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Facultad de Filosofía

Seminario de Tomás de Aquino


Profesor: Héctor Salinas
Estudiante: Emili Delgado
Protocolo de la 12ª sesión
Asistentes: Juan Guillermo Rueda, María del Mar Yunis, Juan Andrés Vaca, Nerea Gutiérrez,
Laura Pabón, Emili Delgado.

La concupiscencia en sentido material/formal y natural/no natural


Introducción
La sesión del 12 de octubre del seminario de Tomás de Aquino se desarrolló en torno a la
cuestión 30 de la prima secundae de la Suma Teológica, referente a la concupiscencia. Antes de
abordar la cuestión propiamente, se realizaron dos aclaraciones: primero sobre la degradación
ontológica del amante que sufre la muerte de su amado; segundo acerca de la generación humana
en Aquino. Entrados en la exposición de la cuestión 30, se enfatizó en el art. 2 de la misma,
referente a la diferencia formal y material de las potencias concupiscibles según su objeto.
Igualmente, se subrayaron los nuevos conceptos introducidos en el art. 3, respecto a la
concupiscencia racional y la concupiscencia irracional. Por último, se presentan las conclusiones.
Primero: aclaraciones iniciales
De acuerdo con la discusión de la sesión del 04 de octubre, se retomó la cuestión sobre la
degradación ontológica que sufre el amante cuando fallece su amado, pues al haber amor mutuo,
hay inhesión entre ambos. Así, el amante y el amado están contenidos el uno en el otro o, dicho
de otro modo, se unifican. Por ello, al enfrentar la pérdida del amado, el amante pierde una parte
de su ser. Ante esto, se cuestionó si la anterior descripción del amor podría ser únicamente
metafórica. Se opinó, por un lado, que la naturaleza humana es esencialmente social ya que la
bienaventuranza necesita del amor propio y del amor al prójimo para direccionarse hacia Dios.
Entonces, la pérdida de alguien integrante del camino personal en esa dirección es también una
pérdida de una parte de sí mismo. Por otra parte, se pensó que la descripción del amor dada solo
puede ser una metáfora debido a que físicamente no puede darse inhesión entre dos seres. Sin
embargo, Tomás aclara que habla de inhesión en el sentido en que el amante desea conocer
mutuamente al amado hasta tal punto en que su amado habite en él.
Aunque no se resolvió la problemática sobre el carácter metafórico de dicha descripción,
se finalizó recalcando que, incluso en la posibilidad de que aquella sea meramente metafórica,

1
eso no significa que sea una imagen banal. Entre los amantes sí hay unificación en lo cognitivo,
lo afectivo y en el conocimiento; unión que forma el ser de cada uno de los amantes. Si aquella
comunidad entre amantes es virtuosa, hay crecimiento ontológico mutuo. Por lo anterior, perder
a un ser amado no es una pérdida ontológica en sentido metafórico, sino una degradación del ser
real al tratarse de la perdida de una relación ontológicamente productiva 1.
Antes de continuar con la exposición sobre la concupiscencia, se agregó una explicación
sobre la generación de lo humano en Tomás de Aquino. Según aquella, es preciso hablar del ser
humano como compuesto de alma- cuerpo, pues cuando el Santo Doctor se pregunta si el alma
intelectiva se transmite por el semen, la respuesta es negativa. Puesto que el alma intelectiva no
actúa por medio de ningún órgano corporal, el ser no la puede transmitir materialmente. Dicho de
otro modo, “es imposible que la virtud activa de la materia llegue a producir un efecto material”
(I, q.118, a.2, sol.). En lugar de esto, es Dios quien en determinado momento de la gestación
agrega el alma intelectiva a la criatura, “y que esta alma [intelectiva] es a un mismo tiempo,
sensitiva y vegetativa, corrompiéndose las formas que le preceden”.
Segundo: acerca de la concupiscencia
Hechas las anteriores explicaciones, en el seminario se inició con el tratamiento de la
cuestión 30, de acuerdo con el orden propio de sus artículos en la Suma. Primero se dijo que la
concupiscencia sí reside en el apetito sensitivo, en la potencia concupiscible, pues es el apetito de
lo deleitable. Propiamente aquella es el “apetecer algo bajo la razón del bien deleitable según el
sentido”. Pero, en ese orden, la concupiscencia puede ser de dos especies, a saber, (i) la
delectación de los bienes inteligibles, propia del alma, y (ii) la delectación de los bienes sensibles,
propia del cuerpo. Así, “también el bien según el sentido [es] un bien de todo el compuesto” (I-II.
q.30, a.1, sol.). Por ello, el deseo de la sabiduría es llamado concupiscencia, ya por guardar
similitud con el deseo del apetito sensitivo, ya por que la intensidad del deseo de la voluntad
redunda en el apetito sensible. Dada esa redundancia, el cuerpo se ordena al apetito de la parte
superior del alma. Por último, en lo referido al bien del alma y al bien del cuerpo, se habla de la
concupiscencia como movimiento hacia el objeto deseado.
Continuando con el segundo artículo de la cuestión, se trató de la concupiscencia como
pasión especial, pues al ser causada por el amor y tender a la delectación, es diferenciada de las
demás potencias del concupiscible. Ahora bien, aunque el bien deleitable es en general el objeto
1
También es en este sentido en el que se habla de la degradación ontológica cuando un ser es malo, es decir, cuando
hace menos de lo que le es posible hacer según su naturaleza.

2
del concupiscible, podemos diferenciar las diversas pasiones del concupiscible, según la
diversidad del objeto, de dos formas:
a. Según la propia naturaleza del objeto: en virtud de estas cualidades de la cosa, se
diferencia materialmente a las pasiones (ej.: el deseo de saciar la sed frente a diferentes
bebidas).
b. Según la diversidad de poder obrar del objeto en la sensibilidad: gracias a ello se
diferencia en especies, esto es, formalmente, a las pasiones (ej.: el deseo de saciar la sed
frente al deseo de comer).
Por ende, dependiendo de cómo se considera el objeto deleitable, se caracteriza la pasión. Si
el objeto de deseo está presente, se descansa en él y esa adaptación del objeto al apetito produce
el amor; pero si dicho objeto está ausente, el apetito se mueve hacia él, atrayéndolo con amor de
concupiscencia para tenerlo presente, conformando la delectación. La concupiscencia se dice
propiamente bajo esta razón del bien ausente. Sobre este punto, en el seminario se generó la duda
de si existe diferenciación entre delectación y gozo. Además, nos preguntamos por qué la pasión
que se opone a la concupiscencia no es la aversión, como se había dicho anteriormente en la
Suma2.
Tercero: la concupiscencia natural y la concupiscencia no natural
En el tercer artículo se trató dos nuevos conceptos: las concupiscencias naturales y las no
naturales. Partimos con la diferencia entre lo deleitable según lo conveniente por naturaleza y lo
conveniente al animal según su aprehensión, llamada también deseo codicioso. Lo deleitable por
naturaleza es conveniente igualmente a los animales y a los hombres, de ahí que sea llamado por
Aristóteles común y necesario3. En cambio, el deseo codicioso es propio de los hombres, quienes
a merced de su razón pueden imaginar4 algo “como bueno y conveniente fuera de lo que requiere
la naturaleza” (q.30, a.3, c.). En ese sentido, lo conveniente por naturaleza es una concupiscencia
irracional, diferente a lo deleitable según el ejercicio racional. Por otra parte, entre la
concupiscencia natural y no natural también hay discrepancia formal, pues tienen diferente
objeto. Además, la concupiscencia irracional tiene una aprehensión absoluta, mientras la
concupiscencia racional aprehende su objeto con la deliberación.

2
Específicamente en I-II, q. 23, a.4.
3
Aristóteles, 1118b8.
4
En el sentido en que el ser humano es capaz de imaginar su bien deleitable para suscitar a partir de la aprehensión
un apetito.

3
En ese sentido, el ser humano, hasta cierto punto, convierte los bienes naturales necesarios
y los medios para alcanzarlos en no naturales. Tal como en la alimentación, verbigracia, el uso de
la de la deliberación nos llevó a cocinar, una actividad fundamental para nuestro desarrollo
evolutivo, pero, ante todo, no natural. Esta argumentación condujo a la discusión del seminario a
considerar, en general, diversas actividades humanas, pues desde la prehistórica hasta la
civilización, se puede identificar el uso de la razón como el carácter distintivo entre lo humano y
lo natural.
No obstante, el animal puede aprehender lo deleitable por naturaleza. Incluso el hombre, a
su vez, posee la razón universal correspondiente a su intelecto, como razón particular, propia de
lo sensitivo. De modo que lo deleitable racionalmente puede pertenecer al apetito sensitivo, y este
último puede ser puesto en movimiento por la razón universal a través de la imaginación
particular.
En el artículo 4, finalmente, se habló sobre la infinidad de la concupiscencia, continuando
con la diferenciación entre la concupiscencia natural y no natural. De la primera se estableció que
en acto es finita, pues lo natural tiende hacia lo finito, así como finitos son los bienes naturales.
Pero es infinita en potencia en tanto sucesión, pues por la misma finitud de los bienes materiales
estos se agotan y se buscan cíclicamente. En cambio, la concupiscencia no natural es totalmente
infinita dado que sigue la razón, la cual puede “proceder hasta el infinito” (I, q.30, a.4, c.). Su
objeto, los bienes inteligibles, se desean por sí mismos —al contrario de los bienes físicos— por
lo que se desean ilimitadamente. Aquino ilustra esto con el deseo por la riqueza, pues aunque es
un bien material, la participación de la razón hace que deseemos la riqueza infinitamente. Al
respecto, surgió la pregunta sobre cómo el dinero puede ser un bien particular.
Conclusiones
1. Hay dos especies de concupiscencia, de bienes inteligibles o del alma, y de bienes
sensibles o del cuerpo. Sin embargo, el bien es bien de todo el compuesto y, en general, la
concupiscencia es movimiento hacia el objeto deseado.
2. Según la diversidad del objeto que se busca aprehender diferenciamos material y
formalmente a las pasiones del concupiscible. Según las cualidades del objeto lo primero,
según lo que la diversidad de poder obrar del objeto en la sensibilidad, lo segundo.
3. La concupiscencia propiamente dicha es el movimiento del apetito hacia el bien ausente.

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4. En virtud de la diferenciación de la concupiscencia natural y no natural, podemos afirmar
que la razón, en tanto busca sus bienes por sí mismos, tiende hacia lo infinito, pues
procede en su búsqueda.
5. Con el tratamiento de la distinción entre la concupiscencia natural o no natural, la
pregunta sobre la determinación de las pasiones en la Suma Teológica nos condujo a una
cuestión principal de su estudio, esto es, en qué sentido y hasta qué punto las pasiones son
comunes al ser humano y a los animales.
6. La razón lo puede colonizar las necesidades naturales hasta convertirlas en no naturales.

Bibliografía
Aquino, T. Suma de Teología (1993). BAC.

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