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L A M A R E A

Charlas para docentes del Colegio Ríoclaro


Barquisimeto 2022

LA MAREA
Nuestro mundo tiene en sí mismo, dos mundos: el patente y el latente. El primero es el actual, el
del aquí y el ahora, donde gobiernan las leyes de la física; mientras en el segundo es el de la
potencialidad, o más aún, el de la posibilidad, el mundo del mañana, pero así mismo el de los
sueños, de las fantasías, de la ilusión. Uno de lo simple y el otro de lo perfecto.
El hombre gracias a la razón, va de lo patente a lo latente, porque puede estar físicamente en
tiempo presente, pero mentalmente en algún otro lugar, porque puede ir de lo simple a lo
perfecto, precisamente porque su existencia tiene dos frentes, uno que se ciñe al mundo patente,
en donde está la corporeidad y el otro al mundo patente donde está el intelecto.
Es importante detenernos en la relación simple-perfecto, porque desde ella podemos entender
gran parte de la dinámica existencial del hombre, porque ambas cosas se dan por sí solas, pero,
para que sea posible comprender lo complejo, hay que comenzar por lo simple, o lo que es lo
mismo decir, lo simple se complejiza, más lo complejo no llega a simplificarse.
Esta dinámica nos acerca a la perspectiva del horizonte vital de la vida humana. Porque es en la
comprensión que somos al mismo tiempo simples y complejos, así también son las experiencias
que hacen nuestra vida.
Una de las experiencias más simples que podemos experimentar es la del dolor, porque es en sí
mismo el aterrizaje de la corporalidad, mientras que el sufrimiento es compleja porque no se aloja
en el cuerpo sino en la existencia, de la misma manera que la sensación placentera se aloja en el
“despegue” de la corporalidad, el amor apunta a la vida de la persona y también incluye en sí
mismo experiencias no placenteras que incluso pueden causar sufrimiento.
Por eso es que el amor hace al hombre, porque permite vivir todo tipo de horizonte, y en la
medida en que la persona es capaz de sacrificarse, proyectarse, comprometerse, dominarse, y
vivirse por amor, es entonces más y mejor persona.

Francisco J. Blanco
LA PERSONA 1

Con anterioridad ya apuntamos brevemente las correcciones que llevó a cabo Santo Tomás a la
definición boeciana de persona. ¿Bastan esas correcciones para proporcionar una noción acabada
de lo que es la persona humana? Según parece no, si tenemos en cuenta las críticas que ha
recibido esa concepción «sustancialista» de persona. Mucho se ha discutido sobre este tema, y no
es posible ponderar aquí en su justa medida las opiniones de unos y otros. Pero sí podemos hacer
algunas aclaraciones que sirvan para comprender mejor la clásica definición de persona aportada
por la escolástica medieval: desde esa noción eminentemente metafísica es posible conectar con
la tradición fenomenológica y personalista contemporánea.
Si tenemos en cuenta la noción de persona en la versión de Santo Tomás, encontramos algunos
elementos que han de ser puntualizados:
a- La subsistencia. La sustancia posee en propiedad su acto de ser; pero ese acto de ser no es
originado por sí mismo: se trata de una sustancia fundada, y no fundante en el orden del ser. Toda
sustancia subsiste, pero la persona además opera por sí misma, y por eso se dice que posee el acto
de ser de modo más propio que los otros seres naturales.
b- La incomunicabilidad. Porque si lo pierde se acaba con la sustancia: yo no puedo dar mi acto de
ser a otro. La persona puede cooperar con Dios en la transmisión del ser a otras personas, pero no
puede dar su propio ser porque en tal caso dejaría de existir. La persona es «inalienable» e
irrepetible.
c- La racionalidad e intelectualidad. Esta apertura es lo que posibilita la libertad personal, que
estudiaremos al tratar de la persona en la perspectiva dinámico-existencial. Además, la apertura a
toda la realidad incluye la apertura también hacia mí mismo: surge entonces la autoconciencia y la
intimidad.
d- La individualidad. Ya vimos que la individualidad de la sustancia no significa una suficiencia tal
que se pueda considerar fundamento del ser; pero tampoco indica que la persona sea una mera
sustancia material (aunque comparta con ella algunas cualidades). Al contrario, en la medida en
que una sustancia es más individual, más perfección presenta. Dice Tomás de Aquino: «El
individuo se encuentra de modo más especial y perfecto en las sustancias racionales, que tienen
dominio de su acto y no sólo obran —como las demás, sino que obran por sí mismas, pues las
acciones están en los singulares».

1
García Cuadrado, J, A. Antropología Filosófica, una introducción a la filosofía del Hombre. Navarra: EUNSA, 2010.
HORIZONTES VITALES – EL DOLOR Y SUFRIMIENTO 2

El dolor es un daño sentido, primero en la sensibilidad, como un intruso punzante, que se presenta
repentinamente y desorganiza la relación del hombre con su cuerpo. La diferencia que tiene con el
placer es evidente: «en el placer hay una cierta liberación y fuga de la corporalidad, que se percibe
como ingrávida y ligera. En el dolor, la corporalidad se percibe como impuesta, como un pesado
fastidio atenazante, frente al que uno ya no es dueño de sí, y que casi nos obliga a capitular».
Placer y dolor son reacciones contrarias, y paralelas sólo hasta cierto punto puesto que «el
abandono en la experiencia dolorosa es casi automático. Ante el dolor —que en última instancia
no puede dejar de ser mi o su dolor— el hombre que es cada uno resulta siempre alcanzado y
zarandeado». En el dolor el cuerpo se experimenta como límite, y el cuerpo puede acabar
presentándose como algo en sí desagradable. Pero «la experiencia dolorosa es mucho más rica y
compleja que la mera sensación de dolor». Esta última es simple dolor exterior, causado por un
«mal presente, que es contrario al cuerpo», y percibido por los órganos corporales, mientras que
la quiebra y el desgarro íntimos del afligido son dolor interior, sufrimiento.
Conviene distinguir ambos con nitidez. El dolor del cuerpo es personal, pero infinitamente menos
íntimo que el dolor moral. Una pierna rota no tiene el mismo nivel de sufrimiento que una
depresión profunda, ya que la primera afecta de un modo mucho más remediable y parcial (se
escayola y se toma un calmante y ya está), mientras que la segunda puede desenfocar por
completo la explicación del sentido de la vida. Este sufrimiento hace más daño. También, por ser.
«Se requieren dos cosas para el dolor, la unión con algún mal y la percepción de esta unión»,
menos comunicable: todos ven el hinchazón de la pierna, pero no es fácil apercibirse del dolor del
espíritu.
En el sufrimiento interior intervienen la memoria, la imaginación y la inteligencia, y por eso puede
extenderse a muchos más objetos que el dolor puramente físico o exterior, puesto que incluye el
pasado y el futuro, e incluso lo físicamente ausente. Cuando sufre, el hombre se duele por
anticipado o por un dolor ya pasado, que se recuerda. En la capacidad de representarse e
imaginarse grandes males, y tener miedo de ellos radica la posibilidad humana de aumentar el
dolor real: ésta es la raíz de la hipocondría, la aprensión, las fobias, etc. Por todo ello caben
muchas especies de sufrimiento: tristeza, congoja, ansiedad, angustia, temor, desesperación, etc.
Lo común a todas ellas, y al dolor exterior, es la reacción de huida.

2 Yepez Stork, R, y Aranguren Echeverría, J. "Fundamentos de Antropología, un idea de la excelencia humana". EUNSA, Navarra, 2003.
Las formas de dolor más específicas son la tristeza y el miedo o temor. En primer lugar, la tristeza
está provocada por el mal presente, pues procede «de la carencia de lo que se ama, causada por la
pérdida de algún bien amado o por la presencia de algún mal contrario» 18. El daño propio de la
tristeza es una carencia actual sentida de lo que amamos o deseamos. «El temor, en cambio, se
refiere a un mal futuro, al que no se puede resistir», porque «supera el poder del que teme» 19. El
miedo es un sentimiento de impotencia, un verse amenazado por un mal inminente que es más
poderoso que nosotros. Los remedios de la tristeza20 son principalmente el placer, el recrearse en
el bien presente, el llanto, la compasión de los amigos, la contemplación de la verdad, el sueño y el
descanso. Los remedios para el miedo 21 son la esperanza, por la cual nos dirigimos a los bienes
futuros arduos pero posibles; la audacia o valentía, que nos lleva a afrontar el peligro inminente; y
todo aquello que aumente el poder del hombre, como por ejemplo la experiencia, la cual «hace al
hombre más poderoso para obrar».
HORIZONTES VITALES – AMOR3

En la filosofía clásica amar es un acto de la voluntad por el cual la persona tiende a la posesión de
un bien. Ese bien querido puede ser querido como un bien en sí mismo o sólo en cuanto medio
para conseguir un bien posterior. En esto se diferencia el amor (en sentido estricto) del interés.
Los dos son actos de la voluntad, pero el interés es querer una cosa como medio para alcanzar
otra, de tal modo que lo deseado se instrumentaliza.
Por el contrario, amar es querer algo por lo que es en sí mismo. Por eso se dice que el amor es
desinteresado; no porque no interese, sino porque se quiere en sí mismo y se afirma por su valor
intrínseco. En primer lugar tenemos conciencia del amor cuando hay alteridad: siempre que
queremos; queremos a alguien, y queremos el bien para ella. Pero también experimentamos, en
segundo lugar, nuestro propio bien o felicidad al amar a esa persona. Se pueden distinguir, por
tanto, dos dimensiones en el amor:
a- Eros o amor de concupiscencia: es la inclinación a la propia plenitud y por eso puede
denominarse también «amor posesivo». Al amar se desea la propia felicidad, el propio bien: éste
es el paradigma del amor en el mundo griego. Para los griegos el eros era una especie de arrebato
amoroso que se imponía al hombre como una «locura divina» que prevalece sobre la razón. En el
lenguaje ordinario decimos que es el estado del que «está enamorado», de algún modo «fuera de
sí». Pero ¿no será el eros una concepción egoísta del amor? Las cosas son queridas para mí, pero
¿y las personas? ¿es lícito amar a las personas «para mí»?
b- Ágape o amor de benevolencia: es la inclinación a querer el bien del otro, es decir, que el
amado crezca y se desarrolle. Se afirma al amado en sí mismo, en su alteridad y de modo
desinteresado. El ágape se convirtió en la expresión característica de la concepción bíblica del
amor. En oposición al amor deseante y egoísta, Ágape expresa la experiencia del amor que ha
llegado a ser descubrimiento del otro. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el
otro.

El orden del amor personal.


Continuando con la doctrina clásica acerca del amor, Aristóteles recoge una de las más antiguas
definiciones en su Retórica donde afirma: «amar es querer el bien para alguien». Tomás de

3
García Cuadrado, J, A. Antropología Filosófica, una introducción a la filosofía del Hombre. EUNSA, Navarra, 2010.
Aquino, basándose en esta definición, deduce que pueden distinguirse dos términos presentes en
el amor:
a- Amor de cosa. Es el bien querido, la «cosa buena» querida. Tiene razón de medio porque no se
quiere en sí misma, sino para alguien. Este bien no se busca por sí, sino en cuanto a su destinación.
b- Amor de persona. Es el destinatario de ese bien; es el fin «para quien se quiere» algo. En rigor,
no es amado quien es deseado, sino aquél para quien se desea algo. Tiene razón de fin porque se
quiere de modo absoluto, incondicionado y en sí mismo. Ya vimos cómo en el amor personal se
ama a la persona por sí misma y no por su valor medial o por sus aspectos parciales de bondad.
Niveles del amor personal.
Hemos hecho ya algunas distinciones para aclarar el sentido preciso del término «amor», para
diferenciarlo del mero interés o utilidad. Estas afirmaciones hacen pensar en una especie de
«egocentrismo» en el amor, una especie de instrumentalización del amigo. Pero muestran más
bien lo profundamente enraizado que se encuentra la necesidad de amar en la vida humana. Sólo
amando a otros podemos amarnos a nosotros mismos de manera adecuada. Podemos distinguir
distintos niveles de amor personal según las personas hacia las que se dirige:
a- Amor natural o amor familiar. Existe una semejanza natural con todo el género humano y este
amor natural funda la solidaridad entre los hombres. Pero se da una mayor semejanza en la patria
(donde además hay una comunicación de bienes) y todavía mayor en la comunidad familiar. La
vida humana es acogida en el seno familiar donde cada uno (padres e hijos) son amados por sí
mismos, de modo gratuito. Esta experiencia de amor gratuito le ayuda al niño a estimarse como
persona y a estimar a los demás como personas.
b- La amistad. Se da cuando el amor se dirige a personas no unidas por una comunidad de origen.
Cicerón nos proporciona una buena definición de la amistad: «no es otra cosa que una
consonancia absoluta de pareceres sobre las cosas divinas y humanas, unida a benevolencia y
amor recíprocos».
c- El amor conyugal. Se trata de un amor de amistad transformado porque se incorpora la
sexualidad, como veremos en el siguiente capítulo. Del amor conyugal nace la comunidad familiar.
Se trata de un amor excluyente porque implica una elección. Dentro de este marco de las
relaciones interpersonales, necesarias para el desarrollo verdaderamente personal del hombre,
pasaremos a estudiar el matrimonio como el primer ámbito natural donde se desarrollan esas
relaciones
Persona y sexualidad
En las primeras páginas del libro mencionamos las funciones específicas de los seres vivos:
nutrición, crecimiento, reproducción, el conocimiento y las tendencias o inclinaciones sensibles. El
hombre asume todas esas funciones vitales propias del ser vivo, pero las lleva a cabo «a modo
humano», es decir, de modo racional y libre gracias a lo cual se configura una cultura humana. Así,
por ejemplo, la nutrición es una necesidad instintiva que garantiza la supervivencia del individuo,
pero en el caso del hombre se lleva a cabo de manera racional: en este caso se convierte en un
«arte». La gastronomía es un «arte humano» en el que entra en juego la creatividad de la persona
humana y configura un hecho cultural.
De manera análoga, la función reproductiva es en el hombre mucho más que un mero instinto
automático que garantiza la supervivencia de la especie. Si esto fuera así no habría diferencia
sustancial entre la reproducción humana y la meramente animal. La sexualidad humana es
plenamente racional y personal, y en ella se expresa la donación amorosa de la persona entera.

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