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TEMA 7. AUGE Y CAÍDA DEL IMPERIO CAROLINGIO.


1.El fin del reino merovingio: los últimos mayordomos de palacio y el cambio de
dinastía

1.1 Los últimos merovingios

Desde mediados del siglo VII hasta mediados del siglo VIII, el gran reino
germánico de los francos merovingios, fundado por el rey Meroveo (448 – 457) y
reforzado por su nieto, Clodoveo I (481 – 511), atravesó una profunda crisis
(Paralelamente, el reino de los visigodos, el otro gran reino germánico del momento,
sufrió también una época crítica que le empujó a su desaparición.). El concepto
patrimonial que tenían los monarcas merovingios de su reino provocó que lo repartiesen
entre su descendencia, lo que condujo a una debilidad congénita de la dinastía y a final
desaparición.
Los merovingios no fueron capaces de organizar un Estado firme sobre sus
amplias conquistas territoriales, de modo que durante los dos siglos tras la muerte de
Clodoveo I, el reino fue disgregándose a manos de sus sucesores, que se combatieron
ferozmente. Salvo escasos momentos de unidad, el reino se articuló en cuatro grandes
entidades:
- Austrasia (al este, entre el Mosa y el Rin).
- Neustria (al oeste, entre el Escalda y el Loira).
- Aquitania (entre el Loira y los Pirineos).
- Borgoña (en la zona central y con una abundante población galorromana).
Al morir Clodoveo I (511), sus hijos se repartieron el reino, lo que acabó
desembocando en una lucha fratricida que terminó cuando el hijo menor, Clotario I (511
– 561), consiguió reunificarlo de nuevo. A pesar de ello, Clotario I volvió a dividir el
reino entre sus hijos, reproduciéndose la lucha entre hermanos hasta que Clotario II (613
– 629) y su hijo Dagoberto (629 - 639), pudieron reunificarlo de nuevo. El último rey
merovingio que consiguió la unidad de los territorios fue Childerico II pero, tras ser
asesinado en 675, el reino volvió a dividirse definitivamente.
La debilidad del reino merovingio provocó intentos de independencia de
turingios, alamanes y bávaros, facilitó el asedio de lombardos, ávaros, bretones y frisones
e impidió el desalojo de los visigodos de la Septimania, la región costera del Golfo de
León.
1.2 Los “mayordomos de palacio”
En este ambiente de descomposición, apareció la figura del mayordomo de
palacio, administrador de las posesiones reales y jefe del rudimentario aparato
administrativo. Los mayordomos se convirtieron en los auténticos detentadores del poder
y en intermediarios entre la nobleza y el monarca. Atendían el tesoro real, encabezaban
el ejército, presidían los tribunales reales y eran sus principales consejeros.
Ante las pretensiones hegemónicas de Neustria, el mayordomo de Austrasia,
Pipino II de Heristal, se enfrentó a sus enemigos y los venció en la batalla de Tertry (687),
quedando como mayordomo de ambos territorios y autoproclamándose “príncipe de los
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francos”. A falta de descendientes legítimos, le sucedió su hijo ilegítimo, Carlos llamado


Martel por las victorias que acumuló sobre frisones, alamanes, borgoñones y provenzales
y que le permitieron convertirse en señor de los francos. Cuando penetraron en Aquitania,
Carlos Martel detuvo el avance de los musulmanes en la batalla de Poitiers (732) y,
aunque no consiguió expulsarlos totalmente, la victoria le permitió ganar gran prestigio
como defensor de la Cristiandad. Carlos Martel sufragó una parte de esta campaña
cediendo tierra de la Iglesia en régimen de beneficio a la nobleza que lo apoyó. En 741,
le sucedió su hijo Pipino “el Breve”, que también venció a sajones y bávaros.

2. Los carolingios
2.1 Los carolingios y el Papado
Los primeros carolingios buscaron su legitimación en la Iglesia. La Iglesia franca,
a falta de un solo poder que la protegiera de los diversos grupos poderosos, había optado
por participar en su juego político y establecer los mismos lazos de dependencia. Los
carolingios iniciaron su ascenso social, por un lado, gracias a la legitimidad que les
proporcionó la Iglesia por su firme política de evangelización de los pueblos conquistados
y por su empeño en la reforma del clero y, por el otro, a los apoyos que encontraron entre
una nobleza a la que cedieron parte de sus dominios y tierras confiscadas a la propia
Iglesia. Pipino de Heristal encargó al monje Wilidrobo la evangelización de los frisones,
labor que continuó Carlos Martel al apoyar las misiones en Frisia, Turingia, Hesse y
Baviera. De este modo, los carolingios, en unión con Roma, iniciaron una empresa oficial
en la que conquista y evangelización iban juntas.
Pipino el Breve apoyó la celebración de concilios nacionales para reglamentar la
disciplina eclesiástica y para reformar la liturgia. En 744, para sortear el problema de las
confiscaciones a la Iglesia creado por Carlos Martel, Pipino el Breve acudió a la fórmula
de la precaria verbo regis, según la cual, la Iglesia mantenía la propiedad de la tierra a
cambio de determinadas compensaciones. En 751, al ver contestada su posición por parte
de algunos nobles favorables a los merovingios, Pipino el Breve solicitó al Papa Zacarías
una opinión sobre su legitimidad. Zacarías apoyó la causa de Pipino por lo que el último
representante de los merovingios, el débil Childerico III, acabó encerrado en un
monasterio.
2.2 La creación del “patrimonio de San Pedro”
Después de la muerte de Justiniano en 568, los lombardos invadieron Italia,
estableciéndose en el norte y fundando ducados como Benevento y Spoleto. Italia se
dividió entre una zona lombarda y otra bizantina. En 584, los duques lombardos
restauraron la monarquía y se convirtieron al catolicismo. Liutprando, a principios del
siglo VIII, expulsó a los bizantinos del norte de Italia, salvo Venecia.

En 751, los lombardos tomaron el Exarcado de Rávena, preocupando al papa


Esteban II (752 – 757) por la independencia de Roma. Escribió a Pipino proponiéndole
ser nombrado patricius Romanorum y solicitando su intervención militar para recuperar
el Exarcado, basándose en la Donación de Constantino, un documento falsificado, que
supuestamente detalla una donación del emperador romano Constantino el Grande al
Papa Silvestre I en el siglo IV. El texto afirmaba que Constantino otorgó al Papa la
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autoridad sobre Roma, Italia y vastas regiones del Occidente, junto con la potestad
imperial y los honores correspondientes. Según la donación, Constantino se reservaba la
parte oriental del Imperio. El Papa se entrevistó con Pipino en 753 y, mediante el tratado
de Quierzy, acordaron la recuperación de Rávena y regiones adyacentes, naciendo así el
Patrimonio de San Pedro.

Pipino, a pesar de dedicarse a recuperar Aquitania (760 – 768) y Septimania (752


– 759), logró someter ambas regiones al aceptar su autoridad. En Septimania, los nativos
apoyaron a Pipino en su campaña contra los visigodos a cambio de preservar su lengua y
derechos. En agradecimiento, el Papa consagró a Pipino y a sus hijos en la iglesia de
Saint-Denis.

2.3 Carlomagno y la expansión territorial


A su muerte (768), Pipino dejó el reino a sus hijos Carlos y Carlomán pero la
muerte del segundo (771) facilitó la reunificación del reino. Carlos, el futuro Carlomagno
(768 – 814), siguió las directrices marcadas por su padre y sus empresas militares se
dirigieron contra todos sus vecinos.
2.3.1 Italia
Para sellar la paz con los lombardos, Carlomagno se casó en 770 con una hija del
rey Desiderio a la que, empujado por el Papa, repudió un año después. Este hecho provocó
la invasión lombarda del territorio pontificio y el consiguiente contraataque de
Carlomagno, que en 773 tomó Pavía. Un año después, el rey Desiderio se retiró a un
monasterio, acabando así el reino lombardo de modo que Carlomagno pasó a ser rex
Francorum et Longobardorum atque patricius Romanorum. Carlomagno confirmó las
donaciones hechas por Pipino al Papa y añadió, además, la Sabina. Los ducados
lombardos de Spoleto y Benevento reconocieron la autoridad de Carlomagno. De esta
manera, Carlomagno se convirtió en árbitro del norte de Italia, mientras que Nápoles,
Calabria y Sicilia se mantenían en manos bizantinas.
2.3.2 Baviera
Aunque los duques de Baviera eran vasallos de los francos, mantenían una total
independencia. Su duque, Tasilón III, estaba casado con una hija de Desiderio y, durante
la guerra en Italia, mantuvo una actitud ambigua por lo que Carlomagno acabó por invadir
el ducado (788) y retirar a Tasilón.
2.3.3 Sajones y frisones

En el siglo VIII, los sajones, un pueblo pagano resistente a la cristianización en


Europa Central, fueron invadidos por Carlomagno tras una incursión sajona en tierras
francas en 772. A partir de 775, Carlomagno avanzó gradualmente, fortificando sus
territorios. Se produjo una conversión significativa de líderes sajones al cristianismo, se
estableció una organización eclesiástica en Sajonia y se elaboró un plan de
evangelización. Sin embargo, en 778, estalló un levantamiento sajón que fue reprimido
con dureza por Carlomagno. La revuelta concluyó en 785 con la entrega y bautismo del
líder sajón. Carlomagno adaptó el derecho sajón (Lex Saxonum) y promulgó normas
estrictas sobre delitos religiosos, provocando la conversión masiva de los sajones.

La sumisión de los frisones había comenzado con la fundación del obispado de


Utrech en 695, aunque los levantamientos persistieron hasta 714. A finales del siglo VIII,
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la región estaba pacificada y se dividió en condados. A pesar de mantener las leyes


frisonas, estas fueron actualizadas en el año 803 (Lex Frisionum).

2.3.4 Ávaros
La sumisión de Baviera puso en contacto directo a los francos con los ávaros. En
791, Carlomagno invadió su territorio pero hasta 795 no consiguió someter su anillo
fortificado, situado entre el Danubio y el lago Balatón, donde se guardaba además el
enorme tesoro del kan ávaro que permitió sanear las cuentas francas. Los ávaros fueron
entonces cristianizados y, a raíz de las conquistas, desaparecieron como nación. Las
tierras ávaras fueron conquistadas al norte por los francos y al sur por los búlgaros.
2.3.5 España

Tras la derrota visigoda de 711, los musulmanes se expandieron por la Península


Ibérica hasta ser detenidos por los francos en 732. La nobleza visigoda superviviente se
refugió en las montañas asturianas y logró su primer éxito contra los musulmanes en
Covadonga (722). Hacia 750, los beréberes, instalados en el valle del Duero y Galicia, se
retiraron tras años de hambruna y sequías, permitiendo al rey Alfonso I intentar ocupar
su lugar con escaso éxito.

En la parte oriental de la Península, surgieron poderosas dinastías, como los Banu


Qasi en el valle del Ebro, que rivalizaban con Córdoba e intentaban independizarse del
Emirato (756). En busca de ayuda para su causa, los señores musulmanes solicitaron el
respaldo de los francos, prometiendo entregar Barcelona y Zaragoza. Sin embargo,
cuando Carlomagno apareció en Zaragoza (778), el gobernador se negó a entregar la
ciudad. Las tropas francas, llamadas de vuelta a Sajonia, cruzaron nuevamente los
Pirineos en Roncesvalles, donde sufrieron una derrota. Este acontecimiento llevó a la
creación del reino de Aquitania (781) por Carlomagno, con su hijo Luis a la cabeza para
continuar la expansión transpirenaica.

En 785, los habitantes de Gerona, Cerdaña y Urgel se entregaron al rey franco,


provocando la invasión musulmana de Narbona y Carcasona. En respuesta, Luis lanzó un
ataque desde Aquitania y logró conquistar Barcelona (801). En 810, el emir de Córdoba
solicitó la paz, fijándose la frontera en las costas del Garraf y las montañas de Montserrat
y Montsec. A lo largo de treinta años, Carlomagno expandió la frontera de su reino,
abarcando toda la Galia hasta Barcelona, llegando al Elba en el oeste y controlando el
reino lombardo en Italia. Su poder militar y político consolidó al Imperio Carolingio como
la única gran potencia europea.

2.4 La coronación imperial de Carlomagno


El prestigio de Carlomagno se basaba en la fidelidad de sus vasallos, en sus
conquistas militares y en el apoyo de la Iglesia. En la corte de Aquisgrán, un grupo de
intelectuales – entre los que destacaron Pablo Diácono y Alcuino de York - elaboró una
serie de ideas políticas sobre el papel que un rey cristiano debía jugar en la cristiandad
europea. De acuerdo con esta teoría, el Papa debía rezar para que el rey cristiano venciese
a sus enemigos mientras que al rey le correspondía defender a la Iglesia y extender la fe
católica.
En 799, en Bizancio reinaba la emperatriz Irene, anomalía que hizo considerar a
muchos que el trono imperial estaba vacante. Por su parte, acusado de adulterio y perjurio,
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el Papa León III era cuestionado por la nobleza romana e incluso había sufrido un asalto,
aunque pudo huir y refugiarse en Páderborn, donde solicitó la ayuda del rey. En
consecuencia, el Papa regresó a Roma con una escolta y fue repuesto en su sede. En
noviembre del año 800, Carlomagno se trasladó a Roma para celebrar la Navidad. El día
23, León III proclamó públicamente su inocencia, mediante un juramento de purificación,
y el día de Navidad, mientras Carlomagno rezaba en San Pedro de rodillas, León III lo
coronó, recibiendo de los asistentes una triple aclamación.
Inicialmente, Bizancio se negó a reconocer la coronación pero cuando, en 812,
Carlomagno renunció a sus aspiraciones sobre Venecia y se la devolvió a los bizantinos,
el emperador Miguel I le reconoció el título. De este modo, Carlomagno se intituló
“Imperator et Augustus”. Triunfó así la nueva concepción de un Imperio ajeno a Roma y
en el que los romanos eran sustituidos por los francos.

2.5 Los inicios de la crisis

A pesar de sus rudimentarios fundamentos económicos y sociales, el Imperio


Carolingio carecía de unidad política y lingüística, presentando diversos códigos
legislativos y falta de un ejército unificado y eficiente sistema financiero. Tras la muerte
de Carlomagno, la Iglesia buscó mantener la unidad, mientras la nobleza presionaba por
fragmentar el imperio. Aunque Carlomagno deseaba dejar el imperio a sus tres hijos, la
muerte de dos de ellos dejó el poder en manos de Luis o Ludovico Pío (814 – 840).

Italia quedó bajo el dominio de Bernardo, hijo ilegítimo del tercer hijo de
Carlomagno, como rey subordinado a su tío Ludovico. Ludovico se reveló como un líder
débil e influenciable. La facción eclesiástica promovió que Luis abandonara sus títulos
tradicionales y se autodenominara "por la gracia de Dios, emperador augusto". Durante
su reinado, se evangelizó a los daneses y suecos, se realizaron concilios nacionales y se
impuso la regla de San Benito en monasterios. Las propiedades de la Iglesia se
multiplicaron, y en 816, Luis reconoció la total independencia del Patrimonio de San
Pedro, iniciando un proceso que llevó a los territorios pontificios a convertirse en una
potencia rival del Imperio.

Mientras tanto, la nobleza buscaba la división del Imperio. En 817, acordaron con
la facción unionista dividir el Imperio según la Ordinatio Imperii. Ludovico reguló su
sucesión, dividiendo el imperio en tres reinos: Italia para su sobrino Bernardo, Baviera
para su hijo menor, Luis, y Aquitania para su otro hijo, Pipino. El hijo mayor, Lotario,
recibiría el resto y ostentaría el título imperial.

Sin embargo, Bernardo se rebeló contra Lotario, llevando a su ejecución por


Ludovico. Ludovico fue reprobado por el clero y tuvo que hacer penitencia pública en
Attigny (822). En 823, nació Carlos, hijo del segundo matrimonio de Ludovico,
provocando un segundo reparto de territorios que generó conflictos entre las partes.
Ludovico Pío enfrentó disputas continuas hasta su muerte en 840, luchando incluso contra
su propio hijo Luis de Baviera. El Imperio quedó debilitado, abandonando las guerras
exteriores, con las finanzas en ruinas y la lealtad de los vasallos disminuida.
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2.6 El Tratado-reparto de Verdún (843) y el final del Imperio

Tras la muerte de Ludovico Pío, Lotario intentó imponerse a sus hermanos pero
fue derrotado por Luis el Germánico y Carlos el Calvo en Fontenay (841). Luis el
Germánico (Baviera) y Carlos el Calvo (Aquitania), que heredó el reino a la muerte de
Pipino I de Aquitania, se juraron asistencia mutua contra Lotario en los Juramentos de
Estrasburgo (842), primer documento redactado en proto-alemán y francés.

En 843, mediante el tratado de Verdún, los tres hermanos acordaron repartirse el


reino: Luis el Germánico gobernaría el Este, Carlos el Calvo el Oeste, y Lotario recibiría
una franja central desde el Mar del Norte hasta Nápoles, incluyendo Roma y Aquisgrán.
Aunque debía ser un Imperio con tres reinos, carecían de unidad económica, lingüística,
legal o cultural.

Según el tratado de Verdún, también se asignaron responsabilidades ante las


nuevas invasiones: Carlos el Calvo defendería contra los normandos, Luis el Germánico
contra los magiares, y el emperador honorífico Lotario contra los sarracenos.

La descomposición interna inició el feudalismo y la fragmentación. Lotario murió


en 855, su hijo Luis II obtuvo Italia y el título imperial, Carlos recibió la Provenza, y
Lotario II, la Lotaringia. En 863, Carlos murió sin descendencia y sus hermanos se
repartieron sus tierras. En 869 murió Lotario II y Carlos el Calvo y Luis el Germánico
dividieron Lorena según el tratado de Mersen (870).

Carlos el Calvo fue el líder tras la muerte de Luis II de Italia (875). A su muerte
(877), el papa Juan II ofreció la corona imperial a Carlos el Calvo y luego al hijo de Luis
el Germánico, Carlos el Gordo. Su reinado desató anarquía por invasiones normandas y
revueltas. Tras la muerte de Carlos el Gordo (888), el Imperio se dividió en 6 reinos, a
cuyo frente estaban, menos en Germania, dinastías sin relación con los carolingios.

Eudes, conde de París, se proclamó rey en 898.En Italia, Guido de Spoleto se


convirtió en emperador al recibir la corona del papa Esteban V, que pasó también a su
hijo Lamberto. Enemistado con Lamberto, Esteban V coronó emperador a Arnulfo de
Germania (896) pero, a su muerte, la corona volvió a Lamberto. Sólo dos años después
Lamberto fue derrotado por su rival, Berenguer de Friul, que fue nombrado rey de Italia
(898) y años después, emperador (915). Tras su asesinato, nadie reclamó para sí una
dignidad tan desprestigiada y hasta 962, con Otón el Grande, ningún monarca ostentará
tal título en Europa.

3. Organización político-administrativa del Imperio Carolingio.


Del sistema político-administrativo del Imperio Carolingio destacan la
simplicidad de los mecanismos de gobierno y la evidente confusión entre monarca y
Estado.
3.1 Los territorios conquistados
No era un Estado unitario pues carecía de una lengua común, de un Derecho único,
etc. Para los francos, el Estado lo constituían la nobleza y el rey, que gobernaban
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conjuntamente, y todos los súbditos estaban ligados por los vínculos de dependencia
personal establecidos a través de juramentos de fidelidad. Los clérigos del entorno real
trataron de introducir la noción romana del Estado, equiparándolo al bien común,
concepción que triunfó en tiempos de Ludovico Pío.
El Imperio estaba constituido por el núcleo formado por Austrasia y Neustria y
por una serie de territorios conquistados que globalmente formaban el reino de los
francos. En Aquitania, cuyos habitantes de tradición romana se resistieron a la
asimilación, se produjo un equilibrio político entre anexión y autonomía. Carlomagno la
organizó como un reino aparte, a cuyo frente situó a su propio hijo Luis. Igual estatuto
tuvo Baviera, inicialmente con un duque a la cabeza y más tarde con uno de los hijos de
Ludovico Pío. Otro tanto cabe decir de Italia. El reino de los lombardos mantuvo su
personalidad, aunque cambiaron la persona del rey y los funcionarios y desaparecieron
algunos de los poderosos duques lombardos. Inicialmente fue confiado a Pipino, segundo
hijo de Carlomagno, y a su muerte pasó a Bernardo. Todos estos reinos admitían una
teórica superioridad de la autoridad imperial y fueron fieles ejecutores de la voluntad del
emperador. Conservaron sus leyes, aunque los reyes carolingios intentaron que,
respetando las peculiaridades, se consiguiese una mayor identificación legal. Los ducados
lombardos del sur de Italia eran absolutamente libres, aunque aceptaron la teórica
protección de Calomagno y le pagaron un tributo. Por su parte, los territorios del Papa
estaban bajo jurisdicción pontificia y tenían sus propios funcionarios
3.2 El emperador
El emperador carolingio era considerado como el dueño de todo y disponía del
reino por derecho de conquista. Era gobernante del pueblo cristiano pues su reino estaba
indefectiblemente unido al cristianismo y a su ropagación. Se ocupaba de cuestiones
como la disciplina del clero o incluso sobre el dogma y designaba obispos. Era habitual
que el emperador separase a los obispos de sus sedes para que atendiesen asuntos
administrativos, de modo que podían permanecer ausentes durante un largo tiempo de sus
diócesis y acababan convirtiéndose en hombres de gobierno sin vocación pastoral. Algo
parecido ocurría con los abades de los monasterios. Esta forma de proceder generó graves
problemas y fue la causa del enfrentamiento entre el Imperio y el Papado, dando lugar a
la “querella de las investiduras”.
3.3 La administración central
Era una administración de gran simplicidad correspondiente a un Estado cuyas
funciones estaban muy limitadas. No recaudaba impuestos, que llegaban a través de la
administración territorial, y realizaba pocas obras públicas. La administración central se
reduce al palatium o casa del monarca, y los correspondientes funcionarios. El tesoro
público era el del monarca, que lo administraba libremente.
La capilla era el oratorio privado del monarca y estaba atendida por capellanes
cuyo jefe era un obispo que, además, actuaba de consejero para asuntos civiles y
religiosos. La cancillería se encargaba de la recepción y la redacción de los documentos
reales, todos sus funcionarios eran clérigos y muchos de ellos trabajaban también en la
capilla, por lo que ambas instituciones se identificaban. Con la llegada de los carolingios
desaparecieron los mayordomos de palacio, aunque sus funciones las hereda el conde de
palacio.
3.4 La administración territorial
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La administración territorial se articulaba por la división del territorio en


condados, cuyos más importantes funcionarios eran el conde y el obispo. El conde, ligado
al monarca por un juramento de fidelidad, gobernaba el condado como representante del
rey y realizaba las levas del ejército en su distrito. Su actividad estaba estrechamente
vigilada y recibía continuamente órdenes orales y escritas cuyo cumplimiento era
supervisado escrupulosamente, sobre todo por los missi dominici.
El Imperio Carolingio tenía unos 300 condados, divididos en distritos menores
llamados pagus, al frente de los cuales estaban los vicarios, encargados de administrar
justicia. Los pagus se dividían en gaus. Cada conde reunía en torno a sí a 10 ó 12
funcionarios. Por su parte, los obispos, funcionarios reales en definitiva, administraban
los territorios de las iglesias bajo un exhaustivo control del monarca.
Los missi dominici, fueron un importante instrumento de poder. Aparecieron
hacia el 779 como actuación conjunta de un conde y un obispo, encargados de supervisar
la gestión de otros condes y obispos en sus correspondientes demarcaciones y de velar
por el cumplimiento de las órdenes reales. Normalmente, realizaban hasta cuatro visitas
anuales a lugares alejados de sus territorios y a su territorio de supervisión se le denominó
missaticum.
Los territorios fronterizos (marcas) tenían un estatuto distinto y estaban en
permanente alarma. Encomendados a un marqués, las marcas más importantes fueron
España, Bretaña, Dinamarca, de los Vendos y de los Ávaros.
3.5 La asamblea militar y el ejército
La Asamblea General – Campos de Mayo - era una reunión de todos los hombres
libres para tratar asuntos políticos y judiciales de importancia. El rey realizaba una
propuesta a los magnates, que era discutida por separado por clérigos y nobles, aunque la
decisión se tomase conjuntamente. Las conclusiones finales formaban los capitula y la
suma de todos ellos formaban una capitular u ordenanza, redactada por los escribas de la
cancillería de Aquisgrán. Durante la Asamblea General, el rey trabajaba junto a sus
funcionarios y recibía las rentas y tasas debidas por cada condado.
El ejército real era una superposición de varios ejércitos locales. Cada hombre se
armaba por su cuenta y debía acudir a la llamada con provisiones para tres meses, vestido
para seis y con todos los útiles para la campaña militar. Los hombres no libres, los
funcionarios y los clérigos estaban exentos del ejército, aunque los obispos y los abades
dirigían el ejército reclutado en sus dominios. El ejército se componía, fundamentalmente,
de caballería pesada, pues la infantería jugó un papel menor y en tareas auxiliares. El
caballero se protegía con una túnica de cuero cubierta de placas de metal y usaba espada
larga y lanza. Como el equipo era caro, los caballeros eran escasos por lo que, en
numerosas ocasiones, Carlomagno usó el terror y las masacres para hacerse respetar e
imponer su dominación. En general, sólo se convocaba al ejército de la región o de las
zonas próximas al teatro de operaciones.
3.6 La administración de justicia
Los vicarios impartían justicia en su vicaría y sus sentencias podían ser apeladas
ante el conde. Éste presidía el tribunal condal, asistido por siete expertos (escabinos). Los
missi dominici ejercían justicia en su missaticum, revisando las sentencias del conde. El
Tribunal real era una especie de tribunal supremo que resolvía todo tipo de cuestiones y
de apelaciones que llegaban a la corte. Lo residía el monarca o el conde de palacio. En
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general, las sentencias casi siempre consistían en multas en dinero (composición), una
parte de las cuales se entregaba al juez, lo que daba lugar a numerosos abusos, y otra al
monarca (freda), constituyendo una parte importante de sus ingresos.
3.7 Los dominios reales
Los grandes dominios agrícolas fueron una de las más importantes fuentes de
riqueza de la monarquía, por lo que Carlomagno los explotó y administró
cuidadosamente. Los carolingios buscaron el apoyo de sus súbditos concediéndoles
tierras, primero en usufructo y después en plena propiedad. La disminución de conquistas
hizo entrar en crisis al sistema y, al final, los reyes fueron uno más entre los grandes
propietarios.
4.El renacimiento carolingio

La labor unificadora de Carlomagno se complementó con un impulso al


renacimiento cultural en diversas áreas. Los monasterios, depositarios de la herencia
clásica, resguardaban manuscritos y, bajo el afán de conocimiento, buscaban y copiaban
códices clásicos.

Para dinamizar la vida cultural, en 789, Carlomagno promulgó la Admonitio


generalis, estableciendo escuelas en catedrales y monasterios para la enseñanza de
salmos, canto, gramática, etc. Reformó el clero y la liturgia, unificando el culto y
adoptando la liturgia romana. Durante su reinado, se inició la polifonía y se establecieron
normas del contrapunto. En la escritura, se creó la minúscula carolina en el monasterio
de Corbie hacia 770.

La corte de Carlomagno reunió a individuos de Italia, España y anglosajones,


como Teodulfo de Italia, Alcuino de Inglaterra y otros. Durante los reinados de Ludovico
Pío y Carlos el Calvo, se destacó la cultura. Las letras se estudiaron por su valor más allá
de lo religioso. Monasterios como Fulda, Corbié, San Gall y Reichenau se convirtieron
en centros culturales. Autores como Rábano Mauro y Juan Escoto demostraron madurez
y originalidad.

En el ámbito artístico, se destacaron la arquitectura, la pintura y las artes


decorativas. La cripta en la arquitectura religiosa ganó importancia, y se estableció la
tipología clásica de monasterios. La Capilla Palatina de Aquisgrán es un ejemplo
destacado del arte carolingio. En las artes menores y decoración de manuscritos, se
observa originalidad y finura elevada.

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