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Tema 5: La Europa Carolingia.

1.Introducción:
A comienzos del siglo VIII, el modelo social germano-romano se extendió desde la frontera de
Escocia hasta Gibraltar y desde la costa atlántica hasta la del Adriático. Entre los años 700 y 715,
comenzó la construcción del Imperio Carolingio, con base en el reino de los Francos. Desde éste
momento se dieron varios procesos, que fueron: un cambio de las estructuras sociales mediante un
nuevo sistema denominado “sistema feudal”, una nueva síntesis cultural entre los germanos, los
latinos, etc. la debilitación del territorio sur y una nueva centralización del poder en el norte del
Imperio. La aparición del imperio Carolingio es, para muchos autores, el momento clave donde se
inicia la Edad Media.
En el siglo VI, el reino Franco se encontraba dividido entre Neustria, Austrasia y Borgoña. Los
reyes merovingios, siguiendo la tradición germánica, tenían la costumbre de dividir sus tierras entre
sus hijos, ya que carecían de un amplio sentido de república y concebían el reino más como una
propiedad privada de grandes dimensiones. Aunque, aún así, solían existir disputas con respecto al
reparto territorial. Para obtener el poder militar, los monarcas francos agasajaban a la nobleza y a
sus ejércitos privados con privilegios y tierras. Según pasó el tiempo y según pasaron los reyes
merovingios, cada vez tenían menos poder ante el creciente de los aristócratas dentro de sus
ducados. Ésto también acrecentó el poder de los “Mayordomos de Palacio”, quienes, en principio,
eran servidores del rey y responsables del palacio, pero progresivamente y a partir del siglo VII
desarrollaron un gran poder detrás del trono de Austrasia, el sector noreste del reino de los Francos.
El rey franco de la Dinastía Merovingia, Dagoberto I, consciente de la amenaza que los
Mayordomos representaban, se separó del Mayordomo “Pipino de Landen”. Sin embargo, cuando el
monarca falleció (639), el reino recayó definitivamente en manos de los mayordomos pipínidas. Los
soberanos descendientes de Dagoberto I, a menudo jóvenes, no podían reinar sin la ayuda de los
mayordomos de palacio. Éstos aprovecharon la situación para acrecentar su poder y dirigir el país
mediante el reemplazo de los soberanos (ellos nombraban a los obispos, los condes y a los duques),
además eran los encargados de firmar los acuerdos con los países vecinos y decidían y mantenían
las campañas militares. Tras el gobierno de Dagoberto I y algunos monarcas posteriores, el último
rey merovingio, Childerico III, fue encerrado en un monasterio por Pipino el Breve (751), tras lo
que, Pipino, pidió al Papa Zacarías (741-752) que le reconociese como soberano del reino franco.
Finalmente, tras haber llevado a cabo distintas estrategias, Pipino fue proclamado rey en el año 751,
para, más tarde, en el año 754, ser consagrado en la Basílica de Saint-Denis.

2. Los orígenes. El ascenso de los carolingios:


Pipino de Herstal murió en el año 714, dejando en manos de su hijo bastardo Carlos Martel las
mayordomías de palacio de los tres reinos (Austrasia, Neustria y Borgoña) y el título de príncipe o
“duque de los francos”. Tras unos primeros años de dificultad para imponer su autoridad, Carlos
Martel (715-741), propuso a las aristocracias unos objetivos exteriores que permitieran relajar las
tensiones internas: en el norte, pretendió controlar Frisia y alamanes y sajones; y en el sur, quiso
frenar a los musulmanes que habían entrado en tierras francas (Carlos Martel los derrotó en el 732,
lo que contribuyó decisivamente a realzar su prestigio). El éxito de sus victorias fue tal, que en el
año 739, el Papa Gregorio III buscó la ayuda de Carlos Martel para asegurar las posiciones del
papado en el mapa político de la península italiana. Martel murió en el 741 y legó su posición de
mayordomo y del poder obtenido a sus dos hijos: Carlomán y Pipino “el Breve”, sin embargo, a
partir del año 747, Carlomán falleció. Pipino, aunque apoyado por la aristocracia, buscó la
legitimación de su poder en la confirmación del pontífice Zacarías. Con este objeto, envió una
embajada a Roma para plantear al papa quién debía ser rey de Francia. La respuesta del pontífice a
una pregunta que el papado esperaba desde el año 739, legitimó la decisión de Pipino de deshacerse
del rey Childerico III, a quien en 751 confinó en un monasterio. Tras ésto, se realizó una asamblea y
se fue elegido como “nuevo monarca”. Gracias a la relación de Pipino con los Papas, la alianza
entre el papado y los francos había quedado sellada.
Poco después de su coronación, Pipino el Breve debió de ponerse en movimiento debido a que,el
sucesor de Liutprando (rey de los lombardos), quería extender sus dominios y podía atacar al reino
franco. Pipino dirigió dos expediciones para controlar a los lombardos, de lo que salió victorioso.
Tras éstas expediciones, el monarca pudo ofrecer al Papa parte del exarcado de Ravena y la
Pentápolis. El conjunto de esas tierras formó la base de los dominios territoriales del papado, el
llamado «patrimonio de San Pedro». La cancillería pontificia justificó la constitución de ese
patrimonio con la elaboración de un famoso documento: la falsa Donación de Constantino. Según
ella, aquel emperador había cedido, a comienzos del siglo IV, al papa Silvestre I «... la ciudad de
Roma y las provincias, distritos y ciudades de Italia y de Occidente».

3.-Carlomagno y la constitución del Imperio carolingio (768-814):


Tras la muerte de Pipino el Breve en el año 768, tuvo lugar un nuevo reparto del regnum francorum
(reino franco) entre sus dos hijos, Carlomán y Carlos (Conocido como Carlomagno), sin embargo,
tres años después, el primero, Carlomán, falleció, legándole todo el poder al segundo, pronto
llamado “el Magno”. Su reinado y el de su sucesor, Luis “el Piadoso” (Ludovico Pío),
constituyeron, hasta el año 840, una síntesis de los elementos de la cristiandad.
Al comienzo de su mandato, el Imperio se expansionó, las conquistas de Carlomagno siguieron las
líneas seguidas por su abuelo Carlos Martel y su padre “Pipino el Breve”, con fines tales como el de
controlar los pueblos de alrededor, el de obtener tierras para enriquecer la dinastía y, el de
evangelizar los pueblos conquistados.
La primera dirección de las campañas de Carlomagno se orientó hacia el este pagano. Primero,
aseguró la conquista y cristianización de Frisia y, después, se desplegó en tres escenarios: El
primero fue el de los territorios sajones. Las guerras sajonas tuvieron lugar en el noroeste de la
actual Alemania entre 772 y 804, prolongándose así las campañas durante treinta años. En total,
dieciocho batallas que tuvieron como resultado el sometimiento y la incorporación de Sajonia al
Imperio franco y la conversión de sus habitantes al cristianismo. Durante el período de campañas
los sajones alternaron victorias con revueltas sangrientas (la más importante fue dirigida por el
aristócrata Widukind), y por medio de esto, los sajones se impusieron, organizaron una represión
feroz y cambiaron de táctica: decidieron que la conquista sobre el territorio carolingio lo llevarían a
cabo por medio de los soldados y misioneros, estrategia que se facilitó con la incorporación de la
aristocracia sajona a la estructura administrativa en forma de condes. En el año 802, Carlomagno
promulgó la Lex Saxonum, que le permitió poner fin oficialmente a la conquista carolingia de
Sajonia.
El segundo escenario de conquistas orientales tuvo lugar hacia el este, en el territorio de Baviera, ya
que, Tasilón III de Baviera (741 - 794), duque de Baviera y primo y vasallo de Carlomagno, no
prestó ayuda al monarca, en el año 774, en la batalla contra el reino Lombardo y, en el año 788,
trató de aliarse con los ávaros, enemigos francos, por lo que fue arrestado, encerrado en un
convento y su ducado fue abolido. Tras éste hecho, Carlomagno se extendió por otros lugares, como
Carintia, hasta llegar al reino de los ávaros, cuyo sistema defensivo era más avanzado. El monarca
destruyó los puntos estratégicos del reino ávaro y los integró dentro del Reino Carolingio, por lo
que, en el año 796, ya había conseguido la victoria, tras lo que destruyó el reino y se llevó las
riquezas, lo que permitió la mejoría del Reino Carolingio. Tras esto, las campañas carolinas se
trasladaron hacia el sudoeste, donde se decidió aprovechar las circunstancias internas del emirato
cordobés, atendiendo la petición de los gobernadores musulmanes de Zaragoza y Barcelona,
descontentos con la política del emir Abd-al-Rahman I. Sin embargo, una vez en Zaragoza, el
gobernador de la ciudad olvidó su compromiso de abrir las puertas a los francos, por lo que estos
tuvieron que retroceder. Durante su partida, al repasar los Pirineos para regresar a su tierra en el
778, la retaguardia franca fue atacada por los vascones. La derrota franca quedó recogida en la
leyenda de Chanson de Roland que, a finales del siglo XI, transformó a los vecinos en héroes. El
fracaso de la expedición franca a España impulsó a Carlomagno a modificar las estrategias de
actuación en el espacio ibérico: la actuación ofensiva fue sustituida por una estrategia de atracción y
acogida de los hispano-cristianos que huían del dominio del Islam. El resultado fue la constitución
de la Marca hispánica en el año 795, cuya función era actuar como una barrera defensiva entre los
omeyas de Al-Andalus y el Imperio Carolingio franco.
Por último, la tercera dirección de las expediciones carolingias fue Italia, donde se encontraba
Desiderio, rey lombardo y padre de la mujer del rey franco, ya que éste había roto los acuerdos
suscritos entre ambos y había amenazado a los territorios pontificios. En el año 774, Carlomagno
entró en Pavía (capital lombarda), dominando el reino lombardo, y ocupó Spoleto. A partir de ese
momento, Carlomagno se coronó con la “corona de hierro” y se dio el título de “rey de los
lombardos”, que posteriormente heredaría su hijo Pipino en el año 781. Su victoria reafirmó la
alianza con el Papa, quien otorgó a Carlomagno el título de “patricio de los romanos”.
Carlomagno utilizó estas batallas mencionadas como una forma de hacerse más grande y poderoso,
siendo que incluso, siguió considerándose rey de las tierras que cedía a la nobleza. A pesar de que el
reino se fuese desintegrando con el tiempo, Carlomagno supo, como militar, entender las carencias
de los ejércitos, por lo que organizó el sistema de logística para cubrirlas.

En el año 799, el consejero del rey, Alcuino de York, dirigió a Carlomagno una carta que defendía
su hegemonía como monarca. Para el consejero áulico, los tres poderes que gobernaban el mundo
eran “el emperador de Constantinopla, el pontífice de Roma y el rey de los francos”, y de los tres, la
situación de los dos primeros se había visto debilitada considerablemente. En Bizancio, porque la
madre del Emperador, Irene, había usurpado el trono a su hijo; en Roma, porque el Papa estaba
siendo discutido por sus enemigos políticos, que lo acusaban de corrupción. En éstas circunstancias,
solo el poder del rey franco salvo Gran Bretaña e Irlanda, se imponía sobre toda la Cristiandad
latina, por lo que se procedió a llevar acabo una renovatio Imperii romanorum en la persona de
Carlomagno. De esta forma, la noche del 25 de diciembre del año 800, en la misa del gallo, el Papa
León III, en la Catedral de San Pedro, coronó a Carlomagno, rey de los francos, como emperador
romano, convirtiéndose así en uno de los soberanos más poderosos de su tiempo. El Papa empleó,
para ésto, el ritual de coronación bizantino, pero invirtiendo su orden. Puso la corona sobre la
cabeza de Carlomagno y despué, invitó a la asamblea del pueblo y a los guerreros a aclamarlo. El
orden escogido por el papa fijó para la posteridad la imagen del pontífice que concede el Imperio.

4.-Administración e ideología política del Imperio Carolingio:


La organización carolingia, detuvo el camino hacia la disgregación total de los reinos francos y
europeos que se había estado viviendo con anterioridad en el Reino Franco, para lo que se creó una
conciencia de unidad.
Pese a que la organización del Imperio Carolingio se realizó de forma empírica, los eclesiásticos de
palacio revistieron revestirla de una concepción de tradición romana basada en la noción abstracta
de un Estado como garante de la res publica, del bien común.
Los poderes efectivos de Carlomagno derivaron, por una parte, del Bann militar, y por el otro, del
munt judicial, ambos de tradición germánica, como lo era la fortaleza de los vínculos personales
que ligaban a los hombres libres con el rey franco o, que, anualmente, los guerreros se renovaban en
asambleas convocadas para ello. Como estas medidas eran insuficientes para gobernar un espacio
tan extenso y variado como lo era el Imperio y, debido a la diversidad territorial, Carlomagno
decidió igualar los territorios dentro de un camino de unidad militar por medio de diversificar el
propio dominio. Ello obligó a Carlomagno a reconocer el principio de la personalidad de las leyes
en los territorios del Imperio y a compatibilizarlo con el ejercicio general de algunas competencias
eclesiásticas, fiscales y económicas: la protección del clero y la intervención en la designación de
los obispos, el establecimiento de cierto control en las ferias y mercados y la ordenación monetaria
son algunas de ellas.
En la administración del Imperio, el centro teórico era el palatium, que, sin capital fija, acompañaba
al emperador en sus desplazamientos hasta que, hacia 795, aquél tendió a residir casi de forma
permanente en Aquisgrán, aunque lo verdaderamente operativo fueron las circunscripciones
territoriales, los condados. Al frente de ellos, los condes eran reclutados entre la aristocracia de la
zona a gobernar, lo que facilitaba el fortalecimiento de los poderes regionales. Para que esto no
sucediese, su gestión era revisada por los missi dominici, inspectores (uno eclesiástico, otro laico)
enviados por el palatium imperial y miembros de la misma aristocracia a la que pertenecían
los inspeccionados. Aún así, el monarca perdió fuerza política.
En el ámbito fiscal, trató de asegurarse la percepción de ingresos, lo que dio origen a la elaboración
de contabilidades de las posesiones imperiales, recogido en el llamado capitular De villis.
En el aspecto judicial, pugnó porque la justicia se ejerciera en los tribunales condales, en los que
aparecieron los scabini, asesores profesionales, y en los que, en casos en los que las pruebas fuesen
insuficientes (testimonio, juramento), se fueron difundiendo las ordalías, de origen franco
(Mediante la ordalía se dictaminaba, atendiendo a supuestos mandatos divinos, la inocencia o
culpabilidad de una persona o cosa).
En lo que respecta a las competencias militares, Carlomagno trató de mantener la fidelidad personal
de sus guerreros. La fórmula fue recompensar tanto a ellos como a sus vasallos directos y a los
vasallos de sus vasallos mediante la entrega de tierras en usufructo.
Las relaciones entre los vasallos y los señores se sujetaban a un contrato que incluía un doble
vínculo. Uno de carácter personal, la encomendación y prestación de homenaje por parte del vasallo
al señor que se sellaba mediante gestos, con la inmixtio manuum (colocación de las manos del
vasallo dentro de las del señor, y el beso entre ambos). Otro, de carácter real, que se concretó en
forma de cesión de una tierra (beneficio, prestimonio o feudo). Con las rentas generadas por los
campesinos instalados en las tierras que lo constituían, el vasallo debía equiparse y estar presto para
el ejercicio de las tareas que el señor le encomendara. Solían ser de dos tipos: un auxilium en el
combate (servicio de armas), y, en menor medida, un consilium (un asesoramiento al señor en
cuestiones de ejercicio de la justicia, de política patrimonial o de enfrentamiento con otros señores).

5.-La disgregación del Imperio:


A la muerte de Carlomagno, en el año 814, la estructura del Imperio intentó dividirse de nuevo,
debido a la tradición de separación que ya poseía el Reino Franco. Además, no se poseía una idea de
Estado, ya que se consideraba que la monarquía era una herencia de patrimonio, por lo que no se
tenía la consideración de mantenerlo unido. A parte, la organización alimentada por la fidelidad de
las autoridades del Reino debilitaron al poder central.
A la muerte de Carlomagno en el año 814, su primogénito, Carlos “el joven”, había fallecido con
anterioridad (812), por lo que no pudo ser nombrado heredero. Pipino, su segundo hijo, al que ya
había nombrado rey de Italia en el año 810, falleció también antes que su padre, por lo que el
heredero fue el tercero en la lista, Luis «el Piadoso»/Ludovico Pío (814-840). El nuevo reinado
estuvo marcado por las dificultades que provocaban administrar un Imperio demasiado extenso y
variado. Durante este período se privatizaron las competencias del poder público, hubo una falta de
nuevas empresas exteriores y, grandes progresos eclesiásticos, llegándose a establecerse un sistema
de Iglesia-Estado (La Iglesia ocupa el lugar junto al Estado en tareas de gobierno y orden público),
lo que ejerció una influencia decisiva en la formación de la civilización de la Europa occidental. A
este conjunto de rasgos, se unieron dos hechos que condicionaron el destino del Imperio: el reparto
del territorio y las “segundas invasiones”. Además, Ludovico Pío era una persona dedicada a los
asuntos religiosos y culturales, encontrándose poco interesado en la política y la milicia, por lo que
su reinado fue muy frágil.
El reparto territorial se llevó a cabo tras la muerte de Luis “El Piadoso”, dividiéndose el Imperio
entre sus tres hijos según el modelo patrimonial franco del poder. De esta forma, en virtud del
tratado de Verdún del año 843, el Imperio se repartió en: Una parte occidental (Francia occidentalis)
que quedó en manos de Carlos “el calvo” (843-877); una central (Lotaringia) que fue a manos del
primogénito, Lotario (840-855); y la parte oriental (Francia orientalis, actual Alemania), quedó a
cargo de Luis “el Germánico”(843-876). El segundo hecho que apuró la desmembración del
Imperio carolingio hasta su fragmentación más radical, fueron los ataques y saqueos que sufrieron
sus territorios por obra de las llamadas “segundas invasiones”. Los pueblos invasores serían los
vikingos, húngaros y sarracenos que, aportarían un clima de ruina e inseguridad. Esta situación hizo
que el Imperio Carolingio desarrollase un método de defensa regional que aseguró, definitivamente,
la existencia de aristocracias locales y la desestructuración final de ésta sociedad de tipo antiguo. En
estas circunstancias el título de imperial de rey se desvalorizó ante la proliferación de distintos
reinos. En los que se generaron y fortalecieron “principados territoriales”( forma de gobierno en la
que el jefe de Estado es un príncipe) que se constituyeron en condados bajo la dirección de un
magnate.
La aparición de vasallos que disfrutaban de feudos cedidos por más de un señor obligó a ordenar la
jerarquía de juramentos y fidelidades. Esta problemática se solucionó estableciendo un orden de
prioridad entre los feudos, debiendo el vasallo atender primero las demandas del señor feudal que le
sea prioritario. Todo este sistema se ideó a partir de una privatización que había ido evolucionando
desde que Carlos “el calvo” recogió por la capitular de Quierzy, del año 877, el derecho de los
vasallos a transmitir en herencia los feudos que habían recibido.
En este contexto de regionalización y privatización de las relaciones de poder y, tras la deposición
de Carlos III “el Gordo” (hijo de Luis el ”Germánico”) los vasallos de Eudes (Conde de París) lo
establecieron como rey de la parte occidentalis de Francia en el año 888. Frente a él, la aristocracia
apoyó la candidatura del carolingio Carlos III“el Simple”, hijo de Luis II “el Tartamudo”. Carlos III
no pudo gobernar hasta la muerte de Eudes, en el año 898.
Durante un siglo (en que se consolidaron otros principados, como el de Normandía) el
enfrentamiento entre robertinos (del nombre de Roberto “el Fuerte”, padre de Eudes) y carolinos,
descendientes de Carlomagno siguió presente entre la población. En el año 987, siguiendo con
dicha polémica, el robertino Hugo Capeto (de los herederos de Eudes) dio un golpe de estado y se
impuso como única dinastía acabando con la Dinastía Carolingia y estableciendo la de los
Robertinos en la parte occidental del Imperio.
Por otra parte, la parte orientalis debió reforzar sus poderes militares favoreciendo la consolidación
de poderes hereditarios en algunos ducados ante el ataque de los húngaros y de los vikingos. Se
inició además, un camino de colaboración entre los duques y los obispos que sería muy significativo
durante los siglos X y XI.

6.-Organización económica y estructuración social de la Europa carolingia.


La paulatina modificación de las relaciones de producción trajo consigo, durante el siglo IX, un
período de cierta libertad del campesinado y, a partir de mediados del siglo X, un nuevo
encuadramiento social bajo pautas marcadas por los señores, que tuvo repercusiones demográficas y
económicas. En el conjunto del proceso global, tres son los aspectos en que debemos fijar la
atención: las modificaciones de las unidades de producción dominantes en el mundo rural, la
evolución del poblamiento y, el papel de los intercambios.
En los siglos VI-VIII, las relaciones de producción se articularon en cuatro modelos: la comunidad
de valle, la vill tardorromana de explotación directa, la pequeña explotación campesina y la villa
carolingia. Es característicos de estos siglos, el debilitamiento de los dos primeros modelos y, el
fortalecimiento de los dos últimos. La desarticulación de las villae esclavistas tardorromanas tendió
a liberar grupos familiares. Por su parte, la villa carolingia, gran propiedad rural desarrollada, sobre
todo, en las tierras del Rin y el Loira, Era heredera de la villa tardorromana, con la salvedad de que
el antiguo latifundio de explotación directa había quedado dividido en dos partes. Una se la
reservaba el propietario, mientras que la otra se dividía en tenencias o mansos (la tierra de
una familia) que el propietario entregaba a las familias campesinas. La tierra de reserva se explotaba
mediante un administrador y la fuerza de trabajo aportada por dos tipos de hombres: los esclavos
instalados en las dependencias centrales de la villa y los campesinos asentados en los mansos.
Mientras los primeros dedicaban todo su tiempo a la explotación de las tierras del propietario (El
administrador), los segundos lo repartían entre la atención a sus propios mansos y la realización de
prestaciones (las corveas de los documentos franceses, las opera o labores de los hispanos) o
servicios de trabajo personal en las tierras del amo de la villa, que podían llegar a ocupar tres días
por semana.
Los grupos familiares asentados en los mansos podían ser colonos encomendados al gran
propietario o antiguos esclavos manumitidos y convertidos en siervos. De ahí que en algunos
mansos los trabajadores fueran libres y, en otros, otros serviles con obligaciones diferentes. El
proceso del asentamiento en tenencias familiares, con adquisición de capacidad económica y
personalidad jurídica, contribuyó más que ningún otro factor a la desaparición de la esclavitud
antigua. Para algunos autores, la villa carolingia supuso una unidad de explotación que propició el
aumento de los rendimientos agrícolas y de la productividad del trabajo al incorporar instrumentos
de apoyo a la producción, como el molino. Todo ello se tradujo en incrementos de la producción, la
demografía y la colonización de nuevos espacios y, con ellos, de los excedentes y los mercados
donde realizar intercambios. La mejora resultaría tal, que se considera que ésto sería también moto
del renacimiento mercantil de Occidente. Para otros autores, la protagonista no fue la villa
carolingia en sí, si no las familias de pequeños propiearios.
Entre los siglos VII y X, la evolución de los asentamientos campesinos, en especial, los alodiales
(régimen de propiedad de tierras, en el cual el propietario tiene el dominio completo sobre ellas,
tanto el directo como el de uso), se caracterizó por tres procesos. El primero fue la provisionalidad e
itinerancia de los núcleos de asentamiento. La utilización de materiales constructivos (madera,
cañas, retama, paja impermeabilizada con sebo de animales) frágiles y baratos permitió que los
grupos productores, normalmente, muy reducidos, de ocho a veinte personas, pudieran transportar
sus casas o crear unas nuevas con facilidad. El segundo proceso estuvo conformado por las
variaciones del poblamiento en altura. En os siglos VI y VII lo común fueron los asentamientos en
movimiento de ascenso, mientras que en el siglo IX fue más común el de descenso, lo que permitió
a las familias instalarse en espacios con mejores rendimientos.
El tercer proceso lo supuso la fijación progresiva de los núcleos de poblamiento en aldeas, entidades
pequeñas pero autosubsistentes tanto económica como políticamente. Esta fijación tuvo que ver
tanto con los progresos de la producción agraria, que estimuló la creación de pequeños mercados
rurales, como con la creciente la imposición de los señores sobre los campesinos.
En todas las regiones europeas, la población, que debió alcanzar sus mínimos en el siglo VII,
incrementó sus efectivos en los dos siglos siguientes. Gracias a las presuras y las roturaciones,
además, empezaron a ampliarse los terrazgos y a crearse otros nuevos. En las aldeas septentrionales
se comenzó a utilizar el arado de vertedera, que podía labrar en profundidad incluso, en las tierras
del norte. El empleo de ese arado, a su vez, exigió una mayor fuerza de tracción por parte de los
animales de tiro, fueran bueyes o caballos. Para conseguirla, se adaptó a los primeros el yugo
frontal y a los segundos la collera rígida apoyada en los hombros, invenciones que constan ya desde
comienzos del siglo IX. Poco después, aparecería también la herradura, que hacía más segura la
pisada de los animales. Por su parte, la difusión del empleo del hierro en el instrumental agrícola
contribuyó al incremento de los rendimientos del cultivo. Sin embargo, debido a que la producción
de cereal requería que se realizasen nuevas rozas casi continuamente y, a que los señores feudales
estaban más atentos al control social antes que a la producción, las hambrunas reaparecerían en el
siglo XI.
Los aumentos de producción en la Europa carolingia tuvo distintas consecuencias. Mientras las
familias campesinas los aprovecharon para mejorar su dieta, los grandes propietarios en sus villae
los convirtieron en excedentes de los que se alimentaron personas que no se dedicaban a tareas
agrícolas sino a la producción de bienes manufacturados: bebidas, tejidos y piezas de metal, tanto
litúrgico o suntuario como agrícola o bélico, los pergaminos, etc. El señor de la villa compraba los
productos para intercambiarlos con otros de otras villae o, regalarlos (aunque, como normalmente
los aristócratas se devolvían los regalos, era más bien un intercambio acrecentado en su
devolución).

7.-El desarrollo de las relaciones de dependencia personal. El origen del feudalismo y


del régimen señorial.
El establecimiento de vínculos de dependencia entre hombres libres que caracteriza la época feudal,
tiene un claro precedente en tiempos anteriores, tanto entre los francos como entre los
visigodos, por lo que el feudalismo es solo una mejora de los anteriores. La palabra feudo (feudum),
ha tenido diversos significados según los autores y los lugares en los que se ha empleado. A
principios del siglo X, las Partidas del rey Alfonso X definen el feudo como la “manera de
bienfecho” (beneficio).
El sistema feudal se generalizó durante el siglo XII en Italia y Francia y, en el siglo XIII en
Alemania. Los contratos de feudo, sin embargo, no fueron comunes en España a excepción de
Cataluña.
A finales del S. VIII/comienzos del S. IX, en los anales del “Reino Francorun”, se habla, por
primera vez, de una ceremonia protagonizada por el duque Tasilón de Baviera, en la que hubo un
juramento que consistía en establecer un vínculo entre un vasallo y el señor, lo que demostraba que
el vasallo se mostraba inerme ante el señor para lo que se realizaba una ceremonia. Este compomiso
implicaba una doble obligación por parte de ambos. El vasallo se comprometía a ofrecer al señor
auxilio (servicio de armas, económico, etc) y concilio (asesoramiento de consejo jurídico, acudir al
comitatus de su señor, acudir a juicios, asesoramiento económico patrimonial...), y el señor se
comprometía a ofrecerle protección y manutención en caso necesario. Era un vínculo que duraba
mientras vivieran las 2 personas. Además, existía también un vínculo de carácter real, la cesión de
un beneficio que podía ser de carácter económico pero que normalmente era una posesión de tierra
(feudo), que duraba mientras durara el acuerdo vasallático. Este sistema podía ser invalidado.
La ceremonia por la que se establecía el pacto vasallático, constaba de tres partes esenciales: la
primera constaba de la ínmixtío manttun, que era el juramento de fidelidad y la entrega del feudo o
investidura, seguida de la inmixtio mannum, que era era el acto por el cual el futuro vasallo, de
rodillas, con la cabeza descubierta y sin armas, ponía sus manos juntas entre las de su señor. La
segunda parte de la ceremonia consistía en el juramento de fidelidad del vasallo hacia su señor,
poniendo a Dios por testigo del mismo, siendo considerada su ruptura como un perjurio. Tras
realizar el juramento, el señor y el vasallo sellaban el acuerdo con un beso. Finalmente, la tercera
parte consistía en la entrega, por parte del señor, de un objeto que simbolizara el feudo a su vasallo,
tal como un bastón, una rama, un poco de tierra, un anillo o un báculo. En el caso de tratarse de un
obispado, el señor le otorgaba una abadía. En ocasiones, los vasallos se aprovechaban de la muerte
del señor para quedarse con el feudo. Algunos autores sostienen, incluso, que cuando Carlos el
calvo, en el 867, reunió a las asambleas de nobles y promulgó la ley de Quirerzy, ante las invasiones
en el territorio, dio garantías a sus vasallos de que si morían, sus hijos heredarían el cargo, no el
feudo.
En tiempos de Carlomagno, éste fomentó el vasallaje por parte de todos aquellos hombres libres que
le quisiesen servir con sus armas y disponer, de esta manera, de un ejército fiel propio, al margen
del que puedan proporcionarle el resto de grandes señores, para asegurarse, de conseguir apoyos y
consolidar una interrelación entre grupos de poderosos para que hubiese una mayor estabilidad en
cuanto a paz se refiere. El pago que Carlomagno ofrecía a cambio del vasallaje, así como para el
resto de funcionarios a su servicio, es la concesión de tierras. De esta manera, contó con la
colaboración interesada de condes, obispos y abades que vieron, en el servicio real, una manera de
obtener nuevas tierras y enriquecer sus posesiones. Éste sistema falló rápidamente, ya que entre el
rey y muchos de los hombres libres, se interpusieron uno o varios señores cuyos vínculos de
fidelidad eran más fuertes. En base a esto, los vasallos fueron aflojando sus vínculos de
dependencia respecto al poder central, haciendo que los hombres libres dependientes se alejaran de
la autoridad real.

8.-La cultura. El Renacimiento carolingio:


El “renacimiento carolingio” fue una etapa en la que se recogió la tradición cultural antigua que los
obispos visigodos y los monjes irlandeses e italianos habían mantenido entre los siglos V y VIII.
Esta tradición se había materializado en un corpus, del que formaban parte, sobre todo, cinco
autores: Boecio, Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Gregorio Magno y Beda el Venerable. Los
scriptiorum(centro de producción de libros manuscritos) de las escuelas monásticas o catedralicias,
como son, la de Jarrow y York en la Inglaterra anglosajona, la de Luxeuil y Saint Denis en el reino
de Francia o Monte Cassino, en la Italia lombardo-bizantina, eran, a mediados del siglo VIII, los
que contenían tal tradición.
Carlomagno trató de promover la cultura por el conjunto de su reino, y más tarde, de su Imperio. El
proyecto del emperador contemplaba que los agentes de la difusión cultural debían ser los clérigos
apoyados por el poder político. A fin de lograr éste objetivo dictó, en el año 789 una “Admonitio
generalis”, que tenía instrucciones para la apertura y el funcionamiento de escuelas en las
catedrales. Treinta años más tarde (819), el hijo de Carlomagno, Luis “el Piadoso”, introdujo en los
Concilios de los años 816 (para los canónigos) y de 817 (para los monjes), con el apoyo del
reformador monástico, Benito de Aniano, normas para recuperar el estudio como actividad habitual
en la formación de los ciudadanos.
En las escuelas, el plan de estudios incluía dos niveles: uno elemental, basado en la lectura y
escritura en letra carolina del latín y en el canto; y otro superior, que comprendía las materias de las
“siete artes liberales”, organizadas en, tres del Trivium: gramática, retórica y dialéctica, y cuatro del
Quadrivium: aritmética, geometría, música y astronomía.
La conservación del latín entre la minoría culta tuvo su apoyo principal en las bibliotecas de los
monasterios, que hizo surgir una conciencia mayor del valor de lo escrito. Por otra parte, ya desde el
año 813, los obispos recomendaban la predicación en “lengua romance, rústica o germánico”. Por lo
que la población del reino franco, por primera vez, se dieron cuenta de que la lengua hablada
(romance) difería de la lengua escrita (el latín). En la zona oriental, la actual Alemania, esa
situación se había producido ya con anterioridad.
A partir de esas bases tan elementales, se han distinguido tres generaciones de eruditos: La primera,
estuvo formada por el visigodo Teodulfo, obispo de Orleans, el italiano Paulo Diácono, autor
de “Historia Longobardorum”, y, el anglosajón Alcuino, organizador de las iniciativas culturales del
rey franco. La segunda generación de intelectuales carolingios, de la que formaron parte los
obispos Jonás de Orleans y Agobardo de Lyon, ofreció, sobre todo, una profunda preocupación por
la copia de manuscritos. Por último, la tercera generación constituyó el apogeo del renacimiento
carolingio en la reflexión teológica.

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