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CONSTANCE HEAVEN

LA CIUDADELA DE LAS PIEDRAS

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Para CASPAR y MARIE

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Nota del autor

Sería presuntuoso incluir una bibliografía de las


memorias y libros de viajes consultados para
escribir una novela romántica como esta. Pero estoy
en deuda con Jacques Godechot, autor de The
Counter Revolution, (Routledge, 1972), un estudio
fascinante de las fuerzas de la resistencia y de los
agentes ingleses que actuaron en Francia durante la
revolución y el Consulado. Asimismo, Aspects of the
Revolution de Richard Cobb, (Oxford University
Press, 1972), me brindó formidables detalles acerca
de los informes extraídos de los archivos policiales,
sobre los grupos rebeldes capturados.

"Princesas de Les Baux... que reinaron sobre tus piedras de


oro... La tempestad todavía ruge con toda su potencia en tus
derruidos salones y entre tus desoladas almenas... Los
vientos del Ródano debatiéndose contra tus muros de
piedra..."

Frédéric Mistral

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I

Toda esta enredada historia comenzó el mismo día en


que conocí a Luden, a pesar de que en ese momento
no sabía siquiera su nombre ni de dónde venía; en
suma, absolutamente nada acerca de él. Había salido
a cabalgar temprano, montando a Rufus a campo
través. Estaba algo nervioso esa mañana y
repentinamente se negó ante un seto que siempre
había saltado sin problema. Volé limpiamente por
encima de su cabeza y aterricé sobre una mullida
mezcla de pasto y barro. No me hice daño, pero tardé
varios minutos en volver a alcanzarlo y así,
magullada y maltrecha, llegué hasta el bosque,
llevándolo de la brida. Fue entonces cuando vi a
aquel joven, con esa postura extraña.

Estaba totalmente inmóvil, con la mirada fija en la


casa, mientras el viento del mar jugueteaba con sus
espesos cabellos castaños. Me detuve y lo observé con
curiosidad, protegida detrás de los árboles.
Realmente, Trevira no tenía nada de espectacular.
Había sido construida en el siglo XVII, y sus
pequeñas ventanas y la hiedra que trepaba por sus
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paredes de piedra le daban un cierto encanto, a pesar
de que en algunas partes comenzaba a desintegrarse
lastimosamente.

Siempre había considerado esta porción del


acantilado y la pequeña caleta bañada por las aguas
del Atlántico como nuestra propiedad privada. Ni
siquiera los habitantes del pueblo se animaban a
visitarla. Encontrar allí a un desconocido era
totalmente inesperado, por no decir extraordinario.
Salí decidida de detrás de los árboles y le increpé:

— ¿Busca usted a alguien?

Se dio la vuelta y me recorrió con la mirada de arriba


a abaio.

—Me dijeron que bordeando el acantilado, llegaría a


un sendero que me conduciría hasta la costa.— Su
voz era gruesa pero agradable, con un notorio acento
extranjero.

Fruncí el ceño. Nadie usaba la caleta sin el


consentimiento de mi padre. El forastero vestía un
grueso gabán y botas de marinero; pero la fina mano
que sostenía el gorro de pescador no tenía el aspecto
curtido que correspondería a ese trabajo. También
había un aire de distinción en sus delicadas facciones,
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la nariz aguileña y el tono claro de su piel. Su aspecto
despreocupado me irritaba.

— ¿Quién le ha dicho eso? —repuse,


indignada—. Esta es una propiedad privada.

— ¿Ah, sí? —repuso con una sonrisa—.


Realmente no tienes por que preocuparte, muchacho.
No le he robado a tu amo ni una brizna de pasto.

Sentí que el rubor cubría mi rostro bajo su mirada.


Tenía puestos un par de breeches viejos; mi arrugada
camisa estaba bastante sucia y mi chaqueta de cuero
también dejaba bastante que desear en cuanto a su
aspecto. No era extraño que me hubiera tomado por
uno de los mozos de las caballerizas. Le contesté,
lentamente:

—Hay un sendero, pero es muy agreste... y se pone


resbaladizo después de la lluvia. Si no está habituado
a escalar, corre el riesgo de darse un buen golpe.

— Tant pis — dijo, encogiéndose de hombros


con un gesto extraño—. Peor para mí; de cualquier
manera, creo que debo intentarlo. Aquí tienes,
muchacho —dijo, hurgando en su bolsillo-. En pago
por tus preocupaciones, —Me tiró una moneda y se

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dio la vuelta rápidamente, siguiendo su camino por
el acantilado.

Lo miré mientras comenzaba a descender por la


pendiente y entonces observé mi lamentable aspecto.
Tenía las bptas cubiertas de barro y el viento había
transformado mi cabello en una maraña. Rufus
resoplaba y me empujaba impaciente con el hocico.

—Bruto —le dije, golpeándolo con firmeza en el


morro—. Puedes esperar para tomar tu desayuno.

Me incliné para recoger la moneda. No era un cheli'n


como yo había pensado. La observé con curiosidad.
En una de las caras estaban las inexpresivas facciones
de Luis XVI, Luis Capeto que había muerto en la
guillotina hacia diez años. Resultaba extraño
encontrar a un francés en Trevira Head a las ocho de
la mañana de un mes de abril, aun cuando Inglaterra
hacía casi un año que estaba en paz con la República
Francesa. Los habitantes de Cornualles todavía
miraban con desconfianza a los forasteros. Con las
docenas de cabezas que habían rodado bajo la
guillotina, había habido una corriente de refugiados
que huían del Terror en París y buscaban refugio en
Inglaterra. Tal vez el desconocido con quien me había
encontrado era simplemente otro de los tantos
emigrantes que solían cruzar todavía en alguna
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lancha de pescadores. Sin embargo, no se parecía en
nada a ninguno de los aristócratas venidos a menos
que había conocido en Londres, y que vivían
precariamente del sueldo que les proporcionaba un
puesto de tutor o gobernanta o aun como cocineros o
costuréras, quejándose constantemente de su cruel
destino que les había privado de sus riquezas y de la
presencia de sus seres queridos.

Puse la moneda en mi bolsillo y encogiéndome de


hombros, dejé de pensar en el asunto. Soplaba un
viento helado, había comenzado a llover nuevamente
y la sola ¡dea de un taza de café bien caliente me
resultaba muy tentadora. Crucé el parque, dejé a
Rufus frente a la caballerizas y entré en la casa por la
puerta de la cocina.

Deborah estaba amasando y me saludó con una mano


enharinada:

—El señor ya está abajo, señorita. Preguntó por usted.

—Muy bien, Deb. Voy para allá.

Me detuve un momento antes de penetrar en el


comedor de diario. Mi padre ya había comenzado a
comer su desayuno de huevos y ríñones salteados.
Jack Tre- mayne, a los cuarenta y tres años, era aún
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un buen mozo. Su cabello castaño-rojizo no mostraba
ni una cana y el excelente corte de su chaqueta azul se
ajustaba a sus anchos hombros a la perfección.
Observé atentamente a mi encantador, elegante y
licencioso padre con profundo afecto antes de
acercarme a él y besarlo en la frente.

—Buenos días, papá. Siento haber llegado tarde.

Se echó hacia atrás en su silla y me observó


severamente, con un gesto de desaprobación.

—Mi querida Emma; ¿es necesario que andes por ahí


con ese deplorable aspecto de rata de albañal? No me
extraña que nuestros empingorotados vecinos nos
miren con desdén. ¿Qué has hecho con la abundante
mensualidad que te he dado?. Supongo que la habrás
gastado en esos malditos caballos...

—No es tan abundante como parece, papá —repuse


tranquilamente, mientras me servía una taza de café
y la acercaba a la mesa— La ropa fina es muy cara y
nunca te importó un rábano la opinión de la gente, así
que no esgrimas ese argumento. Además Rufus me
tiró esta mañana.

— ¡Bendito sea Dios! ¿Te hiciste daño?

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—Por supuesto que no. Sé bien cómo caerme. Tú me
enseñaste. ¿No recuerdas?

—Estoy empezando a darme cuenta de que te he


enseñado todas las cosas que no debía —prosiguió
quejoso mi padre mientras miraba cómo tomaba una
manzana y comenzaba a pelarla—. Por el amor del
Cielo, hija, come algo más nutritivo. Picoteas la
comida como un pollo. ¿Cómo haré para casarte si
sigues con ese aspecto de gatito desnutrido?

—No parezco un gato desnutrido —contesté


indignada, mirándolo desafiante a través de la
mesa—. Además, no es cierto que quieras deshacerte
de mí ¿verdad?

—Debo admitir que la posibilidad tiene su lado


bueno —contestó mi padre con un suspiro, mientras
volvía a atacar su plato de ríñones—. Algunas veces
tengo pesadillas pensando qué será de tí si algo me
pasara cualquiera de estos días. ¿Qué perspectivas
puede tener una jovencita de veintidós años con
pocas condiciones de sociabilidad, excepto una
lengua demasiado suelta y la habilidad de montar
como un jockey? Además, probablemente su única
herencia será una casona en ruinas, unas pocas
hectáreas de terrenos pantanosos en Cornualles y la
mitad de la posesión de una mina de estaño
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abandonada. Para colmo de males, está flaca como un
espantapájaros. A los hombres les gustan las mujeres
rellenitas...

— ¿No me digas? —contesté sonriendo


maliciosamente—. Bueno... tú debes saber...

Arqueó las cejas.

—No me parece un comentario adecuado de una hija


a su venerado padre.

—No somos distinguidos y además no corres peligro


de que te maten, ¿verdad? Por otra parte, está de
moda ser delgada. Dicen que en París madame
Bonaparte usa sus trajes de muselina húmedos para
que se pueda apreciar mejor su encantadora figura.
Piensa que horrible sería si tuviera rollos.

— Realmente horrible —repuso mi padre,


alejando su plato—. De todos modos, me parece que
no es una costumbre nada sana. No obstante, si
realmente quieres morirte de un resfriado por seguir
la moda, tendrás oportunidad de hacerlo en un par
de días.

— ¿De veras?

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—Así es. ¿Queda algo de ese dulce de naranjas tan
malo que hiciste el año pasado?

Puse sobre la mesa mi manzana a medio comer.

— ¡No me ofendas! ... ¿Qué quieres decir?

— Deja de mirarme como una boquiabierta; te


sienta muy mal. Quiero decir exactamente lo que dije.
Sírveme otro poco de café. — Se rió de mi
impaciencia, tomó la taza y bebió un sorbo de café
antes de decirme de pasada—: ¿Te gustaría venir a
París conmigo?

— ¿A París? —Esta vez realmente mi boca se


abrió de asombro—. ¿Pero cómo? ¿Por qué?
¿Cuando? ... ¿Papá, realmente podremos ir?

1 No veo por qué no podríamos hacerlo. Es verdad


que el tratado de paz está algo desgastado y nadie
parece estar muy seguro acerca de qué actitud tomará
ese maldito Bonaparte. Pero muchos de mis
conocidos han estado viajando constantemente a
través del Canal en estos últimos meses.

—Seri'a maravilloso, solamente que... ¿podríamos


hacer ese gasto?

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Hizo un gesto de suficiencia:

—Siempre se consiguen recursos para algo que


realmente interese.

—Si; ya sé... —Puse mi mano sobre la suya y le


pregunté: —Papá, ¿cuál será el motivo esta vez:
negocios o placer?

Quedó callado durante un rato. Siempre había


existido entre nosotros un cariño y un entendimiento
mucho más profundo que entre otros padres e hijas
que yo conocía. Cerró sus dedos, oprimiendo
suavemente los m ios.

—Ambos, mi querida; pero eso no debe preocuparte.


Tengo muchos amigos allá en la embajada. Puedo
asegurarte que no te sentirás sola. —Retiró su
mano—. Además, Víctor vendrá con nosotros. El se
ocupará de atenderte.

— ¡Oh! ... ¡no! ... Víctor Jarrett, no. No lo dirás en


serio. Nos arruinaría todo el programa.

-¿Por qué? -preguntó mi padre sonriendo-, ¿Porque


quiere casarse contigo?

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—No es por eso —contesté despectivamente—.
Siempre puedo negarme cuando me lo propone; o
casi siempre. Pero es que estará rondándome el día
entero y es tan aburrido...

—Reconozco que no es muy divertido; de acuerdo.


Pero con seguridad podría irte peor si no lo aceptaras,
Emma. Tiene mucho dinero y es respetado por todos.

—No me interesa aunque sea más rico que... ¡que el


rey de Inglaterra! Es lo más aburrido que conozco y
preferiría morirme —repuse con vehemencia—. Tú
no puedes quererlo realmente. ¡Piensa sólo lo que
sería tenerlo siempre aquí... constantemente!

—Admito que la idea puede parecer algo atemoriza-


dora. Pero sabrás que es dueño de una hermosa casa.
Trátalo bien, linda, aunque sea para darme gusto.—
Se puso de pie: era un hombre alto y delgado pero
fuerte—. Ahora debo marcharme. Iré a caballo hasta
Penzance. Ocúpate de que bajen los baúles del
desván y dile a Deb que te ayude a preparar el
equipaje.

— ¿Cuándo salimos? —le pregunté luego que


había atravesado la puerta.

—Mañana. Ya reservé los pasajes.


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Miré por la ventana hasta que tomó las riendas que le
ofrecía Silas y saltó ágilmente sobre la montura. Se
dió la vuelta y me saludó con la mano antes de partir.
Reconocía que era una tontería, pero cada vez que le
veía alejarse, no podía reprimir la ansiedad. Volvería;
siempre volvía. Pero ¿y si un día no lo hiciera? Traté
de apartar de mi mente esa ¡dea aterradora, pero por
más que quise, no lo lograba. Era algo intangible pero
que siempre estaba presente, era un elemento
peligroso que parecía rondarle constantemente.
Nunca había sido como otros padres que yo había
conocido. Hombres sólidos y de los cuales se podía
depender como los padres de mis compañeras que
venían a buscarlas al colegio de Miss Faversham. Yo
no quería que él fuera igual a los otros; me sentía
orgullosa de que fuera distinto. Sin embargo, cuando
estaba cansada, hubiera deseado no quererlo tanto.

Deborah había venido a recoger la mesa del


desayuno y aproveché para preguntarle:

— ¿Recuerdas dónde están los baúles, Deb?


¿Están en el desván?

—Si... allí deben estar, señorita Emma. Y bien sucio


que estará allá arriba. Siempre pienso que necesitaría
una buena limpieza pero nunca me llega el momento.
¿Para qué necesita esas cosas?
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—El señor Tremayne y yo ¡remos a París, Deb.
Mañana mismo para más datos.

— ¿A París? ¡Jamás! ... —exclamó Deb elevando


sus manos al cielo—. ¡Con todos esos franceses! ...
Sería como meterse en la jaula de los leones. Les
rebanarán la cabeza antes de que puedan darse
cuenta si no andan con cuidado...

—No seas tonta, Deb. Eso fue hace muchos años.


Ahora no hay peligro. Voy a cambiarme. Dile a Silas
que baje los baúles más tarde.

—Asi' lo haré. No vaya a meterse a revolver allí'


arriba. Podría hacerse daño. Marcharse asi', de
pronto; de un di'a para otro. Va a necesitar su ropa
limpia, supongo; y ni siquiera he lavado las camisas
del amo... Sólo tengo un par de manos, señorita
Emma...

A Deborah le encantaba protestar. Prosiguió


amontonando los platos sobre la bandeja y hablando
sola mientras yo me fui para arriba. A mi padre
siempre le había encantado sorprenderme, y yo ya
estaba acostumbrada a sus sorpresas. Después de
sacarme los breeches embarrados y lavarme la cara,
recordé lo que Deb había dicho acerca de la suciedad

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del desván; busqué el vestido más viejo que teni'a en
el ropero.

Sonreí al contemplar el traje de lana azul, con sus


trencillas negras. Tenía dieciséis años cuando lo
estrené y me había sentido tan orgullosa: era mi
primer traje de señorita y lo había usado en aquel
venturoso día en que mi padre vino a buscarme por
última vez al colegio y abandoné el fantasmal edificio
para siempre. Lo raro era que todavía me quedaba
bien. Me prendió bien en la cintura aunque de busto
me quedaba algo estrecho. Acomodé mi enmarañado
cabello y me contemplé con ojos críticos en el espejo.
Tal vez papá tuviera razón. Tal vez estuviera
demasiado delgada. "Veintidós años y aún no tiene
novio! ..." Cómo se habrían reído de mí mis
compañeras. Era casi tan vieja como la pobre Miss
Graham que enseñaba geografía y buenos modales; la
crueldad de las niñas ricas la había condenado a una
vida resignada y triste, usando eternamente mitones
y gorras de encaje.

Inmediatamente mi sentido del humor me ayudó a


superar el trance. Un débil rayo de sol hacía resaltar
los tonos cobrizos de mi cabello.' De pronto recordé al
joven que había encontrado en el acantilado y la idea
del viaje a

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París me pareció extraordinariamente agradable. No
sentía el menor deseo de cambiar mi forma de vida
por ninguna otra. Solamente cada cierto tiempo
surgía en mí el anhelo de que mi padre y yo no
fuéramos tan solitarios. No tenía tías ni tíos, ni
siquiera primas con quienes intercambiar secretos
como todas las chicas. Mi madre había sido hija única
y huyó de su casa para unirse al deslumbrante
teniente Tremayne, que apenas tenía veinte años y
acababa de volver de luchar con las tropas de
Cornualles en la Guerra de la Independencia
Norteamericana. Murió al año siguiente, a los pocos
días de mi nacimiento.

Hasta los once años viví entre una variada y movida


sucesión de niñeras y gobernantas, algunas veces en
lugares bastante poco convencionales. Mi padre era
una especie de semidiós que aparecía cada cierto
tiempo, cargado de valiosos regalos. Mis niñeras se
horrorizaban ante la enorme cantidad de caramelos y
helados que me permitía comer y porque me llevaba
a lugares que ellas no consideraban apropiados, pero
que a mí me fascinaban como los Jardines de
Vauxhall y el circo. Una vez me compró un cachorrito
pero a la semana siguiente desapareció.

Después vino el colegio; cinco odiosos e


interminables años en los que no lo vi en absoluto.
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Nuestro único vínculo eran sus escasas cartas, sucias,
manoseadas y arrugadas, que la directora me
entregaba con un gesto de asco. Yo las leía fascinada
y las guardaba en una caja con llave, junto a mi cama
en el largo dormitorio. Los meses me parecieron
interminables hasta la mañana en que me llamaron a
la Dirección, y allí estaba él, más alto, más apuesto y
más maravilloso aún de lo que yo le recordaba. Me
rodeó los hombros con su brazo y sonrió afablemente
a la escandalizada directora.

—Mi querida señora: debo llevarme a mi hija. La


necesito para que me controle. Ruego a Dios que
usted le haya enseñado las cosas correctas. Sin duda
aprenderemos juntos las que no lo son tanto.— Y así
fué

Cubrí mi cabeza con un pañuelo de seda y subí por la


crujiente escalera hasta el desván. Deb tenía razón. El
piso estaba cubierto de una espesa pelusa y todo ei
ambiente estaba repleto de muebles en desuso, viejas
cabeceras de cama, piezas de porcelana averiadas,
juguetes, restos de toda una vida, tal vez de varias
vidas, peligrosamente amontonados unos sobre
otros. Casi me asfixio cuando al tirar
descuidadamente de lo que parecía una cortina de
damasco, cayó sobre mí un montón de ropas comidas
por las polillas, en medio de una nube de polvo.
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Encontré los baúles fácilmente. El grande que había
llevado al colegio y un magullado cofre de campaña
con esquineros de bronce con el nombre de James E.
Tre- mayne pintado sobre la tapa. Detrás de las patas
de un caballito hamaca con pintas, había otro bolso
de gruesa lona marrón, reforzado con cuero, una
especie de mochila para llevar durante una marcha o
para hacer alpinismo, pero que jamás se me hubiera
ocurrido asociar con mi elegante y puntilloso padre.
Debería haber venido con nuestras pertenencias
cuando nos mudamos de Londres a Cornualles. Lo
acerqué hasta donde yo estaba y desprendí las
hebillas de las tiras de cuero que lo cerraban. Estaban
endurecidas y me rompí una uña al hacerlo. Al
principio creí que estaba vacío pero luego mis dedos
al investigar en el fondo, encontraron algo blando y
lo saqué. Un rayo de sol que penetraba por la ventana
cubierta de polvo iluminó una faja tricolor que
aunque desteñida y manchada, representaba aún los
colores de la República; los colores que habrían
ondeado frente al infortunado rey de Francia, al
llevarlo a la guillotina.

Nunca había sabido qué había hecho mi padre


durante esos cinco largos años, con excepción de que
había estado ausente de Inglaterra. Siempre había
rehuido mis preguntas, cambiando de tema con una

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sonrisa o una broma. En mi romántica imaginación
pensé que habría estado arriesgando su vida
intrépidamente, tratando de salvar a los ciudadanos
atrapados en las cárceles de París; pero tal vez
hubiera cumplido otras misiones, como espía,
trabajando para Inglaterra y debiendo ocultarse
constantemente.

Nunca había sabido a ciencia cierta de dónde


provenía nuestro dinero. Hasta hacía tres años,
cuando a raíz del fallecimiento de una prima lejana
de mi madre, Trevira House había pasado a ser
propiedad de mi padre, habíamos vivido una
existencia totalmente al día, siempre evitando la
sociedad; algunas veces nos sobraba el dinero y otras
veces no teníamos ni para pagar las cuentas del
carnicero. Pero a mí nunca me importó. Siempre
fuimos felices y la escuela me había enseñado dos
cosas eminentemente prácticas: sabía manejar una
casa con poco dinero y hablaba correctamente
francés.

— Podría dar lecciones —le dije a mi padre


entusiásticamente, durante una de nuestras peores
crisis económicas; pero él se negó terminantemente.

— iPor nada del mundo! ... No tendré a mi hija


sometida a los caprichos de alguna sobrealimentada
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dama de la sociedad y sus odiosos retoños. Ya se
solucionará todo, querida. —Y siempre sucedía así.

Mis dedos tocaron algo más en el fondo del bolso.


Algo duro y enganchado en el fondo. Tiré con fuerza
y lo desprendí: era un pequeño libro encuadernado
en cuero, con un escudo de armas labrado en oro
sobre la tapa, pero tan desvaído que no pude leer lo
que decía. Se abrió en una página y enseguida vi la
razón: una ramita de alhucema hacía las veces de
señalador. Estaba tan reseca y quebradiza que se
deshizo entre mis dedos; aún despedía una suave
fragancia. Alguien había marcado esa página
intencionalmente. Yo había aprendido esos versos en
el colegio. La agonía de dos amantes que debían
separarse brotaba a través del francés clásico de
Racine.

¡'ai cru que votre amour allait finir son cours.

"Yo creía que tu amor me había abandonado; ahora sé


que estaba equivocado, que siempre me amarás..."

Me quedé con el libro en el regazo, recordando


intensamente aquellos primeros meses después que
dejé el colegio; pensando en ellos desde una nueva
perspectiva, me di cuenta de que había sido
demasiado joven para comprender. Mi padre, bajo su
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aparente aspecto alegre, parecía alguien que se
recupera luego de una larga enfermedad; había
estado tenso, nervioso y me llevaba a todas partes
como si me necesitara desesperadamente; como si no
se atraviera a quedarse a solas y como para que todos
le miraran con admiración mientras desempeñaba su
rol de padre feliz. Sólo que no había estado fingiendo;
había sido así. Ahora lo comprendía. Cerré
rápidamente el libro con la sensación molesta de
haberme inmiscuido en un doloroso secreto ajeno,
que no me pertenecía.

Volví a colocar todas las cosas en el bolso y traté de


hacer lo mismo con el libro, cuando oía Deborah que
me llamaba mientras subía por la desvencijada
escalera. Me acerqué hasta la puerta para oír mejor.

—El señor Jarret está aquí, señorita.— dijo, casi sin


aliento—. Pregunta por usted con mucha urgencia.

¡Oh! ¡no! ... Víctor otra vez... Persiguiéndome por


todo París. Era demasiado. No podría soportarlo.

—Dile que no estoy, Deb. Que me fui con papá a


Penzance. Dile cualquier cosa pero líbrame de él.

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—No debería hacerlo, señorita Emma. Es un buen
hombre el señor Jarret; él y su padre también. Han
vivido por aquí desde hace muchísimos años...

—No me importa si han vivido por aquí desde los


tiempos de Adán y Eva; no lo quiero ver y eso es
todo.

Deb volvió a bajar las escaleras murmurando para sí.


Desde detrás de las cortinas de la ventana del
descanso de la escalera, espié hacia la entrada de la
casa. La persona que sostenía a su cabalgadura de la
brida parecía reacia a irse. Vi que miraba hacia la
parte de arriba de la casa. Parecía discutir con
Deborah. Finalmente montó su caballo y se alejó.
Suspiré aliviada.

Víctor Jarret había sido el primero de nuestros


vecinos en venir a saludarnos cuando llegamos a
Trevira; en la primavera de 1800. No podría tener más
de treinta años pero era una de esas personas que
parecen nacer con aspecto de "mediana edad". Las
diferencias entre él y mi padre no podían ser
mayores,y sin embargo, había nacido entre ellos.una
extraña amistad; tal vez se debiera más que nada al
hecho de que Víctor poseía un barco que siempre
estaba listo para ceder a sus amigos, circunstancia de
la que mi padre se aprovechaba ampliamente. Creo
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que cuando Víctor le pidió formalmente permiso
para pedirme que me casara con él, le resultó
simplemente divertido.

—Pregúntale, muchacho —le dijo, con su brazo


rodeando mis hombros—. Pero te prevengo que
Emma tiene su propio carácter.

Eso había sucedido hacía más de un año. Pero a pesar


de que lo había rechazado con toda la energía de que
era capaz, Víctor aún no había perdido las
esperanzas.

El sol había vuelto a salir, brillando entre las gotas de


lluvia, y repentinamente tuve un deseo intenso de
sentir el olor del mar y que el aire fresco dispersara
las telarañas del desván. Todavía tenía el libro entre
mis manos. Lo coloqué sobre mi tocador, me lavé las
manos, cogí un chai que eché sobre mis hombros y
salí por la puerta principal. Uno de los perros que
dormitaba en el hall se levantó y me siguió a través
del parque.

Al llegar al borde del acantilado, me detuve. La


estrecha senda que descendía hasta el mar serpentaba
en' 2 matas de yuyos y brotes de retama. Era un
paisaje e no me cansaba jamás: el mar color verde
esmeralda .vompiendo contra las rocas en un encaje
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de espuma blanca; las gaviotas con sus ásperos
graznidos lanzándose en busca de su alimento y
volviendo a elevarse aparentemente sin esfuerzo
alguno. Lo había contemplado por primera vez hacía
tres años, pero como si hubiera estado desde siempre
en mi ser. Dentro de la bahía se veía una pequeña
embarcación anclada; tenía una hermosa línea
estilizada y pensé si no sería la que el joven francés
buscaba. Estaba demasiado lejos para alcanzar a
distinguir el nombre, pero veía figuras que se movían
en la cubierta. La marea estaba subiendo.

Víctor solía llevar su Sea Witch a la caleta pero nunca


había visto ninguna otra embarcación allí. Deseosa de
descubrir qué estarían haciendo, comencé a
descender cautelosamente por el sendero de piedra.
El perro me seguía y lo sostuve del collar por temor a
que se cayera. Una piedra que se había aflojado
debido a la lluvia, rodó bajo mis pies. Perdí el
equilibrio, solté el perro y me sostuve de una rama
para no caer. Ante mis horrorizados ojos vi que el
perro saltó hacia adelante al soltarle yo el collar y
comenzó a caer de piedra en piedra sin poder hacer
nada para frenar su caída, despeñándose por el
acantilado. Lo llamé desesperada y entre los
matorrales oí que alguien me contestaba. Seguí

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descendiendo y encontré a un hombre que subía con
el aterrorizado perro entre sus brazos.

Al principio creí que era el mismo forastero que había


encontrado esa mañana; aunque al aproximarse me
di cuenta de que vestía las mismas ropas marineras,
pero era mayor, más cercano a la edad de mi padre;
su cabello oscuro comenzaba a salpicarse de plata y
tenía una nariz de halcón en su rostro curtido. Con un
pañuelo rojo atado alrededor de la cabeza, pudiera
haber pasado por un pirata, pensé, o por el jefe de un
grupo de bandidos.

— Voi/á, Mademoiselle. Creo que es su perro.

—Muchas gracias. Pensé que se habría matado.—

Cuando me agaché para acariciarlo el perro me lamió


el rostro, desesperado.

El desconocido soltó una carcajada dejando al


descubierto una hilera de blancos dientes debajo del
bigote oscuro—. Me cayó encima; afortunadamente
soy fuerte. De no ser así, hubiéramos ido a caer
ambos al mar, ¿n'est-ce pas?

— ¿Esa embarcación es suya?

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—No es mía pero navego en ella. ¿Ve allí? Mi amigo
me espera en el bote.— Sus ojos recorrieron mi
cuerpo de tal manera que me hizo ruborizar—.
Quisiera poder decirle au revoir, mademoiselle, pero
desgraciadamente debo marcharme.

Estaba casi segura de que el otro hombre que estaba


en la playa era el desconocido de la mañana; me
quedé sentada en las piedras rodeando con mis
brazos al perro que aún temblaba y se me ocurrió
pensar que era una extraña coincidencia que el
mismo di'a en que mi padre me anunciaba que
iríamos a París, aparecieran dos franceses casi frente
a nuestro umbral y ahora partieran desde nuestra
caleta privada. Podría existir una conexión, tal vez;
algunas veces solíamos recibir huéspedes muy ex
traños en Trevira. Alguna que otra vez se me había
ocurrido pensar que mi padre Rudiera estar
comprometido con el contrabando. Según Deb, se
practicaba en toda la costa de Cornualles a pesar de
las guerras, el ejército o los inspectores fiscales. Pero
realmente no lo podía creer. No se asemejaba a la
imagen de mi padre. Sentía hacia el dinero un
desprecio aristocrático. Se arriesgaría en las mesas de
juego o en carreras de caballos, perdiendo algunas
veces, ganando la mayor parte de ellas. Pero no se

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mancharía las manos con la despreciable compra y
venta.

Esa noche, después de haber comido en amable


compañía y sentados juntos al fuego, un extraño
impulso me indujo a depositar sobre las rodillas de
mi padre el libro que había encontrado en el desván.

— ¿Esto es tuyo, papá?

Lo miró sin moverse, pero noté que sus labios se


apretaban. Noté una expresión cansada en sus ojos y
después de una larga pausa me preguntó:

— ¿Qué es esto?

— Es Berenice, de Racine. Lo encontré en el


desván, en un viejo bolso. Pensé que podría ser tuyo.

—No; no es mío; Racine nunca fue de mi


predilección; demasiado heroico. "Los hombres
mueren cada tanto y los gusanos se los comen, pero
no por amor". Así dice Shakespeare y el sabía lo que
decía. Debe haber pertenecido a algún pariente de tu
madre, querida. Puedes guardártelo si así lo
deseas.— Dejó su copa sobre la mesa y se puso de
pie—. Es tarde, Emma; es mejor que vayas a la cama.
Mañana nos espera una larga jornada.
~ 29 ~
Me levanté obedientemente y tomé una de las velas:

—Buenas noches, papá.

— Buenas noches, preciosa. Controlaré que todo esté


bien cerrado antes de subir.

Le di un beso y fui hacia arriba. Sólo cuando había


terminado de cambiarme y estaba lista para meterme
en la cama, recordé el libro y bajé a buscarlo cubierta
con mi deshabillée. Temía que Deb, en su afán de
ordenar, lo guardara y luego no supiera dónde. Mi
padre se había ¡do, y del fuego sólo quedaba un rojo
resplandor; a pesar de que lo busqué afanosamente
con la vela en la mano, no lo pude hallar: el libro
había desaparecido.

~ 30 ~
2

Era cerca de la medianoche y el baile en las Tullerías


estaba en todo su esplendor. Al contemplar las
paredes recubiertas en brocado, los sofás dorados y
las sillas tapizadas también en raso color oro, me
parecía imposible que solamente unos pocos años
antes una turba rugiente, armada de picos y hachas y
pidiendo sangre, hubiera pasado por estos mismos
salones cometiendo todo tipo de atropellos.

El calor que producían cientos de velas al arder, los


diferentes perfumes y la transpiración de la gran
cantidad de bailarines, las abundantes mesas que
parecían crujir bajo el peso de tantas exquisiteces
para comer y beber, me producían una sensación
sobrecogedora. Había notado la expresión de
desprecio en el rostro de mi padre al ver tantas ricas
vestiduras, los grandes escotes, las plumas y las joyas
y los llamativos uniformes. La recepción de
Bonaparte no tenía la sobria elegancia de la mejor
sociedad de Londres, al menos por lo poco que yo
había conocido.

Habíamos llegado a París la noche anterior, después


de un viaje extenuante. El cruce del Canal había sido
muy movido. Por un espantoso minuto pensé que mi
estómago me traicionaría, pero, por fortuna, después
~ 31 ~
de un par de amagos, logré contenerme. Víctor había
sucumbido al mareo; se puso de un color verde
pálido y tuvo que retirarse apresuradamente. Mi
padre no me hubiera reprochado, jamás lo hacía ; si
hubiera corrido la misma suerte que Víctor; pero para
mí, hubiera sido como fallarle si me hubiera
comportado como el resto de las pasajeras,
encerradas en sus pequeños camarotes, quejándose,
agitando perfumados pañuelos delante de sus narices
y rogando en voz alta para que les llegara el
momento de morirse. Algunas veces me preguntaba
si mi padre tendría alguna idea del alto nivel general
de comportamiento que me exigía.

Era como la primera vez que salimos juntos a cazar.


Intencionalmente salté todos' los obstáculos a su lado
y cuando, sin poder evitarlo mi caballo me tiró, me
reí de mis magulladuras, apreté los dientes y le dejé
que me ayudara a montar nuevamente como si nada
hubiera sucedido. Me había enseñado a tirar esgrima
y disparar, como si fuera un muchacho; tal vez el hijo
que hubiera querido tener. Más de una vez me exigió
que demostrara mis habilidades para admiración de
sus amigos deportistas. "Tienes una hija muy
decidida", solían decirme, dándome palmadas
afectuosamente en la espalda. En ese entonces me
sentía feliz; segura de su cariño y del orgullo que le

~ 32 ~
daba. Pero, de todas maneras, representaba para mí
un esfuerzo. Algunas veces pensaba como sería
sentirse mimada y protegida, atendida como si fuera
una frágil pieza de porcelana, como Dorothy. Era la
hija de uno de los miembros del cuerpo diplomático y
me había confesado alegremente esa misma mañana
que odiaba los caballos y que no sabía hacer
absolutamente nada; poseía una cierta facilidad para
el canto y se acompañaba lánguidamente con el arpa,
pero para hacer resaltar la perfecta forma de sus
pechos.

Dorothy estaba rodeada por un alegre grupo de


oficiales jóvenes. Había bailado toda la noche,
mientras mi carnet de baile estaba lastimosamente
vacío con excepción del nombre de Víctor Jarret.
Estaba sentada muy derecha en un sofá duro,
tratando de que no me devorara la envidia. Mi padre
me había dejado con algunos amigos que apenas
conocía y alegremente se dirigió a la sala de juego, sin
imaginarse siquiera qué desesperadamente sola me
sentía. Muy bien; no lo iba a dejar traslucir. Eché
hacia atrás la cabeza, en actitud desafiante, para ver
pero con horror que Víctor venía hacia mí: correcto,
leal, obstinadamente inglés. En cada uno de sus
rasgos se notaba el disgusto que le producía esa
mediocre sociedad que le rodeaba. No podía soportar

~ 33 ~
la idea de volver a bailar con él. Era totalmente
imposible. Si lo hiciera todos estarían esperando el
anuncio de nuestro compromiso de un momento a
otro. Miré a mi alrededor, desesperada, tratando de
escapar y fue entonces cuando vi a un joven
recostado contra la pared con los brazos cruzados y
tan aislado del ambiente como lo estaba yo.

Su rostro era inconfundible, aunque ya no vestía las


rudas ropas de marinero.

"Un verdadero caballero nunca debe llamar la


atención por el corte de su ropa" solía decir mi padre.
Pero entre este grupo de gente arreglada en exceso,
este joven elegante, en su sobrio traje negro, tenía un
aire de extraña distinción. Víctor se había detenido a
conversar con algún conocido, pero era evidente que
aún venía hacia donde yo estaba. Me dejé llevar por
un repentino impulso: avancé decidida hasta donde
estaba el joven y puse mi mano en su brazo.

—Discúlpeme, caballero —le dije en francés—.


¿Podría hacerme usted un gran favor?

Se dió vuelta para mirarme y noté que sus cejas se


levantaban en un gesto de sorpresa.

— ¿Un favor, señorita? ¿En qué puedo servirla?


~ 34 ~
— ¿Podría hacerme el favor de conversar
conmigo?

— ¿Nos conocemos?

—Sí... bueno, no del todo.— Por un momento sentí


que no sabría como proseguir; luego me incliné hacia
él y le murmuré al oído—: ¿Ve a aquel caballero que
viene hacia aquí? Quiere casarse conmigo. Acaba de
proponérmelo y yo lo rechacé. No es la primera vez
que lo hace y no podría soportar repetir nuevamente
la escena. Realmente no podría. Así que si usted
pretendiera ser una antigua amistad...

— ¡Ah! Ya comprendo.— Sonrió y sus ojos


oscuros brillaron con picardía—. Es difícil negarse
continuamente, ¿verdad? Y sin embargo, no puedo
menos que sentir pena por él.

Noté que el rubor cubría mis mejillas, cosa que


siempre me fastidiaba.

—No debería hacerlo. Sería mucho peor para él si yo


diera mi consentimiento.

— ¿De veras? No lo puedo creer.— Su cabeza de


cabello oscuro se acercó hacia mí en un gesto de cierta
intimidad. Cuando Víctor finalmente se acercó a
~ 35 ~
nosotros, nos halló inmersos en un absorbente
diálogo en francés, tan rápido que yo sabía que le era
imposible entendernos.

—Creo que estamos comprometidos para el próximo


baile.— dijo airado.

Tenía toda la razón pero mentí con toda intención:

— ¡Oh! no, Víctor. Estás equivocado. Le he


prometido el próximo baile a...— Ahí quedé
interrumpida tratando desesperadamente de
adivinar un nombre; el joven captó mi problema con
un guiño de picardía y dijo:

—No creo tener el placer de conocerle, señor. Mi


nombre es Luden de Fontenay, para servirle.

Víctor agradeció con una reverencia.

—No sabía que conociera usted a la señorita Tre-


mayne.

—Tampoco la conocía yo... hasta esta noche. Ahora es


como si la hubiera conocido toda mi vida.
Dispénsenos, señor.— Me ofreció su brazo, yo apoyé
mis dedos suavemente sobre él y permití que me
guiara hacia el grupo de bailarines.
~ 36 ~
No es fácil mantener una conversación durante un
movido baile por parejas. Mientras me hacía una
reverencia, nos uníamos y nos volvíamos a separar,
Luden dijo:

—Le he dicho mi nombre y puesto que parecemos


viejos amigos, ¿podría darme el suyo?

—Emma... Emma Tremayne.

—Emma — repitió despacio-. Es encantador.

—Era el nombre de mi abuela— añadí,


prosaicamente—. La mayoría de las personas piensan
que es un nombre extraño y pasado de moda. Yo no
pienso así de ninguna manera.

—Tal vez esa sea la razón. Lo inesperado siempre


resulta delicioso.

— ¿Siempre dice usted cosas bonitas?

— Rara vez.

Cuando volvimos a juntarnos en el centro del salón,


me tomó la mano y me preguntó:

~ 37 ~
-No la he visto en ninguna otra reunión. ¿Cuánto
tiempo hace que está en París?

—Solamente dos días.

— ¿Piensa quedarse mucho tiempo?

— Depende de mi padre. El tiene... intereses


aquí.

— ¿Está en Francia por cuestión de negocios, tal


vez?

Soltó mi mano cuando el resto de los bailarines lo

alejaron de mí. Sin duda pensaría que mi padre sería


un inglés gordo y aburrido que se apresuraba a
volver a París para retomar el hilo de los negocios
perdidos durante los años de la revolución y la
guerra. Por primera vez durante la noche me sentí
satisfecha con mi traje. Lo habíamos elegido juntos,
mi padre y yo, en una de las tiendas más exclusivas.
La vendedora, deslumbrada ante los encantos de mi
padre, prometió adaptármelo a tiempo para el baile.
Era de muselina color marfil, con un forro de raso y
salpicado con pequeñas estrellitas doradas.

~ 38 ~
-Nada de alhajas -me había dicho, observándome con
ojo crítico-. No corresponden a tu personalidad.
Simplemente unas flores frescas en el cabello.

En ese momento me había sentido desilusionada;


pero ahora, al notar la admiración en los ojos del
joven, admití que había tenido razón.

El baile había concluido. Lucien me acompañaba


nuevamente al sofá.

-¿Sabe que estuve en un tris de no venir a esta


reunión?

— ¿Por qué?

Paseó su mirada por el salón.

—Diferentes motivos: conozco a muy pocas de estas


personas y sólo estoy en París por unos pocos días.

— ¿Qué fue lo que le hizo cambiar de ¡dea?

—Más bien fueron otros que influyeron en mi


decisión. Me sentí furioso entonces pero ahora estoy
agradecido de haber venido.— Me miró y añadió con
una sonrisa—: No la habría conocido de no haberlo
hecho. ¿Podré visitarla en su hotel?
~ 39 ~
—Me encantaría que lo hiciera —contesté con toda
sinceridad—. Pero primero deberá conocer a mi
padre.

—Por supuesto. Será un placer. ¿Está en la reunión?

-Sí.

Estuve tentada de contarle nuestro primer encuentro


en el acantilado en Trevira, pero un murmullo
recorrió el salón y vi que papá se acercaba hacia
donde nosotros estábamos, de regreso de la sala de
juego. Me saludó con la mano y noté la sorpresa en la
mirada de Lucien. Por un instante, vi a jack Tremayne
como lo veía el resto de la gente: todo un caballero,
pero también un aventurero. Un hombre que aun en
un salón de baile, se deslizaba como un animal de la
selva, consciente de que el peligro podría surgir en
cualquier momento. Me acerqué a él.

—Papá: quisiera que conocieras al señor de Fontenay.


Ha sido muy atento conmigo.

Por un momento frunció el ceño como si estuviera


disgustado, pero inmediatamente sonrió,
extendiendo su diestra según costumbre inglesa, y
comenzó a conversar.

~ 40 ~
—Le agradezco muchísimo que se haya ocupado de
mi hija —dijo con suavidad—. Por supuesto nos
encantaría volver a verle si sus ocupaciones se lo
permiten, señor de Fontenay; pero esta es la primera
visita de mi hija a París y estaremos mucho tiempo
paseando. Hay tantas cosas que quiero que ella
conozca...

"Lo está rechazando, con suavidad pero firmemente"


pensé, sintiéndome muy desgraciada. Este es el
primer joven que realmente me gusta. Pero Lucien no
se daba por vencido tan sencillamente.

—Tal vez yo podría serle de utilidad en ese aspecto.


Conozco la ciudad desde mi infancia —respondió
brindándome una sonrisa que, a pesar de las
circunstancias, hizo que mi corazón cantara de júbilo.

La orquesta nos interrumpió. Sonaron unos compases


marciales, se abrieron las puertas de uno de los
extremos del salón y apareció un pequeño grupo de
gente.

—Bonaparte, como los monos, imita a un rey. Es una


pena que no se parezca más a alguno de ellos -me
susurró maliciosamente mi padre al oído. Yo observé
ávidamente al extraordinario hombre que en pocos
años había logrado el poder absoluto sobre las ruinas
~ 41 ~
de la revolución y parecía tener el destino de Francia
en sus manos.

Era joven; no tendría más de treinta años y no se


parecía en nada a la imagen que yo me había forjado
de él. Era bajo y delgado. No sería más alto que yo. Su
cabello oscuro caía lacio sobre sus hombros. Vestía un
sobrio uniforme azul; con solapas blancas, que
contrastaba notablemente con los escarlata y oro de
los oficiales que le rodeaban. Avanzó con paso
rápido, dejando atrás a su comitiva, deteniéndose
apenas para dirigir una palabra aquí o allá al pasar.
Luego, ante mi asombro, se detuvo frente al joven
que me acompañaba. Los oscuros ojos que
relumbraban como dos carbones en el rostro
demacrado, lo recorrieron de pies a cabeza.

— De manera que... decidió presentarse después de


todo, ciudadano Fontenay.

—Sí, mi general.

—Me alegra saberlo tan sensato.- Levantó la vista


hasta el joven que le sobrepasaba una cabeza y le
hundió un dedo en el pecho-. ¿Cuándo le veremos
vistiendo su uniforme? ¿eh? —prosiguió
ásperamente-. Jóvenes como usted son siempre
bienvenidos entre mis guardias. Tuvimos que fusilar
~ 42 ~
a su padre por traidor a la República. Trate de no
seguir sus mismos pasos. No podemos desperdiciar
balas.- Emitió una corta carcajada y prosiguió su
camino.

Noté el rubor que subió a las mejillas de Lucien ante


tan burda interpelación,e inmediatamente comencé a
odiar a este hombre que le había increpado
públicamente. El joven se quedó inmóvil un instante
e imaginé el odio que ardería en su interior. Después,
murmuró unas palabras y se alejó abruptamente de
nosotros. Yo hubiera querido seguirle,pero la mano
de mi padre me detuvo.

— Deja que se vaya. Un insulto semejante es


capaz de ahogar a cualquier hombre.

— ¡Qué monstruosidad decir eso en público! ...


-exclamé indignada.

—Es verdad. Pero un genio militar no tiene por qué


ser un caballero, supongo. Pero no le vendría mal un
poco más de cortesía. Sin embargo, no debemos
preocuparnos por Napoleón Bonaparte por el
momento. ¿Has pasado una velada agradable,
preciosa?

— ¡Oh! Sí, papá... muy agradable.


~ 43 ~
— Bueno. Yo también lo pasé bien —dijo,
palpándose el bolsillo—. Tuve buena suerte. Mañana
podrás elegir esas cositas que te gustaban.

Mi padre mantuvo su palabra. Al día siguiente


recorrimos las tiendas más elegantes y exclusivas del
Palais Royal; las empleadas que nos atendían se
deshacían ante el elegante caballero inglés que les
decía cosas bonitas y gastaba su dinero tan
generosamente. Me compró un sombrero de copa
alta, adornado con rosas amarillas y atado bajo el
mentón con anchas cintas de raso para usar con un
traje de verano de organza dorada y un chai color
verde agua, tan llamativo como cualquiera de los
modelos que pudiera usar Madame Bonaparte.

Con gran sorpresa descubrí que París, a pesar de sus


tortuosas y oscuras callejuelas y la suciedad de sus
calles sin empedrar, era una ciudad de agua y luz.
Desde la ventana de mi hotel podía ver el Sena, fresco
y plateado por la mañana y de un color verde
bronceado cuando comenzaba a caer la noche. Al
volver en nuestro coche después de una fiesta o de la
Opera, parecía negro como el ébano; sólo se veían
aquí o allá las débiles luces que producían las
antorchas que portaban los sirvientes que
acompañaban a las misteriosas figuras que recorrían
sus riberas por la noche.
~ 44 ~
No vi a Luden en varios días, a pesar de que pasó dos
veces por el hotel y me dejó mensajes. Se me ocurrió
pensar que tal vez mi padre estuviera eludiéndolo
deliberadamente; pero pasaba los días tan ocupada
que casi no tenía tiempo de sentirlo. Era una
sensación espantosa y al mismo tiempo inevitable la
sóla idea de estar sobre la Plaza de la Revolución y
pensar que allí mismo había estado instalada la
guillotina, mientras los carretones transportaban a
sus víctimas y las mujeres proseguían con sus tejidos
al mismo tiempo que contaban las cabezas que caían
en los cestos.

Los visitantes ingleses contemplaban el oscuro


caserón donde una valiente mujer, llamada Charlotte
Corday, había asesinado al monstruoso Marat y
parecían disfrutar con cada uno de los
estremecedores recuerdos. Yo prefería las deliciosas
mañanas de mayo cuando mi padre alquilaba
caballos y salíamos a cabalgar por el Bois de
Boulogne. Una tarde me llevó al Boulevard du
Temple, donde vimos a los tragasables, los
tragallamas; un hombre que comía sapos y un perro
que adivinaba el futuro mediante las cartas. Víctor
parecía fastidiado, pero mi padre se rió de sus trucos.

-Es parte de la vida, mi estimado amigo -dijo—.


Quiero que Emma vea y conozca todo.— Luego
~ 45 ~
fuimos al circo a extasiarnos ante los Franconis que
realizaban extraordinarias pruebas a caballo y los
Foriosis que desafiaban a la muerte desde un trapecio
aéreo a gran altura.

— Francia también está en la cuerda floja —dijo mi


padre con amargura-. Será interesante ver si
Bonaparte logra mantener el equilibrio sobre algo tan
resbaladizo...

Había comenzado a darme cuenta de que mi padre


conocía París palmo a palmo. Le encantaba
mostrarme lugares sobre los que el resto de los
turistas no tenían ni ¡dea.

—Aquí fue donde Danton profirió su desafío a


Robespierre mientras lo conducían a la guillotina
—me dijo una mañana, deteniéndose en la esquina de
la rué St. Honoré e indicándome la puerta verde
oscuro detrás de la cual Robespierre maquinaba sus
planes asesinos.

— Pero Danton era un revolucionario... un


asesino —objeté.

—También era un hombre valiente. Y amaba Francia.


¿Sabes lo que dijo cuando sus amigos le instaban a
que dejara París antes de que lo arrestaran?:' ¿Puede
~ 46 ~
un hombre llevar a su patria en la suela de sus
zapatos? "

— ¿Cómo lo sabes? ¿Estabas en París en ese


entonces? —pregunté con curiosidad.

— Ten fa que ir a donde me llevaba mi trabajo


—respondió sin darle mayor importancia.

—Papá: ¿qué era lo que hacías realmente durante


todos esos años en que estuviste ausente?

—No hagas preguntas, mi pequeña. Es mejor no


saberlo todo. Sólo recuerda: nunca juzgues a la ligera.
Siempre hay hombres de bien en ambos bandos.

Una o dos veces, después del teatro o si alguna


reunión terminaba temprano, me sugería que
camináramos en lugar de tomar el coche. Conocía
todos los caminos más cortos; todas las maneras de
escaparse que conocería un hombre perseguido. Una
noche al descender por una callejuela oscura y
estrecha hacia la rué du Chat qui Peche, podría haber
jurado que oí unos pasos que nos segu ían.

—Es solo el eco - repuso sin darle importancia—.


¿Quién podría interesarse en personas como
nosotros? De todas maneras, es un buen lugar para
~ 47 ~
emboscada. Colocando un hombre en cada extremo,
la víctima sería atrapada fácilmente. —Me dió una
palmada en la mano; pese a su tranquilidad, me
estremecí al mirar las casas totalmente cerradas. Era
parte de ese elemento de peligro que nunca
desaparecía de mis pensamientos.

Por lo general me sentía demasiado feliz como para


pensar en ello; pero a pesar de los helados de
Frascati's, los bailes del Rivoli, los almuerzos
campestres y las excursiones hasta St.Cloud y
Fontainebleau, París tenía un lado más sombrío. Une
noche me encontré accidentalmente inmersa en él.

Habíamos pasado la tarde viendo un desfile militar


en el Campo de Marte. Junto con un grupo de
personas de la embajada admiramos el paso de las
tropas, encabezadas por sus comandantes de vistosos
uniformes. Una salva de cañonazos anunció la
aparición del primer cónsul, montado en un hermoso
caballo blanco, escoltado por sus guardias y seguido
por varios coches en que viajaban señoras
deslumbrantemente ataviadas. Más tarde, fuimos a
ver los fuegos artificiales en los jardines del Palais
Royal. Los cohetes eran disparados al espacio,
seguidos de sus largas colas de minúsculas estrellas,
mientras una lluvia de oro iluminaba las copas de los
árboles y semejaba una batalla entre enormes
~ 48 ~
cañones. Había un inmenso gentío, y sin explicarme
bien la razón, de pronto me encontré separada del
resto del grupo.

Los senderos no estaban muy claramente marcados.


Caminé por uno y luego por otro, tratando de hallar a
Víctor o a mí padre o algunos de los otros; después de
un momento, me di cuenta de que estaba perdida.
Las lámparas que pendían de los árboles, brindaban
una pobre luz comparada con la luminosidad de los
fuegos artificiales. Luego, para alivio de mi
preocupación, me encontré en la galería donde
habíamos hecho compras varios días antes; sólo que
ahora era algo diferente. Los comercios estaban
cerrados pero igualmente estaban llenos de gente;
mujeres de todo tipo: exóticas, hermosas, con
vestidos de gasa transparente que apenas cubrían sus
formas. También había hombres, de uniforme, otros
con elegantes capas y algunos andrajosos.
Estupefacta me di cuenta de que este era el lugar que
mencionaban en voz baja los hombres del hotel;
conversaciones que cesaban abruptamente al notar
mi presencia. Yo no era ninguna tonta. Conocía sus
intenciones y lo que sucedía en las habitaciones
iluminadas a las que conducían las escaleras de
madera. Proseguí mi camino desafiante, con la cabeza

~ 49 ~
alta, y sentía las miradas de las mujeres como si
quisieran penetrarme, llenas de odio y resentimiento.

En ese momento un hombre cruzó ante mí un poco


más adelante. Era difícil poder afirmarlo pero estaba
casi segura que se trataba de mi padre. Reconocí su
bolso azul y su airosa manera de caminar. Corrí tras
él, llamándole, pero no volvió la cabeza y desapareció
en la oscuridad de una de las entradas. Me detuve,
desconcertada y afligida,y oí pasos detrás de mí.
Apuré la marcha pero una mano me cogió por el
hombro; oí una voz pastosa que me susurraba algo al
oído y a mi mejilla llegó un cálido aliento alcohólico.

-Nunca te he visto por aquí, ma petite; ¿dónde


podemos ir, eh? —Traté de correr pero me retuvo con
fuerza—. No seas tímida. Pago bien la mercadería sin
uso...

Aterrorizada ante la proposición, logré zafarme


dejando mi chai en sus manos y comencé a correr
desesperada por la avenida, perseguida por un coro
de soeces y estridentes risas de las mujeres que se
burlaban de mí. Con la cabeza baja, choqué contra
alguien que venía hacia mí. Me cogió por ambos
brazos. Luché con todas mis fuerzas para liberarme
pero no me dejaba ir. Noté unas fuertes manos que

~ 50 ~
apretaban mis muñecas y al levantar la mirada, vi el
rostro de Lucien de Fontenay.

—Lo siento... —tartamudeé confundida—. Yo no


sabía... yo creía...

-¿Creía que había salido de la sartén para caer en el


fuego?... ¿No dice así uno de vuestros refranes
ingleses? - Había un brillo de picardía en los oscuros
ojos que me miraban—. De todas maneras, este no es
un lugar adecuado para usted, señorita Tremayne.
¿Con seguridad no estará usted aquí sola?

— Estábamos mirando los fuegos artificiales. Me


separé de mi padre y el grupo que estaba conmigo y
me perdí...

—Ya veo.— La gente había comenzado a fijarse en


nosotros y Lucien frunció el ceño—. Será mejor que la
lleve de vuelta al hotel.

—Por favor... no será necesario. Si me indica el


camino, podré volver sola perfectamente.

—No, no me parece nada bien —dijo decidido—


Tomaremos un coche; mis amigos pueden esperar.

~ 51 ~
Habíamos caminado unos pocos pasos cuando nos
encontramos con Víctor, con el rostro enrojecido y
transpirado, y bastante fuera de sí.

—¿Dónde demonios has estado, Emma? Te he estado


buscando desde hace más de una hora.— Luego, al
ver a Lucien, pareció más furioso aún-. Lo siento: no
me había dado cuenta de que me estaba preocupando
innecesariamente.

—Iba a acompañar a la señorita Emma hasta su hotel


—respondió suavemente Lucien.

—Muchas gracias —respondió Víctor con un helado


tono en la voz- No tendría que haberse preocupado,
señor. Yo mismo acompañaré a la señorita.

Su comportamiento me fastidió tanto, que dándome


la vuelta hacia Lucien, con toda intención, le extendí
la mano diciéndole:

-Ha sido usted muy amable.

— Fue un placer.— Me hizo una elegante


reverencia con su sombrero, besó la punta de mis
dedos y dijo-: Au revoir, Mademoiselle.

~ 52 ~
-¡Malditos extranjeros!... -gruñó Víctor viéndole
marchar-. ¿Qué está haciendo aquí? Eso es lo que
quisiera saber.— Puso mi brazo en el suyo y comenzó
a caminar rápidamente-. Deberías tener más cuidado,
Emma. Espero que no hayas planeado este encuentro.

-No; no lo hice -contesté, fastidiada-. Pero aunque lo


hubiera hecho, no veo que tenga que importarte en
absoluto...

—Todo lo que se refiere a tí me importa, Emma. Ya


deberías saber eso. Este no es un lugar para gente
decente. Yo ya se lo había dicho a tu padre
anteriormente. Nunca debió haberte traído aquí. No
tiene idea de lo que es adecuado.

— ¡Oh! ... Por amor del cielo, Víctor; yo quise


venir -nuevamente molesta por sus críticas-. Fue^
culpa mía el haberte perdido entre la multitud.
¿Dónde está papá?

-Sólo Dios lo sabe. También lo perdí a él -repuso


Víctor agriamente-. Si me dejaras cuidarte, Emma, no
pasarían estas cosas...

"Y qué requeteaburrido sería", pensé con rebeldía.


Luego me arrepentí, ya que pensé que podía ser
realmente amable y digno de confianza. Además, me
~ 53 ~
sentía más afectada por mi aventura de lo que quería
admitir.

Me llevó de vuelta al hotel y mucho más tarde volvió


también mi padre; parecía preocupado y de mal
humor. Por primera vez me habló con severidad:

— ¿Qué demonios te sucedió? Te busqué palmo a


palmo por esos malditos jardines.

Estuve a punto de responderle que le había visto y


que no parecía estar buscando a nadie, pero me
contuve. Seguramente no querría que Víctor supiera
qué había estado haciendo. De alguna manera, su
enfado me reconfortaba, me demostraba cuánto me
quería.

Sólo más tarde recordé lo que Víctor había dicho. Lo


había encontrado apenas unos minutos después de
ver a mi padre. ¿Estaría también él allí por el mismo
motivo? No podía creerlo. Rechacé la idea de
inmediato; sin embargo, la pequeña duda quedó
flotando en el fondo de mi mente.

~ 54 ~
3

Esa noche dormí mal. Tal vez porque estaba


demasiado cansada; tal vez porque al despedirse de
mí en la puerta de mi habitación, mi padre había
dicho:

— No creo que nos quedemos aquí mucho más


tiempo, Emma. Trata de aprovechar los próximos
días lo mejor que puedas.— Yo sabía, aunque
pareciera tonto de mi parte, que no quería irme de
París sin volver a ver a Luden.

Después de una noche intranquila, me desperté


mucho más tarde que siempre. Cuando la camarera
llamó a la puerta trayéndome café y una crujiente
medialuna, busqué mi reloj y descubrí que ya eran las
once. La camarera abrió las persianas y entró un
torrente de brillante luz. Se acercó a mi cama, con una
amplia sonrisa en su agradable rostro y dijo:

—Del señor votre pére, señorita —y me acercó un


sobre.

Lo abrí y leí la nota que contenía, mientras bebía mi


café; era muy breve. "Te escribo estas líneas pues todavía
estás durmiendo y debo irme de París por unas horas.
Víctor se sentirá feliz de acompañarte a almorzar con
~ 55 ~
Dorothy. Espero que te diviertas, preciosa, y cenaremos
juntos esta noche". La había firmado con las
garabateadas iniciales JT que siempre usaba conmigo.
Involuntariamente recordé aquel momento de la
noche anterior cuando me pareció verle. ¿Habría sido
él en realidad el que estaba con aquellas mujeres y su
partida estaría relacionada con ese encuentro?
Deseché la ¡dea de mi pensamiento.

Era una mañana deliciosa y el sol calentaba tanto, que


decidí estrenar mi traje dorado; mientras me ataba las
cintas debajo del mentón, pensé que sería una
picardía usarlo solamente para pasear con Víctor y
almorzar luego fon Dorothy. Me sentía inquieta y
nerviosa. Me quedaba tan poco tiempo de estancia en
París, que era una pena desperdiciar siquiera un
minuto.

Nuestro hotel era antiguo y mi habitación estaba en el


primer piso hacia el fondo del edificio. Al final del
corredor había una puerta que daba a una escalera de
hierro que bajaba hasta el muelle. Si saliera por allí,
podría eludir a Víctor. Sólo tardé un instante en
decidirme. Probé el picaporte de la puerta. Estaba
abierta y me deslicé por los escalones. Crucé al otro
lado del muelle para mirar a ambos lados del río. Una
anciana que tenía a sus pies una canasta con flores,
me ofreció un ramo de perfumados lirios del valle.
~ 56 ~
Estaba buscando en mi bolso unas monedas, cuando
oí una voz detrás de mí que decía.

—Permítame, señorita. —Las flores pasaron a mis


manos casi antes de que pudiera darme cuenta de
que se trataba de Lucien. Era algo tan inesperado,
una respuesta tan adecuada a mis plegarias, que
quedé muda. Solo atiné a sonreír tontamente,
mientras el atezado rostro de la anciana se arrugaba
aún más mientras nos dedicaba una radiante sonrisa.

—Venía a preguntarle si se había repuesto ya de la


aventura de anoche —me dijo.

Apenas lograba percibir lo que decía. Sólo sentía su


presencia. Le tendí la mano.

-Ya lo he olvidado.

—Debo irme de París pronto. No podía hacerlo sin


despedirme.

-Me alegra tanto que haya venido.

—¿ Vraimentl He venido muchas otras veces, pero


siempre estaba comprometida.

~ 57 ~
—Ya lo sé; pero hoy a mi padre le llamaron para que
dejara París... y...

—Y ¿qué?

—Nada.— Decidí olvidarme de Víctor y de


Dorothy—. Estaba pensando qué podría hacer.

— ¿Me permitiría una sugerencia? Si aún no


visitó Versailles podríamos coger un coche. Me
encantaría mostrárselo si tuviera usted interés...

—Me parece una ¡dea maravillosa.— No estaba muy


segura de que mi padre estuviera de acuerdo, pero
estaba decidida a hacer cualquier cosa en esta
hermosa mañana, siempre que fuera en su compañía.

Lucien no tuvo ningún problema en conseguir un


carruaje y casi inmediatamente nos encontramos
saliendo de París bajo las flores blancas y rosadas de
los castaños.

—Parece que ya han encendido sus luces —exclamé


encantada ante el espectáculo de los árboles en flor.

—Lo han hecho en su honor —repuso, sin darle


mayor importancia. Cuando elevé mi mirada hacia el

~ 58 ~
rostro joven pero serio, no supe explicarme la razón
de la felicidad que me embargaba.

Cuando llegamos a Versailles, ambos estábamos tan


hambrientos que decidimos comer primero y
explorar después. Comimos al aire libre en Le Cheval
Blanc. Almorzamos una omelette sazonada con
hierbas, luego un sabroso queso cremoso y bebimos
vino espumoso. Me resultaba extraño el hecho de que
yo, que siempre me había sentido tan embarazada
ante la presencia de otros jóvenes, me sintiera ahora
totalmente a gusto con alguien a quien casi no
conocía. Ni siquiera recuerdo de qué hablamos
mientras almorzamos pero una vez que terminamos
y volvimos a llenar nuestras copas, moví la cabeza.

—No; creo que no debo beber más, señor de Fon-


tenay. Usted no debe acordarse, ¿verdad? ¿No
recuerda cuando nos vimos por primera vez?

— ¿Antes del baile? Seguro que no. ¿Cómo


podría haberlo olvidado?

—No haga usted pequeños discursos que realmente


no siente. Tengo algo para probarlo.— Busqué en mi
pequeño bolso y extraje con aire de triunfo la moneda
de plata—. Aquí está. Fue en Inglaterra y usted me la
tiró de manera harto generosa. No correspondía en
~ 59 ~
absoluto con el papel que desempeñaba en ese
momento.

— ¿Yo la tiré? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Ya ve usted con qué facilidad puede olvidarme.


Estábamos sobre un acantilado en Cornualles y usted
estaba vestido de pescador, mientras yo...

—Pero aquel era un muchachito con una camisa sucia


de barro... un muchachito pelirrojo con atrayentes
ojos oscuros...—Se interrumpió—: \Mon Dieu\
¿quiere decir que era usted? —Asentí con énfasis
mientras él me miraba fijamente—. Pues, claro...
ahora me doy cuenta. Con seguridad que sólo un
tonto como yo puede no haberla reconocido de
inmediato, pero debe admitir que... —hizo un gesto
señalando mi vestido dorado— no parecía usted la
misma...

—Papá me dijo que parecía una rata de albañal


—respondí con franqueza—. Siempre me regaña por
lo mismo; pero Rufus me había tirado esa mañana y a
menudo uso breeches para montar cerca de casa. Son
tanto más cómodos...

— ¿Quiere decir que vive usted en Trevira?

~ 60 ~
—Así es. Pensé que se habría dado cuenta al conocer
a mi padre.

—No, no lo sabía.

—Vi su barco. Bajé hasta la caleta y lo vi en la orilla,


junto a otro hombre que me dijo que navegaría con
usted. El salvó a mi perro de caerse por el acantilado.

— ¡Ah! .. Ahora recuerdo. Pierre me dijo que


había encontrado una campesina que... —se detuvo
nuevamente—. Usted debe pensar que soy un tonto.

— ¿Por qué? Tenía puesto mi vestido más viejo


aquella mañana. Había estado revolviendo el desván.
¿Es amigo suyo?

—Sí... en cierto modo. El había estado... visitando


Inglaterra.

— ¿Es ese el motivo por el que habían venido a


Cornualles?

Se encogió de hombros.

—El barco pertenecía a mi padre. Cuando yo era niño


solía navegar con él. Ahora ha sido vendido, pero

~ 61 ~
cuando el capitán me comentó que haría este viaje,
decidí unirme a él recordando viejos tiempos.

Me pareció que no me decía toda la verdad, pero


hacer más preguntas sería impertinente. Cambié de
tema.

-Me dijo que se ¡ría de París... ¿Dónde vive, señor de


Fontenay?

— ¿Por qué no me llama Luden?

—Tal vez... si usted me llama Emma.

—De mil amores.— La mirada de sus ojos me asustó;


bajé la mía.

— ¿Dónde vive, Lucien?

—En el Sur; en Provenza y me dedico a la cría de


toros.

Era algo tan inesperado que me dejó con la boca


abierta.

— ¿Cría toros?

Sonrió.

~ 62 ~
— Bueno... no exactamente. Mi padrastro los
cría. Vive en Villeroy. Queda entre Tarascón y Arles y
arrienda campos en la ¿amargue. Se dedica a la cría
de toros de lidia; negros y pequeños.

— ¿Torea usted también?

—No... No... —lanzó una carcajada—. Eso es lo que


desea hacer Louis. Yo trabajo en la granja y en los
viñedos. Estos pocos días en París han sido en parte
debidos a negocios de mi padrastro.

— ¿Louis es hermano suyo?

—Sí, sólo tiene siete años. Luego están Armand y


Nicole. Son mellizos y tienen diecinueve. Son hijos de
un matrimonio anterior de mi padrastro.

— ¿Y Nicole está enamorada de usted?

Su expresión cambió totalmente. Dijo fríamente.

— ¿Por qué me dice eso?

—Lo siento. No quise ofenderle. Se me escapó... es


sólo una broma.

~ 63 ~
—Nicole es demasiado sensible. Pero a usted no le
interesará oír todos los detalles de mi vida.

— ¡Oh! si... me interesaría muchísimo.

—No; en realidad es suficiente. Preferiría mil veces


hablar de usted.- Echó su silla hacia atrás—. Además,
creo que deberíamos comenzar a recorrer si es que
queremos ver algo de los jardines. Tendremos que
regresar a París antes de que anochezca.

Mucho tiempo después, al recordar ese día no


pensaría en el enorme palacio. Estaba demasiado
arruinado y desolado. Las hordas que habían pasado
por allí lo habían destrozado todo, rompiendo los
vidrios y partiendo a hachazos los finos muebles. Era
como una enorme y trágica cáscara vacía de algo que
había sido magnífico. Luden me llevó de prisa por los
fantasmales salones que sonaban a hueco. Al mirar
hacia arriba y contemplar los vitraux y los destruidos
tapices, sentí escalofríos, me sentí muy feliz al salir
nuevamente a los jardines. Estos también estaban
descuidados; los setos que antes habían sido
prolijamente podados, ahora estaban desiguales y
mezclados con hierbajos.. Pero aún mantenían una
cierta belleza, con sus caminitos cubiertos de pasto
que terminaban en ocultas glorietas. Aún había flores
y era fácil imaginar cuán bellas habrían sido en los
~ 64 ~
días en que María An- tonieta simulaba ser una
campesina para entretener a sus huéspedes, en sus
días de felicidad.

— ¿Alguna .vez vino usted aquí, Lucien, antes


de la revolución?

—Muy raramente. Todavía estaba en el colegio.

Estábamos de pie junto a un estanque de piedra. No


se veía ningún pececito en las turbias aguas. Un
Cupido en el centro de la fuente tenía un aspecto
abandonado, con su pequeño arco partido.

Lucien me había cogido de la mano y estuvimos un


momento en silencio. Luego suspiró.

—Todo eso ya pasó... toda esa vida... Algunas veces


pienso que es mejor que haya sido así. Pero no es fácil
comenzar una nueva vida.

En ese momento no le comprendí. Sólo más tarde


capté el significado de su reflexión. El aire estaba
impregnado del embriagador perfume de la
primavera, del aroma del pasto, de las primeras rosas
y del heliotropo que desbordaba los rajados
macetones de piedra. Nunca había deseado que un
joven me besara; más aún, le había dado una bofetada
~ 65 ~
a Víctor una vez que intentó hacerlo. Pero ahora lo
deseaba con una intensidad que me asustaba. Pero
Lucien no hizo el menor gesto de tomarme entre sus
brazos. En cambio colocó mi mano sobre su mejilla
durante un segundo en un gesto extraño y torpe y
luego dijo, súbitamente:

—Deberíamos regresar. Su padre estará de vuelta y se


preguntará qué le habrá sucedido.

Tardamos cierto tiempo antes de conseguir un


carruaje y el viaje fue más largo de lo calculado. Era
casi de noche cuando llegamos al hotel,pero mi padre
no había regresado aún. Lucien besó mi mano,
estrechándola entre las suyas.

- Volveré a verla.

—Sí... sí...; por supuesto.

Sus ojos quedaron fijos en los míos durante un


instante, luego hizo una pequeña reverencia y
desapareció. Subí apresuradamente los escalones de
la entrada. El dueño del hotel se asomó desde la
oficina al verme pasar.

—El señor Jarret ha estado preguntando por usted


todo el día —dijo, como reprochándome.
~ 66 ~
Me sentí algo culpable. Después de todo, me había
comportado bastante mal con Víctor.

—Si lo llegara a ver, le agradecería que le dijera de mi


parte que siento mucho haberme desconectado de él
esta mañana, pero que ahora estaré en mi habitación.
He tenido un día agotador.

—Bien, señorita. Comprendo perfectamente.— Me


hizo una sonrisa cómplice, como si supiera dónde
había pasado la tarde.

Al pasar por el corredor, un grupo de turistas


ingleses conversaban animadamente. Una de las
señoras me cogió por el brazo:

— ¿Se ha enterado de las noticias, señorita Tre-


mayne? Dicen que Bonaparte ha tenido una violenta
discusión con Lord Whithworth. Lo trató
despectivamente en presencia de todo el cuerpo
diplomático.

—Ese individuo desconoce los buenos modales


-interrumpió uno de los caballeros—. Sólo espero que
nuestro embajador haya sabido mantenerse firme.
Estos sapos necesitan una lección. Ya es tiempo que
comprendan que no estamos dispuestos a recibir
limosnas de un Don Nadie como este corso. ¡Hacerse
~ 67 ~
llamar primer cónsul! ... ¡realmente! ¡Qué título tan
ridículo! ¿Quién cree que es? El próximo paso será
hacerse llamar emperador. Recuerden lo que les digo.

Yo no presté mucha atención. Siempre corrían


rumores sobre una cosa u otra. Papá sabría lo que
sucedía cuando regresara. Si es que regresaba... Mi
antiguo temor se apoderó de mí. Ya era muy tarde y
no podía por menos que preocuparme por pensar
dónde habría ido. Sabía que no era ningún santo y en
los años que habíamos vivido juntos, nunca pregunté
dónde había estado si desaparecía por uno o dos días.
Un caballero debía tener sus momentos de
esparcimiento, y mi madre había fallecido hacía
algún tiempo. Pero su comporta miento siempre fue
discreto y jamás provocó escándalos.

Me desvestí y me puse el camisón. Luego, acostada


en mi cama, con la vela encendida y un libro en el
regazo, no podía leer. En cambio me puse a pensar en
Lucien. En pocos días más volvería a Inglaterra y él se
marcharía a su lejano hogar. Nuestro encuentro
habría sido tan fugaz como el de dos barcos que se
encuentran en la oscuridad de la noche, como rezaba
el antiguo adagio. Era tan poco lo que sabía acerca de
él... ¿Por qué?... ¿Por qué tendría que sentirme así por
un joven al que tal vez jamás volvería a ver?

~ 68 ~
Debí haberme quedado adormecida porque
repentinamente me desperté sobresaltada al oír unos
pesados pasos que se arrastraban por el corredor. No
ten Ta ¡dea de la hora y me incorporé, sintiendo los
fuertes latidos de mi corazón. Alguien estaba
tanteando el picaporte de mi habitación; había
cerrado con llave antes de acostarme, siguiendo los
consejos que me habían dado acerca de las
costumbres en cualquier hotel del extranjero.

Los pasos prosiguieron. Oí que se abría la puerta de


al lado y un segundo después, el estrépito como de
un cuerpo al caer, arrastrando tras sí algunos
muebles. Debía ser mi padre y parecía muy borracho,
pero jamás lo había visto descontrolado, aunque
hubiera bebido en abundancia. Dudé un instante y
luego salté de la cama, sin ponerme siquiera las
chinelas. Tomé la vela, hice girar la llave y me
apresuré hacia la habitación contigua.

Mi padre estaba caído boca abajo, en el piso,


sosteniendo entre sus brazos una pequeña mesa a la
que habría recurrido tratando de evitar el golpe.
Cerré cuidadosamente la puerta. No le hubiera
gustado que alborotara a todo el hotel. Levanté la
mesa, coloqué encima la vela y me arrodillé junto a él.
No estaba ebrio. Tenía un aspecto atroz, como si
alguien hubiera intentado matarlo. El espeso cabello
~ 69 ~
castaño de su nuca formaba una masa con la sangre
que manaba de una herida. Al tocarlo suavemente, se
movió y trató de hablar.

— ¿Eres tú, Emma? —preguntó con voz


pastosa.

—Sí; te oí entrar.

—Ayúdame a levantarme; así... así está bien.

Lo rodeé con mis brazos y después de un momento


haciendo un esfuerzo supremo y con mi ayuda logró
in corporarse. Cogido de mi brazo, llegó hasta el sofá
y se dejó caer pesadamente.

— ¿Qué sucedió, papá? ¿Alguien te atacó?


¿Quiéres que llame a un médico? —Me arrodillé
preocupada a su lado.

—No... No —respondió inmediatamente—. No es


necesario. Esto es muy doloroso pero pronto estaré
bien. Déjame descansar un momento. Venir me
resultó casi imposible y he quedado exahusto.

— ¿Dónde sucedió?

~ 70 ~
—En la rué du Chat-qui-péche —respondió
agriamente-. Tenías razón acerca de esa calle, Emma;
yo también pensaba lo mismo. No podrían haber
encontrado un lugar mejor. Si no fuera por mi cabeza
extremadamente dura, ahora estaría muerto.

Intentó sonreír pero su rostro maltratado, cubierto de


sangre y suciedad, tenía una palidez mortal. Se echó
hacia atrás con los ojos cerrados y temí que volviera a
perder el conocimiento. Yo sabía que en alguna parte
guardaba una petuca con cognac. La busqué afanosa
en el ropero y en los cajones y cuando la encontré
llené la medida hasta el borde.

Se incorporó a duras penas y bebió, agradecido.

-Eres una criatura muy sensata, Emma. Cualquier


otra joven hubiera comenzado a proferir gritos y
despertar a todo el hotel.

-Eso no hubiera servido de nada —respondí con


sorna. Su semblante parecía estar comenzando a
tomar mejor color—. Ahora te limpiaré la herida y te
pondré una compresa fría. Eso te aliviará algo.

Llené la palangana con el agua de la jarra, tomé una


toalla y cuidadosamente lavé la zona de la herida.

~ 71 ~
Esta no parecía tan grave como yo había pensado al
comienzo.

—Tendré que cortarte parte del pelo, papá. Espero


que no te importe demasiado.

— Mientras no me dejes como una oveja


trasquilada... —dijo con un deje de humor. Sus labios
se contrajeron en una mueca de dolor. Después que
terminé mi labor extendió la mano y me pidió la
toalla—. Dámela. Deja que yo seguiré tratando de
mejorar este aspecto de gárgola.

—Yo lo haré.

Se echó hacia atrás y permitió que le limpiara el


rostro del barro y la sangre que le manchaban. Antes
del golpe que le dejara inconsciente, debía haber
habido una violenta lucha. Luego empapé
nuevamente la toalla y la oprimí contra la herida.

— ¿Cómo te sientes?

—Tengo un dolor de cabeza tremendo, pero creo que


sobreviviré.— Sonrió y se incorporó levemente—
¿Dónde aprendiste a ser tan buena samaritana? Deja
esas cosas, Emma y ven a sentarte a mi lado. Quiero
hablar contigo.
~ 72 ~
— ¿No deberías acostarte?

—Ya habrá tiempo para eso. Esto es más importante.

Pero una vez que volqué el agua sucia de sangre en la


palangana, estrujé la toalla mojada y me senté junto a
él en el sillón, no comenzó a decirme de inmediato lo
que había en su mente. Me cogió la mano y preguntó:

— ¿Qué hiciste hoy, Emma, mientras yo no


estuve?

Miré hacia otro lado y respondí:

—Pasé el día en Versailles con Lucien de Fontenay...

Noté que su mano oprimía la mía con más fuerza:

— ¿Fuiste con el joven Fontenay?

—Sí; ¿no estás enfadado por que no salí con Víctor ni


fui a almorzar con Dorothy?

— ¿Cómo podría estar enfadado?


Probablemente hubiera hecho lo mismo si hubiera
estado en tu lugar —contestó secamente—. De todos
modos, preferiría que no te encariñaras demasiado
con Lucien.

~ 73 ~
— ¿Por qué? ¿Qué tienes contra él?

—Nada en especial; pero no le veo posibilidades a


una relación así. Sin duda es un joven muy
apreciable; pero representa el enemigo.

—No ahora...

—Mucho me temo que pronto Inglaterra y Francia


volverán a estar en guerra.

Le miré fijamente.

Era una posibilidad que siempre había estado allí;


latente; pero era sólo una posibilidad, algo que tal vez
no sucediera nunca.

— ¿Eso es todo lo que tienes contra él?


—pregunté con un hilo de voz.

— ¿No te parece suficiente?

—Pensé que no te gustaba.

— ¿Por qué diablos debes pensar eso? De


cualquier manera, eso no importa ahora. Escucha
Emma —prosiguió con voz grave—. Hubiera

~ 74 ~
preferido no tener que decirte esto, pero es algo que
debes saber.

— ¿Sobre lo que pasó esta noche?

—En parte, sí; podría volver a suceder.

— ¿Quieres decir... que no fueron simplemente


ladrones los que te atacaron?

—No; mi monedero está intacto y tengo todavía mi


reloj.— Estiró la mano y me mostró uno de los finos
anillos que siempre usaba—. No me sacaron nada, a
pesar de que creo que me dejaron por muerto. No sé
cuánto tiempo transcurrió desde que perdí el
conocimiento hasta que logré arrastrarme hasta aquí.
Pero supongo que sería suficiente si sus fines eran
robarme.

— ¿Lograste verlos?

—Me pareció, pero estaba muy oscuro y no podría


estar seguro.

— ¿Quiénes eran?

—No lo sé.— Se detuvo un instante y luego


prosiguió—: Debes saber, preciosa, que mientras tú
~ 75 ~
estabas en la escuela yo estuve en Francia, actuando
como agente para el gobierno británico.

— ¿Un agente? ¿Quiéres decir que eras espía?

—No exactamente. Hubo muchos monárquicos que


no emigraron inmediatamente después de estallar la
revolución. Permanecieron ocultos; hombres de todo
tipo, algunas mujeres también, y se reunían en
Bretaña, Vendée y Midi, luchando contra la república
que se había instaurado en su patria. Inglaterra, por
propia conveniencia, los ayudaba en su resistencia;
no solamente con oro, sino con armas y municiones
que traían barcos fletados de contrabando. Hacían
falta intermediarios; hombres que sirvieran de nexo
entre los monárquicos y nuestro país...

— ¿Y tú eras uno de ellos?

-Sí

—Debe haber sido terriblemente peligroso.

—Algunas veces. También era un desafio


—respondió lentamente—. Lograr engañarlos,
demostrar ser más valiente que el enemigo, arreglar
cuentas con él, lograr vengar la muerte de algún
camarada asesinado... —se interrumpió bruscamente.
~ 76 ~
—Pero volviste a casa... ¿abandonaste todo?

-No tuve otra alternativa. Además llega un momento


en que, una guerra salvaje y asesina, aun por un
motivo que uno cree justo, puede llegar a resultar
repugnante. Uno sigue siendo un hombre, además de
una máquina de matar, y hay momentos en que no
puede menos que reconocerlo. Pensé que ya había
hecho bastante; había cumplido con mi parte.

Por alguna razón extraña volvieron a mi mente las


palabras que leí en el desván: "Ahora sé que estoy
equivocado; que siempre me querrás..." ¿Sería que el
hombre había podido más que el patriota y había
abandonado la lucha?

—Pero eso fue hace casi siete años: ¿Por qué tiene que
afectarte todavía?

-¿No lo has adivinado aún? Hace unos meses el


gobierno volvió a ponerse en contacto conmigo.
Nunca se confió demasiado en este tratado; sólo ha
sido un respiro. El departamento de guerra
necesitaba un observador; alguiern que pudiera
volver a unir los lazos del pasado...

— ¿Y es eso lo que has estado haciendo hoy y


anteanoche? —pregunté, comenzando a
~ 77 ~
comprender—. Eras tú, quien me pareció ver en el
Palais Royal, después de los fuegos artificiales, ¿no es
verdad?

-Sí; era yo. Oí que me llamabas pero no me decidí a


detenerme -contestó con un gesto triste—. ¿Te
sentiste sorprendida? No debías haberte preocupado.
No era para mí una noche de placer; era un buen
lugar para una entrevista. Sería difícil despertar
sospechas.

—Pero alguien debe haber conocido tus intenciones.


¿Si no, por qué querrían matarte?

— ¿Por qué, realmente?... Tal vez no fueran


hombres de la policía secreta de Napoleón...

— ¿Quieres decir que pueden haber sido los


mismos hombres con quienes trabajabas
anteriormente? ¿Tus propíos compañeros de armas...
monárquicos? Pero, ¿por qué? No tiene sentido.

—Eres muy joven aún, Emma. Todavía no has apren


dido los diferentes intereses que mueven a los
hombres: patriotismo, lealtad, celos, venganza, odio...
Todos pueden coexistir en una misma persona.—
Estiró su mano y acarició mi mejilla—. Pobre niña
mía; es demasiado para asimilar en mitad de la
~ 78 ~
noche. Puede que esté equivocado en mis
presunciones, totalmente equivocado y de cualquier
modo, fracasaron en su intento. Aquí estoy, bien vivo
aún y tengo la intención de seguir así por mucho
tiempo. Y ahora, preciosa, será mejor que trates de
dormir. Yo también lo intentaré si este maldito dolor
de cabeza me lo permite. Tengo la sospecha de que
los próximos días podrán ser bastante complicados.

- ¿Estás seguro de que estarás bien?

—Totalmente.— Me incliné para besarlo y por un


instante noté que me atraía hacia sí—: Lo siento,
querida. Jamás debí haberte traído aquí.

-No digas eso, papá. Quiero estar contigo... siempre.

—Mi pequeña Emma... ¿Qué haría sin tí? —Luego me


apartó suavemente—. Vete ahora y no te preocupes.
No podrán librarse de mí con tanta facilidad.

Tenía razón; yo lo sabía. Como los animales de la


selva, poseía el don de la supervivencia; pero aún un
gato puede llegar al fin de sus nueve vidas. Mientras
volvía a mi habitación, sentí que el temor, que era mi
eterno compañero, surgía nuevamente como una
sombra aterroriza- dora.

~ 79 ~
4

No estoy muy segura de lo que esperaba encontrar


por la mañana; pero cuando mi padre bajó a
desayunar conmigo, estaba tan elegante e impecable
como siempre, sin el menor indicio del brutal castigo
a que había sido sometido la noche anterior y que casi
le costó la vida. Solamente se notaba un hematoma en
uno de los lados de la cara.

Víctor frunció el ceño y comentó agriamente:

—Debes haber pasado la noche en excelente


compañía, Jack...

Mi padre se rió y movió la mano como restándole


importancia al hecho.

—Estás muy equivocado, mi querido amigo. Sólo un


encontronazo con un farol en un momento en que
había perdido algo el equilibrio. Ya sabes cómo son
estas cosas...

—Deberías pensar en Emma.

—Siempre lo hago: ¿no es verdad, preciosa?

~ 80 ~
Noté el desprecio en el rostro de Víctor y adiviné su
pensamiento. Deseaba decirle que estaba equivocado,
pero la mano de mi padre sobre mi brazo hizo que
mantuviera el silencio. Había pensado que Luden
vendría esa mañana y al no hacerlo, no lograba
descifrar si estaba desilusionada o contenta. Hasta ese
momento, todos los jóvenes parecían perder su
encanto, comparados con mi padre. Mis sentimientos
hacia Luden eran algo muy particular todavía. No me
animaba a someterlo a la prueba.

Algunos de los turistas ingleses habían abandonado


París alarmados ante los rumores, pero muchos
permanecían allí. Nadie parecía creer seriamente que
el advenedizo Bonaparte que, de buenas a primeras
se había erigido en dueño de toda Francia, querría
lanzar al país nuevamente a una guerra,
independientemente de la actitud de Inglaterra.

No creo que mi padre estuviera engañado pero


todavía le quedaban algunos cabos sueltos que debía
atar antes de partir. Con su habitual valentía, no
cesaba de enfrentar riesgos a pesar de que Víctor
protestaba constantemente, alegando que era una
locura creer en la palabra de ningún francés.

—No es francés; es corso —respondía mi padre,


divertido.
~ 81 ~
—Es un extranjero y eso me basta —replicaba
tozudamente Víctor y lo volvió a repetir con más
énfasis aún dos días después. íbamos a sentarnos a
almorzar en el elegante restaurante Corazzi. Era el
cumpleaños de mi padre y lo festejaríamos bebiendo
champagne. Apenas habíamos comenzado cuando
irrumpieron en el salón un capitán y dos guardias.
Paseó su torva mirada entre la concurrencia y
anunció:

—Lamento informarles, señoras y señores, que a


partir de este momento deberán considerarse
prisioneros de guerra.— Haciendo caso omiso de las
protestas, prosiguió—: Siento mucho tener que
interrumpir sus apacibles almuerzos, pero, puesto
que el gobierno británico ha decidido violar el tratado
capturando nuestros buques en forma totalmente
¡legal, el primer cónsul no tiene otra alternativa que
tomar represalias inmediatamente. Les ruego que
vuelvan a su hotel sin demora.

No pudimos hacer nada. Nos agruparon y nos


llevaron de vuelta al hotel bajo estricta vigilancia, con
orden de permanecer en él. El capitán volvió a
mirarnos uno por uno, mientras nos amontonábamos
en el comedor.

~ 82 ~
—Mañana por la mañana se presentarán al general
Junot, comandante de París -dijo-. El les informará
dónde serán internados.— Luego se marchó,
dejándonos sin saber qué hacer.

— ¿Quién diablos se cree que es, para hablarnos de


esta manera? —exclamó Víctor, indignado—. Este
Bona- parte debe estar loco. No puede tratarnos con
esta desconsideración.

—Mucho me temo que sí puede. La libertad volo por


la ventana el mismo día en que le nombraron cónsul
general —repuso pensativo mi padre—. Me pregunto
cuánto tardarán los franceses en darse cuenta qué
será de ellos.

—Yo sabía que pasaría esto. Se lo previne. Debimos


habernos marchado hace días —insistió Víctor.

—Estoy de acuerdo —repuso mi padre con calma—.


Pero, puesto que todavía estamos aquí, sobran las
recriminaciones.

Algunas de las señoras se habían puesto a llorar y en


torno nuestro sólo se oía un murmullo de reproches
airados; cada uno culpaba al otro por la desgraciada
situación en que se hallaban. Mi padre no participaba

~ 83 ~
de la protesta. Me llevó discretamente hacia un lado
del salón y dijo:

—Vete y prepara el equipaje para nosotros dos. Si hay


algún medio de abandonar este infernal país, yo lo
encontraré.

— ¿Qué harás?

—No tiene importancia. Haz lo que te dije, pero con


discreción. Trata de pasar inadvertida.

Cumplí con lo que me había ordenado, y mientras


doblaba las enaguas y sacaba mis trajes del ropero,
me sentía presa de la angustia. ¿Cómo se las
arreglaría para salir del hotel? Y ¿qué sería de él si
nos detenían? Si lo arrestaban y descubrían su actual
actividad, sin pensar siquiera en las pasadas, corría el
serio peligro de ser fusilado como espía. Ya le había
ocurrido a otros y yo no me hacía mayores ilusiones.
Sería el ejemplo más perfecto para demostrar la
traición de Inglaterra que Bonaparte pudiera haber
deseado. Traté de no profundizar la idea. Era
demasiado aterrorizadora.

Cuando terminé de empaquetar, eran más de las seis


pero mi padre aún no había vuelto. Entonces me di
cuenta de que no había comido nada desde la hora
~ 84 ~
del desayuno y me sentí desfallecer de hambre.
Llamé a la camarera y le pedí café. Luego fui a la
habitación de mi padre. Tenía la costumbre de dejar
las cosas desordenadas y en cualquier parte; al entrar,
noté que todo estaba en orden y en cierta manera,
impersonal. La ventana estaba abierta y soplaba una
fresca brisa desde el río. Me dio la sensación de que la
brisa se lo había llevado, sin dejar rastro. Aparté de
mí esa idea y saqué del ropero su neceser, para
guardar en él sus artículos de tocador. En cuanto lo
abrí, vi una nota cuidadosamente doblada. La tomé
con dedos temblorosos, y presa del miedo me
acerqué a la ventana para leerla:

"Perdóname si te parece que te abandono. Créeme que si


hubiera habido otra forma de hacerlo no te habría dejado.
Sólo conozco una manera de abandonar Francia y debo irme
solo. Si te llevara conmigo, sería peligroso para tí y
probablemente representara una muerte segura para mí y
los hombres que me ayudan. Mis informaciones son vitales
para el futuro de Inglaterra. Te dejo todo el dinero que
puedo. Confía en mí. Cariñosamente, tu padre".

Nunca firmaba sus notas de esta forma y, de manera


tonta, mis ojos se llenaron de lágrimas. Me rebelaba
contra su decisión. Comprendía perfectamente bien
sus motivos; pero la sola ¡dea de estar separada de él
durante meses, tal vez años, ya que ¿quién podría
~ 85 ~
decir cuánto durará una guerra?, me desesperaba. El
recuerdo de Víctor no representó mayor consuelo.
¿Cómo podría quedarme allí, encerrada en alguna
sucia prisión con un conjunto de desconocidos?
Corrían toda clase de alarmantes rumores sobre lo
que Bonaparte pensaba hacer con los prisioneros
ingleses. Tendría que encontrar una salida...
Simplemente, tendría que haber una forma de huir.
Comencé a recorrer mi habitación, olvidando mi
apetito, olvidándolo todo menos la imperiosa
necesidad de huir.

De pronto, surgió en mi mente una idea. Recurriría a


Lucien. Con seguridad me ayudaría. No me detuve a
considerar los inconvenientes que pudiera acarrearle.
Sólo recordaba que él poseía un barco o, por lo
menos, tenía fácil acceso a él. Con certeza no sería
imposible llegar hasta la costa y desde allí obtener un
pasaje hasta Cornualles. Si era necesario, ¡ría en un
bote de remos.

La camarera llamó a la puerta.

— ¡Oh! ... Al fin la encuentro, señorita. La he


estado buscando. El café está listo.

La miré fijamente. La idea estaba comenzando a


tomar cuerpo; pero el tiempo corría velozmente.
~ 86 ~
Debería actuar antes de que fuera demasiado tarde,
aunque esto implicara un riesgo.

—Marie: ¿hay alguna forma de salir del hotel durante


un rato... tal vez una hora?

— ¿Una salida? ... repitió dudando. Luego


sonrió con picardía y moviendo la cabeza
prosiguió—: Ya comprendo, señorita. El joven mozo;
su amigo... desea despedirse de él. Es tremendo tener
que marchar sin saber por cuánto tiempo.
—Permaneció un momento en silencio y luego sus
ojos brillaron—: Ya sé. Hay una puerta que da al
muelle. No se usa con frecuencia y no hay guardias
apostados allí. Podría dejarla sin llave hasta que la
señorita regresara...

— ¡Oh! ... Dios la bendiga.— Sentí deseos de


besar ese rostro sencillote y el romántico corazón que
se escondía bajo su almidonado delantal— Vaya y
espéreme junto a la puerta. Iré hacia allá dentro de
unos minutos.

Una vez que se marchó, cogí el monedero con oro que


mi padre me había dejado y volví a mi habitación.
Até lo imprescindible, me envolví en una amplia capa
con capucha, espié por el corredor para estar segura
de que nadie me vería y eché a correr. Marie estaba
~ 87 ~
esperándome. Mantuvo la puerta abierta para que
pudiera pasar; descendí velozmente los escalones y
corrí con todas mis fuerzas por el muelle; luego subí
por una de las calles y desemboqué en ja concurrida
Plaza de la Concordia.

Sabía dónde vivía Luden. Lo había dicho aquel día en


Versailles pero tardé bastante en conseguir un coche;
finalmente respondiendo a mis desesperadas señas,
se me acercó un vehículo destartalado; el conductor
me echó una sola mirada y exigió que le pagara el
doble de la tarifa normal antes de ponerse en marcha.

Cuando llegamos a la casa, me encontré con un


edificio alto e imponente, que habría conocido épocas
mejores; ahora había sido dividido en departamentos.
El portero asomó la cabeza al verme pasar pero no me
detuvo. Al llegar al primer piso, golpée
nerviosamente la puerta. Sentía que mi valentía
estaba a punto de desaparecer pero ya era demasiado
tarde. Tenía que seguir adelante. Si Lucien se negaba
a ayudarme, siempre podría volver al hotel, me dije.
Un mayordomo de cierta edad me abrió la puerta:

—Lo siento mucho, señorita, pero el señor marqués


no está en casa —respondió a mi ansiosa pregunta.

~ 88 ~
Me quedé mirándole; pensé que tal vez me habría
equivocado de dirección o llamado a otra puerta;
como si el hombre hubiera adivinado mi desilusión,
añadió con una débil sonrisa:

—El señor Lucien no tardará en volver. ¿Quiere pasar


y esperarle?

Suspirando aliviada, respondí:

— ¿Podría esperarle? Se trata de algo muy


importante.

Se hizo a un lado para dejarme pasar, tomó el


envoltorio que llevaba en las manos con cortesía y me
acompañó a lo que parecía ser la biblioteca. Mientras
encendía las velas, note que la habitación todavía
mostraba huellas de serios daños. A pesar de los
cuidadosos zurcidos, en las paredes recubiertas de
brocado todavía se notaban las rajas y roturas. Las
altas bibliotecas habían sido golpeadas con hachas;
pero, a pesar de todo, el ambiente retenía aún una
atmósfera aristocrática y digna.

— ¿Desea tomar café, señorita?

—No, gracias —repuse, meneando la cabeza.


Tampoco me había detenido a tomar nada en el hotel;
~ 89 ~
pero sabía que mis nervios no me permitirían tragar
nada. Esperé menos de media hora pero me pareció
una eternidad. Era una noche tibia. Me saqué la capa
y comencé a recorrer el salón, tomando cada objeto
de adorno y volviéndolo a colocar en su lugar. Sobre
el hogar había un retrato. Había sido desgarrado de
arriba a abajo; alguien lo había reparado
cuidadosamente y el rostro pálido y orgulloso de
cabello canoso que miraba severo desde el maltrecho
marco, se parecía al de Lucien. Me pregunté si sería
su padre. En la habitación había pocos muebles; junto
a una pared, un escritorio sobre el que se veía un
montón de papeles. Al pasar junto a él, voló uno de
ellos y me agaché a levantarlo. No era mi intención
leerlo pero no pude evitar fijarme en las últimas
líneas y la firma. "£7 tiempo se hace tan iargo sin t í .
Vuelve pronto Lucien. Vuelve a tu Nicoie que te ama".

Todavía lo tenía en mi mano cuando oí su voz


proveniente de la entrada. Le decía algo al
mayordomo.

Puse rápidamente el papel en su lugar y me volví


para verlo entrar.

— ÍEmma! ... ¿Qué hace aquí? —exclamó—.


Pensé que usted y su padre ya se habrían ido de
Francia.
~ 90 ~
—No; verá... no habíamos pensado... nadie pensó que
todo se precipitaría así...— La ansiedad me oprimió la
garganta y no pude proseguir.

Se acercó a mí y me cogió las manos.

—No se desespere. Venga y siéntese. Cuénteme qué


le sucedió.— Me acompañó hasta el sofá y se sentó a
mi lado.

— Lo siento mucho... Creo que he sido una


tonta. -Con mucho esfuerzo logré sobreponerme y
prosegu/—: Todo comenzó hoy al mediod ía. Parece
que Inglaterra rompió el tratado. Nos han tomado
prisioneros. Seguramente usted sabrá más al respecto
que yo.

—Sí; efectivamente. Vuestro embajador ya se aleja de


París. Sólo es cuestión de tiempo antes de que se
declare la guerra; pero aún no comprendo...

Me resultaba difícil decirlo; bajé la vista hacia mis


manos entrelazadas.

—Mi padre huyó. No sé cómo hizo para escaparse del


hotel pero lo logró. Se ha ido.

— ¿Está segura?
~ 91 ~
— ¡Oh! Sí... Me dejó una nota.

— ¿La dejó aquí sola? No es posible... ¿Cómo


podría hacer una cosa así? —dijo incrédulo.

—Tenía sus motivos; motivos importantes. No puedo


explicárselos pero debe creerme. Debía volver a
Inglaterra y no podía llevarme con él.

Me miró fijo durante un instante y luego me dijo a


bocajarro:

— ¿Quiere decir que es un espía?

Miré hacia otro lado, tratando de evitar su mirada;


entonces me di cuenta de qué poco conocía a Lucien.
Podría estar traicionando a mi padre. Creo que se dió
cuenta de mis dudas. Puso su mano sobre la mía.

—No tema. ¿Cree que sería capaz de hacer algo que


pudiera hacerles daño a cualquiera de los dos?
Correrá bastantes riesgos tal como están las cosas.-
Sus palabras parecían un eco a mis pensamientos y
un escalofrío me recorrió la espalda. Sus dedos
oprimieron suavemente los míos—. ¿Por qué recurrió
a mí?

~ 92 ~
Sólo entonces alcancé a captar la magnitud de lo que
le había pedido.

• - Pensé que podría ayudarme a salir de Francia,


—contesté entrecortadamente—. Dijo que conocía al
capitán de un buque. Debe haber alguna forma de
abandonar el país. No puedo permanecer aquí; no
puedo. Debe comprenderme. Si lo hiciera, tal vez no
volvería a ver a mí padre jamás.

— ¿Y eso representa todo para usted? ¿Más aún


que su propia seguridad?

— ¡Sí! ... sí. Así es.

—Ya comprendo.— Me miró un instante y luego se


levantó bruscamente y se alejó—. Usted no tiene idea
de lo que me pide. ¿Por qué habría de tenerla? Soy la
última persona que podría ayudarla.

—Pero ¿Por qué? Yo creía...

Se dió la vuelta y me enfrentó.

—Yo también estoy en la lista de los sospechosos...

¡Oh! Por diversos motivos que no vienen al caso. Y


usted posee pasaporte inglés. ¿Cómo podría sacarla
~ 93 ~
de contrabando de Francia si todos los puertos, todos
los buques y todos los capitanes están alertados para
detectar a quien intente una maniobra semejante?
¡Por amor de Dios! ... Bonaparte es ¡nfernalmente
eficiente y está enfurecido. Nada lo detendrá hasta
obtener sus propios fines.

- Lo siento muchísimo. Ahora comprendo que


no debería haber venido. Volveré al hotel. No
importa. Me arreglaré de alguna manera. Siempre
puedo recurrir a Víctor.

- iAhI sí; el bueno de Víctor que quiere casarse


con usted.

Hice un gesto que parecía una sonrisa y me puse de


pie decididamente. Pero el largo día y la falta de
alimento se hicieron sentir. Sentí un vahído y me
sostuve en el respaldo de una silla para no caer.

—No; no se vaya —dijo suavemente Luden-. Parece


exhausta. Joseph nos traerá café y algo para comer.
Ambos lo necesitamos. No será mucho; no suelo
comer aquí pero traerá alguna cosa y mientras
comamos, podremos pensar.

Salió de la habitación y después de varios minutos,


volvió sonriendo.
~ 94 ~
- Joseph nunca me falla. No tardará mucho.

Mientras esperábamos el café, Lucien trajo un


botellón de vino de la mesa y sirvió dos copas. Bebí
agradecida, sintiendo que mis tensiones se aflojaban
por primera vez en el día; desde que encontré la nota
de mi padre, mi mundo se desmoronó. Lucien estaba
de pie, de espaldas al hogar y la copa en la mano. El
parecido entre su rostro y el del retrato era
asombroso.

—El mayordomo se refirió a usted como "el señor


marqués" —dije tímidamente—. Pensé que me había
equivocado de casa.

—Los títulos nobiliarios pasaron de moda el mismo


día en que la turba desatada penetró en esta casa y la
destruyó casi por completo, con todo su contenido
-repuso secamente Luden-, Pero Joseph es de la
escuela antigua. Para él pasé automáticamente a ser el
señor marqués, después de que mi padre fuera
asesinado y no puedo convencerlo de lo contrario.
Este último año, Bonaparte condescendió a
permitirme alquilar tres habitaciones en la que fuera
la mansión de mi padre. Creo que aún poseo otro
castillo incendiado sobre la costa de Bretaña. Pero esa
es la suma de mi herencia. Señor marqués de la Nada
serfa un título más apropiado para mí.
~ 95 ~
—Cuánto lo siento...

—No debe preocuparle. Hace mucho que aprendí a


hacerme a la idea. Hay otros que han sufrido mucho
más.

Joseph trajo café, queso y galletas y un poco de fruta.


Cuando comencé a comer me di cuenta del apetito
feroz que tenía. Luden dijo, pensativo:

—Se me ha ocurrido una idea: no sé si saldrá bien


pero creo que vale la pena probar. ¿Cree que podría
aparentar ser una institutriz?

— ¿Institutriz? Pero... nunca le enseñé a nadie...

—Eso no tiene mucha importancia. Habla tan bien el


francés que tal vez podríamos logralo — Le miré,
esperando que prosiguiera, y depositó su pocilio de
café sobre la mesa—. Escuche: Ya le conté que tengo
un hermano pequeño. Mi madre se preocupa porque
en el estado en que están las cosas, Louis se está
criando medio salvaje y sin la educación que ella
desearía darle. Ella trata de enseñarle, pero la vida en
Villeroy no es fácil. Cuando vine a París, me pidió
que me pusiera en contacto con la hija de una vieja
amiga, alguien que, como nosotros, ha tenido que
buscar un nuevo medio de subsistencia en estos
~ 96 ~
últimos años. Cuando la encontré me dijo que no
podría ir, que su madre está enferma y no quiere
abandonarla. ¿Qué le parece si fuera usted en su
lugar?

—Pero no comprendo de qué serviría...

—Villeroy no está muy lejos de Marsella. Mi


padrastro tiene muchas relaciones comerciales allí.
Posee viñedos, olivares y ganado de lidia. Estoy casi
seguro de que en poco tiempo, tal vez unas semanas
si tenemos suerte, podríamos obtener un pasaje en un
barco que la llevara a España y de allí no le sería
difícil volver a Inglaterra. ¿Qué le parece? Tal vez no
sea la solución ideal pero es lo mejor que se me
ocurre.

—Pero... ¿y su familia? ¿Que dirán?... -dije, dudando.

— No tendremos que contárselo a todos; solamente a


mi madre. Ella sabrá que no es la señorita Rainier.

—Pero, soy extranjera... podría causarles problemas.

—Yo cargaré con la culpa en ese caso; pero no pasará


nada. Y aunque sucediera, mi padrastro tiene una
sólida posición. Hasta ahora ni la revolución, ni los
peores momentos de Robespierre, ni siquiera
~ 97 ~
Bonaparte mismo han logrado arrancarle de su suelo
natal; y creo que nadie lo logrará.— Su voz tenía una
rara inflexión: no podría decir si era desprecio o
envidia.

Dudé un momento: volver al hotel, representaba a


Víctor, encierro, restricciones, todo lo que más
odiaba. Si eligiera el otro camino, enfrentaría el
peligro de lo desconocido; pero eso ya lo había
aceptado al recurrir a Luden. A pesar de que no había
tratado de persuadirme con mucho entusiasmo, me
pareció sentir nuevamente entre nosotros un vínculo
tenue e intangible pero que indudablemente existía y
que me impulsaba a seguir adelante. Tal vez tenía yo
de mi padre más de lo que pensaba; algo de ese
espíritu con el que emprendía una nueva aventurado
con el que se acercaba a una mesa de juego. Como
había dicho una vez: "poner toda su fortuna en juego;
para perder o ganar en una sola mano".

—Cometeré errores —dije, dudando aún—. Nunca


tuve hermanos y no sé nada de niños...

—Creo que tampoco la señorita Rainier sabe nada.


Nadie esperará maravillas de usted. Y si Louis no se
comporta correctamente, recurra a mí; yo me
encargaré de castigarle en su nombre —dijo,
sonriendo.
~ 98 ~
-Por supuesto que no le pegará —repuse,
indignada—. Castigar a un niño de siete años... es
realmente monstruoso.

—Tal vez cambie de opinión si Louis le pone una


lagartija dentro de la cama, como ya hizo con Nicole.

-'¿Se enfadó mucho?

—Estaba furiosa. Se quejó a su padre y el pobre Louis


tuvo que dormir boca abajo durante una semana.

Inmediatamente comencé a odiar a Nicole.

— ¡Qué castigo bestial para una broma infantil!


...

Luden se rió.

—¿Ve? Ya está de su parte. Está defendiendo a un


alumno que ni siquiera conoce.

Me reí con él. La discusión había terminado.

—Es muy amable de su parte.

— ¿Vendrá entonces?

-Sí.
~ 99 ~
— Bien. En ese caso será mejor que pase la noche
aquí —añadió Luden—. Joseph le preparará una
habitación; podrá usar la mía. De cualquier modo,
estaré fuera la mayor parte de la noche. Tengo
muchas cosas que hacer si es que debemos salir
mañana por la mañana, como me temo que tendrá
que ser.

- Fue un alivio inmenso dejar todo en manos de


Lucien. Había vivido sobre el filo de la navaja desde
aquella noche en que mi padre había sido golpeado
brutalmente. Parecía extraño en estas circunstancias,
pero al entrar en la cama y sentir el roce de las frescas
sábanas de hilo, en ese dormitorio pequeño y austero,
perdí todo el temor y la ansiedad. No me desperté
hasta que Joseph golpeó la puerta a la seis de la
mañana y me avisó que estaba todo listo y que Lucien
me esperaba para desayunar con él.

No tengo ¡dea de cómo lo logró; pero tenía


documentos a nombre de Emma Louise Rainier. Me
pareció genial aue hubiera empleado mi propio
nombre'de pila.

—Es mucho más fácil no parecer sorprendido cuando


hay un toque familiar —explicó Lucien con una
sonrisa. Habían alquilado un cabriolé para el viaje y
mi equipaje ya estaba sobre el techo.
~ 100 ~
— ¿Pero cómo hizo para conseguirlo?
—exclamé asombrada.

— Resultó sumamente sencillo. La filie de


chambre... ¿cómo es su nombre? Marie, eso es... Cree
que nos fugamos —contestó Lucien con picardía en
sus ojos oscuros-. Estaba tan encantada de poder
tomar parte en una aventura tan romántica, que se
allanó a hacer cualquier cosa por un beso y un poco
de dinero para comprarse alguna chuchería.- Dejó de
hablar y se dedicó a ajustar la última correa sobre mi
baúl—. También me contó algo de lo que está
pasando. Probablemente todos los extranjeros del
hotel serán enviados a Verdún.

— ¿Eso es muy malo?

Lucien se encogió de hombros.

-¿Quién sabe? Perder la libertad nunca resulta


agradable.

— Pobre Víctor...

Lucien volvió su mirada hacia mí rápidamente.

—Se ha producido un alboroto considerable por la


desaparición del lord inglés y su hija. La policía ha
~ 101 ~
interrogado intensivamente al señor Jarret pero éste
no pudo añadir nada a lo ya sabido. Ahora están
organizando una búsqueda, especialmente por James
Tremayne que, según parece, tiene una notable
reputación por más de un motivo.

Adiviné que Lucien trataba de restarle importancia a


lo que decía y me asusté. Puse mi mano en su brazo:

—No lo han atrapado ¿verdad?

—No; todavía no. El consenso popular,


especialmente entre el personal de servicio, le
adjudica la habilidad sobrenatural de desaparecer
como el demonio mismo. Pero no ocurre lo mismo
con su hija y es por eso que debemos abandonar París
cuanto antes, tratando que se entere la menor
cantidad posible de gente.

Todavía no eran las siete y el carruaje arrastrado por


cuatro caballos ya estaba en marcha rumbo al Sur. El
postillón iba armado y Lucien y Joseph cabalgaban a
ambos lados, llevando en sus monturas sendas
pistolas. Al llegar al limite de la ciudad, el guardia
examinó nuestros papeles y luego miró por la
ventanilla, estudiándome bien de cerca. Su sucia
mano tomó mi rostro e hizo que le mirara. Este era el
momento crucial y aguardé sin respirar. Luego las
~ 102 ~
groseras facciones del soldado se abrieron en una
sonrisa.

—Una institutriz, ¿eh? —repitió. Luego miró a Luden


y le guiñó un ojo-. Bueno... Tal vez yo la llamara de
otra forma... Buena suerte, ciudadano.

Entonces remidamos la marcha, dando tumbos por el


camino hacia Lyon.

~ 103 ~
5

Viajábamos con rapidez. Entre postas, Lucien


apuraba a los caballos al máximo. Iniciábamos viaje al
amanecer y algunas veces proseguíamos hasta
entrada la noche. Para mí era una especie de
pesadilla, sacudiéndome sobre los caminos
desiguales, comidas apuradas y con frecuencia, sólo
unas pocas horas de sueño intranquilo en alguna
cama dura. Dormía envuelta en mi salto de cama
para protegerme de las sábanas sucias... o algo peor
aún. Lucien se comportaba con escrupulosa cortesía y
trataba lo mejor que podía que yo estuviera cómoda.
Casi no hablaba y comencé a pensar si no estaría
arrepentido del generoso impulso que le había
llevado a hacerse cargo de mí.

En una de las paradas, oí historias espeluznantes


contadas por otros viajeros y sus aterradoras
experiencias en los caminos. Decían que estaban
infestados de bandas de ladrones. "Es una lástima
que este general Bonaparte no se dedique a arrestar a
estos malditos bandidos en lugar de amenazar con
invadir Inglaterra", decía airadamente un caballero
que había sido despojado de todas sus pertenencias,
obligado a descender del coche y luego caminar
penosamente quince millas bajo la lluvia y el barro,
hasta la población más cercana. Otro narraba que le
~ 104 ~
habían disparado a quemarropa; los caballos se
espantaron y sólo se salvó gracias a la habilidad y
sentido común de su cochero.

Afortunadamente, nada de esto nos sucedió a


nosotros. Hasta la noche antes de llegar. Lucien había
planeado pasar la noche en Avignon ya que desde
allí, faltaba sólo un corto trecho hasta Villeroy. A
medida que avanzábamos hacia el Sur, el calor iba en
aumento. Durante el día, el sol recalentaba el coche y
resultaba insoportable. Atravesábamos al galope
pueblos grises y decadentes. A la distancia, alcanzaba
a divisar los picos de algunas montañas, con castillos
asentados peligrosamente sobre ellos, tan altos que
parecía que sólo los pájaros pudieran habitarlos.

Me sentía totalmente aislada en un mundo increíble;


cada poco sentía una aguda necesidad por conocer la
suerte de mi padre. Esta última noche habíamos
viajado a lo largo del Ródano. El río corría con
tremendo ímpetu formando remolinos alrededor de
islas cubiertas de vegetación. En sus orillas crecían
altos álamos y sus troncos blanquecinos semejaban
fantasmas en la oscuridad. El aire fresco que soplaba
sobre mi rostro era un intenso alivio para mi fatiga.
Una montaña aislada, color ciruela, se erguía contra
el rosado cielo del atardecer; el calor del día había

~ 105 ~
hecho que se formara una ligera neblina que subía del
río y flotaba en bancos a lo largo del camino.

El camino estaba en tan malas condiciones que no nos


permitía viajar tan ligero como hubiera querido
Luden. Ya era completamente de noche y aún nos
faltaba un trecho para llegar a Avignon. Estaba
recostada contra el respaldo del coche, medio
dormida y con la espalda dolorida a causa de las
sacudidas, cuando noté que el carruaje se detenía
bruscamente. Oí un disparo; luego otro. Alguien
gritaba y espiando entre las cortinillas alcancé a
divisar las sombras de unos jinetes que rodeaban el
coche. ¿Qué habría sucedido? ¿Dónde estaría Joseph?
Alguien echó pie a tierra. Ya había puesto su mano
sobre el picaporte de la puerta cuando alcancé a ver a
Luden. Cogió al hombre por los hombros y lo hizo
girar hacia él. Se oyó una exclamación, luego una
risotada y un silencio total.

Todavía alcanzaba a entrever en medio de la niebla


algunos jinetes inmóviles; mi primera ¡dea fue que la
policía secreta de Bonaparte había descubierto mi
paradero y ahora estarían interrogando a Luden.
Esperé temblando. El silencio estaba impregnado de
misterio. Por fin no pude soportar más. Abrí la puerta
del carruaje y como nadie me detuvo, descendí. Vi a
Lucien un poco más allá, de pie junto a los caballos,
~ 106 ~
conversando con un hombre que ocultaba sus
facciones bajo una capa oscura. Me aproximé unos
pocos pasos más y al hacerlo, una ráfaga de viento
despejó en parte la niebla y la titilante luz del coche
iluminó el rostro del desconocido. Echó la cabeza
hacia atrás y soltó una risotada.

-El mismo camino... la misma hora... ¿Cómo


demonios quieres que supiera que no era el carruaje
que buscábamos?

La capa se había caído de sus hombros y podría haber


jurado que ese rostro temerario, el bigote oscuro y los
blancos dientes eran los mismos del hombre que
había traído mi perro entre sus brazos en el
acantilado de Trevira. Luego Lucien se movió,
apartándolo de la luz.

-Lo único que te pido es que no te inmiscuyas


-replicó-. Deja tranquilo a Villeroy. ¿No te parece que
mi madre ha padecido suficiente ya?

Hablaban en voz baja y no alcanzaba a percibir todo


lo que se decía. Repentinamente el desconocido elevó
la voz.

-¿Qué sucede en París, muchacho? ¿Te has olvidado


del motivo de la muerte de tu padre?
~ 107 ~
-¡Maldito seas! ... Deja a mi padre en paz -Lucien le
dio una bofetada en pleno rostro.

— ¡Dios mío...! Si alguna otra persona se hubiera


atrevido a hacer algo así...

—Me imagino que lo hubieras abierto de arriba a


abajo —contestó Lucien con un tono de desprecio-.
Ya sabes adonde tienes que ir. ¿piensas seguir
discutiendo plantado aquí toda la noche?

El desconocido lo miró intensamente durante unos


segundos, luego montó en su cabalgadura y partió al
galope; el resto de los jinetes se perdió tras él dentro
de la niebla.

Lucien quedó inmóvil un instante; al darse vuelta,


noté su rostro lívido y tenso bajo la tenue luz. Su
expresión se transformó en ira al verme:

— ¿Qué está haciendo ahí? Debería haber


permanecido dentro del carruaje.

-No pude. Tenía miedo. Quería saber qué pasaba.


¿Qué quería ese hombre?

—Nada. Todo fue un error. Se equivocaron de


camino; eso es todo.
~ 108 ~
¿Equivocaron el camino? Pero él parecía conocerlo.
Le oí decir...

No importa lo que oyó decir. Haga el favor de volver


al coche; es muy tarde ya.

La posada en Avignon estaba repleta. Con gran


dificultad Luden consiguió una habitación para mí.
Me alcanzó mi maletín de mano y un criado me
acompañó con una vela por una estrecha escalera de
dos pisos que conducía a una habitación en el desván.
Era un ambiente grande, con una enorme cama, una
silla y prácticamente nada más. Agradecida de poder
hacerlo finalmente, me saqué el traje, empapado de
sudor y en enagua comencé a refrescar mi rostro con
la helada agua de la jofaina. Acababa de tomar la
toalla en mis manos, cuando la puerta se abrió con
estrépito. Azorada vi a un hombre, de pie bajo el
marco; un hombre enorme de rostro redondo y
colorado, grande casi como un jamón, un mechón de
cabello rubio sobre la frente y una amplia sonrisa. Me
miró de manera amistosa y luego, ante mi horror,
penetró en la habitación y tiró sobre la cama un
envoltorio.

—Parece que nos tocará compartir la habitación, ma


petite. ¿De qué lado prefieres dormir? ¿Derecho o
izquierdo, eh?
~ 109 ~
En cuanto logré reponerme de la primera impresión,
tomé un chai y lo eché sobre mis hombros desnudos.
Luego, con toda la firmeza que pude, le dije:

—Me parece que debe haber una equivocación. Esta


es una habitación privada, señor. ¿Sería tan amable
de retirarse inmediatamente?

— ¡Oh!... vamos, señorita —prosiguió el hombrón,


impertérrito—. La posada está completa. No quisiera
que tuviera que dormir en el establo, ¿verdad?
Además, tal vez podríamos pasar un rato agradable
en mutua compañía... ¿Qué le parece, eh? .— Me
guiñó ostentosamente un ojo y se sentó alegremente
en la cama.

El entrenamiento que me había ofrecido la vida con


mi padre impidió que me pusiera a gritar, pidiendo
ayuda. Estaba furiosa pero, al mismo tiempo,
divertida. Era evidente que me había confundido con
la criada que sin duda ocupaba generalmente esta
habitación.

— ¿Podría hacerme el favor de retirarse?


—insistí—. Si no lo hace, me veré obligada a llamar al
señor de Fontenay.

~ 110 ~
— ¿A quién?... - Se puso de pie, con el rostro
consternado y la boca abierta—. ¿No será el señor
marqués?

Ya había colmado mi paciencia y me dirigí hacia la


puerta con la intención de llamar al dueño de la
posada para que hiciera marchar de allí a mi. torpe
visitante. Por fortuna, antes de poder llamarlo, vi a
Luden que subía por la escalera. Fui a su encuentro.

-Por favor Luden; venga. Hay un hombre en mi


habitación. No puedo convencerlo de que se vaya.

— ¡Un hombre! —exclamó. Avanzó


resueltamente hacia la puerta y se detuvo en seco—:
¡Mouton! ... —rugió—. ¿Qué diablos estás haciendo
aquí arriba? ¡Márchate! ... Márchate inmediatamente,
hombre...

— Lo siento mucho, señor Luden —murmuró


alicaído el hombrón—. El posadero me dijo... ¿Cómo
podría haber adivinado que la señorita estaba bajo
vuestra protección?

— ¡Bien! ... Ahora ya lo sabes. ¡Cabezón! ...


¡Nunca tuviste mucho más cerebro que un ratón!
Vete a los establos. Vete y llévate tus cosas.—
Mientras salía por la puerta, murmurando una
~ 111 ~
disculpa, Luden le tiró el bulto y luego se volvió hacia
mí—. Lo siento muchísimo, Emma. Mouton es algo
idiota pero no quiso hacerle daño.

— ¿Lo conoce?

—Trabaja para mi padrastro. Es uno de los gardiens,


los peones que se ocupan de los caballos y los toros
en la Camargue. Debe haber venido hasta aquí' por
algún encargo de la granja...

—Y el posadero le dió a entender que podría


compartir el dormitorio de las sirvientas...

—Parece que así fue.

— ¡Dios mío! ... es realmente divertido.

Comencé a reírme tontamente, más por alivio de la


tensión que por otro motivo hasta que recordé que
estaba medio desvestida.

El rubor cubrió mis mejillas y cerré con más fuerza el


chai sobre mis hombros desnudos.

Noté sobre mí la mirada de Lucien.

~ 112 ~
-Nunca conocí una chica como usted. Días y días de
fatigoso viaje, ahora esto y aún es capaz de reír.

Miré hacia otro lado.

-Pensará que soy muy atrevida...

—No... se equivoca...

—Mi padre me enseñó a bastarme a mí misma


—proseguí, desafiante—. Detesta a las mujeres que
gritan o se desmayan.

—¿De veras? Ojalá lo hubiera llegado a conocer más a


fondo. Hubiéramos tenido muchas cosas en común.
Venía a preguntarle si quería que le sirvieran su
comida aquí.

-Oh, sí, por favor... y Lucien...

— ¿Sí? —se detuvo en la puerta.

— Lucien, ¿no querría... no querría


acompañarme?

Dudó un instante.

—Si así lo quiere... solamente que...

~ 113 ~
— ¡Oh, bendito sea Dios! —lo interrumpí
impaciente—. Hemos estado viajando juntos durante
cuatro días; con seguridad no tendrá nada de malo
que compartamos nuestra cena.

—Muy bien; si así lo desea —repuso obstinado—. Iré


a ordenar que la preparen.

Una vez que se marchó, volví a ponerme el vestido,


humedecí mi cabello con el peine, rocié un poco de
esencia de lavanda en el pañuelo y me sentí revivir
por primera vez desde que dejáramos París.

Lucien volvió con un par de criados que traían la


comida; no sé si debido al episodio que acabábamos
de vivir o tal vez porque viera aproximarse el fin del
azaroso viaje, parecía haber cambiado su actitud por
completo. La tensión parecía haberlo abandonado.
Conversábamos animadamente como lo habíamos
hecho en Versailles y, después de un momento, pensé
que podría formularle una pregunta que daba vueltas
en mi mente.

— Lucien... Ese hombre de anoche. El que nos


detuvo en el camino... ¿Era Pierre?

— ¿Pierre?

~ 114 ~
-Recuerda... aquel hombre del que me habló... aquél
amigo que navegaba con usted.

Lucien mantuvo la mirada baja.

—Sí; efectivamente así es.

-¿Qué es lo que quería en realidad?

—Ya le expliqué. Habían equivocado el camino.

No concordaba con lo que yo imaginaba, pero no


quise presionarle más ahora. Luego cambió de tema
cuidadosamente.

— He estado pensando, Emma. Ya que Mouton


está aquí, le diré que haga mandar unos caballos de la
granja. Despacharemos el carruaje y seguiremos
hasta Villeroy cabalgando. ¿Le agradaría?

— ¡Oh! ... ¡sí! ... Me encantaría. Estoy tan


cansada de las sacudidas. Es como viajar en un potro
de los tormentos. No sabe cuánto he envididado a
Joseph y a usted.

Sonrió.

~ 115 ~
—No llegarán hasta la tarde. Aprovecharé para
mostrarle Avignon por la mañana y nos
marcharemos cuando haya pasado la hora de más
calor.

Cuando trajeron el café, era espeso como barro y


tenía un gusto horrible. Lucien lo apartó y sirvió otra
copa del agradable vino tinto del lugar. La habitación
estaba a oscuras, iluminada apenas por la tenue luz
de las velas. El cansancio, unido a la comida y el vino,
estaba comenzando a hacerse notar. Me sentía feliz y
despreocupada.

— Lucien, ¿por qué no me cuenta algo acerca de


su padre?

— ¿Mi padre?

— ¿No le parece que tendría que conocer algo


más de la vida familiar para poder desempeñar
correctamente mi papel? Con seguridad la señorita
Rainier sabría mucho más que yo.

—No creo que supiera mucho. No recuerdo haber


visto a los Rainier con mucha frecuencia. ¿Qué es lo
que quiere saber?

~ 116 ~
— ¿Por qué Bonaparte habló como lo hizo
aquella noche en las Tullerías? ... O tal vez prefiera no
hablar acerca de eso.

—No; no me importa. Han pasado muchos años. —


Lucien se recostó hacia atrás en su asiento,
jugueteando con el pie de su copa de vino y sin
mirarme-. Mi padre fue un patriota —dijo, de
improviso—. Para él, Francia significaba más que
cualquier otra cosa en el mundo; más aún que mi
madre o que yo. De joven no solía concurrir
asiduamente a Versailles. Tenía ideas liberales. Era de
los que creían que, llegado el momento, el Rey
comprendería y que sería posible encontrar un
término medio con más libertad para todos. Sabía que
tendría que sobrevenir un cambio. Pero cuando
estalló la Revolución, no huyó como tantos de sus
amigos. Permaneció tranquilamente en su propiedad,
esperando que Francia recobrara su cordura.
Fontenay está situado en Bretaña; no lejos de Brest.
La casa está algo más adentro de la costa. Pero hay
enormes acantilados, constantemente batidos por las
olas. Siempre hay viento, graznidos de gaviotas y el
fresco y salobre olor del mar.

— Como en Trevira.

~ 117 ~
—Sí; como en Trevira. Cuando la encontré aquél día
recordaba mi niñez.

— ¿Qué pasó luego?

—Después de la muerte del rey, mi padre encabezó


un grupo de monárquicos en Bretaña. En ese
entonces eran muchos los que luchaban contra la
nueva república, por reinstaurar al pequeño Delfín
prisionero en el Temple y que había pasado a ser Luis
XVII. Dirigía las opera ciones desde el castillo y
durante un tiempo tuvieron bastante éxito. Pero no
podía durar. Una noche vinieron soldados de la
Guardia Nacional, junto a un gran grupo de gente de
toda laya: campesinos, gente de pueblos vecinos
dispuestos al robo y al pillaje y que no vacilarían en
asesinar para lograr sus fines. Mi padre siempre
había sido severo pero no explotaba a la gente que
trabajaba para él. Pero siempre hay resentidos, por un
motivo u otro. No pudimos enfrentarlos, eran
demasiados. Rompieron los portones e invadieron los
jardines. Destrozaron las ventanas y penetraron en el
castillo. Una vez que sacaron todo lo que pudieron
llevarse, arrojaron dentro de él las antorchas
encendidas. Acumularon pasto seco en las cercanías y
en poco tiempo, toda la casa ardía como una tea.
Logramos escapar gracias a la lealtad de nuestros
criados. Joseph era uno de ellos, Mouton también. Era
~ 118 ~
el encargado de los establos.— Luden levantó la vista
de su plato y me miró sonriendo—: Mouton es sólo
un sobrenombre que nosotros le pusimos; en realidad
se llama Jean- Baptiste, pero nosotros le decíamos
"Cabeza de Carnero". No sabe leer ni escribir y es
algo retrasado. Pero posee un don especial para tratar
a los caballos. Recuerdo cómo lloraba porque no
logró sacar a las pobres bestias antes de que las
alcanzara el fuego. Entre él y Joseph nos pusieron a
salvo.

— ¿Cuántos años tenía entonces, Lucien?

—Catorce. Estaba en un colegio en París pero había


sido disuelto el año anterior y me mandaron de
vuelta a casa. Fue una tremenda odisea,
especialmente para mi madre. En muchas
oportunidades nos salvamos por escasísimo margen,
pero logramos atravesar Francia y llegar a Lyon. Y
luego vinimos hacia el Sur. Mouton tenía parientes
cerca de Arles. Eran unos campesinos humildes, pero
fueron muy buenos con nosotros. Nos alojaron y nos
atendieron lo mejor que pudieron. Por entonces, mi
padre era una codiciada presa pero aún se negaba a
abandonar Francia, a pesar de que mi madre le
rogaba de rodillas que lo hiciera.

~ 119 ~
-"Puede acaso un hombre llevar la tierra de su patria
en sus pies" —repetí suavemente.

— ¿Quién dijo eso?

—Danton cuando le aconsejaron que huyera antes de


arrestarlo. Me lo contó mi padre. Hay diferentes
maneras de amar a la propia patria.

—Tal vez. A pesar de que él se negó a marcharse,


hizo que yo me fuera. Uno de sus amigos huía hacia
Suiza. Contra mi voluntad, me envió con él. Fue un
infierno. Durante dos años viví en Ginebra, entre
emigrados que constantemente se quejaban de su
triste suerte pero sin tratar de hacer nada al respecto.
Mientras tanto, a mí me consumía la preocupación
por el destino de mis padres. Por fin, no pude
soportar más. Tenía dieciséis años y me escapé del
colegio. Volví a Francia como pude. Tuve muchas
dificultades para encontrar a mis padres. Vivían en
una humilde vivienda, en la mayor miseria. Mi
madre tenía que ocuparse de todo: limpiar, lavar,
cocinar, como una campesina. Recuerdo cómo me
enfurecía el hecho de que mi padre no se diera cuenta
del daño que le hacía. El encabezaba una banda de
terroristas, que se debatía en una lucha sin
esperanzas para volver a conseguir que Francia fuera
la de antes y manteniendo su lealtad a un rey que ya
~ 120 ~
había muerto. Se llamaban a sí mismos "Los
Cabelleros de Foi". Ya había pasado lo peor de la
época del Terror. Robespierre había seguido igual
camino que sus víctimas. Había grandes esperanzas
de una contrarrevolución. La Armada Inglesa había
estado en Tolón. Los ingleses los proveían de oro,
armas y munición.

— ¿Los ingleses?

—Sí; uno de ellos pertenecía a la banda.

Seguramente habría más de un inglés luchando


contra los monárquicos. No tenía por qué ser
necesariamente mi padre; pero noté, que se
aceleraban los latidos de mi corazón.

— ¿No sabe quién era?

—No; nadie lo sabía. Así era más seguro. Se conocían


entre sí mediante nombres supuestos. Ni siquiera mi
madre conocía a los integrantes de la banda y mi
padre^no me permitió unirme a ellos, a pesar de mis
ruegos. "Es demasiado peligroso, decía, cuando
Francia vuelva a ser la de antes, tendrá que haber
todavía un Fontenay. Por eso lucho. No podemos
dejar que nos maten a los dos".

~ 121 ~
—Debe haber sido muy valiente.

— Lo era. Sabía que sólo era cuestión de tiempo


para él; pero eso no le detuvo. Fue Bonaparte el que
terminó con sus esperanzas. Cuando la República
comenzó a desmoronarse, él la salvó. Echó a los
ingleses de Tolón y llegó victorioso a París, uniendo a
todos tras de sí. Cuando vino hacia el Sur, a Niza,
antes de penetrar con su ejército en Italia, los rebeldes
habían planeado asesinarlo.

Yo escuchaba casi sin respirar.

— ¿Así que eso es lo que quiso decirle cuando


le habló en las Tullerías? ¿Pero su padre no logró su
objetivo?

—No. Bonaparte fue más inteligente que ellos.


También tenía sus espías. Esa noche había doblado la
guardia. Pelearon como demonios pero todo fue
inútil. Capturaron a tres de ellos; al inglés y otros dos.
Mi padre y el resto de la banda huyeron a un
escondite secreto; una cueva en las montañas.

-Entonces, si logró escapar, ¿por qué le mataron?

Luden levantó la cabeza y sus ojos brillaron a la


vacilante luz de las velas. Comprendí que ahí residía
~ 122 ~
el meollo de la historia. Esto era lo que le había
atormentado y seguía haciéndolo.

—Nadie sabía donde quedaba el escondite, con


excepción de los miembros de la banda —dijo
lentamente—. Todos los que quedaban con vida
estaban reunidos allí; no obstante, alguien los
traicionó. Dos días después, cayeron sobre ellos y se
los llevaron a todos, mi padre incluido; ios torturaron
brutalmente y luego los fusilaron.

— ¿Quién los traicionó?

—No lo sé. Nadie lo sabe. Nunca conocí a ninguno de


ellos; nunca les vi la cara. En eso residía su fuerza; en
el hecho de que nadie supiera quiénes eran. Durante
el día se ocupaban de diversas tareas, escondiendo
sus armas en algún lugar cercano y sólo se reunían de
noche. A pesar del tiempo transcurrido, daría gustoso
diez años de mi vida para saber quién fue el traidor,
para estar seguro...

Golpeó la mesa con su puño con una violencia que


jamás hubiera esperado en él.

—Se trata de una deuda de honor; una deuda que


tengo con mi padre; encontrar al hombre que lo envió
a morir...
~ 123 ~
— ¿Qué haría entonces?

—Dios sólo sabe... destruirlo, matarlo... ¿cómo podría


decirle? —Guardó silencio durante un momento y
luego aflojó su tensión. Volvió a recostarse en su
asiento—. Debe pensar que estoy loco por mi forma
de hablar —Esforzó una mueca que se asemejaba a
una sonrisa—. Es extraño; pero creo que nunca se lo
he contado a nadie... ni siquiera a mi madre.

—Me alegro de que así sea... si le sirve de alivio.

—Sirve aunque sólo sea para darme cuenta de cuán


disparatada suena toda esta historia.

— ¿Qué fue de los tres capturados?

—Uno murió a raíz de las heridas recibidas; pero dos


lograron escapar; el inglés y el otro al que llamaban el
Zorro. Mi madre y yo fuimos arrestados también;
pero después de los fusilamientos, Bonaparte decidió
mostrarse piadoso. Había mucha gente en el
mediodía que aún estaban de parte de los
monárquicos y deseaba ganarlos para sí. Mi madre
fue puesta en libertad en seguida y después de unos
meses también yo recuperé mi libertad. Antes de eso
me hicieron jurar que no volvería a luchar contra la
República. Encontré a mi madre enferma y
~ 124 ~
desnutrida. Mouton ya trabajaba con Henri de
Labran,que era el dueño de Villeroy; fui a verlo y le
rogué que me diera trabajo. Estaba dispuesto a hacer
cualquier cosa con tal de poder alimentarla. Labran se
había mantenido al margen durante todos estos años,
tratando de pasar inadvertido y sin inclinarse hacia
ninguno de los dos bandos; pero fue generoso
conmigo. Durante un tiempo, le llevé las cuentas. Era
viudo y ten ía dos hijos: Armand y Nicole. Un año
después, le pidió a mi madre que se casara con él.

Me pareció que ahora comprendía mejor a Luden. Me


preguntaba si sentiría hostilidad hacia su padrastro.
Debe haber sido difícil para la marquesa de Fontenay
casarse con un hombre que podría muy bien haber
sido uno de los labriegos de su esposo. No obstante,
débil y enferma y con un niño que criar... Luden no
había mencionado a Louis, pero tendría que haber
sido sólo un bebé en ese tiempo. Qué momento
espantoso para tener un hijo, después de tantos
años... Era tan extraño: Luden era francés y yo
inglesa; en cualquier momento nuestros respectivos
países podrían entrar en una guerra. Deberíamos
haber sido enemigos, pero estiré mi mano por encima
de la mesa hasta que sentí que sus dedos oprimían los
m ios.

~ 125 ~
—Amo a Francia, Emma —murmuró—. Creo en ella.
Pero ¿qué futuro le espera con un viejo gordo que se
hace llamar Louis XVIII exilado en Inglaterra, o con
Bonaparte, un corso engreído que asesinó a mi padre
y sueña con hacerse coronar emperador?

Creo que hablaba tanto para sí como para mí. De


pronto se puso de pie.

—Creo que debo haberla fatigado con tanta


conversación; pero, usted me pidió que lo hiciera,
¿verdad? Ahora debe dormir. Creo que estará a salvo.
Uno de nosotros hará guardia durante toda la noche
para asegurarnos de que sea así.

—No tengo miedo.

Me miró con una sonrisa.

— Es usted demasiado valiente.

—Mi padre me lo dijo una vez. Dijo que me había


enseñado todas las cosas que no debía.

—Sí es así en realidad, me parece que son las que más


me gustan.

~ 126 ~
Luden besó mi mano y la sostuvo un instante contra
su mejilla, con ese mismo gesto que había empleado
anteriormente. Luego salió de la habitación.

~ 127 ~
6

Nunca había visto un sol tan radiante. Me sentía


bañada en él. Se me subía a la cabeza como el vino.
Habíamos trepado por una empinada escalera de
caracol pasando la Catedral y repentinamente nos
encontramos en un jardín encantado, lleno de flores y
cantos de pájaros. La vista era maravillosa. Las
siluetas de los palacios y las torres parecían
bordeadas de oro contra el deslumbrante azul del
cielo. Un pico magnífico se elevaba entre la cadena de
montañas purpúreas en la nebulosa lejanía. Un
puente semiderruido llegaba hasta la mitad del
enloquecido Ródano; era el puente de St. Bénézet,
edificado hacía seiscientos años, por el pequeño
pastorcito que había soñado con salvar las vidas que
cada año arrebataban las torrentosas aguas.

"Sur le pont

D'Avignonn

L'on y danse, l'on y danse..."

Canté en voz alta e hice unos pasos de baile. Los


niños detuvieron sus juegos para mirarme. Me quedé
inmóvil, sintiéndome muy tonta pero Luden sonreía.

~ 128 ~
— Lo aprendí en la escuela. Lo cantábamos en la
clase. ¿Sabe por qué razón bailaban sobre el puente?

—Tal vez en aquellos tiempos las calles eran tan


estrechas que no habría dónde bailar. ¿Allí es donde
aprendió a dominar tan bien el idioma?

—En realidad, no. También tenía una institutriz de


París: la señorita Clémence. Solía hablar con mi
padre. Era nuestro idioma secreto para entendernos
en cuanto en algún lugar extraño que debíamos
habitar, para evitar que las posaderas nos
comprendieran si se les ocurría escuchar detrás de las
puertas. El había vivido mucho tiempo en París
—proseguí—. Hablaba francés como un nativo. Debía
hacerlo... —me detuve justo a tiempo. No era que no
confiara en Lucien, pero sólo los tontos hablaban sin
pensar.

— ¿Cuánto estuvo él en Francia, Emma?

— ¡Oh! ... Hace muchos años —contesté,


evasiva—. ¿No le parece que deberíamos volver a la
posada? Tal vez haya llegado Mouton con los
caballos.

—Por supuesto, si es su deseo. ¿Hemos andado


demasiado? ¿Está cansada?
~ 129 ~
—No; es un lugar tan hermoso. Podría recorrer la
ciudad sin parar. ¿Cuál es la razón por la que la
piedra de vuestros palacios e iglesias toma ese
hermoso color dorado? En Inglaterra siempre
parecen grises y tristes...

— Es debido al sol... y al mistral también.

— ¿El mistral?

—Nuestro viento endemoniado. Cuando sopla, hace


que los perros se vuelvan rabiosos, las mujeres locas
y los esposos celosos, asesinos.

—Se está riendo de mí...

— No; es verdad. Si se queda aquí suficiente


tiempo, lo que deseo fervientemente que no ocurra, lo
podría sentir también usted. Algunas veces comienza
a soplar repentinamente, aún en el verano,
arrancando los racimos verdes de las vides. Cuando
es seco y caliente, es tremendo. Esa es la razón por la
que la mayoría de las casas están edificadas con los
fondos hacia el lado de donde proviene.

— No puedo imaginarme algo tan horrible en


este paisaje tan hermoso.

~ 130 ~
—Cada Edén tiene su serpiente —repuso
quedamente Lucien; con una punzada de dolor,
recordé la amarga historia de traición y muerte que
me había contado la noche anterior.

Mouton trajo los caballos al atardecer. Yo había


sacado del baúl mi traje de montar pero lamenté no
tener mis breeches. En realidad, no hubieran sido muy
apropiados para una institutriz. Cuando bajé,
encontré los caballos esperando frente a la posada;
había cinco. Eran distintos de los que yo conocía
hasta ahora: pequeños, fuertes y de pelaje blanco, con
largas colas, grandes vasos y enormes ojos oscuros de
mirada húmeda.

—Son caballos de la Camargue, señorita —dijo con


orgullo Mouton—. Son los mejores del mundo;
mansos, valerosos y muy inteligentes.— Acarició uno
de los aterciopelados hocicos—. Pero como todos los
habitantes de Provenza, también suelen ser bravios y
orgullosos; una vez en la vida tienen sus momentos
de locura.

— Mouton: estás hablando tonterías —dijo


Lucien, tomando la rienda que sostenía en sus manos
y acercando uno de los petisos hacia donde yo estaba.

~ 131 ~
—No, señor Lucien. Es tan cierto como que estoy
parado aquí. ¿No recuerda que mi abuelo tuvo uno
así? Fiel como un perro durante catorce años y un día,
al encontrar una yegua que le gustaba, ¿qué hizo? Se
volvió loco. Comenzó a corcovear cerca del río y casi
se ahogan mi abuelo y él. Entre mi padre y yo los
sacamos del agua y después, una vez que todo pasó,
siguió mansito como un cordero hasta el día en que
murió.

— Habías demasiado, Mouton. Vas a asustar a


la señorita.

—No; a mí no me asusta. Me encanta oírlo —dije,


rodeando con mi brazo el áspero cogote blanco. El
caballo comenzó a frotar cariñosamente su cabeza
contra mí.

Lucien hizo una mueca.

— Espere a que se le ocurra ponerse de manos,


mientras lo esté montando... Mouton; ¿no sabes
contar? ¿por qué has traído cinco caballos si sólo
somos cuatro?

—Me estaba preguntando cuándo te dignarías darte


cuenta de mi presencia, Lucien.

~ 132 ~
La voz nos sorprendió a ambos. Me volví
rápidamente. Había una chica de pie, a la sombra del
establo. Era pequeña y muy delgada; su traje de
montar verde hacía destacar su diminuta cintura.
Tenía el sombrero en la mano y su brillante cabello
oscuro prolijamente recogido en la nuca bien
formada.

— ¡Nicole! ... ¡No tenía la menor ¡dea de que


estabas aquí! ... —Se acercó presuroso a ella,
tomándole la mano y se inclinó para besarla en la
mejilla—. ¿Cómo es que decidiste venir a nuestro
encuentro?

—Necesitaba hacer ejercicio —respondió—. Además,


estaba muy ansiosa por conocer a la nueva institutriz
de Louis. ¿No me la presentarás?

Presumí que Lucien había enviado una nota a su


madre, por intermedio de Mouton, avisándole de
nuestra llegada. Nicole avanzó con gracia por encima
del empedrado. La fría mirada de sus ojos grises hizo
que inmediatamente me sintiera molesta por mi
cabello desordenado y las arrugas de mi traje de
montar. Era lo que mi padre solía llamar mi "aspecto
de espantapájaros".

~ 133 ~
— Es mucho más joven de lo que pensaba,
señorita Rainier. Espero que Louis no le resulte una
carga demasiado pesada. Pienso que entre Lucien y
su madre lo han malcriado bastante.

—Tonterías, Nicole. Al oírte hablar así, cualquiera


creería que Louis es un monstruo.

—Puede llegar a parecérsele bastante —repuso


Nicole con dulzura—. Por lo menos, en lo que a mí
atañe. Pero, en realidad no me tiene simpatía. ¿Cual
es su nombre de pila, señorita Rainier?

—Emma.

—Em-ma... Qué nombre tan poco común. Me parece


recordar a mi madrastra hablando de una tal Louise
Rainier. Tal vez tenga usted una hermana...

Lucien y yo no habíamos sido muy buenos


conspiradores. Lo miré en busca de ayuda y
reaccionó de inmediato.

—No creo que nunca hayas conocido a los Rainier,


Nicole —terció Lucien—. A Emma Louise la llamaron
así en recuerdo de su abuela, que era inglesé. Y ahora,
en marcha; debemos apurarnos si queremos llegar a
Villeroy para la cena.
~ 134 ~
La ayudó a montar a caballo y luego vino hacia mí.
Me daba la impresión de estar fastidiado por algo,
pero no adivinaba el motivo. En cuanto estuve sobre
la montura y trotando tras ellos, dejé de
preocuparme. Si había alguna actividad en que no le
temía a la competencia, era montando a caballo. Era
simplemente delicioso sentirse nuevamente libre y
fuera del bamboleante carruaje. Los petisos de la
Camargue iniciaron la marcha suavemente y eran
extremadamente sensibles a la menor indicación del
jinete.

Llegamos a Villeroy cuando el sol comenzaba a


desaparecer en el horizonte. Habíamos atravesado los
olivares. Por primera vez vi hilera tras hilera de estos
árboles bajos y retorcidos con su follaje verde
agrisado, intercalados con altos cipreses que parecían
gigantescos dedos elevándose contra un cielo de oro
fundido. Atravesamos una gran arcada en una pared
alta de piedra. Estábamos en un patio grande, con
establos, edificaciones pequeñas y frente a nosotros,
Villeroy mismo; mitad granja, mitad castillo. El
centro mismo, edificado con piedras grises con cierto
brillo dorado, con dos torres como de cuento de
hadas en cada extremo. Por las paredes trepaban
enorme masas de flores rosa-alilado que luego
colgaban como guirnaldas sobre la entrada. Un niño

~ 135 ~
apareció corriendo desde uno de los establos al
vernos desmontar. Se tiró alegremente en brazos de
Luden.

—Pensé que no volverías más... ¿Qué estuviste


haciendo tanto tiempo en París? ¿Me trajiste un
regalo? Dijiste que lo harías... ¿Puedo montar a
Beauregard hasta su establo?

— ¿Qué has estado haciendo? —interrumpió cortante


Nicole- Pareces un deshollinador. Y ya sabes que no
es de gente educada reclamar regalos. ¿Qué diría
mamá si te oyera?

-Hablaba con Lucien; no contigo.- Había un cierto


desafío en esa pequeña pero sólida figura, de pie, con
las piernas separadas; su camisa de volados rasgada
y una larga mancha oscura en uno de los costados del
rostro—. ¿Eso quiere decir que no me trajiste nada?
Pero me habías prometido...

—Vamos por partes —dijo Luden, divertido-. Puede


ser que encuentre algo en mis alforjas; pero primero
debes saludar a la señorita Rainier. Será tu nueva
institutriz.

— ¡Oh!... —Louis se volvió y me estudió


cuidadosamente. Era un chico alto y delgado, de
~ 136 ~
cabello castaño revuelto y enormes ojos color
avellana. Luden lo empujó con suavidad y se me
acercó lentamente.

— Nunca tuve una institutriz. Mamá me enseña


mis lecciones. —Hizo una pequeña reverencia.— ¿Es
usted muy exigente?

—No, si eres un buen chico —repuse, casi tan


nerviosa como él.

— ¡Oh! ... pero resulta que no lo soy —contestó


con candidez—. Nadie parece quererme mucho,
excepto Mouton... —Levantó su vista hacia el
hombrón y le sonrió confiado.— Algunas veces me
permite ¡r con él a la Camargue. ¿Le gustan los
caballos, señorita Rainier?

—Sí, Louis... me gustan muchísimo.

— ¿Y los toros?

—Me temo que no sé mucho de toros.

—Yo sí que sé. Cuando sea grande, seré torero. Yo la


llevaré a verlos. ¿Podré hacerlo, verdad Lucien?

~ 137 ~
—Tal vez. Tendremos que ver. Vamos.— Montó al
chico sobre su caballo—. Ahora vete con Mouton
hasta el establo y luego vuelve a casa. Ya es tiempo de
que te acuestes.

— ¿Vendrá a saludarme antes de que me


duerma, señorita?

—Sí; claro que lo haré.

Cuando el petiso comenzó a trotar hacia el establo, el


niño me saludó con la mano.

— La felicito. Parece haber hecho una conquista


—comentó fríamente Nicole y comenzó a subir los
escalones que conducían a la entrada- Le avisaré a
Martine que has llegado, Lucien.

Después de la luminosidad exterior, la habitación a la


que me condujo me pareció húmeda y oscura. Al
poco tiempo, noté que era enorme, con paredes
blancas y hermosos muebles oscuros. Por todas
partes había detalles elegantes: un bol con flores se
reflejaba en el brillo de la mesa. En un estante una
bella figura de porcelana; un inmenso hogar y
candelabros de plata martillada.

~ 138 ~
Lucien me dejó a solas un momento y luego regresó
con su madre. Martine de Labran, que había sido la
marquesa de Fontenay, era todavía sumamente
hermosa, a pesar de todas las penurias que había
pasado. Su cabello color miel estaba recogido con una
sola peineta. Vestía un sencillo vestido de algodón
floreado; sobre él un gran delantal de hilo gris y sus
brazos descubiertos hasta el codo, como los de la
esposa de cualquier granjero del lugar. No obstante,
se movía con la gracia y la elegancia de una reina.

— Bienvenida a Villeroy, mi querida Emma - dijo—.


Me es tan grato tenerte con nosotros.— Se acercó a
mí, me tomó entre sus brazos y me besó ambas
mejillas. Se desprendía de ella un perfume leve y
misterioso—. Debes estar extenuada, querida. Ven; te
mostraré tu habitación. Así podrás lavarte y
descansar antes de comer. Lucien, ocúpate de que
Mouton suba el equipaje de Emma.

—Por supuesto, mamá.

Lucien salió y yo la seguí por la escalera. La


habitación a la que me llevó estaba completamente
cerrada pero se apresuró y abrió las ventanas de
manera que penetrara en ella la poca luz que aún
quedaba afuera.

~ 139 ~
—Preferimos mantener las persianas cerradas
durante el día —explicó—. Claro que hoy no es nada
comparado con el calor de los meses de verano.
Entonces te sentirás agradecida por la frescura
interior.— Paseó su mirada por la habitación—. Te
ruego que me pidas cualquier cosa que necesites.
Quiero que te sientas feliz aquí. Comeremos en
cuanto mi esposo regrese de los viñedos. Enviaré a
Lucien a buscarte.

—Muchas gracias, señora.

—Ahora, si me disculpas, debo hacer todavía varias


cosas.

Mientras caminaba hacia la puerta, me acordé del

niño:

— ¿Dónde queda la habitación de Louis?


—pregunté—. Me pidió que le saludara antes de
dormirse.

— ¿De veras? —Se dio la vuelta y me miró


incrédula con sus ojos verdes.— Eso no es nada
común en Louis. Debes haberle impresionado. Por lo
general es muy tímido con los desconocidos.
—Quedó en silencio; era la única persona que sabía
~ 140 ~
mi secreto y por un instante pensé que hablaría de él.
Pero sólo añadió—: Duerme en el otro extremo de la
casa. Sigue el corredor hasta el fondo. Fíjate si se ha
lavado antes de acostarse; ya sabes cómo son los
niños: algunas veces se olvida de hacerlo.

Mi habitación no era muy grande pero las paredes


blancas la hacían parecer mayor. Alegres alfombras
cubrían el piso de mosaico y sobre el respaldo
bordado de la cama, colgaba un crucifijo. La ventana
daba a un jardín interior. El pasto color esmeralda
estaba salpicado de margaritas y cubierto por los
dorados pétalos de un Iaburnum en flor. En el centro
del jardín había una pequeña piscina de piedra con
una fuente que dejaba oír el refrescante sonido del
agua al correr. Me hizo recordar el jardín de María
Antonieta en Versailles y pensé si la marquesa no
habría querido reproducir allí parte de su perdido
pasado.

Después de lavarme y cambiarme de ropa, seguí por


el corredor hasta llegar al dormitorio de Louis. Era
blanco y sencillo como el mío; había libros y juguetes
guardados cuidadosamente, tal vez por su madre o
una de las criadas.

—Pensé que se habría olvidado dijo una voz som-


nolienta.
~ 141 ~
Le sonreí a la carita morena de cabello revuelto y por
primera vez, deseé tener un hermano. Me incliné y le
besé la mejilla. Un perro grande y blanco salió de
abajo de la cama y empujó su hocico húmedo contra
mi mano.

— ¿Mamá te permite esta compañía?

—No sabe nada. Peppi se esconde debajo de la cama


hasta que mamá baja. ¿Vio lo que me trajo Lucien?

Miré hacia donde me señalaba su índice: Sobre la


mesa había una estatuilla de madera negra que
representaba un toro en actitud de embestir. El
escultor había captado perfectamente la expresión de
potencia y ferocidad. Para mi gusto, era horrible, pero
Louis lo admiraba embelesado.

—Se parece a Bernardo. Es el más famoso de todos


los toros de mi padrastro. Nadie ha sido capaz de
sacarle la divisa de entre los cuernos todavía.

— ¿Divisa? ¿De qué estás hablando, Louis?

—Ya verá. Ya falta poco y mamá prometió llevarme


este año.— Una mano pequeña tiró suavemente de
mi manga—: Señorita Rainier: ¿Le gusta a usted
Lucien?
~ 142 ~
—Sí, Louis... me gusta mucho.

—A mí también; lo quiero más que a nadie, con


excepción de mamá.

—Ahora debo marcharme. Buenas noches.

Se escurrió entre las sábanas con los ojos fijos todavía


en el toro.

—Buenas noches, señorita.

A la hora de la cena, conocí a Henri de Labran. Era un


hombre grande; no muy alto. Lucien le sobrepasaba
varios centímetros; pero era ancho de hombros y
corpulento. Su rostro me recordaba a los de los
emperadores romanos que había visto en los museos
de Inglaterra. Podría haber sido Nerón o Tito; una
nariz recta clásica, labios bien delineados y un
mentón prominente. Su pelo espeso y gris formaba
apretadas ondas sobre su frente, tal como la cabeza
del toro de Louis; acababa de refrescarse debajo de la
bomba, después de terminar su trabajo. Su cuerpo
parecía querer reventar las costuras de su saco azul y
su camisa de volantes. Inmediatamente pensé en un
niño al que hubieran llamado a comer, obligándole a
acicalarse antes de hacerlo. El contraste con su mujer
no podría haber sido mayor. Vestida con un simple
~ 143 ~
traje de seda lila, adornado con encaje natural en el
escote y los puños y sin ninguna alhaja, era un
ejemplo de belleza y elegancia.

Fue muy extraño; pero cuando me senté en mi lugar y


compartí con ellos un pato asado a la manera de
Provenza, con hierbas aromáticas y aceitunas verdes,
me sentí como si realmente fuera la Louise Rainier a
quien reemplazaba. Me habían aceptado con
naturalidad... Los recorrí a todos con la mirada. Henri
de Labran discutía con Lucien asuntos de la granja,
mientras su mujer se ocupaba de que cada uno
tuviera lo que deseaba. Armand había entrado con su
padre; era un muchacho fuerte, de cabello oscuro
como el de su hermana, con el rostro curtido y ojos de
mirar alegre. Saltaba a la vista que envidiaba la
fortuna de su hermano por haber podido visitar París
y se estiraba por encima de la mesa,
bombardeándome con preguntas que pude contestar
fácilmente. Sólo Nicole permanecía callada,
comiendo ensimismada y de vez en cuando
observando a su hermano o a mí.

Sólo hubo durante la cena un momento de ansiedad.

— ¿Recibiste la visita del jefe de policía esta


tarde, querida? —preguntó Labran a su mujer
mientras pelaba la fruta con sus gruesos dedos.
~ 144 ~
— ¿La policía? No... ¿por qué? ¿Lo esperabas?

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, pero luego se


desvaneció al oír que decía:

—Parece que anoche atacaron la diligencia que venía


de Lyon. Asesinaron al conductor y robaron una
considerable cantidad de dinero destinada a la
guarnición en Marsella. Todos los bandidos lograron
escapar y cuando encontré al joven Georges Montaud
que volvía de Tarascón esta tarde, me dijo que
investigarían casa por casa.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué tenemos que ver con ese


robo?

—Nosotros especialmente no, Martine; se trata de


todos los alrededores.— Noté que sus miradas se
encontraban y prosiguió hablando lentamente, como
tanteando el camino.— Puede muy bien ser que no se
trate de bandidos comunes. Se rumorea que los
"Caballeros de Foi" han vuelto a las andadas.

—Pero eso es imposible, Henri. Eso es cosa del


pasado; todo terminó hace años.— Su voz era
firme,pero la mano que se estiró para tomar el vaso
de vino, temblaba levemente.

~ 145 ~
—Eso mismo me dijo Georges; pero ha habido otros
incidentes demasiado parecidos en estos últimos
meses e insistió en que el jefe tiene cierta información
secreta.

— ¿Qué tipo de informaciones?

—Eso no me lo dijo, querida. Puede ser que sea sólo


una falsa presunción. Haré doblar la vigilancia
alrededor de los viñedos: no quiero problemas entre
el personal.

Los ojos de Nicole se posaron en Lucien:

— ¿No vieron ustedes ninguno? Después de


todo, deben haber estado en el camino al mismo
tiempo.

—No vimos a nadie —contestó secamente.

—Es raro... —prosiguó, con. ese tono dulzón que


estaba comenzando a parecerme peligroso—.
Mouton dijo que tu postillón contaba cómo había
sido de valiente cuando el coche fue atacado por
hombres armados y que se salvó de que lo hirieran
sólo por milagro...

~ 146 ~
—Mouton es un charlatán. Y el postillón un gran
tonto. Nos detuvo un grupo de jinetes que habían
equivocado el camino en medio de la niebla; eso fue
todo. Uno de ellos se asustó, y disparó un tiro al aire.
Estos hombres escuchan tantas historias terroríficas
de boca^de los viajeros que serían capaces de echarse
a correr al oír a un ratón royendo queso.

—Obviamente el episodio asustó a la señorita Rainier


—prosiguió Nicole—,puesto que Joseph y tú tuvieron
que turnarse toda la noche frente a su habitación...

—Querida Nicole —interrumpió Martine—. Esas


posadas están generalmente plagadas de individuos
¡n- deseables. No era necesario un encuentro con
bandidos para que Emma Louise estuviera
intranquila.

Una vez le había preguntado en broma a Lucien si


estaba enamorado de Nicole; ahora me preguntaba si
no habría estado en lo cierto. Movida por los celos,
presentía que entre nosotros había algo más que una
relación circunstancial, como sería la de un joven que
acompañaba a su casa a la nueva institutriz para su
hermanito. Si fuera así, presentía que no cejaría en su
empeño de descubrir exactamente de qué se trataba.
Empecé a darme cuenta de que habíamos entrado en

~ 147 ~
una situación peligrosa, sin saber a ciencia cierta
cómo salir de ella.

Rogué que me perdonaran y me retiré temprano,


alegando estar agotada tras el largo viaje. Una vez
que me saqué el vestido y me puse el camisón, me
senté un rato junto a la ventana abierta. Desde el
jardín subía un aroma de flores y el sonido de los
grillos interrumpía el silencio de la noche. Eran los
mismos que, de acuerdo a la fábula de La Fontaine
que la señorita Clémence nos enseñara en la escuela,
cantaban durante todo el verano y luego perecían de
hambre en el invierno.

Lucien me había dicho que al día siguiente iría a


Marsella. Tal vez, dentro de pocos días más conocería
mi futuro. Pronto me habría marchado de allí. Era lo
que había deseado fervientemente; sin embargo,
ahora sentía una extraña punzada de dolor ante esa
¡dea. Por primera vez en mi vida, mi pensamiento no
voló hacia mi padre. Había alguien entre él y yo. Un
hombre joven totalmente distinto a mí y casi con
seguridad, comprometido con otra mujer.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que


sólo alcancé a oír un murmullo de voces que subía del
jardín, sin percibir lo que decían. Algo que dijeron me

~ 148 ~
llamó la atención y comencé a escuchar casi sin
proponérmelo.

—Lucien, ¿te encontraste con Pierre anoche?

-Sí; ya te lo había dicho, madre. Volvió de Ingla-


terra.conmigo, antes de que fuera a París.

Espié cuidadosamente desde la ventana. Lucien y su


madre paseaban lentamente por el jardín. Sólo
alcanzaba a oír palabras sueltas.

—Ya oíste lo que Henri contó esta noche —dijo


Martine-. ¿Ha vuelto a empezar? ¿El peligro, los
asaltos, los asesinatos?

—No podemos asegurar que fuera Pierre...

—No podré volver a soportarlo todo otra vez; no


podré hacerlo, Lucien...

-No tengas miedo. Ya le he advertido que no se


acerque; lo he amenazado.

-¿Crees que con eso le bastará? Siempre ha hecho


exactamente lo que ha querido... y Henri ha sido muy
bueno con nosotros. No puedo... no quiero ponerle en
peligro.
~ 149 ~
Debería haber cerrado mi ventana. Ya había puesto la
mano sobre el picaporte, cuando las palabras que
trajo la brisa me inmovilizaron.

— Esta chica inglesa... No tendrías que haberla traído


aquí. Si llegaran a descubrirla, sería muy malo para
todos nosotros.

—Estaba tan desesperada...; no se me ocurrió otra


manera de ayudarla.

-Pobre criatura. Yo también hubiera tratado de


ayudarla; pero es que desconfío de Pierre. Si se llega a
enterar, tratará de usarla... de la misma manera que
usó a otros antes.

Ahora se habían marchado; ya no podía verlos ni


oírlos más. Todo estaba en silencio. Sólo había una
explicación: la causa por la que el padre de Lucien
diera su vida, aún tenía vigencia. Era la causa de mi
padre, la causa de Inglaterra; pero no podía menos
que sentir compasión por Martine de Labran que ya
había pasado tantas penurias... Y por Lucien mismo:
¿Qué sería de él? Se vería ante la disyuntiva de
obedecer a su madre que sólo quería vivir en paz y su
deseo apasionado de vengar a su padre. En el silencio
de la noche se oyó el chistear de una lechuza; un
segundo después, el débil quejido de su presa. A
~ 150 ~
pesar del calor, sentí un escalofrío. Me deslicé entre
las sábanas y escondí la cabeza en la almohada.

~ 151 ~
7

Creo que nadie podría estar peor preparada que yo


para desempeñarse como institutriz y a pesar de esto,
debía causar una buena impresión. Era muy
importante para el bien de Lucien que yo pareciera
realmente Emma Louise Rainier, la hija de la
compañera de colegio de la señora de Labran. Con
seguridad hubiera fracasado sin la ayuda de Louis
mismo. Era algo malcriado; pero natural para un
único niño entre personas mayores. Henri de Labran
lo trataba como a cualquiera de los perros que
rondaban por la casa. Pero Armand lo malcriaba
tanto como para compensar la falta de cariño que le
demostraba su hermana. Todos los criados le querían
y le dejaban hacer cuanto deseaba; a pesar de que su
madre había tratado de ser firme, inmediatamente
noté que este último vástago, nacido en
circunstancias tan desgraciadas, era una de sus
debilidades.

Claro está que no descubrí todo esto al mismo tiempo


y puesto que aquella primera mañana no tenía ni la
menor ¡dea acerca de cómo enseñarle una lección,
pensé que lo mejor sería enseñarle algo que yo sabía
bien: inglés. Comencé leyéndole la fábula de la rana
que deseaba ser tan grande como un toro, y que se
hinchó tanto, hasta que reventó. A Louis le pareció
~ 152 ~
sumamente divertido y se rió a carcajadas. Luego me
contó acerca de las ranas gigantes que vivían en la
Camargue y trató de imitar lo mejor que pudo a
Madame la Grenouille inflando los mofletes e
hinchando el pecho; después, trabajosamente,
tratamos de traducirlo al inglés.

A media mañana Martine trajo un vaso de leche para

Louis y una taza de café para mf. El niño saltó


entusiasmado, orgulloso de las oraciones que había
aprendido.

—Mamá... ya sé hablar inglés. Escucha: Una rana vio


un día un toro que tenía un hermoso... taille... ¿qué
quiere decir taille?

—Silueta — acoté presurosa.

— Una silueta muy hermosa y se sintió


envidiosa... así que... —infló las mejillas— así que...
¡reventó! ...

Martine se rió, acariciándole el revuelto cabello.

—Magnífico, Louis. Ya veo que ustedes dos se


llevarán muy bien. Pero ahora corre a prepararte.

~ 153 ~
Joseph te espera para llevarte al pueblo a tu clase de
latín.

— ¿Debo ir, mamá? Prefiero quedarme con la


señorita Emma... /

—Sí, estoy segura de que es así; pero el señor cura te


está esperando y ya sabes cómo se disgusta cuando
no llegas a tiempo.— El chico hizo un gesto de
fastidio pero ella insistió con firmeza—: Vamos...
vamos... Ya sabes que no está bien hacer esperar a la
gente.— Después que el niño se marchó, se volvió
hacia mí—: Cuando sea algo más grande, irá al
colegio, por supuesto. Pero debe tener una buena
base y el señor cura está muy agradecido de recibir
un dinero extra. También para él han sido tiempos
difíciles. Si hay algo que reconocerle a Napoleón, es
que nos devolvió nuestra religión después de diez
años de salvajismo.

— ¿Qué quiere decir?

—Desde Inglaterra, hija mía, no puedes imaginarte lo


que ha sucedido; especialmente con los pobres
campesinos cuya vida giraba en torno a la iglesia.
Etienne Michel es una buena persona pero lo echaron
de su parroquia durante la revolución. Tuvo que
vivir escondiéndose durante varios años, siempre al
~ 154 ~
borde del peligro, diciendo misa a escondidas y
llevando los santos óleos a los moribundos. Ahora le
han restituido su parroquia, pero después de haberla
utilizado como establo, granero y cosas peores aún.
Sólo quedan de ella las paredes blanqueadas a la cal.
Nicole y yo hemos comenzado a bordar un mantel
para el altar.

— Luden me contó parte de las peripecias que le


tocaron vivir —repuse conmovida—. No sé cómo
logró soportarlo...

Hizo un gesto, como restándole importancia:

—Es sorprendente; nunca se sabe cuánto se es capaz


de soportar hasta que no llega el momento. Las
monjas del convento en que me eduqué, me
enseñaron a bordar. Recuerdo perfectamente cómo
odiaba las interminables horas que pasábamos
aprendiendo los puntos más elaborados... Pero
cuando mi esposo y yo tuvimos que huir de
Fontenay, me alegré de mi habilidad: impidió que
muriéramos de hambre. Entonces agradecí que me
pagaran por el trabajo que tan tedioso me había
parecido antes. No era mucho, pero ayudaba. ¿No te
parece una ironía?

~ 155 ~
Permaneció en silencio durante un momento e
imaginé las innumerables humillaciones por las que
la habrían hecho pasar aquellos a quienes la
revolución ubicó en altos cargos. Al mismo tiempo,
admiré su valentía por haber permanecido junto a su
marido en lugar de huir hacia Inglaterra como habían
hecho tantos otros.

Martine pareció volver de sus recuerdos y sonrió:

—Debo volver a la cocina. Están preparando coulis.

—¿Coulis?

—Pocos años atrás me era tan desconocido como a ti.


Es una salsa provenzal muy famosa. Todas las amas
de casa guardan tarros de coulis en sus despensas y es
la preferida de Henri.

En la enorme cocina de piedra, Jeanne, la cocinera,


rebanaba cuidadosamente los tomates y los
aromatizaba con hierbas: hinojo, estragón y otras que
me resultaban desconocidas. Nicole estaba allí
también, con un gran delantal, supervisando
cuidadosamente todo lo que se hacía.

—No me permiten ayudar —dijo Martine, sonriendo.

~ 156 ~
— Usted no ha nacido para esto, señora —repuso la
cocinera, revolviendo con brío—. Una mano extraña,
estropearía el sabor.

—Mi madre hacía la mejor coulis de toda Provenza


—dijo Nicole—. Todos venían en busca de su receta,
pero ella nunca la quiso descubrir. Hace cientos de
años que está en nuestra familia. Es algo que no se
aprende en Versailles, señora marquesa.

Por primera vez noté un relámpago de fuego en los


verdes ojos de Martine; adiviné que detrás de su
aparente calma exterior, se escondía un orgullo y una
pasión casi irrefrenables. Dijo con suavidad:

—Creo que habíamos acordado que el pasado quedó


atrás, Nicole. Soy totalmente consciente de que jamás
podré ocupar el lugar de tu madre ni tampoco deseo
hacerlo; pero de todos modos, ahora soy la esposa de
tu padre y la marquesa de Fontenay pertenece al
pasado.

Nicole enrojeció ante esta contestación.

Añadió rápidamente:

—No quise ofenderte; eres demasiado sensible.

~ 157 ~
Noté que las criadas sonrían entre ellas y a pesar de
que esto no era más que un incidente trivial, sería uno
de los muchos que habría soportado Martine; una
cuestión de celos sin resolver; a pesar de que llevaba
más de cuatro años casada con Henri de Labran.

Luden tardó varios días en regresar; ante mi propia


sorpresa, no lo extrañé. Nunca había vivido como
parte de una familia grande. Siempre habíamos
estado juntos solamente mi padre y yo y en esta casa
se respiraba una atmósfera de felicidad, de
satisfacción que parecía brotar del afecto existente
entre Henri de Labran y su segunda esposa.
Obviamente era un hombre rico. Pero igualmente
gozaba recorriendo su propiedad todos los días y
supervisando personalmente a toda su gente.
Algunas veces lo acompañaba Armand; otras veces
salía de aventuras con sus amigos, provisto de una
escopeta o una caña de pescar. Y en medio de todos
rondaba Louis, alegre, travieso, tozudo algunas
veces, pero con una dulzura y encanto que nadie
podía resistir. Solamente Nicole no cedía a sus
encantos. Me hubiera gustado que nos hiciéramos
amigas; pero no tenía interés. Había algo secreto en
ella. A veces parecía retraída y vigilante. No me
demostraba abiertamente su hostilidad pero me
mantenía a distancia, esquiva y desconfiada. Nunca

~ 158 ~
podía estar segura de lo que pensaba o de cómo se
sentía.

Al llegar al fin de mi primera semana en Villeroy,


ensillaron los petisos blancos y Louis y yo salimos a
pasear por la tarde.

—No vayan demasiado lejos —aconsejó Martine,


haciendo con la mano una pantalla contra el reflejo
del sol—. Permanezcan dentro de los límites de la
propiedad.

—No te inquietes tanto por el chico, querida. Tiene


que crecer —respondió Labran, rodeando los
hombros de su esposa con su brazo. Mientras nos
alejábamos a través de la portada de piedra, nos
saludaron con la mano.

Primero atravesamos los olivares; eran tan diferentes


a los árboles de Inglaterra, tan retorcidos y grisáceos.
Me daban la impresión de ser antiquísimos. Recordé
que mi padre me dijo cierta vez que el olivo
pertenecía a Pallas Athenea, la diosa de la Miada de
Homero. En este terreno, primero habían habitado los
griegos y luego los romanos. Durante nuestro viaje
desde París, Lucien me había indicado algunos de sus
monumentos: arcos de triunfo y circos abandonados

~ 159 ~
donde hacían luchar a las bestias feroces y los
cristianos eran martirizados.

Louis me mostró un conjunto de edificios de piedra


que apareció frente a nosotros.

—Ahí es donde se prensan las aceitunas para sacar el


aceite. Todavía no es la época —dijo muy seguro—.
Las recogen cuando comienza el invierno. ¿Le
gustaría verlas?

Dentro del cobertizo de piedra estaba fresco y oscuro.


Los hombres que estaban allí se alzaron
respetuosamente la gorra al vernos llegar y se
hicieron a un lado para dejarnos ver las vasijas de
purificación, las grandes prensas que funcionaban
movidas por burros que'caminaban en círculos y la
canaleta por la que corría el dorado aceite.

La madera estaba impregnada de su olor y todo el


aire parecía pesado y cargado del mismo aroma.

Cuando volvimos a salir al exterior, el sol nos


deslumhró. Atravesamos campos cubiertos de pastos
altos. Por todas partes se veían flores, amarillas, rojas.
Un poco más allá encontramos el azul profundo de la
lavanda que comenzaba a florecer. El aire nos traía su

~ 160 ~
perfume. A distancia aparecía la sombra de las
montañas.

—No tendríamos que alejarnos tanto, Louis —le dije.


Pero clavó los talones en los flancos de su
cabalgadura y comenzó a trotar hacia adelante.

—Quiero mostrarle el lugar donde viven las lagartijas


—me gritó por encima de su hombro—. Hay cientos
de ellas; le gustaría verlas, ¿verdad?

No me pareció una perspectiva muy halagüeña pero


apuré a Beauregard para alcanzar a la pequeña
silueta que me precedía. El camino estaba bordeado
de tomillo y cáñamo amarillo, pero al poco tiempo,
cambió la rica tierra y apareció, casi repentinamente,
una piedra caliza gris. Salimos de los campos
iluminados por el sol para penetrar en un valle árido
y salvaje. A ambos lados del camino se veían rocas:
unas parecían cráneos blanqueados por el sol; otras
reptiles monstruosos. Unos escalones empinados
conducían a un pueblo abandonado y más arriba aún,
casi en la cima de la montaña, estaban las ruinas de
un castillo con sus paredes y torres esculpidas en la
roca misma de tal manera que era casi imposible
distinguir entre el trabajo de la mano del hombre y el
de la naturaleza. Muy pocas personas desafiaban el

~ 161 ~
fuerte calor de la tarde. Uno que otro niño nos veía
pasar con ojos hinchados.

Seguimos por una empinada senda por encima del


nivel de las casas. Alguna vez habría habido allí un
jardín; todavía se notaban rastros. Un arbusto de lilas
que seguramente había pertenecido a él, esparcía su
aroma en el pesado aire de la tarde. Peldaños que no
conducían a ninguna parte se perdían en las
montañas y a nuestros pies se abrían enormes
cavernas que parecían fauces inmovilizadas en
gigantescos bostezos. En un saliente de piedra, vimos
una pequeña glorieta semiderrui'da y cubierta por un
madroño florecido. Aquí' Louis descendió de su
caballo y después que yo lo atara junto al mi'o, me
tomó de la mano y me arrastró por un sendero
estrecho hasta un pequeño despeñadero, calcinado
bajo los rayos del sol.

—Debe quedarse muy quieta —dijo, en un


murmullo—: de otra manera las asustará...

Tema razón. Un momento después, protegiendo mis


ojos del intenso reflejo, pude verlas: sus cuerpecitos
recubiertos por cómicas armaduras en miniatura,
totalmente inmóviles, como pequeños dragones. Sus
ojos, de párpados de cuero, sin pestañear en sus
antiquísimas cabecitas y las afiladas lenguas que cada
~ 162 ~
poco salían como dardos para atrapar su presa. En
ese momento comprendí la indignación de Nicole al
encontrar uno de estos pequeños monstruos en su
cama...

— ¿Cómo llaman a este lugar, Louis?

—La ciudadela de las piedras. Jeanne, la cocinera dice


que sólo los diablos habitan aquí y que si no tengo
cuidado me llevarán —explicó alegremente—. Pero a
mí me gusta. Es un lugar muy bonito.— Señaló hacia
arriba a una de las piedras que sobresalían, que
brillaba con tonos de azul y oro.— Allá arriba hay
cuevas; muchas cuevas. Es demasiado empinado
para que yo trepe hasta allí, pero allí es donde se
ocultaba mi papá antes de que lo capturaran.

— ¿Cómo lo sabes?

—Me contó Mouton. Yo no existía en ese entonces


—prosiguió sin darle importancia—. Mi verdadero
papá fue fusilado antes de que yo naciera.

Así que Martine había estado embarazada cuando


asesinaron a su esposo. Qué cruel puede ser la vida...
Con razón mimaba tanto a este niño; era el último
recuerdo de un padre que jamás conocería.

~ 163 ~
—Quédese aquí —dijo Louis—. Voy a subir un poco
más. Mouton me dijo que allí hay también víboras,
pero todavía no he visto ninguna.

—No, Louis; no subas. Es muy peligroso. Vuelve


inmediatamente acá.

Pero ya se había marchado; lo observé con el corazón


en la boca mientras trepaba por la empinada
pendiente, con la agilidad de una cabra, saltando de
saliente en saliente. Comencé a trepar tras él.

— ¡Míreme! ... ¡míreme! ...—decía, saltando feliz


sobre una plataforma de roca que se asomaba al
vacío. Se dio la vuelta y vi que trepaba más arriba
aún. Con voz triunfal anunció—: Allí están... Puedo
verlas...— Luego desapareció.

Desesperada comencé a trepar hacia donde él estaba,


llamándolo al mismo tiempo. Había matas de hierbas
y retamas. Me piqué las manos con las espinas y me
raspé contra las piedras. El sendero se estrechaba al
llegar a una superficie plana de piedra y no me animé
a mirar hacia abajo. Sólo allí me sentí segura. Respiré
profundamente,,y al mismo tiempo que trataba de
ubicar a Louis, vi a un hombre que venía saltando
desde más arriba. Un hombre alto y de cabello

~ 164 ~
oscuro, vestido con una casaca de cuero marrón y que
traía a Louis de un brazo.

—Debería ocuparse mejor de su pupilo, señorita. En


un segundo más, hubiera metido la mano en un nido
de víboras. Eres demasiado aventurero, mon brave.
Vuelve con tu institutriz.— Puso a Louis en el suelo y
le dio una suave palmada en el trasero. Al mirarle a
los ojos, noté que me reconocía. Se apoyó contra la
piedra, mientras me miraba fijamente. Luego se echó
a reír.

—Nom de Dieu... parece que se está haciendo una


costumbre para mí salir en su ayuda.

Yo estaba paralizada de tal manera, que no podía


hablar ni moverme. Louis había corrido a mi lado y
cogiéndome de la mano, preguntaba resentido:

— ¿Quién es?

—Debes agradecerle al señor, Louis —dije con un


hilo de voz—. Si no hubiera sido por él podrías
haberte hecho daño.

—No... no es así —respondió el chico, indignado—.


Yo sé mucho de serpientes.

~ 165 ~
—Excelente —repuso el hombre—. Me agrada mucho
saber que has tenido una educación tan completa.
Escucha: si te asomas a aquella orilla y te quedas
acostado boca abajo sin hacer ruido, verás todo tipo
de criaturas desagradables. Pero no las toques;
¿comprendido?

—No Louis; no quiero que lo hagas —interrumpí


agitada—. De cualquier forma, ya es tiempo de que
volvamos a casa.

Pero el niño ya se había echado boca abajo sobre la


piedra y el hombre al que yo conocía como Pierre, se
volvió hacia mí.

—Estará seguro —dijo en inglés— y yo quisiera


hablar con usted. No se asuste, señorita Tremayne.
No le diré nada a la policía acerca de usted.

— ¿Cómo conoce mi nombre?

—Eso sería como descubrir el juego, ¿verdad? —Me


miró, haciendo una mueca—. Me ha sorprendido;
pensé que ya estaría a salvo en Inglaterra.

— ¿Quién es usted? y ¿qué quiere de mí?

~ 166 ~
—Nada; es sólo por curiosidad. ¿Sabe el señor James
Tremayne dónde se esconde su hija?

No lograba comprender cómo sabía tanto sobre mí.

— ¿Qué tiene que ver mi padre con usted?

—Lo he conocido... por asuntos de negocios,


podríamos decir.

— ¿Qué tipo de negocios?

— ¡Oh! ... Vamos, vamos... Creo que será mejor


dejar las cosas así, ¿no le parece? —Seguía apoyado
contra las rocas, con los brazos cruzados y
conversando con la misma tranquilidad que si
hubiéramos estado en una sala.— Debo admitir que
jamás imaginé que fuera usted la nueva institutriz de
Louis. Lucien no se especializa en acciones galantes.
¿Cómo logró persuadirlo para que la rescatara del
ogro de Bonaparte?

— ¿Qué sabe acerca de Lucien y de mí?

—Mucho más de lo que puede adivinar. ¿C'est dróle,


n'est-ce pas? Que nosotros tres nos encontráramos en
este alejado rincón de Provenza. ¿Cómo andan las
cosas en Ville- roy? ¿Qué tal Nicole, eh?
~ 167 ~
— ¿Qué le importa?... —exploté—. ¿Porqué
debería decirle nada?

—Ninguna razón; sólo porque me interesa. ¿Cuando


anunciarán el compromiso?

— ¿Qué compromiso?

—El de Lucien con Nicole, por supuesto. ¿Me dirá


que no lo sabía?

—Hace pocos d ías que estoy aqu í.

—Será un tonto si deja escapar la oportunidad. Henri


de Labran es un hombre rico y Armand y Nicole
heredarán todo algún día; mientras que Lucien no es
más que un mendigo...

—Me parece que no comprende a Lucien para nada...

—Mi querida niña: ¿acaso cree usted que lo


comprende? —sonrió desafiante—. ¿Cuál es la causa
de que haya venido usted a esta cueva de ladrones?

— Louis quiso venir. Habíamos salido a dar un


paseo —contesté sin mucho entusiasmo—. ¿Por qué
lo llama así?

~ 168 ~
— ¿Por qué no? —se encogió de hombros—. En
la Edad Media este castillo perteneció a una de las
familias más violentas, sanguinarias y malvadas de la
zona. Y es fácil decir, créame. Uno de los señores de
Les Baux que sospechaba que su esposa hacía algo
más que intercambiar versos con su trovador
favorito, tuvo la brillante idea de asesinar al pobre
poeta, arrancarle el corazón y enviárselo a su dama
sobre una fuente de oro. Dicen que Henri de Labran
desciende de uno de ellos.

— ¿Está tratando de asustarme?

—Dios no lo permita.

— ¿Esta cueva de ladrones es su hogar?


—pregunté más animada—. ¿Qué hizo con el dinero
que robó a la diligencia de Lyon?

Era sólo un tiro al aire; pero noté un relampagueo en


sus ojos antes de que me contestara en voz baja:

—No les será tan fácil atraparme; pero puedo


asegurarle que irá a servir a una buena causa. Su
causa, señorita Emma; la causa de su padre.

— ¿Tuvieron que matar a alguien para


conseguirlo?
~ 169 ~
—No estamos jugando. Debería estar agradecida a

aquellos que-arriesgan sus vidas para evitar que el


dinero llegara a destino. Ese oro estaba destinado a
construir una flota, una flota que ya se está formando
para invadir Inglaterra. Puedo asegurarle que el
general Bonaparte no pierde el tiempo. —Se
incorporó y miró a su alrededor.— Ahora, creo que
debe marcharse; y yo también. Me imagino que no le
contará nuestro encuentro al jefe de policía... —Se rió,
burlándose abiertamente de mí.— Sabemos algo más
de lo necesario acerca de cada uno, ¿no le parece¡" Yo
no la habré visto, ni usted a mí. ¿De acuerdo?
—Asentí con la cabeza y ayudó a Louis a levantarse
del suelo.— Vamos, muchacho; ya es suficiente
historia natural para una sola tarde.— Con gesto
galante, llevó mi mano a sus labios y la besó.— Creo
que se sentirá feliz de no volver a verme, pero mucho
me temo que nos veremos más de una vez. Au revoir,
señorita.— Me saludó con la mano y desapareció
rápidamente de nuestra vista.

Louis se quedó mirándolo hasta que se marchó.

— ¿Hablaba en inglés?

-Sí.

~ 170 ~
— ¿Por qué? ¿Qué quería?

—Eso no importa ahora, Louis, debemos irnos a casa.

Descendimos entre las piedras y soltamos a los


caballos. Mientras trotábamos por el camino de
vuelta a Villeroy, Louis comentaba alegremente los
acontecimientos de la tarde pero yo apenas le
prestaba atención. Era obvio que Pierre no era un
asaltante común. Tampoco tenía el modo, la voz o la
apariencia de un campesino rústico. También era
obvio que conocía perfectamente a la familia de
Villeroy. Cada vez me resultaba más evidente que
debería ser uno de aquellos monárquicos rebeldes
que se habían dispersado y a los que habían buscado
infructuosamente después del asesinato del marqués
de Fon- tenay. Ahora habría vuelto de su seguro
escondite en Inglaterra para combatir a Bonaparte
como antes lo había hecho contra los revolucionarios.
¿Y mi padre? El tambien tendría que ver con ellos. Me
resultaba claro ahora, que aquel día en Trevira,
habría entrevistado a Pierre en secreto; tal vez
dándole instrucciones. También en París... ¡París!
Sentí que el corazón me daba un vuelvo: ¿Qué había
dicho mi padre, aquella noche en que fue
brutalmente golpeado? : "Los hombres pueden tener
sentimientos mezclados: patriotismo, lealtad, celos..."
No debería temer nada de Pierre; pertenecíamos a la
~ 171 ~
misma causa; sin embargo había algo en su manera
de hablar, algo enigmático en la sutil manera en que
parecía burlarse de mí, que me peturbaba. ¿Habría
sido él el que golpeara ferozmente a mi padre?... ¿O
tal vez Lucien? ... ¿Lucien, con quien me había
encontrado tan extrañamente en el Palais Royal? La
sola idea era tan espantosa, tan tremenda que sin
querer tiré de las riendas de Beauregard que tropezó
y se volvió a mirarme, sin comprender.

— ¿Pasa algo, señorita? —preguntó Louis.

—No... no; nada. Date prisa que ya estamos muy


retrasados.— Pero la horrible idea seguía rondando
en mi cabeza. No podría haber sido Lucien; jamás
podría creerlo. ¿Podría haber sido Pierre? ¿Pero por
qué? ¿Por qué habría hecho una cosa así?... ¿Sería que
mi padre fuera el inglés del que hablara Lucien, el
inglés que compartía el mando con el marqués, el
liderazgo que provocaba la codicia de Pierre y que
deseaba para sí? Era una locura, me dije. Estaba
imaginando una novela melodramática. Habían
pasado casi siete años.. Odios así no perduraban a
través de los años... únicamente que mi padre fuera a
volver; que hubieran surgido nuevos planes; algo que
sólo podría funcionar si se lograse el apoyo de
Inglaterra. ¡Oh! ... si Lucien volviera de una vez y
pudiera preguntarle. Quería saber tantas cosas...
~ 172 ~
Miré a mi alrededor y noté que estábamos
nuevamente en el olivar. Pronto llegaríamos a la casa.
Tenía que dominarme y volver a ser la señorita
Rainier, la institutriz discreta y sensata. Al atravesar
la arcada de piedra, vimos dos caballos extraños
atados en el patio. El caballerizo que vino a hacerse
cargo de los nuestros, hizo un gesto con la cabeza,
indicando la casa:

—La señora tiene visitas.

Louis desmontó y corrió adelante; yo le seguí'y subí'


más lentamente las escaleras. Se detuvo súbitamente
frente a la puerta del living. Martine estaba sentada,
muy derecha, en el gran sillón tallado; Nicole estaba a
su lado. Frente a ellas había dos hombres. Uno de
ellos, bajo y grueso, con un rostro ancho y agradable,
cambiaba continuamente su peso de un pie a otro. El
otro era alto y muy delgado: un hombre gris; de
cabellos grises, bigotes grises y el cutis del mismo
tono. No parecía tener nada especial hasta el
momento en que se dió la vuelta y me miró: Sentí
entonces una mirada tan penetrante y aguda que un
escalofrío de terror recorrió mi cuerpo.

—Este es mi hijo menor con su institutriz —informó


Martine, tranquilamente—. ¿Podría llevar a Louis a
su habitación y prepararlo para la comida, señorita?
~ 173 ~
—Sí, señora.— Me di la vuelta para cumplir la
indicación pero el hombre gris levantó una mano.

— Un momento; quisiera hablar un momento


con esta joven, por favor.

Martine dudó.

—Muy bien; aunque creo que no podrá añadir nada a


lo que yo ya le he dicho. Hace sólo unos pocos días
que está con nosotros. Louis, vé a tu habitación.

—Pero no quiero ir, mamá. Quiero contarte... que


encontramos a un hombre.

El hombre gris captó lo dicho por el niño como un


relámpago.

— ¿Qué hombre?

El niño le miró con desagrado.

— ¡Oh!... simplemente un hombre. Impidió que


tocara una víbora... como si yo hubiera querido hacer
semejante tontería.

— ¡Louis! ... haz el favor de marcharte ya.

~ 174 ~
La inflexión en la voz de su madre era tan fuera de lo
común, que el niño dudó durante un instante. Yo
capté una mirada en busca de socorro de parte de
Martine y le puse la mano en el hombro.

—Vete ahora. Haz lo que te dice mamá. En seguida


subiré.

Una vez que el niño se marchó, Martine prosiguió:

—Señorita Rainier, quisiera presentarle al señor


Charles Guitry, jefe de policía de Tarascón, y su
ayudante, el señor Georges Montaud.

Ambos hombres efectuaron una pequeña reverencia


y luego el jefe de policía se dirigió a mí:

— ¿Cuándo llegó usted, señorita?

—Mañana hará una semana.

— ¿Desde París?

—Sí; desde Passy.— Hasta ahora recordaba las


instrucciones de Lucien.

— ¿Vino sola?

~ 175 ~
—No; el señor de Fontenay tuvo la amabilidad de
acompañarme.

—Ya veo.

— ¿Es necesario este interrogatorio, señor


Guitry? —preguntó Martine con frialdad.

No sé si ella tenía conciencia de lo que hacía; pero sus


gestos eran los de una gran dama. Podría estar
dirigiéndose a un comerciante inescrupuloso o a un
criado que hubiera faltado a su deber. Noté
inmediatamente que era un error: el hombre de gris
rechazaba este tratamiento con cada fibra de su
cuerpo, aunque el único signo exterior de su
sentimiento fue un tono más irónico en su voz.

—Hemos recibido noticias desde París acerca de


cierta joven inglesa que desapareció de un hotel en el
que estaba confinada temporalmente por orden del
general Bonaparte. Se dice que puede tratarse de una
espía.

— ¿Una espía inglesa? —interrogó Martine, con


mal disimulado desprecio.

—Sí, señora; una espía inglesa. Por lo tanto debe


comprender que mi obligación es efectuar
~ 176 ~
averiguaciones ante la llegada de cualquier forastero,
por inocente que parezca.

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