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La frase “El cliente siempre tiene la razón” hoy en día es insuficiente para entender las dinámicas
de los negocios actual.
Sería más correcto decir “El cliente es la razón del negocio”. El objetivo de un Product Manager es
entender qué es lo que el cliente quiere.
Evolución del marketing
Márketing Márketing de
indiferenciado microsegmentación
Gestión de marketing
La gestión del producto está fuertemente vinculado a la gestión de marketing y tiene tres niveles:
• Nivel estratégico:
◦ Segmentación: Dividir en porciones el total de los compradores que tienen cosas en
común, pero que se diferencian del resto de segmentos.
◦ Elección del mercado meta: Pensar en cómo satisfacer alguno de estos segmentos.
◦ Diferenciación: Propuesta diferenciada de otras alternativas en el mercado.
◦ Posicionamiento: Que el público reconozca que tenemos algo bueno para ellos.
• Nivel táctico: Desarrollo de planes de producto, distribución, promoción y precio. (Las 4 Ps
del marketing: producto, plaza, precio y promoción).
• Nivel operativo: Ejecución de los planes desarrollados en el nivel táctico.
Un primer paso importante es la determinación de las ideas de misión y visión, aspectos claves que
dan marco y orientación al rumbo del negocio.
Visión es lo que se desea para el negocio del mañana, en un futuro indefinido. La visión no es un
objetivo, es un ideal.
Misión es una idea más concreta y orientada a las acciones. Es lo que se hace de forma cotidiana
en el camino hacia la visión.
Una vez tenemos el marco de actuación, es el momento de diagnosticar la situación competitiva
de la empresa o negocio.
• Fuerzas del macroentorno: Cualquier negocio, se trate como se trate, está afectado por
aspectos tales como económicos, político-legales, tecnológicos, ambientales y
socioculturales.
• Jugadores del microentorno: Competidores, proveedores, intermediarios, clientes,
colaboradores, ONGs, gobiernos y medios de comunicación. Aquí, lo interesante es
detectar el grado de incidencia que cada jugador podría tener sobre nuestras intenciones o
acciones.
• Análisis FODA: Se trata de una herramienta de diagnóstico estratégico que bien aplicaría
para considerar los aspectos del macro y microentorno ya mencionados, contribuyendo a la
determinación de la situación competitiva de un negocio en un momento determinado. El
FODA nos ofrece una “foto” de los aspectos internos, expresados como fortalezas o
debilidades. (Es un DAFO de toda la vida).
Una vez reconocidos el escenario y situación competitiva del producto, podrán determinarse los
objetivos a cumplir. El objetivo bien definido debe ser SMART:
• Específico
• Medible
• Alcanzable
• Relevante
• Definido en el tiempo
Definidos los objetivos a alcanzar, hay que diseñar las estrategias, que involucrará la elaboración de
planes de acción que tendrán que ser consecuentes con las definiciones llevadas a cabo en el
marketing estratégico (estaríamos trabajando en el nivel táctico). Para ello se dará forma a planes
de producto, logística y distribución, comunicación y precio.
Finalmente, ejecutaremos el plan en el nivel operativo, a través de la implementación de los planes
de producto, logística, comunicación y precio, elaborados en la instancia anterior.
Como último paso, es necesario realizar una evaluación y seguimiento, que permitirá reconocer si
los objetivos se van cumpliendo, si las acciones están bien encaminadas y/o si existen aspectos
para ajustar.
Estas estrategias deberán ser aquellas que contribuyan a la consecución de los objetivos que se
persigan en cada caso. Para ello, nos centraremos en tres posturas estratégicas distintas,
orientadas a la resolución de diferentes problemáticas en una situación competitiva particular.
Empezaremos por las estrategias propuestas por Igor Ansoff, orientadas a solucionar una situación
de estancamiento, donde las ventas pasan a estacionarse alrededor de niveles no del todo
contributivos a las intenciones del negocio (no se vende lo que uno quisiera). Son muchas las
posibles razones por las que el estancamiento podría tener lugar y sería de utilidad poder
determinarlas; algunas de ellas: aparición de nuevas propuestas en el mercado, cambios en modas
o tendencias, alteraciones en la conducta de compra de los clientes, renovación de las
preferencias, avance o reemplazo de la tecnología vigente, situación económica del momento, etc.
Las “estrategias producto-mercado” fueron planteadas en una matriz de dos por dos,
determinando en un lado si la estrategia se aplicaría con un producto actual o uno nuevo y, por
otro, si el mercado o segmento de actuación sería uno actual o uno nuevo.
Cuando se interpreta que un negocio ha llegado a su techo en términos de ventas, una posibilidad
es seguir una estrategia de “penetración de mercado”, esto sería procurar que los clientes actuales
incrementen la cantidad de producto que habitualmente compran o lograr la migración de clientes
de la competencia.
Una posibilidad diferente, pero también basada en un producto actual, es llevar adelante una
estrategia de “desarrollo de mercado”. Para ello hay que seducir a clientes de otros mercados o
segmentos para que se acerquen a la compra.
Agotadas las posibilidades para los productos actuales, podríamos considerar la estrategia de
“desarrollo de producto”, una alternativa que se dirige a un mercado o segmento de los que la
empresa ya atiende, pero con una nueva propuesta de producto.
La última de las estrategias producto-mercado es la que más riesgo supone y se la conoce como de
“diversificación”. Aquí la empresa se aleja de todo lo conocido para desarrollar nuevos productos
orientados a mercados que hasta el momento no atendían.
Alejándonos de las estrategias producto-mercado, hay dos posiciones estratégicas propuestas por
Michael Porter:
• Estrategia de liderazgo de costos, basada en orientase en la minimización de costos en
todas las actividades que lo permitan, para así recuperar margen de beneficio.
• Estrategia de liderazgo en diferenciación, concentrada en generar y ofrecer productos de
mayor valor percibido, asumiendo que los clientes estarán dispuestos a abonar un precio
más alto por ese valor diferencial.
Para competencias a menor escala, Porter propone la especialización (atendiendo a grupos
reducidos y específicos), capaces de generar un valor añadido.
Entre las ideas más actuales, los consultores Chan Kim y Renée Mauborgne proponen la “estrategia
del océano azul”. Ellos, reconociendo la existencia de mercandos (océanos) cada vez más
competitivos y sangrientos, optan por triunfar generando espacios de no competencia (océanos
azules), basados en el diseño de propuestas de valor únicas que pudieran llegar hasta a cambiar las
reglas de juego de un mercado.
La idea fundamental del “océano azul” invita a la configuración de propuestas que redefinan la
curva de valor de un producto mediante la aplicación de una o más de las siguientes posibilidades:
El disparador para que este proceso se desencadene es la percepción acerca de una carencia,
requerimiento o faltante, estado que podríamos llamar de necesidad manifiesta. Existe
previamente el estado de necesidad latente, sobre el cual accionarán distintos estímulos, ya sean
estos internos del individuo, provocados por variables del contexto o bien generados por acciones
de marketing que las empresas ejecuten.
Desde un punto de vista simbólico, a partir del momento en que un individuo percibe una
necesidad manifiesta, en su mente empieza a configurarse (consciente e inconscientemente) un
conjunto ideal de atributos esperados que dará forma a su deseo. Un deseo que (en ocasiones) no
necesariamente tomará la forma de un producto o servicio en particular, sino que quedará como
un conjunto de atributos esperados (características, funciones, beneficios, etc.), algunos concretos,
otros simbólicos. Sin ir más lejos, esa “revelación” que de tanto en tanto se nos puede manifestar
como “tengo ganas de comprarme <algo>”, evidentemente no tiene una forma concreta, pero sí es
una búsqueda.
Con este conjunto ideal de atributos como referencia, el comprador va a iniciar un proceso de
actividad previa a la compra, a través del cual el mercado le devolverá los distintos productos y
servicios disponibles mediante los cuales podría satisfacer su necesidad y deseo.
Estos productos percibidos (de forma selectiva y distorsionada) en su proceso de compra, serán
analizados y comprados en referencia a aquel conjunto ideal de atributos que el individuo había
configurado en su mente. Como resultado de esa dinámica, resultará la opción finalmente elegida
para la compra. O no, porque también podría resultar que el comprador no encuentre una opción
que considere adecuada a sus pretensiones.
Gráficamente, esta dinámica de percepción-análisis-comparación presente en el momento de
decisión de compra, podría resumirse así:
Este gráfico, que es solo conceptual y está limitado a dos opciones, aunque el comprador podría
contemplar muchas más, nos ofrece información acerca de la dinámica competitiva que tiene lugar
entre las alternativas percibidas y consideradas por el individuo al momento de elegir el producto
que más se parezca a su ideal pretendido.
• Entre el producto A y B observamos que existen zonas de contacto, estas zonas
contendríana tributos comunes entre A y B, y por lo tanto, no diferenciadores.
• Entre ambos productos y el conjunto ideal, identificamos que hay cierta correspondencia,
pero también vemos una zona de atributos esperados que ninguna oferta llegó a “cubrir”,
lo que podría ser una oportunidad para el ingreso de una tercera propuesta que ocupe ese
lugar y se posicione mejor en términos de atributos percibidos.
• Podemos reconocer que el producto A y B ofrecen zonas de atributos que han sido
percibidos, pero los mismos no eran prioritarios o relevantes para el comprador; esto
quiere decir que las empresas de A y B han decidido incorporar atributos que podríamos
calificar como superfluos.
• También observamos que existen zonas en las que los productos A y B sí se corresponden
con las pretensiones del comprador en términos de los atributos buscados y esto es lo que
habría que lograr.
El producto elegido dependerá de cómo cada comprador priorice cada uno de los atributos
buscados. Aquí juega un papel clave la percepción del comprador. Lo que no se percibe, no existe.
¿Por qué compran los que compran? Una mirada a las motivaciones
Nuestras decisiones de compra están atravesadas por distintos factores que juegan, en mayor o
menor medida y combinados de una u otra manera, en diferentes situaciones que podemos
enfrentar. Estos son factores culturales, sociales, personales y psicológicos.
Dentro de la pertenencia de alguno de estos factores, podemos encontrar algunas razones de
determinados consumos. En algún otro caso, como el social, el consumo tiene más que ver con
una intención aspiracional (me gustaría pertenecer a tal grupo o parecerme a tal persona).
En el caso psicológico, por ejemplo, tiene que ver con las raíces más profundas de la motivación,
las cuales, según la teoría de Abraham Maslow, tienen que ver con nuestra intención de resolver
necesidades. Estas necesidades pueden ser fisiológicas, de seguridad, pertenencia, autovaloración
y estima o autorrealización.
Dentro de este factor psicológico podemos encontrar también la percepción, que es una palabra
clave en marketing, ya que cada individuo puede ver un producto de determinada manera y
diferente, respecto de lo que otro individuo podría ver en el mismo producto. Entender la
percepción o jugar con la percepción, en términos de reconocerla, es muy importante para el
marketing.
Por otra parte también hay actitudes, íntimamente relacionadas con las creencias. Que pueden
llevar a un individuo a no querer comprar algo que no ha probado.
Variables para la determinación de segmentos objetivos
Uno de los conceptos elementales del marketing estratégico, directamente relacionado con la
gestión de productos, es el de segmentación de mercados. Recordemos que la idea de la
segmentación supone la identificación de necesidades y deseos homogéneos en grupos de
compradores.
Las formas tradicionales de segmentación de mercados buscan reconocer necesidades, deseos y
comportamientos de compra similares entre individuos que comparten determinadas
características demográficas, geográficas, psicológicas y/o conductuales.
Las ideas de segmentación tradicional pueden ofrecer un camino para explicar cómo está
conformado un segmento de mercado, pero también podría darse que esas características resulten
insuficientes como para determinar por qué algunos clientes compran lo que compran.
Conocer las verdaderas motivaciones que subyacen a la preferencia de un producto en detrimento
de otro es una asignatura pendiente para estos métodos de segmentación tradicional, pero sí
debemos reconocerles su utilidad para disponer de variables que resulten descriptivas de un
segmento.
Reconocer la naturaleza simbólica de los individuos y del consumo, nos invita a tomar las formas
tradicionales de segmentación no como soluciones definitivas, sino como complemento de otras
alternativas más apoyadas en dinámicas psicosociales.
Así el modelo propone cuatro vínculos puros, estando cada uno de ellos caracterizado por los
distintos atributos simbólicos que un cliente podría pretender en su intención de “completarse”
frente a un “otro”.
Según sean los atributos buscados por cada sujeto comprador, los vínculos también podrían
combinarse. (Por ejemplo, si un cliente buscara un producto que simbólicamente remitiera a
“seguridad” y “prestigio”, entonces se estarían combinando los vínculos “materno-filial” y
“simbologista” y, para este caso, un automóvil de la marca “Volvo” parecería cumplir con dichos
atributos).
En mercados orientados a individuos, los productos deberían diseñarse con la inclusión de aquellos
atributos simbólicos que permitan completar a los sujetos integrantes de un mismo segmento.
Recordemos que los roles que un comprador puede desempeñar en distintas situaciones y
momentos de su vida involucrarán a los “otros” desde donde ese comprador se mira para
completarse. Así, por ejemplo, en una ocasión un individuo puede buscar un producto para
sentirse “sofisticado” y, en otra situación, el mismo sujeto buscará un producto que lo muestre
como “protector”.
La compra simbólica en mercados de empresa a empresa (B2B)
En los mercados B2B, donde no nos ubicamos ya en la decisión individual de la persona para su
consumo o uso personal, supondríamos que es mucho más racional y basada sobre aspectos
objetivos que pudieran tener que ver con funcionalidad, rendimiento y practicidad de un producto,
de una maquinaria, de una materia prima, de algún componente, de algún insumo o de cualquier
otro producto que tenga que ver con el desempeño de la empresa. Supondríamos, que ahí la
decisión está mucho más controlada y que se apoya en aspectos objetivos y concretos.
Aun en compras de empresa a empresa, el comprador puede estar buscando aspectos que vayan
más allá de lo funcional, porque, por ejemplo, si compra equipos de computación para la atención
al público y la marca va a ser vista por el público que atiende, quizás conviene que vean una marca
de jerarquía.
La gestión de branding
La gestión de branding involucra el pensamiento estratégico y todas las acciones que una
organización implemente para la generación de valor de marca. Y no solo porque la marca puede
transformarse en uno de los activos más valiosos, sino porque ese valor también puede ser
percibido por los compradores como un diferencial atractivo y deseado.
En su proceso decisorio, el individuo contempla atributos concretos de los productos, pero
también otros simbólicos que perciba adosados, y son justamente estos últimos los que más
pueden encontrarse en lo que la marca transmite.
Las marcas constituyen un valor estratégico, cuyo posicionamiento en la mente de los integrantes
del mercado resulta vital. El protagonismo y relevancia de las marcas trasciende a las tecnologías y
a las materias primas del producto físico. Muchas veces, la marca es la mayor diferenciación y el
mejor valor añadido que una empresa puede ofrecerle a sus clientes.
En el esquema anterior, puede observarse cómo la marca se integra con el producto y las demás
decisiones del marketing táctico, en un proceso de conversión (transformación) que termina dando
forma a un satisfactor: producto físico + marca + valor. La interrelación entre esta construcción
desde la oferta y la interpretación (percepción) propia de la demanda, sentará las bases para el
posicionamiento del producto y su marca.
Para que los clientes elijan un producto, además de ofrecer uno que pueda desempeñarse a la
altura de sus necesidades y deseos, hay que tener también la capacidad de generar con ellos un
vínculo significativo y cercano, logrando que el mismo vaya mucho más allá de lo perceptible y lo
identificable a través de la razón.
En la gestión de marcas, podría entenderse que los productos pueden ser comparados
“racionalmente” (en alguna medida), pero no tanto las marcas. Las marcas se comparan más sobre
la base de las emociones y sentimientos que provocan.
La marca, sin embargo, nunca debería desestimar la importancia del producto, porque sobre él
también se apoya su construcción. Es decir, si la marca es la promesa, el producto debe cumplirla.
La marca es uno de los primeros elementos que diferencia y posiciona a un producto, diciendo lo
que ese producto es. Hay muchos tipos de nombres de marcas según sea el producto involucrado.
Independientemente de su origen y referencia, lo importante es comprender que la identificación
de la marca con un concepto diferencial, relevante y atractivo, resulta indispensable para
posicionarla eficazmente frente a la competencia. Muchas veces, quienes toman decisiones en
empresas y negocios no reconocen la importancia estratégica de la marca y eligen el nombre o el
logo.
El nombre de la marca es el que le da una primera identidad al producto físico y es también el
inicio de una personalidad. Igualmente, así como la elección de un nombre u otro depende del
posicionamiento pretendido, el mismo posicionamiento quizá pueda ser logrado con otro nombre.
No hay recetas excluyentes.
Al tiempo que una empresa decide su estrategia de marca (y en caso de decidir utilizar una,
porque la estrategia de no utilizar marca es otra posibilidad), debe también enfocarse en la tarea
de elegir un nombre específico para la misma. En tal sentido, podríamos decir que un nombre de
marca debe reunir, generalmente, algunas de las siguientes cualidades estructurales básicas:
• Originalidad
• Diferenciación
• Sugerir algo sobre los beneficios o atributos del producto
• Ser legible y fácil de reconocer y pronunciar
• Evitar connotaciones negativas
No obstante, en ocasiones y desde un punto de vista estratégico, muchas de estas condiciones
pueden o deben relativizarse.
El marketing de la experiencia toma como premisa fundamental la idea de cómo lograr que un
cliente quiera volver a vivir “eso” que le ocurrió cuando eligió tal o cual producto, de tal o cual
empresa. Así, el valor diferencial deja de estar en el producto en sí y pasa a formar parte de la
vivencia que el comprador atraviesa.
Un conocimiento detallado del perfil de los clientes que la empresa atiende, o desea atender, es la
“materia prima” fundamental para el diseño de buenas experiencias.