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El problema del ecofascismo

Philippe Pelletier

Aunque se trata de un aspecto aparentemente marginal, el debate sobre el ecofascismo


es fundamental. Sin embargo choca, al menos, con tres obstáculos. La carga emocional
de cada uno de los términos -fascismo y ecología- dificulta la reflexión. Lo
incongruente que resulta para algunos unir ambos términos le añade una nueva carga
emocional que entorpece el necesario retroceso. Y, por último, la historia casi oficial de
los pensamientos políticos enmascara muy frecuentemente los hechos esenciales pero
perturbadores tanto a propósito de la ecología como del fascismo. Trataremos de
levantar una esquina del velo.

La cuna del naturalismo integrista

Vamos a empezar por la ecología. La mayor parte de los historiadores de la ecología


tienen una curiosa forma de despachar la personalidad y función de Ernst Haeckel
(1834-1919), fundador de la ecología como disciplina científica. Se le suele presentar
como un personaje secundario o sin influencia. Sin embargo, no se limitó a forjar el
neologismo “ecología”. Definió detalladamente su dominio, muy amplio, y lo hizo
adoptar. El enfoque organicista y biológico del mundo que desarrolla, y que da
prioridad a lo vivo, se corresponde con el biocentrismo contemporáneo y se opone al
antropocentrismo. Haeckel lo integra en el monismo, filosofía que postula la unidad de
lo inerte y lo vivo, y que no es otra que el equivalente al holismo contemporáneo. Con
esta base, Haeckel, celoso propagandista de Darwin, construye un auténtico social-
darwinismo que reclama “el regreso a la naturalidad” y “un orden social natural”
adaptado a las leyes eternas de la naturaleza. Preconiza la eugenesia y la pena de muerte
como instrumentos de selección. Su obra El monismo (1897) está prologada por el
racista y arianista George Vacher de Lapouge (1854-1936), que sugiere en ella sustituir
la divisa “libertad, igualdad, fraternidad” por el eslogan “determinismo, desigualdad,
selección”. Desde sus orígenes, la ecología y el ecologismo se han visto tocados por un
sesgo reaccionario.
Sin duda se podría pensar que Haeckel no es representativo de la ecología verdadera (y
del ecologismo verdadero), que no tuvo influencia ideológica o política, y que ha
seguido siendo marginal. Pero no ha sido así en absoluto.
En primer lugar, su vocablo “ecología” -y en consecuencia todos sus derivados- se
adoptó a principios del siglo XX en detrimento de otros vocablos que habían propuesto
otros sabios, como “etología”, “fisiografía” o “biogeografía”, para designar la misma
cosa, pero con diferente significado.
Muy pronto la Liga Monista fundada por Haeckel desempeñaría un papel considerable.
Sus miembros, como Willibald Hentschel y Wilhelm Ostwald (1853-1932), premio
Nobel de Química, influirían sobre una generación de ecólogos reputados que se
perpetuarían generación tras generación, como Alfred James Lotka (1880-1949), su
colega Raymond Pearl (1879-1940), Vladimir Vernadsky (1863-1945), que
conceptualiza sobre el término biosfera y propone el de noosfera, o incluso George
Evelyn Hutchinson (nacido en 1903). Hutchinson ha formado a otros ecólogos
conocidos como los hermanos Odum, Raymond Lindeman, Lawrence Slobodkin y
Rachel Carson. El conjunto constituye una verdadera cadena histórica e ideológica de
maestros a discípulos desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.
El planteamiento haeckeliano encuentra su prolongación en el vitalismo. Esta filosofía
de moda en la primera mitad del siglo XX da una prioridad mística, si no social-
darwiniana, a la vida, en distintos registros. Ha sido desarrollada por Henri Bergson
(1859-1941), Jan Christian Smuts (1870-1950), cofundador del apartheid y creador del
vocablo “holismo”, Wilhelm Dilthey (1833-1911), su discípulo Oswald Spengler (1880-
1936), profeta de la decadencia cercano al nacionalsocialismo y Alfred North
Whitehead (1861-1947). Antimaterialista convencido, Whitehead ha influido sobre
numerosos ecólogos-ecologistas (Robin Attfield, Alfons Auer), a través del grupo
ecológico de la universidad de Chicago (William Morton Wheeler, Warder Allee,
traductor de Haeckel al inglés, Thomas Park, Alfred Emerson, Karl Schmidt, etc.).
Varios ecólogos influyentes, que adoptaron la ecología de Haeckel, comparten las
mismas implicaciones ideológicas social-darwinianas, como Frederic Clements (1874-
1945) y Victor Shelford (1877-1968), creadores de la “bio-ecología”. En geografía, la
ecología de Haeckel se prolonga en la biogeografía de su alumno Friedrich Ratzel
(1844-1904), teórico del “espacio vital” (Lebensraum), que será retomada por los
geopolíticos nazis. Encuentra también ecos en Vidal de La Blache (1845-1918), pilar
ideológico de la conservadora y colonialista III República Francesa, que hizo adoptar la
expresión “geografía humana”, más neutra, en detrimento de la de “geografía social”
propuesta por su contemporáneo Elisée Reclus. El primer sabio que sostuvo una tesis de
sociología en Francia (al fin y al cabo, una tesis de sociología animal), es un pensador
organicista que se considera seguidor de Haeckel, Alfred Espinas (1844-1922).
Como prolongación de Haeckel, y más allá, se dibuja toda una corriente científica e
ideológica continuadora de la ecología que mantiene, a través de diferentes escuelas,
sobre todo en Estados Unidos y Alemania, un enfoque naturalista y biológico de los
hechos sociales. Tal es el caso de la célebre y problemática “ecología urbana” de
Chicago (Robert Ezra Park, William Burguess, Roderick MacKenzie, etc.), ligada al
ecólogo naturalista Amos Hawley.
Hay que destacar que en el seno de la ecología científica los debates sobre terminología
son muy virulentos, así como las implicaciones ideológicas de ciertas concepciones.
Uno de los puntales del sistema y creador del concepto de ecosistema, el ecólogo Arthur
Tansely (1871-1955) pone especial cuidado en evitar la confusión entre el sistemismo y
el holismo, del que rechaza la pretensión sociobiológica, globalista, integrista, social-
darwiniana y totalitaria.
Es evidente que diversas corrientes ideológicas, diferentes al naturalismo integrista, han
dado forma a la ecología científica y al movimiento ecologista. No obstante, la
tendencia que domina, aún siendo multiforme, da la primacía a la naturalidad sobre la
humanidad, a la biología sobre la sociología y al determinismo sobre la libertad. Esta es
la que, en mi opinión, forja las premisas de la ecología profunda en los países
anglosajones protestantes (Estados Unidos, Escandinavia, Alemania, Australia),
ampliada por una buena parte del movimiento ecologista poderoso en esos mismos
países (sobre todo en Alemania).
La derrota fascista y la hegemonía intelectual del marxismo tras la Segunda Guerra
Mundial sacaron a relucir la línea de fondo del naturalismo integrista, mientras los
Treinta Gloriosos orientaban las preocupaciones sociales, culturales y geopolíticas hacia
otros sentidos. El ecologismo va a renacer al otro lado de la palestra política.

El fascismo verde

Vayamos ahora a un análisis breve del fascismo. Hay un aspecto que no hemos de
olvidar si queremos comprender plenamente la cuestión: el fascismo proviene histórica
e ideológicamente tanto de la derecha, clásica o extremista, como de la izquierda e
incluso de la extrema izquierda (una facción de los sindicalistas italianos; los
maximalistas mussolinianos; la mayor parte de los sorelianos; los SA; por tanto, gente
como Déat, Doriot, Jouvenel, Quiesling, Mosley, algunos inconformistas de los años 30,
etc.).
Se comprenderá con facilidad por qué la derecha renovada de la posguerra, avergonzada
de la colaboración, así como la izquierda domesticada por el estalinismo, es decir, un
totalitarismo que no tiene nada que envidiar al fascismo y que le ha ofrecido incluso su
alianza con el pacto germano-soviético de agosto de 1939, prefieren correr un púdico
velo sobre esta realidad histórica del fascismo. Además, el fascismo aureolado por su
radicalidad anticonformista, ha seducido a multitudes y a elites (futuristas como
Marinetti, intelectuales brillantes como Gentile, Drieu la Rochelle, Berl, Heidegger,
Watsuji, etc.).
No se trata de dar una lección, de distinguir entre buenos y malos, sino de comprender
cómo una parte no desdeñable de la extrema izquierda, empezando por los líderes como
Mussolini o Doriot, termina en los brazos del extremismo de derecha, arrastrando con
ellos a militantes y a una importante fracción de la población. Sería demasiado largo
examinar aquí este proceso (podríamos referirnos a obras estimulantes como las de Zeev
Sternhell, Philippe Burrin, Robert Paxton, Ian Kershaw, etc.), pero, lo que vamos a
señalar a partir de ahora es algo importante: una ideología puede tener sus derivaciones,
no hay ninguna razón para que lo que ha surgido en la Historia no pueda reproducirse
un día. Esto vale tanto para el fascismo como para cualquier otro movimiento, bajo una
forma (neo-fascismo, post-fascismo) u otra (nuevos totalitarismos, integrismos,
ecofascismo, etc.). El problema es saber si esta derivación está ya presente en la base o
no. De todas formas, podemos ver que las cosas son complejas, multiformes y a veces
contradictorias. ¿Cómo reconocerlas?
Aquí interviene otro importante hecho de la historia política e ideológica: la
convergencia que se produjo, en la primera mitad del siglo XX, entre una parte del
ecologismo y el fascismo, especialmente en Alemania en su versión nacionalsocialista.
No hay que olvidar que el nazismo extrae una buena parte de sus fuerzas y de sus ideas
del naturalismo integrista. En Alemania, el ultranacionalismo y su derivación antisemita
se han combinado con una mística de la naturaleza. El célebre nacionalista Ernst Moritz
Arndt (1769-1860) es además un ferviente defensor de los bosques. Wilhelm Heinrich
Riehl, su discípulo, hace un llamamiento por “los derechos de la naturaleza salvaje”
(1853). El escritor Ludwig Klages (1872-1956), que denunció la extinción de las
especies, la deforestación, la liquidación de pueblos aborígenes, la alienación creciente
de los hombres respecto a la naturaleza, el utilitarismo económico y el nefasto papel del
cristianismo, y todo ello en 1913, es un ultraconservador y un antisemita venenoso.
Ludwig Klages inspiró el famoso movimiento juvenil de los Wandervögel en los años
20-30, justamente definido como “hippismo de derechas” y cuya mayor parte sigue el
nazismo sin cortapisas sobre una base mística de regreso a la naturaleza y al paganismo,
a la imagen de los teóricos naturalistas Fedor Fuchs, Hans Surén, o del bailarín de
Monte Verità Rudolf von Laban, que se convirtieron en figuras culturales del
nacionalsocialismo. Se añaden a éstos otros autores ya citados, como Dilthey, Spengler,
Heidegger y el propio Ernst Haeckel que, al final de su vida, fundó la famosa sociedad
de Thulé que, con Rudolf Hess y Alfred Rosenberg especialmente, es el origen del
partido nazi.
Una buena parte de los dirigentes y teóricos nazis, que frecuentemente son vegetarianos
convencidos y amantes de los animales (Hitler, Himmler, Hess) cultiva un naturalismo
integrista, que se puede considerar a posteriori como ecofascismo histórico. Preconizan
una mística de la naturaleza, la defensa del terruño, de lo salvaje, la denuncia de las
Luces, de la razón, del materialismo y del progreso. Constituyen eso que el historiador
Peter Staudenmaier llama “el ala verde del partido nazi”. Además de las celebridades ya
citadas (Himmler, Hess), tenemos a Walter Schoenichen (director de la Agencia del
Reich para la protección de la naturaleza), al arquitecto paisajista Willy Lange
(discípulo de Haeckel), al agrario Walther Darré (ministro de Agricultura), a Fritz Todt
(ministro de Equipamiento, paisajista de autopistas), al ecólogo Reinhold Tüxen, a
Alwin Seifert, Josef Perl, Ehrard Mäding, etc. Ellos fueron los que elaboraron las
diferentes legislaciones nazis para la protección de la naturaleza o de los animales
(1933, 1935, 1942, 1943).
Habría también mucho que decir sobre las contradicciones del fascismo (que incluye
además corrientes no ecologistas) o sobre las otras tendencias del integrismo naturalista
que desembocan en el ecofascismo (el primer grupo alemán de teosofía, fundado por
Ernst Haeckel, fue acaparado por Rudolf Steiner (1861-1925), fundador de la
antroposofía que preconiza una agricultura biológica pero elabora también una teoría
sobre las razas elegidas; su discípulo, el S.A. Werner Haverbeck, controla después de la
guerra la poderosa Liga Mundial para la Protección de la Vida en Alemania; pero
necesitaríamos más espacio (sobre el tema se pueden leer los trabajos de Peter
Staudenmaier, Peter Bierl, Janet Biehl, Daniel Gasman, Anna Bramwell, Raymond H.
Dominick, Robert A. Pois, Roland Roth, Gert Gröning, David Pepper, etc.).
Por ello resulta muy lógico que la extrema derecha actual se refiera a la ecología
(posición antinuclear del Frente Nacional y a favor de las energías renovables,
declaraciones de Mégret, Le Pen, Alain Benoist, etc.), y que una parte del ecologismo
alemán, frecuentemente procedente de la extrema izquierda, desemboque en un
verdadero ecofascismo, como el antiguo disidente Rudolf Fahro, que reclama un
“Führer verde”, compaginado con el ecoconservadurismo de un Herbert Gruhl o con la
“tiranía vigilante” del filósofo Hans Jonas.

La socialdemocratización del ecologismo del sesenta y ocho

Sin duda, una gran parte del movimiento ecologista procedente de los años 70 surge de
una corriente contestataria más cercana a la izquierda, incluso a lo libertario. Pero, del
mismo modo que el fascismo nació en el seno de la extrema izquierda italiana para
combinarse muy pronto con las corrientes de la derecha, el ecologismo contemporáneo
ha terminado encontrando, más o menos (el grado y el impacto están sometidos a
discusión), el pedestal ideológico del naturalismo integrista, a medida que la
parafernalia libertaria se deshilacha y el movimiento profundo de la sociedad le extirpa
la protesta socialista (crisis del comunismo autoritario, anestesia del mitterrandismo,
renovación del liberalismo, cambios de chaqueta, etc.).
El integrismo naturalista, que no ha desaparecido jamás y que aflora sin cesar (Robert
Hainard en Francia, por ejemplo, o incluso la ambigua herencia del antiguo doriotista
Bertrand de Jouvenel), se refuerza con la lógica autoritaria de una urgencia que está
dispuesta a adoptar cualquier medio, incluso los más dictatoriales porque, como en el
fascismo y el estalinismo, es por una buena causa (“salvar el planeta”). A partir de aquí,
todas las convergencias y todas las recomendaciones político-ideológicas son posibles,
y lo serán en un futuro próximo, incluso en el presente inmediato, aunque adopten otras
formas porque el contexto ha cambiado.
No obstante, bajo el pretexto de una demonización, no hay que ignorar todos los
aspectos complejos del fascismo y del nacionalsocialismo. Tampoco debemos, cegados
por la ingenuidad, el angelismo y el aura fatalmente positiva que desprende la palabra
“ecología”, olvidar todos los aspectos, en ocasiones ambiguos y confusos del
ecologismo, que no son en absoluto marginales. Basta con ahondar un poco, a nuestro
alrededor, para encontrar posiciones cuando menos cuestionables.
Precisemos también que la denuncia del cristianismo como “anti-ecológico” y la
valoración del paganismo como “ecológico” está desmentida por los hechos. El
sintoísmo, arquetipo de una filosofía biocéntrica de fusión con la naturaleza y aún en
auge, no ha impedido, sino todo lo contrario, que Japón, donde predomina, se haya
convertido en una potencia industrial con increíbles destrucciones ecológicas.
No podemos ser optimistas con estas conclusiones. Señales de alerta, una voluntad de
comprender, el regreso del fascismo populista en Europa o las derivaciones de las
buenas intenciones ecológicas son los factores que me han llevado a este análisis a
veces introspectivo. Así lo he reflejado en L’imposture écologiste (1993), citado a
veces, criticado en ocasiones y raramente leído con seriedad. En ese libro evoco no sólo
el ecofascismo (muchos se han quedado sólo con eso), sino también la
socialdemocratización como posible evolución del ecologismo mayoritario en Europa,
segunda hipótesis que se confirma en nuestros días.
Más vale un exceso de vigilancia que una ingenua o estúpida ceguera que evolucione
sobre el mismo registro que la de los estalinistas o los compañeros de viaje de antaño.
Siempre habrá quien diga que no hay que desesperarse, que el balance es más positivo
que negativo, etc. En una época en la que el comunismo autoritario se ha derrumbado
ideológicamente, en que triunfa el liberalismo absoluto, incluso entre los que se
consideran de izquierdas, en la que las intervenciones del Pentágono son aplaudidas por
los antiguos ecologistas-pacifistas, en la que el liberal-libertario se hará liberal a secas,
si no lo es ya, todo puede suceder...

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