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El Gobierno tiene que identificar claramente los límites de negociación que la ley
admite sin comprometer su viabilidad
La ley de amnistía no solo debe tener los apoyos políticos necesarios en las Cortes
para que pueda entrar en vigor y aplicarse; debe reunir también las exigencias
técnicas necesarias si quiere desplegar sus efectos con eficacia y mantenerse en el
tiempo. Y es que tendrá que superar el control que sobre ella realice el Tribunal
Constitucional y también el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, encargado
de resolver las cuestiones prejudiciales que planteen los tribunales nacionales
encargados de aplicar la norma. Nada de esto ocurrirá con éxito si la ley pretende
amnistiar todo acto susceptible de ser considerado terrorismo.
Las dudas que suscitan algunas actuaciones como la del juez Manuel García-
Castellón contra Puigdemont invitan a creer en explicaciones metajurídicas.
Afortunadamente, el Estado de derecho permite canalizar cualquier duda a través
de los mecanismos de control que analizan la existencia de indicios o actuaciones
contrarias a derecho. Carles Puigdemont podrá activar todos los mecanismos para
afrontar la defensa de su causa y reclamar, en su caso, la aplicación de la ley de
amnistía para sí. Tratar de aliviar esta pesada tarea a quien huyó de Cataluña tras
declarar su independencia no es razón suficiente para comprometer la entrada en
vigor de una norma que beneficiará a cientos de personas, ni puede justificar ad
eternum una negociación cuyo margen de acción para el Gobierno parece agotado.