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Una amnistía constitucional

El Gobierno tiene que identificar claramente los límites de negociación que la ley
admite sin comprometer su viabilidad

El reenvío a la Comisión de Justicia de la proposición de ley de amnistía tras el


voto en contra emitido por Junts, junto al PP y Vox, ha abierto un debate acerca
del margen de negociación que existe sobre la redacción final de la ley. Las
actuaciones judiciales que pretenden imputar a Carles Puigdemont por terrorismo
hacen que Junts reclame ahora una amnistía que no contemple las excepciones en
materia de terrorismo que recoge el texto en forma de actos que “de forma
manifiesta y con intención directa” hayan causado “violaciones graves de derechos
humanos”. Aunque el miedo a que su líder quede fuera de la aplicación de la ley
tenga fundamento, la realidad es que el poder legislativo puede aprobar una ley de
amnistía, pero no puede convertir la amnistía en la garantía absoluta de blindaje
para nadie, pues la ley deberá ser, en último extremo, aplicada por los jueces.

La ley de amnistía no solo debe tener los apoyos políticos necesarios en las Cortes
para que pueda entrar en vigor y aplicarse; debe reunir también las exigencias
técnicas necesarias si quiere desplegar sus efectos con eficacia y mantenerse en el
tiempo. Y es que tendrá que superar el control que sobre ella realice el Tribunal
Constitucional y también el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, encargado
de resolver las cuestiones prejudiciales que planteen los tribunales nacionales
encargados de aplicar la norma. Nada de esto ocurrirá con éxito si la ley pretende
amnistiar todo acto susceptible de ser considerado terrorismo.

El Gobierno de Pedro Sánchez está invirtiendo un capital político muy importante


al defender una amnistía apelando a los beneficios que la misma producirá en
términos de convivencia. No le resta valor a la iniciativa política el hecho de que
haya sido un condicionante impuesto por Junts para garantizar su investidura.
Con todo, la legitimidad que tiene un Gobierno para explorar opciones de alto
voltaje político como la que implica una amnistía debe poder maridar bien con una
firme determinación a la hora de identificar claramente los límites de negociación
que el instrumento legislativo admite sin comprometer su viabilidad. Y es que la
ley solo podrá desplegar los efectos para los que ha sido creada si nada
compromete su vigencia futura. Parece claro que el texto rechazado por Junts no
admite más retoques sin comprometer su constitucionalidad y su compatibilidad
con el derecho de la Unión Europea. Tiene sentido que el Gobierno se mantenga
firme en la negativa a cambiar la redacción actual de la ley de amnistía y, en
cambio, carece de sentido que admita explorar para seguir negociando con Junts
cambios en una norma tan relevante para la buena marcha de los procesos penales
como la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Las dudas que suscitan algunas actuaciones como la del juez Manuel García-
Castellón contra Puigdemont invitan a creer en explicaciones metajurídicas.
Afortunadamente, el Estado de derecho permite canalizar cualquier duda a través
de los mecanismos de control que analizan la existencia de indicios o actuaciones
contrarias a derecho. Carles Puigdemont podrá activar todos los mecanismos para
afrontar la defensa de su causa y reclamar, en su caso, la aplicación de la ley de
amnistía para sí. Tratar de aliviar esta pesada tarea a quien huyó de Cataluña tras
declarar su independencia no es razón suficiente para comprometer la entrada en
vigor de una norma que beneficiará a cientos de personas, ni puede justificar ad
eternum una negociación cuyo margen de acción para el Gobierno parece agotado.

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