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Clase 8 Foro 8

Los fascismos, la Segunda guerra y el Holocausto.

Hola!! Comenzamos la segunda parte de la cursada!

Como ya habíamos comentado al estudiar la Gran Guerra, una de sus más


terribles secuelas fue la crisis de los valores liberales, expresada en la
emergencia de regímenes totalitarios que aborrecían las democracias liberales
y por consiguiente, las libertades individuales. Esos regímenes germinaron al
amparo del odio que quedó instalado en países que fueron vencidos y
humillados-como Alemania con el tratado de Versalles- y en países como Italia,
que si bien formaba parte de la Triple Entente, no recibió lo que Francia e
Inglaterra le habían prometido para que se alineara junto a ellos allá por 1915.
La fragua de las ideas totalitarias, que despreciaban a la democracia y al
liberalismo surgió entre los ex combatientes que volvían a sus hogares con el
sentimiento nacionalista herido,  pero cada vez más arraigado y el terror de ver
que el hambre y el desasosiego de la posguerra podía hacer caer a su patria
bajo las garras del comunismo,  que estaba afirmándose en la Rusia
soviética. Lo notable de estos regímenes, es que se consolidaron en
países donde funcionaban sistemas democráticos haciendo un uso
inescrupuloso de las herramientas de la democracia, hasta terminar con
ella.

 Por lo tanto para este foro analizaremos a dos autores: Giuliano


Procacci: Historia del Siglo XX. Y Phillip Burrim: Hitler y los
judíos.  Quienes hagan sus aportes entre el miércoles13/5 y el sábado16/5
explicarán cuales fueron las conductas de Hitler  y de su partido que
evidencian ese uso inescrupuloso de las herramientas de la democracia y de la
República, antes de que las destruyeran totalmente.  Quienes hagan sus
aportes entre el domingo 17/5 y el martes 19/5 explicarán de qué forma se
busca explicar la “solución final” tanto desde a teoría funcionalista como desde
la intencionalista y el accionar de Hitler en relación a los judíos. ¿Cuál es el
posicionamiento de Burrin, respecto a estas dos teorías?

En la sección "Contenidos" les dejo más material de consulta y ayuda y abro un


foro aparte sólo para cargar el texto de Burrim, pues la plataforma me permite
cargar sólo un texto a la vez

En "Sitios" les dejo algunos videos.

A trabajar!!

Cuales fueron las conductas de Hitler y de su partido que evidencian ese


uso inescrupuloso de las herramientas de la democracia y de la
República, antes de que las destruyeran totalmente.
 
Al terminar la primer guerra mundial y después de la firma del tratado de
Versalles, Italia, quien resulto uno de los países vencedores, sentía que no
había conseguido todo lo que le habían prometido los aliados a cambio de su
adhesión al conflicto bélico, al mismo tiempo Alemania, uno de los países
perdedores y el más perjudicado de todos, fue señalado como el causante del
conflicto armado, perdiendo territorios y siéndole impuesta desproporcionadas
compensaciones monetarias. Ambos países quedaron heridos, con un
profundo resentimiento y en ambos se exacerbó un sentimiento
ultranacionalista que los obligaba a tener recuperar su lugar, primero en Italia y
luego en Alemania, surgieron movimientos de caracter anticapitalistas que
excitaron los más profundos deseos patrióticos traducidos en
enfrentamientos con el gobierno quien además atravesaba una crisis
económica, acompañada de huelgas y enfrentamientos de facciones civiles por
cuestiones ideológicas. La crisis de 1929 tuvo un papel muy importante en
este descontento social.

Por las causas anteriormente mencionadas surgieron diferentes


líderes dispuestos conducir sus países bajo una nueva política, que más tarde
terminarían siendo regímenes totalitarios. En Italia aparece
el Fascismo conducido por su líder Benito Mussolini, y en Alemania la figura
de Adolf Hitler representaría el Nazismo. Ambos supieron aprovechar la
situación social caracterizada por el descontento y la confusión de la población
para reunir adeptos y finalmente asentarse en el poder.

Luego de mudarse a Munich en 1920 Hitler se había puesto a la cabeza de un


pequeño grupo extremista de derecha, la DAP, que en la primavera de 1923
aprovechando la invasión de Francia a la región alemana de Ruhr, intentaría
un fallido golpe de estado que Hitler terminaría pagando con 9 meses de
cárcel, tiempo que aprovechó para plasmar la ideología nazi en su libro Mein
Kampf. Esta experiencia sirvió para que Hitler entendiera que la única forma
de llegar al poder seria a través del juego de la democracia, para eso tenía
que amansarla, contenerla y torcerla a su favor.

Buscando curar las heridas de la post guerra, el partido Nazi fue aumentando
su presencia en la política atrayendo a toda clase de ciudadanos rencosos y
frustrados que no soportaban más el clima político que se vivía en Alemania.
Para 1930 el partido nazi lograría la mayoría en el parlamento Alemán y en
enero de 1933 Hitler seria designado como canciller de Alemania, dando
por finalizada la República de Weimar e iniciando la "sincronización nazi",
mediante la cual forzaba a las organizaciones, los partidos políticos y los
gobiernos estatales a alinearse con los objetivos nazis y a ponerlos bajo el
dominio nazi. La cultura, la economía, la educación y la ley quedaron bajo
mayor control nazi. Los sindicatos fueron abolidos y los trabajadores, los
empleados y los empleadores fueron forzados a incorporarse a organizaciones
nazis. A mediados de julio de 1933, el partido nazi era el único partido político
permitido en Alemania.

En este juego democrático, Hitler logra convencer al presidente Hindenburg de


declarar el estado de emergencia (febrero de 1933) que suspendía todos los
derechos y las libertades constitucionales de los ciudadanos luego de
culpar a los comunistas como responsables del incendio que destruyó el
edificio del Reichstag (parlamento alemán) en Berlín, "en defensa del pueblo
alemán" fue la excusa. En esta atmósfera de terror se realizaron las elecciones
del 5 de marzo en las que los nazis no pudieron modificar la constitución por
más que tenían la mayoría de votos, pero que no conformaban un tercio del
parlamento.

Hitler buscaba tener poderes absolutos con los cuales poder dictar leyes sin
que estas sean aprobadas por el parlamento, objetivo que consiguió el 23 de
marzo de 1933 cuando logró la mayoría de los votos en el parlamento al anular
los votos de los comunistas opositores arrestándolos antes de poder votar.
Solamente quedaba poner al incorruptible ejercito de su lado, que lo consiguió
al eliminar a Ernst Röhm. Finalmente el 2 de agosto de 1934 llegaría el golpe
de gracia final con la muerte del presidente Hindenburg, instancia en la que
Hitler convocaba un plebiscito para pedir la unificación de los cargos de
canciller y presidente, Hitler logró concentrar todo el poder y convertirse en
el Fuhrer alemán, así comenzó la destrucción de la democracia alemana.

Si bien no existen dudas acerca de las consecuencias que las políticas de


Hitler causaron a escala prácticamente mundial, desembocando en el
genocidio más cruento que ha visto el desarrollo de la historia, dos
interpretaciones distintas dividen a los historiadores en relación a esta “solución
final”.

Philliphe Burrin distingue, por un lado, a los intencionalistas. Los historiadores


asociados a esta corriente sostienen que el exterminio de los judíos fue uno de
los dos objetivos de un programa coherente y unívoco (el otro objetivo era la
conquista de lo que se conoce como “espacio vital” del Este, que no eran otra
cosa que los territorios que pretendía conquistar Alemania en su expansión
colonizadora) definido de manera pragmática por Hitler, quien motivado por un
profundo odio antisemita tuvo desde los años ’20 la intención de eliminar a los
judíos y sólo esperaba la ocasión para realizarlo.  

Por el otro lado, según la interpretación de los funcionalistas, este desenlace


fue el resultado de un proceso de persecución que comenzó con la expulsión
de los judíos del territorio alemán, pero finalmente se recrudeció más allá de lo
previsto. Para los historiadores que adhieren a esta variante, el Tercer Reich
funcionaba en realidad como una anarquía autoritaria, una dirigencia divagante
e imprecisa, llena de incoherencias e improvisaciones, en la que se
entreveraban fuerzas esencialmente contrarias (instituciones tradicionales,
como el ejército y la administración, con fuerzas nuevas de partido nazi) cuya
política errática no podría haber seguido un programa tan preciso, y sólo
radicalizaba sus prácticas como fruto de la improvisación a la que el contexto lo
obligaba. Esta visión de los hechos parecería ser apoyada por el hecho de que
no subsiste documento alguno que tenga una orden expresa de exterminio
firmada por el Führer, ni ninguno que haga referencia a la existencia de tal
orden. El autor plantea en este punto una interesante pregunta desde la lógica
funcionalista: si Hitler hubiese tenido el objetivo directo de exterminar a los
judíos, ¿por qué hasta 1941 su objetivo fue expulsarlos? ¿No habría sido más
coherente tenerlos a mano para llevar a cabo su empresa? Esta pregunta
puede ser contestada resaltando el hecho de que, en efecto, Hitler no tenía un
programa definido, sino sólo la obsesión de liberar al Reich de los judíos. No
obstante, al ver malogrados por una coyuntura internacional (atravesada por la
guerra y los fracasos bélicos de Alemania) todos los intentos de lograrlo, y
motivados por el expreso antisemitismo y los impulsos genocidas que emanaba
el Führer en su discurso, algunos mandos nazis comenzaron a ejecutar en
los ghettos a las personas incapaces de trabajar. Esta salida improvisada
terminó institucionalizándose al ser aceptada por Hitler, constituyendo la base
de la Solución final.

Por su parte, Burrin tiene su propia interpretación de los hechos. En una suerte
de explicación intermedia entre los dos polos anteriormente mencionados,
considera como los intencionalistas que Hitler alimentaba la intención de
eliminar a los judíos; no obstante, sostiene que esa intención era condicional y
sólo debía ejecutarse en el caso de que fracasara su proyecto de expansión
hacia el Este. A su vez, sostiene como los funcionalistas que la realización de
esa intención fue producto del contexto, hallando en el fracaso de la campaña
de Rusia el empujón definitivo.

Hitler era, en efecto, un antisemita fanático. Esta visión racista y el


expansionismo hacia el Este eran ideas ampliamente difundidas a principios de
los años ’20. El Führer creía que la especie humana presentaba una
clasificación racial según la cual era fundamental la pureza de la raza, y
culpaba al mestizaje con razas que consideraba inferiores como el causante de
todos los males del pueblo alemán: desde la pérdida de los valores
nacionalistas en pos de ideologías tales como el liberalismo, la democracia y el
marxismo, hasta la propagación de las enfermedades sexuales y hereditarias.
No es extraño, entonces, que determinara la depuración de la raza, objetivo
que intentaría en principio con ideas tales como la prohibición de matrimonios
entre alemanes y judíos o negros, y el aislamiento de alcohólicos, criminales y
enfermos.

El antisemitismo del Führer hallaba varias explicaciones en sus visiones.


Sostenía que el pueblo judío constituía una raza parásita (la llamaba “judería
mundial”) que se dispersaba por los diversos países, destruyéndolos mediante
ideas marxistas y causando agitación interna que terminara por hacerlos
permeables. También estaba profundamente dolido por la derrota de 1918, en
la que adjudicaba a los judíos tanto la responsabilidad de la guerra al atizar el
odio hacia Alemania en todo el continente, como la corrosión interna del país al
haber conducido a los obreros a la revolución por medio de sus discursos
marxistas. El judío era, según él, una amenaza para el orden del mundo, que
trataba encarnizadamente de destruir a Alemania, por lo que interpretaba su
lucha como una acción meramente defensiva.
En principio se propuso combatir a los judíos expulsándolos del territorio
alemán. No obstante, consideraba que el problema judío excedía las fronteras
del Reich; hacia 1931 declaraba la idea de congregarlos en un estado judío que
mantendría bajo estricta vigilancia como solución a esta “judería mundial”. Sin
embargo, ese objetivo requeriría la cooperación de todos los países. Asimismo,
resultaba conveniente la idea de tenerlos como rehenes a fin de contrarrestar
posibles reacciones de los judíos dispersos por el mundo.

Dada la carga violenta del lenguaje hitleriano al referirse a los judíos, se puede
inferir al menos una implicancia indirecta en el genocidio, ya que la temática de
la destrucción siempre estaba presente en su discurso. No obstante, el autor
maneja la teoría de que la potencialidad homicida del Führer sólo se llevaría a
cabo en un caso: el retorno de una guerra mundial de larga data, que
significaría el fracaso de su proyecto de expansión hacia el espacio vital
mediante guerras relámpago, y concluiría con su derrota y una nueva victoria
de los judíos. Si la conquista del espacio vital llegaba a fracasar prometía
medidas radicales en contra de quienes consideraba sus adversarios
principales para vengar su fracaso.

Aunque es cierto que el antisemitismo era común a toda la extrema derecha


alemana, el autor afirma que el impulso de Hitler fue fundamental para llegar al
genocidio. Si bien el Führer no se topó con el exterminio de manera fortuita ni
recurrió a él como último recurso, tampoco se puede decir que lo llevó a cabo
siguiendo un programa definido. Fue el antisemitismo exacerbado del líder nazi
lo que terminó radicalizando a sus seguidores; esto, sumado al racismo
biológico profesado por la derecha alemana, a la sed de venganza que
provocaba la idea de una nueva derrota exaltada por el fracaso inesperado del
avance hacia Rusia y por la inminente intervención estadounidense en la
guerra, y a la relación que se establecía entre el marxismo y el bolchevismo
con los judíos, desencadenaron el exterminio como “Solución final”.  

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