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La Primera Guerra Mundial fue uno de los conflictos más letales de la historia, un
enfrentamiento que se extendió por tierra, mar y aire y que abarcó prácticamente la
totalidad del Viejo Continente. De hecho, sus efectos fueron devastadores. En tan
solo cuatro años, desde el 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918, la guerra
dejó tras de sí más de 10 millones de militares muertos y más de 6 millones de
víctimas civiles. En aquella contienda perdería la vida el 60% de los combatientes,
pero a esta tremenda cifra hay que añadir también un gran número de desaparecidos
y aquellos que resultaron heridos o mutilados.
Por otro lado otra seria el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de
la corona austro-húngara, y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo el 28
de junio de 1914, dio inicio a las hostilidades, que comenzaron en agosto de 1914, y
continuaron en varios frentes durante los cuatro años siguientes.
Una razón hay que buscarla en la rivalidad económico-colonial que en aquella época
existía entre las grandes potencias, así como en las reivindicaciones nacionalistas
por parte de Alemania, la cual consideraba que debía ejercer un papel aún más
hegemónico a nivel mundial debido a su elevado desarrollo industrial. En aquellos
momentos, Europa era el centro económico, político y cultural del mundo.
Sin embargo, el Viejo Continente parecía no compartir los mismos objetivos. Francia,
Gran Bretaña y Alemania competían entre ellas por ser líderes industriales en Europa
a pesar de la incuestionable ventaja alemana. Por su parte, Rusia, los imperios
austrohúngaro y otomano y las pequeñas naciones balcánicas habían empezado a
modernizarse a pesar de que la mayoría de su población aún vivía de la agricultura.
Así, la principal causa del estallido de la Primera Guerra Mundial debería buscarse
tanto en la necesidad de hegemonía política y económica de las principales
potencias industriales, Francia e Inglaterra por un lado y Alemania por otro, como
en la exaltación nacionalista en los diferentes conflictos territoriales. La
unificación de Alemania en el año 1871 la había convertido en una gran potencia
que amenazaba de manera directa los intereses económicos tanto de Francia
como del Reino Unido. Alemania se hallaba en plena búsqueda de nuevos
mercados y pretendía ampliar su imperio colonial, todo lo cual ya había
provocado tensiones, puesto que el reparto que habían diseñado Francia y Gran
Bretaña distaba mucho de las pretensiones que tenía Alemania en aquellos
momentos.
Tanto Francia como el Reino Unido eran dueños de amplias posesiones por todo el
mundo, e incluso algunas naciones más pequeñas y no tan ricas como Bélgica y
Portugal dominaban zonas mucho más extensas que sus propios estados nacionales.
Por su parte, el Imperio austrohúngaro carecía de colonias mientras que Alemania
únicamente pudo conseguir, tras muchas presiones, Togo, Camerún, el desierto de
Namibia y la actual Tanzania, cuatro territorios africanos sin apenas riquezas y con
escasas oportunidades económicas.
El entusiasmo inicial de todas las partes respecto a una victoria rápida y decisiva se
desvaneció cuando la guerra se empantanó en un punto muerto de costosas batallas
y guerra de trincheras, particularmente en el frente occidental.
El sistema de trincheras y fortificaciones en el oeste se extendió en su punto máximo
a 475 millas (764 km), aproximadamente desde el Mar del Norte hasta la frontera
suiza, y definieron la guerra para la mayoría de los combatientes norteamericanos y
de Europa Occidental. La vasta extensión del frente oriental impedía una guerra de
trincheras a gran escala, pero la escala del conflicto era equivalente a la del frente
occidental. También hubo intensos combates en el norte de Italia, en los Balcanes y
en la Turquía otomana. Los combates tuvieron lugar en el mar y, por primera vez, en
el aire.
En abril de 1917, se produjo un cambio decisivo en las hostilidades cuando la política
de guerra submarina irrestricta de Alemania sacó a Estados Unidos del aislacionismo
y lo llevó al centro del conflicto. Las nuevas tropas y el nuevo material de la Fuerza
Expedicionaria Estadounidense (American Expeditionary Force, AEF) bajo el mando
del General John J. Pershing, junto con el bloqueo en constante aumento de los
puertos alemanes, a la larga ayudaron a cambiar el equilibrio del esfuerzo bélico a
favor de la Entente.
El 24 y 25 de octubre de 1917, las fuerzas bolcheviques (izquierda socialista) al mando
de Vladimir Lenin tomaron los principales edificios del Gobierno y asaltaron el Palacio
de Invierno y luego la sede del nuevo Gobierno en la capital de Rusia, Petrogrado
(actual San Petersburgo). La "Gran Revolución Socialista de Octubre", el primer golpe
marxista exitoso de la historia, desalojó al ineficaz Gobierno Provisional y finalmente
estableció una República Socialista Soviética bajo la dirección de Lenin.
Las radicales reformas sociales, políticas, económicas y agrarias del nuevo Estado
soviético en los años de la posguerra inquietarían a los gobiernos democráticos
occidentales que, temían tanto la expansión del comunismo por toda Europa, que
estuvieron dispuestos a transigir o sosegar a regímenes de derecha (incluyendo a la
Alemania nazi de Adolf Hitler) en las décadas de 1920 y 1930.
Pasando por un lado los éxitos que había tenido Alemania, los ejércitos de la Entente
repelieron al ejército alemán en el río Marne. En los meses del verano y el otoño de
1918, avanzaron sostenidamente contra las líneas alemanas en el frente occidental a
lo que se le conoce como: ("Ofensiva de los cien días").