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1. El Derecho y sus fuentes
En efecto; para empezar, hay normas jurídicas que reúnen los dos
requisitos que hemos visto antes, de ser vinculantes y ser coactivas, que no
son leyes, aunque provengan de los poderes públicos, como, por ejemplo,
el mandato del presidente del gobierno; para seguir, hay normas jurídicas,
también vinculantes y coactivas, que ni siquiera provienen de los poderes
públicos, como, por ejemplo, las costumbres; y, para terminar, el hecho de
que un órgano apruebe una norma que tenga eficacia vinculante no explica
por si sólo el porqué de esta eficacia. El factor común entre una norma que
haya sido originada por los poderes públicos y una costumbre es que
ambas son el producto de unas fuerzas sociales que las imponen. La ley
proviene de aquellas fuerzas a las que se reconoce el poder de dictar
normas a través del proceso de su elaboración y aprobación por el órgano
legislativo competente. La costumbre se origina, de forma más directa y
espontánea, mediante su aceptación social como norma obligatoria que
obliga a un núcleo social a realizar una determinada conducta y no otra.
Sentado lo anterior, el concepto de fuente del Derecho se enlaza con una
sencilla pregunta: ¿quién puede crear normas jurídicas, es decir, normas
vinculantes y coactivas? Y la respuesta es que las normas pueden ser
creadas por determinadas fuerzas sociales. Éste es, pues, el concepto de
fuente del Derecho: la fuerza social con poder para crear y establecer
normas.
Una vez conocido qué es una fuente del Derecho surge un segundo
problema, el de su determinación, su enumeración y, en su caso, su
ordenación. Es lo que se conoce con el nombre de sistema de fuentes. Cada
ordenamiento jurídico tiene su propio sistema de fuentes y esto vale con
referencia a otros países, pero también en relación a determinadas
Comunidades Autónomas, no a todas, que gozan de un sistema propio y
específico, no tanto respecto a su enumeración como respecto a su
ordenación.
En este punto, conviene, además, anticipar una idea que será desarrollada
más adelante. Se trata de la doble acepción de la palabra ley, entendida en
su dimensión jurídica. Por el momento, basta con retener su acepción más
genérica, la que define la ley como norma que proviene de los poderes
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3.3 La costumbre
Como en el caso de la ley, la palabra costumbre tiene también varias
acepciones. Así, en el lenguaje vulgar, designa normalmente a los hábitos
individuales. En este sentido se dice de alguien que tiene la costumbre de
hacer ejercicio diariamente o de levantarse muy temprano. Pero,
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eficacia del orden jurídico, de las leyes y de las costumbres. Por eso, las
leyes y las costumbres tienen que adecuarse a lo que estos principios
proclaman y no apartarse de ellos. En ocasiones, los principios se recogen
en leyes; es lo que se conoce con el nombre de positivación, porque el
principio se incorpora al Derecho positivo. Otras veces son las costumbres
las que los asumen. Pero en otras ocasiones los principios permanecen
fuera de las otras dos fuentes, sin integrarse en ella, y sin que por esto
pierdan su eficacia. Dos ejemplos ilustrarán esta afirmación:
La libertad de pacto, que se conoce también como autonomía
privada, es un principio general del Derecho, que rige todo el
Derecho de la contratación. Según este principio, los contratantes
pueden pactar en un contrato lo que quieran y como quieran
siempre que no sea ilegal o inmoral. Pues bien; este principio ha
sido recogido y formulado por un artículo del Código civil, el 1255.
El principio que prohíbe que una persona se enriquezca
injustificadamente en perjuicio de otra no está expresamente
recogido con esta formulación en norma alguna y, sin embargo, hay
una multitud que se inspiran en él o lo presuponen. La obligación
que el comprador tiene de pagar el precio de la cosa comprada se
apoya, en última instancia en este principio, porque si el comprador
hubiese recibido ya la cosa vendida y no la pagase se enriquecería
injustificadamente en la misma medida o proporción en que el
vendedor se empobrecería.
Los principios generales del Derecho constituyen grandes categorías
socialmente indiscutidas. Tiene que ser así a la fuerza porque, si no están
positivados, es decir, reconocidos en una ley, carecen de todos los
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existencia de tal principio es que, en caso de duda, los jueces deben resolver
los litigios en el sentido más favorable al consumidor. Pero sólo en caso de
duda.
La regla es muy clara, pero el orden hay que buscarlo fuera de ella. El
Código civil suministra pistas, pero hay que acudir incluso a otros lugares
para construir el orden en que las fuentes deben aplicarse a un caso
concreto. Para empezar, el art. 1.3 del Código civil afirma que la costumbre
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