, cuando vicho pal camino,


me da lástima ver esos cristianos
que pasan con tropiyas d'esperansas
y han de volver arriando desengaños.
CUERPIADA

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

Sos cumba, chirusa: Tata Dios, p'hacerte,


tuvo la cachasa de parar rodeo
al lote de cosas más lindas del mundo
y a la tropa'e luces qu'empilchan el cielo.

Campió entre sus noches la más renegrida,


pulió su negrura con briyo'e luceros,
y en finas hebritas la jue deshilando
pa formar con eyas la mata'e tu pelo.

Mesturó tu carne con raspa de luna,


robó a los mimbrales gracia pa tu cuerpo,
y en ves de dos ojos prendió en tu carita
dos soles gurises emponchaos de negro.

Redochó su cencía p'hacer tus caderas;


con maña y esmero redondió tus senos;
y, tal ves po'el gusto de chasquiar avispas,
difrasó'e malvones tus labios de juego...

Sos cumba, no hay duda. ¿Pero'e qué te vale


si tenes el alma lo mesmo que un yelo,
si nunca una sola miajita'e ternura
te puso su chispa de vida en el pecho?

¡No sé pa qué pucha te sirve ser linda


si no hay en tu duro corasón un
güeco and'l sentimiento se cuaje'n
dulsuras y se abra fragante la flor de
un afeto!

Campiá otro más sonso. Yo no m'encalacro.


El briyo'e tus ojos no ahuyenta mi sueño.
¿O eres por si acaso que soy barbuleta
pa dir a quemarme las alas en eyos?

¡Erraste'l mingaso! ¡A mí, pa boliarme,


precisa que me hagan un tiro más cierto!
¡Yo quiero una china que sienta y comprienda
la vos del boyero que yevo en el pecho!

OREIANO

SERAFÍN J. GARCÍA (uruguayo)

Yo sé qu'en el pago me tienen idea


porque a los que mandan no les cabresteo;
porque dispreciando las güeyas ajenas
sé abrirme caminos pa dir ande quiero.

Porque no me han visto lamber la coyunda


ni andar hocicando p'hacerme de un peso,
y saben de sobra que soy duro'e boca
y no me asujeta ni un freno mulero.

Porque cuando tengo que cantar verdades


les canto derecho nomás, a lo macho,
aunq'esas verdades amuestren bicheras
ande naide creiba que hubiera gusanos.

Porque al copetudo de riñon cubierto


—pa quien n'usa leyes ningún comisario—
lo trato lo mesmo que al que sólo tiene
chiripá de bolsa pa taparse'l rabo.

Porque no m'enyenan con cuatro mentiras


los maracanases que vienen del pueblo
a elogiar divisas ya desmerecidas
y'hacernos promesas que nunca cumplieron.

Porque cuando truje mi china pal rancho


me olvidé que hay jueces p'hacer casamientos,
y que nada vale la mujer más güeña
si su hombre por eya no ha pagao derecho.

Porque a mis gurises los he criao infieles


aunq'el cura grite qu'irán al infierno,
y digo ande cuadre que pa nada sirven
los que sólo viven pirinchando el cielo.

Porque aunque no tengo ni en qué cáirme muerto,


soy más rico qu'esos que agrandan sus campos
pagando en sancochos de tumba reseca
al pobre pión, qu'echa los bofes cinchando.

¡Por eso en el pago me tienen idea!


¡Porqu'entre los ceibos estorba un quebracho!
¡Porque a tuitos eyos les han puesto marca
y tienen envidia de verme orejano!

¿Y a mí qué m'importa? ¡Soy chucaro y libre!


¡No sigo a caudiyos ni en leyes me atraco!
¡Y voy por los rumbos clariaos de mi antojo
y a naides preciso pa ser mi baquiano!

LA CASADA INFIEL

FEDERICO GARCÍA LORCA (español)

Y que yo me la llevé al río


creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago


y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,


los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpinos.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese
brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de írío.
Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,


montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy
comedido. Sucia de besos y
arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy:


como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme,
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

ROMANCE DE LA LUNA, LUNA

FEDERICO GARCÍA LORCA (español)

LA luna vino a la fragua


con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
—Huye, luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
—Niño, déjame que baile.

Cuando vengan los gitanos,


te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

—Huye, luna, luna, luna,


que ya siento sus caballos.
—Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,


bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la sumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,


dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

PASADO

PAUL GERALDY (francés)

TRES años han pasado desde que fuiste mía...


¡Estabas tímida y ruborosa
entre mis brazos aquel día!
Ahora no eres ya la mujer pudorosa
—perdóname esta verdad cruda—;
ahora te presentas desnuda,
anudas tu cabello y tu cuerpo me ofreces...
Así no eras entonces. Recuerda cuántas veces,
al decirte: «Ven, chiquilla...>,
te ocultabas tímidamente,
miedosa de la luz, tras de una silla.
En nuestras horas más ardientes
nunca eras mía por entero.
Me enojabas. Yo estaba ansioso
de sentir que tu beso tan tímido y ligero
respondiera al mío ardoroso.
¿Recuerdas? Te decía suavemente:
«Tan tímida usted no sería
si me amara completamente.»
¡Ay, sin embargo, ahora qué feliz yo sería
y amaría como un poeta
a la niña de faz de raso
que para hacerse más secreta
cubría sus ojos con un brazo!
RUMOR DE VOCES

PAUL GERALDY (francés)


¿No, la culpa fue tuya! ¡Tuya! Te lo repito:
toda la culpa fue tuya. ¡Y lo sabes bien!
Pero tienes tu orgullo. ¡Ah, ese orgullo bendito!
¡Vamos, no llores, que eso no arregla nada! Ven,
bebe tu té, y que todo termine. Van dos horas
que perdemos, haciendo de una nada hincapié.
¡Te prevengo que yo me retiro si lloras!
Bebe tu té. Y hablemos... Vamos, bebe tu té.
Pero ¿qué es lo que dije? Pero ¿qué es lo que tienes?
Y bien, ¡sea! ¡Soy yo el culpable, soy yo!
Y ahora enjuga tus ojos, olvida tus desdenes.
Ya sabes que te adoro. Pero ¡no llores, no!
¿Dices que te hice daño? ¡Si yo no te he tocado!
¿Dónde fue el daño? ¿Aquí? ¡Vamos, abrázame!
Así... Muy bien. ¿Estamos? ¿Ya todo ha terminado?
Ese mohín, entonces, bórralo. Y bebe tu té.
Te pondrás polvos algo más tarde. Di: ¿me quieres?
¡No, toma mi pañuelo, húmedo el tuyo está!
¿Buscas la crema ahora para tu rostro? ¡Eres
coqueta y adorable! Y ahora ven acá...
Escucha: ¿a qué sirve gritar, si después cedes?
¡Tienes tus grandes ojos empañados!... ¡Ah, no!
A ver, ¡sonríe! ¡Hum! ¡Qué seria! ¡Me da miedo!
¡Vamos! ¡Un beso! Así... Muy bien... ¡Se terminó!

FINAL

PAUL GERALDY (francés)

ADIOS, pues. ¡Vete pronto! ¡Bien, muy bien! ¿Nada olvidas?


Nada tenemos que decirnos, me parece. [
Pero oye...: no, no salgas. Demora tu partida...
Llueve mucho. Espera que cese.
¡Cúbrete bien, por Dios, que la noche está helada!
¡Qué bien vendría ahora tu tapado de marta!
¿Te lo he devuelto todo? ¿No queda de ti nada?
¿Te llevas tus retratos? ¿Tus cartas?

¡Vamos, mírame! ¿Es cierto? ¿Nos vamos a dejar?


Pero ¡cuidado! No lloremos. Sería tonto.
¡Qué esfuerzo que hay que hacer—¿verdad?—para tan pronto

apartarnos de todo lo que hubimos de amar!

Nuestras vidas se habían mutuamente entregado


para siempre... Y ahora van a decirse adiós.
Cada una con su sombra, cada una por su lado,
para recomenzar, ir por el mundo... ¡Oh Dios!

¡Cómo hemos de sufrir! ¿Todo el tiempo? ¡No, no!


El olvido vendrá, lo único que perdona.
Luego... tú, serás tú. Luego... yo, seré yo,
y entre todas las gentes seremos dos personas.

Así, tú en mi pasado ahora vas a entrar.


Un día se encontrarán, al azar, nuestras vidas.
Te miraré un momento a lo lejos pasar...
Tú vestirás entonces ropas desconocidas.

Largo tiempo, de nuevo, nos separe quizá.


Un amigo, es posible, te dará nuevas mías,
y al referirme a aquella que amé tanto otros días,
que fue mi alma, mi vida, yo diré: «¿Cómo está?»

¡Nuestro gran corazón es esta poca cosa!


Sin embargo, ¡qué inmenso fue un día su fervor!...
Aquellos días, ¿recuerdas?... ¡Oh luz maravillosa!
¡Qué embriaguez!... ¡Y helo aquí, ahora, nuestro amor!

¿Así es que, hasta nosotros, cuando decimos: «¡Te amo!»,


damos ese valor a esa frase, gran Dios?
¡Oh, qué humillante! ¿Y usan, pues, el mismo reclamo,
la pasión de los otros y la nuestra? ¡Es atroz!

¡Cómo llueve! No puedes partir. Has de quedarte.


¡Quizá así viniera la reconciliación!
¿Quién sabe? Nuestras almas, aunque en distintas partes
están, quizá se junten cuando hable el corazón...

Haremos lo posible. Seamos buenos. Remedio,


por más que alguien lo niegue, la costumbre es, ¿verdad?
¡Vamos! ¡Vuelve a tomar a mi lado tu tedio!
Yo, junto a ti, de nuevo tendré mi soledad.

CARTA

PAUL GERALDY (francés)

|AH , qué largo será esto, querida! «Un mes.»


¡Un mes sin tu presencia! ¡Antipático viaje!
Yo te decía ayer en mi carta: «Tal vez
yo me acostumbraré. Verás; tendré coraje...»
Sí, coraje tengo... un momento;
luego me encuentro con mi pena.
Está allí, en el apartamento;
me persigue, me acosa, todo el ámbito llena.
¡Ah, estas noches sin besos! ¡Y el triste despertar!
¡Las horas que paso desvelado,
revolviendo recuerdos que no han de compensar
el vacío de tu ausencia, tu hálito perfumado,
ni el vaho de tus cabellos en la almohada esparcidos!
¡Estoy tan solo! La casa parece muerta
—la casa que alegraba tu desorden riente—.
Las cosas que yo muevo, los armarios, las puertas,
hacen ruido extraño, misterioso, doliente...;
un ruido de amargura, de malestar, que insiste,
y a este vacío trae una presencia triste,
como la lluvia en torno a una cita fracasada...
Todo se torna lúgubre: la voz que canturrea,
el son de un piano, un paso apagado en las gradas
de la escalera, el ruido de incesante marea
que sube de la calle; lejanas campanadas...
Y luego las sirvientas, con su cara aburrida.
Marta siempre rezonga,
pide órdenes para la comida.
¿Qué quiere que yo disponga?
No tengo hambre. Ni ganas de sentarme a la mesa.
Tengo sólo un deseo: esperar, sin pensar,
el fin del mes que ahora empieza
y no aburrirme de esperar...
Hay personas, lo sé, para quienes las horas
pasan en este instante con toda rapidez...
Pues bien, corazón mío, yo estoy tratando ahora
de persuadirme que este mes
para mí y para ellos de igual tamaño es...,
que pasará..., que pasa... ¡Y yo te escribo!
Te escribo... ¿y para qué?
Muy poca cosa tengo que contarte: que vivo...,
que te quiero..., y después ni lo que escribo sé,
pues las cosas que tengo que decirte, adorada,
son de esas cosas que no se pueden decir
sin la voz, sin el gesto, sin la mirada ardiente...
¡Y todo esto con letras no se puede suplir!
¿Para qué, entonces, escribir?...
Creemos siempre que en estas charlas epistolares
surgirá alguna luz que nuestra vida aclare...
Pero no, estos monólogos sólo hacen que aumente
la distancia, con su tonta literatura,
pues falta precisamente
lo que les pone más pasión
y una particular hermosura
a estas charlas: la contestación...
¡Y yo estoy solo en el dolor, mi pequeñita!
Hasta pronto, ternura... ¡Ah! Contéstame si
es sincera esta frase que en tu carta está escrita:
«En mi cama, de noche, rezo... y te llamo a ti.»
Mi corazón te envío lleno de ti, sediento...
de ti, mi corazón por la amargura opreso...
Yo te envío mi pena, mi insufrible tormento,
mi emoción en la espera de tu pronto regreso,
y, para que en tu sueño se fundan con tu aliento,
te envío besos, besos, besos...
PENUMBRA

PAUL GERALDY (francés)

¿ME preguntas por qué no quiero conversar?


¡Es que ha llegado el gran momento;
la hora de sonreír y de mirar:
la noche!... ¡Y que te adoro infinitamente siento!
Estréchame en tus brazos. Necesito dulzura.
¡Ah, si supieras cuánto se agita hoy en mi ser!
Es ambición, y orgullo, y deseo, y ternura,
y bondad... Pero ¡no, tú no puedes saber!
Baja más la pantalla. Estaremos mejor.
En la penumbra habla el corazón más bien;
los ojos cobran más claror
cuando las cosas no se ven.
De amor no quiero hablarte. Hoy te amo demasiado.
Todos tus mimos pediré;
así el turno conoceré
del que ha de ser acariciado.
Baja un poco más la pantalla.
Bien... En silencio, en dulce paz.
Quietos, juiciosos... Así..., calla...
¡Oh, qué dulce y honda embriaguez!
¡Tus tibias manos en mi faz!
¿Quién nuestro sueño ahora despierta?
¡Ah!, es que el café traen aquí.
¡Bueno, bueno, déjenlo allí!...
¡Vamos, pronto! Y cierren la puerta...
¿Qué es lo que decía recién?...
¿Tomamos el café? ¿Ahora? ¿Tú lo quieres?
Tú bien caliente lo prefieres...
¿No quieres que lo sirva? Deja. Yo lo hago... Bien...
¡Qué cargado hoy está! ¿Azúcar? ¿Un terrón?
¿Basta? ¿No quieres que lo pruebe?
He aquí tu taza, cielo mío, bebe...
Pero ¡qué oscura, amor, la sala ahora se halla!
Ve, sube un poco la pantalla...
SUERTE

PAUL GERALDY (francés)

pensar que pudimos no habernos conocido!


¡Piensa, amor mío, en cuánto
la Suerte veleidosa debió haber permitido,
para ser lo que somos y para amarnos tanto!

«El uno para el otro—dices—hemos nacido.»


Pero piensa en el cúmulo enorme y turbador
de las causas que deben haber coincidido
para llegar a esto tan simple: nuestro amor.

Piensa que antes de unirse nuestras almas inquietas,


solos y separados vivimos, y, quizás,
siendo tan largo el tiempo y tan grande el planeta,
hubiéramos podido no encontrarnos jamás...

¿Pensaste algún momento, ¡oh, mi dulce aventura!,


en los duros peligros que sorteó nuestro azar
cuando el uno hacia el otro, por la inmensa natura,
nuestros dos corazones sentíanse gravitar?

¿No sabes que a ese impulso ciego


que hacia una tarde única a ambos debía llevarnos,
un capricho, un desasosiego,
podía desviarlo para nunca, nunca encontrarnos?

Jamás te había dicho esta cosa inaudita:

cuando por vez primera aquel día te hallé,


no pude darme cuenta de que eras tan bonita:
apenas si te miré.

Con su risa me atrajo tu amiga en el momento.


Mucho más tarde se cruzó nuestro mirar.
Piensa que bien pudimos no leer su sentimiento
o tú no comprender, o yo jamás osar...
Ahora, ¿dónde estaríamos, si tu madre consigo
te lleva aquella noche a hora más temprana?
¿Y si tú no te hubieras puesto como la grana
cuando quise ayudarte a ponerte el abrigo?...

Esas fueron las causas que hicieron nuestro sino.


Un retardo, un impedimento,
y nada hubiera sido del divino tormento
de este exquisito destino.

¡Piensa que nuestro amor no podría existir,


que tú no me darías esta felicidad!...
Corazoncito mío, mi pequeña deidad,
ahora pienso en la enfermedad
en que estuviste por morir...

TRISTEZA

PAUL GERALD? (francés)

|Oh , tu pasado! ¡Y tienes pasado tú también!


¡Un gran pasado, lleno de goces y de penas!
¡Pensar que tú estás llena de alegrías antiguas, de sueños, de reveses,
de mil visiones donde yo jamás figuré!
¡Vuelve a decirme aquello
que dijiste mil veces, repite tus recuerdos! ¡Yo los aprenderé!
¡Ah, detrás de tus ojos esa noche, ese arcano!
¿Así es verdad que un tiempo, en un sitio cualquiera,
correteabas alegre en la luz del verano,
suelta la undosa cabellera
como en estas fotografías?
Dime, ¿será posible? ¿Siquiera por un rato
tú fuiste igual a este retrato
donde, en verdad, no estás bonita?...
Contesta: ¿en aquel tiempo, qué pensabas, qué hacías?
¿Qué ideas tenía entonces tu linda cabecita?
¿Qué pasaba en tu vida? ¿Cuál era tu secreto?
¿Existió este jardín que apenas se percibe?
¿De qué lado estaba el seto?
¿Estás segura que eres tú
esta horrorosa muchachita?
Este feo sombrero de estilo rococó,
¿fue tu sombrero, estás segura?
¿Y estas antiguas caras? ¿Y estas viejas criaturas?
¿Todas te conocieron, todas, antes que yo?
¿Es a estas gentes que debes tu primer viaje,
tu primera noche de tren,
y tu primera playa y tu primer paisaje?
¿Fueron sus manos las que te dieron sostén
y sus hombros apoyo bajando una pendiente,
y ellas quienes guiándote dijeron: «¡Mira, allí!»?
¡Ay! ¿Y por qué esa gente
no me dejó esa dulce tarea para mí?
¡Cómo yo te hubiera llevado
lejos y hubiera inventado
estupendos itinerarios!
Te hubiera revelado días, noches y estíos,
y el goce de los largos caminos solitarios;
te hubiera presentado al Mundo
y hacerlo bien lo habría sabido...
Y de tantos cielos profundos,
de tantos pueblos conocidos,
quizás hubiera así surgido
para el guía un triunfo rotundo.
Pequeña mía, ¿sabes acaso
lo que me hurtaron esas gentes?
¡Oh irreparable y triste caso!
¡Mira qué cara indiferente
tienen esos seres vulgares!
Oye: si entre nosotros
con frecuencia se cruzan opiniones dispares,
sólo es por culpa de estos otros; sí, de estos otros,
que con pretextos de descanso o vacaciones,
te llevaron aquí y allá
y pusieron su huella honda en tus emociones
antes que yo pudiera poner la huella mía...
Bueno, dejemos eso ya.
¡Aparta esas fotografías!
PIANO

PAUL GERALDY (francés)

HICE para ti, amor tirano,


con tres notas una canción,
y esa simple composición
con un dedo la toco al piano.

Ven. Siéntate. La escucharas.


Pero has de oírla atentamente,
y si te parece inocente,
no dudo que me lo dirás.

Adoro a una niña de rara belleza.


¿Está usted celoso?—me dice—. ¿Y por qué?
Mi fidelidad es todo firmeza.
Yo sólo amo a usted.

¿Dejar de quererlo? Esto es imposible.


¡Si usted siempre triunfa en la comparación!
¡Siempre es el más fino, viril y sensible...
y su distinción!

¡No tema, pues, nada, hombre receloso!


Le amo sólo a usted. Soy sola de usted.
¡Es muy feo, señor, hacer el celoso
y perder la fe!

Es cierto. La siento mía por entero.


Si su alma no es débil, tampoco es audaz.
Ella es la más fiel. Corazón sincero...
Mas digo: quizás...

No sé dónde, pero algún otro existe


más que yo perfecto, que algún día vendrá,
que sabrá reírse cuando yo esté triste
y al que ella amará...
¡ Sí, yo estoy celoso! Estoy como en acecho,
pierdo la cabeza, temo, lloro, espío...
La canción es ésta que para ti he hecho,
pajarito mío.

CELOS

PAUL GERALDY (francés)

TENGO celos. Estás ausente


Sin ti, estoy como en un desierto.
El campo te ha atraído. Estás entre parientes
poco divertidos, por cierto.
Pero yo estoy celoso... Ahora, mía no eres.
¡Estás toda en la primavera!
¡Tanto azul debe hacerte olvidar que me quieres
mientras todo yo soy espera!
Mi alma está ebria y desolada.
Lloro de amor y aburrimiento.
Estás toda en mi pensamiento:
¡y qué bonita estás este día, adorada!
Hoy los celos me impiden ver la vida risueña
¡Qué dulce y tibia está París!
Está adorable, pero lo veo todo gris
mientras le escribo a mi pequeña,
que ahora estará acostada bajo la fresca fronda.
Tendrás puesto, quizás, ,
tu sombrero con flores hecho de paja blonda
que deja pasar discos de sol hasta tu faz.
¡Cómo me olvidarás! Te imagino en un prado,
bella, feliz, riente... ¡Está tan lindo el día!
¡Ah, Dios! ¡Qué rabia! Lloraría...
Durante el mes siempre ha llovido...
y te arrancaron de mi lado,
¡ahora que a mi lado más te hubiera querido!
¡Jamás te he amado tanto como en este momento!
Este aire dulce y tibio me exaspera;
este aire que recorre todo el apartamento
esparciendo la primavera.
¡No te quiero! Sufro y deseo
que tú sufras allí otro tanto...
Sé que todo esto es tonto, antipático y feo...
¡Pero no sabes cuánto te adoro! ¡Cuánto! ¡Cuánto!...
¡Ah, si tú me extrañaras!... ¡Cómo me agradaría!
Así, la primavera te causaría tristeza...
Y hasta me alegraría
que te doliera un poco la cabeza...

TERNURA

PAUL GERALDY (francés)

E quieres? ¿Qué estás haciendo?


No hablas. Acércate... Así.
Deja eso que estás tejiendo
y acuéstate junto a mí.
No temas, tendré cuidado,
saldrá intacto tu tocado.
Este almohadón que te incomoda
lo quito, así estarás mejor.
¡Déme sus manos ahora, amor,
y míreme a los ojos! ¡Déme su vida toda!
¡Ah, cuánto te amo, mi adorada!
Mírame más, más... ¡Mucho! Así...
¿No se ve acaso, en mi mirada,
que yo me he dado todo a ti?
¡Ah, tú ves bien la luz que expande
la exaltación de mi querer!
Grave esta noche es mi amor..., ¡grande!,
pero... no puedes comprender...
¿Dices que sí? ¡Qué buena eres!
Todo esto que te digo yo
es para que, por fin, te enteres...,
para que sepas... ¡Qué sé yo!
Mira: esta lágrima no miente,
y nada existe para mí
más que esos ojos y esa frente...
Recuesta tu cabeza divina en esta almohada
y deja que mis manos como un cendal suave
cubran tu frente inmaculada.
¿De manera que es bien cierto, mi dulce ave?
¿Para mí se concentra la suprema ternura
en tus ojos atentos y en tu frente ideal?
¿Es cierto? Dime, ¿es cierto? ¡Te adoro, criatura!
¡Ah! ¡Quisiera hacerte mal!

EXPLICACIONES

PAUL GERALDY (francés)

i explicación, entonces, aún no te satisface?


¿Deseas que esta disputa triste recomencemos
y que este hablar indigno otra vez renovemos?

¿Lo quieres, pase lo que pase?


¡ Al fuego no se expone el amor!
El exige mejor ofrenda...

Ven, y déjame que el corpiño te desprenda.


Eso será mucho mejor.

Lo que quieres decirme, yo lo sé, dulce dueña,


ya lo sé de antemano todo...

Ven y desnúdate, pequeña,


y unamos nuestros cuerpos. Créelo, el mejor modo
de explicar todo sin malicia
es tenderse y unirse en estrecha caricia...

¡No hagas ese mohín, niña!... Quítate todo.


Ven. No estés resentida. Borra ese gesto tonto.
Verás cómo las carnes se reconcilian pronto.

La tormenta ya preparada
pronto quedará disipada
cuando tu cuerpo trémulo hacia mi cuerpo acuda...
Ven, ven pronto a mis brazos,
¡Así, toda desnuda!

RECONCILIACIÓN

PAUL GERALDY (francés)

¡Qué mal nos separamos, querida, ayer! ¿Por qué?


Sí, ¿por qué? ¿No recuerdas la promesa que hicimos
de no reñir ya, y creer en nuestra mutua fe?
Pero no fui esta vez yo... Ni tú... Y si reñimos,
¿sabes quién fue el culpable? ¡El amor, sí, el amor!
¡Fue tan amarga nuestra última despedida!
¡Ah, qué innobles palabras dictó nuestro rencor!
Tú reprimías tus lágrimas en tu altivez herida,
y yo..., tú ya lo sabes que mi orgullo es mi honor.
¡Qué extraño! Desde que nuestras vidas unimos,
parece que una fuerza nos quiere separar.
A esa fuerza ninguno de los dos contribuimos,
porque si tú me amas, yo te amo a la par.
Quizás sea porque en mucho, en todo nos parecemos
o porque al vernos siempre tanto nos conocemos,
¡y es claro!, los defectos se ven así mejor...;
creemos saberlo todo..., ya no se es indulgente...,
se observa..., se cavila..., se duda... Y lo peor:
se va la fe. Ya, entonces, nos arrastra el torrente.
Es así. Mira: no hace mucho nos adorábamos
como dos locos y era lo malo eso, quizás,
porque en verdad nosotros—confiesa—exagerábamos.
Atormentarse el alma; pedirle más y más...
Porque, en verdad, es tonto amarse locamente,
idolatrarse..., cuando ya es difícil por sí
amarse normalmente, es decir, tontamente.
En fin, bien meditado, creo que estando así
las cosas, nos conviene vernos un poco menos.
Nos adoramos, ya lo sabemos. De acuerdo.
Pero hablar siempre de ello irrita, y ya no es cuerdo.
Frecuentémonos poco y así serán serenos
nuestros diálogos cuando nos volvamos a ver.
Diremos cosas nuevas... ¡Ah, y ya verás, mi alma,
qué dichosos, de nuevo, volveremos a ser!
Tendremos nuevos goces y perdurable calma...
¡Vamos de nuevo a amarnos! ¡Te adoro, mi tirana!
¡Ah, trata de venir más temprano mañana!

EN EL BOSQUE

VICENTE GERBASI (venezolano)

CON mi soledad te espero en el bosque.


Que vengas hacia mí toda ternura,
como viene la brisa a los ramajes.
Que crezcas a mi lado
y te aferres a mí como una orquídea.

Te daré el abanico
de las auroras,
te mostraré los frutos
que dan los altos árboles
para que seas amiga de las aves.

Que vengas hacia mi toda ternura, porque soy triste como la


penumbra que florece en los bosques. , Que tus ojos me den los
cielos que no he vist< y tu voz los murmullos que no he podido oír.
Yo para ti hallaré la tierra,
la sembraré de amor
y de esperanza, ,
y tú como la tierra
me darás la semilla.

Veremos florecer plantas y nidos,


correr las aguas, el amor, los días...,
y esperaremos la muerte,
como los bosques tranquilos,
esperan la madrugada.
¡OH, ALMA ERRANTE EN EL BOSQUE!

VICENTE GERBASI (venezolano)

TODO mi ser dormía en la celeste morada de los estanques,


como si en mí los días movieran un jardín encantado,
y veía pasar las aldeas hacia un atardecer de olvido
en un silencio vago de lirios y de ríos.

Tenía el secreto de que la alondra lleva en su corazón al día


y que en su canto de cielo alguien puede llorar.

Comprendí que el mundo todo era secreto:


un maravilloso y dolorido secreto,
en que todo puede cesar con el vuelo de una estrella.

Silencioso me hice como un viejo jardín lleno de sombras,


y vi que los aires sangraban por la espina de la rosa,
y el dolor se miraba en las fuentes dormidas,
cuando los días pasaban bañando de lágrimas los rostros.

Oí cantar los pastores y les vi caer en el día


bajo los astros que la noche abandona.
Oí el gemido de los niños rotos como nardos,
vi la muerte callada como árboles talados,
mientras los días pasaban bañando de lágrimas los rostros.

Y mucho más comprendí, inundándome de sombras


hacia mi bosque de sueños adulto de rumores,
como un amor que se engendra entre la tierra y el cielo,
y mi corazón se hizo entonces del tamaño del mundo.

Fui el perseguido, el abandonado, el tremendo,


y sobre mi cuerpo cayeron los árboles robustos,
pesados, como tormentas, de inviernos y de estíos.

Pero alguien aún me llama desde la primavera...


AMOR EN OTOÑO

CARLOS E. GIL (venezolano)

OYE el rumor del alma que se queja...


...No olvides que si estamos en otoño,
no debemos tronchar ese retoño
que tierno brota de la rama vieja.

Porque el divino amor, cuando se aleja,


nos deja en las horas del antaño
el dulce néctar del sabor extraño
y un cambiante color en la guedeja.

Y es que el amor, que siempre ha sido huraño,


nos ofrenda la flor del desengaño
entre nardos y flores olorosas...

Después... cuando de cerca lo palpamos,


¡es porque ha destrozado nuestras manos con heridas profundas,
dolorosas...!

TUSOJOS

CARLOS E. GIL (venezolano)

CUAL las alas del cuervo son tus pestañas largas


que guardan escondidos a tus ojos hermosos,
y en tus miradas tiernas y sonrisas amargas
hay mucho de los rasgos nobles y generosos...

Quizá... Son esos ojos cargados de destellos


los que hacen que mi alma te siga por
doquier,
porque ésos son los ojos más grandes y más bellos
que jamás haya visto en rostro de mujer...

Yo no puedo apartarte de mi negro destino...


¡Y siento que en lo hondo, más allá de mi ser,
representan tus ojos soñadores y endrinos
el imán más potente que me pueda atraer...!
MONA LISA

CARLOS E. GIL (venezolano)

SONRISAS agradables, gestos de Mona Lisa,


se advierten en tu rostro de belleza sin par;
y cada vez que miras te llevas la divisa
del hombre que te ruega lo vuelvas a mirar.

Cadencias, más cadencias, de flexible soltura


marcan el ritmo suave de tu modo de andar;
y en ese refinado mover de tu cintura
tienes las atracciones de las aguas del mar.

Pero ¡qué linda eres...! Cuánto te adoraría,


si en el fondo de tu alma llegara a penetrar,
porque estoy bien seguro que dichosa te haría,
si el destino te ordena que me tienes que amar...

Quién que te vea una vez no siente la impaciencia


de apurar en tus labios la mejor de las mieles;
porque tienes la magia, esa divina ciencia,
de trocar en almíbar las retamas y hieles.

Quién tuviera la lumbre de tus grandes fanales


y seguir tras tus huellas por doquiera que vas;
quién pudiera libar en esos manantiales
de las fuentes que besas... y las dejas atrás...

A UNA BELDAD

CARLOS E. GIL (venezolano)

Sus ojos vivaces, sus ojos morunos,


con mucha belleza, llenos de ternura;
si nos miran tiernos, nos dan la ventura;
si graves nos miran, nos vuelven montunos...

Sus labios de fresa, copa de primores,


tienen el arpegio de las mandolinas,
frescura de oasis, rumor de colinas,
y cada vez que hablan son dos ruiseñores.

Su cuello de ánfora, suave como seda,


tiene la finura de la aristocracia:
es alto y esbelto, de suprema gracia,
y bello y perfecto igual que el de Leda.

Su busto es de diosa, hermoso y erguido,


donde dos colinas de picos dorados
parece que tienen muy dentro guardados
todos los secretos que les dio Cupido...

Sus manos, dos rosas de Jericó y Francia,


de pétalos suaves de color marfil,
como que nacieron en marzo y abril,
son bellas y hermosas, llenas de fragancia.

Su cuerpo de diosa, divino y


erecto, idéntico a Venus la de
Citerea; igual que la estatua de la
Galatea,
sublime, armonioso, radiante y perfecto...

¡Un soñador vive muriendo de amor,


porque ha visto en sueños su regia hermosura,
y porque ha presentido su gentil finura,
hoy pone en sus manos esta humilde flor...!

QUERER

ENRIQUE GIL ALBORNOZ (venezolano)

ESE querer que tú dices


no es el querer que yo siento,
querer es fundir dos almas
en un solo sentimiento.
Querer es mirarse fijo
a través de las pupilas
y envolverse en los reflejos
que allá en el fondo titilan.
Querer es tener tus manos
apretadas en las mías,
aureoladas de silencios,
y nerviosas de alegría.
Querer es sentarnos solos
a contemplar las estrellas
y sentir que estás conmigo
como está el cielo con ellas.
Querer es unir los labios
sin noción de tiempo y leyes
y seguir sin separarnos
como una yunta de bueyes.
Querer es deseo intenso
de vivir siempre a tu lado
como dos sauces altivos
que jamás se han separado.
Como dos sauces que empatan
sus dos cuerpos desde el suelo,
en un intento imperante
de levantarse hasta el cielo.
Querer es vivir contentos
con tantos planes y anhelos,
y morir también a ratos,
cuando nos llegan los celos.
Querer es reír de gozo,
reír de querernos tanto,
y seguir ilusionados
hasta culminar en llanto.
Querer es saberte mía
por toda una eternidad,
como el mar tiene seguro
el cielo y su inmensidad.
Querer es estar muy cerca,
muy solos, juntos los dos,
cabalgar sobre los astros,
sentirnos cerca de Dios.
¡Ay, querer, querer, palabra
que tiene tantos sentidos!...
Cuando me miras así
yo no creo en el olvido.
Ese querer que tú dices
no es el querer que yo
siento, querer es fundir dos
almas en un solo
sentimiento.

DICEN QUE EL AMOR ES BUENO

ENRIQUE GIL ALBORNOZ (venezolano)

Tu amor pasó por mi tierra,


y de lo fértil que era,
en un desierto tornaste
mis bosques y mis praderas.
Dicen que el amor es bueno,
que su cosecha es sublime.
Yo, que lo sembré de lunas,
de rosas y de tequieros,
¿de dónde brota esa espina
que me hiere tanto, dime?

Tu amor pasó por mi alma,


y de lo diáfana que era,
en borrón de sombra y duda
se convirtió toda entera.

Dicen que el amor es bueno,


que es del vivir la ilusión.
Yo, que un santuario le hice
con mis mejores ternuras,
¿de dónde emana esa fuerza
que me rompe el corazón?

Tu amor pasó por mi vida


que tan feliz yo vivía,
para dejarme esta angustia
y esta constante agonía.

Dicen que el amor es bueno,


que es la redención del mal.
Yo, que he amado tanto, tanto,
¿por qué me deja este estigma
de sentirme tan fatal?

Tu amor pasó por mi mente


de pensamientos serenos.
Huracán de ideas grises
ahora portan mis anhelos.

Dicen que el amor es bueno,


que es la dicha verdadera.
Yo, que en un trono le puse
con mis mejores poemas,
¿por qué se ensaña conmigo
hasta que de amor me muera?

EL DESPERTAR

ENRIQUE GIL ALBORNOZ (venezolano)

Y la tomé en mis brazos, balbuciente,


besándola en los labios y en los ojos;
con mi llanto viril mojé su frente
y me alejé de allí, de sus despojos.

Deliraba..., la fiebre en mí subía


como en ella la vida se escapaba,
y por cada suspiro que ella daba,
una rosa en el huerto florecía
y una estrella en mi alma se apagaba.

¡ Señor! No me la quites, ¡ te lo ruego!


¡No creo merecer tanto castigo,
yo te cedo mis ojos: hazme ciego,
mas déjala, Señor, aquí conmigo!

De pronto me miró y dijo exaltada:


«¡No me dejes morir! ¡Dame la vida!
¡No me dejes morir!...», y agonizaba
al borde de mi boca fallecida.

Penetraron los hombres indolentes


a llevarse la muerta que posaba en calas,
la alzaron sin temor, indiferentes,
y con un grito ensombrecí la sala.

Deliraba..., la fiebre en mí subía


como ella de mi vida se escapaba,
y por cada suspiro que yo daba,
una rosa en el huerto florecía
y una estrella en mi alma se apagaba.

Pero todo fue un sueño de mi ensueño


y en un lecho me hallé desconcertado,
donde el muerto era yo y el enterrado.
La mujer que yo amé, otro la amaba,
y la boca febril que veneré en mi sueño
otra boca feliz la aprisionaba.

TIEMPOS LEJANOS

ALFREDO GÓMEZ JAIME (Colombiano)

i NIÑOS aún, en el jardín umbroso


buscábamos las fresas a porfía
—Te daré la más dulce—me decía
con faz alegre y mimo candoroso.

Luego, al ver que risueña me ofrecía


un manojo purpúreo y delicioso,
la miré sorprendido y tembloroso,
fluctuando entre el temor y la osadía.

—¿Cuál me darás?—le dije en mis antojos,


y ella, apartando su mirar travieso:
—La que quieras—repuso entre sonrojos.

Y ya no vacilé... ¡Con embeleso,


la dulce fresa de sus labios rojos
me supo a gloria entre la miel de un beso!

A I……….

MANUEL GONZALEZ PRADA (peruano)

TUYO es el blondo, undívago cabello;


tuya la frente de marfil nevado,
tuyo el andar modesto y recatado,
la mórbida mejilla y rostro bello;

tuyos los ojos que el vivaz destello


vencen del sol en el cénit colgado,
tuya la boca de coral preciado,
el talle grácil y el venusto cuello;

tuyo el aliento de jazmín y acacia,


el gracioso decir, la risa honesta,
la gallardía y la inefable gracia:

mía es la angustia, míos los dolores,


mío el gemir en soledad funesta
y sufrir tus desdenes y rigores.
AL AMOR

MANUEL GONZÁLEZ PRADA (peruano)

Si eres un bien arrebatado al cielo,


¿por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo,


¿por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?;


si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?;
si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra si eres luz querida?;


si eres vida, ¿por qué me das la muerte?;
si eres muerte, ¿por qué me das la vida?

NOSTALGIA

ENRIQUE GONZÁLEZ RINCONES (venezolano)

QUIERO volver a ti como regresa


al hogar el viajero desvalido.
Quiero volver a ti como retorna
el ave en primavera hacia su nido.

Quiero otra vez tenerte entre mis


brazos, encontrar en tu boca el
embeleso, aspirar de tu cuerpo el suave
aroma
y dormir arrullado por tus besos.

Quiero sentir, como antes, la ternura


palpitar en el fondo de tu alma,
restañar de mi ensueño las heridas
y a tu lado otra vez hallar la calma.

Quiero volver a ti, mas lo imposible


se interpone, fatal, en mi camino...

Y el ave sigue su vuelo vagabundo


y su ruta prosigue el peregrino....

DESTINO

ENRIQUE GONZÁLEZ RINCONES (venezolano)

Yo sé que has de llegar. Entre mis brazos


tu cuerpo entregarás, muda y ardiente.
Y encontraré calor en dulces lazos
y tu alma tomaré apasionadamente.

Yo sé que has de llegar. Será tu boca


manjar que morderé, roja y sapiente,
y tu cuerpo arderá en una loca
vibración, deliciosa y voluptuosamente.

Yo sé que has de llegar. Entre mi vida


tu vida injertarás, dulce y sonriente;
en mi pecho te llevaré como escondida
y te haré mía definitivamente.

Yo sé que he de partir. Y en tu agonía


mi nombre clamarás, triste y doliente,
y ya no seré tuyo. Serás mía,
pero me has de perder irremisiblemente.

HONRARAS PADRE Y MADRE

JOSÉ RUBÉN GUILLEN

Si tuviste la dicha tan inmensa


de hallar de nuevo al que forjó tus días,
adóralo, compréndelo, y piensa
que, de no ser por él, no existirías.

Escucha sus consejos: son sagrados;


debes de conservarlos en tu mente;

y que nunca se vean empañados


sus ojos por tu culpa; sé obediente...

Coloca, como notas melodiosas,


tus besos en la pauta de su frente;
y adorna con las flores más hermosas
su efigie, cerca de ti o ausente.

Que sus trémulas manos te


bendigan si sabes respetar su gran
cariño; pues ni sueño sintiera, ni
fatiga, mirándote dormir cuando
eras niño.

Tal vez sufrió en silencio su pobreza


y amantes besos prodigóte, en brazos;
tornóse en alegría su tristeza
al ver con emoción tus primos pasos.

Que su alma nunca el dolor taladre;


dale todo tu amor filial, profundo;
debes esto saber: ¡quien tiene aún padre,
tiene algo sublime aquí en el mundo...!

LOS MADRIGALES DEL AMOR

TEODORO GUTIERREZ CALDERÓN (Venezolano)

I
iMUJERCITA encantada,
que sabes seducir con la mirada
y tienes en los labios
mayor sabiduría que los sabios...
¡Quién fuera en el silencio de tu alcoba
el lecho de caboa
que soporta—sin ruidos ni sorpresas—
esas cuatro arrobitas que tú pesas!
¡Quién fuera el crucifijo que te cuida
y te bendice cuando estás dormida!
La tela de la sábana
(blanca como la carne de guanábana)
que te cobija con cariño santo
y que, como tu cuerpo, huele tanto;
la enagua que colocas en la silla.
llena de olor de flor de manzanilla;
la cinta que desatas del cabello,
la medalla que cuelga de tu cuello,
y las botitas de charol, botitas
que conocen tus pasos y tus citas
y que nunca traición podrán hacerte
porque no saben sino obedecerte.

II
Quiero vivir contigo en una santa
paz campesina, en donde todo
canta de alegría y de amor... En los
trigales sacuden los turpiales
la seda de sus alas. Una fuente
junto al viejo jardín pasa sonriente.
El sol riega su rubia lluvia de oro
sobre el oro del trigo. Hay un
tesoro de púrpura real en el rosal
Y por la tarde el cielo es un cristal
azul. En la mañana
todo tiene perfumes de romero.
El viento, que es anciano y lleva cana
la cabellera, trae del sendero
vecino
el balar del cordero
campesino,
envuelto en un sabor de limonero
florido. Y el sol cubre
con un leve color de leche vieja
la ya escurrida ubre
de una oveja
recién ordeñada,
que juega en la majada
con su cria: un cabrito
de paso menudito,
inseguro
y sutil,
que tiene olor de níspero maduro
y cuya piel es de color de dril
oscuro.

III

Y todo para ti, que eres hermosa.


Hay en tu cabellera primorosa
una esencia eucarística de rosa.
Una fuente (tranquila
cerca a un trigal recuerda tu pupila.
Tus pies, tan ágiles en los senderos,
semejan dos corderos.
Tus manos, cuando peinas tus guedejas,
parecen dos ovejas
en un monte de orégano. Tus dientes
son como los cabritos inocentes
que se echan, agrupados y cansados,
bajo los pinos por el sol dorados.
Tus ojos soñadores
son como dos románticos pastores.
¡Y son para el amor tus dulces labios
más sabios que los labios de los sabios!

LA MUJER DE LAS MANOS CORTADAS

TEODORO GUTIÉRREZ CALDERÓN (Venezolano)

I
LE cortaré las manos, para ejemplar castigo,
a quien desde hoy dé alguna limosna a algún mendigo,
para acabar con esa costumbre inveterada
de andar tanto haraposo por mi ciudad sagrada.»

Tal fue la dura orden de un severo sultán...


Nadie dará dineros, ni vestidos ni pan.
Los súbditos del reino la orden cumplir juraron,
y del pais los pobres mendigos emigraron.

Pasado un tiempo, un mísero hombre desconocido


cruzó todas las calles, y cuando recorrido
hubo todas las casas, llegó a la de una moza,
mujer de aspecto dulce y sonrisa graciosa

diciendo: «Dame un trozo de pan, buena señora,


que vengo de muy lejos y el hambre me devora.
No hagas como hacen todos, que me rechazan fieros.
Hazlo en nombre de Dios, que creó los graneros.»

La joven, que oyó el nombre de Dios, con mil afanes


y gran temor, al pobre mendigo dio dos panes.
Al saberlo el sultán, mandó inmediatamente
llevar a su palacio la joven delincuente
¡y, sin mirarla apenas, hizo que dos villanos
cortaran a la bella mujer sus bellas manos!

Días después, cansado de estar solo, el severo


sultán llamó a su madre y di jola así: «Quiero
para matar mi hastío, y pues soy ambicioso,
conseguir una esposa que tenga rostro hermoso.»

«Una conozco—díjole con maternal afecto—,


pero que tiene, ¡oh hijo!, un enorme defecto,
y es que no tiene manos; pero ella es tan hermosa
que al mirarla a la cara cree uno que es una rosa.»

«Tráemela, quiero verla. Tal defecto es pequeño


si tiene un dulce paso y porta un grato ceño.»
Cuando el sultán severo la bella joven vio,
maravillado de ella, la amó y la desposó.
Ella fue la sultana favorita, y un hijo
tuvo del casto seno, con que el cielo bendijo
su desgracia, pues ella se sentía dichosa
mirando de su niño la carita graciosa.

Mas las otras mujeres, con la envidia del celo


y el dolor del olvido, como la sierpe el suelo
rastrea, malpusieron ante el sultán creído
a la bella mujer, que él al fin dio al olvido
y mandó que llevaran a un desierto
lejano
a la madre y al hijo... ¡Padre, esposo inhumano!

II
Con el niño a la espalda y buscando agua pura,
hasta un frío pozo de honda linfa oscura
llegó, y a él asomándose para beber ansiosa,
sintió que al frío pozo rodó su carga hermosa.

Gimió. Lloró dolida. Y cuando —loca— quiso


arrojarse, dos hombres llegaron de improviso,
y uno la dijo: «¡Qué vas a hacer, desgraciada!
¡Sacaremos tu niño, mujer desventurada!»
Y en tanto que los hombres doblaban la rodilla,
y una oración alzaban al cielo, ¡oh maravilla!,
sano y salvo del agua el niño fue saliendo,
a los hombres mirando y a la madre sonriendo.

Y replicó uno de ellos: «¡A quien cortó tus manos


en vida las dos suyas tragarán los gusanos!
Mas las tuyas, sufrida mujer, ¿no quieres verlas?
Mira: porque un día fuiste buena, ¡vas a tenerlas!

¡Y en tanto que los hombres de rodillas


oraban, sobre los dos muñones las manos
retornaban! Y se vieron tan blancas, tan
suaves y ligeras,
que ella dijo: «¡Son éstas mejor que las primeras!

Mas ¿quiénes sois vosotros —repuso agradecida—


que dos bienes tan grandes hacéis hoy a mi vida?»
Y respondió uno de ellos con voz de dulce amigo:
¿NOSOTROS? ¡LOS DOS PANES QUE LE DISTE AL MENDIGO!

LA CANCIÓN DEL VIOLIN

TEODORO GUTIERREZ CALDERÓN (venezolano)

I
YA viene el vals azul... ¿Por qué palpitas,
miedoso corazón, y no meditas
en la luz, en el ritmo y en las cosas?
Mira las azucenas primorosas,
las esquivas violetas exquisitas,
la carne blanca de las margaritas
y la carne rosada de las rosas.

Ya viene el vals azul... El alma canta


como un turpial en una fronda espesa.
La cuerda oscila entre los dedos presa
y el arco tembloroso se levanta,
¡cuchilla que degüella la garganta
desnuda de una pálida princesa!

No llores, corazón. Nadie ha venido


a desplumar las aves en el nido...
Es el artista, que con mano leve
aprieta el cuello del violín sonoro...
¡Es la blanca llovizna de la nieve
sobre un rubio jardín de seda y oro!

¿No oyes la nota elástica y cobarde


que finge huir y dibujar la mueca
de las últimas luces de la tarde
sobre los musgos de una fuente seca?

No es canto de dolor. Es la tranquila


gota de luz en una azul pupila.
Es el soplo menudo
de la brisa nerviosa, que importuna
el muslo blanco de un doncel desnudo.
Es el rayo de luna
que tiembla entre las sedas de una cuna.
¡Es la canción serena,
amorosa y extraña,
del agua sorprendida en que se baña
una virgen morena!

II
(En un florero de cristal se esponja
un ramo de azucenas blandamente,
como la cabellera de una monja
que se peina a la orilla de una fuente.)

III
El arco traza su flexible huella
sobre las cuerdas frágiles, cual una
enamorada cinta de la luna
en las rubias guedejas de una estrella.
Y la armonía vaga
que entre la caja del violín se apaga
con el dolor de un monte solitario
llena las almas de febril delirio,
como la perezosa luz de un cirio
en la quietud solemne de un santuario.

Alma: ¿por qué no quieres


llorar en el jardín con las mujeres?
¿No escuchas la romanza seductora
del violín? No es un canto ni una risa.
Es un niño que llora
bajo el beso asfixiante de la brisa
y el abrazo enfermizo de la aurora.

Es la lamentación del peregrino,


que el mal devora y el dolor consume,
y solo halla, a través de su camino,
¡puertas cerradas, flores sin perfume,
platos sin pan y cántaros sin vino!

IV
¡Amor, amor!... Para tu beso puro
es lo mismo la rosa que la espina.
¡Amor: mujer divina,
corona de laurel, trigal maduro!

¡Dolor: bálsamo intenso


que haces la vida breve
y das al corazón olor de incienso
y blancura de lirios y de nieve!

V
Así cantó el violín... Varió sus galas
el clavel en los huertos
encendidos.
Sacudieron la seda de sus alas
las aves en los nidos.
¡Y rociaron esencias exquisitas
en el aire, en el alma y en las cosas,
la carne blanca de las margaritas
y la carne rosada de las rosas!

EL ELOGIO DE LA IGNORANCIA

TEODORO GUTIÉRREZ CALDERÓN (venezolano)

I
EL viejo leñador de mis montañas,
que no aprendió a leer y no sabía
escribir, profesaba muy extrañas
ideas de odio a la sabiduría.
Y era bueno: jamás de su conciencia
rayos saltaron hacia extraño pecho;
todo el caudal de su serrana ciencia
fue dar razón para tener derecho.
Cuando asomaba el sol en la colina
y cantaban las aves y cantaba
la brisa su romanza campesina,
aquel leñador rústico se armaba
de su hacha de trabajo y por la senda
llena de sol y llena de frescura,
atravesaba la tranquila hacienda,
hasta internarse entre la selva oscura.
Era su solo empeño, ¡oh dulce empeño!,
cumplir con su tarea antes que todo
para tener contento siempre al dueño
y ganar su sustento de buen modo.
Y decía: «Si hubiese en una escuela
aprendido la ciencia y sus arcanos,
¿quién os daría de comer, abuela,
hijos, esposa, padre, madre, hermanos?
¡Oh bendecida y próspera ignorancia
de los labriegos, que en su ensueño breve
sólo ansian, como premio a su constancia,
vara y media de tierra suave y leve,
llena de placidez y de fragancia,
para cuando la muerte se los lleve!...
Por vos la gloria ignoran, humo vano;
por vos el lujo esquivan, vano empeño,
y en el esfuerzo de su propia mano
cifran su galardón, ¡divino sueño!
Saben que el agua hacia el abismo rueda,
porque es su ley rodar; que vuela el ave,
por sus alas; que huele la reseda,
porque perfuma; que la brisa es suave,
porque no es huracán, y que el sol brilla
porque alumbra; que amamos y sentimos,
porque vivimos, y que la semilla,
porque es semilla, da frutos óptimos.
Comprenden que ser malo es ser contrario
a ser bueno, y que por ser muy bueno,
tuvo Jesús suplicios y calvario,
pidió agua pura, ¡y se le dio veneno!

II
Divino olor de tierra removida,
de helecho virgen y limón maduro;
pomposa enredadera florecida,
que asciende como araña por el muro
y es columpio de alondras; naranjero
de oropomas olientes y lozanas;
rayo de sol que todas las mañanas
es un alfange de oro en el sendero;
fleco de luna que en los saucedales,
bajo la noche quieta adormecidos,
pone sedas de luz sobre los nidos
frágiles de los líricos turpiales...
Si el corazón que os ama con constancia
vive y muere en perenne noche oscura,
venid a mí, suavísima ignorancia,
que en cambio de alma quiero tu fragancia,
¡oh flor, y en vez de carne, piedra dura!

III
Asno sencillo de peluda veste,
que va todas las tardes al poblado
regocijando su vivir agreste
con ser humilde siempre y resignado:
buey que su cuello dobla bajo el yugo
y a la voz del gañán dobla sus bríos;
ciervo a quien nunca el cazador verdugo
hizo peñas saltar ni cruzar ríos;
gato de matemática y frailuna
quietud, que junto al fuego filosofa;
perro viejo y mañoso, que se mofa
todas las noches de la blanca luna;
cigarra eterna, que en la rama amiga,
ebria de sol y de verano eterno,
enseña aún a la incansable hormiga
que nada le valió ser su enemiga
ni guardar provisión para el invierno...
Quiero de esa ignorancia hacer mi honrosa
ilusión, y que en ella se consuma
mi ser y aprenda a ser como la rosa,
¡ que perfuma y no sabe que perfuma!

IV
Humo del viejo hogar, gris cabellera
que el viento riza y por el cielo extiende;
fragancia de la verde sementera,
que al sol—como himno de oblación—asciende;
alas de la dorada mariposa,
que humedecidas por sutil rocío,
robando sus colores a la rosa,
alzan el vuelo por el éter frío;
dulce oración de campesinos labios
que a ignorado confín levanta el
vuelo, acaso más allá de lo que el
cielo, espacio o aire azul llaman los
sabios... Humo, fragancia y alas y
oraciones, todo lo que del suelo se
levanta (¡hechas aroma, líricas
canciones; hechos canción, aromas de
la planta!), poned en este lírico recodo
de mi ser vuestra esencia redentora:
¡sabio vivir de quien lo ignora todo
y se siente feliz porque lo ignora!

V
¡Oh bendecida y próspera ignorancia,
que no conoce el mal de la existencia
y crece entre el frescor y la fragancia
de la montaña virgen, dulce ciencia!
Ignorancia de rústicos nacida
de la misma ignorancia, y más querida
cuanto más de la luz el brillo borre;
porque si el agua corre porque corre
y el cielo es muy azul por ser hermoso,
¿para qué averiguar, sabios mentidos,
si vale más un rey que un haraposo
y más los tronos de oro que los nidos?
Si polvo somos y hacia el polvo iremos,
si se ama al que ama y por su amor daremos
toda la vida, ¿a qué mentidos sabios,
querer saber, en líricos antojos,
por qué cuando se ven se aman los ojos
y, al juntarse después, se aman los labios?

Niño que nace y porque nace vive,


ave que crece y porque crece canta,
y no hay quien de vivir al niño prive
ni del ave estrangule la garganta...
Felices sois entre la selva amiga
y del buen sol bajo la lumbre bella,
creyendo que la estrella es una hormiga
de oro y que la hormiga es una estrella.

Fuente que en el remanso hacéis espuma,


pavo real que lucís bello plumaje
y disputáis el iris del oleaje
con las policromías de la pluma...
¿Quién va del uno a definir colores,
quién va a los prismas a contar de aquéllas,
si nada nuevo agrega a sus primores
y ni espuma ni pluma hará más bellas?

Por eso el leñador de mis montañas,


que no aprendió a leer y no sabía
escribir, profesaba muy extrañas
ideas de odio a la sabiduría.
Y obraba bien, y su razón tenía,
pues más vale en la hora en que vivimos,
y es mejor para el fin que ambicionamos,
no conocer de dónde, ¡oh Dios!, venimos,
ni comprender, ¡ oh Dios!, a dónde vamos.

LA SERENATA DE SCHUBERT

MANUEL GUTIÉRREZ NAJERA (mexicano)

íOH , qué dulce canción límpida brota,


esparciendo sus blandas armonías,
y parece que lleva en cada nota...
muchas tristezas y ternuras mías!...
¡Así hablaría mi alma... si pudiera!...
Así, dentro del seno,
se quejan, nunca oídos, mis dolores...
Así, en mis luchas, de congojas lleno,
digo a la vida: «¡Déjame ser bueno!...»
¡Así sollozan todos mis amores!...
¿De quién es esa voz?... Parece alzarse
junto al lago azul; en noche quieta,
subir por el espacio y desgranarse
al tocar el cristal de la ventana
que entreabre la novia del
poeta...
¿No la oís cómo dice: «Hasta mañana»?
¡Hasta mañana, amor!... El bosque espeso
cruza cantando el venturoso amante,
el eco vago de su voz distante...
decir parece: «¡Hasta mañana, beso!...»
¿Por qué es preciso que la dicha acabe?...
¿Por qué la novia queda en la ventana
y a la nota que dice: «Hasta mañana»?
El corazón responde: «¿Quién lo sabe?...»
¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!...
¡Qué azules brincan las traviesas olas!...
En el secreto ambiente, ¡cuánta calma!
Mas las almas, ¡qué tristes y qué solas!...
En las ondas de plata
de la atmósfera tibia y transparente,
como una Ofelia náufraga y doliente,
¡va flotando la tierna serenata!...
Hay ternura y dolor en ese canto;
y tiene esa amorosa despedida
la transparencia nítida del llanto
¡y la inmensa tristeza de la vida!...
¿Qué tienen esas notas?.'.. ¿Por qué lloran?...
Parecen ilusiones que se alejan...,
sueños amantes que piedad imploran...,
y, como niños huérfanos, ¡se quejan!...
Bien sabe el trovador cuan inhumana
para todos los buenos es la suerte,
que la dicha es «ayer»..., y que «mañana»
es el dolor, la oscuridad, ¡la muerte!...
El alma se compunge y estremece
al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece...
que surgen muchas cosas olvidadas!...
¡ Un peinador muy blanco y un piano!...
Noche de luna y de silencio afuera...,
un volumen de versos en mi mano,
y en el aire y en todo, ¡primavera!...
¡Qué olor de rosas frescas!... En la alfombra,
¡qué claridad de luna!... ¡Qué reflejos!...
¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
y la Muerte, la pálida, qué lejos!...
En torno al velador, niños jugando...;
la anciana que en silencio nos veía;
Schubert, en su piano, sollozando,
y en mi libro, Musset con su Lucía.
¡Cuántos sueños en mi alma y en su alma!.
¡Cuántos hermosos versos, cuántas flores!...
En su hogar apacible, ¡cuánta calma!...;
y en mi pecho, ¡qué inmensa sed de amores!
¡Y todo ya muy lejos, todo ido!...
¿En dónde está la rubia soñadora?...
¡Hay muchas aves muertas en el nido
y vierte muchas lágrimas la aurora!...
Todo lo vuelvo a ver..., pero ¡no existe!...
Todo ha pasado ahora..., ¡y no lo creo!...
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!...
Esta es la casa...; ¡su ventana, aquélla!...
Ese el sillón en que bordar solía...;
la reja verde... y la apacible estrella
que mis nocturnas pláticas oía...
Bajo el cedro robusto y arrogante
que allí domina la calleja oscura,
por la primera vez y palpitante
estreché con mis brazos su cintura.
¡Todo presente en mi memoria queda!...
La casa blanca y el follaje espeso...,
el lago azul..., el huerto, la arboleda
donde nos dimos, sin pensarlo, un beso.
Y te busco cual antes te buscaba,
y me parece oírte entre las flores,
cuando la arena del jardín rozaba
el ruedo de tus blancos peinadores.
¡Y nada existe ya!... Calló el piano...
Abriste, virgencita, la ventana...,
y, oprimiendo mi mano con tu mano,
me dijiste también: «Hasta mañana.»
¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
no pudo en tu camino detenerte...
Y lo que tú pensaste que era un sueño
fue un sueño, sí, pero ¡inmenso!..., ¡el de la muerte!...
¡Ya nunca volveréis, noches de plata,
ni unirán en mi alma su armonía
Schubert con su doliente serenata...
y el pálido Musset con su Lucía!...

POEMA DEL AMANTE VIEJO

GALO HERRERO (Cubano)

MAÑANA, si la muerte también me llega tarde,


ya que todo lo encuentro desgastado y tardío,
con la resignación de una calma cobarde,
continuaré soñando, para morir de hastío.

Mis ojos, fatigados de ver cosas perdidas, ,


se opacarán ahitos de resistir mi frente:
viajeros que conocen todas las despedidas
y el temblor inefable de la mirada ausente.

Mi boca, que fue un doble camino muy


andado, tendrá las huellas grises de su labor
impura, con el remordimiento del único
pecado:
el de no ser más loca que su propia locura.

Mis manos, que corrieron por dulces continentes,


descubridoras hábiles de la emoción dormida,
extenderán acaso sus dedos impotentes,
con la intención prosaica de retener la vida.

Y he de sentirme joven sin comprenderme viejo,


y miraré las hembras que son de otros amantes,
para sufrir la cruda certeza de un espejo
que ya no me retrata con el amor de antes.

Entonces, sin más gloria que mi placer perdido,


evocaré el minuto de la emoción más fuerte:
¡Señor de mi deseo y esclavo de mi olvido,
yo seguiré soñando para olvidar mi
muerte!

OTRA SOLEDAD

RUBENANGEL HURTADO (Venezolano)

YA para qué tu bosque de caminos


calzadores de un pie de musgo
lácteo. Ya para qué tu música de
lirios, llovida en la guitarra de los
astros.

Ya para qué la araña de tu estrella


en su cósmica urdimbre de celajes,
y los húmedos pueblos de tu niebla,
y tu río de aromas por el aire.

Ya para qué tus lagos de aluminio,


tu ancho frasco de luna derramándose,
y ese fruto de mieles suspendido
en el temblor más humo de tus árboles.

Ya para qué tus álgidas corolas,


tu lámpara cubriendo las espigas,
y ese grano de amor desde tu sombra
llorando en los molinos de la brisa.

Ya para qué tu selva de silencios,


tu arroyuelo empinado hacia el delirio
y ese altísimo lente de luceros
atisbando la sed de un rojo signo.

Ya noche para qué tu azul bandera,


tu lecho ya, si único en tu puerto,
bato el limón más sangre de la pena
en el gajo más nube del pañuelo.

PRESENCIA

RÜBENANGEL HURTADO (venezolano)

AQUÍ estás esta noche, mujer,


como entre azules vaguedades de sueño;
aquí conmigo a solas,
serenamente abriendo en la corola
enorme del silencio.

Aquí estás esta noche,


aquí presente sobre todas las cosas:
tú eres esa caricia que se mece
sobre la cabellera de la sombra,
tú eres ese milagro que suspende
los múltiples jardines del aroma,
tú eres esa neblina de suavidad que envuelve
los tímidos rumores de la fronda,
tú eres esa música desconocida y frágil
que tiembla en los cuchillos de la brisa que hiere
la fina piel del aire.

Aquí estás esta noche,


aquí como entre azules vaguedades de sueño:
te acaricio en las formas sutiles de la rosa,
te descubro en los diáfanos velámenes del viento,
te conozco en la plata quebrándose en las hojas,
palpitas sobre todas las cosas que me cercan
y alumbras mis remotos países de misterio
desnudando tu onírica fulgencia
dentro de los contornos del recuerdo.
TANGO DEL CIGARRILLO

RUBENANGEL HURTADO (venezolano)

HERMANO cigarrillo, vigía del insomnio,


señor de capa blanca,
caballero puntual de los velorios,
personaje que pueblas los recesos del
baile con tu llovizna gris, y tus piraguas
de humo perfumado navegando en el aire.

Tu vida es ese absurdo


tránsito de la mano hacia los labios;
vives en una muerte de cenizas,
en una vida azul desintegrado.

Te abrevias en la boca de los hijos del vicio,


humillado entre besos de mujeres perdidas;
en ambiente de lujo te desvives
con el vaivén de los modales finos,
y en los labios de estas modernas señoritas
te enciende el otro extremo su fuego de carmines.

Yo sé el destino tuyo,
yo sé hasta dónde sube tu espíritu de humo
y hasta dónde desciende tu cuerpo de ceniza.

Yo sé cómo es tu vida,
yo también me
consumo
llevando el encendido metal de las pasiones,
quemándome en el llanto que arde en los velorios
y en la fiebre que danza en los salones.

Yo también me he sentido
humillado por besos de mujeres oscuras
y he regado mi pobre vanidad en los sitios
donde los gestos tienen suavidades de pluma.
Yo también me he sentido ardiendo en los carmines
de unos labios sutiles.
Hermano cigarrillo, aquí estamos de nuevo
registrando los amplios rincones de la noche,
y mientras paseamos nuestras divagaciones,
te consume la torpe avidez de mi boca
y me fuma el continuo transcurso de las horas.
Tú vas en los ascensos del humo piruetero,
yo asciendo en las brumosas columnas de mi verso

Amigo inseparable,
tú y yo somos un par de vanidades
vertiginosamente consumidas;
nuestra vida es vivirnos acabando
en una leve muerte de cenizas,
en una vida azul desintegrados.
Tú y yo somos iguales;
somos dos buceadores de la tierra mezquina,
somos dos ilusorios vagabundos del aire.

LUGAR PARA LA LLUVIA

RUBENANGEL HURTADO (venezolano)

YES ?..., qué loco debe estar el viento:


corre en las arboledas como un muchacho alegre,
rompiendo las alfombras del silencio.
De seguro que viene todo verde
de acariciar el cutis de las aguas profundas,
de sacudir la gruesa chaqueta de los pinos,
de acostarse en las faldas de la montaña en brumas.
De seguro que viene todo verde.

¿Estás oyendo, corazón, la lluvia?,


una ligera estrofa de minueto.
Trapecistas del viento
estremecen el circo perenne de los bosques,
el agua cae y se revuelve, y busca
las escondidas lenguas de la tierra;
la tierra con un vaho de gérmenes bosteza.

Plateados micro-ángeles descienden.


¿No escuchas tú la natural orquesta,
la música del agua y de la piedra,
la música celeste?
Esta lluvia afinó sus instrumentos
junto a los diapasones del lucero.

¿No sabes? Esta noche todo vibra,


todo se exalta, todo se conmueve;
hay algo que se va y algo que viene,
algo se está muriendo, algo se desvanece;
pero en las mismas cosas la vida está naciendo.
La brisa es una dulce magnolia diluida,
la tierra en una honda palpitación se enciende.
La rosa de la noche es una rosa niña
y la canción del agua una canción de cuna...
Ábrete y oye, corazón, la lluvia.

LUGAR PARA EL SILENCIO

RUBENANGEL HURTADO (venezolano)

|OH tú, silencio amigo,


precursor de los besos,
palabra del olvido!
Te vi volverte angustia, diluido
en labios de la novia pensativa,
y te vi hecho temblor en el instante
de las caricias íntimas.
Del corazón en ruinas
te miré transitar las viejas sendas,
sembrador de amarguras en mi valle de ausencias.

Oh tú, silencio amigo,


príncipe de las sombras:
porque te has puesto a sondear mi abismo
hoy eres un filósofo sombrío
con altos pensamientos de neblina.

Ayer me vine a meditar contigo,


pero en el corazón se te enroscaba
la cinta de una ráfaga perdida,
y a veces te rasgabas,
cuando crujían las ramas
como que si a lo lejos se estuvieran
agrietando de frío las estrellas.

Hoy eres tan silencio:


Sin la lanza de un grillo que te agujere el pecho,
sin rumor de hojas que se haga tu bostezo
tan profundo, tan largo,
con tu sueño de seda sobre la noche
inmensa, me haces pensar que has de
volverte eterno si me siguen midiendo la
tristeza.

MATE Y TABACO

PROSPERO INFANTE (venezolano)

RETUMBA en la fila andina


esta plática lejana:

—i Yo soy el alma argentina!


—¡Y o soy la venezolana!
—¡Y o enorgullezco la historia
de un pueblo noble y bravio!

— ¡A mí no me faltó brío
para enamorar la Gloria!

—Ya se te ve que en la frente


llevas una claridá...

—Tú también: la liberta


que dimos al Continente.
En mis ligeros corceles
fui un vendaval de matanza:
con el filo de mi lanza
corté vidas y laureles.

— ¡Ayjuna!..., no me da envidia
los halagos de tu suerte.
Yo también sembré la muerte
de igual manera en la lidia.
Busqué siempre en el combate
contra los bravos de España,
en el fulgor de la hazaña,
el gusto amargo del mate.
—¿Y yo?... Que el mundo lo diga,
que de ello tiene una idea:
mascaba en cada pelea
tabaco de mi vejiga.

Mi viejo orgullo se afinca


al Tiempo de esta manera:
¡extendiendo mi bandera
hasta el Imperio del Inca!

— ¡Yo también puedo la mía


tender en cuatro países
que de su ser las raíces
nutrieron mi valentía!

—¿ Y cuando al fin alcanzaste


la Liberta codicia,
de tu lanza y de tu espá,
qué hiciste?... ¿Las envainaste?

— ¡Qué va!... La voz del caudillo


seguí..., y en mi patrio suelo,
hinchado de odio y recelo,
¡pasé pueblos a cuchillo!...

— ¡Carrizo!... ¡Mas no me asombra


lo que tu sangre jiciera,
porque una fuerza guerrera
que busca luz deja sombra!
Yo también con carne viva
aporqué mi cara tierra,
hasta lograr que la guerra
la formara más altiva...

Después, curada del daño


de la Gesta, doloroso,
me fui a buscar un reposo
al lao de mi rebaño.
Allí, sobre la Llanura,
bajo el bochorno solar,
trabajo y gozo en cantar
alguna que otra aventura.

Cuando el agua cae en mayo


y el llano rejuvenece,
viendo que la yerba crece,
me alegro por mi caballo.

Me le encaro a la pereza,
y en lo que asoma el lucero,
le abro la puerta al chiquero,
cantándole a la dehesa.

Si el estar solo me atrista,


amarro la soga en l`anca,
y me le abro en lucha
franca al primer bicho que embista.
¡Si el Diablo me sale al saco
y el ánimo no me engaña,
me tiro un trago de caña
y una mordía de tabaco!

Al golverme de la brega,
cuelgo al garabato el jico
y cojo mi guitarrico,
que, dócil, su voz me entrega.
Entonces cuento a la gente
algunas de mis hazañas,
o el amor que mis entrañas
sienten, alegre o doliente.

¡Canto porque las canciones


son ráfagas de energía
que, si no se da, podría
dañar muchos corazones;
canto a la zamba mulata,
humilde, fresca y
sencilla, con melindres
de novilla y acentos de
paraulata!

Pego al mantuano orgulloso


que no sirve para na
mi bamba, que es una espá
de doble filo alevoso...

¡Canto porque el canto al viento


se pierde como la bruma
y en él se va la espuma
que emborracha al pensamiento!.

¡Caramba!... Si me acaricia
la mala suerte sañúa,
como la paja pelúa
me retoña la malicia.

Voy de joropo en joropo


y de jarana en jarana,
y no hallo zamba losana
a quien no suelto un piropo...

Si de amor canto un corrió,


lo sazona mi tristeza...,
porque pierde la cabeza
quien del amor es herío.
Si ataco a un enemistao
en mi copla, me
acomodo, y pa
componelo todo
me atengo a mi encabullao...
………………………………………….
Mas todo lo primitivo
comienza a desaparecer...
Ya la barbarie de ayer
juyó del suelo nativo.
Tal vez al nacer mañana
el sol, que todo renueva,
seré blasón de la nueva
rica sangre americana.
……………………………………………..

— ¡Amiga!... ¡Nunca escuchara


contar tan hermosos lances!
¡Qué iguales son los percances
que la suerte nos repara!

Yo también fui pedestal...


De mi fiereza virtudes
saldrán: cien mil juventudes
para fuego nacional...

Mis coplas en mil fandangos


muestran mi delicadeza,
y mi guitarro adereza
la quejumbre de mis tangos...

No digo que tú mejor


manejé espadas y lanzas;
pero hoy agrandan mis danzas
a nuestra Madre mayor.

—Quiera Dios que no


finezca lo que nos queda de
bello: yo cabalgo en un
destello
de mi vida pintoresca.

Somos la savia fecunda


de la América española:
dos ramas de una raiz sola
que un mismo anhelo circunda.
Si te has dormido un momento
mientras caminaba yo,
fue porque necesitó
tu inquietud recogimiento...

Pero hoy que este suelo amado


se da todo al mundo entero,
cambia el filo del acero
por el disco del arado.
¡Multiplica tu dehesa
y haz de la piel del jaguar
abrigos con que adornar
tus hembras su gentileza!

Triunfar es nuestro destino,


y es preciso hacer más ancho
y más confortable el rancho,
y florido su camino...
Que escuche la Humanidad
este grito redentor:

«¡Ayer sangre y hoy sudor


nos cuesta la Libertad!»

A la voz robusta y sana


de la armoniosa
pampera le responde la
llanera:

— ¡Sigamos juntas, hermana!...

ROMANCE DE LA BOHEMIA

PROSPERO INFANTE (venezolano)

¡POR los caminos que cruzan


el mundo y que nunca
acaban, por los soleados
caminos
que por las ciudades pasan,
sin más fortuna que el gesto
de los tipos de sus farsas,
contento de sus miserias
va el carro de la farándula!

Es hermano de las musas,


de las nubes, de las
auras; aquí desinfla un
suspiro, allá derrama una
lágrima, mas en todas
partes deja, como una
perla olvidada, el efluvio
de un hechizo que se le
salió del alma: el iris
eternizando
de fugaz sombra la gracia;
el pentagrama tejido
de breves notas aladas,
y del cincel la ardua huella
en blanco mármol tallada.

Le vio el mar domar sus olas


sin velamen y sin máquinas;
sin fatigantes esfuerzos
trepó la enhiesta montaña;
cruzó los valles fecundos
sin pararse a pedir nada,
y atravesó la llanura
como el vuelo de una garza...
¡Siempre la mirada hundida
entre la azul lontananza,
persiguiendo la quimera
de alguna estrella dorada
que en el caudal de sus
luces vierta la sal de su
magia para que el tinglado
encubra la grosería de las
máscaras!
«¿Cuál será la pobre tierra
del carro de la farándula?»,
pregunta quien sus raíces
en un punto tiene echadas.
Y la noche le responde:
«El carro no tiene patria:
no demarca el horizonte
los límites de sus ansias;
sueña en él una argentina
con un apache de Galia,
y un rubio sajón se muere
por un ónice de África...»

El gañán, que es un ibero,


busca lograr una hazaña
para que sepan las hembras
de Cipango lo que es raza;
y hasta un incaico poeta
fue en él sonando su flauta
para adormecer
dragones... al ritmo de sus
baladas...
Por los eternos caminos
que se cruzan y se alargan,
va el alma de la bohemia
desafiando la nostalgia:
aquí, arrancando suspiros;
allá, derramando lágrimas;
mas en todas partes, siempre,
como una joven olvidada,
dejando en cada recodo
el aire de una romanza...

MUJER DESNUDA

RAFAEL ANGEL INSAUSTI (venezolano)

ZODÍACO de luz en tu cintura


como una dulce lámpara encendida;
incontenible ronda de la vida
y cingulo tenaz de la hermosura.

Jazmín que por los aires apresura


los duendes del olor, en la mentida
fuga y en la perenne bienvenida;
jazmín, ¡ay!, que no cabe en su blancura.
Pudo tu desnudez, en fijo vuelo,
sobre las negras aguas de mi anhelo
abrir, con dibujada melodía,

la inmensa luna del amor


creciente; y pudo convocar sobre
mi frente los invisibles ángeles del
día.

RESIGNADO A LA LUZ Y AL AMOR

RAFAEL ÁNGEL INSAUSTI (venezolano)

GRÍTAME lo que ves aquí dormido


señal del pie, memoria de ala.
Anduve muchos montes, nubes, sueños,
clamorosas las piedras en los agrios caminos.
La brisa en vanas palabras insistía.

Óyela: viene de lejos, canta


profundas aguas invisibles en la ciega ternura,
dice de un hombre que fue triste,
y resignado a la luz y al amor sonreía
como quien puede prescindir de su sombra,
hacer sitio
a un desbordado gozo de jazmines.

Muevo la mano, húmeda y lenta;


persigo un claro rostro,
fábula, afán, júbilo mío.
Míralo, llega en la lluvia, es un oculto fuego
que me alimenta, un sonreír, un lejano relámpago.
Por qué la prisa, el terco adiós, la codicia del vuelo.

Hoy me olvidé en el hombro


de una mujer. Hoy pude saber cómo son quietas
las eternas colinas del Sur. Los vientos iban
con temblorosa carga de sol. Yo les daba
la sed, el feliz vértigo de los remotos días.

MATERIA DE AMOR

RAFAEL ÁNGEL INSAUSTI (venezolano)

El amor es el aire que sin descanso respiramos;


los ríos de prodigio que despaciosamente nos transitan;
seguridad, temblor, tristeza
en nuestra carne anclada, cual una estrella blanca [inagotable.

Parece que perdemos por él la soledad:


clarísimas presencias atraviesan el ser,
sueltan secretas melodías, las entregan
a sus flautas de muerte.

Es la torre de lucha
con la distancia y con el tiempo, con esas cosas sin sentido
que recordar ahora no debo.

El delirio y el rumbo, la angustia y la belleza


de su entraña proceden.
El arco-iris le hizo puente, se enterneció la piedra
bajo su paso inacabable;
los soles maduraron la miel en sus cabellos.

Se sienta sobre la propia hoguera del pecho, enardecida,


lanza extraños conjuros a la muerte,
la incapaz de olvidar.
En el instante en que al amor se pide recuerde las palabras
dichas a él como arroyuelos mansos.
Gira el amor su anillo de hechicería y de mil noches;
miranse en un zafiro los deseos;
muere el dolor, se queda, sí, dormido.

Melancólica insistencia, acaso puro júbilo: vives—


¿hay duda?—, ¡vives!
Un agua tienes que no sacia las bocas,
un agua, azul memoria del hombre, para siempre.

PRIMAVERA

JUAN RAMON JIMENEZ (español)

ABRIL , sin tu asistencia clara, fuera


invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.

Eres la primavera verdadera:


rosa de los caminos interiores,
brisa de los secretos corredores,
lumbre de la recóndita ladera.

¡Qué paz cuando en la tarde misteriosa,


abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de nuestra sola fuente!

Mi corazón recojerá tu rosa;


scbre mis ojos se echará tu brisa;
tu luz se dormirá sobre mi frente...

EL CORAZÓN ROTO

JUAN RAMÓN JIMENEZ (español)

CREÍ que el pebre corazón ya estaba


compuesto para siempre. Me lo había
atado con las cuerdas de poesía,
de mi lira alta y pura.

Comenzaba
a florecer, por donde yo pasaba,
nueva y gentil, la primavera mía;
sueños de paz y cantos de alegría,
la luz del sol en mi rincón entraba.
Entre las rosas tú te apareciste,
como siempre, reidora e inconstante,
salvando redes y tendiendo lazos...

El mirar noble se me puso triste,


y el mal atado corazón amante
se me quedó, otra vez, hecho pedazos.

NADA

JUAN RAMÓN JIMENEZ (español)

A tu abandono opongo la elevada


torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,


mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi
sustento...
Mas, ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

¡Nada, sí; nada, nada!... —O que cayera


mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...—

Que tú eres tú, la humana primavera,


la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!...,
¡y soy yo sólo el pensamiento mío!

LO QUE YO QUIERO

PEDRO JUNCO Jr.

Lo que yo quiero
es encontrarte una noche
que la luna haya hecho bella
con motivo de su luz...
Una noche toda adornada
con un reguero inmenso de estrellas,
¡bellas... como tú!...
¡Noche incitadora al deseo del amor!...
Quiero que al encontrarnos
me mires fijamente;
quiero que me acaricien
primero tus ojos, toda tu mente...
Quiero que pienses mucho en mí...,
¡que te olvides de todo!...
Quiero darme cuenta
de que estás nerviosa,
¡como deseando algo...
que no debes hacer!...
Queriendo llegar a mí,
aunque nerviosa, temblando de emoción...,
de amor loca, suspirando ansiosa...
Quiero tomarte las manos,
atraerte a mí..., muy junto a mí...,
juntar tu pecho con mi pecho,
para, así, de tu corazón sentir los latidos:
que uno a uno vayan diciendo de tus ansias...,
tus anhelos... y tus deseos de besos y placer...
Quiero, después de sentir
todo tu cuerpo junto al mío,
mirarte la boca como pidiéndotela...,
¡suplicarte un beso... y otro... y otro!...,
y sentir los tuyos otorgados
en mi dulce silencio...
Quiero saciarme de tu boca,
de tus besos..., de tu aliento...,
¡morderte con locura los labios,
quedándote grabada con mis ansias para siempre,
con mis besos..., que más que con mi boca,
he de darte con el alma!...
Quiero besarte los ojos,
besarte al oído como nadie te ha besado...,
¡besarte en el cuello...
con un beso tan fuerte,
que sea el recuerdo de nuestro encuentro sagrado!.
¡besarte mucho... con besos que no has imaginado!
Quiero, cuando ya tu boca,
tus ojos y tu cuello me parezcan poco
para apagar esta sed furiosa de besos,
¡rasgarte el vestido...
y besarte las rosas que guarda tu pecho!...
Y ebrio de sensualismo,
en tus brazos sentirme niño...
Quiero verte enloquecida...,
gimiendo de goce..., adolorida...;
pero, con frases de ternura,
pidiéndome besos..., que te bese más..., »
¡que te bese... toda..., toda!...,
¡que te dé mi vida!...
Y quiero, cuando al fin te vea así,
como tanto te deseaba,
esbelta ante mí, como te vio Natura,
convertir esto que llamamos amor
en pasión ardiente..., en maravillosa ternura...
¡Y entonces los dos..., frente a frente...,
cometer una locura!...

CUANDO VIENEN LAS SOMBRAS

LUIS RAMÓN LANDAETA (venzolano)

A esa hora íntima,


cuando las voces de las campanas rezan
y de todos los labios sube
la plegaria ferviente

A esa hora triste,


en que se van perdiendo
las mansas claridades de la tarde
en la capa inconsútil
de las crecientes sombras de la noche.

A esa hora sacra,


en que el primer lucero es una lágrima
y el manto de los cielos es mortaja
de todos los que mueren en el ángelus.

Por la escala
de mis desolaciones,
subió hasta el paroxismo de la angustia
el más grande dolor de mis dolores.

¡Y aquí estoy, madre mía!


Frente a la hora triste que te nombra,
y que me lleva junto aquel instante
cuando el dolor se me salió a los ojos
y el desespero me envolvió en su sombra.

Me dueles en el fondo de mi herida,


profundamente abierta a tu recuerdo.
Y siento en la oración de las campanas
la tristeza inmortal de tu partida.

EL DOLOR DE VIVIR

LUIS RAMÓN LANDAETA (venezolano)

La poesía es un destino.
VICENTE ALEIXANDER.

"V^IVIR es un dolor cuando el alma en la vida


en reflejos sensibles se adhiere a todo afán.
El mal ajeno duele como una gran herida
y las propias tristezas que vienen no se van.

Vivir teniendo siempre el ánima sumida


en el acento íntimo que anega la razón;
y no comprender nunca por qué el dolor se anida
en la entraña recóndita de nuestro corazón.

¿Por qué en el regocijo que tiene la existencia


se siente el fluido triste que enturbia la ilusión?
Si la vida es hermosa con toda su esplendencia,
¿por qué asoma la espina su tímida traición?

Hoy es un día alegre. Hay una sinfonía


de canoros arpegios que endulzan el vergel;
y sin embargo oculta sutil melancolía
y el espíritu pierde la luz de su broquel.

Panales en los labios inmensos de la vida


rebosa la ternura que brinda en el amor.
Pero en el fondo el alma parece convencida
de que no existe alba sin noche de dolor.

AÑORANZAS

LUIS RAMON LANDAETA (venezolano)

A pesar de los años, aún persiste


en mi memoria su mirada triste.
La recuerdo con un dolor sincero
por la bondad que de su alma fluía,
porque fue una ilusión en mi sendero,
y era muy dulce su melancolía...

Y entonces fui feliz con su cariño.


Bajo sus mimos me volvía un niño
por la pureza maternal que había
en la ternura de sus manos santas.
Y por virtud de su candor, sentía
piedad augusta de besar sus plantas.

Y adoré castamente su belleza.


Y mi afán fue gozar de su terneza,
que tenía la unción de los consuelos.
Era para el amor inmaculada.
Purificaba todos los anhelos
con la tristeza azul de su mirada.

Recuerdo diáfano. Intimo pasado


que con fervor espiritual he amado
porque un tesoro de emoción encierra.
Y si hoy por ella mi pesar existe,
es mi único dolor sobre la tierra
haber perdido su alegría triste.

LLUVIA

LUIS RAMÓN LANDAETA (venezolano)

CON la lluvia esta noche se eriza el pavimento.


Y al reflejo ambarino de la luz del farol,
en los hilos del agua que disemina el viento
se rompen asteriscos, destiñendo el color.

Las nubes fugitivas que mueven la colina,


desflecan sus carbones en cuerdas de
cristal. Y el frío que entumece parece de
neblina.
Pero la noche suena a trópico invernal.

La lluvia helada y triste cae en lamentaciones:


es pena en los tejados, clamor en los vitrales.
Y emergen de los huertos de las evocaciones
aleros de vetustas casonas señoriales.

Una cortina inmensa teje la noche en llanto.


En húmeda ternura, sueña melancolía.
Pero el viento aterido tiene también su canto
en las cuerdas del agua dolientemente fría.

Los recuerdos que viajan bajo la noche triste


no son reminiscencia en un sentido inerte.
La lluvia tiene acento y en su rocío existe
tu amor que trae el agua para mi sed de verte.

VERSOS DE LA AUSENCIA

LUIS RAMÓN LANDAETA (venezolano)

ESTA noche la música que se entra en mi alcoba


tiene tanta tristeza, que a mi espíritu arroba,
despertando en mi alma dulce sueño de amor...
Recuerdo a la que ausente, con ternura infinita,
en la inefable hora de la última cita,
lloró su despedida con un hondo dolor.

Ella, esa noche tibia, fue para mí un tesoro:


suavizaron mis manos sus guedejas de oro,
y temblaron las alas de sus senos en flor,
y al florecer mis besos en su boca de guinda,
en un sensual deliquio se me puso más linda,
y la adoré ese instante como nunca mejor.

Y en el mullido espacio de carmesí joyante,


se nos llenó la vida de una ansia delirante,
hasta el sutil encanto de la fascinación...
Pero como el Destino rompía nuestro ruego,
el amor esa noche nos consumió en el
fuego, que acrecentó la angustia de la
separación.

Mi princesita rubia era amor y fortuna:


en sus fragantes bucles amontonó la Luna
los áureos resplandores de su magnificencia.
Yo, en mis locos anhelos, besaba esos
destellos y los alborotaba, para jugar con
ellos..., bebiéndome la gloria de su exótica
esencia.

Esta noche la música me ha puesto pensativo.


Me trae a la memoria el ósculo furtivo
con que empezó el incendio de nuestra gran pasión;
y como era tan bella para mi fantasía,
hoy la llevo en el fondo de mi melancolía
y ella me lleva preso dentro del corazón.

VIBRACIÓN

LUIS RAMON LANDAETA (venezolano)

Con transparencia de culpa


quiero prender tus sonrojos.
Carmín de besos en pulpa,
vendimia de mis antojos.
Racimos de senos blancos,
pezones de cundeamor.
Cintura de recios flancos,
cabellos de luna en flor.

Pie nipón con tallo fuerte.


Temblor de gracia en el busto;
donaire que se convierte
en relámpagos de susto.

Ramazón en tela fina


para tu garbo sensual.
Encantos de Mandarina
exótica y tropical.

Esplendencia sonrosada
en tu mórbida blancura.
Alegría en llamarada
que te quema la ternura.

Prendida se queda el alma


del sol de tu primavera.
Un abanico de palma
tu mano sobre la hoguera.

Y en el ritmo vehemente
que imprime tu caminar,
hay un calor indolente
que no se quiere apagar...
PRISIÓN DE TUS OJOS Y REMANSO DE TU VOZ

LUIS RAMÓN LANDAETA (venezolano)

TE quiero cuando cantas, porque en tu voz escucho


la suave melodía de un sueño evocador.
La canción en tus ojos como si amaras mucho
tiene lágrimas puras de un incurable amor.
Te quiero cuando cantas, porque tu melodía
se diluye en ternuras sobre mi corazón.
Hay en tu voz de seda tanta melancolía,
qué soy un hombre triste dentro de tu canción.

Canción que en armonías se vuelve una cadena,


y enreda en las endechas la límpida emoción.
Enlazas los acordes en manantial de pena,
y el pentagrama es una doliente emanación.
Palabras musicales que brotan en murmullo
de notas que suspiran un infinito amor.
Te quiero cuando cantas, porque tu triste arrullo
esparce la caricia de un sueño evocador.

LA CARTA

LUIS RAMÓN LANDAETA (venezolano)

RASGÓ el azul del sobre con nerviosa impaciencia,


y un montón de palabras silenciosas salieron
a extenderse en sus manos, pálidas de
emoción; y al hablarle a sus ojos, negros y
fascinantes,
las frases que venían, vivas y apasionadas,
quemadas por el fuego de su mirada, iban
cayendo hechas cenizas de angustia y de pasión...

Después... dos arreboles tiñeron sus mejillas;


se quedó dulcemente pensativa un instante,
y bajo el tierno arrullo del recuerdo propicio,
su corazón amante—lira sentimental—
suena en cada palabra que le escribe al ausente,
con un suave deleite de poema nupcial.

En su carta, escondidos van sus besos soñados,


pensamientos henchidos de una inmensa inquietud;
y un romántico anhelo, trémulo y delirante,
donde palpita toda su febril juventud.

Pero se ha puesto triste de repente: se advierte


en su belleza lánguida una contrariedad.
Quizá sea la ráfaga de un mal presentimiento,
una duda terrible o una cruel ansiedad.

Guarda actitud doliente. Y se ha puesto más bella


contemplando en sus manos su misiva de amor,
donde van atribuidas las promesas risueñas,
con hálitos de vida, de armonía y color.

Y envuelta en la ternura de su melancolía


se le prolonga el alma en férvida abstracción;
cerno si en un coloquio espiritual estuviera
entregando al ausente todo su corazón...

SED

FEDERICO LEÓN (venezolano)

BUENAS noches...
—Buenas noches...
¿Solicita usted mi casa?
—No, perdóneme... Al azar
por el camino pasaba,
y es tanta la sed que tengo,
que al mirar por su ventana
el hilo tenue de luz
que hasta el camino llegaba,
para mi cansancio y sed
fue su luz una llamada...
¡Si fuera usted tan amable!...
—¿Descansar quiere?
— ¡Quiero agua!
Gentil ofrecióme asiento
sin decir una palabra,
y se perdió su figura
por una puerta entornada,
cubierta por un visillo
en el fondo de la
estancia. Los deseos me
indujeron a preparar la
celada...
Aventura pueblerina
que pensé ver coronada
si lograba introducirme
—no sospechoso—en la casa.
Muchas noches, en la sombra,
desde el camino miraba
con ansiedades de fiebre
aquella figura blanca
de mujer, que, extrañamente,
—no sé por qué—me hechizaba.
¡El vaso con agua fresca
me ofreció con tanta gracia!
¡Eran tan puros sus ojos
y tan dulce su mirada!
¡Tan cerca de mí se vino;
había tanta confianza
en el gesto con que el brazo
blanco y mórbido
alargaba..., que se me apagó
la sed antes de beberme el
agua!

PEDAZOS DE UN EXISTIR

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

JUAN Futuro, sin saberlo,


es poeta y nada más.
Y va haciéndole al jumento
un poema de verdad.
No le importa si en el patio
de la hacienda, el caporal,
blandiendo voces de mando,
lo hubiere de amonestar.

Juan Futuro es un rebelde,


y con sus quince años no más
ha desafiado al relámpago
y herido a la tempestad.

Se le ha enfrentado a gigantes
de raigambre colosal,
que alargaban verdes sables
y agredían la oscuridad.

Juan Futuro habla al jumento,


que asiente en su cabecear
porque sabe que su dueño
dice en versos la verdad.

¡Ah, malhaya! ¡Quién pudiera


este mundo emperajar!
¡Quién sacara con el hambre
su hermana la enfermedad!

¡Quién le devolviera al hombre,


lo mesmo que al animal,
el derecho de ser libre
y en el mundo corretear!

De acostarse en la sabana
a ver las nubes pasar
y en la cruz de los zamuros
recados a Dios mandar.

¡Quién viera bajo la luna


hombres y bestias bailar
y recibir con la yerba
frescas gotas de cristal!

¡Quién fuera por las


montañas sin dueño ni
caporal, sirviendo a la madre
tierra, que devuelve bien por
mal!

Y cuando la madrugada
se lave en el manantial
salir a escuchar el canto
de la vida al despertar.

Y oír la noche inconforme


por el monte gimotear,
mientras la lluvia le escupe
los pañuelos, por maldad.

Juan Futuro es poeta


sin saberlo, y nada más...

ESTAMPA LLANERA

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

Su oscura ancianidad de palma y lodo


el rancho entre cujíes adormece.
Arriba cada nube es un chinchorro
donde un lucero pálido se mece.

Entre los florecidos retamares


una brisa fluvial que baja y sube
arranca de los pólenes letales
el alma acibarada del perfume.

En el patio arenado canta un gallo,


y cerca, deshojando su memoria,
un viejo campesino a su caballo
canta de nuevo la sangrante historia:
«Como ésta era la hora, cielo y luna;
la lechuza esplumándose en el techo,
y un palpito avisándome como una
mariposa de muerte sobre el pecho.

Los dos salimos; tu relincho triste


escuchó, lejos, la potranca aquella,
y como trago amargo te bebiste
la ribera del caño y sus estrellas.

Yo que con un cabestro de contento


le había arrebiatao coplas al corrió,
las llevaba en corral de pecho
adentro pa échalas en su patio
floreció.

Pero esa noche, tras el empalmao


naide escuchó mi canto enterneció
y en el rancho sólito y enlutao
mi propia copla me sonó a Uorío.

Pero tú ya sabes por qué lo jizo.


Pa conservarse pura, el amor mío,
ante aquel jefe que ultrájala quiso,
como hoja seca se tiró en el río.

Pa mí no hubo dispués sino amargura,


un huracán de soledá y tormento.
¡El tiempo es un bejuco que asegura
la vida al botalón del sufrimiento!

Por eso en mi totuma de amargura


bebés también el yare de mi suerte
hasta que galopemos la llanura
que nos hunda en los caños de la muerte.»
VEN CONMIGO

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

VEN conmigo hasta el rancho


y contempla ese catre
donde la inanición dejó sus signos
en el niño raquítico y sin sangre.

Allí donde la madre


quiso alardear de su pezón inútil
y el llanto resbaló sobre los trapos,
mientras frustrado
ante el fogón de nada,
mece beodo el padre su impotencia.

Allí donde el pesar enturbia el


aire, y la exasperación sacude
harapos, y cruje el ataúd su
arquitectura,
y escupe la fealdad su sombra aleve,
a esa hora en que el sol en despedida
pincela de ironías el bahareque.

Allí, allí donde a la medianoche


elabora estridencias el silencio.
Y la palabra «Dios» se desconoce,
y rompe sus ovillos la esperanza,
y el genuino dolor soterra el
grito.

EVOCACIÓN

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

LA noche era asina...,


igual la sabana,
lo mesmo el conuco,
los cielos iguales.
Llegan cimarrones los remordimientos
que enlaza mi pena con zoga e recuerdo.
Viene a mi memoria ella, que tenía
en los ojos negros candiles de
gloria, en la boca el jugo de las
pomarosas y que tuita ella güelía a
amapola.

La noche era asina...,


igual la sabana,
lo mesmo el conuco,
los cielos iguales.

Y la luna llena era una naiboa


en los almidones de las nubes bajas,
y en el aire fresco se paseaba toa
la aroma caliente de los mastrantales.
Mi muía trotaba sobre los esteros,
por entre los brazos de los morichales,
machacando tuitos los luceros.

Cuando la pavita
que en los matorrales
dejaba recados de mala fortuna
me puso en el pecho
los celos cobardes,
yo solté la brida
y las dos espuelas
a mi muía bruna
le hundí en los i jares.
En el rancho e paja ella me esperaba.
Pero yo, que sentí arde mi sangre
con candela de amores muy grandes,
la celaba del viento y del agua.

Miré quiuna sombra


juyendo pasaba
entre los rastrojos
que sedientos
cercaban la casa.
Y pensé que quizá otro hombre
su antojo e caricias en ella saciara,
y sentí que un caballo de furia
galopaba sin freno en mi sangre.

Corrí desbocao,
llevando más rabia quiún toro,
más ponzoña que una macagua.

Llegué hasta su troja,


a la troja olorosa a mastranto
donde ella sonreída esperaba.

¡La miré tan linda!


Tal cual un conuco cuando ha floreció
o como un bucare cuando entre sus ramas
extiende los soles que lleva escondíos.

Y pensé en el otro...,
y entonces cogí su garganta,
y apreté con tal fuerza
y tal rabia
que la sangre en sus pechos e piedra
floreció como lirio e sabana.

Y no quise ve más; su agonía


fue a cortarle la muerte ¡por lástima!

Afuera, la luna,
mientras me alejaba,
pa no veme las manos con sangre,
se tapó la cara.
Entre los rastrojos, los perros en celo
aullaban..., aullaban..., aullaban...
ROMANCE DEL NIÑO PORDIOSERO

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

INiÑo quejumbroso, ¿qué tiene tu pelo?


En él, por besarte, la brisa se enreda,
y entre la madeja de hilillos de seda
el polvo de otoño coloca su velo.

¿Qué tienen tus ojos, niño pordiosero?


¿Qué tienen tus ojos de luz desolada?
Frente a tus oscuros caminos de nada
son como murientes y hundidos luceros.

¿Qué tienen tus labios, niño gemebundo,


si ya en sus corolas se asoma el hastío
y derraman mustios su polen de frío
como las espigas de mi erial profundo?

Niñito de pena, ¿qué tienen tus manos,


que en lugar de lirios semejan ortigas
cuando en los portales imploran las migas
y a la vida artera se tienden en vano?

¿Qué tienen tus plantas, niño lastimero?


¡Si dejan rojeces de angustia tus huellas
cuando en muda cuita sonrojas la estrella
y cruzas la sombra de inhóspito alero!

Niñito de lágrimas de un mundo de hielo,


¡cómo veo mi culpa temblar en tu llanto!
Tu dolor acalla la risa y el canto
y deja en las almas su signo de duelo.
CANTO A LA MADRE ABANDONADA

ISABEL LEYZEAGA (venezolana)

QUISIERA recoger leves fragancias


para aromar la voz con que te alabe
y modular en suavidad de brisa
de plumón y de pétalos tu hazaña.

Eras la primavera y sus paisajes;


eras la tierra promisora y fértil,
con su abono de amor, de mansedumbre
que ansiaba la simiente del milagro.

Y te supiste luego exuberante,


pletórica de dones y de savias,
abundosa de mieles y de cantos
entre el halo de fe que te circuía.

Y así fue como diste, año tras año,


una flor de ternura al desconsuelo,
una espiga de lágrimas al viento,
un fruto de esperanza al abandono.

Hoy semejas la vid, ya retorcida,


de oscuro tronco y retorcidos brazos,
guardiana solitaria del racimo
tan tierno, inmerso en el lagar del llanto.

¿Quién te vio sollozar en alta noche


sobre el dormido cuerpo adolescente,
donde hicieran el hambre y el rechazo
los surcos para el germen delictuoso?

¿Quién vio cuando espantabas a la muerte


con tu hoz de voluntad
forjada al fuego
de tu heroísmo insólito
y llameante,
elaborado en desvalida sombra?
Madre venezolana
abandonada:
como alto pabellón
teñido al rojo
de cruento azahar y de dolor señero,
¡tu nombre esplenda
ante la faz del orbe!

GLOSA POR LA MUERTE DE GARCÍA LORCA

CESAR LIZARDO (venezolano)

Verde luna, verde luna,


luna verde y temerosa,
destiñe en los olivares
una lúa que es casi sombra.
MIGUEL OTERO SILVA

VERDES soles de Granada


—higueras de fantasía—.
Aljibe de Andalucía.
Corazón de madrugada.
Farol de la luz cansada
—estrellas de blanca cuna—,
Abanico de fortuna
que en rojo lirio desgarra
sus jazmines de guitarra,
VERDE LUNA, VERDE LUNA.

García Lorca, renacido


con jacintos de
campana. Almidón de la
mañana en el alba
desleído.
Verso de plata mecido
en el vaivén de una rosa,
Romance que se desglosa
como una lluvia de nieve,
cuando la luna te llueve,
LUNA VERDE Y TEMEROSA.
Sangre que sueña la hazaña
—clara luna de Sevilla—,
adornada por la orilla
con claveles de tu España.
La brisa se desengaña
en tu cristal de azahares.
Nácar de los malabares
en tus auroras se ahonda,
y la mañana redonda
DESTIÑE EN LOS OLIVARES.

Ronda la luz del fusil


el asesino que inquieta,
viendo el verso del poeta
con su estrella de marfil.
Junco de rojo perfil
con naipe en el aire nombra,
la siempreviva que asombra
con voz—de nardo—
andaluza. Es Federico en su
musa
UNA LUZ QUE ES CASI SOMBRA.

DÉCIMAS DEL AMOR Y EL MAR

CESAR LIZARDO (venezolano)

ESTA pena de vivir


entre la muerte segura.
Esta doble arquitectura
de nacer y de morir.
Este goce de partir
hacia el tiempo desandado,
hacia Dios eternizado
en el reinado del cielo,
con el mundo en su pañuelo
y en amor crucificado.

Esta pena sin dolor,


donde el tiempo transfigura
la razón de su ternura
en el mapa del amor.
Este mundo, sueño y flor
en la penumbra indecisa,
en la ronda de tu risa
y en el arpa de tus huellas
es un oasis de estrellas
en arenas de la brisa.

Tú, cabalgando la vida


en el corcel sin destino.
Tú, que sabes del camino
donde ha de girar la herida.

Tú, que vas tan descreída


por la senda del amor,
que ya te siente el dolor
abierta a los desengaños
por el trigal de los años,
por los prados del candor.

En tu fragancia deliro
con la nostalgia que sola
va derramando la ola
en la playa del suspiro.
Recuerdo la vida y miro
el tiempo de la inocencia
—frágil bosque de la ausencia
—, savia del árbol perdido,
recuerdo de lo vivido
sangrando con tu presencia.

Soñadora del camino,


soñadora por el mar
donde el alba del soñar
es prisión de su destino.
Busca el verbo peregrino
en huellas de la razón.
Surtidora de emoción
cabalgando en el anhelo.
Alfarera de tu cielo,
viajera del corazón.

Zumo del alma circundo,


donde un sueño se me afina
y es el cielo que camina
por los zaguanes del mundo.
Este dolor vagabundo
con sombras de la tristeza
es arar en tu belleza
y en tu campo sin antojos,
bajo el lirio de tus ojos
y entre tu piel de cereza.

Soledad para quererte


en los labios de la vida.
Aura de amor detenida
en la orilla de la
muerte. Ofrecida por la
suerte en la lumbre de
los días, prisionera de
alegrías en el sueño de
la rosa.
Catedral de mariposa
en tu mundo de armonía.
Llega el silencio desierto
en el cauce del olvido,
donde el hueso del latido
es pajarillo despierto.
La soledad es el huerto
donde mora la campana,
y es la propicia ventana
para verte navegar,
con todo el aire del mar,
bajo la nube liviana.

Yo contigo en el amar,
contigo en el padecer
y contigo en el querer,
contigo por cielo y mar.
Corazón a despertar,
vena del cielo convida.
Y contigo por la vida
en el lecho de los huertos,
anclaré bajo los puertos
donde la muerte te olvida.

Hospital de mi vivir,
en el querer se desliza.
Lluvia de amor tu sonrisa,
borra el ansia de morir.
Cómo poder existir
y hacerle cunas al vuelo,
si perteneces al cielo,
si tienes tan tuyo el canto,
mientras me dejas el llanto
en los puertos del pañuelo.

Tú, gaviota peregrina


en la corteza del mundo.
Tú, bajo el cielo profundo
que tus ojos ilumina.
Roca del tiempo adivina
el árbol del sentimiento,
labradora del lamento
en la flor de la mañana,
girándula caravana
en las columnas del viento.

Bajo la paz del molino


—haz de arcilla silenciosa—
y caracol de la rosa
en el mensaje del pino.
En la piedra del camino
—cruz desolada de alfombra—,
tierra que ya nadie nombra
en el roble de la nada;
cabalgaste la mirada
en el andar de la sombra.
LA LEYENDA DEL HORCÓN

JUAN PABLO LOPEZ (argentino)

LLOVÍA torrencialmente,
y en la estancia del Horcón,
como adornando el fogón,
estaba toda la gente.
Dijo un viejo de repente:
«Les voy a contar un
cuento. Aura que el agua y
el viento traín a la memoria
mía cosas que naide sabía
y que yo diré al momento.

Tal vez tenga que luchar


con más de un inconveniente
pa que resista la mente
el cuento sin lagrimear;
pero Dios, que supo dar
paciencia a mi corazón,
tal vez venga esta ocasión
a alumbrar con su reflejo
el alma del gaucho viejo
que ya le espera el cajón.

No se asusten si mi cuento
les recuerda en este día
algo que ya no podía
ocultar mi sentimiento.
Vuelquen todos un momento
la memoria en el pasao,
que allí verán retratao,
con tuitos sus pormenores,
una tragedia de amores
que el silencio ha sepultao.

Hay cosas que yo no puedo


detallar como es debido:
unas, porque se han perdido,
y otras, porque tengo miedo;
pero ya que en el enriedo
los metí, pido atención,
que, si la imaginación
me ayuda en este momento,
conocerán por mi cuento
La leyenda del Horcón.

Alcancenmén un amargo
pa que suavise mi pecho,
que voy a dentrar derecho
al asunto, porque es largo;
haré juerza, sin embargo,
pa llegar hasta el final,
y si atiende cada cual
con espíritu sereno,
verán cómo un hombre güeno
llegó a hacerse criminal.

Setenta años quién diría


que vivo aquí en estos pagos,
sin conocer más halagos
que la gran tristeza mía;
setenta años no es un día,
pueden tenerlo por cierto,
pues si mis dichas han muerto,
aura tengo la virtud
de ser pa esta juventud
lo mesmo que un libro abierto.»

Iban a golpear las manos


por lo que el viejo decía,
pero una lágrima fría
les detuvo a los paisanos.
«Hay sentimientos humanos
—dijo el viejo conmovido—
que los años con su ruido
no borran de mi memoria,
y este cuento es una historia
que pa mi no tiene olvido.

Allá en mis años de mozo,


y perdonen la distancia,
sucedió que en esta estancia
hubo un crimen misterioso.
En un alazán precioso
llegó aquí un
desconocido,
mozo lindo, muy cumplido,
que al hablar con el patrón
quedó en la estancia de pión,
siendo dispués muy querido.

Al poco tiempo nomás


el amor le picotió,
y el mocito se casó
con la hija del
capataz;
todo marchaba al compás
de la dicha y del amor,
y pa grandeza mayor,
Dios le mandó con cariño,
un blanco y hermoso
niño más bonito que una
flor.

Iban pasando los años


muy felices en su choza:
ella, alegre y güeña moza;
él, fuerte y sin desengaños.
Pero misterios extraños
llegaron..., y la traición
deshizo del mocetón
sus más queridos anhelos,
y el fantasma de los celos
se clavó en su corazón.

Aguantó el hombre callao


hasta dar con la evidencia,
y un día fingió una ausencia
que jamás había pensao.
Dijo que tenía un ganao
que llevar pa la tablada,
que era una güeña bolada
pa ganarse algunos pesos,
y así, entre risas y besos,
se despidió de su amada.

A la una de la mañana
del otro día justamente,
llegó el hombre de repente
convertido en fiera humana;
de un golpe echó la ventana
contra el suelo en mil pedazos,
y avanzando a grandes pasos,
ciego de rabia y dolor,
vio que su único amor
descansaba en otros brazos.

Como un sordo movimiento


en seguida se sintió;
después un cuerpo cayó,
y otro cuerpo en el momento;
ni un. quejido ni un lamento
salió de la habitación;
y pa concluir su misión,
cuando los vio difuntos,
los enterró a los dos juntos
allá donde está ese horcón.

En la estancia se sabía
que la ingrata lo engañaba,
pero a él naide le contaba
la disgracia en que vivía;
por eso la Polecía
no hizo caso mayormente,
pues dijeron: «La inocente
se jue con su gavilán...,
y en cambio, los dos están
descansando eternamente.»
— ¡Ahijuna!—gritó un paisano—,
si es así lo que habla el viejo,
¡ése era un macho, canejo!
¡Yo le besaría la mano!...
—Yo soy—le gritó el anciano—.
¡Venga, m'hijo, bésame!...
Yo fui, m'hijo, el que maté
a tu madre disgraciada,
porque en la cama abrazada
con otro hombre la encontré.

—Hizo bien, tata querido


—gritó el hijo sin encono
—; venga, viejo, lo perdono
por lo que tanto ha sufrido;
pero aura, tata, le pido
que no la maldiga más,
que si jue mala y audaz,
por mi, perdónala, padre,
que una madre siempre es madre.

¡Déjala que duerma en paz!...


Los dos hombres se abrazaron
como nunca lo habían hecho;
juntando pecho con pecho,
como dos niños lloraron;
padre e hijo se besaron,
pero con tal sentimiento,
que el humano pensamiento
no pudo pintar ahora
la escena conmovedora
de aquel trágico momento

Los ojos de aquella gente


con el llanto se inundaron,
y todos mudos quedaron
bajo un silencio
imponente; volvió a decir
nuevamente:
—Allí están, en el horcón.
Y poniendo el corazón
el anciano en lo que dijo,
le pidió perdón al hijo,
y el hijo le dio perdón.

EL SECRETO

JUAN LOZANO Y LOZANO (Colombiano)

EN la tibia quietud de nuestra sala


sentiré que te acercas a mi lado,
conteniendo el aliento fatigado
y en puntillas, como una colegiala.

Un secreto. Y tu mano, que resbala


por mis cabellos, me tendrá vendado,
y en tu voz habrá un tono inusitado,
arrullará como si fuera un ala.

Luego, en silencio, en la penumbra densa,


saborearemos la fruición intensa
de un doble amor que se transmuta en uno.

Tanta ventura nos infunde miedo.


Mas, por instinto, lloraremos quedo,
como temiendo despertar a alguno.

ELEGÍA CREPUSCULAR

LEOPOLDO LUGONES (argentino)

DESAMPARO remoto de la estrella,


hermano del amor sin esperanza,
cuando el herido corazón no alcanza
sino el consuelo de morir por ella.
Destino a la vez fútil y tremendo,
de sentir que con gracia dolorosa
en la fragilidad de cada rosa
hay algo nuestro que se está muriendo,
Ilusión de alcanzar, franca o esquiva,
la compasión que agonizando implora,
en una dicha tan desgarradora
que nos debe matar por excesiva.
Eco de aquella anónima tonada
cuya dulzura sin querer nos hizo
con la propia delicia de un hechizo
un mal tan hondo al alma enajenada.
Tristeza llena de fatal encanto
en el que ya incapaz de gloria o arte,
sólo acierto, temblando, a preguntarte
¡qué culpa tengo de quererte tanto!...
Heroísmo de amar hasta la muerte,
que el corazón rendido te inmolara,
con una noble sencillez tan clara
como el gozo que en lágrimas se vierte.
Y en el lenguaje a la vez vulgar y blando,
al ponerlo en tus manos te diría,
no sé cómo no entiendes, alma mía,
que de tanto adorar se está matando.
¿Cómo puedes dudar, si en el exceso
de esta pasión, yo mismo me lo hiriera,
sólo porque a la herida se viniera
toda mi sangre desbordada en beso?
Pero ya el día, irremediablemente,
se va a morir más lúgubre en su calma;
y más hundida en soledad mi alma,
te llora tan cercana y tan ausente.
Trágico paso el aposento mide...
Y allá al final de la alameda oscura,
parece que algo tuyo se despide
en la desolación de mi ternura.
Glorioso en mi martirio, sólo espero
la perfección de padecer por ti.
Y es tan hondo el dolor con que te quiero,
que tengo miedo de quererte así.
CANTARES

MANUEL MACHADO (español)

V INO, sentimiento, guitarra y poesía


hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.
A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.
La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.
No importa la vida, que ya está perdida;
y después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.
Madre, pena, suerte, pena, madre,
muerte, ojos negros, negros, y negra la
suerte...
Cantares...
En ellos el alma del alma se vierte.
Cantares, cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares.
No tiene más notas la guitarra mía.

POEMA

ROMULO MADURO (venezolano)

PARÉNTESIS cerrado. Alcoba del secreto


donde el placer ensaya su paso de minueto.

Puerta de los misterios, fascinadora y fuerte,


eterna encrucijada del amor y la muerte.
Pebetero escondido, gruta de la fortuna,
donde ejerce una oculta malignidad la luna,

permite que mi verso se recline en tu nido,


se recline y se quede dulcemente dormido.

¡Serena! ¡Omnipotente! ¡Maravillosa! ¡Muda!


Tu silueta se marca francamente desnuda,

cerrando con el broche de oro de Milita


las dos eses intactas del cuerpo de Afrodita.

Tu fuerza es la de un arco tendido y a tu puerta.


Amor oculto quema la mirra de su oferta.

¿Qué importa que haya un labio de Dios que te maldiga,


si hay otro Dios que sigue, sumiso, tu cuadriga?

Bajo el opio que expira tu curvadura leda,


en la seda escondida de tu vellón se queda

la caricia dormida. El albo lirio intacto


tiembla bajo la magia recóndita del acto,

y en el ruego que inicia su leve balbuceo


se oyen piafar los potros salvajes del deseo.

La joven nubil sueña; de sus catorce años


se escapa el tenue fresco perfume de los baños.

Y en el ánfora plena de sus caderas miente


su redondez de fruta madura la simiente.

Su sueño, rosa o rojo, se torna sueño armiño,


sus dos brazos se ahuecan como amparando un niño

Y es tu cuenca secreta donde las ansias duermen


el surco milagroso fecundador del germen.
Vivo fuego sagrado para siempre encendido.
Copa de la locura. Regazo florecido,

donde el amor palpita fecundador y fuerte:


grieta donde la vida se escapa hacia la muerte.

Nodriza del deseo. Medusa y Dadre en una


conjunción que presiden las fases de la luna,

permite que mi verso se recline en tu nido,


se recline y se quede para siempre dormido.

UNA MUJER ME LLENA DE LUZ

LUIS ENRIQUE MARMOL (venezolano)

¡HOY me llenas de luz, mujer! Me siento todo


pleno de vaguedades, de imprecisión, de nada;
la evocación exúltame líricamente a modo
de fragancia que inciensa una alcoba olvidada.

¡Viene a mí tu recuerdo, y tu recuerdo apresa


como un cristal a mi alma rebosante de sueños;
tu nombre es una lengua de llamas que me besa;
tu suavidad es bálsamo de ideales beleños!

¡Yo amo tus inquietantes pupilas asombradas;


es caudal de tristezas tu cabellera suelta;
son un refinamiento tus manos extenuadas,
y un dolor tu silueta, lánguidamente esbelta!

¡Qué perfume tan íntimo tu evocación exhala!


La vaguedad empompa más tu evocación trunca.
¡La realidad presente con el tiempo resbala
y mi dicha es eterna porque no llega nunca!

¡Oh tú, mujer que adoro, siniestramente suave,


clávame tu dulzura del alma en lo más hondo!
¡Como un arado ábrame el corazón a fondo,
mi corazón canalla, que tiene trino de ave!

Otras mujeres denme su pasión y su fuego;


tú sé distinta...; que jamás pliegue tu túnica
un gesto generoso de entrega ante mi ruego,
¡y así serás mía, mi adorada, mi única!

Tan sólo tu emoción quiero, que es melodía


de dolor en la suave música de mi verso...
Así, remota, eres más hondamente mía;
que la nada es la inmensa alma del universo,
y la belleza es una suprema lejanía.

ME CUENTAN QUE HAS LLORADO

ENRIQÜE P. MARONI (argentino)

M E cuentan que has llorado oyendo versos míos,


porque tal vez encierran un poco de emoción...
¿Y te has creído acaso que yo al decirlos río?...
¡No, santa; cuántas veces me llora el corazón!...

Si una sonrisa triste me has visto por ventura,


no es porque mi vida tenga con qué alegrar...
¡Como si disfrazara sonriendo mi amargura,
me río casi siempre, tratando de olvidar!...

¿Cobarde?... Dios lo sabe si esto es cobardía


o si, por mala suerte, el rumbo equivoqué...
¿Qué quieres tú que yo haga con esta pena mía,
y si ya hace tanto tiempo que vivo así, sin fe?

Me cuentan que has llorado, que se clavó en tu pecho


la espina de mi angustia y mi pesar también...
Bendita para siempre por todo lo que has hecho;
tus lágrimas sentidas me hicieron mucho bien.

¡Si tú supieras cómo te estoy agradecido!...


¡Acaso pronto un día te lo dirá mi amor,
cuando tus dulces besos como elixir de olvido
vayan cicatrizando mi vida de dolor!...

Me cuentan que has llorado oyendo versos míos,


porque tal vez encierran un poco de emoción...
¿Y te has creído acaso que yo al decirlos río?...
¡No, santa; cuántas veces me llora el corazón!...

SOLO

ENRIQUE P. MARONI (argentino)

QUE por qué soy triste y mi pena es tanta?


¿Que por qué ando siempre cantando dolores?...
Debe ser, seguro, porque tengo el alma
llena de recuerdos y desilusiones.

Debe ser, seguro, porque noche a noche,


cuando ya cansado, regreso a la casa,
me encuentro tan solo entre las paredes,
sin quien me reciba con una palabra.

Sin quien me pregunte: ¿Qué le ocurre, amigo?


Cuente su tristeza, diga qué le pasa.
¿No tiene la mano cariñosa y buena
que le dé un resuello para la desgracia?...

¿No hay para su angustia alguna ternura


que aliviane un poco la pesada carga?...
¿Quien le tire un pucho de sus alegrías
a esa vida suya, pobre de esperanzas?...

Vida sin afectos, sin calor de nido,


siempre a los porrazos de la suerte mala,
y este pensamiento que no me
abandona:
«¡ No haber conocido a mi madre santa!»
Debe ser, seguro, porque a veces pienso
que ya los inviernos herejes me avanzan,
y me veo solo, sin tener a nadie
que pueda alcanzarme una sed de agua...

Que he luchado tanto, tan


inútilmente, que he tirado todo,
cariños y plata; por eso estoy triste y
por eso siempre
van mis emociones traspasando lágrimas...

Debe ser, seguro, porque a esta amargura


no encuentro otro pecho en donde volcarla;
debe ser, seguro, porque nunca olvido
unos ojos brujos que llevo en el alma...

MILAGROSAMENTE

ENRIQUE P. MARONI (argentino)

.No me mires nunca si me sabes muerto,


porque estoy cansado de la pena mía,
y al mirar sereno de tus ojos bellos,
¡ milagrosamente resucitaría!...

No me beses nunca si me vieras muerto,


pues tu boca roja fue mi peor herida,
y si me besaras como yo te siento,
¡ milagrosamente resucitaría!...

No me llores nunca cuando ya esté muerto,


porque estaré viendo cielos de armonía,
y si me lloraras de arrepentimiento,
¡milagrosamente resucitaría!

No me llames nunca si me sabes muerto,


pues iré cruzando sendas muy floridas,
y si me llamaras, como en otro tiempo,
¡milagrosamente resucitaría!
No me sueñes nunca cuando yo esté muerto,
porque ya habré entrado a la postrer guardia,
y si tú me sueñas, por Dios lo presiento,
¡ milagrosamente resucitaría!

Nunca me recuerdes si me sabes


muerto, demasiado tiempo me quisiste
un día... Si me recordaras en tu
pensamiento,
¡milagrosamente volveré a la vida!

SALMO DEL AMOR

EDUARDO MARQUINA (español)

¡Dios te bendiga, amor, porque eres bella!


¡Dios te bendiga, amor, porque eres mía!
¡Dios te bendiga, amor, cuando te miro!
¡Dios te bendiga, amor, cuando me miras!

¡Dios te bendiga si me guardas fe;


si no me guardas fe, Dios te bendiga!
¡Hoy, que me haces vivir, bendita seas;
cuando me hagas morir, seas bendita!

¡Bendiga Dios tus pasos hacia el bien;


tus pasos hacia el mal, Dios los bendiga!
¡Bendiciones a ti cuando me acoges;
bendiciones a ti cuando me esquivas!

¡Bendígate la luz de la mañana


que al despertarte hiere tus pupilas;
bendígate la sombra de la noche,
que en su regazo te hallará dormida!

¡Abra los ojos para bendecirte,


antes de sucumbir, el que agoniza!
¡Si al herir te bendice el asesino,
que por su bendición Dios le bendiga!
¡Bendígate el humilde a quien socorras!
¡Bendígante, al nombrarte, tus amigas!
¡Bendígante los siervos de tu casa!
¡Los complacidos deudos te bendigan!

¡Te dé la tierra bendición en flores,


y el tiempo, en copia de apacibles días,
y el mar se aquiete para bendecirte,
y el dolor se eche atrás y te bendiga!

¡Vuelva a tocar con el nevado lirio


Gabriel tu frente, y la declare ungida!
¡Dé el cielo a tu piedad don de milagro
y sanen los enfermos a tu vista!

¡Oh, querida mujer!... ¡Hoy, que me adoras,


todo de bendiciones es el día!
¡Yo te bendigo, y quiero que conmigo
Dios y el cielo y la tierra te bendigan!

MUSICA TRISTE

ANDRES MATA (venezolano)

¡UN amor que se va?... ¡Cuántos se han ido!..


Otro amor volverá más duradero
y menos doloroso que el olvido.
El alma es como pájaro inseñero
que, roto el nido en el ruinoso alero,
en otro alero reconstruye el nido.
Puede el último amor ser el primero.
Mientras más torturado y abatido,
el corazón del hombre es más sincero.
Tras de cada nublado hay un lucero,
y por ruda tormenta sacudido,
florece hasta morir el limonero.
¿Un amor que se va?... ¡Cuántos se han ido!
¡Puede el último amor ser el primero!
No te alejes del piano todavía.
Alada brote del marfil del piano,
bajo el lirio fragante de tu mano,
la tierna y amorosa melodía.
Ese adagio tristísimo y arcano
dulcifica mi espíritu doliente,
como si presintiera por mi frente
la inefable caricia de tu mano.
Si dispuso el dolor con golpe fiero
llenar de sombra la existencia mía,
ya se levanta luminoso el día
y florece otra vez el limonero
No te alejes del piano todavía...
¡Puede el último amor ser el primero!...

MOMENTO OPTIMISTA

ANDRES MATA (venezolano)

OBRE alma sin amor! Tu pena aguda


no tiene con mi pena semejanza.
Resplandece en la mía la esperanza,
la tuya se ennegrece con la duda.

¿Ves el ave y el nido en la desnuda


rama del árbol que a morir avanza?
¿No te sorprenden en estrecha alianza
la primavera y la estación sañuda?

¡Vive tu juventud! Despierta al ruido


del verbo y de la acción. Cede al encanto
de triunfar sobre el odio y el olvido.

¿Qué estímulo mayor a tu quebranto?


Sobre la débil rama el blando nido
y sobre el nido la piedad del canto.
ALMA Y PAISAJE

ANDRES MATA (venezolano)

DEBAJO de los árboles, ninguna


pena que inquiete el pensamiento mío.
Encima de los árboles, la luna;
debajo de los árboles, el río.

Abro mi corazón... Leo y confío


en la gloria, en el bien, en la fortuna.
Habla de amor, al discurrir, el río;
habla de amor, al esplender, la luna.

Quietud y soledad... Nada importuna


la comunión del pensamiento mío
con el bien y la gloria y la fortuna...

Bajo el ramaje trémulo y sombrío


sueña un hilo de oro de la luna
sobre el silencio diáfano del río.

VAS A VENIR

PEDRO MATA (español)

VAS a venir. ¡Con qué ilusión te espero!...


¡Con qué intensa emoción
miro girar sobre la blanca esfera
las delgadas agujas del reloj!...
¡Qué lentamente van!... Siervas del
tiempo, cumplen indiferentes su misión,
inmutables como él. ¡Qué les importa
el humano dolor,
ni la humana alegría, ni el engaño
compasivo y feliz de la ilusión!...
Y, sin embargo, has de venir, te espero.
Yo sé que has de venir. Más que el reloj,
más que el rodar del coche, más que el timbre,
más que el rápido son
de tus menudos pasos, más que el suave
y joyante rumor
de tu traje de seda, más que el eco
divino de tu voz,
cuando llegue el momento deseado
yo te presentiré.
¡Con qué emoción te espero!...
¡Con qué dulce y amoroso fervor
lo he preparado todo, todo, todo!...
Hay en la habitación
una grata penumbra deliciosa.
Apenas si el encaje del estor
deja pasar por las sutiles randas
un rayito de sol,
una franja de luz que tiembla y vibra,
se quiebra en el bisel del tocador
y va a morir como una mancha de oro
sobre el respaldo verde de un sillón.
Huele a ti, a tu perfume, al tuyo, al nuestro,
a aquel que sólo tú y sólo yo
sabemos que es inconfundible.
El pulverizador
ha aromado con él toda la casa
y toda huele a ti. Y está el jarrón
todo lleno de rosas, de tus rosas,
de las rosas que huelen a tu olor.
Y estoy yo tembloroso de deseo,
tremante de impaciencia y de pasión,
pensando intensamente
en ti y en nuestro amor.
Y tú vas a venir... Lo sé... ¡Te siento!...

¡Te he presentido, y ya mi corazón


me acaba de advertir con un latido
que es el tuyo ese coche que paró!...
¡Vas a subir!... ¡Vas a llamar!... ¡Tú eres!...
¡Ya estás aquí!... ¡Por fin!... ¡Qué bueno es Dios!...
CELOS

PEDRO MATA (español)

TENGO celos de ti. ¿Por qué


negarlo? Tengo celos de ti, celos
rabiosos; celos de las sonrisas de tu
boca, celos de las miradas de tus
ojos.
Cuando yo no te oigo, ¿cómo hablas?
Cuando yo no te veo, ¿cómo miras?
Cuando no estoy delante, ¿cómo suenan
los áureos cascabeles de tu risa?
Tú sabes que en los ojos de los hombres
hay miradas impuras,
que unas veces parece que acarician
y otras veces parece que desnudan.
Cuando un hombre te mira de ese
modo, cuando te envuelve una mirada
de esas y sientes que resbala por tu
cuerpo,
¿qué es lo que piensas, di, qué es lo que piensas?
Cuando tengo tu mano entre mis manos
yo sé cómo tu carne se estremece;
cuando es otra la mano que te oprime,
¿qué es lo que sientes, di, qué es lo que sientes?
Yo puedo adivinar qué pensamientos
laten en ti cuando de mí te acuerdas;
cuando es de otro el recuerdo que te asalta,
¿qué es lo que sueñas, di, qué es lo que sueñas?
Yo te he visto mil veces temblorosa
ante el fervor de mis ardientes frases,
con los divinos ojos entornados
y los húmedos labios anhelantes.
Embaída de amor, desvanecida,
cuando yo soy el que de amor te
habla. Si las palabras son las mismas,
dime:
¿cómo te suenan de otro las palabras?
Tú juras que me has dado
tu corazón, tu cuerpo y tu cariño;
pero nunca sabré si tras tus ojos
se esconde un pensamiento que no es mío.
¡Y qué me importa tu cariño entonces,
qué vale la escultura de tu cuerpo,
si son los pensamientos de tu alma
como villanos que arrebata el viento!...

ARCILLA

ORLANDO MATERAN ALFONZO (venezolano)

Yo quiero irme allí


en cuerpo y alma,
donde no llegue el odio,
donde mire sin temor la tierra
cual una lejana estrella,
y mis ojos, cansados de tiempo,
de miserias,
de hipocresías,
de gentes que van y vienen,
tornen su mirada
con la limpidez del alba.

No quiero saber más


de las cosas de este mundo,
porque mi pobre arcilla
modelándola han ido
hasta dejarla casi deforme.

Hoy siento el rostro


terrible como el universo,
con las pupilas en color de desenfrenos,
y en los labios, palabras
que, si antes eran sabias,
ahora se visten de matices diversos.
En mi jamás habitó
aquella que de fuego estuviera hecha;
mas hoy me la han dado,
tú hombre,
tú mujer,
y esta miseria que nos rodea
y finalmente nos une.

Quiero irme allí,


como antes lo había dicho,
donde nada de esto exista.
Antes que mis pensamientos se prostituyan.
Porque entonces, sí,
si no me marcho,
seré tan igual a todos;
arcilla sin alma,
arcilla sin forma,
terriblemente monstruosa.

ESTA PRINCESITA

ORLANDO MATERAN ALFONZO (Venezolano)

ESTA princesita de dulce mirada


que tanto me hace suspirar
guarda en su ser lo que más venero,
y es su alma de niña angelical.

Me lo dicen sus negros ojos


cada vez que la voy a visitar,
de sus labios brotan
cantarínas palabras que
invitan a soñar.

Colmada de alegrías y dones,


jamás le podría olvidar
y sueño con la ilusión, quizá lejana,
de su cariño poder alcanzar.

En ella amo todas aquellas cosas


que siempre le suelen adornar:
su cabello, su sonrisa, su mirada,
y la paz que infunde su faz angelical.

PRESENCIA
ORLANDO MATERAN ALFONZO (venezolano)

EN cada rayo de luz,


en cada canto de ave,
en cada rosa que florece,
ahí estás tú.

En cada rincón del día,


en cada sueño mío,
en cada nuevo amanecer,
ahí estás tú.

Con el viento juguetón,


con el azahar de las flores,
como algo muy sagrado,
ahí estás tú.

En el pasar de los años,


en el milagro de la vida,
en cada sitio de mi ciudad,
ahí estás tú.

Asi estás..., madre mía,


presente en todo:
en el tiempo, en la vida,
ahí estás tú.

HUELLA PRESENTE

JOSÉ RAMÓN MEDINA (venezolano)

I
DESDE que tengo tu amor
soy una vaga sombra de otra sombra.
Desde que tengo tu voz entre mis voces
soy una débil llama de tus ecos.

No acierto a ser como antes:


tan simple como el agua delgada del arroyo.

Simple y puro como el viento.


Como la huella del pájaro en el
aire. Como la voz del niño en el
silencio.

II
Sé de ti por el aire tímido de la mañana,
por el agua fresca del riachuelo,
por el silencio nocturno que cruza por el campo.

Sé de ti por el eco menudo de las cosas simples.

Que en esta soledad perenne brotan,


a cada paso, tus rosas deslumbrantes.

III
¿Ves?
—Encadenados vamos, el uno al otro.
—Caída entre nosotros esta flor de música inoída,
no hay tiempo para oír otras voces profundas.

Tú. Yo. Y fechas.


Hay sitios, también, que nos recuerdan
edades, ¡para siempre!

IV
Miro caer la lluvia. Y pienso en ti.
Adivino tu voz jugando a esconderse entre la niebla
(Por senda de fatigada bruma
anda el recuerdo en esta hora,
como un niño perdido entre las cosas amables
de un presentido día familiar.)

El aroma de la lluvia, lento, cae...

Y mi corazón, cubierto por espeso musgo,


canta detrás del último pañuelo
por las huellas que el agua apenas borra.
V
Para hacer este canto
apenas mojo el alma en el agua de tus ojos dulces

Para hacer este canto


apenas si acaricio la espuma de tu nombre
con estos labios hechos a las rudezas.

Para hacer este canto de amor, de luz, de cielo,


me inclino solamente a mirar las palomas
que alzan su vuelo—¡tan quedo!—
desde la alta colina de tu frente.

Para hacer este canto


me basta con el suave contacto de tu sueño.

¡Oh lirio de lejana dulcedumbre!

VI
En ti se hace verdad la melodía.
La clara melodía de la rosa.

En ti el corazón encuentra su morada.


La voz su límite perfecto.
El alma su silencioso mundo

Tengo la certeza de tu proximidad más honda.


Vivo de ti, contigo, en este renacer magnífico del sueño.
Sé que has vuelto—definitivamente—
desde tu gris aldea del olvido.

Ahora sé decir: ¡qué dulce está la tarde!


¡Qué fragante la brisa que pasa por mi corazón!

A LAS MADRES

ANTONIO MEDIZ BOLiO (mejicano)

MADRES de los héroes, madres de los mártires,


madres del soldado que cayó en campaña,
madres del que sueña con la gloria arisca,
madres del que busca paz sin encontrarla,
madres del vencido sin lauros ni lucha,
madres del que vence con fortuna y fama!
¡Madres de mendigos y de paladines,
de triunfantes próceres y de oscuros parias!
¡Sean todas benditas en todas las lenguas
por todos los hombres de todas las razas!
¡MATER ADMIRABILIS! ¡SANTAS MADRES NUESTRAS
que nos dieron todo sin pedirnos nada!
VE TU A BUSCAR TU ESTRELLA

LILA MELENDEZ MELENDEZ (Venezolana)

CORRE el siglo veinte. Lejos quedó el origen.


El dolor camina por las espaldas,
se trepa sobre los hombros como una pesada carga
y se cala hueso adentro, absorbiendo tuétanos.

El dolor de este siglo de metal es recio,


viene de afuera hacia adentro. En otros tiempos,
el dolor venía de adentro hacia afuera
y mojaba los ojos en llanto. El dolor de
hoy seca los ojos, arrasa con todo,
hasta con el aliento y las palabras.

En este siglo en que casi no hay niños


que lloren como niños. Se aguantan,
se chupan el dolor y administran su silencio,
manejando sus motores y vigilando el reloj
que ciñe sus muñecas, recortando el tiempo de su infancia

Pero dime tú, Lila Meléndez: ¿qué has hecho


de tu enérgica alegría? Levanta los puños,
sacúdete y antepón tu fuerza y tu optimismo.
Medita..., medita mucho, y no dejes que el dolor
que camina por tu espalda se trepe a tu hombro.

Ve tú a buscar tu estrella, esparce semillas


de dulzura y enséñales a los que vienen detrás
cómo se puede comer polvo en el camino
sin que amasije el pan de cada día,
y cómo se puede estar alegre aun con el peso
y la amenaza de la vida. ¡Enséñales
que cada quien tiene su estrella
que lo llama desde arriba!

TERNURA

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

DEBO dejarte. Quiero. Mas no puede


quien tendió tus ternuras a lo largo
de su costado derecho.

Quiero decirte adiós, y un «hasta luego»


mi boca dice, presintiendo amargos
de cuando he de quedarme sin tus besos.

Quiero alzar ya mi mano en despedida,


y un «hasta siempre» me detiene el brazo.
Salgo de ti para volver transida.
Digo: debo dejar de ser cobarde
y, aunque sé que me amas y te amo,
partir ya, sin regreso, en esta tarde.

Sabes que debe ser así. Tú me comprendes:


fueron días de fiesta para el alma.
Fue un regalo la Vida. Ahora enciende
en futuros recuerdos de tu lámpara
mi nombre breve, mi alegría loca.
Tú, al costado derecho quedarás mientras viva.

VOLUNTAD

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

PODRÍA morirme de la necesidad de verte.


Mas no rondo tu casa, ni te sigo en las calles,
ni pido al aire que te me muestre.

Podría morirme; es poco. Estoy muriendo


de no abrazarte y compartir contigo
mi vida, mi poesía, toda mi sangre.

Yo sé que vine después. La otra que te retiene


llegó con el alba, mientras que yo, por la tarde,
te encontré cerca del latido de mis sienes.

Desde entonces me tienes; que si río,


es porque has dicho que me quieres;
lloro y me pongo triste mientras pasan
las horas de no verte.

Podría morirme en esta urgencia de tenerte.


Mas no rondo tu casa, ni te sigo en las calles
y ni siquiera pido al aire que te me muestre.

TE ADORO

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

ME has dicho: Tú estás por encima


de todas mis cosas. Nunca a nadie amé.
Tú la llama eres, tú eres la ternura.
Me pusiste un nombre, un nombre amoroso
y con locura me besas, diciéndome:
Te adoro.
Y yo sé que es cierto. También yo te adoro;
por eso te entiendo.
También yo apagué la lámpara del silencio
para encender esta otra lámpara del fuego.
También yo arrasé con mis recuerdos,
y desnuda el alma, te la entrego en besos.

También yo, que vengo de lejos buscando


tu amor y tu nombre en el viento, te he
encontrado al fin una tarde, y desde
entonces te quiero y escucho tu voz
oculta en las rosas,
en el eco del mundo armonioso y extenso
y dentro de mí, como un ruego,
tu voz, que es un río, cual tus brazos amantes.
Un río que baña mi vida de sueños.
También yo te adoro. También yo te quiero.

MENTIRA

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

FUE mentira tu beso, pero existe tu boca.


Fue mentira tu amor, pero verdad mi sueño.
Fue sabrosa la vida de la aventura loca
que exprimí de tus frutos con sutiles empeños.
Fuiste mentira amándome, pero verdad ahora
por tu casi presencia en mi cuerpo encendido,
porque aunque no te palpe con mi mano
caliente, en mi vida toda eres como un grito
tendido.

Eres fruto, eres miel, ventura deliciosa;


te he vestido de sueños, te he cubierto de rosas,
y aunque te rías, torpe, de mi sueño galante,
en tus noches paganas me llamas delirante.

Y en mi lujuria ardida de joven y poeta


me besas cuando quieras lanzarme una saeta,
me nombras cuando quieras apagarte mi nombre
y mi recuerdo enciende tu deseo. No te asombre
Eres, estás y seguirás siendo para mí lo que eres.
Ya no puedo cambiar la carne de tu beso
por la carne que profane la boca de otros seres,
y es por eso que, al verte fugaz, me gozo de embeleso
por llamarte distinto con mi nombre amoroso,
por vestirte de sueños, por cubrirte de rosas,
por llorar de tristeza, por reír de alborozo
al sentirte muy cerca de mi cuerpo fogoso.
TU MIRADA AQUELLA

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

AYER he vuelto a tener


el maravilloso y dulce
brillo de tus ojos.

Presa en mi ardoroso anhelo,


tu mirada total quedó prendida,
y ante el recuerdo de tus hondos ojos,
nuevamente feliz, está mi vida.

Magia del encantado amor,


que en tantos años,
se ha cuidado del paso de los días.
Tú te has ido y regresas.
Yo me he ido y regreso.
Y en este permanente encuentro,
nuestros labios se bujpan y se besan.

Pero esa mirada de ayer tarde,


esa profunda, intima mirada,
no la tenía desde aquellos tiempos
en que tú no te ibas, cuando yo no me iba.

Aquellos asombrados tiempos.


Días de miel y noches—llamaradas—.
Canela y caramelo, tu piel para mis ansias.

Nuestros primeros tiempos,


cuando tus ojos vivían asomados a mis ojos,
y era una sola tu mirada y mi mirada.
Gracias, amor, por tu sonrisa única,
por la tarde de ayer—Gloria y dulzura—,
por la confirmación de mi naturaleza,
por mi viaje en tus brazos con tu
estrella, por la fe ardorosa de tu dádiva,
y sobre todo, gracias por «tu mirada aquella».
MAYO

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

DE verde se vistió la tierra


y de azul intenso el cielo.
Hay un olor a huerta fresca
y en mi corazón un anhelo.

Mayo ha removido la tierra.


Ha acariciado los cielos.
Ha perfumado la brisa
y se ha metido en mi pecho.

Con su lluvia menudita,


Mayo ha llegado en el tiempo
y las silvestres campánulas
han reventado de nuevo.

Por entre todos los tallos


se asoman las flores tiernas.
Es la venida de Mayo
en el pregón de la tierra.

Los capullos han abierto.


Maduraron las cosechas.
Y en los corazones todos
se durmieron las tormentas.

Es que ha llegado Mayo:


¡que es florecer en los pechos
y florecer en los tallos,
y florecer en la tierra...!
Entre los doce senderos
que el año enrumba al mañana,
Mayo es sendero de rosas
y sendero de esperanzas...
POEMA SIN NOMBRE Y SIN METRO

LILA MELENDEZ MELENDEZ (venezolana)

Yo te quería, sí. Te quiero.


Cuando te conocí, el mundo se pleno de maravilla...
Y tú bebiste conmigo, gota a gota,
en el milagroso momento,
el Universo entero.

No había niño enfermo sin


remedio, ni llanto sin consuelo ni
pañuelos, ni hambre sin saciarse,
ni sed sin apagarse,
ni rancho que no tuviera, por los huecos de sus muros,
su lucero.
¿Recuerdas?... El agua sabía a gloria,
era un abanico multicolor el viento.
Tu paso era de nube,
de miel tu pensamiento. Las noches abrían como flores,

y la música del mundo musitaba en tu oído


sus secretos. .
Descubrimos el aliento de las cosas,
y supimos que dentro de la maldad humana

hay siempre algo de bueno.


Descubrimos que Europa, aunque está vieja,
tiene para el amante todo nuevo.
Que el amor es una llave poderosa
que abre las puertas de la paz y del silencio.
Descubrimos tantas cosas de las nubes,
de los caminos, de la luz, de los colores,
de la vida, del cielo y del pensamiento.
Descubrimos que Dios existe,
que la mejor prueba de ello
era su fuente purísima y sincera que nos lavaba el pecho.
Y descubrimos que tú habías nacido para acompañarme,
y, juntos, vivir siempre descubriendo.
Es por eso que aunque tú vayas sola por las tardes
o te muevas sin mí en otros medios,
yo sigo siendo tu meta,
y tú, mi sueño.

ORACIÓN SENCILLA PARA LOS AUSENTES

OMAR MEZZA RAMIREZ (venezolano)

IROGUEMOS a Dios, amada,


para que todo nos una
y no nos separe nada!...

¡Yo quiero que en la distancia


sea más mía tu fragancia
y más tuyo mi suspiro...;
que cuando sola tú estés
sientas que estoy a tus
pies, que me miras y te
miro!...

¡Que el agua que nos bebemos


y el aire que respiramos
sea el mismo para los dos;
que me ames a cada instante;
que yo, sin verte, he de amarte
como amo, sin verlo, a Dios!...

¡Que cuando en tu reja aniden


nuevas rosas que suspiren,
pero que yo no sembré...,
pienses que yo soy tu dueño,
que si destejes mi sueño
yo con él me moriré!...

Y si una noche estrellada


mi ilusión abandonada
a lo lejos siento yo,
quiero oírte..., quiero verte,
junto a ti quiero la muerte,
¡pero quererte ya no!...

Roguemos a Dios, amada,


para que por siempre
estemos junto a la dicha
soñada...
¡Para que todo nos una
y no nos separe nada!...

COLOQUIO DE LAS PENAS DE AMOR

OMAR MEZZA RAMIREZ (venezolano)

¿De quién fue un suspiro, madre,


que del silencio en la tarde
a mis oídos llegó?...
«Hijo, es que sueñas despierto:
¡si fue la brisa del puerto
que en el aire se enredó!...»

¿De quién, madre, es la


caricia que por la noche, de
prisa, mis dolores alivió?...
«¡ Ay..., deliras, hijo mío!:
¡si es que temblabas de frío
y mi mano te abrigó!...»

¿Entonces dime al momento


quién me quita así el aliento
y me hiere el corazón?...
«Pobre de ti: es que has dejado
que se recline a tu lado
la hermana desilusión...»

«Hijo, mírame de frente,


no dejes que inútilmente
se consuma tu Razón...;
no pienses más en la ingrata,
que con tu dolor me matas
a mi también de dolor...»

«Reclina aquí tu cabeza


y olvida ya tu tristeza,
que mañana pasará,
cantando por el camino,
otro sueño peregrino
que en tu alma se quedará...»

SIEMPRE.

RAFAEL MICHELENA FORTOUL (venezolano)

LA tarde está en nosotros, con un poco de bruma:


adiós, pequeña mía de sonrisa de espuma.
El mar, la tarde... y todo lo que al soñar vivimos,
así nos nubla el alma, cuando nos despedimos.
Mas tú aquí, mi pequeña, mía entre el mar y el cielo;
mía en el signo mudo de tu cordial pañuelo.

¡Cómo te vivo un poco más dulcemente mía:


tan de alma, tan de aroma, tan de melancolía!
Y te gozo y te sufro, mi suave, mi sumisa,
al través de una lágrima que se perdió en sonrisa,
en la tarde enigmática que un gris de olvido asume,
¡oh mi rosa de siempre, viuda de tu perfume!

En gris de adiós envuelta tu gracia de quince años;


tu abril de mirar triste, de cabellos castaños;
y en la reminiscencia de los cariños viejos,
este agónico frío de sentirnos tan lejos.

(Por nuestra alcoba tibia, en fiesta de cariños,


con el Amor jugaron nuestros sentidos niños;
sin presentir siquiera cómo iba entre las flores
el idolillo irónico de todos los dolores
complicando aquel vino de paz y de belleza,
en su vendimia aciaga, de fiebre y de tristeza.)
La tarde está en nosotros, con un poco de bruma:
adiós, pequeña mía de sonrisa de espuma.
Deja que así te sueñe: tan lejos... y a mi lado;
música en un recuerdo que llora en lo olvidado.

Y así siempre, por todo lo que al soñar vivimos,


por esta fe gozosa con que nos despedimos,
deja que en la esperanza te lleve, presentida:
como el claro de luna sobre el agua dormida...

NOCTURNO

GABRIELA MISTRAL (chilena)

PADRE nuestro, que estás en los cielos,


¿por qué te has olvidado de mí?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llegarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mi!
Te acordaste del negro racimo
y lo diste al lagar carmesí,
y aventaste las hojas del álamo
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aún no quieres mi pecho oprimir!
Caminando, vi abrir las violetas,
el falemo del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados
para no ver más enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de otoño
y no quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla,
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di;
y en mi noche del Huerto me han sido:
Juan, cobarde, y el Ángel,
hostil. Ha venido el cansancio
infinito a clavarse en mis ojos,
al fin;
el cansancio del día que muere,
y el del alba, que debe venir;
¡el cansancio del cielo de
estaño y el cansancio del cielo
de añil! Ahora suelto la mártir
sandalia y las trenzas pidiendo
dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de Ti:
Padre nuestro, que estás en los cielos,
¿por qué te has olvidado de mí?

NOCTURNO

ROBERTO MONTESINOS (venezolano)

Yo he mirado la luna blanqueando en los tejados


mientras rueda rompiendo las nubes por el
cielo. La he mirado besando los jardines callados
donde tiende la sombra las tramas de su velo.
Como un perro, sonámbulo, olfateando en el viento,
los ojos en la luna y en el polvo los pies,
aullando mis estrofas, lejos el pensamiento,
los vecinos me han visto pasar más de una
vez. Es que busco una forma que por el aire
flota, esa forma que tiene la quimera remota,
moldeada en los vapores puros de la ilusión...
Y en las noches de luna, serenas y calladas,
yo miro las visiones de los cuentos de hadas
por las calles desiertas pasear su evocación.
¿Quién no sueña a la luna? ¡Todo el que no es poeta!
Todo aquel que carece de una anímula inquieta,
y no goza, en deletie, la embriaguez interior
que siempre da la luna
cuando en la noche bruna
pone su luz velada en las citas de amor.
¡Oh, luna de los locos y los enamorados!,
de las niñas histéricas, de los perros hambreados;
yo también, como un perro, te aúllo mi canción,
haciendo, para aullarla, los más hondos esfuerzos,
porque sé íntimamente que los mejores versos
son los que se han sentido bajo una inlunación.

EL TINAJERO

JULIO MORALES LARA (venezolano)

TINAJERO,
tienes un corazón armonioso.
El agua,
que aprendió a cantar en la montaña,
se metió como un pájaro
en tu jaula.
El agua arisca, que aprendió a cantar
como los pájaros,
que corrió por la quebrada,
que se pintó de cielo,
no olvidó su cantar
entre tu jaula.
Tinajero,
no tuviste corazón
hasta que el agua se metió en tu jaula.
Eras sordo y adusto
como un viejo,
y hasta daba miedo contemplar tus rejas;
hoy tienes voz y frescura de mujer,
sabes cantar con voz clara
el ritmo de tu corazón
de piedra bárbara.
Tinajero,
esta noche has cantado tanto,
que la tinaja se colmó de agua
y se ha dado a cantar alegremente.
NOTAS

PEDRO MARIA MORANTES (venezolano)

UNA flor encendida que llevabas


prendida del cabello,
como prenda de amor me diste un día
que en la memoria llevo.
¡Qué símbolo tan fiel de tu capricho!
El encendido fuego
del cáliz de la flor duró una hora
y tu amor... duró menos.

Dejé por fin, cortés, no convencido


que cual cosa indudable establecieras
que el femenino corazón es blando,
blando como las plumas y la cera,
y el de los hombres, duro,
duro como los riscos y las piedras.

Tenías mucha razón, te lo confieso.


¡Con qué facilidad tan estupenda
el que vino después borró mi nombre
de tu sensible corazón de cera!
Y yo, por más que lucho,
no consigo borrar ninguna letra
de tu nombre, ¡que escrito
tengo en mi duro corazón de piedra!

Al traerte el recuerdo de otros hombres


que amaste con delirio,
me dices despreciándoles: «¡Te juro,
yo no los he querido!»
Mañana al recordarte otro mi nombre
le jurarás lo mismo;
y el beso con que tú sellas mi boca
para impedir que diga lo que digo,
¡quién sabe si es el beso con que Judas,
el traidor Iscariote, vendió a Cristo!
EL DUELO

MANUEL MUR OTTI

¡QUE cómo fue, señora?...


Como son las cosas cuando son del
alma, Ella era muy linda, y él era muy
hombre, y ya la quería, y ella me
adoraba;
pero él, hecho sombras, se me interponía,
y todas las noches, junto a su ventana,
fragantes manojos de rosas había
y rojos claveles y dalias de nácar.
Y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo la luna brillaba,
de entre las palmeras brotaba su canto
y como una flecha llegaba a su casa.
¡Cómo la quería!... ¡Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra!
Y yo, tras las palmas, con rabia le oía,
y entre canto y canto colgaba una
lágrima. Lágrima de hombre, no crea otra
cosa, que los hombres lloran como las
mujeres, porque tienen débil, como ellas,
el alma.
No pude evitarlo... La envidia es muy negra,
y la pena de amor es muy mala,
y cuando la sangre se enrabia en las venas,
no hay quien pueda, señora, calmarla...
Y una noche..., ¡lo que hacen los celos!,
le esperé allá abajo, junto a la cañada;
retumbaba el trueno, llovía y el río,
igual que mis venas, hinchado bajaba.
Al fin, a lo lejos, lo vi entre las
sombras; venía cantando su loca
esperanza;
en el cinto colgaba el machete
bajo el brazo la alegre guitarra.
Llegó hasta mi lado tranquilo, sereno;
me clavó en los ojos su fría mirada;
me dijo: «¿Me esperas?...» Le dije: «¡Te espero!...»
Y no nos hablamos ni media palabra.
Que era bravo el hombre, bravo cual los hombres machos,
y los hombres machos pelean, no hablan.
¡Cómo la quería!... El machete dijo
su amor y sus ansias, roncaba su pecho,
brillaban sus ojos, y entre golpe y golpe
¡ponía su alma!...
No fue lucha de hombres, fue lucha de toros,
eso bien lo sabe la vieja cañada;
pero más que el amor y el ensueño
pudieron la envidia y la rabia,
y al fin mi machete lo dejó tendido
sobre su guitarra.
No tema, señora, son cosas pasadas...
Todavía en el suelo, me dijo llorando:
«Quiérela..., ¡que es buena!...
Quiérela..., ¡que es santa!...
Quiérela... como yo la he querido,
que aunque muero..., ¡la llevo metida en el alma!...»
Y tuve celos, señora, del que así me hablaba,
y tuve celos de aquel que moría
y aun muriendo la amaba...
Y la sangre cegó mis pupilas, y el machete
en la mano temblóme con rabia, lo hundí
en su pecho con odio y con furia y rasgué
su carne buscándole el alma...
Porque en el alma se llevaba mi hembra...,
y yo no quería que se la llevara.

LA ESPERA

ROSELIA NARVAEZ (venezolana)

¡Ay que te estoy esperando


bajo luz de luna y luna!
¡Ay, que me cortan las carnes
cuchillos de viento y viento!
¡Está el paisaje contento
con su risa de arideces,
y mi impaciencia se mece
colgada entre tuna y tuna!
Está reseca la tierra
porque los soles la
hirieron y está pidiendo a
los cielos caricias de lluvia
y lluvia.
¡Ay, que esa lumbre tan rubia
le ha robado hasta la savia
y se estremece en su rabia,
que dura de enero a enero!

La brisa me está tentando


con moneditas de arena,
y la espera se me alarga
tendida entre rumbo y
rumbo. Va la ilusión dando
tumbos por los baches del
camino,
y yo alumbro mi destino
con farolitos de pena.

¡Ay!, que la brisa viajera


te contará en la mañana
las tristezas de la espera
que rumio entre queja y queja.
¡Ay!, que la brisa se aleja
con su caricia callada
y amanecerá colgada
del marco de tu ventana.

No le cierres las cortinas


a la brisa mensajera;
déjala entrar en tu
alcoba
callada entre sueño y sueño.

¡Ay pedacito de ensueño!,


que es un intacto tesoro...,
¡y este paisaje es un lloro
que la ilusión roba y roba!...
¡Ay, que te estaba esperando
bajo luz de luna y luna!
¡Ay, que cortaron mis carnes
cuchillos de viento y viento!
¡No está el paisaje contento
y está llorando arideces,
porque esta angustia parece
espinas de tuna y tuna!...

DE TU ESENCIA

ROSELIA NARVAEZ (venezolana)

¡Madre!...
La savia de tu vida fundióse en mi estructura;
el golpe de tu sangre me llena el corazón;
mi voz copió tus ecos; mi nombre, tu cadencia;
¡tu angustia vive intacta en mi honda vibración!...
De tu vida a mi muerte..., ¡qué larga la distancia!...
De tu muerte a mi vida..., ¡qué corta transición!...
De todo tu silencio..., ¡qué mundo de palabras!...
De tu palabra muerta..., ¡qué callado fervor!...
¿En dónde está tu esencia de brisa peregrina?
¿En qué secreto lirio tu mano se fundió?
¿En qué rosal palpita la flor de tus temores?
¿En qué callado arroyo se encuentra tu rumor?
La noche, que se aleja con paso de lucero,
te envuelve entre sus sombras, enreda tu emoción,
se enrosca en tu silencio, te mira tan inerte,
¡que llora en mil estrellas su pena y su dolor!...
¡Madre!
Ausente de mi vida, presente en cada sueño,
como una campanada en pleno corazón;
uniéndote a mi nombre, ceñida a mi tristeza,
¡mi grito y tu silencio se elevan hacia Dios!...
PENA

ROSELIA NARVAEZ (venezolana)

Me sobra pena para tanto llanto,


me falta llanto para tanta pena;
hoy soy pequeña para duelo tanto,
y ayer fui grande ante la dicha plena.

Estoy marcada por dolores idos


que van llorando la emoción presente;
dolores muertos como el bien perdido,
que más me duelen por estar ausentes.

Me sobra duelo para tanta angustia,


me falta angustia para tanto duelo.
Desnudo el cáliz como rosa mustia,

me siento herida hasta en el alma ajena.


Ya no es mi amor refugio de consuelo...,
porque a mí hasta el amor me sabe a pena.

TU SABRAS

ROSELIA NARVAEZ (venezolana)

Tú sabrás, si te asomas al abismo


que existe tras la cuenca de mis
ojos,
que hay en cada minuto un cataclismo
que rompe los ensueños a su antojo.

Tú sabrás, si me escuchas la plegaria,


que hay angustias que nadie ha comprendido,
que hay nostalgias de selva centenaria
en cuyas ramas ya no quedan nidos.

¡Qué de cosas sabrás si en noche oscura


atrapas mis suspiros anhelantes,
si miras que silente y con premura
retengo alguna lágrima importuna!...
¡Qué de cosas sabrás si, vigilante,
me escuchas que dialogo con la luna!...

UN DOLOR

ROSELIA NARVAEZ (venezolana)

N dolor es un barco caprichoso


que vaga por el mar de nuestra vida...
Un dolor es el grito poderoso
que ahoga el alma cuando está perdida.

Un dolor es la angustia del fracaso,


es el temblor de triste despedida...,
¡es la sombra que camina paso a paso
buscando la ilusión desvanecida!...

Es desear la sombra de la muerte,


es anhelar lo hermoso de la vida,
es protestar un día contra la suerte...

Un dolor es un ancla que nos ata,


un ensueño fugaz que nos convida
y una pena incesante que nos mata.

EL CRISTO DE MI CABECERA

RUBEN C. NAVARRO

CUANDO estaba solo..., solo en mi cabaña,


que construí a la vera de la audaz montaña,
cuya cumbre ha siglos engendró el anhelo
de romper las nubes... y tocar el cielo;
cuando sollozaba con el desconsuelo
de que mi pastora—más que nunca huraña—
de mi amor al grito nada respondía;
cuando muy enfermo de melancolía,
una voz interna siempre me decía
que me moriría
si su almita blanca para mí no fuera,
¡le rezaba al Cristo de mi cabecera!,
¡porque me quisiera!...,
¡porque me quisiera!...
………………………………………………………………………………………
Cuando nos unimos con eternos lazos
y la pobrecita me tendió los brazos
y me dio sus besos y alentó mi fe;
cuando en la capilla de la Virgen Pura
nos bendijo el cura,
y el encanto vino, y el dolor se fue;
cuando me decía,
loca de alegría,
que su vida toda para mí sería,
¡le rezaba al Cristo de mi cabecera
porque prolongara nuestra primavera!...
¡Porque prolongara nuestra primavera!

Cuando sin amparo me dejó en la vida


y en el pobre lecho la miré tendida;
cuando até sus manos, que mostraban una
santa y apacible palidez de luna,
y corté su hermosa cabellera bruna,
que en el fondo guardo de mi viejo
arcón; cuando, con el alma rota en mil
pedazos, delicadamente la tomé en mis
brazos para colocarla dentro del cajón;
cuando, muy enfermo de melancolía,
una voz interna siempre me decía
que ya nada, ¡nada!, me consolaría,
¡le rezaba al Cristo de mi cabecera
porque de mis duelos compasión tuviera!...,
¡porque de mis duelos compasión tuviera!
……………………………………………………………………..
Hoy, que vivo solo..., solo en mi cabaña,
que construí a la vera de la audaz montaña,
cuya cumbre ha siglos engendró el anhelo
de romper las nubes y besar el cielo;
hoy, que por la fuerza del dolor
vencido busco en el silencio mi rincón
de olvido, mustias ya las flores de mi
primavera, triste la esperanza y el
encanto ido, rota la quimera,
muerta la ilusión...,
¡ya no rezo al Cristo... que jamás oyera
los desgarramientos de mi corazón!...

BAÑISTA

AQUILES NAZOA (venezolano)

LABIOS del agua, lentos y delgados,


te recorren y cantan, flauta viva,
y en la delicia de tu piel se aviva
un paisaje con pinos y venados.

Mapas de oro y miel, súbitos prados


va inaugurando en ti la linfa activa
que con dedos sin tacto te cautiva
rodillas y cuadriles y costados.

Así por la corriente aprisionada


diluyéndose va tu arquitectura,
hasta ser, tú también, agua serena.

Y ya de luz y peces habitada,


es el agua quien bebe tu frescura
y tú quien huye y canta por la arena.

AMOR, CUANDO YO MUERA...

AQUILES NAZOA (venezolano)

AMOR, cuando yo muera no te vistas de viuda,


ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras «pataletas» que al vecindario alarmen,
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.

No te sientes al lado de mi cajón mortuorio


usando a tus cuñadas como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!

Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito


dictamine, observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.

Amor, cuando yo muera, no te vistas de viuda:


Yo quiero ser un muerto como los de Neruda;
y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos estilo Julio Flórez!

No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»


cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de indiscreta
a curiosear el nombre que tiene la tarjeta.

No grites, amada, que te lleve conmigo


y que sin mí te quedas como en «Tomo y obligo»,
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.

Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;


no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!

GALERÓN CON UNA NEGRA

AQUILES NAZOA (venezolano)

DESDE Guáchara al Cajón,


de Cazorla a Palo Santo,
no hay negra que baile tanto
como mi negra Asunción.
Cuantío empieza el galerón
y entra mi negra en pelea,
todo el mundo la rodea
como hormiguero a huesito.
¡Porque hay que ver lo bonito
que esa negra joropea!

Que esa negra joropea


bien lo sabe el que la
saca,
que la compara a su hamaca
cuando hay calor y ventea.
—¡Así es que se escobillea!
—le dice algún mocetón.
Y en su honor hace Asunción
una figura tan buena,
que como flor de cayena
se le esponja el camisón.

Se le esponja el camisón,
y el mozo que la ha floreado
salta: —¡Permiso, cuñado,
que es conmigo la cuestión!
Luego se ajusta el calzón,
la engarza por la cintura
y con tanta donosura
se le mueve y la maneja
que la negra lo festeja
con una nueva figura.

Con una nueva figura


en que ella se le encabrita
como gallina chiquita
cuando el gallo la procura.
— ¡Venga a verla, don Ventura
—grita alguno hacia el corral,
y desde allí el caporal
dice con cara risueña:
—Baila bien esa trigueña;
yo la he visto en Guayabal.

Yo la he visto en Guayabal
y también en San Fernando.
Yo vengo el Llano cruzando
de paso para El Yagual,
y aunque decirlo esté mal
por parecer pretensión,
desde Guáchara al Cajón,
de Cazorla a Palo Santo,
¡no hay negra que baile tanto
como mi negra Asunción!

RETABLILLO DE NAVIDAD

AQUILES NAZOA (venezolano)

DE SU esposo en compañía,
soñolienta y fatigada,
por ver si les dan posada
toca en las puertas María.
El le dice: —Esposa mía,
ten calma, vamos a ver...
Nos abrirán al saber
que te encuentras en
estado y un lecho busca
prestado tu niño para
nacer.

Pues tiembla la Virgen bella,


él se quita en el camino
su paltocito de lino
para ofrecérselo a ella.
—Vaya mi linda doncella
con este manto abrigada —
dice con gracia forzada
mientras siente las
diabluras
que hace el frío en las roturas
de su franela rayada.
De portón van en portón
suplicando humildemente
y en todos les da la gente
la misma contestación:
«Esta casa no es pensión»,
o «¿Cuánto van a pagar?...»
Y en uno que otro lugar
hay quien al ver a María
dice alguna picardía
para hacerla sonrojar.

¡Qué pobrecitos que son!


¡Qué pena tan sin alivio!
Todos tienen lecho tibio,
¡nadie tiene corazón!
De cansancio y aflicción
la Virgen se echa a llorar
y torna triste a mirar
que en la noche, alta y desierta,
la luna es como una puerta
que se abre de par en par.

A la casa de un pastor
van por fin José y María;
sólo piden hostería
para que nazca el Señor.
Pero hay allí tanto amor
por los buenos peregrinos,
que la pastora sus linos
abandona en el telar
y al punto les va a buscar
cuajadas, panes y vino.

Ya la Virgen tiende el manto


sobre la hierba olorosa;
ya como delgada rosa
se dobla su cuerpo santo;
ya a través de un claro llanto
los ojos del buey la ven;
llora el burrito también.
Y la historia nos relata
que una estrella de hojalata
brilló esa noche en Belén.

POEMA 12

PABLO NERÜDA (Chileno)

PARA mi corazón basta tu pecho,


para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu
alma.

Es en ti la ilusión de cada día.


Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento,


como los pinos y como los mástiles.
Como ellos, eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.


Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté, y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.

POEMA 15

PABLO NERUDA (chileno)

Me gustas cuando callas porque estás como ausente


y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma,
emerges de las cosas llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.


Y, estás como quejándote, mariposa en arrullo,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza.
Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio


claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche callada y constelada.
Tu silencio es de estrellas, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.


Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
¡Una palabra entonces, una sonrisa bastan,
y estoy alegre, alegre de que no sea cierto!...

POEMA 20

PABLO NERUDA (Chileno)

PUEDO escribir los versos más tristes esta


noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está
estrellada, y tiritan, azules, los astros a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería;
cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella,
y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla;
la noche está estrellada, y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles;
nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto; pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto; pero tal vez la quiero;
es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

FAREWELL

PABLO NERUDA (Chileno)

DESDE el fondo de ti, y arrodillado,


un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,


tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra,
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, amada.
Para que nada nos amarre,
que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,


ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Amo el amor de los marineros


que besan y se van.

Dejan una promesa.


No vuelven nunca
más.

En cada puerto una mujer espera;


los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte


en el lecho del mar.

Amo el amor que se reparte


en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno


y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse


para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca,


amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,


ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada,


y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más?... Juntos hicimos


un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,


del que corte en tu huerto lo que he sembrado

yo. Yo me voy. Estoy triste, pero siempre estoy


triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

Desde tu corazón me dice adiós un niño,


¡y yo le digo adiós!...

AQUÍ TE AMO...

PABLO NERUDA (Chileno)

AQUÍ te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.


Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.


Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves
que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.

Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.


Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaja de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.


Y como yo te amo, los pinos, en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

HE IDO MARCANDO...

PABLO NERUDA (Chileno)

ido marcando con cruces de fuego


el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.

Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,


muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.

Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.


La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.

Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.


Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de
olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
¡Oh, poder celebrarte con todas las palabras de
alegría!
Cantar, arder, huir, como un campanario en las
manos de un loco.
Triste ternura mía, ¿qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.
TE RECUERDO COMO ERAS...

PABLO NERÜDA (chileno)

e recuerdo como eras en el último otoño.


Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
y las hojas caían en el agua de tu alma.

Apegada a mis brazos como una enredadera,


las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:


boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros:


¡Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en
calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

PARA QUE TU ME OIGAS...

PABLO NERUDA (Chileno)

PARA que tú me oigas


mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas

Collar, cascabel ebrio


para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.


Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,


y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte


para que tú oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.


Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escucha otras voces en mi voz dolorida.

Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.


Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.


Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito


para tus blancas manos, suaves como las uvas

CUERPO DE MUJER

PABLO NERUDA (Chileno)

CUERPO de mujer, blancas colinas, muslos blancos,


te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui sólo como un túnel. De mí huían los pájaros,


y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi onda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.


Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia!
¡Ah las rosas del pubis! ¡Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.


¡Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

LA CANCIÓN DESESPERADA

PABLO NERUDA (chileno)

EMERGE tu recuerdo de la noche en que estoy.


El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.


Es la hora de partir, ¡oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas.


¡Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.


De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.


Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.


La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,


turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.


Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,


anduve más allá del deseo y del acto.

¡Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,


a ti en esta hora húmeda evoco y hago canto!

Como un vaso albergaste la infinita ternura,


y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,


y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.


Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

¡Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme


en la tierra de tu alma y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,


el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,


aún los racimos arden picoteados de pájaros.

¡Oh la boca mordida, oh los besados miembros,


oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzado

¡Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo


en que nos anudamos y nos desesperamos!

Y la ternura, leve como el agua y la harina.


Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,


y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.


¡Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo!

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,


descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora


que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.


Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.


Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

¡Ah, más allá de todo! ¡Ah, más allá de todo!


Es la hora de partir. ¡Oh abandonado!

PERSEVERANCIA

AMADO NERVO (mexicano)

CABECITA esquiva,
cabecita loca,
eres roca viva...;
pero en esa roca
plantaré un jardín
de suave fragancia.
¡Si la tierra es poca,
mucha es la constancia;
mi perseverancia logrará su fin!...

Aguardo... ¡Mi nave sus velas enjunca!...


¡Ya vendrá el deshielo de tu alma glacial;
ya por cada rosa que tu mano trunca
brotará un retoño, crecerá un rosal!...
¡Derrotado siempre, y abatido nunca,
yo con sueños rotos labro un ideal!...
Y así marcharemos hasta que en su día
cuajen las ternuras sobre el desamor,
y mi pobre labio, que sólo sabía murmurar:
«Mañana...», clame por fin: «¡Mía!...»;
¡la perseverancia siempre da una flor!...

EL DÍA QUE ME QUIERAS

AMADO NERVO (mexicano)

EL día que me quieras tendrá más luz que junio;


la noche que me quieras será de plenilunio.
Con notas de Beethoven gimiendo en cada rayo
sus inefables cosas..., y habrá juntas más rosas
¡que en todo el mes de mayo!...
Mil fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cantarínas
¡el día que me quieras!
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán de cantos nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras
¡Cogidas de las manos, cual rubias
hermanitas, luciendo golas candidas, irán las
margaritas por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras!...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: «¡Apasionadamente!...»
¡Al reventar el alba del día que me quieras...
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en cada estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos;
el día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de Las mil y una noches; cada brisa, un cantar;
cada árbol, una lira; cada monte, un altar!...
¡El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Diosl...

GRATIA PLENA

AMADO NERVO (mexicano)

TODO en ella encantaba, todo en ella


atraía: su mirada, su gesto, su sonrisa, su
andar... El ingenio de Francia de su boca
fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría:
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!...

Ingenua como el agua, diáfana como el día,


rubia y nevada como Margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía.
Era llena de gracia, como el Avemaría:
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!...

Cierta dulce y amable dignidad la investía


de no sé qué prestigio lejano y singular,
más que muchas princesas, princesa parecía.
Era llena de gracia, como el Avemaría:
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!...

Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía


dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia, como el Avenaría:
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!...

¡Cuánto, cuánto la quise!... Por diez años fue mía


pero flores tan bellas nunca pueden durar...
Era llena de gracia, como el Avenaría,
y a la fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar...
CUANDO ME VAYA PARA SIEMPRE

AMADO NERVO (mexicano)

CUANDO me vaya para siempre entierra


con mis despojos tu pasión ferviente;
a mi recuerdo tu memoria cierra;
es ley común que a quien cubrió la tierra
el olvido lo cubra eternamente.

A nueva vida de pasión despierta


y sé dichosa; si un amor perdiste,
otro cariño tocará tu puerta...
¿Por qué impedir que la esperanza muerta
resurja ufana para bien del triste?

Ya ves..., todo renace...; hasta la


pálida tarde revive en la mañana
hermosa; vuelven las hojas a la rama
escuálida, y la cripta que forma la
crisálida
es cuna de pintada mariposa.

Tornan las flores al jardín ufano


que arropó con sus nieves el invierno;
hasta el Polo disfruta del verano...
¿Por qué nomás el corazón humano
ha de sufrir el desencanto eterno?

Ama de nuevo y sé feliz. Sofoca


hasta el perfume de mi amor, si existe;
¡sólo te pido que no borres, loca,
al sellar otros labios con tu boca,
la huella de aquel beso que me diste!

ALTAFLOR

FÉLIX ARMANDO NUÑEZ (venezolano)

SIN ruido te deslizas a hacerme compañía,


cautiva de la tarde, del silencio amadora
y sabia en soledades te complace ser mía
entregándome tu alma en cada sitio y hora.

Ni riquezas, ni nombre, ni juventud, ni gloria


es la fuerza secreta que hacia mí te encamina:
es el sino que pone su intención en la historia,
su delicia en el verso y el día que declina.

Hecha del suave pétalo de una flor escogida


o la más alta rama de un follaje lustroso,
aspirando tu esencia se le acaba la vida
en un milagro eterno de dulzura y reposo.

Te viste tu blancura en túnicas de cielo


y no puedo tocarte sin romper el encanto
de estar contigo; encanto de no tener anhelo
porque me envuelves toda como un sagrado canto.

Dentro de un año acaso no volverás tan bella.


Mientras tanto hablo poco y tú no dices nada.
Entre los tilos claros aparece una estrella
y mi charla retorna augusta y serena.

EL VIENTO DE LA TARDE

FÉLIX ARMANDO NUÑEZ (venezolano)

BRISA crepuscular en el estío...


¡Qué dulcemente danzan los ramajes
a la luz de los globos opalinos!...
Se ha poblado de espíritus la tarde.

El ambiente se vuelve puro, íntimo,


al vaivén cadencioso de los árboles...
Hace pensar nuestra actitud que oímos
narraciones de un vago y dulce viaje.

Parece que un viajero conocido


que fuimos a esperar hace un instante,
habla en voz baja como en un suspiro
de un silencioso e inmaterial paraje.

Se hace más rumoroso el viento; y tibio,


puro, trascendental, flota en el aire
un perfume de incienso diluido...
Siento un beso en la frente... Mas, no hay nadie...

Nada más que los globos opalinos...,


la danza cadenciosa de los árboles...,
las primeras estrellas..., los caminos
color de ámbar... Y la sombra cae.

ROMANCE DEL ACABÓSE

JOSÉ ANTONIO OCHAITA (español)

AQUELLO puede acabarse


del modo que te
convenga. Yo te prometo
colgarme en el pescuezo
una piedra y echarme de
noche al río sin que tú
misma lo sepas.

Yo estoy dispuesto a cargar


con la pólvora más negra
un cachorrillo de hierro
y que las sienes me muerda.

Yo buscaré un escorpión
de uña retorcida y negra
y dejaré que en mi pecho
toda su ponzoña vierta.

Esto se puede acabar


del modo que te convenga,
esta tarde o esta noche
o después, cuando amanezca.

Sólo con que tú me digas:


«Se acabó la historia aquella...»
Pero lo que no podrás
es que acabemos a medias.

Que en amistad trastoquemos


lo que fue pasión deshecha;
que tú vayas por la calle,
y yo por la calle venga,
y nos digamos: «¡Adiós!»,
como amigos que se encuentran.
Que tú digas: «¡Aquel tiempo!»;
que yo diga: «¡Aquella fecha!»,
y que los besos sorbidos
boca a boca, vena a vena,
no se nos pongan de pie
como claras bayonetas
y nos claven por cobardes
sobre la cruz de las piedras.

Amantes fuimos los dos,


que amarse no da vergüenza;
comimos el mismo pan,
pisamos la misma hierba,
y las paredes calladas
huelen, al que oler lo sepa,
a vida que hicimos juntos
unida cara con cara.

Amantes fuimos los dos;


el fuego tú, yo la yesca;
tú la soga, yo el caldero;
tú el aire, yo la veleta.
Años enteros unidos
en una misma cadena
de sobresaltos y besos,
de conciencia y de inconciencia,
de quietud y de inquietud.
¡Ay Dios, que si lo barruntan!
¡Ay Dios, que si lo comentan!
¡Ay, que si me ven contigo!
¡Ay, que contigo me vean!

Besos entre sobresaltos,


entre amarguras, promesas.
Saber engañar a todos
y tener la verdad nuestra:
de estar por dentro casados
en una alianza secreta.
Casado estuve contigo;
arras fueron las estrellas,
y en el libro de la vida
quedó por siempre una fecha:
que era junio y era un día
que olía a cosas eternas.
Amantes fuimos los dos,
que amarse no da vergüenza.
Amantes fuimos de llanto,
amantes de complacencia,
amantes porque te di
todo lo que tú me dieras.
La vida tuya fue mía;
la mía, tú te la llevas.
Hasta ayer. Ayer me dices
claramente, por las buenas,
que nos conviene acabar
con aquella historia.
¡Aquélla! Eso no nace de nuevo,
no lo improvisas a ciegas;
eso, razón razonada,
«agua que viene de alberca
no se detiene ante nada».
¿Que vamos a acabar? Bueno;
como mejor te convenga.
Y estoy dispuesto a colgarme
en el pescuezo una piedra
y echarme de noche al río
sin que tú misma lo sepas.
¿Tú qué harás? ¿Entrarte a monja?
¿Beber solimán a ciegas?
¿Ponerte un ascua en las sienes
porque derritan su cera?
Sólo así podrá acabar
pasión que fue tan entera.
¿Pues otra cosa creías?
¿Pues otra cosa alimentas?
¿Que amor se puede cambiar
en amistad sin ojeras?
¿Que amantes y amigos son
como dos varas gemelas,
y que se corta la una
cuando la otra se seca?
¿Que quien te tuvo en sus brazos
y saboreó tu lengua,
y hundió contigo la almohada,
junto a tu misma cabeza,
puede ser el amigo ese
que, cuando se le tropieza,
se le dice: «¡Adiós, amigo!»,
y se sigue la vereda?

Pero ¿quién te ha trastornado,


quién te ha dado esa ceguera?
El amor, cuando es amor,
sólo tiene dos certezas:
el odio, verdad de sangre;
la muerte, certeza negra.
¿Que vamos a acabar? Bueno;
como mejor te convenga.
Pero ¿amigos? ¡Nunca! ¡Nunca!
Te estoy deseando muerta,
me estoy deseando muerto,
pero sin amor a medias.
Si tú quieres, llámame;
yo te llamaré si esperas.
¡Hazme el nudo corredizo;
eche yo el nudo a tu cuerpo,
y acabemos esta vida
que por tanto amor te pesa!
LOS BESOS QUE YO TE DI

JÓSE ANTONIO OCHAITA (español)

AUNQUE entres en una alberca


de agua fría y arrayanes,
que tenga disueltas dentro
estrellas, columnas y aire.
Aunque te frotes después,
amontonando tu sangre,
con hilos recién hilados
que crujan al desdoblarse.
Aunque en vez de agua prefieras
pez para purificarte
y entres en una cisterna
de hiél, de brea y almagre,
de esas que funden troqueles
—porque se tragan metales—.
Aunque con buriles nuevos
acuñen nueva tu imagen
o un sayón bartolomeo
piel a túrdigas te
arranque. Aunque
nacieras de nuevo en el
vientre de tu madre
y el Santo Padre de Roma
de nuevo te cristianase,
los besos que yo te di
no te los limpiará nadie.
Que vas reluciendo a besos,
pregonando su linaje;
brillando y oscureciendo
como una luna en dos fases,
que nunca mata el creciente
porque no quiere el menguante.
La saliva de mis besos
no se te pegó a la carne;
si se te hubiera pegado,
arrancarla fuera fácil,
y pisotearla de nuevo
cosa de buenos amantes.
Pero no fue pegadiza,
no fue postura de traje
que en una feria se compra
y en otra feria se añade,
y cuando pasa, se cambia,
conforme cambia el
paisaje en un primero de
mayo que no quiere
sofocarse.
La saliva de mis besos
te cimentó la raigambre,
la respiraron tus huesos,
la comieron tus i jares,
te clareó las entrañas,
te hizo crecer y esponjarte
como crecen y se esponjan
los chopos al agua fácil.
Lo canijo de tu vida
tuvo un apoyo de jaspe:
¡mis besos! El hambre tuya
dejó de ser malas hambres
¡con mis besos! La ceniza
de tu horizonte sin cauce
tuvo su lumbre: ¡mis
besos!
Tu palabra sin engarce
tuvo gramática: ¡besos!,
que son, más que besos, frases
de un evangelio de sangre
con nuestras dos iniciales.
Ahora di: ¿qué tienes tú
que no estuviera unido
a mis besos antes?...
Eras cañamazo torpe,
hilaza que se deshace,
y en mis labios tuve agujas
divinas para bordarte
de la camisa al pañuelo,
desde el tuétano a la carne.
Que tú eras humo dormido
que no acierta a despejarse,
y yo te mostré un joyel
en ese fanal de besos
altos, tersos, graves,
y dentro de él reluciste
—tú que eras tristeza mate—
como reluce una hostia
que acaba de consagrarse,
que es pan y no es pan, porque
se amasó de eternidades.
Anda, quítate mis besos;
date alquitrán y vinagre,
entra en un río de greda
o en una selva de sables;
busca otros besos que pongan
a los míos antifaces.
¿Qué ibas a conseguir, di?
Si habría que machacarte,
y en el polvo de tus huesos
estarían mis señales.
El agua se irá burlada;
la lumbre quemará en balde;
se mellarán las navajas;
caerán las caretas fácil;
te señalarán cien dedos
—diana de los cobardes—;
te gastarás en falsos
mentidos de escaparate,
y aun ahí estarán mis besos
fundidos a tu raigambre.
y hasta el día que en la tierra
con otra tierra te tapen,
por debajo del montón
mis besos han de notarse:
vivos, aunque te hayas muerto;
nuevos, aunque te gastes;
calientes, aunque te enfríes;
verdad, aunque los negaste,
para que Dios te conozca
por lo bizarro del traje
y sean los besos míos,
al cabo, ¡los que te salven!

NOCTURNO DE UN AMOR IMPOSIBLE

HERNAN OSORIO (venezolano)

ESTA noche me he sentido muy triste...


He pensado en ti largamente...
Intensamente...
Fijamente...
He volcado en mi soledad
el rosario de recuerdos
que me hablaban de ti... Esta noche
tan fantásticamente bella,
tan bañada de luna
y tan poblada de estrellas...
Aquí...
Mirando a través de tus miradas distantes,
veo tus gestos
en los gestos de la brisa...
De esa brisa,
cabalgadura de ilusiones
y de esperanzas...
He repetido tu nombre en la voz del silencio,
de ese silencio que en mi soledad te nombra:
porque tú eras de silencio,
eras callada de ilusiones,
perdida de distancias
y velada de sombras...
A veces en mis sueños te pienso
como hecha de cielo:
azul...,
imposible...,
lejana...
Como si me hubieran robado
el derecho de amarte,
de quererte lejana,
perdida...,
pero ¡es sueño!...
Sé que vives y que me recuerdas a veces.
Me recuerdas callado, taciturno...
Amándote como hoy..., como ayer..., ¡como mañana!...

TUS PIES

MANUEL OSORIO CALATRAVA (venezolano)

CLAVELES de mi sangre regaría


para tu pie desnudo, si pudiera
lograr que perfumara y floreciera
la sangre de mis venas, diosa mía.

Alfombra de mis besos tendería


para tus pies y con mi vida entera
—alma y carne: pagana primavera—
tu sonrosada planta besaría.

Dedos de luna con perfume agreste;


talón venusto en sangre de jazmines;
uñas de sol dormido en los cerezos.

Dame tu pie desnudo, pie celeste,


y déjame calzarle los chapines
cálidos y sedosos de mis besos.

EL BESO

MANUEL OSORIO CALATRAVA (venezolano)

Yo buscaba su alma en los temblores


de su voz cuando hablábamos y había
una vaga y azul melancolía
en la plata lunar de los alcores.

Buscábala en sus candidos rubores


cuando su mano estaba entre la mía
y en la estrella lejana que encendía
sus ojos en celestes resplandores

Yo buscaba su alma, hasta que un día


ardió la esquiva flor de sus pudores
en el oculto fuego en que yo ardía;

entonces, en un tálamo de flores


descubrí que su alma se escondía
en sus labios, divinos pecadores.

AMOR Y NAVIDAD

MANUEL OSORIO CALATRAVA (venezolano)

Mientras sigo tu estrella, mi alma vierte


mirra de llanto porque va a adorarte.
Otra vez Navidad para besarte
y luego un año más para quererte.

Mi Belén eres tú, y he de buscarte


sobre mi dromedario de la Muerte,
mago de amor, ansioso de ofrecerte
por holocausto mi dolor de amarte.

¡Oh, mi lejana estrella que no alcanza


la caravana gris de mi tristeza!
¡Oh, nazareno sol de mi esperanza!

Voy con mis besos, líricos pastores,


llevando hasta el portal de tu belleza
el cordero pascual de mis amores.

¿POR QUE MORIR?

MANUEL 0S0RI0 CALATRAVA (venezolano)

AUNQUE sea para soñar,


vale la pena este vivir.
Y si vivimos para amar,
¿por qué morir?

Aunque tengamos que llorar


y aunque tengamos que sufrir,
si llega el día de cantar,
¿por qué morir?

Si Ella jamás ha de llegar.


Si Ella jamás ha de existir.
Mientras la puedo desear,
¿por qué morir?

Si hay unos labios que besar


y una palabra que decir
y otra palabra que escuchar,
¿por qué morir?

Si siempre es hora de esperar,


y siempre es hora de partir,
y hay un camino por andar,
¿por qué morir?

TODA DESEADA

MANUEL OSORIO CALATRAVA (venezolano)

HERMOSA toda eres:


Desde el arco de cielo de la frente
hasta las diez rosadas medias lunas.
Pan tostado en el horno de mis besos;
toda olorosa a trópico encendido;
linda desde los pies a los cabellos;
querida Toda, Toda Deseada;
nieve y fuego a la vez: morena y blanca.

Milagro de dulzura de tus dientes


cuando los beso: para el beso mío
Dios te los hizo de marfil celeste;
y para hacer dos nudos
—símbolos del amor fuerte y eterno—,
Dios, amasando sándalo y crepúsculo,
te puso en cada mano cinco dedos.
Hermosa Toda, Toda Deseada,
Cloris, la de mis lágrimas y besos.

Líbrate, Amada, del rencor de Venus


y del odio de Diana;
la primera te envidia por tus senos
y por la luz de amor de tu mirada;
la segunda aborrece
tus pies, porque florecen en mi alma
y el arco de tus muslos y tus piernas
cuando, tenso de amor, se tiende y canta.
¿Quién como tú en la tierra y en el cielo,
querida Toda y Toda Deseada?

NIÑO CAMPESINO

MIGÜEL OTERO SILVA (venezolano)

LA choza enclenque y parda lo acunaba en su puerta


con el orgullo ingenuo de las ramas torcidas
que balancean al viento la flor que les nació.
Era un niño terroso que miraba al barranco.
Era un niño harapiento,
con los ojos inmutables del indio
y los rasgos ariscos del negro.
Uno cualquiera de los cien mil niños
que nacen en las chozas marchitas de mi tierra.

Yo me detuve ante la puerta,


y el niño de la choza
arrancó su mirada impasible del barranco
para fijarla en mí.
Yo le dije:
—¿Estás solo?
Y él habló con la voz cadenciosa del indio:
—Las flores del barranco son amigas.
(Era un niño poeta.
Yo lo había presentido en los ojos profundos.)
—Pero ¿no tienes miedo?
Y él habló con la voz jactanciosa del negro;
—Yo soy el macho, ¿sabe?
Mi hermanita se jue con mamá a cortar leña.
(Era un niño valiente.
Yo lo había presentido en los rasgos audaces.)
Después le hablé del palpitar del río,
del verde hecho ternura en la hondonada
y del verde bravio de la montaña.
El me dijo que amaba el silbido del
viento, y el azul valeroso de los cielos
desnudos, y el canto y el plumaje de los
pájaros.

(Era un niño pintor,


o músico,
o poeta.)
Sirvióme agua de la tinaja grande,
y cuando me marchaba
me tendió la sonrisa fraterna de los negros,
Y se quedó mirando su paisaje
y aferrado a la choza
como la flor al árbol.

Yo descendí la cuesta
desbandando mi palomar de angustias
por los niños poetas,
por los niños pintores,
por los niños artistas
que nacen en las chozas de mi tierra
y se quedan mirando los barrancos
para toda la vida.

Por la obra que nunca ha de nacer,


porque están en el mundo con las manos cortadas
esos niños terrosos de las chozas marchitas.
EL AIRE YA NO ES AIRE

MIGÜEL OTERO SILVA (venezolano)

El aire ya no es aire, sino aliento;


el agua ya no es agua, sino espejo,
porque el agua es apenas tu
reflejo y ruta de tu voz es sólo el
viento.

Ya mi verso no es verso, sino acento;


ya mi andar no es andar, sino cortejo,
porque vuelvo hacia ti cuando te dejo
y es sombra de tu luz mi pensamiento.

Ya la herida es floral deshojadura


y la muerte es fluencia de ternura
que a ti me liga con perpetuos lazos:

tornóse en rosa espléndida la herida


y ya no es muerte, sino dulce vida,
la muerte que me das entre tus brazos.

GLOSA

MIGUEL OTERO SILVA (venezolano)

ERES UN LIRIO DEL RIO.

l bosque me fui a buscar


el junco de tu cintura,
la rosa de tu blancura
y el agua de tu mirar.
Dejaba el río un cantar
en cada recodo umbrío
y te encontró el verso mío
en la orilla florecida,
porque a orillas de mi vida
Eres un lirio del río,
blanca como cual ninguna,
hecha con rayos de luna
y con gotas de rocío.
Cual una garza dormida
te vi en mitad del estero,
desnuda como un lucero
y como un árbol erguida.
Sobre la sabana herida
por el puñal de la luna
—gonzalito sin fortuna—
se echaba a volar mi canta,
persiguiendo tu garganta
BLANCA COMO CUAL NINGUNA.

Yo tengo los ojos llenos


de lo que sin ver presiento:
del cálido embrujamiento
que está temblando en tus senos.
Sombras de árboles morenos
se tienden en la laguna
y en la tibia noche bruna
la sabana entera siente el embrujo de tu frente
HECHA CON RAYOS DE LUNA.

Y aunque temo, yo no quiero


escapar a mi destino:
que dé sombra en mi
camino tu blando cuerpo
altanero.
Hecho con luz de lucero,
con albas nubes de estío,
con amapolas del río,
con pulpa de pomarrosas,
con sangre y carne de rosas
Y CON GOTAS DE ROCIÓ.

POEMA DE TU VOZ

MIGUEL OTERO SILVA (venezolano)

Tu voz puebla de lirios


los barrancos soleados donde silban mis versos de combate.
Tu voz siembra de estrellas y de azul
el cielo pequeñito de mi alma.
Tu voz cae en mi sangre
como una piedra blanca en un lago tranquilo.
En mi pecho amanecen pájaros y campanas,
cuando muere el silencio para nacer tu voz.
Amo tu voz cuando cantas
y hay un temblor de nidos y de bosques en tu garganta blanca,
Amo tu voz cuando cantas
y sacude tu voz la ternura fecunda
de las brisas que transportan el polen de las tardes de primavera
Amo tu voz cuando estás en silencio
porque el silencio es un sutil presagio de tu voz.
Y amo tu voz con un amor intenso como la muerte
cuando ella se deshoja en palabras confusas,
en palabras mojadas de tu aroma y tu sangre,
en menudas palabras que en la sombra me buscan
como niños perdidos,
en palabras quemantes como llamas azules,
en el tibio murmullo que no llega a palabra.
Amo tu voz intensamente en el corazón de la media noche
cuando tu vez se quema en la selva incendiada de nuestro amor.

LA ANTIGUA PLEGARIA

MIGUEL OTHON ROBLEDO

AZ el prodigio..., ¡Virgen María!...,


de que me miren sus ojos claros,
de que me amparen sus rubias trenzas,
de que me nombren sus rojos labios...

Tú, que vigilas cuando ella duerme,


entra en sus sueños más encantados...
para decirle que soy el héroe
del cuento rosa con que ha soñado.

Habla en secreto con sus secretos,


¡oh... buena Virgen!... ¡Y haz el milagro
de que me amparen sus trenzas
rubias, de que me miren sus ojos
claros.
Que hará en la vida mis desconsuelos,
que hará en las noches mi sobresalto
si no me amparan sus trenzas rubias,
si no me nombran sus rojos labios.

Haz que se tina con los rubores


por mí su frente, como los nardos,
y que leyendo mis pobres versos,
tiemblen los lirios que son sus manos.

¡Haz el prodigio..., Virgen María!...,


y a trueque ofrezco bordar tu manto
con los encajes de los luceros
¡y con la plata de los remansos!...

Ya que me cabe la insigne gracia


de ser poeta..., seré tu bardo
para inclinarme sobre las aras
cuando me nombren sus rojos labios,
cuando me amparen sus trenzas rubias...,
¡cuando me miren sus ojos claros!...

Así clamaba, con fe sencilla,


en mis mejores y blandos años;
y me nombraron sus labios rojos,
y me ampararon sus trenzas rubias...,
¡y me miraron sus ojos claros!...

Mas como el tiempo pasa y destroza


todo el miraje que urde el encanto,
pasó el poema como la nube,
y el prisma roto mostró el engaño...

Y hoy..., ¡Virgen Santa!... Si lo pudiera,


te pediría con fe de antaño
que desterraras de mi recuerdo
¡los labios rojos que me nombraron!...,
¡las rubias trenzas que me perdieron!...,
¡los ojos claros que me engañaron!...
LA TERNURA ES LA VIGILIA DEL AMOR

AILEEN DE PARRA (venezolana)

LA ternura es la vigilia del amor.


No conoce el cansancio.
Su cuerpo fresco
está formado
de pétalos y tallos
que brotan de los senos
de la tierra.
Se descubre en un beso
y se oculta en una lágrima.

DESBOCADO GALOPA MI DESEO

AILEEN DE PARRA (venezolana)

TODAVÍA permaneces en mi cuerpo,


mis arterias se incendian con tu aliento.

Es un estar en la corriente de tu río,


un anhelar eterno sin distancias.

La noche sorprende mis pupilas:


desvelados guardianes del amor.

Desbocado galopa mi deseo


en llanuras sin límite y retorno.

Fustiga el insomnio y enardece


al brioso alazán de mis recuerdos.
LA NOCHE

AILEEN DE PARRA (venezolana)

LA noche es un crisol
donde se funde el día.
Devoradora del tiempo,
encubridora de epílogos.
Sus fauces de neón
aprisionan pensamientos
y surgen de sus entrañas
siniestras sombras,
fantasmagóricas, enigmáticas.
En el seno pletórico
de leche y amor
la sublime canción
adormece al niño.
El jazz excita
y la carne enciende sus faroles.
Noche de resonancias,
de expectantes constelaciones. «,
La luna suelta sus cabellos.
Noche de presagios
y destruidos mitos.
Los ídolos de arcilla
sucumben devorados por los pájaros,
insaciables
engendros de la sombra.
El insomnio de cobre
suelta sus metales
y el corazón en vigilia
es la exacta balanza del olvido.

ROSALIA LLEGO CANTANDO

ARISTIDES PARRA (venezolano)

AMOR me encontró llorando


en la puerta del bohío.
Caña del dulce plantío
que dichas vive espigando,
Rosalía llegó cantando
coplas de azul alborozo;
batió su palma el corozo
más allá del ventisquero,
y mi corazón coplero
plantó palmeras de gozo.

Con ternuras de gacela,


la tarde revuelta en lilas
alrededor de sus pupilas
puso un soplo de canela.
La garza escribió una esquela
en la hoja de la brisa;
su escritura era imprecisa,
pero con sus trazos sabios
le encareció a sus dos
labios su rúbrica de sonrisa.

Mi vida, enantes pueril


—pura amargura en su anverso—,
pulsa la prima del verso
enclavijada de abril.
Amor le tendió sutil
su manta de hilo sedoso,
y en los llanos guariqueños,
donde la audacia se acendra,
coplas azules de almendra
llenan el aire de sueños.
Toda mi dicha la debo
a Rosalía, que ha llegado
del amplio llano cansado
que nunca pide relevo.

Alborozado, ahora llevo


entre mis rotas quimeras
los pozos de sus ojeras
para mi vida sedienta:

¡chicharra que se revienta


entre un dolor de palmeras!

DECIMAS DEL AMOR TRANSPARENTE

ARISTIDES PARRA (venezolano)

Me salpicó el viejo ruedo


la arena de los recuerdos.
Los pasos se hicieron lerdos,
como cosidos de miedo.
El suspiro soltó quedo
a volar sus alas blancas;
Amor le corrió las
trancas al corral de mis
pesares, y carne de
malabares
el sueño tuvo en las ancas.

Emergió rubios reflejos


el cielo de las guitarras;
el dolor de las chicharras
el palmar afinó lejos.
Aromó mayo los dejos
de mi vida sin rocío,
y dulce y largo, el corrió
enfloró coplas redondas,
como si sus claras ondas
le diera plácido el río.

Ya no me torna más triste


ni un resabio de amargura:
con la más honda ternura
coplera el alma se viste.
A pesar de que te fuiste
tras la luna de la ausencia,
tu lejana transparencia
pone un sol en mi paisaje,
y el recuerdo—en dulce viaje—
trae hasta mí tu presencia.
Radiación de aurora fresca
—espigada de garzules—
tienen tus ojos azules
por más que siempre anochezca.
No dejes que se entristezca
de nuevo mi copla dulce;
deja más bien que te pulse
el nidal del sentimiento
para que la voz del viento
con tus pájaros se endulce.

DECIMAS DEL BIEN PERDIDO

ARISTIDES PARRA (venezolano)

L,A tarde rumia serena


el hondo mal que me agita.
Cruces de palma bendita
el viento pinta en la
arena. Suelta la sombra
morena sus trenzas de
medio-luto, mientras
dolido yo escruto sobre el
paisaje silente
el lejos que te hace ausente
del amor que te tributo.

La noche se va de bruces
por los bajos del estero.
El corazón de un lucero
su amor le remite en luces.
Como el palmar, tú balbuces
canción de lejano acento,
y oscura risa del viento
—a través de tus orgullos—
pone a silbar sus cocuyos
sobre el llano amarillento.

Por el camino sin turno


dolorida te me fuiste.
La voz de un coplero triste
rima el silencio
nocturno. Ciprés de
amor taciturno por tu
partida marchito, el
sueño planta su hito en
mitad de la llanura,
y el pecho—rota guarura—
callado dice su grito.

El corazón se desflora
en la pena que lo muerde:
su esperanza, enantes verde,
ni un retoño la decora.
Mas su tristeza no llora
tu ausencia de los caneyes:
sus mieles de matajeyes
da a la noche que se abisma,
al ver que no eres la misma
que lo abrevó en sus
jagüeyes,

ÁMBITO

ARISTIDES PARRA (venezolano)

LLANERA del llano tú,


llanero yo,
el llano es pequeño a veces
para los dos.

Mis suspiros y los tuyos


a caballo en el amor:
por el aire, por las nubes,
van formando un corazón.

Lo dice el aire que silba


de sol a sol;
lo dicen tus labios tenues;
lo digo yo.
¡El llano es pequeño a veces
para los dos!

Lo dice el viento que hace


de rondaflor;
lo dicen tus labios tenues
llenos de amor.

¡Ah! ¡Si un día se detuviera


en mi reloj,
el mundo fuera pequeño
para los dos!

CREPÚSCULO

ARISTTDES PARRA (venezolano)

VIENES por un camino polvoriento.


Detrás de ti el crepúsculo declina
su rosa celestial. Tirado al viento
duda mi corazón de golondrina.

Mientras tu cuerpo lúcido camina


atado, por la voz del sentimiento
el llano calcinado se ilumina
con el lirio furtivo de tu aliento.

Llegas y ¡buenas tardes! Tus palabras


—con acento de abeja vespertina—
pueblan de miel los vientos y las abras.

Y en descenso de amor, desde el arcano,


mi corazón que andaba golondrina
retorna al tibio alero de tu mano.
TE QUIERO

JÓSE PARRA (venezolano)

TE QUIERO COMO A MIS OJOS,


COMO A MIS OJOS TE QUIERO.
YO QUIERO TANTO A MIS OJOS
PORQUE MIS OJOS TE VIERON.

Quiero el agua melodiosa,


quiero la lumbre albariza,
quiero la seda huidiza
que tiembla en la mariposa.

Quiero la piel de la rosa


cuando la alumbran
sonrojos, quiero los
penachos rojos que
enguirnaldan la mañana;
pero sólo a ti, Sultana,
TE QUIERO COMO A MIS OJOS.

Por querer tanto en la vida,


a veces entre dulzuras,
me ensombrecí de amarguras
el alma desprevenida.
Mi corazón nunca olvida
tu invadeable derrotero...
Por de espuma y de lucero,
por de luz como ninguna,
sólo a ti, niña de luna,
COMO A MIS OJOS TE QUIERO.

Jamás alguien quiso tanto


como te quiero yo ahora,
alegría de mi aurora,
madreperla de mi llanto.
Aunque me rasgue el quebranto,
quiero por ti mis abrojos...,
y ya hundido en los cerrojos
de este amor exasperado,
sólo porque te han mirado
YO QUIERO TANTO A MIS OJOS.

Alta, delgada y señera


majestad de mi locura,
río azul; honda cintura
de la selva en
primavera.
De tu sangre zalamera
fuentes de azúcar fluyeron,
y en mis ojos anduvieron
tan plenando mis antojos,
que estoy queriendo a mis ojos
PORQUE MIS OJOS TE VIERON.

MARIA LEONZA

JÓSE PARRA (venezolano)

¡QÜIÉN eres, di, leyendaria?


¿De dónde llega tu acento?

¿Eres acaso la niña


—codicia de aventureros—
que, huyendo un día el rey criollo,
sembró su vida en el cerro?
¿O eres la reina del agua...,
esa de nube y misterio
que a la orilla de los ríos
adoraron otros pueblos?

Yo no sé nada de historias.
Yo, que tan alba te quiero,
sólo sé que desde el fondo
menos claro de los tiempos,
después de la Inmaculada,
eres la gracia del pueblo:
la que perfuma sus noches,
la que madura sus huertos,
la que afina las guitarras
y enluna los limoneros,
la que humedece los labios
cuando los mira sedientos,
la que da fuerza a los hombres,
la que da espigas al suelo
y dulzura a las mujeres
en la fragancia del seno
para que chupen los niños
tu cariñito materno.

Te pintan los que no saben


medir la luz de un secreto,
los que nunca en sus
dominios la belleza
comprendieron, como una
reina maligna, dueña de un
turbio dinero que das a
trueque de almas, sin el
permiso del cielo.

Pero yo, que te he sentido


como una novia en el pecho;
yo, que he vivido en tu sangre
y pernoctado en tus huesos;
yo, que sé cómo te agradan
las fantasías del miedo,
voy a enseñar a esta gente,
con voz amiga del pueblo,
lo que aprendieron mis
ojos en El Encanto del
cerro.

Nada de oscuras culebras


enroscadas... por asientos,
ni dantas para surcar
largas noches de misterio,
ni personajes amargos,
ni pajarotes siniestros.
Tu cerro verde, María,
no es sino un poco de sueño:
allí sólo puede oírse
la tenue voz del silencio
deletreando maravillas
en los compases del viento.

Cuando llegué a tu morada,


¡cómo surgiste al encuentro!,
¡cómo te vistió de aromas
la exaltación de mi verso!,
¡qué extraños ojos azules!,
¡qué río de luz el cuerpo!,
¡qué palabras en los labios
mojados de sentimiento!,
¡y qué anillo la cintura!,
¡y qué flores en el pelo!

Jamás mis años corridos


vieron algo más perfecto.
Sorte a tus plantas movía
su caminito de inviernos,
y en las piedras resbalaba
el agua de los recuerdos...
Allí reconstruí la historia
que me contaron los viejos,
la que anda siempre en el aire
como un soplo de lo eterno.

Toda tu confianza un día


diste a un hombre
predilecto: casas, terrenos,
ganados,
en su fortuna crecieron
y la provincia de todos
invadió sus documentos.
Viviendo como un patriarca
de los arcádicos tiempos,
fundó un hogar de diez sangres,
impuso audaz su derecho
y murió al fin de una sombra
que ignoraron los galenos.

No dejó escuela ni hospicio,


ni biblioteca ni templo,
elevadas ambiciones
jamás hubo en sus
adentros, pero sembró la
comarca, dio trabajo en
sus linderos, y se creyó
campesino
y quiso un poco a tu pueblo...
Por eso no es tan desnuda
su historia en tu pensamiento.

Tras su partida en la noche


vino el primer heredero,
y la región en sus manos
aró la tierra de nuevo.
Después llegaron los otros,
los que nunca la quisieron...
Desdibujaron tablones,
aniquilaron vegueros,
y cuando todo era polvo,
ni adiós al valle dijeron.

Es aquí entonces, amiga,


donde regresas al cuento:
supersticiones antiguas
que surgen de tu reverso
dicen que urdiste su fuga
y les borraste el dinero...
Y es que tú, lirio del agua
y alegría de los besos,
sirena del caquetío
y orgullo del romancero,
y Blanca Nieves del bosque,
y espumita del lucero,
y canción de los bohíos,
y esperanza de los tedios.

Tú, que no puedes ver nunca


bajo este dombo de fuego
rumiando hambre a los hombres
en la bondad de tu suelo.
Tú, que por dar a los tristes
de donde alzar el sustento,
te has afanado plantando
un estambre azucarero.

Tú, maravilla del alba


y armonía del desvelo,
y la mejor de las reinas
cuando te nimba el respeto,
sabes también dar el paso
en los instantes severos...

Y así, con fuerza de siglos,


a quien malquiere tus
predios lo desdeñas o lo
arruinas para que cunda el
ejemplo.

NAUFRAGIO

JÓSE PARRA (venezolano)

CÓMO me duele haberte amado tanto!,


aunque en verdad no sé si amor sería
esa obsesión febril, día tras día,
de la que ahora con rubor me espanto.

Largos años de angustia y de quebranto...,


y de los tiempos en que fuiste mía
sólo tengo en recuerdos de alegría
las soledades que mojé con llanto.

Al reclamo de júbilos inquietos


recorrí tus más íntimos secretos,
en la fiebre de erótico contagio...

Y por calmar la sed adolescente,


fuime rodando en tu sensual corriente
hasta los bordes mismos del naufragio.
SIEMPRE CRECE UN PINO

LUIS PASTORI (venezolano)

MARCHÁNDOSE sin prisa, como


vino, y agitado en su copa por el
viento, mi corazón es un arroyo
lento
en cuya orilla siempre crece un pino.

En cuya orilla siempre crece un pino,


mi corazón es un arroyo lento,
agitado en su copa por el viento,
marchándose sin prisa, como vino.

Marchándose sin prisa, como vino,


agitado en su copa por el viento,
en cuya orilla siempre crece un pino.

En cuya orilla siempre crece un pino,


mi corazón es un arroyo lento,
marchándose sin prisa, como vino.

DIANORA, PERFUME SIN CONTORNOS...

LUIS PASTORI (venezolano)

TIERRA desconocida, perfume sin contornos


donde anidan esencias de luceros y cantos.
Me buscas con los ojos abiertos en la noche
y sabes que me tienes varado entre tus brazos.
Huella de lirios núbiles, gaviota inimitable
que abre las alas grises en mis acantilados.
Me buscas con las manos más simples que la brisa
y sabes que mis lebreles van oliendo tus pasos.
Imposible fragancia, ternura inextinguible
que viaja en los navíos inquietos de tus manos.
Para mirar la tarde me asomo a tus pupilas,
donde muere un crepúsculo cada vez por tu llanto.
Vibro entre tu caricia y ante tu carne leve,
mujer que me emocionas con tus senos delgados.
Vibro cuando descubro tu pecho estremecido
que no sé por qué evoca los restos de un naufragio.
Huele a risa tu boca. Sabe a sombra tu pelo.
Una nueva ternura parece tu quebranto.
(Al vaivén de la lumbre que retoza en tus ojos
y te apaga los senos, yo te nombro y te amo.)
Yo te nombro y te amo, mujer mía imposible.
Mujer que te me esfumas como un inquieto astro.
Sientes el grave peso del mundo en tus pestañas
cuando herida me buscas con tus ojos de súplica
y yo estoy a tu lado.
GLOSA DEL AMOR ENEMIGO

LUIS PASTORI (venezolano)

Duele la planta del


pie y el interior de la
cara.
…………………………….
Amor, enemigo mío.
Muerdo tu raíz amarga.
LORCA.

ESCUELA de la aceituna,
baile de los ruiseñores,
agua por entre las flores,
caracol de miel con luna.
Como esa postal ninguna
del amor jamás tendré,
porque juro, bajo fe:
Cuando uno está enamorado,
sueña el perfil del costado,
DUELE LA PLANTA DEL PIE.

Mano con mano en el beso,


beso con beso en la mano,
¡ay beso, deja esa mano!,
¡ay mano, coge ese beso!,
no te preocupes por eso,
que si la mano dejara
que el beso se le acercara,
la sangre no pondría rojos
el negro adiós de los ojos
Y EL INTERIOR DE LA CARA.

Voy de mi sueño a mi sueño


sin soñar lo no soñado,
callándome lo callado
por puro, valiente
empeño. El tiempo no
tiene dueño ni primavera
ni estío,
y es un mito el desvarío
de su castillo sin llaves.
Tú, que me la quitas, sabes:
AMOR, ENEMIGO MÍO.

Este almanaque de invierno


ve nevar sobre sus días
lo que ayer en alegrías
pareciera tan eterno.
Sólo el tiempo en mi cuaderno
una y otra pena carga:
¡Oh muerte desnuda y larga,
muerte del solo gemido,
para llegar a su olvido,
MUERDO TU RAÍZ AMARGA!

MATERNIDAD

JÓSE PEDRONI (argentino)

MUJER : en un silencio que me sabrá a ternura


durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.

El hueco de tu almohada tendrá un olor de nido


y a vino derramado nuestro mantel tendido.

Si mi mano te toca,
tu voz, con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.

El cielo de tus ojos será un cielo nublado;


tu cuerpo, todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia; tu mirada, un rocío;
tu sonrisa, la sombra de un pájaro en el río.
Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día en que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día en que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga y el pescador no pesca;
tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y empolvoree la plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje.

Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,


te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
de besarte las manos; y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco..., ¡casi nada!...

REVELACIÓN

JOSE MARIA PEMAN (español)

¡Como volaba el pensamiento mío!...


dulce anochecer. Se adivinaba
por su rumor, bajo la peña, el Río,
y la mano del viento preludiaba
un aria triste en el pinar sombrío.

Como una bruma de melancolía,


no sé qué dulce calma
bienhechora pasó rozando con el
alma mía...
Tú que en mí estás, mujer, a toda hora,
¡nunca has estado en mí como aquel día!...

Quise gritar mi pena.

Y ante la soledad de los caminos


alfombrados de luna y la serena
quietud de muerte de la noche, llena
de olor de flores y rumor de pinos,
«¡La quiero!...», dije con fervor sincero.
«¡La quiero!...», repetí, y el aire blando,
con un rodar de voces fue gritando
desde la sierra hasta el pinar: «¡La quiero!...»

Callé y calló la noche. El alma mía


volvió a encerrarse en la melancolía
de este secreto amor hondo y austero,
que nadie sabe y del que nada espero...

¡Sólo lo supo el agua que corría


y una flor desvelada, que tenía
una cita de amor con un lucero...!

ROMANCE DE NAVIDAD

ISRAEL PEÑA (venezolano)

DICIEMBRE, barbas de frío


sobre la veste del campo,
curvo cinturón de cerros
y zapatillas de prado;
aliento, fronda de sueño;
el bordón torre de radio,
el corazón luna muerta
y el gorro nubarrón alto.

San Nicolás, flor de siglos,


pisa en el adiós del año.
En una alforja de niebla
tesoros del cielo trajo:
hojitas de medialuna,
ramitos del árbol santo,
collares de luz de sol
y luceros de durazno.

El Niño viene al galope


en su caballo de palo;
el polvo de las estrellas
limba sus huellas de raso.

— ¡Niño Jesús, flor de luna!


— ¡San Nicolás, viejo santo!
—¡Cómo deslumhran tus ojos!
—• ¡Cómo te pesan los años!
—De vagar por el invierno
mi pelo se ha vuelto blanco.
—De dormir sobre las nubes
mis ojos se han vuelto astros.
—En cada viaje se me hace
este camino más largo.

—A mí se me hace más corto


al paso de mi caballo.
—Y a mí se me hace más corto
cuando camino a tu lado;
ya piso la dura tierra.
—Ya suena la voz del campo.
—Los niños están durmiendo
con los ojos entornados;
sueñan contigo, mi Niño.
—Y contigo, viejo santo.

Se extendían en la brisa
los corales de los gallos.
—Esta noche es Nochebuena
—las madres velan cantando.
En las afueras la sombra
tiembla en un limbo dorado.
San Nicolás y el Niño
rompen la flor de un naranjo
y surge un jardín de nieblas
que les envuelve los pasos.

—Y esta noche es Nochebuena...


—los niños dicen soñando.

FLOR

JUAN A. PÉREZ BONALDE (venezolano)

I
FLOR se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;


era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea,


su frente lecho de mis amores,
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus abrazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;


al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de
pena; cuando reía, cielo que
salva.

La de los héroes ansiada palma,


de los que sufren el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa


si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido


de mis amores, cansado y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe;

su madre tierna me recibía;


con ella en brazos, yo la besaba...
¡Y entonces... todo lo comprendía
y al Dios sentido todo lo fiaba!...

¿Que el mal impera? ¡Deliro craso!


¿Que hay hechos ruines? ¡Error profundo
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo?

¡Ah, cómo ciega la dicha al hombre!


¡Cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo!...

¡Señor!, ¿existes? ¿Es cierto que eres


consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?

Responde entonces: ¡por qué la heriste?


¿Cuál fue la mancha de su inocencia?
¿Cuál fue la culpa de su alma triste?
¡Señor!, respóndeme en la conciencia.

Alta la llevo siempre y abierta,


que en ella nada negro se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero..., y ¡nada, nada responde!

Sólo del alma sale un gemido.


de angustia y rabia, y el pecho, en tanto,
por mano oculta de muerte herido,
se baña en sangre, se ahoga en llanto

Y en torno sigue la impía calma,


y en tierra yace la flor de mi alma
de este misterio que llaman vida,
¡y al lado suyo mi fe vencida!

II
¡Alli está! Blanca, blanca,
como la nieve virgen que el potente
viento del Norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía
orilla de la fuente
que en reflejar su albura se enfreía.

¡Allí está!... La suave


primavera pasó; pasó el verano
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano,
pálido invierno, con su alegre
arreo e fiestas y de niños, y aún la
veo
y la veré por siempre… Alli está…,
fría, entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el dia…

¡Ay! En la hora aquella,


¿dónde estaban las hadas
protectoras del niño
que no vinieron con la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la frente a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmesurable;
de este mal implacable,
que deja el alma mustia
para siempre jamás, que nada alcanza
a mitigar en este mundo incierto?

¡Nada! Ni la
esperanza ni la fe del
creyente en la ribera
nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma, doliente
inspiración, divina Poesía,
que esta arpa de las lágrimas me entregas
para entonar el salmo de mi duelo...
Tú misma, no, rio llegas
a calmar mi dolor...
¡Abrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente..., y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!

REÍR LLORANDO

JUAN DE DIOS PEZA (mexicano)

VIENDO a Garrik, actor de la Inglaterra,


el pueblo al aplaudirlo le decía:
—Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz...
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,


llegóse un hombre de mirar sombrío:
—Sufro—le dijo—un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
Nada me causa encanto ni atractivo:
no me importan mi nombre ni mi suerte,
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.
—Viajad y os distraeréis. —¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad. —¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer. —¡Si soy amado!
—Un título adquirid. —Noble he nacido.
—¿Pobre seréis, quizá?... —Tengo riquezas.
—¿De lisonjas gustáis? —¡Tantas escucho!
—¿Qué tenéis de familia?... —Mis tristezas.
—¿Vais a los cementerios? —Mucho..., mucho...
—¿De vuestra vida actual tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos,
y les llamo a los vivos mis verdugos.
—Me deja—agrega el médico—perplejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik podéis curaros.
—¿A Garrik?
—Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad lo busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡tiene una gracia artística asombrosa!
—¿ Y a mí me hará reír?
— ¡Ah, sí, os lo juro!;
él, sí, nada más él. Mas... ¿qué os inquieta?...
—Así—dijo el enfermo—no me curo:
¡yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,


enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!...
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor
devora el alma llora cuando el rostro
ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del
alma un relámpago triste: la
sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

ADULTERA

JUAN DE DIOS PEZA (mexicano)

TIENES, como Luzbel, formas tan bellas


que el hombre olvida al verte, enamorado,
que son tus ojos negros dos estrellas
veladas por la sombra del pecado.

Y no turbas, hipócrita, el reposo


del pobre hogar con que tu falta escudas,
porque a besar te atreves al esposo,
como besara a Jesucristo Judas.

¡Aún sus flores te da la primavera


y ya tienes el alma envilecida!...
Ya llegarás a ver, aunque no quieras,
el horizonte oscuro de tu vida.

Desdeñas los sagrados embelesos


del casto hogar de la mujer honrada;
y audaz ostentas al vender tus besos
las llamas del infierno en tu mirada.
Manchas el suelo que tu planta pisa
y manchas lo que tocas con tu
mano; te dio Lucrecia Borgia su
sonrisa
y Mesalina su perfil romano.

Brota el deleite de tus labios rojos;


se aparta la virtud de tu presencia;
porque negras, más negras que tus ojos,
tienes, mujer, el alma y la conciencia.

Rosas de abril parecen tus mejillas;


mármol de Paros, tu ondulante seno;
mas..., ¡ay!, que tan excelsas maravillas
son del barro nomás, nomás de cieno.

Reina del mal: tú tienes por diadema


la infamia, que con nada se redime;
el pudor es un ascua que te quema,
el deber es un yugo que te oprime.

Tienen las gracias con que el mundo halagas


precio vil en mercados repugnantes,
y te envaneces de cubrir tus llagas
con seda recamada de brillantes.

En este siglo en que el honor campea


no te ha de perdonar ni el vulgo necio;
hieren más que las piedras de Judea,
los dardos de la burla y el desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada,


de la mundana compasión proscrita,
el honor, cuando mueras humillada,
sobre tu fosa escribirá... «¡Maldita!...»

SIN SOBRE

JUAN DE DIOS PEZA (?mexicano)


ABRO tu carta y reconozco ufano
tu letra fácil, tu dicción hermosa;
tú la trazaste con tu propia mano,
pues el papel trasciende a tuberosa.

Al escribirla estabas intranquila


y ya estoy sospechando tus desvelos;
los médicos me han dicho que vacila
el pulso con la fiebre de los celos.

Veo tus líneas torcidas, descuidadas,


y esto halaga mis propios pareceres,
porque sé que no estando enamoradas
nunca escriben sin falta las mujeres.

¡Con el arrojo de tus veinte abriles


has escrito un aumento que me mata!
Siempre ha sido en las cartas femeniles
importante o terrible la posdata.

No me vuelvas a ver. Ya no te quiero.


Esto me dices con desdén profundo,
y traduzco: Ven pronto, que me muero.
De algo me sirve conocer el mundo.

Dices que consolando tu tristeza


vas al campo a llorar penas de amores;
así podrá tener Naturaleza
coronas de diamantes en las flores.

Pero no viertas llanto por tus penas,


que siempre se evaporan bajo el cielo
las lluvias del desierto en las arenas,
y el llanto, entre las blondas del pañuelo.

Las horas de silencio son tan largas,


que comprendo la angustia con que gimes;
las verdades del alma son amargas,
y las mentiras del amor sublimes.
Inquieres con tesón si a cada instante
busco tu imagen o su culto pierdo.
¿Dónde está, niña candida, el amante
que diga en estas cosas: No me acuerdo?

Quien convertir pretenda de improviso


el amor terrenal en culto eterno,
necesita labrar un Paraíso
sobre la oscura cima del infierno.

¿Ves ese Sol que llena de alegría


el cielo, el mar, el bosque y las llanuras?
El trae a los mortales cada día
nuevas dichas y nuevas amarguras.

Cada alma tiene un libro que atesora


sus efectos; en él, sin vano alarde,
¡cuánto nombre se agrega en cada aurora!
¡ Cuánto nombre se borra en cada tarde!

¿Quién sabe por qué anhela lo que anhela?


¿Quién será siempre el mismo, siendo humano?
Dicha, amor, esperanza, todo vuela
sobre este amargo y turbulento océano.

Y así, preguntas con afán sincero:


¿Por qué me quieres?... Voy a responderte:
Yo te quiero, mujer, porque te quiero;
no tengo otra razón para quererte.

¿Tú te conformarás con tal respuesta,


que de mi propio corazón recibo?
Tal vez la encuentres sin razón; pero ésta
es la única razón por que te escribo.

Que yo no vuelva a verte..., me propones;


y aunque mi mente vacilando queda,
en vista de tu sexo y tus razones,
allá iré lo más pronto que se pueda.

AUSENCIA

JUAN DE DIOS PEZA (mexicano)

AUNQUE jamás mi corazón abriga


miedo al dolor ni se rindió al quebranto,
hay una herida en mi alma que me obliga
a humedecer mis párpados en llanto.

¡Qué débil soy! En vano he procurado


callar la voz que en mi interior resuena;
esa voz de las tumbas que ha brotado
en una noche de recuerdos llena.

¿Te acuerdas de esa noche? Conmovida


me mirabas, hablando de ventura,
y borrabas del libro de mi vida
con tus besos las hojas de amargura.

¿Te acuerdas? ¡Cuántas ilusiones bellas


formaron la luz de nuestro anhelo!
¡Cuántas frases oyeron las estrellas
sonar cruzando la extensión del cielo!

Solos los dos, amándonos ardientes,


sin más testigo que la blanca luna,
que alumbraba, bañando nuestras frentes,
dos existencias palpitando en una.

Amándonos los dos con la creencia


de nunca separarnos en el mundo,
sin esta tempestad en la conciencia
que torna en llanto nuestro amor profundo.

De aquella noche que dejó en nuestra alma


una historia de amor y desvarío,
parece hoy que la atmósfera de calma
vuelve a juntar tu corazón y el mío.

Me acuerdo de las nubes azuladas


en el brillante cielo suspendidas,
de tus horas de lentas campanadas,
de tus promesas dulces y queridas.

Me acuerdo de tu aliento soberano,


que abrasaba mis labios con su fuego,
y de tu mano que estrechó mi mano
como queriendo contestar a un ruego.

Y hoy, ausentes, sin vernos, sin que pueda


oír tu voz ni contemplar tus gracias,
sin enjugar la lágrima que rueda
de cada una de todas mis desgracias.

¡Ay! Ven: que rompa tu pasión los velos


que hoy nos apartan, y mi angustia cese;
ven, yo haré de cada astro de los cielos
un ángel que te cuide y que te bese.

No consientas que sufra; yo te llamo;


ven a alumbrar mi lóbrega existencia;
tú sabes que soy tuyo, y que te amo
como el único Dios de mi conciencia.

Tú, la amorosa y única testigo


de mi honda pena y de mi suerte impía,
ven, porque sufro; ven, y halle contigo
dulce consuelo en la desgracia mía.

La flor de nuestro amor guarda en su broche


un mundo de pasión y bienandanza;
ven, y encendamos como aquella noche
un nuevo astro de amor y de esperanza.
LA ULTIMA CITA

JUAN DE DIOS PEZA (mexicano)

RECUERDA la vez aquella:


mi labio encendido al
tuyo, la noche apacible y
bella, en cada nube una
estrella y en cada flor un
cocuyo.

Llena de rubor, de miedo,


junto a mi te veía,
y hablabas quedo, tan quedo,
que sólo yo saber puedo
lo que tu alma me decía.

Quiero olvidar, pero en vano,


ese instante soberano
de nuestra antigua pasión;
libro que dejó tu mano
escrito en mi corazón.

¡Una flor y un sol de estío!


Al calor del desvarío
abriste tu alma esa noche,
para guardar en su broche
todo el sentimiento mío.

¡Cómo olvidar que rendida


al más amargo quebranto,
trémula, triste, afligida,
con la faz descolorida,
llenos los ojos de llanto,

como el que al dolor resiste,


como el que oculta un pesar,
alzaste el rostro, me viste,
y escuché un adiós tan triste,
que no lo puedo olvidar!
Era la revelación
de una triste decepción,
de una ausencia que sería
la sombra que apagaría
los sueños del corazón.

¡Ah! ¡Separarnos los dos,


cuando uno del otro en pos
hallaba ventura y calma!...
¡Qué triste sonó en el alma
aquella palabra!: ¡Adiós!

¡Ver aislada una existencia


que se había en otra fundido;
arrebatarle su esencia;
darle una sombra la ausencia;
darle un sepulcro el olvido!

Era, ¡ay!, un libro


ignorado nuestro sino
desgraciado. Amar, y
después... sufrir, ser un
alma en el pasado, y dos
en el porvenir.

Con tu adiós dejaste mudo


al corazón que allí pudo
oírlo, sufriendo ya;
era el último saludo
del que nunca volverá.

¿Qué hice al oírte? Confieso


que tan amargo dolor
aún queda en el alma impreso.
¡Qué triste es juntar a un beso
un adiós desgarrador!

Me deslumhraba tu encanto;
al mirarnos, nuestro ser
era un astro, un fuego santo.
¡Qué triste es mirarse tanto
para no volverse a ver!

Nada huye del pensamiento:


¡qué horrible fue aquel momento
que nos vino a separar
! Cada frase era un lamento,
cada suspiro un pesar.

Y vi cómo te alejabas,
y cómo, ingrata, dejabas
un alma donde hubo dos...
Si era verdad que me amabas,
¿por qué me dijiste adiós?

LA BORDADORA

FRANCISCO PIMENTEL (venezolano)

Al umbral de su aposento
y en la vieja mecedora
que ocupara muchas noches
sin dormir, hora tras hora,
en espera
del muchacho calavera
despegado del hogar,
debe estar mi madre ahora,
trabajando con sus manos,
con sus manos de señora
que no saben trabajar.

Debe estar bordando ahora


los adornos de algún traje
guarnecido de albo encaje,
como aquellos que ella misma
ostentó en su juventud.
Ya no cuadran a sus ropas
los encajes ni la seda,
y otro lujo no le queda
que la clámide inconsútil
de su prístina virtud.

Borda y surcan su memoria


los recuerdos de otra era
de placer y primavera,
cuando fueron sus encantos maravilla
y en el grupo descollara
de las bellas de la villa.

Y después... Los malos tiempos,


horas negras de amargura;
la visión del padre enfermo,
militar y sin ventura,
que en campañas y prisiones
agotó sus pocos bienes
de fortuna, y sus pulmones.

Y el esposo
que también a libre aspira,
y también sufre la cárcel
por soñar esa mentira.

Y hoy los hijos de su vientre y su pasión,


los tres hijos que con mimos maternales educara
y que ahora son los ojos de su cara,
como el padre y el esposo también gimen en prisión.

No hay espina del camino que sus carnes no taladre,


heredera de las penas de las tres generaciones;
sufre hija, esposa y madre,
y en un mismo pecho sangran tres distintos corazones.

Borda en tela que es más blanca que las rosas del jardín.
y a medida que la aguja forma pétalos de flores,
va bordando la memoria su tejido de dolores,
y sus ojos, empañados por el llanto, miran como
de sombrío tinte plomo
la blancura inmaculada de la tela de satín.
A hurtadillas seca el
llanto, que pudiera ver su
cuita mi hermanita,
la mayor:
mi hermanita, que es su encanto
y una ayuda en su labor.

Que hasta ayer sólo


ocupara la eficacia de su
mano breve, fina y
primorosa,
en cortar alguna rosa
-
o en dorai las tardes grises
con la música del piano.

Ya conoce el nuevo oficio:


borda al lado de la madre
largas horas, en perjuicio

de compases armoniosos que hoy puntadas son más bien;


por el pan de sus hermanos ha ofrendado en sacrificio
las sonatas de Beethoven, los nocturnos de Chopin.

Con ardor borda mi madre, y al compás que el sol declina


baña el patio en un fantástico arrebol;
pero a ella, ¿qué le importa, si lo bello no la alegra,
si sus húmedas pupilas han de ver la tarde negra,
que en su alma dolorida ya se puso ha tiempo el
sol?

Deja, madre, tu bordado, que ya el sol apenas arde;


no fatigues tus pupilas, que ya es tarde
y te faltan muchas horas de trabajo y de llorar;
pero no te desesperes,
y aunque sientas que te mueres,
ten confianza, que la cumbre ya se empieza a vislumbrar.

Y si es triple tu viacrucis, triple cuesta de amargura,


cuando llegue el magno día será triple tu ventura,
porque, sangre de tu sangre, noble y fuerte,
¡son tus hijos de una raza que es más recia que la muerte,
que es más brava que el tormento, que es más dura que el dolor!

No fatigues tus pupilas, porque yo las necesito


más ahora que en los tiempos en que estaba pequeñito,
y esta noche, si el insomnio de tu almohada no se va,
yo sabré aliviar tu pena,
y a despecho de mi cárcel, a pesar de mi cadena,
volaré junto a tu cama para hacer tus cuitas mías
y decirte canturreando, como un tiempo tú lo hacías:
«¡Duerme, duérmete, mamá!»

LUNA DE MIEL

FRANCISCO PIMENTEL (venezolano)

PARA ti, que estás triste;


para ti, que estás sola,
pobre rosal que en mayo no floreces
y a quien octubre encontrará sin rosas.

La del rictus eterno que demarca


la desteñida boca;
la de las manos nunca acariciadas,
secas, frías, huesosas.

La que a las compañeras de colegio


siempre sirvió de mofa;
la de yertas pupilas de ceniza
que sólo para mí son melancólicas.

Para ti, que ni en sueños has volado


porque naciste con las alas rotas,
y que no has sido cortejada nunca
ni lo has de ser jamás; para ti sola
son mis versos de ahora.

Dame el brazo. La noche es tu madrina;


yo soy tu amante. Hay luna. Eres hermosa.
La suprema piedad no dio a la luna
la potestad de desnudar la sombra:
bajo el hechizo de Astarté, los ángulos
se suavizan, ablándanse las formas.
Los vidrios del arroyo son diamantes;
la falena nocturna, mariposa.

Gusta una noche de placer, en tanto


que tu enemigo el sol cuenta las horas,
y siquiera una vez habrás probado
«el principio de almíbar de las cosas».

Vamos hasta el puente, y sobre el río


que su canción sin vanidad borbota,
hablaremos, muy juntas las cabezas,
como amantes de veras que se adoran.

De los astros distantes


te contaré la historia:
Sabrás que Lirio es un poema blanco
y Aldebarán una leyenda roja,
y cómo un tiempo en la armoniosa Grecia
cantaban las estrellas como alondras.

Brillantes las pupilas de ceniza,


oirás mis palabras amorosas
con el grato estupor del que comprende,
sin haberlo estudiado, un nuevo idioma.

Y si pasa cercana una pareja


mirándonos con risa maliciosa,
con un sonoro beso descarado
encenderé tu desteñida boca,
y sabrás, ¡ tú también!, lo que es la vida,
y arderás, ¡tú también!, como las otras,
y una vez causarás la envidia ajena,
¡tú!, ¡que has sufrido las envidias todas!
Dame el brazo. Engañemos al Destino:
yo soy tu amante. Hay luna. ¡Eres hermosa!...

LOA A LOS CABELLOS

JOSÉ RAFAEL POCATERRA (venezolano)

Y zarparon de todas las costas de Occidente


en sus naos. Seis meses en el mar... De repente,
al surgir de las olas de levante esperado,
tras un jirón de cielo, sobre las grises olas,
tendidas y distantes, fecundas, pero solas,
flotantes, como ensueños, las costas de Eldorado.

Allí fue el oro en granos como granos de arena:


el cuarzo, los filones, la inagotable vena,
¡la locura dorada de dorados destellos!
Y después... Se agotaron las canteras. El oro,
el oro muerto y triste del inmenso tesoro
cristalizado en lluvia rodó por tus cabellos.

Ese metal tan pálido como gloria pasada,


que tiene un matiz suave de joya abandonada
o de bólidos náufragos en el agua salobre,
¿quién pudiera, avariento, hundir en su tesoro
las manos temblorosas por la fiebre del oro,
como en loco ensueño de poeta y de pobre?

LOA A LOS OJOS

JÓSE RAFAEL POCATERRA (venezolano)

PENSATIVOS, ocultos tras las rubias pestañas


donde fulgen miradas angustiosas, extrañas,
o velados en rosa como infantes dormidos,
son dos gemas guardadas en joyeles de raso,
dos carbunclos cercados de amatista, o acaso
en un lago de vino dos diamantes perdidos.
Cuando miran, vivaces, con mirada de gato,
tienen el temor vago del fuego de fosfato
que sale por las noches de abajo de las cruces;
y si cambian, entonces en su mirar tranquilo,
desde el uva grisáceo al flavo, al verde-nilo,
juegan una infinita suerte sutil de luces.

Húmedos como perlas al surgir de la onda,


de un fabuloso oriente, traídas de Golconda
en las lentas galeras o en los trirremes
viejos,
¿por qué desde mi vida, profundamente triste
—estrellas apagadas de una luz que no existe—,
esos ojos tan claros me parecen tan lejos?
LOA A LOS LABIOS

JOSÉ RAFAEL POCATERRA (venezolano)

EN el desierto inmenso, más allá de la arena


árida y taciturna, como una flor de pena,
la luna en mengua es roja herida que desangra
toda la arteria cálida del nocturno desierto...
Y tu boca es lo mismo: por sobre del mar Muerto
se tiñe con las gotas postreras de su sangre.

Son las últimas llamas de un incendio, las únicas


que pasan voluptuosas entre sus rojas túnicas
y que se irán muy pronto del serrallo encantado:
¡y tan sólo hay una puerta de fuga en su guarida
y taciturnamente acecha tal salida
en su manto de vicios el último pecado!

Pasan los fríos Términos, figuras pensativas


en corceles de hielo, y las almas cautivas
van a la grupa de ellos en su carrera loca.
¿Dejarás que te roben los frígidos corceles,
dejarás que se tornen en acíbar las mieles
sin que sellen mis labios siete veces tu
boca?
LOA A LOS BRAZOS

JÓSE RAFAEL POCATERRA (venezolano)

CÓMPLICES embozados en las mangas de


raso, desnudos, agresivos y diestros en el lazo;
cómplices castigados con esposas de acero,
que vivís atrevidos bajo el traje de malva,
siempre listos, dispuestos al ataque a mansalva
y a quitarme la gloria del esfuerzo postrero.

Como dos paladines con corazas de rosa


en lucha, brazo a brazo, salvan la
pudorosa
doncella que protegen de amorosos rigores;
su fe se rinde a veces por obra de malsines,
y súbito los castos y nobles paladines
sucumben; se alzan luego; pero ¡ya son traidores!

Caballeros gemelos de aventura y contienda,


evocan los hermanos de la griega leyenda
fieles hasta la muerte, cuyas dos vidas trunca:
tus brazos asediados de asaltos imposibles
cerrados, siempre en guardia, mantiénense inflexibles.
Tus brazos, ¡ah!, tus brazos no son traidores nunca.

LOA A LAS MANOS

JÓSE RAFAEL POCATERRA (venezolano)

EN Homero el divino, en el divino Homero,


si me es fiel la memoria, en el libro
tercero,
dícese de unas manos «diez doncellas de blanco».

¡Se han compuesto ya tantas imágenes ociosas:


conchas, marfiles, lirios enanos, albas rosas,
que para estas del libro tercero las arranco!

Diez doncellas de blanco cuyo coro me asiste


en placeres lejanos cuando me siento triste
por oscuros y torpes y pequeños agravios;
diez hermanas piadosas sobre un solo delirio;
diez vírgenes propicias al sublime martirio,
gimiendo en la sangrienta cuchilla de los labios.

Hubo un príncipe negro que en doloroso empeño


seguía ávidamente en sus horas de sueño
la fuga de lo blanco: ¡oh príncipe de Dakar!,
así sigue mi boca tras sus diez besos sabios
y cuando ya diez veces va a posarse en diez labios
se alejan, ruborosas, en sus conchas de nácar...

LOA A LOS SENOS

JOSÉ RAFAEL POCATERRA (venezolano)

u contorno?, es un sueño... ¿Su color?, ¡no se sabe


¿Duros como de mármol? ¿Palpitan como un ave?
¡Jamás ninguna mano posó su sombra adversa
sobre la carne henchida de sangre azul y tibia,
y sólo en locos sueños mi sien cae y se alivia
al contacto inefable de aquella piel tan tersa!

Escudos, tras la lucha dejados en la nieve,


cuyo blasón acusa la punta aguda y breve
que surge recta, firme, como una flor que brota;
se adivina, asimismo, bajo de su blancura,
el acero amoroso de su recia estructura
donde sangre enemiga salpicara una gota.

¡Copas donde esta sed de amar inextinguible


calmara, si pudiera calmarse lo imposible!
Broqueles que en la lid cerrada, a campo abierto
—sin daga, sin tridente, sin malla, sin escudo—,
conquistara en la arena con el torso desnudo,
o tras la lucha bárbara quedar abajo, muerto.
LOA A LAS CADERAS

JÓSE RAFAEL POCATERRA (venezolano)

FLEXIBLES, en acero, conmueven tu figura


y armoniosas descienden en una línea
pura
que baja larga y suave por las esbeltas piernas.
¡Crisoles de alabastro donde una fuerza vierte
los éxtasis supremos de la vida y la muerte,
solemnes y fecundas cual las cosas eternas!

Ánforas que se colman con un sagrado vino:


cerradas, enigmáticas arcas del vellocino,
guardadas en su culto por las áureas culebras,
como en el rito antiguo su religioso celo
cubriera el tabernáculo con un espeso velo
hecho de oro, volutas y delicadas hebras.

Caderas de las vírgenes, mármoles intocados,


en el rojo desfile de los siete pecados
es la red de las venas camino de delicias...
¿Florecerán tus flancos la púrpura y el fuego,
y en esa eucaristía podrá regar mi riego
toda una primavera perversa de caricias?

ROMANCE DE AMOR Y DE SANGRE

ANGEL MIGUEL QUEREMEL (venezolano)

COMO guitarra morena


pulsé tu cuerpo desnudo;
cintas eran tus cabellos,
cintas negras y sin luto.

Con dientes de luna clara


mordí la copla madura;
se nos mojaron las sombras
de leche fresca de luna.
Cruzó tu grito la noche,
¡flecha de oro ensangrentada!
¡Ay, ay, ay era la copla
que a mí tanto me gustaba!

Cintas negras tus cabellos,


cintas negras y sin luto;
en mis manos los jazmines
de tu llanto y de tu gusto.

¡Ay mi niña morenita,


en los flecos de la sombra
tejidos de copla y llanto
de blanca luna y de aroma!

¡Cintas eran tus cabellos,


cintas negras y sin luto!

EN LA BAHIA

ANGEL MIGUEL QUEREMEL (Venezolano)

CURIOSEABA la brisa en tus enaguas


cortas, de transparentes muselinas;
la tarde gris en tus pupilas de aguas
puso desfallecencias opalinas.

La bahía encantada de piraguas


fue indiscreta a tus gracias clandestinas;
y hubo un vago fulgor de rojas
fraguas allá, sobre la paz de las colinas...

El ramaje tendió, fraterno, el ala


en la ribera azul donde se ahonda
tu sueño de nerviosa colegiala...

Se condolió la sombra de mi pena.


Y al ensancharse mi ilusión, la onda
fue como un labio trémolo en la arena...

AMOR

LUIS EDGARDO RAMIREZ (venezolano)

Te vi,
te amé,
callé,
sufrí.

Lloré,
sentí,
morí,
recé.

Con fe,
dolor,
se fue.

Por fin,
amor,
carmín.

BESOS

LUIS EDGARDO RAMÍREZ (venezolano)

EN la luz de las estrellas,


en la niebla mañanera,

en las sombras de la noche,


en la brisa que te envuelve,

en la voz que te acaricia,


en el agua que te baña,
cuando duermes, cuando sueñas,
cuando rezas, cuando amas,

¡te envío besos, besos, besos,


un diluvio de besos...!

En el aire que respiras,


en el canto que te arrulla,

en el rouge para tus labios,


en la prisa de tu pulso,

en el sol que te despierta,


en la flor que te perfuma,

cuando ríes, cuando lloras,


cuando sufres, cuando cantas.

¡te envío besos, besos, besos,


un diluvio de besos...!

En la seda del corpino,


en las sábanas del lecho.

en la túnica que ciñes,


en el fuego de tu sangre,

en las ansias que te abrasan


y el deseo que te inquieta,

por las noches, por el día.


donde estés, adonde vayas,

¡te envío besos, besos, besos,


un diluvio de besos...!

MORENA

LUIS EDGARDO RAMÍREZ (venezolano)


MÁS que el color de la rosa,
más que el frescor de la brisa,
me cautivan tu sonrisa
y tu mirada piadosa.
Al contemplarte, graciosa,
caminar por el sendero
te sale al paso un te quiero
que se me escapa del pecho;
y te persigo, te acecho,
por este amor que me muero.

Todo lo bello del mundo


se encierra en ti, morenita;
por tus encantos mi cuita
y este cariño profundo.
No tengo paz un segundo
cuando te encuentras ausente:
aunque murmure la gente,
no puedo acallar mi pena,
ni hacer la angustia serena,
¡si hay un volcán en mi mente...!

Temblor de pichón herido


tienen tus senos traviesos,
y en la gloria de tus besos
de mis anhelos el nido.
En tus pupilas, dormido,
cálido mar de ternuras,
lenitivo de amarguras,
rocío de la esperanza,
donde nace la confianza
de curar mis desventuras.

Cómo padezco por verte,


enamorada, en mis brazos,
para entregarte a pedazos
el corazón y mi suerte.
Cómo quisiera tenerte,
en una noche de luna,
sin vestidura ninguna
que oculte lo que presiento,
para que pregone el viento

¡lo inmenso de mi fortuna...!

SONETO EN ROJO

LUIS EDGARDO RAMIREZ (Venezolano)

AQUELLA noche, en que por vez primera


me hirvió la sangre al fuego de tus labios,
recorrieron tu cuerpo mis resabios
como potros salvajes, sin tranquera.

Y la turgencia de tus senos era


mudo reto a mis lúbricos antojos;
me di en caricias, me abrasé en tus ojos
y te encendí de amor a mi manera.

Fui libando, en cada poro de tu piel,


remedo al picaflor sobre la rosa,
néctar divino de aromas y de miel.

Te sentí palpitar tierna, ardorosa,


de amor desfallecida, feliz, fiel
a tu pasión secreta y venturosa.

SEMBRADORA DE AMOR

LUIS EDGARDO RAMÍREZ(venezolano)

SEMBRASTE con tu amor y con tus besos


una ilusión de proyección lejana,
la cima de los dulces embelesos
para mis horas grises del mañana.

Al abrigo sutil de tus caricias


vas tejiendo, con hilos hechiceros,
una urdimbre de ensueños y delicias,
donde quedan mis vuelos prisioneros.

Donde el alma se acuna aletargada,


ebria de aromas y licor divino;
una cárcel que busca en su alborada,
al percibir la luz, el peregrino.

Canto y cristal que rueda en la montaña


para llenar el íntimo vacío,
donde de gozo el corazón se baña
y surges eco del destino mío.

Cuando se apague de tu amor la llama,


porque todo en la vida es pasajero,
sucumbiré con la esperanza vana
de encontrar en las sombras un lucero.

Sólo tendré de la pasión de ahora


recuerdos y añoranzas en mi alero
y he de enviarte en destellos de la aurora
mis últimos latidos y un... ¡te quiero...!

EN TU AUSENCIA

LUIS EDGARDO RAMÍREZ (venezolano)

CUANDO surgen los mares y montañas


cual símbolos de ausencia y lejanía,
las cosas simples y también extrañas
se van trocando en muda letanía.

Se hace la vida gris, la dicha huraña,


la incertidumbre el pan de cada día;
un pescador, sin ríos y sin caña,
resignado a esperar, sin rebeldía.

Ni un cocuyo en las sombras de la noche;


en la callada pena, sin reproche,
mi súplica se eleva como un rezo:

No prives que en sus ojos vuelva a


verme, porque siento la angustia de
perderme sin la gracia feliz de su
regreso.

TU AMOR

LUIS EDGARDO RAMIREZ (venezolano)

Tu amor trajo a mi vida, como el alba a la noche,


a mi libro de afectos de diamantes el broche.

Tu amor es paradoja feliz en la jornada,


pues viviendo el ocaso presiento la alborada.

Tu amor fulge en el alma luz de estrella y luceros;


es fanal de los pasos por todos los senderos.

Tu amor es el aliento de mi pobre esperanza,


manantial de ternuras, azul en lontananza.

Tu amor hace el milagro de los arrullos tiernos,


como el árbol sin hojas que visten los inviernos.

Tu amor es un compendio de ilusiones remotas,


que embellece la vida, como al mar las gaviotas.

Tu amor dará al instante final de mi camino


un perfume de flores, un rezo a mi destino.

Tu amor será arco iris, remanso de bondad,


cuando eleve mis pasos hacia la eternidad.

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

MIGUEL RAMOS CARRION (español)


DESDE la ventana de un casucho viejo,
abierto en verano, cerrado en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el
rezo, ve todas las tardes pasar en
silencio los seminaristas que van de
paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,


marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,


marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.

El solo, a hurtadillas y con el recelo


de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos.
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros

Monótono y tardo va pasando el tiempo,


y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo,
siempre sola y triste, rezando y cosiendo,
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos; ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros.

Cada vez que pasa, gallardo y esbelto,


observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de
fuego,
parece decirla: «¡Te quiero..., te quiero!...
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!...
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!...»
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de invierno,


la niña que alegre saltaba del lecho
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos:
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista, sin duda, era el muerto,
pues cuatro llevaban, en hombros, el féretro,
con la beca roja por encima cubierto,
y, sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos;
los seminaristas iban en silencio,
siempre en dos filas, hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo.
La niña, angustiada, miraba el cortejo:
los conoce a todos a fuerza de verlos...
Sólo, sólo faltaba entre ellos
¡el seminarista de los ojos negros!...

Corrieron los años, pasó mucho tiempo...,


y allá en la ventana del casucho viejo
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
recuerda con tristeza, por las tardes,
¡al seminarista de los ojos negros!...

ROSALINDA
ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

Me voy con la tarde linda


recordando a la mulata.
Un soplo de brisa ingrata
de la copla se me guinda...
¡Se llamaba Rosalinda!...
Un romance del jagüey,
que en este llano sin ley
se prendó de mis corríos,
y entre amores y amoríos
me la robé de un caney.

Tenía los senos bonitos


como las rosas abiertas;
su voz en las cosas yertas
fue como el sol de los mitos.
Era apretada de gritos
cuando la tuve al encuentro;
pulpa de amor era el
centro de sus pupilas saltonas,
como las frutas pintonas
que dicen mucho por dentro.
Vino un joropo llanero,
se puso lindo el caney.

Yo jugué mi araguaney,
mi cobija y mi sombrero;
perdí todo mi dinero
—me quedé sin un centavo—,
y para sacarme el clavo
con los nervios amargados,
en la ley de un par de dados
se la jugué a un indio bravo.

Se amontonaron los peones


para ver quién la ganaba;
cada fibra me saltaba
de los soleados pulmones;
se ovillaron mis canciones
en los silencios ignotos,
y dije entre sueños rotos:
«Voy jugando a Rosalinda»,
¡y el dado en la noche linda
me devolvió mis corotos!...

PANCHO VALENTIA

ERNESTO LUIS RODRIGUEZ (venezolano)

NACIÓ Pancho Valentía


entre leyendas de asaltos,
puñado de anhelos altos
al azar y a la porfía;
sin más ley que su manía
ni más dios que su amuleto,
por nadie tuvo respeto
ni nada le causó pena,
caliente la piel morena
y a flor de labios el reto.

Con puñal de acero fino


salió una vez de la choza,
en busca de aquella moza
que era tinta como el vino,
hija de un tal Luis Padrino,
que entre copleros y arpistas
tenía dos mulatas listas
al grito de anhelos hondos,
con los pezones redondos
y empinados de conquistas.

Una, la niña más bella


desde los pies a la cara,
como pulpa de agua clara
donde se mira la estrella.
Se enamoraron de ella
toditos los cantadores;
era luz, panal de amores,
ramo de sol en la brisa,
cuando pasaba su risa
abriendo los cundiamores.

Otra llamábase Amanda,


la de los dulces resabios,
la que al roce de los labios
daba miel a la quisanda;
la que en noches de parranda
salpicaba las maracas,
y entre aromas de albahacas,
con la flor de las espumas
festoneaba las totumas
bajo el vientre de las vacas.

Se fue el piropo a la caza


como raudal sin escollo;
era propicio el pimpollo
para la flor de la raza,
ya que afinando su traza
se cuenta de Valentía
que en medio de su osadía,
entre el afán y el denuedo,
siempre pensaba con miedo
que se perdiera su cría.

Como fin de su aventura,


se la llevó con la tarde;
iba guapeando el alarde
con el arma en la cintura;
pasó por esta llanura
como quien va por el viento,
firme, gallardo, contento,
muchas veces suspirando
y los caminos sonando
bajo el caballo sediento.

En la sola pulpería
donde se cuela el camino,
la angustia de Luis Padrino
tuvo retozos de hombría.
Se fue tras de Valentía
con su potro y con su pena.
«Me llevaron la más buena>,
dijo rabiando el jinete,
y en el filo del machete
parpadeó la luna llena.

Dos meses después, andando


el hambre halló la comida.
Cara a cara, vida a vida,
sobre el machete sangrando,
dijo un hombre agonizando,
tendido en el campo verde:
«Mi risa tu rabia muerde;
yo me burlé del Destino,
no has hecho na, Luis Padrino;
¡mi raza ya no se pierde!»

EL BOCHE

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

Hoy es domingo, amor mío;


los barrios están de fiesta.
Un árbol vuelca su cesta
de pájaros sobre el río.

Oro espigado al rocío


sueño en tu pelo catire.
Para que el alma suspire
ando en pos de tu mirada;
pero tú, por ser casada,
no quieres que yo te
mire.

Son azulitos los cielos


que en tus pupilas he visto;
me quemas y no resisto,
llama de puros anhelos.
Que tu esposo tenga celos
no me hace vivir de prisa.
Sólo busco una sonrisa,
tu presencia sólo aspiro;
cuando en el patio te miro
quedas oliendo en la brisa.

La pena que me revives


con la mañana se tiende,
y un ramo de sol
enciende la calle por
donde vives.
Aunque orgullosa me esquives,
no puedo echarte al olvido.
Nunca me doy por perdido,
pero en tu casa jugando,
cada vez que voy ganando
pega un boche tu marido.

Mi soledad hoy presencio


como guitarra sin cuerda.
Has querido que yo pierda
para que sufra en silencio.
Todita en mí te aquerencio,
pagas con raros enojos...
Por jugarte mis antojos
al claro sol del domingo,
mi corazón es un mingo
que me bocharon tus ojos.

ECHANDO COCOS

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

Es un decir en la aldea
que al coco de Juan Palomo
no le lastiman el lomo
ni se le gana pelea.
¡Que se quiten esa idea!
Yo nunca a nadie provoco;
pero aunque me gusta poco
decir lo que ya presiento,
van a saber los del cuento
cómo se quiebra ese coco.

Se llena la pulpería,
el silencio gime ausente,
y en los ojos de la gente
pega saltos la alegría.
Como un reto a mi osadía,
Palomo frunce la cara;
su voz me revienta clara
cuando a servir lo provoco:
«¡Si eso no parece un coco,
sino una pobre tapara!»

El puño en guardia retiro


para caerle al contrario.
Hay mofa en el comentario
mientras nervioso respiro.
Mi coco sacude un tiro
que al otro le causa estrago.
Ya ese golpe no lo pago,
nadie me cobra la cuenta;
y en el chorro que revienta
muere la sed trago a trago.

Siento la gloria más honda


cuando a la puerta me asomo.
Tú, la mujer de Palomo,
flor de ternura redonda,
pasas alegre y oronda
bajo la paz de la aldea.

Guapo tu pecho flamea


—su gracia nos vuelve locos—,
¡y un par de trémulos cocos
me van pidiendo pelea!
PARES O NONES

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (Venezolano)

MIRO tus manos tranquilas


y que los pozos más claras.
¡Tan negras las paraparas
relucen cual tus pupilas!
Tú las recoges. Vacilas
mientras la risa despuntas;
tu voz me tira sus puntas
y a pleno sol meridiano
cerrando toda la mano:
«¿Cuántas habrá?», me preguntas.

Clavel de trémulos dones


pone a sangrar tu corpino,
y hasta mi propio cariño
juegas al pares o nones.
Quizá te muevan razones
que confesar no has querido;
por eso al verme perdido
dices con aire señero:
«Si tengo pares, te quiero;
si tengo nones, te olvido.»

Tiras mi suerte en azares


que son un grave tormento;
tus dedos cuento y
recuento y van saliéndome
pares.
De dos en dos tus lunares
llevan atrás mis antojos.
Pares tus ósculos rojos
que le robé a la fortuna,
y como aljibes con luna
me dicen pares tus ojos.

Hasta los dengues sencillos


en ti son mimos ardientes,
y pues son pares tus dientes,
pares también tus zarcillos,
pares los blancos tobillos,
pares los senos saltones;
pienso por muchas razones
que tu cariño me gano.
Pero al abrirte la mano,
tu corazón dice: «¡Nones!»

LA VENADITA

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

Su paso en la tierra pinta


y es como tú la venada;
mañosa y recién casada
la puso el amor encinta.
Aunque su gracia es distinta,
tiene tus mismos retozos;
junto a los verdes corozos
lame los cielos en fuga,
mientras la ola se arruga
sobre la piel de los pozos.

La noche clarita ronda


y entre las hojas suspira.
Yo pongo el ojo en la mira
para que el tiro responda.
Suena un disparo en la fronda,
donde hay ternura secreta.
Abre el silencio una grieta,
lo cruza el plomo silbando,
y el humo aflora, cegando
los ojos de la escopeta.

Huye el venado. Maltrecho


por el recuerdo, te sigo.
Un mes casada conmigo
también el milagro has hecho;
y ya en tu grávido pecho
son dulces las pomarrosas.
Bajo las nubes piadosas
gime la hembra caída,
y en el clavel de la herida
se tiñen las mariposas.

El ojo muerto que brilla


se queda fijo mirando.
La noche va caminando
con el alba a la rodilla.
Sangra del pozo la orilla,
sangra del cielo el costado;
y mientras sobre el venado
dispara luces el día,
pensando en ti, vida mía,
me duele haberla matado.

LA COLEADA

ERNESTO LUIS RODRIGUEZ (venezolano)

V IÉNDOLA, crece mi alarde.


Sólo he venido por ella,
por la sonrisa más bella
que el mismo sol de la tarde.
La cinta en sus manos arde
feliz de verla contenta.
La brisa va polvorienta,
retoza en los espinitos,
y una piñata de gritos
sobre la calle revienta.
La miro. No sé. Por nada
mi corazón pega un salto.
Doblar el toro más alto
me pide con la mirada.
¡Ese de piel colorada
como la misma candela!
De pronto el caballo vuela,
y en el ijar que la siente,
roja de sangre caliente
se va poniendo la espuela.

El brazo gira y tremola.


Ella reclama lo mío.
Su risa en el vocerío
se quiebra como una ola.
Soñando en la palmasola,
puro el aroma del valle,
ronda en la flor de su talle.
Galopa el viento sonoro
y cae de bruces el toro
sobre el pulmón de la calle.

Ella suspira. Me hundo


como un puñal en sus ojos.
La tarde con cielos rojos
muere en silencio profundo.
Es raro a veces el mundo
para quien gana. Por eso
pienso al estar de regreso
que si de mí se enamora,
ella, sin ser coleadora,
puede matarme de un beso.

GALERÓN DE LA NEGRA JUANA MARIA

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

LA negra Juana María,


pimpollo de tentación,
señera como la palma,
caliente como el
fogón, camino de los
cantares se va por mi
corazón. Tallada la piel
reluce, oliendo a puro
melón, a soga sin
estrenarse,
a mango medio pintón,
a palo recién floriao,
a lluvia sobre terrón,
a hierba que se remoza
y a vino de garrafón.

El ritmo viene con ella,


con ella va la canción,
los ojos relampagueando
ceniza, llama y carbón;
los mimos de caña dulce,
el cutis de papelón;
la lengua
conversadora, sonrisa
como algodón, y lunas
del mismo río los senos
en eclosión, alegres
como perdices,
maracas del llano son,
saltando porque no llevan
sostenes con almidón...

Cintura de cuatro
nuevo sonando de son
a son, al pie del arpa
sacude
la canta y el camisón;
anima el contrapunteo,
apura el trago de ron,
y todo el patio llanero
le suena bajo el talón,
igual a como se
escucha la pólvora en
el cañón, el látigo sobre
el cuero, el cedro en el
ventarrón
y el dale-que-dale a pulso
la mano sobre el pilón.

La negra Juana María,


remanso y ensoñación,
dulcita como el guarapo,
tan agria como el limón,
va de joropo en joropo,
va de peón en peón;
chaparro cuando ventea,
pisar de caballo andón,
desprecia los amoríos,
no pide ni da razón;
y cuando pasa bailando,
ceñida en el galerón,
su risa y el zapateo
me dan en el corazón.

ROMANCILLO PARA MI NIÑA

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

ERES la vida cantando


de la sonrisa a los pies;
la de mi claro alborozo,
la del color de mi fe,
la que me vuelve suspiros
como quien va a florecer,
la de la dulce mirada
que representa mi ley,
la de mil veces amarte
por sólo verte una vez;
la del estero con garza,
la del retoño sin sed,

la de los pozos llovidos


donde los cielos se ven;
la del humito caliente
que hace volar el café;
la del novillo en el lazo,
la del pescado en la red,
la del joropo enlunado
para que salten los pies.

Eres la lluvia cantando


sobre el país del merey;
la de la palma con aire,
la del amor sin desdén,
la que se pega a mi vida
como el lucero al jagüey
y que mis penas sacude
cuando las mira crecer;
la del cantar andariego,
la del gallardo vaivén,

la que, si dichas me vende,


dichas me cobra después;
la de mi muda alegría,
la de mis voces también,
la que retoña los sueños
con el olor de su piel,
la que me vuelve suspiros
como quien va a florecer.
Eres la vida cantando
de la sonrisa a los pies.

GLOSA DEL AMOR MULTIPLICADO

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)'


EL AMOR LE TOCA A UNO
SI SE DIVIDE ENTRE DOS.
CUANDO CONMIGO LO SUMAS,
SE MULTIPLICA EN AMOR.

Amor de marzo y chicharra


por los caminos del llano;
amor de tender la mano
donde tu mano se amarra;
amor de pulso y guitarra
cuando tus coplas reúno;
amor que contigo enluno,
amor que mi fe
comparte, porque del
sólo mirarte EL AMOR LE
TOCA A UNO.

Tú sigues siendo tan mía


como del rumbo la huella.
Vive en el pozo la estrella
desde su azul lejanía...
Si tú te vas algún día,
voy a quedarme sin Dios;
mas no te irás de mi voz
ni del doliente latido,
porque es mayor el olvido

SI SE DIVIDE ENTRE DOS.


Amor que en mi piel se fija
y que de ti no se aparta;
de «ayer recibí tu carta
y hoy te mando mi sortija».
Amor de andar sin cobija
porque hasta el frío
perfumas; amor sobre las
espumas; amor del agua
sedienta,
por todas partes aumenta
CUANDO CONMIGO LO SUMAS.

Amor de espiga y rocío;


amor de sombra y cocuyo;
amor como el mío y tuyo,
donde no cabe el hastío;
amor como el tuyo y mío
es veinte veces mayor...
Y cuando vivo el rumor
de tus rosales en fiesta,
lo que en olvido se resta
¡SE MULTIPLICA EN AMOR!
GLOSA DEL AMOR INTRANSIGENTE

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)


TE QUIERO PORQUE TE QUIERO,
TE AMO PORQUE TE AMO,
Y MUCHO MÁS TE QUISIERA
SI NO TE QUISIERA TANTO.

Que todo el mundo lo diga,


que la perdiz lo reproche,
que lo enlucere la noche
y el arenal lo maldiga;
que lo dialoguen la
espiga y el girasol
mañanero; que el
espinito señero
se lo suspire a la senda.
Deja que nadie comprenda:
¡TE QUIERO PORQUE TE QUIERO!

Que el cigarrón lo comente,


que lo salpique la ola,
que la engreída soisola
por el rastrojo lo cuente;
que el remolino impaciente
lo eleve como un reclamo;
que el aire donde te llamo
sobre la rosa lo espine.
Deja que el odio camine.
¡TE AMO PORQUE TE AMO!

Que el alba sobre el corozo


como un denuncio lo escriba;
que todo el llano de arriba
lo azule dentro del pozo...
Diles que amar es retozo
de luna en agua viajera;
que si olvidarte pudiera,
como las sombras al día,
más corazón te daría
Y MUCHO MÁS TE QUISIERA.
Que la llovizna lo alfombre
de luces en el plantío;
que el humo sobre el bohío
al escucharlo se asombre...
Diles que llevo tu nombre
ceñido al pie de mi canto.
Quererte alegra mi llanto,
hace sortaria mi suerte,
y no quisiera quererte
SI NO TE QUISIERA TANTO.

LA NIÑA MUDA

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

L,A vi sentada sobre el duro


banco de la plaza del pueblo;
parecía una flor a la orilla de un
barranco; en sus ojos la noche
enlunecía sobre la gracia del
vestido blanco.
¡Mayo por los rosales florecía!...
Yo me senté a su lado; de las ramas
alegres de los árboles caía
un delgado rumor. «¿Cómo te llamas?»
Ella no dijo nada. Yo inquiría:
«¿Es que guardas tu voz para quien amas?»
Ella, sin responderme, sonreía...
Me acerqué más aún; tuvo sorpresa,
o miedo, o timidez de mi osadía.
«Si yo fuera este aroma que te besa,
en raudales de amor te envolvería.»
Ella me vio con algo de tristeza,
y el cielo más azul resplandecía.
Le hablé acaso de Dios, de las estrellas
maduras y lejanas: «Presentía
tus mimos, y tus pasos, y tus huellas,
el agua de tu voz de Ave María
y la ternura de tus manos bellas.»
Ella, sin responderme, sonreía...
«¡Reluce en ti la floración de mayo!
¿Quieres venir al campo? ¡Qué alegría
si te viera saltar a mi caballo
y galopar bajo la luz del día,
pegada a mí como la flor al tallo!»
Ella mucho más hondo me veía...
«¡Hay júbilo nupcial en tu corpino!
¿Te casarás conmigo? Todavía
puedes tenerme un poco de cariño;
desde el fondo del alma te veía
pura como la lágrima de un niño.»
Ella, sin responderme, sonreía...
«¿Y te callas aún? ¿Nada me dices?
¿Eres acaso muda noche y día?
¿Picotearon tu lengua las perdices?»
Sentí pena esta vez; cómo la hería...
Le dolieron los ojos infelices,
y a través de su llanto me veía...

NOMBRE DE MAR, AMOR...

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

NOMBRE de mar te dieron, nombre de amor me diste;


nombre de amar las cosas que están cerca de ti.
Te bendigo y te amo por el bien que me hiciste;
con la luz de tu nombre me ilumino y existe
lo que me hace feliz...

Hacia ti va mi angustia, mi total pensamiento;


hacia ti va mi lucha, mi constancia, mi fe.
En la piel me floreces..., en el pulso te siento,
y te busco en el agua, y en la tierra, y el viento,
dondequiera que estés...

Llegaré a tus palabras como el cántaro al río.


En la flor de mis sueños besaré tu canción...;
y al roce de la brisa tu aliento será mío,
así como es del césped la gracia del rocío
y el júbilo del sol...

Gozaremos la angustia de inefables antojos;


viviremos la dicha de vivir y soñar;
te darás a mis manos en ardientes manojos,
y estarás en mis besos y andarás en mis ojos
como el agua en el mar...

TUS OJOS TIENEN ALGO

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

Tus ojos tienen algo de lo que nunca llega,


distantes, infinitos, profundos como el mar,
de luz inaccesible como de niña ciega,
de barco sin regreso queriendo regresar.

Tus ojos tienen algo de lo que no se ha ido,


de lo que está más cerca de lo que en uno está,
de casi preguntarme: «¿Qué cosa es el olvido?»,
y de seguir amando cuando el amor se va...

Tus ojos tienen algo de júbilo y de llanto,


de acaso y de más nunca, de siempre y de
jamás, de nada haber querido y haber querido
tanto, así como se quiere cuando se quiere
más...

Con ellos me confundo, sin ellos nada valgo;


me dan puerto y navio, sosiego y tempestad,
y huyéndole a mis ojos tus ojos tienen algo
de ser un poco buenos con algo de maldad.

Tus ojos tienen algo de angustia marinera,


de mástiles que vuelven y azules que se van.
¡Quisiera andar en ellos viviendo mi quimera
y a bordo de los sueños sentirme capitán!...
NOCHEBUENA DE AMOR

ERNESTO LUIS RODRÍGUEZ (venezolano)

VINO la Nochebuena, y eran míos


tus ojos, grandes como la piedad.
Raros por apacibles y bravios,
llenos de misteriosos albedríos,
hondos de multitud y soledad.

Te quise demasiado. Me quisiste


quizá un poco menos o algo más.
Y en la tierna penumbra me dijiste
con una voz que parecía triste:
«¡Esta noche... no la olvido jamás!»

Nos besamos un poco. Tus miradas


me agobiaron de plácido fulgor.
Se rompieron las doce campanadas,
y bajo las antiguas enramadas
florecía en los sueños el amor.

«¡Feliz año!», dijiste. Y el reflejo


de tus labios fue dulce para mi.
En el aire, a la luz, como un espejo,
se nos iba cantando el año viejo,
y el año nuevo se llenó de ti.

Tu voz, fresca y alegre, se fundía


con el cálido acento de mi voz.
Los claveles temblaron de alegría;
y en el amanecer..., ya con el día,
entre besos hablábamos los dos...

Nunca más vi tus ojos tan extraños


ni supe de tus besos otra vez...
¡Cómo duelen los hondos desengaños!
¡Una noche de amor entre dos años,
sólo de olvido floreció después!...
HE ENCONTRADO TU NOMBRE

MANUEL RODRÍGUEZ CÁRDENAS (venezolano)

HE encontrado tu nombre: Nacarid.


Me lo trajo la brisa entre papeles viejos,
mientras los marineros dormitaban
de espaldas a la playa del puerto.
Es un nombre de sueño, de puñal y goleta.
Nombre para escribirlo sobre los acordeones
o para sepultarlo entre los mansos mares
que se mueren, sin barcos, en los mapas de escuela.
Y te llamo en la tarde con tu nombre de leguas: «¡Nacarid!»
Con tu nombre de garza, Nacarid, de cerveza y de estrella.
Te llamo antiguamente sobre la tibia arena,
te grito en el ribazo, desde el banco de piedra,
por debajo del puente, frente al viejo borracho
que vacía su botella
en el casco de un barco anclado
que se queja.
A distancia refulge tu rubia cabellera
y me llega tu risa.
Veo tu talón rosado
y el arco de tu pie, silencioso, en la huella...
¡ Nacarid!
Y te ríes, Nacarid, desnuda entre la arena.
¡Nacarid!
Te persigo con el nombre que estrenas,
y te estrecha y te ciñe con su gracia de seda.
¡Nacarid!
Mi palabra te alcanza en la carrera.
¡Nacarid!
El agua, cariñosa, te corre entre las piernas.
¡Nacarid!
Y el mar, en sus potentes cordajes, se lo lleva.
ELOGIO DE LA LLUVIA Y TU CUERPO

MANUEL RODRÍGUEZ CÁRDENAS (venezolano)

LLOVÍA. En los cerrados cristales del balcón,


el agua dibujaba su lenta melodía.

A distancia, cruzaba el camino las vegas


y se oían las campanas de la ciudad.

Tú, en la alcoba, prendida la débil gasa del ceñidor,


cantabas.

Ibas de un lado a otro,


llenando todo el aire con tu extraña fragancia.

Corrían las cortinas, besabas las azucenas del jarrón;


llorabas y reías, con los dos senos sueltos.

Llovía. Largamente. Sobre la tierra grata


las flores se extendían.

Yo pensaba en los muertos, que sembraron sus huesos


en los largos caminos y nunca florecían.

De pronto abriste el ceñidor y, sin calzas,


te echaste sohre la roja alfombra.

Desnuda, los senos separados, los muslos de rosada madera


El vientre perfumado. Suelta la cabellera.

Estabas como para encontrarte. Y cerré las cortinas.


(Sobre el mundo llovía aún. Entre la enredadera la tarde ya
empezaba, también, su melodía.)
HABLADURÍAS

MANUEL RODRÍGUEZ CÁRDENAS (venezolano)

DICEN que hay una tierra


para los negros
donde es dulce y sabrosa
la melaúra.
¡Vamonó pa allá!
Dicen que hay una sierra
de pan tostao
donde el maís que se siembre
nace cargao.
¡Vamonó pa allá!
Dicen de un cielo verde
con santos negros
donde el cura no roba
ni pide na.
¡Vamonó pa allá!
Dicen que hasta la chiva
de Dios es negra
sobre bambarrias negras
y coloras.
¡Vamonó pa allá!
Dicen que en esa
tierra que he describió
todos tienen un piazo
pa su sembrao.
¡Vamonó pa allá!
Dicen que hasta a la negra
Juana Bautista
le dieron dos sortija
con su piedrita.
¡Vamonó pa allá!
Y al moreno
pasúo
barloventeño,
un par de brodequines
con su gomita.
¡Vamonó pa allá!
Ay, que se me olvidaba:
y en esa tierra
too el que nace, mi guate,
le dan su cama.
iVamonó pa allá!
Y le cantan canciones
pa que se duerma
y le dicen: —Mi negro,
comete un durce;
y esperan las mujeres
al que no vuelve,
y no hay ni capataces
ni comisarios,
ni aprovechan el sueño
los mácameles.
¡Vamonó pa allá!
—Pero ¿onde ta esa tierra,
negro mojino,
que ya casi nos tienes
la boca agua?
—Esa tierra, trigueños,
yo lo sabía.
Pero... perdí los libros
de geografía.
Negro que nace negro,
negro se va,
y estas cositas güeñas
que yo he pintao,
¡son puras invenciones
pa conversa!

EL SUEÑO DE LA DONCELLA

JORGE ROJAS (colombiano)

DORMIDA así, desnuda, no


estuviera más pura bajo el lino. La
guarece ese mismo abandono que
la ofrece en la red de su sangre
prisionera.
Y ese espasmo fugaz de la cadera
y esa curva del seno que se mece
con el vaivén del sueño y que parece
que una miel tibia y tácita lo hinchiera

Y esa pulpa del labio que podría


nombrar un fruto con la voz callada,
pues su propia dulzura lo diría.

Y esa sombra de ala aprisionada


que de sus muslos claros volaría,
si fuese la doncella despertada.

DIME QUE ME AMAS

ALEJANDRO ROMANACE (venezolano)

Tú inundas mi existencia de alegría


con tu amor generoso, como inunda
con su llama benéfica y fecunda
el astro rey la inmensidad vacía.

Repíteme que me amas noche y día,


con lealtad, con pasión, con fe profunda,
que en esa frase arrobadora funda
todo su bienestar el alma mía.

Dime que me amarás eternamente;


que tu pasión en lo infinito raya,
porque el afán de lo infinito siente;

y que conmigo irás adonde vaya:


como dos gotas a la misma fuente,
como dos olas a la misma playa.
LA MUSA DE LA ORGIA
ALEJANDRO R0MANACE (Venezolano)

LA vi pasar envuelta en los vapores


de una atmósfera ardiente,
coronada de pámpanos y flores,
radiante de hermosura y de donaire
y dando como enseña de la orgía
la destrenzada cabellera al aire.
El aura leve en caprichosos rizos
jugando con su túnica de gasa
delataba imprudente sus hechizos;
su mirada flamígera y serena
con fuego de pasión resplandecía,
y el placer en sus labios se escondía
como la dulce miel en la colmena.
¡Voluptuosa deidad! Sus trenzas blondas
se desbordaban por su esbelta espalda
cual negros rizos de flotantes ondas.
Con porte altivo y majestad de reina
se destacaba hermosa y soberana,
y era tal su atracción, que parecía
la voluptuosidad en forma humana
surgiendo a los conjuros de la orgía.
Ante aquella visión, de fuerza escaso,
exánime quedé...
Mi mano torpe
dejó escapar el espumante vaso...
Me sentí sin aliento, comprimido
por íntimas cadenas;
y como roja y encendida lava
mi sangre circulaba
rauda y febril por mis hinchadas venas.

Mas luego, vuelto en mí, loco y convulso,


asaltado por lúbricos antojos
y en arrebato que al pudor agravia,
ante la diosa me arrojé de hinojos,
anhelando beber luz en sus ojos,
miel en su boca y en sus pechos savia.
¡Voluptuosa deidad!, exclamé ardiente,
¡te adoro con pasión!
¡Si eres de mármol,
seré pagano para amarte mucho,
y para amarte más seré creyente,
y en mi ardorosa fe, nunca extinguida,
tendré para tus sienes una palma,
fuego inmortal para incendiarte el alma,
savia viril para infundirte vida!

Cayó en mis brazos con delirio amante;


en un abrazo estrecho nos fundimos;
libé en su boca néctar calcinante,
y aunque el mundo y la luz nos atormentan,
desde esa noche en el placer vivimos
como fantasmas que en la sombra alientan.

VOZ DE RESPUESTA

MANUEL FELIPE RUGELES (venezolano)

quién busco en la tierra de los pinos


y las palomas de alas extendidas
sobre las viejas torres desvaídas
en la niebla al azar de los caminos?

¿A quién sobre estos páramos andinos,


sobre estas nieves, águilas caídas,
y estos valles que añoran recias vidas
a la sombra o la luz de los molinos?
Mi corazón hoy vuelve a la montaña,
donde he sentido el jubiloso viento
cercando el fuego vivo de su entraña.
Donde también a su manera ha sido
caracol sin marino aturdimiento
y su canto lo salva del olvido.
CUANDO EL MUNDO ESTA CANTANDO

MANUEL FELIPE RUGELES (venezolano)

AL fin rae han convencido


tus palabras, viajera, pero estoy
sollozando al nacer con mi yo henchido
sobre la cuna de tu corazón.

Mi yo, como el color vivo del agua,


transparencia a la luz de ojos que espían
el iris de su mundo que resbala
por el cauce anchuroso de la vida.

Cual la brasa que damos al vecino


para que así se multiplique el fuego,
mi yo, cabal sentido de lo mío
y de lo que es de todos y no es nuestro.

Un aprender de goces y desvelos


por una eternidad que es la esperanza,
hasta que pasa el pájaro del sueño
sobre nuestra cabeza alucinada.

Pido un grito, una voz, una palabra,


un algo, ¡ qué sé yo!, lo que hoy no tengo,
con esta boca siempre amurallada
por las siete murallas del silencio.

Voy a tirar al aire esta desdicha,


la síntesis de todo lo que siento,
con el mismo estupor con que se tira
sobre un jardín un vaso de veneno.

Sollozando al nacer junto a mí todo


se confunde en un cerco de promesas,
y, por último, veo que estoy solo
frente al río vulgar de la existencia.
Mi yo, cabal sentido de lo mío,
propia expresión de la que al fin me valgo
para sentirme solo y ser un niño
que llora cuando el mundo está cantando.

¡OH PUENTE MARABINO !

RAFAEL RUIZ CARRILLO (venezolano)

VIAJÓ el aliento hispano con ansia hasta Occidente.


Muy lejos, donde duerme calladamente el sol,
y en la serena playa del lago refulgente
trenzó en castizas huellas arena y caracol.

Dominios del cacique. Allí Mará construía,


con viguetas muy toscas que adentro el agua hundió,
viviendas gentilicias. Extraña analogía:
De Ojeda, al contemplarlas, Venecia remembró.

Nostálgica epopeya. Jamás se presentía


que rumbo al horizonte, y en arcos sobre el mar,
sus férreos materiales un puente luciría
en ese lago que ambos supieron conquistar.

Emergen añoranzas del cofre del pasado.


El tiempo que se marcha igual no vuelve más.
Y en vez de aquellos ranchos con árbol recortado,
¡oh puente!, tú por siempre «la barra» adornarás.

Belleza de arte y fuerza. Ingenio. Monumento.


Jirón de patria nueva flotante sobre el mar.
Cruzando tu ancha vía se ensancha el pensamiento
y brota emocionado patriótico cantar.

El puente es Maracaibo con su mano extendida,


gentilmente ofrecida con gusto y emoción.
Los nietos del cacique brindan la bienvenida
y Venezuela entera te obsequia el corazón.
¡Oh puente Marabino! Comercialmente arteria
que siembras en el tráfico imán de producción. Por tu gran
importancia serás perenne feria.
Servicio muy valioso prestado a la inversión.

Remitirán del Zulia cajas, huacales, sacos


de dulces mermeladas y añejo ponsigué:
naranjas, huevos chimbos, cambures e hicacos,
sabroso «chivo en coco» y el buen «pitisalé».

Desde la tierra enfrente al suelo marabino,


atravesando el puente, al Zulia viajará,
el sombrero espartano del buen cogollo
fino, los tubos de Guayana, turrón de Cumaná.

Eres labor de patria, porque acortando vía


progresa el comerciante, mejora el industrial.
Y mezclas el progreso con lago y fantasía
cuando tu base abrazan el musgo y el coral.

El oro del ocaso se pintaba en tu cielo,


dorado por las tardes al despedirse el sol.
Hay oro en el espacio. Oro negro en tu suelo.
Y es de oro el alma criolla de indio y español.

La gaita maracucha se encuentra engalanada


y aporta bellas notas de típico sonar.
Relámpagos brillantes repiten la extasiada
visión del Catatumbo en rítmico alumbrar.

Besó plateada luna la estrella del poniente,


el lago en conticinio se riela al reflejar
dibujos misteriosos bailando bajo el puente,
nocturno sortilegio del resplandor lunar.

Tus ondas son nostalgias soñadas del poeta;


Udón Pérez grabólas en su verso inmortal.
Tu orilla ha presenciado la hazaña de Urdaneta.
Padilla alcanzó fama con gran triunfo naval.
Por esas mismas ondas una tabla flotara,
reliquia milagrosa que el Zulia retendrá,
imagen de la Virgen que con amor grabara,
Patrona prodigiosa de la Chiquinquirá.

Tu pueblo brindó esfuerzos al lenvantarse, ¡oh puente!,


en holocausto triste, porque tu construcción
regada fue con sangre. Fatales accidentes
enlutaron tus obras. Sarcófago y panteón.

Por los caídos pido reencuentro con tu historia:


un postumo tributo de lúgubre cantar,
silencio de un minuto, honor a su memoria
y el eco de mi prosa delante del altar.

Mas si el trabajo es riesgo, también es un sendero


necesario de vida: castigo y redención.
Si hubieras existido cuando llegó el ibero,
sería distinto el nombre de tu propia nación.

Es cierto que el pasado tenemos que admitirlo


como buen acicate por corregir un mal.
Pero el diminutivo debemos convertirlo
con el tenaz esfuerzo en nombre colosal.

Subido a tu calzada, mi voluntad anhela,


ardiente como el fuego del sol abrasador,
hacer grande por siempre la nueva Venezuela
y que en su nombre veas: Esfuerzo, Patria, Honor.

Si tropicales vientos salvaje sinfonía


conjugan con las olas furiosas de la mar,
entonces tú, mostrando prestancia en la porfía,
serás solemne faro que alumbra el navegar.

Desde hoy en adelante, en «la barra» sujeto,


eres preciado símbolo llamado a reflexión.
Juntaste los esfuerzos fraguando tu concreto.
Iguales convivencias requiere la nación.
Y si a mi bravo pueblo rugiente le amenace
con agitadas olas terrible temporal,
yo sé que cantaremos, cual tú, firme en la base,
las sacras melodías del Himno Nacional.

REENCUENTRO CON SAN CRISTOBAL

RAFAEL RUIZ CARRILLO (venezolano)


A Luis Edgardo Ramirez

EN hojas de un viejo libro


de la Colonia y su tiempo
leí, con detenimiento,
que hace mas de cuatro siglos,
pues corría el mil quinientos,
llegaron a mis montañas
soldados y misioneros
que traían desde España:
los segundos, cruz cristiana,
y sus armas, los primeros.

Maldonado de Castilla,
capitán de hombres de hierro,
fundó una histórica villa
entre el verdor de unos cerros.
Y la ciudad centenaria,
contemplando los luceros,
tiene alegre sus guitarras
cantando cantos sierreros;
tiene sus calles contentas,
con flores de cordillera,
porque ochenta
lustros unen: Historia, Fiesta
y Leyenda.

¡San Cristóbal parameño,


centinela de fronteras,
frailejón de mil recuerdos,
guardián fiel de Venezuela!
Tu cafetal en la brisa
en esperanza labriega.
Tus maizales al viento,
promesas de la cosecha
cuando la espiga dorada
es un capullo en la sierra.
Quebradas de La Concordia,
La Parada, La Bermeja.
Canto de arrullo viajero.
Paisajes que siempre alegran.

Nostalgia del tachirense.


Fragancia de nuestra tierra.
Tus fríos de ventisqueros
«quejas del alma» conllevan.
Neblina. Monte. Aguacero.
«Calentado». Criolla arepa.
Y mezclando amor y fuego,
un «pan de harina casera».

Hace cuatrocientos años


se trazaron «tus carreras»,
se hicieron tus viejas casas,
fundiendo historia y leyenda:
paredes de piedra y tapia.
Techos de española teja.
Ellas son como tu raza:
sangre criolla y sangre ibera.
Valor hispano en la guerra.
Su fe, latina y sincera.
India tu larga paciencia.
Nativa tu mujer bella:
juventud de centenarios,
adorno de andina fiesta.

Una tarde, San Cristóbal,


tus coloniales iglesias
repicaban sus campanas.
Yo me alejé con tristeza.
Pero «el paisa», donde viva,
tu recuerdo adentro lleva,
y al mirar de noche el cielo
soñaré con tus estrellas.

Al oír el susurro de la brisa,


en eco El Torbes cantará con ella.
Tendré recuerdos con sabor de chicha.
La despedida fue, en la tarde aquella,
dulzura de «agua miel», campana y llanto.
Al bendecirme me dejó la vieja
un beso
maternal.
Luego, el quebranto
brotó cual
manantial
de cordillera.
Quiero enjugarlo de nuevo. Y al regreso,
juntar mi corazón a tu cosecha.

EL MASTRANTO

RAFAEL RUIZ CARRILLO (venezolano)


A Rómulo Gallegos

EN llano que agua no riega


crece el mastranto, sediento.
Pobre humilde hierba seca.
¿Por qué aromas tanto el viento?

Con la brisa la sabana


se peina hasta el horizonte.
Y esparce al ondear el monte
fragancia de tierra llana.
Jirón de aroma engalana
terrón de larga sequía.
Cuando el invierno crecía
bebió el mastranto llanero
anegado en el estero
espejismo en su agonía.

Tu perfume es fantasía
que al llano extenso y soleado
brindó el cogollo quebrado
al viento que lo mecía.
Viajó al potrero el ganado.
El sol reseca la zona.
Duro casco te ocasiona
con su marcha muerte atroz.
Y estrujado en tierra, aromas
a la brisa y a la coz.

Cuando en histórica gesta


brilló legendaria lanza,
el criollo dolor se amansa
en sangre que al sol se tuesta.
Añoranza en la ballesta
de patria emancipación.
A tu lado, una oración
rezó el caído a su santo
cuando el rifle y el cañón
prendió el olor del mastranto.

Al llegar la Independencia,
sobre el llano dilatado
siguió aromando tu esencia
al rancho pobre y soleado.
¡Mastranto de mi querencia!
El eco de un alzamiento
corazón de madre enluta.
Se fue el hijo al regimiento.
También el llanto al recluta
libró tu fragancia, al viento.

Mi madre patria, llanura,


tiene el ramaje partido
por tanto dolor sufrido
en su vida triste y dura.
Para calmar su amargura
grabé tu aroma en mi canto.
Rancho de paja y quebranto,
pena y dolor bajo techo:
por tu miseria en mi pecho
quebró otra rama el mastranto.

Al cruzar la inmensidad,
hoy siembro optimista aliento
de borrar la adversidad
a tu perfume sediento.
Hace formal juramento
mi voluntad decidida
para cambiar tu destino.
¡Sabana ancha y tendida,
un buen ejemplo es camino,
y abrir camino es dar vida!

EL MILAGRO DE LA PERLA

RAFAEL RÜIZ CARRILLO (venezolano)

LLEGÓ la fiesta de El Valle.


La isla de Margarita
cristiana fe resucita
que se desborda en la calle.
Como náutico detalle
prendióse en broche la espuma
de la red del pescador,
cuando el joyero en la duna
regateaba al buceador
las conchas de la fortuna.

Viajero de mar arriba,


para ganar el sustento
anclaste velas al viento
por sondear expectativa.
Marino de mar adentro.
Buzo de llanto y quimeras.
Dulces sonrisas esperas
a tu regreso a la orilla.
Premian tu vida. Es sencilla
la fe de tu marinera.
Cierta noche, sin embargo,
tu retardo se enlutó
con la sombra que llenó
de negro el ambiente largo.
Tragaste dolor amargo
cuando, tendido en la playa,
muestras la rodilla en llaga.
Mirando un banco de perlas
soñabas con recogerlas
cuando te picó una raya.

Diez meses cuentas sentado.


Llegaban perlas en lotes
que descargaban los botes
frente al corazón varado.
Marinero del pasado,
ya no cantan tus amarras.
El dolor que te desgarra
viró tu vida sencilla.
Naufragaron en tu silla
tu lancha con tu
guitarra.

Llegó la fiesta bonita.


La hija del pescador
fue hasta El Valle con fervor.
Y a su Patrona bendita
le ofrece en filial amor
la perla que han de sacar.
Sanó el buzo. Va a la mar.
Regresa con concha tierna.
Al abrirla ven la pierna,
y, en la rodilla, un lunar.
«¡Milagro!», gritan en
coro de asombro los
marineros. El pescador en
su lloro rezó de afecto
sincero.
Prendió en cadena de oro
la perla-pierna al altar.
……………………………………………
……………………………………………
Hasta allí quiero llevar
mi alma que penas siente,
porque la Virgen de Oriente
también me la ha de curar.

CONGOJA

RAFAEL RUIZ CARRILLO (venezolano)

CUANDO la triste soledad conversa


con un recuerdo viejo, ya perdido,
el alma se acongoja con tal fuerza
que vuelve a renacer lo ya vivido.

Tristes acuden así de tal manera


escenas viejas. Felices, pero idas.
Presente oscuro de la propia vida.
Como eclipse de sol en primavera.

La congoja es la sombra que estremece


la realidad. Que al conversar abruma.
Juntas están. Como en la margen crece
el musgo salpicado entre la espuma.

Es fuego ardiente que produce frío,


es lazo interno que aprisiona el pecho,
es añorar soñando hacia el vacío,
queriendo rehacer lo que está hecho.

Es precipicio de mi propia sombra


que se proyecta triste en el ocaso,
donde el silencio de la muerte asombra
al marchitar las huellas de mi paso.

Y mientras más feliz fue lo vivido,


el conversar se torna más sombrío:
es más triste el recuerdo más querido
y es más extraño lo que fue más mío.

AZUL

CRUZ SALMERÓN ACOSTA (venezolano)

AZUL de aquella cumbre tan lejana


hacia la cual mi pensamiento vuela,
bajo la paz azul de la mañana,
¡color que tantas cosas me revela!

Azul que del azul del cielo emana,


y azul de este gran mar que me consuela,
mientras diviso en él la ilusión vana
de la visión del ala de una vela.

Azul de los paisajes abrileños,


triste azul de los líricos ensueños,
que no calman los íntimos hastíos.

Sólo me angustias cuando sufro antojos


de besar el azul de aquellos ojos
que nunca más contemplarán los míos.

PIEDAD

CRUZ SALMERÓN ACOSTA (venezolano)

No era ni amor lo que ella me tenía;


era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.

Hoy que voy recobrando mi alegría,


animado quizá de una quimera,
se va tornando mucho menos mía,
como si ella ya no me quisiera.

Yo si he formado de mi amor un culto,


y en tanto aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.

¡No me quites, Señor, mi sufrimiento,


si es que habré de perder con mi tormento
la conmiseración de su cariño!

MIRÁNDONOS

CRUZ SALMERÓN ACOSTA (venezolano)

ENTRE tus ojos de esmeraldas vivas


te miro el alma, de ilusiones llena,
como entre dos cisternas pensativas
se ve del cielo la extensión serena.

El colibrí de tu mirada riela


sobre el agua enturbiada de mis ojos,
y de tus célicas mejillas vuela
un crepúsculo rosa de sonrojos.

Hilo por hilo la ilusión devana


y urde sueños en fina filigrana
la araña de mi vaga fantasía.

Porque cuando me miras y te miro


sale volando tu alma en un suspiro
y embriagada de amor cae en la mía.

CIELO Y MAR

CRUZ SALMERÓN ACOSTA (venezolano)

EN este panorama que diseño,


para tormento de mis horas
malas, el cielo dice de ilusión y
galas,
el mar discurre de esperanza y sueño.
La libélula errante de mi ensueño
abre la transparencia de sus alas,
con el beso de miel que me regalas
a la caricia de tu amor risueño.

Al extinguirse el último celaje,


copio en mi alma el alma del paisaje
azul de ensueño y verde de añoranza;

y pienso con oscuro pesimismo


que mi ilusión está sobre un abismo
y cerca de otro abismo mi
esperanza.

GOTA DE LLANTO

JAVIER SANTACRUZ

PÁLIDA, grave, como nunca bella,


estaba entre el bullicio de la fiesta,
con su mirar dulcísimo de estrella,
con su aromado aliento de floresta.

Estaba allí..., radiante cual ninguna,


con su blanco vestido de querube;
semejaba un destello de la luna,
dormido... en el regazo de una nube.

Y cuando con ardor todos dijeron:


«Que brinde ella..., la reina de la fiesta»,
y los gritos de gozo enmudecieron,
y se apagó el estruendo de la orquesta,

ella se irguió..., ¡divina!, y de repente,


cuando iba a hablar, convulsa y agitada,
pasó, como un reproche, por su mente,
la tumba de su amante..., ¡abandonada!

El amor con su canto y su misterio...


Todo el pasado de una dulce historia...
La inmensa soledad del cementerio...
¡Todo, todo cruzó por su memoria!

Y al inclinar su frente alabastrina,


como un capullo que el invierno arropa,
una lágrima acerba... y cristalina
fue rodando... hasta el fondo de la copa.

Y entonces..., con remedos fugitivos


de arrullo de aves..., flébiles..., inciertos...,
«¡Tomo, dijo, una copa por los vivos,
y una gota de llanto por los muertos!»

MÚSICAS DEL ANGELUS

JUAN SANTAELLA (venezolano)

iNo te puedo decir por qué lastima


mi corazón tu sensitivo encanto,
ni por qué lo amoroso de esta rima
pugna en mi ser por convertirse en llanto.

Siempre el mismo dolor, la misma


pena en un perenne germinar de
amores, por una vaga música que
suena,
por un jardín que filosofa en flores.

Cómplice del dolor es la belleza:


así, al herirnos la traidora espina,
la ironía de la Naturaleza
brota en rubí de gracia purpurina.

Así fue ayer. Apenas tu hermosura


llenó de gloria excelsa la avenida,
y ya me sentí enfermo de ternura...,
pasó la rosa y me dejó la herida.
Llenáronme de anhelos indistintos
las trémulas facetas de un lucero,
y el desmayado azul de los
jacintos
melómanos de un ritmo en tu sombrero.

Destacó en leve idealidad de lilas


el lienzo de la tarde tu silueta,
y signaron tus manos intranquilas
un equívoco adiós para el poeta,

que se puso a soñar con los zafiros


de tus ojos románticos y buenos
y en el vuelo fugaz de tus suspiros
por las blancas colinas de tus senos.

LA TRISTEZA DEL INCA

JÓSE SANTOS CHOCANO (peruano)

ESTE era un Inca triste de soñadora frente,


ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su Imperio buscando inútilmente
a una doncella hermosa y enamorada de él.
Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero;
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;
fue dejando despojos sobre cada sendero,
y las nieves más altas con su sangre manchó.
Tal sus flechas cruzaron invioladas regiones,
donde apenas los ríos se atrevían a entrar;
y tal fue derramando sus heroicas legiones,
de la selva a los Andes, de los Andes al mar.
Fue gastando las flechas que tenía en su
aljaba, una vez, y otra, y otra, de región en
región; porque cuando salía victorioso lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.
Y cansado de sólo levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin;
pero no logró nada disipar su tristeza:
ni la sangre del choque ni el licor del festín.
Nadie entraba en el fondo de su espíritu oculto:
ni las candidas ñustas de dinástico rol,
ni las sciris de Quito consagradas al culto,
ni del Cuzco tampoco las vestales del Sol.
Fue llamado el más viejo sacerdote. «Adivina
este mal que me aqueja y el remedio del mal»,
dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,
aquel joven monarca displicente y sensual.
«¡Ay señor!...—dijo el viejo sacerdote—. Tus penas
remediarse no pueden. Tu pasión es mortal.
La mujer que has ideado tiene añil en las venas,
un trigal en los bucles y en la boca un coral.
¡Ay señor!... Cierto día vendrán hombres muy
blancos- ha de oírse en los bosques el marcial caracol;
cataratas de sangre colmarán los barrancos,
y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.
La mujer que has ideado pertenece a tal raza.
Vanamente la buscas en tu innúmera grey,
y servirte no pueden ni oración ni amenaza,
porque tiene otra sangre, otro Dios y otro rey.»
Cuando el rito sagrado le mandó optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor;
y aquel joven monarca se enterró en una fosa,
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.
Castellana: tú ignoras todo el mal que me has hecho.
Castellana: recuerda que nací en el Perú.
La tristeza del Inca va llenando mi pecho;
¡y quién sabe..., quién sabe si la rubia eres tú!...

LAS ABANDONADAS

JULIO SEXTO (mexicano)

¡COMO me dan pena las abandonadas


que amaron creyendo ser también amadas,
y van por la vida llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!...
¡Cómo hay quien derribe del árbol la hoja
y al verla en el suelo ya no la recoja,
y hay quien a pedradas tire el fruto verde
y lo eche rodando después que lo muerde!...
Las abandonadas son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida;
¡son, más que caída, fruta derribada
por un beso artero como una pedrada!...
Por las calles ruedan esas tristes frutas
como maceradas manzanas enjutas,
y en sus pobres cuerpos, antaño turgentes,
llevan la indeleble marca de unos dientes...
Tienen dos caminos que escoger: el quicio
de una puerta honrada o el harén del vicio;
¡y en medio de tantos, de tantos rigores,
aún hay quien a hablarles se atreve de amores!...
Aquellos magnates que ampararlas pueden,
más las precipitan para que más rueden,
¡y hasta hay quien se vuelve su postrer verdugo,
oueriendo exprimirlas si aún les queda jugo!
Las abandonadas son como el bagazo,
que alambica el beso y exprime el abrazo;
si aún les queda zumo, lo chupa el dolor;
¡son triste bagazo, bagazo de amor!...
Cuando las encuentro, me llenan de angustia
sus senos marchitos y sus caras mustias,
y pienso que arrastra su arrepentimiento
un niño que es hijo del remordimiento.
¡El remordimiento lo arrastra algún hombre
oculto, que al niño niega techo y nombre!...
Al ver esos niños de blondos cabellos,
yo quisiera amarles y ser padre de ellos.
Las abandonadas me dan estas penas
porque casi todas son mujeres buenas:
son mazanas secas, son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida.
No hay quien las ampare, no hay quien las recoja,
más que el mismo viento que arrastra a la hoja...
¡Marchan con los ojos fijos en el suelo,
cansadas, en vano, de mirar al cielo!...
De sus hondas cuitas, ni el Señor se apiada,
porque de estas cosas... ¡Dios no sabe nada!...
¡Y así van las pebres, llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!...

NOCTURNO

ELEAZAR SILVA (venezolano)

MUCHO tiempo ha pasado, y no la olvido:


es su imagen un culto en mi memoria;
como un sol, sus recuerdos en mi historia,
y su voz, como un cántico en mi oído.

Con melódico acento de reproche


de aquel último adiós, vibra y resuena
el rumor de sus pasos en la arena
y el eco de sus frases en la noche.

No siente el alma terrenal empeño


de su mirada tímida ante el brillo,
que es porte de virgen de Murillo
en un vago crepúsculo de ensueño.

El arte a tal excelsitud no llega:


divino aliento en su beldad señala
la regia pompa de la curva gala
y el limpio rasgo de la línea griega.

En mi brazo, indolente, se apoyaba


su brazo escultural, y el talle esbelto,
en negras ondas el cabello suelto
como cascada de ébano velaba.

Su frente, ara de amor toda pureza,


donde un raro fulgor resplandecía,
la página más blanca parecía
del libro de la candida belleza.

Albura sin igual la mano breve,


radiante sombra la mirada
grave, y de su tez el rosicler
suave como pálidas rosas entre
nieve.

Del blondo pelo y las flotantes galas


su busto rafaélico en la nube
era el busto gallardo de un querube
con la vaga impaciencia de las alas.

Y yo le hablé con arrebato ciego


de ese amor que es un sueño que se irisa,
que tiene de la trémula sonrisa
y de la ardiente lágrima de fuego.

Y canción de ternura y de consuelo,


su voz como un arrullo de paloma,
respondió a mi reclamo, en el idioma
en que se hablan los ángeles del
cielo.

No al molde tosco del lenguaje humano


como marmóreas armonías rotas,
de esa inefable música, las notas
traduciré sacrilego y profano.

Ni tampoco mi espíritu, deshecho


bajo el soplo glacial que heló sus flores,
con el grito de todos los dolores
y todos los sollozos de mi pecho,

la evocación tristísima provoca


de aquel recuerdo al desatar los lazos,
¡porque mi corazón salta en pedazos
como el acero al encontrar la roca!
…………………………………………………………………

Vencidos, de la lucha en la porfía:


el dolor en su alma inmaculada,
y de la negra soledad callada
¡los helados sudarios en la mía!
¡Te señala el Destino rudo y fuerte
(¡ oh dolor sin nirvana y sin olvido!)
en el triste horizonte ennegrecido
los eternos silencios de la muerte!

NOCTURNOS

JÓSE ASUNCIÓN SILVA (colombiano)

I
POETA, ¡di paso
los furtivos besos!...
¡La sombra!... ¡Los recuerdos!... La luna no vertía
allí ni un solo rayo... Temblabas, y eras mía.
Temblabas, y eras mía bajo el follaje espeso;
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
al contacto furtivo de tus labios de seda...
La selva negra y mística fue cámara sombría;
en aquel sitio el musgo tiene olor de reseda...
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día;
entre las nieblas pálidas la luna aparecía...
Poeta, ¡di paso
los íntimos besos!...
¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En severo retrete, do la tapicería
amortiguaba el ruido con sus hilos espesos,
desnuda tú en mis brazos, fueron míos tus besos;
tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
tus cabellos dorados y tu melancolía,
tus frescuras de niña y tu olor de
reseda... Apenas alumbraba la lámpara
sombría los desteñidos hilos de la
tapicería...
Poeta, ¡di paso
el último
beso!...
¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!...
¡El ataúd heráldico en el salón yacía;
mi oído, fatigado por vigilias y
excesos,
sintió como a distancia los monótonos rezos!...
Tú, mustia, yerta y pálida entre la negra seda...
La llama de los cirios temblaba y se movía;
perfumaba la atmósfera un olor de reseda;
un crucifijo pálido los brazos extendía,
¡y estaba helada y cárdena tu boca, que fue mía!...

II
A veces, cuando en alta noche tranquila,
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila,
v al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra,
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra;
y en alas de las notas, a otros lugares
vuelan mis pensamientos, cruzan los
mares, y en gótico castillo, donde en las
piedras, musgosas por los siglos, crecen las
hiedras, puestos de codos ambos en la
ventana, miramos en las sombras morir el
día
y subir de los valles la noche umbría;
soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos,
¡mientras que el viento afuera suspira y llora!
………………………………………………………………..
¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan sus manos!...

III
Una noche,
una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de
alas-;
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas
fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura
caminabas;
y la luna llena,
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos, esparcía su luz blanca
y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban,
y eran una,
y eran una,
y eran una sola sombra larga,
y era una sola sombra larga...
Esta noche,
solo; el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia
por el infinito negro
donde nuestra voz no alcanza;
mudo y solo,
por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chirrido de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas, y tus sienes, y tus manos adoradas,
entre las blancuras niveas
de las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío de la nada.
Y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola,
iba sola por la estepa
solitaria; y tu sombra, esbelta
y ágil, fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de murmullos, de perfumes y de música de
alas
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!...
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las
almas!..
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de
lágrimas!

IV
Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
¿e tu inocencia candida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos,
jamás se han acercado con carnales deseos,
tú que al adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos, velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios—abiertos sólo al rezo—
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso!...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso,
si entrevieras en sueño a aquel con quien te sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo en su lascivia loca,
besar todos sus pliegues, de tibio aroma llenos,
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos,
agonizar soñaras de placer en sus brazos
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!... Di, ¿te despertarías?...
SONETO VI

LEOPOLDO SILVA (venezolano)

TENIA una sola dimensión. Tenía


quince años a mi angustia
suspendidos.
Mar de fondo de todos mis sentidos
su cabellera al aire parecía.

No pudo ser más frágil, si cabía


total en mis espacios conmovidos;
y era su corazón con sus latidos
camino que mi sangre recorría.

Hoy todo tiene su sentido exacto.


Lo de ayer fue el borroso primer acto
de una insinceridad ajena y cruel.
El personaje de hoy es un asceta,
y el arlequín de ayer, que fue poeta,
era sólo una luna de papel.

SONETO VII

LEOPOLDO SILVA (venezolano)

CELOS del aire por la arquitectura


de aquella niña blanca y alabada;
celos del cielo por su azul mirada;
celos del girasol por su cintura.

Así era de formal la niña pura,


así era su exterior de gracia alada:
mi Penélope triste, improvisada
a su telar de angustia y desventura.

La tejedora del inútil sueño


que se refugia en el tardío empeño
de conservarme en su recuerdo fiel,
tal vez olvida, por sus propias penas,
que este Ulises que oyó cantar sirenas
era sólo una luna de papel.

SONETO X

LEOPOLDO SILVA (venezolano)

A base de un retrato confinado


en el sitio más cerca del anhelo
estableció el amor su propio cielo
para que fuera menos desolado.

para que fuera menos envidiado,


el amor fue de prisa en aire y vuelo;
alinderó de sueños el desvelo
para hacer del soñar su propio estado.

Obtuvo la patente de mi risa,


se apoderó de mi mejor
sonrisa
midiendo mis angustias a cordel.

y al irse sin adiós y sin destino,


lo que dejó en mitad de mi camino
era sólo una luna de papel.

¿DE DONDE?

LUISA DEL VALLE SILVA (venezolana)

ME siento en estos días como quien ha llegado


de algún viaje muy largo. Miro todas las cosas
lo mismo que si mucho tiempo hubiera pasado
sin verlas; mis miradas ahondan, amorosas.

Me parece que todo me saluda, que todo


con los brazos abiertos se dirige a mi vida.
Oigo voces amables que me nombran de un modo
tan dulce a mis oídos cual una bienvenida.

El cielo, el sol, las flores, todo lo encuentro nuevo,


hasta los mismos rostros que me miran de paso,
hasta el humilde polvo que en mi calzado llevo...
Todo me besa, todo me oprime en hondo abrazo.

Alma, dime: ¿de dónde será que hoy has venido?


Encantos de emociones inexplicables hallo
en esa misteriosa llegada que he vivido.
Sin comprender, sonrío largamente..., y me callo.

SUAVIDAD

LUISA DEL VALLE SILVA (venezolana)

Yo siento una infinita suavidad. Una alada


suavidad que me envuelve como en sedas, de modo
que yo no sé si emana de la noche estrellada
o de mi ser, pues siento que está en mi ser y en todo.

Es como si de cada lucero tembloroso


descendiera una hebra de ideal sutileza,
con que una mano de hada tejiera un milagroso
chai, que todo lo vela de impalpable tristeza.

Suavidad encantada de pétalos de rosa,


de plumajes de cisne, de vellones de armiño,
intensa como una vibración armoniosa,
mimosa, acariciante, cual un beso de niño.

¿Es que se han condensado los rayos de la


luna y a la noche amortajan con diáfano
sudario?
En redor algo flota, levísimo, cual una
humareda suave de invisible incensario.

¡Oh soplo de profunda suavidad impregnado


que acaricia y embriaga con su aliento bendito!
¡Se dijera que el alma, sin saberlo, ha dejado
una ventana abierta al infinito!

AQUÍ ESTA LA TRISTEZA

LUISA DEL VALLE SILVA (venezolana)

Sí, yo estoy triste; pero mi tristeza no es mala;


en su seno no hay gérmenes de rencor ni de ira;
no se estremece en ayes convulsivos, exhala
sólo quejas muy suaves; no solloza, suspira.

una tristeza como de niño pensativo


que quisiera dormirse para olvidar su pena...
Ah vida!, muchas veces me hieren sin motivo,
yo te busco siempre con sonrisa serena.

Ah vida!, tú no tienes la culpa de que sea


así él alma que llevo... ¿Sabe la brisa acaso
por qué las flores tiemblan mientras ella aletea
y se quedan inmóviles las piedras a su paso?

Aquí está la tristeza sobre mi hombro inclinada,


como una frente enferma de sueños agobiada.

GRITO

FERNÁN SILVA VALDES (Uruguayo)

MUJER, desde que te amo vivo más en la tierra;


las huellas de mis pies son más profundas;
y desde que te amo me duelen dos dolores:
el dolor de verte y el dolor de no verte.

Por eso en tu presencia no sé cómo ponerme;


de aturdido no encuentro posición;
y mi corazón se agranda de tal modo,
que al caminar tropiezo con mi corazón.

Yo no sé qué hacer;
me lastima el amor;
y de un modo tan vivo, de un modo tan duro,
que tengo las manos callosas de ahogar el dolor.

Para bien, para mal, siempre te nombro;


aunque te bendiga o aunque te maldiga.
Mi boca necesita de tu nombre
como de la saliva.

Nombrándote
mi pena se achica, mi dolor amengua;
de tanto repetirlo noche y día
lo siento escrito en la lengua.

Y con todo, sonrío, ¡pero cómo da pena!


—¡para qué te habré visto la vez que te vi! ,
Mi sonrisa es forzada y me pesa
como una cadena;
y tengo los ojos mellados
de clavarlos en ti.

TRANSITO EN LLAMAS

RAMÓN SOSA MONTES DE OCA (venezolano)

Los dioses maldijeron mi destino


y entre el llanto y la sombra prisionero,
es un agrio sentir mi compañero
y un oscuro descenso mi camino.

Es propensa mi sangre al desatino.


A la llama imposible del lucero.
Al desatado fuego traicionero
y a la embriaguez melódica del trino.
Ignoro adonde voy. Sin rumbo fijo
todo camino es un dolor que elijo
donde mi pobre corazón se pierde.

Y maltrecho y sin fe, rebelde y triste,


un cansancio de todo cuanto existe,
sempiterno y feroz, mi vida muerde.

AMAZONA LLANERA

PEDRO SOTILLO (venezolano)

SOBRE la tierra que te vio sumisa


cobró su imperio la flechera Diana:
se alzó a tu paso la floral mañana
y desbordó de tu carcaj la risa.

Allá en tu sueño la inquietud


precisa el nervio firme y la canción
humana, en la limpia amplitud de la
sabana te vas más leve que se va la
brisa.

Con tu vida salvaste y tus quimeras


en su arrobo infinito de palmeras
el llano aquel que a tu mirar aflora.

Y es gracia entonces tu galope rudo,


y vuelas sobre el potro del escudo
enlazando los astros y la aurora.

LA GRACIA EXCESIVA

PEDRO SOTILLO (venezolano)

MADRE, se rompe el cántaro


por la frescura que lloraste en él.

Si subiera por veredas escondidas,


por las abras en flor de la montaña,
llevando esta ansiedad de mimo y sueño,
nunca la vida me brindara el zumo
que fluye de tu voz y de tus actos.

Pusiste en el hervor de mis tumultos


el don preclaro de la luz perfecta.

Cántaro leve que voló en mis hombros;


mil auroras y mil atardeceres
se empaparon en él.

Su aliento puro derramó en mi carne;


fluyó y su canto penetró en mi sueño,
hasta dejarme el inmortal rocío
de los claros jardines de la infancia.

Ya el cántaro se rompe
de tanta gracia que vertiste en él.

De tus caminos de bondad mi planta


rompió la curva generosa y dócil;
pero el sutil efluvio,
el bien aquel que me sembraste, madre,
fundió mis anarquías en tristeza.

Me diste el ramo del rosal casero,


la delicia frutal del alborozo,
la dulce candidez de la esperanza,
el sereno valor de la amargura.

Me sembraste la noche de quimeras


y limpia aspiración puse en mis brazos.

En el hueco de angustia de mi
pecho, el rumor y el olor de tus
macetas aún méceme con brisas de
cariño
el vano corazón de las congojas.

Si ahora se triza el cántaro, mi madre,


no es que las quiebras del camino busco,
ni que mis manos aflojó el hastío;
es que era poco a contener, mi madre,
la gracia viva que vertiste en él.

EL RUEGO

ALFONSINA STORNI (argentina)

SEÑOR, Señor, hace ya tiempo, un día


soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía.

Y pasaba el invierno y no venía,


y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.

Señor, Señor, mi espalda está desnuda.


¡Haz restallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos!

Que está la tarde ya sobre mi vida,


y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, ¡haciendo versos!

A MI MADRE

EDUARDO TELLEZ V. (Colombiano)

BENDITAS entrañas que me dieron vida,


manos cariñosas que me dieron pan...,
¡cómo se hizo nada lo que fuera todo!...,
¡cómo se hizo angustia lo que fue cantar!...
Mi madre era joven, la casa era vieja...;
mullidos los lechos, sabroso el yantar...;
éramos pequeños, teníamos entonces
el alma de luna..., de flor..., de cristal...
Pasaba mi vida soñando en las hadas
o escribiendo cartas para Baltasar...
¡Cuántas veces..., cuántas!, con mano traviesa
despojé de rosas el mejor rosal;
enturbié la fuente, dejé que volara
el canario, lindo como un madrigal...,
y lloré más tarde por aquel reproche
que era al mismo tiempo ternura y piedad.

Oh mi madrecita grácil y morena


que tan suavemente me enseñó a rezar...,
que prendía en las noches lámparas azules
y en las tardes buenas amasaba el pan...
Siempre-diligente, siempre compasiva,
cuidando de todo, dispuesta a ofrendar
para sus macetas el riego piadoso,
para sus canarios el nido nupcial...
Sin casi sentirlo, nos tomamos hombres,
nubló nuestras frentes surcos de ansiedad.
Sollozamos mucho, como se solloza
por los que se mueren y los que se
van.
Unos se murieron..., otros se marcharon...,
y yo oí a mi madre rezar y rezar...
Sus cabellos negros se volvieron blancos
y vistió de luto su serenidad...

Se enfermó su cuerpo... con un mal sin nombre


que ninguno supo conocer quizás
y las santas manos se le retorcieron
como los sarmientos que envejecen ya...
Cuando aquella noche nos llamó a su vera
para bendecirnos y morir en paz,
yo, que la adoraba con ternura inmensa,
como débil niño le grité: «¡Mamá!...»
Sé que está en el cielo porque fue su vida
toda transparencia, toda suavidad,
y aunque no escuchemos su plegaria ardiente,
ruega por nosotros en la inmensidad.
¡Benditas entrañas que me dieron vida,
manos cariñosas que me dieron pan!,
¡cómo se hizo nada lo que fuera todo!,
¡cómo se hizo angustia lo que fue cantar!

APOLÍNEA

LEOPOLDO TORRES ABANDERO (venezolano)

Yo quiero el verso fácil, que tenga, cual la seda


o cual la piel de un niño, la suavidad que anima
la mano cuyo tacto lo delicado estima.
Yo quiero el verso tierno, cual ramo de reseda.

Que finja los contornos de un iris que se enreda


sobre las verdes frondas o sobre la alta cima;
que surja niveo y terso y expire en dulce rima,
como el dilecto cisne junto a los pies de Leda.

Yo quiero el verso dócil al labio y al oído,


con vibración que exprese la magia del sonido
y arranque de las últimas esencias misteriosas.
El verso que se nutre de cosas ignoradas;
que emerge en los capullos al beso de las Hadas
y lleva de áureo carro las riendas, victorioso.

HELIOTROPO-ROMANZA

LEOPOLDO TORRES ABANDERO (Venezolano)

DE esa flor tú no sabes la canción del perfume:


ella tiene los labios en su broche de seda,
y una música rara, pero rítmica y leda,
rondeliza en las frondas que la dicha resume.
Cuando el Tedio, ese hermano del Insomnio, te abrume,
ve al jardín de la antigua silenciosa alameda
para que oigas, absorto, la canción del perfume
en la flor inexhausta de los labios de seda.
La doncella de manos como lirios de nieve,
con el torso más frágil que sutil mariposa,
si en las hondas nostalgias de visión amorosa
en el parque desliza, pensativa, el pie breve,
es que sueña en el alma de una ráfaga leve
sorprender las cadencias de la flor primorosa
y, al tocarla sus manos como lirios de nieve,
siente incógnito anhelo de sutil mariposa.

El amante nocturno—soñador o poeta—


cuando acude en sus sueños, deseado, a la cita,
ante un rayo de luna sufre pena infinita;
y aunque teme a los ojos de la luna indiscreta,
como emblema inefable, la solapa coqueta
de su smoking adorna con la flor exquisita,
para oír los preludios—soñador o poeta—
de una dulce romanza, cuando acude a la cita.

En las horas acerbas, cuando el pálido Hastío


quiere hundirme en el caos del Insomnio y la Muerte,
esquivando la copa de su tósigo fuerte,
abandono mi estancia, desolado y sombrío.
Llego entonces al parque y, entre azul atavío,
el fragante Heliotropo, sugestivo, me advierte,
¡ en un canto a la Vida, que allí muere el Hastío!; ¡
en un canto de amores, que allí calla la Muerte!

QUIERO DECIR A USTED, SEÑORA...

ALIRIO UGARTE PELAYO (venezolano)

QUIERO decir a usted, señora,


una desagradable historia.

Sé que a usted le incomoda


el testimonio veraz de la desgracia
y sé, igualmente, que usted piensa
que vivir es la rapsodia lenta
de las horas alegres de su casa.

Pero, señora, este dolor no es mío


y necesito con alguien compartirlo,
y nadie mejor que usted, señora,
para saber esta tremenda historia,
de la que nunca usted será testigo.

Es una historia sencilla, mi señora.


Una común, una vulgar historia.
Esta mujer, señora, tuvo un hijo.
Tuvo un hijo, señora, y lo ha perdido,
Esta mujer por esa causa llora.

¡Qué extraño—¿verdad?—parece esto


a sus leves oídos de señora!
Usted que brinda en copa de agonía
el diario funeral con que se forma
la gracia de su talle de señora,

usted no advierte la profunda pena


—crisis de amor, lágrima antigua—
de una muerte silenciosa de criatura.

¡Sus ojos son tan bellos, mi señora!


¡Sus ojos son tan bellos! ¡Nunca lloran!...

ELOGIO DE TU PIE

ALIRIO UGARTE PELA YO (venezolano)

Tu pie tiene la forma


del pañuelo
festivo de mi frac.
Sus leves dedos
son pétalos de adiós,
son cinco besos
de la forma sensual
de aquel misterio
que empieza en la distancia
fugaz de tus cabellos
y muere, en ebriedad,
a ras del suelo,
junto al corazón alado
del silencio
que abre rosas marinas
al velero
de tu paso menudo
por mi pecho.

Lo tomo entre mis manos


como un peso
de nardo
y de lucero.
Como un pan
de ternura y alimento.
Cuando miro
sus dedos,
caracoles y flautas
de silencio
me dicen la canción
de aquel misterio
que vive de tu carne
y de tu sueño,
al margen
del olvido y del recuerdo.

Tu pie de carne rosa


y de escondidos impalpables huesos,
almohadón de tus pasos
y pretexto
de tus piernas
para el sello
sensual de los tobillos,
plásticos afiches del deseo,
apoteosis final
del embeleso
de tus formas,
que va desde la onda del cabello
a la penumbra incógnita
que aduerme tus secretos,
mientras la sangre con el pie clausura
su tórrida silueta a ras del suelo.

CANTO IRREGULAR A VENEZUELA

ALIRIO UGARTE PELAYO (venezolano)

VENEZUELA del canto emocionado,


doliente Venezuela campesina.
Puerto fluvial abierto en el costado
de América sensual y fugitiva.
Venezuela del hierro arrebatado
sin el penacho gris de las usinas.
Venezuela del agro quebrantado
bajo el peso de torres exhaustivas.
Dormida tierra de dolor clavado
en la tumba sin muerte de Bolívar,
te canto mi dolor crucificado
en el hondo ejercicio de la vida.

Yo canto, Venezuela, tu ternura


de joven madre de violento seno,
por cuyas venas el dolor que suba
su recio corazón tendrá por freno.
Yo he presentido en tu yacer de fruta
-que sólo el campo de fragor sereno
guarda el rescoldo de sus claras grutas—
el gris fulgor de tu silencio pleno,
el péndulo callado de tus dudas
y el pozo de rencor, que cuando lleno,
manchará tus pupilas inseguras
de joven madre de violento seno.

Venezuela de tierras infinitas,


campo sin campesino y sin arado.
Despliega en fe tus flores amarillas,
tu reto general transfigurado:
araguaney que derrotó a la encina
para asomarse al cielo despejado.
¡Ese grito de luz es una herida
que deja el horizonte traspasado!
¡Ese grito de amor es una fina
puerta de sol para el avión
plateado, que encuentra así su ruta
definida para cruzar el cielo
parcelado!

Venezuela del indio ensimismado


en su morada de infinita selva.
Venezuela del río serenado
para una angustia de piraguas quietas.
Venezuela de muerto en el costado
a la hora difusa de su guerra.
Venezuela del oro ensangrentado
en la roca y en el agua de su tierra.
Venezuela del hálito cortado
en la raíz de su frustrada siembra.
Memoria de Bolívar enterrado
sin pluma, ni palabra, ni guerrera.

Es necesario resumir tu historia


para el hombre común desorientado
Es necesario precisar el mito
de la tierra, del grito y del caballo.
Es necesario realizar el símbolo
del niño con juguetes y zapatos.
Es necesario condenar el odio
a una muerte sin gloria ni sudario.
Por tu dolor sin nombre ni
apellido, por tu cabal dolor
venezolano, cada esquina del
canto me florece
caminos para el rumbo de tus pasos.

Yo canto, Venezuela, lo pasado:


historia de una suerte interrumpida.
Venezuela del gesto visionario
y la realización interrumpida.
Venezuela del grito afortunado
y respuesta cabal interrumpida.
Venezuela del rumbo solidario
antes de haber nacido interrumpida.
Venezuela de gloria hace cien años
—la única en no ser interrumpida—,
el símbolo del tiempo clausurado,
la espiga de la luz interrumpida.

¡Yo canto, Venezuela, lo quedado:


el viento por las ramas detenido,
el hombre por los sueños sepultado,
el niño a quien los meses han
vencido, el viejo a quien los años han
sobrado, el pozo de petróleo
concluido,
el hierro de los montes ocupado,
el áureo yacimiento derretido,
el bosque de los cedros derrumbado,
la selva de caoba ya vencida,
el seno de la tierra ya comprado,
el alma de tus pueblos preterida!

Yo canto, Venezuela, lo alcanzado:


tu horizonte con rumbo de boinas,
tu microscopio de cristales claros.
Tu página de luz en la pupila
del obrero, el artista y el soldado.
Pueblo de la esperanza confundida,
pero nunca jamás desalentado:
tu campo de la entraña estremecida
la rosa de los vientos ha citado.
Yo canto, Venezuela, tu semilla
de recio corazón acrisolado.

Yo canto, Venezuela, lo buscado:


toro de luz que empuje los portones
con pecho de labriego enamorado.
Violenta espuma de pasión salobre
rompiendo lanzas contra el barco anclado.
Nube que de los riscos llame al hombre,
le tienda tu mantel fertilizado
y multiplique sobre cada monte
un verde elemental iluminado.
No más el dedo sobre rumbos ocres...
No más la espiga sobre el suelo ajado...
¡Ninguna mancha sobre el horizonte!

Si alguna vez mi labio no te


nombra, si alguna vez mi verso no
te canta, si mis ojos de siempre no
te miran, si mi mano de pronto no
te alcanza, si mi sueño mejor no te
prefiere,
si mi sangre cordial no te retrata,
si mis huesos de muerte no te buscan,
si tu puerta de amor me está cerrada,
entierra con tu rosa más oscura
mi cadáver de fe venezolana.

Venezuela del canto emocionado,


doliente Venezuela campesina.
Venero de mi luz, que amenazado,
más hondo el pensamiento me ilumina.
Yo canto tu perfil ilusionado.
Escucho el eco de tu selva herida.
Oigo el llanto del suelo lacerado.
Advierto tus estrellas matutinas.
Me embriago con el aire saturado
de tu aroma primaria y primitiva.
Tengo fijos mis ojos de soldado
en la tumba sin muerte de Bolívar.

ILUSIÓN

JULIAN VALENCIA BAYONA (venezolano)

STA noche, soñando, yo te he visto,


sobre una nube blanca, por el cielo!...
La nube, con tu imagen, se deshizo...
¡Todo fue una ilusión de mi deseo!
Sobre esa nube, vaporosa y nivea,
asi fuiste al principio apareciendo;
¡veleidosa también como la nube,
flotando augusta, caprichosa huyendo!...
Candorosa y amable, amada mía,
de tu voz mis oídos ¡recogieron
el melifluo mensaje sensitivo
que iba en tu corazón dulce naciendo!...
Y locuazmente bella y adorable,
te esfumaste, mimosa, sonriendo...
¡Me miraste con ojos de ternura
y, diciéndome adiós, me diste un beso!...
¡Así anoche soñé..., y en mi sueño, te vi
sobre una nube blanca por el cielo!...
La nube, con tu imagen, se deshizo...
¡ Todo fue una ilusión de mi deseo!...

ELOCUENCIA

JULIAN VALENCIA BAYONA (venezolano)

YA nuestros ojos se miran


como dos que bien se quieren,
que se buscan y se huyen...,
y luego a buscarse vuelven!
Son miradas sensitivas
con que el alma se estremece...
¡Sea cual semilla amorosa
que en el corazón florece!
Son exquisitas miradas
que, como sutiles redes,
¡al espíritu aprisionan...
y, lírico, lo enternecen!...
Mírame así, dulce amada...,
cual te miro: frente a frente...
¡Y así nos diremos todo
cuanto en la voz enmudece!...
PERRO CALLEJERO

JULIAN VALENCIA BAYONA (venezolano)

ola leal amigo! ¿No me reconoces? ¿Qué fue de tu vida


desde que los míos del hogar te echaron? ¡Cuánto te he buscado,
perro fiel y noble, sin que te encontrara! ¿Qué hiciste, qué haces, por
dónde anduviste, por dónde es que andas?
¡Tú, que tan alegre
y vivo ladrabas...,
hay que verte ahora, cuan entristecido
y medroso ladras!
¡No tengas reparos, que te hablo sincero;
acércate, anda!
No me tengas miedo, que no soy cual ellos;
no bajes los ojos, los mismos levanta.
Y, cuando al mirarme,
veas mis miradas
que te miran dulces, como te miraron,
y, cual te prometo que lo harán mañana,
todas tus tristezas se habrán acabado
y nueva alegría verás que te embarga.
¡Tú, que tan alegre
y vivo ladrabas,
hay que verte ahora, cuan entristecido
y medroso ladras!
Desde el día aciago en que injustamente
—sin que lo esperaras,
sin piedad alguna y con crueldad fría—
se te echó de casa...
Tú, que en otros días
la misma guardabas,
y con tus caricias, las melancolías
que nos asaltaban,
juguetón y noble,
nos las disipabas;
que tu gran cariño
siempre demostrabas,
ve la ingratitud de quienes amaste
—y defensor suyo, siempre acompañaras—,
cómo olvidadizos, duros, neronianos...,
al fin te pagaran.

¡Dime qué sentiste en tus soledades


de tan largos días de esta temporada!
¡Dime tus sufrires, lo que te ocurriera
y lo que te pasa!
I Cuánto habrás sufrido hasta ver tu cuerpo
que infames microbios con su piel acaban!
Con penas intensas, al no tener techo, ni amor, ni cuidados,
y verte tratado, si acaso, a patadas...

Y no huyes, ¿verdad? No eres rencoroso;


tal vez porque alcanzas
a ver que cual todos, no soy
de la casa.
No eres rencoroso; y aún,i hallamos,
con temor te acercas y con lastimeros ladridos me hablas,
no en altivo tono, tampoco humillado,
sino en doloridas, sentidas palabras,
que a tu fiel cariño así pagó dura
la perfidia humana...

Aún no estás seguro de mi. ¿No te fías?


No tiemble tu cuerpo, recobra la calma...
Yo soy uno, sí, uno de los hijos de aquella familia
que te echó de casa;
pero ausente de ella en aquel instante, no pude evitarlo,
y, aunque te he buscado, jamás te encontraba...

¡Pero al fin nos vimos! Y ahora que te encuentro


te digo que vengas sin desconfianza;
que vengas conmigo sin temor alguno,
pues que, independiente, tengo otra morada...
En la que hasta el día en que al fin expires,
hallarás cariño, reposo y olvido a tus cuitas tantas;
y abrigo y sustento, ya que tú nos quieres;
¡ven conmigo, anda!
LA EPIFANIA DE LOS OJOS VERDES

EDMUNDO VAN DER BIEST (venezolano)

I
FLAMEA la tarde como una bandera:
como la bandera de la primavera.

Cual un ascua inmensa de oro en crisol,


parece al alcance de la mano el sol.

Huele a tierra fértil, a heno cortado,


a azahares tiernos, a pañuelo amado...

Se siente en la gloria dorada del día


como la presencia de una Epifanía.

II
Por las avenidas largas del paseo
camino sin prisa, tedio ni deseo.

Aunque marcho solo, alguien va conmigo:


es mi pensamiento, mi mejor amigo.

No sé de más grato entretenimiento


que charlar a solas con mi pensamiento...

Inconscientemente del paseo salgo,


y conscientemente voy en busca de algo...

III
Esa misma tarde, fuerza es que recuerdes,
cai en el abismo de tus ojos verdes.

Nunca fue más honda la profundidad


ni más implacable la fatalidad.

¿Fatales tus ojos? No. ¡Perdón, perdón!


¡Que viví por ellos siglos de emoción!
¡Por tus ojos, llenos de celeste calma,
más alma es mi alma, y mi carne es alma.

IV
A tus ojos debo todo lo que he sido:
antes de mirarlos, yo no había nacido.

Yo era uno de tantos, muñeco de lodo,


y tú, con' el alma, me lo diste todo.

Dios puso en tus ojos su poder creador:


¡que nos da la vida quien nos da el amor!

PRIMERAS ESTROFAS DE UNA ELEGIA

PEDRO ANTONIO VASQUEZ (venezolano)

¿QUIÉN ha dicho que has muerto, madre, quién,


si estás en la presencia del lucero del alba
sonriendo al mundo y bendiciéndome,
llenándome el espíritu
con el resplandor
y el recuerdo en alto de tu nombre?

Es verdad que me faltan tus besos;


en cambio, tu nombre y tu misterio me rodean.
¡Oh dulce madre, corazón de mi corazón,
ternura mía,
modelada en tus manos bendecidas!

Hoy evoco tu último viaje doloroso,


que me llenó de luto el corazón.

Y pensar que no te pude ver dormida y bella


envuelta en sábanas blancas y luz de sueño
y rumor de misterio.
Pero con todos los contornos definitivos de tu viaje,
oh madre, amiga dulce, alma suprema, diosa mía,
no puedes morir nunca para el hijo
que aquí en la tierra besa tu memoria.

Sé que en las mañanas claras


y en los atardeceres otoñales,
cuando el alma se puebla de nostalgias
y el corazón pronuncia tu memoria,
innominada para las multitudes
y la angustia,
estarás asomada a los balcones del cielo
contemplando este barro, esta miseria,
y bendiciendo al hijo
que aquí en la tierra besa tu memoria.

MORADAS DEL OLVIDO

PEDRO ANTONIO VASQUEZ (venezolano)

I
ESTA sombra de amor que me confiere
la gracia de saberme comprendido
y esta luz inefable que me hiere
tan sólo son moradas del olvido.

Y como el alma en su ansiedad prefiere


la eternidad de Dios en su latido,
así también en su emoción la quiere
para consustanciarse en el olvido.

Y ya habitante de su azul morada


por milagro de amor transfigurada,
ni una brizna de arteria sin sentido

anima la ilusión del espejismo:


Todo somos y nada en el abismo
de estas vagas moradas del olvido.

II
¡Qué hermoso cielo azul y conmovido,
cual cantarína el alma nemorosa,
balbuciendo de gozo bendecido
en la ternura del amor, saudosa!

Verdades de la tierra y engañosa


esperanza de un mundo presentido:
aquéllas de la vida mentirosa
y ésta nutrida en su raíz de olvido.

Pero ni es cierto que la tierra engaña,


ni la esperanza verdadera existe,
ni es azul ese cielo conmovido:

que es la muerte sin luz en su guadaña


lo que perdura sin memoria triste
en las vagas moradas del olvido.

PATIO AL MAR

LUCILA VELASQUEZ (venezolana)

DESDE ayer se fue al mar,


anda muy lejos,
se escapó de la casa dejando un barco suelto;
pero la niña lo amarró del patio
y toda la mañana ha estado quieto.
El abordaje de las aves sigue
remolcando una ola,
está suspenso;
pelícano es el viento,
mientras los caracoles tienen dolor de oídos
porque no se acostumbran al silencio.
Hay un pez que se acerca pintoresco;
qué piedras como esponjas tienen algo por dentro,
un musgo entristecido se mudó a otro más verde,
los manglares parece que son como las islas,
no se acercan a tierra, pisan húmedo intento.
¿Y el yodo qué se ha hecho?
Sus botellas vacías tienen el brillo fresco,
pobrecita bahía sin agua de alimento,
pero la niña y yo construimos otro puerto,
ella de azulmarino teñido el pie derecho,
yo de pura memoria recogiendo elementos,
y así tendremos carga para llenar el barco
cuando esta tarde el mar vuelva a ocupar su puesto.

ESTE ES MI CORAZÓN

LUCILA VELASQUEZ (venezolana)

ESTE es mi corazón, el que aquí llega


por un claro de luz hasta el postigo
de ese tu corazón, tan enemigo,
y tan amigo del amor que niega.

Esta es mi voz ausente que no ruega.


Y quiere sólo, para estar contigo,
la gracia de elevarse sin abrigo
sobre la brisa de su fuerza ciega.

Esta es la forma de decir que existe


mi corazón, que llega a ti sonriendo
desde la impura muerte que le diste.

Esta es la forma de tocar el cielo


mi voz, que por el tiempo va diciendo
la gloria de tu nombre en alto vuelo.

INOCENCIA

LUCILA VELAZQUEZ (venezolana)

CUANDO la niña llora yo le reviso el alma,


cuido todas sus lágrimas; es el sueño el que duele-
su salud es un beso sin camisa en el agua,
su inocencia es tan alta que derribó a la luz;
hoy corre con el miedo más alegre que ayer;
sólo el viento podría unírsele en el alba
y emprender la distancia de toda su niñez.
No sabe de la muerte, jamás la oyó en las flores;
su vida va aprendiendo palabras de jugar;
un jugo de alma y fruta le corre por la falda,
quiebra el canto de un pájaro y recoge en el vuelo
las dos alas distintas del trino y del cristal;
se pone en sus miradas un libro hecho de espejos
y aprende a ver el cielo más lejos, mucho más.

VIAJERA DE REMOTOS CONFINES

PASCUAL VENEGAS FILARDO (venezolano)

UN árbol de ternuras salía de tu garganta


y era lluvia de pétalos dulcemente sonoros.
Un arcángel de luna abría ante tus plantas
la senda acogedora de tu andar sin retorno.

Cantaban las estrellas tu canción sin presencia


y tu risa cruzaba los senderos del aire;
ibas imperceptible camino de esa ausencia
en que, estando presente, estás como impalpable.

Surcos abren las voces de incógnitas ternuras


y un vaivén de nostalgias aviva los recuerdos
—suave nácar de estrellas al fondo de las grutas—,
y tú, viajera errante, de lucero en lucero.

¿Qué camino de rosas han hollado tus plantas,


andariegos jazmines turistas por el éter?
¿Qué sendero imposible ante ti se levanta,
que ya tus ojos tristes no me hieren las sienes?

Viajera inagotable de remotos confines,


hay un perfume leve que es resto de tu esencia;
ya no corre tu risa de delgados delfines
—síntesis armoniosa de tu clara presencia—;
tan sólo tu recuerdo, profundamente triste,
y una llama indeleble señalando tu ausencia.

PALABREO EN LA MUERTE DE ANDRÉS ELOY BLANCO

VÍCTOR VERA MORALES (venezolano)

PARA el pueblo, Andrés


Eloy, recordando a María
Luisa, en el arpa de la brisa,
cantándole aquí le voy.
Juan Pablo Páez, aquí estoy
mirando a la Cruz de Mayo,
en mi cantar no desmayo
con el cuatro y el corrió,
tradición del pueblo mío
la «Loca Luz Caraballo»...

En la «Capilla sin Santo»


que dejó la comisión
se le escucha el corazón
latiéndole en voz y llanto.
¡Ay!, que si me quieres tanto,
negrito faramallero,
camina con el lucero,
que Andrés Eloy, tu padrino,
se fue dolido en el trino,
dejando triste al pulpero.

Venancio Laya, enlutado,


la guitarra se le queja,
y el Angelito nos deja
cuadro de copla pintado.
Florinda, invierno soñado,
años mozos, voz inquieta,
que con la luna coqueta
trasnocha el venezolano,
que va pulsando en la mano
la música del POETA.

«Asina» que usted lo vea


por las «barriadas del cielo»,
púlsele canto y anhelo
y no le dé la manea.
Agarre el bendito sea
con la vela de a cuartillo
y en el «copete
amarillo» déle vuelta a
«giraluna»,
que tiene un temblor de luna
y un «girasol» de gran brillo.

DE LA PASCUA A SAN FERNANDO

VICTOR VERA MORALES (venezolano)

De La Pascua a San Fernando,


de Guasdualito al Yagual,
la copla es un rezongar
en Curiara navegando.
Sánchez Olivo cantando
en bongo de la porfía,
busca la canta perdía
entre las cuerdas del viento,
y el Arauca es un lamento
que llora en la lejanía.

No hay pueblo como Cazorla


para cantar el corrió,
donde escucha el Caserío
la cuerda de la bandola.
Donde la tarde arrebola
la luna con el lucero,
donde al hombre
parrandero, entre palos de
aguardiente, la voz le cruza
caliente
y es guapo con el pulpero.

No hay copla que en el estero


no recuerde con el alba
a Juan Vicente Torrealba
y al Catire Cabrestero.
Vicente Fraile, el llanero,
montado en potro alazán,
las coplas que se le van
afinan al horizonte,
soñando de monte a monte
del Pao hasta Camaguán.

De La Pascua a San Fernando,


de Achaguas a Mantecal,
el arpa es lindo cantar
que al cielo va suspirando.
Un novillo retozando
brinca el tranquero amarrao,
y un coplero enamorao
dice, pensando en su moza,
que no hay tierra más hermosa
que el llano de Juan Parao.

SANTOS LUZARDO

VÍCTOR VERA MORALES (venezolano)

SEMBRADORA de cantares,
musa de las romerías,
caminando lejanías
vas olvidando pesares.
Mensajera de palmares
a lomo de la Catira,
pon la copla que suspira
en guitarra guariqueña,
en la región apureña
«si pasas por Altamira».

Que todavia el manantial,


espejo de Marisela,
todas las noches desvela
al lucero fraternal.
Que son las garzas rosal
en aquel cielo de nardo,
que, lejos, el toro «sardo»
es «señor» de su madrina,
y un arpa en el caney trina,
«dimele a Santos Luzardo».

Caño seco del camino


donde duermen las estrellas,
pintadas tienes las huellas
que te dejó Florentino.
Espejo para el que vino
con su añoranza realenga,
dile que no se entretenga
al pasar por «mata oscura»,
que no importa su amargura,
«que ensille un potro y se venga».

Cabestrero en la fe mía,
crucé sólito el Apure;
no hay palanca que perdure
si está la tierra en sequía.
Pero sigo en la porfía
al pie del arpa cantando;
el capacho rezongando
en tono grave y señero,
le dice el viento
pampero
«que aquí le estoy esperando».

REQUIEM

VICTOR VERA MORALES (venezolano)

YER maté a tu cariño


con el puñal del
olvido...!

Le di cuatro puñaladas
en medio del corazón. Lo vi caer a mis pies
y no sentí la emoción
que se siente cuando muere
algo que fue una ilusión.
¡Ayer maté a tu cariño
con el puñal del
olvido...!

Lo maté como se mata


al que ha sido inconsecuente
y ha sido también traidor,
y aunque no merece muerte
me convertí en asesino
por tu mentira de amor.

¡Ayer maté a tu cariño


con el puñal del
olvido...!

ROMANCE DEL ENTERRAMIENTO

VICTOR VERA MORALES (venezolano)

OY a enterrar tu recuerdo
con tu nombre y con tu amor!...

¡Ya no me suena tu nombre,


tu nombre ya no me suena!...
¡Ya no tiene sortilegio
para mi angustia y mi pena,
se diluyó entre mi sangre
sin sentir ni leve queja!...

Voy a enterrar tu recuerdo


con tu amor y con tu nombre!...

Voy a enterrar tu recuerdo


sin cruz, ni lloro, ni rezo,
como se entierran las cosas
que no merecen ni el suelo.
¡No tañerán las
campanas ni se apagarán
luceros, no vales la pena

de que haga guiños el cielo!...
¡Voy a enterrar tu recuerdo
con tu nombre y con tu amor!...

Tu nombre voy a enterrar,


no lo diré mientras viva,
porque no mereces nada
de mi inquietud y mi vida.
¡Lo enterraré sin llorar,
sin sentir nada que
hiera, y en mi alma no
tendrá ni un pequeño
funeral!...

¡Voy a enterrar tu recuerdo


con tu amor y con tu nombre!...

¡Voy a enterrar ese amor


que un día brotó en mi pecho,
más puro que el agua clara,
más fuerte que el ventarrón!...

¡ Tu recuerdo con tu nombre


se hundirán solos los dos,
porque ya que te he olvidado
me está sonriendo el buen Dios!...

¡Porque si ayer fuiste delirio


claro de luna en mi voz,
ya para mí nada vales
porque ya no somos...
dos!...

¡Voy a enterrar tu recuerdo


con tu nombre y con tu amor!...

Ya se apagaron las velas


que alumbraron otros días,
cuando tú, con tu falacia
me besabas y decías:
«¡Mi vida, cómo te quiero!»
¡Las velas ya se apagaron,
tu amor falso lo enterré
porque eras tú quien mentía!...

MARIELA ROMERO

VICTOR VERA MORALES (venezolano)

MARIELA Romero tiene


la piel como la manzana.
El pelo como la noche
se le duerme en la garganta.
En los ojos tiene el brillo
de sol, que nunca se apaga.

¡Mariela Romero tiene


la piel como la manzana!...

En su voz hay el sonido


del eco en la madrugada
que va destejiendo sueños
para alegrar la mañana.
Su boca es como la luna
cuando está casi menguada.

¡Mariela Romero tiene


el pelo como la noche!...

Cuando camina se
empina sobre su sombra
delgada y el sonido de su
paso
es como brisa quebrada.
Tiene los pies diminutos
como caracoles de agua.

¡Mariela Romero tiene


la piel como la manzana!...

Su sonrisa es como miel


sacada de la colmena:
es dulcita si la vemos,
si la bebemos también.
Su sonrisa es una gracia
que alivia todas las penas.

¡Mariela Romero tiene


el pelo como la noche!...

Sus manos son almohaditas


llenas de calor y arena,
porque son tibias y suaves
como tardes con estrellas.
Son señoriales, delgadas,
para las caricias buenas.

¡Mariela Romero tiene


la piel como la manzana!...

De los pies a la cabeza


tiene, como la campana,
una inquietud que le ronda
sin darle la campanada.

Es como viento que tiembla


cuando silba la tonada.

¡Mariela Romero tiene


el pelo como la noche!...

ROMANCE PARA UNA MADRE CAMPESINA

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

¡EDUVIGIS, Gumersinda,
Críspula... o como te llames,
mujer del nombre infeliz
que te puso el almanaque;
india color de la tierra
que se ha chupado tu
sangre, siempre callada y
humilde, concubina, bestia,
madre, tres veces te nombro
santa, y al comenzar a
cantarte barro el polvo que
tú pisas con la pluma del
romance!
Como esta tierra infinita
que apenas muda el paisaje
en sierra, en costa y en llano,
eres una en todas partes
—que si acaso cambia el nombre,
la vida no hay quien la cambie—,
y así te reconocemos,
llámente como te llamen,
por tus muchachitos sucios,
tu fogón que siempre arde
y esos ojos de agua turbia
apagados y distantes,
que, como tanto esperaron...,
hoy ya no esperan a nadie...
La gracia de otras mujeres
nunca rió en tu semblante,
ni siquiera cuando el hombre
te trajo al rancho una tarde
entre caricias violentas
y varoniles alardes.
Bajo su mano callosa
quieta y muda te
quedaste, como un animal
sumiso que tiene al amo
delante.
Y así has vivido en silencio,
pequeña sombra incansable,
entre gritos y trabajos,
sierva de machos brutales,
con tu rosario de hijos,
con tu cruz de enfermedades,
en la noria del trajín
que a tu muerte ha de pararse.
¡Flor de anónimo heroísmo,
concubina injerta en madre,
con el pecho acribillado
por más agudos puñales
que espinas tiene el cardón
en la supliciada carne!
¡Todo el dolor de esta tierra
en el corazón te cabe,
porque es dolor maternal,
dulce, atroz pena
entrañable, y eres tú como la
tierra cuando sufres, cuando
pares, cuando te inmolas sin
quejas por dar a todos tu
sangre
en la cruz del diario afán
que clavan manos culpables!
Eduvigis, Gumersinda,
Críspula... o como te llames,
hembra menuda y cetrina
de mis anchas soledades,
perdida en el triste olvido
de algún rancho miserable;
la de las manos nudosas,
la de los pechos exangües,
la de los diez muchachitos
desnudos y muertos de hambre,
hasta tu cocina humosa
tengo que ir a buscarte
para decirte a ti sola,
con clara voz de romance:
cuando tu vida sin premio
calladamente se apague
y tu hombre con dos peones
al cementerio distante
se lleven en una hamaca
tu magra y sufrida carne,
y el mayor de los muchachos
vaya detrás sollozante...,
entonces.— ¡quizá entonces!—,
felicidad inefable,
con una luz de otro mundo,
te florecerá el semblante,
porque verás unos hijos alegres
y saludables labrando su propia tierra,
la que abonaron sus padres
con sudor de brazo esclavo,
con angustias y con sangre.
Porque verás unos ranchos
con jardincillos delante
que dirán cómo es de buena
la vida que adentro hacen,
y habrá paz sobre los campos
y alegría en los hogares
limpios, en donde los niños
serán niños, que en las tardes
volverán de sus escuelas
cantando cantos rurales
y que tendrán sus juguetes,
como los de las ciudades.
Y habrá familias felices
en torno a mesa abundante,
donde el humo de la sopa
ascenderá en espirales,
como en el cromo hogareño
de un viejo pintor de Flandes.
¡Y ésta será tu cosecha,
sembradora, mártir, madre,
que te entregaste a tu gente
con fe que no tuvo nadie,
que te fundiste en el surco
de tu vida incomparable
como la mejor semilla
que en el conuco enterraste,
para que espigas de dicha
reventaran en el aire!
Eduvigis, Gumersinda,
Críspula... o como te llames
—que si acaso cambia el nombre,
la vida no hay quien la cambie—,
mujer que andas a esta hora
librando el mejor combate
al lado de tu hombre rudo,
junto a los hijos con hambre,
yo te saludo en el símbolo,
el más puro y perdurable,
de Venezuela, en el día
de su más glorioso trance.
Tú redimirás la tierra con valor
y fe indomables
y estarás en la cosecha
y en el pan que el hombre parte
con mano que lo ha sembrado,
con rostro apacible y grave.
¡Y una oración inaudita
será tu nombre de «Madre»
en las bocas de esos hijos
que ya nunca tendrán hambre!

SI TU TE ME QUEDARAS CIEGA

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

Sí tú te me quedaras ciega,
¡qué solícito amor sería yo a tus pies!...
Si tus ojos se me quedaran inmóviles
en el tránsito dócil de nuestro beso,
¡qué fiesta de caricias ciudadosas
para la última imagen!...
¡Qué amanecer de voces candidas
en la primera noche de tus ojos perdidos!.
Recién nacida, entre mis brazos
serías mi pequeña discípula.
Amanecida frente a todas las cosas,
desnuda de ignorancias, como los niños,
ensayarías tu andar por la casa
con mi voz a tu lado, mimándote el peligra
Mi nueva voz domesticada y buena,
voz de cada rincón vigilante,
voz que cada cosa tendría que aprender
para que tú pudieras verla.
Si tú te me quedaras ciega,
i qué casa hermosa te construiría mi
voz!... Almohaditas blandas de sombras*
cortinas leves en punto de brisa,
Jardín de rosas que supieran decir sus colores
y un balcón de aire, alto,
para que aprendieras
a exclamar sin amargura
que la tarde está bella.
¡Sí, las cosas serían ciegas
ese día en que tú me confiaras tus ojos!...
Y aquel total olvido de colores cansados,
como si desecharas cintas ya desteñidas,
y aquel bordar sin tregua
silencios y silencios,
blancos, rosas, azules
—tus silencios risueños—
como una madre joven en la que todavía
quiere seguir soñando
ternuras inocentes
la novia.
Sumisión de tu gracia a mis ojos.
Entrega temblorosa
de todo lo que en ti fuera naciendo.
Plenitud
de no saber qué hacer con tanta dicha.
¡Qué espejo fiel de tu más simple gesto,
qué vida de juguete entre tus manos buenas
sería yo para ti
si algún día te me quedaras ciega!...

EL CAJÓN DE LAS ANIMAS

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

¡DE recia madera antigua,


negro como la desgracia,
escueto como la muerte,
siniestro como las ánimas!
¡Cajón de enterrar los pobres
que pasaba por mi casa,
sobre cuatro hombres borrachos,
de chaleco y alpargatas,
cuando la tarde encendía
los cirios de sus campanas!
Enfilaban calle arriba
con seco ritmo de marcha.
¡Chas! ¡Chas!—sudando aguardiente,
la muerte se apresuraba—;
pero al llegar a la esquina
de la calle Glorias Patrias
—esa esquina y esa calle
que en nuestros pueblos no faltan—,
marchando en un solo sitio
y mirándose las caras,
daban la vuelta los hombres,
la vuelta reglamentaria.
Postumo honor, fraternal
cortesía proletaria
de negro ceremonioso
que sabe entrar a una sala.
¡Después..., que fueran aprisa
y en el hoyo lo tiraran
sin mecates ni oraciones
y sin dobles de campana!
Pero ¡que la gente sepa
cómo el negro Juan de Mata
sabe enterrar a los pobres
en el cajón de las ánimas!

Todas las tardes del mundo


desfilaban por mi casa.
Mis diez años asustados,
al atisbo en la ventana.
¡Negro de «Los Morichales»,
músico de arpa y maracas,
caletero de franela,
pescador de «La Zapoara»!
Eras tú quien iba dentro,
en el cajón de las ánimas,
rígido el músculo recio,
quietas las manos, callada
la boca de las canciones...
¡Eras tú! Yo lo ignoraba.
¡Y cómo me duele ahora
la crueldad de mi ignorancia!
¡No haber salido a la calle
y, echando el miedo a la espalda,
haberle metido el hombro
a aquel cajón de las
ánimas y haber marcado la
vuelta hacia la plaza
Miranda, entre el indio
Cruz Ramón y el negrito
Juan de Mata!
Y llegar al cementerio
con la ropa bien sudada,
sembrar una cruz de palo
en la tierra colorada,
y a la hora de la cena,
al regresar a mi casa,
referirlo en plena mesa
como quien cuenta una hazaña.

Pero ¡te marchaste solo,


pescador de «La Zapoara»,
caletero peleador,
músico de arpa y maracas,
negrito morichalero
de la bandola encintada,
que cantaste en mi bautizo
coplas de mi tierra brava!

Y porque solo te fuiste,


hoy le pone mi garganta
letra a aquel joropo tuyo,
aquel que ya nadie baila:

¡Chas! ¡Chas!..., ¡que pasa la muerte,


calladita y sin mortaja,
la muerte de los humildes,
en el cajón de las ánimas!

TU

HECTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

DESDE remoto tiempo llegas,


canción adolescente, risa fresca.
Es de hierbas tu aroma;
tu edad, la de los pájaros.

Llegas a mí, vives en mi:


sangre y latido.

Y me oigo vivir
y me veo vivir, cuando te siento.

Tenía urgencia de ti
y por eso has
nacido.
Tal vez yo te he inventado:
¡eres tan mía, tan perfecta!

Pero ya estás creada,


vas y vienes sin mí.
Y yo no puedo estar sin tu presencia.

Podrías irte, si lo quisieras,


romper la amarra
que tú misma te inventas...
Pero saliste de mí mismo,
te amasé con angustias, soledades, fracasos,
retorcido en las sombras creadoras
de mi alma.
Y ahora llevas mi espíritu circulando en las venas
y estás marcada al fuego
con mi marca en la carne.
Sin duda hay algo tuyo
que yo no pude darte,
y es esa gracia ingenua
de la hoja al moverse.
Hacía falta que fuéramos
así, como hoja y árbol,
para que el desenfado de tu verde reciente
me alegrara en el viento la antigua savia.

Y así andas,
ceñida de guirnaldas y
aromas, con la edad en las
manos como un ramo de
rosas.
Tú,
cantando en la brisa
con voz de niño y pájaro.
Tú,
maternal y tímida, con regazo de corza.
Tú,
sin más que la rosa.

Para siempre conmigo,


en la íntima tiniebla del bosque,
donde la vida siga fluyendo como el agua
de un manantial secreto.

Olvido y paz desciendan como nieve en la noche.

Y escuche yo en la sombra
tu corazón sin prisa midiendo nuestro tiempo.
GLOSA DEL AMOR VEDADO

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

Privarme de que te vea


eso, lo podrán hacer.
Privarme de que te quiera.
¡sólo Dios con su poder!
Concionerò Popular Venezolano

ANDO solo por el mundo,


señora, con mi destino
y es bueno cualquier camino
para un juglar vagabundo.
Por eso mi pie errabundo
abre pica en donde sea
y mi alma no titubea,
cara o cruz la vida entera,
ni me cuido del que quiera
PRIVARME DE QUE TE VEA.

Porque no verte es soñarte


más linda de lo que eres
y entre todas las mujeres
el trono más alto darte.
No verte nunca es guardarte
inédita en el querer,
niña en lugar de mujer,
flor que en fruto no madura.
¡Qué me importa tu clausura!
ESO, LO PODRÁN HACER.

Este amor es como un lazo


que nos ata y nos desata,
que aprieta, pero no mata,
cual si de Dios fuera el brazo.
Mira tú qué extraño caso
el de la gente insincera,
que quiere que yo me muera
de sed junto al agua clara.
Comprende que es cosa rara
PRIVARME DE QUE TE QUIERA.

Mas la suerte ya está echada


y a volverse no hay lugar,
que estoy resuelto a ganar
aun con baraja marcada.
En la puesta va, resteada,
la fe que aún arde en mi ser,
y en las cosas del querer
es legal cualquier chicana,
y esta «mano» me la gana
¡SÓLO DIOS CON SU PODER!

GLOSA DEL SUSPIRAR CON MOTIVO

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

Suspiro porque me acuerdo,


y si no, no suspirara.
¿Quién es aquel que suspira
sin acordarse de nada?
Cancionero Popular Venezolano

EN la alta noche estoy triste,


sin amor y hasta sin sueño.
Voy como perro sin dueño
por la calle en que viviste.
Dudo ya de que estuviste
aquí, donde ahora te pierdo,
donde esta amargura muerdo
de sospechar que deliro
si te digo en un suspiro:
SUSPIRO PORQUE ME ACUERDO.

Al sufrir esta tortura


ignoro lo que harán otros.
Yo sólo sé de nosotros
y de mi amor sin ventura,
de esta pena sin ternura
que con nada se compara,
porque es una pena rara
de la que muero y aliento.
Yo sólo sé mi tormento
Y SI NO, NO SUSPIRARA.

Y tú, ¿qué harás, tan lejana?


¿Te retendrán prisionera,
que no amaneció en mi espera
tu estrella tras mi ventana?
Tal vez, si vuelves mañana
por saborear tu mentira,
adonde esté quien delira
por ti, te habré de escuchar
decir, curiosa, al pasar:
¿QUIÉN ES AQUEL QUE SUSPIRA?

Dice el verso de un cantar


—de esos cantares sin dueño
que aprendí siendo pequeño—
«mucho alivio es suspirar...»
Yo, suspiros he de dar
mientras vuelves, bienamada,
de recuerdo iluminada
te llevaré hasta morir,
porque, ¿quién puede vivir
SIN ACORDARSE DE NADA?

TE VOY A HACER UN MUNDO...

HECTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

TE voy a hacer un mundo de pura poesía:


una estrella remota o una isla fragante,
o nube de la aurora, solitaria y tranquila,
o rumoroso árbol para tu alma de ave.

Sombra de amable sueño, dulce carne liviana,


cuando suena tu voz de ternura tan grave,
cuando dejas tu mano sobre mi frente en
llamas,
¡ cómo temo a mi dicha!, ¡ qué miedo de besarte!

Mis manos, tan indignas, han tocado tu carne.


Mis ojos miserables se bañan en tu gracia,
y aún estoy en la vida y oigo latir mi sangre
como los otros seres que por mi lado pasan.

Tengo que hacerte un mundo sólo de poesía,


niña de carne de ángel ingrávida y eterna,
para soñarte en él como has sido: divina.
Para mirarte siempre como eres: perfecta.

GLOSA PASTORIL

HECTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

i Dichoso quien te mira,


feliz el que te oye,
inmortal quien te ama,
casi dios quien te goce!
MELEACRO
TE busqué mucho tiempo,
te indagué sin descanso.
Como al final de un sueño,
me desperté en tus brazos.
Al fin estás conmigo
y en gozosa vigilia
te bebo con los ojos.
DICHOSO QUIEN TE MIRA.

Te llamé por los montes


con mi voz y mi flauta.
De mis rebaños, siempre
tú, Cordera, faltabas.
Un día, entre las breñas,
al eco de mis voces
respondió tu balido.
FELIZ EL QUE TE OYE.

Desde que estás conmigo,


¡qué corazón más grande,
qué impetuosa corriente
la que lleva mi sangre!
Aquí estoy frente a ti,
sin ayer ni mañana.
¿Acaso no se torna
INMORTAL QUIEN TE AMA?

¡Oh serena inocencia!


¿También tu carne es alma?
En tu redor de musgo,
¡qué extrahumana fragancia!

Un niño ávido y solo


se ha perdido en el bosque.
Una voz inaudita
baja desde la noche.
Por las hondas raíces
remotas savias corren.
Va pasando algo eterno...
¡CASI DIOS QUIEN TE GOCE!

EN SOLEDAD Y EN VELA

HÉCTOR GUILLERMO VILLALOBOS (venezolano)

HE tomado mi lámpara encendida,


en la alta noche, cuando el viento brama.
La he alzado entre las sombras,
sobre este mar poblado de clamantes naufragios.
Vienen las multitudes voceantes de las olas.
Los horizontes caen como espejos quebrados.
Alzo mi luz al tope del grito más urgente:
fulgirá desde lejos como una luz fantasma,
como el santelmo muerto que pena en las tormentas.

No es la lumbre amorosa que alegra las veladas.


Es como antiguo faro desolado y sin sueño,
que al caer cada noche se enciende para todos
y se apaga en silencio, cuando releva el alba.

En soledad
y en vela.
Soledad encendida que al espacio se entrega,
cercada por las olas, batida por los vientos.
Vela dura y tenaz, de sol a estrella.
Soledad alta y pura como bandera al aire.

¡Jamás habrá en el cielo, ni en el mar, ni en la tierra,


fuego que la caliente, ni luz que la acompañe!

CON TUS OJOS

RAFAEL YEPES TRUJILLO (venezolano)

ADONDE voy errante. Sin rumbo. Sin


sendero y alumbrándome el caos de la
melancolía con tus ojos, que tienen el color
de la noche y que tienen las claras
claridades del día.

Y he de encontrar el rumbo para mis


ilusiones, y para mis sandalias he de
encontrar la vía con tus ojos, que tienen el
color de la noche
y que tienen las claras claridades del día.

Y de alcanzar la cima para mis ideales,


y para mis tristezas he de hallar alegría
con tus ojos, que tienen el color de la noche
y que tienen las claras claridades del día.

En el árbol de sombras que florece en mis huertos


he de prender las rosas de la sabiduría
con tus ojos, que tienen el color de la noche
y que tienen las claras claridades del día.

Los poemas que vuelan sobre mis Hipocrenes


han de alcanzar azules sendas de poesía
con tus ojos, que tienen el color de la noche
y que tienen las claras claridades del día.

Y cuando los cipreses vivan sobre mi muerte,


ya alumbraré mis pasos por la región
sombría con tus ojos, que tienen el color de
la noche y que tienen las claras claridades
del día.

ENSUEÑOS Y NOSTALGIAS

RAFAEL YEPES TRUJILLO (Venezoano)

BAJO el gris de mi gabán


y con mi chistera gris,
alternando con Satán
y San Francisco de Asís,
pasé un invierno en París
y un otoño en Amsterdam.
¡Nostalgias de flor de lis!
¡Ensueños de tulipán!
Surqué el lago del amor
en mi góndola de azur,
y en mi campo trovador
cultivé un halo de flor
para madame Pompadour.
Y entre el gris de mi gabán
y con mi chistera gris
pasé un invierno en París
y un otoño en Amsterdam.
¡Ensueños de tulipán!
¡Nostalgias de flor de lis!
En mis campos de Montiel
sembré fibras de cristal
y cultivé un carnaval
con ritmos de cascabel
para hacerme musical
en mi Torre de Babel.
Y con mi chistera gris
y entre el gris de mi gabán
pasé un invierno en París
y un otoño en Amsterdam.
¡Nostalgia de flor de lis!
¡Ensueños de tulipán!

EL FORASTERO

ATAHUALPA YUPANQUI (argentino)

PORQUE no soy de estos pagos


me acusan de forastero.
Como si fuera un pecado
vivir como vive el viento.
¡De adonde vendrán los ríos,
de adonde vendrá el sereno
que besa los pastizales
de la llanura y el cerro!

Yo vengo de todas partes


por los caminos del sueño,
como las rosas a mayo
y los jazmines a enero.
Doy lo que tengo que dar
y a veces me doy entero,
como la dicha en los
valles y la pena en los
desiertos.

Junto estrellas en la noche


y en la sombra las enhebro;
con ellas hago un collar
para ponerlo en el pecho
de una paisana que nunca
me ha sentido forastero.
Y ando por todas las sendas,
las del llano, las del cerro
y las que con honda huella
se van corazón adentro.

La gente me ve pasar
y me dice: Forastero...
Sólo escuchan mis oídos
porque mi alma está lejos.
Está mirando esos mundos
que no ven los que son
ciegos, aunque se llenen de
luz
y tengan los ojos bellos.

¡Por donde quiera que paso


voy desgranando mis sueños,
aunque digan los demás:
Allá pasa un forastero...!

BORDONEANDO

ATAHUALPA YUPANQUÍ (argentino)

Me gusta de vez en cuando


perderme en un bordoneo,
porque bordoneando veo
que ni yo mesmo me mando.
Las cuerdas van ordenando
los rumbos del pensamiento.
Y en el trotecito lento
de una milonga campera
va saliendo campo afuera
lo mejor del sentimiento.

Siempre en voz baja he cantao,


porque gritando no me hallo.
Grito al montar a caballo
si en la caña me he vandeao.
Pero tratando un versiao
ande se cuentan quebrantos,
apenas mi voz levanto
para cantar despacito.
Que el que se larga a los gritos
no escucha su propio canto.

Si la muerte traicionera
me acogota a su palenque,
hágame con dos rebenques
la cruz pa mi cabecera.
Si muero en mi madriguera
mirando los horizontes,
no quiero cruces ni aprontes,
ni encargos para el eterno.
¡Tal vez pasando el invierno
me dé sus flores el monte!

MILONGA DEL SOLITARIO

ATAHÜALPA YUPANQUI (argentino)

SIN presumir de cantor,


porque no soy presumido,
de mi silencio he salido
a preludiar mi dolor.
Mi canto no es el rumor
de la vertiente serrana;
no tiene sol de mañana,
tampoco refleja estrellas,
pero se va por la huella
derecho al alma paisana.

Yo no tengo gorgoritos
ni nunca los precisé.
Toda la vida canté
como acogotando un grito.
Pa versiar, yo necesito
cancha libre y atención.
Corro de un solo tirón
montao en mis sentimientos.
Lo que me falta de aliento
me suebra del corazón.

Vengo a decirles mi adiós.


Mi zaino inquieto me espera.
Nos iremos campo afuera
para perdernos los dos.
Mi redomón comprendió
que mi pena es rezongona,
y sin sentir las lloronas
se mantiene bien despierto.
¡El sabe bien que ni muerto
me baja de las caronas!

Toda la noche he cantado


con el alma estremecida;
que el canto es la abierta herida
de un sentimiento sagrado.
A naide tengo a mi lado

porque no busco piedad;


desprecio la caridad
por la vergüenza que encierra.
¡Soy como el león de la sierra:
vivo y muero en soledad!

ZAMBA

ATAHUALPA YUPANQÜI (argentino)

i ZAMBA!
En la palabra blanca de los pañuelos
se esconde la esperanza
del criollo que te baila.

Mozas de pies ligeros,


al conjuro del ritmo,
dibujan en el suelo
letras que son espíritu.
Líneas que son promesas.
Frases que son anhelos.

¡Zamba!
Naciste en los albores de la argentinidad
y fuiste el san,to y seña para la libertad.
Hermana de la cueca que en la tierra chilena
sentó su señorío.
Hermana de la inquieta y amada marinera
que quedó en el Perú.

¡Qué poco pides, Zamba, para llenar tus tardes!


Tan sólo una guitarra, un arpa o un violín.
Un pedazo de campo, unas caras cobrizas,
y dos pañuelos blancos diciéndose en la brisa
palabras que los labios no se pueden decir.

¡Zamba!
Golpeándose los tacos
te bailan rioj anos.
Alegre bate palmas
el gaucho calchaquí.

Airosos te pasean los viejos tucumanos.


Y allá lejos, los hombres
se sienten más hermanos
cuando las quemas cantan la Zamba de Jujuy.

¡Qué poco pides, Zamba, para llenar tus noches!


Tan sólo un bombo indiano gimiendo su tóm-tóm.
A cuatro leguas largas se siente ese latido,
como si al monte mismo se le hubiera ocurrido
prestar para la fiesta su propio corazón.
En las salas antiguas,
cuánto te festejaron.
Y por las cosas nuevas,
qué pronto te olvidaron.

¡Pero no morirás!
Porque eres alma y sueño,
Música de la tierra.

Porque eres santo y seña


para la libertad.
Porque en el alma gaucha
que tu rasguido encierra,
Hombres de cuatro rumbos
rompen tu soledad.

Porque mientras se caigan los soles tras los montes


y las lunas prodiguen su limpia claridad,
¡han de bailarte, Zamba, los paisanos del Norte
donde aún se conserva tu espiritualidad!

LA GUITARRA

ATAHUALPA YUPANQUI (argentino)

HECHA de miel y pesares


y con espuma de lágrimas.
Con besos de luna llena,
con sangre de madrugadas.
Hecha con lumbre de auroras
y rumor de acequias claras.
Madura de soledades
bajo las estrellas altas.
Nace cien veces la música
del fondo de la guitarra.

Su madera no es madera:
es una selva incendiada.
Crisol de todos los
cantos. Dolor de todas las
ramas. Para volar en la
noche usa dos manos
por alas. Vuela la música,
lejos bajo las estrellas
altas.
Y siempre nace y renace
del fondo de la guitarra.

Vino la guerra mordiendo


la libertad de la Patria.
Crecieron las montoneras,
potros, galopes y lanzas.
Vinieron tiempos de siembra.
Nació la semilla clara.
Cantó la tierra olorosa.
Florecieron las mañanas.
Y se llenó de cantares
la selva de la guitarra.

Pena de los trovadores


es pena dulce y amarga.
Dulzura de dar la dicha,
amargor de no lograrla.
Arquitecto de consuelos
sólo tiene noche larga.
Herida que se hace
canto bajo las estrellas
altas.
Porque conoce estas cosas,
tiene penas la guitarra.

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