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TEMA 30: LA FORMACIÓN DE LAS MONARQUÍAS FEUDALES EN

LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

1. LOS ORÍGENES: LOS REINOS GERMÁNICOS

EL REINO FRANCO. Entre el año 463 y el 508 los francos fueron derrotando a los
suevos, burgundios y visigodos del Reino de Tolosa por conquistar las Galias, siendo en la
última fecha cuando Clodoveo fue designado cónsul por una embajada bizantina —
legalizando así sus conquistas—. Trasladó la capital a París y comenzó la dinastía de los
merovingios. Los reyes francos fueron monarcas absolutos; en cada una de las provincias,
antiguas divisiones administrativas romanas, el rey destacaba a un conde que percibía los
impuestos y administraba justicia. A la muerte de Clodoveo, el reino franco —aplicando el
reparto según la costumbre del pueblo— se dividió entre sus hijos y sólo se volvió a unificar
en 721 con Carlos Martel.

LOS REINOS GERMÁNICOS EN BRITANIA. La isla fue conquistada desde


mediados del siglo V aprovechando la retirada de los romanos en el 410 por anglos, frisios,
sajones y jutos, que formaron cada cual su reino. Fueron los sajones los que crearon más reinos
en Britania hasta configurarse una heptarquía (siete reinos). Tras las invasiones normandas del
siglo IX los reyes sajones de Wessex lograron la unificación. Las invasiones dieron el poder a
una dinastía anglodanesa en el siglo X.

EL REINO LOMBARDO DE ITALIA. Italia, tras el golpe de Odoacro en 476 en el que


destronó al emperador romano Rómulo Augusto, fue ocupada por los ostrogodos de
Teodorico en 488 —que instaló su capital en Rávena—, aunque el emperador bizantino
Justiniano (527-65) consiguió expulsarlos a mediados del siglo VI. Los lombardos penetraron
en el año 568 en el norte de Italia, estableciendo una monarquía en 584 ante el intento de
invasión franco. Por un lado, estaba el centralismo propugnado por la monarquía y, por otro,
la autonomía de las ciudades a cuyo frente se hallaban los duques.

2. EL IMPERIO CAROLINGIO Y EL IMPERIO GERMÁNICO

IMPERIO CAROLINGIO

Los merovingios habían dejado el gobierno en manos de los mayordomos de palacio,


uno de los cuales, Carlos Martel (714-741), logró unificar el Reino en 721 y contener la
expansión islámica en 732 cuando derrotó a Abd-Al Rahman Al Gafeki en Poitiers, al sur de
las Galias. El hijo de Carlos Martel, Pipino el Breve (741-768), tomó el título de rey de los
francos —recibiendo el beneplácito del papa Zacarías, a quien prestó ayuda contra los
Lombardos— en el año 751.

A su muerte dejó dividido el imperio entre sus dos hijos: Carlos (Carlomagno 768-814)
y Carlomán, pero la muerte prematura de este último permitió a Carlos restablecer la unidad.
Pacificó el ducado de Aquitania —que se mostraba recalcitrante— lo erigió en reino y lo cedió
a su hijo Luis el Piadoso. Primero derrotó a los lombardos, luego a los sajones, y fue derrotado
en Roncesvalles (778) tras su intento de crear un limes hispanicum, siendo entonces cuando
regresó a Italia dominando ampliamente el país e incluso expulsando a los bizantinos de
algunas regiones. Se lanzó de nuevo a España ocupando Gerona (785), Barcelona (802) y
creando la Marca Hispánica; su Imperio se extendió del Elba a los Pirineos. En el año 800, el 25
de diciembre, fue coronado emperador por el papa León III. La alianza carolingia con el
pontificado dio lugar a una unión de conveniencia entre el emperador y el papa, concepto
cesaropapista por el cual el Emperador ostentaba el poder temporal de la cristiandad como
soldado de Dios (miles Dei), y el Papa el poder espiritual. Con el transcurso de los siglos esta
alianza se tornaría envenenada.

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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

Estructura administrativa del Imperio. La administración central giraba en torno al


Palatium en Aquisgrán y a los territorios que dependían directamente del Emperador. La
administración territorial se organizaba a través de los condes —al frente de más de 200
condados—, cuyo cargo era electivo a voluntad del Emperador, haciéndose poco a poco
hereditario (Capitular de Quiercy 877 que establecía la heredabilidad de estos beneficios).
Debían rendir cuentas en la Asamblea (institución de tradición germánica), pero en sus
ausencias el conde nombraba a un vizconde. El condado se subdividió en veguerías, al frente
de las cuales se situaron los vicarios (vicarii o vegueres). Otros funcionarios eran los missi
dominici o enviados del Emperador, laicos y eclesiásticos (nobles y obispos) que
inspeccionaban la actuación de los condes y oían las quejas de los súbditos. En las zonas
limítrofes (marcas) se estableció un marqués o margrave (conde de la marca) con mayores
funciones.

Luis, rey de Aquitania, fue coronado coemperador en 813, falleciendo Carlomagno


poco después (814). El gobierno de Luis el Piadoso (Ludovico Pío) (814-40) padeció grandes
dificultades por intrigas familiares. A su muerte, sus tres hijos trataron de apoderarse del
Imperio; en el 843, Lotario, Carlos el Calvo y Luis el Germánico pusieron fin a sus disputas
en el acuerdo de Verdún, donde se repartieron el Imperio: Lotario, con el título imperial,
conservaba una franja de territorio entre el mar del Norte y el Mediterráneo, de Frisia a
Campania, Carlos el Calvo Francia Occidental, y Luis el Germánico Francia Oriental. Muerto
Lotario, Luis y Carlos se repartieron su parte en el Tratado de Meersen (870). Se acababan de
formar Francia y Alemania.

EL IMPERIO GERMÁNICO
Hasta el siglo X se mantuvo en Alemania el "estatus carolingio" —ya que Luis el
Germánico era nieto de Carlomagno—. Los últimos reyes carolingios de Alemania fueron
Arnulfo de Carintia y su hijo Luis IV el Niño, que no pudieron impedir las devastaciones de
los húngaros. A la muerte de Luis, Germania se encontraba dividida en cinco grandes ducados:
Sajonia, Baviera, Franconia, Suabia, y Lorena.

Los cuatro primeros eligieron en el 911 por rey al duque de Franconia, Conrado I (911-
918) (dinastía conradina), quien para enfrentarse con la nobleza buscó el apoyo del clero,
convirtiendo a los obispos en altos funcionarios. Lorena cayó en poder de Carlos el Simple y
permaneció unida a Francia catorce años, vinculándose luego a Alemania.

Se trataba de una monarquía electiva que con los duques de Sajonia se convertirá en
hereditaria. Enrique I el Pajarero (919-936) (dinastía sajona u otoniana) fue el artífice de esta
dinastía; su hijo Otón I (936-973) fue coronado rey en 936 en Aquisgrán, en 962 fue coronado
Emperador por el papa Juan XII, creando el Sacro Imperio Romano Germánico formado por
Alemania, Italia, Borgoña y Polonia; Francia se consideraba completamente al margen del
Imperio. Otón rechazó las oleadas de invasores magiares, conquistó el norte de Italia y se
expandió hacia el Este.

A la muerte de Otón I, su hijo Otón II (973-83) continuó su misma política. Tras su


temprano fallecimiento le sucedió su hijo Otón III (983-1002), de tres años. La regencia la
desempeñaron entre su madre y su abuela, recibió la corona imperial a los diecisiete años y se
propuso "renacer" el viejo Imperio Romano con sede en Roma. Se trasladó allí y se estableció
en un palacio del Aventino, reavivando las etiquetas de los antiguos emperadores. Recuperó
el concepto cesaropapista de gobierno de los carolingios, pero con la muerte del Emperador
(1002) y del papa Gregorio V (primo de Otón III en 999) se ponía fin a este sistema. Enrique II
el Santo (1002-1024), último rey de la casa de Sajonia logró la corona imperial y pacificó
Borgoña, Bohemia, Polonia e Italia.
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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

El regreso de los reyes de Franconia (dinastía salia) (Conrado II y su hijo Enrique III)
supuso la recuperación del modelo electivo, pero Enrique IV (1056-1106) recuperó la
autoridad imperial y su política siguió dos directrices: a) Represión de las tendencias
autonómicas; b) Conflicto con el Papado, que tiene su origen cuando Gregorio VII impuso el
celibato de los eclesiásticos para prohibir el nicolaismo (concubinato), y la supresión de la
simonía (compra de cargos y acumulación de ellos), con la consiguiente prohibición a los laicos
de conceder investiduras de feudos eclesiásticos. Sostenía que únicamente el Papa podía
nombrar y deponer no sólo a los obispos, sino también a los reyes, puesto que éstos, por el
hecho de recibir el poder de Dios, son dignatarios de la iglesia. El enfrentamiento con Enrique
IV llevó al Papa a excomulgarle en 1076; ante esta oportunidad, los príncipes alemanes
acordaron deponer al emperador, produciéndose entonces la Humillación de Canossa (1077)
por la que el Papa perdonaba a Enrique IV, pero, aunque el conflicto por las Investiduras no
había terminado, el enfrentamiento acabó en 1085 con el triunfo del emperador.

El Concordato de Worms de 1122 entre Enrique V (1106-1125), hijo de Enrique IV, y


Calixto II puso fin a una primera etapa de la lucha de las Investiduras; contempla que al Papa
corresponde la investidura canónica y al emperador la investidura feudal. Los obispos
germanos pasaron de funcionarios a vasallos del emperador, y el poder de los príncipes
alemanes se vio reforzado.

Con la Dinastía Hohenstaufen (1137-1250) los alemanes iniciaron su penetración en el


Báltico y en Europa del Este mediante órdenes militares como los Caballeros Portaespadas
(Hermanos Livonios, integrados en los Teutones) y los Caballeros Teutones. Fue iniciada por
Conrado III (1137-52), que organizó una extraordinaria cruzada, la II Cruzada (1144-1148).

Federico I Barbarroja (1152-1190) reactivó la guerra de las investiduras. Se formaron


los partidos güelfo y gibelino, partidarios del papa Alejandro III y del emperador
respectivamente, que serán protagonistas de luchas civiles en Italia hasta el Renacimiento. Las
ciudades italianas del norte se reunieron en la Liga Lombarda, que en Legnano en 1176 derrotó
al emperador, dando origen a la independencia de las ciudades mercantiles italianas. Ante este
fracaso, Barbarroja buscó el prestigio participando en la III Cruzada (Cruzada de los Reyes)
contra su homólogo de Oriente, Saladino. Su muerte en campaña (ahogado en un río) provocó
una gran crisis.

Enrique VI (1190-1197) incorporó el reino de las Dos Sicilias, hasta entonces en manos
normandas por medio de su matrimonio con Constanza I de Sicilia. Federico II (1197-1250)
sometió a las ciudades güelfas, lo que le acarreó la excomunión y ser declarado anticristo y
hereje. Realizó una "cruzada por su cuenta", llegando a un pacto con los musulmanes que le
supuso su coronación como rey de Jerusalén.

A su muerte y la de su hijo Conrado IV (1254) se produjo el Gran Interregno Alemán


(1254-73), periodo en el que no hubo ningún emperador y el título fue disputado entre varios
candidatos, entre ellos Alfonso X el Sabio (bisnieto de Federico I) y Conrado V (Conradino), el
último Hohenstaufen, decapitado en Nápoles. En este periodo tuvo lugar la pérdida total de
autoridad imperial y el desarrollo de ciudades libres en Italia y Alemania, que formaron
entidades como la Liga lombarda y la Liga Hanseática. La Historia de Alemania desde
entonces se caracterizará por la atomización de poder del emperador.

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3. EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS MONARQUÍAS FEUDALES

LA DINASTÍA DE LOS CAPETO EN FRANCIA

La debilidad del Imperio Carolingio era un hecho con los sucesores de Carlos el Calvo,
tal era el caso de Carlos III el Simple, que en el Tratado de Saint-Clair-sur-Epte (911) cede
Normandía a los vikingos. Cuando Hugo Capeto (987-996) fue elegido rey en 987, existía en
Francia un mosaico de principados autónomos, siendo los más importantes los cinco ducados
de Gascuña, Aquitania, Bretaña, Normandía y Borgoña, y siete condados más. El rey sólo
ejercía su autoridad sobre el eje París- Orleans, por lo que a Hugo I —que había sido elegido
por los grandes señores— le resultaba difícil imponer su autoridad.

A Hugo I le sucedieron Roberto II el Piadoso, Enrique I y Felipe I, que no pudieron


hacer nada por someter a sus vasallos, pero aseguraron la herencia de la corona y aumentaron
sus bienes patrimoniales por medio de bodas interesadas. El clero les fue fiel y todos ellos
recibieron la unción que convertía el atentado contra sus vidas en sacrilegio.

Luis VI el Gordo (1108-1137) hizo efectiva su autoridad frente a los señores feudales
cuando en 1124 el emperador de Alemania Enrique V quiso invadir Francia. El prestigio de
Luis hizo que los barones franceses se pusieran de su parte y obligaron al Emperador a
retirarse. Continuó la labor de sus predecesores —aumentando los ingresos de la corona— y
favoreció el desarrollo de los municipios franceses, hallando en los burgueses los súbditos más
adictos. Fruto de la colaboración con la Iglesia fueron las escuelas catedralicias de París y
Orleans.

Luis VII (1137-1180) continuó la labor de hacer efectiva la autoridad real, repudió a su
esposa Leonor de Aquitania en 1152 y ella se casó con Enrique II Plantagenet, duque de Anjou
y futuro Enrique II de Inglaterra.

Felipe II Augusto (1180-1223). Política exterior: sin enfrentarse directamente a Enrique


II, protegió a sus dos hijos disidentes, Ricardo y Juan. Con la subida al trono de Ricardo las
relaciones entre los dos monarcas se hicieron fuertes y marcharon juntos a la III Cruzada (1190-
1192); el regreso de Felipe y la alianza con Juan provocaron el retorno de Ricardo, que fue
hecho prisionero por el duque de Austria, quien le entregó al Emperador Enrique VI. Tanto
Felipe como Juan pagaron para que fuera retenido, pero Ricardo pagó una cantidad superior
y logró la libertad. A la muerte de Ricardo, Felipe II invocó el derecho feudal y obligó a
capitular a Juan Sin Tierra al que derrotó en la batalla de Bouvines (1214), ya que por sus
posesiones continentales Juan era vasallo de Felipe. Política interior: Felipe ya había
conseguido cuadruplicar la renta de los Capetos, pero continuó con el apoyo de la burguesía
(intentó controlar las ciudades flamencas) y del clero. Adoptó el Derecho Romano para
fortalecer su autoridad judicial, estableció agentes reales (bayles que administraban justicia y
recaudaban impuestos), y los senescales siguieron ejerciendo las mismas misiones, pero en los
distritos fronterizos (además reclutaban tropas).

Luis VIII (1223-26) fue sucedido por Luis IX (1226-70) quien se enfrentó a Enrique III
de Inglaterra, a quien venció en Taillebourg en 1242, firmando luego el Tratado de París de
1259, por el que Inglaterra perdía las tierras en el sur de Francia y Normandía, aunque el rey
de Inglaterra seguía siendo vasallo del de Francia y conservaba Aquitania.

Felipe III el atrevido (1270-85) se enfrentó a Pedro el Grande de Aragón y a Sancho IV


de Castilla a favor de los Infantes de Cerda, además controló Navarra.

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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

INGLATERRA

El Ducado de Normandía fue originado por cesión de unas tierras a los jefes
normandos que se dedicaban a saquear la región. Siendo señor Guillermo, murió el último rey
anglosajón, Eduardo el Confesor —de una dinastía anglodanesa—, sin dejar heredero.
Guillermo, primo de Eduardo, reclamó la corona, buscó apoyo en el Papado e invadió
Inglaterra, derrotando a los anglosajones y escandinavos en la colina de Senlac (Hastings) en
1066. En la navidad de 1066 fue consagrado rey de Inglaterra, dando origen a la dinastía
Normanda. El feudalismo se instaló en Inglaterra, pero se crearon unos feudos no muy
amplios para evitar que éstos fuesen un peligro para la monarquía. El clero normando
reorganizó la Iglesia de Inglaterra, cuya máxima autoridad era el arzobispo de Canterbury,
amigo del rey.

A Guillermo I (1066-1087) le sucedieron Guillermo II el Rojo y Enrique I Beauclerc,


ambos perfeccionaron las instituciones y crearon el exchequer, una tesorería real. Al morir el
último (1135) estalla la guerra civil, y será el hijo de una hermana de Enrique I quien se haga
cargo del trono (Esteban de Blois (1135-1154)) y no su hija Matilde, nieta de Guillermo el
Conquistador.

Matilde se casó con Godofredo Plantagenet y su hijo fue Enrique II Plantagenet.


Esteban, en 1153, reconoció sucesor a Enrique II (1154-1189), que acabó con la oposición de la
nobleza en 1154. Su matrimonio con Leonor de Aquitania le convirtió en el señor feudal más
poderoso de Europa. Cada dominio de Enrique II conservó sus instituciones y el conjunto no
constituyó un reino unificado. En Inglaterra creó instituciones modernas inspiradas en el
derecho romano, estableciendo la institución judicial del jurado que ha perdurado hasta
nuestros días. Consolidó el exchequer, envió a los condados unos inquisidores encargados de
"inquirir" sobre la actuación de los barones y de los oficiales reales (los sheriffs), exigió de los
barones el scutage, el cual les dispensaba del servicio personal de armas a cambio del pago de
una cantidad. La supresión de los privilegios eclesiásticos le enfrentó con Tomás Becket,
arzobispo de Canterbury. Becket fue asesinado, lo cual produjo una reacción popular contra
del rey, que se vio obligado a infeudar sus estados a la Santa Sede.

Sus hijos, Ricardo Corazón de León (1189-1199) y Juan Sin Tierra (1199-1216),
continuaron la política de Enrique y al finalizar el siglo XII el poder del rey de Inglaterra era
muy superior al del rey de Francia. La Carta Magna suscrita por Juan Sin Tierra y
posteriormente los Estatutos de Oxford (1258) de Simón de Monfort obligaban al rey a
gobernar ayudado por un consejo de barones, lo que provocará un enfrentamiento entre
Enrique III (1216-1272) y la nobleza, recuperando la autoridad monárquica.

Los sucesores fueron Eduardo I, Eduardo II y Eduardo III (1327-1377), quien acabó por
establecer la clásica división del parlamento británico en dos cámaras —la de los Lores y la de
los Comunes— y vivió terribles enfrentamientos en Escocia.

4. LOS CONFLICTOS EUROPEOS EN LA BAJA EDAD MEDIA

García de Cortázar y Sesma Muñoz, en su Manual de Historia Medieval (2008), nos


presentan una Baja Edad Media como una época de guerras, no ya sólo de conflictos sociales
urbanos y rurales, sino de guerras contra las múltiples herejías que asolaban Europa (husitas)
o entre diferentes reinos (como la Guerra de los Cien Años), además de conflictos de índole
civil (Guerra Civil Castellana, Guerra Civil Catalana o Guerra de las Dos Rosas). Según estos
autores, los conflictos fueron el precio del afianzamiento de las monarquías autoritarias.

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FRANCIA E INGLATERRA: LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

El Tratado de París de 1259 cerró las viejas heridas entre los Capeto y los Plantagenet.
En Francia se sucedieron Felipe IV (puso fin a los Templarios (1309)), Luis X, Felipe V y Carlos
IV, que fue el último rey Capeto; a este le sucedió Felipe VI Valois (1328-1350), obviándose los
derechos al trono de Eduardo III de Inglaterra (1327- 1377), que inició la Guerra de los Cien
Años. Inglaterra derrotó a la armada francesa y obtuvo una gran victoria en 1346 en Crecy.

Las campañas fueron protagonizadas por su hijo Eduardo de Gales —el Príncipe
Negro—, quien hizo prisionero a Juan II de Francia (1350-64) y se vio obligado a firmar la paz
de Bretigny donde parte de Francia era cedida a Inglaterra.

Carlos V (1364-80) inauguró una nueva etapa del conflicto que se desarrolló en la
Península Ibérica. Pedro I de Castilla pidió ayuda al Príncipe Negro, venciendo en la batalla
de Nájera (1367) a su hermanastro Enrique de Trastámara. Sin embargo, su incumplimiento
de lo acordado le llevó a perder el trono y a que éste pasara a Enrique II, quien apoyó a Francia
derrotando en La Rochela (1372) a la armada inglesa.
Ricardo II (1377-1399) no tuvo la fuerza de su abuelo y cayó bajo la tutela de Juan de
Lancaster, que decidió apoyar a Juan de Avís frente a Juan I de Castilla en Aljubarrota (1385).

Carlos VI de Francia (1380-1422) inauguró la época conocida como las Grandes


Treguas con Enrique IV de Lancaster (1399-1413). En Francia la locura del rey dio paso al
enfrentamiento entre los armagnacs (Orleans) y los borgoñones.

Enrique V (1413-22) reinició el conflicto venciendo en Azincourt (1415) en apoyo de


Borgoña. Juan II de Castilla apoyó a Francia, derrotando de nuevo a la armada inglesa en La
Rochela (1419), lo que condujo a la firma del Tratado de Troyes (1420).

Enrique VI (1422-61) prosiguió el conflicto contra Carlos VII (1422-61), que gobernó
en una pequeña parte de Francia. En los enfrentamientos militares ganaron los
angloborgoñones. Finalmente, el pueblo —hastiado de la ocupación británica— decidió
expulsar a los ingleses. Es la época de Juana de Arco, que consagró a Carlos VII el Delfín de
Francia. Este consiguió atraer a Borgoña concediéndole una amplia libertad, con lo que
abandonó a Inglaterra (que es derrotada en 1436). Las luchas continuarían durante 20 años
más, tras los cuales los ingleses fueron expulsados de la mayor parte del territorio conservando
sólo Calais.

Luis XI (1461-1483) recuperó el poder real en Francia, se inmiscuyó en la guerra civil


catalana recuperando el Rosellón y la Cerdaña, y derrotó a Carlos el Temerario incorporando
Borgoña. Sus sucesores Carlos VIII (1483-98) y Luis XII (1498-1515) fortalecieron la monarquía
francesa.

Inglaterra padeció profundos conflictos durante la locura de Enrique VI, lo que


provocó una disputa por la corona entre las casas de York y Lancaster en la Guerra de las Dos
Rosas (1453-1485).

En medio de esta guerra, Eduardo IV (1461-83) accedió al trono y la casa de Lancaster


fue derrotada (rosa roja), pero la guerra prosiguió. A la muerte de Eduardo IV, sus dos hijos
menores de edad fueron asesinados por Ricardo III (1483-85), duque de Gloucester.

Los Lancaster apoyaron a Enrique VII Tudor (1485-1509) que derrotó a Ricardo e
implantó una nueva dinastía.

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EL ÁMBITO IMPERIAL: ALEMANIA E ITALIA

El Imperio alemán fue gobernado por la dinastía de los Habsburgo consolidada en


Austria, aunque fue interrumpida en varias ocasiones a lo largo de los siglos XIV y XV por las
casas de Luxemburgo y Nassau al ser una monarquía electiva. El más poderoso de los
emperadores alemanes de este tiempo fue Luis IV de Baviera (1314- 46), que luchó contra las
ciudades güelfas en Italia y contra el Papa. Carlos IV de Luxemburgo promulgó en 1356 la
Bula de Oro que consolidaba Alemania como un estado federal. Los cantones suizos,
sometidos a los Habsburgo, alcanzaron su autonomía en el siglo XIV; tras muchos conflictos,
Maximiliano I (1486-1519) reconoció su independencia en 1499 como la Confederación
Helvética.

Italia, a lo largo del siglo XIV, estuvo muy dividida; en el norte del país dominaban la
situación política ciudades estado como Milán, en manos de los Visconti que eran gibelinos, la
República de Venecia que desplazará a Génova del Mediterráneo Oriental, Génova que
eliminó a Pisa en el Mediterráneo Occidental, Toscana, Pisa que sometió a Lucca, Siena y
Florencia que conquistó Pisa. El centro de Italia estaba bajo el dominio de los Estados
Pontificios. En el sur se encontraba el Reino de Nápoles con la dinastía Anjou al frente. A lo
largo del siglo XV la situación apenas cambió; en Milán los Visconti fueron sucedidos por los
Sforza, de origen condotiero. Este territorio será disputado entre España y Francia a finales de
la centuria; Venecia fue derrotada por los turcos; Florencia gobernada por los Médicis; los
Estados Pontificios se mantuvieron unidos mientras Nápoles caía en manos de Alfonso V de
Aragón en 1442.

LA IGLESIA: EL CISMA DE OCCIDENTE Y LAS RAÍCES DE LA REFORMA

Felipe IV de Francia entró en conflicto con el papa Bonifacio VIII, claro exponente del
pensamiento teocrático. A su muerte, el rey francés consiguió que Clemente V se convirtiera
en el nuevo Papa, quien se plegó a los deseos del rey en todo y trasladó la corte papal a
Avignon en 1305, donde se mantuvo hasta 1378. Tras esta fecha, a la muerte del último Papa
fue elegido uno en Roma y otro en Avignon; más tarde aparecerá un tercer Papa en Pisa, dando
lugar al Cisma de Occidente. Desde entonces se sucedieron una larga serie de concilios como
el de Pisa y el de Constanza para resolver los problemas del clero. Con la desaparición de los
tres papas, Martín V se convirtió en papa único en 1417 con sede en Roma.

En esta época podemos hundir las raíces de la Reforma de la Iglesia cuando John
Wycliffe en Inglaterra, en el siglo XIV, y Jan Hus en Bohemia, a comienzos del siglo XV,
mostraron claramente su desacuerdo con las teorías de la Iglesia Católica, convirtiéndose en
movimientos heréticos.

PROBLEMÁTICA DE LOS LEVANTAMIENTOS POPULARES

A lo largo de la Baja Edad Media vamos a asistir a una serie de revueltas sociales que,
bajo diversas formas, alcanzarán casi todos los escenarios europeos. Hay que precisar que
dichas revueltas no coincidieron, casi nunca, ni en el espacio ni en el tiempo, sino que cada
una surgió como reacción a unas condiciones de presión concretas. Entre estas, las más
frecuentes fueron: la imposición de nuevas contribuciones; el aumento de los precios de los
productos básicos; la falta de reglamentación sobre salarios; la falta de participación en las
decisiones municipales; el desarraigo y la miseria. Los campesinos rebeldes actuaron asaltando
castillos y residencias nobiliarias y eclesiásticas, mientras que los habitantes de las ciudades
centraron sus odios contra el patriciado urbano, comerciantes, banqueros, judíos, etc.

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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

Las revueltas sociales en el campo. Las revueltas rurales no produjeron modificaciones


de importancia en las estructuras agrarias salvo cuando dieron lugar a arbitrajes jurídicos en
los que triunfaron algunas de sus reivindicaciones. Las más importantes fueron: el
levantamiento en el Flandes Marítimo (1323-1328); la Jacquerie de la Isla de Francia; la gran
revuelta campesina inglesa de 1381; la revuelta de Payeses de Remensa en Cataluña (1347-1486).

Las revueltas sociales en la ciudad. Los motivos de los enfrentamientos y revueltas


urbanos solían ser más nítidos y precisos que en el caso de las revueltas rurales. El
enfrentamiento entre las diversas facciones del patriciado urbano encontró apoyo en el
descontento del pueblo. Motines tales como el de los ciompi en Florencia (1378), el de Cola di
Rienzo, en Roma (1379), el de Esteban Marcel, en París (1358), el de Felipe de Artavalde, en
Flandes (1379), o la busca y la biga, en Barcelona (1450-61), responden a este esquema.

5. LAS NUEVAS IDEAS POLÍTICAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS


MODERNOS

Miguel Ángel Ladero Quesada, en su Historia universal. La Edad Media (1997), sostiene
que la pérdida de poder que los dos grandes poderes de la Europa medieval, Imperio y
Papado, habían sufrido en el decurso de los siglos, provocó que las incipientes monarquías
feudales fueran convirtiéndose, paso a paso, en Estados nacionales con entidad política
propia —independientemente de relaciones vasalláticas—. La Edad Media había estado
dominada por los contratos establecidos entre el monarca y los distintos miembros de la
nobleza feudal, cuyo protagonismo en lo que hoy se denominarían "asuntos de Estado" había
provocado gran parte de los conflictos de la época. Tras los últimos e intensos años del siglo
XV, la inmensa mayoría de las monarquías europeas inició el camino para separar a nobleza y
clero de dichos temas; así pues, cobró un especial vigor el desarrollo de estructuras
burocráticas y administrativas que centralizasen el poder regio en cada reino.

La Edad Moderna conoció en todos los países europeos la organización administrativa


en manos de los reyes, que contaron con la ayuda de un gran número de licenciados
proporcionados por las distintas universidades europeas, preparados más que de sobra para
ejercer unos oficios públicos en los que la pluma y la elocuencia comenzaron a sustituir a la
espada y la armadura. La forma que adquiere el Estado moderno es la monarquía autoritaria,
esta se sustenta en una burocracia, una diplomacia, un ejército permanente y una hacienda. De
igual modo, la figura del monarca pasó a ser la del famoso adagio latino: Rex est imperator in
regno suo, fomentado por la vinculación de la corona al pueblo llano, que pasó de vasallo a
súbdito de una entidad nacional. Ello provocó también la limitación progresiva de las acciones
que la aristocracia (nobleza y clero) podía hacer contra un poder central que definió, en gran
medida, todas las transformaciones de la época.

El término Estado proviene de la voz latina status, que significa “condición”, “poder”
u “oficio”, y era utilizada para referirse a las facultades del gobernante (potestad, dignidad,
ingresos, etc.). A finales del siglo XIV comenzó a emplearse con carácter general para hacer
referencia al conjunto del cuerpo político, lo cual avala la tesis de quienes sostienen que el
Estado es una realidad política moderna con características específicas, surgida en Europa
como consecuencia del Renacimiento y la Reforma, y elaborada teóricamente por los teóricos
de la época. El Estado así entendido se desarrolló en paralelo al concepto de soberanía, al cual
está íntimamente ligado, y que implica la necesidad de que el Estado sea un cuerpo autónomo
por encima del cual no debe existir ningún poder que decida en situaciones de necesidad: el
gobernante crea su propio Derecho, sin que nadie pueda imponerle ninguna norma. De
manera complementaria a la noción de soberanía surgió la otra idea que caracteriza el Estado
moderno: la forma de gobierno en una comunidad política debe ser decidida por sus

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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

miembros, es decir, por el pueblo o la nación en su conjunto. La soberanía es así depositada en


el colectivo social, del cual derivan todos los poderes. Las instituciones políticas, por tanto,
tienen carácter representativo, pues reciben potestad para cumplir la función de velar por los
derechos de los individuos que forman el cuerpo político.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fue el fundador de este pensamiento político


moderno, y defensor de la creación del Estado moderno que caracteriza al Renacimiento. Fue
el primero en describir la realidad sociopolítica al margen de todo planteamiento ético. Según
Maquiavelo, el hombre, al que la naturaleza ha dado una ilimitada capacidad de desear, no ha
sido dotado, en cambio, de un derecho semejante, y sólo por necesidad aceptará someterse a
un orden. Así surge el Estado, porque ofrece al hombre la seguridad que necesita. A lo largo
de su principal obra, El Príncipe —inspirada en la figura de Fernando el Católico—, habla de
cómo tiene que ser el gobernante renacentista para conducir a un pueblo a la fundación de un
Estado moderno; este camino dependerá siempre de premisas políticas, económicas, sociales
y culturales en las que viva su pueblo.

Al llegar los tiempos modernos, entraron en juego tres fuerzas: la monarquía, la


nobleza, y las ciudades. Allí donde triunfó la monarquía autoritaria, se impuso el Estado
moderno; son los casos de España, Portugal, Francia e Inglaterra. En los territorios donde
mantuvo su poder la nobleza —como Alemania— no pudo establecerse un Estado moderno,
y allí donde triunfaron las ciudades —caso de Italia— se formó un mosaico de ciudades-estado
independientes.

CONCLUSIÓN

La Edad Media en Europa se escenifica sobre el mapa con un mosaico de reinos


enfrentados entre sí y dos grandes Imperios: el Carolingio y el Sacro Imperio Romano
Germánico. Los últimos siglos de la Edad Media presentan en el análisis varios factores
drásticos que han denominado a esta etapa la Crisis del Feudalismo. Esta crisis estuvo
ocasionada por varios factores: en primer lugar, un acontecimiento absolutamente devastador
para el medievo europeo, la epidemia de Peste Negra; en segundo lugar, el progresivo avance
de las prerrogativas y mecanismos de coacción señorial que crecieron durante esta época de
forma paralela al desarrollo de un absoluto afianzamiento de las monarquías, lo que vino
acompañado de continuas revueltas en las clases inferiores; finalmente, tenemos que tener en
cuenta otro devastador asunto, algún historiador ha escrito que, a nivel político, la Baja Edad
Media se puede describir como "el paso del vasallo al súbdito", este afianzamiento de las
monarquías, la burocratización y la estatalización de las coronas europeas tuvo, a todos los
niveles, un alto coste, la guerra.

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LA EUROPA OCCIDENTAL: EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS

BIBLIOGRAFÍA

• ECHEVARRÍA ARSUAGA, Ana; DONADO VARA, Julián (2014): Historia Medieval I


(SIGLOS V-XII). Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid.
• ECHEVARRÍA ARSUAGA, Ana; DONADO VARA, Julián; BARQUERO GOÑI, Carlos
(2014): Historia Medieval II (SIGLOS XIII-XV). Editorial Universitaria Ramón Areces,
Madrid.
• MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, J. M.a (1994): Las sociedades feudales, 1. Antecedentes,
formación y expansión (siglos VI al XIII). Editorial Nerea, Madrid.
• FERNÁNDEZ CONDE, F. J. (1995): Las sociedades feudales, 2. Crisis y
transformaciones del feudalismo peninsular (siglos XIV y XV). Editorial Nerea,
Madrid.
• LADERO QUESADA, M. A. (2010): Historia Universal. La Edad Media. Editorial
Vicens Vives, Barcelona.
• GARCIA DE CORTAZAR, J.A. Y SESMA MUÑOZ, J.A. (2008): Manual de Historia
Medieval. Editorial Alianza, Madrid.

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