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Hernández Sandoica - El colonialismo (1815-1873).


Estructuras y cambios en los imperios coloniales
Historia de las Teorías Antropológicas (Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires)

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Consejo Editor:

Plácido Suárez
Director de Ia colección" Domingo
EL COLONIALISMO
(18r5-r873)
Coordinadores:
Prehistona: Manuel Fernández-Miranda
Ui"totta Antigua: Jaime Alvar Ezquerra
Hitto¡u Medieval: Javier Faci I'acasta ESTRUCTURAS Y CAMBIOS
iñi;;; Modema: M'" victoria LÓpez cordón Sandoica EN LOS IMPERIOS COLONIALES
;iliáriá óontemporanea: Eiena Hernández
Rosario de la Torre de| Río
Elena Hernández Sandoica

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A mis amigos cubanos, de quienes tanto he


aprendido. Aunque no estén aquí, uno a unor
recordados sus nombres, ellos saben bien quié-
nes son. Mientras escribía este libro he pen-
sado constantemente en ellos.
También he pensado en los estudiantes que
durante quince años me han escuchado a pro-
pósito de ésta y otras cuestiones de Historia,
Precisamente porque, en general, no han con-
siderado apasionante hablar de colonias.
No puedo perdonárselo.
Madrid, U. C. M.

Primera reimpresión: novrembre I 994

Diseño de cubierta: JuanJosé Vázquez

O Elena Hernández Sandoica


O EDITORIAL SÍNITESIS' S' A.
Vallehermoso, 32 - 28015 Madrid
TeIéf.: (91) 593 20 98

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Impreso en Lavel, S, A,
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Indice

l. Introducción: ¿a qué llamarle colonialismo? . g


1,1. Expansión económica, mercados e industrialización:
precisiones de método g
1.2. Conceptos y definiciones. El contexto histórico 14
1.3. Viejos y nuevos imperios ultramarinos: su administra-
ción y explotación I7
2. Las constantes coloniales del periodo lSlS-18?g 29
2.1. Liberaiismo económico y librecambio .,... 29
2.2. EI <imperio informalu y las colonias .. . 33
3. Del mercantilismo al librecambio: la trayectoria británica . 39
3,1. El sistema económico mercantil y sus detractores ..,.. 39
3.2. Industriales, plantadores y abolicionistas . 42
3.3, El mapa del poder británico 46
o Las Antillas 47
o La India 49
o Australia y Nue va Zelanda 5I
c El Canadá y Ia autonomía política 53
o Africa ignota 54
4. Los viejos imperios peninsulares en América .. 57
4.1. Desintegración y ocaso político 57
4,2. Independencia política / dependencia económica . .... 61
5. El Caribe español, un imperio imposible 69
5.J'. Las islas españolas de azúcar y de esciavos .,., 69
5,2. Sobre el abolicionismo en España 75
5.3. Crisis económica, nacionalismo criollo y abolición . .... 79
6. Holanda y Portugal en la función colonial 87
6.1. La persistencia del mercantilismo holandés 87
6.2. La naturaleza del colonialismo portugués . 90
6.3, Portugal en Africa 94

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r03
?. El imperio francés
7.1. Imperialistas, negreros y colonos 103
106
7.2.Revoluciónsocialyabolicióndelaesclavitud:Haití...
7.3, Potítica de colonización y polÍtica exterior
tll
8. Occidente y las sociedades coloniales ll7
8,I. Sociedades preindustriales y colonización "' Il7
120
8.2. Del abuen salvaje> al mito del trabajo
r25
8.3. Imperialismo, colonias y cultura popular
9. Epílogo: a modo de recordatorio conceptual e historio-

L
131
gráfico
139
I0. Selección documental '.

Lrtoducción: ¿a qué llamule colonidismo?

rSin duda )a opresión de /as colonias pro-


porcionó a la metrópoli todas las ganancias de
un monopolio, pero en un meÍcado muy cir-
cunscrito; el comercic¡ libre de toda Europa con
fodas sus colonias habría sido más ventajoso
para todos, al extender infinitamente el mer-
cado de aqudla y acelerar el desarrollo de és-
tas. Lo que deberían haber enseñado Ia justicia
y la política lo obtendrá la fuerza, y eI sistema
colonial no podrá continuar por mucho tiempor,
(S. de Sismondi)

l.l. Ex¡íansión económica, mercados e industrialización:


precisiones de método

Un conocido historiador alemán del siglo xx, Golo Mann, reco-


giendo una opinión muy extendida a Io largo del xlx (el <siglo euro-
peo por excelencia,r), escribió no hace mucho que <fue mérito de
Gran Bretaña que el poder permaneciera circunscrrto al hemisferio
occidental,r. Pero decir esto apenas entraña novedad,con respecto a
voces más lejanas, como la de Simeon North, que hablaba ya en su
tiempo de los anglosajones como hombres (cuya empresa
-1847-

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explora cada tiera, y cuyo comercio blanquea sobre todo mar>. Los restringidos y discontinuos. Revolución industrial y reordenación de
contemporáneos, en efecto, no vieron la manera de iqnorar, mirasen Ios espacios coloniales irán, pues, de la mano, al menos a lo largo de
hacia donde mirasen, esa ubicua presencia de Ios ingleses. un sigrlo y medio. El tiempo preciso para que
Protagonizaron, es cierto, una dilatada operación (de alcance polí- -en su inextinguible
expansión- el mundo entero cambiase sustancialmente de aspecto.
tico-internacional y estratégico-comercial a un tiempo), en la que de- Siempre en virtud de la constante presión ejercida por las economías
sempeñaron un papel determinante las colonias. Al asegurar aquÍ el europeo-occidentales, y haciéndose visible dicha transformación glo-
desempeño de esta función de modo tajante, nos separamos de la bal por medio de las mutaciones que iban siendo originadas por los
opinión predominante en aquella época, que se acostumbró a creer diferentes procesos de transculturación.
que el tiempo de los imperios coloniales había pasado. Lo que ocu- Historiadores de la economía, analistas de los procesos económi-
rrió, más bien, fue que Inglaterra transformó sus comportamientos cos como I. wallerstein (E/ moderno sisfema mundial) han perge-
económicos respecto a las colonias, porque fuertes cor¡ientes de pen- ñado, en sugerente despliegue teórico, la trayectoria secuencial e
samiento polÍtico y nuevas ideas habÍan aparecido en su sociedad, histórica de la que han dado en llamar Ia expansión de Ia (economÍa-
proclamando los nuevos tiempos y reclamando la abolición. Y que, mundor'. En otras palabras: el triunfo histórico generalizado pero de-
en definitiva, la estela de la triunfal emancipación de las Trece colo- sigual del capitalismo, en aras (y en razón) del desarrollo evolutivo
nias sirvió (a unos y a otros) de coartada ideológica para exigir del del comercio y Ia industrialización,
resto del mundo, estruendosamente, que éste se acoplase a los mis- Los keynesianos, por su parte (si bien debo advertir que su lÍnea
mos patrones. de interpretación no será aquÍ seguida), objetan que no hay una co-
Siendo los viejos imperios ultramarinos (el español y el portugués, nexión causal entre capitalismo industrial e imperialismo colonial, por
fundamentalmente) los llamados a proporcionar las bases materiales lo que la indiscutible expansión del segundo habrÍa de surgir de ma-
de aquel pretendido reajuste, un reajuste que se sustentaba en prin- nera independiente a aquéI. Esa ausencia de relación vendría dada
cipios (ideológicos, materiales y militares) de nueva aparición, bien tanto antes como después de ia aparición del capitalismo, y siempre
se comprenderá que el. conflicto de intereses y el choque de concep- debido a motivaciones de carácter y personalidad inherentes a los
ciones se perfilara pronto como inevitable. Ahí estaban también agentes particulares de la conquista
Holanda y Francia, obligadas de manera indirecta a ensayar transfor- -económica o no-: el ansia de
poder y de prestigio, el deseo de conseguir una mayor riqueza mone-
maciones, pero siempre poseedoras de una superior capacidad de taria, Joan Robinson (1970) lo expresará del siguiente modo: <La exal-
resistencia y mayores posibilidades para la reacomodación que los tación de hacer dinero por hacer dinero para lograr ser respetado,
debilitados España o Portugal, en función de su mayor grado de desa- incluso para dominar Ia sociedad, fue el nuevo rasgo del sistema
rrolio económico y social. Y siempre Inglaterra
-adelantémoslo
ya- capitalista que lo distingue de toda la sociedad anterior (..,) En el
supo salir triunfante del complejo proceso de transición, alzándose siglo xix (...) apareció una sociedad en Ia que se podÍan satisfacer la
como heredera de patrimonios coloniales ajenos y como di¡ectora ambición y el amor al poder acumulando dinero, y que se topó con
casi absoluta de escena, ya por un periodo de sesenta años de du- unas condiciones técnicas e históricas que le permitieron crecer, pros-
ración. perar y extender sus tentáculos por todo el mundou.
El poder internacional cambiará así de rostro, Y ha de hacerlo, Por nuestra parte a pesar del refuerzo que a argumentaciones
lógicamente, al tiempo que se modifica el tradicional equilibrio entre como ésta aportará el -yauge de los neorricardianos-, creemos toda-
las potencias. En sólo unas décadas, las denominadas guerras <de vía más plausible y explicatoria la interpretación del fenómeno colo-
Revolución e Imperior acelerarán ese proceso de cambio. Un cambio niai a la manera en que lo hace la teorÍa clásica con matiza-
que posiblemente hubiera, en tiempos de paz, tardado más en darse ciones que luego se verán-. Y por ello hemos-aunque optado por conser-
por cumplido. Pero que seguramente, en cualquier caso, estaba IIa- varla aquÍ, en sus fundamentos esenciales.
mado a manifestar idéntica tendencia: Ia marcada propensión hacia Por supuesto que esa irradiación expansiva, con pretensiones de
Ia conquista de mercados para Ia producción manufacturera y fabril abarcarlo fodo, que el capitalismo demuestra no
británica. sólo afectaría, de manera simple y unilateral, al-naturalmente-
conjunto de las tie-
Una producción aquélla sorprendentemente dinámica, en un mun- rras que, por convención y derivándolo del latín, se llamaron <colo-
do en el que el sistema de intercambios se mantenía, aún, a niveles nias>..[ras colonias,las <viejasr y Ias (nuevas,), dentro de este engra-

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naje complicado en el que todas las piezas funcionan a la vez llos que pudieran proyectarse (y que en efecto han sido proyectados
quedarán sujetas también a ota serie de
-aunque a distinto ritmo-,
relaciones internas y particulares establecidas entre ellas mismas.
y plasmados) sobre Ia relación colonial, en cualquiera de sus muy
abundantes casos concretos. De aquéllos que versaron sobre la ac-
Relaciones intercoloniales que pueden ser, a su vez, variadas y com- tuación in situ de Ios distintos imperios, entendida dicha actuación
plejas.
desde Ia perspectiva de las propias sociedades coloniales explota-
Y, por último, complicando aún más las cosas, las colonias no se das. La variedad y desigualdad de los ejemplos hubiera desbordado
verán nunca aisladas, impermeables e inmutables, quietas en su pro- mi objetivo. Y esta presentación sintética de la expansión europea
pio estatuto pasivo y dependiente (/o colonial). Sino que ejercerán del ochocientos no hubiera llegado, muy posiblemente, a cobrar la
con cierta frecuencia interacciones de estímulo sobre sus propias menor coherencia narrativa.
metrópolis. Muy diversas aquéllas y de muy distintos efecto y alcance, Por otro lado, como Ruggiero Romano ha escrito recientemente
según se presenten las muy variadas circunstancias y factores, (1991): uEl funcionamiento de un sistema colonial no es otra cosa que
Es decir, las colonias (salvo las de Ínfima importancia y dimensio- Ia articuiación de un conjunto de factores: el trabajo, la tierra, Ia po-
nes) no se hallarán indefectiblemente condenadas a contemplar, uni- blación agrÍcola e industrial, Ia distribución comercial, Ias exigencias
direccionalmente, a su metrópoli, Existe una fluidez relativa en las fiscales, la capacidad industrial del centro, y no sé aún cuanto más>.
relaciones entre metrópoli y colonia, una tensión bidireccional que De todo ello hubiera debido tratar, posiblemente, este libro. Pero Ia
trasciende el convencional concepto de <dependenciau des- variedad de los sistemas coloniales en presencia, las fórmulas de
-aunque, una
de luego, no lo excluya-, y que comporta obligación- transición por las que
udesigualdadu, como en toda relación de poder. -porFluidez que depen- -invariablemente- atraviesan sus distintos
procesos histórrcos de colonización y, en suma, Ia escasez de mono-
derá obviamente, en gran medida, de Ia situación y entidad de la grafÍas que aborden Ia cuestión desde una global perspectiva (a pe-
colonia. No es Io mismo, por supuesto, Ia evolución histórica de la sar de ser ingente la producción historiográfica en materia colonial),
India británica que la del Canadá; y tampoco la de Cuba, a su vez me han disuadido de intentarlo aquí,
sustancialmente distinta de la de HaitÍ, a pesar de ser
colonias tropicales, azuóareras y antillanas.
-las dos- Trataremos, en suma, únicamente de arrojar alguna luz sobre los
imperios coloniales propiamente dichos, en Ia coyuntura histórica de
Vamos a tratar de adoptar aquí una postura que, en la medida en su inserción progresiva y sistemática en los esquemas del general
que Ia bibliografía consultada nos lo permita, dé satisfacción a esta proceso de Ia <modernizaciónr industrial. A sabiendas de que este
propuesta metodológica. El rigor nos obligaría sin embargo (si hubié- cuadro quedará incompleto y distorsionado al no venir acompañado
ramos de trascender las modestas pretensiones introductorias de es- de la consideración paralela y del estudio pormenorizado de cuanto
te volumen), a establecer complejas tipologías coloniales, cuando no pueda ocurrir, por razones idénticas, en estructuras administrativo-
a entrar en enconadas y -fuertemente- ideologizadas polémicas políticas (o países) como Turquía, las repúblicas latinoamericanas o
historiográficas. Han sido éstas producto del (por necesidad) conflic- se nos apura- Portugal o la propia España.
-siPaíses
-más o menos épica triunfalista- de
tivo encuentro entre la óptica y que, a Io largo del siglo xx, resultaron deudores, ya induci-
Ias historias coloniales y Ia esforzada pugna de los nacionalismos dos o espontáneos, de una ampliación sin precedentes del mercado
resultantes de Ia descolonización por delimitar, siguiendo el hilo de mundial. AmpliacÍón de la cual podríamos hacer arrancar precisa-
la nueva y especÍfica reconstrucción historiográfica, su propia cir- mente, sin temor a equivocarnos demasiado, el origen conjunto de
cunstancia y su naturaleza oriqinarias como pueblos precoloniales. toda la sustancial transformación geoestratégica y productiva, amén
Y, sobre todo, deberemos decir desde ahora mismo que, sólo ya de cultural, que se produjo en el mundo entero durante las seis déca-
por la forma en que se ha visto concebido este volumen, cualquiera das del sigtlo xtx que aquí estudiamos.
de los presuntos lectores podrá comprobar que adoptamos en él (eso Hablaremos por tanto, a Io Iargo de las páginas que siguen, de
sf, consciente y deliberadamente) una postura y un enfoque que en- trayectorias generales en los procesos de la colonización contempo-
trañan muchos de los riesgog del denominado ueurocentrismor, ránea, de sus más perceptibles constantes (ligadas ya de manera
justa- por
CabrÍa pues acusársenos
-y esta sería, quizá, crítica
esta elección de principio, No significa ni esconde (asÍ lo pretendo, al
íntima e inseparable al proceso de industrialización, y con éi profun-
damente imbricadas). Y haremos también mención sea bre-
menos) menosprecio e infravaloración de otros enfoques. De aque- -aunque
v.e y, por ende, traicionada- de ciertas casuísticas particulares de

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todo este proceso general, Ias más reveladoras, importantes o espe- tierra en territorios sin explotar
-o explotados por tribus considera-
das uinferiores,|-. Era ello un empleo que apelaba al recuerdo de Ia
cíficas.
Recorridos históricos susceptibles, cualquiera de ellos, de ser re- primitiva acepción romanar y no variaba dicho empleo del término en
conocibles como <modelos'r. Modelos que son producto, todos y cada función del precio que hubiese que pagar por Ia tierra, incluso se
aplicaba si Ia tierra era gratuita. L,a.realidad histórica subyacente a
uno de ellos, de Ia conjunción, necesaria
-por histórica-, de Io viejo
con Io nuevo, de los residuos (donde los hubiere) de colonizaciones y este proceso remite a otro vocablo de infinita trascendencia social y
mestizajes anteriores, con la nueva imposición colonial que acom- económica a Io Iargo del XIX: el de <emigración>. Fundamentalmente
-pero no sólo- emigración nutrida
paña a la fase que ahora se abre de industrialización e inversión por población blanca y europea,
financiera, AI contrario de Io que creyó lrenin, sus objetivos como constituyó un movimiento demográfico de consecuencias extraordi-
procesos de expansión económica no siempre fueron distintos, pero narias, que halló en la América del Norte (mucho menos en determi-
sí resultó ser diferente su alcance. nadas regiones de América del Sur, como Argentina o Brasil) un des-
Hablaremos también aquí de las resjstencias, tanto de la proce- tino terminal no exclusivo, pero sí predominante.
dente de ciertos sectores metropolitanos como de las originadas des- El término (colonial), no obstante, encierra contenidos más amplios
de dentro de grupos sociales de implantación y arraigo coloniales. y diversos, si bien todos perfectamente diferenciables entre sÍ. De
Resistencias referidas a los nuevos procesos de imposición por Ia este modo puede discernirse ante todo su sentido étnico y comunal
fuerza del poder europeo: el caso de Japón, seguramente, merecería (un círculo de extranjeros de determinada nacionalidad o pueblo,
en este aspecto una atención que no va a ser posible le concedamos insertos por razones de exilio político, pero también
-seguramente
económico- en una comunidad cultural ajena, y políticamente dis-
aquí. Y hablaremos, por último, del impacto
-popular o elitista- de
esa multiplicidad sistemática de horizontes culturales externos y aje- tinta).
nos, tanto como exóticos (no occidentales), que se derraman sobre O bien puede referirse el concepto, estrictamente, a la propia rea-
Ias estructuras sociales metropolitanas, sobre las respectivas cultu- Iidad instrumental del viejo mercantilismo, un fenómeno de natura-
ras populares y sobre los modos diversos de enfocar la realidad, de Ieza económica incomprenstble casi sin <coloniasr, de donde extraer
reiacionarse con el otro. el metálico. Se entiende así también su asimilación a factoría, para
Queda -bien se verá- fuera de nuestra expectativa el completar referirse a los puerfos desde donde se extraÍan del espacio interior
del todo este viaje: no habrá aquí que una somera colonizado todo tipo de riquezas naturales, Y desde los que se distri-
-insistimos- más
atención al desmoronamiento de otras culturas; apenas se facilitará buÍan, a su vez, hacia el interior variadas mercancías de origen metro-
la percepción o intuición de otras maneras de concebir Ia organiza- politano y, en cualquier caso, todas las de procedencia exterior,
ción del espacio y de otros sistemas de pensamiento; nada o casi Pronto aparecerá aún una (nueva)) utilización del vocablo -con
nada podrá hallar el lector sobre las reacciones indígenas ante el transparente intencionatidad peyorativa*, para dar nombre a todo
proceso de intromisión (económica o política, pero más tarde tam-
choque
-más o menos brutal- de aquel impacto.
Sólo una consideración plural de otras sensibilidades y culturas, bién cultural) en los asuntos de un país cualquiera -al menos nomi-
forzosamente regionalizada además, daría mínima satisfacción a ese nalmente- soberano. Intromisión ejercida por cualquier otro país más
objeto. Y siéndonos imposible, en el breve espacio de esta monogra- fuerte, de mayores dimensiones y pujanza. La II Internacional acuñÓ,
fía, el responder con el adecuado rigor científico, hemos optado, vo- hacia IBB0, el término complementario de semicolonia, para aludir
Iuntariamente, por dejar sóio constancia apresurada de su tremenda de Ias propiar4ente coloniales- a aquellas mis-
-diferenciándolas
mas realidades, cada vez más frecuentes.
trascendencia para Ia historia contemporánea del género humano, tal
como hoy Ia conocemos y vivimos. En cuanto al término de imperiafismo (de f.eliz y antiguo uso para
referirse a toda doctrina o política basadas sobre la ampiiación del
poderÍo territorial), no se usaba todavía en el periodo al que nos
1.2. Concepto y definiciones. El contexto histórico referimos (I8I5-1873) como sinónimo de una globalización económico-
polÍtica fundamentada en la expansión financiera de las grandes po-
En la época que aquí se estudia, Ilamaron por lo general <coloni- tencias, Pero el término <imperialistas> sí respondÍa, en Ia Francia de
zaciónr (en estrecha relación con el término ucolono>) al cultivo de la I830, a quienes añoraban el desaparecido imperio de Napoleón' A
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partir de I84B, aproximadamente, se usó allÍ de dicho término, flurda- Lo que sí hubo hasta entonces, en efecto, fue un rechazo (hereda-
mente, como sinónimo de toda <política exterior> de gran aicance, do de los pensadores del xvlt) al binomio secular colonialismo / mer-
activa y emprendedora. cantilismo, una vez que se trataba, a ultranza, de eliminar los residuos
Pero lo normal en Ia primera mitad del XIX (en referencia al pre- de este último. Y, como tal, fue combatido dicho sistema por los por-
sente que se vivía entonces) era no relacionar r<imperio> con <colo- tavoces del librecambio. Los mismos que actuaban como eficaces
niasr¡. Incluso, si se nos apura, diremos que Io usual era recomendar abogados en pro de la abolición de la trata de esclavos, llamándose
que se aliviara de las tradicionales cargas financieras y obligaciones <amigos de los negros)) y erigiendo sus plataformas públicas en abier-
de ocupación política y administrativa a los imperios, Al menos si es ta palestra para Ia libre discusión de los nuevos principios filosóficos,
que se era partidario de aquel sistema económico que había pasado morales y materiales.
a ser, en muy poco tiempo, <modelo> por excelencia, el librecambista Por todo ello, Ia nueva expansión imperialista que afloró por fin en
británico. Ios años 80 del siglo xtx (proceso explosivo que ya no hemos de ver
El colonialismo informal (el predominio de los lazos mercantiles en este volumen) no pudo, desde luego, coger por sorpresa a nadie.
sobre los políticos) fue, de este modo, la tónica y el espÍritu nuevos Aunque los textos básicos de estudio y los analistas presurosos parez-
de aquel tiempo. Pero ello no significaba, como ciertos propagandis- can a veces olvidarlo, dejándose deslumbrar por la fulgurante irrup-
tas pretendieron entonces (y muchos historiadores, sorprendente- ción de la ucourse au clocherr) y el (scramble for Africar de las últi-
mente crédulos, recoqen todavÍa hoy) que a Inglaterra no Ie interesa- mas décadas del sigrlo xtx. Aunque Ia cadena explicativa del fenó-
ban ya las colonias. Ni mucho menos, querÍa decirse asÍ que tras'la meno imperialista que va de Hobson a Hilferding y Lenin (sobre todo
abolición de Ia trata y Ia esclavitud vendrÍa el abandono total de ias por malinterpretación de este último) haya venido a desfigurar los
riendas coloniales, la concesión de una especie de bula general a las verdaderos hechos, buscando a la desesperada muchos de los auto-
colonias para que procedieran, una tras otra, a su autogobierno. res las razones profundas de unos cambios sustanciales y de unas
Muy por el contrario
-y hay forzosamente que reparar en ello-,
Ia adición e incorporación de territorios a Ia Corona británica prosi-
fracturas que, realmente, nunca existieron como tales.
Pero veamos, someramente, por qué no tiene demasiado sentido,
guió a lo largo de todo el periodo. Sigilosa y calladamente; pero cada a nuestro juicio, el establecimiento de periodizaciones excesivamente
año hubo, en efecto, anexiones territoriales. El beneplácito para el fraccionadas o Ia imposición de cortes bruscos. Por más que, esco-
self-governmenf sólo se dio (Canadá, 1837) cuando las relaciones Iarmente, sean justificables, lo cierto es que Ia realidad histórica se
apacibles estaban los suficientemente maduras como para asegurar nos ofrece de un modo mucho menos transparente y sistemático, mu-
la prolongación mutua de Ios intercambios mercantiles. Y no hubo, cho más preñado de anomalías, de retrocesos y de frecuentes excep-
desde luego, por parte británica más abandono real de colonias que ciones,
el de ciertas posesiones antillanas, agotadas tierras de azúcar la ma-
yoría, quemadas y esquilmadas ya.
Sólo con reparar en el espectacular caso de la India, a la altura 1.3. Viejosy nuevos imperios ultramarinos: su administración
de 1850, por ejemplo, podría discutirse aquel estereotipo de una In- y explotación
glaterra medio-victoriana ajena a la colonización, reacia incluso a
ella. No parece suficiente confiar en declaraciones e informes, como El .xvul había sido, por excelencia, el siglo de las guerras y con-
aquél que, a mediados de 1865, elevaba al Parlamento británico una flictos coloniales. El Congreso de Viena (IBI5), tras la definitiva caí-
comisión que acababa de visitar Africa. Y que recomendaba a la da de Napoleón, había optado por reglamentar Ia situación según el
clase política fomentar (una política que estimule entre ios indígenas arreglo de fuerzas en presencia. El triunfo de los ingleses en los ma-
aquellas iniciativas que nos permitan transferirles todos los asuntos res, durante los pasados disturbios generales, Ios situaba entonces
administrativos, con miras a nuestro futuro abandono del territorio>. en una posición de privilegio. Hasta tal punto era consciente de dicho
Más adecuada a ia exacta realidad puede resultar en cambio Ia so- privilegio su representante en Viena, Castlereagh, que sólo reclamó
nora voz del ministro W. E. Forster, cuando
-en 1875- clamaba y se
desesperaba: (¿Quién habla de abandonar las colonias? No hay cosa -en cuanto a las colonias- para su país aquellas que se considera-
ban revestidas de especial interés estratégico o comercial (EI Cabo,
más popular que la idea de conservar el imperio colonial...,r. alguna Antilla menor...). EI resto de las conquistas de guerra hechas
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por los ingleses fue rechazado, devolviéndose con frecuencia los te- Ia base dei monopolio, de las antiguas compañÍas de comercio y de
rritorios a sus antiguos dueños, por lo general a cambio siempre de las criticadas concesiones en exclusiva. Esas críticas y ataques proli-
algo. feraron, desde luego, siempre; gustando con frecuencia de impreg-
Las mismas guerras ude Revolución e Imperio> habían traído para narse sus autores, a un lado y otro del Atlántico, de un fuerte hálito
los centros de producción británicos un regalo especial. Algo que se moralizador, plasmado en alegatos que se enhebraban siempre en
venía buscando desde tiempo atrás, en radical competencia con Fran- un afortunado (por umodernou) discurso.
cia (y menos su debilidad manufacturera- con España). Lo
que las guenas-por
Cosa muy distinta es sin embargo eI anticolonialismo, entendido
habían permitido era, dicho de modo muy elemental, como rechazo de esa contemporánea explotación económica que com-
el que los mercados de los puertos de América del Sur se abrieran portaba elementos de discriminación racial y de opresión ideológica,
de par en par ante Ios barcos ingieses. AI desparramarse sobre el expiotación ejercida en nombre de la más superficial diferencia bío-
cono sur sus mercancías, cegaron entonces los británicos cualquier lógica, la que se asienta en el color de la piel. Ese anticolonialismo
atisbo de industrialización que, supuestamente, hubiera podido alum- no existió pesar de lo que a veces pudiera parecer- en Ia época,
brar o prosperar en tierras americanas al amparo de la desarticula- y no hizo-a su aparición realmente sino hasta mucho más tarde. Ni
ción administrativa del imperio español. Desarticulación que, a su siquiera el discurso por entonces más brillante y humanitario, el de
vez, había venido previamente favorecida por el bloqueo marítimo. K. Marx, permanecerá exento de Ia común apologÍa del (progreso)),
Los nuevos productos y quienes los transportaban consiguieron ideología aquélla que confiaba en el capitalismo y su acelerado desa-
fácilmente allá, en tierras americanas, amigos y defensores. Ideólo- rrollo (aunque fuera transitoriamente, como paso obligado y supera-
gos criollos del liberalismo, que habÍan contribuido poderosamente a
ble, para una nueva etapa) en orden a lograr la mejora sustancial de
armar las naves de Ia independencia frente a España. Los mercados la condición humana.
altura de los años 20- del todo asegura-
se vieron, pues, asÍ
dos para Gran Bretaña, -a la
justamente cuando España perdía de modo
Y cuando el autor de uEI Capitalr, efectivamente, analiza Ia con-
quista americana por la España de Ia monarquía católica (haciéndolo
irreversible la mayorÍa de sus colonias americanas. con una pasión que desborda las fronteras de1 método), y cuando el
Resultaron ser aquéllos, según muchos autores aseguran, los me- brillante periodista que fue también Marx denuncia Ia presión ejer-
jores mercados posibles: carentes por sistema de defensas arancela-
cida por los ingleses, hasta el agotamiento, sobre lrlanda (<la más
rias y estabilizados a medio plazo, merced a Ia ausencia total de antigua de Ias colonias británicas>), o cuando critica los desmanes
industrialización nacional, carentes por igual de sectores o individuos del mismo colonizador inglés constatados en su obra
que Ia propugnaran y Ia llevaran adelante. Y si esto fuera poco- científica- en la India, de Io-reiteradamente
que está tratando nuestro autor es cla-
resultarían ser mercados fácil y voluntariamente-porampliados mediante ramente de otra cosa.
el concurso activo de las élites polÍticas locales. Elites que actuaron La crítica de Marx se orienta desde luego a eliminar de los méto-
con eficacia como firmes defensoras del reparto de funciones econó- dos de la expansión mundial del capitalismo sus cortantes aristas y
micas y de Ia división internacional del trabajo. Elites que fueron ade- sus punzantes espinas, procurando evitar el horror y el sufrimiento
más propulsoras eficientes del ferrocarril en sus respectivos paÍses, que sus principales agentes (de manera voluntaria y, por lo tanto,
tecnología básica sóio destinada a facilitar el traslado a los puertos evitable) imprimen casi por sistema al proceso. Pero nunca se trata
de bienes sin elaborar, parte integrante y sustancial de Ia riqueza de negar, bien entendido, Ia superioridad del capital industrial sobre
nacional. Y élites que se vieron, en suma, deslumbradas por Ia fuerza otros estadios de desarrollo, sobre otros modos de producción y otras
sugestiva del arrastre cultural y social de Ia que había pasado a ser reaiidades culturales y morales que le precedieron o que, residual-
su nueva <metrópolil económica, la rutilante Inglaterra. mente, con él y durante un tiempo conviven,
¿Quiénes pudieron, entonces, aparecer (aquí o allá, en la metró- Fue un tiempo, si se quiere, aquél (1815-1873) de tranquilidad
poli o en los territorios colonizados) como enemigos del sistema, como
relativa. Tranquilidad que se explica, ante todo, porque los términos
censores de sus perturbadoras modificaciones o como defensores de de Ia competencia qeopolítica experimentaban, de manera inusual,
las inevitables y arcaicas persistencias? Una cosa bien clara es, desde
una absoluta desiqualdad entre ellos. Había una sustanciosa heren-
Iuego, la réplica ya arriba comentada al
-para Gran Bretaña- inser-
vible mercantilismo, a su devaluado comportamiento económico sobre
cia de viejos imperios que sobrevivían, más o menos mermados por
los acontecimientos del siglo. Y habrá algunos, como el francés, que
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a pesar de todo se rejuvenezcan e incrementen. Convivirán entonces, razón aparente, esta ocupación, que ia de seguir la tendencia, en
en apretada sÍntesis (y Argelia es el ejemplo de ello más inmediato), previsión de futuros aprovechamientos o a la espera de designios de
junto a
intentos de penetración militar
-más o menos logrados*
proyectos de colonización agraria; reformas en Ia explotación econó-
explotación más fundados.
La empresa colonial, considerada en términos globales, resultaba
mica junto a la concesión de tímidas libertades polÍticas y también costosa para los nuevos presupuestos de los estados; iquién 1o duda!.
junto a un cierto grado (desigual) de transformación y reorganización Y esa es la explicación más convincente para el constante desfile de
administrativas. diputados descontentos en las Cámaras; para Ia crÍtica pertinaz
El viejo pacto colonial, en consecuencia, irá perdiendo progresi- siempre sosegada- que sorprende a cualquier atento seguidor de
-no
vamente terreno frente a las nuevas formas, frente a los nuevos méto- Ias actas parlamentarias o al lector que desde nuestra perspectiva se
dos. Pero todo se hará que insistir en ello- de manera desi- acerque a Ia prensa británica de Ia primera mitad del xx Baste, por
gual y fraqmentada, de-hay manera por lo general cautelosa, forzando el momento, con asegurar que la denuncia del gasto presupuestario
hasta el extremo la contención de las resistencias o procurando las en virtud de la defensa de unos intereses particulares y r<concretosr¡
previas garantÍas, hasta llegar, en lo que se refiere a Ia relación entre (ejército, comerciantes o hacendados) constituye, a lo largo de todo
colonizadores y colonizados, a bordear los límites de una (hasta en- el siglo, un vector importante en todo el pensamiento radical y refor-
tonces) desconocida participación y cooperación sociai, mista británico. Ello es io que explica, igualmente, el más frecuente
I'a industrialización es el motor impulsor de esta nueva etapa en apoyo de la opinión a los tratados de comercio, que proliferarán co-
la universalización de los patrones europeos de organización econó- mo demostración del triunfo de la <reciprocidad comerciabr que habÍa
mica. Etapa que los gobiernos ampararán e impulsarán con decisión, inaugurado el denominado tratado Cobden-Chevalier (1846) con
en Gran Bretaña, desde Ia década de 1820. La industrialización, cin- Francia.
cuenta o sesenta años después ya Ia industrialización del res- Ni que decir tiene que Ia ciencia y la técnica, en sus paralelos
-pero
to de los países, bien de manera espontánea o bien inducida, y bien desarrolios, serán el soporte decisivo del nuevo proceso de expan-
sea a imitación o en defensa de la avalancha inglesa-, será también sión. Las exploraciones geográficas, que tanto habían interesado a
los monarcas ilustrados del xvlt, tras superar Ia interrupción a que
Ia responsable de que se ponga fin
todavía posible del <free trader.
-por el momento- al desarrollo quedaron sometidas por culpa del conflicto napoleónico, renacieron
Este afree trade> funcionaba, de hecho, mientras eran sólo un pu- en torno a 1817, orientándose entonces fundamentalmente hacla el
ñado minúsculo los países servidos por la industrialización, Pero, para PacÍfico, el más desconocido de los mares. Disciplinas como Ia carto-
más, no resultaba ser la práctica- tan elástico y eficaz el sis- grafía y la oceanografía colaboraron con la tecnología industrial para
tema como se habÍa
-en
previsto. Y ello va a ser Ia causa de que formas abrir al conocimiento europeo los secretos de todo un planeta desco-
diversas de protección arancelaria, homogeneizadas a. su vez de in- nocido. Y los viajeros científicos contribuyeron ardorosamente a la
mediato, tendieran a aparecer en el curso de los años setenta, mejo- identificación nacionalista de sus pueblos con sus respectivos Esta-
rándose y refo'rzándose después, para servir como patrón de política dos, al menos allÍ en donde se fue capaz de concitar, en torno a las
comercial a las nuevas economías industriales, exploraciones, a un sector significativo de la opinión acomodada y
En cualquier caso, los ingleses ya habÍan trazado el camino: la culta.
búsqueda incansable de mercados, Ia apertura de puertos, la pene- Dos grandes masas de población, dos grandes extensiones terri-
-Asia Africa- se
tración interior en los continentes hasta apresar las fuentes mismas toriales y perfilarán como eje fundamental del nue-
de Ia riqueza.,. Hay en tanto frecuentes amagos de expansión (que vo proceso de implantación territorial. Desde una posición rrexterna>
después resultarán fugaces o incluso fraudulentos), como hay tam-
bién frecuentes movimientos de tropas, en desordenada difusión so-
al sistema mundial
-I. Wallerstein dixjf- pasarán a cubrir el radio
de la que se denominó <periferia>. Esa incorporación Ia realiza, antes
bre las temblorosas líneas trazadas por estrategas o exploradores en o después, el Libre comercio, ayudado en cualquier caso, de manera
despejados e inexactos mapas. Operaciones militares que son más decisiva, por la fuerza de los nuevos transportes y de Ias armas.
bien producto de un deseo nervioso y compulsivo -no siempre res- Distinto será el interés preferencial que los rusos demostraron,
paidado esta vez por la opinión pública de los respectivos países co- también, por Asia, llegando a ocupar Samarcanda en 1865 y Bujara
Ioniales- de ampliar el radio de acción de Ia metrópoli. Sin más tres años después, en un puro ejercicio de expansión militar y territo-

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rial. Tropezaron allá, en el oriente, con otros expioradores y con otros (pues el denominado imperio <anglo-indior no dejará de crecer entre
ejércitos, porque Asia Menor, Egipto, Persia y Arabia -al tiempo que I8l4 y lB59) merece, desde luego, ser traÍdo aquí como particular
objetos literarios de ensoñación romántÍca (nace así Io que se ha ejemplo, EI avance francés por Ia zona del Mekong, por su parte, lo
venido conociendo como (orientalismor)- serán también palestra merecería igualmente.
mercantil y estratégica de confrontación de fuerzas para los países América del Norte tampoco dejó de ser reconocida y explorada
europeos, rivales en su continuo acercamiento a fuentes de riqueza y por aquellas fechas, contribuyéndose con ello no sólo al debilita-
a mercados que, en Ia zona, tenían desde antiguo su propio trazado y miento y exterminio progresivo de los pueblos indígenas (tanto en el
propio Norte como
su específica organización regional. -ya después de Ia independencia- en las fla-
mantes repúblicas criollas del Sur). Es preciso recordar que también
La <modernización> de aquellas sociedades (emprendida con Ia
ayuda de asesores y técnicos extranjeros), Ia apertura a ]a influencia vino a facilitar dicho reconocimiento un primer encuentro antagónico
europea de organizaciones y comunidades sociales que hasta enton- de rusos y norteamericanos, suspicaces éstos ante Ia premura con
ces le eran esencialmente refractarias, Se convertirá en aspiración que los primeros rebasaron Alaska (lBl5-1850).
p¡oritaria para los gobiernos europeos de Ia época. Tanto Ia reina Los trópicos, de manera especial, despertarán la curiosidad insa-
Victoria como Napoleón III cuidaron más esta penetración estlatégico- ciable de los viajeros cientÍficos europeos como Humboldt o
-sabios
Merivale-. Y nutrirán Ia inspiración de músicos o artistas, fervorosa-
comercial que ia colonial, propiamente dicha. Pero ello no srgnificó,
desde luego, abandono ni desprecio de la colonización. La cual, a mente acogidos y aplaudidos en las sociedades criollas. La Habana,
veces, desempeñó en sí misma un papel primordial, Pero, incluso en Ia retina de Alejandro de Humboldt, se nos muestra como una
cuando no fue así, siempre habría de ser dicho papel complementario. sociedad rica y compleja, culta y sorprendente, para la que su metró-
Las colonias, en su conjunto, no dejarán pues de ser Io que hasta poli española, atrasada y falta de dinamismo, se habÍa quedado pe-
entonces habÍan sido, por más que los cambios en el contexto parez- queña. El <americanismo científico> nacerá de esta manera. Y la mi-
can sustanciales. La mayoría de ellas seguirán sirviendo de priviie- rada de los europeos se volverá sobre el continente americano, al
giada plataforma para Ia acumulación especulativa de capitales, de que tanto estímulo intelectual debía siempre agradecer el Viejo mun-
permeable rejilla para la absorción de manufacturas que no han de do (ya desde la hora misma del Descubrimiento), renovará una vez
soportar competencia alguna y, por supuesto, de fuente insustituible más sus intelectualizados enfoques y multiplicará sucesivamente sus
para Ia obtención de metales preciosos. A estas virtualidades conoci- objetos de análisis,
das se suman o yuxtaponen otras (nuevas)) (aunque hay veces que Africa, sin embargo, permanecerá relativamente incógnita, De sus
son, sencillamente, Ias uviejas> transformadas). costas habían partido (y seguirán todavía partiendo) por millares, los
Los métodos, ciertamente, no cambian tan deprisa: el expolio, ei esclavos que hicieron la riqueza del azúcar en las Antillas y el Brasil.
saqueo, el pillaje y Ia esclavitud -aunque reiteradamente prohibida Pero eran comerciantes autóctonos los que los arrastraban, tras gue-
ésta-, perviven, Es una época de transición, sin duda, en la que las rras, engaños y saqueos, hasta las factorías de embarque, donde a
realidades coloniales concretas (en las que pronto habremos ya de su vez los compraban los negreros occidentales. EI contacto se limi-
entrar) presentan mecanismos muy diversos, condicionantes alejados taba a los depósifos costeros, permaneciendo el interior ignoto: a los
entre sí de manera perceptible, e incluso tipologÍas que podríamos europeos que realizaron, durante siglos, este <odioso comercioD, no
calificar de contradictorias o ambiguas. les importó saber más.
Es Ia época en Ia que esta compleja realidad del mundo colonial Los nuevos exploradores africanos del xIx, Livingstone o Stanley,
en transición se manifiesta de manera más plena e intensa, más varia sin embargo, eran portadores de una nueva preocupación: la conver-
y colorida que en cualquier otro momento. Pero eS seguramente tam- sión de los negros al cristianismo, la demolición obsesiva, por este
bién Ia época en que Ia que el catálogo de conflictivas respuestas y conducto y sobre el terreno, de las bases moraies de la esclavitud. EI
rechazos (que pronto brotarán en cuantos espacios del planeta que- comercio, el tráfico de mercancías procedentes de Ia Gran Bretaña
daron atrapados bajo las redes de Ia presencia altiva de los euro- (a Ia cual representaban con un recién estrenado orgullo), lejos de
peos) permitirá lo contemplamos desde Ia hora presente- esta- presentarse ante sus ojos como un obstáculo para aquella tarea, era
-si
blecer una mayor distinción de matices, una alargada lista de varia- por contra un complemento necesario de Ia misma. La conversión de
das razones y de prácticas mixtas y cruzadas. El caso de la India los indÍgenas resultó de este modo más fácil, para aquellos esforza-

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dos propagandistas de la fe cristiana, a cambio de proporcionar a Se habrá de producir entonces, en resumen, un cambio bien visi-
las distintas tribus determinados bienes terrenales. ble en la composición de la demanda: ya
I-,a Tierra, redonda y todo, incluso restringida la vida en sus extre- -con Ia abolición legal de
la trata- no podrían ser los esclavos un capÍtulo sustancial de dicha
mos, estaba exigiendo ya -de este osado nuevo viajero del siglo demanda. Pero también bajarán, reveladoramente, las especias y el
xx- ia conquista de los polos. EIlo no habría de ocurrir sin embargo azúcar. Crecen en cambio el algodón, Ia lana, Ios aceites vegetales
hasta 1870. Para entonces, los despachos de las cancillerías, los ejér- para uso industrial, los tintes, el cáñamo y el yute, así como el trigo,
citos, Ias grandes compañíaó comerciales de Ios países más desarro- el café y el cacao, la carne y la mantequilla. Las transformaciones
Ilados, y hasta un curioso público lector, creciente de un día para
otro, conocÍan de mánera bastante aproximada el trazado universal
económicas que habÍan permitido
-y que a Ia vez exigían- estos
cambios desde la vieja Europa, no nos compete aquí a nosotros ana-
de ríos y montañas, la ubicación de pueblos muy lejanos de sonoro Iizarlas. Pero sí diremos que sin las colonias las áreas some-
nombre y de aldeas de timbre exótico o de perdida memoria. Y hasta -junto a
tidas al denominado <imperio informalu-, sin Ia presión ejercida por
existía cierta noción al menos- de cómo se fijaban en el comercio europeo sobre estos diversos territorios, aquellos cam-
-indicativa
los despachos ministeriales y en las cancillerÍas (casual, azarosa- bios nunca hubieran podido realizarse y sostenerse.
mente) las algo más que lábiles fronteras entre pueblos. En los puntos de Asia que se vieron afectados por la penetración
Los viejos imperios coloniales, los de la Edad moderna -recordé- europea, el sistema de intercambios siguió basándose, por excelen-
moslo- se habían establecido, por imperativo del Descubrimiento, cia, en los productos raros y escasos. El añil y el salitre de la India
en tierras americanas preferentemente. Los nuevos, a su vez, toma- pro-
rán forma sobre Asia y Africa, mirando hacia la América rocosa que
británica, las especies de Indonesia
-que tan buenos beneficios
porcionaron a la metrópoli holandesa-, el azúcar y el cáñamo de
bordea el Pacífico. Las viejas colonias, por su parte, Io fueron de Filipinas, torpemente despreciados en fin, en cuanto a su comerciali-
población y asentamiento, en su mayorÍa. En ellas se instaiaron colo- zacíón, por los españoles,
nos blancos, que se esforzaban por crear nuevas sociedades, pero Eso en Io que se refiere a los bienes de retorno en los barcos que
reproduciéndolas a imagen y semejanza'de aquellas otras de Ias que
ellos mismos procedían; de esas que abandonaron -de buen grado
hacían el transporte. Los de ida se reducían
-no vale ignorarlo- a
las piezas de textil británico y a los productos de ferretería del mis-
o por ia fuerza- en la populosa Europa. Porque durante mucho tiem- mo origen, derramados sobre el continente asiático, a bajo precio,
po por 1o general-conservaron los colonos Ia esperanza de vol-
-y
ver a su patria, y porque ello todavía ocurrirá, con relativa frecuencia,
hasta asfixiar por completo a las artesanías locales. Alguna de ellas
(como las muselnas indias destinadas a la exportación, comerciali-
a lo largo de casi todo el siglo (al menos hasta los años 80, en que zadas y reexportadas hasta entonces por los ingleses desde Londres
cuaja por fin el mito de Ia América del Norte, <el nuevo hogarr'), o Bristol) sufrió una cruel y dramática extinción, a manos precisa-
encontramos aún este tipo de situaciones de traslación cultural -con mente de aquellos mismos que, tiempo atrás, Ia habían estimulado.
más frecuencia de Ia que, en principio, pudiera esperarse- en la Nada tiene de extraño su busca erradicación, sin embargo
época a Ia que nos venimos refiriendo. cada en términos estrictamente comerciales-, si sabemos que un
-expli-
Las colonias de plantación, por su parte, situadas por Io general altísimo porcentaje de las indianas de algodón britántcas manufactu-
en torno a los trópicos, o bien fueron abandonadas por agotamiento radas iban destinadas, precisamente, a aquel mismo mercado indio
-si la ocasión lo merecía- vieron su
del suelo, o bien explotación
del que antes se habían extraído, ansiosamente, Ias piezas artesana-
acelerada y renovada. Las nuevas demandas industriales de la Europa Ies de seda, Como puede comprobarse con este ejemplo, Adam Smith
en transformación (algodón, fundamentalmente, pero también cochi- no acertó del todo en su prospectiva y optimista pintura de un mundo
nilla y otros productos) venían complementadas, necesariamente, con en el que el libre mercado vendría a salvar, para todos de modo
l¡s procedentes de un consumo ampliado (azúcar, té, café y tabaco), parecido, Ias carencias y los aitos costes de producción, repartiendo
dertinadO a las crecientes masas proletarias de las urbes y al sustan- por igual similares beneficios, La industriaiización propia le fue apla-
elal lnCremento de nivel de vida de las clases medias. El caso del zada así, de este modo y por presiones externas, a la India de princi-
¡lütr¡r de caña, no obstante, hay que considerarlo aparte, puesto que pios del siglo xrx. Y ya no tuvo ocasión de intentarla de nuevo'hasta
pronlo lufrlrá la radical competencia del azúcar de remolacha, pro- un siglo después.
dueldo tnclullrlalrnente en la propia Europa. No habrá, sin embargo, uniformidad político-administrativa sus-
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tancial en aquellos imperios del periodo. Ni siquiera dentro del mis- Mannix & Mc. Cowley (1970, 2a): Historia de la trata de negros, Madrid.
mo imperio se buscará homologación en cuanto al esqueleto polÍtico Mauro, F. (i972): La expansión europea (1600-1870), Barcelona, Labor.
y normativo, Hay ocasiones, frecuentes, en las que Ia ocupación ex- Merle & Mesa (1972): EI anticolonialismo europeo, de Las Casas a Marx,
tranjera se reducirá a una minúscula representación burocrática y Mad¡id.
militar del país colonizador, permaneciendo ei resto de la población Pannlkar, K, M. (1966): Asia y la dominación occidental, Buenos Aires'
ajeno a Ia élite de gobierno y a los instrumentos de su poder, Hay, en Pérez Brignoli, H. (1985): Breve historia de Centroamérica, Madrid.
Robinson, J. (1970): Freedom and Necessif¡ Nueva York.
cualquier caso, rasgos comunes: la tendencia a la generalización uni- Romano, R. (1991): <Fundamentos del funcionamiento del sistema econÓmico
versal del régimen de propiedad privada de la tierra, un régimen colonial¡, en H. Bonilla, ed. EJ sistema colonial en la América española,
desconocido en la mayor parte de las sociedades agrarias, con el Barcelona, 239 ss,
consiguiente inaugurado registro de los tÍtulos de propiedad y la co- Sigfried, A. (1947): Les téchniciens de la colonisation, París.
rrespondiente imposición tributaria. O la difusión de Ia nueva moneda Solow, B. L., ed. (1991): flavery and the Rise of the Atlantic System, Cam-
(y sus sustitutos) para aqilizar el intercambio de mercancías. Espe- bridge,
cialmente en aquellos casos en los que (por una u otra razón) se Vidal Villa, J. M. (1976): Teorías del imperidismo, Barcelona.
induce la explotación económica en torno a la producción de mono- Woodruff, W, (1967): Impact of Western Mann: A study of Europe's Role in
cultivo, una producción agraria por esencia abocada hacia afuera, the World Economy, 1750-1960, Londres,
En cualquier caso, nos hallamos muy lejos de una expansión ge-
neral organizada. Si bien tampoco puede considerarse aquélla pro-
ducto absoluto del azar, en lo que a las polÍticas y prácticas de ex-
pansión del periodo se refiere, Creemos, sin embargo, que para dar
forma interpretativa a este general y aparente desorden, hay una
expiicación posible: Ia que remite a la distorsión ejercida por Ia irrup-
ción del nuevo modelo británico (el <taller del mundor }¡ sus corola-
rios coioniales) sobre ei antiguo orden. A informar de esta circuns-
tancra; precisamente, dedicaremos las inmediatas páginas que siguen.

llbllogr.ff¡
Aünied, S. (1969): fa¡l Má¡x on Coloniaüsn and Moder¡rzation, Nueva Yotk
Acosta Sánchez, J. (1977)t E] impeúalismo capitalista. Concepto, periodos y
mecanismos cle tuncionámienfo, Barcelona,
Banai Bror^'r¡, J. (1975)rLa teoría económica del imperá¡smo, Madrid.
Colnevin, R. (1960): ¡¡3rorie deÉ pevpleÉ de I'Alrique roi¡e, Pads.
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2._
las constantes coloniales
del periodo 1815.1813

uHis isle, the mightiest Ocean-power on earth


Our own fair isle, the lord of every day...n
(Lord Tennyson, ?ie Fleef, 1886)

2.1. Liberalismo eéonómico y librecambio

Existe pues, a escala del planeta, a Io largo de todo el siglo xx


su convulsiva reactivación en el xvru-, todo un proceso de
-tras
voraz identificación y apropiación del espacio por el hombre euro-
peo. Proceso que en preeminente lugar por los bri-
-protagonizado
tánicos, pero desde luego no sólo por ellos- despliega ante los ojos
de los blancos un mosaico de sociedades distintas. Muchas de ellas
sólo hasta entonces entrevistas, desiguales en sus niveles y tipos de
cultura y lejanas en sus desarrollos. Sociedades que -más o menos
rápidamente trastornadas por la colonización manufacturera e indus-
triai- empiezan de modo extraño a parecerse, cada vez más, entre
sÍ. Sociedades que üatan no menos, de diferentes modos y maneras
invariablemente, todas ellas-, de asemejarse a sus respecti-
-pero
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vos centros metlopolitanos de poder, a los Estados coloniales que Ias No nos referimos ahora hay circunstancias y ocasiones,
incorporan administrativa y/o econÓmicamente. -aunque
como la del acoso sistemático (hasta Ia reducción residual) de las tri-
Hay historiadores británicos de relieve (como E. J. Hobsbawm) que bus indias en Norteamérica, y que bien merecerían aquí estudio- a
han denominado iegremonía británica a aquel peculiar -desconocido los grandes mecanismos qenocidas desencadenados por los coloni-
hasta entonces- proceso. Un proceso por el cual las manufacturas zadores, en unos u otros tiempos, de manera más o menos casual o
textiles y la quincallería de las más activas zonas de la industrializa- voluntaria. Genocidios que pudieran evocar por contraste, quizá, Ios
ción inglesa, como el Lancashire, inundaron el resto del planeta, a la antiguos estigmas de Ia conquista española sobre el continente ame-
búsqueda de mercados abundantes, distintos y diversificados' Mer- ricano, trescientos años atrás,
cados que, a su vez, pudieran ofrecerles a los británicos materias pri- Se trata ahora en cambio, más difuminada y sutilmente, de la pues-
mas necesarias o bienes de consumo complementarios. Por su parte, ta en marcha de una maquinaria compleja y in-
Daniel R. Headrick (1989) ha construido todo su modelo interpreta- cruenta, por medio de Ia cual las decisiones, los -normalmente-
modos de vida, Ia
tivo del colonialtsmo británico en Africa sobre Ia base de destacar Ia imposición mercantil y financiera que viene incluso sin pretenderlo
expansión alcanzada por la tecnología industrial en el periodo que de la mano del colonizador trastornarán absorberlos, engu-
precede al reparto de Africa (1885-1900). llirlos o hacerlos desaparecer, simplemente, -hasta
asfixiados o diluidos-
Hacia 1870, sin embargo, la fecha terminal aproximada en la que cualquier otra pauta cultural de conducta, cualquier otra expresión
pondremos punto final a este recorrido nuestro, y hasta I914, una colectiva espiritual o social.
diversificación de hegemonÍas -si se nos permite denominarla así-' Métodos que darán ocasión, más que al mestizaje, a la sistemática
una perceptible djsf¡jbución de zonas coloniales entre Ias potencias propiciación sustitutoria de .lo antiguo, abandonado o reprimido, en
(todas ellas lndustrializadas o en vías de industrialización) caracteri- favor de una rueya e importada realidad. Ocurre, desde luego, que
zan a Ia realidad. Una realidad en la que irá desplazándose progresi- esa sustitución de valores no tiene en el colonizador su único agente,
vamente a Gran Bretaña desde su posición central y principal. sino que una lógica social pocas veces desmentida- se lle-
-según
Nada mejor para explicar
-de primer intento- esta compleja tra-
yectoria de pérdida de centralidad que la propia interiorización que
vará a cabo, por lo general, merced a la mediación práctica de ias
élites u oligarquías locales. Las cuales, en Ia mayoría de Ios casos,
hicieron los ingleses cultos de esa decadencia. Intimos sabedores de asumieron un papel si no mimético sí
ese retroceso, comenzarán hacia 1870 ellos mismos a dar fe de una
-lógicamente- dependiente y
subordinado, respecto a la presencia europea.
obligada renuncia a determinadas ocupaciones, tareas y contactos El Libre comercio, invento inglés por excelencia hemos insis-
internacionales que, treinta o cuarenta años atrás, por el contrario, tido en ello en ei capítulo anterior-, fue ei motor de -ya
muchas de aque-
eran sólo reales y factibles -incluso imaginables- si los emprendÍa Ilas mutaciones. Y estuvo al servicio su vez- del proceso históri-
la Royal Navy, sólo ella, o si las tomaba a su cargo el Foreign Office camente excepcional que fue origen -a primero de tanto cambio sustan-
Una indiscutible rtdivisión internacional del trabajo)) -nos guste o tivo y de tanta agitación, la revolución industrial ingiesa. Funcionó
no utilizar estos términos que acuñaron los ideólogos liberales, a fi- como sistema general de intercambios, con excelentes resultados eco-
nales del siglo xvtti- habÍa, para entonces, puesto fin temporal a un nómicos y polÍticos para Gran Bretaña, esencialmente entre I815 y
provisional reparto del globo. División que, sin lugar a dudas, se re- I873. Después de esta fecha, los trastornos sufridos por el capita-
veló extraordinariamente eficaz para activar el funcionamiento del lismo (para acabar saliendo reforzado de Ia prueba, no obstante), Ias al-
sistema capitalista, El reparto dd funciones y Ia asignación de tareas teraciones atravesadas durante la llamada Gran Depresjón (1873/189S),
habían sido, pues, consustanciales a esta novedosa organizaciÓn glo- pusieron a prueba la validez general del modelo librecambista.
bal, del espacio, eliminadora de diferencias y tendente a la implanta- Las fuertes embestidas del proteccionismo entonces (una nueva
ción de un solo modo de vida. Una organización, en suma, que no forma de mercantilismo, como juzgaron algunos de los contemporá-
estableceda más distinción fundamental que la de Ia riqueza, y por la neos, alarmados, pero de modo inexacto) parecieron llegar, poco
cual los países más débiles parecerían condenados permanente- después, a derrotar al librecambio, precisamente cuando más asen-
mente a exhibir su misma debilidad, a convertirse en cada vez más tado parecía. Pero Gran Bretaña y Holanda se atuvieron todavía a éj,
distanciados y frágiles, Hasta, en algunos casos, llegar a desaparecer No así los Estados Unidos que, como joven economía en proceso de
como comunidades diferenciadas del todo. lndustrialización que eran entonces, se aferraron a políticas arancela-

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das de extrema protección y nunca gustaron de practicar el rrfrec 2.2. El <imperio informal> y las colonias
trade>.
Con la pérdida de vigencia del librecambio, desde los años ochen-
ta del siglo xtx, volverá a ponerse de moda Ia conquista formal de En 1817, efectivamente, se ocupaba Ia coronia de Ascensión; en
nuevos territorios, la consolidación territorial de los imperios. EIlo
lSlB se establecía el protectorado de Rajputana; en lglg se fundaba
supone la relativa crisis, en consecuencia, de esto que se ha denomi-
singapur y se abría er estabrecimiento de ras shetrand der sur; en
1820 Ie tocaba el turno a port Elizabeth; en lB24 era Malaisia; en
nado el imperio informal, aquel que no precisaba del control político
para que ciertos agentes extranjeros pudieran controlar, invariable- 1826 el norte de Birmania; en rg29 swan River; en 1g34, de nuevo ra
mente, la toma de decisiones en una sociedad cualquiera. Bastaba
India (Mysore); en I836 fue Adelaida; en lg39 Nueva Zelanda, Adén
yAssam; en l84l Hong-Kong; en IB4z se conseguirá er Natar y Sara-
con la fuerza del capital bancario, con la potente coacción de Ia ne-
wak, y en 1843 el sind, en ia India; en rg46 fueron Borneo, el punjab y
cesidad de abastecimiento manufacturero, con los lazos de tipo per-
cachemira, En tanto que en I8s2 se trató de Birmania del sur (pegulj.
sonal establecidos entre las oligarquías locales... Bastaba en definitiva
con poseer Ia llave de Ia tecnología. como es evidente, no hubo sorución de continuidad, porque en
¿Por qué, entonces, volver a suscribir de nuevo los imperios un 1853 les tocó a Ias islas Norfolk, así como a Ia India, de nuevo, en
conjunto de obligaciones financieras a cargo del Estado, sometiendo proceso que se dilataría hasta 1856; en lgsz de salirse
políticamente aquellos territorios que se quería controlar, y debiendo -además
enérgicamente al paso de los conflictos insurrecionales en la India-
pagar por ello? Nunca habían cesado en Gran Bretaña las voces re- hubo tiempo para anexionar la isla de los cocos; y en lg6t llegó la
formistas que opinaron en contra de ias partidas del gasto público hora de Lagos, en 1866 la de las islas Malden, en t86z fueron las
destinadas a Ia colonización, creyendo sinceramente todavÍa islas Bahrain y en el 68 correspondió el turno a Basutolandia,..
hará el inglés Hobson (Imperialism. A study, 1902), -como ya a principios EI comercio, la penetración comercial por cualquier rincón dei
del siglo xx- que un mejor reparto interior de la riqueza sería, a Ia globo, fue la justificación de esta permanente ansia británica de con-
vez, causa y consecuencia de un deseable abandonot por parte del quista y de dominación. Su espectacular expansión debió mucho, co-
Tesoro público, de ias obligaciones coloniales. mo bien se sabe, a Ia expiotación sistemática de los recursos ameri-
Ya hemos advertido, sin embargo, de que esta tendencia hacia Ia canos que había precedido a este periodo, especialmente a través
informalización de los imperios (st se nos permite asÍ llamarla), ten- de los continuos trasvases al continente de mano de obra africana,
dencia que se convierte para muchos los observadores de Ia época explotada en régimen de trabajo esclavo. Los trempos que aquí con-
en Ia única legítima, conveniente y deseable, sólo afecta puede sideramos, sin embargo, parecieron rerativamente óalmós ante el ob-
afectar sustancialmente- a Gran Bretaña.
-sólo servador europeo de la época. se trataba, en el enfoque reducido de
EI resto de ios países siguieron comportándose de una manera la óptica occidental, de que las guerras del xvlu, las guerras enfre
más convencional y, a lo sumo, dieron tímido albergue entre sus po- imperios, habían dejado paso, por er momento, a unas gueras desde
lemistas a quienes ostentaron lo que en la época se creyó anticolo- aquÍ vistas como menos perturbadoras: las guerfas europeas contra
nialismo (y que ya hemos visto no era, en efecto, más que antimercan- pueblos no europeos.
tilismo). Publicistas, poiíticos e intelectuales iigados a Ia defensa del La aplastante supremacía naval de los ingleses, su poderosa impo-
Iibrecambio, amigos de Inglaterra y de sus usos y costumbres, defen- sición tanto en lo militar como en lo comercial, hicr,eron, evidente-
dieron por doquier el nuevo umodelor inglés basado en el colonia- mente, que aquellas guerras fuesen, la mayoría de las veces, cortas.
Iismo <Ínformalr. Ocultaron a la opinión propios gober-
-como los
nantes británicos hicieron, con cierta frecuencia e impudor- que las
Y lograron también, efectivamente, que ninguna de las otras grandes
potencias se atreviese a discutirles por ahora eI reparto. se trató, por
incorporaciones territoriales a la Corona británica, aunque muchas lo tanto, de una hegemonía apenas cuestionadd
de ellas sin real importancia económica
-por el momento-, se ha- -y, mucho
compartida- a escala del planeta, que (en su compleja
menos,
evolución)
bían sucedido srgrlosamente una tras otra, al ritmo medio de una permiürá ampliar el control político europeo sobre territorios no europeos
anexión por año, desde un 35% (en 1800) hasta un 6To/o d,e la superficie del qlobo, en
1878. El resto, casi hasta el total dei r0oo/0, se incorporarÍa vertigino-
samente después, en el breve plazo de una década. y ya con una
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creciente pluralidad de potencias interesadas en el proceso de la mente (de inmediato) corq6 tales potencias coloniales, dejando siem-
distribución colonial. pre en manos de la mism a penetración británica aquellos mercados
Que esto fuera así, y no de otra manera, vino facilitado, en una que se les escapaban.
importante medida, por ei declive imparable de las situaciones colo- Eso es io que expiica, geguramente, las resistencias francesas a
niales propias de la etapa preindustrial, por la descomposición, ine- abandonar la trata negrer\ a pesar de haber sido los franceses pio-
vitable, de los viejos imperios ibéricos, el español y el portugués. Su neros de la doctrina polítiq¿ (la igualdad civil de derechos) en que se
colapso, debido a razones internas tanto como a insalvables dificulta- amparaba la abolición de \a escjavitud. Eso es precisamente también
des de adaptación a los nuevos tiempos, permitió a Inglaterra, hábil lo que justifica, desde una óptica praqmática, la escasa voluntad que
colaboradora de las élites nacionalistas e independentistas, ocupar puso Ia Marina Real francSga en reprimir el tráfico ilegal conducido,
el espacio económico que la desaparición de las antiguas metrópolis a pesar de las prohibicion\s, por algunos de sus compatriotas, en los
i (inflexibles y obsesionadas con la riqueza producto de las aduanas) años que median entre l8l I y 1g30.
dejaba vacante. Tras Ia emancipación qa las repúblicas hispanoamericanas del
Dicho de otro modo: Gran Bretaña supo constituir un imperio formal poder colonial español, y t\as la independencia dei Brasil, Ios impe-
tl
en OrÍente, desplazándose cada vez más hacia el Este. En tanto que le rios español y portugués, rpducidos sustancialmente, trataron
era propiciado, sin resistencia apenas, un extenso mercado al Sur del siguiéndolo por ei moment5- de prolongar su dominación sobre -con-
los
i
continente americano, sobre cuyas bases iba a alzar sus tantas veces territorios conse¡vados, de ¿n valor económico indudable en buena
ponderado imperio informal Naturalmente que hay autores parte de los casos. su corqportamiento (que más adelante se anali-
tl -muchos,
bien es verdad- que tratan de desligar ambos procesos. Y polémi- zará por separado) no obe¡eció, sin embargo, a pautas firmemente
cas historiográficas y económicas extraordinariamente vivas e intere- trazadas, por lo general, ni Se debió a un sistema perfecto y cohe-
santes que se han mantenido, durante décadas, sobre estos supuestos, rente, Sino que con frecueq¿ia fue oscilante y contradictorio, históri-
No nos parece urgente, sin embargo, volver sobre eilas ahora, y camente habiando, su procq¿ler.
Ias dejaremos, resumidas, para más adeiante. Por el momento, bas- En cuaiquiera de los casos, se trató de apiazar sine die la muy
tará con que recordemos que, a mediados de siglo, cualquier gaucho previsible separación de los te¡ritorios más ricos y evolucionados, no
argentino poseía un ajuar doméstico totalmente provisto por sus abas- Ilegando en contrapartida, ni¡guno de estos viejos imperios, a Ia pues-
tecedores ingieses, hecha excepción del cuero con que se vestÍa. Y ta en explotación, generalizq¿a y racionalizada, del resto. Dificultada
que no siempre eran sin embargo bienvenidos sus productos por ei esta tarea por los distorsionX/os procesos de crecimiento económico
comerclante inglés, que debería tomarlos a cambio. en cada una de las dos metrópolis, España y portugal, sometidas
¿Quién podía entonces discutÍr esa circunstancia, de entrega sin ellas mismas a las fuertes l\r¡itaciones que Ia prácticá ausencia de
condiciones, hasta rebati¡la? ¿Quién entender que, en aceptar incon- industriaiización en su propi5 sueio imponía a su inserción en el mer-
dicionalmente o no esa situación, podía jugarse el porvenir industrial cado mundial, Io cierto es eee parece difícil desde hoy- ima-
de cada joven nación? Muy pocos, desde luego. Y nunca del modo en ginar en los dos estados peqipsuiares otros -visto
comportamientos econó-
que lo hemos considerado después, al menos desde finales del siglo micos que no fueran los que, pistóricamente y en efecto, se dieron.
XH, con Ia recuperación del pensamiento y las prácticas industriales otra cosa muy distinta es, g,in embargo, lamentar la constante miii-
y proteccionistas. Sin luqar a dudas, la rigidez de la imposición colo- tarización, en cada uno de e\tos casos, de la administración colonial,
nial en los agonizantes imperios españoi y portugués, e incluso Ia la fuerte represión social ges asoió a las poblaciones colonizadas,
escasa capacidad interna de transformación del imperio holandés, por lo general, o Ias negativus consecuencias que el sostenimiento
convertÍan a la <modernar flexibilidad comercial británica en algo de las relaciones coloniales q6arreó sobre las cüses populares me-
mucho más atractivo. tropolitanas, en estos dos pa¡ges ibéricos, que hubieron d.e afrontar
Por otra parte, aquellos antiguos imperios coloniales en guerras y gastos de toda ínQ¿le para ei mantenimiento de sus res-
-ahora
retroceso- no tenían fácil la salida, a ia hora de introducir cambios pectivos estatus como potenc\¿s coloniales. como de la postura fran-
coyunturales o modificaciones parciales que les permitieran sobrevi- cesa ante la colonización, tar¡¡rién de ios especÍficos problemas de
vir. De haber aceptado sin discusión el modelo de liberalismo econó- España y de Portugal, como Notencias coloniales, habremos sin em-
mico que les presentaba Gran Bretaña, hubieran sucumbido segura- bargo de hablar más adelantq por separado.

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Pero, en general, Io cierto es que la atracción de la conquista de clara matriz económica (la potente trayectoria industriarizadora
mercados va prosperando entre todos. No hará falta esperar a los país y su ansiosa procura de mercados) una generica-; der
años ochenta, cuando se obtengan las lecciones de Ia Gran Depre- ambiciosa
prospección del mundo
sión, para encontrar en financieros e industriales, en propagtandistas -científica y curiosa, Iiteraria y rómántica-a
cargo de los viajeros alemanes.
y en economistas, en políticos y periodistas, Ia vocación coloniai co- Entre lB4B y lgz0, apróximadamente,
los Ziegler, Rolhfs, Ackermann, Barth, Bastián Náci,tigai
mo mecanismo de prosperidad, la expansión como tarea ineludible y v desrumbra-
rán a sus compatriotas con la narración, tan minuciorá
como expresión de una ideología <de progresol), Poco importaba que, cárida,
en la formulación discursiva de Ia idea colonial, apenas se diferen-
de la vivido, comprobado, visto e imaginado ailende los mares."o.o
científica o literariamente, las noticias y los intereses eran cada
ciara
-con más frecuencia de lo que se cree- lo viejo de lo nuevo.
Y, así, en l86l el rey Leopoldo II de Bélgica, promotor afanoso de
vez más intensos y complejos. y no será preciso esperar que
a los
economistas (List o schmoller, especiarmente) pregonen
Io que después iba a convertirse en el imperio belga del Congo, afir- las ventajas
de la expansión de ros mercados, pata que los alemanes re
maba con claridad que qla historia enseña que las colonias contribu- gusto a estar presentes más alrá de ras fronteras cojan er
yen notablemente a Ia potencia y a Ia prosperidad de los Estadosr. de una Aremania
sólo entonces en proceso de construcción. cuando Ernst Frieder pu-
Por Io cual proponía a sus súbditos y compatriotas la acción más blique en l867 ei informe de uno de aquellos viajes exóticos,
enérgica, directa e inmediata al respecto (<intentemos procurarnos ya proponiendo un programa de actuación
ro hará
también nosotros una>). coroniar, conciso y simple,
pero bien especÍfico y concreto.
De hecho, pensó primero en comprar las Filipinas, las Canarias o
Se trataría de ocupar Ia isla de Formosa, porque (co_
cualquier archipiélago oceánico que se Ie ofreciese, pero ello no pudo mercio marítimo, -propone-
navÍos de guerra y coronias son tres ioiminos que
ser, ante las resistencias de sus poseedores. Y por eso puso la vista se completdt', y porque <el valor de cada uno de ellos
en el Africa subsahariana, donde todo estaba por hacer y donde los uno de los tres faltar. Habiéndose cumplido los dos p.i-eios
disminuye, si
exploradores se afanaban escrupulosamente en combinar la fe con los
capítu_
Frieder, citando a List-, lo propio sería entonces acome-
Ia mercancía. La Conferencia de Bruselas (1876) es reconocida, con- -opina
ter sin más demora ro concerniente a coronias y emigración,
vencionalmente, como Ia del pórtico fundacional y jurídico-internacio- que, desde la creación del <Zollvereinr, fl1srn¿nia
una vez
nal de una nueva fase de expansión. Como tal no hemos de tratarla se ñabía convertido
en (un país industrial capaz, en muchos de sus artículos, de
nosotros aquí, pero sí queremos mostrar que, frente a Io que tantas competir
üctoriosamente con Inglaterra en los mercados extranjerosr. y, ya para
veces se creyó y se dijo, Ia continuidad de procesos e ideas es más
concluir: <cuando un Estado ha lregado a disfrutar de tal situación,
bien la tónica y no la ruptura.
las colonias le son indispensables. Le hacen falta mercados
Respecto a italianos y alemanes, que van a estar ausentes, forzo- para su exportación (...), nada se opone ya al desarrolo abiertos
samente, de las páginas que siguen, hay que decir que, en cuanto a colonial>.
Ios primeros, sólo I882 será Ia fecha oficial de partida para la poii- Las colonias son, pues, ya en el rrtournantr de los años sesenta
del
tica colonial italiana. De entonces data la primera ley para Ia pose- sigio xix, lo que la práctica coroniar del último tercio vendrá a
de-
sión de Assab, en ei mar Rojo, si bien una compañía naviera italiana,
mostrar después: hijas inevitables de Ia industrialización, como
las
la <Rubattino)), controlaba Ia susodicha base desde I869. Pero son bautizó con acierto er republicano francés
Jures Ferry. se entenderán,
más antiguas otras ideas y tentativas, y más atrás es preciso rastrear casi sin distinción, como necesarios mercados reservados y, por
lo
general, protegidos contra la interferencia de terceros. por
también otros proyectos de emulación colonial, anteriores incluso a su parte,
la unificación política del país en torno a Piamonte-Cerdeña. Lo cierto Headrick (1989) nos recuerda que <ros imperios europeos der XIX
es sin embargo que, tanto los esfuerzos por lograr colonias penales, eran imperios económicos, obtenidos a bajo precio aprovechando
las
que cumplieran una función de presidios (y cuyo modelo por exce- nuevas tecnologÍas' (p. r83). La facilidad'no significa sin
embargo
que las tensiones estuvieran, tanto en ias colonias
lencia Io constituÍa la británica Australia), como los menos consisten- como en sus metró-
polis, del todo ausentes. o, a lo sumo, no permanecerían
tes intentos italianos de conseguir factorías de carácler comercial, ras cosas en
hubieron todavía de esperar unos años, calma mucho tiempo después de que dicha tecnologÍa se extendiera,
Porque los imperios trataron, invariablemente, de cruzarse
La agitación colonial alemana no parece tampoco anterior a la unos en el
fecha de I870, por su parte. Precede, sin embargo, al movimiento de camino de los otros, de obstacurizar sus respectivos desarrollos y
de
arrebatarse, entre sí, dichos espacios reservados y mercados,
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Bibliografía *
Headrick,D.R.(1989):Losinstrumentosdellmperio'Tecndogíaeimperia-
lismo eutopeo en el siglo tx, Madrid'
Hobsbawm, E, (19?7): Industria e Imperio, Barcelona'
Lichtheim, G. (1972): El imperialismo, Madrid
Schnerb,R.(I969,4a):ElsigtoxlxVoI.6de]auHistorjagenera)de]ascivili-
zacionest (M. Crouzet, dir.), Barcelona

3.
Del mercantilismo al librecambio:
la trayectoria bdtánica

tNi siquiera un inglés tan bien informado co-


mo Daniel Defoe, al comienzo de) siglo xwn, y
que tenía en cuenta la decadencia del imperio
español, }a pérdida de control de Portugal so-
bre sus colonias, las colonias en lucha sobre la
costa atlántica de Norteamérica, la cadena de
pequeños fuertes a 1o largo de la costa afri-
cana e India, podría haber anticipado el domi-
nio mundial que Inglaterra establecería un siglo
despuésn.
(M. Barratt Brown, Después del imperialismo)

3.1. Et sistema económico mercantil y sus detractores

Al contrario de lo que ocurre con el librecambio, el mercantilismo


ha sido pocas veces considerado por los estudiosos como una doc-
trina social coherente y organizada. De manera que definido
por sus defensores cuando ya empezaba a debilitarse,-sóloy a posteriori
(*) Véase, además, caP .l
por sus detractores-, una cierta confusión conceptual recoge, para
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ki
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ij
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muchos de los autores, las variadas circunstancias que Ie otorgan el comienzo de Ia revolución industrial). Sus progresos se verían faci-
una común forma: nacionalismo autárquico, intervenciÓn directa del litados por la expansión del mercado mundial y por el sjsfema de
Estado, metalismo como única forma de riqueza (bullonismo)' explotación colonial Y gracias a la división del trabajo y al incre-
El sueco E, F. Heckscher, en los años 30 del siglo xx, definió el mento en la explotación de la mano de obra Qilusvalía) siendo
mercantilismo como un sistema de ideas, como el programa de una Marx quien habla- Ia manufactura así obtenida permite -sigue
disminuir
política. Pero Ie negó toda aptitud para dar cuenta de los mecanis- Ios precios de coste de las mercancías, acelerando Ia acumulación
mos económicos de la época, y descuidó Ia influencia de los propios de capital.
hechos económicos sobre la evolución efectiva de dicha política. EI Con menos precisión teórica y otorgándole un lugar menos cen-
fuerte envite quer en Ia Inglaterra del siglo xvltI, habría de lanzarle el tral en la construcción de su pensamiento, también Rostow ve en el
Iibre comercio (tanto en el terreno ideológico como en el plano direc- periodo mercantilista y manufacturero la preparación del udespe-
to de la economía), contribuyó sin duda a la mala prensa del mercan- guer industrial, del take-off. EI mercantilismo evocarÍa ya, por sus
tilismo, especialmente en su versión colbertista, considerándose con ambiciones y aspiraciones, el dinamismo de las sociedades indus-
frecuencia al sistema
-sin más- un fracaso.
triales. No posee claro- ni los medios técnicos que vinieron
-escolectiva
Es cierto que las compañías de colonización y de comercio fraca- después, ni Ia energía liberada por las revoluciones libera-
saron en su mayoría, pero seguramente sus consecuencias de largo les (o, para quien lo prefiera, <burguesasu), pero contribuyó sin duda
alcance en el comercio exterior no fueron negativas, especialmente al alumbramiento de su universal desiqnio.
en Io que respecta a Ia construcción naval. En cuanto a Inglaterra, a La peor suerte que podía correr el mercantilismo, no obstante,
pesar de una coyuntura económica que a menudo se evidenció difÍ- residió en la agudeza de sus críticos, sutiles y afilados defensores,
ci}, y a pesar de la dureza de las rivalidades internacionales, Io cierto por ei contrario, del seductor sistema de pensamiento que iba a sus-
es que continuó fines del siqlo xvl hasta 1750- sus progre- tituir a aquéI, el librecambio. Adam Smith, por no ir más lejos, recha-
-desde
sos agrícolas, manufactureros y marítimos, pudiendo alimentar bajo zaba en La riqueza de las naciones la acumulación de metales pre-
el régrmen mercanül (seguramente mejor que ningún otro país europeo) ciosos, acusando a ésta de ser un pernicioso y equivocado producto
a una población que, al mismo tiempo, nunca dejarÍa de crecer. de <ideas populares>, no por más extendidas entre los diversos pue-
El sistema mercantilista inglés, gracias ai complejo equilibrio ins- blos menos perjudiciales para todos y cada uno de ellos.
tituido por las uCorn Laws>, las <Navigation Actsr y todo su corolario Cambia sustancialmente, en ia perspectiva smithiana, Ia función
de medidas de protección aduanera, mantuvo -en condiciones difí- social y política del comercio entre Ias naciones: de motivo de <gue-
ciles- un crecimiento que, a lo largo del siglo anterior, había venido rras y querellasr, el comercio pasaría ahora
alimentándose a su vez de la inflación de los precios. Y que, desde
-libre de
estériles y aplicado al fomento del mutuo beneficio
concurrencias
y la armonÍa so-
mediados del siglo xvltt, iba a apoyarse además en innovaciones téc- cial- a ser rrlazo de concordia y de amistad entre los pueblosr, Pero
nicas sin precedentes. también la tecnologÍa invertirÍa su horizonte, y no se trataría ya tanto
Correspondiendo sin duda el mercantilismo a una fase decisiva de impedir el desarrollo y progreso de Ia inventiva ajena como de
en la formación de los modernos Estados, ha habido incluso quienes estimular y perfeccionar la propia, hasta hacerse con el primero de
lo han defendido como un momento preciso y necesario del desarro- Ios lugares nacionales en la escala de la producción.
Ilo nacionai de los diferentes pueblos europeos. No vamos a entrar Y, no obstante, como con razón se ha puesto de relieve más de
aquÍ en ello, pero en verdad es imposible reducir el mercantilismo a una vez (asÍ C. H. Wilson, enla Cambridge Economic History of Euro-
Ia sola dimensión económica. Comporta también una significación pe, IV, 575), lo cierto es que ulos argumentos de 'La Riqueza de las
social, religiosa, y marca desde luego un jalón en Ia historia del pen- naciones' estaban sacados de Ia observación de tres economías rela-
samiento científico. tivamente evolucionadas, la de Inqlaterra, la de Francia y Ia de Ho-
En el pensamiento de Marx, de modo más sistemático, viene a landau. Y que, por tanto, aquellos argumentos <no tenían la misma
corresponder a Ia etapa del caplfafismo comerciai (etapa históric¿; fuerza para Ios que aún no habían realizado el paso de la economía
del desarrollo de las economías nacionales que corresponde a Ia agrÍcola a la economía mercantib¡,
-¡cómo no reparar en ello!-, Ia admonición de A. Smith
manufactura, entendida ésta a su vez como forma característica del En efecto
modo de producción capitalista, desde mediados del siglo xvl hasta contra toda tentación de fabricar (cualquier cosa) en cualquier país

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en el que costase más caro manufacturar que comprar fuera, no sóio sin concederse tlegua ni permitirse en momento alguno el dar mar-
habría de resultar poco convincente (aunque sólo fuese a posteriori) cha hacia atlás. Un pensamiento económico de alto valor geopolítico
para muchos de aquellos pueblos a los que este tipo de razona- (el <pacifismo> Iigado a la expansión comercial, en sustitución del
miento económico condenaba a permanecer, indefinidamente, en el tradicional instrumento uclásicou de ia guerra entre Estados) habría
rango de mero productor de materias primas. Sino que, además, ten- en I. Kant y en quienes le siguieron- de contribuir
-apoyándose (con su intelectual atractivo) a Ia aceptación ideoló-
dría por fuerza que excitar dicho credo las protestas de cuantos con- sustanciaimente
denaran una división social de los pueblos y países, ya para siempre, gica de los pacifistas supuestos. Cuando no se introdujeron e interio-
en ricos y pobres, sin más. rizaron espontáneamente las nuevas normas, tendieron no obstante a
Es, por otra parte, evidente que la hipótesis de Smith, según Ia ser impuestas por la fuerza, en contradicción sólo aparente entre la
cual los costes de producción serían fijos y fáciles de calcular, co- práctica concreta de Ia libre circulación de ideas y el credo que ]a
rresponde a una teoría estática, destinada a petdficar el sfatu quo y a inspiraba,
dejar de estimular cualquier tipo no previsto de progreso económico. Es ciara la razón de tanto empeño: al margen de la fuerza real de
EI mercantilismo, en resumen y como reacción comprensible, seguirá las nuevas ideas, atractivas por lo liberadoras para el ser humano
siendo hasta mediados del siglo xtx la práctica comercial más útil y que, en su conjunto, se mostraban, Io cierto es que la nueva burgue-
conveniente para muchos de los paÍses, para muchas de las econo- sia industrial inglesa y sus ideólogos sabían bien que en nada podÍa
mías estatales. Y, a pesar de ello, el librecambismo sea por favorecerles el mantener indefinidamente la antigua situación, Situa-
atin poco tiempo- no tardará en alzarse sobre él con -aunque
la victoria. ción condenada a desaparecer en suma, ésta de los viejos criterios
coloniales *más tarde o más templano-t en virtud de la propia diná-
mica productiva desencadenada en el Lancashire.
3.2. Industriales, plantadores y abolicionistas Pero situación que no había por qué pretender hacer desaparecer
toda a un tiempo, EI librecambista H, Merivale (Lectures on coloniza-
Señalábamos al finaiizar el capítulo introductorio de este volumen tion and Colonies, IB4ll42), de este modo, habÍa mostrado su dis-
que habÍa que reconocer, en cuanto a Ias prácticas reales del colo- gusto respecto a Ia convencional manÍpulaciÓn de mano de obra para
nialÍsmo y la colonización del periodo, la existencia de una profunda él Cana¿a o Australiar pero seguía convencido en cambio de que
diversidad. Y hablábamos de adelantar una explicación para esta una colonia tropical era, por definición, una colonia ude explotaciónu.
coexistencia, en relativa paz, de distintos modelos y variadas expe- I-,o cual le valía, a Ia vez, }a justificación parcial de Ia esclavitud en
riencias. Dicha explicación que nosotros aventuramos más con- virtud de su relativa (aunque ya discutida) eficiencia'
vincente- remite, hay que -la decirlo una vez más, al impacto progre- El resto de las economías nacionales en la Europa de 1815, en
cambio, no podían compartir el decidido criterio a favor de la libera-
sivo de la experiencia industrial, pionera y
distinta, de Gran Bretaña.
-por ello- forzosamente lización de intercambios con sus competidores los ingleses. Y por
La sustitución de la empresa mercantil por la industrial como motor eso no se dieron prisa alquna en distorsionar ei viejo sistema colo-
primero de la riqueza nacional entrañó en las relaciones económicas nial. Sino que trataron afanosamente de que perviviera con modifica-
internacionales profundos cambios. Las nuevas políticas de los Esta- ciones apenas, aplicándole sólo las transformaciones precisas para
dos debieron acoplarse, antes o después, a dichas mutaciones y a Ia dotarlo de la capacidad de absorber, en Ia medida en que fuera
subversión de jerarquÍas económicas que acarreaban. Inglaterra de- siendo necesario, ios excedentes de tipo industrial que Ia propia pues-
jó de servirse, para sorpresa de muchos, de toda práctica restrictiva ta en marcha de sus economías metropolitanas exiqiera'
en materia de comercio ya, para ella, monopolios y ex- Dicho de otra manera: no habÍa por qué agotar los viejos meca-
clusivas-. Y abogó por -inservi,bles
Ia liberalización de los intercambios, pugnó nismos coloniales, si es que -en Su conjunto- todavía se revelaban
por Ia supresión rotunda del comercio de esclavos, defendió la elimi- eficaces. O si es que eran aquéllos, por el momento, los únicos post-
nación progresiva de las plantaciones coloniales controladas por sus bles, Aunque hubiera que ir forzosa y lentamente adaptándolos, me-
metrópolis respectivas y el abandono de las compañías nde carta)), diante nuevas fórmulas de explotación económica y, cuando se tercia-
máxima (y abominable) expresión del monopolio, se, mediante nuevas pautas de organización administrativa'
Todo ello desde principios del sigio xx. Y apenas con respiros, Dicho de tal modo pudiera pafecer que el tránsito a la nueva si-
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tuación
-rápido en el primero de los casos, el inglés, pero de cual- azúcar, con las Antillas británicas, entre las cuales Jamaica sobresa-
quier modo sólo en él- hubo de ser fácil, al menos en Ia propia lía como ninguna, aunque ya comenzara a dar síntomas de agota-
Inglaterra. Nada más lejos de esta impresión, aunque el cambio si miento, Fueron los mismos productores jamaicanos del azúcar,
radi-
fue allÍ, desde lueqo, ágilmente conducido. Preceden y acompañan cados en la metrópoli, Ios que abogaron por un control futuro de la
no obstante a aquella restructuración, es bien sabido, décadas de producción azucarera -por una reducción inciuso-' a cambio siem-
intenso conflicto social e ideológico.
'del ¿e un
bre sistema particular de compensaciones económicasr a cargo
plantadores)
No siempre resulta posible ver a propósito de esta transformación Estado, que viniera a resarcir a los propietarios (los
-con la misma claridad y resolución con las que Io hace el historia- de sus pérdidas'
y
dor E, Williams-, rastreando las declaraciones de sus protagonistas, Accádiendo por necesidad, y finalmente, a la abolición' mediante
cuáles eran los verdaderos intereses de cada gfupo, cuáles sus coar- plantadores de caña antillanos sal-
]as indemnizaciones recibidas, los
tadas y cuáles, en definitiva, sus móviles más secretos. No siempre daron sus deudas con el Banco de Irondres y con las entidades de
las cosas se desarrollaron en el Parlamento inglés de manera tan Eric williams (1944) llevan estos su-
crédito inglesas. Iras teorÍas de
meridiana como ocurrió en ei caso de Ia Easf l4dia Co., Ia compañÍa puestos Oá ínOote económica hasta su extremo, rastreando sutiimente
que sustentaba ei monopolio de importación-exportación textil, radi- tO-o otros intereses encontrados y de qué manera otras voces se
pro-
cado en la India, y cuya desaparición en dos fases (1813: fin del opusieron con vehemencia, por razones de alcance material' al
monopolio con la India, y 1833: fin del mismo monopolio con la China) yecto abolicionista, en todas y cada una de sus fases' Disraeli' a me-
recogerá a Ia perfección, fáctica y empíricamente, todo el proceso de diados de siglo, será despiadado en su ácida valoración de aquellas
articulación ideológica del nuevo discurso político librecambista. Supuestasrazones,alasquededicaunabuenaporcióndeepÍtetos
De Ia institución parlamentaria británica salieron, en efecto, muchos demoledores. <El movimiento de la clase media en
plo de la aboli-
ción de la esclavitud era virtuoso, pelo no inteligente. Era un
de los alegatos más extendidos en favor de la aboiición de la trata de movi-
de la esclavitud por los
esclavos, cuyos precedentes y decidida práctica social había sin em- miento ignorante. La historia de la abolÍción
relato de ignorancia, injusti-
bargo correspondido, en esencia, a Ios hombres (filósofos y políticos) ingleses, y sus consecuencias, serÍa un
ciá, desatlno, devastación y ruina sin paralelo en la historia de
de la Revolución francesa, La economía política británica, en un salto Ia
bien calculado, que iba desde Ia ideologÍa al mundo deI trabajo, ar- humanidad>.
pri-
gumentó convincentemente a favor de la sustitución de ia mano de No obstante, como es bien sabido, los ingleses no fueron los
obra esciava (al parecer menos rentable) por el régimen de libre meros en abolir la rata (1807), aunque sí la esciavifud' veinticinco
Estados
contratación agrícoia, Y, sin embargo, Ios principales tratantes de años después. Dinamarca se les adelantó, como también Ios
esclavos por portugueses y franceses- eranr sin discu- Unidos, q,r" 1787 previeron aquélla para l80B Al asumir' no obs-
-seguidos
sión, ingleses. "nde conseguir que el resto de los países con intereses
tante, la iarea
Contra dichos tratantes, junto con los propietarios de plantaciones coloniaies accediera u lu srpt"tión del comercio de negros, Gran
Bretaña se adentraba por un camino de arduas y constantes
y haciendas, se dirigderon los más agudos dardos de Ia opinión pú- presio-
blica abolicionista, encabezada en Gran Bretaña, fuera de los Comu- que Ie.dieron pie a
nes y negociaciones. Ñegociaciones diplomáticas
nes, por los portavoces de organizaciones reiigiosas y humanitarias, a demostrarse a sí misma) cuán fuerte era
generosas y obstinadas combatientes en pro del abandono del comer-
-oriru, ánte el mundo (y cuán poderosa su ma-
su poder en la escena polítrca internacional,
cio humano, Los <derechos del hombrer, concepto acuñado al hilo rina en los mares'
pe-
del proceso de emancipación de las Trece colonias, y divulgado de La trata tardó en desaparecer en Ia práctica, sin embargo, a
manera impactante por los revolucionarios franceses, servirían más que, poco a poco' vincularon a las
sar de los tratados diplomáticos (por
de una vez de subversivo teión de fondo. otras potencias -a España y Portugal de modo muy especial
Las pugnas de tipo político en torno a la defensa o el rechazo de Cuba y Brasil, respectivamente)- al dictado de ias decisiones britá-
del
la abolición tampoco fueron entonces despreciables. Recordemos que, nicas. HIio acarrearía una sustitución, plagada de corrupciones,
cuando la marea del ábolicionismo habÍa comenzado a subir, dos comercio legal de negros esciavos por el contrabando -perseguido
décadas antes de que acabase el siglo xvIII, un Haití todavía depen- pero practicado-, y ,n encarecimiento en el precio de
diente de Francia competía fuertementer como máximo productor de "ont"cuente
iu *ei"arr"Ía humana. Lo cual pudo dar' a su vez' dos resultados:
una

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I
L-
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mejor atención al esclavo en la plantación (de algodón o de caña de Sur nuestros rebaños de bueyes. El Perú nos envía su plata, Califor-
azúcar), por ser más difícil de substituir y más caro desde el princi- nia su oro. Los chinos cultivan el té para nosotros y de las Indias
pio, buscando también propiciar (reduciendo los malos tratos y favo- orientales afluyen hacia Inglaterra ríos de café, azúcar y especias.
reciendo el equilibrio entre los sexos) su reproducción jn sjtu. O una Francia y España son nuestros viñedos. El Mediterráneo entero es
sobreexplotación, por el contrario, de Ia mano de obra que tan cos- nuestro vergel. Nuestro algodón 1o sacamos de los Estados Unidos
tosa comenzaba a resultar, sin más. (,..)",
Convertida en policía de los mares, Ia Royai Navy recogió los fru- Le asistía una gran parte de razón, al hablar a sus compatriotas
tos de su celo inspector hacia los años sesenta del siglo, cuando la de aquel modo, Las teorías de la división internacional del trabajo y
trata de negros disminuyó en el comercio atlántico, hasta tal punto la llamada ley de )as ventajas comparadvas habían logrado reorde-
que dio ia sensación de haber desaparecido del todc, Aunque esto nar en poco tiempo, en torno a la demanda británica, toda una serie
no fuera, realmente, asÍ. de capítulos del comercio mundial. Mientras Ia mayoría de los países
De hecho, Brasil y Cuba, e incluso los estados del Sur, en Nortea- seguiría especializánciose en Ia producción agraria, un pequeño pu-
mérica, vieron incrementadas vertiginosamente las entradas. Por más ñado de economías, con Ia inglesa a Ia cabeza, Io haría en cambio en
que los jefes indígenas de Ia costa africana se hubieran visto obliga- Ia producción industrial. Todos saldrÍan ganando de este modo, como
dos a firmar, a iniciativa inglesa, abundantes tratados antiesclavistas. habÍa expiicado de modo sencillo y comprensible David Ricardo. A
Pero también es cierto que un tráfico <lícitou comenzaba entonces a pesar de io cual ignorarlo!- Ia riqueza distó mucho, en efecto,
por-icómo
tomar poco a poco su lugar (el comercio del aceite de palma, el cau- de repartirse igual.
cho o el cacahuete). Y otro tráfico <lícitor, no menos decisivo para la Puesto que aqueiia especialización, según sus teóricos, habrÍa de
constitución plural de las sociedades americanas del sur, conducía producirse de manera espontánea y natural, en correspondencia con
hasta aquellos países, hacinados en los barcos de las compañías de la producción que se diera mejor en cada suelo, es claro que se mis-
emigración, a miles de europeos en busca de sustento, quienes pro- tificaba el origen histórico de la industrializacrón británica. Como si
curaban su horizonte a la sombra de destellos (o espejismos) de ri- aquélla hubiera sido colocada sobre la isla por la naturaleza, siendo
queza. como era obra de una conjunción excepcional del capital, la tecnolo-
La economía industrial radicada inauguralmente en Inglaterra se- gÍa y Ia iniciativa empresarial. Karl Marx combatió aquel argumento,
rá, para terminar, ia primera que se halle dispuesta para ia explota- desde su propia y alternativa perspectiva (Discurso sobre el libre'
ción financiera de las colonias, De las colonias propias tanto como de cambio), de manera que, refiriéndose a las Indias occidentales, re-
las ajenas. Pero también, al mismo tiempo, será la City londinense Ia cordó que
-en ellas- no había sido precisamente la naturaleza (<que
más rápida en acudir presurosa al lado de cuantas economías nacio- apenas tiene que ver con el comercior) la que en su día plantara el
nales requirieran auxilio del capital extranjero, para la construcción árbol del café o Ia caña de azúcar.
de las vías férreas, para acudir al servicio de la Deuda pública, para
cualquier tipo de inversión pública o privada, en definitiva, Ei resto
de los mercados nacionaies del capital, como es bien sabido, se verá o Las Antillas
obligado a entablar con el británico una fuerte rivalidad.
Empezaremos, pues, a recorrer el imperro británico por las Indias
occidentales, por ese sustancial bastión azucarero en el Atlántico que
3.3. El mapa del poder británico Inglaterra mantuvo, e incluso amplió, durante sus guerras con Fran-
cia, a lo largo de toda la segunda mitad del siglo xvlli y en el tránsito
Era Stanley Jevons quien, en 1866, repasaba satisfecho esa aplas- de este último siglo al xlx. En Ia época que tratamos aquÍ (ya Io he-
tante presencia de los ingleses en el mundo: <Actualmente, las cinco mos dejado traslucir antes) no atravesaban esas colonias de planta-
partes del mundo son tributarias nuestras. Las planicies de América ción su mejor momento. Se había iniciado hacía poco un proceso
del Sur y de Rusia son nuestros campos de trigo. Chicago y Odessa (que la protección industrral europea en torno al azúcar de remola-
son nuestros graneros. EI Canadá y los países bálticos nuestros bos- cha demostró, a la larga, irreversible) de saturación, imprevista, en
ques. Australia mantiene nuestras reservas de ovejas, América del los mercados internacionales de azúcar de caña.

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E incluso antes de que esto ocurriera, Ia revolución norteameri- imperio. Este tendrÍa su eje gravitatorio en Ia India, hacia donde In-
cana ya había contribuido sistemáticamente a la destrucción, en su glaterra dispensó su atención privilegiada después de la Paz de Pa-
conjunto, del viejo sistema colonial británico en América. En torno a rís, en 1783; después de aquel fundamental arreglo de derecho inter-
Ias dificultades regionales de comercialización, de modo más pre- nacional y político que sancionaba la emancipación de las colonias
ciso, se sitúan Ias fuertes agitaciones sociales en Jamaica y otras americanas.
islas, que se saldarían, primero, con el fin de la trata de negros y,
después, con la abolición legal de Ia esclavitud.
A su vez, los colonos blancos recibirÍan paulatinamente en el con- o La India
junto de las Antillas inglesas, como estÍmulo y compensación, dere-
chos políticos y civiles similares a los previamente conseguidos por Las instituciones concernientes a Ia India habían sido definidas
la más importante de las posesiones británicas en el área, Jamaica' por Pitt, en 1784, a través de un brl que habría de servir de texto fun-
Para conseguir no obstante la abolición de la trata en esta última, Ia damental hasta 1858. La India, según aquel, seguía siendo propiedad
propia conciencia emancipadora de los negros esciavos (por incita- de Ia Compañía de las Indias Orientales (East India Co.), aunque la
ción de la fe evangélica y los misioneros protestantes, en muchas Corona británica se reservaba la dirección de Ios asuntos políticos y
ocasiones) fue, sin iugar a dudas, decisiva. la gestión de las actuaciones de índole militar. Pero, ya desde aquel
Eran, en su conjunto sociedad y política, complejas mismo momento, se comprendió que la importancia de este llamado
-economía,
en su interrelación y extraordinariamente trabadas-, demasiadas di- imperio <anglo-indior desbordaba por completo las inevitables limi-
ficultades juntas para la metrópoli británica, que redujo brusca y drás- taciones de una sola compañía comercial.
ticamente su atención -antes prioritaria- por estas colonias. Pero EI peso de los grandes comerciantes era, no obstante todavía,
sin que ello supusiera, como algunos autores tratan de insinuar, un demasiado fuerte, y su voz en el Parlamento muy potente, Por lo que,
generalizado desinterés. Es verdad que habían sido muy valiosas las a pesar de los recelos de algunos y de Ias insistentes apelaciones al
Antillas en el régimen extensivo de mercant.ilismo, pero para enton- Estado de otros, Ia Compañía de Indias siguió ejerciendo, en solita-
ces ya su declive sistemático y estructural por las causas rio, el gobierno y Ia explotación monopolista de los territorios indios
que -iniciado
más arriba apuntamos- las necesidades de Ia industria britá- hasta la fecha de 18I3. A partir de esa fecha (y hecha excepción de
nica (y de los polÍticos que la propiciaban) eran, básicamente, otras. la conservación en exciusiva del comercio del té con Ia China, que
Plantadores y comerciantes del azúcar antillano, como ya hemos siguió en su poder durante todavía veinte años), el monopolio comer-
visto, hubieron de ser compensados entonces económicamente, para cial se fragmentó y, finalmente, el Indja Acf de I833 desposeyó a la
resarcirse de las pérdidas y reorientar sus inversiones. Pero, por io compañía de todas sus atribuciones comerciales. Como en ocasiones
demás, no hubo grandes conflictos en torno a este cambio de orien- semejantes, de pérdida brusca de derechos adquiridos desde anti-
tación. Aclarar precisa, únicamente, que en la realizaciÓn concreta guo, los accionistas de Ia CompañÍa pasaron a percibir sustanciosas
del mecanismo inicial de compensaciones hubieron de desempeñar sumas anuales, a descontar de las ganancias globales que, con des-
un papel decisivo los beneficios producidos aún por los propios es- tino a cualquier partida presupuestaria, se obtuvieran en Ia India.
clavos liberados, que quedaban sujetos -por Ia ley de lB33- a un EI Estado británico, su papel, habían permanecido hasta aquí en
(irónicamente denominado) periodo de uaprendizajep. Durante el mis- un relativo segundo plano, sirviendo con discreción, a un tiempo, in-
mo años si eran trabajadores agrarios y 4 si no lo eran-, tra- tereses privados y públicos. Pero Ia opinión temerá que esa postura
-seis
bajarían gratis para sus antiguos patronos, durante 40 horas y media haya de resultar, en definitiva, demasiado blanda e insensata, cuando,
a la semana. I:a resistencia al cumplimiento de estas disposiciones y a Ia altura de I857, el levantamiento de los cipayos (el denominado
el temor a nuevas sublevaciones hicieron que, en I838, se llegara (Gran Motín> por los ingleses) ponga claramente en peligro Ia pro-
precipitadamente a la abolición total. pia pervivencia del dominio británico sobre la península indostánica.
Hay quien ha considerado que, alrededor de circunstancias de Una pervivencia que nadie parecÍa poner en cuestión. Resultó, en
orden tan crucial como las anteriores, hay que situar el final de un buena medida, que hasta aquella fecha crucial de 1857, la existencia
primer imperio británico y ya en declive- para dar aper- de un indudable afán de <modernización económica> por parte de
-americano
tura a Ia conformación, en marcha desde tiempo atrás, del segundo algunos de ios príncipes indios, modernización que conilevaba obras

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ill

'Iili
públicas, ordenación y puesta en explotación de los espacios rurales,
rllllll
imperialismo facilitaba. La tperia de Ia Corona) no habría de ser así
il11
así como una cierta industrialización, habÍan facilitado la cómoda y Ilamada en vano,
]iltii
pacífica- penetración del colonizador extranjero. El régimen de explotación colonial de los ingleses en la India va-
lillli
-reiativamente
ilil Pero la demostración de fuerza militar que supuso, de improviso, rió pues, sustancialmente, desde que se obligara a Ia CompañÍa de
ll,ili1
ei aplastamiento de Ia rebeldÍa nacionaiista de los cipayos hizo que Indias a prescindir del monopolio comercial que le había sido conce-
-por mucho tiempo- los hindúes perdieran ya toda oportunidad de
tilii

tillll dido a finales del siglo xvII. Uno de los asuntos más dignos de ser
iil]i] resistirse eficazmente a la poderosísima presencia de los británicos. valorados a continuación es, sin duda, el referido al radical proceso
lrilii En cuanto al uso de Ia fuerza por parte de éstos, tanto los torjes como de destrucción, por asfixia, del artesanado local, especialmente el
liliii

iilll
los whigs, coincidiendo en este extremo, apoyaron la decisión de textil. Ello afecta, por extensión, al conjunto de los diversos artesana-
tlllll
reforzar sobre el territorio el controi político, decisión justificada por dos y manufacturas asiáticos, pero lo cierto es que el textil indio pa-
ililliii aquellos últimos al sentenciar que tantos siglos de despotismo orien- recÍa sin discusión ser, desde antiguo, el más importante.
rtrilll
tal había perturbado hasta el fondo a las sociedades indias, corrom- Y, si hubiera espacio para ello, convendrÍa considerar también las
piéndolas. Y con la opinión extendida de que, en consecuencia, sólo perturbaciones ocasionadas por los ingleses sobre ios diversos sis-
a través de su sumisión a Occidente serÍa viable Ia homologación y
l

tema de cultivo de Ia tierra y Ia irrigación, con el pretexto de imponer


irtii regeneración que, en principio, los mismos indígenas habÍan pare- una tributación exacta sobre el suelo y sus rendimientos.
tlllilil
cido pretender. Es difícil calcular hoy, con números, hasta qué punto la irrupción
Aspiración legÍtima por ambas partes, pues
tiilt

esta doctrina-, industrial de las piezas de algodón salidas de los telares mecánicos
iiitilil

quedaba perfilada de esta manera en sus lÍneas -según


generales la legiti-
]liliii
ingleses, en la India, estorbó o yuguló la producción nativa, y cuánta
itiiilt
midad de ia intervención británica. En tanto que, a su vez, aparecía prosperidad futura hubo de ser aniquilada por este procedimiento
iill
como un proceso contra natura todo aquel presunto discurso (o aque- para siempre. Por mucho que los historiadores indios de la economía
lla práctica) que insistiera en Ia eiección de otros derroteros. Incluso
rllliliil

itiilill
hayan intentado aclarárnoslo después, con mayor o menor fortuna.
iiliir
el propio Marx, a pesar de atacar duramente los desmanes de los Sí sabemos con certeza, en cambio, hasta qué punto se alarmaron
llllilill
ingleses en la India, la deshumanización de su conducta y Ia violen- ciertos viajeros o miembros perspicaces de la administración colo-
cia que acompañó
|iilil1

sin excepción- su gesta, se preguntó nial británica por los efectos puramente sociales de aquel proceso;
ilti
aplicación impecable -casi
del método de anáiisis histórico y social que -en
iltil
éI viajeros que vieron con sus propios ojos cómo <los huesos de los
mismo habÍa inventado- si, <a pesar de todos sus crímenes)), ¿no
rtlilil]

tejedores indios blanqueaban las llanuras del Ganges> (R. P. Dutt).


sería Gran Bretaña, al fin y al cabo, <instrumento consciente de Ia
rliililili

tiilil No obstante, ei apogeo de dicha destrucción de las fuentes manufac-


1ilili] Historia?> tureras locales no sobrevendrÍa hasta más tarde, en Ia década de
ililtil
Forzada por el destino algunos historiadores británicos 1870 llB80, con el esplendor general del imperio y en el contexto
ititill

itillili
pretendieron-, de previsible-comoe imparable advenimiento o no, Io cier- áureo de la Inglaterra victoriana.
to es que el refuerzo político normalización colonial- de los
ingleses en Ia India (en parte -Ia
itill|

riiilll
importante debido a la animosidad
titilil

rilil
racial que despertó y fomentó), se convirtió a partir de aqur en para- e Australia y Nueva Zelanda
ril]ilili digma del imperialismo occidental en Asia. Incluso antes del año
illilllr
decisivo de 1857 hubo viajeros, como Burton, que ya percibieron con Pero al imperio británico, a Ia altura de 1850/60, no consistÍa sólo
ilitill
claridad el rechazo local que se dirigía hacia los británicos. en la India, como es bien sabido. Quedaban los restos oceánicos de
Rechazo que alguna de las etnias y las castas estaba a punto de
irililil

tltiili aquel su primer imperio, bien importantes en su conjunto, aunque de


Iitill convertir en odio integral contra los colonizadores. Pero la dureza de desigual relevancia económica y distinto desarrollo social, desde luego,
itill
Ia represión ejercida por éstos, la sagaz habilidad de los grandes Había aquellos territorios de carácter topical a que nos hemos refe-
administradores ingleses y del cuerpo dipiomático, así como Ia opor-
rrilllilli

rido más arriba, productores de bienes muy concretos de tipo agra-


tuna utilización de Ia división interna entre hindúes y musulmanes,
itilillil

rio, sujetos a una demanda muy oscilante, pero hasta entonces


-por
il1ililil

tiilil]i
iban a permitirle a Gran Bretaña experimentar sobre suelo indio, en lo general- controlada, a pesar de las dificuitades. No queremos
lilllililr

iilutil
amplio despliegue, todas y cada una de las posibilidades que eI nuevo dar la impresión, desde luego, de que Jamaica o la Guayana no si-
ililtil1

llluilil 50 5I
lllliillr

I
ll1rilil

riiiiilli
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till]il
I illl
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guieran mereciendo de los poderes públicos metropolitanos una aten- tivo de la industrialización inglesa-, podía tranquili?ar a nadie. AI
ción particular. Pero su posición relativa, insistimos, había sin duda menos a cualquiera que poseyera un mínimo de sensibilidad,
decaÍdo. En esta situación, y aunque los modelos de colonización sobre el
Estaban también aquellos otros enclaves de preferente función papel
-como el que proponÍa Wakefield- no traspasaran, por lo
estratégica, de suficiente interés en cuanto que eran Ios que permi- general, el translúcido plano de Ia utopía, bien es verdad que las
tían las conexiones con las rutas de Ia India y de la China, así como sociedades de colonización que estos mismos teóricos crearon
con el resto de los mercados orientales, cada día más buscados y que se proyectaron sobre Ia propia Australia o sobre Nueva Zelanda,
-y
apreciados. preferentemente-, se convirtieron en efecto en vehÍculos (relativa-
Y estaban, desde luego, las antiguas colonias blancas de pobla- mente pacíficos) de penetración masiva y continuada de Ia raza blan-
miento, situadas en ámbitos geográficos bien distintos (Australia, Ca- ca en aquellos varios espacios extraeuropeos,
nadá o Nueva Zelanda), pero con rasgos de prosperidad comunes Hubo ocasiones, incluso, en las que la pulsión eminentemente hu-
todas ellas, que las situaban incipientemente en la recta de salida manitaria de alguno de aquellos promotores hizo que, al menos en
hacia un crecimiento económico autosostenido. A éstas se refiere, principio, Ias condiciones jurídicas de dicha penetración resultaran
sustancialmente, ese gran proceso de racionalizacjón colonial que, a sorprendentemente democráticas e igualatorias. El tratado de Wai-
partir de 1820 (pero sobre todo en los años 30), emprenderá la metró- tangi, en 1840, nos propone entre colonizador y colonizados una rela-
poli británica. ción aparentemente de igual a ignral, que parece incluso estar refinén-
Racionalización basada en márgenes de autonomÍa administrativa dose a dos países en relativa libertad de actuación, puesto que
más o menos amplios, pero que en cualquier caso permitiría a Gran reservando la propiedad de Ia tierra para la Corona bri-
Bretaña seguir ejerciendo el control comercial y financiero de todos y -siempre
tánica-, el Estado concede a los maoríes <la posesión plena, exclu-
cada uno de aquellos territorios. Adoptando siempre Ias estrategias siva y apacible de sus tierras, dominios, bosques, pesquerías y de-
más convenientes en cada momento y, sobre todo, esperando tiem- más propiedades,r. Por cuanto tiempo desearan y bajo las formas de
pos futuros para dar pábulo (con relaciones comerciales basadas ya propiedad o colectiva- que gustaran.
en la independencia de los territorios) a un intensísimo y satisfactorio -individual
Mero espejismo sin embargo aquel escrito, no vale engañarse,
tráfico de intercambios. Porque lo cierto es que, veinte años después, Ia tarea de expropia-
En dicha espera fueron diluyéndose a poco- estigmas
-pocodejaron ción del suelo estaba consumada ya del todo en Nueva Zelanda. L,a
del pasado colonial. Las colonias de Ocearua de ser presi- colaboración de los misioneros había sido inapreciable, y no menos
dios, muy significativamente. Pero no dejaron de contemplarse nunca
-desde luego- la de los pioneros, dispuestos a pagar un alto pre-
como válvula de escape para cualquier hipotética revuelta urbana cio por sus tierras, con tal de conseguir una sociedad cohesionada y
que pudiera suceder en Ia metrópoli, en tazón de las precarias con- nueva, libre de elementos de baja procedencia social y, por lo tanto,
diciones de vida que el proletariado, abundantísimo y siempre al bor- hipotéticamente indeseables.
de del desclasamiento, soportaba, E. Gibbon Wakefield, por ejemplo, Una sociedad que debería nacer dotada de una potente infraes-
en 1833 (England and America) vio que era imposible aliviar la ten- proporcionar gusto-
sión social creciente en Gran Bretaña contando con proyectar üna
tructura
-y que la metrópoli británica hubo de
samente-; una sociedad, en suma, iniqualitaria y elitista, pero que
sangría de población dirigida hacia el Canadá. Pero en cambio en- desde muy temprano se aplicó a corregir ciertos desvíos en la mecá-
contró que Australia desempeñaría convenientemente ese papel. nica de la jerarquía y estratificación social, fomentando fuertemente
L¡a sociedad australiana de los años 40, plagada de una violencia el papel igualador de Ia cultura y la socialización propiciada por Ia
excepcional, que desplegaban sistemáticamente frente al resto de educación.
los sectores sociales los propietarios de ganado (sguaffers), y toda-
vía estigmatizada por Ia difícil reinserción de los expresidiarios y la
cruel extinción de los aborígenes, que habían sido previamente aco- o EI Canadá de Ia autonomía política
rralados en el centre de Ia isla, distaba mucho es obvio- de
ser idílica. Lo que ocurre es que tampoco la -comovida cotidiana de las Mas volvamos al Canadá, la riquísima colonia norteamericana de
masas proletarias Londres o en cualquier otro foco representa- doble pertenencia (Francia y Gran Bretaña) a Ia cual se aplicaron,
-en
52 53

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primordialmente, las pautas de Ia racionalización en materia de ad- EI portavoz oficial del gobierno advertÍa, sin embargo, desde las
ministración colonial. Las graves revueltas de 1837 se acallaron me- páginas del segundo de aquéllos (4 de febrero de 1862) que
diante la reforma integrada en el denominado (programa Durham> <americanos y españoles, rusos y jonios, shiks y -para
cipayosrr-,
lo supieran
(1839), por el cual se llevaba a cabo, mediante la concesión del auto- que (bajo ningún concepto) pensaba <Inglaterra abandonar sus pose-
gobierno, Ia unión del Alto y del Bajo Canadá, que contarían cada siones de ultramaru,
uno con un consejo designado, una asamblea electa y un goberna- Y ni siquiera cuando los liberales, en diciembre de 1868, accedie-
dor, con rango de Primer ministro. ron al poder, con Gladstone a la cabeza, cambió la situación' Muy al
Eran fórmulas de administración más participativas, que no ha- contrario, aquella vendría a consolidarse, puesto que tanto guerras
brÍan de impedir
-sin embargo- qr:e Ia metrópoli siguiera ejer-
ciendo el control estratégico de la zona, dirigiendo los intercambios
como expediciones de conquista y nuevas adquisiciones (del tipo e
importancia que fueran) habrían de ser asumidas desde los ministe-
de carácter comercial y, también, ostentando el dominio de Ia tierra rios. Los cuales sólo se permitieron el lujo de rechazar algunas, muy
<libre>. Aquélla que le permitiría libremente asentar, en caso de nece- pocas, de las incorporaciones, por revelarse a sus ojos como absolu-
sidad, a nuevos contingentes de población blanca. Por Io demás, di- tamente irrelevantes (las islas Fidji, por ejemplo, fueron despreciadas
chas fórmulas de autonomía y autogobierno fueron de exclusiva apli- por entonces, y tuvieron que esperar hasta 1874, cuando nuevo
cación a aquellos territorios, los conservadores en el poder- las anexionaron por fin).
-de

Hay que insistir una vez más, no obstante, en que solamente sobre
o Africa ignota
la base de la dominación colonial, estrictamente hablando, no podría
comprenderse del todo la hegemonÍa británica en el planeta, radian-
En cuanto a ciertos otros espacios, de diverso origen y utilidad, te e indiscutida durante toda la primera mitad del xx El imperio
poseÍdos a lo largo de las costas de Asia o de Africa, Ia verdad es
infotmal fue decisivo en la trayectoria, y dentro de éste, revistieron
que determinadas modificaciones administrativas o políticas ven- importancia especial los espacios comerciales que dejaba el hundi-
drán, a lo largo del siglo, inducidas por Ia manifiesta necesidad de miento español, y que ocuparían un lugar de primer orden' Chateau-
introducirse hacia el interior. Bien porque fuera la metrópoli Ia que briand, en su condición de francés, celoso por naturaleza de Ia fácil
tomara dicha iniciativa, o bien porque respondiera, haciéndolo, a soli- prosperidad de sus vecinos, lo resumía resueltamente así: nEn el mo-
citudes de los colonos allÍ afincados, los resultados solían ser los mento de Ia emancipación, las colonias españolas se volvieron una
mismos. especie de colonias inglesas>.
El conflicto que se produjo en torno a Ia colonia de El Cabo será
seguramente el ejemplo más revelador, pero no es el único. Como
tampoco sería excepcional la retirada de esta escena colonial de
participantes antiguos en la colonización, pero de segundo o tercer
orden. Así, Ios daneses vendieron a los británicos sus colonias en la Bibliogrraffa
costa occidental africana en los años 50, sin que los holandeses, en
cambio, se decidieran a seguir su ejemplo hasta 1871. Anstey, R, (1975): The Atlantic Slave Trade and British Abolition, Londres.
En cualquier caso, los británicos se resistían, a su vez, al aban- Anstey & Hair, eds. (1976): Liverpool, the African Slave Trade and Abolition'
dono o a la venta, aunque siempre hubo voces entre la opinión que, Essays to Ilustrate Current Knowledge Research, Londres.
según los casos y las circunstancias, se inclinarían a favor de uno u Bennet, G. (1962): The Concept of Empire Burke to Aflee, Londres.
otro de los posibles modos para reducir las uobligacionesr colonia- Blackburn, R. (1988): The Overthrow of Colonia) Slavery 1776-1848, Londres /
N. York.
les. AsÍ lo demuestra la polémica entre el Daily News y su contrin-
Buck, O W. (1942): The Politics of Mercantilism, N. York.
cante The Times (1862 y 1863), a propósito de la publicación en el Coleman, D. C., ed. (1969): Revisions on Mercantilism, Londres.
primero de esos periódicos de una serie de artÍculos de Goldwin Curtin, P. (1969): The Atlantic Slave Trade. A Census, Wisconsin.
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frute exclusivo de los beneficios del comercio con las propias co-
lonias.
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(La nueva voluntad del Estado colonial escrito H. pérez Brig- Fontana, I99l), Ios españoles creyeron -y actuaron en consecuen-
noli (1985)- se expresó como una mezcla -ha peculiar de mercantilismo J.
cia, tratando a ultranza de recuperarlas- que las colonias eran vita-
tardío y centralismo gubernativo. Lo inédito con el cambio dinástico
les para su economía. Y, en efecto, el dinero americano (los ingresos
no fue tanto una nueva idea del absolutismo, sino más bien una reno-
en óoncepto de aduanas) había permitido que España conservara el
vada concepción de la administración estatal y su eficacia, al servicio
rango de gran potencia, sin verse obligada forzosamente a afrontar
de Ia idea imperialr.
Ia transformación de su Hacienda. con el hundimiento, la crisis se
Iban pues destinadas aquellas medidas de reorganización a res-
reveló abismal, aunque Ia necesaria reforma fiscal tardaría todavÍa
catar de manos de los extranjeros, esa riqueza considerad.a propia:
muchas décadas en llegar.
fuerte prohibicionismo, navíos de fabricación nacional, reglamenta-
Por Io demás, y a pesar de la tendencia reciente a subestimar el
ción estricta de los sistemas de navegación e intento de paliar el peso de las exportaciones españolas a América (L. Prados), no cabe
caos fiscai. Trataba así España, años más tarde que portugal, de aco-
duda que los espacios regionales desde los que dicho comercio se
modarse al denominado pacto colonial, el cual incluía la prohibición
realizaba (cádiz, Málaga y sevilla, Barcelona, Santander y I-,a Coruña)
estricta de establecer industrias de transformación en las colonias
(salvo lo referido a los ingenios azucareros). sufrirían profundamente el fuerte impacto de Ia fractura, sin que nada
en España viniera a sustituir a aquél que desaparecía ni se proce-
El reforzamiento centralista supuso Ia lucha contra privilegios par-
diera a una distinta articulación del mercado interior.
ticulares, especialmente detentados desde antiguo por Ias viejas fa- A su vez -sobre suelo americano-, la emancipación daría ante
milias de la conquista y de los inicios de Ia colonización. Nuevos
todo lugar a que se constituyera una fragmentada clase política, ba-
funcionarios coparon los puestos que hasta entonces les aparecían
sada en la imposición militar de los caudillos, en el caciquismo social
vedados, contribuyendo a desmontar en ocasiones incluso los privile- y político y, por Io general, en la penuria económica. Ello si hacemos
gios de Ia Iglesia, y
de eficacia a la Corona.-en cualquier caso- sirviendo con alto grado caso omiso, para no compiicar más las cosas, de las severas repre-
siones de carácter social, Iayanas en el genocidio, sistemáticamente
Si Io cierto es que ia administración se remozó y ordenó, conforme
emprendidas por los nuevos dominadores, que vinieron acompaña-
a nuevas pautas, también Io es que, en cuanto a lo económico, Es- das de un fuerte componente racista y que convierten los tiempos de
paña distó entonces de lograr sus objetivos, Ni los barcos de Ia Ca-
conquista de las iibertades polÍticas latinoamericanas, durante la ma-
rrera de Indias fueron, en su mayoría, de fabricación nacional, ni las yor parte del siglo xlx, en tiempos necesariamente oscuros'
casas y depósitos extranjeros dejaron de controlar el comercio colo- La puesta en marcha del aparato económico por parte de los na-
nial, ni la presión fiscal sirvió para otra cosa que para aumentar el Cientes Estados sudamericanos, sin embargo, contó con un asesor
fraude y Ia corrupción. financiero, prestamista y abastecedor comercial, a un tiempo, bien
Pero, a pesar de que persistiría el control directo o indirecto de
eficaz. se trataba, como ya hemos dicho en varios momentos antes,
Ios comerciantes británicos o franceses sobre todas y cada una de de Gran Bretaña, que derramó sobre las tierras de todo el cono sur
las partes del Imperio español en América, y como ha demostrado A.
sus sociedades por acciones, sus empréstitos, sus técnicos y sus ideó-
García-Baquero, el capital comercial españoi del puerto andaluz en logos. Todo aquéllo, en suma, con io que el capital inglés hacía su
el que se asentaba el monopolio americano, Cádiz, se incrementó fortuna por el mundo.
y
-sensible rápidamente- <independientemente de que, también El frenético aumento de las importaciones inglesas que, con gran
con la reforma, la parte del Ieón de los beneficios coloniales haya ido
entusiasmo, acogió la minoría rectora en cada una de aquellas jóve-
a parar a manos extranjeras>.
nes sociedades, vino de esta manera acompañado de la presencia
Durante el periodo que aquí contemplamos ocurrirá sin embargo
ineludible de un mito: el que representaba Ia propia historia reciente
algo verdaderamente importante para la monarquÍa hispana, hasta
de la Inglaterra industrial y parlamentaria. cualquiera que haya leído
entonces asentada en dos pilares, uno a cada lado del mar océano.
Ias páginas del Facundo, relato narrativo del argentino Domingo Faus-
Uno de esos piiares, el americano, se vendrá abajo, prácticamente
por completo, en la década de los años 20, generando dinámicas de tino Sármiento, emblemático testimonio social e ideológico, sabrá a
qué nos referimos.
sustitución de extraordinaria trascendencia inmediata, pero también
Y, por si acaso -porque muy similares fueron en esto las expe-
a largo plazo. Desde el punto de vista peninsular (como ha señaiado
rienciás argentina y brasileña-, convendrá traer aquí las palabras,
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Iiterales, del diputado brasileño Joaquim Nabuco, un gran entusiasta las guerras continentales y progresivamente privada de sus merca-
de la amistad británica: <Cuando entro en la Cámara que dos europeos.
-cuentan bajo
dijo una vez estando precisamente en ella-, estoy enteramente Al agobio producido por Ia creciente producción industrial (liqui-
la influencia del Iiberalismo inglés, como si estuviera trabajando bajo dada entonces en América a precios de saldo), se sumaba la atrac-
las órdenes de Gladstone (.,,). Soy un liberal inglés en el Parlamento tiva posibilidad de obtener retornos en metálico. Iros anteriores pro-
brasileñor. veedores fueron, casi por completo, reemplazados por mercaderes y
En algún momento anterior hemos venido a recordar, también, sociedades ocasionales que, para efectuar operaciones concretas de
otro texto del francés Chateaubriand, quien comprendió enseguida venta, se crearon entonces. Las categorÍas de consumidores en las
que, de españolas, las colonias suramericanas habían pasado a ser, nuevas repúblicas se ampliaron sensiblemente, por ese medio, en
prácticamente, inglesas. Desde Ia propia órbita de la diplomacia bri- poquÍsimo tiempo, y el pago al contado estimuló Ia monetarización
tánica se pensaba y procuraba lo mismo, de manera que Canning de la economÍa regional.
pudo expresat, satisfecho, en lB24 Io siguiente: rrYa está hecho; el
clavo está puesto, Hispanoamérica es libre. Y si nosotros no dejamos
de vigilar nuestros asuntos hasta que languidezcan, es inglesau. Atrás 4.2. Independencia política / dependencia económica
quedaba ya aquel afán de <estrujarr a las colonias que demostraba
por ejemplo Aranda, en 1785, al escribirle sus consejos a Florida- A las nuevas repúblicas, a sus ciudadanos, Inqlaterra les propor-
blanca; atrás aquella liberalización del <mercantilismo)) propuesta por cionará todo Io que necesiten: tejidos, loza, quincalla, productos ba-
Campomanes, Iiberalización fragmentaria del régimen de intercam- ratos para el ajuar doméstico todos ellos, además de hacerse cargo
bios que en absoluto lograrÍa evitar Ia constancia competidora y vigi- de Ia provisión -en ocasiones exclusiva- de ciertos artículos de
Iante de los ingleses en los puertos americanos, ejercida de manera lujo. A cambio, demandará aquel nuevo socio comercial todo aquello
sistemática a través de sus cónsules y funcionarios diplomáticos. que crea conveniente y que Ia tierra, en cada ocasión, produzca: el
De nada valió tampoco que, como parece bien cierto, durante los guano del Perú, los cueros del Río de ia Plata, el cobre de Chile, el
años de l81B y l8l9 Ia propia metrópoli española lograse hacer re- azúcar y el tabaco de Cuba, el café del Brasil... Hasta que empiece a
montar su balanza comercial, apoyándose fundamentalmente sobre interesarse, voluminosamente, por los cereales de las llanuras y por
la base de los productos catalanes y valencianos. Franceses y britá- las carnes, cuyo transporte en masa será poco después perfecta-
nicos, junto con el acoso que significaron Ias guerras con los españo- mente posible, gracias a los avances técnicos sobrevenidos en el
les, hubieron de poner fin, en el plazo de quince o veinte años, a sector del transporte marítimo: gran tonelaje y barcos frigoríficos'
cuantas esperanzas manufactureras albergaron las colonias. Sólo Pa- Haciendo uso constante de los beneficios de sus exportaciones
raguay fue capaz de mantenerse, aislado, despertando codicias y industriales, de los fletes de sus barcos, de los intereses de los prés-
resquemores entre sus vecinos, hasta que Ia triple intervención de tamos y de la concertación de seguros, a más de las utilidades de
Brasil, Uruguay y Argentina, unidos contra é1, rompieran dicho aisla- todo tipo procedentes de inversiones comerciales y de la activa par-
miento y diezmaran su población, en los años sesenta del sigio xtx. ticipación en Ia compra de Deuda pública, Ios ingleses contarán en
La apertura mercantil a los británicos del espacio territorial toda- Ia América latina con un ancho mercado, prácticamente entero a su
vla dominado por España había sido un proceso de desmantela- disposición, si no fuera porque los franceses se resisten a desapare-
miento abastecedor progresivo, que comenzó en el Río de la Plata ya cer de aquel escenario, y porque también muy pronto los alemanes
en I809 -dentro todavía del antiguo régimen coionial-, extendién- codiciarán tan pingües beneficios.
dose poco a poco incluso a las zonas controladas aún por los realis- Más todavía: porque Estados Unidos, desde aquellos mismos años
tas. Durante el decenio I8l0-1820 fueron prácticamente los ingleses veinte, tratará de reservarse para sÍ Ia totalidad del ámbito continen-
los únicos en realizar ese tráfico; en Ia década siguiente ya no eran tal. Que el mercado de América del Sur iba a comportarse tan gratifi-
Ios únicos, pero su oferta era la más abundante y <sus precios consi- cantemente; que esto iba a ser así, y no de otra manera, se evidenció,
derablemente más bajos que los corrientes en Ia última etapa colo- lógicamente, sólo sobre la marcha, puesto que en principio -tal y
nialu (T. Halperin Donqhi, I985: 199). Era aquél sin embargo un mo- como parece demostrado- Inglaterra hubiera preferido asegurarse
mento crítico para Ia economÍa británica, abrumada por el costo de y conquistar, política y militarmente, aquellos espacios.

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La fuerza creciente, el orgullo independentista de los nacionalis- ese sutil despliegue polarizado de presiones. Los ingleses, incluso,
mos americanos la habrÍa disuadido, siendo al parecer los propios pensaron en algún momento Canning- en establecer
-Castlereagh,
expertos militares que se desplazaron a colaborar con los héroes de monarquías en Ia región; pronto se dieron cuenta de que eso no sería
Ia independencia los que advirtieron de que un proceder tal iba a ni siquiera viable,
ser, en Ia práctica, imposible. Y comprobándose pronto, también en Pero España, por su lado, no tenía escapatoria posible: o recupe-
Ia práctica, que Inglatera no había perdido nada, realmente, al dar raba las colonias (y seguía en consecuencia manteniendo los esque-
pie de este modo a una nueva (y apenas mal vista) fórmula de de- mas económicos de antaño), o aceptaba Ia revolución liberal abolien-
pendiente y segura relación. do el régimen señorial, suprimiendo los diezmos y abordando decidi-
Con impedir, por Io tanto, que la codicia norteamericana o la pre- damente la desamortización eclesiástica. Los absolutistas, como bien
sión cuitural y polÍtica francesa (siendo muy apreciado como era, se conoce, trataron de impedir que esto último sucediera, durante un
entre los intelectuales de aquellas repúblicas de América del Sur, el buen puñado de años.
jacobinismo) dieran al traste con Ia situación, ya parecía ser sufi- Y ello es lo que otorga su obsesiva reiteración a los ensayos de
ciente. Prevenidos como estaban contra la aparición de deseos de reconquista americana que, por parte española, puntean la década
expansión por parte de los Estados Unidos, Ios ingleses fueron segu- de los 20, apareciendo recurrentes, una y otra vez, entre 1823 y I830.
ramente los menos sorprendidos de los contemporáneos cuando se <No organizan más expediciones Fontana- porque no tie-
-escribe
formuló (1823) Ia doctrina Monroe. América, sin embargo, no habrá nen con qué pagarlas; pero con Io que consiguen recoger, especial-
de ser todavÍa entonces (para los americanosr. mente en Cuba, organizan desembarcos tan insensatos como el de
La clara percepción de todo este conjunto de circunstancias por Barradas en México. Cuando no pueden hacer otra cosa, conspiran a
Ios políticos y, en especial, por el Foreign Office; la reconocida com- diestro y siniestro, presionan al Papa y a las potencias europeas'
probación de las ventajas de esta situación por los comerciantes bri- aceptan sin protesta que los norteamericanos propongan a los rusos
tánicos, (alguno de los cuales notificaba, en IBl2, haber desplazado que la Santa Alianza envíe tropas para garantizar que Cuba perma-
del todo a los tejidos alemanes y franceses), contribuyeron de manera nezca en poder de España y sueñan con que las oligarquías criollas,
decisiva a que, en ningún momento, y pese a la diferente opción pro- asustadas ante la perspectiva de una revolución social y racial, vol-
prciada por Rusia, Inglaterra apoyara de hecho a España en sus an- verán a los brazos del soberano absolutorr.
sias de recuperación del Imperio americano. La rndependencia polÍtica y Ia formación de las jóvenes repúbli-
Tenía Inglaterra el pretexto de que Fernando VII era, en contra de cas americanas, fue un proceso que vino a favorecer -en cualquier
la marcha de los tiempos, todavra un monarca absoluto, reacio como caso, y. gracias al dinamismo convergente del arrastre británico-la
pocos a las transformaciones políticas de carácter constitucional. Y, incorporación de estas economÍas al circuito mundiai. Que Ia su-
desde luego, temÍa con razón la vuelta del monopolio, si es que las bordinada posición en que dicha incorporación se produjo resultara
viejas colonias españolas retornaban a manos de su antiguo soberano. o no perjudicial para ei futuro económico de Ia región, en su con-
Francia, por su parte, tampoco habría de ganar gran cosa si es junto, no deja de ser (todavÍa hoy) objeto de una enconada disputa
que optaba por favorecer Ia restauración de la soberanía española entre autores, polÍticos y pensadores.
en Io que después por influencia propia- iba a llamarse uAmé- Quienes se reconozcan partidarios de Ias ventajas del libre mer-
rica Latina>. Trató de-ymantener solamente el comercio americano de cado, aplaudirán sin duda aquel momento en que, de manera más o
sus sedas y de sus vinos. Y lo logró, puesto que ia competencia britá- menos gozosa, las puertas de un poderoso centro comprador se abrieron
nica no le estorbó precisamente esos capítulos. para las producciones americanas locales, haciéndolo de par en par. Y
Y en cuanto a los Estados Unidos, se les abría así, en el nuevo Iamentarán apenas nada la invasión aplastante de productos manufac-
mundo emancipado, un buen mercado para su algodón, su maderas turados que üno de Ia mano de aquella apertula,
y -inevitablemente-
excepción de Argentina- también sus cereales. Y si es Por el contrario, quienes estimen que, sin industrialización propia,
-hecha
cierto que Gran Bretaña temió por un posible exceso de sentimiento la vida económica de los pueblos modernos está condenada al fra-
(panamericano)), también lo es que los Estados Unidos trataron siem- caso y a la ruina, condenarán sin paliativos aquellos actos y aquellos
pre de desviar un tanto la peligrosa inclinación britanizante de las métodos por medio de los cuales, ineluctablemente, la hora de dicha
jóvenes repúblicas. En definitiva, Bolívar y Miranda ejemplifican bien industrialización autóctona habría de alejarse cada vez más.

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El lector se preguntará, sin duda, si es que no se produjeron en- mercio y no con Ia milicia. O por haber incurrido en los severos jui-
tonces, en los diversos focos manufactureros, reacciones o resisten- cios de Adam Smith ante la inepcia de los españoles
cias, del tipo que fuera, al implacable reto del librecambio, a sus -exasperado
para proceder a la explotación colonial- o de Jeremías Bentham
reglas para España el soste-
-siempre nuevas y desconocidas- y a sus espontáneos y fer-
vorosos partidarios. EI México de Lucas Alamán es, posiblemente, el -sincero avisador de cuán incompatibles eran
nimiento de colonias y la implantación, abortada, de principios cons-
caso más completo, pues trataría allÍ de crearse un sistema nacional titucionales-. En cualquier caso, ni España recuperarÍa ya su viejo
impositivo y bancario que fomentara la industrialización del país. pero imperio, ni los nuevos estados resultantes de éste iban a hacer nada
-sin revolución agraria-, a Ia altura de ios años 40 el proyecto de por acercársele.
afirmación económica nacional se encontraba ya agotado, y el Banco Una explicación muy sencilla para esto último: los propietarios
estatal se hundió. terratenientes y la burguesía <compradorau criolla parecían satisfe-
Por otra parte, Ios contemporáneos vivieron el proceso, por lo ge- chos con su nuevo estatus, unidireccionalmente orientado hacia Ia
neral, de una manera contradictoria
-pero no especialmente
tica-: a la evidente vertiente de democratización
dramá-
del consumo que
nueva metrópoli económica. Y según tiendan a incrementarse los inter-
cambios, más fuertes irán apareciendo Ios lazos de aquella progre-
suponÍa, oponía ese crecimiento hacia afuera una indiscutible fuerza siva relación. No se tratará sólo de mera economía (comercio de
retardataria en cuanto a ias posibilidades de acumular capital. pero exportación-importación, ferrocarril o deuda pública), sino también
no de una manera generalizada, es obvio, puesto que de una orientación intelectual y cultural de las élites que desplazará
-ciertamente-
acrecentaba la particular prosperidad de grupos significativos de pro- casi por completo, en poco tiempo, a las corrientes de inspiración
ductores que trabajaban sólo para la exportación. La conciencia de francesa, dejando apenas espacio para cualquier otra.
que esa revolución mercantil debería ser completada, al hilo de Ia Por lo demás, hay que advertir que el ferrocarril con
reordenación general y universal de los efectos de la <otrao revolu- -construido
capital inqlés, alemán o norteamericano- no actuará, en estas cir-
ción, la política, se sitúa en el origen del avance del liberalismo en cuntancias, como un vehÍculo de articulación de los mercados interio-
Iberoamérica. res, sino, por el contrario, como una rapidÍsima vía de escape para
No obstante, el triunfo del librecambio aportado por Gran Bretaña las riquezas naturates. Los puertos de la costa eran sus naturales
no fue un proceso rápido, si hablamos en términos de conjunto, para
esta mitad sur del continente americano. Hacia 1830, Gran Bretaña
destinos, y a ellos conducÍan
-con cada vez más abaratadas tarifas-
los productos brutos, EI transporte de manufacturas, por el contrario,
presionaba fuertemente sobre España para que, dejando de acosar a resultaba gravado sobre aquel otro.
sus ex-colonias, permitiera que éstas deseaban y esperaban La cuestión de las élites <colaboradoras'r por cierto a
Ios comerciantes británicos- Iiberaran -según
de este modo recursos para -extensible
cualquier otra situación colonial- ha sido objeto de interpretaciones
incrementar las compras masivas de productos de dicha procedencia. varias en el caso de la América latina. Una de las más extremas es la
L.,a fecha de 1870, aproximadamente, señala por otra parte el pun- formulada por R. Robinson, quien opina que, con frecuencia, son las
to de inflexión de dichas resistencias o menos generalizadas- minorías de colonizadores extranjeros Ios que se ven <obligados> a
-másEntre
para países como Argentina o Paraguay. tanto, la antigua me- colaborar (ucooperar') con las élites locales, y no al revés. Para
trópoii españoia apenas entendería nada, en su conjunto, del pro- D. C. M. Platt, por otro lado, no puede hablarse de tales élites colabo-
ceso: atónita frente a los procesos políticos en los que la violencia radoras, de una manera general, por lo que se refiere a América
aneqaba a esos pueblos, dispuesta torpemente a recuperar por Ia Iatina. Sino que, mucho más particularizaamente, se tratarÍa de puña-
fuerza al menos parte de su antiguo Imperio, España no reconoció a dos de individuos comerciantes que, sin contar con respaldo alguno
México, por ejemplo, hasta 1836. Los mercados americanos le fueron, ni garantías de tipo político, se aventurarían en la empresa de estre-
entre tanto, del todo ajenos. char los lazos mercantiles de los nuevos países con Inglaterra.
Era éste, posiblemente, el precio que tenía indefectiblemente que En este último aspecto, no obstante, parece necesario recordar la
-ayuna a su vez de industria que demandase sus propios
pagar decisiva función de orientación, e incluso dirección, que se des-
mercados, casi por completo- por haber despreciado consejos como prende de la cuidadosa actuación diplomática y consular de los bri-
los del abate Dominique de Pradt, que en lBlS Ie habÍa recomen- tánicos, en aquellos países y en la época a Ia que venimos refirién-
dado anudar las relaciones coloniales con América a través dei co- donos. De documentación de dicho origen, y con perceptible trans-
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parencia, se desprende que, si es cierto que Gran Bretaña no ejerció, seguirá en pie a lo largo de varias décadas. Abolición y abolicio-
pudiendo sin embargo hacerlo, un control político más estricto sobre nismo serán, por tanto, dos términos de uso frecuente en las páginas
el Cono sur, ello se debió seguramente al deseo de evitar conflictos en las que, a continuación, trataremos de exponer los problemas más
con los Estados Unidos. destacados que habrán de afrontar estos dos debilitados imperios, el
Dos palabras únicamente para referirnos por último a Portugal y español antillano y el portugués en Africa.
su relación con Brasil, en las dos décadas que preceden a la inde-
pendencia, aunque luego volverá a hablarse de este asunto en el
capítulo correspondiente al colonialismo portugués. <EI creciente mer-
cado brasileño
-escribe I,. Bethell, 1991- no se surtía de bienes
portuggeses, pero sí de manufacturas británicas, bien como antes a
través de Ia comunidad de comerciantes británicos en lrisboa, o tam- Bibliografia
bién, cada vez en mayor escala, directamente de contrabando'a tra-
vés de-los puertos brasileños, especialmente Río de Janeiro, a pesar Basterra, R, (1970): Los navíos de la llustracjón, Madrid.
de los esfuerzos de Portugal, con el apoyo de los comerciantes britá- Belaúnde, V. A. (1959): Bolívar y el pensamiento político de la revolución his-
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En definitiva, no parecía posible mantener ya durante mucho tiem- Bethell, L. ed. (i991):Historia de América Latina, Barcelona, vols,5 y 6.
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les perynitían a entrambos aplazar el reto de ia modernización fiscal y la economía liberal, Lima.
la reforma del sistema hacendÍstico. En cualquier caso también (aun- Halperin Donghi, T, (1985): Reforma y disolución de los imperios ibéricos
que solre ello discuten hoy los autores), Ia conexión entre comercio 1750-1850, Madrid.
colonidl e industria metropolitana, sin poder considerarse unívoca- Hamnet, B. R. (1978): Revolución y contranevolución en México y ut Perú:
mente decisoria, provocaría colapsos de graves consecuencias para liberalismo, realeza y separatismo, 1800-1824, México.
los dos países europeos. - (1985): La política española en una época revolucionara, 1790-1820, México.
Heredia, E. A. (1974): PLanes españoles para recanquistar Hispanoanérica,
La suerte
-la mala suerte- con la que se estrangula Ia llustra-
1 I I 0- I I I 8, Buenos Aires.
ción y :se alumbra el liberalismo en Ia PenÍnsula, dificultan incluso
que las doctrinas imperantes en Ia Europa occidental tengan aquí un Imlah, A. H. (1958): Economic Elements in the Pax Britannica, CambridgÉ Mass.
Kossok, M. (1989): La revolución en la historia de América Latina. Estudios
desahogado crecimiento. Pero todavía una cuestión fundamental, in-
comparativos, La Habana,
herente a Ia propia lógica de las presiones británicas sobre los impe- Liss, P. K. (1989): ILos imperios trasatlánticos. /,as redes del comercio y de las
rios coloniales peninsuiares, Ia abolición total del sistema esclavista, Revoluciones de independencia, México.

bb 67

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_l
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Pagden, A, (1991): El imperialismo españd y la imaginación política. Esfu-
dios sobre teoría social y políüca europea e hispanoamericana, 1513-1830,
Mad¡id.
Platt, D. C. M. (1972): Latin America and British Trade, 1806-1914, Londres.
Prados, L. (1982): nLa independencia hispanoamericana y sus consecuencias
económicas en España: una estimación provisional¡, Moneda y Crédito
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(1988): De imperio a nación. Crecimiento y atraso económico en España
- (1780-1930), Madrid,
Rodríguez, l. D. (1982): Descolonización en México. El conflicto entre mexica-

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el periodo de la emancipación: 1789-1825, Madrid, 2 vols,
Webster, Ch. (1938): Britain and the Independence of Latin America, l8l2-
1830, Oxf.ord. El Caríbe español, un imperio imposible

<La esclavitud de los negros asegura la


sujec-
ción de los blancos, Siempre se puede atemo_
rizar a los criollos amenazándoles con lanzar
sobre ellos cuatrocjentos mjl esclavos; se /es
puede hacer temblar hablándoles de un nuevo
Santo Domingo. Cuando los habitantes de Cu_
ba se atÍeven a reclamar Ia libertad que .les
pertenece como hombres y como españdes, se
Ies cierra Ia boca con una palabra: (Escoged,
se les dice; Cuba será española o africanajr.
(E. Laboulaye, prólogo a p, Valiente, Réformes
dans /es íles de Cuba et de porto.Rico, parÍs,
r 869)

5.1. Las islas españolas de azrícar y de esclavos

La guerra de i808 se sardó para ra península, además de


con gra-
ves consecuencias de orden interno es bien sabido-, con el
-como
declive irreversibre der imperio colonial. pudo entonces ispana sar-
var cuba, junto con Puerto Rico, la parte orientat de santo Domingo,
Filipinas, carolinas y otras pequeñas posesiones oceánÍcas y
nortea-
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AO

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fricanas. Cuba era ya, para entonces, y seguirá desde luego siéndolo, un depósito transitorio, para el refino y la distribución, de su pode-
la más importante de todas ellas. Y si no se perdió también para rosa riqueza ultramarina. Pero ello no llegarÍa a ocurrir nunca, de
España en Ia década de 1820 fue porque su importantísima élite azu- hecho, porque ni a la metrópoli se le pasó siquiera por Ia cabeza, ni
de que se Ie impusiera, bajo otras coorde- manera perentoria- contaba con barcos para ello.
carera criolla
-temerosa -dePero tampoco las élites económicas cubanas (excepcionalmente
nadas, la abolición de Ia esclavitud- no se atrevió a prescindir de
España como metrópoli. Sabía que, si esto ocurrÍa, se vería obligada fuertes y definidas como grupo social, y relativamente independien-
a cambiar con presteza el régimen de mano de obra en la explota- tes de la metrópoli además, en buena medida) lo hubieran agrade-
ción del suelo. cido. Muy posiblemente. A dos pasos estaba el país que, mediada la
Y, según evidencian todos los testimonios, Ia productividad alcan- centuria, se convertiría en su principal comprador, los Estados Uni-
zada mediante el sistema esclavista, por entonces, era altísima en dos, y que vendría entonces a sustituir en este cometido a Gran Bre-
Cuba Brasil, sin que tampoco allí ofreciera indicios de ir a taña (no a Ia propia España, como hubiera sido de esperar). y pocas
-comoNoenobstante,
decrecer-. sólo después de que los ingleses forzaran probabilidades hubo nunca de que, estando siempre los barcos nor-
en la isla (durante una breve ocupación, 1762) la plantación azuca- teamericanos fondeados en los puertos de la Isla para recoger ei
rera, y sólo después de que Ios disturbios de Haití (1791/180a) hu- azúcar, hubieran otros de venir a disputárselo,
bieran empujado hacia ia parte oriental de Cuba a un emprendedor Ello no quiere decir, ni mucho menos, que España no obtuviera
grupo de cultivadores y artesanos, criollos y franceses, hutdos de Ia beneficios de sus posesiones antillanas, entiéndase bien. Al menos
revolución, se había descubierto ese insospechado potencial agrario desde los años 40, los textiles catalanes se desparramaron sobre Ia
en la Gran Antilla, Isla, de manera imperante y coactiva, amparados por la altísima im-
Conviene, antes que nada, recordar que España se plegaba a las
posición arancelaria establecida sobre cualquier potencial compe-
virtudes del sistema esclavista por una razón, esencialmente. Y es tencia. Y Io mismo cabe decir del triqo y las harinas de Castilla, tan
que, sin tener que hacerse cargo directo de Ia explotación, la cre- compulsivamente protegidos por sus más directos interesados en Es-
paña
ciente riqueza acumulada en Cuba permitía a la metrópoli obtener, -una parte importante de la <clase política>-, para evitar Ia
:ntrada de cualquiera otros.
cada vez, mayores beneficios fiscales. Lo cual, a su vez, revertiría en
una expansión creciente del gasto militar y en el refuerzo del poderío Lra empecinada inmovilidad administrativa de la metrópoli espa-
estratégico de España en Ia zona. Ambos parecieron a ésta impres- ñola (a la que parecían sólo arañar, de vez en vez, ciertos movimien-
cindibles, al menos mientras tozudamente se trató, desde la plata- tos de adhesión reformista florecidos en la propia colonia), su faita
de adecuación en Ia explotación colonial a las exigencias del rumbo
forma antillana, de recomponer
-y la utopía se creyó durante mucho
tiempo posible- el viejo <puzzleu del Imperio español, de reconquis- mundial marcado por el Iiberalismo económico, acabarÍan facili-
tar al menos una parte sustantiva del continente perdido. tando, en paradoja inevitable, la subordinación de las colonias espa-
La fortificación militar, una tolerancia de los gobiernos hacia las ñolas a otras economías. A la norteamericana, en el caso de Cuba y
directrices productivas trazadas casi exclusivamente por Ias podero- Puerto Rico, y a la inglesa y la alemana, en el de Filipinas.
de una tributación alta-, la implantación cultu- Engañándose a sí mismos por medio de inigualatorias poiíticas
sas élites
-a cambio progresivamente reforzada, y coloniales que calificaron de <asimilistas>, los políticos españoles del
ral metropolitana -en definitiva- Ia siglo xx, en su mayoría, creyeron o mala fe- que aque-
recomposición administrativa del viejo modelo de explotación colo- -de buena
lla fórmula constituía solución duradera para el <problema colonial>,
nial, fueron los culpables de que España apenas se preocupara de
absorber, de atraer hacia sÍ, Ia ingente producción bruta azucarera Y así enmascararon su falta de imaginación, mostrando en cambio su
de la isla caribeña. Una colonia, Cuba, que, no obstante, pronto llegó adhesión incondicional a los patrones administrativos franceses (que
a ser Ia primera productora de azúcar del mundo. Los mercados aquí reflejaban, más bien, inercia) calificando, finalmente, a las islas
para la venta dei azúcar cubano fueron, asÍ, de preferente ubicación como (provincias>.
extra-metropolitana. Y ello convirtió a la isla, a lo largo de todo el La prosperidad azucarera de Cuba su peligrosa orien-
siglo xx, en una colonia extraordinariamente atípica. tación al monocuitivo y a la plantación--también
procedía de la época (ya lo
Sobre el papel, España hubiera podido hacer de su propio suelo hemos dicho) en la que los ingleses tomaron momentáneamente en
industrialización tardía, sectorial y muy localizada- al menos la Isla Ia capital occidental, La Habana. Antes de aquellas fechas
-de
70 71,

b
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ganadería también era rela- exportadas a fines de los años 20; 16I,000 en 1840)- no podía ser
-1762163- los cultivos eran varios, la
y
proporcionado por una España agotada e inerte, ingleses y nortea-
tivamente importante, asÍ como la explotación de la madera con des-
tino a la actividad naval. Después, el azúcar empezó -sin llegar a mericanos comenzaron hallando en Cuba para sus inversiones un
desplazarlos dél todo- a arrebatar terreno al café y al tabaco, el importante hueco. Como tampoco España poseía barcos para hacer
cual inició a su vez, acorralado, su descenso hacia el centro de Ia efectivo el derecho de transportar bajo pabellón propio los productos
Isla, a Io largo de las vegas, siendo cultivado ante todo por inmigran- ultramarinos de aquélla su colonia, también en este capítulo se cubri-
tes canarios mano de obra que siempre permaneció libre-. ría el vacío gracias a la presencia necesaria de los anglosajones.
A partir -una
de entonces también, la historia social de Ia isla ya no La tecnolog¡ía (el ferrocarril, desde 1838, y sobre todo Ia aplica-
puede comprenderse si no hacemos referencia constante a la es- ción del trapiche de vapor) convivió en Cuba con la mano de obra
clavitud. Si no volvemos una y otra vez sobre el <ingenio)), que será la esclava, reforzando su productividad y convirtiendo al ingtenio cubano
unidad estructural de organización del trabajo esclavo y de la pro- en el más rentable de todos los conocidos, Los años veinte y treinta
ducción azucarera en Cuba. Pero tampoco entenderemos glan cosa del siglo Xlx contribuyeron a consolidar Ia percepción cubana de dos
si no reparamos constantemente en Ia compleja dinámica social de aspectos estrechamente relacionados con todo lo anterior: uno, que
las oligarquías de hacendados y comelciantes, que hicieron su for- Ios españoles -incapaces de atender cualquier necesidad econó-
tuna (tanto españoles como criollos) sobre la esclavitud, y que mica de Ios plantadores- iban a ser sin embargo persistentemente
los años 70 del siglo XVtlt- no cesaron de reclamar les fuese refractarios a Ia abolición, en tanto que los inqleses, en cambio, iban
-desde
autorizada la Iibre entrada de negros africanos en la Isla. Una serie a intentar lo imposible con tal de extender por el Caribe tanto su
de disposiciones.reales, inaugurada en 1789, vendía en efecto a satis- ideología abolicionista y liberal como su capital. La primera les resul-
facer, en tiempos convulsos de guerra en los mares, sus angustiosas taba extraordinariamente peliqrosa. El otro asunto bien aprendido
demandas de mano de obra. por las oligarquías de productores del azúcar era que, para el soste-
En cuanto a la primera fractura del antiguo monopolio del comer- nimiento de aquella esclavitud, les era preciso colaborar con la me-
cio gaditano, éste empezí a sufrir Ia competencia de otros puertos trópoli, porque -hecha excepción de las voces discordantes-, se
merced a las disposiciones liberalizadoras de I793, ampliadas más estaba fundamentalmente de acuerdo en que sostener el régimen de
tarde en virtud de las guefias napoleónicas y los varios acuerdos mano de obra esclava no revertÍa en provecho exclusivo de los me-
diplomáticos que Ies siguieron, en los años de lB15/IBl9. En cual- tropolitanos.
quier caso, influyó mucho Ia iniciativa conjunta de los hacendados Por eso duró tan poco, por ejemplo, el cónsul británico Turnbuli,
locales y de Ias autoridades metropolitanas destacadas en Ia propia en la agitada Habana de 184I, de Ia que hubo de salir -expulso-en
Cuba. pago a sus públicas actividades abolicionistas. Actividades que se
Fueron aquéllos para la Gran Antilla años de esplendor cultural y entendieron (con razón) como un intento de perjudicar el auge azu-
de ilustrado despliegue de actividades, favorecidos por Ia ráptda acu- carero cubano en favor de Ia producción británica en Ias <sugar Is-
mulación de riqueza que las especiales circunstancias permitÍan. Sin landsr>.
demasiada sorpresa, las oligarquías isleñas descubrieron entonces Los Estados Unidos, por su parte, no podían -contando aún con
qué Ia metrópoli no podÍa estimular ese crecimiento económico, a no un Sur esclavista- desarrollar entonces una talea similar a Ia de los
sei dé una manera pasiva: Iimitándose a no estorbar. Viendo con cla- ingleses, que pretendiera junto a Ia abolición la defensa de las libér-
ridad, unos y otros, que España no podía drenar hacia su propio tades. Se limitaron a seguir comerciando, cada vez más intensa-
suelo la producción agraria de la feraz Cuba. Aunque lógicamente mente. Y de vez en cuando favorecieron con asilo y ayuda a los libe-
tratara (como toda metrópoli) de percibir parte importante de los rales criollos que debían abandonar la Isla, perseguidos por la admi-
beneficios obtenidos. Y los sacarócratas cubanos (leídos y viajeros nistración española debido a sus incipientes ideas nacionalistas. O
como ninguna otra élite criolla -seguramente-, perfectos conoce- bien intentaron comprar a España el territorio. Gran Bretaña estuvo
dores de la realidad econÓmica de su tiempo) extrajeron para el siempre en contra de esto último, para alivio de los españoles; y así,
futuro sus conclusiones, conveniente y rápidamente. por ejemplo, en I848 fracasó un intento orientado a este fin por parte
Puesto que el crédito necesario para la explotación capitalista de de los Estados Unidos.
se perfilaba esplendorosa (70.000 toneladas de azúcar Por otra parte, conviene dejar claro bien hace J. Opatrny'
la caña
-que -como
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1990- que una de las corrientes que acabarían convergiendo (aun- que no se dieran nunca las condiciones favorables a una insurrección
que no triunfase) en Ia formación de la nación cubana, el anexio- sangrienta y desoladora, como fue Ia de los esclavos de Haití, en 1791,
nismo, resultaba extraordinariamente favorecida entonces por las con- La metrópoli española utiiizaría sistemáticamente, para evitarlo,
diciones generales reinantes en el área. Sin embargo, los intentos en tanto Ia fuerza de las armas como un sutil racismo basado en compo-
este sentido acabarían también fracasando en los primeros años S0 nentes de tipo moral. Racismo al que contribuyó intensamente Ia lgle-
del siglo. Y no puede extrañarnos que, cuatro décadas más tarde, sia católica, presente con fuerza y arraigo en Ia Isla, y Io gene-
prosperase por fin aquella voluntad de J. A, Saco de que la isla fuese ral- bien acogida entre Ias oligarquías locales, las cuales-por nutrieron
<cubana>, al menos nominalmente, y no uanglo-americanarr. Las raí- con sus vástagos los claustros de determinadas órdenes, y que ejer-
ces españolas de la sacarocracia se refrescaban y actualizaban cada cieron una frecuente oposición (en una especie de nacionalismo incipien-
día, y en parte a su pesarr en el abierto contraste con tradiciones cul- te) a las jerarquías episcopales, llegadas siempre desde la metrópoli.
turales ajenas y, de una manera u otra, percibidas por los blancos La denominada <Conspiración de La Escalera> (1844), un montaje
cubanos como extrañas (la cultura anglosajona y protestante, por una de la policía colonial seguramente sirvió bien Ios intere-
parte, y Ia afrocubana, con todas sus variantes, por otra). -O'Donnell
ses de Ios exasperados negreros- dará pie a manifestaciones trans-
España convenía ante todo (aunque fuese de manera parcial y parentes respecto a lo que, tanto peninsulares como criollos blancos,
relativa) a los propietarios cubanos de esclavos (por descontado, tam- pensaban en realidad a propósito de los negros. La fuerte represión
bién a los propios españoles propietarios de ingenios o que vivÍan en policial que siguió a la amarga experiencia, recayendo especial-
mente sobre los negros y mulatos libres y
relación comercial con el azúcar) porque se resistió, pues, de mane- -profesiones liberales
ra feroz y prolonqada, a la abolición leqal de la trata. y mucho artesanos-, vendrá a proporcionar a las clases dominantes, blancas
más, aún, fue refractaria España a la supresión de la esclavitud, que en cualquier caso, una tranquilidad excepcional. Pero, para aquellas
no serÍa decretada para cuba hasta las muy tardías fechas de lB80 fechas, y según todos Ios indicadores, Ia población negra de la isla
y, definitivamente ya, en I886). acababa ya de superar, en número, a la blanca.
-patronato-
En cuanto a la trata, España no tuvo más remedio que aceptar, Antes incluso (enero de 1843) de que Ia supuesta conspiración de
como los demás paÍses, las imposiciones político-internacionales de las <qentes de color¡r se hubiese descubierto, el embajador español
Gran Bretaña. Pero siempre se las arregló para satisfacción en Washington recomendaba al Capitán general en Cuba,
a los hacendados del azúcar- seguir procurando -dando -Argaiz-
por entonces Valdés, que adoptase enérgicas medidas: r<Es necesa-
a las islas, de una
manera u otra, su mano de obra esclava. Tolerancia o connivencia rio deponer todo sentimiento natural, y castigar atrozmente: soy de
fueron las armas que, sucesiva o coincidentemente, utilizaron los ad- opinión de que más vale ahorcar en un dÍa 20 que en tres meses 300;
ministrádores españoles en las colonias antillanas, De modo que casi Io primero produce el terror y contiene al malvado, lo segundo acaba
nunca denunciaron (a satisfacción también, más o menos disimulada, con Ios hombres, sin conseguir el fruto que uno se ha propuesto)).
de los metropolitanos gobiernos) Ias febriles actividades desplega- Bien es verdad que cuando llegó de veras Ia hora de la represión
das por los negreros general encon-
-ya fuesen
los cuales con frecuencia,
españoles, criollos o portugueses- -esta vez encargada a Leopoldo O'Donnell-, supo el
trar en ella, sin empacho, un alto Índice de rentabilidad política para
desempeñaban a la vez cargos de repre-
sentación en las islas, Así, por ejemplo, el cónsul portugués en La el gobierno al que servía: <No sóio se ha obtenido la ventaja de de-
Habana recién nombrado en 1838 por el primer purar Ia clase negra libre, toda en general contaminada, sino que el
ministro liberal y abolicionista Sá de-paradójicamente
Bandeira-, era reputado y cono- ejemplo y el escarmiento será saludable, y refrenará también los in-
cido como (uno de los mayores y más conocidos traficantes)) de Lisboa. tentos de los blancos que deseen promover trastornos para llegar a
España resultó ser, también, una potencia política eficaz para lle- conseguir la independencia de este paísr (cits. en A. Yacou, 1990).
var adelante las tareas de control social que la situación, para persis-
tir, requería. A lo largo de todo un buen periodo
desde finales del siglo xvm hasta casi la revolución -eldeque se abre
I868-, se 5.2. Sobre el abolicionismo en España
expandió entre los sacarócratas cubanos una obsesión: que en la Isla
no se produjera una sublevación social acaudillada por los negros Por otra parte, en la metrópoli española no podía prosperar el
(cuyo número iba igualando ya al de los blancos libres), de modo abolicionismo como doctrina. Una vez que, fundamentalmente, se asis-

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tía en la Península a un dificultoso proceso de Ímplantación del libe- Los tratados internacionales concluÍdo entre España y Gran Bre-
ralismo. Un proceso estorbado sistemáticamente en todos sus frentes taña (1817 y 1835) apenas habían tenido en principio otro efecto prác-
(excepto en el de la inserción subordinada y secundaria- de tico que el de favorecer la vigilancia sobre los barcos negreros, dan-
la producción metropolitana en-muyel marco del mercado mundial). do pie a los tribunales mixtos de Ira Habana y Sierra lreona para ini-
Voces como las del abate'Marchena, el geógrafo Antillón o el ciar abundantes procesos judiciales en torno a los barcos apresados,
anglófilo liberal exiliado Blanco White, que clamaron a favor de la La Iey penal de 1845, apenas cumplida en los años que siguieron,
abolición de la esclavitud, no resultaban ser en definitiva sino el eco imponía sin embargo severos castig¡os a los barcos negreros que fue-
tardío de una Ilustración dilatada, precursora frustrada, décadas atrás, ran apresados.
de tiempos que habrían debido ser más justos e igualitarios, Tiempos La práctica inmediata y difusa- convivió con una tí-
en los que, al decir de Isidoro de Antillón (I802), (pueden prosperar -compleja
mida expresión de las ideas abolicionistas en el Parlamento español,
nuestras colonias y administrarnos las mismas producciones, aunque un lugar en el que las voces más activas (si es que puede calificárse-
nos quitemos el remordimiento de esta vergonzosa esclavitud>. Ias de tal) fueron republicanas: Emilio Castelar, Nicolás María Rivero
Las Cortes de Cádiz, por el coritrario, dejaron perder y José María Orense. En el seno de las élites criollas, coexistiendo
-al comen-
zar la segunda década del siglo- Ia oflortunidad que les brindaba la con una clara tendencia anexionista hacia los Estados Unidos, era, no
iniciativa del sacerdote Argüelles. De manera que no puede extra- obstante, donde habían aparecido las voces más potentes y definidas
ñarnos que la recuperación del absolutismo significada por la fecha a favor del fin inmediato de la trata: José de la Luz o Domingo del
de l8l4 sea, de hecho, Ia hora inicial de un sostenido y empecinado Monte, pero sobre todo el singular José Antonio Saco. EI esperado fin
esfuerzo de resistencia a Ia abolición (en sus dos aspectos, trata y de la trata iba, de esta manera, a llegar finalmente para Cuba en Ios
esclavitud). Un esfuerzo que, a partir de aquÍ, se dilatará hasta el años 50; pero sólo como efecto dilatado de las presiones inglesas.
máximo. EI trienio liberal (1820123), sólo é1, permitió que otro sacer- Pero quedaba aún por recorrer el camino hasta el fin de la escla-
dote, Félix Varela (diputado por Cuba), redactara, en I823, una Me- vitud, lo que los ingleses gustaban de llamar, para distinguirla de
moria abolicionista. Pero ahÍ quedaría todo, por mucho tiempo, en aquella otra, la <emancipación>. Sólo había al respecto una salida: el
cuanto al papel desempeñado por y desde el Parlamento español. fomento de Ia colonización blanca en Ia isla. Convirtiendo a chinos
Los intereses sectoriales españoles ligados a las colonias antilla- (<culÍes>) y yucatecos en mano de obra sustitutoria, sometida a con-
nas (Cataluña, sobre otras regiones, ocupa un lugar muy especial) diciones de trabajo con frecuencia semejantes, en expolio y humilla-
fueron creciendo durante todo el siglo. Lo cual complicó las cosas ción, a las de Ia esclavitud, muchos propietarios de esclavos tratarían
hasta tal punto que han comprobado con exactitud J. Malu- entonces de imaginar, sin graves costes, el futuro.
quer y J. M. Fradera- -como
el abolicionismo desapareció, prácticamente, Seguran en el aire Ias propuestas -diversas y de disttnto origen-
del marco político catalán durante casi treinta años, entre principios en torno al fomento de Ia inmigración blanca. Pero ¿estaban las auto-
de los 40 y Ia eclosión republicana fugazmente permitida por el avan- ridades españolas dispuestas -y en condiciones- para promoverla?
ce del liberalismo demócrata en el año de 1868. L,o que ocurrió exactamente fue que, en este aspecto, Ia metrópoli les
Tiempos fueron aquéllos en los que, ese mismo abolicionismo casi falló a los sectores transformadores de las oligarquías isleñas, no
inexistente en España, prosperaría en cambio entre los diversos sec- supo cumplir en realidad con sus expectativas. España no pudo, en
tores reformistas de la Isla de Cuba. O, simplemente, entre aquellos ninqún momento, o no quiso, mostrarse enérgica para evitar las pre-
propietarios de esclavos que, deseosos de que Ia metrópoli les ayu- siones de los negreros. Iros cuales hicieron también todo Io posible
dara a evitar la <africanización> constante y progresiva del tejido so- por ver fracasar Ios proyectos de colonización blanca, allá por los
cial uoscurecimientor al que tanto temían-, preferían abogar años 40.
-ese
por una emancipación controlada y una sustitución segura de la mano Por otra parte, Ias autoridades coloniales tampoco iban a saber
de obra esclava. Arango y Parreño, figura emblemática de Ia élite del cómo desviar esa imparable tendencia, secular, del colono blanco a
azúcar en todo este proceso, quien habÍa abogado (en los primeros escapar pudiera, a veces en condiciones de miseria simila-
tiempos del proceso) por Ia libre introducción de esclavos, resultaría -como
res a las de la esclavitud, casi- de las filas de un inexistente proleta-
ser, años después, uno de los más enérqicos portavoces de su con- riado agrÍcola. Por el contrario -como bien ha mostrado M' Moreno
dena. Fraginals-, su voluntad general era hacerse dueños de su propia
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tierra, aunque fuese pequeña. Y cuando no, preferían asentarse en gos. Y, siempre que pudieron, prohibteron sus reuniones, publicacio-
Ias ciudades. nes y actividades públicas.
La coyuntura de los años 60 (con la cambiante actitud de los EE. UU., Por otro lado, los grupos de presión colonial (militares, eeonómi-
resuitante de su propia guerra civil) supondrá un giro perceptible cos e ideológicos) afincados tanto en España como en las propias
(desde ia Perunsula) respecto al conjunto de los problemas proce- colonias, lucharon activamente en contra de un desmantelamiento
dentes de Ia mano de obra en las Antillas, que parecen congelarse imperial-administrativo que entendÍan, con buena parte de razón, co-
entonces, Aunque en la propia Cuba los ánimos se hallaban sin em- mo el principio del fin -más o menos aplazado- del colonialismo
bargo absolutamente crispados, en el clima de tensión subsiguiente español en el Caribe. Y entablaron una pugna dramática y sin tregua
al fracaso de la intentona anexionista de Narciso López comienzo
-aleconómica desde inmediatamente antes (y durante) todo el conflicto polÍtico y
de los años 50-, como consecuencia también de Ia crisis militar que siquió.
del año 57 y del no menor fracaso del reformismo político que con-
verge en torno a la denominada <Junta de Información de Ultramar>,
en 1866. 5.3. Crisis econónica' nacionalismo y abolición
Para entonces, toda expectativa plausible de conseguir un esta-
tuto político especial (como prornetían las constituciones españolas Oriente parte tecnoiÓgicamente más atrasada de Cuba, la
de 1837 y I845) se había desvanecido ya por siempre para los cuba- más atacada
-la
por dificultades económicas que ya tomaban visos de
nos. Nunca más volvería a intentarse este camino. convertirse en estructurales- no iba a poder remontar la crisis del
La caÍda de los precios dei azúcar en el mercado internacional az(tcar. Carlos Manuel de Céspedes, un hacendado sensible a, la idea
afectaría gravemente la situación. El azúcar de remolacha, fuerte- nacional y empobrecido, Ianzó el I0 de octubre de 1868 el grito polí-
mente protegido por sucesivos aranceles en Europa
-como enparte tico de la emancipación. La metrópoli española estaba ya senten-
del proceso de industrialización de sus países- se convertirÍa un ciada como tal. Pero no supo -o no quiso- entenderlo. La glbleva-
competidor temible para la caña. Y precisamente por entonces Cuba ción armada de los cubanos, que prometÍa la emancipación a Ios
alcanzó su techo histórico en producción azucarera, dentro dei siglo esclavos que colaborasen, desemboCó en una guerra devastadora, Ia
xtx: 702.000 toneladas fueron exportadas en 1870. Ni siquiera enton- <Guerra largau o <Guerra de los diez añoso (1868-1878).
ces España, sumida en conflictos de ideas, pero Iibrecambista de Era aquéI, sin embargo, el momento histórico aparentemente más
hecho, funcionó para Cuba y su azúcar como mercado preferencial. apropiado para la puesta en práctica efectiva de cualquier posible
Pero sí se prolongó, en cambio, Ia situación inversa: Ios productos reforinismo metropolitano en materÍa colonial. Puesto que, en la Pe-
y manufacturas, enviados desde España, de mala calidad pero regla- nínsula, un golpe político incruento -la <Gloriosa))- había: expul-
dos y protegidos, siguieron entrando allÍ a precios de monopolio. La sado a Ia monarquía borbónica, despejando así el camino hacia las
situación revolucionaria en Ia España de I868, con el progreso del esperanzas de democratización que, en realidad y como pudo verse,
Iiberalismo demócrata que la caracterizó, apenas tenía tampoco, sien- sóIo unos cuantos españoles compartían, a un lado y otro dd Atlán-
do sinceros, nada especial que ofrecer a Cuba y a los cubanos: ni tico.
emancipación inmediata dei esclavo (como pudo verse en seguida, Pero apenas por desdicha quedó espacio, tampoco entonces' para
se atendió a Puerto Rico pero se rechazó en el caso de Cuba) ni la reforma colonial, una vez que Ia guerra en la manigua pareció
cualquier tipo de satisfacción compensatoria a sus dueños. De nada exasperar a los gobiernos demócratas metropolitanos, acosadbs tam-
había servido que, desde 1864, viniera funcionando una Sociedad bién en Ia Península por Ia insurrección carlista y, finalmenté, venci-
Abolicionista Española que reunía a economistas, polÍticos, abogados dos y desbordados por ia conspiración conservadora que repuso en
y periodistas de ideología librecambista. el trono a un nuevo Borbón, Alfonso XII.
La tarea inicial de esta Sociedad será de hecho muy limitada, pues AI estallido de Ia guerra colonial en Cuba había precedido, como
decía tan sólo pretender
-¡cuán lejos vivía España de sus coloniasl- ya hemos advertido, el ruidoso fracaso de aquella Junta de Informa-
el mostrar claramente ante los peninsulares ula situación en que vivran cjón (1866), que -además de no resolver el problema de Ia mano de
Ios esclavos)). A pesar de lo cual, el conservadurismo moderantista obra esclava- se demostró incapaz de dar satisfaccrón a las deman-
español vio siempre en estos propaqandistas a sus mayores enemi- das de los hacendados, asfixiados ya por la tributación y ansiosos
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cada día más de una liberalizacíín formal del mercado que la metró- nar eI sistema colonial español en su última oportunidad americana,
poli española estaba lejos de permitir. La peculiar torpeza cotidiana puede atribuírsele, por fin, la extinción legal de la esclavitud en Ia
de ia Administración española causaba, por añadidura, estragos, en- isla de Cuba. La medida, que apenas fue comentada o aplaudida en
tre unos administrados que mayorÍa, y con razón- se sabían España, era el último acto ministerial del agrarista castellano Ger-
-en ysucapaces,
más cultos, más emprendedores más cosmopolitas y ubur- mán Gamazo, activo defensor de Iós intereses del capital peninsular
guesesr) que quienes les gobernaban, en Cuba, quien ese mismo día tuvo que dimiti¡ de Ia cartera ministe-
EI <mercado reservado)), que constituía casi Ia única preocupa- rial, pero por otras causas.
ción por parte española, lejos de ser entendido por los gobiernos, de Y era de este modo España el último país europeo que acudía a
un signo u otro, como una solución transitoria para las deficiencias una cita con los derechos humanos fijada casi un siglo antes. Nada
del mercado interior metropolitano, parecía convertirse en algo está- más que Brasil (que tardará aún dos años en hacerlo, a su vez) que-
tico, inerte, pero no obstante imprescindible para España. Y, cuando daba pendiente, ahora, de una decisión definitiva en torno a Ia aboli-
hubo por fin acabado la guerra, devastada intensamente y esquil- ción. Y, como bien ha señalado Rebecca Scott, cuando Ia emancipa-
mada la isla de Cuba, las renovadas (leyes especiales'¡ (Ley de rela- ción llegó finalmente hasta los esclavos cubanos, fue porque Ia pro-
ciones antillanas de I882) demostrarán que España no sabía, real- pia sociedad cubana, en potentísima transformación interna, Ia habÍa
mente, operar de otro modo. hecho inevitable.
O quizá y más bien que, sabiendo que el fin se acercaba, se mos- EIIos mismos, Ios esclavos, mediante solicitudes de abolición, fu-
traba Ia metrópoli dispuesta a apurar los beneficios hasta el extremo, gas, cimarronaje generalizado, compras de libertad a sus patronos, y
a sacar el máximo de Cuba antes de arrostrar ia inevitable pérdida. especialmente después de las expectativas de libertad que les abriera
ul.,a esclavitud ha muerto con la insurrección)), escribió el general la guerra de los Diez años y que se vio obligado a ratificar el go-
Caballero de Rodas. Y el fin de la esclavitud, que efectivamente se bierno español en el Convenio del Zanjón (1878), habÍan sido prota-
avecinaba, iba a incidir de manera decisiva en el mantenimiento del gonistas socialmente activos del proceso. La desintegración del siste-
dominio metropolitano. Grupos tan presión de contundentes como los ma esclavista en Cuba vendrá, pues, fuertemente condicionada
denominados Círculos Ultramarinos, la Liga Nacional o el <lobbyu exigida- por factores autógenos. -y
naviero peninsular que ejemplifica Comillas
-al mismoentiempo
incrementaban ventas y beneficios en Ia Isia, basándose
que Respecto a la Pequeña Antilla, Puerto Rico, las vías que conduje-
situaciones ron a Ia abolición de la esclavitud fueron allí más rectas y con menos
legales excepcionalmente favorecidas por ei monopolio estatal-, ha- bifurcaciones. El anicar había Ilegado a prosperar sólo cuando la
cÍan polÍtica y socialmente todo Io posible por demorar al máximo ia trata ya había sido declarada ilegal, es decir, muy tardíamente. Y
previsible desarticulación del entorno colonial. sólo entonces entraron también en la isla la mayoría de los esclavos
Fueron eilos mismos grupos de presión-, quienes propor- (182211837), quedando pronto sujeta Ia situación a la crisis mundial.
cionaron al gobierno, en -esos
1876, Ios créditos suficientes como para poner La mano de obra hubo entonces de ser buscada por otros con-
fin a Ia insurrección cubana (con la creación del Banco Hispano- ductos, al tiempo que la élite de comerciantes de San Juan (muy bien
Colonial). Fueron también, en cofiespondencia, quienes se beneficia- relacionada con Ios intereses catalanes, y que había hecho su fortuna
rían del refuerzo protector y el amparo legal que la restauración bor-
bónica iba a imponer a Ia explotación económica de Cuba por parte
con el comercio regional
-la trata y ia reexportación-) debió optar,
obliqatoriamente, por retirarse a otros negocios (banca privada y es-
de los capitalistas peninsulares. Interesante resulta advertir, al efecto, peculación urbana), si es que no lograba realizar Ia transición a la
que buena parte de los capitales privaáos generados en las Antillas importación directa.
españolas entre l83B y 1879 (Bahamonde & Cayuela) y que fueron La situación, en cualquier caso, no era fácil para los azucareros
transferidos a Europa, Io fueron no ya a Ia propia metrópoli (sólo un puertorriqueños, desprotegidos con respecto al mercado peninsular:
20,3o/o), sino a Gran Bretaña en primer lugar (38,8 0/o); y en segundo a el arancel de 1849, que elevaba los derechos de entrada a todo tipo
Francia (22,7 o/o). de azúcares, Io hacía pensando en el tipo refinado blanco, proce-
Y unas cosas y otras- la situación se mantenía. Sólo a la dente de Cuba, que era el que se consumía en Ia Península. Pero no
tardía-entre
fecha de I886 (decreto de 7 de octubre), arropada además en distinguía los otros tipos, de calidad inferior, producidos en Puerto
el conjunto de una serie amplia de medidas que trataban de reorde- Rico y Filipinas, que de este modo quedaron del todo excluídos del
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mercado peninsular. En cuanto al café, su reducido mercado en la españoles y sus mentores el temor a una posible mÍmesis, surgida en
metrópoli se debía a la falta generalizada de consumor no a compe- Cuba.
tencia alguna. En cualquier caso, sirvió para pagar Ias harinas, obli- El fin absoluto del imperio español en América, acaecido un cuarto
gatoriamente importadas de España, y sus beneficios fueron a parar de siglo después (1898) como consecuencia de todo ello, no nos co-
casi siernpre al sector del transporte y del comercio exterior. rresponde ya aquí a nosotros examinarlo.
Hacia 1860 se percibe ya en Puerto Rico una neta tendencia anties-
clavista. Incluso entre Ios mismos propietarios, que procedieron
caer en picado el precio de los esclavos-, de manera espontánea, a
-al
frecuentes manumisiones. Por otra parte escribe B. Sonesson,
1990- son varios los factores que habrán -como
de contribuir a Ia evolu- Bibliografía
ción diferenciada de Ia isla: una <legislación contra la vagancia'), eje-
cutada firmemente por el gobierno militar, creó mano de obra para Bahamonde & Cayuela (1987): rTrasvase de capitales antillanos y estrategias
los cafetales y haciendas, a partir de 1850. inversoras>, Revista Internacional de Sociología, 45 I I,125-147.
La ocupación de terrenos incultos, o dedicados anteriormente a la Cepero Bonilla, R. (1976): Azúcar y abolición, Barcelona,
producción de subsistencia, expandió entonces la oferta. Capital ex- Corwin, A. F. (1967): Spain and the Abolition of the Slavery in Cuba, l8l7-
tranjero principio bajo forma de créditos comerciales en San 1886, Texas.
Thomas--al vino a proporcionar los recursos financieros iniciales. Pero Fradera, J.M. (198a): <La participació catalana en el tráfic d'esclaus, 1789-
1845r, Recerques, I6, Il9-sigs.
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exportación directa, acumularon su propia base. Iras dificultades que - Esclavitud y derechos humanos, Madrid, I25-133.
tuvo el gobierno para lograr la contribución tributaria de esa élite Franco, l. L. (1980): Comercio clandestino de esclavos, La Habana.
atestiguan su poder creciente en Ia isla. La reacción ante los méto- Genovese, E. (1968): rMaterialism and Idealism in the History of Negro Sla-
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bre, por otro lado, una división interna de Ia élite insular que, a partir Gil Novales, A. (1968): qAbolicionismo y Jibrecambior, Revista de Occidente
de 1868, por primera vez, podría expresarse diferenciadarnente a 59, I54-181.
través del proceso político. Hernández Sandoica, E. (1982): rPolémica arancelaria y cuestión colonial en
La ley Moret, finalmente (1870), pactaba con los propietarios Ia la crisis de crecimiento del capital nacional: España, 1868 / 1900>, Estu-
indemnización, a cambio de liberar gradualmente a la mano de obra. dios de Historia Social 22 I 23, Madrid, 279-320.
(1988): rLa navegación a Ultramar y ]a acción del Estado: España, siglo
Lo que permitirÍa a Ia ley de emancipación de 1873 (exclusivamente - xtx¡, Estudios de Historia Social 44 I 47, 105- l I5.
válida para la pequeña Antilla) dar por finalizada iegalmente, en Puer- (1989): tComunicación ultramarina y evolución social en las Antillas espa-
to Rico, Ia esclavitud negra. Para entoncesr no eran ya muchos los - ñoias, 1800-185b, La España marítima del siglo xx, Madrid, 5l-60.
esciavos atectados. Los trabajadores emancipados siguieron en sus Ibarra, l. (1967): Ideología mambisa, La Habana.
haciendas Ia mayoría de las veces, vinculados por contrato obligato- (1979): Aproximaciones a Clío, La Habana.
rio durante tres años. -Kiple, K. F, (1976): Blacks in Colonial Cuba 1774-1899, Florida.
Después, Ias dificultades laborales y monetarias siguieron estran- (1984): The Caribbean Slave. A biological history, Cambridge,
gnrlando Ia organización de un mercado asalariado de mano de obra
-
Klein, H. S. (1971): Slavery in the Americas: a comparative study of Virginia
agraria. En cuanto a su repercusión sobre el sistema polÍtico metro- and Cuba, Chicago.
politano, fueron muchas las voces que, ya en su tiempo, atribuyeron a - (1986): La esclavitud africana en América Latina y el Caribe, Madrid,
Knight, F.N. (1978): Slave Society in Cuba during the Nineteenth Century,
Ia preparación del proyecto para la abolición puertorriqueña una de-
Madison, Wisconsin.
cidida responsabilidad en Ia mala acogida e incluso en Ia caída del (1978): The Caribbean. The Genesis of a fragmented Nationalism, Nueva
rey Amadeo de Saboya. EI papel de la República
-que seguiría al - York.
breve experimento monárquico- consistiría ya sólo en hacer pros- Le Riverend,l. (1972):Historia económica de Cuba, Barcelona.
perar un ugradualismor¡ tibio y timorato: detrás del problema de Puer- Maluquer de Motes, J. (1971): <EI problema de la esclavitud y la revolución
to Rico (que no lo era tanto, bien se ve) persistía en los políticos de 1868n, Hispania I I7, 55-75.
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6.
Holurda y Portugal en la función colonid

uChegamos aIí, estabelecemo-nos na Litoral,


e procuramos os instrumentos de trabalho, que
tatamos de exportar para a Arnérica,,.
Na Africa sewimo-nos dos negros como auxi-
liares para o trabalho, tendo desenvolvido a cul-
tura em algunos pontos e procurado estabelecer
o comércio no interior por intermédio de man-
datários indígenas, mais ocupanda realmente
uma orla do litoral.
Temos gasto uns paucos de séculos a náo
fazer nada, deixando as hordas africanas entre-
gues a sí e aos seus bárbaros usos, contentan-
donos apenas coÍn uma mudanga exterior nas
suas crengas religiosas, tratando de expoliar
os povos e enviando-lhes o refugo da nossa po-
pulaqáo como elemento civilizadort.
(Barbosa du Bocage, intervención en Ia So-
ciedad Geográfica de Lisboa, 11.3.1878)

6.1. La persistencia del mercantilismo en el imperio holandés

Basada Ia explotación del Imperio holandés, en una <Compañía


de las Indias> de estilo clásico, resulta sorprendente que precisa-
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mente ésta, no concitase Ias crÍticas de los filósofos a finales del siglo
incremento de la mano de obra libre, y -consecuentemente- el des-
XVIII. Eran esos los tiempos en los que la rivalidad con los portugue- censo de Ia fuerza de trabajo esclava, supusieron sin embargo una
ses, pero también con los ingleses, aparecía exacerbada. Sí señala-
dificultad añadida a la caída de los precios internacionales, a una
ban en cambio los autores de Ia más difundida exploración intelec-
serie de accidentes climáticos y a una oleada de epidemias, que se
tual del colonialismo mercantilista (Raynal y Diderot, en l78l) que
sucedieron a partir de Ia década de los 30.
estaba entrando Holanda por la'vía de la decadencia en materia co-
L,a emancipación de los esclavos, en I863, se realizó, sin embar-
Ionial, pero que la posesión de sus colonias, en cualquier caso, toda- go, de manera conveniente a los intereses de los productores quie-
vía arrojaba beneficios.
nes, con las indemnizaciones, pudieron sostener una economía de
La Guayana holandesa, como la inglesa, se hallaban ya en pleno
exportación, manteniéndola hasta las últimas décadas del siglo. Mo-
desarrollo azucarero y esclavista en el siglo xvilI, aprovechando al
mento éste en el que el Estado holandés intervendrÍa activamente en
máximo el colapso de la revolucionaria Haití, en I791.lras dos pasa-
el relanzamiento de la explotación caribeña. En lÍneas generales, Ia
ron sus crisis en el siglo xIX, pero lograron encontrar entonces fórmu-
trayectoria de Surinam fue muy similar a Ia de la Guayana británica,
las para sobrevivir a Ia emancipación de los esclavos. Los holande-
hecha excepción de que en ésta se constituirían en comunas grupos
ses estaban establecidos colonialmente en América del sur desde Ia
de trabajadores, antiguos esclavos, los cuales complaron tierras pa-
Edad moderna: Surinam, por ejemplo, había sido en varias ocasiones
ra el café o el azúcar y durante un tiempo -no demasiado- mantu-
objeto de cambio entre holandeses e ingleses. Aunque acabaría en
vieron (relativamente próspera) una economía que era tanto de sub-
manos de los primeros, convirtiéndose de esta manera, después de
sistencia como comercial.
Ia Revolución francesa, en el centro del imperio holandés en Amé- En cuanto a la presencia holandesa en el Asia oriental, lo más
rica. Las Antillas que quedaron en poder de Ios Países Bajos fueron, parecido que, en principio, deberíamos poder ofrecer a la considera-
fundamentalmente, factorías.
ción del lector español serían nuestras islas Filipinas. Pero hay enor-
Surinam, por un lado típica colonia de plantación del Caribe,
mes diferencias. La importancia de aquéllas fue desde luego, en pri-
con minoría blanca y grandes masas de población esclava, revistió mer lugar, mucho menor para la metrópoli española' Aunque desde
nos recuerda H. Klein- aspectos peculiares, como es el caso principios del Xtx tenemos en cualquier caso -Batavia o Manila-
-como
de la importante minoría judía propietaria de esclavos que databa constituida una completa sociedad colonial. La organización social
del sigio xvII, y que a su vez daría origen a una minorÍa Iibre de indígena fue relegada en ambos casos a ias aldeas, pero en el caso
mulatos de religión judía. Ambas, sin embargo, se hallaban ya en de las Filipinas -al contrario que en Batavia- no fue importante la
decadencia a finales del siglo xvln. influencia del Islam. La sociedad tradicional, en ei primer caso, se
Nada peculiar iba a ser, en cambio, Ia propensión de sus negros impreqnó fuertemente del catolicismo aportado con criterio político
esclavos al cimarronaje, Y, ciertamente, el constante ambiente bélico por Ios misioneros, auténticos dueños de las islas. Las corrientes co-
creado por las sistemáticas disputas entre las potencias, en torno al merciales interinsulares, por otra parte, jamás fueron controladas por
control de Ia colonia, iba a propiciar esas masivas huídas de escla- Ia marina española. Lo cual no impidió -por descontado- qup Ma-
vos hacia el interior. AIIí, los contingentes de esclavos rebeldes ha- nila adquiriese el empaque y el estilo de una importante ciudad colo-
bían establecido sus nuevos asentamientos, de manera tan firme que, nial del PacÍfico.
en el decenro de 1760, los holandeses habían aceptado la firma de EI imperio holandés, por el contrario -y frente al relativo des-
tratados con sus jefes, al estilo de los que en Jamaica se firmaron con cuido de los españoles-, intentará en el XIX remontar la decadencia
Ios maroons en 1739. Eran acuerdos destinados a impedir nuevas administrativa de finales del siglo xvttt, adaptándose de manera re-
huídas de esclavos, pues garantizaban la paz a cambio de no dar lativa a las pautas de explotación económica propias de los nuevos
acogida a los fugitivos, Sorprendentemente, iograron dichas comuni- tiempos.
dades sobrevivir y prosperar, produciéndose hacia 1840 un intento Las mejoras económicas que se produjeron durante la ocupación
de integración por parte de las autoridades de la colonia, obligadas francesa de las islas del Pacífico vendrán a sel complementadas con
a hacer frente a la escasez de mano de obra.
otro estímulo: el procedente del corto periodo librecambista a que se
EI fin de Ia trata holandesa, en 18I4, coincidió con una cierta pros-
vieron sometidas bajo bandera inglesa, inmediatamente después. Tras
peridad de Surinam, basada en ei azúcar, el algodón y el café. El
el congreso de viena los ingleses no devoivieron a Holanda ni El
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Cabo ni Ceilán, por ser ambas consideradas de alto valor estraté- Forzosamente. Lo exigía ante todo su estrecha vinculación, histórica y
gico. La península de Malaca se había perdido en 1807, las Molucas económica de estratégica-, al reino de Portugal.
en 1808, Java en lBlI. Pero éstas sÍ fueron devueltas por Inglaterra, L.,os
-además
ingleses, que en t8l0 habían preservado a Portugal de la
si bien al fundar Singapur, en lBl9, los ingleses demostraron a las invasión francesa, obtuvieron claras ventajas a cambio de su inter-
claras que querían reservarse el control de los estrechos que hasta vención, haciéndose conceder rebaja de tarifas en el comercio soste-
entonces, al menos nominalmente, habÍan pertenecido a Holanda. Has- nido con la colonia brasileña, Este era por entonces extraordinaria-
ta 1824los holandeses no saldrán de su estupor, Iogrando a cambio mente voluminoso, y eso sin contar el fuerte impacto del contra-
la renuncia de sus vecinos a toda pretensión sobre Sumatra. bando. En Ia nueva situación, que pronto permitirÍa prescindir del
Esta regulación de las colonias orientales resultará en extremo depósito obligatorio que hasta entonces constituía Lisboa, los ingle-
esclarecedora a propósito de Ia relativa importancia que, por el mo- ses contarían ya, seguramente, con convertir a Río de Janeiro en nue-
mento, se concedÍa a las colonias. Importancia <relativar) como resul- vo centro regional para Ia redistribución de sus manufacturas.
tado Brasil había desempeñado hasta su pérdida un muy importante
-sequramente- de aquella otra que, considerada ahora exce-
siva, les había otorgado el capitalismo mercantil. papel en Ia economía portuguesa. AI venir desequilibrándose tradi-
Lo que Holanda recuperó tras las guerras de manos de Inglaterra cionalmente función del incremento constante de las importacio-
nes- la balanza-en comercial (y con ella la de pagos), el oro procedente
fue, en suma, aquello que los ingleses no estimaron de especial valor.
Eran momentos en los que declinaba en la zona el cultivo de las del Brasil había contribuido sustancialmente a equilibrarlas. EI minis-
especias, sin que se hubieran puesto aún en vigor los cultivos de tro ilustrado Pombal había intentado ya -en vano, como pudo verse-
plantación (camino que seguirá, precisamente, el sistema Van der interrumpir esta áurea sangría fomentando, de paso, Ia industrializa-
Bosch). Ello permitirá a Holanda conservar sin grandes cambios ción brasileña.
durante largo tiempo- una importante parte de su patrimonio colo- -y con Ia crisis de saint-Domingue (Haití), Brasil revivió los cultivos
nial. En tanto que Inglaterra se reservaba, sin oposición, el control de de azúcar y de algodón. De manera que el antiguo sistema de planta-
Ia principal ruta marÍtima, desde Ia India a China. ción prosperó en el Nordeste, aumentando a renglón seguido, sus-
Continuando su lejana trayectoria, los holandeses se aplicarán así, tancialmente, el número de haciendas y de esclavos.
a partir de una base territorial sesenta veces más grande que la Y conquistando entonces con facilidad el azúcar brasileño nuevos
metropolitana, a la puesta en explotación de sus posesiones, bien a mercados: en 1805, un 15 %o dei mercado mundial de azúcar Ie corres-
través de compañías de monopolio, o bien ensayando procedimien- pondía. Pero Ia invasión francesa de Ia Península Ibérica recompon-
tos más cercanos a Ia experiencia británica. Por lo general, la econo- drá Ia situación, definitivamente, a favor de los ingleses. Hasta que se
mía de plantación industrial
perdió Brasil y, con é1, su riqueza económica.
-destinada en un 100 aIa exportación-,
o/o
en régimen estricto de monopolio, Entonces, el sistema comercial portugués se vio efectivamente y
mantuvo siempre alejadas de la por completo desarticulado, porque los puertos metropolitanos vie-
propiedad de Ia tierra a las élites locales. Y ello habría de repercutir
sensiblemente en el tipo de estructura social que, a partt de aquÍ, se ron cerradas sus salidas internacionales, en tanto que estas mismas
construyó en Ias colonias holandesas. se abrían para ios propios brasileños. ¿Quién podría, entonces, pen-
sar en iniciar en la Península procesos de industrialización?
Desde I810, además consecuencia de Ia guerra-, el mer-
portugués
-como
se habÍa visto inundado, de manera progresiva, por
cado
6.2. La naturaleza del colonialismo portugués la producción británica. En coincidencia con Ios tiempos en que
que Juan V volvió dei Brasil, en 1821- el país estuvo gober-
A la altura de 1815 la actitud internacional res- -hasta
nado por el general inglés Beresford. Desaparecieron entonces, hasta
-recordémoslo-
pecto al imperio que todavía mantenía Portuqal era bien distinta de en lo que se refería a Ia preceptiva reserva de abastecimiento al
la que se refería a España y sus colonias. Brasil apenas llamará la ejército en beneficio de Ia producción nacional, Ias manufacturas tex-
atención sino de Gran Bretaña, cuando sea llegada la hora de su tiles preexistentes en Portugal. Y, Iuego, ya fue imposible ponerlas de
independencia. Y cierto es que Ia gran potencia británica, por ra- nuevo en pie, una vez que 1832- Ia guerra civil asolaba el
zones varias, estaba llamada a considerar muy de cerca la situación. país.
-en
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EI endeudamiento exterior fue, entonces, inevitable, y Ia escisión como Ia extranjera allí establecida, en tanto que Oporto -y sus éiites
del liberalismo portugués entre cartistas (terratenientes y grandes económicas- se defenderían mejor.
comerciantes) y setembristas (manufacturerosr artesanos, pequeños L,as finanzas estatales, también seriamente afectadas, quedarían
comerciantes, profesiones liberales), partidarios estos últimos de Ia entonces impedidas de realizar cualquier esfuerzo de mediano alcan-
industrialización nacional, reveló a las claras la ideologización del ce. Al menos a lo Iargo de toda Ia primera mitad del siglo, en tanto
conflicto económico. Que era
conflicto social. -y no menos- también un profundo que el sector nacional de Ia fabricación de algodón (que gozaba en
Brasil de un mercado reservado) se desmoronó. A partir de enton-
Obtenida Ia independencia de Brasil en 1822, Gran Bretaña se ces, en las relaciones comerciales de Portugal con el Brasil -siempre
atendrá a una política de hechos consumados, importantes-, cobró un papel determinante Ia exportación de vinos,
sin que Ie-pragmáticamente-
fuera difícil mantener con el nuevo Estado americano las Io que vendría a acrecentar el papel de simple proveedor de produc-
mismas ventajas tarifarias que ya poseía desde atrás. Y sin que de- tos primarios que, para Portugal, ya había sido trazado en virtud de
jase de concertar con él las acostumbradas prohibiciones del tráfico sus relaciones comerciales, antiguas, con Gran Bretaña.
.negrero. Y tratará de devolver el buen trato a sus gobiernosr a cam- A tales hipótesis vino a responder, a su vez, P. Lains (l9BB), insis-
bio, ofreciéndose para efectuar mediación cerca de Portugal, e inten- tiendo en Ia fuerte reducción de precios que experimentaba Ia expor-
tando que éste se aviniera (cuanto antes) al reconocimiento del Brasil tación inglesa de tejidos de algodón (cerca de la mitad), entre l814
como país independiente. y 1823 (y nuevamente entre 1823 y 1838). Caídas de precios que
Quedaba inaugurada, de esta manera, la lenta desintegración de fuerte papel del contrabando- bastarían para eliminar,
uno de los más antiguos y diversificados imperios de base comercial -junto con el
en muy poco tiempo, tanto el papel exclusivo de Portugal en el co-
y territorial de la Edad moderna, producto de Ia vieja expansión ma- mercio con Brasil, como la propia acogida allí brindada a los produc-
rinera
-africana
y atlántica- de los siglos xv y xu. Lra metrópoli tos textiles portugueses. Por otra parte, tiende este autor a considerar
portuguesa se resentiría enormemente de aquella pérdida, si bien en (como diminuto el peso relativo de las exportaciones en el total de la
el espacio colonial que le restaba aún (en Africa y en el Indico) ha- producción comercial portuguesa>. Lo que Ie lleva a la conclusión de
bría de seguir experimentando durante mucho tiempo sus métodos que (la pérdida del monopolio comercial en el Brasil no puede ser
de explotación colonial. Métodos basados de modo integral en la considerada como la causa principal del descenso de Ias exportacio-
esciavitud, y que apenas habrían de considerarse sujetos a renova- nes industriales portuguesasD.
ción para proseguir la explotación. No obstante, si para que España reactualizara (también por enton-
Antes de seguir adelante, en cualquier casor queremos dejar cons- ces) su potencial coloniai las circunstancias no parecían propicias
tancia de la polémica historiográfica sostenida recientemente en Por- para Portugal, so-
tugal (y, al parecer, todavía abierta), a propósito de las consecuen- -ya 1o hemos dicho-, tampoco habrían de serlo
metida fuertemente desde 1703 (Tratado de Methuen) a la preten-
cias económicas que acarreó al paÍs ia pérdida del imperio brasi- dida r<armonía preestablecida> de las ventajas comparativas. Venta-
Ieño. Unos años atrás el historiador Borges de Macedo (1982) había jas que, en definitiva, no eran otra cosa para el país ibérico
puesto en duda Ia incidencia directa de Ia apertura de Ios puertos y -como
gusta de recordar S. Sideri- sino el resultado del ejercicio del poder.
la pérdida de la gran colonia sobre la industria portuguesa, acha- De un poder victoriosamente establecido, desde tiempo atrás, en el
cando en cambio al estancamiento estructural de esta misma (asÍ plano internacional.
como a la competencia de la industria británica) ios indiscutibles sig- Nos interesa aquÍ, no obstante, únicamente ya recordar que Ia
nos de contracción detectados en Ia producción y las exportaciones gradual eliminación de la manufactura portuguesa en el mercado
portuguesas. brasileño trascendió doblemente sobre Ia metrópoli. EI efecto inme-
Más recientemente V. Alexandre (1986) opina, en cambio, que (no diato consistió en un debilitamiento (mayor o menor, ahí reside parte
es exagerado calificar de dramáticos los efectos de la quiebra del importante de la polémica) de la burguesÍa comercial portuguesa
sistema imperial para Ia economía portuguesar, poreü€ ucon el co- frente a la nobleza y a la Iglesia, Ias cuales dominaban de consuno Ia
lapso del comercio de productos coloniales desaparece una de las fuente de riqueza más importante del país, Ia tierra. Un segundo efec-
principales fuentes de acumulación del capitab. Quien más sufriría to, acaecido como por carambola, consistiría en el visible abandono
con ello es, a su juicio, la burguesía de Lisboa, tanto Ia portuguesa en el que se complace en reflejar la historiografÍa tradicio-
-según
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nal portuguesa- Portugal sumió (desde entonces y hasta Ia década bargo que, a partir del tratado entre Gran Bretaña y Portugal de l5
de los setenta) a su restante imperio, Angola y Mozambique sobre de febrero de 1810, quedó prohibido. De manera que la situación
prósperamente- se hizo
todo.
La particular desidia del liberalismo constitucional luso respecto a
-que se había sostenido hasta entonces
imposible.
Ias colonias (estereotipo acuñado a partir del tópico <anticolonial> Los barcos negreros, de allÍ en adelante, iban a sufrir el acoso de
inglés), así como una precoz y consecuentemente humanitaria voca- Ia marina británica, pero la supresión del tráfico no se producirÍa de
ción abolicionista, habrÍan acarreado un desinterés tal por Ia coloni- inmediato, como es lógico. La resistencia de los negreros portugue-
-como ocurrió también en Francia*
zación, considerada además deficitaria en su conjunto, que ses ingeniaba todo tipo de bur-
aquella avanzada fecha- Ias colonias portuguesas se mecerían -hasta
al las a la prohibición estricta. Y ello permite que, todavía en 1839, An-
albur de su propia fortuna. Sin que Ios gobiernos portugueses les tonio de Saldanha, en una Memoria sobre ás colonias de Portugal, se
prestaran atención o las estimularan con afán ninguno de explota- pregunte si el gobierno portugués tardará aún mucho <en efectuar
ción, absortos como estaban aquéllos en sus upropios, problemas, y una mudanza en el sistema de la economía peculiar de sus colonias
apenas reclamados por aliento épico o económico de ningún tipo. subsisten principalmente de los créditos del comercio de los
La historiografÍa económica portuguesa de los años 1970 / 80, de
-que
negrOS-)t.
inspiración marxista (M. Halpern Pereira o el propio V. Alexandre, ya Porque, de no hacerlo así pronto, uestas se arruinarán y, tal vez,
citado) contrariaba estos supuestos clásicos (inspirados, en parte, en se perderán enteramente para PortuEal>. Y es que, para aquellas
el propio relato de Sá da Bandeira), al realizar una nueva lectura del fechas, como muy bien advertía el autor de esas líneas, Gran Bretaña
decreto de abolición de la esclavitud de 10 de diciembre de 1836 había conseguido ya el respaldo de las demás grandes potencias
de Sá-. Consideraban aquél como el comienzo de una nor- para llevar adelante su política de emancipación. Y, siendo así
-obra que,
mativa en el marco de su interpretación, reflejaba el triunfo de en conclusión-, <es indudable que muy corto será el pe-
-sacaba
riodo durante el cual los portugueses podrán continuar haciendo
ia burguesÍa portuguesa (que habría logrado asÍ realizar su <revolu-
ción>, y que sustituiría rápidamente al Brasil, como fuente de benefi- aquel tráfico>.
cios, por las colonias africanas). Hay que advertir, no obstante, que el acuerdo bilateral suscrito en
José Capela, por su parte, en Ia interpretación más convincente Viena (22 de enero de l815) entre Gran Bretaña y Portuqal permitía
-hasta hoy-
que pueda ofrecérsenos (y que aprovecharemos aquí aún a los súbditos de este paÍs principal objeto era retrasar al
-cuyo
máximo Ia interrupción de aquel comercio- realizar el tráfico de
en gran medida), se opone, matizándolos, tanto a uno como a otro de
Ios extremos. hombres al sur del Ecuador, ya que no al norte. Siempre que los
negros fueran destinados a sus propias colonias, y siempre que via-
jaran bajo bandera portuguesa. Con esas condiciones.
6.3. Portugal en Africa En 18I7, sin embargo, Portugal debió aceptar que Gran Bretaña
concediera a dichos acuerdos sólo una validez temporal: en el plazo
Comenzaremos por advertir algo a propósito del abolicionismo de quince años debería quedar cumplido (ahora sí) el proceso total
que Capela cree grandes visos de razón- prácticamente ine- de la abolición, referido a los territorios portugueses,
-conlusitana decimonónica.
xistente en la realidad A pesar de los tempra- I836 será en efecto, en el caso de Portugal, la fecha inaugural de
nos decretos pombalinos de abolición (referidos sólo a casos con- Ia abolición. Para José Capela, se trataba entonces únicamente de
cretos), tantas veces invocados por Ia ideoloqía oficial del Portugal dar satisfacción a Io que Gran Bretaña demandaba. Aunque eso no
contemporáneo. Pero cuya verdadera intención combinaba Ia racio- impide que quien llevó a cabo el cumplimiento de esta imposición
nalización del sistema colonial brasileño con la eliminación del exceso (Sá da Bandeirá) creyera firmemente en la oportunidad política e
de mano de obra en la metrópoli portuguesa. ideológica de lo que hacía. Pero no es probable gue muchos más
Al contrario de lo que estas medidas (I773) permitirían suponer, entre sus compatriotas compartieran su criterio. Aquellos sectores de
en efecto, lo cierto es que desarrollaron devastadoramente el tráfico Ia burguesÍa comercial portuguesa que venían apoyándose en el trá-
en las colonias africanas de Portugal, especialmente el originado en fico de hombres como Ia más importante de sus actividades, no es
Mozambique con dirección a las Indias occidentales. Tráfico sin em- Iégico que procuraran, salvo excepcÍones, una medida de este tipo. Y

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lo cierto es que la inmediata situación no habría de serles favorable. A la altura de I860, y a pesar de este cleclive de su principal acti-
Por supuesto que la resaca de la pérdida del Brasil hubo de traer viclad económica, las colonias africanas acaparaban una parte sus-
aparejados perniciosos efectos, antes o después. A pesar de que los tancial dei presupuesto lusitano (ejército, barcos, pertrechos, etc,) sin
portugueses siguieron comerciando sistemáticamente con aquel país que nadie se hubiera preocupado, como es bien visible, de potenciar
después de la independencia. Pero, más importante para centrar el desde el Estado una explotación económica de nuevo tipo, subsi-
colonialismo portugués a Io largo del xtx es, seguramente, el diluci- guiente al fin legal cle la esclavrtud y a su extinción progresiva como
dar no tanto el hecho (tan invocado) de si las colonias portuguesas sistema de organización dei traba¡o en las colonias.
que componÍan entonces el imperio tenían o no viabilidad econó- Parece ctaro, por otra parte, que una expiotación racional de las
mica, sino más bien otro de distinta especie: el de si para que la colonias africanas hubiera exigido 1a unificaciÓn de Angola y Mozam-
clase hegemónica se perpetuara como tal, con Ias imposiciones que bique. Unificación que hubiera tropezado de frente con la expansión
les eran dictadas desde fuera (la especialización en la produccÍón de los intereses británicos en -ra zona. Empresa aquélla costosa, ade-
vinícola o Ia estrecha vinculación con los empréstitos extranjeros, esen- más, de impensabie atracüiün para el capital portugués, a no ser que
cialmente británicos), si para prolongar ese estado de cosas, eran hubiera niediado ia seguridacj de una Ientabilldad altísima e inme-
beneficiosas o, siquiera necesarias, las colonias. En otras palabras, si diata, No obstante, 1os capitaies no se sustrajeron -después- a cuai-
el colonialismo era una tarea propia (o no) de quienes tuvieron el qurer incitación, pcr le¡ana que ésta apareciera, procedente de las
poder político en Portugal durante aquellos años. colc¡nias.
Fracasado aquel viejo intento inicial de reinsertarse Ia altura Ei mercadc, por otra pefie, se hallaoa satura<.lo entonces de mano
de los años 20- en el tráfico internacional negrero, por -a evidente ce obra -especralmente por io que se refena ai azucar, en crtsis
intromisión de Gran Bretaña, dispuesta ya por entonces a Ia persecu- permanente--; y existía además la posibilidad de una circuiación in-
terna de dicha mano de obra esclava, redistribuida, según las necesida-
-como hemos visto-, ampa-
ción más feroz de los infractores ya y
rándose en las normas internacionales que favorecÍan Ia abolición, lo des, entre unos y otros espacios atiánticos de Ia (todavía subsistente)
cierto es que la situación de las colonias africanas pertenecientes a economía esclavista" Angola tuvo, pues, a partir de aquÍ -y al menos
Portugal sólo comenzó a alterarse cualitativamente a partir de la dé- hasta la década de los 80- que adaptarse ai ilamado tráfico Lícito'
cada de los 50, Ello ocurriría a causa de las transformaciones defini- No desapareciÓ del todo en 1a práctica, sin embargo, a pesar de
tivas (entre ellas, la abolición de la trata en Brasil) que pusieron fin, la prohibición, el comercÍo de esclavos. Y eiio hay que referirlo espe-
al menos sobre el papel, a toda permisividad respecto al tráfico de cialmente a Mozambique, menos dependiente en cualquier caso de
hombres procedentes del continente negro. Ia especÍfica reali{ad brasileña. Altos los riesgos para los negreros
En este sentido, hay que añadir que, a partir del decreto de 24 de de entonces, y aitcs también -en cuaLquier caso- los beneficios, no
julio de 1842, el comercio de esclavos con las colonias portuguesas hay que sorprenderse de que, con frecuencia, y en esta última fase
fue calificado de piraterÍa y prometía ser castigado con severas pe- áet toric ile,¡al-- rle la trata, riil barcc sirviera só1o para un vjalc'
nas. Para lograr una determinación de tal alcance, fue preciso que
-va
qriemándose despriés para hacer desaparecer todo rastlc. Iiealizar
Irondres amenazara a lrisboa con no garantizar ya por más tiempo a c¡n éxitc un par de via¡es podía ccnsolidar itna fortuna, que pronto
Portugal Ia posesión de sus colonias africanas. pasa.ría a clsciicarse a ctras actividacies eccnÓmicas, para clisimular y
Y, sin embargo, la práctica real fue menos contundente, porque hacer olvidar tan tefendo origen. Y e.¡ ello se entregar.on con ardcrr
durante toda la década de los cuarenta se mantuvieron establecidos pcrtugueses, españcles franceses r,' -desde i:;ego qr.re tambián, :,/ rirl
en Mozambique los agentes de las firmas negreras brasileñas y cu- bn pe.que¡a medjda-* ios inismísirnos ingleses. |os crrales, clestle las:
banas, siendo especialmente activo el tráfico esferas de la alta política, tan ardorosamente perseguían el tráiico
-encubierto de mil for-
mas y maneras- a Io largo de la costa africana. Era el parecer, sin sin emharqro, aqueLla adaptaciÓn funcronal que sin duda Anqola
embargo, el auge final. En la década de los cincuenta, aunque conti- hnbo cje experimentar. no resultó por e1 momento significativa. Ptles-
nuaba el comercio, los cargamentos de esclavos, muy vigilados ya, to que muchos cje los capitales colcn.iales tlleron, más blen a refr¡r-
empezaron a escasear. Los últimos desde Ia costa oriental, muy posi- zar )a economía hrasileña ap'lir:ándcse {frr sr¿qr'-lnda tni;1an';i;l a 1;-i
blemente, irían a parar a Ia todavía floreciente posesión española de propia realldaC :netropr:litaria. Y sóil en tercei iuc¡ar cÉntrc úe ósta'
Cuba. Eustaron de hallar ciedicaciÓn en Afrlca.

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EI cultivo del algodón, por lo que respecta a Angola, fue Ia activi- En Mozambique ocurriría también algo muy slmilar, coincidiendo
dad económica más privilegiada, sobre todo en momentos en los que siempre los intentos -más o menos visibles- de anexión al Brasil
(nos referimos a los años 60) ia guerra de Secesión norteamericana con momentos de cambios políticos liberales en Ia metrópoli (1820,
estaba poniendo en peligro Ia propia continuidad de muchos proce- lB32). Y es que Brasil aparecía en aquellos momentos como la única
sos de industrialización europeos, carentes de materia prima para Ia garantía visible para la prosecución del comercio de esclavos africa-
actividad fabril primera y más común, el textil algodonero. Ei alza nos. Después, tranquilizados los comerciantes mozambiqueños por el
sustancial de los precios internacionales del algodón, en virtud del desarrollo de los acontecimientos, se apaciguaría en ellos el deseo
incremento de Ia delnanda, tuvo en Angola como inmediata conse- de sustituir una dominación metropolitana por otra.
cuencia la ocupación del litoral, con empieo de mano de obra escia- Las alteraciones siguientes tuvieron lugar en los años 40, en mo-
va con carácter temporal, vendida cada cierto tiempo y luego susti- mentos en los que hubo que cofiesponder a Ia abolición efectiva de
tuida por otra. Ia esclavitud -según preveía el reciente tratado con Gran Bretaña
Resumiendo: es cierto que Portugal ralentizaría su función colonial (julio de 1842)- con Ia adopción real de las pertinentes disposicto-
-podríamos decir- altura cronológica.del nes previas (realización del censo efectivo de esclavos en Mozambi-
hasta Ia reparto de Afri-
ca, ya en la década de los B0 del siglo xx. Pero en absoluto había, que, considerando ya libertos a aquéllos que no hubieran sido censa-
para entonces, desaparecido de la escena de los imperios. E incluso, dos por sus amos). Los inscritos en el censo podrían buscar, por su
en ciertos aspectos, daba la sensación de haber consolidado sus vec- propia cuenta, la manumisión, quedando los esclavos del Estado su-
plazo de
tores. La clara percepción de su fragilidad y decadencia como uim- ietos a Ia prestación obligatoria de trabajo, todavía por un
perior se traducirá en Portugai en un esfuerzo de sustitución retórica, siete años.
en el fomento de una particular épica colonial que se apoyará como La ocultación del número de esclavos existente fue la lespuesta
ninguna otra en el pasado histórico y en la fecunda prosperidad cien- más generalizada entonces -siendo más contundente aún en los años
tífica de los lejanos viajes bajomedievales y renacentistas. 50, en los que el modo de actuar consistió en el más abierto rechazo
Pero
-igualmente- desarroilarán los
portugueses del xlx una a la inscripción-. Entre tanto continuaba, tranquilamente, el tráfico
especial sensibilidad para detectar cualquier nuevo signo de peligro en los puertos del Indico, en Quelimane de manera muy especial. El
exterior, En la década de los años 70, cuando entre las grandes po- gobernador general de Mozambique se veía obligado así, en I859, a
tencias haya de acrecentarse el interés por los territorios coloniales responder negativamente al gobernador portugués en Ia India -que
de filiación portuguesa, Portugal ni se sorprende ni se arredra. La le ieclamaba 200 soldados-, alegando que no existían hombres li-
tensión con Gran Bretaña, creciente desde unos años atrás, se rela- bres en Ia isla. Sólo pudieron obtenerse 30 para Macao'
jará entonces incluso, al permitir Todavra en I879, y ante Ia insistencia det gobierno de Lisboa, si-
-por primera vez en muchos años-
la firma de un acuerdo diplomático entre los dos países, en igualdad guieron registrándose en Ios puertos mozambiqueños, como libertos,
(al menos teórica) de condiciones. Un acuerdo que se asienta, preci- óentenares de negros esclavizados en el interior, y que fueron lleva-
samente, sobre los intereses estratégicos de ambas potencias en el dos a la costa para ser vendidos. sólo existía una forma de escapar
continente africano. al pago de impuestos que la metrópoli reclamaba y a Ia manumisión
Quedaría, ya para terminar, el referirnos a Ias reacciones proce- que también exigía: declarando a los esclavos en calidad de muertos
dentes de las propias sociedades coloniales, a los estímulos (positi- o huídos. Y conservándolos, en realidad, como criados'
vos o negativos) que pudieran hacer evidentes el rechazo o Ia com- según demuestra la documentaclón oficial de aquellos años, di-
piacencia respecto a las distintas políticas metropolitanas soporta- chos criados sufrieron con frecuencia malos tratos y, cuantas veces
das. Angola, según parece, pudo haberse emancipado de Portugal acudieron a reclamar su condición de libres, fueron sometidos por
en varias ocasiones a Io largo de Ia primera mitad del sÍglo xlx, Su las propias autoridades a trabajo <vigiladou, según la reglamentación
incipiente separatismo vino a ser, en determinados momentos, alen- existente eran ya, por la fuerza de Ia Iey -y sencillamente-, libres.
tado por las relaciones económicas independientes establecidas entre Pero había quien se quejaba de que los negros <sólo trabajaban con
algunos de los comerciantes allí radicados y ei Brasil, entonces su- cadenas en los piesD. Porque, de no ponérseles, huían. La teórica
blevado y en busca de su propra emancipación, o bien cuando ya era situación de libertad, por otra parte, 1es obliqaba al pago de un im-
independiente. puesto que siemPre rechazaron.

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Y de nada servirÍa ocultar, por otra parte, que este tráfico ilegal Hoetink, H. (1972): The Dutch Caribbean and its Metropolis, en E. de Kadt,
prosiguió, en Ia zona del Indico, hasta bien entrado el siglo xx El tra- ed, Patterns of Foreign Influence in the Caribbean, Oxford, 103-120.
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bajo forzado comenzaba poco a poco a sustituir a Ia esclavitud, pero
Mauro, F. (1956): L'Atlantique portugais et les esclaves, Lisboa.
nunca lo haría antes de l890/i900 e} trabajc libre. A la altura de la Novais, F. A. (I989, 5.^)'. Portugal e Btasil na crise do Antigo Sistema colonial
muy tardÍa fecha de 1886, los gobernadores podían todavÍa afirmar (I 777- I 808), Sáo Paulo.
que, en Ia isla, la esclavitud era <tenida como la cosa más natural del Palmier, L. H. (1962): Indonesia and the Dutch, Oxford.
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sus semejantes, lo que consideran Ia cosa más inocente y natural del Sideri, S. (1960): Trade and Power. Imperial colonialism in Anglo-portuguese
mundor). No pudiendo negarse, en resumidas cuentas, Ia frecuencia relations, Rotterdam.
con la que podÍa uno (encontrarse con indígenas que, de propia vo- Silva Rebelo, M. A. (19?0): Relag1es entre Angola e Brasil 1808-1830' Lisboa.
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7.
El imperio fiancés

rColonies: s'affliger quand'an en parlet


(G. Flaubert, Dictionnaire des idées regues)

Z.l. Imperialistas, negreros y colonos


A pesar de que, ciertamente, la mayoría de los franceses, al final
del n Imperio, ni vivía inmersa en un ambiente irradiado de inspira-
ción colonial, ni tampoco se hallaba especialmente llamada a emular
a cuantos otros países sÍ parecían hacerlo, Ia expresión del novelista
Gustave Flaubert que hemos traído aquí no transmite otra cosa sino
un desaliento pasajero, una cierta impresión colectiva de que, deso-
rientados por Ia fuerza rupturista de las revoluciones, los franceses
no iban a saber ya, nunca más, qué cosa era llevar un imperio ultra-
marino.
Pero Ia realidad política y ultramarina era en Francia más mati-
zada y plural. Aunque -naturalmente- Ios viajeros que, pasada ya
la década media del siglo, viajaron a Asia (como Garnier) o a Africa
(como coffin) siempre iban a echar de menos un mayor entusiasmo,
por parte de sus compatriotas, respecto a la particular empresa na-
cÍonal de penetración y explotación coloniales.
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Un cierto cansancio del mercantilismo y las colonias había prece- mitad del sigrlo xvIII-, el clominio colonial francés estaba compuesto
dido ya, es cierto, a las guerras suscitadas por el ptcce,'sl, revoiucru- por un huen rruÍiado de aquellas isias c1e) Canbe (ia rrarte irancesa
nario en Francia, coülo es bien sabido. En ei Cc;rig;re;u je iiena ¡ya de Santc'¡ Dclnringo, GuaYana, C)uadalupe, Martinica, Santa lrucl=r,'lo-
lo hemos advertido hasta aquí, sobiada:nente) sera pii'aiieg.c.i de üi.¡;i bauo y lvlarÍa Gaiante), pcr ios establecimientos de la Indra (Chan-
Bretaña el voiver a definir en sus exactos límites a los i;iiperios ci,i.r- gernagor, Mahé, Pondichery, Karikal, Yanaon), por la isia Borbón y la
niales, asegurando entonces que el ernpeñl de redistrii"lucrón itai:¡ía de Francta, y por ei Senegal (Saint-T:ouis y Goréa). IJe lo que había
siempre de ir encaminado al ma"¡:ifenimier:tc cipl equliibric eürop*(r sido el Canaclá lrancés no quedaba ya, en vísperas cie la revoluciÓn,
Ya con cierta anteiación (reclamación d.e ias ljriiii¿:c¡ories {¡ue le fr:'':- Slrro oJ archif¡iélaoo de Saint-Pierre-et-Miguelon,. ccmp',.resto Ce tres
ron impuestas en Utrecht), y poco e Frorc'iCnscle lorr t¡at¿cic¡s; <ie P.rli:; islas v cuatro rsioies.
de iBI4 y El comercio negrero -apenas hay que inststir en eilo-'- llabia
-luego--- 1816) Francia irá. rec::¡ieranciL"r srr.rs Antilias, 'r'::i
como los dereqhos Ce pesca en Terranr:va y los dispe;s-ns establecj- srci¡ regflamentado no nacÍa todavía un siglo (patenfes cie enero cie
mientos y factorÍas del Senegal y ia India. t?16), como un capÍtuio de excepciÓn en el conittnto de] comercio
No recuperará sin embargo la isla cte Frailcia, bai¡tiz:ada cie nu*:vc colr,ni¿rl francés, son)etldo desde anttguo al SISterIra ciei ttexciusivo>
por los ingleses cor¡o isla Mauricio. Pero a r-rartir rie errtorrces, v .,itr (tanrbién llamado (lJacto coionia|r). Ciudades portuarias tales como
plan alguno preconcebrdo, no viéndose impulsada ¡;r-rr las allglrsli,t:t Bur,leos, htantes y Marseiia hacian su fortuna con ei tráfico negrero,
de la emigración, y sin que las motivaciones de car'ácter ecc'¡nón:i':u sin que las condenas morales de los filósofos hubleran hecho más
fuesen las únlcas que inspiraran su toma de ciecisiones, Irrancia iríl que arañar la superticie cre Ia opulenta reaiidad.
componiendo
-aquíy allá- las piez:as de lo r¡ue, uri siglo medi¿rntr:.
acabará conformando su vasto imperio colcnial c(.,f ilem[)or¿rlieo.
Pero, r:uanclo se akrrieron ios Estados Generales, el 5 de mayo de
1789, I'Iecker evocó ta triste suerte de los esclavos, uaquel desgra-
EI momento de su mavor esplendor no es, L,ierr se sabe. éste c:''r cia'io pu,ebio al que, con toda l.ranquiiiclad, convertirnos en bárbaro
aquí tratamos (habrá que esperar ai menos a ia décarla rie ios Bíl;. ¡:r of:¡s{3 cle tiáticor'. Y', sln etnbarEr:, estaba aquei conjunto de infelices
pesar de lo cuai le otorgareinos atenclrin. ¡,lor. cliier:rr nosüi.ros sr-rsf:].;" ic¡rmacio por t,hombres sernejantes a nosotros, tanto en ei pensa-
cialmente de cuantos autores opinan que, srilo r'.:r.)li fi]rr{lillir actri.r,...i ir mienta (lorno er1 la trisie facultari de suirir,'.
falta de planificacióri, aquella ausencra evideni.e ,-¡e Llua ,riclea ct,iir. Asiti¡tlactón e incepeno€r?ciá ser&rr, a parlir cie entonces, dos vo-
nial) gp¡lpacta y cohe¡eirte, ya l].rsiarío trJaria si:lrrr.rrr'.;r,:rr ---iJanaitz;,iit.- cí.rblüs hgaclos a 1a lraYecioli.t crltontal, a sris procesos inmediatos.
dolas- a pe-liíticas cie eitparist(:it i;¡itrartr.rirli.t y e:rLrtreüiüpea cürir,) s*n ésos los conceplLil:, t{il{¡¡:r¡r..Éll.Iij.íiiIl,;..i paritr de aqrtÍ, c;ualquier
ésta, que se perciben conlo taba¡¡de¡riist']s". of inión que, al respecto, se ntanifieste en la controvertida plataforma
Saiía etitt-¡tlces Ffanuia (cuafrci., €ir1F--¡-r.: (r re\.(.rr..:.1.,1.:.ilei Su rlrlfr("r,i.r clr, ta política francesa. La primera (]a corriente as¡rnilista) desem-
colc,nial) de un periodo cie cair¡i,,rtis piof.ir-ttii,,b y qJe itie sobte¡¡¡.i. Er,.có pronto en la consecución de una representación parlamentaria
nera conflictivo. lrlos referinros a ar¡Lrei eué, Éri i?tial. r4uüdába .tbl*:ii., p;rra los habitantes de las colonias; la segunda, Ia independentista,
por la proclamación universal tie ii;s Derechos ciej. Fiurlüie, rLrcd:.. sc', plasmó en diversos recurrentes- movimientos Ce rebeliÓn y
principios que alcan::arían iaril.i:iéri h.-¡irúa leijur(.Lisiuri ei1 iás ca,;
,,
.
-y
sr':t¡sión, con fuertes componentes sociales y étnicos.
nias antillanas francesas. En cuaiqutera de ias dos será ia misma colonia, Haití (Saint-Do-
No podemos dejar de recordal ---iJürique sea cie lilarrera coil(ir:;r:: nrirl"Jue) entonces ia prtmera productora mundial de azúcar-
y sii conceder detaltes- Ia hor.da hueii¡i qile, al rti*irDS dr.rs cle i.olr ]a que -hasia
hubrera de ser epicentro. Era ÍIaití, entre muchas, una fabulosa
acontecÍmientos acaecicios en'ioirces, ti.riptitrl.lelc¡it s¡,,¡.uté .i.1 traye,.)r.'-,.. pi rpieda,l colonial: sus exporlaciones de azúc;ri y café excedÍan, por
ria posterior. Son, evidenieniente, la rr-,vollrúiurl üe i-i.ili¡ ti?91j'i f.i sí sr.¡ias, a ias r.iel conjunio der ias posesÍones británicas, dominando
consiguiente priinera- abolicióii ¿i: ia tr¿ia rieuiYlir (ilti4), c.ri;rr,: lor; rneri:ados c¡ntínentales europeos, Lln l7B9 ei número de esclavos
-y
tradas respectivamente, de mairera .ri-lsoiuta¡rreJrrt; üoin,i:idellle, i.r(,.i llegros era aiií cler 45i: 000 v tgs iit¡res de color se elevaban Ya a
el torbellino de acontecimientos poliiicos y súuiaies áucrcci(ios a üri 30.1f0{.i (io uual ios convertia eil iqu-Jlt: "'ii üantidad, a los biancos de
lado y a otro del Atlántico, Ia isla).
i Cuando estalló la revoiución ieii ¡uhu ijei ü9) -r,i-'sr./üe:. de alie.a Nc vamos a entrar agur ell ia .cro,silii* cr:mlaración acerca de la
i'ciones V clmbio¡,,de estaius, írecuenie;s rjrl ias Áliiiii¡s *ii [n S€euirrjcL S;Uj:leriOr rjUreZ:a Cl relativa SUavi'.jaCt iJ. lr.,¡; ,ri:'iil:i:1Ag eSCiaviStaS en IaS

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Antillas francesas y en las españolas (Yacou, lg88). Seguramente no ral, entre los hombres del 89 fYancés: pocos cuadernos
de quelas
Ia esclavitud y,
era aquél un factor susceptible de incidir, de modo exclusivo o deter- habían abordado la consideración de los males de por-
minante, en Ia organización con éxito de la rebelión esclava. En cual- y comerciantes
quier caso, es cierto que la situación de los esclavos domésticos ha
áa, ¡i"n al contrario, el <lobbyD de plantadores
tuariosSabíadestacarconvenientementeantelaopiniónlaprosperi-
de ser puesta a un lado, cuando se traten estos asuntos; y que, hasta A-OOu.alosojosdetodosyparatodos,aportabanlalejanacoloniza-
bien avanzado el siglo xx, en Cuba fue mayor que ningún otro el por- ;tó" y su muy rentable sistema de organización del trabajo' aquí tam-
centaje de los negros asentados en las ciudades, dedicados a tareas Cánviene recordar -aunque no podamos detenernos
en Ia
domésticas y viviendo en Ia casa de Sus respectivos amos. po"á sus detalles- que lós debates asamblearios habidos
Por lo demás, sólo nos interesa recordar ahora que HaitÍ vino a ".t de las colonias (no demasiados,
Francia revolucionaiia a'propósito
insurreccionarse masivamente, primero, como consecuencia de las por otra parte), nunca tocarían en concreto el tema de la esclavitud'
divisiones abiertas entre los plantadores de caña por el propio pro- Fundamenta]mente,setratabadedarsatisfacciónalosplantadores'
ceso revolucionario. Formaron entonces los negros un verdadero ejér- Perotambiéndeaplicarconcoherencia'bajolaAsambleanacional'
cito organizado, que se levantó en el verano de lTgl (noche d,el 22 aI el sistema censitario establecido por Ia Constitución de
I79l'
23 de agosto) tras concertarse para Ia rebelión aprovechando la oca-
La concesión del sufragio a 1os hijos de los haitianos de color
sión brindada por una celebración de ritos de culto africano. Desde Iibres (cuando Io eran ya tos propios padres)' exasperó
sin embargo
finales de septiembre, el esclavo Toussaint Louverture será su princi- de la competencia y
u lo, .buq,reños> blanóos de Ia isla, temerosos
pal conductor. Había leído a Plutarco, a Epicteto y al abate Raynal. y
sospechandoqueseavecinabalaabolicióndelaesclavitud.Nodio de escla-
se convertirá
-permaneciendo siempre nominalmente fiel a la Repú- tiempo a más. Y lo cierto es que sólo la masiva insurrección
blica francesa- en dueño casi absoluto de la situación. ,rot'""elnortedeSantoDomingo-paraextenders-edespuésal a la
resto de la isla- Ln aquel u"tu.tt del mismo año 91, obligó
Legislativa a considerar el asunto'
?.2. Revolución social y abolición de la esclavitud: Haití iu grr.rru civil en la isla caribeña duró trece años' hasta saldarse
En Francia,la Société des Amis des No.¡rs, que había sido creada
conlaindependenciadeHaitíenl804.Conviviócon]aotraexten-
que trastornÓ los
dida guerru, lu qrr" ásoló Europa al mismo tiempo
en lTBB según patrones ingleses y difundía su propaganda con inten- los españoles
mares, La intervención conjuntá en Santo Domingo de
sa vehemencia, venía oponiéndose a las manipulaciones del club Ma-
lqr" o"upuban la farte oriental de la isla) y de los ingleses de Ja-
ssiac (1789), el cual reunía a Ios colonos biancos que habitaban en Ia que bajo su
maica, bien vistos por tos plantadores -que suponían
metrópoli, y que no cesaban de reclamar Ia autonomía política al el riesqo de
dominio prorp"rurñ Ia esclavitud, en lugar de correr
tiempo que pugnaban por el libre comercio. francés'
desaparecer de inmediato-, puso en peligro el dominio
EI carácter bárbaro e injusto de la esclavitud, por otra parte, ya Sinladecisióndelcomisariosonthonax,queseinclinódecididay
había sido objeto (en las mismas o similares plataformas) de Ia ace- que apoyaran a
rápidamente por conceder la libertad a los esclavos
rada crÍtica de los <filósofos> (Rousseau, Montesquieu, Diderot y Ray- laRepúblicafrancesaconlasarmas'muyotrahubierasidosinduda
nal, fundamentalmente), crÍtica basada en razones que no siempre aquéilos
Ia suerte de Ia parte francesa de Santo Domingo' Tiempos
pasada)
habían de coincidir con las utilizadas por los tenaces propagandistas
de mudanza, nemos de recordar (aunque sólo sea de Ias
evangélicos ingleses, Clarkson o Wilberforce. y pri-
importantes repercusiones que tuvo Ia presencia de emigradosque se
En cualquier caso, la parisina Sociedad de Amigos de los Negros sioneros de guerra sobre la propia situación de los esclavos
sí que aceptaba íntegros los planteamientos de aquellos propagan- mantenÍanenelrestodelascoloniasamericanas'entreellaslases-
distas de la emancipación (abolición de Ia trata y gradual concesión pañolas.
de los derechos civiles a los negros libres). Y tenÍa Ia fortuna de Pero, sin duda, Io decisivo desde el punto de vista legal
sería' en
aunar esfuerzos reformistas tan notables como los de Condorcet, Brissot
sí misma, aquella piirn"ru e histórica abolición de la esclavitud (16
o Mirabeau, entre otros. pluvioso del-año u -4 de febrero de I794-)' t"?l!u91^v,1
31:,:,t::
Para qué engañarse, sin embargo, a propósito del interés que la
ü;;,il; i" i""l ptúti"" de hechos
consumados o-Yli.1"::i::
áe Sonthonax había en efecto desencadenado' Su onda expanslva
Pqrrvr
abolición hubiera efectivamente llegado a despertar, por regla gene- ---I^ -

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tuvo repercusiones (además de en Ia propia Haití), en Guadaiupe y a Bonaparte balo la fórmula (soberbia y magnífica) de <el primero de
Guayarra, perú ito en ia ivlartinica, que se vio converiida en Antilla Ios Negros, al primero de los Blancosu...
ingiesa eniie i794 y iiiüZ. ¡NiiiEún homb;e puecie venclerse rli ser Con el tratado de París recuperará Francia, como ya hemos dicho,
vendido:', recorcial¡a la üonstitución francesa dei año IiI (aqosto de Ia mayor parte de cuantas Antiilas le habían sido arrebatadas por
1795), recupeiari.Jo las ideas dei año I. EI tratado de Basilea, por otra Inglaterra, urra tras otra, durante las guerras. Y consiguió que Suecia
parte (22 ¡ulio i?"$5) habia Fuesto fin a ia Euerra entre Francia y Es- Ie devolviera así mismr: Guadalupe. Recuperó también, de manos
paña, dejaliclc a ia isja.je Santo Domingo (inciuida Ia parte espa- portuguesas, en 1817, la Guayana. En 1816 los franceses pudieron
ñola) ba¡o i¿i absoluta dominacli:ii de ios franceses, volver a instalarse también, tranquilamer¡te, elr St. Pierre y Miqtielón.
Ei llireciorio, pragmáiicamente, se ocupó clespués cie la malro de Pero no serÍan capaces ya ni de recuperar el Canaclá, donde c1u-
-en i?gg-
obra africar:a, organizandc de rnanera oficial la trata rante mucho tiempo persistirá una cÍerta nostalgia por parte de los
desde ei Seriegai. Quedaba ésra a cargo dei Estatlo, que sustituiría antiguos colonos franceses hacia su desvanecida patria (en l?63), ni
de aquÍ en adelante al comercio privado, en la idea de preservar (se tampoco podrán mantener la Luisiana por Flspañ.a-,
decía) ia esenclal iii:errad clei ser hunlano que íuese- -retrocedida
que era codiciada por los Estacios Unrclc's y que fue vencticla a éstos
-cuaiquiera
Poia ,rconiprometer su iieinpo -v sus servicios>, Por io cual ningún por 80 miliones de francos, los cuales eran por entonces una moneda
partrcular debería, bajo nrngún concepto, <ni vender, ni ser vendidou. recién aparecida, En cualquier caso, Ios historidadores coinciden en
Napoleón habrÍa ile ¡esclver cirásticamr:nte esta aporía, restablecien- considerar que ia aportación norteamerlcana vino a contribuir sus-
do .-sin más- ia esclavitud, y emprendiendo ia reconstrucción del tancialmente a funda¡rrentar la existencia del Banco de Francia, que
imperio colontal francés, rai y como perinitía (1802) la paz de Amiens fue creado pocos clías más tarcie, precisainerrre para süstentar a la
y en Ia direccid:n que reclamaban, respirand.c¡ aiivio, los grupos de nueva moneda.
intereses coloiliaie:;. Lo que vino a partrr de aquí puede resumrser fáciimente, en una
Tuvo que pagar Francia por elio, si bjen el precio pareció a algu- serie de supuestos reiacionados entre sÍ: ia prc-.secución ininterrum-
nos no demasi¿rcli, artc" En su Rapport sur /es troubles de Saint-Do- pida del tráfico negrero (Nantes es, ciurante ei sigio xIX, un puerto
mingue, cuyo prirner torno apareció en rnarzo de lZgZ, Garran-Coulon dedicado a Ia trata, tan esplendoroso aún como Io trabía sido en el
advirtió ya, siii ernLiatgo, qur: cuakluier reiroceso en el camino de Ia
emanr,:ipa.ción cor,tluci;ia a la piárrJida absoiuta de ia colonia y al
XVilI); y
-en estrecha relación con ello- Ia autonomía relativa de la
actitud polítrco-internacional liancesa, siernprr: que se úatase de cues-
desastre soc;ial. En eneln c'ie 1804, corno ya indicamos antes, se pro- tiones de trata y abolición, con respeci.o a las directrices marcadas
clarnaba ia. irrdep-.enclencia de Haitl Fero ya desde 17g8, aproxirnada- por Gran Bretaña.
mente, hai:í¿ dejad.o ia colonia cie pe.rtenecer económicamente a la Desde el Congreso de Viena mismo, F'rancla trató de sustraerse a
nretrópoli francesa. Ias rrsugerenciasn de ios ingleses, ncr comprometiéndose en ninguna
í:a oreanizacióri en la isla Ce lcs ¡_:ucleres civil y económico, jie- operación internacional de <limpiezau de los mares y defenciiéndose
vada a cabo ¡ro, To¡:ssarnt desde 1794i95, conduclrá. en un prlazcr (cuando aquéllos Ie apresaban sus propios barcos negreros
muy breve (con el sostenirniento de ia economía de plantación, en rumbo hacia el Caribe español, danés o tr)ortug,jes- y cuando -conle
pncier aiiora de los osnerales neg]:os, que recibieron cümo premio hacían ver el incurnplimierito de sus compromisos) con la más encen-
lotes de tierra), a ia vinci;i¡rr:ión dei comercio clei azúcar haitiano con dida y enérgica protesta. Le bastaba ccn apelar a una opinión pú-
Ios Estados Unldcls, vur¡tü piiniei compiador, segurclc de Inglaterra a blica bien articulada, fuerterneilte guiada por ios <lobbys>.
bastante distancia" ltrr:, fa, ciesdE: luego, en relación privilegiacla con Fue bajo Carlos X, en 1825, cuando a cambio de una sustanciosa
F¡ancia. suma econónrica e inciemnizaciones a los anti-
Los franceses, antes cle la fecha histcrrca de esta peculiar desco- guos propietarios--colnpens¿rciones
l'rancia se decidio a reconocer por fin ia incie-
lonizacién, séio habÍan sido requeridos para contribuir a ia redacción pendencia de Haití. Y, un año después, en 1826, la cuestión del tráfi-
de una Constitución isieña, la de iB0l --arnpiramenie feclerativa- co negrero sufrió un giro deterrninante, ai reconocer el Tribunai cie
que luego habrÍa de ser abotida por ei ejército de Leclerc, en 1802, casación que ia trata no sólo era cuestlón r¡ue afectara a las costas
al vencer definitivamente a aquei hombre pionero y, en defi- de Africa sino que, legalmente, comenzaba en el momento mismo en
nitiva, exce¡icional-, Tcussaint Irouverture,-cruei,
que había osado dirigirse que, en un puerto francés, se preparaba un barco para tal efecto,

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La política colonial de la Restauración francesa vino a revestir de L'esprit des Lois: <El objeto de las colonias es hacer el comercio
ya por este hecho de la independencia efectiva de sus prácti- en mejores condiciones de 1o que se hace con los pueblos vecinos,
-sólo
cas y actuaciones- más consistencia y decisión de lo que, a menudo, con los cuales las ventajas son recíprocasr, Pero la teorÍa pura pron-
se Ie ha reconocido. El sjsfema Malouet (1814/lBl7), consistente en to iba a encontrar una base más expansiva y firme, pues a Ia altura
volver, de manera exacta y retrospectiva, al antiguo régimen mercan- de I862, la revista L'Economiste franqais aparecía -dirigida por el
til colonial, no prosperó. Pero en cambio el sjstema Portal, que ven- activo J. Duval- como órgano <de las colonias, de la colonización y
dría a continuación, hizo de la marina de guerra un vehículo preciso de la reforma por medio de Ia asociación y la mejora de Ias clases
(y a Ia vez estimuiante) para la recuperación colonial, defendiendo a pobresu. La intervención militar venÍa también, inevitablemente, con-
los armadores contra los colonos e intentando una explotación colo- tenida en su polivalente y ambiciosa doctrina.
nial, metódica y sistemática, a cargo del Estado.
Sin dejar de articularse en torno al monopolio (l'exclusiD, el nuevo
sistema colonial francés Io suavizaba, adaptándolo al marco de impo- ?.3. Política de colonización y política exterior
siciones arancelarias procedentes del librecambio. EIIo coincide con
un claro progreso, seguro -pero desde luego lento-, en el terreno Bajo el II Imperio, tanto como 1o habÍa hecho bajo la MonarquÍa
de la abolición. Esta, otorgada a las colonias francesas por Ia II Re- de julio, Francia tratará de proporcionarse una zona de influencia en
pública
-e\27 de abril de IB48- vendrá también acompañada el Mediterráneo oriental, a expensas de la soberarua turca, De modo
de
un paréntesis asimilista que, después, sufrirá transformaciones diver- que las intervenciones en Líbano y en Siria (en las que se emplearon
sas. No fue fácil llegar, a pesar de lo que Ia experiencia del parénte- a fondo misioneros y geógrafos) se encuentran estrechamente liga-
sis 91/94 hacía presenttr, a la abolición de la esclavitud en Francia. das a la política exterior, muy influida por los saint-simonianos, que
Y, en cualquier caso, dirernos que su inevitable acontecimiento caracteriza a los gobiernos de Napoleón IIL Su particular interés por
vendrÍa preparado y acompañado, desde antiguo, por el intento de Oriente próximo, sin desembocar en anexiones, tuvo una peculiar y
sustitución de unas plataformas coloniales por otras, nunca por un rentabiiísima concreción en Ia apertura del canal de Suez (1869)'
espíritu abandonista en materia colonial. Así, por ejemplo, conviene Y si bien Gran Bretaña parecía resultar en principio Ia perjudi-
recordar que Tayllerand, obligado por Ia fuerza de las cosas a acep- cada por esta actuación del capital y de la diplomacia franceses,
tar el hecho consumado de la abolición, proponía -ya en julio de pronto se vería
-también
en este sentido- como la principal benefi-
I7g7- orientar y plocural la nueva colonizaciÓn en dos direcciones ciada. Sin embargo, nadie que no fuera Cabet formuló en aquellas
fundamentales: Egipto y el Senegal. fechas un proyecto giobat de <conquista del universo inculto por Ia
La resaca de una experiencia histórica tan fuertemente cargada humanidad)), utopía esencialmente francesa en la que habrían de unir-
de significados como Ia Revolución (y tan recurrente en Ia actualiza- i
J
!
se fabulosas riquezas orientales con Ia creación de formas nuevas de
ción constante de sus costes), en combinación con el auge cierto de t
organización social.
las corrientes librecambistas y la influencia en Francia de Ia escuela I-,os saint-simonianos fueron también responsables, en última ins-
de Manchester, dio pie a que se manifestara alií una corriente firme, tancia, de que se divulgara ampliamente entre Ia opinión europeo-
pero coyuntural, de rechazo a la colonización. AI fin y al cabo, dijeron occidental la idea de que, unidos en las colonias capital y trabajo,
economistas como Say o Bastiat, la posesión de las colonias no apro- habrían de dar frutos máximos y hasta entonces desconocidos. Arge-
vecha sino a una pequeña minoría de individuos, a unos cuantos sol- lia resultó ser, de esta manera, un campo privilegiado para Ia explo-
dados, a algunos comerciantes o funcionarios, Sin que apenas bene- tación colonial, y a ella se aplicó sobre todo Ia administración fran-
ficie al resto de la actividad industrÍal y comercial. cesa, sin que esa predilecctón suponga que debamos silenciar otros
Por el contrario, la tarea colonial imponía cargas contributivas ca-
da vez más extensas y elevadas: <Las verdaderas colonias de un
intentos, en virtud de su
-por el momento- escaso éxito. AsÍ, dire-
mos que Nueva Caledonia en 1853, Cochinchina en iB63 y Camboya
pueblo comerciante por ello Juan Bautista Say- son los pue- en i864, pasarían a ser, sin resistencia relevante, protectorados fran-
-dijo
blos independientes de todas las partes del mundo>. Con esto se ceses.
ponía punto final a un capítulo en la historia del pensamiento econó- La expedición a México por otra parte, coetánea con estos últimos
mico en Francia, aquella que resumía sencillamente el Montesquieu procesos de expansión territorial (1861-1867), acaparó un alto por-

ll0

h'
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centaje de los esfuerzos de inversión de capitales. Prevost-Paradol, elegido por Francia, frente a cualquier otra posibilidad. En 1842 se
entre tanto, clamaba en I,a France nouvelle (1868) por la recupera- había creado en París el ilamado <Institut de l'AfriqueD, con un fuerte
ción de los destinos imperiales de Francia, como manera de ofrecer componente católico y propagandista. Se declaraba destinado a IIe-
contrapeso estratégico y de poder frente a los nuevos imperios eco- var la <civilización)) y a propiciar Ia <colonizaciónu en los territorios
nómicos que en el horizcnte venían dibujándose, Prusia o los Estados africanos, especialmente en Argelia, contribuyendo a la vez a Ia (eman-
Unidos. cipación de la raza africanar y a Ia propagación de la <sagrada causa
A propi:sito de cuál había de ser, entonces, ia doctrina ofÍciai, el de los negros)).
ministro de lvfarina Chasseloup-l,aubat no pudo ser más ciaro: nNo Una fuerte aparición del <orientalismo>, movimiento cultural difuso
se trata de fundar una colonÍa oficial tal cono la entendían nuestros que refleja un modo de acercamiento occidental, muy estilizado, a las
padres, con colo¡rr¡s eurüpeos, insdiuciones, regiartierttos y priviie- culturas islámicas, contribuyó también a crear una sensibilidad parti-
gios. lrlo, Es un verciadero imperio )o que hay que crear, una ciase cular, proclive al hecho colonial en estos territorios. En Argelia, estado
especial de soberanÍa, con un comercio accesible a todos, y también tributario de TurquÍa, Francia había tardado siete años (a contar des-
un establecirnientc fornrdable en ei que nuestra civrlización cristiana de 1830) en imponer su dominación. Hubo una operación inicial de
resplandecerá sobre esos regiones en las que tantas costi:mbres crl¡e- <acantonamiento>, después de la cual se vaciló entre escoger una
les subsisten aúnu. Flabiaba de Indochrna. administración civil o una administración militar, hablándose incluso
Para muchos esFeütalistas, en efecto, cünstituyen Ia intervención de la posible existencia de un (reino árabe>,
en Indochiiia, Ia anexión rle Ia Cochinchirra y el establecimiento del Hacia 1860, bajo Ia influencia del liberalismo económico, el pro-
protectorado en Cain¡oya ia vertientt> más completa y odginal de ias tectorado pareció constituir Ia fórmula más adecuada para organizar
empresas coloniaies tlel Segundo imperio francés. No só|: porque paÍses y sociedades tan distintos como Africa del Norte, Senegal y
aliÍ Ia presencia europea era, práctÍcamente. un esbozo de nueva Cochinchina. Pero los franceses establecidos en Argelia, Ios colonos,
planta, sino también por el fuerte componenle misional (reiiqioso) se opusieron ferozmente al <rreino áraber, optando entonces la II Re-
que se infundió a Ia penetración colonial, Lo cual, por cltra parte, pública por una <asimilación)), que prometía hacer después exten-
suceciió también en Tahití, por ejemplo, con resultados similares de siva, en un breve plazo, a ia mayor parte de su muy dilatado imperio.
eficacia en la aceptacién por los indígenas de ia expansión. EI pragmatismo administrativo subsiguiente, caracterÍstico de la vida
Presentada en principio la intervención en el sudeste asiático cu¡mo colonial francesa del periodo posterior, desborda ya el marco crono-
una especie de cruzada franco-españoia, pata poner fin a las perse- Iógico terminal que aquí venimos respetando.
cuciones a que el emperador de Annam sr:metía a los cristianos, se Para resumir, diremos ya solamente que, entre l84l y IBSB, Ia
insertaba 1a maniobra a la perfección en ia política de protecciÓn al s
{ colonización agraria de Argelia presentaría una serie de avances y
I
catolicjsmo que Napoleón III prodigaba Pero Indochina fue, tamblén 1 retrocesos, en los que se suceden las oleadas de inmigrantes por
desde el l:rincipio, una colcnia de mati.nos. qriieties qobernarori la razones económicas y de desterrados de origen político. EI cólera y
colonia con enornle rigor v dureza, p-rovi:rci-rt:do ias resistencias cle el paludismo contribuyeron sustancialmente a dificultar la coloniza-
los propios colDno¡r. ción oficial, que retrocedió en favor de la libre instalación entre lBSB
Misioneros y rnarinos fueron ta.ml"lÍán ¡rutores c tildr-tctrlres del es- y 1870. Fecha esta última en la que circunstancias adversas de orden
tablecimiento francés en Nueva Caledor.rta. a partii cle ia fecha de natural impidieron de nuevo una estabilización de los colonos: malas
1844. Colonia cle poblamientc, (pequeiio colonatc) v de deoortacion cosechas, plaga de langosta, temblores de tierra, hambre, cólera y
desde los años 60, pronto habrían de chocar ios intereses de ios tifus. En lBZl, una fuerte insurrección indígena se extendía hasta Cons-
coionos con los de la resÍstente pobiación iccal, La represiÓn ini:í- tantina. Por entonces, todavía faltaban diez años para que los france-
gena fue allí de lo más cruel y conttrnder¡te, rie mcrjo c{ue ia poi:ia- ses establecieran su protectorado en Túnez.
ción melanesia gueclaría. en pocos años, cltezrnarj,a. l-¡escie 1864 se Nunca existieron en la metrópoli francesa demasiados argumen-
trató de contener a los indígenas conceuirándoios ert resel:vas; su tos en contra de la colonización de Argelia. Pero tampoco hubo cam-
desesperación eslallaria en llJ?8, pasando dei eonflicl'r pernianelite pañas de cierta envergadura que arrebataran, entusiasmada, a la
al gran motín opinión. Poco después de ser promulgada Ia primera Iey rigurosa, en
Africa será, no obstante, el continente cc¡ioniai preferenteme;rte 184I, Alexis de Tocqueville dudaba ya de que Francia (pudiese pen-

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sar seriamente en abandonar Argelia'. Creía que <tal abandono se- Debien, G. (i953)l Les colons de Saint-Domingue et la Révolution .Essaj su¡
ría, a los ojos del mundo, el anuncio cierto de su decadenciau. le club Massiac, 1789 / 1792, París.
Por otra parte, conviene advertir de que, en contrapeso con la Deschamps, L. (1898): Les colonies pendant la Révolutjon. ILa Constjtuante et
abierta generosidad (coherencia, quizá, simplemente) de muchas de la réforme coloniale, París.
Ias voces que poblaron el proceso revolucionario por excelencia (1789), Gisler, A. (1981): L'esclavage aux Antilles frangaises (xvnre. et xixe, siécles),
también fue Francia Ia temprana patria de un pensamiento reaccio- París.
Hall, M. (1971): Social control in Slave plantation socjetjes; A comparaison of
nario, basado en Ia desrgualdad y de fuerte impostación racista. Vi-
Saint-Domingue and Cuba, Baltimore,
rey, por ejemplo, ya en 180I trató de conferir apariencia científica a Lara, O. D. (1986): Les Caraibes, París.
sus alegatos, apoyándose en Ia noción de ángulo facial. Martin, J. (1987): IL'Empire renaissant (1789 / 1871), París.
Y cómo no recordar también
-para finalizar- el éxito alcanzado Martin, M.L.y A. Yacou, dirs, (1989): De la Révolution frangaise aux révolu-
(y la subsiguiente divulgación) del furibundo capítulo contra los ne- tions créoles et négres, París.
gros que alberga ese peculiar catecismo que constituyó EI genio del Murphy, A. ( 1 948): The Ideology of French Imperialism 187 1 - 188 1 , Washington.
Cristianismo, de Chateaubriand. Poitrineau, A, (1987): Les mythologies révolutionnaires, L'utopie et Ia'mort,
Para encontrar un cierto aliento anticolonial, de nuevo, habrá que ParÍs.
esperar en Francia hasta que Auguste Comte venga a expresar su Révolution (1968): La
- frangaise et I'Abolition de I'esclavage. Textes et do-
condena más absoluta al hecho histórico de Ia colonización. Pero cuments, París, l2 vols.
Schmidt, N, (l988): <Schoelcherisme ef assimilation dans la politique colo-
nada podía, dicha generalizada condena, frente a un presente econó-
niale frangaise. L'example des Caraibes au XIXe siécle>, Revue d'histoire
mico cada vez más claramente inclinado por Ia nueva colonización: moderne et contemporaine, 2,
qLa fundación de colonias Beaulieu, un economista
-advertÍa L,eroy Tarrade, J. dir. (1989): La Révolution frangaise et les colonies, París.
avisado y popular, a sus lectores contemporáneos- es el mejor ne- Wismes, A. de (1983):Nanfes et Ie temps des négriers, París.
gocio en el que puedan encontrar empleo los capitales de un viejo y Yacou, A. (1983): rFrancophilia et francopholia á Cuba au temps des révolu-
rico paísu, A partir de aquellas fechas (1874), casi nadie albergó ya tions frangaises ef haifienner, W. A,A, Cuba et la France, Actes du Collo-
la duda. Muy al contrario, los procesos de <modernización> europeos que de Bordeaux (dic. I982), Burdeos.
parecían exigir ias colonias. De no tenerlas, cualquier economía in- (1988): tLa esclavitud en Jas Antillas francesas y españolas en vísperas de
- la Revolución francesa. Un ensayo comparativor, en VV. AA. I,a América
dustrial podrÍa verse en dificultades a la hora de ampliar sus merca-
dos. Esa hora estaba llegando ya, española en la época de /as Luces, Madrid, 327 sigs.
-implacable-

Bibliograffa

A]¡mes, J. R. y otros (1989): La Revolución francesa y el mundo ibérico, Madrid'


Bangou, H. (1989): La révolutjon et |'esclavage á la Guadeloupe, 1789-1802,
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Bastide, R. (1967): Les Amériques nol?es, París.
Benot, Y. (1987): La Révolution frangaise et Ia fin des colonies, París.
(1981): Diderot, de I'athéisme á l'anticolonjalsme, París.
-Cesaire, A. (i982): Toussaint Louverture. La Révolution frangaise et le pto-
bléme colonial, Paúg
Daget, S. (1973): rLes monts esclave, négre, Noi¡ et les iugements de valeur
sur Ia traite negriére dans la littérature abolitionniste frangaise de 1770 á
1 845¡, Revue frangaise d'Histoire d'Outre-Mer, LX, 223, 51 l-548.

Davis, D. B. (1975): The problem of Slavery in Western Culture, Ithaca.

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8.
Occidente y las sociedades coloniales

ttAfrica yace muy bajo, y es muy desgra-


ciada. Es el brazo tullido y mutilado de la hu-
manidad. Sus grandes poderes están desperdi-
ciados. El disloque y ]a angustia han alcanzado
fodos sus rinconesr.
(Aiexander Crummell)

8.1. Sociedades preindustriales y colonización

Para cualquier observador puede parecer obvio que, bajo un epÍ-


grafe tan amplio como éste, no podemos hacer otra cosa sino trazar
Ias líneas maestras de una problemática compleja, Que trasciende el
tiempo histórico que aquí tratamos de acotar. Y cuyas dimensiones
son tan abarcadoras como diversas. No quisiéramos, sin embargo,
dejar de considerar, aunque fuera de modo somero, una serie de
cuestiones que a la perspectiva de enfoque que hemos adop-
tado- hahían -debido
de quedar, forzosamente, fuera del eje conductor y
explicativo que hasta aquí hemos venido siguiendo.
La presencia de los europeos
-es éste un hecho incontrovertible-
se derrama en el siglo xtx de manera generalizada sobre el planeta.
Tratando de llegar a todas partes, tratando de descubrir, de dominar

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y de apropiarse el mundo en su totalidad... Pero es evidente que no la India (los zemindari, ryotwari y mahalwari), se nos ofrece toda una
vamos ahora a ofrecer al lector una descripción detailada de las reac- serie de intervenciones y perturbaciones sucesivas que, encadenada-
y'
ciones típicas del conquistador/colonizador, de sus actuaciones e in- mente, producirán primero turbulencias en el orden social antiguo
tervenciones frente a los medios, extraños y culturalmente ajenos, en (nada halagüeñas desde el punto
después, transformaciones decisivas
que se inmiscuye, En todo caso, sí que podemos fatar de orientar]e de vista de Ia igualdad social) en el seno de aquellas sociedades
con algunos ejemplos. preindustriales,
Tanto si creyeron contribuir a la creación de un orden nuevo (co- Lo cual no quiere decir, de ningún modo, que no convivan con la
mo ocurriría, con frecuencia, en el Brasil del siglo xix) como si se nueva realidad restos o resistencias, más o menos organizados, de
aplicaron a Ia demolición del orden antiguo (lo que ocurrió, especta- Ias pautas culturales y sociales precedentes' A veces, el colonizador
cularmente, con China), la intensidad y Ia porfía de los europeos en logiará con empeño y constancia desterrarlas, por no ajustarse en
su actuación fue tal que, sin que fuera posible sustraerse al empuje absoluto a su sistema de valores. Y lo hará quizá con impensada efi-
de Ia tecnología industrial que propagaban, ninguna organización cacia: así ocurrió con la suttee, o quema de las viudas en la India,
social en Ios territorios afectados hubo de quedar, desde entonces, que es verdad- no consiguió Ia Administración británica ver
indemne.
-bien
prohibida hasta muY tarde.
Las sociedades preindustriales, de manera más o menos rápida y Naturalmente que, dependiendo de las sociedades, de sus modos
traumática, habrían ya de desaparecer (más tarde o más temprano) de organización y de sus estructuras -y siempre teniendo en cuenta
como indicadores de modos de vida, de culturas y de concepciones también cuál es el modo de intervención del colonizador-, será más
y
del universo extrañas, diferentes, a las que portaban los europeos. o menos fácil la articulación de mecanismos de colaboración mesti-
En cualquier caso, y Io mismo que ocurriría simultáneamente- zaje entre unos elementos socioculturales y otros, los que se encuen-
-casi
con las pautas culturales de las propias sociedades agrarias euro- trán en presencia y los que acuden a interrumpir y trastornar su o¡den.
peas, de los contextos preindustriales que iniciaban entonces en el Ira socr,edad china, hierática y perfectamente estratificada, estuvo
Viejo mundo una lenta agonía, Ias sociedades extraeuropeas iban a se sabe- cerrada al exterior (y especiaimente a occidente),
quedar (a veces sin apenas dejar rastro) profundamente afectadas y -bien
hastaque-enIB37-Iaintroduccióndeladrogaporlosingleses
transtornadas, prouo"ó una convulsión extraordinaria, de consecuencias decisivas'
Desde Ia distorsionadora influencia de la trata de negros, que pro- Las gueÍras del opio, como se denominó a la cadena de conflictos
pa-
pagó y alentó las guerras y rapiñas en el seno de las sociedades afri- de resistencia que, en dos ocasiones, se saldaron negativamente
canas (independientemente de cuál fuera su alcance total en cifras, ra ios chinos, dieron a pie a la <aperturau ya Ia sociedad
-inerme y
incluso reduciéndolo sustancialmente, como hace Philip Curtin), has- china ante occidente- de una estructura civilizatoria elevada su-
en e intelectualmente deslumbrante, pero
ta Ia sistemática destrucción de Ias artesanías asiáticas y norteafrica- perior, refinada extremo
profundamente incomprendida por Ia cultura occidental y, muy posi-
nas, mucho podría hablarse al respecto.
y cul- ya entonces en imparable decadencia e involución por ra-
EI caso paradigmático de esta última realidad blemente,
-económica
la
tural, a un tiempo- podría ser quizá el de Egipto en década de zones endógenas.
I840. Para ciertos historiadores de aquella nacionalidad, cortes- Por el contrario, Ias resistencias a la implantación cultural occi-
ponde a eran Bretaña el dudoso qalardón de haber logrado, con dental que los japoneses esgrimieron son de carácter muy diferente.
éxito, por aqueilas precisas fechas, el estrangulamiento de un inci- su reacción, viva y despierta ante Ia intromisiÓn de los europeos'
piente proceso de industrialización, autóctono, conducido por el Es- mimética a la largLa en cuanto a las armas tecnológicas utilizadas
tado. Las oportunidades para esta modernización económica que im- desde Occidente, y con elasticidad desconocida para combinar la
plica genéricamente la industrialización quedarÍan, a partir de enton- innovación técnica con un culto ritual, hierático, a ia tradición, con-
(mo-
ces, aplazadas srne dje. vierte su ejercicio de resistencia ante la presión exterior en un
Pero también puede tratarse de todo un abanico, desigual en mo- delo> peculiar de transformación, con sorprendente éxito, hacia la
dalidades y consecuencias, de disfunciones sociales y económicas, modernidad.
producto de Ios nuevos sistemas que el colonizador tendió a aplicar Otra cuestión central sería Ia de considerar los ensayos de acultu-
a Ia tributación sobre Ia propiedad de Ia tierra. AsÍ, por ejemplo, en ración sierra Leona y Liberia- producto de Ia vuelta al conti-
-en
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nente africano de esclavos emancipados, concebidos como punta de omejortodavÍa,cuantomáscapazseaelhombredecontraventr'


el
Ianza para una <redención del Africa>, tal y como alguno de sus evan- superánáolas, a las leyes de la naturaleza; cuanto más se estimule
gtélicos promotores formuló de manera inequívoca. Alexander Crum- ináiviauo en el esfuerzo de dominarla y vencerla, arrancándole sus
mell, <un apóstol anglicano de coloru que vivió en I¡iberia entre lBS3 secretos y adelantándose a sus venganzas; cuanto más
y mejor se
y 1873, creyó que, gracias a la tarea misionera de los retornados, piá¿iguu una absoluta sumisión del medio natural a la humanavolun-
Africa saldrÍa ude Ia más profunda oscuridadr para abrirse paso <ha- tad de saber,tanto más armónica y equilibrada será
la vida del hom-
cia el crepúsculo matutino del nacimiento del mundo)). Bastaba, en su bresobrelaTierra,tantomayorlarealizacióndelserhumanocomo
opinión, con aplicarles a las sociedades recipiendarias la panacea criatura divina.
que desde la vo'
de la democracia aprendida en América. Todavía faltarán unos años, sin embargo' para
Pero, bien se comprenderá, no es éste el iugar de anaiizar en ]untaddeljndjvjduo,seexperimenteelsaltohacialavoluntadcolec- en formu-
detalle ninguno de todos esos variados casos. Más bien nuesüa inten- tiva y orgánica, hasta la voiuntad social' Lo que dará origen'
ción es otra, pues queremos apuntar aquí, al menos esbozadamente, lación científica de incidencia relevante posterior, a la teoría com-
necesariamente' por
algo a propósito de Ia otra cara de esa misma moneda, del talante y tiana de los estadio s de desarrollo atravesados,
de los medios no estrictamente materiales con los que el europeo ias diversas sociedades. Pero ése es, ya avanzado el siglo xx' el
revalidó su histórico papel de protagonista, absoluto, de esa pro- dei posjtjvjsmo, filosofía social a Ia que corresponden' a su
tiempo
que aquí considera-
funda subversión del mundo no occidental. Subversión que vez, realidades económicas que, para el periodo
-es pre-
ciso advertirlo- sólo avanzado el siglo xx podrá adquirir interioriza- mos, se hallan en incipiente transformación'
ción de culpabilidad, en los europeos, tanto social como politicamente ElestereotipoAet'buensalvaje,volviendoahoraaél'declinará
hablando.
-porlotanto-altiempoquelohagaelmercantilismo'arrinconados
de la industria-
ambos por inadecuados e tnservibles, ante el empuje
espacio para
lización y su nuevo sistema de valores' Ni siquiera hay
8.2. Del <buen salvajer al mito del trabajo en 1855'
Ia duda, si atendemos al texto del expeditivo Livingstone, perecer
deben
refiriéndose a los negros africanos: <si estos hombres
La teorÍa del buen salvaje, heredada de Ia Edad media y del Re- pli"f avance de la civilización, como algunas razas de animales lo
y Dios quiera que cuando ilegue
nacimiento (y acabada de perfilar en la Ilustración bajo la inspiración hacen antes que otras, ello es triste,
como consuelo de su alma
de Rousseau), había concebido Ia vida salvaje como la vida natural ese momento puedan recibir el Evangelio'
per se, como la autenticidad recuperada y la suprema excelencia en el momento de Ia muerte>'
Pero, como ocurre con todo vacío, otro arquetipo de
moral. A esta consideración había asociado, desde la conquista ame- referencia
7a inepti'
ricana, el mito de las riquezas tropicales que se adquirirían sin es- vendrá a llenarlo: .i ¿" t" pereza (no siempre, desde luego,
fuerzo, siendo pródiga allí la Naturaleza en frutos, variados y abun- ináividuos y sociedades relativamente distan-
fud) de los aborígenes,
dantes, e ignorante en consecuencia el ser humano, feliz sobre las a los europeos- por no haber sabido' a
tes y retrasados -frente
tierras de América, de Ia bíblica maldición del trabajo. tiempo,descubrirlosvaloresabsolutosdeltrabajo'contentándose
hasta Ia
en otras
Pero la revolución industrial
-y ya antes sus precursores ideoló- con Io justo para sobrevivir' en ocasiones' Llegando
gicos- originaron un vuelco absoluto pero nunca com-
en esta relación del hombre organiáación de redes comerciales más compiejas'
triun-
con el medio, en esta percepción ideal de las funciones productivas. paia¡les a aquel renovado esfuerzo de globalización
que
-a aquel
significaba el avan-
De este modo, el mito del buen salvaje irá desapareciendo progresi- io f pru"¡u dét valor de la raza anglosajona-
vamente de la literatura. A partir de entonces, será posible procla- ce de Ia (economía mundo>.
tierras de
mar Ia equivalencia entre trabajo y felicidad, de manera que Antoine El clima (caliOü ir¡medo, por lo general' en las nuevas udes-
de Montchrestien y -después- Ios padres de Ia economÍa política (en el nu"uo discurso científico) aquella
colonización) facilitáría
clásica, no hallarán dificultad alguna en formular el mecánico pro- é"t", de sus habitantes, siendo sin embargo' paradójicamente' ga-
pues' sería allí arran-
ceso por medio dei cual todo esfuerzo, por duro o complicado que rantía de riqueza y prosperidad naturales' Nada'
parezca y resulte, es garantía probada de satisfacción y progreso cado a la Ñaturaleza poÍ Ia fuerza, y ello convertía invariablemente
de Io ocurrido
moral para el ser humano, en indolentes a sus hombres. Exactamente 10 contrario
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en los países templados, se dirá con frecuencia (J. Stewart, Inquiry que eilos habían acudido a Ia liamada con otro espíritu: armados
into the Principles of Political Economy, 1770), espacios éstos en los hasta los dientes de bienes de consumo, seguros de su fe religiosa y
que <el suelo produce únicamente para aquellos que trabajan>. orgullosos de su entorno social, del que suelen alejarse en nombre
Es el que antecede, por Io tanto, un giro fundamental en el pensa- de Ia ciencia y del comercio, esos nuevos viajeros creen llegar al
miento occidental a propósito del valor y del trabajo. Un giro que continente <desconocidoD para dar, Para dar lo que tienen, que a su
había de influir forzosamente en su visión de las sociedades que per- juicio es mucho. Y no, desde luego, para recibir. Por eso no vacilarán
manecían ajenas a esta transformación de estructuras y circunstan- cuando frente de las largas filas de porteadores que se hicieron
cias. Los viajeros serán, desde luego, bien sensibles a dicha transfor-
-al
célebres en las representaciones gráficas más populares- descar-
mación de las ideas y de Ias cosas, proyectando visiones inéditas de guen, decididos, en el trópico sus amplios convoyes, pertechados de
todo cuanto experimentan y contemplan, a partir de aquí. mil enseres futiles y bagatelas, incluidos en sus baúles y cajones los
Frente a los viajeros iiustrados, que habÍan punteado las geogra- objetos más impensables.
fías americanas y asiáticas hasta eniazar sus sólidas lecturas <filosó- Porque están seguros más aún que Livingstone- de
ficas> de Ia realidad con el emotivo romanticismo y sus temblorosas
-Stanleyque
que los indígenas les agradecerán hayan llevado hasta ellos el
pinturas de subido color, Ios exploradores de los años 50 del siglo descubrimiento del verdadero Dios, y que con el misionero/explorador
xtx van olÍmpicamente dotados de una especial impedimenta. vengan también la salud y el alfabeto. Y, al menos por Io que res-
Su desplazamiento hacia el interior de las selvas y los rÍos de Ia pecta a la cantidad, deducen que no dejarán los africanos de ale-
desconocida Africa, su laboriosa gestión de <asesoría> frente a los grarse por cuantas chucherías desconocidas y atractivas acompañen
poderes locales, ya no serán comprendidos como una enriquecedora a aquellos otros excelentes bienes. Su honda convicción, Ia facilidad
<excursión incursiva> personal, como una aventura excepcional en Ia con ia que establecen el nexo entre lo humano y lo divino, influirá
gue la convivencia con uel otror salvaje o el ser humano de distinta decisivamente en la valentía y el desinterés humanitario que caracte-
piel y costumbres- venga a ser-ei pieza imprescindible para la forma- rizan su prédica constante. Y explicarán en cierto modo la velocidad
ción <morabr individual que, antes que ninguna otra cosa, se procura. con que la cruz y Ia moneda se adentrarán en Ia selva. Pero también
El viaje del europeo había sido casi siempre hasta entonces, de serán origen de la increíble simpiicidad con que la memoria
esta manera, un viaje interior. Pero era también cantera (sabiamente
-tanto
individual como colectiva- de dichas experiencias, suele revelar a
apurada) de informaciones exóticas y deslumbrantes, muchas veces Ia posteridad cómo se realizó el <encuentror,
imposibles de contrastar con otras similares, cuando se producÍa A partil de entonces, incluso aunque los expioradores se muevan
conferencias, escritos o recuerdos-, a posferiori, su trans- al margen del Estado (bien porque acudan a tÍtulo individual y por
-Diarios,
misrón. EI objeto de conocimiento exterior solía así acoplarse, tanto iniciativa propia, o bien porque lo haqan en nombre de una empresa
en la Ilustración como en ei romanticismo, a una nunca escondida privada), Io cierto es que se consideran, usualmente, como represen-
introspección que el viajero realizaba a la par. Y de ahí resultaría, tantes de unos determinados gobiernos, como portavoces de una uci-
fácilmente, Ia progresiva transformación de esa identificación ilus- vilización> superior, encarnada en concretas soberanías nacionales y
trada entre el grado de desarrollo de los pueblos y las etapas de Ia que, en tanto que tales, se atribuyen unos concretos deberes y unos
vida humana. Identificación feliz, que Ia antropologÍa balbuciente haría derechos específicos,
suya y que habría de encontrar un vulgarizador de éxito, ya en Ia Lo que Cairns llamó, acertadamente <autc¡identificaciónr de los
segunda mitad del sigio, en el economista francés Paul Leroy-Beaulieu exploradores con la civilización occidental, les llevará ahora a califi-
(De Ia colonisation chez les peuples modernes), car a las sociedades que descubren y visitan como esencialmente
Por el contrario, aquellos nuevos viajeros contemporáneos de ias distintas a Ia propia, de difícii imposible- mejora dentro de sus
sociedades de crédito, del auge de Ia banca y de Ia filosofla de Augus- propias coordenadas culturales-o y pautas de organización. EI hombre
te Comte, los viajeros de mediados del siglo xx, no llegaban a Afri- blanco de la metrópoli, poderoso y sabio, dominador de los proble-
ca de vacío, dispuestos a recibir en los sentidos un bombardeo de mas materiales y destructor de los obstáculos al progreso, incorrupti-
impresiones culturales que pudieran cambiar su visión del mundo ble ante cualquier intento de seducción que provenga de aquellas
para siempre. Si tal ocurre a veces también, por la fuerza de las otras comunidades (lo cual no habÍa ocurrido antes), envía a los nue-
cosas, bien es verdad que todo se produce invoiuntariamente, por- vos viajeros en embajada.

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á
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I'a misión más elevada, la más alta que pueda imaginarse, está a Y ni siquiera de Ia mano del socialismo del utópico, pero en el
-más
partir de entonces en sus manos: se trata
-bien se comprenderá-
de hacer viable, a través de la difusión del conocimiento y del recur-
fondo también del <cientÍfico))- surgirán voces, ni siquiera débiies,
que se hagan cargo de otras tragedias que no sean las propias y
so a Ia intervención europea (estatal o privada), Ia progresiva sustitu- exclusivas de Ia condición proletaria en las sociedades industrializadas.
ción de aquel conjunto -vario y desigual- de modos y compor- Junto a aquellas mutaciones en el terreno de las ideas y las imá-
tamientos de diverso origen y heterogéneos valores, por los especí- genes, Ia formulación de un nuevo racismo no puede dejar de ser
ficamente propios
occidentai.
-y cada vez más homogéneos- de Ia sociedad aquí, al menos, mencionada. Bastará con un párrafo del conde de
Gobineau quien, en I854, publicó su Ensayo sobre la desigualdad de
Nada, desde luegro, parecido al complejo de culpa, al sostener y las razas humanas: rrEI negro posee hasta el más alto grado de Ia
propagar esta conducta, puede detectarse en estos via- facultad sensorial, sin Ia que no hay arte posible; y, por otra parte, la
jeros. Apenas una vacilación o una -todavía-
sombra de duda. Y, sólo en algún carencia de aptitudes intelectuales le hace completamente inepto pa-
caso, cierta nostalgia. Hay una nueva disciplina que madura rápida- ra la cultura del arte, incluso para Ia apreciación de lo que esta noble
mente, Ia antropología, y que cumple con su papel de apoyo y expan- aplicación de la inteligencia humana puede producir de ejevado. pa-
sión: lo importante reside, desde entonces, en recoger (para Occiden- ra sacar partido de sus facultades es necesario que se alíe con una
te y para el futuro) la mayor cantidad de datos posible, antes de que raza diferentemente dotada. En ese enlace, la especie melania se nos
la brecha abierta por Ia presencia del blanco pudiera rasgar para muestra como una personalidad femenina, y aún cuando sus diversas
siempre, sin dejar rastro científico, Ia cohesión de Ia sociedad afec- ramas aparezcan diferentemente mezcladas, siempre esa alianza
tada; antes de que Ia turbulencia de su paso borrara la memoria de con el elemento blanco-, está representado por este -en
último el prin-
aquello fatalmente condenado a desaparecer. cipio macho. El producto que de ello resulta, no reúne nunca las cua-
Pero hemos extremado, conscientemente, el estereotipo. Livings- Iidades completas de ambas razasrr. El párrafo apenas exige comen-
tone pertenece todavía, no obstante, a una generación algo anterior, tario.
la de los evangelizadores que son, simplemente, a Ia vez propagan-
distas de la penetración comercial de sus metrópolis. EI comercio
reglado por éstas en su Diarjo* bastará para hacer de los 8.3. Imperialismo, colonias y cultura popular
-escribe
exploradores, con paciencia y tesón, los esforzados <precursores de
la paz, para una raza todavía transtornada y aplastadar. Los explora- La mayor parte de los europeos de la época apenas tenían de Ia
dores, hombres extraordinarios que fueron ai Africa <en tanto que esciavitud sino una idea vaga, así como de la colonización en su con-
miembros de una raza superior y servidores de un gobierno que de- junto. Los únicos esclavos vivos que habían visto en su vida, por lo
sea elevar las partes más degradadas de ia familia humanau... general negros, eran los domésticos que acompañaban a sus amos a
La moral ilustrada puede verse- ha dejado ya paso a una la metrópoli, si hacemos excepción de las <bolsas> de esclavos con-
-bien
especie renovada de ética. Etica que se adapta a la perfección a las seguidos por medio de Ia conquista, que tenciÍan lógicamente a la
nuevas exigencias internacionales del mercado. Y en lugar de hablar, desaparición. Trasladada pronto esta imagen a Ia iconografía, el asun-
como los evolucionistas preferirán más tarde, de sociedades <atrasa- to de la esclavitud aparecía casi siempre anejo a Ia evocación de lo
dásr, se hablará entonces, por un plazo de tiempo no muy largo, de exótico y lejano, Io cálido y lo feraz, y constituÍa también el trasfondo
sociedades <distintasu y <estancadasu. Más que de <civilizarlas> se humano de una literatura de viajes sobre la que volveremos más abajo.
tratará, pues, de <aliviarlasu de la miseria física y moral que las opri- La dura realidad social y material de la economÍa de plantación no
me, para ayudarles a crecer, para ponerlas en condiciones de acer- resultaba, apenas, conocida.
carse a Occidente. Los africanos, muy especialmente, tendrán de esta En cualquier caso, las grandes mutaciones sociales de las econo-
manera más de (niños)r que de rbrutos primitivosu. Y los gobiernos mÍas europeas (al borde la industrialización cuancio no ya, del todo,
ewopeos deberán cornprender que, en razón de ello, Io que necesi- sumergidas en ella), minimizaban forzosamente cualquier otro pro-
tan es, ante todo, protección. blema de entidad social que no procediera del más inmediato entor-
Los conceptos de trabajo, felicidad y progreso (encadenados, mo- no. La mayoría, por ejemplo en Francia a fines del siglo xvnt-, se
dificados e integrados) comienzan por Io tanto a producir sus frutos. referÍrá a los africanos, sin conocerlos,-ycomo (négres), puesto que

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(noir)) resulta ser palabra un tanto esnob, afín a los planteamientos entrega a su pasión por la bebida Lours Chevalier en 1840-
que se re- no se encuentra, en grado similar, -escribía
más que en los pueblos salvajes.
abolicionistas de aquellas minorías
-cultas en extremo- El neqro de Ia costa africana vende a sus hijos y se vende a sí mismo
clamaban sus <amigos>.
Determinadas élites, podemos convenir en elio, sí que percibieron a cambio de una botella de aguardienteu.
de especial manera, por aquellas fechas, el fenómeno de Ia esclavi- El abolicionismo, no obstante, prosperaba en Ia Francia de ios
tud y de la trata. No obstante, ocioso parece el insistlr en que esa años 40, como demostrará Ia recogida de más de 7.000 firmas a su
percepción señaia con justeza Serge Daget- varía sensible- favor, a iniciativa de los obreros de París y con el concurso de ios
mente, por -como
ceñirnos a ios hechos concretos, si nos referimos a un intelectuales, en el año de 1844. Reiterada Ia demanda en el 47, con-
francés de 1794, 1802 y 1815, otro que pudiera percibir el mundo tribulan entonces a su credibilidad un contingente mayor de nota-
desde Ia atalaya de 1833 y 1848 o, con mayor motivo, aquel que se bles, la aparición de un número sustancial de colonos y hasta una
aperciba de Africa y sus circunstancias en 1862, 1870 o I888. pequeña contribución de <propietarios de esclavosu. EI 27 de abril
Coincidiendo con Ia abolición de la trata, a finales de los años 20 de 1848, por fin, y mediante indemnización a sus dueños, la emanci-
y durante los primeros 30 del siglo xtx, hay novelistas -como Hugo, pación de los esclavos existentes en las colonias francesas era una
Sue o el mismo Merimée- que publican textos con trasfondo afri- realidad normativo-legal.
cano (BuEr Targal, Atargul o Tamango). Sonoros vocablos impresos Para concluir, muy breves nociones sobre fenómenos cuyo alcance
en las portadas de ios relatos, inventados por los autores para evo- trasciende el periodo aquí considerado. La lengua (las lenguas europeo-
car grado, tanto de audacia como de calidad- exóti- occidentales) serán, una vez más, compañeras del Imperio, de los
-con diferente
cas realidades de ficción gratas al romanticismo. Idealizadora y es- varios imperios coloniales. La uofensivar lingüística abrirá varios fren-
capista fórmula definitiva- para Ia representación estética del tes, según los países y según los lugares, según las situaciones y de
drama social.
-en acuerdo con Ios protagonistas esenciales de Ia colonización, en cada
Sus protagonistas apenas consiguen, por lo tanto, ver definidos caso. Emigrantes, colonos, misioneros o viajantes comerciales difun-
sus perfiles y caracteres más allá de lo que durante mucho tiempo se den sus idiomas a través de la práctica diaria, pero también se ayu-
creyó pertinente a las sociedades tribales: salvajismo, barbarie, bru- darán con libros, folletos y panfletos. Un libro por encima de cuaiquier
jería... junto a una resistente incomprensión (e injustificado rechazo) otro, el libro por excelencia, la Biblia. Que será extendida por doquier,
ante las ventajas civilizatorias que -aislado y minusvalorado en sus en un esfuerzo omnicomprensivo de abastecer suficientemente a toda
esfuerzos- pugnarÍa por aportarles el hombre blanco. Ira voz de Rud- <tierra de misiónr.
yard Kipling invocó, años después, esa (carga)) (duty) con estrofas La lengua castellana, el español, no abandonaba en IB24 su anti-
de indiscutible hermosura estética, pero de un valor desigual según guo imperio. Dejaba sociedades conformadas de modo indepen-
los horizontes del iector. diente y dotadas de nuevos Estados, extremadamente frágiles frente
Pero io cierto es que, desde 1820, las manifestaciones abolicionis- a ia influencia exterior, pero sin que Ia nueva metrópoli informal, Gran
tas Francia por ejemplo, ya que no en Gran Bretaña, más con- Bretaña, llegara a subvertir la situación idiomática. El francés se man-
-en
tundentes y tempranas- ya no eran exclusivas de minorías muy radi- tuvo, por su parte, en HaitÍ e isla Mauricio, progresando a la vez en
calizadas, Macaulay es traducido al francés por entonces y Víctor Canadá y en el Africa del Norte, donde tomó del árabe muchos voca-
Schoelcher logrará imprimir a su discurso polÍtico una trascendencia blos en préstamo. Y avanzó también por el extremo oriental del Medi-
práctica inusual. Los artículos en revistas se multipiican, y se difun- terráneo y en Asia oriental, poco a poco. Pero fue mucho más pode-
den retratos de uhombres útiles> como los -ya casi- míticos Clark- rosa la irradiación del inglés, que imperó además en todas las rutas
son y Wilberforce. Se busca (es indudable) un público más amplio, marítimas.
que ya no se presenta tan sorprendidamente refractario a las ideas Por otra parte, las lenguas <criollasr, producto de mezclas diver-
de la igualdad y la solidaridad. sas de lenguas africanas y europeas pueden considerarse, sin duda,
Bien es verdad que las corrientes higienistas o sociales que, des- el verdadero t'enómeno cultural nuevo, expresivo de la identidad mes-
de un lado u otro de la perspectiva científica, se les enfrentan contri- tiza que generó la economía de plantación.
buirán a dificultar una tarea ya de por sí compleja y poco fácil: ({El En cuanto a los lenguajes formales de Ia administración colonial,
fervor con el que Ia parte más degradada de las clases pobres se lo más frecuente fue que la metrópoli o Inglaterra-, for-
-Francia
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mara a los cuadros indígenas en su propia lengua, y el sistema inglés Bibliografía


de ias universidades indias reflejará claramente los métodos de Ox-
ford y Cambridge. A su vez, la India verá cómo sus diversas etnias y Bohanan & Curtin (1971): Africa and the Africans, Nueva York,
castas se entiendan entre sí, virtualmente, mediante el inglés. Las Deschamps, H. dir. (1970): Histoire générale de l'Afrique Nojre, París.
Leclerc, G. (1973): Antropología y colonialismo, Madrid.
bases culturales de supervivencia inmune de las viejas sociedades
Meyer, j. (s. f.): Esclaves et négriers, París (col. <Découvertes Galiimardr).
no europeas, de esta manera, habrían de verse, también por este Renault, F. (1971): Lavigerie, l'esclavage africain et I'Europe, París, 2 vols.
conducto, fuertemente afectadas. Sahlins, M. (1988): /slas de historia. La muerte del capitán Cook. Metáfora,
Pero Ia lengua, sin embargo, era sólo uno de los medios posibles, antropología e historia, Barcelona.
una fuerza más (bien es verdad que extremamente poderosa) en Ia Schopera, L ed. (1960): Livingstone's Private Journal, 1851-1853, Londres.
tarea de demolición de aquellos modos de vida distintos a que apun- Uya, O. E, (1989): Historia de Ia esclavitud negra en las Américas y el Caribe,
taba, como objetivo a medio plazo, esta nueva colonización. Los res- Buenos Aires.
tantes mecanismos para homologar dichos modos de vida, las demás W. AA. (198 l): La trata negreÍa del siglo xv al xtx, Unesco.
herramientas que se utilizaron para poner fin su originaria incompati-
bilidad, produjeron sus más amargos frutos algún tiempo después,
en el periodo subsiguiente. No nos corresponde, pues, dar cuenta
aquí de ellos.
Sólo una advertencia más, ya para terminar. Hemos hablado hasta
aquí de los efectos producidos por la intervención del hombre blanco,
en muy diversas circunstancias y contextos, sobre muy distintos espa-
cios coloniales. Convendría también señaiar algo, al menos como pre-
caución metodológica, a propósito del cese de dicha intervención y
de sus efectos históricos. Por poner un ejemplo, nos reduciremos al
cese de Ia trata sobre Ia costa africana, refiriéndonos especialmente
al caso francés.
A Ia resistencia que Ia abolición de la trata suscitó entre los ne-
greros blancos hay que sumar, desde luego, la de los propios negre-
ros negros, Nadié preguntó a estos últimos, nadie les indemnizó en
modo alguno por el cese del negocio, y agentes e intermediarios
quedaron privados, por el momento, de cuantos beneficios les habÍa
producido el comercio de hombres. Su respuesta violenta conllevó en
Ios años inmediatos, con el pretextos de lograr la <pacificaciónr, una
mayor intromisión de las potencias partidarias de la abolición, muy
especialmente de Inglaterra.
Y aquellos fueron los tiempos, sin lugar a dudas, en que se forjó
definitiva e irreversÍblemente la más fuerte de las dependencias, la
perturbación cultural más cargada de siqnificados futuros, para cual-
quiera de las sociedades asiáticas y africanas.

L¿J
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Epílogo: a modo de recordatorio


conceptual e historiográfico

uLa colonisation est peut étre I'institution qui


a causé le plus de douleurs, fait verser le plus
des larmesr.
(F. Challaye, Souvenirs de la colonisation,
París, 1935)

Suele ser frecuente, para los autores de cualquier tiempo y lugar,


el rastreo cuidadoso de los argumentos del pasado que vengan a
validar los que a Ia hora presente ellos mismos se hallan defen-
diendo. Ello, por otro lado, apenas se revela como particularmente
agudizado en nuestros días. Y, sin embargo, conscientes como somos
de esta deuda, parece obligado (hoy más que nunca) el proceder a
una cuidadosa relectura del contexto en el que las fuentes aquí ale-
gadas se insertan.
Las páginas que siguen, pocas y con pretensión soio aproxima-
tiva, irán dedicadas a tratar de orientar al lector a propósito de con-
ceptos y realidades hlstóricas que, por su complejidad metodológica
y su delicada textura de orden moral (Ia imposición forzosa y vio-
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Jenfa, imperativa, de unos hombres sobre otros, en realidades econó- La Ilusttación, por su parte, había incluido en su análisis filosófico
micas y culturales distintas, haciendo uso de posiciones tecnológicas (Raynal / Dherot) la condena de Ia vieja colonización y de sus méto-
y económicas ventajosas, en procesos generadores de un discurso dos: rrEs Io rnismo conquistar que expoliar con violencia. EI expolia-
de pretendida superioridad racial), se han visto (y por fuerza habrán dor y el hombre violento son siempre odiosos>.
de verse siempre) profundamente ideologizados. Y fueron también los filósofos, en importante hallazgo, quienes
El siglo xtx se presentó ante la opinión pública (la occidental, por descubrieron la precariedad, la inestabilidad intrínseca de todo do-
descontado), como el siglo <anticolonial> por excelencia. Nada más minio colonial, circunstancia debida precisamente al hecho de su im-
cierto esto Io hemos visto con detenimiento- si recordamos
-habÍa escrito Diderot, en
posición obligada: uToda colonia I781, en
-ya de
que, de la mano Inglaterra, se consigruió en efecto desmontar, con su contribución a la Historia de Raynal-, porque implica que la auto-
éxito notable, aquella vieja y natural alianza entre (mercantilismor y ridad está en una región y Ia obediencia en otra -y porque ésta se
<coloniasr,. Pero nada más falso, por el contrario, si tras Ia palabra halla alejada-, es un tipo de establecimiento vicioso, por principio.
tuanticolonialu se nos escapa, resbaladiza, otra realidad no menos cier- Es una maquinaria cuyos resortes se aflojan, se rompen sin cesar, y a
ta, Que no es, ni más ni menos, que Ia constante progresión pri- la que hay que reparar continuamente>.
-sin
sas pero sin pausa- de una incorporación selectiva de territorios
extraeuropeos a ciertas banderas metropolitanas, la británica y Ia
Sin embargo, deducir de textos como éste
-tal y como propone
Y. Benot- posturas anticolonialistas convencidas parece, a nuestros
francesa muy especialmente. ojos, Ilevar las cosas más allá de Io posible, Y es que el tremendo
No hay, en conclusión, ruptura alguna. Por más que Ia emancipa- esfuerzo intelectual que, en los años 60 y 70 de nuestro propio siglo,
ción americana diera pie a creer, para muchos de los contemporá- realizaron los intelectuales por comprender, desde Occidente y des-
neos, en que la hora final de los imperios había llegado. La abolición de planteamientos de izquierda, a Ias sociedades tercermundistas
de Ia trata
-más tarde-, la emancipación personal de los esclavos
neqros, también finalmente conseguida, tienen desde luego un cierto
previamente desarticuladas por influencia del hombre blanco, obligó
acuciantemente a los autores a recurrir idealista o
matiz anticolonial. Pero no recubre -ivoluntarismo
-y no es legÍtimo tratar de igno-
rarlo- Ia totalidad del problema colonial.
simple reflejo de introspección?- a Ia exégesis de todo pensamiento
anterior aprovechable, a Ia búsqueda de cuanta fuente de luz alum-
En definitiva, nada más engañoso que creer sin más, como se brara el descenso hacia unas profundidas más que oscuras.
desprende aún de bastantes manuales de uso frecuente, que tras una La trata de negros, una vez más, habría de situarse en el centro
época de atonía colonial (la que sigue al Congreso de Viena y pre- del problgma. Ese enorme fenómeno de transculturación por el cual,
cede a la Gran Depresión), de repente una nueva eclosión imperia- de manera involuntaria, acabó produciéndose la más potente (y nun-
lista condujo al reparto del mundo, en las décadas del fin de siglo. ca pretendida) mezcla cultural -el más trascendental mestizaje-
Anticolonialismo pues, en muchos de los análisis surgidos en Ia que vieron los tiempos modernos, no podía dejar de ser considerado
época de que se ocupa este volumen
-y en Ia que, inmediatamente, por los estudiosos bajo los puntos de vista más diversos y enfrenta-
le precedió (pero sóio en ellos)-, deberá ser leÍdo y entendido como dos. Aunque trabajos relativamente recientes Curtin, especial-
un concepto equivalente de <rantimercantilismou. Pues sólo así cobrará mente- reduzcan el número global de los-Philip forzosos inmigrantes a
verdad la utilización del término, y sólo de este modo se nos hará América por este conducto (diez o doce millones de negros, dice
inteligible su real práctica histórica, este autor), el asunto sigue conservando (no es cuestión de números,
Ello no exciuye, por descontado, que hayamos de destacar el pa- obviamente) su enorme trascendencia socioeconómica, además de
pel coadyuvante que a la demolición del viejo rpacto colonialu mer- cultural y moral.
cantilista hubieron de prestar ias sociedades abolicionistas. Y que Y así, las teorías historiográficas sobre Ia abolición (de la trata y
registremos con cuidado Ia importancia de la función religiosa y hu- de Ia esclavitud, por separado, ya que son distintos y diacrónicos los
manitaria que, inspirada seguramente en principios coincidentes procesos históricos; objeto de estudios independientes, no obstante
hablando- con los de la libertad económica (pe- convergentes) han ido experimentando sucesivamente, en los últimos
-cronológicamente
ro no necesariamente derivados de ellos), aspiraron
-por aquellas
mismas fechas- a lograr de los gobiernos europeos conductas polí-
cincuenta años, Ia confrontación sucesiva con distintos enfoques de
escuelas y de métodos, hasta sufrir Ia misma quiebra de sus para-
ticas menos expoliadoras y más igualitarias. digmas.

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Dicho esto de una manera sintética, podemos periodifar, de ma- chester, B\istol o Liverpool). Todos ellos se muestran por sistema
nera un tanto escolástica, en un (antes) y un <despuéAl de 1944. especialmehte conscientes de la profunda dimensión social, interac"
Fecha ésta en Ia que apareció una obra de trascendencia singular: tivá, del urr\to que consideraban, al referirse a un periodo (la indus-
Capitalismo y esclavitud, una historia de las Antillas británicas con trialización) he honda mutación histórica de los modos de vida y des-
pretensiones, desde luego logradas, de interpretación global para el plazamiento de los ejes del pensamiento occidental.
fenómeno esclavista, En algún daso, especialmente sugerente a nuestro juicio' se ha
Su autor, Eric Williams mulato nacido en Ia ex-colonia venido a ponet de relieve la profunda contradicción existente entle
de Trinidad-, conseguÍa -intelectual
allí (brillantemente) disminuir, subordinán- determinados intereses de Ia clase obrera británica (representados
dolo, el papel del movimiento abolicionista con respecto a los logros en el cartismo) y la defensa de la abolición, ejercida como bandera
de unas fechas que fueron históricas para Gran Bretaña (i807 la trata política y social: <Boicotear un mitin antiesclavista -ha escrito P. Ho-
y 1833 Ia esclavitud). Según su criterio, Ias dichas influencias aboli- llis- se había convertido en una afirmación de conciencia de clase
cionistas habÍan sido hipostasiadas por Reginald Coupland y quienes para los obreros radicales> (cfr. Bolt & Drescher' 294-315)'
le siguieron en su interpretación. En definitiva, como se ha señalado no hace mucho (Minchinton,
Desde la metodologÍa marxista que Williams profesaba (y entre- 1990, 537 ss.), de toda esta abundante -y nueva- historiografía pro-
verando con maestría las razones alegadas por los portavoces parla- ceden dos adquisiciones generalizadas y compartidas ya con extraor-
mentarios de la abolición y la emancipación con Ia consecución par- dinaria firmeza. Una, la convicción exacta de que existe una clara
cial de las medidas) quedaban, a su vez, privilegiadas ias motivacio- conexión entre el antiesclavismo y la actividad política socializada de
nes de Índole económica. Así, resaltaban ante todo en su estudio las masas (inciuyendo a Ia mujer, por entonces de reciente incorpora-
dificultades estructuraies de las Antillas británicas que, en la inciden- ción a los movimientos sociales). La otra, que los propios negros es-
cia de dos coyunturas de superproducción azucarera (1807 y 1833, clavos lucharon activamente ellos mismos por conseguir la abolición
precisamente) habían obligado a optar por la solución más rápida y (sublevaciones y revueltas constantes desde 1770, siendo éstas espe-
más conveniente para los productores: Ia abolición con indemniza- cialmente activas en Ia década de los 90, precisamente cuando se
ción. Por otra parte *insistÍa el autor, siguiendo a Marx-, Ia propia alcanzaban los mayores contingentes de tansporte de esclavos ha-
industrialización inglesa habría estado financiada, de manera muy cia América).
especial, por los beneficios procedentes del comercio de esclavos y Ninguno de estos más recientes autores, nuevos descubridores de
de la economÍa de plantación, los factores extraeconómicos de la epopeya abolicionista, ha llegado
Fluido y deslumbrante resultó ser el desarrollo historiográfico de a ser tan demoledoramente crítico con Ia emblemá-
esta hipótesis, coincidente con los procesos de descolonización en el tica
-seguramente-
obra de Eric williams como lo ha sido seymour Drescher (Eco-
Ilamado Tercer mundo, al menos durante los veinticinco años siguien- nocide: British slavery in the era of Abolition), quien -rechazando la
tes. La de Williams es, sin duda, una redonda interpretación del fenó- hipótesis central del udeclive> antillano, reforzaba Ia consideración
meno abolicionista en sus orÍgenes ingleses, cuyos ecos hemos reco- del valor polÍtico y humanitario del abolicionismo basándose, paradó-
gido, pensamos que ampliamente, en los capÍtulos correspondientes jicamente, en argumentos económicos, según sus cálculos, el comercio
de este libro, británico obtenía del trabajo esclavo mayores beneficios que nunca,
Pero no hemos prescindido tampoco en él de matices provinientes en aquellos años que precedieron a Ia abolición de la trata. comple-
de autores más recientes, como Roger Anstey, quien dio pie a una jos estudios econométricos han venido a mostrar realidades semejan-
revalorización giobalizadora de Ios movimientos abolicionistas y hu- tes en otras economías de plantación, en momentos y circunstancias
manitarios británicos, en el contexto de una socialización de determi- diversos.
nados elementos religiosos e ideológicos (ufilosóficos>), que resuita- compleja también su argumentación, Drescher no podía sino sus-
ron ser componente fundamental, en Gran Bretaña, de Ia política ra- citar adhesiones y réplicas. Hasta el punto de que, a la altura de prtn-
dical. cipios de los años noventa, y sin descartarse del todo la hipótesis de
Fue seguido Anstey, a su vez, en la polémica historrográfica que Williams, ésta se halla cada vez más debilitada (véase al respecto
su obra abriría de 1975*, por toda una buena serie de Solow & Engerman). A pesar de todo, el lector que haya seguido
-a Ia altura
estudiosos, aplicados al análisis regional del abolicionismo (Man- hasta aquÍ el desarrollo Iineal de este libro, se apercibirá de que
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\
hemos sostenido parte de aquella hipótesis en sus inter retaciones \
sustanciales. Y es que nos resulta difícil aceptar que, si las luchas Bibliograffa\
políticas entre fracciones dominantes que acompañaron f n Inglaterra \

al triunfo de la industrialización, ra aborición se hubiera óroducido de Anstey, R. (f gdS): The Atlantic Slave Trade and British Abolition, l?60-1810,
Ia misma manera y a ritmo tan rápido. Londres. ',
Benot, Y. (1981): Diderot, de I'athéisme á I'antiloniaijsme, ParÍs.
Y también, igualmente, cabría que nos preguntáram{s, a Ia inversa,
Bolt & Drescher, eds. (1980): Anti-slavery, religion and reform: essays in me-
si es que donde no triunfó la abolición con Ia misma énergía y dina- mory of Roger Anstey, Folkestone.
mismo que en Inglaterra caso de España y sus coionias, por
ejemplo-, la imputación de-el
Carrington, S, H. H. (1987): The British Est Indies during the American revolu-
fracaso (lógica, en principio) convendrÍa tion: a study in colonial economy and politics, Leiden.
dirigiria entonces hacia circunstancias específicas de Índole moral: Curtin, Ph. (1969): The Atlantic slave trade; A census, Madison, Wisconsin.
¿acaso eran los españoles (o los sacarócratas cubanos, tanto da) me- Drescher, S. (1977): Econocide: British Slavery in the era of abolition, Pittsburgh.
nos sensibles que los ingleses a los sufrimientos de otros seres hu- (1986): Capitalism and anti-slavery: British mobilizatjon in historical pers-
- pective, Londres.
manos? Y, en caso de que pudiera aceptarse este supuesto _que
contravendrÍa, cuando menos, una vieja interpretación, muy usada ya Eltis, D. (1987): Economic growth and the ending of the transatlantic slave
por otra parte, sobre la relativa <blandura> del sistema esclavista frade, Oxford.
Ehis & Walvin, eds. (1981): The abolition of the Atlantic slave trade: origins
español-, ¿cómo medirlo, con qué criterios?... and effets in Europe, Africa and the Americas, Madison, Wisconsin.
Más difícil nos resulta hoy, en cambio, aceptar otros supuestos de Engerman & Eltis (1980): tEconomic aspects of the abolition debater, en Bolt
la teoría central que dio cuerpo a capitalismo y esclavitua. la econo- & Drescher, cí|. 272-293.
mía esclavista de plantación *escribe williams siguiendo una vez Fox-Genovese & Genovese (1983): Fruits of Merchant Capital. Slavery and
más a Marx- era incompatible con el capitalismo industrial. pero los Bourgeois Property in the Rise and Expansion of Capitaüsm, Oxford, 1983.
trabajos de Fogel y Engerman (especialmente Tiempo en la cruz) Genovese, E. (1965): The Political Economy of Slavery.
han revelado que no hay base legítima para creer tal cosa: en pleno Genovese & Foner, eds. (1969): .9/avery in the New World. A Reader in Com-
rendimiento el sistema, al sur de los Estados unidos, Ia fuerza de la parative History, N. Jersey.
polÍtica como explicación racional de los hechos históricos, vuelve Hernández Sandoica, E. (1990): rEstudios españoles recientes acerca de Ia
poderosamente hoy a reclamar la atención de los historiadoresr para abolición de la trata y de }a esclavitud en Cubar, en VV. A,A. Esdavitud y
derechos humanos, Madrid, 51 5-527.
abordar esta cuestión concreta del antiesclavismo, Minchinton, W. E. (1983)'. rWilliams and Drescher: abolition and emancipa-
En cuanto al propio estudio de las sociedades esclavistas, ha sido tionr, Slavery & abolition,4, 8l-105.
enormemente fecunda la vocación comparativista e interdisciplinar (1990): rAbolición y emancipación: historiografía británica desde 1975t,
que, en las dos últimas décadas (Genovese & Foner, por ejemplo, o - en W. AA. Esciavjf ud y derechos humanos, Madrid, 531-551.
Mintz) y estimulada por Ia cliometrÍa y sus resuitadoJ, ha permitido Moreno Fraginals, M. y otros (1985): Between Slavry and Free Labor: The
llegar a discusiones, tanto de método como de desarrollo y análisis, Spanisl-Speaking Caribbean in the Nineteenth Century, Baltimore.
fnuy animadas y satisfactorias. Mintz, S. ed. (1981): L'esclavage, facteur de production: I'economie politique
Por otra parte, las explicaciones que han insistido en el factor de L'esclavage, París.
político han sido revitalizadas también, recientemente, con motivo de Mórner, M. (1985): aThe study of black slavery, slave revolts and abolition:
la explosrón historiográfica que, en Francia, vino a acompañar a la recent sfudjesr, Tydschrift voor Geschiedenis, 98. 353-365.
Richardson, D. ed, (1986): Abdition and its aftermath: the historical context,
celebración del Bicentenario de Ia Revolución francesa. y si bien no 1790-tgl6, Londres.
ha sido grande el número de obras dedicadas a este aspecto especí- Rubin & Tuden, eds, (1977): Comparative perspectives on slavery in new
fico de Ia <question des négres))
-ni tampoco al
referido a las colonias bajo Ia Revolución-,
más amplio epÍgrafe
lo cierto es que aquel
world pJantation societies, Annals of the New York Academy of Sciences,
vol.292.
ejercicio conmemorativo, iunto con alguna que otra efemérides con- Solow & Engerman, eds, (1987): British capitalism & Caribbean slavery. The
temporánea, han venido a contribuir a la síntesis y reactualización de Legacy of Eric Williams, Cambridge.
cuestiones, como ésta del colonialismo, cuya trascendencia histórica Walvin, J. ed. (1982): Slavery and British society 1776-1846, Londres.
supera ei marco estrecho de cualquier compartimentación académica. Williams, E. (1970): From Columbus to Castro, Londres.

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10.
Selección documental

Texto núm. I
Comercio y colonias bajo el mercantilismo (*)
Nada mejor que dos autores franceses del siglo xvni
-Dupont de
Nemours y Montesquieu- para comprender el criterio fundamental
que aiimentó el comportamiento comercial de ias economÍas del Anti-
guo régimen y ia función de las colonias en aquél:

l.I. <Una colonia comercial es una provincia que la sociedad hace


cultivar con Ia intención de aumentar el volumen de ios productos
nacionales. De este modo, la plena propiedad de esta provincia per-
tenece
-sin condiciones primitivas y sin restricciones- a la socie-
dad que se la haya incorporado. Es un verdadero dominio de la
Corona, y los habitantes enviados para probar y para cultivar dicha
provincia son concesronanos, cuyo derecho de propiedad se halla
restringido no sólo por las leyes generales de la sociedad, sino tam-
bién mediante el contrato que le hubiera otorgado la concesión.
Aquél que cede o transmite su posesión a otro, no tiene poder para
librarle de la restricción que a él mismo le grava a través del otor-
gamiento de la concesión. Esas restricciones son: l) El uso exclu-
sivo de los productos de la metrópoli, transportados a su vez en sus
propios barcos; 2) el transporte directo a Ia metrópoli, mediante sus

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i
barcos, de todas las producciones de Ia colonia; 3) la,frohibición de indu{tria del país, La máxima de que hay que comprar allÍ donde
eiaborar manufacturas que la metrópoli posea; y 4) ]a reserva ex- los precios son más bajos, y vender donde son más altos -que es
presa de un trozo de terreno concedido para su empleo en subvenir Ia que condiciona Ia política de todo comerciante-, es aplicable sin
a las necesidades propias del colonon, ,' restricciones como mejor regla de conducta del comercio de una
nación. Una política fundada en tales principios conduciría a hacer
(Pierre-Samuel Dupont de Nemours, Journal de L'Agriculture, IV, I,
del comercio mundial una red de intercambios de mutuas ventajas,
enero I766) y difundirÍa un aumento de la riqueza y de los beneficios de los
habitantes de cada país. Por desgracia, ha sido una política inversa
de ésta Ia que, más o menos, ha sido hasta ahora aplicada por el
1.2. <El fin de las colonias reside en realizar el comercio en mejores
gobierno de esté país y de todos Ios demás, tratando todos y cada
condiciones que con los pueblos vecinos, con los cuales todas las uno de exluir los productos de los demás, con el deseo -bien inten-
ventajas son recíprocas. Se ha establecido que únicamente la me- cionado, pero engañoso- de fomentar Ia producción local. Infli-
trópoli pueda negociar en la colonia, y esto con gran parte de razón, giendo así a la mayoría de los ciudadanos, que son consumidores,
porque el objeto del establecimiento fue la ampliación del comercio, privaciones de orden cuantitativo y cualitativo, y transformando lo
y no Ia fundación de una ciudad o de un nuevo imperio. que hubiera debido ser una fuente de provecho y de armonÍa entre
De este modo, constituye una ley fundamental de Europa el que Ias naciones en objeto de envidia y de hostilidad periódicas. El ori-
cualquier comercio con una colonia extranjera sea considerado como gen de la actitud actual en favor del sistema proteccionista o res-
un puro monopolio susceptible de ser castigado por las leyes. trictivo, puede hallarse en la errónea suposición de que cada vez
Es también un hecho acostumbrado el que cualquier comercio que hay importación de productos extranjeros, hay una disminución
establecido entre las metrópolis no haya de entrañar permiso alguno proporcional o una desincentivación de la producción local. En tanto
para las colonias, que siguen encontrándose en situación de prohi- que, de hecho, puede demostrarse claramente en deter-
bición¡. -aunque
minadas circunstancias hay ciertas producciones locales que no pue-
(Montesquieu, L'esprit des Lois, Iibro 2l, capítulo 2l ) den sostener Ia competencia de importaciones incontroladas- que
no puede haber importaciones, que se prolonguen durante un periodo
(*) Orientaciones para el comentario de texto: de tiempo lo bastante largo, sin que susciten a su vez exportaciones
1. Se compararán los conceptos fundamentales (<coloniar, rmonopolio¡, (comer-
.que se correspondan, directa o indirectamente' Y ello constituiría un
ciot, etc.) en los documentos núm. 1 y 2, (ver a continuación), estableciendo los cam- estÍmulo para la venta en el exterior de determinados productos
bjos de significado y valor que se perciben en cada uno de eLLos. (Los elementos para los cuales la situación local es más favorable. Y conduciría a
básicos para el anáIsis se hallarán en los capítdos I, Il, III y IX). un empleo (por lo menos igual, pero probablemente más importante
2. Se tratará de comprobar (capítulos IV y V) Ia adecuación o inadecuación de las y sin duda más beneficioso) para el capital y el trabajo locales, que
pau¡as racionales de Ia explotación colonial mercantilista
-enumeradas
en 1,1,- en el que proporcionan las numerosas medidas proteccionistas y los
el caso de la colonización española en América. derechos de aduana prohibitivosn.
3. Definir nlibrecambio,) versus umercantilismo,,
(rThe Merchant's Petitionr, 8 mayo 1820 (Cámara de los Comunes,
Londres), en Paul Bairoch, Commerce extérieur et développement
économique de I'Europe au XIXe, París, 1976, pá9. 55).
Texto núm. 2

tibrecambio y comercio británico * Texto núm. 3


rrEl comercio exterior conduce por exceiencÍa a la riqueza y a la
prosperidad del país, permitiéndoie por una parte impofiar aquellos Rebeliones de esclavos
artículos para cuya producción son más apropiados el clima, el ca-
pital y Ia industria de otros países, en tanto que, por otra, puede Sólo Ia sublevación de Haití, en I791, conseguiría acabar con el
sistema de plantación. Lo cual se explica, en parte, por las rivalida-
exportar
-a cambio de esos artículos- productos para los cuales
nuestra propia situación se adapta mejor. Esta ausencia de obliga- des que acosaban a los dueños de las plantaciones, divididos entre
ciones se calcula de mane¡a que proporcione la mayor expansión sí por las luchas civiles desencadenadas por Ia Revolución francesa.
posibie al comercio internacional y el mejor empleo al capital y a la En tanto que las rebeliones de BahÍa, en 1808 y 1835, tuvieron un

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componente islámico, las de Haití se hallaron fundamedtadas, cultu- en amasar pan, se animaban al trabajo diciéndose, en confianza de
ralmente, en los ritos africanos: no ser oídos, que dentro de un año serían libres como ]os del Gua-
rico; 2) que uno de estos negros u otro en el mismo puerto de La
<La rebelión de los esciavos de Saint-Domingue estuvo vinculada Guayra excitaba a los de su clase diciéndoles ser esta buena oca-
íntimamente con figuras del culto vudú, así como con acontecimien- sión para sacudir el yugo de los españotes, como han sacudido el
tos políticos internos e internacionales. En agosto de 1791, en medio de los franceses los negros del Guarico; 3) que uno de los oficiales
de la confusión y de los conflictos suscitados por Ia disyuntiva de emigrados en esta ciudad dijo a una esclava que no debÍa serlo, ni
apoyar al rey o a la Asamblea, llegaron a la capital metropolltana homtre alguno de otro; 4) que una negra o mulata libre, a quien
noticias sobre una reunión de esclavos en el Bois-Caiman de Saint- cierta señora de carácter preguntó si la quería servir, respondió
Domingue, encabezada por un tal Boukman. Este, originario de Ja- descaradamente que no había entre las dos otra desigualdad que la
maica y al parecer un sacerdote vudú, info¡mó a los esclavos que el del color, pues en Io demás eran iguales; 5) que algunos de los emi-
rey francés les habÍa otorgado tres días a la semana para trabajar grados, a pesar de las amonestaciones que les ha hecho el señor
en sus conucos (pa¡celas propias), que el decreto con la concesión Presidente de palabra y por escrito sobre la conducta moral y polí-
de estos beneficios estaba en camino a la colonia con la flota, y que tica que deben observar entre los vasallos de S. M., representan en
los plantadores se oponÍan a Ia reforma. El jamaiquino mostró docu- Ios templos con aire y gestiones irrelÍgiosas, volviendo la espalda a
mentos supuestamente provinientes del gobierno de ParÍs e instó a los altares aún cuando se celebra el sacrosanto sacrificio, ocupando
organizar una rebelión en apoyo de las mejoras concedidas. En el ese tiempo en observar las facciones de las mujeres y ocasionan-
clima de agitación y de caos polÍtico reinante en la isla, las autori- do las distracciones, la mala nota y ejemplo que son consiguien-
dades no percibieron ninguna amenaza por el lado de los esclavos; tes; 6) que otros de ellos dan el escándalo de no ir a los templos
les preocupaba más la revuelta de los mulatos libres en defensa de ni oir Misa los días festivos; 7) que los mismos emigrados discor-
sus derechos civiles. Dos días después de las manifestaciones de des entre sí e insubordinados al Jefe que se les ha señalado, tie-
Boukman, en la tarde del 22 de agosto, se inició la rebelión. De la nen y manifiestan desconfianzas recíprocas en lo polÍtico, de suerte
cantidad de esclavos movilizados y Ia coordinación con que actua- que apenas se puede formar juicio seguro del sistema que se ha
ron, cabe deducir que esa reunión con Boukman había sido sólo f proprrótto cada uno; 8) que un negro titulado sirviente de un oficial
una de muchas, en la cual se ultimaron los planes de un movimiento f á" iot emigrados que ha pasado a la isla de La Trinldad, no quiso
vinculado a cultos secretos africanos. En la primera noche, fueron seguirle a pretexto de hallarse enfermo, se entló en el Hospital y alií
incendiadas muchas de las mejores plantaciones de la isla; a los se averiguó estar perfectamente sano. Por lo cual y haberle denun-
pocos días quedaba devastado el llano septentrional, la región más ciado de desafecto a la potestad Real el Jefe de todos los emigra-
rica de Saint-Dominguer. dos M. Fresineaux, fue puesto en prisión y remitido a Trinidad para
precaver la infección que podÍa extender; 9) que los prisioneros de
(Herbert S. Klein, La esclavitud africana en América Latina y el Ca- la Guayra rompen todos los límites de la modestia continuamente,
rrbe, Madrid, Alianza América, 1986, pág. I33). blasfemando de 1o más sagrado, cargando de imprecaciones a nues-
tro gobierno, y blasonando de hombres libres a todas horas; i0)
que en los valles de Aragua y señaladamente en la ciudad de Va-
Texto núm.4 láncia, se han traslucido entre esclavos y gentes de color quebrado
del país algunas alusiones oscuras, alusivas a la imaginaria iguai-
dad y libertad que quieren predicar los prisioneros; 11) que hace
Revolución francesa, guerra y cimarronaje en la óptica de la admi- pocos días tuvo Ia Audiencia noticia de haberse internado un fran-
nistración colonial española tér qrr" estaba en el coro y esparcía las mismas doctrinas' por lo
El texto, de gran riqueza plástica, es documento oficial concer- cual mandó traerle bien asegurado; y l2) que, sobre la repugnancia
niente a Ia recién llegada inmigración de colonos, de procedencia ordinaria de los esclavos a su estado, se ha notado en los tres últi-
mos años una desobediencia y altanería peligrosa por un efecto de
francesa (islas de Barlovento), a los puertos de Caracas y La Guayra, las noticias que (sin poder precaver enteramente) han entrado de
junto con más de 400 prisioneros hechos en Santo Domingo: los sucesos de las istas y reino de Francia, con trascendencia a los
libres, negros y de color quebrado, avivándose el deseo de éstos a
<Las especies manifestadas y consideradas en esta Junta fueron ]a igualdad, y el de aquéllos a Ia libertad, que divulgaron haberles
las siguientes: I) que dos negros esclavos en La Guayra, ocupados concedido S. M., explicando sus sentimientos de independencia y

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aún sus amenazas por medio de pasquines con la pintura de un ron la <teoría de las tres Cr. Cada uno de ios términos contenía
Negro en ademán de degollar a un Blanco; y recordando así el fer- muchos más: cristianización también se llama comercio, igual que
mento que hubo en el año de i749, descubierto por uno de los es- civilización puede llamarse consumo. sin habiar de la otra c, ]a ini-
clavos confabulados para matar a sus amos en día determinado ciai de ia palabra cultura (...).
() De muy diferente manera se desalrollaba la eventual abolíción
(...) Convino unánimemente la Junta en que es absolutamente pre-
de la esclavitud preconizada por otra fracción de los humanitaristas,
ciso, por primera operación y sin perjuicio de otras más individua- los situados en primera línea del sistema. Aquí, se trataba de volver
les, separar de estas provincias a todos los franceses emigrados y a poner de actualidad un amplio conjunto fundado sobre la produc-
prisioneros; para librarlas de las impresiones y doctrinas insinua-
ción de géneros transformados del lujo a Ia necesidad, y puestos a
das, capaces de introducir el desorden contra las religiosas y benig- disposicún de un mercado consumista cada vez más extendido en
nas intenciones de S. M., que ha dado repetidas veces sus órdenes Francia, importante exportador (...).
soberanas para que no se tolere ni permita introducir cartas, pape- Además, el caso de la esclavitud se agravaba a causa de las
les, pinturas, gacetas ni otras cosas alusivas a los últimos sucesos condiciones sociopsicolóqicas (...). Sociológicamente, ia abolición
de Francia, ni a su sistema de libertad e Ígualdad (...),. de la esclavitud presuponía Ia destrucción de una mecánica pulida
(Caracas, 25 noviembre I793, Archivo de Indias, Sevilla, Estado, 58, durante ciento cincuenta años y casi definida por completo en el
doc. 4, 2 b. Agradezco a María Victoria López-Cordón su comuni- Rea]decretode1685,elCódigoNegro,Encontradesushipótesis'
cación). los abolicionistas de la esclavitud debían contar con la notoriedad
de ciertos personajes cuya competencia y cuyo vigor real de pensa-
miento difícilmente podían poner en duda. Algunos de estos buenos
talentos que se constituían en reformistas conocedores del sistema
de plantación, como por ejemplo Malouet' estimaban en 1792 que Ia
Texto núm. 5 aplicación seria del Código -que prácticamente no se había pro-
dlcido en toda la extensión de su contenido y de sus consecuencias
Abolición de la trata y abolición de la esclavitud: el caso francés para una mejora en el futuro de los africanos- garantizaría la pe-
iennidad del funcionamiento de la institución durante varios cientos
<Los humanitaristas de la primera hornada no consiguen fijar el
de añosr.
verdadero orden de prioridades abolicionistas teóricas y prácticas:
¿Trata de negros o esclavitud? EI conjunto de la doctrina no omitía (Serge Daget, <Mentalidad francesa y cuestiones abolicionistas: el
las consideraciones económicas, e intentaba dar un rodeo a las difi- humánitarismo ambigüo (1770-1850)1, en W' AA' Esclavitud y dere-
y
cultades del método. Los abolicionistas estaban de acuerdo sólo en chos humanos, Madrid, CSIC, 1990, págs' 555 sigs' Citas en 556
que las dos aboliciones no podÍan ir inmediatamente seguidas. De ss7-9),
lo contrario, disentirían (...)
La doctrina francesa (de la abolición de la trata), fuertemente
influida por Ciarkson, proporcionaba los medios de paliar las even-
tuales dificultades: era el recurso al rcomercio legÍtimor en la costa
de Africa. El iniciador había establecido una nomenclatura concer- Texto núm. 6
tando los intereses recíprocos (,..), El iujo y las finanzas se verían
satisfechos gracias al mármol y al polvo de oro; la industria por las ta oligarquía cubana del azúcar frente a la población de color
maderas de tinte y de construcción, el añil, los cueros y la goma. La
racionalidad exigía que, en lugar de deportar a los africanos a la En los años de IB40 se decidió, seguramente, el que cuba siguie-
otra costa del Atlántico como esclavos, no eran más que ra pefieneciendo a España o que, por ei contrado, se liberara de Ia
productores indolentes y-donde,
frágiles-, era mejor convertirlos en eco- tutéla colonial que Ia sangraba económicamente, al tiempo que -y
nómicamente rentabies, dejándolos en su propia tierra
-donde, co- no es paradoja alguna- permitía que un glupo de intereses econó-
posi-
mo individuos en sociedad, se les convertiría en ávidos consumido- mico y social muy relevante plosperara a base de mantener su
res de productos nacionales y europeos- (..,). Una consideración ción én el comercio internacional del aztcar, todavía nutrido en el
general coronaba todo esto por medio de una consigna globaliza-
trabajo esclavo. Ese grupo criollo al que nos refedmos, sin embargo,
dora, Las élites humanitarias formularon 1o que los franceses llama-
tuvomiedodequeunarevoluciónsocial,productodelarebeliónde
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los negros esclavos, acabara con su estatus. La uConspiración de la des, porque si continuamos como hasta aquí, nos exponemos a una
Escalera> (1844), pretendidamente orquestada por negros libres y paralización repentina, cuyas consecuencias podrán ser funestas. Si
mulatos de cierta representación social, dio origen a manifestaciones lo, r.ror estuvieran baianceados en los esclavos de los campos, y
como ésta: el tratamiento se mejorara, a esto podría fiarse no sólo la conserva-
ción, sino aún el aumento de brazos en nuestras fincas; pero siendo
rEs asunto de vital interés para los habitantes de Cuba que el tan desigual el número entre varones y hembras, no debemos entre-
número de las personas de color no se aumente. Si los tratados han garnos a tan lisonjera esperanza (...).
¿Y no convendría que fuésemos haciendo algunos
ensayos para
sido infringidos y se ejercita compraventa, forzoso es poner término y los
ver la diferencia que hay entre el cultivo de caña por esclavos
a estos abusos (...). No es justo que los ciudadanos de Cuba sufran punto
métodos que podamos adoptar en adelante? Porque en este
un castigo en sus personas o en sus propiedades por crÍmenes aje-
nos; crímenes realizados a menudo bajo el faiso pretexto de que el nohaymásobstáculoquee]interés;ysinuestroshacendadosse
número de esclavos fortifica el vínculo de la dependencia entre esta pudieian convencer de que sin esclavos sacarían mayores o iguales
colonia y su madre patria. Esta dependencia no corre peligro algu- ventajas,nocabedudadequevoluntariamenteabrazaríancua]-
no mientras se conserven los elementos de orden que hoy existen y quier partido que se les presentase (..,). Pero iquién querrá aventu-
mientras esté garantizada Ia seguridad de la propiedad, no corre ,árr" perder parte de su cosecha con experimentos, que si son
peligro, mientras el ilustrado Gobierno de España nos conceda la felices," iedundarían también en beneficio de otros, y si perjudicia-
necesaria protección, Si hemos resistido a la tentación de luchar por les, recaerían solamente sobre el hacendado que los hiciese
( )'
nuestra independencia, cuando tenÍamos delante el ejemplo y las (...) Si todos nuestros hacendados se pudÍeran penetrar de la
sugestiones de otras colonias; si hemos der¡amado nuestra sangre ímportancia de esas ideas, entonces los veríamos dedicados a pro-
en defensa de Ia autoridad del Gobierno y hemos hecho suministros *óuu, Ia introducción de hombres blancos, y a impedir la de africa-
financieros que se han invertido en la PenÍnsula y en América, tene- nos; y formando juntas, reuniendo fondos, y trabajando con calor en
mos derecho para esperar que se tenga plena confianza en nuestra ,rn oÉ¡"to tan eminentemente patriótico, removerían los obstáculos
probada fidelidad, de la que nada podrá jamás apartarnos, sino en q,r" tL oponen a la colonización de extranjeros, y convidarían a
un caso que consideramos imposible: cuando nos veamos compeli- éstos con la garantía de las leyes y Ia protección del paísr'
dos a someternos al i¡resistible mandato de la necesidad de nuestra
propia conservación. En consecuencia quede para siempre abolido OoséAntonioSaco(I832)'enCo]eccióndepapdescjentíficos,his-
lóti"ot, políticos y d.e otros Íamos sobre la Isla de Cuba, La Habana'
el comercio de esclavos>, 1962, vol. II)
(Escritos de Domingo del Monte, La Habana, I929, cit. por C. Saiz
Pastor, rla esclavitud como problema político en Ia España del
siglo xx (1833-1868). Liberalismo y esclavismo>, en W, AA..Esclavj-
tud y derechos humanos, Madrid, 1990, págs. 82-83) Texto núm. 8

El buen salvaie y la sociedad industrial


Texto núm. ? sixto cámara, sociaiista utópico español, escribe en La cuestión
social (1849) acerca de <aquellos salvajes que, antes que aceptar
Abolición y métodos de trabajo en las colonias nuestras instituciones, prefieren morir, y mueren sacrificados pol no-
sotros)):
r(,..) Es forzoso adoptar otro partido, pues en la marcha que lle-
van los negocios políticos, el comercio ilícito de esclavos no puede r¡Quécrueidadl.¡Quéinfamia!.¡Hombrestanbellos'tanfuertes'
continuar por mucho tiempo (.,.). Es innegabie que siendo entonces tan bien construidos!... A medida que invadimos sus desiertos huyen
muy corto el número de negros introducidos, y muy arriesgada su y esquivan nuestro comercio. ¿Por qué?.. Porque excepto el lujo' del
importación, el valor de ellos será muy alto; de manera que cesarán qu. ó.t"". el saivaje que con frecuencia no es, para Ia mayoría
los motivos que hoy impelen a los hacendados a usar de brazos -y
de los civilizados, sino causa de codicia y corrupción-, la vida del
comprados. Aconséjanos, pues, nuestro bien entendido interés, que salvaje tiene ventajas sobre la del proletario. iNo habéis tenido nott-
tratemos desde ahora de suplir de otro modo a nuestras necesida- cias de marineros que han virado hacia el desierto para hacerse

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salvajes, mientras que jamás un salvaje ha aceptado cubano blanco tenÍa como enemigo al poder metropolitano opresor;
libremente la
civilización? pues sóro esto, si pensárais, o. el esclavo, ai blanco, fuese español o cubano, porque uno y otro
progresamos tanto como decís. Lo mismo "onu"n""ria ae que no
er bárbaro que el sátva¡e, estaban de acuerdo en mantener la esclavitudr,
y que ei civ'izado, tiende a ser feliz, gravita hacia
ei fracer. y la (R. Guerra, Manual de historia de Cuba, La Habana, 1945)
civilización no
será muy atractiva cuando sus extraños huyen de
ella
como de un monstruoD.

Texto nú¡n. g Texto núm. l0


Las insurrecciones de esclavos Mano de obra esclava y contrato de trabajo: los culíes chinos
La historiografía tradicionai, durante varios sigros, Para sustituir a los negros esclavos, una vez decretada por Espa-
.
rebeliones de escravos como parte de una denunció las ña la abolición de la trata, y perseguido el tráfico ilegal en los mares,
mecánica compleja de se acudió a la importación de mano de obra china e india. Formai-
alteración sociar, de discusión viorenta de Ia
supremacÍa branca. una
nueva sensibilidad, va en el siglo Xx, alenrada mente, los trabajadores reclutados de esta manera gozaban de un
Ln parte Jái influjo
de la antroporoqÍa y ra sociologa, ha visto en las "r contrato de trabajo (redactado únicamente en castellano, por ale-
insurrecciones de garse ausencia de intérpretes al chino). Las condiciones de trans-
Ios negros escravos en América o bien ei tránsito
polÍtica o, más recientemente, er intento hacia ra libertad porte y subsistencia in situ, sin embargo, no distaban mucho de las
de recuperu, p"ioido uni-
verso de relaciones sociares. Ramiro Guerra, "u Lstas lÍneas, de sus precursores esclavos. En el texto que se acompaña, un infor-
er autor de
es notable exponente de Ia historioqrafÍa riberar me del cónsul de España en Macao, de 1878, se relatan diversos
revolución de l9S9: "r¡unl,-pievia a ra aspectos a propósito de la situación anterior a 1874, cuando que-
dó suprimida legalmente esta fórmula para Ia contrata de <culíesu
<El negro esclavo aspiraba a la libertad y
pugnaba por chinos:
zarla La escravitud creaba, de hecho, un estado de guerra alcan-
perma- rrUn corredor iba al territorio chino en busca de emigrantes a los
nente entre er branco y el negro, porque el primero
gundo der derecho naturar a ]a libertad, y
priu"lu-ul-r.- que hacÍa algunos avances de dinero y pagaba el pasaje hasta Ma-
en caso de protesta o cao (u otra plaza). Estos chinos eran encerrados en un depósito o
¡ebeldía, lo castigaba implacablemente irásta
el punto de hacerje
morir bajo los azotes. La esclavitud era, en el fondo, barracón, tres o cuatro días, y allí recibían la visita del superinten-
petuo de gruerra. El blanco creÍa que ,r, p.._ dente, que se cercioraba de su libre deseo de emigrar. Eran recha-
el derecho estaba Oá "ri"áo
," plrt" zados los enfermos crónicos, Ios inútiles y los menores de veinticinco
porque, al amparo de una ley tradicional,
habÍa
dad del siervo, cuyo destlno era someterse, obedecer, ia ;;;;" años que no presentasen por escrito el permiso de sus padres. Con-
"aqurruOo
morir. El negro, por ignorante y salvaje que fuese, tr"i"iJi v vencido el superintendente de que todos ios chinos reunían ]as con-
manera. su hostilidad contra er amo era deiensiva, por
sentia Oe'oira diciones exigidas por la ley y emigraban voluntariamente, los llevaba
lo t*t" :rrt". al tribunat de Asuntos chinos, en donde firmaban ei contrato de
Y como los términos en que estaba planteado
el problema priuJun emigración delante de dos testigos, y eran en seguida trasladados a
al esclavo de toda esperanza de ribe¡ación mientras
vase su poder, el negro no tenía otra solución que
el amo conser- bordo del buque que debÍa conducirlos a su destino. Además, este
la Oe tratai áe buque suf¡ía dos visitas del capitán del puerto: una, antes de recibir
destruir al blanco. Lo cierto es, cuando ra histona
imparcialmente en su generalidad, sin prejuicios
aprecia ros hechos ningún emigrante, para ver si estaban en perfecto estado de nave-
principios de siglo se producía en cuba ,""iul"r, q* ;JsJ" gación; y otra, antes de hacerse a la mar, para revisar la instalación
úna dobre ansia áe rb;;;_ de los chinos y enterarse de la aguada, provisiones, si eran suficien-
ción, ansia de ribertad polÍtica y económica de parte
del esclavo
-p",y tes para el viaje que se emprendía.
del cubano branco; ansia de ribertad civ' y de
parte del esclavo y del negro libre. No hay
igrualdad El mai de la emigráción radica en su origen, porque no puede
ninguna razón";;;"1
morai ni haber en país alguno del mundo moralidad en la contrata que hace
de otro orden para colocar la aspiración a ta Íi¡ertao pofitlca-ill
blanco en un plano superior al ansia de libertad un aqente con el dinero en la mano dictando condiciones a un tra-
civil del negro. El bajador hambriento y miserable. Además, sensible es tener que decir
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que en Macao como en Cantón, ninguna ley ni ningún poder resistió Texto núm. 12
a Ia tentación del oro que repartían los agentes (,..), Se empezaba
por comprar a los mandarines, que recibÍan cierta cantidad sobre La política colonial de puntos de apoyo
cada coolíe reclutado en su jurisdicción. Sólo con estos recortes, <He llegado a creer que, en general, conviene poco a la política
qué chino podía luego encerrado en los depósitos alegar falta de
y al genio francés el intentar, a grandes distancias de su territorio,
voiuntad para emigrar, Desgraciado si intentaba volver a su pueblo,
nuevos y grandes establecimientos coloniales, comprometiéndose
el mandarín le recibía como un criminal de Ia peor especieD.
por su causa en grandes luchas, bien sea con los naturales del país,
(Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (España), Legajo N- bien con otras potencias. Lo que conviene a Francia, por el contra-
299, citado por F, Rodao y L. E. Togores, (Esclavitud, servidumbre y rio, lo que le es indispensable, es poseer, en los puntos del globo
abolición en el Extremo Oriente: el caso español,, en W. AA. Escla- que se hallan destinados a convertirse en grandes centros de co-
vitud y derechos humanos, Madrid. I990, pá9, 144). mercio y de navegación, estaciones marítimas seguras y fuertes que
sirvan de apoyo a nuestro comercio, donde pueda acudir a abaste-
cerse y a buscar refugio; estaciones para que el comercio francés,
Texto núm. I I Ia navegación francesa, no se encuentren en medio del océano aban-
donadas, sin recursos u obligadas a acudir a establecimientos ex-
I¡a sociedad colonial en la retina del viajero europeo tranjeros. Ese es el sistema en eI que nos iniciamos cuando procu-
ramos, no ya el fundar grandes establecimientos coloniales ni tam-
<El ruso (...) conoce la isla de Cuba con el mapa y es feliz sólo con poco el lograr empresas comparables a las que! en otro tiempo, se
el hecho de que en ella obtienen ganancias alemanes, lngieses, fran- intentaron en Madagascar, sino el asegurar a Francia estaciones
ceses y cualesquiera otros. En general, en La Habana todo el comer- milita¡es fuertes y eficacesD.
cio está en manos de extranjeros, muy pocas veces de los españoles,
(Franqois Guizot en la Cámara de Diputados francesa, 31 de marzo)
Los padres de familia, los plantadores, hicieron más de una vez el
intento de educar a sus hijos para las empresas, pero sin instruc-
ción suficiente, sin conocer otros idiomas, sin deseos de ocuparse
de aburridos cáiculos, cuando el alma quiere otra cosa, el joven
criollo, con su natural falta de asiduidad, mira indiferente, si no con
desprecio, los asuntos que toman a su cargo un alemán de Ham-
burgo, un inglés o un americano. Es difícil para el hombre dar las
espaidas a su naturaleza y convertirse en otra persona. La mayor
parte de los anuncios colgados en ls tiendas testimonian el origen
extranjero de sus dueños, quienes han trasladado a una tierra ajena
su trabajo y sus capacidades a cambio de dólares que, con el tiem-
po, sacarán de aquÍ (...).
Semejante división voluntaria de la sociedad en capas que, si no
son hostiles, por lo menos se observan unas a otras en forma poco
amistosa, hace que raramente se reúnan para disfrutar juntas una
alegría qeneral o para una conversación cordial y sincera. Si una
persona particular, supongamos un criollo rico, da un baile, trata de
no invitar a los criollos y miiitares españoles, porque en ellos ve ia
ofensa que le infiere Ia metrópoli que deja en la sombra a la colonia
cuando ella da, propiamente hablando, más medios para el mante-
nimiento del palacio, las tropas y la flotar.
(Alexandr Lakier, <Viaje por los Estados norteamericanos, Canadá y
la Isla de Cuban, en Siguiendo las huellas de Colón, Relafos de escri-
tores, científicos y viajeros rusos y soviéticos sobre América Latina,
Moscú, Progreso, 1990, pá9. 84).

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