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TEMA 1 - EL DERECHO.- 1. La norma jurídica.- 2.

El Ordenamiento jurídico
y sus ramas.- 3. Prelación de fuentes y jerarquía de las leyes.- 4. Normas
imperativas y dispositivas.- 5. La eficacia de las normas.- 6. Vigencia temporal
de las normas.

1. - DERECHO Y NORMA JURÍDICA


Cabe distinguir dos acepciones de la voz derecho, una objetiva y otra subjetiva.
Si afirmo que "los jueces aplican el Derecho" o que "el Derecho proporciona seguridad", me
refiero al Derecho objetivo; cuando digo que "Juan tiene "derecho a permanecer en la vivienda
que ocupa porque su contrato de arrendamiento está vigente", o que "el acreedor tiene derecho a
que su deudor le pague en los términos previstos", aludo al derecho subjetivo, que veremos
después.

El Derecho objetivo lo constituye el conjunto de normas jurídicas. Así entendido,


el Derecho responde en la actualidad a una concepción nacional (hablamos de
Derecho francés, Derecho italiano, Derecho portugués, etc.).

La norma jurídica podría definirse como “mandato jurídico con eficacia social
organizadora” (LASARTE). Detengámonos brevemente en ello.
Se trata, en efecto, de un mandato o imperativo, pero no de un imperativo o
mandato cualquiera; existen imperativos, reglas o mandatos de temperamento
diferente al jurídico: así, la norma o mandato moral y la norma o mandato social.
La norma o imperativo moral resulta, con frecuencia, observada por las personas,
pero si determinada persona decide conducirse al margen de los criterios de la
Moral, no cabe obligarla a lo contrario; y las consecuencias de su inobservancia
son también de orden moral, ventilándose todo en el fuero interno del sujeto.
Cuestión distinta es que determinadas normas jurídicas, antes que jurídicas,
puedan constituir imperativos morales (así, la norma del Código penal que
castiga los delitos de homicidio o de asesinato sean trasunto del imperativo moral
que representa el “No matarás…”)
La norma o imperativo social orienta también, a veces incluso determina la
conducta humana; pero, igualmente, si una persona decide conducirse al margen
de la norma social, no cabe obligarla a lo contrario; la consecuencia de la
conculcación o inobservancia de dicho mandato se concreta en la llamada
reprobación social.
La norma jurídica es un mandato jurídico, lo que significa que tiene carácter
coactivo o coercible. Sólo la norma jurídica es coercible: se trata del rasgo que
verdaderamente la identifica y distingue. La coactividad o coercibilidad es la
susceptibilidad de ser impuesto por la fuerza, si fuese preciso, el contenido del

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imperativo o mandato que la norma jurídica representa. Ahora bien, esta
imposición por la fuerza por cuanto exige el recurso a la violencia, es
prerrogativa reservada al Estado, que goza del monopolio en el empleo de la
violencia legítima. En un Estado de Derecho, y el nuestro lo es (cf. art. 1.1. de la
Constitución Española), los ciudadanos por hipótesis hemos renunciado al
ejercicio de la violencia, lo que supone proscribir con carácter general la
denominada autotutela; otra cosa sería la vuelta a la ley de la selva o a
manifestaciones de tutela privada ya felizmente superadas, como el viejo “ojo
por ojo…”. No obstante, se admiten con carácter excepcional algunas
manifestaciones de autotutela (así, la institución de la legítima defensa en el
ámbito penal).
Se afirma, por último, que la norma jurídica es el mandato jurídico con eficacia
social organizadora, poniendo así el acento en el designio o finalidad a que se
orienta aquélla y, en general, el llamado Derecho objetivo: garantizar la paz
social mediante imprimir orden en la dinámica social, que proporcione la
necesaria seguridad (jurídica) a los todos y cada uno de los miembros de la
comunidad. Una comunidad social que se transforma así en comunidad jurídica.
Es por lo que en un momento determinado de la evolución humana el Derecho
constituyó una verdadera necesidad sentida, a partir de lo cual se inicia el secular
proceso de elaboración de la ciencia jurídica.

En plano estructural, la norma jurídica la integran dos elementos constitutivos: la


hipótesis normativa y la consecuencia jurídica anudada a aquélla. La primera,
identificada con el supuesto-tipo contemplado por la norma y a la que se atribuye
o de la que se predica la correspondiente consecuencia, prevista expresamente
para el caso. No cabe afirmar la existencia de norma jurídica en sentido propio si
no es factible reconocer la expresada hipótesis y la correspondiente consecuencia
jurídica.

Rasgos esenciales de la norma jurídica, además de la coactividad o coercibilidad,


a que nos hemos ya referido, son la generalidad y la abstracción.
La generalidad como rasgo específico de la norma jurídica supone que su
mandato tiene como destinatarios a todos y cada uno de los miembros de la
comunidad jurídica, tanto ciudadanos como poderes públicos, pues todos quedan
sometidos al deber de su cumplirlas. Así, dispone así el art. 9.1. de la
Constitución Española: “Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la
Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”.
La abstracción, que no se confunde con el rasgo de la generalidad pero que es

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consecuencia de ésta, se refiere a la formulación necesariamente abstracta de la
hipótesis normativa, pues no podría contemplar sujetos particulares y concretos.

2.- EL ORDENAMIENTO JURÍDICO Y SUS RAMAS

El Derecho objetivo se designa más técnicamente con la expresión ordenamiento


jurídico, pues pone de relieve la existencia de una organización que vertebra el
conjunto de normas jurídicas que lo integran. La expresión ordenamiento
jurídico ha sustituido al tradicionalmente llamado Derecho objetivo y se ha
impuesto en la legislación a partir de que la consagrase ya el Código civil, en la
nueva redacción dada a su Título Preliminar, cuyo artículo 1.1. se refiere a las
fuentes del ordenamiento jurídico español. También el artículo 9.1. de la
Constitución Española –ya vimos– dispone: “Los ciudadanos y los poderes
públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”. Se
emplea también la fórmula ordenamiento jurídico comunitario.
Ordenamiento jurídico designa el conjunto organizado de las normas que lo
integran, normas cuya disposición conforma una “trabazón o urdimbre” (DÍEZ-
PICAZO), un verdadero tejido normativo. La organización y estructura que
presiden el conjunto del ordenamiento jurídico permiten considerarlo como un
sistema, que justifica su vocación de plenitud e integridad.

Dos principios diferentes proporcionan su organización y estructura al


ordenamiento jurídico: el principio de jerarquía normativa y el principio de
competencia.
El principio de jerarquía normativa está garantizado constitucionalmente (art. 9.3
C.E.), y del mismo son expresión la Disposición derogatoria tercera la propia
Constitución Española, ordenando que “quedan derogadas cuantas disposiciones
se opongan a lo prevenido en esta Constitución”, así como el artículo 1.2. del
Código civil: “Carecerán de validez las disposiciones que contradigan otra de
rango superior”.
Tras la promulgación de la Constitución Española, el principio de jerarquía se
reveló insuficiente para imprimir organización plena al conjunto de normas del
Derecho español. La vigente Constitución Española introdujo como modelo de
organización territorial del Estado el llamado Estado de las Autonomías y así su
artículo 2, sobre la base de la indisoluble unidad de la Nación española, patria
común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a
la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran.

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Cada Comunidad Autónoma goza de sus respectivas Cortes, como órgano de
producción de leyes, siquiera se trate de leyes referidas a determinadas materias.
En este sentido, la propia Constitución estableció un listado de materias en que
las Comunidades Autónomas podrían asumir competencias, previa la
correspondiente transferencia de cada una de ellas por parte del Estado, a través
de una ley del parlamento nacional.
De este modo, los parlamentos de las diferentes Comunidades Autónomas
producen también leyes, cuyo rango jerárquico es idéntico al de las leyes del
parlamento nacional. La relación entre las leyes emanadas de las Cortes de los
territorios autónomos y las Cortes Generales se explica, así, a la luz del principio
de competencia. Es una cuestión de competencia material: las comunidades
autónomas pueden legislar en materias que sean objeto de su competencia, una
vez le fue transferida ésta por el Estado; y el Estado, por su parte, legisla en
materias propias de su competencia exclusiva.
También el principio de competencia explica también, como veremos después, la
relación entre la ley orgánica y la ley ordinaria.

Vertebrado de este modo, ha podido afirmarse el denominado dogma de la


plenitud del ordenamiento jurídico.: aunque la ley tiene lagunas, el
ordenamiento jurídico es pleno. Lo prueba el artículo 1.7. del Código civil: “Los
Jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de resolver en todo caso los
asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de fuentes establecido”. Tal
inexcusable deber se les impone porque siempre será posible resolver los asuntos
acudiendo a las fuentes del Derecho reconocidas.

El carácter esencialmente unitario que ofrece la noción de “ordenamiento


jurídico” es compatible con la posibilidad de reconocer en su seno la existencia
de los denominados sectores del ordenamiento, fundamentalmente, el sector
jurídico-privado y el sector jurídico-público del ordenamiento.
Nos interesa ahora el sector jurídico-privado, que regula las relaciones "inter
privatos", es decir, entre particulares o, en general, entre personas que actúan en
su condición de particulares, no obstante ostentar alguna de ellas cargo o
responsabilidad pública. En el citado sector jurídico-privado se concede, aunque
con inevitables límites, importante relevancia al principio de autonomía de la
voluntad. En él se inscriben, entre otras ramas, el Derecho civil y el Derecho
mercantil, a que pertenecen los contenidos propios de esta asignatura (“Derecho
Privado del Turismo”).
En el sector jurídico-público del ordenamiento encuentra residencia, por su parte,

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otra materia correspondiente a la asignatura “Derecho Administrativo del
Turismo”, ámbito que se edifica sobre principios muy diferentes.

3. PRELACIÓN DE FUENTES Y JERARQUÍA DE LAS LEYES


La noción de “fuente” remite, en general, al origen de algo. Y con la expresión
“fuentes del Derecho” nos preguntamos por el origen del Derecho, lo que puede
ser entendido en sentido material o en sentido formal. Las fuentes en sentido
material indagan sobre el autor de la norma jurídica, y las define DE CASTRO:
“cada fuerza social con propia potestad normativa creadora” (el legislador; o el
pueblo, si se trata de la costumbre jurídica). Las fuentes en sentido formal son las
“formas de manifestación de la norma jurídica”, los modos de exteriorizarse
ésta.
Son las fuentes en sentido formal las contempladas en el artículo 1.1. del Código
civil: “Las fuentes del ordenamiento jurídico español son la ley, la costumbre y
los principios generales del derecho”. En dicho precepto se emplea la expresión
ley en un sentido amplio, equivalente a norma jurídica que plasma por escrito; se
opone así a la costumbre, que es norma jurídica no escrita (norma
consuetudinaria); por su parte, los principios generales del derecho constituyen
normas jurídicas carentes de formulación concreta como ley o como costumbre y
encierran “todo el conjunto normativo no formulado”.
Dejamos el examen en detalle de la “ley” para la segunda parte de esta pregunta
y señalaremos ahora que la costumbre (jurídica) se define como “norma creada e
impuesta por el uso social” (DE CASTRO). También destacar aquí la
importancia de los denominados usos jurídicos normativos (no los meramente
interpretativos de una declaración de voluntad), que tienen la consideración de
costumbre (véase artículo 1.3. párr. 2º Código civil).

Por lo demás, el contenido del artículo 1.1. del Código civil:


a) Establece una verdadera prelación de fuentes, ya que dichas fuentes están
radicalmente jerarquizadas: la ley es la fuente de aplicación con carácter
inmediato y preferente; la costumbre es fuente de aplicación supletoria de
primer grado, pues sólo se aplica en defecto de ley y siempre que no sea
contraria a la moral o al orden público y que resulte probada, esto último
porque el deber de conocer el Derecho que tienen los Jueces no se
extiende a la costumbre, salvo la llamada "costumbre notoria", que no
exige ser probada (véase art. 1.3. Código civil); por su parte, los principios
generales del derecho constituyen fuente de aplicación supletoria de
segundo grado, ya que sólo se aplican en defecto de ley y también de

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costumbre, ello “sin perjuicio de su carácter informador del
ordenamiento jurídico” (véase art. 1.4. Código civil).
b) Contiene un elenco exhaustivo de fuentes: están todas las que son. De este
modo, la “jurisprudencia” no constituye fuente de nuestro ordenamiento
jurídico. Sus autores, los Magistrados del Tribunal Supremo, no pueden
crear normas jurídicas, pues dispone la Constitución a los Jueces y
Tribunales sólo corresponden, aunque con carácter exclusivo, las
funciones de “juzgar y hacer ejecutar lo juzgado” (véase art. 117.3. C.E.),
es decir, sólo les compete aplicar el Derecho, no crearlo.
La jurisprudencia desempeña la función de complementar el ordenamiento
jurídico, con la doctrina que de modo reiterado establezca el Tribunal Supremo al
interpretar y aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del derecho
(véase art. 1.6. Código civil). Para que exista "jurisprudencia" en sentido propio
se exigen al menos dos sentencias en el mismo sentido, y considerando sólo y
exclusivamente en cada sentencia aquella parte de la misma que constituye la
argumentación en que se funda el fallo (parte dispositiva de la sentencia).
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La noción amplia de "ley" que emplea el artículo 1 y siguientes del Código civil
(norma jurídica escrita) permite distinguir en su seno tres niveles jerárquicos, a
saber:
1º) La superlegalidad, que encarna exclusivamente en la Constitución Española,
norma superior del ordenamiento jurídico (ley de leyes, norma normarum). La
superlegalidad que la Constitución Española representa, es tanto una
superlegalidad material como una superlegalidad formal.
La superlegalidad material se expresa, además de por la eficacia normativa
directa de que gozan algunos de sus preceptos (así, el artículo 22 C.E., en
materia de derecho de asociación), en su artículo 9.1. (“Los ciudadanos y los
poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento
jurídico”) y en su disposición derogatoria tercera ("... quedan derogadas cuantas
disposiciones se opongan a lo establecido en esta Constitución").
La superlegalidad formal se expresa en los especiales requisitos que consagra la
propia Constitución Española para su modificación. El Título X de esta se ocupa
"De la reforma constitucional".

2º) La legalidad estricta, que encarna en las normas con rango de ley (también
denominadas leyes en sentido material).
Son normas con rango de ley:

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-las leyes de Cortes, tanto leyes orgánicas como leyes ordinarias,
-los Decretos Legislativos y los Decretos-leyes, obra del Poder Ejecutivo,
-las normas jurídicas contenidas en los Tratados Internacionales una vez
que pasen a formar parte del ordenamiento interno mediante su publicación en
el Boletín Oficial del Estado (véase art.1.5. Código civil) y
-las normas provenientes de la Unión Europea que constituyen el Derecho
derivado de la UE, a saber, los Reglamentos y las Directivas.
Trataremos sucesivamente cada una de estas expresiones normativas.
La fundamental consecuencia de la superlegalidad que representa la Constitución
Española se impone la exigencia de constitucionalidad de las normas con rango
de ley, es decir, la necesidad de que éstas no vulneren las normas y principios
consagrados por la Constitución. Dicho enjuiciamiento sobre la adecuación o
falta de adecuación de una norma con rango de ley a la C.E., que podría en
consecuencia ser declarada inconstitucional, corresponde a una instancia creada
al efecto por la propia C.E., el Tribunal Constitucional, cuyo juicio exige la
previa la interposición del correspondiente "recurso de inconstitucionalidad" por
alguna de las personas que pueden hacerlo (entre otras, el Presidente del
Gobierno, el Defensor de Pueblo...) o el planteamiento de la "cuestión de
inconstitucionalidad" por algún Juez o Tribunal (véanse arts. 161 y siguientes
C.E.).

Las leyes de Cortes, tanto las leyes orgánicas y como las leyes ordinarias, son
las que se elaboran en el seno del Poder legislativo del Estado y de acuerdo con
las fases del procedimiento de elaboración de leyes consagrado en la propia
Constitución Española. (arts. 81 y ss.), por lo cual, además de leyes en sentido
material, son también designadas como leyes en sentido formal.
El procedimiento de elaboración de leyes se inicia con la denominada iniciativa
legislativa, que tiene lugar a través de una Proposición de ley (iniciativa en el
seno de las Cámaras legislativas), de un Proyecto de ley (iniciativa del Gobierno
de la Nación, que lo aprueba en Consejo de Ministros), mediante la iniciativa de
las Comunidades Autónomas o a través de la denominada iniciativa popular para
la presentación de proposiciones de ley (que ha de ser respaldada por al menos
500.000 firmas acreditadas de otros tantos ciudadanos).
El Procedimiento de elaboración de leyes concluye con la sanción y la
promulgación por parte del Rey (Jefatura del Estado), quien ordenará además su
inmediata publicación en el Boletín Oficial del Estado (véase art. 91 C.E.).

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Son leyes orgánicas (art. 81 C.E.):
-las relativas al desarrollo de los derechos fundamentales y de las
libertades públicas (véase Título I de la C.E.),
-las que aprueben los Estatutos de Autonomía
-las que aprueben el régimen electoral general
-y las demás previstas en la Constitución: (así, la que regula la
denominada iniciativa popular, la que regula el Poder Judicial, la que regula la
institución del Defensor del Pueblo, la que regula el Tribunal de Cuentas, la que
regula el Tribunal Constitucional).
La aprobación, modificación o derogación de las leyes orgánicas exigirá mayoría
absoluta del Congreso.
Las leyes ordinarias se ocupan del resto de las materias.
Las leyes orgánicas y las leyes ordinarias tienen idéntico rango jerárquico y se
diferencian por una cuestión de competencia material: la ley orgánica se impone
en relación con las materias expresadas. Dichas materias constituyen un
"numerus clausus". Por lo mismo que una materia para la que exija la C.E. ley
orgánica no puede ser regulada por ley ordinaria, tampoco puede una ley
orgánica regular materias fuera de las que le son propias.

Nuestra Constitución, como sucede con la de otros países de nuestro entorno,


hace suya la doctrina de la separación de poderes (formulada por MONTESQIEU
en su obra "El espíritu de las leyes", año 1748), aunque introduce alguna
importante modulación. Así, mientras al Poder Legislativo se le confía la
potestad originaria de dictar normas con rango de ley (potestas normandi) y al
Poder Judicial las funciones de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, al Poder
Ejecutivo, además de sus funciones propias -función ejecutiva o de gobierno de
la Nación y potestad reglamentaria (art. 97 C.E.)- se le confiere la posibilidad de
dictar normas con rango de ley. Esto mediante Decretos Legislativos y Decretos
leyes.
Los Decretos Legislativos son la consecuencia del fenómeno denominado
"delegación legislativa": podrán delegar en el Gobierno la potestad de dictar
normas con rango de ley sobre materias determinadas que no sean objeto de ley
orgánica (art. 82.1. C.E.).
La "delegación legislativa" se produce generalmente por dos motivos: o la
excesiva acumulación de trabajo en el Parlamento o razones técnicas que
aconsejen que determinado texto legal sea elaborado por comisiones delegadas
del Gobierno, en que se integran altos funcionarios al servicio de la

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Administración Pública expertos en la materia a que se refiere la ley de cuya
elaboración se trata.
-La delegación legislativa deberá otorgarse mediante una ley de bases
cuando su objeto sea la formación de un texto articulado o por una ley ordinaria
cuando se trate de elaborar un texto refundido.
-La delegación legislativa habrá de otorgarse al Gobierno
+ de forma expresa (no de modo implícito)
+ para materia concreta y
+ con fijación del plazo para su ejercicio (no por tiempo
indeterminado).
-La delegación se agota por el uso que de ella haga el Gobierno mediante
la publicación de la norma correspondiente.
-La ley de bases delimitará con precisión el objeto y alcance de la
delegación legislativa y los principios y criterios que han de seguirse en su
ejercicio.
-La ley de bases no podrá en ningún caso:
a) Autorizar la modificación de la propia ley de bases.
b) Facultar para dictar normas con carácter retroactivo.
-Las disposiciones del Gobierno que contengan legislación delegada
recibirán el título de Decretos Legislativos (art. 85 C.E.).

Los Decretos-Leyes son normas con rango de ley que tienen carácter provisional
que puede dictar el Gobierno en caso de extraordinaria y urgente necesidad.
-Los Decretos-leyes no podrán afectar
+ al ordenamiento de las instituciones básicas del Estado,
+ a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos
regulados en el Título I,
+ al régimen de las Comunidades Autónomas
+ ni al Derecho electoral general.
-Los Decretos-leyes deberán ser inmediatamente sometidos a debate y
votación al Congreso de los Diputados en el plazo de los treinta días siguientes a
su promulgación. El Congreso habrá de pronunciarse expresamente dentro de
dicho plazo sobre su convalidación o derogación.

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3º) La infralegalidad, constituida por los reglamentos (normas de Derecho
interno), que son normas de rango inferior a la ley. La potestad reglamentaria se
atribuye al Poder ejecutivo, es decir, Gobierno de la Nación y Administración
Pública en sus distintos niveles También los reglamentos tienen diferente rango
jerárquico (Decretos aprobados en Consejo de Ministros, que se sitúan en la
cúspide, Decretos aprobados por Comisiones Delegadas del Gobierno, Órdenes
ministeriales, Circulares, Instrucciones, Ordenanzas, hasta llegar a los que
proceden de autoridades inferiores). En último término, para establecer la
jerarquía de determinado reglamento debemos atender a la jerarquía del órgano
del que emana.
Por imperativo del principio de jerarquía normativa, se exige la legalidad del
reglamento, es decir, que no contravenga o se oponga a la ley; de otro modo, se
trataría de un reglamento ilegal. El enjuiciamiento sobre la legalidad o ilegalidad
de un reglamento corresponde a los Tribunales ordinarios, en particular, a la
jurisdicción contencioso-administrativa.

4. NORMAS IMPERATIVAS Y DISPOSITIVAS


Para que una regla tenga la consideración de norma jurídica, su incumplimiento
debe acarrear la correspondiente sanción. Pero ello no quiere decir que todas las
normas han de aplicarse siempre, y de forma necesaria. Por eso hay que
distinguir:
1.º Normas dispositivas, cuyo contenido es disponible por la voluntad de los
particulares, quienes pueden establecer un régimen de reemplazo al previsto por
dicha norma. Es decir, sólo se aplican en defecto de una manifestación de
voluntad específica por parte del sujeto o sujetos que pueden realizarla. Pero, en
el caso de que falte esta manifestación, se aplica la norma dispositiva y su
incumplimiento acarrea la correspondiente sanción.
Por ejemplo, el artículo 1.316 Código civil establece que, a falta de
capitulaciones matrimoniales, el régimen económico del matrimonio será el de la
sociedad de gananciales. Por tanto, este articulo contiene una norma dispositiva,
ya que permite a los esposos excluir el régimen de gananciales mediante el
correspondiente pacto. Idéntico carácter dispositivo ofrece la norma que regula el
reparto entre los contratantes de los gastos derivados del contrato de compraventa
(véase art. 1455 Código civil).
2.º Normas imperativas o de Derecho cogente (ius cogens), cuyo contenido es
indisponible por la voluntad privada, es decir, son aquellas normas cuya
aplicación no pueden evitar los particulares en ningún caso.
Por ejemplo, el artículo 1102 Código civil prohíbe los pactos que disminuyan la

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responsabilidad en caso de dolo (mala fe). Es una norma imperativa, ya que, en
un contrato, no se puede pactar que los contratantes quedarán exentos de
responsabilidad cuando actúen dolosamente.

5. LA EFICACIA DE LAS NORMAS


Se trata de una triple eficacia.
1.º Eficacia obligatoria: consiste en la imposición de un deber jurídico de
cumplimiento de las normas.
Por ejemplo, el artículo 1.098 Código civil impone al obligado a dar alguna cosa
el deber jurídico de conservarla con la diligencia de un buen padre de familia.
2.º Eficacia sancionadora: consiste en la imposición de una determinada
sanción en caso de incumplimiento de la norma.
Por ejemplo, el artículo 1.101 Código civil impone al obligado que no conserva
la cosa con la diligencia de un buen padre de familia (esto es, que incurre en
negligencia) la sanción de indemnizar los daños y perjuicios causados.
3.º Eficacia constitutiva (o creadora): consiste en la atribución de una
consecuencia jurídica determinada, en caso de que se produzca un concreto
hecho.
Por ejemplo, al hecho del nacimiento se le atribuye la consecuencia jurídica de la
adquisición de la personalidad por el nacido (véase art. 29 Código civil).

Nos ocuparemos sucesivamente de cada una, considerando las previsiones del


Código civil y nociones fundamentales de la dogmática jurídica:

Eficacia obligatoria
En relación con el deber de cumplimiento de las normas jurídicas, El artículo 6.1.
Código civil establece que "la ignorancia de las leyes no excusa de su
cumplimiento". Ello no quiere decir que todos los individuos tengan la obligación
de conocer el ordenamiento jurídico (sí la tienen los Jueces y Tribunales: iura
novit curia); sólo significa que, en caso de incumplimiento de una norma, no
cabe alegar el desconocimiento de esta para librarse de la sanción prevista para
caso de incumplimiento. El legislador, al publicar la ley, hace cuanto está en su
mano para que podamos conocer la norma; si no la conocemos, pudiendo
conocerla, su desconocimiento nos es imputable.

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Por ejemplo, si no se pagan intereses, o no se pagan los impuestos, por ignorar que existe una
norma que obliga a ello, no cabe alegar esa ignorancia: ni para librarse de pagar, ni para evitar
la sanción que acarrea el hecho de no pagar a tiempo.

Distinto es el caso del error de Derecho, que "producirá únicamente aquellos


efectos que las leyes determinen" (véase cit. art. 6.1., párrafo 2º). A diferencia de
la ignorancia de la ley, el error de Derecho supone la creencia errónea de que
una norma impone un determinado deber jurídico: por ejemplo, se paga un
impuesto que no se debe, por creer que existe una norma que establece esta
obligación. El error de Derecho sí puede surtir algún efecto, pero sólo cuando
algún precepto en concreto lo establezca; así, en el caso de las cantidades
indebidamente pagadas por error, el Código civil permite que se reclame la
devolución de lo pagado (véase art. 1895).

Eficacia sancionadora
La violación de la norma se puede concretar, bien en la desobediencia al mandato
contenido en la misma, bien en la obtención de resultados prohibidos o no
admitidos por dicha norma. Nos ocupamos, sucesivamente, de los actos
contrarios a normas imperativas y de los actos en fraude de ley.
Actos contrarios a normas imperativas
Ante la infracción de una norma jurídica el ordenamiento reacciona imponiendo
al infractor la correspondiente sanción. En materia civil, las sanciones son,
fundamentalmente, la ineficacia del acto realizado y la indemnización de los
daños y perjuicios causados, como veremos en el tema correspondiente del
programa.
Pero, con carácter general, el artículo 6.3 CC establece una sanción con carácter
general para los actos contrarios a las normas imperativas y prohibitivas (ambas
son normas imperativas, puesto que las prohibitivas son imperativos negativos:
no dar, no hacer): tales actos son “nulos de pleno derecho”.
El acto nulo no produce ningún efecto jurídico: es como si no se hubiera
celebrado nunca. Así, el Código civil prohíbe contraer matrimonio a ascendientes
y descendientes entre sí (art. 47.1.); consecuentemente, el matrimonio celebrado
entre estas personas será nulo, y no surtirá ningún efecto jurídico.
Se trata de una nulidad radical o absoluta y, por ello, insubsanable.
Sin embargo, el propio artículo 6.3 CC salva de la nulidad los supuestos en que
la propia ley contravenida establezca lo contrario. Por ejemplo, conforme al
Código civil no pueden contraer matrimonio las personas que ya estuvieran

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casadas (art. 46.1.) y, por tanto, si uno de los contrayentes es casado, el
matrimonio será nulo. Pero, de acuerdo con el artículo 79, si uno de los
contrayentes ignoraba que el otro estaba casado (es decir, si contrajo el
matrimonio de buena fe), el matrimonio surtirá efectos respecto de él (no en
cuanto al vínculo, pero sí en cuanto a régimen económico por ejemplo). Es el
supuesto técnico de “matrimonio putativo”.
Actos en fraude de ley
El acto en fraude de ley se produce cuando se realiza un acto permitido, al
amparo de una norma (ley de cobertura) dictada con finalidad distinta, para
conseguir un resultado prohibido por otra norma (ley defraudada).
El ejemplo clásico en esta materia es el denominado hoy “matrimonio de
conveniencia”: extranjero que contrae matrimonio con un español (acto
permitido) sin que exista intención de ninguno de los contrayentes de hacer vida
matrimonial y con el exclusivo propósito de adquirir aquél la nacionalidad
española; la única finalidad de los contrayentes sería la de eludir los requisitos de
carácter imperativo que nuestra legislación establece para la adquisición de la
nacionalidad (véanse arts.17 y ss. Código civil).
El acto realizado en fraude de ley será nulo; y además, no impedirá la debida
aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir (véase art. 6.4. Código
civil)

Eficacia constitutiva
La norma jurídica, el ordenamiento jurídico, posibilita la creación de “relaciones
jurídicas” y reconoce y ampara la consecuencia más importante que deriva de
ellas: el “DERECHO SUBJETIVO”.
A. NOCIÓN DE DERECHO SUBJETIVO
El derecho subjetivo se definiría como “situación de poder concreto concedida a
una persona como miembro activo de la comunidad jurídica, sobre un ámbito
acotado de la realidad externa, a cuyo arbitrio confía su ejercicio y defensa”.
Así, el derecho a reclamar la entrega de los cien mil euros que se han prestado es
un derecho subjetivo (derecho de crédito), ya que el ordenamiento jurídico
confiere al prestamista la facultad de reclamar su devolución. El derecho de
propiedad es un derecho subjetivo (derecho real), porque el ordenamiento
jurídico confiere a su titular la posibilidad de usar la cosa, hacer suyos los frutos,
transformarla, venderla, reivindicarla, etc.

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B. ESTRUCTURA DEL DERECHO SUBJETIVO
El derecho subjetivo se integra por un sujeto o titular, un objeto sobre el que
recae y un contenido.
a) Titular
Sujeto o titular del derecho subjetivo es la persona, física o jurídica, a quien el
ordenamiento otorga el poder de obrar o actuar de una determinada manera
(como acreedor, propietario, usufructuario, etc.), según el derecho subjetivo de
que se trate.
El titular puede ser único o plural (existen cotitulares); puede estar actualmente
determinado (Juan Pérez), o transitoriamente indeterminado (el concebido y no
nacido, si llega a nacer); también puede venir determinado por su relación con
una cosa (es sujeto del derecho de servidumbre de paso, no Juan Pérez, sino la
persona que, en cada momento, sea propietaria de la finca a cuyo favor este
constituida).
b) Objeto
Objeto del derecho son o pueden ser aquéllas parcelas de la realidad que el
ordenamiento sujeta al poder del titular; el objeto lo constituye una cosa en los
denominados derechos reales (ius in re: derecho sobre cosa), o la conducta del
deudor en los que llamamos derechos de crédito.
Por razón de su objeto, los derechos subjetivos se suelen clasificar en
patrimoniales y no patrimoniales. Derechos patrimoniales son los que recaen
sobre un objeto evaluable en dinero, como una cosa, una obra literaria, la
conducta de una persona consistente en entregar una cantidad de dinero, etc.
Derechos no patrimoniales son aquellos cuyo objeto no puede evaluarse en
dinero, como los derechos de la personalidad, entre los que contarían el derecho
al honor, a la intimidad personal y familiar, a la propia imagen..
No obstante, aunque los citados derechos son inestimables, no pueden ser
evaluados en dinero, sí se prevé legalmente la posibilidad de indemnizaciones de
daños y perjuicios en casos de vulneración de los correspondientes derechos. Por
ello, los atentados contra estos derechos conllevan una condena pecuniaria, que
trata de compensar al titular por los daños causados.
Los derechos patrimoniales tienen diversas clasificaciones, según el objeto sobre
el que recaen. La más importante es la que los divide en
---derechos reales, que confieren a su titular un poder directo e inmediato sobre
la cosa; y

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---derechos de crédito, que confieren a su titular un poder sobre la conducta de
una persona.
La distinción entre ambos tipos de derecho se clarifica si examinamos los
distintos poderes que tienen el propietario y el comprador de una finca. El
propietario, al gozar de un poder directo e inmediato sobre ella, no necesita la
cooperación de nadie para satisfacer su interés; de forma que, por ejemplo, si la
finca pasa a manos de un tercero, ajeno a él, tiene una acción directa (llamada
acción reivindicatoria) frente a ese tercero para recuperarla. En cambio, como por
el contrato de compraventa el comprador no adquiere la propiedad de la cosa
hasta que no le ha sido entregada, el derecho del comprador no es un derecho
real (sobre la cosa), sino un derecho de crédito; este derecho se concreta,
fundamentalmente, en la facultad de exigir al vendedor que le entregue la cosa
comprada (conducta de una persona). Por tanto, si antes de que el vendedor se la
entregue ésta pasa a manos de un tercero, el comprador no tiene acción frente a
él, sino sólo frente al vendedor, que es quien tendrá que recuperarla para
entregársela al comprador, o indemnizarle los daños causados. Por eso se dice
que los derechos reales son derechos oponibles frente a todos (erga omnes), es
decir, su titular tiene acción frente a cualquiera que infrinja su derecho, mientras
que los derechos de crédito son oponibles sólo frente al deudor, es decir, su
titular sólo puede dirigir su acción contra el deudor .
c) Contenido del derecho subjetivo
Contenido es el ámbito de poder que el ordenamiento otorga al titular del derecho
subjetivo. Este ámbito de poder es variable en cada derecho. Así, el propietario
puede usar la cosa, hacer suyos los frutos, y enajenarla; el usufructuario puede
usar y disfrutar la cosa, pero no enajenarla; el titular de un derecho de habitación
puede usar la cosa, pero no disfrutarla ni enajenarla; etc. Cada una de estas
posibilidades de actuar se denomina “facultad”; por tanto, el contenido de
cualquier "derecho subjetivo" lo integra un haz de facultades. Y el contenido de
un tipo concreto de derecho subjetivo ("derecho de propiedad", "derecho de
habitación", "derecho de hipoteca" "derecho de paso".....) lo integra un haz de
facultades determinado, mayor o menor, en función del derecho subjetivo de que
se trate.

C. EJERCICIO DEL DERECHO SUBJETIVO Y SUS LÍMITES


Ejercicio del derecho subjetivo es realización de su contenido por su titular.
Dicho ejercicio está sometido a diversos límites. Sólo nos referiremos a los
límites intrínsecos: la buena fe el abuso del derecho.

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El artículo 7.1. del Código civil establece que “los derechos deberán ejercitarse
conforme a las exigencias de la buena fe”. Con ello se persigue excluir de la vida
jurídica unas pautas de conducta que la sociedad considera inaceptables. Así, la
regla de que “no se puede ir contra los propios actos” es un derivado de la buena
fe.
El segundo límite intrínseco en el ejercicio de los derechos es el llamado “abuso
del derecho”. La doctrina del abuso del derecho trae causa de la medieval
prohibición de los actos de emulación. En ellos se comprendían los actos del
titular de un derecho, dentro del ámbito de facultades otorgados por este (así,
levantar una pared el dueño en su predio), que no le reportaban utilidad alguna, y
que realizaba con la única finalidad de perjudicar a otra persona (privar de vistas
al propietario colindante).
Actualmente, el abuso del derecho tiene una configuración más amplia. EI
artículo 7.2. del Código Civil dispone:
“La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo
acto u omisión que por la intención de su autor, por su objeto o por las
circunstancias en que se realice sobrepase manifiestamente los límites normales
del ejercicio de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a la
correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas judiciales o
administrativas que impidan la persistencia en el abuso”.

6. VIGENCIA TEMPORAL DE LAS NORMAS


Las leyes gozan de eficacia desde su entrada en vigor hasta su derogación o
cesación de su vigencia, lo que se lleva a cabo mediante por otra ley. El régimen
del Código civil –art. 2– es el siguiente:
-Las leyes entrarán en vigor a los veinte días de su completa publicación en el
Boletín Oficial del Estado, si en ellas no se dispone otra cosa.
El lapso en que una ley está publicada pero no ha entrado todavía en vigor
se denomina vacatio legis, que por defecto son 20 días. La propia ley
puede fijar un plazo mayor o menor, o fijar un determinado día para su
entrada en vigor.
-Las leyes sólo se derogan por otras posteriores.
Debe entenderse con ello que la derogación de una norma sólo puede
hacerse mediante otra que goce de igual o superior rango jerárquico. Así,
una norma con rango de ley sólo puede ser derogada por otra que tenga
también rango legal. Por su parte, un reglamento (norma de rango

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infralegal), sólo puede ser derogado por otro reglamento de igual o
superior rango o por una norma con rango de ley.
-La derogación tendrá el alcance que expresamente se disponga y se extenderá
siempre a todo aquello que en la ley nueva, sobre la misma materia, sea
incompatible con la anterior.
Distingue el Código de este modo entre:
-“derogación expresa”: tendrá el alcance que expresamente
se disponga, y
-“derogación tácita”: se extenderá siempre a todo aquello
que en la ley nueva, sobre la misma materia, sea
incompatible con la anterior (lex posterior derogat anterior).
-Por la simple derogación de una ley no recobran vigencia las que ésta hubiere
derogado.
La reviviscencia de una norma derogada por otra ha de ser expresamente
dispuesta.
-Las leyes no tendrán efecto retroactivo si no dispusieren lo contrario.
Cuando se produce un cambio legal o normativo, ha de afirmarse el
“principio de irretroactividad” (consagrado también por la Constitución
Española, art. 9), en virtud del cual la ley nueva sólo se aplicaría a las situaciones
jurídicas nacidas a partir de su entrada en vigor, y no a las nacidas al amparo de
la legalidad ya derogada, criterio que se justifica por la necesidad de proteger los
llamados “derechos adquiridos”.
Pero como reconoce el propio Código, el principio de irretroactividad rige
salvo que la ley nueva disponga su aplicación retroactiva en la medida y con la
extensión que expresamente prevea (retroactividad máxima, media o mínima).

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