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eso no significa que sea una imagen banal. Entre los amantes sí hay unificación en lo cognitivo,
lo afectivo y en el conocimiento; unión que forma el ser de cada uno de los amantes. Si aquella
comunidad entre amantes es virtuosa, hay crecimiento ontológico mutuo. Por lo anterior, perder
a un ser amado no es una pérdida ontológica en sentido metafórico, sino una degradación del ser
real al tratarse de la perdida de una relación ontológicamente productiva 1.
Antes de continuar con la exposición sobre la concupiscencia, se agregó una explicación
sobre la generación de lo humano en Tomás de Aquino. Según aquella, es preciso hablar del ser
humano como compuesto de alma- cuerpo, pues cuando el Santo Doctor se pregunta si el alma
intelectiva se transmite por el semen, la respuesta es negativa. Puesto que el alma intelectiva no
actúa por medio de ningún órgano corporal, el ser no la puede transmitir materialmente. Dicho de
otro modo, “es imposible que la virtud activa de la materia llegue a producir un efecto material”
(I, q.118, a.2, sol.). En lugar de esto, es Dios quien en determinado momento de la gestación
agrega el alma intelectiva a la criatura, “y que esta alma [intelectiva] es a un mismo tiempo,
sensitiva y vegetativa, corrompiéndose las formas que le preceden”.
Segundo: acerca de la concupiscencia
Hechas las anteriores explicaciones, en el seminario se inició con el tratamiento de la
cuestión 30, de acuerdo con el orden propio de sus artículos en la Suma. Primero se dijo que la
concupiscencia sí reside en el apetito sensitivo, en la potencia concupiscible, pues es el apetito de
lo deleitable. Propiamente aquella es el “apetecer algo bajo la razón del bien deleitable según el
sentido”. Pero, en ese orden, la concupiscencia puede ser de dos especies, a saber, (i) la
delectación de los bienes inteligibles, propia del alma, y (ii) la delectación de los bienes sensibles,
propia del cuerpo. Así, “también el bien según el sentido [es] un bien de todo el compuesto” (I-II.
q.30, a.1, sol.). Por ello, el deseo de la sabiduría es llamado concupiscencia, ya por guardar
similitud con el deseo del apetito sensitivo, ya por que la intensidad del deseo de la voluntad
redunda en el apetito sensible. Dada esa redundancia, el cuerpo se ordena al apetito de la parte
superior del alma. Por último, en lo referido al bien del alma y al bien del cuerpo, se habla de la
concupiscencia como movimiento hacia el objeto deseado.
Continuando con el segundo artículo de la cuestión, se trató de la concupiscencia como
pasión especial, pues al ser causada por el amor y tender a la delectación, es diferenciada de las
demás potencias del concupiscible. Ahora bien, aunque el bien deleitable es en general el objeto
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También es en este sentido en el que se habla de la degradación ontológica cuando un ser es malo, es decir, cuando
hace menos de lo que le es posible hacer según su naturaleza.
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del concupiscible, podemos diferenciar las diversas pasiones del concupiscible, según la
diversidad del objeto, de dos formas:
a. Según la propia naturaleza del objeto: en virtud de estas cualidades de la cosa, se
diferencia materialmente a las pasiones (ej.: el deseo de saciar la sed frente a diferentes
bebidas).
b. Según la diversidad de poder obrar del objeto en la sensibilidad: gracias a ello se
diferencia en especies, esto es, formalmente, a las pasiones (ej.: el deseo de saciar la sed
frente al deseo de comer).
Por ende, dependiendo de cómo se considera el objeto deleitable, se caracteriza la pasión. Si
el objeto de deseo está presente, se descansa en él y esa adaptación del objeto al apetito produce
el amor; pero si dicho objeto está ausente, el apetito se mueve hacia él, atrayéndolo con amor de
concupiscencia para tenerlo presente, conformando la delectación. La concupiscencia se dice
propiamente bajo esta razón del bien ausente. Sobre este punto, en el seminario se generó la duda
de si existe diferenciación entre delectación y gozo. Además, nos preguntamos por qué la pasión
que se opone a la concupiscencia no es la aversión, como se había dicho anteriormente en la
Suma2.
Tercero: la concupiscencia natural y la concupiscencia no natural
En el tercer artículo se trató dos nuevos conceptos: las concupiscencias naturales y las no
naturales. Partimos con la diferencia entre lo deleitable según lo conveniente por naturaleza y lo
conveniente al animal según su aprehensión, llamada también deseo codicioso. Lo deleitable por
naturaleza es conveniente igualmente a los animales y a los hombres, de ahí que sea llamado por
Aristóteles común y necesario3. En cambio, el deseo codicioso es propio de los hombres, quienes
a merced de su razón pueden imaginar4 algo “como bueno y conveniente fuera de lo que requiere
la naturaleza” (q.30, a.3, c.). En ese sentido, lo conveniente por naturaleza es una concupiscencia
irracional, diferente a lo deleitable según el ejercicio racional. Por otra parte, entre la
concupiscencia natural y no natural también hay discrepancia formal, pues tienen diferente
objeto. Además, la concupiscencia irracional tiene una aprehensión absoluta, mientras la
concupiscencia racional aprehende su objeto con la deliberación.
2
Específicamente en I-II, q. 23, a.4.
3
Aristóteles, 1118b8.
4
En el sentido en que el ser humano es capaz de imaginar su bien deleitable para suscitar a partir de la aprehensión
un apetito.
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En ese sentido, el ser humano, hasta cierto punto, convierte los bienes naturales necesarios
y los medios para alcanzarlos en no naturales. Tal como en la alimentación, verbigracia, el uso de
la de la deliberación nos llevó a cocinar, una actividad fundamental para nuestro desarrollo
evolutivo, pero, ante todo, no natural. Esta argumentación condujo a la discusión del seminario a
considerar, en general, diversas actividades humanas, pues desde la prehistórica hasta la
civilización, se puede identificar el uso de la razón como el carácter distintivo entre lo humano y
lo natural.
No obstante, el animal puede aprehender lo deleitable por naturaleza. Incluso el hombre, a
su vez, posee la razón universal correspondiente a su intelecto, como razón particular, propia de
lo sensitivo. De modo que lo deleitable racionalmente puede pertenecer al apetito sensitivo, y este
último puede ser puesto en movimiento por la razón universal a través de la imaginación
particular.
En el artículo 4, finalmente, se habló sobre la infinidad de la concupiscencia, continuando
con la diferenciación entre la concupiscencia natural y no natural. De la primera se estableció que
en acto es finita, pues lo natural tiende hacia lo finito, así como finitos son los bienes naturales.
Pero es infinita en potencia en tanto sucesión, pues por la misma finitud de los bienes materiales
estos se agotan y se buscan cíclicamente. En cambio, la concupiscencia no natural es totalmente
infinita dado que sigue la razón, la cual puede “proceder hasta el infinito” (I, q.30, a.4, c.). Su
objeto, los bienes inteligibles, se desean por sí mismos —al contrario de los bienes físicos— por
lo que se desean ilimitadamente. Aquino ilustra esto con el deseo por la riqueza, pues aunque es
un bien material, la participación de la razón hace que deseemos la riqueza infinitamente. Al
respecto, surgió la pregunta sobre cómo el dinero puede ser un bien particular.
Conclusiones
1. Hay dos especies de concupiscencia, de bienes inteligibles o del alma, y de bienes
sensibles o del cuerpo. Sin embargo, el bien es bien de todo el compuesto y, en general, la
concupiscencia es movimiento hacia el objeto deseado.
2. Según la diversidad del objeto que se busca aprehender diferenciamos material y
formalmente a las pasiones del concupiscible. Según las cualidades del objeto lo primero,
según lo que la diversidad de poder obrar del objeto en la sensibilidad, lo segundo.
3. La concupiscencia propiamente dicha es el movimiento del apetito hacia el bien ausente.
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4. En virtud de la diferenciación de la concupiscencia natural y no natural, podemos afirmar
que la razón, en tanto busca sus bienes por sí mismos, tiende hacia lo infinito, pues
procede en su búsqueda.
5. Con el tratamiento de la distinción entre la concupiscencia natural o no natural, la
pregunta sobre la determinación de las pasiones en la Suma Teológica nos condujo a una
cuestión principal de su estudio, esto es, en qué sentido y hasta qué punto las pasiones son
comunes al ser humano y a los animales.
6. La razón lo puede colonizar las necesidades naturales hasta convertirlas en no naturales.
Bibliografía
Aquino, T. Suma de Teología (1993). BAC.