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SEXO ALFA

Colección de 10 Novelas de Romance y Erótica

Por Clara Montecarlo


© Clara Montecarlo, 2020.
Todos los derechos reservados.
Publicado en España por Clara Montecarlo.
Primera Edición.
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La Bestia Cazada
Romance Prohibido, Erótica y Acción con el Chico Malo Motero

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Índice
1. El Club Secreto de los Millonarios — Romance
Peligroso, Erótica y Amor con la Chica Prohibida
2. León Encadenado — Romance y Segunda
Oportunidad con el Macho Alfa y Viudo
3. El Mandamás — Alfa Millonario y Padre Soltero
Enamorado de la Virgen
4. El Montañero — Romance, Erótica y Segunda
Oportunidad con el Viudo
5. La Princesa del Jefe — Salvada y Protegida por el
Criminal Millonario
6. Virgen
7. Liberada — Romance Sincero y Pasional con el Motero
8. Dios del Sexo — Romance y Segunda Oportunidad con
su Amor Verdadero
9. Una Chica del Montón — Del Infierno al Cielo
10. Dante — Perfecto pero Prohibido
Bonus — Preview de “La Mujer Trofeo”
Título 1
El Club Secreto de los
Millonarios
Romance Peligroso, Erótica y Amor con la Chica
Prohibida
1
Karen Mazzilli

Luego de terminar la preparatoria, para poder enfrascarme en el mundo


de una joven adulta, me mantuve en la espera de conseguir una colegiatura
adecuada con el fin de hacerme con el mejor titulo universitario jamás
creado.
Desgraciadamente mis gustos y mi carrera escolar no llenaban los
requisitos para comenzar con lo que quería así que me sostuve por un
tiempo con un trabajo manual mal pagado siendo empleada en
establecimientos de comida rápida. No era lo que quería para mi futuro; el
lujo, la gloría, todo lo que podría desear una jovencita de mi edad y que
quería lograr siendo yo una gran emprendedora.
Desgraciadamente las cosas no salieron como quería porque no era
precisamente una estudiante modelo que tuviese los méritos necesarios para
ser candidata a las mejores universidades del país todas de por sí
costosas . Pero yo no me rendí sin importar qué y me concentré en reunir
todo el dinero que pude ganar durante mis años sabáticos (tres largos años),
para poder pagar la universidad que mejor se ajustara a mis gastos. Y así me
hice con lo que quería.
Con lo que pude recoger de todos esos años de trabajo duro, terminé
estudiando economía en una universidad medianamente prestigiosa con la
que me conforme tras pensar que lo que necesitaba era un titulo y no el
crédito de una escuela; estaba segura que sería la mejor de mi clase sin
importar qué porque eso era lo que necesitaba para mi futuro. Su nombre
era: Instituto Universitario Pontevedra, en donde corrí con la fortuna de
contar con la opción de mudarme en al campus. Resultó ser un lugar muy
agradable del que inmediatamente me enamoré.
Así que, a eso del año 2012, tras haber pagado la primera parte de mi
colegiatura sin pensar en ningún otro gasto más que en eso, me di cuenta
que me faltaba otra cosa. Estuve dispuesta a encontrar a alguien que pudiera
hacerse con mis malos gustos musicales y mis problemas hormonales para
ser mi amigo, o amiga, no discrimino .
No había comenzado todavía mi carrera universitaria así que no sabía
cómo serían las personas que conocería en aquel lugar, por lo que intenté
prepararme para cualquier contingencia al asegurarme una persona que
pudiera tolerarme. Estaba empezando la universidad así que mi plan para
conseguir amigos era parte de mi itinerario, lo que fuera para hacer
llevadero mi tiempo allí.
Durante un tiempo, antes de que las clases comenzasen, estuve
rondando por las instalaciones, y el campus buscando entre la multitud a
alguien con quien pudiera compartir mis días de universidad.
Los amigos de mi preparatoria habían pasado a segundo plano, ya no
me importaban mucho y las pseudo-amistades que había forjado se
deshicieron con la distancia y el anonimato, así que mi trabajo era conseguir
a alguien que estuviera dispuesta a ser mi amiga o amigo por el resto de su
vida.
Sé que era un poco exigente, pero sólo me importaba eso, tener amigos,
no estar sola y creo que, dentro de todas esas cosas, esa es una de las que
más me siento culpable. No es como que me hubiera arruinado la vida, no,
eso no es, estoy segura que las cosas que me sucedieron luego de ello
habrían sucedido de algún u otro modo.
Luego de pasar el tiempo de receso antes de comenzar las clases, estaba
ansiosa por conocer con quien compartiría mi habitación (cosa de la que me
enteré días antes) ya que eso podría significar que encontraría a alguien con
quien pasar el tiempo. Debía ser una persona agradable, buena, amable,
inteligente, capaz. Alguien con quien el compartir no fuera una carga sino
una aventura diferente a cada vez.
Ya estaba con mi maleta en mano, unos cuantos libros que me tomé la
libertad de comprar a la hora de inscribirme y con mi horario de clases en
mano, en frente de una puerta que marcaba el 1206. «Esto es una buena
señal» me dije al notar que se trataba de mi fecha de cumpleaños, el doce de
junio.
Así que, con una amplia e iluminada sonrisa, toqué la puerta tres veces
para anunciar mi llegada; me habían entregado las llaves, pero pensé que
sería descortés entrar sin avisar. Esperé unos segundos a que alguien me
respondiera, tal vez había salido, tal vez se le había olvidado que era la
llegada de los de nuevo ingreso.
Me habían explicado horas antes que cada uno de nosotros estaríamos
compartiendo habitación con una persona de nuestro mismo sexo de ultimo
año. Tenía la esperanza de que se tratara de una de esas habitaciones en
donde podías compartir con diferentes personas, pero, no era este el caso,
así que me debía conformar con una chica un poco mayor que yo (o tal vez
de mi edad porque yo ya había empezado tarde la universidad). Toqué de
nuevo la puerta para evitar confusión y luego pasé a sacar lentamente la
llave de mi bolsillo para abrir la puerta.
—Hola dijo de repente una chica a mi espalda, lo que me hizo dar un
sutil salto. ¿Qué se te ofrece? ¿Estás buscando tu habitación?
preguntó.
Me giré sin ocultar mi asombro porque me había cogido por sorpresa.
De inmediato supuse que se trataba de mi compañera.
—Hola, mi nombre es Stefanie, soy de nuevo ingreso comencé a
hablar como si se tratara de un parlamento que había estudiado de
economía financiera.
—Mucho gusto, Stefanie, mi nombre es Karen. ¿Qué quieres en mi
habitación?
Dicho eso, supe que tenía razón así que extendí mi mano para saludarla
con educación. No había olvidado mis modales, debía dar la mejor
impresión ya que compartiría el resto de ese año con ella.
—Mucho gusto, seré tu compañera de habitación.
Karen me miró confundida, como si se tratara de una broma, o si
estuviera diciendo algo en otro idioma. Pero, sin lugar a duda, resultó ser
muy amable porque extendió su mano para dármela, así que la estreché con
cuidado; no como lo haría un hombre, tratando de intimidar al receptor de
su saludo con un apretón exagerado, pero sí con el de una persona segura.
—Que raro, no estaba esperando tener una compañera sino hasta ultimo
año me dijo, un poco más para si misma que dirigiéndose a mi.
De inmediato supuse que era un error, tal vez esa no era mi habitación,
pensé, lo que me hizo sentir un poco triste ya que eran los números de mi
fecha de cumpleaños, algo a lo que ya me había acostumbrado en esos
cortos cinco minutos en frente de aquella puerta.
—Oh, disculpa dije avergonzada supongo que me equivoqué, no
sabía que no era esta mi habitación saqué el papel que me habían
entregado y procedí a leer la parte en donde lo mostraba seguro me
equivoqué… vacilé un poco aquí dice doce, cero…
Levanté mi mirada para encontrarme con la suya.
—Seis, creo que me equivoqué de puerta… terminé de decir si es
esta me voltee para ver de nuevo la placa en la puerta para saber si
estaba confundida o si se trataba de un nueve O no.
—Esta es la habitación 1206, supongo que no hay error entonces se
río por debajo y extendió su mano en donde tenía una llave para introducirla
en la puerta seremos compañeras de cuarto entonces.
Karen abrió la puerta y la empujó, supongo, para darme espacio
suficiente para entrar y ver el interior de aquel lugar en donde tendría que
dormir el resto de los cinco años de carrera.
—Bienvenida entonces. Esta es tu habitación me dijo.
Estaba tranquila escrutando como el lugar se encontraba dividido entre
una sutil decoración y un lado completamente vacío más que con un
colchón sin sabanas y una pared color almendra.
—Es perfecta dije para mi.
—Me parece bien que te guste entonces. Respondió Karen.
Luego de ello comenzamos a conversar de tópicos relativos a nosotras,
a lo que le hice un resumen de mi vida hasta los momentos y ella me
explicó que estaba entre el primer año y el segundo casi igual que yo. En lo
que terminé de desempacar, le pregunté con más tranquilidad lo que quería
saber.
—Entonces si no eres de ultimo año ¿estaremos todo el año
compartiendo esta habitación? dije sentándome en mi nueva cama,
completamente cansada por lo que estaba haciendo.
—Sí, eso supongo. ¿Es algo malo? preguntó.
—No, para nada, sólo digo. Es que creí que tendría que compartir sólo
un año con alguien y no me daría tiempo de conocerle.
Karen embozó una sonrisa y luego se río con sutileza, para decir con un
entusiasmo que parecía propio de ella.
—Pues entonces eso quiere decir que compartiremos nuestra carrera
completa entonces, porque de repente, su forma alegre de hablar cambió
por completo creo que me quedaré aquí por un buen rato su mirada se
nubló y la bajó para fijarse en las patas de mi cama.
Tenía algo que le molestaba, pero no sabía si preguntarle al respecto
porque no es apropiado interrogar a alguien a quien acabas de conocer, así
que preferí darle otro rumbo a nuestra conversación.
—Bueno, yo pienso que tendré tiempo suficiente para conocerte y eso
será bueno; me levanté para llenar de ánimos la habitación estaba
buscando una amiga con quien compartir.
Y creo que el hacerlo le motivó a levantarse también; lo hizo y me
sonrió.
—Seremos amigas entonces…
Ambas compartimos una sonrisa, para luego burlarnos de lo ridículo
que sonamos al hablar como una novela de adolescentes en donde se
establecen los eventos en tan solo dos minutos. Pero, no se podía negar que
de un momento a otro compartimos cierta conexión que tenía madera para
durar toda una vida; exactamente lo que estaba buscando.
2
La Hija del Crimen

Durante un tiempo compartimos más que sólo la habitación. Karen y yo


pasamos a ser dos extrañas para convertirnos en dos grandes amigas que se
dividían incluso el dinero, ella juraba que no tenía motivos para hacerlo
pero que quería trabajar su propio sueldo mientras podía estar lejos de casa
y yo, con lo poco que ganaba en mi actual trabajo como mesera, no le
discutía por qué quería hacerlo si realmente no lo necesitaba; pero, ese no
era mi asunto.
Poco a poco comenzamos a convivir en aquella habitación con tal
naturaleza que la presencia de la otra a veces se hacía invisible; nos
camuflábamos entre nuestros problemas y nuestras cosas de modo que nada
podía interrumpirnos. Por mi parte, me concentraba única y exclusivamente
en mis asuntos escolares, tratando de llegar lo más alto posible de mi clase
y lograr el promedio adecuado para conseguir una beca y ahorrarme parte
del tiempo que invertía en trabajar tan arduamente. Pero, en cuanto a Karen,
todo parecía diferente.
Al pasar del tiempo, fui buscando en ella algo que me demostrase qué
era lo que hacía durante el día. Nunca la veía estudiando a pesar de que
continuaba sacando excelentes notas en sus exámenes y trabajos lo que, de
cierta forma, me produjo cierta curiosidad sana. No quise preguntarle ya
que nuestra amistad a penas se estaba forjando, por lo que decidí mantener
un perfil bajo y observarla sólo un poco antes de hacerme con una idea
completa de ella.
Karen tenía cierto particular habito de mantenerse callada cuando algo
le afectaba, era evidente, su mirada se perdía y abulia de repente en su cama
lo que me confería cierta curiosidad de saber qué le sucedía. Siempre lo
hacía luego de recibir una llamada con cierta amargura la cual se
impregnaba por toda la habitación luego de que decía (y era algo que rozaba
lo religioso):
—Ahora qué demonios querrá.
Para luego levantarse e irse al pasillo y atender su llamada porque, a
pesar de demostrar que no le gustaba para nada, no evitaba nunca atenderle,
lo que me hacía suponer que se trataba de una obligación, tal vez era algo
del trabajo porque de seguro trabajaba, aunque nunca la veía en eso. Era su
forma laboriosa de hacer las cosas lo que me mantuvo a la expectativa de
querer saber todo lo que podía de mi amiga.
Sí, de cierta forma no es propio de mi querer inquirir en la vida de otros,
o manifestar mi interés tal que pudiera verme como una chismosa,
definitivamente esa no soy yo, pero, por algún motivo extraño, Karen tenía
tantas maneras misteriosas que me obligaban a querer saber todo acerca de
ella.
Lo que pienso es que se debe al hecho de que compartiéramos tanto
tiempo juntas; puede que ese sea el motivo por el cual me sentía en la
libertad de mirarla más de lo que miraría a un extraño porque poco a poco
su presencia se tornaba un habito.
Al principio, no quería hacer más que preguntarle, tratarla de frente y
decirle algo así como: «¿Qué sucede contigo?» aunque inmediatamente
luego de pensarlo, reconocía que era ridículo el hacerlo porque no había un
contexto al cual pudiera tomar como referencia ni mucho menos estaba en
el derecho de conocer todo acerca de ella. Sin embargo, no había modo
alguno en el que no me sintiera atraída por esa información.
Durante un tiempo me vi en la molesta necesidad de quedarme callada
mientras ella se mostraba distante, perdida en asuntos que parecían
delicados porque siempre he considerado descortés el entrometerme en los
problemas de los demás mientras se encuentran meditativos y perdidos.
Pero, de alguna forma u otra, como si fuera un regalo del destino, la
respuesta apareció ante mi.
—Debes estar preguntándote porque no he dicho nada en todo el día
me dijo luego de uno de sus habituales silencios luego de aquella
llamada.
Habían pasado dos días luego de recibir una de esas llamadas que
parecían molestarle tanto.
—¿Ah? pregunté fingiendo demencia como si no estuviera pensando
en ella mientras intentaba leer mi libro sobre principio de la economía.
—Que tal vez te has preguntado por qué no te he dicho nada en todo el
día.
—Oh, no, nada que ver mentí, un poco mal. No quería que se diera
cuenta que trataba de averiguarle la vida sólo estaba vacilé
leyendo.
Karen, estando acostada en su cama viendo al techo, se giró para
mirarme con cierto desdén, advirtiendo que no sabía cómo mentir, una
cualidad tan mía como el respirar.
—Tienes rato viéndome, no pareces muy concentrada en lo tuyo.
Tosí para ocultar mi asombro, tratando de verme natural. Cerré el libro
el cual leía infructíferamente; monté mis piernas sobre la cama y me senté
cruzándolas para girarme a ella. Necesitaba defenderme.
—No, sólo estaba un poco preocupada de que no estuvieras bien. Eso es
todo
—Estoy bien, gracias por preocuparte.
—No hay de qué.
Karen se giró de nuevo para mirar fijamente al techo, como si se tratara
de un cadáver puesto en su ataúd, con las manos entrelazadas en el pecho y
todo.
—No quiero irme ¿sabes? No quiero dejar la universidad dijo de
repente.
La naturaleza de sus palabras, me eran ajenas, no entendí de inmediato
lo que quería decir, pero por algún motivo supuse que tenía que ver con lo
que llevaba pasando en los últimos tres días. Luego de aquella llamada tan
inesperada pero habitual, Karen se había recluido a una actitud
contemplativa y melancólica que no pude evitar notar.
De un segundo para otro, había dejado de reírse para quedarse callada
mientras revisaba sus anotaciones algo que ya de por sí era raro en
ella y dejar de lado mi presencia con la que se estaba entreteniendo antes
de atender.
—¿A qué te refieres? pregunté interesada.
—No quiero dejar la universidad porque es lo mejor que me ha pasado
hasta ahora continuó hablando ignorando mi pregunta. Cuando me fui
de casa para estudiar, sentí que todo sería mejor, que ya no tendría que lidiar
con los problemas del hogar, de la familia, pero, ahora, mi padre quiere que
regrese; es muy necio. Se giró de nuevo en mi dirección ¿Por qué
quiere que regrese ahora? me preguntó.
De alguna forma ella había respondido no solo a la pregunta que le
acababa de hacer, sino a esas que me estaba haciendo desde que la conozco.
Una de las tantas: ¿quién le llamaba tanto? Pues resulta que era su padre
quien quería hablar con ella, y por la forma en que se refería a él antes de
atender, supongo que no tenían una buena relación.
—No lo sé dije, sin saber qué más responderle.
—Es que sólo quiere molestarme. No ha parado de llamarme desde que
dejé la casa tratando de convencerme de que regrese Movió su cabeza
como si intentara mirarme con más fuerza, cuando a penas y había abierto
un poco más los ojos para imprimirle más énfasis a sus palabras y
siempre le respondo que no, pero es obstinante. No sé cómo puede seguir
insistiendo si no quiero regresar.
Estaba reprimiendo las ganas de preguntarle por qué no me daba una
mejor impresión de su padre al hablar de él. La forma en que se refería, en
que le daba cierto arranque a su imagen, en que me demostraba que no
quería estar ni un segundo más a su lado, me hizo suponer que se trataba de
alguien completamente despreciable y la verdad es que no sabía si eran
impresiones mías o si se debía a que eran muy bien infundadas.
—Debes estar confundida dijo Karen. Se levantó, dio media vuelta
en la cama y se sentó de frente a mi seguro lo estás. No sabes de qué
estoy hablando ¿verdad? pregunto, pero no me dejó responder. Antes de
que pudiera abrir mi boca, continuó claro que no lo sabes, ¿por qué
habrías de saberlo? de nuevo con sus preguntas retóricas bueno…
No quería parecer una entrometida, pero tampoco quería pecar de
inocente.
—Creo que no tienes una buena relación con tu papá y por eso no
quieres volver.
—Es algo más allá que una mala relación dijo Karen, como si
hubiera dado en el blanco. Se mojó los labios y se levantó.
Comenzó a caminar por la habitación con eminencia, parecía que ya no
estaba melancólica, aunque aun se podía saborear cierto descontento en su
forma de andar: los hombros bajos, la mirada perdida, los pasos cortos y
dudosos.
—No es sólo una mala relación repitió mi padre es el motivo por
el cual me fui de casa.
Me acomodé, para quedar de nuevo en frente de ella, es decir, dejé su
cama a mi lateral derecho. Sé que no hago mucho tratando de ser precisa
con la posición en la que me encuentro, pero pienso que puede servir para
entender que no me estoy quedando estática en una sola posición cuando
suceden las cosas a mi alrededor; eventualmente dejaré de hacerlo.
—La verdad es que no quiero nada con él, ni con sus negocios turbios,
ni con su… en ese momento estaba de espalda a mi, pero, de repente, se
giró para mirarme fijamente y agregar con cierto tono de
confidencialidad lo que te voy a decir no puedes decírselo a nadie.
Me miró con firmeza, tratando de encontrar en mis ojos alguna señal de
debilidad, como si tratara de descifrar si sería digna de su confianza.
—¿Entendiste? preguntó.
—Sí dije, sintiendo que todo estaba saliéndose un poco de contexto.
Ya no estábamos tratando de cosas propias de nuestra edad; parecía ser algo
muy delicado.
—Bien se irguió con entereza, suspiró satisfecha con mi respuesta,
embozando una sonrisa es bueno tener alguien en quien confiar, he
querido contarte al respecto desde hace tiempo pero no sabía como abordar
la situación; no quería molestarte con mis asuntos, de seguro ni siquiera
quieres saber al respecto.
De cierta forma me pareció gracioso la manera en que justificó su
silencio y me acreditó tal actitud cuando en realidad me he estado muriendo
por saber todo acerca de ella. Pero, esa felicidad no duró demasiado.
—Mi padre es un criminal peligroso soltó como la bomba que
impactó en Hiroshima, despiadada y pobremente avisada.
No tuve palabras para responder. Así que Karen habló por mi,
mirándome un poco avergonzada por el negocio de su padre.
—Sí, es incorrecto y debería estar preso continuó caminando, dando
vueltas sobre un eje imaginario y no es buen ser la hija de un criminal,
pero, es mi padre y no puedo simplemente decir que es un criminal porque
de cierta forma, yo también soy una criminal al saberlo y no acusarlo.
Sabía a que se refería, pero no podía simplemente decirle: sí, tienes
razón, eres una especie de criminal. Porque no quería destruir la amistad
que estábamos forjando.
—Lo ha sido toda mi vida e incluso me ha seguido hasta aquí. Pero no
soy mejor que él continuó porque sigo aceptando su dinero para
mantenerme, para comprar las cosas que me gustan, para pagar mis gastos.
Tengo millones de dólares en mi cuenta de banco gracias a él y eso no me
hace mejor persona. Pero es que no sé qué hacer. No quiero simplemente
dejarlo ni mucho menos seguir formando parte de esto. He estado cómoda
toda mi vida, y dejar todo atrás significa tener que empezar de nuevo y
terminó de dar la vuelta en la que estaba para fijarse en mi eso es lo
que pretendo hacer señaló con austeridad. por eso estoy estudiando,
por eso quiero llegar lejos, pero dejó caer sus hombros como si ya se
hubiera rendido me persigue a todos lados.
—Y por qué no dejas todo atrás y ya pregunté, tratando de quitarle
importancia al asunto ofreciéndole la idea más imparcial que se me pudo
ocurrir.
—No lo sé, creo que es porque estoy cómoda, supongo.
No sabía qué decir, no era el tipo de cosas en las que tuviera el
conocimiento necesario para ofrecerle algún consejo o decirle con
honestidad: «te entiendo», porque en realidad no la entendía; todo eso era
nuevo para mi tanto como el principio de la economía.
—¿Eso es bueno? pregunté, tratando de hacer conversación, tratando
de hacer que ella se sintiera mejor explicándome.
Una vez leí que la forma en que una persona puede deshacerse de sus
problemas es identificándolos, dándole un nombre; ya hecho eso, puede
proceder a resolverlo. Tal vez si le permitía explicarme hasta donde quería
hacerlo, podría encontrar ella misma su respuesta.
Se dibujó una sonrisa prácticamente invisible al ojo de Karen al
recordar el chiste de los psicólogos y la bombilla. ¿Cuántos psicólogos se
necesitan para cambiar una bombilla? Uno, pero la bombilla debe querer
cambiar. No sé por qué me vino a la mente ese chiste cuando en realidad
estábamos hablando de cosas delicadas, por lo menos para ella; debía ser
propio de mi mantener una postura imparcial y demostrarle que le estaba
escuchando.
—No lo creo, no es bueno estar cómoda con el crimen, mucho menos si
te beneficias de él.
—Pero ¿qué tipo de crímenes comete tu padre? no quería parecer
una entrometida, no lo he querido parecer desde hace tiempo, pero
aproveché ese momento para conocerla mejor.
—Asaltos a bancos, trafico de drogas, asesinatos. Es un hombre
sumamente peligroso se giró como si quisiera dar me un consejo de
vida y no debemos meternos con él, eso es lo que he aprendido viviendo
a su lado.
Tragué saliva porque me imaginé todas esas cosas que me dijo; no eran
algo con lo que pudiera meterme.
—Sí, y quería decírselo a alguien, más nadie lo sabe vaciló para
luego vociferar ¡Nadie! Es decir, nadie, Stefanie se acercó a con
apremio y me cogió por los hombros Nadie, sólo yo y ahora tú.
¿Entiendes?
La miré a los ojos y asentí con movimientos rápido de mi cabeza,
nerviosa y un poco asustada.
—Perfecto me dijo luego de soltarme como si nada hubiera
pasado Se siente bien tener alguien con quien hablar.
Embozó una sonrisa y se sentó de nuevo en su cama para cambiar el
tópico de nuestra conversación. Creo que lo hizo para calmarme más a mi
que a ella misma y se lo agradezco porque me sirvió lo suficiente para
superar el impacto de que mi compañera de cuarto era la hija de un criminal
peligroso.
Luego de eso, con el tiempo, fui dándome cuenta que Karen tenía cierta
cualidad para decir y hacer las cosas que no se evidenciaba en cualquier
otra persona. Nuestra amistad fue creciendo rápidamente, ya no había
secreto entre las dos; nos contábamos todo. De vez en cuando sentía un
poco de celos porque mi vida no era tan emocionante como la de ella,
ningunas de mis historias eran interesantes a comparación con las de ella.
Pero de todos modos se quedaba escuchando mis relatos cuando era mi
turno de hablar.
Poco a poco fuimos entendiendo las cosas como eran, conocimos los
detalles de la otra que nos identificaban y nos hacían parecer un par de
locas que por naturaleza no podíamos subsistir en el mismo lugar, aunque
de laguna forma u otra lo hacíamos porque estábamos a gusto con como
éramos. Karen se las arregló para no irse de la universidad mientras la
terminase porque convenció a su padre de que regresaría cuando acabara de
estudiar, y yo me sentía a gusto porque tendría a mi amiga por más tiempo.
Compartimos todo lo que entre las dos, tomando en cuenta nuestros
gustos, podíamos compartir. Hablamos de las cosas que nos interesaban a
las dos, lo que le interesaba a solo una de las dos y de otras que parecían
interesantes porque simplemente aparecieron en nuestras vidas. Karen se
había vuelto mi mejor amiga y confidente.
Gracias a ella pude terminar de pagar mis estudios porque a pesar de no
querer tener contacto con su padre, continuaba disfrutando de su dinero, con
la excusa de que lo usaría para hacer cosas buenas a diferencia de lo que
podría hacer él con ello. Y eso nos llevó a tener ciertas comodidades que no
podíamos ignorar.
Y, todo marchaba de maravilla hasta que días antes de la graduación, en
el periodo de tiempo en el que eliges si esperar al acto para recibir tu titulo
o simplemente hacerlo en la oficina del director sin ningún discurso ni fotos
para recordar, algo que por algún motivo esta universidad hacía antes y no
después que, de cierta forma, ahora que lo pienso, me parece muy
conveniente; Karen se apresuró a mi con esa mirada en sus ojos que aprendí
a identificar cuando tomaba una decisión importante a la que le dedicaba su
vida.
—Necesito desaparecer dijo, cogiéndome por los hombros
Necesitamos irnos de aquí pronto.
—¿A qué te refieres? le dije, un poco asustada porque creí que se
trataba de algo terrible.
—Irnos, tomar nuestros títulos e irnos de aquí, desaparecer del radar de
mi padre.
No pude evitar mostrar mi descontento al entender lo que ella quería
decirme. Me había comentado con anterioridad que no quería asistir al acto
de graduación a pesar de que le expresé que eso era lo que yo quería:
realizar aquel acto para tener un lindo recuerdo, a lo que su respuesta era
—Eso no tiene ningún gran significado. Prácticamente estás graduada,
al cabo que ni nos gustan ninguna de esas personas.
—Porque quiero tener un lindo recuerdo.
—¿Y el recuerdo de todos estos años trabajando y esforzándote para
conseguir las mejores notas? ¿Ah? ¿Eso no es importante? Vamos, no seas
cursi, eso no es para tanto.
—Pero yo quiero hacerlo, ¿por qué tú no quieres hacerlo?
Mi pregunta siempre marcaba el final de la conversación, presumía que
tenía un motivo importante pero no me lo dijo, hasta ese día en el que se
acercó a mi para decirme que nos fuéramos.
—Necesito irme, mi padre quiere que regrese y yo no quiero regresar,
Stef, no quiero.
—Pero le dijiste que lo ibas a hacer cuando terminaras la universidad.
—Y fue una mentira. Nunca he querido regresar y tú lo sabes.
No podía negarlo, nadie que pensara como ella querría volver a ese
mundo oscuro al que pertenecía su padre, además de que no era mi
obligación juzgarla ni tenía el derecho de hacerlo.
—Sí… dije, resignándome y apartando mis ojos de los suyos a pesar
de que la tenía lo suficientemente cerca de mi como para besarnos.
—Necesitamos irnos Dijo Karen, soltándome y dándose la vuelta
para comenzar a recoger sus cosas.
Estábamos en la que se convertiría en el recuerdo de nuestra habitación
para pasar a ser el cuarto de alguien más.
—¿Pero por qué no podemos esperar a la graduación?
—Porque mi padre ya sabe cuando será y estará esperándome a que me
entreguen mi titulo para que me vaya con él.
—Ya te he dicho, Karen, no eres una niña, puedes hacer lo que quieras,
eres una adulta.
—Sí, pero él no entiende eso. Él quiere que me quede a su lado porque
tiene muchos enemigos y comenzó a mover la mano dibujando círculos
con su muñeca y a balbucear. blah, blah.
—Aja, ¿y no crees que sea verdad? le pregunté, inmóvil, viendo
cómo metía todas sus cosas en varias maletas con desesperación.
Era tonto verla hacerlo porque se supone que debíamos haber empacado
con dos semanas de anticipación, no unos cuantos días.
—Claro que es verdad, pero yo no tengo nada que ver con sus
suciedades. Ese es su problema, cree que debo heredar «sus problemas»
dibujó unas comillas con ambas manos.
Dejé escapar un suspiro y me senté en mi cama para verla con mayor
comodidad.
—Y ¿por qué tengo que ir yo contigo?
—Porque eres mi mejor amiga y te quiero a mi lado.
Se detuvo, se irguió y se dio la vuelta para verme con la mirada perdida
y el rostro impávido, como si acabase de tener una epifanía.
—A menos que no quieras ir conmigo.
De nuevo dejé escapar un suspiro.
—No es que no quiera ir contigo a donde sea que quieras ir tú le dije,
cruzando los brazos pero yo quiero hacer mi acto de graduación y sabes
que es verdad.
Karen se acercó a mi para sentarse a mi lado y me rodeó con su brazo
derecho aproximándome a ella. Y comenzó a hablar contemplando la pared
de su lado de la habitación completamente blanca como si se tratara de una
ventana.
—Podemos ir para donde queramos ir; hacer lo que queramos hacer.
Tenemos todo el dinero que mi padre me ha estado dando por estos años
me miró a los ojos porque mi dinero es tu dinero, eres mi mejor
amiga, podemos hacer lo que sea. de nuevo se enfocó en la pared
conseguiremos un buen lugar para vivir y tendremos todo lo que queramos,
a quienes queramos, tendrás sexo con las mujeres que te de la gana, tal vez
nos casemos con el amor de nuestras vidas, tal vez podamos montar nuestra
propia empresa y hacer nuestro dinero de una forma limpia y justa.
Extendió su mano izquierda con la palma abierta y la pasó en frente de
nosotras como si limpiara una ventana imaginaria el cielo es el limite.
¿Qué dices? preguntó mientras me veía con una sonrisa en el rostro.
—No lo sé… es que…
—¿Qué? ¿La graduación? me preguntó por enésima vez,
evidentemente hastiada por mi insistencia en ir a la graduación ¿No ves
que no podemos ir?
Se levantó y colocó ambas manos en su cintura con austeridad,
mirándome tal cual lo hace una madre que está a punto de reprender a sus
hijos.
—Tu eres quien no quiere ir, puedo recibir mi diploma y luego de eso
irnos. No tienes que ir.
—No es una mala idea dijo, cambiando su semblante por uno más
comprensivo no es necesario que tu faltes…
Se llevó la mano a la barbilla y comenzó a balbucear unas palabras. De
las cuales sólo pude entender:
—No tiene que… él estará esperándome a mi… pero si…
Se encontraba dando vueltas, tratando de pensar y mareándome con su
misterio y sus movimientos circulares. Quería saber en qué estaba pensando
porque de alguna forma u otra su decisión me afectaba.
Era mi mejor amiga, tendría mi apoyo en lo que decidiera hacer de la
misma forma en que ella me ha apoyado en todo: en mi colegiatura, en mi
orientación sexual, en mis problemas personales, en resolver mis problemas
con parejas… ella siempre ha estado a mi lado desde que la conozco, así
que, no podía simplemente abandonarla en este momento, no cuando más
me necesitaba.
—Creo que no vas a poder ir dijo de repente, apenada por sus
palabras y consiente de que eso me hacía sentir mal.
—¿Cómo que no voy a poder ir? Es tú padre, no el mío. Vociferé,
convencida de que no correría ningún peligro.
No podía simplemente decirme que debía faltar, así como así; desde mi
punto de vista, no tenía sentido tener que simplemente marcharme con el
titulo en mano dejando atrás el acto con el que tanto tiempo soñé mientras
me quemaba las cejas estudiando.
—Porque mi padre te conoce y, si te ve, va a querer que le digas en
donde estoy, y no te dejará tranquila hasta averiguarlo.
—Oh…
—Sí, y si llega a verte… no podemos permitir que te vea, sería malo
para las dos.
Karen parecía tener un punto y yo nada con lo que defenderme. No
habíamos terminado de discutir cuando ya se había dejado en claro que no
íbamos a ir a la graduación bajo ninguna circunstancia porque sería
sumamente complicado escaparse de las narices de su padre. Discutimos un
rato más acerca de lo que haríamos y las cosas que deberíamos hacer para
poder marcharnos sin ser vistas; cogimos nuestros títulos y dejamos todo
atrás.
El aventurarme con todo aquello para complacer a Karen resultaba un
cambio de planes para mi; quería buscar un trabajo de inmediato,
especializarme en una de las muchas cosas que podría hacer con mi nuevo
titulo universitario y comenzar a hacer una vida; conocer a una mujer
atractiva, agradable y que supiera hacerme feliz… pero, con la buena idea
de mi amiga, significaba que debía tener un receso de ello para ayudarla en
lo suyo. Quien me lea podría creer que lo estoy tomando como algo
molesto, cuando en realidad lo hago más porque me gusta que por que sea
un fastidio para mi.
Se podría decir que estaba a gusto con lo que hacía ya que por un
tiempo hicimos de todo tipo de cosas que ejemplificaban exactamente la
vida de una persona los recursos necesarios para no tener que trabajar en
toda su vida.
De vez en cuando sentía que había perdido el sentido de lo que quería,
de lo que realmente necesitaba como mujer, pero, no podía negarme a ese
divertido mundo en el que Karen me había sumergido. Aunque, de todos
modos, siento que estoy obligando a quien me lea a mal interpretar la
situación.
Para ser honesta, lo que hicimos luego de marcharnos al anonimato para
que el padre de Karen no nos encontrase a pesar de que estábamos usando
su dinero para hacer donativos y disfrutar de la vida, es solo un sutil
resumen de lo que significo nuestra vida por los siguientes seis meses.
Resulto ser un receso de la realidad que nos obligó a ver el mundo tan
rápido que parecía que las cosas nunca iban a cambiar, que siempre
estaríamos en el mismo plan: ir de país en país, amanecer en hoteles,
acostarnos con personas que no conociéramos, comer de los más
excéntricos y deliciosos platillos que se nos pudieran ofrecer y tratar de
ignorar la existencia.
Estábamos tan sumidas en todo eso que cuando todo cambió, fue como
una bofetada. No pasó tan rápido, no es como que no fuera posible
prevenirlo, pero, cuando empezó, parecía ser eso mismo de lo que nos
habíamos acostumbrado por tantos meses.
Era tan peculiar, tan normal, que no vimos la relación entre los hechos.
Era algo completamente diferente, algo de lo que nunca escuchamos y, mis
amigos, esa es la primera señal de que algo está a punto de cambiar tu vida.
—¡Stefanie, Stef! ¿Dónde demonios estás?
Preguntó Karen, mientras me bañaba en el cuarto de hotel. Era un 21 de
noviembre, lo recuerdo porque estaba haciendo frío y necesitaba darme un
baño caliente cuanto antes. Mi amiga había bajado a no sé dónde a hacer no
sé qué. Era algo confuso, habíamos tomado demasiado la noche anterior así
que no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Una taza de café, un baño y
unas aspirinas después, todo se sentía más claro.
Cerré la llave de la ducha para poder escuchar mejor
—¿Karen? ¿Eres tú? Pregunté, pensando que no había forma alguna
que se tratara de otra persona.
—¿Dónde estás?
—Estoy en el baño.
Aun no identificaba su voz, así que me pareció un poco arriesgado
invitar a un completo extraño a que me viera desnuda.
—Acabo de descubrir algo asombroso.
—¿Qué? dije corriendo la puerta de la ducha. ¿Qué pasa?
—Descubrí algo totalmente asombroso, no sé como nunca escuchamos
de eso.
Durante la siguiente conversación, salí de la ducha, cogí mi toalla para
secarme el cabello esperando a escuchar la reveladora noticia de mi amiga,
todo eso mientras estaba todavía desnuda.
Karen se veía completamente entusiasmada por el asunto como si se
tratara de algo completamente diferente que nadie nunca había escuchado,
visto o tal vez pensado. Para ser honesta, era una especie de cliché tan
grande que la mera mención del asunto sonaba más a chiste que a realidad,
tomando en cuenta que de cierta forma resultaba ser lo más coherente que
podías haber escuchado en tu vida.
—Hay un club completamente dedicado a los millonarios.
Se los dije.
3
Un Club Secreto

Al principio me apreció eso, un chiste, pero luego, mientras le


escuchaba contarme al respecto, las cosas comenzaron a parecer un poco
más cuerda a pesar de que ella no se estaba explicando con claridad.
—¿Qué? ¿Cómo así? ¿cómo lo sabes?
—Estaba en el bufete, eligiendo la comida desayunaríamos cuando de
pronto, dos personas extrañas comenzaron a hablar como si yo no estuviera
ahí. Prácticamente me ignoraron.
—¿Qué tan cerca estabas de ellos?
—Lo suficiente, de hecho, creo que hasta pude oler sus perfumes, pero
estaba concentrada en mi comida, al principio aclaró, sentándose en el
inodoro.
—Bueno…
—Era extraño, porque realmente no me importaba lo que estaban
hablando, de hecho, creo que me preguntaron algo, pero yo estaba tratando
de pensar en deshacerme de la resaca.
—¿Cómo así?
—Bueno no sé como empezar, pero…
Como ya les había dicho, tanto Karen y yo, habíamos estado tomando la
noche anterior, así que, durante las primeras horas de la mañana, luego de
quedarnos dormidas viendo una película de Harry Potter que estaban dando
en la televisión, las cosas se sentían un poco borrosas. Creo que estábamos
bajo las influencias de una que otra droga, no lo recuerdo bien, pero lo que
sucedió con ella, es lo que intento contarles.
—Bueno, como te decía, los dos hombres estaban hablando, no sé de
qué, no sé desde cuando, lo que importa es lo que dijeron después.
—¿Después de qué?
—De que se me cayera la ciruela ultima ciruela que había conseguido
en la mesa de frutas. No quería desperdiciarla así que me agaché para coger
otra.
—¿Qué tiene eso que ver? Dije mientras me secaba detrás de las
orejas ¿Seguro no te lo imaginaste? Creo que aun no se nos pasa el
efecto de…
—¡No! vociferó Te estoy diciendo que es verdad, sé lo que
escuché, no estoy loca.
—Eso lo podemos poner en duda bromee.
—Cállate, no. Escucha suplicó.
Karen parecía realmente convencida de ello así que no tuve otra que
tomar una postura madura para escucharla.
—Está bien, sigue contando.
Me recosté de la mesa en donde se encontraba el lavamanos para
escuchar mejor a mi mejor amiga (vaya juego de palabras).
—Luego de que se cayó la ciruela, me agaché para recogerla; l que
cualquier persona haría dijo como si fuera muy normal y me metí
debajo de la mesa, fue ahí en donde los escuché.
—¿Espiaste a esos dos hombres? ¿Cómo sabes que no estaban
burlándose de ti o algo por el estilo?
—Primero, porque es tonto pensar eso, ¿qué te sucede? Y segundo,
porque cuando me acerqué a ellos debajo de la mesa porque la ciruela había
rodado hasta donde se encontraban, los escuché decir y cambiando su
tono de voz por aquel que ella suponía que sonaba una persona adulta
¿Ya se fue? Lo que me hizo entender de inmediato que estaban hablando de
mi.
—Es un poco apresurado pensar en eso.
—Sí, el caso es que continué escuchando porque eso me llamó la
atención.
—Te escucho.
Me quité la toalla que había colocado en mi cabeza para secar mi
cabello y la dejé a un lado. Todavía me encontraba desnuda así que el calor
comenzó a abandonar mi cuerpo.
—Estaban hablando de algo sobre un club, no era algo tan especifico
como «oye, estamos en un club secreto de millonarios»
—Dudo que hayan dicho eso dije mientras me acercaba a las batas
de baño que estaban guindadas al lado de la puerta.
—Claro que no lo hicieron, fue más a: ¿Ya pagaste la membresía?, dijo
uno de los dos, no sé cual, el caso es que continuaron: Estaba tratando de
preguntarte, pero no nos dejaban solos. Dijo el mismo hombre porque se
escuchaba igual.
Me coloqué la bata y me puse en el mismo lugar en el que estaba
mientras le escuchaba hablar.
—Ya va, espera un momento, me estás confundiendo un poco.
—Calma, ya llegaré al punto.
—Eso espero dije, cruzando los brazos.
—Bueno, el hombre continuó hablando de unas tonterías acerca de su
empresa que ignoré mientras me comía mi ciruela bajo la mesa.
—Ok dije alargando esa única silaba, preocupada por lo que solía
hacer mi amiga cuando estaba bajo los efectos de narcóticos.
—Creo que se pusieron a hablar de eso porque alguien se les acercó. El
caso es que luego de que cambiaron de tema, lo volvieron a mencionar.
—¿Qué cosa?
—Si no me interrumpes te puedo decir
—Está bien.
—Al club. El club de los millonarios
—Espérate un momento dije deteniéndola.
—¿Qué?
—A todas estas, ¿trajiste algo de comer? pregunté irguiéndome y
acercándome un poco a la puerta del baño, el cual comenzaba a sentirse frío
y húmedo.
—Sí, está en la cama.
—Perfecto.
Salí del baño y me acerqué a las camas que estaban en la otra parte de
aquel enorme cuarto de hotel.
—¿Le llamaron así? ¿Específicamente dijeron esas cinco palabras?
dije, tomando el plato que tenia una extraña selección de comida dulce.
Una cuantas donas acompañadas de otras frutas, para mencionar unas
cuantas.
—No, ¿qué te sucede? No, nada que ver. Lo que dijeron fue algo así
tipo: cambió su tono de voz por el de un hombre que se escucha mucho
como una mujer Sí, pero sigo diciendo que cien millones de dólares sólo
para mantener nuestro lugar es una ridiculez. Dijo el otro tipo. A lo que el
primero le respondió: no te preocupes, eso es nada comparado con lo que
tiene que pagar Arturo, de todos modos, no es como que nos haga falta.
Karen continuaba cambiando las voces de sus personajes que hasta el
momento me parecían imaginarios.
—Creo que te estás acordando de muchos detalles a la vez, ¿segura que
no te los imaginaste?
—No, no me acuerdo de todo, estoy parafraseando, hablaron de unas
cosas de tiempo, de que pagan algo más que otro, etcétera y etcétera. Sus
palabras eran más pretenciosas y poco especificas, estuve un buen rato
debajo de esa puta mesa.
—Vaya, ya me lo puedo imaginar.
Me la imaginé sentada con las piernas cruzadas y la cabeza baja
masticando la ciruela que había recogido del suelo.
—Bueno, los tipos seguían sirviéndose sus platos, creo que lo hacían
para pasar desapercibidos porque nadie se podía quedar tanto tiempo frente
a la mesa sin llenar más de un plato. Lo sé, yo lo hice y llené cuatro.
—Aja, no te pierdas, continua la apresuré moviendo mi mano en
círculos.
Me llevé la segunda dona a la boca pasando la horrible hambre que me
estaba molestando y no tenía ni idea que tenía. Karen le dio un mordisco a
su croissant y continuó con su relato.
—Sí, tienes razón. Luego de eso continuaron hablando sobre esa
extraña membresía de cien millones de dólares.
—¿Entonces sí eran cien millones de dólares?
—Sí, no hay forma de que olvide esa absurda cantidad de dinero, es
precisamente lo que me obligó a quedarme bajo la mesa para seguir
escuchando.
Se veía perdida y contenta de haber hecho lo que hizo. Era extraño que
una mujer adulta de su edad se sintiera a gusto luego de haberse sentado en
el suelo debajo de una mesa para comerse una ciruela y espiar a dos
extraños sin, tomando en cuenta ciertos aspectos importantes, razón
aparente.
—Pienso que debemos dejar de drogarnos.
—Eso es lo de menos.
Le quitó importancia al asunto que acababa de plantear y le dio otro
mordisco a su croissant.
—Pero llega al punto, estás divagando.
—Sí, sí, eso es lo que intento vaciló Los tipos no dijeron nada
acerca de un club secreto, pero la forma en que hablaban me daba a
entender que nadie podía saber al respecto. El asunto es que los tipos
terminaron diciendo la parte más importante y que, a mi parecer, resultaba
ser el pináculo de un club secreto, y lo primero que no debes hacer: decir en
donde sería la siguiente reunión.
—Parece un poco extraño si lo dices de ese modo.
—Lo sé, eso es lo que pienso.
Estábamos seguras de que todo lo que giraba en torno a aquel asunto era
una simple mentira. Tal vez ella había mal interpretado el asunto, tal vez
todo a ello era falso y las cosas que habían dicho aquellos dos extraños
estaban siendo alguna especie de mala broma, una conversación que se
había salido de contexto o que mi querida amiga no había entendido a la
perfección. Cualquier cosa podría ser el desenlace de aquel evento, pero,
para lo que recuerdo, estábamos completamente perdidas y necesitadas de
una aventura interesante.
De cierta forma, eso era lo que nos había llevado hasta aquel lugar.
Puede que no lo haya expresado, pero, luego de siete meses sin hacer más
que ir de país en país, ayudar a una que otra persona y disfrutar de todos los
lujos del crimen que Karen había heredado y no aceptaba, nos había
demostrado que las cosas tenían un limite de entretenimiento, que nada
podría satisfacernos para siempre sin que nos hiciéramos cínicas e
insoportables. Sí, creo que es algo que debí haber mencionado con
anterioridad, pero, es un relato corto, creo que es el momento justo para
decirlo, además, es muy útil para continuar con el relato.
Es bueno que sepan que las cosas están presentadas en el orden en que
las recuerdo y no necesariamente en el que han sucedido. Por ejemplo, el no
haber mencionado que éramos sexualmente activas, cosa que me parece
innecesaria en ciertas formas pero que es tan natural para el ser humano que
es, de hecho, uno de sus principios más básicos, aunque no es como que
voy a llenar este relato con todas las experiencias sexuales que tuvimos con
cada uno de los habitantes de cada país que visitábamos. Las dos tenemos
gustos diferentes en cuanto a las personas con las que preferimos compartir
nuestras vidas, pero, eso no nos detenía de disfrutar la una de la otra.
También es algo que ignoré porque no es importante, pero pienso que
para que puedan familiarizarse más con nosotras, es importante que sepan
todo aquello que pueda referirse a Karen y a mi.
Luego de que terminamos de desayunar aquella peculiar selección de
alimentos que había llevado Karen, nos dedicamos a descansar y pasar la
resaca de una noche que todavía nos estaba pasando factura, aunque nuestra
mente estaba puesta en saber si aquel club de millonarios en realidad
existía. Por lo pronto, podría ser sólo el efecto de las drogas o algo que nos
ofrecería una extraña e interesante aventura.
Con Karen, las cosas siempre han sido así. Nuestra vida juntas me ha
demostrado que nunca puedo dejar de esperar cualquier cosa de ella porque
la incertidumbre de lo desconocido es lo que les da sabor a nuestras vidas.
Luego de que dejamos de tener secretos, ella me introdujo a un mundo
en el que no creía que podría entrar; a parte del hecho de que esa
exclusividad se la había ganado por aquello por lo que estábamos en aquel
hotel en primer lugar, no puedo evitar decir que las reuniones, los viajes, la
primera clase no habrían aparecido en mi vida sino hasta que por fin
pudiera hacerme con mi propio dinero.
Pero, eso es algo que, al momento de estar con ella, ni siquiera había
pensado.
Cuando los efectos de las drogas habían pasado, decidimos buscar a
aquellos dos hombres que Karen había espiado. Si no conseguíamos el
lugar en donde habían dicho que se encontraban porque aquella ciudad era
prácticamente un misterio para nosotras, todo confuso, todo extraño.
—¿Son esos los dos hombres que escuchaste hablar? le pregunté
mientras estábamos sentadas en el comedor del hotel.
Teníamos la idea de que tal vez si nos quedábamos en el lugar en donde
ocurrieron los hechos, podríamos encontrarnos con aquellos dos amables
señores que nos dirían todo lo que queríamos saber. De alguna forma, me
parecía como la trama de una película mala, tal vez de esas que nadie quiere
ver, de bajo presupuesto y con unas cuantas palabras en el guión. Peor no
podía hacer nada, eran los hechos de algo que extrañamente estaba
sucediendo.
—Creo que sí.
Dijo Karen mirando con atención a los dos hombres vestidos de un muy
elegante traje. Tenía sentido que fueran millonarios, pero no era
precisamente un estereotipo poco común en aquel lugar. El hotel era los
suficientemente costoso como para hospedar a ese tipo de personas.
—¿A caso los recuerdas?
—No mucho, pero creo que sí son ellos, se parecen bastante.
—¿Eso crees?
—Sí.
Este es el momento en la película en la que de repente aparece un
montaje desagradable de todo lo que nuestros personajes hacen. Es decir, un
resumen. Me tocaría resumir lo que hicimos porque esa parte de nuestra
aventura fue bastante aburrida para mi: quedarme sentada esperando que
dos personas que probablemente no existían aparecieran ante nosotras para
darnos una información que posiblemente fuera falsa o irreal.
Duramos en ese lugar aproximadamente unas tres horas, ordenando
platillos diversos que, si bien eran muy deliciosos, no podían amainar el
amargo sabor de la espera, de la incertidumbre ni de la duda.
Pasamos del comedero al lobby y del lobby al comedor en el tiempo en
que los cocineros comenzaron a rehusarse a darnos servicio después de una
hora esperando, normalmente se quedan, pero nosotras sólo estábamos
pidiendo tragos, así que o nos íbamos al bar o nos esperábamos a que
volvieran a abrir la cocina. Era un hotel bastante exigente, para ser honesta.
Pero, luego de una aburrida y prácticamente eterna espera, Karen y yo
nos encontramos con quienes habían hablado acerca de ese extraño club.
—Son ellos dijo Karen bajando la voz y jalándome por la manga de
la camisa.
—¿Dónde? pregunté buscándolos con la mirada; había muchos
hombres para poder saber quienes eran.
—No te los voy a señalar, se verá raro.
—¿Entonces?
—Son esos que están al lado de la mujer que tiene la maleta rosada con
unos tacones desagradable.
—¿Los tacones estampados de rosas?
—Sí, los de diferentes colores.
—Ya veo.
—¿Quién demonios sale a la calle con esos tacones? El dinero hace
cosas horribles con las personas.
—Bueno, bueno. ¿Qué están haciendo?
—¿Los tacones? No lo sé, arruinando su vida.
Me giré para verla con severidad, colocando mis manos sobre mi
cintura, así como hacen las personas cuando reprenden a sus hijos para
parecer más serios.
—Los dos hombres raros que quieres interrogar.
—Están hablando de algo
—Necesitamos saber de qué están hablando para saber si en realidad
existe ese tonto club.
—Vamos a averiguarlo.
Karen adelantó el paso y comenzó a caminar hacía ellos
—Espera, no, así no Le dije cuando advertí cual sería su plan, uno
que no me parecía precisamente el mejor.
—Ya verás.
Se aproximó a los hombres extraños como si estuviera dispuesta a
seducirlos. No estábamos vestidas de la mejor forma, no parecíamos más
que las hijas adolescentes de algún hombre importante de negocios que
estaban pasando su tiempo en el lugar, vacacionando tal vez o algo por el
estilo, y a menos que le gustaran las mujeres jóvenes de copa treinta y
cuatro c, con el cabello negro y de un metro sesenta, entonces había
posibilidades de que nos dijeran algo.
Aunque, eran dos, y conociendo a Karen, algo que no me gustaría
probablemente sucedería. No tuve otra opción que seguirla, estar a su lado
para juzgar por mi misma si en realidad no era mentira lo que ella había
escuchado.
—Oh, Stefanie, que bueno que te acercaste dijo con un animo
comprometedor cuando me aproximé a ellos tres.
—Sí. Que bueno dije con cierto desagrado, su forma de anunciar mi
nombre a dos extraños.
—Daniel y Daniel, ella es Stefanie, mi mejor amiga.
—¿Los dos se llaman Daniel? pregunté.
—Mi nombre es Daniel Herrera dijo el de la derecha.
Se veía un poco mayor, tal vez de unos treinta años o algo así. No estaba
segura porque su porte era de alguien que había estado seguro de si mismo
toda su vida.
—Y mi nombre es Daniel Hernández. Dijo el de la izquierda.
—¿Qué coincidencia verdad? dijo Karen como si fuera gran cosa,
para luego reírse pareciendo una niña tonta.
—No mucho, Daniel es un nombre muy común…
Karen era pésima coqueteando, aunque, se le atribuía cierta ventaja por
su físico que ni siquiera yo podía dejar pasar. Es una mujer extremadamente
atractiva, no cabe duda de ello, y cuando vi cómo aquellos dos hombres la
veían, supuse que ellos tampoco lo dudaban.
—Es verdad dijo Herrera. No es gran cosa de todos modos.
—No vale, claro que sí, son dos Daniel que hablan el mismo idioma que
se encuentran en el mismo hotel que yo. Colocó su mano sobre el pecho
de Daniel, invadiendo su espacio personal si me pregunta, eso es
maravilloso.
Herrera soltó una sutil carcajada sin abrir muchos sus labios mientras
que tocaba la mano de mi amiga en su pecho. Era como que la estaba
invitando a seguir haciéndolo, era desagradable.
—¿Y por qué es maravilloso? preguntó Hernández.
—Porque nosotras dos también hablamos el mismo idioma, nos
encontramos en este lugar y tenemos el mismo nombre.
De inmediato me giré para verla. Claramente no teníamos el mismo
nombre, inclusive, me presentó como Stefanie y estaba segura que se
presentó a si misma como Karen, así que, no había razón alguna para decir
tal estupidez.
—Mi nombre es Karen Stefanie y el de ella Stefanie Karen dijo
Karen con tal naturaleza que inclusive el desagradable choque en la unión
de nuestros nombres pasaba desapercibida.
Al escucharla, me di cuenta que me había equivocado, al parecer si era
posible que existiese una razón para que esa estupidez se formara.
—Pues eso si que es una coincidencia. dijo Herrera digo,
maravilloso.
—No, no, claro que es una coincidencia. Que los cuatros nos
encontremos aquí, compartamos semejanza. Tal vez sea una señal y
debamos compartir este día para conocernos mejor propuso Karen,
golpeándome con el codo como si por tener el mismo nombre deberíamos
estar pensando lo mismo.
—Claro, pienso que sería una buena idea dije.
—Entonces, ¿no quieren acompañarnos a nuestra habitación?
preguntó Herrera.
En ese momento miré a Karen para saber cual sería nuestro próximo
movimiento, es decir, ahora nos habían confundido con dos prostitutas (es
un poco exagerado) o peor, con dos mujeres fáciles de las que se podrían
aprovechar. Era un tanto degradante, y podría culpar al hetero-patriarcado
por ello, pero la verdad, el suponer que podríamos conseguirlo es más
nuestra culpa que de ellos, ellos sólo resultaron ser la victima de los deseos
egoísta de mi amiga heterosexual.
Postdata: estoy siendo sarcástica, no porque sea lesbiana quiere decir
que soy activista, sólo tengo sentido común y, lo que estábamos a punto de
hacer era degradante para cualquier genero o idiosincrasia, tal vez no para
una prostituta que ame su trabajo, pero no es propio decir que lo sé porque
realmente nunca he incursionado demasiado en el mundo de la prostitución
como para saberlo; el asunto es que la mirada de Karen me dijo todo lo que
tenía que saber.
—Sería maravilloso, estaba a punto de decir lo mismo. ¿no es gracioso?
Karen se reía y comportaba de tal forma que me parecía molesto tener
que hacer lo mismo. Es decir, éramos amigas, si ella brincaba hacía un
precipicio yo la seguiría sin pensarlo a pesar de que su cuerpo pudiera
amortiguar mi caída, no importa, si he de hacer algo, lo haré a su lado. Fue
precisamente ese mismo principio lo que me llevó a enredarme en todo eso.
—¿Qué dices Stef? ¿Te apuntas?
Sabía que no tenía ninguna otra opción, estaba un poco interesada, ya
no quería dejarlo pasar. Así que dejé escapar un suspiro de resignación al
darme cuenta de lo que estaba a punto de decir, y respondí basándome en
mis impulsos de curiosidad.
—Me parece perfecto respondí con una sonrisa tonta, de esas que
estaba haciendo Karen para seducir a los dos millonarios.
Seguían siendo dos Daniel y nosotras dos Karen, o Stefanie, o lo que
fuera. Lo importante era que, de alguna forma u otra, Karen se las había
arreglado para enredarme con un desconocido para poder satisfacer su
deseo de pertenecer a un club secreto de millonarios. Al principio era ajena
a sus razones, pero, cuando todo nos llevó a ese lugar que al parecer si
existía, (a pesar que causa y efecto no estuvieran relacionados), vi que no
fue tan mala idea después de todo.
Los acompañamos hasta su habitación, la cual, por otro golpe de la
casualidad, estaban compartiendo, cosa que me pareció absurda para dos
personas que podían pagar cien millones de dólares sólo para mantener su
lugar en un club, suponiendo que fuera verdad.
—Bienvenidas a nuestra habitación dijo Hernández.
—Es enorme dijo Karen sorprendida
Sí era enorme.
—¿En dónde se están hospedando ustedes?
—En una sencilla, no teníamos pensado quedarnos tanto tiempo aquí,
nuestro plan era hacer varios viajes por Europa.
—Parece algo costoso.
—No nos molesta, tenemos suficiente dinero.
No quise decir nada, sólo sonreír y asentir porque las tonterías que
estaba diciendo Karen parecían tener un poco de sentido.
—Vaya Herrera se desabotonó el saco para quitárselo y colocarlo en
el respaldo de uno de los sofás que estaban en frente de la sala de su
habitación.
Creo que era la suite presidencial, no es por lo costosa sino por el
símbolo de estatus que eso representa. Nosotras podíamos hospedarnos ahí,
pero no teníamos ningún motivo para hacerlo. Estaba un poco incomoda al
estar ahí, la forma en que aquellos dos hombres evidentemente pensaban en
nosotras, me hacía sentir usada, de tal manera, que mi descontento se
evidenciaba en mi semblante.
—Sonríe un poco dijo Karen Tenemos que parecer interesantes
para los dos caballeros
Me había apartado mientras ellos buscaban unos tragos para nosotras.
Ya estaba suponiendo lo que ellos querían que hiciéramos.
—Es que no me gusta…
—No te preocupes, no nos harán nada, se ven como dos personas
respetables.
—¿Y si son unos fetichistas? ¿Si nos quieren quitar los órganos?
—Nadie que tenga para pagar cien millones de dólares para que no lo
saquen de un club de hombres ricos va a querer unos órganos usados.
—Karen exclamé entre murmullos todos los órganos son usados.
—Solo olvídalo. Tengo todo bajo control.
La mire con una expresión de «en serio» porque no había forma en que
lo tuviera todo bajo control.
—Acabamos de conocer a esos hombres, ¿cómo vas a tener todo bajo
control?
—Lo estuve pensando todo mientras esperábamos, no te preocupes, esto
será pan comido.
No sabía cuales eran sus intenciones ni su plan. Karen me miraba con
entusiasmo, con el brillo de un niño emocionado ante los regalos debajo del
árbol de navidad. No podía decirle que no, nunca le he dicho que no a ella,
no sé si es porque quiero mantener nuestra amistad o siempre estoy tratando
de buscar nuevas emociones. El caso es que no pude resistirme a sus
encantos tampoco en ese momento.
—¿Qué tienes en mente?
—Tú sólo actúa como una mujer heterosexual que quiere acostarse con
ellos y yo haré el resto.
¿Cuál es mi papel en todo esto? Ofréceme un contexto. ¿Soy una tonta?
¿Soy hija de un millonario? ¿Soy tu amiga pobre?
—Se sexy. Eso es lo que importa.
No estaba a gusto con la idea de tener que encontrarnos con dos
desconocidos para poder conseguir información, es decir, de cierta forma,
es de espías el manipular a las personas para poder obtener lo que se
necesita para el bien de la misión; sólo había un problema y era que
nosotras no éramos espías, no necesitábamos esa información ni estábamos
haciendo nada útil con lo que teníamos en mente.
—Entonces me dicen que tienen dinero preguntó Daniel.
Habían pasado horas de conversación aburrida, de miradas traviesas y
sonrisas ridículas que tenían el fin de seducir.
—¿Y por qué quieres saber? preguntó Karen con una voz pausada,
una sonrisa traviesa mientras jugaba con la pajita de su vaso.
Ella odiaba tomar licor con esas cosas, pero de alguna forma el confería
cierta ternura y sensualidad el hablar con eso en la boca, hacerlo mover con
la lengua y menear su bebida mientras miraba fijamente a uno de los dos
Daniel.
—Sí, ¿Por qué quieres saber? preguntó Hernández.
Mi posición era imparcial, no había motivos para decir ninguna cosa,
estaba callada, tomando de mi Martini hecho por Daniel Herrera mientras
estaba sentada en uno de los sofás con las piernas sobre el regazo de Daniel
Hernández. Sí, estaba tratando de ser lo más imparcial posible.
En ese momento, Herrera miró a Hernández con cierta complicidad.
—Pues porque quiero invitarlas a un lugar.
—¿Y eso que tiene que ver? pregunté yo.
Karen y yo nos miramos de reojo, sin estar de acuerdo, entendiendo a la
perfección lo que eso podría significar. Hernández aclaró su garganta luego
de dar un corto sorbo de su Martini como si hubiéramos sacado un tema
delicado.
—Lo que él trata de decir dijo Hernández bajando mis piernas de su
regazo y levantándose es que quiere invitarlas a un lugar cuya entrada es
paga, y, no podemos ofrecernos para darles entrada.
—¿Cómo así? ¿Es un lugar exclusivo? ¿Es un bar? Porque aquí en el
mini bar hay suficientes para toda la noche dijo Karen, fingiendo estar
desentendida.
Poco a poco fui entendiendo sus intenciones.
—No, no es un bar dijo Herrera suponiendo que lo dicho por Karen
era por su inocencia. Es un club, y nos gustarían que nos acompañasen.
—Pero, ¿cómo es eso que hay que pagar para entrar? pregunté yo,
con una voz tonta como si no entendiera lo que estaba sucediendo.
De una forma u otra sentía que estábamos cruzando los limites de la
ridiculez.
—¿Sabes los lugares VIP en los aeropuertos sólo para clientes
frecuentes de ciertas líneas y con ciertos ingresos?
—Sí dijimos al unísono Karen y yo.
—Bueno, este club es para personas con dinero, y para poder formar
parte de él hay que garantizar que realmente se tiene el dinero para
pertenecer. Más que todos billonarios y eso.
—¿Cuánto dinero? ¿Qué hace a una persona billonaria?
—Tener billones e su cuenta de banco.
—Oh, claro… dijo Karen.
Estaba estresándome, no lograba contener mi ira por la forma tan
ridícula en que ella estaba hablando, no sonaba como una mujer que había
sacado su licenciatura en leyes. Era exasperante.
—Entonces dije luego de aclarar mi garganta ¿Sólo necesitamos
tener billones en nuestra cuenta de banco?
—Asegurar que los tienen… dijo Herrera, dándole un ultimo y largo
trago a su Martini, para luego levantarse. pienso que sí podemos
ayudarlas a entrar, sólo deben garantizar que tienen el dinero, no que es
suyo.
—¿Seguro? preguntó Hernández
—Claro Repuso Herrera.
Comenzó a caminar en dirección al mini bar que estaba cruzando la
habitación, entre los dos escalones que levantaban el pasillo hacía los
cuartos y una pared que dividía dos salas de estar. Cuando de repente, se
detuvo en seco y succionó el aire entre sus dientes haciendo un sonido
desagradable.
—Aunque vaciló no creo que sea posible Herrera se dio la
vuelta y advirtió en nosotros tres que lo estábamos viendo hablar mejor
olvídenlo. Había olvidado un detalle importante.
Yo me giré para ver la respuesta de Hernández, que todavía estaba de
pie al lado de la mesa que se encontraba en el medio, entre los dos sofás que
conformaban la segunda sala de estar. Miró a su amigo un tanto confundido
sin saber qué podría ser un obstáculo para que nosotras dos visitásemos ese
club.
—No es sólo que vayan se llevó la mano a la barbilla para
acariciarse el mentón liso es que para poder entrar deberán pagar la
entrada, es como un abreboca de cuarenta y tres millones
Herrera se acercó al mini bar y cogió la botella de whiskey.
—Y eso agregó Herrera deberán pagarlo casi que en la entrada, lo
que, casi de inmediato levantó el vaso de whiskey en el que se iba a
servir para señalarnos las haría ser parte del club.
—No entiendo dijo Karen; no sabía si realmente no estaba
entendiendo o todavía se hacía la estúpida.
—Sí, unos miles de dólares en la cuenta no son suficiente Continuó
Herrera estamos hablando de que una vez que entren deben seguir
pagando una membresía mensual, dar constancia de su dinero, cosa que va
aumentando dependiendo del tiempo, de su ingreso y de su patrimonio neto,
etcétera, etcétera, etcétera dijo, moviendo la mano haciendo énfasis en
los muchos detalles que daba por sentado.
—Oh dijo Hernández cierto, no es como que no pudiéramos
pagarles la entrada y ya se fijó en las dos como todo un buen orador
es que necesitan demostrar que son millonarias en verdad.
En este punto de nuestra aventura me sentí bastante extraña. Adicionado
al hecho de que dos desconocidos estaban tocando asuntos importantes con
nosotras; dos chicas que acababan de conocer apenas unas horas atrás, sino
que lo hacían con tal naturalidad que parecía que eso no era un problema
¡Prácticamente nos dijeron todo lo que queríamos saber! Era tanta la
confianza con que lo decían que me obligó a creer que: o no era gran cosa
lo de «secreto» en el nombre que precede a ese club; o que eran un par de
idiotas.
Me apunté por la segunda. No es como que perteneces a un club
clandestino de millonarios en donde la membresía para mantenerse cuesta
cien millones de dólares y estarás divulgando el asunto por todos lados
como algo totalmente normal para la plebe y la clase baja. Definitivamente
debían ser un par de idiotas.
Karen no podía contener su alegría, cuando mi mirada se encontró con
la suya, embozó una sonrisa que iba marcada con un «te lo dije» y un «¡esto
es grandioso!» Esperaba que sólo yo la hubiese visto, porque se notaba que
todo su papel de niña tonta había desaparecido por completo.
—Creo que no deberíamos seguir hablando de esto agregó
Hernández.
—Sí, no es como que tengan… intentó responder Herrera antes de
que Karen le interrumpiese.
—¿Cinco billones de dólares en nuestra cuenta de banco? dijo Karen
como si nada ¿Eso sería suficiente?
Hernández estaba tomándose el ultimo sorbo de su Martini cuando
Karen habló, inmediatamente escuchó la cifra que, incluso para mi era
ridícula aun conociéndola de los últimos años para aquí; escupió en
dirección opuesta a nosotras lo que había ingerido en una señal de asombro.
Herrera simplemente vociferó su queja.
—¡Qué! vociferó Herrera ¿tienes cinco billones a tu disposición?
—Sí, eso fue lo ultimo que me dio mi padre.
—¿Quién es tu padre? preguntó Herrera.
Karen vaciló.
—No es importante, lo importante es que quiero pertenecer a ese club
de repente, la mujer tonta que había hablado se fue de la habitación y dio
paso a una chica completamente madura. Karen se levantó para seguir
hablando ¿cuarenta y tres millones por las dos solo para entrar?
—Sí, sólo eso dijo Hernández, limpiándose el mentón luego de
escupir.
—Oh de nuevo, la mujer vacía y unilateral apareció de nuevo
Entonces ¿nos ayudarían a entrar? preguntó con la pose de una niña que
suplica de forma adorable para que le den algo.
La evidente diferencia en su comportamiento con el de una niña es que
Karen no era una niña y sus movimientos tenían cierta connotación sexual.
De hecho, hasta a mi me gustó. En ese instante, aun dudaba de cuales eran
las intenciones de mi amiga, pero, no podía negar de que estaba
consiguiendo resultados.
—Yo no tengo problema dijo Herrera, concentrándose en servir su
vaso ¿Y tú, Daniel?
El otro Daniel aclaró su garganta y se giró hacía su amigo.
—Ni yo.
4
La Corte

—Chicas, bienvenidas a La Corte. Dijo Herrera, como si se tratara de


la fabrica de chocolates de Willy Wonka (aunque de existir, pienso que se
sentiría igual).
—Vaya dijo Karen, mirando cómo todo se movía de un lugar a otro,
extendiéndose y recogiéndose en un sinfín de personas, lujos, detalles
extravagantes y todo tipo de cosas.
En aquel lugar no había limites y nosotras estábamos en el centro del
mundo. Éramos la punta de la sociedad y en ese momento nos sentimos en
la cima del universo.
—Es increíble dije.
Podrán imaginarse mi sorpresa cuando, en menos de unas veinticuatro
horas y una noche extraña de sexo con ambos Daniel la cual me ahorraré
porque es algo de lo que no me siento orgullosa (ni siquiera tenía ni un año
de lesbiana y me dejé convencer de tener relaciones sexuales, no con uno,
¡sino con dos hombres al mismo tiempo!), nos encontrábamos en un lugar
que por fuera parecía un basurero, pero por dentro era un establecimiento
completamente diferente, lujoso, espectacular, y lleno de cientos de
personas sumidas en sus propios problemas viviendo la mejor vida que el
dinero les podía pagar.
Ambos Daniel habían quedado en encontrarse con otras personas así
que las dos insistimos en que fueran a hacer eso y luego nos encontraríamos
si el destino quería que nos volviéramos a ver. Por fortuna, los dos
entendieron que aquello que tuvimos era sólo por una noche; ya habíamos
entrado al club, ¿qué importaba ya?
—¡Esto es asombroso! vociferó Karen, entusiasmada, en lo que
ambos Daniel se alejaron lo suficiente.
—¡Sí! respondí yo con el mismo nivel de entusiasmo.
—No esperaba que todo fuera real hizo una pausa es decir, sí
tenía mi fe puesta en ello pero comenzó a divagar ¡Pero esto es
increíble!
—¡Sí! ¡Yo tampoco pensé que fuera real! le di otra ojeada a mi
alrededor ¡Es increíble!
Nuestra reacción exagerada a los hechos, de el entusiasmo de dos
jóvenes tomadas de la mano mascullando las palabras y ahogando los gritos
de emoción, pasaron fácilmente desapercibidos ante todos aquellos
miembros del club. Creo que se debía a que todos estaban seguros de que
cualquiera que estuviera ahí era digno de estarlo.
—Creo que es buen momento para decirte: te lo dije. dijo Karen.
—Creo que sí no me importaba estamos hablando de un club
exclusivo para millonarios…
—¡Sí!
Las dos nos soltamos de la mano y acomodamos nuestros vestidos. No
era nada extravagante, sólo eran un poco casual y un poco elegantes a la
vez. Nos habíamos camuflado a la perfección en aquel ambiente, así que
sólo nos tocaba disfrutar de nuestra emocionante y muy costosa membresía.
¿Ahora qué? pregunté, luego de interiorizar que acababan de gastar
ochenta y seis millones de dólares sólo para que pudiéramos entrar y gritar
agarradas de la mano.
—Bueno, ya pagamos la entrada y la inscripción a este club. Supongo
que debe tener unos beneficios. Me miró Es como cualquier otro club
¿a poco no?
—Tiene sentido, mi querida amiga.
Comenzamos a caminar, a desplazarnos entre copas de champagne, (y
hablo de botellas certificadas por la Appellation d’origine contrôlée, no
cualquier vino espumoso), quesos, platillos que de sólo verlo sentía que me
estaban succionando el dinero de mi bolsa y todo un sinfín de cosas que nos
hicieron entender que prácticamente todas las personas que estaban en ese
lugar habían pagado una cantidad exorbitante de dinero, toda esa instalación
era un reflejo de la ostentosidad.
No sólo eran los detalles brillantes, lujosos pero no rozando la locura de
ser de oro macizo, sino cosas cómo botellas del más costoso licor, platillos
hechos por los mejores chefs del mundo, música de ambiente auspiciada
por estrellas de la música de todos los géneros (en ese momento estaba
cantando Céline Dion), spas, gimnasios, casinos, orgías, tríos y sexo en
general; drogas conciertos privados, presentaciones privadas, habitaciones
(lo que nos hizo preguntarnos por qué ambos Daniel estaban hospedándose
en un hotel aparte) y ciento de cosas más que no sólo estaban distribuidas
en ese enorme lugar, sino en diferentes países y puntos estratégicos. Había
desde presidentes hasta actores, de todo tipo de personas se encontraban
ahí.
—¿Por dónde empezamos? le pregunté a Karen.
—No lo sé, creo que no había pensado qué haríamos después de entrar a
este lugar. Acabamos de conocerlo, supongo que no me esperaba que
existiera. dijo, tomando una copa de champagne que nos habían ofrecido
porque no teníamos nada en mano.
—Podríamos tratar de hacernos amigas de alguien, no sé, tal vez
podríamos conseguir un buen partido.
—La Corte dijo Karen, como si no me hubiera escuchado, hablando
más para sí misma que conmigo.
Sonaba a que estaba interiorizando el nombre, analizándolo,
saboreándolo como se saborea un tinto o un buen café.
—Sí, ¿qué con eso? pregunté, sin entender muy bien qué quería decir
con ello.
—¿Por qué le llamarán La Corte?
—No lo sé. Tal vez fue el nombre más extraño que se les ocurrió,
dije levantando los hombros y sentándome en uno de los muchos sofás
que estaban dispuestos a nuestra comodidad.
Aquello era más como una gran sala de fiestas, al poco tiempo nos
enteramos que en realidad era eso, un salón de fiestas. El verdadero club, en
donde encontrabas las cosas que mencioné más arriba, estaban a unas
cuadras de aquel lugar.
—Es decir, Me miró con cierto carácter tenebroso La Corte
dijo con misterio es un nombre extraño para un lugar lleno de
millonarios, me hace creer que aquí se deciden cosas como la paz mundial,
las guerras o la economía en general.
—Bueno, eso explicaría mucho de por qué Putin está hablando con el
ministro de Canadá.
—¿Qué? ¿Dónde? preguntó Karen buscándolos hacia la dirección en
donde yo veía.
—Por allá, entre aquella columna de ahí y Mark Zuckerberg.
—Maldición, ya los vi Dijo Karen, asombrada.
Se sentó a mi lado y se quedó viendo en aquella dirección.
—Qué locura, hay muchas personas famosas dijo, para luego mirar
de nuevo a su alrededor pero esta vez buscando entre las caras más
conocidas del cine, la televisión, la política, realeza… de todo.
—Sí, este lugar está comenzando a darme un poco de miedo le dije,
tomando un sorbo de mi champagne traída directamente de Francia.
—Ni que lo digas agregó para luego tomar otro sorbo de su
champagne.
Aquella primera noche fue todo un éxito. Conocimos a personas que
creíamos que nunca podríamos ver porque estaban en el otro lado del
mundo para nosotras, celebridades y personajes de una vida completamente
distinta a la nuestra a quienes reconocíamos nada más por películas,
anuncios, revistas, noticias y comerciales. Estábamos ridículamente
encantadas con aquel lugar; tanto, que se nos había olvidado siquiera qué
nos había llevado hasta ahí.
Luego de que todo se acabó, al día siguiente, como a eso del medio día,
solicitamos que fueran a buscar nuestras maletas al hotel en donde nos
habíamos estado quedando en Inglaterra para que lo llevaran a las
instalaciones más cercanas en España ya que Inglaterra sería el ultimo de
nuestros destinos turísticos. El club nos ofrecía un avión privado en tres
diferentes modalidades, uno para cada una, uno para ambas o uno en el que
el viaje se hiciera en menos de tres horas. Escogimos el segundo y partimos
a conocer lo que tenían para ofrecernos.
No estaba segura de lo que nos deparaba el futuro, no en ese momento
cuando las cosas parecían ir de maravilla. En lo que llegamos a España, nos
recibieron en un hotel cuya ubicación era secreta y exclusiva sólo para
aquellos que podían garantizar un estado de cuenta mayor que el de
cualquiera. Todos los miembros podían disfrutar de él, pero sólo algunos
podían aventurarse a irse sin pedir que los llevaran.
Los meses pasaron rápidamente y no nos dimos cuenta de que lo
hicieron porque estábamos disfrutando de un lujoso lugar a otro,
conociendo siempre figuras publicas importantes y famosas; lo mejor era
que ellos no recordaban. Pero esa es sólo la parte para menores de edad, una
que muestra un mundo bonito en el que muchos de sus artistas favoritos
sólo son amables y cariñosos con sus iguales. Había otra parte que nos
convenció de que ese lugar lo tenía todo.
En lo que había descrito todo lo que nos ofrecía, mencioné sexo y
drogas; bueno, eso no le hace justicia. Descubrimos que las personas
millonarias no tienen limitaciones ante nada; no sabes con cuantas mujeres
famosas me he acostado en estos últimos meses, juntas y por individual,
con cuantas celebridades Karen ha compartido cama, copas y besos;
¡políticos, empresarios, embajadores, reyes! aquí no hay fronteras.
Pero, esto es sólo una historia de relleno dentro de lo que realmente
importa, lo que importa es lo que sucedió después, pero, antes de continuar,
creo que es momento de decir que pienso lo que es gracioso cómo he
escrito sólo la historia de Karen, lo que nos llevó hasta donde ella quería, lo
que hizo que viéramos lo que a ella le gustaba.
De cierta forma, cosa que me he dado cuenta en las ultimas hojas, no he
contado lo que me atañe, los sucesos que me hicieron cambiar, lo que me
hizo realmente pensar en acompañar a mi amiga; y eso es porque, siento
que eso puede esperar; tal vez lo diga más tarde.
En este punto de nuestras vidas, cuando todo estaba en orden, fue
cuando la historia de Karen realmente comenzó.
5
Arturo Velázquez
Meses y meses transcurrieron antes de que tuviéramos que pagar
nuestra membresía anual. Karen y yo comenzamos a dividir nuestro camino
porque había tantas cosas que hacer al mismo tiempo y tanto que nos
gustaba por individual que decidimos tener días exclusivos a solas.
Era algo normal, no siempre estábamos juntas, eso conforma la parte de
mi relato en el que no sé muy bien lo que piensa ni lo que hace, eso es lo
malo de ser la espectadora, supongo que después de que llegue al final de
esta historia, pueda escribir aquello en el que todo gira en torno a mi, pero
será después.
Cuando menos me lo esperaba, Karen llegó con una noticia interesante.
Es irrelevante todo lo que nos llevó hasta este lugar, ya que estuvimos
varios días sin vernos, no le di importancia porque yo misma estaba
compartiendo con otras personas del club, así que lo dejé pasar, pero en el
momento en que se apareció, ávida por verme, fue cuando supe de él.
—¡Stefanie! Por fin te encuentro estaba sentada en el bar del hotel,
tomando una copa con una empresaria de Sudamérica.
Karen se puso entre aquella mujer y yo para hablar.
—Tengo que contarte algo que pasó dijo emocionada, ignorando por
completo mi compañía.
—¿Qué pasó? pregunté moviéndome para darle una sonrisa llena
de vergüenza a aquella mujer.
—Conocí al hombre más espectacular del mundo dijo risueña es
decir, creo que todo estaba predestinado, necesitábamos venir para aquí
para conocerlo me dijo.
Me levanté y la rodé para quedar de frente a la mujer con la que estaba
hablando.
—Espera un segundo… le dije estoy tratando de hablar algo con
ella.
—No te preocupes, si quieres podemos hablar después dijo la mujer,
con total amabilidad.
—Pero, yo quiero…
—Descuida, Stefanie, de todos modos, tengo que irme.
—Pero no me has dicho tu nombre todavía
—Me llamo Mariana.
—Mariana dije como si pudiera evocar un sentimiento al escuchar su
nombre.
Mariana se marchó dejándonos a las dos solas para poder conversar.
Durante los segundos de aquella conversación Karen había sido invisible
para mi, cuando en realidad estuvo todo el tiempo viéndome con la mirada
perdida. Me giré y ahí estaba, sonriendo como si hubiera hecho algo
increíble.
—¿Por qué me ves así? le pregunté a Karen.
Ella respondió embozando una sonrisa.
—Creo que te gusta se aproximó a mi para darme cosquillas,
burlándose de lo que acababa de ver te gusta, te gusta… soltó una
carcajada.
—Cállate, que la acabas de espantar. ¿Por qué eres así?
—¿Yo? vociferó escandalizada yo no espanté a nadie, ella fue
quien se fue porque tenía cosas que hacer.
—Ay sí, como si le fuera a creer. Seguro pensó que eres mi novia o algo
así.
—Qué va, a los de aquí no les importa eso.
—¡Pero a mi sí! exclamé
Karen me miró como si la hubiera regañado, de reojo hacía arriba y con
una cara de bebé a los que resistí por unos segundos a su gesto mingón
tratando de mostrar una postura imperturbable. Pero no funcionó.
—Está bien de inmediato, cambió su semblante iluminándolo por
una sonrisa ¿qué me querías decir?
Me cogió por el brazo y me jaló para que me sentase en frente de ella
para hablar.
—Bueno, conocí al hombre más espectacular de la historia dijo
emocionada y todo fue gracias a que vinimos a este lugar porque creo
que si no lo hubiéramos hecho no nos hubiéramos conocido nunca.
Yo sólo la miraba, tratando de imaginarme lo que me decía, así le
prestaba toda mi atención y no me distraía por el hecho de que Mariana se
había ido así no más, habiendo poder concretado una buena cita con alguien
que me había interesado realmente en ese lugar. Tal vez era mi momento,
pudo ser esta mi historia.
—Es súper lindo, alto, inteligente, amable, educado…
Poco a poco me parecía que conocía mucho a ese hombre para acabarlo
de conocer.
—Y demasiado bueno en la cama… agregó
No se acababan de conocer.
—¿Cómo se llama? pregunté Parece un gran partido, y siento que
no me lo has dicho todo.
—No, no te he dicho nada se asomó una sonrisa picara que entendí
de inmediato es todo un espectáculo de hombre.
—Aja insistí pero cómo se llama.
—Se llama Arturo Velázquez dijo Karen, evocando algo casi poético
al decir aquel nombre con tal sensualidad, con tanto sentimiento; me
recordó a la forma en que yo dije el de Mariana.
—¿Dónde lo conociste? pregunté, luego de un largo silencio
viéndola mirar al vacío pensando en él, porque supongo que estaba
pensando en Arturo.
Espabiló al sonido de mi pregunta, pestañando rápidamente y
enfocándose de nuevo en mi.
—¿Qué? dijo, como si no hubiera escuchado ah si había
escuchado sí, lo conocí aquí mismo.
—No me lo esperaba dije con cierto tono sarcástico esperaba que
lo hubieras conocido en la carnicería de al frente
—Muy graciosa, no…
—Entonces te encontraste con un millonario y te enamoraste de él en
vacilé ¿qué? ¿Un día?
Le levanté la mano al cantinero para que me sirviera una copa. Estaba
sirviendo un whiskey así que le señalé para que me diera de eso mismo.
—No, no fue en un día, llevamos viéndonos cinco días.
—¡Oh! ¡Válgame Dios! Tienen viéndose cinco días vociferé
burlándome con un tono sarcástico ya deben casarse ¡Oh!
Karen entrecerró los ojos como si quisiera quemarme la frente con vista
calórica.
—Muy gracioso, muy gracioso dijo estás un muy sarcástica
últimamente dijo como si hubiéramos estado hablando en los últimos
días.
Aunque no se equivocó. Cuando esto decía, bajé de inmediato mis
hombros pensando decepcionada de mi misma al haber adoptado esa actitud
sarcástica con mi mejor amiga.
—Sí, lo siento, creo que aun no me recupero de anoche dije.
—Oh dijo entusiasmada, ignorando mi disculpa ¿qué hiciste
anoche?
Levanté la mirada y la observé a los ojos inocentes de una mujer que no
se dejaba afectar por nada. No importaba qué tan odiosa fuera con ella, que
tanto le insultaran o si algo malo le sucediera, ella siempre se mantenía
optimista y preparada para todo. Creo que tenía que ver con esa vida de la
que nunca hablamos porque nunca era apropiado o simplemente resultaba
algo delicado para todos.
Ser la hija de un criminal tan peligroso podría traer ciertas
consecuencias, que para bien o para mal, eran el reflejo de una infancia
interrumpida (o así lo veía yo, ella no me decía mucho al respecto) y de un
mundo en el que pensó que las cosas malas que él hacía eran correctas.
No me imaginaba a lo que tuvo que enfrentarse luego de hacerse de una
idea, de aprender, de ser diferente que el común denominador. En ese
instante no me quedó de otra que sonreír y asentir, dejar que pasara, porque
aun estaba bajo las influencias de una que otra droga y unos cuantos tragos
de tequila.
—Nada respondí sígueme contando de Arturo.
Karen sonrió y retomó esa misma actitud emocionada de niña con
juguete nuevo con la que había empezado a hablar de Arturo.
—Bueno, sí, Arturo dijo evocando de nuevo un recuerdo el cual me
apreció que era hermoso; no sabía cual, pero por la forma en que levantaba
la mirada como si tuviese un orgasmo, era algo suficiente para mi. Es un
gran hombre, es increíble, es apuesto, es inteligente, es tiene un porte de
caballero, es súper amable conmigo, y no me aburre para nada cada vez
que puntualizaba un atributo, dejaba escapar un suspiro de deleite y
vaciló en la cama es un toro.
—¿Toro? De entre todos los símiles que podías decir, ¿sólo se te ocurrió
ese?
—Es que es increíble.
—Entonces no es amable.
—No, para nada, es increíblemente amable y salvaje a la vez.
—Ok dije alargando esa única silaba tratando de parecer que entendí
su comparación, algo que para mi no tenía sentido.
—No me veas así dijo es que no sé cómo definirlo.
—Entonces es inefable.
—¿Qué?
—Inefable repetí con impertinencia, como si fuera un pecado no
conocer el significado de aquella palabra que no se puede describir con
palabras.
—Pues no del todo, sí te lo puedo describir vaciló. En lo que vio que
el barman me trajo un trago, se giró en su dirección yo también quiero
uno.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué? preguntó perdida.
—Si lo puedes definir, esfuérzate para hacerlo mejor dije digo yo,
es decir, no es tan difícil.
—Es que no sé cómo decirte todo lo que me hizo.
—No me cuentes lo que me hizo y cuéntame de él dije.
—Es decir, no es como que sea alguien diferente.
—Entonces es igual a todos.
—No, no es igual a ninguno que haya conocido.
Estaba comenzando a desesperarme con su falta de coherencia
—Demonios, dime entonces vociferé ¿puedes o no describirlo, es
o no especial, es o no bueno?
—Es que… hizo una pausa mira… vaciló, cogió mi vaso y se
dio un trago corto, como si lo necesitara para obtener fuerzas.
—Ey dije al verla hacerlo.
—Lo que trato de decir que es un hombre increíble, nada de lo que haya
visto antes. La forma en que habla, en que me toca, en que me mira. Todo lo
que dice es algo completamente increíble, es como si hablara en la lengua
de Cervantes.
—Español ¿no?
—No, en esa forma tan deliciosa de hablar.
—Entonces le falta un poco de cultura moderna.
—No, no es literal, es figurativo…
—Bueno, entonces defínete porque me estoy perdiendo. Aun trato de
superar las copas de anoche, sigo un poco mareada.
—Vale, vale. Lo que intento decir es que es elegante, interesante, me
gusta la forma en que habla, en que se mueve, en que dice las cosas con tal
profundidad, como si cada asunto tuviera su propio trasfondo complejo e
intrigante, lleno de misterios.
—¿Exactamente cuanto tiempo tienes pasando con él?
—Cinco días.
—Sí, pero de esos cinco días, cuanto tiempo has compartido con Arturo.
—Los cinco días completos.
—¿Día y noche? pregunté como si se tratara de algo imposible.
—Sí, exactamente de eso.
—Y vienes hasta aquí ¿para…? pregunté, sin verle sentido a su
repentina aparición.
—Necesito contarte algo, pero, primero lo primero.
—¿Qué?
—Que creo que tengo un pequeño problema
—¿Cómo así? la miraba, estaba entre alegre y turbia. Algo no
andaba bien.
—Bueno, ya te dije que Arturo es increíble, una gran persona, un puto
dios en la cama, y…
La verdad, recuerdo muy bien cómo se desató esa conversación, ni
cómo pasamos de hablar de sus increíbles cualidades a una de las noches
que pasaron juntos; por extraño que parezca, si me acuerdo de lo que dijo
después de eso. Tal vez es por el entusiasmo que le imprimió al contármelo,
no lo sé, pero iba más o menos así:
El sexo con Arturo fue increíble dijo Karen no es como que pueda
hacer otra cosa diferente con los hombres, es decir, es sólo meter, sacar,
gemir… lo normal, tú sabes. Pero, la forma en que hacía las cosas, en que
me miraba cuando me lo metía, en que se movía, en que sus caderas
dibujaban un circulo mientras su pene se encontraba dentro de mi. Es algo
que no puedo describir mas que algo completamente angelical.
Lo hemos hecho bastante en estos últimos días, no sé por qué, somos
criaturas sexuales, es fácil decir que es algo normal ¿me entiendes? claro
que la entendía cada cosa que me decía era increíble, y lo que escuchaba
de todo eso era una mejor.
Sus palabras iban como:
—Tienes un cuerpo de fabula dijo él (dijo ella) no puedo creer
que estuve perdiéndome cada centímetro de esta existencia por tanto
tiempo.
No podía sentirme mejor, no podía pensar en otra cosa más que en le
orgasmo dérmico que me profería sus palabras. Me sentía estúpida,
idiotizada. En ese momento aun no estábamos desnudos, creo que ni
siquiera me estaba tocando y eso fue de lo peor. Quería que lo hiciera,
quería que me besara; lo más cercano a un contacto físico era su mano
sobre mi pierna apretándome el muslo, haciéndome sentir increíble. Quería
que Arturo me hiciera suya y no sé por qué.
—Tal vez es porque es increíble le dije tratando de hacerlo sonar
como una broma.
Eso supongo, eso creo. No pienso en otra cosa más que en el hecho de
que todo lo que hacía o decía servía para enunciar el deseo que me tenía;
que me tiene. No puedo negar que me estaba haciendo desear, le daba un
limite, no le permitía acercarse más de lo que estábamos, uno sentado al
lado del otro, con su mano sobre mi pierna ¡claro que quería me tocase más
que eso! pero no le haría creer que era fácil, no se lo haría pensar.
—Y ¿qué hiciste entonces? pregunté.
—Que ¿Qué hice? repitió mejor decirte qué no hice dijo,
haciendo énfasis en «qué» querrás decir.
—¿Qué no hiciste?
Cuando por fin tomamos la cantidad de copas suficientes como para
sentir que nuestro alrededor era pesado, pero no tanto, que nuestras ideas
estaban borrosas, pero no como para hacernos decir estupideces, acerqué mi
rostro un poco más. No nos estábamos tocando, estábamos deseando
hacerlo.
Quería que me soltara la maldita pierna y me cogiera por el cabello, la
nuca vaciló , no sé; que tomase mi cabeza, acercase mis labios a los
suyos y me besara.
—¿Ya se habían besado?
—No, eso fue la primera noche que pasamos juntos.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace cuatro días.
—¡Karen! vociferé ¿te acostaste con ese tipo el mismo día en que
se conocieron?
—No lo grites dijo mirando a su alrededor mientras tomaba de su
bebida estuvimos hablando todo el día, no es como que nos vimos,
cogimos y ya. Fue algo especial. ¿Me vas a dejar que siga contándote?
—Vale, sigue.
Ese día fue maravilloso; nos fuimos de aquí a un restaurante tranquilo
con personas normales la forma en que dijo personas normales me dejó
un sabor amargo en la boca, parecía que se estaba acostumbrando a este
estilo de vida; desgraciadamente no la culpo.
Primero, esto no era ajeno a ella, segundo, yo me sentía un poco
igual nada extravagante, nada ostentoso o algún servicio especial sólo
porque éramos nosotros, sólo porque era él. Un almuerzo tranquilo
hablando el uno del otro, de lo que nos gustaba, de lo que hacíamos. De
momento, sólo hablé yo, él no quería dejar de escucharme y dio un grito
de alegría fue tan hermoso cuando me dijo:
—Sigue hablando, que, si hay algo que pueda ser más interesante que tu
vida, no lo quiero escuchar, porque siento que ya puedo morir; ya lo sé
todo.
—Ay no, se pasó de cursi me quejé.
—¡No! vociferó no digas eso dijo, suplicante, afectada,
ofendida, no queriendo que su amado sufriera el veneno de mi critica es
hermoso.
—No lo creo.
—Claro que sí… insistió
—Bueno, bueno, sigue contando. Quiero saber qué pasó después.
La forma en que me miraba era ridículamente excitante; hablamos,
compartimos del mismo plato, bebimos un poco. Pero lo importante es lo
que pasó después…
—¿Después de qué? ¿De comer o de mirarse fijamente a los ojos horas
después de comer?
—Después de comer.
—Okey, estamos saltando en el tiempo entonces.
—Sí, quiero que te hagas con la idea completa.
—Sí, yo también trato de entender la idea completa.
Arturo me llevó a comer helado después de eso, en un local de helados
sencillos al frente del restaurante. No sabíamos qué tan buenos eran, o si
valía la pena, pero lo hicimos porque él me preguntó que quería hacer
después.
—¿Comieron helado? ¿Eso es todo?
—No, eso no, voy por parte. Te estoy diciendo las cosas que hicimos
—Pero es que…
—¿Podrías dejar de interrumpirme? exigió vamos, trato de
contarte algo importante. Aguanté mis ganas de reír.
Todo lo que hicimos durante ese día, fue acompañado de una charla
interesante en la que hablamos de todo. Dejé de hacerle un resumen de mi
vida, de resaltar las partes que quería que supiera, y pasamos a hablar de
trivialidades, del clima, de las personas que pasaban en frente de nosotros,
de lo que queríamos hacer cuando éramos niños, de si alguna vez probamos
algún tipo de comida o algo así. No me importaba de lo que habláramos
siempre y cuando pudiera escucharlo hacerlo, decirme cosas.
Me hizo sentir tan cómoda que lo invité a mi habitación. Estamos
hospedándonos en el mismo hotel
—¿Puedes creerlo? me dijo como si fuera imposible.
—Bueno, estamos en el mismo club.
—Sí, pero él no es de aquí, dijo que estaba disfrutando su tiempo libre
mientras hacía negocios en España dijo ¡De todos los hoteles que el
club tiene para ofrecer, eligió el nuestro!
—Eso si es una coincidencia. Sí, y, por si fuera poco, ¡estamos en el
mismo piso! exclamó con alegría ¿Puedes creerlo?
—Oye, eso si me es raro.
—¡Lo sé! Cuando me dijo en donde estaba quedándose, y lo cerca que
estaba por poco escupo mi trago. Nos reímos por un rato, fue muy
divertido.
—Estabas ebria ya ¿Verdad?
—Un poco, pero no es relevante. Lo que importa es saber que
estábamos interesados en uno del otro.
Luego de eso, nos fuimos a su habitación porque al parecer estaba
cerrada la puerta porqué
—Alguien hizo énfasis en mi estaba allí con alguien más.
—Sí, estaba con la hija de un político de Suramérica, no me acuerdo de
cuál era su nombre, pero si que fue emocionante dije, tratando de
recordar lo bien que me fue aquella tarde.
—Sí, escuchamos los gritos se me escapó una sonrisa culpable.
—Jeje, lo siento.
—No te culpo, seguro estaba divina.
—Lo estaba.
Bueno, como estaba cerrada la puerta, fuimos hasta su habitación y
pasamos a tomarnos otros tragos, a seguir hablando por unas horas; creí que
tomaría a penas entráramos, como en las películas o en las novelas en
donde parece que tienen algo en común y ya se están follando el uno al
otro.
No, él entró me ofreció un trago, y nos sentamos en frente de un
televisor apagado. No queríamos verlo, o hacer otra cosa más que hablar así
que hablamos. Seguimos contando cosas irrelevantes para nuestra trama,
para nuestras vidas, conseguimos tópicos interesantes de cuestiones que no
tenían nada que fuera interesante en lo absoluto.
Hablamos de los lácteos, de la Vitis vinífera, de como habíamos
terminado perteneciendo al club. Creí que me terminaría aburriendo de las
cosas que ahí conversamos, pero parecía que nada podría hacerlo, no
estando con él no viéndolo a los ojos. Cuando menos me lo esperaba, ya
estábamos uno frente al otro, con nuestros rostros tan cerca que parecía que
se habían acercado por sí solos, atendiendo a un impulso carnal que
estábamos reprimiendo; yo porque quería hacerme la difícil, él, no sé por
qué se estaba resistiendo.
Estoy segura que si me hubiera saltado encima para poseerme no me
habría resistido, tal vez con otro hombre, pero no con Arturo. Aquel día
terminamos haciéndolo, fue la mejor de todas las veces que lo hicimos en
estos últimos cinco días, en serio. No es que las demás hayan sido malas,
pero esa fue la primera y ya con eso se hace mucho más especial.
Luego de que nos acercamos un poco para vernos fijamente a los ojos,
su mano se levantó de mi pierna tal cual quería que sucediera, de la misma
forma en que tenía pensado que las cosas saldrían si comenzaba a seducirlo.
No eran solo nuestras miradas, era mi sonrisa traviesa, mi forma de decirle
las cosas, de responderle, cómo arrastraba las silabas de cada palabra para
que él sintiera que estaba teniendo un orgasmo en cada una de ellas.
Oh, Stef, no sabes lo bien que me hizo sentir el hacerme con el interés
de aquel hombre, de haber logrado acercarlo lo suficiente a mi como para
hacerlo caer en mi seductora y romántica trampa, porque yo caí en la suya
como una tonta.
—Suena como realmente fue muy sexual ese encuentro.
—Y eso que ni siquiera he llegado a esa parte.
—¿Cuánto falta?
—No falta mucho.
Y su mano me tomó por la nuca, me acercó a él y me dio ese beso tan
esperado que quería. Sus labios carnosos, su sabor uva fermentada.
Comenzó a introducir su lengua en mi boca y yo a jugar con ella, a
succionarla, a sentirla. Mordía mis labios y yo mordía los suyos.
Yo cogí su nuca también y lo acerqué con más fuerza hacía mi.
Estábamos tensos, apretándonos el uno contra el otro para no despegarnos.
No sabía si se debía al alcohol, al encuentro o a que los dos somos perfectos
el uno para el otro. No tengo idea, no lo sé todo, pero no me arrepiento de
nada.
De los labios pasamos al cuello, del cuello a nuestro pecho luego de
quitarnos la ropa, de descubrir nuestro seno. Arturo tenía unos pectorales de
envidia y un abdomen tan perfecto que me hizo querer morderle cada uno
de los detalles que se veían en él. ¡Joder! Incluso la forma de sus clavículas
me hizo sentir extraña.
No había parte de su torso que no me hiciera estremecer; mordí todo lo
que podía ver o sentir, porque tenerlo tan cerca como pudiera. Karen
continuaba narrando su interesante primer encuentro sexual con Velázquez.
Seguía pensando en mi Mariana, en la forma en que la necesitaba cerca,
en que podríamos estar haciendo eso que mi amiga me estaba narrando,
pero, quería terminar de escuchar lo que ella decía, de sentir lo que ella
sintió y de entregarme al recuerdo de la forma en que lo estaba haciendo.
jugó con mis pechos, con mis pezones.
Arturo no escatimó en nada, apretó mis tetas como ningún hombre lo
había hecho, como si estuviera apreciándolas, como si se tratara de una
escultura fría de mármol que necesitaba del tacto de un experto critico para
evaluarles. Jugaba con mis pezones, dibujando círculos con el índice
alrededor de ellos, estremeciéndome y provocando escalofríos en todo mi
cuerpo con tal destreza que sentía que de la entrepierna me corría un río.
Parte de las cosas que Karen me contó no estaban descritas de esta
manera, era un poco menos sutiles, e incluso más explicitas. Estoy tratando
de hacerle justicia a mi memoria tomando en cuenta que tengo un muy
detallado recuerdo de lo que sucedió a pesar de no haber estado ahí ni en
ninguna de las otras veinte veces que lo hicieron en los siguientes cinco
días.
Creí apropiado mencionarlo porque «de la entrepierna me corría un río»
suena un poco mejor que «se me caían las bragas de lo mojadas que
estaban» no sé, soy una romántica, me gusta inyectarle un poco de ternura a
mis palabras.
Continuemos…
Esas manos suyas (frías, no sé por qué) obligaban que mi piel se erizase,
que mi cabeza se moviera de un lado a otro porque no tenía fuerzas mas que
para sentir placer. Él era placentero con sólo respirar, y lo sé porque cuando
me besaba el cuello, su respiración enfriaba la parte que sus labios habían
humedecido en mí, lo recuerdo y me da escalofríos dijo mientras un
escalofrío le corrió por el cuerpo, cerro los ojos al sentir que le corría por el
rostro no sé cómo describirlo, pero creo que la mejor palabra es:
perfecto.
—Juras que Arturo es perfecto dije, a pesar de haberme convencido
de que no quería interrumpirla de nuevo es decir, ¿perfecto, perfecto?
—No puedo asegurarlo a ciencia cierta, mi amiga, pero, Arturo es un
hombre espectacular y ningún titulo le quedaría mejor. ¡Ninguno! ¡He
dicho! vociferó.
—Está bien dije tratando de clamarla no es para tanto. Sígueme
contando, vamos le motivé.
No pasó mucho tiempo hasta que por fin estuvimos en su cama,
desnudos, no importa cómo terminó de quitarme la ropa porque lo que
importa fue lo que me hizo cuando no la tenía. Sus labios continuaron
recorriendo todo desde mis pies hasta mi cintura, saboreándome,
mojándome aun más de lo que ya estaba.
Con su mano empezó a jugar con mi entrepierna haciéndome sentir
domada, satisfecha. Sus dedos dibujaban un corazón alrededor de mi
clítoris mientras que con el que tuviera libre me acariciaba el interior de la
vagina.
Yo lo quería adentro, lo quería sobre mi, necesitaba sentir su peso, su
penetración su respiración susurrándome al oído mientras me penetraba con
energía como si se tratara de un animal salvaje que necesitaba del sexo, que
necesitaba de mi cuerpo ardiente, que requería que le hiciera conocer el
paraíso con mi vagina, con mi boca, con mis manos, con mi culo.
—¿Hicieron anal? pregunté sorprendida.
—¿Acaso tú no?
—No en la primera vez.
Pero es que esa no se sintió como una primera vez, Arturo y yo
estábamos sincronizados de tal forma que suponíamos habernos visto antes,
que sentíamos que las cosas se habían alineado en el pasado y ya nos
habíamos poseído; tal vez en otra vida, tal vez lo olvidamos y nos
encontramos de nuevo. No tengo idea, pero se sentía tan familiar, tan
increíblemente mío que no quise limitarme a nada, que no quise decirle que
«no» porque sentía que ya lo habíamos hecho todo.
Me embistió como una bestia, cogiéndome por la cintura, empujando su
pene tan adentro de mi vagina que sentía que me golpeaba el útero, que me
llegaba hasta la vejiga, haciéndome encarar un placer inimaginable,
haciéndome sentir tan suya como nunca había sido de nadie más.
Mis gemidos, rebotaban en las paredes, de tal manera que se escapaban
por la puerta e invadían todo el piso. Luego me enteré que no solo se
escuchaban en ese lugar. Arturo, resoplaba cada vez que lo apretaba para
que no se saliera de mí, no había forma de saber cuánto acabó, porque mi
vagina parecía un grifo de semen. Nunca me había sentido de esa forma.
Diferentes posiciones probamos, la mayoría, desconocidas para mí.
Bien había probado muchas con muchos otros, pero él, las hacía
completamente diferentes. Estuve sobre él, cabalgando su pene como si
quisiera huir de una banda de bandidos en el viejo oeste, luego, me di la
vuelta e hice lo mismo, pero dándole la espalda.
Cuando acabé por enésima vez, el se sentó al borde de la cama, y en la
misma dirección en que me encontraba, me incliné, colocando mis manos
sobre el suelo y extendiendo mis piernas sobre las sabanas y me penetro
salvajemente. Sentía más profundo su miembro, chocando y rozando mis
paredes.
Me acercaba y alejaba con total control de mi, de todo. Se notaba que
era el jefe de una gran compañía porque cada parte de mi cuerpo se rendía a
su autoridad, a sus ordenes; pero cuando me alejaba para sacármelo, en el
interludio de un golpe al interior de vagina, me dejaba un vacío, requería
tenerlo de nuevo adentro porque ahora era parte de mi, porque ahora me
pertenecía ese pene.
Yo gritaba de placer cada vez que me golpeaba con su cadera, que sus
testículos rebotaban en una pequeña parte de mi vulva, deseando que lo
metiera más fuete, más duro, más veces: una y otra vez.
Quería que me hiciera enloquecer, que me hiciera gritar y, lo mejor es
que mis gemidos le encantaban. Me pedía que gimiera más, que lo
exteriorizara todo y yo me sentí libre, sentí que nadie podría detenernos.
dejó que su cuerpo se estremeciera con un escalofrío repentino, supongo
que a causa del recuerdo así que por cada gemido de placer que me
provocaba, él me empujaba aquel pene como si tratara de empalarme.
Arturo me complació sin siquiera conocerme del todo, me hizo sentir
una mujer especial, una novia querida y una esposa. Y estaba encantada de
que me poseyera como una mujer sin inhibiciones, por completo suya.
De manera única, nuestros movimientos, nuestra respiración, nuestros
gemidos e incluso las veces que me eyaculaba estaban conectados;
estábamos en simultaneo como si fuésemos uno solo. éramos un hibrido de
dos seres que parecían amarse cuando a penas y nos conocíamos, lo que
ocasionó que, de un momento a otro, nuestros pensamientos se sintonizaran
y pudiéramos hacer lo que el otro quería que hiciera. Me senté sobre él y
comencé a moverme como si estuviera montando un toro mecánico, cosa
que le encantó.
Estábamos conectados por completo, lo sabíamos y sentíamos todo,
algo seguro nadie ha experimentado; lo nuestro resultó ser axiomático, no
se podía discutir. Éramos tan reales y tan únicos y lo supe por como me
hizo gemir toda esa noche.
Nuestra existencia colisionó en un solo sentimiento, que ninguno de los
dos había pensado jamás que podría existir. En ese momento se me
olvidaron todos mis problemas, se me olvidó que tú existías, las cosas que
habíamos hecho, el tiempo que pasé sin él… todo.
Arturo me decía todo con la forma en que se movía, con la manera en
que su pene me penetraba tan salvajemente, tan intenso, tan divino. Todo
nuestro cuerpo tenía una danza espectacular que nos hacía sentir
invencibles, que lo podíamos lograr todo.
Ya no tenía dudas de quién podría ser el hombre de mi vida, quien me
podría hacer sentir una mujer amada; Arturo había respondido a todas esas
interrogantes me hice y las que no. Los dos estábamos conectados, Stef,
completamente conectados sin ningún lazo más que el de nuestros cuerpos
chocándose como dos astros a punto de explotar en un espectáculo de
placer y hermosura.
Arturo, escrutaba cada centímetro de mi, sorteando todo mi ser, mi
cuerpo, mi existencia misma y haciendo de todo mi cuerpo una inmensa
zona erógena. Yo gemía cada vez que me tocaba, intensamente, parecían
gritos, me encantaba lo que estaba haciendo, me penetraba como una fiera
salvaje, y yo era su perra, Stef, me sentí domada por él.
Su pene me empalaba, se metía más y más con más y más fuerza como
si se tratara de una tortura, como si intentase hacer que no me gustase, pero
era imposible, me sentía salvajemente a gusto porque el llegaba a lo más
profundo, mientras que mi vagina, rendida a sus pies, le abrazaba con más
fuerza.
Sus embestidas eran cada vez más agresivas, más rápidas, más
posesivas. Me derretía con la forma en que su polla me rozaba, en la que
sus manos me acariciaban, me jalaban del cabello, en que apretaba mis
tetas, en cómo jugaba con mis pezones como si se traste de pequeños
joystick Karen fue llevando sus manos a sus pechos como si recordase lo
que le había estado haciendo Arturo; se notaba que su cuerpo estaba
reaccionando a su historia, así que no cabía duda, quería tocarse . Que
rico se sintió.
—Ya veo dije, interrumpiéndola, para ver si entraba en razón.
—Es tan encantador, lo sabe hacer todo, me sabe hacer sentir mujer.
—¿Y los sentimientos? ¿En dónde los dejas?
—No sé, seguro en alguna parte de esa habitación, tal vez por la sala o
la cama. fue apartando lentamente sus manos de sus pechos lo
hicimos en todos lados, seguro lo dejé por ahí.
—Contrólate fui directa te estás dejando llevar cogí mi bebida
comencé beber de ella para que pareciera que no estaba hablando de lo que
estábamos hablando mírate señalé a sus pechos.
—Ay, pero es que… Karen bajó su mirada y no reaccionó la hecho
de que estuviera tocándose lo necesito tanto, lo deseo. Tomó aire
fuertemente, sacudió su cabeza y dejó caer sus manos bien…
—Así está mejor dije.
—No sabes lo increíble que es ese hombre.
—Bueno, termíname de contar, porque parece que querías decir algo
más y luego me lo presentas.
—Está bien embozó una sonrisa y continuó con su relato.
Bueno, puede que parezca que sólo es un hombre salvaje y que me trata
como un saco sexual, no… no era sólo eso, porque, a pesar de ser una fiera,
también sabía como tratar a una mujer de manera delicada y encantadora.
Con cada movimiento iba deleitando mi cuerpo. De repente, en ocasiones,
luego de hacerme acabar varias veces, comenzaba a sacudir sus caderas
lentamente, con suavidad, con ternura.
En uno de esos momentos, Arturo me dio la vuelta dejándome viendo al
techo con las piernas abiertas; me miró a los ojos y me dijo «eres perfecta,
Karen». Te juro que en ese momento sentí como mi vagina se derritió ante
sus palabras. Lo dijo de tal sensualidad que me dejó estúpida.
Yo ya estaba agotada, teníamos varias horas haciéndolo ¡sí que era un
semental! No recuerdo haberlo hecho con nadie que durara tanto. He
conocido tipos que han llegado a la hora, hora y media, pero nunca a toda la
noche. Creo que de seguro le rompí el pene o algo, porque no era normal.
El punto es que estaba, deshecha, quería llegar lejos y terminar de una
vez por todas con aquella deliciosa tortura. Coño, yo quería descansar, tener
un respiro, pero a la vez también quería seguir haciéndolo, seguir sintiendo
su cuerpo chocando con el mío.
Yo le gemía como una puta, le gritaba que me diera más duro
—¿No es que querías terminar?
—Sí, pero es que lo hacía tan bien que no quería detenerlo.
—Eso es demasiado, seguro terminaste con esa vagina toda inflamada.
Se debió ver como una hamburguesa enorme.
—Ni que lo digas. Creo que ni siquiera pude ir al baño luego de eso. Al
día siguiente le dije que no tendríamos sexo por eso mismo.
—¿Y no tuvieron?
—Sí, él compró un lubricante, pero lo hicimos más lento. Le juzgué
con la mirada, queriendo decirle que no tenía caso alguno hacer eso
¿Qué? preguntó luego de que la vi no puedes decirle que no a aquel
hermoso pene.
En serio, es que su pene es tan perfecto que me obligó a decirle que
siguiera, que no se parara y con cada una de mis palabras sólo conseguía
que siguiera, me hizo caso, supongo, me penetró sin ningún tipo de
restricción. Además, yo me dejé llevar por el placer, por la adrenalina, por
el extenuante deseo que se me dominase.
Lo estuve esperando por mucho tiempo. Arturo me hacía sentir como
una mujer completamente diferente, me embestía de tal manera que las
palabras se salían de mi boca de la misma forma en que los fluidos se
escurrían por mi vagina tras cada orgasmo que me hacía experimentar.
Hasta que por fin terminamos.
—¡Joder! ¡Por fin! Parecía que nunca iban a terminar.
—Calla, que aun falta lo mejor.
De repente, sacó su enorme pene, no sentía el culo, no sentía la vagina,
estaba entumecida por completo, así que se acercó a mi cara, y puso su pene
erecto entre mis labios y dijo: «quiero acabarte en la boca» yo no me negué,
tal vez ni siquiera le iba a salir mucho semen porque ya tenía rato
acabándome encima, adentro, en todos lados. Así que le abrí la boca, cogí
su pene entre mis manos e introduje la punta en mi boca; me acabó más de
lo que esperaba y la saboreé como si fuera un tinto y me la tragué.
—Necesitas ayuda profesional.
—¿De qué?
—Estás muy suelta, pareces una puta. Hablabas como una.
—Mentira, además, no sabes cómo hablan las putas.
—De seguro hablan como tú.
—¡Cállate!
—Además, en ningún momento hablaste de sus sentimientos, de lo que
le gustaba hacer.
—Sí, pues, creo que eso es otra cosa dijo, con menos entusiasmo,
como si se hubiera acordado de algo malo.
—¿Qué? pregunté, suponiendo que algo malo iba a suceder.
—Bueno, por eso quería contarte sobre él.
—Porque te gusta mucho y te hace sentir bien ¿no?
—No sólo por eso. apartó su vaso de whiskey y me miró a los ojos
con seriedad ¿Por qué crees que luego de cinco días voy a venir a
contarte de él?
—No sé, por algo debe ser dije.
Karen se veía perdida, tratando de encontrar las piezas de algo que se
había roto, viendo al suelo, a los lados, tratando de evitar contarme lo que
estaba sucediendo, evitando mi mirada; no sabía qué quería decir eso, qué
significaba eso para las dos o para su relación. Pero, todo comenzó a tener
sentido.
—Hoy estuve hablando con Arturo…
—¿Aja? dije sin ver la relación entre su actitud y la forma en que
comenzó a explicarme.
¿Por qué simplemente no me dijo de una vez? Pero tenía sus motivos, si
que necesitaba un resumen de los hechos.
—Y todo estaba bien continuó Karen haciendo caso omiso a mi
interrupción es decir, no tenía nada de qué preocuparme, estaba de
maravilla hasta que dijo algo que lo arruinó todo.
—¿A ti? pregunté sorprendida ¿Te dijo algo? ¿Te trató mal?
—No, nada de eso. Estaba hablado con alguien, no sé con quien, pero
parecía algo serio. Lo que importa no es con quien ni a quién se lo dijo, sino
lo que dijo en sí.
—¿Qué dijo? Pregunté.
—Que necesitaba desmantelar los negocios de Adriano Mazzilli.
No había escuchado ese nombre en meses, se supone que la idea de
haber hecho todo eso era la de dejarlo atrás, de escapar del problema que él
significaba, peor, de alguna forma u otra, se las arregló para conseguirnos.
El padre de mi mejor amiga había logrado arruinarle algo más en su vida.
—¿Tu padre? pregunté sorprendida, porque no era suficiente sólo
decir su nombre, no era suficiente sólo conocerlo, necesitaba exteriorizarlo.
—Sí, mi padre. respondió, Karen, devastada.
6
Asunto Familiar

La primera vez que lo vi estábamos en un bar en donde las personas


toman cerveza, café o lo que sea, mientras ven a algún desconocido relatar
sus ensayos o sus pensamientos profundos como si se tratara de una oda o
algo así. No sabía por qué habíamos ido hasta allá, Karen me dijo que era
porque era uno de los lugares favoritos de Arturo; me pareció extraño que
un excéntrico multimillonario terminase yendo a bares de segunda a hablar
de sus sentimientos. Puede que no sea del todo malo, pero, a Karen le
gustaba y el lugar no me parecía tan malo, de hecho, hasta me gustó. Lo
único fuera de lo común era Arturo.
Había llegado tarde ese día, ellos dos ya estaban adentro. Karen, sentada
en una de las mesas de en medio y Arturo en la tarima con un micrófono en
mano. Su voz era gruesa, llena de entereza, con una presencia invasiva, que
te hacía sentir segura; la voz de un líder, de un poeta. No lo sabría decir,
pero, en lo que entré, y me encontré con Karen, comencé a prestarle
atención a sus palabras.
Arturo me prestó aquello que dijo esa noche para que sepan
exactamente lo que nos narró. Él se veía inmerso en le papel que
desempeñaba, en el de una voz off que le dice a alguien lo que piensa, no
sólo nos dio una presentación de su escrito, también lo interpretó:
La fortaleza te invadió cuando estuviste en el apogeo de tu valentía,
esta, te convirtió en el ser invencible que creías ser sólo por unos instantes.
Amas, deseas, pides. Llegas al limite de tu voluntad y cedes.
Te conviertes en el animal que por fortuna eres, y que, por merito de la
evolución no dejarás de ser; descartas todo sentido común dejando a un
lado la lealtad que te hacia ser quien eras. Ya no eres el mismo ser,
solamente eres la victima de tu propio juego. Mientes y vives la mentira
mientras sufres con la verdad.
Susurras al dolor (con remordimiento y pena) que estas arrepentido.
Confiesas tú desdicha al corazón puro que pronto romperás el cual se
quiebra en tus manos mientras sus partes filosas te penetran la piel y hacen
sufrir. Sus cortadas son limpias, porque siendo un todo era único que era
fácil de romper.
Te convences de que aceptar ese perdón es lo mejor que puedes hacer
cuando en verdad ya no existe cosa que pueda enmendarlo todo. Vives por
un instante en la dicha hasta que consigues resolver que nada te satisface,
solo queda en ti un odio unilateral, más del que sentías antes, porque fuiste
débil y terminaste rompiendo dos corazones; el tuyo y el de alguien más.
Te inundas en la decepción que sientes por tus actos y por tu
incompetencia ¡eres el pináculo de tu propia gran tragedia! ¡El personaje
principal y el antagonista! Pero te sirvió de lección, eras soberbio, un
narcisista que creía que por sí solo mantenía la diferencia; ya no lo piensas,
algo importante que obtuviste y que tuviste que pagar.
En un ahora, vives como si nada sabiendo a ciencia cierta que solo eres
la basura que detestas, del alimento que desprecias ingerir. Te atiborras en la
fútil autoayuda diciendo que todo sucede por una razón, ¡la razón eres tú y
tú inútil existencia! Decepción personal y colectiva es lo que te sigue, eso te
destroza convirtiéndote este ser que está escribiendo.
No sólo eres la inmunodeficiencia que te debilita sino todas las demás
enfermedades que te matan. Lo pero es que justificas todos tus males
actuales como una especie de ley kármica por lo que hiciste; nada te hará
pagarlo, no más que el recuerdo. Comenzaste siendo nadie y terminaste
siendo nada.
Éste eres tú, no me preguntes de nuevo cuando te veas en el espejo.
En lo que terminó, unos cuantos aplausos sonaron en todo el bar. Tal
vez nadie le prestó atención, tal vez no era del todo impresionante. A mi me
gustó, me pareció buen material, lo que me hizo preguntarme cuanto tiempo
habría tenido escribiendo, cuanto habría invertido en ese hobby.
Karen, si se había sumergido en sus palabras, dejándose llevar (como
siempre lo hacía) y se levantó para darle una ovación de pie a su amado. Ya
habían pasado unas cuantas semanas de la vez que me contó de él, así que
tuvieron tiempo para establecer una relación rápida pero estable.
—¿No es perfecto? dijo mientras aplaudía.
—No lo sé respondí, llevándome a los labios el vaso de cerveza que
había ordenado estoy segura que para ti sí lo es.
—Es maravilloso, no sé cómo no lo puedes ver dijo Karen,
reprochándome el hecho de que no me sentía atraída por su novio.
—¿Qué esperas? ¿Qué me derrita a sus pies?
—No… dijo, sin darle importancia a mis palabras, aplaudiendo,
viéndolo inclinándose para aceptar los pocos aplausos que le regalaban. De
repente, giró su rostro para verme y, sin dejar de aplaudir, continuó
hablando pero por lo menos reconoce que es perfecto.
La miré, dejando escapar un suspiro, resignada, fastidiada por su
insistencia.
—Está bien, es perfecto dije, rindiéndome a sus exigencias ¿feliz?
—Sí… dijo, embozando una sonrisa y volviéndose a fijar en su
amado, quien ahora estaba bajando del escenario eso fue hermoso le
dijo a Arturo eres todo un artista.
Arturo embozó una sonrisa a Karen, quien dejó de aplaudir para
esperarlo con los brazos abiertos; sin embargo, seguía siendo la que más
resaltaba de entre todos nosotros con el escándalo que estaba haciendo y
por el entusiasmo con el que recibió a su amado.
—No es para tanto dijo Arturo.
—Claro que sí, eres muy profundo. Me encantó.
Se le guindó en el cuello y le plasmó un beso en los labios. Estaba
convencida de que él era su príncipe azul y más aun sabiendo que el haber
entrado a La Corte les había juntado, hacía de él y de aquel lugar, algo
especial. Yo, estaba ahí para verlos disfrutar de su relación a costas de mi
amistad con Karen.
—Ella es Stefanie, mi mejor amiga Me presentó Karen.
—Oh, que maravilla, Karen me ha contado mucho de ti.
—Y a mi de ti dije, preguntándome a mi misma si sabíamos lo
mismo le uno del otro.
—Es que no me gusta tener secretos entre las personas que aprecio
dijo Karen, incluyéndose en la conversación.
—No lo dudo dije, viéndola con intriga, segura de que no le había
contado todo acerca de su padre, o de su relación familiar.
Karen se dio cuenta del tono de mi pregunta, y me miró con severidad,
queriéndome decir que me quedara tranquila. Mi intención no era decirle a
Arturo, pero sabía que no sería buena idea ocultárselo por mucho tiempo.
—Entonces, Arturo dije cuéntame ¿qué haces para vivir?
pregunté Karen me ha contado mucho de ti pero no es muy buena
explicando ciertas cosas, así que, la verdad, no sé mucho me senté,
invitándolo a sentarse también.
Hallándonos los tres sentados, Arturo respondió.
—Estoy en muchos negocios, pero lo que me define es la filantropía.
—¿Así que eres filántropo? ¿No es un poco egocéntrico llamarte a ti
mismo filántropo? pregunté, retándolo. Karen me pateó por debajo de la
mesa, forzando una sonrisa ¿Qué? pregunté.
—No es ególatra ¿verdad? dijo Karen a Arturo.
—No sé, yo sólo digo lo que hago respondió, ajeno a mi pregunta de
mal gusto y a la respuesta de Karen empecé como un gran millonario, la
fortuna de mi padre, extender mi patrimonio neto con mis propias manos y
luego dedicándome a salvar el mundo dijo con una sonrisa, como si
fuera una broma por así decirlo.
—¿Luchas contra el crimen? pregunté en broma.
—Se podría decir que sí dijo con naturaleza. Eso estaba muy fuera
de lugar, considerando a Karen.
Me fijé en mi amiga, quien sentía la presión de su apellido en la
espalda. Sabía que Arturo no sabía como se llamaba en realidad, que ella le
había dado un apellido falso porque al momento de dar su nombre no
esperaba que este tuviera una relación con su familia. No es como que el
apellido fuera muy común, así que lo le tocó jugársela con ello.
—Suena un poco fantasioso.
—No me coloco un traje de mallas, o me pongo una armadura especial
dijo entre risas.
—No claro, sólo digo respondí riéndome.
Karen no decía nada, solo respondía con gestos, sonrisas, y una que otra
ocasional risa para recordar que era parte de la conversación. No la
habíamos olvidado, pero ella misma se estaba apartando y yo sabía por qué.
—Era sólo para ver dijo en broma, como si hubiera dicho una frase
recurrente en un sitcom de los ochenta pero sí, técnicamente combato el
crimen. Dedico mi vida a desmantelar diferentes organizaciones, todo bajo
el ojo de la ley.
—¿Cómo así? Pregunté.
—Soy inversionista en el departamento de policía, asesor y eso…
—Entonces van a por ti por consejos.
—Algo así, yo financio sus vehículos, armas y establecimientos y tengo
cierto control en las operaciones. Es algo que les pedí para poder ayudar a
deshacerme del crimen en la ciudad.
—Me parece a un programa de televisión.
—Algo así, pero lo mío es real, yo si lo hago el tono de su voz
comenzó a elevarse, a hacerse más serio, a dar un monologo, a sumergirse
en sus palabras y es la mejor forma para deshacerme de ese malnacido,
tengo que destruir a su familia, a su organización, todo lo que ha construido
hasta ahora, se lo merece.
Parecía que se había olvidado de que estábamos ahí, a dar un discurso
de súper héroe viendo a una esquina de la cámara para contar sus
motivaciones, su razón de existir. Yo, sólo miré a Karen, encogida entre sus
hombros, con el vaso de su cerveza lleno y sin tocar. Supe que debía
intervenir, cambiar el tema, se lo debía a mi amiga; no podía verla así.
—Entonces, eres heredero de una gran fortuna dije, resaltando lo ya
dicho, obligándolo a pensar en otra cosa ¿Qué hacían tus padres para ser
tan millonarios? pregunté.
—Estaban el negocio de los vienes raíces, las inversiones en el mercado
bursátil, uno que otros productos que producían… tenían diversidad dijo,
cambiando su semblante.
Karen pareció agradecerme con una sonrisa, que vi antes de llevarse el
vaso de cerveza a los labios para tomar de él.
—¿Y ya no trabajas de eso?
—Sí, sigo el negocio familiar, lo mantengo en pie, pero me las arreglo
para conseguir dinero por mi parte, tú sabes, negocios y eso.
—La Corte le ha ayudado mucho en ello dijo Karen, rompiendo por
fin el silencio que nos separaba.
Arturo aclaró su garganta.
—Sí, exactamente. Esa membresía dijo bajando la voz me ha
ayudado mucho a aumentar mi fortuna.
—Ni que lo digas respondí.
—Y cómo diste a parar con ella.
—Mis padres eran miembros así que prácticamente siempre pertenecí a
ese lugar tomó de su cerveza ¿y ustedes?
—Bueno, estábamos dando vueltas por el mundo hasta que nos
conseguimos con dos amables señores que nos presentaron el lugar, nos
dijeron como funcionaba y eso. Fue todo tan repentino dijo Karen,
sonriendo. ¿Verdad? ¿Stef? preguntó, dándome unos golpecitos con
su codo.
—Sí, ella había escuchado algo al respecto, pero no fue sino hasta que
esos dos hombres nos invitaron que pudimos entrar.
—Sí, Karen me contó más o menos lo mismo. Supongo que la fortuna
de papá sirvió de algo dijo en broma.
—Sí respondí la fortuna de papá.
—Eso es normal, siempre hay personas que no saben al respecto pero
que son muy ricas y podrían pertenecer. Pero, supongo que le debo dar las
gracias a eso dos caballeros por haber adicionado a esta hermosa mujer al
club dijo Arturo, cogiendo las manos de Karen, y mirándola risueño
de no ser por ellos no nos hubiéramos conocido jamás.
—¿Verdad? dijo, Karen, dejándose llevar por sus palabras
empalagosas.
—Sí, sí interrumpí su cursilería muy lindo y todo extendí mi
mano para que apartaran las suyas, colocándola en el medio de los dos
ahora estamos los tres juntos así que vamos a disfrutar la noche sin esas
cursilerías ¿sí? pregunté viéndolos a ambos.
—Está bien dijeron al unísono.
Nuestra noche pasó apaciblemente, no volví a preguntar acerca de su
trabajo ni sus motivaciones y Karen fue dejándose llevar hasta encontrar su
verdadero yo y disfrutar de la compañía de su mejor amiga y su nuevo
novio.
Karen y Arturo parecían la pareja ideal. Tanto esa como muchas noches
después, se veían tan enamorados que nada podría arruinar su romance, su
inquebrantable amor mutuo, pero, eso sería mentir, eso sería suponer que,
en efecto, nada podría arruinar su felicidad, y tanto ella como yo sabíamos
que era falso.
Cada vez que podía, Karen me recordaba que Arturo estaba paso a paso
más cerca de encontrar a su padre. No sabía exactamente cómo ni por qué,
pero sí estaba segura que en cualquier momento sabría que eran familiares,
lo que podría significar el final de su relación.
—Hoy lo escuché hablando con el jefe de policías de que habían
atrapado a uno de los hombres de mi papá.
—¿Alguien importante?
—No lo sé, no dijo más nada, sólo eso.
—¿Y cómo demonios sabes al respecto?
—Es que hablan por video llamadas, además, él no me oculta nada,
siempre recibe las llamadas conmigo cerca.
—Es entendible, no espera que seas nada de él.
—Sí, pero lo soy, Stef cogió su vaso y le dio un trago largo y seco
es horrible levantó la otra mano, con la que tenía el cigarro en mano y lo
llevo a sus labios para tragarse el humo con fuerza no es como que
pueda decírselo, no es fácil ocultarle la verdad a Arturo.
—¿Sospecha algo?
—No, pero quiero hacerlo, quiero decirle cuanto antes, que soy la hija
de Adriano, que puedo darle información importante al respecto.
—No es como que… intenté decir que no era su enemigo, antes de
que ella me interrumpiese.
—Es su peor enemigo.
—Oh, rayos, entonces sí es su enemigo.
—Sí, al parecer tienen años disputándose la seguridad de la ciudad,
amedrentándose uno contra el otro. Así fue como Arturo se hizo con la
jefatura, porque necesitaba ayuda para deshacerse de mi padre.
—Es muy repentino. Demasiadas coincidencias en un solo lugar.
—Supongo que el que nos hayan invitado al club no fue tan bueno
después de todo.
—¿Te arrepientes de haber conocido a Arturo?
—Jamás. aseveró.
—¿Entonces?
—Es que, es complicado, no quiero que todo salga mal, no quiero que
Arturo se de cuenta de que soy la hija de Adriano. Pero tampoco quiero que
lo descubra por sí sólo, quiero ser yo quien se lo diga. comenzó a
desesperarse ah… se quejó ¿qué puedo hacer? su voz comenzó
a quebrarse, como si estuviera sucumbiendo al llanto.
—No lo sé, no estoy segura; creí que habíamos resuelto eso cuando nos
fuimos ya hace un año.
—Lo sé, yo también dijo, con la voz quebrada, quejándose,
sufriendo ¿por qué me sucede eso a mi? volvió a inspirar de su
cigarrillo es horrible.
—Ni que lo digas.
Karen se la pasaba quejándose de lo que podría suceder entre él y ella,
de que, si Arturo se enteraba, de que si la iba a odiar luego de ello. Todo era
un problema tras otro porque no podía controlar sus demonios, su pasado,
su necesidad de no mentirle a Arturo. Estábamos inseguras al respecto, no
sabíamos cómo actuar, ni cómo abordar la situación, pero mi amiga estaba
más sumida en ello que yo. Evidentemente.
Las semanas pasaban y la carrera del gato y el ratón continuaba
sucediendo debajo de nuestras narices, mientras que Arturo, ajeno a la
coincidencia, a la relación que guardaba su «ahora llamado» amor de su
vida y su enemigo.
Karen le había mentido acerca de su apellido, de su pasado, de su
relación. Le contó que su padre era un empresario importante que se murió
recientemente y le dejó toda una fortuna. Una mentira un poco arriesgada,
tomando en cuenta quién era él.
—Oh decía él ¿un empresario que se murió recientemente? Debe
ser alguien muy importante para nunca haber escuchado directamente de él.
—Le gustaba mantenerse en secreto se justificaba Karen no le
gustaban los medios ni nada, así que siempre usaba un vocero o algo por el
estilo.
—¿Y de cual empresa era dueño?
—No lo sé decía ella nunca me quiso decir porque así podrían
relacionarme con ella y arruinar mi infancia mentía.
—Vaya, que hombre tan interesante, me habría gustado conocerlo
decía, luego, Arturo, más intrigado que en el comienzo.
—Sí…
Karen sentía que cada vez que salía el tema de forma aleatoria, el
mundo se le derrumbaba. Parte de su problema era que no recordaba del
todo las mentiras que le decía a su novio, pero que, por fortuna, él no
olvidaba.
Siempre era una pregunta diferente, una cosa que salía del azar y que
requería una respuesta puntual: sí, no, no recuerdo. Estar con ellos era algo
complicado, tomando en cuenta que mi amiga siempre me miraba feo cada
vez que parecía que iba a delatarla.
—Sí, su padre está… dije una vez, sin saber que su padre ficticio
estaba muerto. Karen intuyó qué iba a decir y me interrumpió aclarando su
garganta, tras ahogarse con su bebida.
Luego de que Arturo le preguntó si estaba bien, yo continué con mi
relato.
—En algún lugar especial dije, sin saber exactamente qué mentira le
había dicho ella a él y bueno, es algo que no podemos discutir. ¿Me
entiendes?
—Sí, Karen me dice que era un hombre grandioso.
—¿Un hombre grandioso? pregunté, viendo la dicotomía entre su
padre real y el ficticio.
Miré a Karen, suponiendo que era un poco exagerado hacerlo ver tan
importante; yo sabía que lo más sencillo era no darle tanto merito al hombre
para que hablar de él no fuera interesante, así, en el futuro, nunca saldría de
nuevo el tema. Nadie nunca, jamás, pregunta mucho acerca del padre ebrio
de nadie. Si dices que tu papá era alcohólico, las personas se hacen una idea
de él; tal vez le cuentes unas cuantas cosas desagradables en la que des
muchos detalles, pero los demás nunca se sentirán a gusto hablando de ello
por lo que no sacarían de nuevo el tema.
Pero, hablar de alguien importante, que hizo del mundo un lugar mejor
para después dejarle un misterio de por medio en el que no se sabe cómo
era, cuál era su origen ni nada por el estilo porqué: alguien tan increíble
debía tener muchas historias para narrar. Así que, cuando salía el tema,
siempre era algo que debía ser discutido. Karen se arrepintió de inmediato
en lo que le hice entender la diferencia.
—No puedes estar diciéndole a Arturo que tu papá era increíble. Ahora
no te va a dejar tranquila con el tema.
—Es que…
—Sí… lo que sea dije interrumpiéndola.
Esa vez, Arturo interrumpió nuestra mirada cómplice mientras yo
evaluaba lo que podía o no decir haciendo un repaso de lo sucedido. Al
parecer (el día que me enteré) su padre estaba muerto, así que no podía
hablar de él en tiempo presente.
—Oh, claro dije como si lo hubiera mal interpretado u olvidado de a
momento pero yo no diría grandioso, yo diría, estupendo. dije, no
prestándole atención a mis propios consejos.
—¿Grandioso? ¿Tanto así? preguntó Arturo, más interesado aún…
—Sí, tanto así le interrumpió Karen Pero no importa ahora
dijo mejor hablemos de otra cosa… hablar de mi padre me pone triste
dijo, con mucha honestidad, sólo que no de la forma en que dejaba a
entender y no me gusta hablar de él.
—Oh, lo siento dijo Arturo no sabía, mi vida.
Y así, tan estratégicamente, se lavaba las manos del problema cuando
ninguna de las dos sabíamos que decir al respecto. Era algo complicado,
tratar de ocultarle el asunto al hombre que estaba intentando hacerle la vida
imposible a su padre. Y a pesar de suponer que ya la cantidad de cosas
desagradables habían pasado, todo pareció desbordarse de nuevo.
No es algo tan puntual como un: oye, soy el enemigo de tu padre, que
recibió Karen a los días de haber conocido al amor de su vida, sino, que, se
fue forjando con el tiempo, fue haciéndose cada vez más complicado
porque su relación se hacía cada vez más estable.
Yo, los veía increíblemente enamorados; descartando el hecho de su
disparidad a causa de los asuntos familiares de Karen, todo era maravilloso,
especial, por así decirlo. Eran tan buenos el uno para el otro que terminaron
compartiendo todo lo que tenían, incluso, su casa.
—¿No es enorme esta casa? preguntó ella, mostrándome su nuevo
hogar.
—Sí, pues, no parece poca cosa.
—Lo sé dijo como si estuviera decepcionada es un poco grande
para mi.
—Bueno, no es como que vayas a vivir aquí sola, estarás con Arturo,
supongo…
Tal vez sea un salto muy agresivo, pero, en resumen, lo que hicimos en
ese siguiente año (porque pasó un año; sí, salté mucho en el tiempo) Karen
y yo habíamos conseguido algo más de ese club de millonarios.
Por mi parte, logré hacer de mi relación amorosa con Mariana algo más
duradero, dejando así mi aventura por el mundo para disfrutar más de mi
novia; ella hizo lo mismo con Arturo, viajando por el mundo con él,
ayudándolo en lo que podía en su trabajo sin tener que involucrarse lo
suficiente como para que su apellido se interpusiera entre los dos y
disfrutando el momento a su lado.
Las dos tuvimos nuestro momento, disfrutamos de La Corte y
aprovechamos las oportunidades que esta nos dio. Por fortuna, literalmente,
las personas que conocimos allí estaban nadando en dinero, Karen, un poco;
yo, para nada.
De cierta forma, haber cambiado de planes cuando ella me pidió que
huyéramos fue bueno para mi, así que por eso no me quejo. Aunque,
cuando pensé que podría empezar a escribir mi historia, mi amiga marcó su
tarjeta de trabajo.
—Y tú dijo Karen, mirándome llena de expectativa.
De inmediato entendí lo que quería decir, esperaba que me mudara con
ella a aquella inmensa mansión. Hasta el momento, no pertenecía a ningún
lado, vivía de lo que Karen me daba, de lo que Mariana me daba y de la
membresía le hotel, quedándome en las habitaciones que ellos me prestaban
como si fuera capaz de pagarlas.
—Así no tienes que quedarte en el hotel, así podríamos pasar, de nuevo,
todo el tiempo juntas. ¿Qué dices? agregó Karen.
Cualquiera habría dicho «no sé» tomando en cuenta que me sentía un
poco mal por depender del dinero de otros, pero, había aprendido a no darle
importancia; a esas personas lo menos que les afectaba era gastar su dinero.
Por ejemplo, Mariana, una empresaria importante, hija de un magnate
con un banco en un país de Sudamérica, millonaria de cuna y por talento,
igual que Arturo; se podría decir que compartimos la misma trama; y para
ella gastar su dinero era algo indiferente, nunca le hizo falta.
—Supongo respondí con duda, pero dejando en claro que lo haría.
—Genial, entonces déjame mostrarte tu habitación exclamó,
emocionada.
Me tomó por la mano y me fue guiando entre los pasillos de aquel
enorme lugar.
—Te va a encantar vivir aquí; créeme, no tiene nada que envidiarle al
hotel.
—No lo dudo dije mirando a mi alrededor, sintiéndome tan fuera de
lugar como cuando conocí los hoteles que nos prestaba La Corte.
—Aquí está la cocina dijo mirando a su izquierda entre el pasillo
numero quince y el dieciséis de aquella casa, entre unos adornos lo
suficientemente caros como para parecer feos pero no fuera de lugar.
Miré rápidamente al interior de la cocina y vi que parecía una casa
aparte, enorme, con una nevera inmensa, con una isla en el medio rodeada
por varias sillas, con personas trabajando en ella, y con comida por todos
lados. No era sólo para nosotros, sino para todos los que trabajaban en
aquella casa que, en sí, vivían también en aquel lugar.
—Mas adelante encontraras la biblioteca la nombró sin pasar por ella
porque cruzamos en la dirección contraria, a la derecha más delante de la
biblioteca encontrarás el salón de juegos.
—¿Juegos? Deportes, querrás decir.
—No, de juegos. Hay un montón de televisores y consolas de
videojuegos de todo tiempo. Es un amante de ello.
—Rayos dije, pensando que era algo innecesario; pero, cada uno con
sus gustos.
—Sí, es divertido, no es tan malo como parece. Me miró como si
supiera que estaba pensando, para luego fijarse en el frente por aquí
encontraras el gimnasio, la salida a la piscina, al parte, afuera está el campo
de golf, y…
Karen fue describiéndome, sin soltarme, toda la casa. Era un lugar
enorme sólo con hablar de él así que con eso es suficiente como para decir
que tuve que dedicarle una semana completa para visitar cada espacio
recreativo, esquina y habitaciones tantas sin repetir alguna en ningún día.
—Aquí está tu habitación me dijo por fin, deteniéndose en frente de
un cuarto que parecía un departamento tiene su propio baño que por
sí sólo parecía una habitación completa un balcón que da a la piscina y al
campo, tu propio armario, cama, y demás se giró hacía mi y me miró
encantada, como si disfrutara aquel lugar más de lo que yo estaba
haciéndolo Increíble ¿no?
—Sí, supongo dije, viendo el giro repentino de aquella visita.
Un día antes de eso, Karen me había encontrado en uno de los hoteles
del club en donde me estaba hospedando porque quería mantenerme al día
con los asuntos de su novio y el problema que teníamos entre manos.
Me citó a su mansión para hablar al respecto, porque ahí era más seguro
conversarlo. ¿Por qué? No lo sé, el asunto es que, de un simple encuentro,
terminé consiguiendo una habitación en donde quedarme.
—Lo mejor es que no tienes que pagar nada. Es completamente gratis.
—Nada es gratis en la vida, mi amiga le dije, recordando una
canción.
—Bueno, pero esto sí, no va a querer cobrarte, y yo no quiero que te
cobre, además de que no lo necesita.
—Ciertamente… entré en mi nueva habitación, observándola de
arriba abajo, inspeccionando lo que ahora sería mío.
—¿Y cómo te va con Mariana? preguntó Karen.
No me giré para verla, continué recorriendo el lugar evaluando lo que
tenía, lo que no, lo que podía hacerle falta, lo que me parecía muy
extravagante y lo que era precisamente lo que siempre quise tener.
—Me va bien, creo. Hemos salido unas cuantas veces.
—¿Han tenido sexo? preguntó sin contemplaciones.
—Sí, Karen, hemos tenido sexo. Somos dos mujeres adultas que saben
lo que quieren, claramente hemos tenido sexo.
—Y, ¿te gusta? su pregunta sonó como si se tratara de una
interrogante que le preocupaba, parecía estar interesada en mi relación
amorosa.
Me giré para mirarle a los ojos y me aproximé quedando unos dos
metros de separación de ella. Karen estaba recostada de arco de la puerta
con los brazos cruzados sobre su abdomen, mirándome con cierto aire de
madre protectora.
—Si me gusta, y creo que también le gusto a ella. Siento que puede ser
la indicada ¿sabes? le dije, de amiga a amiga.
—Te entiendo. embozó una sonrisa.
Karen se irguió, me pasó por un lado y se sentó en la cama. Yo la seguí
e hice lo mismo, quedando a su lado. Nos miramos y luego nos dejamos
caer de espalda sobre el colchón, como si se trataran de nuestras
preocupaciones.
—Creo que haber entrado en este club si que nos abrió muchas puertas.
—Sólo nos abrió una.
—La más importante dijo ella, llevando sus manos a su cabeza para
usarlas de almohada.
—¿Cuál es la más importante para ti? seguro era algo que tuviera
que ver con el amor.
—El amor lo sabía.
—Supongo que puedo decir lo mismo respondí.
—¿Crees que conseguiste el amor? me preguntó, girando su cabeza
en mi dirección.
—Espero haberlo hecho, no hemos hablado al respecto ni le he dicho la
palabra con A, pero creo que sí es amor, creo que sí es algo especial.
—¿Cómo te sientes cuando hablas con ella?
—Me siento ridícula, como si necesitara oxigeno de más para poder
usar las palabras adecuadas y no parecer una tonta me giré para verla
¿te ha pasado?
—Sí… te entiendo respondió estar con Arturo es increíble. No sé
cómo pude pasar tanto tiempo sin él, sin estar a su lado. Creo que antes de
conocerlo no era nadie, ahora, siento que soy invaluable y única.
—Eso es bueno, supongo.
—Yo igual, pero, aparte de todo eso, siento que vivo una mentira.
Y la Karen preocupada apareció de nuevo, creo que era por eso que
quería hablar conmigo.
—¿Cómo va todo con el asunto de tu padre?
—Siento que va de mal en peor.
—¿Tanto así? ´
Karen, se levantó con un halo espeso a su alrededor que me hizo
suponer que algo ralamente malo había sucedido, así que me imaginé lo
peor. Tal vez su padre ya se había enterado al respecto de sus asuntos, que
la hubiera amenazado; de seguro los había visto juntos y ya sabía en donde
vive ahora, qué estaba haciendo y con quién se había enredado. Era lo peor
que podía pasar.
Ya sentada, dejó escapar un largo y fuerte suspiro; toda la presión de sus
problemas, de su realidad se soltó con aquel respiro inquietante. Hizo una
pausa dramática, que me dejó helada, que me hizo suponer aun peores cosas
de las que ya había pensado; quería levantarme para reconfortarla, pero la
incertidumbre no me dejaba mover.
—Arturo me pidió matrimonio.
Tengo mi propia opinión acerca del matrimonio, de lo que significa, de
lo que nos han enseñado que es cuando en realidad sólo se basó en una
mentira, en la forma en que nos lavan el cerebro, etcétera, acrecerá,
etcétera. Pero, dentro de todo eso, siento que tiene algo que es rescatable:
que se trata de un compromiso y una promesa.
Esa promesa debe ser hecha por personas que se amen realmente, que
crean que han entendido el significado de amar, que lo han definido en su
ser casi en su totalidad hasta el punto en que sienten que lo que el otro les
inspira es ese amor real y absoluto.
Y eso implica que para casarse necesitas tiempo, paciencia, confianza, y
madurez. Tonterías que no había visto hasta el momento con Karen y
Arturo, claro, esa es mi humilde opinión, se las arreglaron para hacerme
cambiar de parecer en poco tiempo. Al principio no entendí el por qué le
propuso matrimonio ni la razón de por qué era algo importante de
mencionar de forma tan melancólica.
—¿Y eso qué tiene que ver? pregunté, apropiadamente confundida.
—Porque Arturo es una figura publica… dijo como si yo lo supiera.
—Eso no lo sabía.
—Sí, lo es. rectificó, girándose para verme es una figura publica y
ahora quiere que sea su esposa, convirtiéndome así en otra figura publica…
La forma en que lo decía me hizo entender que ella quería que yo
analizara lo que intentaba decir, que la respuesta estaba dentro de algo que
yo ya había escuchado, de una información previamente entregada.
De inmediato no lo entendí porque se trataba de algo que me había
dicho mucho tiempo atrás, algo que para el lector puede estar una cuantas
paginas arriba, a su izquierda o derecha (como en Asia), dependiendo del
formato en que lo esté leyendo, pero para, mi, fue hace mucho.
—No entiendo…
—Rayos, Stef, estamos hablando de que él es una figura pública que me
propuso matrimonio a pesar de impacientarse por mi respuesta, aun
quería que yo lo dijera.
Y, luego de unos minutos uniendo cabos sueltos, tomando en cuenta que
estábamos hablando del hombre que ayudo a traerla al mundo y de la
relación que este guardaba con su futuro esposo.
—Oh rayos, eso quiere decir que…
—Sí no me dejó terminar es cuestión de tiempo para que mi padre
se de cuenta que estoy saliendo con su peor enemigo.
—¿Y cuando piensas decírselo? No es como que deje de quererte o
retire su propuesta porque estabas asustada de decirle la verdad.
—Porque no sé si realmente funcione dijo es capaz que se sienta
presionado a hacer algo al respecto y termine jodiéndolo todo.
—¿Qué tanto?
—No sé, haciendo que lo maten.
—Crees que sea tan descuidado así pregunté no es como que haya
llegado hasta aquí para que lo maten así como así. Yo que tú confiaría en mi
futuro esposo.
—Eso quiero hacer…
Karen estuvo inquieta mientras hacía los preparativos de la boda.
Resulta que necesitaba de su amiga para hacerlo, a pesar de tener a su
disposición a los mejores preparadores. No sabía si estaba apresurada por
hacerlo todo (con la cantidad de dinero que tenía, no creo que fuera
importante el tiempo) o si simplemente estaba dejándose llevar por el sutil
bramido de su entusiasmo, fácilmente eclipsado por su terror a que ambos
lados de su familia fueran a enterarse de la relación que guardaban; lo que
me llevó a pensar y a preguntarle algo importante.
—No sabe tu apellido ¿cierto?
Habían pasado semanas desde que me mudé para allá, ya todas mis
cosas estaban guardadas en el armario, ya conocía casi a todos los
empleados de aquella mansión y tenía mis lugares favoritos para perderme
en ocasiones. Había pasado tiempo suficiente para pensar al respecto, para
cuestionarme cuando podría ser el momento de decirle todo a Arturo acerca
de su amada futura esposa.
Nos encontrábamos tomando un café en la enorme cocina de aquella
mansión; haciendo exactamente lo mismo que siempre hemos hecho cuando
discutíamos algo, ingerir alimentos o bebidas. Es algo recurrente, estar
sentadas alrededor de algo, con una copa, un vaso o una taza entre las
manos suspirando nuestras penas con cada sorbo, bebiendo lo que podemos
haber dicho durante meses, pero nos guardamos cuando ya se ha hecho un
gran problema.
Karen estaba alterada, se veía inquieta, insegura. Se sentía como si
estuviera siendo acechada por algo peligroso y por lo tanto quería escapar
de todo. ¿Qué podía hacer? Debía demostrarle que era su amiga, estar ahí
para ella. Mi solución era sencilla, que dejara todo atrás, que se encargara
de vivir su propia felicidad y se olvidara de que su padre presentaba un
problema. O le decía o no lo hacía, pero que dejara de pensar en ello.
—Ayer hablé con él… me dijo Karen.
—¿Le contaste todo?
—¡¿Qué?! ¿Estás loca? vociferó No, no pude… agregó luego
de calmarse.
—¿Entonces de qué hablaron?
—Arturo había llegado tarde, no sé si te diste cuenta dijo Karen el
caos es que yo estaba en nuestra habitación, acomodándome para ir a
dormir, cuando me pregunta si tenía algo que decirle antes de la boda.
—¿Crees que lo supiera?
—En ese momento no lo sabía.
—Pero ¿lo sabía?
—Si lo sabía, no me lo dijo.
—¿Qué te dijo entonces?
—Me preguntó si tenía algo que contarle repitió y yo me asusté,
no supe qué decirle. De a momento creí que había descubierto todo, que
sabía que era la hija de un criminal y que ahora no me quería más, que
probablemente pensaría que yo estaba haciendo todo para poder ayudar a
mi padre y saber cuales eran sus planes de acabar con él.
—Es un poco exagerado dije pero de cierta forma no es
imposible.
—Exactamente, y eso fue lo que me dejó helada. Todo fue tan
repentino, tan extraño, que creí que era eso agregó empecé a
balbucear palabras, tratando de encontrar una idea prudente para decirle; te
aseguro que si no sospechaba algo antes de eso, seguro sí lo hizo después.
Arturo me veía confundido, intrigado, como si quisiera leer mis gestos.
—¿Qué hiciste?
—Lo que cualquier persona en mi posición haría.
—¿Fingir demencia?
—Fingí demencia.
—¿Decirte algo?, dije, nada que ver, le aseguré, ¿por qué preguntas,
amor?, le pregunté. A lo que él me respondió: Porque quiero saber si estás
segura de que quieres casarte conmigo, de si en realidad me amas; de
inmediato sentí que todo se había derrumbado a mi alrededor: los planes
conspirativos que me inventé, de los que me acusé y con los que me juzgué
culpable sin que siquiera existiesen. Creo que fui muy obvia porque suspiré
como si me hubiera quitado un peso de encima.
—Tú eres obvia aseveré eres muy mala para mentir.
—¿Mala para mentir? He mantenido una mentira por los últimos
dieciocho meses se defendió Karen.
—La omisión de la verdad no cuenta como decir mentiras, sólo cuenta
como eso, omitir la verdad. No estás diciendo nada importante pero no
quiere decir que estas diciendo algo para cambiar el sentido. No cuenta, si
dejas de decir algo.
—No importa dijo con hastío de todos modos el caso es que
probablemente esté sospechando algo ahora.
—¿Y por eso está así? le dije.
—Claramente. Estoy inquieta, no sé qué hacer.
—Puedes actuar como si esto nunca hubiera pasado ¿me explico?
pregunté.
—No, no lo haces.
—Bueno, actuar como si no fueras la hija de aquel hombre le dije
—Me acabas de preguntar si le había dicho mi nombre, por algo debiste
hacerlo.
—Porque se supone que debes casarte con él, entregar tus papeles, no
creo que haya forma de hacerlo habiendo falsificado tu apellido o algo así.
—No es imposible.
—Pero ¿lo harías?
—Tal vez.
—Entonces eso es a lo que me refiero, hacer como si no fueras su hija,
así, sea lo que sea que fuera a hacer, él conseguiría acabar con tu padre y tú
te harías de la vista gorda.
—¿Me explico?
—Puede ser… Karen comenzó a ver al vació, interpretando mis
palabras, estudiándolas, viendo si era posible tomarlo en cuenta. Se le
notaba en la mirada que quería hacerlo, pero algo se oponía aunque…
No sabía qué estaba pronta a decir, pero, no parecía tener nada en
mente, creo que hasta el momento la única y mejor idea con la que podía
contar era con la mía.
—Pienso que, si hablamos al respecto, podríamos arreglar las cosas, si
le cuento…
—¡Vamos! No seas tan necia vociferé te estoy diciendo que lo
dejes pasar ¿por qué quieres decírselo?
Karen se levantó de la mesa, ya habíamos terminado de tomar nuestras
tazas de café, o de té, no recuerdo que cosa extraña estábamos tomando
porque nuestra conversación se estaba saliendo del carril por el que iba.
—Porque no quiero tener secretos con Arturo, vamos a casarnos,
debería saberlo todo de mi. se apartó un poco de la mesa y comenzó a
dar vueltas mientras continuaba hablando no quiero mirarlo a los ojos y
saber que estoy siendo una cobarde por no decirle.
—¿Y por qué no se lo dices de una vez entonces? ¿por qué lo piensas
tanto? exclamé, a ese punto a las dos nos había dejado de importar el
echo de que pudieran escucharnos de a momento.
—¡Porque no lo sé! ¡No tengo idea de si es lo correcto! No quiero
terminar perdiéndolo todo por no habérselo dicho al principio, ni que sea un
problema ahora que está comprometido a mantener una vida conmigo y
darse cuenta que debe arruinar al padre de su esposa. No quiero que tenga
que pensar al respecto porque todo este maldito problema se creó por mi
culpa.
—Estamos hablando de dos cosas muy diferentes dije, creo que sin
saber muy bien a lo que me refería.
—¿Cómo que es diferente? No lo es, Stefanie, estamos hablando de una
sola cosa. Yo no quiero decirle que soy la hija de Adriano Mazzilli, el
criminal que ha estado buscando durante gran parte de su vida porque le
arruina el paisaje.
La forma deliberada con la que dijo su nombre, con la explicó el motivo
de nuestra discusión, me trajo en cuenta de que estábamos hablando en voz
alta de algo que, se supone, es un secreto. Así que me acerqué a ella, y la
motivé a bajar la voz.
—Tranquila, creo que estamos gritando mucho, nos podrían escuchar…
—¡No me importa ya! exclamó Karen, parecía estar llegando al
fondo de su tolerancia y autocontrol No quiero seguir ocultándolo más,
necesito que todo esto se resuelva ahora.
—Karen, pero… ya no quería que dijera lo que tenía en mente. Por
algún motivo cambié de parecer al verla colapsar por completo.
—Quiero que todo salga bien dijo, empezando a amainar su
intensidad estamos hablando de algo que no quiero dejar de hacer,
estamos hablando de mi futuro, de lo que siento por él, de lo que me
importa mi padre a pesar de que sea un imbécil criminal. No sé qué hacer, y
lo mejor que se me ocurre es decirle todo a Arturo, esperar que me acepte y
me ayude, que me permita estar a su lado a pesar de todo esto.
—¿Y si no sucede?
—Entonces estaré segura de que lo intenté, de que hice lo correcto, pero
no quiero mantenerme viviendo en una maldita mentira, no más.
Karen tenía un punto, Karen creía que necesitaba de esa confianza total
para poder entregarse por completo a su amado Arturo. El resto de los días
sólo pasaron como un monótono e inagotable intercambio de sucesos a los
que le fui indiferente, a excepción de una pequeña parte.
Ver a los dos juntos era un poema porque se sentía que realmente algo
estaba sucediendo entre los dos. Fuera de la idea de tener que contarle todo
a su pareja acerca de su padre, ella estaba completamente enamorada de ese
hombre, de lo que hacía, de las cosas que contaba.
Arturo entendía lo que ella quería decirle sin esperar a que comenzara a
hablar; sí que parecían amarse locamente, sí que se veían realmente atraídos
el uno con el otro. No estaba segura si lo que sentían era amor, ciertamente
lo que yo siento no es ni cercano a lo que ellos explicaban.
Sí que lo relacionaba, que suponía que así habría de sentirse, pero, ellos
lo hacían ver todo tan fácil. No había problemas, discusiones, siempre se
miraban a los ojos como si se acabasen de conocer.
Cuando hablaban, sus palabras parecían estar completándose entre sí
porque de alguna forma u otra eran los mejores amigos, los seres más
parecidos de todo el planeta tierra. Me daba un poco de celos al saber que
ellos se sentían tan bien el uno con el otro porque de alguna forma u otra
eso significaba que me apartaría de mi mejor amiga; no soy una egoísta, no
arruinaría su relación sólo porque quiero que comparta conmigo. Arturo
estaba encantado con tenerla en la casa, escuchándolo, haciéndole feliz.
Cada vez que llegaba de la oficina, traía consigo una rosa y una caja de
chocolates.
Si no eran regalos ocasionales y que por un tiempo fueron inesperados
hasta que se hizo rutinario el hecho de llegar con un presente (aunque no
por eso a ella dejaba de gustarle, continuaba emocionándose cada vez que
los recibía), iban al cine, al parque, a algún restaurante porque comer en
aquella mansión nunca era tan enriquecedor como disfrutar de lo que su
dinero podría pagar. De vez en cuando iba con ellos, no estoy segura por
qué, pero lo hacía y por algún motivo me encantaba verlos tratarse con
tanto cariño.
Antes de todo eso, no podría decir que conocía a Arturo, la verdad, en
este relato no hay mucho sobre él porque a su momento, en el tiempo en
que me encontraba palabras atrás, no le daba mucha atención. Es por eso
que luego de un año sabiendo de su existencia es que por fin le saco a
relucir (en el tiempo de este relato). Estoy a gusto con él, no me mal
interpreten; ha sabido hacer sentir de maravilla a Karen y eso se lo
agradezco.
Para hacer más énfasis en su relación (porque siento que debo dejar en
claro que lo que sentían el uno por el otro sí que era real) ahorrándome su
escandalosa (cada vez que los escuchaba) y muy detallada (cada vez que
Karen me contaba todo lo que hacían) escenas sexuales, lo detallistas que
eran el uno con el otro… Ellos eran una pareja envidiable, pero, no todo el
tiempo se comportaban como dos terrones de azúcar endulzando demasiado
el café; se demostraban confianza el uno al otro, se tomaban de la mano al
caminar como si sus palmas se atrajesen mutuamente.
De vez en cuanto pasaba por una de las muchas salas de estar de aquella
mansión, de las tantas que tienen chimenea; los veía sentados en silencio,
sumidos en sus propios asuntos: leyendo un libro o el móvil, fumándose un
cigarrillo, bebiendo whisky, viendo al vacío. A veces cocinaban juntos, a
pesar de que tuviéramos cocineros preparados para ello. Hacían la cena de
todos y eso parecía hacerlos felices porque se complementaban.
Arturo había logrado en ella algo que no creí que fuera a lograr sin
drogas sexo o alcohol; incluso tomando en cuenta la relación que
guardaban, él le había permitido ese escape que ella tanto buscaba.
Definitivamente era su príncipe azul.
Pero, las cosas se hacían cada vez más difíciles conforme se acercaba la
fecha de la boda y Karen todavía no le decía la verdad a su futuro esposo.
Su futuro matrimonio estaba pendiendo de un hilo y nosotras no sabíamos
que hacer al respecto.
—Stefanie, ¿sabes qué pasa con Karen? me preguntó Arturo.
No habíamos tenido una conversación a solas desde… nunca. No
recordaba la ultima vez que habíamos hablado sin la presencia de mi amiga
porque realmente no lo habíamos hecho, así que las cosas se hacían un poco
más extrañas mediante pasaba el tiempo. Era comprensible, Karen estaba
actuando diferente, demostrando que algo le sucedía a pesar de decir que
todo andaba bien. Así que, cuando se me acercó para preguntarme al
respecto, no sabía qué decirle.
—Eh… ¿sucede algo con ella? pregunté tratando de fingir
naturalidad.
—Sí, Stef, sé que sabes algo. Ella no me quiere decir, ni hablar de ello,
pero parece que le esta perturbando.
¿Por qué no le ha dicho todavía? El hacerlo esperar tanto es un
problema; fue un problema en su momento. Yo, por mi parte, estaba en una
posición delicada; no podía simplemente traicionar a mi amiga ni demostrar
que le estábamos ocultando algo a Arturo porque eso, indirectamente, sería
traicionarla, interferir con su felicidad; no era mi obligación, yo no soy una
entrometida.
Así que aclaré mi garganta, insegura, y traté de ser racional.
—No…
—No me mientras me interrumpió.
Traté de nuevo de no ser obvia, ni demostrar que de echo si estaban
ocultándole algo, así que me puse a la defensiva.
—No te estoy mintiendo, si me dejas hablar, puedes dejar de estar
sospechando le reproché ¿me dejas?
—Está bien dijo, sentándose en la silla.
Me había atrapado en la cocina mientras intentaba coger un pedazo de
torta de la nevera (como cosa rara; de todo sucedía en esa cocina) y supe
que se hacía delicado el asunto cuando mandó a todos a salir; así que no
sólo teníamos una conversación sin Karen, sino que estábamos solos; estaba
en desventaja.
No tenía idea de lo que le había estado diciendo Karen en los últimos
días para que se quedara tranquilo, así que había posibilidades de que
cualquier cosa que pudiera decir podría arruinar su coartada.
—¿Qué quieres saber? pregunté.
—Quiero saber qué sucede con Karen…
—Y, exactamente, ¿qué sucede con ella?
—Que se ha estado comportando muy extraño, está distante y cada vez
que pregunto algo parece que está ocultándome una cosa.
—¿Qué te hace pensar al respecto? ¿Por qué dices que está ocultándote
algo? Podría simplemente estar nerviosa.
—Porque siempre habla con rodeos, sacándome de contexto, tratando
de que olvide lo que he preguntado.
—¿Eso dices?
—Sí, exactamente como tu me estás haciendo ahora. Intenta desviar mi
atención del tema para que me distraiga. aclaró su garganta, y me miró
con severidad, como si hubiera leído mis intenciones ¿Por qué lo hacen?
¿Qué está sucediendo?
Dejé escapar un suspiro, resignada, dándome cuenta de que se me
acababan las ideas.
—Creo que tiene que ver con algo que quiere decirte, pero no sabe
cómo.
—¿Tú sabes qué es? Parece que lo sabes. Te comportas como si lo
supieras.
De nuevo dejé escapar un suspiro, demostrándole que mi intención no
era decírselo.
—¿No me quieres decir?
—No es que no quiera, es que no es algo que yo deba decirte. Es algo
que ella quiere hacer, es importante.
—¿Qué tanto? me miró preocupado ¿tanto como para no casarse?
¿Es algo que hizo? Porque si es algo que hizo no me importa, todos hemos
hecho cosas execrables.
—No es eso le aseveré.
—No me importa si se acostó con alguien en los últimos días, o después
de conocerme
—Ojalá fuera eso… dije.
—¿Entonces? cada vez se mostraba más impaciente por saberlo.
—Es que no sé, es algo grave… y no me corresponde decirte.
Arturo se veía desconcertado, yo intentaba comerme mi pedazo de torta
mientras le veía tratar el asunto con intriga e inseguridad. Se mostraba
insatisfecho con lo que le había dicho porque, la verdad, no le dejaba
mucho en claro. Él no quería saberlo todo acerca de ella, no quería conocer
su pasado porque no le importaba, sólo me pedía que le dijese por qué
estaba tan distante últimamente.
Y me sentí mal por él, y supongo que sentí empatía por él, necesitaba
hacerlo pensar en otra cosa, sacarlo de esa tertulia con la que estaba
tratando.
—Quieres mucho a Karen ¿verdad?
—Sí respondió asertivamente.
—Cuéntame dije sentándome, por fin, en frente suyo ¿qué sientes
por ella?
—Bueno, siento que la quiero lo suficiente como para dejarlo todo
me miró, como si necesitara de eso para ser más puntual todo,
absolutamente todo.
—Eso es un poco exagerado dije, colocando mi pedazo de pastel en
la mesa ¿no crees?
—No lo es, no para mi, porque no me importa. La conocí en un
momento extraño de mi vida, así que todo lo que pueda hacer por ella debe
ser un homenaje a eso.
—¿Extraño?
—Sí, extraño. He estado trabajando con la policía, y bueno, eso es
extraño, no tengo motivos para hacerlo, pero lo hice, ahora me he ganado
enemigos, me he conseguido con obstáculos que no me dejan ser feliz, pero
todo eso dejó de importar cuando me encontré con Karen. Ella es increíble,
es hermosa, es inteligente. Me hace sentir bien ¿sabes? Muy bien.
Se veía que estaba hablando con sinceridad. ¿Qué podía decirle yo que
le sirviera para sentirse mejor?
—Y por eso te quieres casar con ella. ¿Quieres casarte con ella a costa
de cualquier cosa?
—Sí, no hay nada que pueda oponerse a lo que siento por Karen; no hay
nada que pueda hacer o decir que pueda arruinar todo esto porque ella es
simplemente perfecta.
La curiosidad me invadía, quería conocerle mejor, entender al hombre
que se iba a casar con mi mejor amiga, así que me dejé llevar por el calor
del momento y sin darme cuenta comencé a dar pistas de lo que estaba
sucediendo.
—Pero, ¿si es parte de algo que tu aborreces, que pueda significar un
problema para tus ideales? ¿Qué pasaría? ¿La dejarías?
—No lo sé. ¿por qué habría de serlo?
—No sé dije desviando su atención lo digo es por decirlo. Es un
ejemplo vacilé ¿me entiendes?
—Creo, pero… ¿cómo así que pueda formar parte?
Sus preguntas estaban yendo hacía la dirección adecuada y yo no quería
que se asomaran por ahí.
—Es un ejemplo, es sólo para saber; lo digo es porque como acabas de
mencionar que no hay nada que pueda oponerse entre tu y ella, y que estás
trabajando en la policía y tienes enemigo y eso te tenía estresado; entonces
se me ocurrió eso ¿qué pasa si ella tiene relación con eso? Trabajas para
eliminar a esas personas ¿o no? Entonces, ¿eliminarías a Karen?
Arturo me miró desconcertado, tratando de conseguirle sentido a mis
palabras, a lo que eso podría significar. Yo mantuve u rostro impávido para
no evidenciarme demasiado.
—¿Qué tanto estás dispuesto a hacer por Karen? ¿Realmente la amas?
dije, para que pensara sólo en ello y no en el trasfondo de mi pregunta.
—Sí la amo en verdad vaciló y si fuera por algo en lo que
estuviese envuelta, tendría que hablarlo con ella dijo, sin verse muy
seguro.
—Pero si es algo que no controla, ¿le culparías?
—No lo sé… dijo.
No estaba llegando a ningún lado, necesitaba hacer otra pregunta; sólo
estaba consiguiendo que pensara precisamente en lo que, se suponía, quería
evitar.
—Mejor usemos otro ejemplo agregué, llamando su atención
mejor digamos que ella es una asesina a sueldo que consiguió su fortuna
viajando por el mundo y asesinando personas.
—Aja…
—Suena ridículo, ¿verdad?
—Sí, un poco.
—Bueno, pensemos por un momento que no lo es, que realmente lo
hace y que por eso está aquí y por eso se conocieron en La Corte ¿cierto?
—Okey dijo Arturo, arrastrando el sonido de esa silaba como si
intentara buscarle el sentido a lo que decía.
—¿Me sigues? pregunté al sentir que estaba confundido.
—Sí, estoy siguiendo.
—Perfecto dije está bien me enderecé en la silla ahora,
digamos que no te quiere decir la verdad porque está avergonzada de sus
crímenes pero que lo dejó todo atrás y ahora quiere tener una vida feliz
contigo. ¿Qué harías tú?
Lo miré a los ojos, y antes de que pudiera abrir sus fauces para hablar, le
detuve, intuyendo cual sería su respuesta.
—Y no me digas que no lo sabes, sé un poco más creativo; ¡entra en
contexto!
Arturo se llevó la mano a la barbilla para pensar, como si el rascarse su
mentón rasurado, tratando de conseguir la respuesta adecuada.
—Supongo que no haría nada… dijo al fin.
—¿Supones?
—Sí, es un caso hipotético, por lo tanto dijo con total confianza
supongo que hipotéticamente la perdonaría porque eso no es asunto mío.
—Pero, ¿y si te afecta?
—¿Afectarme como?
—Que te des cuenta que debes elegir entre lo que haces y lo que sientes
por ella.
—¿Hablas de perseguir criminales?
—Más o menos. Tampoco es que seas un súper héroe, o un policía de
verdad.
—En ese caso, la verdad es que no sé, y no quiero averiguarlo.
—Lo bueno es que es solo una metáfora mentí, sin demostrar que
estaba un poco nerviosa pero, podrías tratar de ser más indulgente con
ella, no presionarla para que te diga, tal vez tiene sus motivos y por eso no
quiere que sepas lo que sea que no quiera decirte.
En ese momento, Arturo me miró como si se tratase de un amigo de
toda la vida que llega a pedir un favor, en busca de ayuda para resolver algo
muy importante, que es de vida o muerte.
—Si me oculta algo, ¿me ayudarías a que me lo dijese?
No supe qué responder, sólo lo miré desconcertada, tratando de que no
quería meterme en esos asuntos porque era delicado, porque no quería tener
nada que ver con sus vidas personales; pero su mirada era penetrante,
intensa, se veía que lo decía en serio, que en verdad necesitaba de mi ayuda.
—No lo sé vacilé.
—Por favor, vamos. No me digas que no, hazlo por mi, sé que no somos
amigos como lo son tú y Karen, pero, siento que puedo confiar en ti, así
como confía en ella. Por favor dijo suplicante ¿sí?
Traté de negarme, traté de decirle que en verdad no quería hacerlo, pero
no quería simplemente negarme a ayudarlo porque de cierta forma no era su
culpa el estar en aquella situación, así como tampoco lo era de Karen.
—Está bien dije por fin, dejándome llevar por mi indulgencia y
empatía.
Arturo me sonrió como si se tratase de un gran gesto, como si hubiera
resuelto muchas cosas en su vida con tan solo decirle que le ayudaría a
convencer a Karen a que le contase la verdad. Creo que eso fue lo que
desató todo lo que sucedió después. Pero eso es sólo una suposición.
—¿De qué están hablando? dijo una voz de mujer a nuestra espalda.
—Amor, llegaste dijo Arturo, levantándose para recibir a Karen de la
forma amorosa con la que siempre lo hacía.
Cada cuanto llegaba, él iba hasta ella para abrazarla y darle un beso en
la frente porque quedaba perfectamente nivelado en sus labios, lo que le
facilitaba el acceso. Karen se dejaba abrazar, besar y sonreía sonrojada.
Aquello se hizo un habito rápidamente, así que no había forma de que no lo
hicieran, ni siquiera en las condiciones en las que se encontraban.
—Estamos hablando de ti dijo él, con total naturalidad.
Karen me miró a través del abrazo de su futuro esposo, como pudo,
diciéndome con la mirada que le explicara al respecto; ¿de qué estábamos
hablando? Preguntó con unos muy específicos gestos: de nada, respondí con
un mohín indiferente.
—Estábamos hablando de ti, y de lo importante que eres para mi
simplificó Arturo.
—¿Hablando de mi? ¿Y por qué hablaban de mi?
Arturo se sentó de nuevo en la silla en la que estaba, me miró, buscando
apoyo y se enfocó de nuevo en Karen, quien nos observaba desconcertada.
—Porque has estado comportándote muy extraño estas ultimas semanas
Karen me miró, buscando una respuesta, que le ayudara; yo estaba en
una posición delicada porque no quería estar del lado de ninguno sin
parecer que no soy buena persona con el otro; no sabía que hacer, así que
hice lo que pude para mantenerme imparcial. En ese momento, Arturo
también me miró, como si esperara que yo terminara de plantear su idea, a
lo que negué con la cabeza; mi intención no era formar parte de ello.
—Y… vaciló, esperando a que yo hablara no importa lo que sea
que suceda, yo te apoyaré y no te juzgaré dijo Arturo.
Se notaba que Karen comenzaba a dudar, que no tenía idea de cómo
actuar al momento porque su mejor amiga no podía darle ningún consejo y
el amor de su vida parecía estar esperando una respuesta contundente.
—¿Entonces? preguntó, tratando de manejar la situación.
—Que puedes decirme; por como te has estado comportando en los
últimos días, y con lo que me ha dicho Stefanie en ese momento Karen
me miró como si la hubiera traicionado.
Yo la miré desconcertada, tratándole de decir que no había hecho nada
malo, que hice todo lo que pude para mantener su secreto a salvo y que todo
lo que el estaba diciendo no tenía nada que ver conmigo, en parte.
—Quien la verdad continuó Arturo sólo me mantuvo dando
vueltas para que no llegara a nada añadió, luego de ver que Karen
comenzó a juzgarme.
Sentí un tremendo alivio al encontrarme fuera de ese problema que se
había creado en tan pocos segundos, pero él continuó con su monologo.
—Pero concluí en que querías decirme algo importante que crees que
puede hacerme cambiar de parecer con respecto a lo que siento por ti y
nuestra relación.
Karen no había dicho nada, por lo menos no con palabras. Su mirada era
un poema de respuestas que iban desde un ¿por qué lo hiciste?, dirigiéndose
a mí, a un: no quiero que pienses mal de mi, dirigiéndose a Arturo. Sus
cejas, sus labios, sus mejillas, el movimiento de su cabeza… si lenguaje
corporal era suficiente para estar dentro de la conversación sin decir una
sola palabra, y todo ello bastó para él.
—¿Quieres decírmelo ahora? dijo Arturo, finalizando su discurso.
Karen nos miró a los dos, tratando de encontrar apoyo en uno, en el
otro; se fijó en la puerta detrás de nosotros porque tal vez pensaba en huir
de la escena y no decir nada, no responder y no caer en ese juego riesgoso
de contar la verdad; sabía que estaba pensando en alguna mentira, en si
existía una forma de manipular la situación para desviar el tema, pero, yo
no hizo nada de eso; se quedó allí, gélida y abstraída.
Dejó escapar un suspiro, como si todo lo que hubiera pensado había
concluido en un desastroso final y por ello no lo hizo, y, por primera vez en
todo ese tiempo, la vi rendirse.
Se había resignado, reconoció que no existía forma alguna en que su
secreto fuera menos impactante para él, a que las cosas que la rodeaban
eran efímeras y por ello no importaba qué tanto se esforzara, no podría
escapar de la inexorable verdad: no podía controlar nada. Soltó sus
hombros, cerró los ojos, se mojó los labios succionándolos dentro de su
boca y suspiró de nuevo.
Por una fracción de segundo, sus ojos chocaron con los míos y supe que
era el momento para dar mi mas gran consejo: «hazlo, ya no importa», le di
a entender con la mirada, y creo que con eso bastó, porque inmediatamente,
sus labios se abrieron.
—Sí tengo algo que decirte dijo por fin y creo que no es algo que
puedas perdonarme tan fácilmente, o que puedas superar de la noche a la
mañana.
—Te prometo que no será así aseveró Arturo, incrédulo y
enamorado.
—Y a mi me gustaría creer que lo que me dices es cierto, pero sé que no
lo será.
La incertidumbre me estaba matando. ¡Quería que se lo dijera de una
endemoniada vez! ¿por qué era tan misteriosa? Ya no importaba, ya todo lo
que podría suceder había sucedido y estaba pronto a tener un desenlace y, a
menos de que no se lo diera, no había otra forma de averiguar cual sería.
—Pero dime qué es insistió Arturo.
Karen tragó saliva antes de disponerse a hablar.
—Mi nombre real es Karen Mazzilli confesó Karen, con los ojos
cerrados.
Me giré para ver la reacción de Arturo, que era lo que realmente
importaba. Sus parpados comenzaron a abrirse más y más, y yo lo veía
como si se tratara de una escena en cámara lenta.
Sus fauces se soltaban, abriéndose, se inclinó lentamente hacía atrás, lo
que me dio la impresión de que estuviera siendo impactado por una granada
y el impacto lo obligara a retroceder. Y eso nada más con escuchar a media
su nombre real. Esa expresión de sorpresa no fue nada comparada a la que
tuvo pocos segundos después.
—Mi padre es Adriano Mazzilli, el mafioso que tanto intentas atrapar.
Su cara, luego de aquella ultima oración, sí que fue un poema.
7
Historias Entrelazadas

Arturo era un hombre extremadamente millonario; había obtenido su


fortuna del trabajo de sus padres quienes se esforzaron por salir delante al
emigrar de su país y comenzar una nueva vida como extranjeros con un
sueño.
Su esfuerzo y determinación los llevó a convertirse en magnates de
cientos de negocios para luego traer al mundo a un joven prodigio que
luego se enamoraría de mi amiga Karen. Arturo había desarrollado la
intención de salvarlos a todos porque sentía que la vida necesitaba de su
apoyo, de su mano amiga, porque, desde su perspectiva, si no vivía para
servir, no servía de nada estar vivo.
Con el pasar de los años, comprendió que tenía los recursos, el tiempo y
no había nada que lo detuviera para hacer lo que quería. No esperó mucho
para comenzar a invertir su dinero en fundaciones que ayudaran a los más
necesitados, a los que requerían de asistencia medica, una educación
apropiada; se enfocó en limpiar las calles, en hacer lo que un gobernador,
un alcalde, un ministro o un personal publico del gobierno haría porque
tenía el dinero para hacerlo y gracias a él descubrió que aquellos que tenían
con qué, podrían hacer las reglas del juego.
No perdió el tiempo en hacerse de un nombre, de invertir en los
negocios adecuados, en conseguir más y más dinero para sí mismo y para la
empresa que sus padres fundaron, la misma que le heredaron.
Lo que por un tiempo sólo fue una etapa en su vida, se convirtió en un
habito, en un estilo de ser. Fue asimilando cada vez más el titulo de
filántropo, de hombre bondadoso, de millonario indulgente. Su fortuna
seguía creciendo y su necesidad por ayudarlo a todos igual.
Pero, seguía siendo un joven millonario que nació con todo. Sus padres,
luego de establecerse en la industria, de ser reconocidos por su patrimonio
neto y llegar lejos en el negocio del dinero, se toparon con un club
clandestino, y exclusivo, para personas adineradas, que le daba cierto
símbolo de estatus y prestigio a su nombre.
Todo el que se hacía llamar a sí mismo: «asquerosamente rico», tenía la
obligación de pertenecer a ese lugar y, ellos, como habían llegado a un
punto de sus vidas en el que todo les sobraba, decidieron formar parte de él.
Con el tiempo, se hicieron miembros honorarios del lugar, amantes
asiduos del lujo que este club les ofrecía: fiestas, drogas, oportunidad de
hacer aun más dinero, entretenimiento, comodidades inimaginables.
El club secreto de los millonarios era una especie de paraíso para ellos y
todos los que, desde entonces, incluso antes, o después, formaban parte de
él. Gracias a ellos, Arturo nació en un circulo de oro que le permitió vivir
todo ello desde antes de que pudiera tener memoria.
La Corte, el nombre que adquirió porque un grupo de millonarios
pretenciosos no sabían como decirle a un club de millonarios presuntuosos,
se convirtió en su segundo hogar, en su siguiente patio de juego, en su
escape de la realidad (porque la realidad no era precisamente la misma que
vivimos tú o yo, no la de él, no la de alguien con tantas facilidades).
Aunque es importante resaltar que no siento desdén por lo que un
millonario representa, o por las comodidades que tiene; puede que sea
agresivo para el lector el leer lo que acabo de decir sin una aclaratoria. Mi
punto es que Arturo lo tenía todo, pero aun así se sentía vacío.
Ni la fortuna de sus padres, ni los beneficios de haber nacido de padres
pobres que se habían esforzado para llegar lejos y ahora le daban la mejor
educación y todo lo que siempre soñaron darle a su hijo; o La Corte, con
todos sus lujos, sus incontables recursos, las relaciones que se podían hacer
ahí o lo que un lugar lleno de tanto valor monetario, podían satisfacer el
bramido de hambre en su alma.
Arturo necesitaba de algo que le demostrara que estaba vivo, que el
mundo era más que viajes alrededor del mundo en primera clase o en
aviones privados, que tomar licores que nadie podía costearse, de tener lo
mejor, lo más actual y lo más elegante.
Arturo sabía que las cosas que lo rodeaban no podían ser todo lo que iba
a conocer durante su efímera vida, así que, armándose de valor, de
entusiasmo y completamente honesto, comenzó a hacer lo que podía para
ayudarlos a todos de forma definitiva.
A sus veintiséis años de edad, comenzó demostrarle al mundo que no
sólo era una cara bonita, un hombre millonario que trataba de llamar la
atención de todos al hacer unas cuantas obras de caridad; en esa etapa de su
vida, supo que necesitaba de tomar las riendas del mundo a como diera
lugar y comenzar a limpiar la basura de las calles.
Así que, de esa forma, se dispuso a formar parte del cuerpo de policía
de una pequeña ciudad en dónde no lo conocían para probar un nuevo
método de limpieza delictiva la cuál sólo servía para hacer una serie de tres
temporadas en la televisión.
Con sus contactos de La Corte, consiguió prácticamente el control total
en las fuerzas policiales y así invirtió parte de su dinero en mejorar las
instalaciones, los aditamentos, de entrenar a los oficiales de policía y
conseguir toda la atención de las cámaras, la sociedad y el mundo criminal.
—Mi intención es ayudarlos a todos, o solo a aquellos que quieren ser
ayudados. No estoy haciendo esto por un capricho, porque no sé qué hacer
con mi dinero o tengo demasiado tiempo libre. No me importa lo que
piensen de mi, lo que crean que pueda estar haciendo o cuales son mis
motivaciones, porque, mi intención es hacer esto y no permitiré que alguien
se oponga en mi deseo de hacer este un lugar mejor dijo Arturo, frente a
una rueda de prensa.
—¿Por qué eligió este lugar? preguntó un periodista en la
multitud de entre todos los que podría elegir en todo el país.
—Porque es un lugar pequeño con una relevante tasa de crimen
organizado.
—Entonces está aquí para destronar a las mafias preguntó el mismo
periodista.
—Estoy aquí porque quiero hacer un cambio. Si resulta, llevaré mi
método a otro lugar y así sucesivamente hasta que logre limpiar el crimen
por completo.
Arturo estaba consiente de lo que significaba el crimen para una persona
en su posición, lo que eso implicaba para la mayoría, lo que había estado
viendo desde que tiene memoria en La Corte, en su familia, en el mundo
entero.
A sus veintiséis años de edad, él había aprendido que la sociedad se
regía por reglas establecidas por la mano que podía ejercer el poder; esa
misma mano le rodeaba casi todos los días en aquel club lleno de
dignatarios, gobernadores, presidentes, reyes, que se encaraban de enseñarle
a las personas que hacer las cosas de cierta forma era incorrecto, pero
cuando ellos lo hacían estaba bien.
Arturo estaba disgustado con la forma en que las cosas funcionaban,
con haber nacido dentro de la parte beneficiada de la sociedad y no haber
hecho nada para cambiarlo. Pero no tenía tiempo para pensar más al
respecto; tenía un plan y lo iba a ejecutar. Sabía que las personas no se
dejarían ayudar así cómo así, que los criminales simplemente no se irían y
dejarían sus actividades delictivas porque él lo quería. Sabía que no sería
fácil.
—¿Y qué tiene pensado hacer con las personas que son consumidores
frecuentes de ese crimen? Los acaudalados como usted, los cínicos, los
infelices, todos los que consumen drogas, prostitutas; asesinos que viven de
la muerte, violadores que viven de niños, mujeres y quien esté indefenso.
¿Cómo piensa usted acabar con ellos? preguntó otro periodista
¿Cómo espera acabar con es otra cara del crimen?
—Con paciencia. Pero lo haré, no importa como, no importa si me tome
todo el año, tres, cuatro… la vida entera si es que las circunstancias me
llevan a vivir los suficiente.
—¿Con paciencia espera quitarle la necesidad al drogadicto? ¿Con
paciencia espera solucionar la realidad de la mujer o del hombre que recurre
al sexo fácil, desprotegido, inseguro y barato?
—No. Espero hacerlo con mano dura.
—¿Cuál es su plan?
Recuerdo esa entrevista, y la cara de Arturo, tranquila, serena, eminente
y llena de entereza, demostraba que estaba preparado para todo.
—El crimen tiene acceso a todos, un crimen es considerado como tal
cuando rompe con los esquemas y los estigmas de la sociedad Explicó
Arturo Una persona que roba para comer no es un criminal ante los ojos
de su hijo quien está muriéndose de hambre, pero sí del comerciante que se
niega a ser indulgente y ayudar al necesitado, que bien no quiere perder su
mercancía pero también le coloca precio a las cosas que por orden natural
no tienen un valor real. Pero todo estamos de acuerdo que alguien que vive
del abuso infantil, de las drogas que matan personas y destruyen familias;
son criminales, asesinos y demás.
El periodista intentó interrumpir a Arturo, pero este no se dejó.
—Un momento… dijo, resaltando su punto, demostrando que no se
iba a callar mi intención es demostrar que no deben recurrir al robo, al
asalto, a la invasión o cualquier otra cosa porque no sólo estaré luchando
con el crimen, también ayudaré a los necesitados, a los que se ven afectados
por esos mismos criminales. Y sí, parece que me estoy comportando como
un alcalde, o un gobernador, o un presidente; pero no soy nada de eso, no
soy un mentiroso, o un hombre que esté prometiendo cosas. No me hace
falta el dinero, el prestigio, la aprobación de nadie. Hago esto porque quiero
y todo está saliendo de mi bolsillo, así que no veo motivos para que nadie
pueda quejarse, a menos que salga perdiendo en este juego.
Sus palabras se hacían cada vez más intensas, más pesadas. Parecía que
no sólo tenía tiempo pensando al respecto, sino que las cosas que decía las
sentía, las asimilaba como una verdad, como su propia ideología, porque
eran parte de su ética, de su idiosincrasia.
—Acabaré con las organizaciones criminales, con su monopolio de
drogas, de asesinatos, fraudes y de más… le estoy haciendo la guerra a ellos
y salvando a quienes se encuentren en medio de esta. Así que, sí, lo que
quiero hacer es acabar con el statu quo criminal que controla las calles, con
la creencia que las personas pueden hacer lo que quieran y salirse con la
suya, con la falta de ayuda a esos individuos que necesitan de apoyo, pero
sin cruzar esa línea que separa una ayuda a un servicio gratuito del cual se
pueden aprovechar sin hacer nada a cambio.
Aclaró su garganta y terminó diciendo.
—Soy Arturo Velázquez y haré lo que sea para acabar con la
delincuencia.
Aquellas palabras supieron ganarle enemigos en el mundo criminal.
Había hecho lo posible para tener a la policía en su palma, controlando
todos los operativos, redadas, búsquedas e investigaciones con el fin de
exterminar el crimen. Pero, con el paso del tiempo, se encontró con su más
grande enemigo: Adriano Mazzilli.
Adriano, era un mafioso que controlaba las calles de aquella ciudad sin
ningún problema. Tenía en su palma la venta de drogas (el principal de sus
negocios), la prostitución, el trafico de armas, y una serie de propiedades
espejo que servían para desviar la atención de la policía y las
organizaciones gubernamentales que prometían atraparlo. Poco a poco, se
fue topando con las limitaciones que Arturo le imponía, obligándolo a
retroceder en algunas ocasiones y hacer cosas descabelladas en otras.
Aquella simple acción, se convirtió en una guerra intensa entre el
hombre que quería ayudarlos a todos y uno que sólo quería ayudarse a sí
mismo.
Arturo comenzó a emplear toda su atención en deshacerse de Adriano,
de manifestar su descontento en los medios con respecto a sus actividades, a
controlar las investigaciones que giraban en torno a aquel hombre, su vida,
su familia, sus negocios con el fin de atraparlo de alguna forma un otra.
Estaba seguro que necesitaba deshacerse de él, de destruir su organización y
las cosas que estaba arruinando por su beneficio propio.
Poco a poco su rivalidad fue apoderándose de las calles; un mundo
diferente siempre es un problema para aquellos que están acostumbrados al
yugo. Arturo vivía y respiraba esos problemas (no lo suficientes como para
deshacerse de su vida de millonario) tanto que, no sabía qué tanto odiaba el
crimen.
Lo sabía prácticamente todo de Adriano Mazzilli, incluso que tenía una
hija llamada Karen. No sabía mucho de ella porque había sabido
mantenerse bajo perfil. Nadie la conocía del todo y sólo se tenían ciertas
fotos de ella.
Nunca presentó un problema y el saber de su existencia sólo servía
como recordatorio que aquel hombre desagradable tenía algo qué defender
aparte de su cochino negocio. Su sorpresa fue mayúscula cuando se enteró
que el amor de su vida era, nada más y nada menos, que la hija de su más
grande enemigo. Por eso, en el momento en que escuchó su apellido,
seguido de su nombre, relacionó de inmediato quien era ella y por qué
estaba tan misteriosa.
Pero eso son casos aparte que nos llevaron a entender que Arturo no era
la persona que creíamos.
—No me importa dijo Arturo, luego de unos segundos de silencio,
como si hubiera hecho memoria de toda su vida, de todo aquello que lo
llevó hasta el ahora.
Karen y yo nos miramos desconcertadas, definitivamente seguras de
que no era la respuesta que esperábamos escuchar. Tal vez un «esto es
inaudito» o un «cómo pudiste hacerme esto», definitivamente, algo se
estaba escapando de nuestras manos.
—¿Cómo que no te importa? dije entrometiéndome en sus
asuntos Te acaba de decir que es la hija de tu enemigo mortal y ¿sólo
puedes responder eso? ¿Qué te sucede?
—No me sucede nada dijo Arturo.
—¿Lo sabias? preguntó Karen, abstraída.
—¿Saberlo? No. No lo sabía, ni siquiera esperaba que fuera eso.
—¿Entonces? pregunté desesperada.
—Que no me importa; no sé como responder a eso se levantó, como
si necesitara espacio no sé si es importante o no, pero eso no cambia el
hecho de que te ame.
Se movió de un extremo de la cocina a otro, meditando la situación con
la mano en la barbilla, la cabeza baja y la espalda doblada. Se veía como un
sabio anciano caminando en su recinto rodeado de libros y pensando en la
futilidad de las cosas mientras trataba de conseguirle un sentido a su propia
existencia.
Arturo estaba entre tenso y relajado. Verlo era suponer que le habíamos
quitado un peso de encima, pero se notaba que también se encontraba tan
sorprendido como nosotras con su respuesta.
—Pero es importante agregué es un mafioso, su padre es un
mafioso.
—Y eso no lo hace mejor, ni me ayuda a entender lo que está
sucediendo, pero algo me dice que no importa se detuvo ¿Qué
quieren que les diga?
—No lo sé dije, luego de mirar a Karen para saber qué iba a
responder ella. Luego de consultarlo, concluimos en eso no lo sabemos;
pero definitivamente no esperábamos un «no me importa»
Karen estaba callada, contemplándolo todo. Me atrevería a decir que
estaba pensativa, contemplando lo que había estado atormentándola por
tanto tiempo pero que al final no parecía significar nada para el hombre que
amaba. Se había torturado con la idea de que si se lo decía le dejarían de
amar, pero los resultados fueron diferentes, nunca pensó en esa posibilidad.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? preguntó Arturo, dirigiéndose a
Karen.
—Porque no sabía si te ibas a molestar conmigo, si me ibas a… trató
de decir Karen antes de que Arturo le interrumpiese.
—Sí, tiene sentido. dijo, con el mismo tono frío con el que respondió
que no le importaba No es tu culpa ser su hija, no es tu culpa estar aquí.
Creo que esto es algo muy complejo que no podemos tomarnos a la ligera…
dijo, acercándose a la puerta.
Karen y yo nos miramos, tratando de entender lo que estaba sucediendo.
Arturo se detuvo, antes de cruzar el umbral de la cocina, y, sin mirar atrás,
sin girarse, sin vernos al rostro, agregó:
—Pero no quiere decir que no te quiera, que no me importen tus
preocupaciones y que no debemos resolver esto. Yo te amo, Karen dijo
Arturo y sé que debemos hablar más al respecto pero con esta nueva
información vaciló necesito preparar unas cosas.
Y sin más que agregar, sólo se marchó.
8
Asuntos Criminales

Adriano Mazzilli tenía la esperanza de que su hija regresara una vez que
cumpliera con su capricho de ser universitaria. No era como que no pensara
que era una mujer inteligente y que podía hacer lo que le viniese en gana,
pero pensaba que con todo lo que tenía, irse a estudiar a una universidad
distante por tanto tiempo no era necesario.
—¿Por qué te vas? preguntó su padre, autoritario y demagogo si
no necesitas de esas escuelas tontas para demostrar que eres inteligente.
Deberías quedarte aquí, conmigo.
Karen le miró, no sé cómo lo hizo, qué estaba pensando, pero, lo que le
atraía de una educación distante no era la idea de educarse, sino de que
fuera lejos de él. Así que, sin más que decir, se levantó de su asiento, le dio
la espalda porque ya había cumplido con avisarle que se marcharía y lo hizo
con determinación.
Adriano no sabía qué hacer con su hija, con el hecho de que se
marcharía y que no le estaba obedeciendo. Ya no era una niña, ya no podía
simplemente decirle qué hacer hasta esperar que lo hiciera porqué sí. Así
que, durante todos los meses que estuvo afuera, por los cinco años de carera
universitaria, con la esperanza de apelar a su corazón, le llamaba.
—¿Por qué demonios no regresas? decía su padre no tenemos por
qué pasar por esto todos los días. Si quieres estudiar hazlo en las
universidades de aquí insistía.
—No lo haré, papá. No quiero volver, no quiero estar allá, así que no
me molestes.
Sus conversaciones eran fugaces, casi como el concepto de una roca que
atraviesa la atmosfera del planeta o de los cometas que pasaban por en
frente del mismo, cuando en realidad nunca moriría, porque siempre se
repetía, siempre decían lo mismo y terminaban discutiendo de por qué
ninguno de los dos tenía la razón. Ella llegaba hasta el punto de la histeria
cada vez que su padre le marcaba y él no podía controlar su actitud
dominante, agresiva y peligrosa de ser cuando hablaba con su hija.
Era un espectáculo de titanes desesperados por atención; ella no quería
alejarse del todo porque su padre significaba, aunque fuera en lo más
mínimo, algo para ella; él, no quería que su hija simplemente lo odiase
porque era todo lo que tenía por encima de cualquier otra cosa. Era una
relación de amor odio de la que nunca supe hasta que los eventos
importantes de su historia se entrelazaron. Éramos las mejores amigas, pero
poco sabía de ella y de su padre.
Cuando Arturo se acercó a nosotras un día luego de haberle confesado
la parte importante de lo que había sucedido, su rostro seguro, sereno y
confiado, nos dio un poco de tranquilidad. Por lo menos para mi, no
desdeñaba el hecho de que fueran parientes y que prácticamente compartiría
una relación más allá de la rivalidad con Adriano. Lo peor que podría pasar
es que odiase a mi amiga, y, por lo visto, algo como eso no era viable.
—¿Sabe él que estas conmigo? preguntó Arturo.
Ambas nos miramos, como habíamos hecho el día anterior, buscando la
relación de todo.
—No lo sabe respondió Karen de inmediato No sabe nada de mi
desde hace más de un año. No lo he visto desde que entré a la universidad.
—Ya veo respondió muy natural es bueno saber eso dijo al
final. Resuelve muchas cosas.
Adriano Mazzilli no supo sino hasta el final de la graduación de su hija
que no se iba a presentar y que las cosas no saldrían como lo había
planeado. Con la intención de conseguir que ella regresara sana y salva a su
antiguo hogar a ocupar su lugar al lado del jefe de la mafia que controlaba
las calles, este tomó con mucho pesar el hecho de que su querida Karen no
apareciera.
Llamada tras llamada, su padre intentó encontrar a su hija, pero no pudo
contactarse con ella. No respondía a su numero viejo, lo que daba la
impresión de que tampoco atendí a su nombre. Se preguntaba qué estaría
haciendo su pequeña estando sola. Eran ya más de cuatro años que no la
veía y no quería aceptar que eso significaba algo importante para lo que
estaba sucediendo. No sólo ya no la conocía, sino que desconocía sus
motivaciones.
—¿Cómo qué no está? preguntó gritándole al teléfono Hoy es el
día de la maldita graduación, ¿cómo demonios no va a estar para su día de
graduación?
—La señorita Karen retiró su titulo días antes de la promoción. No sé
qué mas decirle, señor Mazzilli.
—¿No les dijo para donde se iría?
—No es algo que nos concierna, señor Mazzilli. La vida que tomen
nuestros estudiantes luego de dejar la institución no es de nuestro interés;
sólo nos preocupamos de quienes se encuentran dentro de nuestro pensum
académico. Del resto, me temo que no puedo hacer más nada por usted.
—No pueden hacer un carajo, señora. Váyase al demonio vociferó
para luego colgar con furia.
Adriano no sabía qué hacer con la repentina desaparición de su hija. Al
principio, no esperaba que nada de eso sucediera; estaba complaciéndola al
dejarla hacer lo que ella quería, quedarse en donde le parecía mejor y no
estar en casa como quería él. El que se fuera sin decirle, le procuraba un
horrible pesar, que se fue evidenciando en su oficio y su estado emocional.
Arturo contó que de repente, de un año para el momento en el que se
encuentra la historia justo ahora, los negocios del padre de Karen habían
decrecido significativamente. No era como que sus actividades delictivas
simplemente cesaran, sino que, por alguna razón, las cosas que hacían no
eran propias de su comportamiento calculador.
—Cuando me dijiste que eras su hija, tuve que ir a unir ciertos cabos
sueltos y creí que él sabía que estabas conmigo y por eso había intentado
atacarme directamente dijo Arturo en una ocasión.
—¿Mi padre ha intentado hacerte daño?
—Pues claro, es un criminal y yo soy un millonario que promete
quitarle su negocio. Evidentemente me quiere muerto. dijo Arturo como
si fuera algo normal.
Karen no ocultó su desdén ante aquella afirmación, y se llevó las manos
a la boca al entender que su padre quería acabar con su futuro esposo.
Los días siguientes a ese comenzaron a correr de forma extraña. Karen
vivía con la tortuosa idea de que su padre supiera lago al respecto porque de
alguna forma u otra los ataques a los planes de Arturo para que dejara de
molestarle en sus negocios se hicieron cada vez más intensos.
Adriano Mazzilli no quería contemplar el hecho de que su hija había
desaparecido así cómo así, por lo que se concentró por completo en
buscarla. Delegó su posición de jefe a uno de sus seguidores y puso toda su
atención en el hecho de que una chica había desaparecido sin dejar rastros.
—Quiero que levanten todas las piedras, mi hija tiene qué aparecer.
De vez en cuando me imagino a ese hombre discutiendo con sus
subordinados acerca de qué es más importante ¿encontrar a su hija o
continuar con sus negocios criminales? Porque, de alguna forma u otra,
sabiendo la respuesta, de que por ese año que no supo nada de ella hizo lo
imposible por buscarla, seguía siendo un criminal modelo, algo que lo
convertía no sólo en el problema sino en el cataclismo de todo lo que le
preocupaba a Karen.
Poco a poco, se fue haciendo con la información de los movimientos de
su hija. Nunca para anticiparse a sus pasos, pero sí lo suficiente para saber
que estaba viva. Adriano tenía la intención de encontrarla para obligarla a
quedarse junto a él, como el padre que era, requería de la presencia de su
hija para que su vida estuviera en orden.
Nosotros, en su momento, no teníamos idea de lo que estaba sucediendo
ni de cómo nos siguió por todo el mundo para encontrar a su hija.
Concluimos, con el tiempo, que aquel que estaba siguiendo Arturo no era
más que un fantasma porque el hombre real estaba a nuestra espalda.
—Arturo, ¿Qué quieres hacer con respecto a mi padre? pregunto
Karen.
—No lo sé, no sé si mis intenciones han cambiado ahora que sé que es
tu padre, o si no lo han hecho. No quiero creer que es así porque no importa
quien sea, eso no borrará las cosas que ha hecho.
—¿Y la boda? preguntó, siendo eso una de las cosas que más le
importaban.
—¿Qué con la boda? ¿Exactamente qué quieres saber?
—¿Ya no nos casaremos?
—Claro que sí nos casaremos, no hay motivos para no hacerlo.
—Pero, mi padre…
—¿Qué con él?
—No permitirá que lo hagas.
—No creo que sea un problema, ni mucho menos espero que venga
hasta mi puerta a prohibirme casar contigo.
—Estamos hablando de mi padre, él sería capaz de hacerlo.
Karen tenía un punto. No sabíamos a qué se debía su preocupación
porque ninguno de los dos conocía a su padre tanto como ella, ni siquiera
Arturo, que era prácticamente su piedra en el zapato. Queríamos hacer que
las cosas salieran como lo habían planeado; la boda había pasado de ser un
hecho a una prioridad, lo que me ayudó a entender que las cosas
simplemente no dejarían de suceder.
Antes de que nos diéramos cuenta, ya teníamos encima los últimos
preparativos de la boda, prácticamente en el altar, atentos a que cualquier
cosa podría suceder en una fracción de segundos y sorprendernos por
completo. No queríamos creerlo cuando los eventos que parecían imposible,
simplemente se desenvolvieron.
Adriano Mazzilli había estado esperando el momento justo para
encontrarse con su hija, vaya sorpresa tuvo cuando le informaron que el
hombre que prometía deshacerse de él se iba a casar; al principio no le
importó, evidentemente, tenía otras cosas en mente, ¿a quien le concierne
algo tan fútil como eso cuando su hija está desaparecida? Creo que a
Adriano no. Hasta donde sé, él pensaba que las cosas iban del mismo modo,
pero, la sorpresa apareció en el momento en que le dijeron el nombre de la
novia.
Su búsqueda, su tiempo en espera, el querer ver de nuevo a su pequeña
quien siquiera se había despedido de él. Ya no era el mismo hombre
desagradable que quería que hiciera todo lo que ella quería… ¿cómo lo
supe? Él mismo no los dejó claro.
—Tenemos un problema dijo Arturo días antes de la boda.
—¿Qué sucede? preguntó Karen, al móvil, mientras se probaba el
vestido.
Estaba en alta voz, yo sostenía el aparato cerca de su boca para que
pudiera hablar ya que se estaba vistiendo en ese momento.
—Tu padre sabe que nos vamos a casar.
Karen se quedó muda. Es decir ¿Quién se iba a esperar eso? No
queríamos que nada de las cosas que habían sucedido lo hicieran porque no
estábamos preparados para nada de ello. No queríamos que Arturo estuviera
en peligro porque su padre no aprobara el matrimonio de su hija con el
hombre que quería acabar con él. Poco sabíamos en ese entonces de sus
intenciones al respecto; cuando se trata de un criminal, no esperas más que
ello.
—¿Cómo lo sabes tú?
—Porqué está aquí.
Y en ese momento, tuve que soltar el móvil para poder sostenerla a ella.
Su cuerpo simplemente cayó hacía atrás como una pluma, con las luces
apagadas, los ojos blancos y el rostro pálido. No había forma de esperar que
su padre llegara a la oficina de Arturo para confrontarlo al respecto.
La información no era secreto para nadie, sólo se necesitaba hacer una
búsqueda superficial al respecto del hombre para poder saber que se iba a
casar. Lo que no se sabía era quien sería la afortunada.
Nada más con un nombre y un apellido falso, habría pasado
desapercibida si lo hubiera leído en el periódico o algo por el estilo en
donde no se mostrase su foto. Pero, las cosas no fueron de ese modo.
—¿Cómo te enteraste? preguntó Karen, llegando con apremio al
encuentro de su padre con su prometido.
Temía que algo malo fuera a suceder, por lo que rompimos todas las
leyes de transito habidas y por haber esperando llegar a tiempo. En lo que
cruzó el umbral de la puerta de la oficina de Arturo, ambos hombres se
levantaron de sus asientos como si estuvieran e una reunión formal de
empresarios. Eso si que nos sorprendió.
—Hola hija, tiempo sin verte.
—Amor… dijo Arturo.
Yo llegué unos segundos después que ella, estaba a su espalda,
presenciándolo todo. Era ajena a ese momento tanto como lo era para el
padre de mi amiga, quien me dio una rápida mirada y luego se fijo de nuevo
en su hija.
—Papá ¿qué haces aquí? pregunto sin preámbulos ¿qué quieres?
La voz de mi amiga estaba quebrada, inquieta, necesitaba respuestas y
las necesitaba ya.
—Estamos hablando de eso dijo Arturo pero preferí que
escucharas la explicación completa así que sólo esperábamos que llegaras.
—¿Estaban hablando? preguntó Karen, como si se tratase de algo
inaudito.
—Sí, estábamos hablando de ti dijo el padre y de lo que has
estado haciendo este ultimo año.
—He estado viviendo mi vida, papá, lejos de la tuya.
Karen no se movía de donde estaba, entre la puerta y los dos hombres
que se habían levantado para recibirla. Yo quería poder decir algo, decirles
que estaba ahí para que me incluyesen, no lo sé, tal vez porque quería sentir
la palpable emoción del momento, pero no me correspondía, o podía
simplemente decirle: hola, soy la mejor amiga de su hija; he escuchado
mucho de usted; simplemente porque resultaba estúpido.
—¿Por qué te fuiste? Estuve buscándote durante todo este tiempo el
padre se fue acercando lentamente a ella, como si quisiera proceder al
contacto físico, como si lo necesitara.
—No dijo Karen, al tanto de lo que quería hacer no te me
acerques, papá.
Fue crudo, incluso tratándose de él. El hombre nefasto y desagradable
que me habían descrito en tantas ocasiones, no parecía estar presente en
aquel lugar. No estábamos viendo al horrible asesino que había estado
matando a sus enemigos comerciales, hecho fraudes millonarios, robado
bancos, promovido la prostitución y el avance de drogas en la ciudad.
Estaba viendo a un hombre frágil y afectado por la ausencia que profería su
hija.
Cuando Karen se negó a darle el contacto que él esperaba, pude ver en
sus ojos cómo se dibujaban los años de arrepentimiento en la mirada.
Parecía un tipo que quería cambiarlo todo, sólo para hacerla feliz. Vaya giro
de los eventos.
—Karen dijo Arturo, invitándola a no ser tan cruda.
Otra cosa que supo sorprenderme. ¿Arturo, siendo indulgente con
Adriano?
—¿Por qué estás aquí? Papá ¿qué demonios quieres? preguntó
Karen, haciendo caso omiso a la intervención de su prometido.
Adriano me miró de nuevo, como si quisiera saber quién era yo y
porque no me marchaba, pero no dándole mucha importancia porque estaba
atendiendo asuntos más serios que ellos.
—Porque soy tu padre vociferó, rompiendo con el esquema de
hombre frágil que había visto segundos atrás yo…
De repente, aclaró su garganta, dándose cuenta que había empezado con
el pie equivocado.
—Yo vaciló de nuevo porque soy tu padre dijo con más
calma y quería saber si te encontrabas bien.
—Pues ya me viste, ¿estás satisfecho? Estoy bien, estoy feliz y no me
sirve que estés aquí dijo Karen, despiadadamente.
—Amor, tú padre quiere decirte algo de nuevo la voz de Arturo pasó
por en frente de Karen sin siquiera tocarla.
—¿Quieres venir a impedir mi boda? ¿No te es suficiente con
arruinarme la vida por ser tu hija?
Yo no sabía lo mucho que Karen odiaba a su padre, no sabía si lo quería,
no sabía si estaba molesta con él ni la magnitud con lo que esos
sentimientos imperaban en su corazón. Estaba inquieta, insegura, a la
defensiva.
Karen no entendía la fragilidad de la situación porque sólo se sentía
interesada en el hecho de que el hombre que la había condenado a un
mundo de crimen estaba entre su futuro y su presente. Algo que podría
significar la diferencia de un mundo mejor, estaba siendo amenazada por el
hombre que la había criado. Pero, él no parecía querer rendirse.
—Vine sólo porque quería verte. ¿No ves que estoy aquí, solo y en
frente de Arturo, quien quiere meterme en la cárcel? dijo Adriano,
expresando claramente su punto.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Que no estoy aquí para impedir tu boda, hija. Estoy aquí porque
quiero hablar contigo.
—Tu padre quiere hablar dijo Arturo, por fin haciendo que Karen se
girara para verle déjalo hablar.
—Quiero que seas feliz.
Su padre había hablado con tanta sinceridad, que algo me decía que la
forma en que lo dijo no tenía forma de ser tomada como una mentira;
además, la expresión en el rostro de Karen, el de una mujer confundida
completamente, determinó que definitivamente no era propio de él.
9
Capítulo Final
Hace ya más de un año, justo antes de partir de la universidad, las
personas cursis que creían en el amor me causaban gracia, y no porque sean
realmente graciosas, si no porque siempre me han parecido crédulas como
niños que creen en Papá Noel, en el hada de los dientes.
Hay muchas personas que detestan la cursilería, pero seamos sinceros
¿Cuántas de esas personas alguna vez han sentido verdadero «amor»? ¿El
amor de un padre? ¿El amor de una mujer o un hombre que lo sacrificarían
todo por alguien? ¿Siquiera saben que es el amor? ¿Saben qué significa esa
respuesta química del ser humano ante algo que nos atrae?
No soy buena para definir algo que ni siquiera yo misma comprendo.
Mariana me hace sentir enamorada, así que pienso que sentirme abstraída,
necia, idiotizada con su imagen y loca por su voz es estar enamorada.
¿Para Karen? Supongo que las cosas son a su manera, especiales, y eso
la hace querer hacer todo lo que pueda para ser feliz con Arturo. ¿En cuanto
a él? No lo sé, supongo que ese hombre sencillamente la ama porque sí.
Tiene suficientes excusas para no seguir con ella (una, supongo), pero sin
embargo sigue a su lado, luchando con ella, pidiéndole que no se vaya.
No estoy segura de por qué las cosas que nos pasaron, sucedieron de
esta forma. No sé si aquel club sirve de algo más que para hacer referencia
de que sin él Karen y Arturo jamás se habrían conocido, de que la
universidad sólo fue una etapa de nuestras vidas porque parece que no
vamos a necesitar algo como ello para encontrar la estabilidad.
Pero, de nuevo con el amor ¿qué es y por qué nos trajo hasta aquí? No
es un concepto universal, es una frase que pintan de rosa para hacer feliz a
todos, pero creo que hay algo más en ella. Y lo supe cuando vi al padre de
mi mejor amiga dejarlo todo para complacerla.
—Quiero que seas feliz fueron sus palabras.
Creo que fueron esas las que la trajeron en cuenta de que su padre
estaba en la oficina con el hombre que quería detenerlo, sentado, sin armas,
sin lacayos, sin policías alrededor; solo los dos, conversando. Algo no
andaba bien, era de suponerse, pero estaba ofuscada con el hecho de que
había aparecido sin avisar y de forma amenazadora.
—Quiero que seas feliz retumbaron las palabras como eco.
Estábamos seguras de que no estaba mintiendo, por lo menos yo, porque
de inmediato dejé de verlo como el criminal del que me contaron y
comencé a verlo como el padre del que pocas veces hablaron. Karen bajó su
guardia, miró a Arturo buscando una respuesta. Estaba desconcertada, algo
no andaba bien, alguien no le había contado la forma en que su historia iba
a desenvolverse, así que las cosas llegaron a su final de la manera más
extraña.
—No quiero que te molestes porque estoy aquí, sé que no soy la mejor
persona del mundo, pero, quiero que sepas que, a pesar de todo, a pesar de
ser un maldito criminal, te amo con todo mi ser porque eres mi única hija,
eres el reflejo de tu madre, una mujer que ame con todo lo que pude darle
comenzó a decir Adriano, con la voz de un locutor de radio.
Yo ya estaba convencida con sus palabras. Pero Karen no.
—Sí, admito que no me gustó la idea de que te casaras con Arturo. No
es como que quisieras que tu hija se case con el hombre que pretende
acabar con tu negocio.
—Tu negocio es el crimen papá, no puedes espera que a todos nos
gusten tus negocios execrables y nefastos.
—Lo sé, es por eso que estoy aquí dijo Adriano No quería
importunarte, pero necesitaba aclarar ciertas cosas con Arturo, ahora que te
vas a casar con él.
—¿Estás dándole condiciones?
—No, estoy dándole mi bendición…
Yo, de nuevo, no podría decir que no estaba convencida, sino encantada.
No sabía qué demonios pensar con respecto a aquel hombre, es decir, se
trataba del señor crimen de la ciudad ¿qué se supone que puedo pensar?
Estoy de acuerdo con el hombre que ha estado haciendo desastres sólo
porque ha dicho unas cuantas palabras bonitas. No es de sorprenderse que
su hija todavía necesitara de más ejemplos para poder convencerse de que
no estaba mintiendo.
—Yo… vaciló Karen.
Arturo no decía nada, no se movía, en lo absoluto. Supongo porque
también estaba en la misma posición que yo. La actitud de Adriano había
disgregado con respecto a lo que sentía por el hombre a quien quería atrapar
y con el que estaba presente ese día. Se notaba en su mirada, en su actitud,
en su postura. No sabía qué hacer, yo tampoco sabía qué; era una locura.
—No te creo dijo por fin.
El padre de mi amiga dejó escapar un suspiro a sabiendas de lo que iba
a responder, era de esperarse, supongo, porque no había forma alguna de
que aquella mujer simplemente dejara las cosas que quería, así como así.
Pero Adriano no se rindió.
—No esperaba menos de ti.
Adriano se sentó en la silla que ocupaba antes de que llegáramos,
dejándose caer en sus aposentos como si estuviera resignándose. Se llevó la
mano a la frente y comenzó a frotarla.
—No quiero que me perdones, no soy estúpido. dijo Adriano
Además que no busco clemencia ante mis actos o me arrepiento de ellos, es
lo que soy y me da igual lo que eso signifique para los demás agregó.
No dejaba de frotarse la frente, yo, no podía moverme de donde estaba
(a espaldas de mi amiga) porque Karen no se movía de ese lugar.
—No soy más que un ejemplo de la tiranía y otras tonterías de las que
no te explicaré dejó de frotarse la frente y se dirigió a Karen, con todo y
mirada pero ¿sabes qué? Eso no es asunto tuyo, no debes estar atada a
eso; nosotros no elegimos cuando ni dónde nacer, pero sí en donde
terminará nuestra historia. Así que, si deseas hacer algo al respecto, estas
haciéndolo y te felicito, porque conseguiste lo más cercano a la felicidad
según tú.
Se levantó. Karen se mantenía callada, me pregunto por qué no lo
interrumpió. Arturo, por su parte, sólo seguía los movimientos de su suegro
con la mirada mientras que hablaba acerca de sus pensamientos y
resoluciones.
—Estoy aquí porque quiero decirle a Arturo continuó, dirigiéndose a
Arturo que no tengo problema con que se case con mi hija porque eso no
es algo que yo pueda controlar. No soy tu dueño le dijo a Karen y no
porque sea un criminal soy un misógino arcaico.
—Eso no lo pongo en duda dijo Karen pero eso no te expía de lo
que has hecho.
—No estoy buscando expiación, Karen, no estoy buscando un carajo.
Sólo vengo a darle mi bendición a Arturo
—A él no le importan esas cosas, y mucho menos viniendo de ti.
Arturo intentó levantar la voz, pero la confrontación padre e hija se
interpuso en sus intenciones. Yo no hablaría, sabía que sería imposible,
Arturo lo entendió en ese momento.
—Pero lo hago porque quiero; tenemos asuntos sin resolver.
—Tu y yo…
—No tu y yo interrumpió Karen, tu y yo no tenemos ningún
asunto pendiente. Me refiero a él dijo, levantando la mano para señalar a
su futuro yerno.
—Sí… Afirmó Arturo, por fin estamos hablando de lo que he
estado intentando hacer desde que propuse limpiar las calles. Y no creo que
pueda tener mejor oferta.
Arturo no era el tipo de persona que se dejara doblegar por un soborno
(tenía suficiente dinero para no necesitarlo) o por una simple amenaza.
¿Qué habría querido decir con eso?, pensé en aquel momento. Lo que
implicaban sus palabras, era algo que, al momento, necesito explicación.
—No creo que pueda resolver los asuntos criminales de tu padre, pero él
tiene una propuesta.
—Me llevaré mi negocio de aquí; es imposible que tu esposo me los
quite porque, es algo que se escapa de sus manos, es una selección natural
que la sociedad me ha impuesto.
Y las cosas comenzaron a hacerse cada vez más extrañas.
—Actuó como filtro y desgraciadamente no puedo hacer nada con mi
persona, pero si con la tuya.
—¿De qué estás hablando?
—Recuerdas La Corte…
Y ahí, definitivamente todo se hizo aun más extraño; incluso más que
antes.
—¿Cómo…? trató de preguntar Karen.
—¿Cómo lo sé? Todos los millonarios pertenecen a ese culto de necios
pretenciosos; todos, incluso yo.
Sí que no me lo esperaba.
—Mierda dije en voz alta, dejándome llevar por la impresión. Arturo
y Adriano me miraron en un movimiento rápido de sus ojos, más por reflejo
que con intención; y se volvieron afijar en Karen, quien no se movía,
incluso más que antes.
Estaba segura, de que estábamos seguras, de que todo eso era una
locura, lo peor, es que, a pesar de serlo, tenía un poco de sentido. Un
sentido extraño y retorcido que explicaba ciertos aspectos el asunto.
—¿Tu sabías de eso? Preguntó Karen, haciendo la pregunta
adecuada al hombre adecuado.
—No lo sabía respondió Arturo pero tiene sentido.
—¿De dónde crees que salen las drogas, el alcohol, el servicio de putas
y demás? Todos financian el negocio, todos se benefician de él.
—Pero Arturo es…
—Arturo es simplemente un miembro más, no todos saben lo que los
demás hacen, el anonimato es uno de los beneficios que La Corte ofrece.
—Pero tú…
—Yo nunca hago acto de presencia, Karen, porque no me gustan esas
tonterías de clubes; pero si me trae dinero y es una especie de póliza de
seguro. Tenemos ciertos beneficios y dentro de esos beneficios están unos
muy retorcidos.
Algo me decía que Arturo, de hecho, no lo sabía, su rostro no
demostraba el desconcierto que teníamos nosotras dos, pero se notaba que
lo tuvo en un momento y que poco a poco estaba superándolo.
—¿Qué intentas decir con todo eso? preguntó Karen.
—Tu papá quiere decir que no va a seguir molestando la ciudad, que se
llevará su negocio y que no interferirá en nuestro matrimonio.
—Pero…
—Es un tratado de paz…
Diría: «no pueden imaginar mi», pero la verdad si pueden, eso es lo que
están haciendo al leer lo que escribo, y no lo harán a menos que se lo diga.
Todo se hizo extraño, más de lo que parecía, por mucho sentido que
guardara, no quería creerlo y no puedo decir que mi amiga no pensaba lo
mismo.
Todo era surreal, todo era injusto y extraño. Nos estaban explicando que
el club al que pertenecíamos tenía ciertas inclinaciones por ciertas cosas
desagradables en el mundo, pero es propio de la ignorancia no haberlo visto
antes.
El habernos encontrado con tantas figuras publicas que ante los ojos e la
sociedad son enemigos jurados, conviviendo en el mismo lugar; cosa que al
principio nos fue indiferente, ahora tenía un sentido más retorcido.
Pero, tenía sentido; la ilustre burguesía del mundo coexistiendo en
conjunto para ¿qué? Controlar el mundo. Supongo que no es una locura, el
dinero mueve muchas cosas, y en ese instante comencé a creer que eran
ellos lo que determinaban lo que eso movía.
Pero, ¿dónde estaba la estabilidad? ¿el rico se hacía cada vez más rico
porque se codeaba con otros millonarios? Era algo difícil de asimilar,
tomando en cuenta que nosotras formábamos parte de ese lugar; ese club de
los millonarios determinaba cosas por que ejercían el poder y nos hace creer
que lo poseen, con su patrimonio neto, con sus propiedades, sus títulos, sus
nombres… La Corte; de ahí su pretencioso nombre. Todo comenzaba a
ordenarse ante mi y supongo que de igual forma lo hizo ante Karen. En ese
momento, ella estaba dividida entre lo que le decían y lo que estaba
entendiendo, no la culpo.
—No es algo que ustedes necesiten saber. No es como que nos estemos
jugando el balance de la sociedad como la conocemos; aunque, por alguna
razón, somos tan despreciables que nos creemos dueños de ella vaciló
pero eso no es importante, no ahora.
—¿Cómo que no? preguntó Arturo, como si estuviera esperando su
momento para hablar, el momento oportuno para decirle a Adriano lo que
pensaba Estás hablando de que eres malo porque los millonarios lo
permiten y que lo que yo quería hacer…
—¿Es infructífero en ciertos niveles? Sí, pero no del todo. No soy malo,
soy sólo un simple peón. No soy tan millonario como tú, ni tengo tanto
tiempo como tus padres en el club, pero soy parte de una sección de ese
club que no les concierne.
—¿De qué hablas? preguntó Karen, rompiendo el hielo de sus
palabras.
—De que lo que hago no es asunto de ustedes y sólo es un servicio que
presto.
Poco a poco, Adriano fue explicando algo que no creíamos viable. La
relación de un club de millonarios que tenía ciertas inclinaciones con ciertas
actividades del crimen, financiándola y beneficiándose de cierta forma de
ella dándole carta blanca para que pudieran hacer lo que quisieran. Arturo
no podía soportar la idea, no quería hacerlo, pero sabía que era
precisamente eso lo que había jurado destruir; sólo que resultó ser un poco
más complejo de lo que esperaba.
Karen llegó hasta ese lugar con los ojos cerrados sin darse cuenta de lo
que sucedía. Su padre no solamente era su padre, el jefe de una
organización criminal y el enemigo de su prometido; sino que también
formaba parte de algo más grande, algo que no esperaba descubrir. ¿Por qué
decidió decírnoslo? Esa fue la pregunta que respondió de esta forma:
—No quiero que creas que estoy aquí porque estoy intentando algo.
Sólo quiero que sepas que no te molestaré a ti ni a tu prometido.
—Eso no quiere decir que… intentó desafiarlo Arturo.
—Sí, sí… No vas a dejar de hacer lo que haces. Pero yo tampoco, no es
como que vaya a suceder, no es viable para ellos. Así que, no te preocupes.
Lo que es importante es que no vamos a encontrarnos de nuevo. No vas a
mirar al pasado suponiendo que volveré porque esa posibilidad ya no existe.
No te preocupes, no lo haré, y harán lo posible para que no nos
encontremos de nuevo.
—¿Y la policía? preguntó Arturo, cayendo en cuenta.
—Trabajan para ti, si me atrapan, es por un descuido mío y La Corte
sabrá reemplazarme, no te preocupes. Es un ciclo difícil de romper cogió
su saco, el que estaba sobre el espaldar de la silla Creo que eso es todo.
Caminó hasta la puerta, deteniéndose a unos cuantos centímetros de
lado de su hija, casi en frente mío, lo que me permitió entender lo que le
dijo. Algo que procuraba ser un secreto entre los dos.
—Yo te amo, Karen, eres mi hija y eso no lo puedo cambiar, pero si
para que seas feliz debo alejarme de ti, que así sea. Luego de lo dicho,
retomó su paso y se marchó.
Adriano Mazzilli había aceptado apartarse de la vida de su hija porque
la quería, porque pidió que le dieran la oportunidad de dejarla en paz,
dándole lo que ella tanto deseaba. Karen, no había visto eso como un buen
acto, ya que demostró que lo que su padre hacía era mucho más retorcido de
lo que ella creía. Pero, no podía controlarlo, ni luchar contra ello.
Adriano, dejó la oficina sin más que decir, advirtiendo que las cosas que
habíamos escuchado se quedarían allí, que no podríamos decirlo al igual no
podíamos hablar de la existencia de La Corte; sí… La Corte, ahora que
pienso en ella me imagino un grupo de mujeres y hombres en bata con
mascaras venecianas, propio de un culto de extraños excéntricos.
Nuestra sorpresa de los tres fue acogida apropiadamente por el otro.
Entre nosotros, habíamos presenciado algo desagradable, la culminación de
una disputa por una diplomacia corrompida tras un tratado de paz a causa
del matrimonio, algo así como sucedía en el pasado; supongo que no hemos
evolucionado mucho.
Karen no supo como responder a eso ese día, ni los días siguientes a
ese. Era de esperarse, al igual que Arturo, se quedaron pensando en lo que
eso podría significar, preguntándose si en verdad podían creer en Adriano;
lo sé porque era a mi a quien le hacían esa pregunta.
No sabía como responderles más que con un: no hay nada que podamos
hacer ahora, cosa que sonaba mucho más imparcial de lo que quería y que
me hacía ver como alguien diferente, alguien que no era.
Estaba aterrada, pensando que todo podría salir mal porque todo
siempre salía mal, pero no podría demostrar la falta de confianza que tenía,
no con esos dos al borde del colapso.
Pasaron los días antes de que comenzaran a asimilar el hecho de que era
algo que llevaba existiendo más tiempo que ellos, a soportar la idea de que
su pare simplemente se rindió ante el matrimonio y que ahora debían
encontrar un nuevo motivo para hacer las cosas.
—No estamos aquí para hablar de ello dije yo, por fin, hasta que se
callaron porque estaban discutiendo al respecto no es que íbamos a pedir
las invitaciones para la boda.
Los dos me miraron, perdidos, entrando en contexto y respirando
profundo.
—Tienes razón dijeron al unísono sí que la tienes agregó
Karen.
—Digo que ya no deberíamos pensar en eso vacilé sí, sé que
ahora el mundo se ve diferente pero, no podemos hacer nada, ya existía, por
que no vivimos en la ignorancia como antes. Tenemos dos cursos de acción:
atormentarnos o aprender a vivir con ello.
—Pero no es algo que deberíamos permitir dijo Arturo.
—Sí, eso lo sé, pero, ¿permitirás que todo ello arruine tu felicidad?
Encárgate de ella, no de lo demás dije, sonando más cool de lo que era.
Así que cogí una invitación de entre todas las que estaban en el catalogo
de la tienda y agregué:
—Toma esto e invita a todas las personas que quieras a tu boda,
disfrútala ¿acaso no era eso lo que querías hacer desde un principio?
miré a Karen y le extendí la invitación a Arturo.
Los veía a los dos, como indicaba las reglas de la oratoria, expresando
mi punto y viendo a mis receptores para que se dieran cuenta que no
hablaba tonterías. Quería que se calmaran, era lo que necesitaban para
poder disfrutar de todo eso que estaban experimentando en ese momento.
Arturo, extendió su mano y cogió la invitación.
—Tienes razón dijo al fin necesitamos esto para estar en paz.
—Quiero estarlo dijo Karen no voy a dejar que mi padre arruine
otro momento de mi vida agregó, embozando una sonrisa.
De esa forma, eligieron la invitación que les había dado (que por fortuna
era una presentable, elegante y atractiva) y la entregaron a las personas que
consideraban sus amigos y familiares. Arturo tuvo la mayoría de las
presencias en esa fiesta ya que, a causa de los eventos recientes, sus
parientes habían desaparecido del mapa para ella.
—¿Quisieras que estuviera aquí? le pregunté el día de la ceremonia.
—¿Exactamente quién? preguntó, como si no supiera de qué
hablaba.
—Tu padre; ¿quisieras que tu padre estuviera aquí?
—No lo sé, no estoy segura si es lo que quisiera.
—¿Tú o él?
—Yo. No sé si querría verlo el día de mi boda, no lo había pensado
antes ni quisiera pensarlo ahora dijo, como si me estuviera haciendo una
petición directa.
—Tiene sentido, no deberíamos estar pensando en eso.
Habíamos superado aquella semana en la que nos encomendamos
contarle a Arturo lo sucedido, en que descubrimos que su señor padre nos
había estado siguiendo durante todo un año y en el por qué formaba parte
de La Corte. Pero lo superamos; pasó un mes antes de la boda y ya
estábamos parcialmente tranquilos (más yo que ellos dos) y entendimos que
nada de lo que pudiéramos o no hacer, iba arruinar ese momento.
—Este es mi día dijo Karen Stef, y no quiero que nada de eso lo
arruine. ¿Es mucho pedir?
—No lo es, y puedo hacer eso dije, comprensiva.
—Entonces, ¿cómo me veo? preguntó, desviando nuestra atención
del tema y colocándola sobre su reflejo frente al espejo.
—Estamos ante algo que es realmente hermoso le dije y sin
ánimos de parecer lesbiana
—Eres lesbiana Aseveró Karen con severidad.
—Sí, sí, lo que sea, pero lo que digo es que te ves hermosa, y no es
porque sea lesbiana.
—¿Acaso puedo ser hermosa sólo porque seas lesbiana?
—Si te sexualizo, sí aseguré.
Karen me miró como si se tratara de una revelación, de algo que no
había visto antes y que la traía preocupada.
—¿Me has sexualizado? preguntó es decir, no es que sea malo,
pero ¿lo has hecho?
—¿Contigo? No mi amiga, no soy de esas.
Ambas nos miramos a través del espejo como si se tratase de un tema
delicado, como si nunca lo hubiéramos conversado y a ella nunca se le
hubiera ocurrido esa posibilidad. Pero caímos en cuenta que era estúpido,
que, en efecto, no era la primera vez que lo hablábamos y que ese tema
había muerto tiempo atrás. Ambas quebramos en risas y compartimos una
carcajada.
—Te quiero demasiado, Stef. Estoy feliz de haberte conocido.
—Igual yo dije.
En ese omento, Mariana cruzó la puerta.
—Chicas, ya va a empezar, ¿están listas?
—Vale respondí, para luego girarme a Karen y hablarle te veo
allá.
Le di un beso en la mejilla y me marché con mi novia.
Mientras esperábamos a que Karen cruzara la puerta de la iglesia,
entendí una cosa importante, que a pesar de que este fuera el final del
capitulo, no quería decir que fuera el de su historia.
Título 2
León Encadenado
Romance y Segunda Oportunidad con el Macho
Alfa y Viudo
1
Prologo

Me gustaría entender mejor lo que sucede, mientras que las cosas que
me rodean no son más que el simple reflejo de lo que soy. ¿Qué soy? Me
pregunto a cada rato, me pregunto cuando me cepillo, cuando me despierto.
Estoy segura de que soy alguien y que ese alguien tiene un propósito en
esta vida que no sólo sea estar sola, perdida, abandonada… en esta sociedad
que la consume, que le obliga a vivir de un futuro empleo, de sus únicos
amigos, de todo lo que la rodea para entender que nada de eso es suficiente
para hacerla sentir más feliz. ¿Estoy feliz?
Estar a gusto a esta edad es algo extraño, nunca te sientes bien con nada
de lo que usas, lo que dices o incluso lo que haces; pero esas cosas terminan
importando poco cuando tienes algo en que ocupar tu cabeza, drenar una
cantidad exagerada de energía y compartir tu tiempo con alguien especial;
se trate de una pareja, un amigo, un hermano, lo que sea, incluso un hobby
absurdo. En mi caso, las cosas no eran tan diferentes.
En mi época de secundaria sentía que todo estaba yendo por buen
camino: buenos amigos, buenas notas, una popularidad más o menos alta.
Es decir, yo no era precisamente invisible, casi todos conocían mi nombre;
tampoco era la más bella pero mi atractivo sí era envidiable.
Tuve unos cuantos novios y las personas sentían que era un buen
partido; se podría decir que estaba dentro del espectro, cosa que me procuró
una secundaria relajada, regular.
Eso me hizo suponer que todo sería así por el resto de mi vida, que tenía
las cosas resueltas a tal punto que nunca necesitaría nada mas que mi
encanto, mi inteligencia y mi belleza. ¡Por suerte era inteligente! Y eso es lo
que pensaba en aquel entonces.
Ahora, estando en la universidad, me vi sometida a un cambio que a
penas puedo digerir, que supero con dificultad. Estaba esperando que las
cosas hicieran un click en mi vida de tal forma en que todo se colocara ante
mis pies y yo pudiera cogerlos como una manzana cuando cae del árbol.
Luego de pasar varios días aquí, en este mundo tan volátil,
inconsistente, lleno de personas decepcionantes, malas decisiones y uno que
otro buen candidato, me percaté de que no era tan inteligente (esas notas
que sacaban eran meros chistes a comparación con lo que otros podían
hacer), talentosa, invisible o envidiable; porqué aquí hay de todo, uno no
puede evitar sentirse solo y a la vez tan acompañado.
Me di cuenta que era un cero (ni a la izquierda ni a la derecha) y nada
más. ¿Es la universidad un mal lugar? Sé que no tenía los mismos amigos
que en la secundaria porque, bueno, ellos eligieron carreras separadas, otras
universidades, algunos incluso se fueron del país, pero a pesar de todo eso,
no podría decir que es un lugar despreciable, creo que es simplemente un
cambio; puede que en su momento haya creído que me hallaba sola, sin
ninguna oportunidad ¿acaso eso no le pasa a todos los que emprenden un
nuevo camino?
Lo gracioso es que eso fue durante los primeros días. Es ridículo
siquiera pensar que toda mi vida universitaria sería así, cosa que me pasó
una o dos veces por la cabeza antes de cruzar la puerta de este salón. Pero
basta con las cosas deprimentes, todo esto es algo que ya no importa
mucho.
Ahora sé que la universidad es un lugar lleno de oportunidades, de
experiencias nuevas. Lo sé porque las cosas fueron mejorando: conocí
amigos, me integré a diferentes grupos, he aprendido un montón de cosas…
todo está resultando ser una maravilla, por si me lo preguntan.
Pero, dentro de las cosas que más me gusta resaltar, es que tengo a un
gran amigo, alguien con el que comparto mis mejores anécdotas y con
quien espero poder compartir muchas más.
Y no lo habría conocido si me hubiese dejado llevar por el flujo y
reflujo de este lugar, y fue él quien me permitió aceptar que no volvería al
pasado, que este se quedaría ahí para saludarme ocasionalmente mientras
veo al futuro; eso es la universidad, un vistazo al futuro, a lo que puedes
hacer con tu vida, a lo que te depara el mundo. Así que sí, esto promete, y
yo le prometo que lo voy a disfrutar.
—¿Qué te pareció? le pregunté a Carlos, quien había dejado de
escribir su ensayo para escuchar el mío
—Parece algo cursi me miró con hastío, como si se tratara de una
niña tonta que tocaba a su puerta.
—¿Algo cursi? ¡claro que no era cursi! Yo lo había escrito con mucho
cariño, y el que lo dijese me pareció muy descortés. Así que crucé mis
brazos con furia.
No tardé en demostrar mi descontento con su critica (la única que había
recibido desde que lo escribí) que hasta los momentos había sido la peor
que pensaba que podría recibir. Lo miré fijamente, tratando de quemar su
frente con una vista calórica que sabía que no tenía pero que deseaba tener.
—¿Qué? se comenzó a reír sin ver la gravedad de la situación a la que
me acababa de someter. Levantó los hombros como si el reírse no fuera
suficiente para quitarle importancia al problema Es decir, ¿realmente
piensas leer todo eso en frente de la clase? ¿y si te equivocas? Todos se
reirán y van a decir se irguió, relajó sus hombros y aclaró su garganta para
luego hablar. «Oh, esa niña si es presumida. Dijo dizque era muy
hermosa, inteligente. ¿Qué se cree esa niña?»
Estábamos sentados debajo de uno de los árboles del campus de la
universidad. Parecía un lindo picnic de estudio, solos los dos; dos grandes
amigos que compartían todo. (Él es el chico del que estaba hablando en mi
ensayo, se podría decir que es mi mejor amigo). Inmediatamente terminó de
hablar, me sorprendí por su forma de relatar los hechos ¿tendrá razón? Es
decir ¿en verdad cree que las personas dirán eso?
Demostré mi estupor abriendo de más mis parpados, mis fauces y
respirando con fuerza.
—¿En serio crees que vayan a decir eso? me comencé a preocupar, su
opinión era muy importante para mi.
—Claro, eso diría yo si una linda niña presumida llega diciéndome eso
hablaba con los ojos cerrados, sin notar como sus palabras iban
atravesándome el corazón como puñaladas yo estoy seguro que eso
sucederá levantó su mirada y luego me vio, a punto de quebrar en llanto.
Su semblante cambió, pareciendo que esta vez si diría algo amable,
como si se hubiera preocupado por lo que me había hecho sentir.
—Oh, oh… lo siento, no era como que quisiera decirte que no puedes
leerlo en frente de todos se acercó y colocó sus manos sobre mis hombros
para darme apoyo no está mal me atrajo a él sólo bromeaba me
abrazó en serio, no es para tanto. Pienso que es un buen ensayo, al
profesor le encantará. comenzó a acariciar mi cabello.
Yo me dejé llevar por lo que él estaba haciendo tal cual lo hacía todo el
tiempo. Cuando no saludamos al comienzo del día, me dejo abrazar por él
porque me obliga a sentir una calma increíble.
O cuando se acerca para decirme algo al oído en secreto; su susurro me
recorre la nuca hasta llegar hasta mi pecho y obligarme a tomar una gran
bocanada de aire. Era esa misma sensación que estaba sintiendo ahora,
mientras él me abrazaba.
—Él dirá cambió su tono de voz tratando de hacerla sonar más gruesa
cuando en realidad a penas y se escuchaba como la de un chico ¡Oh,
María! Que ensayo tan bonito. Puede que sea sólo una practica de
evaluación de ensayos, pero el tuyo, al ser tan bueno e increíble, lo evaluaré
con diez de diez.
No pude evitar reírme al escuchar lo ridículo que sonaba su voz tratando
de imitar al profesor de español (con quien no teníamos idea de por qué
estábamos viendo clases si se supone que estudiamos para ser
administradores), encogiéndome como una niña pequeña entre sus brazos,
con mi cabeza apoyada a su pecho.
Él entendió que ya no me sentía mal así que me soltó, apartándome de
su pecho, pero sin soltar mis hombros, los cuales aun cogía con sus manos;
me aparté de él buscando su mirada. Carlos sonreía como si hubiese logrado
su cometido (sí lo logró).
—¿Estás mejor? no me había soltado todavía, esperando cual
respuesta daría para determinar su siguiente movimiento.
—Sí asentí con la cabeza para acompañar mi afirmación y lo miré a
los ojos, con la cara de una niña tierna y adorable.
—Perfecto entonces me dio un pequeño empujón con las manos y me
soltó.
Justo cuando creía que tuvimos un progreso en nuestra relación (¿quién
sabe? Tal vez hasta podríamos dejar de ser amigos para ser otra cosa) su
forma de ser me colocó de nuevo un muro impenetrable en frente.
—Ay, pero que malo eres me quejé con ganas, como si me hubiera
herido de nuevo. ¿Por qué tienes que ser tan insípido?
Carlos bajó su mirada, cogió su boli y su hoja de papel en donde
pretendía escribir su ensayo. No lo había comenzado todavía, a pesar de que
nos habían pedido que lo hiciéramos desde la semana pasada; era tan típico
de él dejarlo todo para ultima hora, lo peor es que casi siempre aprobaba
todo sin siquiera intentarlo.
—¿Insípido? comenzó a escribir en la hoja para luego borrar y seguir
escribiendo, sin levantar la mirada ¿No es que creías que era el ser más
amable, cariñoso, y el mejor amigo del mundo? agregó luego de levantar
su mirada y enterrarla en mi sin compasión.
—¿Qué? Yo nunca dije eso.
—Claro que sí lo dijiste, en tu ensayo. Ahí, justo después de
increíblemente fuerte y atractivo. sonrió con soberbia, acercándose a mi
hoja y tocándola con la punta de su boli.
Temí que pudiera mancharla así que aparté la hoja con rapidez, como si
estuviera ocultando algo. Carlos simplemente se mofó de mi.
—Ya, está bien. soltó una carcajada relajada, capaz de hacerme sentir
un poco mejor, de hacerme olvidar todo lo sucedido.
Levantó sus manos para hacer un gesto de «stop» con el fin de colocarle
un punto y aparte a nuestra conversación.
—Ya, ya añadió mientras hacía el gesto ¿Sí? bajo su mano
izquierda y vio la hora en el reloj que tenía en la muñeca derecha Tengo
que terminar esto antes de clases.
Para ser honesta, ya en este punto de mi vida siento algo por mi amigo.
Tenemos casi un año de amistad en el que compartimos prácticamente todo
(no existe secreto entre nosotros) y en el que me hallo confundida por lo
que sucede. No son las clases, las notas, el futuro ni nada por el estilo.
No es como que esté en necesidad de un novio o busque al amor de mi
vida, pero, de cierta forma, estoy segura que lo que me atrae de Carlos está
más allá de mi comprensión, desgraciadamente, sólo puedo hacerlo llegar
hasta ahí, un paso más delante de un mundo imaginario en el que los dos
compartimos una relación amorosa. En la realidad, nada de eso tiene la más
mínima posibilidad de suceder.
Carlos, es diez años mayor que yo, aunque se ve un poco joven para su
edad, lo cual atribuyo posiblemente al hecho de que está en primero de la
universidad y puede que por eso lo vea así. Aparte de la poco evidente
diferencia de edad, no puedo evitar sentirme atraída por él, por todas esas
cosas que hace al igual de las que no… lo que me hace presa de un
sentimiento absurdo y para nada correspondido.
Aunque, gracias a eso aprendí que cuando crees que no se puede estar
peor, siempre existe la posibilidad de cavar más profundo en el hoyo en el
que se ha caído con la esperanza absurda de que, si lo hacemos, podremos
encontrar una salida. Eso fue lo que hice por los restantes cuatro años de
universidad al seguir siendo la mejor amiga del hombre del que estaba tan
desesperadamente enamorada.
Claro, no cabe duda de que Carlos era el mejor amigo que cualquier
chica habría querido, lo que sucede es que en ese entonces yo no quería ser
su mejor amiga, aunque las circunstancias no me dejaban aspirar a otra cosa
más que a ello y lo peor es que no era porque fuese fea, o porque no tuviese
confianza en mi misma; a lo contrario.
Siempre fui una mujer sexualmente deseada, atractiva, inteligente, es
decir, no hay forma en que pudiera desconocer lo que yo podría darle e
incluso ¡sabía lo que podía darle! Porque siempre conversábamos de los
hombres con los que compartía cama o todo acerca de mis relaciones.
Estar con él significaba una gran carga para mi autoestima porque
llegué al punto de creer que él no sabía que realmente era mujer.
Ahora haré una nota de mi entorno.
Una universidad enorme, un poco más grande como el kremlin (sin ser
exagerada), que se ganó el apodo de ciudad universitaria al parecer un
conjunto completo de edificios, espacios verdes, árboles, estacionamientos
y cientos de salones dispuestos a consideración de los alumnos.
Perderse era prácticamente sencillo en aquel lugar cuando no tenías idea
de a donde ir ni cómo hacerlo. Las calles eran angostas, las paredes altas,
enormes campos en los que podías quedarte a dormir cuantas veces
quisieras porque siempre encontrarías un pequeño lugar en donde te rozara
la brisa y hubiera una sombra fresca. Ahí pasé cinco años de mi vida
compartiendo con mi mejor amigo.
El campus tenía pequeños departamentos individuales en donde podías
alojarte si lo deseabas para poder estudiar con comodidad sin ningún costo.
Carlos y yo estábamos a gusto en aquel lugar, felices de pertenecer a un
alma mater tan especial como aquel en la que durante cinco años estuvimos
juntos perfeccionando una amistad que no llegaría a ningún otro lado como
lo tenía previsto.
Sin embargo, por algún motivo no me di por vencida y me propuse
confesarle mi amor el día de la graduación. Pero, al llegar al final de mi
carrera universitaria, entendí que nada sería eterno y que prácticamente
perdí mi tiempo.
Otra bofetada que me propició el destino.
Carlos había aceptado viajar al extrajera para ejercer la misma profesión
de la que acabábamos de graduarnos, dejando todo atrás sin mirar o
pensarlo dos veces.
Debo confesar que me hizo sentir horrible: no poder decirle lo que
sentía, no sólo por el miedo de no ser correspondida, sino por el hecho de
que terminé entendiendo que todo lo que había hecho en el pasado, esa
paciencia que le inyecté a mis sentimientos, terminaron siendo
desperdiciadas. Durante un tiempo me mantuve atenta a algún cambio hasta
que me percaté que el destino de aquellas apasionantes emociones era
morir.
Años después, a mis treinta, con un trabajo estable y una vida solitaria,
había olvidado ya los sentimientos de aquella época en la que me
despertaba todos los días con la esperanza de ver a mi amado amigo,
disfrutar grandes aventuras con él que en su momento pensé que serían
inolvidables y que ahora, frente a la cafetera que me regaló mi madre
cuando me mudé sola, esperando a que comenzara a hervir, entre dormida y
despierta, a oscuras… ni siquiera recordaba que alguna vez existió un tal
Carlos.
Días después, los sentimientos que una vez atizaron las llamas de mi
ser, tocaron a la puerta de mi oficina con una cara amistosa.
2
Una entrevista con el pasado

De improvisto, sin percatarse exactamente cuando comenzó a sonar, la


alarma de una sirena de policía le acechaba de manera impertinente. Miró a
los lados asustada y nerviosa por la forma en que se acercaba a su posición,
así que decidió (sin saber por qué) agacharse para recoger algo del suelo.
Unos pequeños trozos de papel que al principio parecían confeti, se
acumulaban en su mano conforme los recogía sin importar si estuviesen
arrugados, medio rotos o sucios.
Cuando ya tenía varios de esos en la mano, al levantarse, reparó en ellos
entendiendo que se trataba de la factura de pago del servicio de parking (de
diferentes lugares), que aquellos quienes las pagaban habían desechado en
el suelo.
Victima del miedo de algo que no comprendía, sentía ser la espectadora
de sus propias acciones, juzgándolas conforme realizaba un movimiento
como si se tratase de un crimen (impresión que le llegó al asociar las
distantes sirenas de policía con lo que hacía).
Se levantó casi sin darse cuenta para luego hallarse mirando a su
alrededor a causa del miedo de ser atrapada, pero, ¿atrapada debido a qué?
No tenía tiempo para responder preguntas, para encontrarle el sentido a las
cosas. El caso era que a pesar de no entender lo que sucedía, seguía
haciéndolo sin problema alguno.
Las sirenas se fueron acercando más, obligándola a acelerar mientras
buscaba a sus perseguidores en el espejo retrovisor al mismo tiempo en el
que esquivaba a los demás coches de la vía que se apartaban conforme la
miraban, enterrando sus ojos llenos de desprecio y juzgándola por lo que
estaba haciendo… ¿qué estaba haciendo exactamente?
Manejaba como una conductora responsable, respetando el semáforo, el
paso de cebra, las señales de tránsito, incluso colocaba las luces de cruce.
Nada lograba explicar por qué continuaba huyéndole a la ley a pesar de que,
por más que lo intentase, no los conseguía ver tan cerca como los
escuchaba.
No estaba segura de nada mas que del hecho de que aquello que hacía
era malo.
Por el retrovisor observaba los ojos penetrantes de los demás
conductores que se apartaban así no más sin dar explicaciones. Las sirenas
anunciaban la presencia de algo que no lograba ver, atizando su angustia de
la misma forma en que lo hacía con una incipiente necesidad de enterrar
más el pie en el acelerador de forma infructífera ya que ¡parecía no surtir
efecto! Continuaba rodando con total lentitud, siendo victima de la mirada
de todos, del grito agónico de las sirenas.
Su coche se desplazaba lento pero el entorno al que era ajena iba tan
rápido, que no se percató de que, unos pocos segundos después, ya se
encontraba en su departamento lleno de vales de estacionamiento del suelo
al techo.
Todas las gavetas que conocía junto con otras que no, la nevera, el
menaje de su cocina su horno, el inodoro, el relleno de su sofá; todo estaba
cubierto, envuelto o lleno con los papeles que había recogido del suelo en
esa y otras ocasiones, aunque no las recordaba, era indiscutible que lo había
repetido. Su casa era ligeramente diferente a pesar de darle esa sensación
acogedora de seguridad.
Lo curioso es que el agonizante grito de la ley de aquellas sirenas que la
acechaban horas atrás, aun continuaba resonando en su nuca. No recordaba
por que estaba ahí, por qué estaba huyendo o qué era lo que la había
motivado a recoger aquellos malditos papeles del suelo.
Desesperada, intentó romperlos infructíferamente: era como si tratara de
coger un holograma. ¿Qué sucede? Se preguntó. La sirena seguía sonando.
De repente, las cosas se fueron oscureciendo, las paredes cerrándose,
mientras el sonido que la perseguía cambiaba por completo por uno igual de
repetitivo e intenso pero diferente.
Tardó unos segundos en comprender todo y apagar su despertador. Eran
las cinco de la mañana y no recordaba haber dormido tan profundamente en
años, haber tenido siquiera un sueño que la hiciera sudar y que le permitiese
olvidar que estaba durmiendo.
Respiró profundo, con los ojos aun cerrado para tomar fuerzas con el fin
de quitarse lo más rápido la cobija que la arropaba y poder levantarse sin
que el sueño volviese a atraparla.
Bajó primero una pierna con la intención de buscar sus pantuflas en el
suelo ya que necesitaba caminar por la casa sin sentir la tierrilla del jardín
que se levantaba a causa del viento o los desechos de los coches que
transitaban en frente de su casa.
Le causaba tal grima que no contemplo la posibilidad de levantarse
hasta conseguirla, así que, con un pie todavía suspendido y el otro
sondeando la zona en donde suele dejarlos, fue buscando hasta
encontrarlos. En lo que lo hizo, Introdujo sus pies en ellas y se levantó.
Aun recordaba ese sueño que tuvo justo antes de dormir, preguntándose
por cuanto tiempo sonó la alarma que confundió por las sirenas de un coche
policía.
—¿Qué quiere decir? se dijo mientras salía de su habitación y cruzaba
a la izquierda para entrar en el baño.
Aun estaba un poco dormida así que tenía la impresión de que todavía
se encontraba sumida en aquel sueño. Tenía que levantarse, terminar de
aprobar el papeleo que dejó pendiente antes de dormirse y llevarlos hasta la
oficina para que los de administración le hicieran los arreglos que ella había
propuesto, pasarlo al sistema y enviarlo a imprimir para que se pagara la
nomina de todos los empleados; estaba dispuesta a terminarlo, pero primero
debía preparar el café.
Caminó, esquivando con los ojos cerrados, una especie de división de
mesa/isla de mármol que había entre su sala y su cocina que, a pesar de ser
parte de la cocina en sí, daba un agradable concepto abierto; mientras se
estrujaba el lóbulo junto con su parpado izquierdo con la mano derecha.
Extendió la extremidad que le quedaba libre hasta llegar al estante en
donde guardaba la cafetera para sacarla sin siquiera verla. Todo estaba
puesto exactamente en el lugar en donde siempre lo dejaba, una de las
ventajas de vivir sola.
Lo vertió todo en la cafetera que su madre le había regalado: café, agua
y un poco de azúcar por si acaso se le olvidaba al servirlo en la taza, y lo
colocó sobre la hornilla para que se calentara.
Volvió a recordar lo que había estado haciendo la noche anterior así que
apartó la mirada fija de aquel artefacto para preparar su elixir matutino para
dirigirse hasta el sofá en donde se hallaban todos los papeles que estaba
revisando.
Con los ojos entrecerrados, caminó hasta la sala, rodeando la mesa/isla
de mármol hasta que llegó a su destino para sentarse al lado del acumulado
de hojas que se había traído del trabajo por motivos que le costaba entender.
Fue abriendo un poco más sus parpados, acostumbrándose la débil luz que
atravesaba sus persianas que por más que lo intentaran no lograban tapar
por completo la ventana.
No tenía idea de la hora que era, ni cuanto tiempo había pasado desde
que se despertó hasta que se sentó en aquel sofá. Sabía que era un horario
comprendido entre las cinco de la mañana y las cinco cuarenta así que hizo
el intento de leer las hojas sabiendo que no serviría de mucho a menos de
que encendiera las luces.
—Ah… se aquejó, dejando escapar aire por su boca al emitir el
sonido eso lo puede hacer Alicia. se convenció Ese es su trabajo, ni
siquiera sé para que me preocupo.
Se levantó e hizo el mismo recorrido hasta la cafetera que había
comenzado a burbujear el agua con sabor a café avisando que estaba apunto
de derramarse. María cogió rápidamente una de sus tazas que normalmente
guardaba en una gaveta a la izquierda de la cocina y vertió un poco de su
elixir en la taza. Ya estaba listo para tomárselo, caliente como le infierno al
que se sometía todos los días intentando de buscarle un significado a la
vida.
Esa misma sensación derrotista que le golpeaba todas las mañanas a
causa de una mala postura mientras dormía, un amargo despertar a las cinco
de la madrugada y la falta de su café, le azotaron la espalda pidiendo a
gritos que la mujer emprendedora y positiva que era, terminara de despertar
para tomar las riendas de su vida.
Quien caminaba moribunda por su casa a oscuras era una María
Montesinos que no estaba segura siquiera si había terminado la universidad,
si debía ir al trabajo o si en realidad tenía alguno. Era el cansancio, el tedio,
el hastío y el deseo de no quedarse sola quien dominaba su cuerpo. ¡Una
excusa! La misma mujer con cansada de la monotonía, una maldita rutina
que la perseguía todos los días durante todo el día.
Llevó la taza de café y dio un pequeño sorbo. Trago con amargura,
sintiendo como el liquido caliente recorría su garganta, su esófago, hasta
llegar a su estomago y perderse. Luego, otro, luego otro.
Respiraba más rápido, con más entusiasmo. Se acercó a la pared a su
espalda y encendió la luz de la cocina; miró hacía el sofá, observando los
papeles que debía llevarse para la oficina, así que decidió caminar hasta
ellos para irlos acumulando ordenadamente, pasando de nuevo por otro
interruptor; encendió la luz de la sala.
La casa comenzaba a coger vida al igual que su cuerpo. Ya no se hacía
preguntas estúpidas, ni pensaba en la soledad. La soledad era buena, le
permitía pensar, le ayudaba a entender, a disfrutar pequeños momentos de la
vida que nadie le podría ofrecer; había estado más de diez años sola ¿qué
demonios importas tener compañía ahora?
Tomó otro sorbo de su café. Ordenó rápidamente las hojas con una sola
mano, terminó y se fue al baño, dejó la taza en el lavamanos, deslizó la
puerta de la ducha e introdujo medio cuerpo para abrir la llave del agua
caliente y luego la fría.
Su rutina se fue cogiendo un ritmo más acelerado, obligándola a
terminar en poco tiempo. María ya estaba lista al rato de haber terminado
todos sus quehaceres matutinos para luego partir al trabajo llena de energía
y entusiasmo. Cogió sus llaves, sus carpetas, un café que había servido
previamente en un vaso térmico y salió de su casa completamente tranquila,
dispuesta a tener un gran día.
De eso estaba segura, porque no había nada que pudiera detenerme.
Luego de salir de mi casa con todas las cosas que necesitaba para el día,
abordé mi coche y cogí marcha hasta el trabajo. Eran a penas las 6:15 de la
mañana así que no tenía apuro, sería la primera en llegar al igual que
siempre. Me distraje con mi alrededor, con ambas manos en el volante y la
música de los mejores éxitos de la música pop de los noventa sonando en el
reproductor; respetando todas las leyes de transito que conocía, lo que me
hizo pensar en el sueño que había tenido temprano.
No apareció como algo puntual, sino que se sintió como un deja-vu. No
me acordaba al respecto ni por qué lo había soñado, pero sabía que tenía
que ver con algo del trabajo. Bajé la mirada rápidamente, echando un corto
vistazo al asiento del copiloto en donde se encontraban las carpetas que
había estado revisando la noche anterior, para luego concentrarme de nuevo
en manejar.
Así que bajé mi mano derecha del volante y extendí el brazo para abrir
la primera carpeta y encontrarme con lo que tenía adentro, lo que me
permitió entender por completo mi pesadilla. Lo que veía eran aquellas
cosas que debíamos reembolsarles a los empleados porque lo sacaron de su
bolsillo en cuanto asuntos de la empresa.
Normalmente se trataba de facturas de estacionamiento (ahí por qué el
sueño), constancias de que habían cogido un taxi para ir a ver a un cliente o
hacer alguna diligencia que concerniese al trabajo; desayunos o almuerzos
que tenían con los inversionistas, clientes importantes o entrevistas con
clientes potenciales.
Normalmente eran las vendedoras las que levaban a cabo ese tipo de
cosas y quienes entregaban todo ello para demostrar que habían gastado su
dinero para satisfacer los intereses de la empresa.
—Eso lo explica todo me dije las malditas facturas de
estacionamiento agregué Volviendo a colocar las manos en el volante.
Embocé una sonrisa al pensar en lo gracioso que era que hubiera soñado
precisamente en lo que hacían esas chicas en el trabajo como si hubiera
estado persiguiéndome el fantasma de sus acciones durante toda mi vida.
—Creen que no me iba a dar cuenta, claro, como no estoy pendiente del
trabajo, creen que lo a dejar pasar comencé a dejarme llevar ah… pero
no, no se van a salir con la suya.
Miré a los lados para ver si venía un coche antes de cruzar la calle, para
luego concentrarme en la conversación conmigo misma.
—Pues ¿sabes qué? No se van a seguir burlando de mi aseveré ya
verán, cuando lleguen les daré una sorpresa. Y sí que será una sorpresa.
La noche anterior, presa del cansancio, no le había dado importancia a
lo que había encontrado, claro, sólo fue una suposición hasta que mi gran
pesadilla (ahora sueño revelador) hizo que todos los cabos sueltos se
unieran.
Hasta los momentos era una simple sospecha, pero creo que con eso era
más que suficiente, pero estaba más que segura que ciertas facturas tenían
fechas en las que yo sabía que no habían ido a trabajar, junto con que ciertas
salidas de estacionamiento coincidían con una entrada en otro
estacionamiento prácticamente a cientos de kilómetros de distancia.
Ya tenía mi caso armado, no había perdida en este asunto, así que todo
lo que me quedaba decidir a quien iba a reprender primero. Miré a los
lados, de nuevo, para cerciorarme de que no vinieran coches y pasé la luz
verde. Siempre cuidadosa.
Aquella mañana todo parecía ir de maravilla y yo estaba dispuesta a
hacerlo durar. Luego de bajarme del coche y caminar por el
estacionamiento al aire libre hasta el edificio, tomar el ascensor que me
llevo al piso 21, caminar hasta la puerta de la oficina, entrar, recorrer el área
de trabajo para ir a donde se encontraba mi recinto personal, introducir la
llave en la ranura de la puerta y quitar el seguro, no podía esperar que lo
que sucedido más tarde ese día marcaría la diferencia, me traería cosas que
creía muertas.
Uno no está preparado para las vueltas que da la vida, de eso estoy
segura.
Al pasar las horas, las personas fueron llegando poco a poco al trabajo,
marcando sus huellas en la entrada para demostrar que si habían ido a
trabajar y ocuparse de sus oficios correspondientes. El departamento de
finanzas, de compra, de administración, los asistentes, secretarios. Todos
estaban llegando poco a poco a su trabajo demostrando una puntualidad
impecable que me hacía sentir orgullosa de mi personal.
Mientras los veía llegar, fui enviándole un correo a las vendedoras que
habían estado manipulando ese pequeño hueco en el sistema para que le
rembolsáramos el dinero que supuestamente habían gastado en beneficio a
la compañía. Quería hacer una limpieza de personal, deshacerme de todos
aquellos que me estaban causando problemas.
Daniel, el antiguo gerente de operaciones, había mantenido en secreto
los movimientos que tenían que ver con las comisiones y las actividades de
las vendedoras, lo que incluso me hacía creer que él mismo les había
asesorado de cómo hacer para que la empresa le pagase por cosas que ellas
ni siquiera habían invertido. Eran miserias, pero el dinero era dinero.
Así que, luego de hacer que mi subordinado se fuera de la empresa, les
comunique a las cuatro involucradas que se acercaran a mi oficina, aunque,
en el correo no fui tan mala como quería.
No podía acusarlas de inmediato, no sin poder verles la expresión
desagradable con la que intentarían mentirme. Sabía lo que habían hecho,
tenía los documentos de las cenas, las facturas de estacionamiento,
desayunos, compras de artículos varios, todo lo que necesitaba.
No había manera de dejar que eso continuara, no con las ganas que tenía
de deshacerme de ellas; por lo tanto, le pedí a mi secretaria, Carla, que me
imprimiese cuatro cartas de renuncia ya que no iba a tolerar más lo que
estaban haciendo.
Buenos días, Carol (Alicia, Martina, Stefanie empezaba cada una
con su nombre )
Por favor, en lo que leas este correo y estés libre, pasa por mi oficina,
tengo unos asuntos importantes que hablar contigo.
Dije en el correo, tratando de ser lo más amable posible. Las cuatro
(empleadas de hace años) estarían llegando a mi oficina en cualquier
momento para mostrar sus rostros y darme una explicación. Aunque todo
este tema no tenía mucha importancia, era una simple excusa para justificar
que quería despedir unas cuantas personas, después de todo, soy la jefa de
este lugar, soy yo quien determina quien se queda y quien se va.
Una a una fueron entrando en mi oficina.
—Buenos días, Mari dijo Carol, asomándose en mi puerta estoy
aquí, como me lo has pedido.
La había visto acercarse a lo lejos así que cogí el teléfono y fingí estar
en una llamada importante. En lo que anunció su presencia, hice como si no
me estuviese esperando su visita.
—Oh, Carol respondí, tapando el micrófono para que no se escuchara
lo que diría en mi llamada falsa vale, vale, entra, pronto hablaremos.
quité la mano Sí, claro, sigue, no hay problema.
Alicia, Martina y Stefanie se acercaron a la puerta, una tras otra, y les
hice pasar con un gesto de mi mano, continuando con mi llamada falsa, la
cual mantuve mientras las cuatro estuvieron ya reunidas.
Me llevé el índice a los labios para pedirles no hablaran por un
momento mientras atendía ese asunto y las dejé esperando para ver sus
expresiones.
—Claro, no es como que no pueda hacerlo. dije, pensando en lo
primero que me vino a la mente.
Hice una pausa corta, haciendo más real la llamada. Mientras, mantenía
una sonrisa en el rostro y miraba a mi alrededor como si la conversación
estuviese muy interesante.
—Sí, aja asentí. Fijé en la mirada de Carol.
Se veía un poco preocupada. Ella, había sido una de las primeras
vendedoras que habíamos contratado para la firma porque tenía ciertas
habilidades persuasivas que nos serían útiles, junto con un basto
conocimiento en varios idiomas, lo que nos ayudaba en nuestros negocios
internacionales.
La chica tenía futuro, eso sí es verdad; atractiva, alta, morena y con un
buen cuero que cualquiera le envidiaría; inteligente, amistosa. No había
nada que pudiera no envidiarle a una mujer como ella, pero, en ese
momento, mientras yo mantenía la farsa de mi conversación, sus ojos se
encontraban perdidos, viendo a través de mi.
—No te preocupes, que yo puedo resolverlo… ya te lo dije. ¿A caso no
me conoces?
De nuevo, una pausa que interrumpí con una carcajada para luego ver a
Alicia, una chica común, con habilidades promedio, y con el cabello teñido
de rubio. A diferencia de Carol, sólo parecía una buena líder, lo que la
motivaba a dar unos grandes discursos explicativos que le valieron muchas
ventas. De todas, ella era la única que no tenía coche, por lo que las facturas
de taxi (todas las que nos entregaba tenían el mismo diseño) eran suyas.
Ella trataba de no verme a los ojos, perdida, insegura (supongo que)
suponiendo que algo estaba mal porque nunca, tal vez pensándolo porque
nunca las había llamado a las cuatro en el pasado al mismo tiempo.
—Vamos, no seas así, de todos modos las tengo aquí en frente las vi a
todas simultáneamente, esperando una expresión perdida.
Las cuatro me miraron asustadas, sintiendo que el que estuviera
hablando de ellas no era buena señal; así que, para hacerlo un poco más
interesante, volví a soltar una carcajada y aparté mi mirada como si el chiste
hubiera sido realmente gracioso.
—Vale, yo intentaré hacer lo que pueda. Cualquier cosa te llamo más
tarde las miré a los ojos con un rápido recorrido estoy un poco ocupada
ahora, tengo que atender unos asuntos importantes.
Aparté el teléfono y colgué.
—Bueno chicas, buenos días las cuatro asintieron al mismo tiempo y
embozaron una sonrisa nerviosa aprovechando que están las cuatro aquí
y no tienen nada más que hacer me levanté, obligándolas a seguirme con
la mirada Supongo que se están preguntando por qué las llamé Caminé
alrededor de mi escritorio para acercarme a las carpetas que había dejado al
otro lado del mismo, me recosté de este y abrí la carpeta.
Stefanie me miraba impávida, mientras que Martina mantenía su actitud
superior en todo momento, ocultando a medias un aire de nerviosismo que
evidenciaba que no sabía lo que le depararía esa reunión.
Fui sacando las hojas que tenían engrapadas las facturas, los vales y los
comprobantes de pago que había estado revisando la noche anterior, para
entregárselos a las cuatro, una por una, en el orden en el que se encontraban
sentadas de derecha a izquierda.
—Y bueno continué creo esto puede responder a sus preguntas.
La primera hoja que saqué tenía los comprobantes de pago de los taxis
que Alicia había estado usando supuestamente, así que se la entregué para
que los viera. La cogió sin decir nada.
—No es que esté diciendo que hayan hecho nada malo agregué,
acercándome a Carol.
Le entregué las hojas que contaban con las facturas de almuerzos en
días que sabía muy bien que no trabajó: libres, feriados y fines de semanas;
no eran muchos, pero estaban ahí y eso era digno de mencionar. Las cogió,
en silencio y dando un largo trago de saliva como si se tratara de algo
amargo.
—Quiero que sepan que, si me dan una buena explicación, puede que
resolvamos este asunto de forma positiva.
Entregué la siguiente hoja con las facturas de estacionamientos que no
tenían mucho sentido con respecto a la hora de entrada y salida, a Stefanie,
una pequeña mujer con un nombre muy extravagante para su forma sencilla
de ser, que no iba del todo bien con su mal gusto para la ropa.
Tranquilamente la cogió y revisó en silencio.
La ultima hoja se la entregué a Martina, quien la recibió con aire de
soberbia, como si no hubiera nada de lo qué preocuparse en ella. Ahí se
podía observar las facturas de desayunos en domingo y pagos de
estacionamiento de diferentes lugares con la misma fecha y hora. A pesar
de que era evidente que no existía una excusa razonable para ello, se podía
ver muy confiada.
Las rodeé por detrás y en lo que terminé de entregar mi evidencia, me
senté en mi silla para continuar con mi monologo.
—No quiero que me digan que no saben de lo que se trata todo esto.
entrelacé mis dedos y apoyé mis codos sobre el escritorio Seamos
honestas las unas con la otra, porque, yo no tengo ánimos de despedir a
nadie mentí más aun cuando debo buscar un nuevo gerente de
operaciones, asistentes, pasantes; evaluar la situación… ¿me entienden?
vacilé es un trabajo engorroso que no quiero alargar al tener que lidiar
con estos problemas las cuatro mantenían sus ojos fijos en mi,
demostrando una basta variedad de emociones y antes de que intenten
darme una muy elaborada excusa, quiero que piensen bien lo que han hecho
y no tengan ninguna falla en su explicación porque ya la evidencia habla
por sí sola.
Stefanie, abrió sus fauces, dispuesta a hablar sin utilizar el tiempo para
pensarlo mejor que tan sabiamente le ofrecí.
—Creo que aquí hay facturas que no son mías se excusó.
—Bueno querida, el punto es ese, que no sé de quienes son y aquí se
muestra que tu las entregaste dije yo.
—Aquí hay fines de semanas que… trató de decir Martina con el
mismo tono de actitud que llevaba cuando recibió la hoja.
—Oh claro, eso sí me lo esperaba. Los fines de semana que nos cobraste
el estacionamiento también me parecían raros dije con sarcasmo mientras
me sentaba.
Me acomodé en mi silla y saqué de una carpeta las cartas de renuncia
que le había pedido a mi secretaría horas antes.
—Como supongo que ninguna de ustedes pudo haber hecho eso que
creo que hicieron fui colocando las hojas una al lado de la otra y
supongo que tampoco me van a decir exactamente qué fue, entonces, la
única solución que veo es que me entreguen el ultimo documento de esta
semana.
En lo que terminé de colocar las hojas que cada una veía desde lejos por
temor a acercarse, me fijé en sus miradas preocupadas para sonreírles con
delicadeza. Acto seguido, Carol cogió impulso y se acercó al escritorio para
coger la que tenía en frente.
—¿Carta de renuncia? leyó de la hoja. ¿Estás pidiéndonos que
renuncie?
—No estoy pidiéndoles nada, mis hijas les dije con eminencia lo
que les muestro son las hojas que ustedes me pidieron hace rato porque
estaban apenadas y no querían seguir intentando estafar a la empresa.
Las cuatro intentaron hablar a la vez, abriendo sus bocas para expresar
sus quejas al respecto. No sé que querían decir y la verdad no me
importaba.
—Y antes de que digan otra cosa para intentar defenderse de lo que
claramente intentaron hacer con estas facturas señalé con mi mano las
hojas que les había entregado y lo que han estado haciendo por todo el
tiempo que llevan trabajando aquí cogí otra carpeta que tenía en mi
escritorio, justo debajo de la primera que había cogido así que no creo
que quieran que las demande por fraude.
Ellas no sabían nada acerca de asuntos legales ni lo que podía o no
hacer, pero eso era lo que menos importaba, no mientras pudiera ver sus
miradas perdidas y la forma en que la preocupación se apoderaba de sus
gestos y el movimiento acelerado de sus piernas. Comenzaron a respirar
con agitación, a mirarse las unas a las otras suponiendo lo peor que podría
suceder de aquello que les estaba diciendo.
—Así que, mis queridas hijas, me temo que no me queda de otra que
aceptar su renuncia, porque la empresa no les continuará dando más dinero,
no tras haber mantenido este fraude. No digan nada, sólo firmen. Cogí un
lapicero y se los acerqué.
Luego de inclinarme en mi silla con un aire de superioridad, esperé a
que se mirasen las unas a las otras y decidieran cual sería su próximo curso
de acción. Estaba segura que de una u otra forma me desharía de ellas.
Cuando firmaron sus respectivas renuncias, quejumbrosas, inconformes
e infelices, dejé que se marcharan a buscar sus cosas para que no regresarán
más a mi empresa. En lo que se fueron de mi oficina, estaba dispuesta a
comenzar la entrevistas que me tocaban para ese día.
No había pensado mucho en eso porque no era del todo importante para
mi, no después de enterarme de esas malas jugadas hechas por mis
vendedoras. Pecaba de poco interesante el tener que hablar con
desconocidos, a pesar de saber que tenía mucha importancia a quién iba a
entrevistar para que ocupara el cargo.
No estaba considerando a nadie de mi personal porque pensaba que
ninguno de ellos tenía la experiencia necesaria para mantener dicho cargo,
así que, tenía mis esperanzas puestas en aquellos dos visitantes
desconocidos.
Levanté el teléfono para ver la hora.
—Son las diez anuncié en voz alta, para luego levantar la mirada y ver
a la puerta ¿en donde está mi primer candidato?
En lo que vi que no entraba nadie, sabiendo que no porque le hablase al
vacío lograría que alguien apareciese; levanté el teléfono.
—Carla llamé a mi secretaria ¿no se supone que debía entrevistar a
las personas que aspiraban al puesto de Daniel?
—Sí, están aquí esperando a que los atiendan aseveró.
Carla tenía una actitud amable y pasiva que hacía que todo lo que dijese
sonara como una aseveración tierna y diligente. Era casi imposible
molestarse con ella por lo más mínimo a pesar de que de vez en cuando se
equivocaba, como al no hacer pasar a los que iba a entrevistar a las diez de
la mañana.
Tenía futuro como mi asistente, lo que me hacía pensar que en cualquier
momento podría ofrecerle un mejor puesto en el futuro. Era una chica
prometedora así que me gustaría mantenerla a mi lado, darle eso que me
dieron a mi cuando comencé en la empresa: una oportunidad.
—¿Y por qué no las has hecho pasar ya? Son las diez de la mañana, no
pretendo llegar al almuerzo atendiendo personas. vociferé se supone
que debían estar a las diez aquí, eso lo hablamos ayer ¿o no?
—Sí, señora, disculpe.
—Por favor, querida, haz pasar al primero dije con un tono de voz
más calmado.
—Vale.
A los pocos minutos, entró el primer candidato.
Uno a uno, personaje tras personaje, fueron entrando a mi oficina para
explicarme por qué debía considerarlos para el cargo. Muchos de ellos eran
de otras oficinas relacionadas que tenían cierta experiencia, asegurando que
darían lo mejor de sí para mantener en alto el nombre de la compañía como
si se tratara de un evento publicitario.
No tuve problema en escucharlos a todos. Muchos de ellos estaban
ausentándose de su oficio para estar ahí, mostrarme su rostro e intentar dar
una buena impresión.
Luego de los primeros seis, sentí que no iba a poder aguantar más.
—Carla ¿Cuántos faltan? dije luego de levantar el teléfono y marcar la
línea directa.
Carla vaciló un poco, susurrando una cuenta que no logré entender pero
que se demoró demasiado para mi gusto.
—Diez. exclamó Sí aseguró Unos diez, señorita María.
Pude escuchar como sonreía al otro lado de la línea, la imaginaba tan
inocente y adorable, con su cabello trenzado y su suéter tejido de ancianita.
No la había visto en todo el día, pero de seguro iba vestida así.
—¡¿Diez?! ¿Faltan diez personas? levanté le teléfono y vi la hora
ya van a ser las doce. No puedo atender a más personas vacilé Son
demasiadas, ¿por qué son tantas?
—Usted me dijo que lo hiciera
—Sí, pero no me refería a que buscaras a dieciséis personas para el
trabajo.
—Son los que quieren el puesto de gerente, los pasantes y los asistentes
que pidió que buscara.
—¡Son demasiados! No me negué, moviendo incluso la cabeza como
si ella pudiera verme no puedo esperar a almorzar.
—No son tantas personas así, señorita… aparte de que faltan los que le
dije que tenían una buena síntesis curricular y que podría agradarles, uno
incluso se graduó de la misma universidad que usted, otro parece haber
estado en puestos semejantes, uno de ellos incluso está interesado en el de
gerente escuché como su tono de voz había cambiado al sonreír . No
son muchos insistió.
Suspiré con fastidio.
—¿Y cuánto falta para que les toque a esos que acabas de decir?
pensé un poco es por orden ¿verdad?
—Sí, son casi los últimos, señorita.
—Haz pasar el primero, luego al otro y a los demás los dejamos para
mañana.
No esperaba que ninguno cumpliese con mis expectativas en ese
momento, así que los demás podían esperar.
—De acuerdo, ya lo hago pasar respondió y luego colgó la llamada.
Aparté el teléfono de mi rostro y me levanté para buscar un trago.
Nunca entendí por qué en las películas los dueños de las empresas tenían
mini bares en donde se veían frascos de vidrio con whiskey cuando se
supone que están en horario laboral y no se debe ingerir alcohol, pero yo
quería hacer lo mismo, así que mandé a instalar uno.
En lo que llegué a este, cogí un vaso, serví la bebida y le diluí un poco
de agua para que no fuera tan fuerte. En ese instante tocaron a la puerta,
interrumpiendo mi momento de paz antes de la siguiente entrevista. Me
asusté como si me hubieran descubierto haciendo algo malo, lo que me
agitó un poco.
—¿Quién? pregunté levantando la voz.
—Estoy aquí para la entrevista respondió una voz masculina gruesa y
fuerte.
—Pase dije, para luego pasar el trago que me acaba de servir de un
solo golpe, para evitar ser vista bebiendo.
El whiskey casi puro al que no estaba del todo acostumbrada, pasó por
mi garganta como si me hubiera tragado una bola de fuego; lo cual me
sacudió por unos segundos. Cerré mis ojos y me llevé la mano con la que
sostenía el vaso, al entrecejo y poder superar ese trago.
—Tome asiento, por favor, ya le atiendo.
—Está bien…
Aquella voz, ahora un poco más clara, me dejó un sabor amargo que fue
de la mano con el vaso que me acababa de tomar. Cuando habló del otro
lado de la puerta, se escuchaba como la de un hombre cualquiera, pero
ahora, dentro de mi oficina, parecía la de uno en especifico.
De inmediato me di la vuelta para poder evaluar la situación. No había
adivinado todavía de quien se trataba a pesar de que sí sabía que había
escuchado esa voz antes. Ahora era un poco más ronca y profunda, lo que
me hizo suponer que tal vez estaba equivocada. Me giré con los ojos
cerrados, aun soportando la horrible sensación de pasar aquel trago de
aquella forma.
En lo que los abrí, mis sospechas fueron respondidas, lo que me dejó
anonadada.
Allí estaba él, con una sonrisa agradable en el rostro que me llevó a
aquellos cuatro años de universidad casi de inmediato, como una patada en
el vientre o una bofetada luego de un momento de histeria.
—Hola dijo él, así no más.
3
Después de tanto tiempo
Durante un largo periodo de tiempo después de su partida, tardé
entender que el ser abandonada no era precisamente mi culpa (una tonta
idea que me atacó al verlo irse) sino un desagradable giro del destino, el
cual convirtió a los tragos amargos luego de cada llanto, las noches en vela
y todos esos días tratando de buscar un significado a la soledad, en tonterías
infantiles que dejaron de ser importantes incluso después de todos esos
meses en los que estuve convencida de que lo que había sucedido era
temporal y que en cualquier momento él iba a regresar, que yo lo recibiría
con los brazos abiertos y todo volvería a ser como antes.
Meses los cuales estuve esperando pacientemente, haciendo de la espera
una rutina que repetí por el tiempo suficiente como para hacerla parte de
mí, sin embargo, ese mismo sentimiento logró que me fuese acostumbrando
a la ausencia de mi amigo, (quien parecía haberse olvidado de mi), incluso
llegando a odiarlo por nunca haberse ido sin mi, hasta que comencé a sentir
que no podría enmendar nada, que no lo haría regresar y que debía
continuar con mi vida.
Me convencí de que no era importante, que debía comenzar a tener más
cosas de las cuales ocuparme por un tiempo, de colocar mi mente en otro
lugar para evitar pensar en él y en el hecho de que mis sentimientos nunca
fueron correspondidos, así que aprendí vivir sin él, a que en realidad nunca
necesité que me quisiera de la forma que yo esperaba que lo hiciese porque
él era un buen amigo y lo que sentía por Carlos no necesitaba ser
correspondido. Nuestra amistad sería algo que atesoraría y lo que realmente
sobreviviría la pasar de los años, no un sentimiento absurdo de amor
incondicional.
Pero parecía que los años habían pasado en vano.
Mientras lo veía sonreírme en la oficina, con su mirada, su postura
elegante, y con su rostro inconfundible, fue evocando todo mi pasado junto
con los sentimientos que había creído enterrados años atrás.
Si en algún momento me molesté con él por el hecho de que nunca más
me escribió, que nunca más usó su pagina de Facebook, o que no había
forma de encontrarlo en ninguna otra red social, justo en ese instante, se
sentía como si más nada importase porque un encuentro fue lo que por tanto
tiempo esperé luego de unos cortos meses de su partida. Era como si mis
resoluciones del pasado estuvieran haciéndose realidad recompensando mi
paciencia.
Yo juraba que lo había superado, pero el palpitar agitado de mi corazón,
el vació en mi abdomen y una repentina necesidad de acumular más aire,
me hicieron reconocer que definitivamente no era así.
Carlos estaba justo ahí, con su mentón cuadrado, su traje de negocios,
su postura de adulto responsable y educado, parado entre la puerta de mi
oficina y mi escritorio, sonriéndome como la vieja amiga que era. Parecía
tan irreal que por unos segundos creí que lo estaba imaginando, que todo
era efecto del trago que me había obligado a pasar segundos atrás.
—María… vaciló tiempo sin verte. Estiró un poco más sus labios.
—Carlos, tú… traté de poner mis ideas en orden. sí, demasiado
tiempo, diría yo.
En un encuentro diferente, tal vez con algún otro compañero del colegio
o de la universidad, me habría emocionado de otro modo; tal vez habría
respondido con una sonrisa, vociferando que era una agradable sorpresa y
correría a abrazarle para demostrar que me sentía emocionada por verle.
Pero, con él, olvidé por completo todo lo que sabía, hasta el punto en que
no tenía idea de cómo respirar.
—¿Cómo? comencé a balbucear ¿Cuándo? cerré los ojos y traté
de aclarar mis ideas.
—Vengo por la entrevista de trabajo respondió, encontrándole un
sentido a mis preguntas. y si te hace sentir mejor, tampoco me esperaba
encontrarte. Me enteré no hace poco de veinte minutos que eras la jefa.
A pesar de que lo intentaba, no podía concentrarme en sus palabras.
Comencé a fijarme en la forma en que sus labios se movían, en cómo su
cabello corto tenía ciertas canas que no recordaba, en el cuadrado de su
mentón juvenil, en sus grandes hombros y su cuerpo de atleta conversado
en azúcar.
Carlos había cambiado sólo un poco en estos años de ausencia,
notándose un poco mayor, pero no lo suficiente como para hacerme sentir
mal por estar enamorada de una momia. No tuve palabras para responderle,
así que le hice un gesto con la mano para que se sentara en el sofá a su
espalda (ese encuentro no podía ser llevado en un escritorio) para seguirlo y
hacer lo mismo.
Él respondió con una rápida mirada y se sentó.
—Yo… vacilé de nuevo no me esperaba que fueras tú. Esto es muy
extraño. Me senté de tal forma que pudiera quedar de frente a él.
—Lo sé, tampoco esperaba que mi primera entrevista de trabajo en este
país fuese en la empresa de la que eres jefa. Es de locos aseveró,
suspirando con completo desconcierto.
—Ni que lo diga. Cuando escuché tu voz creí que la conocía, pero no
esperé que se tratara de ti.
Lo miré fijamente a los ojos sin poder creer la naturaleza de nuestro
encuentro. Tenía tantas preguntas para hacerle, que supuse que no había
forma de hacerlas todas en tan poco tiempo. Hubo un silencio largo entre
nosotros que no quise interrumpir y que, por fortuna, él tampoco pareció
querer.
Nos miramos, escuchando el sonido de nuestra respiración como si se
tratara de una sinfonía, de una conversación ajena a nuestro encuentro
imprevisto, a nuestro común pasado. ¿Qué habría estado haciendo ahí? ¿Por
qué querría el trabajo? ¿Después de tanto tiempo, qué hace en el país?
¿desde cuando está aquí? Y muchas más preguntas se fueron formando en
mi cabeza mientras le sonreía, le miraba y le respiraba con cuidado en
frente. Las quería verbalizar, exteriorizarlas para que él las respondiera de
inmediato. Pero sabía que esas no eran las preguntas que realmente quería
hacer.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me escribiste o llamaste en todo este
tiempo? ¿Qué estuviste haciendo? ¿Para donde viajaste? Eran preguntas que
me había estado haciendo desde antes de ese encuentro, que se formularon
en mi cabeza minutos después de verlo partir sin despedirse para nunca más
volver.
Tal vez, no lo esperaba, pensé en ese entonces, puede que se haya
mudado por alguna urgencia y no quiere despedirse. Comencé a sentirme de
nuevo como una niña tonta que no podía lidiar con la verdad, ni los hechos
a los que había sido sometida. Su presencia hacía eso en mi.
Carlos me sonreía, tranquilo, como si estuviera feliz de ver por fin un
rostro conocido. Su expresión me hizo sentir estimada, de forma que
parecía que se trataba de alguna especie de milagro para él. ¿Cuáles serían
las preguntas que él querría hacerme a mi?
—No sé qué decir, Mari. Estoy desde hace rato intentando formular las
ideas en mi cabeza para venir y darte una explicación, contarte algún chiste,
hacerte alguna pregunta, pero levantó los hombros.
En su rostro se veía que estaba confundido, que en sus pensamientos
divagaba y no hallaba las palabras correctas para decirlas. El sentimiento
era mutuo.
—Nada parece prudente para este encuentro… añadió son tantas las
cosas que quiero decirte que siento que no tendríamos suficiente tiempo
para hablar al respecto.
Esa misma sensación que me preocupaba le estaba preocupando a él
también. El tiempo era un problema, necesitaríamos mucho tiempo juntos
para poder conversar al respecto y, puede que él lo haya pensado, o que
haya sido un elaborado plan para conseguir un buen empleo, pero, si en
alguien habría de confiar ciegamente, era en ese hombre que una vez me
dejó atrás. Sé que es tonto, aunque no veo otra forma de hacerlo.
—Lo mismo pienso… dije.
—¿Ves? Pero bueno, no importa. levantó su brazo para ver su reloj, el
cual continuaba colocándose en la mano derecha a pesar de no ser zurdo
ya va a ser las doce. levantó la mirada ¿a qué hora almuerzas?
Se puede decir que no pensé mucho al respecto y que me dejé llevar por
el calor del momento. No creo haber cometido error alguno, pero pienso
que la forma en que respondí me hizo parecer un poco desesperada.
—El puesto es tuyo dije sin preámbulos ni adornos.
No lo entreviste, no pregunté de qué era capaz, sólo me importaba que
se quedase en la compañía, que fuera capaz de tener el tiempo suficiente
para darme todas las excusas o explicaciones que se le pudieran ocurrir para
que lo perdonase, aunque con verlo ya lo había hecho.
—Oh gesticuló. Woah.
Y no sé si la respuesta que acompaño con esa sorpresa clavada en su
rostro, se debía a mi repentina decisión o a una actitud desesperada e
irresponsable al contratarlo de esa forma. Sí que no me importaba nada.
Luego de ese encuentro; si alguna vez en mi vida pensé que no tenía
control de nada, en ese momento lo demostré. La mujer confiada, orgullosa
y capaz que había forjado en mi a través de los años con una actitud que
me llevó a ser la cabeza de aquella compañía, se había escondido en un
rincón para darle paso a una chica enamorada, llena de ilusiones y
completamente olvidadiza.
Por algún motivo sentí que aquellos diez años (y un poco más) no
habían pasado en lo absoluto, que desde que se fue hasta ese momento,
que, al momento de irse, mi vida había entrado en modo de espera y ahora
había vuelto a tomar su curso.
Tal vez esa mujer que se despertaba todas las mañanas con una actitud
pesimista, incapaz de encender las luces y que desconocía todo de su
actualidad, era la verdadera yo, la chica que se quedó esperando a que el
amor de su vida regresara y se diera cuenta que estaba enamorada de él.
Estuvimos ahí por unos eternos veinte minutos, aunque no
conversamos de nosotros, como muchos han de creer. Durante ese tiempo
estuvimos en silencio, hasta que nos levantamos al rato de terminar de
hablar; yo le invité un poco de whiskey acercándome al mini bar y
levantándole el vaso para ver si quería.
El respondió con una sonrisa, acercándose e interrumpiéndome para
servirlas. Todo ello en completo silencio, utilizando sólo nuestros gestos
para comunicarnos. Tal vez era porque sentíamos que las palabras eran
innecesarias, o que necesitábamos algo para que nos alentara a decir lo que
fuera.
Esta vez bebí con cuidado, tomando pequeños sorbos para ir llenando
mi cabeza de ideas, para relajar mis músculos y mis sentimientos. No estoy
segura de lo que hace el licor con las personas además de embriagarlas,
pero en ese momento sentí que era una especie de revitalizador o liquido
mágico que me ayudaría a tener una conversación natural con mi amigo.
No nos vimos a los ojos mientras lo bebíamos; yo, mantuve mi mirada
fija en el suelo como cuando te despiertas en las mañanas y contemplas el
vacío, sin pensar, sin esperar ninguna respuesta del universo, sólo
contemplando y ya.
Él, se desabotonó el saco e introdujo su mano derecha en el bolsillo de
su pantalón para ver a través de la ventana de mi oficina que daba a una
agradable vista de la ciudad. Todo eso sucedió en un plazo de cinco
minutos, sin contar los otros cinco que estuvimos en silencio sentados en el
sofá.
Se podría decir que fue un encuentro patético de dos personas que no
se habían visto en mucho tiempo, y estoy segura de que lo fue. Así que,
tomando aire, me llené de fuerzas para hablar.
—¿Por qué estás buscando trabajo? fue la primera pregunta que pude
sacar de mi cabeza.
¿Por qué no me escribirse? ¿Qué estuviste haciendo durante todo este
tiempo? Todas preguntas importantes pero que se quedaron ahogadas en mi
garganta al momento de querer decirlas porque pensé que sería inapropiado
empezar una conversación con ello. Lo que quería era crear una atmosfera
agradable.
—Bueno tomó otro sorbo de su bebida y la tragó con cuidado me
mudé sin nada para aquí, así que necesito el dinero para sobrevivir dijo,
fijando su mirada en mi como si se tratase de algo muy normal.
—Sin nada ¿eh? señalé, apartando la vista para volver a fijarme en el
suelo eso si que es extraño. vacilé Por algún motivo estuve
esperando que me dijeras que habías vuelto por algo más importante
agregué, fijándome de nuevo en él. Es decir, no cualquiera se va por
tantos años y regresa así no más, sin nada comencé a sentir que mis
palabras estaban siendo agresivas.
—Sí, sé que no tiene sentido vaciló, tragando saliva y luego
suspirando pero, te doy mi palabra de que no es nada importante.
Su rostro me decía otra cosa. No tenía idea de a qué se refería o si era
importante o no, pero se notaba un poco devastado, tal vez por el golpe de
nuestro encuentro o cualquier otra cosa que la verdad desconozco.
—¿No quieres hablar de ello? pregunté, de manera atenta.
Pero para ser honesta, no pensé mucho al respecto. Me conformé con su
respuesta.
—La verdad no, ya te dije, no es muy importante levantó su vaso
como si estuviese haciendo un brindis nada del otro mundo embozó
una sonrisa. Además, creo que tenemos otras mejores cosas para hablar.
¿No lo crees?
—Ciertamente.
Los veinte minutos de conversación vacía se fueron en aquel lugar que
no se prestaba para nuestro encuentro. No perdí mucho tiempo en pedirle
que me acompañase a almorzar, para poder tener un ambiente más tranquilo
y natural en el cual hablar.
—¿No quieres comer? le pregunté Podemos comer si quieres. Y ya
es hora de que almuerce, y creo que sería bueno que me acompañaras le
hablaba como una niña nerviosa que no sabía como actuar.
—Sería estupendo, no podría negarme, aunque quisiera. No puedo
decirle no a la jefa bromeo.
Había olvidado que le di el trabajo.
—Cierto, eres mi empleado ahora lo que me recordó algo debo
decirle a Carla que me prepare el contrato entonces.
Me dirigí rápidamente al escritorio, dejé mi vaso a un lado y levanté el
teléfono, para luego marcar la línea directa con Carla.
—Carla, dile a los demás que les agradezco que hayan venido, que no
continuaré con las entrevistas, y por favor manda a prepara con la abogada
el contrato para el señor Carlos por el puesto de Daniel, por favor. Le
miré y él me sonrió mientras tomaba su ultimo sorbo de whiskey
—¿Se lo digo a todos?
—Sí, a todos. A los pasantes diles que los veré mañana.
Me fui perdiendo en la conversación, olvidando que Carlos estaba ahí.
—Son sólo tres… aseguró Carla.
—Sí, sí, no importa, diles que los veré mañana, probablemente los deje
quedarse. No importa.
—¿Segura?
—Sí, estoy segura. Diles eso y ya, no te compliques tanto.
—Está bien. Ya les digo.
—Y por favor, ten rápido el contrato.
—Sí, lo tendré listo en una hora. hizo una pausa ¿Algo más?
—Sí, por favor busca disponibilidad en alguno de los restaurantes en los
que suelo almorzar. Pregunta si hay mesa para dos.
—De acuerdo, señorita. Ya lo hago.
—Vale, sonreí gracias, querida..
—A la orden, señorita. Dijo con su tono de voz adorable que me hacía
querer estrujarle los cachetes.
Bajé el teléfono y cogí de nuevo mi vaso.
—Bueno, está listo entonces. Cuando lleguemos tendrás tu contrato y
serás oficialmente empleado de la compañía. me acerqué a él extendiendo
mi mano para estrechar la suya.
El la cogió, apretándola con delicadeza.
—Bienvenido a bordo, señor Carlos dije con una sonrisa llena de
complicidad, disfrutando el momento y el extraño giro de eventos que nos
llevó a reencontrarnos.
—Muchas gracias, señorita María, le prometo que daré lo mejor de mi.
Hubo una pausa, aun no apartábamos las manos, las cuales
continuábamos estrechando y moviendo de arriba abajo cerrando el trato.
—Por cierto agregó ¿de qué puesto estamos hablando?
Había asumido que él era quien estaba interesado en el puesto de
gerente, por lo que supuse que estaba al tanto de cual trabajo le había
ofrecido.
—¿Seré tu nuevo asistente? continuó.
Dejé escapar un suspiro, acompañándolo con una sonrisa penosa,
avergonzada de lo tonta que fui al ofrecerle un puesto del cual ni siquiera
sabía.
—El de gerente de operaciones. Serías el jefe de un departamento
completo.
—Vaya, y yo que creía que iba a entrar como asistente de alguien dijo,
riéndose por la forma en que todo sucedió. Realmente no me lo esperaba.
—Sí, debí habértelo dicho, creí que por eso habías traído tu síntesis.
—Ja, ni siquiera sabía que había una vacante para ese puesto.
Hubo una sutil carcajada entre los dos.
—Bueno, ahora eres el gerente. No sé que has hecho todos estos años,
pero pienso que estas más que preparado para el puesto.
—No te defraudaré.
—Eso espero le dije, segura de que no me refería al trabajo.
4
Cambio de ambiente

Durante mi juventud, esa que compartí con Carlos, descubrí que no


había limite entre nosotros ni en nuestra intimidad, lo que me hacía
sentirme extrañamente cómoda a su lado. Nunca me sentí apenada por
compartir el baño con él, ni él al hacerlo. Éramos una pareja extraña de
amigos que se relacionaban como hermanos, como conocidos de toda la
vida a pesar de que nuestra amistad sólo duró cuatro años.
Con él compartí todos los detalles habidos y por haber de mi vida
porque él hacía lo mismo. Hablaba acerca de su intimidad conmigo,
contándome cual chica le gusta (incluso le ayude a conquistar a unas
cuantas), lo que hacía en la cama, las cosas que le gustaban.
Siempre me contaba sobre sus amores de una noche y yo hacía lo
posible para no llenarme de celos al escuchar que alguna otra mujer había
tocado sus labios, besado su cuerpo, acariciado su sexo o hacerlo
completamente suyo.
Eran impresiones que me atormentaban de vez en cuando, una que otra
ocasión y que poco a poco fui reprimiendo para no sentirme como una
estúpida por creer que él no podía hacer ese tipo de cosas. Por su parte, él se
mostraba distante, haciéndome ver que nunca iba a sentir algo por mi,
obligándome a creer que yo era la del problema.
Durante muchos años me costó tener confianza en mi misma a causa de
lo que él había hecho conmigo. Pero eso es lo que menos importa ahora,
más de diez años después no hay nada que me obligue a pensar en ello, y
para ser honesta, en ese momento no había nada de eso en mi cabeza.
Los platos ya habían llegado a la mesa, teníamos varias copas en
nuestro organismo y ni una sólo pizca de inseguridad que nos privara de
entablar una buena conversación sin evocar nada que nos llevase de mala
manera al pasado.
—Así que cuando te fuiste, creí que ibas a volver. No esperaba que
fueras a quedarte tanto tiempo y mucho menos, sin llegar a contactarte
conmigo continué mi idea, hablando con total naturalidad, y haciéndolo
parecer poca cosa.
Cogí la servilleta y la extendí sobre mi pierna.
—Sí… no es como que hubiera tenido otra opción. Al principio quise
hacerlo, pero la idea era no volver ¿me entiendes?
Carlos hizo lo mismo con la suya, actuando como todo un caballero, al
igual que yo, como toda una dama.
—Sí, ya me lo dijiste… me resigné pero no me gustó que fueras
capaz de marcharte sin decirme nada, sin siquiera despedirte. Me hizo sentir
mal.
—Lo sé. Pero no esperaba que fueras a sentirte mal porque me hubiera
ido o algo así. Estaba seguro que si no te explicaba nada pensarías que
tendría algún motivo…
—Vamos, pudiste haberlo dicho de todos modos.
—Quería decírtelo, en serio, pero tenía que aceptar es oferta; era
demasiado buena para dejarla pasar. Me ofrecían alojamiento siempre y
cuando me mantuviese solo ¿sabes? No era como que pudiera invitar a mi
mejor amiga a que se fuera, de hecho, intimar con otras mujeres se hizo
bastante complicado por un tiempo.
—Lo sé, no es como que a cualquiera nos ofrezcan eso, pero, digo que
pudiste haberme por lo menos dicho para donde irías.
Aparté los vegetales que hacían altura a mi plato y los coloqué a un lado
del bistec que había pedido.
—Lo sé, es que pensé que, si no lo hacía, no tendría una excusa para
mirar atrás.
—¿intimaste con muchas? pregunté, un tanto celosa.
—Un poco se llevó un bocado a la boca como si no fuera muy
importante el haberse acostado con otras mujeres.
No lo era, sólo me hacía sentir de nuevo como esa niña que le
preocupaba que su mejor amigo, y amor de su vida, estuviese acostándose
con otras chicas del campus y no con ella.
—Supongo que tú también has estado teniendo una vida activa
agregó.
—Este, sí… más o menos. mentí.
Bajé la mirada a mi plato y corté el trozo de bistec que había ordenado.
Me sentía derrotada, encogida por completo por los hechos que me acaba de
narrar mi amigo (nada relevante hasta los momentos). Pero me di una
bofetada imaginaria, exigiéndome que reaccionara, que recordase que era
una mujer fuerte que había superado hace años aquella tontería de ser la
enamorada de Carlos.
—Pero bueno levanté la mirada, con una nueva resolución del
asunto eso no importa. Ya quedó en el pasado mentí de nuevo ahora
estás aquí y agradezco profundamente a lo que te hizo volver aseveré.
Carlos sonrió, forzando sus labios y mirando al vacío, perdiéndose por
unos segundos en sus propios pensamientos, alejándose de aquella mesa,
evadiendo a los demás comensales, la comida, la música de ambiente y a
mi. En aquel momento no le di mucha importancia a eso.
Al verlo inmóvil, sereno, incorruptible hasta tal punto en que parecía
que mis palabras no fueran pronunciadas y mi presencia no existiese para
él, dejé que las cosas fluyeran ignorando que él estaba afectado por algo.
No me importaba porque estaba alegre de verlo por fin, de estar a su lado,
compartiendo una comida caliente y agradable con alguien a quien esperé
casi toda mi vida adulta sin saberlo realmente.
—De todos modos, me mata la curiosidad dije, interrumpiéndolo
no me has dicho en dónde estuviste me acomodé en la silla, acercándola
más a la mesa, con una sonrisa en el rostro pensando que todo marchaba de
maravilla ¿qué estuviste haciendo? ¿cómo es la vida afuera?
Carlos regresó de su viaje mental, pestañando rápidamente para lubricar
sus ojos, como si necesitara reaccionar y entrar de nuevo en el restaurante.
—Trabajar dijo sin pensarlo trabajar hasta que no pude más, hasta
que las cosas no fueron igual que antes y me marché para darle otro cambio
a mi vida.
Sus palabras tenían cierta connotación profunda, algo que me hizo
pensar que guardaba una historia interesante, divertida, llena de
emocionantes anécdotas y cosas envidiables.
Él siempre tuvo suerte con las aventuras, con las cosas que pecaban mi
interés; si no era algo que leía, veía o hacía, eran sus gustos, su forma de
vivir la vida, sus pensamientos y las cosa que era capaz de hacer. Carlos
siempre fue el tipo de hombre que me hacía sentir interesada con tan solo
respirar en frente.
Cuando se fue, no pude experimentar esa misma sensación con nadie
más en mucho tiempo, pero ahora que se encuentra aquí, siento como si
hubiera encontrado la pieza que me hacía falta.
—Suena como una historia la cual quiero escucharte contar dije,
inocentemente entusiasmada.
—No negó, de inmediato no quieres aseveró no es tan buena,
no vale la pena pensar en eso.
Se introdujo otro bocado y luego lo pasó con un poco de agua, como si
estuviese buscando a ocupar su boca para no hablar. Yo no vi motivo alguno
para no decirla ni para que lo hiciera, así que lo dejé pasar.
—Si tu lo dices dije levantando los hombros quitándole importancia al
asunto, para luego sonreír no creo que me estés mintiendo.
—No lo hago afirmó mientras colocaba parte de su carne de cordero
en el tenedor para luego pasarla sobre la salsa en el plato.
Se detuvo para masticar.
—¿Y tú? agregó Te preguntaría cómo te ha ido pero por lo que veo,
ha sido bastante bien me recorrió de arriba abajo con su mirada hasta
donde la mesa le permitía parece que ayer a penas eras una jovencita
universitaria; ahora eres toda una mujer.
—¿Me estás diciendo vieja? vociferé suena como que me estás
diciendo vieja e intentas convertirlo en un cumplido barato.
—Jajá soltó una larga carcajada nunca, no te he dicho vieja, solo
digo que parece que apenas ayer te hubieras graduado y ahora ya eres la
directora ejecutiva de una prestigiosa empresa.
—Sí, sí… enamórame con tus eufemismos baratos. Sabes que me dijiste
viejas dejé caer mis manos sobre la mesa pero ¿sabes qué? Tú eres un
viejo. Tienes cuarenta y cinco años y, y… divagué tienes cuarenta. No
puedes insinuarme nada.
—Jajá mantuvo su carcajada por unos segundos no seas así, es en
serio. Me siento orgulloso de ti. Has logrado de todo, de eso estoy seguro.
—¿Qué me dices de ti? Para este entonces ya debías ser el dueño de tu
propia compañía.
Podría jurar que vi que su sonrisa estuvo a punto de borrarse por unos
segundos.
—Bueno, había sido el director de una pero las cosas se complicaron y
tuve que dejarlo pasar ¿me entiendes?
—La verdad, no mucho. Dije con soberbia.
—Claro, porque tu si lograste mantener tu carrera como directora de
una compañía me reí en su cara Muy gracioso. Sí, sí, ríete. Vamos
dijo mientras me veía ser consumida por mi carcajada. Pero bueno
dijo en lo que termine de reírme sin cosas sin importancia, no te
preocupes.
Comenzaba a sentir que algo no marchaba como debería estarlo
haciendo, como se supone que un encuentro amistoso debería de ser. Me
estaba preocupando por la forma en que mantenía detalles importantes de su
vida en secreto, siempre con un tono misterioso, desviando la atención del
tema.
Tenía que conocer su secreto, pero no sabía cómo abordarlo sin que me
hiciera parecer una entrometida. De algo sí estoy segura, que su vida no era
de mi incumbencia, a pesar de que me moría por conocer al respecto.
En ese momento no tenía idea de si se trataba de un tema delicado o
cualquier otra cosa, lo primero que se me cruzó por la mente era que podría
ser que lo despidieron, que lo sustituyó alguien más joven, que lo
descubrieron teniendo un amorío con alguna de las secretarías y por eso
tuvo que abandonar la compañía. Todo era posible y de seguro estaba
avergonzado por lo que sucedió y por eso lo mantenía en secreto.
Por eso lo tomé a la ligera; estaba segura que no podía haber secreto
entre nosotros ya que eso no iba con nuestra amistad, no con esa que no
había muerto con el pasar de los años.
Quería saberlo todo, reírme con él mientras me contaba las cosas tontas
que hizo que lo obligaron a devolverse, que hicieron que dejara todo lo que
había creado por tantos años. Carlos era un hombre animado, temerario,
valiente, aventurero, seguro había hecho alguna de esas cosas.
Estoy segura de que había exteriorizado mi curiosidad con alguno de mi
gesto a pesar de no haberlo dicho realmente, y lo sé porque al levantar mi
mirada y encontrarme con la de Carlos, pude notar que su semblante había
cambiado, como si aun evitando decirlo, me estuviese reclamando por
insistir al respecto, incluso sin ser directa.
En su rostro se podía leer muy claro: «en serio me vas a obligar a
decirte?», cosa que preferí no responder para dejar de ser tan molesta. O tal
vez sólo era mi impresión, que tal vez no habría leído entre líneas y no se
hubiera dado cuenta de lo que estaba queriendo decirle en realidad.
—Te dije que no es tan importante dijo con un tono de voz grueso e
intimidante a pesar de tener una sonrisa dibujada que sólo fueron unos
problemas insignificantes.
—Oh… vamos insistí estamos hablando de algo que te hizo
regresar al lugar que dejaste hace mucho tiempo sin mirar atrás, de seguro
si es importante.
En ese momento, Carlos me miró con frialdad; una mirada que no había
querido encontrarme en años. Era intimidante, espesa, penetrante. Sus ojos
lo decían todo así que no tuvo que cambiar la expresión de su rostro ni
borrar su sonrisa.
Él tenía esa peculiar habilidad de demostrarle a las personas que las
odiaba tan solo con verlas, hacerlas correr; incluso, una vez hizo que un
perro se alejara chillando tan solo con mirarle fijamente. Yo entendía ese
sentimiento, lo había vivido, lo estaba viviendo en ese momento.
Tomé un sorbo del vino que había en mi copa, tragándolo como si se
tratase de kerosene, buscando las fuerzas que me daba el licor para afrontar
los problemas, apartando mi mirada de la de Carlos, quien había dejado en
claro que no quería hablar del tema. No quise sacarle más cuerda al asunto,
así que dejé que muriese ahí, hacer como si eso nunca hubiera pasado para
tener una velada agradable.
—Está bien dije luego de tragar un gran sorbo de vino hablemos el
ahora. embocé una sonrisa, para luego levantar la copa para que el mesero
me viese y volviese a servirme. ¿En donde te estás quedando?
—Me estoy alojando en un hotel no muy lejos de aquí ya había
borrado esa mirada intimidante de sus ojos. Se fijó en su plato Es
acogedor, y realmente económico señaló lo que es realmente
importante, debido a que no tengo mucho para pagar dejó escapar una risa
sin sustancia, sabiendo que era gracioso pero no tanto.
—¿Acogedor? ¿con quien te estás quedando?
—Solo. Es una habitación con un baño, una cama y un televisor. Por los
momentos estoy bien. ¿Y tú? ¿Algún esposo? ¿Vives con tu pareja?
Dejé escapar una risa irónica.
—¿Pareja? No, para nada.
—¿Estás viviendo con tu esposo entonces?
Por algún motivo se sintió más ofensivo que decir que era vieja. Tal vez
era porque me consideraba un alma joven que no tenía ninguna atadura, que
no pensaba que debería casarse para ser feliz, para tenerlo todo.
Por un lado, puede que haya sido eso, por el otro, me ofendió suponer
que él aun no se había dado cuenta (ni siquiera habiendo hecho memoria de
nuestro pasado, ver las cosas en retrospectiva) que yo estaba enamorada de
él y que de alguna forma me estaba conservando para cuando él me notase.
No era cuestión de ser virgen, de nunca haber tenido una relación o
pensado que podría casarme con alguien, sino con respecto a amar a otra
persona. Puede que él aun no lo supiera, pero, estaba segura que las cosa
que me había motivado a seguir viviendo eran en parte la idea de que él
podría volver en cualquier momento. Algo absurdo e infantil con lo que viví
por mucho tiempo.
Y luego de encontrarnos tras tantos años sin vernos, las cosas son
habían cambiado, porque demostramos que no habíamos dejado de ser los
mismos que recordábamos y eso, de alguna forma, me hacía sentir feliz.
Carlos comenzó a trabajar a mi lado como le gerente de operaciones que
necesitaba, que quería, haciendo el trabajo más llevadero, motivándome aún
más a abrir la oficina temprano, a despertarme con una sonrisa y a dejar de
lado a esa chica pesimista que no desaparecía hasta que me servía la taza de
café.
Luego de ese almuerzo, en donde conversamos acera de lo que
habíamos hecho en el pasado, en ese tiempo en el que no tuvimos noticias
del otro, pero no lo suficiente como para tener muchos detalles al respecto.
Carlos había demostrado no querer hablar de un tiempo en que no
compartimos nuestras vidas como los grandes amigos que sabíamos que
éramos porque suponía que ese tiempo no había existido.
Por mi parte, no entendía por qué su necedad de olvidarlo todo, pero no
le di importancia porque estaba conforme con su presencia, porque había
obtenido lo que una vez quise de joven y que, a pesar de haber llegado un
poco tarde, sentía que aun estaba a tiempo. A tiempo de poder darme la
oportunidad de decirle que le quería, que estaba loca por él y que todo lo
que había sentido en mi vida sólo tenía su nombre.
Claro, las cosas eran diferentes, ya no pensaba en él de la misma forma,
ya no lo veía como un hombre perfecto. Puede ser que parte de ese afecto si
se hubiera desvanecido en el pasado porque de alguna forma y otra era
diferente, tal vez, sólo tal vez, necesitaba verlo para superarlo o me faltaba
algo para terminar de desbloquear todo ese amor que una vez sentí.
En el trabajo nuestras vidas se hicieron más amenas. Yo llegaba todos
los días a las seis y media de la mañana para encontrarme con que Carlos ya
estaba estacionando su nuevo coche en el puesto al lado del mío.
Su puntualidad era impecable a comparación con la mía que fluctuaba
de entre cinco a diez minutos todos los días. Me gustaba verlo de esa forma,
encontrármelo con un horario tan establecido que me parecía que si no lo
hacía mi día no comenzaba.
En lo que nos veíamos, nos recibíamos con un «muy buenos días» que
comenzaba nuestro día; un saludo cordial acompañado de un beso en la
mejilla, una caminata hasta el ascensor en donde compartíamos el viaje
hasta el piso 22 y una conversación amistosa, bromeando en el camino
hasta la puerta de la oficina en donde yo la abría y él marcaba su llegada
como todo empleado responsable.
Caminábamos hasta nuestros respectivos escritorios en donde
acomodábamos las cosas que haríamos durante nuestra jornada laboral para
luego quedar de acuerdo en qué lugar desayunaríamos.
Salíamos y compartíamos un desayuno como dos grandes compañeros
de trabajo, amigos de toda la vida, como jefa y empleado. Luego de ello,
luego de terminar de comer, regresábamos al trabajo para ejercer nuestra
posición al firmar papeles, revisar cuentas, despedir o contratar personas.
Era un flujo interminable de oficio que siempre conseguía la manera de
distraernos el uno del otro, hasta la hora en que nos tocaba almorzar, la cual
teníamos pautada como una reunión de negocios.
Y, de la misma forma en que dividíamos nuestras mañanas, lo hacíamos
en la tarde hasta salir del trabajo. Una que otra vez nos regalábamos una
noche de copas en algún bar cercano en donde disfrutábamos por varias
horas y luego nos íbamos a nuestras respectivas casas para repetir parte de
todo ello al día siguiente.
De esa forma se mantuvo nuestra rutina por el tiempo que se necesita
para decir que nos acostumbramos a estar en plena armonía, que
disfrutamos el uno del otro tanto como pudimos, y lo disfruté hasta que
aquello que trataba de ocultarme era inminente y apareció cuando menos
me lo esperaba.
5
Relatos del pasado

Carlos De Sousa dejó su pasado para aventurarse a una nueva vida en el


extranjero. Días antes de su graduación, luego de haberse postulado en una
pagina de empleos en la ciudad del sol naciente, recibió una noticia que le
cambiaría la vida. La nota de su correo decía en ingles «Felicidades señor
Carlos, ha logrado participar en el programa de reclutamiento de nuestra
empresa.
Estamos entusiasmados en anunciarle que puede presentarse en
cualquier momento en nuestras oficinas ubicadas en: Japón, Tokio, para que
pueda pasar a la siguiente etapa de su contrato». Aquella premisa le
emocionó de inmediato, suponiendo que podría disfrutar de una vida de
lujos si trabajaba en el exterior, se hacía con la experiencia necesaria,
regresaba a su hogar y ejercer tales conocimientos.
Pero las cosas se fueron complicando cuando se le explicó por una
llamada que la única condición que le daban para que disfrutara de un buen
puesto, era que se fuera de inmediato a pesar de haberle dicho en el correo
que se presentara cuando quisiera.
Aquel cambio de eventos le privó de la posibilidad de presentarse en su
acto de graduación universitario, marchándose de sin tener la oportunidad
de decírselo a nadie, aunque lo hizo así para excusarse y no tener motivos
para ver atrás.
Pudo haberle dicho a su amiga María que estaba tomando un importante
trabajo en un lugar desconocido en donde le pedían que se fuera solo y de
inmediato, explicarle que debía dedicar su vida al trabajo, a la
responsabilidad si quería llegar a ser alguien en la vida, aunque no lo hizo.
Decidió que ello significaría un retroceso en su decisión, que ella lo
persuadiría de no marcharse porque solía hacer eso con él, demostrarle que
la vida podía ofrecerte la misma cantidad de oportunidades en donde fuera
que estuvieses si te dedicabas a buscarlas.
Él estaba al tanto de todo ello, pero no halló una razón lo
suficientemente pesara como para justificar hacerlo; así que se marchó sin
mirar atrás, sin dejar una nota o pensar siquiera que su partida sería
importante para otros, de tal forma, cogió su titulo universitario antes del
acto de graduación, su computador, unas cuantas prendas y lo metió todo en
su maleta, partiendo al futuro prometedor que se había imaginado al
postularse en una prestigiosa empresa japonesa.
Carlos contó con el apoyo de sus padres, quienes fueron los únicos en
tener una mínima cantidad de información al respecto, por muy a pesar de
que no querían que su único hijo se marchase, tal vez, para siempre.
—¿Estás seguro que te quieres ir? dijo su madre antes de que
abordase el avión.
Carlos miró a su madre, totalmente privada del llanto, observarlo con la
intención de convencerlo que de que no sería buena idea dejar a una mujer
indefensa al cuidado de un viejo que no le podía dar el trato adecuado.
—Claro que estoy seguro, mamá le dijo ya te dije que simplemente
no puedo ignorar esta oferta. Es lo mejor que me ha pasado en toda la vida.
Su madre le miró, aun presa del llanto, cómo su sonrisa alegaba ser
causada por una felicidad que nunca podría ofrecerle estando en casa.
Estaba segura que definitivamente era una gran oportunidad, pero no que
fuera necesario que se marchara por tanto tiempo. Sabía que era vieja y que
en cualquier momento la muerte se presentaría en su casa para llevársela a
ella y a su marido.
—Mariana, ya deja al chico. Dijo su padre Ha tomado una decisión
se acercó a su hijo y le puso la mano en el hombre deberías estar
orgullosa de él. Es un adulto ahora.
Su padre sentía el mismo pesar que su esposa, suponiendo que no
volvería a saber más nada de su pequeño, lo que significaba que deberían
aprender a vivir con una casa que se sintiera vacía.
Pero estaba seguro, no, sabía que aquello era lo mejor que podía hacer:
dejarlo ir para que cumpliera sus sueños, para que viviera la vida a su
manera ¿y si se llegaba a caer? ¿Y si lo perdía todo? sería aquello que el
eligió y conseguiría la forma de aprender de ello.
—No mires atrás, hijo, confío en que tienes un gran futuro por delante.
No dejes que nadie te diga lo contrario aseguró su padre.
Carlos estaba aguantando las ganas de llorar, tratando de que las
lagrimas que querían escapársele de los ojos no se escurrieran por su rostro
haciéndolo sentir incapaz, demostrando debilidad. Su deseo era demostrar
que no iba a doblegarse, que no permitiría que nada arruinara aquello que
por tanto tiempo había querido: una oportunidad tan grande como esa.
Estaba seguro que la vida le estaba sonriendo, que las cosas estaban
saliendo como debían y que no importaban los sacrificios que debía hacer,
no perdería el boleto a aquel viaje ni el vistazo al futuro.
—Gracias papá.
—Y no se te ocurra regresarte sin haber ocupado un puesto importante
manifestó su padre no quiero que lo hagas y me digas que no lograste
todo porque te rendiste. lo cogió por el otro hombro con la mano que tenía
libre y lo sacudió un poco No vayas a rendirte, Carlos. La vida es
horrible afuera, ser extranjero es lo peor que te puede suceder en una tierra
ajena a la tuya. Tendrás problemas, todo se te hará difícil, no podrás
expresar tu opinión libremente y a donde vayas siempre te reconocerán
como aquel que no es de ahí.
Carlos miró a su padre sorprendido, indeciso en qué decir o qué hacer
primero. No se lo esperaba para nada, tomando en cuenta que el hombre
que lo había criado era una persona llena de entereza y plenitud.
—No lo olvides agregó no lo vayas a olvidar y, más que todo, no te
rindas, mi hijo. No lo hagas.
Carlos trató de responderle.
—¿Me entendiste? exclamó su padre.
—Sí dijo vacilante.
—¿En serio?
—Sí, papá, si te entendí. respondió con seguridad.
—Bien.
Lo soltó, le dio un abrazo y un beso en la mejilla.
—Tu eres mi hijo y mi orgullo le dijo mientras le abrazaba Todo lo
que tu quieres es lo que yo quiero para ti, nunca lo olvides.
Carlos aun trataba de no sucumbir en el llanto como su madre, quien se
encontraba a un paso detrás de su esposo observando como los dos hombres
de su vida estaban conversando como adultos, como padre e hijo, como dos
amigos.
Al poco tiempo se separaron, dándole un ultimo respiro al presente, al
tanto de que pronto todo ello sólo sería una huella en su memoria que
recordarían para siempre. El hijo estaba convencido de que sus padres
estaban orgullosos y él también lo estaba, lo sabía porque su sentido común
le indicaba eso, porque su forma optimista de ver la vida prometía, incluso
en lo más mínimo, una gran aventura.
Abordó aquel avión, sin mirar atrás, sin prestarle atención a las posibles
fallas de su plan de toda la vida: conseguir un trabajo importante, conocer al
amor de su vida y casarse. Era algo sencillo, no tenía tiempo para
distracciones y estaba seguro que conseguiría todo en el lugar al que se
dirigía.
Mientras veía por la ventanilla del puesto de la persona a su derecha,
comenzó a sentir la necesidad de añorar las cosas que estaba dejando atrás:
amistad, familia, una oportunidad en su propia nación y la comodidad que
le podían conferir sus padres.
Todo para aventurarse a un cambio rotundo que procuraba misterio para
él. Estaba inseguro de si podría lograrlo y salir victorioso de aquello. Pero,
hizo lo que pudo para mantenerse calmado. Durante el viaje se mantuvo
optimista, esperando, no sólo que le destino fuera justo con él, sino que
nunca fueran a fallarle.
Y su vida resultaba genérica, insignificante. El nuevo mundo no sólo era
diferente con respecto a lo que estaba acostumbrado, sino que le obligó a
adaptarse a él.
Las costumbres, la economía, la forma en que se realizaban los trabajos
y el ritmo tan agotador que llevaba; el nivel de responsabilidad y la calidad
humana. No eran cosas que le hicieran pensar que estaba viviendo en un
lugar desagradable, al contrario, se las arregló para enamorarse de su nuevo
hogar.
Y la vida en sí dejó de parecerle diferente. Las personas nunca dejaban
de tratarlo por lo que era ni por dónde venía, pero siempre lo respetaron o
nunca se quejaron de él directamente.
Aprendió a hablar el idioma al tiempo de llegar, perfeccionando su
dialecto y la forma en que se comunicaba con los demás. Comenzó a
acostumbrarse al ritmo de vida, a las tradiciones, y a la cultura que la
mantenía en el radar. Estudió su gastronomía y la degustó, amando cada
platillo hasta defenderlo. Carlos sabía que debía abrazarlo todo porque todo
era desconocido para él.
El ritmo del trabajo comenzó a ser menos exigente porque se fue
acostumbrando al estilo de vida de los japoneses profesionales. No se podía
quejar por la paga así que le tocaba aceptar todos los reveses que eso le
suponía.
Casi no tenía tiempo libre porque al ser extranjero debía esforzarse más
para ser tomado en cuenta en una sociedad en dónde sólo prosperaba quien
hubiese nacido allí. Eso le fue costando viajes, encuentros con su familia y
demás, reduciéndolo todo a sencillas llamadas de Skype para estar al día.
A pesar de eso, no sentía que fuera del todo malo estar en aquel nuevo
mundo rehaciendo su vida porque había sido algo que eligió como un
adulto; su primera y más grande decisión. El pasar del tiempo fue
recompensándole con resultados positivos.
Sus vecinos aprendieron a reconocerlo como el hombre agradable que
era, hizo amigos y conoció personas que hicieron su estadía más llevadera.
Hasta que, a los años, el destino le jugó su primera mala pasada. Habían
pasado cinco desde que su vida cogió el rumbo apropiado, pero el
infortunio le encontró en su lista.
Todo llegó como una vídeo-llamada a larga distancia con un propósito
puntual. Su madre no tuvo otra opción más que decirle luego de la trágica
noticia.
—¿Desde cuando papá está así? preguntó Carlos.
—Tiene tiempo, hijo. Creo que después que te fuiste le pegó la tristeza.
—¿Por qué nunca me lo dijeron? ¿Qué estaban esperando? ¿Qué se
muriera y yo no me enterase?
—Porque no queríamos que te preocuparas, mi hijo; siempre tan
ocupado se lamentó su madre Te digo porque no se qué hacer, tu padre
dice que no pero quiere verte.
—Mamá dijo Carlos Dónde está papá. Quiero hablar con él.
—Está con el doctor, no me dejan estar con él mientras le hacen las
evaluaciones.
Sabía que no había forma en que pudiera ausentarse ni un solo día la
trabajo. A ese punto de su historia, se encontraba en la línea entre un puesto
increíble en la empresa y un despido. Faltar era inaceptable. La noticia
acerca de la salud de su padre le afectó lo suficiente como para reconsiderar
sus necesidades, como para pensar que podría abandonarlo todo, regresar y
estar con su padre en sus últimos momentos.
—Voy a tomar un vuelo para allá, no puedo dejar que padre esté así y yo
no pueda acompañarlo.
—¡No! Mi vida, no vengas, tu papá no quiere ser una carga.
—No mamá, no quiero que papá esté solo.
—No lo estará, estará conmigo, no te preocupes.
—Mamá, vamos.
Carlos continuaba insistiendo, su madre, su madre le veía con aflicción,
mientras el intentaba buscar una solución para el problema. No se había
preparado para eso, para la noticia de que su padre podría morir en
cualquier momento y él no podría estar con él.
—Hijo, me tengo que ir anunció su madre, volteándose para ver que
su esposo estaba llegando en la camilla.
—¿Ese es papá? preguntó al verlo ¡Papá! gritó para que él
pudiera escucharle.
Las personas en la oficina se giraron para ver quien había gritado. Todos
reconocían el español de su compañero de trabajo, así que no dudaron en
buscarlo rápidamente hasta encontrarlo para fijar sus miradas en él, sin
embargo, Carlos no estaba prestándole atención a ellos, no les importaba.
—Adiós, mi hijo, te quiero…
—Mamá, espera. Pásame a papá, quiero hablar con él.
Su madre lo miró a los ojos, sin enfocarse a la cámara frontal de su
móvil, debatiéndose a cuál deseo obedecer ¿al de su hijo, que quiere ver a
su padre antes de que parta? ¿O al de su esposo, que no quiere que su hijo le
vea moribundo?
Desde la camilla, que le estaba trasladando de nuevo hasta su
habitación, pudo ver que su esposa mantenía el móvil en la misma posición
que tenía siempre al llamar a su hijo por video-llamada. No quería que
Carlos le viera de esa forma: decrepito, indefenso y moribundo. La imagen
que tenía su pequeño de él era la de un hombre fuerte y sabio, esperaba que
esa fuera la forma en que lo recordase.
—¡Daniela! exclamó con la voz ronca y ahogada Cuelga.
—Pero amor, debes hablar con tu hijo le respondió a su esposo.
Carlos sólo veía el rostro en perfil de su madre mientras discutía con su
papá, hasta que ella se colocó el móvil en el pecho como si así pudiera tapar
el micrófono y evitar que le escuchara. Aunque, él todavía podía
escucharles.
—No, cuelga…
Su madre se acercó hasta él, mientras el enfermero colocaba la camilla
en posición. Carlos pasó a escuchar sutiles murmullos a causa de que sus
padres mantenían su discusión en un tono bajo para evitar hacer un
escándalo.
—Carlos quiere hablar, debes hablar con él…
Daniela, se apartó el móvil del pecho y lo extendió frente a su rostro
para que la cámara le captase.
—Habla. Exigió.
En ese momento, en lo que la cámara se ajustó al repentino cambio de
brillo, Carlos pudo ver el rostro de su padre, leucémico y acabado. No sabía
qué tenía, cuanto tiempo le quedaba ni si había alguna probabilidad de que
se recuperara.
Embozó una sonrisa, mientras que los ojos se le humedecían por las
lagrimas e intentaba conseguir las palabras adecuadas para decirle todas las
cosas que pensó que pudo haberle dicho si se hubiera enterado antes: «te
quiero, papá» «quiero ir a verte» «¿por qué no me dijiste antes?» «Papá, se
fuerte, tú eres fuerte, no te vayas» ninguna salía de su boca, ni se mostraba
en sus expresiones faciales.
Pero su padre era obstinado y no quería que su hijo le mirase, no de esa
forma, no en ese momento. Así que, a los pocos segundos que su esposa le
extendiera el móvil, habiéndole dado el tiempo suficiente a Carlos para que
le sonriera, esté reaccionó con furia, determinado a hacer valer su decisión.
—¡Dije que no! vociferó, mientras levantaba el brazo izquierdo con
mucho pesar.
El repentino grito de su padre le alarmó e hizo apartarse un poco de la
cámara hasta que no pudo ver nada. Su padre levantó su brazo y golpeó el
móvil con la mayor fuerza, arrebatándoselo de la mano a su esposa y
tirándolo al suelo. Con la pantalla oscura y el aviso de que la llamada había
terminado, Carlos comenzó a gritarle a su padre cómo si pudiera escucharle.
Aquella llamada terminó ahí, sin más qué decir, sin la posibilidad de
saber qué sucedió después o qué le dijo su madre a su papá. Quería salir de
su casa, correr hasta el taxi más próximo y atravesar el tráfico hasta el
aeropuerto para llegar al hospital en donde lo tenían internado. Quería
hacerlo, necesitaba hacerlo. Pero la responsabilidad le detuvo.
Sabía que no podía marcharse, que no había forma de que su jefe le
permitiese un viaje internacional para visitar a su padre moribundo, no tan
cerca de conseguir lo que quería, pero no iba a rendirse tan fácilmente. Se
levantó de su asiento, apartando la silla con el impulso de sus piernas, cogió
su billetera, su saco y comenzó a caminar apresurado.
Le seguían con la mirada sólo aquellos a los que realmente les
importaba lo que él estaba haciendo. Carlos los ignoraba a todos mientras
caminaba hasta el ascensor, enfocado únicamente en hacer lo que su
corazón le pedía: cruzar el mundo sólo para ver a su padre.
Trató de hacer hasta lo imposible para marcharse, para dejar todo atrás:
su sentido de responsabilidad, junto con la presión del trabajo y la
posibilidad de perder todo por lo que se había esforzado. Hasta que la
llamada que estaba intentando hacer, calló.
—Hijo dijo su padre mientras veía a la cámara del móvil no te
vengas.
Carlos quería ignorar la petición de su padre, no hacerle caso y cruzar el
mundo. Era su obligación estar al lado del hombre que le había criado por
tantos años, que le enseñó todo lo que sabía y que le abrigó bajo su ala. El
hijo estaba inquieto, fluctuando su mirada entre la pantalla de su móvil y el
indicador del ascensor.
—No papá, yo voy. Tengo que…
—No tienes qué. Lo único que tienes que hacer es quedarte en donde
estás tosió debido al esfuerzo que estaba haciendo al hablar Tú mismo
dijiste que no podías faltar al trabajo así como así.
—Pero esto es importante, papá, no sabía que estabas enfermo.
—Eso es lo de menos, mi hijo, no debes preocuparte por un viejo
decrepito como yo. Ya no me queda mucho tiempo para vivir y a ti te queda
lo suficiente tosió de nuevo como para no preocuparte por mi.
—¡Claro que no! vociferó.
La puerta del ascensor se abrió y varias personas salieron de él,
esquivando al hombre que se encontraba en todo el medio sujetando su
móvil con ambas manos, medio encorvado y con los ojos húmedos.
Ninguno de ellos le dio importancia a su problema y continuaron con sus
vidas. Carlos esperó que se vaciara para entrar.
—No hijo se ajustó mejor entre las almohadas no puedes hacerlo.
Tienes que quedarte.
—Estás mal papá. Estás muriendo ya adentro, marcó el botón hacía
planta.
—Todos morimos, hijo, no te aflijas por algo pasajero. Tienes que
quedarte allá en tu trabajo, seguir con tu vida, continuar con lo que te gusta.
—No puedo hacerlo sabiendo que estás así.
—Y que vengas no hará nada exclamó acercando el celular más a su
rostro de todos modos moriré y habrás venido sólo para verme hacerlo,
perderás la oportunidad de conseguir el puesto que querías.
—Pero eso…
—¡Pero nada, Carlos De Sousa! vociferó, aguantando las ganas de
toser.
De inmediato, Carlos dejó de hablar ante la eminente voz de su padre.
—No vas a venir, no quiero que vengas, quiero que hagas tu vida allá, y
que logres esos sueños por los cuales te fuiste de aquí. No voy a aceptar que
renuncies a ellos; si lo haces, nunca te lo perdonaré.
Las palabras se esfumaron de sus labios, no podía pensar ni mucho
menos moverse. El ascensor había llegado ya a su destino, esperando a que
él terminase de salir, impaciente por continuar con su trabajo y siendo
frustrado por tener a Carlos en el medio.
—Padre, yo…
—No importa, hijo. Yo sé que quieres estar aquí conmigo y eso es
suficiente para mi. Además, tengo a tu mamá gira el móvil enfocando a su
madre que se encuentra llorando con las manos recogidas frente al rostro.
—Es verdad, hijo dijo entre sollozos no te preocupes.
—¿Ves?
Carlos no podía oponerse ante los deseos de un hombre moribundo que
pedía a gritos que no corriera hasta él a pesar de lo mucho que deseaba estar
ahí a su lado.
Carlos no tuvo más opción que renunciar a la idea de regresar y se
reincorporó a su trabajo pensando en lo difícil que sería aceptar el hecho de
que su padre estaba a punto de morir, con temor de que eso lo persiguiera
toda su vida. Se sentó de nuevo en su escritorio, sacándose el saco y
colocando su billetera en la mesa.
La computadora continuaba marcando las letras japonesas que le habían
costado tanto tiempo entender mientras que las demás personas de su
trabajo se habían olvidado ya de la forma en que se había ido corriendo.
El sonido de los teclados sonando, de las personas hablando y
arrastrando cada palabra porque así hablaban allá, le servían para distraerse
del hecho de que podría estar en ese momento con su padre, cogiéndole de
la mano y diciéndole que todo iba a salir bien a pesar de que sabía que no
era así.
Su padre estaba seguro que él necesitaba ese empleo, que no había
forma en que pudiera abandonarlo para sólo pasar unos cuantos minutos
con él mientras esperaba a su inevitable final; lo quería a su lado, pero
también lo quería feliz mientras esperaba por la amable visita de la muerte.
Y los días pasaron, largos, pausados, informándose de todo el progreso
de su padre ahora que sabía que se encontraba enfermo. Hizo lo que pudo
para mantenerse en línea con él, escuchándolo hablar, conversando todo lo
que se podía conversar antes de que fuera demasiado tarde, aun con la idea
de que en cualquier momento podría partir y visitarlo, verlo en persona,
aunque su progenitor se oponía, hasta que la muerte le hizo aquella visita
que estuvieron esperando.
Pasaron meses antes de que Carlos pudiera levantarse de nuevo sin
pensar en lo que se estaba perdiendo, de todo a lo que renunció por aquel
trabajo y por lo caro que le estaba saliendo su decisión, pero, así cómo el
destino le había quitado, decidió darle una cucharada de felicidad.
Tras varios meses de lucha, de citas, de encuentros en la noche y
jugando con su horario, Carlos pudo encontrar al amor de su vida en el
rostro de una amable mujer. Katsumi Mori se tropezó con él en el camino al
trabajo de su padre más veces de las que esperaba hasta que sus encuentros
se hicieron rutina y su interés comenzó a aflorar. Cada día con ella fue
cambiando la forma en que hacía todo, incluso respirar.
Su manera de ser se adueño por completo de la atención de Carlos,
quien no conciliaba el sueño sin antes saber que podría verla al día
siguiente. Poco a poco fueron compartiendo su vida, él acercándose a ella
más de lo que esperaba, olvidando por completo la presión de su trabajo, la
distancia entre él y su madre y todo aquello que alguna vez le afligió.
Encontró en Katsumi algo que nunca había esperado encontrarse en nadie
más y mucho menos estando en el exterior.
De pronto, la posibilidad de una familia comenzó a asomarse en su vida;
poco a poco fue levantando los cimientos de una estabilidad emocional que
había creído imposible, acostumbrándose a amarla, a estar con su lado.
Tanto su esfuerzo como su dedicación obtuvieron un nuevo nombre en
el momento preciso en que ella dijo que sí a su propuesta. Katsumi Mori
dejó el apellido de su familia de lado para volverse la hermosa esposa del
hombre que alguna vez sintió que el destino no le quería.
Y de esa forma, tal cual se conocieron, compartieron su vida el uno al
lado del otro. Los años les fueron haciendo justicia hasta que el destino le
entregó un regalo. Carlos estaba completamente feliz con la forma en que
todo estaba fluyendo, hasta que realmente entendió lo que era ser más feliz
que nunca.
—¿No la podemos llamar Karen? preguntó Carlos, sentado al lado de
la camilla de su esposa.
—¿Quieres llamarla así en verdad? respondió en japonés ¿Te gusta
ese nombre?
Katsumi sostenía a su recién nacida en los brazos mirándola fijamente
mientras hablaba con su esposo. Carlos sólo las miraba a las dos ser el
motivo de su tranquilidad.
—No sé, ¿y qué tal si la molestan en la escuela por tener un nombre
extranjero?
—Su padre es extranjero, ¿Qué esperas que esperen? Respondió,
girándose para mirarle a los ojos.
Carlos quería que su hija tuviera un nombre perfecto que se ajustara a lo
que él sentía por ella. No quería pensar en otra cosa más que en el hecho de
que la amaba, que amaba a aquella pequeña por haber llegado a su vida al
igual que a su madre por haberla traído al mundo. Su trabajo, su relación y
su familia se encontraban en el punto cumbre de la alegría. Así que, sin
pensarlo ni por un segundo más, vino a él una epifanía.
—Llamémosla Aiko.
—¿Aiko? preguntó la madre para luego mirar a su pequeña y embozar
una sonrisa Aiko De Sousa, será tu nombre.
Carlos tenía todo resuelto, ya no había excusas para rendirse nunca más
y mucho menos de sentir que el destino no le quería, ya no, no mientras
veía cómo el amor de su vida veía a su hija; había conseguido todo lo que
nunca pensó que obtendría, convirtiéndose en aquello que le procuraba la
mayor felicidad posible.
De inmediato, le hizo llegar la foto de la recién nacida a su madre, quien
estaba feliz por el nuevo miembro de la familia. Él estaba seguro que todo
iría de maravilla, que nada se interpondría entre él y su final feliz.
—Estamos agradecidos de recibir a nuestro nuevo miembro, Aiko De
Sousa. Dijo Carlos.
Levantó la copa ante la enorme familia de Katsumi, quienes se habían
reunido por petición de su suegro, el feliz abuelo de una hermosa niña.
—Les agradecemos que hayan venido, por favor, disfruten de la fiesta
bajó la mirada par a sonreírle a su hija mientras yo me ocupo de esta
pequeña hermosura.
Carlos y Katsumi se bajaron del escenario que había pagado su suegro
sólo para aquel brindis y la banda que les hacía fondo mientras hablaban.
Por mucho tiempo, tanto él como el resto de su nueva familia, comenzaron
a disfrutar de la compañía de una pequeña niña que les fue llenado de
alegría cada día el año.
Carlos sabía que nada podría ser mejor que aquello, que la vida le había
sonreído por fin que las cosas estaban saliendo como mejor podían, que el
futuro era prometedor. Cuando su hija cumplió los tres años, en esa época
en la que se despertaba todas las mañanas risueño y lleno de expectativa,
nada parecía cambiar hasta que el infortunio le puso de nuevo en su lista.
Aquella mañana se había despertado para prepararse al trabajo que le
había conseguido una espectacular casa, un coche y una vida en una de las
zonas más elegantes de toda la ciudad.
Estaba cómodo, a gusto, tranquilo, nunca se habría esperado lo que le
sucedió después de colocar sus pies sobre sus pantuflas, prepararse el
desayuno, alistarse para ir a su oficina. Es decir, todo era prácticamente
perfecto, todo se veía exactamente igual que siempre.
—Buenos días, querida dijo Carlos al ver que su pequeña ya estaba
sentada en frente de la mesa comiendo.
—Buenos días papi respondió la pequeña con un muy adorable tono
de voz.
—Ahora dilo en español dijo Carlos mientras se acercaba a ella para
darle un beso en la frente.
—Buenos días repitió la pequeña en un casi perfecto español.
—Muy bien.
Rodeó la mesa y se acercó a su esposa, quien estaba comenzando a
preparar su desayuno
—Buenos días, mi vida le dijo, acercándose para darle un beso en los
labios ¿por qué no me despertaste antes? Te habría ayudado.
—Te veías tan bien durmiendo, y como anoche llegaste tarde, no quise
molestarte.
—No le hubieras dado importancia, me hubieras despertado.
Carlos se acercó más a ella, manteniendo sus caderas juntas, cogiéndola
por la cintura y mirándola fijamente a los ojos completamente enamorado.
—Mañana te despierto entonces le dijo, devolviéndole el beso.
—Está bien.
Carlos cogió el desayuno que le había hecho su esposa y se sentó al lado
de su hija.
—¿Qué tienes pensado hacer para hoy?
—Voy a jugar.
—¿Vas a jugar? preguntó como si hubiera sido una sorpresa.
—Sí, voy a jugar, y voy a ver televisión.
—¿Y la escuela? ¿No vas a ir a la universidad? preguntó
—No puedo ir a la universidad, no me dejan entrar dijo la pequeña sin
dejar de ver su plato tengo que esperar a crecer para poder ir a la
universidad.
—¿Y cuanto te falta?
—Me faltan diecisiete años.
—¡Woa! ¿Diecisiete años? Yo creo que estás lista para la universidad,
ya sabes contar.
—Mi mami me enseñó dijo, levantando la mirada.
Katsumi los miraba embozando una sonrisa mientras se servía su
desayuno para sentarse con ellos. Carlos se fijó en ella, convencido de que
estaba viviendo un sueño, y que estaba orgulloso de formar parte de él. No
pasó mucho tiempo antes de que tuviera que levantarse para coger su coche,
y llevar a su esposa junto a su pequeña al colegio.
—¿Por qué no te vienes conmigo al trabajo? Tú papá estará contento de
verte.
—No puedo, tengo pacientes que atender dijo mientras abordaba el
coche.
—¿Pero no les puedes decir que, para después, que luego les atiendes?
—Carlos, no puedo decirles que no se sientan bien por hoy y que no los
veré. Dijo, cerrando la puerta y viendo si su hija estaba bien acomodada
en el asiento de atrás. Vamos, ponte en marcha que ya es tarde.
—Está bien…
Carlos no sabía lo que le deparaba el destino, las cosas que le obligarían
a reconsiderar su vida, la forma en que la vería y la manera en que le tocaría
actuar. Lo desconocido no era algo que le molestase, que le procurara
interés alguno porque sentía que todo marchaba bien tal cual lo estaba
haciendo.
—¿Dónde comerás hoy? preguntó Katsumi
—No sé, estaba pensando en decirte si querías que pasara por ti para
que comiéramos algo, tú sabes, solos tú y yo. Dijo Carlos, girándose
rápidamente para mirar a su esposa, si quitarle mucha atención al camino.
—Eso mismo estaba por decirte Agregó Katsumi embozando una
sonrisa quería que comiéramos en este nuevo restaurante que abrieron
cerca del hospital. No sé si es bueno, pero quiero probarlo contigo.
—Perfecto, entonces te pasaré buscando cuando me toque la hora del
almuerzo dijo ¿Estarás libre de todos modos a esa hora? preguntó
Carlos, girando de nuevo para verla.
—Eso espero, no quiero tener que perder otro almuerzo. Estoy
pensando en escaparme antes de tiempo para poder comer Katsumi sonrió
con complicidad.
Miraba cómo su esposo manejaba, la forma en que su mirada fluctuaba
entre el camino y ella, más atento en manejar que en la conversación.
—Bueno, de todos modos, te voy a llamar antes de que sea la hora
porque…
Y en una fracción de segundos, con las palabras ahogadas, Carlos
entendió por qué la vida era una perra. Todo sucedió tan rápido como para
apreciarlo detalladamente pero no lo suficiente para evitarlo.
El sonido de la bocina acercándose a toda velocidad hacía ellos no fue
suficiente para advertirles de lo que iba a suceder, de prepararlos. Nada de
lo que había sucedido fue su culpa a pesar de que no podía pensar en ello de
otra forma. Había sido inminente.
La serie de eventos que se desataron antes de que ellos se encontrasen
en el medio de aquel fatídico accidente, las personas que dejaron de ir a su
trabajo, los conductores que se interpusieron en el camino de Carlos y el del
conductor de aquel camión de carga retrasando su camino, colocándolos
una milésima de segundo tras otra más cerca, haciendo posible su encuentro
al final de aquella intersección.
Las revisiones que se saltó el camión para evitar costos con la empresa
de transporte de la que pertenecía aquel vehículo, el conductor que no les
dijo a sus superiores ni delató la falta de mantenimiento del mismo a las
autoridades porque eso presentaba un peligro para la sociedad, el semáforo
que no respetó, o la canción que colocó aquel día en el reproductor que o le
permitía escuchar ninguna de las señales del coche que le alertaban que
algo no estaba bien.
Tal vez, si Carlos no hubiera pensado en llevar a su esposa y a su hija a
sus destinos no tendría que haber tomado aquel camino, ellas se habrían ido
en taxi haciendo que nada de hubiera sucedido, pero, dentro de las muchas
posibilidades, líneas temporales alternas, multiversos y todos aquellos
escenarios en donde nada pudo haber pasado, él se encontraba en aquel en
el que las cosas no saldrían bien del todo.
El inminente choque se apoderó de su futuro, de sus sueños, de su
felicidad. Los arrastró hasta el otro extremo de la calle, tan rápido como la
transferencia de momento le obligó a moverse.
Carlos miró, lentamente, a pesar de lo rápido que sucedió todo, cómo su
esposa movía ante el golpe que recibió de repente, trató de ver hacía atrás
para asegurarse de que su pequeña estaba a salvo, que la seguridad de la
silla que la sostenía sería suficiente para no dejarla sufrí daño alguno, pero
todo era incierto, todo era inseguro en ese momento.
Los vidrios rotos de las ventanillas, los metales doblados por el golpe,
los resortes de los asientos, las bolsas de aire, cada pequeña parte que
podría penetrar, cortar, golpear, estaba al punto de ejercer el mayor daño
posible.
Carlos lo pensó todo, lo sintió. Miró a su alrededor, aceptando su
inevitable final «¿moriremos aquí?» pensó mientras que el conductor del
camión los arrastraba por la carretera. «Espero que ellas estén bien, no
quiero que nada les pase» se dijo, haciendo las paces con el destino,
aceptando que las cosas le saldrían mal a él mientras dos criaturas inocentes
podrían salvarse. Y, en un pálpito, una pared los recibió de a golpe,
apagando todas las luces necesarias para seguir detallando, respirando o
seguir pensando.
Nada parecía ser más injusto que el destino con Carlos. No era como
que la vida fuera eterna y él lo había aceptado luego del tiempo de luto tras
la muerte de su papá. Él sabía que en cualquier momento la luz que los
mantenía a todos con vida se extinguirá y eso era lo único seguro: después
de la vida, viene la muerte.
Se dispuso a vivir en paz, preparado para lo peor, aceptando las nuevas
aventuras, invitando a las personas a comer a su mesa para disfrutar cada
segundo de su vida como si fuera el ultimo, y eso era suficiente para él.
Pero, no es esperaba algo tan fatal.
A las semanas de aquel fatídico día, se despertó como si todo hubiera
sido un sueño. No sabía exactamente en dónde estaba, en qué momento se
había quedado dormido y desde cuando había estado haciéndolo. Tal vez
nunca llegó a Tokio, tal vez ni siquiera había terminado la universidad aún.
No lo sabía, no le importaba.
Todo se encontraba oscuro, no quería abrir los ojos para reconectarse al
mundo real, al mundo que parecía ser tan malo como siempre lo habían
pintado todas las personas que alguna vez sufrieron en su vida. Carlos no
sentía interés alguno en volver.
No sabía qué le deparaba, qué le dirían al abrirlos, con que se
encontraría ¿con su madre abriendo las ventanas para que se despertase?
¿Con María se acordó de maría, primera vez que pensaba en ella desde
que le dejó de hablar antes de irse golpeando su puerta para que se
levantara? O, ¿acaso pensaba con Katsumi levantándose de la cama tan
rápidamente que le daba la impresión que en un parpadeo se paraba, se
bañaba y se iba?
Y fue ahí cuando comenzó a razonar, a sentir cómo su corazón se
agitaba ante el recuerdo de una mujer que podría ser su esposa como podría
ser un sueño. La sentía real, la sentía a su lado.
Comenzó a hacer memoria de todo lo que vivió con ella, de las citas, de
los encuentros casuales en la empresa en la que trabaja. Ahora, la empresa
apareció en aquellas imágenes. Detalle a detalle se solidificaban ante él,
obligándole a creer que todo era cierto, que esa era la realidad a la que
pertenecía. Pero todavía no quería abrir los ojos.
Uno a uno se fueron uniendo los fragmentos necesarios para hacerle
entender en cual mundo se encontraba, cual era la respuesta a esas
preguntas que se había hecho con los ojos cerrados. El pasado comenzó a
tomar una línea recta de inició a fin, hasta ese momento en que todo se
apagó, en el que el infortunio le demostró lo mucho que le odiaba. Y, con un
súbito golpe en le pecho, un dolor en las extremidades y una jaqueca
horrible, abrió los ojos.
Lo primero que vio fueron las luces blancas en el techo. Su oído se
agudizó y comenzó a escuchar el sonido de un sutil bip a su derecha, lo que
le trajo en contexto. «Un hospital» se dijo, mientras recordaba la forma en
que aquel camión colisionó con su coche.
Sabía lo que eso significaba, lo que implicaba estar despertándose en un
hospital tras haber perdido la noción del tiempo; ¿habrán sido días,
semanas, meses años? No estaba seguro, no quería averiguarlo.
¿Cuántos cumpleaños de Aiko se habrá perdido? ¿A cuantas reuniones
en el trabajo habrá faltado? ¿Katsumi le visitará a diario, se encontrará en la
habitación de al lado? Podía mirar a su alrededor y averiguarlo, pero
mantuvo su mirada fija en el techo, sobre aquella luz blanca que opacaba
toda su vista periférica. Fuese cual fuere la respuesta a todas esas preguntas,
por algún motivo sentía que no le iban a gustar.
—Carlos, mi vida. dijo la voz de una mujer. Despertaste. aseveró.
Se calmó por un momento. No identificó la voz, pero la única mujer que
podía decirle eso en aquel lugar era su esposa, así que, tras embozar una
adolorida sonrisa, se giró en la dirección que escuchó aquella voz, para ver
a la mujer que amaba.
—Hijo, me estabas preocupando. Dijo su madre.
Y como otro choque de aquel camión, lo que creía que había sucedido
comenzó a deshacerse por completo. Se enfocó en el rostro afligido de su
madre, inflamado por tanto llorar y con una mirada adolorida como si ella
hubiera recibido aquel golpe directamente.
—¿Mamá? preguntó confundido.
—Hijo. Por fin despertaste se levantó Daniela de la silla, sorprendida,
aliviada. Su hijo había sobrevivido a aquel accidente y había logrado llegar
hasta él para asistirlo.
—¿Mamá? preguntó de nuevo, sin poder decir lo que realmente
quería.
¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está Katsumi? ¿Dónde está Aiko? Trataba
de hablar, pero el dolor en la garganta no le dejaba. Intentó moverse, pero
los vendajes y las operaciones dolorosas en las que tuvieron que
introducirle clavos de metal no le dejaban moverse. Se sentían recientes, no
había pasado mucho tiempo.
—Hijo, estás bien, qué felicidad se acercó a él para recostar su cabeza
sobre el pecho de su único hijo estaba tan preocupada de que no te
despertaras, fue horrible.
Carlos quería moverse, quería verla, quería cogerle por los hombros y
pedirle una explicación. Por lo pronto, no todo parecía perdido. La
naturaleza de su dolor físico, y la forma en que no podía moverse, le
indicaba que se encontraba unas semanas después del accidente, lo que
quería decir que su esposa podría estar también en una camilla.
—Vine lo más rápido que pude. El señor Mori me hizo llegar el dinero
para el vuelo, quería que estuvieras acompañado, que no estuvieses solo.
Se levantó Y yo vine, Carlos, vine lo más rápido que pude, corrí, no
empaqué, sólo corrí y llegué. Las lagrimas corrían por su rostro.
No sabía si eran lagrimas de tristeza o de felicidad, pero, no pintaba un
buen cuadro la forma en que las cosas estaban sucediendo.
—¿Aiko? Preguntó a medias, entre ronco y ahogado.
Intentó decir lo que había pensado, pero no pudo más que pronunciar el
nombre de su hija, y a duras penas, hacer que su madre le escuchara.
Daniela, se alejó de él, más afligida que antes, tratando de conservar la
calma, tratando de no mostrar ninguna perturbación. El doctor le había
dicho que si se despertaba no podía darle ninguna noticia difícil de procesar
para que no se vieran en la obligación de anestesiarlo cuando a penas había
salido del estado comatoso.
Carlos la miraba confundido, tratando de encontrar las respuestas a sus
preguntas en la mirada perdida de su madre, en sus manos recogidas, en sus
labios inexpresivos, pero le resultó infructífero. Sabía que algo no andaba
bien sólo que no sabía qué.
—¿Aiko? preguntó de nuevo, con un tono de voz un poco más claro.
Su madre no dijo nada, ni hizo nada mas que apartarse poco a poco a
ver si así no le decía nada, no le contaba lo que había sucedido.
—¿Katsumi? preguntó, alarmándose un poco más ¿Mamá? ¿Aiko y
Katsumi?
Sus nombres se reproducían una y otra vez en su cabeza, invisibles,
callados, incapaces de hacerles venir, de obligarle a que se acercaran a él y
le dijeran que todo estaba bien, que no se preocupara.
Quería cerrar los ojos para regresar a aquel mundo en donde ignoraba
todo, ignorar la desgracia, lo que podría significar que su madre no le
respondiera, que su suegro la hubiera hecho venir, que su esposa ni su hija
se encontraran en la misma habitación que él. Todo era una mala señal, de
principio a fin, todo le resultaba sospechoso.
—Cariño, yo intentó hablar su madre.
—Mamá, ¿qué sucedió? vociferó Carlos.
Su corazón comenzó a agitarse de manera agresiva, subiéndole la
tensión, obligándole a ver en un pigmento rojo todo lo que sus ojos podían
captar al mismo tiempo y permitirle procesar.
La maquina que le tomaba el pulso empezó a gritar lo rápido que este
subía, alertando a los que le monitoreaban para que acudieran rápidamente
a la escena. Carlos intentó moverse a pesar del dolor, de la fatiga, de sus
ataduras que lo mantenían en la posición correcta para que nada malo le
sucediera, para poder curarse bien.
—Mamá ¿dónde está Katsumi, en dónde está Aiko?
Su madre se apartaba más y más de él intentando no sucumbir ante la
necesidad de liberarse del peso de aquella noticia, de decirle la fatal verdad,
lo que él parecía ya saber pero que de todos modos continuaba preguntando
como si de alguna forma no fuera posible, como si ella tuviera la respuesta
que él quería escuchar, que ella quería decirle «están bien, mi hijo» pero,
sabía que no podía mentirle, que no había forma en que eso fuera bueno
para él.
En ese momento entró una enfermera exclamando en japonés unas
palabras inentendibles para ella, pero sí para Carlos.
—¿Qué sucede? exclamó la enfermera. ¡Señor Carlos, por favor
cálmese! vociferó, intentando cogerlo por los brazos para que dejara de
moverse, de interferir en su curación. ¡Necesito ayuda! dijo la
enfermera.
La madre de Carlos veía aquella escena aterrorizada, intentando
encontrarles sentido a las palabras extrañas de aquellas personas, de no
mirar a su hijo a los ojos por temor a delatarse más de lo que ya estaba
haciéndolo. No quería que su hijo volviera a caer en un estado de salud en
donde se desconocía si saldría o no con vida de él. Estaba preocupada,
inquieta, insegura.
Un hombre alto con le mismo uniforme de enfermero se acercó a ella y
a Carlos para socorrerla.
—Sostenlo. exclamó la enfermera apartándose de él y dejándoselo a
su compañero Señora, le administraré anestesia a su hijo dijo la
enfermera a Daniela sin saber que ella no le estaba entendiendo.
Abrió la jeringa, sacó el liquido de un frasco que tenía en el bolsillo
inferior de su camisa de uniforme y lo inyectó en las vías que tenía Carlos
ajustadas en su brazo y que por suerte no se habían salido con los
movimientos exagerados que estaba realizando. El enfermero forcejeaba sin
ningún problema con el paciente molesto mientras que esperaba que la
anestesia hiciera efecto. A los pocos segundos, comenzó a calmarse.
Todo se estaba haciendo borroso, mientras que su mundo parecía
desvanecerse casi por completo hasta que todo se hizo oscuro.
Y la oscuridad se mantuvo allí, recordándole lo que había perdido,
acechándolo todos los días y noches que intentaba conciliar el sueño. No
quería abrir los ojos para no encontrarse con lo que ya sabía, con lo que ya
le había mantenido en luto por tanto tiempo, pero debía hacerlo, su cuerpo
se lo pedía.
Al abrirlos, no había ninguna luz brillante, ningún bip característico,
sólo un techo oscuro de una habitación oscura. Reprimió el deseo de
extender el brazo y coge su móvil para ver la hora; ya no importaba, ya
nada importaba.
Las ganas de ir al baño eran insoportables, necesitaba levantarse para
deshacerse de ese peso y regresar de nuevo a su cama a intentar morirse
mientras dormía. No importaba lo que eso significara porque las cosas
habían perdido significado para Carlos.
Se levantó, se puso sus pantuflas y caminó hasta el baño para hacer sus
necesidades, regresar al terminar y volverse a acostar sin ningún
compromiso, sin ningún sentido de la responsabilidad.
Ya no había nada que le atase a ese mundo, a esa realidad; a la nación
que lo había acogido por más de diez años y a su empleo. Sin su amada y su
hija, todo le era insípido.
6
Debilidades

Durante varias semanas las cosas marcharon tan bien como quería.
Carlos y yo comenzamos a compartir una relación amistosa que habíamos
dejado en le pasado, que nos había hecho falta, o por lo menos para mi.
Las juntas ejecutivas, las excusas para salir del trabajo y compartir un
almuerzo agradable; las salidas ocasionales al cine, las cenas al final del
cada día. Todo me era agradable; no podía quejarme en lo absoluto de que
él estuviera conmigo, de que se hubiera ido por tanto tiempo a un lugar que
desconocía, de a hacer algo de lo que no tenía idea.
Y a pesar de que no estaba motivada a saberlo todo, indagar a fondo o
algo por el estilo, era presa de la curiosidad ocasional cuando le observaba
contemplar el vacío en los momentos en que pasaba en frente de su oficina,
o por la forma en que evitaba ciertos tópicos acerca de su pasado que me
podrían dar información interesante ¿qué hiciste por tanto tiempo?
¿Qué te motivó a regresar? ¿cómo te fue? Todas y cada una de mis
preguntas parecían ser evadidas sin ningún esfuerzo, obligándome a pensar
que todo estaba perdido, que Carlos podría estar ocultándome algo, que
había cosas que no quería mencionar porque las consideraba delicadas y yo
sólo pensaba que era porque no me tenía la misma confianza de antes.
Cuando menos me esperaba que las cosas comenzaran a complicarse, un
día, de la nada, comenzó a actuar raro.
—Carlos dije asomándome a su puerta ¿tienes planes para hoy?
Para mi, aquel sería un día como cualquier otro en donde comeríamos
algo de noche, en donde podríamos ir al cine porque era viernes. En ese
momento no sabía qué tenía, ni mucho menos que algo podría sucederle. Es
que incluso la noche anterior todo se veía tan normal cuando nos
despedimos luego de salir del restaurante en donde habíamos quedado para
comer; no había forma de que lo esperase.
—Hoy no puedo me dijo con una voz seca e insípida estoy
ocupado.
De inmediato me causó curiosidad y recelo ante la forma hosca en la
que me había hablado. Me aparte de la puerta un poco como si estuviera a
punto de escupir acido de la boca.
—Oh, este. Sí vacilé.
Y pude dejarlo ahí, decirle que todo estaba bien, que no se preocupara;
«otro día será», marcharme y no volver a ver a tras por el resto de mi
jornada laboral. Pero, ya me estaba acomodando a esa forma de vivir, a
hablar con él, a contarle todo lo que me preocupaba y a preocuparme de
nuevo por su vida. Estaba segura que algo sucedía, que podría ayudarlo así
que me dispuse a enterrar más el pie en el hoyo.
—¿Sucede algo? pregunté.
—No sucede nada, sólo quiero estar solo por un tiempo me dijo con el
mismo tono de voz cortante.
Estaba segura que debía apartarme, aceptar que había perdido la
oportunidad que tanto creí que me dieron por segunda vez para hacer de esa
amistad algo más, aunque, sin embargo, no me aparté. Carlos ni siquiera me
miró al hablar, lo que hizo que entendiese que nada parecía importarle, que
mi presencia le era invisible en ese momento.
No sabía que preguntarle, que tontería decir que al final, indiferente de
lo que dijese, me respondería con odiosidad. ¿Acaso podría hacerle una
pregunta sencilla? Un cliché como: ¿estás bien? ¿necesitas ayuda? O
¿quieres hablar? Ignoraba sus razones, pero ya me había dicho lo que quería
¿por qué habría de preguntarle algo que tan tonto como aquello? De todos
modos, lo hice.
—¿Quieres hablar? pregunté como una tonta.
—María, no quiero hablar, dejó de ignorarme con la mirada
Golpeó el escritorio con la palma de la mano para hacer énfasis, para
resaltar su punto con autoridad. Me asusté al no esperármelo, dando un sutil
brinco, tomando una rápida inspiración de aire, preocupada por la condición
de mi amigo, dudosa de si había hecho alguna estupidez.
Es obvio que cuando una persona quiere estar sola, no está en sus planes
compartir su tiempo con otro, así que ¿para qué demonios hice aquella
pregunta?
—Te dije que quiero estar solo continuó , por favor no preguntes
por qué ni sigas insistiendo. Porque después te voy a tratar mal y dirás que
soy apático. asintió con la cabeza, intentando saber si había quedado
claro ¿entiendes? Estar hizo una pausa corta y puntual solo.
Intenté hablar, continuar insistiendo (exactamente lo que me dijo que no
quería que hiciera) abrí mis fauces para hacer otra pregunta estúpida propia
de una persona preocupada por la integridad mental de su compañero,
quería ayudarlo, saber qué le sucedía, pero me detuve. Reprimí ese ridículo
deseo indómito que quería salir de mi que al final sólo lograría fastidiarle.
Di la vuelta y me marché así no más. ¿Qué podía hacer? No sabía cómo
tratar a las personas en esas situaciones, no tenía idea de lo que estaba
sucediendo en su cabeza así que ¿exactamente cómo debía actuar?
El corazón me palpitaba con fuerza como si estuvieran a punto de
evaluar mi desempeño, como si me hubiesen atrapado haciendo algo malo.
Era algo que me resonaba al pie de las orejas, en la sien y en el cuello.
Sentía como si todo es estuviese derrumbando. ¿Habrá sido mi culpa?
¿Habré hecho algo que le molestase?
No sabía qué hacer ni a quien acudir, así que me acerqué afligida al
escritorio de Carla, tratando de ser lo suficientemente obvia para que ella
me preguntara que sucedía.
—Mari… dijo, luego de que me quedé un rato respirando con fuerza,
sin decir una palabra, a su lado ¿sucede algo?
Eso era lo que quería escuchar. Me di la vuelta y la miré fijamente con
la preocupación plasmada en el rostro.
—¿Hice algo malo? pregunté como si ella supiera de lo que hablaba,
jugando ese desagradable juego a las adivinanzas, pero debía hacer la
pregunta. Tal vez ella supiera algo que yo no.
—¿Hacer algo malo? ¿De qué hablas? ¿A qué te refieres?
—Carlos me trató mal hace unos segundos ¿qué hice para merecerlo?
¿Qué dije?
La cogí por los hombros, agachándome un poco para tener mi frente a la
altura de la suya, y la agité lo suficientemente fuerte como para despeinarla.
—Ey, ey dijo para que me detuviese no lo sé dijo en lo que me
detuve ¿Cómo que te trató mal? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te dijo? Y se
acomodó el cabello lo más importante ¿por qué importa?
—Porque no quiero que me odie. Tu sabes porque no quiero que me
odie, entonces ¿por qué me odia?
—Sí, sí… pero ¿qué le dijiste? ¿qué pasó?
Me enderecé, levantándome para luego acomodar la ropa que llevaba
puesta.
—No lo sé. Me acerqué a su oficina como siempre y le pregunté, cómo
siempre, si haría algo esta noche a pesar de saber que siempre está libre.
Abrí los ojos para darle una mirada intensa Y me dijo que quería estar
solo.
—¿Y te fuiste? ¿Verdad? ¿Le dejaste solo? preguntó con cierto tono
sarcástico.
Carla sabía lo insistente que era, la forma en que no podía mantener
ningún tipo de relación con nadie sin enfrascarme lo más que podía en ella.
Carla me levantó la ceja izquierda, suponiendo que no había hecho eso, que
no había dejado la conversación hasta ahí.
—No lo hice respondí tal cual niña regañada.
—Entonces, puede que te trató mal por eso, porque no quería hablar con
nadie.
—¡Pero es que yo no soy nadie, soy su amiga! vociferé.
—Sí, sí… afirmó.
Su intención era dejar en claro que eso no quitaba que quisiera estar
solo sin importar si era su amiga o no.
—¡Y su jefa! agregué.
—Claro, claro, nadie está diciendo lo contrario. intentó calmarme
Pero no puedes simplemente esperar que te hable con cariño cuando
evidentemente algo le está molestando. Seguro tiene un problema o
cualquier otra cosa. Se levantó, quedando a la misma altura que yo
Estamos hablando de un hombre que no has visto por más de diez años,
definitivamente debe de tener algo que no sepas puso su mano derecha
sobre mi hombro para ofrecerme apoyo y debe ser algo de eso lo que le
tiene así. Mejor no te preocupes y déjalo que se relaje.
Cogió unas hojas que estaban en el escritorio, unas que sabía que le
había mandado temprano ese mismo día y me las extendió.
—Aquí tienes, revisados y corregidos tal cual me lo pediste.
Bajé la mirada y coloqué mis manos instintivamente en posición para
recibir las carpetas con las hojas corregidas que le había pedido.
—Procura no preocuparte, no pienses mucho al respecto.
Embozó una sonrisa y volvió a sentarse.
Carla era una amiga interesante, no solía compartir mucho tiempo con
ella, pero de alguna forma sentía que me conocía mejor que nadie; es
probable que sea porque es mi secretaria y mi asistente. Claramente es de
esperarse.
Sus palabras eran reconfortantes cuando tenían que serlo y en ese
momento lo necesitaba. No respondió a si se trataba de que era mi culpa, de
si había hecho algo malo o si no debí tocar a su puerta ese día, pero si me
dejó pensando en otra cosa.
Durante ese tiempo (poco más de diez años) Carlos había desaparecido
por completo de mi vida. Yo no me molesté en buscarlo ni él en darme
alguna señal de que se encontraba bien, de que todo estaba saliendo de
maravilla. Por lo que sabía (y era muy poco) él salió del país con un sueño y
la promesa de un puesto en una prestigiosa empresa japonesa.
Fue en ese momento en que me pregunté: ¿cuál empresa era? Nunca me
dijo su nombre, no durante esos meses que estuvo trabajando conmigo,
mucho menos cuando nos reencontramos, por otro lado, yo no le había
hecho la pregunta adecuada.
¿En cuál empresa había trabajado por ese tiempo? No sabía su nombre,
no sabía siquiera si era real, lo que me llevó a pensar que algo no estaba
bien. Traté de revisar los documentos de los que Carla me había hecho
entrega, pero no le prestaba la debida atención; repasaba las palabras con la
mirada imaginándome las cosas que pudo haber hecho Carlos en el
extranjero por tantos años.
Ninguna de las ideas que se me ocurrían eran lo suficientemente
desagradables para ayudarme a relacionar la actitud que había tomado ese
día. ¿habrá vivido todo ese tiempo en la pobreza? ¿habrá perdido todo por
alguna adicción? ¿habrá sido victima de la mafia japonesa y tuvo que huir
del país para no morir? ¿Habrá matado a alguien?
Una a una se hacía cada vez más alocada que la anterior, suponiendo
que, de algún modo u otro, el resultado sería desagradable, devastador y
difícil de aceptar, lo suficiente como para no contármelo, como para
mantenerse afligido en secreto. Desde mi perspectiva, como su amiga, debía
contármelo todo.
Durante varios días se mantuvo de esa forma tan tosca, desagradable y
evasiva. No le hablaba nadie, llegaba sin saludar y se iba sin despedirse. No
sonreía, no se reía, ni siquiera rondaba la oficina para matar el tiempo. Se
quedaba toda la jornada en su escritorio, haciendo su trabajo
adecuadamente para luego marcharse en silencio sin mirar a nadie a los
ojos.
Esa actitud reticente al actuar me era sospechosa, me causaba curiosidad
y una inmensa necesidad de entender, de desvestir el misterio en su
repentino cambio de comportamiento, lo que me motivó a comenzar a usar
mis influencias.
—Carla dije levantando el teléfono ¿aun tienes la síntesis curricular
de Carlos?
—¿La síntesis? No lo sé, la archivé con las otras, debería estar
guardada.
—Por favor, búscala, necesito ver algo.
—¿Ahora? preguntó como si estuviera muy ocupada (probablemente
lo estaba)
—Sí, ahora, por favor. Tráela a mi oficina.
—Está bien, ya lo hago.
Tal vez allí encontraría alguna respuesta, algún indicio; un nombre, una
referencia. Estaba segura que nada más había tenido un trabajo en todo ese
tiempo, bueno, diferentes cargos en la misma empresa. Eso querría decir
que ese sería el lugar en donde comenzaría. Llamaría a la empresa,
preguntaría por él, por lo que había hecho, tal vez podían decirme por qué
se fue, o si por casualidad se acordaban de él.
Hasta dónde sabía, él había llegado hace unos meses así que en ese
corto periodo de tiempo no hay forma alguna de que se olviden de alguien
tan importante como él. Se las había arreglado para escalar en un lugar en
donde sólo crecían los ciudadanos de ese país; definitivamente debían
conocerle.
—Aquí está la síntesis de Carlos dijo Carla al entrar con el papel en la
mano.
—Vale, gracias. Ya te puedes retirar.
—Vale.
En lo que cerró la puerta, comencé a escrutar cada palabra escrita en
aquella hoja. Todos eran nombres escritos en español, ingles y japonés.
Resultó un poco confuso al principio, pero me acostumbra al rato.
Primero me fijé en los puestos que había ocupado anteriormente (nada
importante para lo que quería hacer, pero de todos modos me daba
curiosidad todo lo que había hecho) administrador contable, asistente,
asesor comercial, comerciante, vendedor… una larga lista hasta llegar a
ejecutivo y director. Sí que había tenido una vida ocupada, nada comparado
como la síntesis de los que trabajaba para mi.
Pasaron varios minutos antes de recordar el motivo por el cual lo había
pedido, y en lo que lo hice, me fijé en el nombre de la única empresa en la
que había trabajado durante todo ese tiempo. Su nombre estaba en japonés,
pero debajo, en letras pequeñas, se veía la traducción adecuada en español:
Mori Inc. Co.
Eso era más que suficiente por ahora; dejé la hoja de lado por si
necesitaba llamar a los números telefónicos que había colocado como
referencia personal y encendí la pantalla de mi portátil para ingresar a la
Internet.
—Mo… ri… Incor…porated Com…pany dije mientras escribía
lentamente en el teclado de mi ordenador.
De inmediato me mostró todo lo referente a aquella empresa luego de
escribir su nombre. En ese momento entendí que sí era ralamente
prestigiosa, con una influencia social y una capacidad comercial eminente.
Tenía diferentes establecimientos a lo largo y ancho de Japón, poseía la
firma de grandes marcas del país desde electrodomésticos, bancos,
supermercados hasta condóminos. Todo eso me ayudó a entender por qué
Carlos no dudó en marcharse de una vez cuando le aceptaron en el trabajo.
Todo se veía normal. No había nada que pareciera lo suficientemente
desagradable como para decir que era mentira. No cualquiera colocaría en
su síntesis que trabajó en un lugar en el que ralamente no había trabajado
además que de que lo conocía y sabía que él no sería de esos ¿o sí? ¿Acaso
ralamente sabía quien era Carlos De Sousa?
De nuevo, otra pregunta que me hizo dudar, que me obligó a inquirir
más en el asunto, a cuestionarme más cosas para luego enfrascarme en
conseguirle una respuesta. De esa forma, al buscar el nombre de la
compañía, sólo garantizaba que existía, nada más, pero, ¿habrá trabajado
realmente en ella?
Eso debía averiguarlo, pero primero, debía leer un poco más sobre
aquella prestigiosa empresa. Por un momento pensé que tal vez Carlos
podría ser mucho mejor de lo que parecía; haber llegado a ser director de
algo en aquella compañía debía de darle algún merito, lo que me llevó a
querer saber más sobre por qué dejó algo tan grande atrás.
Pero ¿cómo lo averiguaría? Mientras bajaba la pagina de búsqueda,
abriendo enlaces diferentes que me parecían interesantes para aprender más
al respecto, pensaba que no conseguiría nada relacionado con Carlos en
mucho tiempo; por lo pronto, eso era prácticamente como buscar una aguja
en un pajar. Es decir, ¿qué tal si realmente trabajaba? Bueno, nada más me
diría que no era un mentiroso mas no respondería a mi pregunta de por qué
lo había abandonado. O ¿qué tal si no tenía que ver con la empresa?
Eso me dejaba en el aire, tratando de unir los pocos cabos sueltos que
tenía para no llegar a ningún lado, para darme cuenta que era estúpido
seguir buscando. Sin embargo, me dispuse a leer los artículos que había
abierto con anterioridad para no decir que los abrí para nada.
Hasta que, como si se tratara de algo que siempre estuvo debajo de mis
narices, apareció. Lo que menos me esperaba al abrir las páginas que
hablaban acerca de la compañía, era encontrarme con el nombre de Carlos
en casi todas, como si se tratara de alguien importante. Él no me había
dicho nada al respecto, ni se comportaba como alguien que era tan relevante
para algo tan grande como aquella compañía como para ser nombrado junto
con ella.
Y fue ahí cuando me enteré.
El articulo estaba en japonés así que me tocó tener que elegir la opción
del navegador que me permitía traducirlo a un idioma que pudiera entender.
Elegí el inglés porque normalmente siempre resultaba mejor para ese tipo
de casos. Comencé a leerlo desde el principio, ahí no me esperaba
encontrarme con el nombre de mi amigo ni mucho menos con lo que
implicaba que estuviese allí; no fue sino hasta la mitad del escrito que me
conseguí con lo que menos me esperaba.
[…] «Mori Inc. Co es uno de los negocios más prestigiosos de Japón,
con más terreno en el mercado como ningún otro en el país, es de esperarse
que, con tanto prestigio, muchas empresas quieran unírsenos» Dijo el
director de relaciones interiores de la empresa, el señor Carlos De Sousa y
actual esposo de la hija del señor Takumi Mori, Katsumi Mori, el fundador
e inversionista principal de la compañía. Según sus palabras, la compañía
absorbería a varias entidades del país para agrandar más su capacidad
comercial y así […]
De inmediato dejé de leer, apartando la silla del escritorio como si el
ordenador fuer a explotar en cualquier momento, lo suficiente como para
entender lo que había sucedido. Es decir ¿cuáles eran las probabilidades?
¿Cómo podía yo pensar en eso? En ese momento no tenía la más mínima
idea de qué pensar ni cómo actuar al respecto. Y de inmediato me nació otra
pregunta ¿por qué se regresó?
No había una respuesta directa, nada me indicaba su verdadera
motivación ¿Habría hecho algo horrible que le costara su reputación y su
matrimonio? Luego de eso, al igual que antes, todo lo que podía pensar se
convertía en una simple suposición absurda que no me indicaba nada
bueno, que no me ayudaba a encontrarle una razón directa a todo ello. Pero
no me rendí, continúe buscando en la Web para darle sentido.
Coloqué su nombre completo junto al de su esposa y no me apareció
nada importante. Continué buscando. Coloqué el del dueño de la compañía
y allí sólo me decían cosas innecesarias de su trabajo por las cuales ya no
me importaba en lo absoluto todo eso, algo me decía que la razón por la
cual se había regresado no tenía que ver con su antiguo trabajo, así que pasé
a lo siguiente. Coloqué el nombre de su esposa; en ese momento, todo se
me cayó como un balde de agua helada.
«La hija del millonario Takumi Mori, Katsumi Mori (Katsumi De
Sousa), tuvo un accidente junto con su esposo e hija en donde fueron
impactados por un camión de carga que tenía problemas en los frenos,
sufriendo así graves daños. La pequeña de tres años falleció de camino al
hospital y Katsumi en la sala de operaciones. Su esposo, uno de los
directores de la compañía de su padre, tuvo diferentes fracturas en las que
se le suman la clavícula, el brazo derecho, la pierna derecha y parte del
cráneo. Aun no se sabe de su condición actual ya que se encuentra
hospitalizado y en coma, pero los doctores presumen que puede
recuperarse […]»
Justo cuando leí el titular de la noticia, no tenía motivos para seguir
leyendo, pero, eso fue lo que pude soportar antes de comenzar a llorar por
la cantidad de información que había obtenido.
De cierta forma no era demasiada, pero, lo suficiente como para
entender qué era lo que había estado preocupándole a Carlos. ¿Será eso lo
que hizo que se sintiera mal? Me pregunté antes de revisar la fecha del
accidente; para mi sorpresa, tanto el día en que todo sucedió como aquel en
que me enteré, concordaban. Habían pasado cuatro años de aquello.
Justo ese día se cumplían cuatro años del accidente ¡cuatro años de luto!
Me levanté del asiento para correr hasta su oficina para ofrecerle mis
condolencias «Carlos, lo lamento tanto, no sabía. Discúlpame, yo…» me
decía mientras me acercaba a la puerta para salir antes de detenerme en
seco.
Tenía la mano en el picaporte, pensando en lo mal que se vería llegar de
repente para molestarlo cuando claramente me pidió que no lo hiciera y
comentarle de algo de lo que él no quería hablar. Ahora entendía porqué
evadía mis preguntas acerca de por qué se regresó, de cómo le había ido
durante todo ese tiempo.
Las cosas comenzaron a tener sentido suficiente para mi, mucho antes
de saber que estuvo casado, o incluso de saber que tuvo un gran puesto en
la compañía en la que había trabajado.
Esto era todo lo que no quería decirme, lo que no quería recordar y yo
no podía llegar de repente a evocar todo eso que quería ocultarme. Así que,
aparté mi mano de la puerta, di media vuelta y me dirigí hasta donde había
mandado a colocar el mini bar que no me servía de mucho para servirme un
gran vaso de whiskey y sentarme en el sofá a digerir la información.
—Maldición… dije sin pensarlo demasiado.
Estaba tratando de pasar el licor por mi garganta al igual que la
información a través de mis neuronas, intentando comprender por qué todo
eso había sucedido. Por un lado, claro que no me pregunté cómo lo había
tomado porque sabía que seguramente no lo había estado llevando muy
bien, pero, lo que si me generaba dudas era entender cómo se encontraba
ahora, luego de cuatro años de lo sucedido.
Aquellos tragos pasaron por mi con dolor y penuria, obligándome a
sentirme como supuse que se sintió él. Su esposa, su hija y su vida entera se
vieron acabadas de un solo golpe, con un solo accidente.
No entendía la gravedad del asunto, ni lograba encontrarle un sentido a
todo eso que él podría estar sintiendo. Carlos había dejado aquel pasado
atrás y siguió con su vida, pero, no creo que eso pueda ser siquiera posible.
En el pasado, María Montesino no era nadie, era invisible como mujer.
incluso llegué a pensar que Carlos ni siquiera sabía que era una y eso me
deprimió.
Hasta hace unas semanas sentirme de nuevo su mejor amiga había sido
una de las mejore cosas que me habían pasado, a pesar de saber que estar en
la zona de amigos no es siempre lo más recomendable para una relación
saludable, mucho menos cuando mi mayor ambición era por lo menos ser el
segundo plato. Eso fue antes de todo esto, claro está.
Todas esas cosas que no hizo conmigo, por las que me apartó, con las
que no compartió a mi lado como su amiga, en las que prácticamente me
descontó como mujer, me hicieron sentir mal hasta que descubrí todo sobre
su pasado.
—No sé qué voy a hacer ahora le dije a Carla una semana después de
todo ello.
—¿Cómo que no vas a saber qué vas a hacer? No tienes que hacer nada,
eso no te concierne.
—Claro que sí, es mi amigo y debo ayudarlo a superar todo esto.
—No tienes que hacer nada me insistió ella, quitándome el quinto
vaso de cerveza que había ordenado no puedes apoderarte de los
problemas de los demás y hacerlos tuyos sólo porqué sí.
—Estoy preocupada por él, ya no me habla, ya no me busca. Creo que
está molesto conmigo. Me extendí, mareada y un poco idiotizada, para
recuperar mi vaso ¡Dame! lo cogí, bebí de él y luego suspiré tras un
largo trago Todo estaba tan bien. Creía que por fin íbamos a estar juntos.
—¿Aun piensas en eso? Luego de darte cuenta que él ya tenía una vida.
—¡Claro! dejé escapar un gas por mi nariz causado por la cerveza
no lo sabía antes, y antes todo se veía también. Ahora, ahora está triste y
necesita mi ayuda.
—No necesita tu ayuda, ya han pasado cuatro años de eso, él está bien
cómo está.
Carla no quería que me entrometiese en la vida de Carlos bajo ningún
concepto. No estoy segura de por qué, pero su punto, a pesar de ser
razonable, no lo vi así en ese momento.
—Por eso mismo necesita mi ayuda ¡es un león encadenado! vociferé,
para luego mirar a los lados y ver quien me había visto hacer un escándalo.
—¿Qué demonios? No es nada, sólo es un hombre que necesita estar a
solas con su luto. Perdió a su esposa y a su hija, no puedes simplemente
llegar y pedirle que salga contigo.
—No voy a pedirle que salga conmigo, le voy a decir que soy su amiga
y le voy a decir que cuente conmigo, y que estoy para él. ¿Sabes?
Carla no estaba tomando, no como yo. Ahora que lo pienso, no tengo ni
la más mínima idea de cómo llegamos hasta ahí, o de por qué me
encontraba medio ebria hablando de eso con ella. De por sí, se podría decir
que era mi amiga porque me escuchó durante esas semanas cuando hablaba
de la vida de Carlos, de lo que hicimos, de lo que me hacía sentir; lo que le
sucedió, lo que me preocupaba.
—Mari, no seas así, estamos hablando de algo muy delicado. No se te
ocurra mencionarle que sabes al respecto, no te vayas a causar ese
problema.
—Pero es que hemos estado tan cerca de estar juntos durante todo este
tiempo; salíamos todos los días, hablábamos, tomábamos, compartimos
tanto que creí que…
—Eso no importa, Mari, tienes que respetarle su tiempo de luto.
—Pero han sido cuatro años.
—Y pueden ser cuantos a él le de la gana, sólo no apresures esto. Tal
vez no quiera tener otra relación me dijo, mirándome con serenidad es
decir, es razonable tomando en cuenta su situación.
Los siguientes días a ellos estuve convencida de que las cosas podrían
mejorar entre los dos. No importaba cuanto tiempo me tomase, pero haría
que él mismo me lo contase y que viera que yo lo podría ayudar.
Mi primer paso fue acercarme a él de nuevo, con cuidado, sin revelar
mis intensiones. Todo sucedió un martes cualquiera que necesité que él
atendiese unos asuntos importantes de negocios los cuales pude mandar a
decirle con Carla, pero yo quería hacerlo personalmente.
—Toc, toc dije sin tocar la puerta ¿estás muy ocupado? pregunté,
un tanto nerviosa.
Carlos levantó su mirada, como si nada hubiera sucedido, como si
nunca me hubiera pedido que me alejase, o que lo dejara solo aquel día.
Dejó de escribir para responder.
—No mucho, ¿qué sucede? preguntó.
—Este… no esperaba que me hablara con tanta calma, así que
vacilé yo necesitaba que me ayudaras con algo.
—Aja… dijo, ignorando por completo por qué estaba tan nerviosa
¿En qué soy útil?
—Necesito que me ayudes a readaptar estos documentos que divagué,
levantando las hojas que tenía en la mano son importantes y necesito
redactar, no es muy grave, pero si es importante.
—Aja dijo Carlos, alargando la silaba ¿entonces?
Estaba un poco confundida, no sabía que excusa inventarle y ni siquiera
sabía por qué me hallaba así.
—Es urgente dije por fin te lo mandaré con Carla. ¿Está bien?
Traté de ser profesional, me aparté de la puerta y me erguí, hablando
como la jefa que era.
—Sí continué lo haré llegar con Carla, ella te explicará todo.
Asentí con la cabeza, dejando a Carlos perdido en mis palabras, di la
vuelta para no evidenciar mi completa falta de control a pesar de que
terminé llevándome los documentos que se supone le iba a dar. Por un
momento me arrepentí de haberme acercado sin un plan, así que fui a acudir
a Carla.
—Necesito que le entregues esto a Carlos.
Le coloqué los documentos en la mesa inclinando mi cabeza llena de
arrepentimiento, decepcionada de mi misma.
—¿No ibas a llevárselos tu?
—Lo intente dije.
—¿Qué pasó? ¿Fue evasivo contigo?
—No, no hizo nada, sólo me respondió.
—¿Entonces?
—Me quedé helada, no supe qué decir y lo arruiné. dejé escapar un
suspiro para luego levantar la mirada Necesito que le lleves esto pronto,
es importante.
Me retire hasta mi oficina para continuar con mi trabajo, segura de que
necesitaba una mejor forma para acercarme de nuevo a Carlos. Él no sabía
que yo sabía lo de su pasado, pero sin embargo sentía una terrible necesidad
de decírselo de todos modos, lanzarme sobre él diciéndole: «¡Carlos, ya lo
sé todo, no tienes que ocultarme nada!» pero me sentía como una niña
ridícula que no sabía como actuar de forma madura e inteligente.
De nuevo, los días pasaron como si nada, alterándome, haciéndome ver
que algo andaba bien.
—Buenos días, Carlos le dije un viernes cualquiera.
Fue algo honesto. Mis palabras se entrecortaron, nuestras miradas se
cruzaron y mi corazón comenzó a palpitar con desesperación. Estaba
convencida de que él ya no me veía como una amiga. Él se estaba
acercando con la mirada baja, viendo hacía las llaves de su coche y
guardándolas en su bolsillo.
—Buenos días, Mari, ¿cómo amaneces? dijo con tranquilidad.
El tono de su voz me procuró un extraño alivio; calmado, sereno, lleno
de entereza y muy eminente. Carlos parecía el mismo antes de que se
hiciera distante; tal vez eso significaba que no me iba a apartar más.
—Bien, estoy bien. Me desperté bien ¿y tú?
—Estoy bien, gracias por preguntar. Pienso que hoy será un buen día
¿no crees? Preguntó, embozando una sonrisa.
Hablaba con tanta propiedad y seguridad que comenzó a parecerme a
ese Carlos que conocía antes de que se fuera a Japón.
—¿Cómo has estado? ¿Cómo te ha ido? pregunté, en lo que se acercó
a mi y comenzamos a caminar no hemos hablado en todo este tiempo.
Creí que debería ser directa, tratar de no enredarme tanto; tal vez, si le
decía lo que quería escuchar, podría tener un mejor resultado. Puede que se
debiera a la forma en que me respondió, se notaba tranquilo y eso me
tranquilizó.
—Disculpa por eso dijo como si supiera lo que me había hecho pensar
todo este tiempo. No quise dejarte de hablar, sólo necesitaba estar a solar.
—¿Y todo está bien ahora? pregunté un tanto cohibida, sin levantar
mi mirada para encontrarme con la suya.
—Un poco, se podría decir que sí dijo.
—¿Entonces no necesitas más tiempo a solas, ni te distanciarás?
Necesitaba esa confianza que ya tenía con él, hablar con tranquilidad,
decirle las cosas que pensaba sin miedo a que me juzgara. Pero, a pesar de
querer eso, debía estar al tanto de que él no era el mismo chico que conocí
una vez aun así no hubiera cambiado mucho en lo físico.
—No lo haré dijo embozando una sonrisa gracias por entender.
—No hay problema, soy tu amiga dije.
Sintiendo como mis palabras funcionaban como un alambre de púas que
se apretaba alrededor de mi corazón.
—Eres mi mejor amiga aclaró Mari, nunca lo dudes.
El alambre se apretó aun más, lo que me hizo tragar saliva con fuerza y
dejar escapar un suspiro.
—¿Entonces? Todo está bien, está en orden. ¿Podemos seguir saliendo
de noche a tomar? le pregunté, tratando de cambiar mi actitud depresiva
por una más animada.
Carlos me miró, soltando una carcajada inesperada.
—¿Quieres ir a tomar?
—¡Claro! He estado tomando sola todo este tiempo porque mi
compañero de copas ha estado muy distante y eso me hace sentir sola.
dije sonriente.
—Entiendo. Bueno, no veo por qué no podríamos ir a tomar unas
cuantas copas entonces. ¿Cuándo quieres ir? ¿Esta noche?
—Oh sí exclamé con alivio sería maravilloso, lo necesito con
ansias.
—Jajá, entonces esta noche.
Ambos caminamos hasta el ascensor para hacer de nuevo lo que
hicimos durante ese tiempo en que trabajamos como los grandes amigos
que éramos, antes de que me enterase de sus problemas, de que me sintiera
excluida por no formar parte de ellos y de que no me los contase
—¿Ya terminaste los papeles que te envié con Carla?
—Sí, aquí los tengo. Todo listo como me lo pediste.
El ascensor llegó.
—Esos correlativos me tenían loca, y cómo tu sabías más de números y
eso, creí que podrías encontrar el error que tenía, ¿sabes? Esa diferencia de
millón y medio me traía preocupada.
—Sí, claro dijo mientras entramos al ascensor entiendo. Al
principio no sabía que buscar hasta que Carla me explicó mejor, tuve que
llamarla.
—¿Y por qué no me llamaste a mi? pregunté.
Carlos aclaró su garganta, como si hubiera dicho algo que no debía.
—Es que no quería molestarte se excusó y bueno, le pregunté que
querías que hiciera y lo hice. No es que no quisiera hacerlo es que estaba un
poco apenado por como te traté ese día y como después fuiste hasta mi
oficina y no me dijiste lo que querías que hiciera, creí que estabas molesta.
—No, sólo estaba un poco nerviosa, no quería hacer que te molestaras
de nuevo o algo por el estilo.
—Creí que no querías hablarme, y por eso te habías ido. Pero ya está
bien todo ¿verdad?
—Sí, ya me dijiste que querías estar solo, no importa. Estás bien ahora y
ya embocé una sonrisa en son de paz descuida.
Ambos salimos del ascensor y caminamos hasta la entrada. Él esperó
que la abriera para luego ir hasta nuestras respectivas oficinas y comenzar
con nuestro día laboral. En lo que dejé mis cosas sobre el escritorio fui
hasta su oficina.
—Pero de todos modos nos veremos hoy para tomar unos tragos
¿verdad? le dije asomándome por la puerta
—Claro que sí, lo prometido es deuda.
—Perfecto entonces embocé una sonrisa nos vemos más tarde.
Luego de ello se podría decir que todo marchó de nuevo cómo lo
esperaba; Carlos se acercó de nuevo a mi lo que me tranquilizó por un buen
tiempo. Quería preguntarle cómo hizo para superar lo de su esposa, porqué
a pesar de tener un gran trabajo se marchó, porqué no me había comentado
acerca del accidente, pero me contuve porque sentía que él no estaba del
todo resuelto.
Cuando hablábamos, a pesar de estar tranquilos, no se sentía natural, era
como si él estuviese controlando sus palabras, colocando un filtro en su
mente para no decir lo que realmente pensaba. Era evidente para mi porque
siempre lo descubría tratando de decir una cosa y cambiándola por
completo.
Un día, luego de que comenzamos a retomar nuestra rutina, creí que
Carlos se había sincerado conmigo, que lo que dijo podría significar un gran
cambio para nuestra relación y lo que me hizo creer que había superado
muchas cosas de su pasado.
Estábamos con Carla, tomándonos una copa porque la habíamos
invitado a pasar la noche con nosotros. Todo marchaba bien, la
conversación iba de maravilla y creía que todo iba terminar de la misma
forma, hasta que él dijo algo que me dejó pensando.
—Me he encontrado con uno que otro de la universidad, han cambiado
demasiado dije luego de tomar de mi cerveza es decir, por ejemplo,
Cesar; él era súper atractivo, incluso me acosté una vez con él pero cuando
lo vi, tuve que mirarlo dos veces para poder identificarlo.
—¿Qué? ¿Por qué? dijo Carla.
—¿Cesar? Uhm, no me acuerdo cómo era dijo Carlos.
—Piel clara, cabello castaño, ojos verdes, mandíbula cuadrada. El que
era novio de Karen ¿recuerdas?
—¿Karen? ¿La que estaba estudiando diseño?
—Esa misma, la que dibujaba horrible.
—Aja, bueno ¿qué con Cesar? insistió Carla.
—Oh, cierto. Bien, cuando lo vi, me sentí muy bien por haberlo dejado.
Estaba gordo, pero no obseso, sólo tenía una barriga desagradable de
alcohólico, los dientes amarillos por el cigarrillo y la piel áspera como si se
tratara de una lija. Cuando me acerqué para darle un beso en la mejilla,
estaba todo grasoso y desagradable, como si por los poros se le escurriera
las calorías que se comía.
—Se veía venir. No tenía futuro.
—¿Por qué? ¿Era tonto? preguntó Carla.
—No, para nada, pero siempre tomó las peores decisiones. Creo que
dejó a una chica embarazada y tuvo que dejar el trabajo.
—¿Dejar el trabajo para qué? ¿No debería tener un trabajo? dijo
Carla o sea, ¿no se supone que buscas un trabajo cuando tienes un hijo?
—No lo sé, no le presté mucha atención.
—Seguro fue eso. Pero no sé por qué habría de estar así ¿qué le habrá
pasado? dijo Carlos.
—Ni idea, no me quedé para preguntarle.
Entonces fue cuando sucedió.
—¿Y ustedes dos no han cambiado? preguntó Carla, interesada en
nuestro pasado.
—No dije yo instintivamente, casi sin pensarlo demasiado.
—Claro que sí has cambiado aseveró Carlos.
La forma en que lo dijo me obligó a girarme para verle, interesada en lo
que podría decir.
—No eres para nada igual a la chica que conocí. Eres incluso más
atractiva.
De inmediato embocé una sonrisa sorprendida por sus palabras y la
seguridad con la que lo dijo. Me pareció extraño y gratificante a la vez.
—¿Y cómo era antes? preguntó Carla.
—Era atractiva, pero ahora se ve casi igual pero un poco más como una
mujer madura, e incluso se podría decir que la edad le ha sentado muy bien
Carlos cogió su vaso de cerveza y enfocó su mirada en mi.
En ese momento, en lo que nuestros ojos se encontraron en el camino
como si se tratase de un secreto entre los dos, creo que mi rostro estafermo
que acompañe con una sonrisa, le hizo comprender que había dicho lo que
yo quería escuchar. Por un momento, sólo nos quedamos ahí, viéndonos,
mientras él sorbía de su bebida y yo reproducía sus palabras una y otra vez
en mi cabeza como si se tratara de una grabación.
Mi alrededor se iluminó con luces de neón alimentando mi
Lo vi como un avance, estábamos conectándonos a un nivel diferente,
las cosas podrían cambiar de ahora en adelante, pero, de repente, se ahogó
con la cerveza como si se hubiera percatado de algo y abrió su gran boca
para arruinar el momento.
—No ha cambiado pues, eso es todo. Pero no sabemos, tal vez después
la edad no le haga tanta justicia.
—No seas así, ella es hermosa me defendió Carla.
—No digo que no lo sea, pero que bueno, es normal. ¿Me entiendes?
dijo Carlos.
Ambos comenzaron a hablar con tanta naturalidad que se olvidaron por
completo que me encontraba ahí. Luego de eso, Carlos evadió mi mirada
por lo que quedó de la noche lo que me hizo sentir un poco incomoda. Por
un momento creí que me había dicho un lindo cumplido, pero se arruinó por
completo con su comentario cruel acerca de mi edad y todo lo demás.
Sentí como todo se caía en pedazos, así que preferí mantenerme callada
y ocultar mi decepción; somos amigos, los amigos se dicen ese tipo de
cosas, no hay por qué molestarse ¿verdad? Y con eso me mantuve por los
siguientes días.
Carlos había dicho algo agradable que me hizo creer que podría estar un
poco atraído por mi para luego dejarlo bajar por el retrete. Yo me comporté
como toda una dama al no darle la importancia que creía que tenía,
conversando, saliendo todos los días, sintiéndome devastada por no poder
ser un buen partido para él.
¿Qué habría tenido esa chica con la que se casó que no pueda tener yo?
Es decir, desde que me enteré, estuve tratando de no pensar en el hecho de
que ¡se casó!, que no me lo dijo y que no fui yo. El gran amor de su vida
había sido otra, ¿cómo podía sentirme al respecto?
El no saberlo me ha llevado a evadir esa pregunta lo suficiente como
para no sufrir al respecto, pero, la forma en que me dijo que estaba bonita
aquel día, me hizo pensar que tal vez estuviese fijándose en mi ahora que
me ve diferente.
Parte de esa idea que me controló varios días, fue lo que me llevó a
cometer una gran estupidez. Ya habían pasado meses desde que me enteré
de su pasado, en los que me pregunté durante las largas noches y días por
qué había decidido regresar y no contarle a nadie al respecto.
¿Qué sucedió durante esos cuatro años de luto? ¿Aún estará enamorada
de aquella chica? Y otras preguntas que me mantenían despierta, que
aparecían cuando él lo hacía, cuando me hablaba y que me tocaba controlar
cuando el grado de alcohol se elevaba por las nubes.
Hasta que, no pude más. Aquel día comenzó como cualquier otro; nos
encontramos antes de llegar al edificio, nos saludamos como siempre lo
hacíamos, caminamos hasta el ascensor, entramos a nuestras oficinas,
planeamos lo que haríamos y luego trabajamos hasta el atardecer para luego
ir a nuestras casas a buscar un cambio de ropa y encontrarnos en nuestro bar
favorito. Carlos pasó buscándome hasta mi casa como siempre lo hacía e ir
hasta donde tendríamos una noche calmada y rejuvenecedora.
—Necesito tener más tiempo libre, el trabajo me está matando le dije
luego de mi cuarto vaso de cerveza Quiero vacaciones.
Tenía la frente sobre la barra, los hombros tan bajos como mis ánimos e
incómodamente sentada en un banco que llevaba más tiempo ahí que el
mismo bar.
La música me estaba aburriendo ya, alguien no sabía qué cosa elegir
que no fuera capaz de deprimirme, las personas hablaban y hablaban en voz
alta confundiéndose entre sí y obligándome a levantar mi voz para que
Carlos me escuchase.
—¿Por qué simplemente no te la tomas? dijo Carlos, masticando un
maní que cogió de la barra Eres la jefa, puedes hacer lo que te de la gana.
—Eso quiero, pero no creo que deba. dije luego de levantar la cabeza
un poco para hablar y luego dejarla en su posición anterior.
—Vamos, no te preocupes, trata de relajarte. Te lo mereces. Has
trabajado demasiado y puedes trabajar más después de que te tomes un
merecido descanso.
—¿Tu crees? le pregunté como si no viera el sentido en sus palabras.
Me levanté.
—Claro, un tiempo libre para relajarse es lo mejor que puedes tener
para aclarar tu mente y conseguir la paz interior.
—¿La soledad no motiva al desequilibrio mental?
—¿Y por que debes estar sola? Puedes ir a visitar a tu familia, adoptar a
una mascota. No sé, no necesariamente debes estar sola.
—Necesito un amigo que me acompañe a algún viaje lujoso para poder
eliminar el estrés le dije sarcásticamente, esperando a que se diera cuenta
de mi propuesta ¿verdad?
—Sí, necesitas uno, de lo contrario, estarás por un mes completo sola y
aburrida. ¿No lo crees? de nuevo volvió a comerse otro puñado de maní
que pasó con el ultimo trago de su cerveza deberías buscarte uno.
—Sí…
No dijo nada, yo no dije nada, nos quedamos callados. Yo esperé a que
él se ofreciera, pero cuando me di cuenta de que no lo iba a hacer, decidí ser
directa. Su semblante impávido me estaba sacando de quicio. Pidió otra
cerveza y comenzó a beberla como si más nada importara, como si no
estuviese ahí con él.
—¿Por qué no me dices nada? Tú eres mi amigo le reclamé.
—¡Jajá! Lo sé, sólo estaba bromeando. Comió otro maní pero no
creo que pueda tomarme unas vacaciones, a penas llevo un año trabajando
en la compañía, no sería justo para nadie.
—Pero tienes un puesto importante.
—Sí, pero no quiere decir que deba abusar de él.
—¿El trabajo en Japón era así? pregunté.
—¿En Japón? Sí, difícilmente teníamos vacaciones, no es como que no
se nos permitiese, pero el trabajo lo era todo. Aquellos que no trabajaban no
siempre tenían lo mejor; si querías llegar lejos debías ganarte la confianza
de todos, el respeto, demostrar que eras apto. bebió de su cerveza pero
no todos los que se esforzaban lo lograban. Muchos simplemente se dejaban
consumir y no avanzaban.
—¿Y tu cual de ellos fuiste? le pregunté, haciendo como que no
supiera qué tan lejos llegó.
—¿De los que trabajaban?
—Sí, ¿te esforzaste hasta el cansancio y lo lograste o perdiste?
—Me esforcé hasta el cansancio. Fui levantándome poco a poco hasta
llegar a uno de los puestos importantes de la empresa. Fue algo maravilloso
el día que me dijeron que sería uno de los directores.
—Vaya.
—¿Un extranjero siendo el director de la empresa? Me dije tomó otro
trago Fue algo maravilloso. agregó no sé si fue por mi esfuerzo, las
influencias de Kat… tosió.
Arrugó un poco el rostro y lo pasó con un trago de cerveza largo e
incomodo. Parecía que estuvo a puno de decir algo que no quería decir, yo
sabía qué era, más no era mi intención demostrárselo.
—Bueno, sí dijo como si nada fue algo de otro mundo, poder llegar
tan lejos luego de no haber sido nadie.
En ese instante, dentro de todas las cosas que pude decir, de entre las
dos peores que se me pudieron ocurrir, una de ellas se elevó entre las otras
para coronarse como la más impertinente.
—¿Qué papel tuvo tu esposa en todo eso?
Es decir, ¿qué estupidez fue esa? No sabía si había sido yo quien lo dijo
o el alcohol. Aunque en sí, las circunstancias eran indiferentes; muchos
justifican sus actos con el licor como una excusa para decir que eso no lo
harían estando sobrios ¿habría sido ese mi caso?
Sí que quería decírselo, preguntarle acerca de ella porque era un tema
que quería conocer directamente de él, pero no creo que esa haya sido la
mejor forma de decirlo. Estoy segura de que cometí un grave error al
preguntárselo de esa manera, al sacarlo en ese momento, al no tener ni el
más mínimo tacto al hacerlo.
—Ya va… ¿Cómo? preguntó, en una mezcla entre confundido y
ofendido ¿De qué rayos estás hablando?
Dejó su cerveza sobre la mesa, como si intentase apartarla para
demostrar la mayor sobriedad posible, dejando en claro que ya había sido
suficiente licor por la noche. Comencé a sentirme como una estúpida,
viéndole a los ojos, pero intentando no hacerlo al mismo tiempo para no
parecer más como una idiota. Me arrepentí de inmediato.
Tomé un gran respiro para llevar oxigeno a mi cabeza, la sacudí como si
así pudiera deshacerme del alcohol en mi cuerpo y me reincorporé,
irguiendo mi espalda y levantando mi mentón.
—Carlos, yo… vacilé no era mi intención, no quería decirlo. Este,
lo siento.
—¿Qué sabes de mi esposa? preguntó, con un tono de voz desafiante.
—Yo, no quería sacar el tema, sé que es algo delicado.
—¿Qué sabes de Katsumi? Dímelo insistió y exigió con la voz gruesa
y dominante.
Quería seguir disculpándome (como si eso fuera a servir de algo) pero
su forma de hablar no me dejó otra opción más que darle la explicación que
se merecía recibir.
—Que era la hija de tu jefe y que tuvo un accidente. Resumí.
—¿Qué más? preguntó con el mismo ímpetu.
—Mas nada, lo juro, eso es todo.
Carlos pareció quedar satisfecho con aquellas palabras, bueno, no
satisfecho, estaba callado, o me dijo mas nada y creo que eso fue suficiente
para suponer que se encontraba satisfecho con mi respuesta. Del resto, todo
fue lo suficientemente incomodo como cualquiera podría imaginarlo.
El silencio desgarrador que se levantaba por sobre el ruido natural del
bar, las cervezas que se acabaron en un pestañeo, la respuesta callada del
cantinero que me sirvió la otra al hacérselo saber. Todo parecía una escena
sacada de una película en blanco y negro sin ningún dialogo mas que el que
salía luego de que era conveniente para el desarrollo de la trama.
El cine mudo, ojala pudiera vivir en ese lugar, todo parecía más sencillo.
Intenté decir algo varias veces, crear conversación, comentarle lo mucho
que lamentaba lo que había sucedido en ese instante y el pasado; lo que
había dicho y la incomoda situación que había desarrollado para nosotros
dos.
Lo miré callado, pensativo, tomando pequeños sorbos de su cerveza y
masticando aquel desagradable maní que no sabía quién más había estado
tocando pero que parecía disfrutar sin mucho problema. Mientras más
pasaba el tiempo en el que no hablábamos, más quería decirle algo, más
quería disculparme y más quería saber qué estaba pensando.
Sus ojos estaban fijos al frente, viendo sin necesidad de estar
observando. Continué tomándome la cerveza que me habían dado, creo que
la quinta o la sexta, sintiendo el licor apoderándose cada vez más de mis
sentidos, pero estando lo suficientemente sobria para saber identificar el
elefante en el bar.
En lo que Carlos terminó de tomarse su bebida, rompió el silencio.
—Vamos a llevarte a tu casa dijo para luego levantarse sin agregar
más nada.
Carlos no era una persona muy expresiva, no cuando estaba afectado
por algo ni pensativo. No me gustaba verlo así, en su faceta de hombre serio
e imperturbable que siempre tomaba cuando las cosas se hacían un poco
complicadas, en el que necesitaba tener una actitud madura ante la vida y
comportarse como un adulto.
Él era así, siempre tan misterioso. Cuando no decía tonterías, bromeaba
o se comportaba como un tipo cualquiera, estaba esta forma de ser que me
hacía sentir inferior, que me intimidaba, que no quería causarle porque
significaba arruinar un perfecto momento entre los dos.
Que sin embargo siempre terminaba arruinando.
Me dejó ahí, sin esperar a que me levantase o que le respondiera, sólo se
fue caminando hasta la puerta, así que cogí mi cerveza, le di un solo trago
para acabarla y aceleré el paso para alcanzarle. En lo que salí, estaba parado
en frente del coche esperando por mi, me abrió la puerta sin decir más nada
y se dirigió hasta el lado del piloto para abordarlo.
De nuevo, intenté hablarle, míralo a los ojos, pedirle disculpas, pero en
lo que vi su rostro impávido, no tuve más opción que quedarme callada a
sabiendas que el camino de ahí hasta mi casa sería largo e incomodo.
Y así fue como me llevó hasta mi casa, yo aun presa del licor y él un
poco menos prisionero del mismo. Manejó con cuidado, en silencio, sin
mencionar nada, sin decir ninguna otra cosa. Sentía que todo lo que
habíamos estado forjando durante ese tiempo se había derrumbado,
deshecho hasta los cimientos sin dejar alguna esperanza de volver a
levantarse más grande, más fuerte y mejor.
Veía por la ventanilla de su coche desde el lado del copiloto, suponiendo
que todo había acabado; arrepentida, deshecha. Las luces de la noche que le
daban vida a las calles que, a pesar de ser tan tarde (o temprano), estaban
abarrotadas de personas que caminaban por las aceras con sus mejores
ropas, demostrando que eran jóvenes y despreocupadas, haciéndome sentir
como una estúpida porque me había comportado como ellos al no pensar las
cosas antes de decirlas. Respiraba contra la ventana, pensando en mi grave
error.
El vaho de mi respiración atiborraba la ventanilla quitándole diafanidad,
evitando que la luz transportara las imágenes que necesitaba ver para
distraerme del hecho de que Carlos no estaba diciendo nada.
Reprimí mi deseo de girarme para verlo, de observar cómo manejaba
porque sentía que no quería ver su rostro impávido. Estaba segura que se
hallaba molesto, enfurecido por mis palabras, por las cosas que sabía y no
debería estar sabiendo.
Los árboles, las tiendas, y la calle se iban desplazando por la ventanilla
como si no pertenecieran a ningún lugar, apareciendo al frente y
perdiéndose a nuestras espaldas con rapidez.
No podía pensar en otra cosa más que en el accidente, en mi comentario
estúpido y en la forma en que me entrometí en la vida de mi mejor amigo
sin pedirle permiso primero, sin preguntarle si podría siquiera; Carla tenía
razón, no tenía el derecho de hacerlo. Vaya error; qué estúpida fui.
—No quería decirte porque no era algo de lo que cualquiera podría
hablar dijo de repente.
En lo que escuché su voz, me giré para verlo, no me lo esperaba e hizo
que parte de mi mundo se iluminase.
—No era algo que quisiera decir, ¿sabes? No es como que pueda
contarle a cualquiera las razones por las cuales dejé todo atrás, siendo esas
tan intensas como lo son. continuó
—Yo… me interrumpió.
—No estoy seguro si lo superé o no, pero por la forma en que te
respondí hace unas horas, creo que no lo he hecho aún.
—Es un tema delicado, tienes todo el derecho de… me interrumpió de
nuevo.
—Puede ser, pero, aun así, creo que no era el modo de preguntarte las
cosas.
—Yo sólo quería saber un poco más, eso es todo, pero no tenía el
derecho de hacerlo, es algo tuyo que no querías contar y debí respetar eso.
Carlos no quitaba su mirada del camino.
—Supongo que sí, pero no lo sé. Apartó la mirada para fijarse
rápidamente en mi y luego continuar atento al camino ¿Cómo te
enteraste?
—Estuve buscando un poco por Internet y conseguí tu nombre
relacionado con la compañía, luego busqué quién era y pues…
—Entonces sabes lo del accidente.
—Sí, a eso iba,
—Bueno. Sí, creo que no se puede decir que es mi esposa, es más como
que, fue mi esposa. Debo acostumbrarme a ello.
—¿Acostumbrarte? Estas siendo un poco cruel. No debes fingir que eres
fuerte, sé que es difícil.
—Lo sé, María, pero, debo aceptar las cosas como son.
Tragué un poco de saliva, tratando de desatar el nudo que se había
hecho en mi garganta. Era un tema delicado que realmente quería tocar,
pero, ahora que estábamos hablando de ello, no sabía si en verdad deseaba
seguir escuchando al respecto.
—Katsumi Mori fue el amor de mi vida, de eso no cabe duda
comenzó a relatar, así se sintió, así que lo dejé hablar sin interrupciones
la conocí por fortuna mientras iba al trabajo porque ella siempre visitaba a
su padre cuanto que podía. se giró para verme Era una muy buena
doctora de un hospital, lo que la hacía una mujer muy ocupada, así que no
siempre nos encontrábamos, pero cuando lo hacía, se sentía como algo
mágico.
Sus palabras empezaron a soltarse como si se tratara de una cascada,
fluyendo sin ningún problema entre sus labios. Hice lo que pude para no
perderme en el sonido de su gruesa y profunda voz mientras me iba
relatando aquello que tanto esperaba escuchar.
—Al principio era sólo una chica más, pero según lo que ella me decía,
las cosas eran diferentes desde su punto de vista. A pesar de ser un lugar
rico en muchas cosas, ella juraba que no había visto tantos extranjeros como
quisiera. Sí había suficientes en aquel lugar, e incluso me parecía extraño
para alguien que veía personas diferentes todos los días dejó escapar un
suspiro bueno, el caso es que nos conocimos así, encontrándonos en la
recepción del edificio en donde trabajaba.
Me miró y embozó una sonrisa, evocando a esa época feliz que había
vivido en el pasado.
—Poco a poco nuestros encuentros fueron haciéndose más frecuentes, e
incluso hubo días en los que quería encontrarme con ella. Todo fue así hasta
que intercambiamos unas palabras, unas sonrisas, saludos de cortesía para
luego pasar a un almuerzo Express, a un helado, un café e intercambiar
números. En ese momento no sabía quien era Katsumi Mori, ni ella qué
papel tenía yo en la empresa. Aun no me habían contratado como uno de los
directores, pero estaba a punto de conseguir lo que quería.
Se giró para verme de nuevo.
—No sé si el salir con ella influyó o algo, pero ya yo estaba en la lista
de candidatos para el puesto.
Ahí respondió a la pregunta que le hice en el bar.
—Tal vez hizo que el jefe me tomase en cuenta un poco más, pero no
salíamos del todo así que no podría asegurarlo.
—Ah…
—Los meses pasaron, compartimos nuestro tiempo, salimos más a
menudo hasta que por fin decidimos dar el paso de comenzar una relación.
Embozó una sonrisa al camino Todo fue tan rápido luego de ello;
nuestros trabajos nos consumían la misma cantidad de tiempo, algo muy
común en Japón, pero no fue obstáculo para nuestra relación. Pasó un año y
decidí dar el siguiente gran paso, así que le pedí la mano de Katsumi a su
padre en una cena que tuvimos.
—Aw dije.
—Sí, traté de ser lo más formal posible. Él aceptó, hicimos una gran
boda y nos casamos. Al tiempo ella trajo al mundo a una hermosa niñita a la
que llamamos Aiko Se giró y me miró significa hija amada, fue el
mejor nombre con el que pude dar y me encantaba dijo para luego aparta
su vista de mi y fijarse en el camino todo iba de maravilla ¿sabes? Tenía
un gran trabajo, una gran familia, todo lo que cualquiera podría desear
dependiendo de sus gustos. Mi vida era perfecta. Pero, todo cambió de
repente.
Carlos manejaba viendo a los lados, no me había percatado de eso antes
cuando me llevaba a la casa en otras ocasiones, pero en ese momento,
mientras lo veía fijamente hablando de su pasado, me di cuenta que tenía un
extremo cuidado al volante y todo se hizo claro para mi. ¿Quién habría
pensado en eso? ¿Cómo no pude haberlo notado?
—Aquel accidente me arrebató la felicidad. Tanto Katsumi como Aiko
eran mi vida y se fueron en un parpadear.
—Lo siento dije.
—Gracias, pero eso no cambiará nada agregó.
Sus palabras me desgarraron un poco el alma, no sabía como reaccionar
al respecto. Hubo un silencio, parecía que todo había terminado, pero yo
sabía que no era así.
—¿Qué pasó después?
—Nada, la absoluta y total nada.
—¿Cómo así?
—Intenté regresar a mi vida, a las cosas que solía hacer cuando ellas
estaban en mi vida, pero no lo logré. No pude mantenerme al ritmo del
trabajo, no pude sobrevivir a la monotonía ni a la soledad se fijó en mi
tú misma lo has dicho, la soledad motiva al desequilibrio mental.
—Pero…
—Y es verdad, estuve mucho tiempo solo, un año entero. Mi madre me
fue a visitar cuando estuve en coma y se quedó por un tiempo, pero tuvo
que regresar aquí por sus mascotas. Eso fue hace cuatro años.
—¿Qué hiciste durante esos cuatro años?
—Intentar continuar con mi vida, tratar de seguir trabajando buscar una
forma de sobrevivirle al mundo dejó escapar un suspiro mientras cruzaba
a la derecha traté de creer que quería venganza pero eso era para las
películas, no podía querer nada, de todos modos, el señor Takumi se las
arregló para destruir a la empresa que no pudo hacerle el mantenimiento a
sus camiones lo que nos llevó a sufrir ese accidente, así que incluso eso me
lo habían arrebatado.
—Vaya, no sé que de…
—Los días, meses y años pasaron sin que pudiera estar tranquilo, sin
poder conciliar el sueño como una persona sana. Hasta que decidí dejarlo
todo hizo varias maniobras con el volante, buscando un lugar en donde
estacionarse . Vendí mi casa, mis coches, renuncié a mi trabajo, vacié mis
cuentas de banco y me marché a un nuevo mundo.
—¿Con cuanto te fuiste?
—Con un poco más de un millón de yenes, tal vez dos y unos cuantos
miles de dólares que tengo guardados para algo importante.
—¡Vaya! ¡Eso es mucho dinero!
—No creas, con esos dos millones de yenes solo tuve al cambio un poco
más de catorce mil euros, no me alcanzaba para mucho, así que decidí
buscar un trabajo, y así nos reencontramos.
Estacionó el coche en frente de mi edificio.
—Debió ser difícil para ti.
—Lo ha sido, pero me ha tocado acostumbrarme.
—Ya han pasado un poco más de cuatro años, y no te he visto tan mal
como dices.
—Porque me encontré contigo, porque he podido vivir un poco mejor
después de todo eso. Mantener mi mente distraída me ha ayudado a
sobrellevar mejor aquel evento.
—¿Lo dices por mi?
—Sí, has sido de mucha ayuda. Estar contigo me ha hecho sentir muy
bien, tranquilo, la verdad, pero, me ha costado incluso eso.
—¿Qué te ha costado?
—Darme cuenta de que siento cosas por ti, cosas que creía que habían
desaparecido años atrás y que no pensé que volvería a experimentar al
verte.
—Un momento reaccioné con unos segundos de retraso ¿años
atrás? ¿Sentías algo por mi?
—Sí, mientras estuvimos estudiando, hubo un tiempo en que estuve
enamorado de ti.
—Pero… ¿qué pasó? ¿por qué nunca me lo dijiste?
—Porque eras un alma libre, siempre estabas con otros hombres, y
nunca te fijaste en mi.
—¿Qué? vociferé ¿Estás loco?
—¿Qué? ¿Por qué? reaccionó desconcertado.
—He estado enamorada de ti desde el día uno. Siempre he estado loca
por ti, y cuando te vi de nuevo, cuando creí que ya te había superado, me di
cuenta de que estaba equivocada y que todo lo que sentía salió de nuevo a
flote.
—Vaya, eso si que es algo raro.
—¿Raro? Pudiste habérmelo dicho exclamé por años creí que no
me veías como una mujer, por eso siempre busqué a contarte las cosas que
hacía, por eso siempre me acosté con otros hombres, para que me notaras,
para que vieras que era una chica deseable.
—Creí que era porque no te habías fijado en mi, nunca me distes
ninguna señal.
—¿Ninguna señal? vociferé de nuevo estaba prácticamente
idiotizada por ti, todo el tiempo te busqué, siempre me vestía pensando en
lo mucho que te podría gustar, trataba de estar siempre a tus gustos, de darte
celos. ¡Todo el tiempo te estuve dando señales para que me notaras!
Traté de gritar, pero lo reprimí con un gruñido de histeria. Me dejé caer
sobre el asiento del coche cruzando los brazos. Me parecía inaudito que
después de todo ese tiempo, de dos vidas completamente separadas y un
accidente que le cobró su felicidad, viniera a decirme que estuvo
enamorado de mi. Pero, a pesar de ello, estaba a gusto por sus palabras; era
una dualidad exagerada, estaba en el medio de una tragedia, un evento
compartido y una noticia que estuve esperando desde que lo conozco.
—Vaya, que extraño giro de eventos dijo Carlos, en un suspiro.
—Creo que es mejor no hablar más de eso
—Pienso lo mismo afirmó.
Cogí mis cosas y abrí la puerta del coche, colocando un pie afuera y
deteniéndome en seco.
—Este vacilé ¿Quieres subir a tomar una taza de café? Para
quintarnos todo esto de encima.
—¿El licor? dijo, como si no hubiera entendido lo que le estaba
diciendo.
—Sí… el licor.
—Está bien.
Terminamos de salir del coche y fuimos hasta mi departamento en el
ultimo piso. En lo que llegamos a mi casa, Carlos se notaba diferente, un
poco más tranquilo, animado.
Tal vez la conversación le haya servido de algo o que el hablarlo el
hubiera quitado un peso de encima. No sabía con exactitud el motivo de su
sonrisa en ese momento, pero, estaba a gusto con ello; ese era el Carlos que
yo quería ver.
Me dirigí de una vez a la cocina para preparar el café que le ofrecí a mi
amigo, segura de que todo podría acabar ahí, con una taza un apretón de
manos y vernos luego al día siguiente como dos personas completamente
normales.
Eso era lo que yo creía y exactamente lo que no pasó. Había olvidado
que estábamos aun bajo los efectos del licor, aunque no era del todo
relevante o nos hizo tomar alguna decisión apresurada. No, todo pasó de
una forma tan sobria que se podría decir que habíamos planeado todo ello.
—Tuviste una vida difícil, mi amigo le dije a Carlos desde la cocina.
—Ni que lo digas, pero, me ha tocado vivir con ella.
Sentí que estábamos hablando de una forma muy descuidada.
—¿Seguro que no hay problema con que hablemos de ello así? Siento
que estamos siendo desconsiderados.
—No lo sé. Aun me sigue doliendo todo esto, pero, creo que es mejor
tener la mente fría y pensar en el futuro. Me ha costado adaptarme, pero,
debo aceptarlo sin importar qué.
—¿Estás hablando de tu esposa y tu hija?
—Claro ¿de quién más?
—No, sólo digo cogí dos tazas de la gaveta en donde las guardaba y
las calqué sobre la mesa porque no quiero hablar de algo tan delicado así
como así.
—Quiero hablarlo contigo, siento que te mereces que lo cuente. No debí
ocultarlo, no era como que fuese un secreto o algo así, sólo no quería que
me trataras con lastima.
Serví el café en las dos tazas.
—¿Con azúcar?
—Sí…
Coloqué la azúcar en su café, pero no en el mío y cogí los pequeños
platos que estaban debajo de la taza.
—Aquí tienes dije al extenderle su taza.
—Gracias.
Cogí el mío con ambas manos, me quité los tacones y me senté a su
lado.
—Entonces trataré de no sentir lastima por ti.
—Sí, sería maravilloso.
—¿De qué quieres hablar entonces? dije, acercándome la taza a los
labios para soplar un poco mi bebida antes de ingerirla.
—No sé, de lo que tu quieras que no tenga que ver con ellas.
—¿Crees que puedas casarte de nuevo?
—Un poco directa tu pregunta.
—Sí.
—No lo sé. No lo creo. No quiero perder a otra familia tomó un
pequeño sorbo de su café como te iba a decir antes de que me
comenzaras a gritar en el coche; traté de distanciarme de ti hace unas
semanas porque no quería acercarme a nadie más, porque estaba sintiendo
que todo eso que había sentido una vez estaba renaciendo y mi intención no
es arriesgarme de nuevo.
—¿Arriesgarte a qué?
—A estar a gusto, a permitirme bajar la guardia y perderlo todo de
nuevo. No quiero perder a otra mujer, a otra hija, no quiero arriesgarme a
colocar esa posibilidad ante mi, porque a pesar de que sea incierto, es una
posibilidad que me aterra tener.
—Yo…
—Y no quiero que insistas, no quiero que me digas que tu serás
diferente, que tú no me dejarás porque no es algo que puedas o no decidir.
No sé ni siquiera qué hago diciéndote esto, no sé ni siquiera por qué estoy
aquí. No debería se levantó, colocó la taza sobre la mesa tratando de irse.
En lo que entendí lo que quería hacer, me levanté también y le detuve.
—No quiero ser tu debilidad, Carlos, yo quiero ayudarte a superarlo
todo, quiero ayudarte a no sentirte así.
Lo detuve cogiendo su brazo. Estábamos uno en frente del otro,
viéndonos fijamente a los ojos tratando de mantener la compostura, por lo
menos eso hacía yo.
—No es algo que puedas decidir, María, estamos hablando de comenzar
de nuevo y a penas estoy adaptándome a la vida que ya tengo, no puedo
hacerlo otra vez desde cero.
Y no lo pensé, no quise hacerlo, no dejarlo para después como lo hice
tanto tiempo atrás, no permitiría que las cosas se me deslizaran entre los
dedos como la arena y no poder coger nada para mi. Tal vez me aproveché
de ese momento de vulnerabilidad de Carlos, tal vez pude haberlo hecho de
otra forma, pero, quería que pensase en algo diferente y lo único que se me
ocurrió fue eso.
Me levanté de puntillas con los pies descalzos para poder alcanzar sus
labios y le besé sin pedirle permiso. Sus labios se opusieron por un
momento, pero al final se dejó llevar por lo que estábamos haciendo. Las
tazas de café se quedaron en la mesa y nosotros nos fuimos hasta mi
habitación. Una cosa llevó a la otra, hasta que de repente, ya estaba medio
desnuda y dispuesta a ser tomada por él.
Carlos estaba en silencio, viendo algo que realmente nunca en su vida
había visto. Sí, nosotros habíamos estado en piscinas, playas y lugares en
donde alguna vez usé un traje de baño, pero, la forma en que se quedó
viéndome, me hizo sentir que de alguna forma estaba apreciando lo que por
tanto tiempo dejó pasar. Me sentía una jovencita virgen siendo vista por
primera vez.
Me veía como un terreno inexplorado siendo descubierta por primera
vez por el hombre que amaba. Me sentía virgen, me sentía guardada de la
misma forma en la que Florentino Ariza se guardó para poder decirle a su
amada: «Es que me he mantenido virgen para ti».
Algo así era como me sentía con él, como pensaba que eran las cosas. A
pesar de no ser cierto, de que él supiera que no era cierto, mi mirada se
fundió con la suya en el preciso momento en que dejó de contemplar mi
cuerpo desnudo de treintañera, para abrazarme. Lo hizo como si no hubiese
un mañana, como si las olas dejaran su vaivén, como si el tiempo se hubiera
detenido.
Yo no me lo esperaba. En lo que chocó su cuerpo contra mi pecho, dejé
escapar un tosido, un sutil quejido por le inoportuno golpe que me propició
aquella sorpresa. Estaba insegura, no sabía si realmente le había gustado lo
que había visto, y era esa misma incertidumbre lo que me atormentaba.
—¿Qué sucedió? le pregunté, tratando de sonar natural, de no
demostrar que estaba avergonzada de mi viejo cuerpo.
—Eres hermosa respondió, con su rostro entre mis cabellos, con sus
brazos rodeándome y su pecho desnudo chocando con el mío.
—Estoy vieja le dije.
—No lo estás. Te ves como toda una adolescente.
—Eso es un poco enfermo me burlé, tratando de evitar la tensión de
sus palabras sentimentales.
—No lo es, te ves increíble para tener treinta y seis. Eres espectacular.
Dijo él a pesar de verse mucho mejor que yo con más edad.
Carlos no dejó de abrazarme mientras hablaba. Yo no sabía que hacer
con mis manos. Nos encontrábamos parados entre mi habitación y la
cocina, dejando que el frío nos helase la piel y que el tiempo siguiera
pasándonos de largo. No me quedó de otra que responder a su abrazo
envolviendo mis brazos en su torso, acariciando su espalda con las puntas
de mis dedos mientras bajaba una de mis manos hasta su nalga para hacer lo
mismo.
Sé que estuve mucho tiempo de mi juventud y mi vida adulta esperando
por aquel momento, por aquel instante en que Carlos me viera como una
mujer deseable, que quisiera tenerme, enamorarse de mi; pero de alguna
forma, no me gustaba ser su debilidad. No quería ser aquella cosa que no
pudiera controlar porque eso era él para mi, eso había sido todo ese tiempo.
—Lo siento… dije saliéndome del contexto.
—¿Por qué?
—Por haber sido egoísta. Por no haberte apoyado. Sé que nunca te
sentirás por mi como te sentiste por ella, o tal vez como yo me siento
contigo, pero reconozco que he sido una tonta, que me he dejado llevar e
intenté aprovecharme de ti a pesar de saber que no estabas dispuesto.
—Sí lo estaba, María, siempre lo estuve. Han pasado cinco años de eso
dijo sin despegarse de mi no he dejado de pensar en lo que perdí, pero
no es lo mismo, no es algo con lo que deba vivir toda mi vida.
—Aun así lo siento, aun así no quiero ser una carga para ti, ser quien te
recuerde todo lo que pudiste haber tenido con Ka… estuve a punto de
decir su nombre, de evocar el recuerdo de un pasado que él no quería
revivir.
Fue justo en ese momento en que se alejó de mi obligándome a hacer lo
mismo con él, en que despegó sus brazos de mi cuerpo dejándome desnuda,
sintiendo que quería volver a tenerlos. El calor que se había acumulado en
esas partes en que había colocado su piel, comenzó a mermarse, a sustituir
su presencia con el frío, a marcar su ausencia.
Extendió el dedo índice, mientras tenía recogido los otros cuatro dedos
en un puño, y lo acercó hasta mis labios.
—No digas más me calló no necesitas decir otra cosa, eso ya no
importa.
Quería decirle que sí importaba, que las personas amadas no se iban, así
como así, que era un sentimiento imperturbable, irremplazable y que no
podía simplemente sustituirlo con mi presencia. Quería vociferar mi queja,
demostrar que estaba equivocado, que no lo hiciera, que nos detuviéramos
ahí, en ese instante, pero, se las arregló para hacerme callar de muchas
formas más, de otras que no sólo involucraban hablar.
Acercó su rostro al mío, besando mis labios con su dedo entre los dos.
Yo respondí a ese beso cálido con los ojos cerrados y un suspiro, pensando
que no me había sentido así nunca en mi vida porque, antes de eso, nadie
me había besado en realidad.
Nuestros labios comenzaron a bailar a su manera, desentrañando una
danza que nunca nadie había hecho en su vida, única, sin igual y perfecta.
Carlos quitó el dedo que obstaculizaba nuestro ósculo y marcó el paso de
nuestro vals. Yo me aparté de él, sólo mi cuerpo, dejando un puente en el
aire con nuestros rostros que se mantenía con la fricción de nuestros labios.
No había forma de que estuviese equivocada, de que todo eso que me
hacía sentir era real. El rescoldo del sentimiento que sentí en el pasado, que
me procuró el deseo de tenerlo de esa forma, desnudo, abierto ante mi y
dispuesto a entregarse de todas las formas posibles.
Sus besos nos llevaron hasta la cama, a oscuras, empapando las sabanas
con nuestro sudor, calentando el cuarto con el vaho que emanaba de
nuestros cuerpos ardientes.
Carlos sin tener nada que se interpusiera entre su piel y la mía, sobre mi,
jugaba con mis senos, recorriendo mi abdomen y deteniéndose en mi pubis
sin ningún reparo. Mi respiración comenzó a tomar su propio ritmo
acelerado, desentendiéndose de las funciones restantes de mi cuerpo,
escandalizándose por las zonas erógenas en las que él posaba sus labios.
Me humedecía la piel con su saliva para luego respirar sobre ella,
causándome un escalofrío que me nacía desde el punto en que me besaba
hasta llegarme a la nuca para luego extenderse en todo mi cuerpo.
Lo hacía paulatinamente, tomándose su tiempo, acariciando,
susurrándole un secreto a mis labios, recorriendo toda mi anatomía sin dejar
ni una sola parte sin tocar. Estaba extenuada, satisfecha, completa… quería
poder gritarlo, exteriorizar mi felicidad condicionada.
Carlos comenzó a apretarme las piernas entre sus brazos, acariciándolas,
deleitándose con mis labios y perdiéndose en mi entrepierna. Ya estaba
acostada, con mis muslos levantados, desnuda de la cintura para arriba y
para abajo, al descubierto para aquel hombre que alguna vez quise que fuera
mío.
—No tienes que hacerlo le dije entre gemidos.
—¿Hacer qué? preguntó, levantando su cabeza de mi vagina.
—No pongas todo tu entusiasmo en eso, puedes dejar que yo también…
—No me importa, yo quiero hacerlo, déjame hacerlo.
Carlos comenzó a hacer pequeños círculos con su lengua en mi clítoris,
obligándome a moverme con agresividad, a sacudir las piernas a querer
gritar con más fuerzas. No me podía controlar, quería que dejara de hacerlo,
pero a la vez necesitaba que continuara; se sentía tan bien y tan
desesperante al mismo tiempo que a él no le quedo de otra que apretar mis
piernas para que dejara de moverlas.
—Para, para le supliqué No toques tan directamente.
Carlos no me hizo caso, continuó y cambió de estrategia. Dejó de jugar
con mi clítoris para pasar a jugar con el interior de mi vagina; introdujo su
índice y comenzó a acariciar mi interior como si estuviese rascándome,
tocándome en un punto sensible que creí que él no encontraría de
inmediato.
Nos turnamos luego de eso para saborear nuestros sexos, para sacudir
nuestro mundo y deleitarnos con el cuerpo del otro. Yo trababa de no pensar
en todas las cosas que dejé pasar estando a su lado, tal vez él me veía como
veía a su esposa, como vio a todas esas mujeres con las que alguna vez
compartió cama. Esos pensamientos hacían que me secase, que perdiera la
libido de repente.
—¿Qué sucede? me preguntó.
—Es que… no creo que debamos estar haciendo esto.
Se apartó de mi y se sentó a un lado con las piernas cruzadas. Su pene
estaba erecto, lo que me pareció un poco gracioso dada la forma en que se
sentaba, era como si estuviera preparado para recibirme.
—¿Haciendo qué? ¿Preparándonos para tener sexo?
—Es que…
—No digas nada de lo que creo que vas a decir, ya no pensemos en eso,
no creo que sea propio de una relación sexual que se recuerden cosas que de
por sí son tristes.
—Pero.
—Puede que no lleguemos a nada, puede que esto sea efímero, pero
quiero disfrutarlo, quiero disfrutarte.
—¿En serio?
—Sí, quiero estar contigo; ya me he deleitado con tu intelecto, ya
hemos hablado, ya hemos sido amigos, hoy quiero que seamos amantes.
Quiero ser tuyo y que tú seas mía sin ninguna restricción, sin ninguna
lastima. ¿Puedes hacerlo?
—Puedo hacerlo.
—Entonces, ¿No quieres intentar hacer que este amigo se levante?
Bajé mi mirada y vi cómo su pene iba perdiendo firmeza, y no sé si eso
era normal, no es como que me hubiera puesto a hablar con muchos
hombres en el medio de un encuentro sexual.
—Ajajá me reí un poco ¿Qué le pasó?
—Bueno, se distrajo, y como no quieres tocarlo, pues prefirió acostarse
a dormir.
—¿Y quieres que yo lo levante?
—Sí, serías de mucha ayuda ¿por qué no lo intentas?
—Lo haré…
Me acerqué a él gateando sensualmente sin apartar mi mirada de sus
ojos, tratando de ser lo más sexi que podía; en lo que llegué, tomé su pene
entre mis manos y aproximé mis labios hasta su glande para introducirlo en
mi boca. Abrí mis fauces y sentí como su sexo tibio, seco, necesitaba de un
poco de ayuda para llegar hasta su mejor posición. Le humedecí un poco
con mi saliva para dejarlo en optimas condiciones, preparado para la acción.
—De eso estaba hablando me dijo Así está mejor.
Su pene comenzó a endurecerse en mi boca; segundo a segundo sentía
como no me cabía y debía sacar unos cuantos centímetros para no
ahogarme hasta que solo tuve su gran glande dentro y el resto de su falo
entre mis dedos. Le estimulé con mi mano, le succioné la punta, todo lo que
sabía acerca del sexo oral en hombres. Traté de llevarlo lo más adentro
posible porque se supone que eso es lo que a ellos le gusta.
Carlos levantó mi cabeza obligándome a sacar su pene de mi boca
—Eres maravillosa se aproximó a mis labios para embozarme un beso
Me apretó el culo, me dio una nalgada y luego se levantó.
—Pero quiero metértelo.
—Y yo quiero que me lo metas, creí que no estabas listo todavía.
—Mi amor, con ese cuerpo, no sé por qué me tardé tanto.
Se colocó atrás de mi y abrió mis nalgas. Yo dejé caer mi cabeza sobre
la cama, para verlo de reojo jugar con mi trasero. Estaba concentrado,
intentando alargar el momento, besándolo, tocándolo, extendiéndolo y
amasándolo como si se tratara de un pan. Me encantaba a pesar de no sentir
nada en lo absoluto mas que sus manos moldeándome como plastilina. Era
un encanto, como un niño divirtiéndose con un juguete nuevo.
Pero, en menos de lo que un rayo toca el suelo, el hombre se despertó y
entró en mi con un solo impulso. Con una estocada de su pene atravesó mis
labios y chocó mi útero sacándome el aire, las ganas de gritar y un gemido
de placer que no creí que fuera a sentir con tanta agresividad. Y comenzó a
embestirme, a sacudir mi cuerpo, mis pechos, mis nalgas.
Me cogió con ambas manos por la cintura embistiéndome, haciéndome
acercar y alejarme de él de una manera sin igual. Yo gritaba de placer con
cada golpe de cadera, deseando que lo metiera más veces por cada una que
se salía de mi; una y otra vez, haciéndome enloquecer con cada golpe en mi
útero, por cada gemido de placer que me provocaba.
Carlos me complacía en ese deseo silencioso de tenerlo desde que lo
conozco, de que me tuviera como una mujer sin inhibiciones. De manera
única, nuestras respiraciones parecían estar sincronizadas, alentándonos a
los dos a gruñir, a hacer todo al mismo tiempo como si se tratase de una
sola persona, lo que ocasionó que el otro hiciera lo que uno quería que
pasara.
Estábamos conectados a un nivel distinto que cualquier otra conexión
mental que pudieran inventarse los artistas de ficción; lo nuestro sí era real,
lo nuestro estaba siendo comprobado con cada estocada que me hacía
gemir.
Nuestra existencia colisionó en un solo sentimiento, en un único y
esplendido sentir que ninguno de los dos había pensado jamás que podría
ser posible. Se me había olvidado por completo lo que nos llevó hasta ahí,
incluso, sintiendo de nuevo que el tiempo que pasamos separados nunca
existió.
Y, de esa forma, seguían conversando con su cuerpo, con su pene, con
su mandíbula, con su respiración y con cada una de sus caricias. Todo
aquello que durante tantos años me pregunté, que siempre quise tener una
respuesta, fueron respondidos de la nada con tanta pasión que desbordaba
de nuestros cuerpos.
Todo el sexo que nunca tuvimos juntos fue desentrañándose en ese
instante, haciendo como si siempre hubiéramos estado unidos; se sentía
familiar. Carlos, evaluaba cada centímetro de mi, explorando todo cuanto
podía, haciendo de cada lugar que tocaba una zona totalmente erógena. Yo
respondía con un gemido más alto que el anterior, inhalaba con fuerza cada
que podía porque sus estocadas eran cada vez más intensas.
El pene de Carlos llegaba más profundo, y mi vagina le abrazaba con
más fuerza. Sus embestidas comenzaron a ser más agresivas, más rápidas.
Generaba fricción con su piel, con sus manos, incluso las hebras de mi
cabello que se movía al compás de sus embestidas me generaba una especie
de éxtasis sensorial.
Con uno de los movimientos que presumía cuando me contaba de sus
hazañas sexuales, Carlos me dio la vuelta dejándome viendo al techo con
las piernas abiertas. Yo parecía tener mucho que ofrecerle, más placer qué
darle, porque me miró con una expresión lasciva; ya no podía más con su
sexo, estaba agotada, deshecha, quería llegar lejos y terminar de una vez
con aquella deliciosa tortura.
Mi cuerpo necesitaba un descanso de todo lo que me obligaba sentir, de
las cosas que me atormentaban y él, sin ningún problema, sacó su enorme
pene, luego de una serie de embestidas en aquella posición, y acabó sobre
su pecho desnudo y empapando su vestido de seda. Aquel disparo le
recorrió todo el torso, llegándole hasta una de sus mejillas.
Con las manos, apretaba su cintura, sus nalgas y, de vez en vez, llevaba
la mano hasta la boca de Yo quien se dejaba introducir el dedo y lo
succionaba con deleite. Al mismo tiempo, se apretaba los pechos para
aumentar el éxtasis que le causaban los besos de Carlos.
Yo gemía, gritaba, profería una palabra para demostrar mi calentura, sin
ningún tipo de restricción. Me dejaba llevar por el placer, por la adrenalina,
por el extenuante deseo que se me dominase, que me controlase sin ningún
problema. Lo estuve esperando por mucho tiempo.
Carlos me hacía sentir como una mujer completamente diferente, me
embestía de tal manera que las palabras se salían de mi boca de la misma
forma en que los fluidos se escurrían por mi vagina tras cada orgasmo que
me hacía experimentar.
Ninguna de las cosas que me contó Carlos que podía hacerle a las
mujeres estando en la cama cuando era joven se comparaban con lo que me
hizo sentir aquella noche.
Su pene encontró la ranura adecuada de mi sexo, introduciéndose como
una llave maestra que logró abrir mis más recónditos placeres; no era sólo
el coito, era la forma en que me tocaba, en que posaba sus labios en mi piel,
en la que manejaba mi cuerpo como si lo conociera de toda la vida.
Sabía en qué posición ponerme, de que forma hacérmelo y por donde
metérmelo. No escatimó en lugares para penetrarme y yo no rechacé sus
propuestas.
Aquella noche no sé qué tan suya fui, ni que tan mío llegó a ser.
Estuvimos compartiendo fluidos, gimiendo, como dos seres indómitos que
necesitaban de ello para llegar a ser los animales civilizados que
pretendemos ser todos los días, y me gustó, lo disfruté y no hay forma
alguna de negar que fue más que maravilloso.
Cualquiera pensaría que después de eso todos nos sentiríamos a gusto,
que las cosas saldrían de maravilla porque estábamos seguros que ya no
había nada que detuviese nuestro amor, que pudiera evitar que fuésemos el
uno para el otro, pero, no puede estar más equivocada. Carlos no había
superado del todo aquel trágico accidente ni había olvidado lo que sentía
por su esposa.
Y fue cuando entendí parte de la situación.
7
Epilogo

Todo iba de maravilla, o eso creía.


—Katsumi solía comer de esa forma me dijo mientras me veía jugar
con los palillos porque no podía coger el sushi.
En primera instancia, no sé por qué no me di cuenta de lo poco
recomendable que era comer algo que podría recordarle la época que vivió
en Japón, pero es que no era la primera vez que lo comíamos desde que
comenzamos a trabajar juntos así que no había manera de darme cuenta de
ello.
—¿Qué más solía hacer? pregunté, fingiendo interés.
Ya se había hecho rutinario que la mencionara casi todo el tiempo, como
si estuviera evocando las cosas a propósito porque quería sentirse mal, o
bien; ya no lo sabía.
En ese momento Carlos entendió mi falta de interés al verme a los ojos,
ya un poco cansada de tener que escuchar todo el tiempo lo que su esposa
hacía o dejaba de hacer.
Tampoco es que sea una persona desconsiderada, de hecho, el que no lo
sea es lo que me hacía considerar motivarlo a seguir hablando de Katsumi,
pero, creo que él no entendía por lo que me estaba haciendo pasar.
—No quieres hablar de eso ¿verdad?
Yo traté de mantenerme animada, de mirarle a los ojos y demostrarle
que sí quería escucharlo hablar de su esposa, de lo mucho que llegó a
amarla, de lo mucho que le recordaba a ella.
Al principio me parecieron buenos cumplidos: me parezco a una mujer
de la que estuvo enamorado; estuvo enamorado de mi, creo que puedo
llegar a ser la indicada después de todo. Pero luego comenzaron a
parecerme comparaciones, a hacerme sentir apartada por la idea de alguien
a quien nunca iba poder reemplazar y él no hacía mucho para quitarme esa
idea.
—¿Qué estás diciendo? Claro que quiero hablar de ella, era una gran
mujer. Además, no puedo quitarte eso, era tu esposa. le dije, tratando de
sonar sensata.
—No me mientras, Mari, se nota que no quieres hacerlo.
Dejé los palillos de lado, colocándolos sobre la mesa para evitar
distracciones; mi intención era defenderme, decirle que siguiera y que
olvidara eso, que no era importante. Pero, un suspiro se escapó de mi
cuerpo agotado por las anécdotas comparativas y un tema recurrente que no
cambiaba.
—Sí vacilé no es que no quiera seguir hablando de ella, no me mal
interpretes le miré a los ojos para que me tomara en serio pero es que
siento que ya no estás hablando conmigo de ella. Siento que hablas contigo,
que lo que haces es recordarla y me utilizas para que te de atención.
Tenía una mirada abstraída, como si estuviese tratando de asimilar mis
palabras, como si no le hubiera gustado lo que escuchó. Es comprensible, a
mi tampoco me gustó decirlo.
—Te estoy agobiando entonces dijo luego de soltar un suspiro de
resignación.
—Yo…
—No tienes que seguir fingiendo más. Me he estado comportando como
un idiota contigo; me has ofrecido tu tiempo, tu atención y hemos
compartido cosas, pero sólo te hago infeliz.
—No es eso, Carlos, lo que quiero decir es que…
—Olvídalo, Mari, no importa.
Carlos se levantó, como si hubiera terminado de comerse su plato, cogió
su móvil que tenía en la mesa y se fue del restaurante sin decir más nada.
—¿Qué? ¿Por qué se fue? dije, como una estúpida, luego de que lo vi
cruzar la puerta del restaurante.
No me quedó de otra más que terminar ambos platos porque ya los
había pagado, para luego levantarme e ir de nuevo a la oficina. Para mi
sorpresa, él no estaba.
—¿Carlos no ha regresado? pregunté a Carla.
—No, creí que estaba contigo.
—Buen uso del verbo estar… le di la espalda y fijé mi mirada en la
entrada a la oficina para ver si la cruzaba en cualquier momento me dejó
sola en el restaurante sin decir nada.
—¿Sola? ¿Por qué, qué pasó? preguntó.
—Le dije que estaba un poco cansada de seguirle escuchando hablar de
su esposa…
—¿En serio le dijiste eso? vociferó.
Me giré para verla de frente.
—Es que…
—No puedes decirle eso a un hombre que perdió a su esposa.
—Bueno, pero él no tenía que estar comparándome todo el tiempo con
ella ¿por qué seguía hablándome de eso una y otra vez?
—No lo sé, ¿será porque la extraña.
Traté de evitar discusiones acerca de cosas a las que ni siquiera sabía
cómo actuar. Quería poder tener una respuesta lógica, hablar con alguien,
cuando en realidad necesitaba hablar con él.
Aquel día terminé mi jornada laboral sin verle por completo, por algún
motivo no regresó al trabajo ni los que siguieron a ese. Poco a poco
comencé a sentirme culpable por haberle dicho lo que le dije, por haberle
hecho entender que no había olvidado a su esposa y que estaba arruinando
nuestra creciente relación. No sabía si él era el culpable o si yo lo era, pero
no había forma de verlo que no fuera para cederme la responsabilidad de
todo ello.
Carlos dejó de ir al trabajo sin avisarle a nadie, sin justificar sus faltas ni
diciendo si iba a volver en cualquier momento. Yo no sabía como tomarme
todo ello. Los días pasaron y la incertidumbre crecía en mi ¿dónde estará?
¿Qué está haciendo? De nuevo, se había marchado sin dar explicaciones, tal
vez huyéndole al progreso, al pasado, o a mi. No tenía idea y eso me
preocupaba lo suficiente como para sentirme acabada, para deprimirme.
Horas tras horas me levantaba de mi escritorio para asomarme y
observar la puerta de la oficina esperando a verlo llegar con esa sonrisa que
siempre tuvo, con ese porte elegante que siempre me ha hecho sentir como
una tonta al verlo. Carlos era experto en hacerse desear, en llenarlo uno de
expectativas sin siquiera esforzarse, pero fue infructífero. Cada que me
levantaba no veía nada, no lo encontraba, no había llegado.
Al cabo de unas semanas me fui resignando, buscando a verlo menos
veces al día, pensando menos en él. No me había olvidado de lo que sentía,
de lo que había hecho, pero sí me estaba rindiendo en poder enmendarlo.
Quería disculparme por haberle dicho que su necesidad de hablar acerca de
su esposa no era importante cuando es algo que claramente no entendía.
Por un tiempo estuve segura que podría reemplazarla, ya que de cierta
forma era la única que sabía acerca de sus cinco años de luto. Sí me sentí
mal por no haber sido la mujer que él había elegido, pero él lo había
perdido todo y no se arriesgaría a perderlo de nuevo para no quedar
expuesto ni vulnerable.
Su excusa era que no quería perder a más nadie y yo pisé esa creencia,
creyendo a mi manera que podría acomodar sus problemas, que podría
ayudarle. Había entendido que no era su mejor amiga sino su debilidad,
sino aquello que le recordaba un pasado feliz porque de algún modo le
hacía feliz.
Una maldita epifanía que llegó muy tarde, que me pudo servir antes de
decirle que no hablara más de su mujer, que no me contara lo mucho que
me parecía a ella, las cosas que hacía; estoy segura que una persona que
había nacido en Japón sabía como comer con palillos ¿entonces por qué me
lo dijo? Tal vez porque no sabía cómo más halagarme, decirme que le hacía
sentir igual que ella; amado ¿Quién sabe? Pues evidentemente, yo no.
Carlos se había marchado para tal vez no regresar nunca más. Ya lo
tenía todo; se había comprado una casa, tenía un coche, una cantidad
aceptable de dinero en sus cuentas de banco, aparte, ya había dejado todo
atrás por algo más grande que yo o lo que tenía conmigo ¿Qué le detendría
de hacerlo de nuevo?
Fue así cómo la culpa empezó a irse a mi lado de la balanza. Era
evidente que no entendía la situación de Carlos ni lo mucho que eso le
afectaba; me había comportado como una estúpida y debía acomodarlo a
cómo diera lugar. Pero tenía miedo de que no me quisiera aceptar, de que no
quisiera verme a los ojos porque rechacé su extraña forma de quererme, si
es que así me quería.
Dentro de todo eso, lo único que podía asegurar era que no había hecho
bien al hablarle al respecto de esa forma, del resto, las cosas eran sencillas
suposiciones que me hacían sentir cada vez peor: me quería, me trataba bien
a su manera, las cosas que decían eran porque no sabía qué más decir. La
verdad no había forma alguna de saberlo más que preguntárselo
directamente, sólo faltaba tener el método para hacerlo.
—Crees que no va a llamar ¿verdad? le pregunté a Carla.
—¿Quién? ¿Estás esperando una llamada? me respondió al teléfono.
—No, hablo de Carlos. ¿Crees que no va a darme una explicación de
por qué se fue? ¿Crees que hice mal?
—Ya te dije, Mari, no lo sé, eso es entre tú y él.
—Pero ¿y si me odia? ¿Y si no quiere verme?
—No estás segura, ¿lo has ido a visitar? ¿Le has llamado?
—No, quiero darle su tiempo, tal vez sólo quiera estar solo.
—Entonces por qué te estás quejando. Deberías hacer tratar de
tomártelo con calma, después de todo, su posición no es la más fácil de
llevar.
—Quiero verlo de nuevo dije como una niña que pide un juguete.
—No puedo hacer nada para ayudarte, debes ser paciente.
La paciencia no fue una de mis virtudes cuando se trataba de él. Había
dejado pasar mucho tiempo y ese tiempo había hecho que las cosas no
salieran como quería. ¿Dónde estaba Carlos? ¿Qué podría estar haciendo?
Las preguntas se atiborraban en mi mente obligándome a mirar al pasado
como si fuera suficiente para enmendar mis errores. Ni siquiera sabía si
realmente había cometido alguno.
El tiempo empezó a hacer de las suyas al dejarme pensar demasiado las
cosas. Tal vez no fue mi culpa, tal vez él no lo tomó apropiadamente; tal
vez pudo haber aceptado mi observación y dejar de compararme con ella,
puede que suene egoísta, pero yo también tenía necesidades.
¿Sería propio de mi pensar en eso? Puede ser, como puede que no.
Estaba insegura, inconforme, no mantenía una idea lo suficiente como para
decir que era del todo mía, que lo había analizado e interiorizado. Era una
mentira más, una gran y gorda mentira que me maltrataba. Yo no era más
que una tonta, una que había dicho una tontería y estaba pagándolo con la
soledad.
Carlos había desaparecido por más de tres meses. Mucho tiempo me dio
para pensar, tanto que llegué al punto de no querer hacerlo más. Todo eso
sólo me llevaba a contemplar las cosas de formas distintas de manera
infructífera, sin llegar a ningún lado y terminar compadeciéndome como si
fuera una mártir, cuando en realidad no era nada; no era nada sin él.
Pero, cuando menos me lo esperaba, cuando creí que todo se había
acabado, de esa misma forma en la que desapareció años atrás y luego se
asomó a mi puerta para pedirme un empleo, Carlos volvió a tocar la puerta
de mi oficina con el rostro sin afeitar y completamente demacrado.
La edad parecía haberle pegado por fin; su ropa estaba impecable, pero
no se podía decir lo mismo de él. Al principio no lo reconocí, nunca lo
había visto con barba, con el cabello largo y así de agitado, como si hubiera
llegado corriendo.
—María, lo siento. Dijo, y fue ahí cuando lo reconocí.
Su voz era inconfundible, la forma en que hablaba, la eminencia de cada
palabra al pronunciarla eran las cosas que me indicaban que él no era más
que aquel hombre por el cual estuve sufriendo todos esos meses. Me giré,
dejé el vaso de whiskey en la mesa de mi mini bar y lo miré a los ojos
queriendo preguntarle en dónde estuvo durante todo ese tiempo (la misma
pregunta que le quise hacer al principio).
Pero se me adelantó.
—Lamento haberte dejado así de esa forma en el restaurante, no debí
haberlo hecho, lo siento. En verdad.
Se sentía honesto, pero no hacía más que repetir que lo sentía. En ese
momento sentí que él había estado pasando por lo mismo que yo,
adjudicándose la culpa de los hechos porque así lo veía él, Eso me demostró
que había algo que no estuve viendo.
—Katsumi se murió hace ya cinco años. Fue tu culpa, no debí
compararte con ella a pesar de lo que llegó a ser para mi. Soy consciente de
lo mal que te sentiste durante todo ese tiempo que creí que estaba haciendo
bien al tratarte de esa forma.
Se aproximó un poco, sólo un poco, porque aun había como unos cuatro
metros de distancia entre los dos.
—Me he comportado como un idiota. Has sido amable conmigo, me has
dado de tu tiempo e incluso estuviese enamorada de mi todo este tiempo y
no te di todo de mi como te lo merecías. Sé que no había tomado las
decisiones adecuadas luego de que aquel accidente ocurrió, pero no debí
involucrarte de esta forma, hacerte ver que podías tener algo conmigo y
luego arrebatártelo sin pensar en tus sentimientos.
Tragué saliva, parecía entender perfectamente lo que me había sucedido
¿qué estuvo haciendo durante todo ese tiempo? ¿Qué habrá pensado que le
permitió llegar a esa conclusión?
—Quiero que sepas que realmente me gustas, que eres una mujer
increíble, atractiva, exitosa, inteligente, graciosa. Eres lo que cualquier
hombre buscaría en alguien; una mujer como tú y yo pude tenerte, pero no
dejé de hacerte sentir aparte, de obligarte a sentirme a la mitad.
—Yo te entiendo, Carlos, sé que no es fácil deshacerse de lo que
llegaste a sentir por Katsumi. traté de ser comprensiva con él.
—Lo sé, pero no es tu responsabilidad aliviar ese dolor; creí que, si me
convencía de que podrías llegar a remplazar a Katsumi, podría olvidar el
pasado y aferrarme al futuro.
—Yo…
—Espera me detuvo y ese fue mi error. Nunca podrás sustituir a
Katsumi, nadie podrá sustituir lo que sentí por ella, remplazarla en mi vida,
porque las personas no son piezas dispensables a las que podemos acudir
cuando una se estropea. Tu eres un espécimen sin igual por ti misma y debí
verte como tal. No debí buscar lo que me gustaba en Katsumi en ti porque
tú, por ti sola, ya tienes un montón de cosas que me gustan y fui muy
estúpido para verlas.
—Yo sé que tu no querías perderlo todo de nuevo.
—Nadie quiere perder nada, María, nadie. Pero eso no quiere decir que
deba vivir aferrado al pasado como si pudiera cambiarlo. sacudió sus
manos, como si estuviera sacudiéndose los problemas Ya sucedió, es algo
que lamento día y noche, pero no puedo hacer nada al respecto. Tú eres el
nuevo camino que he escogido, y contra todo pronostico, has conseguido
llenar una parte de mi que creí vacía cuando Katsumi y Aiko murieron.
Comencé a amar de nuevo, comencé a preocuparme por otra persona y esa
eres tu. Pero era mentira que podrías reemplazarla, que fue en donde me
equivoqué, no te puedo obligar a ser otra persona, así como tu no puedes
obligarme a olvidar el pasado.
—Yo no quiero que olvides a Katsumi, tu la amaste demasiado y estoy
consiente de que no puedo reemplazarla. De que no hay forma alguna en la
que pueda hacer que ella deje de ser parte de tu vida.
—No quiero que tengas el trabajo de reemplazarla, porque es mi
obligación darte tu lugar especial en mi vida, en mi corazón. Amarte debe
ser mi trabajo, y el corresponderme, sólo si quieres, debería ser el tuyo.
No tuve más opción que embozar una sonrisa ridícula que no pude
controlar. Carlos se las había arreglado para aparecerse con las palabras
adecuadas a mi puerta, como lo hizo aquella vez que me pidió un empleo.
No estaba segura de si había algo entre nosotros que no se pudiera
acomodar, o si nada en el mundo sería tan real como lo que él tuvo con
Katsumi, pero, me quería arriesgar, quería que las cosas funcionaran porque
había esperado demasiado tiempo para conseguirlo.
Así que, sin pensarlo demasiado, corrí hasta él y le abracé, pegando mi
mejilla a la suya que estaba completamente peluda por los vellos que
cubrían su rostro. Estoy segura que nadie en este mundo podría reemplazar
lo que él sentía, pero yo me encargaría de ser su nuevo amor, algo diferente,
algo que nunca había visto.
—¿Por qué demonios tienes que irte todo el tiempo? ¿No puedes
simplemente decir las cosas desde el principio?
—Lo siento, es que, necesitaba…
—Necesitabas tiempo a solas, pero me aparté de él para mirarlo a los
ojos pero que tu tengas tiempo a solas quiere decir que me dejarás sola a
mi y eso no es justo.
—Lo siento… ¿Me disculpas?
No le respondí, sólo me aproximé a él de nuevo y lo apreté entre mis
brazos porque no tenía las palabras adecuadas para decirle que le perdonaba
porque realmente no había hecho nada malo. No había nada que perdonar.
Yo quería aferrarme a él como si se tratara de dos bollos de masa que se
juntan para hacer un solo pan. Quería que él fuera tanto yo como yo ser él.
—Tomaré eso como un sí. Dijo como si le estuviera sacando el aire.
—Tómalo como quieras, pero no te vayas de nuevo, por favor. Mucho
tiempo a solas me vuelve loca.
—Pero no te dejé a solas, solo estuve yo, en mi departamento, viviendo
de comida rápida y la televisión paga.
—No me importa.
—¿Por qué no fuiste a visitarme?
Me alejé de nuevo de su hombro para mirarle,
—¿Qué iba a saber yo qué estarías esperándome?
—No creo haberlo pensado, pero, si me querías ver, entonces me
pudiste buscar.
—Lo sé, pero también creí que querías estar solo así que no me
arriesgué. Pero, si no lo pensaste ¿por qué viniste?
—Porque durante estos tres meses sólo he pensado en lo que me dijiste.
En que te sentías apartada porque te comparaba con Katsumi y fue allí
cuando entendí que lo que sentía por ti no era lo mismo que sentí por ella.
Sí, estoy seguro que te amo, pero es injusto de mi parte querer revivir algo
que ya no puedo.
—Pero podemos amarnos locamente sin tener que evocar el pasado
—Eso lo aprendí estando solo, María, pero creo que pude haberlo
descubierto antes si te hubiera hecho caso, si no me hubiese acobardado y
huido como siempre lo hago.
—No huyes, querías tiempo para pensar.
Carlos se apartó de mi como si necesitara espacio para hablar.
—Pero si iba a estar pensándote por todos esos meses, entonces mejor
me quedaba a tu lado y encontraba la respuesta dormido en tu regazo. La
soledad es horrible, y estar sin ti es aun peor.
—Eres demasiado cursi. Dije, sintiendo como las lagrimas se
acumulaban en mis parpados.
—Lo sé.
Carlos me abrazó de nuevo y yo busqué sus labios para besarlos. No
quería tener más tiempo a solas, yo tampoco, así que decidimos que a partir
de ese momento no nos alejaríamos más. Aprendimos a compartir los días
el uno con el otro hasta que por fin decidimos que era hora de mudarnos
juntos.
Al principio, estuve renuente a obligarlo a dar aquel paso cuando se
trataba de hacer algo que había hecho con su esposa, pero no podía hacer
nada para evitar el progreso y si queríamos mejorar nuestra situación,
debíamos arriesgarnos.
Carlos y yo comenzamos a tener una vida juntos a pesar del pasado,
porque sabíamos que no queríamos mas que mirar al futuro en donde los
dos pudiéramos tener algo mejor, una vida llena de felicidad, de armonía, de
cosas que no nos regalarían momentos felices.
A su vez, Carlos no tenía intención de dejarme ir; me lo decía todo el
tiempo, ya había perdido al amor de su vida una vez y no se permitiría
perderlo de nuevo.
Se hizo un poco cuidadoso conmigo, pero nada que no pudiera aceptar
de un hombre que dedicaba su vida a hacerme feliz, a llenarme y a vivir
cada segundo a mi lado como si fuera el ultimo. Tal vez lo aprendió de su
fatal pasado, pero, el tenerlo todos los días a mi lado, era algo que no quería
cambiar.
Título 3
El Mandamás
Alfa Millonario y Padre Soltero Enamorado de la
Virgen
Primera parte
1
Uno de sus dedos se deslizaba por mi espalda mientras le bajaba el
cierre a mi vestido. Me sentía cohibida, nerviosa. Suponía que en cualquier
momento podría decir algo estúpido y lo arruinaría por completo; sé que
desafiaría las leyes de la suerte de las principiantes sólo con existir, sin
embargo, me quedé allí, helada, sin saber qué hacer, sin conocer el
procedimiento estándar para este tipo de cosas, mientras que él continuaba
desnudándome.
—¿Tienes frío? Me preguntó.
Con esas palabras me hizo sentir perdida, no entendí lo qué quiso decir.
Tal vez estaba temblando y no me había dado cuenta porque estaba muy
nerviosa como para detallarlo; es normal, a veces las personas hacen cosas
inconscientemente, así que supuse que había visto algo que yo estaba
ignorando.
—¿Por qué lo dices? Le pregunté, girando sutilmente mi cabeza para
verlo de reojo sobre mi hombro.
—Estás erizada respondió creo que tienes frío.
Lo estaba, no porque tuviese frío.
—No, yo traté de sonar segura, no como la mujer tonta que todos
conocen, pero creo que no lo logré yo no tengo frío. Me sentía tan
mensa en ese momento.
John estaba haciéndolo todo por mi, desde invitarme a su habitación
hasta el comenzar a seducirme. Llegué a ese punto sin saber exactamente lo
que estaba haciendo, pero lo dejé continuar con lo que hacía ¿cómo se
supone que iba a dejar pasar ese momento? Lo estuve esperando por tanto
tiempo que simplemente no podía pensar con claridad.
Mi mente estaba nublada a causa del olor de su perfume, del licor en mi
sangre, sin mencionar todas las ideas alocadas que rebotaban en las paredes
de mi imaginación como su estuvieran jugando pin pon con mi cabeza.
De repente, se rio como si hubiera escuchado una broma de niño, con
una sutil carcajada que le nacía desde la garganta y se escapaba entre sus
labios como un murmullo.
—Espero poder calentarte entonces dijo, siguiendo su propia idea y
terminando de abrir mi cierre.
Eso no me ayudo para nada, porque me hizo sentir peor. Mi corazón
palpitaba con fuerza, sin restricción. El vestido se deslizó por mi cintura,
deteniéndose por unos segundos sobre la curva de mis nalgas y caderas para
seguir su camino hasta el suelo, recorriendo mis piernas. Yo sostenía mis
pechos con egoísmo, con temor a que me viera como si en realidad eso
fuera a contribuir a algo. No tenía sostén porque no iban con la ropa que
llevaba (cosa que con la que tuve que lidiar con dificultad) así que en ese
momento sólo tenía unas bragas que combinaban.
—Eres hermosa dijo John, mientras me lo imaginaba viéndome de
arriba abajo, lo que o contribuyó con la causa.
—¡No me veas! reaccioné, girándome y alejándome con los ojos
cerrados para que no me viese el trasero.
Si yo no lo veía, él no me vería a mi, eso dijo mi instinto.
—¿Por qué? preguntó sorprendido, con un tono de voz carismático,
amistoso; no entendía mi posición.
—No me mires, que no se siente bien Vociferé, sin pensar muy bien
en mis palabras.
—¿No se siente bien que te miren? John hablaba como si se tratara
del reclamo de una simple niña que no sabía nada; algo completamente
tonto.
Estoy segura que ese día no era yo quien estaba hablando.
—Sí, no vacilé ¡no lo sé! No estaba segura de lo que hablaba,
mi cuerpo decía una cosa y mi boca otra No me gusta que me vean. Se
siente raro.
Sabía que tenía los pezones erectos, la piel erizada, el corazón
palpitándome a millón y, efectivamente, el sexo húmedo y caliente. Con tan
solo saber lo que todo eso significaba, ya me estaba dejando seducir por la
idea de estar con él, lo que alertó a todo mi cuerpo, sin siquiera avisarme.
Estaba desconcertada.
No abría los ojos, los mantuve cerrados porque así sentía que no me
estaba viendo. Creí que se había dado la vuelta ante mi petición o algo
parecido, así que continué con mi queja.
—Por favor… dije.
Sentía cómo el calor se escapaba de mi cuerpo dándole paso al gélido
frío de la noche. ¿Quién iba a pensar que John y yo terminaríamos uno
frente al otro prácticamente desnudos a punto de hacer algo tan loco como
tener sexo? Eso no era lo que creí que pasaría luego de que me invitó a
cenar; aunque, por otro lado, sí terminó siendo como me imaginé que
pasaría.
Durante meses estuve pensando en él de esa forma, pero es que, ¿Cómo
no hacerlo? Su cuerpo, su belleza, su forma de ser, hablar, tocarme. John era
el personaje perfecto para un sueño húmedo, para una fantasía a mediados
de la tarde o incluso como el candidato ideal para entregarle mi virginidad.
Con el brazo izquierdo me cubría como podía los pechos de forma inútil
porque solo conseguí ocultar mis pezones; y con la mano derecha me
tapaba mis partes intimas por muy a pesar de que llevaba las bragas puestas.
—¿Qué tienes? le escuché decir, distante.
En esencia, miedo. Miedo de no ser lo suficientemente buena para él,
más que todo eso.
—No me mires, por favor no tenía otro argumento mejor; actuaba
controlada por los nervios.
—¿Por qué no puedo mirarte? Eres hermosa, no mirarte es un delito.
Su forma de decirlo era tan dulce y a la vez tan seductora. John sabía
como hablar con mujeres, yo sé que se había acostado con muchas.
—No me hables así le reclame O…
—¿o qué? inquirió, retándome.
—O no sé lo que pueda hacer…
De repente, sentí cómo sus manos tocaban sutilmente mis hombros lo
que me hizo reaccionar de inmediato. Abrí los ojos y ahí estaba él. Me
miraba a los ojos con una sonrisa perfecta, tuve que inclinar un poco mi
cabeza hacía arriba para poder verlo mejor, porque sentía cómo el vaho de
su cuerpo me perforaba la nariz. Estaba prácticamente sobre mi y yo no
sabía qué hacer.
Así que actué como cualquiera actuaría. Moví mis hombros con
brusquedad para que me soltara y, en un arranque de nervios hice una
estupidez.
—¡No John, No! exclamé, sacudiéndome como si estuvieran
atacándome un centenar de abejas.
Pero eso no fue lo peor. Casi por instinto, levanté la mano derecha y le
planté una bofetada en el rostro a John. No tengo idea de por qué lo hice,
pero mi cuerpo me pedía que me defendiera de aquella invasión.
Y sin pensarlo demasiado, salí corriendo de aquella habitación como
una loca, sacudiéndome y gritando «no» repetidas veces como una loca,
cubriéndome los pechos con ambos brazos y pensando que todo lo que
había hecho había sido una locura. No debí haber dejado que las cosas se
salieran de control, que me llevase hasta su habitación, que comenzara a
besarme, desnudarme; a seducirme. En menos de diez minutos, John había
conseguido sacarme de mi zona de confort para trasladarme a un mundo
mágico en el cual no tenía ningún tipo de voz.
Estaba aterrada creyendo que podría arruinarlo todo, que no le gustaría
mi cuerpo, que no estaría de acuerdo a acostarse conmigo, hasta que por fin
lo arruiné. Por un momento pensé que, si una catástrofe habría de suceder,
sería cuando le dijese que era virgen, pensaba que se apartaría de mi como
si fuera un fenómeno y pensaría: ¿Una mujer virgen a los treinta? Hasta
para mi es algo estúpido. Así que sólo corrí, corrí asustada, llena de ira, de
confusión, pero más que todo, corrí con vergüenza.
Fui una estúpida.
¿Cómo habré llegado hasta ese momento? ¿Qué fue lo que me hizo
querer huirle a mi deseo de estar con John? Todo había salido de maravilla,
en el momento en que me invitó a cenar las cosas habían encajado a la
perfección; entonces ¿por qué no continué? Estoy segura que cometí un
grave error, pero, nada podría ser tan horrible como rechazar a un hombre
como John, abofetearlo y luego correr como una estúpida.
Varios meses atrás las cosas estaban mejor, en verdad, lo que sentía por
él no era más que una simple atracción que me guardaba como todas las
demás cosas que me importaban, no exteriorizaba nada y estaba
concentrada por completo en mi trabajo. Ojalá todo se hubiera quedado así
porque, mientras corría por los pasillos de su mansión para llegar hasta el
anexo en su casa que usaba como habitación esperando encerrarme en ella
hasta que el mundo se acabara, me imaginaba a lo que me tendría que
enfrentar luego de esa noche.
2
Cuando conocí a John todo era diferente, ni siquiera había pensado en la
posibilidad de tener una relación con él. Claro, ese hombre de ojos negros,
sonrisa de adonis, cuerpo escultural y talento para todo, no estaba en mi
lista porque yo sabía que ni de coña estaría en la suya. Yo sólo estaría para
él como su asistente.
Antes de aquel inesperado encuentro, las cosas con John eran sencillas.
Me había convertido en su asistente gracias a algún evento mágico del
destino en el que yo, tras haber sido entrevistada junto a otras mujeres con
muchas más cualidades de las que yo alguna vez podría llegar a tener, había
sido elegida. No conocía a John en el momento de postularme para ser su
empleada, por lo que no entendía lo importante que era estar trabajando
para él.
Sí, sabía que era un sex symbol completamente deseado por muchas (no
me pregunto el por qué) y un exitoso empresario que supo jugar las cartas
que le dio la vida. Nuestros destinos se cruzaron por pura casualidad: yo
estaba desempleada y el buscaba una asistente. Era como si el mundo se
hubiera puesto de acuerdo en que eso sucediera porque, ni con la más
remota posibilidad, íbamos a encontrarnos en la calle, en algún café o que
nuestros amigos nos presentaran. John era para mi lo mismo que las demás
celebridades de este planeta: personas a las que nunca iba a conocer.
Pero yo no controlo la vida, y esta supo darme algo que no pude
abrazar. Cuando supe quien era (luego de una visita a su pagina de
Wikipedia mientras esperaba a que me entrevistase) descubrí que era una
persona llena de talentos y éxitos; su forma de hacer negocios, su vida
interesante que siempre posteaba en sus fotos de Instagram o en su cuenta
de Twitter atrajeron la atención de muchas personas. Y eso fue lo que hizo
que cientos de individuos se postulasen para ese trabajo que él requería.
Apareció en programas de chismes matutinos sólo por ser él, por hacer
cosas tan sencillas como posar para una foto con su endemoniada sonrisa
angelical, ah, y por sus tantos millones. Durante esa media hora de espera
en el lujoso piso que comprendía su oficina entera (sí, un piso de su edificio
sólo para él) conocí a aquel hombre tanto como conozco a Brad Pitt.
Pero John era más que esas simples imágenes, esas biografías poco
confiables, esos rankings del hombre más apuesto del mundo, del
millonario más codiciado, de las cuentas con más seguidores. John Finman
no era sólo un empresario importante, un visionario ni nada por el estilo.
Esa era sólo la faceta que todos conocían de él; un simple vistazo a la
superficie del mar.
Con el tiempo, luego de conseguir ser su asistente, John me demostró
que era un hombre exigente, lleno de reglas, de grandes planes, pero,
además, era alguien lleno de nobleza. Era tan humilde como cualquiera
podría serlo; gracioso, buena persona, buen padre… no: ¡un gran padre!, y
un excelente jefe.
No tardé mucho en caer enamorada de él. Creo que habría sido
inevitable porque luego de comenzar a compartir nuestro tiempo, las cosas
simplemente sucedieron. No sé si fue mutuo, o algo por el estilo, pero estoy
segura que eso fue lo que hizo que me sintiera cada vez más atraída a su
persona.
John era incontrolable, implacable, exigente, el tipo de persona que
querías golpear luego de recibir demasiadas cosas para hacer después de un
arduo día de trabajo. Maravilloso hombre, buen empleador, pero como jefe,
pedía más que un recién nacido.
El verlo me agitaba por completo, el sentirme a su lado era inquietante.
John tenía cualidades que me traían loca con tan sólo mirarme, hablar,
decirme hola.
Pasábamos horas hablando, haciendo evolucionar los diversos temas en
tópicos cada vez más diversos: el pasado, trabajo, política, nuestras vidas, lo
que nos gustaba hacer, quisimos ser y nos gustaría lograr. John era un
emisor y receptor estupendo, con un léxico enriquecedor que me
embriagaba el alma, además de que sabía de lo que hablaba por lo que nuca
me aburría de escucharle. Atendía cada una de mis anécdotas u opiniones
con cuidado, no me interrumpía e incluso parecía disfrutar escucharme.
Fantaseaba pensando en él de muchas formas. Sentía que el estar con él
como hombre sería lo mejo que podría pasarme ¡perder mi virginidad con
John Finman habría de ser la mejor experiencia de mi vida!, me decía
mientras me quedaba en su casa imaginándome que entraría a mi
anexo/habitación a poseerme. Yo me negaría con un rotundo no, pero no me
opondría si se atrevía a tocarme sin permiso.
Suponía que era un gran amante; las mujeres con las que compartía
algunas de sus noches en hoteles me lo confirmaban cuando las escuchaba
hablar con sus amigas por el teléfono. Yo era invisible para ellas así que
prestaba toda la atención que mi condición me prestaba.
—Es increíble decían algunas creo que no podré caminar bien por
varios días escuchaba decir a otras.
Algunas incluso detallaban el encuentro al teléfono o con la
recepcionista (con la que posteriormente se acostaría) con tanto orgullo que
lo tenían como un logro.
John era conservador al respecto, no hablaba ni decía nada de ello;
siempre se cuidaba, respetaba y nunca ofrecía comentarios al respecto.
Tenía la cualidad de demostrar sus habilidades como caballero y como
amante, haciendo así, que las mujeres con las que compartió dichas
destrezas, corrieran la voz.
Yo no estaba disgustada con él por tener ese estilo de vida. Un padre
soltero que lo tenía casi todo en la vida, se podía dar el lujo de acostarse con
quisiera. Una que otra vez quise ser yo, pero, nunca creí que se sintiera
atraído por mi.
Estaba segura que John no era un hombre cualquiera.
Antes de entrar a aquella oficina, ya había confirmado con mis propios
ojos que era un tipo bastante apuesto, aunque, en mi afán por convencerme
que no significaba gran cosa, lo comparé con hombres aun más atractivos
para no sentirme intimidada, pero, en el momento justo en que lo vi en
persona, sentí que había perdido mi tiempo.
Lo había estudiado un poco; tantos prestigios, triunfos económicos y
tanta fama resultaban intimidantes una ves que te topabas con el hombre
que era realmente. En sus fotos sonreía despreocupadamente, se vestía con
elegancia, se mostraba sin camisa, sin inhibiciones, pero, una vez que le
tenías en frente, resultaba obvio que, en John, yacía la representación física
del éxito.
No era suficiente con lo que había experimentado en aquel piso que
estaba ahí nada más par albergar, de forma muy exclusiva y ostentosa, su
oficina; o los demás candidatos al puesto hablando de lo estupendo que era
¡No! con tan solo haber entrado a aquel edificio, ya estaba completamente
intimidada por un hombre que aun no conocía.
—Mucho gusto. Pasa me invitó con elegancia, sin perturbaciones
siéntate, por favor. Mi nombre es John hablaba con tal eminencia que
parecía que yo no estaba ahí realmente, que sólo se encontraba su presencia
y su ego . ¿Cómo te llamas? me preguntó. Su voz, sus ojos, su sonrisa;
ya había perdido la batalla.
—Me llamo Karen le dije, con la frente en alto porque estaba
dispuesta a conseguir aquel trabajo.
—¿Por qué estás aquí? inquirió.
Yo estaba sentada en frente de su escritorio, él, leyendo mi currículo
mientras me hablaba sin verme. Tenia cierta actitud tradicional en el empleo
de sus palabras, de su postura ejecutiva, incluso en la manera en que olía.
Lo evaluó, verificó si todo lo que decía allí era cierto. En menos de unos
tres minutos ya había inspeccionado todo lo que el papel se leía.
—Porque estoy buscando empleo respondí, sin miedo a nada. Y
me dijeron que usted estaba solicitando una empleada, así que me aventuré
y aquí estoy.
—Cuéntame, ¿por qué debería contratarte?
Mientras más lo veía más me perdía en su forma de hablar, en su voz, en
su mirada. No estaba sonriéndome, se encontraba serio (totalmente
diferente al hombre que conocí después), me miraba con esos grandes ojos
que me penetraban mientras ojeaba con cuidado. Poco a poco iba perdiendo
el control de mis palabras; su presencia confería cierto deseo de demostrar
que eras digna de su presencia.
Tal vez era sólo mi imaginación, o que se debía porque estaba
sorprendida por sus logros en la vida a su edad mientras que yo no había
hecho mucha con la mía. El caso es que estaba completamente abrumada, lo
que desencadeno ciertos nervios.
—Pienso que… dije, tratando de pensar en una respuesta. No sabía
qué decir ni cómo decirlo.
Lo veía ahí, sentado, con mi currículo en la mano y su mirada en mi,
tratando de descifrar qué querría él que dijera. No dejaba de pensar en que
alguien con tantos logros en su vida, aun estando en frente de mi, resultaba
irreal. Tenía miedo de arruinarlo, de no decir lo que debía decir. Los nervios
comenzaron a dominar mis sentidos, mis pensamientos, e incluso mis
acciones.
Comencé a mirar sus manos escapándome de su mirada penetrante.
Tragué saliva, buscando el valor en lo más recóndito de mi ser, y, luego de
un largo respiro, cerrando los ojos para no verlo, y procedí a abrir mi boca.
—Porque estoy desempleada y realmente necesito el trabajo ¿qué
otra cosa podría decir mas que la verdad?
De inmediato supe que había dicho una estupidez. Apreté los parpados
esperando el inminente reproche de John. No sabía qué quería escuchar,
pero definitivamente no era eso. El corazón comenzó a palpitarme con más
fuerza. ¿Qué hice? Pensé.
—¿Y por qué estás desempleada? preguntó John, con un tono de voz
calmado que no me esperaba.
—¿Ah? abrí mis ojos, confundida. Definitivamente no era la
respuesta que me esperaba; ni siquiera era una respuesta.
—Que por qué estás desempleada.
—Lo estoy vacilé porque me despidieron del ultimo empleo que
tuve porque se iban a mudar y entonces no me quedó de otra que dejarlos ir
dije, divagando y sonando como una estúpida.
—¿Quiénes se mudaron? ¿Para donde? preguntó, con un interés
genuino ¿qué demonios? Fue lo que pensé.
Había bajado mi currículo, su atención estaba puesta sólo en mi y eso
me enervó aun más. La forma en la que me veía, en sí, para nada
intimidante, lograba, aún así, hacerme sentir intimidada.
—Mudaron sus operaciones a otro país comencé a explicarle y no
me dejaron ir con ellos así que me quedé aquí.
—¿Trabajaba con una productora o algo parecido? Es decir cogió mi
resume curricular y sondeó algunas palabras ¿no es usted cineasta?
—Sí, y no. respondí.
—¿No qué?
—No trabajaba en nada que tuviera que ver con ello, trabajaba como
asistente. No es una profesión que se pueda ejercer en cualquier lado.
—Oh, vaya. Eso si que no me lo esperaba con su tono me hizo creer
que estaba apenado, como si hubiera sentido que me había ofendido y
vaciló ¿Cuánto tiempo tienes desempleada?
—Ya voy para dos meses.
—Dos meses desempleada repitió, siguiéndolo de una interjección
que sonaba como un muido . Parece bastante ¿por qué esperaste hasta
ahora para buscar empleo?
—No lo hice, he estado intentando buscar un lugar en donde trabajar
desde entonces. Mi ultimo pago no iba a alcanzar, así que me dije: Karen,
mejor busca un trabajo estaba nerviosa. Comencé a crear un dialogo
conmigo misma para darle sentido a mis palabras. Sonaba desesperada y
vergonzosa lo que sea, no importa qué dejé escapar una risa nerviosa
que me hacía parecer como una loca.
John me miraba interesado. A ese punto de mi cordura, esperaba que él
ya se estuviera asustando y decidiera que ya había escuchado suficiente de
mi.
—¿Y qué piensas con respecto a trabajar para mi?
—¿Qué quiere que le diga?
—No lo sé, lo que tu quieras. Necesito saber que piensas para ver si
realmente estas capacitada para el empleo.
—Y ¿eso que tiene que ver? no podía ver la relación en su lógica.
—Porque así puedo saber si puedo trabajar contigo. me miró, como
si estuviera evaluándome, haciendo una pausa dramática ¿Acaso sabes
para que empleo estoy entrevistándote?
La pregunta me parecía tonta. Claro que lo sabía.
—Para ser su asistente ¿no?
John continúo evaluándome, como si tratara de estudiar mi respuesta,
como si quisiera ver si era cierto o no lo que estaba diciendo. Su forma de
actuar era extraña, y fue sino hasta tiempo después que descubrí que solo se
estaba haciendo el duro.
—Bueno, en realidad es para ser algo mas que eso.
—¿Como así? ¿Qué quiere que haga? pregunté.
El trabajo era simple, o eso se supone que sería. No fue sino hasta que el
me dijo eso que creí que sería algo sencillo; sus palabras me hicieron creer
lo contrario. Yo pensaba que sólo se trataba de algo tan simple como ser su
asistente: atendería sus llamadas, prepararía sus reuniones o buscaría su
ropa de la tintorería (¿la gente rica lleva su ropa a la tintorería? No lo sabía,
tampoco es que creía que lo iba a descubrir, no en ese momento, no cuando
ni siquiera esperaba ser contratada).
—Estoy buscando que alguien se tome su tiempo para estar a mi lado, y
que, de hecho, no tenga problemas con pasar incluso días completos con
nosotros.
—¿Ustedes?
—Mi hijo y yo dijo Noah, un pequeño interesante.
—¿Seré la niñera de su hijo?
—No, nada que ver. Sólo deberá pasar tiempo conmigo y como me
gusta estar con mi hijo, también con él. Es un trabajo a tiempo completo, y
requiere de su total participación.
—¿Entonces deberé mudarme?
John se apartó, como si estuviera esquivando un golpe.
—No, nada que ver. No es necesario. Tal vez tengas que quedarte una
que otra ocasión, pero no estoy diciendo que te mudes. Es sólo si así lo
deseas.
—¿Quedarme?
—Sí, quedarte.
Y me cruzo una pregunta por la cabeza ¿Qué cosa querría él que yo
hiciera que necesitaba de mi presencia? ¿Qué tipo de asistente estaría
buscando él? No es como que yo estuviera del todo indispuesta, ¿vivir con
otra persona por dinero? Ni siquiera sabía si iba a ser contratada, pero, ya
estaba preocupándome por cosas relacionadas a un trabajo que aun no tenía.
—Claro, el trabajo estará muy bien pagado. Agrego, cosa que creo
que hizo por mi cara pensativa.
—No lo pongo en duda dije con un tono sutil de sarcasmo. Estaba
pensando sólo en los lujos que había visto desde la entrada hasta su oficina;
no podía ni imaginar en cuanto dinero tendría para pagarme.
Así que cogió una pluma de un portalápiz, que estaba a unos escasos
centímetros de su mano, y anotó algo en una hoja que luego arrancó para
entregarme.
—Esto sería el pago base. Está sometido a un aumento.
—Vale. Mi sueldo.
—Sí, eso mismo, le haré entrega de esto de forma semanal, por ahora
respondió luego, conforme vaya pasando el tiempo y usted vaya
absorbiendo diferentes responsabilidades… comencé a perderme en mis
pensamientos se le irá aumentando el sueldo.
¿Qué tipo de cosas esperaba él que yo hiciera? ¿Absorber diferentes
responsabilidades? ¿No iba a ser sólo su asistente? Pensé mientras lo veía,
trataba de descifrar lo que quería; estaba dispuesta a hacer lo que fuera,
claro está, pero por lo menos quería estar al tanto de lo que iba a hacer; uno
no va a la guerra sin estar preparado. En ese momento, no sabía lo que me
esperaba, incluso habiendo sido advertida por él mismo.
Quería saber cuales serían mis obligaciones como su asistente, pero me
ahorre la pregunta y decidí quedarme callada porque tal vez, sólo tal vez,
eso podría determinar si me contrataban o no.
Me fui de regreso a la sala de espera (haciendo memoria de cuantas
personas faltaban por ser entrevistadas) y comprendí que no era la mas
atractiva, tal vez ni siquiera era la mas capacitada o la más competitiva y, en
definitiva, tampoco sería su primera opción; así que supuse que debía
mantener la calma y no jugarme mucho mi suerte; cualquiera podría ser
contratado, cualquiera menos yo.
Pero debía regresar al lugar en donde me estaban entrevistando, así que
extendí mi mano para recibir el papel en donde había escrito lo que me
pagaría en el caso de que me contratase. En lo que lo leí, mis ojos se
abrieron más allá de sus limites por sí solos y solté la mandíbula tomando
aire como si fuera una aspiradora. Era tan abrumador que de la sorpresa lo
escondí en mis manos guardándolo entre mis piernas para que mas nadie lo
viese. ¡Cien mil dólares la semana! Era sencillamente absurdo, grotesco;
superaría las expectativas de cualquiera.
De inmediato, empecé a imaginar todas las cosas que podría hacer con
ese dinero; pagar, ayudar, administrar, vivir… era simplemente maravilloso.
—¿Exactamente qué quiere que haga? ¿Tengo que matar a alguien todas
las semanas? dije, cosa que ni siquiera sé por qué pensé en decir. Lo
había dejado escapar por mi boca como una broma, luego de terminar de
hablar fue que reaccioné que era una de mal gusto.
Para mi sorpresa, John no respondió a eso. Solo me miró con su rostro
serio e imperturbable.
—Es dinero justo que se ganaría de manera honrada. No veo ningún
problema con pagarle esa cantidad de dinero, señorita Karen.
—Oh, no, no negué insistentemente, si creía que no estaba a gusto
con lo que me había ofrecido, tal vez le bajaba al sueldo. Claro que no.
Es solo que resulta un poco abrumador ese monto me excusé.
—Estamos hablando de un trabajo en el que necesito que haga todo lo
que yo le pida, sin importar qué me miró, como si esperara una reacción
de mi parte, pero no hice mucho que mirarlo fijamente esperando que
continuara descuide dijo por fin no será nada malo o que atente
contra su integridad moral de nuevo, hizo una pausa como si estuviera
esperando un gesto de mi parte pero si serán cosas que puedan o no
hacerla parecer mas que una asistente.
—¿Por qué lo dice? traté de conseguir información, de todos modos
estaba siendo un poco misterioso, no iba a conseguir mucho si no le
preguntaba ¿qué quiere, mas o menos, que haga?
—Nada del otro mundo, cosas enteramente personales.
—¿Personales? pregunté, insinuando una pregunta mas compleja y
con un sentido mas personal, si sabes a lo que me refiero.
—Oh no evidentemente entendió mi pregunta No ese tipo de
cosas personales, señorita Karen.
Dejé escapar un suspiro de alivio, no por no tener que hacer de esas
cosas, o que se tratara de otro tipo de entrevista extraña de ese tipo en el que
el hombre le pide a su empleada que haga ciertas cosas para complacerlo
sexualmente, o que le cuide la vida como si fuera una esposa, o por mi falta
de experiencia con el sexo, sino porque por mi situación en ese momento
me habría obligado a aceptar sin importar qué, mas que todo, por esa
ridícula paga con la que en un simple año podría llegar aun punto en el que
no tendría que trabajar por un largo tiempo, o no trabajar mas nunca.
—Oh, no, yo solo decía, era para saber dije con total naturalidad,
como si no se tratara de nada, fingiendo confianza e indiferencia con el
tema pero realmente aliviada de que me interrumpiese antes que le dijera
que no tenía problema con ello.
—Como mi asistente, necesito que esté completamente dispuesta a
seguirme a todos lados, a programar todas mis citas, reuniones, todo lo que
necesito, traté de mantener un rostro sereno en todo momento, no
demostrar que estaba sorprendida, así que todos los gestos que yo hacía se
veían raros (bueno, así los sentía yo) creo que llegará incluso un
momento en el que tendrá que estar pendiente de mi desayuno. Mi vida es
un poco atareada y necesito un par extra de manos y otra cabeza para poder
mantener el ritmo ¿entiende?
—Un poco respondí.
John me miró como si no estuviera conforme, o tal vez estaba
preguntándose algo, o tal vez sólo me miró. El punto es que me pareció
realmente intimidante.
—Estamos hablando de completo compromiso con el trabajo
continuo no es tan simple como ser mi secretaria, porque hay una
palpable diferencia entre ambas y una de ellas es que ya tengo una
secretaria pero no una asistente ¿comprende a lo que me refiero?
Asentí con mi cabeza, casi por instinto, como un sistema de defensa
para prevenir que supiera que no estaba siguiéndolo del todo. Sí sabía de
que hablaba, pero su formo de ser me resultaba un poco intimidante y me
perdí en sus palabras, en su voz, en su naturaleza al decir las cosas. No
comprendía del todo lo que me decía sino hasta unos segundos después de
que asentía como entusiasmo.
—Bien, porque estoy buscando a alguien que no esté comprometido con
más nada de repente, hizo una pausa; había recordado algo oh, por
cierto, ¿está usted casada? ¿tiene hijos? ¿pareja? ¿vive con sus padres o
algo por el estilo?
La naturaleza de la pregunta me parecía extraña. La verdad, no había
pensado en esa posibilidad porque no tenía nada de lo que había
mencionado y no representaban un problema, pero, luego de analizarlo un
poco, lo entendí. También ayudó que él mismo me lo explicase.
—Yo no tengo problema con eso, pero este tipo de trabajo que le estoy
ofreciendo consumirá su tiempo y significará que deberá descuidar ciertas
cosas agregó estoy buscando a alguien que no tenga muchos
obstáculos es su vida.
—No, no tengo ningún obstáculo en mi vida. No tengo pareja,
respondí mis padres no viven aquí y no tengo hijos poco a poco,
las palabras se escapaban de mi boca como torpedos, uno tras otro,
dejándose controlar por mis nervios porque no es biológicamente posible
tener un niño sin la participación de un hombre y, como ya le dije, estoy
soltera, así que estoy disponible y nada me estorba en la vida mas que no
tener suficiente dinero lo dije todo con una sonrisa en los labios que no
puedo ni siquiera justificar.
—Está bien dijo John, arrastrando las silabas cono si se tratara de
algo raro, como si estuviera buscando evitar hablar conmigo, o tal vez era
un habito.
Leer sus respuestas era algo extraño. Hablar con él sin conocerlo
presentaba un reto enorme en cuanto al hecho de traducir las cosas que
decía ¿Era bueno, malo? ¿le gustó o no mi respuesta? Su forma de verme y
de hablar me obligaban a pensar lo peor; mi paranoia o su forma de ser, una
de las dos era; no confío mucho en mi paranoia así que creo que podría ser
eso. El punto es que ese día estuve debatiéndome entre la cordura y la
locura.
De nuevo, solo sonreí tratando de ocultar mis nervios, manteniendo los
ojos cerrados convencida de que eso ayudaría. Si yo no lo veía él no notaría
que estaba nerviosa.
—En ese caso, creo que es importante decirle que en cuanto a la parte
de «subirle el sueldo» no aplica si le pido hacer algo a lo que no espera
tener como responsabilidad, señorita Karen.
—¿Cómo así? sentí como si un golpe de malas noticias apareciera de
repente.
—Cuando digo que absorberá responsabilidades me refiero a que tal
vez, y sólo tal vez, pueda que le pida que haga algo aparte de su trabajo. Si
dicha petición es mucho para lo que está ganando, le aumentaré el sueldo.
De lo contrario, seguiría cobrando esa cantidad que le mostré.
Me esperaba algo peor. Saqué el papelito de entre mis piernas para
volverlo a ver; necesitaba evaluarlo de nuevo, saber exactamente qué me
estaban ofreciendo; pensé en lo que eso me serviría (de nuevo) y me dije a
mi misma que con un sueldo como ese, podría pedirme lo que fuera.
—No tengo ningún problema, señor Finman, estoy más que satisfecha
con ese monto. Su usted lo dice, lo haré.
—Perfecto entonces.
John solo se levantó de su asiento y me miró con un gesto amistoso. Era
un cambio, no como para decir que me hizo sentir mejor, pero algo era algo.
—Bueno, señorita Karen su selección de palabras me obligaron a
saborear un éxito extraño del que aun no era poseedora
Me fui anticipando a lo que me iba a decir, suponiendo que se trataba de
una bienvenida acogedor a su equipo de empleados. Comencé a sonreír,
entusiasmada por haber conseguido el empleo.
—Fue un gusto conocerla su mano alcanzo la mía y la estrechó con
la firmeza justa la estaré llamando y de inmediato mi sonrisa se borró.
El amargo sabor de la derrota era algo a lo que aun no me
acostumbraba, a pesar de que lo probaba una y otra vez.
Borré la cara de tonta sorprendida que se asomó por una fracción de
segundo y volví a sonreír por cortesía y educación, estrechando y
sacudiendo su mano como si hubiéramos cerrado un trato. Estaba
genuinamente angustiada porque quería preguntarle si realmente estaba
siendo contratada o sólo era una formalidad de su parte.
—¿Estará llamándome? pregunté; las palabras se salieron de mi
boca, no las pude controlar. Para cuando me di cuenta de lo que había
dicho, ya era muy tarde.
—Sí, la estaremos llamando, tengo que hacer más entrevistas.
John seguía imperturbable a pesar de mi evidente insolencia al
preguntarle como si me correspondiera hacerlo. Aunque eso no me detuvo.
—No va a contratarme de una vez ¿verdad?
John me miró desconcertado. Lo primero que me vino a la mente es que
seguro pensaba que estaba loca, que probablemente se me había zafado un
tornillo o algo parecido. Levantó la ceja, con una sonrisa que decía: ¿en
serio?
—Pero si no hemos llegado a nada señorita Karen. Esta es la entrevista
nada más.
—Pero me dio los precios.
—Para que supiera cuanto iba a ganar, es un requisito que los
postulantes lo sepan.
—Pero ¿no quiere decir que está interesado en mi como su asistente?
la desesperación comenzó a hablar por mi. Puedo hacer cualquier cosa
que me pida, no me quejo, soy rápida soy eficiente…
Estaba humillándome a mi misma, estaba dispuesta a conseguir ese
trabajo sin importar qué, incluso así no tuviese nada que ver con lo que
había estudiado.
—Yo puedo hacer lo que sea… yo intenté seguir hablando pero la
adrenalina que me invadió para poder hablar cuando sabía que no podía ni
debía, hacía que mi voz temblase.
Lo peor de todo eso es que aquella conversación humillante se
desarrolló mientras tenía todavía su mano aferrada a la mía. Mientras más
hablaba más se la apretaba, aunque me dio la impresión de que él no notaba
la diferencia entre un apretón suave y uno fuerte viniendo de mi.
Seguí estrechándole la mano, no intentaba quitarla por ningún motivo.
Su mirada fija en mi, su rostro tranquilo y educado. De repente, una sonrisa
se fue asomando con calma, como si la estuviera usando para
tranquilizarme. Lo estaba logrando.
—Señorita Karen, tengo que entrevistar a más personas para ver si son
adecuadas para el trabajo. No quiero decirle que no, ni a usted ni a otro,
pero me temo que tengo que tomar una decisión en cuanto a quien podré
confiarle el control completo de mi vida John hablaba de tal forma que
inspiraba seguridad no puedo contratarlos a todos, así que deberé pedirle
que tenga paciencia y espere. Si es usted a quien decido contratar, se lo
haremos saber.
John comenzó a clamarme a su manera. Su voz, me obligó a
tranquilizarme al introducirse en mi cabeza sin mucho esfuerzo.
—Está bien respondí, una vez terminó de hablar; resignada y
conforme con su respuesta.
John me soltó la mano y volvió a embozar una sonrisa.
—Vale, entonces nos estamos viendo. dijo que tenga un buen día,
señorita Karen.
—Sí, nos estamos viendo.
Le regalé una sonrisa llena de vergüenza, tratando de parecer como ese
tipo de mujeres que no discuten ante nada, un poco sumisa, tal vez pasiva…
desgraciadamente estaba al tanto de que había perdido mi oportunidad.
Estaba segura de que lo había arruinado todo, y, habiéndome dado la vuelta
para salir por el umbral de la puerta de su oficina sin mirar atrás, me
invadió una inmensurable frustración junto con las ganas de gritar o golpear
algo; definitivamente lo había echado todo a perder.
—Demonios, Karen ¿por qué rayos eres así? ¿No podías quedarte
callada? Ahora sí no te van a contratar.
Iba caminando y discutiendo conmigo misma con la cabeza baja y las
manos tomadas una de la otra. Pasé por la sala de espera y atravesé el grupo
de personas que estaban esperando a ser atendidas. En ese momento levanté
la mirada y evalué mi competencia: mujeres y hombres jóvenes, chicas con
cabellos hermosos, maquilladas a la perfección; hombres vestidos de
manera natural, pero sin desbordase en lo informal. Su forma de sentarse,
sus maneras, sus sonrisas.
Eran todo lo que yo no podría ser jamás y que, de seguro, así llamarían
la atención de John, obligándolo a contratarles de inmediato. «No puedo
contratarlos a todos» vinieron a mi mente sus palabras junto con la
sensación de apretón en mi mano derecha, por unos segundos me hizo sentir
bien.
De repente, alguien murmuró algo. Todos estaban hablando en un tono
de voz moderado, pero ese murmullo, tan poco sutil como pueden ser todos
los murmullos a pesar de que creamos que nadie sabe que estamos
murmurando, vibró por el aire de una manera diferente hasta llegar a mi
tímpano.
—Parece abatida escuché que alguien dijo.
—¿Qué le habrán dicho? preguntó otra.
—¿Qué tan malo es el señor Finman?
—Parece que va a llorar.
No sabía si me lo estaba imaginando o si realmente lo decían.
Traté de mantener mi mirada fija en la puerta, tal vez se me notaba
demasiado la derrota en el rostro por muy a pesar de estar convencida de
que no, pero mientras estuviese allí, no iba a actuar como no quería hacerlo:
como una perdedora. Así que sólo miré a la puerta, señorialmente, segura,
sabiendo que quienes comentaban no lo hacían porque me odiasen sino
porque querían saber cuales eran sus oportunidades de tener ese empleo el
cual, claramente, yo no iba a obtener.
Me desplacé por en frente de todos ellos sin detener mis pasos, tratando
de parecer lo más segura que pudiera y, luego de un suspiro de alivio tras
atravesar aquella zona de juicios y comentarios, me dije unas palabras de
motivación.
—Bueno Karen, será para otro día.
3
Para ese entonces estaba devastada. No había nada que pudiera
consolarme, ni siquiera la caja de una docena de donas que me compré
camino a mi departamento con parte de la poca cantidad de dinero que me
quedaba de mi ultimo pago como empleada.
El trayecto (paso por paso), cada uno de los peatones que evité, el
autobús que cogí para que me llevara hasta mi parada y las calles que crucé
arriesgando mi vida, pasaron por un lado de mi vida como si se tratara de
un potencial comprador indiferente ante las vitrinas de una tienda de
adornos aburridos.
—Las cosas podrían ser peores me dije, mientras abría la puerta de
mi departamento.
Estaba segura de que llegaría a mi sofá, encendería la televisión y
cogería esas doce donas para engullirlas junto a mis penas como una
metáfora. Las deudas, la soledad, la falta de alimentos balanceados; esas
cosas que no puedo tener porque: o son muy costosas o simplemente son
inalcanzables; tanto estas como otras, me parecían tan lejanas como lo
fueron esa mañana antes de que me levantara con tanto optimismo.
Es que, ese día, camino a la entrevista, me había propuesto estar de
acuerdo con cualquier cosa, sin importar qué porque necesitaba salir del
desempleo que acababa de empeorar con la compra de esa docena de donas.
La renta del departamento llevaba meses vencidas.
En este, todo lo que había ahí: una nevera que ni siquiera era mía, un
pequeño horno eléctrico con unas hornillas casi inservibles en la parte de
arriba en donde preparaba todo en una única olla de aluminio que alguna
vez sirvió para algo; el sofá desgastado y polvoriento que había proclamado
como mío cuando en verdad era de mi hermana, junto a un televisor que me
daba corriente cada vez que intentaba tocarlo… resultaban ser, en conjunto,
un simple recordatorio de mi miseria.
Mi vida, junto con aquellas donas, se desmoronaba en mi interior
causándome algún tipo de problema; fuera un mal gasto, una deuda o una
mala idea.
Sentada en aquel sofá, sentía que mis inquietudes flotaban a mi
alrededor acumulado como pequeñas partículas de polvo que infestaban el
aire del departamento, ensuciando mis pulmones y arruinando mi vida. Se
elevaban como un ente espeso que no vivía más que para molestarme
mientras que intentaba ahogar mis penas en donas y soledad.
Y ahí estaba, inconforme con los resultados de mi entrevista, vacía tanto
por dentro como por fuera.
—¿Cómo te fue? me preguntó mi hermana al teléfono, que estaban a
punto de cortar por falta de pago ¿Qué tal la entrevista?
Tenía cierto entusiasmo que llevaba de la mano con su forma de vivir;
alegre, graciosa… ella era ese tipo de personas de la que siempre esperarías
un gesto agradable o de amabilidad, una sonrisa; lo que fuera; y esa misma
forma de ser no se había ausentado en aquella llamada.
—¡Vamos! Dime, cuéntamelo todo insistió.
Yo me había negado las primeras dos veces.
—No, no fue nada, luego te cuento vacilé Cuando te vea.
—No, cuéntame ahora, quiero saberlo todo. ¿qué te dijo? ¿Cuánto es la
paga? ¿Cuándo empiezas?
Mi hermana menor no era precisamente la primera persona a la cual
querría contarle lo que me había pasado, mucho menos que no conseguiría
el trabajo ni porque me cogiera al jefe.
—Dijeron que me iban a llamar dije por fin.
—¿Qué te iban a llamar? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Pues con el teléfono o el móvil; no sé, cuando sea que lo hagan.
—No puedes esperar, tienes deudas qué pagar.
—Lo sé, pero no puedo hacer nada, simplemente no puedo decidir por
ellos.
—Pero, te van a llamar ¿verdad?
Valeria sonaba abrumada, podía sentir la preocupación en su voz
eclipsando el anterior entusiasmo con el que hablaba. Quería poder decirle
que todo iba a estar bien, que no se preocupara porque las cosas se iban a
arreglar; pero yo sabía que no.
El sólo imaginarme cómo mi hermana se sentía inútil, me hacía sentir
más inútil a mi. Valeria se había encargado de ayudarme por un tiempo
pagando mi renta, o postergando lo inevitable (como yo le decía), las
deudas con mi tarjeta y demás; una ayuda sutil pero ralamente valiosa que
no puedo dejar de agradecer. Yo sabía que ella quería ayudarme y el decirle
que esta vez no podía hacer más nada, me rompía el corazón.
—Probablemente sí le mentí, ni siquiera sabía si aun me recordaban.
Embocé una sonrisa, porque alguna vez leí que cuando sonríes tu voz
suena diferente y no recuerdo en dónde, si era cierto o no, pero estaba
dispuesta a hacer lo que fuera para que mi hermana se sintiera mejor.
—Ojalá pudieras venir a vivir aquí dijo, quebrándome más y más el
corazón.
Valeria vivía en otro estado, a unos cientos de miles de kilómetros,
abrumada por sus propios pagos, atendiendo a su familia e incapaz de poder
darme el asilo ni la ayuda que tanto quería darme.
—No te preocupes, yo estaré bien ¿cómo están los enanos?
—Alicia está bien, jugando con sus videojuegos y Luciano está
durmiendo; él también se encuentra bien en su voz pude notar que hizo
el intento para tragar su frustración apoyando a mi cambio de tema.
—¿Cómo van en la escuela?
—Están de maravilla vaciló sí, les va muy bien. Alicia está
sacando buenas notas, tienes muchos amigos, y consiguió ser capitana del
equipo de soccer.
—¿En serio? pregunté entusiasmada ¡Vaya! ¡Que maravilla!
aquella noticia se las arregló para hacerme mejor el día.
—Sí dijo Valeria, con una risa ahogada, quebrada; podía notar que
estaba llorando. Sí, ha estado trabajando muy duro para hacer eso, y le
gusta. Yo la apoyo me la imaginé mirándola desde le teléfono.
Probablemente estaba en su habitación, lejos de su hijo, pero en ese
momento me la imaginé asomada en el borde de alguna pared, viéndola
desde lejos, contemplando a su pequeña niña de once años que se distraía
con sus juegos de video.
—¡Rayos, chica! ¡Eso es vacilé de alegría es asombroso! Ella es
asombrosa. Estoy tan orgullosa de esa enana.
Por un segundo, la presencia espesa de mis problemas sencillamente
desapareció. Era como si nunca hubieran estados ahí y le estuviera dando
paso a la positividad, a las posibilidades buenas que me llevarían a un mejor
lugar. Estaba sintiéndome bien conmigo misma porque, de algún modo,
saber que a mi sobrina le iba bien, me hacía sentir que el mundo no era tan
malo, a pesar de saber que evidentemente lo era.
—¿Cuándo te podemos ver? preguntó Valeria, luego de una pausa,
haciendo parecer repentina su pregunta Los niños quieren ver a su tía
favorita…
—Soy su única tía, Vale.
—Por eso mismo quieren verte. Ya hace más de dos años que no los ves
¿cuándo piensas que puedas verlos?
De repente apareció un silencio incomodo en la llamada. Sin ponernos
de acuerdo, simplemente dejamos de hablar al mismo tiempo porque
sabíamos a que nos llevaría esa conversación; a ese resultado en el que yo
le contaba lo mucho que quería ir, pero no podía por diferentes causas, en el
que ella insistía, en que discutíamos mi falta de administración, mis malas
decisiones y mi (según ella) ferviente deseo de conseguir el trabajo, el
hombre y la vida soñada en la capital mientras que ella hace lo imposible
para mantener a dos niños por sí sola. Tanto lo habíamos tocado que ya ni
ganas teníamos de hablar al respecto.
Pero esta vez había algo diferente, sabía que Valeria quería que
habláramos de otra cosa, algo más reciente, eso por lo cual me llamó. Sabía
que yo no le estaba diciendo todo, teníamos mucho tiempo conociéndonos.
—¿En serio no me vas a decir cómo te fue? preguntó, quebrando el
silencio que se interponía entre nosotras.
A pesar de ser mi hermana menor, de haberla cuidado cuando mi madre
o padre no podían, Valeria tenia esa forma de ser tan autoritaria y protectora
con la que desea lo mejor para mi, portándose como mi mamá o algo
parecido; y luego de que consiguió una relativa estabilidad económica, yo
pasé a ser quien necesitaba de su apoyo, de su cuidado, etc., etc.
—Tienes que decírmelo, sino deberás venir para aquí y trabajar
conmigo. Ya habíamos quedado en eso dijo con autoridad.
—Lo sé respondí como una niña regañada pero es que yo
quiero…
—No Karen, no podemos estar en estas todo el tiempo.
—Pero yo no tengo culpa de que se hayan ido
—Esta vez dijo ¿y las otras? ¿qué pasó con los otros empleos?
¿Ah? ¿Qué fue lo que no hiciste que no tuvo nada que ver con tu despido?
Mascullé una queja ante su insistente manera de hablarme con tanta
certeza.
—De todos modos, no voy a dejar de intentarlo, no he dejado de
intentarlo desde que se fueron del país.
—Entonces, ¿me vas a decir qué fue lo que te dijeron en la entrevista?
¿Me dirás si realmente lograste conseguir el trabajo?
Suspiré; suspiré porque sabía que no podía encarar a mi hermana ni
siquiera por teléfono, que no podría decirle que probablemente había
arruinado mis posibilidades de trabajar con un tipo que me ofrecía más de
lo que podría ganar en un año de arduo trabajo en sólo una semana. No
quería contarle nada al respecto porque sabía que si lo hacía se molestaría
conmigo.
—Valeria, no quiero hacer esto vacilé mejor hablamos en otro
momento.
—Karen, espera.
—Lo siento. Te quiero mucho. Hasta luego.
Y le colgué. Aun tenía las donas en la caja, no había encendido el
televisor y experimentaba cierto vacío en mi cuerpo como si acabara de
hacer algo malo. No quería arruinar el resto del día ni las donas de
despecho, así que simplemente me concentré en ellas.
4
Me desperté esa mañana concentrada en mis propios problemas. Saqué
los pies de la rechinante cama en la que me había acostumbrado a dormir a
pesar de lo incomoda que era, y levanté el resto de mi cuerpo con pereza.
¿Qué podía hacer ahora? Habían pasado días luego de aquella
decepcionante entrevista, lo que contribuyó más en mi decepción al
entender que, mientras más tiempo pasase, más significaba que no me iban
a contratar.
Estuve esperando todo ese tiempo porque me dije que debería tener
paciencia, que tal vez se habría retrasado en darme respuesta porque estaba
liado o algo por el estilo; mientras no me dijeran «no te vamos a contratar»
la batalla no estaría perdida, así que, como había estado haciendo los
últimos días, cogí mi móvil para verificar si no tenía algún mensaje
sorpresa.
Tomé aire por la nariz, todo lo que pude, recogiendo la fuerza necesaria
para desbloquear el móvil y ver si había algo. Solté ese aire un suspiro
enérgico.
—Es ahora o nunca, Karen me dije, con los ojos cerrados si no
hay ningún mensaje, ya sabes lo que tienes que hacer. Levantarte de esta
horrible cama y buscar trabajo en otro lado.
Traté de abrir los ojos, pero no lo hice, en cambio, los apreté más para
no abrirlos.
—Vamos intenté motivarme no seas una cobarde. ¡Ya dije!, si no
hay mensaje hoy, no seguiré esperando.
Mi voz decía una cosa, pero mi mente decía «pero». Un pero que
rimaba con: ¿y si no me ha enviado un mensaje porque no tiene mi numero?
¿y si consigo otro trabajo y luego nos llama y no podemos aceptarlo? Eran
cosas que no decía, pero estaba totalmente segura que pensaba.
—Pero nada, Karen, tenemos que dejar de esperar. Si no nos ha enviado
ningún mensaje, quiere decir que no nos quiere como su asistente. Así que,
concéntrate. me dije.
Hablaba conmigo misma porque necesitaba llenarme de valor. Fingía
tener una motivación que realmente no tenía y hablaba como si fuera
realmente fuerte cuando en realidad, al igual que los últimos días, el
corazón me palpitaba nerviosamente ante la expectativa. ¿Qué podría
conseguir? ¿Una respuesta negativa? ¿Nada? Mi instinto decía que me
rindiera, que buscara otro empleo, pero mi absurda esperanza, dominada
por el deseo de poder tener ese trabajo tan bien pagado (principal razón por
la que me obligué a esperar por una respuesta) me decía que me había dicho
que sí, que había considerado contratarme, que tuviera paciencia.
Así que, la batalla personal que estaba librando en mi interior entre
hacerlo o no, llegó a su final con un: «sí lo haré», como resultado. Abrí mis
ojos, puse el dedo índice en el botón de desbloqueo superior del móvil y lo
apreté con fuerza, intentando hundirlo hasta el inframundo.
La primera vez no hizo nada.
—¿Qué demonios?
Pensé que podría estar dañado el botón, así que le di esta vez con la uña
apretando justo en el centro.
—Ahora sí que me jodí dije, pensando en que se había dañado
definitivamente.
Lo apreté una tercera vez, pero manteniendo el dedo puesto, esperando
que se encendiera porque probablemente estaba apagado. Estuve haciendo
eso por cinco minutos hasta que me resigné y abracé la posibilidad de que
estuviera sin batería, así que lo conecté a la corriente para que se cargara
mientras me preparaba para intentar buscar trabajo de nuevo. No me había
resignado, pero, no podía esperar sentada semi desnuda viendo al vacío,
debía hacer algo.
—Bueno, luego reviso me dije y caminé hasta el baño como si fuera
una mujer completamente nueva.
Me detuve en frente del espejo y comencé a cepillarme el cabello y los
dientes.
—Hoy es un nuevo día le dije a mi reflejo No te sientas mal.
Comencé mi rutina de belleza partiendo desde bañarme y terminando en
vestirme con mis mejores prendas. Nada se las arreglaría para destruirme el
día, ni siquiera un mensaje que nunca llegaría, o tal vez sí. En lo que mi
rutina terminó, continué con mi protocolo matutino antes de salir.
No tenía más que cereal para desayunar así que me serví un plato
completo con un poco de azúcar, leche y lo comí mientras veía televisión y
esperaba a que mi móvil terminase de cargar. En lo que acabé mi primera
comida del día, me levanté, cogí el móvil sin encender y me aproximé hasta
la puerta.
Me detuve en seco antes de colocar la llave en la ranura.
—Veamos dije, levantando la mano en la que tenía el móvil tal
vez sí me respondió, tal vez si me envió un mensaje ayer y como estaba
apagado no lo vi.
El corazón comenzó a palpitarme con fuerzas, estaba desesperada por
saber la respuesta a mis dudas.
El aparato comenzó a encenderse, así que sólo esperé, con la mano
puesta en posición, sosteniendo la llave para quitar el seguro y salir de ahí.
—Si hay un mensaje, me quedo, si no, salgo. dije.
Deseaba fervientemente que hubiera un mensaje.
El aparato continúo encendiéndose; no sabía si era porque estaba
tardando en hacerlo como cosa rara o era mi impresión. En lo que pasó a la
pantalla de bloqueo, me pidió desbloquearle por lo que apreté la pantalla,
colocando los números, pensando que, de haber un mensaje, habría llegado
de una vez, pero aun no me había rendido.
Fue acercando lentamente la llave a la cerradura, notando que no tenía
señal, así que me moví un poco para adelante, más cerca de la puerta y, con
una sutil rayita, esperé varios segundos a que el móvil reaccionara.
—Sí me mandó una respuesta, yo lo sé dije lo sé.
No importaba qué tipo de mensaje llegase, sí venía de él, todo habría
valido la pena. Y, efectivamente, la espera no fue en vano.
El móvil sonó, obligándome a experimentar un palpito salvaje e intenso
que hizo que todo lo demás órganos en mi cuerpo se inquietasen.
Desenfoqué mi mirada para no leer de inmediato lo que decía la
notificación, a pesar de saber que eventualmente debería enfocar la pantalla
para enterarme de lo que había sucedido.
—Oh, mierda… dije, esquivando las letras.
Luego de obligarme a mi misma a ver, noté que el mensaje era un aviso
de mi buzón de voz.
—Rayos, rayos. Es un mensaje de voz dije ¿y si es de él?
No sabía qué pensar, ¿qué habría sido tan importante como para hacer
una llamada y dejar un mensaje? Eso me motivó a hacer lo necesario para
ingresar a mi buzón y revisar. Mientras lo hacía, pensaba en todas las cosas
que podían decirme, en lo que podría significar eso… estaba inquieta,
entusiasmada; experimentaba diferentes sensaciones que simplemente no
podía controlar, que demostraban lo nerviosa que estaba.
En lo que entré en la opción para escuchar los mensajes, la espera me
tenía desesperada.
—Vamos, vamos le dije al vacío, queriendo escuchar de una vez el
mensaje de voz.
Luego de un silencio en la grabación, consiente de que estaba
escuchando el ruido del fondo de la llamada que habían hecho, comencé a
inquietarme aun más. Tenía las dos manos sosteniendo el móvil como si
fuera necesario para escuchar mejor, como si necesitara sostenerlo para que
no se cayera o algo. Estaba desesperada por saber qué decía.
—Señorita Karen en lo que escuché esa forma de decir mi nombre,
supe de inmediato de qué se trataba, por lo que dejé escapar un grito de
euforia espero que escuche este mensaje a tiempo. He estado llamándola
a su casa desde ayer pero no he podido contactarla. Traté de llamarla varias
veces a su móvil, pero tampoco respondía así que luego de un breve tiempo
de espera, decidí dejarle un mensaje. En lo que pueda, acérquese a mi
oficina para explicarle de que va todo. Hasta pronto.
De nuevo, grité llena de entusiasmo.
Segunda parte
5
Entré en el edificio que le pertenecía enteramente a él. Era algo irreal
porque sentía que le detallaba todo por primera vez. Los acabados de las
paredes, el suelo brillante, los adornos con su nombre y sus iniciales. Me
parecía absurdo que no pudiera contratar a todos los que estaban en aquella
entrevista días atrás, teniendo tanto espacio a su disposición.
Sonreía como una estúpida mirando todo a mi alrededor, mientras me
acercaba lentamente a la recepción, pero sin intención de detenerme allí.
—Buenos días, ¿en qué la puedo ayudar? preguntó la recepcionista.
Yo hice caso omiso a sus palabras, concentrada por completo en mi
entorno ¿ahí iba a trabajar de ahora en adelante? Me dije, olvidando por
completo el trabajo al que me había postulado realmente.
Caminé con descuido, yendo directo a los elevadores porque ya conocía
el camino hacía su oficina.
—¿Señorita? ¿Puedo ayudarla en algo? repitió la recepcionista.
Me detuve, me devolví y acerqué a su posición. Esta vez reaccioné ante
sus palabras, por lo que comencé a parecer interesada cuando en realidad
sólo quería ir a ver a John de una vez.
—Eh, sí. Estoy aquí porque el señor John Finman pidió que viniera.
—¿Tiene cita? preguntó la recepcionista como si no hubiera
escuchado lo que dije. La odié de inmediato.
—Dije que el señor Finman me pidió que viniera dije de cierta forma
intensa que me hizo sentir como una persona odiosa. Sin saberlo aun,
presentí que se lo merecía.
—Entiendo, pero si no tiene cita no la puedo dejar pasar. ¿Me entiende
usted a mi? dijo.
La recepcionista hablaba de tal forma que parecía un ser desalmado y
desinteresado. Sus palabras sólo expresaban una manera mecánica de
comunicarse, sin sentimientos, sin intención de ser empática. Lo que más
me molestó de escucharla era su sonrisa fingida, era tan perfectamente
hecha que cualquiera sabría que es falsa.
Me hablaba con los ojos cerrados, como si no quisiera verme, sin borrar
esa estúpida sonrisa de su rostro.
—Si no tiene cita confirmada, por favor espere en los asientos de allá
dijo, señalando el área de espera a atrás de mi. y en lo que haya algún
cambio, se lo haremos saber.
—El señor John me llamó para decirme que me quería ver aquí. Debo
estar anotada por algún lugar.
—¿Anotada? preguntó la recepcionista sin quitar su maldita sonrisa
forzada no hemos anotado nada del señor Finman el día de hoy,
señorita… alargó el sonido de la ultima silaba de esa palabra para luego
hacer una pausa atorrante ¿cómo se llama?
—Me llamo Karen Kelson dije, asomándome por encima del
mostrador para ver si estaba revisando.
Sin quitarme la mirada, comenzó a mover sus dedos. Parecía una
maldita maquina sin sentimientos y el sólo verla me daba nauseas. Para
cuando terminó de escribir mi nombre, bajó la mirada por un momento,
leyó algo y luego la subió.
—Señorita Kelson, me temo que no la estamos esperando hoy.
Estuvimos esperándola el día lunes y hoy es miércoles.
En lo que escuché la forma en que resaltó lo obvio, tuve que ignorar mi
impulso de golpearla. Respiré profundo para luego hablar.
—Pero el señor Finman me dijo que viniera en lo que recibiera su
mensaje, y lo recibí…
—Si no tiene cita, por favor espere en los asientos de allá. Haré lo
posible para avisarle al señor Finman que está aquí y él me dirá qué hacer.
—Pero no es mejor que…
—Buenos días, J. Finman Enterprise, ¿en qué puedo ayudarle? dijo
la recepcionista, interrumpiendo nuestra conversación para hablar por el
auricular que tenía sujeto a su oreja derecha.
Tuve que aguantar las ganas de darle una bofetada con el puño cerrado
para ver si sentía dolor; ahogué un grito de rabia, respiré profundo, miré a
mi alrededor para saber si nadie me vio hacer el ridículo y me resigné. Duré
aproximadamente un minuto parada en frente de aquella estúpida
recepcionista esperando a que terminara de hablar. No me veía mientras que
atendía su llamada, así que luego de un rato, simplemente me cansé de verla
y me di media vuelta para ir a sentarme en donde me había dicho.
Por lo menos pensé en ese en momento había aceptado que John
me había llamado, así que la mitad del camino estaba recorrido. Sólo
faltaba que llamase a John, le explicara que estaba aquí y pronto
comenzaría a ganar cien mil dólares la semana. El concebir esa idea
mientras caminaba hacía los asientos dispuesto en el área de espera, me
hizo olvidar por un momento la ridícula forma de ser de aquella
recepcionista.
—Señorita Kelson dijo la recepcionista, con un tono de voz
melódico, como si estuviera cantando mi nombre con tanta arrogancia,
frustrando mi camino hasta el área de espera.
Respiré profundo, soltando mi frustración entera en un suspiro de
descontento e infelicidad. Me di la vuelta fingiendo una sonrisa y la miré
desde donde estaba (justo entre los asientos y ella. Ni muy cerca del área de
espera o de la recepción) y respondí de la forma más cordial que pude
escenificar sin insultarla o gritarle.
Creo que parte de ese odio era injustificado, pero, desde ese día, no ha
hecho más que darme mala espina; así que no me arrepiento de odiarla
desde el día uno.
—¿Sí? le pregunté, sin poder tolerar más su presencia aun así
estando muy lejos de mi.
—El señor John está esperándola en su oficina.
Aquel mensaje llegó más rápido que la luz. En lo que escuché «el», de
inmediato comencé a caminar dirigiéndome a los elevadores. En lo que
pasé al lado de la recepcionista, la miré, fingiendo una risa forzada y una
cara de agradecimiento que no sentía y le hablé:
—Muchas gracias dije de forma vacía.
Su oficina se encontraba en el ultimo piso de aquel edificio, así que me
tocaría esperar un poco. El elevador era ridículamente rápido, así que no
tardé mucho en llegar, como uno o dos minutos. Antes de darme cuenta, ya
estaba camino a su despacho, mirándolo todo con otros ojos.
El lugar está distribuido de tal forma que en ese instante me dio la
impresión de que había sido hecho para parecer un espacio diferente cada
vez que entrabas en él.
Se empieza con la puerta principal de vidrio justo en frente de los
elevadores, unos sofás grandes dispuesto en la pared uno frente del otro, en
una sala en donde se encontraba la segunda recepción que veía en aquel
edificio, con una pared principal en todo el medio del lugar con el logo de
la empresa que consistía de las iniciales del señor John Finman (al igual que
en la recepción en planta) tan grande que era imposible no verlo, separaba
la sala de espera de un pasillo que daba a la oficina del señor John.
J. Finman Enterprise (JFE).
La primera vez que estuve allí (disgustada por la forma tan egocéntrica
del hombre de ponerle su nombre a su empresa), no esperaba volver a entrar
como alguien quien compartiría, desde ese punto de mi vida en adelante,
con él mucho tiempo.
Luego de leer aquel inmenso logo, se pasa a la sala de espera.
Aquel increíble lugar, tan cómodo como si se tratara de un sitio único
para los grandes empresarios del mundo (porque ahí sólo van personas
importantes; no todos gozaban del privilegio de decir que tienen una cita
directa con el señor John), es evidencia suficiente para ver que mi nuevo
jefe sabe cómo gastar su dinero. Sus adornos de primera clase, su perfecta
iluminación, ese aroma de lugar de gente rica y asientos de piel realmente
cómodos dispuestos para quienes puedan tener le placer de estar ahí, se
veían diferente en ese momento porque estaba prácticamente vacío (estado
en que se encontraba parte del tiempo).
Luego de ello, nos encontramos con una pared en la cual hay un par de
puertas inmensas que dan al despacho del señor John que, por sí sólo, es
inmenso.
Era algo completamente irreal. Pensé que estaba soñando, pasé a la sala
de espera y caminé directo a aquel par inmenso, e intenso, de puertas, hasta
que mi nuevo trabajo me despertó con un cubo de agua helada.
—Tú debes ser Karen dijo una chica con un auricular en la oreja
derecha y una Tablet en la mano mucho gusto.
Hablaba con tanta rapidez que sólo se podía comparar con la forma en
que movía sus pies por el lugar. Apareció de repente de ningún lado sin
avisar. Miré a mi alrededor para buscar algún escondite del que pudiera
haber salido, pero no lo encontré.
Inmediatamente se acercó, comenzó a arremeterme con información.
Parecía una masacre en un campo de guerra. Ella siendo el enemigo
favorecido con la mayor cantidad de balas y yo el que sólo recibía cada
impacto como una ráfaga imparable de detalles.
—De ahora en adelante serás la asistente del señor John, por lo que
deberás tener esto sacó un móvil del bolsillo de su chaqueta es tu
nueva biblia; la deberás llevar para todos lados. Será tu agenda de
contactos, tu bloc de notas, tu GPS, tu reloj… todo lo que necesites que sea.
La secretaria de John dejó de caminar antes de llegar a la puerta y me
detuvo con ella.
—Aquí tienes unos auriculares inalámbricos para que los puedas usar
para hablar por teléfono, escuchar música, anotar las cosas que necesites y
no arruinen tu look continuó diciendo de ahora en adelante deberás
estar dispuesta únicamente para le señor John, a toda hora, a todo momento,
en todo lugar. No sólo serás su asistente así que prepárate para lo que sea.
—¿Cómo que no sólo seré su… traté de preguntar, pero hablaba tan
rápido que no me dio tiempo de hacerlo.
—Absorberás parte de mis responsabilidades como secretaria, así que
deberás tener conocimiento de todos sus negocios, de sus reuniones y todo
lo que tenga que ver con su participación en esta empresa.
—Pero…
—El señor John necesita que su asistente sepa todo lo que pueda de él
así que concéntrate.
La secretaria tomo aire, dándome la impresión de que iba a hablar más
rápido aun, y, dicho y hecho, comenzó con su explicación:
—John se despierta todos los días a las ocho de la mañana. Le preparan
su desayuno exactamente una hora después así que deberás estar lista en la
cocina antes de eso explicó Lleva a su hijo al colegio sin demora y
sin falta y siempre lo despide en la puerta de su salón como todo gran
padre.
Cada palabra que decía se entendía perfectamente a pesar de lo rápido
que hablaba. Claro, no era como que eran diez palabras por segundo, sino
que era obvio que no le gustaba perder el tiempo. Lo más gracioso de todo
ello, fue verla hacer una pausa para continuar hablando.
Tomaba aire como si fuera a sumergirse en el agua. No sé si era porqué
no quería olvidarse de lo que iba a decir (aunque no era el tipo de
información que creía que pudiera olvidar) o porque realmente le faltaba el
aire, pero era muy gracioso verla hacerlo.
—Viene todos los días para la empresa y se queda en un lapso de tres
horas o más, dependiendo de lo que se presente en el día continuó
Los fines de semana sólo viene por media hora y pasa el resto del día con su
pequeño. Deberás tener acceso a todos sus vehículos por lo que señaló el
aparato con el dedo de la mano , en le móvil, tienes el código de acceso a
las llaves de todos esos coches; son veinte en total.
—Mierda dije, entre un murmullo y una exclamación muy obvia y
desagradable.
Haciendo caso omiso a mi palabra malsonante, metió su mano en el
bolsillo izquierdo y sacó un juego de llaves que luego procedió a describir.
—Aquí tienes las llaves de su departamento en Nueva York, de su casa
de verano, de su residencia aquí en la ciudad y de su oficina dijo
mientras me entregaba el juego de llaves deberás aprender todo lo que
puedas del negocio así que tienes anexado en el móvil que te di una serie de
documentos que te ayudaran a entender de manera rápida y sencilla todo lo
que debes saber.
—¿Debo administrar la empresa también? dije con cierto sarcasmo,
riéndome sutilmente después, porque creí que lo había tomado como tal.
—Si se presenta la ocasión, es posible respondió la secretaría con
tanta seguridad que de inmediato me borró la sonrisa del rostro. Así que
y continuó hablando por ahora, eso es todo vaciló creo.
Bajó la mirada y se vio los dedos de la mano. Sostuvo la Tablet con su
brazo y su pecho para comenzar a hacer un ejercicio de gimnasia cerebral.
Se quedó haciendo eso por varios segundos y luego regresó la vista hacía
mi.
—Sí, al parecer es todo lo que necesitas saber por ahora dijo con
completa seguridad.
—Entonces ¿no dirás más nada? pregunté, conmocionada por tanta
información.
La secretaría cerró los ojos y amplió su sonrisa.
—No, más nada, ya estás lista para ver al señor John.
Yo continuaba escuchándole. Luego de aquella afirmación, mi atención
se perdió por completo y descuidé lo que ella me estaba diciendo. Esa chica
no me pareció el tipo de persona que desperdiciara palabras, por lo que
entendí que lo que me había dicho era sumamente importante.
La inquietud me comenzó a dominar cuando deduje que no había
prestado toda la atención adecuada, que no recordaba cada una de las
palabras que me decía y eso, a su manera, me hizo preocupar de forma
salvaje. ¡Incluso en el momento en que me hablaba no estaba prestándole
atención! De inmediato supe que estaba jodida.
La miré, estando yo, completamente aterrada, y detallé lo que estaba
pasando: esa secretaría tenía una vida en la que se dedicaba a atender a John
(si no ¿cómo sabía todo eso?) siendo sólo eso, su secretaría, no su
asistente… ¿qué podría esperarme a mi?
«Una secretaria no es lo mismo que una asistente» Esas fueron más o
menos las palabras que me dijo John. Recuerdo que pensé: ¿en qué lío me
he metido ahora?
De repente, hizo una pausa. Hubo un silencio notable lo que interrumpió
mi meditación.
—Lo sé dijo, como si supiera lo que estaba pensando. He estado
ahí.
—¿Ahí dónde? pregunté a la defensiva. Me sentí invadida.
¿En mi posición? ¿Estar aterrada? ¿Estar a punto de dedicar todo tú día
en un completo extraño? ¿En hacer cosas que podrían ser considerados
como explotación?
—En ese lado de esta explicación dijo con entereza Todo esto
puede ser un poco difícil de digerir para cualquiera.
—¿Tú dices?
Su forma agitada de hablar fue cambiando por completo. Ya no estaba
escuchando a una chica que hablaba apresuradamente, que escupía las
palabras como un parlamento memorizado que necesitaba decir o sino su
vida corría riesgo de terminar. Era diferente; mejor.
—Sí. Te entiendo perfectamente dijo esa es la mirada que yo puse
también.
—¿Cuál? pestañeé y luego me pasé las manos por los ojos como si
fuera posible borrar la cara de estúpida que tenía no tengo ninguna.
Traté de sonreír, de parecer segura. Tal vez si le decía que estaba
aterrada no me considerarían para el puesto. Definitivamente estaba
nerviosa.
—¿Has trabajado como la asistente de John? pregunté.
—¿Yo? No, para nada afirmó en parte, realmente sólo soy su
secretaría. Me encargo únicamente de imprimir sus documentos y de
atender sus llamadas, pero, eso no ha evitado que me pida una que otra
cosa.
Aquella afirmación me llevó a suponer lo más obvio.
—¿Eso quiere decir que yo? dije, dejando en claro lo que quería dar
a entender.
—Puede ser, no te prometo nada, pero, es posible.
—¿Prometerme? ¿Acaso es bueno?
En ese momento, la chica simplemente me respondió con una sonrisa.
Me dio la espalda para acercarse a la puerta y, antes de empujarla para
abrirla de una forma muy dramática y teatral, giró su cabeza y agregó:
—Un poco de trabajo adicional simboliza un pago muy jugoso.
Y abrió ambas puertas empujándolas simultáneamente. Se giró para ver
en su interior y, antes de seguir, podría jurar que, en lo que lo hizo, una
especie de luz extremadamente brillante delineo su cuerpo como si se
tratara el halo de un ángel. Creo que John tenía las ventanas descubiertas.
—Tenlo en cuenta dijo la secretaria apartándose del medio y
mirándome rápidamente.
Antes de que mi mirada se acostumbrara al brillo de aquel lugar, una
voz familiar me dio la bienvenida.
—Señorita Karen escuché decir en el interior por fin llega.
6
—No creí que fuera a venir, señorita Karen, no después de tantas
llamadas dijo John, ya solos, luego de que la secretaria cerrara la puerta
para darnos privacidad.
—Estoy agradecida de que me halla tomado en cuenta, señor Finman.
Estoy realmente entusiasmada por trabajar con usted, no sabe lo mucho que
me emociona poder ser su asistente y yo estoy aquí, súper lista para
empezar de una vez.
Hablaba como una desquiciada. No tenía ni un poco de sentido lo que
decía, sólo lo hice y no recuerdo muy bien qué me motivó siquiera a abrir la
boca
—Vaya, si que tienes energía dijo John, con un vaso de whiskey en la
mano. Se rio un poco y continuó ¿estas bien?
John estaba parado detrás de su escritorio. No llevaba su saco, sólo se
podía ver su camisa, su corbata y su chaleco. Tenía una mano en el bolsillo
que lo hacía ver realmente calmado, atractivo; un empresario que lleva la
vida con calma. Era como esos de película.
—¿Yo? miré a mi alrededor para saber si estaba hablando conmigo.
Lo sabía, claro que estaba hablando conmigo, pero estaba muy nerviosa
para pensar claramente.
—¡Claro que estoy bien! exclame un poco; lo más extraño es que
John parecía encantado; eso me desconcertó más Estoy de maravilla.
Estoy feliz, llena de energías. No sabe lo mucho que quería este trabajo. Y
ahora que lo tengo ¡vaya! Sí que me hace feliz.
—Me alegra mucho tomó un sorbo de su vaso siéntate, por favor,
tenemos mucho de que hablar.
Reaccioné a los segundos y caminé hasta las sillas que estaban en frente
de su escritorio. En lo que me senté, él hizo lo mismo.
—De nuevo no podía controlar mis palabras realmente estoy
agradecida por que me haya contratado.
Cualquiera se habría obstinado rápidamente de mi necedad. No dejaba
de agradecerle que me hubiera contratado. De haber estado en su posición,
me habría despedido.
—No es para tanto, sólo es un trabajo dijo con una sonrisa
despreocupada dibujada en el rostro. Creo que no entendía mi posición
además, si no hubieras venido hoy, habríamos llamado a otro.
—Lo sé, lo sé. Y estoy agradecida de que haya esperado por mi. No
sabe lo mucho que estoy
—¿Agradecida? me interrumpió y luego soltó una risa sí, creo
que estoy llegando a entenderlo un poco.
Sabía que estaba hablando de más, pero no podía dejar de hacerlo. John
es extremadamente paciente.
—Lo siento me disculpe, amainando un poco mi entusiasmo.
—Descuida le quitó importancia a mi preocupación para luego reírse
de nuevo.
El hombre severo e imperturbable que conocí en la entrevista se había
ido. Una sonrisa iluminaba de forma agradable su rostro.
—No hay problema, no tiene nada de malo que estés entusiasmada
¿sabes? Supongo que tiene sentido que lo estés bebió de nuevo de su
bebida.
Al tragar, hizo un sonido con su boca como si estuviera saciando su sed
de licor, tomó aire e hizo un movimiento corto con la cabeza hacía un lado.
—Sí… agregó luego de todo eso, con los ojos fijos en su
escritorio si que lo entiendo.
La forma en que lo dijo me dejó la impresión de que no estaba hablando
conmigo. Luego, simplemente hizo silencio. No decía nada, no apartaba su
mirada de su escritorio y parecía que había entrado en una especie de
trance. Yo me quede viéndolo, un poco insegura para mi gusto.
John estaba tan sumido en su pensamiento que comencé a mirar a mi
alrededor para detallar aquella oficina en la que a penas y había estado dos
veces hasta ese momento. Tenía como una especie de área de estar, tenía un
estante atrás de él con varios libros, fotos, unos coches de juguete de
colección, adornos y una que otra escultura. La mitad de las paredes de
aquel lugar eran de vidrio y daban una espectacular vista a la ciudad. No
había notado eso la primera vez porque cuando fui hasta allá todo estaba
cerrado por una pantalla que lo tapaba todo.
Tenía un mini bar, una gran alfombra en el medio de la oficina que
dividía una parte del suelo entre el escritorio y la entrada como si
necesitaran ocupar ese espacio para algo importante. La otra mitad de las
paredes que no eran de vidrio blindado, estaban pintadas de un suave gris
pastel que le confería seriedad al lugar, con un gran televisor de pantalla
plana curva que estaba encendido, pero en silencio.
—Y… dije de repente, evaluando aun su oficina ¿de qué quiere
hablar? pregunté, sin mirarle, por miedo a ser reprendida con la mirada.
Quería romper el hielo entre los dos.
—¿Ah? preguntó, entrando en sí.
—Que, de qué quiere hablar le dije.
—Oh sí, eso exclamó sí dejó el vaso sobre su escritorio y se
acercó más al mismo, arrastrando la silla pues quiero conocerla mejor,
señorita Karen.
—¿Conocerme mejor?
—¡Claro! exclamó entusiasmado Bueno, mejor dicho: quiero que
nos conozcamos mejor. Quiero saberlo todo de usted y que usted sepa todo
de mi. ¿Vale? Creo que sería un trato justo ahora que compartiremos tanto
tiempo.
—Bueno, sí, tiene sentido para mi.
—¡Perfecto entonces! vociferó entusiasmado ¿Por donde
comenzamos?
Su pregunta me atravesó como si fuera un holograma. No sabía qué
decirle. ¿cómo se supone que sabría cómo comenzar?
—Este… no sé. ¿Qué quiere que le diga? le pregunté, un poco
insegura
—No lo sé, lo que tú quieras. Quiero conocerte mejor.
—Bueno, mi nombre es Karen, soy una mexica-americana…
—Vaya, mexicana, eso no lo leí en tu currículo. Kelson, no sabía que
ese era un apellido mexicano.
—No lo es. Mi madre es mexicana, mi padre es estadounidense.
—Tiene sentido.
—Sí asentí, perdida un poco con aquella conversación.
—Bueno, mi nombre es John Finman, soy un orgulloso hombre
español… mi padre también es estadounidense, así que por ello estoy
nacionalizado en este país ¿Qué casualidad? ¿No? Los dos somos de
ascendencia hispana.
—Sí.
—¿Hablas español?
Algo que es importante acotar es que, durante todo ese tiempo,
estuvimos hablando en ingles. Durante el tiempo que trascurre aquí, pocas
eran las veces que hablábamos español los dos. Yo estaba familiarizada con
el idioma gracias a mi madre y al resto de mi familia.
—Sí. Es mi lengua materna. Mi madre quería que mi hermana y yo
habláramos español como si hubiéramos sido criadas en México, así que
crecí en una casa bilingüe.
—Pues, supongo que es un requisito, porque a mi me hicieron lo
mismo.
—¿Le obligaban a hablar español en casa y a tener un perfecto ingles
afuera para que no se notara que tenias acento, pero de todos modos
hablaba con acento español cuando querías parecer de tu país? me dejé
llevar, tal vez eran demasiadas coincidencias.
—Eh se rio, no habiendo esperado mi respuesta tan detallada no.
Tuve que pasar parte de mi infancia en España para poder hablar
perfectamente el español. Así que saltábamos de España a Estados Unidos
constantemente para no perder la practica de ninguno de los dos idiomas.
John me miraba fijamente a los ojos, hablando con completa calma. Su
mirada me perturbaba, me hacía sentir realmente tonta porque era tan
perfecta, tan iluminada. Lo hacía a propósito, sé que me miraba con esos
ojos suyos porque sabía que me encantaba que lo hiciera.
En ese entonces no estaba muy segura de si era que estaba siendo
controlada por su atractivo o realmente me traía loca, no lo sé. Lo que sí sé,
es que sus ojos son maravillosos, simples, un par de pupilas oscuras, pero
maravillosos. Ese negro azabache le daba a su mirada una profundidad
intensa.
—Pero mi padre me obligaba a hablar el ingles en casa, así que
técnicamente tuvimos la misma infancia, se podría decir agregó.
—Bueno, si lo vemos de esa forma respondí, con una sonrisa
nerviosa.
Poco a poco, la tensión que yo misma me estaba imponiendo se
aligeraba. Ganaba terreno en aquella conversación al integrarme a mi modo,
a decir las cosas que pensaba, al no dejar que mis sentimientos me
controlasen. No quería sonar como una estúpida, quería poder dar una
buena impresión de mi misma.
—¿Y qué más? ¿A qué querrías dedicarte? preguntó como si no
hubiera leído mi currículo.
—Soy cineasta.
—Bien, bien ¿y qué haces con eso?
—Bueno, la verdad, no yo, en este momento, no hago mucho
respondí luego de graduarme no conseguí trabajo que me ayudara a
mantenerme así que luego de unas cuantas semanas, simplemente comencé
a trabajar como asistente.
—Ahora te tenemos aquí dijo con jubilo.
—Ahora heme aquí repetí.
Yo quería hacerle preguntas a él, saber más al respecto. Ese hombre
unilateral, feliz, millonario y atractivo que se veía en las redes sociales, no
me era suficiente, quería ver más al hombre que estaba detrás de esa sonrisa
de niño perfecto.
—Bueno, yo dejé la universidad para buscar una vida como millonario
así que heme aquí.
—Es una historia bastante sencilla.
—Sí, me considero un hombre sencillo; humilde resaltó mejor
dicho.
—Y ¿cómo se hizo tan millonario? pregunté si puedo saber, claro.
—Claro que puedes saber dijo John de hecho, es bueno que
preguntes.
—¿Por qué?
—Bueno, porque así puedes saber qué hice para llegar hasta donde
estoy ahora.
—¿Dejar la universidad y trabajar duro hasta ser millonario?
—Más o menos. Se podría decir que sí dijo con modestia pero no
es tan simple.
—Entonces no es sólo un joven millonario que dejó la universidad y
ahora es un importante empresario.
—Soy mucho más de lo que ves lo dijo con un tono misterioso que
me dibujó una sonrisa en el rostro hay mucho más debajo de este manto
de éxitos y belleza.
Se rio, yo me reí con él. Estábamos entrando en calor.
—Todo lo que hice fue invertir en las cosas adecuadas, apostar en
grande sin miedo a perderlo todo. El tiempo supo recompensarme y ahora,
heme aquí. Logré crear una compañía multimillonaria de la nada, tengo
dinero en diferentes monedas tanto reales como digitales y estoy apuntando
al éxito todavía expuso John.
—Ojala hubiera hecho lo mismo que hizo usted, tal vez estaría en una
mejor posición ahora dije con un poco de nostalgia tal vez debí
prestar más atención.
—Ciertamente. Tal vez habría tenido una mejor vida de la que tiene
ahora John me hablaba con un tono de voz amigable. Sonaba como un
hombre muy experimentado hablando de cosas importantes aunque no
creo que esté tan mal.
Suspiré al mismo tiempo que me quejaba con un sonido nasal. Claro, sí,
seguro no sabía lo que era estar mal.
—Si usted lo dice dije con sarcasmo, sin dejarme convencer con sus
palabras positivas.
Pero John no se quedó con esa. Me miró como si lo estuviera retando a
ver quien sabía más de vidas deprimentes.
—Veamos, cuénteme ¿qué tan mal esta entonces? inquirió.
Se veía motivado a una conversación que se estableció por sí sola.
—¿Qué quiere que le diga? me había dado cuenta de inmediato de su
intención, traté de esconder mis ganas de hacer lo mismo.
—Veamos, cuénteme qué tan mal está a ver si no sé nada al respecto.
—Yo no dije eso salté, sintiendo que mal interpretó mis palabras. Tal
vez se había ofendido, no quería que se ofendiera, o que pusiera palabras en
mi boca que no había dicho.
—Pero lo pensó, señorita Karen. Por lo que me gustaría saber qué tipo
de vida miserable tiene. Ahora en adelante trabajará para mi, así que no
tiene por qué sentirse apresada por ese estilo de vida. Con lo que va a ganar,
no verá de nuevo para atrás.
John me miraba con calma. Estaba segura de que estaba molesto a pesar
de que no lo parecía. Era difícil saberlo porque no lo conocía, pero estaba
segura de que sí, lo que me hizo perder esa confianza con la que había
estado hablando segundos atrás.
—Este…
—Vamos me interrumpió no se preocupe, no voy a decir nada al
respecto. Puede confiar plenamente en mi.
—No es eso, es que… honestamente trataba de hablar, por fortuna,
John me interrumpía.
—¿Qué? John no me dejaba terminar de hablar cuando ya hacía otra
pregunta ¿no le gusta hablar al respecto?
—No, eso no es…
—¿Entonces? de nuevo me interrumpió.
A pesar de ser repetitivo y constante, no había cruzado la línea de lo
atorrante y molesto. Lo hacía con completa naturaleza, de hecho, si no me
interrumpiese, seguro me habría quedado pensando en lo que diría luego de
eso porque no sabía exactamente qué responder porque estaba nerviosa.
—¿No está molesto? dije, cerrando los ojos como si estuviera
esperando un golpe inminente.
John simplemente se rio.
—¿Molesto? otra carcajada ¿Para qué habría de estar molesto?
¿Por qué lo dices?
—Es que… vacilé. Reconsideré lo que diría; él tenía razón, no había
motivos reales para que se molestara; yo estaba sobre reaccionando sí,
tiene razón respiré profundo y lo miré a los ojos Olvídelo.
—Vale John sabía cuándo hacer preguntas y cuándo no. No insistió
más en el tema. Entonces, vamos, cuéntame qué tan mal estás.
—Bueno, vivo en un departamento rentado, con pocos muebles en casa
que realmente no son míos, no tengo mucho de qué comer; el día que nos
conocimos gasté lo poco que tenía en una caja de donas y me quedé sin
dinero. No he comido nada saludable en los últimos días y de hecho, creo
que hoy no voy a almorzar traté de sonar lo más deprimente posible. La
intensión era demostrar que él no sabía lo que era pasar trabajo.
Me quedé en silencio, como si ya hubiera terminado, así que John iba a
comenzar a hablar hasta que lo interrumpí.
—Oh, oh interpelé en lo que le vi la intención de seguir hablando.
Había recordado algo he buscado trabajos de lo que sea por doquier
porque estoy en bancarrota y, de hecho, si no usted no me llamaba, iba a
considerar buscar cualquier tipo de trabajo desagradable con tal de tener
comida en mi boca. lo miré fijamente a los ojos y suspiré, habiendo
acabado mi caso.
John levantó las cejas buscando su turno para hablar. Era como que
dijera ¿ahora sí? Pero con una sonrisa en el rostro. ¡Todo lo hacía con una
sonrisa en el rostro! Ya fuera pedirme un café, que le apartara una cita, que
llamara a una de las mujeres con las que se acostaba, que le hiciera de
comer, que le dijera cómo vestirse. Parecía que tenía una sonrisa para todo,
cada una única. Esta, era como una especie de testimonio; servía para hacer
preguntas, para reírse de algo que otros consideraran serio, pero sin ser
ofensivo. Era como un semi arco dibujado que te decía: buenas noches,
pero a la vez te mandaba al demonio; ciertos rasgos de confusión que sólo
notabas si entendías el contexto… en fin, era una de sus sonrisas con
significado.
—Bueno, parece una vida bastante desagradable.
—Sí, y no sabe lo que es vivir en un país tercermundista.
—¿Tú sí? me retó con su pregunta.
—No respondí, segura pero un poco aturdida pero no es nada
comparado a esto.
—Eso tiene sentido para mi dijo con total confianza. No me hizo
dudar siquiera si estaba diciendo la verdad o no.
—Mi punto es que puede que no sepa lo que es vivir mal.
—Tal vez no haya vivido en un país tercermundista.
—Sí dije, segura de que no iba a tener nada para ganar la discusión.
Esa discusión se había vuelto una batalla de los sexos. Quien dijera el
testimonio más desagradable, sería quien determinaría quien tendría la vida
más triste, y, por lo tanto, le daría ventaja sobre el otro. No sabía sí él lo
veía de esa forma, pero, en definitiva, yo sí.
—Bueno, la verdad, es que no nací en un país tercermundista, y ahora
no vivo así cómo usted. Pero sí sé lo que es pasar hambre. Antes de ser
millonario, antes de que todo en mi vida se ordenara; había veces en las que
tenía que decidir si comer o hoy o mañana. No tenía muebles ni podía pagar
una renta.
Con esas palabras hizo dos cosas: ganarme de inmediato, y hacerme
sentir como una estúpida.
—Yo…
Yo he estado dejando de comer, sí, una que otra vez, pero de todos
modos no dejaba de hacerlo. Mi hermana me mandaba un poco de dinero
que me servía para comprar comida en la calle.
—Tal vez te preguntes por qué estuve en esa condición. Bueno, les
había pedido a mis padres estudiar en América y así surgir como un gran
millonario con el sueño americano que mi padre tanto contaba, pero, por
desgracia, no fui lo suficientemente bueno. Su historia se hacía cada vez
más deprimente Durante ese tiempo mis padres creían que yo estaba
estudiando cuando en realidad había usado el dinero de mi universidad para
comprar monedas virtuales que en ese momento no valían nada. Esa fue mi
primera apuesta riesgosa.
—Oh… ya me estaba sintiendo como una estúpida. ¿Y qué hizo
entonces? ¿Sus padres nunca se enteraron? ¿Por qué simplemente no les
pidió ayuda para comer, por lo menos?
—Porque soy un hombre orgulloso, señorita Karen, y no me gusta
mendingar. Así que con lo poco que me mandaban para mis gastos
universitarios, comparaba comida instantánea y buscaba como cocinarla.
No tenía amigos ni conocía nadie aquí…
—Vale, vale… no quería escuchar más, ya me había vencido
Usted gana, si sabe lo que es estar mal. Lo siento. No quise parecer una
tonta.
John simplemente se rio, de nuevo, como si fuera algo gracioso. Por la
forma en que soltó su carcajada, me hizo creer que diría que no era cierto,
que estaba jugando conmigo, pero me equivoqué. Sí, su historia era cierta,
no se había reído por eso.
—No estoy queriendo decir que su vida no sea difícil, señorita Karen.
Estar desempleado por tanto tiempo no es nada bueno. Creo que, en parte,
por eso la contraté. Usted no es una mujer joven que pueda aspirar a
cualquier empleo.
En ese momento me hizo sentir como una vieja. Sólo tenía veintinueve
años, no era para tanto. «En parte» ¿por qué otra razón me habría
contratado?
—Lo que quiero que sepa es que, si he se lo que es estar en su posición,
señorita Karen, y digo que no debería derrotarse todavía. En este mundo he
visto a personas surgir incluso en situaciones peores que nosotros dos,
personas que sí han vivido en un país tercermundista, que tienen una vida
miserable hablaba como todo un hombre adulto. Me hizo sentir que
debía hacerle caso por el simple hecho de ser él quien me hablaba.
De nuevo, la tensión había desaparecido entre los dos. En menos de una
hora, ya sabíamos del pasado del otro, lo importante; esa fue la primera
gran conversación que tuve con él. Con gran me refiero a que hablamos de
los dos sin interrupciones, sin temas de trabajo, si hablar de Noah, sin que
me pidiera un favor o cualquier otra cosa. Pocas eran las ocasiones en las
que John y yo realmente hablamos.
—No quiero que parezca que estoy dando lastima por gusto, sólo quiero
conocerte.
—Oh no no quería que creyera eso no, no. No diga eso, no está
dándome lastima. Fui yo quien sonó como una tonta. No me va tan mal.
—No digas eso.
—No, en serio. Sé por qué lo digo, yo…
—No importa, te creo me calló con sus palabras y una hermosa
sonrisa. Esta era la sonrisa con la que decía: descuida, todo va a estar bien a
pesar de que tu hámster haya muerto. Te demostraba que podrías estar en lo
cierto, pero que todo saldría bien, que no me preocupara.
—Pero.
—Te creo insistió mejor hablemos de otra cosa.
Lo miré desconcertada, tratando de evaluar qué era «otra cosa» para él.
—¿Cómo qué? estaba perdiendo mis inhibidores, en ves de esperar a
que el universo me respondiera o no las dudas, decidí dar un paso al frente.
—Bueno, ya sé de tu pasado, ahora quiero saber quien es Karen Kelson.
—Soy yo intenté ser graciosa, decir algo que pareciera propio de mi,
aunque, para ser honesta, no me dio para nada risa.
Aunque a John si le pareció algo gracioso.
—Ciertamente lo acompaño con una sutil risa pero, quiero saber
quien es usted, señorita Karen. ¿Qué la hace única?
—No lo sé afirmé no entiendo su pregunta.
—Rayos se quejó John. Parecía que había arruinado su plan.
Aquella conversación con John tenía un tipo de fin. En ese momento no
sabía a qué se debían tantas preguntas extrañas, por qué quería conocerme,
(a pesar de que me lo dijo, no le veía sentido) y por qué era tan amable
conmigo. Yo lo veía ahí, tomando y dejando su vaso de whiskey con
completa autoridad, con calma, como si no hubiera nada más importante
que lo que estábamos haciendo ahí. Y yo lo veía, lo veía idiotizada por su
forma de ser, por su mirada, por su voz, por sus movimientos.
Asentía o negaba con la cabeza las veces que era necesario para no
parecer una tonta, para que se diera cuenta que cuando me hablaba, me
hacía una pregunta o me contaba algo extraño, no sintiera que no estaba
siguiendo su vibra. Estaba nerviosa, extremadamente nerviosa.
A John le gustaba conocer a las personas, pero no sentía interés en
averiguarlo por sí solo a pesar de saber hacerlo; quería que nosotros, los
demás, le dijéramos lo más importante de nosotros; «un permiso para
invadir nuestra privacidad» le gustaba llamarle.
—No quiero que parezca que no conozco a las personas que trabajaba
para mi explicaba quiero conocerlos a todos porque así podemos
intimar como amigos, como empleado y empleador. SI alguien tiene un
problema con su madre, quiero conocer a su madre, no porque lo dude, sino
porque sus vidas me importan una pausa, siempre hacía una pausa
aquí Cuando conoces a alguien, sabes cómo actuar a su lado, sabes qué
le gusta, qué hace con su vida, qué prefiere.
Siempre lo hacía con un vaso de algún licor en la mano. El único que
podía identificar con mi escaso conocimiento de licores, era el característico
color ámbar del whiskey. Aquel testimonio se volvía un parlamento que
exponía cada vez que contrataba a alguien.
—Así, podré ayudarlo, darle consejos, ofrecerle aumentos, apoyarlo en
sus planes, darle empleo hasta que culminen sus estudios o sus ideas
emprendedoras multimillonarias. La confianza crea lealtad, y la lealtad
resulta en un buen desempeño, en trabajadores excelentes dispuestos a
trabajar con la frente en alto.
La primera vez que lo escuché sólo asentía, trataba de seguirle el paso.
Me sentí tan conmovida por sus palabras que de inmediato sentí necesario
contarle todo de mi vida.
—Vivo sola, tengo una hermana con dos hijos hermosos a los cuales
adoro. Quiero ser una gran productora y directora de cine, quiero conocer el
mundo, tener dinero para ayudar a mi familia, más que todo a mi hermana y
mis sobrinos. Las palabras salían de mi boca como un torrente Quiero
poder comprarme las cosas que siempre quise tener, quiero vivir el sueño,
quiero conseguir el amor de mi vida, quiero sentirme amada y amar. Estoy
dispuesta a hacer lo que sea sin importar qué Terminé recuperando el
aire que había perdido, haciéndolo oxido de carbono y dejándolo escapar
como un suspiro.
Me sentí un poco más aliviada luego de contarle todo eso. No sabía si
era lo que él quería saber, pero lo dejé escapar de la mejor forma que se me
pudo ocurrir.
—¡De eso estoy hablando! fue su respuesta.
John es un hombre entusiasta. Sabía cuanta emoción inyectarle a la
vida.
—Ahora sí me estás hablando de ti. ¿Ves que no era tan difícil?
—Sí.
—Eres una mujer interesante, señorita Karen. Me caes bien, siento que
vamos a tener una gran aventura laborarla nosotros dos.
—Eso espero.
—¿Eso esperas? ¡Ja! Señorita Karen, ¡Eso espero yo! Supongo que no
me equivoqué cuando decidí contratarla.
John se levantó, rodeó la mesa y se paró a mi lado, con la mano
extendida y una sonrisa en el rostro. Yo me levanté de inmediato, sin evitar
el contacto visual, para darle un apretón.
—Es un placer saber que será usted a quien le confiaré mi vida, señorita
Karen. Y espero poder conocerla más mientras trabaje para mi dijo John,
sacudiendo su brazo, cerrando por fin el trato entre los dos.
—El placer es mío, señor John respondí, alagada.
—John… por favor, de ahora en adelante dime John.
—¿Señor John?
—Sí así lo prefieres otra sonrisa.
Alegre, amable, amistosa, adorable. Decía: lo que tu quieras, todas las
cosas que haces son maravillosas.
Y así, oficialmente ya había comenzado a trabajar con John, a ser su
asistente, creyendo que de ahí en adelante todo sería trabajo duro y una gran
recompensa. No me imaginaba la serie de eventos que me llevarían hasta
aquella noche, pero desde aquí hasta ese punto, todo valió la pena.
7
Corrí como una tonta de aquel anexo/habitación creyendo que, de
alguna forma, eso resolvería algo. Al igual que cuando cerré mis ojos para
que él no me viera tal cual hacen los niños con la esperanza de escapar del
regaño de sus padres, me sentí como una estúpida. Corrí, me encerré y no
salí de ahí hasta el día siguiente.
No sabía lo que iba a hacer entonces, ni qué pasaría en el caso de que
John se hubiera ofendido. No sabía lo que me había pasado, ni por qué
decidí abortar el nacimiento de aquel momento que tanto soñé de esa forma
tan repentina.
Durante meses lo vi como el gran hombre que era, disfruté de su
compañía, de la de su hijo, de su amistad, de su generosidad. Poco a poco
comencé a sentirme atraída por él porque John era así, porque tiene un no sé
qué que lo hace irresistible.
Acostada, sollozando mis penas y mi ridiculez, pensé en por qué podría
sentirme así por él: tal vez su forma de ser, su cuerpo, su atractivo, o incluso
sus millones (no se puede negar que es un buen plus) porque, hay que ser
realistas, su dinero pudo haberme convencido, de manera involuntaria, que
me enamorase de John… ¿Quién sabe? Porqué: ¡yo no lo sabía!
Mientras me encontraba acostada en aquella cama, con la almohada en
la cabeza, pensaba que cualquier cosa podría ser más razonable que el
hecho de que haber salido corriendo del cuarto de aquel hombre, arruinando
lo que podría ser la mejor noche de mi vida.
Puede que no supiera el motivo, pero creo que sé cuando comenzó.
Tiempo después de haber estrechado nuestras manos, es decir: seis
semanas, tres días y cuatro horas fueron que se necesitaron para que pudiera
adaptarme al ritmo de vida de John. No esperaba tardar tanto, al principio
creí que sólo se trataba de ser una simple asistente, que tal vez debería hacer
ciertas cosas fuera de lo común, nada del otro mundo, pero, la vida que él
tenía y las cosas que planeo para mi al ser su empleada, fueron un poco más
complicadas de lo que esperaba.
—Karen, por favor programa una cita con el señor Antonio. Se me
ocurrió una increíble idea millonaria que quiero discutir con él.
Para ese entonces, aun sentía la necesidad de preguntarle al respecto. De
cierta forma, conociendo su rutina diaria, teniendo acceso a cada rincón de
su casa, a sus tarjetas de crédito a sus coches y gran parte de su vida, él me
seguía pareciendo un misterio.
El hombre era tan claro como el agua, sin embargo, me sentía un poco
curiosa, quería conocerlo a fondo.
—Vale, ya lo hago.
Durante esos días de practica (porque cometí errores por doquier),
aprendí que debía hacer las cosas inmediatamente me lo decía, por lo que
simplemente hice lo que me pidió con el móvil que su secretaría me había
entregado semanas atrás.
Desocupé una de mis manos, cogí el móvil, marque el numero, llamé.
—¿Señor Oliveros? Es la asistente del señor Finman. Le llamo para
avisarle que el señor Finman desea encontrarse con usted esta tarde, a eso
de las… Dije, esperando que John me escuchara.
—Dos de la tarde dijo sin girar a verme.
—Dos de la tarde, señor el señor Antonio me respondió confirmando
la cita muy bien le dije en llamada nos vemos a esa hora. Gracias
colgué.
Me giré para ver a John y le sonreí.
—Listo, el señor Antonio estará esperándolo en su despacho a las dos.
—Perfecto.
Estábamos en la cocina, yo había empezado a cocinarle el desayuno
porque a él le gustaban las cosas hechas de cosa diferente, y, según sus
palabras, sólo me confiaba a su alimentación y la de su hijo.
—¿Qué vamos a comer hoy? preguntó John.
—Waffles.
—Perfecto, me encantan los waffles dijo John, saliendo de la nevera
y yendo hasta la mesa para sentarse.
—Lo sé, siempre lo dice, por eso los hago.
—No deberías hacerlos todo el tiempo, tienes que hacer que se hagan
especiales comenzó a mover las manos de forma teatral, como si
interpretara cada palabra con ellas que no los espere y, por lo tanto la
anticipación los haga aun más deliciosos.
Yo me encontraba batiendo la mezcla de los waffles con un batidor de
globo porque John decía que era mejor hacerlo a mano sin la intervención
de maquinas que arruinaran la diversión de cocinar. Por un tiempo pensé
que por qué no lo hacía él si tan divertido era así, pero luego recordaba los
cien mil dólares semanales que ganaba y dejaba de pensar en ello.
—Entonces no me pida que los haga. Sabe que hago si me lo dice le
respondí sobre mi hombro con una sonrisa.
—Bueno, pero si te quedan deliciosos, simplemente no puedo dejar de
quererlos.
Ambos reímos despreocupados. Durante esas semanas comenzamos a
sentirnos a gusto el uno con el otro, por lo menos eso era lo que yo veía.
Trabajar para él parecía ser un reto, pero me las arreglé para superarlo.
John, desde el día uno, se comportaba como si fuésemos amigos de toda la
vida y para ser honesta me abrumó un poco hasta que aprendí a vivir con
eso.
John bromeaba, hablaba y me veía con tal naturaleza que me parecía
que estaba siendo demasiado cariñoso conmigo. Al principio creí que era
porque intentaba seducirme, hacer que nos acostáramos (en ese entonces
aquella idea no me daba muchas vueltas en la cabeza) y yo no estaba
precisamente a gusto con eso.
Para mi fortuna, en ese entonces no pasaba tanto tiempo con él, y fue
precisamente ese el día en el que comencé a hacerlo.
—Cuéntame qué hay de nuevo dijo, cortando uno de los waffles que
acababa de entregarle con el tenedor las acciones están estables, el BTC
subió dos cifras hoy así que esta bien. El aire acondicionado en la casa de
verano se daño así que llamé para que lo acomodaran.
—Está bien ¿qué más?
—El chofer se ausentará, dijo que se sentía mal y que no podía trabajar
hoy. Lo mandé a su casa.
—¿Qué? exclamó con la boca llena de waffles. Tragó ¿Qué hora
es?
Levantó su muñeca y vio la hora. La bajó y luego miró a su alrededor.
—¿Dónde está Noah?
—Está en su habitación. Aun no sale.
Miró de nuevo la hora. Se calmó, continuando con su desayuno.
—Necesito un nuevo chofer Agregó luego de masticar ¿en dónde
crees que pueda conseguir a uno? su tono sarcástico habló por sí sólo.
Me moví un poco para verlo de reojo, luego de verter la mezcla de
waffles en la wafflera con un «me estás bromeando» tatuado en la mirada.
—¿Qué insinúa, señor John?
—¿Sabes manejar? preguntó.
—Ya sé lo que insinúa suspiré al saber lo que me tocaba.
—Sí, no. ¿Sabes?
—Sí dije resignándome; no tenía caso sí lo sé.
Sabía lo que eso significaba. En esas ultimas semanas, cada vez que
algo faltaba, era mi responsabilidad suplantarlo, hacerlo de ahí en adelante
o buscarle una solución.
—Ahora también seré su chofer afirmé.
John tenía el rostro que normalmente usa cuando quiere conseguir algo,
con le que me manipulaba; no le era suficiente que trabajara para él y que
fuera mi obligación aceptar, me obligaba a sentir que debía hacerlo porque
me convencía.
La parte de trabajo quedaba eclipsada por una amistad que había
desarrollado con él que, para ser honesta, no tenía sentido ni venía al caso.
Fue repentina, inesperada. No sabía que sería parte de mi trabajo el ser su
amiga, pero, John no era el tipo de persona aburrida que se espera en un
jefe, hacía las cosas a su manera y por ello terminamos así. No tenía sentido
en lo más mínimo.
—Es mientras que Daniel se sienta mejor; no es para tanto no dejaba
de comerse sus waffles. Los masticaba mientras me penetraba con su
mirada.
Traté de defenderme de su semblante manipulador infructíferamente.
—Está bien respondí al final yo manejaré de ahora en adelante.
—Maravilloso vociferó, como si hubiera conseguido un gran trato
ejecutivo. ahora solo falta que Noah baje y en lo que terminemos de
desayunar lo llevaremos a su escuela ¿Vale?
¿Qué más daba? Ya lo había aceptado. Así que recostándome de la
cocina viéndolo de frente, le regalé una sonrisa sin saber lo que me
esperaba,
—Vale.
De ese modo, comencé con mi nueva responsabilidad adquirida. Para
John hice de todo, desde ser su cocinera, a administrar su vestimenta, su
trabajo, sus reuniones hasta ser su chofer. ¿Qué podía hacer? Por un tiempo
pensé en quejarme al respecto, pero la paga era, por sí sola, una gran
recompensa; ni trabajando toda mi vida como cineasta iba a obtener esa
cantidad de dinero por tan poco trabajo (relativamente). Estaba a gusto, de
cierta forma, así que el hacer todo eso para él era parte del viaje, no el
destino.
No hubo problema alguno en ser su chofer ya que, durante semanas,
había estado yendo temprano, lo que creo que es una de las razones por las
cuales ahora estoy haciendo todo lo que hace en las mañanas.
Al principio comencé yendo porque era requisito, necesitaba estar con
él desde temprano porque, de lo contrario, el día no rendiría en su totalidad.
—Buenos días, señorita Karen, ¿cómo amaneció el día de hoy? ¿lista
para su primer día de trabajo? me dijo, en lo que me vio llegar por
primera vez a su casa.
Era un lugar espectacular desde afuera, sólo con llegar a la entrada, supe
que todo, absolutamente todo, desde la puerta principal hasta las del baño,
desde el sótano hasta el cobertizo, absolutamente todo era lujoso,
espectacular y una experiencia única por sí misma. Era una casa esplendida
y me quedé boquiabierta en lo que John me recibió en las rejas que dividían
la calle de sus maravillosos kilómetros de propiedad.
—Estoy hablaba entre pausas contemplativas, el lugar se merecía mi
atención muy no dejaba de ver sobre sus hombros, observando
detalladamente porque todo estaba cuidadosamente puesto para
asombrar bien.
John sonreía, creo que sabía lo que estaba haciendo porque no me
interrumpió en lo más mínimo. Esperó a que terminase de escrutar su
mansión para volver a hablar.
—¿Listo? preguntó; sabía lo que hacía ¿Terminaste?
No borraba la sonrisa de su rostro. Era agobiante que una persona
estuviera tanto tiempo así, de hecho, una vez me pregunté si acaso no le
dolía le rostro o algo por el estilo.
—Disculpe exclamé, entrando en razón; lo había estando
ignorando lo siento, es que estaba vacilé viendo su casa. Es
increíble.
—Espera verla por adentro, te quedaras muda por un rato más.
En aquel momento me pregunté si eso era modestia o presunción. No
supe como responder, así que sólo me quedé callada.
—Lo siento, en serio.
—Descuide, señorita Karen, no hay problema en que vea se apartó a
un lado para invitarme a pasar a su propiedad espero que esté lista, hoy
comienza definitivamente.
—Sí me erguí, tomé aire y asentí con la cabeza estoy lista.
Desde aquel día, comencé a llegar temprano a su casa. Iba cada mañana
a hacer lo que él me pidiera, que al principio no era mucho, hasta que
comencé a hacer otro tipo de cosas. Primero, fue elegir su ropa.
—¡Karen! escuché decirle un día en el que llegué un poco más
temprano de lo normal. Estaba en la sala esperando a que él saliera de su
habitación.
Se podría decir que esa fue la primera vez que entre a su habitación de
manera formal. No, bueno, fue la primera vez que entré, luego, sólo se hizo
rutina. Estoy siendo pretenciosa.
—¿Qué? pregunté, levantando la mirada, sin esperar por completo
aquel grito.
Me levanté del sofá y dejé caer el móvil en el cojín. Me encontraba
leyendo los detallados documentos que me había adjuntado la secretaria de
John para que supiera todo acerca de su negocio: BTC, trading, inversiones,
relaciones publicas, bolsa de valores, sociedades empresariales,
administración, estadística, economía, matemática… con John me vi en la
obligación de aprender cosas que pensé que no necesitaría.
¿Para qué necesitaría eso? Pues para que en el momento en que John me
pidiera alguna participación, el estado, resultado, causas, problemas… de
algo, entonces debería saber qué decir y no sentirme abrumada por lo que
fuera al explicarle, que supiera simplificarlo y, para ello, debía entenderlo a
fondo.
El caso es que dejé caer el móvil en el que estuve leyendo sobre esas
tantas cosas, y busqué rápidamente, moviendo la cabeza de un lado a otro,
para ver de dónde provenía su voz.
Aquello sonó tan distante que no sabía de donde provenía, era de
esperarse cuando se vive en una casa tan grande, por lo que empecé a
moverme para ver si acercándome a diferentes puntos de la casa podría
escuchar mejor y saber exactamente de donde venía.
—¡Karen! escuché de nuevo ¡en mi habitación! ¡Ven!
—Viene de arriba me dije.
Me devolví, cogí mi móvil porque dejarlo significaba dejar mi vida
atrás, y corrí por las escaleras hasta llegar al origen del sonido.
—Sigue mi voz. Sabrás llegar vociferaba para que lo escuchase.
—Está bien respondí yo, gritándole.
En lo que llegué a su habitación por primera vez, me encontré con un
hombre adulto con tan sólo un pantalón, sin zapatos o camisa, ni siquiera
medias; viéndose frente al espejo. Esa no fue la primera vez que lo vi con el
torso desnudo (había stalkeado su Instagram), pero verlo en persona
causaba más impacto.
—Necesito que me ayudes.
Su voz, aunque la escuché, pasó desapercibida para mi. No es que
estuviese pensando en todas las cosas que podría hacer con su cuerpo, no,
para nada. Ni tampoco estaba actualizando todas las fantasías en las que
sólo me imaginaba cómo se vería desnudo… Sí, su Instagram me sirvió un
poco, pero, el hombre que conoces en persona no es el mismo que conoces
en fotos. Cada pliegue de su cuerpo era el equivalente a una bomba atómica
de sensaciones en mi.
—¿En qué? pregunté, entrando en mí, respondiendo luego de darme
cuenta que lo hice por reflejo porque no lo había escuchado en verdad.
Me pregunté para qué habría de quererme ahí, no sintiéndome preparada
para entregar mi cuerpo, pero si dispuesta a hacerlo si me invitaba.
—No sé qué ponerme.
No supe qué hacer, no estaba preparada para ser la asesora de modas de
alguien, mucho menos de una persona que parecía estar muy bien preparada
en cuanto a cómo vestirse. En sus fotos, en sus redes, y cada vez que lo
veía, se notaba que era alguien que sabía qué usar y cómo hacerlo.
—¿Qué? me parecía inaudito ¿no sabe que ponerse? ¿Está
seguro?
—Sí, no sé qué ponerme, no tengo idea de cómo debería vestirme hoy.
Me asomé un poco para ver más adentro de su closet: un inmenso cuarto
que parecía un mundo diferente, aparte de su habitación. John tenía una
tienda de ropa para sí solo ¿cómo no iba a saber vestirse? ¿Qué quería
realmente?
—¿Cómo quiere que lo ayude? no entendía muy bien en qué podría
servirle mi ayuda usted siempre se viste bien.
—Sí, pero ahora no sé que ponerme, quiero verme bien, diferente, no lo
sé.
Se dio la vuelta, inconforme, disgustado con lo que no tenía puesto.
—¿Qué quiere que le diga? ¿no tiene mucha ropa? fue una pregunta
estúpida.
—No lo sé, no sé si tengo suficiente ropa Su sarcasmo fue sólido,
giró a su closet y le escrutó a detalle. ¿Qué me puedo poner? dijo
después, pareciendo realmente confundido.
No esperaba ver a un hombre luchando por lo que se quería poner, no
era algo por lo que creí que alguien de su genero, nivel social y forma de
ser, terminaría sintiéndose preocupado.
—¿Para donde iremos hoy? le pregunté ¿cómo quiere verse?
Me acerqué a él, controlando mis impulsos, las ganas de verle la
entrepierna (porque tenía la cremallera abajo) de tocarle el pecho y de
mirarle fijamente como una estúpida. Incluso respiré profundo para no ser
atraída por su testosterona.
—Bien, quiero verme bien. Pero no quiero vestirme igual que siempre,
con un traje o algo por el estilo.
—¿Por qué me pregunta eso? Siempre se viste bien, y no siempre se
viste con traje.
John entró en su closet y se puso a elegir prendas de diferentes tipos y
colores.
—¿Para donde piensa ir hoy? pregunté de nuevo.
—Hoy no iremos al edificio así le decía él a la compañía iremos
al centro comercial a caminar con Noah.
—Entonces, ¿cómo quiere verse?
—De la forma en que podría atraer la mirada de todas las mujeres sin
necesidad de parecer un hombre de negocios, ni mucho menos alguien
famoso, ni mucho menos alguien que se viste con demasiada ropa cara.
—¿Entonces qué quiere exactamente? No podemos simplemente quitar
lo que ya es, no es algo que podamos conseguir con como se vista. Es
millonario, es alguien de negocios, es famoso y su ropa tosí para parecer
discreta es un poco aclaré mi garganta al ver que no estaba siendo
coherente se nota que es cara.
En ese momento, John se giró como si le hubiera ofendido, levantó la
mano, con el dedo índice erguido como si fuera a decir que no, con el gesto
que se usa para pedir silencio de forma modesta pero lo suficientemente
marcada como para ser universalmente conocida, y habló con total
naturaleza; de nuevo, pensé que era homosexual.
—Espérame un momento, pues ahí te equivocas. Mi ropa no es
«costosa» dibujó unas comillas imaginarias en el aire con ambas
manos de hecho, no invierto mucho en ropa cara. Siempre se puede
conseguir ropa de calidad en cualquier tienda.
Se aproximó un poco a mi, no mucho, solo se movió unos pasos; y
continuó hablando. El closet era tan grande que había una gran distancia
entre nosotros.
—La verdad es que los precios inflados de muchos artículos son sólo
por la marca, o el lugar en donde los vendan, no es porque sean mejores. De
hecho, los costos de fabricación de muchas cosas son menores a los costos
de venta.
Aquel encuentro en su habitación, en contra de cualquier pronostico, se
convirtió de repente en una clase impartida por un profesor sin camisa y con
un cuerpo de fabula.
—Mi ropa no fue comprada en lugares costosos porque me parece una
grosería adquirir prendas muy caras sólo porque son de marca, si puedo
conseguir algo similar e igual de funcional por la mitad de su precio.
Sólo lo miré, callada, tratando de saber cómo reaccionar a sus palabras.
—¿Cómo crees que me hice millonario? No fue precisamente por
regalar mi dinero aseveró, con una sonrisa en el rostro.
La forma en que se irguió, en que dibujó esa maravillosa sonrisa en su
rostro, en que movía sus brazos; y cada cosa que su cuerpo hiciera que
implicase estar vivo y existiendo, exteriorizaba virilidad; era evidencia
suficiente para asegurar que aquel hombre desprendía hombría pura. ¿Qué
tiene que ver? Nada, sólo quería señalarlo porque era imposible no sentirse
atraída por alguien así.
Mi corazón se aceleraba estando en un lugar (tan relativamente
pequeño) como ese, a solas, con un hombre sin camisa ¡con ese hombre sin
camisa!
Soltó una carcajada sutil, ahogada con la garganta, llena de soberbia, de
orgullo, para nada ofensiva o execrable; su gesto me invadió e invito a
hacer lo mismo. Yo también reí.
—Tiene sentido le dije, tratando de entrar en la conversación de la
que me habían sacado segundos atrás.
—Entonces dijo ¿me vas a ayudar o no?
Aquella fue la primera vez que lo asesoré en sus prendas. De ahí en
adelante, lo demás es historia. Continué haciéndolo las veces que él lo
requería, acostumbrándome a su aroma desnudo. Fui viviendo el sueño al
estar a su lado. De cierta forma, nadie veía a John de esa manera. Las chicas
que se acostaban con él conocían a un hombre seguro de sí mismo,
dispuesto a todo, hecho para dar y recrear el placer. Pero, estando con él en
esa posición, sentí que se abría más para mi que para otra persona.
Con su comida, la historia es un poco diferente, más sencilla de relatar,
de hecho, creo que la puedo resumir en muy pocas palabras.
Yo había llegado a la hora ese día, no había desayunado porque para ser
puntual tuve que sacrificar mi comida, así que le pedí a John que me dejase
cocinarme el desayuno.
—¿Señor John?
—¿Puedo hacerme el desayuno? pregunté, un poco apenada, pero
con el estomago completamente vacío.
—¡Claro! Mi casa es tú casa dijo John, pasando a su oficina.
—De acuerdo…
Y, la verdad, creo que lo que dije justamente después de eso, fue lo que
me consagró al puesto de cocinera matutina en su casa; no es que me
arrepienta, pero, pienso que fue precisamente eso.
—¿Quiere que le prepare algo? exactamente así se lo dije,
levantando la voz para que me escuchara.
Intentaba ser amable, no podía usar la cocina de una persona y no
invitarle a comer algo de lo que hiciera; tal vez pude haberlo hecho mejor.
—Sí, por favor, y a Noah también, si no es mucha molestia me gritó
desde su oficina.
Unas deliciosas tostadas francesas después, tuve que llegar más
temprano para prepáranos el desayuno a los tres. Por lo menos sólo
cocinaba para él, para Noah y para mi.
Luego de ascender a asesora de modas, a cocinera, a estar presente en
sus reuniones de negocios y luego a su chofer, días después de conseguir el
ultimo ascenso, se me promovió de nuevo.
—Noah va pésimo en la escuela dijo John, en una combinación de
disgusto, frustración y decepción al entrar en el coche por la puerta de atrás.
—¿Qué pasó? pregunté casi de inmediato ¿por qué lo dice?
—La maestra me dijo que tiene ciertos problemas para entender varias
clases, y no entiendo por qué.
—¿Qué clases? puse en marcha el coche mientras le preguntaba
¿alguna en especifico?
—Sí, español, ingles, matemáticas y sociales.
—¿Ingles el idioma o ingles la materia? pregunté, tratando de ser
graciosa.
—La materia.
—¿Y por que le cuesta hablar español? ¿No hablamos español ya?
—La profesora dice que, a pesar de hablarlo como lengua materna, no
tiene conocimiento en la parte técnica y que necesita saber manejarla
explico, cerrando con un gesto de fastidio y un silencio repentino.
Yo lo veía desde el retrovisor, estudiando su mirada. Él hacía lo mismo,
a pesar de estar de tenerlo atrás, nuestra conversación no dejaba de ser
visual. Me veía fijamente, no apartaba sus ojos de los míos, de hecho, me
llego a dar la impresión de que me veía incluso cuando yo estaba atenta al
camino.
Estábamos hablando con completa calma. John, a pesar de encontrarse
afectado por el hecho de que su hijo podría repetir el grado que estaba
cursando, tenía cierta actitud, como si su problema fuera perfectamente
resoluble con un simple chasquido de sus dedos; aparte, no dejaba de
mirarme.
Esa presión que ejercía su mirada, ininterrumpida por varios minutos,
acompañada de un silencio cogitabundo que no dejaba de penetrarme, me
advirtió lo que estaba por venir.
De un instante a otro abrió su boca para hablar. No había ni siquiera
empezado a decir lo que tenía en mente cuando supe lo que quería decirme.
—Señorita Karen dijo, inyectándole a mi nombre tonos con
melodías.
—¿Qué? lo estaba viendo venir.
—¿No quieres ayudarme con esta?
Por fortuna, el colegio no quedaba tan lejos de su edificio, así que
simplemente estacioné el coche, e interrumpí de la mejor manera aquella
conversación.
—Ya llegamos. le dije.
John sonrió ante mi evasión, cogió sus cosas y se bajó del coche. Yo
tardé unos minutos en salir para coger mis cosas y apagar el motor.
Caminamos como si nada hasta el elevador, en donde nos tocaría compartir
de uno a dos minutos completamente solos (porque John tenía uno
exclusivo, sin cámaras, completamente privado) en donde, podría decirme
lo que quisiera.
—Pero no, en serio interrumpió el silencio, unos segundos después
de que abordásemos aquel elevador no quiero que mi hijo no pase de
grado.
Se giró para verme, como si tratara de hacerme reaccionar, tomándome
de los hombros con delicadeza para girarme del mismo modo y pudiera
verlo de frente. Fue la primera vez que me tocó de esa forma, con cuidado,
como si yo fuese frágil, con delicadeza.
—¿Podrías ayudarme con la educación de mi hijo? ¿Por favor? Creo
que contigo sería mejor… sonaba tan sisero; hablaba con el corazón.
No sabía qué decir, John me tomaba entre sus manos con total
delicadeza mientras yo me perdía en sus ojos tratando de buscar la
respuesta en ellos. Yo no tenía más tiempo que él pensé entre trabajar
como su asistente, renovar mi hogar (porque con el sueldo que me pagaba
me compre un departamento agradable y comencé a renovarlo), y el llegar
todos los días temprano a su casa, no podía simplemente comenzar a
prestarle atención al chico.
Incluso no había compartido mucho tiempo con él aparte del
estrictamente necesario. «Hola, Karen; gracias Karen; chao, Karen» era lo
único que me decía. Estaba un poco tensa, no sólo por la confianza que
estaba depositando en mi, lo bien que me hacía sentir que me tocase de esa
forma delicada, sino porque, de algún modo u otro, estaba consiente de lo
que «encargarme de su educación» significaba.
—Pero….
—Por favor, te pago más, no me importa dijo John, sin soltarme.
—Pero si lo hago yo…
—Puedes quedarte en mi casa hasta que se acaben las clases
insistió por favor.
Lo miré a los ojos, suponiendo que no tenía para donde más ir, otra cosa
qué decir ni mucho menos, tiempo para responder. Habían pasado, a penas,
segundos desde que entramos a ese elevador, no quería llegar a la oficina y
que me vieran tomada entre las manos de John. Era una presunción
estúpida, no tenía razón para estar nerviosa, mucho menos por algo tan
simple como eso, pero, no lo pude evitar.
Tragué saliva, tal vez porque estaba tensa, porque la presencia de John
se hacía cada vez más invasiva; aquel día no sólo se delineó lo que sería una
serie de eventos que me llevarían hasta aquella noche en la que corrí como
tonta de su habitación, sino los sentimientos que me llevaron a aceptar su
invitación.
Estuvimos suficiente tiempo a solas, viéndonos a los ojos. Yo:
indefensa, maleable, susceptible; él: abierto por completo. ¿Qué tanto
podría importarle la educación de su hijo para que me lo pidiera de esa
forma? Él es millonario ¿Por qué simplemente no contrató a algún tutor?
Pero me estaba pidiendo algo con completa honestidad. Creo que pude
haberme negado, no habría hecho mucho daño si lo hacía.
Pero seguimos viéndonos a los ojos, seguros de que definitivamente
algo podría suceder en cualquier momento. Había pasado la marca del
minuto, estábamos pronto a llegar al piso que nos correspondía.
—No confío en muchas personas habló John, interrumpiendo mis
pensamientos y no le confiaría mi hijo a cualquiera. Por eso me gustaría
que tu lo hicieras.
Lo más interesante de todo eso era que, a pesar de que estaba siendo
honesto conmigo, no se veía desesperado. Creo que me faltó mencionar eso.
John sólo me estaba interpelando a su manera, en su completa y total calma.
¡Claro que quería que yo supervisara la educación de su hijo! Se notaba que
realmente lo quería, así podría tener completo control y no tendría que
esperar por más nadie. Estaba yo, dispuesta a hacer cualquier cosa para él y
John (como lo había estado demostrando últimamente) sabría aprovechar
esa ventaja.
El problema era que las cosas no eran tan sencillas. El tiempo era una
simple concepción para los dos. Teníamos un horario apretado; yo tendría
que renunciar a ciertas libertades, pero, ¿a costa de qué?; En aquel
momento no lo sabía, aunque quería hacerlo.
Noah no era tan importante para mi, no era más que el hijo de mi jefe,
pero si a él le preocupaba la educación de su pequeño y me pedía tan
honestamente que hiciera algo al respecto, no podía simplemente evitarlo.
De repente, John bajó la mirada y cambió su semblante. En su cara se
veía que había notado algo, supongo que entendió la posición en la que nos
encontrábamos. Yo estaba a punto de perder el equilibrio, inclinada hacía
atrás y sujeta por sus manos mientras que él parecía estar sobre mi.
Así que me soltó, se irguió y se acomodó la garganta esperando a que
yo me reincorporara. Casi me caigo en lo que me liberó. Tuve que encontrar
de nuevo mi equilibrio haciendo movimientos exagerados, como si hubiera
estado mareada. Yo hice lo mismo, me acomodé las mangas de mi camisa y
el cabello.
—Disculpa dijo John me dejé llevar.
—Descuida respondí.
Los dos nos quedamos viendo las puertas del ascensor.
—Creo que exageré un poco, no es como que sea muy grave que mi hijo
vaya mal.
Sentí que estaba tratando de quitarle importancia a lo que, unos
segundos atrás, parecía algo vital para él.
—Oh no, no digas eso le pedí.
La puerta del elevador se abrió luego de indicarnos que había llegado
hasta nuestro destino. Los dos vimos al frente en lo que se abrieron.
—Se nota que es algo importante para ti aclaré mi garganta tal
vez exageraste un poco, pero, creo que es importante.
—Lo es dijo.
John dio el primer paso para salir de aquella caja de metal; yo le seguí.
—¿Entonces qué quieres que haga? le pregunté.
—¿A qué te refieres? John me vio de reojo, mientras caminaba hasta
la recepción.
—¿Quieres que supervise la educación de Noah o no?
—Sólo si quieres hacerlo. Es un niño difícil.
No lo conocía, no había forma de saber eso.
—¿Difícil? No lo creo. Se ve muy tranquilo le excusé.
—Eso dices ahora.
John aceleró el paso y se dirigió hasta las dos puertas que daban paso a
su enorme oficina. Saludó a las personas que tenía en la segunda sala de
espera luego de la pared con su nombre en grande, recibió unos papeles de
su secretaria y entró.
Yo saludé asintiendo con la cabeza; no estaban ahí para verme a mi, por
lo que no me era necesario ser muy cordial.
Al cabo de unos minutos, nos encontrábamos en la oficina leyendo unos
documentos relevantes, y a pesar de que parecía que la conversación estaba
muerta, aun se sentía esa pesada sensación de que habíamos dejado algo
inconcluso. Yo estaba sentada en frente de su escritorio, con la cabeza baja,
dividiendo mis pensamientos entre lo que pude haber dicho y lo que
sucedió en aquel elevador.
A simple vista no era gran cosa, es decir, sólo me tocó y nos vimos,
pero definitivamente hizo algo en mi. Así que, luego de analizar la
situación, levanté mi cabeza y abrí mis fauces.
—Lo haré dije.
No dejé claro preámbulos, no entré en contexto, ni le expliqué por qué
acepté. Era gracioso como después de ser su asistente aun me pedía que
hiciera las cosas, creo que fue uno de los motivos por los cuales accedí.
Y, de la misma forma, sin entrar en calor con el tema, John dejó de leer
lo que me estaba leyendo, levantó su mirada y me sonrió.
—Gracias respondió.
Tercera Parte
8
Al poco tiempo, comencé a quedarme en aquella casa con más
frecuencia. Tal cual me había dicho John, podía hacerlo y, por lo tanto, eso
hice. Al principio traté de no recurrir a ello porque era más importante para
mi estar atenta las renovaciones de mi casa en donde podría recibir a mis
hermosos sobrinos, pero, cuando me di cuenta de que comenzaba a ser más
y más complicado ir cada día y salir de noche de aquel lugar, no me quedó
de otra.
—No quiero dejar de estar presente en las renovaciones de mi casa
dije.
Ese día John y yo estábamos discutiendo acerca de cómo iba Noah en
sus evaluaciones. No había pasado ni una semana de comenzar con aquello
cuando ya me sentía abrumada por los constantes viajes de un lugar a otro.
Quería tener más tiempo para descansar.
—Ir de mi casa a la suya es un poco agitado, señor John continué
manejar de un lado a otro es agotador y me cuesta trabajo dar mi cien por
cien.
—Pues, yo le dije que podía quedarse aquí las veces que quisiera, no
tiene necesidad de manejar tan tarde en la noche. Usted lo sabe, señorita
Karen.
—Sí, lo sé, pero sucede que no quiero dejar mi casa sola. La tengo en
medio de una renovación
—Lo sé, no para de decírmelo.
—Exacto, y no puedo darme el lujo dejarlo así cómo así.
—¿Qué propone?
Decirle que me iba a quedar así cómo así en su casa era muy sencillo,
necesitaba hacerme de rogar.
—Qué no sé si pueda seguir supervisando la educación de Noah.
John cambió su expresión calmada a una de sorpresa. Sorprendida
estaba yo al ver que no se esperaba que le dijera eso.
—No lo haga, a penas y está comenzando. Necesitamos que Noah
apruebe todas sus materias para que pueda pasar de grado.
—Lo sé, señor John, pero no creo que pueda rendir lo suficiente
despertándome tan temprano cada mañana luego de llegar tan agotada todas
las noches.
John era bueno negociando, pero no estaba colocando sus cartas sobre
la mesa, lo que me parecía un poco extraño.
—Sigue sin proponer nada, señorita Karen. Sólo me está diciendo que
no puede.
John levantó el vaso de whiskey que tenía en la mano y se mojó los
labios con aquel liquido de color dorado suave. Con le tiempo me di cuenta
que lo que el bebía no era cualquier licor barato.
—No sé qué quieres hacer entonces dijo luego de tomarse su tiempo
para saborear su bebida y tragarla pero, si no quieres quedarte ni quieres
continuar dando clases, ¿cómo crees que podamos resolver el problema de
Noah? A penas acabas de comenzar, ¿no crees que deberías darle un tiempo
por lo menos?
—No quiero dejar mi casa sola…
—Uhm masculló John su interjección.
Parecía que estaba pensando en algo. Mientras tanto, yo preferí
mantenerme callada para no interrumpir sus pensamientos.
—Sólo te preocupa tu casa, ¿verdad? sacó el tema a relucir como si
estuviera atravesando una epifanía.
—Sí respondí sin pensarlo demasiado no quiero descuidarla…
—Sí, sí, lo sé me interrumpió y volvió a tomar otro sorbo de su vaso
y se quedó en silencio de nuevo.
—¿Qué quiere decir con eso? lo miraba intrigada, tratando de saber
cual sería su resolución.
—¿Por qué simplemente no mandamos a alguien que trabaje para mi
para que supervise tu casa, te ayudo a remodelarla y, en el proceso, que
debería estar durando más o menos lo mismo que falta para que el año
escolar de Noah acabe, te quedas aquí?
—¿Mudarme? Me parecía la misma solución con ciertas
variables. No lo sé.
—Es por un tiempo, no es para siempre. Te podemos dar tu propia
habitación; tengo un anexo en donde puedes quedarte cuanto quieras.
—Pero si lo hago…
—Sí lo haces no sucede nada. Sólo estarías aquí mientras te requerimos,
el resto de tu tiempo libre no estarás trabajando. Es para poder agilizar tu
tiempo. No tiene que ser todos los días, puede ser sólo aquellos en los que
debas estar con Noah. ¿Te parece?
Ahí estaba la naturaleza de John, la que le consiguió tantos éxitos. No
había peros para él, cualquier problema era resoluble, y yo sólo parecía una
niña quejumbrosa.
—¿Está bien así? agregó yo no tengo problema con que te quedes
¿sabes? La que está en contra de eso eres tú.
Creo que en ese momento no estaba del todo al tanto de lo que
realmente era «mi problema». El tiempo supo darle sentido a lo que
realmente me preocupaba.
—Está bien. Hagamos eso dije, aceptando el trato.
No puse en contexto lo que, en sí, hacíamos, ni en donde estábamos.
Nos encontrábamos en la sala de su casa, justo en el lugar en donde dejé mi
móvil caer el primer día que entré a su habitación. John estaba sentado en
su sillón personal, justo en la esquina de una pared, al lado de una ventana;
cada que alguien iba a la casa siempre se sentaba ahí, el lugar perfecto para
verlos a todos y ser visto por cada uno de sus invitados.
Yo, con mi Tablet en la mano, revisando lo que había estado
enseñándole a Noah en los últimos dos días en los que le había supervisado
los estudios, y dándole el memorándum a John, me encontraba sentada en el
sofá a su izquierda, con una copa de jugo durazno que John había pedido
hacer para mi.
—No terminaste de decirme cómo iba Noah mencionó John luego de
darse un trago de su whiskey como símbolo de triunfo tras conseguir un
acuerdo conmigo.
—Sí, eso… vacilé, miré la Tablet y retomé lo mío en efecto, tiene
problemas con ingles, no sé si es porque lee poco, porque no está prestando
atención a clases o porque simplemente no le gusta. En cuanto a español,
simplemente no le importa. En las clases de español traté de enseñarle
hablándole en el idioma, pero no surtió ningún efecto, simplemente lo
ignora.
Mientras hablaba sentía que John me estaba mirando, era obvio,
supongo que es parte de su educación (la de cualquiera que la tenga) pero
no de la forma en que normalmente alguien lo haría. Me sentía invadida,
que lo hacía con un tono diferente, que intentaba hallar algo en especifico al
verme con tanta atención.
—¿Lo ignora? Si conmigo habla español, no lo ignora. dijo casi de
inmediato.
Levanté mi mirada y me encontré con que sus ojos, en efecto, estaban
fijos en mi. Me recorrió un escalofrío por toda la espina, esparciéndose en
mis brazos, mi pecho, mi nuca; como una onda expansiva. Por fuera, no
parecía afectada, pero por dentro, estaba tan estremecida como un átomo
moviéndose de un lado a otro.
—Lo que trato de decir es que, en cuanto a la parte técnica, no le da
importancia y simplemente sigue con su vida. Su excusa es que ya sabe
hablar español respondí, tratando de sonar natural, no afectada por lo
que había notado.
—Bueno, entonces habrá que darle más atención a ello seguía sin
quitar su mirada, así que bajé la mía y me enfoqué en la Tablet, esperando
que, sin contacto visual, no sería tan abrumador.
Aclaré mi garganta y me propuse cambiar de tema.
—En cuanto a las otras asignaturas, parece que simplemente no ha
prestado atención.
—¿Tendrá algún déficit? me preguntó de repente, tratando de
encontrar una respuesta ¿será eso?
Me lo imaginaba haciendo los gestos que acompañaban sus palabras
para no levantar la mirada y encontrarlo viéndome con atención.
—No lo creo, pienso que es sólo una etapa. Algunos niños simplemente
no quieren prestarles atención a las clases del colegio.
De repente, John se levantó de su asiento, como si hubiera terminado la
reunión y estuviera ávido por irse.
—¡Bueno! levantó la voz, y, con ella, me hizo levantar la mirada
la parte positiva es que, ahora que te quedarás aquí, podrás supervisar más a
fondo su educación.
—Sí pero… traté de darle una razón para que no creyera que sólo me
encargaría de eso, pero John supo interrumpirme, como siempre.
—Así que no tenemos por qué hablar más al respecto. No podemos
esperar mucho de tan sólo dos días con él se inclinó un poco y enterró su
mirada en mis ojos ¿a poco no?
Yo pienso que, lo que me sucedió en el elevador fue por culpa de su
mirada. La forma en que transmitía su esencia con ella podría cautivar a
cualquiera, y yo, no era precisamente especial. Lo digo porque, en ese
momento, me sentí igual.
John me miraba con una sonrisa alumbrando su rostro, esperando a mi
respuesta asertiva (porque los dos sabíamos que no se detendría con un no),
lo que me trasladó al mismo lugar que me llevó en el elevador. Al momento
no lo había aceptado, o incuso notado. No fue, sino con el tiempo, con lo
que llegué a esa conclusión; John me estaba atrayendo paulatinamente con
gestos tan fútiles como ese.
Mirarme sólo fue la punta de iceberg.
—Sí, creo que sí respondí, con la voz temblorosa.
—Entonces no se diga más se apartó el lugar en donde estaban todos
los muebles de la sala mañana tendrás dos horas para estar con Noah.
—¿Dos horas? exclamé ¿no es mucho tiempo?
John no detenía su paso, ya iba por las escaleras.
—No, ahora que te quedaras cuando le supervises, entonces puedes
dedicarle más tiempo. Más tarde hablo con Mariana para que acomode una
habitación sólo para ti.
Poco a poco su voz se iba escuchando menos y menos, hasta que
simplemente desapareció. Mientras, yo quedé parada viéndolo mientras se
iba, tratando de asimilar mi nuevo cargo.
—Maldición, no quería quedarme aquí dije, sólo para mi.
9
Antes de darme cuenta, había transcurrido casi un mes, el calor del
verano, aunque distante, comenzaba a abrigarnos. Antes de llegar a ese
punto del año, mi vida como la asistente cuyos cargos dependían del humor
de John, estaba tratando de dominar mi etapa de tutora.
—No, Noah, no se supone que debas decirle eso a tu profesora.
—¿Por qué no? pregunto, con tanto orgullo que parecía que me daría
una bofetada con él Su español es malísimo.
Con él aprendí que la parte más difícil de enseñarle a Noah, era que
necesitaba hacer que él entendiera que no era mejor que nadie simplemente
por ser él. No sabía eso del pequeño, y más que todo, no lo esperaba cuando
se trataba del hijo de John.
—Porqué no, la profesora sabe cosas que tú no traté de explicarle, ya
estando al limite de mi paciencia No debes estar diciendo eso.
—Ella no sabe español, no como yo insistía Noah siempre anda
diciéndonos cosas como verbos, y sustantivos, y consonantes, y sonidos, y
nunca nos habla en español explicaba, con cierto tono de desagrado que
parecía que le daba asco lo que ella le enseñaba.
—¿Y tú sabes al respecto? pregunté.
Noah hizo silencio por unos segundos, intentando encontrar la respuesta
a mi pregunta, pero este niño era imparable.
—No nos habla en español, ninguno en mi clase sabe hablarlo, los
profesores de español son patéticos.
Todos los días, pasada la hora de llegar de la oficina de John,
específicamente los martes miércoles y viernes, debía prepararme para
tratar de lograr lo imposible con un niño que desde lejos no es nada
parecido a quien es en realidad.
Durante semanas, aprendí de él tanto, que parecía que lo conocía mejor
que su padre. Era dominante, intenso, orgulloso. No entendía por qué era
así, pero parecía que tenía algo que ver con John.
—Cuéntame Noah, ¿qué aprendiste hoy? pregunté, comenzando la
clase con mucho entusiasmo.
En secreto, siempre quise impartir alguna clase a algún grupo de niños;
tenía el deseo de preparar las futuras generaciones con las cosas que yo
siempre quise aprender de alguien experimentado, sin embargo, a pesar de
que no era exactamente lo que quería hacer, estaba emocionada, o por lo
menos así empezaba las clases.
—Nada.
—¿Cómo te fue hoy?
—Bien respondía mientras se quitaba el bolso con completa apatía.
No tenía mucha experiencia con niños, pero definitivamente sabía que
ese no era el tipo de energía que los infantes deberían tener. O eso creo.
¿Habré sido así cuando tenía su edad?
—Muéstrame qué clases viste hoy se lo pedí amablemente, sin dejar
que su actitud me desanimase.
—Aquí tienes.
—Matemáticas leí en la portada de su cuaderno Así que hoy viste
divisiones le dije luego de ver la clase de ese día.
—Sí, eso vimos afirmó sin prestarme mucha atención porque tenía el
móvil en la mano.
Me exasperaba que fuera así, pero me controlaba, por amor a mi trabajo.
—¿Qué más aprendiste hoy?
—No lo sé, nada, creo.
Noah no me hablaba viéndome directamente a los ojos, lo que de cierta
forma me frustraba de manera exagerada.
—Historia leí del cuaderno que yo misma cogí de su bolso.
Noah siempre cargaba esos pesados cuadernos en su mochila porque,
según decía, no confiaba en dejarlos en la escuela.
—Ya veo, con que estás viendo esto la nostalgia me invadía de vez
en cuando recuerdo cuando me dieron esto, yo estaba en la escuela de mi
pueblo y… hasta que levantaba la mirada y veía la falta de interés de
aquel niño.
A los días aprendí que debía tener un control completo de lo que veía,
sin que me lo dijese él, por lo que me cree un programa en donde debería
ver todas las clases que le correspondían (cosa que obtuve gracias a John y
a su increíble habilidad para convencer a las personas de que le dieran lo
que él quería) por muy a pesar de que no se pudiera.
Con el tiempo aprendí que debía ser firme con él, no dejar que me
dominase, así que comencé a tomar medidas luego de tener ciertas
conversaciones acerca de su comportamiento con su padre.
—Coloca tu móvil aquí, jovencito.
Al principio, Noah se mostraba renuente a colaborar con la clase.
—¿Por qué debería hacerlo? No es tuyo, yo decido qué hacer con esto.
—Pues, porqué sí. No prestas la debida atención, no aprendes nada y
pierdes el tiempo con él en la mano.
—Le voy a decir a mi papá fueron sus excusas por un tiempo.
Noah, a pesar de ser un niño parcialmente educado, respetuoso y
amable, era un infierno cuando se trataba de cosas semejantes a la
educación.
—No me importa, tu papá me dio permiso a hacer lo que fuera
necesario para que aprendieras.
Con paciencia, fui dominando a ese pequeño demonio. A veces, sentía
que necesitaba tomar un respiro, que dar clases no era para nada como yo
creía que sería y que, cuando conocí a ese niño, no me lo imaginaba de esa
forma. Extrañaba al Noah que no hablaba mucho, que me sonreía con
amabilidad, que me respetaba.
Yo no estaba preparada para cosas como esas.
Pero, las cosas no fueron tan malas todo el tiempo. Efectivamente
comencé a verme más cerca de John día tras día, lo que endulzaba mi vida.
Estar con él era cada vez más interesante porque no sólo lo veía mientras
trabajaba como su asistente, sino que compartía las noches a su lado. Me
encantaba estar junto a él. Gracias a eso, comenzamos a hablar más, no de
nosotros (no como yo quería) pero sí sobre las cosas que le enseñaba a
Noah, o sobre asuntos de la casa. No había momentos de silencio entre los
tres.
Todo eso compensaba las horas que invertía en el pequeño de la casa y
su educación. Era difícil, no voy a mentir, pero yo no me rendía, no me
estaban pagando por eso; John quería ver resultados y yo estaba dispuesta a
dárselos. Día tras día me levantaba con la idea de que vería al pequeño,
pero, por otro lado, también al padre, durante horas. Era algo que me obligo
empezar a ver la semana como algo completamente diferente.
Fluctuaba entre el entusiasmo y la desesperación cada mañana que me
correspondía quedarme en su casa y dar clases. Feliz porque vería a John,
estresada porque me tocaba hacer de tutora a un pequeño que no quería
aprender.
Noah luchaba con
Pero, con el tiempo, eso fue mejorando.
Parte de mi obligación como tutora era tratar de enseñarle a Noah que
era importante saber cosas, que debía prestar atención a clases y a aprender
esas que ya había perdido por su falta de interés en verlas. Me costaba lidiar
con su actitud, con su forma de ser.
Llegué a pensar que Noah era así por el hombre que era su padre:
alguien millonario, con recursos, con tanto dinero que nada le haría falta en
la vida ni a él ni a su hijo. Ese tipo de cosas suelen darles un mensaje
erróneo a los pequeños. Sí, tal vez era un cliché: hijo de millonario igual a
niño malcriado. Pero John no era así, no se veía como el tipo de persona
que educaría mal a su hijo; pero era lo que se veía a simple vista.
Yo no soy una psicóloga, no puedo saber qué piensa ese niño con un
diploma de cineasta en mi mano, pero, estaba segura que algo tenía que ver
con eso y mi observación no estaba errada. Noah estaba atravesando una
etapa en la que sabía lo que era tener dinero, y lo que significaba eso como
persona. Creo que parte de su comportamiento venía de la mano por la
forma en que John hacía las cosas. Siempre se comportaba como un jefe
para todos, estando alrededor de él (lo hacía estando conmigo, no dudo que
lo hubiera hecho cuando no) por lo que supuse que era eso, que estaba
acostumbrándose a obtener todo lo que quería con tan sólo pedirlo.
—¿Ya terminamos? me preguntaba constantemente mientras
veíamos el repaso de sus clases.
Otras veces agregaba un «tengo algo qué hacer» como si fuera el niño
más ocupado del mundo. A lo que yo le respondía con un rotundo no,
porque tenía que estar ahí, aprendiendo, no perdiendo el tiempo con lo que
fuera que hiciesen los niños de su edad.
Poco a poco me vi en la posición de tener que ser comprensiva con él,
de darle a entender que no todo era gratis en la vida, que tendría que
esforzarse y que debía respetar a las personas que le trataban de enseñar.
Sus maestras estaban completamente frustradas con él a pesar de estar
acostumbradas a niños millonarios. Era desafiante, era inquieto, pero yo
tenía un plan.
Comencé con tratarlo como un igual, a hacer más dinámicas nuestras
clases, a ser más y más entretenida, a ser como yo quería que fueran mis
profesores a su edad: menos estirados. Lo dejaba participar, le pedía que me
prestara su punto de vista y que participara más con lo que fuera.
Cuando se trataba de historia, usaba sus juguetes como personajes; con
español le hablaba sólo en el idioma y le explicaba la clase para que se
sintiera integrado, siempre usando palabras nuevas (cosa que descubrí que
le gustaba) y así comenzó a prestar atención. A mi manera, traté de hacer
que se sintiera a gusto conmigo y, poco a poco, fue cobrando fruto.
Me gusta pensar que el pequeño me cogió cariño por el entusiasmo que
le estaba inyectando a las clases que le daba. Lo bueno es que ese mismo
nivel de interés, me fue haciendo ganar puntos con John. Mientras me
ganaba a uno, me ganaba a los dos.
Por su parte, el niño seguía siendo parte de mi prioridad. Uno de mis
más grandes retos fue enseñarle a prestar atención en general. Noah veía la
vida a su manera, y eso esa algo que había que saber de él si lo que querías
era enseñarle algo.
—Noah, cuanto es trescientos cuatro por doscientos quince pregunté,
haciendo un repaso en sus clases de matemáticas.
Ya estaba interesado en lo que hacíamos, ya no se distraía ni cambiaba
el tema para terminar rápido.
—Veamos. Trecientos cuatro por uno son trecientos cuatro
—Noah, no creo que… traté de interrumpirle.
—No, no… espera dijo Noah deja que siga, ya vas a ver.
Lo miré llena de duda, pero de todos modos lo dejé continuar.
Quería ver qué estaba tratando de hacer, como ya había dicho, él veía el
mundo a su manera, así que, debía esperar.
—Vale.
—Bueno, si trecientos cuatro por uno son trecientos cuatro y trecientos
cuatro por dos son… Noah comenzó a señalar una pared de vidrio que
yo estaba usando como pizarra, con el dedo índice como si estuviera
escribiendo los números seiscientos ocho, y por cinco serían hizo una
pausa corta mil quinientos veinte.
Yo comencé a ver la cuenta que había escrito en mi Tablet con el lápiz
de pantalla y vi que, dentro de su método desordenado, había sentido, poco,
pero lo había. Estaba multiplicando la cantidad por cada digito de aquella
cifra. Lo estaba haciendo mal, pero bien de cierta forma.
—Eso nos deja con mil quinientos veinte más trescientos cuatro y
seiscientos ocho…
—Creo que no te va a dar… dije, apresurándome a su resultado.
Noah estaba convencido de lo que estaba haciendo era lo correcto.
Como siempre, se abalanzaba a las cosas a su manera tratando de resolverlo
todo con un punto de vista único. No estaba en contra de eso, sentía que
debía motivarlo a seguir; se veía seguro de lo que estaba haciendo;
concentrado, no dejaba de ver la pizarra improvisada en el vidrio que
estábamos usando. Yo quería ver el resultado.
El resultado que debía obtener, tomando en cuenta lo que estaba
haciendo, no llegaría, ni por mucho que quisiera, a asemejarse al correcto,
pero, no quise decírselo hasta que él mismo se diera cuenta de su error.
—Eso me daría… hizo una pausa, succionó la saliva en sus dientes
produciendo un sonido de hastío no, ya va repitió lo que estaba
haciendo con el dedo antes, para luego terminar bajando la mirada y
escribiendo algo en su cuaderno, lleno de entusiasmo,.
—Noah, si quieres pensé en alentarlo de hacerlo de otra forma, antes
de ser interrumpida.
—Sesenta y cinco mil trescientos sesenta
Mi cara de decepción no fue normal. Le había dicho que se esperara y
no me hizo caso. Ya sabía por qué estaba tan mal en clases. Por qué no
prestaba atención; aquella información no era nueva para mi, pero no sabía
por qué, a ese punto de nuestros repasos de clase, seguía insistiendo en no
hacer las cosas de forma adecuada.
—Lo siento, Noah, creo que no es ese el resultado aseveré,
mirándolo con lastima a los ojos.
Bajé mi mirada para ver el resultado que yo había sacado segundos atrás
antes de que comenzara a multiplicar a su manera.
—Es en realidad, seis vacilé dijo, sesenta…
En lo que seguí leyendo mis propios números, me di cuenta que no
estaba equivocado.
—Sesenta y cinco mil trescientos sesenta repitió, como si no viera el
motivo por el cual no le daba la razón lo acabo de decir.
—Pero… algo no andaba bien.
Comencé a mirar el resultado que tenía en mi Tablet, el que había en el
vidrio, luego a Noah, y seguí con eso hasta que no pude encontrar la
respuesta por mi misma. No sabía cómo le había hecho para sacar las
cuentas de esa forma.
Comencé a hacer lo mismo que él y me daba resultados diferentes. La
suma de la multiplicación de cada numero por separado me daba otro
resultado. Al cabo de un rato insistiendo en que estaba equivocado y no
había forma de que lo lograra, comencé a dudar de mis habilidades
numéricas.
—¿Qué hiciste? me acerqué a su cuaderno para ver lo que había
hecho.
Me senté a su lado, dejando mi Tablet sobre el sofá y mirando fijamente
a su cuaderno.
—Pues multipliqué y luego las sumé, cómo tú me dijiste.
—Pero no debería darte ese resultado, debiste hacer otra cosa, no puede
darte esa cantidad.
No detallé lo que había hecho, estaba plenamente segura de que él había
hecho algo mal, no yo.
—¡Claro que sí! insistió Noah. Levanté mi mirada y lo vi a los ojos.
—Noah, no hay forma de que hayas sacado trescientos cuatro por dos,
por uno y por cinco y que te de esa cantidad dije, insistiendo en que
había hecho algo mal.
—¡Claro que sí! vociferó, completamente seguro de sus cuentas.
Noah se levantó, cogió el marcador para pizarra, y se acercó al vidrio.
—Mira, trescientos cuatro por dos da seiscientos ocho lo anotó
por uno da trescientos cuatro lo anotó al lado del ultimo resultado y
por cinco da mil quinientos veinte.
—Exacto, y si sumas todo eso no te puede dar sesenta mil aseveré,
entre segura y dudosa de mi habilidad para sacar cuentas.
—Espera se dio la vuelta y comenzó a escribir mientras me
hablaba lo que pasa es que el dos no es un dos sino un doscientos, el uno
es un diez y el cinco vaciló ese si es un cinco. Entonces, si coloco los
dos ceros del dos a los seiscientos, el cero del uno a los trescientos y lo
sumo por los mil quinientos, me da… se tomó su tiempo para escribirlo
luego de colocar cada cifra una sobre otra como una cuenta normal
sesenta y cinco mil trescientos sesenta.
Habló con tanta seguridad y el resultado daba, que, tardé unos segundos
(tras ver fijamente a los números que había escrito en la pizarra
improvisada) en darme cuenta que lo que había hecho era la forma
adecuada de sacar una multiplicación de una cifra de tres dígitos, pero
completamente desordenado.
—¿Ves? interrumpió mis pensamientos, insistiendo en que tenía
razón; con un brillo intenso en la mirada.
—Está bien dije, afirmando que su cuenta estaba bien hecha, de
cierto modo pero creo que te complicaste demasiado.
—¿Qué? me cuestionó Pero si lo hice bien, no sé por qué es malo
que lo haga así dijo Noah.
En su rostro se notaba que estaba decepcionado. Intentaba sorprenderme
con sus habilidades numéricas tras sacar esa cuenta, pero al ver que no
estaba del todo conforme con lo que había hecho, su murada fue perdiendo
ese ferviente brillo que tenía segundos atrás.
Me levanté y me acerqué a él.
—Ya veo lo que hiciste aquí tomé el marcador para pizarra e hice lo
que debía hiciste lo que debías hacer pero de otra forma.
Luego de un rato insistiéndome que lo que había hecho tenía sentido,
que no podía estar equivocado porque le había dado el resultado correcto,
Noah se sentó, completamente despeinado, con los brazos cruzados,
completamente afectado por la ineludible realidad, que, con su método para
multiplicar, estaba siendo pretencioso.
—¿Qué significa pretencioso? preguntó cuando se me salió la
palabra.
No supe cómo explicarle sin que fuera a sonar ofensivo.
—Bueno, que vacilé que lo hiciste y parece que estas seguro que
tu método es mejor.
—Pero si lo hice bien insistió no sé por qué está mal.
—Querido le dije las matemáticas están creadas para hacer más
simples ciertas cosas, por lo que la forma en que se hacen las sumas, las
multiplicaciones, las divisiones, etc. Se hicieron para que todos las
entendiésemos.
—Pero así se hacen las cosas realmente me dijo hice lo que me
dijiste. Multipliqué y luego sumé.
—¿Y por qué no lo hiciste igual, pero en el orden que te dije?
—Porque, no es igual de divertido confesó
Recuerdo que lo miré, queriendo decirle que a pesar de que le gustase
hacerlo así, en su escuela no iban a saber evaluarlo. Quería contarle que a
pesar de que tuviese resultados no tendría el reconocimiento que él estaba
buscando.
Al verlo tratar de entender por qué estaba equivocado a pesar de haber
sacado bien las cuentas, me incliné frente a él para estar a su altura, y le
cogí por los hombros.
—¿Cuánto tiempo tienes haciendo tus cuentas así?
—Desde siempre. Me gusta hacer las cosas por orden. Una por una, así
pienso sólo en una ¿sabes? Es como hacer muchas cosas a la vez y luego
uniendo todo a la final.
—Al final… le corregí, casi como un reflejo. Aclaré mi garganta al
saber que no entendería mi corrección y lo dejé morir ahí. ¿y qué más?
le motivé a hablar.
—Bueno, que hago las cosas así, y me gusta hacerlas así.
—¿Se lo has mostrado a tus profesores?
—No. No les gusta.
En sus ojos se veía cómo intentaba hacer las cosas a su manera y yo,
intentando no ser cruda con él, traté de manejar la situación lo mejor que
pude. ¡Claro que quería decirle que no porque su método fuera funcional lo
iban a dejar hacerlo! Yo estaba segura de que en la escuela no lo iban a
atender, que sí se lo llegábamos a decir, nos interpelarían con algo como:
«pero él debe adaptarse al sistema, no el sistema a él» y yo o John
estaríamos en total desacuerdo con aquellas palabras y haríamos algo de lo
que nos arrepentiríamos.
A causa de eso, preferí ser indulgente con él, negociar la situación.
—Vamos a hacer una cosa le dije
—¿Qué?
—¿Qué tal si aprendes a hacer las cosas de las dos formas?
—¿De las dos formas?
—Sí, una vez leí una historia que se llamaba «el hombre que
calculaba», trataba sobre un hombre que contaba cualquier cosa con tan
sólo verla le hablaba como si se tratara de algo realmente asombroso
incluso sabía cuantas hojas habían en un árbol enorme ¡con tan sólo verlo!
—¿Y eso qué tiene qué ver con como yo hago mis cuentas? preguntó
sin ver la relación.
Era de esperarse, no estaba siendo muy clara, siquiera había llegado al
punto que quería.
—Bueno, que este hombre aprendió a sacar cuentas y a calcular a su
manera sin ayuda de nadie continué con mi idea, hablando con completo
entusiasmo, tratando de atraer su atención , pero también conocía los
métodos que habían sido inventados por los más grandes matemáticos,
científicos y cualquiera que supiera de números en la vida.
—¿Y?
—Que tu puedes ser igual, puedes aprender ambas cosas y hacerlo
como tú quieras.
Le sonreí, tratando de ver si mi propuesta había surtido algún efecto
importante en él. Noah respondió a mi sonrisa y, en esta, vi al mismo
hombre que participó en traerlo al mundo. Tenían las mismas facciones, los
mismos gestos, incluso, los hoyuelos de sus mejillas se hundían del mismo
modo.
—¿Qué dices? ¿Lo hacemos? insistí.
—Está bien dijo, asintiendo con la cabeza como si estuviera
rompiendo una pared con ella.
En un grito de jubilo me levanté y saboreé mi victoria.
—Excelente entonces levanté la Tablet del sofá y miré la hora
bueno, ya terminamos por hoy. Mañana seguiremos con español,
volveremos a hacer lo que te gusta.
—Vale respondió.
Ya había establecido algo importante con aquel pequeño. Nos
llevábamos bien, ya no me ignoraba, y ese día entendí que nuestra relación
estaba mejorando por completo. Luego de eso, conversamos un rato sobre
las cosas que hacía a su manera, sobre lo que quería hacer con lo que
aprendiese y si iba a seguir prestando atención, incluso compartimos unas
cuantas carcajadas. Nos sintonizábamos como si todo ese tiempo, en vez de
ver clases, estuviéramos estableciendo una amistad; yo estaba contenta.
Pero aquel día no terminó allí; se haría mucho mejor. John nos vio por
un rato. No me di cuenta que estaba ahí hasta que hizo notar su presencia
con un sutil tosido.
Habíamos terminado la clase, Noah me ayudó a limpiar el vidrio en
donde estábamos escribiendo e ido a su habitación a jugar con sus
videojuegos. Yo pensaba que estaba sola, terminando todo, acomodando
mis cosas, buscando mi móvil para ponerme al corriente con mis redes
sociales y demás cuando, de repente, John apareció.
—Parece que ahora se están llevando bien dijo, apareciendo de la
nada, luego de toser.
Yo di un pequeño salto por el susto de su repentina aparición.
—¿Te asusté? se estaba riendo… riéndose de mi.
—Sí, no me esperaba que aparecieras así. Creí que estaba en su oficina
o algo por el estilo.
—Lo estaba, pero luego te escuché gritar y vine.
—¿Gritar?
—Sí, gritar. Luego vine y estaba hablando con Noah.
—¿Nos escuchaste?
—No mucho, pero sí los vi que estaban pasando un buen rato dijo
John.
—Sí continué recogiendo mis cosas estuvimos hablando un rato,
distrayéndonos de los números y eso.
—¿Todo bien? preguntó. Se acercó a mi y cogió el cuaderno de Noah
que estaba aun abierto.
—Sí, estuvimos haciendo unas operaciones y eso.
—Que bueno, muy bien John estaba pasando las paginas del
cuaderno de su hijo mientras me hablaba. No levantaba su mirada para
verme.
Traté de no verlo mucho, continué con lo mío, terminé de acomodar mis
cosas, de cerrar las aplicaciones que tenía abierta en mi Tablet, todo lo
necesario para ignorar que John estaba ahí. A pesar de que estábamos
pasando mucho más tiempo juntos, aun me era un poco difícil estar con él
sin sentirme como una tonta enamorada. No era tan fácil seguir ignorando
mis intereses.
—¿Qué harás hoy? preguntó John, tan repentino como su aparición.
—¿Hoy? pregunté al viento haciendo memoria de lo que podría
hacer ese día.
No era mucho, no hacía planes cuando me tocaba quedarme en aquella
casa, así evitaba tener que salir de noche o algo por el estilo.
—Creo que nada dije, pensando todavía si realmente no tenía nada
qué hacer. Sí, nada aseveré al fin.
John levantó la mirada y me sonrió.
—Perfecto exclamó, acompañado por el sonido de golpe que hizo al
cerrar el cuaderno con un único movimiento de su mano ¿quieres ir a
cenar hoy?
10
Durante días, semanas y meses, antes de eso, estuve ansiosa por
conseguir algo de John. Un beso, un abrazo largo y especial, alguna caricia
en la mejilla, incluso si era para quitarme algún poco de salsa que me
hubiese caído mientras comía. Lo que fuera habría sido más que bienvenido
por mi.
Sí, había estado recibiendo su atención de diferentes maneras; fuera
para hacer cosas que de cierta manera no me correspondían, o un simple
comentario, él sabía hacerse notar. Fuera especial o no, viniendo de John,
todo, absolutamente todo, era maravilloso.
No sólo era su atención a mis palabras, sonrisas, ni su mirada penetrante
o el sonido de su voz al pedirme algo relativamente absurdo para la hora, el
lugar o el tipo de trabajo (el cual debía dejar de hacer, para cumplir) que
estaba haciendo en ese momento.
A veces se antojaba de alguna bebida exótica que vendían
prácticamente al otro lado de la ciudad la cual yo debía ir a buscar (más que
todo porque era quien tenía las llaves de su coche). Otras veces me tocaba
tener que dejar de hacer algo para poder cumplir con otra cosa: comprar las
entradas para una película en estreno en determinado lugar porque mi jefe
era un cinéfilo orgulloso, tener que comprar un dulce en especifico que
traían exclusivamente de Suramérica (que incluso mandaba a buscar en el
país que los producía cuando no lo conseguía aquí); servir de mensajera a
mediados del día.
De vez en cuando me pedía que descansara un poco de mi trabajo y me
mandaba a recibir masajes, comiera, viera una película (era difícil para él
no relacionar el cine con algo bueno a pesar de que yo no era muy amante
de las películas) o cualquier cosa; distracción la cual se veía frustrada en el
proceso porque tenía que atender algo importante que, irónicamente, él me
pedía.
Pero la parte del trabajo agotador, de que lo que me pedía parecía
absurdo y rozaba la línea de la explotación sin cruzarla, ya lo había
superado, así que comencé a prestarle atención a otras cosas importantes
entre nosotros.
Ya la atención que le prestaba a mis palabras, sus ordenes como mi jefe,
sus sonrisas, su mirada y el sonido embriagante de su voz dejaron de ser los
protagonistas de mi afecto. Le cambio por gestos, cumplidos, mimos…
Algunas veces era un:
—Se ve bien hoy, señorita Karen… y continuaba como si no hubiera
dicho nada.
Otras, genuinamente sutil, era detallista.
—Me gusta lo que hizo son sus manos, señorita Karen, le queda bien
cuando acababa de compra un barniz nuevo.
A su vez, de manera completamente innecesaria, si no era un cumplido
a mi apariencia, a algún cambio poco relevante o, mientras hablaba, un
comentario al azar de mi atractivo; John, así no más, me veía fijamente
cuando no estábamos hablando o haciendo algo.
No sabía cómo interpretar sus acciones porque, como yo lo veía, tan
raro como nuevo, era imposible que tuviese sentimientos por mi.
Esa tarde, en medio de la sala, un pizarrón de vidrio improvisado y una
mirada de estúpida, John había puesto en marcha una de mis más grandes
fantasías: tener una cita con él.
—Sí Como un reflejo, dejé escapar la afirmación entre mis labios sin
siquiera pensarlo, hasta el punto de que no puede llamarse una decisión
claro que quiero ir a cenar contigo.
—Perfecto entonces exclamó con jubilo sin entender en realidad lo
importante que eso había resultado para mi.
—Perfecto repetí con el mismo animo, sonriendo;
endemoniadamente feliz por lo que acababa de suceder.
Honestamente, el tiempo que pasaba sola pensando en John, lo invertía
pensando en todo lo que podría hacerme como mujer, en lo increíble que
debería ser tenerlo como amante. El resto del tiempo (el que invertía
imaginándome una vida a su lado), me convencía de que era lo
suficientemente hermosa para ser de su tipo como la cohorte de mujeres que
alguna vez le vi tener, para atraerlo con mis encantos y mi belleza. Era
absurdo siquiera pensar que alguien como yo atrajera un hombre como él,
pero, eso no me privaba de desearlo.
Tal vez la espera me supo recompensar. Había estado deseando estar
con él a solas de forma persona, sin necesidad de estar hablando de trabajo,
de tener que hacer algo para él, su hijo o su empresa y sintiendo que
realmente estábamos disfrutando de la compañía del otro. John era el sueño
erótico de cualquier mujer, yo no era más que su asistente, pero, ese día,
justo en ese día, me sentí como una chica especial.
Luego de horas buscando qué vestir, de maquillarme, de hacerme ver lo
suficientemente bonita para él y de salir de la casa sola para encontrarme
con un hombre apuesto vestido de traje parado en frente de uno de sus
coches favoritos, aquella noche comenzó de verdad.
—Se ve hermosa hoy, señorita Karen; estupenda, si me pregunta.
John fue todo un caballero: esperó que me acercara, me dio un beso en
la mejilla como si estuviéramos saludándonos luego de tiempo sin vernos,
me abrió la puerta de su coche y la cerró en lo que entré en él.
—Usted no se ve nada mal vestido así, señor John yo trataba de
parecerme a la competencia.
—Me vestí yo solo dijo con orgullo sin la ayuda de más nadie.
—Ya veo, creo que ya no necesitará que lo asesoren entonces dije.
Ya estábamos dentro del coche, él aun no encendía el motor, no hasta
que se giró a verme, y, con una sonrisa traviesa (ese tipo de sonrisas que
usarías cuando quieres decirle a alguien que le desnudarías con la boca); y
una mirada llena de encanto, dijo:
—Nunca lo necesité encendió el motor y puso en marcha el coche,
dejándome muda y sin poder hablar.
Lo tomé como cualquiera lo tomaría, me sonrojé y simplemente dejé
que el silencio dominase nuestro viaje. No tenía idea de a donde iríamos, lo
que hizo de mi elección de ropa una batalla campal. Terminé eligiendo lo
más neutro entre lo casual y lo elegante (cuando lo vi vestido de traje y sin
corbata, con su mejor porte y perfume, supe que había hecho una buena
elección) por lo que no tenía idea de cuanto duraríamos dentro del coche los
dos solos.
No era la primera vez, pero sí la más incomoda.
—Noah está trabajando muy bien traté de decirle, de sacar
conversación de la nada.
Tratar de crear un tema en el que los dos tuviéramos una opinión y
esperar lo mejor de eso.
—No hablemos de Noah interpeló de inmediato.
No tuvo necesidad de verme para hacerme entender que estaba
hablando en serio, que realmente no tenía deseos de hablar de su hijo. Fue
un poco frío, pero natural y, como si lo hubiera notado, lo acomodó con una
sutil sonrisa queriendo decirme que todo estaba bien, que no era momento
de eso.
—No hablemos de Noah repitió, esta vez, viéndome a los ojos con
esa sonrisa esta noche no hablaremos de eso.
—¿Entonces de qué? quería saberlo, quería librarme de la
incertidumbre que me estaba matando.
—De lo que sea. Cualquier cosa.
Habiéndome dejado pensando en el tema en especifico del que quería
hablar, el viaje se hizo corto hasta un restaurante en el centro de la ciudad.
Estaba distraída, viendo por la ventana, estudiando todos los posibles
tópicos que podríamos tocar; debía ser cuidadosa en mi elección porque no
quería que me dijese que no quería hablar de ellos de la misma forma en
que me dijo que no dijera nada acerca de Noah.
En lo que llegamos al restaurante, todo se hizo un poco más suave.
Ya sentados, habiendo ordenado el licor que tomaríamos y esperado a
que nos diese hambre para pedir la comida, comenzó nuestra noche juntos.
—¿En qué piensas? preguntó John Te ves un poco preocupada.
¿No te gusta el lugar?
—Claro que me gusta reaccioné no es eso, es que, estaba
pensando, eso es todo.
—Eso lo sé, te pregunté en qué estabas pensando. Es un poco obvio,
pones esa cara cada vez que piensas: frunces el ceño, ves al frente sin ver
realmente a lo que tus ojos apuntan, juegas con tus labios. Es lo mismo que
haces todo el tiempo explicó creo que piensas demasiado, la verdad
bromeó y luego se río.
Dejé que la sorpresa por su detalle no me dominase, y traté de desviar el
tema.
—Sí, sólo estaba pensando en qué podíamos hablar confesé.
—¿Exactamente de qué?
—No lo sé, no llegué a nada.
Estaba nerviosa, sentía que podía arruinar el momento. Sí, habíamos
comido juntos en el pasado, pero no de esa forma, no con esas ropas, no con
mi corazón en la garganta y mi cuerpo entumecido.
—Creí que podríamos comenzar hablando de Noah y ver a donde nos
llevaba esa conversación, pero no quisiste.
—Porque no quiero hablar del trabajo, no quiero que me hables de las
cosas que haces porque te pago para que las hagas John se veía tan bien
hablando con su copa de vino en la mano, que parecía que había dominado
el arte de beber.
—¿De qué quieres hablar entonces? No conozco ningún tema
interesante estuve a punto de comenzar a divagar cuando la hermosa voz
de John me interrumpió.
—Háblame de ti, hablemos de nosotros. Quiero que nos conozcamos.
Dejà vú. Estaba segura que ya me había dicho algo parecido a eso, en
otro contexto, en otro tiempo. Eso me sacó de lugar.
—¿De nosotros? ¿Por qué quieres hablar de nosotros? ¿Qué sucede
entre nosotros? estaba nerviosa, lanzaba una pregunta tras de otra
tratando de maquillar lo que era evidente ¿A que te refieres con eso?
John simplemente se reía, no dijo nada, no aclaró ninguna de mis dudas,
sólo hizo eso por varios segundos; parecía que estaba encantado con ello.
—Te ves adorable cuando haces eso dijo al fin no, no estoy
tratando de decir nada…
Pensé: ¿eso es bueno, que no signifique nada? Estaba tratando de
encontrarle un sentido a todo eso, a nuestro encuentro, a nuestra cena, a sus
palabras. Él estaba jugando conmigo y parecía que yo estaba perdiendo.
—Sólo trato de saber quién es Karen Kelson. Quién es la mujer que
lleva esa hermosa cara, que se esconde detrás de ese rostro cansado, de las
horas que trabaja, del cabello que a veces se le despeina porque es tan
rebelde como ella.
No sabía qué decir, ni cómo reaccionar a eso. Creo que hasta se me
olvidó como hablar.
—Eh… yo, no… divagué.
—Sólo quiero conocerte mejor, Karen primera vez que me llamaba
así no he tenido tiempo de hacerlo y ahora, la verdad que deseo hacerlo.
—¿Antes no lo querías hacer? estaba apenada, sonaba como una niña
tonta qué sentía vergüenza de su propia voz.
Calaré mi garganta, tragué saliva y repetí, tras ver que soné como una
tonta.
—¿Antes no lo querías hacer?
—Claro que sí, pero no parecía apropiado, quería esperar.
—¿Qué estabas esperando? pregunté, buscando sentido a sus
palabras.
John me miraba mientras sorbía de su copa, mientras yo hacía lo
mismo, mientras trataba de tragar el extraño sabor aterciopelado de algo
que no había probado en mi vida ni sabía exactamente como beber…
mientras, mientras. Sólo había ese contacto entre nosotros, sólo estábamos
él y yo; nuestras miradas chocaron una con la otra con intensidad,
queriendo decir algo, hacer evidente el mensaje que se estaba escribiendo
entre los dos.
—¿Qué estabas esperando? pregunté de nuevo al no ver respuesta.
John no se veía afectado por mi pregunta, no dudaba, no se veía como si
estuviera pensando algo para responder o no supiera qué decir. Sólo estaba
callado bebiendo de su copa mientras me miraba con una sonrisa en el
rostro, trasparente que decía que estaba haciendo tiempo, que iba a decirlo,
pero cuando la tensión creciera; parecía maquinar algo.
—Sí quería, señorita Karen de nuevo con eso había querido
preguntarle qué hacía para ganarse la vida pero ya lo sabía, quería
preguntarle qué hacía en su tiempo libre y también lo sabía porque
difícilmente tenía tiempo para eso.
John comenzó a tomar el control de la conversación de la misma forma
en que tomaba el control de todo.
—He querido preguntarle tantas cosas, señorita Karen, pero siento que
no debería molestarla más que con lo que ya le molesto. Trabajar para mi es
un suplicio en cuanto a responsabilidades
—La paga no es tan mala traté de aligerar la conversación con eso.
—Esperaba que estuviera libre de alguna de las muchas cosas que le
había pedido hacer. Y, de hecho, la que parecía estar cerca de culminar, eran
las clases de Noah.
—Noah está yendo bien con ellas quería cambiar desesperadamente
de tema.
—No es de lo que quiero hablar, señorita Karen. Quiero hablar de usted.
—¿Quiere que le cuente acerca de mi hermana, de mi familia? ¿Qué
quiero hacer?
—No, señorita Karen, eso ya lo sé, ya hemos hablado de eso.
Estaba haciéndose cada vez más intensa la conversación, parecía que
estaba desesperado; no se veía desesperado ¡Oh no! Ese hombre sólo
demostraba control ¡ejercía el poder! No entiendo cómo era posible que lo
hiciera ver todo tan sencillo. Pero su voz decía otra cosa, quería que el
mensaje llegara a como diese lugar.
—Estamos hablando de que quiero saber de usted continuó quiero
saber qué piensa de mi, qué quiere hacer con su vida. Quiero conocer a la
Karen Kelson que se levanta todas las mañanas con una sonrisa cuando se
queda en mi casa, que le avergüenza salir en bata porque no sabe lo
hermosa que es, que intenta ocultar esa poesía que tiene cómo cuerpo; esas
curvas que están compuestas por una métrica perfecta, en una rima
consonante que endulza los tímpanos de quien le escuche pasar.
Quería hablar, quería interrumpirle. El mesero intentó hacerlo, pero lo
alejó con un gesto de su mano, ignorándolo parcialmente, con su mirada fija
en mi y sus palabras imperturbables. John no quería detener su monologo ni
yo que lo hiciese.
—Una mujer que no tiene fallas ortográficas ni gramaticales. Es una
estrofa única atiborrada de versos perfectamente escritos. Su rostro, sus
labios, su mirada vaciló sus manos, su cabello, sus piernas su
abdomen, sus pechos, el color de sus uñas, el lago de sus pestañas. hizo
una pausa; ese tipo de pausas que haces cuando quieres darle el turno para
hablar a otros, pero no lo hizo, sólo continuó Señorita Karen, quiero
conocerla, pero quiero conocer a la mujer detrás de todo eso, y a esa mujer
sólo la conoce usted.
—Yo ¿qué se supone que debería decir? ¿Qué demonios podría
compararse con eso que me acaba de relatar? No me moví ni un centímetro
desde que empezó a hablar. Con ambas manos puestas sobre la mesa
sosteniendo una copa con vino tinto, estudiando su mirada, siendo
estudiada por sus palabras y desnudada por su mensaje.
No tenía idea, no sabía cómo actuar. Sólo quería gritar y ver qué
sucedía.
—No sé qué decirle, señor John repetí yo… no sé qué decirle
repetí de nuevo, demostrando que estaba desconcertada.
Siento que así comenzó el hechizo de John en mi con esas palabras me
hizo salir de mi zona de confort, sacudiéndome como si se tratara de uno de
esos adornos de personas con cabezas que se mueven. No sabía qué decir,
pensar o hacer. No me moví, no hable e incluso creo que ni siquiera
pestañee.
—Lo que usted quiera, señorita Karen. Puede ir en orden si así gusta.
—¿En cuál orden?
—Quiero saber de usted en el sentido más puro de la palabra. Veamos,
cuénteme de sus intereses, cuénteme de sus gustos John acercó su silla a
la mesa y me regaló una de sus sonrisas.
Juvenil, elegante. Era la sonrisa de un niño que quiere conocer más
sobre el mundo, que mira con ansias a sus padres entregarle una valiosa
información, algo que siempre había querido escuchar.
—No sé por donde empezar, señor John. No soy nada compleja.
—No me importa. Lo que sea que puedas decirme será valioso para mi.
De nuevo con su forma única de hablar. Única no porque nadie más
hablase así, única porque nadie me había hablado de esa forma. Su habla no
era lo que te hacía sentir ridícula, era su mirada, su sonrisa, su porte, su
figura completa. Así es él.
—Bueno, comenzaré yo dijo de repente ¿con qué puedo
comenzar?
—No es necesario, podemos hablar de otra cosa, no es como que
necesitemos esto.
—Oh, no, señorita Karen, sí que lo necesitamos.
—¿No podemos hacerlo simple? me encogí preparándome para un
insulto, una reprimenda, una observación odiosa y cruda.
En cambio, recibí nada.
—¿Simple? ¿Qué propones?
Tenía que tomar el control de la situación a como diera lugar. Yo no soy
una mujer débil, dócil o lo que sea. Soy una persona que no se deja
doblegar por nadie. Es decir, ni siquiera mi poca experiencia sexual se
interpone en mi vida. Eso es para perdedoras, suponer que por ser vírgenes
deben ser tontas. Haber tocado un pene no hace más experimentado a
nadie… el caso es que yo no soy así, que yo no pierdo el control. Puede que
no sea perfecta, que no sea maravillosa como las demás (cualquiera,
todas…) pero John no me dejaba pensar bien.
Tomé aire, sacudí mis hombros y esperé lo mejor. Tenía que hacer de
esa cena algo bueno, no un interrogatorio como aquel.
—Hablar de forma natural, John primera vez que le llamé así. Partir
desde un terreno elevado y tomar el control No tenemos que hacer
preguntas y respuestas tragué saliva; sabía a vino yo también quiero
conocerte, también quiero saber de ti.
No tenía el tipo de palabras que necesitaba para sonar como él, pero
sabía cómo emparejar el tablero.
—Quiero que me conozca de adentro hacía afuera continué y
quiero abrirme para ti. Pero no puedo hacerlo si me pones así de nerviosa.
—Lo siento parecía legitimo. Era legitimo.
—No se preocupe…
Ya tenía el control. Sonreí, lo miré a los ojos y levanté la copa.
—Por una noche inolvidable.
—Por una noche inolvidable brindó él, levantando su copa y
chocándola con la mía.
Conversamos apaciblemente, llenos de vigor, de entusiasmo. Bebimos y
bebimos por varias horas antes de comenzar a comer. Nos perdimos en la
voz del otro; creo que estábamos a gusto, se sentía en el aire a nuestro
alrededor. Yo le conversé de mi, queriendo que supiera lo íntimamente
atraída que estaba a él sin necesidad de ser muy especifica. John me
confesó que las cosas entre los dos se estaban tornando un poco personales,
que no me veía como su asistente, que no quería que fuera sólo su asistente.
Yo no supe que hacer más que sentirme alagada, feliz y exteriorizarlo
con sonrisas y miradas perforantes a sus ojos. Estaba completa, había
conseguido lo que tanto quería por tanto tiempo sin siquiera esforzarme
mucho.
Creí que no habría de tener oportunidad con aquel hombre, que no
podría conseguir lo que tanto quería de él con lo que actualmente tenía,
pero la verdad es que, por un breve momento, sentí que sí. Me llené de
valor para hablarle de mis sentimientos, y triunfé al saber que no estaba en
contra de ellos. Desgraciadamente no los confirmó, sólo dijo que le gustaba
tenerme cerca. ¡Pero eso fue suficiente para una Karen llena de licor!
Comimos, disfrutamos de la música en vivo, del sonido de nuestras
voces. John estaba como si nada, mientras que yo estaba llena de felicidad.
Me gustaba estar ahí, me gustó aquella noche, hasta que pasamos la parte de
mi vida en la que me sentí como una completa tonta.
Cuarta parte
11
Ya para el momento de irnos, estaba un poco afectada por el licor que
habíamos estado consumiendo durante la noche. Para ser honesta, no me
esperaba nada de lo que sucedió después, ni siquiera cuando John me tomó
de la mano al salir del restaurante, cuando compartimos un postre de la
nada como si fuésemos un apareja de enamorados. Estaba afectada (de
buena manera) por lo que había sucedido mientras cenábamos que no le
presté atención de inmediato a los detalles.
Para lo que sabía de una cita, se había desarrollado de maravilla:
hablamos de los dos, compartimos tiempo de calidad, disfrutamos la
noche… tuvo sus altibajos, pero lo superamos sin ningún problema.
Incluso, hasta parecía que todo eso se estaba prestando para una segunda
cita, para algo que nos llevaría a tener otra, y luego otra, pasando a una
relación; así sucesivamente hasta llegar a un encuentro mágico en el que él
me confesaría su amor incondicional con una propuesta de matrimonio.
Por lo que no había motivos para prevenir lo que sucedió después.
Todo comenzó en el momento en que cogió mi mano. Sí, no lo había
considerado como una barrera superada, pero eso sí que estuve emocionada
al respecto.
Pero no fue un simple gesto. Me rodeó el cuello con el brazo; nos
veíamos como las parejas que caminan una junto a la otra de una forma
incomoda: esa en la que ella le rodea la cintura a él y este, con su brazo
guindado desde los hombros de su chica, le toma de la mano. Me sentía a
gusto teniéndolo tan cerca, no voy a mentir y, pienso, que con eso me
terminó de hipnotizar.
Continuamos con lo nuestro, caminamos hasta el coche, nos detuvimos
frente a él… todo estaba yendo de maravilla; él me soltó, me abrió la puerta
y pasó.
Mientras se acercaba a la puerta, fingiendo tropezarse, acercó tanto su
rostro al mío que, no importaba qué tipo de personas fuésemos, quiénes
éramos, si nos conocíamos o no… si no había un beso, definitivamente
alguno de los dos debía ser estúpido.
John frustró su descenso rápidamente, quedando tan cerca como podía
de mi. Podía sentir su respiración, el vapor que emanaba de su boca, sus
ojos penetrantes mirándome de reojo. No pude resistirme, creo que él
tampoco.
De inmediato incliné mi cabeza para acercar mis labios a los suyos, él
respondió sin ningún problema. Ya estábamos besándonos. Se podría decir
que ese fue mi primer beso real, uno que realmente di con las ganas de
darlo y a un hombre de carne y huesos. John me tomó por la parte baja de
mi espalda y me acercó a él haciendo chocar nuestras cinturas y pechos. Me
dejé llevar, lo sé, era lo que quería, lo que estaba esperando.
Mi beso ideal duró la cantidad de segundos adecuada para decir que fue
perfecto. Mi primer y mejor hasta ahora. Luego de eso, abordamos el coche
y fuimos hasta la casa. Recuerdo que durante todo el camino el corazón me
palpitaba de tal forma que lo sentía en la garganta, en la cien, en el pecho y
en la entrepierna. Sus labios me enloquecieron más que el vino,
causándome una ebriedad increíble. Quería más, necesitaba más de él.
Sé que mientras manejaba intercambiamos unas cuantas miradas,
coloqué mi mano en su pierna, acariciándola, anunciando lo que estaba por
suceder; yo actuaba como una mujer segura de sí misma, esa misma
personalidad con la que hablaba, con la que tomaba decisiones; estaba
ignorando el hecho de que no tenía mucha experiencia, que lo podría echar
a perder, que me podría asustar a mitad del camino y sentir un dolor
punzante que arruinaría tanto mi placer como el suyo.
No era la Karen que le huía al sexo porque lo ignoraba.
Llegamos a la casa, subimos a la habitación. John me invitó a pasar y yo
le sugerí con la mirada que pidiese que me quedase. Todo estaba
sucediendo ¡estaba pasando lo que tanto había estado esperando!
Besos, caricias, miradas traviesas. La sonrisa de John que me hacía
estremecer de píes a cabeza. Le despojé de la mayoría de su ropa, lo toqué,
dejé que me tocara. Todo estaba marchando de maravilla hasta que la yo
real apareció.
Luego de esto, ya saben qué sucedió.
Corrí; corrí como una cobarde que quería huir de la realidad. Me
encerré en el anexo/habitación y me tupí con las sabanas, la cobija, las
almohadas; perdiéndome en un montón de tela para sentirme segura; quería
estarlo porque temía que él apareciese y me sacara de nuevo de mi zona de
confort… me quedé ahí, esperando que todo pasase.
Me dormí.
A la mañana siguiente la vida parecía seguir su curso. El universo es
ajeno a mis preocupaciones, a mis problemas; no siente interés en hacerme
sufrir ni en darme lo que deseo. Me siento nostálgica. Ojalá pudiera creer
realmente en eso; tal vez, de esa forma, podría dejar de sufrir tanto.
No pude dormir bien. Las lagrimas, el arrepentimiento… yo, de necia,
reviví todo para imaginarme un escenario en donde no terminase
arruinándolo. Suelo hacer eso, lo hago cuando creo que arruiné algo, como
si con eso pudiera arreglar las cosas.
No quiero levantarme porque la verdad no siento que deba hacerlo. ¿Y
si me encuentro con John? ¿Y si me mira con desprecio? Si sólo hubiera
una forma en la que no me topase con él, pero ¿cuál? Es imposible ¡Claro
que lo es! No hay manera ni modo en el que no me encuentre con mi jefe
¡en su casa! Es tonto siquiera pensarlo.
Levantarme de esta cama podría significar lo peor. Adicionaría, a mi ya
horrible vida, una humillación más que no podré soportar.
Y suena la puerta.
Lo primero que me viene a la mente es John. Podría ser él quien está
intentando llamarme.
Suena de nuevo.
¿Qué querrá? ¿Por qué viene a buscarme? Sí, soy su asistente y debo
trabajar para él, pero no quiero verlo. Hacerlo es un problema.
Suena otra vez.
—Señorita Karen. ¿Está ahí? Lo escuché, un poco ahogado por el
espesor de todas las telas que tenía encima, pero era inconfundible.
Intento abrir la boca para hablar, pero no quiero delatar mi presencia.
No quiero que sepa que me encuentro aquí porque si no intentará hablar al
respecto. Seguro quiere decirme algo, convencerme de que no tenía que
salir corriendo. Pero no, no lo dejaré.
—Ya salió el sol. Y estamos esperando por usted para desayunar
suena tan natural, tan indiferente a lo sucedido.
¿Le creo? ¿Lo hago? Salir sería encontrarme con su mirada, con ese par
de ojos que ya me vieron semi desnuda, y yo; si lo veo de nuevo no dejaré
de pensar en sus labios como lo estoy haciendo ahora con tan sólo escuchar
su voz. ¿Qué puedo hacer si John me mira, me toca, me habla? No podré
controlarme, trataré de disculparme, haré otra estupidez y lo arruinaré aun
más.
—Sé que está ahí, señorita Karen. Tiene que salir de su habitación,
tenemos trabajo por hacer, y no puedo pagarle si está acostada todo el día.
¡Maldición! Tiene razón.
—Señorita Karen tocaba una y otra vez.
Yo intentaba cerrar los ojos y perderme en mis pensamientos hasta
quedarme dormida de nuevo, pero no había forma en la que pudiera ignorar
su voz y el ruido que hacía al tocar la puerta.
—Sé que está molesta, o que no quiere verme, pero…
—¡Cállese! ¡Por favor! sabía hacía a donde se dirigía, no quería que
siguiera hablando Ya salgo, le prometo que saldré, pero no diga más
nada.
—Pero, señorita Karen, tenemos que hablar.
Su insistencia me estaba molestando, si seguía hablando al respecto, no
podríamos dejarlo pasar.
—¡No! No tenemos qué decir nada, no vamos a hablar de nada.
Olvídelo, eso nunca pasó.
—Pero…
—Ya salgo, espere abajo. No siga insistiendo, ya me desperté. ¿Sí?
Me acerqué a la puerta e intenté abrirla con la intención de mirarle a los
ojos y decirle que tenía que olvidar lo que sucedió, pero, sabía que no iba a
poder controlarme: o lloraba o me dejaba besar de nuevo. No importaba
cual fuera el resultado, iba a perder.
Se calló.
¿Se habrá ido?
—Está bien. Yo esperaré abajo. Por favor vaciló no tarde mucho,
tenemos que ir a la oficina.
¿A la oficina en sábado?
—¿A la oficina? ¿Por qué vamos a la oficina? pregunté, John nunca
iba a la oficina los fines de semana ¿por qué habría de ser diferente este
día? ¿Por mi?
Esperé la respuesta por varios segundos.
—¿Señor John? ¿Está ahí?
¿Me había dejado hablando sola? Para averiguarlo, me devolví a buscar
una bata y me tapé con ella.
Abrí la puerta.
—Por fin salió, señorita Karen.
Retrocedí del susto, creí que se había ido. No esperaba encontrármelo
ahí. Se veía tan bien.
—Por lo menos sabemos que está sana y salva. Es bueno saberlo
tenía una sonrisa burlona, una que decía que lo había planeado todo, que
se salió con la suya.
Me quejé con un mohín, un gesto, le gruñí y lo miré a los ojos como si
quisiera matarlo con la mirada para luego apartarme y cerrarle la puerta en
la cara.
—Ahora sí estaré esperándola en la cocina, señorita Karen, no tarde
mucho.
John se veía tan alegre, tan indiferente. Seguro consideraba lo que había
sucedido la noche anterior como una broma, algo de lo que podría reírse
una noche cualquiera tomándose un café o una copa de vino frente a la
chimenea, pues, para mí no era así. Era algo vergonzoso, me había
humillado a mi misma al dejar que me viese desnuda, al no haber evaluado
la situación y salir corriendo como una estúpida.
Su sonrisa, su rostro risueño, su mirada brillante… ¿Cómo podría
molestarme con él?
12
Los días pasaron a un ritmo exasperante. No se podría decir que fue
rápido o lento porque de ambas formas la pasé de lo peor. Aun faltaban
semanas para que el periodo escolar de Noah terminase, por lo que debía
seguir quedándome en casa de John los días que había acostumbrado
hacerlo; estaba que me moría.
Caminar por los pasillos, las habitaciones y las áreas comunes de esa
casa queriendo evitar a John al mismo tiempo, se hizo una tarea titánica
para mi. Mientras estaba con Noah podía mantener mi cabeza libre de
pensamientos, de dudas, de la imagen de John sin camisa y de sus manos
tocando mi cuerpo. Pero, cuando estaba sola, en el enorme anexo/habitación
o sin que nadie me viera, el recuerdo me asechaba como un asesino furtivo
que necesitaba de mi atención, que quería que reviviera segundo a segundo
aquella noche, haciendo más y más difícil superarlo.
De vez en cuando me topaba con John, pero, con el corazón a punto de
salirme del pecho, resolvía el problema dando media vuelta, cruzando en el
pasillo equivocado para no seguir por el mismo camino, entrado en
cualquier habitación así fuera en donde guardaban las escobas. Mi intención
era evitar el mayor contacto posible sin importar qué. Él intentaba
acercarse, llamar mi atención, aunque yo lo ignoraba, hacía que no lo
escuchaba porque era más importante para mi mantener mi cordura y mi
paz interior a que enfrentarme a los hechos.
Esas veces, nuestras miradas se encontraban; era horrible. Me hacía
sentir mal.
«Pero Karen, entonces ¿cómo le hacías para trabajar con él?» Era aun
peor. Mantenía mi mirada en dos puntos diferentes: al frente (siempre lejos
de la suya) y sobre el móvil o la Tablet. De esa forma, evitándolo por
completo, me sentía más segura. Sí, hablábamos, intercambiábamos alguna
que otras palabras que tenían que ver con nuestro trabajo, pero yo no decía
nada que no fuera necesario y siempre lo interrumpía cuando intentaba
cambiar de tema; en lo que veía que quería revivir lo que sucedió entre los
dos, inmediatamente mataba la conversación.
Una que otra vez intentó encontrarse conmigo, que comiéramos juntos,
pero yo lo evité, lo evité lo más que pude.
Pero mis sentimientos por John no desaparecían. No importaba cuanto
tiempo invirtiera en evitarlo, en dejar de pensar en sus besos, en su cuerpo,
en la manera en que me tocó ¡el maldito sabor de sus labios! Hacía lo que
podía para frustrar mi deseo de reencontrarme con él. Cada palpito que me
atacaba al verlo eran causados por la necesidad de tenerlo cerca. Mas que
evitarle para que no me hablara, lo hacía para no terminar rindiéndome
antes sus pies para suplicara que olvidase lo que sucedió y que intentara de
nuevo hacerme suya.
Siento que, mientras más lo evitaba, más sentía un ferviente deseo de
tenerlo. Yo trataba de convencerme que no necesitaba nada de John, que las
cosas como las conocía estarían yendo de maravilla mientras evitara su
mirada, sus manos, sus labios… pero era insufrible. Estaba intentando hacer
lo imposible: olvidar a un hombre que me traía loca.
Pero estaba segura que todo eso era una perdida de tiempo. Pensar en él,
sentir esas cosas por John. Lo que hizo aquella noche era el alcohol
hablando, no mi jefe, no el hombre que yo deseaba me poseyera; no había
otra forma de verlo.
La verdad, yo quería resolverlo, quería poder ver al hombre que
supuestamente se había interesado en mi aquella noche, desgraciadamente
no era el mismo. No quería tener que confrontarlo y averiguar que todo
había sido un mal entendido; era mi pesimismo hablando, lo sé, pero si de
algo estoy segura es que los cobardes siempre sobreviven; yo quería
sobrevivir a eso.
Y a pesar de mi evidente falta de optimismo, esperé. Esperé a que
sucediera un milagro porque realmente quería hacer las paces con John;
deseaba con ansias que me cogiese por los hombres como la niña necia y
tonta que era y me hiciera reaccionar, porque yo sabía que estaba haciendo
un drama innecesario y unilateral de mi vida, de lo sucedido, que había
complicado todo más de la cuenta; quería que me demostrara que estaba
equivocada porque, muy dentro de mi corazón, deseaba que esta aburrida
historia tuviese un final apasionado y feliz.
Pero, un día…
—Karen, tenemos que hablar… impuso cada palabra con tal
autoridad que no me quedó más que detenerme.
Un día en el que ya estaba convencida de que todo estaba perdido, John
se interpuso entre mi drama y la realidad. Estaba caminando por la casa,
atravesando los pasillos para llegar hasta el «pequeño» anexo que usaba
como habitación y pasé por en frente de su oficina, pensando que no me
vería.
En lo que dijo mi nombre me detuve, sí, pero no me giré para verlo,
quedándome de espaldas a él, inmóvil, como si acabara de accionar una
trampa en una tumba con un tesoro valioso.
—Karen insistió, levantando la voz para llamar mi atención, supongo
que quería que me diese la vuelta es una orden.
Se escuchaba tan serio y, por lo visto, parecía estarlo. Con esa selección
de palabras me derrotó. Yo sabía, no, ¡él sabía! Que no había manera ni
modo de que me opusiera a seguir sus ordenes, a hacer lo que él pedía
porque sus necesidades eran mi trabajo; era la cogida de hombros que
estaba esperando, lo que me llevó a preguntarme ¿por qué no lo hizo antes?
—Yo balbuceé, dándome la vuelta, aun confiada que podría escapar
de esa tengo qué le iba a mentir.
—Karen, no tienes que hacer nada y eso lo sé afirmó con una voz
seria e imponente ven.
Aclaré mi garganta.
—Claro que sí.
—No, Karen, los dos sabemos que no tienes nada que hacer me miró
con severidad ven y entra a mi oficina.
Sabía que debía tomar el camino largo hasta mi habitación/anexo, que
no debía pasar por ahí…
—Entra repitió, acercándose al marco de la puerta, dándome paso,
esperando a que entrara.
Inconforme, rebuznando y quejándome en mi cabeza, le obedecí.
—Toma asiento ordenó de nuevo.
Cerró la puerta a su espalda, encerrándonos a los dos en una habitación
a prueba de sonido, fuera del radar, única en su clase y que utilizaba cuando
quería estar solo; llenándome de nervios con el simple hecho de estar ahí.
Yo, obedientemente me senté en las sillas que estaban en frente de su
escritorio mientras que él sólo se acomodó en el borde del mismo con los
brazos cruzados y una mirada penetrante.
—Señor John , yo Quería excusarme, tratar evitar lo que fuese lo que
fuere que me dijese, no me importaba nada, sólo salir de ahí aun completa.
—Señor nada, Karen hablaba con tanta autoridad que me quitaba las
ganas de interrumpirle ya se está tornando molesto esto que estás
haciendo.
—Pero yo no he hecho nada mentí. Sabía muy bien a qué se
refería En serio.
John simplemente me ignoró.
—He tratado de ser paciente, de darte tu espacio; creía que si te dejaba
en paz y hacía como si nada hubiese sucedido, llegaríamos a un punto en el
que podríamos hablar al respecto como personas civilizadas.
Sabía muy bien de que estaba hablando y estaba segura de que todavía
no me encontraba preparada para lidiar con ello. Así que decidí actuar para
evitarlo.
—No quiero hablar de eso aseveré, apoyándome en el apoyabrazos
de la silla e impulsándome para levantarme.
—No dije que te podías ir, Karen, vuelve a sentarte dijo John
frustrando mi intento descarado de huir no hemos empezado a hablar
todavía.
Obedientemente volví a colocar mi trasero en la silla.
—Pedí que vinieras porque necesitamos hablar al respecto, porque es
obvio que hay un elefante en la habitación ahora y cada vez que estamos
juntos.
—Señor John, realmente no quiero…
—No me importa que no quieras, interrumpió mi interrupción he
intentado hablar contigo al respecto por tanto tiempo que ya hasta se me
está olvidando qué sucedió.
—Es difícil, no quiero hablar de eso.
—Pero yo sí vociferó y lo vamos a hablar ahora.
Abrió espacio entre los dos apartando el escritorio hacía atrás con un
impulso de sus piernas y acercó una silla, sentándose en frente de mi,
dejándonos cara a cara el uno del otro.
—¿Qué sucede contigo, Karen?
Me perturbaba demasiado el hecho de que me llamara por mi nombre,
me hacía recordar cuando mi mamá me llamaba por mi apellido para
reprenderme. Era tan diferente que me resultaba difícil dejarlo pasar.
—¿Por qué estás actuando de esa forma? ¿Por qué parece que me estás
evitando? pensé: porqué lo estoy haciendo ¿Por qué?
John me miraba con firmeza, sin apartar sus ojos de los míos. Me hacía
sentir que estaba intentando descifrar la respuesta por sí solo.
—¿Es algo que dije, que hice? Dime. Uno simplemente no sale
corriendo porqué sí. ¿La pasaste mal aquella noche? mientras más
trataba de encontrarle un motivo, sonaba más desesperado Dime
exclamó.
Yo continuaba callada. Los labios me temblaban porque tenía ganas de
respóndele, pero a la vez, no lo quería hacer. No quería decir nada al
respecto.
—No lo sé mentí.
Sí que sabía cuál era el motivo, el porqué había salido corriendo de
aquella habitación como una desquiciada, pero no quería decírselo, creo que
la vergüenza que procuraba confesarme, era peor que revivir la forma tan
humillante en que me comporté aquella noche.
—¿Cómo que no lo sabes? exclamó Tienes que saberlo, Karen.
Uno simplemente no corre por nada.
—Yo no corrí por nada… esa fui yo, intentando decirle pero
frustrándome antes de terminar.
—Entonces ¿por qué corriste? ¡Vamos! Dime de una vez. He estado
esperando mucho tiempo para decirte que lo siento por lo que sea que haya
hecho. He querido disculparme contigo acerca de lo que fuese que haya
dicho, de la manera inapropiada en la que posiblemente te toqué. He
querido decirte que lamento haberte dicho lo que fuera que te haya dicho,
obligarte a hacer lo que tal vez no querías, pero no consigo que me
escuches, que me hables.
—Pero yo no quiero que hablemos de eso.
—Pero yo sí, Karen, quiero que lo hagamos porque hay que resolverlo,
porque tenemos que conversarlo.
—Pero, ¿para qué? No tenemos qué hablar de eso. Eres mi jefe, no mi
novio. No tenemos que conversar de nada. Sólo no se dio y ya, no es como
que tengamos que estar discutiendo los motivos por los cuales no quise
tener sexo contigo me dejé llevar, hablé de más. Cerré mi boca de golpe
para evitar seguir diciendo más tonterías.
—¿No querías? ¿Es eso? Pero si no querías que nada de eso sucediera,
sólo tenías que decírmelo. Yo creí que sí lo querías. Te veías tan alegre, tan
dispuesta a hacerlo. No sabía que no te gustaba tragó saliva, se pasó las
manos por la cabeza es decir, tenías que darme por lo menos alguna
señal de que no querías que nada de eso sucediera, pero después del beso,
de tus miradas… comenzó a sonar como si estuviera deprimido, como si
le hubiera afectado lo que le había dicho creí que yo te gustaba.
En el momento en que dijo esas ultimas palabras, con su mirada
apuntando en el vacío, esquivando mis ojos y mi persona, me hizo sentir
devastada. No quería que creyera que no sentía nada por él, me resultaba
ridículo porque era prácticamente como haber perdido la batalla.
—No, John, no pienses eso, yo… de nuevo, frustré mis propias
palabras. Hablar de más podría significar un problema para mi.
—¿Entonces qué quieres que piense? sonaba desesperado. Era la
primera vez que lo escuchaba hablar así si no me querías cerca,
simplemente me lo decías. Discúlpame por haber malinterpretado las
señales que me diste. Lamento si te ofendí, si te hice sentir como una
cualquiera. Pero no sigas ignorándome, no creo poder soportar tu
indiferencia una vez más.
John me miraba con tal desesperación que sentía que en cualquier
momento iba a quebrar en llanto por la frustración y, sí él no lo hacía, lo
haría yo. Quería que todo se resolviera, que dejásemos de hablar de eso, que
hiciéramos las paces, que olvidáramos el pasado y sé que ya lo dije, pero,
estar sentada en frente de aquel hombre, del mismo hombre que me hablaba
con tal honestidad que como lo hizo en el elevador aquella vez, me partía el
corazón, me entumecía el cuerpo, me hacía sentir como una estúpida.
—John, yo, no quiero que pienses eso, eso no fue lo que sucedió.
—Entonces dime qué fue lo que sucedió. Necesito entenderlo.
Mi cabeza estaba dando vueltas, debatiendo entre decírselo o no, en sí
estaba preparado para escucharme, ¡En sí yo estaba preparada para
decírselo! Lo miraba fijamente, evaluando la situación, preparándome para
abrir la boca a cada segundo, pero frustrándolo en el segundo siguiente en
que lo pensaba.
No había modo de hacerlo. Estaba hastiada, abrumada por el ruido de
mi cabeza tratando de evaluar, de decidirme. Anticiparme a los resultados,
querer decir lo correcto sabiendo que, de hablar, sólo conseguiría arruinarlo
todo como siempre lo hago, me estaba cansando.
John se quedó viéndome mientras procesaba la información. Para mi
pasaron sólo segundos, pero, para él, el tiempo funcionaba de manera
adecuada.
—Karen apeló a mi atención de manera férrea ¡dime algo!
No dije nada.
John pareció comenzar a perder los estribos, se levantó, se sirvió un
vaso de whiskey. Me miró, trató de decirme algo, pero lo dejó para dar
vueltas alrededor de la oficina con zozobra. Me era difícil verlo de esa
forma, cavando hoyos en el suelo tratando de encontrar una respuesta que
sabía que no iba a encontrar de esa forma.
Quería decirle algo, quería poder verlo a los ojos y explicarle detalle por
detalle lo ridículo que me sentía por no poder decirle las cosas.
Continuaba dando vueltas, murmurando palabra para sí mismo, como si
tratara de entender lo que estaba sucediendo, queriendo ver la respuesta en
la oscuridad a pesar de que sus pupilas no se estaban adaptando, porque, a
pesar de lo necias que eran, no lo lograrían.
No se paraba. Yo quería levantarme y detenerlo.
—Pero murmullo por qué no me dice otro murmullo si tan
solo pudiera murmullo. Me miró, trató de decir algo, y continuó con lo
suyo.
Caminaba y caminaba viendo al suelo, dándole ocasionales tragos a su
bebida, susurrando palabras, cabizbajo, inquieto.
¿Qué podía hacer? Quería hacer algo para que se relajara, quería poder
decirle la verdad.
Lo miraba, inquieta, queriendo levantarme.
¿Y si le digo?
¿Y si no le gusta lo que le voy a decir?
¿Qué tal si me mira con desprecio?
¿Y si me juzga?
Estoy segura que estaba haciendo un drama innecesario para algo que
no era tan difícil de procesar, pero simplemente no podía. Mis sentimientos
imperaban en mi razón, dejándome vacía, inútil, sin palabras.
Un paso, se daba otro trago. Se desplazaba, seguía su rastro y volvía al
punto de partida.
Otro trago, otro paso. Quería decir algo, yo lo sabía, se le veía en el
rostro. Un hombre murmurando para sí mismo quiere decir algo, pero, a
este en particular, una cosa le detenía.
Otro paso, otro trago. La bebida se le acabó, por fin se detuvo. Regresó
a donde tenía la botella de whiskey y se sirvió de ella. Por algún motivo
sentí que esa podía ser mi oportunidad. Escuché un suspiro, no había sido
yo.
—Quiero poder entender lo que está sucediendo. No sé por qué tanto
misterio, por qué no hablas. Siento que estás ocultándome algo y me
inquieta no saberlo John habló sin mirarme, dándome la espalda. Se
giró Cuéntame.
Me miró fijamente, con el trago en la mano, evidentemente inquieto e
insatisfecho.
Tragué saliva, convenciéndome de que eso era lo que necesitaba para
entrar en razón, cerré los ojos y respiré profundo.
—¿Es qué no te gusto? preguntó John Si es por eso, simplemente
dejamos todo hasta aquí y no hablamos más del tema…
—Es que soy virgen le dije.
Abrí mis ojos, me encontré con la expresión en su cara y entendí que
sobraron las palabras; su expresión lo había dicho todo.
Quinta parte
13
De cierta forma, a pesar de que no decía más de la cuenta con su
expresión, no me lo esperaba.
—¿Eres virgen? una pregunta retórica, para mi tenía más de
repetición que de pregunta.
No fue descortés, no se burló de mis razones.
—Sí afirmé cabizbaja.
—¿Por eso corriste de esa forma?
Le dio un trago a su bebida y respiró profundo.
—¿Por eso te comportabas así cuando me ayudabas a vestirme?
preguntó ¿era eso de lo que no querías hablar? ¿Por eso me evitabas?
mientras más hablaba más parecía que le daba menos importancia a lo
que decía.
—No sabía qué hacer expliqué estaba nerviosa y luego me asusté;
el alcohol, el miedo, los nervios. No supe qué hacer así que sólo corrí.
—Entonces ¿sí te gusto? preguntó, con una sonrisa en el rostro.
La sonrisa de alguien que sabe la verdad, pero que quiere escucharla de
ti. Esa que usa cualquier hombre atractivo que sabe que es atractivo y que
es imposible que no lo deseen. Me encantó e irritó al mismo tiempo.
—Sí no había más motivos para mentirle sí me gustas.
—Y vaciló ¿sí querías estar conmigo aquella noche?
—He querido estar contigo desde que comencé a trabajar para ti. No he
podido simplemente dejar de pensar en ti en ningún momento decidí
dejarme llevar he tenido fantasías recurrentes contigo sólo porque me
dijiste que estaba bien vestida, porque te gustó mi peinado o porque me
diste las gracias. Y cuando me hablaste en la cena, esas cosas que dijiste
suspiré de encanto oh, esas cosas que dijiste fueron tan maravillosas
me levanté sentí que también estabas enamorándote de mi así cómo
yo lo estaba ya desde hace tanto tiempo y por eso me dejé llevar. Sentí que
ese era el momento para dejarme llevar.
Las palabras simplemente comenzaron a salir una tras otra en un
despliegue de valentía que no creía tener en una situación como eso.
—Había estado esperando por ese momento por tanto tiempo, lo había
imaginado de tantas formas que el verlo tan cerca me enloqueció. Quería
estar contigo, ser tuya, que me besaras, que me dijeras que me querías.
Estaba preparada vacilé bueno, creí que lo estaba comencé a
amainar la intensidad de mis palabras luego entré a tu habitación, me
comenzaste a desnudar y pensé que podría arruinarlo, que tenía que decirte
que era virgen antes de que te dieras cuenta, de que sangrara y arruinar tu
encuentro porque seguramente me dolería.
Hablaba con los ojos cerrados, tratando de no ver lo que John estaba
haciendo para evitar sentirme más avergonzada, para evitar perder el valor
que había aparecido tan repentinamente. No me movía, pero sentía que
poco a poco él se acercaba a mi.
—Tenía miedo, no quería arruinar ese momento que tanto había
esperado por un mal movimiento. Que no lo disfrutaras porque no sé qué
hacer porque nunca lo he hecho antes. No quería que me vieras como una
niña inexperta y tonta cundo tu lo has hecho tantas veces que dejas
encantadas a todas.
—Karen… trató de hablar.
Abrí mis ojos. Estaba a unos pasos en frente, podía tocarlo si extendía
mi mano.
—¡No! John ¡No! No digas nada, sé que soy una tonta, que no debí, que
pude habértelo dicho antes, pero tenía miedo.
—No tenías que trató de acercarse, pero lo detuve, extendiendo mi
mano.
—Sí, sí tenía que decírtelo, te lo debía porque te dejé esa noche con
ganas de tener sexo y, desde ese día no has visto a ninguna mujer y siento
que fue por mi culpa, porque seguro estás indispuesto o sientes que no
darías la talla hablaba y hablaba sin pensar en nada.
Sentí cómo John cogía mi muñeca. De inmediato, todo pasó en un abrir
y cerrar de ojos.
Escuché que el vaso cayó al suelo y que el liquido que tenía adentro me
mojaba los tobillos.
Me jaló del brazo con un solo movimiento, acercándome a él. Puso sus
dos manos en mis mejillas y se acercó.
—Cállate me dijo.
De inmediato, me plantó otro beso. Ese se convirtió, a partir de ese
instante, en el mejor beso que había tenido hasta el momento.
Sus labios danzaban con los míos en perfecta armonía porque eran la
pareja de baile perfecta. Sentía como intentaba mordérmelos mientras que
cambiaba del inferior al superior, introduciendo sutilmente su lengua sin
invadirme del todo. Pero yo quería que lo hiciera, quería que me metiera
todo lo que tuviese por meter. Así que le empujé la mía y él me siguió el
juego.
No me soltaba le rostro, tampoco quería que lo hiciera. Continuó con
sus movimientos de labios tan precisos y perfectos que sentía que ese era el
sexo, que esa era la máxima representación de placer.
El corazón me palpitaba salvajemente; estaba agitada, inquieta,
queriendo moverme, pero deseando no hacerlo, pidiendo a gritos que me
tocara en alguna otra parte del cuerpo, aunque esperando que no dejara de
besarme ni tomarme del rostro.
Estaba hipnotizada por el movimiento de sus labios, pensando que era
lo mejor que había sentido en toda mi vida, que podría ser lo mejor que
sentiría en mi ida entera.
Hasta que se apartó.
—Eso fue tomé aire maravilloso.
Nuestros labios estaban relativamente cerca, pude sentir su respiración
al hablar.
—No tienes qué sentirte mal por ser virgen. Eso no es un problema, y
dudo que pudiera serlo jamás.
—Este fue mi segundo beso dije no he estado con nadie.
—¿Desde cuando?
—Desde nunca. Tú eres mi primero… Le dije
—¿no quieres que sea el único?
De nuevo, se acercó a mi para darme otro beso.
Esta vez sus manos no estaban quietas. Comenzó a desplazarlas a lo
largo de mi cuerpo, acariciándome con un tacto profundo agradable y
excitante.
Despegó sus labios de los míos, pero no sin dejar de besarme.
—No vayas a salir corriendo esta vez dijo en broma.
—No lo haré aseveré, sumida en placer.
Con su lengua, comenzó a lamerme el cuello, a besarme los lóbulos de
la oreja, no dejaba de tocarme mientras lo hacía, enajenándome de placer
por todos lados.
Su boca paso de mi cuello a mis hombros. Mientras me besaba me iba
desnudando, abriéndose paso por mi cuerpo, deleitándome con sus manos,
sus labios, su respiración. Apretó mis pechos por encima de la tela de mi
ropa, pero no por mucho tiempo.
—Hueles estupendo dijo.
Creo que estaba sacando conversación, pero yo no tenía muchas ganas
de hablar.
Ágilmente, sin interrumpir ni por un segundo lo que estaba haciendo,
logró despojarme de la mayoría de mis ropas; estaba desnuda, dispuesta y
puesta estratégicamente sólo para él.
—No sé qué hacer le dije, agitada no quiero cometer ningún error.
—No te preocupes, yo estoy aquí para ti.
Me obligó a apoyarme sobre su escritorio luego de apartar todo al suelo,
haciendo que ciertas cosas se cayeran al suelo.
—Yo me encargo aseveró, colocándome en posición, con el trasero
levantado y la cara pegada al escritorio.
—¿Me va a gustar? le pregunté.
John me bajó las bragas, lo ultimo que faltaba por quitarme, y me abrió
las nalgas.
—Estupendo le habló a mi trasero no sé por qué no has servido
este plato.
Traté de hablar. Sí que lo hice.
Acercó su rostro y empezó a lamerme la vagina. De inmediato sentí
como la respiración me aumentaba, como se aceleraba mi ritmo cardiaco.
Aparté mis piernas un poco para abrirme más a John. El invitó sus manos a
la fiesta, mientras que lamía toda mi vulva.
—Sí exclamé sí me está gustando.
Me había masturbado antes, con los dedos mojados, acariciándome
hasta acabar, pero nada se comparaba con tener a ese hombre lamiéndome
la vagina. No paraba mas que para respirar.
No me penetraba con el dedo, eso es lo que más me gustó. Se mantuvo
al margen, sólo jugaba con su lengua, le daba círculos con el índice a mi
clítoris, apartaba mis labios, los serraba, los succionaba. El placer era
inmediato.
—Me encanta dije sigue, sí.
Quería expresar mi encanto. John jugaba con mi cuerpo con elegancia,
con delicadeza. Sentía como me entumecía, como me escandalizaba de
placer; sabía qué hacer con sus manos. Mientras tanto, mientras él se
dedicaba a la parte baja de mi, yo me enfoqué en mis pechos, en mis labios.
No sé por qué, pero quería sentir más de eso, mas de lo otro.
John no se detenía, no pasaba a la siguiente parte del trabajo; tampoco
hablaba, no decía nada, tal vez porque su boca estaba ocupada o porque
estaba muy concentrado. El caso es que no me detuve mucho a pensarlo;
gemía y respiraba con agitación mientras que él se dedicaba a mi, a darme
el placer que necesitaba, el que estaba buscando.
No se comparaba a nada de lo que había hecho antes, y eso me
molestaba.
¿Por qué tardé tanto en ponerlo en practica? ¿Por qué no me le insinué
antes? Sí, no quería a otro hombre, no lo había hecho antes, pero había
tenido a John tan cerca tantas veces que el haber esperado tanto resulta
difícil de concebir.
Me apretaba las nalgas, las piernas, pasaba de vez en cuando a mis
pechos y se detenía en mi clítoris. Sus movimientos, precisos y
encantadores, continuaban haciéndome estremecer estupendamente.
Continuaba.
Intenté levantar mi cabeza del escritorio para ver qué hacía y él se
levantó y me hizo apoyarla de nuevo en la mesa.
—Shhh, shhh, tranquila dijo.
—Pero quiero ver me quejé.
—Todavía no.
Continuó en mi entrepierna. No pude levantar la mirada peor al cabo de
un rato entendí que no era necesario. Gemía y sentía cómo el placer invadía
mi cuerpo. Me estaba preparando para el evento principal.
De repente me giró, montándome por completo en el escritorio con las
piernas levantadas y abiertas.
—Ahora podrás verme dijo al fin.
Y continuó con su juego verbal.
Ya estaba desnudo, sin ningún rastro de tela que cubriera aquel
estupendo cuerpo suyo. Logré ver su pene firme y erecto, listo para la
acción. Era la primera vez que veía uno de esa forma, tan grande, no sabía
si todos eran así o si el de él era especial, pidiéndome a gritos que lo besara.
Sería mi primera vez, mi primer beso, mi primera mamada. Quería
intentarlo. Tal vez lo arruinaría, tal vez terminaría haciendo algo tonto, pero
quería intentarlo, sentir su carne dura en mi boca, apretarlo tan duro como
pueda y saber a qué sabía.
—¿Cuánto tiempo falta? dije desesperada.
—¿Tiempo para qué? se levantó, apartó su cara de mi vagina y
comenzó a jugar con ese hermoso pene.
—Para que tengamos sexo.
—¿No es que era tu primera vez?
No me sentía en la posición para conversar. Aun no superaba el hecho
de que me viera desnuda, mucho menos sobre su oficina, en donde hacía
todas las cosas importantes de su trabajo, pegando el culo a la mesa, con las
piernas levantadas y la vagina al aire.
—Sí, pero me estás matando.
John sólo se burló.
—Jajá. ¿Matándote por qué?
—Porque sólo me estás lamiendo vacilé y no me mal interpretes,
se siente de maravilla bajé las piernas y me senté en la mesa, irguiendo
la espalda, agarrando su pene y jalándolo para que se acercase a mi.
Me sentí como una puta (no sé como se sientan las putas) al hacer eso,
pero esa eran mis ganas de tenerlo las que estaban hablando.
—Pero me gustaría probar el plato principal.
—¿Estás segura? Preguntó no sé si estés lista. Tengo que
prepararte para que no te duela.
—Me va a doler de todos modos, es mi primera vez.
—No te va a doler, eso no es así.
Mi primera vez se hizo un poco rara.
—¿Por qué lo dices?
—Si intento penetrarte sin que estés apropiadamente lubricada, te
lastimaré. Cuando sangras no es porque esté rompiendo algo, sino porque
no estás lubricada comenzó a hablar, cambiando por completo el
ambiente.
Sí, estaba un poco nerviosa, no sabía cómo comportarme, cómo pasar
por el problema de los nervios. Pero quise entregarme a John de la mejor
forma, quería que me hiciera sentir bien, y más que todo, hacerle sentir bien
a él. Pero, no esperaba que me explicase como funcionaba mi cuerpo, no
viniendo de él.
—¿Y cómo sabemos que estoy preparada? Traté de crear de nuevo el
ambiente.
—Bueno, podemos intentar algo…
De repente, sentó cómo su mano se iba acercando a mi vagina, estaba
sensible, tanto rato dándole con la lengua terminó dejándola alerta a
cualquier movimiento.
—¿Qué intenta, señor John?
—Vamos a inspeccionarla por dentro, señorita Karen.
Con su dedo, comenzó a abrirse paso entre mis labios. Cogió un poco de
mis líquidos vaginales y lo esparció por el exterior de mi vulva. Yo le rodeé
el cuello con mis brazos, acercando su rostro al mío
—Tenemos que saber si ya está lista para el evento principal.
—Exactamente así le llamé yo dije, con suavidad, seductivamente,
sintiendo su respiración sobre mis labios señor John.
—Qué gracioso ¿no?
—Sí qué lo es.
Y lo metió. Su dedo pasó para adentro de mi vagina con completa
delicadeza. Eso me alarmó, me levantó el animo, me llenó de placer.
Primera vez que alguien me metía su dedo, primera vez que tenía algo
adentro de mi vagina.
Ni siquiera yo había cruzado esa frontera, John ya me había hecho
técnicamente suya, y yo estaba a gusto con eso.
—Señor John dije sorprendida por lo menos pudo avisarme antes.
—¿Le dolió, señorita Karen?
—Para nada, señor John. Parece que sabe lo que hace.
—Eso dicen me sonrió, con una sonrisa traviesa, orgullosa, llena de
encanto.
Me dieron ganas de besarlo y pasé a hacer eso mismo. Le mordí un
poco los labios. Lo besé con ganas, deseando poder tenerlo de todas las
formas que fuera posible. John empezó a mover sus dedos dentro de mi,
causándome arcadas de placer tan intensas que me debatía entre temblar
descontroladamente o dejar de besarlo para controlar mis movimientos.
Poco a poco, la intensidad de sus movimientos aumentaba. Ya no eran
suaves ni cortos, cada vez se hacían más largos, mas continuos, duros.
Sacaba y empujaba su dedo en mi interior.
Si así se sentía algo tan pequeño, no me imaginaba como podría sentirse
su pene.
—¿Está listo, doctor? le pregunté, despegando un poco mis labios.
—No lo sé, señorita ¿quiere que lo intente?
—Sí así lo desea, doctor.
John sacó su dedo para luego sentir como acercaba su pene a mi vagina
hasta tocarlo por completo.
—¿Estás segura? preguntó de nuevo ¿Segura que quieres que lo
hagamos?
Sonaba legítimamente preocupado.
—¿De quien es la primera vez? ¿tuya o mía? le reté.
John se rio con un sonido nasal.
—Está bien dijo sí así lo quieres.
Sentí un sutil empujón en mi vagina. Comenzaba lo bueno.
De repente, sentí como me habrían de una forma que nunca antes había
sentido, me imaginaba como su pene iba entando, invadiendo mi territorio
virgen como si fuera un sacapuntas, como si alguien enterrase una rama en
la arena húmeda.
La respiración se me detuvo. Tuve que tomar aire porque sentía que de
no hacerlo iba a perder la conciencia. Estaba viendo estrellas, borroso. No
esperaba que se sintiera así. Quería intentar eso desde hace tiempo que la
anticipación me estaba cobrando la factura.
Pero su pene seguía entrando ¿¡nunca se iba a acabar!? Me encantaba,
no voy a mentir. Sentía como me rozaba el interior de la vagina con tal
suavidad, de manera lineal, tan completo, tan complejo, tan divino. Pero era
algo completamente nuevo para mi, y eso lo hacía aun mejor.
Seguía pasando, apuntando al éxito, tratando de llenarme hasta la
garganta. No voy a decir: de repente se detuvo, porque, no fue algo que
pasé desapercibido. Sentí cómo la cabeza de su pene chocó con algo dentro
de mi, y ahí fue cuando se detuvo.
No me había dado cuenta que tenía mi cabeza hacía atrás, como si la
hubiera dejado que mi peso doblase mi cuello por completo. No me
importaba, no quería moverme.
—¿Todo bien? preguntó John, luego de soltar la respiración.
Y como si tuviera la boca llena de comida, aguantando el aire bajo el
agua o de cabeza luego de mucho tiempo, le respondí.
—De maravilla.
—¿Quieres que me mueva? preguntó.
Yo había sentido orgasmos antes, sí, pero no quería que lo hiciera, me
daba la impresión de que no se sentiría igual de bien.
—Creo que sí.
—¿Crees?
—Sí…
—¿Lo hago? preguntó.
—Sí tu quieres.
—Es tu vagina, tú decides.
—No, John abrí mis ojos, enderecé mi cabeza y me fijé en los globos
oculares que tenía sujetos a su cara es tu proyecté la t y la u
vagina.
John se tomó el mensaje al pie de la letra.
—Entonces, permítame…
La gloria.
Su pene comenzó a salir y a entrar con tal destreza que parecía que
intentaba arrancarme la vagina con un anzuelo, ya me tenía atrapada; de
todos modos, no iba a soltar la carnada. Me empaló con aquel pene de tal
forma una y otra vez que cada embestida me hacía sentir mejor que la
anterior.
Nunca imaginé que se sintiera de esa forma, que me quitara el aire con
cada empujón, que me levantara el animo con cada sacudida y que el
cuerpo pidiera a gritos más y más.
En definitiva, esa no era la primera vez que tenía en mente… era, por
lejos, mucho mejor.
—¿Te gusta?
—¡Maldición! ¡Me encanta! vociferé, recordando que aquel cuarto
era a prueba de sonido y dejando salir todo mi encanto femenino.
John comenzó a sacudir con más fuerzas su cintura, entrando y saliendo
con tanta intensidad que no había forma lógica de que mi cuerpo resistiera
aquellas embestidas, pero lo hizo, las soporté, las aguanté como toda una
campeona.
Me encantaba sentirlo tan adentro y a la vez tan presente en mi vida, en
mi mente, en mi cuerpo. John se las había arreglado para apoderarse de mi
de tal forma que no me importaba el concepto de bien o el mal, del amor u
odio. No me importaba cómo me quisiera John, siempre y cuando me
quisiera y ya, porque a ese punto, me encontraba perdida en él, en su
cuerpo, en sus palabras, en sus ojos. Con cada embestida, estatuía su
dominio sobre mi.
Aquella primera vez, tan sencilla y corta como se veía, se convirtió en la
primera de muchas.
Durante un tiempo, luego de lo sucedido en su habitación, me pregunté
si las cosas entre los dos alguna vez funcionarían, si realmente, en algún
momento de nuestras vidas, podríamos vernos a los ojos como dos personas
que se atraían mutuamente, que se querían el uno cerca del otro de todas las
formas concebibles. Sí que lo puse en duda, casi la misma cantidad de veces
que lo pensé.
Pero nunca me imaginaba que fuera a establecerlo tan pronto. No con
John, no sobre su escritorio, su sofá, su suelo. Aquella primera vez me
había dejado agotada, y eso que no tardó ni diez minutos en hacerme acabar
de manera definitiva.
—¿Qué te pareció? preguntó luego de que estábamos acostados en el
suelo, yo sobre su pecho, jugando con sus pectorales.
—Fue estupendo le dije.
—¿El mejor sexo de tu vida? dijo, para luego reírse de su propio
chiste.
—Muy gracioso.
—Sólo digo, creo que ha sido la primera vez que te hacen sentir tan bien
¿verdad? bromeó de nuevo.
—¡Basta! le dije, dándole una palmada relativamente fuerte en el
pecho no te burles.
Sólo se reía.
—¿Burlarme? No, nada que ver.
—Claro que sí, te burlas porque soy virgen…
—No, mi vida, eras.
Me sonrió, como si hubiera dicho la línea más romántica, más sensual,
el elogio más elegante de todos.
—Y tu fuiste mi primero le dije, acercándome a sus labios para darle
un beso y el mejor.
—Me encanta escucharla decir eso, señorita Karen.
En lo que me llamó de nuevo de esa forma, entré en razón. Eso había
sido sólo sexo, tal vez, no había significado tanto para mi como lo había
sido para él. El «señorita Karen» me había puesto en contexto: John sólo
había sido amable conmigo.
—¿Qué pasó? preguntó John.
Creo que la expresión en mi rostro fue muy evidente.
—Nada dije como una niña regañada no pasa nada.
No quería levantarme, por mucho que hubiera servido para reafirmar mi
punto de que aquello sólo había sido un encuentro casual. Así que nada más
apoyé mi cabeza sobre su pecho, convencida de que nada más sucedería.
—Vamos, dime qué sucede insistió ¿Fue algo que dije?
preguntó.
—No es nada, olvídelo, señor John traté de parecer lo más formal
posible, luego de aquel encuentro tan encantador, lo sentía como una
puñalada al corazón, pero no me importaba, era la realidad.
John dejó escapar un suspiro.
—Sí sucede algo. Te noto seca y distante dijo con formalidad, como
si fuera un psicólogo o algo por el estilo.
—No estoy haciendo nada dije sólo estoy acostada aquí.
—Y estás callada. Ya no te siento alegre comenzó a jugar con mi
cabello se nota que estás pensando en algo y que te molestaste de
repente.
—Uhm sólo me quejé.
—Vamos, no seas así.
Buscaba hacer contacto visual, levantar mi cabeza para poder dar con
mi mirada, pero yo no lo dejaba. Trató de levantarse, tampoco lo dejé.
—Algo te sucede, Karen. Estoy seguro.
Karen…
—Ah, ¿ahora sí soy Karen? me levanté, vociferando a la defensiva.
—Ey, ¿qué te pasó?
—Que ahora soy Karen, porque me quieres coger, pero lego seguiré
siendo señorita Karen ¿verdad? me levanté indignada, buscando mi ropa
con la mirada.
John vio cómo me levantaba, yo comencé a moverme para coger mi
ropa, luego se levantó.
—Ey, espera, no vayas a salir corriendo de nuevo dijo, con un sutil
tono que conseguí molesto, no porque lo fuese, sino porque estaba a la
defensiva.
—¿Qué? ¿no quieres que me vaya? ¿no estás satisfecho? pregunté.
Estaba dejando que mis sentimientos me controlasen, de nuevo,
haciendo una tontería. Pero sentía que esta vez sí tenía razón, que no había
forma en la que pudiera arruinar eso porque, en verdad, que él había dicho
algo estúpido. Esta vez había sido él quien no me había dicho lo que quería
escuchar.
Claro, sí que se acercó a mi para darme el mejor sexo que había tenido
hasta el momento ¡Joder, fue el único que había tenido hasta ese entonces!
Pero eso había sido todo. No estaba recibiendo sus palabras amables, sus
miradas románticas. No era la luz de sus ojos, la chica que quería para sí.
Estaba segura que John estaba pensando en mi sólo por el objeto que
representaba.
—¿Me vas a pagar más por esto? me incliné para coger mi camisa y
taparme con ella acabo de absorber otra responsabilidad, ¿verdad? Ahora
soy tu amante y me vas a pagar por eso. ¿verdad?
—Karen ¿de qué estás hablando? ¿Por qué te pusiste así de repente?
John no se movió, sólo se quedó viéndome mientras estaba desnudo,
con el pene caído y el rostro arrugado.
—¿Qué te sucede? Háblame.
¿Le digo?
¿Me detengo a explicarle?
—¡Que eres un idiota! exclamé con furia te aprovechaste de mi.
—Ey, ey… espera un segundo. Yo no he hecho nada trató de
defenderse.
—¡Claro que sí! ¡Claro que sí hiciste algo! Yo estaba hablándote de lo
mucho que me gustas, de lo mal que me sentía por haberte dejado aquella
noche y tú solo me cogiste. No me dijiste nada, sólo vacilé me cogiste
y ya, porque sólo soy una empleada para ti.
—Karen, eso no es lo que…
—Soy una tonta comencé a dar vueltas para buscar el resto de mi
ropa sabía que no debí haberme detenido, debí haberme ido para mi
cuarto.
De repente, sentí cómo me tomaba por el brazo y me daba la vuelta.
—¿Qué es lo que quieres? preguntó, teniéndome tan cerca como era
posible.
De inmediato, me detuvo.
Pero yo era fuerte, no iba a dejar que me volviera a dominar. Así que me
sacudí y aparté.
—¡Karen! vociferó detente y háblame me giré ¿qué es lo
que quieres?
En ese momento, me comenzaron a querer salir las lagrimar. No sabía
qué quería decirle, si hablarle o no.
—Quiero que me digas si soy lo suficientemente buena para ti. Si soy
bonita, si realmente te gusto. No lo has hecho, no me has dicho nada de eso
la voz quebrada, los ojos aguados. Iba a llorar.
—Karen se fue acercando no importa lo que yo piense.
—¡Sí importa! exclamé indignada, sintiendo que él no veía mi punto.
—Claro que sí, porque no importa si pienso que eres bonita o no porque
eso no cambiará el hecho de que eres una mujer preciosa. No importa si
pienso que me gustas o no porque mi mente, mi cuerpo y mi alma se
idiotizan cuando te tienen cerca. No importo yo cuando tú estás cerca, ni lo
que quiera para mi vida siempre y cuando en ella estés tú.
—John.
—Cállate, porque de repente te volviste loca y, aunque sea muy
adorable verte hacer un berrinche, ahora tienes que escucharme.
Tragué saliva.
—Sí me gustas, me has gustado desde hace mucho tiempo. Y no lo hice
contigo hoy porque fuera un patán, sino porque sentía que debía hacerlo
porque mi cuero lo pedía, porque quería establecer por completo que, de
ahora en adelante, sólo iba a estar contigo porque sólo tú me haces sentir
así. Karen, no creía que fuera necesario decírtelo, no creí que fuese mi
obligación hacerte saber que estoy perdidamente enamorado de ti. Y no me
importa si no sientes lo mismo, si no me quieres, si sólo me deseas por mi
dinero y mi cuerpo.
John se acercó a mi, colocó sus manos en mi rostro.
—Porque mientras pueda estar a tu lado, absolutamente nada importa
más que tú, que Noah, o que una vida junto a ti ¿me entiendes?
Podía sentir su respiración, su mirada, su cuerpo. Incluso sentí cómo su
pene se iba a cercando lentamente a mi abdomen.
—Yo te amo, Karen Kelson, y no importa lo que pienso, pienses o
suceda, no dejaré de hacerlo. ¿Entendido? Y así te diga señorita Karen o
Karen, o mi vida, o amor, o princesa; nada cambiará la verdad ¿entendiste?
No sabía que decir, no sabía siquiera si podía hablar. Su autoridad, su
romanticismo, la forma en que me tomó, en que me hablaba. Me sentía
como una estúpida y estaba en lo cierto, lo era. No tenía motivos para
actuar como lo había hecho, pero, por algún motivo, sentí que estaba
agradecida por ello; de no haberlo hecho, no me habría dicho nada de eso.
Así que ya tenía mi respuesta. «¿Qué más podía pasar? ¿Que se
enamorase de mí?» Fue una pregunta que me hice mientras estaba enterrada
entre mis sabanas mientras sentía que todo lo que podría suceder sería un
problema de ahí en adelante, pero, ahora, viendo en retrospectiva todo lo
que me trajo hasta el punto más feliz de mi vida, en el que disfruto de la
compañía de mi esposo, de un niño maravilloso, de un doloroso pero
hermoso embarazo, y de una vida de la cual no me puedo quejar. Pienso: en
realidad, todo esto, valió la pena.
—Sí, yo entiendo.
Título 4
El Montañero
Romance, Erótica y Segunda Oportunidad con el
Viudo
1
Habían pasado meses luego del accidente y el recuerdo aún se comportaba como una herida
abierta; no lo culpo por sentirse devastado. Constantemente le veía rondar los parajes de aquella
verde montaña de Canadá en la que se había consagrado para estar solo, disfrutando del tiempo
mientras que se lamentaba por el pasado con la esperanza de encontrar la redención en la soledad, en
la auto compasión y en una depresión invariable que le seguía todo el tiempo, a todos lados. Adam
estaba afligido por eventos que lógicamente se escapaban de sus manos, pero por lo cuales se culpaba
día tras día.
No soy más que la forma en que consigue escaparse de la realidad. Incluso en vida, enfatizaba
que sin mí no tenía ambición alguna porque yo era, y cito, su único motivo para estar vivo, para
trabajar o hasta para ser feliz.
De hecho, justamente después del accidente, luego de verlo enfrentarse al incuestionable lance de
que no volvería a estar más nunca con él; temía lo peor tomando en cuenta que se reclutó en la
soledad casi de inmediato. Sí que fue reconfortante el darme cuenta que las cosas no resultaron como
me lo esperaba. Me alegró enormemente el saber que seguía vivo después de mi partida porque
¿quién era yo?, sino un escalón más en su vida.
Pero, la soledad ha sido parte de mi esposo desde que tiene memoria.
Cabe destacar que Adam ama ser un hombre solitario. Desde antes de que compartiéramos
nuestras vidas, él disfrutaba de su soledad; decía que se sentía a gusto haciéndose compañía y que no
necesitaba a más nadie hasta que me conoció, luego de eso, comenzó a decir que el estar conmigo era
todo lo que necesitaba para estar feliz: yo, la naturaleza, un buen plato de comida y la soledad eran
sus pasatiempos perfectos.
Así que el trabajo de guarda bosques le calzó a la perfección junto a otras cosas que
contribuyeron en su selección de trabajo: un sano interés recreativo por el alpinismo, la expedición,
las montañas; eso, en esencia, fue el motivo por el cual se encuentra justo ahora caminando por aquel
terreno ligeramente empinado, acompañado, no más, que por su sombra y su relativa tranquilidad.
De cierta forma me encontraba a gusto por la manera en la que estaba viviendo su vida, aunque
no del modo que quería que lo hiciese después de mi muerte (porque siempre contemplé esa
posibilidad al igual que muchas otras). Sí, no cabía duda de que por lo menos se encontraba bien en
uno de los sentidos de la palabra y, eso, me reconfortaba; aunque también me llenaba de pena.
Sin embargo, Adam estaba relativamente bien.
Durante días lo observé llorando, queriendo poder decirle que todo estaría bien, que la vida
continuaría sin mí, pero, ni podía hacerlo ni había forma de decirle algo que no supiese ya.
Lentamente me daba cuenta que se volvía más y más dependiente de esa soledad que tanto
valoraba.
Cuando estaba conmigo, disfrutaba del tiempo, se divertía, tenía una vida plena y llena de
momentos hermosos. Al paso del tiempo descubrí que no había cambiado del todo, sino que me había
hecho parte de ella porque él no parecía querer dejar esa secesión del mundo. De todos modos, es
algo sano, no hay motivos para que no pudiera hacerlo.
Así que no me mal intérpretes, eso no era un problema; mientras estaba viva todo era bueno,
divertido, enriquecedor. Creo que se hizo un problema ahora porque sé lo difícil que es sobrellevar
una perdida cuando nos aislamos de esa forma. Heme aquí, flotando sin poder interferir. A pesar de
que presumo conocerlo y que justo ahora puedo estar en su mente, sigo sintiendo que necesita
compañía para poder superar esta transición.
Y lo digo porque desde que estoy aquí, nada más lo he visto dar vueltas de un lado a otro,
llorando o comiendo sin siquiera discutir con la almohada al respecto.
Eso sí, luego de que muchos días pasaron comenzó a frecuentar el pueblo, aún vivía de su trabajo
sin compartir con más nadie, ni queriendo hacerlo porque le parecía absurdo tener que esperar algo
de los demás, de la vida, porque estaba molesto e inconforme, pero para mí pareció un buen primer
paso.
Como otra gran sorpresa, resultó que iba al mercado (lo que significaba que estaba comiendo) al
taller mecánico, a la librería, a la tienda de alpinismo y camping; conversaba con quienes le atendían
de forma natural, lo que me pareció otro buen paso hacía la recuperación.
Todos en el pueblo le conocía, así que sabían qué decir y qué no cuando lo tenían cerca, por lo
que tampoco le hicieron molesto aquel nuevo primer paso. Alguna que otra persona comentaba a sus
espaldas, pero no era algo que no pudiese soportar.
—Adam no es el mismo desde el accidente decían en el pueblo al verlo pasar parece que
ya no disfruta de la vida.
—No me imagino estar así decía algún otro pensando querer a alguien tanto como él me quiso
y luego perderlo.
Cuando se hacía presente, demostrando que aún estaba sano y salvo a pesar de su forma de vivir
tan solitaria, sus problemas eran motivo de conversación.
—Pobre hombre, debe ser horrible estar tanto tiempo… trataban de revivir el momento
porque les resultaba difícil de concebir y, mucho más, de superar.
Mi muerte no era un secreto contado a voces, sino un hecho que todos recordaban, lloraban y por
el que hicieron luto al igual que cualquier otro conocido o familiar. Pero, luego de ver la reacción de
Adam ante mi partida, comenzaron a ver ese recuerdo como un hecho prohibido al que no podían
acceder si él estaba cerca.
—¡No lo digas, que te va a escuchar! trataban de no levantar la voz, y de no pronunciar las
palabras que sabían que no era prudente decir, para evitarle un mal recuerdo, el caso es que casi
siempre era tarde y Adam ya se había dado cuenta.
Comentaban de su vida al verlo mientras iba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa o cuando
necesitaba hacer algo en el pueblo. Adam no pasaba desapercibido por mucho que lo quisiese.
Eso sí, todos en el pueblo respetaban a Adam por quien era antes del accidente. Por muy a pesar
de que nunca había sido un hombre de muchos amigos, siempre destacó a su manera. Fuese por su
aspecto de montañero que parecía que se enfrentaba a osos con las manos desnudas, porque es bueno
prácticamente en todo lo que hace, por su forma de hablar (o de no hacerlo), su atractivo natural o su
misterioso carácter; fuera lo que fuese él siempre estuvo presente en el pueblo, y para cuando pasó de
ser quien es a ser mi pareja, se hizo más relevante aún.
El estar conmigo le hizo avanzar en los peldaños de las interacciones sociales: una chica linda de
la capital que se había mudado al pueblo años atrás (era una adolescente y sin embargo continuaba
siendo la extraña del lugar), y que viví el tiempo suficiente como para no dejar de ser la citadina que
todos querían conocer, pero si para ganarme la confianza del poblado porque prácticamente me
vieron atravesar la pubertad.
Hablaba con aquellos que me hablaban, disfrutaba de mi compañía mientras que compartíamos
con otros porque no le importaba otra cosa más que estar conmigo. Sí, no se volvió precisamente el
tío más sociable que los trataba a todos, pero sí interactuaba más con los demás gracias a mí.
—Si no es por ti, ni siquiera saldría de mi casa. No tengo motivos verdaderos para socializar, creo
que ni siquiera trabajaría; pero tú, tú me haces querer hacer cosas porqué el hacerlas te hacen feliz y
tu felicidad es mi prioridad, es algo que disfruto, que necesito.
Decía Adam.
Al principio no le creía, pero al pasar el tiempo comencé a tomarlo más en serio. Mi esposo
resulto ser un hombre interesante completamente asocial y ¿sabes qué? Aprendí a estar a gusto con
eso.
Durante años vivimos amenamente; disfrutamos de nuestra juventud, del amor que nos teníamos;
nos enfrentábamos a la vida con entusiasmo: alpinismo, snowboard, esquiar, acampar en la montaña
por semanas, explorar, sembrar árboles, sexo al aire libre… todo lo que hacíamos nos gustaba, a él le
encantaba y yo estaba conforme con eso. El hombre que tanto amaba estaba feliz y eso me hacía feliz
a mí.
Y la verdad es que era maravilloso. La vida valía la pena para Adam, sí que lo hizo. Así fue hasta
aquel fatídico día, después del que nada volvió a ser igual para él. Lo recuerdo como si hubiese
sucedido hace tan solo unos minutos atrás y, eso, era un tormento constante para Adam.
Parecía que sería un día cualquiera: nos levantamos llenos de entusiasmo, dispuestos a comenzar
una jornada diaria de actividades y emociones que había pasado a ser una rutina de años, la cual
partía desde sexo semanal al aire libre, a escalar una montaña antes del almuerzo. Todo eso lo
hacíamos con el fin de enaltecer el espíritu ya que nos sentíamos almas libres y queríamos hacerle
honor a ello.
Y sucede que todo iba de maravilla, en serio… o eso creí hasta que el azar del destino me jugó
una mala pasada. En sí, para ser precisa, tuve un mal cálculo con el cual no había manera de predecir
lo que sucedería; ese simple error provocó una serie desagradable de eventos que nos llevaron a un
desenlace devastador. Uno que resultó en mi viaje «al país sin descubrir del cual ningún viajero
vuelve», y convirtiéndome en este fantasma vagabundo que es transformado en pensamiento y
espectador cuando la indómita culpa del hombre que amo me revive día tras día.
Como ya podrás haber notado, mientras que observo a mi esposo caminar por el bosque viendo
todo a su alrededor, concentrado en su paisaje natural y la frescura del ambiente; soy la esposa
muerta de Adam contando su historia, la misma historia que estás leyendo justo ahora.
Lo que me lleva a preguntarte a ti, quien lees esto: ¿has escuchado el conjunto de palabras que
suena más o menos así: «descansa en paz»? ¿Sí? En ese caso ¿existo realmente si me encuentro en su
recuerdo mientras me revive la culpa, o, sólo soy un espectro, una figura literaria que sirve de
mediadora entre la deprimente vida de mi esposo y tú? ¿Descanso realmente en paz si no tengo un
lugar del cual «no» volver? ¿Acaso hay un lugar en dónde realmente pueda descansar, o es que en
realidad es un fútil vacío y justo ahora no estoy ni aquí ni allá? ¿soy un fantasma, un recuerdo o un
pensamiento recurrente?
La verdad es que yo, siendo lo que soy, no lo sé. Durante este tiempo he estado tanto del mismo
sola y/o mal acompañada que, ni siquiera si lo intento, hay forma de que pueda deshacerme de estas
ideas.
Pero sí hay algo de lo que estoy segura, y es de que daría mi vida de nuevo para poder volver a
acariciar a ese hombre, para decirle que lo amo, que incluso después de la muerte no hallo la paz sin
él.
La verdad es que quisiera que el paraíso fuese entre sus brazos, pero creo que estoy condenada al
infierno que significa no poder hallarme a su lado; un infierno que me obliga a estar sobre su cabeza
tan cerca, y ahora, luego de haber compartido tantos encuentros con él, estar al mismo tiempo tan
lejos de sus labios.
Me siento como una paralela destinada a estar suspendida sobre él, ahí como una tonta,
extendiéndome hasta el infinito cara a cara con mi amado sin que este lo sepa, consolada únicamente
por la esperanza de que un día llegaremos a nuestro punto de fuga para encontrarnos en el horizonte
como una línea dibujada en perspectiva; el problema es que no quiero que muera, ni que experimente
esto.
Esto que me ha hecho víctima del tormento de no poder desaparecer sólo porqué sí, ¡Ni la vida ni
la muerte son justas, por lo que veo! ¿No me crees? Pues heme aquí, obligada a atormentar a mi
amado, segura de que mi relativa presencia lo lleva a recordar que no estoy ahí, haciendo de mi
existencia un gran dolor en el trasero para ambos.
Pero eso es algo de lo que prefiero no seguir hablando. No mientras sigo viendo cómo Adam
contempla su entorno. Mientras yo me concentraba en nuestro pasado, él continúa caminando y
resguardando todo a su paso a la vez que velaba por el cuidado de cada criatura que veía. Desde que
lo conozco, he visto que ama la naturaleza, el ciclo de la vida y el concepto de un ecosistema
autosustentable que garantiza su propia supervivencia sin importar quien forma parte de él. Le
fascinan ese tipo de cosas.
Y la verdad es que me encanta verle tener algo en que pensar que no sea yo. Mientras hace sus
rondas matutinas (al medio día y la última antes de que se esconda el sol), Adam parece disfrutar
realmente de la vida como yo sé que él lo hace.
Sólo que es una interminable rutina. Otro día, otras veinticuatro horas más estando solo.
No soporto verlo así. Pasa de estar tranquilo a un absoluto e inexplicable silencio. No lo he
escuchado hablar en meses ni decir cosas que no sean expresiones o simple narraciones de lo que está
haciendo. No conversa con el vacío, consigo mismo, con nadie, ni siquiera con la idea de mi
presencia cuando cree que me tiene cerca.
Si no es porque me alojo constantemente en sus pensamientos, no podría saber siquiera qué está
pensando; pero no es más reconfortante que eso; tampoco piensa en algo en específico. Ha mantenido
tan callado su dolor que parece que lo ha asimilado como si fuera un miembro perdido, una cojera
que no lo deja caminar bien, pero a la que se ha acostumbrado hasta el punto de ignorarla por
completo.
Ya me estaba pareciendo agobiante el verlo estar en ese estado, imperturbable, tan atiborrado de
sentimientos y sin ganas de superarlos que, creo incluso, que tú también estás pensando lo mismo
¿cuándo comenzará a cambiar? ¿su historia tendrá algo que valga la pena saber?
Por fortuna, sí.
Al día siguiente, el 25 de mayo de 2017, Adam se había despertado como siempre lo ha estado
haciendo. Pasó de levantarse con el ánimo de trabajar (pero no de seguir vivo) a acicalarse
apropiadamente, a ponerse su uniforme reglamentario, a preparar un típico desayuno canadiense
lleno de proteínas y de proporciones gruesas dignas de un hombre de su tamaño y contextura, para
terminar con un café sin azúcar ni leche mientras contemplaba la belleza de la naturaleza por una de
las ventanas de su cabaña. Lavó y acomodó los trastes, hizo su cama, barrió el suelo disciplinada y
religiosamente porque le encantaba esa rutina tan estricta que le distraía y hacía sentir útil.
«Un hombre que no sabe cuidar su hogar no es un hombre digno de ser llamado por su nombre»
decía cada vez que me quejaba con él porque pasaba mucho tiempo limpiando la casa cuando
acababa de hacerlo el día anterior. No lo culpo, tener una cabaña en el medio del bosque hace de
cosas como la tierra e insectos molesto, el pan de cada día.
En fin, ese día estaba tan calmado como siempre. Se encontraba convencido de que todo lo que
haría sería igual a lo que llevaba haciendo desde entonces (sin contar las variables que involucraban
lo incierto de la naturaleza), por lo que salió de su cabaña a hacer su recorrido matutino.
Lo gracioso de todo esto es que Adam se había rendido a la búsqueda del amor incluso antes de
ponerlo en práctica. El estar casi todos los días evitando a las demás personas del pueblo, fuesen:
turistas, mujeres hermosas (que cuando estaba con vida me aseguraba de que no se le acercaran, y
ahora quisiera que dejaran el miedo y le hablasen), señoras, señores, niños… sus padres; no era de
mucha ayuda. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo; no hacía otra cosa, no hablaba con nadie.
Pero, mi testarudo y necio solitario, no pudo contra el destino.
2
A las diez de la mañana de ese mismo día, luego de patrullar como de costumbre, no tenía
motivos para creer que algo saldría mal y ¡es que no los habían! Todo iba de maravilla, pero no por
mucho tiempo. No estaba acostumbrado a encontrarse con algo fuera de lo normal luego de que no
hubiera sucedido nada interesante por horas.
—Ya van a ser las once dijo Adam, viendo al sol mientras se protegía los ojos un poco con la
mano.
Tenía reloj, pero aun así consideraba prudente medir la hora de esa forma. «¿Y si el reloj se daña?
Necesito saber medir el tiempo de otra forma si se presenta la ocasión». Siempre tenía una respuesta
para todo, en esos momentos en los que yo le interpelaba con una pregunta específica, buscando
entender sus motivos para hacer ese tipo de cosas.
Y mientras lo hacía, se acordó de mí. Se imaginó teniéndome al lado y preguntándole el porqué
de hacerlo así, cuando ambos sabíamos que tenía reloj.
—Porque no me quiero arriesgar a no saber hacerlo y morir respondió en voz alta, para luego
bajar la mirada con una sonrisa en el rostro supongo que sí es un poco extremo, pero necesario.
No lo dudo, mi vida; no lo dudo.
Se cuestionó si regresarse por el mismo camino por el que iba o si tomar una desviación hacía la
cabaña para ir un poco más rápido y patrullar una zona diferente. Luego de una fácil selección
infantil, decidió coger el camino corto.
—Tengo hambre, mejor me voy por aquí.
Encontraba entretenido decir sus pensamientos en voz alta; después de todo estaba solo, no había
nadie que lo pudiera escuchar y que juzgase su cordura. Comenzó su recorrido y, por lo pronto, todo
iba de maravilla. No había nada fuera de lo ordinario; ninguna huella en la tierra, ninguna rama mal
cortada o rota. No había ningún animal corriendo asustado ni aves volando con apremio de sus nidos
porque algo les llamó la atención.
Todo marchaba de maravilla, de tal forma, que Adam incluso bajó la guardia.
—Total, no está pasando nada del otro mundo se dijo.
En situaciones diferentes no se habría dado el lujo de hacer eso; tenía hambre, no quería pensar
en muchas cosas a la vez.
A parte de un recuerdo recurrente de su esposa comiendo, de la vida como era antes y una extraña
sensación de vacío en el pecho, por su mente sólo se podía ver en qué pensaba comer. Quería hacerse
un buen almuerzo que le dejara en una especie de coma digestivo, quería dormir; casualmente, ese
día, quería hacerlo porque ya había hecho patrulla en esa montaña tantas veces que estaba seguro
que, si se saltaba una, nadie se daría cuenta.
—Si consigo unos hongos comestibles, tal vez pueda… vaciló, llevándose la mano a la
cabeza pero si sólo pudiera recordar en donde Pensando en cómo agregarle algo delicioso a su
almuerzo, recordó de inmediato un lugar en donde había visto unos hongos que él sabía se podían
comer ¡Claro! Justo en frente del árbol ese…
Él se la pasaba subiendo las montañas día tras día, conocía ese lugar como la palma de su mano
así que no había forma de perderse. Se desvió un poco aprovechando que estaba cerca y comenzó a
subir. Mientras más lo hacía más tardaba en llegar a la cabaña, pero no le importaba, quería agregar
esos hongos a su almuerzo y nada le detendría.
Caminó y caminó convencido de que, incluso habiendo cambiado su propia rutina, queriendo
algo que no acostumbraba a buscar y tomando una desviación que no solía tomar, todo estaba bien, es
decir, no era como que se lo esperara.
Pudo haber caminado montaña abajo, en donde sabía que había más hongos y estaba más cerca
de su cabaña, tal vez se encontrase con algunas vallas, o un fruto con el que pudiera hacer un jugo; es
que incluso tenía un pequeño huerto de vegetales y especias que él mismo había sembrado para no
tener que hacer eso.
Claro, naturalmente no podía decirle que no lo hiciera, ni oponerme a ello, así que simplemente
lo seguí. Lo observé caminar mientras luchaba con la gravedad completamente dispuesto a hacerlo,
hasta que, cuando menos se lo esperaba, aun pensando en que algo ligeramente extraño podría
suceder, apareció ella, desafiando todo lo «medianamente fuera de rutina» que significaba hacer lo
que estaba haciendo.
—¿Qué demonios? dijo al escuchar un sutil grito ahogado.
Varias piedras comenzaron a rodar de arriba de la montaña, seguro de que algo podía estar
sucediendo. Era sencillo de identificar algo fuera de lo normal cuando se está acostumbrado a no ver
ese tipo de cosas. Lo que realmente le llamó la atención fue el hecho de que un grito ahogado antes
de que todo comenzara a colapsarse apareció de la nada.
—¿Qué está pasando? se preguntó, viendo hacia arriba tratando de encontrar la respuesta.
Se hizo a un lado en lo que vio que algo grande caía desde arría, podría ser un tronco, una piedra,
cualquier cosa.
Para su sorpresa, la cosa que estaba cayendo dio primero con una de las ramas de los árboles
cercanos al desfiladero que estaba más arriba, del que venían todas esas piedras y ese misterioso
tronco de color naranja escandaloso.
Toca una rama y esta se rompe. Pasa a la siguiente.
Se golpea también con esa y de igual forma se rompe.
Cae, poco a poco, siendo amortiguada por varias ramas ligeras que sólo amainan la velocidad de
su caída.
—¡Maldición! gritó mi esposo, apresurándose a hacer algo al respecto.
No sé si fue cuestión del destino, el azar o que esa mujer tenía demasiada suerte, porque, justo
antes de tocar el suelo, pudo suavizar un poco su caída sobre unos grandes arbustos que estaban al
pie de ese pobre árbol que acababa de detener su agresiva caída, el cual también estaba cerca de mi
esposo, quien contribuyó en detenerla de morir por el impacto (si es que el árbol no la había matado
ya).
Dio un salto en el aire para aterrizar lo más cerca del arbusto y poder sostener lo que podía de su
cuerpo. Por fortuna de la chica, logró cogerla a tiempo.
—Mierda, mierda, mierda repetía angustiado mientras sostenía el frágil cuerpo y la cabeza
ensangrentada de aquella mujer ¿Qué demonios acaba de pasar?
Miró hacía arriba para ver si algo más caía y también buscando el motivo por el cual ella estaba
cayendo. No se veía como una alpinista, ni tenía equipo para escalar. Estaba sudada, y no sabía si
todas las heridas que tenía eran de los golpes que se acababa de dar o a causa de algo más.
Pero la mujer no estaba inconsciente, no todavía. Cuando sintió los grandes brazos de mi esposo
sacándola de aquel arbusto (o tal vez escuchó su voz), el tracto de sus manos mientras que revisaba
que no tuviese el cuello roto o algún golpe grave en la cabeza, ella intentó abrir los ojos.
Al no poder (no sé por qué, se veía como que le dolía hacerlo), comenzó a gritar.
—Suéltame susurró agotada …suéltame… sus palabras, a pesar de que las decía con un
tono tan bajo de voz, lento y pausado, daban la impresión de estar llenas de angustia No, no
quiero morir. No.
Se escuchaba como una persona hablando en un sueño. Adam, definitivamente no sabía qué
pensar al respecto, mucho menos yo.
—Tranquila, tranquila le susurró mi esposo todo va a estar bien. Descuida.
Confundido y preocupado por la vida de esa completa extraña, Adam evaluó la situación.
—Rayos, rayos, rayos miraba a su alrededor de manera intuitiva, como haría cualquiera que
está ante un herido y busca ayuda en quien esté cerca, pero en aquella montaña no había nadie cerca.
No quería soltarla porque cabía la posibilidad de que si hacía un movimiento brusco la mataría,
también. No sabía con exactitud qué hacer aparte de lo que yo le había enseñado. Los primeros
auxilios eran lo mío, era yo quien lo mantenía vivo, así que el que estuviera en una situación de apuro
le recordaba, subconscientemente, el accidente que acabó con mi vida.
—¿Qué hago? ¿Qué hago? comenzó a alterarse ¿Qué haría Nadia?
Entrando en crisis, me hizo sentirme devastada. Quería poder decirle lo que debía hacer, que tenía
que pensar rápido antes de que algo se complicara un poco más de lo que ya estaba complicándose.
Estar herido en el medio del bosque no es muy bueno que digamos.
Quería que se calmara.
—Tomarle el pulso dijo de repente, recordando lo básico.
Exactamente, hay que tomarle el pulso para saber si aún sigue consiente o si su ritmo cardiaco es
bajo.
¡No! No intentes eso grité, olvidando que no podía escucharme y es que lo vi tratar de
acercar su oreja al corazón de la chica herida. Ya era bastante difícil entender que el mantenerla en
sus brazos con partes del cuerpo como el cuello en la posición en que lo tenía, no era muy prudente;
ahora, tratar de acercar su pecho a su oreja, viéndose en la obligación de levantarla y moverla,
resultaría en un problema mayor.
No sabíamos qué tenía, no podíamos arriesgarnos.
—No… dijo, como si me hubiera escuchado.
Afortunadamente desistió en su plan y pasó a medirle el pulso con el dedo medio de la mano.
Tenía que medir los segundos, e intentó recordar en donde tenía el reloj, hasta que se dio cuenta
del problema que traía en manos. lo tenía en el brazo derecho y era con el que sostenía el peso de la
chica.
—Si Nadia estuviera aquí… dijo, porque sabía lo que le iba a decir.
Y es que siempre le decía que el reloj iba en la muñeca izquierda, y que no entendía por qué
simplemente no se lo cambiaba, a lo que se defendía con que su padre era zurdo y por ello se
acostumbró a usarlo de ese lado.
Sin una solución a la mano, no tardó mucho en pensar al respecto porque no tenía tiempo que
perder.
—Ciento diez, ciento once, ciento doce, ciento trece… comenzó a contar, tratando de simular
los segundos de manera precisa.
Luego de determinar que tenía el pulso lento porque no pudo contar cuantos latidos tenía porque,
seamos honestos, no había forma de hacerlo, así que no sabía con exactitud qué tan bajo lo tenía.
—Digamos que está grave se dijo eso es malo, si eso es malo, debo actuar rápido.
Fue sensato.
—Veamos, veamos ¿qué haría Nadia? preguntó de nuevo ¡Demonios! ¿Qué haría?
Primero me calmaría.
De manera inmediata, tomó un gran respiro y trato de calmarse. Cerro los ojos y una imagen
desagradable apareció ante él; trató de ignorarla, no quería pensar en eso ese momento.
—Primero me calmaría.
Adam había acertado a la primera… supongo que esta vez lo hizo de ese modo porque no estaba
yo de por medio.
—Veamos, ¿qué más? ¿qué más? Tiene pulso, ya sabemos que tiene pulso sondeó haciendo un
sonido de chasqueo con la lengua, tratando de encontrar la respuesta en su cabeza ¿qué era lo
otro?
D, lo que buscas es la «D»
—Peligro acertó de nuevo busquemos qué tiene.
Le había explicado el método DRABC (Danger, Response, Airway, Breathing, Circulation;
Peligro, Respuesta, Vía respiratoria, Respiración, Circulación), algo muy sencillo que consistía en
seguir las reglas adecuadas para acercarse a un herido y garantizar que sobreviviera antes de ir a un
hospital. En este caso, no creo que hubiera forma lógica de llevarla rápido a un centro de
emergencias, así que, por cómo iba hasta ahora, estaba bien.
Comenzó a mirar y a tocar su cuerpo delicadamente con la mano que tenía libre para evaluar si
había algún peligro.
—No veo nada fuera de lo normal dijo no sé si es grave ¿cómo se supone que sepa si hay
algo grave? parecía frustrado.
De nuevo, buscó la calma respirando profundo con los ojos cerrados.
—Vale, vale, tranquilo empezó de nuevo Peligro. la miró otra vez No hay peligro
alguno, por lo pronto parece estar relativamente bien. Ahora, lo otro: respuesta.
Adam pensó en lo ridículo que era eso, ya había dejado de responder, por lo que sabíamos, las
últimas palabras que había dicho podrían ser las ultimas. Pero, eso era incierto.
—Bueno, respondió hace rato. Creo que está bien. Pero… pensó Ey, tú ¿Estás bien? ¿Me
escuchas? ¿Estás ahí?
Esperó unos segundos, trató de soplarle el rostro a ver si eso le hacía reaccionar ya que no podía
pegarle en la cara.
—No, no responde. Está inconsciente hizo un mohín con la cara; no había más nada que hacer
con esa parte del método ahora… ¡Rayos! la garganta.
Trató de acomodarle la cabeza un poco porque no sabía si podría tener una lesión en el cuello,
pero hizo lo que pudo para tratar de evitar que la lengua bloqueara sus vías respiratorias.
—Okey, creo que así está bien apoyó la cabeza de la mujer en su hombro. Está respirando
así que puedo saltarme esa parte ya había recordado los pasos ahora sólo falta la circulación
dijo. Bajó la mirada y sondeó su cuerpo con ella buscando alguna señal de que estaba sangrando
sin parar no hay nada grave.
Al notar que no estaba del todo grave, pasó a su estado de calma habitual. Era extraño verlo
hablar, de cierta forma, con otra persona. Luego de mi muerte, me había comenzado a parecer raro
hacerlo, así que sentía que, por muy confusamente raro que pudiese ser esa situación, era otro gran
paso en su camino a la recuperación; estaba interactuando con otro ser humano, ¿quién sabe? Podría
ser que incluso conviviera con ella.
Habiendo pasado la parte molesta de saber si estaba en peligro o no, Adam decide que es hora de
llevarla a la cabaña.
—Vamos se levantó ahora iremos a un lugar seguro, chica extraterrestre.
Luego de entrar a la cabaña de una patada a la puerta, comenzó su búsqueda del botiquín de
primeros auxilios para comenzar a atenderla de una forma un poco más apropiada, por así decirlo.
—¿En dónde está el collarín? preguntó, nervioso, con la chica todavía en sus brazos.
Aunque Adam sabía lo arriesgado que era moverla sin saber con exactitud lo que tenía, qué le
dolía porque no estaba en condiciones para hablar o si hacía alguna herida interna lo suficientemente
grave como para determinar que todo lo que hizo era más imprudente de lo que parecía, también
sabía que, si la dejaba ahí en el medio de la montaña, terminaría muerta o algo por el estilo.
Por lo tanto, arriesgando a perderla en el camino, se dispuso a llevarla. Mientras buscaba el
collarín, yo evaluaba las posibles causas de una complicación, de una muerte inesperada o de su
recuperación. No sabíamos nada de ella: cuantos años tenía, cómo se llamaba, de donde era, qué
hacía en esa montaña y por qué estaba vestida de un naranja tan llamativo.
Estábamos inseguros con respecto a la procedencia de aquella mujer, de cierta forma; Adam
estaba más concentrado en encontrar el botiquín de primeros auxilios que en averiguar de dónde
venía aquella chica, pero yo no. Mientras que él se distraía con lo suyo, me quedé viéndole fijamente.
—Todo va a estar bien dijo Adam, hablándose a sí mismo, tratando de calmarse todo va a
estar bien. Pronto va despertar y luego la llevaremos a un hospital.
Luego de haber ubicado todo lo que debía, depositó a la chica sobre su cama y corrió a coger lo
que había estado buscando. El botiquín, el collarín, y un vaso de agua por si acaso despertaba.
Acostada adecuadamente, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás para que pudiera
respirar, le colocó el collarín por protocolo, esperando que no tuviera ninguna lesión en el cuello
porque eso se escapaba de sus manos.
—Veamos tocaba sutilmente su cuerpo con ambas manos buscando alguna inflamación o un
corte profundo.
Tenía sangre en el rostro y en varias partes del cuerpo. En ese punto, sólo sospechaba en heridas
superficiales, en cortadas hechas por las ramas y las piedras mientras caía. Pero, hasta donde
sabíamos, nadie caía de la nada, no había motivos para que las personas salieran de aquella montaña,
así como así.
Adam continuó limpiándole las heridas. Le levantó la ropa sin romperla porque no tenía nada con
qué sustituirla, sondeando la zona. Le limpió la sangre que tenía con cuidado para no lastimarla,
evitando hacer algo que pudiera despertarla asustada.
Recordó que cuando la cogió estaba pidiendo que no le hicieran daño, que no quería morir.
—¿Qué habrás querido decir con eso? Aparte de lo obvio.
Hablaba con la chica como si estuviese consiente. Parecía que había perdido la habilidad para
comunicarse con otros, que no entendía que el estado en el que se encontraba no había manera que le
escuchara, pero eso no fue un problema para él.
Estaba de rodillas al suelo, atendiendo a la mujer que se encontraba en su cama.
—Cuando despiertes, intentaremos llamar a algún familiar para que nos ayude a llevarte al
hospital pensó en que de hacerlo, alguien más iría a su cabaña; su pequeño santuario era privado,
se reservaba el derecho de admisión oh no, mejor esperaremos a que puedas caminar y te
acompaño al pie de la montaña, ahí podrán buscarte.
Limpiaba su abdomen, su frente, sus brazos. Intentó levantarle por encima del sujetador, pero
prefirió dejar tapada esa parte, al igual que su entrepierna. El pantalón que llevaba puesto estaba
hecho un desastre: desgarrado, sucio por la tierra y manchado con su sangre.
—Creo que no te gustaría despertar sabiendo que te quitaron el pantalón se levantó y la
contemplo para evaluar sus opciones no creo que suceda como en las películas, que se despierta
con otra ropa y sigue sin problemas. Probablemente piense que la viole o algo.
Se imaginó un puñado de demandas por acoso sexual de una mujer a la que sólo intentaba salvar.
—Sí, no me gustaría ser demandado se acercó a ella y tapó su abdomen desnudo mejor lo
dejamos así.
Se había dado por vencido antes de siquiera intentarlo. Tenía pensado en dejarla ahí y buscar un
termómetro para tomarle la temperatura.
—Pero se detuvo antes de salir de la habitación Tal vez si le rompo un poco más en donde
están las heridas se regresó puede que no se dé cuenta que fui yo. Si pregunta, sólo le diré que
le limpié como pude.
Realizado como si hubiera tenido la mejor idea del mundo, comenzó a poner en práctica su plan.
Yo no veía que hubiera nada grave con ella, tal vez cuando se despertara tendría una contusión,
pero nada de qué preocuparse, de todos modos, no había manera de que pudiera hacer un diagnóstico
completo sin que ella estuviera consiente, en esa cabaña y sin tocarla. Mi trabajo había acabado el día
que no pude ayudar a mi esposo a que me ayudase.
Viéndola acostada en su cama, indefensa, con el collarín en el cuello y el rostro sutilmente
cubierto de cortadas, no pudo evitar pensar en el accidente. Trató de resistirse de hacerlo, ya le era
difícil tener que vivir con la culpa de mi muerte todos los días como para agregar otra a la ecuación.
En lo más interno de su ser pensó en que tenía que salvarla, en que debía hacer lo posible para que
sobreviviera, de lo contrario, no podría consigo mismo.
En ese punto, no logré comprender qué era más frustrante, si saber que mi esposo se flagelaba por
algo en lo que no tuvo nada que ver, o que pudiera sentirse aún peor por culpa de esta completa
extraña.
—¿Por qué simplemente no llamas por ayuda? se preguntó Adam. Miró su móvil en la mesa
de noche al lado de su cama, considerando la posibilidad.
No quería entrometerse en ese asunto, pensar en qué tenía que hacer algo como si fuera su
obligación.
—No tengo por qué estar haciendo esto dijo, a pesar de seguir limpiándole las heridas a
aquella chica seguro ni siquiera me lo agradezca suspiró a contrariedad, inquieto por no poder
decidirse en qué hacer, e infeliz por no poner en marcha cualquier cosa ¿y si se muere? Sería mi
culpa por haber estado con ella, porque no hay más nadie en esta montaña más que yo. ¿Entonces?
La chica continuaba respirando débilmente y a pesar de que tenía poco interés por su salud, me
mantuvo en suspenso su condición. Haber caído de aquella altura (una que de por sí era
desconocida), debió haberla matado al instante e, incluso de que hubiese una remota posibilidad de
que no la matara, ¡las lesiones mortales que de ella resultarían deberían matarla! De una u otra forma
la muerte era inminente, yo sé de eso. Sin embargo, seguía respirando débilmente (aunque no era una
señal del todo buena).
Y ahí estábamos los personajes principales de esta historia: quien actúa, quien no está consciente
y quien sólo observa. Primero, un guardabosque viudo que decidió recluirse en la montaña en la que
trabaja a causa de la depresión; segundo, una chica herida que apareció sin explicación de la cual no
se sabía mucho más que lo obvio; y tercero, yo, una entidad singular que ignora su propósito en esta
vida (¿puedo decirle así?) hasta este capítulo.
Estábamos interpretando nuestros papeles. Adam quería salvar, en contra todo pronóstico, a esa
mujer, supongo que ella no quería morir, un deseo lo suficientemente racional para mí, así que podría
decir que estaba luchando por su vida; y yo, invitada a esta fiesta para servir de mal tercio.
Pero antes de que continuemos, quiero que recuerdes este punto, el punto en el que sólo se trataba
sobre un hombre solitario y deprimido que rescataba a una chica luego de un extraño accidente,
porque una vez pases esta página,
3
Quería suponer que todo era más grande que yo, que definitivamente debía haber algo que
explicara mi posición en esta ecuación, que Adam debía superar sus demonios y verme en cualquier
momento porqué no sólo quería que sucediera ¡tenía que suceder! O sino, ¿por qué estoy aquí? ¿por
qué está esa chica aquí? Es algo que me mantuvo pensando por varios segundos, por lo menos los
que logro identificar con mi absurda medida de tiempo.
Pero basta de hablar de mí.
Adam dejó que la mujer descansara, no quiso tocarla más porque no sabía mucho al respecto. Fue
lo más sensato. De ese modo, con la idea en mente de que debía cuidarla, cogió una silla del comedor
y la llevó hasta su habitación para sentarse en frente de la cama y esperar a que despertara.
Pensó en la forma menos tenebrosa en la que podría sentarse a esperar. Miró a la esquina y
supuso que ver a un hombre enorme viéndote, o durmiendo, en una esquina de la habitación (y se
imaginó que sucedería de noche, con los pocos rayos de luz tenue que lograsen atravesar los
frondosos árboles de afuera) sería algo que te asustaría hasta los huesos, así que descartó esa
posibilidad.
Tal vez podría sentarse a un lado de la cama, no de frente sino lateral a ella, viendo hacía la
misma dirección que ven sus pies, evitando el contacto visual en el momento justo en que se
despierte, así no sería lo primero que viese al abrir los ojos.
No se asustaría, no gritaría de terror. Duda que logre levantarse dado el estado de su cuerpo, sabe
que el dolor la va a detener, pero prefiere evitar cualquier problema antes de explicarle que sólo
estaba pasando cuando la encontró. Por fortuna, tal vez le crea a la primera.
O, también podría simplemente esperar afuera pensó, viendo hacía la sala , la cabaña no era
a prueba de sonido; dentro de ella todo lo que se hiciera o dijese, atravesaría las paredes sin ningún
problema. En el caso que se despertara, podría saberlo casi de inmediato, tal vez unos segundos
después para darle tiempo de calmarse, tal vez si lo hacía de ese modo, podría evaluar la situación y
saber que está a salvo.
—O puede que no susurró puede que se despierte y piense que la han secuestrado y la
tienen atada, pues como no se puede mover… comenzó a evaluar los posibles problemas.
Si era así, cuando lo viese entrar a la habitación probablemente se asustaría.
—¿Sabes qué? colocó la silla al lado de la cama, a unos cuantos metros, lo suficiente como
para decir que no estaba invadiendo su espacio personal pero también para asegurar que estuviera
viva todo ese tiempo me voy a quedar aquí y voy a esperar. No importa. Si intenta hacer algo, le
explico la situación.
Miró alrededor de la habitación buscando armas o algo que pudieran usar en su contra hasta
quedar satisfecho de que, en el caso de que todo se tornara un poco agresivo, no sufriera ningún
daño.
Adam pensaba todo, hasta el más mínimo detalle, porque no tenía mucho con lo qué mantener su
mente distraída. En ese lugar no había televisiones, no quería usar ninguno de esos modernos
aparatos que te proveen de Internet inalámbrica; a penas y disfrutaba de agua caliente porque no
soportaba la idea de tener que vivir con frío todos los días. Estaba solo en ese lugar de muchas
maneras, pero ahora, con esa chica acostada a su lado, se podría decir que era una especie de avance:
ya no había tanto silencio.
—Estás roncando, supongo que eso es bueno la miró, queriendo poder saber a qué se
enfrentaba, imaginándose una escena en la que no estuviese así, en que todo fuera mejor espero
estés bien le dijo, apartando su mirada y acomodándose para tratar de quedarse dormido, ya que
después de todo eso era lo que tenía pensado hacer.
Para él, mientras dormía, pasaron unos pocos minutos desde que pudo conciliar el sueño y
acomodarse, hasta que se despertó. En tiempo real habían pasado unas tres horas, para mí, parecía
una eternidad y para la chica, segundos desde que cayó de esa montaña.
Durante ese tiempo, estudié la situación de la mejor forma posible. Mis años en vida me ayudaron
a tener la experiencia necesaria para evaluar las cosas de manera precisa; la mujer no parecía de por
ahí. La forma en que se vestía, aunque no era normal por los alrededores, tenía combinaciones de
cosas que no había visto jamás; tomando en cuenta que poco fue lo que salimos de ese pueblo.
A las horas Adam se despierta.
—Sigues dormida le dijo al cuerpo inmóvil de la chica me pregunto cuando despertarás.
Una intensa sensación de hambre logra invadir sus pensamientos. Se llevó las manos al abdomen
luego de sentir el punzante dolor que le pedía a grito que comiese, acompañado de un sonido
característico de su estómago.
—Rayos exclamó en un susurro.
Miró a la chica para ver si seguiría despierta en los siguientes minutos u horas y así poder
prepararse lo que tenía pensado en el almuerzo.
—Son las cuatro dijo levantando el reloj.
De nuevo puso su mirada en la chica, pensando en qué podría darle si por casualidad se
despertaba con hambre. Se giró para medir la distancia entre la cocina y su habitación, inclinándose
un poco hacía el frente sin levantarse de la silla para evaluar los pasos que daría, lo lejos que estaría
de ella si se decidía a prepararse el almuerzo y si podría mantenerle un ojo encima si lo hacía.
—¿Qué quieres que haga? le preguntó a la chica inconsciente si tengo hambre no puedo
cuidarte de manera adecuada.
Suspiró inseguro.
—Pero si me levanto a cocinar podría no estar aquí cuando despiertes, o podrías necesitar algo y
yo no estaría aquí vaciló. Una arcada de dolor le interrumpió la idea, obligándolo a pensar en lo
que realmente era esencial.
Suspiró resignado. Bajó su mirada, aceptando de una vez que ella no lo estaba escuchando y, de
hacerlo, estaba seguro que no sentiría empatía por él. Aunque de todos modos no consideraba
probable que lo hiciera.
—Olvídalo Adam, levántate de una vez se dijo; acto seguido, siguió su propio consejo.
Cualquiera podría decir que Adam estaba sumido en su propia soledad hasta el punto de conciliar
un amigo en él mismo. No estaba de acuerdo con ese tipo de comportamiento, no antes de morir;
antes de morir no veía ningún problema en él hablando solo porque, según había escuchado toda mi
vida, los genios, las personas interesantes, los que sabían mantener una conversación… todos ellos
hablaban solos y para mí, Adam era todo eso.
No fue problema sino hasta que lo observé durante meses en su auténtica soledad, que entendí
que podría llegar a ser un poco ¿Cómo le digo? No me preocupaba, no en el sentido estricto de la
palabra, ni tampoco me daba miedo, o me perturbaba; era más como que sentía lastima por él, por lo
que tenía que atravesar. Ciertamente no podía hacer nada, pero deseaba fervientemente que
consiguiese a alguien con quien hablar.
Se levantó de su silla, en un extraño silencio y caminó hasta la cocina. En vez de preparar su
«almuerzo» del lado en donde lo solía hacer, prefirió hacerlo de espaldas a la sala, en cuya posición
podría tener una mejor vista del interior de su habitación si se apartaba un poco hacia atrás. Comenzó
con lo suyo, esperando durante los primeros treinta minutos, que ella se despertara.
—¿Qué le diré si se despierta?…
Algo que hay que entender de Adam es que él conversaba consigo mismo como si lo hiciera con
otras personas. Cuando se preguntaba algo, a pesar de saber la respuesta (cosa que hacía para ver si
en medio de la pregunta podría concluir en algo diferente a lo que llevaba previamente pensando), en
un intento de retroalimentación de ideas, se respondía.
—Evidentemente la verdad: hola, mi nombre es Adam, soy un guardabosques pensó en algo;
luego bajó su mirada oh sí, tengo que tener mi uniforme de manera adecuada detuvo su
preparación, se acomodó la camisa y retomó lo suyo bueno; mi nombre es Adam, soy un
guardabosques sacudió los hombros un poco mostrando el uniforme, ensayando también los
movimientos que haría . Te encontré en el medio del bosque mientras caías de la montaña y te
traje hasta mi cabaña para ayudarte. Esperaba que te despertases para poder llevarte hasta el hospital
del pueblo porque no quería que te complicases en el camino al pie de la montaña porque es un largo
camino al pueblo y, pues, por eso estás aquí.
Se imaginó a la chica levantándose con apremio deseando salir corriendo del lugar.
—Tranquila, no soy un secuestrador detuvo sus manos, reconsiderando lo dicho no, no
puedo decirle eso. No es lo que alguien quisiera escuchar vaciló todo está bien, estás a salvo;
mejor asintió, satisfecho, con la cabeza.
Adam continuó con su ensayo de los hechos mientras preparaba su almuerzo, en parte
decepcionado por no poder comerlo con los hongos que tenía en mente, pero seguro de que no era
importante porque, hasta donde sabía, había salvado una vida y eso era lo que importaba.
Cogió la pasta porque era lo que más rápido tenía para cocinar y la colocó en la olla con agua
hirviendo. Preparó los vegetales (pimientos, cebolla, un poco de zucchini, ajo y un poco de
alcachofa) que había recogido de su huerto junto a unas cuantas rebanadas de salchichas de cochino
que había quedado del desayuno sin cocer; las salteó en un sartén con aceite de oliva, pimienta y sal
en el que luego pasaría la pasta.
A Adam le gustaba su comida tan grande como el plato y, si podía servirlo, se lo iba a comer.
—Un poco para mí, un poco para ella. Estaba contando las porciones ¿Qué tanta sal le
gusta comer? pensó, al recordar que ya había puesto sal en la pasta ¿Será que le gusta la pasta?
dijo viendo la pasta ya en la olla, no queriendo que significara un problema ¿Será vegetariana?
se cuestionó luego de cortar la salchicha que había sacado de la nevera.
No sabía qué pensar. ¡Yo no sabía que pensar al respecto, tampoco! El verlo hacer eso significaba
que mi esposo estaba atento a su apariencia, a la opinión que podía tener una completa extraña, en el
hecho de que no tenía motivos reales para cuidarla más que un civismo y un sentido de la moral tan
grande como su cuerpo; Adam estaba siendo una persona normal que quería dar una buena impresión
y yo, entre un despliegue de buenas intenciones y demás, no sabía qué pensar ¿qué significaría eso?
Luego de comer, de separar en un plato lo que pensaba darle a la chica (luego de cuestionarse
cuanto acostumbraba ella en comer y después de decidirse que le guardaría un poco menos de lo que
él acostumbra), se sentó de nuevo en la silla que estaba al lado de la cama a esperar. No tenía sueño
porque había dormido un poco, pero eso no era un problema para él.
Habiéndose sentado ya, se acomodó, estuvo un rato pensando y luego se quedó dormido de
nuevo. En lo que quedaba de la tarde y durante la noche, se despertaba esporádicamente para evaluar
la situación, ver si la chica se despertaba o si mostraba señales de complicaciones o mejoría. No sabía
nada de eso, ni qué concluir de sus respuestas ni nada por el estilo, pero Adam hacía su mejor intento
para ayudarla y eso era lo que importaba.
Mientras los dos estaban inmóviles, sin hablar, sin moverse y presuntamente dormidos, yo estuve
ahí despierta evaluándolo todo. No sabía qué hacer porqué, yo, no podía hacer nada, aunque sí me
quedé viéndola. Era difícil hacerme con un diagnostico medico sin tocarle, sin hacerle las pruebas
adecuadas ni ver su respuesta, así que, hiciera lo que hiciese, sería infructífero para ella, para él y
para mí.
Hasta donde sabía, obviando el hecho que había caído de la nada desde algún lugar de la
montaña, sólo había recibido unos severos golpes que debieron haberla matado en el proceso, había
balbuceados algunas palabras extrañas antes de quedar inconsciente y que ya llevaba en ese estado
unas cinco o seis horas.
Hasta los momentos, su estado no reflejaba nada grave: respiraba de manera normal, no mostraba
ninguna lesión grave a simple vista y sus parpados, mientras dormía, reaccionaban cómo deberían
reaccionar en una persona durmiendo ¿qué eso no era una evaluación propia de una doctora?
Evidentemente, pero estoy muerta, en un estado en el que mi mera existencia está sobre tela de juicio
y no puedo tocarla; era lo mejor que podía hacer.
Adam estaba alerta a cualquier sonido, abriendo los ojos de vez en cuando para asegurarse que
todo estaba bien. La chica no hacía ningún movimiento completamente brusco, lo que le causaba
cierto terror a mi esposo que, a pesar de no saber si eso era bueno o malo, le preocupaba que
significara que estaba muerta. Le colocaba la mano en la frente para medirle la temperatura e incluso
llegó a colocarle el dedo entre los labios y la nariz para ver si estaba respirando.
En sí, todo lo que hacía era repetitivo, tanto así que llegué a aburrirme de verlo sentado no más,
privándome de hacer lo mismo de siempre cuando lo veo dormir porque no quería perder de vista a
esa chica.
Y, así estuve hasta que se despertó.
4
En el momento en que escucha algo, Adam se despierta; no es el único en hacerlo.
Primero es un quejido, un suspiro acompañado de un ruido grueso ahogado por los labios
cerrados. Adam sabe que eso no lo hizo él, además, estuvo toda la noche alerta, así que sabía de
dónde provenía.
Se acomodó en la silla, pasándose las manos por el rostro con el fin de que no se notara que
estaba durmiendo.
La chica abrió lentamente los ojos ignorando en donde estaba. Al mismo tiempo, Adam acomodó
su silla en silencio para poder quedar de frente a ella, justo al lateral de la cama, como un niño
ansioso para abrir un regalo. Borró la sonrisa de alegría de su rostro porque no quería parecer más
aterrador de lo que la situación parecía serlo ya.
De repente, se queja de dolor luego de moverse al ser frustrada por las lesiones en su cuerpo.
Acto seguido, intenta mover su cuello, pero el collarín no la deja, lo que le alarma aún más.
—¿ah? masculló alarmada. Supuse que era una especie de «qué» aunque lo que realmente
escuchamos fue un muido en tono de pregunta.
Abrió sus ojos. Adam la miró en silencio, como si hubiera presenciado algo inquietante,
sorprendido por lo que había visto. Esa mirada me hizo preocupar casi de inmediato.
—¿Qué sucede? ¿Dónde estoy? eso fue lo que dijo, aunque nosotros no la escuchamos
claramente.
No gritó, sólo parecía estar hablando consigo misma. Pienso que fue lista, si alguien te atrapa, es
inteligente suponer que no hay modo de salir de esa gritando.
Buscó a mover sus manos y al ver que podía las llevó a su cuello, palpando el collarín en un
intento desesperado por saber qué era. Supuse, por la expresión de su rostro, que no lo identificó.
Adam seguía ahí, en silencio, presenciando la escena. Al ver que la chica parecía cada vez más
alarmada, se apartó un poco para que no se diera cuenta luego de un movimiento brusco, que él
estaba ahí; no quería asustarla.
La chica intentó levantarse, supongo que creía que estaba atada. Logró levantar el torso, pero se
mareó, supuse que fue debido a las lesiones, el dolor, el hecho de que intentó levantarse rápidamente.
No quería darle un nombre a lo que tenía porque todos esos eran síntomas de muchas enfermedades.
—Mierda vociferó, hablaba con fluidez, lo único que pude notar es que no lo hacía en el
mismo idioma que nosotros, nada comparado con los que acostumbrábamos escuchar ¿qué me
sucedió? ¡Demonios! hablaba en voz baja, se llevó las manos hacía sus orejas, tal vez le dolía; no
puedo decirlo con seguridad.
Ignoraba que no estaba sola.
—¿Qué es eso que suena? dijo de nuevo; obviamente no le entendí.
El que no estuviese hablando en ingles me hacía difícil saber qué tenía. Si tan sólo pudiese
hablarle…
Mi esposo intentó hablar, aclarar su garganta, hacer un ruido o lo que fuera para hacer notar su
presencia, aunque no lo hizo porqué sintió que podría ser un problema, así que se mantuvo en
silencio observando sin ser visto.
—¿Qué rayos? la chica se veía confundida, inquieta ¿Por qué tengo esto en el cuello?
Adam sabía que estaba haciéndose preguntas, sonaba así, pero no tenía idea de lo que ella estaba
diciendo, así que evitó hacerlo. Esperaba que ella se diera cuenta por sí misma que no estaba sola.
Aunque pensó que eso podría ser una mala idea ¿Y si se asustaba y eso la hacía saltar de la cama y
caerse? Ya se había dado cuenta que no hablaban el mismo idioma, eso la asustaría aún más.
Seguro se trataba de una turista que había estado intentando escalar aquella montaña y se cayó,
pero «no tenía nada que indicara eso», pensó Adam.
En ese momento, ella hizo un esfuerzo por levantarse, logrando únicamente erguir la espalda (con
mucho dolor) y sentarse en la cama. Al lograrlo, miró a su alrededor, un poco tambaleante, hasta
percatarse de la presencia de mi esposo, lo que desató los eventos que Adam se esperaba.
La chica dio un grito reprimido por el dolor y trató de alejarse.
—No, no, tranquila, estás a salvo fue lo primero que pudo decir no pasa nada, estás a
salvo.
De a momento pensé que no le iba a entender porque, claramente, no hablaban el mismo idioma.
Ella se notaba perdida, movió la cabeza, parecía que estaba reproduciendo las palabras de mi esposo
una y otra vez para saber qué decir.
Esa confusión me decía que en serio algo le sucedía, pero por lo pronto, podría ser cualquier cosa.
—¿Dónde estoy? preguntó la chica en un casi perfecto inglés ¿Quién eres tú?
—Me llamo Adam, soy guardabosques hizo el movimiento con los hombros para llamar la
atención a su uniforme como lo había ensayado estaba haciendo mi patrulla matutina cuando de
repente caes de la montaña. Te cogí antes de caer al suelo y luego te traje a mi cabaña.
—No, en dónde estoy repitió la chica, realmente interesada en la respuesta No hablas
español, así que no estoy en España. Sus palabras se entrecortaban, dando la impresión de que le
costaba hablar.
—Estás en Canadá.
—Canadá repitió para sí misma como si estuviera recreando una serie de eventos eso lo
explica todo diciendo lo último en su idioma.
—¿Qué sucede? Adam sintió de repente que los papales se habían invertido; ahora era él
quien estaba confundido.
—Nada aseveró no es nada intentó sacudir la cabeza pero se detuvo; al parecer estaba
muy mareada.
La chica miró a su alrededor, evaluando el lugar, apoyándose de la cama como si la habitación
estuviera moviéndose y con la confusión plasmada en el rostro.
—¿En qué parte de Canadá estoy?
—En un pequeño pueblo. No muy poblado. Estás a salvo.
—Lo dudo dijo con soberbia no creo que esté a salvo en ninguna parte del mundo.
Adam estaba cada vez más confundido. Por mi parte, veía que la chica estaba muy tranquila para
estar lastimada en una cabaña en Canadá (porque, por lo que dijo, no sabía siquiera que estaba aquí).
Su forma de hablar era tan natural y sencilla que no le hallaba sentido.
—¿Qué fue lo que dijiste? preguntó.
—¿Qué? se giró con cuidado en dirección a mi esposo ¿Qué cosa?
—Que: ¿Qué fue lo que dijiste hace rato?
—¿Cuándo?
—Ahorita, lo que acabas de decir luego de que me preguntaste en donde estábamos.
—Ah entendió que eso lo explica todo respondió, dando la impresión de que no
significaba nada.
—¿Qué explica? ¿Por qué lo dices?
—Eso explica el frío que hacía a veces.
—¿Cuándo? ¿Tienes mucho tiempo aquí?
La chica ignoró sus palabras y, después de dar de nuevo un vistazo a la habitación, habló:
—Tienes una cabaña bastante grande aseveró sorprendida, entrecerrando los ojos, tratando de
ver mejor; la luz parecía molestarle.
Tanto a Adam como a mí nos pareció extraño su afirmación. Por lo menos esa habitación no tenía
más de dos metros cuadrados, que le dijera grande era un poco desconcertante.
—¿Grande? inquirió Adam, como si se tratara de una broma No es tan grande, es normal.
—¿Normal? No seas modesto, es bastante grande. dijo mirando a Adam ¿por qué estás tan
lejos?
Adam la miró confundido, intentando procesar sus palabras y encontrarle sentido. ¿Lejos?
¿Grande?, ¿Qué quería decir todo eso? La chica parecía normal, desde afuera, entonces ¿Por qué
estaba diciendo todo eso como si viera las cosas de forma diferente? ¿Acaso las españolas son todas
así?, pensó él.
—¿Lejos? Pero si estoy aquí mismo señaló la distancia entre su cama y la silla sin ver el por
qué decía eso estoy prácticamente invadiendo tu espacio personal. Lo estaba viendo como una
broma, sin entender realmente lo que sucedía.
La chica comienza alarmarse, mirando a su alrededor sin entender lo que está sucediendo.
Levantó sus manos para verlas y las miraba extrañada, como si esas no fueran sus manos. Las giró,
las alejó cuanto pudo y luego las acercó a su rostro para intentar tocárselo, buscando sus ojos en un
intento de saber si estaban ahí. Al ver la expresión que tenía, se podía entender que estaba realmente
asustada.
—¿Qué me sucede? preguntó con miedo.
Adam se alarmó también, aún sin saber de qué estaba hablando.
La chica bajó los pies de la cama queriendo salir corriendo, pero, en lo que se levanta, parece
perder el equilibrio. Adam lo nota y se acerca a ella rápidamente para sostenerla del brazo con
cuidado.
—Ey, tranquila dijo ¿Estás bien?
—No, no estoy bien. ¿Qué me pasó? Exclamaba cada vez más confundida.
—Te caíste de la montaña repitió Adam ya te dije.
—No, algo más pasó.
Adam la acercó a la cama para que se sentara de nuevo, sin soltarla, cuidando que no perdiese de
nuevo el equilibrio.
—Adam ¿qué me pasó? insistió la chica.
—Estaba caminando por la montaña cuando escuché que algo caía de la montaña y de entre los
árboles.
—¿De entre los árboles?
—Sí, un árbol detuvo tu caída. Golpeaste algunas ramas…
La chica aproximó su rostro a Adam como si intentara verlo más de cerca. Sus movimientos me
parecían cada vez más raros; algo extraño estaba pasando ahí.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes? Dijiste que sólo caí de la montaña vociferó la chica.
—Y era una montaña muy alta exclamó Adam.
—Pero no me dijiste que me golpee con un árbol.
—Creí que era obvio.
—¿Obvio? le parecía inaudito que él pensara eso.
De repente, la chica se puso a la defensiva con mi esposo, sacudiéndoselo del brazo para que le
soltara, con un poco de miedo plasmado en la mirada, se veía que no estaba muy bien, porque se
asustó a ver el rostro de mi esposo; se dio cuenta que algo raro estaba sucediendo. Ahora no se
notaba tan tranquila.
—¿Te parece obvio que haya caído por la montaña? ¿Cómo puede parecerte obvio eso?
Adam la miraba con preocupación. Se sintió un poco culpable por el hecho de no haberle
explicado bien lo sucedido, pero no entendía el porqué de su molestia.
—Pero ¿Qué tienes? ¿Qué ves? preguntó, asumiendo que era algo con su vista.
—No lo sé, todo se ve extraño.
La chica comenzó a ver a su alrededor de nuevo, buscando la respuesta en la habitación de
aquella cabaña como si fuera a encontrarla de verdad. Adam se apartó, creyendo que sería apropiado
darle su espacio a la chica para que se sintiera segura. Sí, claro, segura. No parecía como que
estuviese haciendo nada para demostrarlo; mi esposo ya se sentía inquieto, inseguro, quería ayudarla
y no sabía cómo.
—Esta habitación se ve demasiado grande, tú te ves demasiado lejos. ¿Qué sucede?
—No lo sé aseveró Adam.
—¿Cómo no lo vas a saber? preguntó, dando a entender que, por algún motivo, debía ser muy
obvio para Adam.
Yo, presenciaba todo con cuidado. Algo definitivamente estaba sucediendo con ella. Por la forma
en que se alarmó al ver las cosas, me dejó la impresión de que eso era algo nuevo, que no
acostumbraba a ver los objetos así.
Adam y ella seguían discutiendo lo sucedido. Mi esposo le hacía preguntas y ella le respondía
con hosquedad sin ser demasiado clara. ¿Qué sucede? ¿Qué tienes? ¿Estás mareada? Mi esposo hacía
preguntas vagas y de rutina par alguien que no sabe mucho al respecto en un intento por averiguar lo
que sucedía. Estaba desesperado por encontrar una respuesta, tanto como la chica.
Entre los dos, era imposible que entendieran lo que estaba sucediendo. Aunque, para mí, eso no
era problema. Esperaba que la chica diera más respuesta ya que un simple: veo todo lejos, no era
suficiente, no del todo; no para todos. La veía responder a su entorno de manera rara, aceptando que
algo definitivamente no andaba bien con ella, pero alarmada al punto de creer que estaba loca.
—¿Qué me sucede? vociferaba alarmada, en un grito desesperado por respuestas.
Las lágrimas le corrían por la mejilla, alarmando de esa forma a mi esposo, haciéndole creer que
algo más grave, mucho más grave de lo que parecía, estaba sucediendo. ¿Estará quedándose ciega?
¿Le habrá caído algo en el ojo? Adam no sabía qué hacer o pensar, estaba tan perdido como ella
intentando encontrar la respuesta sin los medios adecuados.
¿Por qué simplemente no pensó en llamar a un doctor o algo así?
La chica se alarmaba cada vez más, intentó levantarse varias veces, pero perdió el equilibrio
dándome la impresión de que no distinguía la profundidad de su entorno. En lo que logró levantarse
por completo, caminó hasta la puerta como si el suelo se moviera, insegura, inquieta; Adam intentaba
acercarse, pero ella lo apartaba creyendo que podía hacerlo por sí sola cuando obviamente se veía
que no.
—Tengo que salir de aquí decía la chica, creyendo que entre los árboles podría encontrar la
respuesta. No se veía muy brillante, me retracto de haberla llamado inteligente.
—Ten cuidado le pedía mi esposo, a una distancia prudente de ella pero lo suficientemente
cerca para sostenerla cuando perdía por completo el equilibrio y apuntaba al suelo.
Paso a paso evaluaba la situación, dándole un diagnostico diferente cada vez más complicado que
el anterior. No podía hacerle las preguntas adecuadas, verla a los ojos y hacerle las evaluaciones
necesarias ¡Joder! Ni siquiera tenía una máquina de tomografías a la mano para ver si tenía algún
tumor o algo por el estilo.
¿En dónde se golpeó? ¿Con qué intensidad? Para nosotros sólo había caído de la nada y golpeado
con varias ramas de un árbol. Poco a poco me acercaba más al diagnóstico correcto, pero insegura
porque no tenía más información.
Me daba la impresión de que tenía una especie de problema con las vías visuales aferentes lo que
explicaría el problema de profundidad, pero seguía sin explicar la perdida de equilibrio y el mareo.
—¿Qué tienes? continuaba preguntándole Adam.
En realidad, tenía la esperanza de que ella diera una respuesta precisa que me ayudara a entender
lo que le sucedía.
—Me duele la cabeza dijo al fin ¿me golpee en la cabeza al caer? preguntó.
Los dos se habían detenido al medio de la sala; ella, cabizbaja, sujeta a la pared de espaldas a
Adam y, él, a unos cuantos pasos de distancia con las manos en posición para sujetarla de ser
necesario.
—Supongo, golpeaste muchas cosas al caer afirmó tuviste una caída bastante fea.
—Eso explica el dolor de cabeza se dijo, llevándose la mano con la que no se sostenía a la
cabeza.
Eso podría explicar muchas cosas, para ser honesta.
—¿En dónde te duele? preguntó Adam.
—En todos lados.
—¿Te duele el cuello? Si no te duele puedes quitarte el collarín, tal vez sea eso.
La chica se giró un poco en dirección a mi esposo y luego de verlo se llevó la mano al cuello.
Adam intentó acercarse para ayudarla, pero ella lo detuvo con la mirada.
—Yo puedo aseveró.
Comenzó a quitarse el collarín cuando dio el primer vestigio útil para el diagnóstico.
—Maldición exclamó, algo le había causado dolor.
—¿Estás bien? Preguntó Adam, tratando de acercarse pero deteniéndose al instante por no
saber si podía tocarla o no ¿Te duele mucho? ¿No puedes mover el cuello?
En la cabeza de Adam comenzaron a aparecer imágenes fatales de personas con el cuello roto,
con la cabeza guindando de los hombros al estilo de un dibujo animado, mostrándose como una
posibilidad inmediata por muy a pesar de saber que no era siquiera posible que algo así sucediera,
pero el susto le hizo pensar locuras.
—Me duele la nuca lo expresó con mucho dolor, haciéndome creer que no podía hablar por
ello creo que me golpee en la nuca.
Y ahí fue cuando se me ocurrió un diagnóstico.
—¿La nuca? ¿Te duele el cuello por detrás? Adam trataba de simplificar las cosas, así, de esa
forma, podría hacerse de una idea de lo que tenía.
—No, no el cuello, la cabeza. Entre la cabeza y el cuello, justo en esa parte…
Justo en esa parte se encuentra el lóbulo occipital. Un trauma craneoencefálico resumía muchos
de sus síntomas: el cambio de humor, el mareo, la confusión, la perdida de equilibrio, no percibir la
profundidad de manera adecuada. Pero saber exactamente donde podía haber sido el golpe, me
ayudaba a entender mejor lo que sentía y lo que podría sentir. Era probable que estuviese oyendo
pitidos, que le doliera la cabeza de manera anormal, la falta de ánimos y muchas otras cosas se veían
afectadas por un trauma de ese tipo.
—¿Te duele mucho? Adam sonó tan adorable preguntando eso. Evidentemente le dolía
mucho, y ahora que sé que tiene, sé cuánto le duele ¿No te quieres sentar? preguntó.
—No, estoy bien.
No, no lo estás.
—Creo que necesito aire fresco.
No, no lo necesitas.
El verla hacerse la dura, el negar parte de sus síntomas, que quisiera apartarse cada vez más y
más de mi esposo, afianzaban más mi diagnóstico. Un trauma como ese era lo suficientemente grave
como para dejarla ciega (junto a muchos otros problemas en la vista), con falta de atención, fallas en
el habla, mareos constantes, desequilibrios, cambios repentinos de humor, perdida de la memoria
temporal o permanente y muchas otras complicaciones que van creciendo en gravedad poco a poco
hasta llegar a la muerte, en el peor de los casos, por un derrame cerebral.
—Vamos a hacer algo intervino Adam, aproximándose un poco a la chica primero, dime
cómo te llamas; no puedo estar pensando en ti como «la chica» se siente muy extraño tratar de decirte
algo y que sólo me venga a la mente «la chica» o «chica extraterrestre»
—¿Chica extraterrestre? le pareció una buena broma, a pesar de que no lo era del todo.
—Sí, como caíste de la nada y eso. Eres extra terrestre ¿Entiendes? preguntó, con una sonrisa
tonta en el rostro como la de un mal comediante que espera que alguien se ría a carcajadas de su
chiste ¿Entiendes?
—Sí, entiendo dijo aunque de todos modos no tiene sentido.
Adam medio borró su sonrisa, decepcionado de que su invitada no aprobara su humor elegante
La chica le miró, y era como si se hubiera sentido culpable o algo.
—Pero lo entendí reiteró, sorprendiéndome un poco, de hecho, porque me costaba entender
cómo era posible que le siguiera todavía el paso a las ideas de Adam. A ese punto ya era para que ni
siquiera pudiera identificar las palabras.
De todos modos, la gravedad de sus síntomas sólo los podía definir si le hacía una tomografía o le
prestaba más atención a lo que hacía (sólo si pudiera hacer las preguntas adecuadas), aunque no creía
que fuera necesario darle más de algo que no quería ofrecerle.
—Me llamo Abigail, pero puedes decirme Abby.
—¿Abby? repitió Adam, con una sonrisa dibujada en el rostro, muy a gusto con el nombre
Entonces, Abby será afirmó, aun sonriendo. Acto seguido, se acercó un poco más a ella
Bueno, Abby, por qué mejor no te sientas un rato hasta que dejes estar mareada, así evitamos que te
caigas o algo por el estilo.
Abby le miró descontenta, no quería tomar en cuenta su idea, se notaba que estaba realmente
convencida de que saliendo de la casa todo estaría mejor, que no necesitaba descansar en lo más
mínimo.
—Vamos, no lo pienses mucho, inténtalo, aunque sea un poco. No queremos que te pase nada
malo.
—Pero yo quiero insistió.
—Lo sé, sé que quieres, pero ¿qué vas a hacer allá afuera?
Adam terminó de acercarse a ella como si le estuviese pidiendo permiso para tocarle y la cogió
por el brazo, jalándole delicadamente por este para que le siguiera.
—Vamos, no lo pienses mucho.
Abby accedió a seguirle luego de resistirse sólo un poco.
Adam y Abby se sentaron en el sofá que mi esposo había hecho con la madera de un árbol que se
cayó en frente de la cabaña; en medio de la sala, frente a la chimenea, uno junto al otro. Él le sostuvo
las manos hasta que sintió que estaba segura, tan diligente, propio de un comportamiento social
adecuado que no había visto en él en meses. Me estaba preocupando.
—Sí quieres podemos llamar a un doctor, conozco a gente que podría ayudarte Adam tomó la
palabra, pensando que todo ya estaba en orden entre los dos.
Y luego de decir eso, como si hubiese presionado el botón de la alarma de pánico, la chica se
alteró por completo. Un cambio repentino de humor que, a pesar de tomarme por sorpresa, no era
algo que se saliera de lo común cuando una persona recibe un trauma craneoencefálico.
—¡No! exclamó, apartando sus manos de las de mi esposo como si le molestase que le
tocaran no quiero que llames a nadie vaciló, tal vez por el mareo que aun sentía no quiero
que llames a nadie, podrían venir por mí.
En ese momento pensé de una vez que estaba loca. No era propio de mi hacerlo, tal vez había
sido a causa del trauma en su cabeza, seguro estaba alucinando, pero no me sentía muy apegada a ella
y no le debía nada. Apareció de la nada sacándome de la cabeza de mi esposo; no puede esperar que
sienta empatía por ella.
—¿Qué? se mostraba alarmado, no sabía qué pensar al respecto ¿Qué paso?
Adam se apartó, alejándose de ella tanto como el sofá se lo permitió.
—¿Quién vendrá a por ti?
—Los del laboratorio.
—¿Laboratorio?
—Sí, el laboratorio que está por aquí cerca.
Pero, o sea, ¿cómo no voy a pensar que está loca luego de que dijo eso? Tanto Adam como yo
sabíamos que no había ningún laboratorio cerca del lugar; era ilógico y descabellado pensar al
respecto porque tanto él como yo conocíamos esa montaña de cabo a rabo y estábamos seguro de que
ella estaba equivocada.
Aunque, de los dos, sólo yo la tomé por loca, incluso sabiendo que podría estar alucinando. Adam
sabía que no había nada más arriba en la montaña, pero aun así no pensó que estuviese mintiendo.
—¿Cuál laboratorio? ¿En dónde? Adam quería hacer la pregunta adecuada que le permitiese
saber más al respecto.
Abby le miró extrañada, en una especie de confusión y descontento. Le parecía difícil de concebir
que él no supiera del supuesto laboratorio.
—¿Cómo que cual laboratorio? ¿Cómo no vas a saber de qué se detuvo para sostener llevarse
la mano a la cabeza; se veía la expresión de dolor en su rostro laboratorio hablo?
—Este, no lo sé.
—Es un laboratorio que está aquí… se detuvo de nuevo, pero esta vez para evaluar la
expresión de mi esposo No lo sabes ¿verdad? le preguntó.
—No, no sé de qué hablas.
—Supongo que está muy bien escondido.
Intentó levantarse, olvidando que aún no podía siquiera mantenerse de pie por sí sola.
—Eh, eh, ¿para dónde vas?
—Para el lugar en donde me encontraste, tal vez allí puedas ver que hay un laboratorio.
Adam la empujó hacia abajo por los hombros obligándola a sentarse de nuevo.
—No, no creo que sea posible. Está muy lejos y a penas puedes mantenerte de pie Adam la
soltó, sintiendo que estaba invadiendo su espacio personal.
Pero, mi esposo la miró a los ojos y entendió que ella realmente quería demostrar la legitimidad
de ese laboratorio. Sintió que era su obligación creerle y que no había forma de que una persona, así
de segura de algo, estuviese mintiendo. De poder hablarle, le diría que sí existen maneras de que
alguien pueda sestar seguro de una alucinación, pero no creo que con la convicción que le invadió en
ese momento, pudiera hacerlo cambiar de parecer.
—Pero, si quieres, cuando te sientas mejor, podemos ir para allá.
Con eso supuso en Abby una meta: si se recuperaba, la llevaría al lugar en donde la encontró; y
eso fue algo que evidentemente le había dado un motivo para quedarse tranquila, y lo supe tras notar
el brillo en sus ojos.
—¿Está bien? dijo él, queriendo una confirmación verbal.
—Sí, está bien.
No tengo idea de por qué de repente había sido tan importante. Con una persona que estaba
alucinando y presentaba un síntoma tras otro, era difícil saber qué era relevante y qué no. Pero eso es
así para mí, así es como lo veo yo; desde el punto de vista de mi esposo, es sólo una mujer que cayó
de la nada y a quien ahora parece estar cuidando. Es un buen hombre y yo era una buena esposa, creo
que el tormento de la muerte me ha hecho cínica, supongo.
Adam estaba sonriendo, tratando de ocultar su deseo de preguntarle acerca de lo que había
mencionado. No sabía qué era verdad ni qué no, o que era posible que Abby estuviera alucinando,
para él sólo existía dudas. ¿Cuál laboratorio? ¿De qué está escapando? ¿Qué hacen en ese
laboratorio? ¿En dónde está? ¿Cómo llegó aquí?
Abby hablaba de lo que tendría que hacer, de que seguro se recuperaría pronto y podría
demostrarle que no estaba loca. Ella aseguraba que él la había mirado con esos ojos con los que se le
ve a una persona loca, pero, lo gracioso es que no había sido él quien pensaba eso.
Adam, por su parte, no decía nada; parecía estar escuchándola, pero en realidad una pregunta tras
otra se formulaba en su cabeza mientras la veía a ella sacudirse sobre su propio eje en movimientos
delicados propios del mareo y la falta de equilibrio. Quería saberlo todo, qué podría implicar todo eso
para él y qué tanto peligro estaba corriendo. ¿Habrá sido curiosidad o un legítimo interés por ella?
—Oye interrumpió su silencio. Quería hacerle las preguntas sin preámbulos, pero, estaba
inseguro de si hacerlo o no.
—¿Qué? Abby dejó de hablar para darle la palabra a mi esposo.
—Este, tú vaciló por qué estabas…
E hizo silencio. Adam quería saberlo, quería que ella le explicara al respecto, pero, por un
segundo pensó que no era apropiado preguntarle. Tal vez era algo delicado, tal vez no quería decir
nada al respecto, si no ¿por qué no lo dijo antes? Una mujer española en medio de una montaña
canadiense que escapó de un supuesto laboratorio en un lugar en el que él sabía que no había nada;
todo eso era la fórmula perfecta para no querer divulgar información a un simple guardabosques.
—¿Sí? preguntó con un tono de voz insistente, queriendo saber de qué quería hablar él.
—No, nada, no importa. Se borró la idea de la cabeza como si fuera una estupidez; pensando
que no estaba en su derecho de preguntar mejor vamos a llevarte a la cama para que puedas
recostarte se levantó y le extendió las manos para que ella apoyara sus brazos en ellas así
podrás recuperarte rápido.
Ella se apoyó de ellas y se levantó con cuidado.
—Ya vas a ver que no estoy mintiendo.
—No creo que estés mintiendo dijo Adam una mujer no cae de una montaña así cómo así;
debe haber una historia muy interesante atrás de todo eso. ¿A poco no?
Estaban lado a lado. Ella miraba al suelo tratando de medir sus pasos, victima aun de la falta de
equilibrio y percepción adecuada del espacio. Él, siendo un hombre atento. No hay otra forma de
describir a mi esposo haciendo de las suyas, tomándola delicadamente por los brazos a pesar de tener
esas grandes manos y esos enormes músculos que parecen que pueden romper prácticamente
cualquier cosa.
—No lo sé, es primera vez que caigo de una montaña.
—Y esperemos que sea la última bromeó no creo que puedas sobrevivir a otra caída como
esa.
Abby parecía estreñida; en su rostro se veía el hastío que le sentía a todo. Algo normal tomando
en cuenta lo que estaba pasando, pero no sabía si se debía al trauma o a que ella era así.
—¿Por qué mejor no dejamos de hablar? le dijo con fastidio.
—¿Qué, te aburro? preguntó mi esposo, ni un poco afectado al respecto.
—No, me duele la cabeza, no soporto el zumbido en los oídos y estoy mareada explicó no
quiero hablar, y no me importa si no te gusta, solo me importa que te calles; tu voz es muy gruesa.
—Está bien respondió mi esposo, completamente tranquilo.
Y con el índice y el pulgar, simuló cerrar un cierre en sus labios.
En cuestión de segundos la llevó a su cama. Por un momento creí que dormiría con ella, una
suposición absurda, dado el hecho de que ¡No había otra cama en esa cabaña! Adam la depositó en
esta con cuidado sin decir una sola palabra como lo había prometido.
—Gracias dijo ella.
Adam asintió con la cabeza y una sonrisa, dispuesto a no hablar. Se lo estaba tomando en broma,
pero quería hacer lo que ella necesitara para recuperarse. No haberlo visto así en meses me
emocionaba un poco, quería que siguiera con su vida, que consiguiera algo con qué distraerse y, no
me mal interpreten, la chica llegó en el momento indicado; sí, con un problema raro en la cabeza y un
temperamento de mierda, pero al mismo tiempo no quería que hiciera eso que estaba haciendo;
olvidarme.
5
Abby se había apoderado de gran parte de la cabaña en poco tiempo. Su condición en el momento
le dejaba en cierta desventaja; no podía caminar, comer, siquiera levantarse de la cama por si sola.
Por días estuvo así, preocupando más y más a Adam, haciéndolo sentir culpable por no poder
ofrecerle una solución inmediata. Constantemente le insistía en ir a un médico, de llamar a alguien
qué él conocía que era de confianza, a lo que ella respondía:
—No, es muy peligroso.
¿Peligroso por qué? ¿A qué le estaba huyendo? ¿A ese supuesto laboratorio? Pero, el problema
no era su extraña respuesta sino la facilidad con que ese tema se escapaba entre los árboles como si
no fuera importante. A mi parecer, era algo que debían estar discutiendo en todo momento ¿Quién
es? ¿Qué hizo? ¿Por qué la siguen? No estábamos discutiéndolo y eso me preocupaba.
Los días pasaron, Abby continuaba presentando los mismos síntomas molestos que eran propios
de un trauma como aquel, algo que no podía simplemente tomarse a la ligera pero que de todos
modos hacía. Por otro lado, Adam no tenía preguntas incomodas para hacerle; se enfocaba
únicamente en darle la mejor atención en todo momento.
—¿Estás bien? preguntó él.
—Sí, un poco mejor.
—¿Cómo va el dolor de cabeza?
—Está bajando. Creo que me siento mejor. Ya no me estoy mareando tanto.
—Me gustaría saber qué tienes; así podría saber cómo ayudarte… resaltó de nuevo.
Adam quería llamar a alguien a como diera lugar. Todos los días, cuando veía la oportunidad, le
decía lo que debían hacer. Él tenía razón, necesitaban la opinión de un experto para poder saber cómo
tratarla. Sí, no era nada grave, no estaba en un peligro inminente; sí era un golpe peligroso, pero en
su caso, con la ridícula suerte que tenía, nada malo le había pasado, pero ¡Eso no lo sabían ellos! Y
no porque no fuese nada peligroso, no significa que debían tomárselo a la ligera ¡Personas se han
muerto por una simple gripe!
Adam sabía eso, que podía ser peligroso, que si ignoras algo no quiere decir que está bien, pero
aquella mujer era necia, no quería y no estaba dispuesta a tomar en cuenta la opinión de mi esposo.
—¡Ya te dije, Adam, no vamos a llamar a tu amigo el doctor! respondía alterada.
—Pero tenemos que hacer algo al respecto. Ya vamos para una semana y aun sigues
prácticamente igual Adam pretendía explicarle el problema por enésima vez, sonando con una
calma tan envidiable; no se alteraba, parecía que nada le molestase.
—¡Te dije que estoy bien! insistió Abby.
—No lo sabemos, necesitas que te atiendan profesionales, necesitamos saber qué tienes y por
qué.
Abby lo miró de manera desafiante; Adam supuso que le había retado, que, con lo dicho, le había
propuesto demostrarle que realmente estaba bien, que ella sí lo sabía; de inmediato se arrepintió.
Casi de inmediato, soltó el vaso de agua que le había dado mi esposo antes de que comenzaran a
hablar y lo colocó en la mesa al lado de la cama. Con la mano izquierda empujó como pudo el
inmenso cuerpo de Adam para abrirse espacio. Él se apartó como si nada, dándole lo que quería.
—Oye, no, no intentes pararte.
Ya había estado a punto de caerse en varias ocasiones por intentar levantarse de la misma manera:
por sí sola. Abby estaba convencida de que el dolor de cabeza que había estado sufriendo los últimos
días no le estaba afectando para nada, que esas largas noches en las que no podía dormir bien por el
dolor no era suficiente para preocuparse, o que el hecho de ver las cosas del tamaño que no eran
definitivamente era algo natural.
Adam intentó acercarse a ella, darle el apoyo que se había acostumbrado a darle para ayudarla a
levantarse.
—No, no me ayudes exclamó con firmeza. Sonaba segura, estaba dispuesta a hacerlo.
—¿Qué intentas hacer? No tienes que demostrarme nada, te he estado viendo todo este tiempo, sé
que no estás bien.
—¡Claro que sí!
Tardó tanto en levantarse, en encontrar de dónde apoyarse, que parecía que era nueva en eso.
—Vamos, Abby, no tienes que hacer esto todo el tiempo.
—¡Claro que sí!
Apoyándose de lo único que tenía a la mano y que podía alcanzar con su mala percepción de la
profundidad (la mesa de noche al lado de la cama), intentó levantarse. Lentamente empujó hacia
arriba su cuerpo en un despliegue de torpeza y falta de equilibrio propio de alguien que no tenía ni la
más mínima idea de cómo hacer las cosas.
Adam quería obligarla a desistir de esa estupidez, que le hiciese caso y dejara llamar a alguien
que sabía al respecto, que podría ayudarles. En lo que pudo levantarse de la cama, se detuvo en seco,
con los pies sobre el suelo, la mano todavía sobre la mesa y un poco encorvada hacia el frente.
—Ya te levantaste, perfecto, puedes levantarte sola insistió Adam, hablando como un padre
preocupado de su hijo el necio ahora acuéstate, no sabemos que tienes y no podemos obligarte a
hacer nada mientras tanto.
Se acercó un poco a ella hasta que un grito le detuvo.
—¡No te me acerques! exclamó Abby aún no termino.
La chica intentaba levantarse por completo, erguir su cuerpo y demostrar que estaba en las
condiciones adecuadas para cuidarse por sí sola (algo que parecía molestarle desde hace ya un
tiempo), y que no necesitaba de la ayuda de mi esposo.
En las últimas semanas se había estado comportando como una gran cretina, rechazando los
cuidados más atentos del mejor hombre que conozco. Mi esposo dormía todas las noches en un sofá
incómodo para que la malagradecida mujer esa pudiera estar tranquila; le daba de su comida que
había pagado con su sueldo y había elegido sólo para él, desabasteciendo sus provisiones porque él
no había contado con que tendría una persona más en su cabaña. Le ayudaba a levantarse, a caminar
de un lado a otro, incluso complacía su capricho de salir a la montaña a dar un «paseo» y tomar aire
fresco ¿Qué más aire fresco quiere ella del que puede obtener estando en una cabaña en el medio de
la nada?
Pero Adam continuaba siendo Adam. No se quejaba, no le decía que la comida poco a poco se
estaba acabando. Quería que estuviera cómoda y se encargó personalmente de eso a costa de su
propia comodidad. Poco a poco fue pasando de dedicarle todo su tiempo a la nostalgia y soledad, a
darle toda su atención a una completa desconocida.
Me abrumaba la forma en que ella lo trataba; descortés, con groserías, sin agradecerle el esfuerzo.
Adam se ocupaba de ella desde que se despertaba hasta que se dormía, sin descuidar sus obligaciones
con la montaña; con una responsabilidad más que no debía tener.
Pero eso no era todo. No sólo le daba toda su atención o se ocupaba de ella en todo, también le
creía. No concebía posible que una mujer como ella le estuviese mintiendo, por lo que, cuando estaba
dormida, salía en silencio de la cabaña para no despertarla e iba al lugar del accidente para evaluar la
situación.
—¿Qué habrá estado haciendo ella aquí? se decía mientras recorría con la mirada el trayecto
de su caída.
Para él era la misma montaña que siempre llevaba viendo gran parte de su vida. Estaba seguro
que en ningún momento había visto un laboratorio, ni nada que indicase la existencia de uno, en los
alrededores, pero no dudaba que estaba diciendo la verdad.
—Si yo fuera un laboratorio ¿en dónde estaría? se preguntó una vez, recorriendo el trayecto
de su caída con la mirada es decir, no necesariamente deba estar justo aquí, pudo haber estado
corriendo por allá arriba y luego se cayó supuso.
Así que, a pesar de no ver muy bien porque era de noche al igual que todas las veces que hacía el
mismo recorrido a pie mientras ella dormía, caminaba hasta donde creía él que pudo haber empezado
a correr una española de un metro cincuenta, cada vez yendo un poco más lejos; no dejaba de buscar
señales de algún laboratorio secreto que experimentara con humanos, confiando realmente en su
palabra.
Estaba convencido de que no le mentía, no sé si era porque lo consideraba razonable o por
tratarse de ella. De repente, me sentía ligeramente celosa de ello, aceptándolo, pero siendo incapaz de
reconocerlo. Después de todo, estaba muerta y nadie me veía, no había mejor forma de ocultarlo a
simple vista, además, no era difícil ver que Abby resultaba insoportable.
¡Pero para Adam no era así!
No obstante, trataba de corroborar la loca historia de la chica, también le daba toda esa atención
que me dedicaba. Lentamente me sentía cada vez más olvidada por el simple hecho de tenerla a ella
ahí. Mientras lo veía dormir, o cuando tenía suerte de verlo a solas, trataba de atesorarlo lo más que
podía, sintiendo que en cualquier momento dejaría de estar ahí, de verlo como tal, de estar a su lado.
Adam parecía estar atado a aquella mujer por una especie de necedad y compromiso auto conferido
que no me dejaba en paz, ni siquiera en muerte.
Al principio no era un odio en particular, no era como que me sintiera apartada, es decir, en
realidad no estoy ahí, entonces ¿por qué me siento así? ¿Por qué rechazo a alguien que apenas
conozco? ¿Por qué no puedo aceptar que mi presencia aquí es ilógica y que él tiene derecho de
sentirse como quiera con quien quiera? Pero con el paso de los días, la mirada de mi esposo comenzó
a ser diferente.
No era simplemente tratarla bien, darle su atención y cuidados, la miraba como una capsula de
escape dentro de un barco que se hundía. No esperaba jamás que tuviera esa mirada en sus ojos, ni
mucho menos que se sintiera atraído por alguien a quien a penas y trata de manera adecuada. Pero él
estaba confundido, una parte de él decía que estaba loca, que alguien que salía de la nada con una
historia como esa no podía estar dentro de sus cabales, que lo que tenía no era grave y que se podía ir
en cualquier momento, pero la otra era esa que lo motivaba a seguir cuidándola.
Pensaba que Abby era una mujer atractiva; a pesar de su mal carácter, sus ojos cafés, su piel
ligeramente tostada por el sol, cabello largo que simulaba el oleaje el agua en la playa y una mirada
penetrante que le hacía pensar en muchas cosas, cosas buenas en las que no pensaba estando solo.
Pero eso era lo que él veía, sólo él. Yo veía a una chica normal, vestida de manera poco atractiva,
despeinada, insoportable y que había quedado estúpida de los ojos por un trauma craneoencefálico
luego de una caída que pudo haberla matado pero que no lo hizo.
Y así fueron esos últimos días antes de cumplir la semana encerrados los tres en esa cabaña. Mi
amado viendo a otra mujer mientras que esta se desplazaba de un lado a otro ocupando mi lugar.
—Te dije que podía exclamó Abby luego de un largo silencio mientras intentaba erguir todo
su cuerpo.
Adam estaba preocupado mirándola, igual en silencio, queriendo poder ayudarla.
—Estas parada afirmó mi esposo como si se tratara de una gran hazaña.
—Sí, te dije que podía levantarme sola de la cama, pero tú no me dejabas.
—No creí que pudieras, has estado tambaleándote mucho de un lado a otro cada vez que te ayudo
a levantarte.
La mujer evidentemente seguía un poco mareada, era obvio que poco a poco la inflamación en su
cabeza iría bajando, después de todo, como ya había dicho, no era nada grave; no a simple vista.
—Pero ahora me siento mejor levantó la mirada, fijándose en los ojos de Adam ¿ves? No
es para tanto.
Adam estaba considerando dejar de lado la idea de llamar a su conocido en el hospital del pueblo.
Pensó que tal vez no sería necesario ya que la chica parecía estar recuperándose por sí sola en tan
poco tiempo por lo que, había posibilidad que luego de varios días más, pudiese recuperar su
percepción del espacio, estado de salud, tal vez hasta se hicieran amigos en el proceso.
Mi esposo la observó erguida por su cuenta, sin sostenerse de nada, imaginando que pronto
podría disfrutar de la compañía de otra persona sin tener que estar cuidándola.
—¿Cómo te sientes? preguntó con una tonta sonrisa en el rostro ¿No estás mareada? ¿No
quieres sentarte?
—No, quiero caminar por mi cuenta, creo que ya estoy lista para hacerlo aseguró Abby
creo que si doy un paso a la vez, podré llegar a la puerta.
—¿Estás segura? Adam estaba emocionado y preocupado a la vez; el verla ser independiente
le daba cierto alivio al darse cuenta que podría liberarse un poco, pero no sabía si el que caminara tan
pronto fuera adecuado.
Abby intentó mover una pierna; no pudo.
—Demonios vociferó.
—¿Qué pasó? ¿Te duele algo?
—No dijo, cabizbaja, viendo a sus pies como si con eso pudiera hacer que reaccionaran.
—¿Estás perdiendo el equilibrio? ¿No sientes tus piernas? ¿Quieres que te ayude? Adam
borró la sonrisa de su rostro, comportándose como un padre preocupado por la salud de su pequeño.
—No, no y no respondió ella, sin levantar la mirada y un poco disgustada no quiero que
hagas nada, no te me acerques.
—Parece que estás sufriendo para moverte señaló mi esposo viéndole las piernas ¿segura
que no quieres ayuda? Eso no hace inútil a nadie.
—¡No quiero que hagas un demonio! Abby levantó la mirada llena de furia, quejándose de la
voz de mi esposo Yo puedo sola aseveró.
Adam no reaccionó de manera negativa. Estaba tan imperturbable como una estatua viviente. Le
estaba teniendo paciencia a esa necia mujer, algo realmente encomiable.
—¿Entonces por qué no te mueves?
—Ya va exclamó poco a poco sonaba como si todo estuviera dentro de su plan de
acción, cuando en realidad se veía bastante desconcertada.
Adam la miraba inquieto, inseguro de si en realidad lograría moverse o no. Los dos estaban
parados uno frente al otro imaginando la mejor forma de hacer las cosas, de ver cómo, dentro de su
forma de actuar, podrían resaltar a su manera. Abby quería demostrar que no necesitaba más la ayuda
de ese hombre pesado y grande que le había estado cargando de un lado a otro, haciéndole de comer
y dándole agua. Mi esposo, no quería sentirse inútil y a la vez necesitaba de la presencia de aquella
chica.
—Vamos, tú puedes le motivó Adam.
—Yo sé que puedo respondió con soberbia solo necesito tiempo.
—Tomate todo el tiempo que quieras. Adam no había descartado la idea de obligarla a sentarse
en su cama, pero tampoco quería darle más presión de la que ya tenía, por lo que optó por darle
ánimos. Yo sé que tú puedes.
Abby no dejaba de lanzarle miradas penetrantes llenas de odio. Claramente el dolor de cabeza no
se le había quitado porque el estruendo de la voz de mi esposo le continuaba molestando.
—¿Te puedes callar? exigió Abby trato de concentrarme informó, para luego bajar la
mirada y fijarse en sus pies vamos, yo sé que puedo susurró.
En un lapso de medio segundo, logró mover su pie derecho, librándose del miedo de caerse por la
falta de equilibrio y de estabilidad que tenía su cuerpo en ese momento. Adam estaba preparado para
cualquier mal movimiento, listo para cogerla entre sus brazos si veía que estaba a punto de caerse.
Abby logró dar el primer paso, tambaleándose un poco y teniendo que extender los brazos de
lado a lado de su cuerpo para coger equilibrio, como si estuviera caminando por una cuerda floja,
pero habiendo logrado su cometido al fin. Al lograr la estabilidad de ese movimiento, luego de
alarmar un poco a mi esposo que casi se lanza frente a ella para sostenerla, sus ojos se iluminaron con
un nuevo brillo lleno de entusiasmo y orgullo; había conseguido lo que quería, estaba a un simple
paso de demostrar que estaba lista.
Pero, tan rápido como pudo pensar en eso, algo salió mal. Habiendo liberado el centro de
equilibrio que había obtenido al hacer un punto de apoyo con el pie que tenía al frente y sin tener la
estabilidad suficiente para mantenerse, perdió por completo el control y fue directo abajo. De nuevo,
mi esposo, atento y preparado para todo, fue a su rescate sosteniéndola casi al nivel del suelo.
—Te dije que podías caerte aseveró levantándola poco a poco para que no se mareara por el
cambio de posición.
—También me dijiste que podía hacerlo dijo, en una combinación entre frustrada y disgustada
consigo misma.
—Pero eso fue antes de que estuvieras a punto de besar el piso.
Adam la fue llevando poco a poco hasta la cama para que se sentara en ella, arrodillándose frente
a ella para estar al nivel de su mirada.
—No entiendo por qué no puedo caminar como una persona normal exclamó disgustada
¡Quiero poder moverme por mi cuenta, joder! vociferó.
—Podríamos saber qué te sucede si dejas que te lleve a un hospital Insistió Adam por última
vez Por lo menos si me dijeras qué te sucede podría…
—Tú sabes qué me sucede exclamó como si fuera muy obvio para él me has estado
siguiendo todos estos malditos días sin dejarme en paz; ya es para que supieras qué me sucede.
—Abby, ya te dije que no hay forma que lo sepa, sólo quiero ayudar.
—¡Pues no lo estás haciendo muy bien! vociferó con furia ¡Sigo estando mareada, con
dolores de cabeza y sin nada que pueda aliviarlo! ¿Por qué demonios no me das nada para el dolor?
—Porque no sé qué tienes y no sé si debería estar dándote medicamentos explicó, muy
calmado para el tono de voz que estaba usando ella , las muertes por la automedicación es muy
común en estos días, las personas creen que lo saben todo.
—¡Dame una maldita aspirina! ¡Haz algo útil!
De repente, una arcada de dolor le perforó el cráneo, obligándola a bajar la voz y sostenerse la
cabeza con ambas manos.
—¿Estás bien? preguntó mi esposo, como por enésima vez en todo este tiempo que ha estado
con ella, acercándose para intentar tocarla ¿Qué pasó ahora?
—El maldito dolor se quejó Abby, jadeando como si hubiese hecho un gran esfuerzo no
soporto el dolor de cabeza.
—Eso es grave, necesitamos llamar a un médico.
—No trató de gritar, de extender la mano para negar con fastidio con un gesto contundente,
pero el dolor no la dejó hacer nada de eso.
Adam se quedó en silencio por unos segundos contemplando a su adolorida inquilina. ¿Qué
podría hacer para ayudarle? Necesita de atención médica, necesita que alguien que pueda darle un
diagnostico la vea porque, de lo contrario, podría complicarse la situación y podría morir. Mi esposo
la miraba como si se tratara de un perro con la pata rota al que, si no se le curaba la infección ni nada
por el estilo, podría perderla y tener que caminar mal el resto de su vida.
Él no quería vivir con esa culpa, ya tenía suficiente con la de su esposa muerta, una más lo
volverían loco. Así que, lleno de ánimos y seguro de su decisión, se levantó con un solo movimiento.
—Ya basta dijo, levantando la voz por primera vez en mucho tiempo no voy a esperar a
que quieras que te ayuden, lo voy a hacer y ya; no me importa qué tengas qué decir al respecto. Yo sé
a quién voy a llamar, y si te digo que estarás a salvo, estarás a salvo.
Abby no tuvo tiempo de responder a esa afirmación; antes de poder abrir la boca, mi esposo ya
había salido de la habitación para ir hasta dónde tenía su móvil con el fin de cogerlo y llamar a
alguien a quien él conocía.
Yo sabía a quién iba a llamar, es la persona que yo llamaría si algo así se me presentara, después
de todo, la última vez que lo vio le dijo: «llámame si necesitas hablar, estoy dispuesto a ayudarte»;
ese tipo de cosas que dicen los conocidos cercanos luego de una tragedia que no entienden y que no
padecen igual que uno. Adam no pensaba en llamar a ninguna de las personas que le dijeron eso el
día de mi funeral luego de verlo callado, impávido, apartado de todos. Todos estaban preocupados
por él.
Pero Adam no había olvidado a ninguna de esas personas, ni había borrado sus números de la
lista de contactos de su móvil así que, ignorando el llamado de la mujer en su habitación quejándose
de la decisión que había tomado, marcó el nombre y pisó en la opción de llamar.
Escucha el tono en llamada.
Siente un escalofrío recorriéndole el cuerpo ¿Desde cuándo no habla con él? ¿Qué le va a decir
para entrar en contexto? ¿Exactamente qué espera con llamarlo? No estaba seguro de si había sido
buena idea, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.
Suena el siguiente tono de llamada.
No le atienden, es normal, intenta llamar a un médico, suelen estar ocupados la mayor parte del
tiempo y, cuando no, no están muy interesados en responder llamadas. Adam piensa de nuevo en si
fue buena idea, después de todo ¿Exactamente qué le iba a decir? Abby no colaboraba con él en
decirle qué sentía o la gravedad de sus síntomas, tampoco sabía mucho del tema por lo que no podría
dar una respuesta precisa. Y, aparte de todo eso ¿Cómo comenzaría la conversación?: «Hola, Oscar,
cómo estas, soy Adam, el esposo de tu hermana; tiempo sin hablar contigo» ¿Sería esa la mejor
forma de iniciar una llamada?
Sonó de nuevo el tono de llamada.
—¿Qué le vas a decir? se preguntó ¿Qué tal si quiere venir? ¿Qué le digo si quiere venir?
Sabes cómo es él, sabes qué a veces exagera las cosas. ¿Qué voy a decirle entonces si me pregunta de
más?
No le preocupaba si le etiquetaba de loco o si no le trataba bien, lo que le inquietaba era que no le
tomase en serio y no diera la respuesta profesional que estaba esperando precisamente con esa
llamada. Estaba lleno de ansiedad, con el estrés a millón.
Y, como si fuera una sorpresa anunciada, sonó de nuevo el tono de la llamada, haciendo crecer la
ansiedad y el estrés que le estaba dominando.
—¿Adam? ¿Eres tú? preguntó Oscar, legítimamente sorprendido.
—Hola Oscar, ¿Cómo estás? preguntó Adam, sonriendo nerviosamente como si lo tuviese al
frente.
—Qué bueno que llamaste exclamó mi hermano, alegre por escuchar la voz de mi esposo
Creí que nunca me llamarías, estuve esperándote todo este tiempo. Te he visto varias veces por el
pueblo pero no parecía que quisieras hablar divagaba, como si estuviera pensando qué cosa
sonaría mejor, preocupado por la impresión que Adam pudiese tener de él Y ahora me llamas
vaciló oh, vaya respiró profundo y exhaló ese aire en un largo suspiro sí que no me lo
esperaba.
Oscar siempre había admirado a Adam desde que lo conoció, luego de que nos hicimos novios, su
relación con él creció un poco, lo que le llevó a sentir que mi esposo era como un hermano mayor
para él.
Durante meses Adam evitó a cada una de las personas que en algún momento fueron cercano para
los dos, con los que compartimos más de una vez y, Oscar, era una de ellas (cuidado si no la primera
de todas), lo que le hacía un poco difícil romper ese silencio con algo tan repentino como eso.
—Este, sí dijo Adam, sin saber con exactitud cómo empezar quise llamarte pero, no sé, no
tuve oportunidad se excusó.
—No te preocupes, supongo que necesitabas tomarte tu tiempo para se escuchó cómo tragó
saliva, ahogando su intención de decir lo obvio tú sabes vaciló no te preocupes.
—Gracias por entender Respondió Adam. Legítimamente agradecido.
Luego de un silencio incomodo causado por el hecho de que ninguno de los dos estaba seguro de
qué decir ni de si hablar primero, Oscar decidió romper el hielo debido a que él era quien estaba en
ventaja estratégica, por así decirlo: no sabía por qué Adam le había llamado.
—Y, cuéntame, ¿A qué se debe tu llamada? dijo, tratando de sonar lo más alegre posible,
evidentemente nervioso.
De su tono de voz pude entender que su intención era no hacerlo parecer que estaba incordiándole
con esa llamada, quería que se viera tan natural como le fuese posible, pero sin cruzar la línea de la
indiferencia porque, tal vez, sólo tal vez, podría estar llamando para algo más personal. Lo sé porque
conozco a mi hermano mejor que él mismo. Mi hermano es así, atento y decidido.
—Este, quería hacerte una pregunta médica dijo Adam, yendo de una vez al grano es algo
que pasó y no sé cómo actuar.
—¿Todo está bien? ¿Tuviste un accidente o algo? La voz de Oscar comenzó a disparar cierto
tono de alarma ¿Quieres que te aparte una cita?
—Oh no, no, no negó Adam, aceptando que no había sido del todo explicito no es para mí,
no tengo nada, descuida. Pero, tal vez, puede que haya sido explícito de más.
—¿No es para ti? Entonces ¿Para quién? ¿Todo marcha bien por allá en la cabaña?
Adam se sorprendió.
—¿Cómo sabes que estoy en la cabaña?
—Porque no has venido al pueblo, no estás en tu casa y porque últimamente, ahora, siempre estás
ahí.
—Bueno, sí, tiene sentido.
—Es un pueblo, Adam, pocas cosas se escapan del pueblo. Además, siempre trato tener el ojo
sobre ti, quiero estar seguro de que todo anda bien contigo.
Adam sintió cierta culpa; las personas se preocupaban por él incluso después de que se decidiera
a olvidarlas a todas.
—Lo siento se disculpó.
—Oh, no, Adam, no te disculpes, no hiciste nada malo.
—No, en serio, he estado un poco distante últimamente.
—No hay problema interrumpió mi hermano descuida, nosotros entendemos.
Nosotros. Adam pensó de nuevo en que afuera de esa cabaña había personas preocupadas por él,
aunque no es algo que no le dejase dormir por las noches, por lo menos debería tomarlo un poco en
cuenta.
—Cuéntame, quién necesita de ayuda médica intervino Oscar, retomando el tema.
—Ah, sí, eso Adam se giró para ver hacía su habitación en donde ya no se escuchaban los
quejidos de Abby.
Puso su mano a un lado de sus labios como si se tratara de un secreto, intentando que Abby no le
escuchara a pesar de saber que en esa cabaña no había privacidad.
—Es que encontré a una chica en el bosque.
—¿Encontraste a una chica? inquirió sorprendido ¿Cómo que «encontraste»? ¿Estaba
perdida?
—No precisamente, cayó de la nada.
Con cada palabra sólo lograba confundir e interesar más a Oscar, quien, por naturaleza, es
curioso.
Adam no quería revelar más información de la que ya estaba dando. Abby tenía motivos para
creer que la estaban siguiendo que Adam consideraba más que suficientes (aunque eran escasos para
mi) y por lo que trataba el asunto de la mujer extraña que cayó de la nada y ahora se refugia en su
cabaña, como algo delicado. De cierta forma, el decirle lo poco que sabía (considerándolo también lo
más valioso hasta ahora) no le parecía buena idea.
—¿Cómo que cayó de la nada? preguntó mi hermano ¿De dónde cayó exactamente?
—De la nada, ya te dije.
—Adam, no puede caer nadie de la nada; además, si cayó, ¿Cómo está? Y ¿Por qué no la trajiste
de inmediato al hospital? Oscar comenzaba a sonar como el doctor que era.
Su tono de voz fue cambiando hasta llegar al punto de comenzar a reprender con sus palabras a
Adam por no haber tomado la decisión más adecuada en cuanto a la salud de aquella mujer; algo que
cualquier médico preocupado por su trabajo haría: preguntarle a un paciente ¿Por qué no vino antes si
sabía que había un problema?
Adam estaba indeciso entre decirle el motivo por el cual no lo hacía por temor que Oscar llamase
a la policía y eso hiciera molestar a Abby, o mentirle, arriesgándose a no tener una buena excusa que
justificara el por qué no lo hizo cuando ni siquiera sabía cómo empezar.
—Oscar, no te llamo porque no esté preocupado. No puedo decirte por qué tardé tanto
aseveró pero tampoco es como que no quería hacerlo. Pero la verdad necesito tu ayuda ahora.
¿Podrías ayudarme? preguntó, apelando al corazón de Oscar.
Mi hermano no respondió de inmediato, dejando un sabor amargo de boca en Adam ¿Me
ayudaría? ¿Habrá sido buena idea llamarlo? La llamada se hacía cada vez más larga, superando sus
expectativas previas: no sabía si iba a hablar más de lo necesario con Oscar.
—Está bien accedió Oscar ¿Qué necesitas?
Adam sonrió, reprimiendo el deseo de dar un salto de alegría.
—Esta chica está mareada desde hace ya varios días y creo que se debe al golpe en su cabeza, no
ve bien las cosas y tiene jaquecas insoportables.
—¿Ha vomitado?
—No.
—¿Has notado algo raro en su comportamiento?
—¿Cómo así?
—Cambios repentinos de humor, irritabilidad, egocentrismo… cosas así dijo Oscar.
—Bueno, no la he conocido de otra forma, hasta ahora creí que era así por naturaleza.
—Veamos dijo Oscar, usando el mismo tono de voz que hacía cuando evaluaba algo.
Proyectó el sonido de la «s» mientras pensaba, aumentando el suspenso en la cabaña.
—¿Algo más? interrumpió sus propios pensamientos.
—¿Cómo qué?
—Aparte de estar mareada; ¿Tiene problemas para hablar, para leer, para escribir?
—No lo sé. Ha estado hablando de forma normal, creo.
Adam hizo memoria de todos esos días que ha estado con ella, buscando si en algún momento
intentó leer o escribir algo. Las preguntas de mi hermano le hacían confundir un poco; el no saber
qué responderle lo dejaba en una desventaja que no le gustaba. Quería poder decirle todo, tan solo si
supiera qué era necesario mencionar y qué no.
—No, no sabría decirte.
—¿Puede caminar por sí sola? ¿Le cuesta levantarse?
—Ah por fin una pregunta cuya respuesta tenía sí, ha tenido problemas para caminar, dice
que las cosas están muy lejos cuando a las tiene a unos cuantos centímetros de su mano. Así que
tengo que ayudarla a moverse por que siempre apunta mal y tropieza.
—No distingue la profundidad concluyó Oscar.
Adam se sentía cada vez más preocupado; culpable por no haber acudido a Oscar con
anterioridad, pensando que, el no hacerlo, significaba que había arruinado todo.
—¿Eso es malo? preguntó Adam preocupado.
—Bueno, me dices que tiene dolores de cabeza, que cambia de humor constantemente, que tiene
problemas para mantenerse de pie vaciló ¿Ha estado fatigada?
—Se cansa con facilidad.
—¿Se ha desmayado?
—La vez que se cayó, como por unas tres horas y luego se despertó.
—Está bien.
—¿En dónde, según ella, se golpeó la cabeza?
—Por la nuca.
—Sí, es verdad, me dijiste que no ve bien.
—Sí, lucha con el tamaño real de las cosas.
Oscar se mantuvo en silencio unos segundos, preocupando a Adam cada vez más, haciéndole
creer que había matado a Abby por no haber actuado a tiempo. Mi esposo se inclinaba un poco para
poder ver mejor adentro de la habitación en donde la había dejado, asegurándose que aun estuviese
con vida; habiendo tardado tanto en llamar a mi hermano, pensó que su vida corría peligro.
El silencio le atormentaba más aún que la idea de que pudo haberlo arruinado todo; era la
incertidumbre, el suspenso que mi hermano le inyectaba a las cosas.
—¿Oscar? ¿Todo está bien? preguntó Adam, como si estuviera entrando en una habitación
vacía en la que le acechaba el terror de encontrarse con un monstruo.
—¿Dices que estuvo tres horas desmayada, nada más? preguntó Oscar, luego de un largo
silencio.
—Sí, más o menos, no sabría decirte. Me quedé dormido gran parte del tiempo.
—¿Ha tenido dificultad para recordar cosas o luego de que la encontraste se le olvida lo que ha
hecho recientemente?
—No.
—Y no se ha desmayado de nuevo repitió Oscar por segunda vez durante la llamada.
—No, ya te dije, sólo luego de la caída, después de eso, más nada.
—Lo que quiero que me asegures es que no estuvo más de un día inconsciente.
—Oh no, no, sólo ese rato, luego se despertó.
Oscar aclaró su garganta, preparado para dar su diagnóstico.
—Bueno, no puedo hacer mucho al teléfono y mucho menos sin hacerle una resonancia
magnética para saber exactamente qué le sucede a esta chica explicó.
—Lo que sea que puedas decirme me ayudará; sólo quiero saber si es grave, si puedo ayudarla, si
necesita urgentemente un médico o algo por el estilo. ¿Debe ser hospitalizada?
—No, no diría «hospitalizada» pero sí necesita que la atiendan, que la evalúen apropiadamente.
—Pero, ¿Qué tiene? insistió.
—Tomando en cuenta lo que me estás diciendo, por un lado, y sacando conclusiones por el otro,
puedo decirte que lo que esa chica tiene es un trauma craneoencefálico.
—¿Un qué?
—Un trauma en la región de la cabeza, casi siempre causado por golpes o algunas otras cosas;
pero, dado el caso, la caída y todo lo demás, lo más probable es que se haya golpeado.
—¿Y por eso ve mal las cosas? Porque casi siempre está confundiéndolo todo, como si estuviese
estúpida de los ojos.
—Sí, me dijiste que ella jura que se golpeó en la nuca ¿cierto?
—Sí.
—Bueno, eso puede explicar por qué su problema se inclina por ese lado ya que seguro tiene algo
cerca del lóbulo que se encarga de procesar la información que se obtiene de los ojos lo que puede
decir que está confundiendo la información recibida a Oscar dejó que sus ideas fluyeran sin filtro,
divagando a su manera causa del traumatismo significando así en que confunda el tamaño real de
los objetos y hasta las profundidades o incluso podría estar confundiendo rostros conocidos aunque
no lo sabemos porque no te conoce pero de todos modos eso puede ser causa del mismo golpe que se
dio en la nuca habló sin detenerse siquiera para tomar aire hasta que dijo la última palabra, sin
ninguna pausa ni nada por el estilo.
La forma en que lo dijo, a pesar de ser algo muy simple de entender si se explica bien, dejó a
Adam más perdido de lo que ya estaba.
—Este estaba confundido, perdido por completo en las pretenciosas palabras de Oscar
¿Qué quiere decir todo eso?
Oscar respiró profundo, seguro de que su explicación había sido lo más cercano a la perfección,
algo propio de mi hermano cuando comenzaba a emocionarse al hablar; perdía el hilo de las palabras
y empezaba disparándolas como una ráfaga de balas faltas de estructura.
—Lo que intento decirte es que el golpe en la nuca puede explicar por qué está teniendo
problemas para identificar de forma coherente lo que ve. ¿Me explico? Dijo Oscar, sin estar a
gusto con repetir lo ya dicho.
Mi hermano odiaba que le pidieran repetir lo que ya había dicho; había pasado mucho tiempo de
su vida negándole a todos que él era el del problema, cuando evidentemente sí lo era.
—Y, ¿sabes qué puede estar causándolo? ¿Qué tan grave es?
—No puedo saberlo, puede ser desde una simple inflamación hasta un tumor dijo Oscar
sin la tomografía no puedo decirte nada vaciló lamento no ser de más ayuda agregó mi
hermano.
La conversación con Oscar le dejó un amargo sabor de boca. Mi hermano supo explicarle, en lo
que quedó de llamada luego de eso, pacientemente y con cuidado, lo que significaba el haber sufrido
un trauma craneoencefálico. Con la poca información que manejaba mi esposo, pudieron concluir en
que no era tan grave como él creía (algo que yo ya había asumido) y que sólo necesitaba tener
paciencia dado que no quería ser tratada en el hospital. Le recomendó ciertos cuidados para que le
ayudaran a reducir la inflamación (en el caso de haberla) esperando que todo se arreglase en los
próximos días.
Adam y Oscar se despidieron como si nunca hubieran dejado de hablar, cosa que me hizo sentir
muy bien porque me demostraba que mi esposo no había perdido esas habilidades sociales que tanto
me había costado que tuviese.
Para Adam, todo parecía estar en orden.
Ya satisfecho con su respuesta, se liberó de esa incertidumbre que le acechaba como un posible
problema más grave de lo que parecía, el cual sabía que era incapaz de identificar con su escaso
conocimiento y que el no saber cómo tratarlo podría llevarla a su inminente muerte, obligándolo así,
a tener que ahogarse en la culpa.
Adam caminó hasta la habitación en donde estaba Abby tendida sobre la cama con los ojos
cerrados y evidentemente sumida en un sueño profundo. Él tenía la intención de acercarse a ella y
explicarle lo que podría estar sucediéndole en ese momento. Se imaginaba llegar con una sonrisa y
un: «tengo una buena y mala noticia», esperando a que ella se lo tomara de la mejor forma.
Adam estaba un poco renuente a abrirse con Abby luego de darse cuenta que no era la persona
más amable con la que había tratado, dejando sus intereses de lado; lo que importaba era ella. Me
costaba aceptar el hecho de que mi esposo estaba interesándose en ella, incluso a pesar de su actitud
atorrante; no quería creer que fuera algo importante. Pero, el verlo acercarse al umbral de la
habitación y detenerse ahí para verla mientras dormía sin la intención de hacer algún movimiento
brusco porque pensaba que cualquier cosa que hiciere podría hacerla irritar, me hizo sentir celos de
ella.
Ridículo ¿no?
Adam no quería creer que todo lo que ella decía o hacía era su forma de ser, que tal vez se debía
al estrés de ser perseguida y estar lastimada, y, luego de que Oscar le dijera los motivos de sus
cambios bruscos de humor, le abrió el camino a una nueva percepción de ella.
Mientras la veía, sólo se sentía ansioso de verla mejorar. En el peor de los casos, Abby podría
complicarse hasta el punto de tener problemas permanentes, en el mejor de todos, se curaría con el
tiempo; algo que él sabía que tenía de sobra.
—Espero que te sientas mejor le dijo Adam a Abby desde la puerta, teniendo la conversación
que quería con ella.
Adam dejó aquella habitación con la esperanza de tener un escape de todo eso que le estaba
frustrando por los últimos meses luego de mi partida. El aislamiento al que se había sometido le
estaba pasando factura de tal manera que no entendía la diferencia entre estar solo y el estar en
completa soledad. La presencia de Abby significaba un cambio radical en su rutina; no sólo la veía,
no sólo compartía con ella, era su presencia: algo fresco se le había presentado; se sentía secuestrado
por su forma de ser, se había identificado con su secuestrador y de alguna forma, quería seguir
teniéndole cerca.
Pero, esa cercanía que Adam estaba empezando a atesorar, no significaba nada para lo que ella
representaba. Tal vez no se notaba mientras estaba dormida, pero era muy pronto y tarde a la vez.
6
Paulatinamente, los días fueron avanzando, de la misma forma, el estado mental de Abby iba
mejorando. Adam había logrado apelar a su amabilidad, demostrándole que no tenía que ser necia ni
molesta. Sí, por un lado, esa actitud extraña que tomaba la mujer era a causa de un simple golpe en su
cabeza, pero, de todos modos, si tenía pensado quedarse ahí, mi esposo sabía que tenía que tener una
relación agradable con ella.
Abby fue mejorando sus habilidades sociales, no se irritaba con facilidad e iba dejando que Adam
le ayudase cuando realmente lo necesitaba. Los síntomas de su traumatismo iban amainándose al
igual que su falta de amabilidad y tolerancia. Eso sirvió de trampolín para la amistad que podía
entablar con mi esposo.
Tanto Adam como Abby fueron acostumbrándose el uno al otro. Mientras iba mejorando, a pesar
de estar un tanto paranoica con respecto a lo que la había llevado hasta allá, mi esposo se sentía más
a gusto con ella. La miraba como miraría a alguien de quien se estaba interesando poco a poco de
manera personal. Sé que esa mirada que le daba no era nada normal; era el brillo que le iluminaba, lo
que pensaba al verla.
Adam no sólo estaba interesándose en ella, en conocerla como en realidad era, sino que, paso a
paso, sentía que el tenerla en la cabaña hacía mejor sus días.
—Aquí tienes Le entregó un platillo cocinado por él, con los ingredientes de su nevera y su
huerto.
—Huele bien dijo ella.
—Ya estás identificando olores, eso es bueno afirmó Adam.
—No había dejado de hacerlo Abby acercó el plato que Adam le había entregado y lo
inspeccionó con la mirada siempre pude oler bien.
—Lo sé, sólo digo. No sabía qué decir de todos modos.
Abby aún tenía cierta dificultad para distinguir tamaños y formas, pero en comparación con lo
poco que entendía días atrás, sí que estaba mejorando.
—¿En dónde aprendiste a cocinar? preguntó Abby, mirando el plato, estudiándolo.
Tenía días haciendo lo mismo, evaluando cada detalle más de lo normal porque quería estar
segura de lo que estaba viendo. Adam lo había notado en silencio, tenía mucho tiempo libre para
estudiar a aquella mujer sin ningún tipo de interrupción, entendiendo, de esa forma, lo que ella estaba
pensando.
Era algo que se notaba a simple vista, además, no era como que estuviese haciéndolo en secreto,
resultaba bastante obvio lo que hacía. Abby continuaba observando el plato; Adam se percató de ello
en lo que regresó de la cocina con su plato en mano.
—¿Alguna novedad? preguntó Adam, al ver a Abby con la mirada fija en su comida.
Abby no respondía, continuaba mirando fijamente el plato como si tratar de imaginarse lo que
había en él le ayudaría a ver mejor.
—Eso intento saber dijo Abby.
—Déjame ayudarte Adam soltó su plato sobre la mesa y se sentó al lado de ella ¿Qué ves?
—Algo redondo dijo como si estuviera forzando todas sus capacidades mentales para dar con
esa forma.
Se fue acercando poco a poco a ella, casi como si estuviera intentando pegar su mejilla con la
suya y trató de ver lo que Abby veía. Luego de un corto silencio, reaccionó con entusiasmo.
—¡Perfecto, entonces! exclamó Adam, tomando por sorpresa a la chica ya sabes qué es
algo redondo. Así que terminamos por hoy bromeó, quitándole importancia al asunto.
—No grites se apartó un poco de mi esposo y no es suficiente, tengo que saber qué forma
tiene esta cosa que está en el plato.
—Tiene forma de filete Adam fue hasta donde tenía su plato y comenzó a manipularlo
¿Qué otra cosa quiere saber?
—No hay forma de filete, no porque digas «tiene forma de filete» agregó, imitando la voz
gruesa de Adam hará que mágicamente identifique la forma del filete.
Adam había tratado de ignorar los evidentes problemas de su estado con gracia y paz, ya que, el
preocuparse al respecto, no le serviría de nada. Era evidente que su recuperación era lenta, Oscar le
había dicho que sin la ayuda adecuada así sería, que tal vez hasta podría tener daños leves pero
permanentes. Decidió no pensar al respecto porque así podría disfrutar más la compañía que
literalmente le había caído del cielo.
—Creo que deberías calmarte. Si sigues forzándote de esa forma, sólo conseguirás marearte más
agregó mi esposo, indiscretamente y sin saber mucho al respecto.
Abby se mostró frustrada, no sólo por no poder verle la forma a la comida, sino por lo dicho por
Adam.
—No puedo calmarme vociferó escandalizada quiero poder encontrarle la forma a esto
dijo, señalando a su plato como si se tratara de una criatura desconocida quiero poder ver qué
forma tiene esta mesa y saber de nuevo cómo demonios se ve algo cuadrado.
Abby apartó el plato con furia, dejando que un poco de su comida cayera en la mesa.
—Tranquila, no tienes que tirar la comida Adam dejó su tenedor y cuchillo a un lado para
recoger lo que había caído del plato de la chica.
Ella lo veía confundida, frustrada. Se notaba que quería poder hacer las cosas por sí solas sin
requerir la ayuda de alguien más. Estaba evidentemente perturbada por el hecho de no poder ver de
tal forma que el poder mantenerse de pie, caminar y no seguir mareándose, quedaban en segundo
plano ante tal problema.
—¿Y si no me curo? preguntó ella asustada ¿Y si me quedo así para siempre? en su
voz se notaba la ansiedad, estaba inquieta. ¿Qué pasa si no puedo conseguir a alguien que me
cure? ¿Qué tal si debo quedarme en esta cabaña toda la vida por miedo a que me consigan? No
quiero tener que aprenderme de nuevo las formas geométricas básicas como si fuera una niña tonta.
Se veía como si estuviera a punto de quebrar en llanto, la frustración la estaba dominando, un
estado emocional que Adam no había visto en muchas personas. El tener algo que te afecta y no
poder darle una solución inmediata porque se escapa de tus capacidades, puede llegar a ser un gran
tormento.
De cierta forma entendía a esa chica, ahí, sufriendo por su estado mental, por la forma en que
vería el mundo de ahora en adelante y por todo aquello que debería dejar de hacer, porque, con su
necedad, no llegaría muy lejos y más si mi esposo continuaba mimándola. Ella necesitaba atención,
terapia, evaluaciones médicas. No sé cuántas veces voy a resaltar lo obvio, lo peor, es que es
infructífero porque continuo sin presentar ningún cambio o participación relevante en esta historia.
Adam supo que no era momento para bromear, que claramente la chica quería que alguien le
ayudara, que una persona llegase mágicamente a darle una solución a sus problemas porque por sí
sola no lo conseguiría. Mi esposo estaba consciente de que su frustración estaba a punto de cruzar el
limite; no importaba cual, el que lo cruzara ya era grave de por sí.
Tragó saliva y abrió su boca para hablar.
—No creo que te quedes así para toda la vida aseguró Adam.
—La verdad no sé si lo que tu creas pueda ayudarme de algo respondió Abby, siendo ella y no
la condición de su cerebro la que hablaba.
—Ah, ¿No me crees? preguntó Adam como si ella estuviera poniéndole a prueba, retándolo o
algo por el estilo. ¿En serio?
—No estoy diciendo que no te crea, estoy diciendo que no pienso que tus creencias puedan
ayudarme demasiado, ¿Sabes?
Adam tenía en mente amainar la tensión que se había creado en la mesa, por lo que usaría su
mejor arma.
—Eso suena como que me estás retando.
Abby le miró, claramente confundida, supuso que estaba volviéndose loco.
—¿De qué estás hablando? inquirió ¿No ves que estoy diciendo que no quiero quedarme
ciega?
—No estás ciega, puedes verme explicó Si puedes ver, no lo estás del todo.
—Estoy estúpida de los ojos, no puedo identificar formas, no puedo ni siquiera leer el maldito
nombre del jugo de naranja que tienes en la nevera.
—Si no puedes leerlo, ¿cómo sabes que es jugo de naranja? preguntó Adam con una sonrisa
tonta ¿Ah?
—¡Porque lo probé, demonios! ¿De qué otra forma voy a saberlo?
—Entonces, viste una cosa cuya forma no identificas en la nevera, con un nombre que sabes que
no puedes leer, y ¿Decidiste llevártelo a la boca? expresó Adam, analizando la situación.
Abby entrecerró los ojos como si quisiera perforarle el cráneo con la mirada.
—No estoy bromeando aclaró con severidad.
—¡Oh, no! No me mal intérpretes, no estoy diciendo que sea un chiste, sólo te estoy preguntando
algo que realmente me preocupa continuó bromeando, pero con un tono de voz serio que ayudaba
a esconder su verdadera falta de seriedad.
—Parece que te estás burlando de mí y de mi condición vociferó Abby a la defensiva.
—No, sólo estoy demostrando mi preocupación ante lo que me acabas de decir. No es sólo que no
puedas leerlo, sino que ¿Por qué probaste algo que ni percibes adecuadamente ni entiendes qué era?
Sólo digo.
Abby se veía acorralada, honestamente no sé por qué, lo que decía Adam me parecía realmente
tonto y no me era claro el por qué ella le seguía la corriente. Era obvio que estaba a la defensiva, algo
normal estando en su posición.
—¡Ah! vociferó ¡Deja de hacer eso! levantó las manos de la mesa colocándola en el
espacio vacío entre ella y él simulando que lo estaba ahorcando ¿Por qué siempre haces eso?
inquirió con furia.
Adam sólo estalló en risas, como si de la boca de Abby hubiese salido la broma más graciosa del
mundo.
—¡No te rías! pidió ella, en una combinación entre confundida, preocupada y afectada por la
risa de mi esposo ¿Por qué te ríes? No lo entendía ¿Por qué Adam hacía eso?
Es el tipo de preguntas que yo me hacía cuando él se comportaba de la misma forma conmigo. Mi
esposo tenía esa afición por quitarle importancia a todo de tal forma que era exasperante, incluso, a
veces, me llegó a dar la impresión de que no sentía empatía; al paso del tiempo me fui dando cuenta
que sí era buena persona, sólo tenía una forma extraña de ser.
Abby, aunque intentando no dejarse dominar por las contagiosas carcajadas de mi esposo, no
podía negar que se sentía a gusto con su forma de ser.
—¡No te rías, he dicho! insistía.
—Relájate propuso mi esposo ¿Sí? poco a poco fue bajándole la intensidad a sus
carcajadas hasta quedar calmado por completo. A pesar que no me haya sucedido algo similar a
ello, sé lo que es sentirse frustrado y puedo entender que lo que te está pasando no es nada fácil de
superar, pero…
—No parece interrumpió Abby, cruzando los brazos con firmeza, tensando su cuerpo,
tomando aire con fuerza y apartando la mirada a otro lado.
—Pero repitió, haciendo énfasis en la palabra ya el doctor de cerebros que llamé en estos
días nos dijo que, así como es probable que sea malo, también es probable que todo marche bien y
que, al final, incluso puede que te cures sin ningún tipo de intervención médica.
—Pero es que…
Abby relajó los brazos y el resto de su cuerpo mientras que iba dirigiendo su mirada hacia Adam.
—Pero es que nada no la dejó hablar ¡Ahí está! señaló con entusiasmo, levantando los
hombros y apuntando en dirección a Abby con ambas manos ¿No ves? Puedes caminar, estás
diferenciando poco a poco las formas y no te duele tanto la cabeza. ¿Acaso no es una mejora?
—Este…
—¡Dime! insistió ¿Acaso no es una mejora?
—Sí, lo es.
—Entonces ¿Para qué sigues torturándote de esa forma? Bajó los brazos y cogió sus
cubiertos Yo digo que mejor nos tomemos todo con calma.
—Pero el doctor dijo que tenía que tomar terapia para recuperarme señaló Abby tú mismo
lo dijiste. No puedo simplemente relajarme, tengo que vaciló eso, tú sabes no conseguía las
palabras hacer la cosa comenzaba a frustrarse.
No sé si era porque no conseguía la palabra en el idioma con el que se comunicaba con mi
esposo, o es que el trauma en la cabeza le estaba facturando más problemas.
—¿Qué? preguntó Adam al ver que estaba tardando mucho en terminar la idea.
Se preocupó por un segundo, suponiendo que podría significar que estaba teniendo problemas al
hablar ¿Y si eso era una mala señal en cuanto a su lesión?
—O sea, no sé cómo se le dice al hecho de hacer terapia miró a Adam, esperando a ver si él
tenía la respuesta a su duda.
Adam sólo negó con la cabeza, cuestionándose si se trataba de un problema grave del que debía
preocuparse o si sólo era otra de sus cosas locas de mujer extraña.
—Bueno continuó ella lo que quiero decir es que debería estar haciendo eso ¿me
entiendes?
—Ahora sí afirmó, suspirando de alivio.
—¿Qué? preguntó, interrumpiendo su propia idea y mirándolo extrañada, como si hubiera
notado algo fuera de normal.
—¿Qué de qué? Dijo él.
—¿Por qué suspiras así? ¿Qué quieres decir con eso?
—¿Qué? exclamó, preguntándose como si estuviera ocultando algo tan mal que la sonrisa lo
delataba.
Abby lo miró entrecerrando los ojos, queriendo perforarlo con la mirada.
—¿Qué significaba ese suspiro? Sé que significa algo hizo una pausa esperando a que diera
una razón Piensas que estoy loca ¿Verdad?
Yo sí.
—¿Loca? No, no he pensado eso exclamó Adam, notando que estaba realmente ofendida.
—Sí, miénteme ahora. Sé que piensas que estoy loca.
Estando a la defensiva, volvió a entrelazar sus brazos en su pecho y a apartar la mirada con un
gesto de disgusto tatuado en el rostro.
—¡Es en serio! insistió Adam no pienso que estés loca. En verdad.
—Entonces se giró para verlo, cuestionando la credibilidad de sus palabras como si fuese una
abogada ¿Por qué suspiraste? ¿Ah?
—Es que dudó en decírselo es que vaciló creí que estabas presentando otro síntoma,
y me preocupé. No quiero que te sigas complicando, mucho menos ahora que te estás mejorando
la miró fijamente sólo suspiré de alivio al ver que sólo era que no sabías la palabra.
Abby no pudo evitar sentirse bien con sus palabras. Sus mejillas se sonrojaron, dejándola en una
posición vulnerable. Era difícil no sentirse así con Adam cerca por tanto tiempo, yo sé al respecto.
Aclaró su garganta, pasando de estar a la defensiva a comportarse como una niña sensible.
—Estabas preocupado por mi dijo, cabizbaja, tratando de ocultar sus mejillas rojas.
—Sí Adam no le dio importancia, pero no dejaba de verla quiero que te recuperes y no
quiero que nada te pase, en serio.
Hubo un silencio entre los dos; se miraban fijamente sin decirse (ni pensar decirse) una palabra;
estaban completamente convencidos de que cualquier cosa que hicieran arruinaría el momento, y
estaban en lo cierto. Aunque, el verlos de esa forma era un problema para mí, no solo porque
comenzaban a sentir una atracción honesta y bien infundada tratándose de mi esposo, sino que, no sé
en dónde me dejaría eso si por algún motivo Adam se olvidaba de mí.
Abby aclaró de nuevo su garganta, rompiendo el hielo entre los dos. Pestañó rápidamente como si
estuviera aclarando sus ideas, como si se estuviera retractando de lo que (evidentemente) pareció
sentir en ese momento.
—¿Puedes pasarme mi plato? Miró hacía donde Adam había apartado el platillo que Adam
había recogido cuando ella lo lanzó.
—Claro aseveró Adam, pasándoselo.
Abby lo cogió y puso en frente suyo.
—Creo que se ve delicioso.
La forma en que se hablaban había cambiado por completo. Lo que se decían se percibía como si
estuvieran apenados, como si se tratara de un amorío inocente entre dos niños que no saben la forma
en que pueden comportarse estando al lado del otro. Era adorable y un poco empalagoso verlos
evitarse las miradas, querer tocarse las manos, pero no hacerlo porque estaban apenados; exasperante.
—Cuando puedas diferenciar formas, te haré otro platillo igual para que veas que sí se ve
delicioso.
Abby le sonrió cabizbaja, apenada; para que pareciera una colegiala enamorada, sólo le faltaba el
flequillo molestándole el ojo para que se lo recogiera detrás de la oreja. No sé si se sentía así por la
forma «atenta» en que mi esposo la estaba tratando o es que el estar tanto tiempo aislada con él
comenzó a afectarle de muchas formas.
—Lo esperaré con ansias.
Ambos comenzaron a comer en silencio, evitando mirarse el uno al otro para poder mantener la
compostura. Adam estaba emocionado, el corazón le palpitaba a millón, pero, a pesar de que estoy
muerta y que yo quería que él consiguiera a alguien que le hiciera feliz de nuevo, el verlo estar de esa
manera me traía recuerdos e, incluso, me daba un poco de envidia no ser ella en ese momento.
—Mi esposa una vez me dijo empezó a decir Adam de repente.
La forma en que comenzó a hablar me llamó la atención de inmediato ¡Estaba hablando de mí!
Tal vez mientras me lamentaba de estar desapareciendo de su memoria, Adam pensaba en su esposa
muerta, o sea, ¡Yo!
Abby levantó la mirada; nunca voy a olvidar la forma en que su semblante cambió de un segundo
a otro en el momento justo en que emitió el primer sonido para comenzar a hablar al punto en que
dijo «mi esposa».
Claro, ella ya sabía de mi existencia, él le contó que estuvo casado y que yo morí en un accidente.
No le dio muchos detalles importantes, pero si lo que consideró relevante: «tuve una esposa», «de
ella era esta taza de café», «murió en un accidente estando conmigo».
Había sido puntual y preciso. Creo que incluso hasta había hablado al respecto más frío de lo
normal. Pero, el haberme mencionado en ese momento era algo diferente. Adam se refirió a mí muy
natural, mirando al plato, dibujando una sonrisa nostálgica en su rostro sin hacer más nada, como si
un recuerdo feliz se hubiese asomado.
Entiendo cómo debió haberse sentido para ella: luego de ese silencio incomodo que
compartieron, algo que tal vez pudo haberse traducido en una cosa «especial» entre los dos, pasó a
ser otra cosa en el momento en que mencionó a su esposa muerta, dándole a entender que aún le
pensaba y sentía cosas por ella, era como que le cortaran las piernas y la dejaran caer como frondoso
árbol.
¡Fuera abajo! Se pudo escuchar el grito del leñador al verla caer de la cima en la que se había
montado hace tan solo unos segundos atrás, con ese cambio fugaz de semblante.
—Ella me dijo una vez continuó hablando Adam, sin darse cuenta en lo absoluto de lo que
acababa de pasar Cuando algo está afectado, la forma de ayudarlo es abordando a través de los
otros sentidos Levantó la mirada y se fijó en ella, aun sin percatarse de su cambio de rostro.
Claro, Abby era una mujer después de todo, creo que es parte de nuestra naturaleza darle al
mundo nuestra mejor cara de triunfo por muy a pesar de que nos haya afectado algo. No sé si sólo
aplica a las mujeres fuertes, a las mujeres en sí o sólo a nosotras dos, pero, el verla no demostrar que
el que me haya mencionado en ese instante le había afectado, me dejaba en claro el tipo de mujer que
era.
—¿Qué quieres decir con eso? controlaba sus emociones muy bien.
—Que si queremos mejorar tu sentido de la vista, tendremos que estimularte por otro lado para
que así puedas nivelar la diferencia Adam seguía sin darse cuenta algo más o menos así dijo
ella, aunque
No voy a explicar al respecto, él ya lo hizo de la forma más sencilla que se puede. Pero, eso no
importaba, lo que importaba es que tenía un punto.
—Entonces ¿me ayudarás a hacer terapia entonces?
—Haré lo que sea para que te recuperes.
Es interesante cómo la tensión entre los dos simplemente desapareció de un segundo a otro. No
puedo decir que me siento a gusto con eso porque no le desearía eso a nadie, ni siquiera a ella; ya
mucho estaba sufriendo como para tener que soportar la idea de que mi esposo aun estuviese
enamorado de mí.
Pero luego de aquel entonces sus conversaciones se comenzaron a tornar un poco raras. Los días
pasaron y ellos continuaban interactuando, Adam no cambió mucho su comportamiento, seguía
siendo atento y amable con la chica mientras que ella, poco a poco, mejoraba su actitud con mi
esposo y su forma de comunicarse. Ya no era grosera o se alarmaba por todo.
—¿Cómo estás hoy? preguntó Adam asomándose a la puerta de su habitación, ahora de ella.
La chica estaba de espaldas a la puerta, tal vez durmiendo, tal vez viendo la pared. Adam se había
acostumbrado a levantarla a esa hora, por lo que no le prestó mucha atención a la posibilidad de que
siguiera dormida. Por otro lado, él ya se había cepillado y vestido (para no molestarla pasó su ropa a
la sala y así poder vestirse sin ser visto). Abby había demostrado ser de las que se despertaban tarde,
sin darle mucha importancia a la mañana.
—En la mañana no hago mucho, y menos voy a hacer estando aquí encerrada dijo una vez
cuando Adam le comentó lo mismo.
Era cierto, a diferencia de mi esposo, ella no podía hacer más nada que no fuese estar en la
cabaña dando vueltas o incluso acostada en esa misma cama sin poder levantarse por temor a caerse.
—No tengo que despertarme temprano dijo más bien, ¿Por qué tú te despiertas temprano?
preguntó, pidiéndole un motivo lógico.
—Porqué debo cuidar la montaña y mi trabajo es verla todo el día, estar siempre atento.
—¿A qué? preguntó Abby ¿Sabes? Nunca he entendido qué hacen los guardabosques, es
decir: no son bomberos, ni policías, ni siquiera son leñadores. Sólo están ahí aguardando a que algo
interesante suceda ¿Para qué? ¿Para llamar a alguien que sí pudiera hacer algo? De hecho, incluso
creí que había dejado de ser un trabajo dijo, no de una forma ofensiva, pero si apuntando a alguna
llaga sensible en mi esposo.
Adam no le dio importancia a su comentario. No es como que en el pueblo le dijeran todo el
tiempo ese tipo de cosas así que no se puede decir que «no era primera vez que lo escuchaba»
porque, de cierta forma, sí lo era. Tal vez en la ciudad o en países en donde los bosques no eran muy
importantes, un guardabosque no era la gran cosa, pero en su pueblo y su país, era algo relevante.
Mi esposo la miró sin inmutarse, seguro de que tenía la respuesta correcta.
—Bueno, de no ser por mí, habrías muerto en medio de la nada; así que sí, puede que no haga
mucho como tú dices, pero soy la razón por la cual sigues viva y no estaba equivocado.
Abby se tragó sus palabras y no volvió a decir más nada por ese día. Eso sucedió cuando aún era
susceptible a los cambios de humor que venían de la mano por el traumatismo en su cabeza.
—Estoy bien respondió, dándose la vuelta me siento un poco mejor.
Los dos se miraron, ella levantó la parte alta de su cuerpo apoyándose de la cama con las manos,
con tanto cuidado que parecía que tenía algo fracturado. Sólo estaba acostumbrándose a sus
continuos cambios a la percepción del espacio. Era algo que poco a poco se sentía como cuando se te
va pasando el dolor de la mano luego de haberte quitado un yeso tras una fractura.
—Te sientes mejor entonces afirmó Adam ¿Cómo dormiste?
Abby se sonrojó un poco.
—Dormí bien, gracias por preguntar.
Su conversación parecía un parlamento, una plana que habían leído con anterioridad para no tener
ningún tipo de error, para no demostrar sentimientos. Se veían de una manera y se hablaban de otra.
—Eso es muy bueno dijo Adam, para luego hacer una pausa.
Apretó sus labios y los mordió mientras los mojaba introduciéndolos a su boca. Se veía más
normal de lo que suena escrito. El punto es que había hecho una pausa porque no tenía idea de qué
más decir. Ya habían pasado tantos días juntos que cualquiera diría que ya era hora para que
perdiesen la pena al hablar, pero no, parecía que más bien había incrementado.
—Sí… aseveró Abby, sin nada más qué agregar.
Los dos se miraron fijamente; ni una palabra, ni un gesto, sólo se miraron sabiendo que querían
decir otra cosa. No sé qué habría querido decir ella; Adam deseaba decirle que se veía bien, que no
necesitaba preguntárselo cuando le veía el rostro iluminado y lleno de vida. Le gustaba ver a una
mujer cuando recién se despertaba porque era el momento justo en que la veías al natural, fresca,
llena de paz.
Pero Adam no quería simplemente decir ese tipo de cosas, no quería parecer un acosador o que
estaba tomando ventaja de la situación, del hecho de tenerla en su cabaña por tanto tiempo.
—¿Comiste? preguntó Abby, de la forma en que cualquier persona sacaría un tema al azar
para crear conversación.
—¿Comer? hizo como si fuese algo difícil de concebir Oh no, todavía no. Estaba
esperando a que te despertaras para preparar el desayuno dijo Adam, con una sonrisa.
—¿Qué vas a preparar hoy? preguntó ella, de una forma tan tranquila y pacifica que sonaba
como si estuviera dormida.
—Bueno, estaba pensando preparar unos waffles, si te apetece.
Abby asintió con la cabeza y un extraño gesto en el rostro que consistía de apretar los labios y
levantar las cejas, aprobando de esa forma la idea de Adam.
—Waffles entonces afirmó.
—Perfecto respondió Abby con una sonrisa en el rostro.
Esa fue la primera conversación del día en que sus miradas decían más que sus palabras. Ahora,
esto es lo que se sentía en el aire al verlos y traducir sus miradas.
—Veo que estás mejor en contexto, lo que mi esposo habría dicho cuando ella se giró a verlo.
—Sigues aquí, creí que ya estaba sola habría dicho ella.
—Estás radiante habría dicho él.
Como ventaja, sé que estaba pensando, con ella sólo estoy adivinando al interpretar lo que sus
ojos decían. Cosa que, la verdad, no es muy lejano a lo que realmente quería decir; créanme, de cierta
forma lo sé.
Y es que es así, la manera en que mi esposo le miraba era tan intensa que ella, sin saber qué
quería decir, se sonrojó un poco. Luego de eso, su conversación habría tomado un rumbo diferente en
el que ella le dice que lo agradece, él que no tenía que agradecerle porque sólo estaba resaltando lo
obvio; ella habría sonreído y él le habría sonreído de vuelta.
Con el pasar de los días los dos lograron acostumbrarse a la presencia del otro. No tenían nada
que los distrajera y se sentían a gusto estando acompañados.
Su relación iba en constante ascenso, y puede que, tal vez, subiendo más de lo que esperaba.
Verlos comportarse como dos niños que se gustaban pero que no tenían el valor para decírselo al otro,
era un infierno; mi vida después de la muerte comenzó a hacerse más difícil de sobrellevar a causa de
eso.
Abby intentaba llamar la atención de Adam a pesar de ya tenerla sin esforzarse mucho y Adam
intentaba complacerla en todo, incluso dejando de patrullar como lo acostumbraba para pasar más
tiempo a su lado. El hecho que estuvieran en la cabaña aislados del resto del mundo, los atrapaba en
una burbuja atemporal sin nada que los pudiera distraer: personas, obligaciones, deudas, familiares,
responsabilidades… nada parecía afectarlos, ni siquiera la locura.
7
Las semanas se convirtieron en meses; Abby ya parecía tener una mejora significativa en sus
lesiones lo que le permitió a mi esposo conocerla mejor. Aquella mujer desagradable, temperamental,
difícil de tratar¸ que no soportaba escuchar a Adam hablar y que, para variar, necesitaba la ayuda de
mi esposo, desapareció casi por completo.
Adam (aunque no era muy diferente a como estaba en el principio) se encontraba a gusto cada
vez más por la actitud y la presencia de Abby. Lo consideraba como algo enriquecedor que las cosas
hubiesen sucedido de tal forma que los dos se encontraran. No sabía si la vida lo había determinado,
si el azar le favoreció por un simple desenlace loco de sucesos o que todo estaba planeado; esa nueva
chica le permitía la posibilidad de imaginar tantas razones que parecía que era un hombre diferente.
Mi esposo pasó a invertir su tiempo, casi en su totalidad, en ella. Ambos adquirieron un
comportamiento basado en la rutina que les permitió un avance significativo en una relación que
parecía prometer cada vez que se acercaban más.
Gracias a la recuperación casi total de Abby, Adam descubrió que era una asidua lectora, que
engullía libros y todo lo que fuera escrito (cosa que explica parte de su frustración en no poder leer)
por puro placer, lo que lo llevó a recolectar todo lo que pudiera considerarse literatura y entregárselo
para llenar sus días de aventuras, fantasías, misterios y romances. Pero no fue lo único que aprendió
de ella.
Aunque, para ser honesta, su recuperación parecía estar lejos de completarse. Era de esperarse
que ciertas alucinaciones o distorsión de la realidad que pudieron haberse presentado mientras estaba
reciente su trauma, continuara como una especie de secuela la cual poco a poco iría amainando hasta
desaparecer sin dejar rastros; síntomas comunes de lesiones como esa. Pero, de entre todas las cosas
que pudieron haber continuado como secuelas, la más extravagante y loca fue la que prevaleció.
—Creo que ya estoy bien para que me lleves al lugar del accidente le dijo Abby, una tarde
cualquiera mientras que compartían en silencio frente a la chimenea.
Se acostumbraron que, a las tres de la tarde, luego de almorzar, se sentarían en frente de la
chimenea a tomar un café y a compartir el tiempo; fuese leyendo, hablando o simplemente
durmiéndose cada uno en su asiento preferido, lo hicieron parte de su rutina.
En ese horario hablaron de todo, incluso de mí. Abby y Adam parecían no tener más secretos,
hasta ese día.
—¿Crees que estás lista? preguntó Adam, esperándose eso.
—Sí.
—Por un momento creí que lo habías olvidado.
Abby bajó el libro, depositándolo en su regazo.
—No, sólo quería esperar.
—¿Esperar a qué? Adam no había perdido interés en el tema, de hecho, en secreto, deseaba
que fuese verdad.
—No lo sé afirmó creo que quería esperar a sentirme mejor.
—Te sientes mejor desde hace ya varios días señaló él.
—Sí, eso lo sé, pero es que no creí que estuviera preparada.
—¿Preparada? ¿Para qué habrías de estar preparada? Él le miró, confundido ¿Qué crees
que vas a conseguir ahí?
El terror y la confusión se apoderaron del rostro de Abby. Tal vez mientras estaba lesionada
parecía difícil de creer tal locura, y puede que, de no estarlo, si lo hubiera dicho con esa mirada y
expresión que llevaba puesta, le habría creído de inmediato.
—No quiero averiguarlo Su voz perdió afinidad, parecía que se había tragado el sonido y no
conseguía sacarlo por su boca.
Ahogó sus palabras de nuevo, dando la misma respuesta, pero, esta vez, solo para sí misma.
—No quiero averiguarlo.
Adam intentaba entender lo que sucedía sin decir ni una sola palabra. La mujer que conoció al
principio ya no estaba, esta era otra: una persona madura, con una vida fuera de esa cabaña, con un
pasado, traumas, miedos, opiniones. Le había costado adaptarse a la idea de que tenía que hacerse de
una nueva primera impresión, haciendo de cuenta que lo que vivió con ella antes, prácticamente no
sucedió.
Eso hizo que la vida personal de esta nueva Abby fuera algo delicado, algo que pudo haber sido
del mismo modo que con la otra Abby (la Abby con un golpe en la cabeza), pero que, por algún
motivo, con esta, era diferente, por lo que le debía respeto.
—Pero siento que debo hacerlo Agregó Abby, con una voz llena de convicción.
—¿Estás segura? No creo que sea importante ya, has estado aquí vaciló relativamente
cerca del lugar del accidente, y no te ha pasado nada malo; creo que no…
—No me crees ¿verdad?
Abby miró a Adam como si le ofendiera su desconfianza. A pesar de saber que era algo
descabellado, continuaba esperando que alguien no la tomase por loca luego de decir eso. Sí, no
había nada que lo comprobase, ni mucho menos algo, aparte de Adam, que indicara la existencia o no
de aquel laboratorio.
Por extensión, de existir, ella estaría en graves problemas; en su defecto, igual por extensión, eso
significaría que Abby tenía un grave problema.
—No, no he dicho nada de eso se defendió.
—Lo acabas de decir como si no me creyeras; estas poniéndolo en duda le reprochó ella.
—No, Abby, no creas eso. No estoy diciendo nada de eso insistió no es lo que piensas.
—Entonces ¿Qué es? ¿Qué intentaste decir entonces?
—Lo que trato de decir es que, si los del laboratorio te estuvieran buscando, no estarías aquí
todavía; ya te habrían encontrado porque, para ser honestos, no estamos muy lejos.
La mirada de la chica cambió, se notaba que había aprobado el punto de mi esposo.
—Tiene sentido dijo.
—Lo sé, por eso lo digo. No estoy dudando de ti, ni nada.
—No, bueno cambió su semblante no es como que sea tu culpa. Sé que no es muy fácil de
creer algo tan descabellado.
Te lo dije.
—Lo sé, pero, desde que me lo dijiste, no dudé de ti Adam se inclinó al frente, apoyando sus
codos sobre sus rodillas para acercarse, aunque solamente un poco, a ella incluso, durante días,
caminé y caminé para ver si había alguna señal del laboratorio.
—¿Y? Abby esperaba una revelación contundente.
—No encontré nada y eso la decepcionó casi de inmediato.
Adam entendió lo que eso había significado para la chica; esperaba algo importante y revelador y
él no le entregó nada.
—Pero agregó, sembrando de nuevo un poco de esperanza en ella eso fue caminando
solamente al mismo nivel que en donde te encontré.
—¿Qué quiere decir eso? preguntó, sintiéndose cada vez más emocionada.
—Que no subí. Si caíste desde arriba lo que sea de lo que estabas huyendo estaba sobre nosotros,
no a esta misma altura.
—Tienes razón.
—Sé que tengo razón o ¿Cómo crees que vas a caer de la nada? Yo pienso que hay algo allá
arriba que no he visto porque ha estado bien oculto.
Abby sonrió ante el intento de mi esposo de hacerla ver menos loca. Ella se notaba claramente
convencida de que todo eso era cierto, y, creo, lo hizo porque Adam parecía apoyarla; no se sentía tan
loca.
Supongo que el problema no era que fuese cierto o no, sino que el colocarlo sobre un manto de
duda significaba que en su cerebro sucedía algo o no. Aquella posibilidad evidentemente le aterraba.
—Pero bueno Adam se levantó del asiento, lleno de energía cuando estabas luchando por
levantarte y mantenerte de pie, te prometí que te llevaría cuando estuvieras mejor dio un aplauso
de alerta y levantó la voz así que creo que ya podemos ir.
Abby se le quedó viendo, como si estuviera analizando la situación con total cuidado, como si se
tratara de algo que necesitara una evaluación cuidadosa para poder tomarlo en cuenta.
—No sé si lo recuerdes continuó él pero una promesa es una promesa se acercó a Abby
y le extendió la mano para ayudarla a levantarse ¿Vienes? preguntó con una sonrisa.
Abby había estado esperando ese momento por mucho tiempo. Se guardó la duda, el miedo y la
incertidumbre por mucho tiempo para poder hacer de eso algo a lo que se enfrentaría con todas sus
facultades activas, como para dejarlo pasar por la simple posibilidad de que no fuera real.
Abby colocó su libro de lado, guardándolo entre el cojín y el costado interno del sofá y se
levantó.
—Y sí dijo, embriagándose con la sonrisa de Adam sí lo recuerdo.
Adam sonrió, alegre, porqué sabía que Abby era una persona diferente. Estaba seguro que si
hubiese sido aquella mujer que le reclamaba cualquier cosa en cualquier momento, le habría dicho
algo como: «Pues debiste haberme llevado antes», o, «yo puedo levantarme sola» a pesar de que
realmente no podía.
—Vamos entonces.
Abby y Adam salieron de la cabaña dispuesto a ir al lugar en donde la encontraron para ver sí
podían dar con el paradero de aquel supuesto laboratorio. Él no estaba dudando de la credibilidad de
las palabras de aquella chica, pero sí tenía ciertas dudas al respecto del por qué habría un laboratorio
ahí y qué tenía ella que ver con todo eso.
El asunto no era tener que encontrarlo, el creerle o si era cierto o no, sino ¿Qué hacían ahí y qué
papel jugaba ella?
Adam miraba a Abby con cierto aire de preocupación; no quería que fuese lo que fuera que la
había tenido ahí y la obligó a caer de la nada la atrapase de nuevo y le hicieran pagar caro por haber
huido. Es decir, la verdad pudo ser cualquier cosa, no necesariamente tenía que ser algo malo, pero,
la paranoia y la incertidumbre solamente le permitían pensar en cosas nefastas.
—Y abrió la boca luego de unos cuantos minutos en silencio mientras que caminaban entre
los frondosos árboles de la montaña. Él estaba un paso más al frente, guiándola por el camino más
seguro ese laboratorio…
Adam no sabía cómo abordar el tema que parecía ser un tanto delicado para ella; era el tipo de
cosas con el que las personas no estaban acostumbrados a lidiar y, el que alguien interrumpiese su
cómoda y cotidiana vida con algo tan extraño como «huir de un laboratorio» del que, por extensión,
sólo se puede decir que se «experimentaba» con ese alguien, da una sensación desagradable en la
boca que no permite muy bien encontrar las palabras adecuadas.
Abby lo miraba desde atrás con cierto pavor oculto detrás de un manto de pseudo seguridad que
la mantenía en una posición elevada dentro el espectro de: «estoy preparada para todo» con el que se
consolaba para no aceptar que tenía miedo y que no quería regresar a ese lugar.
—¿Qué? preguntó Abby, buscándole sentido a su pregunta.
Sabía que estaba a punto de hacerle una pregunta importante, y tal vez, por las pocas palabras que
había dicho, podía ser que supiera de qué quería hablar.
—Este Adam disminuyó la velocidad de sus pasos para poder estar al mismo nivel (lado a
lado) de ella, y así conferirle más importancia al asunto, atacarlo con confianza, verla a los ojos
cuando escuchara su respuesta: ¿Qué sucede en ese laboratorio?
No era la pregunta que él quería hacer, pero si estaba dentro de lo que le preocupaba.
—¿Qué sucede de qué? Le miró ella, entendiendo en parte lo que quería saber, pero
necesitando más información para poder darle una mejor respuesta.
—Bueno vaciló ¿Qué hacen ahí? ¿De qué va este laboratorio? ¿Acaso hacen experimentos
con el cuerpo de las personas o cosas así? ¿Intentaron lavarte el cerebro o algo?
Abby no pudo aguantar la risa a pesar de que el tema le era delicado. Sí, era un tanto difícil hablar
de eso, pero, para ella, el que Adam le dijese ese tipo de cosas, resultaba adorable.
—¿De qué te ríes? ¿Es una broma? Adam comenzó a creer que todo eso podría ser
simplemente un chiste de mal gusto. Por un momento se sintió como un tonto incrédulo.
—No, no aseguró ella entre risas es que me parece lindo que digas eso, es como que sólo
pensaste que me drogaban o algo por el estilo.
Sin entender, Adam se detuvo. Abby no se percató y continuó caminando hasta que, tras abrir los
ojos para dejar de reírse, se dio cuenta que él se había quedado atrás.
—¿Qué pasó? inquirió dándose la vuelta y acercándose a él.
—No entiendo qué es tan gracioso, entonces ¿No estaban haciéndote cosas en el laboratorio?
Abby continuaba eufórica, aunque un poco más calmada tras entender que estaba confundiendo a
aquel pobre hombre.
—Bueno, cosas, cosas dijo, haciendo énfasis en las últimas dos palabras aludiendo a las
«cosas» que pensaba él que ella había sufrido no. No es como que me estuviesen metiendo una
sonda por el culo para tratar de saber qué pienso.
—¿Eso no lo hacían los extraterrestres? preguntó él, cada vez más perdido.
Abby sintió un poco de escepticismo en su voz, algo que le hizo cuestionar ciertas cosas por unos
segundos antes de suponer que había sido solamente una impresión suya.
—No aseveró con una sonrisa no es eso.
—¿Entonces? Adam estaba desesperado por saberlo, ya a ese punto, con su nivel de
confusión, había perdido el temor que sentía al no saber cómo abordar el tema.
De repente, el tema había dejado de ser algo delicado.
—¿Qué se supone que te hacían en aquel laboratorio?
Abby respiró profundo y retomó su paso, invitándolo a él a hacer lo mismo. En lo que Adam le
alcanzó, comenzó a hablar. Por la forma en que trataba el tema, era como si ella realmente esperara
que él supiera al respecto, cosa que, aunque no se escapaba de la realidad, solamente había pasado
por encima del espectro.
—Es un laboratorio en donde mantienen personas en un ambiente controlado con el fin de
estudiar sus comportamientos dentro de relaciones con otros individuos de pruebas que ellos
«toman» hizo énfasis en esa palabra, proyectando la palabra con mucho cuidado para saber
cómo se comportan y eso.
—¿Y no les amarraban a la cama o algo por el estilo? era una duda legitima de Adam, no
tenía ánimos de bromear.
—Eh vaciló ella no, no lo hacían se dio cuenta que Adam estaba confundiendo algo
muy importante a tener en cuenta sí sabes que un laboratorio no es exclusivo para los científicos
locos que cortan personas ¿Verdad?
—Bueno, no conozco ningún otro laboratorio, la verdad.
Abby se rio con un poco más de decoro para no ofender a Adam.
—Es muy lindo que hagas eso dijo, y continuó caminando hasta adelantarse más o menos un
metro.
—¿Hacer qué? preguntó él, al sentir que ella no tenía ánimos de dejar en claro las cosas.
Luego de esa explicación, me pareció que no era tan delicado o importante el tema que giraba en
torno al laboratorio; si era tan importante ¿Por qué se reía? O ¿Es que acaso esperaba que Adam
supiera algo de antemano? Abby lo mantenía en un suspenso, no sé si omitiendo palabras porque
daba por sentado que él sabía de qué hablaba, o nada más para ser misteriosa, pero, el caso es que, de
un momento a otro, dejó de ser algo «delicado». Y eso que me había costado tanto tiempo tomarla en
serio.
Adam, se adelantó para guiarla, aun pensando en lo que acababan de contarle acerca del
laboratorio. A pesar de ser una «respuesta» dentro de lo que cabe mencionar, no le había dado lo que
él quería: saber lo importante. Abby no decía nada, mi esposo estaba pensativo a su manera, tan
obvio que incluso ella le dio algunas miradas furtivas y, sin embargo, no le decía nada tampoco.
Caminaron por unos pocos minutos antes de que Adam tomara de nuevo la iniciativa.
—Pero en serio dijo, sin darse la vuelta para verla ¿Qué hay con ese laboratorio? ¿Por qué
huiste? ¿A qué le tienes miedo?
Adam sabía que, a pesar de estar riéndose de su comentario, de su comportamiento
despreocupado en ese momento que contradecía la forma en que habló antes de eso, que era algo que
debía estar preocupándole en realidad.
—No tengo miedo se excusó ella, siendo tan evidente que era imposible no notarlo.
Adam se dio la vuelta, deteniéndose en seco, obligándola a ella a detenerse y mirándola: «¿En
serio?» le retó con la mirada, levantando la ceja y con una expresión de juez en el rostro.
—Este vaciló sí.
Adam se volvió a girar y continuó caminando.
De nuevo, un incómodo silencio.
Mientras la veía a ella caminar, me daba la impresión de que veía Adam guiarla por el sendero
hasta donde sucedió el accidente con un poco de culpa: ¿Tuvo que caminar todo eso conmigo en
brazos? Parecía la pregunta que se estaba haciendo. Y es que en verdad era algo encomiable; mi
esposo estaba en una buena condición física, pero, haber hecho lo que hizo es propio de una persona
con muy buenas intenciones, cosa que, ella no apreciaba cuando era víctima de su propio cambio de
humor.
La verdad es que, en ese tipo de casos, esta Abby me agradaba más.
—Gracias dijo Abby, de repente, fuera de contexto y con un tono de voz casi inaudible.
—¿Por qué? respondió sin darse vuelta.
—Por haberme ayudado, por llevarme a tu cabaña y esperar a que me recuperara.
—No hay de qué respondió, sin dejar ver que le había gustado ese comentario necesitabas
ayuda y yo a alguien a quien ayudar dijo.
—¿Por qué? ¿Por qué necesitabas a alguien a quien ayudar?
—Por nada.
Adam estaba erigiendo una barrera de hielo entre los dos con la intención de demostrar su
descontento ante la forma en que ella trató el tema del laboratorio, y creo que Abby se dio cuenta.
Abby abrió la boca, dejando escapar un sutil sonido que bien pudo haber pasado desapercibido
para cualquiera.
—No falta mucho dijo, suponiendo, por el silencio de la chica, que ella estaba preguntándose
eso.
—Ah, está bien respondió, dejándose apartar por él pero eso no era lo que quería decir.
—¿Qué querías decir entonces?
—Que lo siento.
Adam giró su rostro para verla, era como si la palabra «lo siento» hubiese servido de llave para
abrir la puerta de su atención.
—¿Qué sientes?
—Haberme reído explicó es que estoy nerviosa y, creí gracioso que pensaras esos de los
experimentos que hacían.
Adam amainó su paso acelerado para quedar lado a lado de ella, en un gesto de comprensión.
—Es que estuve mucho tiempo pensando al respecto y no sabía qué pudieron haberte hecho ahí.
Ahora sonaban como dos personas preocupadas.
—¿Qué creías que me habían hecho? preguntó ella, interesada en su imaginación.
—Que te habrían hecho cosas feas, que tal vez tus lesiones no eran por causa del golpe en tu nuca
sino porque estaban experimentando con tu cabeza y podrían dejarte loca.
Abby sonrió, sonrojándose un poco, como si estuviese alagada.
—Te preocupaste por mi agregó, bajando la mirada, apenada, aun con la sonrisa en el rostro.
Era como ver a una niña recibir un caramelo del niño que le gusta.
—¡Claro que lo hice! Llevo lo que va de mes, desde que te encontré, preocupado por ti
aseveró Adam. Por eso me preocupa qué es lo que sucede con ese laboratorio. ¿Acaso fue tan malo
lo que te hicieron ahí?
—No es eso, no es como que me utilizaran para cosas horribles.
—Pero dijiste que los colocaban en relaciones con otras personas…
—Sí, en ambientes controlados; al principio solamente creí que se trataba de personas normales y,
la verdad, es que realmente lo eran. Pero resultaba que estaban secuestrando personas y colocándolos
en lugares atemporales para que no se dieran cuenta que estaban siendo «secuestrados».
La explicación se hacía cada vez más loca y difícil de comprender.
—No entiendo dijo, y es que yo tampoco entendía.
—¿Qué no entiendes?
—Todo respondió me quedé atrás en laboratorio y me perdí en todo lo demás.
Abby se notaba frustrada, sin poder entender por qué Adam aun no comprendía la situación. No
lo culpo, yo tampoco estaba siguiendo muy bien sus palabras. La chica no dejaba de mirarlo
confundida, como si estuviese viendo algo importante que estaba dejando pasar. Para mí era como
que su traumatismo en la cabeza le estaba pasando la factura y eso era el resultado: alucinaciones que
parecían tan reales que se las creía y era capaz de convencer a otros.
Mi esposo es un hombre honesto, tiene la mente abierta y acepta muchos puntos de vista
diferentes porque así puede llegar a una conclusión más precisa; le da el beneficio de la duda a todo.
Pero creo que es precisamente ese mismo encomiable don de ser tan indulgente con las ideas, lo
que lo llevó a creerle a las locuras de Abby. Tal vez no sea su culpa, no es como que ella decida cómo
va reaccionar su cerebro, pero, de todos modos, da un poco de lastima verla seguir adelante y
arrastras a Adam en eso.
—Ya te dije: es un grupo de personas que están interesados en estudiar el comportamiento de los
individuos en una relación: ¿Cómo se comportan? ¿Cómo deciden vivir sus vidas? ¿Qué sienten y
cómo influyen sus sentimientos en la toma de decisiones? ¿Por qué llegamos hasta aquí? ¿Qué fue lo
que nos condenó a hacer este tipo de cosas?
La explicación de Abby me traía tan confusa como a Adam, arrojándonos a un vaivén de
preguntas y respuestas raras.
—Dicen que el ser humano se encuentra condicionado por su entorno continuó hablando
que su comportamiento se rige por el círculo social en el que se encuentra, por lo que crearon uno en
el que ellos tuvieran el control completo, incluso en que año nacieran los participantes.
Y, humilde persona que lee esto, fue así cómo toda esta historia se hizo cada vez más loca.
Adam no quería interrumpirla, a pesar de querer preguntarle de qué demonios estaba hablando.
—Pero, el caso es que tener a personas que nacieron en 1918 relacionarse con los jóvenes
actuales, resultaba alocado, así que empezaron a sacar a ese mismo individuo en sus años de juventud
y traerlo para ver cómo influía eso.
Mi esposo continuó caminando, escuchando atentamente a sus palabras sin dar su opinión, no
sabía si creerle o cualquier otra cosa porque, la verdad no se esperaba nada de eso. Ni en sus más
alocados sueños pudo haber llegado a esa conclusión.
—Al principio creí que solamente nos probaban para ver cómo nos relacionábamos, luego, un
evento que no controlé me llevó a otro hasta que descubrí que estaban secuestrando a las personas de
sus épocas arriesgando la existencia de muchos otros solamente para tenerlos en un estúpido
experimento Abby daba su explicación tal cual ella lo había entendido y presenciado; como si se
tratara de una amante de las conspiraciones.
—No le detuvo Adam espera un momento vaciló. Sí, este…
Él divagaba, tratando de encontrar la mejor forma de decirle que ya había cruzado el límite. Lo
que eso implicaba era muy descabellado.
—Me estás diciendo continuó que los del laboratorio viajaban en el tiempo, secuestraban a
alguien y lo usaban, usan, usaran se extendió de conejillo de indias para… ¿Para qué
exactamente? ¿Para ver cómo se relacionan?
Adam parecía ofendido, confundido, extraviado en un mar de ideas y totalmente asustado. Si
antes no sabía a qué creerle, ahora menos. Pero más que todo, molesto; de ser cierto, era lo más
estúpido que había escuchado ¿Para qué querría alguien tener a dos individuos de épocas diferentes
emparejarse? ¿Qué conseguían con eso?; y, de no serlo, ¿Por qué de entre todas las alucinaciones, esa
era la que tenía que prevalecer?
—Eso quiere decir que el viaje en el tiempo es real concluyó Adam y que están
secuestrando personas para que se relacionen, solo porqué sí.
—Claro que el viaje en el tiempo es real respondió Abby a eso específicamente; de entre todo
lo que él había estado formulando lo ha sido desde ya hace más o menos diez años.
Adam no podía dejar de confundirse cada vez más. Este extraño giro de eventos parecía tan
forzado y poco original para él (y para mi) que se detuvo, puso ambas manos en su cintura y
comenzó a ver al suelo para pensar mejor.
—Diez años dijo Adam, completamente sorprendido ha habido diez años de viajes en el
tiempo y nadie se ha enterado.
—Todo el mundo lo sabe, Adam Abby lo seguía tratando como el tema más normal del
mundo desde el 2020.
En mi humilde opinión, ya no sé qué está sucediendo. Adam estaba convencido de que todo
parecía tan loco como posible, pero, el que le estuviera sucediendo a él, una persona la cual, lo más
relevante que le sucedió fue verme morir lentamente, le parecía inaudito.
Mi esposo comprendió dos cosas muy importantes en ese momento, primero: ella no era de por
ahí, de ningún modo, ni canadiense ni del mismo año; y segundo: que Abby no tenía idea de en
dónde estaba, lo que explicaba ciertas cosas.
—¿Qué demonios? vociferó ¿2020? Adam se tensó aún más, entendiendo lo que
estaba pasando.
Abby se sorprendió, algo andaba mal, algo había dejado pasar y, a pesar de no verlo todavía, algo
le decía que guardaba relación con lo que acababa de decir.
—¿Qué tiene? preguntó ¿Por qué gritas?
—¡Abby exclamó estamos en el 2017!
Abby quedó muda, relacionando todo lo que acababa de suceder en tan poco tiempo; cada detalle,
cada cosa que observó, pensó e hizo, había sido tan mal interpretado y, a la vez, tan extrañamente
normal (hasta el punto de que lo que era evidentemente distante y diferente ni siquiera se notó),
comprendiendo así que, ella misma, había puesto en marcha algo de lo que se supone estaba
huyendo.
—¡Maldita sea! vociferó, dejando escapar el grito desde lo más profundo de su ser.
8
Los viajes en el tiempo se habían demostrado posibles décadas antes de que los hicieran públicos.
En un mundo en donde aún existían cosas que el ser humano no era capaz de etiquetar, cuantificar o
hacerlo pasar de una simple hipótesis, aquel descubrimiento, había sido el pináculo de una era llena
de avances inexplicables tan repentinos como esporádicos.
Tres años después de aquel evento, se haría mención de algo de lo que se estaba hablando por
tanto tiempo, tan viejo como tal, que le fue difícil de creer a muchas personas. Al principio hubo
escépticos, conspiradores y demás que suponían lo imposible, pero eran incapaces de aceptarlo y
concebirlo. Solamente las mejores mentes del mundo pusieron en marcha lo que la imaginación a
penas y era capaz de maquinar y, así hacer realidad lo que antes era un simple sueño.
El mundo tardó en acostumbrarse; las nuevas generaciones crecieron dentro de ese nuevo mundo
mientras que las anteriores, los que aún estaban superando el cambio de milenio (acostumbrándose a
un lugar en el que todo iba más rápido que ellos), se vieron obligados a aceptarlo como aceptaron los
demás cambios en el tiempo que llevaban con vida. Aunque de todos modos no era como que
pudieran acceder a él como si fuera oxígeno.
Pocos eran los que podían hacer uso de dicho viaje, no por lo inalcanzable sino por la falta de
experiencia con el tema.
Solamente los que tenían acceso a maquinaria importante y la cantidad adecuada de influencias,
pudieron hacerse con una cosa tan importante como esa. Solo hizo falta tiempo para que llegaran los
que se aprovecharon de ella hasta el punto en que comenzaron a secuestrar civiles de todo el tiempo
para usarlos como conejillos de india.
EL experimento con humanos seguía prohibido, pero no con individuos muertos.
Para ellos, técnicamente era como experimentar con los cadáveres de las personas o con
renegados sociales con el fin de entender el comportamiento humano evaluando cosas que tardarían
años, en cuestión de minutos. Así que buscaron a personas de todo tipo, edades, clases sociales; los
usaban para probar drogas, sistemas sociales, productos, y mucho más.
Abby tuvo que explicarle todo eso a su montañero favorito.
—Esto es difícil de creer dijo él, muy a pesar de que era de mente abierta no es imposible,
pero me cuesta mucho creerlo.
—Lo siento respondió Abby.
Se sentía culpable por haber arrastrado a alguien a algo tan extraño como eso.
—No creí que estuviese en otra época dijo ella ni mucho menos que tendría que
explicártelo de esta forma.
—Es que vaciló Siquiera ¿Cómo es posible?
Los científicos comenzaron a interactuar con una especie de agujeros, distorsionando el tiempo y
el espacio para poder hacer uso de él como les viniese en gana vaciló la verdad es que no sé
mucho del tema, solamente soy una simple mesera, no es como que supiera todo al respecto.
—Suena muy elaborado para que lo acabases de inventar.
—No lo estoy inventando, ya te dije, esa es la verdad.
Adam no encontraba las palabras para no ser ofensivo y mucho menos para decir que no tenía
sentido. Para él no era algo que fuese imposible, el problema era que, incluso con todas las pruebas, a
menos que pudiera verlo y confirmarlo, no podía aceptarlo así cómo así.
—En serio quiero creerte dijo él pero me cuesta un poco tomarlo en cuenta.
—Lo sé, no todos fueron capaces de digerir tal información por un tiempo.
—Y, y divagó ¿De qué año eres?
—Del 2027 Abby lo dijo como si fuera algo que le doliera confesar estamos separados por
diez años.
—Maldición Adam estaba aquejado, dolido, y lo peor, dolido ¿Por qué me pasa esto a mí?
se preguntó.
Abby le veía con lastima, como si se tratara de un animal herido en el medio de la carretera. Yo
quería que todo eso se acabara, que pudiera ser capaz de entender que era prácticamente imposible y
que todo lo que ella estaba diciendo podría ser simplemente parte de una alucinación que se salió de
control.
Con todo ese tiempo que había estado sola, durmiendo o incluso dejando que su cerebro se
cocinara con ese dolor de cabeza y el trauma que se hizo, aquello tenía más sentido en la mente de
una persona con una condición que en la de una con todos sus cabales en orden.
—Yo creí que estábamos en el mismo año se excusó ella no creí que fuera posible que me
tuvieran en otro tiempo, ni siquiera sabía cómo funcionaba el viaje en el tiempo.
—No te culpo, de ser cierto, no creo que fuera culpa tuya de repente, pensó que todo eso se
hacía cada vez más ilógico. Pero ¿Cómo se supone que no sentiste la diferencia de diez años?
Abby lo miró como si ella misma se hubiese estado haciendo la misma pregunta. Tiene sentido,
después de todo, ¿Cómo era posible que una supuesta viajera en el tiempo no identificara la
diferencia entre los dos? Para mí, cada vez que hablaba, que todo se hacía más y más confuso, se iba
desvelando su falacia y falta de criterio. A pesar de que me tenía iracunda su historia, no era como
que la estuviese culpando; hasta donde sabía podría ser causa del trauma o, en dado caso, aquel
laboratorio podría ser en realidad un psiquiátrico del cual se escapó.
—Porque no tenía idea de cómo eran las cosas en Canadá; para mí, el que alguien estuviera
aislado en una montaña no tenía sentido explicó ¡Pero no quería decir que estuviéramos
separados por diez años en el tiempo! Creí que era normal en Canadá que hubiera montañeros como
tú. Además, diez años no es mucho tiempo.
—¿No es mucho? En menos de cuatro años hacen publico el viaje en el tiempo, y para cuando
apenas llevan siete años con él ¿Secuestran personas? A mí me parece mucho tiempo.
—No es para tanto.
—Además, es normal ser montañero dijo no sé si lo sea dentro de diez años.
—¡Soy del otro lado del mundo! Además, a penas y soy una mesera, no creo que pudiera saber la
cultura canadiense de los últimos…
—Siguientes le interrumpió.
—Sí, siguientes corrigió ¡Diez años! vociferó para resaltar su punto.
—Para ser honesto, no creo que vayamos a cambiar mucho nuestra cultura, no veo por qué
habríamos de olvidar nuestros valores dentro de tan poco tiempo.
Ya habían llegado al lugar en dónde él había encontrado a Abby. El arbusto seguía maltratado por
su caída, con unas cuantas cosas de más, pero nada que pudiera decir que la estaban buscando,
dejando la impresión de que ahí no estuvo una chica del futuro.
Abby, tras dejar que la conversación fuese perdiéndose en el camino de lo dudoso y el conflicto,
bajó la mirada para evaluar el arbusto. Tenía rato intentando cambiar de tema, enfocarse en lo que
habían ido a hacer hasta ahí, pero, se dejó llevar por la explicación que le dio a Adam.
—¿Fue aquí? señaló el arbusto.
—Sí, fue ahí en donde te atajé en lo que te vi caer.
Abby resopló por la nariz, dejando escapar una risita como diciendo: «vaya».
—Qué loco miró el arbusto fijamente como si le fuera difícil de creer que eso, y un hombre
enorme, fueron lo que le salvaron de casi morir.
—¿Loco? Adam se lo tomó muy a pecho Loco es lo del viaje en el tiempo Abby apartó
la mirada del arbusto para verlo a él creo que el que hayas caído de la nada tenía más sentido que
todo esto.
Adam cada vez se sentía más y más molesto, no por lo del viaje en el tiempo, sino por no poder
entenderlo todo a la perfección.
—Adam le reclamó no te estoy mintiendo, en serio es algo que va a suceder Abby
también estaba dejándose llevar por la tensión no pido que me creas de una vez, pero tampoco
supongas que te miento porque no sería capaz de mentirte a ti ni porqué lo quisiera.
—Pero es que…
—Pero es que nada, Adam, no creo que pueda ser tan inteligente como para venir a inventar una
historia como esa, es verdad, es algo que realmente va a suceder, a lo que todos nos va a tocar
acostumbrarnos, incluso a ti le enterró el dedo en el pecho varias veces, hasta el punto del que su
dedo se doblara.
Adam ni se inmutó, parecía que con la fuerza con la que le enterró el dedo, sería capaz de
empujarlo, pero no, mi esposo era demasiado grande para ella.
—¿Cuántos años tienes? ¿Ah? ¿Veintinueve, treinta? despegó su dedo del pecho de mi esposo
y comenzó a sacudir las manos, a moverlas mientras hablaba Dentro de diez años no serás tan
viejo, habrás tenido que acostumbrarte a todo eso para ese entonces.
—Tengo veintiséis.
—Ah, bueno, eso quiere decir que tendrás treinta y seis años para ese entonces. No es mucho
¿Ves? Tendrás tiempo para adaptarte.
—De no ser que esté muerto.
—Sí, de no ser que estés muerto repitió, sin darse cuenta de lo que estaba diciendo.
Cuando lo entendió, parecía que su corazón se había detenido. Con la boca abierta y la mirada
perdida, reconsideró lo dicho.
—No digas eso exclamó dolida No va a estar muerto dentro de diez años, Adam. No
puedes estarlo respondió.
Lo decía más para ella misma que como una respuesta para él. Abby quería creer que no era
posible, que, de haber una forma de regresar a su época, el reencontrarse con él sería lo primero que
haría.
—Solamente digo, así como es posible que el viaje en el tiempo sea real, también lo es que yo
esté muerto dijo ¿Sabes? Antes de encontrarte, no tenía muchos motivos para estar vivo, así
que no creo que haya resistido más tiempo solo y mucho menos diez años.
Abby tomó la indirecta con respecto a ella, la pequeña sonrisa que se le escapó lo dijo todo, pero,
al igual que yo, entendió lo otro.
—Hay muchas razones para seguir vivo, Adam aseguró Abby.
Es lo que yo he esperado que entienda todo este tiempo.
—Lo sé, todos siempre dicen eso se quejó pero ese no es el caso ahorita.
Adam bajó la mirada, vio el arbusto, la subió, recorrió la caída de Abby con los ojos y luego se
fijó de nuevo en ella.
—Hay que probar que no estás equivocada, así que debemos encontrar ese laboratorio.
Adam dio unos pasos alrededor del árbol que había detenido la caída de la chica, esperando
encontrar algo que no había visto antes en sus exploraciones nocturnas mientras ella dormía.
—Adam, hasta donde sabemos, podría estar en cualquier lado, ni siquiera podría estar en este año
dijo Abby.
—No me importa, Adam continuaba mirando de arriba abajo, de cabo a rabo, dando vueltas
en todo el área alrededor de ese árbol si apareciste aquí, debe haber algo que te haya traído o te
mantuviese aquí. No es como que ellos te hubieran enviado intencionalmente al pasado.
Según lo que había dicho ella, Abby no era precisamente la más apta para hablar al respecto de
los viajes en el tiempo; al parecer, era algo tan normal que las personas simplemente elegían entre
prestarle atención y no hacerlo. Supongo que se hizo algo así como los sistemas de gobierno, cada
uno elegía su postura y vivía con ella el resto de su vida.
—No creo que vayamos a encontrar nada aquí Abby seguía sin moverse de donde estaba.
Adam continuaba caminando por los alrededores, perdiéndose así entre los árboles y de la vista
de Abby.
—¿Dónde estás ahora? gritó, buscándolo por donde lo había visto la última vez en tal caso
de que haya algo, debe ser arriba, no aquí abajo.
Abby parecía tensa, creo que no quería estar más sola, ni mucho menos gritando en el medio de la
montaña sin nada con qué protegerse. No era nadie especial, solamente una chica cualquiera
enredada en un asunto con el tiempo y cosas locas.
—Tiene sentido dijo Adam, causándole un susto a Abby al aparecer de repente detrás de unos
árboles en diagonal a la dirección en la que ella tenía puesto el ojo no parece que haya nada por
aquí.
Abby se llevó la mano al pecho en un gesto de sorpresa justamente en lo que Adam comenzó a
hablar.
—Lo sé, por eso te estoy diciendo que no tiene sentido que encontremos algo aquí.
Adam se acercó a ella.
—No lo sé, para mí que el laboratorio está aquí porque no tiene sentido que hayas aparecido diez
años en el pasado sólo por salir corriendo se detuvo al frente de ella no sé cómo funciona eso
de los viajes en el tiempo, pero creo que para que estés en el dos mil veintisiete y luego en el dos mil
diecisiete así como si nada y sin que te hayas dado cuenta, no es algo que se pueda hacer así se sepa
mucho acerca de los viajes en el tiempo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Tú misma lo dijiste: los hacen creer que están en su época. Hasta donde sabemos, pudiste haber
estado todo este tiempo en el dos mil diecisiete, pero creías que estabas en el dos mil veintisiete.
Abby lo miró, considerando su punto.
—Entonces, ¿Dices que tienen su laboratorio en el pasado?
—Sí, eso creo. ¿Acaso no es ilegal experimentar con humanos? formuló él de ser así,
seguro están en una época en la que no se sabe absolutamente nada al respecto.
—Sí, hacer ese tipo de cosas con el viaje en el tiempo es penalizado.
—¡Con más razón aún! vociferó Adam seguro están aquí, escondidos en «no sé dónde»
para evitar una ley que técnicamente no existe todavía.
—Es una forma de verlo.
—Eso pienso, no lo sé.
Los dos se quedaron varias horas buscando en los alrededores a ver si conseguían algo relevante
para confirmar la información que acababa de entregar Abby de forma tan descuidada. Adam no
tenía razones para desconfiar de ella a menos que no fuese algo que tuviese que ver con el hecho de
que a penas y la estaba conociendo. Con todos los detalles que dio, con la forma que apareció de la
nada y todo lo demás, era difícil, incluso para mí, no considerar, aunque sea un poco su historia.
Pero, de todos modos, me costaba creerle, así intentara darle el beneficio de la duda.
Luego de un rato, buscando y buscando, conversando al respecto de las cosas que tenían que ver
con el futuro, lo que se hacía, lo que se había olvidado y demás, Adam y Abby concluyeron que no
había forma de encontrar lo que buscaban si no subían aquella montaña.
—¿No tienes nada para subir hasta allá? dijo ella, contemplando lo más alto de la montaña.
—Aquí en mi cabaña no, además, ya no escalo, no desde hace mucho tiempo.
Abby bajó la mirada, sintiendo que había dicho algo inapropiado.
—Oh tocó un tema delicado verdad. Lo siento, lo había olvidado.
—Descuida respondió Adam, mirándola comprensivamente no es nada.
Sus miradas se encontraron y no se perdieron por varios minutos. En silencio, contemplaban la
existencia del otro, sintiéndose tan apartados como era posible, tan solos y tan juntos a la vez que
todo les parecía una simple locura. Adam no quería dejar pasar aquel momento y Abby, pensando en
que, dentro de las muchas cosas que pudieron haberle sucedido, esa era la que más le hacía sentir
mejor.
—Deberíamos regresar a la cabaña dijo Adam, interrumpiendo el encuentro de sus miradas
se va a hacer de noche y no creo que debamos estar más tiempo afuera.
Pero se seguían viendo, no despegaron sus ojos del otro, ni siquiera se movían. Parecían estar
hipnotizados por el momento, tranquilos, llenos de paz.
—Sí afirmó Abby, con un tono de voz calmado; arrastró esa y las palabras que dijo después
como si estuviera sumida en un sueño profundo tienes razón, deberíamos regresar.
Durante horas estuvieron uno al lado del otro, conversando, llegándose a conocer cada vez más;
durante semanas hicieron lo mismo, y, con lo que acababan de descubrir el uno del otro, todo parecía
tan irreal que les hizo suponer que debían atesorar lo que tenían porque, ni en sus más alocados
sueños, había forma de que algo como eso hubiera sucedido.
La tensión era casi palpable en el aire.
—Vamos entonces.
No se movieron, ni siquiera porque lo estaban tomando en cuenta.
Adam respiró profundo con la intención de obtener la fuerza necesaria para apartar la vista de
aquella hermosa mujer.
—Sí, mejor nos vamos y cerrando los ojos con fuerza adelantó su paso.
Abby lo observó alejarse por unos segundos, aun hechizada por el encuentro antes de hacer lo
mismo que él y comenzar a caminar.
—Sí, debemos irnos.
9
Adam y Abby habían prometido no hablar más al respecto, no querían seguir discutiendo algo
que no podían comprobar ni negar con tan sólo discutirlo; él estaba seguro de que no había forma de
que ella le estuviese mintiendo, ni siquiera por la posibilidad de que fuera falso, la cual era tan alta
como la de que fuese verdadero. Dejó de ser un algo relevante en poco tiempo, algo que no presentó
ningún problema dado que los dos tenían mejores cosas en las qué concentrarse.
—No te lo había dicho agregó Abby mientras comían pero la verdad es que estoy
agradecida de que me hayas rescatado.
Adam levantó la mirada de su plato y fijó sus ojos en ella, sabiendo que sí se lo había dicho antes
y extrañándose por lo repentino de sus palabras.
—Sí lo hiciste. Me agradeciste lo que hice al traerte hasta aquí.
Adam le regaló una sonrisa mientras masticaba educadamente su trozo de carne.
—No creo que haya sido suficiente.
—Pero sí lo dijiste, tal vez no sea suficiente, pero lo dijiste.
—Tú me entendiste exclamó Abby, sintiendo que Adam estaba matando el momento con su
malos chistes no te hagas el tonto.
Adam se rio, dibujando una sonrisa y ahogando la carcajada dejándola escapar como un sonido
nasal.
—Sí, yo te entendí afirmó no tienes por qué molestarte.
—No estoy molesta.
—Está bien.
—Pero sí, quería agradecerte por haberme salvado y darme refugio, atendiéndome a pesar de que
fuera una molestia para ti y no fueras capaz de disfrutar tu soledad agregó, bajando la mirada y
jugando con la comida en su plato.
Abby se sentía legítimamente agradecida, no sabía cómo expresar lo que sentía por él y por lo
que había hecho porque, las cosas como habían sido hasta ese momento, incluso las más
descabelladas, habían logrado hacerla descubrir algo que no creía encontrar en el pasado, ni mucho
menos en alguien, técnicamente, mayor que ella.
En su mente, luego de que todo se revelara, solamente daba vueltas la misma idea. Había dos
opciones que le torturaban, la primera: que probablemente tendría que regresar en cualquier
momento, y la segunda: que, de quedarse, no sabía lo que eso podría significar para ninguno de los
dos, siquiera para el universo mismo. Era poco lo que conocía acerca del descubrimiento que había
catapultado al ser humano a una nueva era, separando así, a dos personas que evidentemente se
amaban.
—No te preocupes aseveró Adam, luego de tragar su bocado; con la mirada fija en ella,
apreciando lo apenada que se sentía no eres ninguna molestia, lo contrario, de no haber sido por
ti, tal vez ni siquiera seguiría vivo.
—No digas eso vociferó, levantando la cabeza como si lo que él dijo hubiera sido una
blasfemia no tienes por qué decir que soy la única razón por la que estás vivo.
—Abby, es cierto. Afirmó Adam luego de Nadia, no había nada que me mantuviera
interesado en levantó las manos y señaló su entorno, su alrededor, el mundo entero esto.
Abby soltó el tenedor, dejándolo caer sobre el plato y levantando algunas de las cosas del mismo,
las cuales cayeron en la mesa.
—Nadia no hubiera querido que dijeras eso dijo ella, como si conociera a Nadia.
—Tal vez en vida dijo Adam, sin inmutarse, como si no le afectara el asunto pero ahora
está muerta.
Abby no podía creer que alguien se sintiera así, tan frío y tan cínico luego de la muerte de una
persona amada.
—¿No la amabas? preguntó, sintiendo esa pregunta como un arma de doble filo.
Adam la vio fijamente a los ojos, no quería hablar al respecto, no lo había hecho siquiera cuando
estaba solo, ni cuando murió ni cuando le pedían en las sesiones con el psiquiatra que dijera cómo se
sentía.
—¿Ah? insistió ella.
Adam estaba renuente a hablar.
—Vamos le motivó ella.
Ella esperaba que Adam hablara, que sus palabras fluyeran.
—Sí la amo dijo, en tiempo presente.
Abby se esperaba algo como eso.
—Nadia era todo para mí. La vida no tenía sentido si no estaba con ella. Cuando la veía, era
como ver todo lo que siempre quise, materializarse frente a mí; no importaba si teníamos o no algo,
estar con ella era lo único que me importaba comenzó a hablar Adam.
Abby veía cómo sus ojos se llenaban de un brillo inexplicable; sentía cómo los sentimientos de
Adam iban saliendo de su pecho e invadiendo toda la cabaña.
—Yo no tengo metas, no tengo ambiciones ni sueños; nunca he querido nada más grande para mí,
ni especial ni de otro mundo. Ella era mi única responsabilidad, sueño; vivía para hacerla feliz porque
eso me hacía sentir feliz dejó el tenedor en la mesa, golpeándola, haciendo que los dos platos se
elevaran y que Abby diera un salto por el susto así que sí, sí la amaba. Y no importa lo que le
quiera decir, no importa lo que ella haya querido para mí, está muerta y no puedo cambiar nada de
eso.
Adam no apartó, en ningún momento, su mirada de Abby. Estaba convencido de que todo lo que
había dicho era lo único que importaba, que nadie iba a cambiar su punto de vista y que no tenía que
seguir hablando al respecto.
Abby, por otro lado, sentía que las cosas estaban por fin saliendo a la superficie. Adam estaba
reprimiendo muchos sentimientos y era algo que no le era ajeno a nadie; quien compartiera al menos
unos cuantos minutos con él, sabría que seguía pensando en su esposa constantemente y se negaba a
dejarla ir, que tenía cosas por decir.
Pero, las cosas que dijo en ese momento le llegaron a ella de muchas formas. No sólo era lo
preciso y frío de sus palabras, sino lo que ello (lo dicho y lo que dejó al entendimiento) implicaba.
Abby sintió celos de una mujer que ya no estaba, que para ella tenía más de diez años muerta. Sabía
que lo que él sentía por su esposa era algo que trascendía muchas barreras, y que, por más que lo
quisiera, no sería capaz de llegar a sentir lo mismo por ella.
—¿Te despediste de ella? preguntó Abby, en un pálpito de dolor, pero consciente de lo que era
necesario para él.
Y fue en ese momento en el que regresé.
Adam y Abby estuvieron hablando de mí, de lo que implicaba. Mi esposo no había hecho
mención de mi nombre en mucho tiempo, pero no significaba que dejara de pensarme como lo hacía
cuando lo que sentía por ella se hacía cada vez más fuerte.
Mi esposo sabía qué quería decir, mientras que ella, incrédula, esperaba que él realmente se
despidiera. Durante mucho tiempo esperé que lo hiciera, que me hablara por lo menos creyendo que
estaba ahí, pero ese hombre es necio y, el creer en cosas como la vida después de la muerte, le eran
difíciles de concebir.
Lo cual es gracioso, dado que no pone en duda lo del viaje en el tiempo, pero sí en que yo esté
ahí, observándolo, levitando sobre él como una maldita entidad molesta, como la telaraña a la
esquina del techo, invisible, inaudible, prácticamente inútil.
—Yo no creo en hablarle a las personas muertas como si hubiera un modo de que me escucharan
otra cosa graciosa: sí podía hacerlo no lo creo, no tengo nada que decirle a Nadia que realmente
importe porque ¡No va a importar! Porqué ya está muerta y nada de lo que haga o diga lo va a
cambiar.
—Pero debes hacerlo, tienes que dejarla ir Dijo. Y sí, ella tenía razón.
Pero, ¿Para dónde me iría? Si cuando no estoy aquí simplemente «no estoy». Pero ella sí que
tenía razón: Adam debía dejarme partir, despedirse; honestamente quiero saber qué tiene para decir.
—No tengo qué vaciló, hastiado ¿Por qué hablamos de esto? ¿Por qué simplemente no lo
olvidamos y ya?
—¡Vamos, hazlo! le motivó.
Adam se veía cada vez más alterado. No era propio de él, pero, la verdad es que no sabía cómo se
comportaría en una situación en la que se hablara de mi muerte porque, la verdad, nadie se había
llenado de valor para decir algo al respecto.
—¡Qué no! vociferó.
Abby estaba segura de que podía convencerlo, yo quería que lo hiciera.
—¿Qué fue lo que pasó en esa montaña que tanto te duele? ¿Por qué no puedes simplemente
dejarla ir? vociferó ella.
—No tengo que decirte exclamó.
—¡Claro que sí! Tienes que decirlo, no para mí, sino para ti, tienes que dejar ir ese dolor.
—¿Ahora eres una psiquiatra? preguntó, de manera despectiva.
—¡No soy una maldita psiquiatra, Adam! ¡Pero te amo y quiero que te sientas mejor!
—Yo me siento bien, Abby, no necesito tu empatía, ni la empatía de nadie más Adam se
levantó, iracundo, dándole la espalda a Abby ¡Todos dicen saber lo que es mejor para mí, que
necesito dejarla ir, que debo hacerlo! Pero ¿Sabes qué? se giró y la vio a los ojos ¡No quiero
hacer nada de eso!
Yo sabía que Abby estaba afectada; acababa de decirle algo muy íntimo a Adam y él hizo caso
omiso a ello. Pero no era una mujer débil, así que se levantó, apartando la silla con las piernas,
dejándola caer a sus espaldas y continuó con la discusión.
—¡Dime, joder! ¡Dime qué pasó! vociferó.
—¿Quieres que te diga lo que paso? preguntó Adam, altanero, cansado de que siguiera
insistiéndole ¿Quieres que te diga lo que se siente que tu esposa caiga frente a tus ojos? ¿Quieres
saber lo que se siente? Lo que se siente no poder hacer nada para ayudarla porque ¡Estas guindando
por la maldita cintura de frente a ella viendo cómo se va muriendo lentamente!
Adam comenzó a gritar más fuerte.
—No es nada lindo, ¡Es el maldito infierno! continuó Estar ahí, sin poder moverte, sin
poder hacer algo para ayudarla porque eres demasiado estúpido como para hacer algo al respecto.
Mientras, ella está ahí, tosiendo la sangre que va entrando a los pulmones porque al caer se fracturó
¡Una maldita costilla! Y todo porque yo la motivé a escalar, porque dejé que ella se adelantara.
—No fue tu culpa trató de decir ella.
—¡Claro que fue mi culpa! ¡No estuviste allí!
El caso es que, no fue su culpa. Mi trabajo era colocar los fisureros que sostendrían nuestras
cuerdas para poder tener un base de donde sostenernos, pero, por un simple error, todo se fue al
demonio. El no haber colocado dos de esos bien, fue lo que nos jodió por completo.
Por lo menos… si por lo menos hubiera colocado los fisureros bien, el haber fallado el siguiente,
perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás, no habría sucedido nada; seguro habríamos logrado
retomar nuestras cuerdas y bajar porque sabíamos que no era apropiado seguir subiendo… pero no.
—Si no hubiera dejado que ella se adelantara a hacer lo que siempre hacía yo, no habría
sucedido. El fisurero se soltó, ella cayó, mi peso sacó dos de los fisureros mal puestos y lo demás es
una maldita tragedia gritó Adam
Yo había aterrizado sobre un peldaño de la montaña, quedando con múltiples fracturas por los
golpes que me di al golpearme con las partes que sobresalían de la roca. La caída fue dolorosa,
sucediendo en un abrir y cerrar de ojos. Cuando todo se detuvo, tenía una fractura abierta en el fémur,
una laceración en la frente y la costilla perforándome el pulmón. No podía moverme del dolor. Me
estaba ahogando con mi propia sangre, la agonía más horrenda que pude haber presenciado.
—Se quejaba, Abby agregó él ¡Se quejaba del dolor! Y me decía: no quiero morir, amor,
no quiero morir.
Abby no podía controlar las lágrimas que le corrían por los parpado y luego por las mejillas
mientras que las palabras de Adam le daban como un puñal, una tras otra, puñalada tras puñalada.
—Y yo le decía Adam se imaginaba la escena, sabiendo que eso era lo que quería evitar al
hablar del accidente; veía al suelo, como si me estuviese mirando a los ojos no vas a morir, mi
vida, no lo harás. Saldremos de esta. De repente, bajó el ritmo de su voz: pausada, adolorida;
susurraba sus sentimientos. Pero sabía que no lo íbamos a lograr. Sabía que no había forma en la
que pudiéramos salir de ahí Adam no dejaba de ver al suelo
Pero, después, lentamente, fue subiendo la mirada hasta quedar fija en los ojos lagrimosos de
Abby.
—Y mentirle fue lo más difícil que he hecho en toda mi vida confesó.
Adam dejó caer de nuevo su cabeza, cerrando los ojos; apartando la silla para colocarla en
posición y depositarse en ella.
Abby no sabía qué agregar a eso que no fuese capaz de destruir todo lo que había creado con tan
solo unas cuantas palabras. Así que decidió no decir nada. Se secó las lágrimas con el dorso del
brazo, celosa de que Adam no estuviera llorando y retomó las palabras que había dicho antes de que
él comenzara a relatar mi muerte.
—Debes despedirte de ella dijo, llenándose de valor para repetir lo que hizo que él se pusiera
así debes decirle lo que quieres decirle.
—¿Qué quieres que le diga? preguntó, tras levantar la cabeza lentamente.
—Lo que querrías decirle a ella.
—¿Para qué, sino está aquí para escucharlo?
—Puedes intentarlo vaciló.
Realmente quería hacerlo, y realmente quería que lo hiciera. Estaba entrelazando mis dedos para
que diera con una maravillosa idea capaz de hacer que Adam cambiara de parecer y confesara sus
sentimientos, cuando, de repente, sus ojos se iluminaron tras concebir la maravillosa idea que estaba
esperando.
—Podrías decírmelo a mí.
—¿Qué te diga a ti? repitió, tomándolo como una idea alocada.
—Sí, a mí, decirme lo que quieras decirle. Yo lo escucharé y será como que se lo estés diciendo a
ella.
—¿Eso de qué va a servir? preguntó, enderezándose en la silla.
Abby se acercó a él y se agachó en frente suyo, apretando las piernas de Adam, en un intento
desesperado por llamar su atención.
—Te desahogaras, dejarás de pensar al respecto y de culparte agregó y no importa si ella
no te escucha, yo lo haré y estaré segura de que ella hará lo mismo. Puede que tu no lo creas, pero yo
sí.
—¿Qué quieres lograr con eso?
—Quiero que te desahogues, quiero que digas lo que piensas y se quedó ahí.
—¿Y qué?
—Y quiero saber lo que le dirías a Nadia.
Adam la vio fijamente a los ojos, sin ganas de tomar en cuenta su idea, pero viendo en su mirada
algo de lo que no podía defenderse. Abby realmente quería eso para él, tal vez porque lo veía como
una especie de favor a cambio de lo que él hizo por ella, o porque era extremadamente curiosa. La
verdad es que no tenía pensado hacerlo. Pero, Abby seguía insistiéndole con las pupilas dilatadas.
—¿En serio quieres saberlo? preguntó.
—Sí, en serio quiero saberlo y también quiero que te desahogues, quiero que digas la elegía que
nunca diste en el funeral de tu esposa.
Adam respiró profundo, cerró los ojos, puso sus manos sobre las de ella y asintió con la cabeza.
—Está bien dijo, abriendo los ojos.
Abby se emocionó por completo, una sonrisa de oreja a oreja se le dibujó en el rostro como si
estuviera abriendo un regalo que estaba esperando durante todo el año o más tiempo. Ella se apartó,
tras entender lo que Adam quiso decirle al colocar sus manos sobre las de ella y ambos se levantaron.
Era gracioso tener que ver a Abby subir la cabeza arriesgándose a que le diera torticolis al
intentar ver a los ojos a Adam.
Los dos estaban parados uno frente al otro, mirándose fijamente a los ojos, él viendo hacia abajo
y ella hacia arriba. Pero Adam entendió que podría ser cansado quedarse en esa posición, así que se
alejó un poco para que sus cuellos estuvieran en una posición menos dolorosa.
—¿Así está bien? preguntó.
—Sí.
—Vale asintió ¿Qué quieres que diga? preguntó de nuevo.
—Lo que sea que necesites decir. Ya no soy Abby, soy Nadia, y estoy aquí para escuchar tus
palabras.
Lo bueno es que realmente estaba ahí, escuchándoles, así que, todo ese teatro no estaba tan mal
ya que por lo menos serviría de algo. Por lo tanto, me fui al lado de ella y me puse en medio de su
campo visual para que pareciese que me estaba viendo a mí. Lo hacía para sumergirme más en el
momento.
—¿Lo que sea?
—Lo que sea.
Adam respiró profundo de nuevo, inseguro de lo que iba a decir, llenándonos de suspenso tanto a
Abby como a mí. Yo realmente quería saber qué tenía para decir porque, la verdad, aunque supiera
un poco lo que él pensaba, no sabía nada de lo que estaba a punto de escuchar.
Por un momento, incluso, creí que en lo que supiera lo que tenía qué decir, desaparecería por
completo. Creo que ahora es momento de averiguarlo.
—Nadia empezó Adam.
Pero se detuvo.
—No puedo dijo, soltando su cuerpo como si estuviera sosteniendo un gran peso.
—Vamos, qué tú puedes, sé que puedes le motivó Abby.
Adam volvió a respirar profundo, a tomar lo que podía de sus fuerzas y hablar.
—Nadia repitió, con los ojos cerrados.
—¿Sí? Abby habló para darle más motivación. Además, es algo que yo diría.
Abby no apartó su mirada del rostro de mi esposo, ni siquiera porque él tuviese los ojos cerrados,
no sé si era porque estaba interpretándome como un papel importante o quería ser ella quien recibiera
esas palabras.
—Te extraño continuó, sin abrir los ojos no sabes cuánto ni a qué medida. Desde que te
fuiste me sentí tan solo y perdido que la vida no tenía más sentido para mí. No quería respirar porque
el oxígeno me resultaba nocivo sin tu perfume natural; ni siquiera quería existir porque la verdad es
que lo hacía sólo porque eso te hacía feliz y, por extensión, me hacía feliz a mí.
Vaciló.
—Desde que te fuiste me es difícil ser bueno en algo en lo que no haya mejorado sólo porque lo
hacía por ti, para ti, y pensando en ti. La verdad lamento no haber podido ser de gran ayuda, de no
poder darte una mejor vida, con mejores cosas, con más afecto. Lamento no haberte abrazado tanto
cómo me lo pedías, o dejar de levantarte la voz cuando me decías que no lo hiciera porque te hacía
sentir mal.
Abby comenzó a llorar de nuevo y Adam se fue acercando lentamente a ella, obligándola a llevar
el cuello hasta atrás.
—Lamento no haber sido más inteligente para saber qué hacer cuando en verdad me necesitabas,
ni de haber dejado que te fueras primero que yo. Lamento no ser fuerte, ni ser un hombre positivo ni
con convicciones; lamento no haber podido imaginar una vida sin ti y estar aquí lamentándome por
existir porque ahora no estás conmigo.
Cada palabra, iba trayéndose la siguiente como si fuera una corriente de agua cada vez más
fuerte. Me llegaban, realmente me llegaban. Por su parte, Abby estaba callada, con lágrimas en los
ojos, mirándolo fijamente. En ese momento, Adam abrió los ojos.
—No sabes lo agradecido que estoy de que me hayas amado, de que hayas compartido conmigo
todo el tiempo que pudiste, a mi lado. Pero, estar sin ti es existir a medias. Todo se divide de tal
forma que no puedo disfrutar de algo por completo si no lo comparto estando a tu lado.
Tragó saliva.
—Pero debo dejarte ir sus palabras se hacían cada vez más personales, me hablaba y sentía
que me veía porque no puedo seguir aferrándome al pasado. Viviré porque…
Adam tragó saliva, tenía los ojos fijos en ella, por lo tanto, también los tenía fijos en mí. En ese
momento estaba tan deseosa de poder tocarlo, de poder decirle lo que pensaba, pero, por lo menos
sabía que estaba hablándome a mí, así fuera en su imaginación, valía la pena y eso era lo que
importaba.
Pero, como si realmente estuviera ahí, miró a través de mí, fijándose en Abby, porque ahora no
era conmigo.
—Tengo una nueva razón para estar vivo los dos sonrieron.
Poco a poco sentía cómo mi presencia se iba desligando de la suya, ya no soy útil para esta
historia porque la historia se seguirá escribiendo sin mí. Pero con esas palabras me sentí invisible, tal
cual lo era. Adam estaba superándome de tal forma que estaba dejándome ir; ya era hora, tenía que
hacerlo.
—Pero eso no quiere decir que deje de amarte; jamás dejaré de quererte porque fuiste mi primer
gran amor. Me enseñaste a vivir y eso nunca se olvida.
Yo siento lo mismo, también siento que debería estar con él justo ahora, abrazándolo queriéndolo
como tanto lo quiero, amándole como tanto le amo, pero, las cosas no son así, yo no soy quien
planteó la premisa de esta historia, pero tengo el placer de haber formado parte de ella.
Tuvo una pausa lo suficientemente larga para entender que ya había terminado con su elegía.
—Te escuché dijo luego de un rato.
Abby estaba perdida en el pensamiento y los sentimientos que había encontrado con las palabras
de Adam. Pero esas últimas palabras, estando fuera de contexto sirvieron como un llamado de
atención.
—¿Qué? Preguntó ella ¿De qué hablas?
—Te escuche cuando lo dijiste dijo Adam, hablando con adivinanza no creas que no te
presté atención.
—¿De qué hablas? Abby se estaba haciendo de una idea, creía saber de qué estaba hablando,
pero quería que él se lo explicara.
—Cuando dijiste que me amabas.
Adam y Abby estaban comprometedoramente cerca. No había nada entre los dos, tanto así que
ella sentía el vaho de su respiración en el rostro.
—¿Me escuchaste? preguntó apenada creí que…
—Sí, me di cuenta. Y me gustó que lo hayas dicho.
—Pero como no me dijiste nada al momento, yo pensé que…
—No quería dejar de estar molesto, o perder el calor del momento.
—¿Querías estar molesto? Preguntó Abby, suponiendo que era lo más raro que alguien le
había dicho.
—Sí, eso. No me gusta dejar las cosas inconclusas Adam se iba acercando más y más a ella.
—¿Inconclusas? Abby no podía controlar su propia respiración, ni sus palabras o su cuerpo.
Las palabras de Adam le hacían estremecer por completo, estaba confusa, descontrolada. No
sabía cómo actuar ni qué hacer al respecto.
—Y ¿Ya terminaste? dijo, sintiéndose luego como una tonta.
De entre todo el conjunto de palabras que pudo haber usado, de entre todas las respuestas que
pudo haber dicho, no pudo pensar en algo mejor que eso.
—¿Quieres averiguarlo? preguntó Adam.
Y antes de dejarla responder, se acercó lo más que pudo a ella, tomó su cabeza con ambas manos
y le dio un beso largo y profundo.
Adam estaba convencido de que nada de lo que hiciera o dejara de hacer, iba a valer la pena si no
era capaz de aprovechar el tiempo que le quedaba (de ser limitado) con Abby. El beso fue la
sentencia de una idea, de un sentimiento que estaba creciendo desde hace tiempo, que no quería sacar
a la luz pero que, tras aquel momento que tuvieron los dos, no podría simplemente dejarlo pasar.
—Adam, tú… dijo Abby, cuando por fin Adam dejó espacio para que respirar.
—¿Yo qué? preguntó él.
—¿Por qué? intentó ella decir, jadeante, tratando de encontrar las palabras.
Para Abby, el que estuviera haciendo eso, significaba que estaba irrespetando la memoria de
Nadia.
—Nadia… no deberíamos.
—No importa dijo Adam ahora sólo importas tú.
—Pero acabas de decir que… los besos de Adam interrumpían su idea, quería poder decirle lo
que sentía, lo que pensaba, pero los apasionados ósculos de su amado no le dejaban siquiera pensar.
Adam continuaba acercándose a ella, llevándola en contra de su voluntad de moverse hasta la
habitación que una vez fue suya antes de que ella llegara; seguía besándola, enredando sus dedos en
el cabello de Abby mientras que sus lenguas hacían la danza del amor.
No quería dejarla ir, no quería que ella arruinara el momento con alguna rabieta, alguna idea
paranoica del tiempo, de un mundo en donde Nadia estaba molesta con ellos por estar haciendo eso,
ni nada por el estilo. Quería estar solamente con Abby, con mente, con su cuerpo, con su amor.
Estaba deseando eso tanto como ella.
—A partir de ahora, solamente vas a importar tú repitió mientras la llevaba hasta la
habitación.
Las palabras de Adam eran más que suficiente para convencer a Abby de hacer lo que, en
realidad, ella deseaba tanto. Aquel inmenso hombre de gran cuerpo, de hombros anchos, fuerte y de
gran corazón, estaba dominándola tanto como había esperado que un hombre lo hiciera.
Estaba convencida de que haber hecho todo ese viaje hasta ahí para encontrarse con alguien a
quien en realidad apreciaría una vez que le diera espacio en su corazón, había sido lo mejor que pudo
haberle pasado. Adam era el hombre indicado, era quien la llevaría por los senderos de la vida que
estaba dispuesta a recorrer cogidos de mano y sonriendo ante el mundo.
Se preguntó: ¿Qué hice todo este tiempo sin él? ¿Cómo pude estar tranquila sin alguien así en mi
vida? Pero había cosas que ella no sabía, sentimientos que se fueron cosechando durante meses,
fermentando por años y puestos en una botella en cuestión de días solamente por ella. Pero eso no
importaba, no importaba nada en aquel momento en el que las manos traviesas de Adam continuaban
inmiscuyéndose en la ropa que alguna vez le perteneció a Nadia.
Y ¿Qué tal si había sido eso? ¿Qué tal si él la veía con esos ojos llenos de amor sólo porque ella
estaba remplazando a su esposa porqué se veía igual que ella? Abby seguía maquinando como una
desquiciada razones y posibilidades que pudieran desestimar lo que estaba pasando. No le era
suficiente con sentir los labios de Adam recorriendo su cuello, sus clavículas, su rostro; sus dedos
jugar con sus pezones y su mano jalando su cabello.
La simple idea de conseguir algo tan especial y enriquecedor como un hombre; como un Adam,
le era difícil de creer. Quería sumergirse entre sus labios tanto como él lo hacía con los suyos, pero
los pensamientos negativos se apoderaban de su psique.
—¿Qué sucede? preguntó Adam tras abrir los ojos y ver en ella una mirada perdida y
pensativa.
Lo que veía no era una mujer infeliz, sino una confundida.
—¿Por qué haces esto? preguntó, dolida del corazón y excitada en todo el cuerpo ¿Por qué
yo?
Adam no sabía qué decir, no sabía si era una faceta, su necedad o algo que le preocupaba
legítimamente. Quería reírse, decirle que no importaba nada de lo que estaba pensando porque él
hacía eso porque quería, porque realmente deseaba estar con ella. Pero, no sabía lo que ella estaba
pensando.
—Porqué lo vales respondió al final.
Abby se sentía cada vez más enamorada de aquel hombre; no eran solo sus palabras, sus gestos,
el salvaje rumor de sus besos y sus manos acariciando su cuerpo, humedeciendo su sexo en un
despliegue de sensualidad, de elocuencia, atiborrando sus sentidos con un insaciable deseo, tratando
de ella como si fuese una mujer que necesitara de eso tanto como del oxígeno. Pero, con todo y ello,
aún tenía espacio para la duda.
—¿Cómo lo sabes?
Por fortuna, sus preguntas no alteraban o hacían que Adam dejara de estimular su cuerpo, sus
pezones, sus labios. Acariciaba su piel mientras que ella hablaba, con la respiración agitada, jadeando
con cada palabra como si estuviera corriendo un maratón. Él sabía lo que ella quería, estaba dándole
lo que su cuerpo le pedía, lo que sus brazos sueltos le invitaban a hacer, lo que sus piernas abiertas
gritaban que hiciera, y lo que sus labios suaves y rojos deseaban sentir.
Pero ella seguía dudosa, inquieta. Él no iba a dejar de besarla, de hacerla sentir bien y sentirse
bien él en el proceso.
—Porque lo eres hablaba, levantando sus labios, en pausas cortas, fluctuando entre besos y
palabras porque deseo estar contigo, porque me siento completo una vez más, porque me
encantas, porque te amo.
Abby quería seguir discutiendo sus sentimientos, quería estar segura de que todo lo que estaba
sucediendo en esa cama, con ella semi desnuda (porque Adam había logrado ir despojándola de su
ropa habilidosamente), dispuesta a recibirlo, pero también a cuestionarle.
No era su naturaleza, no era algo que acostumbraba hacer con todos los hombres de los que se
enamoraba, sino que una mesera del otro lado del mundo, cuidado y no de otra realidad, (según ella)
no tenía las aptitudes necesarias para estar a la disposición de un hombre tan apto como él. Ella sentía
que todo lo que le estaba sucediendo era algo demasiado bueno para ser real, para ser justo con ella,
para ser hecho a la medida de sus deseos.
Pero Adam no dudaba de lo que sentía; sabía lo que quería como hombre, como persona, como
ciudadano del mundo. Había tardado mucho en hacer eso, en desplegarse, abrirse sobre ella
extendiendo su alma y dejándose llevar sin pensar en las consecuencias, en lo que había perdido, en
lo que significaba estar solo. Las dudas de Abby no iban a hacerlo cambiar de parecer.
—No quiero que creas que lo hago por despecho Agregó Adam, entre besos y caricias
porque la verdad si deseo tenerte, deseo sentir tu cuerpo, tus labios, tus manos tocándome y tu sexo
poseyéndome se detuvo para verla a los ojos tú lo vales, vales mucho y no voy a permitir que
pienses que no eres importante para mí.
¿Qué podía decir en contra de eso? ¿Cómo podía pensar lo peor luego de esas palabras? Abby no
estaba segura de muchas cosas; se sentía inferior a muchas personas porque no había logrado ser lo
que el éxito le exigía que fuera, pero, Adam, la hacía sentir especial, que realmente lo valía. Y, nada
podía discutir contra ese inexorable sentimiento.
Pensó: Te amo, Adam, eres un hombre increíble.
Quería decirlo, dejar que se escapara de su boca, pero sus labios estaban haciendo otra cosa antes
de darse cuenta que ya se encontraba rodeando aquel cuello de hombre con sus brazos y embozando
un beso en aquellos hermosos labios canadienses.
Abby comenzó a quitarle la ropa a Adam, una camisa no más, porque él ya había hecho la
primera parte del trabajo. Busco con su mano las partes más sensibles de aquel fornido e inmenso
cuerpo, quería poder hacerle sentir lo que él le hizo sentir a ella en tan poco tiempo.
Como pudo, lo sentó en la cama para ella colocarse sobre él, depositando sus nalgas semi
desnudas sobre su regazo mientras le besaba el lóbulo de la oreja, el cuello, le apretaba los pectorales,
los bíceps, enredaba sus dedos en su cabello… Abby quería saturar todos sus sentidos con la
presencia de Adam.
Encontró el sexo de su amado y comenzó a estimularlo con la mano mientras que sus labios
estaban ocupados con los de él.
Adam jugaba con los pechos desnudos de Abby, sin sujetador, sin camisa, sin nada. En simples
movimientos logró desnudarla antes de que todo se calentara y ella había sabido apreciar esa
destreza. Sus pezones erectos, su corazón agitado; cada corpúsculo de su piel se excitaba con el tacto
de sus dedos, de sus manos, de sus labios húmedos.
Antes de darse cuenta, Abby ya estaba intentando poseer a Adam. De antemano, se había bajado
de su regazo para deshacerse de la última prenda de ropa que le quedaba y terminar completamente
desnuda, sentándose de nuevo sobre él, sintiendo todo lo que sumaba de Adam con sus labios
desnudos.
Se sentía tan húmeda y preparada que Adam comenzó a jugar con su sexo, a dibujar círculos con
el dedo alrededor de su clítoris, estimulando cada vez más a aquella perfecta mujer.
Su cabello largo, sedoso y negro, su cuerpo curvilíneo, sus pechos hechos justo a la medida de
sus manos, sus nalgas redondas y sus piernas carnosas, eran la combinación perfecta de belleza y
primor que tanto sabía él apreciar.
—¿Estás listo? preguntó ella, mientras que cogía el sexo de Adam con la palma de la mano.
—Para ti estoy como tú me quieras.
Abby no resistió la tentación de plantarle un beso largo y jugoso en los labios luego de escucharlo
hablar mientras que, con un simple movimiento, levantó su cintura y encajó aquel erecto miembro en
su interior.
El primer estacazo de placer fue casi inmediato; ya sensible, el orgasmo le recorrió todo el cuerpo
en un golpe de corriente capaz de hacerla gritar, temblar y experimentar la máxima felicidad en
cuestión de segundos. Adam sintió como sus paredes húmedas y calientes abrazaban su miembro sin
dejarlo ir, palpitando luego de aquel encuentro con lo divino después de una simple penetración.
Pero Abby estaba lejos de la satisfacción. Consciente de que aún tenía el miembro erecto de
Adam en su interior, comenzó a sacudir sus caderas con intensidad, rebotando sobre sus piernas
queriendo estar en esa posición para siempre.
Adam sentía cómo el cuerpo de Abby se apoderaba de sus sentidos, de su imaginación, de la
inconfundible sensación de placer que podría sentir en cualquier momento estando solo pero que
nunca se compararía con el inquietante y hermoso cuerpo de una mujer.
Ambos disfrutaron del otro tanto como pudieron. En la cama, en el suelo; con él sobre ella y con
ella sobre él. No había nada que no pudieran hacer que fuera capaz de arruinar ese momento, ni
siquiera un mal movimiento, un apretón, una nalgada. Todo lo que hacía Abby lo disfrutaba y
viceversa.
Aquel despliegue de hormonas y sentimientos estaban condensando algo que tenían tiempo
esperando los dos, algo que le elevó a un nuevo lugar de su relación. Ahora no había barreras que
necesitaran atravesar, porque, en lo que respecta a intimidad, no existía nada en todo el tiempo, el
mundo ni la existencia misma, que pudiera deshacer lo que ellos ya habían creado.
Al terminar, después de varios orgasmos y de arrugar por completo las sabanas, Abby y Adam
estaban tendidos sobre la cama deleitándose con la presencia del otro.
—Eres increíble dijo ella mientras que acariciaba el cuerpo de Adam.
—Y tú eres estupenda respondió Adam, jugando con el cabello de su amada.
—No quiero que esto se acabe se lamentó ella.
Adam, bajó la mirada, haciendo que ella subiera la suya, y fijaron sus ojos en los del otro.
—Entonces, trascendamos y seamos eternos así no sea posible vaciló contigo quiero
intentarlo todo.
10
Abby y Adam habían pasado al siguiente nivel de su relación. Ya no eran dos desconocidos que
compartían una cabaña por compromiso. Ella no estaba ahí porque no podía salir y él ya no se
quedaba todo el día a su lado porque necesitase cuidarla. Compartían su tiempo porque así lo
deseaban, porque estar uno al lado del otro era lo mejor que podían hacer.
Durante semanas, las cosas marchaban de bien a mejor en cuestión de segundos, dejándolos así
en una posición ventajosa para ambos. Abby se sentía a gusto con la presencia de un hombre que no
esperaba encontrarse jamás y el que, de no ser por lo que la arrastró hasta ahí, tal vez jamás habría
conocido.
Las posibilidades eran infinitas, pero, dentro de todas las posibles cosas que pudo haber hecho, el
dar exactamente con la que le llevase a encontrar con él, habría sido inimaginable. Por eso no se
arrepintió de todo el tiempo que sirvió como conejillo de indias, ni mucho menos de lo que tuvo que
hacer para escapar de ese laboratorio. No lamentaba las lesiones que tuvo que sufrir ni el tiempo que
no pudo caminar.
Todo lo que había hecho solamente había servido de trampolín a una vida que estaba disfrutando
segundo a segundo al lado de un hombre que quería y que la quería igual. El amor había tocado a su
puerta de la forma más extraña y no lo iba a dejar ir así cómo así.
—Quién iba a decir que el amor de mi vida sería un viudo canadiense del dos mil diecisiete
dijo Abby, deslizando su dedo sobre el pecho de Adam dibujando un corazón alrededor de sus
pectorales.
—Y quién iba a decir que me enamoraría de una mesera que técnicamente ahora es una niña.
—¡Ey! le dio una palmada en el pecho, Adam soltó una carcajada, casi sin inmutarse por el
golpe no soy una niña. En este momento tengo dieciocho años.
—Bueno, casi y es legal estar contigo.
—Justo ahora debería estar teniendo mi primer trabajo.
—¿A los dieciocho? ¿No tenías nada mejor qué hacer? preguntó Adam.
—A ver, pues levantó su torso, apoyándose con el codo en la cama ¿Y tú qué estabas
haciendo a tus dieciocho?
—Bueno, a mis dieciocho estaba viajando con mi esposa por Canadá, disfrutando de la vida.
Abby se esperaba algo menos divertido.
—Vaya exclamó ¿Cómo hicieron eso?
—Bueno, ella había tomado un año sabático y yo no tenía muchas ganas de perder mi tiempo
trabajando o estudiando, así que decidimos tomarnos unas vacaciones.
—Suena divertido dijo, volviendo a costarse, depositando su cabeza sobre el pecho de
Adam ojala hubiera hecho eso a mis dieciocho.
Abby se quedó pensando en un mundo en el que hubiera hecho todo lo que Adam hizo con
Nadia, incluso, con su más alocado sueño, siendo ella su esposa. Sabía que no había forma de ocupar
el espacio que ella había dejado en su corazón, o siquiera ser lo suficientemente apta para él como
ella lo había sido. Pero, invertía mucho tiempo soñando en los «tal vez» o en los «quizás», se
mantenía despierta con los ojos cerrados mientras escuchaba los latidos del corazón de su amado,
imaginándose un mundo normal a su lado, en donde no hubieran viajes en el tiempo, o cualquier otra
cosa semejante.
Adam estaba convencido que la vida que le había tocado vivir había sido dura. El perder a su
esposa en aquellas condiciones le causaban un terrible dolor que nada en el mundo pudo callar, hasta
que Abby apareció.
Con su trauma físico y los síntomas que dichos problemas arrastraban, consiguió en ella algo
totalmente nuevo, fresco, siendo cautivado por algo que no lograba comprender. Al principio,
solamente se sentía motivado por un sentido de obligación, necesitaba ayudarla a recuperarse a como
diera lugar. Pero, el tiempo supo jugar sus cartas y fue dejándose llevar por su forma de ser.
—¿Estás dormida? preguntó Adam.
Abby no respondió con claridad, sólo dejó escapar un quejido sutil.
—Um murmuró.
Aunque Adam sabía que probablemente no le escucharía, esa respuesta le fue suficiente.
—La verdad no quiero dudar de ti, de que seas del futuro y todo eso dijo Adam, jugando con
el cabello de Abby pero, de ser verdad, ¿Qué significaría eso para los dos? ¿Es bueno que haya
dos Abby en el mundo ahora? ¿Es bueno que estés aquí mientras tu yo más joven está buscando
empleo?
Adam hizo una pausa, esperando una respuesta que sabía que no llegaría.
—Um dijo de nuevo Abby, como si estuviera escuchándolo.
Pero, en realidad, solamente respondía al sonido de la voz de Adam por instinto.
—Si eso es un problema para lo que sea que esto sea, quisiera sentir que todo esto vale la pena y
que estamos haciendo lo correcto. No quiero perderte también a ti.
Adam sabía que Abby no lo había escuchado, pero, no le importaba. Quería decirlo, quería
sacarlo de su pecho a como diera lugar. No sabía lo que le depararía el futuro, ni lo que su nueva
relación podría significar para él, pero, mientras más pudiera disfrutar del tiempo al lado de ella, el
«después» era el menor de sus problemas.
—Realmente me gusta estar contigo dijo al fin, dejándose caer en los brazos de Morfeo.
Y los días pasaron así no más. Entre abrazos, caricias, encuentros sexuales apasionados en
cualquier parte de la cabaña y la montaña misma, sintiéndose libres, amándose mutuamente. Dos
almas atadas la una a la otra viviendo la vida al máximo mientras podían.
Adam y Abby sentían que el destino había preparado todo eso para ellos. Pero, el destino era
imparcial, y a veces podría llegar a ser cruel.
Luego de varias semanas esperando, un grupo de hombres extraños tocaron a la puerta de la
cabaña.
Abby y Adam estaban desayunando pacíficamente, disfrutando de la compañía de su persona
amada en el mundo, sintiéndose libres, indomables; seguros de que nada en el mundo podría arruinar
ese momento, hasta que sonó la puerta.
—¿Quién será? preguntó Adam, sabiendo que era poco común que tocaran a su puerta, mas
no imposible.
Pero, para Abby, toda alteración repentina de los hechos era una mala señal.
Estaba paranoica, incluso antes de ese momento. Durante las semanas que compartió con Adam,
a pesar de los momentos felices, veía por sobre su hombro insegura, indecisa; ¿Algo estaría
siguiéndola? ¿Ya la estaban buscando? La incertidumbre le mantenía alerta a todo momento,
sabiendo que esa no era una buena forma de vivir.
Sabía que no poseía ninguna cualidad especial que la hiciera relevante o le ayudara a combatir lo
que fuera que podría suceder. Tenía miedo y eso arruinaba su felicidad.
—No quiero irme le dijo una vez a Adam pero tampoco quiero tener que vivir escondida
todo el tiempo, del tiempo mismo.
Adam había sentido un deja-vu; él le había hablado de eso mientras dormía.
—¿A qué te refieres?
—No quiero dejarte, no quiero estar sin ti.
—Ni yo sin ti.
—Pero, no creo que pueda quedarme.
—¿No crees o lo sabes?
—No, no lo sé y es por eso, por qué no sé lo que es posible y lo que no, por qué no lo sé todo, es
porque no soy una experta en el tema, soy una simple mesonera en España; si no es porque
necesitaba el dinero, nunca habría llegado a este lugar, ni te habría conocido.
—Entonces ¿Por qué estás preocupada? preguntó Adam, sin ver la relación.
—Porque ¡No lo sé! vociferó Porque no tengo idea de lo que son capaces de hacer los que
mantuvieron algo como lo que me trajo hasta aquí por tanto tiempo en secreto. No quiero tener
problemas con esas personas por estar en esta época contigo.
Adam estaba seguro de que había una forma en que todo se pudiera resolver. Sabía que Abby no
era ninguna criminal, no era como que la fueran a culpar por algo que no cometió, había sido
secuestrada, lo peor que podría pasarle es que la regresaran a su época.
El no entendía cómo funcionaban las cosas dentro de diez años, mucho menos, si las cosas
habrían cambiado en tan poco tiempo. No era como que el mundo tuviese un giro de 180º de la noche
a la mañana de tal manera que la forma de ver la vida cambiase por completo. Mientras veía a Abby,
sentía que lo tenía todo, y perderla, resultaría en otro suceso devastador.
—Pero ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres volver? ¿Quieres quedarte? Siento que estás diciéndome
una cosa y luego otra. ¿Qué significa todo esto?
—Tengo una vida en el futuro, tengo familia, tengo un trabajo, tengo un lugar a donde regresar…
—¿Quieres hacerlo?
Adam se sentía mal porque sabía que eso significaba que debía irse (aunque no supieran
exactamente cómo lo haría) pero no estaba molesto con ella porque sabía que tenía razón.
—Pero también te tengo a ti. En tan poco tiempo te has hecho tan importante que no sé qué hacer,
a qué aferrarme. Quiero estar contigo pero también quiero volver a mi época porque ignoro lo que
pueda suceder si me quedo aquí Abby le miró, llena de preocupación siento que voy a
enloquecer, y no quiero hacerlo.
A él no le cabía duda de que todo lo que pudieran tener sería efímero, pero, mientras pudiera estar
con ella, no importaba cuanto, estaría feliz.
—Pues, lo mejor que puedes hacer, es no preocuparte dijo Adam, acercándose para
abrazarle sucederá lo que vaya a suceder.
Y, lo que iba a suceder, quisieran o no, sucedió.
—¿Quién crees que sea? preguntó de nuevo Adam, mirando extrañado a Abby.
Abby tenía un mal presentimiento por la forma en que tocaban la puerta como si estuvieran
anunciando que si no respondía la tirarían abajo en cualquier momento. Ella no respondió a la
pregunta de Adam, ayudándolo a entender que algo andaba mal.
—¿Crees qué? preguntó, asumiendo lo sucedido.
Abby sólo se giró para verlo, diciéndole todo con la mirada: fuese lo que fuere, estaban ahí por
ella.
11
Al día siguiente, la chica que había aparecido de repente en la montaña, desapareció de la misma
forma. Las personas que habían llegado para llevarse a la mujer que había aprendido a amar, le
explicaron lo delicado de la situación y lo importante que era que ella regresara a su época. Adam
estaba convencido de que la vida le estaba jugando una mala pasada; en tan poco tiempo había
perdido dos amores de su vida, algo que le era simplemente difícil de digerir.
La parte positiva es que había descubierto que ella no estaba loca. De cierta forma sirvió de
mucho el que alguien más del futuro le demostrara que las cosas que la preocupaban, lo que la había
llevado hasta allá y sus historias alocadas no eran falsas. De la serie de eventos que lo dejaron ahí,
solo, triste e inquieto, el haber confirmado algo tan delicado como eso le daba una sensación de
alivio que no podía explicar.
Luchaba con la pena y el dolor de estar solo de nuevo, sin poder soportar una partida más en su
vida, inseguro de si sería capaz siquiera de seguir adelante y abrirse paso en el mundo. La ausencia
de Nadia había significado un gran golpe en su cordura, en su forma de vivir, de hacer las cosas;
ahora, la partida de Abby, no estaba lejos de ser igual.
Con los meses, entendió que nada fue en vano, que las cosas que vivió seguían en su recuerdo;
por lo menos, no llegaron con un aparato extraño que le borrara la memoria, ni se lo llevaron a él
para usarlo en alguna clase de experimento que lo dejara loco. En su mente todo lo peor que pudo
haber pasado, no pasó, y eso, junto a los buenos momento al lado de Abby, eran lo que valía la pena.
—No me olvides dijo Abby, mientras que se iba con las personas que la fueron a buscar
por favor, no lo hagas.
—Nunca lo haré dijo Adam, sin luchar, sin querer detener lo que estaba sucediendo porque
sabía que no era su decisión.
—Trabajo en Madrid, en un pequeño restaurante que sólo tiene buenos desayunos le dijo
Abby.
—¿No puedes ser más específica?
—Sé que puedes encontrarlo dijo, con una sonrisa en el rostro Y, en serio, no te vayas a
morir, Adam, por favor. Sigue con vida.
Adam se veía calmado, tranquilo, como el tipo de personas que dejan pasar las cosas sin
inmutarse, sin demostrar que lo que sea que está sucediendo, les afecta por completo. Mientras, Abby
lloraba, sintiendo que quienes la fueron a buscar no pudieron ser más inoportunos. ¿Por qué
demonios no fueron a por ella antes? De ser así, tal vez habría evitado todo eso.
—¡Prométemelo, Adam! ¡Hazlo! exigió, al ver que ni siquiera él estaba seguro de eso.
—Yo… trató de decir.
—¡Prométemelo!
Poco a poco estaba más cerca de irse, estando a punto de marcharse por completo.
—¡Prométemelo!
—Te lo prometo.
Simplemente no podría romper esa promesa, no era algo con lo que querría jugar, así que el
esperó. Durante diez años Adam esperó que el tiempo pasara, buscando qué hacer con su vida
mientras tanto. Los primeros días luego de la partida de Abby, se refugió de nuevo en su soledad,
inseguro, inquieto y deprimido. No sabía qué hacer a pesar de que le había prometido a la chica que
amaba que no la iba a decepcionar, que ella no llegaría a su época a enterarse que todo había sido en
vano y que el hombre que amó en el pasado ya no existía.
Romper esa promesa no era una opción, pero ¿Qué podía hacer Adam?
Él esperó.
Luego de superar lo que ya había vivido, sintiéndose un experto en perdidas, pensó por fin en un
plan. En poco tiempo se armó de valor y cogió todo su dinero, vendió lo que pudo de sus
pertenencias; entendió que estaba a tres años de ventaja del anuncio de lo que había estado
cambiando y cambiaría el mundo en un abrir y cerrar de ojos. Así que, con todo en mente, cogió un
vuelo de avión a España y se perdió en cada pequeño restaurante en Madrid que sólo tuviera buenos
desayunos, que existía, seguro de que encontraría el indicado.
El mundo no había cambiado mucho, tal vez tenía grandes avances tecnológicos, tal vez se hacían
maravillas que sólo se podían documentar en el presente porque alterar el pasado estaba prohibido;
pero, entendía por qué ella no había notado la diferencia entre los dos: todos los seres humanos se
veían igual.
Invirtió parte de su tiempo en aprender el idioma, en hacerse con la ciudadanía española y
esperar; pasó gran parte de esos diez años esperando, esperando a que fuera el momento justo para
encontrarse con Abby, hasta que, a dos años de su fecha límite, la encontró.
En un pequeño restaurante en dónde lo único bueno que tenían eran los desayunos (e incluso esos
eran malos) encontró a una hermosa chica que sería una de las nuevas meseras del lugar. Supo de
inmediato que era ella, pero no quiso acercarse todavía.
Adam se mantuvo apartado por mucho tiempo, esperando el momento justo en que Abby
desapareciera para poder ir a rescatarla. No sabía cómo lo haría, pero sabía que debía esperar, total,
ya lo había hecho por ocho años.
Había hecho de todo, invertido en el futuro y logrando conseguir éxito. Un canadiense que vivía
cómodamente en España esperando poder rescatar a su doncella en apuros, estaba preparando el
terreno para poder dormir de nuevo con la mujer a la que le había dedicado tanto tiempo. Sufría al
verla tener dificultades económicas, consolándose solamente con el hecho de que sería por poco
tiempo y que, de cambiar algo, podría arruinarlo todo. Así que espero aún más.
Era un poco difícil decir cuando desaparecería Abby, dado el caso que la secuestrarían la
llevarían al pasado y regresaría en el momento justo (tal vez uno o dos días después) de su
desaparición. No estaba seguro de cómo podrían suceder las cosas, manteniendo expectante e
inquieto por tomar partido.
Adam estuvo siguiéndola por dos años, observando cada paso y cada decisión que tomaba. Sabía
que en el momento justo en que comenzara a buscar alguna entrada de dinero, sería cuando ella se
involucraría con aquel experimento social. Así que todo marchaba según el plan. En lo que sucedió,
espero un tiempo para que lo que fuese a suceder entre los dos se estableciera y luego acudió a las
autoridades pertinentes para avisar del caso.
—Una mujer ha sido secuestrada por unos infractores del tiempo, la tienen cautiva en una
montaña al oeste de Canadá. Luego de un tiempo estando en un experimento, logró escapar y seguro
ahora está en una cabaña con un montañero que la mantuvo a salvo por varios meses mientras que se
recuperaba de sus heridas, consecuencia de huir de sus captores.
El aviso de Adam a las autoridades fue lo que hizo que encontraran parte de una célula de
secuestradores de todo el mundo que experimentaba con todo tipo de personas, y el principal motivo
por el cual, aquella mañana, tocaron a su puerta.
—Y pensar que fui yo quien me arruinó el desayuno se dijo, al entender la serie de eventos
que lo llevaron hasta ahí el tiempo es algo extraño.
Ya con todo puesto en orden, con la chica de sus sueños siendo rescatada y traída al presente, las
cosas pronto estarían de maravilla. Con la espera habiendo valido la pena y la vida demostrando ser
buena de nuevo, buscó en donde la tendrían e intentarían reinsertarla en la sociedad cómo la conocía,
para darle la sorpresa de su vida.
Abby había llegado de su rápido viaje a través del tiempo, sabiendo dos cosas: que había tenido
los mejores dos meses de su vida, y que, si Adam era honesto, podría encontrárselo en el futuro, o,
mejor dicho, el presente. No sabía cómo sucedería las cosas, o cómo lo encontraría, pero estaba
segura de que haría lo imposible por encontrar aquella cabaña y le daría el beso más largo en la
historia de los besos.
—Espérame murmuró, como si Adam pudiera escucharla que ya voy a por ti.
En lo que pudieron dejarla en libertad, tras curarle las lesiones superficiales que aún tenía, tales
como secuelas luego del trauma, el gobierno le indemnizó los daños ocasionados por el secuestro y el
tiempo fuera de su época y la dejaron seguir con su vida. Abby estaba preparada para hacer el viaje
más importante en toda su vida cuando, de repente, el destinó le dio una sorpresa.
—Tanto tiempo sin verte, Abby dijo Adam.
Adam estaba esperando en la puerta de la casa de su chica, con los brazos y el corazón abierto.
—Adam dijo Abby, sin poder articular ninguna otra palabra Adam.
Las lágrimas comenzaban a brotarle de los ojos. Tal vez, para ella, habría sido un simple día, que
hace unas cuantas horas lo había visto y se había despedido de él, pero, sabía que para que Adam
estuviera ahí, esperándola, debieron haber pasado diez años.
Diez años en los que estuvo solo, esperando, seguramente muy aburrido. No sabía todo por lo que
tuvo que pasar, no era ni siquiera capaz de imaginarlo. ¿Cómo la encontró? ¿Desde cuándo está ahí
sentado? ¿Qué habrá hecho durante todo ese tiempo? Tenía tantas preguntas y tantas cosas por
decirle que todo se atoraba en la puerta de su boca sin poder salir. Solamente su nombre lograba
pasar a duras penas.
—Adam repitió de nuevo.
—Estuve esperando este momento por diez largos años dijo Adam.
Abby comenzó a llorar, suponiendo que de un momento a otro estaría ahogándose en un mar de
lágrimas.
—Adam dijo de nuevo, incapaz de pronunciar alguna otra palabra.
Adam abrió los brazos, viendo cómo Abby seguía procesando la información. Tal vez era difícil
para ella, por lo menos, él, tuvo mucho tiempo para prepararse, una ventaja con la cual ella no había
contado.
—¿No vas a venir? dijo.
No hizo falta que dijera otra cosa para que Abby pasara de estar completamente fría a saltar sobre
él con un inmenso abrazo, enrollando sus piernas en la cintura de aquel inmenso hombre y cogiendo
su rostro mientras lo besaba.
—Te extrañe demasiado dijo Adam, entre los besos que le dejaban hablar estuve esperando
por ti demasiado tiempo.
—Adam, eres el mejor decía Abby, entre besos y besos.
Adam cargó su cuerpo hasta la cama que tenía Abby en aquel departamento y la hizo suya de
nuevo.
—Estuve esperando diez años para verte de nuevo dijo él, mientras la desnudaba no sabes
cuánto extrañe verte, abrazarte, besarte le decía, entre besos cuanto me hizo falta el poder
hablar contigo, el poder tenerte tal cual estás ahorita. Te amo demasiado, he estado diez largos años
pensando en ti, enamorándome de ti a cada segundo.
Abby se dejaba tocar por Adam, dejando que el hombre que había esperado tanto tiempo por ella
se desahogara. Disfrutó sus besos, sus caricias, sus miradas románticas y lascivas tanto como lo hizo
en aquella cabaña, sintiendo que todo había valido la pena, que nada podría mejorar ese momento
porque tenía todo lo que alguna vez quiso materializarse ante sus ojos.
Abby entendió, mientras que veía a aquel inmenso hombre apoderarse de su cuerpo, que, alguien
que era capaz de esperar tanto tiempo por una simple chica de ciudad, con un trabajo de segunda y
sin mucho que ofrecer: sí era capaz de amarla como alguna vez amó a su esposa.
Concebir esa idea, hizo de ella una mujer extremadamente feliz.
—Gracias por volver dijo Adam, al terminar su encuentro esperado, con la cabeza de Abby
sobre el pecho.
—Gracias a ti por estar ahí.
Título 5
La Princesa del Jefe
Salvada y Protegida por el Criminal Millonario
Primera parte
La terapeuta
1
Estaba esperando que John llegase a nuestra cita para hablar de su vida,
de lo que le preocupaba, para saber qué problemas tenía y si estaba
dispuesto a mejorarlos. Esa fue la primera consulta en meses luego de que
dejo de venir a verse conmigo. No sabía por qué me había llamado tan de
repente, pero, el motivo de su visita se explicó en una larga sesión que no
tuvo problema en pagar.
Es importante entender que lo poco que se cuenta aquí es única y
exclusivamente aquello que pude interpretar de las cosas que John me contó
en sus terapias.
—Doc. Quiero saber qué tan confidencial somos. Me preguntó de
repente, entre una anécdota de su infancia y un día completamente normal
que no venía al caso.
John solía perderse a menudo, entre historias e historias que me
ayudaban a entender, de a poco, lo que quería decirme.
—¿Preguntas cual es el nivel de confidencialidad de estas sesiones?
le pregunté.
—Sí, exactamente eso. Usted me entiende.
—Bueno, es absoluta, de cierta forma. Todo lo que digas aquí no puede
salir de aquí.
—¿Lo que sucede en la sesión de la doctora, se queda en la sesión de la
doctora? dijo en un tono carismático propio de él, como si estuviera en
complicidad conmigo.
Como individuo, tenía cierto sentido del humor que le ayudaba a
ignorar ciertos sentidos importantes de su vida. Cuando contaba cosas
acerca de su pasado, lo hacía con esa falta de tacto ante sus propios
problemas que me hacían pensar que lo utilizaba para ocultar lo que
realmente le hacían sentir esas cosas que me contaba; un padre autoritario,
un sistema de la familia troncal que determinó el flujo de su infancia y de
más.
Pero nada de eso me preparó para lo que vino después. John estaba
lleno de sorpresas.
—Exactamente.
—Perfecto entonces exclamó, como si se estuviese preparando para
algo entretenido.
—¿Qué me quieres contar? pregunté, sin mucho animo de revelar
mis intenciones.
—Quiero contarle todo, doc. Creo ese es el motivo por el cual empecé
esta terapia en primer lugar.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿No me has dicho todo ya?
—¿Hasta ahora? No, nada que ver, doc. No en el sentido estricto de la
palabra.
—¿Sabes que puedes confiar en mi? No hay nada que puedas decir que
vaya a salir de este consultorio.
—Y eso es lo que quiero creer, doc. Pero no es algo que se le pueda
decir a cualquier persona.
—¿Es malo?
—Un poco, sí dijo, un tanto indiferente.
—¿Te ha pasado algo últimamente?
—¿Pasarme? ¡Ja! No, para nada doc. No me ha pasado nada que pueda
ser considerado malo, y que tema contar.
—Entonces ¿qué es malo para ti?
—Muchas cosas, doc. se notaba que estaba atravesando sentimientos
complejos No es lo que me haya pasado, es lo que he hecho
No sabía cuales sentimientos estaba experimentando porque no acababa
de decirme nada al respecto. Quería ayudarlo, al igual que quiero ayudar a
todos mis pacientes.
—¿Qué hiciste?
—No «qué hice», doc. Lo «que he hecho», lo que hago, lo que soy.
Quiero contarle todo porque siento que somos amigos ¿me entiende? Siento
que hemos conseguido una especie de conexión que no se consigue con
cualquiera.
—Supongo que sí.
—¿Cuánto tiempo llevamos viéndonos? ¿Un año, dos?
—Llevamos en terapia nueve meses, John. dije luego de revisar mi
libreta No creo que lleguemos al año.
—¿Nueve meses? Oh, eso si que es decepcionante. Se siente como que
ha pasado más tiempo.
—No, sólo nueve meses.
—Bueno, no importa, aun así, siento que nuestra conexión es real.
John se veía relajado, colocó sus manos debajo de su nuca para usarlas
como almohada. John tenía la intención de parecer genial con cada cosa que
hacía, ocultando sus verdaderos pensamientos, suponiendo que al hacerlo
no tendría que enfrentarlos. Quería que mejorara su actitud para sí mismo,
pero mientras lo veía respirar con tal calma mientras me hablaba, revelando
pequeños detalles de su conducta que se asomaban entre su forma de hablar,
me hacían suponer que no era simplemente un problema común.
John era uno de esos pacientes que se apoderaban de su entorno, lo que
era controlador, tal vez una actitud adquirida por su puesto de jefe de su
propia compañía; eran simples observaciones que no podía diagnosticar o
tomar en cuenta porque nunca me contó al respecto, hasta ese día.
—Es una relación estándar paciente-terapeuta. No podemos suponer que
somos amigos porque la idea de conversar conmigo es que puedas recurrir a
mi en un ambiente neutro en el que logres sentirte a gusto y así conseguir
las respuestas que necesitas.
—Sí, sí. Eso lo sé, doc., me lo dijiste cuando empezamos respondió
con hastío, como si se tratara de algo que le había dicho su padre.
—No es para que te sientas mal. Si te sientes mal, no estaremos
logrando nada.
—Sí, eso creo. Pero es que realmente creí que éramos amigos.
—¿Quieres que seamos amigos?
—No lo sé.
—¿Tienes amigos, John?
—Tengo muchos amigos; tengo empleados, tengo asistentes, guarda
espaldas… tengo de todo.
—¿Alguno al que realmente quieras? ¿Alguno al que puedas acudir
cuando necesites ayuda, un consejo o una mano amiga?
—A usted. Vengo con usted para recibir consejos, doc. aseveró.
—De cierta forma es mi trabajo, pero no te aconsejo, te ayudo a
encontrar las respuestas. ¿Es por eso que crees que soy tu amiga? ¿Por qué
te escucho?
—No del todo, todos me escuchan, creo que es casi lo que les obligo a
hacer.
—¿Obligas a las personas a escucharte? pregunté, viendo que
comenzaba a contarme algo diferente de su vida.
—¡Oh no!, este, no vaciló nada que ver, no exactamente. Lo que
quiero decir es que me escuchan porque es parte de su trabajo.
—En tu empresa.
—Sí tuvo una pausa de unos cortos segundos, pensando en algo a lo
que era ajena sí, en mi empresa.
—Entonces están relacionados contigo por una dependencia laboral no
estrictamente amistosa.
—Se puede decir que sí, aunque creo que podemos rescatar ciertas
personas. Sí se podría decir que son «mis amistades», confió en ellos.
—Entonces sí tienes amigos.
—Digamos que sí.
—Entonces porque supones que somos amigos.
—Ya le dije doc. Porque me siento a gusto, porque siento que puedo
confiar en usted.
—Puedes confiar en mi.
—Lo sé. Ya me lo dijo. ¿Podemos decir que es mi amiga? Me siento
más cómodo así dijo, tratando de mantener un ambiente agradable.
Realmente necesitaba de mi atención, cosa que parecía que quería de
todos los que le rodeaban a pesar de que era lo que obtenía, pero no a la
medida que lo deseaba.
—Si te ayuda a hablar entonces, sí, podemos decir que soy tu amiga.
—Perfecto entonces, doc., porque creo que necesito un confiable amigo
porque lo que le voy a contar es un poco complicado.
—Estoy aquí para escucharte.
—Perfecto entonces respiró profundo Listo colocó sus manos
sobre su vientre, dejando caer su cabeza sobre el cojín de mi sillón
Bueno, doc., creo que es mejor empezar con mi verdadero nombre. Sé que
no debíamos tener secretos porque eso podría interferir en el desarrollo de
mi terapia, pero creí necesario, para su seguridad, mantener mi identidad en
secreto.
—¿No te llamas John Smith?
—No doc. Mi nombre es John Corvus.
—¿Por qué el saber tu nombre interfiere en mi seguridad?
—Porque es algo que quería decirle luego de un tiempo confesó.
—¿Tienes algún otro secreto qué quieras revelar? pregunté,
completamente calmada.
—Sí, doc. Pero no es la razón por la que estoy aquí hoy, luego de tanto
tiempo.
—Cuéntame.
—Conocí a alguien, doc. Y creo que necesito resolver ciertas cosas en
mi vida.
—¿Una chica? pregunté, por el tono que usó al referirse a ese
«alguien».
Aquella platica fue llevándonos hasta un punto diferente de los hechos
de su vida. En el pasado no quería contarme nada de su vida y no entendía
por qué. Se mostraba cohibido ante el hecho de hablar de si mismo, de sus
sentimientos, recelando la verdad como algo que podría hacerme daño. No
entendía qué era porque no lo sabía todo, no sabía qué querría decir con
eso, si era su forma de hablar o si iba en serio.
John se acomodó en el sofá que tenía para mis pacientes y comenzó a
hablar.
—Ser malo ha sido bueno gran parte de mi vida. No me he quejado, no
he hecho lo que otros hacen, doc., eso de perderse en la monotonía de sus
vidas, seguir las reglas, hacer las cosas de forma adecuada como un
ciudadano ejemplar. Estamos hablando de algo que no estoy acostumbrado
a ser: bueno. No soy un hombre bueno, ¿sabe? Claro que no lo sabe, claro
que no es capaz de entenderlo.
John Corvus era un hombre millonario que lo tenía prácticamente todo,
no se sentía a gusto con las cosas que su familia le había hecho en el pasado
así que la pagó con ellos al hacer todo lo que le habían enseñado a no hacer.
Nunca se sintió querido por ellos, ser el cuarto de siete hermanos, y uno de
los menos agraciados, le hizo sentir incompetente de cierta forma,
obligándolo a querer llamar la atención de aquellos a quienes quería
impresionar.
Su rebeldía fue llevándolo a lugares inimaginables, haciendo que se
juntase con antisociales que de forma egoísta querían hacer del mundo un
lugar mejor, al destruirlo desde sus cimientos. Durante años se involucró en
decenas de crímenes que le fueron acostumbrando a una vida criminal de la
que hoy en día parece estar orgulloso.
Era inusual que un criminal quisiera recibir ayuda terapéutica de ese
tipo y abrirse de la forma en que él lo hizo. John no era un hombre
cualquiera, nada común, y fue por eso que decidí continuar con aquella
sesión.
—La primera vez que la vi, fue cuando la entrevisté para el puesto de
mi asistente. Creo que ese día fue cuando supe que esa chica era alguien
especial.
John estaba esperando para que el siguiente aspirante atravesara el
umbral de su oficina y demostrarle que sería el indicado para atender con
todas sus necesidades. No era un hombre muy paciente, pero estaba
dispuesto a mantenerse ahí porque necesitaba urgentemente alguien que
trabajara para él.
—Pase el siguiente dijo John en voz alta para que sus guarda
espaldas dejaran pasar al siguiente aspirante.
Ese fue el primer momento en que se encontraron.
—Buenos días dijo una voz de mujer muy agradable.
No se dejó sorprender por lo adorable de aquella voz porque tenía
intención de mostrarse como un adulto intimidante e interesante.
—Buenos días dijo John sin levantar la mirada de sus documentos
por firmar.
—Estoy aquí por el trabajo de asistente dijo ella, con le mismo tono
de voz.
—Sí, sé por qué estás aquí. Por favor toma asiento dijo, sin levantar
la mirada.
No tenía motivos suficientes para no interrumpir lo que hacía, pero
quería parecer ocupado y lo fue logrando. Entre él y la chica con voz
agradable que aun no veía, había un silencio molesto que los mantenía
desagradablemente callados.
—¿Cuál es tu nombre? preguntó John por fin luego de unos minutos
pasando hojas y firmándolas con rapidez.
—Me llamo Nadia dijo ella, con todo orgullo.
Se notaba cierta falta de seguridad en sus palabras que le obligaron a
levantar la mirada. John pensó que se trataba de otra chica tonta que quería
el trabajo porque estaba necesitada de un empleo sencillo. Así que decidió
levantar la mirada para rechazar de inmediato a aquella mujer.
—¿Nadia? Creo que mejor… levantó la mirada y la vio a los ojos.
En ese momento, sus miradas colisionaron una con la otra. Nadia, aun
se veía tan nerviosa como estaba sonando mientras hablaba con John, pero
él dejó de lado su actitud genial de hombre millonario para permitirle a una
de sus mejores sonrisas escaparse. Se encontró con una mujer de piel color
chocolate con unos ojos marrón claro y un muy buen gusto para la ropa. Su
cabello encrespado y un poco alborotado le daba la sensación de seguridad
propia que su voz no le prestaba en ese momento.
Nadia se quedó callada esperando que John terminase su oración. Él
vaciló.
—Creo que es mejor que te relajes dijo, cambiando por completo lo
que iba a decir ¿es tu primera vez buscando trabajo? preguntó.
—No, no es mi primera vez.
—¿Entonces por qué estás desempleada? dijo John con una sonrisa
que desnudaba su blanca dentadura.
Esperaba que eso cautivase a Nadia, por encima de su atractivo natural
y su dinero.
—Porque vaciló porqué mi otro empleo, yo, no pude… Nadia
trataba de hablar, pero sus nervios no la dejaban.
Apartó la mirada de John para evitar sentirse intimidada por su
presencia.
—¿Por qué? dijo John, sin encontrar sentido en sus palabras, sin
dejar de sonreír porque encontraba gracioso la forma en que Nadia
intentaba hablar.
—Quiero que tú intentó continuar Nadia, hasta que se dio cuenta que
había perdido la formalidad de su discurso.
Levantó la mirada asustada, creyendo que lo había ofendido.
—Que usted, disculpe dijo asustada me gustaría poder trabajar
con usted.
John no pudo contener la risa, y dejó escapar una invasiva carcajada
gruesa e imponente que invadió la oficina.
—No te preocupes dijo John no hiciste nada malo. No me trates
de a usted pidió llámame John.
—¿John? Preguntó Nadia, como si no lo conociera.
—Sí, John. Me llamo John Corvus extendió su mano y se la puso en
frente a Nadia mucho gusto.
Mientras lo hacía se levantó de su asiento. Nadia se le quedó viendo a él
y fluctuó entre su mano y sus ojos porque no entendía lo que estaba
sucediendo. John, mantenía sus labios extendidos dibujando una sonrisa.
—¿Nadia? dijo John ¿Me dijiste que te llamabas?
En ese momento, Nadia reaccionó y se levantó tan rápido que dejó caer
unas carpetas que tenía sobre su pierna. Se distrajo por unos segundos, miró
abajo, miro la mano de John, trato de recoger la carpeta y de extender su
mano. Entró en pánico y se quedó en medio de ambas acciones. Él sólo la
veía con atención, riéndose suavemente de la forma en que actuaba Nadia.
—Sí, yo… soy Nadia Velázquez vaciló, alcanzando la mano de John
y sacudiéndola con apremio yo…
John no pudo contener de nuevo su risa y la soltó, confundiendo más a
Nadia.
—Tranquila dijo, rodeando su escritorio y recogiendo las carpetas
que se habían caído al suelo.
Nadia no había reaccionado todavía, no sabía que hacer. Aun tenía la
mano extendida en el aire a pesar de que ya había estrechado la de John. En
lo que lo vio acercarse al suelo, intentó agacharse y terminar de hacer lo que
intento segundos atrás.
—Lo siento, es que yo… esta es mi primera entrevista con alguien tan
importante, estaba preparada y quería dar una buena impresión pero yo
comenzó a hablar, como si alguien hubiese jalado la cuerda adherida a su
espalda y no la he dado, solo he hablado como una tonta y hecho un
desastre. Hablaba mientras que recogía los papeles del suelo que había
dejado caer, preocupada por lo que John podría pensar de ella.
—Descuida, no has hecho nada malo dijo John, antes de hacer una
pausa dramática aun.
La forma en que lo dijo, alarmó a Nadia, obligándola a levantar la
mirada y mirarle con miedo, creyendo que cualquier error podría costarle la
oportunidad de trabajo.
—Disculpe, en verdad, no era mi intención hacerlo molestar dijo,
asustada.
John de nuevo dejó escapar otra carcajada, como si en realidad no se
tomara en serio nada de lo que decía ella.
—Para nada, no te preocupes. Sólo estoy bromeando, tratando de
hacerte sentir mejor.
John terminó de recoger las hojas del suelo, de colocarlas dentro de su
carpeta, y levantarse, sin apartar la mirada de los ojos de Nadia, quien se
levantó al mismo tiempo que él, como si estuviera imitando sus
movimientos.
—Toma, no lo dejes caer de nuevo, podrías perder algo importante
dijo John, tratando de sonar como un adolescente genial que decía cosas
al azar y oneliners que le ayudaran a mantener ese estatus de joven
interesante.
—Yo vaciló lo haré dijo Nadia disculpe mi estupidez.
—¿Estupidez? John se alejó un poco de ella, rodeó su escritorio y se
puso de nuevo en frente de ella con la mesa de madera oscura pulida entre
los dos nada que ver, sólo estás nerviosa ¿o no? preguntó, bajando su
cabeza y levantando una ceja, interrogándola no solo con su palabra sino
con su mirada.
—Sí, es que es mi primera vez, y no quiero arruinarlo.
—Bueno, no te preocupes, podré ser tu primera vez, pero lo que importa
es que sea tu ultima dijo John, desabotonándose el saco de su traje y
sentándose con elegancia en su silla de cuero.
Nadia no dejaba de seguirlo con la mirada, así que hizo lo mismo que él
y se sentó en la silla que había estado ocupando desde que entró a aquella
oficina. Se notaba que no sabía qué más hacer, cosa que a John le causaba
gracia. John la veía con interés, deseando saber más de ella, de tenerla cerca
el tiempo suficiente para que pudiera conocerla mejor y tal vez disfrutar de
su compañía. No importaba si se trataba de una chica que buscara un
empleo porque necesitaba comer, si era hermosa, sexy y con una
personalidad atractiva, entonces querría intentar todo con ella. Desde que
comenzó a tomar las riendas de su vida, nunca ha dejado de obtener lo que
quería.
La miró con interés, sin dejar de sonreír.
—Eso quiero dijo sin pensarlo quiero que sea mi ultima vez,
quiero conseguir un trabajo cuanto antes porque no puedo soportar estar
más desempleada confesó.
El desahogo de Nadia le alentó a sonreír aun más. John estaba sintiendo
que Nadia era una chica interesante, y que necesitaba conocerla aun más.
—Entonces, creo que debemos hablar de tus actitudes, si quieres que
esta sea tu ultima vez. Podríamos hacer de tu futuro algo mejor si trabajas
conmigo.
—Eso es lo que me gustaría dijo Nadia, reflejando su ferviente deseo
por conseguir un empleo ¿Qué puedo hacer para convencerlo?
—No mucho, sólo háblame de ti. Pero con calma, trata de dejar de
pensar que estas nerviosa y así hacer que todo fluya mejor ¿sí? John
comenzó a adoptar la actitud de un empresario respetable, interesado en
parecer un hombre seguro y serio.
—Bien vaciló, tragó saliva y acercó su silla al escritorio, dando un
pequeño salto que le dibujó una risa en el rostro a John tengo
veintinueve años y me gustaría comenzar a trabajar de algo que me pueda
dar suficiente dinero para vivir. No sabía qué hacer, no desde que me gradué
de leyes en la universidad.
—¿Te graduaste de leyes? preguntó John, sorprendido porque no
esperaba que fuera abogada.
—Sí, de leyes, pero no he podido ejercer como quiero porque no he
logrado conseguir un trabajo en donde me tomen en serio.
—¿Por qué dices eso?
—Porque en los pocos trabajos en los que he tratado de ejercer, mis
superiores han intentado sobrepasarse conmigo y no lo he permitido, lo que
ha hecho que me despidan.
John le miraba a ella a los ojos, dándose cuenta que ese era un tema
delicado. No sabía si era cierto o no, pero simplemente no podía dejar de
creerle. Se veía afectada por el asunto, cosa que le disgustó.
—¿Qué tanto se han sobrepasado contigo? preguntó, con un tono de
voz intimidante. Se escuchaba como si se tratara de un animal salvaje, del
alfa de algún grupo de lobos que intentaba demostrar su autoridad ¿Te
han hecho algo malo? ¿Te hicieron daño?
Nadia se sintió intimidad por la forma en que John la abordó con
aquellas palabras. Su voz gruesa, su mirada intensa, su lenguaje corporal
invasivo, la forma en que se tensó por completo indicaban que podría saltar
en cualquier momento si su respuesta era incorrecta, si decía que sí le
habían hecho daño.
—No aseguró, quebrando la voz no me hicieron nada. Sólo me
acosaron sexualmente; luego del primer incidente, me fui de inmediato de
allí. Las dos veces que me sucedió. Aseveró, tratando de hacer que John
se calmara.
Su mirada parecía la de un toro furioso, su respiración se agitó, Nadia
juraría que había visto un par de venas brotándole por las cien que
estuvieran a punto de explotar.
—¿Segura? Preguntó John.
John no sabía cómo sentirse al respecto. No era como que estuviere tan
interesado por Nadia que de repente ya estuviera preocupado por su
seguridad cuando a penas y la conocía. Se trataba de algo más profundo.
El pasado de John era algo turbio y desagradable, no había conseguido
la forma de contárselo a nadie más que a su psicóloga, a quien le estaba
contando su historia.
—¿Entonces eres un criminal buscado? pregunté.
—Algo así, he hecho ciertas cosas desagradables.
—¿Y qué tiene que ver Nadia en todo esto? cualquiera podría decir
que la historia no venía al caso, pero yo sabía que sí, con ella me había
dicho algo que no me había contado nunca; algo le molestaba. ¿Por qué
te molestaste cuando Nadia te contó acerca del acoso que experimentó en
el trabajo?
—Porque John estaba histérico, de la misma forma que había
descrito que se veía en el momento en que Nadia se lo contó porque
considero que son un problema para esta sociedad. No pueden simplemente
existir y corromperlo todo vaciló pienso que debemos matarlos a
todos..
La forma en que hablaban era propia de una persona violenta, no era
sólo el decir que los quería matar, sino las emociones que exteriorizaba al
hacerlo. Se detallaba con cada gesto que realmente sería capaz, cosa que
no puse en duda, no luego de que me contó que ya había matado y
golpeado para llegar hasta donde estaba. Podría sentirme insegura, pero
ese tipo de cosas eran parte de mi trabajo: mantener la calma y dar mi
apoyo a mis pacientes sin juzgarlos.
—Esa es una palabra muy fuerte John, para usarla tan
deliberadamente.
—Doc. No estoy usándola deliberadamente.
—¿no? pregunté.
—No necesito muchas excusas para matar a alguno de ellos. Matar no
es tan difícil.
Su forma de hablar, se hacía cada vez más fría, sínica, tal vez no eran
las palabras que usaba, sino su mirada, su rostro impávido, la falta de
remordimiento al decirlo. No cabía duda de que lo decía en serio.
—Y matarlos a ellos, no me ha costado mucho.
—¿Y cómo te ha hecho sentir eso?
—Me ha hecho sentir bien, porque he liberado al mundo de esos
desgraciados.
—Son diferentes a ti, ¿verdad? ¿ellos sí son malos, no como tú?
—Exactamente, Doc., ellos son parásitos, no son dignos de ser
preservados.
—Entonces, ¿tu si te justificas? ¿Tus actos si son aceptables en
comparación?
—No busco una excusa, Doc., no me importa, sé lo que he hecho, se lo
que puedo hacer, y mientras tenga las herramientas para deshacerme de
esos desgraciados, lo voy a hacer.
John ya no me hablaba de Nadia, no se sentía como uno de mis
pacientes regulares que se preocupaba de problemas fútiles con soluciones
sencillas. Esta vez hablaba de algo que no sólo le motivaba a actuar, sino
que le iracundia. No sólo suponía que el asesinato estaba justificado
siempre y cuando se tratara de ellos, algo que era propio de una persona
dañada.
—¿Y de donde viene tu odio hacía ellos?
—De la vida, Doc. Ellos hacen daño sin pensarlo, se preocupan sólo
por ellos mismos y no piensan en las personas que destruyen. Familias,
niños, jóvenes, mujeres. Todo lo que hacen lo hacen por un placer cochino
y desagradable.
—Pero de algún lugar tuvo que aparecer todo ello. Tuviste que haber
tenido contacto con algo semejante para poder aborrecerlo.
—¿Me está diciendo que sólo puedo odiar lo que conozco? vaciló
No doc., no necesito conocer a nadie para odiarlo.
—No necesariamente interrumpí el nivel de desprecio que
expresas en contra de ellos es propio de una persona que ha atravesado por
ello. Se describe como una impotencia, como la necesidad de hacerles
pagar por lo que han hecho.
—¿Y cree que no se lo merecen?
—No soy quien para juzgarlos.
—Oh exclamó con sorpresa entonces los puede hacer cambiar,
ellos pueden mejorar, pueden dejar de ser parásitos.
—Sólo cambia quien quiere hacerlo.
—Alguno de ellos tienen trastornos psicológicos John… intenté
apelar a su razón para que se calmara, pero me interrumpió.
—¿Razones? ¿Intenta decirme que sus crímenes tienen razones?
preguntó, cada vez más alterado.
—¿Los tuyos no? pregunté. Obligándolo a pensar en otra cosa.
—Los míos no cuentan como crímenes… no de ese tipo, doc., John
me miró, buscando mi aprobación no de ese tipo.
—Me has dicho que has matado personas.
—Yo no mato por placer, Doc. Son simples negocios.
—¿Eso es suficiente para ti?
—Nada es suficiente para mi. Doc., pero hago lo que tengo que hacer
cuando es el momento de hacerlo. El fin no justifica los medios, yo no soy
altruista. Sé que soy una persona mala, que he hecho cosas malas, pero eso
no quiere decir que lo que he hecho es justo.
—¿Entonces por qué lo haces?
—Porque nada importa, doc., porque somos fútiles en este universo,
porque no hay un motivo por el que estamos aquí y, si voy a existir en una
realidad de la que no tengo control y en la que no importo, por lo menos lo
haré siguiendo mis reglas.
Había conseguido que dejara de hablar de su odio por los abusadores
de mujeres, cosa que parecía alterarlo sólo porqué si. Su siguiente tema
también me ayudó a saber un poco más de él.
—Pero si eres un criminal, perteneces a ese sistema delictivo que
quiere controlarlo todo. No dejas de lado lo que te molesta.
—No dije que fuera muy brillante, doc. Hago lo que puedo poco a
poco, su actitud iracunda fue amainándose.
—¿Y eso qué tiene que ver con Nadia? le pregunté, queriendo
devolverlo a su zona de confort.
—¿Nadia? ¿Con todo esto?
—Sí, creo haber entendido que viniste porque la habías conocido. ¿Qué
tiene que ver eso con que hayas venido? ¿Con que me estés contando todo
esto?
—Nadia es especial, doc., me hace querer mejorar.
—¿Por qué? ¿Qué tiene ella que no tenga otra persona?
—¿Otra persona? No lo sé doc. No soy muy sociable, no me gusta
interactuar de más con las personas hizo una pausa pero ella, ella es
especial en todos los sentidos.
—Entonces John.
John estaba calmado, se estaba controlando.
—Cuéntame más de Nadia, John. Cuéntame qué sucedió después de
que te dijo eso.
John se dio cuenta de que la actitud que estaba tomando no era propia
de una persona normal, postura que le gustaba mantener mientras se
relacionaba con personas que no sabían acerca de sus asuntos criminales.
Reaccionó ante la mirada perdida de Nadia, quien le observaba en una
combinación entre asustada e intrigada al respecto.
—Disculpa dijo John, entrando en la realidad yo…
—No, este trató de excusarle Nadia, sintiendo que no había hecho
nada del todo malo. Yo también me siento así cuando se trata de ese tipo
de cosas. Las personas desagradables deberían desaparecer dijo Nadia,
como si estuviera entendiendo los sentimientos de John.
—Pienso lo mismo.
—Sí, igual yo, es por eso que antes de irme, les paté en las bolas para
que no me olvidaran.
El cambio repentino de tema le obligó a tomar una actitud más pasiva,
amigable. Comenzó a soltar su cuerpo ya que el comentario de Nadia le
hizo sonreír un poco.
—Claro, eso es lo que se necesita para colocar a un hombre en su lugar
continuo Nadia pienso que es mejor darle a entender que no somos un
sexo débil, cosa que se ha mantenido así por cientos de años porque la
sociedad apesta. Y yo… Nadia se dejó llevar por su discurso y por el
hecho de que John no la estaba interrumpiendo.
De repente, hizo silencio, al ver que John no borraba de su rostro la
sonrisa que tenía.
—¿Estoy hablando mucho? ¿Estoy molestándole? ¿Verdad?
Preguntó Nadia, dejándose dominar de nuevo por sus nervios; y sin
esperar respuesta, volvió a hablar Sí, lo estoy molestando, lo sé, no le
gusta que no lo dejen hablar. Suelo hacer mucho eso, suelo hablar mucho
sin darme cuenta que estoy agobiando a las personas se alteró al ver que
lo seguía haciendo, mientras notaba que sus manos se movían de un lado a
otro ¿Ve? Lo estoy haciendo de nuevo, no puedo yo…
John estaba encantado con la forma de ser de Nadia. Ya había superado
ese molesto rencor que le había invadido segundos atrás acerca del acoso
sexual del que fue victima Nadia, concentrándose en las cosas que decía, en
la forma en que lo hacía y en lo bien que se veía haciéndolo. Corvus dejó
escapar una risa sutil, no por jocosidad, porque se estuviera burlando, sino
porque el parecía adorable ver a una chica tan atractiva hacer ese tipo de
cosas.
—No, para nada, no te preocupes dijo John no creo que agobies a
nadie.
—Pero si no lo he dejado hablar vaciló yo estoy…
—No estas haciendo nada dijo con una sonrisa en el rostro aparte
de darme risa con tus ocurrencias. Es adorable cómo lo intentas.
Nadia se cohibió, se encogió entre sus hombros como si estuviera
sonrojada, pero a causa de su color de piel John no podía saberlo.
—No es malo continuó John creo que de hecho es bueno. Quiero
ver más de eso.
Su sonrisa era honesta, tenía un brillo interesante en los ojos gracias a la
presencia de Nadia. Veía en ella algo que le llamaba la atención más allá de
cualquier otra cosa. Sus miradas se mantuvieron fijas sin mediar palabras,
sin hacer más nada. John suponía que las cosas estaban yendo de maravilla,
a pesar de que su entrevista no había siquiera tomado las riendas adecuadas
para convencerlo (a pesar de que ya estaba convencido) de que debía
contratarla.
—Pero no sabe si soy buena en… trato decir Nadia.
—¿En qué? ¿En esto? preguntó John, quitándole importancia al
asunto; se recostó del espaldar de la silla y la inclinó hasta atrás, relajándose
en todo los sentidos Ser asistente no es la gran cosa, no necesitas saber
de muchas cosas agregó.
John estaba sonriendo, mirando a Nadia, esperando a que diera su
opinión al respecto. Pero ella no dijo nada. Sus ojos estaban fijos, perdidos
entre los hechos y lo que él quería decirle. Así que tomó de nuevo la
palabra.
—Lo que quiero decir se acercó al escritorio, apoyándose sobre este
con los codos, entrelazando sus manos como si estuviera a punto de decir
algo propio de un empresario es que me pareces una buena opción para
ser mi asistente. Me agradas, y quiero que tengas el trabajo.
A Nadia se le fue dibujando una sonrisa en el rostro, más como una
mueca que como un gesto de alegría; de nuevo, su comportamiento supo
llamar su atención. Le daba la impresión de que no estaba prestándole
atención.
—¿Sucede algo? interrogó John. De repente estás muy callada.
—Es que no quiero interrumpirlo dijo por fin porque hablo
mucho, porque no puedo callarme y entonces pensé que querría hablar, ya
que es su turno y todo eso.
John dejó escapar una carcajada al entender por qué su actitud.
—Si que eres graciosa dijo sin considerar como podía tomarlo ella.
Nadia le miró, aun siguiendo sus acciones, como sí estuviera
imitándolo, como un instinto de defensa. Su carcajada fue amainando poco
a poco, terminando en un bramido sutil que atravesaba sus labios que iban
dibujando una sonrisa para luego culminar en un suspiro de alivio. En lo
que se calló, ella vio una oportunidad de hablar.
—¿Entonces? dijo Nadia ¿Estoy contratada?
—Si quieres el trabajo, es todo tuyo.
Nadia había conseguido lo que quería, así que se levantó en un gesto de
jubilo y exclamó con un «sí» al aire que sorprendió a John, pero no le
molestó en lo absoluto. Él se levantó al igual que ella, para celebrar lo que
había sucedido. Hasta ese punto, creía que todo iba bien. Ella sería
únicamente su asistente, nada del otro mundo; trabajaría para él cubriéndolo
y haciendo lo que este quisiera.
No existía problema alguno: ella ganaría bien, no tendría mucho trabajo
y estaría todo el tiempo a su lado, con una pequeña excepción.
John tenía en mente que introducirla a su mundo sería mala idea, pensó
que podría mantener un limite entre sus dos negocios en donde ella pudiera
mantenerse, como si estuviera balanceándose en una cuerda floja, sin la
necesidad de que lo supiera. Hasta donde ella sabía, él sólo era un
empresario importante en una industria en crecimiento, así que no había
motivos para creer que era un criminal buscado por las autoridades. Pero el
ser su asistente implicaba que tendría cierto nivel de acceso a su vida de
forma limitada (algo que no le había dado ningún problema en el pasado)
pero las cosas no siempre suceden como muchos lo esperan.
Por varios días seguidos a ese, John no le dio mucha importancia al
asunto que giraba en torno a sus dos vidas. Nadia trabajaba con entusiasmo
y empeño, demostrándole, en poco tiempo, que no se había equivocado en
elegirla como su asistente. Se ocupaba de su vida privada, de sus reuniones
de negocios, atendiendo a sus clientes a sus socios y al resto de los
empleados de su empresa, indiferente a lo que sucedía con su jefe. Él estaba
seguro que nada de eso importaría, no era como que fuera difícil de ocultar,
así que poco a poco fue dejando que las cosa fluyeran al ritmo que esto
quisiera.
John explica que no siempre puede confiar en las personas del modo en
que comenzó a hacerlo con ella. En pocas semanas pudo crear con ella un
vinculo que le hizo suponer que no había nada de qué preocuparse y que
por eso dejó que las cosas siguieran su curso. No quería introducir a Nadia
al mundo criminal pero tampoco quería tenerla lejos.
Poco a poco, comenzó a sentir la necesidad de acercarse más y más a
ella. Una actividad normal en un hombre que lo tiene todo y cree que puede
tener mucho más. No sólo la veía como una empleada confiable, sino como
una mujer realmente atractiva. No podía negar su belleza ni lo que le hacía
sentir como hombre. El estar todo ese tiempo con ella (varias semanas
luego de contratarla; tiempo suficiente para establecer un vinculo) lo que no
sólo hizo que le viera como veía a muchas otras mujeres, sino como algo
más.
—¿Por qué crees que querías tener una relación con ella?
—Al principio no quería una relación, no era como que esperara que
las cosas sucedieran como lo hicieron.
—Me estás diciendo que comenzaste a verla como algo más. ¿Algo más
a qué? No te hacen falta las mujeres en tu vida, puedes estar con quien
quieras cuando lo quieras. ¿Qué es «algo más» para ti?
—Doc., esa es una buena pregunta me elogió.
—¿Estás dispuesto a responderla? le pregunté.
—Para ese entonces, ella no sabía nada de mis negocios; atendía
ciertos asuntos importantes con respecto a ellos, pero ignoraba que era
sobre eso. Nadia no hacía preguntas, sólo obedecía mis peticiones. dijo
John Nadia, ve a buscar mi coche de la tienda y tráelo dijo como si se
dirigiera a ella Nadia, transfiere este dinero a esta cuenta; Nadia,
hazme este favor; Nadia, haz esto otro. Dejó su ejemplo y continuó con
su explicación no preguntaba, sólo lo hacía; así que eso me permitió que
la introdujera, sin que se diera cuenta, en mi mundo; porque sentí que
podía confiar en ella, y estar a su lado por tanto tiempo, me hizo verla
como la mujer que era.
—¿No es que no te parecía una buena idea hacerlo, introducirla a tu
mundo?
—No lo era, no en ese momento.
—¿Luego sí lo fue?
—No, tampoco lo fue exclamó, sintiéndose incomprendido No me
está entendiendo, doc., no era buena idea introducirla al mundo.
—¿Entonces por qué lo hiciste? Aunque fuera de forma sutil, seguía
siendo mala idea. ¿Por qué crees que lo hiciste?
—No lo sé, el caso es que cuando me di cuenta de ello ya era
demasiado tarde.
Había algo en su forma de decirme que todo era un problema, de la
manera en que John les quitaba importancia a esos asuntos inmediatamente
los contaba, que me hacían suponer que no estaba seguro siquiera de sus
propias decisiones.
Los días pasaban uno tras otro con tal rapidez que a John le costaba
entender qué estaba sucediendo con Nadia y su vida. Explicó que las cosas
no eran del todo sencillas para él. Poco a poco, la relación con su asistente
se hacía cada vez más evidente.
—Hoy la vi increíblemente arreglada dijo John, sin comenzar con un
hola o como le fue durante la semana.
—¿Acaso eso es malo? pregunté, mientras me sentaba en mi silla
las mujeres a veces simplemente quieren verse bien.
—Pero no es que lo haga sólo porqué sí.
—¿Qué sucedió?
—Yo la vi, ¿sí? Entonces le dije que me gustaba como estaba…
John comenzó a explicarme lo sucedido.
—Que bella te ves hoy dijo John un día cualquiera; según él, uno de
los muchos en los que se dio cuenta del interés que flotaba en el aire
Nadia.
Se había acostumbrado a verla bien vestida todo el tiempo; supongo
que, por alguna razón, ella se había convencido que el trabajo que tenía con
él, necesitaba de cierta presencia que no podía dejar pasar. Era una asistente
atractiva y debía verse como tal; según lo que dijo John.
A John le encantaba como se veía la figura de Nadia dibujada en las
prendas que le quedaban ajustadas.
—Gracias, lo compré ayer; quería que lo vieras dijo Nadia.
John no era estúpido, sabía cuando alguien quería decirle algo. Ambos
se miraron fijamente a los ojos, entablando una conversación que no parecía
necesitar de palabras más que del simple gesto de sus rostros para entender
a la perfección lo que estaban queriendo decir, lo que estaban pensando, lo
que querían hacer.
—¿Y por qué crees que se vestía así?
—Para llamarme la atención.
—¿No es un poco egocéntrico?
—Es que Nadia se había estado comportando de ese modo en los
últimos días. Dijo John algún motivo debía tener.
—¿No estarás sobre analizando la situación?
—No, porque no sólo es como se vestía, era como me trataba, como
hablaba, como me veía. Nadia se las arreglaba para meterse en mi cabeza
con todo lo que hacía en el momento justo en que lo pensaba hacer.
John parecía comenzar a perder el control de su vida. El curso de sus
acciones se veía afectado por la presencia de Nadia. Todos los días la veía y
eso presentaba un obstáculo para su razonamiento; al verla como alguien
importante que no podía simplemente evitar pasar, le hacía suponer que
necesitaba que estuviera allí y eso se interponía en su propia realidad. El
mundo era diferente para él, las personas no conocían todos sus secretos y
él lo entendía, pero en cuanto a su secretaria, todo lo que la involucraba y
tenía que ver con ella, era un problema que giraba el sentido de las cosas.
Otro día, antes de dejar de verlo, (porque de repente simplemente
desapareció y dejó de ir a mis terapias) llegó hablando de ella, como de
costumbre, acerca de cosas que no me había contado antes.
—Para mi Nadia era perfecta dijo John.
—¿Era?
—Sí, era en ese momento se explicó es decir, que cuando me di
cuenta que era buena en lo que hacía, supuse que era perfecta.
—Está bien.
—Todo lo hace de inmediato continuó me encanta la forma en que
atiende a mis asuntos con rapidez, con eficiencia, con encanto. Las cosas
que hace las hace de tal manera que nada podría salir mal. Mi negocio ha
estado creciendo significativamente gracias a que ella me ayudaba en todo.
No solo es buena con los números, ni con los documentos, ni con la
atención o los tratos. Su carisma, su forma de ser. Ella es perfecta para el
trabajo física y mentalmente.
—Y eso te gusta.
—Eso me molesta.
—¿No es algo bueno todo lo que hace?
—Sí, pero me hace sentir más inseguro, más apegado a ella de una
forma que no puedo comprender.
—¿No has pensado que tal vez se deba porque ella es una parte
esencial de tu trabajo? ¿No crees que se debe a que sientes algo por la
forma en que haces las cosas porque estás encantado con su eficiencia?
—Sí que me gusta lo que hace, es muy buena en ello, pero no sé por qué
sigue molestándome que lo haga. Estoy confundido aseveró al final.
—Eso es bueno dije, con seguridad.
—¿Estar confundido?
—No, darle un nombre a tu problema. Estas confundido porque no
entiendes qué quieres para ti ni cómo actuar. Nadia no es quien lía la
situación aquí y lo sabes; eso te hace sentir inseguro al tratar de
contemplar tus propias ideas. Te confunde que sea tan buena y tú, cómo
según lo dices, tan malo, te aferras al hecho de que no pertenecen al mismo
mundo y por eso no pueden, no, mejor dicho, no deberían convivir, sentirse
mutuamente atraídos. Y ese es el primer paso para llegar a la realización
personal, y darle fin a esta terapia, e identifiques el problema.
John me miró en silencio, como si estuviera analizando lo que le
acababa de decir. Sin embargo, no se dejó doblegar.
—Pero debo decírselo…
Hacérselo saber era esencial para él porque necesitaba saber qué
pensaba ella de su trabajo, de su forma de hacer las cosas. La atención que
tanto quería llamar había evolucionado hacía la admiración y el respeto de
una mujer que le veía todos los días.
No sabía cómo era ella, qué pensaba, qué veía ella en él ¿un millonario
más? ¿un hombre respetable? ¿alguien a quien querer? John deseaba que
Nadia se sintiera interesada por él del mismo modo que él por ella.
—Cada vez que la veo, me hace sentir ridículo, no sé qué hacer.
—¿Cómo así?
—No lo sé, y eso es lo que me preocupa.
Antes de que pudiera decir algo al respecto, me interrumpió.
—¿Te preocupa lo que hace como tal, o lo que eso te ocasiona?
—Lo que me ocasiona. Es extraño sentirse así estando a su lado.
—A ver, explícame.
—Cuando se acerca a mi para entregarme documentos, siempre lo hace
desde atrás, pegando todo su cuerpo al mío.
—¿Y eso significa algo para ti? pregunté.
—No es lo que hace, doc., era la forma en que lo hace explicó se
pega a mi sin necesidad de hacerlo, podía simplemente entregarlos desde el
otro lado del escritorio, no es del todo necesario acercarse a mi y hablarme
prácticamente al oído.
—Es una forma de verlo.
—Es lo que me confunde más. Cuando hace eso, siempre siento la
presión de su presencia como si se tratara de algo invasivo, poderoso.
Nadia sabe como hacerme sentir dominado.
—¿crees que lo hace intencionalmente?
—No lo sé, pero si de algo estoy seguro, es que no le cuesta nada
lograrlo.
—¿Entonces por qué simplemente no te apartas de ella por un tiempo?
—Porque me domina, me hace sentir bien estar a su lado.
—¿Te gustaba sentirte dominado?
—Me gusta como me hace sentir ella.
—¿Dominado?
—Libre, feliz, bueno. Nadia me ha hecho sentir de muchas formas, doc.,
y es por eso que decidí que debía venir más a menudo para hablar con
usted.
—¿Por qué lo dices?
—Porque ella me hace querer ser mejor persona, doc., ella es alguien
especial, es alguien que me hace creer que hay luz al final del túnel.
—Es una chica importante para ti.
—Sé que no va a cambiar lo que he hecho, de lo que soy capaz.
—¿Tus crimines?
—Sí dijo John, como si no fuera sólo eso mis crímenes.
—Sigues cometiéndolos, sigues haciendo las cosas que te llevaron
hasta donde estás ahora. ¿Por qué ella te hace sentir mejor, sabiendo todo
lo que has hecho?
—Por la forma en que me mira.
John la miró, luego de las palabras de Nadia. Le sonrío con un sentido
de complicidad que ella respondió con el mismo gesto. Sus miradas seguían
fijas, adheridas una a la otra como si se tratara de pegamento.
—Pues me gusta que lo hayas comprado. Te queda estupendo dijo
John sin apartar su mirada. Me gusta como se te ven las cosas ajustadas
dijo John sin filtro alguno.
—De ahora en adelante me vestiré así entonces. Ya que te gusta mucho
respondió Nadia, sin apartar su mirada.
John estaba al tanto de la tensión que había entre ellos. Sentía como las
cosas se materializaban ante los dos, ese sentimiento de aproximarse uno al
otro para poseerse como seres carnales e indómitos, entendiendo que las
cosas que querían las encontrarían en el ser de su compañero.
Pienso que se sentía a gusto con ella porque le ofrecía un escape. Él
mismo lo dijo, pero era algo más complejo que ello. Nadia no sólo era una
mujer única, especial, todo eso que él decía que era; era inocente, ajena a
ese mundo al que pertenecía. Esa sensación de que algo tan puro como ella
podría llegar a sentir algo por John, le obligaba a necesitarlo como si se
tratara de oxigeno, como si lo que necesitaba era su presencia para existir.
Nadia no era ajena a ese sentimiento. Le miraba con sensualidad, con
lujuria. Cuando le hablaba, lo hacía con un tono de voz suave, seductor que
le invitaba a pensar más en ella, en lo que eso quería decir, en lo que ella
deseaba obtener de él. Lo sacaba de su zona de confort, haciéndolo sentir
descuidado, sin control de la situación, pero era precisamente ese
sentimiento lo que le obligaba a querer tener más de ella. Era un vicio que
compartía con los drogadictos, sabía que le hacía daño, que forzaba a bajar
la guardia, a ser indulgente, cosa que, en un mundo diferente al que él
pertenecía, no podría significar nada, pero ese no era su caso, no como el
criminal que era.
Al pasar de las terapias, John me explicaba que su relación avanzaba
significativamente. Llegaba todas las semanas en las que le tocaba cita para
contarme algo nuevo acerca de ella. Poco a poco dejé de parecerme a su
terapeuta y comencé a verme como su consejera emocional. Estaba
interesada en lo que quería decirme, en lo que sentía al respecto. Dejé de
verlo como el hombre criminal que decía ser porque nunca me contó al
respecto, nunca me dijo nada que pudiera revelar su vida criminal y que nos
llevó a tener una relación positiva.
Constantemente decía que no era un tío agradable, que nadie se sentiría
a gusto con él si lo conocieran de verdad, pero que, en cuanto a Nadia, lo
hacía sentir mejor persona, cosa que lo llevaba todas las semanas a mi
terapia.
Me hacía suponer que era alguien que no estaba conforme con lo que
hacía, con la vida que llevaba y el reflejo de todo eso se mostraba en el
hecho de que iba todas las semanas a mi terapia a invertir su tiempo en
contarme pequeños fragmentos de su vida.
—¿Cómo se supone que voy a contarle todo si ni siquiera puedo
controlarme a su lado?
—Alguna vez pensaste en que la vida con Nadia no podría ser la única
que tendrías. Si lo que te preocupa es que sepa de tu lado secreto ¿por qué
simplemente no la dejas ir, dejas de verla como alguien especial?
—Es que es lo que hace, no puedo dejar de pensar que está ahí por
alguna razón, de que no puedo dejar de verla porque algo debe tener para
mi.
—¿Supones que todo está escrito?
—No puedo suponer algo tan absurdo como eso, nada está escrito.
—¿Qué tal si es la indicada porque tiene aquello que te gusta más y
estás aferrándote a eso?
—Eso es simplificar de más el asunto. No es sólo que me guste, es lo
que ella es.
—¿Qué es?
—No sé qué es. Creo que es más lo que «es» para mi.
—¿No es lo mismo?
—No lo sé. Cuando se trata de ella, me pierdo en mis propios
pensamientos.
—¿No has compartido con otras personas, no has encontrado el amor
en alguna otra relación?
Mi trabajo con John era ayudarle a ver las cosas a su manera, hacer que
entendiera lo que necesitaba resolver a su modo. Si él no quería cambiar, yo
no podía hacer nada al respecto. Pero, de cierta forma, nunca me dijo lo que
quería cambiar, nunca me explicó si lo que quería hacer era dejar el mundo
del crimen de un lado o si necesitaba consejos de pareja. John no era
especifico en ese asunto. Se dedicaba a contarme sólo lo que concernía con
Nadia. Su pasado, su familia, sus padres, su vida criminal, eran asuntos que
ignoraba porque él quería que lo hiciera. Así no podía darle mi ayuda.
—Doc., Nadia es más que estupenda me dijo en una de las muchas
terapias que tuvimos hemos estado saliendo últimamente. Vamos a
comer a restaurantes sin tener que conversar de negocios ni nada por el
estilo. Solo a hablar de los dos.
—¿Y de qué hablan?
—De todo, de lo que nos gusta, de lo que queremos para el futuro.
—¿Ya le has contado acerca de tus negocios? pregunté.
John me miró con fastidio. Ya habíamos conversado al respecto, lo que
podría significar el mantener su vida en secreto para alguien a quien
quería.
—No doc., no se lo he dicho. No sé ni siquiera si lo voy a hacer.
—¿Por qué me lo dijiste a mi entonces?
—Porque quería que no hubiera secretos en nuestra relación
—¿Y cuál es la diferencia?
—Que a usted le pago para que me escuche. Lo hace porque es lo que
quiero que haga, pero en cambio, ella lo hace porque quiere hacerlo. Si le
cuento acerca de mis negocios, voy a terminar lo que sea que tengamos.
vaciló quiero hablar de ella, doc., me dijo.
—Está bien, cuéntame al respecto.
John me miró de nuevo, tratando de hacerme entender que él no tenía
control de aquella situación en ese momento.
—No sabía qué hacer. Estaba seguro que ella quería conmigo, lo sabía,
no soy estúpido. Pero tenía tan poco control del momento que parecía que
no iba a salir de ahí sin darle un beso o algo por el estilo. Nadia me miraba
con unos ojos traviesos, arqueando sus cejas perfectamente delineadas,
haciéndome sentir penetrado por su mirada, como si sus pupilas pudieran
descifrar mis pensamientos.
—Y ¿cuál es el problema?
—¿El problema? preguntó John como si no pudiera creer que hice
esa pregunta pues el problema es que no podía hacerlo. No se lo he
dicho, no sé si lo he hecho, pero el caso es que quería contarle en ese
momento que era un criminal porque su mera presencia estaba
interfiriendo en mis negocios.
—¿Cómo así?
—Pues porque todo el tiempo pensaba en ella. Antes de eso, sólo
pensaba en escalar poco a poco hasta la cima, deshacerme de quien tuviera
que deshacerme, acabar con la carrera de quien fuera, no importaba; pero
luego de conocerla, las cosas comenzaron a vaciló importarme
dijo, como si le resultara repugnante.
—¿Por qué lo dices así? pregunté.
—Aun no ha pasado nada dijo pero temo que mientras más me
ponga a gusto con Nadia, mientras más cómodo me sienta a su lado, puede
que termine arruinando todo lo que he construido hasta ahora.
—Es una forma apocalíptica de verlo. No porque sientas algo por ella
signifique que estas perdiendo facultades.
—¿No significa eso? exclamó ¡Claro que sí! En las ultimas
semanas no he pensado en más nada que ella. He estado haciendo ciertos
negocios que necesitan de toda mi atención y no he podido dejar de pensar
en ella, de mirarla en los ojos de cada una de las personas que extorsiono
porque siento que ella es tan indefensa como ellos; necesito saber todo lo
que está haciendo porque siento que en cualquier momento podría perder
la razón
—¿Razón de qué?
—De lo qué sea. No he estado en mis cabales últimamente. He dejado
que algunas cosas se hagan solas nada más para estar al lado de ella en
ocasiones que no necesito estarlo porque ella es completamente capaz de
hacer las cosas.
—Y ¿qué tiene que ver eso en todo esto? ¿En tu vida? ¿En tu realidad?
¿Cómo crees que eso puede ser malo para ti?
—Pues estoy tratando de decirle eso, doc., pero no es que Nadia sea
mala dijo en voz baja, tratando de convencerse a sí mismo ella no es
el problema, el problema soy yo. poco a poco fue levantando el tono de
voz yo soy quien no puede dejar de pensar en ella. Ni siquiera puedo
venir a una sesión con usted sin terminar hablando de ella. ¿Ve?
—De alguna forma dije piensas que el estar enamorado de Nadia
puede significar algo malo para ti porque lo ves como una debilidad.
Sientes que el ocultarle la verdad es la única forma de mantenerla a salvo
de lo que sea pueda suceder en tu otra vida y te sientes culpable por no
poder ser honesto con ella. Quieres decírselo porque quieres liberarte de
ese sentido moral que te domina cuando estás a su lado. Te interesan las
cosas que haces porque de alguna forma ella le da un sentido distinto a tu
vida, algo que no quieres compartir con más nadie, algo que creías que no
podrías sentir.
—No es eso. No creo que sea eso.
—¿No crees que tenga que ver que no puedas decirle lo que sientes,
quien eres y lo que haces porque trates de protegerla? Ambos sabemos que
tu estilo de vida no es muy seguro; aunque no haya un peligro inminente, de
seguro cualquier cosa puede suceder de todos modos.
—Lo sé. Pero no es eso lo que me preocupa, no me preocupa lo que a
ella le pueda suceder, no del todo, me preocupa lo que pueda pensar de mi.
En resumidas cuentas, John no lograba entender el papel de Nadia en
todo esto que llamaba vida. No quería que ella se involucrara en sus
negocios riesgosos, que le juzgara como el criminal que era y sentirse mal
por haber hecho todas las cosas que había estado haciendo hasta ahora.
Nadia, de alguna forma, había conseguido hacerle ver que siempre hubo
una alternativa diferente para hacer las cosas, que no necesitaba del crimen
para sobrevivir o llegar al éxito, creó conflicto en su interior, y él no quería
eso.
—A veces, cuando estoy a su lado, siento que necesito dejar este mundo
dijo, una semana antes de dejar de verlo.
—¿Cuál? le pregunté, a pesar de saber la respuesta.
—El ser un criminal respondió siento que debo hacerlo por ella,
porque se lo debo.
—¿Qué le debes a Nadia? A penas y la conoces.
—Le debo ser honesto, ser bueno. De cierta forma, ella se gana la vida
de manera honrada, confía en que yo hago lo mismo, y se siente a gusto a
mi lado. El seguir haciendo esto es como masturbarse pensando en otras
mujeres mientras que está saliendo con alguien.
John me miró como si no entendiera su analogía.
—Sé que no es lo mismo, no es lo mismo masturbarse y ser un criminal,
pero lo que trato de decir es que estoy faltándole al respeto. ¿Me entiende?
—Lo que tratas de decir es que el estar a su lado, mientras que
continúas cometiendo crímenes, mientras que ella te ve como un hombre
honesto, califica como mentirle, como no serle honesto. Lo que quieres
honrar su relación, su confianza; darle a ella la misma honestidad que te
da a ti.
—Exactamente, doc.
—¿Entonces por qué no lo dejas?
—Porque es ridículo apartarme de este mundo. No sólo consigo lo mío
cometiendo crímenes. Los crimines son aquello que crean las personas con
recursos para someter a las masas.
—¿Con eso te justificas?
—Sí. Con eso lo hago.
—Tu eres una persona con recursos, te consideras a ti mismo como una
persona con el dinero necesario para hacerlo todo y más. Entonces, eso
quiere decir que lo que tu cometes no es un crimen para las personas que
tienen los mismos medios que tú, pero sí para aquellos que no disfrutan de
tu dinero.
—Más o menos respondió, con una sonrisa en el rostro, como si lo
que le dije hubiese sido algo normal yo hago tratos en contra de ciertas
cosas, no me importa con quien cierre mis negocios y, si puedo, dividiré mis
intereses cuando sea necesario. No voy a perderlo todo sólo porque me
sienta atraído a una mujer atractiva de piel morena, señorita Karen. Eso es
lo que pienso.
Esa fue la primera vez que John me llamó por mi nombre, y la ultima
vez que lo hizo. La forma en que me habló, reflejó una parte de él que no
había visto jamás, y que, supongo, era esa misma actitud que tomaba
cuando entraba en su otro mundo.
De repente, sus gestos desaparecieron, ya no percibía inseguridad en su
postura, en su voz, en su mirada. John había cambiado por completo del
hombre que conocí, pero no porque no fuera el mismo, sino que me estaba
mostrando algo que siempre estuvo ahí pero nunca quiso dar a conocer.
—Sigo confundido cuando estoy a su lado, a veces, cuando la pienso
por horas, pero, eso no quiere decir que dejaré de hacer todo eso para lo
que soy bueno, todo eso que no le he mencionado porque no necesita
saberlo y con lo que le he estado pagando estos últimos meses, casi de
manera religiosa. No lo dejaré porque se ha vuelto parte de mi, es como un
órgano más de mi sistema.
—Estás a la defensiva, John.
John, fijó sus ojos en mi, con los labios cerrados, con la mirada neutra
y un semblante sin señal de vida.
—Lo siento dijo, dejando que su rostro impávido desapareciera tan
repentinamente como apareció. Pero no cambió su razonamiento pero es
la verdad.
Con eso puedo decir que en verdad no conocía del todo a John. Por un
tiempo quise creer que había obtenido algo importante de él, que podría
hacerlo cambiar de parecer, ayudarlo en sus problemas, pero, en realidad, lo
que hice fue insignificante. Él era un hombre complicado, tanto así que
tratar de detallarlo aquí se me hizo casi imposible. Luego de eso, lo vi por
ultima vez como si nada de aquello hubiera sucedido, y, me pregunto qué
habrá sido de su vida.
Lamentablemente, eso es algo que probablemente nunca sabré.
Segunda parte
John Corvus
2
En el momento en que vi a Nadia por primera vez, sentí que algo
colisionaba en mi interior. Sus ojos cafés claro que combinaban con su tez
tostada, sus labios carnosos, sus cejas perfectamente delineadas como si las
hubieran diseñado los dioses y un cabello que seguía sus propias reglas, me
hicieron sentirme como cualquier otra mujer me hace sentir: deleitado.
Pero, no fue sino hasta después que comenzó a hablar que supe que era más
especial de lo que parecía.
Durante meses, luego de contratarla, mantuve una relación laboral
estándar con ella. Sí, una que otra vez cruzamos miradas que no tenían nada
que ver con el oficio, o tuvimos alguna conversación del mismo modo, pero
a pesar de todo ello, se podría decir que disfruté su compañía, su natural,
neutral y nada comprometida compañía, mientras duró.
Ella resultó ser estupenda para el trabajo, no podría quejarme siquiera
de haberla contratado porque todo lo que hacía tenia un sello de calidad
propio de ella. Estaba a gusto con su forma de hacer las cosas, de
comportarse, de ser una gran asistente. Pero no era su gran talento,
diligencia ni laboriosidad lo que me resultaba un problema.
Me estaba comenzando a interesar más de lo normal en ella.
¿Pero eso qué tiene que ver? Preguntaría cualquiera. ¿Qué tiene que ver
que te sientas atraído por una mujer tan espectacular, inteligente, eficiente,
atractiva, madura, graciosa? ¿Por qué es malo? Y, la verdad, eso es lo
mismo que yo quería saber. Es precisamente por eso que había comenzado a
ir a terapia, porque, ella era tan buena, que me hacía sentir igual. Y
definitivamente yo no soy una buena persona.
Mi nombre es John Corvus, soy un empresario exitoso, dueño de una
empresa multifuncional que parece estar siendo parte de todo aquello que
está innovando el mundo; me ha ofrecido prestigio, dinero, propiedades,
tratos inimaginables con las compañías más grandes del mundo, pero fue
algo que conseguí jugando sucio.
Se podría decir que soy un criminal. Según varios diccionarios, se
considera un crimen a aquello que consista en matar, herir o causar graves
daños a alguien o a algo. Por lo que, básicamente, soy ello. He matado,
causado daño y herido a muchas personas, he cometido atrocidades para
escalar en esta escalera de estatus social llamada vida y no me siento mal al
respecto, lo que debería ser considerado también un crimen, y así, viví gran
parte de mi vida sin arrepentirme de nada, o por lo menos hasta que la
conocí.
Nadia se había vuelto mi asistente personal y, sin embargo, no sabía
nada acerca de mi pasado, de lo qué era, de lo qué podía hacer y eso creaba
conflicto en mi interior. Poco a poco, día tras día, nuestra relación fue
evolucionando a algo que no pude controlar. Nos veíamos como dos buenos
amigos, comenzamos a sentir cosas por el otro y terminamos siento algo
más. Al principio (al llegar a ser algo más) cuando nuestro interés mutuo no
había pasado de lo sentimental, de las miradas fortuitas, conversaciones
comprometedoras, alguno que otro gesto más allá de lo amistoso, comencé
a sentir que algo estaba mal.
Mis sentimientos por ella eran el resultado de mi debilidad, de mi falta
de atención a los detalles. Comencé a ser descuidado, a perder el interés en
ciertos asuntos que debía resolver, ajustar para mantenerme en la cima, y
eso es un grave error en esta industria llamada vida. No puedes
simplemente perder lo que te mantiene con vida porque terminas en la
bancarrota, siendo un empleado más de la sociedad que se complace
creyendo que la única forma de triunfar es siendo honesto y justo. Nadia
comprometía todo eso en mi vida, en mi forma de ser y poco a poco, fue
corrompiendo todo lo que yo era.
Recuerdo una vez en el restaurante, luego de que pasamos por todas
aquellas etapas en nuestra relación y habíamos comenzado a hacer cosas
fuera del oficio para complacer la necesidad del otro de compartir nuestro
tiempo. Nadia y yo habíamos estado yendo a comer todas las noches a mi
restauran favorito siguiendo esa misma idea. Nos sentíamos a gusto
haciéndolo cuando no había más trabajo pendiente ni nada que pudiera
interferir en alguna conversación que podríamos tener. Solos, los dos, sin la
presencia de carpetas, guardaespaldas o socios de negocios, la noche se
hacía especial.
—Nadia, he querido hacerte esta pregunta desde hace tiempo dije,
interrumpiendo una sutil conversación acerca de los vinos de la carta del
restaurante.
Me motivé a hablarle luego de que, durante nuestra conversación, me
quedé mirándola fijamente, pensando que podría ser el momento de
contarle todo, que ya habían establecido una relación estable y basada en la
confianza y, que, de cierta forma, era más que suficiente para decirle la
verdad, o sea, incluso esperé menos para decírselo a otras personas con las
que llegué a trabajar, pero ella era diferente.
—¿Qué? inquirió Nadia, bajando la carta de vinos.
Su rostro, era angelical. No tenía noción alguna de lo que estaba
sucediendo con su jefe, lo que me hacía dudar si era buena idea decírselo en
ese momento. Era precisamente esa inocencia positiva lo que me hacía
verla como un escape. Para mi, la presencia de mi asistente representaba
eso; una habitación del pánico en la que me encerraba para alejarme del
mundo al que estaba tan acostumbrado vivir.
Mientras la veía, con la inocencia y la ignorancia en el rostro, pensando
en qué vino pedir y en por qué sería una buena opción; reconsideré mi
pregunta.
—¿Cómo te sientes en el trabajo? pregunté, dejando en el aire una
especie de vacío, porque esa pregunta no tenía la misma tensión que ejercía
la otra Ya han pasado más de seis meses que estamos juntos y me
gustaría saberlo embocé una sonrisa.
Nadia dejó escapar una carcajada, como si le pareciera tonta la pregunta
porque para ella era un tanto evidente. Tal vez si era cierto.
—Pues me siento de maravilla exclamó me encanta trabajar
contigo, John dijo Nadia, extendiendo su mano para colocarla sobre la
mía nadie me ha tratado tan bien como tú.
Bajé la mirada, sintiendo que de entre todo el contacto que habían
tenido con ella, ese era el más directo de todos. Nos habíamos tocado las
manos con anterioridad, abrazado, dado besos en la mejilla, incluso, cada
vez que la saludaba o me despedía, Nadia me besaba lo más cerca posible
del labio, pero sin tocarlo, pero eso, eso significaba otra cosa. No lo hacía
porque estuviera saludándome, porque quisiera pedirme algo o coger algo
que le estaba entregando.
La forma en que lo veía, era más personal. Simplemente la puso allí,
moviendo suavemente el pulgar para acariciarme el dorso de la mano, lo
que me obligó a interpretar su intención de la forma más prudente.
—Y no creo que pueda estar más a gusto con otra persona dijo, con
ese tono de voz suave y seductor con el que me hablaba de ciertos temas
que no seas tú.
No me quedó de otra más que sonreír porque no sabía como exteriorizar
lo que sentía; entre una combinación de nervioso y alegre. Me había
gustado, en verdad que sí, lo que me había dicho, pero no estaba seguro si
eso era apropiado para el momento.
—Me da gusto escucharlo, porque a mi me encanta trabajar contigo
respondí, colocando mi otra mano sobre la de ella para cogérsela con las
dos, esperando tomar el control de la situación no creo que pueda
conseguir mejor asistente en la vida que no seas tú.
Los dos nos quedamos así por un largo rato, sintiéndonos a gusto,
entendiendo que ese era el momento para sacar a relucir nuestros mejores
sentimientos. Pero yo ya había dejado de lado la posibilidad de decirle a mi
querida asistente de lo que era capaz de hacer en mi otra vida, no quería que
ella se sintiera amenazada por mi presencia, ni por lo que hacía para
ganarme el dinero que mantenía a la empresa. De una forma que no lograba
entender, Nadia me hizo sentir avergonzado de lo que era.
—Eres realmente hermosa dije, sin apartar mi mirada de sus ojos.
Ella respondió con una sonrisa, bajando la cabeza como si quisiera
esconderla entre sus hombros para no mostrar que estaba un poco sonrojada
por mis palabras y sugiriéndome en un idioma muy personal, con su
lenguaje corporal, que lo que le dije habían llegado de la forma adecuada;
justo lo necesario para hacerla sentirse bien consigo misma. Pero no era lo
que quería decirle.
—Para ya me suplico, quebrando la voz, viéndose aun más adorable
de lo que ya me parecía no soy tan bonita.
Jalé su mano hacía mi, obligándola a extender el brazo y a montar parte
de su torso sobre la mesa. Un gesto dominante que me ayudaba a mantener
a las personas a mi merced. Al sacarlas de su centro, podía hacer que se
desconcentraran, algo similar a pelear con alguien. Pero ella no era un
contrincante sencillo de vencer.
—¡Claro que si, eres hermosa! No hay otro modo de definir tu belleza
vociferé como si se tratara de un asunto muy serio.
—No sigas, que si lo haces no sé que pueda pasar Me advirtió.
—¿Qué puede pasar? Pregunté con un tono de voz travieso.
—No querrás saberlo respondió Nadia con el mismo tono travieso
no te convendrá.
—¿Estás segura? le pregunte a ella, apretándole un poco más su
mano.
Nadia bajó la mirada con elegancia, levantando sus cejas negras para
parecer que quería inspeccionar lo que yo estaba haciendo, pero con la
actitud de una mujer odiosa, una que me encantaba ver. Era seductora a su
manera, propio de una mujer que no se deja dominar por nadie, esa era ella,
todo un deleite.
—¿Qué está intentando, señor John? preguntó con autoridad.
—Nada, señorita Nadia Respondí, siguiéndole el juego y
acariciándole la mano.
—Pues creo que está intentando seducirme, señor John.
—¿Yo? ¿Seducirla? pregunté, fingiendo sorpresa.
Alejé mi cabeza hacia atrás, dándole más énfasis a mi reacción falsa,
como si se tratara de algo completamente inaudito.
—Creo que está un poco confundida, señorita Nadia. agregué.
Nadia sonrió, bajando la mirada de nuevo para ver cómo le apretaba su
mano. En cuestión de segundos, acercó la que aun tenía libre y la colocó
lenta y elegantemente sobre la mía. Posaba uno a uno sus dedos, incluso así,
haciéndolo parecer muy seductor.
—Qué mal, yo creí que me estabas seduciendo Nadia me lanzó una
mirada traviesa mientras su mano iba acariciando la mía. De inmediato,
perdí de nuevo el control.
No era la primera vez que pasaba algo así, que nuestra conversación
tenía claramente otra connotación más allá de lo laboral, de lo amistoso, de
lo que sea que no fuera sexual. No es para que me mal interpreten, sí, lo
disfrutaba porque no había nada más divertido y atractivo que tener ese
juego con ella, es decir, somos adultos, es normal. Pero, sin embargo, era
frustrante. Si llegaba a tener algo con Nadia (porqué sabía que si teníamos
sexo pasaríamos a un nivel diferente de relación, que no sería como si
tuviera sexo con cualquier otra mujer) estaría perdido.
En otras ocasiones, era ella hablándome al oído desde atrás, dándome
sus besos en la mejilla cuando nos despedíamos, rozando la comisura de su
labio, mínimamente, con la mía, y eso… eso me hacía enloquecer. Cada vez
que sucedía, me daban ganas de abrazarla y arrancarle la ropa. Es algo tan
intenso que no puedo describirlo bien. Es su respiración, la forma en que
aspira el perfume de mi piel como si estuviera diciéndome el poco auto
control que tenía.
—Buenos días, señor John me decía con una voz muy seductora de
vez en cuando ¿cómo amanece hoy? preguntaba con una sonrisa en el
rostro.
—Muy bien, Nadia respondía a veces, apartándome de esa intención
que claramente tenía ¿y tú? ¿cómo amaneciste?
—De maravilla, directo al trabajo. Dispuesta a todo…
Y era eso lo que decía «dispuesta a todo» lo que afincaba concierta
intensidad que me daba a entender que lo decía en serio, que sí estaba
dispuesta a lo que fuera. ¿Qué exactamente? ¿Cómo? Esas eran preguntas
que me hacía todo el día que lo recordaba, cuando me saludaba o cualquier
otra cosa. Pero era lo de menos. De esta forma, todos estos problemas son
tontos ¿verdad? Como de personas normales. Pero no lo eran.
Sin embargo, lo que más me preocupaba, era que, sin importar qué, esta
misma pregunta que acabo de hacer, me la hacía en los momentos menos
indicados. Algo así me pasó antes unos días antes de aquella cena en el
restaurante.
—Señor, ¿qué vamos a hacer? me preguntó una vez uno de mis
empleados ¿señor?
Yo estaba cayado, sin intención de hablar, sin moverme, viendo al vacío
mientras que el resto del mundo daba vueltas a mi alrededor, al mismo
tiempo en que era ajeno a él.
—¿Señor? ¿Me escucha? Me preguntó de nuevo.
En ese momento no recordaba quien era, así que, en lo que me tocó, me
trajo de nuevo a la realidad en la que estaba. Era un sábado, no tenía que
trabajar en la empresa o pensar en ella, no del todo, pero aun así estaba más
allá que ahí.
Mis hombres me habían citado a un cuarto oscuro, era algo importante,
según ellos decían. Al parecer, les había pedido, días atrás, que hicieran
algo, pero al momento no lo recordaba, sólo tenía cabeza para Nadia, para
la forma en que se despedía de mi, para lo que me hacía sentir. Ese fue uno
de los muchos momentos en los que me di cuenta que ella interfería en mi
trabajo. En lo que me tocó, las cosas se fueron aclarando poco a poco.
—¿Qué? ¿Hacer de qué? le pregunté, confundido, mirándolo como si
no lo conociera.
Él me respondió con la mirada, sin entender lo que estaba sucediendo;
minutos atrás estaba ahí, hablando, dando ordenes, explicando lo que iba a
suceder, pero de repente, en un momento de silencio, me vino a la mente
Nadia y me concentré por completo en ella, desvaneciéndome de aquel
lugar, desentendiéndome de mis asuntos.
Miré a mi alrededor, observando lo que ya había visto: paredes
húmedas, varios de mis hombres (tres en total), armas, cuerdas, esquinas
oscuras. Yo, parado en medio de todos ellos y, en frente de nosotros, un
joven en una silla.
—Oh sí… dije, entrando en razón disculpa, me desconecté por un
rato.
—¿Está bien? me preguntó, justamente preocupado si quieres
nosotros terminamos con esto.
—No, no, imposible dije, poco a poco aumentando el ritmo de mis
palabras, entrando en el papel que necesitaba interpretar ¿qué les ha
dicho? pregunté, con severidad y autoridad.
—Que sólo trabajaba para un hombre, no sabe su nombre, no sabe
cuales eran sus intenciones me dijo uno de los hombres a mi derecha.
El que me había tocado estaba parado justo a mi izquierda, mirándome
preocupado, como si quisiera ayudarme de alguna forma. Escuché aquella
respuesta, analizándola con recelo y suponiendo que podría ser mentira, así
que miré de frente al joven que estaba en la silla, en medio de todos
nosotros, con una bolsa en la cabeza por alguna extraña razón, como si no
quisiera que nos vieran y me le acerqué lentamente.
A unos cuantos centímetros de su posición, podía percibir el olor a
sangre, a sudor, a miedo. Estaba aterrado, no lo culpo, cualquiera lo estaría.
Habían pasado unos pocos minutos de mi llegada, así que no sabía mucho
al respecto. Antes de perderme en mis pensamientos, les había pedido que
me dieran un resumen de la situación.
Esta era la situación: un chico había estado tratando de entrar a mis
sistemas para poder sacar información de mis negocios, de mis cuentas, de
lo que hacía o dejaba de hacer. Cosas que sé muy bien que no puedo
guardar en una computadora, no en esta época en lo que todo puede ser
hackeable. Este joven, un hacker supuestamente bueno en lo que hacía, fue
atrapado comprimiendo dichos datos en un disco portátil para entregárselo a
alguien.
Él habrá sido un gran hacker, pero yo también tengo a otros grandes
genios de la computación trabajando para mi.
Estuvimos tratando de encontrarlo por varios días, queriendo saber qué
quería, quién era. Pero lo gracioso fue cómo nos dimos cuenta de que algo
sucedía. Fue porque Nadia me había comentado que ciertos documentos se
encontraban duplicados en los servidores. Para un pobre observador, habría
resultado ser poco, nada del otro mundo, pero si se miraba con cuidado y se
sabía lo suficiente, se entendía lo que estaba sucediendo.
El chico utilizaba un sutil virus que le permitía copiar mis archivos,
duplicando basura que se mantenían ahí como ficheros ocultos luego de que
los extraía.
Mis servidores renovaban la información cada veinticuatro horas y se
deshacía de la basura que no utilizábamos, así que nunca nos habríamos
dado cuenta si nos dedicábamos a buscarlo, pero mi eficiente asistente, lo
descubrió por error. Accedió desde su computadora a una de las carpetas
importantes de mi negocio tal cual se lo había pedido y fue allí cuando me
lo dijo ¿Cómo se dio cuenta? Bueno, su portátil tenía la opción de ver los
archivos ocultos en las carpetas (algo que se puede seleccionar en cualquier
computador), así que todo lo que el sistema operativo abría en segundo
plano, se veía. Y ahí fue cuando me preguntó.
—John ¿por qué tienes tantas copias de un mismo archivo? preguntó,
desde su escritorio, a unos metros del mío.
—¿Cómo que copias?
—Sí, copias. Tienes cuatro archivos que se llaman igual, los abro, y son
lo mismo.
De inmediato, algo comenzó a parecerme raro.
—¿Iguales? pregunté, sabiendo que eso no era normal déjame ver
dije, levantándome.
Me acerqué a ella y me puse a su lado. Recuerdo que en ese momento la
escuché respirar con fuerza, como si le faltara el aire y luego soltó ese
mismo aire con un gemido. No la culpo, hice lo mismo al sentir el perfume
de su cabello. Era exquisito. Sostuve su mano para poder controlar ratón y
por un momento me perdí en la suavidad de su piel. Fue ridículo, de
inmediato se me había olvidado lo que había ido a hacer. Nos giramos y
nuestras miradas se encontraron.
—John… dijo ella, como si estuviera ahogando sus pensamientos,
queriendo decirme algo importante.
—¿Sí? le pregunté, queriendo saberlo.
Mi mano estaba sobre la suya, la otra, al otro extremo de la
computadora. Estaba apoyado en su escritorio, sosteniendo todo mi peso
sobre mis brazos. Veía a Nadia por sobre mi hombro derecho, y ella me
veía, como podía, desde una esquina del mismo. Sólo podía ver sus ojos,
cafés, encantadores, perfectos.
De repente, los cerró, cancelando por completo todo lo que estaba
pensando. Aclaré mi garganta y volví a preguntar, pero con menos pausa,
con menos interés.
—¿Sí? dije, de forma natural, como si no estuviera al tanto de lo que
estaba sucediendo.
—Este vaciló no era nada se excusó con una sonrisa forzada y
aclaró la garganta este, los archivos señaló, como si fuera un cabo
suelto, mirando a la pantalla.
—Oh, cierto exclamé.
Comencé a mirar a la pantalla y vi que de hecho había copias exactas de
otros archivos. Eso era raro, eso no era normal.
—Que raro dije en voz baja, pero lo suficientemente alto como para
que ella me escuchara.
—¿Qué? preguntó, curiosa ¿qué pasó?
Tuve que reprimir el deseo de contarle lo que podría significar, así que
se lo simplifiqué.
—Este, sí, creo que es un virus le dije debe ser que tu
computadora cogió un virus o algo así mentí.
Me erguí y continué hablando.
—Llévala con los técnicos para que la revisen ¿sí?
Ella me miraba desde su asiento, con la cabeza sutilmente inclinada
hacía arriba, como si se tratara de una niña que quería verme. Era tan
adorable. Estaba perdida, no sabía lo que significaba eso; sí sabía lo que
hacía un virus, lo que era, pero no lo pensó porque sabía que su
computadora no tenía nada, yo lo sé, ella no es tan tonta.
—¿Un virus? ¿En mi computadora? se dijo, como si fuera
inaudito uhm, que raro. agregó, bajando la mirada.
—Si quieres, la llevas en lo que termines le di la espalda, para que
pareciera que no tenía importancia ignora eso, hazme lo que te pedí y me
lo pasas directo, sin guardarlo, por favor.
—¿Sin guardarlo?
—Sí, para que no te lo duplique le mentí mándalo a imprimir de
una vez.
—Vale.
Regresé a mi escritorio. En lo que ella se levantó a hacer lo que le pedí,
hice unas llamadas. Le pedí a mi sistema de defensa (un grupo de hackers al
que le pago una cantidad asquerosa de dinero para que eviten esas cosas)
que revisaran los servidores.
—Algo está sucediendo con mis archivos, averigüen qué demonios está
sucediendo. Quiero respuestas para ayer. ¿Entendido?
Y así fue como llegamos hasta este hombre. Lo rastrearon, lo cazaron y
lo atraparon. Ahora, de alguna forma, me están diciendo que no sabe nada
de por qué le habían mandado a hacer aquello.
—¿Cuál es tu nombre, hijo? pregunté.
El chico buscó el sonido de mi voz, y luego de unos segundos de buscar
en la oscuridad de la bolsa que tenía en la cabeza, respondió.
—Carlos, señor. Mi nombre es Carlos.
No sabía lo que mis hombres le habían hecho, tampoco me importaba.
Pero, de alguna forma u otra, parecía que le había dejado un severo trauma.
Estaba temblando, respirando con agitación, se movía con angustia y
buscaba el sonido de mi voz como un perrito. Seguro sabía quién era, no mi
nombre, no mi rostro, pero sí que era el jefe, tal vez por como todos me
hablaban, por el peso de mi presencia.
—Discúlpeme, señor, no quise hacerlo se excusó.
—¿Entonces por qué lo hiciste? le pregunté Eres un individuo con
la capacidad de decir que no. ¿No tienes criterio propio?
—Yo vaciló yo no quise hacer nada, señor. Yo solo estaba
siguiendo ordenes.
—¿Y quién es culpable? ¿Quién dispara el gatillo o quien da la orden?
—¿Ah? preguntó, el joven, confundido.
—Que ¿quién es el culpable? ¿Quién dispara el arma o quien da la
orden? Es decir, ¿Quién es el culpable, tú o tu jefe?
—Yo vaciló de nuevo yo no lo sé.
Se escuchaba asustado, atemorizado hasta la medula; no lo culpo,
también lo estaría.
—¿Quieres que te de la respuesta? le pregunté, con la voz más
macabra y tenebrosa con la que pude dar ¿quieres que te lo diga?
El chico, por alguna razón la cual desconozco, comenzó a alejar su
cabeza, a temblar más, a balbucear palabras.
—No vociferó no, no señor, yo le respondo dijo.
Qué raro ¿no? Yo sólo le hice una pregunta amistosa.
—Dime entonces ¿quién es el culpable?
—Nadie señor…
—¿Nadie? pregunté legítimamente sorprendido ¿cómo que nadie?
—Nadie es el culpable señor.
—¿Estás seguro?
—Sí, ninguno de los dos es el culpable.
—Vaya… me erguí y levanté un poco la voz para que me escuchara.
Ya estábamos a una distancia más prudente.
Claro, él seguía sentado con la cabeza tapada, pero ahora yo me
encontraba parado en frente suyo, a poco menos de treinta centímetros de
sus pies.
—Explícame eso agregué.
—Quién da la orden no es quien decide quién muere y quien no, mucho
menos quien dispara el gatillo. Ambos son peones de otra persona. Ellos se
llevan la culpa porque fueron los participes del crimen, para que aquel que
movía las cuerdas obtuviera lo que quería y se saliera con la suya dijo,
con la garganta seca, haciendo pausas entre oraciones para tragar, con
dificultad, la poca saliva que producía sin embargo, eso no los hace
mejor personas. Ellos podían decidir no hacerlo, a pesar de la mentira que
les dijeron para justificar aquello. Eso los hace culpables también, a pesar
de no serlo del todo.
—Son, pero no son culpables dije, reflexionando su lógica parece
una paradoja. Asentí con la cabeza, sorprendido por su respuesta,
buscando la mirada de mis hombres quienes tampoco se esperaban eso
nada mal le dije.
—Exacto afirmó.
—Es extraño que seas tan elocuente y hayas terminado siendo
descubierto por mis hombres. ¿Qué te sucedió?
—Cometí un error.
—Sí, todos cometemos errores le dije, entendiendo su realidad.
El chico estaba respirando agitadamente, y poco a poco fue amainando
su respiración, como si se estuviera relajando, satisfecho por su respuesta.
De repente, un sutil bramido, como un eco entre voces, fue esparciéndose
una risa suave; nosotros y mis hombres habíamos recibido bien esa
respuesta.
—Entonces dime agregué luego de un rato ¿quién es el culpable
justo ahora? Tú o tu jefe. Porque alguien tuvo que haber dado la orden, y
supongo que usaste una lógica de línea militar, los militares tienen
autoridades pero son simples peones lo que se ajusta a tu respuesta
vacilé así que dime, Carlos, y acercándome a su rostro cubierto,
sintiendo su respiración en mi nariz, le pregunté pausada, y
amenazadoramente ¿tú eres un militar?
En la habitación se hizo un silencio casi absoluto. En el momento en
que me acerqué, todos dejaron de murmurar, de discutir cual habría sido su
respuesta porque todo eso, para nosotros, no era más que una rutina
aburrida, un simple y mero juego de niños, pero para Carlos… para Carlos
era diferente.
—Dime… ¿eres un militar?
—No vaciló, nervioso no señor.
Juro que me imaginaba su rostro roto, sus labios tartamudeando cada
palabra, sus parpados sangrar y temblar mientras intentaba verme por la
fina tela que le cubría la cabeza. Pero en verdad sólo veía eso, un saco, no a
un hombre.
—Entonces, ¿quién es el culpable? ¿Tú o tu jefe? Le pregunté de
nuevo.
Tanto yo como mis subordinados sabíamos la respuesta a esa pregunta,
sabíamos qué sucedería cuando lo dijera y teníamos en cuenta que no había
forma de salir de allí sin antes hacer lo que fuimos a hacer.
—Pero antes que me responda interrumpí ¿qué estabas buscando?
le pregunté.
—Estaba buscando todo.
Su respuesta, de nuevo, me confundió. Me alejé, le di una rápida mirada
a mis hombres, para ver si sabían algo y volví a dirigirme a él.
—¿Todo?
—Sí, todo. Me pidieron que sacara cuanta información fuera posible de
sus servidores, todo lo necesario para saberlo todo lo escuché tragar con
fuerza todo afirmó.
—Bueno hice un gesto que él no pudo ver, el mismo que se hace
cuando se aprueba algo supongo que tiene sentido. Y comencé a
caminar alrededor de él, lenta y pausadamente. me dices que no conoces
a tu empleador.
—No, señor. No lo sé, me contacto por una llamada, un contacto de un
contacto y me pidió que lo hiciera. Eso es todo lo que sé.
—¿A quién tenias pensado darle la información?
—A nadie, sólo seguía ordenes. Debía dejar el disco portátil debajo de
la rama de un árbol y allí iba a recoger mi dinero. Eso es todo.
—Muy bien me detuve en frente de él ahora sí, respóndeme ¿de
quién es la culpa? ¿Tuya o de tu jefe?
Carlos estaba contra la espada y la pared, no había nada que pudiera
ayudarlo, nadie sabía que estaba ahí, ni que no los habíamos llevado, así
que sólo podía responder a mi pregunta y probar su suerte.
—Mía, señor. No debí aceptar aquel trabajo. De no haberlo hecho, no
estaría aquí.
—Respuesta correcta Carlos. Me gusta tu forma de pensar.
—Disculpe, en serio, lo siento, quiero hacer todo lo que pueda para
ayudarlo, quiero pagar mi error. Por favor podía escuchar como su voz
se quebraba por el llanto, como las ideas en su mente se apoderaban de sus
palabras, de su respiración, de su esperanza.
Carlos me suplicaba que lo perdonase, que le dijera que todo iba a estar
bien. Sabía que estaba llorando, que tenía miedo, que estaba arrepentido.
Todo eso era parte de un plan malévolo en donde él sólo era un simple peón
tratando de llegar a las líneas del rey. Un jaque asegurado si hubiera sido
más cuidadoso, pero estoy seguro que no se esperaba que la empresa a la
que le intentaba robar sería la de un criminal.
Miré a mis hombres, y entre ellos intercambiaron miradas. No podíamos
hacer más nada, él no nos iba a decir lo que necesitábamos, era un callejón
sin salida.
Y respiré profundo, me alejé de Carlos, todo había terminado. Teníamos
su computadora y la estaban revisando justo ahora, no sabíamos como
confirmar su historia, pero lo del dinero bajo la rama parecía ser cierto. Y
para ser honestos, yo le había creído. Creo que es parte de lo que Nadia
había estado inoculando en mi, un poco de indulgencia.
Y en ese momento, me volvió a invadir el recuerdo de Nadia. Sí, ella se
apoderó de toda mi atención, de lo que me gustaba, de mi estilo de vida. No
podía controlarlo, me estaba dominando por completo, controlaba mi
sentido común. Estaba comenzando a creer que lo que sentía por ella podría
llegar a ser amor de verdad.
—Sí, Carlos le dije mientras me alejaba de él, dándole la espalda
tu respuesta fue la correcta.
Y justo en ese momento, el gatillo del arma de uno de mis peones fue
disparado. El rey había dado la orden.
3
Miraba como Nadia tomaba mi mano entre las suyas mientras que yo
hacía lo mismo. No habíamos ordenado todavía lo que queríamos comer, no
estábamos ni siquiera en hora para hacerlo. A penas y habíamos llegado y
ella ya se las había arreglado para hacerse con mi sentido común. Nos
miramos a los ojos, plena y absolutamente. Yo me sentía a gusto con su
mirada, queriendo poder tenerla cerca, queriendo poder sentirla más. No me
importaba más nada, más nadie, ni el pasado ni el futuro. Nadia lo era todo.
—En verdad, realmente me gusta trabajar contigo le dije en un
momento de completa honestidad.
Ella hacía eso conmigo, me obligaba a decir lo que sentía; no era el
mismo hombre frío y calculador de antes, o el sarcástico desgraciado que
atacaba con puntualidad. Era algo más, me hacía mejor persona, lleno de
conflictos, pero mejor persona. Estoy seguro que no les caería bien a
muchas personas, pero, la única opinión que me importaba acerca de mi, era
la que tenía Nadia.
Cuando me veía me hacía sentir alguien diferente porque ella veía solo
lo bueno en mi, lo que me hizo querer hacerlo la mejor parte de mi forma de
ser. De hecho, entre todos los meses que estuve relacionándome con ella,
Carlos y uno que otro entrometido, fueron las únicas personas a las que
había mandado a matar, así que eso era una especie de logro personal.
Durante las noches, luego de lamentarme por haberle quitado la vida a esas
personas, recordaba lo que mi secretaria y yo hicimos durante el día, cosa
que me ayudaba a dormir.
Ella me es útil en muchas cosas. Es buena asistente, es buena amiga, es
buena escuchando y maravillosa persona. Y por eso no quise decirle aquella
noche quien era, lo que hacía y cómo me ganaba gran parte de la vida. Sólo
me quedé mirándole a los ojos, apreciando su belleza, su forma de ser, su
sentido moral tan correcto y propio de una ciudadana modelo.
—Eres hermosa agregué.
Puedo jurar que la vi sonrojarse.
—¿No te lo he dicho? le pregunté, dibujando una sonrisa, como si
fuera raro el decirlo tan de repente.
—Sí, lo dices todo el tiempo respondió alagada.
—Es que es cierto. Realmente eres hermosa aseveré, con una voz
profunda, dulce y pausada. Estaba idiotizado por su imagen, por su forma
de ser.
De nuevo, sólo nos miramos. Era perfecto estar con ella, no conocía otra
cosa más que estar a gusto a su lado y estaba seguro que nada en el mundo
podría arruinar eso que sentía por Nadia. De un día para otro, me había
hecho olvidar por completo las cosas que alguna vez hice, como si me
hubiera perdonado a mi mismo, como si no necesitara concentrarme en otra
cosa que no fuera ella.
—Nadia.
—¿John?
—Me gustas mucho le confesé.
—Y tú a mi, John aseveró.
Y nos miramos más, durante un largo rato. Eso hizo mucho más mágico
aquel momento, por lejos, el instante más especial de mi vida. Y ese día,
consumamos nuestro amor. Luego de la cena, de elegir el vino, de comer un
poco de postre, la invité a pasar a mi casa. Quería cerrar aquella noche con
broche de oro y, por fortuna, ella también.
Fue cuestión de tiempo para que llegáramos hasta mi departamento, a
cumplir con nuestro deseo acumulado por meses. Nadia estaba
deslumbrante, con un vestido corto que no había tenido tiempo de
apreciar… mentira, no podía dejar de verlo, al igual que siempre que la veía
vestida de forma diferente, con lo que fuera que pudiera ajustarse a cada
curva de su cuerpo. No sé, incluso me preocupaba en qué podría usar al día
siguiente, no era sencillo dejar de pensar en eso.
Pero creo que esta vez fue diferente, de todos los sentidos, de cualquier
forma, no me esperaba verla lleno de expectativas. No era sólo deleitarme
con su estilo, sino con ver cómo se iba a quitar esa ropa. No sé, es una
especie de fetiche adquirido, tal vez por sólo verla de una forma durante
tanto tiempo, la verdad es que ni siquiera había pensado en ella de esa
forma. Demonios, sí que se veía estupenda.
Y en mi departamento, lleno de cosas para ver, de distracciones, ella se
perdió en aquel lugar.
—¿Esta es tú casa? preguntó sorprendida.
—No, se la robé al vecino. No me quería prestar la parrillera así que le
quité la casa.
—Muy gracioso.
—Lo sé, soy un comediante nato.
Nadia continuó inspeccionando el lugar, su forma tan poco predecible
me resultaba adorable. De camino aquí, era una persona diferente a la que
estaba viendo ahora; seductora, coqueta, traviesa. Su mano iba a lugares
que no habían ido nunca y yo estaba a gusto, supuse que a penas llegáramos
a mi casa todo se decidiría. Fue gracioso verla acercarse a cada detalle
como si fuera algo completamente nuevo para ella.
—¿Y vives solo? ¿Cómo mantienes este lugar tan impecable?
—Casi nunca estoy y uso poco las cosas. El secreto es tratarlo todo
como si fuera un adorno.
Nadia se giró para verme, sorprendida, estupefacta. Como si hubiera
sido una ofensa para todas las casas del mundo.
—¿No haces nada aquí?
—No, creo que ya ni siquiera cocino.
—¿Nunca has cocinado aquí? preguntó, tocando la cocina
empotrada, abriendo la nevera, sintiendo el mármol de la mesa ¿Cómo
demonios no vas a usar esta casa?
—Hace tiempo que no lo hago dije con nostalgia no había tenido
a nadie a quien cocinarle.
Y creo que con eso fue suficiente.
—¿No has tenido a nadie a quien cocinarle? preguntó, con el mismo
tono de voz con que me hablaba y me idiotizaba todo el tiempo eso
quiere decir que tenias antes a alguien a quien cocinarle. ¿Verdad?
—Sí…
—¿Y desde hace cuanto no lo has hecho?
—Hace mucho tiempo le dije, tan natural como pensé que podría
hacerlo.
—¿Hace mucho tiempo? cerró la nevera a su espalda, como si el
lugar ahora le fuera indiferente, como si no le importara. ¿Cuánto?
Exactamente.
Se iba moviendo lentamente, aproximándose a mi posición. Nos
encontrábamos a unos tres metros de separación y, honestamente, verla
recorrer esa distancia, fue lo más excitantes de mi vida. Por otro lado, no
sabía qué tenia que ver aquella conversación con lo que estaba viendo: a
una mujer encantadora caminar hacía mi con tal despliegue de sensualidad.
—Cinco, seis, o siete años No sé.
Nadia ya estaba prácticamente cerca de mi, cuando de repente se detuvo
en seco.
—¿Tienes más de cinco años sin cocinar en tu casa? preguntó,
saliéndose por completo del papel que estaba desempeñando en ese
momento.
—Este, sí dije pero eso ya no importa.
—¡Ah! ¿No? Y ¿por qué? preguntó, con una sonrisa traviesa.
—Porque ahora estas tú.
En ese momento, los papeles se cambiaron. Yo tomé la iniciativa, yo
decidí qué se iba a hacer. La cogí por la cintura y la acerqué a mi con un
arrebato de fuerza. Nadia respondió con una sonrisa de sorpresa.
—John dijo entre risas me asustaste.
Estábamos tan cerca que parecía que nos encontrábamos unidos por el
abdomen. Nuestros rostros estaban al margen del contacto único e increíble
de un beso.
—¿Te asusté? pregunté, en un tono de broma, seductivo y un poco
gracioso.
—Un poco respondió ella, dejándose llevar por mi, por lo que le dije,
por lo que le estaba haciendo.
Y no lo dudé, mis labios se acercaron lentamente a los suyos y le di el
beso que por tanto tiempo estuve esperando darle. La necesitaba, cumplí
uno de mis más grandes deseos: besar a una mujer perfecta.
Creo que no le he dedicado el tiempo adecuado para decir cómo era
ella. Ya dije que es una mujer preciosa, pero no he dicho qué tanto. Un
rostro ovalado y suave como si lo humectara todo el tiempo con crema
rejuvenecedora. Tal vez era por su edad porque su piel, canela pasión,
parecía la de un bebé: sin imperfecciones, sin poros abiertos, sin cicatrices.
Puede que sí las tuviera, pero yo no se las había visto jamás.
Su cabello era increíble, extravagante, se parecía tanto a ella en cuanto a
su forma de ser porque no seguía las reglas de nadie. Era abundante, con
ondulaciones pronunciadas; le llegaba un poco más debajo de los hombros
como si fuera un halo de perfección.
Sus ojos, no me canso de decir que tiene unos hermosos ojos cafés; sus
labios, carnosos y rosados. Del cuello para abajo son tantos los detalles que
los resumiré en: hermosas curvas de locura, unos pechos preciosos que no
llegaban al punto de lo absurdo, pero sí se asomaban seductoramente con
escotes. Sus piernas, gruesas y perfectas que terminaban en unos glúteos
redondos que no me cansaba de ver.
En esta ocasión, sentía esa misma cintura entre mis brazos, su pecho
chocando con el mío y el aroma de un perfume que, estoy seguro, les
causaba envidia a los dioses. Nadia lo tenía todo, y yo quería tenerla a ella.
Sus labios, gruesos, suaves y deliciosos, se quedaron adheridos a los
míos mientras que mis manos iban recorriendo las partes de su cuerpo que
siempre quise tocar. Su cuello, su nuca, sus pechos, su abdomen, sus
nalgas… no podía controlarme, la quería sólo para mi.
En poco tiempo ya estábamos en mi habitación, acariciándonos,
quitándonos la ropa. Ambos estábamos desesperados por desnudarnos hasta
que lo logramos. Ya no había nada que nos impidiera sentir el cuerpo del
otro. Yo la besaba, recorría su cuerpo con mis labios, con mis manos y mi
lengua. Ella gemía de placer, cambiando la frecuencia de su respiración
cada vez que le tocaba en un lugar que le gustaba.
Cuando lo descubría, me quedaba allí y le daba toda mi atención. Lo
besaba, lo succionaba, apretaba con los dedos o le mordía. Tenía unos
hermosos pezones oscuros que se distinguían de su piel morena, que me
daba la impresión de estar comiéndome un delicioso chocolate. Jugaba con
sus pechos, con su cintura, con la cresta de su pelvis que la hacía
estremecerse cada vez que la mordía con suavidad.
Nadia se reía, gemía, soltaba aire con fuerza, y me pedía que siguiera.
Yo estaba sumido en su aroma, en su sudor, en su existencia completa. No
había nada en ella que no pudiera gustarme, no existía cosa alguna que me
obligara a apartarme de ella.
Y así seguí, jugando con su cuerpo hasta llegar a su vagina. La tenía
completamente lubricada como si me estuviera pidiendo que jugara con
ella, yo le hice caso. Comencé a jugar con su clítoris, dibujando círculos y
corazones a su alrededor, obligándola a estremecerse, a moverse por todos
lados por el inigualable placer que eso le ocasionaba. Hace mucho tiempo
me habían dicho que el punto del placer máximo era el punto G, un lugar
dentro de la vagina, que hacía a las mujeres enloquecer, pero descubrí que
no era así.
El clítoris era el punto exacto, en donde empezaba y terminaba todo. No
voy a aburrir a nadie contando cómo descubrí que las mujeres se volvían
locas cuando les sabían acariciar el clítoris, sino que, Nadia no era
diferente. Sí que era hermoso, un perfecto botón en la cabeza de su vagina,
de color rojizo, brillante, delicado. Jugué con él hasta que me pidió que
continuara bajando por ahí, que hiciera algo con mis dedos.
Yo soy un hombre obediente que sabe reconocer la cadena de mando.
Nadia tenía el control total sobre mis acciones así que ¿por qué habría de
desobedecerla?
Comencé con un dedo. Le entró sin ningún problema; lo deslicé en su
interior tan rápido como me lo pidió y comencé a estirarlo y contraerlo
como si estuviera rascando su comezón. Mientras tanto, continuaba
masajeando suavemente su clítoris; vi en su rostro que supo apreciarlo.
Estaba cohibida por el placer, tratando de decidirse entre respirar o dejar
escapar sus gemidos. Me resultó satisfactorio ver cómo se estremecía de
placer.
—Maldita sea exclamó John, eres increíble.
No había hecho nada especial y ya me estaban halagando. Traté de
mirarla a los ojos, pero se encontraba con el rostro al techo mientras
mantenía sus parpados cerrados. Respiraba, gemía, gritaba, se movía o se
petrificaba de repente. Nadia atravesó por muchas etapas del placer
mientras que jugaba con su vagina.
—¿Yo? pregunté riéndome sutilmente Pero si yo no he hecho
nada le dije.
Sin preguntarle, saqué mi índice de su vagina para luego volverlo a
meter acompañado de su amigo del medio. Estaba tan lubricada que me dio
la impresión de que ni siquiera se dio cuenta de cuantos dedos tenía
adentro; no me importó, yo continué haciéndola sentir bien.
—¿No tienes algo más grueso? me preguntó, jadeante pero aun en
control de su voz seductora.
—Claro que sí, señorita Nadia.
Así que me levanté, me jalé un poco el pene y fui acercándome poco a
poco a su vagina.
—¿Estás lista? le pregunté.
—¡Métemelo ya! vociferó.
Yo solté una carcajada y empujé mi pene con fuerza dentro de su
vagina. Nadia dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones y
comenzó a gemir de placer. Yo me movía con destreza, sacudiendo sus
pechos, sus caderas, empujándola hacía arriba y trayéndola hacía mi cuando
embestía con fuerzas tal cual me lo pedía entre gemidos.
Sentía cómo su vagina se escurría a lo largo y ancho de mi pene
mientras ella me apretaba con sus piernas para que no me saliera. Yo jugaba
con sus pechos, con sus pezones, apretaba sus piernas o la cogía por la
cintura. El contacto físico era exquisito cuando se trataba de ella.
—Mételo, más, sí… me decía dale, más duro.
Yo soy un caballero, yo le obedecía diligentemente. Probamos cada
posición posible, pero la que más me gustó (y no porque fuera simplista)
fue en la que levantaba su trasero para que yo la penetrara desde atrás.
Podía ver cómo sus perfectas nalgas se movían con cada golpe de mis
caderas, como culo se asomaba mientras yo la penetraba con todas mis
fuerzas. Me encantaba vérselo, era exquisito, sentía que debía quedarme en
esa posición para siempre.
En lo que estuve en esa posición, procedí a darle unas nalgadas, a lo que
ella respondió positivamente.
—Sí, papi. Dame duro.
Yo continué dándole nalgadas, penetrándola, jalándole el cabello. Todo
en ella me encantaba, desde la punta de sus cabellos hasta la punta de sus
pies. Me fascinaba cómo se veía desnuda, vestida, con mi pene entre sus
piernas y sobre mi. Sus pechos redondos, sus caderas pronunciadas, sus
nalgas perfectas, me hacían querer quedarme dentro de ella todo el día
sacudiéndola hasta el cansancio.
Ella me hablaba entre gemidos, gritando, arrugando las sabanas con las
manos, mordiendo las almohadas. Yo la puse de lado, de espaldas, boca
arriba y abajo, sobre mi, recostada de la pared… quise metérselo en todas
las posiciones que conocía porque así podría detallar el movimiento de cada
uno de sus músculos y ¡oh! Hablando de eso, cuando ella tomaba el control,
era, por lejos, una de las mejores partes.
Se podía ver cómo sus caderas se ondeaban para que mi pene se
mantuviera adentro pero aun así haciéndolo escurrir entre las paredes de su
vagina. Sentía cómo se doblaba, se reubicaba en su interior y cómo ella me
apretaba de vez en cuando. Sus nalgas, deslizándose por mis piernas cuando
estaba sentada, o rebotando contra mi ingle cuando estaba arrodillada o
apoyada de la pared, me hacían sentir que estaba en el paraíso,
contemplando la gloria.
—Eres perfecta recuerdo haberle dicho.
—Estoy perfectamente unida a ti recuerdo que respondió.
Nadia sabía como hacerme sentir increíble, que cada cosa que hacía
valiera la pena, que cada movimiento fuera el mejor. Verla morderse el
labio, sonreírme con sensualidad, apretarme el pene con las manos, con su
boca, entre sus nalgas y dentro de su vagina, era sentir que nada en este
mundo podría hacerme sentir mejor que eso.
Yo la penetré durante horas, viendo cómo rebotaban sus tetas, cómo sus
nalgas me pedían que las golpease con sensualidad, cómo sus ojos me
penetraban con pasión y dulzura. Yo estaba convencido que ese sería el
mejor sexo de mi vida. Hasta que, Nadia me confirmo que podría ser mejor.
Ya habíamos terminado, yo acabé dentro de su vagina y ella sobre mi
pene. Pero aun nos quedaban energías.
—¿Estás cansado?
—Me preguntó.
—No lo sé le dije, entendiendo que podría significar una
propuesta ¿qué propones? pregunté con una sonrisa traviesa.
En ese momento Nadia se dio la vuelta y levantó las caderas mientras
sostenía el resto de su cuerpo con su cara sobre la cama. Con las manos
extendidas hacía atrás, se expandió las nalgas, y, como pudo, me miró a los
ojos.
—¿No quieres probar algo nuevo?
No dije nada, sólo me levanté para ver aquella maravillosa escena, que,
para mi sorpresa, fue mejor de lo que me esperaba. Ella estaba ahí, con las
nalgas extendidas, y con un dedo travieso dibujando círculos alrededor de
su ano. No sabía que ella era de esas, ni mucho menos que tenía en mente
hacerlo en nuestro primer encuentro.
—¿Estás segura? pregunté.
—Sí, ya está limpio y listo para ti dijo Nadia.
—Jajá me reí ¿cómo? pregunté.
—Cuando fui al baño, mi amor. Me limpié el culo sólo para ti.
No sabía cómo reaccionar a eso, ni mucho menos como uno se limpia el
recto, pero no quise preguntar y arruinar ese momento.
—¿Estás lista? pregunté.
—Ya va dijo, apartando una de sus manos y metiéndola debajo de la
almohada usa esto primero.
Me extendió un cilindro de lubricante, lo que me hizo preguntarme qué
tenía ella en su bolsa para estar tan preparada, de nuevo, no quise arruinar el
momento con una pregunta. Así que cogí el tubo, lo abrí y se lo esparcí por
el ano. Iba a empujárselo cuando ella se me adelanto con uno de sus dedos,
hizo un circulo y luego lo empujó, dejando escapar un pequeño gemido de
placer. Según entendía no todos eran sensibles ahí, otra vez no quise
preguntarle.
—¿Te gusta lo que ves? preguntó, mirándome de reojo desde donde
estaba.
Yo me masturbaba mientras la veía sacar y empujar su dedo. Se lo
estaba dilatando; primero uno, luego dos… lo hacía tan bien que parecía
que no era primera vez.
—Claro que me gusta. Es perfecto.
Con una mano jugaba con su ano mientras que con la otra con su
clítoris. Era encantador verla, hasta el punto en que no me resistí más y
acerqué mi pene a su puerta trasera.
—Jajá se rio me preguntaba cuando ibas a metérmelo.
—Si quieres no te hago esperar más.
Poco a poco fui empujándolo, y ella comenzó a inhalar y exhalar aire
con tal sensualidad que parecía que en verdad le estaba gustando.
—Vamos, mi vida, métemelo completo.
No pude resistirme y para cuando me di cuenta, ya me encontraba
bombeándole el ano con fuerza. Nadia gemía de placer mientras recibía mi
pene y se introducía cuantos dedos podía en la vagina. Era perfecto verla
hacer eso, sentirla de esa forma. Estaba tan apretada, tan dispuesta. No duré
mucho, no recibiendo tanto placer. Ella me gemía tanto que no pude
controlarme.
Le di palmadas en las nalgas, se las apreté, expandí, empujé. Disfruté a
Nadia como no había disfrutado a ninguna mujer en mi vida y no me
arrepiento de eso. Luego de varios minutos deleitándome con ella,
descargué lo que me quedaba de semen en su recto, sacando mi pene y
viendo cómo su ano se quedaba abierto con la forma de mi miembro.
—Eso fue increíble Dijo Nadia, jadeante.
—Ni que lo digas.
Los días luego de eso fueron increíbles. Disfrutamos el uno del otro
durante horas. Me dormía y me despertaba con ella en la misma cama,
sabiendo que nada en este mundo podría hacerme sentir mejor.
Compartimos nuestras vidas en mi casa sabiendo que habíamos encontrado
todo lo que estuvimos buscando por años.
Yo estaba feliz, estaba renovado. Durante ese tiempo no hice más que ir
de la oficina a la casa y de la casa a la oficina. No me encargué de ninguna
extorsión, no ordené que mataran a nadie ni quise hacer algo parecido.
Estaba única y exclusivamente concentrado en Nadia. Ella se había
apoderado de la poca atención que me quedaba (de la que no se había
adueñado ya) y estaba a gusto con eso.
Me sentía diferente, era diferente. Estuve seguro de que por ella podría
cambiar, que con ella conseguiría la estabilidad emocional que necesitaba.
No iba a cambiar mi pasado, no, aun faltaba decirle de lo que era capaz,
pero no antes de demostrarme a mi mismo que dejaría esa vida atrás ya que
significaba que con ella todo sería posible.
Verla todos los días significaba todo para mi, era una especie de regalo;
fui afortunado de haber encontrado una mujer tan increíble como ella y no
quería perderla bajo ningún motivo. Se volvió mi todo, y debía cuidarlo,
prometí que lo haría y, a pesar de ser un hombre malo, era uno que
mantenía su palabra. No permitiría que nada malo le pasara porque la mera
visualización de aquella posibilidad me asustaba.
Con Nadia descubrí lo que era sentir cosas que nunca había sentido, no
después de haberme hecho el hombre que soy ahora. Me hizo más humano,
me hizo mas feliz. Estaba convencido de que mi vida tomaría un giro
radical que no había más nada que hacer mas que cumplir mi final de
cuento de hadas.
Pero, creo que el destino no quería eso, no para mi, y, en cuestión de
segundos, sin Nadia y con una oficina vacía, todo, simplemente cambió.
Tercera parte
Alejandra Mata
4
Cuando conocí a John, no estaba al tanto del tipo de persona que era.
Para mi, las cosas eran tan hermosas como cualquier otra cosa en este
mundo, pero nada podría compararse con estar con él. Al principio de mi
vida, era una chica inocente, nada diferente a lo que siempre se presenta de
una mujer cualquiera, era sencilla, no resaltaba, sabía poco y vivía al ritmo
que el viento soplase.
Mi propósito es contar de todo lo que es capaz John Corvus, quien es en
verdad, el hombre que se consolidó como un gran empresario a costas de
las tragedias que él mismo consumó. Mi nombre es Alejandra Matas, y
tengo el placer de decir que fui su primer amor.
Nos conocimos un verano cualquiera, hace poco más de quince años. La
vida era otra, los tiempos eran, de cierta forma, diferentes, él también lo era.
Cuando lo conocí, no tenía más de tres dólares, un euro y cuatro pesos en su
bolsillo; recolectaba la basura de los países que visitaba a costa de pedir que
lo llevasen de un lugar a otro. Era la vida que se había propuesto, ser
bohemio, vivir libre. «Es porque odio a mis padres», me decía, «quiero que
sepan que viví una vida plena, llena de aventuras y no seguí sus reglas», esa
era su excusa.
Yo estaba trabajando en un negocio de traslado con mi hermano, un
chico interesante que manejaba su camión de carga a lo largo del país para
transportar los productos que nos pidieran. De vez en cuando yo lo
acompañaba, cuando el viaje iba a ser largo; en esos casos siempre
necesitaba ayuda y yo estaba dispuesta a dársela; a esa edad, cualquier
excusa era valida para poder compartir con él. Como dije, era un verano
cualquiera, en el cual no tenía planeado hacer más nada que eso; hasta que
el infortunio tocó a nuestra puerta.
Aquel día, ya cuando habíamos partido de casa con la carga en el
camión lista para ser trasladada, en medio del camino, a unas cuatro horas
de donde habíamos salido, un joven, apuesto, con el cabello largo, el
mentón cuadrado y unos ojos preciosos que pude detallar desde la distancia,
nos levantó el pulgar para pedirnos ayuda.
Tal cual, como una película, llevaba un cartón en el que se leía el
nombre del lugar al que nos dirigíamos. Una grata coincidencia, pensé en
ese momento. Mi hermano, quien no se negaba a ayudar a nadie, no dudó
en detenerse para dejar que se abordara.
—Es un desconocido, Mike le dije, en lo que me di cuenta que
comenzó a bajar la velocidad.
—Necesita ayuda, no podemos negarle ayuda a nadie.
—Claro que sí, podemos negársela a él insistí.
De inmediato, no me sentí atraída por él, no me gustaba compartir el
viaje con más nadie, además de que, si lo dejábamos entrar, el espacio de
pasajeros se iba a reducir y estaríamos apretados e incómodos durante todo
el viaje.
—No es buena idea, ¿qué tal si es un asesino? pregunté, acusándolo
de inmediato.
—Jajá se mofó mi hermano ¿un asesino? Esto no es una película,
Ale, relájate respondió, acercando el camión a la orilla de la carretera.
Además, si es un asesino agregó, girándose para verme en lo que detuvo
el vehículo, y acercando su mano al revolver que tenía cerca de su mano
izquierda, en donde podría acceder a ella de inmediato yo te protegeré.
No pude evitar sentirme insegura, a pesar de que confiaba en su
puntería, su puntualidad y su capacidad para defenderme, pero, el verlo
parado en medio de la nada, con un cartón que pedía un aventón, no pude
simplemente dejar de pensar que algo malo podría pasar. Tal vez era sólo
porque no estaba acostumbrada a hacer ese tipo de cosas tanto como él, y
fue por eso que decidí confiar en su palabra.
—No pasará nada, no te preocupes.
—Está bien.
Ya estacionados, esperando a que el chico recogiera sus cosas del suelo
y corriera hasta nosotros, me pregunté si estábamos haciendo lo correcto.
—¡Gracias por detenerte! Tengo rato pidiendo un aventón dijo John,
en lo que abrí la puerta para bajarme y darle espacio.
—No hay de qué dijo mi hermano, desde el lado del piloto, viendo
hacía abajo siempre a la orden, mi amigo.
Es gracioso como rechazamos lo que sea de las personas que no nos
agradan. No importa si no es nada del otro mundo, si viene de ese alguien,
lo vamos a aborrecer. Yo suspiré de hastío al escucharlo hablar con mi
hermano, al ser tan cordial, al llamarse amigos. A penas y lo estábamos
conociendo y ya se comportaba como si nos conociera de toda la vida.
—Mucho gusto, señorita, mi nombre es John dijo antes de montarse,
extendiendo su mano cubierta de polvo y una sonrisa endemoniadamente
bella en el rostro.
Primero vi su mano, sin querer tocarla, suponiendo que no lo iba a
hacer. Seguido a ello, levanté mi mirada y miré a sus ojos azules
perfectamente iluminados por la luz del sol. Pensé que no le saludaría, pero
antes de darme cuenta, ya estaba estrechando su mano.
—Mi nombre es Alejandra, mucho gusto le respondí con una sonrisa,
como si realmente estuviera a gusto de verle.
John soltó mi mano y cogió sus cosas. Un bolso lleno por completo; no
como esos de alpinistas, sino como uno de colegio, de esos que se ven en
todos lados, sencillo, pero se veía que pesaba demasiado. Se quejó al
levantarlo y se subió al camión.
—Estaba esperando desde hace rato, no saben lo agradecido que estoy
de que me dejaran ir con ustedes.
—Siempre hay que ayudar a los amigos del camino, uno nunca sabe con
lo que se puede encontrar respondió mi hermano.
—Mucho gusto, mi nombre es John dijo, pero esta vez dirigiéndose a
mi hermano.
—Y yo me llamo Mike respondió. Y ella es mi hermana menor
Alejandra señaló, apuntándome con la mano.
—Sí, ya nos conocimos allá abajo aseveró John, mirándome con la
misma maldita sonrisa.
Yo seguí a John luego de que se montara, me senté y cerré la puerta.
—Y para donde van preguntó John, mirándonos a los dos, uno a uno,
sondeando quien le respondería primero a la ciudad, estamos haciendo
una entrega.
—Oh, que bueno exclamó de alegría entonces vamos para el
mismo lugar
—¿Sí verdad? Qué coincidencia dije, con un tono sarcástico,
fastidiada por completo con su presencia.
Durante le viaje, sólo mi hermano y él conversaron. Yo traté de
quedarme dormida, sintiendo que todo eso se había arruinado ahora que no
estamos nosotros dos solos. Hablaban y hablaban de sus vidas, de lo que
hacían, de lo que tenían pensado para el futuro. John le contó a Mike que a
penas tenía diecinueve años (un año mayor que yo); no pude evitar sentirme
sorprendida, ¡ya tenía diecinueve años y estaba viajando por el mundo! Otra
razón más para odiarlo.
Es gracioso porque, en ese entonces, sentía como que él lo tenía todo:
libertad, carisma, un espíritu aventurero. Me dieron celos el escuchar todo
lo que podía hacer, todo lo que hizo durante los últimos tres años (para esa
fecha) en los que estuvo viajando para encontrarse a sí mismo. Hice lo que
pude para ignorar su conversación hasta quedarme dormida.
Al llegar a nuestro destino, esperaba no tener que verlo más. Al
principio, mi odio por él no era más que un simple capricho de niña; me
había arruinado el día con mi hermano, hasta el momento, no había hecho
nada del todo desagradable, no lo suficiente como para odiarlo como lo
odio ahora. Estoy segura que las cosas que nos llevaron a reencontrarnos
fueron mera casualidad, circunstancias del destino que no esperaba que
nuestras vidas se desenvolvieran de ese modo.
Los días pasaron y yo ya me había olvidado por completo de John a
quien ya no tenía motivos para odiar porque obtuve el tiempo de calidad
que quería con él en el viaje de regreso a casa. Su sonrisa, sus ojos azules,
su voz de hombre a pesar de tener a penas diecinueve años, todo eso
desapareció de mi memoria porque creí que no lo vería más, creí que no
habría razón alguna para reencontrarme con él. Eso creía. Ojalá se hubiera
mantenido así.
—¿Alejandra? me detuvieron un día, luego de cinco años, en la
ciudad ¿eres tú?
¿Cuáles eran las posibilidades de que pudiera encontrármelo? A un
hombre bohemio que se la pasaba viajando alrededor del mundo, pidiendo
aventones en la carretera y teniendo un nuevo destino cada noche. Para ese
entonces yo esperaba que las circunstancias y su forma arriesgada de vivir
lo hubieran matado ya, pero no fue así.
Al principio no lo reconocí, le pasé por el frente y para mi fue un
hombre común y corriente; estaba sumida en mis propios asuntos, cosas
fútiles que ahora no recuerdo pero que realmente me tenían concentrada en
ese entonces. Tal vez no había cambiado mucho mi aspecto físico en esos
últimos cinco años, o era que él no se había olvidado de mi.
—¿Alejandra? preguntó de nuevo, cuando me detuve y me giré al
escuchar mi nombre.
—Sí ¿Lo conozco? pregunté, aun inocente. Supuse que era algo
puntual, que se trataba de algún cliente que no recordaba, de algún
compañero de clases; cualquier cosa menos John.
—Soy yo exclamó entusiasmado, como si eso fuera suficiente para
desbloquear todos mis recuerdos y evocar el pasado hasta encontrarlo.
En una fracción de segundos le sondee para ver si veía algo que me
dijera quien era. Tenía el cabello corto, el mentón afeitado, se veía más alto
y llevaba puesto un traje elegante, de esos que usan sólo las personas con
dinero. Superficialmente, nada en él se parecía al John que había conocido,
pero, entre su entusiasmo, el brillo de alegría en sus ojos y una sonrisa
impecable, sentí que lo había visto ya.
En ese momento, estúpida e incrédula, esperaba que fuese un
enamorado del pasado, algo así como un chico tonto que alguna vez
rechacé, el cual ahora se veía tan apuesto, tan elegante, tan indemne; que
siguiera enamorado y así pudiera aceptarlo al fin. Una fantasía ridícula. Tal
vez, de no haber pensado eso, le habría dicho que no, no te conozco, lo
siento, estoy ocupada, para luego marcharme sin mirar atrás. Habría sido lo
mejor, me habría ahorrado todo esto.
—¿Quién eres tú? pregunté, dibujando una sutil sonrisa ante la idea
de fuera un enamorado ¿nos conocemos?
—Claro que sí, tú y tu hermano me dieron un aventón hace cinco años.
Soy yo, John.
De inmediato, trajo a mi el recuerdo de aquel fatídico viaje. Comprendí,
en poco tiempo, por qué aquella sonrisa y esos ojos me parecían tan
conocidos.
—Oh dije, más como un quejido. Mi sonrisa se borró, la posibilidad
de que fuera un enamorado que ahora era millonario se desvaneció tan
rápidamente como me vino a la cabeza y no pude contener mi decepción
John, ya te recuerdo.
Él pareció ignorar mi gesto de desagrado, seguía contento por el
reencuentro.
—Vaya, que pequeño es el mundo. ¿Quién iba a decir que nos
encontraríamos después de tanto tiempo? dijo ¡Y que te recordaría!
soltó una carcajada vaya, ¡qué increíble!
—Sí, hurra dije, desganada, indiferente ¡qué emocionante!
exclamé falsamente.
Haré una pausa, porque viéndolo en retrospectiva, no sé por qué
continué con eso. Sí, estoy segura que me desagradaba habérmelo
conseguido tan de repente, el verlo de nuevo, recordar que medio arruinó el
viaje con mi hermano y que no me calló para nada bien aquel día. ¿Por qué
no me fui entonces? ¿Por qué continué hablando con él? ¿Qué estaba
pensando?
Es decir, recuerdo que John comenzó a caminar en mi dirección, como
si no hubiera estado haciendo nada antes de ello, y yo se lo permití, sin
decírselo, dejándome llevar por su presencia. Aun estaba molesta, sí, no
estaba a gusto con aquel reencuentro, pero lo dejé quedarse.
—¿Y qué has estado haciendo? preguntó John.
—Comencé a trabajar como trader.
—¿Trader? ¿Qué es eso? preguntó.
—Es como un corredor de bolsa, pero un poco diferente.
Mis ganas de no hablarle empezaban a desvanecerse, dándole paso a
una interacción que creí que no iba a tener con él.
—Y ¿cómo pasas de manejar un camión de carga a manejar dinero de la
forma en que lo haces?
—Queriendo ser diferente, queriendo poder ser independiente y
millonaria respondí con seguridad.
—Buena respuesta, me gusta aseveró.
—¿Y tú? me sorprendí preguntándole. ¿Qué haces con tu vida?
John aclaró su garganta, como si no esperara que le preguntara.
—Yo, trabajo en mi propia empresa dijo administro mi propio
negocio.
Lo miré de nuevo, de arriba abajo, entendiendo que definitivamente le
estaba yendo bien.
—¿Y qué pasó con viajar por el mundo? ¿El disfrutar de despertar en un
lugar nuevo todos los días?
—No era lo mío.
—Entonces, ¿no viajas más por el mundo?
—Oh sí dijo claro que lo hago. Pero con mi dinero, sin pedirle
aventones a nadie, siempre en primera clase y disfrutando de mi vida.
La forma en que lo dijo, lleno de orgullo, soberbio a la medida justa,
digno de un hombre que se gana la vida a su manera, levantando el pecho,
el mentón y cerrando los ojos. Me pareció gracioso, así que dejé escapar
una sutil carcajada, ahogada entre mis labios. Y John respondió de la misma
forma.
Y fue ahí, en el momento en que me sentí a gusto a su lado, en el que
las cosas parecieron ser agradables mientras hablaba con él, el instante en el
que puedo decir que todo comenzó.
5
Es sorprendente cómo de un momento a otro comenzamos a salir. No
me lo esperaba, creo que estaba a gusto con él porque estaba en el mismo
mundo que yo, en el de los negocios. Por un instante de mi vida realmente
creí que todo estaba escrito, que las cosas marcharían de maravilla luego de
eso. Es decir, había conocido por casualidad, cinco años atrás, a un hombre
que luego, por azares del destino, sería mi pareja, un exitoso empresario que
se las arregló para escalar en el mundo del dinero y llegó lejos. Eso era algo
que simplemente yo no podía ignorar, era algo que sencillamente me hacía
sentir resuelta.
Las circunstancias, los detalles y las coincidencias, contribuyeron con
que me sintiera tranquila. John parecía ser un buen tipo, era agradable,
gracioso, inteligente. Todo lo que alguna vez quise en un hombre y que me
sorprende haberlo encontrado en él. ¿Quién iba a decir que el joven que
conseguimos por la calle podría ser así? Para ese entonces me parecía un tío
molesto, alguien que no merecía mi atención, ahora, estaba durmiendo a su
lado, en su cama, sobre su pecho desnudo y sus fluidos por todo mi cuerpo.
Pero, no podía evitar sentir que algo no andaba bien. Pero eso es caso
aparte. Luego de encontrarnos, comenzamos a salir casi de inmediato;
almorzamos aquel día, planeamos vernos en otra ocasión y de cita en cita
terminamos saliendo juntos.
No podía negar que estaba a gusto con John, con su dinero, con su
afecto, con su forma de tratarme. John Corvus era un hombre increíble que
sencillamente no podía ignorar, que no puedo olvidar ni siquiera odiándolo
tanto como lo hago. Su sonrisa me cautivaba cada vez que la acompañaba
con el sonido de mi nombre, su mirada, penetrante y cautivadora, era lo que
necesitaba para sentir que me quería, porque él es sumamente expresivo,
porque su forma de hacer las cosas es mejor que la de cualquiera.
Para ser honesta, estoy molesta con él porque no puedo simplemente
sentirme igual con otro hombre. Él me hizo sentir mujer de formas
inimaginables. El sexo con John era exquisito, intenso, divino. Lo hacíamos
en cada rincón de cada casa, de cada lugar que pudiéramos visitar. Tocaba
partes de mi cuerpo que ni siquiera yo podría tocar de esa forma, me lamia
en puntos claves que me hicieron pensar que, o era mujer, o me conocía
mejor que yo. En serio, nadie es mejor que John en lo que hace John.
Sus negocios, su vida persona, el sexo, el amor. John lo ha dominado
todo de tal forma que parece que nadie puede imitarlo, que nadie podrá
reemplazarlo, y es algo que me ha tocado aprender por las malas.
—Buenos días, princesa me decía siempre al despertar. No podía
simplemente evitar sentirme como una tonta enamorada. ¿Cómo
amaneces?
Yo me tapaba el rostro, insegura, hecha un desastre porque nadie se
despierta tan bien arreglada como en las películas. Mi mal aliento, mi
semblante desagradable. Pero le sonreía, le sonreía porque me hacía sentir
bien, de alguna u otra forma, conmigo misma. Luego de eso, siempre, me
daba un beso en la mejilla.
—¿Tienes hambre? me preguntaba.
A lo que yo le respondía con una sonrisa aun más grande y asintiendo
con la cabeza. Sabía lo que eso significaba. Acto seguido, John se levantaba
de la cama (siempre desnudo) desplazándose por la casa como un fantasma,
sin siquiera escucharse. Yo me quedaba viendo como se alejaba de la
habitación, cómo sus nalgas se movían, cada detalle de su no muy
exagerada pero fornida espalda. Cada vez que lo veía desnudo sentía como
mi cuerpo se escurría por él, se había vuelto mi debilidad.
Cuando regresaba, a los pocos minutos, regresaba con una bandeja con
el desayuno servido. Todo perfectamente hecho, todo encantador. Mientras
se ausentaba, yo me levantaba rápidamente para arreglarme, cepillarme el
cabello, los dientes, lavarme la cara, retocarme un poco el labial para que
pareciera el color natural de mis labios y luego acostarme como si no
hubiera hecho nada de eso.
—Me encanta cómo te ves cuando te despiertas me decía una que
otra vez cuando llegaba con el desayuno.
Él se sentaba a mi lado, me entregaba la comida y yo comenzaba a
desayunar como la princesa que era. John comía conmigo, mientras veía la
televisión que se levantaba del suelo de la habitación. Aquel lugar era lujo
puro, ostentoso, el reflejo de un hombre que había invertido su dinero
apropiadamente en un lugar hermoso. Me encantaba vivir con él, era
perfecto.
Sí, debo reconocer que yo era un poco superficial, pero es que la
comodidad se puede comprar y él era prácticamente dueño de ella. Me
gustaba lo que él me ofrecía, las cosas que podía obtener estando a su lado:
si atención, su afecto, el espacio que compartíamos juntos. Estar con John
era estar en una mina de diamantes en los que sólo yo tenía prioridad. Era
encantador, era lo mejor que me pudo haber pasado jamás.
Luego de eso, pasábamos a la mejor parte de la mañana, el sexo. John se
levantaba erecto, y no se le bajaba hasta que no me lo hacía. Por un tiempo
comencé a creer que se tomaba alguna pastilla para que sucediera eso,
porque no había forma de explicar lo preparado que estaba que no fuera con
trampa o alguna habilidad sobrenatural.
Comenzaba a tocarme, a jugar con mi cuerpo, mi cabello. Me besaba
como si no hubiera mañana y me hacía sentir suya, centímetro por
centímetro, poro por poro. John lo sabía todo acerca de mi, conocía cada
parte erógena, cada punto clave para hacerme acabar sin siquiera
penetrarme. No puedo odiarlo cuando me acuerdo de las veces que me hizo
sentir tan bien.
Sus manos, sus labios, su pene. Todo lo que John tenía parecía estar
hecho para mi, encajaba a la perfección en cada orificio de mi cuerpo en el
que pudiese metérmelo y eso me encantaba. Los orgasmos eran
sencillamente perfectos, uno tras otro, sin detenerse. Él sí que sabía cómo
complacer a una mujer, me volví adicta, una adicción que comparto con los
drogadictos.
Algunas veces me penetraba como una bestia, otras, lo hacía con tanta
delicadeza que podía sentir cómo cada centímetro de su pene iba besando
cada centímetro de mi vagina. En verdad no van a creer que no he podido
sentirme igual con otro hombre. Todos simples, básicos, indiferentes a lo
que necesita mi cuerpo, pero John no. John me tocaba como yo lo quería, se
encargaba de hacerme sentir como una diosa, como la princesa que tanto
decía que era. Mi cuerpo, mi mente y mi alma eran suyos, yo se los había
entregado en una bandeja de plata y no quería devolución.
Y luego del sexo, estaban las caricias, palabras románticas, momentos
de silencio en el que me contemplaba como un regalo. Sí que me hacía
sentir bien, sí que me encantaba la forma en que me miraba, me tocaba, me
amaba. Se sentía tan real, tan perfecto, no cabía duda de que era mi deseo
tener todo eso por el resto de mi vida, disfrutar del cuerpo de aquel hombre,
de su forma de ser, de sus lujos, de su atractivo, de su amor.
Sí, estar con él era la gloria.
—Te amo, Alejandra. Eres increíble me decía luego de que me
eyaculaba adentro.
Lo repetía cuando se me montaba encima para acariciar mi cuerpo, cosa
que me excitaba aun más y me obligaban a montarme sobre él para otra
ronda.
—En verdad te amo eran sus palabras eres increíble.
—Yo te amo más le respondía como una tonta.
Y yo me lo creía. En aquel entonces, el sentimiento era muto, sí que nos
amábamos, sí que nos sentíamos bien el uno con el otro. Se puede decir que
aquella fue una gran etapa de mi vida, un momento que no cambiaría por
nada en este mundo, pero eso simplemente no es suficiente para eclipsar
todo lo que sucedió después.
Descubrí su secreto por un azar del destino. Estaba revisando sus cosas,
buscando algo que pudiera servirme para lo que fuera, para compárame
algo, para que me ayudara en mis negocios. Nada del otro mundo, sólo
mensajes, detalles, alguien que quisiera algo y que yo pudiera vendérselo. A
John no le gustaba que yo me metiese en su trabajo y él no se metía en el
mío, pero eso era algo que él había decidido. Yo no tenía problemas con que
supiera de mi vida así que ¿por qué habría él de tener problema alguno?
Sabía que él tenía una empresa, cómo se llamaba, qué hacía y cuanto
dinero le entraba, pero no era suficiente porque, si eso era todo ¿por qué
tanto misterio? Yo soy una mujer curiosa por naturaleza, así que no hay
nada en este mundo que pueda evitar que encuentre lo que quiero buscar.
Pero creo que, si me hubiese ahorrado esa necedad, nada de esto habría
pasado.
Busqué y busqué entre sus papeles, en sus gavetas importantes; primero
me encontré con un arma. Era algo normal, sí, no sabía que lo tenía, pero
tampoco era gran cosa, cualquier persona tendría un arma para su
seguridad, mi hermano era una de ellas. Así que seguí hurgando entre sus
pertenencias para ver qué me podría servir; la respuesta a mis preguntas
debería estar escondida en alguna parte, algo de sus negocios podría ayudar
en los míos; estaría dándole a dos pájaros de un solo tiro si lograba
conseguirlo todo.
Fue tan infructífero como había sido días antes de ese. Necesitaba
información, requería satisfacer mi necia necesidad de conocerlo todo
acerca de John, no guardar secretos. E insistí, continué buscando, día tras
día, en los momentos qué sabría que podría conseguir algo comprometedor,
pero no fue así. John era cuidadoso, ahora entiendo por qué, pero no fue
suficiente para mi.
Es que, John salía de vez en cuando durante las noches, a veces
desaparecía todo el día, cuando llamaba a la oficina no estaba y en los
momentos en los que más lo necesitaba siempre estaba ocupado. Para mi no
era normal, era una cosa extraña tras otra. Sus secretos, sus misterios, su
trabajo, el dinero que entraba, los guarda espalda que tenía. Todo lo que
giraba en torno a él era irregular y yo quería averiguarlo.
Así que recurrí a lo que menos me esperaba. Gracias a los medios, pude
averiguar que un móvil podía ser rastreado si así lo deseaba, se necesitaba
poco, de hecho, así que, un día, de esos tantos que desaparecía con una
excusa como «tengo que ver a unos inversionistas», puse mi móvil en el
bolsillo de su abrigo y cogí el suyo. Mi plan era decirle, luego de unas
horas, que habíamos confundido móvil, afortunadamente teníamos el
mismo modelo, de diferente color, pero el mismo al fin.
—Cuídate mucho, mi vida le dije, mientras me despedía de él con un
beso y una mano floja llámame cuando llegues para saber que estás bien.
—Vale, princesa, yo te llamo.
En ese corto tiempo, hice el cambio. Había sido un éxito, ahora sólo
faltaba seguirlo. En lo que se fue, accedí a mi computador e ingresé mis
datos para encontrar mi equipo. Era más sencillo de lo que parecía, y en
menos de unos segundos ya veía cual era la posición de John en el mapa.
Recuerdo haber dado un grito de euforia por haber completado la primera
etapa de mi plan. En ese entonces, no esperaba absolutamente nada del otro
mundo; tal vez una amante, un casino clandestino, una aburrida cena con
inversionistas. Mi imaginación no era tan amplia en ese momento, nada
pudo haberme preparado para lo que vi.
Luego de un rato para darle ventaja, cogí mi portátil, mi abrigo, mi
bolsa y mis llaves para ir a la búsqueda de la vida secreta de John Corvus.
—Por favor, siga derecho por esta calle le dije al taxista en lo que
abordé el coche yo le digo cuando cruzar.
—Vale. dijo el chofer.
Diligentemente siguió mis indicaciones al pie de la letra, con lo que, en
menos de media hora, ya estaba en el lugar en donde se había detenido
John. Era una tranquila zona industrial, con varias fabricas y almacenes que
podrían servir para cualquier cosa. No estaba segura de qué esperar ahí, de
inmediato descarté una amante y la cena elegante con los inversionistas.
Sólo me quedaba un casino clandestino o algún trafico de coches (porque le
encantan los coches) así que, cualquier cosa era posible.
Lentamente me fui acercando hasta el lugar en donde la señal se había
detenido, justo en ese momento, recibí una llamada. Era él. El corazón
comenzó a latirme con fuerza, como si quisiera salirse por mi boca. Me
llamó directo a su numero ¿ya se habrá dado cuenta? ¿Sabrá que lo estoy
siguiendo? Fueron las preguntas que me hice, asustada, caminando de
puntillas, a unos metros de su posición actual.
—¿Aló? pregunté, como si estuviera confundida.
—Amor, soy yo. Dejé mi móvil en la casa y me traje el tuyo sin darme
cuenta.
—Oh dije, aliviada, al escuchar su tono de voz tan natural; no se
había dado cuenta ya decía yo. Estaba dándome una ducha le dije
no me había dado cuenta.
John soltó una carcajada que pude escuchar al otro lado de la llamada.
—Sí, qué loco ¿no? Bueno, te llamo para decirte eso y que ya llegué, ya
estoy con los inversionistas, yo te llamo cuando salga de aquí ¿vale? me
dijo.
—Está bien, mi vida, yo te llamo cualquier cosa entonces.
—Te amo.
—Y yo a ti colgué.
Por poco me descubría ¿qué habría pasado si la llamada sonara cuando
me hubiera acercado más? No lo sé, pero estoy segura que nada habría sido
peor de lo que sucedió después.
6
Me las arreglé para acercarme lo más que podía a la posición actual de
John, luchando contra mi instinto de supervivencia, el cual me decía que
dejara todo eso ahí, que no necesitaba averiguarle la vida a mi pareja, que
debía confiar en él… pero mi curiosidad resultó ser mayor que mi deseo por
mantener aquella relación, así que continué con mi búsqueda. Encontré un
lugar en donde asomarme luego de montarme en algunas cajas (no
importaba lo que me tomara, iba a conseguir lo que quería) y pude ver todo
lo que estaba sucediendo.
John estaba allí, acompañado por varios hombres, supuse que eran sus
guardaespaldas porque reconocí a unos cuantos que lo acompañaban de vez
en cuando a la casa. Los demás me eran extraño; ellos y los que estaban de
frente. Eran otros hombres, con la misma pinta de agentes de seguridad
personal, acompañando a una persona que estaba en medio de todos ellos,
al igual que John.
—¿Qué estará haciendo? pregunté, sin poder escuchar lo que
decían Se ve interesante.
Estaba pensando que seguro estaba comprando mercancía para la
empresa, cosas que simplemente necesitaba hacer bajo el radar legal; era
normal, yo me encargaba a veces de hacer ese tipo de cosas: ventas,
compras, nada del otro mundo. Por un segundo, y sólo por un corto
segundo, me había tranquilizado.
De repente, John y el hombre de en medio de los otros guardaespaldas,
comenzaron a gritar. Mi novio parecía furioso, estaba discutiendo,
reclamándole algo. Lo que me había parecido raro era que no habían hecho
nada, movido ninguna caja, visto ninguna mercancía; sólo estaban
intercambiando gritos.
Lo primero que me vino a la mente fue preguntarme qué estaba
sucediendo ¿por qué mi novio se veía angustiado tenso y molesto? Sin
previo aviso, sus guardaespaldas se apartaron un poco de él, como si
estuvieran huyendo de su implacable furia, lo raro fue que todos lo hicieron
al mismo tiempo. Sus cinco hombres retrocedieron como si lo hubieran
planeado, mientras que él continuaba gritando
En ese momento, John le dio la espalda al hombre a quien le gritaba.
Vaciló por menos de un segundo y levantó la mano. Y, en un instante, vi
como sus hombres, ahora esbirros, ejecutaban a siete personas a sangre fría.
John estaba parado allí, sin moverse, observándolo todo sin siquiera
reaccionar; fue ahí cuando entendí lo que hacía.
Como pude, salí corriendo de aquel lugar antes de que me vieran ¿qué
podían hacerme? Eso no era algo que yo quería averiguar. Me mantuve en
cautela, corriendo hacía donde me había dejado el taxi, esperando que aun
estuviera allí a pesar de no haberle dicho que se quedara esperándome. Lo
necesitaba para huir, ¿quién me iba a sacar de ahí? No había forma de que
pudiera librarme de aquello que había visto, de lo que podrían hacerme si se
enteraban que los había descubierto.
John era todo para mi, se había vuelto el amor de mi vida y yo confiaba
en él; de haberlo dejado allí, de no haber insistido en saber lo que hacía con
su vida, con esa parte que hacía bien en ocultarme, tal vez nada de esto
habría pasado. Mientras corría, en un arranque de miedo, llamé a la policía.
No estaba segura de cómo reaccionar, pero sólo lo hice.
—9-1-1, ¿cuál es su emergencia?
—Acabo de ver a mi novio matar a siete personas dije sin siquiera
pensarlo.
—¿Está usted bien? me preguntó el operador.
—Sí, no, no sé divagué estoy corriendo, no sé a donde ir.
—Señorita, puede decirme en donde se encuentra.
—No lo sé, estoy en una zona industrial, estaba siguiendo a mi novio en
un taxi, no sé cómo llegué aquí respondí asustada sin dejar de correr.
A pesar de saber que había rastreado mi móvil hasta allí, de que tenía
escrito el nombre de ese lugar en el GPS, mi respuesta fue esa, no lo sé.
Estaba legítimamente asustada, confundida, decepcionada y molesta.
Luego de eso, para ahorrarles todo lo que sucedió, me dediqué a dar mi
versión de los hechos, lo poco que sabía de John, lo que había sucedido. Me
mantuvieron en protección al testigo mientras encontraban una forma de
atrapar a mi ahora ex novio, a quien habían interrogado para saber al
respecto, y es aquí cuando sucede lo que es realmente interesante.
Un día, recibí una llamada a la casa segura en la que ahora me estaba
quedando. Duré varios meses suponiendo que todo iba bien, que pronto
atraparían a John y podría verlo tras las rejas, preguntarle por qué había
hecho lo que hizo para luego estar a salvo definitivamente. En su momento,
me convencieron que él era una persona mala, que no podía simplemente ir
a mi casa y confrontarlo porque podría hacerme algo horrible o incluso
matarme.
Yo quería decirle que lo sentía (porque para ese entonces ya lo había
delatado), quería preguntarle directamente por qué había hecho eso, a qué
se dedicaba, sí no era la primera vez que lo hacía, pero no me dejaron.
Insistieron en que debían protegerme y así me quedé.
—Hola era la voz de un hombre, calmada, eminente, un poco
tenebrosa mi vida.
En ese momento, supe de quién se trataba. Era John. Me asusté, sentí
que todo mi mundo se había derrumbado. Me pregunté en cuestión de
segundos cómo me había encontrado, cómo descubrió el numero del lugar
en donde me estaba quedando ahora.
—John afirme, porque no cabía duda, era su voz.
—Veo que aun te acuerdas de mi me dijo, con un tono de voz frío.
Creí que con tu nueva vida ya no te preocupabas en recordar mi nombre.
—John, yo, yo no quise ver nada. Yo sólo quería saber qué hacías, yo no
supe qué hacer y pues no supe qué hacer John, sólo hice lo primero que me
vino a la mente traté de explicarme, divagando, tartamudeando cada tres
palabras. Estaba aterrada.
—Ale, Ale dijo, tratando de llamar mi atención, buscando a
calmarme como a un perro tranquila, mi vida, sólo te llamo para saber de
ti.
—John, yo, no quise desaparecer. Ellos me obligaron, yo quería
buscarte.
—Lo sé, querida, lo sé. Yo lo sé todo.
No sé si fue su afirmación, o la forma que lo dijo lo que me asustó más.
Nada parecía tener sentido.
—Ya sé todo lo que les has dicho, a quien se lo has dicho y cuánto sabes
continuó creí que me amabas, Ale, creí que lo que teníamos era real.
—Amor, sí, lo que tenemos es real dije, en un momento de
desesperación.
—Ya no sé si deba creerte, Ale, no sé ni siquiera si puedo contar con
que no intentarás delatarme de nuevo.
—John, te prometo que no le diré nada a nadie, en verdad le
supliqué.
Algo me decía que se traía algo entre manos. No lo conocía tanto como
creía, no a ese hombre frío y tenebroso que estaba llamando.
—No quiero volverte a ver, Alejandra, no quiero saber más nada de ti.
Busca otra cosa que hacer con tu vida, no me importa lo que hagas de ahora
en adelante.
—John… traté de responder.
—No te hago pagar por lo que hiciste porque aun siento algo por ti, así
que considéralo un regalo de mi parte. Hasta nunca, Alejandra.
Yo hice lo que pude para resolverlo, no lo conseguí y él me dejó atrás.
Después, comencé a sentirme insegura porque supuestamente había estado
en el programa de protección al testigo y él me había encontrado. No había
forma de escapar de él, sólo me quedaba su palabra de que no quería saber
más nada de mi, pero creo que eso no era suficiente, porque a pesar de saber
que era peligroso, yo si quería que supiera de mi.
Durante años me mantuve alejada de John, recordándolo como el
hombre bueno que me quería, que decía que sentía algo por mi, sintiéndome
traicionada, según él ya no me amaba, pero ¿por qué? ¿Por haber querido
saber la verdad? ¿Por haber sentido temor por estar a su lado? Era una
mujer sensible, estaba aterrorizada por lo sucedido, ¿qué esperaba él que
hiciera? ¿Qué me callara? No.
Cuatro años pasaron, cuatro largos años. Ya no había motivos para
mantenerme oculta, nunca más me contactó, así que sentí que era momento
para volver. Quería regresar a mi casa, ver a mi familia. Sabía que John no
me haría nada porque un hombre como él no tendría motivos para hacerlo,
yo sólo actué por instinto, él debía entenderlo. Quería que lo entendiera.
Fui una tonta.
Al principio, no sólo había regresado porque quería ver a mi familia;
aun lo quería, aun sentía que podría enmendar las cosas, convencerlo de que
me perdonase, hacerle ver que podíamos intentarlo de nuevo, que yo no
había dejado de pensar en él durante todo ese tiempo en el que me dejó en
el exilio. John era todo para mi, y quería recuperar todo eso que teníamos.
Así que volví, regresé al mundo al que pertenecí una vez, buscando al
hombre que una vez me amó y que esperaba que aun lo hiciera. Me propuse
volverlo a ver, encontrarlo, seguirlo y pedirle que me perdonase. Me
mantuve a la espera en frente de su empresa durante días, buscando un
momento para verlo, tratando de entender cuál era su rutina, si no la había
cambiado, si no era el mismo hombre de antes.
Y fue ahí cuando la vi. Estaba con otra mujer, la miraba como alguna
vez me miró a mi, lo sé, no cabía duda. No sabía cuál era su problema,
siempre andaba con él. ¿Quién era? ¿Qué quería él con ella? Una mujer
negra, con un cutis perfecto, y claramente más joven que él. ¿Por qué les
seguía a todas partes? Todos los días los veía llegar en el mismo coche y en
las noches partir juntos. Por un momento pensé que podrían ser sólo
compañeros de trabajo, que seguro eran amigos, que no había nada entre
ellos.
Eso me consoló solo por unos meses en lo que no vi más que simples
miradas entre ellos, nada más; fuera lo que fuere lo que tenían, no era nada
serio. Todo ese tiempo estuve acechándolos, buscando una respuesta. No
podía acercarme mucho, no podía simplemente confrontarlo, no antes de
saber lo que estaba sucediendo, no antes de descubrir qué se traía esa negra
entre manos. Seguro quería su dinero, las mujeres siempre quieren el dinero
de los hombres buenos. ¡Ja! Estúpida, no conoce a mi John, él no es ningún
hombre bueno. Sólo yo sé quien es él.
Y los seguí, los seguí a todos lados durante días, semanas, meses. Los
veía siempre hablar con completa confianza, darse besos en la mejilla cada
vez que se encontraban como si fuera enteramente necesario hacerlo a cada
rato, (me parecía repugnante). Contraté a un hacker para que me
consiguiera información apropiada de los dos, de todo lo que tenía, de toda
la información que pudiera encontrar. En algún lugar de sus archivos
debería estar lo que ella hacía, quién era, qué demonios tenía qué ver con
mi John. Pero nunca apareció. El dinero que le había dejado, junto con él y
la información que le pedí, se desvanecieron. No me quedó de otra más que
hacerlo todo con mis propias manos.
Cuando lo creí necesario, comencé a seguirla solo a ella a todos lados, e
incluso hasta su casa; veía cómo dormía, cómo se peinaba su horrible
cabello, cómo comía, cómo se vestía, qué cosas hacía durante las horas en
las que no se entrometía en la vida de John.
Nadia, se llama, lo leí en su correspondencia. Todavía no sé qué quería
hacer con mi John, ni mucho menos lo que la relacionaba con él. Era una
cualquiera, una simple pobretona que no tenía nada para ofrecer. Su
semblante, sus maneras, la forma en que se veía, todo, desde su cabello
hasta sus pies, me molestaba. Una chica simple sin mucho dinero, con poco
carisma, desagradable y fea… en resumen, no existía algo por lo cuál
preocuparme; o eso pensé hasta que los vi aquella noche en el restaurante.
Era normal que siempre fueran a comer juntos, me parecía molesto,
pero por lo que veía era algo que hacían todo el tiempo, aunque, esta vez,
en medio de lo que supuestamente parecía ser un día cualquiera, hicieron
algo que no habían hecho veces anteriores. John cogió la mano de aquella
mujer entre las suyas, se veían a los ojos, hablaban lentamente. Cualquiera
diría que estaban saliendo, que eran una pareja y fue ahí cuando lo entendí.
Él estaba enamorado de ella.
El sentimiento que me acogió en el preciso instante en que los vi
tocarse, mirarse y hablarse con dulzura, fue tan intenso como el amor que
tengo por él. Justo ahí, sentí como todo mi mundo se derrumbaba.
¡Vaya! Yo sintiéndome mal por ese hombre y él dándole lo que por
derecho era mío a una cualquiera. Estuve todo ese tiempo sintiéndome mal
por hacer lo que le hice a mi relación con John cuando en verdad yo no era
la culpable. Por muchos años me sentí fatal por haberlo arruinado, pero en
verdad, yo era la victima en este asunto. John Corvus estaba confundido, lo
sé, él estaba perdido en los ojos de aquella mujer porque no me había visto
en mucho tiempo. Así que, en ese momento, en medio de aquella repulsiva
escena, el alejarla de él pasó a ser mi prioridad numero uno. En lo que la vi,
supe lo que debía hacer.
No me tomó más de unas semanas encontrar a las personas adecuadas
que pudieran actuar para lo que quería. ¿Qué, exactamente? Necesitaba
deshacerme de esa cualquiera y poder proclamar mi lugar al lado de John
tal cual lo he estado queriendo hacer durante todo este tiempo. No estoy
segura si lo hago por amor, por celos o por locura, lo que sé es que no me
importa, y que lo haré de todos modos.
Al principio, sólo quería matarle, seguro a él le habría de gustar, él
también es un asesino, eso nos acercaría más eso nos haría más
compatibles. Yo estaba segura que ella presentaba un problema y, tal cual
me dijo John una vez «los problemas deben ser erradicados». Así que actué
de inmediato. Nadia necesitaba ser apartada de la escena, no ser más parte
de esta historia en la que sólo John y yo podíamos formar parte. Aunque,
sin embargo, me invadía la necesidad de hacerla pagar por haberme
arrebatado, por lo menos en parte, a mi John.
Así que mi plan paso a ser un poco más complejo de lo que esperaba.
—Estamos hablando de un secuestro, señora, no es cualquier cosa.
me dijo el tío al otro lado de la llamada.
—No me importa, ¿te estoy pagando? ¿O no? vociferé.
—Sí, pero, estamos hablando de secuestrar a alguien
—Deja la estupidez, no te estoy pidiendo que la tortures, sólo que la
traigas a mi.
—Yo…
—¡Hazlo!, ¡joder!, ¡es una orden!
Nadia estaba a punto de sufrir todo lo que me había hecho sufrir durante
todos esos meses que los seguí. La incertidumbre, la duda, el poder hacer
algo para mejorar las cosas, pero no poder porque el destino es una perra y
no existe la justicia divina. Necesitaba confrontar a esa zorra de frente y
decirle todo lo que tenía en mente, explicarle cuál era su lugar en la
ecuación, qué papel interpretaba y por qué yo iba a matarla. No podía
esperar más por ello.
Durante días planeé lo que debíamos hacer, compré todo lo necesario,
busqué a los hombres adecuados para el trabajo, compré un local lo
suficientemente apartado del centro de la ciudad, lejos de la compañía de
John, para mantenerla encerrada mientras la quebraba en miles de pedazos
y me iba deshaciendo de cada fragmento. Primero, la íbamos a seguir hasta
su casa, en donde la encontraríamos indefensa, la dejaríamos inconsciente,
la meteríamos en el maletero del coche que compré exclusivamente para
esto y la llevaríamos hasta donde la tendríamos encerrada. Ya ahí, la trataría
como la puta que era y le haría pagar por todo; por haberme quitado a mi
John.
Por desgracia, Nadia comenzó a quedarse en casa de John luego de
aquella molesta cena, lo que me hizo perder más la paciencia y la cordura.
Eso sólo quería decir que, ahora, oficialmente estaban juntos. Mi odio por
ella creció de manera exagerada, no podía verla sin querer enterrarle algo en
la cabeza para que dejara de respirar. Poco a poco, la presencia de Nadia me
alejaba más de mi John y eso significaba un problema para mi.
Necesitaba llevármela cuanto antes, poner en marcha mi plan. Quería
que todo fuera perfecto, que, al final de todo eso, John se encontrase con su
cadáver inerte y supiera que lo había hecho por él, que lo amo, que nunca lo
olvidé y que haría lo que fuera para estar a su lado, incluso entrar en el
mismo mundo en el que estaba él, así significara que tuviera que matar a
esa zorra, cosa que no me importaba, porque realmente quería hacerlo.
Así que esperé, llena de odio y ansiosa. Esperé a que Nadia estuviera
sola, a que se encontrara en un lugar en el que pudiéramos entrar, dejarla
inconsciente y sacarla sin levantar sospechas. Hasta que el día llegó.
El día especial, lo llamé.
Nadia se había quedado hasta tarde en la empresa, así que sería la
ultima en salir, lo que significaba que tendríamos una apertura, una pequeña
ventana por la que podríamos sacarla cuanto antes. Estaba segura que esa
noche se encontraría con John y, aparte del hecho de que me la estaría
llevando, también arruinaría su velada, cosa que me hizo sentir aun mejor.
Cuando por fin pudimos llegar hasta ella todo salió de maravilla.
Nadia estaba en la oficina de John, recogiendo unos papeles inútiles,
dándole la espalda a la puerta. En ese momento, di la orden a mis esbirros
para que se acercaran a ella en silencio y le golpearan en la cabeza para
dejarla inconsciente. El golpe debía ser duro, devastador, implacable; si en
el proceso le dejaban con algún retraso, sería aun mejor.
Todo pasó en cuestión de segundos. Yo, en la puerta, vigilando que
nadie se acercara, di la orden y mis hombres hicieron lo suyo. La golpearon,
la cargaron, le taparan la cabeza y nos fuimos como si nada hubiera pasado.
Fue tan sencillo que me pareció ridículo haber planeado tanto por tanto
tiempo; de haber sabido que sería tan fácil, no me habría preocupado tanto
en los detalles y lo habría hecho conforme a la marcha. Pero no importaba,
una mujer preparada vale por dos.
La llevamos hasta el estacionamiento y la metimos en el maletero del
coche que había comprado. Todo iba acorde al plan, nada parecía ser un
problema, no para mi. Cuando llegamos al local, me sentí completamente
realizada. Ella ya había recuperado la conciencia, luego de unos golpecitos
en la cara para darle una ayudadita, comenzó a balbucear palabras.
—Hola, querida, por fin nos encontramos le dije, sentada frente a
ella supongo que tú eres Nadia.
Nadia comenzó a buscar a su alrededor, tratando de averiguar en donde
estaba; pobre ilusa, no iba a poder salir de ahí jamás.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi? Me preguntó completamente
asustada, con el terror pintado en los ojos y una mirada confusa y tonta.
—Soy Alejandra, y vine a reclamar lo que es mío.
—¿Alejandra? preguntó, como si no me conociera ¿Qué quieres
de mi?
—Todo. Tú, maldita zorra le dije, perdiendo los estribos me vas a
devolver lo que es mío.
—¿De qué hablas?
Su ignorancia me estaba llenando de ira. No podía soportar lo que me
decía, que actuara como una incrédula cuando claramente sabía lo que
estaba haciendo, lo que sus estúpidas acciones me estaban ocasionando. Por
lo que me levanté de mi silla, la lancé a un lado con toda la furia que tenía
acumulada y, con el puño cerrado, le di un golpe en su maldita carita de
porcelana. No me había sentido tan bien en años.
Cuarta parte
Nadia Velázquez
7
Luego de obtener mi diploma en leyes tras graduarme de la facultad de
derecho, sentí que tenía el mundo por delante. Era una chica joven, no
habría tenido más de veinte años cuando pensé que podría conseguir el
trabajo que quería en una firma súper reconocida e importante del país; no
me importaba cuál, lo que importaba es que fuese estupenda. Estaba segura
que las cosas serían sencillas, que nadie podría detenerme en cumplir mi
sueño de convertirme en la mejor abogada del país. Sí qué era adorable.
No, mejor que eso, era una chica ambiciosa, llena de expectativas,
segura de que tenía un lugar guardado en un mundo de éxito, el cual estaba
a punto de explorar; me hallaba convencida de que formaría parte de él
inmediatamente tocase a su puerta. Pero, el destino me dio una bofetada.
Comencé trabajando en una firma sencilla, no tan reconocida como aquella
en la que quería trabajar, pero sí lo suficiente como para darme la
experiencia que necesitaba. En ese entonces no estuve a gusto con ello,
pero, sí, está bien, no importaba, yo iba a superar eso y alcanzaría mis
metas.
Pero de nuevo, todo lo que pudo salir mal, salió mal. Por otro golpe del
destino, tuve que abandonar aquel trabajo, lo que me obligó a buscar de
nuevo en una firma casi igual. En ese entonces tenía unos veinticuatro años
y ya sentía que había desperdiciado gran parte de mi vida. Era un poco
menos reconocida (había bajado mis estándares) pero lo suficiente como
para cumplir mi cometido; lo importante era el conocimiento. Me consolé
pensando que no importaba si lo que sacaba de allí sería malo o bueno, al
final, si no medía en detalles, de alguna u otra forma aprendería a hacer
algo; si eran buenos, a ser buena; si eran malos, a no ser igual. Estaba
preparada para lo que viniera… sin embargo, las cosas supieron joderme de
nuevo.
Otra vez, repitiendo la misma historia del ultimo trabajo, tuve que
dejarlo por asuntos personales concernientes a una mano mal puesta de mi
jefe sobre mi nalga, debajo de mi falda. Una patada en los testículos y una
bofetada con el puño cerrado me costaron otra renuncia obligatoria porqué,
según ellos, no aceptarían pagar nada si me despedían.
Ya estaba cansada de ese tipo de trato; había invertido seis años de mi
vida trabajando en lo que quería y soportando las estupideces de mis
patrones para terminar de nuevo desempleada y desesperada por un empleo.
No me quedaba de otra.
De alguna forma, llegué a la conclusión que quería un cambio, algo
diferente que me hiciera dejar de pensar en esas cosas, que me diera un tipo
diferente de experiencia y, tal vez, un mejor pago. Busqué y busqué en
periódicos, anuncios, Internet; no escatime en ningún lugar; aceptaría
cualquier cosa sin importar qué… y, luego de días tratando de encontrar lo
que quería, di con algo en lo que nunca pensé que me especializaría:
asistente de un empresario.
En su momento, pensé que sería una locura ¡¿Yo?! ¿Una asistente? Me
había graduado de la facultad de derecho ¡con honores!, había invertido mi
tiempo en aprender de buenos abogados mientras permitía que patanes
imbéciles me acosaran sólo porque estaba segura que lo mío era ser
abogada. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? Nada. Me consolé pensando
que tal vez podría conseguir algo bueno de ello, que probablemente le
podría caer bien al jefe y me haría una de sus abogados ¿quién sabe?
Cualquier cosa era posible. Y, con una sonrisa en el rostro y la frente en
alto, me fui a mi primera entrevista de trabajo como asistente.
¡Sí qué fue una sorpresa!
Luego de una entrevista agradable con un hombre espectacular, apuesto,
inteligente, amable y encantador, obtuve el empleo que había ido a solicitar.
La asistente personal de John Corvus, un empresario importante de la
industria ¿exactamente cual? Creo que de todas. No estaba segura de cuál
sería mi papel cómo su asistente porque nunca había trabajado como la
ayudante de nadie, pero estaba decidida a dar lo mejor de mi.
—Felicidades, señorita Nadia, ahora es mi asistente recuerdo que me
dijo, levantándose de su silla por segunda vez ese día y extendiéndome de
nuevo la mano para estrechar la mía como si estuviéramos cerrando el trato.
Cerramos el trato.
—Gracias por la oportunidad, señor Corvus, no lo voy a defraudar.
—Jajá se río John a causa de mi formalidad No me digas señor,
llámame John.
Yo seguía estrechándole la mano sin querer soltársela porque me
encantó sentir su apretón. Para ser honesta, me hizo sentir segura, tranquila,
feliz. Todo en John me pareció estupendo. Su sonrisa, sus hermosos ojos
azules, su cabello peinado de lado, su barbilla afeitada… todo en él (porque
si me dedico a describirlo comenzaré a divagar) era perfecto.
—Gracias por contratarme, John, no te defraudaré dije de nuevo,
cambiando algunas cosas.
—Confió en que no lo harás aseveró, sin dejar de sonreír.
Se podría decir que desde ese momento supe que John sería una gran
etapa de mi vida, que me ayudaría a hacer muchas cosas, a aprender de
todo, a gozar mi trabajo de una forma que nunca habría imaginado, y no me
equivoqué.
Trabajar con John ha sido una de las mejores cosas que me han pasado
en la vida, estar a su lado sólo puede ser comparado con estar con alguien
que realmente te aprecia, te valora y te quiere. Él era ese tipo de jefes que
todos desean tener en vez de los ogros que ya tienen. Tuve la fortuna de
encontrarme con alguien que, no sólo era estupendo patrón, sino que era un
hombre maravilloso en todos los sentidos de la palabra.
Cuando cruzaba el umbral de cualquier puerta para entrar a cualquier
lugar, se sentía su eminencia. Su forma de ser tan elegante, elocuente,
orgullosa y llena de confianza, eran esas cosas que hacían de un hombre
irresistible y John sí que era eso: una persona irresistible.
No tardé en darme cuenta que disfrutaba estar día y noche con él,
atendiendo a sus asuntos como si fueran míos, sin preguntar, sin hacer otra
cosa que no fuese hacerlo feliz. Estaba convencida de que todo lo que había
hecho hasta ahora era completamente necesario para llegar hasta él y no me
importaba lo que eso significara siempre y cuando pudiera quedarme a su
lado.
Sí; sí que estaba loca por John. Poco a poco me fui percatando de que
mi admiración por su trabajo, su éxito, forma de ser, atractivo, carisma,
belleza, inteligencia… (de nuevo, una larga lista que prefiero no completar)
habían cruzado la línea de lo estrictamente profesional y pasado a ser algo
más que simple admiración.
John me trataba como una dama, como una igual. Me pidió
innumerables veces que dejara de ser su asistente para que fuera su
abogada, que despediría, y cito: a todos esos idiotas que creen saber algo
del mundo de las leyes, para dejarme sólo a mi y pagarme más que a ellos.
Pero lo rechazaba porque eso significaba que no podría verlo tanto como
quería. De todos modos, terminó aumentándome el sueldo y al final terminé
ganando más que todos sus abogados juntos. Él sí que sabía hacerme reír.
Poco a poco nuestra relación fue evolucionando, haciéndose cada vez
más compleja, difícil de explicar con un simple resumen de mi vida.
¿Exactamente cómo pasó a ser? Bueno, John y yo no éramos precisamente
ajenos a lo que el otro sentía, es decir, nos veíamos todos los días para
compartir nuestro tiempo de tal forma que no hacíamos más nada que estar
juntos, llegamos a un punto en el que sabíamos lo que el otro estaba
pensando.
Hubo veces en la que John me contó que tenía cosas que hacer, pero
siempre lo sorprendía dejando reuniones de lado para acompañarme hasta
tarde a que cerrara la oficina (como su asistente, siempre tenía que
quedarme de noche) para luego llevarme hasta mi casa o a cenar (lo de
llevarme a cenar no fue sino hasta después que tuvimos más de seis meses
trabajando).
Nos veíamos de manera graciosa, traviesa; yo me vestía con mis
mejores prendas para que él pudiera verme. A veces, ni siquiera iba con
sujetador o ropa interior cuando usaba un pantalón muy ajustado o alguna
falda con la esperanza que él lo notase. Durante ese tiempo me di cuenta
que estaba realmente desatada, que no pensaba en nada más que en él y, ¡es
que es así!, en serio, no pensaba en más nada que no fuese John Corvus.
Cuando llegaba del trabajo sólo pensaba en él: me acostaba
recordándolo, me tocaba imaginándomelo y me dormía para soñarlo. Quería
estar todo el tiempo trabajando a su lado porque sentía que ese era mi lugar,
que no importaba para qué era buena siempre y cuando fuera buena para él.
Lo mejor de sentirme así con él es que estaba segura de que él se sentía
igual conmigo, de que no había nada entre los dos que no pudiera hacernos
sentir mejor.
Sí que era especial, sí que me hacía sentir como una diosa sin siquiera
tocarme, sin decirme nada sexual, sin ser romántico, sin darme presentes;
solamente con ser él. No conocía mucho al hombre, no a su momento, pero
estaba segura que me mostraba la mejor parte de sí mismo, lo que me hizo
creer que lo hacía sólo porque estaba conmigo. Me consolaba pensando eso.
Y las cosas sucedieron a su manera de tal forma que no había nada que
pudiera detener el progreso de nuestra relación. Cuando menos me lo
esperaba, estábamos intercambiando cumplidos, besos cerca de sus labios
cuando nos saludábamos o despedíamos (Era un placer culpable mío el
hacer eso. Además, lo hacía a propósito, quería que él me robase un beso,
pero nunca lo hizo). Poco a poco pasamos de agarrarnos la mano mientras
comíamos a compartir algo más que simples palabras y gestos amistosos.
En poco tiempo descubrí que John no era sólo un hombre cariñoso y
amable, sino que era un dios en la cama. La forma en que me tocaba, en que
me hacía llegar a cada punto elevado de placer sin ningún esfuerzo, me
hicieron entender que no quería que ningún otro hombre me tocase, porque
estaba segura que no había más nadie en esta vida que supiera llevarme
hasta el lugar a donde él me llevaba. Sí, lo sé, seguro debe haber alguno,
pero no quería conocerlo.
Pero basta de hablar de lo espectacular que es. Creo que es momento de
pasar a la parte que realmente importa.
Trabajar para John significaba tener que aceptar todo lo que me decía
sin preguntar, era una de las cosas que me había pedido hacer al momento
de contratarme.
—Lo que importa, es que van a haber ciertas cosas que no puedes saber
me interpeló, con un semblante serio y seguro.
A pesar de que me pareció repentino su cambio de humor, no pude
evitar sentir que debía atender a sus palabras con respeto.
—Tal vez lleguen momentos en que quieras hacer una pregunta acerca
de algo y yo no voy a querer responderte. Es bueno que sepas desde ahora
que no es porque no confié en ti, es porque hay cosas que simplemente no
necesitas conocer.
¿Cuál crees que fue mi reacción? Pues, la de cualquier persona que no
es una molestia para los demás. Estaba emocionada por haber conseguido
aquel trabajo, no iba a hacer nada que le desagradara al jefe y que pudiera
hacerme ganar un despido.
—Entendido. No voy a hacer preguntas.
—No se aplica a todo, pero es bueno que lo digas afirmó.
—No importa, seguro tiene cosas que no quieres que sepan, no lo culpo.
Confíe en que no escuchará ninguna queja de mi parte.
—Perfecto entonces dijo, cambiando su semblante arrugado y serio
por el del hombre perfecto, atractivo y feliz de minutos atrás. Pero, no te
preocupes, no te voy a pedir que hagas nada extraño. Lo que te pido es que
no trates de llegar al fondo de nada. ¿Entiendes?
—Sí, yo entendí. No hacer muchas preguntas, no quejarme, no meter
mis narices en donde no se me llame y ser una buena asistente dije, llena
de euforia.
Estaba realmente alegre por conseguir un trabajo con un hombre que
prometía ser un gran jefe, no me importaba ningún estúpido termino que me
pidiera. Estamos hablando de una gran empresa con un empleador
espectacular ¿por qué habría siquiera de querer saberlo todo de él? Mientras
me tratara como una parte importante de su trabajo, me respetara, me
pagase bien y no me pidiera hacer nada que fuera en contra de mi moral,
entonces todo estaba bien.
¿Cuál es mi moral? Puede que pregunte cualquiera, pues no tengo
muchos limites. Soy una mente libre que no se siente interesada en ciertos
asuntos. No me preocupo, no juzgo y trato de vivir mi vida al ritmo que
mejor se ajuste a lo emocionante. John me ofreció todo eso y más, así que
no me quejé cuando las cosas se volvieron extrañas.
Sí, yo acepté la cláusula de nuestro contrato informal de que no haría
ninguna pregunta o trataría de averiguar cosas que no me incumbiesen, pero
resulta que no lo hice porque quería, que no fue porque lo estaba buscando
o porque la curiosidad me dominó; fue un accidente, lo juro.
De entre las cosas que me tocaba hacer, se encontraba el atender sus
llamadas, recibir sus mensajes, pautar sus citas, agendar todo lo que tuviera
que ver con su vida, tanto profesional como personal, y muchas otras cosas
más, el encargarme de sus negocios estaba en una de ellas. De vez en
cuando era yo quien cerraba los tratos, quien asistía a las reuniones cuando
John estaba indispuesto, estudiaba el avance de sus acciones, de sus ventas,
compras, ingresos, egresos, haberes y deberes. Tenía mucho trabajo qué
hacer, hasta el punto en que incluso llegué a ser considerada la jefa del
lugar.
Me gustaba, a John le gustaba que lo hiciera, así que todos estábamos
felices. Pero, en medio de toda esa felicidad, hubo una ocasión en que
sencillamente las cosas sucedieron.
—Nadia, querida me llamó John un día cualquiera esta semana no
voy a poder estar, tengo que hacer un viaje.
Me levanté de mi escritorio para detenerme en medio de su oficina para
escucharlo. Recuerdo que cuando me dijo eso me sentí tan devastada;
significaba que iba a estar una semana sin él, algo que no quería soportar.
No pude evitar dejar pasar mi cara de depresión, mi gesto de fastidio ni
decepción.
—¿Tiene que ser por tanto tiempo?
En ese punto de nuestra relación, ya no había limites en las cosas que
nos decíamos, en la forma en que nos dirigíamos al otro. No salíamos como
pareja, desafortunadamente no, pero si cualquiera nos veía, sí que
parecíamos una.
—Sí, es algo que no puedo dejar de hacer. Así que te tocará quedarte a
cargo por ese tiempo.
Dejé caer mis hombros, no porque no quisiera hacerlo, sino porque no
quería hacerlo sin él.
—¿Estás seguro? ¿Necesitas hacerlo en verdad? ¿En serio necesitas ir tú
solo? ¿Seguro que no vas a necesitar la ayuda de tu espectacular asistente?
dije, pasando de insistente a, necia para terminar en bromista y coqueta.
John respondió con una de sus características sonrisas que me volvían
loca y una carcajada que, por cierto, también me volvía loca; era su forma
de hacerlo, el sonido de su gruesa voz… John es un deleite.
—Sí me gustaría llevarte, pero necesito dejar la empresa en manos de
alguien que sepa lo que se debe hacer.
—Pero puedes dejar a Daniel, él sabe hacer las cosas.
—Sí, lo sé, pero no las hace tan bien cómo tú.
No pude evitar sentirme alagada. Lo evidencié con una sonrisa.
—Así que no me queda otra opción que dejarte por ese tiempo
encargada de todo.
Apreté mis labios en un evidente descontento, sacudí mis hombros con
fuerza hacía abajo cruzando mis brazos sobre mi vientre y tomando la
actitud de una niña malcriada, respondí con diligencia.
—Lo que usted diga, jefecito.
John sólo se rio de mi.
—Oh, vamos, no es para tanto dijo entre risas puedes pasar una
semana sin mi.
—Eso es lo que tú dices le dije, exagerando mi disgusto y dándole la
espalda para regresar a mi escritorio.
John continuó burlándose de mi mientras me iba; yo esperaba
convencerlo de que no fuera, pero, por lo que parecía, era algo sumamente
importante. Así que sucedió. A los días, él tuvo que marcharse y yo me
quedé a cargo de los negocios importantes.
En el aeropuerto, antes de que abordara, John me repasó todo lo que
debía hacer.
—Recuerda que debes ver al señor Romero el martes. Necesitas
entregarle esto me entregó un sobre con algo adentro no lo abras, es
sólo para él. ¿Entendido?
—Entendido, jefe dije como una militar ¿algo más?
—Sí, olvidé decirte, no puedes ir sin Arturo ni Diego. Ellos deben
acompañarte en todo momento.
—Muy bien, Arturo y Diego dije, repasando como si se tratara de
una lista de quehaceres anotado.
—Cuando le entregues esto, necesito que actúes lo más neutral posible
dijo tu sabes, como te enseñé. Impávida, segura…
—E intrigante terminé su idea, ya lo sabía.
—Exacto afirmó, con una de sus sonrisas en el rostro.
—No hables con él, no intercambien palabras. Se lo entregas, esperas
que abra y te vas. Así de sencillo. Cualquier cosa, Arturo y Diego saben qué
hacer. Pregúntales si tienes alguna duda.
Fue ahí cuando las cosas comenzaron a parecerme extrañas. Sí sabía
que se trataba de un enemigo comercial con quien estuvimos teniendo
ciertas disputas por un tiempo, lo que me parecía raro era que le debía
entregar algo tan sencillo como un sobre, al principio no me importó, le
había prometido que no iba a preguntar ni meter mis narices en donde no
me incumbiese, pero, aquella cosa que me motivó a hacerlo fue tan
repentina que en cuanto lo hice ya era demasiado tarde.
No fue sino hasta el día de la reunión con el señor Romero que todo
sucedió. Mientras iba en el coche, una intimidante y elegante SUV negra,
sentí la extrema necesidad de abrir el sobre. Es que, o sea, no estaba sellado
¿qué esperaban que hiciera?
—Veamos dije para mis adentros ¿Qué puede ser esto?
En ese momento pensé que podría ser un cheque, un estado de cuenta,
un contrato o algo así. La verdad que no me esperaba ver lo que había
adentro. Eran varias fotos, impresas en papel fotográfico por una impresora
a láser, tamaño A4, grosor estándar, tomadas profesionalmente… la detalle
a fondo.
En ella se veían a dos niños jugando (algo realmente extraño), cada uno
en días diferentes (lo supe porque en varias fotos tenían varios cambios de
ropa y eran en lugares distintos), a una chica entre los doce y los quince
años besando a un chico en una esquina creyendo que nadie los estaba
viendo, pero resultaba que incluso fotos le tomaron y una en la que se
apreciaba al señor Romero, mientras dormía con su esposa, como si la
hubieran tomado desde arriba, dentro de su casa, habiendo invadido su
propiedad.
Para ser honesta, al principio no entendí lo que eso quería decir. Me
pareció súper raro, pero se ajustaba a eso de «no debes hacer preguntas» y
«no meter mis narices en lo que no me incumbe» así que me quedé con la
duda.
Cuando llegamos a nuestro destino, Arturo y Diego se bajaron del
coche, me abrieron la puerta tan amable y elegantemente que me hacía
parecer como la jefa (tuve que aguantar las ganas de sonreírles y
demostrarle lo genial que me sentí en ese momento porque John me dijo
que me viera inexpresivamente seria) y allí estaba esperándome el señor
Romero.
Atrás de él estaban dos hombres vestidos de traje con un saco negro que
les cubría el cuerpo, parados en frente de una SUV como de un gris carbón
y a unos metros adelante, el señor Romero. Todo eso se veía como una
escena de película, dos personas haciendo un intercambio. Comencé a atar
cabos.
—Supongo que el señor Corvus no tenía tiempo para mi.
No le dije nada, tal cual John me dijo que hiciera. Arturo y Diego
estaban parados atrás de mi, casi como si estuvieran tocándome la nuca.
Los hombres de Romero introdujeron sus manos en debajo de sus sacos y se
aproximaron un poco. Otro cabo para unir. Yo le extendí el sobre.
—¿Qué es esto? preguntó
De nuevo no le respondí. Tal cual como me dijo John, esperé a que
abriera el sobre. En lo que lo hizo, me di la vuelta (Arturo y Diego me
abrieron paso) y me fui con Diego hasta el coche, esperé a que me abriera y
lo abordé. Lo que fue realmente curioso, fue lo que escuché antes de
subirme.
Romero, había levantado un poco la voz.
—Pero qué… dijo con sorpresa ¿Qué significa trató de gritar,
pero pude escuchar cómo Arturo le pidió que bajara la voz. Asumo que lo
que dijo después fue: esto?
Cuando abordé el coche, vi como Arturo se acercaba a su oreja y le
decía algo. Fue la sorpresa en el tono de voz de aquel hombre lo que me
hizo entenderlo todo. Era algo genuino, su forma de expresar su asombro
era el de alguien que acababa de descubrir que estaba indefenso (lo deduje
por la naturaleza de las fotos) y que no sabía qué podría significar eso.
Cuando Arturo se devolvió, pude ver por unos segundos, antes de que
se montase en el coche y nos pusiéramos en marcha, que Romero se veía
devastado. En su rostro se notaba la mirada de un hombre derrotado, sin
esperanzas, asustado. ¿Qué habrá sido todo eso? me pregunté. Creo que, de
no haber visto las imágenes, no habría entendido nada de eso y como una
buena empleada, no habría hecho preguntas, no le habría dado importancia
y habría seguido con mi vida, pero, no fue así, no hice nada de eso.
Al día siguiente, fue cuando todo, en sí, cobró sentido. La empresa de
Romero se retiró del mercado. Él era accionista en la empresa de John y
aparte de los problemas comerciales, el ser enemigo y todo lo demás, el ser
parte de esta compañía le ofrecía ciertas facilidades en el mundo comercial,
pero, luego de ese día, simplemente se retiró, nos entregó las acciones sin
decir nada y no lo volvimos a ver.
Lo habían extorsionado.
Entendí que aquellas fotos eran una amenaza, y que ese tipo de
amenazas sólo las hacía una persona que era capaz de cumplirlas. Una foto
de su familia, de él, incluso, estando en su momento de mayor
vulnerabilidad, sólo podía significar una cosa.
Pero, yo no hice ninguna pregunta, yo no indagué más de lo obvio.
Fuera lo que fuere, eso era un asunto que no me concernía y mi trabajo era
no saber al respecto. ¿Por qué no le di importancia? Porqué, si hasta ese
momento todo había estado yendo de maravilla ¿por qué habría de
arruinarlo al acusarlo de cosas que evidentemente no comprendía y que,
hasta el momento, él mantuvo como un secreto por algún motivo? Sí que lo
justifiqué con que él era un hombre bueno, amable, un buen jefe, pero esa
fue mi decisión y soy una mujer adulta, tengo el derecho de hacer lo que me
de la gana. Además, aparte de lo evidente, no había más que hacer, así que,
¿qué podría perder?
Luego de ello, viendo las cosas desde otra perspectiva, entendí la
naturaleza de ciertas peticiones suyas y, como estuve haciendo todo ese
tiempo antes de enterarme, no le di importancia. Fue así cómo descubrí el
secreto de John: no era precisamente un buen hombre. Pero ¿Quién es
bueno realmente?
8
Yo seguí con mi vida, de la misma forma en que lo había estado
haciendo durante todo ese tiempo. ¿Qué John tenía una vida secreta en la
que no hacía precisamente cosas buenas? Puede ser, yo no estaba lista ni era
la apropiada para juzgarlo. Durante un tiempo me mantuve en la
expectativa de que todo eso fuera un simple mal entendido, en ese mismo
lapso, entendí que no era así.
Las cosas cobraban sentido, las preguntas que nunca me hice se
formulaban solas en mi cabeza para así hacerme pensar lo peor, lo mejor,
todo lo que pudiera pensar porque estaba intrigada. Quería saberlo, pero a la
vez no tenía la intención de hacerlo en verdad. En ese conflicto duré
aproximadamente unos meses. Tardé en darme cuenta que si quería que
todo se mantuviese como había estado hasta ahora, debía dejarlo pasar; no
lo iba a entender y no era mi obligación saberlo.
Eso fue lo mejor que pude hacer. Las cosas fueron sucediendo del
mismo modo, con el mismo ritmo interesante, divertido de vivir y de
recordar. John se comportaba como si nada hubiera sucedido, porqué, nada
había sucedido en verdad, no para lo que el sabía.
—Nadia dijo John, de repente, interrumpiendo unos de mis análisis
mentales durante el poco tiempo libre que disfrutaba ¿Nadia? repitió,
viendo que no le respondía.
Reaccioné a los segundos de escucharle. Cada vez que lo hacía, pensaba
que era porque había descubierto que sabía cosas de su vida y me
confrontaría.
—¿Qué? Sí ¿qué pasó? pregunté, fingiendo que estaba alerta.
—¿Sucede algo? inquirió Estás como perdida.
—¿Yo? ¿Perdida? los nervios me atacaron ¿Nerviosa? ¡Ja! No,
nada que ver. Para nada.
John me miró con simplicidad, confundido, perdido, tal vez un poco
preocupado por mi salud mental. Se acercó y me puso la mano en el
hombro.
—¿Segura?
Sentí cómo me derretía por dentro, cómo su palma hacía que todo mi
cuerpo se estremeciera en un solo compás de desesperación, tranquilidad,
un caos en el que las cosas buenas y malas atacaban al mismo tiempo ¿por
qué? ¿qué sé yo? John hacía eso en mi, a veces ni siquiera entendía por qué
demonios me idiotizaba tanto. El problema fue que eso no contribuyó a mi
estado actual en ese momento.
—Es que comencé a vacilar yo bajé mi mirada, vi su mano,
luego lo vi a él, de nuevo a su mano ¿qué podía decirle? sí, está todo
bien. Sólo vacilé de nuevo estoy un poco cansada.
Claro, la que nunca fallaba. No era mentira, claro está; mi trabajo era un
poco agotador, así que, en parte, tenía más de veraz que de excusa, lo que
sucede es que funcionaba como ambas.
—¿Por qué no te tomas un descanso? No sé, ir a casa, dormir un poco
dijo John, tan amable como siempre.
—¿Irme a casa? ¿A hacer qué? No es tan divertido como estar aquí
bromee, entre palabras y una sonrisa además, me necesitas, no puedes
hacer nada de esto sin mi.
John miró a mi computador, fluctuó entre los dos y su semblante
cambió, como si tuviera vértigo, como si no quisiera lanzarse por aquel
risco que representaba hacer mi trabajo.
—Tienes razón afirmó no puedo hacerlo sin ti.
—Pues, con más razón no debería irme. Mi trabajo es estar aquí,
contigo.
Era un poco evidente; no importaba, ya estábamos acostumbrados a ser
así.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? preguntó, resignado ¿no quieres
descansar?
—Podría recostarme un rato allí dije, señalando al cómodo sofá
dentro de su oficina.
—¿Dormirás en el trabajo? dijo, fingiendo sorpresa.
—¿Crees que el jefe se moleste? bromeé del mismo modo.
—No lo sé. Tal vez diga que no, pero, ¿qué puede hacer? ¿despedirte?
—¿Despedirme? Si ni siquiera puede levantar el teléfono sin que esté
cerca.
—Es que es una molestia, ¿para qué demonios voy a andar hablando
con las personas? ¿por qué simplemente no se encargan de sus propios
asuntos? No tengo que resolverlo todo.
—John, eres el jefe, necesitas resolverlo todo de un momento a otro,
cambiamos de tema sin darnos cuenta.
—Pues para eso te tengo a ti. Tu eres buena levantando el teléfono…
—Y atendiendo a tus empleados continué.
—Y resolviendo problemas… agregó.
—Y durmiendo en tu sofá dije ¿me vas a dejar o no me vas a
dejar dormir en el maldito sofá? Tengo sueño, John, necesito dormir
exclamé.
—Vale dijo, soltando una carcajada como si se hubiera visto a
alguien adorable hacer algo adorable.
Yo era adorable.
Pude salirme de las preguntas como una campeona. Era todo lo que
necesitaba, dormir. Esa era mi idea de resolver un problema, mientras
dormía, simplemente no pensaba en ello y las cosas se resolvían solas.
Durante noches tardé en quedarme dormida porque no podía entender qué
estaría queriendo John hacer con todo eso que le envió al señor Romero.
¿Qué otra cosa habría hecho en el pasado? ¿Se habrá ido esa semana
realmente por negocios? Era difícil mantener el secreto de que no conocía
su secreto, más aún tomando en cuenta el por qué lo hacía.
Y me dormí, me dormí como nunca lo había hecho, como no había
dormido en semanas. Con él sentado a mi lado (porque me acompañó en el
sofá, sentándose en alguna de las esquinas que le dejé) sentí que estaba todo
resuelto. No quería confesarle lo que suponía, ni mucho menos preguntarle
qué significaba porque John no se había ganado ese tipo de desconfianza.
¿Era un hombre malo? ¿Era un criminal? ¿Había hecho cosas execrables?
No era asunto mío. Debía darle el beneficio de la duda porque el no hacerlo,
significaba no estar más con él.
Luego de interiorizar que no era mi problema, que no quería arruinarlo
todo y que el mejor curso de acción era disfrutar al John que conocía, las
cosas fueron mejorando. Antes de darme cuenta, ya había dejado de lado
aquel momento extraño de mi vida, seguía haciéndole los recados que me
pedía sin pensar mucho al respecto hasta un punto que volvió a dejar de
importarme. Seguro era alguna cosa mala, pero no era conmigo ni con
personas que conocía, tuve que cerrar los ojos ante la desgracia ajena ¿qué
más daba?
Lo que sucedió después, creo que fue auspiciado por el karma; ¿debí
haberlo confrontado? Me pregunté en determinado momento de mi vida,
pero ¿qué habría resultado de ello? Si no lo hubiera hecho, John no habría
seguido siendo el hombre amable y cariñoso que era conmigo, lo que no me
hubiese permitido compartir con él su tiempo, su atención, su cama y su
afecto. Creo que me convencí porque era mayor la ganancia a la perdida.
Soy una mujer de moral cuestionable, no me preocupan muchas cosas y
a veces eso me preocupa de más ¿realmente me importarán las cosas? ¿Seré
mala? John hizo sentirme diferente de tantas maneras que comencé a creer
que había inoculado algo en mi que me hacía pensar de esa forma.
Definitivamente no era mala (tal vez), no le había hecho daño a nadie (tal
vez), ni mucho menos había tomado parte en algo que no tuviera arreglo…
tal vez.
Era esa misma intensidad de mi paranoia lo que me hacía pensar que las
cosas hubieran sido ¿cómo le digo? ¿diferentes? Porque creo que
definitivamente, mejor no habrían sido.
9
Los días pasaron como todos los días pasaban, ajenos a mis
pensamientos y mi vida. Ya estaba conformándome con todo y disfrutaba
cada momento de mi vida junto a John como si fuera el ultimo.
Luego de aquella cena que tuvimos determinada noche en la que nuestra
relación pasó al siguiente nivel, todas mis preocupaciones sencillamente
desaparecieron. Es gracioso porque lo único que necesitaba para dejar de
pensar en eso era mantener mi mente distraída en el placer, en una forma de
felicidad que estaba segura que sería incapaz de compartir con otra persona.
Pasamos a compartir nuestro tiempo juntos de tal forma que dormía y
amanecía en el mismo lugar, el lugar en el que quería estar; a su lado.
Empecé a quedarme en su casa y eso me ayudó a ver a un hombre diferente,
mucho mejor, para ser honesta.
—Buenos días, señorita Nadia me decía cada vez que me despertaba.
Yo intentaba no moverme demasiado para que no me viera despeinada,
normalmente me despertaba con el cabello en la cara como si estuviera en
una película de terror; era vergonzoso, lo bueno es que como lo tenía de
frente, mi mal aliento no lo atravesaba. Así que sólo procedía a apartarlo y
le daba una sonrisa con los labios cerrados.
—¿Tienes hambre? me preguntaba.
—Pues claro que sí le decía, ignorando mis inhibiciones ¿me vas
a hacer algo? le preguntaba.
—Pues, acabas de arruinar el momento. Podías simplemente decir que
sí, asintiendo con la cabeza.
—¿Qué quieres que te diga? Así soy yo. Tómame o déjame.
John me miraba (porque si nuestra conversación no terminaba así, las
variaciones eran mínimas), sonriéndome con su sonrisa perfecta (lo que me
hizo pensar que seguro se levantaba de primero para cepillarse) y un brillo
en su rostro como si nunca durmiese, o se agotara… vaya dicha de las
personas apuestas.
—¿Qué quieres que haga primero? me decía con cierto tono travieso
y sensual ¿te tomo o te doy de comer?
—¿Ya tu comiste? le preguntaba.
—No.
—Pues el plato ya está servido le decía, mientras me apartaba las
sabanas y descubría mi ya desnudo cuerpo.
Y así iban nuestras mañanas. ¡Claro que me iba a mantener distraída!
¿de qué otra forma estaría si me la pasaba con la mente en el espacio y John
entre mis piernas?, no había nada de qué preocuparme. ¿Ser romántico?
¿llevarme la comida a la cama? ¿tratarme como si necesitara de su atención
absoluta? Pues no soy una princesa, ni mucho menos una conformista. Estar
con John era el regalo con el que me despertaba todas las mañanas y era con
el único que quería despertarme. Así hubiera sido en mi casa, en la suya,
debajo de un puente o dentro de una caja, mientras John estuviera conmigo,
cada lugar sería un palacio, un monumento a lo que sentía por él, a lo que él
sentía por mi.
Él era encantador, amable, cariñoso, atento, delicado y una bestia en la
cama. Hablar de él sin decir las cosas que podía hacer es como hablar de la
Gioconda y no mencionar que es una pintura de da Vinci, sería obviar la
parte más importante. Sí, sí, no es ser superficial, es ser objetiva. Poco es lo
que yo le daba importancia a ser su amante en comparación con lo bien que
se sentía ser su novia, así que, para ser honesta, el sexo con él era sólo un
plus de toda una relación casi perfecta.
Pero es que… la forma en que me tocaba, la manera en que me hacía
llegar una y otra vez como si se tratara de un juego de niños para él. El
tenerlo encima, atrás, debajo y en cada posición físicamente posible, era un
deleite para el alma, para el paladar y para mi otro par de labios. John era
cariñoso cuando se lo proponía, salvaje cuando le pedía entre gemidos que
me hiciera sentir dominada y complaciente.
—¿Te gusta? me preguntaba cuando alejaba su lengua de mi clítoris.
—Claro que me gusta le respondía obstinada
John sólo se reía. Claro que me gustaba ¿a caso no me veía
retorciéndome en la cama? Arrugaba las sabanas, lanzaba las almohadas,
gritaba como loca y siempre lo terminaba con una tensión absurda en donde
el aire, el agua, el sonido, la luz… todo me faltaba. John no necesitaba de
mucho para hacerme sentir bien y que me lo preguntara me estresaba ¿a
caso no lo veía? Creo que sí, sólo es un idiota.
Y sin preámbulos, introducía uno de sus dedos en mi ya completamente
húmeda vagina. Sin avisarme, sin decirme siquiera que ya estaba a punto de
pasar al siguiente nivel, sólo lo hacía y yo me enteraba con un golpe súbito
de placer que no sabía procesar. Pero me encantaba, ¡joder! ¡sí que me
encantaba!
John sólo se reía, sonreía mientras me penetraba con uno, dos, tres
dedos y los movía en mi interior para hacer aun más satisfactorio el
momento. El placer me corría por los poros, hacía vibrar mis cuerdas
vocales, me sacudía el aire, el cerebro, el cuerpo completo. Y continuaba
moviéndolos al mismo tiempo en que dibujaba círculos alrededor de mi
sensible clítoris, o me lamía o apretaba mi cresta iliaca, esa parte que
parecen orejas en la pelvis; es un lugar sensible, y que lo supiera me
molestaba, oh sí… me gustaba, pero me molestaba porque me
escandalizaba cuando lo hacía.
Y ahí se quedaba por un rato. A veces, sólo se concentraba en jugar con
mis pechos, en hacer que su lengua recorriera cada parte sensible que
pudiera tener y que yo no conociera; en besarme, en acariciarme, apretarme
las piernas, las nalgas, los senos. John se encargaba en hacerme sentir
amada, como si fuera arcilla y el un alfarero. Me moldeaba a su gusto,
haciendo de mi una escultura de barro detallada en lo más mínimo.
Con el índice y el pulgar, apretaba delicadamente mis pezones como si
tratara de destornillarme con delicadeza la teta. Era algo extraño de ver,
pero se sentía tan bien que no me quejaba. No me apretaba, no del todo…
es difícil de explicar porque de alguna forma sentía la presión que ejercía,
pero al mismo tiempo era una caricia, y al mismo tiempo lo jalaba y… era
muy bueno. Sí, era increíble la forma en que me tocaba. Acompañaba eso
con un beso, con una mirada fija, penetrante, con la que sólo podía
imaginarme qué estaba pensando porque no decía nada.
Otras veces, sólo deslizaba sus dedos por mis labios (los de mi boca),
delineándolos con suavidad. Normalmente lo hacía cuando estaba acostada
sobre él, descansando luego de una salvaje embestida; no cuenta como
sexo, pero era tan sexual como todas las cosas que me hacía. Tenía ese don
de hacerme sentir bien con cosas tan fútiles como ellas que era increíble.
Podía ser eso, enredar sus dedos en mi cabello, seguir una línea desde mi
trasero hasta mi nuca pasando por toda mi columna, apretarme las nalgas,
besarme en la frente… John sabía cómo tocarme.
Y su cuerpo, su cuerpo era la parte más interesante de el sexo con él.
Hasta ahora sólo había dicho lo que hacía conmigo, pero eso no quiere decir
que descuidáramos a ese hombre. Siempre iba desnudo por la casa con el
pene erecto, cosa que me llevaba a arrodillarme en frente suyo para darle la
debida atención; era un deber cívico, introducirme aquel pene en la boca
cada vez que lo veía. Sí no era así, era entre mis piernas, entre mis glúteos,
tal vez entre mis manos o por lo menos rozarle mi pezón. Yo vivía atada a
John de una forma tan intensa que no podía simplemente levantarme sin mi
dosis diaria de semen.
En la cama, siendo una bestia, ondeaba sus caderas con tanta precisión
que parecía que utilizaba su pene como pincel dentro de mi vagina;
moviéndolo con extremo cuidado. Lo sacaba y lo metía, jugaba con mis
labios usando sólo su glande y luego lo volvía a meter empujándolo con
fuerzas y sacándome el aire. Sentía como si con él me empujara el
diafragma hacía arriba obligándome a escupir los pulmones. John hacía eso,
eso y más.
Eran pocas las veces en las que yo tenía el control, tampoco es como
que quisiera hacerlo; él lo hacía tan bien que las cosas sencillamente se
daban, así que ¿para qué me iba a molestar? Aunque, cuando me tocaba
hacerlo, era esas veces en las que sólo estaba encima; fuera sentado en el
mueble, en la cama, en la escalera o en una simple silla. Me ocupaba en
conseguir que su pene me diera el mejor desempeño, intentando superar lo
bien que conseguía buenos resultados por sí solo.
Tranquilamente compartía con él día y noche, horas tras horas de sexo
encantador y perfecto. ¿Qué más podía pedir? El trabajo idea, el jefe ideal,
la relación ideal y un postre maravilloso. No podía quejarme, no podía
hacer más que disfrutarlo al máximo. Eso hice hasta que simplemente no
pude. Lo que no me gusta de esta parte es que ayuda a contribuir en que
todo lo bueno tiene un final para pasar a una mala experiencia, es algo así
como la justicia divina; no existe, no porque alguien haga algo malo quiere
decir que por consiguiente será castigada. Nos engañan suponiendo que el
bien le gana al mal cuando difícilmente es así; el malo sigue siendo malo y
el bueno termina perdiendo la batalla.
Guardaba la misma relación con lo de un momento feliz no duradero.
No porque estuviera en perfecto estado quería decir que debía sufrir, no, no
es así, pero las circunstancias hablaron por sí solas. Este llegó como un
golpe en la nuca y un aterrizaje forzoso contra el suelo. Lo ultimo que
recuerdo antes de que todo se oscureciera, fue el dolor que eso me causó.
Cuando desperté en otro lugar, sintiendo que todo eso había sucedido en
cuestión de segundos y no había espacio entre el golpe y estar atada a una
silla, las cosas se hicieron aun más confusas de lo que eran. Lo que me
llamó la atención no fue la habitación casi oscura, el no poder moverme o la
pelirroja loca que estaba sentada en frente de mi, fue que, por alguna razón,
no estaba tan asustada como cualquiera esperaría estarlo.
—Hola mi vida, por fin nos conocemos dijo con un tono de voz
molesto. Inmediatamente la escuché hablar ya la estaba odiando.
Le pregunté, de la forma más natural, quién era y por qué estaba ahí. La
loca respondió como si tuviera el control de la situación, lo que me hizo
suponer que ella era la culpable de que estuviese sentada en esa silla.
Alejandra, me dijo que se llamaba.
—Me estás comenzando a irritar, maldita zorra dijo con todo el odio
de su alma.
Y lo supe porque se levantó histérica, empujando la silla en la que
estaba sentada y se acercó a mi con un golpe de puño cerrado. Tuve que
aguantar las ganas de reírme en ese momento, no es porque fuera mujer ni
nada, pero pegaba como una niña.
Luego de recibir el golpe, sacudir mi cabeza y volver a la posición en la
que estaba para ver su cara de satisfacción mofándose de mi como si
hubiera logrado algo increíble, continué con mi interrogatorio.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué estoy atada?
Yo sólo quería respuestas.
—¿Por qué estoy atada? repitió, mofándose de mi pregunta Pues
porque eres una zorra, estás aquí porque andas metiéndote en lo que no te
importa.
De a momento, creí que era una de esas cosas extrañas que hacía John,
tal vez él o alguien más se había enterado de ello y me estaban haciendo
pagar.
—¿De qué hablas?
—¿De qué hablas? se mofó de nuevo; parecía una niña. Era
exasperante que andas entrometiéndote entre John y yo. Por tu culpa él
me dejó.
De inmediato, entendí que no tenía nada que ver con eso. «Mi John»
dos palabras claves. Algo podía significar. Eso me motivó a preguntarme
quién era ella y qué relación guardaba con John. Podía ser una amante,
podía ser una admiradora, o peor, podía ser su esposa. Así que, preferí
negarlo todo.
—¿Yo? No he hecho nada.
De nuevo, otro golpe en la cara.
—¡Cállate! vociferó no quiero que hables, yo soy quien va a
hacer las preguntas.
—¿Por qué? pregunté.
Y eso me hizo ganarme otro golpe en la mejilla que aun no había
tocado.
—¡Qué te calles, he dicho! vociferó con más furia.
Tal vez no pegaba como una persona que inspirara respeto, pero poco a
poco, los golpes comenzaban a sentirse.
—Yo soy quien hará las preguntas repitió, para luego acercar su
rostro al mío Yo soy quien te interrogará dijo en un tono de voz
macabro y tu vas a decirme todo lo que quiero saber.
Ya estaba escupiendo sangre, cabizbaja, sin poder entender la diferencia
entre una loca y ella.
Es de primordial importancia el mantener la clama en un momento de
secuestro, no hacer estupideces para garantizar la supervivencia; entiéndase:
no retar a tu secuestrador, no tratar de escapar, obedecer a todo lo que te
dicen, no hacer molestar a nadie. Pero, para ese momento, ya sentía que mi
vida estaba acabada así que… ¿para qué preocuparme?
No fue sino hasta que sus golpes comenzaron a ser más y más
contundentes que dejé de seguir incitándola. En el momento en que pasó de
su débil puño a un palo de madera, supuse que era momento de detenerme.
Vaya secuestrada terminé siendo.
—¿Quién eres y qué quieres con mi John? preguntó por enésima vez.
—No soy nadie dije sólo soy su asistente repetí.
Esta vez, el golpe fue en el vientre, cosa que me sacó el aire y tal vez lo
que me quedaba de alma.
—No soy nadie repitió, mofándose de mi ¡Claro que tienes que
ser alguien! Sino ¿por qué estas quedándote en su casa?
—Porque hay una invasión de chiripas en la mía mentí, aguantando
la risa. No sé, es que en momentos de extrema desesperación me daba por
bromear. Es difícil de controlar.
Con eso me gané otro golpe. Pero creo que no entendió mi chiste,
porque no lo sentí con odio, creo que fue más rutinario. Estaba segura que
estaba disfrutándolo, así que ya ni me molestaba suponer que lo hacía por
algo que yo había dicho.
—Puedo hacer esto todo el día afirmó, con cierto orgullo
desagradable así que, o me dices quien eres y qué demonios quieres con
mi John, o sigo golpeándote hasta que no puedas decirme más nada.
—¿Es importante? pregunté, ya sintiendo que no tenía las suficientes
fuerzas para continuar ¿es importante saber quién soy? No soy nadie.
—No dudo que lo seas dijo, como si estuviera burlándose de mi por
ello.
—¿Entonces por qué estoy aquí?
—¿Vas a seguir preguntando?
—No he hecho nada, no soy nadie y no sé por qué estoy aquí dije,
entre jadeos y escupitajos por lo menos podrías decirme eso.
Alejandra insistía en que las cosas se hicieran a su manera,
desgraciadamente, esa forma suya de hacer las cosas me hizo perder la
conciencia varias veces. Al cabo de un tiempo, no sabía qué hora era, en
qué día estaba o si ya estaba muerta, la verdad, las cosas se fueron haciendo
confusas mientras más sentía el peso del sueño, el dolor, el hambre y la sed.
Ella me estaba matando lentamente y parecía que le fascinaba.
—Veo que despertaste dijo a mis espaldas, cuando comencé a
levantar la cabeza.
Se escuchaba más calmada, como si no estuviese molesta; eso era malo.
—¿Dormiste bien? pregunto, como si viniera al caso.
Fue acercándose a mi hasta que por fin quedamos viéndonos una a la
otra.
—Siento que no estamos llegando a ningún lado dijo.
¿En serio? Me pregunté. Ya no tenía ganas de hablar. Tal vez era por el
cansancio.
—Así que probaré con otra cosa.
La intriga me estaba matando. Eso, y sus impulsos psicópatas.
—Mi nombre es Alejandra Mata, y soy la mujer de John.
Poco a poco, sentía como se deslizaba hasta la locura. No podía decir
que era falso ¿qué sabía yo de él? Seguro era verdad, podía ser eso que
hacía cada vez que tenía cosas importantes por hacer en el exterior, tal vez
ella estaba buscando a las amantes de su esposo y yo era una de ellas. Las
posibilidades eran infinitas y yo no estaba en posición de pensar demasiado
para llegar al fondo de todo ello, así que le ofrecí el beneficio de la duda a
mi secuestradora.
—No me mires así dijo supongo que no te lo esperabas ¿verdad?
sonaba como si estuviera feliz.
No estoy segura de qué había visto ella, para ese punto del secuestro ya
no sentía la cara. Sí me tomó por sorpresa, lo había supuesto, pero, sin
embargo, me hizo abrir la boca.
—John y yo éramos felices y lo habríamos seguido siendo si tu no
estuvieses entrometida.
—Pero…
—¡Cállate! vociferó, levantando la mano y acercándose a mi.
Cerré los ojos y aparté la cara esperando otro golpe que no llegó. Lo que
escuché fue una risa macabra y enferma.
—Pobrecita, estás asustada se burló pero tranquila dijo,
apartándose que te voy a explicar todo.
Alejandra me dio la espalda y se perdió en la oscuridad de aquel cuarto.
A pesar de no poder verla, pude seguir escuchándola.
—Supongo que estarás preguntándote por qué estás aquí.
Era evidente, se lo había preguntado antes, definitivamente me parecía
que estaba loca. Tal vez era su primera vez ¿quién sabe? El caso es que traté
de responder a eso, pero, ya me era difícil tomar las fuerzas necesarias para
burlarme de sus estupideces. Me dolía la cara, el pecho, el abdomen, parte
de mis brazos y la cabeza. Sí que había logrado controlarme.
—John y yo hemos compartido juntos una vida completa, cosa que tu
nunca podrás tener con él comenzó con su monologo, algo que no me
esperaba cuando empezó a hablar . Hace mucho tiempo que nos
amábamos, creo que incluso antes de que llegaras a este país dijo, con
cierto tono despectivo . Yo siempre fui su princesa y él me trataba como
tal. Me da de todo, me hace de todo. No importa en donde estuviéramos
John siempre sabía como complacerme.
Definitivamente estaba hablando del mismo John.
—Yo tuve que irme hace tiempo a hacer algo continuó y regresé
pensando que podría encontrarme de nuevo con mi gran amor, pero, y
emergió de entre la oscuridad de aquella maldita habitación llegaste tu y
te entrometiste entre nosotros.
Poco a poco su cuerpo se iba iluminando por la débil y única luz de
aquel lugar, y mientras su cuerpo aparecía, en su mano se pudo ver algo que
me costó identificar.
—Al principio creí que eras una simple cualquiera, que no tenías nada
que ver con él, pero luego de seguirlos por meses, supe qué te traías entre
manos.
¿De qué está hablando? Fue lo que pensé.
—Sé quién eres se fue aproximando a mi lentamente y sé por qué
estás con John vaciló quieres toda su atención, quieres tenerlo para ti
sola, pero se acercó a mi rostro, casi chocando su nariz con la mía
pero te informo que no podrás tener nada de él, porqué él es mío, porqué él
es sólo para mi. Tu sólo eres un escalón, un obstáculo insignificante en
nuestro amor.
Sentía cómo el vahó de su aliento se introducía en mi boca, por mi
nariz, humedeciendo la piel de mi rostro. No estaba segura, estaba
genuinamente asustada. Ya no sabía qué podría depararme, ya había
abandonado toda posible esperanza. Antes no pensé en ella, sólo supuse que
todo había acabado, pero esta vez, me tocaba aceptar el dolor y la
desesperación que estaba por venir.
—No necesito que me digas quien eres, yo sé quien eres, ni que me
digas lo que quieres con mi John, porque después de esto no va importar.
En ese momento, escuché cómo algo se encendía luego de un golpe de
corriente
—Y te romperé pedazo por pedazo hasta que entiendas que John no es
para ti.
La cosa que encendió comenzó a sonar hasta que supe de qué se trataba.
En lo que acercó su mano a mi cara cerré los ojos para no ver lo que tenía
en mente hacerme. Fue entonces cuando entendí lo que tenía en la mano.
Una afeitadora. No era el mejor método de tortura, pero comenzó a
cortarme el cabello.
—Y empezaré por este maldito cabello tuyo dijo e iré bajando
hasta la punta de tus pies, rompiendo todo lo que pueda romper, cortando
todo lo que pueda cortar y haciéndote sangrar hasta que no quede una gota
en ti.
Le creí.
Quinta parte
Ninguno
10
Unir los cabos sueltos no costó demasiado para un hombre que estaba
acostumbrado a ese tipo de cosas. John Corvus había regresado a su oficina
suponiendo que a Nadia se le había olvidado algo y necesitaba de su ayuda.
A simple vista las cosas parecían estar bajo control: una oficina vacía una
puerta abierta, las luces encendidas. No había nada que pudiera levantar
sospechas cuando se trataba de un lugar de trabajo cualquiera, pero, no para
él.
John recogió las hojas que estaban en el suelo, algo que nunca sucedía
en su lugar de trabajo. En su escritorio seguían las cosas exactamente como
las había dejado antes de irse para comprar el regalo que quería darle de
sorpresa a Nadia en el restaurante al que siempre iban.
No eran sólo las luces sin apagar, las hojas sin archivar, la computadora
encendida ni la oficina abierta. John estaba inseguro, estaba preocupado. No
era normal que eso sucediera porque su asistente, tan diligente como
siempre, dejaba las cosas tan ordenadas que no parecía que él trabajara ahí
todos los días; pero no fue eso lo único que le llamó la atención.
Sondeando el lugar, encontró las cosas de Nadia en su lugar, como si
simplemente las hubiera olvidado. Registró el lugar completo, entró en los
baños, buscó entre las demás oficinas… ella no se encontraba en ningún
lugar.
—Algo aquí no anda bien dijo, aceptando por fin que todo estaba
fuera de control.
De inmediato, sacó su móvil del bolsillo de su pantalón para hacer una
llamada. Alguien debía darle respuestas y sabía exactamente a quien
preguntarle.
—¿Dónde demonios están ustedes? preguntó John, sin decir nombre,
sin desvelar nada.
—Estamos en el coche señor, esperando a la señorita Nadia
respondió Arturo.
—¿Esperándola? ¿Por qué carajo no están con ella? preguntó John,
sacando sus propias conclusiones.
—La señorita Nadia nos dijo que esperáramos en el coche, y eso
hicimos.
—Nadia no está aquí, maldito imbécil vociferó John, dejando que su
ira imperara en sus acciones Nadia no está aquí.
Los hombres de John salieron tan rápido como pudieron del coche. El
tono de voz de su jefe no era buena señal, no por cómo hablaba, por lo que
dijo, ni por el hecho de que les dio a entender que estaba en la oficina, a
unos cuantos pisos sobre ellos. Algo iba mal y probablemente era culpa
suya.
—¿Por qué demonios la dejaron sola? preguntó John en lo que les
vio llegar a la oficina.
Ambos se veían agitados, como si hubieran corrido un maratón para
poder llegar.
—Nosotros…
—Ustedes un demonio. Nadia no está aquí, algo anda mal.
Diego miró alrededor, en silencio, tratando de entender lo que estaba
sucediendo.
—Todo se ve normal dijo, alentando a la ira de John.
—¿Todo se ve normal? ¿Crees que esta mierda se ve normal?
Señaló las cosas en el suelo, la computadora encendida, la bolsa de
Nadia y su móvil en el escritorio. Para cualquiera, eso era normal. Diego se
retrajo para no alimentar más la furia de su jefe.
—Ella estaba aquí hace unos minutos. Nos dijo que bajáramos, que
estuviéramos listos porque no le faltaba mucho.
John, cogió su móvil e ingresó sus datos en la aplicación de seguridad.
—Las cámaras están funcionando dijo, para luego levantar la mirada.
No dijo más nada, sólo los vio, en silencio, esperando a que ellos
pensaran en qué hacer luego de eso. No tenía paciencia suficiente, hasta
ahora, para él, algo incompleto era un mal augurio. No importaba si estaba
en el baño, comprando un café a las siete de la noche o escondida bajo un
escritorio para crear suspenso; hasta que no la tuviera en frente, sana y
salva, para él, todo lo malo que pudo o pudiera haberle pasado, era tan real
como su propia existencia.
Sus esbirros entendieron su indirecta, y corrieron hasta el elevador para
llegar a al departamento de seguridad. ¿Qué otra cosa podría haber pedido
el jefe? Se preguntaron cada uno por individual, más que ir a buscar lo que
había sucedido. Mientras tantos, John continuó buscando algo que pudiera
darle alguna señal, lo que fuera necesario para obtener las respuestas que
necesitaba. Nadia debía estar bien, de lo contrario, el mundo temblaría ante
su ira.
—¿Qué demonios pasó aquí? vociferó Diego.
—Maldita sea exclamó Arturo.
Ambos sacaron sus armas ante lo que habían presenciado, Arturo se
inclinó para tomar los signos vitales del guardia que estaba en el suelo. No
había sangre, pero estaba seguro que vida no tenía. Diego corrió hasta el
cuarto de cámaras, la cual se encontraba cerrada. Un cadáver en el suelo
podría ser una mala señal. Puso su huella en el lector y sondeo el lugar con
el arma en mano, luego de ver que todo estaba despejado, entró para revisar
la grabación.
—Maldita sea, ¿por qué? se dijo a si mismo mientras se acercaba a
los computadores.
No podía creer el extraño giro de eventos. Todo estaba saliendo de
maravilla, nada parecía demostrar que eso se avecinaba ¿qué había
sucedido? ¿qué le había pasado a la señorita Nadia? Arturo confirmó que el
guardia estaba muerto. No tenía tiempo de averiguar cómo murió así que se
levantó con apremio para seguir a su amigo.
—¡Joder! gritó Diego.
Arturo lo escuchó, apretó su arma y aceleró el paso para ir a socorrer a
su compañero. Al llegar y no ver nada, temió lo peor.
—¿Qué pasó? preguntó…
—Creo que Alejandra se llevó a Nadia.
—¿Qué demonios?
Los hombres de John no tuvieron de otra más que darle a su jefe la mala
noticia, cosa que dejó a John colérico. Las cámaras mostraban cómo tres
hombres y una pelirroja loca habían llevado a cabo un secuestro.
—¿Ven por qué demonios no podían dejarla sola? vociferó John,
saliendo furioso del cuarto de cámaras.
—Pero señor, nosotros… intentó defenderse Diego, pero Arturo lo
detuvo negando con la cabeza y colocando su mano en el hombro.
Sabía que no tenía caso, que John no mediría entre su furia y su
preocupación y que, si quería seguir con vida y con trabajo, mejor sería que
se quedase callado.
John estaba más que furioso, estaba preocupado. La seguridad de Nadia
se había visto comprometida, más aun; no sabía a qué se debía, por qué
Alejandra estaba involucrada luego de tantos años, y por qué había sido de
esa forma. Pero de algo sí estaba seguro, que no dejaría que ella se saliera
con las suyas.
—Necesito que pongas tu trasero a trabajar dijo John al teléfono.
—¿Qué pasó, jefe? preguntó.
—Necesito que entres en todas las cámaras que puedas. Quiero que
busques a alguien.
—¿Cómo así? ¿En cuales cámaras?
—¡En todas, coño! En las de transito, en las de los locales de en frente,
en las del edificio completo. Quiero que entres en todo lo que tenga una
puta cámara y que me digas qué ves.
—¿Ahora?
—No… mañana dijo con sarcasmo y obstinación ¡Claro que
ahora! Quiero que busques a Nadia, quiero que me digas en donde está y
qué pasó con ella.
El hombre, uno de los hackers de John, se sentó, luego de recibir la
reprimenda de su jefe, a buscar lo que le pedía. No sabía por donde
comenzar, ni mucho menos cuanto tiempo le tomaría encontrar lo que
quería. Necesitaba más información.
—¿Por dónde empiezo? preguntó ¿a qué hora?
—La ultima vez que la vimos estaba en la oficina, a las seis y media.
Empieza por ahí, síguela y me avisas.
—¿Qué hará? Preguntó, suponiendo que estaba a punto de hacer una
locura.
—Voy a buscar a Nadia así me cueste la vida.
11
Nadia ya había perdido toda esperanza. Al principio la vida le era
indiferente. No le importaba lo que Alejandra hiciera con ella ya que todo
eso era evidencia suficiente para determinar que esas serían sus ultimas
horas de vida. Atada al techo, con las manos levantadas, suspendida a unos
cuantos centímetros del suelo y con la cabeza baja.
Sentía el frío corriéndole por el cuero cabelludo a causa de la falta de
cabello, el labio roto, la sangre deslizándose por sus parpados hasta llegar a
su barbilla. Cada parte del cuerpo le dolía de tal forma que aceptó que no
había esperado que sus últimos días serían tan dolorosos.
De vez en cuando recobraba la conciencia después de un golpe
contundente o las pocas veces que Alejandra la dejaba sola por varios
segundos para pasar a la siguiente tortura. A causa de eso, terminó
perdiendo la noción del tiempo. Cada vez que se despertaba suponía que
habían pasado horas, tal vez días. Todo el dolor, la angustia y la
desesperación le hicieron creer que llevaba semanas encerrada hasta el
punto en que ya no le importaba lo que fueran a hacerle.
—Buenos días dijo Alejandra, alimentando su desorientación
¿cómo amaneces?
Nadia ya no podía hablar, le faltaba el aire, las energías, el interés.
Quería salir de ahí o morir de una vez. Estaba húmeda, sangrando,
adolorida y sedienta. Llegó a pensar que la peor tortura era que la estaba
manteniendo con vida. Sufrir hasta el punto de no morir, según ella, era lo
peor que podrían estar haciéndole.
—¿No me vas a decir nada? preguntó Alejandra creí que como
eras tan buena habladora ibas a decirme algo cogió el bate de béisbol
que se sostenía en una de las columnas de la habitación una mujer
conversadora, pensé yo.
Nadia no podía levantar la cabeza para verla, mucho menos para saber
qué estaba haciendo, sabía que se movía porque la estaba escuchando,
porque ni siquiera quería abrir los ojos. Alejandra caminaba a su alrededor,
golpeando el bate con su palma, preparada para continuar con lo que había
estado haciendo en las ultimas cuatro horas.
—Mírame cuando te hablo vociferó Alejandra
Alejandra quería sentir cómo sufría Nadia; su deseo era demostrarle que
nada estaba resuelto, que nadie la quería, que ella sólo servía para ocupar el
espacio que había dejado vacío cuando le tocó alejarse de John y que ese
sería su ultimo día con vida. Tanto tiempo siguiéndola, viéndola,
estudiándola, desarrolló en ella tal odio que no podía contenerlo sólo con
golpes. Quería que la admirara, que la reconociera como su superior, como
alguien que había logrado la realización personal y consiguió perdonarse y
perdonar a su amado.
Furiosa, balanceó el bate en el aire y lo hizo aterrizar en una de sus
costillas, fracturándola con un solo golpe. Nadia sintió el dolor punzante
como si le hubieran apuñalado. Ya había recibido varios golpes ahí, lo que
hizo aun peor el trauma. Dejó escapar un grito de angustia y en un arranque
de adrenalina levantó la cabeza y abrió los ojos.
—Te escucho, te escucho dijo angustiada.
La buscó en todo el lugar, con la vista borrosa y los parpados pesados.
—Bien. Vamos a explicarte por qué estoy haciendo esto.
—Porque me odias… porque te quité a John… porque soy una basura
dijo jadeante y hastiada por la insistente locura de Alejandra.
Alejandra dejó escapar una carcajada de orgullo.
—¿Entonces sí me estás escuchando? preguntó qué sorpresa.
—Sí, te estoy escuchando respondió, para luego escupir la sangre
que tenía acumulada en la boca tengo todo este tiempo escuchándote.
—Me parece maravilloso respondió Alejandra, dejando el bate de
lado de hecho, me parece más que maravilloso se dio la vuelta y
quedó de frente a Nadia creo que ahora nos estamos entendiendo mejor.
Nadia sentía cómo la ira iba creciendo en su interior. No soportaba
seguir viéndola hablar, atender a sus locuras ni mucho menos a sus
arranques agresivos que ya le habían costado todo su cabello, tres costillas,
y diversas cortadas. El dolor había adquirido un nuevo significado y no
sabía cuanto tiempo más iba a resistirlo.
Ella nunca pensó en la posibilidad de ser rescatada; Alejandra no había
dicho nada acerca de ningún rescate, y por la naturaleza de su secuestro,
suponía que su intención no era esa. En ese momento, en un vestigio de paz,
perdida en sus propios pensamientos como un método de escape de aquella
tortuosa escena, recordó lo bien que se sentía estar con John. No le
importaba cuales eran los motivos exagerados de su supuesta mujer, pareja,
esposa o novia, Nadia no lo culpaba, aunque sí sentía que pudo ser más
cuidadoso.
No tenía razón para odiarlo porque ya no había tiempo para eso. Tal vez
podría morir en los siguientes minutos, horas o días. Sí nadie había corrido
a su rescate en ese tiempo, no lo iban a hacer jamás así que, lo peor ya había
pasado. Comenzó a dejarse llevar, a sentir que su momento había llegado.
¿Quién era Nadia Velázquez ahora, al final? Tal vez eso fue por el karma,
por lo que no hizo mientras sabía que John hacía cosas malas, al niño al que
no le dio de su comida en el parque, al perro que no rescató cuando
caminaba por la calle. Nadia comenzó a sentirse culpable a contemplar
todas las cosas que pudo haber realizado que pudieron haber hecho de su
vida algo más significativo.
Se sentía como nadie, flotando en un vacío de desesperación y dolor; tal
vez porque estaba suspendida en el aire y no tocaba el suelo o que se debía
porque, de hecho, era así. Al poco tiempo, dejó de preguntarse por qué
estaba ahí, quién era, qué le deparaba el destino; ya no le importaba. Las
horas se hicieron días, los días se hicieron semanas. El tiempo era relativo y
la existencia fútil. Todos eran ajenos a su dolor así cómo ella lo fue al de
otros por muchos años; era un precio justo para pagar, y no se molestaría en
esperar misericordia del destino.
12
Habían pasado horas antes de que John pudiera recibir respuesta alguna
de su genio de las computadoras. La incertidumbre lo estaba matando, ni el
hambre, ni el sueño ni las horas lograban hacerlo bajar la guardia. El no
saber nada al respecto de Nadia era lo que más le preocupaba, pero, sin
importar qué, iba a encontrarla y sacarla de donde fuera que estuviese.
Fue a cada punto importante de aquella ciudad en donde sabía que
Alejandra podría tener alguna relación. Lo peor de todo eso es que lo menos
que se esperaba que sucediera había sido lo que le costó más caro. Un
hombre malo como él tenía tantas formas de perderlo todo que la venganza
de una ex loca era la más inesperada. Pero hasta que no supiera que no
había forma alguna de salvar a Nadia, no sería tarde.
Luego de buscar en donde vivía antes (cosa que sabía que no le iba a
funcionar porque ya no tenía relación alguna con ese lugar) pensó en ir a
buscarla en donde se supone que podría encontrarla; en donde estuviese su
familia. Manejó por varios minutos hasta llegar a la casa de su hermano, la
única persona que sabía que le quedaba viva y de quien, tal vez, podría
obtener información.
—¡Mike! vociferó John golpeando a la puerta de su casa ¡Sé qué
estás ahí! ¡Sal ya!
No tenía tiempo para formalidades, ni mucho menos para actuar
civilizadamente. Mike, había escuchado los primeros gritos y se levantó
asustado de su sofá para ver quién era. Definitivamente lo conocía, sabían
que estaba ahí, pero ignoraba por qué alguien estaría golpeando con furia a
su puerta y llamando a su puerta. Se levantó cauteloso, tratando de ver
quién era y qué podría querer. Cogió un bate, suponiendo que era posible
que pudiese necesitarlo.
—¡Mike, sal, demonios! continuó gritando John, golpeando a la
puerta.
Mike seguía caminando con cuidado. Pensó en acercarse a la puerta,
pero prefirió asomarse por la ventana que daba a la calle y ver de qué se
trataba todo eso.
—¡Mike! ¡Maldita sea!
Al no recibir respuesta luego de las primeras tres veces que lo llamó,
decidió actuar como la persona que era, de las que no le importaban las
reglas ni nada en particular. Se apartó unos cuantos metros de la puerta y
con un sólo impulso de su cuerpo, la empujó con una patada directo en
donde se encontraba el seguro. De esa forma, contundentemente, la abrió de
un golpe. En ese momento, Mike se encontraba entre el pasillo y la puerta
porque quería ver por la ventana. John lo cogió a la defensiva, con un bate y
todo sucedió como cualquiera se lo esperaría.
En un arranque de violencia, Mike intentó golpearlo con el bate para
defenderse, pero John supo responder rápido y la cogió con la mano; con el
retroceso de su fuerza, redirigió el golpe a la cara de su antiguo cuñado. El
bate colisionó con su nariz, rompiéndola en un abrir y cerrar de ojos.
Mike perdió el equilibrio, retrocedió al momento, soltando el bate y
buscando algo para sostenerse.
—Mike ¿en dónde demonios está Alejandra?
Mike tardó varios segundos en superar el trauma del golpe en su nariz,
interiorizar la sangre corriéndole por el labio y de ver a un hombre con
quien no guardaba relación en años. Se ahorró la necesidad de preguntar
qué estaba sucediendo porque la pregunta de John parecía prioridad.
—¿Qué rayos voy a saber yo? exclamó hace semanas que se fue
dijo.
Definitivamente no era la respuesta que John esperaba escuchar, pero si
una que le servía de maravilla.
—¿Ha venido para aquí? preguntó John, lanzando el bate hacia atrás
y acercándose a Mike para cogerlo por el cuello de su camisa.
—John ¿qué demonios te sucede? ¿Por qué entras así? Preguntó
Mike, antes de que John lo levantase sin ningún problema y lo empujase
hacía la pared para levantarlo.
—Dime todo lo que sepas de Alejandra, qué ha estado haciendo y qué
demonios está tramando.
Mike no entendía, según lo que sabía de su hermana estaba viéndose
con él por meses, lo que le confundió de inmediato al tenerlo al frente
evidentemente furioso.
—¿Qué se yo si no vas a saber tú? Se supone que estaban saliendo otra
vez.
—¿Saliendo? Yo no he visto a esa mujer en años.
—Si me sueltas, podemos hablar mejor…
—No tengo tiempo para hablar mejor, Mike, busco respuestas y las
quiero ya.
En ese momento, tan puntual y diligentemente, su móvil sonó. Al
instante, John no reaccionó, ignorando por completo el sonido del aparato.
—Te están llamando dijo Mike, bajando como pudo la mirada para
señalarle hacía abajo.
John lo soltó, empujándolo a un lado y dejándolo caer. Cogió el móvil
vio que se trataba de su hacker y atendió a la llamada.
—La encontré, Jefe. No está muy lejos.
—¿En dónde?
John le dio un rápido vistazo al lugar, miró a Mike e interiorizó que no
tenía nada que ver con todo ello.
—Luego regreso a pagarte por esto, lo siento dijo, cambiando por
completo de actitud.
En cuestión de minutos su hacker le había dado la dirección exacta del
ultimo lugar en donde había sido vista Nadia. Por fortuna, el sitio que había
comprado Alejandra a penas había salido del mercado y tenía una licorería
al frente; las cámaras habían grabado a una pelirroja loca llegar con varios
hombres y sacar a una chica del maletero. Todo indicaba a que era ella y
John no perdió el tiempo en dirigirse al lugar.
Por fortuna, John iba en su deportivo más veloz, porque estaba seguro
que eso sería una carrera contrarreloj. En menos de diez minutos ya le
faltaban treinta metros para llegar al sitio que albergaba al amor de su
vida… veinte, diez, cero. El coche colisionó con la puerta del lugar,
derrumbando las paredes del frente del local y dejando la mitad del
vehículo adentro y la otra mitad afuera. Superando el golpe, y habiendo
sacado su arma de la guantera, abrió la puerta como pudo y se abrió paso en
el lugar. No sabía qué encontrarse, ni con quien lo haría, pero estaba
preparado a lo que fuera.
—¿Qué demonios? exclamó uno de los hombres que hacía guardia
en la puerta que daba hacía Nadia.
Estaba un poco apartado del lugar del choque así que no recibió daño
alguno. El grito alertó a John dándole su posición. No sabía cuantos eran,
pero sabía que eran dos porque escuchaba su conversación.
—Maldito estúpido se llevó por el medio la pared dijo uno.
—Debe estar ebrio respondió el otro.
Ambos vieron la sombra de John acercarse a ellos, pero no estaban
seguros de qué se trataba.
—Oye, idiota, ¿estás bien? preguntó uno de los hombres que
resguardaba la puerta.
John se acercó a ellos lentamente y en lo que pudo verlos, levantó su
arma y disparó sin preguntar. Dos veces en el pecho y una en la cabeza. En
total, fueron seis disparos que alertaron a Nadia y a Alejandra luego del
escandaloso golpe del coche atravesando la pared del local. La segunda no
esperaba que se tratara de John, y mucho menos la primera, quien había
dado por perdidas sus esperanzas.
Ante el golpe del coche, Alejandra respondió con un grito,
escondiéndose detrás de Nadia.
—¿Qué fue eso? preguntó.
Nadia no pudo hacer más que cerrar los ojos.
—¿Qué habrá pasado? preguntó Alejandra, apartándose lentamente
de Nadia, a quien usaba como escudo humano.
Se giró para buscar respuesta alguna en la mirada de Nadia quien sólo
respondió al choque con una inspiración fuerte y un latido agitado del
corazón. Sus sentidos estaban sensibles en ese momento, para ella todo
parecía exagerado. Pasado un rato, se escucharon los disparos. De
inmediato, Alejandra dejó escapar unos gritos de sorpresa, evidenciando su
posición y demostrándole a John qué ahí estaba ella. Por otro lado, la
señorita Nadia sólo se agitó un poco más, dado el caso.
Trató de correr de nuevo a las espaldas de Nadia cuando la puerta que
los separaba fue tumbada de golpe. John no medio en palabras, sondeó el
lugar y miró alrededor. Lo primero que detalló fue a Nadia, guindando del
techo semi desnuda con las manos extendidas, la cabeza baja, sin cabello y
evidentes golpes en todo el cuerpo. Tenía el arma en mano, pero no a la
vista de las mujeres.
—John, mi vida ¿cómo me encontraste? preguntó Alejandra,
actuando con tal naturalidad que a John le procuró asco.
En lo que escuchó su nombre, un pálpito se diferencio de los demás que
estaba teniendo por el terror. Se trataba de John quien había ido a rescatarla,
sino ¿por qué más habría de estar ahí? Él detalló que Alejandra estaba
cubierta en sangre, vio la mesa con las cosas que usó para torturar a Nadia y
de inmediato evaluó la situación: no valía el esfuerzo.
—Estuve esperándote, yo… trató de decir Alejandra, antes de que su
antiguo amante arremetiera contra ella.
Con un solo movimiento de su mano levantó el arma, se puso en
posición y apretó el gatillo. Esta vez no había sido el peón quien dio la
orden, sino el rey que hizo la movida ganadora. Con un solo disparo acabó
con la vida de Alejandra, sin preguntarle, sin confrontarla. Según su sentido
de la justicia, los parásitos no merecían ser tomados en cuenta y mucho
menos uno que le había hecho daño al amor de su vida.
—Te dije que no te quería volver a ver dijo, dirigiéndose al cuerpo
sin vida de Alejandra.
Nadia respondió a aquel disparo con sorpresa y un alivio que no
esperaba sentir desde hace semanas (tomando en cuenta su noción del
tiempo). John se guardó el arma en el pantalón introduciendo el cañón y
dejando la empuñadura afuera. Pasó por encima de Alejandra sin ningún
problema, sin darle importancia a la pelirroja loca y se lazó en contra de su
amada. Levantó las manos y la liberó de sus ataduras.
—Nadia, Nadia dijo John ¿estás bien? Amor ¿estás bien?
Nadia no sabía qué decir, estaba entre adolorida y extasiada por el hecho
de volverlo a ver.
—Todo está bien, ¿qué te hizo? ¿qué te duele? preguntó John.
Con un rápido vistazo, John revisó cada una de sus lesiones, evaluando
lo que le había sucedido, entendiéndolo porqué él mismo había torturado
alguna vez en su vida. Entre furioso y avergonzado, se lamentó al saber que
algo como lo que el solía hacer pudo haber sido puesto en practica en
Nadia.
—John dijo Nadia, con las pocas fuerzas que le quedaban tu
esposa está loca tratando de hacer una broma, pero muy débil para
hacerlo sonar bien.
John no comprendió al instante lo que quiso decir, hasta que vio a
Alejandra de nuevo en el suelo y supuso que eso era lo que ella le había
dicho.
—Ella no es nadie aseveró John nunca fue mi esposa ni nada para
mi.
A pesar que no era del todo cierto, ya no importaba. Alejandra, en
menos de veinticuatro horas, se había ganado su odio completo; por
desgracia, ella no lo supo, pero, para él, lo bueno era que no iba a vivir para
recordarlo.
John cubrió a Nadia con su saco y la cogió entre sus brazos como pudo
para no lastimarla demasiado y llevarla fuera de aquel lugar. Sus hombres
estaban esperando en la calle; habían llegado minutos después que él tras
las indicaciones del chico que llamó a John.
—Señor… trató de decir Diego.
Ambos esbirros miraron el cuerpo golpeado de Nadia entre los brazos
de su jefe, completamente preocupados.
—Abre la puta puerta vociferó John necesitamos ir al hospital.
Diego se devolvió a hacer lo que su jefe le había ordenado e
introdujeron con cuidado a Nadia en los asientos de atrás.
—Quédate tú y saca mi coche de aquí le dijo a Arturo Diego, tú
ven conmigo, tú conducirás.
Diego abordó rápidamente el coche y cogieron marcha hasta el hospital
más cercano.
—Todo va a estar bien dijo John a Nadia, mientras sostenía su
cabeza sobre sus piernas y acariciaba su cuero cabelludo por favor no me
dejes.
Nadia miraba a John cómo podía, pensando que la peor parte de sus
últimos días había terminado. No esperaba para nada que la rescatasen, ni
mucho menos que el amor de su vida embistiera en el lugar con todas sus
fuerzas y se deshiciera de sus agresores sin siquiera pensarlo.
Definitivamente no era un hombre cualquiera, ni mucho menos uno bueno.
Con la vista borrosa y completamente adolorida, trató de embozar una
sonrisa que exteriorizara su felicidad. Se sentía a gusto, a salvo por fin
mientras que John le acariciaba el lugar en donde su cabello solía estar y le
inspeccionaba el cuerpo en búsqueda de más heridas.
—Vas a estar bien, ya todo acabó.
Nadia quería decirle que no llorase, que ya estaba con él y que eso era
lo mejor que podía sucederle. Sus lagrimas aterrizaban sobre su piel,
confundiéndose con su sudor y parte de su sangre. Quería abrazarlo, decirle
que le quería, pero no tenía fuerzas ni siquiera para hablar.
Poco a poco iba desvaneciéndose, de la misma forma en que lo hizo
durante horas con Alejandra. Le faltaban las fuerzas, le faltaban las energías
necesarias para mantenerse activa pero ya no necesitaba estar consiente.
John estaba ahí para cuidarla y, a pesar de no saber qué había hecho para
encontrarla, estaba segura que un hombre cómo él había puesto el mundo de
cabezas para dar con su paradero.
Así que, de esa forma, se dejó entregar a la tranquilidad que le confería
el sueño, para quedarse en aquel lugar, sintiéndose amada. Tal vez no la
cuidó muy bien y eso le llevó a esa terrible experiencia, pero,
definitivamente supo compensarlo.
—No te volveré a dejar sola, dijo John, entre lagrimas no dejaré
que esto te suceda de nuevo. Discúlpame por favor, discúlpame.
Le dolía el cuerpo para respirar, los ojos para mantenerlos abiertos y la
garganta para decirle lo que pensaba, pero, a pesar de ello, sin siquiera
decirlo, pensó que estaba diciéndole lo más profundo y real que pudo
haberle dicho jamás.
—John, yo te amo pensó en decir. Sintiendo que lo había dicho en
serio.
Y, lentamente, Nadia fue cerrando los ojos, mientras escuchaba la voz
de su amado, a la espera de un nuevo día, sabiendo que todo iba a estar
mejor, que no le faltaría más nada y que nada llegaría a amenazarla de
nuevo porque, su hombre de moral cuestionable, no lo permitiría.
John estaba seguro que dejaría ese maldito mundo atrás, convencido de
que fue esa misma realidad lo que lo que puso en peligro a su amada. ¿Qué
más iba a ser? Ya nada le importaba, lo única que merecía la pena era
mantener a Nadia segura, con vida y feliz. Y él, completamente entregado a
su palabra, se iba a encargar de darle todo lo que necesitaba hasta el final de
sus días.
Título 6
Virgen
1
En el libro terminado de Adam se podía leer:

El momento en que la palma de su mano atezó mi rostro luego de que


entré a la cafetería que se había convertido en nuestro punto de encuentro,
no pude pensar en otra cosa más que en lo obvio.
Se enteró, me dije; lo más probable, lo único que explicaba todo eso,
era que se hubiera enterado acerca de lo único que no le estaba ocultando,
pero, que sí había decidido no mencionarle. En ese instante supe que evadir
y ocultar era básicamente lo mismo, claro, ¿Secreto?, que ella no lo
supiera, era otra cosa.
Recuerdo con exactitud lo que me dijo:
—¡Maldito mentiroso! —gritó, haciendo que todos los que estaban en
aquella cafetería a esa hora volteasen a vernos.
—¿Qué pasó? —pregunté como un idiota.
Había sido un desastre, la verdad, no me esperaba que nada de eso
sucediera ni mucho menos de esa forma. Había pensado que tal vez en
algún momento de nuestra relación, ella se enteraría y yo tendría que
explicarle todo, el problema fue que no pude explicarle nada, en lo
absoluto. Cada vez que intentaba abrir mi boca para defenderme, de
inmediato, comenzaba a gritar más y más.
—¿Cómo pudiste mentirme de esa forma? —me dijo.
Yo no le había mentido, pero, en ese momento, para ella, no existía
ninguna diferencia.
También recuerdo que el hombre que trabajaba con ella trató de
apartarla de mí, pero, como si estuviera intentando coger partido en la
discusión, me pidió que me marchase. Claramente yo era el malo; yo
estaba incordiándolos a todos y, como si fuera poco, no tenía más opción
que irme de aquel lugar. Así fue como ella reaccionó la primera vez y como,
hasta el sol de hoy, sigo diciendo que fue una respuesta exagerada.
No tenía más opción que irme y suponer que algo desagradable había
sucedido. Pero ¡Es que todo marchaba tan bien! ¿Cómo se supone que
debía esperar a que eso pasara? El encuentro que tuvimos ese mismo fin de
semana, las charlas, los momentos juntos… no había nada que pudiera
justificar su enojo, más que todo, cuando yo no se lo estaba ocultando.
Tiempo después, durante mis días de soledad tras mi excomulgación de
su afecto, la verdad, creo que todo sucedió de esa forma debido a que no
había sido yo quien se lo dijo.
Tal vez, ella esperaba que se lo mencionara, tal vez (pensé
acariciándome con cuidado la parte en la que proyectó el golpe) y por eso,
solamente por eso, había hecho lo que hizo.
Luego de irme del lugar, todo parecía borroso: el café, lo que hacía,
incluso mi motivación. Ella se había convertido en mi inspiración a la hora
de escribir… ¡Demonios! Se había convertido en mis ganas de vivir y, por
desgracia, en tan solo unos segundos, la perdí por completo.
Traté de darme la vuelta para mirarla, buscando sus ojos y confesarle
todo (cuando confesar suena como algo súper importante de decir; este no
era el caso, en lo absoluto, lo que sucede es que estaba pintado de esa
forma), y, por alguna extraña razón, pedirle disculpas.
Pero ella estaba de espaldas, llorando en el hombro del hombre que la
había apartado de mí.
Él tuvo que haberle dicho algo, pensé al momento. Intenté devolverme y
confrontarlo hasta que entendí que eso solamente complicaría más las
cosas.
La negación, la frustración y la depresión… hicieron una fila a mi
espalda para darme una palmada en el hombro. No había nada que
pudiera hacer ni existía algo que mejorase mi situación.
Durante semanas viví deprimido y solo. Me había acostumbrado a
hablar con ella, a depender de su atención y a sentirme inspirado, minutos
después que dejábamos de conversar. Me sentía ridículo y, por primera vez,
estaba arrepentido de lo que había hecho para ganarme la vida.
Intenté escribirle, pero dejó de contestar mis mensajes, supongo que
tenía miedo de mí, de lo que hacía, de lo que era y de lo que podía hacer.
No importaba que hubiera sido hace mucho tiempo, no a ella. Así que
me tocó adaptarme; adaptarme a la idea de que debía seguir con mi vida
de hombre rico que disfruta cada segundo de su vida como si no hubiera
mañana. Una forma muy triste de existir cuando se está sin ella.
Es curioso como todo se arruinó en cuestión de segundos.
Yo digo que es culpa de esa necedad mía de querer ser escritor. Ahora
que lo pienso: ¿Será que todas las personas que han llegado a cualquier
cima, que se sumergen a un estilo de vida, sienten la necesidad de contarle
su historia a los menos agraciados, a los que siguen viviendo una
existencia monótona y normal?
Creo que fui víctima de un capricho alimentado por mi vanidad. Ahora,
sin inspiración ni mi musa, todo perdía sentido.
Estar con Carol había sido lo mejor que me había sucedido; un
universo distinto, el amor de mi vida. Luego de eso, me había quedado sin
nada.
Mi plan no era solo hacerla mía; alguien tan especial como ella no me
podía pertenecer. Creo que lo entendí mejor que nunca ese día en que su
mano azotó mi rostro con firmeza: que el no estar juntos para toda la vida
era inevitable.
Supongo que este sueño alguna vez tenía que terminar. Y mientras
caminaba lejos de aquel café, veía el final muy cerca.
2
Tiempo antes de aquel acontecimiento, mientras que aún no tenía nada
escrito; el blanco de aquel documento en la pantalla del computador le
acechaba como un depredador hambriento, causándole así, cierta ansiedad
que lo obligaba a levantar el vaso que tenía cerca de la mano derecha; ya
iba por el segundo café de aquella mañana y todavía no conseguía encontrar
las primeras tres palabras que marcarían el inicio de su novela.
—Érase una vez —en situaciones como esas, un cliché era lo mejor que
podría usar.
Las palabras dichas se perdieron en el fondo de aquel vaso de cartón
que contenía lo que restaba de su café, demostrando lo fútil que podrían ser
cuando eran dichas fuera de contexto y al no entender muy bien de que
iban.
—Ahora sí —advirtió, depositando el café en la mesa y colocando sus
manos sobre el teclado como el método Qwerty lo indicaba.
Comenzó a teclear lentamente porque aún no se acostumbraba a escribir
sin tener que darles a las teclas con tan solo tres de sus diez dedos.
—Estaba sobre ella cuando me di cuenta que…
Se detuvo.
—No —negó con la cabeza al mismo tiempo que susurraba sus
pensamientos, para luego releer lo que había escrito.
Eran solamente ocho palabras, pero no le satisfacían en lo absoluto.
—Así no —puso una coma al final de aquella oración para intentar
embellecerla— no se ve bien.
No suena bien, pensó; no la sentía como la línea matadora con la que
conseguiría empezar su más grande obra literaria.
La leyó de nuevo dispuesto a mejorarla, aun convencido de que podía
ser la frase correcta. No pestañeó; todavía tenía las manos en el teclado,
inmóvil, contrario a su naturaleza poco intelectual; no era tonto, pero
tampoco es que fuese un hombre letrado.
Estaba inmóvil no porqué estuviera evaluando el sentido de sus propias
palabras, todavía no se destruía a sí mismo con críticas constructivas de su
trabajo, sino porque creía que lo que le faltaba a esa oración era una palabra
más.
Así se mantuvo por varios segundos hasta que se decidió a borrarlo
todo. Dejó caer los hombros y la cabeza, completamente decepcionado de
su décimo intento de empezar a escribir en lo que iba de día.
Poco a poco las cosas comenzaban a estrellarse contra un muro
invisible.
Adam estaba sentado en el medio de una cafetería, frustrado porque la
inspiración no tocaba a su puerta, pero ¿Por qué? Se preguntaba
constantemente, si bien sabía él lo que iba a narrar, si se supone que se trata
de ¡Su propia vida! ¿Qué tanta inspiración necesitaba para hacer algo que
ya había vivido? La página en blanco de aquel documento que siempre
cerraba sin guardar le continuaba asechando sin reparar en su sentido
común. Atentaba contra su buen juicio, haciéndole cuestionándose si en
verdad había sido buena idea decidirse a escribir su vida él mismo.
—¿Necesita algo señor? —Se le acercó el único mesonero que parecía
trabajar en aquella cafetería— ¿Desea otro café?
Con un resoplido, Adam levantó la mirada para ver a la persona que,
inoportunamente, se había decidido a interrumpir su actual frustración.
—¿Qué? —inquirió, juzgando al chico con la mirada a pesar de haber
escuchado claramente lo que le había dicho.
Adam miró a su alrededor buscando a otras personas, cuestionándose si
él era la única alma en pena a la que necesitaban molestar en ese preciso
momento. Miró de nuevo la pantalla de su portátil sospechando que la
misma tenía algo que ver en que aquel chico se le acercara y volvió a fijarse
en él como si estuviera honrando los buenos modales al hablar.
—Que, si quiere otro café, señor —El chico estaba acostumbrado a las
respuestas cortantes de muchas personas, una más no le haría daño.
Miró el vaso de Adam, ansioso por escuchar una respuesta.
Aquel café no era muy grande, pero parecía el indicado para cumplir
con su cometido, aparte de que estaba cerca de su enorme casa a la que no
le faltaba ningún lujo costoso o necesario, por lo que, si necesitaba algo,
simplemente caminaba unas cuantas calles y llegaba a su hogar. El que
aquel mesonero le estuviera preguntando si quería algo, era un poco
ofensivo. Evidentemente quería algo, pero no era precisamente un café.
Tras la insistencia del chico en recoger el café, Adam bajó la mirada y
notó dos cosas: la primera era que ya había pedido dos cafés en las últimas
dos horas y que en cualquier momento comenzaría a querer ir al baño y, que
aún tenía suficiente liquido en su actual vaso como para pedir otro.
—No, gracias, estoy bien —le regaló una sonrisa forzada por
compromiso, hipócritamente diciéndole al chico que todo andaba de
maravilla.
—Vale —el chico hizo caso omiso al desagradable gesto de Adam— si
necesita algo, no dude en hacérmelo saber.
Adam sonrió de nuevo en una falsa cortesía y asintió con la cabeza,
esperando que eso fuera suficiente para que el mesonero se marchara.
Como se lo esperaba, el chico dejó la mesa, seguro de que aquel hombre le
era familiar, pero ignorando de dónde.
El mesonero, (quien realmente era el gerente) encargado de aquel café,
llevaba semanas viéndolo llegar a ese lugar a sentarse exactamente en esa
mesa (entre la numero 3 y la 7) con su computador portátil a escribir quién
sabe qué, a pedir un café grande y a disfrutar de los servicios del lugar por
horas.
A causa de eso, el verlo por tanto tiempo, durante tantos días, le obligó
a relacionarlo con otra cosa; con algo que ya había visto casi con la misma
frecuencia con la que había estado viéndolo llegar a ese local.
—No es nada —sacudió su cabeza seguro de que eran cosas suyas y
siguió alejándose de la mesa a atender a la persona que estaba entrando en
el lugar.
A Adam no le gustaba mucho el resto de la sociedad, no quería
socializar con nadie con quien no fuera estrictamente necesario hacerlo y
mucho menos mientras estaba tratando de enfocarse en su biografía, con la
que seguro conseguiría la atención que estaba buscando luego del retiro.
No sabía exactamente qué hacer, ni que se necesitaba para escribir un
best-seller, pero en contra todo pronóstico, se decidió a ir a ese lugar a
intentar hacerlo, porque en las cafeterías siempre había personas con
computadores portátiles.
—Me voy a una cafetería a escribir, porque eso es lo que los escritores
hacen.
Pero durante semanas no había hecho más que usar el wifi gratis del
local y comprar cafés grandes durante horas. La frustración, propia de un
escritor promedio, le atormentaba como el tercermundismo atormenta a un
país poco desarrollado.
Miró de nuevo a su alrededor antes de entrar otra vez en su papel de
artista incomprendido y sacudió su cabeza seguro de que: si hacía eso, en
vez de causarse una contusión por movimientos bruscos, borraría de ésta,
ciertas ideas no lo dejaban concentrarse en sus asuntos.
—Ahora sí —incrédulo, volvió a colocar las manos sobre el teclado de
su computador portátil, para quedarse viendo a la pantalla tratando de
encontrar las palabras en una hoja en blanco.
En lo más interno de su ser, sabía que no tenía lo necesario, pero, su
necia persistencia era más grande que su sentido común.
Por otro lado, mientras que Adam luchaba con su falta de creatividad, el
chico, llamado Arturo, que había interrumpido su momento de frustración,
se acercó a la puerta para recibir a quien había ingresado en el humilde
local.
—Buenos días —el chico cogió la carta de diez por treinta centímetros
que tenía sobre el recibidor— ¿En qué la puedo ayudar? —y habló
dibujando una sonrisa en su rostro suponiendo que se trataba de una cliente.
La chica que entro en la cafetería cogiendo la correa de su mochila (la
cual llevaba en un solo hombro) con ambas manos, aferrándose a ella para
no tartamudear, tenía otra cosa en mente.
—Vengo por el empleo —se dio la vuelta rápidamente y señaló el
letrero que estaba sujeto a la vitrina de la tienda, para luego regresar y mirar
de frente al chico.
El chico borró su sonrisa del rostro al saber que no tenía que ser amable
con la clientela porque, evidentemente, no había clientes nuevos. No solía
hacerlo tan descaradamente con las personas que llegaban para pedir los
servicios del café, pero, en esta ocasión de situación extrema, se dejó llevar.
No le importaba mucho lo que vestía ya que eran una simple una
franela, unos jeans un poco desgastados, una pequeña pero atractiva
cazadora vaquera que se ajustaba a su silueta delicada y sus zapatillas
desgastadas-Mientras la veía, pudo notar que sus manos estaban
perfectamente cuidadas lo que le hizo imaginar las incontables veces que
podría quemarse sirviendo un café o cualquier otra lesión que resultara de la
actividad de trabajar ahí.
De todos modos, lo más probable era que la iba a contratar si cumplía
con su única petición.
Para él era una chica más, no una clienta a la que tenía que pretender no
estar sondeando. Continuó escrutando su cuerpo, comenzando desde el
largo de su cabello que llegaba hasta donde comenzaban sus caderas, hasta
el desgastado de sus zapatillas. Estaba temblando, tal vez por el frío que
hacía afuera, propio de la temporada de invierno, o por cualquier otra cosa.
El caso era que la chica, en sí, era llamativa.
Su rostro le pareció atractivo, no había que ser un genio para descifrar
eso; evidentemente era hermosa.
Su mirada, no lasciva pero sí penetrante, hizo sentir incomoda a la chica
que solicitaba el empleo. No estaba segura de la naturaleza de su persona,
pero, era obvio que le causaba un poco de molestia.
Sin embargo, no apartaba sus ojos de él porque le habían dicho una vez
que la seguridad se trasmitía de esa forma: con la mirada, aunque ¿Por qué
la estará viendo así? A pesar de ignorar que él no era malo, el beneficio de
la duda no era suficiente para justificar la mirada salvaje con la que él la
escrutaba.
Y continuaba viéndola, de la forma en que se ve a alguien cuando se le
juzga de manera inmediata, se evalúa cada detalle de su cuerpo, de su
vestimenta, incluso la forma en la que se mantiene de pie.
—¿Segura? —Sabía que no era un buen trabajo para alguien que parece
que conseguiría cualquier cosa con tan solo sonreír.
Se dice que la necesidad es la base de los principios, y eso es
precisamente lo que la había llevado hasta allá. La chica, llamada Carolina,
estaba convencida que no había otra cosa más por hacer.
Lo había intentado todo, había tomado, virtualmente, en cuenta y puesto
en práctica, toda posible contingencia, ido a cada lugar que pudieran
emplearla, escuchado todo consejo, advertido cada catástrofe y salido
adelante; todo, y cada una de esas cosas, para evitar trabajar como mesera.
Había visto ese letrero días antes, pero no se había atrevido a siquiera
contactar al gerente porque no se había rendido aún en su búsqueda de ser
una mujer exitosa.
—Ya te dije, nunca seré mesera —recordó decirle a su madre.
Una escena en que las dos discutieron si aquel lugar la iba a llevar a
algún lado o no, y si en realidad era buena idea.
—O hacer eso o quedarte aquí en casa perdiendo el tiempo, —dijo su
madre— tú decides. Pero yo no te voy seguir dando dinero.
Inconforme con los resultados, se vio en la obligación de hacer algo al
respecto, y fue así, como la fortuna y las circunstancias la llevaron a hacer
lo que menos quería.
—Estoy segura —asintió con la cabeza, en un despliegue de
nerviosismo y seguridad que no eran propios de ella.
—Entonces acompáñame.
Arturo se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección a esa parte del
local la cual se dividía por un letrero en el que se leía: solo personal
autorizado. Carolina le siguió, aun sujetando la correa de su mochila con
ambas manos, obedientemente, considerando que ni en sus más locas
fantasías terminaría trabajando como mesera, y mucho menos, que podría
ver qué había detrás de la puerta que separaba al cliente del trabajador.
—Es un lugar pequeño —Arturo tenía la obligación de darle el tour
guiado a la chica nueva a quien, ya sabía que iba a contratar— no es mucho.
Detrás de aquella puerta solo estaba la parte de la cafetería en donde se
preparaba todo. Una cocina sencilla con neveras, hornillas, hornos a gas y
un horno microondas que parecía necesitar la mano cariñosa de alguien que
supiera como arreglarlo.
En aquel lugar, a penas y había una chica con un delantal blanco y un
gorro en la cabeza, dejando en claro que era ella quien cocinaba la comida.
Estaba concentrada en su trabajo y no prestó atención a las dos personas
que atravesaron el espacio que comprendía la cocina.
Por un momento creyó que eso era todo, pero el chico que la recibió
seguía caminando.
—Aquí es donde se preparan los desayunos y los dulces y panecillos
que servimos junto con el café —hizo una pausa y se detuvo— esta y
aquella —señaló la puerta por la que entraron y la que daba hacía donde se
servían las cosas y el mostrador— son las dos puertas que dan a la cocina.
Como podrás ver, esto es todo lo que tenemos para trabajar. Afuera están las
cafeteras en donde se hace el café, la máquina de helados y la de gaseosas.
Atravesó la cocina más rápido de lo que esperaba Carolina y cruzo un umbral que precedía a
una escalera estrecha en un pasillo en ascenso. Le dio la impresión de que se trataba de las escaleras
que daban a un ático.
— Y aquí es en donde puedes dejar tus cosas —Arturo señaló el resto del lugar que
comprendía varios casilleros de los cuales solo cuatro estaban ocupados, una mesa con cinco sillas y
una puerta con un letrero que decía: baño.
Arturo apuntó a la puerta.
—Ese es el baño de los empleados, si quieres ir, no tienes que usar el
que tenemos afuera, pero si es muy necesario, nada te detiene.
—Está bien.
Las cosas estaban yendo un poco rápido para ella. A penas había
entrado al lugar y no sentía que le fueran a hacer una entrevista.
—Puedes empezar de una vez, usa uno de los casilleros, me avisas y te
daré la única copia. No puedes perderla y…
Definitivamente todo estaba marchando muy rápido para que ella
pudiera procesarlo. ¿Qué significaba todo eso? ¿Qué ya la habían
contratado? ¿No le harían una entrevista? ¿Qué es todo eso?
—Ya va —sintió que debía interrumpir para responder a sus recientes
dudas.
Carolina no era una mujer de nervios delicados, insegura ni nada por el
estilo; supuso que se sentía así en ese momento a causa de lo complicado
que era para ella aceptar la situación, lo que significaba ser mesera, el saber
que, por cómo estaban yendo las cosas, su madre tenía razón.
Pero no era solo eso, ¿Qué si era tan simple así? No, Carol no sabía qué
actitud tomar, ignoraba cual era la adecuada y qué podría hacer en esos
momentos en los que uno se rendía ante la vida.
Pero, aquel repentino tour fue su boleto de regreso a la realidad, a la
Carolina de la que ella estaba orgullosa.
—¿Qué intentas decir con eso?
Dejo de verse como una mujer insegura. Se irguió, cambió su semblante
y el tono de su voz.
—¿Qué pasó con la entrevista?
—¿Cuál entrevista? —Arturo se dio cuenta de que la chica no había
entendido el mensaje— No hay entrevista, no tengo que hacerte una
entrevista para saber si eres buena entregando cafés o las ordenes de los
clientes. No es una ciencia.
—Pero ser mesonera, las reglas, lo que se debe hacer lo que… —
Carolina sabía lo que implicaba el trabajo; antes de aventurarse a su
rendición ante la vida, había hecho algunas investigaciones.
—No serás mesonera de un restaurante famoso, esto es un café familiar,
no hay mucho que hacer —Arturo le sonrió con cierta despreocupación,
dejando una impresión de indiferencia ante el trabajo— solamente debes
sonreír, conocer de memoria los precios de los pedidos y no ser grosera con
los clientes. Eso es todo.
¿Qué podía decir? Carolina trató de evaluar todas las posibles
respuestas que podría dar a las palabras de Arturo, pero no dio con ninguna.
Si lo decía de esa forma, sí que parecía algo sencillo de hacer, pero, a pesar
de eso, le parecía algo demasiado fácil.
—Esperaba que me hicieras una prueba o algo.
—No es una franquicia importante, a penas y podemos sostenernos con
lo que servimos —Arturo levantó los hombros, haciendo énfasis en la falta
de espíritu laboral de sus palabras— No es el mejor café de la ciudad,
tampoco es como que seamos muy famosos. Por ahora, creo que con lo que
te acabo de decir estás más que bien.
Carolina intentó abrir sus fauces para dejar escapar una idea elocuente
que pudiera discutir contra su punto, pero sabía que no había caso, que él
tenía razón.
—¿Quieres empezar hoy? —Arturo le miró insistente. No tenía ánimos
de esperar a algún millennial que quisiera el trabajo. Lo que le hizo pensar
rápidamente en algo— ¿Cuántos años tienes? —preguntó.
—Veintiocho.
Eso fue suficiente para él.
—Perfecto entonces. Empiezas cuando tú quieras.
Arturo le pasó por un lado a Carolina, con la intención de dejarla sola
para que tomara una decisión. Ella, por su parte, estaba cuestionándose si en
realidad quería empezar ese mismo día y comenzar de una vez o darse una
última oportunidad como una mujer libre.
Ya en la cocina, aun en el campo visual de Carol, se detuvo en seco y
recordó algo muy importante, no le había dicho su nombre.
—Me llamo Arturo, por cierto; soy el gerente del lugar.
Carolina interrumpió sus pensamientos por unos segundos para
responder.
—Me llamo Carolina —sonrió— pero puedes decirme Carol.
—Mucho gusto, Carol, espero que comiences a trabajar pronto.
—Igual yo —respondió por pura cortesía realmente no quería empezar
todavía.
Arturo dejó el lugar para seguir atendiendo a las personas que estaban
llegando y las que ya estaban ahí. En lo que salió, se encontró con que
Adam tenía la mano levantada haciéndola temblar para que alguien lo
atendiese.
—Ya voy, señor —le continuaba pareciendo familiar, la intriga le estaba
atormentando.
En el área de descanso de los trabajadores, Carol seguía de pie pensando
al respecto. Miró a su alrededor, evaluando el lugar para saber si en verdad
valía la pena, si en realidad debía empezar de una vez o hacerlo al día
siguiente.
¿Qué puedo perder? Pensó. No había más nada qué hacer ese día, luego
de decir que venía buscando ocupar el puesto de mesera, no sabía que más
hacer, no esperaba ser contratada ni mucho menos que fuese tan sencillo.
—¿Y si empiezo mañana? —se preguntó en voz alta, ignorando que
alguien podría escucharla.
Pero era una mujer impaciente, no querría prolongar lo inevitable,
solamente lograría hacer de la espera un símbolo de su eterna agonía. ¿Qué
otra cosa podría hacer? ¿Decir que no?
Entre elegir si empezar de una vez o al día siguiente, estaba también
presente la posibilidad de negarse, de decir que no quería trabajar ahí, que
todo había sido una equivocación y que no era de su agrado el trabajo de
mesonera. Pero, necesitaba el dinero. La vida en la sociedad resulta costosa,
si no era muy exigente, el trabajo remunerado era su única opción.
—Que tedio —se dejó caer sobre una de las sillas que estaban ordenado
la mesa.
Por otro lado, si aceptaba, estaría dándole la razón a su mamá y eso
significaría perder la conversación que, hasta donde ella sabía, aún era un
tema relevante sin conclusión. Todo era un tema trascendental exagerado
por pensamientos absurdos. ¿Habré nacido en la época correcta? Se
preguntó al azar. Se estaba comportando como esos chicos que creen que
pueden tenerlo todo solamente deseándolo y llorando por ello.
Empezó a sentirse como una tonta por estar dándole vueltas al asunto.
Una mujer adulta de su edad no estaba en posición para dejar pasar las
oportunidades ¿Quién sabe? Hasta podría conseguir lo que buscaba en ese
lugar.
De repente, dejó escapar un resoplido de hastió y vergüenza.
—Ay, comienzo a sonar como mi mamá.
Y, de esa forma, la decisión ya había sido tomada, comenzaría a trabajar
de una vez.
3
Cuando aún le quedaba café en el vaso, Adam continuaba viendo el
vacío de la hoja en blanco, tratando de descifrar qué podría gustarle al
público al que le escribiría. Estaba seguro que la vida de un actor porno
podría ser llamativa para cualquiera, porque, es decir ¿A cuántas personas
no le gusta el sexo? Hasta donde él entendía ¡La biografía sería un éxito
rotundo! No cabía duda, en lo absoluto, de que iba a vender cientos de
miles de copias de un libro que cuenta su vida.
Eso era lo que le motivaba toda las noches y cada mañana antes de
vestirse para ir hasta el café en donde se había consagrado, día tras días en
las últimas semanas, para escribir: la maravillosa sensación de que esa
novela sería su Magnum Opus.
Y Adam no lo hacía por la fama, no, eso no era lo que le motivaba, y,
mucho menos algo que le diera sentido a su vida; como actor porno, se
acostumbró a otro tipo de reconocimiento más atractivo que consistía en las
miradas furtivas de sus seguidores, el: «usted me es familiar» que usaban
muchos para referirse al hecho de que sí lo conocían; saludos sutiles con un
simple movimiento de cabeza porque no iban divulgar de dónde ni cómo
llegaron a conocerlo.
Claro, no faltaba el que sí le saludaba y estrechaba la mano, quien le
reconocía de entre la multitud y gritaba su nombre en un tono jocoso,
felicitándolo por sus grandes hazañas.
«El hombre que folló con cientos de mujeres atractivas» «El de la
profesión perfecta»
Títulos que nadie le había dicho en persona, pero que, en silencio, todos
le otorgaban y eso le daba dos realidades. El resto de la sociedad dividía su
crítica ante su trabajo de dos formas. La primera mitad pensaba que su
trabajo era algo indigno, que el tener sexo por dinero era prácticamente
prostituirse con el bono adicional de ser grabado. Mientras que la otra mitad
lo reconocían como un logro, como algo que solamente los valientes podían
hacer.
Aunque, su realidad, era una cara, de dos, de una misma moneda. Casi
de la misma forma en que muchos evadían el asunto de haber visto una
película porno, descargado ilegalmente un video de unas cuantas personas
follando; estaban también aquellos que no tenían problema alguno con
acercarse a él.
Tanto mujeres como hombres estaban conscientes de su nombre, de su
trabajo y de su participación en la industria. Su cara era fácilmente
reconocible si alguna vez habías visto algún video caliente por la web.
Adam era un actor porno promedio: de cuerpo elegantemente cincelado
con cada músculo fibrosamente marcado porque «[…] para ser actor porno
se debe tener un buen cuerpo, tal vez baste un pene grade, pero, vivimos en
un mundo visual y, las apariencias, cuando se trabaja desnudo, lo son todo»
Escribió en una de las hojas de su libro (luego de pasar la crisis de no saber
qué escribir).
De rostro era atractivo, con un par de ojos claros que profundizaban su
mirada y mejoraban cualquier expresión en su rostro. Su pene, por su parte,
no era precisamente pequeño, el miembro que ostentaba cierta cantidad de
centímetros en aquella industria, era valorado por su atractivo visual «[…]
más era lo que se quejaban por el dolor que por lo bien que las hacía sentir;
en esta industria aprendí de la anatomía de una mujer, y, honestamente, no
se necesita un gran pene para dar grandes orgasmos.» Agregó en su novela.
Las personas que lo reconocían, solían mal interpretar el contexto de la
realidad; «[…] los actores porno no se comportan como en sus películas o
videos, no andan follando en cada esquina que pueden ni a todo lo que se
mueve […]» Muchas eran las veces que recibía invitaciones a encuentros
nada normales que se veía en la obligación de rechazar o ignorar; a veces
eran conversaciones incomodas, encuentros desagradables, incluso
insinuaciones de todo tipo que le hacían reconsiderar el trabajo.
Pero, lejos de ser un empleo detestable, como todo, tenía sus altibajos,
por lo que, aprendió a llevarse bien con ello. Aunque, a pesar de haberse
acostumbrado, Adam no estaba satisfecho.
Desde joven siempre había querido hacer algo que fuera considerado
artístico, y, era ese «arte» lo que pretendía conseguir con esa biografía.
Quería formar parte de algo que trascendiera. No es como que despreciara
el trabajo como actor porno, sino que…
—Debería hacer algo más con mi vida —Apartó las manos del teclado.
Adam no era bueno dibujando, no era un músico talentoso, mucho
menos cantante, escultor, actor respetado, cocineros de esos que hacen
platos espectaculares, ni cualquier otra figura artística, por lo que, dentro de
todas las disciplinas que conocía, la que le quedaba mejor era la escritura.
Para él, dentro de lo que sabía, pensaba que era sencillo ser escritor, hasta
que se detuvo ante el computador portátil y una hoja en blanco.
Adam continuaba pensando que su vida era un enigma interesante, algo
que se podría contar por sí solo si lograba encontrar las palabras adecuadas
para empezarlo. No era porque supiera que había cientos de miles de
maneras de comenzar su historia; solamente ignoraba por dónde empezar.
Para él, todo se veía como una pregunta confusa, como algo que no lograba
encontrar en los espacios de su imaginación.
¿Qué necesitaba para ser escritor?
Antes de responderse él mismo, acercó la mano derecha al vaso de café
que tenía a unos cuantos centímetros de esta para cogerlo y ahogar su
frustración en un sorbo de aquel liquido marrón. El peso del recipiente de
cartón había disminuido considerablemente, señal de que se había acabado.
—Mierda —resopló— ¿Quién se tomó mi café?
Estaba tan concentrado en sus propios pensamientos que había olvidado
los últimos tragos que le dio a aquel vaso, sintiéndose incompleto, de que
no lo había terminado en verdad. Insatisfecho, levantó la mano y comenzó a
sacudirla esperando a que el joven que se había acercado apareciera de
nuevo.
Arturo había salido de la cocina para continuar con el oficio de atender
personas. Estaba un poco más aliviado ahora que no tendría que acercarse a
los clientes que estaban sentados para atenderlos porque, la chica nueva se
encargaría de eso por él. Pero, hasta que ella no decidiera si trabajaría o no
en el café, le tocaba cubrirla mientras tanto.
Justo en ese momento, se encontró con que, aquel extraño hombre con
el que se sentía tan familiarizado, estaba llamando para que lo atendieran.
Era normal en aquel tipo de establecimientos que las personas levantaran
las manos para hacerse notar con los del servicio. Era algo inconfundible,
algo que solamente se hacía para eso: ven que necesito de ti.
Arturo lo veía como una forma degradante de llamar a las personas,
algo que no toleraba y de lo que se había librado en el momento en que se
hizo gerente, sin embargo, ahí estaba, viendo cómo Adam le llamaba.
Adam continuó sacudiendo su mano hasta que el chico que se había
acercado a él minutos atrás se aproximara de nuevo a atender su petición.
—¿En qué lo puedo ayudar, señor?
Adam abrió la tapa de su café para ver el fondo vació de su vaso. Lo
escrutó como si estuviera buscando oro al fondo del rio y luego levantó la
mirada para fijarse en Arturo.
—Se acabó.
Arturo veía a Adam con cierto desdén. ¿Qué esperaba que hiciera con
eso? En su mente, aquella escena era similar a esas veces en las que sus
amigos se embriagaban demasiado y comenzaban a resaltar cosas obvias o a
decir barbaridades sin sentido. Se sentía así con él, a pesar de no saberlo,
debido a esa sensación de conocerlo de otro lado. Tal vez lo había visto en
el subterráneo, en el mercado… la ciudad era pequeña cuando se trataba de
coincidencias.
Incluso, pensándolo un poco, podría ser que estaba acostumbrado a
verlo todos los días de las últimas semanas y por eso piensa que lo ha visto
en otro lado.
—¿En qué lo puedo ayudar? —no quería decir las palabras por él. El
cliente debía hablar con respeto ante el personal que le servía.
Adam aclaró su garganta, entrando en sí y dejando las tonterías de lado.
—Este, sí —vaciló— quiero otro café, por favor.
Levantó el vaso y bajó la mirada hacía su computador portátil como si
estuviera haciendo algo importante. Claro, de cierta forma lo hacía, pero él
sabe muy bien que no ha podido encontrar las palabras adecuadas que tenía
en la punta de los dedos para comenzar a escribir, y el ver al chico a los ojos
mientras le pedía algo, no lo iba a matar. Aunque, de todos modos, no
quería hacerlo.
—Por favor, con menos crema esta vez —agregó Adam con cierto aire
autoritario.
Arturo se quedó en la misma posición con la que había llegado hasta ahí
esperando a que lo viera a los ojos, por lo menos, al pedirle que le sirviera.
No era la primera vez que alguien le hacía eso; todos, siempre, en todos
lados, se sienten superiores a las personas que le ofrecen su atención y
servicios ¿Qué había de diferente en que Adam se lo hiciera a él, en ese
momento? Por algún motivo, la actitud del pseudo-escritor comenzó a
afectarle de más.
Ese ferviente desagrado ante la falta de respeto de los clientes estalló,
como si la hubiera estado acumulando hasta ese preciso momento, en un
despliegue de ofensas y hostilidades que no salieron de su cabeza y que
concluyeron en un simple y monótono suspiro de resignación.
Adam tenía la mano levantada con la que sostenía el vaso vacío
mientras que con la otra movía el cursor del computador con el dedo índice
fingiendo estar haciendo algo importante. Tal vez las apariencias no
importaban, pero para parecer alguien importante, lo eran todo.
—Vale, señor, enseguida se lo traigo —Arturo cogió el vaso y se dio la
vuelta para depositarlo en la papelera, coger otro y servir lo que le habían
pedido.
En parte, lo que le molestaba era que lo había llamado solamente para
eso ¡Adam pudo haberse levantado para botarlo, acercarse a la caja y pedir
otro café! Pero, ¡No, tuvo que llamarlo como si Arturo fuera su sirviente!,
o, incluso peor… no sabía qué, pero algo podría ser peor que eso.
—Maldito idiota —masculló mientras se alejaba apretando el vaso
como en las películas.
Por su lado, al mismo tiempo en que Adam y Arturo interactuaban,
Carol continuaba observando el alrededor de la sala del personal de la
cafetería con cierta nostalgia. Pensaba en todo lo que se iba a perder ahora
que tendría un trabajo en un lugar que no quería. Sí, no era la primera vez
que tenía uno, pero, mientras, examinaba todo.
Los casilleros medio abiertos con puestos vacíos por ocupar, diciendo a
gritos que era imposible que tantas personas trabajaran en un lugar tan
pequeño y cerrado como ese, ni siquiera habiendo dos turnos para el
personal, la única puerta que daba a un único baño en el que sabía que no
podría encerrarse al usar porque no le daría tiempo de concentrarse en sus
necesidades.
El bebedero, la mesa redonda ligeramente inclinada por el peso de «no
sabe qué» del que no quería preguntar porque tal vez no le gustaría la
respuesta; el techo laminado blanco, la cerámica del suelo fragmentada y
con trozos faltantes.
Para ella, estar sentada ahí, no significaba lo mismo que para cualquier
otra persona; sentarse ahí era rendirse, era perder las esperanzas. ¿Qué
mujer letrada, con sus capacidades, inteligente, atractiva y bien preparada,
podía estar invirtiendo su tiempo en una cafetería de segunda mano?
Se detuvo por unos segundos y reconsideró su lógica ¿Era esa cafetería
de segunda mano?
De repente, recordó las palabras de su mamá:
—¿Qué tal si consigues lo que buscas estando ahí?
Resonaban en su cabeza como si se tratara de una caverna vacía en la
que acababan de gritar.
—Pues no lo sé, mamá —le respondió como si la tuviese allí; estaba
hastiada, con la mano empujada en su mejilla mientras que sostenía el peso
de su cabeza con el codo sobre la mesa. Suspiró, parpadeó lentamente y
repitió, más para ella que para la voz en off de su madre— no lo sé.
¿Qué podría perder? Dentro de todas las cosas horribles que podría estar
haciendo, partiendo desde vender drogas hasta prostituirse, ¿Qué tan malo
podría ser trabajar como mesera en una cafetería de reputación
cuestionable? En su vida había visto ese lugar, seguro era nuevo, aparte,
nunca había entrado a una cafetería porque ¡Ella no toma café! Aunque, sin
embargo, ignorando todo eso, ¿Qué podría perder?
De nuevo sintió el impulso de responder con un «no lo sé», pero decidió
ahorrárselo. Con los ojos aun cerrados, Carol no sentía que podría estar en
el lugar indicado, que encontraría «eso» que tanto quería cuando, ni ella
misma, sabía qué era.
Pero sabía que debía tomar una decisión. Abrió los ojos y se dejó llevar
por el resplandor de aquel lugar, lo debía ver una forma diferente. Era un
lugar nuevo que tenía nuevas oportunidades.
Se miró a sí misma de manera figurativa y pensó que: sí, tal vez estaba
sonando como su madre, una mujer que sabía sobre la futilidad de la
existencia y que, si quería tener una vida colmada de éxitos, debía dejarse
llevar, romper los esquemas y salir adelante. ¿Qué otra cosa podría hacer?
Hasta ahora era el mejor consejo que le habían dado y con el que se debía
quedar si esperaba hacer algo con su vida.
Se levantó, cerró los ojos de nuevo, respiró profundo, suspiró con
fuerza, buscando el valor en lo más interno de su ser y aceptó las
circunstancias, pensando:
—Puede que no sea lo mejor, pero, puedo intentarlo de todos modos.
Abrió los ojos y ya estaba decidida. Cogió su mochila, la abrió el
casillero número doce y la colocó adentro junto con su chaqueta. La cerró y
cogió su rumbo hasta la cocina, dispuesta a encontrar a Arturo.
Bajó las escaleras, recorrió el mismo camino que había tomado antes y
buscó a Arturo con la mirada. ¿Dónde estaba? Dio vueltas, tratando de
encontrar al gerente del lugar. Vio a la chica que estaba cocinando aun
sumergida en sus asuntos, y a más nadie dentro del lugar.
Definitivamente no había muchos compañeros de trabajo para la
cantidad de casilleros que tenían. Giro unas cuantas veces más hasta que
pudo vislumbrar a través de la ventana de servicio que conectaba la cocina
con el recibidor y la caja, a Arturo, quien no se notaba muy alegre.
—Ahí está —exclamó y se acercó a la ventana— Arturo —lo llamó
susurrando.
Arturo había apretado el vaso y lo depositó con furia en la papelera.
Rezongaba mientras que cogía otro vaso y se disponía a servir el café de
Adam. Por un momento había olvidado lo que estaba sucediendo a su
alrededor: las conversaciones de los otros clientes, a Karen cocinando
mientras estaba metida en su mundo, la hora e incluso Carol.
En lo que ella le llamó por su nombre, levantó la mirada y vio a través
de la ventana.
—Carol —de repente, todo lo que le estaba molestando desapareció. No
importaba qué tan furioso estaba, debía cuidar las apariencias— Sigues aquí
—estaba legítimamente sorprendido.
—Sí, sigo aquí —respondió como si se tratara de un secreto contado a
voces. Se notaba más animada, la resolución del asunto de si trabajaría allí
o no le ayudó a recuperar un poco su seguridad.
—¡Qué bueno! Había olvidado que estabas esperando —se asomó para
ver adentro de la cocina y notó que Carol no llevaba ni su chaqueta ni su
mochila— ¿Ya te decidiste?
Ella hizo lo mismo, se miró a sí misma tratando de entender qué había
intentado mirar Arturo y comprendió el gesto.
—Ah, sí —levantó la mirada— Sí, me decidí, creo que mejor empiezo
hoy mismo.
Arturo sonrió. Sus labios se fueron estirando en un arco de alegría
porque ahora ya no tendría que atender a más nadie. La noticia le había
sentado bien y ya podría quitar el letrero de la vitrina principal.
—¡Qué maravilla! En verdad. Realmente me hacías falta.
Carolina se contagió por la alegría y el júbilo que invadieron a Arturo al
momento de escuchar la noticia. Tal vez si había hecho bien al aceptar el
trabajo. ¿Quién sabe? Hasta podría ser un buen presagio.
—Vamos, sal de ahí —Dijo Arturo mientras que movía hacía sí mismo
para llamarla hasta donde estaba él— ven, que te toca trabajar aquí afuera.
Carol entendió que ahora estaba hablando con su jefe. Aclaró su
garganta, medio borró la sonrisa de su rostro y cruzó la puerta que tenía a la
izquierda, esa misma que conectaba la cocina con el recibidor y la caja.
—Sí, ya voy.
En lo que llegó hasta donde Arturo, él empezó a hablar.
—Bueno. Toma —cogió un delantal que estaba debajo de la gran
cafetera que tenía al lado— este será tu delantal de ahora en adelante.
Era un gran trozo de tela marrón que iba en conjunto con el estilo del
lugar. Un delantal de esos de cintura.
—Está bien —dijo mientras lo cogía y estudiaba con la mirada.
—Bueno, como comienzas hoy, sería bueno que te activaras de una vez.
Arturo espero que Carol se lo colocara de la manera correcta.
—Toma —agregó, en lo que terminó de prepararse— aquí tienes —le
entregó el vaso que llevaba en la mano— este café es para el señor de allá.
Se giró y señaló discretamente en dirección a Adam.
—¿Cuál? —Carolina veía a varios hombres en la dirección en que
Arturo le había señalado— exactamente.
—El del computador portátil.
—Okey. Ya lo vi.
Un hombre un tanto mayor, tal vez estaba entrando en los cuarenta o a
mitad de los treinta. Que llevara un computador a la cafetería, aunque un
poco trillado, le confería cierto encanto de hombre inteligente; tal vez
incluso hasta era alguien interesante con el que podría hablar. Se perdió
unos segundos en la idea que se había hecho de alguien con un computador
portátil en una cafetería para luego despertar bajando la mirada y ver
asustada el vaso vacío que aún no cogía.
—¿Y tengo que prepararle el café? —al mirar el vaso pensó en lo peor.
No tomaba café, mucho menos sabía hacer uno.
Arturo volvió a ver a Carol luego de fijarse en que el vaso seguía vacío
dándose cuenta que aún no servía el café que Adam le había pedido tan
«amablemente».
—Oh no, por ahora no. Solamente eres la mesera. Tu trabajo es
entregarles los pedidos a las personas —Sacó su móvil del bolsillo para ver
la hora— dentro de poco llegaran dos de los que se encargan de eso, fueron
hacer algo y su turno aun no comienza.
Con que había más personas trabajando, pensó Carol. Eso es bueno, por
lo menos no serían solo tres personas.
—Vale —suspiró aliviada— qué alivio. Creí que tendría que preparar el
café.
—No, querida, ese es el trabajo del camarero, tu encárgate de lo
esencial: tomar los pedidos y llevarlos a las mesas.
—Perfecto —Carol miró a su alrededor, estudiando todas las mesas que
había en la cafetería— eso lo puedo hacer —sonrió levemente,
convenciéndose poco a poco que las cosas podrían salir bien.
—Eso espero. De todos modos, no es gran cosa, no creo que puedas
arruinarlo, así que tampoco hay mucha presión.
—¿Me harás una prueba primero?
—¿Para qué? ¿Para ver si puedes llevar un vaso a una mesa? —dijo,
sarcásticamente— No creo que sea necesario.
—¿Seguro? —Carolina aun no podía creer que conseguir el trabajo
como mesera terminó siendo tan fácil. Desconocía por qué la habían
contratado con tanta facilidad— Tal vez pueda responder unas preguntas,
aprenderme los nombres de los pedidos o algo así —insistió.
—No, tranquila, lo aprenderás a la marcha, descuida —le tranquilizó—
tú nada más anota los nombres que ellos te digan, sonríes, asientes, y traes
el pedido. El camarero se encargará de lo demás. Tú —le colocó la mano en
el hombro en un gesto amable para reconfortarla— tranquila, no te
preocupes.
Carolina quería responder a eso, tratar de decirle lo vital que era el
conocer la carta de cafés, saber qué recomendar, el nombre, los
ingredientes, etc. Pero, supuso que debía tomárselo con calma, si él, el
gerente del lugar, no le daba importancia, ¿Por qué habría de darle
importancia ella? Ahí decidió que dejaría que todo siguiera su curso natural.
—Está bien —asintió con una sonrisa.
—Así se hace —le felicitó.
Arturo, preparó el café que le había pedido Adam, le colocó la tapa con
el filtro y se lo entregó a Carol con mucho cuidado. Cogió una servilleta,
para luego señalarle de nuevo el hombre al que debía llevar la orden.
Parecía que la estaba dejando en la puerta del colegio en su primer día de
clases. Se hallaba feliz porque no tendría que atender a más nadie en ese
lugar, no de la forma que aborrecía tanto.
—Vamos, llévale el café y pregúntale si desea otra cosa.
—Vale.
En ese instante, Carol comenzó a ver el trabajo como algo sencillo.
¿Solamente tengo que atender a los clientes? Se preguntó sin creer la
simplicidad del oficio, para concluir con un: no es tan difícil.
Adam, no había levantado la mirada de la pantalla de su computador
desde que Arturo se retiró con el vaso vacío. Aún continuaba la reñida
batalla con su creatividad para conseguir las palabras adecuadas con las que
comenzaría la novela. No conseguía entender, todavía, por qué no daba con
el principio de una historia que sabía que les gustaría a todos. ¿Qué
necesitaba para dar con esa genialidad que tanto quería? Curiosamente no
sabía nada de escribir, pero se frustraba como alguien que sí sabía.
—Aquí tiene, señor.
Aquel tono de voz angelical que le interrumpió los pensamientos casi de
la misma forma en que Arturo lo había hecho casi media hora atrás, le
obligó a levantar la mirada casi por instinto. No sabía quién era, por qué le
estaba hablando o si era realmente con él. Aquella voz venía acompañada
con un dulce perfume que pudo identificar casi de inmediato, un 212 de
Carolina Herrera que conocía porque una de las mujeres con las que había
compartido cámara lo usaba todo el tiempo.
Pero no era solo el aroma, el sonido de su voz, ni la presencia latente
que tenía sobre el hombro de que alguien estaba dirigiéndose directamente a
él. Era la expectativa; no la había visto todavía y ya sentía que era una
persona hermosa, todo gracias a esos pequeños detalles que pudo identificar
en tan poco tiempo.
Esa impresión que tuvo de ella se desarrolló en cuestión de segundos
entre la proyección de la última silaba dicha por Carol y él levantando la
mirada lo más rápido que pudo. ¿Quién será? ¿Qué quiere conmigo? ¿Por
qué me está hablando? Huele bien, esa voz es hermosa… en su cabeza
estallaron preguntas de las cuales quería una respuesta inmediata.
Al verla, entendió que no estaba equivocado.
—Justo como lo ordenó —agregó Carol, extendiéndole el café caliente
con ambas manos.
Tal cual le dijo Arturo, le estaba regalando una de sus mejores sonrisas
al señor que estaba sentado con un computador, que había llamado su
interés mientras que se acercaba para entregarle su bebida.
Fluctuaba entre pensamientos de inquietud y la naturaleza curiosa que le
precedía; ¿Quién será ese hombre? Preguntó para sus adentros cuando
estaba acercándose a él. Ese aire de señor intelectual que le confería el estar
escribiendo en una portátil mientras que esperaba un café en una cafetería,
atrajo su atención.
En ese lapso de tiempo idealizó el origen de Adam sin darse cuenta.
Sumó cada posible razón por la que podría estar ahí y concluyó con que era
alguien muy ocupado con muchas historias para contar. Bien, había
acertado por lo menos en una.
Su sonrisa no era falsa; era tan legítima como el rechazo que le tenía a
ser mesera.
Arturo, la miró de arriba abajo con tan solo un vistazo, estudiando
cuidadosamente cada detalle de su presencia. Su cabello suelto ligeramente
ondulado en las puntas y liso en las raíces, el tamaño de sus pechos, el
grosor de su cintura, lo largo de sus piernas e, incluso, el color de sus uñas.
Todo eso iba de la mano con su hermoso rostro de facciones gráciles que
llamaban a gritos la mirada furtiva de cualquier asiduo al arte.
Ignoró el delantal y el café, a pesar de saber que estaban ahí, porqué
todo lo demás que no era parte de ella, era un insulto a su presencia.
—¿Desea otra cosa?
Carol seguía su papel de mesera de forma impecable, cosa que le
tradujo casi de inmediato a Adam la posición que tenía en aquel café.
—¿Eres nueva? —preguntó, saliéndose de contexto— Es primera vez
que te veo.
Carol aligeró un poco la sonrisa de su rostro.
—Sí, acabo de empezar —sonrió de nuevo, cerrando los ojos e
inclinando la cabeza hacía un lado— ¿Desea otra cosa?
No quería nada, pero, no se sentía en posición de decírselo. Cogió el
café que ella le estaba entregando, mientras que conseguía una excusa para
hacerla regresar.
—Este —movió un poco su cabeza para ver los precios y los nombres
de las cosas que ellos vendían que estaba sobre el mostrador, casi tocando el
techo— Sí, me gustaría un muffin y una de esas galletas grandes de
chocolate.
—Un muffin y una galleta. Está bien, señor, ya se lo traigo.
—Vale, gracias.
No le apartó la mirada de encima, ni siquiera cuando se dio la vuelta
para llevar su pedido a la caja e irlo a buscar. Quería conocerla, saberse su
nombre de memoria, tener mejores conversaciones con ella, saber quién era
en verdad, a qué se dedicaba, por qué estaba ahí y qué pensaba de la vida.
Aquella chica había consumido por completo su atención, haciendo que se
olvidara de la novela por unos minutos.
—Vaya —pensó en voz alta— sí que es hermosa.
Se dejó hipnotizar por el vaivén de sus caderas que iban de un lado a
otro al caminar, la forma en que su cabello se movía, en que sus hombros
seguían sus pasos y todo lo que el anonimato y su ropa escondían. Carol
había pasado a ser un deleite para él.
—El señor pidió un muffin y una galleta —le avisó a Arturo, dejando
caer sus manos sobre el mostrador— una galleta de las grandes.
—Vale —respondió— enseguida.
Carol sentía que todo estaba marchando de maravilla, que, por cómo
estaban yendo las cosas, no se estaba sintiendo tan mal, después de todo.
—Aquí tienes, un muffin y una galleta —le extendió todo en un plato de
cartón— apresúrate que te están llamando por aquella mesa —agregó,
levantando la mirada y señalando a su espalda.
—Oh, claro.
El día aun ni siquiera empezaba.
Adam no le había quitado el ojo de encima ni cuando estuvo de espaldas
a él ni mucho menos cuando se dio la vuelta con la orden en manos y
caminó en su dirección. No quería parecer un acosador que se quedaba
viendo fijamente a su presa, pero no podía hacer más nada que no fuera eso;
su presencia merecía ser apreciada.
Ella caminó con cuidado hasta él y en lo que se acercó, dejó la orden en
la mesa.
—Aquí tiene, señor, justo como lo ordenó. Buen provecho.
Le sonrió, asintió con la cabeza en un gesto de cortesía y se dio la vuelta
para atender la otra mesa en la que la estaban solicitando. A Adam no le dio
tiempo de decir nada, de interactuar con ella como quería; había pedido esa
galleta y el muffin en vano porque la chica no estuvo tanto tiempo como lo
esperaba.
—Se me fue —dijo mientras la veía partir a otra mesa— demonios, no
me dio tiempo ni de preguntarle el nombre.
Y el día no fue diferente.
4
Adam no dejó de verla por más de tres minutos seguidos, los cuales
invertía pobremente en la novela que no tenía un futuro seguro. Se perdía
en cada uno de sus pasos, en las veces que conseguía escucharla porque
atendía a las personas que estaban cerca de él, cuando se reía porque algún
cliente intentaba ser gracioso o cuando simplemente se quedaba parada en
la parte de «personal autorizado» esperando a que alguien le llamara.
En esos cortos periodos de tiempo en los que no hacía nada, sus miradas
se encontraban por casualidad (o eso quería creer él), y le resultaba
glorioso. Una sonrisa tenue a lo lejos que adornaba a la perfección el
hermoso rostro de Carol.
Para Carol las cosas fueron diferente. Un primer día de trabajo agitado
que la llevaba a sentir que todo lo que tenía estaba siendo arrebatado de
ella: la vida, la alegría, las ganas de seguir adelante.
El estar parada por tanto tiempo sin los zapatos adecuados, el tener que
sonreír segundo tras segundo porque alguien le dijo un cumplido o le piden
que sea cien por ciento amable con las personas; esas y muchas otras cosas
más que venían de la mano de ser mesera en aquella cafetería, le hacían
sentir incompleta.
Hacía lo posible para mantener su mente cuerda, para no entrar en
pánico ni quebrar en una crisis de llanto y descontrolarse porque no podía
con la presión de ser «sociable». Se imaginaba la vida de las personas que
tenían más de media hora en aquel café, que pedían algo y se quedaban
sumergidas en sus propias vidas, sus teléfonos, sus periódicos (porque aún
hay personas que los leen, pensó ella), en sus libros de dramas juveniles
estúpidos, y en sus computadores.
Para ella cada uno de esos individuos tenía una historia, tenía algo que
ofrecer. Era inadecuado pensar que eran seres vacíos sin propósito ni
pensamientos críticos importantes porque Carolina no era una egocéntrica,
ni mucho menos una tonta. Cada cosa que pensaba de ellos era interesante,
a pesar de que era una simple hipérbole con la que se consolaba en los
momentos de completa inactividad.
Debe estar esperando a alguien, pensaba de uno; ella debe estar
manejando su propia compañía, pensaba de otra. La hora fluctuaba en un
movimiento que iba de lento a rápido mientras que más se dejaba llevar por
el trabajo o por la imaginación. Quería perderse lo suficiente como para no
estar ahí del todo, pero tampoco era su deseo hacer mal el trabajo que había
aceptado horas atrás.
Iba de mesa en mesa atendiendo a las personas, pensando en ellas,
idealizándolas, creyendo que el día siguiente a ese sería mejor y que todo
podría salir bien tal cual lo decía su madre.
—Ahora lo odio, pero tal vez mañana me sienta mejor.
Se consoló con cierto desdén, incapaz de creerse sus propias palabras;
aunque, en medio de sus pensamientos, su imaginación y su trabajo, estaba
alguien que no dejaba de «estar» ahí.
Carol no ignoraba que Adam le seguía de vez en cuando con la mirada,
era una presencia intensa que simplemente no se podía evitar notar. Al
principio le dio poca importancia, supuso que se debía a que estaba yendo
de un lugar a otro y eso llamaba la atención del hombre misterioso. Eso le
ayudó a dedicarle ciertos pensamientos objeto de su curiosidad ¿Por qué me
está viendo y por qué sigue aquí todavía?
La forma en que la seguía con la mirada y en la que, de vez en vez,
bajaba los ojos a su pantalla para concentrarse en esta, alimentaban más su
curiosidad. Al principio, para ella, solamente parecía un señor adulto que
seguro se había llevado algo de su trabajo a casa, pero, mientras transcurría
el día, ese personaje imaginario iba perdiendo credibilidad porque, alguien
que estaba tanto tiempo en un solo lugar, lo hacía porque seguro no estaba
muy ocupado.
Así que le fue creando personajes a lo largo del día. De uno a uno fue
descartando las posibilidades, desde banquero hasta programador de
computadoras; concluyó que no era un estudiante universitario porque se
veía muy viejo para serlo ¿Profesor, entonces?
Un profesor significaba una persona educada, inteligente, incluso cabía
la posibilidad que tuviese un doctorado o una maestría. Se veía como el tipo
de persona que se perdía en sus pensamientos, profundo, poético y que
podría contar grandes historias.
Carol no era muy buena para juzgar a las personas, pero difícilmente
pensaba lo peor de ellas sin conocerlas.
—¿Cómo te va en tu primer día?
Arturo se le acercó una de esas veces en las que no estuvo haciendo
nada, justo antes de que su mirada se encontrara con la de Adam.
—Oh —se asustó por lo repentino de su aparición. Estaba concentrada
en el entorno, atenta al llamado de algún cliente— Arturo.
—¿Te asuste? —le pregunto, pareciéndole gracioso y diciéndolo
mientras dejaba escapar una risa nasal.
—Estaba —vaciló— pensando.
A Arturo le parecía poco normal que alguien estuviera tan concentrado
en un pensamiento mientras que trabajaba como mesero, él recuerda ese
trabajo como algo que no le daba tiempo siquiera para respirar. Además,
¿De qué podría estar pensando? ¿En renunciar, acaso?
—Qué raro, no recuerdo que fuera tan tranquilo.
—¿Qué cosa?
—El trabajo. A mí no me daba tiempo de pensar.
—¿Fuiste mesero?
—Sí, así empecé aquí. He estado trabajando un tiempo en este lugar.
Arturo sonaba orgulloso de su trayectoria en la cafetería.
—Ahora soy el gerente —agregó, más orgulloso aún.
Carolina sintió lastima por el hombre que le estaba hablando. El estar
orgulloso de conseguir un puesto dentro de un pozo sin salida como ese, era
como auto engañarse, conformarse con un trabajo mediocre.
—¿Cómo te va entonces en tu primer día? ¿Todo bien? —repitió.
—Bueno, nada más he atendido a una que otra persona, pero creo que
todo marcha de maravilla.
—Sí, suele pasar el primer día —Arturo sonaba confiado, para él, no
todo eso no duraría.
Sabía que no había nada reconfortante en trabajar en aquel lugar, a pesar
de estar haciéndolo por el placer de seguir ahí. Quería asegurarse de que
Carolina lo entendiese: no era bueno ser mesero, tampoco era malo, pero
definitivamente no era divertido. Puede que su opinión al respecto se viera
afectada por su naturaleza poco sociable, por la falta de interés en atender a
las personas segundo tras segundo por horas sin descanso, siendo mal
tratado, pisoteado, ofendido y demás, por un mísero sueldo.
—No durará mucho —aseguró— por ahora dirás: ¡Oh, trabajar de
mesera no es tan malo! —imitó pobremente la voz de una mujer— pero
luego te darás cuenta que no es más que un dolor en el trasero.
—No creo que sea tan malo —mintió— tal vez, solamente necesito
acostumbrarme, eso es todo.
Ambos hablaban viendo a la multitud inerte, sumergida en su existencia
tan convincentemente que parecían no estar ahí. Hubo un corto silencio
entre los dos, quienes evaluaban con la mirada a los clientes del café. En
ese preciso momento, los ojos de Adam y Carol se encontraron en medio de
un vistazo rápido de la zona.
Adam sonrió, ella hizo lo mismo. El hombre con el computador cada
vez llamaba más su atención. Hasta ahora, era un importante profesor de
una universidad de por la zona; inteligente, introvertido, apuesto y con
muchas historias que contar. Su imaginación y sus ojos se posaron en él de
nuevo, hasta que la voz de Arturo le interrumpió, haciéndose una costumbre
en aquel café entre el gerente y las personas pensativas.
—Pero es un poco deprimente estar aquí ¿sabes? —agregó Arturo.
—¿Por qué lo dices?
—Porqué lo es. No es muy divertido estar aquí por tanto tiempo, pero se
necesita un sueldo estable para mantenerse. Simplemente no te puedes ir y
ya.
—¿Qué tal si lo intentas y ya?
—¿Salir de este lugar?
—Sí —comenzó a sonar más personal, invistiéndose en el asunto de
hacer las cosas que son necesarias— intentar algo nuevo.
Recordó la voz de su madre y se molestó consigo misma al notar que,
mientras más seguía en ese café, más sonaba como ella.
—No lo creo —respondió él.
Y las palabras dejaron de fluir entre los dos. Luego de un minuto de
silencio, él habló.
—Lo siento —su tono de voz cambió repentinamente— no debería estar
hablando de esto contigo.
—Oh, no, tranquilo —Carolina sintió que, de alguna forma u otra,
Arturo pensó que la había ofendido— no has dicho nada malo.
—Olvidémoslo, ¿Sí?
Carolina no tenía ganas de hablar al respecto, pero tampoco sabía si era
apropiado dejar que la conversación muriese allí.
—Y… —pensó en cuál sería el mejor tema para cambiar la
conversación.
—¿Ese hombre no te parece conocido? —pero Arturo se le adelantó.
El tema tomó un giro repentino. De repente, la actitud de Arturo cambió
por completo, por lo menos, sonaba menos extraño.
—Me parece conocido de algún lado, pero no sé de dónde. —Su
subconsciente le gritaba que no revelara esa información, pero él no le
prestó atención.
¿De quién estaba hablando? Sondeó el lugar buscando algún hombre
relevante entre la multitud, pero, para ella, el único que parecía relevante
era Adam.
—¿De cuál hombre hablas? —preguntó, viéndole a los ojos y luego
tratando de imitar la trayectoria de su mirada.
—De ese que está ahí, el que no deja de ver para aquí de vez en cuando
—Carol se hizo de una idea— el del computador —y eso la confirmó.
—Oh —dijo.
Así que estaba hablando del profesor, pensó ella. Por un momento
consideró que le había dado clases alguna vez en su vida y por eso le
parecía conocido; para descontento de ambos, los dos estaban equivocados.
—Él —agregó, sin darse cuenta del tono de voz del que había hecho
uso.
Proyectó la letra «L» de tal forma que parecía que la mera mención del
articulo connotaba importancia. Fracasó en ocultar su interés en el hombre
con tan solo referirse a él.
—Sí, él —se fijó en ella, extrañado— ¿Por qué lo dices así? ¿Acaso lo
conoces? —la forma en que lo había dicho le supuso cierto alivio; era
posible que ella resolviera el misterio y por fin podría dejarle tranquilo.
—¿Qué? ¿Conocerlo? ¡Ja! No, primera vez que lo veo en toda mi vida.
El alivio desapareció tan rápido como había aparecido.
—Oh —regresó la mirada, decepcionado— creí que lo conocías.
—No, para nada, a penas y lo veo. ¿Por qué? ¿De dónde crees haberlo
visto antes?
—No lo sé, solamente siento haberlo visto de antes, de saber de dónde,
tal vez descifraría quien es.
Los dos se fijaban en Adam con cierta obviedad que el ex actor notó sin
ningún esfuerzo. Desde lejos, podía notar que estaban observando en su
dirección, que decían algo que explicaba el por qué le veían y que era
exclusivamente sobre él. Trató de actuar normal, como que no se había
dado cuenta, fingiendo que estaba escribiendo algo muy importante tal cual
hacía cuando sentía que alguien miraba en dirección a su computador.
Una tarea titánica, dado que debía estar siempre de espaldas a la pared
para evitar que alguien pasara por detrás y notara que la hoja de su
documento en el computador llevaba más de dos semanas en blanco.
La primera pregunta que le vino a la cabeza fue: ¿De qué estarán
hablando? Se llevaba el vaso a los labios y sorbía un poco de café, luego
mordía la galleta o el muffin, bajaba la mano, continuaba escribiendo lo
primero que se le ocurría y luego de unos segundos, repetía, intercambiando
entre los bocadillos que masticaba.
—¿Pero no sabes siquiera quién es? —Carolina sabía lo tonto de su
pregunta; obviamente si no lo reconocía, tampoco sabría quién era o a que
se dedicaba. De todos modos, decidió lanzar la pregunta a ver si conseguía
alguna información del hombre— O ¿A qué se dedica?
—Ni idea, no logro descifrar de donde lo conozco, mucho menos voy a
saber quién es —aseveró.
Decepcionada, suspiró con fastidio. Tenía razón, cosa que le resultó aún
más decepcionante.
—Tal vez, si pudiera recordarlo bien, podría saber a qué se dedica —
continuó Arturo, agregando detalles a su cuestionamiento.
Estaba sumido en su idea, la necesidad de descubrir el motivo por el cual le parecía familiar,
parecía estar dominando su completa atención.
— Además —rompió su concentración— ¿Por qué quieres, tú, saber quién es?
—¿Por qué? —Carol se sintió interrogada de manera hostil; no quería
confesarle que estaba interesada en un completo extraño, que le parecía
atractivo o que quería conocerlo— bueno, no sé —vaciló— es que, está con
su computador, escribiendo y eso y, no sé, me preguntaba a qué se dedica,
porqué aún sigue aquí, y bueno… solo digo.
La actitud misteriosa de Carolina pasó desapercibida para Arturo, quien
aún intentaba descifrar el enigma del hombre con el computador. Al notar
que estaba a salvo de preguntas incomodas, se sintió aliviada y trató no ver
en dirección a Adam para no ser tan obvia; el dejar que él notase que le
estaba viendo sería otra cosa que le incomodaría.
—Bueno, la verdad es que no sé. No lo he visto hacer otra cosa que no
sea estar en frente de su computadora. Siempre pide un café y se sienta ahí
por horas.
—¿Siempre? ¿Por horas?
—Sí, siempre, bueno —se giró y miró a Carol, dándose cuenta de que
decir «siempre» era un poco exagerado— no siempre. A penas y llevo
viéndolo hacerlo desde hace unas semanas, desde que empezó a venir.
—¿Cuánto tiempo pasa aquí?
—Bueno —entre cerró los ojos y pensó en un estimado— más o menos
todo el día.
El preciso uso de palabras de Arturo le condujo a una nueva hipótesis
del personaje. El que estuviera prácticamente todo el día en la cafetería (y
según lo veía ella, también todos los días) derrumbaba la idea de que fuera
un profesor.
—Bueno, siempre está escribiendo en su computador, ¿Sabes? No lo he
visto hacer otra cosa. Tal vez es una especie de periodista o escritor —
Arturo volvió a ver en dirección de Adam— pero eso es lo que yo creo.
«Un periodista o escritor» esas dos hipótesis parecían tener más sentido
que todas las que ella había pensado. Sin embargo, no se alejaban mucho de
su idea. El que fuera periodista, de los que escriben columnas, a esa edad,
parecía ser algo importante.
¿Qué tal si es uno de esos que hace artículos relevantes sobre la
sociedad, el comportamiento de las personas, la vida o incluso sobre lo que
piensan del amor? Hablaría tan bien de él que incluso hasta podría hacerlo
mucho más interesante de lo que ya era. Y, ¿Si resultaba ser un escritor? En
esta última, tuvo que hacer un esfuerzo para aguantar la emoción y ahogar
un grito de euforia.
Sea quien fuese, había logrado, con tan solo unas miradas, llamar su
atención.
—Espero que tengas razón —dijo Carolina, con una sonrisa en el rostro,
como si estuviera hablando al vacío, imaginándose en una sitcom en el que
se estaba por terminar la escena.
Pero era la vida y Arturo le estaba escuchando.
—Ya va, ¿Qué?
5
Luego de aquella bofetada:

¿Por qué no lo había dicho antes? ¿Qué podía estar deteniéndolo? El


que no se defendiera en el momento en que lo confrontó, decía mucho
¡Confirmaba lo que le preocupaba! sí era un actor porno y eso significaba
que era un ser desagradable.
Los días pasaron.
¿A todas estas? ¿Por qué no lo dijo antes? No, no es la misma pregunta,
puede parecer la misma pero no lo es, esta es más a: ¿Por qué no lo
mencionó? Es decir, no es como que le haya preguntado y debiera
responder, no sabe siquiera si es un secreto.
Así que, ¿Por qué no lo dijo antes? Pudo haber dicho: ¡Oye! Soy actor
porno. Y todo habría sucedido…. ¿Habría sucedido diferente? La verdad no
lo sabía, para ella las cosas no eran tan sencillas. Hasta donde tenía
conciencia, no sabía mucho al respecto de Adam, se supone que fue ese
misterio lo que la atrajo a él en primer lugar.
La peor parte de todo esto, es que, en realidad, ni siquiera era algo tan
grave… y ella lo sabía muy bien.
De nuevo, los días pasaron.
¿Qué tan malo es entonces? Es malo que sea actor porno, que haya
estado con muchas otras mujeres, ¿Importa siquiera? No es como que
estuviera esperando a que ella se acercara a él y se acostaran. Hasta donde
sabe, los actores porno solamente quieren sexo, es obvio, si no ¿Por qué
serían actores porno en primer lugar? Pero, aun así ¿Realmente es malo?
Otra vez, los días pasaron, pero esta vez fueron menos. Una cantidad
poco precisa; es importante saber que no sumaban una semana.
¿Debí haberle gritado?
Dos días pasaron.
Él fue quien se negó a pasar a la casa de ella aquella noche ¿Qué habrá
querido decir eso? Aunque, si quitamos lo de ser actor porno, no es tan
diferente a una persona normal. Era interesante hablar con él. La verdad, de
cierta forma, disfrutaba al máximo su compañía. La hacía dudar.
Carolina pensó, pensó hasta embriagarse de ideas, suposiciones y
veremos, que la llevaban a cambiar de parecer cada vez más. Nadie la
estaba motivando; Arturo había dejado de tocar el tema semanas atrás
porque sabía que no había terminado de una manera positiva, además que el
recordárselo la hacía enojar.
Adam no le escribía, nunca la llamó ni se acercó de nuevo a la cafetería.
El que no quisiera hablar con ella le preocupaba: tal vez hizo algo terrible,
tal vez debió tomarse la situación de una forma diferente.
Durante sus días de meditación, hizo lo que pudo para pensar lo menos
en él, sin mucho éxito, mientras que se negaba a saber más al respecto. No
quería conocerlo, entender su posición, sabía que podría perdonarlo porque
había cosas que no encajaban, que ella ignoraba y eso no era lo que
necesitaba ahora. Deseaba estar molesta con él, con las mentiras que le
contó ¿Cuáles?, pensaba; con las cosas que le ocultó ¿Ser actor porno?,
agregó, señalando únicamente eso; y los momentos que pasaron juntos.
Se mantuvo encerrada en una burbuja que la apartaba del mundo
exterior, tratando de vivir de la misma forma en que lo hacía antes de saber
que las personas que la rodeaban existían mucho antes de que ella las
conociera y que, por lo tanto, debían tener un pasado.
Fue ahí cuando decidió seguir su consejo. Se levantó de la cama (su
punto de meditación por excelencia) y fue hasta la computadora de mesa
que tenía en la sala de su departamento.
Adam Patterson.
El primer resultado no arrojó nada relevante. Hasta donde sabía, Adam
no era ningún cineasta o fotógrafo. Así que, a causa de su infructífero
hallazgo, decidió agregar una palabra más a su nombre. Tal vez, de esa
forma, encontraría la respuesta adecuada.
Adam Patterson porno.
Y, como si se tratara de la cosa más buscada del internet, apareció su
foto a un costado de la página, sobre una biografía.
Adam Liam Patterson (12 de junio de 1965, Inglaterra; Mánchester),
mejor conocido como Adam Patterson, es un exactor, productor y director
porno que trabajó en la industria cinematográfica de adultos por veinte
años.
[…] Comenzó a trabajar a los dieciocho años […] se apartó del mundo
del cine para adultos a los treinta y ocho años luego de decidir que «había
sido suficiente» (dijo en una entrevista en la revista playboy) para dedicarse
a producir bajo perfil y a su vida personal.
[…] tras varios años de trabajo, amasó una fortuna de más de veinte
millones de dólares como productor, director y actor, que adiciono a su ya
creciente patrimonio como heredero de una familia acaudalada dueña de
una marca de zapatos prestigiosa de Europa.
Recibió varios premios entre los que destacan «Mejor Actor», «Estrella
mainstream del año», junto con otros premios de producción y marketing,
hasta ganar el premio especial de «Salón de la fama» del porno.
Grabó un estimado de 200 películas porno; produjo y dirigió más de
100.
Carol leyó la corta biografía de Adam que se leía en internet. No decía
nada más que eso, lo que le imprimió cierta sensación de insuficiencia a
causa de la falta de información. Quería conocer todo lo que pudiera de él,
saber qué hacía, desde cuáles películas, hasta, con cuantas mujeres había
estado.
Hasta que, en un momento dado de su búsqueda, pensó: ¿Cómo habrá
sido esas películas?
Así que, sin mediar palabras, sus dedos comenzaron a escribir los
caracteres que conformaban el nombre de Adam y la palabra «videos
porno». De inmediato, aparecieron enlaces a páginas porno Premium y
gratuitas que daban a videos relacionados con su nombre. Cortos videos que
mostraban escenas específicas de las muchas películas en las que él había
participado.
Todo lo que estaba haciendo era meramente informativo, necesitaba
conocer lo sucedido y encontrar una explicación; lo que sucedió después,
fue simplemente algo que no pudo evitar.
6
Tiempo antes de eso (y después de la conversación con Arturo, tal vez
unas tres o cuatro semanas), Carolina se encontraba en su casa, frente al
espejo de su baño, con el corazón palpitándole de entusiasmo; cogió el
labial color vino mate porque le daba ese aire de mujer seria, elegante,
joven pero madura, que tanto quería demostrar. No quería verse como esas
jovencitas que salían con tipos mayores por su dinero o porque querían
compensar algún complejo paternal del pasado.
Por fin había logrado algo más que una plática casual con aquel apuesto
escritor. Desconocía quien era, qué hacía o si era famoso; parecía exitoso,
porque ¿Quién podría manejar un coche como el que él maneja? No lo
había visto mucho, pero, de vez en cuando, en ciertas ocasiones cuando
Adam decidía no caminar desde su casa a la cafetería, lucía un elegante y
costoso vehículo que un hombre cualquiera de su oficio, no podía costear.
No conocía su trabajo, ni sabía si era bueno, o no, en lo que hacía. Era
un completo misterio para ella, aunque, a pesar de que de todos modos
quería conocerlo de forma intima, de saber todo acerca de él, fuera o no un
escritor, no se había molestado en buscarlo por internet; tampoco quería
hacerlo: Adam debía ser un completo misterio.
Mientras se maquillaba para parecer más adulta, tenía una extraña
sensación en el pecho que la motivaba a sentirse cada vez más inquieta; no
sabía qué nombre ponerle, si nervios, inquietud o expectativa. Cada cosa
que hacía parecía estar mal hecha: ¿Estos serán los jeans correctos? ¿Iras a
la cita con unos jeans? ¿Debería verme así? ¿Debería estar haciendo esto?
La inseguridad se hacía cada vez más latente, obligándola a preguntarse
qué la había llevado hasta ese momento.
En retrospectiva, las cosas habían salido como ella lo esperaba; es
bueno decir que cada una de ellas parecía haber sucedido de la forma en
que se suponía que tenía que hacerlo y a su justa medida, así que
¿Entonces? ¿Por qué estaba tan inquieta? El corazón le palpitaba con
fuerza, las manos le temblaban mientras trataba de colocarse el labial sin
mancharse.
—¿Quieres ir a cenar conmigo? —Preguntó Adam.
Durante semanas habían hablado, luego de romper el hielo, les costó
erigir una pared nueva porque, la verdad, no había nada que pudiera cubrir
lo que estaban sintiendo, lo que querían hacer con el otro y lo
increíblemente bien que las cosas estaban marchando.
Carolina seguía evocando aquel momento porque, en sí, significaba que
dejarían las conversaciones rutinarias justo después de una orden cualquiera
que él hacía para poder hablar con ella, a algo que se podría considerar
«real».
Lo miró a los ojos, sonriendo, dubitativa. ¡Claro que quería hacerlo!
¿Cómo no? Estaba esperando que lo hiciera desde antes, soñaba con
encontrarse a solas con él. Pero, a pesar quererlo en verdad, por alguna
razón, necesitaba pensarlo.
—Este —se atoró, sin poder dar la respuesta que buscaba, cosa que para
Adam no pareció muy positivo; no se veía dispuesta a aceptar. Eso, o estaba
emocionada. Para él, muchas cosas obvias pasaban de largo.
—Oh —dijo apenado— no, descuida, si no quieres no tengo problema;
es solo que creí que…
—No —le detuvo— Sí quiero ir a cenar contigo, es solo que no sabía
qué decir.
—¿Por qué? Yo creí que querías estar en un lugar más tranquilo, en
donde no tuvieras que irte a trabajar o algo…
—Me encantaría —le interrumpió de nuevo— Me encantaría cenar
contigo, en serio que sí.
—¿Segura? —Adam parecía un niño al que le acababan de dar la mejor
noticia de su vida, le parecía difícil de creer.
—Claro que quiero, ¿Por qué no querría? —sonrió— Me gustaría poder
estar en una cena contigo, sería —vaciló— interesante.
—¿Interesante? —levantó su ceja, con una sonrisa curiosa y traviesa—
¿Te parece interesante?
Carolina intentó esconderse entre sus hombros, un poco apenada,
sabiendo lo que sus palabras implicaban. Bajó la mirada y comenzó a
sonreír de forma nerviosa pero adorable.
—No lo sé —balanceó un poco su cuerpo de un lado a otro— yo nada
más digo que, sería interesante estar en una cena contigo. ¿No lo crees?
—¿Nada más interesante? No lo creo, para mí sería más como:
estupendo.
Sus palabras atrajeron la mirada de Carol de forma seductora, llamando
su atención por completo.
—¿Y cuando quieres que cenemos? —Preguntó ella.
—Pues, ¿Qué te parece esta noche? No tengo nada que hacer, y me
gustaría acordar un lugar contigo, eso le daría sentido a lo que resta del día.
Carol fracasó en esconder la sonrisa que se le dibujó en el rostro luego
de las palabras de Adam.
—Me convenciste en: esta noche.
Ambos se miraron a los ojos, callados, sonriéndose. Sus labios se
ampliaban cada vez más, no dejaban de demostrar que les encantaba estar
hablando con el otro; su lenguaje corporal y verbal eran tan claros como sus
sentimientos. El poco tiempo que llevaban conociéndose parecía ser
suficiente para establecer que ya estaban perdidamente atraídos el uno del
otro, algo que ninguno de los dos se esperaba conseguir en aquel simple
café.
Carol intentó por segunda vez pintarse los labios, habiendo fracasado la
primera luego de dejar un milímetro más de pintura fuera de su labio
inferior; eso era sencillamente inaceptable ¡Todo debía quedar perfecto para
la noche! Así que abrió el grifo del lavamanos, se lavó los labios con
cuidado de no quitarse el resto del maquillaje y procedió a intentar una vez
más.
Luego de más de dos horas eligiendo qué vestir, qué combinaría con qué
y qué cosa sería más apropiada para la ocasión, se detuvo frente al enorme
espejo que se hallaba al lado de la puerta de su habitación, vistiendo un
hermoso vestido negro corto de escote en v, con unos tacones sencillos de
color turquesa que se ataban a su tobillo.
Su cabello suelto ligeramente ondulado, una cartera de mano que hacía
juego con el poco color que había en su conjunto y el corazón latiéndole a
millón.
—Te ves bien, Carol —se dijo— te ves muy bien —repitió, tratando de
hacérselo entender a sí misma.
No quería cambiarse de nuevo, buscar más ropa, seguir maltratándose el
cutis con una capa densa de maquillaje ni tener que bañarse de nuevo
porque no hallaba la forma de deshacerse del olor del perfume que decidió
usar y no le gustó. Se estaba convenciendo de que todo estaba yendo de
maravilla, que probablemente podría conseguir por fin un hombre digno
para ella.
—Es tu primera cita en años —se dijo— no la vayas a arruinar,
Carolina.
Respiró profundo, cerro sus ojos y luego exhaló todo el aire que había
ingresado en sus pulmones. Carolina se imaginaba todo lo que podría salir
mal, cada posible escena, error, desliz, falla, mal cálculo, descuido y
cualquier otro adjetivo que se pudiera ajustar a un evento fatal, llenaban su
cabeza de ideas y conclusiones alocadas.
Levantó sus brazos y revisó si se había aplicado el desodorante.
—Sí —todo bien.
Revisó el interior de su cartera para ver si tenía el móvil a la mano.
—Perfecto.
Buscó en sus orejas si había zarcillos, asegurándose, de manera absurda
e ilógica, no parecerse a un hombre en el caso de no llevarlos puesto.
—Ahí están —revisó incluso cuales estaba usando, y si realmente
combinaban con su ropa.
Se acercó más al espejo y revisó detalladamente su maquillaje: labios,
ojos, pestañas, cejas; si no tenía mucha base o demasiado polvo, si había
aplicado la cantidad de rubor adecuada y si se había quitado las ojeras, los
granos que no desaparecieron con la exfoliación facial y la limpieza que se
hizo horas antes y si no tenía vello sobre el labio.
Sus dientes, por si no tenía pintura de labios, su aliento, por si le
intentaba besar, besó el espejo para saber si el labial se corría y, en un
pensamiento puntual y relámpago, recordó algo que no había considerado
en mucho tiempo.
Se levantó el vestido y observó su ropa interior.
Llevaba una tanga invisible de color negro que se ajustaba a sus glúteos.
Se imaginó quitándoselas, mostrándoselas a Adam, suponiendo que,
definitivamente, podría no ser apropiada para la situación.
—¿Y si uso una brasilera? —Se dijo, mirándose al espejo mientras
sostenía su vestido a lo alto descubriendo su ropa interior.
Tenía bragas, tangas y brasileras que se ajustaban mejor a una situación
como la que se estaba imaginando. Nunca había estado con otro hombre,
por lo que desconocía qué les gustaba ver a ellos; claro, no era tonta, sabía
que su ropa interior no era para nada desagradable, pero, ¿Qué le podía
gustar a Adam?
Lo que ignoraba era lo que podría gustarle a un escritor. Poco conocía
de él, a penas e intercambiaban palabras en el café ¿Cómo se supone que
sepa qué tipo de ropa interior le gusta? No podía estar rota, manchada, ni
tener estampados cursis que delataran sus gustos por las prendas decoradas.
No dejaba de verse en el espejo mientras que se preguntaba qué
quedaría mejor. No quería parecer una mujerzuela, ni mucho menos llegar
sin bragas a la noche en la que seguramente perdería su inocencia completa
con un hombre espectacular.
Pensaba en todo, incluso en la forma en que le quitaría el vestido. Para
ella, ya era demasiado no llevar ningún tipo de sujetador, lo que ya de por sí
le inspiraba poca confianza.
Hacía mohines con el rostro, pensando y pensando que probablemente
no se veía tan bien. Ni su ropa interior, ni su vestido, ni siquiera su
maquillaje. Quería que esa noche fuera perfecta, y, según lo veía, estaba
lejos de serlo.
—¿Y qué tal si ni siquiera quiere tocarme? —se preguntó, mientras
dejaba que su vestido fuese siendo empujado hacia abajo por la gravedad—
¿Y si no le gusto de esa forma?
La duda le carcomía las ideas, la confianza y la autoestima. Mientras
más tiempo tenía para pensar, más del mismo invertía para criticarse
duramente.
Estando a punto de dar un paso para atrás y dar por terminada la noche,
algo la trajo de vuelta a la realidad. El móvil comenzó a vibrar
desenfrenadamente, cosa que le tomó por sorpresa. ¿Quién sería? Se
preguntó, mientras que procedía a abrir su cartera.
—Adam —dijo, al leer el nombre que le había colocado a su contacto—
Es Adam.
Apresurada, cogió el móvil, deslizó el dedo y lo llevó a su oreja.
—Hola —dijo con un tono de voz animado, tratando de que no se
notara que estaba luchando contra el poco valor que se tenía en ese
momento.
—¿Cómo estás? ¿Todo bien? —preguntó él, al otro lado de la línea.
—Sí, todo marcha de maravilla, estaba a punto de salir de mi casa en
este preciso momento —mintió.
—Oh, me parece estupendo, yo estoy haciendo exactamente lo mismo
ahora.
—Que coincidencia ¿No? —dijo como si realmente lo fuera, fingiendo
estupor.
—Sí, vaya que es curioso —respondió él, legítimamente intrigado por la
coincidencia, antes de quedarse en silencio por un rato.
Así no más, simplemente dejaron de hablar. Carol, veía al suelo
mientras que se imaginaba a Adam manejando su coche por la ciudad, o
saliendo de su casa tal cual lo había dicho: una humilde residencia en los
suburbios, o de su departamento en la cuidad. Trataba de encontrarle
sentido a todo para darle más vida a esa conversación.
Adam, aun en silencio, intentaba esperar que Carol dijera algo, que
interrumpiese su pensamiento y le diera a conocer cualquier cosa de
repente; qué hacía, si estaba ansiosa por verlo; cualquier cosa. En lo que
entendió que no iba a decir nada, decidió interrumpir la barrera de hielo que
se había hecho entre los dos.
—Oye —dijo él, asustando un poco a Carol quien levanto la mirada
como si estuviera viéndolo a los ojos.
—¿Sí? Te escucho.
—¿Quieres que vaya a buscarte a tu casa o aun piensas que está bien
que nos veamos en el restaurante? —vaciló— Sí sabes dónde queda
¿Verdad?
No tenía la más mínima idea de en donde quedaba, aparte, se imaginaba
a su madre recibiendo a Adam en la puerta y diciendo cosas desagradables
y vergonzosas.
—No, tranquilo, tengo la dirección, yo me las arreglo para llegar.
—¿Segura? Yo no tengo problema en desviarme un poco antes de ir a
comer, después de todo, la idea de esta cita es poder conocerte mejor, hablar
más contigo.
Carol decidió sentarse en su cama mientras que hablaba con él,
perdiéndose en sus palabras y en la idea de que aun ni siquiera estaba
segura si en realidad la cita seguía en pie.
—No lo dudo —afirmó— pero —aclaró su garganta— descuida, no
creo que tenga problema en llegar. De todos modos, la noche es joven, no
tenemos motivos para apresurar nada —dijo, sorprendiéndose a sí misma de
lo que podía lograr al hablar con encanto.
—Vale, entonces, no te detengo más. Nos vemos en el restaurante
entonces.
—Perfecto. Nos vemos entonces —dijo ella, sonriéndole a la imagen de
él que se estaba proyectando en su mente.
—Nos vemos entonces —repitió él, haciendo lo mismo que ella.
—Nos vemos entonces —repitió ella.
Ninguno de los dos quería colgar; le sonreían al vacío como dos tontos
mientras que se imaginaban la forma en que se veían sus citas: cómo
estaban vestidos o qué tan bien les quedaba. No podían negar que ambos
estaban ansiosos de que llegase la hora de compartir el tan esperado
encuentro que tenían en mente desde ese mismo día en la mañana.
—Mejor cuelgo, de lo contrario, no podré manejar —agregó él, dando
su brazo a torcer.
—Tienes razón, mejor cuelga o no me moveré de aquí.
—Estoy ansioso por verte, Carol.
—Y yo.
Adam colgó antes de que le diesen ganas de decir otra cosa, se guardó el
móvil en el bolsillo interior de su blazer y se subió en su Tesla.
Carolina fue bajando poco a poco el móvil de su rostro hasta dejarlo
caer sobre sus piernas. El pálpito en su corazón no dejaba de reproducirse
en su sien, en su cuello ni en su pecho. Estaba nerviosa, pero a la vez
emocionada por aquella cita. ¡De ninguna manera dejaría que se cancelara!
Pensó, levantándose llena de ánimos y guardando su aparato en la cartera.
—Esta será una noche memorable —se dijo, viendo al techo de su
habitación, con la frente en alto y la autoestima yendo en ascenso.
7
¿Qué se necesita para que dos personas completamente diferentes
encuentren una excusa y puedan charlar? A pesar de no saberlo, no les tomó
mucho averiguarlo, ya que un café y un hola fueron más que suficientes.
Adam había empezado el día como cualquier otro. Su plan era
exactamente el mismo que el del día anterior y la semana pasada a ese día:
salir de su casa con su computador portátil bajo el brazo, lleno de energía
para trabajar, junto con el conocimiento de que no importaba cuanto le
costase, lo iba a lograr.
Un hombre como él lo tenía todo: dinero, comodidades, lujos y tiempo
libre. De hecho, tenía tanto tiempo libre que, el invertirlo en ir durante
horas al café, no afectaba en nada el flujo de su vida.
Se desconectaba del mundo cuando iba a la cafetería a intentar escribir.
No le contaba a nadie lo que hacía, ni mucho menos se lo preguntaban. Los
amigos y conocidos de Adam estaban concentrados en sus propias vidas.
Las pocas veces que intercambiaban palabras y se hacían preguntas del
tipo: «¿Cómo está todo?, o, ¿Cómo te sienta el retiro?, e incluso, ¿Qué has
estado haciendo últimamente?» los evadía fácilmente con respuestas
simples, unilaterales y sin ningún trasfondo.
—No mucho —decía a veces.
—Durmiendo, yendo a fiestas —decía otras, a pesar de que no salía de
su casa para ese tipo de actividades.
Incluso, en otras ocasiones optaba por evadir la respuesta con alguna
broma recurrente del pasado, una carcajada que se podía traducir en
cualquier cosa y que siempre le respondían como si estuvieran sintonizados,
cuando, en verdad no tenía la más mínima idea de qué estaban entendiendo
ellos al respecto, pero le era útil para salir del paso.
Sus amigos activos en la industria, y los retirados también, invertían su
tiempo y dinero en disfrutar de la vida: fiestas, viajes, conciertos, reuniones.
Pero no Adam. Adam no tenía excusas para regresar a ese mundo; si
tenía que hacerlo, sería a través de los pasillos estrechos de su memoria.
Accedería a esa vida de extravagancia y mujeres exóticas con el uso de las
palabras.
Luego de levantarse e ir hasta la ducha, mientras que el agua casi
caliente daba con su rostro, sus ideas se fueron ordenando hasta dar con un
nuevo enfoque. En los últimos días solamente pensaba en las cosas que
había estado haciendo durante años, en su pasado, en su vida, en todo lo que
lo había formado y llevado hasta donde estaba ahora; muchas efigies que
podría usar en su novela bibliográfica, tantas anécdotas, encuentros con
mujeres y personas de todo el mundo. Su trayectoria entera… hasta ese
momento.
Como el flash de una cámara, la imagen de Carol se fundió en su pupila
y su cabeza. Parpadeaba y ahí estaba ella.
La sutil sonrisa de la chica que le entregó el café se materializó en el
ante sus ojos cerrados. El sonido de su voz comenzó a confundirse con el
ruido que hacía el agua al golpear sus orejas. Evocó su perfume y remplazo
el aroma del jabón con el que se estaba aseando. La chica del café había
conseguido apartarlo de la realidad con tan solo su recuerdo.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó a la mujer que estaba imaginándose.
La chica no le respondió; inmóvil frente a él, solamente sonreía.
La ducha había pasado a ser un despliegue de imágenes confusas del
mero recuerdo de una figura increíblemente hermosa que se apoderó de su
mente, de su imaginación y de su atención. Salió de allí, secándose a
medias con la toalla y caminó hasta el armario pensando en qué debería
ponerse para verse lo más atractivo posible para la chica.
—Esta no —dijo apartando una camisa negra de botones.
Pasó varias del mismo estilo, pero de diferentes colores.
—Esta tampoco —afirmó, pasando a la siguiente prenda.
No sabía cuál era la forma más adecuada de vestirse, era de suponer que
la chica del café era joven, que seguramente le gustaban los hombres de su
edad y que se veían como ella.
De inmediato, se apartó del armario y se aproximó al espejo más
cercano. En lo que llegó a este, comenzó a detallar las facciones de su
rostro. Con la mano, apartó la piel, rozó su barbilla, se levantó los parpados
y sacudió el cabello.
—Maldita sea, Adam, te ves como un anciano —exageró.
La chica del café tenía esas facciones de mujer joven que inspiraba
frescura, pureza, algo que no logró ver en sus ojos ni en el contado número
de arrugas en su rostro.
—Qué habrá pensado de mi ¿Qué soy un viejo deprimente?
Pero solamente exageraba dado a la evidente diferencia de edad. Adam
era un hombre de cincuenta y tres años al que, por pura estimación, se le
quitaban entre diez a quince. Para él eso nunca había sido un problema,
cuando era joven, era fácilmente confundido con alguien menor, lo que le
ocasionaba cierta frustración. Sin embargo, mientras se veía en el espejo,
imaginándose a la chica del café, tan fresca y juvenil, sentía que el simple
hecho de fijarse en ella, era una aberración.
—¿Qué demonios te sucede, Adam? Es solamente una niña. No puedes
estar siquiera pensando en tener algo con esa jovencita.
Adam continuó lamentándose por varios minutos mientras que se veía
en el espejo hasta que se resignó y continuó con lo suyo.
—Esta no —dijo, pasando la siguiente prenda de su lista— esta
tampoco.
Su armario tenía todo lo que un hombre necesitaba, completamente
ordenado, con una colección adecuada de zapatos, corbatas, trajes, ropa
modesta, casual, para eventos importantes, deportiva y útil para cualquier
ocasión. Pero, a pesar de disponer de donde elegir, no conseguía la ropa
adecuada.
Tras tardarse un poco más de lo normal y de darse cuenta que estaba
perdiendo el tiempo que podría estar invirtiendo en su novela o tomándose
un café, cogió prendas de su colección casual de ropa, empacó su
computador portátil y salió de su casa.
Un hola y un café, fue lo que se necesitó para que los dos pudieran
hablar de nuevo.
El turno de Carol ya había empezado, al igual que el de Adam, sentado
como siempre en la mesa que había proclamado suya, y en donde se hallaba
esperando a la llegada de la chica del café.
Ansiaba aprenderse su nombre para referirse a ella por quién era
realmente.
—Buenos días —dijo Carol, entrando a la cafetería.
El sonido de su voz alertó a Adam, al instante, que la chica del café
había llegado.
—Carol, buenos días —respondió Arturo en voz alta desde la caja
registradora.
—Con que se llama Carol —señaló Adam, sin modular las palabras
para que no pareciera que estaba muy al tanto de lo que hablaban.
—¿Cómo amaneces? —Agregó Arturo— ¿Todo bien? ¿Lista para
trabajar?
—Sí —Carolina sondeó el lugar para ver cuantos clientes había y se
encontró con el hombre del computador ya había llegado— Estoy lista —
concluyó, sonriendo mientras veía a Adam de reojo.
—Perfecto entonces.
—Ve rápido a dejar tus cosas en el casillero, que tu turno ya comenzó.
—Vale.
Adam apreció de reojo la bella complejidad de aquella chica: la forma
en que estaba vestida, la manera en que caminaba. Parecía que todo eso era
un despliegue de sensualidad y hermosura preparado solamente para que él
la admirase.
En ese preciso momento, agradeció a la serie de eventos que lo llevaron
a estar ahí, en ese lugar, a sentarse en esa silla, a pensar en hacer lo iba a
hacer todas las mañanas a la cafetería; porque, de lo contrario, jamás habría
podido llegar a ver aquella belleza de mujer.
Toda una serie de eventos afortunados.
Esa mañana había empezado de manera inusual para ella. Despertarse
temprano no era lo suyo, no desde que había terminado la universidad y se
había tomado su año sabático. Odiaba con todo su ser escuchar la alarma
que interrumpía su sueño para tener que ir a trabajar en una cafetería tan
lejos de su cama.
Por media hora le rezongó a la almohada sabiendo que era su obligación
levantase, que debía ser responsable y actuar como una mujer adulta.
—¿Por qué? —se quejó, fingiendo estar llorando— ¿Por qué tengo que
levantarme?
Había olvidado por completo el día anterior porque en su memoria solo
cabían dos cosas, el ahora y el sueño. Tardó media hora más en levantarse
de su cama y comenzar con la rutina del día, durante la cual, no perdió
tiempo y se quejó mientras la cumplía.
—Maldita sea, ¿Por qué tengo que trabajar? —se quejó mientras se
cepillaba los dientes.
—No es como que necesite el trabajo —dijo, mientras se lavaba el
cabello.
—Es decir, sí necesito el dinero del trabajo —reflexionó, mientras se
rasuraba las piernas, a pesar de saber que usaría pantalón, que no tenía
motivos para hacerlo, pero que le servía de excusa para demostrar su
desagrado con el trabajo, al tardarse más de la cuenta.
—Pero no me hace falta trabajar en una estúpida cafetería —agregó,
mientras que se quitaba el jabón del cuerpo.
—No quiero ser como Arturo, estancada en ese lugar para siempre sin
ningún tipo de plan para el futuro —se quejó, mientras que salía de la ducha
y cogía la toalla.
—¿Qué cosa buena podría traerme esa cafetería? No es como que pueda
conseguir el trabajo de mis sueños, o hacerme millonaria por tan solo servir
café a quien sea que entre por esa puerta.
Pasó de la ducha a su lavado, desenredó su cabello con un peine durante
diez minutos, y luego pasó a su pequeño armario.
—Estamos hablando de una cafetería, por favor, es un lugar
desagradable —dijo mientras que miraba su ropa y trataba de elegir la que
más desgastada se veía; no usaría sus mejores prendas para ir a trabajar—
bueno, es un poco desconsiderado decir que es un lugar desagradable.
Cogió una camiseta que alguna vez fue de color violeta, unos jeans que
alguna vez fueron azules y no estaban rotos, y las primeras zapatillas
deportivas que encontró. Su mente estaba ocupada, concentrada únicamente
en quejarse con respecto a su nuevo trabajo; su intención no era conseguir
una respuesta que resolviera el problema, a lo contrario, solamente quería
escupir veneno sobre su actual empleo.
—No se ve mal, ni huele mal, ni tienen un mal servicio —reflexionó, al
darse cuenta que estaba siendo muy dura con el lugar— ¡Pero! —hizo una
pausa— no es como que sea el mejor lugar para trabajar.
Pensó en maquillarse, pero descartó la idea por parecer que estaría
comprometiéndose demasiado a una causa perdida.
—Además, a penas llevo un día en el trabajo y no he visto nada que
valga la… —y se detuvo.
Por un segundo, se detuvo frente al espejo que tenía al lado de la puerta
de su habitación y contempló su apariencia. Estaba poco arreglada, vestida
como se vestiría un adolescente de dieciséis años para salir con sus amigos
o al centro comercial. No tenía la apariencia de una mujer de veintiocho
años; tampoco le importaba tenerla, pero, en medio de esa observación de
su aspecto, al ver de frente su reflejo, recordó algo importante.
—El escritor.
La mera mención de su nombre evocó cada uno de los sentimientos que
experimentó el día anterior. Las sonrisas que intercambiaron, las miradas
que se fueron encontrando de vez en cuando y la idea de que podría tener
una conversación con él porque era muy seguro que estuviera ese día ahí.
—Viene todos los días —recordó la voz de Arturo que afirmaba la
frecuencia de las visitas del escritor.
No dejaba de verse, desarreglada para los estándares de alguien que
tenía el prestigio de llamarse escritor, el de ser alguien importante, tal vez,
en el mundo de la literatura. No tenía la más mínima idea de quien era, pero
estaba segura que, de seguro, el conocerlo sería lo mejor que le pasaría en la
vida.
—Tal vez consigas algo bueno en ese lugar —recordó de nuevo la voz
de su madre, refiriéndose a su nuevo empleo.
Se observó de arriba abajo.
—Maldición —se quejó— mamá, tenías razón.
No había manera ni modo de que saliera de su casa de esa forma, con
esas prendas rotas y desgastadas para ir a trabajar y dejarse ver por el
escritor. Por lo que, casi de inmediato, se zafó de la camiseta que llevaba
puesta, se bajó el pantalón estando a punto de romperlo un poco más de lo
que ya estaba y casi se cae porque aún no se sacaba las zapatillas
deportivas.
—Mierda.
Abrió de nuevo su armario y cogió la blusa más atractiva que tenía,
junto un unos jeans prácticamente nuevos que usaba solo para ocasiones
especiales de un color azul intenso, unos zapatos que hacían conjunto y que
estaban tan cuidados como el resto de la ropa y una bufanda, porque debía
hacer algo con su cuello.
Acto seguido cogió el maquillaje, un poco de leche de magnesia que
esparció por su rostro para evitar que la grasa del mismo le quitara el
maquillaje luego de varias horas, y comenzó a lucirse con sus habilidades
para maquillar su rostro sin el uso de productos específicos ni costoso y
evitar que se vieran las imperfecciones que solamente ella conocía.
—Ahora sí —dijo al terminar con su trabajo.
Todo estaba listo entonces, para salir al trabajo y exhibirse ante el
escritor como la mujer atractiva que era. Por su parte, ella no estaba al tanto
de si era un hombre adulto o no.
Hasta donde sabía, se veía como alguien contemporáneo, puede que
unos tres o cuatro años mayor; nada de qué preocuparse, así que solamente
estaba vistiéndose muy bien para mostrarse ante un hombre que parecía lo
suficientemente interesante como para intentarlo. Además, estaba segura de
que él también le había comprobado el día anterior, lo que le inoculó cierta
confianza.
Ya en la cafetería, dejó su mochila en el casillero, sus lentes de sol y se
miró en el espejo del baño para ver si su maquillaje aún seguía intacto.
—Estás hermosa hoy —le dijo a su reflejo.
Una vez dejado todo atrás y empezado en verdad a trabajar, se topó de
nuevo con el gerente del lugar.
—¿Listo? —preguntó.
—Sí, todo listo.
Arturo, al fin, había notado que la chica se veía un poco diferente; no
era solamente que estaba extrañamente animada a pesar de la conversación
que habían tenido el día anterior, sino que se veía incluso mejor que antes.
Su perfume estaba más presente, su rostro estaba limpio, atractivo (no había
notado que era maquillaje), y su ropa, no se comparaba con los harapos que
llevaba puestos el día anterior.
—Te ves diferente —dijo él.
Carol intentaba encontrarse con la mirada de Adam, pero él parecía
concentrado en su computadora.
—¿Diferente? —preguntó, sin dejar de ver en dirección de Adam.
—Sí, diferente.
—No vale, para nada —no dejaba de verlo.
Arturo no tardó en darse cuenta de a quien estaba viendo, de lo
emocionaba que se veía haciéndolo y de lo curioso que era.
—¿Qué intentas?
—¿Qué? —ahora sí se fijó en él— No estoy intentando nada —mintió.
—Claro que sí, parece que quieres saltarle al hombre del computador.
—Mentira —se rio nerviosamente— nada más estoy atenta a si pide
algo.
Arturo levantó la ceja, demostrándole a Carol que no estaba haciendo
mucho para ocultar su interés; el mensaje le llegó claramente, por lo que
Carolina aclaró su garganta y acomodó sus palabras.
—Digo —vaciló— por si alguien pide algo. Ya sabes, tengo que estar
atenta al trabajo.
—Sí, tienes que estar atenta —respondió, siguiéndole el juego.
—¿Algún pedido en cola? —era crucial cambiar el tema de
conversación, de lo contrario, terminarían hablando del escritor otra vez.
—De hecho, sí lo hay.
Carolina concibió la idea de que se tratara de un pedido del escritor y
que ese sería una perfecta excusa para acercarse a él y saludarle con su
mejor sonrisa en el rostro.
—Es de esa chica —señaló Arturo, borrándole el entusiasmo del cuerpo
— de por allá. Un moca helado y un pie de fresa.
Carol observó el pedido decepcionada.
—Está bien —lo cogió y caminó en dirección opuesta a Adam.
Adam no había notado el momento en que ella salió de la cocina, por lo
que no tenía pensado levantar la mirada todavía, no cuando había
encontrado por fin cómo empezar su historia.
El haberse fijado en aquella chica, el haberla apreciado mientras entraba
y salía del comedor, se sintió inspirado para escribir, y empezó así:

La primera vez que me sentí atraído por el porno, fue ese momento en
el que hallé una revista playboy de mi hermano debajo de su colchón. Las
había conseguido por mera casualidad mientras que buscaba unas baterías
para el control remoto. La punta de una de las revistas que él tenía
escondidas, estaba ligeramente afuera, invitándome a sacarla de ahí.
Puedo recordar que no tenía la más mínima idea de qué se trataba. Al
principio, simplemente creí que era la caja de una de las baterías que
estaba buscando. Pero, en lo que hice mi primer intento de jalarla para
sacarla de ahí, me encontré con que era algo mucho más grande de lo que
me esperaba, así que decidí jalarla con ambas manos y más fuerza.
En lo que logré sacarla de ahí, el jalón me hizo retroceder y aterricé de
nalgas al suelo, con los ojos cerrados y el tesoro de mi hermano en manos.
En lo que superé el golpe, muy silenciosamente porque no debía estar
en ese lugar, abrí mis ojos para encontrarme con una hermosa mujer
posando de espalda bajándose a medias las bragas frente a un peinador. La
modelo de aquella portada era Bebe Buell (nunca olvidaré ese nombre),
quien es madre de Liv Tyler. Esa fue la primera vez que vi a una mujer
desnuda, de eso estoy seguro y con la que me marqué para toda la vida.
En ese entonces, me enamoré perdidamente de su figura, de su cuerpo;
aun no sabía masturbarme en ese entonces, o que mi cuerpo reaccionaba
de forma graciosa ante las mujeres. No tenía idea, lo que sentía era una
presión en el pecho y un calor que me recorría la espalda; pero desde ahí
en adelante, me convencí de que así, cómo se veía ella en esa portada y el
resto de la revista del noviembre de 1974, cuando apenas tenía unos nueve
años de edad, era como quería que fuera el amor de mi vida.

Las palabras fluían de manera natural, no había nada que lo detuviera,


simplemente estaba concentrado en su obra como un hombre que creía que
su propia historia llegaría a todo el mundo revelando que era una persona
realmente profunda.
Era normal que muchas figuras del mundo del espectáculo estuvieran
interesadas en hacer sus biografías, parecía una crisis de mediana edad que
se encontraba luego de cumplir la edad estimada y que venía siempre con la
falta de estrellato.
Pero Adam se sentía diferente a todos ellos, no pensaba que estuviera
haciendo algo normal, creí que lo que hacía influiría en el arte y, para
lograrlo, sabía que debería hablar de cosas que realmente fuesen relevantes;
un pequeño detalle en un mar de problemas.
Sin embargo, su inspiración se vio interrumpida por la mujer que la
había motivado.
—Hola —dijo, con una voz segura, intentando dar la mejor segunda
impresión de su vida— Buenos días, señor. ¿Desea algo?
Al escuchar su voz, no perdió el tiempo en pensar levantar la mirada
porque ya estaba viéndola a los ojos antes de que terminara de hablar. La
podría reconocer a una milla de distancia si se diera el caso.
—Hola —respondió él, emocionado por tenerle cerca de nuevo—
¿Cómo estás? —preguntó, con una sonrisa en el rostro, satisfecho y alegre.
A esa distancia, podía percibir mejor el aroma de su perfume, apreciar
con mayor detalle la tela de su ropa, de su cuerpo entero, el resto de todo lo
demás que la acompañaba e incluso pudo notar que había algo distinto del
día anterior. El maquillaje en su rostro (algo nuevo para él) le resultó una
adición maravillosa, aunque innecesaria, a su belleza. Estaba encantado por
todo lo que la envolvía,
Su blusa blanca de tela delgada que, por la posición en que se
encontraba, en contra de la luz que atravesaba la ventana, revelaba la silueta
de su cuerpo, aunque solamente un poco, lo suficiente para que él la
apreciara.
Carolina optó por responderle con una sonrisa nada más, no quería
delatarse, mucho menos ser directa con él, aunque, ciertamente, si le gustó
que se lo preguntara.
—Veo que no ha pedido nada todavía —agregó— ¿Quiere que tome su
primera orden del día?
Con su voz, lo invitó a hacer algo que iba más allá de una simple orden.
Quería convencerlo de que ella era tan interesante como él parecía serlo.
Desde su perspectiva, el crear un vínculo con él era crítico; conocerse,
hablar un poco, intercambiar números de teléfono, debía hacer lo que fuera
necesario para meterse en su cabeza y no dejarlo pensar en otra cosa.
Lo curioso es que eso ya estaba sucediendo.
—Podría ser —Adam le siguió la corriente— ¿Cuál es la especialidad
del día?
—Tenemos café con leche, mocaccinos, cappuccinos, café helado…
—¿Y de comer?
—Cupcakes, muffins, galletas, sándwiches, cheescakes, brownies con
helado…
—Conoces el menú completo para haber empezado ayer —dijo Adam.
—Tuve un día ocupado, —se excusó— además, no hay mucho que
aprenderse, de todos modos. Es un menú un poco estándar, la verdad.
Ambos intercambiaban palabras y sonrisas mientras que se veían
fijamente a los ojos. No había nada interesante ni profundo en su
conversación, pero, el haber llegado hasta ahí y poder hablarle al otro, era
de por sí muy bueno, y lo quería disfrutar.
—No me respondiste —sacó Adam a relucir.
—¿Responder qué?
—¿Cómo estás?
La actitud de Adam no era para nada la de un hombre introvertido, cosa
que tuvo que tachar de su representación imaginaria del personaje que le
había creado, aunque, tampoco le importaba mucho que no lo fuera. La
forma en que hablaba era seductora, atractiva, encantadora; se notaba que
era un hombre que sabía hablar con las mujeres.
Con una mirada firme, un tono de voz agradable, y una sonrisa
impecable, el escritor le había dado vida a esa conversación trivial.
No le quedó de otra más que sonreír y rendirse.
—Estoy bien, gracias por preguntar.
Sonreían sin control, como si no conocieran otra forma de demostrar
que lo que estaban haciendo les gustaba.
—Y —vaciló ella— ¿Vienes mucho por aquí?
—Vivo cerca de aquí, me gusta venir a escribir un rato.
—¿A escribir? —Se emocionó porque había acertado.
—Sí. Un rato.
Carol levantó la mirada y vio alrededor del lugar a través de las paredes
de vidrio que conformaban el lugar y buscó alguna casa en el alrededor.
—No hay muchas casas cerca.
—Vivo en las que están en por la colina.
—¿Las grandes casas?
—La más grande.
Adam hizo lo que pudo para no parecer pretencioso ni presumido,
aunque a Carol no le importaba mucho eso. Estaba sumida en sus ojos y su
sonrisa como para estar prestando atención a la forma en que decía las
cosas.
De repente, Adam aclaró su garganta y retomó la conversación inicial.
—Entonces, estás bien —vaciló— me alegro, parecía que estabas
teniendo un día complicado ayer —agregó.
—¿Ah sí? ¿Y por qué parecía lo dices?
—Estabas de un lado a otro, un poco cansada.
—¿Así que me estuviste viendo?
Pasaron de ser dos desconocidos a ser cómplices al hablar, ya no eran
solo sus miradas o su tono de voz, estaban a gusto el uno junto al otro
porque querían que la conversación continuara; se lo transmitían con la
mirada.
Le generaba placer conocerla, hablar, observarla; no se sentía atraída
por su género o por su belleza que, aunque era una increíble adición a su ya
perfecta existencia, no era lo que más le encantaba de ella. Había algo que
no le parecía del todo normal y eso le gustaba; de nuevo, le causaba placer.
Un placer meramente intelectual.
Un placer más allá del sexo, del gusto, de la compañía; un placer que
había conocido tras años de vivir de la falacia mediática del mismo: el
placer en la belleza de la mente. Una persona podría ser hermosa pero
nunca podría mantener una conversación con respecto a su belleza si
solamente se valía de ello.
Por ahora solamente se conformaba con saber que ella estaba ahí porque
quería, e incluso que mantenía la conversación a pesar de tener otros
clientes.
—Tal vez un poco.
—Oh —sarcásticamente decepcionada, bajó los hombros y arrugó un
poco el ceño— ¿Tan solo un poco? ¿Eso es todo?
De repente, dejaron de hablar. Sus miradas eran más que suficiente para
mantener esa plática que tanto les pareciera interesante, porque sabía que,
fuera de eso, no tenían otra mejor forma de conversar. Ahí, sonriéndose
mutuamente, cada uno interpretó el momento a su manera.
¡Vaya que nos entendimos en tan poco tiempo! Pensó Adam, y eso que
fue tan solo con una conversación; no podía dejar de imaginarse qué pasaría
si tenían una con los dos sentados y un café para cada uno.
—Debo seguir trabajando —dijo de repente Carol, sosteniendo la libreta
en su mano con la que anotaba los pedidos.
Con su sonrisa de satisfacción en el rostro, esperó que Adam dijera otra
cosa, tal vez un pedido, (si es que realmente estaba ahí para pedir algo),
pero él solamente le sonreía de vuelta, mirándole a los ojos, no dejándola
hacer otra cosa; sus pupilas servían de imán para la mirada de ella,
atrapándola casi por completo.
—Vale —dijo al fin, parpadeando para romper el hechizo de sus ojos—
no puedo discutir con eso.
—Qué lástima ¿No? —insinuó ella.
Se quejó con un suspiro amable, esperó unos segundos más, y dándose
la vuelta, decidió continuar con su trabajo. Luego de alejarse un poco de la
mesa de Adam, este decidió hablar.
—Oye, espera —le detuvo Adam— me llamo Adam, por cierto —Carol
giró un poco su cintura, sin cambiar la dirección de su cuerpo.
—Mucho gusto, Adam —y con una sonrisa, agregó— me llamo Carol.
—El gusto es mío.
Ambos habían conseguido una de las cosas que querían: darle un
nombre al otro. Ya no sería la chica del café ni el escritor, ahora eran Carol
y Adam.
8
Carolina se fue apartando de aquella mesa con una resolución nueva de
la vida. ¿Qué si su mamá tenía razón? Ya no importaba, lo que importaba es
que había logrado conseguir algo valioso de aquel trabajo. No sabía si iba a
durar, si era siquiera un buen encuentro, pero, mientras que lo pareciera, lo
disfrutaría.
Arturo había estado siguiendo la escena desde hace rato. Para él, el que
ella se estuviera interesando cada vez más en el hombre del computador no
era tan importante, pero, algo le decía que nada bueno podría salir de ahí.
No sabía si se trataba de ella, de él o de ambos; poco los conocía ¿Qué
podría significar entonces ese mal presentimiento? Él no lo sabía, pero, sí
que le preocupaba.
—Pareces que hiciste un nuevo amigo —le interpeló Arturo, para ver si
lograba sacarle alguna información.
Las palabras del gerente del lugar la trajeron de nuevo a esa aburrida
realidad en la que se encontraba, en la que su trabajo era atender a otras
personas y caminar de un lado a otro.
—Este —su sonrisa se fue borrando paulatinamente al ir reaccionando a
su entrono— sí, eso creo.
Arturo pudo notar que la pregunta hizo sentir un poco incomoda a la
chica. No sabía a qué nivel ni exactamente por qué, pero, de que le afectó,
le afectó.
—No bueno, solamente pregunto, no es como que quiera entrometerme
en tu vida ni nada.
Sí claro, pensó ella. Si no quería entrometerse en su vida ¿Para qué le
pregunto entonces? Carolina no tenía nada en contra de Arturo, no era como
que se sintiera a la defensiva con él, a penas y le conocía, no era como que
debiera poner en duda su intención de estar al tanto, además, era el gerente,
estar atento a todo era su trabajo y, a diferencia de ella, parecía que si lo
estaba haciendo.
—Me disculpo si te ofendí —dijo, bajando la mirada y enfocándose de
nuevo en lo que hacía.
Carolina hizo el intento de no dejar pasar esa extraña pregunta, pero, en
serio que se veía creíble su razonamiento, no tenía motivos suficientes para
ser odiosa con él.
—Descuida —dijo después de unos segundos de silencio— es tu trabajo
estar atento a todo. ¿Verdad? —le sonrió para calmar el ambiente.
—Ciertamente —Arturo levantó la mirada— supongo —y le dio una
sonrisa nerviosa, casi falsa, que Carolina no pudo traducir.
—Y… —no sabía qué más decir, qué hacer o a dónde ir, por lo que
decidió cambiar de tema— ¿Cómo va todo? —preguntó, vacilante y de
forma extraña.
—Va bien, creo. Estoy haciendo el horario de la semana que viene,
revisando unos pedidos de mercancía que deberían llegar hoy en la tarde;
nada del otro mundo.
—Vale, vale —comenzó a sentirse incomoda por no saber cómo hacer
interesante esa conversación— y —vaciló— ¿Qué más? ¿Llegaste muy
temprano hoy?
¿Por qué era tan difícil hablar con las personas? Pensó Carolina, viendo
a su compañero de trabajo hacer aquello por lo que le pagaban. Quería
poder lograr que viera que no era una mala persona, que solamente, a veces,
no era tan sencillo mantener una conversación con un completo extraño.
Mientras lo veía trabajar, se preguntaba qué le podría decir para llamar su
atención, para hacer más ameno el ambiente laboral entre los dos.
Hasta ahora, no había entablado ninguna relación amistosa con ningún
otro empleado de ese café, además él era la primera persona a la que le
había hablado en el trabajo, lo que le confería cierto tipo de preferencia a la
hora de hablar; si tenía que buscar a alguien con quien compartir durante las
solitarias horas de almuerzo, sería con él.
Ya habían roto el hielo del anonimato al verse obligados al tratarse. Por
ello, quería tener una conversación saludable con él, además, que Arturo lo
había intentado y ella no se portó bien.
—Pero sí, hablamos por un rato —dijo ella, retomando la pregunta que
le había hecho él.
—¿Ah? —Arturo estaba concentrado en lo suyo. Se giró y le miró
confundido— ¿De qué hablas?
—De Adam —respondió.
—¿Quién es Adam? —preguntó. Arturo había perdido las ganas de
hablarle a la chica luego de la mirada desagradable que le había dado tras
hacerle esa pregunta.
Si al decirle algo a alguien y esta persona borra su sonrisa como si le
estuvieras arruinando el día, entonces, eso significa que no quieren hablar
contigo. Arturo sabía eso, y cuando le sucedía, prefería no seguir
intentando. Si ella no le quería hablar, él no le iba a rogar para que lo
hiciera.
—El hombre del computador. Me preguntaste si había hecho un nuevo
amigo y yo no te respondí y bueno…
—Oh, eso —Arturo no quería complicar más la situación— vale, vale,
ya sé. ¿Y entonces? ¿Qué más?
—No, solamente hablamos un poco. Nada del otro mundo.
—No tienes que contarme si no quieres, de todos modos, no es como
que me importe mucho.
—¿Entonces para que preguntaste?
—Porque aún sigo sin saber de dónde lo conozco.
—¿Todavía con eso?
—Sí, bueno, me da mucha curiosidad, y me gustaría saber qué con él.
Además, no conozco a ningún escritor, así que no sé exactamente qué tiene
que ver él en todo esto.
—¿En qué? ¿De qué hablas?…
Antes de que continuara la conversación, un cliente de las mesas había
levantado la mano, interrumpiendo la plática de los empleados. Carolina se
acercó a ella y le atendió con diligencia. Adam, observaba a Carol hacer lo
suyo, esperando el momento adecuado para hablarle: le pediría que se
acercara y ordenaría algo de las cosas que vendía; una gran cantidad de
cosas que fueran capaz de romper el hielo y obligarla a preguntarle qué
haría con tantas cosas.
Pero, no veía la oportunidad de hacerlo. No era su intención interrumpir
lo que parecía una conversación interesante con el otro empleado de ese
café. No sabía qué relación guardaban (nada serio, seguro), aunque no
quería parecer descortés. Debía dar la mejor impresión posible, demostrarle
a Carol que era un hombre digno para ella.
Durante el rato que le tomó atender la orden, sus pupilas se buscaban
como si se tratara de la aguja de una brújula en relación con el norte. Adam
levantaba su ceja derecha para demostrarle que la estaba viendo, haciendo
muecas con el rostro para hacerla reír o continuar una conversación
silenciosa que no había terminado en el momento en que ella lo dejó casi
una hora atrás.
Ella le respondía igual, con la mirada, con sonrisas y uno que otro
movimiento de sus labios. Trataban de pasar desapercibidos, cosa que a
duras penas lograban. A penas y se conocían. Y, la casualidad de su
encuentro era un encanto para ambos.
Carol disfrutaba los mohines graciosos de Adam mientras que caminaba
y sus miradas se cruzaban. Aquel cliente que le solicitó pasó a ser otro,
luego otro y así sucesivamente hasta que cinco de ellos comenzaron a
pedirle órdenes.
De repente, la mañana se activó por completo; todos parecían estar
queriendo ordenar algo, ocupándola por completo, pero, durante esos viajes
de mesa a mesa, luego a la caja registradora y de vez en cuando a la cocina,
sus miradas trazaban un camino que no dejaba de extenderse.
No era nada exagerado, eran simples gestos que servían de catalizador
para esa relación en crecimiento. Él lo veía como una forma de mantenerse
inspirado, de conocer mejor a la chica que se había robado su atención,
mientras que ella lo percibía como un encuentro casual, algo que le animaba
la mañana a su propio estilo y que disfrutaba de verdad. Era una distracción
sana de todo lo que estaba haciendo y que no le gustaba mucho. Además, el
que aquel hombre buscara tener su atención, le hacía sentir un poco
importante.
Luego de un rato de enfocarse en su trabajo, regresó con Adam, quien
parecía haber terminado con lo que hacía.
—¿En qué nos quedamos? —dijo ella, jadeando en un tono un poco
exagerado, demostrando que ya había terminado por ahora.
—Este —vaciló— déjame ver —vio hacia arriba, tratando de acceder al
recuerdo de hace un rato hasta que dio con él— ¡Ah, sí! Listo. Sobre el
escritor y que no sé qué tenía qué ver él en todo esto.
—Cierto, eso… —hizo una pausa— aja, ¿A qué te refieres con: «en
todo esto»?
—No, bueno, que me da cierta impresión extraña que no puedo explicar,
es como que… no lo sé. ¿Me entiendes? —Arturo hizo un mohín con la
boca de confusión. No lograba encontrar las palabras adecuadas para
explicar a qué se refería.
—¿Qué tanto puedes tardar en reconocer a alguien? Parece que tienes
mala memoria o algo así.
—De hecho, creo que la tengo. No suelo recordar los rostros de las
personas, no presto mucha atención a ese tipo de cosas.
—¿Has ido a un médico? —pregunto Carolina, suponiendo que podría
ser un trastorno o algo parecido.
—No —soltó una carcajada— no, nada que ver. Creo que no presto
atención a las personas, creo que es porque no me importan mucho, eso
creo —repitió.
—Ah, vaya… —no se lo esperaba.
—¿Qué? —continuaba con una sonrisa graciosa en el rostro— ¿Dije
algo malo?
—Que no te importan las personas, supongo. No sé, nada más digo —
agregó Carol.
—No, bueno, no es como que esté siendo cínico o algo por el estilo,
solamente digo que es porque no ando muy atento de todo eso, y por eso
creo que no recuerdo a las personas; pero eso es solo mi suposición.
—Es un poco extravagante, la verdad.
—Bueno, ¿Qué me dices de ti?
—Oye, primero terminemos de hablar de una cosa —exclamó Carol—
¿No quieres saber de dónde lo conoces?
—Ciertamente.
—Además ¿Cómo para qué quieres saberlo, de todos modos? ¿Es
importante?
—No lo creo, pero no me gusta dejar las cosas sin resolver, pienso que
se arruina el orden de las cosas y eso.
—Y ¿por qué no le preguntas?
—¿Qué? —vaciló, se irguió un poco e interpretó una escena— Oiga,
señor, ¿De dónde lo conozco? —La miró, juzgando la lógica de sus
palabras— ¿Le digo eso? No creo que funcione, ni que sepa de donde creo
conocerlo.
—Um —Carolina comenzó a pensar en diferentes posibilidades.
Se llevó la mano a la barbilla y pensó; como si el problema fuera suyo,
concentrándose únicamente en eso, tratando de encontrarle sentido a lo que
le iba diciendo. ¿De dónde lo conocía él? ¿Quién es él para Arturo? Estuvo
así por casi un minuto hasta que se percató de lo infructífero que era, dado
que ella no sabía nada al respecto. Por lo que, cambió su semblante y se fijó
en su compañero de trabajo para decirle con la mirada que no tenía nada en
mente. No se le podía ocurrir nada porque no sabía qué se le podía ocurrir.
Era un asunto delicado de tratar, es decir, no puedes buscar una solución
si no tienes un problema real. El tratar de saber quién es no es un problema
del todo, así que, no importaba que opción le diera, era poco probable que
alguna de las cosas que le dijera tuviera sentido: ¿Lo conoces de la escuela?
¿Del subterráneo? ¿Lo has visto caminar por la calle?… no había relación,
todo era tan probable como no.
Pero se le ocurrió algo que sí podría tener sentido.
—Y —lo consideró de nuevo— ¿Por qué no googleas su nombre?
—Um —lo consideró— puede ser.
—Sí, es buena idea. Colocas, Adam y…
Los dos se vieron fijamente a los ojos, entendiendo lo tonto que sonó
eso.
—Sí, no es tan buena idea si hace solo eso.
—Necesito su nombre completo, y para eso necesito hablarle, o pedirle
el nombre y, es muy raro que lo haga; no voy a acercarme y decirle: señor,
como se llama usted. ¿Cómo es su nombre completo? —dijo Arturo,
demostrando lo desagradable que podría ser— ¿Entiendes?
—Yo se lo puedo preguntar —dijo, de forma tan natural que parecía que
se le había ocurrido antes.
—Puede ser, puede ser. Pero… ¿Para qué le preguntarás el nombre? —
de repente, interiorizó algo— Además ¿Cómo sabes que se llama Adam?
La miró, juzgándola con sus ojos negros intenso. Carolina aclaró su
garganta, como si estuviera haciendo algo muy comprometedor.
—Eso no importa —evadió las preguntas— lo que importa es que
ambos saldremos beneficiados con esto.
—¿Cómo saldrás tú beneficiada? —preguntó.
—Bueno, yo hablo con él y tú tienes tu nombre. ¿No es genial?
Arturo comenzó a ver a Carolina de cierta forma, como si estuviera
evaluando su posición. ¿No es raro que ella quiera hablar con él? No
entendía qué tenía de interesante el tío, y, de hecho, de saberlo, tal vez no le
daría importancia, pero, era ese mismo misterio de Carol lo que le motivaba
a querer saberlo.
—Oh, mira, me están llamando —dijo, señalando a uno de los clientes,
utilizándolo como una vía de escape— tengo que trabajar. Hablamos luego
—comenzó a apartarse de él— yo averiguaré por ti —dijo mientras se
alejaba.
Carolina no tenía motivos para decirle a Arturo por qué quería hablar
con Adam. Sí, puede que no fuera gran cosa, pero estaba segura de que no
era momento para estar diciéndole a alguien que apenas conocía, sus
intereses por los hombres. Como tal, era una mujer que, no precisamente
guardaba secretos, pero tampoco iba por la vida divulgando todo lo que
pensaba, sentía o le sucedía.
Además, ya estaba sintiendo que la conversación no estaba llegando a
ningún lado; lo importante era que ahora tenía, técnicamente, permiso del
gerente para entablar una conversación profunda con Adam, cosa que
quería hacer desde que dejaron de hablar horas atrás.
Mientras atendía a los clientes, se fue formulando un plan de acción
para averiguar lo que ella y Arturo querían individualmente, pero siempre
dando más importancia a sus intereses personales.
Primero conversaría con él de manera natural, aprendiendo de su vida
nada más para ella; si Arturo le preguntaba, le diría que estaba recolectando
información. Luego, cuando ya pareciera que ya estaban al día, le pediría
sus datos, su número de teléfono, su Facebook o su Instagram para tenerlos
y, ahí, conseguiría el nombre completo de Adam, casi al final, beneficiando
a Arturo.
Sonriéndole a los clientes, más por lo efectivo que iba a ser su plan, los
ojos se le iluminaron por completo. No sabía qué quería con Adam, o qué
intentaba conseguir al hablar con él, pero, algo le decía que, si realmente se
decidía a hacerlo, no iba a perder nada. ¡Totalmente lo contrario!, había
muchas posibilidades de que, de hecho, lo sabría disfrutar.
Y fue esa misma idea lo que le hizo sonreír de nuevo aun con más
fuerza.
—¿Quiere eso con chocolate, señor? —preguntó, dejando que sus
dientes embellecieran sus palabras.
9
Semanas luego de aquella primera vez, de planear una cena, de
conversar y conversar acerca de trivialidades que solo sirvieron para llamar
más la atención el uno del otro, Adam estaba esperando a su cita, recostado
de su coche mientras que jugaba algo para intentar distraerse.
Las horas pasaban y la batería de su móvil estaba a punto de agotarse,
haciéndole pensar que tal vez había llegado muy temprano, o ella iba a
hacerlo muy tarde.
A ese punto, ignoraba si Carol, llegaría realmente, si cuando la llamó
estaba en realidad saliendo de su casa. ¿Será impuntual? ¿De esas personas
que se olvidan de las citas? La mera concepción de esa idea, significaba que
la chica tal vez era un poco irresponsable, o, incluso, que se trataba de
alguien que no le daba suficiente importancia a la vida.
Era la inquietud hablando, no él. Hasta donde sabía, no habían pautado
ninguna hora para encontrarse ahí en el restaurante más que «la hora de la
cena», que, para él, era algo universal, tal vez no para ella.
Adam levantaba el brazo y descubría el reloj de su muñeca minuto a
minuto buscando saber la hora y descubriendo que, desde la última vez que
había hecho lo mismo, solamente habían trascurrido unos cuantos segundos.
¡Oye, tal vez ella no iba tarde, tal vez era él quien estaba desesperado por
verla! Pensó, luego de la duodécima vez que levantó el brazo para saber
cuánto tiempo tenía ahí.
Su consuelo era el hecho de verla fuera de esa cafetería por primera vez.
A pesar de que disfrutaba de las interesantes y apacibles conversaciones que
tenían las veces que se podía mientras ella estaba trabajando y él intentaba
escribir su libro, sabía que no era suficiente, que necesitaba compartir algo
más íntimo, en otro lugar, en otra ocasión; ahora que se daba ese caso,
estaba ansioso de que empezara de inmediato.
Para Adam, resultaba interesante todo lo que habría sucedido si no se
hubiese decidido escribir su novela en aquella cafetería, si hubiera accedido
la ayuda de un escritor fantasma que trabajaría con sus memorias… La
causalidad que llevo a su encuentro aislaba por completo todas las cosas
que le habían sucedido durante su vida, a un rincón en donde nada más
importaba, al que no quería acceder por voluntad propia y en donde no
pensaba refugiarse nunca más.
Gracias a eso, fuera lo que fuese, estaba contento, emocionado,
inspirado y levantando de nuevo la muñeca porque sentía que había pasado
una eternidad desde la última vez que lo hizo.
¿Quién iba a pensar que algo así podría suceder? Sonrió al pensar en
ello. Carolina había logrado dejar en él su toque personal, su ingrediente
secreto del mejor platillo que había probado en toda su vida.
Por algún motivo nada parecía importar cuando estaba con ella, ni
siquiera su novela. Poco a poco sus conversaciones fueron evolucionando a
temas más complejos y personales que les permitían acercarse cada vez más
el uno del otro; no tocaban temas de su pasado, hasta ese punto, el antiguo
trabajo de actor porno seguía siendo un secreto para ella.
Su intención no era ocultárselo, aunque pensaba que no podía
simplemente abordarla con algo tan delicado, mucho menos a una persona a
quien le tenía tanto aprecio.
Pero, sin embargo, siquiera tenía tiempo para pensar en ello cuando
hablaban. Incluso dejando de intentar tocar el tema, se desviaban a tópicos
alucinantes, divertidos e interesantes a su manera; para ambos resultaba ser
algo sublime, de tal forma, que les alegraba el día a los dos.
Adam, por su parte, una vez dejaban de hablar, quedaba invadido por
una sensación tremenda de plenitud que le permitía avanzar en su escrito,
de la misma forma en que una persona se hallaba inspirada después de
escuchar una hermosa poesía; ella se había convertido en su musa, la poesía
que le inspiraba justo después de hablar con él.
El tiempo que pasaron conversando le abría la puerta de la inspiración,
cosa que le ayudó a avanzar de forma considerable en su novela. Su historia
tocaba los importantes detalles de su vida (lo que lo llevó a ser actor porno
y el tiempo que tuvo siéndolo), pero, luego de unas cuantas hojas escritas
llenas de información, de su pasado, de sus pensamientos, comenzó a
escribir sobre su presente con ella.
Carolina, a su manera y sin darse cuenta, consiguió su lugar en una
historia cuya existencia ignoraba, de un hombre que apenas conocía. Adam
estaba tan emocionado con haberla encontrado en aquel momento de su
vida, que pensó que, el no hablar de ella en su novela, sería un pecado.
Antes de aquel encuentro, no esperaba que su presente figurara, incluso,
pensaba hacer de este, un epilogo sencillo al que no le daría mucha
importancia; a nadie le importaría el después, le importaba el durante; hasta
que entendió que simplemente no podía dejar de hablar de ella una vez que
comenzaba a hacerlo.
Luego de aquella cita, escribió la primera vez que la vio fuera de la
cafetería:

Se podría decir que estaba increíblemente emocionado por verla, o no


sé, tal vez solamente era la expectativa; un sueño absurdo que me había
formado a la hora de imaginarme lo hermosa que podría ser, lo fantástico
que podría resultar encontrarme con ella fuera de esa cafetería, que,
aunque estaba agradecido con aquel lugar, no siempre podíamos estar del
todo tranquilos.
Supongo que mi emoción se debe a eso, a que nos veríamos al fin solo
los dos. En ese momento, no dejaba de pensar en todo lo que podía pasar,
en cómo podría ser estar con ella.
A como yo lo veía, no era lo mismo conversar con ella cada vez que le
ordenaba algo del menú para que se acercara a mí, que estar sentado en
frente suyo y entablar una conversación sin que nadie nos interrumpiera.
Traté de distraerme con un juego que tenía en mi móvil mientras
esperaba a que llegara, aunque, me resultó difícil dejar de pensar en ella
sabiendo que la vería tan pronto.
Impaciente, veía la hora en mi reloj cada cuanto podía, como si eso
sirviera de algo, como si pudiera apresurarla con ese simple gesto. Yo
sabía que no tenía coche, así que de cierta forma no era su culpa si llegaba
tarde. Me cuestionaba que calle habría tomado, si estaba congestionada, si
tenía otra opción, si se fue caminando, qué tan lejos estaba de aquel lugar,
por qué no había elegido otro punto de encuentro… en fin, era mi angustia
hablando.
Esa misma que me decía que tal vez, si hubiese insistido en ir a
buscarla, nada de eso estaría sucediendo; tal vez no estaría esperando
como un idiota, o, tal vez, estaría sentado frente a ella apreciando su
belleza, su rostro, su hermosura. No ahí, jugando con mi móvil.
Veía la hora de nuevo y me percataba de que no pasaba tanto tiempo
como creía.
Y sí, tal vez estaba muy emocionado, (o inquieto) por verla; tal vez por
eso no dejaba de pensar en todo.
Los minutos fueron transcurriendo hasta que, luego de un buen rato
esperando, advertí la llegada de un taxi que se detuvo a unos cuantos pasos
de mí; al principio no pude ver quien lo abordaba, hasta que salió
lentamente del coche; allí estaba ella.
Al fin afuera, tuve la oportunidad de ver una de las cosas más hermosas
que había presenciado en toda mi vida. La verdad, no creo haber podido
imaginarme lo espectacular que se vería, siquiera si lo intentaba; y, no fue
sino hasta que la tuve de frente, que acepté que su belleza era de otro
mundo.
A pesar de mis años como actor porno, compartiendo con mujeres
espectaculares, cada una bella a su manera, no era capaz de decir que
había presenciado tal belleza. No se trataba de si tenía las mejores
proporciones, si llevaba puesta las prendas más caras; no, era ella. Era
Carol quien hacía que todo se viera mejor, que cada segundo de espera
valiera la pena incluso si hubiesen sido días o años.
El vestido que usaba, dibujaba una silueta perfecta que se escondía casi
por obra de magia en sus otras prendas. Sé que me había encantado antes
por la forma de su cuerpo, pero, esta vez parecía ser diferente; no lo sé,
incluso mejor.
No sabría explicarlo con palabras, porque, no había nada en ella que
fuese anormal, fuera de lo común. Era un vestido negro, corto, escotado al
frente, elegante, seductor, sencillo. No adornaba su cuerpo, ella adornaba
el vestido; habría podido usar cualquiera y conseguir el mismo resultado:
lograr que ese pedazo de tela se viera espectacular.
No tenía necesidad de imaginármela de otra forma, siquiera desnuda,
porque sentía que, a su manera, había logrado la perfección.
Su cabello suelto, sus labios pintados, cómo se veía con tacones y la
manera en que caminaba… todo era un espectáculo para los ojos de
cualquier maldito mortal que pudiera verla desplazarse con total
elegancia. Sí que estaba encantado de verla, de saber que esa chica estaba
ahí por mí. Me imaginaba a los demás mirarme con envidia cuando entrase
en aquel restaurante que no se ajustaba a su esplendor, que era un simple
cuchitril en comparación con todo lo que ella representaba.
Y así se veía, tal vez mejor, tal vez una pequeña representación de lo
preciosa que es, pero, sin duda, estaba tan hermosa como siempre. En lo
que se percató de que estaba ahí, me regaló una sonrisa que iluminó su
rostro y mi corazón al mismo tiempo.
En ese instante, creo que entendí que me estaba enamorando de aquella
chica, y que, sin lugar a duda, era, por lejos, lo mejor que me había pasado
en la vida.
Pero no había sido lo único que entendí.
Viendo cómo se acercaba a mí, con su sensualidad, su dulzura, con la
belleza que la precedía y antecedía, entendí que me estaba comportando
como un idiota. Sí, me estaba enamorando de aquella chica, pero, no
dejaba de lado el hecho de que era una chica; veinticinco años de
diferencia, esa es una vida entera.
En ese momento me sentí fuera de lugar; nada tenía sentido. Al final,
sabía que aquello no iba a funcionar, pero, sin importar qué, estaba seguro
que todo lo que pudiera hacer con ella valdría la pena.

Carolina observó de lejos a Adam. Los dos se iban acercando poco a


poco, sonriéndose mutuamente. Estaba nerviosa, cuestionándose si en
realidad estaba bien vestida para la ocasión a pesar de ver que el hombre
con quien había estado hablando todo ese tiempo, lucía un traje que lo hacía
ver como todo un caballero respetable.
Siempre que lo veía, llevaba ropa sencilla, nada comparado con la
forma en que estaba vestido en esa ocasión. Supuso que el coche del que
estaba recostado era suyo, el cual se veía realmente costoso, como la ropa
que llevaba puesta.
¿Estaré acorde a él? Se preguntó, mientras que se iban acercando cada
vez más.
—Te ves hermosa —le dijo Adam, luego de darle un beso en la mejilla
para saludarle.
—Gracias —respondió ella, insegura de si era cierto lo que decía.
Sonrió, un poco apenada; no había salido con algún hombre en mucho
tiempo, y con quien lo hizo la última vez, no había sido tan amable como él.
—¿Qué pasó? —Adam sintió que algo estaba pasando, como si hubiera
dicho algo inapropiado— ¿Qué dije?
—Nada, es solo que nadie me había dicho eso.
Situaciones extremas, requieren medidas extremas.
—¡Qué! —exclamó, en un gran grito que la aturdió por completo y
llamó la atención de las personas a su alrededor— ¿Cómo que nadie te ha
dicho que te ves hermosa? —le parecía absurdo, la belleza debía ser
apreciada, contemplada y felicitada cada cuanto fuera necesario— Es
imposible.
Carolina miró a su alrededor, avergonzada por el repentino grito de
Adam, uno que no se esperaba, que simplemente rompió por completo el
molde. Le pareció exagerado, no de forma negativa, pero sí exagerado.
—No grites —le motivó a bajar la voz, observando como de repente las
miradas de los demás se posaron en ellos— que nos están viendo.
—¡No importa! —dijo él— Encuentro inaudito que no te hayan dicho
jamás que eres hermosa.
Adam, pasó de ser un hombre completamente sereno a alguien que ella
nunca había visto. Para su sorpresa, se dio la vuelta, buscó algo con la
mirada y, cuando pareció haberlo encontrado, fue a su búsqueda.
Ella no se esperaba nada de eso, se quedó ahí parada como una tonta
observando lo que Adam hacía, avergonzada, dejando que su timidez
superada en el pasado, apareciera y se apoderara de ella de nuevo. ¿Qué
estaba haciendo? ¿Qué intentaba? Luego de aquel grito nada parecía tener
sentido, ¿Qué demonios está sucediendo? Se preguntaba ella. En menos de
unos cuantos segundos frente a él, y ya todo parecía ir a su propio ritmo, sin
preocuparse de lo que Carolina podría estar haciendo ahí.
No conocía esa faceta de Adam, claro, tampoco era como que lo
conociese del todo. Lo siguió con la mirada, preguntándose qué estaba
haciendo; observó cómo se acercó a uno hombre que estaba pasando por el
lugar, la señaló, y luego se acercó lentamente en su dirección junto con él,
supuso que definitivamente le faltaba mucho por descubrir de Adam.
—Vamos —dijo él— cuénteme, buen hombre —se detuvieron los dos
frente a ella, haciéndole sentir un poco incomoda— Observe a esta chica…
El hombre le dio una rápida mirada de arriba abajo; quien le sostenía el
brazo parecía una persona sensata, después de todo, le pidió amablemente
que se acercara para darle su opinión acerca de la chica con la que estaba.
No sabía por qué, para él, aquella mujer era espectacular, no cabía duda,
pero, cuando te ofrecen cien dólares para dar tu opinión, no siempre te
resistes.
—Bueno —dijo el hombre.
A Carolina le latía el corazón a todo vapor. Miraba a Adam a los ojos,
preguntándole con la mirada de qué se trataba todo eso; se sentía humillada,
¿Por qué hacía eso?
—Vamos, dígame —agregó Adam, motivando al hombre a dar su
opinión— séame honesto… —vaciló, dándose cuenta que no era lo que
quería decir— no, sea honesto con ella.
Adam le sonrió a Carol, dándose cuenta que estaba cruzando una línea
entre lo sensato y la locura, e intentó acomodar la situación. Trató de
explicarle con los ojos que no se preocupara, que todo iría bien y que
escuchara lo que tenía que decir.
—¿No piensa usted que es una mujer hermosa? Que lo que lleva puesto
es simplemente un adorno para su belleza. ¿No piensa que alguien cuerdo
debería de decirle que es espectacular tal cual es? ¿Qué no hay forma lógica
de que nadie pueda ignorar tal esplendor, tal espectáculo de hermosura?
Las palabras de Adam iban adornando, a medidas, ese vergonzoso
momento.
—Estamos hablando de una chica a la que nunca le han dicho que es
bella —continuó.
—¿Qué? —exclamó el hombre— ¿Nunca te han dicho que eres
hermosa? —preguntó, dirigiéndose a ella directamente.
Carolina no tenía las palabras para responderle, así que solamente negó
con la cabeza, completamente avergonzada.
—Esto es imposible —dijo el hombre extraño.
—¿No te digo yo? —dijo Adam.
—¿Cómo que nadie te ha dicho que eres hermosa?
—No lo sé —logró decir ella— Solo no lo han hecho.
—Pues me parece una locura —dijo el hombre extraño— No cabe duda
que eres realmente atractiva y —se zafó de las manos de Adam y se acercó
un poco a ella, no tanto como para invadir su espacio personal— créeme, no
importa lo que diga, tú eres una mujer espectacular. No lo olvides. Sé que
no te conozco, pero supongo que si eres tan bella por dentro como lo eres
por fuera, nada de lo que se haga en tu nombre podrá ser tomado como una
locura sin sentido.
Adam asentía con la cabeza, sonriendo, afirmando que las palabras de
aquel extraño (mejores de lo que se esperaba), habían tocado todas las notas
adecuadas y que tenía razón.
—Gracias —dijo ella, un poco apenada y alagada a la vez.
—Ha sido un placer, en serio. —Le sonrió a ella, le dio un apretón de
mano a Adam y se fue, sin más nada que agregar.
Los dos se le quedaron viendo mientras se iba alejando hasta que cruzó
la esquina que iba a cruzar antes de que Adam le interpelara. En lo que
desapareció, en lo que las miradas de todas las personas ya no estaban sobre
ellos, Carolina reacción.
Estaba en una combinación de emociones que iban desde furiosa a
encantada al mismo tiempo. Y, así tan confuso como se sentía, reaccionó.
—¿Qué demonios fue eso? —exclamó, pegándole con la cartera en el
pecho— ¿Estás loco? Eso no se hace, fue muy vergonzoso.
No dejaba de pegarle con la cartera mientras hablaba, recitando cada
silaba en una pausa individual a la vez que su bolso de mano le hacía un
mínimo de daño al pecho de Adam. Él, por su parte, se reía de lo sucedido.
Se sentía que estaba un poco molesta, pero, en el tiempo que tenían
hablando, habían desarrollado una confianza lo suficientemente estable
como para sobrepasar ese momento vergonzoso.
—Eso, no, se, hace —repitió— no puedes, simplemente, traer a alguien
para que diga cualquier cosa a la chica con la que estás —no dejaba de
golpearle— eso, no, no, y no, se hace.
—Lo sé —decía Adam entre carcajadas— pero, es que creí necesario
hacerlo.
—No, no se hace, Adam, no, se hace.
Cuando supuso que ya era suficiente, le cogió el brazo y la detuvo.
—Lo siento —dijo, aun con una sonrisa— pero es que te ves
increíblemente hermosa, y no había otra forma de demostrártelo; tal vez no
me creerías si yo te lo decía —se inclinó un poco— y parecía que no me
estabas creyendo y yo quería que lo supieras.
—Pero, yo —Carol estaba dejándose llevar por la forma de hablar de
Adam, era sugerente capaz de hacerla sentir intimidada y convencida a la
vez— no tenías que… —vacilaba sin saber qué decir— no debiste…
—No lo volveré a hacer —dijo Adam, con un tono de voz calmado y
amable— no volveré a hacer que más nadie te hable si tu no lo quieres.
—¿Seguro? —preguntó, queriendo confiar en él.
—Claro que sí.
Poco a poco Adam se acercaba más y más a ella, dejando un pequeño
espacio entre sus rostros; le permitía a ella sentir su respiración,
embriagándose con lo profundo de su mirada. Por un momento pensó que le
daría un beso, que sería la primera vez que tocaría los labios de un hombre
al que realmente querría besar, y que, seguro sería encantador.
—Está bien —dijo, dejándose llevar más y más.
Adam no dejaba de verla a los ojos, y ella tampoco.
Se le había olvidado por completo lo que acababa de suceder, no
importaba, no ahora que lo tenía tan cerca.
—Creo que mejor entramos —dijo él, interrumpiendo el momento.
Esperó unos segundos y luego se apartó.
Carolina tardó unos segundos antes de reaccionar y darse cuenta que
perdió la oportunidad de besarlo en ese momento. Tuvo que superarlo
rápidamente porque Adam le cogió de la mano y comenzó a guiarla a la
puerta del restaurante.

Sé que hice mal al pedirle a ese hombre que le dijera lo que le dijo. Tal
vez no debí haberlo hecho, quedarme con esa y continuar diciéndoselo
hasta que lo creyera, pero, es que lo creí necesario. Carol debía saber de la
boca de otra persona que estaba realmente hermosa, que nada podría
competir con su belleza y que, si no se lo decía a tiempo, no sería lo mismo.
Por fortuna, aquello quedó en el pasado tan rápido como sucedió.
Luego de eso, fuimos al restaurante y pedí la mesa que ya había
reservado con antelación. El hombre que nos atendió, habiendo reconocido
que iba con una mujer realmente hermosa, nos llevó hasta nuestro lugar y
nos ofreció algo de beber.
Me había dado cuenta que Carol estaba un poco nerviosa, no supe al
momento por qué, pero, quería que ese momento fuera tan especial como
parecía serlo. Quería poder hablar con ella de cara a cara sobre cosas que
no habíamos podido tocar en la cafetería porque tenía que atender a otras
personas o porque no se podía sentar conmigo en la mesa. Esta vez la tenía
solo para mí y, no había forma de que nos quedáramos callados viéndonos
al rostro.

—Lamento ser una molestia, y que tal vez parezca un necio medio loco,
pero no puedo evitar decirte que realmente te ves hermosa —dijo de nuevo
Adam, sintiendo que todo lo que había sucedido ya no había sido suficiente.
Carolina le sonrió, cogiendo la carta que le habían entregado y
enterrando sus ojos entre las palabras del menú intentando no sonrojarse.
—Gracias —dijo ella— pero no tienes que seguir diciéndomelo, me
hace sentir un poco extraña.
—Lo siento, no quería incordiarte.
Carolina levantó la mirada, suponiendo que las palabras que usaba
Adam eran un poco extrañas.
—No te preocupes, olvidemos lo que sucedió y sigamos con nuestra cita
—propuso— quiero divertirme hoy, y quiero pasarla bien contigo.
—Yo también.
Carolina le sonrió de nuevo, suponiendo que la conversación había
terminado.
—Ahora, concentrémonos en pedir. —Bajó la mirada y continuó
leyendo el menú.
Adam no apartó sus ojos del rostro de Carolina, sintiéndose realmente
afortunado de tenerla ahí en frente. Era una locura, era su locura.
—Vale —asintió él.
—¿Sabes qué vas a pedir? No quiero pedir algo muy costoso, tal vez
pida esto —dijo, viendo el nombre más simple del menú, suponiendo que
sería el más económico.
—No te preocupes, pide lo que sea, no importa el precio.
—Pero…
Adam extendió su brazo y bajó la carta que tenía Carol en la mano, obligándola a levantar su
mirada.
— Pide lo que quieras, el dinero no es un problema.
Estaba tan seguro de sus palabras, que parecía que no había motivo
alguno para contradecirlo.
—Está bien.
Y entonces pidieron. Adam y Carol superaron a su manera un silencio
que les prometía que esa sería una velada incomoda, dejando de lado sus
inquietudes, sus inseguridades, los «tal vez» y los «quizás», para darle paso
a un encuentro interesante entre dos individuos.
Luego de un rato de haber empezado a comer, la conversación pasó a
ser un poco más fluida, hablaron de las cosas que les gustaban, de los
lugares a los que habían ido y la comida que habían probado. Bromeaban
entre los dos de asuntos que no tenían nada que ver con lo que estaban
haciendo, dejándose llevar por el flujo de sus palabras.
Se entretuvieron por un buen rato entre copas de vino y bocados cortos
para no interrumpir demasiado sus palabras. Estaban encantados con el
encuentro que habían esperado mientras conversaban en la cafetería,
desando tener más tiempo, más espacio, estar realmente a solas y no tener
ningún tipo de distracciones que arruinaran su momento.
No había excusas para dejar de hablar, para dejar de mirarse, ella no
estaba trabajando, y él no tenía por qué desviar su mirada para enfocarse en
la computadora.
—Adam —dijo de repente Carol— he querido preguntarte desde ya
hace un tiempo al respecto, pero sentía que era un poco personal para
hacerlo.
Esa extraña selección de palabras le hicieron suponer que tal vez, podría
saber algo acerca de su pasado, que, aunque no era un secreto, no quería
que fuese un problema.
Trago con dificultad el bocado que se había llevado a la boca y luego
respondió.
—¿Sí? Pregúntame lo que sea —dijo, tratando de parecer sereno,
aunque tenso, con los hombros rígidos y ligeramente levantados.
—¿Qué tanto escribes en la cafetería? —se apoyó con sus codos sobre
la mesa, y con ambas manos sosteniendo su barbilla.
Justo en ese momento se sintió aliviado; era bueno que no fuese esa la
hora en la que hablarían de su trabajo, por fortuna, todo parecía ir de
maravilla.
Aclaró su garganta y bajó sus hombros.
—Nada importante, una pequeña novela que intento escribir.
Puede parecer raro que durante todo ese tiempo en el que estuvieron
hablando no habían tocado jamás el tema de la computadora que siempre
estaba presente en sus encuentros, pero, una vez se entiende que ambos se
sentían tan a gusto con el otro, no había otra forma de verlo más que darse
cuenta que los dos hallaban la forma de entretenerse con cualquier tema.
Carolina arrugo el rostro de emoción. No había dudado que fuera
escritor, una que otra vez había visto de reojo lo que había en la pantalla de
su computador sin lograr detallar lo que decía, pero, ahora que se lo
confirmaba, todo parecía mejor.
—¿Y qué escribes? —preguntó, evidentemente interesada.
Para Adam era un poco incómodo hablar al respecto. No se consideraba
un escritor y ni siquiera sabía si era uno de los buenos (siquiera de los que
por lo menos lo intentaban), y el que ella se lo preguntara, le dejaba en una
posición un poco desconcertante. ¿Qué podría decirle al respecto? No podía
mentirle, sería ridículo hacerlo, y si le explicaba a fondo todo, se vería
obligado a contarle de su vida como actor porno.
¿Y eso qué tenía que ver? Preguntó de repente a sí mismo, suponiendo
que no debía sentirse avergonzado de ello. Resolvió concluir que no podía
contarle a la chica al respecto porque no era el momento adecuado, que eso
traería preguntas, que el esperar para decírselo no era lo mismo que
ocultarle o mentirle, siquiera contaba como evadir la verdad. Tal vez
después que fueran más cercanos; en ese momento en que él pudiera ver
que ella no lo tomaría a mal.
La veía y pensaba en todas las cosas que podría decirle, en lo que eso
podría hacer a su velada y a su incipiente relación.
—Nada del otro mundo, solo estoy trabajando en un proyecto personal.
—¿Y de qué trata?
—De mí, son mis memorias.
Carolina no parecía perder el interés en el tema; era de esperarse que en
cualquier momento se tocase, pero, eso no quería decir que él se hubiera
preparado para ello.
—Que genial ¿Y desde cuando escribes?
—Desde hace poco, no quería llegar a los sesenta si haber cumplido mi
sueño de escribir, aunque sea un libro.
—Oh —dijo Carolina, sentándose bien en la silla e irguiendo la espalda
— entonces no eres un escritor como tal.
Adam sintió que había perdido por completo eso que lo hacía
interesante para ella. Tal vez solamente se había acercado por eso, y,
concebir esa idea, le hizo sentir un poco inútil.
—Bueno, supongo que no —vaciló. Se quedó en silencio, bajando la
mirada y tratando de encontrar el interés perdido en la comida sobre su
plato. Al parecer, había perdido el interés que Carolina tenía en él— lo
siento.
Lo dijo con toda la honestidad que podía sacar de su pecho. No sabía
por qué Carolina se había acercado a él en primer lugar, pero ahora que
había notado su actitud, lo entendió de inmediato.
—Supongo que no soy tan interesante ahora…
Adam, dándose cuenta que la comida ya no sabría tan bien ahora, dejó
caer los cubiertos y se limpió la boca con la servilleta. Durante ese breve
instante en que Carol estuvo en silencio, él armó su propia escena de
desamor. El silencio de la chica que tenía en frente, decía mucho al respecto
y él, que no perdía tiempo en suponer cosas, supuso lo peor.
—¿Qué? —exclamó Carol.
Levantó la mirada y se percató del aura de depresión que rodeaba a
Adam en ese momento. Se veía tan triste que se dio cuenta de lo mal que
habían sonado sus palabras. No era esa su intención.
—No, oye, no es lo que quise decir —se excusó— no me gustas porque
seas escritor —confesó— me gustas y ya. Solamente dije eso porque supuse
que habías sido un escritor toda tu vida, aunque me parecía un poco absurdo
que lo fueras y no te conociera, más aún cuando pareces que tienes todo
resuelto en la vida —pensó en el coche que había visto a las afueras del
restaurante, uno demasiado lujoso para alguien que vive como escritor y no
es reconocido— de serlo debías ser uno extremadamente famoso.
Adam fue recuperando poco a poco su confianza, a la defensiva para no
caer de nuevo en ese estado de ánimo.
—¿Qué tiene eso que ver con que no sea escritor, entonces? —Preguntó
Adam, con la confusión tatuada en el rostro.
Carolina sonrió despreocupada, segura de que podría resolverlo todo
con una simple explicación.
—Nada importante —afirmó— es que como me considero a mí misma
una fanática lectora, el que fueras escritor, y de paso fueras exitoso, me
decía que había alguien que trabajaba de lo que me gustaba que no conocía.
Aunque fuese incluso nada más conocer tu nombre, el no hacerlo suponía
que algo estaba haciendo mal.
—Entonces —Adam no entendía del todo— por qué dijiste eso de esa
forma.
—¿Qué?
—De que no soy escritor, como si te estuviera decepcionando.
—¿Así sonó? —trató de fingir demencia, sonriendo confundida.
—Sí, como si me estuvieras hablando solamente porque era escritor.
—Oh —exclamó— no, no, no, no —sus palabras se hicieron más
suaves, como si estuviera lamentándose de haberle pisado la cola a un perro
que estaba dormido— no creas eso. Lo siento, no fue mi intención hacerlo
parecer así.
—¿Segura? —se cuestionó él.
—Sí, en serio. En realidad, me interesas, y no es porque seas un escritor. — Eso dices…
—Claro que eso digo —vaciló— lo único que no encajaba para mí era
que, si tenías tantos —lo señaló de arriba abajo— recursos; pensaba que se
debía a que eras famoso.
—No, nada que ver.
—¿Entonces?
—Herencia de familia. Tengo lo que trabajo y lo que mis padres me
dejaron. Más o menos eso.
—Ah —comprendió— eso explica mucho.
Adam se quedó viéndole fijamente, enterrándole su pupila en el rostro,
evaluando si decía la verdad, tratando de entender lo que había sucedido y
recuperando poco a poco la confianza que había perdido con una simple
confusión. Quería creerle, sacar de su cabeza ese mal trago que se había
dado al sentir que ella no estaba del todo interesada en él, hasta que recordó
algo que había pasado de largo, que, por sí solo, logró hacerle sentir de
maravilla.
—Entonces, me dices que te gusto.
Su confianza se disparó hasta las nubes como si se tratara de un cohete.
Su tono de voz orgulloso, cautivador y seductivo; adornándolo con un sutil
movimiento de su ceja izquierda hacía arriba una sonrisa de galán, supuso
en ella, todo lo que había supuesto durante días.
Logró calentar su cuerpo y su mente de tal forma que no supo que
responder. Creyó que había hecho caso omiso de sus palabras y que tal vez
podría mantener una actitud fría ante el hecho de decirle, tan
apresuradamente a alguien, que le gustaba. Ella sabía que no era el secreto
mejor guardado, pero, tampoco era su intención parecer que ya él tenía todo
ganado en ella.
—Digamos que sí —dijo, tratando de desviar su atención, pero, Adam,
ya había asimilado sus palabras.
—Yo creo que es un sí definitivo.
Y enterró su pupila en la de ella. Las miradas estaban sincronizadas,
saltando de un ojo al otro tratando de enfocar las emociones que querían
transmitir. No había manera de escaparse de ese encuentro. Ella ya había
confesado su atracción por él y, Adam, no era precisamente el más
adecuado para ocultar lo que sentía por ella.
Se fijaron uno en el otro como llevaban haciéndolo por semanas,
aceptando de una vez por todas, que entre los dos había algo. El sonido del
silencio tradujo a la perfección sus pensamientos, aclarando algo más que
solo una mirada; la situación dejó a Carol sin armas para defenderse,
obligándola a aceptar su derrota; una sonrisa bastó para confirmar lo que
sentía.
10
Una cena agradable, justa y a la vez perfecta, dejó a dos personas con
un sentimiento alegre y cálido.
Adam, ignoraba en su totalidad lo que se sentía disfrutar algo de la
forma en que disfrutó estar con ella. Era un sentimiento muy diferente a
cualquiera. No había nada con qué compararlo, ni nada que pudiera
superarlo hasta ahora. La sensación de calma, de compleción, de realismo
mágico que traducía de su encuentro, inyectándole una hipérbole positiva a
su forma de ver la vida cuando estaba a su lado, mejoraba todo por
completo.
Carol estudiaba la situación más de lo normal, queriendo asegurar que
todo lo que había pasado en las últimas horas era tan bueno como parecía.
El tenerlo de frente y conocer cosas que no se habrían presentado estando
sentado en una cafetería, demostraban por lejos que aquella decisión que
tomó al aceptar la cita de un completo extraño (parcialmente), había sido la
mejor que había tenido.
Conversó con Adam como no había conversado con ningún otro jamás,
enterró su mirada en la suya de manera tan intensa que parecía que no
querría despegarse nunca de él; se abrió por completo con alguien que
apenas conocía sin pensar en si estaba apresurando las cosas. Todo parecía
estar marchando de la mejor manera, de la forma adecuada y a su justa
medida.
El platillo se iba acabando, agotándoles las excusas para bajar la mirada,
para mantener el silencio tan agradable que venía luego de una sonrisa o un
coqueteo sutil. Las palabras comenzaron a sobrar en el momento en que sus
sentimientos se fueron aflorando. Nadie podía descifrar que estos dos
personajes de la vida, iban a encontrarse, mucho menos, a sentirse de la
forma en que lo hacían; ellos, sus allegados, ni el conjunto de personas a su
alrededor ¡La vida misma! era ajena a su afecto, tanto como ellos eran
ajenos a la existencia mientras estaban uno junto al otro.
Se veían y lo entendían de inmediato; las miradas, las sonrisas, la
facilidad con que traducían todo. En tan poco tiempo se hicieron
responsables de su felicidad, o de su interpretación de esta. No querían
discutirlo, querían disfrutarlo.
Luego de una entrada, un principal, un postre y unas cuantas copas de
vino, las silabas debían unirse para poder comunicar sus pensamientos más
complejos.
—¿Te gustó lo que ordenaste? —Adam pensó en la pregunta más
simple que pudo haber existido en la historia de las preguntas; no quería
parecer un tonto ni mucho menos arruinar la vibra que estaban teniendo los
dos.
—Me pareció estupenda —respondió Carolina, siguiendo el mismo
flujo de idea que él.
Ambos compartían esa capacidad intuitiva de entender lo que el otro
quería. No estaban al tanto de ello hasta que lo ponían en práctica, se
sentían conectados de una forma atípica, lo que les hacía pensar que lo suyo
era algo que simplemente debía suceder.
—¿Y la tuya? —agregó.
—Me gustó.
No quería decir más de lo necesario. Ese silencio acogedor que nada
más se conseguía con el verdadero compañero en la vida, con el que
disfrutas algo y sabes que no tienes que arruinar el momento con ideas
fútiles, preguntas tontas o pensamientos absurdos porque, la armonía que
comparten al estar en sintonía, en que no tienen que comunicarse nada
porque lo saben, era algo que no había experimentado con ninguna otra
persona jamás. Estaba a gusto con esa idea, con eso que parecía necesitar,
pero no sabía que así era.
Pensó en decir que ya había comido ahí cientos de veces, hasta que
pensó que el hacerlo arruinaría algo, no sabía qué, pero un hormigueo en el
diafragma le hizo suponerlo.
—Estuvo maravilloso —vaciló— y la cheescake, estaba más que
perfecta.
—Sí —asintió, bajando la mirada para asegurarse que el plato estaba
limpio, cosa que le sorprendió demasiado— no esperaba que supiera tan
bien. Creí que sabría a parmesano o algo por el estilo.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿No habías comido cheescake antes?
—No, esta es mi primera vez —respondió, sonrojándose un poco, a
causa de la ironía de sus palabras; su primera vez.
¿Quién diría que estaba dispuesta a dar cualquier paso? Pensó,
suponiendo qué era capaz de lo que fuera.
—¿Y por qué no me dijiste? Pudimos haber pedido otra cosa —Adam
parecía legítimamente preocupado por la integridad del postre, simplemente
no se hacía eso cuando lo que se busca es disfrutar.
—Es que como había sido lo que tu habías pedido, no quería
contradecirte ni nada —aseveró Carol, con una mirada salpicada en culpa.
—Pero si querías probar otra cosa, me hubieras dicho —le miró con los
parpados bien abiertos, proyectando su preocupación— te dije que podías
pedir lo que quisieras.
Carol bajó la mirada, sintiéndose amedrentada por las palabras
preocupadas de Adam, para luego levantar el mentón con elegancia, y
cambiando el semblante por el de una persona segura. ¿Qué importaba?
Pensó, le había gustado, en contra de cualquier pronóstico, así que ¿Qué
demonios importa?
—Pero me lo comí —dijo— y me gustó —aseveró— así que no hay
nada de malo en eso.
Asintió con la cabeza, adornando su hermoso rostro con una sonrisa
segura.
—Hasta creo que puede ser mi postre favorito, de ahora en adelante.
A Adam le costaba creer eso, no quería suponer que le estaban
mintiendo para que se sintiera mejor, pero, tampoco quería cuestionar a
Carol; Carol era lo mejor que le había pasado, cuestionarla era como
cuestionar algo axiomático, no por ello imposible, pero estúpido cuando se
sabe que se es un ignorante cualquiera.
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella— ¿Acaso no me crees? —
sonrió, como si fuera inaudito— ¡Es en serio! Sí que me gustó, no te estoy
mintiendo.
Adam solamente torcía el labio a un lado de su cara, cuestionando a
medias, en un intento absurdo por hacerlo y no hacerlo a la vez.
—No lo sé…
—¿Por qué no me crees?
—Porque no sé si lo estás diciendo para que no me sienta mal por pedir
algo que no te gustaba.
—Pues lo siento mucho, mi amor —dijo Carol— pero no voy a terminar
de comerme algo si no me gusta.
La forma en que le habló a Adam, no le dejó lugar alguno para una
respuesta.
—Um —vaciló— si tú lo dices.
—Sí —aseveró, irguiéndose y asintiendo con fuerza— me encantó.
Adam y Carol decidieron dejar el restaurante, minutos después de
aquella conversación. Carol insistió en coger un taxi para su casa y no
hacerlo conducir de ida y de vuelta innecesariamente cuando podía
simplemente extender el brazo y pedir que la llevaran.
Luego de una conversación compleja acerca de lo tonto que sería pagar
un taxi teniendo él con qué llevarla, aceptó su propuesta y abordó su coche.
Adam y Carol fueron hasta el condominio de ella en donde se quedaron
unos segundos frente a la puerta.
—Fue una noche estupenda —dijo Carol— me encantó salir contigo.
—A mí me encantó más —Respondió Adam, sonriendo de la
satisfacción— Espero podamos salir pronto.
—A mí me gustaría lo mismo.
Ambos ignoraban lo que debían hacer después; para él, no había
momento previo a entrar a la casa de alguna mujer, y para ella, simplemente
no había momentos como ese. Los dos se quedaron en silencio ya que no
querían dar la última palabra, despedirse y demostrar que uno de los dos
quería irse, cuando, en realidad, ninguno quería hacerlo.
Querían inmortalizar cada segundo de ese momento para atesorarlo
hasta el final. Fuera lo que fuese que hicieran después, simplemente no
importaría, ya que, desde que ambos salieron de sus casas hasta ese instante
de la despedida, todo había sido una maravilla.
Intentaban decir algo, pero de inmediato eran interrumpidos por el otro;
la intención era lo que contaba, pensaron, aunque, no se decidían a dejar de
hacer las cosas para mantener la calma, para mantenerse dispuesto a hacer
todo lo que querían, porque, de alguna forma u otra, nada era lo que querían
hacer. El silencio era la mejor forma para demostrarlo; sonrisas nerviosas,
gestos curiosos que demostraban un ferviente deseo por acercarse más, por
verse mejor a los ojos.
Sus manos estaban cada vez más juntas, sus pechos cada vez más cerca.
¿Un abrazo, quizás? ¿Un beso en la mejilla? No sabían cómo traducir aquel
sentimiento que los detenía por ese instante, que los dejaba completamente
inútiles, desesperadamente inquietos. Podría parecer uno de esos encuentros
incómodos con alguien a quien no sabes cómo saludar, porque tal vez no
conoces los códigos de etiqueta o no sabes lo que es más conveniente.
Ya sabían que se querían, que se gustaban mutuamente, entonces ¿Qué
les detenía? Era momento de tomar las riendas de sus vidas para hacer algo
al respecto.
Estando a unos cuantos centímetros de distancia, el uno del otro, lo
suficiente para decir que estaban invadiendo, mutuamente, su espacio
personal, aunque no tanto como para decir que podían sentí sus
respiraciones, Carol, se armó de valor y rompió esa gruesa capa de silencio
que los dividía en un plano diferente al terrenal.
—¿Eso quiere decir que se repetirá? —El ceño fruncido, los parpados a
medio abrir; cabizbaja y viendo de reojo, demostraba la duda en su interés,
y una extraña necesidad de que todo eso se repitiera.
—Quiero que así sea. —Respondió Adam, en un suspiro áspero,
controlando sus deseos. Para no perder el control, era su trabajo no acelerar
nada.
—¿Me vas a besar? —Carol no tenía nada que perder, después de todo,
había apostado al premio mayor.
—Me gustaría hacerlo.
—¿Y qué te detiene?
—No tengo idea.

Luego de un fin de semana en casa, con la ventana cerrada y el resto del


mundo en el exterior sin molestar, las largas llamadas y los mensajes
repentinos de noche, hicieron de su relación algo más íntimo. Adam no
acostumbraba a tener una relación cualquiera y Carol no sabía lo que era
sentirse así por alguien que pareciera que siente lo mismo por ella.
No era un comportamiento juvenil, sino el de dos personas que se
atraían mutuamente.
Lo que hicieron ese fin de semana les hizo sentirse muy bien. Era algo
que no acostumbraban, ni mucho menos sabían que se sintiera tan bien
hacerlo. Estaban invirtiendo su tiempo en hablar de cosas triviales, de
intercambiar ideas; su infancia, la relación que tenían con sus padres, por
qué les gustaba determinada película o cual era su dulce favorito.
Para cuando el fin de semana terminó, todo parecía ir de maravilla;
habían tenido un par de días interesante, prometedor y que les motivaba a
verse porque, con la persona que ahora conocían, todo parecía ser mucho
mejor.
Aquel día, Carol llegó primero al trabajo.
—Buenos días —saludó risueña, con una sonrisa amplía y abierta que,
aunque no era raro, tampoco era normal— ¿Cómo has amanecido? —
preguntó, dirigiéndose a Arturo.
Arturo la miró extrañado, como bien no sabía si eso era típico en ella
porque, para ser honestos, a penas y la conocía, no se sentía cómodo con el
aura de felicidad que la envolvía. ¿Por qué estaba tan feliz? Seguramente no
era malo, pero ¿Por qué estaba tan feliz?
—Buenos días, Carol. —Le sonrió, tratando de imitar el mismo
entusiasmo que ella— ¿Bien, y tú?
—Estoy de maravilla —respondió; parecía que saltaba por una pradera
con un vestido ligero que la hacía sentir volar y las manos extendidas como
un ave.
—Ya veo. ¿A qué se debe?
Instintivamente, Carol enfocó la mesa en la que Adam suele sentarse
sonriéndole como si estuviera ahí. Sabía que no habría llegado, había dicho
que tal vez llegaría tarde ya que se habían desvelado hablando. Pero eso fue
suficiente para Arturo. Entendió de inmediato por qué se veía así, por qué
se sentía de esa forma. Algo había pasado entre los dos.
—¿El escritor? —dijo, disparando su proyectil esperando a dar en el
blanco.
Carol no respondió más que con un suspiro luego de relajar su cuerpo
por completo. Definitivamente él era el motivo.
Y, en ese momento, supo que debía decirle. Tal vez porqué sentía que
era su deber, ignoraba qué podría significar, pero, ¿Y si era algo malo para
ella?
Arturo, ese mismo fin de semana, había decidido hacerle caso a la
recomendación de Carol con respecto a cómo hacer con el asunto de Adam.
¿Quién era? Se preguntaba constantemente, pero olvidaba buscarlo al llegar
a su casa porque, al parecer, tenía otras cosas más relevantes en las cual
ocupar su atención. Pero, esta vez lo recordó mientras estaba sentado en
frente de su computador.
Carol había cumplido con su parte del trato; con el nombre en mano,
anotado en un papel, decidió teclear las palabras que comprendían su
identidad. Y, en ese instante, todo cobró sentido.
—Tengo algo que decirte —dijo Arturo, girándose en dirección de
Carol para contarle su más reciente descubrimiento.
Pero ella no estaba ahí. Ya había pasado al cuarto de empleados. Se le
escapó. Por un segundo pensó en ir hasta allá para contarle, hasta que le
pareció muy exagerado el hacerlo.
—Mejor espero a que regrese —pensó.
Cabía la posibilidad de: si hubiese tenido más tiempo para pensarlo, tal
vez lo habría dicho de una forma más amable, o incluso, no lo habría dicho,
pero; las cosas simplemente sucedieron.
—Y… ¿Cómo te fue con el actor porno? —preguntó, en tono de broma
suponiendo que había algo gracioso en ello.
—¿De qué hablas? —preguntó Carol, interrumpiendo su casi absoluta
felicidad.
—De Adam.
—¿Cómo así? —Carol seguía sin entender.
—Como estás compartiendo mucho tiempo con ese tal Adam, supongo
que ya has de saber a qué se dedica.
Carolina seguía sin ver la relación.
—Bueno, a qué se dedicaba —corrigió— porque ahora está retirado —
balbuceó— y no creo que cuente… ¡Pero! Supongo que ya te lo dijo, ¿O me
equivoco?
Entre lo molesto que era tener que hablarle de su vida bajo esas
circunstancias, que se creyera en el derecho de poder intervenir al respecto
con ese tono de soberbia y superioridad ante algo que no le importaba, el
que no le explicara con claridad a lo que se refería, le molestaba.
—¿A qué demonios te refieres?
Carolina no era tonta, suponía que existía alguna relación entre «actor
porno» y «Adam» que poco a poco fue amainando la felicidad con la que
había llegado al trabajo. Esperaba que fuese solamente un invento de
Arturo.
—A que tu novio —aclaró su garganta con asco, la idea no le gustaba,
no porque le importase, sino porque, un actor porno era alguien
desagradable para salir— es un actor porno. ¿No te lo dijo?
Y las luces se le apagaron. No es como que todo hubiera cobrado
sentido en ese momento, para ella, ¡Nada tenía sentido! Pero, si algo así se
le ocurría a Arturo, debía ser cierto, de todos modos ¿Para qué lo habría
dicho? No era como que estuviera ganando algo con eso, no de la forma en
que ella lo veía, aunque, de una manera o de otra, todo eso significaba que
Adam era un mentiroso.
—Ese maldito —dijo, iracunda.
Arturo entendió al momento que había hecho algo malo. Demonios,
pensó, pero bueno, ya no se puede hacer nada.
Carolina quiso enfrentarse a Adam ahí mismo, quería poder ir a donde
fuese que estaba y darle una bofetada al instante en que lo viese y decirle
que era un desgraciado. Al llegar al café, sabiendo que llegaría un poco
tarde, estaba ansiosa por verlo y sonreírle, saludarlo o cualquier otra
babosada que quería hacer, ahora, luego de aquella revelación, su intención
era otra; estaba ansiosa por golpearle el rostro con la mayor cantidad de
fuerza posible; si no tenía de donde, sacaría, no importaba.
Los minutos se hicieron cada vez más largos hasta que, todo se alineó
para que sucediera lo que tenía que suceder.
—Carol —dijo Adam al verla. No había notado que se acercaba a él con
cierto carácter invasivo.
En su mente solo cruzaba la posibilidad de que le abrazara, total, habían
tenido una agradable velada y un fin de semana encantador ¿Qué otra cosa
podría querer hacer ella?
Y, la bofetada que atizó en su rostro, le demostró lo contrario.
11
La búsqueda de su nombre había dado como resultado una serie de
eventos que no había predicho, tanto indirecta como directamente.
Al principio, sintió una severa sensación de asco al ver el sexo en su
máxima representación comercial. No esperaba que las cosas se vieran así,
no cuando lo único que sabía al respecto eran las veces que se masturbaba
con el borde de su almohada y todo lo que aprendió en educación sexual.
Aunque imágenes exageradas, no dejaba de verlas con cierto desdén;
después de todo, era la primera vez que veía el sexo de esa forma, o lo veía
en lo absoluto. Pero no tardó mucho tiempo en adaptarse. Su intención era
clara: buscar material relacionado con Adam.
Pero, a pesar de todo ello, no dejaba de alimentar su imaginación. Las
imágenes que previsualizaba, lograron estimular algo más que su
curiosidad, elevando los sentidos de su cuerpo, los cuales buscaban placer a
gritos.
Cuando por fin se decidió a ver el video que «más normal» se sentía en
la vista previa antes de hacer click sobre él, encontró una serie de
sentimientos en su cuerpo que no pudo controlar al final. Al principio,
observo con cierto desdén las cosas que sucedían en el material audiovisual
porno que estaba viendo: Adam estaba interpretando un papel, y lo sabía
porque no recordaba que él le dijera que había trabajado como masajista.
Era obvio.
La mujer, a la cual decidió ignorar, tenía casi los mismos rasgos físicos
que ella, una casualidad que decidió dejar pasar para enfocarse mejor en el
hombre que estaba interpretando Adam. Poco a poco, con una música de
fondo seductora que fue creando un ambiente sexual en torno a Carol, la
fueron excitando lentamente hasta que los desnudos completos aparecieron.
La mujer ya estaba sin ropa, cubierta en aceite, siendo tocada con
destreza por el hombre del que se había enamorado. En una combinación de
celos y envidia su mente comenzó a colisionar: tocaba a otra y no era ella.
Pero, luego de unos minutos, unos cortes de edición que servían para
acortar el material que se consideraba «gratuito», el pene de Adam, erecto y
venoso, estaba siendo succionado por la chica aceitada.
Aquella imagen imprimió algo en ella.
El dedo de la mano en la que aun sentía la bofetada que le había dado a
Adam, fue deslizándose entre sus bragas mientras que el video se
reproducía.
En sus labios sentía el beso que le había dado en aquella despedida
frente a su puerta; el único contacto físico que tuvieron. Sintió un calor que
la obligó a pasarse el dedo por el labio inferior, presionándolo y
desplazándolo a un lado con pasión, cosa que la hizo recordarlo.
Se encontraba en una situación ardiente que le iba calentando el cuerpo
en un palpito de hormonas y sentimientos que no conseguía controlar. No
sabía si era por lo que veía, la forma en que lo hacía o porque se trataba de
él, de Adam, del hombre con el que había hablado por semanas y con quien
había establecido un vínculo; el caso es que no importaba.
Sus dedos comenzaron a jugar con su clítoris mientras que se imaginaba
en aquella posición. Material informativo, tal vez, ¿Educativo? No lo sabía.
Nunca había imaginado la posibilidad de tener un pene en su boca porque
simplemente no se había presentado ese escenario. Sí que sabía de la
existencia del sexo oral, pero no lo había presenciado de esa forma.
La mujer estimulaba con su mano el falo completo del hombre que
conocía de la cafetería y se lo introducía en la boca, humedeciéndolo con su
saliva. Era extraño verlo de esa forma. Otra cosa que le causaba cierto
desagrado, era la idea de que no enfocaban mucho a Adam; la chica era la
protagonista del video; ¡Ella estaba ahí para ver a su hombre! ¿Por qué no
lo enfocaban?
Pero eso no importaba. La imagen de aquel pene, servía para
estimularla. Luego de unos cuantos cortes más, la mujer estaba de espalda,
sobre la camilla de masajes, con la cintura levantada y las nalgas abiertas.
Su sexo estaba de frente a la cámara y las manos de Adam estaban jugando
con este. Su boca sacudía el cuerpo de aquella actriz, y la mente de
Carolina. Se imaginaba en esa posición y sus dedos hacían el resto.
Hasta que llegó el momento de la penetración. En lo que Adam cogió su
pene erecto y lo fue acercando lentamente a la vagina de la actriz, Carolina
no pudo contenerse. Fue imitando los movimientos, suponiendo que tres de
sus dedos eran el miembro de aquel hombre. En lo que le penetró, ella se
los introdujo. La imagen enfocó como la mujer contenía la respiración tras
la invasión de aquel enorme sexo (el más grande, y el único, que Carol
había visto) y, como si estuviera ahí, sintió lo mismo.
Imitó las embestidas por unos segundos para luego continuar con los
movimientos en su clítoris. Antes de darse cuenta, el video estaba por
acabar y ella también.
Un orgasmo tocó a su puerta, intenso e increíble, en el momento justo
en que el video dejó de reproducirse.
Ahora tenía resaca. Resaca de placer y un remordimiento increíble por
lo que había hecho. No era tan solo el hecho de haberse masturbado con
algo que hasta hace unos días aborrecía, tanto así, que abofeteó a Adam.
¿Qué debía hacer? Se preguntó, ¿Acaso había algo por hacer? En sí, no
significaba únicamente sentirse mal, o con remordimiento, culpable, o que
había cometido un error, que lo había juzgado de una forma un poco
exagerada.
Malditos impulsos. Se dijo: A fin de cuentas ¿Por qué lo hice? Lo veía
en retrospectiva y lo consideraba un acto ridículo de su parte, ahora, sentía
la necesidad de enmendar las cosas.
Debo ir a verlo, se dijo al final. Tengo que resolver las cosas ahora, se
propuso. Antes de salir de su casa para ir al trabajo como todos los días, se
detuvo en la puerta y pensó: pero ¿Cómo lo voy a hacer?
12
Su móvil seguía sin sonar, no había manera de contactarse con Adam
que no fuera la directa. ¿Debía hacerlo? ¿Debía llamarlo? Su
arrepentimiento sobrepasó su cordura y ahora no pensaba más nada que en
eso. Quería hacerlo, claro está, porque necesitaba disculparse con aquel
hombre al que simplemente juzgo de manera injusta. Es un simple trabajo,
nada del otro mundo, ni con lo que debiera preocuparse. Además, ni
siquiera era algo que continuaba haciendo, lo que le hacía sentir mucho
peor porque, aquello por lo que le abofeteó, había sucedido ya hace poco
más de quince años.
¿Y si iba hasta su casa? Tal vez no necesitaba hablar con él ni llamarlo,
tal vez solo le hacía falta caminar toda la colina recorriendo casa por casa
hasta dar con la más grande. Total, no podía perder más que el tiempo si lo
intentaba.
Esa misma mañana consideró, unos días después de su encuentro con su
sexo y semanas luego de aquella bofeteada, hacerlo: aventarse a la aventura
de ir buscar su casa y correr con el riesgo de no ser recibida por él.
Luego de salir del trabajo, sin muchos ánimos de escaparse y perderlo
por completo, cogió sus cosas y se fue sin despedirse. No le importaba nada
ni nadie, solamente llegar hasta la casa de Adam; la más grande, la que
parecía digna de un hombre millonario, a pesar de que, según ella, todos los
que vivían por ahí, debían serlo.
No tardó mucho en llegar al lugar en donde se concentraban todas las
viviendas, era una subida empinada que daba a diferentes intersecciones.
Eran más casas de las que esperaba ¿Cómo se suponía que iba a dar con la
indicada? Para ella, todas eran más grande que cualquier otra, es decir, ¡En
comparación con su departamento, cualquiera de esas es mucho más
grande!
Aunque, a pesar de todo, sabía que no se podía rendir. Se acomodó la
mochila de cuero que llevaba, apretó las correas de ambos lados respiró
profundo y se propuso a subir aquellas calles.
—La más grande, —dijo— la más grande, la más grande.
Lo repetía mientras giraba su cabeza para enfocarse en cada una de las
casas. Aunque todas de gran tamaño, ninguna parecía tener el título de: la
más grande. Caminó varias calles, evaluando el tamaño de cada una y
deduciendo que tan enormes serían. Conforme subía, las dimensiones de las
propiedades iban aumentando, dándole esa sensación de que no estaba
llegando a ningún lado.
El calor era insoportable, no por el clima, sino porque no había hecho
ejercicio de esa forma en años. Se quitó la camisa manga larga que llevaba
puesta quedándose únicamente con la blusa de tirantes que tenía abajo. Por
alguna estúpida razón, ese día quiso llevar dos prendas: una debajo de la
otra.
La amarró a su cintura y siguió.
Continuó caminando, mirando a su alrededor, buscando de casa en casa
la que pareciera ser la más grande, sintiendo, poco a poco, que nada de eso
tenía sentido. Pero, su esfuerzo dio fruto luego de una hora subiendo y
subiendo.
—Demonios, no creí que hubiera tantas casas en este lugar.
Carol estaba a punto de darse por rendida, no porque no estuviera
segura de que la casa estaba ahí, sino que cabía la posibilidad de que no
cruzó en el lugar indicado, y pasó de largo en donde vivía Adam. Era lo
más lógico, para un lugar que él denominó: la casa más grande, debía ser
increíblemente fácil de reconocer, después de todo, nada podría compararse
a algo llamado así… pero, definitivamente estaba en el camino correcto.
En lo que cruzó la siguiente calle, se percató que uno de esos caminos
no tenía nada alrededor. Daba directo a un solo lugar, como si fuera
exclusivo para una sola persona. Al ver al final, se notaba que había una
gran casa de paredes negras que se confundían con el ocaso; su intuición le
decía que caminara hasta allá, después de todo, parecía que no había más
nada que hacer, ya había llegado hasta ahí.
—¿Por qué simplemente no pregunté? —se dijo.
Pudo haber tocado cualquier puerta y preguntar por la casa más grande
del lugar, pero ya no importaba, tal vez, si las circunstancias le eran justas,
aquella mansión podría ser la casa que estaba buscando.
Mientras más se acercaba, más grande se hacía. Seguro es esa, pensó.
Aquella casa, en vez de ir para arriba, seguía hacía abajo. Al llegar a la
reja por donde se supone que entraban los coches, pudo ver todo más de
cerca. De lejos, se veía bastante grande, prometía algo más de lo que
mostraba. Seguro era una de esas casas engañosas, pero, hasta los
momentos, no creía que fuera la de Adam.
Aunque, de todos modos, algo la motivaba a seguir buscando detalles
con la mirada. No quería estar equivocada, esperaba realmente que ese
fuera el lugar que llevaba rato buscando.
Sus ojos se pasearon por los alrededores de la propiedad hasta que se
detuvieron a causa del brillo del sol. Algo le llamó la atención y fue eso
mismo lo que respondió todas sus dudas.
Un Tesla color rojo con negro, uno exactamente igual al que Adam
llevó a la cena.
—Tiene que ser aquí —se dijo, tan confiada como podría estarlo—
¡tiene que ser aquí!
Y miró más de a fondo, trató de ver hacia adentro, encontrar alguna
señal de movimiento, algo que le demostrara si había alguien en casa y si
ese alguien era Adam. Quería que así fuera.
No había guardias ni nadie que le indicara ni respondiera sus preguntas.
De repente, una voz familiar le asustó.
—¿Carol? —se escuchó, no supo de donde procedía eso— ¿Eres tú?
Carol se alarmó, se apartó de la reja de la entrada como si le hubiera
daño un golpe de corriente para luego comenzar a buscar el origen de
aquella voz. Le daba la impresión de saber de quién era, pero no quería
asegurar nada.
—Eh —vaciló— sí… ¿Quién habla?
—Carol, ¿Qué haces en mi casa?
Poco a poco parecía tener sentido.
—¿Por dónde estamos hablando? —preguntó Carol.
— Por el aparato que tienes a tu izquierda.
Carol miró en la dirección indicada y observó lo que parecía una caja
con un circulo con orificios, pero no tenía forma de caja, era más como un
cajetín. ¿Cómo sabía que estaba a su izquierda?
—¿Me estás viendo? —preguntó, levantando la mirada y buscando
cámaras.
—Sí, por las cámaras.
—Oh…
—No respondiste mi pregunta, Carol, ¿qué haces aquí?
—Estoy buscándote —respondió, viendo hacia arriba como si le
estuviera hablando al cielo, esperando a hacer contacto visual indirecto con
él.
—¿Cómo supiste en donde vivía?
—No lo sabía, solo caminé hasta aquí.
—Um…
Carol siguió buscando la cámara, hasta encontrar un pequeño domo de
cabeza en una esquina de las enormes rejas que separaban la calle de la
propiedad. Lo había encontrado, así que se dispuso a verlo fijamente.
—¿No me vas a dejar pasar? —preguntó.
—Primero dime por qué estás aquí. —No quería ser el primero en ceder,
no quería parecer una persona permisiva que dejaba todo pasar así cómo
así. Sí quería dejarla entrar, pero primero le debía una respuesta.
—¿Tengo que hacerlo? ¿Tengo que decirte por qué estoy aquí para que
me dejes entrar? ¿En serio?
—Sí, se supone que me odiabas y un montón de cosas desagradables
más. Me diste una bofetada y me dijiste que no me querías ver más…
—Sí, sí, yo sé lo que dije —interrumpió Carol, molesta por su propia
actitud.
—Entonces ¿Qué quieres hacer aquí?
—Quería venir a verte.
—¿Para qué? —Adam seguía viendo a la cámara, como si estuviera
haciendo contacto visual con ella.
No importaba ya si lo decía o no, ya había caminado todo eso para
detenerse por una simple disculpa.
—Para disculparme.
—Um.
Carol no dejaba de ver a la cámara, convencida de que estaba viendo a
los ojos a Adam.
—«Um» ¿Qué? ¿A qué te refieres con eso?
—¿Viniste por eso?
Carol estaba a punto de perder la compostura.
—Sí. Vine solo por eso, Adam.
—¿Por qué?
Cansada, sudando, estresada por no poder ver a Adam de frente; la
paciencia se le escapaba.
—¡Maldita sea, Adam! Porque quiero disculparme contigo. ¿Sí? —
Comenzó a liberar presión— No quiero dejar las cosas así, no quiero que
todo terminé de esta forma. Sé que lo que hice estuvo mal, sé que no debí
tratarte así, y por eso caminé todas estas malditas calles, adiviné cual era la
maldita casa más grande y esperé a que vivieras aquí; porque quiero
disculparme contigo —vaciló— porque quiero creer que me puedes
disculpar. No quiero que esto acabe, y no quiero saber que lo arruiné todo
por unos prejuicios estúpidos…
Hubo un silencio amargo; tragó saliva, sintiendo la garganta seca,
arrepintiéndose de no haber llevado agua ese día.
—Y no quiero estar aquí parada —agregó— hablándole a una maldita
cámara, quiero decírtelo de frente, quiero pedirte que me disculpes por eso
y que me permitas empezar de nuevo.
Pero no había respuesta; miraba a la cámara, sin apartar sus ojos de ella,
esperando la respuesta de la caja de la que salía la voz de Adam, pero nada
sucedía.
—¡Coño! ¡Adam! Respóndeme.
Pero solo había silencio.
—Ya me tienes aquí —de repente, la voz se escuchaba diferente—
dímelo de frente.
Su primer impulso fue mirar hacía la caja de done salía su voz para ver
si algo malo sucedía con ella, pero, en medio de todo eso, en el trayecto que
dibujaron sus ojos, se encontró con algo más, algo que no se esperaba.
El rostro de Adam atrajo sus pupilas casi como si se tratara de dos
imanes. Era él, de frente, ahí, mirándola a los ojos. No creía que lo pudiera
ver de nuevo, ahora, lo estaba haciendo.
—Adam —todo lo que había pensado simplemente se borró de su
cabeza.
De repente, simplemente sintió que no existían palabras para expresar
sus ideas.
—Adam —repitió.
—¿No me ibas a decir algo?
—Lo siento —fue lo único que pudo salir de su boca.
Y terminaron en eso que se había hecho costumbre entre los dos,
mirarse fijamente a los ojos.
—¿Me disculpas? —agregó.
Y sus miradas seguían intactas, penetrando el alma del otro. No había
palabras de por medio, afirmación o negación alguna que interrumpiera el
flujo de sus ojos con relación mutua. Pero ella quería una respuesta, no
había caminado hasta allí para enterrar su pupila en la de él nada más,
aunque algo de lo que no se quejaba, no era el motivo de su peregrinaje por
la colina de los acaudalados.
—Quiero saber si —vaciló— no importa que suceda, solo quiero que
me perdones.
—Te perdono, aunque no tengas motivos suficientes para disculparte; a
cómo yo lo veo, no hiciste nada malo, y nuca serás capaz de herirme.
13
Uno se acostumbra al sexo de tal forma que, en sí, llega a complicar
bastante la situación. No porque este, en sí, sea complicado, sino porque
las personas y el burdo concepto que lo engloba, les complica a aquellos
que son «consientes», la relación con aquellos que no entienden su
simplicidad.
Es por eso que complica cualquier situación, la verdad; es que una vez
en que deja de ser algo exclusivo, y comienzas a verlo como aquello que es
tan natural en el ser vivo, que no influye en nada ¡Qué ni siquiera es
porque sea por amor!, entiendes que realmente hay muchas formas de
amar, que el sexo es como hacer trampa, facilita las cosas y te condiciona a
suponer que es la única manera en la que puedes entregarte a alguien.
Se podría decir que lo hacemos porque privatizamos la idea del mismo
y por esos sentimos que solo podemos entregárselo a ese ser especial. Pero
es absurdo, una simple falla en la interpretación; es, más o menos, como el
orgasmo del hombre y su confusión con la eyaculación.
Y aunque el sexo es realmente bueno, que te hace sentir bien, plus
muchas cosas, plus muchas otras cosas más, solo hace falta un poco de
panorama para entender que no es lo único que importa.
Tampoco soy adicto a él, no como cualquiera lo sería, porque no sería
adicto al hecho de tener sexo sino a lo que eso ocasiona en mí: las
endorfinas, esas hormonas y todo lo procesos químicos que me estimulan la
psique y hacen sentir de maravilla. No lo soy, no soy adicto a casi nada
porque la adicción es aburrida, es monótona, es querer más de lo mismo
sin importar qué;
Así fue como aprendí, junto a la ayuda de colegas que son sexólogos
(vaya combinación, ¿verdad?) que el sexo una vez a la semana es más que
suficiente para considerar a una relación «estable» y, por experiencia
propia, que en exceso ni siquiera es tan bueno, a veces incluso llega a ser
doloroso
Pero, ¿Te entregas de todos modos con quien lo compartes? Entregarse
es fácil, dejar que una persona te excite, estimule tu cuerpo, tu sexo y luego
te haga reaccionar; es lo más simple y sencillo que hay. Lo difícil es
diferenciar entre el sexo y el amor.
Y para ti, Carol, tal vez idealizo el sexo porque quiero sorprenderte,
pero, la verdad, es que no puedo dejar de hacerlo con algo que me importa
menos que un simple estimulo. Me gusta, no me mal intérpretes, pero no lo
necesito, no más de lo que te necesito a ti.
Y es ahí cuando entra el amor cotidiano.
¿Qué hace el amor? Vuelve exclusivo al sexo, lo hace situacional.
El sexo no es amar, es un lenguaje corporal con el que decidimos
comunicarnos, con el que trasmitimos información y llegamos a una
conclusión. Sí, es bueno, es placentero, enriquecedor, ayuda a tu cuerpo,
eleva cualquier nivel en tu organismo, pero, es eso: sexo.
Pienso que es más especial la persona con la que estoy, que el sexo que
puedo llegar a tener con ella.

Adam y Carol estaba poniéndose al día.


—Tu casa es realmente grande —dijo ella, luego de que Adam aceptara
su disculpa y la dejara entrar.
—Te dije que era enorme.
—Pero es engañosa, desde lejos parece una casa cualquiera.
—Bueno, no todo lo grande tiene que ir hacia arriba.
Adam le hacía un tour a Carol por su propiedad, bajando las escaleras,
yendo de puerta en puerta hasta llegar a la terraza, en la que se encontraba
una piscina infinita que daba a una hermosa vista de la ciudad.
—Desde aquí se ve el café.
—Sí, fue por eso que decidí comenzar a escribir allá, fue el primero que
vi, además que estaba muy cerca de aquí.
—Ni tanto —murmuró— a una hora de aquí.
—A pie.
Una sutil carcajada detuvo la conversación. Adam ya no sabía qué decir.
La casa había roto el hielo que se había formado entre los dos por tantas
semanas sin hablar, hasta cierto punto.
Carol, contemplando las paredes de vidrio que daban al interior de la
casa, el hermoso decorado de la terraza que le daba un carácter elegante
propio de esas revistas con casas hermosas que piensas que seguro son
hechas a computadora porque tal perfección no puede existir, sentía que
debía abordar el elefante en la habitación. Él pensaba lo mismo.
—Entonces —Carol interrumpió le silencio primero.
Dudó unos segundos si en realidad debería tomar ese camino, continuar
y hablar de lo que parecía ser importante. Adam, aclaró su garganta,
suponiendo hacia donde iba el tema.
—Con que actor porno ¿eh? —dijo al fin, tratando de evadir todos los
puntos relevantes del asunto, queriendo hacerlo pasar por un tema normal y
sencillo.
—Sí… actor porno —dijo él.
—Pero ya no te dedicas a eso —Aclaró, demostrando que sabía al
respecto— lo dejaste hace mucho tiempo.
—¿Cómo lo sabes?
—Internet.
—Claro —sonrió, era obvio— tiene sentido.
—Sí… se me ocurrió buscarte para saber más al respecto.
—¿Buscarme? ¿Qué buscaste?
Carol no quería hablar al respecto, no era algo que le motivaba.
—Bueno, buscarte —se movía de un lado al otro, caminando
lentamente mientras que evadía la mirada de Adam— colocar tu nombre en
el buscador y ver los resultados.
—¿Y qué encontraste?
—Lo suficiente —afirmó, apoyándose del barandal de vidrio que
delimitaba la terraza.
Adam suponía que había algo de por medio. Algo había encontrado y,
tratándose de él ¿Qué otra cosa más podría ser? Sonrió, convencido de que
había visto su material. Se acercó a ella por detrás, lentamente, hasta tocar
su cintura.
—Entonces, cuéntame, ¿Qué encontraste ahí?
—Nada del otro mundo.
Adam se acercó a su cuello, susurrándole las palabras para que el aire
que se escapaba de sus labios rozara la piel de Carolina.
—¿Te gustó lo que viste? —Sus labios, aproximándose lentamente a su
piel, fueron activando cada sentido en el cuerpo de Carol.
—No lo sé —dijo, tratando de escapar de aquella invasión sensorial.
Adam la había cogido por la cintura con ambas manos, evitando que
pudiera escaparse; no había fronteras entre los dos. No sabía si era
momento adecuado para hacerlo, si tenía su consentimiento o no.
Si se negaba, se detendría y no lo haría más, pero si no decía nada y
dejaba tocarse como lo tenía planeado, era porque, definitivamente lo
quería.
—Con que no lo sabes ¿eh?
Con sus labios iba recorriendo su cuello hasta llegar a su hombro.
La sal que había en su piel a causa del sudor que había estado ahí
minutos atrás a causa de la caminata por la colina, estaba dándole un sabor
agradable para él. Carol se sentía pegajosa, sucia, pero, simplemente no
podía huirle a esa sensación.
—No creí que fueras de esas —agregó.
Deslizó un poco el tirante de su camisa y continuó recorriendo el
camino natural que dibujaba su cuerpo.
—¿De cuáles? —Carol tenía los ojos cerrados, imaginándose el camino
que recorría Adam con sus labios mientras que, los mismos, iban
estimulando su piel, erizándola, sacudiendo su mente.
Adam, levantó su brazo y continuó desplazándose sobre él con
suavidad…
—De las que hacen las cosas sin saber…
Siguió en su antebrazo hasta llegar a su mano.
— No lo soy… —se excusó Carolina.
Extendió los dedos de su mano y luego pasó a besar toda esa área con
cuidado.
—¿Qué intentas? —Carol no tenía ganas de hablar, tampoco quería
parecer una chica fácil.
Sabía para donde se estaba dirigiendo Adam, lo que quería hacer y
como pretendía lograrlo. Podría ser su primera vez, pero no era una
estúpida.
—¿Qué crees que estoy haciendo?
Los dos hablaban entre sí sin mirarse a los ojos. No había motivos para
hacerlo, tenían la atención puesta en el otro por completo.
Adam continuó besando su mano, pasando luego a su palma.
—Estas tratando de seducirme. —Aseguró, mientras que Adam
levantaba su brazo en forma vertical y procedía a hacer el mismo recorrido,
pero por debajo.
Adam pasó a besarle la parte anterior del antebrazo, rozando
esporádicamente la piel con su lengua.
—¿Yo? —dijo Adam, sin dejar de hacer lo que hacía.
—Sí, y te digo que no te va a servir de nada.
Luego pasó a la parte anterior de su brazo. Carol ya lo tenía flexionado
con el codo arriba de su cabeza y la mano aferrándose a la camisa de Adam.
—¿Eso crees?
Adam ya estaba cerca de su axila.
—Estoy toda sudada —se quejó Carol— No deberías estar haciendo
eso. —Aseveró.
—¿No debería?
—No, estoy sucia —vacilaba, sintiendo como los escalofríos recorrían
su cuerpo y no la dejaban hablar— no… —inspiraba con intensidad—
sigas, por favor.
Hablaba entre pausas, entregándose más a los encantos de Adam. su
mano.
Él, regresó al cuello de Carol, mientras que sus manos iban acariciando
su cintura. Ya no tenía que mantenerla en esa posición, ella misma se estaba
dejando tocar.
Se estaba dejando, repitió para sí mismo; definitivamente lo quería.
Con sus manos, continuó, siguió y procedió a estimular cada pequeña
parte de su cuerpo que sabía que era sensible en esos momentos. Con
delicadeza, apretaba la cresta iliaca, masajeándola y causando pequeños
escalofríos que se extendían como una corriente por todo lo que la
conformaba.
Carol, intentaba apartarse, en un intento par ano parecer una mujer fácil
o que lo estaba disfrutando tanto como Adam sabía que lo hacía. Sus labios,
recorrían las partes de su cuerpo que sus manos no querían tocar,
saboreando el salado elixir que llamaba sudor.
Negarse era una estupidez.
—Supongo que no quieres detenerme —dijo Adam, con una voz lasciva
y seductora— supongo que quieres que siga ¿Cierto?
—No lo sé —respondió— no…
Y en lo que intentó dar una respuesta diferente, Adam bajó ambos
tirantes de la blusa de Carol de tal forma que su torso quedó desnudo por
completo y que solamente tenía el sujetador para cubrir a medias su piel.
—Ah —exclamó Carol— ¡Adam!
—¿Qué? —preguntó, haciéndose el desentendido, mientras que sonreía
con malicia.
Pero, sin dejarle más tiempo para hablar, le giró por completo,
dejándola de frente a él, cogiéndola por los brazos y viéndola directamente
a los ojos.
En su pupila podía leer el alma ardiente de una mujer que deseaba eso
tanto como vivir. No había visto tanto deseo sexual en su vida, y mucho
menos en una persona que no había tenido sexo en lo absoluto.
—Si quieres que me detenga, solo dímelo.
Pero Carol no dijo nada.
—Di las palabras y yo lo hago.
Pero ella solo lo veía fijamente a los ojos.
—Solo no me hagas daño.
¿Cómo podía defenderse en contra de eso?, pensó. Adam sintió como
con esas palabras y esa mirada de mujer inocente, había destruido y
reconstruido su mundo en un solo intento.
No tenía nada en contra de ello. Y entendió, casi de inmediato, que,
dado que era su primera vez, debía hacerla realmente especial.
No quería ser brusco, intenso o hacerla sentir que el sexo era algo
distinto, que… que, por algún motivo, podría concebir en ella una especie
de trauma.
—No lo haré —le dijo, soltando la presión que estaba aplicando en sus
manos, amainando los sentidos y pensando que debía abordar eso de una
forma diferente.
Así que, en un solo movimiento estratégico, la acercó a él lo más que
pudo y posó sus labios sobre los de ella.
Con suavidad, comenzó a darle el beso más apasionado y dulce que
había concebido jamás. Lentamente, Carol se estaba soltando más y más,
entregándose por completo a ese hombre que la cogía entre sus brazos e
intentaba hacerla suya.
Fue cerrando los ojos porque entendió que aquel día estaría lleno de
sorpresas.
De esa forma, se soltó de las manos de Adam y lo abrazó por el cuello,
estableciendo por completo, que ahora sí se había entregado, en definitiva.
Antes de darse cuenta, se encontraban completamente desnudos,
mirándose uno al otro, sintiendo como la corriente de aire que bordeaba la
colina a esa hora de la noche les helaba la piel.
Lo hacían porque se estaban contemplando. Carol, sostenía sus pechos
para evitar que Adam los viera por completo, apenada de que pudiera
mirarla desnuda, y en parte por el frío.
Por su lado, él estaba completamente relajado; a excepción de una
relevante parte de su cuerpo que se había emocionado por el beso.
—Está haciendo demasiado frío. —dijo Carol, temblando a causa de su
cuerpo que aún estaba un tanto húmedo por el sudor— Deberíamos entrar.
Y tomando su propio consejo, dio el primer paso para ir al interior de la
casa, hasta que Adam la tomó por el brazo con suavidad y la detuvo.
Se acercó a su mejilla para susurrarle un secreto.
—La piscina tiene calefacción.
Carol sintió de nuevo un escalofrió que se extendió por todo su cuerpo;
Adam sí que sabía cómo hacerla reaccionar.
Por un segundo, sin decirlo realmente, se opuso a la idea de hacerlo en
la piscina. No tenía ningún problema con el lugar, pero, definitivamente, no
era la forma en que se había imaginado en que perdería la virginidad.
—No te preocupes, no tenemos que entrar de una vez —dijo Adam,
como si estuviera leyendo sus pensamientos.
Y con elegancia, la fue llevando hasta el borde de la piscina. La invitó a
sentarse para luego hacer él lo mismo. Carol sumergió sus pies, aun
sosteniendo sus pechos para que Adam no los viera.
—No tienes que preocuparte por nada —agregó él, notando que aún
seguía tensa— yo me encargaré de todo.
—¿Ah sí? —dijo Carol, ayudándolo a reconocer que lo que había dicho
no había sonado como lo esperaba.
Ambos se dejaron seducir por la risa y perdieron el hilo de su encuentro.
—Es en serio.
Poco a poco Carol comenzó a adaptarse a los intentos de Adam por
hacerla sentir bien. Mientras que él estaba dentro del agua y ella aun
sentada en el borde, comenzó a jugar son sus piernas y a motivarla a que
soltara sus brazos y, poder ver así, su cuerpo completamente desnudo.
Antes de darse cuenta, lo tenía entre sus piernas, interactuando
interesantemente (algo que ella misma describiría así) con su sexo.
La sensación era completamente diferente a la que estaba acostumbrada
a sentir cuando se masturbaba, incluso mejor que la vez que lo hizo
pensando en él y viendo su video. Adam, tenía esa destreza de hacerlo de
tal forma que no importaba lo que hiciera, se iba a sentir bien.
Con su lengua, dibujaba sutiles círculos alrededor de su clítoris
alimentando sus sentidos, aturdiéndola… la teoría del caos se ejemplificaba
en su cuerpo, causando cada vez más un proceso diferente, una respuesta
distinta las veces que él cambiaba de dirección, jugaba con otra parte de su
cuerpo o incluso, hacía esos extraños sonidos con la boca que hacían vibrar
su sexo.
Gemía de placer, componiendo una melodía embriagante para Adam.
Exclamaba afirmaciones, se apretaba los pechos. Mientras Adam más se
entretenía con ella, ella más se soltaba. No había nada que detuviera el
increíble placer que estaba experimentando, algo que definitivamente no se
esperaba sentir en su primera vez.
«Tal vez sea porque él es actor porno» pensó, en los pequeños
momentos de lucidez en los que trataba de justificar lo bien que se sentía.
—Detente —dijo de repente, cuando pudo encontrar las fuerzas
necesarias entre gemidos y gritos.
Se irguió, para ver hacía abajo, directamente en los ojos de Adam;
excitada, con el cabello alborotado y el cuerpo sensible a cualquier
estimulo.
—Quiero hacerte sentir bien —dijo ella.
Adam reprimió las ganas de preguntarle si estaba segura, de si en
realidad tenía pensado hacerlo, pero no quería arruinar el increíble
encuentro que se estaba desarrollando.
—Está bien —dijo, respondiendo a su sonrisa con otra.
La ayudó a sumergirse en el agua y se subió él esta vez al borde de la
piscina.
Una vez adentro, sostuvo el pene de Adam entre sus manos, mojado por
el agua de la piscina, pero aun lo suficientemente duro para romper un
bloque de concreto. Lo admiraba como admiraría algo que nuca en su vida
había visto. ¡No se comparaba con lo que recordaba del video!
Se detuvo a apreciarlo por varios segundos hasta aceptar que no tenía la
más mínima idea de qué hacer.
—Tienes que ayudarme —dijo, una vez frente al grueso falo de Adam.
Adam sonrió como si estuviera viendo a la mujer adulta más adorable
del mundo.
—No tienes que hacerlo.
—Claro que sí —exclamó Carol, levantando la mirada, dispuesta a
hacerlo.
Pero Adam se rehusó.
—No, no tienes que hacerlo —se deslizó estratégicamente por el borde
de la piscina, quedando de frente a Carol, cara a cara— no tienes que
hacerlo porque no me importa; verte me hace sentir bien, y, si en realidad
quieres lograrlo, creo que lo mejor sería hacer esto.
Carol iba a responder a esa pregunta, pero, antes de tener tiempo para
hacerlo, Adam se acercó y le robó otro beso apasionado y suave que
solamente él sabía dar. Pero esta vez había sido diferente. Ya desnudos, sus
manos comenzaron a deslizarse suavemente por su espalda hasta bordear
sus redondas nalgas e inmiscuirse en el terreno inexplorado de su vagina.
Carol sentía que estaba haciendo algo que no debía, que tenía que
detenerse; un instinto básico condicionado por el hecho de nunca haber sido
tocada por otra persona; pero no parecía que estuviera dispuesta a oponerse.
Los labios húmedos de Adam no la dejaban pensar demasiado el asunto.
Suavemente, seducían y distraían su mente con movimientos que nunca
había esperado que alguien pudiera hacer, mientras que los dedos de Adam
se iban abriendo paso en su sexo.
Estaba húmeda, dilatada y lista para él, para su cuerpo. Pero Adam no
quería apresurar nada.
Sus dedos comenzaron a penetrarla con suavidad, adentrándose en la
personalidad de Carol con total cuidado. Su cuerpo reaccionaba
positivamente, la hacía sentir de maravilla.
Arcadas de placer se extendían en su cuerpo como un el movimiento del
agua. Sentía que iba a enloquecer si no tenía un orgasmo pronto, porque,
Adam, a su manera, estaba controlando su respuesta.
Con la respiración agitada, y con tantos gemidos escapándose por su
boca; ahogados por los labios de Adam. Trataba de apartarse, de decirle que
lo quería adentro, que necesitaba experimentar algo nuevo, algo mejor que
un par de dedos.
Carol ya sentía que dominaba el tema y quería poder subir de nivel. Así
que, tras lograr despegarse de los intensos labios de Adam, pudo hablar.
—Te quiero adentro —dijo, sorprendiéndose a sí misma y a él.
— ¿Estás segura? —preguntó Adam.
—Sí, estoy segura.
—¿Aquí? O ¿Quieres salir del agua?
Adam no había sacado sus dedos de la vagina de Carol, cosa que la
estaba frustrando. Quería sentir su pene, tenerlo adentro y embriagarse de
placer. Para ella, si algo podía sentirse tan bien como la mano de aquel
hombre, no aguantaba las ganas de probar como se sentiría su miembro
erecto.
Miraba a Adam con un rostro lascivo, intenso, presa de la pasión y del
deseo. Adam reconocía esa mirada en una mujer que sabía qué y cuándo
quería algo; algo que le encantaba demasiado.
—Lo quiero ya. —exclamó.
Carol, sacudió su trasero para que Adam sacara los dedos de su vagina,
se acercó al muro y levantó las nalgas.
—Métemelo, por favor.
Adam no tenía intención de contradecir a aquella mujer, aparte de que,
la verdad, sí que quería hacerlo.
Por lo tanto, no tardó mucho en ponerse en posición, cogerla por la
cintura, ajustar su pene a los labios de Carol y tomarse su tiempo para decir
las palabras con las que consagraría un nuevo mundo para ella.
—Tienes un culo increíble.
Y, sin esperar más, fue empujando suavemente el pene, esperando a
llegar a la parte lubricada de su vagina que no estaba siendo afectada por el
agua. Y, sin mucho esfuerzo, el primer explorador cruzó el terreno
inexplorado.
Carol aguantó la respiración, sorprendida por la sensación de aquel
enorme trozo de carne enterrándose entre sus piernas. La verdad, no
esperaba que se sintiera de esa forma. Las paredes de su vagina se ajustaron
a la perfección en aquel falo experto, sacudiendo sus ideas y su cuerpo.
Adam no había comenzado a moverse y ella ya sentía que estaba en las
nubes.
—Ahí voy —advirtió.
Y, con un movimiento, sacó lentamente el pene para volverlo a
introducir con la misma fuerza. Las embestidas eran suaves, pero largas e
intensas. Carol, no controlaba sus pensamientos, su respiración ni la forma
en que sentía todo lo demás que la tocaba.
El agua de la piscina, la textura antirresbalante del borde de la misma y
la ingle de Adam chocando entre sus nalgas.
No sabía que eso se sintiera tan bien y, en ese preciso instante, sintió
que quería hacer eso durante toda su vida.
Adam trataba de hacerlo con cuidado, acariciándola, besándole el cuello
y siendo todo un caballero. Esporádicamente, se movía con más y más
velocidad. Chocando cada vez más adentro, incrustando cada vez más su
sexo. Carol, respondía con gemidos de placer que se extendían en un eco de
pasión a lo largo y ancho de aquella colina. No le importaba ser escuchada
por nadie; no le importaba nada.
De esa forma, comenzaron a hacerlo en diferentes posiciones dentro del
agua, antes de decidirse a salir y continuar sobre terreno sólido.
Adam sentía como la vagina de Carol se aferraba a su pene como si no
hubiera mañana, sintiendo la presión de entregar su mejor desempeño para
que tuviese el mejor sexo de su vida.
Carol afirmaba, gritaba y se apretaba los pezones, dejándose sacudir por
el falo de Adam.
Embestida tras embestida se sentía cada vez más libre, preguntándose
de cómo pudo haber vivido tanto tiempo sin eso entre sus piernas.
—El sexo es estupendo—gritaba de vez en vez— esto es maravilloso.
Orgasmo tras otro, Carol fue perdiendo las energías, agotándose y
entregándole a Adam el mejor sexo de su vida.
Al final, los dos habían quedado agotados. Luego de darse una ducha
rápida tras salir de la piscina, fueron hasta la habitación de Adam para
intentar seguir con lo que habían empezado; tal vez un poco de sexo o
intentar quedarse dormidos, pero no fue así. Sin siquiera intentarlo,
retomaron su viejo habito de conversar y, de esa forma, la noche se hizo
larga.
Prácticamente desnudos, sin más que una bata de baño para cubrir a
medias sus cuerpos, se desplazaron por aquella habitación, discurriendo
entre temas y temas mientras que disfrutaban de la compañía del otro.
El tiempo pasó y ellos cambiaban de tema como si nada; recorrieron la
casa, fueron a la cocina, prepararon comida. No querían que ese momento
se acabara porque, luego de lo que habían hecho esa noche, no había
ninguna frontera entre los dos. Se sentían en confianza. Se reían, se
acercaban el uno al otro, se acariciaban, se daban besos sin previo aviso…
era su momento.
Luego de varias horas de lo mismo, Carol decidió que no podía aguantar
más el sueño, así que Adam la llevó de nuevo hasta su habitación. Una vez
ahí, decidieron apagar todas las luces y acostarse uno junto al otro,
abrazados, dándole la victoria de aquella batalla en contra del sueño a
Morfeo.
14
Meses después de aquel encuentro, Adam, escribió en su novela:

Aquella noche fue mágica, sí que sí. No recuerdo haberme desvelado


con una mujer desnuda nada más hablando de la vida, del pasado, de cosas
que uno no espera conversar con una escultural belleza como ella.
Supongo que así se debe de sentir el amor.
El sexo de aquella vez (y lo digo con total honestidad) no se comparó a
ningún otro encuentro sexual que haya tenido a lo largo de mi vida, y creo
que es mucho viniendo de mí; pero es que, la verdad, nunca me había
sentido tan bien, o experimentado tal placer que se comparase con aquel
encuentro.
En cuanto a ella, no tengo idea de qué le pareció, después de todo,
había sido su primera vez, y eso fue lo que me hizo pensar, mientras estaba
con ella, que quería hacerla sentir bien, demostrarle que el sexo no era
solo penetrar, eyacular y listo. Supongo que esa era una buena intención
¿O no?
Pero, lo que realmente quería mencionar no era lo increíble que fue
nuestro encuentro porque es algo que guardaré para mi hasta el fin de mis
días. Lo que quiero hablar es lo que sentí después.
Aquella noche no pude dormir, eso fue lo raro. Luego de que hablamos
por horas, de que nos entregamos en cuerpo y alma, y justo en el momento
en que nos acostamos abrazados en la cama como una pareja de esposos
que llevaban haciendo eso durante años, sentí que todo era surrealista.
Su piel, su cabello, incluso el olor que emanaba de su cuerpo. Todo lo
que la rodeaba me parecía demasiado bueno para ser real, y, lo cierto es,
que lo que es real, no dura para siempre.
Yo ya había contemplado la posibilidad de quedarme con ella el resto
de mis días (en el mejor de los casos), como también abracé la posibilidad
de que lo nuestro no iba a ser eterno.
En ese instante, evoqué nuestras conversaciones y lo mucho que
hablamos acerca de mi pasado, de todo aquello que había hecho, probado,
conocido… de las cosas que había logrado en esa diferencia de veinticinco
años, y luego pensé en lo que ella me contó.
En comparación, la diferencia entre nuestras anécdotas era agresiva y
eso me hizo reflexionar.
¿Realmente quería amarrarla a esto?
Estoy seguro que, si formalizábamos más esta relación, no habría nada
que la detuviera de conocer el mundo, de hacer cosas… ¡Demonios, yo
tengo la fortuna adecuada para darle todas esas cosas! Pero, siento que
estaría quitándole algo preciado de su vida; su juventud.
¿Qué haría cuando cumpliera los sesenta? ¿O los setenta? Poco a poco
me iría desgastando, viéndome cada vez más viejo, cada vez peor; ¿Qué le
estaría haciendo a Carol?
Mientras que sentía su respiración, no dejaba de imaginarme un mundo
en que podría tenerlo casi todo, pero en que no podría estar con ella.
¿Qué debía hacer?

Los días pasaron con lentitud.


Carol y Adam comenzaron, de forma azarosa, una relación que no
tenían en mente meses antes de aquel encuentro. De una simple
conversación en un café, a compartir su tiempo juntos, había una gran
diferencia.
Adam continuaba sintiendo que lo que estaba haciendo, de alguna
forma, estaba mal; estar con Carol de esa forma era como estar quitándole
la vida de a poco, succionándole la energía y la belleza que tanto la
caracterizaba. En sí, entendía que era un sentimiento ridículo y exagerado
que justificaba con una lógica infalible: yo no puedo ser el hombre de su
vida.
En la elipsis de sus días, pasando las horas juntos mientras que
ignoraban por completo el resto de los seres del planeta porque más nadie
existía para ellos ahora que compartían momentos de calidad, porque, no
había otra forma de justificar que estaban solos ellos dos al final, sin
espacio para otros en la historia de sus vidas.
Carol, disfrutaba cada minuto al lado de Adam; fuera en la cafetería a la
que seguía yendo porque a él le funcionaba para hacer su novela, o en su
casa, en la que comenzó a quedarse por un tiempo porque, como una pareja,
era su obligación moral vivir bajo el mismo techo; una simple falacia que
utilizaban como excusa para poder dormir desnudos todas las noches.
Entre los dos no había más secretos, ni horas aburridas.
Los meses trascurrieron de manera natural. Ella, poco a poco fue
asesorando a Adam en su escritura sin tener completo acceso a su novela.
—Es un secreto —decía él, para evitar que leyera las partes en la que
divagaba hablando de ella.
—Algún día tendrás que mostrármelo —respondía ella— no podrás ocultármelo para siempre.
— Pero hasta que llegue ese día, no quiero que lo leas; quiero que sea una sorpresa —
confesaba Adam para luego sonreírle y robarle un beso.

No voy a mentir, todo ese tiempo que estuvimos juntos fue lo mejor que
pudo haber pasado; por lo menos para mí. Recuerdo que compartíamos
tanto que no había nada que no pudiéramos hacer o pensar en hacer sin
que el otro estuviera involucrado.
Largas noches leyendo a la luz de las lámparas porque, de cierta
manera, ella inoculó ese hábito lector en mi porque decía que me ayudaría
con mi escritura, que no había forma en que podría llamarme escritor sin
que pudiera apreciar el arte escrito por otras personas… no estaba para
nada equivocada.
Gracias a que ella me ayudó a entregar un mejor material, pude
avanzar de manera significativa en mi novela.
Pero también compartimos de otras formas; comíamos, salíamos de vez
en cuando para la playa o cenábamos en restaurantes lujosos o de comida
rápida según la ocasión. Caricias, besos, sexo tranquilo y sin muchas
maniobras porque estar con ella era el premio, no lo que pudiéramos hacer.
En definitiva, un periodo de alegría y perfección al que no quería renunciar
sin importar lo viejo que fuera o lo fatal que fuese el futuro que nos
deparaba.
Y es que, la verdad, no había pensado eso hasta ese momento. Antes,
mientras conversábamos o intercambiábamos ideas como dos locos, mi
mente divagaba en su sonrisa, en sus pupilas o su belleza. No había nada
que pudiera sacarme de ese trance de concentración al que me sometía
mientras estaba con ella porque, la verdad, ni yo quería hacerlo. Me
preguntó porque esperé tanto para sentirme como me sentí en ese tiempo.
Otro gran culpable, para decir verdad.
Carol había pasado a ser alguien muy especial para mí en tan poco
tiempo que, la sola posibilidad de no estar con ella era una maldita
tortura; podrán imaginarse como me encuentro ahora.
Spoilers, lo sé, pero, no hay otra manera de decir esto.
Sí que me rompió el corazón y supongo que quebré el de ella en mil
pedazos, y digo: «supongo» porqué ni lloró, gritó, o siquiera me dio una
bofetada cuando le dije que teníamos que hablar. Estaba calmada,
razonable, ni se opuso a mi lógica ¿Qué tan devastada pudo haber estado?
Creo que nunca querré saberlo, de hacerlo, regresaré arrastrándome a sus
pies para que me dé otra oportunidad.
Sí, puede que haya sido una decisión apresurada, pero estoy
completamente seguro de que fue la correcta. ¡Pero oye!, no es para tanto,
tampoco es que rompimos relaciones. No dejamos de hablar ni nada por el
estilo, solamente… creo que volver a sentir sus hermosos labios sobre los
míos no será una posibilidad.
Soy pésimo para esto, tanto que aún recuerdo cómo sucedió todo.
En ese entonces, las cosas estaban marchando de maravilla, así, como
lo estaba contando más arriba. No había nadie que pudiera interrumpir
nuestro amor porque tan solo estábamos ella y yo. Era mágico, sí que sí.
Pero, cada día me sentía más perdido, más… ¿Cómo lo digo? Ajeno a
ella. Cuando me despertaba a las mañanas primero que Carol, me detenía
frente al espejo y estudiaba cada arruga de mi cara como si se tratara de
un crimen. Estaba viejo, demacrado; me volteaba, trataba de enfocar su
rostro, y encontraba que en este no había ninguna imperfección, que la
juventud aun susurraba a su oreja y que yo, de seguro, le estaba
arrancando esa energía.
Supongo que esa es mi crisis de los cincuentas: boicotear mi propia
felicidad, arruinando la única relación buena que tuve en toda mi vida.

—No tenemos que dejarnos de ver —insistió ella, tratando de convertir


todo ese momento incomodo en algo bueno; mejorar la situación—
Podemos intentarlo.
—No es intentarlo.
—¿Por qué no? A penas y estamos juntos ¿Por qué crees que voy a estar
toda la vida contigo? No tengo que estar toda la vida contigo —poco a
poco, sus palabras se iban llenando cada vez más de desesperación— puedo
tener una vida después de ti, no tengo que estar siempre a tu lado, no es
que…
Pero no podía mentirle.
—¿Qué intentas decir con eso? ¿Qué no te interesa?
—Yo… —Pero Carol no tenía otra excusa— yo no… —divagaba,
insegura, queriendo encontrar las palabras adecuadas, pero no pudiendo
hacerlo.
Lo miraba, queriéndole decir que no fuera así, que no la pusiera en
prueba. A pesar de no estar llorando, ganas no le faltaban.
—Lo sé… —respondió Adam, en una posición no muy distinta a la de
ella.
—¿Entonces por qué sigues? ¿Por qué quieres continuar con esto?
—Porque es lo que debemos hacer.
Y sus miradas ya no eran de seducción, de flirteo, no; aunque aun
queriéndose, sus ojos relataban una historia triste, áspera, amarga; difícil de
tragar.
—¡Crees que está bien que estés con un hombre que te adelanta por
veinticinco años! ¿Crees que está bien?
—¡No soy una menor de edad, Adam! ¡Sé lo que quiero para mi vida!
¡Soy una adulta!
—Eso lo sé ¡Demonios! Pero… —vaciló.
Quería gritar sus palabras, liberar su frustración, pero no tenía caso
hacerlo.
—Esto no tiene sentido —dijo al fin— sabes que no quiero hacerlo —la
miró a los ojos, buscando apoyo— sabes que no creo que sea la única forma
en que podemos resolver esto.
—No puedo estar segura de eso… yo no quiero hacerlo, no quiero que
lo hagas.
Y luego llegó el silencio. Los dos interrumpieron sus ideas quedando
mudos, vacíos, sin un argumento sólido que pudiera contradecir la lógica
del otro porque, a pesar de que no les gustaba, sabían que ambos tenían
razón: no tenían que alejarse, y no había forma de tener un futuro sano con
alguien que le doblaba la edad sin que alguno de los dos saliera lastimado.
Se quedaron así por un buen rato.
—Entonces —dijo ella, interrumpiendo el silencio luego de un suspiro
de resignación— sí vamos a hacer esto.
—Creo que es lo mejor que podemos hacer.
—¿Hasta cuándo? —preguntó Carol.
—Hasta que nos convenzamos de que así fue.
15
Luego de aquella despedida, tras varios meses de procesos complicados
para la publicación de su libro, una copia de tapa dura llegó directo a la casa
de Carol.
«Para Carol, con amor, Adam» se leía en una hoja pegada a la caja.
En lo que sintió el peso del paquete, supuso de que se trataba. El
corazón comenzó a palpitarle con fuerza. No sabía cómo reaccionar, qué
decir o qué pensar al respecto. Para ella, la vida había tardado en coger su
rumbo normal luego de que, entre ella y él, decidieron decirse adiós.
El libro significaba el cierre de una historia, de algo que parecía no
tener un final pero que, en realidad, si había culminado.
Corrió hasta su habitación y se encerró en ella para poder abrir el
paquete y descubrir lo que había adentro.
Tardó varios segundos en armarse de valor para hacerlo, hasta que,
luego de un gran suspiró, lo abrió de una vez.
«TITLO LIBRO»
Sonrió ante el título, pensando que se le pudo haber ocurrido algo
mejor.
Abrió el libro, y tras sentir el embriagante aroma a nuevo, procedió a
pasar las páginas que hablaban de la editorial, hasta que se detuvo en una
que contaba con unas cuantas palabras. Un poema de despedida dedicado a
Carol, escrito por José Ángel Buesa.
Mientras leía las palabras de aquel poema, evocaba un sentimiento que
creía sepultado en lo más profundo de su ser. Cada palabra, se ajustaba a la
perfección a su realidad, apuñalando todos sus sentidos con tal precisión
que la mera métrica de aquellas rimas, disecaba la realidad para hacerle
entender que todo era una frágil mentira: aún seguía amándolo.
Las lágrimas comenzaron a mojar el papel, obligándola a apartar aquel
libro para evitar que se arruinara con su ridículo llanto. Las palabras no
salían de su boca, ni se formaban en su cabeza. Nada más recordar las
últimas líneas de aquel poema que se ajustaba a la perfección con lo que
había estado intentando superar luego de aquella despedida, lograba que el
mar de llanto siguiera fluyendo.
—Ese idiota —dijo, con lágrimas deslizándose por su mejilla— Esta no
es solo su biografía —aseguró.
Así que, debido a ello, se secó las lágrimas del rostro y abrió de nuevo
el libro. Sin prestar atención a las primeras páginas, saltó de una vez al
final.
Puede que hayan leído esto esperando una historia con incontables
escenas de sexo y, honestamente, me disculpo por ello. Creo que luego de
tanto tiempo llevándolo de la mano y guardándolo en mi bolsillo como si
fueran las llaves de mi casa, no lo veo como algo tan interesante; créanme,
la verdad no lo es.
—Me pregunto qué habrá escrito entonces.
Hasta ese momento, la novela autobiográfica era un misterio para ella.
Cerró de nuevo el libro y leyó la sinopsis.
La historia de Adam Patterson, su vida, sus comienzos y lo que sucedió
después. Relatos, anécdotas, y un encuentro al final del camino que lo dejó
marcado de por vida. Una novela semi biográfica de un…
—Esto no me dice nada —se quejó, interrumpiendo la lectura— tengo
que llamarlo.
Por lo que cogió su móvil y marcó el número de Adam. En lo que
atendió la llamada, lo abordó.
—¿Hola?
—¿Por qué no me dijiste que ibas a enviarme la novela?
—Oye, oye… —le detuvo Adam— tranquila.
—No, Además ¿Qué es esa dedicatoria? —preguntó, en un despliegue
de ira y felicidad— ¿Por qué dijiste eso?
—¿Ya leíste toda la novela? —preguntó Adam, aguantando las ganas de
reírse.
—No, acabo de recibirla.
—Entonces ¿Por qué estás tan molesta?
—Porque… —vaciló— porque no me dijiste que me ibas a enviar la
novela, ni que me ibas a nombrar en la dedicatoria.
Adam no pudo aguantar la risa, así que quebró en ella ante las palabras
de Carol.
—Entonces no has visto nada —dijo, burlándose.
—¿A qué te refieres con eso?
Continuaba riéndose, convencido que de que Carol era completamente
adorable.
—Léelo y lo averiguaras. —Dijo Adam, incitándola a hacerlo.
—¿Qué voy a encontrar en él? ¿Qué esperas que consiga?
—Ya verás, tú solo hazlo, léelo ya; llámame cuando lo termines.
—¿Qué quieres decir con eso, Adam?
—Hazlo, luego me dices —insistió, apresurándose a colgar la llamada.
—No Adam, ni se te ocurra cortarme —intentó amenazarlo.
—Chao, chao —insistió— te quiero mucho.
—Adam no…
Hasta que colgó.
—¿Aló? ¿Adam?
Carol continuó hablando sola por unos segundos antes de aceptar que
Adam había cortado la llamada así no más.
—Ese viejo desgraciado… —gruño histérica, porque sabía que él sabía
que a ella no le gustaba que las personas le colgaran así…
Gruño de nuevo. Luego de eso, trató de calmarse y seguir la petición de
Adam.
«Lee la novela, y luego me llamas» Repitió en su cabeza, por lo que,
respiró profundo, se acomodó en la cama y abrió el libro que tenía en la
mano, pasó las hojas que ya había leído y, comenzó en el prólogo.

Durante muchos años estuve esperando poder escribir una novela.


Honestamente no sabía que escribir al principio, cómo narrar, o siquiera,
qué narrar, porqué: debía ser algo sumamente interesante. Lo que me llevó
a preguntarme ¿Qué podría ser interesante entonces? Pues: la historia de
mi vida. Recuerdo que lo dije como si se tratara de un gran descubrimiento,
confiado realmente de que sería bueno.
Al principio solo iba a contar mi vida como actor porno, lo qué me
llevo a hacerlo y lo que me hizo en el camino, pero, luego de darme varios
golpes en la cabeza como un troglodita iletrado, conocí a alguien que no
solo me inspiró para poder escribir lo que ahora conforma esta novela,
sino que formó parte de lo que, hasta ahora, son los mejores momentos de
mi vida… y fue ahí cuando esta biografía pasó a ser la historia de un
hombre que se lucró un poco más con el porno a la de un anciano que
descubrió el amor cuando menos lo esperaba.

Ahora, si el poema que eligió porque no conocía las palabras adecuadas


para demostrar sus sentimientos, no había sido suficiente; con esto último,
entendió al fin que, sin importar lo complicado que había sido todo al cierre
de su relación, Adam no había dejado de pensar en ella, y se lo demostró
con el mejor regalo que pudo haber recibido en su vida: ser inmortalizada.
Luego de encerrarse en la lectura por seis horas, terminó la novela.
—Te dije que me llamaras cuando terminaras la novela… —dijo Adam,
suponiendo que Carol llamaba para fastidiarlo.
Pero, no recibió ninguna respuesta. Al fondo de la llamada, escuchaba
el gemido del llanto de Carol.
—¿Carol? ¿Qué pasó?
—Eres un idiota —dijo, al fin, atravesando esa cortina de lagrimas y
sentimientos encontrados.
—¿Idiota? ¿Por qué?
—Tu novela… —dijo, sin mediar más palabras.
Y con precisión, Adam entendió a lo que se refería.
—Ya la terminaste… ¿Verdad?
—Sí —afirmó Carol.
—Supongo que no te gustó.
Y luego de un breve silencio, Carolina estalló.
—¡Claro que me gusto! ¡Tú, grandísimo idiota!
—Carol, yo…
—Yo nada —interrumpió— Se supone que esto sería sencillo, que todo
se quedaría atrás y no tendríamos que seguir con esto. Que lo olvidaríamos
y que no tendría que pasar por todo de nuevo. —vaciló— Ahora estoy aquí,
llorando como una estúpida mientras que tú publicas un libro diciendo lo
mucho que me amas y cuanto me extrañas.
—Pero es la verdad.
—¡No me gusta la verdad! —se quejó.
—Yo…
—Tenías que hacerlo ¿Verdad? ¿Tenías que hacer un buen libro y no
dejarme superarlo?
—No ha sido fácil para mí tampoco, Carol.
—¿Algún día vamos a dejar esto atrás?
—No me gustaría hacerlo.
—Ni a mí.
Carol sabía que era inútil seguir hablando de lo mismo, si no quería
revivir más el momento, no serviría de nada seguir alimentando las llamas
del recuerdo. Los dos entendían eso a la perfección. Pero, estaban seguros
de que no iba a ser nada fácil superar algo tan íntimo y real como lo que
tenían.
—¿No te gustaría hablarlo mejor comiéndonos una cheescake? Yo
invito—Agregó Adam, sonriente, tratando de amainar la intensidad del
momento y que su vibra positiva atravesara la línea hasta donde se
encontraba ella.
Carol no tuvo de otra más que sonreír por lo ridículo que le pareció eso.
Sería prácticamente imposible luchar contra ello, lo mejor sería, adaptarse y
superarlo. Así que, con un gran suspiro revitalizador, se secó las lágrimas
del rostro y sonrió de nuevo con más fuerza.
—Sí me gustaría.
Carol y Adam, no sentían aversión por el otro ni se guardaban rencor
por lo sucedido.
Se levantó de la cama para comenzar a prepararse para la cita que había
pautado con Adam, debía verla hermosa, que se notara que la separación le
había sentado bien y, mientras lo hizo, reprodujo en si mente lo que ahora
se había convertido en su máxima: «[…] Pero te digo adiós, para toda la
vida, aunque toda la vida siga pensando en ti»
Título 7
Liberada
Romance Sincero y Pasional con el Motero
La estación de autobuses de mi pueblo no es muy grande. De hecho, sólo pueden cargar o
descargar pasajeros dos unidades al mismo tiempo. Aun así, era un sitio de encuentro para sus
habitantes. Así pues, apenas estaba entrando con mi maleta de cuero, con sus correas bien
aseguradas, cuando ya me sentí incómoda. Todas las personas mayores presentes me miraban
severamente.
Dudé por un momento que estuviera vestida de manera atrevida o inadecuada. Pero no era así. Iba
muy bien vestida; mejor aún que en la misa de esta mañana. Llevaba mis zapatos negros cerrados
cuidadosamente lustrados. Mi vestido azul marino, que me llegaba a los tobillos, con sus largas
mangas que terminaban en un fleco discreto en las muñecas. “Siempre hay que darle el toque
femenino” decía mi madre cuando cosía estos adornos.
Estrenaba un mantillo azul claro, muy lindo, que ella misma me confeccionó para este viaje; para
que el frío de la montaña no me afectara el pecho. Me senté en una silla de madera mientras esperaba
que mi padre entrara cargando junto al buen Julio aquel pesado baúl, con el resto de mis cosas. Lo
pusieron a mi lado y se fueron a las taquillas, para confirmar mi viaje.
Mamá, que entró un poco después, se sentó a mi lado. Entrecruzó su brazo derecho con mi
izquierdo. Irguió su cabeza, mostrándose orgullosa y un poco retando a las personas que me
intimidaban con sus miradas censuradoras.. Me susurró discretamente al oído:
—No te dejes afectar ni por las miradas, ni por los comentarios malsanos que lleguen a tus oídos.
Hay mucha envidia en ellos. La gente de aquí no quiere entender que una chica inteligente, laboriosa
y decente, como tú, puede llegar a ser una gran profesional y, al mismo tiempo, una madre de familia
de respeto. Lo vas a lograr. ¡Por Dios y la Virgen! ¡Estoy segura de eso!
—Gracias, mamá. Tu apoyo es muy importante…
—Tu padre también te apoya, aunque no lo diga.
—Está muy molesto…
—Teme que, estando tan lejos de nosotros, no pueda ayudarte cuando lo necesites; pero siempre
contarás con él. Tu padre te ama y el amor lo sana todo, el amor lo puede todo, nunca lo olvides.
Llegó el autobús y en medio de cierto desorden se cargaron los equipajes, chequearon los boletos
y se asignaron los asientos de cada pasajero. Al poco rato, sonó la bocina anunciando la partida.
Mi madre me abrazó y me besó en la frente, tres o cuatro veces, mientras encomendaba a una
infinidad de santos mi protección. Papá al final, rompió su extrema severidad de siempre y me abrazó
tiernamente. Me dio un beso en la frente. Cara a cara, mientras yo notaba las lágrimas asomando en
sus ojos, me dijo en voz baja:
—Eres y serás siempre una mujer de bien. ¡Qué Dios te bendiga, hija!
El autobús, salió a través de las calles urbanas y se adentró en la carretera envuelta en frondosa
vegetación. Con una cruz entre mis manos, bañadas de frío sudor, partí a iniciar mis estudios
universitarios.
Los lujosos pasillos de aquella mansión lucían paredes blanquísimas rematadas en cornisas con
arabescos de detalles dorados. Estaban cuidadosamente adornadas con retratos en óleo, espejos
finamente enmarcados y esculturas en mármol. El suelo plenamente recubierto por una alfombra
densa en dos tonos de ocre claro.
Toda esa lujosa elegancia, contrastaba con la respiración jadeante, los chillidos y alaridos de un
niño que colmaban todo el aire del lugar. El chico, de unos seis años, corre frenéticamente, con sus
peculiares ojos de color verde oscuro muy abiertos y sacudiendo sus cabellos rubios, mientras grita a
todo pulmón:
—¡¡Mamá!! ¡Mamaaá!
Lo sigue con dificultad un ama de llaves en blanquísimo uniforme. Su tez morena y su tenacidad
en la persecución del ágil infante, no revelan que ha superado hace bastante el medio siglo de edad.
Lo toma a la carrera por una mano, en una esquina de los pasillos. Él se logra zafar y le grita:
—¡Déjame, Francisca! ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde está ella?
Entra el chiquillo en una amplia habitación matrimonial, lujosamente amoblada y en perfecto
orden. Corre por sobre la inmensa cama y abre el vestidor. Revisa las carteras y los zapatos,
dejándolos en desorden, cuando ya Francisca entra tras su paso. El chiquillo sale de la habitación,
esquivando a la señora con una maniobra en plena carrera, digna de las competencias de rugby que
tanto gusta seguir su padre.
Alcanza la escalera y se desliza por el blancuzco mármol de uno de los pasamanos; saltando
como una gacela, un par de metros antes de llegar a su final, para eludir al mayordomo que se
aprestaba a atraparlo. Luego de unas pocas carreras y acrobacias más llega al estacionamiento
techado donde se resguardan los vehículos de la mansión.
Abre el maletero principal. Rápidamente comprueba que los compartimientos principales están
vacíos. Se echa a llorar, pateando el suelo en una gran rabieta.
–¡Se fue otra vez! ¡Otra vez! –grita, furioso.
Francisca trata de tomarlo de la mano y él la rechaza, arrojándose al suelo, en medio del llanto.
–Estarán de vuelta para tu cumpleaños, no te preocupes—le dice suavemente tratando de
calmarlo y consolarlo.
La mujer se sienta en el suelo a su lado e intenta de nuevo tomar su mano. Él la rechaza, pero al
cabo de un minuto la acepta y culmina su agitada búsqueda, llorando, vulnerable y desconsolado;
recostada su cabeza sobre los mullidos muslos de Francisca.

Cuando me senté en mi puesto del banquillo de la Capilla, la misa estaba por comenzar. Se acercó
aquel joven, se inclinó al suelo y pareció recoger algo. Extendió su mano hacia mí y me entregó un
papel, diciéndome:
—Buenas tardes, señorita. Se le ha caído esto, sin darse cuenta.
Yo lo tomé en mis manos, sintiéndome un poco avergonzada, aunque estaba segura que ese papel
no se me había caído, pues sólo llevaba la biblia y un rosario. Le agradecí amablemente y guardé el
papel dentro de mi biblia, pues empezaba el servicio.
Aquel joven delgado y elegante, de cabello negrísimo y perfectos dientes de marfil, no dejó de
mirarme durante todo la misa. Lo hacía con discreción, ero insistentemente. Ya cerca del final, revisé
el papel, que tenía un mensaje.
“Mariela: Quédate un poco al final de la misa. Quiero hablar contigo. Augusto”
Sentí que el corazón se me saldría del pecho. No sabía qué hacer.
Desde el primer día que asistí a la Capilla de la Universidad, ese muchacho me llamó la atención,
y sé que yo llamé la de él. Se me presentó atrevidamente, sin esperar a que nadie sirviera de
intermediario.
Eso me intimidó un poco; pero nunca sentí con él la incomodidad que sentía con otros chicos,
incluso con algunos profesores que se sentían con la libertad de intentar seducirme, haciendo
alusiones a “mi caminar” o al “encanto de mis curvas” y otras cosas aún más obscenas.
A más de uno he debido ponerlo en su sitio, para que no confunda a una mujer de respeto, como
soy, con las libertinas inmorales que, al parecer, abundan por estos pasillos y aulas. Muy por el
contrario, Augusto ha tratado de muchas maneras de acercarse a mí, pero siempre ha sido muy
respetuoso, educado y formal.
En cuanto ve una oportunidad, me acompaña por los pasillos. Se sienta a mi mesa en el cafetín.
Asiste como espectador, o en la cancha, a mis prácticas deportivas. Se cambió al grupo juvenil de la
iglesia, al cual yo me afilié. Se ofreció para ayudarme a estudiar; aunque él cursa el último año de
Derecho y yo el primero de Economía.
He mantenido con él la distancia, sin embargo su conducta no me resultaba molesta y me
agradaba todo su interés…Pero esto es otra cosa: ¡Atreverse a citarme con un mensaje! No sabía si
podía permitir esto o si, por el contrario, representaba algo impropio
Augusto es un hombre apuesto, respetuoso, educado y religioso… y realmente me agrada, no lo
puedo negar. Pero había algo en lo que no tenía duda: Yo vine aquí a obtener un título universitario,
no a buscar novio.
La misa está por culminar y vuelvo a leer el mensaje. Me resuena en la mente las palabras de mi
padre: “Mariela: No te dejes ilusionar. La novia del estudiante nunca es la esposa del Licenciado”.

La penumbra hace lucir al interior de esta casa más solemne, pero también un tanto misteriosa. Al
chico le ha intimidado un poco cuando era más crío. Ahora que empieza a asomar la sombra de sus
bigotes, sólo le parece divertida. Abre la puerta de su habitación y sale a hurtadillas. Recorre
descalzo el pasillo hasta la habitación de sus padres.
Abre la puerta y confirma que no están allí. Toma un florero de la mesita de centro que tiene el
juego de muebles de la habitación. Se devuelve a la suya sigiloso. En el camino, no puede evitar
mirar el retrato del abuelo Leopold, que lo mira severamente con sus ojos de un verde oscuro poco
común. Recuerda la sentencia de su padre “Ese color es un rasgo característico de nuestro apellido,
nuestro abolengo”.
Camina hacia un espejo, unos pasos más allá. Observa sus ojos verde “de abolengo” Ríe
burlonamente. Continúa camino a su habitación. Allí cambia el florero por uno similar, pero bastante
más pesado. Cambia las flores al nuevo florero, que no tenía ninguna. Lo lleva con sumo cuidado.
Entra al cuarto de sus padres, orina dentro del florero y lo coloca en sustitución del otro. Escucha
el vehículo de sus padres. Se escabulle en silencio a su cuarto. Se acuesta y finge dormir. Ellos ya
están dentro de casa, preguntan a Francisca por él.
– Está dormido hace buen rato.
Se van a su habitación. Comienzan a desvestirse y la señora comenta:
—Algo aquí huele muy mal. Voy a llamar a Francisca.
—¿A esta hora? Que venga mañana.—replica el señor Fairbanks
—¡Es que es un olor fuerte y desagradable!
Se acerca el señor Fairbanks:
—¡Uf!… tienes razón. Un gato parece haber hecho desastres aquí.
—Franciscaaaa—llama la señora Fairbanks en voz bastante alta mientras sigue buscando el
origen de tan repugnante aroma. Levantan el florero, se tropieza y derrama una enorme cantidad de
orina en la mullida alfombra. Sus ojos se abren a más no poder y su boca grita:
—Leopold Tercero! ¿¡Dios, hasta cuándo!?
Estaba emocionada como una niña que va a su primer día de Escuela; pero sabía que debía
guardar la compostura. Pasé unos quince minutos sentada en una de esas poltronas acolchadas de la
sala de espera. Me parecieron infinitos.
Como estaba sola, cada dos o tres minutos repasaba con mi vista y mis manos mi apariencia. Mis
zapatos negros cerrados estaban impecablemente lustrados. Mamá me había cosido ropa nueva para
mi primer trabajo; así que me estrené hoy un traje de chaqueta y pantalón color índigo y una linda
blusa azul claro, todos planchados con precisión.
Me maquillé discretamente, como ella me sugirió y me peiné el cabello tomándome una cola,
muy bien centrada. Luego repasaba en mi mente el orden de los documentos, que guardaba en mi
portafolio. No tenía que abrirlo, casi podía tocarlos en mi mente, de tantas veces que los ordené y
reordené.
Me entrevistó el señor Elías Gutiérrez quien me dio formalmente la bienvenida y me dio algunas
pautas generales. Me presentó a varias personas con las que me adiestraría en los primeros días y me
mostró mi sitio de trabajo.
Un pequeño pero confortable cubículo, con escritorio, computadora, teléfono y demás. Le
encomendó a una joven morena, de cuerpo fuerte y cabello en rulos llamada Adelaide, que me hiciera
un recorrido por el conjunto de oficinas y me prestara apoyo.
—Vamos, chica. No te preocupes.—me dijo en tono amistoso. –Igual de desconcertada llegué yo
hace cuatro años—Ambas reímos.
—¿Eres de aquí?—le pregunté.
—No. Soy de la Costa. No muy lejos. Pero ya me adapté… Ahora nado como un pez en el agua
en la “ciudad del hierro”—comentó, usando un lema que identificaba a esta ciudad con su actividad
minera y siderúrgica.

Llegué en taxi a casa de Adelaide. Aún no era de noche y estaba bastante cerca, así que podía
haber caminado como solíamos hacer cada una de nosotras para ir a la casa de la otra, en nuestros
frecuentes encuentros. Pero, no quería caminar sola por la calle con esta vestimenta, porque en el
fondo la consideraba muy atrevida, quizá inapropiada.
Cuando la lucí para mí misma, en el espejo de mi apartamento, antes de salir me ruboricé, aunque
me agradó. Me sentí hermosa y femenina, con mi oscura blusa escotada que delataba toda la silueta
de mis senos y la corta falda negra que mostraba mis piernas y contorneaba atractivamente mis
caderas. Luego, cuando estuve parada en la puerta de mi edificio, mirando a la calle, me intimidé y
decidí llamar el taxi.
Adelaide abrió la puerta, ya vestida, aunque sin zapatos y con una toalla en su cabello húmedo.
—Tu siempre llegando antes de la hora. Siéntate. Espérame que me seque el cabello y nos vamos.
Contemplando el atrevido, escotado y casi transparente traje de mi amiga, me calmé un poco.
Consideré, riéndome de mí misma, que si todas las mujeres vestían como mi compañera, yo pasaría
por monja.
Salimos en el moderno coche de Adelaide y durante la noche recorrimos tres o cuatro locales,
llenos de música estridente, luces de colores brillantes, en medio de la penumbra y mucho humo de
cigarrillo. La gente bailaba reía y bebía sin mucho control.
Yo lo hacía moderadamente, pero Adelaide participaba del descontrol. Ya en el último bar, donde
pasamos más tiempo, conocí a Gabrielle. Era una hermosa europea de modales elegantes, que
llamaba la atención de todos los hombres del lugar. Cosa que ella no sólo disfrutaba, sino que
promovía.
Con muchos tragos encima, Adelaide y Gabrielle bailaban cada vez con mayor sensualidad y con
algo de descaro con unos cuatro hombres que galanteaban y cortejaban a las tres chicas. Me acerqué
a Adelaide y le dije, a gritos, para hacerme escuchar por sobre la música:
—Oye. Tu amiga está bastante ebria. Se insinúa de manera bastante descarada a esos hombres.
—Ya lo vi. No estoy ciega—respondió gritando Adelaide, gobernada su mente por el licor —Ella
llegó primero, y los tiene embobados. Deja que escoja dos y se los lleve. Tú y yo nos quedamos con
los otros dos. ¡Todos son muy atractivos!
Disimulé mal lo estupefacta que me dejó esa respuesta. No estaba dispuesta a averiguar si mi
amiga era capaz de eso. Insistí en que yo estaba demasiado ebria y que no me podía ir sola, hasta que
Adelaide se decidió a llevarme.
—Aburrida. Eres una campesina aburrida—fue lo último que dijo Adelaide antes de que la dejara
dormida con la ropa puesta en su cuarto y me fuera a dormir en el sofá de su sala; asustada aún por
los eventos de esa noche y por haber conducido un poco ebria y sin la documentación reglamentaria.

Leopold tercero camina inquieto por el amplio salón de la refinada mansión. Hala, aquí y allá,
todos los dobleces y bordes de su refinado frac. Aunque aún es delgado su porte ha cambiado y
anuncia un torso musculoso.
Sigue siendo bien parecido, si bien ahora acompañan a sus ojos de un verde oscuro poco usual
una pequeña cicatriz que desciende como una lágrima huidiza al final de su ojo izquierdo; herencia
de una entre miles de travesuras. Francisca y un nuevo mayordomo lo escoltan nerviosos. Leopold
está visiblemente incómodo y molesto.
—Termine de arreglarse. ¡Ya va a ser la hora!—insiste Francisca con peine y cepillo en sus
manos.
—Recuerde lo que han dicho su padre y su madre—añade el mayordomo.
—¡No digan tonterías!—lo interrumpe, con brusquedad—Ellos no recuerdan ni cómo me llamo.
Entra en el Salón la madre, exquisitamente ataviada y presurosa.
—Hoy es tu primera reunión de la Corporación, Leopold Tercero.—dice con solemnidad.
—Es una aburrida fiesta de viejos—replica el joven.
—Sí, pero te van presentar. Eres Leopold Curtis Fairbanks Lizarraga; el Tercer Leopold
Fairbanks.
—No quiero—dice mientras se deja caer desgarbado en un sofá.
—Debes hacerlo. Tienes que estar serio, formal, pero, al mismo tiempo, radiante, fresco…
Se levanta de pronto.
—¿Fresco? ¡Ah ya sé…!.
Corre gritando frenético al amplio jardín y pega un salto entrando, con todo y ropa, dentro de la
enorme piscina.

La noche anterior no pude dormir muy bien. La ansiedad de este nuevo reto me despertó varias
veces. Aún no podía creer que con tan poco tiempo en la Compañía, me hubieran escogido para
participar en esta importante ronda de negociación. Tenía los pies sobre la tierra, sabía que era la
persona menos importante de esa jornada, pero estaría allí. ¡Qué emoción!
Llegué a la oficina buen rato antes de lo requerido y pasé un par de horas ayudando al señor
Gutiérrez, quien verificó minuciosamente cada detalle de información, técnico y logístico del evento.
Me invitó con un gesto a la mesita del café. Me sirvió un café negro con poca azúcar, sin
preguntarme por mi preferencia. Se sirvió él y me dijo, con tono de confianza:
—Tenemos que mostrarnos, discretamente interesados. Sin prisas ni anhelos.
—Lo entiendo señor.
—Si logramos ser proveedores de LCFT Corp., nuestra empresa va a dar un salto.
—Confío en que así será, señor.
—Nunca confíes…trabaja para lograrlo—sentenció, y se fue presuroso a atender los invitados
que entraban por el pasillo principal.
—Bienvenidos a Ferrominera de la Costa—dijo el señor Gutiérrez, con sus brazos abiertos.
La delegación de LCFT Corp. de cuatro hombres, era liderada por un señor muy alto, delgado, de
cabello blanquísimo, al igual que sus pobladas cejas. Sólo él respondió con un lacónico “Gracias”,
que pareció más bien una reprimenda. Su aspecto y actitud de águila me intimidaron.
No pude reparar en los otros integrantes…hasta que sentados, iniciada la exposición de las partes,
dirigí mi vista hacia donde sentí que me miraban insistentemente. El más joven de los invitados me
sonrió y el corazón me dio un vuelco al ver su simpática expresión y sus blanquísimos dientes. Era
él: Augusto.
Le sonreí con discreción. Se veía muy formal en su estricto traje gris oscuro durante las pocas
participaciones que le solicitaron sobre aspectos legales de la negociación. Aquel muchacho buen
mozo se había transformado en un hombre atractivo.
El resto de la reunión sólo lo vi de reojo; salvo en el almuerzo, cuando cambiamos dos o tres
cordiales sonrisas. Al final, cuando todos nos despedimos estrechando con mucha formalidad
nuestras manos, se quedó de último para estrechar mi mano con las dos suyas y decirme en voz baja:
—Hasta pronto, Mariela.
Sólo le sonreí, mientras me ruborizaba. Dos días después, recibí una llamada suya, en la noche
muy temprano. Su número estaba grabado en mi teléfono, como todos los asistentes a aquella junta
de días pasados. Me saludó cordialmente, se disculpó por la hora y hablamos unos diez minutos
redundando en los temas ya tratados en la reunión, con un tono muy profesional. Tras una breve
pausa, se atrevió:
—Me encantó verte, Mariela. Luces muy bien en lo profesional… y también en lo personal.
Con esa frase empezó a cortejarme, y aunque yo no le correspondí en halagos; le dejé continuar
un rato y le mostré que me sentía agradada. Después de unas tres llamadas más me propuso vernos;
lo que me alegró mucho, pues yo no sabía cómo insinuarle que eso no podía seguir siendo un cortejo
puramente telefónico, sin parecer una mujer indecente. Era el hombre perfecto, para mí. Volvía a
aparecer en el momento perfecto de mi vida.

El señor Fairbanks espera impaciente de pie; mientras su hijo desciende con desgano las escaleras
de mármol. Al llegar al final se planta frente al joven:
—Leopold es intolerable que hayas hecho incumplir mi palabra.
—¿Me vas a encerrar en el cuarto porque no hice mis deberes en la Escuela? –se mofa
irreverente.
—Quizá debí ser mucho más severo antes. Empezaré hoy: Cero tarjetas de crédito. Cero clubes ni
paseos. Cero motocicletas ni vehículos, Quedas confinada a la casa hasta nuevo aviso.
—Bien. Ya entendí: ¡Casa por cárcel!—dice molesto Leopold tercero.
—Es mejor que andar en la calle buscando problemas—responde secamente su padre.

Leopold tercero, tendido en su cama, recibe una llamada en su teléfono móvil. Es un amigo, que
le habla. Él responde:
—No tengo coche, ni moto, ni plata.
Hace una pausa, mientras escucha. Se ríe.
—Mi padre quiere que sea una estatua aburrida como él. Ríe de nuevo.
—De acuerdo… de acuerdo. Espérenme allí.
Se calza y sale silencioso en camino a la calle; tomando la puerta de servicio. Se consigue a
Francisca.
–Panchita, no hables… No digas nada—le suplica en voz baja.
–Hijo, no hagas molestar más a tu padre.
–Ni se dará cuenta. Mientras no le gaste plata, no le importará donde estoy.
El chico sale. Francisca queda triste y preocupada.
—Cuídese—le dice, cuando ya no puede escucharla.

El Dr. Sánchez Carrero es recibido con formalidad y respeto en el Tribunal de Menores. Es un


hombre de edad madura con un cuerpo rechoncho. Unos pocos cabellos abrillantados fijados a su
cabeza anuncian una inevitable calvicie.
No es agraciado ni carismático, sin embargo, se ha ganado un amplio prestigio en el mundo del
litigio y es representante de varias firmas comerciales y familias acaudaladas de la Capital. Todos
saben por qué está aquí hoy. Nadie hace preguntas. Se planta respetuosamente frente al Juez y luego
de intercambiar saludos, el magistrado inicia la conversación:
—Todo está listo.
—Me alegro. ¿Dónde está el chico?
—Sígame.
Entra en una oficina. En una silla está sentado aquel fornido joven. Su rostro ya no tiene la
frescura del adolescente irreverente e irresponsable. Ha pasado ocho meses detenido en un
correccional juvenil, que dista poco de una cárcel. A la amargura vivida en ese pequeño infierno, le
suma un enorme rencor hacia su padre, que pudiendo usar sus influencias y cuantiosas fianzas para
liberarlo como hicieron los padres de sus amigos, prefirió que pagara su condena.
El Dr. Sánchez Carrero le explicó, usando muchos términos legales, que ya había pagado por sus
faltas, que habiendo sido hurtos, no se consideraban delitos por ser un menor de edad. Tal privilegio
cesaría en apenas tres semanas cuando cumpliría 18 años.
Montaron en el sobrio y elegante vehículo del abogado y después de unos 45 minutos, llegaron a
una apartada zona a pocos kilómetros de la ciudad. Allí estaba reservado un muy pequeño
apartamento para Leopold tercero; junto con unas instrucciones que el obeso hombre le transmitió:
—Este es tu hogar, por lo pronto. Tienes un modesto crédito abierto en el abasto de la esquina,
para uso exclusivo de alimentos. Está expresamente excluido el licor. No habrá tarjetas de crédito, ni
remesas, ni teléfonos, ni motos, ni coches. Debes desaparecerte de la ciudad por un tiempo y debes
trabajar para ganarte la vida. Si te comportas adecuadamente, sin meterte en problemas con la
justicia, serás enviado a estudiar en el exterior el año próximo.
—Un año preso aquí y luego varios años preso en el exterior ¡Qué gran acuerdo, abogado!—dijo
Leopold burlón.
—Leopold, hijo. Es hora que tomes tu vida en serio—respondió el abogado en tono paternal.
Le entregó las llaves de su nueva vivienda y se retiró.

Entran los novios que llegan de la iglesia y estalla el bullicio de música, gritos y celebraciones.
Los granos de arroz crudo saltan por los aires con buenos augurios para la pareja. No es una familia
de grandes recursos, pero sus raíces se pierden en la historia de este pueblo. Todos están de fiesta.
El ambiente está inundado del olor de ovejas y cerdos asados, de aliños y dulces de frutas y de la
música de violines, arpas, guitarras y varios otros instrumentos que cruzan sus distintas
interpretaciones. Augusto sonríe con cortesía a todo el pueblo que lo saluda, mientras su familia lo
escolta. Mariela está feliz y satisfecha. La madre de Mariela se pavonea orgullosa, menospreciando a
su paso los comentarios indiscretos de esta o aquella vecina que murmuran:
—…por eso las mujeres no pueden estar en esa “estudiadera” y “trabajadera” en esas ciudades…
ahora no va a poder tener hijos… está muy vieja…

Francisca se levanta de su cama a tomar agua. Hace ya un tiempo que tiene esa sensación de
sequedad de la garganta por las noches, que debe saciar con sorbos de agua fresca en la madrugada.
Escucha ruidos en el estacionamiento de la casa y se asusta un poco. Confiando más en los
estrictos sistemas de seguridad de la mansión que en sus temores se acerca a la ventana del pasillo
que tiene vista al estacionamiento y a los automóviles guardados allí.
Cuando ve una sombra sigilosa entre los coches su miedo se cambia a tristeza y un nudo aprieta
su garganta. Allí en silencio, contempla cómo, con destreza y cautela, el joven Leopold cambia la
identificación de la más potente de las motocicletas, por una que trae en un bolso.
Forzó la cerradura de un de los maleteros y extrae dinero y otras cosas que sabe son guardados
allí, en previsión de un próximo viaje. Luego empuja la motocicleta sin encenderla y sale cerrando
con cuidado todas las puertas con sus propias llaves. Cuando, luego de unos instantes, Francisca
reconoce el rugir de esa potente motocicleta en la noche, ya las lágrimas deslizan por sus mejillas.

Mariela se levanta, aún esta oscuro. Se cepilla los dientes meticulosamente. Toma un vaso, lo
llena con una jarra que no está en la nevera y le añade el zumo de medio limón. Bebe con lentitud.
Toma, de un gancho ordenado el día anterior, su ropa deportiva, se viste y sale al gimnasio.
Diez minutos de estiramientos y calentamiento, 45 minutos de ejercicios cardiovasculares
intensos y cinco minutos de estiramiento y enfriamiento. Ya ni siquiera chequea el reloj, su
programación es cumplida cotidianamente a la perfección. Vuelve a casa.
Toma una ducha que comienza con agua caliente y termina masajeándose la piel con agua fría.
Mientras se seca admira su cuerpo. Aunque es exigente y melindrosa, no deja de sentirse orgullosa
por la tonicidad de sus músculos y la firmeza de su piel. “Mejor que muchas jovencitas”, gusta
decirse.
Toma su desayuno preparado siguiendo estrictamente la dieta de su nutricionista. Se viste
escrupulosamente. Cepilla cuidadosamente su cabello, que oculta algunas canas perfectamente
teñidas, bajo el aire del secador eléctrico. Arma un elegante moño. Después de vestida con un sobrio
traje de pantalón y chaquetas oscuras, se maquilla discretamente y sale a la calle.
La ciudad está a oscuras, iluminada por escasos faroles, mientras el cielo anuncia en trazos de
azul que el amanecer se acerca. Una motocicleta ruge suavemente por la calle. La conduce un
hombre de unos 30 años, de buena estatura, aunque no exageradamente alto; de cuerpo fornido,
marcado sus brazos por varias figuras tatuadas en ellos.
Su barba poblada y descuidada y su rubio y largo cabello enroscado en desaliñados rulos,
enmarcan una tez clara y unos ojos de un verde oscuro poco usual, con una pequeña cicatriz que
desciende como una lágrima huidiza al final de su ojo izquierdo. Llega en completa ebriedad y
drogado. Se mete con su moto en los pasillos.
Mete la moto en el apartamento de planta baja, y la deja estacionada en una sala sin muebles.
Abre una nevera. Muerde un pedazo de queso que se lleva en la mano. Se tira en la cama con las
botas puestas y se queda dormido… el queso cae de su mano a un cenicero repleto de colillas en el
suelo.

Faltan cinco minutos para la hora de entrada, en la oficina principal de Ferrominera del Orinoco.
La Gerente de Finanzas acaba de ingresar y camina entre cubículos de oficina, ocupados por hombres
y mujeres jóvenes, vestidos de trajes sobrios, que se estremecen a su paso ordenando papeles,
corrigiendo sus posturas al sentarse o arrojando algún envoltorio de galleta a la papelera con
tembloroso disimulo. Todos reaccionan automáticamente al taconeo de sus zapatos que golpean cada
mañana a primera hora y cada tarde después de almuerzo.
Al situarse en el cruce de pasillos, su figura es impresionante, tanto por la seguridad de sus
gestos, como por la belleza de su rostro y su figura. Se planta allí como en un puesto de mando Todos
parecen atentos a las pantallas de sus computadoras, abstraídos en sus labores.
—Buenos días—, dice Mariela, desde su central ubicación.
—Buenos días—responden todos en coro
—Que tengamos una excelente y provechosa jornada de trabajo… para eso vinimos hoy.
Es un ritual de dominación, en el que ella se deleita Ya no es la tímida y estresada jovencita que
llego aquí hace 17 años.

Curtis se levanta. Son casi las nueve. Corre se ducha apresurado. Se cepilla los dientes. Se viste.
Recoge el queso del cenicero y lo lava en un chorro del lavamanos. Se lo come en tres bocados. Saca
su moto. Ordena un poco las alforjas.
Enciende la motocicleta y la hace rugir, saliendo despedido a muy alta velocidad. Llega al taller
mecánico donde lo recibe un hombre de unos setenta años, ataviado con un vaquero desteñido y una
chaqueta sin mangas. Su canoso cabello forma una trenza hasta casi la mitad de su espalda, le habla
en tono agrio:
– ¡Si vas a llegar a la hora que te dé la gana, no vengas más!
–Tranquilo, viejo. No te amargues. Esa máquina sale del taller hoy mismo.
–Eso espero. A las 4 viene el cliente y sabes que paga mucho, pero exige más.
–No te preocupes, Yopo. ¡Esta nena va a quedar espectacular!—responde sonriente mientras se
entrega, llave en mano, a una fabulosa motocicleta de un motor enorme.

Curtis circula en su motocicleta a muy baja velocidad. Aspira bocanadas de humo de un cigarrillo
encendido apresado entre sus dientes y sus labios. Está visiblemente molesto. El cliente exigente,
llamó para explicar que no llegaría a la ciudad. El viejo hippie, Yopo, apenas le dio una escasa paga
para que esperara hasta el lunes. Suena su teléfono un par de veces y él no le presta atención. A la
tercera detiene el vehículo y atiende. Es Ronin:
– ¿Que fue, viejo? ¿Qué tenemos para hoy? Hay unas chicas esperando compañía…
–Que va, Ronin. No tengo dinero.
—Eso tiene solución.
—No tengo nada a la vista.
–El buitre y yo hemos visto un sitio, te necesitamos.
– ¿Cómo quedo yo en ese negocio?
– Partes iguales.
–Me interesa. ¿Dónde nos vemos?
—Donde siempre. Vente equipado.
—Voy saliendo—dice Curtis decidido, mientras saca un revolver de la bota de su pantalón y se lo
engancha en la cintura después de insertarle varias balas.
Saca de una de las alforjas de su motocicleta algunas balas más y las mete en su bolsillo. Sale a
baja velocidad. Transita por vías secundarias, hasta que se consigue en el sitio convenido con Ronin
y el Buitre. Ellos lo reciben y entre cuchicheos y consumo de drogas preparan un nuevo asalto.

Elías Gutiérrez está algo nervioso. Se acerca a su baño privado por enésima vez a comprobar la
impecabilidad de su apariencia, cuando escucha desde su escritorio la voz metalizada del
intercomunicador que le dice:
—Señor Gutiérrez la delegación de LCFT Corp. ya está aquí.
Espera unos segundos, mientras se sienta en su butaca. Respira profundamente y responde con
voz firme:
—Hágalos pasar.
Elías tiene preparado un discurso muy formal, para impresionar a los delegados de esta empresa.
Sabe que es una gran oportunidad para FDC, que ha sido hasta ahora una sólida empresa familiar, de
dar un buen salto aliándose con una corporación desarrollada, con nexos con importantes
inversionistas en todo el mundo.
Entran los tres miembros de la delegación. Buena parte de su tensión desaparece cuando reconoce
a dos de los integrantes. Luego de saludarse y compartir un café, la conversación relajada va
disipando dudas y esclareciendo el panorama para Elías; que se muestra con más confianza y va
ordenando las piezas de este nuevo rompecabezas en su mente.
La Corporación envió a este trío, desde ya, como equipo negociador para lograr, a muy corto
plazo, con FDC un tipo de consorcio, un “joint venture”. El jefe de tal negociación, sentado en la
oficina de Elías, es el abogado Augusto Sanabria; quien ya participó en negociaciones anteriores
exitosas entre las partes; siendo ahora Gerente de Commodities de LCFT Corp.
Viene con él su asistente, la Licenciada Gabrielle Deneuve, de una belleza y carisma sin iguales.
Elías observa sus bellos ademanes cuando se expresa y se dice a sí mismo, suspicaz “Este es un
caramelito para endulzarnos en la negociación”.
Asiste con ellos un nuevo personaje; cuyo rol será el de Líder de Círculos de Calidad, nueva
metodología de trabajo considerada inobjetable por LCFT Corp. Es un hombre joven, de
indumentaria un tanto extravagante, con un cabello, que pareciera peinado en peluquería.
La tez de su rostro es tan homogénea que Elías sospecha que está maquillado. Luce sin
discreción, los anillos de sus manos y sus uñas perfectamente cortadas y abrillantadas, mientras,
despacha comentarios intrascendentes en tono engolado y con ademanes de actor de cine. “No creo
que este payaso metrosexual sirva para mucho” evalúa Elías mentalmente.
Después de un cordial almuerzo, Gutiérrez los lleva de vuelta a las oficinas y mientras caminan
por los pasillos, les indica:
—Conoceremos a la otra persona integrante de la delegación de FDC.
Aclarando luego, mientras abre la puerta, de una pequeña sala de reuniones:
—Conocer es una forma de decirlo, pues realmente nos conocemos todos.
De pie, sobriamente vestida con un traje de falda, chaleco y chaqueta, color gris claro, que resalta
con elegancia las hermosas curvaturas de su cuerpo; con una sedosa bufanda color crema que
enmarca la belleza expresiva de su rostro, aparece, sonriente, Mariela.
Se intercambian saludos cordiales y formales y acuerdan iniciar el trabajo la jornada siguiente.
Elías disfruta la reacción de Augusto y Gabrielle, ante el nuevo rol de Mariela. Sabía que era una
jugada arriesgada ponerla al frente, con tantos elementos personales de por medio; pero contaba con
que la peor parte la llevarían ellos… y así acontecía.
Mientras Sanabria estaba rígido y tenso y Gabrielle se mostraba ansiosa tratando de evidenciar
que la relación con su jefe iba mucho más allá de ser su asistente, Mariela estuvo incólume y
nítidamente profesional “Ganamos el primer round” se regocijaba Gutiérrez en silencio.

Es domingo, hoy no entreno. Es mi día de descanso, y aprovecho para ir a la Iglesia. Es una


tradición personal. Cuando alguna vez me quiero quedar descansando, me siento culpable y me
levanto presurosa. En esta ciudad, el asistir a misa no tiene el respeto y la solemnidad que tiene en mi
pueblo.
Eso en ocasiones me irrita. Así ocurrió hoy, cuando me tropecé al impertinente de Suniaga, que
creyó que responder a sus saludos en la oficina le daba derecho a sus burdas insinuaciones. Hoy fue
el colmo, pues me hacía gestos atrevidos y hasta lascivos desde su banco al lado de su familia, nietos
inclusive.
Me puso de mal humor. Si fuese en la calle o en la oficina lo hubiera puesto en su sitio, pero el
morboso se aprovecha que no haré ningún escándalo en la Iglesia. Eso me molesta más. Mañana
pagará caro esta osadía.
A la salida, aún molesta me tropiezo con un grupo de señoras que siempre comentan la misa en la
plaza frente a la iglesia. Una de ellas me dice:
—Muy bueno lo que dijo el cura.
—Siempre es bueno—le respondo tratando de aparentar algo de interés.
—Pero hoy hablo muy claro…por lo de esos sitios…
—¿A que sitios se refiere?
—Es que usted no sabe lo de ese lugar a las afueras…el Club.
–Pues…no, realmente, no.
—¡Es la tentación del demonio mismo!

Gabrielle está envuelta en una sedosa bata, sentada en la pequeña poltrona de su cómoda
habitación de hotel. Coloca en la mesa de centro una copa que lleva en la mano y toma su teléfono
móvil:
—¿Ahora qué te parece lo que te comenté?
—Tenías razón, conoces bien a los personajes—responde Christian
–Esa mujer es una frígida medieval; pero ya es cuarentona y estuvo casada. Así que, cuando
alguien la toque bien …se va a entregar
—Hablas cómo si fueras un hombre…
—¡Si un día tuviera que ser hombre para lograr lo que me propongo lo haría!
—No lo dudo. Pero tengo una curiosidad… ¿qué te motiva más…el negocio o los celos?—
inquiere Christian, mordaz y provocador.
Gabrielle no cae en la pequeña trampa:
—No hay celos. ¡Ese premio ya lo arrebaté yo! ¿O no se nota?—contesta con arrogancia, y luego
continúa con el tema principal
—Bueno has lo tuyo. Enamórala, sedúcela…y cuando la tengas… ¡la vuelves un trapo!
El ríe regocijado y malicioso.
– Ella es nuestro único obstáculo para apropiarnos del “joint venture”. No dudes– le insiste
Gabrielle.
—No dudo…planifico.

Curtis esta tirado en la cama fumando un cigarrillo. Mira el viejo reloj de la pared cada cierto
tiempo. Cuando son las seis de la tarde toma el móvil y hace una llamada:
—¿Ya tienes todo?—pregunta en tono brusco.
Su interlocutor responde, pero a los pocos segundos Curtis lo interrumpe con mayor brusquedad:
—¡No estoy para perder tiempo! ¿Lo tienes o no lo tienes?
Deja hablar de nuevo un poco a la otra persona y lo interrumpe…esta vez en tono amenazante:
–Pórtate bien y listo. Es algo que nos conviene a todos… Yo necesito algo de dinero…y tú
necesitas mi silencio…
Ahora escucha un poco más, antes de responder, con firmeza.
–Basta Escucha bien. Mañana a las 9:30 entras al lugar. Voy a estar al final de la barra. Te sientas
a mi lado. Pides un café y hablas unas pocas palabras conmigo. Me dejas el sobre en la barra. Yo lo
tomaré y saldré. Después que yo salga te vas, sin hablar con nadie. No intentes nada, pues no estarás
solo.
Escucha un par de segundos y culmina la llamada con una sonrisa.

A estas alturas de la vida, ella sabía que resultaba atractiva a los hombres, cosa que como mujer,
no le disgustaba. También había aprendido a lidiar con los “galantes empecinados”, como gustaba
llamar a los que insistían en cortejarla sin entender que su fracaso estaba ya decidido.
Pero este caso era peculiarmente inquietante. El hombre parecía tener la habilidad de detectar las
cosas que la hacían sentir insegura y aprovecharlas para provocar incomodidad. Si bien era un tipo
decididamente atractivo, su estilo arrogante puso una inmediata barrera entre los dos; que ha ido
fortaleciéndose ante las, cada vez más, atrevidas y petulantes insinuaciones.
Mientras entraba a su lonchería favorita a desayunar y tomar un café, después del entrenamiento
matutino del sábado, recibió un par de mensajes telefónicos del sujeto. Ya hacía días que dejó atrás la
cortesía y no le respondió más.
Siguieron llegando en cascada los mensajes que de cuando en cuando ojeaba, sin intenciones de
responder. Se sorprendió y molestó con el último que decía “Al fin te conseguí… ¡te tengo!”
Mientras miraba de mal humor su teléfono móvil, Christian se acerca de improviso a su mesa le besa
la mejilla y le repite, con voz teatralmente sensual:
—Al fin te conseguí… ¡te tengo!
Mariela está tan molesta como sorprendida. Tal conducta la avergüenza, y sabe que él se está
aprovechando de eso. Un mesero trae un café y un sándwich que el invasivo compañero de mesa
había ordenado previamente.
—Traiga otro café a la dama. Bien caliente, por favor—solicita el advenedizo.
Tanto abuso de confianza la desquicia, pero está abrumada y no sabe cómo frenarlo. Christian
nota su tribulación e intensifica sus insinuaciones:
–Estoy ansioso de que entrenemos juntos—le susurra en tono pícaro.
—Entreno sola. Así me concentro mejor—responde cortante.
–Juntos nos divertiríamos más—dice mirándola lascivamente.
Ella tiembla enfurecida, mientras el mesero coloca el nuevo café humeante en la mesa… El
sonríe jactancioso “Ya la estoy domando…será mía”
—No seas tímida…hagámoslo juntos…—le susurra encimando su pecho hacia ella, mirándola
directamente a los ojos y apretando suavemente su muslo con una mano que deslizó debajo del
mantel.
Ella se levanta con la cara enrojecida de vergüenza y rabia. Deja caer lentamente el café muy
caliente que acaba de recibir sobre las piernas del acosador, que chilla en tono afeminado y se
levanta, gritando:
—¿¡Tú estás loca!? ¡Me quemaste!
– ¡Me parece que te estas quemando tú sólo!—replica Mariela con sarcasmo.
Christian empuja airado su silla que golpea a quien viene pasando en silencio detrás de él. Es
Curtis, que va a ocupar la posición en la barra que acordó telefónicamente con su víctima de
extorsión.
Llevado a la histeria por el dolor y el ridículo, Christian empuja a este peculiar transeúnte
derribándolo. Curtis se pone de pie, mal encarado. El histérico lo enfrenta, le agita las manos frente al
rostro y lo insulta:
—¡Imbécil, no te atravieses!
Curtis lo mira con odio, pero decide avanzar pues la persona que espera está ya dentro del local
mirando todo lo que ocurre ansiosamente. Christian confunde ese gesto con temor, y se interpone en
su paso, retándolo, para impresionar a Mariela:
– ¡Pide disculpas a un caballero, vagabundo!
Curtis observa molesto que su víctima se retira, entre las miradas inquietas de todos los
comensales. Se acerca a Christian, sorpresivamente, le toma un brazo torciéndolo con fuerza.
Le propina un puñetazo en el hígado, derribándolo y lo empuja, junto consigo mismo, debajo de
unas mesas; donde le coloca la punta del arma en la frente, haciendo con la otra mano un gesto de
silencio; para culminar con una orden.
– Vete ahora.
El bravucón intimidado se retira nervioso y con la tez pálida. Mariela aún molesta por todo lo
acontecido, y el escándalo que, seguramente, acarrearía, le gruñe al desconocido:
—Eso no hacía falta. Yo me basto sola.
Curtis la mira con superioridad y no responde, pensando en el dinero que se alejaba de él. Dos
mesoneros, comienzan a ordenar las mesas y ambos colaboran con desgano.
La gente que se había arremolinado empieza a dispersarse, cuando un niño, de no más de cuatro
años, corre a la calle mientras su madre distraída se regodea como comentarista de la pelea. Mariela y
Curtis salen a la calle, corren cada uno por un extremo de un coche estacionado, y terminan
levantando en brazos al niño, al mismo tiempo.
Se sonríen en silencio con alivio, al entregarlo a su atribulada madre. Curtis se recuerda a si
mismo huyendo de Francisca. Mientras la madre se aleja con su cría ellos intercambian espontáneas
miradas con un toque de sana complicidad. Se despiden con sonrisas cordiales.
El merchante estaba nervioso. Había hecho todo lo posible para librar a su hijo de la esclavitud de
esa adicción, pero había logrado muy poco. En ese afán invirtió mucho dinero, de buen grado.
Se había endeudado muchas veces…pero esto era distinto. Ahora le debía dinero a gente de muy
mala reputación. No podía saber si lo que le cobraban era correcto o no, pues con esa gente no había
nada transparente.
Cuando vio estacionarse dos motocicletas en la acera de enfrente supo que habían llegado sus
“acreedores”. Eran tres o cuatro, pero sólo uno entró. Un tipo corpulento, de cabellos y barbas rubias
desaliñadas. Se acercó a la caja donde el merchante sostenía, oculta, un arma en sus manos.
—Pon las manos sobre el mostrador lentamente.
El nervioso merchante soltó delicadamente la vieja escopeta recortada que ocultaba bajo el
mostrador y obedeció.
—Dame el dinero.
Con lentitud el merchante puso en el mostrador un sobre de cuero y lo abrió mostrando el dinero.
Curtis lo contó con la vista y asintió con la cabeza. Tomó el sobre con el dinero lo metió bajo su
chaqueta y guardó el arma. Señaló a través de la vidriera a los otros hombres que llegaron con él.
—Mis amigos allá están esperando a que intentes sacar la escopeta.
Alguien se acerca al negocio.
—Actúa con naturalidad—le dice Curtis en tono amenazante.
Entra una mujer de mediana contextura de facciones hermosas. Su cabello recogido en un sobrio
moño, y vistiendo un traje de oficina, que no puede ocultar sus femeninas curvaturas.
—Buenas tardes—dice la dama al ingresar.
—Buenas tardes, joven—responde Curtis sonriente.
Mariela lo reconoce.
—Hola ¿Cómo está usted? ¿Qué hace por aquí?
—Comprando algo de charcutería, para mi cena—le responde jovial y luego dirigiéndose al
merchante afectuosamente.
–Despáchame, hombre, lo que te pedí que estoy atrasado y ya hemos conversado bastante.

Mariela sonríe, criticando en su mente a la gente que pierde tanto tiempo conversando
frivolidades. Hace su pedido de charcutería y quesos bajos en grasa. Curtis caballerosamente, le cede
su puesto:
—Cancele usted primero, yo no tengo prisa.
—Otra cosa más que agradecerle, señor—responde ella con coquetería.
—Otro placer más para mí—replica Curtis galante.
Mientras Mariela cancela, el merchante trata de advertirle, lo más discreto que puede, sobre lo
peligroso que puede ser este sujeto. En voz baja, pero tono autosuficiente le contesta,
menospreciando la advertencia:
—No se preocupe. Yo me sé cuidar. Y estos bravucones no me intimidan.
El merchante quedó confuso y atemorizado, mientras Curtis y Mariela salían juntos del abasto;
despidiéndose cortésmente, entre sonrisas y miradas que sugerían una atracción que las palabras no
confesaban.
Ese día Curtis llegó del “Club” antes de la medianoche. Estuvo extrañamente pensativo desde la
tarde y no quiso entregarse a placeres y vicios aquel día. No podía borrar de su mente la imagen de
aquella mujer hermosa, elegantemente vestida que se había atravesado dos veces en su camino. Se rió
de sí mismo, cuando se descubrió suspirando.
Debió detenerse en su moto, rumbo a la puerta de su apartamento pues se atravesó de pronto
aquella chica. Ella le sonrió y se desabotonó su camisa mostrando sus senos. Era muy joven, de
cuerpo muy femenino y facciones hermosas que se estaban deteriorando por el abuso de tabaco, licor
y narcóticos. En un tono grotescamente sexual, le dijo al rubio:
—¡Soy tuya toda la noche!
——¿Qué quieres?
—¿Qué pasa… no te gusta lo que ves? —dijo retándolo, e inició a desabrochar el raído vaquero
que vestía.
—No tengo nada para ti—respondió con dureza.
Ella se abalanzó a sus pies, gimiendo:
—Si tienes, mi amor. Siempre tienes… Soy tuya… ¡Vamos!
—Hoy no te quiero—respondió, sacando un pequeño envoltorio de una alforja de su moto, que le
arrojó.
—Vete.
—Gracias mi rey. Seré tuya cada vez que quieras—le dijo, mientras corría, saboreando de
antemano la falsa felicidad de los adictos.
Esa noche, Mariela jugueteaba con su teléfono móvil, tendida en la cama, sin poder borrar de su
mente la imagen de aquel buen mozo, aunque desaliñado, rubio que el destino parecía haberle puesto
enfrente. Se ruborizó un tanto avergonzada cuando se descubrió en medio de un suspiro.

Mariela se baja apresurada de un taxi, frente a su edificio de oficinas. Su automóvil sufrió un


imprevisto desperfecto y está llegando diez minutos tarde a la jornada de trabajo, por vez primera en
diecisiete años de labor. Eso la estresa mucho. Corre incómoda, en su falda y altos tacones, hacia la
puerta del edificio de Ferrominera de La Costa y descubre pronto que ha dejado su bolso en el taxi,
que comienza a alejarse en medio del tráfico matutino.
Curtis contempla toda la escena desde el otro lado de la avenida, sentado en su potente
motocicleta que ya ha reparado. Se le acerca y frena cerca de ella, sonriendo:
—¿La puedo ayudar en algo?
—Dejé mi bolso. Y mi teléfono.
Curtis señala la motocicleta en que está montado y le ofrece:
–Podría alcanzarlo…
– ¿Lo haría usted?—responde ella esperanzada.
– Si, pero no me dará nada, si usted no va conmigo.
Ella duda por un momento, para luego decidirse:
–Bien. ¡Vamos!—dice montándose rápidamente en el vehículo.
El taxista sale de la avenida y se incorpora a la Autopista, mientras ellos lo siguen a cierta
distancia. Mariela toma con sus dos manos, apenas con la punta de los dedos, la cintura de Curtis. Él
le toma las muñecas una a una y hace que ella lo abrace.
—Agárrese fuerte. Tenemos que avanzar más rápido.
Mariela termina abrazándose firmemente al torso musculoso de aquel hombre que casi no
conoce; sumida en un mar de dudas y temores sobre lo que está haciendo, guiada por la confianza
que él instintivamente le inspira.
El taxi sigue su curso entre el tráfico y se dirige a la salida de la ciudad, en dirección a la Costa.
La pareja motorizada lo sigue, acercándose muy poco a poco, mientras los kilómetros y los minutos
van pasando.
–Vamos a llegar al Puerto ¿no puede ir más rápido?—exclama Mariela impaciente.
—¿Segura?—inquiere Curtis.
—¡Es necesario! –Mariela, ahora en tono exigente.
—Agárrate bien.
La moto pega un salto y en pocos minutos está conduciendo por delante del taxi. La falda se
recogió mostrando todas sus piernas y hasta su ropa interior hubiese estado al alcance de la vista del
motorizado, si este hubiese volteado.
Fue un caballero. Luego que Mariela reacomodó su vestido, comenzó a hacer señas de todo tipo
al conductor, hasta que este comprendió y se detuvo. Le entregó a la dama bolso y teléfono, mientras
le hacía señas sobre el aspecto poco elegante de Curtis.
—Es mi amigo—le replicó ella en voz baja.
Curtis que había observado todo, se acercó al taxista extendiéndole la mano:
–Tanto gusto, soy Curtis.
–Mucho gusto Mijares—dijo el taxista, aún desconfiado.
Mariela agradece la gentileza al taxista y se despide. El taxista ofrece a llevarla y ella le informa
que volverá como vino.
—Este tipo es de esos que andan en el tal “Club”—argumenta el taxista con genuina
preocupación.
–No se deje llevar por las apariencias. Es mi amigo y es un caballero. Lo está demostrando, ahora
mismo… ¿no le parece?
–Es posible—acepta el taxista, dudoso.

Entran Christian y Gabrielle a la sala de reuniones, con que cuenta la lujosa habitación de hotel
de Augusto. Él los está esperando. Los tres toman asiento en la mesa de reuniones y Gabrielle sirve
café para todos.
—Bien ¿Cuál es el tema tan importante?
—Tenemos un informe que cambiará nuestras opciones en el “joint venture”—responde Gabrielle
buscando generar la curiosidad de su jefe.
Christian extrae de un sobre de papel un informe, que contiene algunos textos y varias fotos de
Mariela y de Cutis juntos, otras de Curtis en el Club.
—¿Quién es este tipo?
—Es un delincuente, un matón. Es empleado de Mariela Lo tiene para intimidarnos.
–O quizás para su seguridad—replica Augusto.
—O tiene gustos excéntricos para los hombres—dice insidiosa Gabrielle.
Augusto la mira en tono de reprimenda.
– No es broma, jefe. Este es el tipo que me atacó. Me derribó y me amenazó con su arma…
¡fueron ordenes de ella!
– Y tu seguramente estabas tomando tu biberón – replica el jefe en tono sarcástico.
—No seas injusto con Christian, fue golpeado—sale en su defensa la bella chica.
—Bueno, voy a hacer arreglos para que la alejen un poco de la negociación del “joint venture”
porque efectivamente muestra mucha resistencia. Eso no será por mucho rato; así que aprovechen
para posicionarnos… —luego señala con el dedo índice a Christian, y le ordena —Aléjate de ella y
de sus matones, o serás tú el que se vaya de aquí.
– Entendido, jefe—responden Gabrielle y Christian al unísono.
Aunque su aspecto era tosco y hasta hostil, la actitud caballeresca de este hombre me inspiraba
mucha confianza. Ya había reportado mi desventura a Elías y este me dijo que resolviera y nos
veríamos en la oficina después de almuerzo. Por todo ello, el retorno fue un paseo relajado.
Cuando estábamos a unas cuadras de mi oficina se detuvo en un semáforo y aproveché para
decirle.
–No sé cómo agradecerle.
–Fácil. Dígame un sitio donde nos podamos tomar un buen café, sin que lo derrame caliente en
mis piernas y deuda saldada.
Reímos a carcajadas, aún después que la luz cambió a verde y nos desplazábamos en el tránsito.
—Bien, yo le indico.
Llegamos a un café, que suelo frecuentar para esos asuntos de negocios que es preferible tratar
fuera de la oficina. Es un agradable lugar, repleto de ejecutivos. Apenas detuvimos la motocicleta,
percibí la expresión del portero ante la apariencia de mi compañero. Comprendí que había cometido
un error.
—Este sitio no es tan bueno… tengo otro mejor—le dije sin bajarme del vehículo
Es claro que entendió la situación y no estaba cómodo, pues su ceño se frunció con cierta
amargura. Primero juzgué con cierta dureza al portero, por dejarse llevar por las apariencias; pero
acepté que yo también era un poco así.
Decidí llevarlo a una cafetería muy cerca de la Universidad. Allí no es raro que coincidan
profesores con trajes y chaquetas y estudiantes informalmente ataviados. En efecto, allí no llamamos
la atención de nadie.
Me tranquilicé más cuando aprecié que dos o tres de los estudiantes saludaban discretamente,
incluso un poco nerviosos, a mi compañero de viaje. Él les respondía el saludo con sequedad.
Conversamos toda la tarde hasta que la noche refrescó el clima.
–Debo irme—le dije.
—¿Quieres que te lleve?—me ofreció, preguntándome luego —¿Qué pasó con tu coche?
– ¿Cómo sabes que tengo coche?
—Te vi después de nuestro primer encuentro.
—¡Me seguiste!—lo acusé, en tono de broma.
–No, pero te observe cada vez que te conseguí…—respondió sonriente.
—¡Confiésalo me seguiste…! —insistí.
—No lo he hecho, pero lo haría encantado…
—¿Encantado… por qué?—pregunté provocadora.
—Porque tú tienes la mágica capacidad de subirme a la nube de felicidad en la que vives, sin que
yo pueda resistirme…—me respondió, hablando con un aire de confesión en sus palabras y en sus
bellos ojos verde oscuros.
Estaba preparada para algún halago sobre mi físico o, incluso, mi intelecto. No me habría
sorprendido alguna adulación sobre mi carrera profesional y mi posición en la empresa…todo eso lo
había vivido ya. Por el contrario, algo tan sentimental y emotivo, no había escuchado jamás; y, menos
aún, lo habría imaginado provenir de un hombre tan agreste y poco elegante, como este particular
caballero.
Cuando nos acercamos a mi casa ya era de noche. Por previsión, le pedí que me dejara algunas
calles antes, aunque presentía que él ya sabía exactamente donde yo residía. Me bajé:
—Hasta luego, amigo. Agradecida por todo.
—Curtis.
—¿Cómo dices?
—Me llamo Curtis. Ya lo sabes. No me llames amigo…tengo nombre… Curtis.
Sonrió.
—Hasta luego, Curtis—digo y empiezo a caminar.
—Mariela, espera—me detiene con sus palabras –Falta algo.
Me acerco dudosa, pensando que había dejado bolso o teléfono.
—Permíteme tu mano que debo darte algo que has dejado aquí – dice, y toma mi mano, sin
esperar respuesta ni consentimiento. Me planta un suave beso en la palma y cierra mi puño.
—Es tuyo. No lo pierdas—me dice suavemente, mientras guiña un ojo sonriendo y sale sin
voltear.
Subí a mi apartamento. Me cambié de ropa con bastante dificultad, pues nunca abrí mi mano
izquierda. Luego en el balcón, en ropa de cama y frente a la fresca brisa, con la luna como único
testigo, abrí la mano y recogí con un beso mío el que Curtis me había dado. Como una niña de
escuela me sentí enamorada de aquel príncipe azul de motocicleta.
Desde el momento en que Adelaide entró esa mañana en la oficina, supe que traía algo entre
manos. Eran muchos años de trabajar y compartir juntas, para no detectarlo. Me saludó como siempre
y comenzó a hablarme de cotidianidades y frivolidades, esperando un mejor momento.
Yo me planto frente a ella cara a cara en silencio. Cuando ella calla, le digo, con seriedad, pero
sin ninguna agresividad:
—Habla. No me engañas ¿Qué te traes?
Adelaide sonríe se sacude el cabello y en tono de confianza me pregunta.
—¿Dónde estabas anteayer?
En el depósito de archivos muertos, revisando unos datos de los activos, para la corrección del
balance.
—Eso fue lo que le dijimos a todos… ¿Dónde estabas en realidad?
—Entonces ya lo sabes. Tuve un percance. Dejé mi bolso en un taxi y tardé en recuperarlo.
—¿Tardaste todo el día? —pregunta inquisidora.
Su curiosidad me desagrada y no respondo nada. Me muestra una foto que le envió Gabrielle, con
un comentario “mira tu amiga monja en una motocicleta con un pandillero”. La foto fue tomada en la
autopista. Yo aferrada a la espalda de Curtis y la moto inclinada en plena curva.
Mi falda recogida mostrando mis piernas tensas. Mi rostro pegado a su espalda, sintiendo su olor,
no se distingue con claridad. Me quedo en silencio. Me muestra su mensaje de respuesta “Se parece
un poco a mi monja pero no lo es pues, ella estuvo conmigo toda la tarde corrigiendo el balance”
Responde Gabrielle: “Además es demasiado mojigata”
Adelaide, concluye diciéndome:
—Ya te cubrí…ahora cuéntame.
—De acuerdo. Esta noche cenamos en mi casa—termino cediendo acorralada—Yo cocino.
–Yo llevaré un vino—responde mi incisiva amiga.

Curtis duerme profundamente. Aunque falta poco para que amanezca, hace apenas un par de
horas que está durmiendo, pues estuvo en el Club divirtiéndose hasta casi medianoche y salió de allí
con una hermosa y muy joven chica que lo buscó, como tantas otras veces, para ofrécele “sus
favores” a cambio de una dosis de droga. Curtis accedió y la llevó a su casa; aunque rápidamente se
deshizo de ella, para que no lo complicara pidiéndole más droga o robándose algo.
Le golpean muy suavemente la ventana de madera, con los nudillos. Sigue durmiendo. Deslizan
una moneda por la ventana, haciéndola golpear con cada tablilla de la romanilla de la ventana. Ahora
si se despierta. Se deja caer al suelo. Toma su arma. Se acerca a la ventana y escucha:
—Curtis levántate.
Es la voz de Ronín.
—¿Qué pasó? ¡Me asustaste!
– Habla bajita.—empieza a explicar Ronín —El “Muñeco” y su gente te andan buscando.
– ¡Yo no tengo cuentas pendientes con ese tipo!
—¡Pues si tenemos! La droga que le quitamos a los mocosos aquellos era del Muñeco.
– ¡Demonios! ¡Mayor complicación! ¿Cuánto nos queda de eso?
—Poco. Hemos vendido más de la mitad.
–Bueno, eso se puede resolver, pero necesitamos tiempo—responde pensativo Curtis.
–Tienes que desaparecerte ahora. Ya el Buitre se perdió del mapa; y yo voy a hacer lo mismo.
Esos tipos no van a pasar más de dos o tres días por aquí
– ¿Qué saben de nosotros?
—No saben nuestros nombres. Tienen nuestra descripción…Eso sí: Se saben hasta el último
detalle de tu moto. Fueron buscándola al taller de Yopo.
—¿Qué pasó allí?
—Nada. El viejo no soltó prenda y luego nos hizo avisar.
—Está bien. Vete. Dile a Buitre que nos vemos los tres, en dos semanas exactas en el Club, sin
motos—concluye Curtis.
– Seguro.

Cociné comida italiana; preferida por Adelaide y adorada a la distancia por mi misma, pues le
temo a tantas calorías. Todo quedó muy bien. Disfrutamos relajadas nuestra cena, mientras
parloteábamos de cualquier cosa. Nos servimos más del buen vino tinto que trajo mi amiga, mientras
lavábamos la vajilla.
Al terminar, nos sentamos con nuestras copas en las manos. Adelaide colocó su mentón,
recostado sobre sus manos, en el tope del sofá y me miró intensamente por unos instantes. Yo intenté
fingir que no me daba cuenta de su actitud. Ella me dijo, con voz imperativa:
—¡Habla ya!
Sabía que no tenía escapatoria; y, en el fondo, necesitaba contarle lo que estaba viviendo a
alguien…alguien en quien pudiera confiar. Empecé a hablar sin ningún orden y sin poder detenerme.
Mientras mi amiga sólo respondía con gestos, sonrisas y monosílabos, yo me desandaba hablando
en un momento de sus bellos ojos verdes y en otro del temor que me inspiraba conocerlo hace tan
poco y al mismo tiempo la sensación de serenidad que me daba el sentir que lo conocía en su
profundidad, en su ser interior, en su alma.
Luego le explicaba cómo me hacía sentir segura, protegida y admirada. Le hablé de cuánto me
atraía físicamente, y de lo caballeroso que había sido siempre. De cuánto me perturba tenerlo cerca y
de cuánto anhelo verlo cuando no estoy con él.
Adelaide concluye, entre jocosa y asombrada:
—¡El barbudo te tiene seriamente conmocionada, amiga!—
Me cuestiono, en voz alta, delante de Adelaide:
—¡Ese no es el tipo de hombre que yo he pensado para mí! ¡Nunca lo sería, nunca!
—¿Qué quieres…repetir con un hombre como Augusto Sanabria?
—Lo nuestro no funcionó…pero Augusto era perfecto…
—Si un perfecto hipócrita, que te llevo a un matrimonio que desde el comienzo era un perfecto
fracaso—dice mi amiga, sacudiéndome con sus palabras, para culminar tajantemente:
—Yo no sé quién es este tipo… pero me gusta para ti, porque no tiene nada que se parezca al
fiasco de Augusto.
Estallamos ambas en carcajadas.

Mariela entre en la oficina de Gutiérrez.


—Buenos días, Elías
—Buenos días, Mariela. Siéntate.
——¿Qué pasa? ¿A qué viene ese tono tan serio?
Elías le explica, sin ninguna diplomacia, que tiene que sacarla de la negociación con LCFT Corp.
Ella se molesta y le inquiere sobre los motivos. Él responde sin titubeos:
—Hay una queja de los más altos niveles del socio. Dicen que estas en una actitud negativa, de
resistencia, y que no colaboras con el Líder de Calidad.
—¡Es una trampa de ese patán!—responde furiosa.
—Es algo más grande: Tú patán se ha ganado la opinión a favor del equipo negociador, de
algunos de sus jefes… incluso algunos de tus propios subalternos…
—¡Es una conspiración en mi contra!—interrumpe mientras se zafa el moño y suelta su hermoso
cabello, en medio de su ira.
—Dicen que tú eres un obstáculo para concretar el “joint venture” y amenazan con hablar con los
nuevos inversores.
– Es una conspiración ¿No lo entiendes?
– ¡Claro que sí! Pero no puedes enfrentarla ahora. Si lo haces les darás la razón y puedes quedar
fuera de todo.
—Por favor, Elías. No podemos ceder…
—Estas libre por una semana.
—No me hagas esto.
—Ya lo hice. Estas libre por diez días.
—¡Elías!
—Basta, Mariela. ¡Déjame manejar esto!

Curtis camina por una alejada calle. Va vestido con una franela negra manga larga, un vaquero y
sus botas. Su largo y ensortijado cabello es batido por la fuerte pero agradable brisa. Al cruzar una
esquina en su sobrio coche Mariela lo ve de espaldas y se intimida un poco, disminuye la velocidad
dudosa.
Él, al sentir el suave frenado, se voltea alerta. Ella lo reconoce y lo saluda desde su asiento de
conductor a través del vidrio. El saluda tímidamente. Ella se recrimina en silencio por su prejuicio de
juzgar a un hombre por su atuendo. Se acerca y baja el vidrio.
– ¿Y tú motocicleta?
—La estoy reparando, pero debo esperar que llegue un repuesto mañana.
– Así que andas a pie…
—Dicen que es buen ejercicio, el clima está muy agradable—responde Curtis sonriendo
– Bueno precisamente voy al Jardín Botánico a disfrutar del clima con un poco de ejercicio…
pero te puedo llevar a algún lado si lo necesitas…—Le ofrece con extrema cortesía Mariela. Ambos
se quedan mirándose en silencio por unos instantes, hasta que ella agrega, ruborizada por su propio
atrevimiento:
—Si quieres ejercitarte un poco…me puedes acompañar.
Él, asiente con la cabeza, también ruborizada.
Llegan al hermoso lugar donde pocas personas, mayormente jóvenes, caminan, se recrean o
estudian. Ella le enseña un poco de Pilates, también algo de Tai Chi, terminando con una meditación.
Él resulta ser un alumno poco aventajado, pero paciente y obediente.
—No tienes nada que enseñarme—le reclama ella amistosamente.
Curtis hace gala de su conocimiento de ejercicios isométricos, ganándose el respeto de su
profesora.
——¿Practicas eso a menudo? ¿Dónde lo aprendiste?
—Ya casi nunca lo practico. Aún lo recuerdo, pues lo hice muchas veces cuando era niño. Lo
aprendí de mi padre.
—Háblame de tu padre—le pidió Mariela en tono de confianza.
– No quiero. – respondió con brusquedad. Ante el visible desagrado de ella, le explicó, en tono
conciliador:
—Realmente no quisiera hacerlo. No nos vemos hace años y no nos llevamos muy bien.
– Yo tampoco me llevo muy bien con los míos—contestó ella comprensiva—aunque paso una
corta temporada de terror todos los años con ellos en mi pueblo natal, en el páramo.
Ambos se ríen. Curtis cambia el tema:
–Nunca había escuchado de Pilates ¿Dónde lo aprendiste…en cien libros y cien cursos…?
– ¿Te gustaría leer, sobre eso?
– Me gustaría aprender más—dijo Curtis por seguir la conversación, aunque no era cierto.
Ya sé lo que haremos: Busquemos en la Biblioteca unos libros del tema. Si realmente te gustan te
regalo uno.
—No tienes que regalármelo…
—Soy tu maestra de Pilates…
—De acuerdo—concluyó Curtis, más atento a las bellas facciones de Mariela que al Pilates y los
libros.

Curtis llegó al sitio de encuentro con el cabello, barbas, y bigote bastante recortados. Lucía una
gorra de béisbol y una franela manga larga, ambas negras. Con un vaquero descolorido pero sin
roturas y botas negras, esta vez lustradas. Ya Mariela estaba allí, así que pudo detallar desde bastante
distancia su favorable cambio de aspecto. “Es un hombre buen mozo” pensó.
—¿A que debemos ese cambio de “look”?—preguntó sonriendo cuando él ya estaba cerca.
– Bueno… hace mucho que no voy a una biblioteca, pero me parece que se adecua más.
–Te ves bien así.—coqueteándole.
Curtis la mira con su ropa casual, que permite lucir mejor su esculpida figura. Su hermoso
cabello, liberado de rígidos moños, se muestra suelto, sólo sujetado por un lazo discreto al tope de la
cabeza.
—Tú también luces mejor así—dice con toda franqueza.
Ella sonríe, sin saber si es un cumplido o un reproche por su atuendo usual.
– ¿Y tu motocicleta?
—La cosa se complicó. Requiere nuevos repuestos. Así que seguiré con mi sano caminar—
bromea.
Se van en el coche de ella a la Biblioteca. El rubio y violento hombre, ve correr las horas metido
entre libros de Pilates y autoayuda; mientras su compañera está afanosa leyendo unos temas de
economía y negocios. Ella, en lugar de recrearse, parece trabajar. Así es, está preparándose para su
retorno.
Curtis le inquiere sobe su afán y ella en inusual confianza le narra, sin ningún detalle, la
conspiración que enfrenta. Él le recomienda no permitir que la afecten personalmente; no dejar que
conozcan sus debilidades y ser más firme en sus decisiones.
—Bien…ahora cuéntame algo tuyo—exige amablemente.
Como contraparte, Curtis le cuenta, sin revelar el escenario y los actores reales, cómo uno de sus
socios cometió una seria indiscreción invadiendo mercados, que lo dejó expuesto ante un rival
comercial bastante poderoso. Ella le recomienda bajar las hostilidades.
Ser más comunicativo. Buscar pronto un espacio y momento para una negociación, antes que el
enfrentamiento comercial se consolide. Ambos quedaron gratamente impresionados que alguien en
apariencia tan disímil, pudiera darles sugerencias útiles para sus problemas.
Curtis que ya ha dado varias pasadas a los mismos libros, consuela su aburrimiento pensando:
“Nadie me buscaría aquí… ni yo mismo”. Sentado en una postura desgarbada, se estira
perezosamente y tropiezan suavemente las piernas de Mariela. Ella, sin pensarlo, le devuelve el
delicado tropiezo con una sensual caricia de sus pantorrillas.
Ambos se sorprenden mirándose a los ojos, con intensa emoción. Sin poder dejar de tocarse, se
ruborizan y entornan sus ojos, presos de una atracción, más aún, de una conexión, que ninguno de
ellos aceptaba hasta hace unos instantes.
En esa mágica conexión, fluía una energía que parecía alinear una con otra, acoplar una con otra,
aquellas dos almas que con dos vidas tan distintas, coincidían en la necesidad de dar y recibir amor.
– ¿Cuándo volverás a tu trabajo?—pregunta Curtis, para romper la tensión del momento, pero sin
atreverse a mover.
– Estoy tomando unos días de vacaciones atrasadas—explica Mariela con cierto desdén, mientras
acaricia tiernamente, una vez más, la pantorrilla de Curtis antes de retirar su pierna.
– ¿Cuándo volverás al tuyo? –pregunta ella, luego.
—Estoy esperando un cliente que me paga muy bien, pues son unas motocicletas de alta
tecnología—responde mientras retoma una postura más adecuada en la silla y vuelve el color normal
a su rostro.
– ¿De eso vives?
–Tengo clientes excelentes y, realmente soy muy bueno en lo que hago.
– ¡Petulante!—le responde ella sorpresivamente. Al instante ambos se ríen, mientras no dejan de
mirarse a los ojos.
Salen de la Biblioteca, casi de noche, hablando amenamente. Recuerdan la recuperación del bolso
en el taxi y bromean al respecto.
—Casi me llevas al Puerto tras mi bolso—le reclama juguetonamente.
—Tampoco es tan lejos—se excusa Curtis – Y es un sitio muy bonito.
–Hace mucho que no voy– responde Mariela insinuante.
—Yo voy con cierta frecuencia a buscar mercancía que me llega allí.
—¿Mercancía?
– Repuestos importados.
–Quisiera ir en estos días libres…—insiste Mariela en su provocación—Lo haré uno de estos
días…
El piensa “Es un buen sitio para escabullirme un rato”.
–Si quieres compañía, estoy libre.
– ¿No te molesta?
– Me encantaría. Vamos mañana mismos– responde atrevido.
Ella toma un tiempo simulando que revisa mentalmente su agenda y responde.
—Bueno…mañana es buen día.
—¿Donde y cuando nos vemos, mañana?
– Dame tu número y te llamaré– responde ella fingiendo cierta frialdad.
—No lo harás—contesta con absoluta seriedad; luego, mientras se aleja, continúa, un poco más
amable –Bueno, no importa. Que te vaya bien en el Puerto. Te recomiendo unos calamares rebosados
en el Mercado de Pescadores.
Camina una decena de pasos y ella lo llama:
—Curtis.
Él se voltea y se acerca rápidamente para que ella no vuelva a alzar la voz con su nombre
mientras piensa “¿Será que estos tipos del Muñeco ya conocen mi nombre?” Ella se sorprende por su
prisa. El, a dos metros de ella:
—¿Me querías decir algo?
– Sí. Te llamaré.
Sonríen ambos. Curtis se acerca le da sorpresivamente un suave beso en los labios y se va a toda
prisa. Ella se queda sonrojada y sonriente.

Ella no llamó. En su lugar envió un frío mensaje: “Mañana en el mismo lugar, a la misma hora”.
Curtis se molestó.
—Bueno. Se acabó el cuento de hadas la Licenciada—gruñó burlonamente en voz alta.
Su primera reacción fue no asistir, pues se sentía rechazado. Pasados unos minutos, cambió de
opinión y decidió presentarse a la cita, sin estar segura si lo motivaba más seguir oculto de sus
perseguidores o volver a ver a la Licenciada, como la llamaba cuando estaba molesto.
Cuando Mariela llegó unos diez minutos antes de lo acordado, ya Curtis estaba allí. Llevaba una
ropa clara y holgada muy apropiada al clima de la Costa. Estaba recostado de una motocicleta
bastante grande, de colores metalizados.
Ella se estacionó, sin apagar su vehículo, y le dijo simplemente:
—Vamos en mi coche.
—Vamos en esta belleza. La reparé y estoy probándola un par de días, antes de entregarla al
cliente.
Ella duda. Él insiste:
—Hoy es un día en el que te puedes despeinar.
Una hora más tarde recorrían las avenidas del Puerto alegremente, disfrutando la calidez del sol
de la mañana y batiendo su cabello suelto al son del viento que rompía el vehículo de dos ruedas en
su andar.
Llegaron a aquel viejo Castillo, que fungía de Museo. No tardaron mucho en separarse del grupo
que seguía la detallada charla del guía y se dedicaron a recorrer, tomados de la mano y en desorden,
salones, pasillos y escaleras.
Jugueteaban con algún antiguo mueble aquí, fingían ser personajes del pasado allá. Bromeaban y
reían en voz alta. Parecían dos pícaros chiquillos escapados de la Escuela.
Ella había olvidado los prejuicios hacia los hombres, engendrados desde su niñez y el rígido
protocolo con que realizaba sus actividades diarias. Él parecía ignorar el aislamiento de su infancia,
la dureza de su adolescencia llena de vicios y hasta el riesgo que corría frente a sus perseguidores.
Mariela lo agarra por un brazo y lo hace subir tras ella una larga y estrecha escalera de caracol.
Alcanzan la terraza de una torre de vigilancia, con antiguos cañones apostados en sus posiciones de
combate y varias estrechas garitas de vigilancia en todo su derredor. La torre tiene una hermosísima
vista de toda la bahía, hasta el mar abierto.
Mariela abre sus brazos recibiendo sol y brisa. Él la imita a su lado. La belleza de ese espacio,
parece unirlos aun más. Curtis se acerca curioso a una de las estrechas garitas y se asoma por las
hendijas provistas para los arqueros.
Ella entra y él voltea y le lanza una flecha imaginaria justo al corazón que ella recibe con dolor
cayendo herida –entre risas—en sus brazos. Se abrazan. Se miran a los ojos y se besan… con sutileza
primero, con pasión después. Se separan lentamente, algo nerviosos.
–Tenemos que irnos—dice ella secamente.
Él baja la cabeza, desanimado, asiente y camina a buen paso, en silencio, por las escaleras y
pasillos del Castillo—Museo.
Cuando vuelven a las calles del Puerto, en la moto, ella rompe el silencio, en tono cordial:
—Es hora de almorzar… ¿no te parece?
—Iremos a probar los calamares que te recomendé. Yo invito.—dice con renovado entusiasmo.
—Pagamos los dos.
—Esa vez no, Mariela Esta es una invitación—insiste con determinación.
– Está bien. Acepto, con la condición de yo puedo invitarte algo luego.
– Hecho. No tengo prejuicio con eso—responde él, alegremente, pues ya casi están acordando
una próxima cita.
Llegando al Mercado de Pescadores, no se acercan a los modestos tarantines, sino que entran a un
pequeño y acogedor restaurante, nada lujoso. Revisan la carta y conversan, pero ambos han decidido
antes de entrar seguir la recomendación de Curtis. Una vez pedidos los dos platos, Curtis añade:
–Sírvenos con la comida un “sauvignon blanc”.
—¿Sabes de vinos? ¡Esto si es una novedad!—dice ella bromeando, pero genuinamente
sorprendida.
– Realmente, no mucho… ¡Me copio de lo que veo en televisión!—responde el hombre para
zafarse de incómodas explicaciones, sobre su niñez.
Ambos ríen por un rato.
El platillo cubrió sobradamente las expectativas. El local, con muy pocos clientes, les brindó la
oportunidad de conocer la sensible humanidad que se refugia detrás de la fuerte imagen que cada uno
de ellos proyecta. Ambos comenzaron a sentir que, por encima de muchas diferencias que los
separaran, había una esencia humana, que les era común.
Por caminos muy distintos, ambos habían luchado para definirse como personas, en contra de
patrones impuestos, dificultades exteriores, y dudas e inseguridades internas. Se había establecido,
sin duda algún, una conexión entre esas dos almas.
–Tenemos que irnos—dice, esta vez, Curtis.
– ¿Irnos…sin siquiera ir a la playa?—refuta Mariela.
–Tienes razón. Primero a la playa. –concede él.
En la playa los acompaña el atardecer, pintando el cielo de colores mágicos. Contemplan el
maravilloso espectáculo, caminando tomados de la mano, por la orilla del mar sobre la arena mojada
y esquivando a ratos las olas que se extinguen en la arena. Juegan a salpicarse agua, uno al otro, con
las manos y corren para evitarlo una y otra vez, disfrutando esa libertad de espíritu que, por primera
vez y solamente juntos, han logrado conseguir.
—Debimos traer ropa adecuada para bañarnos—dice ella.
—Eso sería un hermoso espectáculo—dice él insinuante.
Ella lo moja de nuevo. Él corre tras ella. Sus miradas y sus gestos, demuestran alegremente
cuánto se gustan, cuán bien se sienten el uno con el otro. Se atraen, sin duda, pero no es un asunto
puramente carnal. Es algo mucho más trascendente y profundo. Es de esas cosas que alteran la vida
de las personas.
Se tropiezan en la arena y caen. Ahora es ella quien lo besa y luego corre. Entre las piedras, él la
atrapa, ella no huye y lo besa con pasión. Allí en la agreste rusticidad de las rocas, el amor hace una
vez más la magia entre dos almas.
Ella deja caer todos los prejuicios de infancia y todos los paradigmas de su vida rígidamente
planificada. Él se despoja de la vulgaridad y la mercantilización de los cuerpos. Ella se entrega a él
con confianza y sin tapujos. Él se entrega a ella con ternura y con pasión.
Ya es de madrugada, cuando los cangrejos mordisqueando sus pies, los hacen correr, entre
bromas y besos, hasta la motocicleta que quedó oculta en la noche. Se sacuden la arena de la playa y
se lavan los pies y manos en un chorro de agua fresca del bulevar, provisto para los bañistas. Suben
por la autopista, en dirección a la ciudad en la que habitan a baja velocidad.
Se diría que temen perder la magia que los une profundamente, al enfrentarse de nuevo a la vida
que hasta ahora han llevado. Ella abrazada a su espalda oliéndolo y sintiendo su calor. Él acariciando
las manos de ella cariñosamente entorchadas a su tronco.
En todo el camino no hay palabras, pero sus cuerpos ya han hablado en nombre de sus almas.
Llegan a la entrada del edificio donde reside Mariela cuando ya el sol asoma sus primeras luces.
Mariela se baja un poco nerviosa y Curtis le planta un nuevo beso en la palma de la mano antes de
alejarse.

Aunque sé que el autobús está retrasado, no logro contener la impaciencia. Debo confesar que, en
el fondo, la visita de Eufelia me incomoda.
Pasaron casi dos horas más, hasta que al fin llegaron. Eufelia bajó del bus y me saludó agitando la
mano. Le devolví el saludo amablemente, mientras notaba su aspecto avejentado. Eufelia era la
mayor de las nietas de mis abuelos, vale decir, mi prima mayor; por lo que era una especie de
autoridad moral entre todas las primas, y pasado el tiempo, en toda nuestra familia.
Tenía apenas once años más que yo; pero la carga de esa responsabilidad parecía haberle añadido
muchos años a su existencia, en la que nunca pasó necesidades. Venía a mi casa a pasar algunos días,
pues su único hijo, Alfonsito, presentaría pruebas de admisión en la Universidad local.
Él descendió un poco después que su madre y fue directo a tomar los equipajes. Seguía siendo el
muchacho regordete de aspecto torpe, debilucho e inseguro. Nunca se lo he dicho a nadie, pero
siempre he pensado que la sobreprotección de Eufelia ha logrado más limitarlo que ayudarlo a crecer.
Cada año que pasaba vacaciones en casa de mis padres, me preparaba a recibir de las mujeres de
mi familia un torbellino de críticas, censuras y cuestionamientos, que se multiplicaron después de mi
divorcio.
Era yo, en mi familia, el ejemplo de lo que una mujer no debe hacer si quiere formar y mantener
un hogar. Ya me había acostumbrado a lidiar con esas desagradables escenas…pero tener una
representación de esa inquisición en mi propia casa… ¡Eso era demasiado!
Pronto tuvimos desplantes y discusiones amargas. Decidí salir de esta situación lo antes posible.
Solicité un par de días libres y me encargué yo misma de todos los trámites de admisión de Alfonsito,
mientras Eufelia se quedaba en casa cocinando, limpiando y buscando alguna otra cosa que pudiera
ser criticada.
Al quinto día de estadía, Alfonsito, presentó el examen. Yo lo esperé afuera y cuando montamos
en el coche, le pregunté tratando de ser cordial:
—Alfonsito, ¿Cómo crees que hayas salido en la prueba?
—Prima…—dijo con seriedad—me llamo Alfonso, no Alfonsito.
—Disculpa, Alfonso—le respondí un poco avergonzada. Me disponía a darle una elaborada
excusa, cuando me interrumpió con un gesto de su mano.
—Te voy a decir la verdad. La prueba era bastante exigente, pero pude haber salido bien…si
hubiese querido hacerlo.
Quedé muda de sorpresa, y él prosiguió:
—No respondí nada en esa prueba, porque he tomado un decisión: No voy a estudiar aquí. Ese es
un empeño de mi madre, no mío. Voy a irme al pueblo a atender el campo, con mi padre. Él está
viejo, enfermo y cansado. Ha dado bastante y ya no puede ocuparse de todo solo. Necesita de mi
ayuda.
Quedaba claro que hablaba de algo que había reflexionado muchas veces.
—Allá podré estudiar, poco a poco, algo que nos sea útil para mejor trabajar la tierra o para mejor
administrarla—concluyó, en tono resuelto.
—Bueno, me parece que es una decisión muy adulta. Al final es tu vida y tienes que tomar
control sobre ella.
Hice una breve pausa buscando mejor mis palabras, y continué.
—Sabes que tu madre quedará sorprendida y no le caerá muy bien esa decisión… ¿cierto?
—Lo sé. Al comienzo será muy duro para ella, pero al final, lo entenderá. He aprendido mucho
de ti, durante estos días. No eres la mujer fracasada y frustrada que dicen. Tomas tus propias de
cisiones y has construido tu propia vida. Yo voy a hacer la mía.
Detuve el coche a un lado de la vía y lo abracé emocionada.
—Muchacho, jamás pensé que alguien como tu podría decirme eso.
—Todos nos llevaremos sorpresas en este viaje—dijo bromeando.
Cuando se alejaba el autobús en que retornaban mis familiares, quedé con una sensación de
satisfacción por algo que había logrado sin proponérmelo. Por su parte, las palabras de Alfonso me
ayudaban decisivamente a desprenderme de una pesada carga de culpas y complejos que, sin ser
plenamente consciente, llevaba conmigo hasta ese día. Repetí en mi mente, varias veces, mi propia
frase “Al final es tu vida y tienes que tomar control sobre ella”. Me traía muchas imágenes a la
mente, pero, al final, todos mis pensamientos confluían en Curtis. Le envié un mensaje telefónico.
“Necesito verte”
Rápidamente respondió:
“Yo también… ¿Cuándo?”
“Mañana en la tarde… ¿a eso de las 4?”
“Más bien como a las 7…y te invito a cenar… ¿aceptas?”
“Acepto. ¿Dónde nos vemos?”
“Ven a mi casa”
Dudé, sobre su atrevida propuesta. Unos veinte minutos después contesté:
“Allí estaré a las 7.”

Eran las 6:30 y ya todo estaba listo. Quince minutos antes de la hora, el anfitrión ve acercarse el
vehículo de Mariela. No pudo evitar un sobresalto de emoción en su pecho, aunque para nada le
sorprendió que llegara más temprano, pues ya la estaba conociendo.
Salió y fue a buscarla a su vehículo, con una enorme sonrisa. Ella ya caminaba en su dirección.
Se toparon frente a frente a las entradas del modesto edificio. Se estrechan las manos con cierta
formalidad y él la invita a pasar a su casa.
Curtis había retocado el recorte de su cabello y barbas y llevaba una camisa manga larga de
cuadros, y un vaquero en unas condiciones inusualmente conservadas.. Mariela vestía ropa de
oficina, pero había dejado en el auto su chaqueta y se había librado del moño, dejando caer sus
hermosos cabellos sobre sus hombros.
El anfitrión le habla del sencillo menú preparado para la improvisada cena y bromean como si se
tratara de una exquisitez gourmet. Le ofrece:
—¿Gaseosa o cerveza?…—Antes que ella responda, continúa: —Sé que te gustaría un jugo
natural, pero mi licuadora se dañó y no me he tomado el tiempo para repararla—se excusa.
Ella sonríe.
El desordenado apartamento había quedado atrás, al menos este día. Había hecho un gran
esfuerzo en hacer este lugar digno de esta visita. Mientras disfrutan una cerveza, le muestra a su
invitada la vivienda de dos habitaciones La primera, estaba repleta de repuestos de motocicletas
ordenados según tipo marca y modelo.
Ocultos tras estos, hay algunos aparatos electrónicos, computadoras… de procedencia ilícita.
Salieron y Curtis cerró prontamente la puerta. Tras esa puerta encerró también todos los aspectos de
su vida que no consideraba dignos de Mariela.
En la segunda habitación, pulcramente aseada, hay un armario repleto de jeans, chaquetas de
cuero, franelas sin mangas, lentes oscuros y varias botas de cuero, todas negras; una cómoda con un
televisor, una radio y una amplia y bien tendida cama. No resisten la tentación de la cama.
Abrazos, caricias y besos se apoderan de ellos y los despojan de sus ropas. Él puede admirar
ahora a plena luz, y en completa desnudez, la armonía de los contornos musculados y perfectos de su
cuerpo, ya no juvenil pero, esmeradamente cuidado. Esos contornos que no se atrevió a mirar cuando
la brisa en su motocicleta los descubrió aquella primera vez y con los cuales luego compartió una
noche en la playa..
Ella puede admirar ese cuerpo, tosco pero fuerte, que cuando está con ella transforma toda su
hostilidad en ternura. Ya no le molestan ni le intimidan tatuajes ni cicatrices, nada de ello reduce la
sensación de seguridad y protección que le brindan aquellos musculosos brazos..Se entregan uno al
otro apasionadamente, sin acordarse de la cena.
Ya en la madrugada, después de una cena que debió ser recalentada, Curtis la acompaña a su
coche, y le dice en voz baja:
–Nunca hubiera pensado que alguien tan estirada guardara tanta pasión.
–Nunca hubiera pensado que alguien tan rudo pudiera guardar tanta ternura.
–Yo tampoco. Eso es culpa tuya—replica él, jocoso. Se ríen. Luego en tono serio le indica:
—Realmente no sabes lo que tú ocasionas en mí. Como tu presencia llena de luz mi vida y disipa
tantas cosas oscuras…
Ella lo toma del cuello, con ternura. Lo mira directo a los ojos a muy poca distancia y le dice con
entonación misteriosa:
—Hay algo que he querido decirte hace un tiempo…
—Interesante… ¿y por qué no lo has hecho?
—Temo que te intimide…
—Quizá seas tú, mujer autosuficiente, la persona intimidada…—responde retándola.
—Quizás…
Tras un silencio, salen de aquellas bocas esas palabras mágicas que tanto necesitaban decirse:
—Te amo—susurra ella.
—Te amo—susurra él simultáneamente.

Adelaide viste una cómoda bata de franela que usará para dormir. Aunque apenas son las ocho ya
se ha dado una reconfortante ducha y se lavó cuidadosamente su largo y hermosamente encrespado
cabello.
Está culminando de cepillar su cabello, para disponerse a cenar con algo de frutas y yogurt. Hace
tres semanas descubrió que la grasa estaba acumulándose indebidamente en su cintura, restándole
prestancia y atractivo a su voluptuosa figura; así que, decidió someterse de nuevo a la tortura de una
dieta y aumentar la frecuencia de sus sesiones de ejercicios. Mientras recuerda con nostalgia como
hace años era tan sencillo deshacerse de algunos kilos de más, recibe un mensaje en su teléfono. Es
Mariela:
“No te acuestes…Te invito a cenar”
“Uy amiga. Agradecida, pero ahora no quisiera salir…además recuerda que estoy a dieta…”—le
responde afianzándose en su decisión de recuperar su silueta.
“Bueno… no tienes que salir. Cenamos en tu casa…” –insiste su amiga.
“Mientras no pretendas que a estas hora sea yo quien cocine…”—accede.
Ahora Mariela responde a través de una llamada telefónica:
—Para nada….jajaja. Estoy frente a tu puerta. Ábreme ya. Se enfrían las pizzas
—¿Pizzas? En lugar de abrirte la puerta debería matarte—responde mientras abre, observa dos
botellas que trae en sus manos y exclama—¡y con vino tinto!… ¿acaso alguna de mis rivales te paga
para engordarme?
Se abrazan fraternalmente.
—Hoy vas a celebrar conmigo. En compensación, me compromete a entrenar contigo al menos
dos meses…
—¡Cuatro!
—Hecho—responde con seriedad Mariela.
—Está bien ahora procedamos a nuestra bacanal, mientras me vas explicando, el motivo de
nuestra celebración, que ya intuyo que tiene que ver mucho con el sexo masculino…
—Pues sí…con los hombres que me querían aplastar y no lo lograron y con el que me hace crecer
—responde pícara y ruborizada.
Ambas se ríen con mucho agrado, mientras sirven porciones de pizza y descorchan botellas.
Mariela contó, de manera desordenada, pero con sumo detalle y constantemente interrumpida por
los comentarios y preguntas de su interlocutora, todo lo que había vivido, desde la llegada de
Augusto y su séquito. Ya habían transcurrido unos pocos meses, pero las amigas no habían tenido la
oportunidad de compartir sus opiniones y criterios al respecto, en primera instancia por su disciplina
en acatar las normas de confidencialidad impuestas por la empresa, pero luego porque la dinámica
misma de los acontecimientos las había distanciado un tanto, en este período.
Aunque eran de personalidades distintas, las unía, sin duda, una sincera amistad; por tanto, el
tiempo distanciadas no hizo ninguna mella en la confianza y transparencia con que se trataban.
Mientras avanzaba el tiempo la conversación se hacía más expresiva en las palabras usadas y también
en los gestos, impulsadas las damas por el espíritu de sana complicidad y, es innegable, por los
efectos del licor.
Si bien las historias de las negociaciones entre las empresas, el impacto de enfrentarse a su ex
esposo adúltero y su amante, y las conspiraciones tejidas y destejidas, les ocupó un tiempo
importante; lo que terminó concentrando la atención de las mujeres en su diálogo fue, por supuesto,
esta nueva relación que surgió con Curtis.
Con inusual desenfado, Mariela le narra todo lo vivido con Curtis. Le cuenta como se siente hora
liberada de sumisiones. Como un hombre de apariencia tan hostil, y de una vida tan dura puede ser
tierno y comprensivo. Como se siente apoyada sin sentir ser dirigida ni controlada…
Adelaide, se muestra impresionada por el impacto positivo que la relación con ese hombre ha
causado en su amiga, pero le advierte:
—Por muy maravilloso que sea todo con tu motorizado, siempre todo tiene su lado oscuro, sus
aspectos negativos. Si no los ves, es porque estas ciegamente enamorada, no porque no existan…
—Claro que existen y los puedo ver…
Mariela le hace un recuento muy rápido de las obvias diferencias de estilos de vida y de lo poco
que conoce sobre la historia y la cotidianidad de Curtis, para rematar:
—Aún así, me ratifico en que tenemos una conexión muy fuerte…
—¡Puro fuego!—exclama en broma su amiga.
Mariela ríe y aclara, sin poder evitar sonrojarse:
—Es innegable que hay una enorme y apasionada atracción entre nosotros. Pero esto es mucho
más que eso. Seto que nos complementamos, que sus fortalezas apuntalan mis debilidades, y que yo
logró hacer lo mismo por él.
—Entones es ¿caridad…?
—No chica, por el contrario, eso lo hacemos con todo placer y sin conflictos.
—Uuuuyyy. ¡Estás plenamente embarcada en ese viaje a la felicidad! Jajaja
—Jajaja—ríe Mariela. Hace una pasa, respira y continua en tono reflexivo—Tengo temores, sin
duda, pero es más lo que me motiva, que lo que temo. Mi vida con Augusto, por el contrario inició
llena de certidumbres y sin temores… y esas certidumbres me agobiaron, me asfixiaron, hasta que
descubrir su infidelidad, dolorosamente, me liberó.
—Augusto fue un desgraciado, contigo.
—Eso me devastó por un buen tiempo. Reencontrarlo me removió muchas cosas y me hizo sentir
algo insegura, pero ahora celebro que haya aparecido; pues me ha permitido cerrar ese capítulo y
abrirme a nuevas cosas en mi vida.
—Y a nuevos hombres—interrumpe Adelaide con picardía.
Ahora me siento resuelta, más tranquila, más feliz.—culmina Mariela su reflexión.
—En conclusión: El desgraciado de Augusto se fue hace unos años, dejándote en una amarga
tristeza…ahora volvió con la finalidad de retornar la alegría a tu vida… ¡contra su voluntad!—
concluyó con sarcasmo Adelaide.
—¡Contra su voluntad!—repitió casi a gritos Mariela.
Rieron a carcajadas.

Aunque sutil, fui decidida al pedirle a Curtis que me permitiera conocer más de su vida. Así pues,
aquí estoy; con una blusa negra, una chaqueta de cuero, jeans y botas de cuero, en un festival de
motocicletas.
A mi alrededor, ruedan cientos de esos vehículos. Participan en competencias de habilidades.
Cruzan el aire estridentes músicas. Se expende variados estilos de comida rápida y licores. Casi todos
los asistentes están ebrios; además muchos están bajo los efectos de sustancias más fuertes y nocivas.
Estoy esperando a Curtis, quien también está bastante ebrio y dudo si ha consumido algo más. No
percibo su serenidad y fortaleza de carácter de siempre. Lo noto agresivo, mostrando hostilidad hacia
los demás. Esa conducta, parece ser necesaria y bien valorada en este ambiente poco honorable. Ese
hombre que me llena de amor, se transforma en una persona desagradable y de mala conducta…eso
me causa temor.
Curtis se prepara en el área de los jurados a recibir una premiación por un tercer lugar que ganó
haciendo unas impensables acrobacias en su pesada moto. Vencida por el hambre, hurgué en las
alforjas de la moto, buscando algo de dinero para comprar comida.
Toqué algo de metal pesado, que supuse un repuesto de motocicleta o alguna herramienta de
trabajo y, curiosa, lo extraje de la alforja. Palidecí cuando vi lo que tenía en la mano. Curtis regresaba
trofeo en mano y tomó rápidamente el arma de mi mano temblorosa y la guardó de nuevo.
—¿Qué es eso?—pregunté.
—Sabes lo que es—respondió con sequedad.
—Pero… eso es peligroso…—balbuceé nerviosa. Él me agarró de ambos hombros con firmeza y
me explicó, mirándome directamente a los ojos:
—He tenido una vida dura, lo sabes. Mis padres casi nunca los veía. Me fui de casa muy joven, y
desde entonces no los he visto. Me hice hombre en la calle, con rudeza, no con mimos. Aprendí a
defenderme.
—Pero ahora no lo necesitas… eso es peligroso…puedes dañar a alguien…—continué nerviosa.
–Aún debo protegerme. Trabajo con vehículos y repuestos muy costosas. Si me robaran pierdo
mis clientes y mi trabajo…me arruinarían—dice en tono más comprensivo.
–No me gusta. Violencia llama a violencia—dije en voz muy baja.
Él me abrazó y me sentí protegida…aunque me sacudía la duda de cómo terminar de alejar a este
hombre, tan tierno y de buen corazón, de esta terrible vida que ha llevado.

Gutiérrez no separa la vista de los papeles, mientras sorbe café de su taza. Su cara es a cada
instante más expresiva, pasando del asombro al regocijo. Mariela espera pacientemente que su jefe
culmine su revisión, que empezó con desánimo y ahora continúa en medio de una gran emoción.
En su corazón, agradece aquellos consejos dados por su amigo motorizado en la Biblioteca, que
le han ayudado a recuperar la confianza en sí misma. Cuando Gutiérrez finaliza de leer, suelta la taza
a un lado del escritorio y los papeles llenos de tablas, gráficos y textos hacia el otro y levanta la
mirada y los brazos extendidos al cielo, exclamando en tono confidencial:
—¡Esto es maravilloso! ¡Maravilloso!
Mariela sonríe regodeándose del efecto de su informe en la mente de su jefe.
—¡Estábamos a punto de entregarnos inocentes como unos corderitos y resulta que nosotros
somos el más fuerte de los carneros!
—Exacto, Elías.
—Por eso, tramaron toda esa guerra sucia contra ti… ¡para que no desvelaras esto!
—Exacto, de nuevo. Debo agradecerte que me obligaras a tomar esos días libres que me
resultaron inicialmente tan molestos…fue entonces que inicié esta investigación y pude hilar todo lo
que ocurría en el fondo de este asunto…
—Tenemos que hacer nuestra jugada ahora mismo…—dijo alegre, levantando el auricular de su
teléfono de escritorio. Mariela se levantó y muy lentamente puso sus dedos sobre el contacto del
auricular, cortando la llamada que aún no se iniciaba.
—¿Qué pasó? ¿Qué haces… ¡acaso no es el momento de actuar!?
—Lo es, sin duda…pero, siendo yo quien ha desvelado esto, creo que me merezco una
recompensa…
—¿A que te refieres? Sabes que esto te ganará una posición en la directiva de FDC….
—Eso ya lo doy por descontado, me refiero a algo más inmediato… y más personal, digamos.
Elías y Mariela se rieron con malicia, entendiendo de antemano a que se refería la mujer.

En el retorno, de aquel rally de motocicletas, discutimos varias veces más y nos despedimos
disgustados. Pasamos varios días sin contactarnos y luego varios más en que sólo cambiábamos un
“Buenos días” o “Buenas noches” por mensaje telefónico.
Apreciar lo integrado que estaba Curtis a ese medio me hizo temer que nunca pudiera alejarse de
esa vida. Eso me causaba temor; pero lo que realmente me aterraba era pensar que yo nunca tuviera
la fuerza para dejarlo, si fuera necesario… Era tanto mi amor, que dudaba, con razón, de la firmeza
de mi voluntad. Tal duda, era la razón real de mi molestia.
Un sábado en la mañana, que no recibí respuesta a mis mensajes, decidí buscarlo, dándome como
excusa estar preocupada por su bienestar, para no reconocer que la nostalgia me embargaba. Recorrí
su casa, que estaba solitaria. Me acerqué al “Club” pero aún era muy temprano para que hubiera
alguien allí. Decidí acercarme al taller donde decía que trabajaba.
Nunca había ido, pero tenía idea de cómo ubicarlo. Detuve mi vehículo en una esquina de la
avenida y recorrí las calles aledañas poco a poco, hasta que conseguí una especia de estacionamiento
donde un señor bastante mayor con el cabello canoso, muy largo, recogido en una trenza, leía unos
libros de letras muy pequeñas.
—Buenos días, señor, ¿podría usted decirme…?
—¡Curtis! ¡Atiende aquí a la señora!—me interrumpió con un grito.
Del fondo del estacionamiento que fungía de taller, con una braga azul teñida de grasa por todos
lados, salió aquel hombre de cabellos y barbas rubios. Me sonrió. Luego se mostró avergonzado de
su aspecto, que contrastaba con mi pulcro atuendo casual. Le sonreí. Él se acercó, con un cigarrillo
encendido entre los dientes.
—Disculpa, mi aspecto. Estoy reparando unas motos…—se excusó.
—Estás trabajando, no tienes por qué excusarte—dije sonriente; ilusionada viéndolo tan
responsable y trabajador.
Luego retiré con cariño el cigarrillo que él llevaba en la boca.
—No me gustas que fumes.
—Parece que hay varias cosas que no te gustan de mí…
—Varias…cierto. Aunque son más las que me gustan.
—Me alegra escuchar eso.
—¿Estarías dispuesto a cambiar alguna de esas cosas que no me gustan?—pregunté decidida.
—Ya he cambiado más de lo que crees. Tú me has cambiado—dice sonriendo felizmente, pero
luego su mirada se ensombrece un tanto y continúa —…pero algunas cosas no son tan sencillas y
requieren tiempo.
—Tendremos que ir una por una, me parece—replico, impactada por tan hermosa confesión y
tratando de reconfortarlo—Empecemos por que trates de no fumar.
—Tendrás que besarme más.—responde Curtis, con sus ojos verdes llenos de nuevo, de alegría.
Apagué el cigarrillo en un cenicero, lo besé y me fui.

Curtis llega al Club, caminando. Lleva un vaquero muy azul, que parece nuevo. Unas botas
negras bien lustradas y una camisa manga larga a cuadros. Barba, bigote y cabellos bastante bien
recortados. Aunque ya el bullicio de la estridente música que brota del local se escucha a varias
calles, son pocos los asistentes aún.
Todos lo conocen allí. Pero con este atuendo la mayoría tarda en identificarlo. Entra y se sienta en
la mesa de siempre, donde están algunos amigos de farras que empiezan a bromear sobre su nuevo
aspecto. Les responde agresivo y cortante:
—¡Cállense, estúpidos!
Cesan las risas y palabras en esa mesa.
—¿Dónde está el Buitre?—pregunta a todos.
Varias manos señalan hacia la barra donde el Buitre está sentado con algunos hombres. Hace una
seña y se levantan dos hombres a buscarlo. La mesa sigue en tenso silencio. El Buitre se acerca
lentamente saludando amistosamente. Sabe que la imprudencia que cometió de hurtar esa droga y
exponer a todos a una guerra con el “Muñeco” tiene a Curtis furioso.
–Anda a negociar. Nos montaron una emboscada y tú nos metiste en ella. Así que tú lo resuelves
—le ordena Curtis, en tono severo.
– ¿y si me matan? – contesta Buitre, molesto y atemorizado.
—¡Te enterramos!
– ¡No voy!
– ¡Te mato yo! –gruñe Curtis levantándose de su silla.
Intercede Ronin, que acaba de hacer presencia:
—Dale compadre. Asúmelo que tengo un Plan—dice hablando a Buitre. Luego se dirige a Curtis,
cambiando el tema, mientras le muestra un pequeño bolso de mano:
—Traje lo que pediste.
Curtis instruye a todos:
—Aquí tienen un poco de mercancía. Atiendan solamente a los clientes claves. Ronín y yo nos
desaparecemos unos días más. Buitre se pierde hasta que tenga el asunto con el ”Muñeco” resuelto.
Se levanta y se va sin despedirse, pensando en lo útil que resultó el consejo dado por Mariela aquel
día en la Biblioteca.

Augusto entra a la oficina de Mariela sin siquiera tocar la puerta. Como es su costumbre viene
ataviado con elegancia y meticulosamente peinado. Sus blanquísimos dientes lucen una sonrisa un
tanto artificial, que denota un sentido de superioridad. Se sienta frente a Mariela y le habla muy
cortésmente:
—Es un honor para mí, en particular para mí,—reitera –transmitir a FDC el beneplácito de
nuestra Junta Directiva por los avances que hemos tenido en las dos últimas semanas en nuestra
fusión de intereses. Nuestro más alto nivel ha recibido una muy buena respuesta de los nuevos
inversionistas.
—Podríamos decir, que todo va viento en popa…
—Correcto. Como era de esperarse.
—Agradezco tu gentileza en informarme, pero… ¿no deberías hacerlo directamente al señor
Gutiérrez?
—Precisamente, a eso me dirijo…pero quise hacértelo saber a ti primero.
—De nuevo te expreso mi agradecimiento…
—Además—dice Augusto interrumpiéndola —Quisiera invitarte a un almuerzo…
——¿Almuerzo…?—contesta ella extrañada.
——Bueno, será una reunión de trabajo, pero en un ambiente menos tenso. Para ir limando
cualquier arista que quedé en el camino…
—Me parece bien… ¿cuándo?
—Pasado mañana.
—Hecho—responde Mariela y se encara de nuevo a su portátil dando la espalda al abogado que
sale pronto de su oficina.

En lugar de uno de los típicos restaurantes de ejecutivos, con muy buen servicio donde solían
darse este tipo de reuniones. Augusto la cita a un restaurante de lujo de ambiente íntimo, donde un
par de veces fueron a celebrar algo mientras estuvieron casados. La jugada no pasó desapercibida a la
mente aguda de la economista.
Esperaron la llegada de su exquisito menú, debatiendo amablemente, sin entrar aún en tema,
mientras tomaban un delicioso vino rosado que también estaba asociado a aquellas veladas del
pasado. Augusto llena de elogios personales y profesionales a Mariela, quien recibe todos con
sonrisas.
Al fin Augusto, hace su primer movimiento directo. Le plantea que en beneficio de FDC ella
debe apresurar la firma del “joint venture” para la próxima semana sin esperar la tediosa revisión de
las reaseguradoras, pues si se retrasa las condiciones que ofrece LFCT Corp., pueden no ser tan
beneficiosas.
—Imagínate, que seas tú quien logre esto. Tu carrera se catapultará a las estrellas—concluye, con
ademanes de presentador de televisión.
—Ya lo había imaginado—responde ella con frialdad.
Todas aquellas cordiales sonrisas se han borrado de su rostro. Extrae de su bolso un pequeño
sobre lo abre y saca un pequeño juego de papeles con gráficos y tablas de números. Lo pone en la
mesa ante los ojos de Augusto, y le explica, con cierta amargura:
—Seguramente, no entenderás mucho de este informe, pero te recomiendo que lo conserves.
Gracias al tiempo que me hiciste posible disponer, pude hacer una minuciosa investigación de la
relación que guarda actualmente LCFT Corp., con la banca y los seguros…En resumen: de no darse
este acuerdo, nosotros perdemos una buena oportunidad y ustedes, bueno… ¡ustedes pueden dejar de
existir!
—Espera un momento… ¿qué dices?… tú no puedes…ustedes no pueden—balbucea el letrado
desconcertado.
—¡Puedo todo! ¡Podemos todo!—dice cortante, para luego continuar un tanto más cordial, pero
sin poder evitar el sarcasmo –No te preocupes. El acuerdo nos sigue interesando. Sólo que ahora las
relaciones de prioridad cambiarán un poco…más que un poco, tal vez.
Hace una pausa para contemplar como el desconcierto de su interlocutor se va transformando en
furia e impotencia
—Por lo pronto, te dejaremos a cargo del equipo negociador de LCFT Corp. Esperarás aquí en la
ciudad a nuestra convocatoria en unos días, que nos tomaremos para replantear la negociación, con la
revisión de las reaseguradoras, por supuesto. Luego prepararás una reunión conjunta de nuestras dos
empresas con los nuevos inversionistas. Es necesario que nos conozcamos a la brevedad.
Hace un silencio, para acrecentar el efecto de sus palabras en el hombre, ahora humillado, con su
arrogancia esfumada.
—Es todo Augusto. Gracias por la invitación—dice y se levanta. Da dos pasos y se devuelve a la
orilla de la mesa, para hablar justo a su lado:
—Una cosa más: Mantén a Gabrielle en tu equipo. No es muy brillante, pero es útil en las cosas
menores…y te ayudará a sobreponerte—le susurra mofándose de su relación. Continúa en tono
desenfadado –Al mequetrefe metrosexual, échalo de aquí. No aporta nada.
Se da vuelta y golpea adrede con su bolso la copa de vino de él arrojando el líquido sobre su
pantalón. Sonríe y exclama teatralmente:
—¡Oh que lamentable accidente! …¡y con un vino de tan mala calidad!
Se aleja entre las mesas sin mirar atrás, mientras su ex esposo se queda impávido frente a esta
nueva versión de Mariela.
Esa tarde en su oficina, Mariela se regocija de su triunfo sobre Augusto. Aunque es un asunto
profesional, sin duda, tiene un sabor a venganza personal que ella disfruta. Se siente renovada y de
buen humor, con mayor confianza en sí misma.
No puede evitar agradecer a Curtis por esta nueva actitud “Es algo de esa agresividad que he
aprendido de él” La colman de nuevo las dudas sobre esta relación. No sobre el amor de Curtis, sino
sobre el destino de ellos juntos; marcado por tantas diferencias y por algunas conductas muy poco
defendibles del hombre.
La ilusión volvió a su alma, con una idea en su mente: “Si yo he aprendido a superar tantos
temores y mojigaterías arraigados desde la infancia, gracias a su amor; él también puede aprender a
desechar la violencia y la hostilidad gracias al mío. ¡Nos complementamos!…por eso nuestro amor
es tan fuerte. Juntos superaremos todo.” Toma su teléfono y le envía un mensaje a Curtis.
“Oye. Creo que hemos discutido más de la cuenta. Te extraño“
Al rato complementa con otro mensaje.
“Si tú también me extrañas, envíame un mensaje. Quiero verte”
Pasa un par de horas sin obtener respuesta, hasta que llega un mensaje de Curtis:
“Quiero verte. Si no te avergüenzas de mi”
Ella salta en su butaca emocionada. Deja pasar unos diez minutos para no delatar su ansiedad y
luego responde con atrevimiento.
“Ven a mi casa a las 8 pm. La cena la preparo yo…lo demás lo dejo a tu iniciativa”.

Curtis se despierta. La mira dulcemente dormida a su lado y admira de nuevo la belleza de su


rostro. Parece muy feliz, y él también lo está. Despertarse en esa cama le hizo recordar, los más
tiernos momentos de su infancia, cuando después de una rabieta se quedaba dormido en cualquier
mueble con su cabeza apoyada sobre los muslos de Francisca. La misma serenidad, la misma paz.
Se desliza de la cama hasta quedar sentado en el suelo de la habitación. Bromea consigo mismo:
“Hace mucho que no sabía lo que era una sábana perfumada con suavizante”.
Allí, sentado en el suelo, en ropa interior, lo asalta la ansiedad por las acciones que sabe que debe
tomar para mantener este amor. Mariela no merece un gángster y él lo sabe más que nadie; pero salir
de ese mundo no es algo sencillo y Curtis sabe eso también. Comienza a vestirse en silencio de
espaldas a la cama cuando siente la mano de su amada que lo toca suavemente.
—Debo irme –dice él, en tono muy bajo.
Mariela lo toma de la mano en silencio y, con suavidad pero con determinación, lo hace volver a
la cama. Mientras el sol comienza a iluminar el cielo, ellos se colman de nuevo de amor.
Se duchan juntos y desayunan sonrientes y a prisa, pan tostado y café. Parece que llevaran años
compartiendo la vida juntos…parece que lo harán por siempre…
Curtis se viste y sale, después de un beso tierno.

Adelaide caminaba en ropa deportiva. Aunque iba dispuesta sudar, su ropa no estaba exenta de
coquetería y buen gusto. Esta vez salió bastante temprano y se dijo, jocosamente: “Por primera vez
soy yo la que va reclamar a Mariela que tenga prisa”.
Aún no eran las 6:30 de la mañana y ya estaba a unos cien metros de la entrada del edificio de
Mariela, cuando vio salir de allí, presuroso, a una figura masculina inconfundible. Se acerca,
corriendo sigilosa, y puede observar, como sale en su moto por el estacionamiento trasero,
sacudiendo sus húmedos cabellos. Sube corriendo, al apartamento—Al abrir la puerta, consigue a
Mariela en bata de baño, recién bañada y sonriente.
—Espérame, ya me arreglo.
—¡Lo metiste a dormir en tu casa!—susurra Adelaide con evidente preocupación. Mariela se
detiene frente a ella extrañada.
—¿Quién te entiende? Tú siempre me alentaste a sus brazos…
—¡Una cosa es salir de tu mojigatería y otra es darle acceso a tu vida a un hombre como ese!
Estás yendo demasiado lejos con esa relación –dice en tono de reprimenda.
—Tú no sabes de lo que hablas. Tú no lo conoces. No sabes, en realidad, el hombre que él es—se
defiende Mariela.
—Ni falta que me hace. Con sólo verlo, se sabe que no es un hombre para entrar en la casa de una
mujer decente.
– ¿Ahora tú me das lecciones de moral? ¿Qué me quieres decir? ¿Quieres que aplique tu fórmula
mágica? …“Disfrútalo y luego déjalo” ¡Yo no soy una mujer fácil sin corazón como tú!
– Corta esto ya, Mariela. Déjalo ahora que aún puedes…
–¡¡Nos amamos!!.
—¡Tonta…Eso no es amor!
—¡Tú no sabes nada del amor!—gritó Mariela.
Con esta frase, la discusión termino. Las dos amigas se miraron furiosas, con las lágrimas a punto
de desbordarse de sus ojos. Adelaide se retiró sin decir nada más. Mariela se sentó en su sofá a dejar
fluir las lágrimas y las incertidumbres causadas por tan fuerte discusión.

Adelaide dejó en mi casa, simulando ser accidental, un compendio de los maliciosos informes de
Gabrielle. Cuando al final los leí, no sabía si odiarla o agradecerle.
Había en ellos una verdad contundente, que yo había mirado de soslayo: Curtis, ese maravilloso
hombre que me ha enseñado a amar, pidiendo sólo amor como contraparte, es un delincuente.
Lo cité en su propia casa, a lo que accedió, extrañado pero sin miramientos. Entré a su
apartamento, que ahora no me pareció tan acogedor. Curtis notó mi tensión de inmediato y se paró
frente a mí. Lo confronté sin diplomacia, con las cosas más horribles que conseguí en esos papeles.
Él se sintió molesto, quizá acorralado, pero me dio la cara:
—No perdamos el tiempo, estableciendo las falsedades y exageraciones que te han contado.
Nunca te he mentido—dijo serenamente…
—Pero no me has dicho las cosas en las que has estado metido—le reproché.
—De eso siempre es mejor no hablar. Pero te he dicho lo más importante, que me crié en las
calles, que me he forjado y defendido como he podido. Hice lo que tuve que hacer, pero no estoy
orgulloso de eso.
—¡Me mentiste! Me dijiste que habías cambiado…
—No. Te dije que tú me habías cambiado. Que nuestro amor me ha cambiado. Y eso es cierto.
Sabes todo lo que siento por ti.
—¡¡Entonces sal de todo esto!!
—Lo haré, pero debo arreglar primero algunas cosas—me replicó mientras su mirada se
entristecía cada vez más.
——No arregles nada, ven conmigo, y ya resolveremos todo.
—No puedo, no es tan sencillo…
—¡No quieres!—le grité.
—¿Qué pretendes…que de un día para otro deje todo y me transformo en tu ama de llaves hasta
que algún enemigo del ayer me encuentre en delantal y me devuelva a la realidad a plomo limpio?
No puedo hacer eso, necesito tiempo…
—¿¡Tiempo para delinquir!? No soporto esto. ¡No hay más tiempo! ¡Es ahora o no será!
Me miró con tristeza infinita y me dijo;
—Tú me hiciste ascender a un mundo en el que nunca había vivido…a tu nube de felicidad.
Confía en mi…yo conseguiré la forma de volver allí y quedarme para siempre.
Yo no respondí nada y salí de allí decepcionada, furiosa y llorando.

Ha pasado más de dos horas del final de la jornada de trabajo. Mariela aún está en su oficina,
frente a su computadora, revisando de nuevo algún trabajo que ya está completamente revisado, o
bien podría revisar mañana.
En los últimos días, ha tomado esa costumbre, tratando de saturar su mente de actividades
banales, para no decaer ante la abrumadora sensación de soledad que la embarga. Pasó años con una
vida metódicamente ordenada, que aún no logra recuperar…más aún, no sabe realmente si quiere
hacerlo.
Hace 51 días exactos que no ve a Curtis y no sabe nada de él. Aquella última discusión, fue
bastante agria. Más bien, la actitud de Mariela fue bastante agria; y lo hizo a consciencia, pues estaba
decidida a esta ruptura, pero sabía que le costaría mucho hacerlo.
Lo que no sabía, en aquel momento, es lo que ahora le estaba costando resignarse a la ausencia de
aquel hombre que le enseñó amar. Ese día, sólo valoraba todo los aspectos decididamente negativos
de la vida de Curtis y pretendía que los dejara atrás, justo en ese instante.
Curtis daba explicaciones y argumentos que le parecieron burdas excusas. “¿No es entonces tan
grande su amor por mí?” Se preguntaba, decepcionada, en plena discusión; y se repetía deprimida
cada día que había transcurrido.
Ahora, sin proponérselo, restaba importancia a todo aquello que le resultaba molesto e
insoportable; pues extrañaba profundamente sus palabras, que le daban fortaleza, estímulo y aliento
ante cualquier dificultad, que la hacían confiar más en si misma; necesitaba sus bromas y sus
sonrisas, que la contagiaban de buen humor.
Añoraba estar protegida entre sus fuertes brazos, recibiendo el premio de sus tiernos besos.
“¿Acaso no tuve paciencia suficiente, para lograr que nuestro amor lo cambiara?” se preguntaba
ahora con duda y, con cierto grado de arrepentimiento.
Empezó a hurgar noticias en internet, tratando de superar la ansiedad que le daba recordar aquella
frase de su madre “el amor lo sana todo, el amor lo puede todo”. No quería, al menos hoy, seguirse
cuestionando si no hizo lo suficiente por el amor de este hombre tan complejo y especial.
En la pantalla de la computadora una fotografía, de pronto, captó toda su atención. Era la fachada
de aquel “Club” de personas de conducta poco recomendable. Apenas leyó la palabra “Sangrienta”
abrió la página web, con intensa angustia, para informarse en detalle.
La noticia hablaba de una riña acaecida en el lugar nocturno, la madrugada anterior, dónde
resultaron varias personas lesionadas por contusiones, armas blancas y armas de fuego.
Varios de ellos fueron llevados a hospitales, Las autoridades habían tomado el local y detenido a
varias personas.… La rápida lectura fue acompañada de un creciente escalofrío en la espalda que
terminó haciéndola temblar de pies a cabeza. Recorrió tres veces uno a uno todos los nombres citados
entre las personas heridas y detenidas buscando sin encontrar algún “Curtis Lizarraga”. No estaba
conforme; así que decidió buscar en persona.
El “Club” estaba vacío, cerrado, acordonado por cintas amarillas de seguridad y custodiado por
dos policías que acababan de tomar la guardia y rápidamente la despacharon de allí, sin darle ninguna
información adicional.
Se dirigió a la Comandancia de Policía, donde utilizó algunos contactos que le permitieron
revisar la lista de todos los detenidos, por ese o por cualquier otro caso, sin conseguir resultados.
Hizo un recorrido metódico de los centros de salud. Uno a uno, confirmó el ingreso de cada
persona que hubiese llegado herida esa madrugada, hasta que constató que nadie con su nombre ni su
descripción había ingresado.
Resolvió acercarse a la casa de Curtis. Tal como pensó, seguía desolada. Ya había pasado cerca
varias veces en las últimas semanas, tratando, a lo lejos, de verlo. Siempre como esta vez la casa
estuvo completamente cerrada y a oscuras.
Llegó a su casa, extenuada, después de las cuatro de la mañana, con una mezcla de emociones.
No haberlo encontrado en esta exhaustiva búsqueda, le hacía creer que no estuvo allí en aquella
trifulca, o al menos, resultó ileso. Esta idea le devolvía algo de tranquilidad a su agitada respiración.
Sin embargo, mantenía dudas y temores y una enorme nostalgia, pues sentía que no tendría manera
de volver a verlo jamás.
Se duchó y se acostó, para esperar las horas de la mañana, sabiendo que no podría dormir.
A las nueve de la mañana, se presentó, con su rostro demacrado, disimulado tras unos lentes de
sol, en el único lugar que restaba, el taller de Yopo. Se acercó, en silencio, buscando en su mente las
mejores palabras, para abordar a aquel señor que se encontraba agachado, revisando unas piezas de
una motocicleta. El viejo no la dejó hablar:
—No se preocupe. Curtis no estuvo allí.
Ella suspiró y contuvo con dificultad las lágrimas.
—Hace más de un mes que se fue – siguió hablando sin mirarla.
—¿Sabe a dónde?—preguntó con timidez.
—No, estoy seguro. Creo que al Puerto.
—¿Al Puerto…? ¿Y que fue a hacer allí?—preguntó extrañada.
—No lo sé. Dijo algo sobre conseguir el camino a una nube…—respondió el viejo de cabello
trenzado, sin haber en ningún momento levantado la mirada de su trabajo.
—Gracias—musitó Mariela, mientras se alejaba. Por debajo de sus amplios lentes de sol
deslizaban lágrimas; esta vez más de ilusión que de tristeza.

A la cabeza de la Impresionante mesa de reuniones está un hombre de baja estatura, bastante


obeso. Su calva brillante, adornada de escasos cabellos y sus ademanes agitados desencajan con la
solemne modernidad del logo de LCFT Corp. que está imponente en la pared detrás de él.
Todos los asistentes, enfundados en trajes de diseñadores reconocidos y con sus rostros ocultos a
medias entre portátiles, tabletas y teléfonos inteligentes, no pueden ocultar que comparten su
nerviosismo. Cuando termina su alocución, un hombre de mediana edad, con la apariencia de un
militar, reporta:
—Hemos utilizado a los mejores equipos de investigadores privados. Hemos utilizado nuestras
influencias en los organismos oficiales… ¡No logramos dar con él!
—Debe haber otra solución, Dr. Sánchez Carrero –interrumpe un señor de abundante cabello
cano.
—No hay nada más que discutir—replica el abogado, —El testamente es claro. Si no
conseguimos al heredero, nuestra Corporación se paralizará en plazo de semanas.
Murmullos de preocupación y desagrado llenan la sala, el abogado, continúa
—El presente y el futuro de “Leopold Curtis Fairbanks Trading Corporation” depende de que
hallemos a este hombre—sentencia mientras hace proyectar en la pantalla la foto de un sujeto de
unos 30 años, de cabellos y barbas claros muy largos y desaliñados.
El Dr. Augusto Sanabria, Gerente de Commodities de la Corporación, se levanta lentamente, con
su mano en alto y una sonrisa. Cuando capta la atención de todos los asistentes y logra su silencio,
dice con autoridad:
—Sé cómo podemos hallarlo.

Ya es casi mediodía. El sol radiante se hace ya bastante pesado. En la autopista del Puerto, hay
abundancia de vehículos transitando. Entre ellos va una modesta motocicleta de mensajero. La
conduce un corpulento hombre, con pantalón de lino oscuro y camisa blanca manga larga, muy bien
planchada, adornada con una corbata de listas diagonales negras y azules.
Lleva zapatos de vestir de cuero negro, bien lustrados. Está perfectamente afeitado, con un corte
de cabello de estilo militar que hace lucir más claros y brillantes sus rubios cabellos. Se detiene en un
semáforo. Se quita los lentes oscuros, dejando ver sus ojos de un verde oscuro poco usual y una
pequeña cicatriz que desciende como una lágrima huidiza al final de su ojo izquierdo.
Título 8
Dios del Sexo
Romance y Segunda Oportunidad con su Amor
Verdadero
1
La eminencia sexual
Se puede decir que el sexo es mi pan de cada día. No estoy acostumbrado a estar lejos de la
cama de alguna mujer, o incluso de la mía, por mucho tiempo. No sé, simplemente me gusta. Me he
hecho tan bueno en esto de hacer sentir bien a las mujeres, que la verdad a veces ni lo intento,
incluso, se podría decir que soy un Dios. Es una cualidad que obtuve del trabajo duro, de la
dedicación y de la práctica constante adquiriendo cierto tipo de habilidades. Es un buen ejercicio y
una buena manera para sentir que estoy vivo. ¿No es que dicen que debemos ejercitarnos a diario
para tener una vida sana? Yo lo hago, no deberían juzgarme.
El sexo es grandioso, increíblemente satisfactorio e incluso puedo decir que es increíblemente
necesario. Sin embargo, últimamente he sentido que no le estoy dando la atención adecuada, como si
ya hubiera desafiado y conquistado todos los limites. Es tanto que el preámbulo y lo que le precede
se hizo tan insignificante que, para recordar a una mujer, primero tengo que verla desnuda, de lo
contrario «nada». Y eso me hace pensar, ¿Sabes?, es que no es algo a lo que esté acostumbrado;
pensar demasiado las cosas no es lo mío, y mucho menos lo que concierte a mi emocionante vida
sexual.
Descubrí todo eso cuando conocí a una chica (una de tantas que he conocido desde que lo hago
por deporte) con la que creo que tuve algo especial. Estoy casi seguro que puede que haya intimado
con ella de cierta forma antes de nuestro encuentro, aunque de todo ello, nada más el sexo fue lo que
importó. Y esa fue la primera señal de que algo no andaba bien con mi rutina. Me desperté al día
siguiente sabiendo que había logrado acostarme con una hermosa mujer, aunque no recordaba
exactamente cómo lo conseguí.
No recuerdo muy bien los detalles de relevancia en cuanto a sus intereses, su edad, su nombre, a
qué se dedicaba o incluso qué la llevo a dirigirme la palabra, pero sé que era una mujer
increíblemente atractiva, pecosa, tetona… estoy seguro que los lunares que se extendían por la parte
alta de su espalda y caían como cascada entre sus dos enormes pechos, eran una de las cosas más
sensuales que había visto en una mujer. No lo sé, me gustó. De trasero enorme, piernas sensuales,
ojos color marrón y una vagina que te mueres del encanto cuando la ves, que te dan ganas de jugar a
penas te la muestran. Era tan hermosa que sentía que estaba subiendo de categoría en cuanto a mi
cortejo. Aparte de todo eso, como si fuese el postre, era bien putona. Eso me gustó. Siempre me ha
gustado.
Usando ropa, se veía como cualquier otra mujer con un buen carisma físico; su sensualidad no
me hacía pensar en algo más allá del sexo… no obstante, tal vez, si me hubiese dedicado a prestarle
más atención a los detalles ajenos a su espectacular forma de coger, tal vez habríamos hecho buena
pareja. ¿Quién sabe?
Estoy casi seguro que la conquisté hablando, así que lo más probable es que, luego de una larga
conversación poco importante, terminamos yendo a su pieza. Tal vez ni siquiera haya sido su
intención, pero de todos modos terminé disfrutando de su hospitalidad cuando entramos a aquel
departamento. ¡Besaba de puta madre! La forma en que lo hacía me hace preguntar el por qué está
soltera…aunque, ahora que lo pienso, no me dio ninguna razón para pensar que lo estaba. Qué
curioso ¿No?
Responsablemente, me entretuve con las partes más notorias de su cuerpo mientras que me
dejaba embriagar por el dulce néctar de sus labios. Mientras, ella apretaba el bulto que se hacía en mi
pantalón y trataba, simultáneamente, de introducir su mano por la cintura para cogerlo más de cerca.
Supo mantenerme distraído hasta que me llevo, a lo que recuerdo como una especie de sofá,
dejándome caer para poseerme. No parecía un lugar muy cómodo para lo que teníamos en mente en
aquel entonces, pero cumplió con el cometido.
Me desvistió con sus propias manos porque no quiso que hiciera otra cosa más que tocarla. La
chica sin nombre, no quería dejar de experimentar ese placer que yo le estaba dando. Por mi parte, no
tuve que deshacerme con prisa de ninguna de sus prendas. Ella llevaba un vestido de tela suave que
se perdía entre sus nalgas sin bragas y sus pechos sin sujetador, me pareció maravilloso que el trabajo
estuviese prácticamente hecho; no tuve que distraerme con nada. Sí que es una encantadora señorita.
Sus pechos, sus nalgas, su vagina. La dominé de tal forma que su menté quedó en blanco.
Pensaba en lo mucho que le hacía falta un buen sexo, algo que la hiciera escapar de su rutina. Por
suerte para ella, yo estaba ahí para complacer sus necesidades, lo que la hizo sentirse afortunada de
encontrar a un extraño que le ayudara a perderse por ese mágico instante. Su mente se sacudía en
respuesta a mis estímulos; yo era la razón de su placer.
Apreté esos glúteos, me introduje sus pezones en la boca y dibujé mariposas sobre ellos con mi
lengua. Un poco de esto y de lo otro, entre movimientos agresivos y delicados para volverla cada vez
más loca; cuando veía que le estaba gustando demasiado, me detenía para que no llegara tan rápido al
clímax.
Mis dedos jugaban con su clítoris, sus labios, esa parte del interior de su vagina que se endurece
al taco. Sus piernas iban de un lado a otro. La dejé recostarse sobre el sofá mientras que mi rostro se
perdía dentro de su sexo. Quería más y me lo hizo saber cogiéndome del cabello para enterrar mi
boca, aún más, en su vulva. Mi lengua pasó a hacer lo que mis dedos hicieron al principio. Estaba tan
excitada que parecía un grifo abierto. La traía loca. Gemía de placer… (joder, cómo me encanta
escucharlas gemir), y eso me motivó a tocarla aún mejor.
Nos saltamos la parte en que me daba placer con la boca, no me importaba que no me diese una
mamada, era lo de menos. La cogí por la cintura, la acerqué más a mí mientras que ella mantenía sus
piernas flexionadas en el aire. Mi pene, ya erecto y listo para la acción, estaba invadiendo su espacio
personal. Era un buen espectáculo: sus pechos desnudos, sus piernas abiertas, su mirada lasciva, su
vagina empapada y las ganas de ser cogida que le emanaban del cuerpo, todo eso resultaba
encantador.
No me lo decía, pero me quería adentro. Sus pupilas dilatadas me miraban con intensidad. Cogió
sus senos con las manos (otra cosa que me encanta ver) y comenzó a apretarlos, a jugar con sus
pezones, a gemir porque su piel estaba sensible, porque todo lo que la tocaba le causaba placer. No lo
dudé y la hice mía. Cogí sus tobillos y empujé mi pene dentro de su vagina con fuerza, sacándole el
aire, borrando sus ideas. La mujer sin nombre apretó aún más sus pechos, quedándose tiesa por unos
segundos, como si la hubieran empalado.
Quería gemir, pero no tenía suficiente aire en sus pulmones para emitir ningún sonido. Su
vagina se aferraba a mi pene de forma involuntaria, sin querer dejarlo salir; estuvimos ahí por varios
segundos hasta que por fin pudo recuperarse un poco. Gimió como quiso. Con los ojos en blanco,
jadeando mientras que su corazón palpitaba a mil por minuto. Quiso decir algo, pero yo ya sabía que
diría. Me fui saliendo lentamente, dejando que la textura de mi pene fuera estimulando sus sensibles
paredes.
Ella sentía cada centímetro de mi pene saliendo de su vagina, arrastrándola a un cuarto oscuro
en donde el placer era tan espeso que se sentía con la mano. Eso logró arrinconarla y embriagarla. De
nuevo, me abrí camino al interior de su cuerpo. Esta vez suave, con delicadeza; le permití entrar en
razón, logrando que se sintiera bien sin sentirse agobiada.
En lo que la totalidad de mi pene estaba en la totalidad de su vagina, quiso abrir de nuevo su
boca para decir algo, pero yo no quería conversar, quería hacerla gritar de placer. Así que, como dios
manda, me salí rápidamente, jalándole el alma para luego empujarlo con fuerza. Comencé a
embestirla, sacudiendo sus pechos, sus nalgas, moviendo el sofá de su lugar y haciéndola estremecer
con gritos de lujuria. Bombeaba su cuerpo, llenándolo de aire, de goce, de éxtasis. Quería más y yo
se lo estaba dando.
—¡Dionisio! Te estoy hablando —dice mi padre, trayéndome de vuelta a la realidad.
—¿Qué pasó? —miro a mi alrededor y me doy cuenta que estamos solamente los dos en la sala
de juntas— ¿Dónde están todos?
—Pues se fueron hace cinco minutos —se queja—, mientras que tú estás ahí viendo al vacío
como un estúpido.
Mi miró con desprecio. Lo que me hizo sentir que de cierta forma me odiaba ¿Será por eso que
es así?
—No tienes por qué…
—No tengo por qué ¿Qué? —su forma de hablar cambió por una más desafiante, levantando el
mentón como si estuviera a punto de saltar de su silla e ir venir a darme un golpe en la cara.
—Este… —no tuve de otra más que respirar profundo. En ese momento creí que tal vez si
podría con él—, porqué…
Pero no, me equivoqué. El peso de su mirada era más espeluznante de lo que me esperaba. No
era tan sencillo ¿Sabes? No es como que pueda simplemente decirle las cosas de frente como un
hombre; ojo, no es que no sea hombre… es que… si lo conocieras lo sabrías. Mi padre no es un tipo
cualquiera.
No recuerdo muy bien cuando me di cuenta de que era un hombre extraordinario, pero creo que
comenzó con una bofetada con el dorso de la mano, así, al mejor estilo de la mafia. Todos mis
hermanos estaban ahí, y creo que ellos sabían lo que me esperaba y sin embargo no me lo advirtieron.
Desde ese entonces, cada vez que siento que puedo levantarle la voz, me comienza a picar la mejilla.
No fue un golpe normal.
—Nada… —le respondí, rindiéndome como siempre. Él bajó el mentón lentamente, pero sin
apartar su mirada dominante de mí, como queriéndome decir: «más te vale, jovencito».
—Hum…
Presos por un silencio incómodo, hice lo que pude para evitar su mirada, aunque, no dejaba de
verme fijamente. Cuando comienza a bajar los ojos, me llegó la impresión de que el ambiente se
estaba tornando tenso, y, en efecto, eso hizo. Habiéndose vuelto pesado, me hizo más difícil el estar
fingiendo que nada pasaba. Eso constituye una de las grandes habilidades de mi padre para hacerlo
todo difícil.
No cabía duda de que estaba en una mala posición, quería simplemente levantarme, pero, se me
hizo un tanto difícil ya que para él sería una especie de desafío.
Si tan solo hubiera estado prestando atención a la junta, habría podido levantarme con todos los
demás.
De repente, mi padre aclaró su garganta, agregándole más peso a un ambiente ya de por sí tenso.
Mientras lo veía, me sentía cada vez más indefenso, encogiéndome ante su presencia como todos
siempre hacemos frente a él. Y es que, la verdad, a temprana edad descubrí que no tengo la potestad
ni el valor necesario para decirle lo que pienso a mi padre, por lo que me mantengo al margen de la
vida y las discusiones con tal de no perder la pequeña porción de nada que me ha dejado. Siendo
humilde se llegará lejos ¿O no?
De todos modos, tampoco parece que me vaya bien con eso.
En ese instante, no lo estaba viendo y sin embargo sabía que no apartaba sus ojos de mí. Mi
mirada estaba fija en la mesa de madera importada mientras que su respiración me recordaba que
estaba ahí. indefenso, débil, incapaz e incompetente, cada vez más quería irme.
De repente, comenzó a hablar, avisándome de nuevo que debía escucharle.
—Necesito que hagas lo que te pedí… —dice, luego de actuar como si estuviéramos en la
misma página.
—¿Qué?
—Coño, Dionisio ¿Me estabas escuchando siquiera? —dice él, atacándome como siempre está
acostumbrado a hacer.
Mientras lo escucho, contengo la rabia que acumulo cada vez que estoy cerca de él. Odio que
me hable así, es que es tan… respiro lentamente y me digo que debo calmarme, mientras que intento
no demostrarle a mi padre que estoy enojado con él. Ya de por si aquel encuentro se estaba haciendo
un tanto amargo como para agregarle una discusión innecesaria al menú.
—Deja la insolencia, hombre. Qué te estoy hablando —dice, dándose cuenta que no estaba a
gusto con su forma de hablarme.
—Lo sé, lo sé… —le respondí, sin muchas ganas de seguir escuchándolo; mientras más le
hablaba, más sentía que su puño cerrado se aproximaba a m mejilla, lo que me generaba un poco de
comezón—, te digo que sí te escucho.
—¡Ah sí! ¿En serio? —Dijo, con sarcasmo—. Entonces supongo que has de saber de qué estaba
hablando ¿Verdad?
—Sí… —miento. Esperando que con eso sea suficiente.
—Dime pues…
Lo miro en silencio, diciéndome a mí mismo ¡Demonios! Porque, a pesar de que sabía que no
me saldría con la mía, esperaba que por lo menos lo dejara así.
—Este…
—Hum… —dice, sin ganas, como si yo no lo valiera—. Déjalo así… no me escuchaste.
Su desinterés me obliga a torcerle la mirada, arriesgándome a parecer que lo estoy desafiando.
Creo que no importa mucho lo que le diga o lo que haga, nunca está satisfecho conmigo; si no es
esto, es lo otro, y cuando no es porque dice que estoy haciendo algo mal, es porque me opaca bajo la
puta sombra de mis hermanos, quienes no dejan de lamerles las botas, limpiando el terreno como si
fueran una plaga. Lo elogian, hacen todo lo que él quiera y siempre tratan de ser los hijos ejemplares
esperando poder quedarse con el puesto del patriarca de la familia.
Entre ellos, se puede decir que soy el menos agraciado por ser el menor y el que tiene que luchar
de más para llamar la atención. Pero, no sé por qué tenga la necesidad que ser tan duro conmigo.
—Aunque, por lo menos escuchaste toda la reunión ¿Cierto? —dice, mientras baja la mirada
para darle más atención a los papeles sobre su mesa.
—Sí —Le miento, aunque con un tono respetuoso porque ya siento que estoy pasándome un
poco de la raya.
—¿Seguro? —me pregunta, evaluándome con la mirada, lo que me hace sentir que me está
leyendo los pensamientos. ¿Acaso es posible? Es decir, siempre se siente.
Mi padre tiene una forma de expresarse y actuar, que lo deja a uno preguntándose si estamos
hablando con un hombre normal o con un monstruo imparable. Lo miro a los ojos y siento que me
está analizando de tal forma que ya sabe, incluso, lo que hice esta mañana. A veces siento que estoy
perdido.
—Sí, papá —le respondo, con la esperanza de que no sepa en realidad qué no lo hice.
—Hum… —dice de nuevo—, está bien —responde, dándome permiso.
Con eso, no me toma mucho tiempo bajar la mirada, coger mis cosas y levantarme tan rápido
como puedo. Mientras más pronto salga de ahí, mejor me voy a sentir. Aquel ambiente se hizo muy
pesado en muy poco tiempo.
—Espera —dice, deteniéndome, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta.
—¿Sí? —respondo, girándome con extremo cuidado.
—Y deja de cogerte a mi secretaría…
¿Cómo lo supo?
—No me pongas esa cara, que te conozco muy bien.
—¿Por qué lo dices? No lo estoy haciendo —miento descaradamente. Incluso me yergo para
que parezca que estoy seguro de lo que digo.
—No vamos a discutir otra vez por esto, solamente procura no cogértela a ella —demanda—,
cógete a quien te dé la gana menos a las empleadas de mi empresa, te lo agradecería mucho.
Hago el intento de responderle, pero justo en ese momento, baja la mirada y levanta la mano
para decirme con ella que me retire. Hago lo que dice mientras que pienso que, esta vez, debería
hacerle caso. Caminar por esas oficinas ya no es lo mismo, siento cada vez más la mirada penetrante
de las mujeres que trabajan ahí, seguro de que ninguna ha dicho nada al respecto, pero como si todas
entendieran entre sí qué es lo que han hecho conmigo.
Los pasillos que están desde la oficina de mi padre hasta el elevador, están ocupados por
cubículos y pequeñas oficinas en las que, estoy casi seguro de que, por cada tanto metro cuadrado,
hay una o dos mujeres con las que me he acostado.
Pero es que es difícil no ceder a esos impulsos. Para ser honesto, es como si de algún modo ellas
me llevaran a hacerlo sin ningún motivo. No estoy diciendo que sea por cómo se visten, o cómo se
comportan, o incluso su presencia. Lo digo porqué son tan hermosas que es imposible no intentar
acercarme. Tampoco es como que las obligo a hacer algo que no quieren.
Casi siempre, ni siquiera saben que existo (o eso pienso), y tengo que hablar con ellas e intentar
convencerlas que es buena idea tener un poco de intimidad. Conversamos, intercambiamos ideas, le
digo lo hermosas que son y terminamos haciendo lo que quiero hacer. Mi padre no deja de decirme
que está mal hecho acostarme con tantas mujeres; no termina de contarme por qué, pero no deja de
hacerlo. Aunque, esta vez no lo hizo.
Luego de atravesar todos los pasillos, elevadores y caminos necesarios para llegar hasta mi
oficina, me encargo de borrar el amargo sabor de boca que me había dejado aquella reunión con mi
padre.
Poco a poco voy buscando alguna excusa para dejar de pensar en él, en sus problemas, en mi
familia y todo lo que nos concierne como personas, lo que me lleva de regreso al recuerdo agradable
de la grandiosa noche que tuve el día anterior a ese. Reviví de nuevo cada detalle como lo había
hecho durante la reunión, para terminar con lo que había empezado.
No pude evitar pensar que, luego de aquel encuentro, le mentí descaradamente con que la
llamaría porque tuvimos una especie de «conexión». No era como que no lo hubiese hecho antes,
pero, de cierta forma, ese día me sentía pensativo (creo que es culpa de mi padre). Recordé que me
marché sin ningún tipo de atadura, lo que, sentado en mi oficina viendo al techo, me llevó a
preguntarme si en realidad estaba haciendo lo correcto.
Tal vez no le había dado antes la importancia adecuada. ¿En qué momento comencé a ser así?
Me pregunté, en el silencio de mi oficina. Viendo todo en retrospectiva, comencé a entender que, de
cierta forma, nunca había tomado en serio a ninguna mujer con la que me había acostado,
descartando así la posibilidad de una relación normal. ¿Cuándo dejé de lado todo eso?
Tras verlo así, comencé a creer que en mi vida debería haber algo más.
2
Huyendo y encontrándome
Mujeres de todos lados han conseguido un pedazo de mi así no se lo esperaren. Lo tenía todo en
la vida: dinero, tiempo, atractivo… No necesitaba preocuparme por más nada, y mientras que me
mantuviese ocupado, ni mis complejos me atormentarían. Durante años disfrute tanto del sexo que
llegó a ser solamente una manera de conseguir placer.
Puede que no haya sido mi pan de cada día, pero sí se las arreglaba para meterse sin avisar en mi
agenda uno que otro día de la semana. Llegué a practicarlo tantas veces que dejé de preguntarme si lo
hacía por amor. Nunca más me preocupé por lo que ellas podrían querer después y a olvidarlas a
todas en el instante en que me iba o se iban de mi habitación.
Luego de que lo pensé bien, me di cuenta que era un completo patán, pero como no tenía una
verdadera razón para encarar mi comportamiento de frente, seguí con mi vida.
El trabajo innecesario que tenía en la compañía de mi padre, el dinero, el sexo sin control y una
vida permisiva y llena de lujos, me llevó a ser lo que soy ahora. Conozco a muchos tipos de cuerpos,
pechos, rostros; de maneras de besar o coger ni se diga; lugares, personas, distracciones y de más.
Pero, sin importar todo lo que sé, hago, o soy, siempre terminaba en el mismo lugar luego de ir a
trabajar.
Se puede decir que era una especie de escape, tomando en cuenta que cada vez que iba a aquel
edificio sentía que estaba muriendo. Hubo un tiempo en que eso me obligó a tomar cierto rumbo en
mi vida. En su momento, no estaba muy pendiente en si debía prestarle atención al oficio, a las
amistades o cualquier otra cosa, porque yo solamente quería disfrutar «el ahora». Así que, luego de
terminar mi jornada laboral de un día cualquiera, me aventuré por la ciudad hasta que caí en un bar a
unas cuantas calles de mi oficina.
En casi nada de tiempo, se volvió mi lugar favorito para escaparme de la rutina, de las
conversaciones tediosas, de las mujeres asfixiantes, mi padre, mis hermanos o incluso de la
ostentosidad de la que tanto me valía.
Fue ahí cuando encontré el lugar perfecto para perderme.
—¿No es un poco temprano para beber? —dijo la chica, al verme pasar la puerta. Mia, la que
atiende la barra.
—Pues no lo parece, porque abriste antes de que llegara.
Ambos nos miramos como siempre lo hacíamos, sonriéndonos mutuamente, en un conjunto de
complicidad y camaradería, esa que solamente se consigue cuando conoces por mucho tiempo a una
persona.
—¿Todo bien? —pregunté, cerrando la puerta a mis espaldas a pesar de que era de esas que se
cerraban solas.
—Sí, vamos bien; tiempo sin verte, querido —respondió ella, sarcásticamente— pero no
esperaba verte pronto, mucho menos un sábado.
—Sí…
—¿No es que estarías todo el fin de semana jugando con tu piano nuevo o algo así?
—Ese era el plan, hasta que mi papá me llamó.
—Ya veo… ¿Mal día? —preguntó luego de verme fijamente.
—¿Se nota mucho?
—Mi amor, cada vez que vas a ese edificio, estás teniendo un mal día.
—Tienes razón…
—¿Quieres que te sirva algo?
Levanté la mirada y sonreí de nuevo. Mia, constituía una especie de amistad valiosa para mí. La
vez que la conocí, en el mes de mayo de algún año que ya pasó, no creí que llegaría a ser mi amiga
en cierto punto de mi vida, por lo que me porté como me porto con cualquier otra mujer. Para aquel
entonces era un cliente de rutina, pero no hablamos sino hasta que, en uno de mis tantos malos días,
ella se acercó y comenzó a platicar conmigo.
Recuerdo que aquel día pedí la cerveza artesanal por la que eran famosos en la zona y me senté
en silencio en la barra. Levanté mi mirada, consciente de que podría frustrar su intento ignorándola,
pero, para salir un poco de la rutina y justificar todo el tiempo que había estado yendo para allá, le
respondí con amabilidad. Ciertamente no tenía ganas de hacerlo, no cuando mi idea era borrarme por
completo y aparecer por arte de magia sobre mi cama al día siguiente. Aunque, a pesar de mi falta de
interés, triunfó en crear un tema de conversación atractivo; pasado ese punto, se presentó.
—Me llamo Mia —dijo, contenta; su sonrisa desbordaba confianza, lo que me hizo sentir que el
saber su nombre era una especie de privilegio.
—Yo me llamo Dionisio.
—Mucho gusto, Dennis —sonrió, bautizándome desde ese entonces con aquel nombre—. Es un
placer conocerte por fin.
Fue un primer encuentro un tanto intenso; pasamos de hablar con tranquilidad, a sentir cierta
atracción el uno por el otro. Estoy convencido que de todos los encuentros sexuales que he tenido
hasta ahora, este es el único del que recuerdo un «antes». Platicamos durante horas hasta que
solamente quedamos nosotros dos en aquel bar. Era fabulosa la manera en que congeniamos; puedo
asegurar que no era en lo absoluto algo romántico, pero que de una u otra forma terminó con nosotros
dos teniendo sexo. Celo las memorias de aquel encuentro; un trofeo para mí.
Su forma de hacerlo era encantadora; tenía ciertas habilidades que no veías en muchas mujeres,
no del todo un problema, ciertamente estamos hablando de algo que cualquiera podría hacer, pero
decirlo y experimentarlo son dos cosas distintas. Luego de terminar de conversar y cerrar el local,
fuimos directo al grano. Ella me llevó hasta su casa, asegurando que no tenía nada que envidiarle a
mi lujoso departamento.
Siquiera intentamos hablar cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas porque ambos
sabíamos a qué íbamos. Mia suele molestarse conmigo cuando le recuerdo que ella estaba
increíblemente excitada esa noche y que no era el comportamiento que suelen tener las mujeres que
dudan de su sexualidad. Nos besamos intensamente, queriendo arrancarnos los labios, sintiendo
nuestros corazones latir con más fuerza, apretándonos junto con el otro intentando asimilar nuestros
labios como si pudiéramos hacerlo.
Durante esas horas, ella no pensó en lo que no le gustaba, en si estaba segura de que lo quería o
no porque, sin pensarlo demasiado, sabía muy bien qué quería: a mí. No la culpo, es difícil
controlarse.
Me tocaba y buscaba en mi cuerpo partes sensibles para estimularlas y entretenerse un rato; todo
eso mientras que iba quitándome la ropa en movimientos salvajes y furiosos. Nos llevamos una que
otra cosa por el medio, demostrando que no éramos capaces de mantenernos quietos en un solo lugar.
Ella me empujaba contra las paredes, yo hacía lo mismo. Rompimos dos floreros, tres portarretratos,
pisamos al gato y nos golpeamos lo suficiente para amanecer con moretones en diferentes partes del
cuerpo.
Encantado con la forma en que ella me deseaba, me dejé llevar. Arranqué lo que quedaba de sus
prendas, dejando en descubierto sus hermosos pechos. Estoy seguro que los lunares que se extendían
por la parte alta de su espalda y caían como cascada entre sus dos enormes senos obras del bisturí,
eran una de las cosas más sensuales que había visto en una mujer de este tipo. No lo sé, me gustó.
Ella parecía dispuesta a hacerlo conmigo (creo que como todas las mujeres que lo hacen) y yo
no tenía razón alguna para detenerla. Su mirada era tan lasciva como los gestos de su cuerpo, me dijo
que quería tenerme sobre ella, entre sus piernas; algunas personas a veces quieren tiempo para
practicar ciertas cosas como esas, pero ella estaba dispuesta a lo que fuera.
El sexo fue intenso, hasta el sol de hoy seguimos pensando en eso, pero no somos capaces de
intimar de nuevo porque no se sentiría igual; acordamos sin saberlo, que lo atractivo de ese momento
fue el anonimato, la casualidad. La parte positiva de todo esto es que, gracias a aquel afortunado
encuentro, creamos un vínculo que valoro enormemente.
Guindé mi saco en el perchero que estaba al lado de la puerta, sacudiendo la nieve antes de
entrar por completo al bar, para luego acercarme a la barra y sentarme en el mismo banco de siempre.
—Y de nuevo tienes razón otra vez. Pero esta vez dame uno grande, no tengo muchos planes
para hoy. —Le digo, acomodando mi trasero en el asiento.
—Pues, eso es bueno para el negocio, bebé —dijo riéndose.
—Mia, yo soy único bueno en este negocio. —Afirmé, sonriéndole con encanto.
—Sí, claro, señor sensación. Lo mejor que has hecho hasta ahora es llevarte cuanta mujer
aparezca en este bar—me entregó un gran vaso de cerveza artesanal, caliente y con abundante
espuma.
—Oye, no me llevo a «todas» las mujeres de este bar…
Al escuchar mis palabras, levantó la ceja en desaprobación y me miró fusilaste, queriéndome
asegurar que estaba equivocado.
—Eso fue hace mucho tiempo, no cuentas…
—Entonces no cuento —exclamó, escandalizada—, entonces no fui lo suficientemente buena
para ti… ¿Es por eso que regresaste a verme después de empalarme con tu valiosa estaca? Porque no
lo valgo ¿Cierto?
—Sabes que no… —traté de defenderme.
Era incapaz de responder a ello porque discutir al respecto no era lo mío. Ciertamente Mia había
sido una de las pocas relaciones sexuales que habían llegado a ser algo «más», por así decirlo, y no
era precisamente la más sencilla de manejar. Luego de aquella vez, no volvimos a acostarnos nunca
más, ni mucho menos nos sentimos en la necesidad de sucumbir de nuevo a nuestros impulsos. Estoy
contento, de forma unánime y silenciosa, decidimos ser amigos.
—¿Por qué lo haces? —aún incapaz de responderle, pero acostumbrado a su rutina, la miré con
recelo— ¿Qué te hice, mujer?
Y comenzó a reírse.
—Si sabes que es jugando, ¿Por qué te molestas?
—Sabes que no me gusta.
—Oh, vamos, no te sientas mal, sabes que no me importa.
—Fui el mejor sexo de tu vida…
—¡Oh no! No es para tanto.
Mientras discutimos nuestro pasado como una broma recurrente, aquel local comenzó a llenarse
poco a poco de personas. De vez en cuando ella interrumpía nuestra conversación para atender a las
personas que llegaban o ya estaban ahí, dándome tiempo para concentrarme en cada una de las
cervezas que ella me servía y en que, de cierta forma, los fines de semana podían llegar a ser un poco
diferentes ahí.
Ese día, constituía uno de los pocos sábados de mi vida en que tuve que despertarme temprano.
Mi padre había pedido que fuese a la oficina para trabajar lo que me llevó a querer despejar mis
pensamientos con un buen tarro de cerveza artesanal, además de que fue el primero al que fui al bar.
—¿En qué piensas galán? —Preguntó Mia. retomando la conversación que estábamos teniendo.
—En nada —mentí.
—No te creo. ¿Estás pensando en mí?
—No, no estoy pensando en ti —me defendí, sin deseo de decir lo que pensaba; de todos modos,
no era tan importante— te dije que no estoy pensando en nada.
—Vale, vale —dijo, riéndose con malicia— solo bromeaba… y, ¿Qué piensas hacer hoy? Estas
fuera de tu área, no sueles venir los sábados, así que no creo que puedas soportar la vida de los
mundanos un fin de semana.
—Muy graciosa; no es para tanto —dije, haciendo que se volviese a reír— además, no tiene
nada que ver que venga en sábado, es un día cualquiera.
—Claro que no, los fines de semana vienen personas diferentes. Y esas personas diferentes —se
acercó con un aire de misterio— no son lo que te esperas…
Miré a mi alrededor, cayendo ridículamente en su juego, pero, como no éramos lo
suficientemente extraños entre los dos, lo seguí con gusto; observé a las personas que estaban ahí,
ciertamente eran extrañas para mí, y aunque no me pareció nada importante, seguía sin ver la relación
entre una cosa y la otra.
—Aja —afirmé, volviéndome a fijar en ella— ¿Y eso qué? Las personas nuevas no son una
enfermedad… contagiosa.
—Puede ser, pero, a veces vienen chicas lindas a este lugar los fines de semana —aseveró—
aunque no sé qué tienen de especial estos días, pero no suelo verlas de nuevo por aquí.
—Y hombres lindos ¿No ves muchos por aquí? —bromeé.
—Tal vez —dijo, encogiéndose un poco—, puede que uno que otro aparezca, pero nada
interesante.
—Y… has… —le insinué, tratando de sacarle información.
—¡Oh no! ¿No te estoy diciendo? Ninguno interesante, creo que…
—Entonces ya te decidiste —le interrumpí.
—¿Decidirme a qué?
—A ser lesbiana; dices mucho que prefieres hacerlo que estar decepcionándote con cada
hombre con el que sales. Deberías intentar con alguna de esas mujeres. Solo digo —agregué,
bromeando con ella.
Me miró con desprecio, insinuando que no sabía de lo que hablaba. Luego, pasó a reírse
descontroladamente, haciéndome sentir que mis palabras habían sido estúpidas.
—¿Acaso crees que si comienzo a salir con mujeres mi vida sería más fácil? —Me miró,
levantando la ceja— ¿Te ha servido de algo a ti?
—No, bueno, yo no suelo salir con mujeres… —me excusé con un poco de semántica.
—Sí, bueno… —resopló, con insolencia— eso es cierto… nada más te acuestas con ella. —me
miró fijamente, con una intensidad casi palpable; los dos sabíamos que era verdad— Pero, para que
sepas: las mujeres también son unas perras; no te creas. Juegan contigo, te utilizan… todos son
iguales. Hombres, mujeres… ¡Todos! —exclamó, golpeando la barra con uno de los vasos que estaba
limpiando.
Nos miramos fijamente a los ojos creando cierto ambiente de tensión fingida, para luego quebrar
en risas como si hubiéramos pensado o dicho algo extremadamente gracioso. Lo bien que nos
llevábamos era lo que me hacía regresar. Ella, junto con todo lo que podía encontrar en aquel lugar,
me resultaba realmente agradable hasta el punto en que me hacía olvidar la vida que llevaba. Es
curioso cómo las cosas resultaron entre los dos.
—¿Y vas a llevarte a alguna hoy? —dijo Mia luego de servirle unos tragos a unos recién
llegados.
—Oye, no lo sé —miré a mi alrededor de nuevo—, no veo a nadie que me llame la atención.
—Sí claro…
—Además, es temprano…
A diferencia de l’amica Mia, encontraba difícil de creer que pudiera irme aquel día con alguna
mujer. No estaba preparado mentalmente para hacerlo, más que todo porque los planes que tenía al
principio del día no involucraban llevar a alguna extraña a mi casa.
Convencido de que estaba en lo cierto, decidí quedarme unas cuantas horas más esperando a que
el alcohol golpease mis neuronas junto con mis pensamientos y me permitiese concentrarme en algún
asunto trivial como cualquier otro ebrio. Mia se mantenía atenta a mis movimientos, tal vez porque
era una muy buena amiga o solamente sentía curiosidad; no tardé mucho en avisarle que ese no sería
el caso, a lo que insistió en que nunca lo es, y eso no me ha detenido todavía.
Así que solamente me quedé bebiendo mi adorada cerveza artesanal, consciente de que no había
manera alguna de que me fuera con alguien aquel día. Cosa que establecí muy claramente con mi
mirada en lo que Mia se fijó en mí, diciéndole de esa forma que ninguna de las mujeres de aquel
lugar me atraería lo suficiente para hacerme cambiar de parecer. Sin embargo, Como todo un cazador,
evaluaba cada mujer que entraba en el bar (en un intento por no hacerlo, me encontraba haciéndolo)
buscando algo que no sabía qué fuera importante.
—¿Alguna candidata? —preguntó Mia, acercándose tras una ausencia relevante.
—No —respondí derrotado— sí puede que no sean los mismos de siempre, pero no hace la
diferencia.
—¿Cómo qué no? —se escandalizó— ¿Acaso no estás viendo bien?
—Qué… te digo que no hay nada.
—Por favor, Dio, no es como que estés buscando la mujer perfecta para tu vida, estás buscando
a la mujer perfecta para «esta noche». Vamos, inténtalo de nuevo —levantó la mirada y ojeó ella
misma el lugar— yo digo que sí hay buenas candidatas.
Pensé que tal vez podría tener razón, que era posible que ella viese algo que yo no.
—A todas estas ¿Por qué tanto interés?
—Bueno —vaciló— porque me parece que necesitas distraerte un poco, no sé. Cuando tienes
sexo te ves un poco más contento; me hace creer que te ayuda a sobrellevar las cosa; no sé si me
explico.
—¿Parece que lo necesito?
—Siempre lo necesitas… —aseveró, luego de una pausa.
Habiéndole dado una segunda oportunidad a todas las mujeres del lugar, me llené de ánimo y
volví a ver, logrando así, cambiar por completo el curso de mi historia. Al principio todo se sintió
igual, hasta que, simplemente di con ella. No hizo falta más nada ya que su presencia justificaba
todo. Apoderándose de mí, no hubo cabida para la duda ni la incertidumbre; me atrapó con tan solo
respirar y desde ese momento no me dejó escapar de su encanto.
Haberla descubierto significó todo para mí. No era solamente su ajena perfección o su lejano
toque de elegancia, sino un conjunto de deliciosos detalles que la adornaban, la personificaban y la
hacían única. Sus maneras, su físico, e incluso su oportuna existencia, se ajustaban muy bien al
concepto de belleza; no sé exactamente de qué forma, pero en ese momento decidí que invertiría lo
que fuera para saberlo. Quería todo con ella, si todo era ella.
—Mia, Mia —exclamé con emocionado, agitando mi mano para llamar su atención. En lo que
se acercó, agregué—: ¿Quién es ella?
—¿Quién es quién? —preguntó, con la mirada perdida— ¿Dónde? —sabía a qué me refería,
pero no a quién.
—Esa, a tus tres en punto.
—Está bien… —vaciló— ¿Cuál de todas?
Ciertamente logré ignorar por completo a las otras mujeres que la acompañaban, quienes
cumplían el trabajo de resaltar su belleza.
—Joder, Mia, la que se ve mejor de todas ellas.
—Mira que para mí todas se ven bien —agregó, mordazmente.
—Vale, sí… ¿La viste ya?
—Sí… tiene cierto aire de puta…
—¿Quién? ¿Ella? No, para nada —me escandalicé— es hermosa —agregué, viéndola de nuevo
— Pero, ¿Sabes o no quién es?
—Te dije que los fines de semana venían personas que no vienen todo el tiempo ¿Cierto?
—Sí.
—Y qué no las conozco ¿Verdad?
—Aja… Pero ella es nueva o ha venido antes.
—Oye, no lo sé…
—Mírala bien —insistí— ¿Se ve como alguien a quien podrías olvidar con facilidad?
—Bueno, si te digo que no lo sé, es porque probablemente no la haya visto —me miró
decepcionada— así que supongo que no sé quién es ¿Eso responde a tu pregunta?
—Maldición…
—Pero ¿Para qué me preguntas? No es tu primera vez; ¡Ve y pregúntaselo tú mismo! No es tan
difícil.
—Es que está acompañada —me excusé.
—No te hagas el tonto ahora —se quejó— que eso nunca te ha detenido; si de ti dependiera, te
las llevarías a las cinco.
—¿Qué tipo de persona crees que soy? —la miré, fingiendo estar escandalizado.
—Pues de los que piensan con el pene.
—No pienso con el pene…
—Puede que sí, puede que no… pero las evidencias hablan por sí solas.
Volviéndome a fijar en ella, nuestras miradas se encontraron. Por unos segundos sentí que me
había topado con la belleza más sagrada nunca antes vista. Recuerdo ese día gracias a ella, a sus ojos,
su sonrisa… cuando me percaté de que no aparté la mirada, me di la vuelta, intentando como un
idiota fingir que nada había pasado, y me tapé el rostro con la mano.
—Me vio…
De inmediato, reconocí lo ridículo de mi actitud. No era la primera vez que veía a una mujer a
los ojos, pero si la primera que me hacía sentir así.
—Ahora qué te dio —preguntó Mia.
—Me vio —respondí, dándole la espalda a la belleza de las tres en punto.
—¿Y eso qué? ¿Nunca has visto una mujer antes?… Sí sabes que estás actuando como un idiota
¿No?
—¿Está viendo para aquí? ¿Sigue viendo para aquí? ¿Está haciendo algo? ¿Qué está haciendo?
—Oye, no lo sé, no voy a ver hacía allá; no voy a colaborar en tus tonterías.
—Vamos, Mia, no seas así. ¿Está viendo para aquí? —insistí.
—Hum… —se quejó, para luego agregar— Sí…
—¿Sí qué? —exclamé— ¿Qué está haciendo?
—Que sí está viendo para aquí.
—Mierda —murmuré— se dio cuenta.
—Claro que se dio cuenta; pareces un idiota escondiéndote de ella luego de que hicieron
contacto visual. Dennis, el contacto visual es importante; no puedes simplemente interrumpirlo.
—No interrumpí nada, solamente —vacilé— me di la vuelta y ya.
—¿En serio? —preguntó con sarcasmo—. Pues no creo que ella lo haya tomado así.
—¿Por qué lo dices?
—Porque viene para aquí.
—Mierda —exclamé, pensando si debería erguirme y enfrentarla, o salir corriendo— mierda,
mierda… ¿Qué hago?
—No lo sé, pero decide rápido porque se está acercando.
—Demonios…
—¡Vamos!, se hombre y actúa como tal.
Mia tenía razón. Así que me erguí, levanté el mentón y puse mi mejor cara.
—Hola… —le escuché decir, encontrándome a mí mismo de inmediato.
Antes de oír su voz por primera vez, no me había dado cuenta de lo perdido que estaba.
3
Katerina Walker
Katerina no era la primera mujer con la que salía, pero eso no quería decir que fuese la más
sencilla de tratar. Es una locura la forma en que me sacó de mi zona de confort tan rápido sin siquiera
sudar en el proceso. Aquel primer día, el hombre despreocupado y ebrio que me identifica, había
quedado de lado en lo que Kat apareció en mi vida, cosa que le agradecí, en su momento,
enormemente. En fin, resulta que, en realidad, ella se había acercado porque tenía la intención de
pedir otra ronda, pero en medio de todo ese desastre de emociones que me habían atacado, respondí a
su saludo (que no era para mí) con un:
—Hola ¿Cómo estás?
No tenía intención de hablar conmigo, pero de todos modos lo hizo, cosa que me ayudó a
recuperar la compostura mientras hablábamos. Luego de que Mia nos dejara tranquilos, nuestra
conversación fue mejorando cada vez más. Una conversación jugosa, si se me permite decir.
Hablamos de asuntos variados que iban desde «qué nos llevó hasta ahí» a «quienes éramos».
Me contó que era una estudiante de farmacología, ex corredora profesional, amante del deporte
y entusiasta aventurera. El paquete completo. Le expliqué quién era yo y todo lo que podía hacer,
pero sin sonar tan interesante como ella. Tratando de fingir que no estaba ebrio, hice lo que pude para
mantenerla interesada. Pero no duró toda la noche como yo quería. Al cabo de unas horas, comenzó a
terminar la conversación diciendo.
—Fue un placer conocerte, Dionisio.
—Dime Dennis, por favor —sonreí, apenado, pero sin dejar de intentar parecer un confiado—,
así me llaman todos mis amigos.
—Ah, bueno —se río. No sé por qué, pero me pareció extremadamente encantador—. Dennis
entonces, —acomodó con una sonrisa—, fue un placer conocerte.
—El placer ha sido todo mío —respondí, actuando con elegancia.
A raíz de eso, ella comenzó a reírse con delicadeza como su hubiera hecho algo cómico.
—¿Qué pasa? —le pregunté, riéndome sin saber muy bien por qué lo hacía ella.
—Pues que caballeroso eres –dijo, fingiendo en broma estar sorprendida—. Estás a gusto de
conocerme —se río de nuevo.
—¿Cómo no lo haría? —respondí, actuando de nuevo con elegancia.
Ella, volvió a reírse con un sonido nasal, pareciendo que de algún modo disfrutaba la forma en
que la cortejaba.
—Ay, vale… eres gracioso —dijo, aunque no estuviera siendo todo lo gracioso que podía ser.
—Gracias —respondí con orgullo.
—¿Cuándo no volvemos a ver? —preguntó, iluminándome la mirada y mejorándome lo que me
quedaba de vida.
—Cuando tú quieras —le dije, para no evidenciar lo emocionado que estaba en realidad.
Luego de eso, nos despedimos al fin, intercambiamos números y cerramos lo que había sido el
mejor cortejo de mi vida. De cierta forma me pareció que no había intentado siquiera llamar su
atención, pero en ese momento, Kat era una mujer completamente misteriosa para mí. Ahí estaba, yo,
idiotizado, como no lo había estado jamás.
Cuando por fin llegó el día de nuestro encuentro, comencé a atravesar por un proceso de
selección que partía desde: qué perfume usar. Hasta: en que coche irme. La raíz de mis problemas era
que no sabía qué cosa podría ser atractivo para ella: ¿Qué puedo vestir para seducirla con éxito? ¿Un
traje?
—A las mujeres le gustan los hombres de traje —me dije, justificando mi respuesta como un
tonto.
Pero las cosas no se quedaron ahí. En lo que resolvía cuál sería mi siguiente movimiento, otro
problema ridículo aparecía en frente para arruinarlo todo.
—Ahora… ¿Qué coche? O sea… ¿Cuál de todos podría ser cómodo?
En mi mente, todos los posibles resultados de aquella noche se extendían como si fueran el
estuche de operaciones de alguien que intenta torturarte. Así como en las películas. Y que el
torturador (mi cerebro) elegía cada uno de sus instrumentos para obligarme a retroceder cuando ya
creía estar listo para irme.
A como yo lo veía, si se daba la oportunidad, podría acostarme con ella y, de ser así:
—¿El coche lo soportaría? Así que ¿Cuál elijo?
Con Katerina me estaba haciendo una película mental que no había hecho con ninguna otra
mujer en mucho tiempo. Era la expectativa, la sensación de que era posible llegar lejos a pesar de que
nunca había llegado a más allá del sexo. Eso cambiaba por completo el partido, los jugadores, el
campo e incluso el tipo de juego. Sin embargo, sin conocerla y sintiéndome como me sentía, estaba
convencido de que lo lograría todo con ella.
Luego de planificar por completo mi noche, repasando mentalmente lo qué haría, cómo lo haría
y cuándo lo haría, nos encontramos en el restaurante que había elegido. Este local, era una
combinación de elegancia y categoría que servía para presumir el estatus de cualquiera. Lo elegí por
eso mismo, para que supiera que no era cualquier idiota que había conocido en un bar. Yo ya le había
dicho que tenía dinero, pero no le especifiqué cuánto. La idea era gustarle por quien era. No por lo
que tenía. Aunque ese hubiera sido mi gancho para atraer a las mujeres por tanto tiempo.

El día de nuestra cita se acercaba cada vez más. Yo me encontraba desesperado de que llegase la
hora de verla. Lo curioso de ella, es que una vez que la conoces no dejas de sentirte más y más
atraído. Asumo que se debe a que su forma de ser es perfecta.
Bueno, el asunto es que estaba increíblemente nervioso, algo que no había experimentado jamás.
Mi intención era sorprenderla a como diera lugar. Y es que después de aquella primera vez en el bar,
no volvimos a hablar de nuevo hasta la cita, lo que me dejó espacio para planificarlo todo. Pero, con
todo y eso, no dejé de buscar formas exageradas para meterme ideas locas en la cabeza.
Pensativo y nervioso, hice lo que pude para mantenerme al margen de la locura mientras
esperaba en frente del restaurante en que nos habíamos pautado.
La esperé recostado del coche, observando la calle mientras me imaginaba cómo se vería, qué
usaría o qué haríamos (y eso que ya había hecho un repaso mental del plan que yo mismo había
creado para esa noche). A los minutos en un taxi de la zona, apareció, llevándome a olvidar todo lo
que tenía en mente, y al bajarse, expuso esa belleza de la que tanto presumo.
Llevaba un vestido blanco muy bien ajustado que resaltaba las partes más atractivas de su
cuerpo; no recordaba que se viera tan bien y creo que eso simplemente lo mejoró todo. Emocionado,
me acerqué a ella para recibirla; no podía dejar que una mujer tan hermosa entrase sola al local.
—Te ves preciosa —resalté con obviedad.
—Gracias —dijo ella. Sin sonrojarse, como si ya lo supiera— tú no estás nada mal.
Creo que esa fue la primera vez que me di cuenta que no estaba tratando con una mujer que
dudaba de su belleza. Hay muchas en el mundo, incluso algunas lo toman con orgullo y un tanto de
soberbia, pero Kat no. En el momento en que le dije que se veía preciosa ni se inmutó. Se notaba que
lo sabía, pero no era algo que le importase demasiado. Pero fue un simple detalle que noté en su
momento y al que no le di mucha importancia. Tanto así que, sin pensarlo mucho, me concentré en
mí.
—¿Esto? —exclamé— no es nada —le miré de nuevo de arriba abajo— nada comparado
contigo, la verdad.
—No te margines, te ves muy bien —insistió.
—Está bien —acepté al fin, para complacerla.
Puse mi brazo en posición para que introdujera el suyo y así pudiéramos entrar al restaurante
como la cita que éramos.
—El mismo caballero del bar, que sorpresa, no intentabas impresionarme nada más —dijo. Al
principio me pareció que era una broma inofensiva, pero viéndolo en retrospectiva, parece que lo
había dicho en serio.
—La primera impresión es la que más importa, pero no quiere decir que deba las siguientes a
esas de lado —respondí, con una actitud segura y señorial.
Escucharla reír era maravilloso. La forma que sus labios hacía y en que se veían sus dientes con
elegancia, me hacía sentir increíblemente bien. Todo eso, acompañado de su dulce voz, era el
conjunto perfecto de atributos.
—¿A cuántas mujeres le has dicho eso?
—A ninguna tan bella como tú.
Simplemente se río, mientras que nos íbamos acercando lentamente a la puerta.
—Seguro se lo has dicho a otras, así como otros me han dicho eso mismo a mí.
—Yo lo digo en serio —aseveré.
—Ellos también lo decían en serio —responde— o por lo menos eso dijeron en su momento.
De nuevo, dándome la impresión de que se estaba volviendo una costumbre, me sacó de mi
zona.
—No me halagues tanto —agregó, dándome una suave palmada en el hombro como si fuera
más fuerte de lo que realmente era.
No le di mucha importancia a sus palabras y reí como si hubiese sido una broma cualquiera.
Continuamos caminando uno junto al otro hacía el restaurante. Entramos y vimos el lugar. La
reservación estaba lista y era la mesa más alejada del lugar. El mesero nos llevó hasta ella mientras
que Kat miraba su alrededor, como si estuviera evaluando el establecimiento; no la culpo, era
bastante lujoso.
—¿No estamos un poco lejos de los demás? —dijo ella, supongo que luego de observar el resto
de las mesas disponibles— ¿No estaríamos mejor por allá? —señaló una de las mesas detrás de
nosotros.
—¿Qué? Cerca de donde están los demás… no; arruinan el ambiente.
—Yo creo que no… —respondió. Parecía ofendida; de nuevo, otra cosa que no vi en su
momento.
—Créeme, valdrá la pena. Esta es la mesa más costosa de todas.
Le di paso para que se sentara en el sofá que rodeaba la mesa, en un gesto de caballerosidad que
ella correspondió sentándose.
—Sí, algunos le llaman la mesa del chef; aquí el chef trae los platos —me sentía tan erudito—
es la mesa más importante, solo los mejores clientes se sientan aquí.
—¿Y nosotros somos los mejores clientes?
—Bueno, contigo aquí, creo que superamos el estándar.
En ese momento creí que la tenía comiendo de mi mano.
—¿Y eso qué significa? —Ella no me dejaba nada fácil.
—Pues —vacilé— que contigo somos más que los mejores, porque como estás conmigo, y tú
eres lo mejor y… —divagué, consiguiendo de esa forma hacerla reír.
Con el tiempo descubrí que hacer reír a Kat era una especie de logro para mí. El asunto no es
que fuera fácil o difícil, sino que, de cierta forma, debía ser algo realmente significativo, y, para ser
honesto, por alguna razón solamente lo lograba cuando intentaba ser alguien que no era. Ese alguien
al que me acostumbré.
Al cabo de unos segundos, un mesero se nos acercó, saludándome como de costumbre, lo que
me sirvió para demostrarle que no era la primera vez que iba para allá. Este nos preguntó lo que
queríamos. Yo pedí que me enviaran lo que el chef quisiera darnos, junto con una de las botellas más
costosas que tenían en el restaurante, tratando de presumir ante ella mi reputación en aquel
establecimiento. No era fácil de impresionar.
Lo dije todo con total naturalidad, pero no conseguí nada de ello.
—Y ¿Por qué esa botella? —preguntó después, cambiando el tema por completo.
—Es la más costosa —aseguré, tratando de que viera que podía costearlo todo.
—¿Y eso la hace la mejor? —inquirió.
—Se supone que sí —dije, tratando de sonar seguro—, bueno, eso creo.
Poco a poco iba desconfiando más y más de mí mismo. Mientras más intentaba hablar ella
continuó cuestionándome dejando de lado mi papel de hombre seductor o el que utiliza su dinero
para atraer a las mujeres.
—¿Y qué te llevó a aquel bar? —preguntó, mientras que probaba la entrada que el chef nos
había enviado.
—Ya te dije —respondí luego de tragar mi bocado—, trabajo cerca del bar y, bueno, voy una
que otra vez.
—Sí, eso lo sé, pero, según tengo entendido, no tienes razón real para ir para allá —tomó un
bocado de su plato, masticó un poco y agregó con comida aun en la boca— no parece un lugar al que
iría alguien que es dueño de un edificio entero.
Tragó, puso su cabeza de lado como si fuera un tierno animal confundido mientras que bajaba
los brazos y me miró intrigada para luego agregar:
—¿Exactamente qué te lleva una que otra vez al bar? No parece es como que sea el tipo de lugar
que una persona como tu frecuentaría.
Alagado por lo que intentaba decir con su comentario, se me escapó una sonrisa ridícula; como
si me hubieran hecho un cumplido.
—¿Y qué tipo de lugar crees que alguien como yo frecuentaría? —pregunté, fingiendo un poco
el ego.
—Pues uno como este —indicó, afianzando sus palabras con un gesto corporal para decir que
abarcaba todo el restaurante y lugares similares—. Este parece ser el tipo de lugar que una persona
cómo tú frecuentaría.
—Hum… ciertamente —respondí, luego de ver exactamente lo mismo que ella.
—Así que bien… ¿Qué te llevó al bar? ¿Eres uno de esos tipos que siente que debe compartir
con los menos agraciados?
—¿Quién yo? —ofendido, como cada una de las veces que me preguntan algo similar— Para
nada, esa no es mi intención.
—Entonces dime qué; porque una persona que parece tenerlo todo, no tiene razón para estar en
un lugar como ese.
—Bueno, no creo que hacerlo porque parezca que lo tengo todo.
—Pues no sé tú, pero así parece.
Mi primer impulso fue decirle de frente que no era de esas personas. Demostrarle que tenía algo
que los demás simplemente no veían porque se dejaban impresionar por lo que tenía y no por lo que
era. En esencia, eso era lo que sentía en ese momento, aunque me costó un poco traducirlo en
palabras.
Esa misma incapacidad para comunicarlo, se convirtió en un silencio incomodo acompañado
por una mirada perdida y un gesto de frustración a medio tragar.
En ese momento, la impresión que trataba de darle a ella debía ser la de una persona digna, que
inspirase respeto, admiración e interés ¡Eso era lo que yo quería! Pero, la forma en que me dijo
aquello, observándome por encima del hombro, retratándome como alguien que no valoraba lo que
tenía ni que fuera real, me lastimó.
Me gustaría creer que exageré en ese instante… me gustaría.
Tras una corta pausa, y después de verme a los ojos, agregó:
—¿Pasa algo? No te gustó lo que dije ¿Verdad?
—¿Qué? ¿Por qué habría de no gustarme? —reaccioné.
—No lo sé, pero se ve que no te gusta que te lo recuerden.
Fingí una risa despreocupada para tratar de calmar la tensión que se había creado entre los dos
por mi manera de ver sus palabras.
—No dije nada —aseguré.
—Sí, no hizo falta que lo hicieras. Tus ojos. Me basta y me sobra con eso.
No quería arruinar aquella cita por una estúpida mal interpretación de sus palabras. Puede que
de cierta forma me sintiera un poco atacado por lo que dijo, pero no era tan importante como parecía.
Tal vez solamente estaba exagerándolo todo, producto de los nervios que sentía al estar con ella. Sin
embargo, estaba perdiendo terreno cada vez que me hacía una pregunta diferente.
—No, vale —reí de nuevo, restándole importancia al asunto—, para nada.
Kat no dejaba de mirarme con esos ojos abiertos de par en par como si estuviera estudiándome.
Me hacía sentir como un animal en exhibición dentro de un laboratorio lleno de personas. Esa fue la
primera vez de muchas en las que me hizo sentir así, en la que parecía saber más cosas sobre mí que
yo mismo.
—Pero descuida. No estoy molesto —me excusé, pensando que con eso podría mejorarlo todo.
—Eso espero —dijo afligida— No me gustaría que lo estuvieses.
Pude sentir de verdad su intención de reparar el daño hecho. Luego de eso, se concentró
únicamente en su platillo, mientras que el silencio se iba apoderando de nuestra mesa. Yo hice lo
mejor que pude para no hacer más incómodo ese momento, pero ninguno de mis intentos pasó de la
etapa de planeación.
—Y… a ti que te llevó a ir al bar —pregunté, esperando haber conseguido por fin el tema
adecuado.
—Este… —dijo ella, sin levantar la mirada del plato— no lo sé, creo que una de mis amigas
dijo que era bueno.
—¿No vas todo el tiempo para allá? —pregunté, a pesar de que Mia me había dicho algo sobre
eso.
—No. —confesó.
Aclaré mi garganta, tratando de que con eso pudiera acomodar el momento incómodo. Nada
estaba saliendo como me lo esperaba en esa cita. Mientras la miraba, me hacía de la idea de que
podría haber hecho todo mejor, a pesar de no saber exactamente qué necesitaba para parecer
interesante antes los ojos de Kat. A penas estaba viendo como era de verdad, y poco a poco se me iba
quitando esa impresión de que conocía a las chicas como ella.
Como no tenía más nada que decir, acudí al último tema que habíamos tocado. Pensé que con
eso resolvería algo.
—No bueno, solamente preguntaba —dije un poco apenado—, la verdad sería imposible
molestarme contigo.
—¿Por qué lo dices? —reacciona, levantando la mirada.
—Porque no me hiciste molestar. Nadie que me agrade puede hacerme molestar, la verdad —
dije— y la verdad muchas personas me irritan. Demasiadas.
—¿Te creo? —preguntó ella—. O solamente lo estás diciendo para que me sienta mejor por
arruinar tu cita.
—Nuestra cita —corregí, con cierto toque de humor.
Sonrió un poco.
—¿Ves? No estas arruinando nada —dije, respondiendo a su sonrisa— eres muy hermosa para
hacerlo —aseguré.
En ese momento, ella levantó su mirada como si hubiera dicho algo malo.
—Te dije que no me algaras tanto —se notaba molesta.
—Pero si es verdad…
—Pero no es como que tengas que estar diciéndomelo todo el tiempo —esa actitud de mujer
afligida desapareció casi de inmediato.
—Vale, vale… —intenté calmarla, aunque no dejé que eso me detuviera—. Pero no quiere decir
que no lo seas —agregué, bajando mi tono de voz para que pareciera que no lo estaba diciendo.
—¡Oye! —me llamó la atención—, te dije que no lo hicieras.
De cierta forma me daba la impresión de que se estaba enojando, aunque no me iba a rendir,
mucho menos cuando había logrado al fin deshacerme del silencio incomodo que me arruinaba la
cita. Así que, firme a mi intención, levanté el mentón y abrí los ojos tanto como podía, para retarla
con la mirada y esperar que dijera algo en contra. Le quería demostrar que estaba listo para lo que
fuera.
Asumo que mi gesto fue un poco exagerado y fuera de proporción porque, no pasaron ni cinco
segundos cuando comenzó a reírse de mí. Esa obvio que se estaba burlando, solamente que no me
importaba. Estaba logrando algo.
—No seas tonto… —dijo entre risas.
El ambiente fue cambiando de frío a un cálido más agradable. Eso era reconfortante. Así que la
cena estaba mejorando. Poco a poco fuimos cambiando de tópicos mientras que ella me daba una que
otra mirada que yo recibía con encanto. Me daba la impresión de que estábamos sintonizados en
verdad, lo que, no solo era perfecto, sino que decía que estaba preparando el terreno.
Comenzamos a hablar de ella, de lo que hacía para ganarse la vida y de las cosas que le
gustaban. Eran tópicos que ya habíamos tocado en nuestra primera conversación, pero no me cansaba
de escucharla. Creo que ese fue el día que entendí que ella era una mujer realmente interesante.
Corría maratones y ganaba premios, llegando incluso a ser patrocinada. En casi nada de tiempo se
convirtió en todo para mí. Uno de sus más grandes logros.
Asumo que eso fue lo que me desgració tanto cuando se marchó. En el instante en que Katerina
se fue de mi vida, sentí que había perdido algo más que una simple compañera. De cierto modo, la
manera en que compartía con ella, era completamente diferente a la forma en que lo había hecho con
alguien jamás; con ninguna otra mujer había intentado ser feliz.
Durante un tiempo creí que la conocía de verdad, que realmente estaba preparado para ella como
hombre, como persona. Me sentía capaz de lo que fuera, capaz de controlar todo lo que podría llegar
a sentir o experimentar a su lado. Con lo que creía tener bajo control, nadie puede imaginarse lo
devastado que terminé al darme cuenta que realmente no controlaba nada.
Esa noche fue una de las tantas en las que me di cuenta que con ella estaba más que equivocado.
Su forma de ser, su manera de tratarme. Era impresionantemente desafiante. Durante la cena, luego
de que sentí que habíamos acomodado un poco las cosas entre los dos, que ya no había ninguna
tensión palpable, volví a sacar a relucir el tema que me traía intrigado: «¿Qué había visto ella en mí?,
esperando que me explicase por qué me tenía en tan mal juicio. Pensé que si tal vez sabía a qué se
debía, podría cambiarlo.
—Este —dije, para luego aclarar mi garganta.
—¿Qué? —pregunto, sonriendo, creyendo que diría otra cosa.
—¿Por dijiste eso? —pregunté, sin darle un contexto.
—¿Qué cosa di…?
—De que creías que estaba molesto contigo —le interrumpí.
—Ah eso…
—Sí. ¿Por qué? —hice aquella pregunta de la forma más natural posible.
—Tal vez no dijiste nada, pero en tus ojos se veía que estabas inconforme con lo que te dije. No
lo sé, es algo que se ve y ya ¿Me entiendes?
Kat comenzó a explicarme por qué pensaba que no me había gustado. Explicó que la manera en
que no le respondí al escuchar que me consideraba una persona desesperada por una vida diferente a
la que llevaba, significaba que estaba negando una parte de mí que era algo que no quería aceptar de
momento y que, el ir a un lugar al que sabía que no tenía necesidad de ir, era porque intentaba usarlo
como una excusa. No supe qué responderle, así que solamente sonreí.
—Por eso digo —terminó de decir—, que no te ves como el tipo de persona que iría a un bar a
pasar el rato. ¿Acaso no tienes lugares más costosos para ir? O es que vas ese pub por otra razón.
¿Ah?
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? ¿Solamente vas para allá porque sí?
—Eso creo. —Su manera de hablar parecía la de una psiquiatra—. ¿Qué me dijiste que
estudiabas? —pregunté, bromeando para calmar el ambiente, tratando de entender de donde salía esa
sesión terapéutica.
Kat simplemente se rio, aunque sentí que fue una risa forzada. Al cabo de un rato, cerró los ojos
y sacudió la cabeza sutilmente como si se hubiera dado cuenta de algo.
—Disculpa… es que, no sé, es algo que hago siempre.
—¿Qué? ¿Hablar así? —Bromeé—. Se te da muy bien.
—Sí, bueno… no; lo que pasa es que a veces intento resolverles los problemas a las personas
cuando en realidad soy incapaz de solucionar los míos.
—Suena como algo complicado.
Ella ríe un poco.
—Sí, bueno. Lo es.
—Y ¿Por qué lo haces entonces?
—Es que a veces me encariño con las personas y quiero ayudarlas —dijo. Casi de inmediato me
alegró la noche.
—¿Te encariñas? —sonreí, emocionándome por la forma en que usó la palabra—. ¿Estás
encariñada conmigo?
No pude ocultar mi emoción.
—Puede ser —dijo, terminando el tema con una mirada sospechosamente personal. Se podría
decir que: demasiado personal.
Katerina tenía esa cualidad de hacer que las cosas cambiaran rápidamente de contexto con tan
solo una, una palabra, o un gesto cualquiera. Por ejemplo, de repente, en ese momento me hizo sentir
que estaba logrando algo con ella. La forma en que me miró y en la que dijo «puede ser», me llenó de
expectativa. Se puede decir que sabía cómo jugar conmigo; al poco tiempo de ese me di cuenta que
ella, si ningún problema, me tomaba entre sus manos y jugaba conmigo como si fuera un simple
muñeco de felpa.
Recuerdo que una noche, al mismo tiempo que tratábamos de recuperar el aire, desnudos,
viendo al techo luego de intentar no tener sexo mientras veíamos una película (cosa que no
logramos), nos quedamos tendidos en la cama mientras que los créditos de la misma iban corriendo
por la enorme pantalla que había puesto en mi habitación solamente porque ella me lo había pedido.
El sonido de fondo que acompañaba los cientos de miles de nombres de personas que subían
lentamente, sirvieron también para ambientar sus palabras. Creo que el tono melancólico de todo eso
la llevó a decir lo que dijo en ese entonces.
—¿Realmente crees que estamos haciendo bien? —así, de repente, cambió por completo el
panorama en el que estábamos luego de un grandioso sexo.
Tenía los ojos fijos en el techo, como si yo no estuviera ahí, como si nada más en este mundo
fuera más importante que ese pedazo de un algo que estaba viendo.
—¿Cómo así? —pregunté, creyendo que podría entenderla del todo.
—Bien con todo esto… nosotros, lo que hacemos… ¿Crees que estamos haciendo bien?
—No lo sé —respondí, no solamente porque no sabía qué decir, sino porque, como tal, no lo
sabía.
¿A qué se refería con hacer bien?
—No estoy diciendo que no me guste estar contigo, o que no se sienta bien… no me mal
intérpretes. Pero, por alguna razón —aclaró su garganta haciendo una pausa dramática—, siento que
no está bien todo esto. Que solamente estamos postergando lo inevitable dándole un falso sentido de
propósito a nuestras vidas. Nos complacemos como animales para sustentar unos cuantos minutos de
pasión que nos hacen sentir relativamente bien. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué seguimos aquí?
Traté de seguir sus palabras. Al principio creí que hablaba de la vida, de que de alguna forma
algo estaba haciendo mal… pensé en eso porque lo decía con tanto sentimiento que parecía que
solamente podría estar refiriéndose a eso. Ahora, en mi casa, a solas, después de que se fue, entiendo
que hablaba de nosotros.
Era esa misma forma de ser, tan extraña y repentina, era una de las tantas cosas que me gustaba
de ella. A pesar de que a veces decía algo que no conseguía entender del todo (no porque fueran muy
complejo sino porque no entendía de qué hablaba), me hacía sentir que no estaba haciéndola feliz en
verdad.
Cuando estábamos teniendo relaciones, era una fiera en la cama. Nada la detenía, todo le daba
placer y no había cosa en el mundo que no me dejase hacer. Eso me gustaba, eso le gustaba. El
asunto era que solamente en esas ocasiones era la mujer que me decía al oído:
—Hazme tuya hasta que no quede más nada de mí.
El resto de algunas veces, pensaba en cosas como esas que no me dejaban entender muy bien de
qué trataba todo esto. Me gusta pensar que es una mujer compleja, cuando tal vez puede que sea una
mujer muy sencilla que yo no puedo comprender.
—¿Estás muy feliz conmigo? —me preguntó, luego de un largo silencio.
A lo que yo le respondí, completamente seguro de mi respuesta:
—Sí… no sabes cuánto.
—Exactamente eso te iba a preguntar —dijo de inmediato, levantándose para verme a los ojos—
¿Cuánto crees que me amas?
No supe qué responderle. Esperaba que con eso se imaginara una magnitud increíble.
—Este… —respondí, para que supiera que estaba pensando en una respuesta inteligente, solo
que no me dio tiempo de decírsela porque me interrumpió.
—Cuando dices eso, asumes que voy a esperar que sea algo desorbitante que no se pueda medir,
que no hay nada en el mundo que se compare con lo mucho que me quieres. Cuando en realidad, creo
que ni siquiera eres capaz de concebir lo mucho que lo haces. ¿Acaso eso no quiere decir que no
sabes cuánto es entonces? ¿Qué dices «no sabes cuánto» porque tú tampoco lo sabes?
Intenté no dejarme intimidar por sus palabras, por lo que le respondí desafiándola con madurez.
—¿Y acaso tú me quieres? —le pregunté, sin responder a sus preguntas.
—¿Qué si te quiero? —De repente, bajó el tono de su voz, diciéndolo como si lo no lo supiera
en verdad.
Por un segundo me hizo sentir mal haberle hecho esa pregunta. No quería cuestionar lo que
sentía por mi cuando con tan poco me hacía sentir tan bien. ¿Y si no le gustaba demostrar lo que
quería? No era una mujer muy abierta; siempre andaba con ese misterio que la envolvía y me hacía
preguntarme si era la indicada. A mí no me importaba qué pensaba o cómo hacía las cosas.
Solamente me interesaba ser querido por ella.
—La verdad, te mentiría si te digo que no lo sé —respondió, sin ser concluyente.
Recuerdo que me pregunté: «¿Qué demonios?», mientras que buscaba su mirada evasiva.
—¿Cómo que no lo sabes? —una de las pocas cosas que pude exteriorizar casi exactamente
como se formó en mi cabeza.
—No… —respondió autoritariamente levantando el mentón— te dije que te mentiría si te lo
digo —aclaró.
—¿Entonces? ¿Eso qué quiere decir? ¿Me quieres o no?
No tenía motivos para retarla, pero, no había nada en ese ambiente que no me pusiera en esa
posición. Ella tenía ese aire de serenidad y superioridad que nadie le quitaba siquiera estando en un
cuarto lleno de genios.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó, viéndome fijamente a los ojos sin vacilar.
—La verdad —respondí, intentando imitar su seguridad.
—Pues la verdad es que sí te quiero —aseguró, sin apartar la mirada.
Al escuchar sus palabras dejé de lado mi postura defensiva, poniendo en claro que estaba más
que a gusto con su respuesta. Pero, de repente, unos segundos después de hablar, tanto su postura
como su tono de voz, cambiaron.
—Y es por eso que no sé si pueda seguir haciendo esto.
Sí que lograba cambiarlo todo con facilidad. No sé qué habría pasado si me hubiera dado cuenta
de muchas cosas esa misma noche en la que, ella, sin ningún problema, ni siquiera dudó en seguir
interrogándome. ¿Qué esperaba saber?
—Pero no, en serio. No me dijiste qué te lleva a aquel bar.
—¿Por qué tan interesada? —Pregunté al fin.
—Bueno, es que, me parece raro que vayas, eso es todo —vaciló—. Y ya te dije por qué, así que
no me preguntes de nuevo por qué. —Levantó la ceja, y bajó la mirada a su plato para seguir
comiendo, antes de agregar cabizbaja—: ¿Hay algo en ese lugar que te gusta mucho? ¿Acaso estás
siguiendo a alguien?
Su voz era la de una mujer celosa. ¿Acaso ya estaba tan interesada en mi de esa forma?
—Pero no me digas si no quieres… —agregó, levantando la mirada, acotándolo como algo
importante.
Se notaba que estaba tratando de ser lo más amable posible. Me gustó el hecho de que se
interesara por mí de un modo distinto al que todos los demás lo hacían cuando me conocían.
Ciertamente no era la primera mujer con la que conectaba, pero si con la que quería hacerlo y lo
lograba.
—Bueno; la verdad, de cierta forma, es cierto.
Me miró confundida.
—¿Qué es cierto?
—Que hay algo ahí que me gusta.
—¿Qué es? —se comenzó a emocionar. Parecía realmente interesada en lo que alguien como yo
podría querer en ese bar.
—¿Sabes la chica que nos atendió?
—¿La de la barra?
—Sí.
—¿Ella te gusta?
—¡Qué! No —reí nervioso, jugando con mi plato—, nada qué ver. No es eso.
—¿Entonces? ¿Qué tiene ella? Porque dijiste que había algo de ahí que te gustaba y luego
comenzaste a hablar de ella… pues yo simplemente sumé: dos más dos… —comenzó a divagar.
—No, no… no es eso. —le detuve—. Lo que trato de decirte es que es una amiga.
—¿Y eso qué tiene qué ver? ¿No tienes amigos que no trabajen en un bar de segunda?
—Se llama Mia, por cierto —la defendí, sintiéndome un poco ofendido por ella—, y no es un
bar de segunda pues.
—Vaya.
—Sí, además, es una muy buena amiga, pero no es la única amiga que tengo. —Le dije, tratando
de sonar como la persona con más amigos del mundo.
—Oh, creí que ibas para allá solo por eso.
—No nada más por ella…
Kat se veía cada vez más confundida. No la culpo, no me estaba explicando muy bien. La forma
en que daba vueltas sobre una misma idea, cambiando de tema sin sentido, era mi manera de perder
el control. Que ella creyera que había algo entre otra persona y yo, arruinaba por completo el
propósito de haberla invitado a salir. Ahí solamente debía importar Katerina.
—Ay…no entiendo —afirmó, negando con la cabeza y dejando caer los hombros—. ¿Vas para
allá por ella o no? Porque no pareces alguien que necesite un amigo, ni mucho menos una de esas
personas que tenga algo de lo que escaparse.
—Puede que vaya porque me agrada estar con ella, aunque no es mi única amiga —dejé escapar
una risa, que, tal vez, pudo parecer una nerviosa.
—¿Entonces?
—No lo sé —hice una pausa para buscar una respuesta, sintiéndome interrogado e incómodo—;
no es porque ella me gusta. Es solamente una amiga —repetí, porque no quería que pensara lo
contrario— es solo que cuando estoy allá, siento que estoy bien… supongo.
—¿Supones?
—Sí. Supongo. —afirmé—. Es algo que no logro explicar bien, no sé, me cuesta un poco.
El que me preguntara algo tan personal y que no tenía sentido, me incomodó demasiado; el
asunto es que no fue la última vez que lo hizo.
—Vamos, inténtalo —dijo, apartando su plato a medio comer, demostrando que quería
escucharme en realidad.
Luego de respirar profundo, intenté contarle todo lo que hacía durante el día; las personas con
las que me la pasaba, el trabajo que desempeñaba en la empresa y todo lo aburrido que me
atormentaba. Cada palabra era un intento desesperado por captar su atención con la idea de que
pudiera entender mis razones. Pero el por qué un hombre de mediana edad que parecía tenerlo todo,
frecuentaba un bar en donde nadie de su clase social estaría, no era algo que yo pudiera explicar.
Así que ella, viendo que no daba con las palabras adecuadas, abrió su boca:
—Espera, espera, espera. —Dijo.
—¿Qué? ¿Qué pasó?
—No estás llegando a ningún lado, mi vida. No creo que debas seguir haciéndole eso a tu
cerebro —agregó, no solo logrando que me sintiera incómodo, sino también dudara de mi propia
inteligencia.
—Está bien —respondí afligido.
—Creo que sé lo que pasa.
—¿Eso crees? —vacilé, dejando de lado mis inseguridades recién descubiertas— ¿Qué crees
que es?
—No bueno, pienso que estas aburrido de tu estilo de vida —aseguró. Y, sin dejarme
responderle, continuó hablando—: pienso que lo que intentas es ser normal ¿Me entiendes? No
bueno, claro que me entiendes, eso es lo que tú quieres, ¿O no?
Me miró directamente a los ojos, esperando mi respuesta, yo, honestamente no sabía que decirle.
—Bueno, tomaré eso como un sí. —continuó—. Siento que intentas alejarte de la vida a la a que
estás acostumbrado porque no es lo que te hace realmente feliz. Pero, ¿Por qué no te hace feliz ser
millonario?
Los platos que ambos teníamos en frente a medio comer, se notaba cada vez más frío. Habían
logrado quedar de lado en medio de toda aquella conversación acerca de temas que no esperaba estar
tocando en esa cita. ¿Cómo me hacía sentir eso? Perdido. Realmente perdido.
—Hum… Yo… —intenté responderle, tal vez porque sentía que tenía razón, pero me detuvo.
—O puede que no sea eso tampoco… —se respondió ella misma—. Bueno, supongo que tendré
que pensar en otra cosa. —Se apresuró a decir.
No me quedó de otra más que sonreír y dejar las cosas así. Poco a poco fui cambiando el tema
de la conversación para dejar de lado ese ambiente tenso que nos había dominado otra vez. Por un
momento pensé: «¿Qué carajos está pasando con esta cita?».
—No estoy tan acostumbrado como creía en hablar sobre mí mismo —dije, en broma, soplando
las nubes sobre nosotros.
—Disculpa, disculpa —comenzó a lamentarse, como si hubiera visto algo en todo eso—. No
quería arruinar nuestra cita con esas tonterías.
Me reí en un ja estruendoso y seco.
—¿Arruinar nuestra cita? —exclamé—, ni en mil años podrías arruinar algo para mí.
Poco a poco iba retomando la compostura y el control de la situación, lo que lentamente fue
subiéndome el ánimo.
Su sonrisa apenada, y su mirada perdida fueron señal suficiente de que estaba mejorando todo.
De las confesiones ridículas y de los temas sobre mí que no sabía cómo responder, comenzamos a
hablar con mayor naturaleza, sintiéndonos cada vez más a gusto con el otro. Bromeamos, reímos y
nos miramos a los ojos como dos personas que ya no se sentían desconocidos. Y eso, a pesar de que
solamente habíamos hablado sobre mí.
—Oh Dennis —dijo de repente luego de reír a carcajadas.
La forma en que decía mi nombre, el escucharme saliendo de sus labios, era tan dulce y
embriagante que me pareció increíblemente seductor. En ese momento comencé a suponer de que tal
vez estaba dejándome impresionar demasiado por ella, prácticamente de la nada. No me importó.
—Oye —Dije de repente.
—¿Qué? —preguntó ella, absorta en su platillo y en lo que estábamos diciendo anteriormente.
—Tal vez no sepa qué responderte…
—¿En qué?
—Con respecto a tenerlo todo y eso…
—Ah… —cambio de postura tan de repente, como si hubiera tocado un tema tabú— eso.
—Sí… tal vez no lo sepa —dije de nuevo—, si me molesta o no, pero, la verdad es que no lo
tengo todo —confesé.
—¿Y qué es lo que no tienes? —aclaró su garganta, fingiendo no estar del todo interesada,
cuando en realidad ya se había delatado—. Si se puede saber.
—Pues, por ahora, no tengo a nadie como tú a mi lado —se sonrojó—, y no me refiero tenerte
aquí, o que no pueda tener a nadie en lo absoluto, sino que, después de hoy, tal vez ni nos volvamos a
ver.
—¿Y qué te hace pensar en eso? —preguntó, con madurez y sensualidad.
—Pues, que nunca me ha pasado, o he dejado que pasara —confesé.
—¿Lo has intentado? ¿Has intentado acercarte a alguien antes?
—No.
Ella no respondió a eso, usando la llegada del postre como excusa para ocultar la mirada picara
que tenía tatuada en la retina. Los minutos pasaron tan rápido que no me había dado cuenta de cómo
se apresuraron las cosas; el entorno, la conversación, nuestra interacción… pero ella no respondió a
eso, en vez de eso, me ofreció una sonrisa.
Era una sonrisa cómplice, propia de alguien que está pensando en hacer algo contigo y
solamente contigo. El verla a los ojos, el traducir su postura, significaba que estaba proponiéndome
algo con respecto a ello. Tardé poco en entenderlo. Con eso, me quiso decir que ella podría ser ese
alguien, y que, de no serlo, le encantaría que probara con ella lo mismo que probé con aquellas con
quienes no quise tener nada y, entre nosotros, sabíamos muy bien qué era.
4
Mi primera vez con ella
Luego de que aquella mirada traviesa se hiciera con la noche, conseguimos irnos en mi coche
hasta mi departamento. No intentamos siquiera ocultar lo que queríamos porque fuimos directo al
grano. Yo sabía que ella estaba increíblemente excitada; esa misma excitación era contagiosa, porque
yo también lo estaba.
Cuando parecía que ya íbamos a llegar, comenzamos a besarnos desenfrenadamente. El calor
que nos invadía, comenzó a emanar de nosotros empañando las ventanas del coche. Era tan intenso
que incluso parecía que no esperaríamos a llegar a la casa.
Sí, ciertamente había elegido ese coche para eso justamente, y que el chofer me llevase se debía
a que me esperaba que algo así sucediera; pero en el momento en que todo se dio, no quise hacerlo.
Estar con ella requería que fuese en un lugar extremadamente cómodo y privado.
La quería solo para mí, sobre mi cama, entre mis sabanas. Que cuando termináramos lo
hiciéramos en la ducha o en cualquier otro lugar de mi casa para bautizarlo con una mujer de verdad.
Muchas habían pasado por ahí, y quería limpiar el rastro de ellas con el de Kat.
Me dio la impresión de que ella sintió lo mismo porque, a pesar de que sus manos acariciaban el
bulto que hacía mi pene sobre el pantalón, en que introducía sus manos dentro de la chaqueta de mi
traje en un intento de sentir mi cuerpo, en que se dejaba tocar, apretar los pechos, el culo, el cuello;
no hizo más que eso. No me desnudó, no me abrió el pantalón ni se sacó los senos (porque tenía un
vestido en el que no usaba sujetador, así que hacerlo habría sido muy sencillo) aunque sí dejó que mis
manos los tocaran estando desnudos (fue maravilloso).
Habiendo entendido que no queríamos estar ahí, nos bajamos de aquel coche como pudimos,
acomodándonos, como si estuviéramos defendiendo nuestro decoro e imagen, aunque, la verdad, no
parecía que nos importase, porque de todos modos se notaba y lo sabíamos. Ya afuera, le di una
nalgada, preparándola para lo que se venía.
En el elevador fue la misma escena. Llegar hasta mi pieza no resultaba tan tardado, pero no
queríamos contenernos. Así estuvimos hasta que se abrieron las puertas y tuve que arreglármelas para
abrir la puerta. Sí, durante todo ese tiempo no hablamos. Tal vez nos reímos en complicidad una que
otra vez, pero de nuestras bocas no salió ni una sola palabra; es que sobraban.
No hacía falta decir lo mucho que nos deseábamos porque ya había quedado más que obvio con
todo lo que estábamos haciendo; ¿Qué nos atraíamos el uno al otro? Pues decirlo significaría un
insulto; no desear a una mujer como ella sería un suicidio al buen gusto, mientras que, sin ánimos de
parecer un patán, ¿Quién no querría estar conmigo? Razones no teníamos, ganas, era demasiadas.
En lo que entramos, lo que se sentía un impulso descontrolado por poseernos el uno al otro, se
convirtió en una carrera contra reloj para ver quien desvestía al otro más rápido. Aquella competencia
silenciosa la gané sin mucho trabajo, porque no pude contenerme y cogí su vestido entre mis manos,
abriéndolo como si estuviera rompiendo una hoja de papel.
—Mierda —dije cuando me percaté de ello.
—Descuida —respondió, sin dejar de sacarme la ropa.
Cuando por fin estuvimos como queríamos, fue cuestión de tiempo llegar a mi cama. Estando
ahí, nos saltamos el protocolo de ver quien tenía que satisfacer el otro primero ¿Quién coño lo hace
así? La cogí entre mis brazos y masajeé cada parte carnosa y sensual de su cuerpo. Esas que deseas
tocarle a alguien cuando la miras desde lejos; como si la quisiera entre mis dedos, sumergirme en
ella, asimilarla como las células se asimilan entre ellas y multiplicarnos como un maldito virus. La
deseaba tanto que la solté sobre la cama y me lancé sobre ella.
Se rio. Se reía demasiado. Se reía como si fuera un gesto gracioso ¿Será eso? Me pregunté,
bueno, no lo hice; ¿Quién coño piensa cuando suceden cosas así? Lo que si sentí fue que era
recurrente; pero me gustó. A pesar de haberlo notado, lo encontré más seductor. Su risa fue
contagiosa así que seguí sus pasos y me reí con ella.
—¿Eres así con todas tus chicas? —preguntó, mientras que me apretaba como podía.
—Solamente si se ven tan bien cómo tú.
A lo largo de mi vida y con mis repetidas experiencias en el campo, entendí que hacer sentir una
mujer bien mientras estás con ella, es como abrir las puertas del Valhala para aquel que desea tenerlo
todo en la vida. Se sienten apreciadas, que las deseas tanto como ellas podrían desearte y que, lo que
están haciendo, definitivamente no es un error. Sí, hacerles ver que acostarse contigo no es un error,
sería lo primero en tú lista.
Con eso, simplemente se apretó a mí con más fuerza, obligándome a acercarme más a sus
labios. La besé con la intensidad en que quería ser besada. Me quería sobre ella y sobre ella me
encontraba; con sus manos buscaba partes de mi cuerpo que no podía alcanzar porque no le era
suficiente lo que tenía cerca; lo quería todo, lo deseaba tanto como yo la deseaba.
Mientras la besaba, se perdía en sus pensamientos más profundos, pidiéndome a gritos callados
mucho más que eso que le estaba dando. Me apretaba, empujaba sus caderas hacía adelante para que
nuestros sexos chocasen, pero yo no hacía nada. Mantenerla al margen era necesario con el fin de
hacerla que lo deseara aún más.
—¿Qué esperas? —me dijo, agitada y afanosa— ¿Por qué no…? —intentó hablar, antes de que
la interrumpiese.
—Con calma, vamos a hacerlo con cuidado.
—Pero es que lo quiero ya…
Hasta ese momento, creí que tenía el control de la situación. Deseaba con locura tenerme
adentro, tanto, que decidió tomar las riendas, haciéndolo con o sin mi ayuda. Sin pensarlo demasiado,
consciente de que tendría que luchar contra mi peso (aunque para ser honesto no tuvo que esforzarse
demasiado), utilizó sus piernas para elevarme, y me tumbó a un lado de la cama. Todo sucedió
demasiado rápido, tanto que no sabía lo que estaba pasando hasta que por fin pasó.
—Mierda —dije— ¿Qué…?
Antes de que pudiera de terminar de hablar, ella se lanzó sobre mí.
—Cuando te diga que lo quiero ya —cogió mi pene con la mano derecha y lo acomodó,
dejándolo en un ángulo recto—, significa: ¡Ya!
En lo que la última silaba fue dicha, se dejó caer sobre mi pelvis, aterrizando con su vagina en el
pene. Su mirada cambió de inmediato en lo que los dos sentimos nuestros sexos entrar en contacto;
sus ojos se pusieron blancos, su respiración se pausó, elevando su ritmo cardiaco, borrando sus
pensamientos, dejándola vulnerable, relajada. Pero no se detuvo ahí.
—Ahora sí —dijo.
De repente, comenzó a mover sus caderas en su propio tempo. Golpe, golpe, golpe… Con cada
movimiento lograba extender su placer a lo largo y ancho de mi pene. Se apretabas los pechos,
sacudía su cabello y gemía desenfrenadamente mientras que continuaba moviéndose; golpe, golpe,
golpe. Yo sentía la forma en que su vagina apretaba mi pene; estrecha, jugosa, encantadora. Ella
estaba llevando las riendas, mientras que me cabalgaba como si se tratara de un potro salvaje o como
si yo fuese un toro salvaje en algún rodeo. No me había encontrado en una situación semejante.
Pero no me dejé dominar tan fácilmente. Sabiendo que estaba debajo de una verdadera mujer,
cogí sus nalgas entre mis manos y comencé a apretarlas, abrirlas, sacudirlas y darle nalgadas. Pensé
que con eso podría hacerla tener alguna reacción; no sé cuál, todas reaccionan diferente, pero tal vez
podría lograrla confundir para tomar el mando de nuevo.
—Sí, dame más duro —exclamó, sin dejar de moverse; de hecho, comenzó a hacerlo con mayor
intensidad—; ¡Sí, así! ¡Más fuerte!
En ese instante no tuve otra opción más que obedecerle. Con la palma comencé a darle más y
más, al mismo ritmo en que ella me lo pedía, entre gemidos y exclamaciones de placer. No parecía
querer contenerse; gritaba, se movía, saltaba sobre mí sin cuidado alguno. No pensaba, no decía
nada; solamente sentía cada pequeña parte de su cuerpo ser invadida por el extremo placer que ser
cogida le daba. Cada estocada de mi pene que ella controlaba, se sentía intenso, personal, excitante y
eso era algo que no se sentía todo el tiempo.
Incapaz de moverme a mi propio ritmo, víctima del placer que me generaba el movimiento de
sus caderas, el olor que emanaba de su cuerpo y su vagina, sus gemidos, su presencia; decidí buscar
alguna forma de sentirla más. Entre nalgadas y gritos, apretaba sus pechos, su cintura y sus piernas.
Nos agarrábamos de la mano y ella me utilizaba de soporte.
—Sí, así. ¡Joder! ¡Qué rico! Sí…
No había espacio para más nada que para el placer. Sus gemidos aumentaban de volumen cada
vez que se iba acercando al clímax, respirando más rápido, moviéndose con más intensidad. Yo
estaba lejos de llegar, pero ella parecía que no sería capaz de aguantar un movimiento más.
—Sí, sí, sí, sí… —dijo, una y otra vez, avisando, acercándose a él; hasta que, obedeciendo a sus
palabras, llegó—: ¡Sí!
Extendió ese «sí» hasta que se le acabó el aire. Lo gritó con todas sus fuerzas y acabó con mi
pene adentro. Luego de eso, simplemente se dejó caer. Sudada, agitada y satisfecha, yacía sobre mí,
sin ánimos de moverse. Con mi pene aún dentro de ella, podía sentir su pulso acelerado a través de su
vagina, la cual, también me apretaba espasmódicamente.
—Eres increíble —afirmó, aunque la verdad no hice nada— eres increíble —repitió, suspirando;
y lo repitió de nuevo, de nuevo y de nuevo, hasta que dejó de escucharse.
—¿Eso dices? —pregunté.
—Sí… —dijo, en un suspiro, que alargó el sonido de la silaba, dejándola sin aire— eres
perfecto —agregó después.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó y cayó tendida a mi lado de cara al techo. En
ese momento, libre de sus ataduras y aun duro, me levanté, me puse sobre ella sosteniendo la parte
alta de mi cuerpo con las manos para verla desde lejos y le dije:
—Pues —vacilé, acercándome a ella para susurrarle; mientras lo hacía, mi pene se iba ajustando
sin avisar sobre su vagina húmeda, palpitante y un tanto sensible—, aún no termina.
Si preguntarle, empujé mis caderas, permitiendo que mi pene se abriera paso en su vagina ya
abierta. Ella, se puso alerta sin problema, casi de inmediato, respirando de un solo golpe al sentir
como aquel grueso miembro se deslizaba dentro de su aturdida vagina. Sin poder mover las piernas
porque le estaban temblando todavía, no pudo hacer otra cosa más que recibirlo encantada.
—¡Sí! —Exclamó, apoyando mi intención— ¡Oh sí, mi amor!
No me cansaba de escuchar cómo se perdía en gemidos, placer y una sensación embriagante de
éxtasis. Eso me motivaba, me llenó de energía para seguir, para ser mejor. Y más que, ya con el
control, mis movimientos eran más libres.
Ahora que sabía que ella no era una mujer ordinaria, que le encantaba que le dieran con fuerza y
que la hicieran gritar de placer, empujé mi pene tan duro como pude tantas veces como me fueron
posibles. Estocada tras estocada la escuchaba gemir con locura cada vez más. Kat sentía las
dimensiones completas de mi falo entrando, saliendo, empujando el placer que dominaría cada rincón
de su cuerpo y sacando todos sus malditos problemas para siempre.
Escucharla gemir, sentirla moviéndose porque quería tener ella el control; era un deleite para mí.
Aquella mujer deseaba ser cogida apasionadamente y yo estaba más que dispuesto de darle lo que
tanto quería. Mientras se lo metía, jugaba con sus pechos, los cuales me motivaba a apretar aún más
duro. Quería sentirlo todo mientras pudiera, el ser azotada, apretada, penetrada… le estimulaba de
tantas maneras que no hallaba qué cosa hacer primero.
—¡Golpéame las tetas! —dijo entre gemidos una de esas veces, cuando le estaba apretando los
pechos.
Sabía que los senos eran más o menos como unos testículos, así que le comencé a dar unas
sutiles palmaditas para que no se quejase; resulta que me equivoqué.
—Más duro —dijo.
Una palmadita un poco más fuerte.
—Más duro —insistió.
Una palmada. Yo continuaba penetrándola, provocándole espasmos de placer que la
transportaban a un estado mental completamente distinto cada vez que la atravesaba con mi pene.
—¡Más duro, carajo! —gritó, tras levantar de repente su cabeza y mirarme con furia.
Una buena palmada.
—¡Sí! —gruñó— ¡Apriétamelas!
Se las apreté hasta que, sin avisar, me cogió la mano derecha (con la que le estaba apretando uno
de sus pechos) y la apretó aún más. Me encantó verla tan ferviente, tan lasciva e insaciable. Su
mirada llena de fuego y sus gritos descontrolados, calentaba mi alma, aturdían mis sentidos y me
hipnotizaban por completo; definitivamente no era como ninguna otra mujer, y de serlo, solo a ella le
quedaba bien.
Era una diosa. Insaciable, inquietante y todo lo que había querido en una mujer.
Al cabo de un rato, se aburrió de esa posición, así que nos cambiamos; esta vez podía ver su
culo extendido. Con la cara enterrada en las almohadas, movía su trasero pidiendo que la penetrase
de nuevo. Pero antes. me detuve un momento para apreciar la imagen, perdiéndome en ella sin
siquiera moverme. Su espalda arqueada, sus piernas firmes, sus nalgas rojas por las palmadas que le
había dado antes y la forma en que se movía me resultaron maravillosos; no entusiasmarse con
aquella escena sería un insulto a la belleza en sí.
—¿Qué coño estás esperando? ¡Entiérramelo ya! —agregó, ahogada entre las almohadas.
Su voz tenía ciertos toques de autoridad y seducción que no dejaban de encantarme cada vez que
me decía qué hacer, lo que me comenzó a agradar mucho más de lo que creí que podría llegar a
hacerlo; me motivaba a obedecerla sin pensarlo ni un segundo.
—Aquí voy —dije.
—Dale de una buena vez —exclamó, al ver que no lo había metido aún.
Y justo cuando creía que me iba a tardar un poco más, la penetré tanto como quería.
—¡Sí! —exclamó satisfecha— ¡Así es cómo me gusta, carajos!
Mientras me movía, no podía dejar de pensar en lo espectacular que era, en lo bien que se veía
con su trasero levantado y con las nalgas rojas.
—¿Te gusta? —le pregunté, lascivo y sugerente— ¿Ah?
No sabía si era de esas mujeres a las que les gustaba que le hablaran sucio, pero no perdía nada
averiguándolo.
—Me encanta —respondió entre gemidos.
—¿Te gusta que te lo meta?
—Sí —gimió—, me fascina.
—¿Te gusta mi pene?
—Me encanta tu pene —gimió de nuevo— Sí, sí… me encanta tu pene.
La manera en que me respondía me incitaba a decirle más cosas, a hablarle con mayor suciedad.
Además, el tono de su voz, el movimiento de sus labios… todo era perfecto.
—¿Te gusta que te coja?
—Sí…
—¿Sí qué? —pregunté con autoridad.
—Me encanta que me cojas, que me lo metas; me encanta ser tu puta —gimió—. Quiero que me
des más duro —gimió de nuevo—, que me lo metas más adentro.
Definitivamente esta mujer lo tenía todo.
—¿Con que es así? Entonces te gusta que te haga esto ¿Ah? —y le di una nalgada.
—¡Sí! —gimió— dame, dame duro.
—¿Así? —le di otra nalgada más fuerte.
—Sí, coño, sí.
—Ojalá este culo fuera mío —dije, más para mí que para ella, sin embargo, lo dije en vos alta
—, porque si no, no repararía en nada…
Afortunadamente, lo dije en voz alta.
—Este culo es tuyo, hazle lo que te venga en gana —gimió— ¡Sí! ¡Sí! Métemela más…
Aquellas palabras me encendieron como si hubieran subido el interruptor. Prácticamente me
había dado luz verde para lo que quisiera hacerle, aunque, no estaba seguro a qué se refería. Así que,
le pregunté para no quedar como un idiota.
—¿Lo qué sea? —pegunté, saliéndome del papel de macho dominante.
—Sí, lo que sea, haz lo que quieras con ese culo; es tuyo.
Ya no había risas entre sus palabras; lo único que salió de su boca luego de aquella declaración
fueron gemidos causados por los golpes de mi cadera contra sus nalgas. Era evidente que no estaba
sujeta a ningún tabú y que se hallaba abierta a las posibilidades, al placer; ¿Quién era yo para hacerla
cambiar de parecer? No tenía necesidad, ciertamente, por lo que, ya que lo había dicho, era mi
obligación divina hacerlo.
En ese momento cogí sus nalgas entre mis manos, juntándolas como si fueran dos enormes
mejillas hasta que uno de mis pulgares se acercó al meandro de su ano. Lo pensé muy bien,
cuestionándome si por casualidad a ella no le gustaría; «haz lo que quieras con ese culo», podría
significar cualquier cosa, el asunto es que no iba a esperar a que me diera alguna otra señal. Con los
fluidos que se escurrían de su vagina cada vez que sacaba mi pene, me mojé el dedo y lo puse en
posición… apreté, no dijo nada, apreté un poco más; nada igual. Así que pensé ¿Qué carajos? Y lo
enterré sin cuidado.
—¡Oh sí! —exclamó.
Otra maravillosa sorpresa. No recuerdo mejor sexo hasta la fecha que aquella primera vez con
Kat. Quería creer que era porque estaba siendo víctima de sus encantos, porqué había hecho las
mismas cosas que mujeres diferentes (por separado y sin relación alguna) habían hecho, pero, fuera
lo que fuese, se había quedado impreso en mí. Me impregné de su esencia, de su forma de hacer las
cosas, borrándome por completo con ella. Que me combatiese en la cama, que fuera tan autentica a
su manera, me dejó la impresión de que no sería prudente permitir que eso pudiera suceder una sola
noche.
Afortunada y desgraciadamente, no fue así.
5
El día que se fue
Me consuelo creyendo que es algo que tenía que pasar de algún u otro modo. Aunque, tomando
en cuenta la manera en que he vivido mi vida hasta ahora, no cabe duda de que no tenía motivos para
sospechar lo contrario. He estado de piernas en piernas desde que tengo edad para hacerlo.
De la manera más sencilla posible, me las he arreglado para estar con cualquier mujer que pueda
mientras que pueda disfrutarlo, siendo eso, de cierta forma, lo único que parecía hacerme feliz.
Ahora, sin ella, sin esto y sin lo otro, la felicidad que tengo se ha ido por el retrete.
Y por si no quedó claro, porque espero que así haya sido, de entre todas las cosas que lamento
haber perdido en tan poco tiempo, ninguna duele tanto como haberla perdido a ella.
Es inútil pensar en ella sin pensar en la forma en que nos conocimos. Además, es que me gusta
hacerlo. Se siente como si estuviera reviviendo un momento de calma antes de una terrible tormenta,
pero ¿Cuál sería la tormenta entonces en este caso? ¿Qué se haya ido o el hecho de estar con ella? No
sé muy bien cómo comportarme con esto de los sentimientos; pensar de más las cosas no ha sido mi
fuerte. Creo que eso se lo dejo a ella.
Sin embargo, aquí sigo, mirando como un idiota un piano eléctrico que compré porque sentía
que estaba solo (un sueño frustrado que me propuse completar), y es que siento eso desde que ella se
fue. Pero, hablemos de las cosas como son: ¡Ella me dejó! Y, a este punto de mi vida; no tengo ni la
más mínima idea de por qué lo hizo. Estamos hablando de alguien que apareció tan repentinamente
como se fue.
Sé que estoy divagando, que no digo nada y etcétera, etcétera… pero es que así fue como ella
me dejó y temo que quedaré de esa forma. Pero creo que mejor cuento exactamente lo que nos llevó a
este punto tan desagradable.
Kat había logrado que me sintiera diferente en todos los sentidos posibles, mejorando incluso mi
aspecto ante los demás y ante mí mismo. No encontraba manera alguna de explicar la forma en que
me enloquecía porque todo el tiempo era distinto: más intenso, más encantador. Cuando se fue,
aquello que alguna vez sentí a su lado se desvaneció por completo, dejando un vacío inquietante en
mi interior. Quería salir corriendo y buscarla, pero las cosas no eran tan sencillas.
Sintiéndome como un estúpido abandonado, intente entenderlo todo de la mejor forma,
encontrarme con mi yo interior y deducir lo que estaba sucediendo, porque me confundía, porque me
traía loco.
—¿Sigues pensando en eso? —preguntó Mia, insistiendo en querer ayudarme.
Habían pasado cinco días de la última vez que me había visto con Kat; y parecía un poco obvio
para todos. Todos menos para mí.
—No —mentí.
—¿No? —dijo con sarcasmo— ¿Estás seguro de eso?
—Sí, no estoy pensando en ella.
—Ah… entonces es una coincidencia que tengas la misma ropa del martes ¿Verdad?
Bajé mi mirada y detallé mis prendas; para mí se veían normales, además, no sabía por qué era
tan importante tener la misma ropa que el martes o cualquier otro día. Su intenso interés en mi
relación con Kat me comenzaba a molestar de una forma poco racional. Para mí, no había motivos
para que siguiera preguntando por Katerina después de todo lo que había pasado. ¿Por qué
simplemente no podía dejarme tranquilo?
—Estuve trabajando toda la noche desde ayer, es normal.
—¿Oh sí? —preguntó ella, con un tono un tanto agresivo.
—Sí, Mia, no hay problema con tener una misma ropa de ayer; hasta donde yo sé, tu siempre
amaneces con lo que usas el día anterior ¿O me equivoco? —me defendí, irreverente, creyendo que
con eso lo resolvería.
Pero a ella pareció no importarle demasiado.
—¡D, hoy es viernes! Apestas desde hace cuatro días ¿No lo ves?
—No es verdad —me negué como niño malcriado.
—¡Claro que sí! —exclamó, con autoridad—; tienes que dejarla ir. Así no eres tú ¿Dónde está el
Dionisio que conozco?
El que me llamara por mi nombre real se sentía como si mi madre me estuviese regañando: un
poco extraño viniendo de ella.
—En eso estoy —dije— ¡Estoy tratando de olvidarla! —bebí el vodka que quedaba en mi vaso,
sintiendo cómo me quemaba la garganta a pesar de estar bebiendo desde antes—. Pero no puedo.
—Oh, vamos, no seas así. Sabes muy bien que eso no es nada para ti —se acercó, apoyando sus
codos sobre la barra, dejando una distancia de pocos centímetros entre su nariz y la mía—, te has
acostado con más mujeres de las que puedes contar; esto debería ser un juego de niños para ti.
Mia habría tenido razón si se hubiera tratado de una mujer cualquiera. Katrina era diferente en
todos los sentidos: encantadora, inteligente, capaz, increíble, hermosa… tenerla a mi lado había sido
lo mejor que me había pasado jamás y no podía soportar la existencia sin ella.
Y lo puedo repetir miles de veces, en cualquier contexto, y nunca dejará de ser así. De hecho,
podría decir incluso que la amaba, que haría lo que fuera por ella porque estoy seguro de que lo vale.
Podría estar ebrio, desgastado, triste y acabado, pero nunca iba a cambiar de parecer con
respecto a ella. La perfección hecha persona se llamaba: Katerina Walker.
—Pero no es un juego —proferí, dolido, con ganas de llorar—; ella no es un juego, ella lo es
todo. ¿Acaso no lo entiendes?
—Vamos, D, no puedes dejar que te haga eso; si se fue debe ser por algo… tal vez solamente
fuiste una aventura para…
—¡No! Ni se te ocurra decirlo; lo que tuvimos fue real. Sé que ella también lo sintió.
—¿Real? A penas y salieron por cuatro semanas, D, no es como que hubieras conocido todo de
ella en ese tiempo.
—¡Pero fueron las mejores cuatro semanas de mi vida! —aseveré.
—¿Sabes por qué se fue? ¿Acaso tienes una idea de que fue lo que quiso decir cuando lo hizo?
Cinco días antes de todos eso, yo no estaba preparado para una ruptura, ni siquiera sabía cómo
se sentían ese tipo de cosas. Para mí, el día estaba siendo igual que todos los demás: un lunes
cualquiera, ir al trabajo, atender asuntos insignificantes con respecto a las exigencias absurdas de mi
padre; cuando terminara, habría de verme con ella en su casa para cenar esa misma noche. Hasta
donde sabía, nada parecía presagiar eso; pero, de un segundo a otro, las cosas simplemente se
jodieron.
—Lo siento —dijo ella, un poco abatida, cabizbaja— pero no puedo seguir más con esto.
Aquellas palabras atravesaron mi pecho como una viga de metal, cortándome y dejándome
abierto para que escapara todo lo que me había creado estando con ella: sentimientos, afecto, un
futuro feliz. Es curioso la forma en que me enamoré perdidamente de Kat luego de tan poco tiempo a
su lado. Estúpidamente creí, hasta ese momento, que lo nuestro era mutuo.
—¿De qué hablas? —pregunté, anonadado.
—Lo siento, Dennis, no puedo —repitió—; simplemente no puedo… —y me cerró la puerta.
Con las palabras en la boca, no supe qué hacer, por lo que arremetí contra su puerta. Golpe a
golpe, exigía una mejor respuesta, una razón que pudiera considerar valida.
—¡Kat! ¡Kat! Déjame entrar, vamos a hablarlo mejor.
En ese entonces estaba convencido de que ella estaba confundida, de que lo que había dicho se
debía a un simple mal entendido, que se sentía un poco mal y por ello habló sin saber; para mí, todo
eso tenía solución, que no tenía por qué molestarme con ella… creí que lo podíamos resolver juntos.
—¡Kat!
Grité por un buen rato, creyendo que, si por lo menos no iba a abrir, tal vez se cansaría y me
diría algo, pero no sucedió. Allí estuve hasta que sentí que era una causa perdida. Cuando le conté a
Mia, no podía creer lo que había pasado; para ella, estábamos creando un lazo adorable, un tanto
apresurado, pero adorable. Yo no quería ser lindo, yo quería ser feliz.
Justo después de ese día, las cosas simplemente empeoraron. Al cabo de unas horas caminando,
el sol salió de nuevo para recordarme que, a excepción de mi vida, nada se había detenido. Sin
embargo, aun creía que lo podía arreglar mi relación con ella. Durante todo ese tiempo que deambulé
a solas, estuve pensando en un sinfín de soluciones que podrían mejorar la situación: hablar con Kat,
obligarla a escucharme, seguirla a todos lados, escribirle cada día, comprarle flores y esperarla en su
puerta hasta que decidiera hablar conmigo.
A como yo lo veía, podía ser como una película romántica en la que el amor siempre triunfaba;
en donde los gestos exagerados podrían ayudar al héroe y conseguirle al amor de su vida; y me lo
creí por completo hasta que recordé que en la vida real las cosas simplemente no son así. No importa
cuántas cosas tenga, la cantidad de recursos que posea, el dinero, las amistades, los contactos; si no
podía ser capaz de lograr que ella volviera conmigo, nada valdría la pena. Pero no lo supe sino hasta
que lo intenté.
Al día siguiente, luego de coger un taxi (solo no era buena idea regresar caminando) me preparé
para volver a su casa y hablarle de frente. El plan era simple: convencerla de que me dejase entrar, y
luego, convencerla de que regresara conmigo. Así que, listo para poner en marcha mi maravillosa
estrategia de reconciliación, toqué a su puerta.
Nada.
No quise rendirme así que toqué de nuevo, sintiendo que esta vez sí conseguiría hacerla
reaccionar. Me la imaginaba recostada del otro lado de la puerta esperando el momento justo para
hacer su entrada teatral, en dónde nos miraríamos a los ojos y comenzaríamos a hablar de lo mucho
que nos queríamos, que nada de eso se repetiría… que seríamos felices después de todo.
Pero, de nuevo, nada sucedió.
Insistí una tercera vez; golpe a golpe mis esperanzas se iban desvaneciendo. Mientras más
tardaba en abrir más tiempo me daba para pensar, para suponer que tal vez no estaba, no me quería o
que al final nada se resolvería. Segundo a segundo, entendía que estaba luchando en una causa
perdida y que ella no estaba interesada en mi ni en lo que podía hacer conmigo.
—No está, se fue con unas maletas ayer… —dijo la mujer de la casa de al lado. Se veía que
estaba cansada de escucharme golpear la puerta—. No te va a abrir nadie porque no hay nadie ¿No
entiendes? Ya vete.
Y, de la misma forma oportuna en que apareció, así mismo se fue, sin decir más nada. No me
gustó mucho enterarme de esa manera que no estaba. Aquello que unos segundos atrás supuse que
era una causa perdida, resulto se real, convenciéndome al final que era causa pérdida. Aun no
entendía el porqué de las cosas, a qué se debía ese repentino cambio en ella. Por un lado, no me dio
tiempo de averiguarlo, y por el otro, no se veía como que quería decirlo.
Con eso en mente, simplemente lo dejé colar. Me marché decepcionado de eso, con una nueva
resolución: no lo tengo todo. Me fui caminando hasta mi casa (esta vez en la dirección correcta),
mientras que recordaba todo aquello que hice con Kat. Las cosas divertidas, los buenos momentos,
las grandes aventuras con las que creí que nos habíamos acercado más y más. Solo, me perdí en la
nostalgia mientras perdía el rumbo de mi vida.
De ella solamente me quedaba el recuerdo.
6
¿Qué habrá sido?
Se podía decir que me encontraba realmente feliz a su lado. Los días pasaban tan lento que daba
la impresión de que fueron meses en vez de semanas. Pero no era solamente lo bien que me hacía
sentir, o su belleza, su inteligencia, la forma en que me retaba o me volvía loco.
Porque, una vez que probé todo de ella, nada más me hizo falta. Hablarle, comer a su lado,
despertarme cada día sabiendo que la vería de nuevo; el sexo, los besos… todo lo que hiciera con
Katerina era un deleite para mí. Ella parecía disfrutarlo también, razón por la cual di por sentado que
todo esto resultaría de buena manera.
Disfrutábamos de paseos largos, comprábamos helados cada vez que nos encontrábamos con
alguna tienda. Tratábamos de estar la mayor cantidad de tiempo compartido posible. Eso era lo que
me mantenía sintonizado con ese sentimiento que ella decía tener por mí. Era algo que no siempre
entendía (porque la verdad no la entendía del todo), pero que me llenaba por dentro sin importar qué.
Las cosas como las conocía fueron cambiando drásticamente. En el trabajo, dejaron de
molestarme las largas horas de aquella tortura a la que mi padre le llama oficio porque, de alguna
forma u otra, Kat se las arreglaba para entrar en mi cabeza y dominarme por completo. Las demás
mujeres comenzaron a parecerme insípidas y aburridas porque ninguna llenaba el papel que Katerina
estaba interpretando a mi lado. No cabía duda de que yo, como tal, estaba cambiando.
Poco a poco me daba la impresión de que nos estábamos acercando el uno al otro, y que eso que
teníamos sería especial para siempre ¡Para toda la vida!
—La verdad disfruto pasar tiempo contigo —dijo Kat, en una de las tantas caminatas que
hicimos por la ciudad.
Una actividad frívola que no nos llevaba a ningún lado pero que eran la excusa perfecta para
estar con ella durante el día. O me ocupaba de ir al trabajo o ella de estudiar. Pero cuando no quería
estar conduciendo, un pie delante del otro resultaba ser nuestra mejor actividad.
Tenía una sonrisa en el rostro que la llenaba de un brillo espectacular que no puedo borrarme de
la cabeza. Sin saber qué responder, le sonreí para luego preguntarle a qué se debía esa pregunta suya,
a lo que ella me respondió:
—No lo sé —sonriendo y levantando el hombro demostrando desinterés, agregó—: no sé, solo
quise decírtelo. ¿Por qué? ¿No te gustó?
—Claro que sí me gusta. ¿Cómo no habría de gustarme que me lo digas?
Me acerqué a ella, de costado, y rodeé mi brazo por su cintura.
—Si verte decir cosas como esas me hacen sentir tan bien —agregué—, eres tan bella.
Kat, se sonrojó como si mis palabras hubiesen despertado algo en ella que la hizo sentir bien,
supongo. Poco a poco dejaba esa actitud fría ante mis cumplidos. Se detuvo, me miró fijamente a los
ojos por unos segundos y luego acercó su rostro al mío para darme un beso largo.
—Me encantas —dijo luego de besarme por un largo rato—. No sabes cuánto —Dijo, esta vez,
obligándome a regresar a esa vez en la que ella misma me había dicho qué significaba esa frase. No
pude evitar preguntárselo.
—¿Y tú sabes cuánto?
Su mirada fija, me fusiló entre las cejas. Pero, no era algo malo. Sonrió viendo la ironía.
—Debí imaginarme que dirías algo así —sonrió de nuevo—. Pero sí, sí sé cuánto.
—Y… ¿No puedo saberlo? —pregunté, curioso.
—Pues te quiero más de lo que he querido a alguien en toda mi vida, y eso es mucho más de lo
que me esperaba que te querría.
Y sin dejarme oportunidad para pensar en más nada, me besó de nuevo, borrando cualquier otra
duda que se hubiera formado en mi cabeza en ese instante. Esa conversación fue parte de esas cosas
que hacía ella que me dejaban confundido la mayor parte del tiempo.
Y aunque en aquel entonces solamente duraron en mi cabeza unos minutos, actualmente no han
dejado de atormentarme regresando a mí todo lo que hacíamos en la manera en que me hacía sentir y
en lo feliz que era. No importaba si había sido nada más unas cuantas semanas, o si se tratara de toda
mi vida.
Tomándolo en cuenta, eso que podía obtener y lo que tenía (sin importar de qué se tratara)
quedaba opacado y me parecía poco cuando estaba con ella. A pesar de todo, parecía ser una relación
sana; algo que nunca había tenido con ninguna otra mujer en mi vida. Lo más curioso es que ni
siquiera estaba tan seguro de si era el modo de ser, porque de cierta forma, todo eso que tenía era
«eso» que, al parecer, me hacía falta.
No sabía que lo necesitaba, y, una vez apareció para irse de manera repentina, me di cuenta de lo
importante que era.
Era un hombre nuevo, pensaba diferente, sentía diferente. Pero no sabía siquiera si eso era algo
bueno o malo. Sin embargo, cuando estábamos juntos, constantemente nos entreteníamos con las
actividades más tontas que pudiéramos encontrar porque nos gustaba.
Las veces que terminábamos un sexo salvaje de esos que me dejaban exprimido y sin fuerzas,
nos quedábamos desnudos en la cama viendo al techo y hablando de la vida. El asunto era que,
cuando ella hablaba, yo dejaba de existir. Nada más que ella podía permitirse estar en el mundo
cuando lo hacía.
Y aparte de esas contadas veces en las que se sentía extraña y hablaba de cosas que no
guardaban mucha relación con lo que teníamos (por lo menos para mí), era una relación que me
llenaba. No importaba lo raro que fueran las veces en que se quedaba viendo al vacío o en que sacaba
temas raros; yo disfrutaba estar con ella. Sin embargo, no significaban nada frente a aquellas
ocasiones en las que parecía normal.
En esas tantas ocasiones estaba plenamente seguro que era otra mujer.
—¿Cómo te está yendo con ella? —preguntó Mia, uno de los días que nos encontramos en el bar
los tres.
Kat se había ausentado unos minutos para ir al baño y, aprovechando que estábamos solos por
primera vez en todo el día, decidió preguntarme.
—¿No es un poco raro? —agregó.
—¿Raro de qué? —pregunté, como si no supiera de qué estaba hablando. Solo bastó su mirada
para que tocásemos el tema sin necesidad de ser tan obvios—. No lo es… es una relación normal.
—Sí, claro… lo que tú digas.
—¿No me crees? ¡Claro que lo es! Salimos, conversamos, pasamos tiempo de calidad.
—¿Cuánto tiempo llevas con ella? ¿Diez minutos? —preguntó con sarcasmo.
Mia tenía un punto, pero yo no estaba en posición para pensar al respecto. En ese entonces, me
la pasaba tan bien que no había razón alguna para concentrarme en problemas innecesarios como
ellos. ¿Me quería? ¿Lo valía? No me importaba, porque lo estaba disfrutando.
—¿Acaso importa?
—Claro que importa… pienso que estas apresurándolo todo. —Confesó ella.
—Después de todo, no estamos haciendo algo malo. Tómalo con calma ¿Sí? —terminé yo, antes
de que Kat llegase de nuevo a la barra.
—¿De qué hablaban? —preguntó Katerina, al ver que dejamos de hablar en lo que ella llegó—,
¿Hablan de mí?
—Le estaba contando a Mia lo bien que nos va juntos y ella no lo entiende. —Dije ese momento
con soberbia, porque para mí no había modo alguno en que todo eso se echara a perder.
—Hum… nunca dije eso —afirmó Mia a regañadientes.
—¿Y por qué pensarías eso? —preguntó Kat.
—Qué no lo dije —insistió.
—Dennis, él es quien anda diciendo eso… —me culpó, sin que yo fuera culpable en verdad.
—¡Ah sí! ¿Con qué así es la cosa? —me miró, retándome con intensidad— ¿Exactamente qué le
dijiste?
A la defensiva, solté mi vaso y levanté las manos en señal de rendición.
—Yo no dije nada… solamente estoy diciendo que estamos teniendo tiempo de calidad…
—Pero están diciendo que hablan de mi —nos miró a los dos, esperando que alguno le
respondiera—, y es sobre que esté saliendo contigo ¿O no?
—Sí bueno, pero solamente es raro porque D no suele salir con nadie. —Dijo Mia.
—Es verdad. Es eso. —Confirmé yo.
—¿Y eso es malo? ¿Qué salga con alguien? ¿Es malo que salgas conmigo? Porque si es así, no
salimos y ya…
Sonaba como si estuviera molesta con nosotros, pero una cosa es lo que dice y otra la forma en
que lo dice. En su mirada se notaba que jugaba con nosotros, tratando de sacarnos información sin
sentirse realmente afectada por ella. Era otra de sus grandes habilidades como persona. Es
sorprendente la manera en que conseguía todo lo que quería sin siquiera intentarlo. ¡Ni yo, que lo
tengo todo! He logrado hacer las cosas de ese modo.
—Ya veo… —dijo, para luego quebrar en risa y quitarle sentido a todo aquel interrogatorio—.
Ay, qué bueno entonces.
Mia y yo nos miramos con alivio, sintiendo que algo en ella estaba un poco fuera de lugar.
Recuerdo que otra vez me había advertido de eso mismo. No es algo que uno suela pensar de la
mujer de la que te estás enamorando con locura, pero los que están afuera de tu relación suelen darse
cuenta de esas cosas. Habían pasado ya más de dos semanas con días consecutivos en los que Kat y
yo nos veíamos a diario (y fue una semana antes de que me dejara), por lo que a Mia le preocupó más
el asunto.
—Sí… —afirmó ella, luego de explicarme por qué sentía que algo raro pasaba—, se ven
realmente lindos los dos juntos.
—¿Si es cierto? —pregunté como un tonto, sonriendo y lleno de ideas de enamorado—. Yo
pienso lo mismo. ¿Es así como se sienten las relaciones? Porque es muy divertido… no, divertido
no… Es más como que: se siente estupendo.
Mia me miró con asco, como si no fuese conmigo con quien realmente estaba hablando.
—A eso me refiero —dijo—. No, no es normal. Se supone que las relaciones deben tener altos y
bajos, pero lo tuyo es puro amor, emociones y demás. Algo no me gusta… —bajó la mirada y
continuó limpiando la mesa—. En serio que no.
—¿No querías que tuviera una relación estable? —me quejé.
—¡Claro que quería que tuvieras una relación estable! —levantó la mirada, lanzando el trapo
que tenía en la mano sobre la mesa con ira—, pero te digo que algo no anda bien.
Y, como si hubiera sido una advertencia, un vistazo al futuro. El día que le conté que me dejó,
luego de compadecerse de mí, dijo:
—Sabía que algo malo pasaría.
Pero mientras menos piense en eso mejor. Aquel día en que hablábamos Mia, Kat y yo sobre lo
extraño que era que tuviese una relación estable, Kat le preguntó a Mia:
—Y, ustedes ¿Cómo se conocieron?
Encendiendo más esa llama que estaba quemándole desde hace días cuando no le terminé de
explicar por qué seguía yendo a aquel bar. Mia me miro preocupada, sin saber si yo le había contado
algo sobre nosotros. Se supone que no debería ser importante (le dije que no con la mirada), pero que
yo no le dijera nada, le daba un nivel diferente de delicadeza.
—No bueno… D venía muchas veces para aquí y terminamos hablando hasta que nos hicimos
amigos —respondió, evadiendo lo obvio.
Kat nos seguía cuestionando por qué estábamos tan callados, cuando en realidad ni siquiera
sabíamos qué decir con exactitud. Siento que esa falta de confianza fue una de las razones por las
cuales se fue, tal vez si le hubiera dicho aquel día que Mia y yo tuvimos un pasado, entonces, de esa
forma, no se habría sentido en la necesidad de estar conmigo.
Pero eso no importó en su momento.
—Bueno, no me digan, no es tan importante —dijo ella al fin, tras dejarse convencer a medias
con diferentes excusas nuestras.
—No es para tanto, de todos modos —aseguró Mia, sonriendo despreocupada—. De todos
modos, no es como que importe mucho por qué somos amigos.
—Puede ser —respondió Kat—, no es para tanto ¿verdad?
La forma en que Katerina sospechaba de nosotros (esa manera nada justificable), revelaba de
ella cierto nivel de celos que poco a poco dejaba de parecerme adorable. Y, honestamente, me voy a
cansar de repetir una y otra vez: «eso en aquel momento no me importó tanto» porque, sí, la verdad
no lo hizo. Ninguna
Era algo a lo que no estaba acostumbrado.
Es decir: ¿De cuándo aquí, yo había sido objeto de celos? Hasta ahora, en mi vida, ninguna
mujer había tenido la oportunidad de llevar a sentir celos de Mia (aunque la verdad ninguna llegó a
conocerla), así que todo eso me parecía normal hasta cierto punto.
Es curioso porque, cuando la conocí, creí entender muy bien a las mujeres como Kat. Creía
conocer a las mujeres como ella. Después entendí que no era así. Con el tiempo que pasé junto a ella,
pensé que podría tener algo que nunca había tenido antes.
Toda mi vida, en comparación, era tan simples que, un cambio como el que ella hizo en mí,
consiguió ser lo suficientemente atractivo como para que yo pudiera mejorar ciertos aspectos de mi
vida. Sin darme cuenta, comencé a necesitarla más de lo que esperaba. Esa misma necesidad tan
extraña para mí, comenzó a generar cambios en la forma en que me veía y vivía como de costumbre.
Sí que era una relación extraña, o es que ¿Acaso todas son así? ¿Me habrá dejado porque sentía
celos?
Es decir, luego de un tiempo entendí que era una mujer celosa. La forma en que evitaba que
viera a otras mujeres, en la que me hacía sentir que de alguna forma debía darle toda mi atención,
como si la necesitara, como si realmente le hiciera falta para sentir que la quería. Cada cuanto podía,
me demostraba que no era suficiente.
Por varios días pensé que era normal, que todas eran así y que debía dejarlo pasar, pero, al
parecer, no era así.
Así que ¿Habrá sido por eso?
Y es que, en retrospectiva, parecía tan íntima, tan real. No había manera de que pudiera predecir
lo que sucedería.
Pero no era solamente lo bien que me hacía sentir, o su belleza, su inteligencia, la forma en que
me retaba o me volvía loco. Porque, una vez que probé todo de ella, nada más me hizo falta. Hablar
con ella, comer a su lado, despertarme cada día sabiendo que la vería de nuevo… incluso el sexo con
Kat era sencillamente asombroso. Con este, no le costa nada llevarme a lugares que ninguna otra
mujer logró transportarme.
Su forma de tocarme cuando quería tener el control total de la situación: en que su boca se
ajustaba perfectamente a mi pene; en que sus ojos me miraban con intensidad, seduciéndome,
deseándome. Llevándome y trayéndome de vuelta de la locura.
Su respiración, sus palabras, sus movimientos. Kat era una fiera en la cama. Podría ser
innecesario contar cada una de las cosas que hicimos, pero, sería un insulto no hacerlo, más que todo
cuando no hicimos algo diferente en el poco tiempo que estuvimos juntos.
Y que, parece que es lo único que me mantiene distraído de todo esto que me está pasando.
—¿Estás listo? —me preguntaba cada vez que comenzábamos una sesión terapéutica de sexo
salvaje que nos tomaba horas superar.
De entre las cosas que más hacíamos, solía amarrarme en la cama para quitarme por completo el
control de la situación. Desnudo, maniatado y sin lugar a donde ir, usaba sus mejores prendas íntimas
para seducirme con tan poco, tan rápidamente.
No sé si se deba a mi libido o a su belleza, pero en lo que la veía colocarme las esposas
afelpadas, ya me hallaba duro. Primero, se acercaba seductoramente, mirándome a los ojos,
evaluando mi alma, diciéndome qué era lo que iba a suceder sin siquiera usar palabras. No sé cómo
explicarlo, pero, en pocos movimientos, me tenía enamorado.
El siguiente paso era terminar de acercarse lo suficiente para permitirme sentir el calor de su
piel. Ella me miraba, evaluando mis ojos, mi cuerpo, lo qué me haría y lo que me dejaría hacerle.
Pero nada de eso sin antes hacerme desearla. Sin nada que perder, me dejaba dominar. A veces
utilizaba látigos de punta de cuero, o plumas muy largas o simplemente su pezón. Con lo que me
rozaba lentamente desde la punta del pie, hasta mi nariz.
Recorría lentamente mi cuerpo obligándome a sentirla (la que más me gustaba era cuando usaba
su pezón), erizándome cuando tocaba esas pequeñas partes de mi cuerpo que me hacían emocionar.
Partes que ni siquiera yo conocía.
No estoy seguro de cómo ni de por qué era tan buena; yo me callaba y lo gozaba. Luego de eso,
pasaba a lamerme, besarme, obligarme a sentir el calor de su boca y sus labios. Mientras lo hacía,
susurraba palabras que no entendía, hasta que llegaba a mi oreja y las repetía.
—¿Te gusta?… ¿Te excita?… ¿Te vuelvo loco? —cosas que decía mientras que se metía el
lóbulo de mi oreja en la boca, llevándome a escuchar su interior, causándome un escalofrío que me
recorría la espalda completa.
Pero lo mejor de todo eso no era lo que me hacía sentir, sino lo que ella misma se hacía
mientras. De vez en cuando se introducía juguetes en el ano para estimularlo con cada movimiento,
otras, se colocaba un vibrador en la vagina que se accionaba con control remoto. Me lo ponía en la
boca para que cada vez que yo sintiera un escalofrío, lo apretara con los dientes.
Sus gemidos controlados y suaves aumentaban la experiencia, llevándome a desearla cada vez
más. Pero eso constituía solo el comienzo. Cuando sentía que ya había acabado el tiempo para jugar,
pasaba a la siguiente etapa del sexo. Con su mano, iba a masajeando mi cuerpo, abriéndose paso
hasta mi pene, el cual casi siempre la esperaba palpitando y grueso.
En lo que lo cogía entre sus dedos no había nada que pudiera despegarla de él. Lo apretaba, lo
movía de arriba abajo. Lo veía deseosa. La mente se le hacía blanco, la boca agua. Sentir cómo me
tocaba me causaba placer, lo que me llevaba a morder el control que tenía en mi boca, haciéndola a
ella sentirse bien también. Ambos nos encontrábamos convulsionando de placer mientras que ella
hacía su mejor intento para no meterse el pene a la boca tan rápidamente. Algo que no duraba mucho.
En lo que lograba que sus labios tocasen mi miembro, pasaba lo mismo que cuando lo cogía con
la mano; nada podía separarlos. Lo succionaba. Se emocionaba con tan solo jalarlo, metiéndoselo
hasta la garganta a más no poder. Le encantaba hacerlo, sentirlo en su boca, saborearlo, pasarle la
lengua. En él había algo que la volvía loca. Su aroma, su esencia, su forma… no sabía qué era, pero
lo dejaba colar como si se tratara de un manjar que no podría encontrar en ningún otro lugar.
Sentir cómo se perdía en mí y mi pene, me causaba más placer del normal. De vez en cuando
levantaba la mirada y me veía a los ojos, queriéndome decir que le encantaba también y que lo estaba
disfrutando. Emitía suaves gemidos mientras que lo saboreaba, le escupía para lubricarlo y le pasaba
la lengua de arriba abajo, presionándolo para darme más y más placer.
Cuando parecía que estaba a satisfecha con él en la boca, que su garganta ya no necesitaba sentir
más la cabeza de mi pene, se lo sacaba y me masturbaba con fuerza para calentarlo. Yo estaba ya
perdido en un mar de place, mientras que ella se preparaba para sentarse sobre su juguete favorito.
—Oh sí… —Decía, cada vez que la cabeza de mi pene medio tocaba alguno de sus labios.
Aquella vagina caliente, deseosa y dispuesta; causándole temblores y escalofríos, estaba a punto
de recibirme emocionada. Húmeda hasta más no poder, con un solo movimiento, dejó caer todo su
peso sobre mi verga. Mi miembro entraba en ella como si estuviera untado en mantequilla. Y de la
misma forma en que hacía con su mano y su boca, nada parecía que pudiera separar a estos seres.
—Sí… —suspiraba, gozando, sintiéndola entrar en ella, empujando su alma contra su útero y
satisfaciendo sus necesidades sexuales como si se tratara de un medicamento prescrito—. ¡Me
encantas!
La tenía tan calada en mi piel, que la creía enamorada de mí. Tan real, tan entregada, tan ella en
su completo esplendor, que no le encuentro sentido. Trato de buscar una razón: si no fue esto ¿Fue el
sexo? Si no fue eso, ¿Fue que no le demostré de verdad que la quería? Si no es ella ¿Habré sido yo o
algo de lo que hice? No estoy seguro.
O ¿Acaso habrá sido el Karma?
7
Ahora
Después de caminar todo el recorrido desde su casa hasta la mía (algo que me tomó unas cuatro
horas de trayecto) ya no me quedaban fuerzas para seguir pensando en ella. No era solamente lo que
me había hecho sentir durante todo ese tiempo; los buenos momentos, los besos, los abrazos, las
conversaciones raras pero enriquecedoras… no, sino lo que dejé de sentir.
Los días pasaban y era como si cada uno de ellos se llevara una parte de mi alma.
Sin ella, ya no era el mismo hombre que era a su lado ni el que fui antes de conocerla. No me
daba tiempo siquiera para disfrutar de la vida porque me parecía tonta o demasiado simple. Creí que
si me quedaba en mi casa podría olvidarla; nadie me recordaría a ella. Desgraciadamente no
funcionó. Luego de eso, pensé que podría salir, pretender estar bien cuando en realidad no lo estaba
para convencer a todos que nada había pasado. Desgraciadamente no funcionó.
El tiempo trascurrió y cada vez me veía más devastado por la ausencia de mi única pareja. El
trabajo ya no me parecía aburrido, ni malo, ni siquiera me gustaba, solamente iba porque sentía que
era un pretexto para mantenerme vivo. Según yo: «porque no tenía otra opción». Existía por excusa.
Mia no tardó en decírmelo para luego repetirlo una y otra vez.
Eso, esto, aquello o lo otro.
Se preocupaba por mi salud física y mental cuando me veía beber como un desquiciado cada
bebida de su bar. Y así estuve, hasta que, revocándome los derechos sobre el alcohol, me detuvo:
—No —dijo, con una voz firme.
Estaba mareado, con la misma ropa de hace cinco días atrás, sintiendo lastima por mí mismo y
esperando que algo me matase en cualquier momento. Discutimos por un rato acerca de que estaba
bien, de que no lo estaba; de que no necesitaba ayuda, de que sí la necesitaba. Todo parecía ir de
maravilla hasta que Mia decidió de nuevo por mí.
—¿Por qué carajos sigues comportándote como un idiota?
—No me estoy comportando como un idiota —recuerdo que dije, tratando de sonar como un
hombre sobrio y cuerdo.
Los ebrios siempre intentamos sonar sobrios y cuerdos. Desde nuestro punto de vista, no se nota
lo ebrio que estamos.
—¿Qué no? —exclamó, levantando demasiado la voz— ¡Claro que te comportas como un
idiota! ¡Te ves como un idiota! ¡Hueles como un idiota! Y, lo peor de todo ¡Hablas como un idiota!
—Ey, ey —traté de detenerla—, ey, ey, ey… no es para tanto —dije—. Cálmate un poco, Mia.
No sé cómo, pero, luego de darle un golpe a la mesa, saltó sobre ella con completa agilidad y
quedó de mi lado de la barra.
—Ya no lo soporto más —gritó de nuevo, cogiéndome esta vez del brazo—, vente conmigo.
Intentando jalarme sin estimar bien mi peso, se regresó de golpe al darse cuenta que no podía
conmigo.
—Por favor, Dennis, ¡Vamos! Demonios —y continuó jalando para que me levantara—. ¿Por
qué eres así?
—No me quiero ir… —me quejé.
—No me importa, te vienes conmigo.
Por un rato se quedó jalándome del brazo hasta que logró levantarme. Rindiéndome poco a
poco, me dejé llevar por ella para que decidiera mi destino de aquel día. No estaba seguro de qué
quería hacerme, ni me encontraba en el estado adecuado para averiguarlo una vez que me levanté de
aquella silla. Después de enterarme que Mia no era tan pobre como para tener un coche, me llevó
hasta su casa, a la que no había estado en mucho tiempo.
No recordaba si la última vez que estuve allí fue cuando nos conocimos o en algo diferente.
—Siéntate ahí —dijo ella, soltándome sobre el sofá.
Me había ayudado a caminar desde el coche hasta el interior de su casa.
—¿Por qué me trajiste para aquí? —pregunté, queriendo gritar mis penas— ¡Quiero seguir
bebiendo! ¿Por qué no estoy en el bar?
Luego de eso, no recuerdo con exactitud lo que pasó. Sé que me dio algo para tomar y me dejó
en aquel sofá a mi suerte. Me quería morir, dejarlo todo. Sin licor para que suavizara aquel dolor que
me atormentaba y sin las fuerzas para levantarme y buscar algo en aquella casa, me dejé caer como
pude en el sillón para dormirme a los minutos. Los sueños parecían golpes de piedra en mi cabeza.
Estoy casi seguro que tuve una que otras pesadillas con respecto a Kat, Mia, mi padre y yo.
Había sido algo aterrador, solamente que no recuerdo qué cosa me hizo despertar una que otra vez de
improvisto toda esa noche. Sin embargo, no tardé mucho en recuperar el sueño cada vez que
despertaba. A la mañana siguiente, fue que encontré una solución.
—¿Estás mejor? —me despertó la suave, pero a la vez estruendosa voz de Mia.
El dolor de cabeza era insoportable. La luz me lastimaba los ojos, el calor me hacía sentir
pegajoso y envuelto en sudor.
—¿Qué hora es? —le pregunté, apretándome la frente para ver si así se me quitaba el dolor de
cabeza.
—Son las doce del mediodía —dijo—… del sábado.
—¡Carajo!
—Sí… tienes un día entero durmiendo en mi sofá.
—¿Por qué no me despertaste?
Traté de levantarme, pero el mareo me volvió a empujar al sillón en donde decidí quedarme por
un largo rato.
—No lo sé —dijo con desinterés— no quería molestarte.
—¿No sabes que tengo que ir a trabajar? —me giré para verla por sobre el sofá— Tú sabes que
tengo cosas que hacer.
—Hoy no trabajas —respondió, sin levantar la mirada, segura de lo que decía.
—¡Pero ayer sí! Porque ayer cuando creí que estabas despierto, lo que hiciste fue levantarte, te
quedaste parado por un rato y volviste a acostar.
—No me acuerdo de nada de eso —dije, tratando de hacer memoria.
Mia estaba a mis espaldas, en donde se supone que estaba su cocina, haciendo ruido con algunas
ollas, cubiertos, pinzas y sartenes. No dejaba ocasionarme fuertes jaquecas que no lograba soportar.
—¿Por qué estás haciendo tanto ruido? —exclamé, tratando de no gritar demasiado porque hasta
sentir mi propia voz me lastimaba—. Por favor…
—Por favor ¿Qué? —exclamó—. Si no estoy haciendo nada.
Al cabo de unos segundos, acercó a mi rostro un vaso en el que había un líquido de color
naranja.
—Ten… bébelo.
—¿Qué es eso?
—Un remedio —lo agitó un poco—, vamos, bébelo.
Sabía a demonio: acido, terroso y, cuando lo tragué, sentí que el sabor se repetía como vapor por
mis narices. Sin embargo, me aclaró las ideas casi de inmediato. Traté de poner la peor cara de asco
que tenía. Debía saberlo.
—¿Qué carajos es esto? —pregunté, tratando de borrar el sabor de mi boca.
—Un remedio, te dije —repitió, retirándose como si su trabajo ahí hubiera terminado.
—Es horrible —me quejé, aun luchando con la sensación en mi paladar.
Al cabo de un rato desapareció, llevándose con él mi fatiga y los síntomas de la resaca. Durante
todo ese tiempo no me moví de su sofá, sentado, viendo al vacío mientras que escuchaba que Mia
hacía cosas en su cocina (cocinando), se movía de un lado al otro y tarareaba canciones que le
gustaban. Actuaba como si yo no estuviera ahí, lo cual agradezco porque no me sentía muy cómodo.
Hice lo que pude para no pensar en Kate, porque sabía que comenzaría a deprimirme de nuevo
y, la verdad, no quería probar otra vez el extraño remedio de Mia. Supongo que sí era efectivo. Así
estuve hasta que ella se dejó caer en el sofá con dos platos de comida caliente en la mano,
interrumpiendo mis pensamientos.
—Toma —dijo entregándome el plato con comida.
—¿Qué es esto? —pregunté, al tomarlo por instinto.
—Comida ¿No ves?
Le di de nuevo una ojeada para detallar por mí mismo lo que había en él. No era la primera vez
que probaba una combinación como esa, es decir, cualquiera lo haría, pero, este definitivamente era
diferente a todos. Las proporciones no estaban medidas, el plato en sí era demasiado grande y todo se
veía como un caos. Lo miré por un buen rato, lo que llamó la atención de Mia.
—Sé que no es lo que estás acostumbrado a comer —observó inteligentemente—, pero la
verdad no me importa. Te lo comes —me ordenó—, necesitas comer algo, andar comiendo maní y
pistaches no es sano.
—Yo he comido…—me excusé.
—No me importa. Comes.
Mia no estaba dándole mucha importancia a mi presencia en aquel momento. A pesar de estar
legítimamente preocupada, su actitud genial y despreocupada no me estaba ofreciendo apoyo, ni
diciéndome qué hacer o cómo hacerlo; solo estaba ahí, como si nada sucediera.
Arroz, carne, papas y unos vegetales que supongo que cocinó con la carne. El olor que
desprendía de todo eso era confuso. No conseguía distinguir que sabor venía primero porque todo
estaba, sobre todo, al lado y puesto sin ningún cuidado.
Si nada qué decir, comencé a comer lo que en el plato había, sintiéndome por completo fuera de
mí, como si estuviera haciendo algo que nunca en mi vida había hecho. El primer bocado lo tomé con
cuidado, como si pudiera tratarse de algo que supiera muy mal, pero me sorprendió cuando lo probé
en verdad. Se notaba que le gustaba que tuviera suficiente sal, mientras que cada porción de carne
que introducía en mí boca parecía estar a término. y, con el hambre que tenía, sabía aún mejor.
Engullí aquel plato sin control, sintiéndome mejor bocado tras bocado. Mia, comía a su propio
ritmo, sin decir nada, sin prestarle atención a lo que hacía. De vez en cuando me giraba para ver qué
estaba haciendo. Estaba demasiado buena la comida. En lo que terminé de comer, me sentía tan
satisfecho, que lo dejé en la mesa que tenía al frente y me dejé caer en el sofá sin poder comer más
nada. Unos minutos después terminó ella también, e hizo exactamente lo mismo.
Se nos presentó otro silencio incomodo, lo que casi de inmediato me hizo suponer que
tendríamos que comenzar a hablar en cualquier momento. Yo no quería; habíamos hecho un gran
progreso para dejar que las cosas se arruinaran al final. No obstante, poco a poco me parecía que la
tensión iba creciendo entre los dos, diciéndome: «Di algo, no seas grosero» y comenzar la
conversación antes que ella. Creí que así evitaría que tocara el tema de Katerina.
La miré preparándome lentamente para agradecerle, ser un poco amable con ella. Se me ocurrió
que podría decirle que en realidad me gustó mucho su comida o algo por el estilo, pero, ella se me
adelantó. Sin vacilar, levantó el brazo y encendió el televisor que teníamos en frente. Estoy seguro
que se dio cuenta de que estuve a punto de hablar, pero entendí su indirecta.
—¿Qué quieres ver? —Dijo Mia, como si esa no fuera la primera vez que veíamos televisión.
Dejé que se dibujara una pequeña sonrisa en mi rostro, comprendiendo qué intentaba hacer.
—No sé, elige tú… —le respondí, como si no fuera gran cosa.
Me regaló una pequeña sonrisa y comenzó a cambiar los canales. Sin palabras, sin recordarme
lo que me molestaba ni intentando hacerme cambiar de parecer; me ayudó más de lo que esperaba.
Mientras intentaba reconocer qué programas estaban pasando en la televisión mientras que ella
cambiaba sin detenerse en ninguno de ellos, me di cuenta que tal vez, y solo tal vez, estaba dándole
muchas vueltas al asunto de Kat.
De repente, todo lo que había hecho hasta ese momento dejó de tener sentido para mí. Me había
comportado como un tonto, cuando a penas y la conocía en realidad, lo que me llevó a preguntarme
¿Quién es ella realmente? Aparte de su nombre, un poco de sus hobbies, sus estudios y una que otra
cosa con respecto al sexo y sus cambios de humor; Katerina era un completo misterio para mí.
Me di cuenta que no tenía ningún recuerdo lucido de ella en el que me contara sobre sí misma;
su infancia, sus amigos, su trabajo. Nada. En el silencio con el que me acompañaba Mia, me percaté
de que, la verdad, no tenía un verdadero motivo por el cual sentirme mal. Y así como aquella
epifanía, lentamente me fui dando cuenta del olor a sudor acumulado en mi cuerpo, la resequedad de
mi piel, el mar sabor en la boca a causa de todo el licor que había tomado, y una desagradable
sensación de estar cubierto de mugre.
De inmediato, sacudí mi cabeza, reaccionando al hecho que estaba vuelto un asco.
—Sí… —dijo Mia, reaccionando a mis movimientos—, das asco
A pesar de no estar viéndome, estaba atenta a lo que hacía.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —no dejaba de olerme a mí mismo incapaz de aceptar que
todo ese desagradable olor que sentía, venía de mí.
—Claro que te lo dije…—respondió ella, sin dejar de ver el televisor—, te dije que dabas asco y
que tenías cinco días con la misma ropa.
—¿Cuándo? —no recordaba que lo hubiera hecho, por lo que me pareció difícil de creer.
—Ah bueno, el bar, mientras que llorabas como un bebé y te bebías toda mi mercancía.
La imagen de mi llorando en aquel bar se me hacía distante, como si se tratara de un sueño que
alguna vez tuve en la infancia y que no estoy seguro si sucedió en realidad. Sin embargo, no creía
que ella estuviera mintiéndome, pero no dejaba de ser extraña la idea de que estuve humillándome
frente a todo el mundo.
—¿En serio?
—Sí… —se volteó para verme—. Lloraste, gritaste, le regalaste bebidas a todo el mundo… que
me vas a pagar… —me amenazó.
Lo siguió de una pausa, y luego volvió a hablar como si nada.
—Y no dejabas de decir que estabas bien y que todo eso era normal.
—No lo recuerdo.
Se concentró de nuevo en el televisor.
—Ni espero que lo hagas… ni siquiera podías caminar ¿Qué esperabas?
Incapaz de soportarme de esa forma, le pedí el baño y me levanté para darme una larga ducha.
Tanto física como mentalmente, sentía que me estaba quitando un enorme peso de encima al entender
todo eso que había pensado sobre Kat. Tal vez no me lo hubieran dicho o hubiese llegado de la nada,
pero, a pesar de todo eso, mientras más lo pensaba más sentido tenía para mí.
Katerina Walker a penas y se había presentado conmigo, y aparte del hecho que se marchó, así
como si nada, todo lo que la precedía era un completo misterio. Su forma de ser, su manera de hablar,
sus repentinos cambios de humor y las cosas que decía. No sabía si tenía un motivo para hacer todo
eso, pero ahora, nada de eso parecía tener importancia ya.
—Si se fue, es por algo… y si no me lo dijo, es porque no le importa… —dije, sintiendo cómo
el agua iba limpiándome el cuerpo.
Justo en ese momento, me prometí que no iba a volver a tocar fondo por ella.
8
Lo tormenta después de la calma
Virtuoso, orgulloso, con la frente en alto y como si nada hubiera pasado, comenzaba mis días
con una sonrisa en el rostro y con la mente fresca. Luego de todo lo que había hecho durante las
semanas después de la partida de Kat, ya nada parecía molestarme de nuevo. Me sentía diferente.
—Buenos días —dije con una sonrisa de oreja a oreja, a las recepcionistas que interrumpían sus
trabajos para verme pasar.
—Buenos días, señor Dionisio —respondían en unísono, risueñas y encantadas.
Estaba bien, y esa misma sensación de bienestar era contagiosa. Les guiñé el ojo y continué con
lo mío, sabiendo que, si quería, podía acostarme de nuevo con ellas. Nadie ni nada iba a arruinar esa
paz interior que tanto me había costado conseguir. Ya habían pasado semanas desde que no pensaba
en Katerina, en lo que sentía, ni en nada de eso, sintiendo que había conseguido en aquello que
siempre tuve una vez en mi vida.
Las mujeres entraban de nuevo en mi casa como si se tratara de esas temporadas de lluvia que
preceden a la sequía extrema. No descansaba igual que antes, no perdía mi tiempo en sentimientos ni
recordar los rostros de ninguna de ellas. Tina, Karen, Jenny, Claire; sé quiénes son porque las veía
todos los días, pero ninguna era importante en realidad, cumplían un propósito.
Todo de maravilla, todo perfecto, todo como estaba acostumbrado. Hasta que simplemente dejó
de estarlo.
—¿Ya puedo hablar contigo? —preguntó mi padre, acercándose a la puerta de mi oficina
Ya de por sí, el hecho de que preguntara antes de entrar y, como tal, ir hasta mi oficina para
hablar conmigo, o incluso preguntarme algo de la nada, era muy extraño. En lo que me percaté que
era en realidad él, bajé los pies del escritorio como si me hubiera encontrado haciendo algo
inapropiado y colgué el teléfono.
—Papá ¿Qué pasó? —pregunté de frente, un poco asustado por el modo oportuno de aparecerse.
—¿Puedo entrar? —preguntó él, como si yo debiera darle permiso de hacer lo que quisiera en su
edificio.
—Este… sí, claro, lo que quieras —no estaba muy seguro de qué estaba sucediendo.
Entró a la oficina y se acercó a mi escritorio para, de nuevo, pedir permiso por otra cosa. Esta
vez, para sentarse en las sillas que él mismo había comprado.
—Quería hablar contigo —comenzó a decir al sentarse.
—¿De qué? ¿Qué pasó? —hice mi intento de sonar lo más natural que fuera posible.
Mi padre se mostraba evasivo, tanto con su mirada como con sus gestos. No estaba
acostumbrado a verlo de esa forma, lo que me procuró cierto desdén. El asunto era que, en lo que iba
de mes (sin contar el tiempo que estuve con y despechado por Kat), no había mantenido ningún
contacto relevante con él, por lo que su actitud pasaba a ser más extraña en sí.
—He visto que estuviste un tiempo saliendo con una chica… —De inmediato, las cosas
comenzaron a ser incluso más extrañas.
—¿Cómo te enteraste?
—Pedí que te siguieran un tiempo luego de que dejaste de venir de manera regular —explicó.
—¿Cómo para qué hiciste eso?
—Estaba preocupado por ti…
Mi padre, levantó su mirada e hizo el primer contacto visual del día.
—¿Preocupado? ¿De qué vas a estar preocupado? No es la primera vez que salgo con alguien.
—Es la primera vez que sales con alguien más de una vez, Dionisio —señaló con carácter; el
hombre que conocía estaba apareciendo—, definitivamente era extraño. Tengo derecho a
preocuparme.
—Pero no sé por qué tenías que…
—Tenía que hacerlo porqué sí —dijo— no es como que deba dejar que el futuro director de mi
empresa se deje seducir por cuan puta le aparezca en frente.
Mientras iba elevando la voz, más sentía que estaba perdiendo terreno en mi propia oficina. Sus
palabras arremetieron en mi contra. Por una parte, me irritó demasiado que le dijera puta a Katerina,
lo que por poco me hace levantarme de mi silla para hacerlo callar; cosa que frustré recordando de
quien se trataba. Por la otra, algo en lo que dijo simplemente no tuvo sentido para mí.
—Ya va ¿Qué? —tomando en cuenta mi impertinencia ocasional, eso fue lo único que pude
decir.
—Quería saber de qué se trataba y si iba en serio —respondió, haciendo caso omiso a mi
pregunta—. Pedí que te siguieran por un tiempo hasta que de repente dejaste de encontrarte con ella.
Me sentía acosado por mi propio padre, cosa que no esperaba sentir en algún momento de mi
vida.
—¿A qué se debe todo esto? —intenté interrumpirlo.
—Estoy tratando de decirte ¿Me dejas? —me dice con severidad, lo que me obliga a cerrar la
boca casi de inmediato—. Luego de que dejaron de verse, no supe a qué se debía, pero comenzaste a
venir más a menudo e incluso escuché que llegabas ebrio al trabajo —otra cosa que no recordaba.
Me encogí de hombros sin apartar la mirada de él.
—Ya era raro que estuvieras con ella en primer lugar, ¿Luego dejan de verse y pareces que estás
despechado?…
—Yo no…
—Sí, Dionisio, estabas despechado —señaló sin dejarme acabar—. No es como que me la pase
haciéndole un seguimiento a todas tus relaciones fallidas, pero tus hermanos llegaban diciendo que
estabas despechado…
—¿Y ellos qué van a saber de eso? Yo no le he dicho nada a nadie.
—No tienes qué… las cosas se saben.
Ahora no solo me arruinó el supuesto bienestar que tenía después de tanto tiempo, no, sino que
ahora se supone que siquiera vida privada tenía. Era algo que debí haber notado antes, ciertamente,
pero, no dejaba de irritarme la idea de ser el hermano menor, el menos importante de todos y, de
paso, el que tiene que estar cuidándose las espaldas para que no lo sigan a todos lados.
La ira me estaba atormentando en ese momento. Intentaba lo más que podía de aguantar las
ganas de gritar improperios, de exigir que me dieran privacidad, decirle que me debían una mínima
de respeto ¡Yo no molesto a nadie!
—Pero eso no es por lo que vengo —dijo, interrumpiendo mis pensamientos—. Quería saber
cómo estabas ahora —preguntó.
Sin mucho esfuerzo, logró hacerme apartar extrañado. ¿A dónde pretendía ir con esa pregunta?
—¿Qué cómo estoy? —no lo podía creer.
—Sí, hijo, cómo estás.
Mi padre no me había llamado hijo en años, por lo que escucharle reconocer que tenía una
relación sanguínea con él, me pareció tan forzado y fuera de lugar que no pude evitar expresar mi
desdén con un gesto universal de «¿En serio?»
Sin embargo, de nuevo hizo caso omiso a eso y continuó con lo suyo.
—Quería saber cómo te sentías, preguntarte si ya la superaste.
—¿Superarla? ¿En serio?
—Sí, no sé si tenga algo que ver el hecho que de nuevo te estés acostando con mi secretaria —
vaciló—, y las recepcionistas, y las secretarias de tus hermanos, y la de recursos humanos,
contabilidad y…
—Aja, papá. ¿Cuál es tú punto? —dije, hastiado.
—Que no sé si eso tenga que ver con que ya estás mejor. Eso quiero decir —dijo.
—Claro que estoy mejor —exclamé, levantándome de mi silla como una especie de símbolo de
renovación— claro que la superé ¿No me ves?
Él, me dio una mirada rápida de arriba abajo, estudiando mi postura. La mantuve tanto como
pude, tratando de no dejarme dominar por su pupila juiciosa.
—¿En serio? —preguntó, sin creer ni una palabra que le había dicho.
—Sí, papá. Si viniste para aquí a preguntarme algo y luego no creerme, no sé para qué carajo
desperdicias tu tiempo —respondí, dándole la espalda para ir al mini bar que estaba detrás de mi
escritorio.
De repente, recordé que simplemente no podía hablarle así, no a él, por lo que, sin girarme de
regreso, esperé su grito contundente y represivo.
—Está bien…
Me encogí de hombros, reaccionando precozmente, para luego percatarme de que, sí, él había
respondido como una persona normal.
—¿Papá? —me giré de inmediato, confundido y un tanto temeroso, para verificar que era él
quien hablaba.
—Tienes razón.
Algo no estaba bien. Él no era así.
—Pero, supongo que debo creerte si lo dices. Sé que no he estado de acuerdo contigo en mucho
tiempo —tenía un punto— pero quería saber si en verdad la habías superado después de lo que te
hizo.
—¿De qué hablas? ¿Qué intentas decir en verdad? —me acerqué a la silla y me senté de nuevo,
interesado por lo que estaba a punto de decir.
Mi padre, comenzó a tensarse, como si no supiera cómo hablar. Esa misma tensión no era algo
que hiciera mucho muy a menudo, pero sí que alguna vez descubrimos que era una costumbre para
él: mi padre no sabía cómo dar malas noticias.
Todos nos enteramos de eso cuando nos contó que mi madre había muerto; pese a que ya era
obvio, él quiso darnos la noticia. Es un recuerdo fresco a pesar de haber sucedido hace tantos años, y
que es, junto con este momento, la única vez en que vi a mi padre de esta forma. No sé qué me había
preocupado más: si todo lo que había hecho y dicho hasta este punto desde que entró en mi oficina. O
que, de la nada, se estuviera preparando para darme una mala noticia acerca de Kat; una mujer con la
que nunca tuvo algo que ver.
—Quería saber si estabas bien y cómo estabas lidiando con el problema de tu noviecita.
—No es mi noviecita, papá.
—Sí, ya lo sé, por eso vengo —me sentí herido por la forma en que lo dijo.
—¿Qué significa eso? —no pude evitar sentirme ofendido.
—¿Has hablado con ella? ¿Te dijo algo antes de irse? Cualquier cosa.
Ya no sentía que tuviera que tener cuidado con lo que le decía a mi padre, tomando en cuenta
que no tenía planeado molestarse conmigo en ese instante.
—Oye, papá. No sé. Me sorprende que no lo sepas, más que todo cuando me estuviste siguiendo
todo este tiempo… —dije con hosquedad.
—Disculpa… —respondió; un sentimiento muy grato, para ser honesto.
—¿Qué tienes que decirme?
—¿Te contó que estaba saliendo con otro hombre? —dijo, sin más preámbulos. Sus palabras
fueron tan fulminantes como un rayo.
El valor que tenía para enfrentarme a mi padre aprovechando que ahora estaba demostrando
debilidad, desapareció de inmediato. Él, por su parte, parecía que se había quitado un peso de
encima. No sabía qué hacer con esa información. Me deshizo en cuestión de segundos.
—¿Cómo? —fue lo que dije.
Mi padre comenzó a explicarme que mientras espiaba mi relación con Kat, también llegó a
seguirla varios días, hasta que descubrió que estaba viéndose con otro hombre. No sabía mucho al
respecto ya que la verdad no le importaba, cosa que me demostró diciéndomelo luego de tanto
tiempo, así que, según él, solamente la vio una que otra vez con él y confirmó que no eran simples
amigos.
La noticia me era amarga, desagradable y difícil de tragar. Creí que se trataba de un mal
entendido, que tal vez intentaba engañarme para que no la volviera a ver, pero, aparte de que él podía
ser lo que fuera, pero no un mentiroso; en lo que me quejé al respecto y se lo dije, resaltó un punto
muy válido:
—Ya terminaste con ella… ¿Para qué quería hacerlo si ya no la ves de todos modos?
Tenía razón, pero eso no fue suficiente para convencerme del todo en lo que dijo. Luego de
tratar de excusarse dejando poco a poco su faceta vulnerable y regresar a ser un completo idiota, se
retiró, dejándome solo en la desagradable inmensidad de mi oficina. Estaba deshecho, queriendo
gritar, tirarlo todo al suelo y exteriorizar mi ira.
Luego de eso, todo comenzó a tener sentido. Ese pequeño fragmento de su vida que no conocía,
ese misterio y la forma en que simplemente me dejó, tuvieron sentido. Katerina Walker había jugado
con mis sentimientos arbitraria y con habilidad. Mientras que intentaba lanzar algo contra la pared
para frustrarlo luego tras interiorizar que ésta era de vidrio, las ideas me daban vuelta en la cabeza
como un torbellino.
Sin embargo, con todo y los puntos sueltos que fui uniendo gracias a esa nueva información, aun
no entendía cómo le había hecho para estar con ese otro hombre y conmigo al mismo tiempo, más
que todo cuando fueron pocas las veces que no estuvimos juntos. Aunque, ¿Habrá sido esas veces
entonces?
¿Quién era? ¿Qué era para ella? ¿Cómo se llama? ¿Estarán juntos ahora? ¿Me habrá querido en
verdad? Cada vez sentía que sabía menos de ella, y que todo lo que había sufrido luego de que partió,
había sido una pérdida de tiempo que ahora no podré recuperar. Lo más curioso, es que incluso, muy
dentro de mí, sentía que iba a encontrarme de nuevo con ella, que mi amor sería correspondido y que
podría vivir feliz para siempre.
Sin embargo, ahora que sabía que lo que la motivaba era otra cosa más simple y mundana, me
sentía como un idiota. No era lo mismo pensar en ella como una mujer misteriosa y ya, ahora que
sabía que su misterio era simplemente una careta para ocultar que me estaba utilizando.
Inconforme con lo que acababa de descubrir, estaba desesperado por encontrar una forma de
deshacerme de todo eso que me estaba atormentando. Cogí mi móvil y le marqué a una de las
mujeres que conocía; ni siquiera vi el nombre, solamente llamé.
—¿Estás ocupada? —le pregunté.
Era una de esas amigas con derecho que tenía en todos lados con la que disfrutaba cada cuanto
quería. Exclusividad, ante todo.
—¡Hola! ¿Cómo estás? Bien, ¿Y tú?; yo estoy de maravilla vale. También me da gusto
escucharte de nuevo, querido —dijo ella, con un suave pero puntual sarcasmo.
—Sí… hola —dije, corrigiendo mi error—, disculpa, es que estoy un poco estresado ahora.
Me había percatado que, si quería conseguir algo, tenía que ser más «humano».
—Ay… mi vida ¿Qué te pasó? ¿Está todo bien? —preguntó, demostrando interés.
—Sí… bueno… no. Nada está bien. Me acabo de enterar de que —vacilé y aclaré mi garganta;
no tenía por qué saber todo al respecto—; de algo… y me tiene bastante mal —dije.
—Que mal…
—Sí… y por eso te llamo.
—¿Quieres…?
—Sí, tal vez me ayude un poco.
—Ay mi vida, pero justo ahora no creo que pueda —se excusó, como si lamentara no poder.
—Pero… ¿No puedes escaparte un momento? O qué se yo… ¿Nada?
—No lo sé, precioso. No creo que pueda salir ahora. Tengo muchas cosas qué hacer, y estos
papeles no se llenarán solos.
—Pero es que… —insistí, sin saber del todo qué decir—; hacemos lo que tú quieras, en dónde
tú quieras… pero por favor, no me digas que no.
Estaba desesperado, quería poder encontrar una forma de salir de ahí. Aquella oficina me
recordaba al problema, así como un hospital me recordaba, sin mucho esfuerzo, un momento
desagradable de mi vida.
No habían pasado ni cuarenta minutos desde que mi padre se fue, y ya sentía que la oficina olía
a sueños rotos y malas noticias.
—¿Segura que no puedes? ¿En serio?
Ella, comenzó a hacer sonidos con su boca como si estuviera pensando, lo que me dio la
impresión de que, de hecho, lo estaba haciendo. De algún modo, podría dejarse convencer y darme el
apoyo moral que quería recibir. Una compensación como esa parecía ser la mejor idea.
—Bueno… —dijo al fin— está bien. Ya que insistes… —y soltó una sutil risita cómica.
—¡Sí! ¡Gracias mi amor! Gracias, gracias. Te debo una.
—¡Aja! Pero ojo, dijiste que haríamos lo que yo quisiera.
—Sí… querida, lo que tú quieras.
—Mira que también ando estresada y quiero liberar tensión.
—Yo te libero todo lo que quieras, preciosa —dije, obligándome entrar en ese estado en el que
solo pienso en coger.
Sin preámbulos ni mucho esfuerzo, me dispuse a dejar que mis impulsos me controlaran porque
esa era la única forma en que podía hacer las cosas. No había cabida para sentimientos. En su pieza,
con una hermosa figura que me había olvidado, ella comenzó a quitarse el vestido al dejarlo caer al
suelo sin mucho esfuerzo.
Me encanta ver eso, es tan… seductor.
Creo que, de ese momento, solo recuerdo cuando colgué la llamada. Desde ahí hasta su casa,
todo está negro. Pero bueno; allí estaba yo, observándola desnudarse, quitarse el sujetador, e
inclinarse para sacarse las bragas también.
—¿Qué pasó? —recuerdo que me preguntó, sonriendo sensualmente.
Mientras la veía, no dejaba de imaginarme a Kat haciendo exactamente lo mismo, la forma en
que su cabello se perdía en su espalda, en que su trasero se desvelaba frente a mi o que sus pechos
pedían a gritos que los tocara.
—Estás de escándalo —le dije, tratando de sonar casual, que se creyera en realidad que la estaba
viendo a ella.
—Por esta noche —dijo, acercándose sensualmente a mí— es solo tuyo, bebé.
«¡Qué genial!», pensé, sin muchos ánimos.
Con su cuerpo completamente desnudo, se sentó sobre mí y por alguna extraña razón comenzó a
moverse sensualmente. Sus caderas compusieron un vaivén erótico sobre mi pene que lo fueron
estimulando aún más de lo que ya estaba. Cogió mis manos y las colocó sobre sus pechos, supongo,
que mejorando el momento.
Hacía mi mejor intento para concentrarme únicamente en ella, sin embargo, no dejaba de pensar
en Kat. Su cuerpo no se asemejaba a ese que tenía sobre el regazo. Pechos, cinturas, piernas, trasero;
era mejor en muchos sentidos, pero, ella no estaba ahí.
—¿Te gusta, papi? —decía ella.
A mi lado tenía un vaso de algún whiskey barato que fue apaciguando mis pensamientos. Al
cabo de un rato, sus pechos se hicieron más suaves, sus caderas, más perfectas y su trasero, me estaba
excitando de verdad. Sin pantalones, sentía cómo su vagina húmeda iba rozando mi pene firme. Ella
parecía disfrutar cada uno de los movimientos que hacía con su cintura al igual que yo.
Comencé a jugar con sus pezones, a apretar sus pechos, su abdomen y, mientras que lentamente
iba bajando la mano hasta sus piernas para seguir tocándola, ella me cogió por la muñeca y puso mis
dedos sobre su vulva. Ahí, comencé la acción. Dibujé círculos alrededor de su clítoris mientras que
sus gemidos iban borrando mis pensamientos. No importaba de qué mujer salieran, el escucharla
perderse en el placer que le ocasionaba era perfecto.
—Así me gusta, papi… ahí, ahí… tus dedos me encantan.
Escucharla hablar me excitaba cada vez más.
—Dame. Sí. Así, no pares.
—¿Te gusta? —le pregunté al oído.
—Sí, me encanta —me respondió ella luego de dejar escapar otro gemido.
—¿Qué te encanta?
No quería que dejara de hablar.
—Me encanta que me toques… sí… no pares bebé. Sigue.
Su vagina se sentía tan suave y mojadita que no podía resistirme. Sus pezones, erectos y duros
me provocaba morderlos lo suficiente como para hacerla gemir de placer porque sabía que eso la
volvía loca. Antes de que me diera cuenta, ya estaba de rodillas ante mí, con mi pene en la boca. Le
gustaba la sensación de mi palo entre sus labios y yo no podía simplemente negarme a su lengua
lubricándomelo.
Su boca era particularmente grade. Le cabía completa e incluso le daba espacio para mover la
lengua sin ningún problema. Sus manos jugaban con mis testículos al mismo tiempo en que su
garganta chocaba con la cabeza de mi pene.
Sus ojos, lascivos y penetrantes, no apartaban la mirada de los míos mientras que se lo sacaba y
metía. Los sonidos que hacía con su boca, adicionados a su belleza natural, junto con su mirada de
puta, me transportaban al espacio. De vez en cuando sacaba su lengua y la recorría por todo mi pene.
Yo me acercaba a ella, y la cogía para darle un beso. No podía simplemente dejar escapar esa
expresión de su rostro. Sus gemidos me encendían y me motivaban a cogérmela de una vez por todas.
Pero me costaba incluso ahí, mantener el papel de hombre sexual, despreocupado y que lo hace con
cualquier mujer cuantas veces le dé la gana.
Me sentía extraño.
Acto seguido se dio la vuelta. Sobre la cama, y de rodilla, estaba levantando su culo, dejándome
ver la entrada de su ano y su vagina. Moviéndolos con intensidad mientras que metía dos de sus
dedos en su vagina para luego metérselos en la boca.
—¿Te gusta lo que ves? —me dijo.
No respondí a esa pregunta porque ya tenía su vagina enterrada en mi rostro. Le metí la lengua
lo más que pude mientras que iba dibujando círculos alrededor de su clítoris. Húmeda, suave; carne
de primera, me fui perdiendo en ella sin mucho esfuerzo. Sus gemidos, se perdían en la habitación al
igual que en mi cabeza.
Hacía lo que mejor sabía hacer, demostrando mi manera de hacerla sentirse en la gloría porque,
podía no ser Katerina, pero se merecía ser tratada como una mujer de verdad. Así que eso hice.
Sus fluidos me empapaban el rostro, su culo se sujetaba a mis ojos mientras que yo me comía
aquella espectacular vagina. La terapia estaba funcionando.
Después de eso, la tuve sobre mis piernas de nuevo, pero esta vez, con mi pene adentro.
Replicando los movimientos de caderas, doblaba mi pene en su interior, apretaba sus pechos y gemía
de placer cada vez que medio empujaba lo que quedaba de mi palo afuera.
—Sí, sí… me encanta. ¡Extrañaba este pene!
Le fascinaba la idea de tenerme adentro mientras que sus pechos pedían a gritos que los
apretaran. Eso hice. Comencé a jugar de nuevo con ellos, a darle sutiles palmadas que le terminaron
gustando demasiado.
Era realmente una mujer insaciable, pero eso no significaba nada para mí. Yo le daba más duro
con todo lo que podía; si iba a pedirme más, pues yo estaba dispuesto a todo. De hecho, de vez en
cuando incluso me daba la impresión de que cumplía su cometido a la perfección y me tocaba
recompensárselo tratándola bien.
—¡Sí! ¡Así!
Y le di otra. Luego la tuve de frente, de rodillas y con el culo al aire. Le apretaba las nalgas
mientras que ella hacía todo el trabajo. Estaba desesperada por mi pene, y yo se lo entregué en una
bandeja. Gemía y gemía mientras que yo la embestía con más rudeza. Antes de que siquiera
pasáramos a la siguiente etapa, ya estaba deseando que terminara.
No dejaba de pensar en ella como una simple jalada. Me gustaba la forma en que sus nalgas se
movían mientras que se lo metía, o sus pechos o sus gemidos confundiéndose con su respiración. Sí
que se sentía rico la manera en que su vagina se apretaba alrededor de mi pene succionándolo para
quedarse con él por lo que restaba de vida.
Pero, sin embargo, me hacía sentir vacío.
La escuchaba decir mi nombre, pero no era la voz que quería oír. La veía mover sus caderas,
pero no eran las nalgas que prefería estar viendo batuquearse frente a mí. Le di nalgadas, pero no se
sintieron igual, la besé, pero sus labios me resultaron insípidos.
Fue primera vez que me pasó algo como eso, y aunque ciertamente me había acostado con otras
mujeres luego de que Kat se fue, ni antes ni después de eso, había disfrutado tan poco el sexo con
alguien en toda mi vida. Era desagradable siquiera pensar en eso.
Ya no era el mismo hombre que alguna vez creí ser; no podía mantener la frente en alto o
demostrar de lo que era capaz sin parecer un idiota. Me dolía el cuerpo de tan solo pensar en el sexo
si no la involucraba a ella; era ridículo incluso para mis estándares. Mia intentó convencerme de que
tan solo se trataba de una etapa, de que no tendría que vivir por mucho tiempo con ese dolor porque
eventualmente desaparecería.
No pude evitar pensar que estaba equivocada. Katerina se había vuelto en una pequeña parte de
gracia en mi vida, ahora que no formaba parte de ella, todo se había arruinado.
9
Un hombre necio
Los días pasaron y, habiéndome recluido en mi departamento, alejándome de cualquier contacto
con el mundo exterior, no dejaba de pensar en lo que mi padre me había dicho y lo que eso
implicaba. Que Katerina me hubiese estando engañando significaba que tal vez podría no haberme
querido siquiera y que, todo lo que ahora estaba sintiendo por ella, era una completa necedad mía.
Sin embargo, algo me decía que no era así.
Sea como sea que le llamara, eso fue lo que, eventualmente, me llevó a salir del departamento;
no las palabras de Mia, al decirme que debía tomar las riendas de mi vida, citando algún programa de
televisión que haya visto en su tiempo libre, o la insistencia de mi padre de que fuera a trabajar.
Al poco tiempo de levantarme de mi miseria para salir adelante, aunque fuera para perseguir un
sueño absurdo, comencé a buscar a Katerina de otra forma.
«Si mi padre puede hacerlo, ¿Por qué yo no?». Tenía los recursos, el tiempo y las ganas de
hacerlo, así que, dado que no era muy bueno en averiguar las cosas, pedí que la encontraran; no
importara en dónde. En ese momento, fue que descubrí lo que realmente podía hacer con mi dinero.
En poco tiempo había averiguado a qué país se fue y para qué.
Katerina, se había ido a terminar sus estudios en una equivalencia en Europa. Le quedaban solo
dos meses y, por la información que se manejaba, era una oportunidad inigualable. Sin embargo, eso
no me ayudó mucho en cuanto a averiguar por qué me dejó en realidad. A ese punto de la
investigación, aún seguía deseando que, aquello que mi padre me dijo, fuese mentira.
Mil y una excusas me inventé para convencerme de que así era.
Sin embargo, las cosas no mejoraron. El tiempo pasaba y me llegaban informes de que Kat
estaba con otro hombre, que parecía feliz y que casi siempre estaban juntos. ¿Habrá ido realmente
para estudiar? No había peor sensación que reconocer que mi padre no estaba equivocado.
Las noches conscientes fue arrastrando un dolor aún mayor que el que me invadió cuando se
fue. Luego de lamentarme porque el amor de mi vida estaba siendo feliz con el suyo, me invadió una
desagradable melancolía tras entender que seguirle los pasos no eran propios de un hombre sensato.
¡Prácticamente la estaba acosando! Eso sencillamente desató otra serie de luchas internas con
las que no quería lidiar, por lo que decidí no seguir viendo por esa ventana. Sabiendo que pude haber
investigado más, descubrir quién era ese tipejo y por qué ella lo quería más que a mí, regresé a
rendirme.
El licor y el sexo por despecho se volvieron mi medicina. Aunque las tetas y los culos no fueron
suficiente para mantenerme ocupado, por lo menos el alcohol apaciguaba parte de mis heridas. Noche
tras noche fui buscando el refugio en cuantas piernas y vasos encontrara. No importaba de la mano de
quien llegaran, siempre y cuando cumplieran con uno de tres cometidos: hacerme olvidar a Kat,
embriagarme hasta desfallecer o hacerme sentir mejor.
Esforzándome mucho, solamente lograba sucumbir en la ebriedad.
Pero, justo cuando creía que había dejado el acoso atrás, que no podían llegar peores noticias, un
último informe apareció de la mano de los investigadores a los que creí que haberles dicho que
dejaran el trabajo; no sé, tal vez les inspiré un poco de lastima. El asunto es que, lo dicho me dejó
impactado.
Sus palabras exactas fueron: «Katerina fue vista en el hospital con el rostro golpeado». Lo
primero que me vino a la mente fue que pudo haber tenido un accidente automovilístico, pero, las
cosas no terminaron ahí. «Les dijo a los doctores que fue un accidente»
«Pero no fue así…»
Recuerdo claramente que hicieron una pausa al teléfono, evaluando si en realidad estaba
preparado pare recibir aquella noticia y, tras un suspiro largo, agregaron:
—En el bar dijeron que él le dio un golpe en el rostro y luego se la llevó a su coche.
La sangre me subió a la cabeza, cerré el puño de inmediato y me levanté de la silla en la que
estaba. No sabía cómo reaccionar, ni mucho menos si debía hacerlo en realidad. Los acosadores a
distancia que había dejado en aquel país para que la siguiera, encontraron prudente decirme en ese
momento, que la relación con aquel hombre no era la más positiva de todas.
Peleaban constantemente, él solía amenazarla y ella gritarle sin miedo «no pasaban de ahí»,
dijeron. Pero, luego de la terrible golpiza que le dio esa vez, descubrieron que tenía otros moretones
en el cuerpo, según lo que les dijeron en el hospital.
No sabía qué hacer.
Quería degollarlo, ahorcarlo, hacerlo sufrir. Sabía que Kat no podía ser mía, que tal vez no
querría regresar conmigo o que no me perdonaría que la hubiera acosado. Pero, no podía
simplemente dejar de pensar en lo mucho que deseaba asesinar a aquel bastardo.
—El desgraciado le pega —llegué, de ipso facto, a la puerta del bar, a decirle a Mía lo que
estaba pasando.
—¿Quién le pega a quién?
—El maldito novio de Katerina. Le pega.
Entre confundida y preocupada, Mia se apartó para darme la atención que había ido a buscar tan
desesperadamente.
—¿Cómo lo sabes? —y evaluándome con la mirada, cambió la expresión de su rostro—… ¿Qué
hiciste?
—No hice nada —me defendí, entendiendo su acusación.
—Dennis, ¿Cómo sabes que el novio le pega? No… ¿Cómo sabes que tiene novio?
Sus preguntas absurdas no me estaban ayudando; no quería ser interrogado, quería que me
escuchara.
—¿En serio? ¿No ves lo que trato de decirte?
—Sí… pero es que… —vacila, tratando de no pensar en los detalles— ¿Qué pasó?
—Bueno…
Le expliqué latamente lo que descubrí tras la partida de Kat y lo que me había dicho mi padre, lo
que confirmé al acosarla y lo que ahora sé por hacerlo.
—¿Y llamaron a la policía?
—Sí ella no lo denuncia, no sirve de nada —le respondo.
—Y ¿Qué esperas que haga cuando se entere que la estabas acosando? ¿En serio crees que te lo
va a perdonar? Te dijo que quería espacio.
—¡Para estar con ese idiota!
Mi ira era obvia, se podría decir que incluso hasta podría palparla.
—Pero te dijo que quería espacio, Dennis, no puedes simplemente seguirla cuando te dé la
gana…
—No me dejó otra opción…
—No debiste tener esa opción en primer lugar; las cosas no funcionan así ¿Sabes?
Escucharla hablar era inquietante. No puedes simplemente estar en desacuerdo con una persona
con la que has compartido tanto tiempo de tu vida y que, tras entender lo idiota que puedes llegar a
ser, te diga las cosas como realmente son. De todos, en su momento, eso era algo que yo ya había
interiorizado por mí mismo.
—¡Ya lo sé! —no dudé en hacérselo saber.
—¿Ya lo sabes? ¿Entonces por qué la sigues acosando?
—¡No lo estoy haciendo! —vacilo, tratando de mitigar el nudo en mi garganta—… no lo estoy
haciendo ya…
Mia dejó de atacarme en lo que le dije la verdad. No tardé mucho tiempo en explicarle que lo
hice porque no podía simplemente quedarme tranquilo sin saber el por qué las cosas sucedieron como
lo hicieron. Pero ahora, con esta nueva información, la idea de perder a Katerina por los brazos de un
hombre que le hacía daño, era aún más insoportable que imaginarla dejándome sin motivo alguno.
Pese a que le daba un sentido distinto a todo eso, no era un alivio con el que pudiera dormir.
Era doloroso, en cualquier sentido. Kat era todo lo bueno que me había sucedido; las cosas
maravillosas en mi vida que me hacían sentir tan bien y tan puro que perderla de ese modo no me
parecía correcto. No, peor que eso. Me parecía injusto.
Y es que era verdad. ¿Qué tenía él que no tuviera yo? ¿Qué podía ser tan importante como para
regresar con un sujeto que la golpeaba? Pero mi problema no era con ella… si ella tenía sus motivos,
yo sabría entenderlos. Mi problema era con la vida.
—Es que no la entiendo —le expliqué—. ¿Por qué?
—No lo sé… algunas personas simplemente —vacila, incapaz de terminar esa oración—… no
lo sé. Tal vez tiene problemas o algo así.
—¿Problemas cómo cuáles? ¿Por qué no me lo dijo?
—Porque cuando estaba contigo no le pegaban ¿No crees? Tal vez lo acaba de conocer —
planteó ella.
Pero ya era muy tarde para darle un giro.
—¿No me estás escuchando? —le reclamé.
—Sí, pero…
—¡Tienen más de tres años juntos! ¡Pudo habérmelo dicho! ¿Sabes?
—Hum…
—¿Por qué simplemente no lo hizo? ¿Por qué no vino y me lo dijo?
Mia, respiró profundo.
—No la quiero defender… —se justifica.
—¿Pero?…
—Tal vez no quiso hacerlo, tal vez no quiso que supieras, tal vez solo eras un escape —empezó
a atacarme— ¿Qué se yo? No puedes esperar encontrar el por qué lo hizo. Es ella quien sabe eso, no
tú, ni yo…
Mia, lentamente iba perdiendo la paciencia. Su respiración agitada me lo decía.
—¿Qué quieres que te diga? No la conozco ¿Cómo esperas que te diga por qué lo hizo?
—No lo sé…
—Quiero ayudarte, en serio, pero no sé qué decirte. Ella se fue y tal vez deberías superarla.
—Pero, no está feliz —dije— y tú lo sabes, por lo menos no con ese sujeto. No debería estar con
él ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no me lo dijo?
—Ella tiene sus razones.
—¿Para qué le pegue? ¿En serio estás diciendo eso?
—No… para no decírtelo o hacer algo. No todos lidian con estas situaciones del mismo modo;
tal vez tú sepas qué hacer, pero ella no.
—Pero… no debería…
—Tal vez tiene miedo, Dennis, y por eso no hace nada.
—¡Pero yo la puedo ayudar!
Pero no pude quedarme con esa. La idea de que ella estuviera tan lejos y corriendo peligro con
un hombre que le hacía daño, ni siquiera me dejaba concentrarme en mis propios problemas. El
trabajo quedó finalmente de lado para mí, ya no bebía, ninguna mujer me llamaba la atención y las
palabras necias de mi padre dejaron de ser importantes.
Mi mente estaba fija en un solo asunto: Katerina.
Sin embargo, traté de dejarlo pasar. Los investigadores que la estaban siguiendo, me decían que
no había hecho más nada, que estuvo viendo a un psicólogo luego de que salió del hospital y que no
la habían vuelto a ver con el tipejo aquel. Pero él seguía ahí. Mia estaba segura de que estaba
atravesando por una etapa difícil de su vida, de que las personas que tienen tanto tiempo siendo
abusadas, a veces llegan a sentir que es su culpa, que se lo merecen y que no pueden conseguir nada
mejor.
En sí, simplemente no podía concebir el porqué de todo eso. Sin embargo, no debía juzgarla,
debía entenderla.
Pero aún estaba lejos.
—Ya se está recuperando —dijo Mia, cuando le conté que comenzó a ver a un psicólogo—,
deberías tomarlo con calma. Ella necesita tiempo.
Mi plan era ir corriendo hasta allá, decirle que la amaba y que todo iba a estar bien. Abrazarla y
pedirle que regresara conmigo. Aunque Mia no estaba de acuerdo con eso.
—¡Necesita espacio! No puedes estar obligándola a hacer algo que no quiere.
—Pero no lo sabes, tal vez.
—Tú tampoco lo sabes, D, si no ha regresado es porque no quiere hacerlo. Si no te ha hablado
es porque no quiere hacerlo y; por sobre todas las cosas, si no te quiere, no puedes estar obligándola a
que te quiera.
—No vuelve porque sigue estudiando y…
—Ya déjala tranquila… ya tuvo suficiente con una pareja controladora, no puedes simplemente
llegar a exigirle que te quiera.
—No se lo voy a exigir; solamente voy a decirle que la amo y que tiene todo mi apoyo.
—¿Y si no te ama? ¿Y si simplemente no quiere estar contigo? Dime ¿La vas a dejar en paz?
Mia no podía simplemente dejarme una simple duda y ya. Su manera de abordar el asunto me
dejaba con más preguntas de las que tenía, con más problemas. Mientras yo quería resolver uno, ella
llegaba diciéndome que no podía simplemente hacerlo, que nada de lo que yo quisiera importaba si
eso significaba pedirle a ella que me quisiera de vuelta… y, la peor parte ¡Tenía razón!
Lo sé porque no importaba cuantas ideas me frustrara, o cuantos consejos desgarradores me
diera, seguía yendo a su barra a contarle lo que estaba sucediendo. No bebía, no veía a otras mujeres;
llegaba directo a decirle todo hasta ponerla al día y, una vez que terminaba, me marchaba luego de un
rato en silencio.
Pero, pese a eso, no dejaba sentirme mal. Quería que estuviese equivocada porque así podría
correr detrás de ella hasta alcanzarla y decirle lo que sentía, hasta que me dijo algo más:
—¿Y si vuelve? —le pregunté.
Sabía que eventualmente lo haría porque su residencia en Europa sería únicamente por dos
meses, de los cuales, faltaban semanas para que regresara. No quise decírselo a Mia porque le
prometí que dejaría de seguirle el paso mientras que estuviera en recuperación; lo hice, pero no antes
de averiguar eso.
Pero, no solo se lo pregunté por curiosidad, sino para ver si podía tener una excusa para
hablarle.
—Que regrese, no quiere decir que te quiere o que desee estar contigo —dijo— tienes que
contemplar esa posibilidad; ya te dije, tal vez solamente quería escapar de su rutina y por eso hizo
todo lo que hizo contigo, pero, eso no cambia nada.
—¿Y si me busca?
—Ni siquiera así…
Olvidarla parecía ser la única opción, solamente que se me hacía imposible imaginarme esa
posibilidad. Pero no me rendiría tan fácilmente, y no lo hice. El día que llegó de Europa, me había
preparado mentalmente para no abordarla en el aeropuerto. Era crucial para mi relación con ella que
no pareciera que la estaba acosando, a pesar de que, de la peor forma, eso estaba haciendo.
Actué casual las siguientes semanas luego de que se estableció en su casa. La verdad es que me
contuve para no seguirla todos los días desde lejos y ver qué estaba haciendo. No le conté a Mia que
había regresado porque sabía qué me iba a decir: «No la vayas a acosar», serían sus palabras exactas.
Además, que se enojaría al saber que ya lo había estado haciendo. Comencé a beber de nuevo
porque ya no tenía razón para estar deprimido por su ausencia; tenerla por lo menos en el mismo
país, me resultaba tranquilizante.
En retrospectiva, creo que estaba un poco desequilibrado. Pero eso no era algo que me
preocupara en ese momento. Y así fue cómo los días pasaron. Regresé al trabajo, mantuve mi perfil
bajo y traté de verme lo más casual que podía cada día que caminaba cerca de los lugares que ella
frecuentaba para que, si en cualquier momento nos veíamos, fuera una casualidad construida.
Ella no lo sabría, no en ese momento. En ese entonces, seguía sin saber por qué me había
dejado, por qué regresó con aquel sujeto o qué la había siquiera motivado a hablar conmigo. Sentía
que no la conocía y que la mujer con la que había compartido no era más que una mentira. Esa idea
me empezó a dar vueltas luego de que la vi semanas después de que llegó de Europa.
Y la mantuve hasta que, casualmente, nos encontramos en un café. Me hice el desentendido y
mantuve esa apariencia cuando, de reojo, la vi entrar en el local. Ya de por sí era extraño que
estuviera tan lejos de mi casa por un simple café, y que, luego de tanto tiempo, nos encontráramos así
no más.
—¿Dennis?
El asunto es que no fue la primera vez que estuvimos ahí al mismo tiempo, pero sí la primera
que me dejé ver. Cada segundo que esperé, valió la pena en lo que escuché su voz de nuevo.
—¿Kat? —me giré, fingiendo sorpresa— ¿Qué haces aquí?
—Vengo todos los días para aquí… —de repente, comenzó a sospechar— ¿Me estás siguiendo?
De inmediato, me quitó todo el terreno que creí que había cogido en lo que actué casual. Es
curioso porque no tardó ni cinco minutos en pensar en eso.
—¿Qué? ¿Seguirte? —lo primero que pensé es que tenía que decir cualquier cosa que tuviera
sentido lo más rápido posible.
Traté de no demostrar que estaba frío, inquieto, sin palabras. No borré la sonrisa de mi rostro
pensando que mantenía mi aire casual por encima de todo ese conflicto interno que estaba
atravesando.
—¿De dónde te voy a seguir? —dije, al principio, sin saber si eso funcionaría—. Creí que te
habías ido del país —continué pretendiendo.
—Sí lo hice —afirmó— ¿Cómo lo sabes?
—No lo sabía…
Lo que no sabía era qué estaba diciendo.
—Me acabas de decir que creíste que me había ido del país.
—Exactamente… creí que te habías ido del país… no lo sabía.
—Aja… ¿Y cómo lo creíste?
Aclaré mi garganta, tratando de buscar una excusa lo suficientemente creíble como para
mantener las apariencias.
—Este, porque… tu vecina me lo dijo —le respondí, esperando que con eso fuera suficiente.
Ella mi miró por uno segundos envuelta en una duda curiosa que me intrigaba cada vez más. No
sabía siquiera si me había creído o si había sido suficiente. Me tenía tenso.
—Hum… tiene sentido —dijo al fin, sin ser muy concluyente al respecto.
Pudo haber simplemente sospechado un poco más, tampoco es como que aceptó lo que le dije y
me creyó de inmediato, pero, luego de eso, no volvió a mencionar el tema, aunque tampoco fue que
dejó de sospechar.
—Pero… eso no explica qué haces aquí.
Estaba a la defensiva; me sentía atacado y sin espacio para defenderme. Tal vez Mia tenía razón,
tal vez simplemente no quería nada conmigo y solo había sido una especie de escape de su rutina. En
ese momento pensé en todo lo que podía estar saliendo mal y, en cada una de mis inferencias, entendí
que yo era el culpable.
—Este…
Y tuve dos opciones, decirle la verdad o simplemente salir con otra mentira. Fueron los diez
segundos más intensos de mi vida. Estar frente a tal presión era algo a lo que no me había preparado.
Me lo había imaginado diferente: un encuentro casual, una sonrisa culposa, una conversación
profunda de todo lo que habíamos hecho y luego le confesaría mi amor por ella. Ella, tal vez dolida,
me contaría por qué se fue y yo la perdonaría, le diría que no tiene por qué preocuparse porque yo la
amo y que todo saldría bien.
En mi imaginación, ella iba a entender que teníamos un futuro. En ese momento, entendí lo
estúpido que había sido.
—No me estás respondiendo, Dennis.
Simplemente me rendí. Ya no me sentía seguro ni confiado; sabía que no podía decir nada que
pudiera cambiar lo que había hecho ni que lograse hacerla perdonarme, o que le demostrara que lo
que quería era darle mi apoyo, decirle que la quería y ver qué sucedía. Simplemente me dejé vencer
sin siquiera intentarlo.
Verla a los ojos, me recordó por qué estaba haciendo todo eso. Sin ella, era distinto. Lo que tenía
en mi memoria era el reflejo de lo que ella había sido, lo que creía conocer, lo que me gustaba, lo que
quería tener cerca de mi pecho para siempre y, mirar esa Kat que me había creado, no era lo mismo.
Esa representación que me hice me ayudaba a justificar; en cambio, la real, no me daba espacio para
ser ese idiota.
—No te estaba siguiendo —respondí, dejando caer mis hombros—, pero sabía que te iba a
encontrar aquí.
—No es que…
—Sí… sé qué fue lo que te dije. Pero no es verdad. Sabía que te habías ido del país y también
sabía que acababas de regresar hace poco.
—Entonces me estabas siguiendo.
No le quería seguir mintiendo. Supongo que le di lástima porque, luego de que me vio
derrotado, accedió a sentarse en una de las mesas que estaban libre para hablar conmigo.
Pacientemente, escuchó todo lo que le tenía que decir. Le conté lo que hice una vez que se fue, cómo
intenté encontrarla, las cosas que pasé mientras trataba de superar su ausencia y de lo que me enteré
cuando no estaba.
No me juzgo, no me respondió… solamente se quedó ahí. Su mirada fija en la mía, me motivaba
a seguirle contando sin ocultarle nada. Me sentía tan vulnerable frente a ella que creí que en cualquier
momento iba a comenzar a llorar.
Dolido, le pedí que me entendiera, que me perdonara por haberla acosado de esa forma tan
inmadura, por no haber respetado su privacidad ni su decisión, pero ella no me respondió; asumí que
era porque no me merecía una respuesta.
Mia tenía razón. Sabía que ella no estaba del todo segura de si realmente me quería porque, la
verdad, no lo estaba haciendo. Yo no fui importante para Kat, ella no había sentido lo mismo que yo
en su momento. Mientras hablaba, me sentí cómo un idiota, dándole la razón a Mia porque eso me
parecía lo más sensato, porque para mí se iba pareciendo cada vez más a la verdad.
Y me apresuré a decírselo.
—La verdad lamento haberte molestado de esa forma —le dije de nuevo, sin saber de qué otra
forma disculparme—, pero solamente quería decirte lo mucho que me importabas. Sé que ahora te
sientes mejor contigo misma y que no hay espacio para un idiota codependiente en tu vida. Sé que no
sientes lo mismo que yo siento por ti y no te culpo. La verdad lo siento mucho.
En lo que terminé de hablar, ella respiró profundo, le dio un sorbo al café que había ordenado
mientras le hablaba y lo colocó en la mesa. Esperaba que se levantara, despidiera y marchase, pero no
lo hizo. Su mirada se mantuvo fija en la mía, sin vacilar, sin decir otra cosa. Respiraba lentamente
hasta que, luego de un suave movimiento de sus parpados, habló al fin:
—No tienes por qué disculparte.
10
Un pasado
Mia me había dicho que, si volvía, no significaba que lo fuese a hacer por mí, junto con otras
cosas sobre quererme o no hacerlo. Por un segundo lo creí. Luego de contarle mi versión de la
historia a Kat, de encontrarme completamente derrotado y débil, ella simplemente comenzó a
contarme la suya.
Katerina me había escuchado con atención, sin interrumpirme ni hacerme sentir juzgado, así que
era mi obligación retribuirle todo eso. Así que me erguí, hice silencio y la escuché. Al principio, creí
saber lo que me esperaba.
Estaba inquieta.
—No sabía qué hacer ni cómo hacerlo. Quería decírtelo, pero me daba miedo de que te
molestases conmigo y me odiaras luego de todo eso. En parte, eso fue lo que me detuvo de hacerlo.
Luego de eso, simplemente intenté apartarme de ti, pero no pude. —Dijo ella—. Cada vez que trataba
de decirte que no quería seguir contigo, en que me ponía toda melancólica y negativa, te veía y me
fascinaba el tenerte cerca porque, pese a todo por lo que estaba atravesando, te tenía cerca y me
gustaba eso.
Se notaba afligida, como si hubiera arruinado todo con eso cuando, en realidad, yo había sido
quien la orillo a todo esto. Obligándola a que me quisiera, a que se abriera a mi cuando en realidad no
era necesario. No le había dado la atención adecuada ni me había detenido a preguntarle cómo estaba
realmente.
Escucharla decir eso me generaba un conflicto mínimo que se dejaba opacar porque me había
dicho lo que tanto esperaba escuchar: que le gustaba estar conmigo. Por lo menos, lo que tuvimos, no
fue del todo una mentira.
—Pero Carlos estaba ahí, presente, aun lo sentía sobre mi hombro amenazándome, siguiéndome.
Al principio simplemente lo hice porque quería intentar algo nuevo, porque mis amigas (bueno, no
eran mis amigas como tal, sino compañeras de la universidad a las que le había contado que tuve
mucho tiempo de novia con alguien que a quien no quería realmente) —acotó para luego suspirar y
continuar—… ellas insistieron de que debía conocer a otra persona.
En ese momento me sentí tan a gusto de saber que, por lo menos, ella lo recordaba tan bien
como yo.
—Ese día que nos conocimos había sido el primero en que salí después de mucho tiempo; ellas
me insistían en que debía acostarme con alguien, —continuó diciendo— que el sexo con algún
extraño me haría sentir mejor porque sabría lo que es bueno, de lo que me estaba perdiendo y, por
eso, cuando me hablaste, te seguí el juego.
No pude evitar sonreír.
—Creí que serías nada más eso, pero, luego nuestra conversación se hizo cada vez más larga,
más intensa, y me empezó a gustar más —dijo, alegrándome el recuerdo—. La idea de acostarme
contigo por un simple capricho había desaparecido; quería conocerte en realidad, salir contigo,
caminar junto a ti tomados de la mano y sentir que me querías. Cuando pasó, me di cuenta de todo de
lo que me perdí luego de tantos años detrás de una persona desagradable, de una persona como
Carlos.
Apretaba el puño cada vez que la escuchaba decir el nombre de aquel sujeto. Me enojaba tanto
que quería interrumpirla y pedirle que dejara de hablar de él, que no mencionara de nuevo su
existencia, que él no me importaba. Pero el problema era que toda su historia giraba en torno a eso.
En ese momento intentó dejarme en claro quién era, cómo se conocieron y qué la llevó a sentir
algo por él. Se me hizo difícil mantener la compostura en esa parte de la historia. Katerina trató de
suavizarlo todo para que no me molestase; pero los detalles no eran el problema, sino él.
Me contó que se conocieron años atrás cuando ella apenas estaba a punto de entrar a la facultad;
esa parte de su vida que conocía a medias: estudiante modelo, atleta, independiente, solamente que
con un pequeño giro: él. Me dijo que, en aquel entonces (incrédula y enamoradiza) encontró en él un
espíritu libre y dispuesto a todo. Amable, atento, buena persona, gran amante y un compañero fiel,
era el tipo de hombre que se ajustaba a lo que le gustaba.
Mi mente estaba a punto de estallar. ¿Cómo es posible que le mintiera de esa forma?
En fin; Kat continuó diciendo que, en poco tiempo, ambos comenzaron a hacer deportes juntos,
charlar, salir un poco; «Parecíamos una pareja perfecta», dijo con exactitud, «… o por lo menos así lo
veía yo».
—El hombre que creía conocer, cambió por completo de la noche a la mañana.
En lo que su relación se formalizó, él simplemente dejó de ser ese agradable sujeto del que ella
estaba enamorada. Se volvió celosos, autoritario, agresivo, repelente.
—Verlo a los ojos me erizaba la piel del miedo —dijo—, me decía que todos me deseaban, que
dejara de vestirme como una puta porque ahora estaba con él, que no tenía razones para hacerlo.
Empezó a alejar a mis amigos, a todos los que conocía e, incluso, llego a desafiar a desconocidos
cuando me pasaban por un lado…
Estaba loco.
—Y la peor parte es que, de cierta forma, sentía que esa era solo una etapa, que era normal —
continuó—. A pesar de que se comportaba como un cretino, había ocasiones en los que aún me hacía
sentir bien, en las que compartíamos momentos agradables que me ayudaban a olvidar esos malos
ratos… aún sentía afecto por él. Pero, Carlos no era solo un celoso dominante, también era un gran
imbécil manipulador.
Katerina cuenta que, poco a poco, se fue metiendo en su cabeza, explotando sus tantos
complejos para hacerla sentir mal, demostrándole que no era nada sin él. La insultaba, la pisoteaba
con las palabras, le amenazaba con dejarla al mismo tiempo en que la asustaba al decirle que no iba a
encontrar a nadie que la quisiera como él lo hacía.
Despreciaba su físico, su inteligencia, sus habilidades sociales y todo lo que pudiera o no hacer,
con tal de lograr deprimirla. Jugó con sus pensamientos de tal forma que…
—Comencé a creerle.
Eso me pareció tan absurdo, tan ridículo. ¿Cómo era posible que alguien le hiciera eso a Kat?
¿Hacerla sentir poca cosa? Ese hombre realmente era un cretino, un abusador, un imbécil que no
tenía derecho siquiera a dirigirle la palabra. Es un demente.
—Pero no supe qué tanto lo era sino hasta que se dejó llevar la primera vez —agregó—. Al
igual que su repentino cambio, su forma de hacerme daño pasó a otro nivel. Ahora no solo me
insultaba o amenazaba con dejarme para que yo le rogara como una estúpida que no lo hiciera,
portándome como una sumisa, llevarlo a la cama con la esperanza de que me perdonara. Dejaba que
me hiciera todo lo que le daba la gana, consiguiendo tan solo alimentar su maldito ego de macho.
Pero con eso no le bastó…
Tanto su odio como el mío, se podía palpar ese día en aquel café.
—No… sino que comenzó a pegarme. Primero fueron bofetadas con el dorso de la mano.
Implacables, directas. No le temblaba la mano para dármelas cuando intentaba decirle, en esos raros
momentos en que recordaba quien era, que quería hacer algo o que no tenía el derecho de hablarme
así. Luego con el puño, y después con cualquier cosa.
Katerina tuvo que respirar profundo. Cerró los ojos con la esperanza de mantener la compostura.
Al igual que ella, necesitaba un respiro de todo eso.
Con aquella parte de la historia, sentí que ya estaba más que satisfecho (por así decirlo). No era
como que pudiera simplemente dejar de pensar en eso o que aquello que sucedió despareciera de los
canales de la historia. Pero, sin decírnoslo, estábamos seguros de que no éramos el par de personas
adecuadas para tratar ese tema.
—Bueno… pero, ni todo eso que él hizo, se compara con lo que yo te hice a ti—dijo, de repente.
Sus palabras me desconcertaron de inmediato. Nada parecía tener sentido ahora; es decir ¿Qué
podría ser peor que todo eso?
—Él no dejaba de llamarme, escribirme, de ir hasta mi casa para decirme que quería estar
conmigo… si tan solo se hubiera quedado ahí.
Le pregunté de qué estaba hablando, a lo que me respondió con una mirada vacilante y un poco
evasiva y, continuando su explicación, agregó:
—Pero yo continuaba rechazándolo, hasta que un día simplemente todo se complicó. Ese día no
te había visto; fue un poco antes de que me fuera del país —estaba más inquieta, tensa. Sacudía suave
y sutilmente su cabeza intentando no sé qué—… y es que todo pasó tan rápido.
Katerina dijo que estuvo a punto de resolverlo, que las cosas entre nosotros dos se iban a
acomodar. Me iba a contar sobre su beca en Italia y sobre Carlos. Pero, olvidarse de todo lo que él le
había inoculado; esos complejos que se habían cocido en su interior por tanto tiempo. Miedos,
inseguridades, preocupaciones… le resultaba difícil. Todo eso le detenía de decirme la verdad.
Y cabizbaja, agregó:
—Estaba a punto de contarte de mí pasado, del por qué me acerqué a ti, pero, simplemente no
pude. Estaba mal, llorando, luchando conmigo misma para ver si en realidad necesitabas saberlo —y,
levantó el rostro, me miró—. En ese momento me sentía tan mal, tan poca cosa, que nada podía
consolarme. Quise llamarte, pero sabía que me preguntarías por qué estaba así y me pedirías que te
contara el por qué. No lo hice por eso.
Me pareció que algo contundente se acercaba. No sabía qué, pero, por la forma en que ella lo
decía: tan afligida, taciturna… tan segura de que eso era su detrimento. Sentí que debía prepararme.
—Y ese día, tan repentino como siempre, Carlos apareció —continuó—. Tocó a mi puerta y me
encontró llorando. Comenzó a consolarme, me abrazó y yo dejé que lo hiciera. Me sentía tan
vulnerable y vacía que, el simple hecho de que alguien me estuviera abrazando, me hizo sentir un
poco mejor.
Estar tanto tiempo con Carlos la obligó a sentirse segura, de cierta forma. Dijo que estaba tan
acostumbrada a que la abrazara que creyó que estaba bien que lo hiciera una última vez. Pensó que
cuando se sintiera mejor le pediría que se marchara y él lo haría. Cuenta que le pareció que se notaba
tan tranquilo, tan pacifico. Era ese mismo hombre del que alguna vez se había enamorado y eso la
confundió por un momento.
—Así que, en medio de un abrazo, caricias, y unas palabras dulces, hice algo imperdonable —
trago fuertemente—. Me besó. Como una tonta desesperada por afecto, le respondí el beso.
Estaba mudo.
—Y el beso se hizo más largo, y me sentía más segura. El me seguía tratando tan bien que sentí
que eso era lo que hacía falta —dijo—. ¡Y no me sentía segura porque fuera él! ¡No! —acotó,
queriendo explicarse antes de ser juzgada con severidad—… no, no fue por eso.
Y peor que imaginármela sufrir en el pasado, comencé a imaginármela en sus brazos ese día.
No recuerdo con exactitud qué estaba haciendo aquel día que no estuvimos juntos, ni mucho
menos el motivo por el cual no me tomé mi tiempo para dejar todo de lado y estar junto a ella. Creo
que es uno de esos momentos en la vida en que simplemente actúas y ya. Cosas que no se quedan
almacenadas en tu memoria porque fueron extremadamente comunes, tanto que, se convierten en una
sensación que se traducirá en el futuro como un maldito deja vú. Justo ahora me parece algo que
pude haber evitado.
En ese momento, evoque aquel deja vú. Entendí que fue banal. Se sentía tan vacío, tan
insignificante. Era la memoria de un recuerdo de un suceso que me parecía familiar.
Y es que, luego de eso, lo vi claramente.
Estaba en el trabajo, sentado, escribiendo algo que cualquier otro idiota pudo haber escrito,
mientras que la mujer que amaba estaba besando a otro hombre porque yo, incapaz de dejar esa
maldita vida atrás, no estaba con ella.
—Sino porque tú me hacías falta —dijo ella, trayéndome de vuelta al café—… pero eso no me
detuvo —sentía el remordimiento en sus palabras—… y tuvimos sexo ahí mismo. Cuando
terminamos, me sentí tan mal que no podía conmigo misma. Yo misma me inspiraba asco, me sentía
patética, quería morirme. De tan solo pensar que estuve con él mientras salía contigo, me pareció
horrible.
No me hicieron falta los detalles, simplemente recordé las veces que se acostó conmigo y puse
su cara sobre la mía, incluso, sin saber con exactitud cómo se veía. Me lo imaginé con el rostro más
despreciable, con la quijada partida más horrible, el cabello más grasiento, y los ojos más saltones.
Una representación acertada para el tipo de persona que era.
—Al día siguiente, decidí decirte que me iría. No podía simplemente mentirte, decirte la verdad
porque, en ese momento, más que nunca, sabía que no me lo perdonarías, que me dirías que era una
zorra, una cualquiera y que te había roto el corazón. Así que simplemente huí de todo eso —cada vez
sonaba más decepcionada de sí misma—. Sé que debí habértelo dicho, y hablarte de frente, contarte
todo lo que había pasado y esperar a que me respondieras. Pero no. Tomé el primer vuelo a Italia y
corrí de todo esto. Por un tiempo, no supe más de él y sentí que todo estaba resuelto, aunque, a pesar
de todo eso, aún sentía un poco de culpa por no haberte dicho nada.
Ahora solo me faltaba entender una cosa.
—Traté de olvidarlos a los dos, seguir con mi vida, concentrarme en mis estudios, pero, luego
de unas semanas, Carlos apareció allá. Según él, en mi universidad le dijeron a dónde me había ido;
me dijo que creyó que las cosas entre los dos estaban resueltas, que me quería, que iba a cambiar por
mí, que todo sería diferente.
Kat, se detuvo, puso sus manos sobre las mías y, con su mirada, rogó misericordia.
—Dennis, yo me sentía sola. No estar contigo me había dejado un hueco en el pecho que no
encontraba con qué llenar. Los estudios no me eran suficientes; no conocía a nadie, no tenía
familiares allá… yo…
Y de repente, como si se hubiera sentido indigna, las apartó, aclaró su garganta y prosiguió.
—Así que, como no tenía pensado verte de nuevo porque estaba avergonzada, decidí darle otra
oportunidad; aquella noche en que nos acostamos, sentí que era otro.
En su momento de dolor, dijo que sintió que seguro ese era su destino. Que la persona indicada
no era yo sino él y que seguro ese era el deber ser. Se convenció de ello.
—Y, por un tiempo, las cosas fueron realmente bien ¿Sabes? Él era amable, atento. Me esperaba
todos los días fuera de la facultad e íbamos a comer. Comencé a creer que sí había cambiado y, a su
manera medio logró ocupar ese espacio en mi vida que había abierto para ti. Aunque yo seguía
pensando en ti.
Suspiró.
—Por la forma en que todo estaba marchando, comencé a sonreír más; no sé si porque pensaba
en ti o porque él parecía otro —suspiró—. Aunque no dejar de pensar en ti fue algo obvio para él. La
verdad no tengo idea de cómo lo supo, pero, de vez en cuando me decía cosas como: «Sigues
pensando en él ¿Verdad?» o «Ya olvídalo, estás conmigo». Insistía en que no podía estar más contigo,
que lo dejara atrás.
Pese a que era revelador, no conseguía odiarla, no se lo merecía, no por mucho que ella lo
deseara.
—Y así, lentamente, fui recordando el por qué me daba tanto miedo. Carlos comenzó a
acosarme, decirme que estaba hablando contigo, que te veía en secreto o que te llamaba cuando él no
estaba. Yo insistía que no, que tú estabas lejos y que no pensaba en ti (aunque era mentira), pero
nunca me creyó. Esperarme afuera de la facultad dejó de ser un gesto romántico y pasó a ser una
forma de controlarme.
Me lo imaginaba como una sombra o un herpes. Desagradable, irritante y enfermizo.
—Ya no salíamos a comer a cualquier lado sin que él fuera primero, viera todas las mesas e
inspeccionara quienes estaban ahí. Carlos se hallaba seguro de que tú nos seguías y me llevarías
contigo en cualquier momento. Me obligó a contarle todo sobre ti, a decirle por qué comencé a salir
contigo y quien eras en realidad. No tuve más opción que hacerlo y, fue ahí cuando las cosas se
pusieron peor.
Kat hacía el intento de no evitar mi mirada, se le notaba que quería mantenerse firme pese a
todo eso.
—En lo que supo que eras millonario, sus celos simplemente crecieron más. Comenzó a beber,
diciendo que no era bueno para mí, que me merecía algo mejor, alguien que pudiera mantenerme,
darme lujos. Quería ser como tú, quería tenerlo todo. Cada vez me daba más miedo, sintiendo que no
tenía a dónde ir.
Bebió otro trago de su café, respiró profundo y siguió hablando.
—Como tal, solamente podía quedarme en la residencia que me habían dejado los de la
universidad; tampoco podía irme del estado porque, de faltar a clases, podría perder el programa y la
beca, lo cual no era una opción… pero tuve que decidir; el miedo que le tenía era más grande que mi
deseo por terminar mis estudios. Llegué a un punto en el que, con tan solo tenerlo cerca, me tensaba
por completo.
No podía soportarlo, así que huyó, o por lo menos eso intentó. Kat dijo que Intentó embriagarlo
para poder escapar sin que se diera cuenta, pero, Carlos previó su plan y sin pensarlo dos veces, la
golpeó inmediatamente salieron del bar.
Me imagine cada segundo como si se tratara de una puta película de terror. Ella, siendo atacada
en un callejón oscuro, sola, indefensa. Si tan solo hubiera estado ahí, le habría roto la cara a ese idiota
sin siquiera pensarlo dos veces. Con un tubo, un bate, o contra el suelo.
Pensar que pudo darle tiempo antes de que la defendieran de dejarla tan mal como lo había
hecho, me daba nauseas. El odio que sentía por él, solamente crecía exponencialmente.
—Traté de defenderme, incluso resistí los primeros golpes; grité por ayuda, intenté correr, pero,
cada puñetazo me dejó cada vez más dolida y débil hasta que simplemente dejé de pensar. Cuando
desperté, creí que todavía estaba en el suelo donde él me había dejado, pero me encontré sobre la
cama de un hospital.
Ella quería seguir contando su versión de la historia, pero yo, ya sabía que pasó después de eso,
aparte de que no era mi intención seguir escuchando; no me debía ninguna explicación.
—Creo que con eso es suficiente —le dije, al final.
—Pero…
—Supongo que es todo lo que quiero saber.
11
Una vez más
Hice lo que pude para convencerla de que no tenía por qué disculparse. Ella insistía en que
haberse acostado con su ex, el no contarme su pasado y todo lo que le preocupaba, eran lo
suficientemente importantes como para que yo la odiara. No podía estar más equivocada. Sin
embargo, ese día en el café, no pudo soportar más el encuentro y simplemente se despidió.
De cierta forma me hizo sentir mejor, la verdad; no tenía razones reales para seguir
preocupándome: sin el sujeto, sin secretos y sabiendo que ella me quería; era una victoria a medias,
por así decirlo.
Pero yo no la iba dejar ir así cómo así. Antes de que fuera capaz de cruzar la calle de la esquina,
fui detrás de ella para detenerla con teatralidad. No podía permitir que me dejara de nuevo solo, no
después de saber que estar con ella era una posibilidad.
No sé qué aprendí de toda esa experiencia con una relación de la que no estaba acostumbrado ni
una vida que estoy seguro que no voy a dejar. Sí que odiaba ciertos aspectos de mi vida antes de
conocer a Kat, que no tenía todo lo que tengo ahora y que justo ahora estoy en una posición, por
lejos, mejor de lo que pudo ser antes.
—No… —le dije, luego de correr un poco y cogerla del brazo.
—Dennis, ¿Qué haces?
Le solté rápidamente, recordando que acababa de salir de una etapa traumática de su vida.
—Disculpa —mal interpreté su pregunta y me alejé un poco.
En cuestión de segundos logró hacerme perder esa seguridad con la que iba dispuesto a
interpelarla.
—Te dije que quería pensar las cosas —repitió, justificándose— no quiero arruinar nada. No de
nuevo.
—Pero es que no has echado nada a perder —insistí—. No hiciste nada malo.
Pese a eso, Katerina no quitaba la expresión de su rostro.
—Claro que sí… pude haber evitado todo esto si…
—No importa ya —la interrumpí—, lo que pasó tuvo que pasar de todos modos.
—No puedes estar seguro…
—Pero no puedo cambiarlo tampoco, y me hace sentir mejor creer en eso porque, sin importar
qué, volviste.
Katerina estaba a la defensiva, refutándome hasta la mirada para no aceptar que estaba en lo
cierto. Yo quería convencerla a como diera lugar porque la verdad no me había sentido así con otra
persona y parecía que lo estaba logrando. Ahí estábamos los dos: en medio de la acera, viéndonos
fijamente a los ojos y siendo evadidos por las personas que estaban muy absortas en sus
pensamientos como para notarnos o siquiera darnos importancia.
Pero a mí me importaba ese momento; ella, yo. Verla a los ojos, en silencio, con el mundo
siguiendo su curso sin detenerse por nosotros, me hizo sentir que no solamente estaba en lo correcto
sobre ella, sobre que debía ser la indicada para mi vida, sino que, en medio de la realidad que me
golpeaba y recordaba constantemente que las cosas dolían a veces: Katerina valía la pena así no lo
fuera.
En su mirada callada, me pareció que ella pensaba en lo mismo.
—¿En serio quieres eso? —preguntó, de repente.
—¿Qué? ¿Estar contigo?
—Sí… ¿Realmente quieres lidiar con todo —se señala como si fuera poca cosa— esto?
Lentamente iba recuperando la confianza con la que había dejado el café para ir tras ella.
Katerina, definitivamente no estaba en posición para querer algo; era mi deber entender que, como
tal, era ella quien decidiría si en realidad íbamos a seguir con todo esto porque, su vida era la que
estaba siendo afectada por toda esta vorágine de sentimientos encontrados.
Aunque, tenía que saber que yo no me iba a rendir con ella.
—Nunca en mi vida he estado tan seguro de algo como lo estoy con esto —le confesé.
No quería doblegarse, se le notaba en los ojos.
—Dennis, no puedo ahora, yo…
—Lo sé —le interrumpí.
—Y no quiero hacerte daño otra vez…
—No serías capaz —le interrumpí de nuevo.
—¿Cómo que no sería capaz? —exclamó— ¡Claro que sí! Te hice tanto daño cuando me fui y…
—Pero ya no importa —interrumpí otra vez.
Parecía que la estaba sacado de quicio o de su zona de comodidad. Era difícil saber si era algo
bueno o malo.
—Demonios, Dennis; deja de hacer eso. Por favor.
Tuve que aguantar mis ganas de sonreírle porque lo que estaba haciendo era un alivio cómico
mal ejecutado pero que, pese a todo eso, estaba dando resultados.
—Lo siento —fui maduro.
—Yo te quiero mucho, en serio; pero no puedo simplemente olvidar el pasado de la noche a la
mañana —me dice— ¿Por qué crees que todavía no había ido a verte?
No sabía que quería hacerlo.
—Porque no me siento preparada —se respondió ella misma—, porque sentía que si lo hacía iba
a quebrarme por dentro porque aún no supero mi pasado ni…
—Pero yo no soy parte de tu pasado —observé.
—Pero intenté borrarlo contigo.
Tenía sentido.
—No creo que —traté de quitarle importancia.
—Claro que sí… tiene todo el sentido del mundo. Te conocí porque estaba deseando escapar de
todo eso, tenía miedo y todo estaba oscuro.
Sus ojos se aguaron.
—Me sentía perdida hasta que tú llegaste y me recordaste quien era —continuó—, tu forma de
ser me hizo sentir que, de verdad, nada de lo que sucedió había sido mi culpa y que, todo estaría bien
si me quedaba a tu lado.
—Kat, yo…
—Y no quiero hacerte daño, y no necesito de tu presencia para volver a recordar quién era.
—Entonces ¿Por qué no regresas conmigo? Nunca te lastimaría, yo…
—Porque no es lo que necesito ahora…
—Kat, yo te amo…
—Y yo te amo a ti, Dennis, pero —vacila— ahora no puedo.
Y se da la vuelta. En lo que comienza a caminar, siento que el corazón va agrietándose otra vez.
¿Acaso la dejaría irse de nuevo, así como así? ¿No la iba a detener? Pero era más fácil decirlo que
hacerlo. Los ojos se me aguaron, mi cuerpo no se movía y me había quedado con las palabras: «No te
vayas, por favor», en la boca. Me quería morir.
Pero, de repente, se regresó con apremio, tomó mi rostro entre sus manos y me dio un beso.
Estaba confundido.
—Pero no quiere decir que no vaya a poder después —dijo, con una hermosa sonrisa en el rostro
y las mejillas húmedas por las lágrimas—. Cuando me sienta mejor, nos veremos.
Sus palabras, en ese momento, fueron un dulce alivio para mí. Justo cuando creía que todo lo
negativo de mi vida se repetiría, ella me dejó en claro que, lo nuestro, era inexorable. Me hizo
entender que, para poder estar a su lado, solo debía ser paciente.
La paciencia no era mi fuerte, aunque amar tampoco y, por cómo estaban marchando las cosas,
supuse que podría soportarlo. Así que guardé ese beso en lo más profundo de mi ser y la vi
marcharse, aunque con un nuevo enfoque.

La espera se me había hecho insoportable. Las semanas pasaron y yo estaba atento al reloj,
esperando a verme con ella en cualquier momento. Trataba de no llamarla, de no aparecerme por su
casa o ir de nuevo a aquel café porque le había prometido espacio. Katerina me diría cuándo podría
ser y en qué día nos veríamos otra vez.
No tarde nada en decirle todo a Mia, quien recibió aquella noticia con una gran sonrisa. Se
alegró por mí al saber que Katerina había regresado y que, dentro del mejor de los pronósticos, ahora
está dispuesta a compartir su vida conmigo.
Nada podría separarnos ahora que estábamos en el pináculo de nuestras vidas. Dormía cada
noche deseando que el día siguiente ella me llamara a mi casa para darme una buena noticia:
—Creo que ya es momento —pensaba que me iba a decir y yo cogería mi coche más rápido para
ir hasta su casa.
Nos veríamos a los ojos en lo que atravesara el umbral y nos besaríamos apasionadamente.
Estaba guardándome para ella en todos los sentidos porque quería que fuera sumamente especial
nuestro encuentro. Incluso repetía en mi cabeza un ay otra vez los «te amo» que le diría de frente,
beso tras beso, tras caricia y abrazos.
Constantemente las noches que pasaríamos juntos uno sobre el otro; las cenas, las caminatas, las
cogidas de mano mientras que encontrábamos una excusa para compartir y ser felices. Buscaba a
distraerme con todo lo que tenía a la mano porque la expectativa me estaba matando.
—Cuando me llame, la veré a los ojos y le diré que la amo con todo mi ser —le decía a Mia,
quien parecía estar cansada de escucharme hablar.
—¿Y estás seguro de que te va a llamar? —preguntaba, en un conjunto de burla y duda legitima.
Le encantaba verme sufrir.
—Claro que sí… ella dijo que me llamaría, que fuera paciente —respondía seguro—, y eso haré.
Mia simplemente se reía de mí y continuaba con lo suyo mientras que nuestros días se hacían
cada vez más largos. Como ya dije, la espera me estaba matando, pero mientras fuera por Katerina,
valía la pena. Ni las malas vibras, ni el trabajo, mi impaciencia, ni mi padre, me iban a hacer cambiar
de parecer.
Ningún otro premio sería tan grande como el que me esperaba al final de esta odisea. Me las
arreglé para que, cuando me llamara, no tuviera que atender más nada: trabajo, mi padre, Mia,
amigos, responsabilidades… era el equivalente a dormir vestido para no perder tiempo en la mañana
arreglándome.
Estaba desesperado y, así como el tiempo se me hacía eterno, la espera se me fue recompensada.
—Dennis ¿Estás ocupado? —preguntó Kat al teléfono, luego de casi un mes sin saber de ella.
Ni siquiera fui capaz de ocultar mi emoción.
—¡Sí! ¡Estaba esperando esta llamada! —le respondí, alegre y saltando de mi puesto.
—Te extraño —dijo.
—Y yo a ti.
Quedamos en que nos veríamos en su casa porque ella ya estaba ahí; la verdad a mí no me
importaba en donde fuera, con tal de que fuese para estar con ella. Así que, tal cual como lo tenía
pensado, cogí mi coche más rápido y conduje hasta su morada lleno de felicidad. El momento de
verla había llegado.
Una vez que estuve en frente suyo, no supe qué hacer primero. Me lancé a sus brazos y le di un
beso en los labios que fuera capaz de borrar su ausencia después de tantos días. Ella no decía nada
porque estaba sintiendo esa misma desesperante necesidad de amarme que me estaba matando.
Es hermoso saber que lo que sientes es correspondido. Juntos, el mundo dejó de importar y, con
todo el tiempo de la vida para querernos, decidimos no desaprovechar absolutamente nada. Nos
entregamos el uno al otro sin muchos preámbulos. De frente, y prácticamente listos para lo que fuera,
nos vimos a los ojos y comenzamos a besarnos suavemente, pero sin dejar la pasión de lado.
Sentía que su cuerpo era más frágil de lo que realmente era. Sus manos, temblorosas, buscaban
algo sobre mi piel, evaluando el relieve de mi cuerpo con ellas. Yo la sentía tan suave, tan ajena a mí,
que me encantaba ser acariciado por su belleza, por su forma perfecta de ser.
Era como si nunca lo hubiera hecho antes; que fuera nuestra primera vez.
Ya no había secretos entre los dos, pasado, obstáculos ni nada que nos separara. Haberla
convencido de que quería estar con ella y que, por sí misma, ella también conmigo, fue lo mejor que
pude haber logrado en toda mi vida.
Sus labios estaban suaves, tanto como los recordaba. Su rostro, tan delicado y perfecto como
siempre. El olor que emanaba de su cabello, su cuello y el resto de su cuerpo, me embriagaban
obligándome a desear que me abrazara toda la noche, el día y el resto de mi vida.
Pero la tenía semi desnuda de frente y no podía simplemente dejarla escapar. La rodeé con mis
brazos y sentí sus pechos crudos y fríos por el invierno, estrellarse sobre mi piel. Sus pezones
erectos; de nuevo su aroma. No dejé de besarla, lo que convirtió ese beso en otra cosa. Se hizo más
largo, más apasionado. Dejamos de acariciarnos con cuidado y comenzamos a apretarnos
mutuamente. Yo buscaba enterrar mis dedos en su espalda mientras que ella trataba de aferrarse a mi
torso.
Mi mano se desplazó audazmente hasta su pantalón y la introduje por debajo de su braga para
apretar sus nalgas calientes. Ella hizo lo mismo, pero de frente. Continuamos besándonos, mientras
que nos empujábamos uno al otro hasta la habitación, o el sofá o el suelo. No sabíamos en donde
carajos estábamos porque nuestras mentes estaban perdidas en la mente del otro.
Sus pechos eran mucho más suaves que el de cualquier otra mujer, sus manos mucho más
precisas, sus labios más perfectos y rozados, sus lunares más hermosos y contados; los justos para
mí.
Ella logró tomar mi pene con una de sus manos y lo apretó a penas lo encontró. Lo hizo con
fuerza, como si estuviera reclamando lo que era suyo.
—Esto es mío —dijo, apartándose muy poco de mis labios para hablar.
En ese breve segundo para responderle, le dije:
—De ahora en adelante…
Me desabotonó el pantalón y lo dejó caer, sacando mi pene al aire libre y comenzando a mover
su mano. Yo empujé más la mía para que mis dedos llegaran lo más que pudieran hasta su vulva la
que, en ese instante, estaba tan húmeda que no tuve que esforzarme mucho para meter un dedo.
Ella suspiró encantada, divina, en lo que sintió que mi dedo se perdía en su interior. Lo metí
más, movía la mano de un lado a otro mientras que ella me besaba, jugaba con mi pene, dejamos de
tropezar con las cosas de la casa y abría más sus piernas para que pudiera penetrarla mejor. Luego
cogió mis bolas sin soltar mi falo, y las cosas simplemente comenzaron a sentirse mejor.
Antes de darme cuenta, ya tenía la mitad de mi pene dentro de la boca y ambas manos jugando
con mis testículos. Sentir su lengua alrededor de mi sexo era encantador. Succionaba aquel pene
como si lo hubiera extrañado todo este tiempo y, la verdad, es que yo extrañaba que ella me la
mamara. Sentía cómo apretaba su mandíbula, sus labios chupaban mis bolas, o su lengua lamía mi
punta.
A ella le encantaba el sabor de mi pene, algo que no se había podido borrar de la boca en mucho
tiempo y de lo que no quería alejarse nunca más.
—¡Podría hacer esto todo el día! —dijo.
Y estas palabras me encantaron más viniendo de ella que de alguna otra mujer en el mundo.
Después de disfrutar y hacerme disfrutar, se levantó y se quitó el pantalón, levantándome el culo
mientras que lo hacía e inclinando su espalda hasta casi tocar sus rodillas con sus hermosas tetas. Era
una imagen espectacular. Se podía ver su ano y su vulva. Sus labios, húmedos y rojos, me pedían a
gritos que me acercara para darles un buen beso de lengua. Lo hice.
Me arrodillé frente a ella y enterré mi cara en su trasero. Podía olerla, saborearla y sentirla.
Estaba perdido en el néctar de su vagina y en el agradable sonido de sus gemidos. Era encantador el
tenerla al fin después de tanto tiempo. No la iba a soltar jamás.
Metí mi lengua y comencé a penetrarla con ella mientras que Kat simplemente gemía e
intentaba mantenerse de pie en la incómoda posición que la había dejado. Le daba nalgadas, le
apretaba las tetas, y le metía los dedos en la boca mientras que gritaba que no me detuviera.
Exclamaba mi nombre, lo mucho que me amaba, que se lo metiera, que no la torturara.
Yo quería seguir sintiendo el sabor, el olor, la suavidad de su vagina en mi boca porque la
amaba. Amaba su cuerpo como ninguno otro.
—¡Métemelo, coño! —dijo de repente y yo me levanté.
—¿Lo quieres? —le dije, tetándola.
—¡Sí! ¡Métemelo!
Y lo hice sin remordimiento. Le empujé mi verga todo lo que pude hasta dentro, sacándole el
aire, haciéndola gritar un largo y fuerte gemido de placer, de satisfacción, de encanto, de deleite. Ella
esperaba que lo hiciera y lo hice muy bien.
—¡Sí! —exclamó.
No esperé a que me pidiera que me moviese y lo hice rápido, con fuerza. La sacudía de adelante
atrás así que la tomé por la cintura y se lo comencé a hacer incluso más duro. Ella gritaba, gemía, se
retorcía de placer. Exclamaba cada letra del alfabeto, y yo se lo metía más.
Me decía que se lo hiciera con más fuerza, con más placer. Que se lo enterrara más, que le diera
más rápido. Estaba llegando.
—Sí… sí… ahí, ahí, ahí, ahí… dale, dale, dale… ¡Sí…!
Y acabó, perdiendo el aire, pero yo no me detuve.
Sus piernas comenzaron a temblar y yo no me detuve. Continué metiéndoselo pese a que su
vagina se puso incluso más suave, más húmeda. Seguí enterrándole mi verga más duro, más rápido.
Y recuperando el aire volvió a gemir.
Sus gemidos se cortaban con el golpetear de mis embestidas. Una, dos, tres… le daba más duro
y con más fuerza, sentía cómo mi pene salía y entraba de su vagina. Le daba nalgadas, le apretaba la
cintura y ella seguía gimiendo.
Le encantaba que se lo hiciera así y yo atendía a sus pedidos. Ella quería sentir todo y más.
Y se lo continué metiendo hasta que no pude más. Mi pene quería dejar salir toda esa presión.
Yo sentía cómo un escalofrío me recorría la espalda, cómo mi mente se hacía blanca y mi cuerpo
quería que empujara más. Penetrarla era mi deporte, mi actividad favorita en todo el mundo.
—Sí, sí, sí… ahí… otra vez, sí… eso. Sí… ¡Sí…!
Y acabó de nuevo.
Cada vez que lo hacía me motivaba a darle más, a metérselo mejor. Le daba más nalgadas y ella
respondía a ellas con más gemidos. El olor que emanaba de su vagina penetrada era embriagante; no
puedo mentir, me encanta cómo olía, cómo se escuchaba, cómo se veía. Su vagina abierta para mí era
el mejor regalo de la vida y la iba a tener para siempre, y siempre la iba a penetrar.
Tenerla aferrada a mi pene era más que suficiente para hacerme feliz. Verla tambalearse y
escurrirse sobre mí, significaba todo. Penetrarla, era estar en la gloria, acariciando su piel y sintiendo
que nada más me haría falta.
Gemía y gemía tan fuerte que los sonidos de la calle eran simples susurros. Le jalaba el cabello,
le apretaba las tetas y le hablaba sucio.
—¿Te gusta? —le preguntaba.
—Me encanta…
—¿Y alguien más te hace sentir así?
—No… solo tú… soy tu puta…
—¿Mi puta?
—Sí… dame más duro papi. Soy tu putita.
—¿Sólo mía?
—Sí papi, solo tuya —decía entre gemidos—, soy tu puta, tu puta… dame más duro. Sí. Mételo
hasta la garganta amor.
Incluso lo que decía era exquisito. Las embestidas aumentaban de ritmo cada vez que me decía
algo como eso.
—Me vas a partir… sí. Dame más duro. ¡Coño! ¡Sí!
Lo gritaba, sin miedo a que nos escucharan.
—Este coño es tuyo, papi. Dame, dame, dame… sí. Destrózalo.
Y cuando le daba nalgadas, se ponía más puta.
—Ay sí… mi amor… —decía como si fuera muy delicioso—, déjame ese culo rojo. Sí. Dame
más duro.
—¿Más duro? —le decía yo, dándole de nuevo con más fuerza.
Ella solamente respondía con más gemidos y palabras sucias.
—Sí, así. Dame más. Dame. Ese culo es tuyo… haz lo que te dé la gana.
—¿Solo mío?
—Solo tuyo, mi amor.
Le daba con fuerza porque así gemía más fuerte, le daba más rápido porque así gemía más
veces. El pene lo tenía duro, firme, hinchado y con hambre de más Katerina.
—Dale, dale… sí… dale más… te amo, me encantas… sí… ¡Sí…!
Y volvió a acabar.
Ya estaba a punto de perder la conciencia y yo el control. El abdomen me dolía, la respiración
me fallaba. Estaba tenso, duro, agitado. Faltaba poco, ahora era mi turno. Le comencé a dar aún más
rápido porque sabía que así llegaría yo. La comencé a mover a ella también en contra de los
movimientos de mis propias caderas para hacerla enloquecer, para atacarla con más placer. Ella
simplemente respondió con más gemidos, incluso, llegando a decirme que parara.
Yo no me detuve y ella realmente no quería que lo hiciera. Le di más rápido, más fuerte y más
rudo… le di, y le di y le di hasta que…
—Voy a acabar… —dije, perdiendo el control.
—¡Lléname toda! —exclamó ella de inmediato.
Y como si su voz fuera una señal, dejé escapar toda la carga que tenía acumulando por semanas.
Espesa, caliente y abundante; la dejé entrar por completo en la vagina de mi amada. Katerina
simplemente gimió incluso más, pero esta vez de satisfacción.
No sé qué aprendí de toda esa experiencia con una relación de la que no estaba acostumbrado ni
una vida que estoy seguro que no voy a dejar. Sí que odiaba ciertos aspectos de mi vida antes de
conocer a Kat, que no tenía todo lo que tengo ahora y que justo ahora estoy en una posición, por
lejos, mejor de lo que pudo ser antes.
En poco tiempo, me enamoré de su habilidad de quererme, de su forma de ser, de su belleza y su
perfección, incluso más de lo que ya estaba. Tenerla cerca era todo lo que siempre me había hecho
falta y que no lo sabía. Era feliz.
Kat comenzó a trabajar lo que le gustaba mientras que nos fuimos acostumbrando a estar juntos
queriéndonos incondicionalmente. Yo continué con el trabajo con mi padre, a quien lentamente le fue
cayendo el amor de mi vida; tuve que enfrentarme a él más de una vez para que no me molestara por
estar con ella, pero de todos modos no importaba, porque, le gustara o no, no iba a dejar de amarla.
Ser feliz, era nuestro hobby.
El sexo que tanto practicaba pasó a ser exclusivo para ella. Ya no veía siquiera a alguna otra
mujer porque ninguna me parecía digna de compararse con la belleza de Katerina. Ella era la única,
la indicada, la que me hacía sentir como un hombre de verdad y tanto mi corazón, mi mente y mi
pene eran de ella.
Las noches juntos me recordaban sin mucho problema por qué decidí prometerle que nunca más
tendría sexo con otra mujer que no fuera ella porque, aparte de que no quería, era sencillamente
perfecta por sí sola. Continuaba retándome, dominándome, llevándome a lugares diferentes de
maneras distintas sin mucho esfuerzo. Su forma de hacer las cosas era tan única y de ella que
comencé a hacerme adicto a eso.
El sexo se había vuelto en uno de nuestros tantos idiomas y ella era una poliglota, maestra y
diosa indiscutible de ese mundo. Era sencillamente increíble.
Los días, semanas y meses dejaron de pasar como segundos y se volvieron años. Las viejas
costumbres se habían quedado atrás mientras que le estábamos dando paso a una vida llena de
aventuras y apasionantes momentos juntos.
Y cada segundo de mi vida, se me hacía más obvio que ella, sin lugar a duda, valía la pena.
Título 9
Una Chica del Montón
Del Infierno al Cielo
1
La primera vez que tuve una experiencia si igual, curiosamente pasó gracias a una locura sin
sentido. Mentiría al decir que esperaba que algo así me sucediera, más que nada porque para aquel
entonces, pensar incluso en eso era muy improbable.
Luego de eso, entendí que todos tenemos algo que nos cambió la vida a cierta medida, un evento
que para cualquier otro sería insignificante, pero que nos ayudó a ser mejores personas; cambiar
nuestra manera de ver la vida o de ser más audaces. No lo sé.
Estoy segura que todos han pasado por algo similar. Lo que no sé es si eso que hicieron para
marcar una línea entre el su nuevo ser y el anterior, fue lo mismo que hice yo. Nunca esperé que una
orgía me llevaría a ser quien soy ahora, ni mucho menos que, para tenerla, tuviera que encontrarme
con la verdadera yo.
De ese entonces, recuerdo una semana en específico en la que no esperaba que las cosas fueran
tan animadas. Me parecía que ya debía rendirme con respecto a mis necesidades sociales, y eso
porque la verdad ya había pasado mucho tiempo desde que había hablado con alguien. Tras dejar que
mi mejor amiga terminara la primera etapa de la universidad y no la continuara conmigo, los días
pasaron a ser lentos, tediosos y realmente solitarios.
Sin embargo, eso no fue obstáculo para Connor —simpáticamente, la razón por la cual todo
sucedió—. En su momento me intrigaba la verdadera razón por la cual comenzó a hablarme. Durante
horas, pensaba y pensaba todas las posibles razones, intentando comprender por qué alguien como él
se acercaría a mí. Cuando lo supe, sus motivos no fueron para nada de mi agrado.
En fin, en su momento, significó que podría pasar tiempo con él; no importaban las razones que
pudiera haber tenido, cualquier cosa lo justificaría si el resultado era su compañía. Cuando se lo conté
a Karen, tomó la noticia de mi nueva adquisición social con mucho entusiasmo.
—¿Ese es al que le das clases?
Siempre hablábamos, tal vez no tanto como lo hacíamos cuando nos veíamos, pero las veces que
se podía, le contaba todo lo que me pasaba en la universidad desde que ella la acabó. Estar todo el día
sola era un poco abrumador, así que una buena llamada podría mejorarme el día.
—No son clases… ya te lo dije. Solamente lo estoy ayudando.
—Lo que sea, es lo mismo —respondió—; pero no importa —siguiendo con una risa traviesa—,
suena a que es lindo —acertó, aunque no lo supiera.
—Puede ser —respondí.
Había que mantener el misterio encendido mientras pudiera. Era difícil ser la interesante cuando
solamente daba vueltas o duraba horas sentadas sin hablarle a nadie. Ayudar a Connor fue la cosa
más interesante que me había sucedido en semanas; tal vez no era necesario que fuera misteriosa con
ella, pero, en ese entonces me hizo sentir bien.
—Está bien… guárdatelo. No me digas… Bien. —Respondió, fingiendo un disgusto que le duró
poco—. Y ¿Todavía te divierte darles clases a los idiotas? ¿Ya no deberías estar saliendo con el niño
este?
—¡Qué no doy clases! Solo los ayudo. Y no es un niño… ¡Y no son idiotas! —me defendí, lo
defendí, los defendí…
—Oh vamos, querida…
Con el tiempo había aprendido a no darle mucha importancia a lo que ella dijera, hasta el punto
que la verdad no encontraba razón alguna para molestarme con Karen; le encantaba animar el
problema, verlo arder y luego irse como si nunca hubiera formado parte. Me resultaba liberador hacer
ese tipo de cosas con ella: discutir, estar de acuerdo, discrepar… la nuestra resultaba una amistad
estable con la que me desahogaba de vez en cuando.
—Pérdida de tiempo —desdeñó— ¿Para qué necesitan personas que los ayuden? Yo no necesité
ayuda.
—Porque yo te explicaba todo.
—Pero eres mi amiga, lo hacías por eso.
—Es prácticamente lo mismo, Karen —afirmé—, ellos no entienden algo y yo trato de
explicárselos. Es lo menos que puedo hacer… no sé, me mantiene ocupada ¿Sabes? Además, no es
con todos, ya nadie parece necesitar la ayuda de terceros para pasar las materias.
—¿Por?
—No lo sé, creo que simplemente no les importa, o tal vez pagan por eso. Te digo, no lo sé.
—Bueno, no importa. ¿Y qué más? ¿Cuándo te gradúas?
Escucharla al teléfono no era lo mismo que hablar con ella en persona. Me tenía que imaginar
todo lo que hacía conforme iba diciendo las cosas, como si se tratara de un audiolibro mal narrado;
no era divertido.
—¿En serio no quieres venir? —aludí a un tema pasado, sin responder a su pregunta—. Puedes
inscribirte para el siguiente semestre, yo congelo y te alcanzo.
—Aja, sí, ¿Y qué vas a hacer durante todo ese tiempo?
—Bueno, no sé, estar contigo viendo las clases…
—¡Qué ya viste! —resaltó.
—Sí, bueno, pero no me hace daño… te podría ayudar ¿Sabes?
Realmente traté de sonar lo más convincente posible.
—No… —Respondió con desdén.
Simplemente no quería, y eso no me gustaba.
—Pero no quiero estar sola —insistí.
—No… el trato era que me graduara, nunca dijeron de qué. Yo estoy contenta con mi técnico.
—Pero no lo hagas por ellos, puedes estar conmigo.
—Sabes que quiero estar contigo… pero…
Ya sabía qué dirección iba a tomar. Se notaba en su voz que no iba a hacerlo siquiera por eso. La
idea de estar sola por los mismos pasillos, me hacía sentir peor, y saber que podría estar con ella en
cualquier momento, era, aunque algo improbable, mejoraba todo.
—Vamos… —insistí aún más.
—No, bebé. No… —se negó, imprimiéndole un ademán muy propio de ella
Me la imaginé moviendo el dedo de un lado al otro mientras se negaba.
—Oh, vamos, no seas así —respondí.
—Te dije que esto iba a pasar. ¿Por qué no sales con el chico este y ya? No me necesitas.
—No es lo mismo… él no es… —no quería sonar como una perdedora y decirle que no era
capaz de pedírselo—, simplemente no es lo mismo.
—¿Qué tengo yo que no tenga él? —preguntó, con cierta connotación de humor.
Resoplé un poco, asomando una sonrisa. Me hacía bien hablar con ella.
—Que no es mi mejor amiga —aseveré—, tú sí.
Aún estaba tratando de convencerla para que se fuera conmigo.
—¡Ay! —dijo con ternura—. Qué linda eres. Yo también te quiero —para luego agregar—:
¿Sabes qué creo yo? Que de seguro no quieres seguir estudiando.
—¡No! Claro que quiero seguir estudiando, pero es que…
—Que ¿Qué, querida?
Ser una perdedora más en ese lugar, no tener con quien hablar y estar todo el día sola, me
resultaba poco atractivo. Estar juntas una vez más, mejoraría con creces mí ya deplorable situación
en ese momento. Pero ese no era el motivo por el cual la estaba llamando, y ella lo sabía.
—¿Es por el chico? —agregó, leyéndome como a un libro.
—Puede ser —traté de ser evasiva.
—Oh, por favor… —respondió, agotada—, ¿Acaso te gusta de verdad? ¿No es como que muy
joven para ti?
Era verdad. De cierta forma tenía ese temple de niño que no le quitaba la barba ni la estatura, ni
los hombros firmes, ni la voz de hombre.
—Solo le llevo tres años —dije—, no es como que esté asaltando la cuna de alguien.
—Mi vida, eso es exactamente lo que parece.
—Claro que no —le dije.
Connor me hacía sentir incomoda de una forma extraña, hablar de él, causaba el mismo efecto.
Karen lo supo casi de inmediato. Luego de colgar la llamada, decidí que debía ir al comedor de la
universidad para terminar de esperar para la siguiente clase.
Era lo más que podía hacer luego de invertir la mitad de mi tiempo libre hablando con Karen,
apartada de toda civilización porque, a pesar de no querer sentirme sola, tampoco quería entregarme
a los burdos rituales de la sociedad.
Pero tras compartir tanto con él, dedicarle mi tiempo libre a Karen dejó de ser una opción.
Parecía que me estaba volviendo su amiga de alguna forma y eso me hacía sentir muy bien, aun y que
ese no fuera el tipo de relación que quería que tuviésemos. Los días posteriores a esos, comencé a
sentir que pertenecía a algo solo por el hecho de estar a su lado.
No puedo negar que era una interpretación absurda e inmadura, pero era lo que me hacía sentir
bien dentro de tantos descontentos. Hablaba con él y, por extensión, con sus amigos, sus conocidos y
las personas que se le acercaban. No era como que me tomasen en cuenta o que me sintiera menos
invisible, la verdad no podría importarme menos, pero me mantenían distraída de todo.
De cierta forma, estaba feliz, y ciertamente se debía a que hay algo en relacionarse con la
sociedad que lo llena a uno de tal forma; te distrae de la realidad, te hace sentir bien contigo mismo y
eso estaba bien. Cuando menos me lo esperaba, Connor lograba acercarse a mí y ayudarme a
reconocerlo, supongo que por eso me dolió tanto cuando entendí por qué lo estaba haciendo y el tipo
de persona que era. Aunque ¿Acaso podría culparlo?
—¿Acabas de llegar? —preguntó, sentándose justo en frente de mí.
Sonreí casi de inmediato, esperando que no se hubiera notado del todo.
—No… digo —aclaré mi garganta—, sí… —divagué.
Él simplemente sonrió. Se notaba lo lindo que era cuando lo hacía, tanto así que me costaba
relacionar las distancias que había entre los dos. Su edad, su círculo social; todo lo que fuera que
arruinase una posible relación. No voy a negar que me traía loca, no había nada en él que estuviera
mal.
—Bien, entonces —rio un poco—. ¿Y cómo va todo?
—Todo bien. Sí, de maravilla. ¿Y tú?
—Perfecto —respondió, mientras se sentaba a mi lado—. Eso creo… porque no sé si pueda
lograrlo.
No podía evitar sentir que cada vez que hablaba conmigo había un motivo oculto. Siempre tan
cercano, tan extraño; parecía que quería algo de mí y yo pretendía saber qué era, cuando en realidad a
penas y podía contener las ganas de suspirar a cada rato. Nadie se acercaría a mí, así como así si no
fuera simplemente porque necesitaba algo, sin embargo, estaba convencida de que ninguna persona,
en su santo juicio, se fijaría en mí.
—¿Qué? ¿Cómo que no puedes?
—Es que… ¿Por qué no me dices qué hacer para yo hacerlo?
—¿Leíste el libro que te dije?
—Sí —respondió, tomándose un momento para buscarlo en su bolso.
En lo que me lo entregó, me miró desolado.
—¿Lo leíste? —repetí, porque era obvio que no lo había hecho.
—Bueno —divagó—, así como tal, leerlo, leerlo…
Connor levantó los hombros como si tratara de esconderse en ellos.
—¿Por qué no lo leíste? —inquirí, decepcionada.
—¡Sí lo leí! En serio. Lo hice… pero es que… no es tan fácil. Lo intenté de verdad.
—Oh, Connor, vamos. No es tan difícil.
—¿Cómo lo harías tú? —preguntó, cual niño que interroga.
Yo simplemente no sabía qué decirle.
—Intentarlo más —le dije.
—Está bien —dijo, resignado.
—Descuida.
—Eres muy especial, ¿Lo sabes? Realmente especial.
Me sonrojé un poco.
—No… vale… no digas eso.
Nos quedamos un rato en silencio sin saber exactamente qué decir. Él se comenzó a distraer con
su móvil mientras que yo intentaba no sacar el mío para caer en el mismo círculo vicioso. Justo
cuando me estaba acostumbrando al silencio, él miró la hora en su reloj y habló.
—Oh, rayos —dijo, llamando mi atención.
- ¿Tienes que estar en otro lado?
Connor evitó responder la pregunta levantándose, despidiéndose cortésmente y yéndose así no
más. Eso me recordó que mi hora libre estaba a punto de acabarse, por lo que no le di más
importancia al asunto. Era una época complicada para mí.
Tantas cosas pasaban por mi cabeza y a la vez ninguna parece que hubiera sido importante
porque ahora siquiera las recuerdo. En ese entonces a penas y podía mantenerme centrada en una
misma cosa sin comenzar a pensar en cómo sería todo si estuviera con Karen o me sintiera mejor.
A pesar de que me estaba haciendo amiga de Connor, no era como que pudiera estar con él a
cada hora del día, por otro lado, aunque fuese poco, compartíamos mucho más que cuando
simplemente lo ayudaba con sus cosas. Lo bueno fue que la relación había crecido rápido.
Él era para mí ese tipo de persona por la que constantemente te preguntas si realmente vales la
pena, en si lo que haces está bien o si puedes mejorar todo lo que eres, tan solo para caerle mejor.
Al estar con él me sentía incomoda en el buen sentido. Durante un tiempo estuvimos de un lado
al otro; cada que salía de una clase, me hallaba buscándolo con la mirada para no estar el resto del día
sola, en el que, luego de acompañarlo con cualquier excusa que se me ocurriera, me daba la
impresión de que el día no había sido tan malo después de todo.
Reconozco que era un poco difícil no sentirse atraída por alguien como Connor, por su forma de
ser, por su carisma, su físico… De la noche a la mañana, apareció en la universidad cautivándolas a
todas, y el que se hubiera acercado a mí —así hubiera sido para pedirme ayuda— me hacía sentir
bien.
Aunque, no duró demasiado.
Luego de que me dejó sin decirme por qué, seguí con mi vida como lo habría hecho en cualquier
otro momento. Estaba intentando ser una necia paranoica al pensar que tal vez lo uso como una
excusa para alejarse de mí, o que yo tuviera que ver algo que ver en todo eso. Al poco tiempo de que
la segunda clase terminara, intenté dejar de pensar en eso.
la siguiente me tocaba al otro lado de la facultad, por lo que decidí que debía tomar un atajo para
llegar cuanto antes. Corté por el gran reloj y por una gran variedad de lugares hermosos que servían
de atractivo turístico, hasta llegar a un pasillo abierto que divide las diferentes rutas de la universidad.
Pero todo ese camino corto me llevaba hasta un edificio que, se supone, eran residencias de
estudiantes —o por lo menos ese era el plan hasta que simplemente decidieron abandonar las obras y
convertirlo en un depósito de polvo y porquerías—. Por fortuna, conocía una manera de entrar y
evitar rodearlo para perder más tiempo.
Objeto de mitos urbanos y razones estúpidas para no adentrarse a él, estaba completamente solo,
al igual que siempre, con la promesa de que en cualquier momento podría salir una anima o algo
peor, pero yo tenía mucho tiempo pasando por ahí gracias a que Karen me había obligado a
atravesarlo en su momento; durante cuatro años nada malo había pasado.
Un tanto oscuro, tenebroso y solitario, resultaba un poco difícil entrar sin hacer que algo se
cayera de las puertas o las paredes, por lo que mi trabajo era acercarme con el más sumo cuidado.
Escapándole al polvo y a las enormes telarañas, me encuentro paseando por el lugar recorriendo
el camino que ya me sabía de memoria. Pero, de un momento a otro, ecos de sonidos extraños
comenzaron a sonar, «nada del otro mundo» —me dije—, y seguí caminando.
Pero, había un sonido más.
Al principio pensé que era el bramido del viento al permear las ventanas rotas, pero sabía que
nada sonaba así —aunque imposible no era—. Constante y repetitivo, fuera lo que fuese, me había
comenzado a preocupar.
Sin detenerme, comienzo a creer que son voces, pero no consigo entender palabra alguna.
Disminuyendo lentamente el paso, voy escuchando que va subiendo el tono en crescendo, con sutiles
pausas como si se tratara de respiraciones cualquieras.
Sigo escuchando y bajando la velocidad de mis pasos hasta que estoy prácticamente parada en
medio de un pasillo un tanto tenebroso al cual no le estaba prestando atención. Mi cabeza giraba en
torno a ¿Qué es ese sonido?
Preguntándome que podría ser, trato de buscar en mi biblioteca mental de ruidos raros con la
esperanza de identificarlo sin darle muchas vueltas al asunto. No podía dejar de pensar lo raro que era
que algo tan constante y específico estuviera sonando ahí.
De repente, me hallo respirando un poco más suave para poder escuchar mejor lo que estaba
sucediendo, ya que podría ser también el sonido de mi propia respiración la que lo exageraba,
producto del casi extremo silencio que me rodeaba. En ese momento simplemente encontraba
excusas para no seguir explorando, para dar media vuelta e irme sin mirar atrás.
Habría sido lo más inteligente.
Sigo caminando en la dirección de la que creo que proviene el sonido, cuando de rebato, dejan
de parecer sonidos inentendibles a gemidos claros. Se siente el ritmo característico de una
respiración.
Ahí me pregunté si se trataba de lo que creía que era o si solamente era yo exagerando las cosas.
Indecisa, ente lo qué podía ser y lo que no, no me cabía duda de que no debía estar sucediendo ahí.
Sin embargo, habiendo escuchado lo que «podría ser» no me esperaba que terminara siendo eso en
realidad.
«¿Qué tal si no es nada? Podría ser cualquier cosa.» —me dije. No es la primera vez que tomo
este camino; y por eso, lo que escuchaba podía ser simplemente una persona escondiéndose para
hacer sus cochinadas con algún video o simplemente un pervertido —trataba de suponer lo mejor,
esperando nada raro—. Mientras lo pensé, resultó idílico, hasta que, acercándome al origen del
sonido, me encuentro con mi profesora favorita sobre el chico que me gusta. No esperaba ver a
Connor desnudo de esa manera; la verdad, no me esperaba verlo desnudo en lo absoluto. Y como si
fuera poco, al mismo tiempo en que ella sostiene los miembros tiesos de dos de sus amigos —que no
tardé mucho en identificar—, estaba haciéndole cosas que ni siquiera sabía que eran posibles.
Con Connor sobre la mesa, sentada sobre él, exhibía un tapón anal sutilmente oculto entre sus
nalgas. Tenía un diamante redondo de fantasía de color rosado que atraía la mirada por más que se
intentara ignorar. Incapaz de procesar esa información, me quedé un buen rato observando lo que
hacían, sintiendo que debería estar en otro lugar, olvidando el motivo por el cual llegué allí.
Y esa es, por lejos, la peor parte.
Continúo viéndolos como una tonta, sin ser capaz de apartar la mirada porque, de alguna forma
u otra, estoy hipnotizada por sus movimientos, los sonidos que emiten, la forma en que se comportan.
Era la primera vez que veía eso en persona; me había cautivado.
¿Cómo es que se llamaba? Tardo un poco en recordarlo, pero viene a mi sin mucho esfuerzo
después que veo cómo uno de los que están siendo mamados le da una bofetada en el seno a Claudia:
«gang bang». Me era familiar, pero al mismo tiempo tan ajeno. No esperaba estar presente en uno.
Por alguna razón algo en mí pedía que me acercara.
Claudia no dejaba de mover sus caderas, actuando con completa naturalidad ante el hecho de
que dos hombres le golpeaban el rostro con sus penes. Ellos no dejaban de verla tampoco, encantados
por la forma en que sus manos jugaban con sus miembros.
Connor, por otro lado, no dejaba de tocarle el culo, evidentemente embriagado por el sube y baja
de aquella mujer. Mientras que se movía sobre él, le daba nalgadas, le apretaba la cintura, trataba de
tocar lo más que podía al mismo tiempo en que la hacía gemir cada vez más fuerte.
Debió ser esa la razón del porque los escuchaba, era de las que gritaba. Lo que escuché tres
pisos abajo, se hizo aún más algo, dándome la impresión de que toda la universidad podría oírla si se
concentraban mucho. Era un escándalo sin precedente, uno que, a pesar de lo extravagante y poco
higiénico que se veía, me estaba excitando.
Desde donde me encontraba, podía ver la forma en que su pene salía y entraba en su vagina,
haciendo sonar los líquidos que se escurrían de la misma, incluso por sobre los gemidos y el eco. Me
resultó tan varonil, tan firme, tan fuerte… un despliegue de una perfecta masculinidad que no
esperaba presenciar jamás.
Siempre había querido ver uno en persona, saber a qué se sentía, olerlo, tocarlo, poseerlo.
Connor sí que tenía algo de lo qué estar orgulloso. Lo veía y simplemente no podía dejar de
imaginarme todas las cosas que hacían juntos, porque, el bombardeo visual que tuve en ese momento
no fue suficiente.
Pero Claudia no se quedaba atrás. Sus sacudidas ¡Dios! A pesar de todo lo malo, incluso ahora,
se me hace difícil negar que definitivamente se movía como una diosa. Era increíble la forma en que
meneaba su cuerpo, logrando que no se viera grotesco ni desagradable.
Sus nalgas rebotaban sobre aquel chico, mientras que se tragaba por completo el pene de los dos
amigos de Connor. No dejaba de pensar que debía de sentirse increíble tener esos dos penes en la
boca, besarlos, estar frente a ellos. Pero ella era el centro de atención; Claudia emanaba una especie
de aura dominante y controladora, consiguiendo que ellos simplemente se comportaran como sus
esclavos sexuales.
Connor continuaba nalgueándola, dejándole el culo rojo; le apretaba un par de pechos perfectos
que instintivamente me hicieron tocar los míos en un reflejo de envidia «¿Por qué no son como
esos?» —me dije—, para luego apreciar la curva de su cintura hasta sus caderas, que tenían la
proporción exacta de una mujer seductora. La miraba y me imaginaba a mí en esa posición, siendo
todo lo contrario de lo que era ella en aquel momento.
Justo ahí, comienzo a sentir cierto escalofrío en mi cuerpo; apretaba mis muslos uno contra otro,
en un intento desesperado por darme, aunque fuera un poco de placer. Sus gemidos, lo que ellos y
ella decían: «Sí, eres perfecta; trágatelo todo; dame más duro, papi…; ¿Quién es mi perra? —a lo que
ella respondía—: yo, yo soy tu perra» se enterraba en mi cabeza, que incluso, días después,
continuaba escuchándolo, atormentándome cada que lo recordaba o cuando intentaba darme un poco
de placer.
De nuevo, llegué a preguntarme si en realidad quería hacerlo también, intentando comprender
qué tan bien se sentiría ser penetrada de esa forma. Era embriagante el ambiente que provenía de
aquellos cuatro. Te invitaban a formar parte sin decir ni una palabra.
La mera idea de acercarme iba tomando el control de mi cuerpo de tal manera que me parecía
que estaba a punto de cagarla. Estando ahí, me digo que no me quiero mover, que no quiero que ellos
me noten. A pesar de mi deseo de involucrarme, preferí mantenerme alejada con la intención de no
molestarlos, de no hacer una locura y de disfrutarlo desde lejos.
Anunciando sus movimientos, Connor se levantó y comenzó a coger el cabello de Claudia,
mientras que ella se ponía de rodillas levantando el culo. «Es tu turno, mi amor», la escucho decir a
uno de los chicos a los que les estaba comiendo el pene. Se veía le veía tan bien en lo que lo levantó,
que incluso me hizo sentir que me está llamando.
Su forma de hablarles era tan sucia, tan seductora; la manera en que los dominaba. Seguían sus
instrucciones como si fuera una clase privada en la que todos tenían el derecho de participar. Aún
recuerdo lo que les dijo: «Podría cogerme todo el día esta verga» dejándose penetrar por Connor.
Los demás eran una chuchería para ella. Se notaba cuando los tomaba con la mano y los besaba,
los succionaba, se los introducía en la boca hasta más no poder, y estos dos lo disfrutaban ¡Sí que lo
hacían! En sus caras —la cara de aquellos a los que nunca se les presta atención—; se podía apreciar
que estaban contentos de estar ahí.
El olor que emanaba de ellos era realmente embriagante; nunca habría imaginado que el sexo
tuviera un olor característico. Tal vez haya sido por el pequeño lugar o lo cerca que estaba, pero, sin
importar qué, me hallaba segura de que era lo más extraño que había visto y percibido en toda mi
vida.
Ni siquiera el porno me habría preparado para eso.
Del mismo modo en que me perdía en el erotismo de algunas cosas: novelas, videos, películas,
relatos, mi imaginación… me sentía parte de eso. Era como si los estuviese viendo directamente a los
ojos de cada uno y que cualquier cosa que se me ocurriera no sería más candente que la ya erótica
escena sexual que estaba presenciando.
El pene de uno de sus amigos comenzó a introducirse en su vagina, en lo que Connor comenzó a
quitarle el tapón anal que tenía tan incrustado para terminar volverle a introducirle algo más personal,
más grueso y más real.
Estar ahí definitivamente me puso nerviosa. No era solamente los gruesos penes, el culo
redondo de mi profesora ni la forma en que estaba viendo al chico que me gustaba; la desnudez en
general de los involucrados, eran algunas de las cosas que no podía simplemente dejar de apreciar.
Algo había en la silueta de sus cuerpos que no dejaba de parecerme increíblemente atractiva.
Estaban en un estado tan vulnerable y abierto que me daba la impresión de que eso que estaban
haciendo no era apropiado, aunque se sentía y se veía muy bien. Pero, las cosas no se mantuvieron
así. Repentinamente, un silencio de esos que hacen que un pitido agudo estalle en tu oído, apareció
luego de que escuché mi nombre.
El corazón me comenzó a latir de golpe, el cuerpo me tembló exageradamente como si estuviera
congelándome de muerte. Un dolor fuerte y repentino me detuvo el pecho; me hallaba inmóvil —
pese a mis temblores— frente a ellos.
Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde para correr sin ser vista; estaban mirándome
directamente a los ojos, como si no estuvieran desnudos, como si ella aun no tuviese dos penes
penetrándola —uno de ellos el de Connor—. En cuestión de segundos, las cosas simplemente
empeoraron.
¿Qué me había llevado hasta ahí?
2
Connor era un tipo realmente amable. Nada extraño había entre nosotros dos, aparte de unos que
otros consejos poco cuidados que le daba para mantenerlo cerca. Pero a pesar de todo eso, estaba
segura que no compensaba ninguna necesidad de compañía más de lo que realmente era. Estaba
desesperada por un nuevo amigo con el cual pasar el tiempo… y ¿Quién sabe? Hasta podría resultar
algo de todo eso.
Culpo a Karen por ello.
—Tienes que cogértelo —Dijo la primera vez que hablé de él.
Ni siquiera esperó que terminara de contarle la forma en que lo conocí. De inmediato, volteé mis
ojos como si ella realmente me estuviera viendo, suspiré de hastío y continué con mi relato, esperado
que no fuera a lanzarme ninguna otra insinuación innecesaria. No es que ella sea una puta, pero sí es
un poco impertinente.
—Y le dije que…
—¡Tienes que cogértelo! —interrumpió.
—¡Oh, vamos! mujer, deja ya. No me lo voy a coger… te estoy diciendo que…
—Pero linda, tienes que hacerlo. No dejas de hablar de él, tienes que ponerte un par de pilas
grandes y comenzar a preocuparte por tus necesidades. ¿Desde cuándo no coges con alguien?
—Eh… ¿Qué tal? Desde nunca.
—¡Exacto! ¿Ves lo que trato de resaltar aquí?
—¿Qué no tengo que ser una puta para ser feliz?
—No estoy diciendo que te acuestes con todos los que se te crucen.
—No… no estás diciendo eso —respondí con sarcasmo—, lo que dices es que me coja a un
chico que no me presta más atención de la debida, al que acabo de conocer y quien vino a mí por
ayuda. Así, no más; sin conocernos, sin tener una relación estable. Simplemente cogérmelo como una
puta más. ¿Es eso lo que tratas de decir?
—¡Oh, por favor! Tampoco exageres. Sabes qué trato de decirte. Sab… sabes muy bien que
trato de ayudarte ¿Verdad?
De hecho, sí lo sabía. Tanto Karen como yo, estábamos al tanto de mis actividades sexuales.
Ningunas, para el registro. Pero comenzaba a convencerme de que no era enteramente mi culpa.
Pero, ya pisando los veinticinco —y que no considero para nada raro—, ella encontraba antinatural
que no hubiera una experiencia sexual emocionante que rivalizara con el hecho de haber pasado de
meterme dos dedos, a meterme tres, a más de una vez a la semana.
—Pero no me voy a coger a Connor.
—¿Se llama Connor? Uy… —casi podía sentir su coqueteo.
A ella le fascinaba burlarse de mí.
—Ya basta —le pedí, a lo que ella respondió riéndose con soltura.
—Sabes que es gracioso.
—No lo es. No ahora que sacaste eso.
—¿Pero qué? Solo trato de hacerte ver el panorama completo aquí ¿Sabes? ¿Cuándo aquí te he
defraudado? Yo sé de lo que te hablo, hazme caso.
—¿Cuál panorama? No hay…
—Qué ya deberías estar divirtiéndote un poco. Estás en la universidad, por Dios, necesitas un
poco de acción en tu vida.
—¿Eso crees? ¿Qué vengo a la universidad para conseguir sexo? —exclamé, un poco ofendida,
aunque en realidad no lo estaba del todo.
—¡Ey, no! No estoy diciendo eso. Deja de hacer eso.
—¿Hacer qué?
—De estar poniendo palabras en mi boca. Estás a la defensiva.
—No hice nada.
—¡Sí! ¿No lo ves? Y no estoy diciendo que estés ahí solo para tener sexo —vaciló—, pero te
digo que tal vez necesitas probar unas que otras cosas. Y, si el chico te gusta ¿Por qué no cogértelo?
—Pero no… —intenté decirle.
—¡No tienes que salir permanentemente con alguien para tener sexo! El sexo a veces es
solamente para divertirte ¿Sabes?
A su manera, ella me lleno de expectativas. Elevó el estándar de tal forma que no podía
simplemente dejar de pensar en esa posibilidad: ¿Qué tal si realmente tenemos una relación? La edad
no era un problema. Tres o cuatro años no son tanto. Además ¿Quién me iba a juzgar por salir con un
chico menor que yo? Por Dios, estamos en una sociedad que avanza. Pero, en su momento no me
imaginé algo como esto.
Y ahí estaba yo, observando como el pene de Connor no se bajaba. Claudia comenzó a acercarse
a mí mientras que le jalaba el miembro firme con la mano, como si se tratara de la correa de un perro.
Viéndolo así, tan erótico, tan atractivo y desnudo, no era lo mismo que eso que me imaginaba cuando
hablaba con él —el cerebro sí que sabe exagerar las cosas—, ahora en frente a ellos, no me sentía tan
atraída, de hecho, quería salir corriendo.
Cientos de preguntas estúpidas bombardearon mi mente; una cualidad irracional que sucedía
siempre que me encontraba en situaciones incomodas. Aunque empecé a dudar de si en realidad era
una situación incómoda. Mientras que veía a Claudia acercarse a mí sin ningún problema mientras
que sostenía el duro pene de Connor, me hizo suponer que definitivamente no era solamente eso.
Sí, claro… suponer.
—¿Te gusta? —dijo al fin, a una distancia aceptable— ¿Quieres?
Era incómodo, sí, pero no ese tipo de incomodidad. Aceptable porque no está sobre mí, aunque
con tan solo tenerla desnuda, en aquel lugar inhóspito y tenebroso, no necesitaba más para hacerme
sentir que invadía mi espacio personal. «O ¿Es que yo estoy invadiendo el de ella?» —pensé—. No
lograba encontrar las palabras para hablar, solamente salían:
—Eh… yo… este…
Aunque, tras pensarlo un segundo más, ¿Querer qué? Sin saber muy bien qué estaba pasando
por su cabeza, ella simplemente comenzó a reírse para luego agregar como si yo fuera un cachorro
adorable gañendo de miedo en una esquina:
—Ay, no… —se le asomó una sonrisa—, pobrecita…
Claudia se giró para ver a sus amantes y luego agregó:
—¿Estás asustada?
¡Joder! Sí que lo estaba ¿Qué me haría esta mujer? Es decir, son tres hombres lo suficientemente
grandes para someterme sin problema y una mujer que no parece muy amigable, o por lo menos lo
parecía antes de que me la encontrara desnuda.
—Tranquila —dijo, soltando el pene de Connor.
Lentamente iba pareciendo más amistosa, y a la misma velocidad, yo me iba alejando de ellos.
—¿Te gusta lo que ves? —dijo, modelando su cuerpo.
Justo después de decir eso, comenzó a vender el cuerpo de sus acompañantes, lo que daba un
terrible sabor de boca.
—Este… yo.
Claudia, no apartó la mirada de mí ni por un segundo y con ella, agregó traviesa y seductora:
—¿Quieres unírtenos?
—¿Unirme? —pregunta rápida, aunque más que todo por los nervios.
—Sí, querida. ¿Te gusta lo ve ves? —de nuevo modeló su cuerpo.
¿Qué podía responder a eso? Por un segundo pensé que tal vez no sabía quién era y por eso me
hablaba así, aunque luego de pensarlo por un segundo más, comprendí que no solamente sabía mi
nombre y me conocía, sino que actuaba como si me hubiera estado esperando.
—Este…
—Vamos, mi amor, entra —dijo, abriéndome el paso.
Los demás la siguieron junto con un silencio que rivalizaba contra el ya incomodo hecho de que
todos estuvieran desnudos frente a mí. Por varios segundos me pregunté si realmente quería estar ahí,
o peor, ¡Si debía estarlo! Pero no lo sabía. Me dije: «¿Qué tal si lo hago?», suponiendo que sería una
experiencia interesante estar con todas esas personas, descubrir más a fondo mi sexualidad… estar
con Connor.
Ya no sería un gang bang, ciertamente. Pensar en disfrutar eso era mucho más difícil que tratar
de mantener la compostura. Quería parecer cool, que nada de eso me importaba en realidad, pero los
nervios me estaban matando. Resultaba mucho más obvio de lo que parecía.
Inmutable, los evalué a ellos, al escritorio en el que estaban cogiendo, al lugar ya de por sí
antihigiénico y tenebroso; a todo lo que me estaba asfixiando mientras sentía que se me encerraba
encima causándome claustrofobia. Era inagotable.
Por unos segundos me detuve en la mirada de las única dos personas que creía conocer hasta ese
entonces. Claudia, tan relajada, indiferente y segura de que yo me iba a unir a ellos, comenzó a hablar
de nuevo. La había dejado de escuchar.
Me había perdido en los ojos de Connor que, a pesar de que eran los mismos, se sentían tan
penetrantes, agitados, sedientos; una mirada que no era suya. Me daba la impresión de que deseaba
más de eso y que, tal vez, me deseaba a mí. Ojalá fuera cierto.
Nunca me había sentido deseada. Supongo que esa fue una de las razones por la cual lo
consideré por un segundo. Así que hice lo primero que me vino a la mente. Vi el camino y lo tomé.
—¡Ey, para dónde vas! —exclamó Claudia.
Escuché su eco perderse entre las paredes de ese enorme lugar mientras que corría para
salvaguardar mi dignidad o lo que fuera que estaba intentando proteger al no acostarme con ellos, al
no entregarles mi virginidad. No sé si fui una estúpida cobarde o si el haberlo hecho decía mucho de
mi carácter indomable. La verdad no importaba porque corrí como si no hubiera mañana.
De haberlo hecho, se habría vuelto una grosería para mí; entregarme de esa forma en un acto tan
poco romántico, en donde no había conexión alguna ¿Qué estaría pensando? Quería que fuera
especial, en donde pudiera elegir si hacerlo o no. No en esa situación, no siendo presionada por la
mirada de Connor, de sus amigos y la de Claudia.
Mis pasos se iban haciendo más pesados a causa de mi falta de condición física; ni sabía por qué
estaba corriendo tan desesperada y rápidamente si tan solo se trataba de cuatro personas teniendo
sexo. Sin embargo, no me detuve hasta que sentí que podía voltear a salvo. Casi llegando al salón al
que me dirigía antes de que todo eso pasara. Traté de recuperar el aliento para que no se notara que
había corrido.
Creyendo que lo más desconcertante fue ver a Connor desnudo. Aun se me hacía difícil
borrarme de la cabeza su mirada, su cuerpo… su pene. Si antes era agradable verlo, más ahora, que la
única imagen que tenía de él era más ¿Cómo le digo? ¿Candente? No lo sé, lo que importa es saber
que, inmediatamente cerraba los ojos, veía su pene guindándole de la entrepierna.
Creo que el recuerdo lo hacía cada vez más grande, como si de alguna forma fuera posible o
importara; pero, fuese eso u otra cosa, me emocionaba tan solo de imaginármelo.
Los días pasaron y no logré quitarme de la cabeza a ninguno de ellos. Se me hizo raro que no los
encontraba en ningún lugar, mientras no dejaba de pensar que me esperaban en todas y cada una de
las esquinas. Ya para cuando acepté que no sería así, fue como darle riendas sueltas a mi
imaginación.
Me deje dominar tanto por ese recuerdo, que cada vez que venía a mí, me mojaba terriblemente.
Era una sensación embriagante imaginármelos desnudos cada vez que cerraba los ojos. Tanto así que
incluso pensé en buscarlos, disculparme y pedirles permiso para formar parte la próxima vez que lo
hicieran.
Pero mientras no lo hacía, me masturbaba pensando en ese escenario idílico en el que me dejaba
penetrar por Connor… solamente que el tocarme no fue suficiente, ni me preparó para lo que vino
después.
3
La forma en que las cosas se complicaron no fueron nada normal, no contaba con que llegara tan
lejos, más que todo porque realmente confié que era una buena persona, claro, eso antes de verla a
los ojos mientras estaba desnuda y actuaba como si nada ¡Y es que incluso después de eso creí que
solamente era una mujer amable con gustos extraños! Aun la respetaba.
De lo que pasó después, la forma en que me habló y las cosas que me dijo; para mí, fueron
simplemente un mal entendido. Mi intención era intentar averiguar si no eran cosas mías nada más.
Fue por eso que se me ocurrió la brillante idea de ir a decírselo.
—Profesora…
Me acerqué con cuidado, temiendo algo pudiera pasar; claro, las cosas que me dijo en su
momento habrían logrado eso en cualquiera, y de no ser así, por lo menos lo logró en mí. Sí que fue
un poco difícil, no lo voy a negar. Más que todo luego de pasar por un complicado camino para llegar
hasta ella —era como si no quisiera verme—, y, luego de que anuncié mi presencia, estar en frente
suyo no fue tan sencillo como me lo esperaba.
—Tú… ¿Qué quieres?
Su hosquedad no ayudó mucho a como me sentía, empecé a sudar, pensando que tal vez no
estaría ahí a punto de «enfrentarla» de no haber sido porque vi lo que estaba haciendo, porqué me
rehusé a unirme y porque pensé que sería mejor que ella al no meterme en esa clase de problemas.
En ese instante me sentí realmente tonta al siquiera pensar en aceptar su invitación. Justo ahí me
sentí afortunada de no haberlo hecho, y eso que aún no lo sabía todo. A pesar de todo eso, de que no
hice nada para merecérmelo, de alguna forma, todo eso parecía ser culpa mía. Así lo hacía ver ella,
con su forma de mirarme. Me ponía tensa.
—Este… —tragué saliva, respiré profundo mientras cerraba mis ojos, pensando que, tal vez, así
nadie me vería. Ella tampoco lo haría.
Aclaré mi garganta para comenzar a hablar, pero no pude.
—¿Me vas a decir o no? —interrumpió.
—Sí… —levanté la mirada, llenándome de una seguridad que sabía que no tenía—. Creo que
hay un mal entendido en…
—¿Mal entendido? —reaccionó de inmediato, con cierto tono de ironía—. ¿De qué,
exactamente?
Sentía una comezón intensa, parecía que iba a toser, o tal vez gritar —lo que fuera que pudiese
sacarme de ese momento incomodo—. Desde que entré a aquella oficina, ella revisaba las hojas que
sacaba de vez en cuando de una pila de papeles que tenía a mano. Sumida en lo suyo, no levantó la
mirada ni por un momento, salvo para ver si me había ido, pero por encima de sus gafas sin mover su
cabeza.
—Pues, que supuestamente escuché que…
—¿Supuestamente escuchaste? —rio, de nuevo con ironía, burlándose de mí—, o escuchaste o
no lo hiciste. Decídete.
Su forma de ser ya no era la misma de antes que todo esto pasara. Estoy segura de que ella no
era así, o por lo menos eso me gustaría creer.
—Lo siento, yo…
—Ahora me vas a dar lastima ¿o qué?
Dentro de todo lo que ella me estaba obligando a sentir, entre la ira y la frustración, la sensación
de estar en desventaja se hacía tan latente que no podía controlarla. Lo peor de todo eso es que en ese
punto de mi vida, aún estaba tratándola con respeto.
—Profesora —me ahorré la explicación y fui directo al grano— dicen que hay un video de mi
teniendo relaciones aquí en la universidad —tragué saliva, dudando si en realidad debía de ser tan
explícita—, teniendo sexo con unos desconocidos.
Ella comenzó a reírse, resoplando a través de su nariz, aun sin levantar la mirada ni dejar de
mover las manos.
—Vaya, sí que no pierdes el tiempo.
—¡Usted sabe que yo no fui! —me dejé llevar, encontrando mi fuerza interior.
Un silencio apareció. Inmediatamente, dejó de mover la mano y levantó la mirada, mostrándome
así, su verdadera personalidad a través de sus ojos. Una con la que, al hablarme me obligó a bajar la
cabeza.
—¿Qué intentas decirme?
—Que todo eso que dicen de mí no es verdad.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? ¿Qué tengo que ver yo con eso? —su respuesta fue tan
honesta que me costaba creer si en realidad estaba haciendo lo correcto.
—Pero, profesora… usted sabe que no fue así; yo nunca he hecho nada de eso…
—¿Qué voy a estar sabiendo yo de ti? Si acaso me sé tu nombre.
Ni respondí, ni levanté mi cabeza. Ella suspiró como si se hubiera calmado, y cambió la forma
en que me hablaba.
—A ver… ¿Qué están diciendo de ti? Dime —pese a que lo decía con interés, podía notar que
realmente se burlaba de mí.
Respiré profundo antes de empezar a hablar.
—Están diciendo que me acuesto con quien sea, que cobro por eso… que soy una puta.
Y justamente cuando pensé que no podía ser más cínica, comenzó a reírse descaradamente de
mí. ¿Cómo podía ser así? Inquieta ante su descaro, trate de defenderme, redirigiendo la conversación
a su curso inicial.
—Usted… usted sabe que no fui yo…
—¡¿Yo?! —escandalizada, se levantó de la mesa y la golpeó con ambas manos— ¿Por qué
tendría que saber algo de eso?
Yo aún pensaba que se podía resolver.
—Profe, usted me dijo que…
—¿Qué yo te dije qué? —exclamó.
Estaba tan comprometida con el papel de víctima que la verdad me tenía completamente
nerviosa, incluso después de burlarse, demostrando así que realmente sabía y había sido ella. ¿Por
qué seguía hablando así? ¿Por qué simplemente no decía las cosas directamente? Era tan evasiva y
engreída que me irritaba; quería ir hasta donde estaba ella y darle una bofetada, exigirle que dejara de
pretender y hablara como una mujer madura.
Sin embargo, también estaba segura que no lo iba a hacer, pero ganas no me faltaban.
—¿Quién te dijo eso? —continuó— además, dices que hay un video, si dicen que eres tú,
entonces debes ser tú ¿No crees? ¿Acaso lo has visto?
La simple idea de hacerlo me incomodaba. Bajé la cabeza y negué apenada. Tenía la sensación
de que era mi deber saber qué había en ese video, más que todo si estaba ahí reclamándole. Pero ya
había pasado por eso, no permitiría que jugara conmigo otra vez.
Así que levanté de nuevo la mirada y me centré en verla a los ojos a pesar de lo incomoda que
me hacía sentir. Es mucho decir que fue sorpréndete la forma en que se estaba comportando; sus
maneras groseras y odiosas me llevaban a esa conversación que tuvimos tres días atrás; ¿Habrá
cambiado en tan poco o siempre fue así?
Es difícil no recordarlo. Me había buscado en persona para llevarme hasta su oficina y «hablar».
En el camino, actuó como si nada de eso hubiera pasado, intentando entablar una conversación sobre
su trabajo, mis estudios; todo eso como si se tratara del clima. Saludaba personas con completa
calma, sonriendo y siendo la mujer amistosa que conocía. Me hacía sentir tan alienada que no
entendía qué estaba sucediendo.
—Querida, creo que tenemos que conversar mejor todo esto —dijo Claudia, esa primera vez que
hablamos.
—Oh profe, no es necesario —respondí con mucha tranquilidad.
Incluso después de habérmela encontrado teniendo sexo, no se interpuso en nuestra amistosa
relación de alumna y maestra. De hecho, incluso pensé en coger esa oportunidad para disculparme y
decirle que sí quería formar parte.
Sí me puso un poco tensa al principio, pero al verla de nuevo a los ojos —mientras usaba ropa
—, me permití respirar profundo por un segundo. Todo se sentía tan normal en ese entonces, que no
se me ocurrió que estaba ignorando lo desagradable que era.
—Sí mi amor, yo creo que sí —agregó, tomándome por los hombros con suavidad mientras me
invitaba a tomar asiento— claro que tenemos que hablarlo, —y se sentó en la silla a mi lado.
No dio la vuelta al escritorio para sentarse de su lado, no evitó mí mirada ni borro de su rostro
esa sonrisa que parecía tan honesta. Cuando yo asentía, ella lo hacía, parpadeaba lentamente y se
mostraba tan natural conmigo que no podía evitar sentirme bien. De repente, acercó la silla a la mía
para luego tomar mis manos con delicadeza.
—Todo esto —comenzó a decir—, es algo complicado y…
—No se preocupe de que vaya a decir algo, profe. Yo no soy quien para decirle qué hacer
¿Verdad? —reí con gracia; ella respiró profundo sin borrar su sonrisa, una imagen un tanto tenebrosa.
—No mi vida… claro que no —agregó— claro que no vas a decir nada…
De repente, la forma en que me habló —aunque aún natural—, dejó de ser tan amable, pasando
a ser intimidante. Me hizo tensar un poco, no por lo que dijo, ni por la falta de alteraciones en sus
gestos o su voz; era algo más.
—Sí, pero yo…
—Le pedí a Connor —interrumpió— que te mandase a mí porque creo que podemos
convencerte de que te nos unas.
Me tomó desprevenida. ¿Así? ¿Tan directamente? Sí, la había dejado en el aire ese día que la vi
con el pene de Connor en su mano, pero no esperaba que fuera en verdad. De repente, por alguna
razón, se me quitaron las ganas de aceptar su oferta. Algo no andaba bien en todo eso. Pero, de
verdad esperaba que me acercase y le dijera que sí, puede que hasta haya pensado eso cuando acepté
su invitación.
—Connor, los chicos y yo —continuó—, estuvimos hablando al respecto y pensamos que una
chica tan bella como tú se nos podría unir —dijo, mientras que acercaba su mano a mi mejilla.
La forma en que la rozaba, la forma en que me alagaba y sus palabras, no me ayudaron a
sentirme mejor. Lentamente pasaba de estar «relativamente cómoda» a no estarlo en lo absoluto; la
línea que separa ambos estados es muy delgada, así que no se esforzó demasiado por evitarlo.
Tragué saliva con cuidado de no mostrarle que estaba incomoda. Sí, yo sé que lo primero que
debo hacer es eso, pero, por la forma en que me llevaba con ella, pensé que tal vez, a pesar de todo,
no era tan malo que fuera así. Es decir, tampoco es como que me incomodase todo el tiempo a su
lado. Se lo atribuí al hecho de que la había visto desnuda unos días atrás. Más nada.
—A como yo lo veo —prosiguió— tal vez empezamos con el pie equivocado ¿Verdad? —dijo y
se levantó para recostar sus glúteos del borde del escritorio justo en frente de mí.
De repente, dejó de parecerme amable.
— Puede que sea un poco apresurado de mi parte invitarte a formar parte de nosotros —cruzó
los brazos y comenzó a matizar las cosas—, es decir, podías simplemente vernos mientras cogíamos
un rato, o tal vez grabarnos —bajó la mirada, me vio emocionada y agregó—: he estado pensando en
grabarnos ¿Te lo imaginas? —su mirada me acorralaba—. Pero quiero alguien que sepa; no cualquier
tonto con una cámara ¿Tú sabes manejar una cámara bien?
Me hablaba como si nada. Creo que no solamente era la forma despreocupada con la que me
comentaba qué quería que hiciera, aludiendo que, ni era la primera vez, ni pensaba detenerse, sino
que, intentaba parecer mi amiga de una manera tan perturbadora y a la vez tenebrosa.
Tampoco me estaba dando la opción de decirle que no. Me era difícil encontrar normal el verla
hablar de esa forma sobre el sexo, con lo que solamente conseguía hacerme sentir más incómoda.
—Profe, no creo que…
—¿Qué debamos grabarlo? —me interrumpió, dejó caer los hombros y levantó la mirada.
Intrigada, continuó—, sí, tienes razón. No deberíamos grabarnos. ¿En qué estaba pensando? Es
que… —bajó la mirada de nuevo—. Mira, es complicado, pero la verdad quiero que todo esto se vea
—abrió un poco las piernas y señaló todo su cuerpo con ambas manos, mostrándome su vagina
abierta. Era una locura—. ¿Sabes? Estoy orgullosa de lo mío. Tú me viste ¿Verdad?
Solamente pude preguntarme: «¿Qué puedo decir?» y como no pude verbalizarlo, levanté los
hombros con duda y asentí lentamente mi cabeza, temiendo parecer grosera si no lo hacía.
—Y bueno, sería divertido no ser la única mujer —se inclinó un poco, y acercó un poco más su
cabeza. A pesar de estar diciéndolo, en ese momento me daba la impresión de que no era la única
mujer—, y no es que no pueda manejar esas enormes vergas, si sabes lo que digo —susurró,
exagerando un guiño con una gracia maliciosa.
Me molestaba que no me dejara hablar, pero, pese a que seguía pareciendo «amigable», no me
transmitía la seguridad suficiente para hacerlo. Viéndome desde arriba, cruzando y descruzando los
brazos, cambiando sutilmente el tono de su voz y mirándome de forma que sus ojos dijeran una cosa
y su boca otra; me limitaban por completo. Estaba en desventaja.
—Pero, profe… no creo que; —ese fue mi mejor intento para hacerla callar.
—Ey… no, no —parecía que intentaba calmar un bebé— ya va, mi vida, no he terminado de
decirte lo que quería.
Sorprendida, me pregunté en ese momento si acaso no le parecía suficiente todo lo que me había
dicho. Actuaba como si me estuviera ofreciendo un empleo, no una orgía.
—Yo entiendo que —agregó, condescendientemente— te hayas sentido abrumada por lo que
viste. O sea ¿Quién no? —exclamó bromeando— Claro que tienes derecho de hacerlo. Esa posición
tan embarazosa. Uy, no, qué horror.
Asentí, aunque más como una suposición. Tal vez esa era una forma de llamar a eso que había
encontrado «posición embarazosa». Aunque funcional, no era precisamente del modo que lo había
visto.
—Exacto —exclamó, tomándolo muy bien—. Es por eso que creo que, si te damos una
oportunidad más, puede que todos salgamos ganando.
Por alguna razón, eso me sonó como una amenaza.
—A qué se refiere con…
—Oh… —se rio como si la hubiera expuesto incluso antes de que terminara de hablar— sí que
eres una chica observadora. Por lo que veo sí me estás prestando atención.
—¿Entendiendo qué? ¿Qué intenta decir con eso?
—Bueno, querida. Que debo asegurarme que no vayas a decir nada —descruzó los brazos, se
sostuvo del escritorio y se acercó tanto a mí que podía oler el champú que usaba—; ¿Entiendes?
Me dio un escalofrío que me recorrió la espalda.
—¿Y qué pasa si digo que no?
—Ah bueno…
Su semblante cambió de forma rotunda, y con él, su tono de voz dejó de ser dulce y
comprensivo. La mujer que una vez conocí, desapareció por completo. Ese día descubrí que no todo
el tiempo conoces a las personas en realidad.
Automáticamente me obligó a tragar saliva, preocupada. El sudor comenzó a correrme por la
espalda, resultado de una falta de seguridad que se hacía presente más y más mientras que la veía a
los ojos, dejándome penetrar por ella. Sin siquiera haber aceptado la propuesta ni estar de acuerdo,
por la presión que estaba ejerciendo, ya me sentía sucia.
—No creo que pueda permitir eso, señorita.
—¿Cómo no? —respondí con la voz quebrada.
—Porque… si me dices que no… me temo que deberé de asegurarme que no vayas a decir nada
de lo que viste en aquel edificio… mi amor. —Las pausas entre oraciones, le daban cierto tono
siniestro a lo que intentaba decirme.
—Pero profesora, yo no voy a…
—No tienes nada que decirme, querida —lo dudó por un segundo—, bueno, no es eso a lo que
me refiero… Sí; tú me entendiste.
Asentí suavemente con la cabeza, tratando de no mostrarle que me tenía dominada —cuando el
hacerlo era claro reflejo de que me estaba dominando—, mientras que ella seguía hablando sobre lo
que tenía pensado hacer. Yo estaba sudando como nunca.
En ese momento incluso me di el lujo de pensar que todo eso no era tan malo. «Tal vez se pueda
resolver cuando estemos más calmada», recuerdo que pensé. «Tal vez solamente estaba tomándome
el pelo» —y vaya que era una forma muy extraña de jugar, entonces—, por lo que inconscientemente
me temblaban los labios y la mejilla, tratando de sonreír como si fuera un sistema de defensa.
Era obvio que me traía muy fuera de mí.
—Y bueno —agregó a su monologo, lo que me trajo de nuevo a la realidad, llamando mi
atención—. Lo que trato de decirte es que no quiero asustarte, esa no es mi intención, y que, si lo
quieres pensar, lo entenderé. No tienes por qué decidir justo ahora.
Justo en ese momento, pude haber resuelto parcialmente el problema, darme tiempo suficiente
para pensarlo mejor y encontrar otra manera de abordarlo. Me era claro que no iba a aceptar, no
después de la forma en que me había estado abordando en ese momento, incluso cuando lo había
considerado antes de ir allá. Y creo que ese sutil vestigio de seguridad que me invadió en ese
instante, fue el culpable de todo.
La respiración agitada me dio un dolor intenso que iba del pecho al cuello, que me dejó un poco
muda en medio de la oración.
—Bueno. Entiendo que tal vez este tipo de cosas sean lo suyo, pero…
Y es que si tan solo hubiera dicho algo como: «Está bien», o, «Sí, lo pensaré», no lo sé, puede
que hubiera conseguido jun resultado diferente.
Recuerdo que en ese momento levanté la mirada, intrigada por saber de qué forma se lo estaba
tomando. Tenebrosa, con los ojos abiertos de par en par, con una sonrisa falsa evidentemente forzada
por sobre su claro descontento; el que intentara seguir pareciendo amable, horrorizaba aún más su
gesto. Creo que aquel día solamente logré sentirme cada vez peor mientras estaba hablando con ella.
Nunca mejoró la situación, en serio.
—¿Y…? —dijo, insistente, sin borrar la expresión de su rostro.
Ella asintió, levantando sutilmente su ceja derecha y apretando la mandíbula mientras sonreía,
me miraba tan fijamente que ninguno de los mensajes que me llegaban eran buenos. Tan solo con
eso, me dejó un vacío en el pecho.
—No…
Ante el sonido de mi respuesta, cambió su expresión por una más agresiva, acorde a lo que me
estaba haciendo sentir. Parecía que, en realidad, debajo de toda esa hipocresía, era una desquiciada.
—¿Qué carajos intentas decirme con eso? —su pregunta me golpeó con fuerza obligándome a
callar por unos segundos.
—No… no creo que pueda formar parte… —aclaré mi garganta— no quiero que…
—¿Quién carajo te crees tú que eres? ¿La maldita reina? ¿ah?
—Profesora, yo no…
—Profesora esto, profesora lo otro —se levantó y, berreando, comenzó a dar vueltas por su
oficina—. Por el amor de dios, niña estúpida —se giró agresivamente mientras me miraba y exclamó
—: madura.
Se acercó lentamente a mí, de tal forma que no quedaba duda de que lo hacía con la intención de
intimidarme. Lo logró.
—Profe… pero es que yo… —respondí, apartándome un poco de ella, quien se acercaba cada
vez más.
—¿Tú… no… qué? ¡Te estoy ofreciendo hacer algo increíble, y lo rechazas! ¿En serio?
—No es eso, sino que —vacilé— yo no soy así. Eso no es lo mío.
—¡Oh no! Querida. Es obvio que no eres así. No tienes qué decírmelo.
Me miró de arriba abajo, inspeccionándome con desdén. La ofensa era obvia.
—Pero —respiró profundo y parecía jugar con sus dientes— La cosa es esta: no puedo dejar que
te niegues.
Lentamente fue puntualizando las razones por las que no podía permitir que yo le dejara la
oferta sobre la mesa. Ese día estaba segura que, o aceptaba o buscaba una forma de hacerle ver que
nada de eso pasaría a mayores. Sin embargo, a pesar de que sabía lo que debía hacer, no lo iba a
lograr. Algo en mi lo decía.
Luego de eso, la conversación se murió y pasó a ser una retahíla de amenazas tras otras. Todas y
cada una de ellas explicaban una forma diferente de hacerme ver entender lo que tenía para perder.
No había manera de que yo supiera si era cierto o no, de todos modos, logró que dudara al
respecto. Dejaba la opción de que tal vez, en el maravilloso caso —como ella dijo— de que aceptara
su oferta de formar parte de su selecto grupo, podría no hacerme nada. ¡Qué privilegio! ¿Verdad?
Lo malo de todo eso es que me dejó creyendo que las cosas podrían resolverse y que no haría
realidad ninguna de sus amenazas. Lo más estúpido fue que realmente creí que las cosas habían
quedado bien entre nosotras —incluso después de aquel despliegue de locura— y honestamente
pensé que todo se había calmado; como no sucedió nada, me dio la impresión de que tal vez lo que
me dijo habían sido palabras vacías y que a partir de ese momento solamente tendría que evitarla a
ella y a sus esbirros. No obstante, logró sorprenderme. En lo que llegué a la universidad dos días
después, algo más que un simple rumor se había esparcido.
En su defensa, dejó muy en claro que algo tan simple como eso no me arruinaría la vida, pero, si
era algo más específico, sí lo lograría. Todos tenían en su poder el video, todos lo habían visto, todos
sabían que era yo la que supuestamente estaba ahí, pero yo no recordaba haber hecho nada de eso
¡Porque no lo había hecho! Aunque tan solo con decir que era yo, el mal estaba hecho.
¿Cómo lo divulgaron tan rápido? No lo sé, la verdad. En su momento parecía inofensivo; claro,
luego de atravesar por esa discusión tan loca, lo menos que podía pensar era que algo así sucediera.
En cuestión de minutos dejé de ser una chica invisible a ser una puta desinhibida y dispuesta a
todo. Yo no había hecho nada, me bastaba con sentirme segura de que todo se resolvería al final,
seguro era un simple mal entendido. Aunque en realidad, siquiera había asociado una cosa con la
otra.
Pensar que lo de Claudia y el video eran eventos aislados, fue mi primer error —uno realmente
tonto—. Y eso fue más que suficiente para que las cosas se complicaran tanto como podrían hacerlo.
Con tan solo eso, las personas comenzaron a cambiar la forma en que me veían, y eso es decir
mucho cuando pasas de ser completamente invisible a no serlo en lo absoluto; aunque no importaba
que tan insoportable podría llegar a ser mi anonimato ni de cuanto necesitaba cambiar, nada de eso se
justificaba. Las personas que nunca me prestaron atención, comenzaban a acercarse a mí con la
intención de probar si los rumores eran ciertos.
Durante un periodo considerable de tiempo, no dejaba de evitar a cualquiera que se me acercara.
Todos y cada uno se encontraban muy seguros de que, fuese lo que fuere, iban a conseguir algo de
mí. Mujer u hombre, no importaba. Preguntaban con cuidado si yo era la chica de quien todos
hablaban, si aceptaba tanta cantidad de dinero por esto o lo otro.
Curiosamente, para lo enorme que era aquella universidad, todos parecían encontrarme sin
ningún esfuerzo, ya que antes del que video empezara, estaba la foto que tenía en mi perfil. Era
absurda la cantidad de detalles que aquella zorra había divulgado de mí y eso simplemente
empeoraba las cosas.
Cuando se acercaban, hacía mi mejor esfuerzo para decirles que no era yo, pero la reputación
hablaba por mí. Fue ahí cuando entendí que mi paciencia tenía un límite. Si quería que dejarán de
molestarme, tendría que obligarlos a que lo dejarán. Me estaba comenzando a cansar de la forma en
que me hablaba, en que, nada más se acercaban, trataban de desnudarme con la mirada.
A su vez, yo intentaba responderles con cuidado, tratando de no ser muy grosera con ellos. Pero
en algún momento las cosas tenían que cambiar. Sin ser capaz de soportarlo más, comencé a
derramar tanto veneno sobre ellos que muchos dejaban de acercarse, lo que de alguna forma comenzó
a rendir frutos. Les gritaba y exigía que se marcharan, que dejaran la necedad, que no era yo y que se
olvidaran de mí.
Sin embargo, eso no los detuvo a todos; cuando creía que ya un grupo de idiotas no molestaría
más, aparecía uno nuevo como si la noticia se renovara a sí misma. La frustración me estaba
matando; el tener que lidiar con extraños día tras días por culpa de una loca me estaba arruinando la
poca salud mental que me quedaba.
Fue entonces cuando pensé que tal vez, pese a las amenazas y a lo que había hecho Claudia,
cabía a la posibilidad de que, su intención no fuera del todo mala. Como una estúpida le estaba
otorgando el beneficio de la duda, una cosa que, estando frente a ella, pidiendo clemencia después de
pensarlo demasiado por días, me di cuenta de lo equivocada que estaba al creer que, de alguna
manera, sería una persona decente.
—Pero profe… no es justo que.
—¿Qué no es justo? ¿Qué? Hasta donde sé, no he hecho nada.
Me tenía harta. Miré a mi alrededor por instinto en búsqueda de apoyo; estábamos solas, eso lo
sabía, nadie iba a venir a ayudarme porque nadie sabía lo loca que era esta mujer, pero eso no me
detuvo.
—¡Claro que sí! —espeté— Le mandó ese video a todo el mundo; ahora todos creen que soy
una zorra. Si siguen creyendo que soy yo, pueden expulsarme, usted sabe eso ¿Por qué lo hizo?
Me había esforzado demasiado para recolectar todas las fuerzas que tenía para tan solo
responderle con seguridad y ella, con toda su desagradable forma de ser, simplemente se rio. Era
como si se sintiera muy segura de sí misma.
—¿A todo el mundo? —fingió escándalo, llevándose la mano al pecho— ¿Exactamente cómo
hice eso, según tú?
—Este… yo. —vacilé.
Maldición, no tenía pruebas. Lo sabía, pero, ¿Cómo se supone que iba a inculpar a alguien que
no tenía nada que ver con eso?
—De verdad piensas —interrumpió mis pensamientos— que me tomé el tiempo de grabar un
video para que parecieras que eras tú y se los entregué a todas las personas en esta universidad para
que creyeran que eras una puta ¿En serio?
Aunque sarcásticamente, sonaba exactamente como que eso era lo que había hecho. Un vacío
me presionó el vientre y se extendió por todo mi abdomen. ¡Claro que era eso!, pero de nuevo,
¿Cómo se supone que lo iba a probar?
Se fue acercando más a mi aferrando su mirada a mi rostro, obligándome a responder,
haciéndome sentir cada vez más indefensa de lo que ya estaba. ¿Por qué me tenía que pasar eso a mí?
¿Qué carajos hice para merecérmelo? No me había hecho tantas veces la misma pregunta en mi vida.
Bajé la cabeza, tratando de defenderme de sus provocaciones.
—Bueno… yo… —se me trababan las palabras entre la lengua y la garganta, las fuerzas que
había acumulado se estaban agotando— usted…
De repente se detuvo, y como si nada de lo que estaba haciendo hubiera sido cierto, se apartó.
Comenzó a reírse de forma despreocupada y burlona. Era de mí, no conmigo.
—La verdad, es que sí. —Confesó, dándose la vuelta para ir de nuevo a su escritorio.
Se sentó con mucha calma, sin apartar la mirada de los papeles que estaba atendiendo cuando
llegué, y continuó con lo suyo.
—Y no lo hice para que vinieras a mí a pedirme… no sé qué, cómo una estúpida, creí que
entenderías el mensaje —resopló, bajó la mirada para luego susurrar— supongo que te di mucho
mérito.
Luego de eso, me explicó que con ese simple video no iban a expulsarme de la universidad, sin
embargo, sí seguía molestándola, se encargaría de hacer todo lo que hubiera en sus manos para que
eso sucediera; era posible y con eso le bastaba. Me dijo que debía respetarme, con tanto asco, que
parecía que nuca hubiera sido mi amiga. Luego de eso, agregó:
—Hazte un favor y vete de mí oficina. El día que me importe qué suceda contigo, te aviso.
Estaba estupefacta. ¿Cómo era posible que fuera tan maldita? Era imposible, es decir ¿Acaso no
lo es? Se supone que es una mujer de buena conducta, una gran profesora. Me fui de esa oficina llena
de sentimientos encontrados, entre ellos, un poco de temor. Ya no sabía qué esperarme de ella y con
eso era suficiente para mí.
Las cosas no mejoraron.
—¿Y qué le dijiste a la puta esa? Preguntó Karen.
Suspiré decepcionada de mi misma antes de responderle.
—No le dije nada.
El tono de voz que usé fue suficiente para que entendiera. Si no fue eso, fue el ruidoso suspiro
que escupí sobre el micrófono del móvil. Eso pareció molestarle.
—¿Cómo que nada? —histérica, su voz comenzó a elevarse cada vez más— Yo ya le habría
dicho lo que es. Que se fuera al carajo, que no podía estarme diciendo lo que puedo o no puedo hacer.
Que se jodió conmigo… que si intentaba hacerme otra cosa la iba a joder tan feo que se le iban a
quitar las ganas de seguir con vida y que…
Se iba emocionando más y yo me sentía peor. ¿Por qué no podía ser como ella? ¿Acaso habré
aprendido de la mujer equivocada todo este tiempo?
—Lo sé, pero es que yo no soy así… no puedo.
—¿Cómo que no puedes? ¡Claro que puedes! ¿Crees que no deberías decirle que es una
maldita? ¡Estas equivocada, querida!
Tenía que apartar el móvil de mi oreja. Aun así, la escuchaba muy fuerte. Podía oír su
respiración retumbando, como si se tratara de un animal furioso y enorme a punto de atacar.
Instintivamente me encogí de hombros. De un segundo a otro su intensidad disminuyó sin previo
aviso. Escuché cómo inspiraba y exhalaba lentamente, con intervalos cada vez más largos.
El silencio invadió nuestra conversación, acompañado solamente por el pitido en mi oreja,
secuela de tantos gritos.
—¿Karen?
—Lo sé —respondió más calmada— sé que no es tu culpa, pero… Te lo dije. Sabes que te lo
dije.
Era terrible escucharlo.
—Te dije que era una maldita y ¡No! Tú no quisiste creerme… —continuó— mira, nunca me
gustó esa estúpida, y mira ahora… toda una loca.
—Sí, sí, sí… lo sé —me hacía sentir fatal.
De nuevo otro silencio. A ese punto no sabía qué más decir que no hubiera dicho ya, tampoco
quería escuchar de nuevo que ella sabía cómo era Claudia, que la conocía, que no debí confiar en
ella, aun si el haber confiado en ella no tenía nada que ver con la forma en que las cosas terminaron.
Era complicado no seguir discutiendo sobre ello, más que todo porque la mayor parte de mi semana
había girado en torno a ese problema. Necesitaba un escape.
—Qué molesto —se quejó Karen.
—¿Qué?
—Bueno, todo esto. Tú sabes. Esto.
—Sí. —Respondí, consciente de que la conversación estaba muriendo.
—¿Ahora qué tienes pensado hacer?
—No lo sé. Porque no importa, ya el mal está hecho. Además, me dejó muy en claro que no le
interesa para nada lo que pase conmigo… por ella podría irme al carajo… —discurrí.
—¿Entonces por qué te preocupas tanto? Si no es importante, por qué tanto escándalo.
—Porque no me gusta cómo se siente este tipo de atención, y tampoco puedo quejarme, si me
quejo, seguro las cosas empeoran —exclamé.
—Aja… pero no es que alguna vez te haya importado los demás pensaran de ti.
Sabía que era así, pero esta vez no tenía cabida en el asunto.
—Sí, pero no —vacilé— pero es que es complicado.
—¿Por qué? Si no te importa, sigue con tu vida y ya. Termina tus estudios y vete para el
demonio sin darle importancia a nadie.
Me sentía acorralada.
—No es más que un videíto tonto, seguro ni sales. Si no eres puta, que se jodan ellos, no
importa lo que digan. No lo eres y ya. ¿Cierto? Ya déjalo.
—Pero es que todos creen que soy yo…
—¿Lo has visto?
—No.
—¿Entonces como sabes que van a creer que eres tú?
—¡Porqué ya lo creen! ¡Tiene una foto mía! La estúpida esa la puso para que me reconocieran.
Además, sea o no cierto, no es como que necesiten mucho para decir que sí lo soy.
—¿Sí eres qué?
—Que sí soy lo que todos creen y que pueden hacer conmigo todo lo que les dé la gana.
—Ah ya… deja la lloradera… No eres puta y lo sabes.
Sonaba muy segura de su punto, tanto que de cierta forma me pareció un poco ofensivo. Lo hizo
en el modo de que, si no soy puta como ella dice, soy una mujer aguada y aburrida. Nada halagador.
Sin embargo, no dejó de hablar.
—Tómatelo con calma —prosiguió— esto no te va a matar, y si lo olvidas, no te va a arruinar
nada —hizo una pausa dramática; de esas que siguen luego de una epifanía— ¿O sí?
Entendí de inmediato lo que quería decir.
—Según lo que ella dijo, no.
—¿Estás segura? ¿Coger en la universidad no hará que te expulsen o algo así?
—No sé si alguna vez ha pasado, pero parecía muy segura de que era posible… de todos modos
creo que lo que hace no es solamente coger en la universidad.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué sabes?
—Nada… pero no sé… se siente como que no es tan simple… por la forma en que me mandó a
llamar, lo confiada que estaba… estoy casi segura de que es más complicado que simplemente coger
en la universidad.
—Ah… bueno, pero por coger allá no… de todos modos, si te dicen algo, te defiendes y dices
que no eres tú y ya. ¿Cierto?
No conocía ninguna regla absurda al respecto, pero, que lo dijera de esa forma, me hacía pensar
un poco. ¿Y si existía una regla tan absurdamente especifica? Claudia no explicó por qué era posible,
o cómo lo lograría.
—No creo… digo, puede que a ellos no les importe lo que hagamos o no con nuestras vidas —
reí nerviosa—. Tú cogiste cientos de veces en la universidad, y nadie te expulsó.
—¡Sí! Pero nadie me grabó haciéndolo ¿Qué tal si es posible? —sonaba legítimamente
preocupada, lo que de por si me puso más nerviosa.
—No lo sé.
Sacarme esa estúpida idea de la cabeza me costó un poco. Tal vez sí era posible, ya que de no
serlo ¿Por qué lo habría dicho? Tener relaciones en la universidad era una cosa, pero tal vez ser
grabada en ella era otra; además, seguía pareciéndome que algo no andaba del todo bien, que seguro
era más que solo eso y pensar mucho me preocupaba más. Meses después me enteré que, en efecto,
era mucho más complicado que eso. Callarme era indispensable si quería dejar que las cosas
siguieran de la forma en que iban.
4
Una mano se fue deslizando lenta y suavemente por mi vientre; una sensación familiar y
reconfortante. Tras dejar escapar un corto gemido de placer, siento que algo no anda bien.
Por un segundo llegué a pensar que se trataba de mi propia mano. Cuando intenté moverla, me
di cuenta que algo la estaba pisando. Pesado y suave como la carne. Intenté con la otra; sucedió lo
mismo. Por alguna razón no sentí la necesidad de retorcerme para sacarla, ni buscar a escaparme;
algo me decía que estaba ahí porqué quería.
Esa mano que al principio creí que era mía, sin detenerse, fue acariciándome con suavidad hasta
llegar a mis caderas. Las apretó, aferrándose justo sobre mi cresta iliaca. El escalofrío, producto de su
apretón, me llegó al cuello hasta detenerse alrededor de la huella húmeda de unos labios que al
parecer me estaban succionando con suavidad. Ese beso fue el autor de un suspiro largo y
satisfactorio que me expandió el pecho tanto como pudo.
De repente, mis senos fueron apretados con suavidad y mis pezones rozados con ternura. Labios
húmedos me besaban mientras que algo más apretaba mis nalgas ¿Qué estaba sucediendo? Una
lengua comenzó a deslizarse por mis piernas y entre ellas.
Todo pasaba al mismo tiempo, entrando y saliendo de mi cabeza en un lento vaivén. Me sentía
fuera de mí, o como si estuviera ocupando un cuerpo que no era mío. Todo lo que me tocaba me
hacía sentir increíble: las manos que apretaban mis muslos, los dedos que se enterraban entre mis
pechos y en ellos, o los labios que recorrían mi espalda. Ellos se desplazaban de un lugar a otro,
intercambiando posiciones, saturándome por completo.
No quería abrir los ojos y no tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero no importaba. No
quería que se detuvieran. Porque… eran varios ¿Verdad?
Si es que era mi cuerpo, era perfecto; si es que me estaban tocando muchos, se sentía increíble.
Lo que fuera y quien fuese que fuera yo, estaba siendo atendida con pasión. Creo que antes de esto,
no me gustaba, tanto así, que lo negué fervientemente. Creo que no era el tipo de cosas que yo haría.
¿Exactamente cuándo? ¿Exactamente dónde? Exactamente ¿Por qué? No lo sé, no importa.
Tengo esa sensación en el pecho de que es verdad. Una ansiedad latente que nace de una
preocupación pasada —distante pero no tanto— que demanda ser tomada en cuenta y abordada con
apremio. ¿Qué está pasando? Es normal, no es la primera vez que estoy aquí. ¿Desde cuándo,
entonces?
Obligándome a dejar de pensar —y así como todo empezó— un par de dedos comenzaron a
jugar con mi clítoris, enviando pulsos de placer a una velocidad de millón por segundo a todo mi
cuerpo. No pude evitar retorcerme, de levantar las caderas, sacudir las piernas.
No dejó de apretarlo, de hacer círculos alrededor de él, de mover la palanca de mando como si
intentara coger un peluche enterrado dentro de esas máquinas con la garra que nada coge. Izquierda,
derecha, círculos, medios círculos. Un gemido, luego otro… se ahogaban en mi garganta ¡Hasta eso
se sentía espectacular! El premio no era el peluche; mientras no dejara de intentar, por mi estaba bien.
Era tan embriagante y reconfortante el sentirme tocada por lo que eso fuera. Mis pezones erectos
enviaban corrientes de placer al resto de mi cuerpo cada que una sutil brisa o el tacto decidido de un
par de dedos me tocaba. Era increíble, espectacular y maravilloso.
Mi vulva estaba empapada por completo, la lengua el dedo o la mano entera que me estaba
masturbando sabía lo que hacía, y en ese proceso pude sentir como se bañaba con mis jugos. Quería
que siguieran, sentirlos en todos lados, fuese adentro o afuera, sobre o debajo. Esa alucinante
sensación de ser amada físicamente no bastaba.
Quería tocar algo, sentir que mis manos apretaban alguna parte de mi cuerpo. Pero los otros se
estaban ocupando de eso. Me cogían como si yo fuese momentánea, intentando tomar lo más que
podían de mí, grabarse mi piel en sus manos, sus labios y penes.
¿Penes? Sentía cómo empujaban sus miembros erectos, humedeciendo donde tocaban con su
punta de la que se escapaban esas pequeñas gotas de fluidos pre seminales. Más encantada me sentí
al darme cuenta que era yo quien los tenía duros, deseosos de mi cuerpo.
De repente, me doy cuenta que mis dedos están enterrándose en aquellos dos penes y que mis
muñecas se mueven por sí solas. Los quiero apretar tanto como pueda, pero por alguna razón siento
que no tengo nada de fuerzas, sin embargo, no me detengo. Con más intensidad lo hago, logrando a
medias hacer algo por mí misma, tratando de jalarlos hasta mi boca, pero se me hacen kilométricos.
El dedo, la lengua o la palma entera en mi clítoris no deja de moverse y yo no dejo de
retorcerme, de apretar, de gemir. Por fin logro meterme esos miembros en la boca y ocupar otro
orificio importante de mi cuerpo, mis dos pares de labios están aferrándose a algo grueso y duro. La
cama comienza a moverse al ritmo de sus caderas, de las mías.
Es como un sismo que apenas se percibe. Me encanta. Me siento atrapada, pero a la vez tan libre
que no logro entenderlo. No quiero salir de este lugar, no quiero dejar de sentirme así. Mis nalgas, mi
ano, mi vagina, mi boca, mis manos ¡Mi cuerpo entero! Nada está siendo marginado. Me encanta.
Una pregunta.
Espera un momento.
¿En dónde estoy?
¿Qué es todo esto?
Algo no encaja.
¿Cómo llegué aquí?
Pregunta tras pregunta van aclarando ciertas esquinas de mi campo visual. Uno a uno van
desapareciendo las cosas que me estaban haciendo sentir bien, como si nunca hubieran estado ahí,
pero que aun así están dejando un vacío con nostalgia.
No, no sigas pensando. Se van a ir. ¡No!
Abro los ojos y, como si tan solo pudiera ver el sol porque sé que está ahí, aparece de repente el
resplandor invadiendo por completo mi vista. En cuestión de segundos, todo lo que parecía tan real
segundos atrás, desapareció por completo. Respiré profundo, estirando mi cuerpo luego de una noche
tensa. Al moverme, me doy cuenta que los lugares en donde me sentía más apretada eran los mismo
en donde estaba la sabana estrangulando mi cuerpo.
Miré a mi alrededor, familiarizándome de nuevo con mi habitación. La realidad resultó tan
decepcionante una vez que acepté que había sido un sueño. Sin embargo, todo eso dejó en mí, cierta
sensación de bienestar. Justo después de todo, no supe exactamente qué había pensado, pero mientras
más husmeaba mi habitación, menos me importaba.
Antes de darme cuenta, ya había olvidado lo soñado. De nuevo, cerré los ojos para ver si lo
recordaba, pero, en un intento infructífero, me quedé de nuevo dormida. Una hora después me
levanté con un salto de la cama, llevándome las sabanas entre las piernas mientras corro hacia el
baño.
—Mierda, mierda…
Pensé que todo eso estaba mal, nunca había llegado tarde en mi vida, y ciertamente, un cambio
de rutina no me haría sentir mejor. Cuando llegué a la universidad, corrí por los pasillos al mismo
tiempo en que intentaba pasar desapercibida como había estado haciéndolo hacer durante esas
últimas semanas, aunque no hubiera sido algo que iba a lograr corriendo como una estúpida.
En ese punto de mi vida, comencé a cuestionarme si en realidad necesitaba llegar a tiempo,
porque, siendo honesta, de todos modos, cualquier cosa que hiciera iba afectar mí ya desagradable
reputación.
Por eso, mientras corría, levanté el móvil que tenía en la mano y vi el reloj; tan solo quedaban
dos horas de clases —ambas separadas por un tiempo muerto de dos horas—, y de ambas, esa era
justo a la cual no quería ir. ¿Qué debo hacer?, me pregunté, mientras iba acercándome al salón;
solamente me faltaba cruzar un pasillo, atravesar un camino repleto de estudiantes por culpa de un
pequeño abasto y, al final, entrar al salón.
Aunque, había algo en mí que me pedía a gritos que me detuviera. Durante todo el camino hasta
ahí, me había controlado para no sucumbir ante la tentación de hacerlo; conforme más me iba
acercando, más fuerte se hacía. Estando a unos cuantos pasos, esa sensación se convirtió en un
impulso imparable. Me detuve en seco.
—¿Debería ir?
La pregunta liberó un escalofrío; ya que yo no era el tipo de persona que se lo preguntaba
¿Cómo se me podía ocurrir eso? Aunque, mientras lo dudaba, comprendí que, si entraba a la clase y
quería sentarme donde siempre, debería atravesarla de la forma menos discreta —eso, mientras
evitaba la mirada penetrante de Connor, quien parecía afectado con mi presencia— convirtiéndome
en el centro de atención.
Nunca había llegado tarde. Claro, a ellos eso no les importa; jamás se daban cuenta, pero, en ese
preciso instante, me abordó una gran incertidumbre que me llevo a pensar: y ¿Qué tal que sí?…
Si lo hacían, entonces pensarían que seguro estaba haciendo algo más, que me estaba acostando
con alguien —un pensamiento ridículo, pero, en su momento, valido.
—No… es estúpido —me digo, consciente de lo improbable que es.
Hiciera lo que hiciese, el resultado no sería favorable para mí ni la ya, casi, inexistente buena
reputación que tenía. Pensé: ¿Qué carajos debía hacer? Tras unos segundos viendo al suelo, me di
cuenta que estaba parada en medio del camino, como una estúpida, siendo un obstáculo para los
demás que de seguro estaban pensando que estaba loca.
Pensé en eso por un instante —en si realmente estaba loca—, en un intento desesperado por
mantener mi mente alejada de lo que de por sí ya me preocupaba. Aun así, no lo logré; veo de nuevo
la hora, pese a que no ha pasado todavía un minuto desde que levanté el brazo y pienso de nuevo que
aún tengo tiempo para entrar sin que sea «demasiado tarde».
Pero yo estaba segura de que la clase no era importante —cosa que, al reconocerla, me hizo
sentir extraña—, para luego dejar caer el brazo, mirar a mi alrededor y hacer un mapa mental de la
universidad, buscando un lugar o algo qué hacer hasta la siguiente clase.
No había tenido tanto tiempo libre antes, así que desisto rápidamente de esa idea. Levanto de
nuevo el móvil para ver la hora; más como una excusa que como una necesidad. Era obvio que
mientras más tiempo estuviera ahí, menos iba a estar en ese salón y más tarde iba a llegar.
—Lo que sea que esté por hacer, debo hacerlo rápido —me digo, mientras suspiro, realmente
agobiada, y agrego—: ¿Qué demonios? No tengo de otra.
Ya a ese punto, no importaba. Decidida, suspiro de nuevo, me guardo el móvil en el bolsillo del
pantalón y me doy media vuelta. Tomando en cuenta que tenía corriendo desde la entrada, me
detengo en el abasto que ya había pasado, pido un jugo de naranja porque mi madre me dijo una vez
que uno de esos, natural y bien frío, quitaba la sed.
Pago por el más grande. Tomando mi jugo lentamente mientras camino al mismo ritmo, voy
buscando un lugar apartado de todo eso para sentarme a pasar el rato. No tengo sueño, no tengo
hambre y no tengo nada con qué distraerme. ¿Qué más podía hacer?
A la distancia, me encuentro que, en donde juegan tenis de mesas, está solo; ahí una había
sombra deliciosa, por lo que le vi prometedor. Cuando por fin me siento en una de las mesas,
continúo tomando lo que queda de mi jugo, sintiendo que sí, tal vez mi madre tiene razón, o puede
que solo sea un placebo. Sea lo que sea, no dejo de sorber de este antes de que el hielo termine de
derretirse.
—Por lo menos todos tienen clases —me digo, aun sabiendo que no, no todos están en clases.
Y a pesar de eso, hay suficientes personas en los salones como para que aquella área esté vacía.
Intento consolarme pensando que solamente será por un par de horas —suficiente tiempo para
morirme de aburrimiento— y lo logro mientras aun bebo mi jugo.
Mientras busco distracciones, intentando satisfacer mi necesidad de hacer algo por ese tiempo,
comienzo a leer los diferentes carteles de no fumar que rodean el área. Unos en el suelo, otros
puestos justo en donde alguna vez estuvo uno banalizado, gastado o destruido, y tantos otros que no
cumplían su cometido.
Pero justo cuando encuentro confort en la ironía, un grito súbito interrumpe mi observación
distraída.
—Pero qué… —Me volteo con arrebato hacia el origen del desagradable sonido de un grupo de
voces escandalosas acercándose.
Por fortuna, solamente estoy sentada sobre una de las mesas lo que suponía, era obvio que ellos
utilizarán la que está libre. De todos modos, lo encontraba insignificante porque sabía que al final
lograrían perturbar mi paz.
—Oh mierda —dijo uno, entre el sonido cortante de una tos ahogada.
—¿Qué? —respondió el segundo.
Antes de que se terminaran de acercar les di la espalda. Cogí mi móvil y comencé a mover el
menú de un lado al otro con el pulgar para que pareciera que estaba haciendo algo. Eso fue lo más
bajo que había caído, desgraciadamente, no era la primera vez que lo hacía.
Obviamente no los iba a reconocer porque no conocía a nadie en esa universidad. Hasta ese
momento, ninguno de ellos existía para mí, lo que encuentro curioso ahora, porque, debí haberlo
hecho antes.
—Mira —señaló, asumí que, con el dedo, uno de los chicos a los que identifiqué como: «la
primera persona»— ¿Quién es ella?
Aquella pregunta me perturbó con tanta fuerza que lo encontré ofensivo. Que lo dijera de ese
modo, significaba que yo era quien les arruinaba el ambiente, lo que, en sí, era una afirmación
errónea. Era yo quien era perturbada.
—Eso no importa —dijo el tercer hombre, que me resultó perspicaz.
—¿Seguro? No quiero que… —intentó decir el primero.
—¿Qué no quieres? —le interrumpió el tercero, como si realmente no le importara su opinión,
lo que me causó un poco de gracia— ¿Acaso eres estúpido? No importa. Vamos a la otra.
En ese momento la segunda mesa estaba como a unos dos metros de distancia de la mía, así que
era de esperarse que se irían a esa. Y así fue. Bajé un poco más la cabeza, tratando de no ser
demasiado obvia mientras intentaba verlos de reojo, consciente de que no había manera de que pasara
desapercibida en aquel lugar. Curiosamente, ocuparon gran parte de mi atención sin mucho esfuerzo.
—De todos modos, no esperaba que fuera tan mala —habló el primero. Eso hizo molestar a al
segundo.
—¡Ah bueno! Si no te gusta no te la fumes… —dijo el segundo.
Luego de un forcejeo leve, hubo un silencio corto que fue interrumpido por una aspiración
fuerte. Era obvio que estaban fumando.
—Yo no me quejo… —dijo el tercero.
Me pareció un poco osado que estuvieran drogándose al aire libre, en una universidad, con una
desconocida sentada a unos cuantos metros de ellos. Lentamente comencé a oler la esencia de eso
que se estaban fumando y mi presencia ahí comenzó a hacerse más intensa.
No podía evitar sentirme incomoda, no por lo que estaban haciendo, o si eso me molestaba o no,
sino porque de alguna forma u otra, me daba la impresión de que, con tan solo estar ahí, estaba
haciendo una locura.
Parecía que formaba parte de todo eso.
De repente, me imaginé viéndome desde arriba; ahí estaba yo, a unos pocos metros de tres
sujetos drogándose al aire libre. A ellos los veía como un grupo de personas desaliñadas, cabellos
largos, sucios y desteñidos; con barbas largas y sucias, rostros manchados.
Más nada, eran figuras bastante planas. Pese a que podría ser confundida por el cuarto miembro
de aquel grupo, claramente no encajaba, lo que me llevo de golpe a la resolución de que, ni siquiera
entre esos desadaptados, iba a poder encontrar refugio.
Vaya: sola, difamada y excluida. ¿Qué más podía pedir? Me tomó un par de minutos aceptar que
debía irme; ya tenían mucho tiempo callados y tal vez en algún momento decidirían que mi presencia
les estaba estorbando; o ellos o yo. Amablemente acepté que debía ser yo.
—¿Cómo te llamas? —eso era conmigo.
Era obvio que me estaban hablando a mí. Se escuchó extremadamente cerca en comparación
con lo lejos que estaban sus unos minutos atrás, además del hecho de que la única desconocida ahí
era yo.
¿Por qué habrían de preguntarme el nombre? Me di la vuelta para no ser descortés y mirarlo
ante la sombra de una pregunta directa. Fue la primera vez que hice contacto visual con alguien en
todo el día —ni siquiera a quien le compré el jugo—, adicional a eso, pude darle un rostro a las voces
que llevaba rato escuchando.
—Eh… —aturdida, sentí que tenía una estúpida expresión en el rostro.
Él en cambio, no dejaba de sonreír —tampoco era una sonrisa forzada y desagradable. Resultó
ser decente, y eso ya era mucho decir—. No era nada como me lo imaginaba. De inmediato lo
identifique como la segunda voz.
Cabello corto, negro y nada sucio, ropa normal, un rostro limpio sin manchas, ni bello facial. Lo
más rebelde que había en él era un mechón de cabello que se levantaba sutilmente en su cabeza como
si no pudiera ser contenido por un cepillo.
Incapaz de dar una respuesta inteligente, desvié mi mirada al resto de los chicos que estaban ahí,
para ver si de alguna forma podía sentirme más en lugar «de seguro ellos sí son unos desadaptados»,
pensé.
Desafortunadamente, ninguno se acercó a la imagen desagradable que me hice. Todos se veían
realmente normales, nada extraordinario qué resaltar fuera del hecho que sonaban como personas
realmente geniales para lo común que se veían.
No obstante, a variar de la revelación de que no resultaron ser como yo pensaba, uno de ellos se
acercó a mí para hablar y, siendo la incompetente social que soy, no pude evitar verme como una
tonta al vacilar nerviosa mi propio nombre, tras darme cuenta que no tenía otra opción más que
responder.
Se lo dije tartamudeando, como una tonta. Aunque reconoció que era un buen nombre, no me
dejé de sentir como una.
El presentarme y fallar en sonar como alguien normal, consiguió que pensamientos necios
giraran en mi cabeza. Antes de que pudiese darme cuenta, comenzaron a acercarse a mí, logrando
ponerme nerviosa por un instante, pero esa misma presencia invasiva que estaba exagerando
comenzó a disiparse cuando entendí que, a duras penas, me estaban notando.
El chico que se acercó a preguntarme el nombre se identificó como Erik; más tarde Carl y Mike
se presentarían con tal indiferencia —más sumidos en su conversación que en mi— que parecía que a
penas y les interesaba hacerlo. Al poco tiempo descubrí que el tema sí era más importante que
prestarme atención y que en realidad eran sujetos agradables.
Erik tuvo la decencia de sentarse a mi lado mientras yo mantenía mi mirada baja. Al principio
solamente hizo silencio, pero sin seguir fumando. Hice mi mayor esfuerzo para no demostrar que no
me agradaba la droga para no hacerles sentir que estaba arruinándoles el viaje, sin embargo, él no
parecía querer más.
No aceptó más pasos y se quedó en silencio. Luego de preguntarme qué hacía, me planteé no
seguir pareciendo una estúpida, y como tampoco sabía qué mentira decirle, le conté la verdad. Él
sonrió ante mi osadía.
—Me salté una clase.
—¿Primera vez? —preguntó, como si hacerlo fuera cuestión de experiencia, y aunque lo puse en
duda, se dio cuenta que no lo había hecho antes.
Detestaba la idea de estar en el mismo lugar que Connor, aceptando que no podía dejar la
universidad porque la necesitaba. Desgraciadamente esa misma clase se repetía lo suficiente como
para arruinarme la semana.
Pese a que él cursaba un año menos que yo, habíamos aceptado la misma opcional; así lo
conocí, así me enamoré y así comencé a evitarlo. De cinco días, tendría que verlo tres, y al tercer día
que me tocaba de una de las semanas, ya me había propuesto divagar por los pasillos de la urbe
universitaria tratando de encontrar algún refugio en la irresponsabilidad.
—Hola, chica espacial —Mike se acercó desde atrás, dejando caer su bolso en el suelo para
luego rendirse a su lado. —¿Aburrida?
Había pasado tiempo desde la última vez que me topé con ellos, que, aunque fuera probable, no
esperaba que volviera a suceder. No sabía por qué se acercó, ni mucho menos si en realidad estudiaba
en aquella universidad —alguno de ellos—. No sabía nada de él o de ellos, por lo que
constantemente me preguntaba de dónde eran, qué estudiaban y si les iba bien. Todo eso me mantuvo
distraída de lo que me preocupaba en su momento.
Mike, Carl y Erik sí estudiaban en esa universidad, curiosamente en diferentes carreras en las
que, para mi sorpresa, eran realmente buenos. Incluso, para ese entonces, no faltaría menos de un par
de años para que terminaran sus estudios. Poco a poco me fui acostumbrando al hecho de que ellos
eran personas realmente inteligentes y que había sido muy prejuiciosa al haberlos juzgado como lo
hice el día que los conocí.
Vacilé, explorando mi entorno en busca de sus otros dos amigos.
—Yo ¿Qué? —balbucí luego de recapacitar— ¿Para qué quieres saber?
Estar a la defensiva y ser hostil, había sido mi escudo y mi espada durante esas últimas semanas.
Uno que otro encontraba gracioso sacar a relucir el tema como si se creyeran superiores a mí; por lo
que no podía permitirles el placer de juzgarme inferior tan solo por haber hecho algo que ellos
claramente harían, o incluso, hasta querrían hacer. Aun así, a Mike no pareció importarle. Di por
sentado que lo sabía, porque todos en esa universidad lo hacían.
—Por nada… solo por preguntar —dijo, enterrando su mirada en el interior de su bolso; no le
respondí—. ¿Sabías que las estrellas giran cada doscientos millones de años alrededor del centro de
la galaxia?
No me confundió el dato en sí, tenía sentido que me lo dijera, e incluso me hizo suponer que
pensó en mi luego de que nos vimos aquella vez —cosa que de cierta forma me gustó—, lo que si fue
raro fue que me lo dijera tan de repente. Contuve un poco mi sonrisa, y miré hacia otro lado, tratando
de que no se notara. De todos modos, seguía molesta, no podía simplemente sonreír.
—No has visto a los chicos, ¿Verdad? —Levantó la mirada y se le notaba que realmente
esperaba que yo supiera en dónde estaban.
—¿Tus amiguitos? —intenté sonar lo más casual posible, sin dejar de mostrar mi disgusto.
Aunque me di cuenta que no iba a servir de mucho hacerlo. Se notaba que no se iría tan
fácilmente nada más por hablarle de esa forma. Al igual que yo, no tenía a donde más ir; quería estar
ahí conmigo.
Asintiendo con obviedad, respondió:
—Sí ¿Quién más? ¿No los has vistos verdad? —pareció leer la respuesta en mi rostro—, sí… lo
esperaba. No sé si vayan a venir hoy.
Tuve la opción de quedarme callada, sí; es normal, todos hacen eso. Solo que no lo hice
—¿Y por qué no los llamas?
—¿Con qué? No tengo móvil.
Dejó caer sus hombros y acomodó su trasero en la grama mientras suspiró. No parecía muy
interesado en buscarlos; de nuevo, pude haber evitado preguntarle, aunque luego de que perturbó el
silencio que estaba disfrutando, volver a él no sería lo mismo.
—¿No tienes un móvil? —hice una pausa sin saber qué podía decir ¿Debería sonar casual,
amistosa, confianzuda? No quería dejar la pregunta seca porque me daba la impresión de que dejaría
morir la conversación, pero tampoco era mi intención hacerle creer que disfrutaba su compañía—.
¿Cómo no vas a tener uno?
—No lo sé…
—Puedes conseguir uno sencillo —supuse que era porque no le gustaban los móviles
innecesariamente modernos—, para que puedas llamar o enviar mensajes.
—Sí, lo sé… pero es que, no sé… no parece ser importante ¿Sabes?
De repente comenzó a ser un poco enigmático y evasivo, llegando incluso a irritarme.
—Bueno, si no quieres, ¿Para qué te quejas? No te quejes —reclamé—, si tuvieras uno podrías
escribirles ahora.
Me pude dar cuenta que estaba exagerando un poco, no lo conocía en lo absoluto para ir a
decirle las cosas de esa forma, y más aún que tampoco debía importarme lo que él hiciera o dejara de
hacer ya que claramente no era de mi incumbencia. De todos modos, supongo que no estuvo mal al
final.
Levantó los hombros con indiferencia y continuó en silencio contemplando el vacío entre sus
ojos y todo lo que tenía en frente. Tras un rato de silencio acordamos, sin siquiera decirlo, que no era
importante en dónde estaban sus otros dos amigos, ni mucho menos si teníamos que pretender que
nos conocíamos.
A diferencia de otras situaciones, fácilmente habría arruinado lo que fuera que «teníamos»
queriendo parecer interesante o demostrando mi evidente falta de habilidades sociales, pero había
algo en su presencia que simplemente no quería perturbar.
El silencio se hizo rutina aquella y otras veces. Yo no tenía ganas de ir a mis clases y él no tenía
alguna a la cual asistir, por lo que acompañarnos se hizo costumbre. Mucho después de eso entendí
que teníamos más en común de lo que creíamos.
Mike, en silencio, se había vuelto cómplice en mi nuevo hábito. Sin mucho esfuerzo y sin que
yo le digiera, dedujo cuales eran las clases a las que no asistía para encontrarse conmigo y pasar el
rato. Al principio solamente era él. Luego de muchos días comencé a dudar si todo eso realmente
había sido producto de una coincidencia.
Por eso me costó acostumbrarme al hecho de estar con ellos porque creí que podría tratarse de
una relación forzada, que Mike comenzó a acecharme para hacerse mi amigo y por eso siempre
estaba libre las veces que yo lo estaba, cosa que me preocupaba hasta cierto punto.
¿Qué tipo de personas eran para orquestar algo tan complicado? Hasta que comencé a pensar
que eran de esas personas que querían acercarse a mí, a causa del video. Todos lo habían visto, era
muy probable que se tratara de eso.
—¿Ya probaste dejando las tonterías? ¿Cuándo te vas a relajar? —Preguntó Karen.
Recordando las cosas que había estado haciendo hasta ese momento, le respondí:
—Estoy relajada.
—Hija, saltarse clases no es relajarse… bueno sí, pero no es lo que te estoy diciendo.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué abandone la universidad?
Después de tanto tiempo sin vernos, teniéndola relativamente al frente, podía verme tanto como
quería. Seguía preocupada por la posibilidad de que Mike y sus amigos estaban acechándome lo que
me quitaba el sueño de vez en cuando.
—Pero te caen bien ¿Verdad? No todos tiene que estar interesados en ti de esa forma…
—Sigue siendo raro, aparecieron de la nada y ahora actúan como si fueran mis amigos.
—¿Y acaso no lo son? ¿Necesitan serlo? ¿Es importante? —sus preguntas no parecían necesitar
mi respuesta— No lo sé, no lo sabes… No importa. Supéralo y quédate tranquila.
Karen seguía insistiendo que las cosas no eran siempre tan malas. Mike y sus amigos seguían
siendo un misterio para mí, incluso después de que me contaran tantas cosas de sí mismos. De hecho,
me pasó lo mismo cuando comencé a hablar con ella, se me hizo un poco complicado porque todo lo
que era rivalizaba con todo lo que yo fu. Desgraciadamente eso era lo mismo que me estaba pasando
con él.
Palabras como «tienes que dejarte llevar» y «necesitas esto» no dejaban de salir de su boca. A
través de la pantalla del computador, se veía completamente preocupada por mí, como si se estuviera
hablando de un estado de salud en mi vida.
Pero las cosas no eran tan simples de resolver. Cada que los dejaba a ellos porque tenía que
hacer algo, no se me quitaba la idea de que tal vez eran unos pervertidos; esta situación me estaba
dejando un tanto paranoica, y estoy segura de que esa no era mi culpa.
—Tienes que dejarte llevar, te digo… —insistió ella.
Necia, utilizaba la excusa de la distancia para obligarme a hacer cosas en su honor, con la idea
de que, si ella estuviera conmigo, lo haríamos juntas. Tenía muchas cosas en la cabeza, cosas que
debía resolver antes de que explotaran en mi cara y me arruinaran la poca cordura que me quedaba.
Intenté explicarle que aún no había superado lo del video, pese a que las propuestas indecorosas
y los murmullos ajenos comenzaron a disminuir, no podía quitarme de la cabeza que las personas
seguían pensando en eso, que todos me veían como la chica que Claudia quería que me vieran.
Adicionado al hecho de que las únicas personas que se me acercaban porque parecían que
disfrutaban mi compañía podrían ser unos falsos, no encontraba momento alguno para calmarme.
Pero las cosas tenían que cambiar sí o sí.
Dada las circunstancias, luego de conversarlo con Karen —hasta ahora, la única confidente que
tenía— concluimos que debía hacerlo. Su punto era más objetivo que el mío: necesitaba una relación
social saludable que me distrajera de todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor.
Fue tan puntual que a pesar de que yo no lo viese así, me decidí a hacerlo porque no podía con
la incertidumbre de tener que compartir con ellos mientras veía por encima de mi hombro esperando
que en cualquier momento me pidieran que recreáramos el video juntos.
Además, eran tres hombres, era realmente raro ya ser la única mujer. Así que respiré profundo, y
aprovechando que los cuatro estábamos sentados en la misma mesa hablando de estupideces, me
llené de valor.
—¿Por qué están aquí? —dejé la pregunta en el aire, sin dar contexto ni nada por el estilo.
De inmediato pude ver que no entendieron la pregunta.
—Porque sí pues —respondió Erik, encontrándolo gracioso, pero sin reírse— ¿A dónde más
vamos a estar?
—¿Por qué preguntas? —Inquirió Carl—. ¿No te gusta aquí? Podemos ir a otro lado, tal vez es
como huele ¿Verdad? Es por como huele. No quise decirlo, pero sí que huele raro.
Ese tipo de cosas me ponían nerviosa ¿Cómo iba a reaccionar si les explicaba? ¿Dejarían de
hablarme? No había pensado en la posibilidad de estar de nuevo sola y tener que evitar a más
personas por no querer confrontarlos ni verlos de nuevo a los ojos. Por un segundo pensé en evitar
decírselos.
—¿Qué quieres decir con, estar aquí? —interrumpió Mike—. ¿Aquí en este lugar, aquí en este
país o aquí contigo? Sé más específica.
—Sí… ¿A qué te refieres con aquí? —le apoyó Erik como si él también pensara lo mismo.
Los tres fijaron sus ojos en mi ávidos de que respondiera, lo que no me ayudó en lo absoluto en
cuanto a sentirme menos nerviosa. Sé que era algo ridículo, que simplemente debía decirlo y ya y que
no importaba lo que sucediera, debía mantenerme firme, pero no podía simplemente dejar de pensar
en que tal vez estaba equivocada y lo iba a arruinar todo.
De todos modos, lo hice.
—Conmigo —fue lo que pude responder.
—Ah bueno… contigo ahora o contigo en general ¿Hum? —agregó Mike. No quitaban la
mirada de mí, y las preguntas que me hacía tampoco eran de mucha ayuda—. ¿Acaso no te gusta
estar con nosotros o algo? ¿Te molestamos?
—No, vale, no creo que sea eso —le respondió Carl, atrayendo la atención hacía él.
—¿Entonces qué? —preguntó Erik—, para qué va a preguntar algo así…
—Tal vez alguien no le cae bien —agregó Mike, sin apartar su vista de mí.
—Sí alguien no le cae bien seguro eres tú… —dijo Carl, dirigiéndose a Erik.
—¡Qué! ¿Por qué yo?
—Bueno porque siempre andas tocándole el brazo; eres un fastidio, hermano, déjala tranquila.
Te dije que se iba a molestar si seguías fastidiándola.
—Claro que no —respondió Erik— ¿Cierto que no, querida? —me preguntó.
Mike se mantuvo en silencio observando cómo ellos discutían, fluctuando entre ellos y yo. De
nuevo, luego de que pensé que tal vez ya no importaba que les respondiera, volvieron a fijar sus
miradas en mí.
—No, claro que no… tu no me fastidias —aclaré
—¡Ves! Te dije que no la estaba fastidiando.
—¿Cómo no la vas a estar fastidiando? Fastidias a todo lo que se mueve.
De nuevo, volvieron a hacerse el centro de atención pasando de una discusión verbal a algo más
físico. Comenzaron a forcejearse de modo que parecía que estaban pelando de verdad cuando en
realidad solamente estaban actuando como niños.
De cierta forma era un poco gracioso, tal vez no eran los mejores comediantes, pero lograron
empujarme un poco la sonrisa del labio. Mike y yo no dejábamos de verlos mientras que ellos
continuaban su riña, pero, a pesar de que no se notaba, la anticipación ante mi respuesta no había
desaparecido, por lo contrario, se hacía cada vez más intensa.
Tuve que prepararme mentalmente para poder tomar de nuevo las riendas de la conversación. La
verdad su actitud me ayudó a estar menos nerviosa.
—Chicos, chicos… ya va… —se detuvieron—, es en serio.
—¿Qué cosa? —preguntó Carl.
—Por qué están aquí, conmigo, en general. —Fui más directa—, ¿Por qué ahora pasan tiempo
conmigo? Hace unos meses ni me conocían.
Les comencé a explicar por qué me parecía extraño que ahora estuviéramos juntos gran parte del
tiempo a pesar de que en realidad en ningún momento nos habíamos visto ni teníamos algo en
común. Más que todo por el hecho de que Mike se había acercado de repente a mi como si me
conociera de toda la vida esas veces que no iba a clases.
Les expliqué que no era que me molestase, sino que no entendía el por qué personas como ellos
podrían estar interesados en juntarse conmigo. Estuve a punto de contarles por qué pensaba eso, pero
me pareció que era suficiente, a pesar de que podrían tomarlo como que era una chica insegura que
no tenía amigos y no como alguien paranoico a quien le proponían tener sexo más veces de las que
me gustarían.
—Porque no tenía nada qué hacer —se excusó Mike, respondiendo al por qué comenzó a
acompañarme en las horas libres—. Tú tampoco estabas haciendo nada así que me pareció bien
acercarme.
—A mí me caes bien —agregó Carl—. A veces simplemente no me importa, pero tampoco es
como que me moleste estar contigo ¿Sabes?
—Yo solo estoy con ustedes porque no tengo más amigos —cerró Erik, sin importarle cómo
podríamos tomar eso, en un tono alegre que no iba de la mano con lo que dijo.
A los demás tampoco pareció importarles de todos modos. Ellos eran así.
—Es que… creí que querían aprovecharse de mi por…
—¿Aprovecharnos de qué? ¿Acaso tienes mucho dinero o algo? —dijo Carl—. Porque no
sabíamos que tenías mucho dinero. Ni siquiera tienes un coche.
—Si tienes dinero puedes darnos ¿Verdad? —preguntó Erik.
—Sí, no te prometo que te vaya a pagar, pero te doy permiso a que me des.
De nuevo me obligaron a sonreír un poco.
—No creo que se esté refiriendo a eso… —dijo Mike.
—¿Entonces ya sabes lo que quiero decir no? —pregunté intrigada.
Si lo sabía, quería decir que sabían quién era, y que, de alguna u otra forma, se acercaron a mí
por eso. La verdad no tenía idea de cómo sentirme al respecto ya que aún lo veía como algo malo.
—¿Saber qué? —inquirió Mike.
—Del video… —aclaré.
—¿Cuál video? —preguntó Carl.
—No… Ya va ¿Qué? —respondió Mike— ¿De qué video hablas?
—Entonces ¿Cómo sabes que no me refiero a eso?
—Bueno, porque no te estás refiriendo a eso, ¿No es lo que acabas de decir?
Me dejó pensando por unos segundos. No era a eso a lo que me refería, pero a pesar de ello tenía
razón.
—Sí… no es eso —respondí.
—Ves, lo dijiste de nuevo —insistió Mike— ¿Entonces a qué te refieres con el video? ¿Qué
tiene que ver?
No sabía si estaba jugando conmigo o si en realidad no sabía del video. De todos modos,
tampoco era como que estaba siendo muy directa.
—¿Saben del video de una estudiante que tenía relaciones aquí en la universidad?
—Aja… —asintieron todos uno a uno.
—¿Qué con eso? —preguntó Carl; con eso supuse que tal vez no sabían.
—Me estoy perdiendo —agregó Erik— ¿Qué tiene que ver el video con que estemos aquí? —
hizo una pausa, se le ocurrió algo y habló—: ¿Acaso lo grabaron aquí?
Él y Carl se apartaron asombrados como si hubieran encontrado un lugar especial, buscando con
la mirada el lugar exacto en donde grabaron el video. Mike y yo les vimos indiferente; se notaba que
él sabía que no me refería a eso, aunque no sé qué otra cosa pasaba por su cabeza. En cuanto a ellos
dos, era obvio que sabía que era de aquí, solamente estaban burlándose.
—¿Entonces qué? —atrajo mi atención Mike—. ¿Qué con ese video? ¿Por qué deberíamos
saber al respecto?
Balbuceé unos sonidos sin razón porque la verdad no sabía cómo decirle eso. Mientras que Carl
y Erik veían asombrados el lugar en donde estaban parados alargando de más su número cómico,
comencé a pensar en las posibles formas de contarles los hechos.
Sí, en ese momento descubrí qué debí haberlo planeado antes, pero no sabía cómo decirles que
se trataba de mi a la vez de que no era yo la que salía ahí. De todos modos, me las arreglé para
hacerlo. Como no sabía por cual parte empezar, empecé por el mero principio.
Cuando Carl y Erik dejaron de bromear, conté por qué Claudia había hecho lo que hizo, qué
tenía que ver yo en todo eso y cómo terminé faltando a las clases que me llevaron a conocerlos a
ellos. Para mi sorpresa, terminaron tomándoselo con completa calma. Claro, no era algo importante
después de todo —una vez que lo dije en voz alta, me di cuenta de eso—, entendí que mi paranoia no
era justificada.
Dada mi preocupación, Mike me explicó el por qué se había sentado a mi lado aquel día,
diciendo que no tenía nada que hacer y que luego de reconocerme a lo lejos, supuso que no sería
mala idea acompañarme ya que él también estaba solo, no era un sujeto de muchos amigos —lo que
me sorprendió un poco— y el ver una cara conocida aparte de la de ellos tres, le resultó conveniente.
En cuanto a Erik, sabía que solamente era un entrometido, así que no necesité que me explicara
el por qué se presentó aquel día en las mesas de ping-pong. Cuando terminé de contarles el por qué
estaba tan preocupada de que ellos solamente estuviesen conmigo por lo del video, me dijeron que la
verdad no les interesaba.
Carl dijo: «yo vi una parte, pero tampoco era como que se pareciera mucho a ti» mientras que
Erik sencillamente respondió que no le prestó mucha atención a quienes eran mientras que se
masturbó viéndolo —no me sorprendió, era de esperarse—. Mike, por su parte, luego de lamentarse
por mi mala suerte, dijo algo peculiar:
—Ella suele hacer eso… no le prestes atención.
La forma en que lo dijo me hizo suponer que conocía a la verdadera Claudia. Intenté preguntarle
al respecto, pero Erik y Carl me interrumpieron al pedirme más detalles de la orgía con la que me
había topado. Por su parte, Mike no se esforzó por seguir hablando, aunque se portaba como que la
verdad no le interesaba ese asunto.
Yo me dejé llevar por la nueva conversación que había nacido de todo eso —a la que luego
Mike se integró— y en las que les conté detalle a detalle lo que había visto y cómo me sentí al
respecto. A su vez, ellos me dijeron qué cosa habrían hecho si hubieran estado en mi lugar y lo
mucho que me envidiaban.
Curiosamente hablé del asunto la cantidad suficiente de tiempo como para decir que nada de eso
me había afectado —cuando claramente sí lo había hecho—, e incluso hasta lo traté casi como una
anécdota graciosa. Me distraje con ellos, y eso me gustó.
5
Cuando creí que ya había olvidado todo, el recuerdo me dio una bofetada seca, tan fuerte como
para dejarme inconsciente. Se lo atribuyo al haber estado hablando con ellos de todo lo que pasó,
pero justo cuando había sentido que los sueños incomodos desaparecieron junto con la incertidumbre
y otros complejos encontrados, esas pesadillas enfermizas regresaron más cargadas que nunca.
Ahí estaba yo, viendo una escena repetida en la que los personajes de un recuerdo interactuaban
entre sí, haciéndome sentir espectadora y participante; en donde también estaba ella, una mujer
hermosa que se fue acercando a tres hombres desconocidos porque quería, porque su cuerpo se lo
estaba pidiendo. Sin mucho esfuerzo, logró hacer que aceptasen su invitación y los llevó a aquel
edificio abandonado en donde nadie se atrevía a poner un pie.
Los fue desnudando mientras que se aferraba a ellos de manera sugerente y seductora. Los
estaba incitando y emocionando con sus caricias, con su mirada lasciva. Mientras lo veía todo, estaba
inquieta e inconforme como nunca antes.
A pesar de eso, seguía viéndolos a lo lejos, como una espectadora pervertida que se emocionaba
con cosas así, que, en silencio, estaba desesperada por formar parte de eso que hacían, aunque al
mismo tiempo veía en primera persona cómo los desvestía.
Me sentía atraída a sus cuerpos —tanto cerca como lejos—, quería tocarlos, abrigarlos con mi
ser y a la vez quería huir de ahí. Saturada de sensaciones, me di cuenta que era yo a quien ella tocaba,
a quien desvestía, a quien excitaba con su mirada. Intentaba ver a mi alrededor, pero seguía
presenciando la misma escena, siendo yo, siendo ellos, siendo ella.
Aunque en lo más profundo de mi ser sabía que no era que no podía apartar mi vista, sino que
no quería. De un momento a otro, ninguno estaba vestido, ni ellos, ni ella, ni yo; sentía el frío
quemándome al mismo tiempo en que una brisa gélida y constante acariciaba sutilmente mis
pezones, mi abdomen y mis piernas.
Era obvio que estábamos ahí porque queríamos; nadie nos había obligado a formar parte de algo
tan extraño y grotesco. Se me hacía difícil contener la emoción. Mientras besaba a aquellos hombres
me descubrí sonriendo, con el corazón palpitándome a millón y las piernas temblándome de
felicidad. No habíamos empezado y ya sentía que iba a tener mi primer orgasmo.
Los recostó sobre una mesa mucho más grande de lo normal, uno al lado del otro como si
estuviera exhibiendo sus miembros al aire: erectos y húmedos. Tomó a los tres entre sus manos, y a
pesar de solo tener dos, los tres penes tenían un puño apretándolos, jalándolos; se podía sentir qué tan
gruesos eran, su firmeza, e incluso cómo iban creciendo y endureciéndose mientras los sostenía.
De un momento a otro, me di cuenta que éramos las dos, ambas cogíamos esos miembros,
turnándonos y haciéndolos nuestros. Subiendo y bajando la muñeca, estimulábamos su sexo como si
fuera un juego cualquiera, como si ya lo hubiéramos hecho antes, cosa que yo no recordaba y sin
embargo sentía familiar.
Y mirándolos fijamente pensé: «esta no es mi primera vez» entretenida, encantada por tenerlo
entre mis manos como si no hubiera algo que no pudiera hacer en esta vida que no fuera por esos
penes. Estaba segura que todo eso que estaba sintiendo definitivamente me volvía loca, que me
encantaba tanto como la primera vez que lo había hecho.
Porque eso sentía al verlos, al tocarlos, al pasármelos como si fueran un labial. Mi lengua, mis
dedos y mi piel se aferraban a ellos tanto como mis ganas de quedarme ahí. ¿Por qué no acepté su
propuesta antes?
Me dije con los ojos cerrados por el sueño, en el sueño y por el deleite. No lo hice antes por
miedo, porque no quería reconocer que realmente deseaba hacerlo, que en verdad me fascinaba la
idea de tener seño grupal con Connor, con sus amigos, con esa profesora que no tenía nada que
envidiarle a ninguna otra mujer.
Claudia, una puta, una zorra ¿Qué era ella? ¿Acaso le digo así por disfrutar de su sexualidad? Es
libre de hacer lo que quiera; yo lo habría hecho si no hubiese sido tan cobarde. Estoy segura de eso,
tanto como que estos penes que tengo en la boca me llenan más que nada en el mundo. ¿Por qué me
gusta tanto? No es normal.
Esto no me da placer, esto no me genera ningún tipo de emoción, no tengo nervios erógenos en
la boca; con todo y eso, lo disfruto. Con todo y eso sé que estoy encantada con lo que hago. ¿Por qué
no lo hice antes?
Me pregunto de nuevo al mismo tiempo en que siento que me aprietan los pechos, en que mi
piel desnuda es estimulada por el aire, por unas manos, por mí, por Claudia, por quién sea que esté
conmigo en ese momento. Me gusta, y no puedo negarlo. Todo lo que tengo conectado al corazón me
palpita: el sexo, la sien, las piernas, las manos… Sé que me gusta y sé que fui una estúpida.
De haberlo hecho ¿Cuánto no habría disfrutado? Habría podido cogerme a Connor tanto como
siempre quise, dejarlo tocarme tanto como me tocaba pensando en él. Claudia me había dado en
bandeja de plata la mejor oportunidad de mi vida que como una estúpida dejé ir.
Como ahora, dejándolo besarme los labios, la boca, las piernas, los pezones, es obvio que lo
habría disfrutado. Tengo a tres hombres a mi disposición, haciéndome suya pese a que no soy de
ninguno, de nadie. Me siento tan libre que el corazón quiere salirse de mi pecho mientras que me
aprietan las nalgas y me dibujan un infinito alrededor del clítoris.
Les gimo al oído, mientras que tengo un pene en la boca, beso a quien sea que se me acerque
porque nada me importa. Entre todos me tocan, entre todos me poseen. Tengo un pene en la mano,
uno entre las piernas y otro cerca de la garganta.
Vaya, no esperaba llegar tan lejos, disfrutarlo tanto. Ahogo mis gritos, y pese a que tragármelo
no me hace sentir mejor, no quiero sacármelo, ni soltarlo. Alguien me aprieta los pechos, alguien me
jala el cabello, otro me besa los pies. No sé qué sucede, solo sé que lo estoy disfrutando. Esto es la
gloría y yo fui una estúpida por dejarlos ir.
Pero, cuando todo se siente maravilloso, cuando Claudia me sostiene el cuello para que no me
ahogue, mientras que comparto el pene con ella, pienso en gemir el nombre de quien me está
cogiendo, de quien se ganó el privilegio de hacerme sentir tan bien.
Trato de verlo, pero no consigo distinguir su rostro borroso y en movimiento. Siento que lo
conozco. Infructíferamente intento con los otros dos; hasta ahora solamente había reconocido a
Claudia ¿Por qué?
Me distraigo por la corriente de placer que parte de la fricción de aquel pene que entra y sale de
mí, de cómo me encanta que se muevan mis pechos mientras me mecen sus embestidas, algo que en
otro escenario me dolería, aquí me encanta y me excita aún más; supongo que es por ser un sueño y
lo sigo disfrutando.
El dedo que está sobándome el ano delicadamente dándome un cosquilleo que nunca antes había
experimentado, porque en lo más profundo de mi conciencia pienso que ahí se debe de sentir muy
bien pero siempre fui muy cobarde para hacerlo yo misma.
Lamo la lengua que me ponen en frente de la boca para luego darme cuenta que cambia a un
pene que necesito seguir probando, aún, embriagada por el placer desmedido que me genera el ser
cogida con tanto esmero.
No dejo de succionar aquel pene, de darme besos con ella y con quien sea que sean los otros.
Pero no puedo quitarme de la cabeza el deseo de verlos. Quiero saber quiénes son porque quiero
volver a cogérmelos otro día. Quiero masturbarme cuando despierte, quiero decir sus nombres en el
pico de cada orgasmo como si estuviera colocando una bandera en una montaña nunca antes
escalada. Quiero que sea increíble, pero no sé quiénes son.
Reconozco que es un sueño, pero no quiero despertar hasta averiguarlo. Trato de decir su
nombre porque sé que mi personaje lo conoce, que en aquella escena no hay nadie nuevo en mi vida,
que planeamos eso tomando café, compartiendo algún almuerzo.
Fuerzo las cuerdas vocales tratando de formar la primera silaba de aquella palabra que sé que
conozco. Y mientras que mi mente gira en torno a todo el sexo que me rodea, siento cómo se abren
mis ojos; es ahí cuando lo veo.
En lo que logro distinguir algo en su rostro —no sé qué— su nombre sale como si siempre
hubiera estado ahí. Mike no deja de embestirme, de hacerme tan suya como todas esas veces que
quería que lo hiciera. ¿Cuáles?
Las veces en ese mundo en que no era una cobarde, en donde aceptaba cogerme a Connor, a
Claudia a ¿Mike? Llena de sorpresa, giro mi cabeza como si nunca hubiera estado acostada o me
estuviesen cogiendo, sin el pene que segundos atrás me estaba tragando. Carl, Erik, yo.
Y dándome cuenta de aquel increíble suceso, me desperté. Se me había olvidado que estaba
pasando la noche en una clínica. El sonido de las enfermeras riéndose se habían confundido con mis
gemidos de placer; eran ellas las que gemían por mí.
Abrí los ojos encontrándome con los brazos completamente sudados, tan húmedos como pensé
que mi sexo lo estaba. La espalda me estaba matando, estar acostada con los brazos cruzados sobre la
camilla no había sido buena idea, sin embargo, no era como que hubiese otro lugar más cómodo en
donde estar.
Lo bueno, las luces estaban apagadas. Quería componerme, pero parecía que no sería posible
por el dolor que no dejaba que me moviera. Lo malo, una idiota no dejaba de recibir llamadas a estas
horas de la noche en un móvil arcaico con un sonido polifónico a todo volumen que retumbaban en
las paredes de aquel lugar.
—¿Pasó algo? —me preguntó como si aquel sonido enfermizo me hubiera despertado.
—¿Te desperté? —pregunté asustada, como si le hubiera arruinado una noche perfecta a alguien
más.
No había interiorizado que mi madre tenía las gafas puestas y una sutil luz apuntándole al libro
que le había traído. Cuando por fin lo hice, sacudí un poco la cabeza como si con eso acomodase las
ideas y le respondí aun presa del cansancio antes de darme cuenta que cabía la posibilidad de que
todo lo que hice en el sueño, también pude haberlo hecho en la realidad.
—¿Acaso estaba… hablando dormida? —asomé la pregunta con la intención de disipar mis
dudas, obviamente sin ser directa.
—¿Hablar? —se veía sorprendida—no… ¿Para ver? —levantó la mirada buscando en sus
recuerdos, y agregó—: nada que ver —afirmó mi madre, extrañada por la pregunta— ¿Por qué?
¿Qué estabas soñando?
Eso era bueno, no dije nada estúpido. Cuando aclaré mis sospechas, lo mismo hice con mi
garganta y recuperé la compostura, acomodándome en la silla que ya me quemaba las nalgas.
—No, nada, nada —intenté no ser obvia— no estaba soñando nada.
—¿Entonces, para qué preguntas?
—Solamente es que creí que podría estar hablando —y, abriendo la boca y sacando la lengua,
agregué con plena seguridad para hacer más creíble mi mentira— es que tengo, no sé, como que la
boca seca.
—No, no estabas hablando —repitió, casi satisfecha con mi respuesta; se fijó de nuevo en su
libro—, sí te estuviste medio moviendo, pero no hablaste, no mientras estuve aquí. Ahora, si fue
cuando no estuve, ahí sí no sé.
—¿Cómo qué?… acaso… ¿Te moviste de aquí? ¡Mamá! Sabes que la doctora dijo que no
podías levantarte.
—La médica, —desdeñó— estoy segura que ella no ha hecho ningún doctorado para ser
doctora.
Respiré profundo, llevé la palma a mi frente, tal vez un poco cansada de sus necedades. A penas
había despertado y ya tenía ganas de discutir. Se me hacía difícil mantenerme al mismo nivel que
ella, más que todo porque no había forma en que la enfrentase de verdad.
—Ya, ya, ya… no tienes por qué ser así mamá. Sabes que… —intenté disentir.
—Sí, sí, es una simple formalidad, pero no me parece.
—No tienes por qué ser así, no por eso saben menos —dije.
—Pero de seguro no saben lo difícil que es conseguir un doctorado para que se permitan llamar
a sí mismas doctoras. No me parece —propugnó.
—Claro que lo sabe, seguro lo sabe… mamá… ¿por qué tienes que hablar de eso ahora?
Miró con desdén hacia el final de aquella enorme sala donde había otras, no sé, como quince
camas —de las cuales solo dos estaban ocupadas— señalando con un sutil y poco decente
movimiento de cabeza a las personas que hablaban.
—Ellas… no dejan de llamar —agregó con más desdén aún, sarcástica y pretenciosamente—
«dóc-tor» a las niñitas esas que están con ellas.
Respiré profundo para no tener que asomarme a ver de quién hablaba; esas mujeres estaban
tranquilas aprovechando la pacifica noche de guardia que les había tocado sin molestar mucho a los
demás ¿Por qué habría de enojarme con ellas?
Eran miembros de una cultura en cuyas costumbres les fueron inculcados esos comportamientos
que mi madre, tanto en sus años de oro como ahora, despreciaba con tanto empeño. No podía
simplemente obligarla a cambiar, de hecho, no había mucho que pudiera hacer así lo quisiera.
—Lo sé, mamá.
Yo no era capaz de decirle lo que tal vez ya sabía, porque entre no sentir que podía hacerlo y
querer, el discutir con ella era una actividad insípida e infructífera; no aportaba absolutamente nada
positivo a mi vida el intentar hacerla ver sus propias equivocaciones.
Tal vez, partía del hecho que tampoco tenía recuerdo alguno de haber discutido con ella y
ganado. Nunca fui buena confrontándola —o a otros— y las pocas veces que lo hice solamente
conseguí quedar como una estúpida hasta que aprendí a simplemente no hacerlo. Evitar la batalla era
menos amargo que perderla. Así que simplemente bajé la mirada y busqué otra cosa con la qué
distraerme, esperando que no hablara más del tema.
De un segundo a otro pasó a solamente escucharse el rumor de la rejilla del aire acondicionado
que estaba en el techo que, de cierta forma, era sutil porque ya nos habíamos acostumbrado al sonido
que hacía, sin embargo, no era para nada silencioso.
Y con eso, la falta de palabras que nos separaban, las mujeres a unos cuantos metros de nosotras
que trataban de ahogar sus risas para no ser muy groseras y que comenzaron a bajar el volumen como
si hubieran escuchado el pensamiento fulminante de mi madre; era difícil no dejar que mi
imaginación volase.
Por esos breves segundos aparecieron vestigios de aquel sueño, no igual de detallado, pero el
paso del tiempo no borró a Mike de mi cabeza ¿Por qué habré pensado en ellos? No solo había
revivido ya algo que no quería seguir recordando, sino que ahora aquella pesadilla había
evolucionado.
En ese momento pensé que sí, yo sabía que eso podría ser normal, claro, nada del otro mundo,
que era solamente un sueño. Vehementemente me excuse, justificando todo eso con que en realidad
todos soñábamos algo así y que eso no lo hacía algo malo «es solo porque mi cerebro relaciona
eventos, más nada». Aunque no dejó de atormentarme la idea de que «tal vez sí lo era»; para lo necia
que soy, eso fue suficiente.
En ese corto periodo de tiempo no pude evitar pensar en ellos, en liarlo aún más. Era algo que
siempre me sucedía. Para ser honesta, pienso demasiado las cosas y dejo que me atormenten las más
insignificantes nimiedades. Obviamente aquella no fue la excepción.
Me costó entender por qué ellos entre todas las personas y por qué en una situación como esa.
Pero mientras me perdí en mis propios problemas, todo se sumió en un silencio aun mayor el tiempo
suficiente para que mi madre se sintiera más incómoda.
Sí, ella no quería estar ahí tanto como yo, era obvio que deseaba estar en su cama, con sus
almohadas, escuchando el rumor de su propio aire. Así que cuando reconocí que tal vez estaba
pensando demasiado en ellos, levanté la mirada y, amargamente, recordé por qué nos habíamos
callado; en sus ojos se veía que aún estaba molesta, aunque yo sabía que le irritaba más el que
estuviesen hablando que el hecho de que hubieran llamando doctora a unas inocentes internas de la
clínica.
—¿Por qué no pides que te presten una camilla para dormir? —agregó, rompiendo el hielo y
cambiando desesperadamente el tema— hay muchas, no creo que les moleste prestarte una.
—Estoy bien… —mentí— no te preocupes.
—¿Segura?
Asentí esperado que fuera suficiente. Tal vez sí debía, pero no quería interrumpir su
conversación para pedirles una necedad, aparte, me pareció que no era buena idea seguir durmiendo
después de aquel sueño que, aunque poco a poco se iba escapando de mi memoria, la idea de Mike
penetrándome no se iba a ir tan rápido.
Acto seguido, sacudí la cabeza, esperando hacerlo desparecer o en el peor de los casos, olvidarlo
por unos segundos. Mi madre bajó la mirada en un tono de preocupación, lo que me hizo reconocer
que me estaba comportando como una loca, y para una mujer que tuvo gran parte del día y lo que iba
de noche en una clínica que superaba nuestro presupuesto, fastidiada y con ganas de hablar, no dudó
en preguntar por qué.
Intenté desviar la atención del asunto, diciendo que no importaba, intentando más dejar de
pensar en eso que en convencerla de una mentira. No importaba qué tanta confianza tuviese con ella,
ni siquiera le había mencionado lo del video —creo que es una de las pocas cosas que no le he dicho
a mi madre—, porque sabía que no sería buena idea.
Sin embargo, por unos días me planteé la idea de hacerlo, total, era importante y más aún luego
de que Claudia me dijo que podría afectarme.
Al principio no quería preocuparla en vano, o al menos eso creía hasta que me di cuenta que en
realidad era capaz de hacer lo que fuera, por lo que, si algo malo me llegara a suceder, a mi madre se
le enredarían las cosas primero ¿Quién iba a pagar los estudios? ¿Yo? Ni siquiera tengo empleo, o
tiempo o ganas de hacerlo.
Además, lo que me enviaba mi madre apenas me alcanzaba para un piso sin nada. Me tenía
inquieta el saber que podría perder lo que la hacía feliz y tener que regresar a su casa con el rabo
entre las piernas. Sí, podría buscar un empleo con el técnico que ya tenía, así como hizo Karen, pero
no quería, la idea ni siquiera me gustaba.
Parte de ese problema que me perturbaba, era mi total falta de seguridad para tomar las riendas
de mi vida. El video era una excusa, algo que me molestaba y no sabía por qué. Muy en mi interior
sentía que en realidad no me afectaría, que algo así no me arruinaría la vida, pero, no estaba claro, ni
siquiera sabía si lo que dijo Claudia era cierto, pero, de un modo u otro, me dejé llevar por todo eso.
—¿Qué te preocupa? —inquirió
Mucho, para ser honesta.
—Nada… la verdad —traté de mirarla con completa seguridad— estoy bien.
Y sin muchos ánimos de seguir dilatando el ambiente, mi madre alargó el silencio casi
imperturbable que nos acompañaba en aquella noche tan molesta.
El resto de las horas intenté sacarle conversación para evitar quedarme dormida; para ella no era
ningún problema estar despierta ya que sus únicas cuatro horas de sueño ya habían sido cobradas ese
día, en cambio, para mi si era un poco complicado evitar que mis parpados se cerraran, cosa que no
quería hacer, porque seguro terminaba encontrándome con aquella imagen de las únicas tres personas
que parecían ser buenas conmigo, haciéndome llegar al orgasmo como si me conocieran mejor que
yo misma.
La noche en vela con mamá en aquella clínica por una simple formalidad médica, había llegado
a su fin cuando la dieron de alta porque la tensión se le había normalizado.
Las cosas parecían haberse calmado mientras conduje a su casa para dejarla ahí el resto de la
semana con la promesa de volver el sábado siguiente para mantener nuestra relación «positiva» y
vernos la una a la otra. No me preocupaba el hacerlo, ya que me servía de escapatoria de todo lo que
me atañía en la universidad; un requisito fundamental para mantener lo que me quedaba de salud
mental.
Antes de irme, me tragué las pocas ganas que me quedaban de comentarle lo sucedido, tal vez
para que me diera algún consejo o, no sé, porque simplemente quería dejar de pretender que todo
estaba bien cuando compartía con ella, porque muy en el fondo, lo que quería era decir que estaba
sufriendo, que me habían difamado y que acababa de darme cuenta que me excitan mis amigos. Pero
sabía lo que me iba a decir ya que todo eso —lejos de la parte que podría arruinar mis estudios— no
era más que una insignificante distracción.
¿Mike, Carl y Erik? Otra distracción más que tal vez no necesitaba para mi vida. De hecho, para
que me dejara ser amiga de Karen —sí, para que me dejase— tuvimos tantos problemas, que el
mencionarle que ahora era amiga de tres sujetos completamente diferentes entre sí con los que acabo
de tener una especie de sueño sexualmente explicito, no sería buena idea.
Por eso sencillamente me guardé el secreto y me marché como si nada. Ahora, sin nadie con
quién hablar, tuve que quedarme callada el resto de la semana. Me pregunté qué podía suceder si se
lo contaba a Karen, era lo más cercano que tenía a un confidente, además, era acerca de Claudia —de
cierta forma— y ella estaba al día con ese tema.
Sin embargo, no lo hice porque sabía muy bien que lo malinterpretaría todo y me obligaría a
hacerlo realidad porque así de enferma es. Mi mejor idea fue mantenerme al margen de mis propios
pensamientos retorcidos y guardar el secreto mientras fuera pertinente, además, tampoco era como
que hubiera hecho algo malo al soñar que me acostaba con ellos ¿O sí?
Actuaba como si nada, precisamente porque sabía que nada había pasado. Frente a ellos, las
cosas fluían de manera natural y eso me servía para mantenerme al margen exactamente como lo
tenía planeado, aunque, como siempre, no todo sale tal cual se prevé. Para ser honesta, me cuesta
recordar la corriente de pensamientos que me llevó a pensar en lo siguiente, pero estoy casi segura
que tenía que ver con el sueño.
Mike, por aquel entonces, demostró saber más acerca de Claudia de lo que se veía. Antes de eso
me había percatado, sin embargo, no quería parecer una loca o exagerarlo todo por temor a quedarme
de nuevo sola esperando a que la siguiente clase en la que no estuviese Connor empezara —estar con
ellos se había vuelto divertido—; aunque, tampoco quería dejar pasar la oportunidad de saber más
cosas sobre ella. Total, tampoco era como que perdiese algo, incluso, hasta podría encontrar una
forma de hacerla pagar por lo que me había hecho.
La primera señal fue lo que dijo cuando les conté acerca de lo que me sucedió. El «ella suele
hacer eso» resonó mucho en mi cabeza, más que todo porque ese es el tipo de cosas que dices cuando
conoces a alguien; la forma en que hizo mención de ella, me llevo a pensar que tal vez algo más
pasaba, aunque aun así lo ignoré. Ciertamente, también lo olvidé justo cuando mi madre tuvo dolor
repentino en el pecho por el cual fuimos a la clínica, así que tampoco tuve mucho tiempo para
pensarlo bien.
De cierta forma sabía que no era tan importante; algo dentro de mí decía que había cosas más
relevantes en las qué preocuparse. Ya lo de Claudia era pasado, por lo que estaba en mi deber dejarlo
atrás, no seguir pensando en ella ni permitir que su influencia arruinara la nueva amistad que estaba
forjando. Sí Mike sabía algo, yo no tenía por qué saberlo.
Por un tiempo lo dejé así, pero, es que él tampoco ayudó a que lo olvidara.
Incluso, tanto Carl como Erik dejaron de comentarme cosas acerca del video, quienes después
de encontrárselo y comentar día tras día al respecto, no me dejaron tranquila sino hasta que me vi en
la obligación de regañarlos para que dejaran de hacerlo. Fue ahí cuando me di cuenta que nuestra
relación había tomado un nivel de confianza que no esperaba encontrar en ellos.
Por dos días hablaron tanto de él que llegaron a la conclusión de que era una mala producción.
—Ni siquiera se parece a ti —afirmó Carl— en serio, no sé ni por qué la confundieron contigo.
—Solo necesitan decirle que fue ella, nadie va a preguntar si es verdad o no —agregó Erik— o
sea, si no me dices que no fuiste tú, habría pensado lo mismo.
Recuerdo que ese día simplemente se acercaron a mí sin saludar, para decirme su opinión sobre
el video.
—Oye, creo que sí te sentaría bien hacer uno de estos —conjeturó Carl—, no lo sé, creo que te
verías bien —agregó, apartando la vista del video y mirándome de arriba abajo.
No pude evitar sentirme incomoda, pero fue tan natural y honesto que tampoco pude evitar
reírme con él. Obviamente era una broma y tomarlo de manera ofensiva sería estúpido; ellos no son
así.
—Para mí que es incluso ella —dijo Mike, de repente.
—¿Quién? ella, ¿En serio? —discordó Carl, señalándome con cierto tono de burla
Justo antes de bajar la mirada hacía el móvil, en desacuerdo con Mike, aunque no lo suficiente
como para no darle un segundo vistazo al video —de no ser que para ese entonces ya lo hubiera visto
más veces.
—No, vale… —desdeñó unos segundos después—… ¿O sí?
También me pareció raro que dijera que era yo; en ese momento aún no había visto el video y no
tenía certeza de que siquiera se pareciera a mí. Obviamente no era yo, pero, ¿Qué tanto se parecería
como para que alguien lo confundiera conmigo incluso después de que les contase la verdad?
—No, o sea, digo que es Claudia —aclaró.
Inmediatamente lo mencionó, me vinieron a la mente todo tipo de cosas. Antes de eso no
recordaba lo que había dicho de Claudia, pero que él, de entre todas las personas, dijera su nombre,
me obligo a recordarlo casi de inmediato.
—¿La profesora? —exclamó Carl, extrañado.
—Sí, bueno, me pareció —continuó Mike.
Acto seguido, se acercó al móvil de Carl y le dio un vistazo al video. Después de una pausa de
unos segundos, levantó la mano para señalar con el dedo algo en la pantalla.
—Sí, mira, es igualita.
Como no fue el más específico de todos, nos quedamos en silencio viéndonos las caras. Carl,
Erik y yo no veíamos qué parecido tenía con Claudia ¡Ni siquiera para mí, que la había visto desnuda
más de una vez! —si es que las veces en que la soñé contaban—.
Pero él siguió insistiendo en que sí era ella, por una razón o por otra, no dejaba de señalar
detalles. Así que sin saber exactamente qué era lo que él estaba viendo, los tres nos acercamos para
verlo mejor.
Lejos de parecerme extraño, quería saber quién era la puta que se había prestado para
difamarme, y ahora, con el dato que Mike nos había dado, tal vez podría descubrirlo.
La emoción y la intriga que eso me generaba no eran nada normal, tanto que me pregunté si era
malo sentirse así, si realmente se justificaba que estuviera tan ansiosa por saber si era ella o no. Todo
eso, comenzó a dar vueltas en mi cabeza obligándome a ignorar lo que Mike decía.
Mientras él señalaba la pantalla, yo intentaba ubicarla en ese recuerdo que tenía de ella en mi
cabeza; viendo, analizando, prestando tanta atención al detalle para identificarla como fuera posible.
A simple vista y sin mucho pulso se podía decir que efectivamente se parecía bastante a mí; era más
o menos la misma contextura, mismo color y largo de cabello y mismo tono de piel, aunque de
espalda podría ser cualquiera.
Una vez que Mike explicó de nuevo lo que trataba de decirnos, fue cuando pude comprender al
final que sí se trataba de ella. Una revelación tanto satisfactoria como curiosa. Luego de aquel día no
volvimos a hablar de eso, no después de decirle a los chicos que dejaran de insistirme acerca del
video porque, una vez que se confirmó que no era yo, pasaba a ser algo insignificante —o por lo
menos así quería verlo para no sentirme tan mal—, y eso hicieron.
El resto de la semana fue completamente normal; lentamente se me hacía cada vez más fácil no
pensar en todo eso, aunque de cierta forma fue porque Mike había tomado toda mi atención.
Ciertamente no resaltó nada tipo: «Mírenle la areola del seno, esa es la de Claudia», no sé, o
incluso algo más exagerado que me sirviera para decir que lo que sospechaba de él era cierto.
Durante ese tiempo pensé que podría ser que tal vez era muy detallista, que posiblemente se trataba
de una coincidencia que resultara de esa, pero algo me decía que no era tan simple como eso.
Peros, peros, y más peros; estaba tan desesperada por encontrarle sentido, que construí y
deconstruí todas las ideas que había concebido. El insufrible deseo por saber qué sucedía me
mantuvo tensa por mucho tiempo, hasta el punto en que me hallé observándolo fijamente.
Debía haber alguna razón para que él supiera ciertas cosas de ella, cosas que ni Erik ni Carl
sabían. Por el poco tiempo en que se habló del tema, él siempre mantuvo un margen sospechoso
hasta ese día que fue más directo que una flecha.
Mucho después supe el por qué.
6
De un momento a otro, comencé a creer que se trataba de un sueño. No fue más que un simple
presentimiento de que podría serlo, algo que vino acompañado de la conclusión de que todo lo que
estaba pasando era muy surreal para ser verdad, por lo que me dejé llevar. Ya lo había soñado varias
veces, sin embargo, el corazón no dejaba de palpitarme a mil como si quisiera salir de mi pecho.
A pesar de que aún no pasaba nada, no paraba de repetirme que eso era, que se trataba de un
sueño más. Podía escuchar la música a lo lejos sutilmente ahogada por las paredes de aquella
habitación, aunque aún invadía el ambiente porque la puerta estaba abierta todavía; me ayudó a
concentrarme en otra cosa aparte de mi mantra: «es solamente un sueño», el cual repetía porque sabía
lo que estaba pasando.
En ese momento, Mike interrumpió mi meditación.
—¿Estás segura? —su pregunta tenía un tono de desconfianza, incapaz de creer que yo fuese
capaz de hacerlo.
El pecho palpitándome fuertemente y el nudo helado que tenía apretándome el cuello decían
todo lo contrario, sin embargo, su pregunta me enfureció porque ¡Sí estaba segura! Luego de muchos
días pensándolo me encontraba más qué decidida de que eso era lo que quería.
Además, la falta de confianza que tenía en mi convicción solamente me motivaba; mientras más
me preguntaba, lejos de sentirme un poco retraída ¡Más deseaba hacerlo! No era simplemente un
capricho, era sumamente importante.
De cierta forma, estaba muy segura de que era locura, y es que antes de considerarlo muy bien,
no esperaba siquiera que fuera a suceder. Era una simple idea descabellada que me había hecho, pero
debía ser seria y mantenerme firme. Viéndolo en retrospectiva, sí que me comporté como una tonta
intensa sacando todo de proporción, pero creo que se debe a que la verdad no sabía cómo actuar en
situaciones como esas.
Antes del sueño, no les prestaba nada de atención —más que todo a Mike— para mí, no eran
más que unas personas medianamente atractivas, inteligentes, pero de esos para los que necesitas
paciencia; y es que una vez que los sueños aparecieron, no fueron más que una simple coincidencia.
De un momento a otro, comenzaron a reproducirse sin parar, como un mensaje de mi
subconsciente que me decía que fuera diferente, que eso era lo que necesitaba para comenzar a soltar
las riendas de mi vida.
Pero no estaba segura de qué era «eso». Tenía la certeza de que debía ser algo más complejo;
por ello comencé a abordarlo. Estaba dejándome llevar por la presunción de que si hacía algo como
en mi sueño podría ser la mujer diferente que necesitaba ser ¿No fue eso lo que me metió en todo este
problema? ¿Ser una cobarde? El problema era que no sabía cómo hacer que alguien se sintiera
atraído a mí, mucho menos cómo empezar una orgía como esa.
Me vi tentada a preguntarle a Claudia, cosa que pensé demasiado para alguien que ni siquiera
era capaz de enfrentarla. Era obvio que no iba a ser capaz de pedirle un consejo, así que reconocí que
era una verdadera estupidez. Aunque no por eso dejé de pensar en ello ¿Cómo se supone que iba a
lograrlo? Tampoco podía decirle a Karen porque sabía cómo se iba a poner, que sería el tipo de cosa
que me quitarían las ganas de hacerlo, y yo no lo quería.
Mientras más pensaba en eso, más me emocionaba la idea de conseguirlo. Me sentí afortunada
de conocerlos a ellos tres, ya que seguro eran los sujetos perfectos para lo que quería.
Lo curioso es que estaba segura de que si ellos hubieran sido los que querían una orgía no se
sentirían tan raros como yo al pensarlo. Claro, tampoco creo que tuvieran el valor para decírmelo de
frente o a alguna otra mujer. Eso me llevo a pensar que tal vez era cuestión de confianza.
Una confianza que me pareció ver crecer unas cuantas semanas atrás ¿Por qué no aprovecharla?
Las personas que quieren algo se lanzan hacia ello ¿Cierto? Solo necesitan un pequeño impulso, un
mensaje codificado o una mirada traviesa para motivarse a hacer algo.
Karen me había enseñado eso; más de una vez hizo una locura o se acostó con alguien
simplemente porque le pareció entender una indirecta de ellos ¡Y no hay nadie más feliz que Karen!
Ella siempre ha tenido ese envidiable brillo en su piel.
Tal vez era por eso. Fue por aquella razón que comencé a cuestionarme ¿Qué tenía ella que no
tuviera yo? El valor era un factor clave, y para conseguirlo solo necesitaba lanzarme y ya.
Fue por eso que comencé a lanzarle indirectas a Mike, Carl y Erik. No sabía cómo empezar,
pero necesitaba hacerme desear para que ellos se sintieran motivados a aceptarme. Cada vez que
hacia una cosa que no entendían, fui acercándome más a la resolución de que debía hacerlo de otra
forma.
Así, sucesivamente, fue aumentando la frecuencia con la que lo hacía y la intensidad que le
imprimía a mis provocaciones. Todo eso hasta que, de un momento al otro, ellos mismos comenzaron
a notar algo extraño.
No puedo decir que no fueron lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de lo que
intentaba hacer, pero sí fueron lo más discretos posible. Un día, simplemente me abordaron para
preguntarme qué intentaba, por qué me estaba comportando tan raro y qué esperaba conseguir al ser
tan «rara», como ellos dijeron.
¿Le habrían dicho eso a alguna otra mujer? ¿Ser seductora es raro? Traté de no ofenderme
mientras que fingía confusión e indiferencia ¿Acaso no es eso lo que a ellos le gusta? Mi intención
era emocionarlos para que no tuvieran más opción que acercarse a mí con ganas. Un proceso lento y
complicado que creí que estaba logrando.
Resultaron ser más difíciles de lo que parecían. Me demostraron que no eran sujetos básicos.
Incluso me llegaron a decir.
—¿Por qué tratas de seducirnos? —Mike, específicamente.
Era obvio que estaba siendo demasiado obvia, producto de mi falta de experiencia en el campo
de la seducción. Aun siendo expuesta de esa forma, continué con mi actitud pedante, con la
esperanza de que mi plan saliera de la forma en que lo esperaba.
—No eres una de esas locas que le gusta separar amigos ¿Verdad? —preguntó Erik—, nunca he
visto a una, pero me dicen que están en todos lados.
—¿Qué? Asco ¡No! —exclamé, no podía simplemente permitir que pensaran eso— ¡Nada de
eso!
—¿Entonces qué? —espetó Carl—, no parece el tipo de cosas que harías. ¿Sabes?
Me costó recuperar la compostura de le chica madura y consciente que solía ser antes de todo
eso, pero una vez que lo hice, le conté exactamente lo que quería hacer. Mis intenciones eran
honestas —por lo menos así lo veía yo— no esperaba molestarlos con tantas tonterías. Tal vez el
valor era sinónimo de ser directa, y que después de todo, lo que realmente me hacía falta era serlo.
—Estoy segura, coño… —espeté, tumbada sobre la cama, con la respiración agitada.
Mike levantó los hombros asumiendo que estaba bien, aun sin creer por completo que estaba
segura, para luego abrir la puerta y hacerle una señal a Carl y Erik para que entraran. Quería que
fuera especial, porque tenía la intención de que realmente me hiciera sentir diferente. Por eso, no
supe el motivo por el cual terminamos en la habitación de un desconocido en una fiesta a la que
nunca en mi vida habría imaginado ir.
Ese día hubo muchas primeras veces: fumé marihuana, jugué juegos para beber con
desconocidos y festejé como nunca lo había hecho antes. Mis niveles estaban realmente altos, pese a
que estaba un tanto nerviosa, me sentía invencible y audaz. Quería hacerlo tanto que algo en mí decía
que había sido el momento y el lugar indicado para ello, sin embargo, eso no me quitó los nervios.
No sabía si debía estar desnuda, actuando de forma sugerente o si debía dejar que todo eso
sucediera por sí solo, aunque la idea de estar frente a tres hombres sin ropa esperando lo peor
tampoco parecía buena idea.
Y por eso lo mejor que pude hacer fue tenderme en la cama tratando de levantar la parte
superior de mi cuerpo tan sensualmente como me fue posible, pero no dejaba de parecerme que
estaba haciéndolo todo mal.
—¿Qué intentas? —dijo Erik, en cierto tono de burla al verme hacer mi mejor esfuerzo.
—Sí ¿Qué se supone que es eso? —dijo Carl, doblando su cabeza hacia la izquierda buscándole
forma a lo que hacía.
Inmediatamente desistí, dándome cuenta que no tenía caso. Me levanté y me sacudí, porque
sabía que estaba haciendo el ridículo, lo que me hizo sentir muy mal; definitivamente sí era un asco
en cuestiones de seducción.
—Nada, —respondí decepcionada de mi misma— esto no va a funcionar.
—Solamente tienes que calmarte —escuche decir a Mike, mientras terminaba de cerrar la puerta
luego de ver que nadie venia—. ¿Sí? Que ya es lo suficientemente raro para todos.
—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo? —sentía que temblaba del miedo.
—Esto es raro —dijo Carl, sentándose en uno de los bordes de la cama—. No me esperaba que
fuéramos a hacerlo en verdad; creí que solo bromeaban.
—¡Claro que lo vamos a hacer! —Exclamando, me giré indignada— ¡Tenemos que hacerlo!
—Vale, vale… no te enojes no es su culpa —terció Erik— él solamente está diciendo que es
raro. Yo también pensé que solamente bromeaban; no es normal que te inviten a un trio. ¿Sabes? A
mí me cogió descuidado. ¿Sí?
—No somos solo tres… —interrumpió Carl— no puedes llamarle un trio.
—¿Cómo le digo entonces? ¿Trio de cuatro? No es un gang bang…
—Es un gang bang —respondió Carl.
—Uy no —intervine yo, con completo asco— suena muy asqueroso.
Los tres me destruyeron con la mirada y sin decirme nada, me hicieron saber que, con ese
simple comentario, soné como una tonta ingenua. El asunto era que simplemente no me gustaba
como sonaba, aunque eso fuera, prefería que tuviera otro nombre.
—¿No podemos decirle de otra forma? No me ayuda —continué.
—Dile cuarteto y ya —agregó Mike— no es para tanto. Tampoco creo que el nombre importe.
—¡Claro que sí! —exclamamos Erik y yo.
—Aja… ¿Cómo afecta? ¿Acaso vas a dejar de coger porque no te sabes el nombre? No seas
ridículo —arremetió Carl.
—Puede ser… además, fuiste tú quien dijo que no podíamos llamarle trio —se defendió Erik.
—Pero porque no tiene sentido que seamos cuatro y le digas trio. Solo por eso.
—Bueno, bueno —intervino Mike— vamos a decirle cuarteto y ya ¿Sí?
Los tres se quedaron en silencio, mirándose uno al otro, para luego, tras un acuerdo silencioso,
decidir llamarle cuarteto, lo curioso era que ni siquiera sabía si se iba a hacer o no.
Me sentí muy juzgada al darme cuenta que los tres estaban en frente de mi esperando que
hiciera algo; no podían comenzar así cómo así, ya era muy incómodo estar en esa situación, además
que era mi trabajo dar comienzo al ritual, de lo contrario, simplemente parecería una violación —así
todo eso hubiera sido mi idea—, ellos simplemente estaban jugando a lo seguro.
Por otro lado, no importaba lo que pensara o lo que podría ser si ni siquiera sabía cómo actuar.
¿Cómo se supone que ese tipo de cosas funcionan? ¿No se supone que era sencillo? Yo sabía que
todo lo que salía en internet era una mentira, pero no sabía lo complicado que era comenzar un trio,
mucho menos un cuarteto. O ¿Tal vez solamente era yo?
Todo eso me dejó la sensación de tener un peso increíble sobre los hombros. Para variar, no
estaba casi drogada; la verdad esperaba que lo que me habían dado para fumar me hubiera hecho
sentir mejor —aunque no había pasado nada de tiempo desde que lo había probado—, lo que me dejó
la impresión de que era posible que no fuese tan efectivo como decían.
—¿Entonces qué? —insinuó Mike— ¿Todo bien?
De los cuatro, quien se notaba más tranquilo era él, aunque por alguna razón me habría gustado
que se sintiera un poco más nervioso. Verlo a los ojos —cosa que me costaba un poco—, lejos de
darme más confianza, me intimidaba.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer —agregó— si quieres simplemente nos vamos
y…
Pero yo no me iba a rendir, no estando tan cerca. Con todo lo que tenía, me lancé sobre Mike
convencida de que, o daba el primer paso, o me quedaba ahí para siempre sin lograr nada. Atrapando
su cuello entre mis brazos, nuestros labios se estrellaron para hacer así, el primer beso que nos dimos.
Carl y Erik respondieron de inmediato con un suspiro de sorpresa, incapaces de creer lo que
estaban viendo. No los culpé, de hecho, no había contemplado por completo las consecuencias de mis
acciones porque de inmediato me perdí en sus labios.
No era mi primer beso, pero no dejaba de parecer uno. Me quedé sujeta a ellos como nunca
antes lo había hecho, sintiendo que tal vez todos los demás besos que di en el pasado no se
comparaban para nada con eso que estaba experimentando.
Mike sabía hacer lo suyo, moviendo su lengua sin invadir por completo mi cuerpo, aunque yo,
de la forma más inexperta y atorrante, la obligaba a entrar tratando de obtener la experiencia
completa.
Estaba realmente emocionada, mi cuerpo se movía por sí solo ignorando por completo mi
presencia. Me creí capaz de hacer cualquier cosa, sin saber que esa sensación extraña de falta de
control se debía a esas drogas que me habían dado minutos atrás. No entendía la función ni el motivo,
pero lo estaba disfrutando al máximo.
—Entonces sí vamos a hacerlo —escuché decir a Carl, superando lentamente la sorpresa de mi
arrebato.
—Genial —respondió Erik— ahora si se puso buena la cosa.
Erik se notaba emocionado por lo que estaba pasando, como si nunca en su vida hubiera estado
en algo similar. Eso me hizo sentir un poco mejor porque no era la única tonta que estaba
enredándose en una locura como esa. Sin embargo, Carl no estaba desbordando de la misma
emoción.
—Vamos a esperar que terminé con él ¿Cierto? —Agregó, un tanto disgustado.
Erik le siseó…
—No hables, que lo vas a arruinar…
Mientras que ellos dos discutían, entre susurro, lo afortunado que era Mike por ser el centro de
atención todo el tiempo, nosotros nos besábamos apasionadamente. Yo no aparté mis brazos de su
cuello, ni siquiera cuando él comenzó a mover sus manos por mi cuerpo, explorándome con una
ímpetu cuidadosa y seductora que me dejaba estúpida.
Lentamente se acercaba a mi cintura, apretándola y haciéndome sentir deseada, segura,
seducida; bajó lentamente e introdujo sus manos por debajo de mi pantalón para apretar mis nalgas,
yendo directo al grano, empujando casi de inmediato mis caderas contra las suyas obligándome a
sentir su miembro ya erecto —lo que me hizo sentir muy bien ¡Yo era la razón de esa erección! —;
comencé a besarlo con mayor intensidad, deseando nunca detenerme porque creía que ya con eso era
más que suficiente.
No lo era.
Carl y Erik se fueron alejando un poco para no interrumpirnos a pesar de estar haciendo
exactamente eso con su discusión entre susurros. No me costaba mucho saber de lo que estaban
hablando porque era obvio; querían participar. Sí, de cierta forma estaban arruinando el momento.
¿Quién quiere estar besándose mientras que otros se quejan por ello?
Aunque también tenía razón: era un cuarteto musical y todos debían formar parte de él. Yo no
iba a ser quien separara ese grupo de intrépidos amigos, y tal vez tampoco quien los uniría más, pero
era el motivo por el cual estábamos encerrados en la habitación de un extraño para desatar nuestros
instintos.
Así que, convencida de que ya tenía el control sobre mi cuerpo —lo que estaba era un poco más
relajada— dejé de besar a Mike y me acerqué a Carl, interrumpiendo su discusión y comencé a
besarlo. No sabía si sería tan bueno como Mike, pero no me importó porque muy en mi interior los
quería a los tres. Y para no dejarlo afuera, cogí la nuca de Erik con mi mano y también lo besé,
fluctuando entre los dos para darle lo que querían.
—Okey… —dijo Carl cuando dejé de besarlo para comenzar con Erik— me callo.
Él acercó un poco sus manos a mí, mientras que me sujetaba a su cuello con mi brazo derecho y
cogía la nuca de Erik con la mano izquierda. Me pude dar cuenta que intentaba disfrutar mi cuerpo
tanto como yo quería que lo hiciera, pero algo lo retenía. Por lo que, cada vez más calmada y
dispuesta a todo, sin dejar de mover mis labios, cogí sus manos y las llevé hasta mi trasero para que
lo apretara, diciéndole con eso que tenía permiso.
Erik pareció entenderlo sin ningún tipo de mensaje y se dispuso a jugar con mis pechos sin
sujetador, justamente porque ese día me dije que no lo usaría, más que todo porque no tenía ninguno
presentable para la ocasión, mucho menos que combinara con mis bragas.
Mis pezones se endurecieron a los segundos de ser tocados. Como ya estaba concentrado en
ellos, me cambié a Carl, quien me esperaba ansioso. Conté dos pares de manos masajeando mis
carnes, lo que me hizo suponer que tal vez estábamos marginando a Mike. Intenté apartarme para
buscarlo con la mirada, pero justo en ese momento, sentí que alguien me bajaba el pantalón de un
solo jalón— lo que llevo a pensar de inmediato: ese es él.
—Te lo podía quitar ¿Cierto? —preguntó como si no lo hubiera hecho todavía.
Me causó un poco de gracia, algo inocente y travieso que, lejos de hacerme enojar, me éxito aún
más. Asentí con un sonido de aprobación ahogado por los labios de Carl.
—Humju.
Pero yo no era la única que iba a estar desnuda. Mientras lo besaba, comencé a desnudarlo,
indicándole con gestos directos y cortos a Erik que también hiciera lo mismo. Ya estábamos ahí,
teníamos que estar adecuados para la ocasión.
Me encantaba como me estaban tocando, aturdiendo mi sentido del tacto cada que enterraban
sus dedos en alguna parte de mi cuerpo. Mis nalgas, entre mis piernas, mi cintura, mis pechos, mi
rostro, mi nuca; los labios de Carl en mi cuello y la respiración de Erik en mi rostro. Estaba ahí,
siendo esculpida por aquellos tres hombres tanto como creí que se sentía en mis sueños.
Esa corriente de pensamientos y sensaciones me llevó a dudar por un segundo.
—¿En serio estamos haciendo esto? —dije, apartándome por unos segundos de Erik.
—Claro que sí —respondió Carl, respirándome en el cuello mientras me besaba— muy real.
Pero no estaba llegando lo suficientemente lejos como yo quería, no tanto como esperaba que
iba a hacerlo. Por lo que decidí llevar —empujándolo un poco por el pecho— a Erik hasta la cama,
obligando que mis otros dos amantes me siguieran. Ya Carl estaba casi desnudo, solamente le faltaba
quitarse la ropa interior, Mike ya tenía el miembro afuera mientras que Erik todavía tenía el pantalón.
Con eso, aproveché para dejarlo caer sobre la cama, arrodillándome mientras levantaba el
trasero para que Mike y Carl siguieran entreteniéndose y le fui quitando el pantalón a Erik, con todo
y ropa interior. En lo que hice eso, su miembro aplastado se levantó como si se tratara de una caja de
sorpresas, erecto y más grande de lo que me esperaba.
—Rayos… —dije, enterrándole la mirada mientras que quitaba el pantalón— por un demonio
Erik, por qué no me dijiste que tenías un monstruo.
Ante aquel enunciado, Carl y Mike levantaron sus miradas para ver el paquete que estaba
transportando Erik tan descuidadamente. En una situación diferente, dejar de besarle el trasero a una
mujer para verle el pene a otro hombre, tal vez habría sido demasiado raro, pero aquel miembro lo
requería.
—Carajo… —exclamó Mike— parece que te va a explotar.
No era largo, como si fuera a tocarme las amígdalas luego de penetrarme, pero sí era realmente
grueso. Para nada oblongo y muy bien dotado, tal cual dijo Mike, parecía que iba a estallarle.
—¿No te pico una abeja o algo? —preguntó Carl, legítimamente preocupado— es demasiado
grueso.
Pero a mí no me importaba ni una cosa ni la otra. Vi a los ojos a Erik quien no dijo nada, ya de
por si incomodo por estar desnudo frente a otras personas. En silencio, entendí que en efecto era su
pene y que nada le había pasado.
Mientras lo tenía en la mano, le levante la ceja izquierda preguntándole si quería que los hiciera
callar; no sé si entendió mi pregunta o si creyó que era alguna otra cosa, pero sonrió para luego
asentir suavemente con si cabeza.
Sin mediar más palabras, me acerqué a él e hice el mayor esfuerzo de mi vida para que no se
notara que me costó un poco metérmelo todo en la boca. Sí era mi primera mamada, por lo menos a
un pene de carne y hueso. Lo había hecho con dildos que a medias asemejaban uno de verdad.
De todos modos, logré hacer que se callaran, porque comencé a masturbarlo, pasarle la lengua e
intentar que me llegara hasta la garganta sin hacerme vomitar. Se sentía increíble en mi boca y no
sabía si era por el olor a pene de verdad o el sabor salado y un tanto acido que tenía, o el hecho de
tener la mano traviesa de Carl apretándome el trasero al mismo tiempo en que uno de sus dedos se
perdía en mi vagina.
No tengo idea de qué pudo haber sido, pero, todo eso parecía un gran momento para estar con
vida. Carl y Mike se dividían el trabajo de tocarme el sexo como si estuvieran compitiendo a ver
quién me hacía gemir más. Ambos eran tan distintos que el simple hecho de tenerlos ocupados en eso
me encantaba.
El pene de Erik ahogaba mis gemidos justo en las veces en las que ambos decidían ponerse de
acuerdo para tocarme al mismo tiempo. Uno se encargaba de meterme uno de sus dedos mientras que
le otro le daba sutiles caricias a mi clítoris. La espalda se me doblaba, las caderas me temblaban y me
costaba mantener el ritmo de mi mamada.
Sin embargo, ninguna parte de mi cuerpo estaba siendo marginada. Mis pechos, mis brazos, mi
cabello, mis glúteos y mi entre pierna. No quería que nada de eso se acabara bajo ninguna
circunstancia porque se sentía increíble.
El pene de Erik no dejaba de palpitarme mientras lo sostenía. Sus fluctuaciones de placer, sutiles
pero presentes, evidenciaban que por lo menos no estaba haciéndolo mal; me estaba esforzando para
no morderlo, tratándolo con el mayor cuidado incluso evitando apretarlo mucho. Pero al mismo
tiempo él tomaba mi cabeza entre sus manos y la sostenía como si se fuera a caer mientras que tenía
su grueso pene en la boca.
Con mi mano libre, sostenía el pene de Mike para cambiar de posición en cualquier momento
mientras que Carl enterraba su rostro en mi trasero, lamiéndome la vagina y penetrándome con su
lengua.
Tal vez lo que me hacía Erik no molestaba tanto por eso, aun así, se estaba dejando llevar por el
momento, metiendo su pene hasta mi garganta tanto como podía, asfixiándome en el proceso. A
veces se sentía bien, no podía negarlo, pero no era el tipo de cosas que quería estar haciendo.
Además, su pene por sí solo me gustaba, no tenía que esforzarse tanto.
Todo eso sucedía mientras Carl abría mis nalgas para entrar mejor entre ellas, reteniéndome,
evitando que todo ese vaivén de placer que me ocasionaba me hicieran escapar. Me costaba un poco
controlar todo el alborozo que sus movimientos precisos me causaban, al mismo tiempo que resistía
las ganas de probar el pene de Mike; se lo masturbaba aferrándome a él con todas mis fuerzas,
intentando hacerlo sentir tan bien como me sentía.
Pero la falta de oxígeno no me permitía seguir apreciando aquella experiencia. Lentamente me
iba desvaneciendo, perdiendo la noción del tiempo, el espacio, de la realidad latente sobre la que me
sostenía pensando que tal vez moriría haciendo eso, en medio del sexo en la posición más vergonzosa
en la que se podría morir. Pero yo no quería pensar en mi mortalidad, y mucho menos sin ser
penetrada aún.
Pero él no parecía reaccionar, seguro necesitaba un pequeño empujón, por lo que llevé mi mano
a sus testículos y los apreté de modo que le doliera lo suficiente como para dejarme ir.
—Déjame respirar —le dije, tomando aire luego de escaparme de sus manos.
Me costó un tanto hablar sin que se me saliera un gemido por culpa de Carl, quien no se detuvo
siquiera por eso. Sentía cómo su lengua se deslizaba sin mucho esfuerzo a lo largo y ancho de mi
vagina húmeda por su saliva y mis líquidos.
Se concentraba en cada una de las partes que estaban desde mi clítoris hasta mi periné como si
se tratara de un helado a punto de derretirse. Lo saboreaba tanto que me podía imaginar cada
movimiento que hacía, cada vez que con la punta se detenía para dibujar círculos en mi clítoris, que
me borraban y aturdían sin mucho esfuerzo.
Quería parecer seria, pero Carl no me dejaba. Por eso, también tuve que detenerlo. Aquel
momento debía ser especial, no un enorme problema.
—¿Qué pasó? —exclamó, luego de dejar de lamerme.
—Lo siento es que… —dijo Erik, con una actitud más propia de él— es que me emocioné.
—¿Qué demonios hiciste Erik? —se quejó Carl, asomándose por encima de mi trasero—,
estábamos bien, imbécil.
—¿Qué hizo ahora? —dijo Mike.
—¿No estabas viendo? —exclamé indignada.
—¡No!, tenía los ojos cerrados. ¿Qué voy a estar viendo, si tengo los ojos cerrados? —enfatizó.
—Lo siento, lo siento. Disculpa. —Continuó Erik mientras se acomodaba en la cama alejando
su pene de mí—. No fue mi intención en serio.
Por un segundo estuvimos todos tratando de ser quien discutía más y mejor. La intensidad que
había en aquel ambiente sexual que nos controlaba parecía haberse desvanecido casi por completo.
Yo intentaba defender la brusquedad de Erik de Carl, al mismo tiempo que se la reprochaba;
Carl bramaba y reprendía a Erik por haber arruinado el momento, arguyendo que sabía que algo así
iba a pasar si lo invitábamos a formar parte.
Se me había olvidado que segundos atrás estábamos dándonos placer el uno al otro, lo que
rivalizaba por completo con lo que empezó segundos después. Pero en medio de todo ese escándalo,
Mike tomó el control.
—Ya dejen la estupidez —increpó, interrumpiéndonos—. Ya…
En lo que nos callamos, continuó hablando.
—Tú —se dirigió a Erik— no lo vuelvas a hacerlo, contrólate. Si vuelve a pasar te voy a dar una
patada. —Luego miró a Carl— cállate. Concéntrate en lo tuyo. Y tú… —por último, se fijó en mi—
¿Estás bien?
—Sí… —respondí dejándome llevar por la forma en que los controló.
Carl y Erik sencillamente se callaron y atendieron a lo que dijo, lo que dejó un ambiente un
tanto tenso, pero menos intenso que antes.
—¿Quieres seguir? —agregó Mike, viéndome con terneza— si quieres lo dejamos así.
Me hizo sentir fuera del grupo que no me reprendiera como a ellos —aunque no había hecho
nada malo, así que tampoco era necesario— pero de todo eso, la forma en que me habló, me dio
cierto hormigueo en el vientre que no pude explicar.
No supe si estaba siendo condescendiente conmigo o si en realidad le interesaba mi bienestar,
dado que casi muero asfixiada. Pero, de alguna u otra forma, dependía de mi decidir qué íbamos a
hacer.
Y yo no quería, aún me palpitaba un poco la vagina, además que, muy dentro de mí, quería que
Carl siguiera lamiéndome como lo hacía. La decisión era clara, así que tras resolverlo como personas
adultas que éramos, continuamos con nuestro encuentro.
Mike propuso que me acostara en la cama, porque Erik me debía una disculpa, y la mejor forma
de hacerlo era dándome tanto placer como pudiera. Por lo que, acostada viendo al techo, me abrió las
piernas y comenzó a jugar con mi sexo.
Su lengua estaba caliente; los líquidos que cubrían mi vagina estaban fríos por lo que el cambio
de temperatura me encantó. Se concentró en cada una de las partes de mí, demostrándome que sabía.
Con su dedo tocaba sutilmente mi clítoris, sin apretarlo como un interruptor, pero si con la
suficiente fuerza como para hacerme gemir. Quería moverme, pero Carl y Mike se interpusieron,
haciéndome agarrar sus penes con las manos. Tuve que concentrarme en los tres al mismo tiempo en
que intentaba no patear a Erik.
Entre los dos, se turnaban para entrar en mi boca, y a pesar de que eso no me causaba placer,
sabía que ellos tenían que disfrutar de todo eso. Ambos penes eran diferentes, el de Carl, era un tanto
más largo que el de Mike, pero no tanto; en cambio, el otro era largo y grueso, pero no como el de
Erik que no cabía en la comparación.
Sin embargo, lo que más podía diferenciar era el sabor y sus aromas. A pesar de que era difícil
distinguir con los ojos cerrados —dejando de lado que estaban a mi izquierda y derecha— una
esencia era más intensa que la otra.
Mike estaba siendo imponente, embriagante. El sabor no era el mejor del mundo, pero por
alguna razón quería apretar mucho más mis labios en su carne y fijar como fuera toda esa sensación
en mí. Carl, causaba más o menos la misma sensación, pero más sutil.
A su manera, me hacía sentir que podía tragármelo completo sin ahogarme, como si no fuera
suficiente para el espacio en mi boca. Aunque diferentes, ambos hacían bien su trabajo; mientras
cambiaba, los saboreaba y los masturbaba, pensé en cómo podrían sentirse entre mis piernas, cómo se
comportarían, qué tan bien me harían sentir. El simple hecho de pensarlo me excitaba aún más,
entusiasmándome con cada lamida.
Quería gritar, decirles que me hicieran sentir mejor, que me encantaba. A pesar de que mi
cuerpo expresaba lo suyo, yo no lo hacía.
La lengua traviesa de Erik se iba adentrando entre mis labios, haciéndome retorcer y enloquecer
con sus lamidas. Podía sentir su respiración enfriándome la vagina, al mismo tiempo en sus dedos me
abría y me daba pequeños masajes que elevaban el placer. Mis piernas inquietas se movían de un lado
al otro, como si tuvieran vida propia, intentando cerrarse para detenerlo, pero él las apartaba sin
mucho esfuerzo.
Una serie de impulsos eléctricos llegaban como torpedos a mis hombros, que luego pasaban a lo
largo de mis brazos, hasta llegar a mis manos. Eso me dejaba un vació en las palmas que necesitaba
rellenar apretando con fuerza esos dos penes que sostenía. Quería hablar, pero el poco tiempo que
tenía entre gemidos, mamadas y conseguir oxígeno, era muy corto para decir lo que ya mi cuerpo
estaba expresando a la perfección.
Carl y Mike se entretenían con mis pechos, apretándolos y pellizcando con suavidad mis
pezones, y buscando a tocar cualquier otra parte de mi cuerpo. Pero Mike lo hacía mejor. Fue en ese
momento en que reconocí de verdad que sabía lo que estaba haciendo; todo lo que pensé antes de ese
momento eran simples presunciones. Sus manos se desplazaban a lo largo de mi como si supiera en
donde buscar; lugares que ni sabía que me harían sentir tan bien, lograron estremecerme sin esfuerzo.
Zonas inexploradas de placer. Se inclinó un poco y me comenzó a apretar mi cresta iliaca;
sutiles golpes de corriente se extendían en mi abdomen, aturdidas después por la forma en que me
apretaba las costillas.
Cosquillas que en situaciones normales me irritaban, aquella vez mejoraban la experiencia.
Aunque, de repente, mientras tenía el pene de Carl en mi boca, él se escapó de mis manos y dejó de
usar las suyas para darme placer.
Su lengua comenzó a desplazarse suavemente por los lugares que ya había tocado, generando
sensaciones completamente diferentes. La presión mucho más leve que aplicaba con su lengua, al
igual que el frio —también leve— que quedaba en el camino que dibujaba hasta mis costillas, era un
deleite en sí.
En mis pezones se detuvo para apretarlos con los labios, hacerle círculos con la lengua, mojarlos
y chuparlos como si quisiera comérselos, pero hasta ahí. Solamente me tentaba, me hacía querer
tomarle la cabeza y apretarlo contra mí con fuerza.
Ahogaba mis gemidos, temiendo ser un tanto grotesca y explosiva. Las ganas no me faltaban;
me quemaba la garganta justo a unos cuantos centímetros de donde el pene de Carl me llegaba.
Necesitaba expresarlo. Mis piernas estaban enloquecidas, pero incluso ellas se controlaban.
Inmensurable los niveles de éxtasis que me poseían, pero debajo de las sabanas para que no fueran
muy escandalosos.
La forma en que me tocaba era tan suave, pero a la vez tan excitante que me dejaba en un limbo
de placer; no era suficiente. Aparte de eso, no duraba nada. Se detenía en seco para luego pasar a otro
lugar a torturarme del mismo modo.
De mis pechos pasó a mi cuello, en donde me succionaba, como si quisiera causar un moratón,
pero no lo suficientemente fuerte para lograrlo. Me respiraba con más fuerza, embriagándose de mi
tanto como yo de ese estimulo sutil y enternecedor.
Comenzó a moverse con mayor lentitud, alrededor de mi cuello hasta detenerse detrás de mí
oreja, en donde presionó con su lengua, doblándome el cuello y casi ahogándome con el pene de
Carl. Erik no dejaba de lamerme, llevándome a pensar que tal vez me desgastaría la vagina de tanto
hacerlo, pero no se sentía mal.
El pene de Carl me palpitaba entre los labios, chocando en el interior de mis mejillas, con sus
testículos rozándome la barbilla; lo mordía con suavidad, lo presionaban contra mi cara, le apretaba
con la mano y se la jalaba cuando me lo sacaba para respirar.
Él no dejo de jugar con mis pechos mientras se lo mamaba, aunque no tan preciso como Mike,
lograba resaltar el placer en mi cuerpo. Erik intentaba tocarlos, enterrando sus dedos durante todo el
recorrido hasta mis pezones.
Mike no dejaba de respirarme detrás de la oreja, ni de succionarme le lóbulo, obligándome a
escuchar los sonidos que hacía su boca que por alguna razón me deleitaban el tímpano. Todas esas
cosas no me gustarían en otros momentos, de hecho, me sorprendió que me hubieran gustado tanto.
Tal vez era por la lengua de Erik, o por el pene de Carl, pero estaba segura que nada de eso se habría
sentido tan bien en otra ocasión.
Mi cuerpo estaba que ardía, los preliminares me estaban matando, pero no parecían querer
terminar todavía. En un movimiento osado, Mike y Erik intercambiaron puestos. Me di cuenta
cuando de repente un pene enorme se abrió paso entre mis dedos y en lo que un movimiento mucho
más delicado de la lengua comenzó a abrirme la vagina.
De inmediato aparté mi atención del pene de Carl para entretenerme con el miembro grueso y
firme de Erik. Se veía descuidado, a punto de explotar, como si hubiera estado acumulando de todo
mientras me lamía.
—Ay, pobre pequeñín —le dije, antes de darle un beso en la punta y luego abrir mi boca para
meterlo tanto como pudiera.
Mi boca se abrió como nunca por ese pene. Podía sentir como me asfixiaba tan solo con la punta
mientras que sus testículos estaban completamente cargados para estallar. Lo tenía extremadamente
sensible; pasaba mi lengua por su glande y se estremecía por completo.
Trataba de tocarlo con total delicadeza para no hacerle daño porque se veía como si le estuviera
doliendo. Pero mi control sobre la situación se desvaneció en lo que Mike comenzó de nuevo a
explorarme. No me había hecho nada especial desde que se cambió; como si tan solo se hubiera
quedando viéndome en silencio como un pervertido.
Su lengua comenzó a lamer entre mi pierna y mi vagina, tentándome aún más. Presionaba sus
labios ahí, como si estuviera tocándome los labios, pero sin acercarse a mi sexo en lo absoluto. Iba de
un lado al otro, subiendo, bajando, apretándome el interior delicado y suave de mis muslos que, al
igual que las otras partes que me había tocado, no sabía que se sentiría tan bien. Llevaba repentinos y
esporádicos golpes de corriente hasta mi espina que me doblaban la espalda. Se concentró en mi de
una forma más sugerente.
Seguía tentándome y no paraba de hacerme gemir sin siquiera masturbarme. Era una locura,
cada vez sentía que mi vagina estaba más húmeda con cada cosa que me hacía. Por la impotencia y el
deseo de sentirlo en realidad, me aferraba a aquellos penes como si eso pudiera calmar mi sed de
sexo, cuando en realidad me llevaba a desear más que me dominaran. Mi sueño no mintió, era el
centro de atención. Ni yo, masturbándome a mitad de la noche, logré hacerme sentir tan estimulada.
Repentinamente, su lengua comenzó a jugar con mi perineo, acercándose tanto como podía a la
entrada de mi vulva, luego paso sobre ella como si no estuviera ahí y se detuvo en mis labios, los que
se introdujo por completo en la boca para succionarlos, como si los fuera arrancar de mí. Todo tan
suave y preciso que me dejaba con ganas de más.
Quería enterrarlo, que me metiera los dedos, la lengua, la nariz, lo que fuera que quisiera, pero
que me dominara, que me penetrase con fuerza. Deseaba con locura ser la mujer de alguno de ellos,
que todo eso dejara de ser simple preliminares y pasáramos a la acción, al sexo intenso por el cual me
había apuntado en eso.
Ya no tenía inhibiciones, ni dudas, ni temores. Quería el paquete completo. Ya no quería
guardarme nada, no quería dejar de hablar, ni mucho menos controlar mis gemidos.
—¡Maldición, qué rico! —grité sin temor luego de sacarme el grueso pene de Erik—. Esto es lo
mejor.
Y me metí el pene de Carl a la boca, y me lo sacaba para hacer lo mismo con el de Erik.
Fluctuaba en uno y el otro fuera de control. Pero no era suficiente todavía. Entrelacé mis piernas en la
espalda de Mike y lo empujé con todas las fuerzas que tenía para enterrarlo dentro de mi vagina,
haciendo que perdiera el equilibrio y dejara caer su peso entero sobre mí. Su lengua presionó mi
clítoris deseoso, llevándome hasta la siguiente puerta del cielo.
Estaba al borde del estremecimiento total cuando, tomándome por la cintura, Mike me levantó,
me dio la vuelta y sentándome sobre mis rodillas, haciéndome levantar el culo, quedé elevada con los
penes de Carl y Erik en el rostro. Estaban ahí, paradas el uno al lado del otro, esperando a que me
acomodara.
En ese momento, Mike se concentró en mi trasero. Comenzó a darme nalgadas, a jugar con la
comisura de mi ano, y a apretarme los pechos en el proceso. Yo gemía, gemía como loca. No sabía
que me encantaba tanto que me dieran nalgadas, ni muchos menos que me besaran el culo de esa
forma.
Quería más. Movía mis caderas para que no se detuviera, sintiendo como las sabanas
acariciaban al mismo tiempo mis labios sensibles y húmedos. Y seguía, y le daba con más fuerzas.
Yo me metía cada vez más aquellos penes, intentaba parecerme a las de los videos porno, sin mucho
éxito, pero disfrutándolo de todos modos.
La realidad era otra, las cosas eran más detalladas, nada de eso lo veías. Lo que se veía no era lo
suficientemente claro con respecto al placer que todo eso ocasionaba. Aquellos penes me llenaban la
boca de tal forma que luego de un buen rato succionándolos, aun con la presión en la mandíbula,
sentía que me gustaba. Me estaba dejando llevar por la locura.
Cuando no podía más, simplemente los lamía, o los masturbaba o me metía sus testículos para
mantenerla más cerrada. Y pensé que, si ellos jugaban con mi culo, nada me detenía a mí a jugar con
los suyos. Y con mi lengua les comencé a tocar el perineo, hasta que, sin mucho esfuerzo, empecé a
deslizar mi dedo a través de sus piernas hasta llegar a la entrada de su ano.
Apreté sus nalgas para distraerlos, pidiéndoles permiso porque, ante todo, soy una mujer
decente. Al ver que no hubo rechazo, continué mi camino, me mojé el dedo con saliva y comencé a
masajearles el ano.
Ambos se dejaron, lo que me sorprendió; había leído que eso les gustaba, que en su momento
me hizo pensar que tal vez eso los hacía homosexuales en secreto. Pero en aquel cuarteto, con todos
nosotros recibiendo placer, no había prejuicios ni tabúes que importaran.
Mike utilizaba su lengua para empujarla en contra de la entrada de mi culo; agradecida por
haberme afeitado y limpiado como era necesario, los pronósticos de que posiblemente ocuparían cada
orificio de mi cuerpo, se estaba cumpliendo.
Por un momento creí que sería demasiado para mi primera vez, pero ya en el acto, no había nada
que me hiciera pensar que era más que necesario. No era mi primera experiencia anal, pero si la
primera vez que algo más que un juguete se adentraba en mí, así que definitivamente era algo nuevo.
Me arrepentí de no haber llevado nada para la ocasión.
Quería más y tanto como todos ellos pudieran darme, pero antes de poder expresárselos, todos
se detuvieron. Carl y Erik se apartaron de mi casi al mismo tiempo, justo después de que Mike se
apartó de mi trasero. Confundida, le busqué la mirada a los tres, sintiendo de repente que tal vez, todo
eso, si se trataba de un sueño. Me pareció que sus caras no eran suyas y que lo que hacíamos ni
siquiera era real.
Pero, antes de que pudiera darme cuenta, me levantaron la cintura, haciendo que la parte
superior de mi cuerpo callera sobre la cama, quedando con la espalda doblada hacia arriba
exhibiendo mi sexo completo. Una nalgada, luego otra, y después otra. Sacudieron por completo mi
espíritu, lo que me llevo a reconocer que tal vez me gustaba rudo.
—Aquí voy —dijo Erik, ganándose el privilegio de tener su primera vez, a la vez que ser la
primera vez que me penetraban, de nuestra primera vez en una orgía— ¿Lista?
El tan solo hecho de sentir que mi vagina estaba abierta esperando por eso, me excitó aún más.
Por fin, lo que tenía rato esperando se iba a cumplir.
—Sí… —Exclamé en un suspiro, anticipándome a lo que venía.
El calor del pene de Erik se sentía cada vez más cerca, y cada vez más, poco a poco, hasta que
su inconfundible punta comenzó a abrir mis labios. Nada más con eso logró hacerme temblar. Sentí
cómo la espalda me temblaba, incluso moví un poco mis caderas para ver si con eso lograba meterlo
yo misma.
Tanto él como yo, respiramos con fuerza, inhalando y exhalando casi al mismo tiempo, se sentía
como si estuviéramos conectados y listos para el mejor momento de nuestras vidas. Sin mucho
esfuerzo y contra todas mis suposiciones, empezó a entrar, estocando mi interior; estaba
increíblemente húmeda, tal vez lo suficiente para que su pene entrara sin problema.
—Te ves increíble levantando el culo así —dijo Erik, desplazándose lentamente hacia adentro y
apretándome las nalgas.
—¡Cállate y sigue metiéndolo! —estaba fuera de control, no quería esperar más por saber cómo
se sentía aquel pene dentro de mí.
Pude escuchar a Mike y Carl susurrar unas risas cortas. Sentía cómo me abría, empujándome
hacia afuera el aire de los pulmones con cada centímetro que me entraba. Podía sentir como se
deslizaba en mi interior, friccionando con cada una de mis paredes; me parecía interminable hasta
que, de un segundo al otro, chocó contra mi útero. No recordaba que fuera tan grande, dejando la
impresión de que incluso podría entrar aún más, pero no era su pene, era la posición que tenía.
De todos modos, eso era lo que menos me importaba. Una combinación de un dolor sutil y un
vacío completamente llenado, dejé escapar mi primer orgasmo después de ser penetrada por una
bestia.
—¡Válgame dios! ¡Sí!…
—Joder, mujer. Eres perfecta.
De cierta forma ese era el punto de no retorno. Ya había compartido con ellos, reído y confesado
mis secretos; lo único que faltaba era cogérmelos y, llegando hasta ahí, la línea que dividía una
amistad normal de eso, ya se había dibujado.
¿Cómo serían las cosas después de eso? No lo sabía, pero tampoco lo pensé mucho cuando Erik
comenzó a moverse. Saliendo y entrando poco a poco, podía escuchar como mis líquidos se
deslizaban afuera de mi vulva, como la cama rechinaba justo después que empujaba sus caderas en
contra de mi culo. Lentamente aumentando la intensidad, mis gemidos se iban escapando con el
tempo de sus embestidas.
—Sí… —decía yo.
—¿Te gusta? —preguntó él.
Llevé mis manos a mi trasero para abrirlo más, para sentir como mis nalgas se extendían y que
él pudiera ver por completo a quien se estaba cogiendo. Mi sexo le pertenecía a quien me penetrase y
yo no tenía razón alguna para dejar que ninguno de ellos se sintiera marginado.
No dejaba de empujar sus caderas contra mí, llevándome a lugares diferentes. Los preliminares
me habían preparado para eso, estaba al borde de la locura, del éxtasis; si alguien me decía algo al
oído estaba segura que iba a estallar en un gemido escandaloso, que me orinaría encima, que mi
cuerpo se quedaría inmóvil por días.
Estaba llegando; cada golpe de su pene en mi interior, cada movimiento que friccionaba con mi
interior, todo lo que hacía estaba manejando mis sentidos hacia un lugar nuevo y diferente.
—Ese culo se ve estupendo —escuché decir a Carl—. No sabía que eras así.
—Toda una sorpresa —respondió Mike.
—¿Cómo se siente? —le preguntó Carl a Erik.
Pero Erik no respondió; siguió penetrándome, apretándome el culo y haciéndome gemir como
loca. Mis caderas se movían solas tratando coger su ritmo, de no dejarle todo el trabajo a él, quien me
tomaba por la cintura para empujar con más fuerza su pene dentro de mí.
Cada vez sentía que me golpeaba más por dentro. Ningún pene de plástico se comparaba con
sentirlo en verdad, con gritar al compás de sus embestidas ni de saber que ese pene que tuve entre
mis manos ahora estaba a punto de hacerme llegar.
Aunque era un cuarteto y él no iba a ser el único en disfrutar.
—Me toca a mí, dijo Carl —apartando a Erik de mí.
De repente me sentí tan vacía que me hizo enojar. Ese maldito había sacado el pene justo antes
de hacerme llegar.
—¡Ey! ¡No! Vuelve a meterlo. Vamos —intenté alcanzar su pene con mi mano, aun con el rostro
entre las sabanas.
Obviamente no podía alcanzar nada más allá de unos cuantos centímetros lejos de mi trasero,
pero en un intento desesperado por coger de nuevo el pene de Erik encontré lo que buscaba, solo que
un poco más delgado.
—Prepara esas nalgas, querida. Que vengo yo.
—¡Mételo de una vez! —exclamé.
Sentía que ya no tenía tiempo para sentir lentamente como me penetraba, así que apreté con
fuerza aquel pene y lo acerqué tanto como pude a mi vagina para que él hiciera el resto del trabajo.
Entró sin resistencia alguna. Estaba tan mojada que mi vagina se moldeó a su pene como si estuviera
a su medida. Sentir de nuevo que me llenaban me hizo gemir de placer.
La sensación de casi llegar a mi tope había desaparecido con el poco tiempo en que tardó en
penetrarme de nuevo, pero eso no significó nada cuando comencé a marcar mi propio ritmo. No tenía
tiempo de que se pusiera al tanto de cómo me gustaba y de si lo haría como quería, así que dejé que
mis caderas tomaran el control.
Lo empujaba con mi culo para conseguir que se moviera dentro de mí. No necesitaba que me
golpeara el útero como a una pera de boxeo, solamente quería sentir que su pene se deslizaba dentro
de mis paredes, sacudiéndome el alma sin mucho esfuerzo.
Carl parecía estar disfrutándolo de todos modos. Cogió mis nalgas con sus manos y aumentó el
ritmo de mis movimientos. Se sentía incluso mejor. Su pene me rozaba por dentro de tantas maneras
que no podía controlar mis gemidos.
Me agarraba a las sabanas de aquella cama que no dejaba de rechinar ante los golpes de su
cadera contra la mía; la mordía, ahogaba mis gritos con el colchón. Mis liquido se escurrían de mi
vagina cada vez que lo sacaba.
—Ahora sí… no pares, no pares. Coño sí. Sigue así.
Me golpeaba y me penetraba tanto como quería.
—Ahí, sí. Dame mi amor, dame más duro. Sí.
Logrando emocionarlo, Carl comenzó a moverse aún más rápido y más brusco, empujándome
mucho más cerca del éxtasis.
—Dale, dale, dale. Sigue, sigue. No pares. Sigue… ¡Sí, sí! ¡SÍ! ¡AH!
Y como un golpe de gracia, mi cuerpo entero se relajó, dejé de moverme. Mi cerebro comenzó a
divagar justo después de dar la orden de liberar tantas endorfinas como fuera posible, conectándome
con el colectivo de células que comprendían mí entidad física.
Estaba en sintonía con mi cuerpo. Perdí el control, la noción del tiempo e incluso olvidé como
respirar. Mi vagina palpitaba tanto como mi pecho, mi corazón bombeaba a millón mientras que las
piernas se me acalambraban. Las paredes de mi vulva se contraían alrededor del pene de Carl,
dejándome sentir su propio palpitar.
Tardé varios segundos en reaccionar. Aun ni siquiera terminaba de experimentar el clímax
cuando recordé que tal vez estaba marginando un poco a Mike y Erik. Aproveché que Carl se detuvo
en lo que comencé a temblar, para salirme, darme la vuelta y acostarme viendo al techo. Todavía
estaba sensible, pero no tanto como para detenerme. Así que abrí mis piernas, y miré directamente a
sus ojos.
—Métemelo —le dije a Carl. Quien cogió mis tobillos y volvió a penetrarme como si no se
hubiera salido jamás.
Y golpeando las silabas con cada gemido, conseguí formar las palabras que quería decir.
—Vengan —miré a Erik y a Mike para que se acercaran a mí.
No sabía qué estaban haciendo ni por qué no se habían acercado por sí mismos como pasaban en
los videos, pero no me importaba. Cuando lo hicieron, cogí ambos penes entre mis manos y comencé
a succionarlos. Cada embestida de Carl me obligaba a gemir con más y más fuerza, lo que no me
dejaba mamar en su plenitud aquellos miembros. Pero no me detuve.
Su pene me estaba haciendo llegar, no tenía más control, estaba a punto de estallar.
—Sí, sí… ¡Sí!
Era lo único que podía gritar. Mientras más me penetraba más cerca estaba, hasta que, de
repente, simplemente sentí como mi cuerpo entero perdió fuerzas; una sensación de alivio se
extendió por todo mi ser… otro orgasmo se presentó. Llegó mucho más rápido que el otro,
inyectando en mis venas el dulce néctar de la felicidad. Era increíble y no quería dejar de sentirme
así.
Mike y Erik se turnaban para entrar en mi boca, mientras que gemía y gemía. Luego de Carl
vino Mike, quien se acostó en la cama para que lo cabalgase, que fue lo que hice. Esta vez tenía el
completo control de mis movimientos, por lo que dejé que mis nalgas rebotaran sobre sus piernas
mientras que me comía los penes de Erik y Carl.
Ambos sabían a mi vagina, pero no me importaba. Continué succionándolos como si no hubiera
mañana. Ese se había vuelto mi lugar favorito en todo el mundo.
Rebotaba y rebotaba sobre el pene de Mike que, haciendo sonar la cama con mi propio ritmo,
me trasladaba a la locura. Mi vulva se sujetaba a él pidiendo más; sus manos no dejaban de abrir mis
nalgas, exponiendo mi culo al mundo, mientras que los dos jugaban con mis pechos y apretaban mis
pezones.
No me cupo duda que el pene de Mike había sido mi favorito de todo ese encuentro. Tal vez el
de Erik había destacado en cuanto a densidad, pero eso no afectó en la forma en que Mike lo sabía
usar. En cada posición en la que me puso, sentía que me trataba con tanto tacto que parecía que
estaba esculpiendo una escultura y su pene fuera el cincel.
Llegaba hasta donde era justo, sin empujarlo demasiado. Era delicado cuando debía serlo y me
reventaba con sus embestidas cuando quería que me partiera. Sus manos nunca se quedaron quietas;
estimularon cada parte de mi cuerpo con precisión, llevando el placer al siguiente nivel con cada
estocada.
Orgasmo tras orgasmo, sentía que mi cuerpo perdía más y más energía, convirtiéndome en un
simple saco de carne incapaz de sostener su propio peso. Aquellos tres penes se habían encargado de
tratarme como me lo merecía, como quería y como lo esperaba.
Una orgía no había sido jamás algo tan especial si lo hubiera hecho con otras personas que no
fueran ellos tres. Esa, y las otras que vinieron, hicieron de mí la mujer que soy ahora.
Cuando todo terminó, descubrimos que la cama no era lo suficientemente grande para que
cupiéramos todos, pero ya que estábamos ahí y luego de todo lo que hicimos, apretarnos uno junto al
otro —acostados horizontalmente con los pies guindando a los costados— no impidió que nos
pusiéramos cómodos.
—¿De quién será esta habitación? —preguntó Erik.
—Ni idea —respondí—, tengo rato haciéndome la misma pregunta.
Todo se veía tan diferente ahora que habíamos hecho eso, que, con tal de hablar, cualquier
conversación parecía interesante. Estaba realmente agotada; no sabía que se podrían hacer tantas
cosas en tan poco tiempo, ni mucho menos que me encantaría tanto. No sentía mis piernas, intenté
moverlas, pero era como si no fueran mías en lo absoluto.
Aquello que hicimos me inspiró cierta paz difícil de superar; no imaginaba que, al dejarme
llevar de esa forma, lograría tal sensación de plenitud. Una o dos veces giré mi rostro para verlos
acostados, mientras respiraban agitados con los ojos cerrados; en ese momento vi en ellos algo que
no creí que encontraría en nadie más.
Yo también cerré mis ojos para descansar, respirar profundo y perderme en el poco silencio que
conseguíamos entre cada pregunta ocasional que quebraba el hielo —aunque el ruido de la fiesta de
afuera continuara incluso después de todo lo que hicimos en esa habitación.
—Vaya —dijo Erik dejando escapar un suspiro en el proceso.
El sonido de su voz me trajo de nuevo a la realidad.
—Sí —respondió Carl, tras exhalar aire como si estuviera meditando—. No esperaba que fuera
así de bueno.
—¿Y qué esperabas entonces? —pregunté, cuestionándolo de modo que creyera que podría
estar ofendiéndome— ¿Esperabas que fuera malo porque lo hicieron conmigo?
—Yo no dije eso; lo que quise decir fue que… —Carl intentó defenderse.
Mike comenzó a reírse de repente, indicándole a Carl que solamente estaba bromeando.
—Sabemos a qué te refieres… te está tomando el pelo —aclaró Mike.
—Ja, ja, ja… —se rio sarcásticamente— muy gracioso.
—Sí lo fue. Porque parecía que te hizo sentir mal ofenderla luego de que te la cogiste —dijo
Erik, dando directo en el grano— como si le debieras algo a cambio.
El ambiente se hacía cada vez más ameno, algo natural y completamente normal; no se sentía
como que hubiéramos tenido sexo desenfrenado minutos atrás, por lo que simplemente comenzamos
a reírnos a costillas de Carl, quien aún no aceptaba el que su relación conmigo había cambiado para
siempre.
—Cállense la boca. No es gracioso.
—Ay… sí —dije al fin, luego de casi un minuto de risas—, aunque yo tampoco creí que sería
capaz de hacerlo. ¿Saben? Antes de todo esto, todo esto me parecía una locura.
—Sí… eso se notaba —dijo Mike, con cierto sarcasmo— y aun así no dejabas de molestarme
con tus preguntas.
—Estaba curiosa —dije.
Hablábamos viendo al techo, observando detalle a detalle lo que había en él. Pequeñas manchas
inexplicables de cosas que no entendíamos, marcas de que en algún momento hubo un pedazo de
papel pegado del que ahora solamente quedaba lo que no se quiso separar de la pega, afiches y trazos
de la brocha con la que mal pintaron.
A mi parecer, estábamos sumidos en ese efecto de compartir el uno con el otro, que acordamos
entregarnos un tiempo para nosotros. Era algo que trascendía nuestra existencia porque, luego de
encargarnos de lo carnal, no había nada entre nosotros que nos separara del ahora.
—Pero sí te gustó —me preguntó Erik— ¿Cómo te lo esperabas, o no?
—Sí, sí que lo fue —respondí— la marihuana ayudó también ¿Sabes?
—¿Marihuana? —exclamó Carl, por completo extrañado.
—Sí ¿Qué marihuana?
—Pues la que me dieron antes de que viniéramos para aquí. ¿Saben? Esa que me hicieron fumar
cuando…
—¿Quién te dijo que eso era marihuana? —preguntó Mike.
—Este…
Hice un poco de memoria para terminar dándome cuenta que, de hecho, nadie me había dicho
que era marihuana y que, en realidad, ni siquiera sabía cómo se veían esas cosas.
—¿Creíste que eso que fumaste era marihuana? —dijo Carl, como si estuviera burlándose, pero
no tanto.
—Sí, bueno… como me la dieron para calmarme.
Me giraba para verlos a todos cada que hablaban. Levanté mi torso de la cama, apoyando mi
peso completo con los codos sobre el colchón, contemplando la mirada de confusión de los chicos al
darse cuenta que me dejé llevar por un simple efecto placebo.
—Nadie te dio nada para calmarte, tú fuiste quien nos pidió para fumar —agregó Mike.
—¿Entonces qué fue lo que me fumé?
—Un cigarrillo normal —dijo Erik— creo que eso era ¿Cierto?
—Sí… eso era —aseveró Carl— ¿Acaso lo viste?
—No…
Luego de eso no tenía más nada qué decir. Me dejé caer de nuevo sobre la cama, sintiéndome un
poco como una tonta. Eso no cambiaba nada de lo que había hecho o sentido esa noche, pero sí que
creí que había probado por primera vez la droga, lo que me decepcionó un poco.
—Que tedio, creí que me había drogado de verdad.
Por algún motivo, los tres lo encontraron hilarante, contagiándome sus risas. Sí, ciertamente era
un momento único, sin igual… y aunque no había experimentado las drogas por primera vez, ellos se
habían vuelto mi primera orgía, la primera vez que sentí que realmente estaba disfrutando mi sexo
como se debía y en el que hice algo que nunca pensé que haría.
Nada más eso —tal cual como lo esperaba—, el entregarme al impulso y deseo desenfrenado,
me había enseñado a hacer las cosas de otra forma. No era simplemente cambiar mi apariencia o
intentar modificar la manera en que pensaba. Encarar mis problemas con firmeza y confianza. Es
curioso que necesitara de una orgía para entenderlo; lo justo y necesario, si me preguntan. Tal vez
había otros modos, pero ninguno se habría sentido tan bien como ese.
7
Me sentía más viva, más libre, incluso me daba la impresión de que mi piel era más brillante
después de tanto tiempo —no tenía más nada que envidiarle a Karen—. Anterior a eso, creí que las
cosas iban a ser más complicadas entre todos hasta que me demostraron que lo único raro era seguir
pensando que eso afectaría nuestra relación.
Sin embargo, sentía que aún me faltaba mucho para decir que estaba atravesando por un
verdadero cambio. La razón la cual había decidido ser diferente —o eso pensé—, no estaba siendo
abordada como era debido; tal vez estaba haciendo las cosas de forma equivocada, y en realidad nada
de eso me estaba ayudando.
Creí haber olvidado por completo que había sido difamada como una tonta y que no hice algo al
respecto, o por lo menos no lo suficientemente contundente como debería de ser. Estaba consciente
de que las personas involucradas se burlaban a mis espaldas sabiendo que yo no era la puta que ellos
le habían hecho creer a todos.
Luego del sexo, sentí que algo no encajaba del todo. Sí, había encontrado una especie de
iluminación personal; un logro más. Resultaba que no era suficiente. Lo que me había pasado no se
justificaba ni mucho menos tenía sentido. Cuando supuse que había dejado todo atrás, de nuevo
comenzaron las sospechas con respecto a Mike.
No dejaba de parecerme que sabía algo que yo no, y ese algo me tenía un tanto preocupada. No
porque intuyera que era importante, sino que, por alguna razón, no lo había dicho aún. Era obvio, no
tenía caso seguir ocultándolo.
No era simplemente por lo que había dicho, curiosamente ignoré tantas cosas que no parecía ser
relevante que sintiera duda alguna sobre él. Indiferentemente de lo que pudiera decirme para
convencerme a mí misma e que no era así, había algo, un olor que simplemente no podía evitar.
Con una idea clara en mente, comencé a insistir para que me diera de una vez lo que quería
saber. Ya había propuesto una orgía ¿Qué más sería pedirle que me contara la verdad? Tenía que
acostumbrarme a esa sensación de hacer las cosas como una persona decidida, no me podía detener.
El problema era que se negaba una que otra vez, observando de manera elocuente que no tenía
nada que decirme. No me detuve. Mis preguntas pasaron a ser más directas, sin doble sentido o sin
ocultar lo que quería saber. No tenía caso continuar pretendiendo que nada pasaba. ¡Era obvio que
algo pasaba! Era su obligación decírmelo.
Pensé que podría aprovechar que ya no había barreras entre nosotros y que no tenía motivos
para ocultármelo, después de todo, ahora éramos amantes. De hecho, tanto insistí que Carl y Erik
decidieron intervenir.
—¡Por amor a Cristo, Mike! Dile de una vez… ya es demasiado —exigió Carl.
Acabando de descubrir que ellos ya sabían al respecto y lejos de molestarme por ser la única que
no sabía sobre la vida privada de Mike, mi entusiasmo no amainó. Necesitaba toda la información
que pudiera encontrar de ella si mi intención era arruinarla.
Adopté una actitud jocosa esperando que con eso fuera más fácil para él decirme. Tal vez resultó
ser un tanto más fastidiosa de lo que esperaba.
—Sí… vamos, no esas así, cuéntame ¿Ves? —señalé a Carl y Erik— ellos lo saben ¿Por qué no
me dices?
Era una pregunta necia que había estado haciendo en bajo tono para no ser tan obvia porque al
no saber que sabían, no quería que escucharan. Pero una vez que me motivaron a seguir, le insistí,
dejándome llevar por aquella revelación.
—¡Qué no sé nada! Te digo. Ya deja. —respondió él.
—¿Pero por qué no me quieres decir? —ya a ese punto se había negado lo suficiente como para
sentir que la cosa era personal— ¿Es porque soy mujer? ¿Ellos lo saben por qué son tus amigos?
¿Eso qué me hace? ¿Acaso como ya me cogiste no sientes que debes decirme nada?
Ofendido por mi insolencia, se dio la vuela para mirarme a los ojos.
—No me vengas con eso —espetó agraviado— ¿Por qué estás tan empeñada con creer que sé
algo?
—¡Por qué lo sabes! —me desfogué— No sé qué, no sé cómo y no sé por qué no me quieres
decir. Pero no me veas la cara de estúpida, Mike. No me insultes creyendo que no me doy cuenta o
que me haces un favor con no decirme.
—Mierda —dijo Carl, sorprendido.
La mirada en el rostro de Mike me demostró que definitivamente no se esperaba eso de mí, y
eso era bueno. Ya no había motivos para que no me creyeran capaz.
—¡Estoy cansada de que me vean como una tonta! O de que crean que pueden hacer conmigo lo
que les da la gana —continué— estoy harta de esperar por los demás. ¡Dime!
Mi intención no era enojarme con él, pero el que no me quisiera decir me tenía estresada.
—Coño, hermano, dile… —insistió Erik.
—¡Qué no!
—Vamos, Mike… no seas así. ¿Qué te cuesta? Ya te dije lo que esa estúpida me hizo ¿Y aun así
no quieres contarme lo que sabes? ¿Qué sucede contigo?
—¡Por qué no importa lo que te hizo…! —explanó— ella es capaz de hacer más que eso.
Deberías quedarte tranquila con lo que te hizo y ya. Pasa la página.
—A qué te refieres…
Viendo que hizo lo que yo esperaba que hiciera, se quedó en seco para luego, después de
suspirar resignado, nos pidió que nos sentáramos para contar lo que, de los tres, solamente yo no
sabía. Resultó ser que, en su momento, Mike se acostaba con Claudia, lo mismo que Connor. Me
sentí realmente decepcionada al darme cuenta que no podía gustarme nadie que no se hubiera
acostado con Claudia.
Antes de terminar el segundo año de universidad, Mike no era el mismo sujeto que conocí aquel
día en las mesas de ping-pong. Ser completamente calmado, sin muchos amigos y extremadamente
asocial, representaban tanto sus fortalezas como debilidades.
De cierta forma se parecía a mí, con la diferencia de que yo por lo menos tenía a Karen. No
obstante, para su forma de ser, el socializar con otros no era prioridad, por lo que comenzó a divagar
tal como alguna vez lo hice yo.
Y tras repetir el mismo comportamiento por meses, se topó con Claudia. En aquel entonces, yo
no me imaginaba que fuera así, por lo que me tomó por sorpresa saber que mientras actuaba conmigo
como una profesora amable y diligente, estuviera cogiéndose a Mike.
Bueno, creo que una vez que llegas a ser legalmente un adulto, no hay razones para sentirte
abrumado por una diferencia de edad, aunque, una de casi dos décadas era suficiente para que no
intentara nada de lo que hizo. Y no conforme, ¡Lo que me hizo a mí!
Mike era precisamente el tipo de chico que a ella le gustaba acechar: solitarios y manipulables.
—La idea de que una mujer como ella se te acercara para hablarte bonito, tratarte bien y eso de
que actuase como si en realidad le interesaras, no era algo que te hiciera pensar demasiado —me
explicó Mike—, porque, o sea… sí era raro ¿Sabes? Pero ¿Cuántas veces ha pasado eso en la vida
real? Hasta ese momento, nunca creí que fuera posible. Fue por eso que le seguí la corriente… pero
lo disfruté…
Luego de acercarse a él, fue motivándolo poco a poco a pasar más tiempo con ella. Lentamente,
seduciéndolo sin mucho insistir, lo arrastró a su primer encuentro sexual.
—Ella fue mi primera vez —confesó— y fue maravillosa.
Se me hacía difícil concebir adecuadamente la idea de Mike teniendo relaciones con Claudia, y
más aún que fuera ella la que le enseñara a ser buen amante. Al saberlo, un escalofrío recorrió mi
espalda. Pero lo suyo no se detuvo ahí. Luego de atraparlo completamente con sus encantos, fue
acercándose más; durante semanas tuvieron sexo en su casa, en su oficina o en algún hotel.
—Por un momento llegué creer que estaba enamorándome de ella —dijo—, para mí, era la
única persona que me prestó atención en mucho tiempo, y el que estuviera tanto tiempo conmigo me
hizo sentir incluso mejor. Y el sexo, el sexo solo mejoraba las cosas. Eso no arruina nada.
Y antes de darse cuenta, pasó a ser parte de un selecto grupo de personas a las que Claudia
mantenía bajo su ala. Connor, sus amigos, muchos otros y Mike, se habían dado cuenta que, al estar
con ella, no tenían de qué preocuparse, ya que todo lo que les hiciera falta, ella se los conseguiría.
—«Tú me cuidas, yo te cuido», solía decirme —comentó Mike— al principio no pensé en lo
extraño que eso sonaba, más que todo porque de verdad me sentía a salvo estando con ella. O por lo
menos fue así hasta que comencé a darme cuenta de qué era lo que ella realmente quería con
nosotros; nada de eso estaba bien.
Ese momento, la forma en que fluía la conversación, cambió por completo.
—Un día completamente normal, me llamó a su oficina diciendo que quería proponerme algo
interesante —dijo, mientras que yo me imaginaba qué era eso que le quería decir—. No me pareció
raro porque no era la primera vez que me pedía que fuera, aunque sí me intrigó un poco que dijera
«algo interesante». Claro, aunque tomando en cuenta lo increíble que era estar con ella, no me
preocupé mucho.
—Supongo que le dijiste que no —interrumpí, esperando que pensara igual que yo, aunque el
gesto de rechazo que hizo con su rostro me demostró todo lo contrario.
—Pues le dije que sí —agregó, desvergonzado e indiferente a mi reproche—. No tenía motivos
reales para decirle que no. ¿No te dije que no tenía amigos ni nada? No había modo en que no
pudiera aceptar su propuesta, además de que la idea de «expandir nuestra relación» no sonaba para
nada mal. Desde ese entonces, pasamos de solo tener sexo a experimentar todo tipo de locuras.
Ya iba a mitad de la historia, y todavía me costaba imaginarme a Mike acostándose con Claudia.
De hecho, no dejaba de repetirse la imagen que me había hecho de él mientras que me cogía en
sueños; era surreal lo celosa que estaba.
—Orgías —continuó, con el cigarrillo en la mano, lo que le agregaba cierto tono lúgubre al
relato— tríos, intercambios de parejas, grabarnos, hacerlo en lugares que nunca habría imaginado que
fuera posible. Pero ahí no se quedaron las cosas.
La forma en que su relación con Claudia cambió, le ayudó a comprender qué era lo que sucedía
en realidad. Eso que él pensaba que era simplemente una aventura, que lo suyo era una adicción al
sexo cualquiera, se cayó por el borde de la cama para perderse y nunca más ser vista. Claudia no solo
tenía en mente cogérselos a todos porque estaba loca, no. El pedirle tríos, orgías y demás, solo era
parte de algo mucho más complejo.
—Al cabo de unos meses, la diversión comenzó a desaparecer —dijo— ella quería algo de
nosotros, algo muy específico, y la verdad me parece algo estúpido el que no me hubiera dado cuenta
antes.
—¿Por qué? ¿Qué te dijo?
—Decirme algo como tal, no. Ya a ese punto casi no nos veíamos más que para pautar el
siguiente encuentro con la siguiente persona que ella nos indicaba. Creo que no lo entendí porque no
quise, porque para ser honesto, resultaba bastante obvio.
—¿Entonces?
—Claudia nos estaba poniendo a prueba para formar parte de su negocio; nos preparaba para
luego meternos en ese mundo. En lo que empecé a recibir dinero, no me cupo más duda.
Hizo una pausa dramática para aspirar el cigarrillo que había encendido minutos atrás, y agregó:
—Éramos sus putos —agregó, dejando escapar una gran bola de humo, para luego acomodarse
y decir—: bueno, también lo hace con mujeres, pero tú me entiendes.
—Entonces ella… —y ante la resolución de aquella duda, me nació otra repentina. De arrebato,
me giré hacía Carl y Erik— ¿Ustedes también? —exclamé sorprendida.
—¡Oh no! Nada que ver. No, no. —dijeron los dos, casi al unísono.
—No… ellos no tienen nada que ver con eso —aclaró Mike.
Suspiré, calmándome, para luego hacer mi siguiente pregunta.
—Así que Claudia recibía dinero de…
—No lo sé, nunca la vi recibir dinero de otra persona, y a mí nunca me pidió nada. Ahora, si lo
hizo a nuestras espaldas, no lo sé. Todo parecía tan natural. Es curioso cuantas personas pagan por
tener sexo.
Tragó saliva y continuó.
—Así que no sé…
A pesar de ser un asunto muy delicado, Mike se mostraba tranquilo e indiferente, cuando para
mí, el descubrir que Claudia era una proxeneta, no me dejó muy bien. Un sabor amargo me nació en
la boca porque sentí que mis problemas con ella simplemente se habían complicado.
—Cuando vi el video, se me hizo obvio que quería arruinarle la vida a alguien, lo que no
esperaba es que fueras tú—continuó—, desde la primera vez me di cuenta de inmediato que eran ella,
Connor y sus amigos. No era la primera vez que los veía ¿Sabes? Pero cuando nos contaste sobre lo
tuyo, no supe qué decirte.
—Pudiste haberme dicho la verdad —interrumpí, en un arrebato irracional de ira que no se tomó
muy bien.
—¡Ey…! de hecho ni siquiera iba a decírtelo ¿Oíste? —respondió, contagiándose de mi ímpetu.
—¡Claro que debiste habérmelo dicho! Era importante…
—¿Para qué? Si se notaba que no sabías nada, ni siquiera la conocías bien. ¿Para qué demonios
te iba a decir?
—Porque pude haber hecho algo…
—¿Cómo qué? Si ni siquiera fuiste capaz de evitar que te metiera en problemas. A penas y le
fuiste a reclamar y ya todo se había ido a la mierda.
—Pues porque necesitaba saberlo. ¿No lo ves? Ella me hizo esto y no sabemos por qué, y tú,
sabiendo eso, no me dijiste.
—No seas estúpida… no ibas a hacer nada con… —y como si el sonido de su voz le hubiera
hecho entender algo, se calló.
Respiró profundo como si estuviera a punto de ponerse a meditar y retomó el habla.
—Sí… tienes razón —confesó— debí habértelo dicho así no hicieras nada con eso. Lo siento.
—Sí, lo debiste haber hecho. No sé por qué tardaste tanto.
Pese a que la conversación terminó ahí, no pude quitarme la sensación de que tal vez no fue del
todo una victoria conseguir que me dijera lo que quería. La forma en que reconoció su culpa, aunque
precisa, tenía esa aura de que estaba comprometiendo sus propios intereses, que no por ser ajenos,
dejaban de ser importantes.
En fin, luego de que descubrí eso de ella, no pude evitar contárselo a Karen.
—¿Qué quieres hacer con ella entonces? —preguntó.
Le conté parte de la historia, todavía no sabía si estaba preparada para saber qué cosa había
hecho con los chicos.
—Pudiste haber sido la puta de Claudia si no hubieras sido tan cobarde.
—Lo sé… tal vez no estaríamos hablando de esto ahora. De todos modos, no sé qué hacer.
—¿Y cómo te sientes con eso?
—¿Con qué?
—Ahora que sabes que estás lidiando con una chula que intentó meterte en su negocio —apuntó
— con eso.
—Este… no lo sé.
—Es que, o sea, ya no se trata de una profesora desquiciada que hace cosas por hacerlas, aunque
de cierta forma eso hizo, ¿Verdad? Y es que no tenía motivos ¿Sabes? Te creería si me dices que lo
hizo porque resultaba que todo este tiempo supiste que era una chula y que tenía putos y putas por
toda la universidad trabajándole sin descanso rompiendo no sé cuántas leyes al hacerlo, y que así
fueras una amenaza para su negocio y no porque simplemente no quisiste mamarle las tetas. Además
de que, de por sí, eso de difamarte con un video es una movida un tanto cobarde viniendo de alguien
que vende sexo. O sea, es muy loco todo eso ¿No crees?
—Puede ser. Creo que por eso no sé qué hacer.
—¿Entonces qué? Porque si dices que no es tan importante como creías —agregó, para luego
medio murmurar— bastante raro viniendo de ti, por cierto.
—No, vale —exclamé, sintiéndome expuesta— simplemente lo pensé mucho. No es por nada.
—Sí… claro —balbuceó.
—¡En serio!
—Sí, bueno… —alargó el sentimiento de duda un poco más, poniéndome tensa por un
momento, hasta que retomó de nuevo la palabra— pero qué vas a hacer. Si no es importante ¿Por qué
te preocupas?
—No lo sé, siento que debo hacer algo al respecto, hacerla pagar, aunque no sé si siquiera valga
la pena.
—¿Y por qué no va a valer la pena?
Pensé un poco en qué le iba a decir, tal vez porque quería convencerme a mí misma más de lo
que quería hacerla entender a ella.
—Es que, o sea, Mike no la odia, y estuvo trabajando para ella tanto tiempo que, no sé, porque,
no es un mal sujeto. Tal vez ella no es tan…
—¿Tan qué?, Estrella, ¿Tan qué? Porque no es que sea la mejor persona del mundo. Está
manipulando a un grupo de chicas y chicos inmaduros para que tengan sexo por dinero.
—No los está obligando. Según lo que me dijo Mike, no los está obligando a hacer nada que no
quieran hacer.
—Y eso que…
—Que ellos están haciendo eso porque quieren. Además, no es como que estén haciendo nada
inmoral. Tienen el derecho de hacer con sus vidas lo que quieran, y si alguien quiere pagarles por eso
no somos quienes para…
—¡¿Estás defendiéndola?! ¿En serio? —clamó.
—¡Claro que no!
—¿Cómo que no la estás defendiendo? ¡Claro que la estás defendiendo! ¿Qué te sucede?
—No lo hago, solamente digo que el arruinarle el negocio a ella es arruinárselo a personas que
no tienen nada que ver conmigo.
—¿Cómo sabes eso?
—Sentido común, Karen; ellos no se la pasan todo el día maquinando qué cosa hacerme ni
cuanto me odian. Soy tan insignificante para ellos como lo era antes del video. Además, no sé ni
siquiera si está haciendo algo mal. No prostituyen a menores ni ofrecen sexo en vías públicas.
Aunque sí…
—¿Sí qué?
—Aunque el proxenetismo es un delito, porque técnicamente hablando vender sexo no es ilegal
y…
—¡Aja! Ahí está. Sabía que no era así de simple. Sí puedes hacerla pagar por…
—Pero según lo que dice Mike, nunca la vio recibir dinero.
—¿Y te lo creíste? —cuestionó con desdén— ¿En serio?
—No tenía motivos para mentirme…
—No, no a él; que si realmente creíste que ella no recibía dinero de eso.
—Bueno, la verdad es que no.
—Exacto. No lo hiciste.
—Aja, pero —intenté defenderme, pero antes de que ella me interrumpiera, reconocí lo estúpido
que era.
—Esa mujer está loca, ya deberías haberte dado cuenta de eso. No hubo ni hay razón para
hacerte lo que te hizo, y aunque no sea el fin del mundo, jugó contigo como si fueras una estúpida.
No le importó en lo absoluto lo que eso podría significar para ti ni cómo te afectaría. ¿Y ahora
intentas dejarla tranquila después de todo? Por favor, amiga. Date un poco de cuenta. ¿Sí?
Karen parecía estar decidida en hacerme ver las cosas de ese modo, y tenía razón. No importaba
cómo me sintiera al arruinarla, ni siquiera lo que Mike pensara de ella. Ya había entendido que el
video en sí no me afectaría y que mucho menos podría borrarlo del internet porque simplemente era
imposible.
Además, tampoco podía terminar mi aventura en la universidad justo después de que hice una
locura, pensando que con eso iba a darle un giro de 180º grados a mi vida. Necesitaba algo
contundente, algo que realmente demostrara que esas pocas cosas que hice no fueran tan
insignificantes como parecían.
Por eso, en los siguientes días a ese me decidí a hacer las cosas de otra manera. No sabía cómo
ni qué «debía» hacer para lograrlo; todo eso con la esperanza de que en algún momento pudiera
enfrentarme a las cosas a mi alrededor como lo hacían los demás.
En principio, supe que si quería conseguir resultados distintos debía comenzar a comportarme
como nunca lo había hecho ¿Ser la mujer que decían todos que era? ¿Ser mejor? ¿Ser más mala?
También intenté aprovechar que había tenido una orgía para llenarme de valor y ser un poco más
liberal. Pese a que disfruté el sexo que vino después de eso, poco tiempo después entendí que tal vez
ser directamente una puta no iba a hacerme sentir diferente de la manera en que yo quería, así que
continué en una búsqueda de «cómo debía comportarse la nueva yo».
Intenté cambiarle en corte de cabello, el color y la forma en que me vestía. Poco a poco me fui
pareciendo al tipo de mujeres que le gustaban a Carl, Erik y Mike. Eran los sujetos de prueba que
tenía más cerca además de que tampoco eran de gustos complicados, además, no era que yo me
vistiera mal o no supiera maquillarme; no necesitaba un cambio de look extremo.
Sin importar lo que pensara, cambié ciertas cosas de mi estilo, nada del otro mundo, para ser
honesta, pero que al final le dio un giro a mi aspecto. Busqué cuanto pude para lograr satisfacer mis
nuevos gustos. De alguna forma ayudó, me hizo sentir diferente.
Y por ahí empecé. No era una experta estratega, o una mente malévola capaz de vencer a
Claudia en su propio juego; no tenía idea de qué iba a hacer, pero sí que, fuese lo que fuera que
hiciera, debía tener confianza en mí misma para lograrlo —eso decían las TED talks que vi— y eso
tenía pensado hacer.
Fue por eso que volví a insistirle a Mike. Al hacerlo, entendí que podría estar enterrando el dedo
en la llaga sin consideración. Era obvio que se trataba de un tema delicado, aunque por lo poco que
me había dicho no lo pareciera. Carl y Erik simplemente estaban ahí callados, mientras que nuestra
pequeña conversación iba evolucionando a una discusión sin sentido.
—Dime todo lo que sabes, por favor.
—Oh, vamos. No vayas a empezar… Te dije que lo olvidaras.
—No puedo simplemente olvidarlo, es importante.
Carl y Erik seguían ahí; curiosamente formaban tanta parte de eso como cualquiera de nosotros
dos, pero no dijeron o hicieron algo.
—¿Por qué no quieres decirme nada? ¿Acaso no quieres que la haga pagar por lo que hizo?
—No hay razón para hacerlo —insistió— ¿Por qué simplemente no la dejas tranquila? O mejor
¿Por qué no me dejas tranquilo a mí?
—¿Acaso le tienes miedo?
—¿Miedo? ¿A ella? ¡Ja! Por favor.
—¿Entonces qué? ¿Por qué no quieres hablar de eso?
Respiró profundo, solo que esta vez lo hizo como una forma de controlarse.
—¿Acaso has pensado en que no quiero hablar de eso? ¿En que no quiero simplemente revivir
lo que pasó? Creí que al contarte lo que querías saber te ibas a quedar tranquila. ¿Por qué no te
quedaste tranquila?
—Porque no es suficiente, Mike. Porque si quiero hacerla pagar, necesito tener pruebas en su
contra. ¡Tú eres la única prueba que tengo!
—¡Pero no quiero arruinarla! ¿No entiendes? No se puede hacer.
Pero yo no iba a aceptar un no por respuesta. Si no iba a tener el apoyo de Mike, entonces lo
haría sin él. Armada de valor, me levanté aquella mañana con la intención de encararla con todas las
de ganar.
Le dije a los chicos qué ese día sería el día en que jodería a Claudia. Ya lo había pensado todo;
lo que diría, lo que haría y cómo saldrían las cosas, ¡Hasta Karen había hecho un viaje de tres horas
hasta la universidad, solamente para presenciar lo que habíamos planeado!
—Si me quieren ayudar. Buenísimo. Si no, también. Pero no voy a dejar que se salga con la
suya. —Les dije por mensaje, antes de poner en marcha mi plan.
—¿Estás lista, belleza? —dijo ella, terminándose de vestir.
—Sí lo estoy.
Luego de superar la emoción de verme completamente cambiada después de tanto tiempo, pasó
a estar tan entusiasmada como yo por encarar al fin a Claudia. Durante dos días preparamos todo,
hablamos con las personas que teníamos que hablar y conseguimos los contactos que necesitábamos.
Tener a Karen de mi lado me ayudó a que muchas de las cosas que queríamos hacer estuvieran listas
a tiempo.
Tenía todo en su contra; sabía que era una proxeneta, que lo que hacía estaba mal y que me
arruinó para nada. Si no conseguía arruinarla —que era lo que realmente quería— por lo menos iba a
saber por qué carajos me hizo lo que hizo. Pero de que la enfrentaba, la enfrentaba.
—Quiero hablar con Claudia —le dije a Connor, luego de hacer una entrada agresiva al aula a la
que nunca más entré.
Karen me seguía como si fuera mi sombra, dándome el valor que necesitaba para continuar con
todo eso. Afortunadamente, la clase no empezaba aún, así que el espectáculo solo lo vieron unos que
otros alumnos entrometidos.
—¿Qué? —parecía confundido, como si le hubiera contado un chiste difícil de entender— ¿De
qué hablas?
—Deja la estupidez, Connor. Dile a la puta de tu jefa que quiero hablar con ella.
—¡Se hombre y habla! —dijo Karen.
Cualquiera pensaría que habría sido mejor que hubiéramos ido a su oficina, y eso fue lo que
hicimos, lo que sucedió es que la desgraciada no estaba ahí.
—¿Qué te sucede? —insistió en evadir mi pregunta.
—¡Deja de hacerte el loco! —gritó Karen, dándole un inesperado golpe a la mesa con ambas
manos— ¡Habla de una buena vez!
Harta, me acerqué tanto como pude a su cara y, de la forma más amenazadora que encontré,
articulé lentamente mis palabras. El corazón me palpitaba a millón, parecía como si estuviera
enviando litros y litros de sangre a mi cerebro de una manera poco natural. Ese era el tipo de cosas
que habría hecho Karen, siendo precisamente en ella en la persona en la que me inspiré.
—Que me digas en dónde está la puta de tu jefa. ¿Entendiste? ¿O quieres que te saque la maldita
pregunta a golpes?
Karen, se acercó a su oreja, tan amenazadoramente como yo, pero dejando la impresión de que
en cualquier momento podría clavarle un lápiz en el tímpano si fuera necesario. Esa actitud
imprudente y atrevida de ella, lo ponía nervioso. Sin embargo, a pesar de que estaba un poco
intimidado, no parecía que fuera a decirme.
—¿Y tú qué me vas a hacer? —dijo, mirando a Karen.
No sabía cómo le iba a romper la cara a golpes, pero lo iba a intentar. Por lo menos entre Karen
y yo podríamos hacerle algo. No obstante, justo en ese momento, Mike, Carl y Erik entraron por la
puerta que yo había dejado abierta, agitados y ávidos por encontrarme.
—Maldita sea… —se quejó Carl, con la respiración pesada— ¿Por qué no vinimos primero para
aquí?
—¿Qué carajos hacen aquí? —Exclamé.
—¿Quiénes son esos? —inquirió Karen, en un tono bajo de voz.
—Los chicos de los que te hablé.
—Oh, vaya, vaya. Nada mal —dijo Karen, encontrándolos sugestivos—. No has perdido el
tiempo.
Intenté mirarla en desacuerdo con lo que acababa de insinuar, pero otra conversación tomó toda
mi atención.
—¿Qué intentas hacer tú? —inquirió Mike.
—Pues le voy a sacar a golpes lo que quiero saber a este sujeto —no sabía si sería capaz de
hacerlo, pero no podía echarme para atrás.
—¡Ja! —Connor, comenzó a reírse exageradamente en tono sarcástico— ¿Qué me vas a estar
haciendo tú…?
Karen y yo nos miramos indignadas al notar que Connor estaba siendo grosero con nosotras.
Poner en duda nuestras palabras era una ofensa que no podíamos permitir. Bajé la mirada y, dispuesta
a cumplir mi palabra, me lastimé la mano al voltearle la cara con un golpe.
—Demonios… —me quejé.
—¡Diablos! —Karen se emocionó, sorprendida, para luego vitorearme con cierto orgullo.
El resto del aula le siguió la corriente a Karen, reaccionando a todo lo que hacíamos con gestos
de asombro y entusiasmo.
Connor se cayó de su asiento, quedando en el suelo como un idiota. Segundos después de
recobrar el equilibrio y levantarse, intentó arremeterse contra mí, justo antes de que Mike, Carl y Erik
se lanzaran sobre él.
Entre los tres, lo golpearon uno a uno, como si estuvieran colaborando para darle una paliza. Él
intentó defenderse, llevando la pelea a las afueras del aula, en donde, sin mucho esfuerzo, mis tres
amigos lograron someterlo.
—Está bien, está bien… —dijo él.
Furiosa por lo obtuso que resultó ser al no dejarse convencer por las buenas y todo lo demás que
me hizo, me acerqué rápidamente hasta donde estaba y le di una patada en el abdomen, fallando por
mucho la entrepierna, que era en donde quería darle.
—¿Ahora sí me vas a decir donde carajos está la puta esa?
—¡Por qué! —preguntó, quejándose de dolor— ¿Por qué me pateaste? Dije que estaba bien
¡Joder! Que te voy a decir.
—¡Habla pues! —le exigió Karen, levantando el pie como si fuera a darle otra patada— ¿Qué
esperas? ¿Qué te de un beso? Imbécil.
Asustado, se cubrió. Inmediatamente después de eso, nos dijo que ese día se vería con un chico
nuevo en uno de los edificios abandonados, así que, siguiendo sus indicaciones, fuimos a buscarla.
—Fue divertido —dijo Erik, mientras nos alejábamos de forma triunfal de aquel encuentro.
—¡Estás que ardes, chica! —exclamó Karen. Me gusta esta nueva tú.
—Yo no he conocido a otra ella—dijo Erik.
—Pues no era así… —Aseveró Karen.
—Entonces dices que no te gustaba cómo era antes. ¿Verdad? —Bromeé.
—¡Qué! ¡No! Claro que me gustaba. Solamente digo que…
Empecé a reírme, pretendiendo estar tranquila, cuando en realidad no dejaba de ver a Mike
mientras caminaba unos pasos delante de nosotros. Estábamos en una formación desigual, así que no
era como que me estuviera evitando, sin embargo, no era como que estuviese dirigiéndome la palabra
tampoco.
—Y a todas estas, tú quién eres. —Preguntó Erik, cayendo en cuenta que había alguien nuevo
en el grupo.
—Karen —se presentó—. La mejor amiga de Estrella.
—Yo soy Erik —respondió— mucho gusto —satirizando una presentación formal—, señorita
Karen.
—El gusto es mío —dijo ella, haciendo lo mismo.
De repente, terminé siendo un tercio innecesario en aquella dupla, por lo que adelanté mi paso,
alejándome un poco. Estratégicamente quedé al lado de Mike, lo que aproveché para preguntarle.
—¿Por qué decidiste ayudarme?
—Porque tenías razón —aseguró—, supongo que hay que hacer algo con ella.
Era una conversación suave y calmada. De hecho, casi ni se notaba que estábamos hablando.
—¿Y por qué tan de repente? Todos sabíamos que tenía la razón.
—Porque la verdad ya no me importa lo que suceda con ella.
De arrebato, comencé a sentir un vacío extraño en el pecho.
—¿Antes te importaba? —pregunté, tratando de aclarar todo esto que teníamos.
—Un poco —aseveró— pero no es como que importe ya. Supuse que te lo debía.
—¿Solo por eso? —pregunté, esperando algo más.
—No lo sé —respondió, con un tono de voz que decía que realmente si lo sabía, alimentando mi
curiosidad.
—¿Y qué le vas a hacer? —interrumpió Carl.
—¿Qué? ¿A quién? —pregunté un poco nerviosa.
—A Claudia.
Regresándome al evento actual, aquella pregunta me sirvió para distraerme un poco de lo que
acababa de pasar. Les comenté con lujo de detalles lo que teníamos planeado para Claudia,
aprovechando que nada de lo que estaba haciendo era enteramente legal.
Les dije que tenía más formas de hacerla pagar, y ella se iba a enterar por las malas. Con el
dolor en la mano y el corazón aun bombeando litros de sangre, estaba más que dispuesta a arruinarla.
—Contigo quería hablar —grité, cuando la vi a lo lejos.
Claudia estaba entrando a un aula abandonada con un chico que parecía no saber qué estaba
pasando. Mis cuatro amigos le intimidaron con gestos amenazadores para que se fuera y
estuviéramos nosotros solos con ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ofendida— ¿Qué coño quieres?
Tardó unos segundos en darse cuenta con quien venía.
—¿Mike?
—Hola Claudia.
—Querido, ¿Qué haces aquí? —sonó como una persona completamente diferente.
—Nada de querido —exclamé, obviamente molesta.
—Deja de fingir, Claudia —expuso Mike.
—¡Sí, cállate la boca! —gritó Karen, con la intención de no quedarse fuera de todo el conflicto.
Carl y Erik simplemente se apartaron un poco, no tenían nada que ver con lo que pasaba;
estaban ahí por nosotros.
—¿Qué haces con ella?
—No te importa lo que haga o no conmigo —hice tanto énfasis en esas palabras que creí que el
haberme acostado con él ya había sido obvio—, sino lo que me dijo de ti. Perra inmunda.
Pude ver cómo se sorprendía de la forma en que le hablaba. Ella me conocía, o por lo menos
sabía lo indefensa que era. Eso me motivaba más a seguirle hablando así.
—¿Le contaste? —le dijo a Mike.
—Sí lo hice, Claudia. ¿Qué con eso?
—¿Pero por qué lo hiciste? ¿Para qué carajo le contaste todo a esta mojigata?
—¿Mojigata? —se escandalizó Karen— ve si la vas respetando, estúpida.
—¿Y tú quién coño eres? —agregó, Claudia, con asco.
—¡Eso no es problema tuyo!
Ambas comenzaron a insultarse hasta que vi que estaban perdiendo el hilo de la conversación.
—No vinimos aquí a darte explicaciones, Claudia —intervine—; estoy aquí para hacerte pagar
por lo que hiciste.
—¿Todavía con eso? ¿Por qué no lo superas ya? —expuso con desdén.
—Pues lo siento, Claudia, no lo voy a hacer —dije de forma pedante—. Y vas a pagar por lo
que me hiciste.
—¿Y cómo crees que voy a pagarte? —se burló— ¿Con dinero? ¿Te contaron lo que hago y ya
crees que puedes extorsionarme? ¿Quién te crees que eres, tonta? ¿Ahora te juntas con gente así? ¿En
serio? —se dirigió a Mike— ¿Por qué no vuelves conmigo?
—Sabes por qué Claudia. No te hagas la tonta. Te dije que no quería verte otra vez.
—Y aquí estás… —resaltó orgullosa.
—Pues no por ti, estúpida —interrumpió Karen, para luego señalarme—, por ella.
La mirada de ira que me dio justo después de escucharlo, no tuvo comparación.
—¿También a él? ¿Por qué carajo me molestas tanto? —aludió resentida.
No pude evitar sentirme confundida a lo grande. De repente las cosas se enredaron todas.
—¿No te bastó con meterte con Connor?
Karen y yo intercambiamos miradas, tratando de entender de qué estaba hablando.
—¿De qué hablas? —preguntó Karen.
—¡Ah! No me vengas a decir ahora que no sabes de qué hablo. ¡Sabes muy bien de qué estoy
hablando! —me bramó—. Yo vi tus intenciones con Connor desde lejos. ¡Conozco a las de tu tipo!
Sin vergüenza.
—¿Qué? ¿Yo? ¿Cuándo? —solamente consiguió confundirme más.
Nada de eso tenía sentido, o por lo menos no para mí.
—¿Crees que lo que nos viste haciendo fue una coincidencia?
—¿Hum? —gesticuló Mike.
—¿Lo del…?
—Sí… estúpida. Sabíamos que ibas a ir para allá. Pero no… tuviste que ser una cobarde y
arruinarlo todo.
—¿De qué hablas? —dijo Karen— ¿Qué tiene que ver todo esto con…?
—Ah, por favor… —se quejó Mike, como si estuviera entendiendo las tonterías que dijo— ¿En
serio, sigues con eso?
—¿Seguir con qué? ¿De qué hablan? —no estaba entendiéndolos.
Sentía que estaba perdiendo el control de aquel encuentro; hasta donde sabía, era yo quien debía
enfrentarla, decirle lo que tenía preparado. Pero ellos se apoderaron de eso.
—¿Qué? ¿No te das cuenta de lo que hace? —exclamó ella, vulnerable.
—Claudia, por favor. ¿No podías quedarte tranquila? —dijo Mike— ¿Qué demonios te hizo ella
para que te pusieras así?
—Se acercó a Connor… y yo intenté ser buena, pero esta idiota terminó siendo más tonta de lo
que creía.
Mike torció sus ojos, suspirando con indignación.
—¡Por favor, Claudia! ¡Pareces una niñita tonta! No puedes andar arruinando a la gente por tus
tonterías.
—¿De qué están hablando? —pregunté.
—Pues que ahora todo tiene sentido —resaltó él.
—¿Cómo así? —inquirió, Karen.
—Resulta que Claudia cree que…
—¡No lo creo, lo sé!
La vio con desdén, torció de nuevo su mirada y le dio la espalda para hablar directamente con
Karen y conmigo.
—Aja… resulta que cree —repitió, chocantemente— que estabas intentando quitarle a Connor.
—¿Yo?
—¿El idiota que te gustaba? —dijo Karen.
—Sí… ese mismo —afirmó Mike—, y sí… tú —dijo, dirigiéndose a mí—, por eso te hizo lo
que hizo… —luego se fijó en ella y dijo, afincándose en cada palabra con vehemencia— ¡La puta
razón por la cual me alejé de ti, maldita loca!
Todos estábamos arremetiendo contra Claudia, cosa que parecía un poco grotesca incluso para
ella. Aunque, en cuanto a lo que estaba diciendo, en realidad no era tan complicado como creí que
iba a ser. Pero sí me resultó un poco ridículo que hubiera hecho lo que hizo por un simple arranque
de celos.
—Ya va… ¿Entonces para qué me invitaste a…?
—Porque quería estar segura que no me lo ibas a quitar… —dijo ella— si no lo compartías
conmigo, no lo podías tener…
Definitivamente era una loca.
— Pero nunca tuve nada con Connor —intenté explanar—. Solamente me gustaba y ya. Ni
siquiera era algo tan serio. ¿Por qué carajos me hiciste eso entonces?
—Tenía que asegurarme que no hicieras ninguna tontería con él. Y como no tenía nada en tu
contra, tuve que inventarlo —se fijó después en Mike— ¡No me veas así! ¡Ella se lo ganó!
Mike estaba juzgándola tan fuerte con la mirada, que la estaba volviendo loca. Me pareció
curioso porque creí que él no quería hablar sobre ella porque le había hecho algo malo o porque le
tenía miedo. Resultó que fue porque al final era una loca de la que no se sentía orgulloso. Resultaba
muy obvio que se arrepentía de haberse enamorado en algún momento de ella.
—Después de que te fuiste tuve que esforzarme por respetar tu decisión…
No quería seguir escuchando sus ridiculeces, así que la siseé.
¿En serio fue por eso? —Interrumpí, indignada; necesitaba que ella misma me dijera—. ¿En
serio me difamaste por una estupidez como esa?
—Lo hice porque te lo merecías…
—¡Que me respondas, joder!
—¡Responde! —insistió Karen.
No apartaba mi mirada de ella, quería que se sintiera tan acorralada como fuera posible, y si no
lo hacía, que lo hiciera. Porque conseguía realmente insultante que una simple estupidez como esa
me hubiera causado problema alguno.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Ah? ¿Qué no eres capaz de soportar una tontería? ¡En el amor y la
guerra todo se vale!
—¡Qué me digas! —Clamé.
Me acerqué tanto a ella que parecía que la iba a golpear como lo hice con Connor. Karen me
siguió el paso y Mike hizo el intento de detenerme, pero desistió cuando vio que yo misma me
detuve. Claudia mantuvo su postura, mirándome fijamente a los ojos tratando de decirme que no me
tenía miedo.
El asunto era que lo que quería que sintiera no era miedo, sino vergüenza por sí misma. Yo
también conservé mi postura, sin apartar mis ojos de los suyos. Tenía que decirme a como diera
lugar, y si necesitaba que alguien la pusiera en su lugar, no me importaría, con tal de que lo hiciera.
Ya no era la niña tonta que se dejaría intimidar por una personalidad tan mediocre como la de
Claudia. Ella no significaba nada para mí; debía saberlo.
—Que… me… digas… —dije entre dientes, modulando lentamente y a la perfección cada
palabra.
Cuando parecía que no iba a responder, que tendría que intentar atacarla de otra forma, se
doblegó, aunque sin dejar de portarse como lo estaba haciendo. Y con la misma actitud pedante,
insolente y de superioridad, aseveró:
—Sí.
Me quedé ahí esperando que dijera algo más, que no era tan simple como lo esperaba, que tal
vez sí era una mente macabra; que la afirmación «No sabes lo que es capaz de hacer» no le daba
demasiado merito, cosa que ni tenía ni era capaz de sostener. Quería creer que era mejor que eso.
Pero no dijo nada. Su respuesta plana fue más que suficiente para hacerme enojar.
—¿Es en serio?… Creí que estaban exagerando —me aparté— de verdad lo creí… —realmente
me enojó esa revelación tan mediocre—. Por favor, —me quejé—, Claudia ¿En serio?
—¿Qué? —exclamó, insolente.
—Todo este tiempo creí que eras una persona mezquina y peligrosa —comencé a desdeñarla—.
Pero no, solamente eres una lamentable putera. Una mediocre estúpida que se aprovecha de las
personas, actuando tan segura y genial. Eres una farsa, tratas a todos como te da la gana porque no
eres real, eres… una… farsa…
—¡Cállate!
—¡No! ¡No me callo! Porque no eres nadie para mandarme a callar. Ni lo serás jamás, maldita
puta —espeté—. Te vas a arrepentir de haberte metido conmigo —me di la vuelta e hice una pausa
dramática— ¿Sabes? Yo vine para decirte que no iba a aceptar más que me tratara, creyendo que ibas
a ser una especie de desafío —resople con desprecio—. Pero mírate… terminaste siendo una
perdedora más.
Karen comenzó a insultarla con el mismo tono en que yo lo hacía, haciéndola enfurecer aún
más. Claudia estaba perdiendo la cordura. Cada vez que le hablaba, parecía que iba a estallar. A
causa de eso, Mike ponía su brazo frente a mi vientre, intentando protegerme, —supongo que
esperaba que me fuera a saltar encima o algo—, lo que, de cierta forma, la hizo enloquecer.
—¿Te acostaste con esta estúpida? —se desgañitó. Me miró con fuego en la mirada…—
¡Eres… una puta! —gritó.
Acto seguido, intentó saltarme encima. Mike la atajó, cogiéndola de la cintura para evitar que
me tocara. Al apartarme, me di cuenta que Erik estaba grabándolo todo y Carl estaba emocionado
como si estuviera viendo una película de acción desenfrenada. Había olvidado que estaban ahí.
—Prostituta, desgraciada. Vendida. Te dejaste preñar por él. ¡Puta!
Los cinco encontramos la mirada del otro, confundidos por lo que acababa de decir.
Definitivamente estaba loca. Quería irme de ahí, porque mi discurso final, el que me serviría para
demostrar que no era más la niña que ella molestó, dejó de significar algo.
No tenía caso intentar decirle algo a una mujer así. Pero, antes de pedirle a Mike que la soltara
para poder irnos, me acerqué a su oreja. En lo que mis labios estuvieron lo suficientemente cerca de
ella, Claudia dejó de berrear. No tengo idea de por qué lo hizo, pero me sirvió.
—Si tan solo me hubieras dejado tranquila, nada de esto habría pasado —le dije—, ahora, te vas
a quedar sin nada. No sabía cómo hacerte pagar, pero una muy buena amiga mía me dio una idea.
—Yo soy esa amiga… —Dijo Karen, a unos cuantos pasos.
—¿Qué cosa? —le preguntó Mike, justo al mismo tiempo en que Claudia lo hizo.
—Eres una criminal… pero eso ya lo sabes, verdad —comencé a burlarme—, antes de esto creí
que sería demasiado para ti, pero, por como resultaron las cosas, creo que es lo mejor.
—¿Qué hiciste?
Me aparté y elevé mi tono de voz solo un poco.
—Solo vine a decirte lo que te iba a pasar, para que sepas que fui yo quien lo hizo.
—¡¿Qué carajos hiciste?!
Continué caminando, apartándome lentamente de ella.
—Vámonos, ya no vale la pena.
Mike la apartó para luego dejarla ir.
—Mike no te vayas, deja que la estúpida esa se pierda. Hablemos…
—Chao, Claudia —dijo él, sin mirarla.
—Mike, no te voy a seguir… —le amenazó— ¡Quédate!
—Bien por nosotros —dijo Karen, con la frente en alto y caminando como si estuviera en una
pasarela—, adiós, perdedora.
No esperaba que un simple accidente me hubiera llevado hasta donde lo hizo. Claudia había
significado para mí un punto de partida para una serie de cosas que nunca creí que llegaría a hacer.
Antes de ella, estaba convencida de que tenía toda mi vida resuelta y que, mientras viviera de la
forma en que lo hacía, las cosas saldrían bien; ni me causarían problemas ni me darían grandes
emociones.
Tenía que reconocer que no sería fácil limpiar mi nombre tanto como quería, aunque tampoco
significaba que todo estaría perdido.
Lo que ella ocasionó no era un problema sin solución, no obstante, tenía que esforzarme cuando
bien nada de eso pudo haber pasado en primer lugar. De todos modos, después de que se le acusó de
proxenetismo y de prostitución de menores —dos de los que tenía bajo su ala aun no eran mayores de
edad—, terminó con una condena bastante agradable. Eso pasó a ser la siguiente gran noticia de la
universidad, dejando la mía en el olvido.
Lo que me pareció más curioso, y después de que superé el impacto de lo estúpidas que fueron,
ciertamente me dejaron insatisfecha; esperaba más. ¿Extrañas? No cabe duda, ¿Inquietantes?
Posiblemente. Claudia era una complicada obra en progreso y, la verdad, ni sabía que causaba ese
tipo de cosas en ella. Supongo que cada uno tiene sus razones para caer en la locura.
Creo que rescaté cosas buenas: Mike… mis amigos, un nuevo enfoque de la vida, confianza, la
satisfacción de haberla hecho pagar por lo que me hizo y algo así como que un final feliz, o más o
menos eso. Sí, la vida continuó.
Al pasar de los años, aquella experiencia no fue más que un simple evento insignificante de mi
pasado que fue apartado por cosas más grandes e importantes, sin embargo, lo que aprendí me llevó
hasta donde quise llegar. Supongo que valió la pena.
En fin, creo que eso es todo lo que tengo que contar sobre mi primera orgía. Afortunadamente
no fue la última, aunque, las siguientes —un poco complicadas luego de que Erik y Karen
comenzaron a salir, aunque con dos mujeres se hizo más fácil— y esa, iniciaron en mí algo que se
quedó conmigo para siempre.
No cambiaría nada de lo que pasó ni mucho menos las personas involucradas. Pero, si necesitas
conocerte a ti mismo, intenta hacer algo que nunca hayas imaginado… Supongo que esa es la
moraleja y si me sirvió a mí, tal vez le sirva a cualquier otro ¿Quién sabe? Tocar la puerta no es
entrar, y si no, ¿Acaso importa?
Título 10
Dante
Perfecto pero Prohibido
1
Esta es la historia de una mujer llamada Sofía Gordon. Desde que dejó la universidad y se mudó
para vivir sola, encontró refugio en la simplicidad de una vida que no esperaba. Se levantaba todos
los días para ir a un trabajo que nunca supuso que tendría, el cual sorprendentemente le permitió estar
calmada en los últimos cinco años y medio.
Esa misma calma la fue acostumbrando a un tipo de rutina que fue condicionándola,
parsimoniosamente, a creer que hacía siempre lo mismo pese a estar equivocada. Sofía dedicaba todo
su tiempo a vivir la vida de otra persona y con eso descuidaba la suya propia. Cada mañana se
despertaba posponiendo su alarma no más de dos veces, tan solo para anteponerse al horario de
alguien más.
Se vestía con la ropa que preparaba la noche anterior, la cual siempre dejaba en la mesa del
comedor suponiendo que de esa forma estaría más cerca de la acción: la cocina estaba a su derecha,
el baño a unos cuantos metros de ahí y la puerta a dos pasos. Había aprendido a girar alrededor de
cosas pequeñas, entre las que se encontraba aquella mesa.
Pocas veces desayunaba ya que nunca dejaba preparada la comida o porque simplemente sentía
que no había tiempo. Cuando sí, olvidaba constantemente lo que estaba en la hornilla hasta que se
carbonizaba, algo problemático dado que odiaba la comida quemada.
Toda la mañana se desplazaba con premura de un lado al otro pensando únicamente en irse lo
más pronto posible, a pesar de que terminaba saliendo de su casa quince minutos después de lo que
tenía pensado.
Por cinco años y medio Sofía trabajó para un hombre llamado Dante Miller, quien no dejaba de
recordarle cual era la verdadera razón de su trabajo: cuidarlo. Todos los días por los últimos cinco
años y medio, ella estudió cada segundo de la vida de su jefe. Cuando llegaba al trabajo, lo recibía
con un vaso de café luego de correr un maratón desde el subterráneo hasta su oficina, esperando que
le diera una mirada de aprobación, cosa que nunca hacía.
Gracias a la labor constante de mantener su agenda al día (otro de los objetos alrededor de los
cuales giraba constantemente), entendía muy bien que siempre estaba ocupado y por eso no lo
culpaba, de hecho, hasta llegó a pensar que ella era quien mejor lo conocía.
La señorita Gordon nunca se atrevió a interrumpir la vida de su jefe, quien continuamente estaba
en movimiento. Si no tenía una reunión importante, se encontraba ocupado con una cita de negocios,
asistía a una beneficencia, cenaba con amigos o se follaba a alguien, conseguía una manera
extravagante de pasar el tiempo. Sofía conocía cada hora, minuto y segundo de la vida de Dante
Miller. Dominándole el tiempo e ignorando el suyo.
Casualmente conoció a Dante gracias a una publicación en internet; en ese entonces se topó con
que un sujeto buscaba una secretaria que se ajustara a su horario, y por lo cual ofrecía beneficios
atractivos tales como buen salario, estar casi siempre cerca de su casa, horario flexible y todo lo
demás que un trabajador promedio necesitaría tan solo a cambio de estar siempre con él. Luego de
dejar la universidad, las cosas no habían sido demasiado buenas para ella, lo que significó una gran
oportunidad.
Sofía estaba convencida de que ese empleo sería provisional, y que, a pesar de ser muy bien
remunerado, no sería aquello que haría durante el resto de su vida. Cinco años y medio después,
mientras que Dante pasaba a su lado, cogía el café, la saludaba a secas y no hacía más nada, recordó
ese día en específico.
—Buenos días, señor Miller —respondió ella de nuevo, esperando que la notara por lo menos
una vez.
Para lo que Sofía entendía, él no podía estar todo el tiempo atento a las necesidades de todos sus
empleados, de ser así, no podría hacer más nada durante el día. Se consolaba con esa idea mientras
que continuaba con la labor de asistirle.
Cuando terminaba su jornada, regresaba a su casa con la comida que compraba en el camino.
Sofía Gordon no tenía tiempo para preparar su propia cena ni para agregar ninguna otra cosa a su
rutina. A las diez de la noche se acostaba para levantarse siete horas después y tratar de llegar a su
trabajo antes de las ocho de la mañana.
2
Sofía Gordon entendía que nada de lo que hiciera durante el día importaría tanto como lo hacía
la vida de su jefe. Estaba completamente convencida de que Dante era todo lo que cualquier hombre
podría querer ser, y si no era así ¿Entonces en qué esperaban convertirse? Dante Miller lo tenía todo:
la cara, el cuerpo, el dinero, las influencias y eso a lo que ella llamaba «no sé qué, que no sé yo», tan
solo por no saber pronunciar bien, sex-appeal.
Sabía tanto que podría impartir clases de su vida si fuera necesario. Sus hobbies, su comida
favorita, cómo le gustaba el café y qué tipo de ropa interior usaba. Sofía Gordon giraba alrededor de
la vida de Dante Miller como si no hubiera mañana, sintiéndose cada vez más marginada. Durante
cinco años y medio trabajó diligentemente sin quejarse, sin pensar que podría estar haciendo algo
mejor. Siempre se decía: «Esto no es para siempre», sintiéndolo de verdad.
Se levantaba cada mañana posponiendo no más de dos veces su despertador y desplazándose
apresuradamente hasta la mesa de la sala para comenzar su rutina. No había cambio, no había
alteraciones. Por cinco años y medio estuvo haciendo exactamente lo mismo, pensando igual, sin
dejar de resistir, o por lo menos así fue hasta que sencillamente dejó de hacerlo.
La mañana del once de septiembre se sentía exactamente igual. Se había acostado media hora
después y se estaba levantando del mismo modo en que siempre lo hacía. Corrió al baño, luego a la
mesa, calentó dos waffles congelados y se los engulló mientras se iba colocando el sujetador. Salió de
la casa quince minutos, por lo que corrió hasta la estación del metro para alcanzar al siguiente tren y
llegar, con la misma suerte con la que lo había hecho antes, a tiempo.
Con el café en la mano recibió a Dante al igual que siempre.
—Buenos días, señor Miller —dijo, a gusto de haber llegado con tiempo.
—Hola Sofí, ¿Cómo estás? —preguntó él, a su manera.
Sofía sintió el amargo beso de una cortesía insípida, pero lo agradeció con una sonrisa y los ojos
cerrados.
—Muy bien, señor…
—Cancela todas mis citas de hoy, por favor —ordenó Dante, mientras que se abría paso en su
propia oficina.
«¿Qué carajos?», pensó ella. Sofía Gordon sabía que no eran simples citas. Por lo que supuso
que tal vez había algo importante por hacer.
—¿Está seguro, señor? Hoy tiene que verse con el señor Carlos… —comenzó a decir, repasando
la lista de deberes del día—, debe desayunar con la señora Pascal, ir a la inauguración de la tienda de
cosméticos del señor Jeffrey como su socio y…
—Sí… sé qué tenía qué hacer hoy, no tienes que recordármelo.
Levantando la ceja con desdén, Sofía no creyó que realmente lo supiera, mientras que miraba
cómo Dante hurgaba en las gavetas de su escritorio sin darle real importancia a lo que ella le decía.
Eso, al igual que muchas cosas de las que se supone estaba ya acostumbrada, no le agradó en lo
absoluto. «Imbécil —pensó, mientras lo veía— estoy hablando».
Se preguntó qué tanto podría estar buscando viendo cómo continuaba hurgando entre sus cosas.
Sofía Gordon pensó en continuar con su exposición de las citas, esperando que así él reconsiderara la
importancia de lo que sea que tenía pensado hacer después de que las cancelara. Pero ella sabía que
no iba a ser así.
«¿Por qué me hace esto a mí?», se preguntó, aceptando que ahora no tendría más nada qué hacer
durante el día. Suspiró sin ganas.
—Está bien —dijo, rayando una gran equis en la hoja— cancelado.
Aunque sabía que no era tan sencillo como eso, dejó caer los hombros y se dio la vuelta para
dejar a Dante solo. Prefirió hacer las llamadas desde su propio escritorio para no tener que malgastar
la batería de su mejor amigo (otro objeto alrededor del cual giraba su vida): el móvil; sería un día
largo y aburrido, por lo que intentaría ahorrarlo para por lo menos ver alguna serie con el servicio de
streaming de su jefe.
—Ya lo hago —continuó, acercándose a la puerta.
—Y cuando termines, manda a preparar el coche; vamos a salir.
De inmediato, sus planes de no hacer nada durante el día se cancelaron también. No estaba para
nada a gusto. En menos de diez minutos había perdido el control de todo.
—Okey —dijo, tensa y apretando los dientes.
Luego de cinco años y medio trabajando para Dante, estaba más que acostumbrada. No estaba
molesta por haber cancelado sus citas, sino por lo que significaba. Durante todo ese tiempo, cada vez
que hacía algo igual, quería decir que le esperaba un día frenético lleno de dilapidaciones, motivados
por un voraz deseo de vivir. Pero aquella no era la peor parte, no tanto como ser excluida al igual que
siempre.
Dante Miller era el sujeto más considerado (por lo menos con aquellos que no eran ella) que
conocía, y si alguien debía disfrutar de su dinero debía de ser él. Todo lo que hacía, era y
representaba, significaba mucho para Sofía quien, por cinco años y medio, estuvo tan al tanto de él
que no lograba pensar en otras cosas.
Sofía Gordon ignoraba que prácticamente tenía un quinquenio a su lado, observándolo disfrutar
tanto de la vida y tan poco de ella. Deseaba poder compartirlo con él, disfrutar al máximo cada
minuto de su existencia tal cual como todas las actividades emocionantes que tenía y a las cuales ella
misma les abría un espacio en su agenda.
«Pero nunca me invita —pensó—; (Sofía esto, Sofía lo otro. Por favor Sofía, haz aquello; oye,
Sofía, prepara eso). Ah… pero nunca me pregunta si quiero algo, o si me gusta ahí, o allá, o eso, o lo
otro ¡No!»
Sofía Gordon sabía que Dante no la notaba. En la agenda del señor Miller no había espacio para
alguien como ella, y mientras estuviese detrás de las cortinas, tampoco existía forma alguna de que
pudiera resaltar. Hacía tan bien su trabajo que su jefe nunca llegaba tarde, lo que le daba más
oportunidades de concentrarse al cien por ciento en lo que tenía que hacer y menos en ella.
Parada frente al coche, evitando al chofer para no tener ninguna conversación incómoda, veía su
reflejo en la ventanilla negra, suponiendo que tal vez esa era la razón por la cual era invisible.
Viéndose por primera vez en el día, se dio cuenta que aquella no había sido su mejor selección de
ropa.
«Bueno, estaba apurada», se consoló, dibujando la silueta de su cintura con las manos,
sintiéndose lo menos sensual posible. Su rostro, probablemente su nariz, su busto pequeño, su cintura
poco pronunciada o sus caderas… Sofía Gordon nunca se preocupó tanto por su figura como lo hizo
esa vez.
«Sí que no te vez muy bien hoy, querida», se dijo.
—Vámonos —interrumpió Dante, acercándose por su flanco izquierdo.
Sofía saltó por sorpresa, olvidando casi de inmediato lo que estaba pensando, pero no lo que
esos pensamientos le hicieron sentir.
—¿Para dónde vamos? —preguntó con confianza y el corazón palpitando con apremio.
—Tengo que resolver unas cosas primero y luego comenzamos —explanó Dante, dejándola
igual de intrigada.
Odiaba estar así, sin rumbo, sin saber qué hacer. Fuera su vida o la de Dante, sin una agenda
meticulosamente ordenada, el orden natural de las cosas se hacía notar: el caos.
—¿Qué cosas debe resolver? ¿Veremos a la señora Pascal? Por lo menos, digo —trató de causar
una impresión en él—, deberíamos ir a verla ¿No crees?
Tal vez si hacía eso podría retomar sus responsabilidades.
—¿No la llamaste? —preguntó preocupado— ¿No te dije que le avisaras que no íbamos a
vernos?
—Sí —le calmó— sí… cancelé todas las citas de hoy.
—¿Entonces?
—No, es solo que ella me dijo… —divagó, insegura de si debería seguir mintiendo— que, si
tenía tiempo, podría abrirle espacio en la agenda, ¿Sabes?
Sin ánimos de ocupar su tiempo o de arruinar sus planes, lo que más deseaba Sofía era tener el
control, saber qué demonios iban a hacer. Viendo a Dante pensó que, si no lograba convencerlo, por
lo menos podría sacarle información de algo.
—No —respondió en seco—, ya estamos ocupados.
Sofía Gordon estaba ansiosa.
—¿Qué tienes planeado para hoy? —preguntó Dante, sin apartar la mirada de su móvil ni dejar
de escribir.
—¿En serio? —inquirió Sofía, sin creer el poco tacto en su pregunta—. Teníamos cosas que
hacer.
Luego de cinco años y medio, Sofía no sentía ninguna restricción con Dante. Tal vez algunas
que otras cosas personales que nunca había dicho en voz alta, pero con respecto a su trabajo, era la
asistente que cualquier persona querría. No estaba solamente sobre él, también era su sentido común,
de responsabilidad, el ancla de su descontrol. Sofía nunca lo dejó hacer nada completamente estúpido
y, durante mucho tiempo, lo acompañó en la mayoría de sus aventuras.
—Sí, pero ya no ¿No te divierte? —preguntó entusiasmado— Hoy no vas a trabajar, solo
disfrutaremos el día.
—Aja… sí… pero ¿Por qué?
—¿Tiene que haber un por qué? —conjeturó, levantando la mirada— ¿No puedes simplemente
disfrutarlo? —le dio un codazo amistoso—, vamos, solo gózalo.
Dante le estaba dejando en claro que no le daría más explicaciones; no había nada que le
molestara más que eso. Irónicamente, le enloquecía carecer de rumbo, más cuando tan solo una hora
atrás, todo estaba marchando de maravilla. Sofía miraba con recelo las acciones de su jefe mientras
que intentaba demostrarle con gestos llenos de desdén que no importaba qué fuera a hacer, lo iba a
desaprobar.
El chofer siguió las instrucciones de su jefe y los dejó en el aeropuerto en donde los estaba
esperando un jet privado. Lentamente Sofía iba deduciendo lo que estaba planeando hacer Dante.
«Seguro vamos a…», pensó, a medias, porque de tantos lugares que podían ir, no había manera de
saber para donde lo harían. Cuando se bajaron del coche y se dispuso a caminar al lado de Dante
como de costumbre, intentó averiguarlo.
—¿Qué vamos a hacer? —dijo.
—¿No ves? Vamos de viaje —respondió con entusiasmo.
La manera en que evadía el asunto, le irritaba.
—Okey… sí. Pero ¿Para dónde?
La forma de actuar de Dante le decía que estaba ocultando algo, otra cosa que le irritaba. Su jefe
la dejó hablando sola para saludar a las personas que lo recibían, ignorándola de nuevo. No dejaba de
preguntarse qué demonios estaba intentando hacer y para donde irían. Lo que la llevó a recordar que
no cargaba su pasaporte con ella, suponiendo que podría salir del país.
—Dante… espera —le detuvo, con la preocupación reflejada en su tono de voz.
En ese momento no pensó en que podría usarlo de excusa para quedarse, sino en cómo el no
haber pensado en eso antes podría arruinar su viaje. De nuevo, lo único que importaba era Dante. El
señor Miller solamente giró su cabeza para brindarle su preciada atención sin siquiera detenerse, lo
que la obligó a seguir caminando.
—¿Qué? ¿Todo bien?
—No… —Sofía apresuró el paso para alcanzarlo— no puedo ir…
Al cabo de unos segundos, luego de superar la desagradable noticia de que podría arruinarle el
viaje inesperado, comprendió que así ella podría estar libre. Al aceptarlo se sintió un tanto aliviada.
Si se quedaba, significaba que podría tener control de su día como siempre y, como no era la primera
vez que pasaba, no era la gran cosa.
Además, ya había cancelado todas sus citas así que prácticamente había terminado su jornada de
trabajo. «¿Para qué más necesitaría una asistente?» Pensó ella. Aquella resolución le hizo sonreír de
nuevo, llevando a Dante a interpretar su sonrisa del modo que no era.
—¿Por qué»? —preguntó, sintiendo que era una broma, por lo que no se lo tomó en serio. Se rio
un poco.
Sofía se detuvo en seco.
—No traje mi pasaporte, lo siento —levantó los hombros, fingiendo estar decepcionada de
manera descarada— yo no…
Interrumpiéndola, Dante levantó los hombros con aire de indiferencia luego de la insignificante
revelación que le hizo.
—Bah… no te preocupes —dijo, y continuó caminando— siempre cargo un pasaporte tuyo
conmigo.
—¿Qué? ¿Cómo que tienes un…?
Ni siquiera sabía cómo era eso posible. Dante siguió caminando, dejándola atrás mientras
contemplaba lo poco probable de aquella afirmación.
—¿Qué carajos, Dante? —replicó, trotando de nuevo para alcanzarlo justo cuando comenzaba a
entrar al jet— ¿Cómo que tienes un pasaporte mío? Solamente tengo uno.
Ya adentro y ambos sentados uno en frente del otro, Dante hizo una seña al tripulante de cabina,
quien luego llegó con dos pasaportes en la mano. Todo parecía perfectamente coreografiado, lo que
le hizo sentir incomoda.
—Aquí… mira.
Sofía, cogió el pasaporte prácticamente nuevo en donde se leía: «UNIONE EUROPEA
REPUBBLICA ITALIANA —con un escudo en el centro que supuso era de Italia—
PASSAPORTO». Cuando mandó a buscar el pasaporte supuso que tal vez se trataba de una hoja
fotocopiada o algo por el estilo. Cuando le entregó ese y antes de siquiera leerlo, cambió de parecer y
se dijo: «tal vez mandó a buscarlo —aunque lo reconsideró para luego decirse— no… puede que me
haya sacado otro… se puede ¿Verdad?».
¿Para qué Dante le habría dado un pasaporte italiano?
—¿Qué es esto? —preguntó, girando la mano para mostrarle el pasaporte.
—Tú pasaporte —respondió, sonriendo.
—¿Cómo que mi pasaporte? No entiendo.
—¿Cómo no vas a entender? Es tú pasaporte. Te estoy diciendo.
—Dante… yo no tengo pasaporte italiano.
Dante pronunció más su sonrisa, asegurando que había hecho algo que le causaba mucha gracia
y, de alguna forma, le llenaba de orgullo.
—¿Qué carajos hiciste? —notando su gesto.
Abrió el pasaporte y pasó la primera página, deteniéndose en seco en una foto de su cara. No era
la mejor que tenía, aunque eso era lo que menos le importaba. Aun impactada por la sorpresa, levantó
la mirada para fijarse en Dante, quien no dejaba de sonreír y le motivó, con movimientos de cabeza,
que siguiera viendo.
Identificó su nombre seguido de un espacio que decía «Cittadinanza: ITALIANA», para después
fijarse en la fecha «10 Jun/Jun 1992» y continuó leyendo hasta comprobar que todos los datos eran
correctos…
—¿Qué…? ¿Cómo…?
—Muy bueno ¿Verdad?
Sofía reaccionó.
—¿Qué? —inquirió con sorpresa, levantando la mirada luego de una terrible epifanía. Miró a los
lados paranoicamente y susurró— ¿Es falso?
Dante se quebró con una risa abierta y un tanto socarrona.
—Dante, por amor a dios —le reprochó, aun susurrando y esperando que él bajara la voz.
Sabía que no había nadie, pero cometer crímenes no era su estilo.
—Baja la voz —le pidió, infructíferamente—. ¿Es falsa? —preguntó de nuevo, sin poder creer
todavía que lo había hecho—. ¡Dante! —exclamó, al notar que no le estaba prestando atención. Le
sacudió la pierna— ¡Joder Dante! —elevó el tono de voz— ¡Qué carajos! ¿Es falsa?
Luego de unos segundos más riéndose, se detuvo, se limpió las lágrimas y suspiró.
—No… —dijo, sin referirse a qué.
—¿No qué?
—Que no es falso.
Aquello desconcertó aún más a Sofía.
—¿Cómo que no es falso?
Le echó otra ojeada al pasaporte con desdén, desconfiando de él, de su color, de lo poco que
pesaba. No se parecía para nada al suyo, pero la verdad, nunca antes había visto un pasaporte
italiano. «Acaso es posible… cómo es que…», pensó.
—Bueno, no siendo falso —contestó Dante—. Es cien por ciento real —aseguró—. ¿No es
genial? —sonrió de nuevo.
—No… no lo es. ¿Cómo va a serlo?
—Bueno, siéndolo… —aseguró de nuevo, sarcásticamente—. Ahora tienes un pasaporte
italiano por lo que puedes moverte libremente por Europa.
—¿Cómo es que tú…? —miró el pasaporte, luego a él— ¿Qué hiciste?
Dante sonrió de nuevo, pronunciando el arco de sus labios como un niño que no puede contener
el orgullo que siente por su travesura.
—¿Recuerdas cuando viajamos a Roma y dijiste que te gustaba mucho el lugar y querías vivir
algún día ahí, pero te dije que vivir aquí era muy costoso y que si querías tener por lo menos una
mínima oportunidad debías ser italiana, a lo que me respondiste que podrías intentarlo si algún día te
casabas con un italiano, pero que era imposible porque, de todos modos, no conocías a nadie que te
diera la nacionalidad? ¿Te acuerdas?
—Sí… —lo dudó, pero efectivamente recordaba sutilmente algo de aquella vez que fueron a
Italia.
Sabía que había ido a Italia con él y que, en efecto, le gustaba mucho el país, pero no recordaba
habérselo dicho. Lo que más le sorprendía de todo eso era que lo había recordado. Sin mucho
esfuerzo, aceptó que el pasaporte era real, lo que faltaba era averiguar cómo.
—Y cómo… —intentó decir, antes de que Dante le interrumpiera.
—Solamente le cobré un favor a un amigo en el consulado de Italia —contó, como si se tratara
de cualquier cosa—. No hizo nada ilegal si es lo que te preocupa —agregó, después de notar la
preocupación incipiente en la mirada de Sofía—, claro, no más ilegal que decir que estabas casada
con un italiano cuando en realidad no lo estabas y que eres italiana cuando técnicamente no lo eres —
conjeturó— ¡Pero! Ya estás divorciada ¡Y! como todo es más o menos legal, sí eres italiana —la
detuvo cuando trató de decir algo al respecto—… Sé que querías mucho eso y pues, supuse que
algún día te iba a hacer falta. Además —se acomodó en el asiento y agregó desbordado de emoción
—… ahora puedes viajar a 187 países sin necesidad de visa ¿Sabías eso? ¿Ah? ¿Lo sabías? ¡Genial!
¿Verdad?
Sofía se dio cuenta que Dante no podía contener la alegría por lo que había hecho. Sí, ella
deseaba vivir en Italia, era una de las cosas con las que había soñado desde pequeña, cosa que no le
había comentado a su jefe más que aquello que él dice que ella dijo y que seguramente sí pasó.
Porque ¿De qué otra forma lo iba a saber?
«Se acordó… —repitió en su cabeza, sintiendo un calor extraño en el pecho—, yo no… pero él
se acordó, eso es lo que importa». Y, apretando el pasaporte con ambas manos, vio cómo el suelo se
iba haciendo más pequeño a través de su pequeña ventanilla.
Luego de unos segundos cayó en cuenta que estaban saliendo del país para ir a Europa. Era eso,
o se dirigirían a alguno de los 187 países a los que ahora podía entrar sin necesidad de visa.
—Ya va… ¿Eso quiere decir que vamos a Italia? ¿Verdad?
—Bueno sí… —respondió Dante, como si le hubieran arruinado una sorpresa—… ese era el
plan.
—¿Era?
—Es…
—Ah…
—Sí, veras… quiero llevarte a Milán porque pensé que, si te gustó Roma, eso quiere decir que
te debería de gustar Milán ¿Verdad? —inquirió de manera retorica—, porque, o sea, yo creo que
Milán es mejor; sí son prácticamente lo mismo, todo el mundo quiere ir para allá, por lo del coliseo y
la capital de la moda… tú sabes ¿No? —le preguntó, pidiéndole que le apoyara, a lo que ella afirmó
con la cabeza sabiendo que realmente no era algo que supiera como tal, solamente supuso que era
cierto—, entonces, estuve dándole vueltas al asunto de qué pasaría si algún día me tocaba ir para allá
y cuándo llegaría.
Dante hizo una pausa para coger el vaso de gaseosa que le estaba ofreciendo el tripulante de
cabina. Sofía aceptó el suyo sin apartar la mirada de su jefe, quien por primera vez estaba hablando
de ella como si realmente le hubiera prestado atención. Él le dio un sorbo largo, interrumpiendo el
ambiente que había creado en aquella conversación.
—¿Aja…? —dijo Sofía, para que continuara.
—Aja bueno —se limpió la parte inferior del labio y continuó—, esperé que se presentara la
oportunidad, porque como habíamos estado hablado con el italiano aquel, ¿Lo recuerdas? El que
quería trabajar con nosotros y todo lo demás… ¿Te acuerdas?
—Sí… —afirmó con la cabeza rápidamente con mucho apremio—, Giuseppe… Sigue.
—Pero no nos dijo más nada, eso y lo otro… entonces se arruinó la oportunidad y yo dije:
«Bueno, no importa, después…»
—Giuseppe nos canceló el año pasado… —dijo Sofía, comprendiendo que «pensó» demasiado.
—Claro… a eso me refiero —dijo Dante—, lo pensé… y entre que tenía que conseguirte el
pasaporte y esperar a que él… —se detuvo en seco—, este —vaciló, intentando decir algo para luego
aclarar su garganta y proseguir—, y eso no es tan fácil ¿Sabes? Tuve que esperar mucho para que te
dieran ese pasaporte.
—¿Por qué? No es que tenías un amigo en el consulado…
Sofía bebía lentamente de su vaso mientras que les colocaban la comida sobre la mesa que
tenían al frente, todo eso, sin apartar la mirada de Dante. Nunca había pasado algo como eso, de
hecho, jamás pensó que la mitad de un día estuviera dedicado únicamente a ella.
Por ello, necesitaba saber la serie de eventos que se desataron para que ese momento sucediera,
ese en el que olía el magret de pato que había sobre su plato debajo de su nariz, mientras que sus ojos
se hallaban fijos en su jefe.
—Sí —dijo él, luego de masticar un poco su bocado— eso ayudó ¿Sabes? —preguntó a pesar de
que ella en realidad no sabía—, pero no es como que fuera fácil falsificar los datos de tu nacimiento,
ni nada de eso. Por lo que se nos ocurrió que podríamos casarte con un italiano y…
—¿Y falsificar sus datos no era igual de difícil? O sea, ¿No es como que lo mismo? —
interrumpió Sofía.
—¡Ese es el caso! —dijo, entusiasmado al mismo nivel que cuando mencionó lo del pasaporte la
primera vez.
De inmediato, Sofía se dio cuenta que había hecho algo incluso más loco que darle un pasaporte
relativamente falso.
—¿Qué hiciste ahora? —preguntó cómo cual madre que se espera lo peor de su hijo más
travieso.
—Como no podíamos falsificar los datos de nadie porque, obviamente, iba a ser demasiado
costoso —aclaró.
«Porque de no serlo lo harías… —pensó— acaso… —pensó incluso mejor, sorprendida—
¿Quiere decir que es posible?»
—Bueno —continuó Dante— no es ¡Tan! Costoso… pero no lo habría pagado.
«Claro», pensó ella, levantando muy sutilmente su ceja y haciendo, con el mismo cuidado, un
mohín con su labio para que él no la viera. Más por reflejo que por necesidad de hacerlo.
—Así que tuve que pedirle un favor a Daniele —dijo su nombre, como si eso ayudara a Sofía a
identificarlo—… alguien que conozco… —dijo Dante, vaciló aclarándose la garganta—… que
resulta ser italiano.
Se introdujo otro bocado y esperó a terminar de masticar.
—Entonces él firmó un acta de matrimonio que tuvimos que hacer legal, diciendo que se
casaron hace como cuatro años —de nuevo, dijo como si no fuera gran cosa— y que ahora estabas
optando por la ciudadanía, esperar a que se hiciera los trámites pertinentes en Italia, que lo aprobaran
y te la trajeran. Se divorciaron por diferencias irreconciliables. Presumen que es adulterio —dijo,
bromeando como si se tratara de una novela.
—¿Yo?
—No, vale… no se sabe, solamente fue irreconciliable. Así que no hay problema, su matrimonio
duró lo que tenía que durar.
—Hum… supongo que está bien—respondió, ella, empapándose cada vez más de aquel posible
crimen hasta que la duda afloró de nuevo—… pero ¿Si se enteran no sería malo?
—No, porque no hicimos nada del todo malo, porque sí te casaste…
—Yo no me casé —aseveró, sin ánimos de mentir.
—Pero sí lo hiciste —resaltó, levantando la ceja y afirmando con picardía— y por eso eres
italiana. Acaso me vas a decir que no te gusta. ¿Ah?
Sofía estuvo comiendo sin apartar su mirada de él, pero en el instante en que le preguntó,
sabiendo que a pesar de no apoyar lo que hizo, estaba realmente feliz por tener la ciudadanía italiana.
Bajó la mirada y evadió la respuesta con un:
—Aja, aja… sigue.
—Y no, bueno, eso es todo —concluyó él.
—¿Todo?
—Sí… solo eso. Te casaste, te dieron la ciudadanía y te divorciaste. Siempre pasa, no te
preocupes.
—Pero no quedo como… —intentó decir que quedaría como una interesada.
—Quedas como una mujer que aprovechó las oportunidades que le dio la vida… todos somos
capaz de hacerlo… es normal. Tranquilízate.
—Pero…
Dante la siseó, reforzando su comentario para después darle el resto de su atención a su platillo,
acabando esa emocionante experiencia de sentirse notada. Aquella anécdota logró convencer a Sofía
que cabía la posibilidad de que Dante sí le prestara atención, dado a que, de no ser así ¿Por qué se
habría tomado toda esa molestia? Además, que se acordó de algo que ni siquiera ella recordaba. Eso
definitivamente era un avance.
Esa simple pero importante revelación, logró dibujarle una sonrisa en el rostro que no pudo
contener. Siempre había visto a Dante como el hombre más deseado que conocía, uno por el cual
incluso ella sentía atracción. Sí, al principio era mucho más fuerte ese sentimiento; en las palabras de
Sofía: «o sea, ya no es lo mismo.
Antes porque no lo conocía; ahora que lo conozco… ¿Cómo te digo? —vaciló— o sea, sí es
lindo y todo, pero… no es lo mismo. No, no es lo mismo», dijo una vez que su madre le preguntó si
estaba enamorada de su jefe.
Una pregunta inoportuna que surgió de su curiosidad ante lo bien parecido que era el sujeto para
el cual trabajaba su hija. Según su argumento, para el tiempo que tenía con él, ya debía haber tenido
algo con Dante, ya que: «si fuera yo —dijo ella— ya me lo habría follado», a lo que Sofía respondió
con un desdén que rozaba el asco al imaginarse a su madre acostándose con su jefe.
—Asco no, mi-ja —respondió su madre—. ¿Cómo no te va a gustar ese hombre? Porque,
veamos: es alto, bello, adinerado, trabajador, todo un hombre hecho y derecho —enumeró—, ¿Cómo
no estás enamorada de él?
Comentario al cual Sofía respondió con aquello que ahora pensaba de Dante. Con el tiempo fue
aprendiendo que no poseía nada que pudiera gustarle a él. Todas las mujeres con las que salía (y la
mayoría con las que se acostaba), ninguna se parecía a ella. A pesar de la diversidad de proporciones,
tamaños, colores y demás, con ninguna de ellas se sentía apta para comparar. Eso fue llevándola a
perder cada vez más lo que le quedaba de autoestima.
Sofía no dejaba de pensar que había algo en su forma de ser o en su físico que la apartaba de la
atención de Dante. Aquel sujeto, tan completo como resultaba, seguramente no estaba dispuesto a
compararla siquiera con alguna de las mujeres con las que se había acostado.
«¿Qué voy a tener yo que no tengan ellas ya? —pensó, en un hotel, al lado del cuarto de su jefe,
en donde se escuchaban los gemidos de la mujer con la que tenía sexo—. Ni estando drogado me
toca». Suceso que aconteció apenas seis meses después de empezar a trabajar con él. Con el tiempo
fue aprendiendo que no había motivos por los cuales sentirse así.
Aquel sentimiento que creía tener por Dante no era más que una respuesta automática ante la
presencia de un sujeto como él. Era obvio que se sentiría atraída, ¿Cómo no estarlo? Y eso lo
reconoció en el momento en que esa atracción fue desvaneciéndose poco a poco. Aunque no
habiendo desaparecido del todo, aun sentía que podía no ser apta. Ya que no se trataba de superarlo
porque se valoraba, sino que se estaba resignando.
«Si pudiera hacer otra cosa… estar en otro lado. ¡Es el trabajo!», se decía, mientras que
conversaba consigo misma. En ese momento, mientras cortaba el magret de pato, aquellas
inseguridades afloraron en su ser como si se tratara de la misma Sofía Gordon que decidió
masturbarse para poder dormirse mientras escuchaba cómo Dante se acostaba con una mujer de
negocios.
Aquel día se imaginó siendo ella quien gemía en aquella habitación, quien le pedía que le diera
más fuerte, que no se detuviera. Nunca se imaginó masturbarse pensando en su jefe. «Si alguien tiene
la culpa, es él», pensó, dándole mordiscos firmes a su bocado. El recuerdo invasivo de aquella noche
la atormentó durante una parte del viaje. Creía haberlo olvidado.
«¿Para qué carajos estoy pensando en eso? —se dijo— Ni siquiera importa. ¿Qué te sucede
Sofía? ¿Eres tonta o qué?»
Sacudió su cabeza y se concentró en la ventanilla en dónde a penas y veía nubes más blancas
que las otras o el mar azul imperturbable. No tenía sueño y no podía dormir viendo de frente a Dante.
Consideró cambiarse de asiento, pero ese era su favorito, hacerlo, significaría ceder y ella no lo iba a
hacer.
Dante no despegaba su atención del móvil por el cual fue perdiendo el interés lentamente.
—Ay… voy a dormir un rato —dijo, apartando su móvil.
Sofía afirmó con la cabeza, tratando de no decir algo que lo fuese a distraer. Recordarse a sí
misma masturbándose por el sujeto que tenía en frente, no le hizo sentir bien «¿Qué me pasa?»,
volvió a preguntarse. Sofía sabía que no era así.
En cualquier otra situación no le habría dado importancia e incluso les miraría a los ojos como si
nada hubiera pasado. En ocasiones se imaginaba haciendo cualquier tipo de locura con quien fuere
sin sentirse apenada. Lo que Sofía no sabía era que su cuerpo intentaba decirle algo.
Fluctuando entre cada uno de los objetos de aquel avión y su jefe, esperaba poder encontrar una
manera de dormirse porque, «si me duermo el tiempo pasa más rápido», se dijo, ya que suponía que
aquel viaje sería increíblemente largo. No conocía la distancia que había de un lugar a otro, pero para
ella todos los vuelos eran interminables. Intentó todo lo que podía para quedarse tan rendida como
Dante.
El señor Miller estaba recostado en su asiento (que ahora era una especie de cama), tal vez
soñando y presumiéndole de frente que a él no le costaba nada quedarse dormido. «Ya duérmete… —
se dijo, después de un suspiro de tedio— vamos, vamos…», Los viajes largos no le gustaban para
nada. «¿Qué tal lejos está Italia?», se preguntó, sin dejar de buscar algo con qué distraerse.
«¡Claro! Pero qué estúpida soy… —exclamó para sí misma— aquí hay wifi», buscó su móvil en
ambas esquinas del asiento que ocupaba, hallándose un poco más calmada porque ahora tenía algo
con lo que ocuparse. «Aquí estás —le dijo— vamos a ver… —lo desbloqueó». Aunque, al poco
tiempo, el aparato frustró su plan al indicarle que no tenía conexión válida a internet.
Después de pensarlo demasiado, se tomó la molestia de pedirle al sobrecargo la clave de una red
inalámbrica que se supone que ella debía tener y, tras explicarle innecesariamente sus razones para
estar pidiéndosela, se dispuso a disfrutar del servicio de streaming que dante pagaba, curiosamente,
lo que había planeado al principio del día.
Antes de que se fuera y de pedirle unas papas y una gaseosa como botana, le preguntó al
sobrecargo cuánto duraría ese vuelo, «Ocho horas —respondió, como si no fuera mucho—,
estaremos llegando a las seis de la tarde, lo que sería media noche en hora local de Milán. ¿Desea
algo más?», en ocho horas se supone que terminaba su jornada laboral, por lo menos sobre el papel.
El vuelo ya no era tan aburrido y ese sentimiento de incomodidad que había experimentado
desapareció con los primeros treinta minutos de una serie que había postergado por mucho tiempo.
Aquellas ocho horas de sol (por lo menos en su ciudad), lograron ser las primeras en meses en las que
no le estaba dando toda su atención a Dante, a su vida ni a lo que estaba haciendo o debía hacer.
Pero, no era un sentimiento que experimentase todos los días. Cada quince minutos, como se
había acostumbrado, abría la agenda para revisar a cuál cita debían ir después, recordando luego de
ver la equis roja que cancelaba de punta a punta todas las obligaciones de Dante, que efectivamente
no había nada por hacer. El no poder cumplir con aquello que había estado ocupado toda su atención
por los últimos cinco años y medio le generaba ansiedad.
Poco a poco la serie se fue sobreponiendo a aquella sensación desagradable mientras que se
acercaba cada vez más al clímax, al desenlace de la historia y al subsiguiente final. Sin darse cuenta,
la poca luz que se colaba por la ventanilla a medio cerrar, fue desvaneciéndose a medida que se
acercaban a un huso horario diferente.
—Señor Miller, disculpe —dijo el sobrecargo, con mucho cuidado de no despertarlo
bruscamente—, ya vamos a llegar.
Sofía interrumpió toda la atención que le estaba dando a la pantalla de su móvil para mirar a
través de la ventanilla, descubrir que todo estaba oscuro y, posteriormente, ver cómo Dante se
despertaba.
—¿Dormiste bien? —preguntó, por mera cortesía.
—Sí…
—Qué bueno.
—¿Y tú? ¿Qué tal el viaje?
—Aún no termina —respondió, mirando por la ventanilla.
Dante levantó su brazo para ver la hora.
—Ya van a ser las seis —dijo.
—Bueno… aquí no… —dijo muy segura, convencida de que él no sabía lo que ella apenas
había descubierto—. Deben ser las doce, hace rato que dejamos el continente.
—Sí… tienes razón —miró de nuevo la hora— todo está oscuro —agregó, después de ver por la
ventanilla para hacer una pausa—. Recuérdame cuando lleguemos de acomodar la hora.
Sofía quería seguir viendo lo que quedaba de su serie, pero Dante continuaba interrumpiéndola,
aunque en realidad era ella quien le estaba dando demasiada atención. Intentó concentrarse de nuevo
en la pantalla de su móvil, pero aún estaba al tanto de lo que Dante hacía para responderle de
inmediato.
— Y… ¿Qué estás haciendo? —preguntó Dante, como un niño aburrido.
—Estoy viendo una serie —respondió.
—¿Dormiste algo?
—No… no tengo sueño.
«Sofía, puedes dejar de hablar», pensó ella.
—¿Por qué? ¿No te emociona el viaje? —preguntó Dante, sonriéndole como si estuviera a punto
de saltar de la emoción, pero con el rostro flojo aun por haberse despertado apenas.
No, no estaba emocionada, de hecho, tenía demasiadas preguntas. Con los dos minutos y medio
que se perdió de la serie por estar hablando con Dante, automáticamente dilapidó lo que le quedaba
de su interés por la misma.
—Sabes que no —exclamó ella—. ¿Para dónde vamos?
Saber que irían a Milán no resolvía el destino final; era una ciudad enorme ¿Dónde iba a
aterrizar? Y después de eso, ¿Qué iba a hacer? ¿Aquello se iba a repetir? ¿Acaso iría de nuevo a otro
lugar sin decirle por qué?
—Es una sorpresa —confesó Dante, aún más emocionado—, disfrútala.
Soltó el móvil mientras que comenzaba a estresarse. Aún tenía demasiadas preguntas, más que
todo porque no sabía qué era lo que deseaba saber. «¿Qué hay en Italia? ¿Qué sorpresa? ¿Qué vamos
a hacer? ¿Por qué a Milán? ¿Qué quiere que yo haga? ¿Por qué me consiguió un pasaporte?» La
explicación de Dante no le era suficiente.
Toda aquella parafernalia solamente logró confundirla más y, la determinación de su jefe,
tampoco le estaba ayudando a resolverlo. Todas y cada una de las cosas que le preocupaban o podían
llegar a preocupar, estaban escondidas en lo más profundo de su ser, esperando a salir.
—¿Sorpresa de qué? —preguntó— ¿Qué hay en Italia? De todos los lugares a los que pudimos
haber ido… —miró por la ventanilla, recordando que era de noche— porque mira… ¿Ocho horas de
vuelo? ¿En serio? Qué vamos a hacer… —se fijó en él— me pudiste haber avisado antes que íbamos
de viaje —pensó en lo que significa planear un viaje, recordando algo importante de ese proceso—
¡Y me habría traído ropa! Joder, cómo pude haber olvidado la ropa. Dante —lo miró preocupada,
encontrando que él aun sonreía—, no es gracioso, ¿Qué me voy a poner? —se miró, dándose cuenta
de otra cosa— Oh, por favor ¡Mira como estoy vestida! No puedo ir a Italia vestida así. Doy asco.
Recordó su reflejo en la ventanilla del coche cuando estaba en el estacionamiento (la única
imagen que tenía de sí misma de cuerpo completo en las últimas ocho horas) y pensó en lo mal
vestida que estaba.
Un pantalón casi desteñido, unos tacones a los que se le notaba el recorrido y una especie de
chaqueta de traje para dama que intentaba darle armonía a todo lo que estaba usando, a la vez que se
esforzaba demasiado para hacerla parecerse a alguien que trabaja en una oficina.
—No, vale, no estás tan mal —dijo Dante, obviamente, sin saber de lo que estaba hablando.
—Claro que sí… Mírame… ¡Uy, no!
Trató de calmarse, cerrando los ojos, hasta que realmente encontró lo que quería decir.
—¿Por qué vamos a Italia? —dijo—, de todos los lugares a los que pudimos haber ido ¿Por qué
Italia?
Dante sonrió como si Sofía hubiera dicho lo que él esperaba que dijera.
—¿Qué? —preguntó ella, dándose cuenta— ¿Qué es?
—Nada —dijo, sonriendo traviesamente.
Sofía podía ver que Dante tramaba algo ¿Por qué tanto misterio? El jet se detuvo en el medio de
un almacén enorme en donde los estaba esperando un coche blanco.
—¡Bienvenida a Milán! —dijo Dante, saliendo del avión.
Sofía aun no podía creer que su jefe hubiera atravesado el atlántico solo para una sorpresa. Se
subió al coche suponiendo que tal vez, aquello no era más que un simple viaje de negocios.
3
Cuando llegaron al hotel, Sofía Gordon suponía que estaría de nuevo separada de su jefe. «Un
momento de paz», se dijo, en el elevador camino a su habitación. Aún estaba preocupada por no tener
con qué dormir, pero supuso que tendría que hacerlo en ropa interior o tal vez desnuda.
«Si hubiera dormido en el avión yo…», intentó decirse, pensando en que tal vez lo podría hacer
ese día, pero ¿Y si se quedaban más tiempo? Dante no terminaba de decirle qué era lo que tenía
planeado hacer más que: «es una sorpresa». Cada vez que le decía eso, sentía que poco a poco, fuese
lo que fuere, dejaría de serlo por lo tanto que lo anunciaba.
Mientras que el elevador seguía subiendo dándole la impresión de que había más pisos de los
que en realidad tenía aquel hotel, Sofía intentaba concentrarse en otra cosa que no fuera la voz de
Dante mientras hablaba por su móvil. No sabía quién podría estar llamando a esa hora ni mucho
menos por qué debía hablar con él justo en ese momento, pero, lo que peor le caía era el hecho de
que estaban hablando en italiano.
«¿De qué demonios hablan tanto?», se preguntó.
La conversación con aquella persona misteriosa le seguía irritando mientras que el elevador
continuaba subiendo sin detenerse, «¡Carajo! ¿Cuantos pisos tiene este lugar? —pensó— ¿Por qué es
tan jodidamente lento?»; estar irritada por la voz de Dante eternizaba el viaje. Sofía Gordon no
dejaba de imaginarse en su cama, desnuda, durmiendo entre las sabanas y almohadas increíblemente
cómodas que seguramente ese lugar debería de tener.
Cuando por fin se detuvo, Dante colgó la llamada, llevándola a creer que ni siquiera estaba
hablando con alguien. «Seguro lo hizo para hacerme molestar», supuso, consciente que, si esa era su
intención, lo había logrado. Sofía Gordon sabía que el señor Miller era un sujeto ocupado, alguien
que conocía ciento de personas en cualquier parte del mundo; esa conversación no podía ser falsa.
«¿Quién sabe?» Se dijo.
Mientras caminaban por el pasillo hacia la habitación que le correspondería a cada uno, Sofía
comenzó pensar que tal vez aquel viaje tenía un significado más profundo. Se preguntó qué podría
ser lo que lo había motivado a sacarle un pasaporte europeo, llevarla a Milán y decir que todo eso era
una sorpresa.
Mirando las puertas, una a una sintiendo que cualquiera podría ser la suya, reconoció que nunca
había sido el centro de atención por tanto tiempo. Ya lo había pensado ese día, pero no por ello
dejaba de ser relevante.
Dante nunca le había dado ningún detalle, ni mucho menos hecho algo por ella de esa magnitud.
«Podría ser que intenta compensarme por algo». Con ello se imaginó todas las cosas que pudo haber
hecho que la hubieran ofendido. Todas y cada una se enumeraron en su cabeza por orden de
importancia, pero, ni siquiera la primera, valdría tanto esfuerzo.
Él y el botones no dejaban de hablar en italiano, excluyéndola por completo de la conversación.
Sofía pensaba que tal vez sería igual que todos los demás viajes, porque el que fuese un detalle para
ella era muy improbable, aunque después de pensar en eso, Sofía Gordon se dijo que tal vez eso
pensaría si no hubiera actuado tan raro hasta ahora. Por lo que ella sabía, cualquier cosa era posible.
—Llegamos —dijo el sujeto que les escoltaba hasta la habitación.
El botones abrió la puerta, exponiendo una hermosa habitación que parecía un departamento
bien equipado. Pero lo que primero atrajo su mirada, fue la hermosa vista de la ciudad que le ofrecía
la ventana de la sala, con un sutil balcón, no muy pronunciado, por el cual podía asomarse y respirar
el aire de Milán.
—Espero disfruten su estadía, que tengan una buena noche —dijo el botones.
—Gracias —respondió Dante.
La despedida del sujeto que los acompañó, la trajo de nuevo a la realidad.
—Oh, espéreme —le dijo, suponiendo que ahora debían ir a la habitación que le tocaría a ella.
El botones se detuvo por un segundo, pero Dante le hizo una seña para que siguiera sin
problema.
—¿Qué? ¿Por qué le dijiste que se fuera?
—Para qué se va a detener —respondió él, adentrándose.
—Porque tengo sueño y quiero ir a mi habitación.
Sofía le seguía con la mirada mientras que Dante se iba sacando la chaqueta de su traje y la tiró
en el sofá.
—Relájate. Aquí hay bastante espacio para los dos.
—Como que para los dos… ¿Vamos a dormir juntos aquí?
Dante se acercó al mini bar y cogió una de las botellas.
—Esta suite es para varias personas. Aquel cuarto —señaló a su izquierda, hacia una puerta que
evidentemente daba hacia un cuarto— tiene una cama lo suficientemente grande y un baño privado…
no vamos a dormir juntos… (alguien tiene que quedarse ahí, claro) pero no vamos a dormir juntos.
Sofía buscó con la mirada alguna otra cama, esperando poder resolver aquel predicamento.
—Esta es una cama —dijo, como si hubiera leído su mente— el sofá… —señaló con la mano
mientras que sostenía la tapa de la botella— ¿Ves?
Dante parecía conocer muy bien aquel lugar. Sofía vio hacia donde él señalaba dándose cuenta
que nada de eso resolvía su dilema. Con él ahí, no podría dormir desnuda, mucho menos teniéndolo
prácticamente al frente de su puerta. Pero antes de reaccionar, pensó muy bien las cosas.
«No hay problema… puedo dormir en el cuarto… él se puede joder, nadie le dijo que debía
pagar una habitación para los dos, —dejó caer su bolso en la entrada— cierro la puerta y listo —
respiró profundo—, no es tan grave. Puedo con esto». Sofía Gordon pensó que, si se acostaba de una
vez, sería ella quien elegiría en donde dormir.
Suspiró, renovada.
—Me voy a dormir —dijo, dirigiéndose hacia la habitación.
A la mañana siguiente se levantó asustada pensando que se había quedado dormida por no
escuchar su despertador. El móvil, sin batería desde la noche anterior, no estaba por ningún lado. Ella
se preguntó en donde pudo haber dejado aquel aparato, por lo que imaginó todo el recorrido que hizo
el día anterior hasta que recordó que yacía en el fondo de su bolsa, en la puerta de la suite.
—Qué tedio —dijo, suponiendo que debería vestirse para ir a buscarlo— por qué no pudo
haberme dicho que íbamos de viaje —comenzó a reprocharle, mientras que luchaba para ponerse el
pantalón que ya no le gustaba tanto— habría traído ropa, ahora tendré que usar esto por… —se
detuvo para contemplar un segundo la situación— ¡No sé cuánto tiempo! —gruñó.
Comenzó a saltar para hacer que el pantalón subiese más rápido, mientras que buscaba con la
mirada el otro par del tacón que tenía en frente. Sofía Gordon se cuestionó al respecto del asunto
sobre su ropa mientras que estaban en Milán, sin saber a dónde irían ni por cuánto tiempo se
quedarían.
Se ajustó el botón y la cremallera, sintiéndose estúpida por vestirse así nada más para cruzar la
sala en donde probablemente estaría él acostado «¿No podían poner esa cama en otro lado? ¿Verdad?
No… ahora tengo que pasar así, apenas despertándome para que él me vea», dijo. Se arrodilló en el
suelo con la intención de ver debajo de la cama.
Se quejó al doblar las rodillas.
—¿Dónde lo puse? —dijo, escrutando el suelo—, claro… no estoy diciendo que tenga que
pedirme permiso —agregó, considerándose una tonta al creer que debían informarle todo lo que él
iba a hacer—, pero soy su asistente… —se levantó—, ¡Ey, no! ¡Claro que tiene que decirme qué es
lo que va a hacer! —miró hacia la puerta de la habitación, encontrando de inmediato el otro par—,
puede hacer lo que quiera, no estoy diciendo que no… pero también tiene que pensar en que voy a ir
con él. No está solo, nunca lo está, y él lo sabe —se inclinó para coger un par y luego el otro—, pero
parece que no le importa… nunca se da cuenta que también estoy con él —se sentó en la cama para
ponerse los tacones, para darse cuenta que tal vez podrían no ser necesarios—, no voy a salir
descalza —concluyó.
Sofía se acercó a la puerta, deteniéndose al ver su sombra y el halo de cabello que rodeaba lo
que se supone era su cabeza. Pensó que estaba muy despeinada, lo mismo que siempre cuando se
levantaba. Trató de aplacar la rebeldía de sus hebras con la mano mientras que usaba su sombra como
reflejo. Al encontrar un punto medio entre despeinada y peinada, se dijo que estaba bien, que de
todos modos no tendría que arreglarse demasiado para ver a Dante, lo que pensó un poco, tras
recordar que él nunca la había visto recién despierta.
—Oh, mierda —exclamó.
Inmediatamente comenzó a pensar en todo lo que él podría ver al encontrársela despertando de
esa manera: su rostro, su aliento, las lagañas en sus ojos, la saliva seca al borde de sus labios, su
cabello que aún estaba despeinado tal cual lo decía su sombra, tal vez el mal olor debajo de sus
brazos y el hecho que tenía la misma ropa del día anterior. No sabía si realmente valía la pena
acicalarse.
—Demonios —se dijo, concluyendo que sí lo valía.
Caminó con apremio hasta el baño en donde cogió la pasta dental, se la untó en el índice y lo
restregó en sus dientes pretendiendo ser un cepillo. Sofía contempló sus ojos, su delineador corrido,
su cabello que realmente no aplacó tan bien como su sombra le indicaba y las sábanas marcadas en su
rostro. Se dio cuenta que no se veía para nada bien.
«¿Iba a salir así? ¡Ay, no!», pensó, escupiendo la espuma en el lavado de sobre tope.
—Te ves horrible —le dijo a su reflejo.
Sofía sabía que no tenía motivos reales para preocuparse por su apariencia cuando se trataba de
Dante «A él no le importa eso», pensó, «Qué carajos le importa si estoy fea o no», no obstante,
comenzó a lavarse el rostro, aceptando en silencio que sí le importaba. Estaba segura que, si debía
verla así, tendría que ver la mejor versión de ella y eso era algo que había pensado mucho tiempo
atrás.
Mientras se quitaba con cuidado el delineador del rostro usando un poco de la crema que ofrecía
el hotel, recordó aquella vez que comenzó a vestirse mejor solamente para estar al lado del señor
Miller.
—No lo hago por él —se dijo, abriendo el ojo tanto como podía, esperando que no le llorase—,
creo —agregó, terminando de limpiarlo.
Se detuvo para ver cómo estaba quedando, contemplando en realidad mucho más de lo que veía.
Supuso que las paredes doradas que ocupaban el espacio del lavado, reflejaban una luz sobre ella que
la mostraba diferente. El problema no era la luz.
—¿Por qué estoy haciendo esto? —se preguntó.
Aquel sentimiento extravagante e innecesario de querer encajar en los cánones de Dante le
invadió de nuevo, del mismo modo en que lo hizo el día anterior cuando se veía en el reflejo del
coche, o en el avión mientras él le contaba lo mucho que había pensado en ella cuando planeó el
viaje. Sofía no se sentía así desde hace mucho tiempo. Se lavó las axilas con un poco de jabón,
ocupándose de su higiene por él, pero no demasiado porque pensó que tampoco era para tanto.
Cogió una toalla enrollada que estaba al lado del lavamanos y se las secó. Acto seguido alzó la
mirada y notó lo tonta que se veía levantando el brazo de ese modo.
—¿Qué te está pasando? —preguntó, apoyándose de la mesa para acercarse más al espejo, como
si estuviera enfrentándose a sí misma.
Dejó escapar un suspiro mientras que evaluaba lo menos destrozada que estaba.
—Creo que está bien —agregó, cerrando el grifo.
Sofía Gordon cogió otra toalla y se secó el rostro, quedándose completamente sin maquillaje,
pero sin verse tan destruida como lo hacía segundos atrás. Pensó que así estaba bien, tampoco se iba
a maquillar para ir a buscar el móvil.
Se irguió, acomodó su busto debajo del sujetador e inspeccionó su aliento. Considerando que
estaba lo suficientemente presentable, se acercó a la puerta del cuarto dispuesta a enfrentarse a Dante
actuando como si no se hubiera arreglado tan solo para que él la viese.
—Aquí vamos —dijo, antes de abrirla.
Con la frente en alto, la espalda recta y fingiendo seguridad, miró de reojo antes de terminar de
abrir de par en par, inspeccionando si Dante estaba acostado en el sofá cama, pero él no estaba y el
sofá no se veía como una cama.
—Donde está —dijo.
Sofía cruzó la puerta mucho más rápido de lo que tenía pensado, observando su alrededor
tratando de encontrar a su jefe. Se preguntó de nuevo en dónde estaba mientras se acercaba más a su
destino. Ya ahí, le dio un último vistazo al lugar, para darse cuenta que el señor Miller no estaba por
ningún lado.
Se dio cuenta de lo tonto que había sido haberse arreglado tan solo para cruzar la sala y que él la
viera. Reforzando la sensación de sentirse como una estúpida, cogió la cartera. Poco a poco más
molesta consigo misma, se aseguró de que su móvil estuviera ahí. Se dio la vuelta, dispuesta a
regresar a su habitación. Seguro estaría en el lobby o en realidad si había pedido otra habitación,
pensó. Pero fuese lo que fuere, no estaba.
—Estúpido… cómo se le ocurre no estar aquí —masculló, pisando con fuerza.
—Buenos días, Sofí.
Del susto, enderezó la espalda.
—Mierda —susurró.
El corazón le palpitaba demasiado rápido.
—¿Cómo amaneciste? —preguntó Dante.
—Bien —respondió, dándose media vuelta para que él la viera, ya que tenía que presumir lo
bien que se despertaba, de lo contrario ¿Para qué más se acicaló?
Sofía trató de convencerse de que no se había arreglado por él, pensando que si se tratara de
cualquier otra persona habría hecho lo mismo. Primero muerta que sencilla. Pero muy en el fondo lo
sabía, casi como si se estuviera ocultando justo detrás de ese pensamiento tan solo para no sentirse
mal: sí lo hizo por él.
—Qué bueno… —afirmó Dante, viéndola de frente—. Ya te iba a tocar a tu puerta —agregó,
acercándose a la entrada de la habitación—, pedí servicio al cuarto para desayunar y salir de una vez.
No sé qué querías comer, así que pedí un poco de todo. Tú sabes —justo en ese momento tocaron a la
puerta. Dante se acercó como si ya lo supiera y mientras la abría, agregó—: lo suficiente como para
comérnoslo todo.
A penas abrió, pudo ver a un botones con un carrito cubierto de platos con desayunos que
solamente se veían en diferentes partes del mundo, en la televisión e imágenes de Instagram. Sofía no
pudo evitar asombrarse, pensando en lo delicioso que todo eso se veía. Encantada, sintió cómo su
boca comenzó a salivar con tan poco.
—Creo que podemos comer todo esto —continuó él—, nos terminamos de arreglar y salimos.
El botones dejó la comida al lado de Dante.
—¿Para dónde vamos? —preguntó ella, acercándose al carrito.
—Ya verás —respondió él.
Sofía ignoró voluntariamente el comentario de Dante concentrándose en el carro de comida. El
estómago comenzó a rugirle como si hubiera estado esperando que le mostraran el desayuno para
decir que tenía hambre mientras que ella cogía el primer plato que comería: unos panqueques con
frutas espolvoreados por azúcar pulverizada, con gotas de chocolate y un poco de granola.
Dante y Sofía comenzaron a comer.
Mientras comía, iba pensando en lo que podría comerse después al tiempo en que consideraba
que debía preguntarle a su jefe qué cosa iban a hacer durante el día. Se dijo que, si iba a estar en la
calle, debería estar por lo menos arreglada, por lo que pensó en pedirle que le diese un poco de dinero
para poder comprarse una o dos cosas que pudiese usar. Todo con tal de no verse tan mal como lo
hacía en ese momento.
Al cabo de unos minutos, lo decidió.
—Dante… —dijo, a pesar que no sabía cómo se lo pediría.
—¿Sí? —preguntó él, con comida aun en la boca y dejando el móvil en la mesa— ¿Qué pasó?
—¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar aquí?
—No lo sé… ¿Por qué?
—No, bueno… —vaciló, cortando su muffin— porque estaba pensando que, si nos quedábamos
un poco más aquí, necesitaría ropa, un cepillo… tú sabes.
—Aja…
—Entonces. No sé si se podría hacer una parada en alguna tienda, comprar una que otra cosa…
tal vez una o dos, porque…
—Descuida —interrumpió—, no te preocupes.
—¿Seguro?
—Sí. Solo disfruta.
Alegre por haber logrado convencerlo de que le comprara una que otra cosa (aunque sabía muy
bien que no se negaría), Sofía terminó lo que quedaba de su desayuno, bebió lo que quedaba de su
jugo, cogió su bolsa y le dijo a Dante que se adelantaría para maquillarse, a lo que él respondió
moviendo con la cabeza. Ella cerró la puerta a su espalda sintiéndose realmente bien porque, aunque
fuese poco, podría comprarse un pantalón en Milán.
No obstante, estaba segura de que eso no era para lo que habían hecho el viaje, sin embargo,
consideró aquello: una pequeña escapada de la rutina. Se dijo que tal vez había cancelado el día
anterior, pero eso no quería decir que ese día también estaba cancelado.
Pensó que era posible que hubiera nuevas citas y encuentros programados con otras personas de
las que no le había hecho mención. Era posible que se lo comentase en el coche o luego de terminar
de comprar su ropa.
«Seguro me dice algo», pensó, mientras se pasaba el delineador por el parpado inferior. A ese
punto del día, Sofía ya no estaba interesada en lo que «no le habían dicho», porque decidió
concentrarse en el ahora.
—Estás en Milán —se dijo—, total, no es como que me haya llevado un lugar desagradable u
obligado a hacer algo aburrido. Creo que no importa —comenzó con el otro ojo— porque, o sea
¿Cuántas veces vas a Milán? —bajó la mano y se miró al espejo, esperando su respuesta— ¿Ah? Es
la primera vez ¿Verdad? —hizo una pausa— exacto. No es para tanto —continuó delineándose—,
vas a tener un pantalón nuevo, vas a conocer Milán, vas a estar con Dante…
Se detuvo en seco. Sofía pensó en lo extraño que sonó aquella afirmación y reconsideró lo que
dijo. Pero no fue solamente eso, sino lo que sintió al hacerlo. Sabía muy bien que de alguna forma le
gustaba estar con él, algo que prefirió no aceptar.
—Sí bueno…
Trató de convencerse mentalmente de que aquello fue un simple desliz, una jugarreta de su
cerebro al confundir las cosas.
—Estabas pensando en él —se dijo— eso es normal —miró directo a sus ojos— además, no es
mentira ¿Cierto? Voy a estar todo el día con él.
Sofía terminó de maquillarse habiendo superado lo que dijo. Ya no era importante, pensó.
«Solamente confundí una cosa con otra, no es para tanto. Siempre estoy con Dante ¿Verdad? Hoy no
es diferente. Voy a salir y no pasará nada del otro mundo. Sí».
Fue hacia la cama y cogió su bolsa, dándose cuenta que su móvil aún estaba descargado. Tal vez
podría cargarlo en el coche mientras iban a hacer lo que se supone que harían ese día, pensó.
Cogió sus cosas, se alisó la ropa con las manos y salió de su cuarto.
—Estoy lista —dijo antes de abrir la puerta, esperando que él la escuchara.
—Vale —respondió Dante—, termino y nos vamos.
Sofía pensó en lo fácil que los hombres lo tenían. Simplemente se despertó, seguro se puso la
misma camisa sin preocuparse como olía y ya estaba listo. «Si yo fuera así…», conjeturó. Abrió la
puerta lentamente, esperando que Dante la viese de nuevo, esta vez, maquillada y con un poco de
perfume que siempre cargaba en su bolsa. Estaba segura que su opinión no le importaba, pero
también quería dar una buena impresión. «No tiene nada que ver», se dijo.
De repente, pensó que él tampoco tenía más ropa para usar. «Está igual que yo —se dijo— por
lo menos no voy a ser la única». Se dio cuenta que tal vez él también se compraría un poco de ropa y
era posible, que, en eso, ella pudiera colar una que otra cosa que no estaba pensada. La simple idea la
alegró incluso más, agitándole un poco el corazón.
—¿Nos vamos? —preguntó ella, al cerrar la puerta a su espalda.
Dante se levantó apresurado, cogió su móvil y respondió:
—Sí. Nos vamos.
El viaje desde la habitación al coche fue igual que cualquier otro: normal. En este, comentaron
lo deliciosa que estaba la comida y de lo que podrían pedir el día siguiente, cosa que le indicó a ella
que probablemente estarían uno o dos días más, lo que la llevó a pensar que no era tan malo.
Mientras bajaban piso por piso, Dante le comentó que tal vez harían varias paradas en el día, por
lo que necesitarían comprar la ropa primero y dijo: «Yo también necesito comprar unas cosas», lo
que confirmó la teoría de Sofía.
Sonrió ante la satisfacción de haber acertado. El valet, asumiendo que Dante no hablaba italiano,
le dijo en perfecto español que ahí estaba su coche para luego entregarle las llaves del vehículo.
—¿Vas a conducir tú? —preguntó Sofía, asombrada.
—¿Sí? ¿Por qué no? —respondió, con una sonrisa en el rostro.
—No, por nada… solo digo.
Sofía y Dante se subieron al coche.
«Galleria Vittorio Emanuele II», escribió Dante en el GPS, el cual le indicó que estaban a más o
menos veinte minutos de viaje.
—¿Para qué vamos tan lejos? —dijo Sofía, al ver el tiempo que les iba a tomar.
Un poco más de quince minutos en coche, lo cual no era demasiado. Sin embargo, Sofía no
dejaba de pensar que Dante planeaba algo importante para ese día, y el que ella pudiera comprar era
menester. Supuso que, si no compraba cuanto antes, terminaría si poder hacerlo. Cualquier otro lugar
cerca del hotel serviría «no importa en qué parte de Milán compre, mientras sea en Milán», pensó.
—Pues tenemos que comprar unas cosas, y me gusta ese lugar —respondió.
—¿No hay otro lugar en donde podamos ir? No sé… ¿Más cerca?
—¿Que valga la pena? Pues ninguno.
—Relájate, vamos a pasarla bien. No te preocupes.
Luego de salir del hotel, veía edificios y árboles, la mayoría residenciales. Dante había cogido la
ruta corta que los llevaba por una autopista que los fue adentrando hasta el centro de la metrópoli.
Pero a pesar de que casi todo se veía como una ciudad cualquiera, con calles, intersecciones,
semáforos y cruces peatonales, para Sofía tenía cierto atractivo que no perdía por mucho que pensara
en eso.
Todo lo que veía era nuevo, interesante; era la primera vez que pasaba por ese lugar y lo estaba
disfrutando.
Cuando llegaron a lo que parecía el centro de la ciudad, la arquitectura, las luces, la gente y la
forma en que todo sucedía, tenía un aire característico del lugar. No lo conocía, nunca antes había
estado ahí, pero Sofía Gordon sentía que Milán se parecía eso que estaba viendo. Por casi veinte
minutos de viaje, tomando en cuenta el tráfico, Dante le explicó que debían encontrar un lugar en
donde aparcar.
«Estacionamientos», escribió Dante en el GPS, el cual señaló varios entre los cuales, había uno
lo suficientemente cerca de la galería. Vieron varios coches aparcados al borde de la calle camino al
parqueadero a lo que el señor Miller propuso detenerse ahí, para evitar seguir buscando el lugar.
—No nos vamos a acordar —dijo ella.
—Sí, vale —respondió Dante, confiado.
Unas líneas amarillas separaban los pocos puestos libres, mientras que en las aceras se podían
ver todas las motos, bicicletas y vespas que los citadinos habían dejado aparcadas.
—Aquí estamos bien —dijo Dante, apagando el motor.
—Más te vale que nos acordemos.
Luego de bajarse, Sofía le comentó a Dante si sabía cómo llegar al lugar y si recordaría en
donde se iba a estacionar, de nuevo, asegurándose de que nada saliera mal, ya que ella nunca había
estado ahí, a lo que él respondió, muy confiado: «Sí. Además, si no, pues llamamos a un taxi»,
agregó, bromeando un poco.
«Más te vale que no», respondió ella, esperando no abandonar ese coche en el medio de la
ciudad. La idea de perderse en Milán no le gustaba mucho, por esa razón decidió observar
detalladamente todo lo que había en su camino para que, al momento en que se fueran a devolver al
parqueadero, supiera qué camino coger.
Sofía comenzó a ver las paredes de los edificios que rodeaban esa calle, encontrando algo con lo
que pudiera ubicarse al regresar. No confiaba para nada en la seguridad que pregonaba Dante, por lo
que prefirió adelantarse, como siempre lo hacía, a sus errores. Como su asistente, ese era su trabajo,
entender las cosas mejor que él para facilitarle todo.
Se aparcaron cerca del banco de china, lo que servía como un gran punto de referencia;
cualquier cosa, solamente habría que preguntarle a alguien, pensó. Mientras caminaban, intentó
ubicar otros puntos de referencias, no para preguntar, sino para sentir que guardaría aquel lugar en su
memoria.
Las paredes, simples para cualquier otro, con su característico estilo neoclásico, le daban la
impresión de que estaba respirando un aire nuevo, algo completamente diferente a lo que se había
acostumbrado a ver, todo eso, con sus toques modernos: las motos, las señales de tránsito, los
materos que adornaban cierta parte del camino y los letreros y toldos sobre las ventanas.
Caminaron hasta llegar a la entrada de lo que parecía un hotel en el que se leía «Town house
Galleria». Sofía se preguntó por qué no se habían hospedado ahí, si de todos modos iban a conducir
hasta esa parte de la ciudad. Total, estarían más cerca. Expresó su duda en voz alta en lo que Dante se
detuvo para cruzar la calle.
—Ah, mira… no lo sé —respondió, como si no fuera gran cosa— ¿Por qué? ¿Te quieres quedar
ahí? —preguntó.
Aquella proposición le pareció un poco extraña (al igual que todas las cosas extrañas que
llevaba haciendo hasta ese momento) ¿Qué importaría si quería quedarse ahí o no? Se preguntó, pero
como no supo qué más pensar, respondió con un sí dudoso.
—Bueno, se puede ver… —dijo Dante, sin mucho problema.
Sofía, intentó pensar en una respuesta apropiada para eso, hasta que recordó lo que habían ido a
hacer en primer lugar.
—¿Cuándo vamos a llegar? —preguntó, para saber si realmente habría valido la pena,
hospedarse en ese hotel.
Tal vez, si estaba mucho más cerca de su destino, hubiera sido mejor idea quedarse ahí.
Dante, la tomó de la mano, confundiéndola aún más, y la condujo hasta el otro lado de la cera,
caminó un poco a la derecha, acercándola hacia un enorme umbral que se iluminaba por una
espectacular luz natural que de inmediato atrajo su mirada.
La mano de Dante, aun apretando la suya, la detuvo en todo el medio, en donde se quedó
observando aquel lugar. Su estilo neo renacentista la atrapó de inmediato. Los arcos de cristal y la
cúpula que podía ver no muy lejos en lo que parecía el centro de todo eso, le daba la impresión de
que estaba en un castillo. Le parecía absurdo cómo las personas caminaban por ahí sin detenerse para
apreciar detenidamente cada detalle.
—Llegamos —dijo Dante, presentando el lugar como si se tratara de una celebridad— La
Galería Víctor Manuel II —dijo—. Que es lo mismo que: «Gallería Vittorio Emanuele II», pero en
español. O como le dicen aquí «il salotto di Milano».
—¿Significa lo mismo?
—No… significa: el salón de Milán.
Sin soltarle la mano, Sofía se adentró en la galería, mientras movía el cuello de un lado al otro
para ver el techo, las paredes y todo lo que podía observar.
—Es hermoso… —expresó con asombro.
—Sí… es espectacular —respondió Dante.
—¿Por qué no me habías dicho que era así? Creí que estabas hablando de un centro comercial
cualquiera, con escaleras eléctricas y eso —hizo una pausa, porque todo eso le estaba quitando el
aliento—… no esto.
—Pues te dije que era una sorpresa —respondió.
Sofía, bajó la mirada para fijarse en Dante. De repente, se acordó que él le había dicho que
viajar a Italia era una especie de sorpresa, que había pensado en ella cuando lo planeo, y que desde
entonces no dejaba de repetir esa palabra una y otra vez, utilizándola como una mala excusa.
—¿Sorpresa? ¿Esta es la sorpresa?
—Sí… —vaciló— en parte.
—¿Cómo que en parte?
Dante le apretó más la mano interrumpiendo la conversación, se adelantó, jalándola para que le
siguiera.
—Ey, espera —se quejó, acelerando el paso para poder caminar a su ritmo.
De inmediato, la vitrina de una tienda atrajo su mirada. «TOD’S», se llamaba. Los
espectaculares bolsos de mano, zapatos, zuecos y sandalias la hipnotizaron en un simple parpadeo.
Presa del encanto recordó que hicieron todo ese viaje desde el hotel con la intención de comprar un
poco de ropa para ella, lo que le detuvo el corazón.
«Podría ser ahí», pensó, imaginándose utilizando alguno de esos bolsos o caminando con alguno
de esos zapatos. Sus ojos no se despegaban de la vitrina la cual sentía estar viendo en cámara lenta.
En ese momento, un «pero qué hermosos», se le escapó.
De repente, Dante se detuvo.
—¿Qué? ¿Te gusta? —preguntó.
Liberándose de la hipnosis que procuraron aquellos cortes Milaneses, se fijó en Dante, viendo su
expresión de «vamos a comprar ahí». De inmediato pensó que tal vez sería demasiado. Sofía no
quería perder su oportunidad de comprarse algo especial con la primera tienda que veía.
—Este… yo… —vaciló— bueno es que… —no quería decir la verdad ¿Qué tal si con eso no le
compraban más nada— sí… pero…
—¿Pero qué? ¿Te gusta o no?
—Pero son zapatos nada más y —miró de nuevo a la vitrina—… bolsos. —se fijó de nuevo en
Dante— No ropa. Vinimos a por ropa ¿Recuerdas?
—Sí bueno… —Dante se detuvo, le soltó la mano y se rascó el rostro, como si estuviera
pensando—… pero —dejó de rascarse y la vio fijamente a los ojos—… ¿Te gusta?
—Sí… ya te dije —Sofía comenzó a sentirse incomoda por la insistencia de Dante—, pero no es
lo que buscamos.
En lo más profundo de su ser quería decirle que no importaba, pero sabía que ahí no encontraría
lo que necesitaba, pero sí algo que podría desear, no obstante, sabía que sería demasiado.
—No te preocupes —le dijo Dante, cogiéndola de nuevo de la mano.
—Vamos.
Sofía seguía renuente a aceptar aquella propuesta, por muy interesante que fuera. La posibilidad
de comprarse una cosa, o de ver cualquier otro local de aquel increíble lugar, comenzó a disiparse
mientras más se acercaba a la tienda.
—Pero si compramos ahí no vamos a comprar en otro lado —dijo Sofía, tratando de hacer
reaccionar a Dante, quien parecía perdido en la emoción.
Sofía trató de detenerlo, jalando en dirección contraria pero no demasiado para que los demás no
creyeran que la estaba obligando a hacer algo, que en parte era lo que hacía, aunque no de mala gana.
—¡Dante, no! —jalando con fuerza para liberarse de su mano, exclamó en un susurro. Alto,
pero no demasiado, como si tuviera temor de que alguien la escuchara.
Dante se detuvo cuando casi estaban entrando a la tienda, respondiendo a la petición de su
asistente, quien, en ese momento, no se sentía para nada como tal.
—¿Qué pasó? ¿No quieres entrar? ¿No quieres comprarte algo?
—Sí… —respondió firme— sí quiero…
—¿Entonces?
«¡Que no me gusta que me digas que hacer!», pensó, comprendiendo lo extraño que era aquella
afirmación tomando en cuenta que era su asistente.
Sofía no podía controlar la angustia que le generaba el ser obligada a hacer algo en lo que no
tenía control absoluto. Todo lo que había estado haciendo en las últimas horas: el viaje a Italia, su
nuevo pasaporte, el quedarse en la misma habitación que él, ir hasta aquel increíble lugar tan solo
para comprar ropa y la extraña insistencia de Dante, adicional al hecho de que ¡No le explicaba la
razón de todo! La estaba volviendo loca.
Quería decírselo, Sofía pensó en muchas formas de decir en ese momento que no se sentía bien
con lo que estaban haciendo, pero no sabía cómo.
En ese instante, Dante respiró profundo. Sofía no quería levantar la mirada ni averiguar por qué
lo hizo; aun procesaba qué decirle en pocas palabras que simplificara todo lo que sentía. El asunto era
que sabía que tales palabras no existían por lo menos no si quería ser sutil, lo que estaba buscando.
—Está bien —dijo Dante—, te entiendo.
«No, no me entiendes», pensó ella, sin levantar la mirada.
—Sé que me he estado comportando extraño últimamente y que no te he dicho las cosas como
son —continuó—, puede que me haya pasado un poco, lo sé.
Aquello comenzó a sonarle como una explicación, lo que la motivó a levantar la mirada. El
Dante que tenía en frente no se parecía al sujeto firme, seguro y comprometido que conocía. Parecía
que había borrado por completo todo lo que era, todo lo que parecía conocer de él. «De cuándo aquí
Dante es así?», pensó, ávida por saber qué otra cosa iba a decir.
Dante no se preocupaba por las personas, ni mucho menos por las mujeres en su vida. De todas
con las que se había acostado y lo que ahora sabía de ellas… ninguna importaba, además, a la que
menos atención le ponía, era a Sofía, ella misma.
Sofía Gordon sabía muy bien eso; Dante Miller nunca se preocupó por ella, nunca le importó lo
que podría querer o lo que le hacía falta… incluso después de aceptar que estaba enamorada de él, de
que su vida entera giraba en torno a un hombre que no la quería en realidad, era lo que más la
confundía.
Dante la apartó hacia un costado para no estar en medio de la puerta ni estorbar a los demás.
«¿Por qué está haciendo todo esto?», pensó, al verlo tratar de explicarle lo que fuera que le iba a
explicar.
—Pero es que estoy tratando de mejorar las cosas contigo —dijo—, quería que todo esto fuera
una sorpresa, pero (aunque no sé cómo carajos hacerlo porque tú eres quien siempre organiza todo)
no creo que lo haya hecho bien —la miró directamente a los ojos—, una sorpresa para ti. Tal vez no
he sido un buen jefe en estos seis años…
«Cinco años y medio», pensó, sin intención de corregirlo, para no interrumpir ya que obtuvo su
completa atención cuando dijo: «sorpresa para ti».
—Justo hoy que cumplimos los seis años, creí que sería algo especial darte una sorpresa. Como
te gusta Italia, esto, lo otro… tú sabes. Creí que sería… no sé, ¿Lindo?
—¿Seis años? —preguntó Sofía, comenzando a dudar de la información que manejaba.
—Sí, seis años.
No podía creerlo.
—¿Hoy?…
Sofía empezó a hacer memoria, ubicando el primer día en el que comenzó a trabajar para él con
cualquier otro evento aparte que le indicara en qué año había empezado y lo más importante, en qué
mes. «Estábamos en marzo del 2013—se dijo, pensando que a pesar de que confundió el mes, acertó
en el día—, recuerdo que firmé con él dos días después del cumpleaños de mi mamá… o sea, no
tiene sentido, ahorita estamos en septiembre… no…».
—No… —se negó, completamente segura de que tenía la razón— hoy no… comencé a trabajar
para ti en marzo… el doce de marzo del dos mil trece… no el doce de septiembre. Estás confundido,
yo…
—Claro que no, fue el 12 de septiembre del dos mil trece, hace seis años… —aseveró Dante,
interrumpiéndola.
—¿Cómo vas a decir que fue en septiembre si yo dejé la universidad en agosto y…
—Y terminando agosto renunció Karen, por lo que tuve que buscar un remplazo…
—No porque yo… —intentó continuar.
—Por lo que estaba desesperado —continuó él— y por eso me dijeron que lo publicara en
internet porque sería más rápido porque luego de diez días del asco en donde tuve que hacer todo por
mi cuenta, quería salir rápido de eso… espere y esperé hasta que recibí tu correo…
—Yo no… —trató de decir que eso no concordaba con su versión, pero él la interrumpió.
—Lo sé porque hace un año me dijiste que borrara mi bandeja de entrada…
De eso sí se acordaba.
—Pero tú me dijiste que yo…
—Que lo hicieras tú, sí, pero insististe con que…
—Tenías que hacerlo tú porque si borraba algo no iba a ser mi culpa.
—Exacto.
Lentamente, la historia de Dante iba cobrando sentido.
—Y fue ahí cuando encontré un correo con tu CV del diez de septiembre del dos mil trece.
«Dos días antes de que firmara con él», pensó Sofía.
—Recuerdo que no tardaste mucho en responderme… —agregó ella— lo que fue raro.
—Sí, después de diez días, no me importaba quien fuera mi asistente, así que te acepté, sin
experiencia ni nada, por lo que acordamos que habría un periodo de prueba de… —Sofía le
interrumpió.
—¡De seis meses!
—Sí… seis menes.
Todo comenzó a cobrar sentido. Como si estuviera adelantando una película increíblemente
larga. Los eventos de los seis meses que había entre septiembre y marzo, se aglomeraron en su
memoria en cuestión de segundos.
—Entonces yo…
—Sí, exactamente comenzaste a trabajar el doce de septiembre, no el doce de marzo.
Sin mucho esfuerzo, creyéndose una tonta, miró al suelo recordando todo los doce de marzos
que se sintió especial por cumplir años trabajando con él; aunque técnicamente si cumplían año de
algo ese día, pensó.
—Pero tú tampoco lo sabías —dijo, dándose cuenta que habían pasado seis años en los que él no
le había dicho nada.
—Sí… lo sé —respondió, dolido—, fue por eso que quería darte esto.
—¿Darme qué?
Dante sonrió ante la luz de aquella pregunta. Extendió los brazos, aludiendo a todo el lugar, tal
vez a toda Italia como tal, y agregó, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Todo esto!
Sofía no entendía.
—Como me dijiste que te gustaba Italia, pensé que te debería de gustar Milán —explanó—, y
como no quise detenerme ahí, pensé que tal vez podría darte una semana entera solo para ti, en donde
pudieras hacer lo que quisieras y comprar lo que quisieras sin restricciones.
Cada palabra dibujaba en su imaginación una imagen diferente que se desarrollaba en cientos de
otras imágenes: ella comprando, viajando, disfrutando de todo lo que siempre quiso. La sorpresa de
Dante había logrado su cometido: sorprenderla.
—Ya va… está diciendo que…
—Sí…
—Entonces puedo…
—Sí —respondió él.
—¿Aquí?
—Y en donde mejor te parezca.
Aquella afirmación, renovadora y alucinante, desató en ella un deseo que estuvo conteniendo
cada vez que viajó a diferentes lugares. Durante años, visitaban países espectaculares en donde se
sintió restringida por estar «trabajando», por no tener los recursos de los que disfrutaba su jefe ni
muchas otras personas adineradas. Siempre cohibida, fantaseaba constantemente con poder hacer
cualquier cosa porque si se tratara de ella, estaría disfrutando al máximo aquel lugar, fuese cual fuere.
Esta vez, ante la luz de esa noticia, su mundo se alumbró. Sin pensarlo demasiado, Sofía Gordon
tomó la iniciativa cogiendo de la mano a Dante y conduciéndolo al interior de la tienda. ¡No había
restricciones! Se dijo. «¡Puedo comprar todo lo que me dé la gana!» Zapatos, bolsos, zapatillas,
botas… todo lo que esa tienda le ofreció que le quedaba y le gustaba, lo compró.
Mientras cogía, se sentía de cierta forma limitada por no saber hasta qué punto llegaba la
generosidad, de Dante. «No te preocupes», le respondía él, motivándola a coger cualquier cosa que le
gustara y eligiendo para sí mismo también.
Cuando fueron a pagar, le preguntó de nuevo.
—¿En serio vas a pagar por todo esto?
Un aproximado de cinco mil quinientos dólares en artículos parecía un poco desorbitante. ¿Qué
tanto había comprado? Se preguntó, pensando en sacar una que otra cosa antes de que Dante se
arrepintiera.
—Cómpralo, vale, no te preocupes —respondió.
Y al igual que en esa tienda, hizo lo mismo en otras tantas. Dante, la condujo por aquella
galería, hacia las otras tiendas de ropa que el lugar le ofrecía, mientras que apreciaba más y más los
detalles, esquivaban el gran número de personas que pasaban para observar, comprar o simplemente
acortar el camino. Prada (que ocupaba gran parte de los locales y a los cuales entraron todos), Louis
Vuitton, Versace, Armani, Gucci.
Luego del tercero, dejó de escatimar en gastos. Zapatos, pantalones, camisas, suéteres, chalecos,
vestidos, ropa interior, botas, tacones, sombreros, bolsos… todo lo que podía comprar, lo compraba.
Encantada, entró a cada tienda llenándose cada vez más de bolsas. Por ultimo fueron hasta una tienda
de bolsas de viaje tan solo para comprar maletas en donde guardar todo lo que compraron.
Al cabo de cuatro horas de recorrido, y luego de poner todas las maletas en el coche para poder
moverse con mayor libertad, se detuvieron en uno de los cafés que había en el lugar. Dante le
recomendó sentarse en la parte de afuera, justo en donde se podía ver todo el movimiento dentro de
la galería. A gusto con lo que hacían, aceptó.
—Dos cafés y dos tartaletas, por favor —dijo Dante.
Sofía se quedó viendo a su alrededor, observando cada detalle del lugar, por no haberlo hecho
cada que salía de las tiendas porque estaba muy concentrada en seguir comprando. «Este lugar sí que
es hermoso», dándose cuenta que en donde terminaba la cúpula, había unos cuadros enormes que
adornaban el techo. Los citadinos, quienes se diferenciaban fácilmente de los turistas, los
trabajadores y la perfecta luz natural que alumbraba el lugar, era el pretexto perfecto para sentirse
feliz. Todo le parecía encantador.
—Ya van a traernos el café —dijo— y las tartaletas.
—Vale —respondió Sofía, sin apartar la mirada de las personas.
En ese instante, algo llamó su atención. Una pareja de ancianos, con un niño no mayor de siete
años, se detuvieron cerca del medio de la galería, viendo al suelo. Los octogenarios, quienes supuso
abuelos del chico, le estaban diciendo algo mientras señalaban el suelo. Sofía, atraída por eso, de
entre todas las personas (tal vez unas treinta) que estaban debajo de la cúpula haciendo lo que los
turistas hacen, no apartó su mirada de ellos.
—¿Qué estarán haciendo? —se preguntó, casi sin proyectar por completo las palabras.
De repente, el niño, emocionado, comenzó a dar vueltas sobre su pie, sin razón aparente. Lo
hizo tres veces. Aquella escena, llamó la atención de varios turistas quienes se detuvieron a apreciar
al pequeño. Al cabo de unos minutos, unas personas imitaban lo que hizo el pequeño.
—¿Qué hacen? —preguntó al fin a Dante.
—¿Quiénes?
—Ellos, por allá —dijo, señalando en dirección al tumulto de personas que de una en una daban
vueltas.
—Ah… eso.
—Sí… ¿Qué hacen?
—Están pidiendo un deseo —explicó, Dante.
«¿Deseo? ¿Por qué?», pensó ella.
—Bueno, es como una tradición que hay aquí —continuó, Dante—. Ya no la hacen tanto, pero
sigue existiendo.
—¿Cómo te enteraste?
—Alguien me lo contó una vez —dijo, Dante—. En resumen, de los cuatro mosaicos que hay en
el suelo que significan una cosa diferente, si te paras sobre los testículos del toro de Turín…
—Uy —dijo, Sofía.
—Aja, sí… —respondió Dante a la observación acertada de Sofía—… con el talón —continuó
— y mientras das tres vueltas sobre tu propio eje, pides un deseo y no se lo cuentas a nadie, dicen
que se te va a cumplir y regresarás de nuevo a Milán.
La idea de hacer algo como eso la emocionó de repente. Sofía se alarmó pidiéndole a Dante que
lo hicieran, que pidieran un deseo porque sabía muy bien qué cosa iba a pedir. Estaba segura que era
posible que no se cumpliera, el esoterismo y las fábulas como esas no solían funcionarle, pero a pesar
de eso, seguía hablándole a las estrellas fugaces y lanzando monedas a las fuentes en las plazas. Ya
estaba ahí ¿Qué podía perder? Pensó.
Dante, luego de la presión que ejerció Sofía, aceptó hacerlo después de que terminaran de
tomarse el café, total, tendrían tiempo de sobra después de eso. Sofía, repasaba mentalmente todas las
cosas que quería pedir, porque mientras más tiempo le daban, más ideas le surgían. Las separó por
tipo entre las que se encontraban aquellas que estaba segura que no se cumplirían y las que, si acaso
llegaban a ser cierto que el toro de Turín concedía deseos, podría decir.
Pasados veinte minutos, se levantaron y esperaron su turno para pedir el deseo. Sofía, fue la
primera.
—¿Así? —preguntó, colocando el talón derecho.
—Sí, así mismo. Ahora da vueltas sin despegarlo.
—¿Y pido el deseo?
—Sí.
—¿A qué vuelta? ¿A la primera? ¿Solo un deseo? —preguntó, viéndose el pie.
Dante suspiró con fastidio, tal vez debió hacerle esas preguntas antes de colocar el talón en
posición, pensó ella.
—Mientras das las vueltas.
—Ok…
Sofía Gordon pensó muy bien el deseo antes de comenzar a dar las vueltas, a ese punto, si tan
solo estaba haciendo el ridículo, se le ocurrió que lo haría con un deseo que valiera la pena. No sabía
si lo que iba a pedir se cumpliría o si ser muy específica o ambigua afectaría en algo, por lo que, en
una combinación de ambas, comenzó a dar las vueltas.
«Deseo que todo esto mejore», pensó, refiriéndose a muchas cosas: Milán, el trabajo, su futuro,
la forma en que Dante la había estado tratando hasta ahora, la atención que le daba y su vida… Sofía
resumió todo lo que quiso en una simple oración, esperando que el toro de los deseos entendiera a
qué se refería o decidiera qué le convenía más.
—¡Listo! —dijo entusiasmada al terminar.
—Vale, ahora mi turno.
Sofía se apartó, sorprendida de que Dante lo fuera a hacer, primero, porque no esperaba que él
creyera en eso y, segundo, porque no sabía qué cosa podría pedir alguien como él, quien ya parecía
tenerlo todo. Cuando terminó, Dante sonrió y ella evitó preguntarle qué cosa había pedido más que
todo porque la idea era no contárselo a nadie.
Durante el día, fueron hasta otro centro comercial en donde hicieron prácticamente lo mismo
que en ese, caminar y comprar. Esta vez, sí era como el que se había imaginado al principio,
solamente que mucho más grande de lo que esperaba. Había todo estilo de tiendas y un poco menos
turistas. Cuando salieron, eran cerca de las siete de la noche. Sofía sentía que todo lo que podía hacer
ya lo había hecho, aunque en realidad no había siquiera empezado.
—Ahora al hotel —dijo, cansada.
—Sí —respondió, Dante— pero no quiero conducir de regreso —agregó.
—¿Entonces? ¿Qué quieres hacer ahora?
—Se me ocurre algo.
En el camino, Sofía pudo darse cuenta, sutilmente, que estaban regresando a la galería. Pero en
vez de preguntarle, supuso que había algún motivo y, sin ánimos de arruinar alguna posible sorpresa.
Cuando llegaron, definitivamente se sorprendió.
—Como me dijiste que preferías estar más cerca de la ciudad, supuse que tal vez te gustaría
quedarte aquí —dijo Dante.
Ya en la recepción, comenzó a hacer los preparativos para apartar dos habitaciones, lo que
procuró cierta sensación de abandono en ella. Todo aquello había sido un gesto agradable de parte de
Dante, y el quedarse en el mismo cuarto que él significaba mucho, por lo menos más esa misma
mañana. De cierta forma, no quería alejarse de él.
—Disculpe, la suite presidencial no está disponible.
—Rayos —dijo— y de las mejores, ¿No tienes ninguna con dos camas?
«¿Acaso ya no quiere estar en el mismo cuarto que yo?», se preguntó, suponiendo después que
tal vez lo del otro hotel había sido una simple coincidencia.
—No… lo siento. Para lo que usted desea tenemos la Deluxe con vista a la galería…
—Y esa ¿Cuantas camas tiene?
—Una extra grande.
—Diablos… —se quejó Dante.
Luego de lo que pasó durante todo el día, Sofía no sintió que hubiera problema en que pudieran
quedarse en el mismo cuarto, total, si la cama era extra grande, podrían dormir los dos sin ser un
problema para el otro.
—Pero podemos tomar esa —interrumpió Sofía.
—¿Segura? —preguntó Dante.
—Sí —le miró, segura— ¿Verdad? —vio después a la recepcionista, que nada tenía que ver en
eso— ¿Está libre por la semana?
—Por ahora —respondió ella.
—Sí —dijo Sofía— ¿Ves? —se fijó en Dante.
Dante parecía estar pensándolo; cerca de quince segundos después, respondió.
—Está bien, si eso es lo que quieres.
«¿Es eso lo que quiero?», pensó Sofía, contemplando el hecho de que ahora dormiría a su lado
por primera vez.
4
El porqué de cómo sucedieron las cosas y la razón por la cual estaba ahí, eran inciertas.
Mientras sujetaba la nuca de su jefe, se preguntó cómo era posible que lo que tanto había esperado
(aunque fuera por lo menos una vez en su vida) estuviera pasando ahí, en ese momento, ese día, así
nada más.
Pensó que, de haber sabido que solamente tenía que hacer eso, lo habría hecho antes.
Exactamente seis años después de comenzar a trabajar con Dante, las cosas simplemente
sucedieron. Dante Miller simplemente la llevó a Milán, simplemente le regaló una semana millonaria
sin restricciones, simplemente alquiló una habitación en uno de los hoteles más caros de la ciudad, en
donde solamente había una cama y simplemente comenzó a besarla.
Los eventos que condujeron hasta aquel desenlace eran, de nuevo, inciertos. Tal vez Sofía
Gordon no quería pensar demasiado en eso, era posible que simplemente estuviese en el lugar y
momento adecuado, o que ella misma hubiera contribuido de alguna forma a que gran parte de
aquello sucediera. Pero, sin importar lo que pudiera ser, ella estaba disfrutando el beso de Dante.
Con su mano en la nuca y la de él en su cintura, continuó besándolo a pesar de ser la única que
estaba semidesnuda, con no más que la ropa interior que acababa de comprar horas atrás. Mientras la
besaba y ella se perdía en sus labios, Dante comenzó a desplazar su mano desde su cintura hasta su
trasero, el que justo en ese instante, pedía con apremio que lo apretasen.
Con el ánimo de ser disfrutada, Sofía Gordon se dejó apretar por el hombre que siempre quiso
que la tocara. Al mismo tiempo, enredaba sus dedos en el cabello de su jefe, suponiendo que en algún
momento tendría que desnudarlo, pero no le importaba, porque quería disfrutar la naturalidad con el
que las cosas estaban sucediendo. Lenta y sutilmente, Dante se deslizaba debajo de las telas recién
estrenadas que a penas y la cubrían, obligándola a humedecerse aún más, bautizándolas con sus
excesos benditos.
«Maldita sea —pensó— estoy manchando las bragas», le encantaba cómo le estaba haciendo
sentir aquel hombre, pero aún no se encontraba tan ensimismada como para olvidar que las prendas
que usaba, técnicamente, aun eran nuevas.
Distrayéndola casi de inmediato, Dante atrajo su cuerpo suavemente hacia el suyo, en donde las
caderas de Sofía, chocaban con sus muslos y, su vientre, con su miembro erecto, contenido tan solo
por la tela de su pantalón. El señor Miller era apenas un poco más alto que ella, pero no demasiado.
Con el cuello inclinado hacia atrás y las nalgas apretadas intentando no levantarse de puntillas,
Sofía se perdía en el placer que concedían sus labios, que poco a poco iba expandiendo más su
imaginación.
Pensó que era increíble lo bien que besaba, lo espectacular que se sentían sus besos, su rostro
sutilmente poblado de vellos, el frio que causaba el aire acondicionado, la fricción de sus manos
sobre su espalda y sus glúteos; aquella respiración calentándole la mejilla, la textura de su lengua, su
presencia misma.
Las manos traviesas de Dante evitaban deshacerse de las pocas prendas que usaba, como si el
simple hecho de usarlas fuera excitante en sí. Sofía lo sintió de ese modo en el preciso instante en que
salió del baño porque deseaba mostrarle cómo le quedaba y casi al mismo tiempo él se acercó para
besarla. En lo más profundo de su ser presintió que algo así podría pasar, lo único que no llegó a
concebir fue el «cómo».
«¿Qué estás esperando?», pensó, suponiendo que no iba besarlo toda la noche, «ya estoy aquí,
¿Qué carajos?». Sin interrumpir el beso, Sofía lo empujó por el pecho dirigiéndolo hasta la cama, en
donde lo tiró hacia atrás para que cayese de espaldas en el colchón. Sintió el último apretón de sus
nalgas antes de arrodillarse en el suelo y comenzar a desajustarle el pantalón.
—Sofía, yo…
Dante intentó hablar, pero Sofía no estaba dispuesta a escucharlo. Le siseó porque sabía muy
bien que si lo pensaba demasiado se iba a arrepentir. De cierta forma había esperado mucho por eso y
no estaba dispuesta a dejarlo atrás por simples incertidumbres e inseguridades.
—No hables… —le añadió al siseo— y ayúdame.
Obedeciendo, Dante dejó de hablar y comenzó a desabotonarse la camisa mientras que Sofía
estaba cada vez más cerca de sacarle el pantalón, un trabajo complicado para una sola mujer, pensó.
—¡Ahora sí! —dijo ella, viendo por primera vez el pene erecto de Dante— ¡Mi dios!
—¿Qué pasó? Es que…
Le siseó de nuevo.
—No hables —agregó ella.
No solo era la primera vez que veía el pene de su jefe, sino que era la primera que se encontraba
con uno que estuviera doblado. Recordó haber escuchado antes de ellos; alguien en la universidad
una vez comentó algo al respecto, lo que nunca esperó fue que Dante tuviera uno.
—Vaya —se dijo, emocionada y sonriendo.
Lejos de pensar si le dolía o si algo podría pasar, dedujo de inmediato que, si alguien con el
dinero que él tenía, no había tratado su inclinación de casi noventa grados hacia abajo, entonces no
debería de ser un problema. Emocionada por saber cómo se sentía, saltó sobre él sentándose en su
regazo con las rodillas dobladas y sosteniéndose de su pecho.
—¿Estás listo? —preguntó.
—¿Ya? —inquirió Dante.
Sofía no quería perder tiempo, pero tampoco quería que terminara rápido. No iba a dudarlo tanto
ni mucho menos pretender que no quería hacerlo, retrasando lo inevitable y actuando como una tonta.
—No —dijo en un tono de voz travieso y ocultando sus intenciones.
Lentamente, comenzó a mover sus caderas, rozando su vulva con el pene curveado de Dante,
con sumo cuidado, esperando averiguar si eso le causaba dolor. Gracias a aquella inclinación, el falo
presionaba de frente sus labios, su clítoris e intentaba empujar la tela de sus bragas hasta su vagina.
No sabía si a él le gustaba lo que estaba haciendo, pero ella se sentía muy bien al experimentar la
presión que eso le ejercía.
No estaba desplazándose de adelante atrás como si se tratara de un pene erecto cualquiera. Lo
hacía de modo que la punta doblada estuviera levantada y ella simplemente se frotaba de manera
vertical.
Dante cerró los ojos y fruncía el ceño al ritmo de sus movimientos circulares, cosa que ella
interpretó como un gesto de placer, lo que la motivó a moverse más. Podía sentir cómo sus nalgas se
contraían, apretando el trasero mientras empujaba sus caderas en contra del pene de su jefe. Si no
estuviera curveado, tan solo estaría lamiendo el exterior, el borde y, aunque se sentiría bien, no sería
igual de genial.
Sofía sentía cómo sus bragas se humedecían aún más mientras que la implosión de placer que su
vientre absorbía (como si este fuera un hoyo negro sin fondo que esperaba acumular toda la
satisfacción que experimentaba) la hacía a gemir. Exhalaba y sus gemidos se escapaban entre ellos,
acompañados por interjecciones de deleite que pregonaba hacia las paredes insonorizadas.
—¿Te gusta? —preguntó ella, entre gemidos.
—Sí —respondió Dante.
Y al igual que su expresión de goce, sus palabras la motivaron a aumentar el ritmo de sus
movimientos. Aun no estaba penetrándola, ni siquiera se podría decir que estaban teniendo sexo, pero
la estaba haciendo gozar. Y afirmaba, exclamaba, gritaba, se seguía moviendo. Mientras más se
movía mejor se sentía. Dante apretaba su cintura, sus pechos, sus nalgas; ella solamente se
masturbaba con aquel pene, esperando ser penetrada, deseándolo demasiado.
«¡Qué bien se siente, joder!», pensó, con los ojos cerrados, encantada por la forma en que Dante
apretaba sus pezones luego de deslizar las manos debajo de su sujetador. No esperaba que algo tan
simple como esa ropa interior fuera tan efectiva, ni mucho menos que se sintiera tan bien hacerlo
mientras las usaba.
Sofía se inclinaba ocasionalmente para acercar sus labios a los de Dante y darle un beso
apasionado, para lamérselos, para sentir su lengua. Dejaba que su saliva le empapase las mejillas
porque estaba descontrolada. Ya no le importaba si la ropa era nueva o si la estaba ensuciando; se
dijo que esa era la forma apropiada de estrenarlas. «El mejor uso que puedo darle», pensó.
Continuó moviéndose hasta que simplemente no pudo resistirlo más. Su vagina se contraía y
ella sabía por qué. La forma en que Dante le abría las nalgas exponiendo su ano pobremente cubierto
por la tela de sus bragas, en que apretaba sus pezones, en que le besaba el cuello cuando ella se
bajaba para saborear sus labios y la manera en que rozaba su piel cada que se desplazaba para
detenerse en un punto erógeno diferente, la estaban volviendo loca.
Siguió frotándose con el pene de Dante, dando en el lugar adecuado tal cual como a ella le
gustaba. Aumentó incluso más el ritmo porque estaba cerca, porque de tanto dar en dónde debía se
acercaba más al pináculo del placer. Y siguió, sin detenerse, concentrándose en ella, velando por sí
misma. Y lo logró.
Un estallido interno se extendió por su cuerpo para luego concentrarse en el epicentro de su
vientre. Se dejó caer sobre Dante.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí —respondió Sofía, apenada.
Sofía Gordon consiguió su primer orgasmo con la ayuda de Dante, quien, por ahora, tan solo
estaba ahí.
—¿Segura? —inquirió él.
—Sí, descuida, no pasó nada.
Sofía no quería que supiera que había acabado tan rápido ni mucho menos tan fácilmente. Al
cabo de unos segundos, recuperó un poco de aliento justo cuando aceptó que quería más, que lo
quería todo. Lo deseaba adentro y necesitaba saber cómo se sentía aquel pene. Y como ya había
esperado demasiado, no iba a retrasarlo más.
—Te quiero adentro —dijo Sofía, levantándose sobre él.
De pie en la cama, sacó únicamente una pierna de sus bragas y se volvió a sentar sobre Dante,
cogiendo el pene con su mano y colocándolo en posición para que la pudiera penetrar. Dante intentó
hablar, abriendo la boca, pero deteniéndose casi de inmediato, como si lo que iba a decir no fuese
importante. Sofía le preguntó de nuevo si estaba listo, más para sí misma que para él. Era una
experiencia completamente nueva y algo que se imaginó pero que nunca esperó que fuera posible.
Húmeda, sentía cómo la punta del pene rozaba sus labios ahora desnudos, abriéndolos,
preparándole para penetrarla. A Sofía no le importaba si se veía sensual, si lo que estaba haciendo
estaba bien o si debía tomar el control porque, muy en el fondo de su ser, sabía que esa semana era
para ella y ella era quien la disfrutaría.
«Uy… sí…», dijo en su cabeza, mientras sentía cómo el pene de Dante se abría paso. De cierta
forma era como cualquier otro pene: solido, grueso e invasivo. En contra de sus pronósticos, entró
como todos los penes entraban, deslizándose suavemente mientras que sentía cómo cada parte blanda
de su vagina se abría para él.
La presión que aplicaba dentro de su órgano, obligando a sus paredes a moldearse alrededor de
aquel pene, se sentía increíble. Era como abrir el regalo de navidad que siempre había querido, pero
con un giro espectacular.
La punta de su pene, característicamente doblada, intentaba regresar a su forma original
mientras que estaba dentro de ella. La verdad, parecía que a aquel falo no le importaba lo que hubiera
en el medio, él haría que las cosas se adaptaran a él. Y eso hizo. Moviendo sus caderas lentamente,
Sofía Gordon podía sentir cómo la punta apretaba el punto adecuado cada que salía, entraba, se
movía de un lado al otro o cuando simplemente estaba ahí.
Su cuerpo lo agradecía estremeciéndose y contrayéndose cada vez que daba en ese lugar, en el
otro, en el que más importaba y en el que la hacía convulsionar de placer como nunca antes lo había
hecho. Su vientre se fruncía, sus nalgas temblaban y la tensión se acumulaba en su cuerpo.
Sofía acercó su rostro al de Dante sin dejar de mover las caderas. Y sin decirle nada, comenzó a
besarlo, aferrándose a su cabello sin detenerse. Él empezó a besarla apasionada y desenfrenadamente.
La sensación de la lengua de su jefe penetrando en su boca era solamente comparable con la de aquel
pene entrando y saliendo de su vagina. Podía escuchar cómo escurría los fluidos que se escapaban de
ella.
—Eres increíble —le dijo, cuando tomó aire.
—No… tú eres increíble —respondió.
Ahora de espaldas a él y con la mejilla pegada a la cama, Sofía podía sentir la manera en que
Dante tomaba sus nalgas con las dos manos, apretándolas mientras que las abría para exponer más su
sexo.
—Eres increíble —dijo él.
—¡Métemelo! —suplicó Sofía.
Mientras sentía cómo Dante colocaba su pene sobre sus labios, pero sin penetrarla, tentándola,
haciéndola desear aún más lo que ya sentía cómo suyo.
—¿Lo quieres? —preguntó Dante, frotándose entre sus labios— ¿Te gusta?
—¡Sí! ¡Me encanta!
Sofía estaba presa del placer, deseando ser penetrada, dominada, querida, pero Dante no lo
hacía. Tan solo jugaba con su culo, apretando sus glúteos, dándole palmadas suaves que prometían
ser más rudas e intensas. Al no recibir lo que quería, comenzó a mover su trasero de izquierda a
derecha dándole una señal, indicándole qué debía cogerse. Estaba ansiosa y hambrienta. Aun no
conseguía su segundo orgasmo, pero de cierta forma ya estaba realmente satisfecha.
«Pero quiero más», decía Sofía, cuando Dante le preguntaba si realmente lo deseaba, si era
suficiente para ella. Las nalgadas, los sutiles golpes que le daba a su vulva con su pene, la forma en
que le abría los glúteos para abrirla al mundo; el modo en que sentía cómo la veía porque era obvio
que su jefe estaba disfrutando la vista.
«Mi jefe…», pensó ella.
Dante Miller era un sujeto especial, nada que pudiera comparar con ningún otro hombre que
conociera o con quien hubiera estado. Ahora, reducida por sus deseos más íntimos, Sofía no se sentía
como la asistente de Dante ni mucho menos lo percibía como su jefe.
«¿Qué estoy haciendo?», dudó, por una milésima de segundo, antes de regresar de nuevo al
mundo del placer.
De repente, en medio de un frenesí de sensaciones y preguntas, sintió cómo la punta de aquel
pene se acercó a la abertura de su vagina. Sofía Gordon sabía qué era lo que se venía e
instintivamente empujó su trasero para atrás queriendo que entrara de una vez para luego reproducir
el vaivén de las olas y marcar el compás de su propia penetración.
El pene que no hace poco estaba dando en el lugar adecuado estando de frente, ahora lo hacía
por atrás, tocando lugares que ningún otro pene había tocado antes. Nadie le había dicho que eso era
así, que uno como aquel, le haría sentir de esa forma. Sofía Gordon sabía que era posible que aquella
vara mágica solamente tuviera efecto en ella, por lo que, si así era, debería disfrutarla cuanto antes.
Cada vez más gemía con mayor intensidad, gritando, dándose cuenta por qué la mujer de
aquella noche gritaba tanto que atravesaba las paredes.
«De lo que me estaba perdiendo», se dijo, sin parar de moverse, de chillar, de sentirse increíble.
Antes de darse cuenta, Dante Miller había tomado en control de aquella noche. La acostó de
lado y la penetró de cuchara; la acostó boca arriba y la embistió en misionero. Cada vez que la
cambiaba de posición era porque estaba frustrando el orgasmo, tentándola aún más, obligándola a
saborear el éxtasis casi hasta el final para luego quitárselo de las manos conduciéndola hasta la
locura.
Sofía pedía que no lo hiciera y parecía que con eso más lo hacía.
Embestida tras embestida, sentía la curva significativa del pene de Dante, la presión que
aplicaba en su vagina, la manera en que abría sus labios y los empapaba al salir. Le encantaba el
sonido que hacían sus cuerpos chocando, su vagina escurriéndose y su respiración reproduciendo
gemidos. Se apretaba los pechos, le apretaban las nalgas o le daban nalgadas. Le jalaba el cabello y la
hizo sentarse sobre él para que saltara con el pene adentro.
No esperaba que el sexo con Dante fuera tan increíble y lo llevara hasta ese nivel.
Y, cuando más lo estaba deseando, el final tan esperado llegó. La implosión de placer
incontrolable, se expandió en su cuerpo como una estrella estallando para luego ser succionada por el
hoyo negro que había en su vientre, acumulando todo ese deleite en un solo lugar y dejándola
completamente acabada.
Agitada, intentaba recuperar el aire cuando Dante se dejó caer a su lado. Definitivamente no
esperaba que algo así fuera a suceder, ni mucho menos que fuera capaz de sentir tanto placer.
Jadeando, encontró las palabras adecuadas que le costó un mundo poder decir.
—Eres… in-creí-ble…
—No… tanto cómo tú… —respondió él.
Aprovechando que las luces estaban apagadas, Sofía y Dante se dejaron vencer por el cansancio,
quedándose dormidos en aquella enorme cama. A la mañana siguiente, acurrucada entre las sabanas,
se levantó como siempre lo hacía, sin interiorizar aun qué había hecho la noche anterior.
Como el recuerdo de un sueño, distante, las imágenes de su encuentro con Dante fueron
apareciendo, dándole la impresión de que tal vez, era posible, no se sabe… que algo así hubiera
sucedido. La única forma de que fuera cierto era que en ese instante ella estuviera desnuda, con la
entrepierna pegajosa por los fluidos secos y acostada al lado de su jefe.
Sin la necesidad de un despertador, Sofía Gordon había abierto los ojos ocho horas después de
haberse acostado. No sabía qué hora era en aquel país, pero sí cuánto tiempo le había invertido a su
sueño. Temiendo darse la vuelta y encontrarse con Dante, ni siquiera se movió, para evitar tocarlo
por accidente con el codo.
«¿En serio paso?», se preguntó, sin creerlo todavía porque a pesar de lo real que fue, algo
todavía no encajaba. Cuando se probó la ropa interior, no tenía la intención de seducirlo ni mucho
menos acostarse con él. «Sí, no fue para nada normal el pedirle que viera cómo me quedaba y eso —
pensó— aunque tampoco era como que se la iba a modelar, solamente iba a abrir la puerta, dar una
vuelta y listo. ¿Qué demonios pasó?».
Sofía continuó reviviendo cada segundo de la noche anterior con la intención de buscar el
momento preciso en que todo pasó. Mientras más lo hacía, más cercana era la imagen, más real se
hacía lo que ya era real y se daba cuenta que, al final, sí había sucedido.
Al hacerlo, menos ganas tenía de darse la vuelta y encontrarse con Dante acostado
(probablemente desnudo también) a su lado. Se preguntó qué le iba a decir, cómo iba a hacerlo.
Pensó que tal vez sería buena idea no mencionar lo que hicieron en un intento de parecer más
relajada, sin compromiso. «¿Acaso fue sin compromiso? —inquirió— o quería empezar algo con
eso?» En ese instante concluyó que lo peor no era qué decirle en ese momento, sino en cómo serían
las cosas de ahora en adelante.
«¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué significa todo esto?». No era la primera vez que tenía sexo
casual con alguien; en los últimos seis años se había acostado con suficientes personas para decir que
no practicaba la abstinencia.
Casi la misma cantidad de veces que Dante lo hacía, Sofía intentaba hacer lo mismo para no
sentir que su jefe tenía mejor vida sexual. Era una competencia interna que ella misma creó. «Pero es
que a él lo veo todos los días», se dijo, tomando en cuenta lo incomodo que las cosas iban a ser.
«No… —pensó— no… claro que no —reiteró— ¡Tú puedes! ¡Vamos!»
Decidida y llena de valor, Sofía se giró fingiendo naturalidad para descubrir que, de nuevo,
Dante no estaba ahí.
—Pedazo de… ¡No está! —dijo, irritada.
De nuevo, pensó demasiado las cosas para que no estuviera de todos modos. ¿Acaso iba a ser
costumbre? Se preguntó.
—Dónde demonios est…
Justo en ese momento, escuchó que le bajaron la cadena al inodoro, lo que significaba que Dante
estaba en el baño. Se sintió como una tonta por suponer que se había ido y, para no parecer que lo
estaba buscando, se lanzó de nuevo a la cama para fingir que aún estaba durmiendo, esperando que él
no la hubiera escuchado.
«Demonios, demonios, demonios —pensó—. Ahora qué carajos voy a hacer».
Con los ojos cerrados, escuchó cómo Dante bostezó, suponiendo que ya había salido del baño.
De nuevo, se preguntó qué iba a hacer cuando sintió que él se sentó al otro lado de aquella enorme
cama.
Sofía Gordon trató de imaginarse una forma en la que pudiera despertarse lo más elegantemente
posible, en la que pudiera parecerse a las mujeres en los comerciales que se despiertan
imposiblemente peinadas y sin ninguna marca en el rostro.
«¿Por qué no me desperté antes?», se preguntó. La ansiedad de verse bien para Dante, se juntó
con la preocupación que le causaba haberse acostado con él y con la inexorabilidad de sus
inseguridades, estallando en un sinfín de problemas que, sin ningún esfuerzo, exageró al máximo.
Dante, suspiró estruendosamente (tal vez porque se estaba estirando) y luego se volvió a acostar.
«¿Acaso no se va a parar?», preguntó Sofía, habiendo acertado. Al cabo de unos cinco minutos sin
moverse para que no se diera cuenta que estaba despierta, su jefe comenzó a roncar. Sorprendida y
extrañada, levantó la parte superior de su cuerpo con mucho cuidado y confirmó que efectivamente
estaba dormido, de nuevo.
—¿Qué carajos? —inquirió— ¿Otra vez?
No fue sino hasta ese momento en que Sofía miró por primera vez a Dante estando vulnerable.
—Vaya —susurró.
Muchas veces lo había visto durmiendo, de hecho, lo hacía una gran fracción del tiempo en que
estaban juntos sin importar en dónde estuvieran. Sin embargo, en ninguna de esas ocasiones se
encontraba desnudo y mucho menos, habiendo amanecido después de acostarse con ella. Luego de
aquella noche, Sofía Gordon sentía que efectivamente conocía todo de su jefe.
Tal vez se le escaparan ciertos aspectos de su vida que tal vez no eran importantes, pero luego
de verlo en la intimidad del sexo, estaba segura que no había nada que la pudiera sorprender ahora.
Luego de detenerse por unos segundos para apreciarlo, decidió levantarse y desarrollar una nueva
rutina matutina que consistiese en ir al baño y terminar de probarse la ropa que había comprado.
Con tantas opciones, Sofía no sabía con qué empezar el día.
—Aún falta mucho para que termine —dijo, refiriéndose a la semana que tenía por delante.
Sofía Gordon había conseguido modelar diferentes conjuntos con todo lo que había comprado,
lo que la hizo sentir completamente diferente. Le daba la impresión de que nunca se había visto tan
bien en toda su vida y que, de cierta manera, por fin había conseguido la ropa que tanto quería. Al
poco tiempo de terminar de probarse cada prenda comprada, Dante se despertó.
—Buenos días, bello durmiente —bromeó Sofía, habiendo superado en parte la incomodidad.
Hizo su mayor esfuerzo para parecer natural.
—Buenos días —respondió Dante, estirando los brazos.
—¿Dormiste bien?
—Sí, estupendo —se sentó en la cama— ¿Y tú?
—Muy bien, la verdad.
Sofía le dio la espalda para seguir viéndose en el espejo de cuerpo completo.
—Te ves muy bien —agregó Dante— ¿Para dónde vas?
—A ningún lado…
—¿Y eso?
—Solamente me probaba lo que compramos ayer… —aún estaba apenada por haber gastado
tanto, por lo que decir «compré», sonaba muy fuerte— viendo cómo me quedaba, y eso… tú sabes.
—Vale, vale…
Por el espejo, Sofía pudo ver cómo Dante se fijaba en su trasero. No sabía muy bien cómo
sentirse, pero estaba segura que le gustaba, más que todo porque la noche anterior lo alagó lo
suficiente. Repentinamente sintió un hormigueo casi imperceptible en sus glúteos, recordando las
nalgadas que le dio. Habló de nuevo tratando de no revivir aquel momento; aun no sabía qué pensar
al respecto.
—¿Por qué? ¿Quieres salir hoy? —preguntó Sofía.
—Bueno —vaciló de forma sospechosa.
Sofía se dio media vuelta para tenerlo de frente.
—¿Qué pasó? —le enfrentó.
De inmediato, cientos de ideas chocaron las unas con las otras siendo la última más terrible que
la anterior. Supuso lo peor, desde cancelar el viaje como tener que devolver toda la ropa. Sofía pensó
que su tono de voz auguraba una mala noticia. «Sabía que esto era muy bueno para ser verdad», se
dijo.
—¿Ya nos vamos? —agregó ella— o acaso tengo que…
Bajándose de la cama, comenzó a caminar completamente desnudo, lo que saco de lugar a Sofía
quien apenas estaba procesando lo sucedido. Su pene, para nada erecto, ya no se veía doblado lo que
le pareció curioso, aunque no lo suficiente como para ignorar lo que estaba pasando.
—No vale, nada qué ver —dijo Dante, quitándole importancia—, nada de eso.
—¿Seguro?
—Sí, no es nada grave, tranquila.
—¿Entonces? ¿Qué pasó?
—Tengo que verme con unas personas hoy —comentó— y no creo que pueda ir a ningún lado
contigo ¿Sabes? Cosas de negocios.
Sofía se irguió, reaccionando a aquel escenario porque ella era su asistente.
—¿Desde cuándo? ¿Por qué no me dijiste antes?
Con mucha naturalidad, Dante fue hasta el baño y comenzó untar pasta de dientes en el cepillo
que habían comprado.
—Surgió esta mañana —dijo, antes de comenzar a cepillarse— a penas y pude leerlo cuando me
desperté a orinar —continuó, con el cepillo en la boca—. No es nada del otro mundo, pero tal vez me
tome un rato terminar con eso, resolverlo todo y regresar al hotel. Por lo que me temo que… —
escupió la espuma y se limpió el exceso en los labios con el dorso de la mano— te quedarás sola un
rato.
«Por qué carajos nunca me dice nada», pensó.
—¿Por qué sola? ¿No voy contigo? —preguntó ella, evitando decir lo que pensaba.
—No.
—¿Cómo qué no? ¿Acaso no soy tu asistente?
En ese momento Sofía pensó que tal vez se debía porque se habían acostado; «Como ahora me
cogiste, me vas a despedir. ¿En serio?», la paranoia se desató en su cabeza ocasionándole una jaqueca
repentina. Estaba dispuesta a confrontar a Dante. No, no iba a permitir que la despidiesen, pensó.
—No voy a… —intentó decir, pero Dante la interrumpió.
—No quiero que trabajes por esta semana —dijo—, se supone que es un regalo y estás de
vacaciones. Si te pones a hacer de mi secretaría, entonces no tiene caso que hayamos hecho todo esto
¿Sabes?
Salió del baño mientras se secaba la cara con la toalla, la dejó caer en el suelo para luego
acercarse al bolso que se había comprado y comenzó a sacar su ropa. Sofía no pudo evitar pensar en
lo natural que se veía, como si estuviera a acostarse con sus asistentes y actuar después cómo si nada,
moviéndose desnudo por toda la habitación exhibiendo su cuerpo tonificado si problema alguno.
—Pero es mi trabajo, además así puede que salgas más rápido de eso y…
—No, vale. Ya te dije. No te preocupes.
Dante, cogió el pantalón que ella misma había arrojado al otro lado de la habitación después de
quitárselos y sacó su billetera. De esta, extrajo una tarjeta negra y, después de acercársele, quedando
lo suficientemente cerca de Sofía como para hacerla sentirse aún más incómoda con la desnudez que
él exhibía, se la entregó.
—Toma, úsala tanto como quieras —agregó Dante— por si quieres salir, comer algo, no lo sé.
Sofía dudó en cogerla, total, no era cualquier tarjeta de crédito. Además, no estaba segura si se
la dejarían usar en cualquier lugar y mucho menos, sin ser la dueña.
—Dante… yo… no —trató de negarse a pesar de que estiró la mano para recibirla— no creo
que pueda…
Cuando intentó decir que tal vez no la aceptarían por ser de él, bajó la mirada y leyó «S.
Gordon».
«¿En serio? —pensó, pasmada— ¿Otra vez?»
—Sí, es tuya —dijo Dante, respondiendo a su repentino silencio—, puedes usarla cuantas veces
quieras. Es totalmente tuya.
Sofía levantó la mirada, incapaz de creer lo que estaba viendo. Nunca antes había tenido tanto
poder en su mano, mucho menos, la libertad de usarlo tan libremente.
—¿Cuándo?…
—Hace como unas semanas pedí que te sacaran una —explanó— tuve que mover unos
contactos, pero, a fin de cuentas, supongo que no fue mucho —se apartó, para coger de nuevo la
toalla y dirigirse al baño—, bueno creo que influyó un poco que la anexara a mi cuenta para que
pudieras usarla ¿Sabes? —se dio la vuelta— creo que se dice así ¿No?
Sofía intentó corregirlo, pero aún seguía impactada por la tarjeta que sostenía. ¿Cuántas más
sorpresas le iba a dar? Se preguntó.
—Bueno, no importa —dijo Dante, dándose media vuelta y adentrándose a la ducha.
Sofía quería poder entender las motivaciones de su jefe. A pesar de «conocerlo», todavía
existían cosas que se escapaban de su comprensión. Por ejemplo ¿Por qué habría hecho algo así? Una
celebración de aniversario no amerita tanto esfuerzo ni compromiso. «¿Fue el sexo una especie de
regalo también? —pensó igual— ¿Acaso será que intenta decirme algo con todo esto? ¿Qué significa
que me de tantas cosas?» Sofía no lograba comprenderlo por mucho que lo intentara, más que todo
porque sabía muy bien que él nunca haría eso por nadie.
—¿Ya sabes qué vas a hacer? —gritó, Dante, desde la ducha.
Sofía Gordon no tenía idea de lo que iba a hacer ni en ese momento, ni después.
—No —respondió ella, consciente de que él no la escuchó.
5
A pesar de su obsesión por el control, Sofía Gordon no sabía qué hacer cuando no se lo decían.
Encontraba difícil priorizar aquello que más deseaba dentro de la gran cantidad de cosas que siempre
quiso. Incluso con toda la ansiedad que supuso el ser arrastrada hasta Italia tan solo por una sorpresa,
la cual le llevó a ese punto en donde pudo recuperar la sensación que tanto le agradaba, seguía sin
saber cómo invertir su tiempo. Dependía de ella y eso era demasiado.
Horas después de que Dante dejara la habitación sin decir para donde se dirigía, se encontraba
acostada viendo su móvil mientras trataba de decidirse para donde ir y qué hacer. Cada que
encontraba una respuesta, instintivamente agregaba otra posible opción cada vez mejor que la
anterior que, poco a poco, fueron acumulándose para dejar incompleta su selección. «Darme más
opciones no me va ayudar a elegir», se dijo.
Sofía Gordon no quería quedarse acostada hasta que Dante llegara porque sabía muy bien que
no estaría ahí para siempre y que debía aprovecharlo cuanto antes. No obstante, estar consciente de
eso no le ayudaba a resolver su dilema. «¡Es que hay tantos lugares para donde ir! Tanto qué hacer,
tanto que conocer y comprar y comer y beber y… —dejó caer el móvil sobre su pecho, fijó su mirada
al techo y suspiró— ¿Qué se supone que haga?»
Extendió su mano hacia la mesa al lado de la cama para alcanzar su nueva tarjeta de crédito, con
la esperanza de encontrar la respuesta mirándola fijamente. «¿Qué hago?», le preguntó a su más
reciente amiga. «O sea, puedo hacer lo que quiera —le dijo— pero no sé qué… ¿Qué se supone que
debo hacer?», Sofía miró de regreso a aquel pedazo de plástico esperando una respuesta y al igual
que cómo hizo con su móvil, la dejó caer sobre su pecho, justo encima de su otro amigo.
—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó de nuevo, esta vez, hablándole al techo—. ¿Por
qué simplemente no puedo salir y ya? O sea, no es tan difícil… no es como que lo haya visto todo
ayer ¿Sabes? Milán seguro es enorme y divertido y todo… —suspiró de nuevo— aunque, si lo hago
¿Entonces qué haré? No conozco Italia ¿Y si me pierdo? —lo pensó mejor— O sea, puedo pedir un
taxi, obviamente… pero, aja ¿Para donde iría de todos modos?
Intentó coger su móvil para ver el mapa de la ciudad, encontrar un destino al azar al cual
dirigirse tan solo por el placer de salir de aquella habitación, no seguir confinada y no perderse en
más pensamientos absurdos. Desistió casi de inmediato. Sofía cerró los ojos.
«Tengo esta tarjeta —pensó—, prácticamente podría comprar lo que fuese si eso quisiera. Pero
¿Qué puedo comprar? Sea lo que sea que pueda comprar no voy a hacer nada con eso aquí. ¿Cómo
me lo llevaría a casa? Porque sí sé que quiero… y quiero mucho… pero ¿No sería más simple
comprarlo allá? Además ¿Y si la tarjeta solo es para que la use aquí? ¿Y si me la quita cuando
regresemos? Y si es así ¿Entonces por qué me la dio? —se dio la vuelta y abrazó la almohada, aun
con los ojos cerrados, cansada de no poder depositar sus pensamientos sobre un solo punto— Para
qué carajos me trajo si me iba a hacer esto ¿Para qué lo hizo? ¿Para qué me trajo aquí? ¿En serio todo
esto es una sorpresa? —suspiró de nuevo—. (Bueno, sí parece una sorpresa… ciertamente). Con lo
de anoche, con lo de ayer, con todo esto… ¡Sí que me sorprendí! No puedo decir que no. Pero,
¿Ahora qué? Me dejó a que hiciera lo que yo quisiera, pero no sé qué quiero hacer».
Pensó más en Dante.
«¿Para donde se fue? Se supone que canceló todas sus citas ¿Por qué demonios no está aquí?
¿Qué se supone que está haciendo?» Sofía recordó lo que le dijo Dante acerca de que hiciera lo que
ella quisiera, como si estuviera completamente seguro de que, fuere lo que fuese, ella lo haría.
«¿Acaso sabe qué es lo que quiero? —de inmediato, entendió lo ridículo que eso sonaba—…
obviamente no lo sabe. A penas y se acordó de nuestro aniversario. ¿Cómo se supone que sepa que es
lo que quiero? ¡Ni yo sé qué quiero!»
Abrió los ojos, cambiando por completo la manera en que se sentía mientras pensaba las cosas.
Era como si el modificar la forma en que la luz llegaba hasta su retina, mejoraba por completo el
modo en que contemplaba la realidad.
—Aunque supo que quería venir a Italia —dijo, acomodándose para sentarse en la cama y
abrazar la almohada— claro, pero porque yo se lo dije (porque si no se lo digo ni se da cuenta,
obviamente), y sí, sabe eso de mí. Por lo menos —su mente comenzó a desarrollar una serie de ideas
independientes a todo lo que la estaba atormentando, como si quisiera que dejara de preocuparse
tanto—. Tal vez por eso me dejó sola, porque supuso que, si me gustaba tanto Italia, podría disfrutar
visitarla a mi manera ¿Verdad? —hizo una pausa— Puede ser.
Pero dentro de todo lo que le preocupaba, lo que más resaltaba dentro de todos sus problemas,
era la motivación de Dante para hacer todo eso. Indiferentemente de si tenía el poder para disfrutar de
Italia en todo su haber, seguía sin entender muy bien por qué la llevó hasta ahí. De igual forma
sucedía con el subsecuente encuentro sexual que tuvieron apenas doce horas atrás.
«Seguro es una coincidencia» se dijo, suponiendo que lo del regalo por el aniversario era
intencional pero el resto de las cosas no. «Aunque… lo único que no planeo fue follarme», pensó,
dándose cuenta de lo muy premeditado que parecía todo desde el pasaporte hasta la tarjeta de crédito
se cuestionó lo que ella consideró como lo que realmente importaba: «¿El sexo también?».
Después de dar vueltas sobre aquella idea, la rechazó al poco tiempo suponiendo que
simplemente estaba exagerando sucesos ajenos el uno con el otro, lo que la llevo a enfocarse en su
problema principal: qué hacer ese día.
Contemplando la futilidad de sus ambiciones ante la luz de la oportunidad de cumplirlas del
modo más básico, Sofía cerró los ojos por última vez antes de quedarse dormida. De cierta forma y
algo que ella no sabía, era que, una de las cosas que más quería desde que trabajar con Dante se había
hecho tan difícil, fue descansar por primera vez sin tener ninguna obligación al día siguiente.
A pesar de dormir las ocho horas que siempre escuchó que debía dormir, Sofía Gordon nunca se
sintió realmente descansada. Lejos de ser un tema de mal sueño, se debía más que todo a la cantidad
de estrés que manejaba en el día a día, en cosas que, ciertamente, no eran tan complicadas.
Durante mucho tiempo encontró difícil aceptar que aquello a lo que se aferraba no eran más que
preocupaciones inútiles: llegar temprano a pesar de que Dante no valorara la puntualidad, pedir un
café para él todas las mañanas cuando realmente este había tomado café en su casa antes de salir, el
trabajar hasta tarde, preparar todas sus cosas antes de acostarse pese a no sintiese bien con lo que
elegía…
Sofía sabía, muy en el fondo, que tal vez, si se preocupaba menos, podría disfrutar más, aunque
a su vez, eso se reduciría a más tiempo sin saber qué hacer. Desde que dejó la universidad, no había
tenido ni un espacio en su agenda para plantearse hacia donde quería ir; sin recursos, sin metas y sin
obligaciones, aceptó de lleno la primera oportunidad que se le presentó lo que la condujo hasta Milán
con una tarjeta sin límites y una crisis personal.
De repente, el sonido de la cadena del inodoro la hizo reaccionar. Cuatro horas y medias después
de sueño ininterrumpido, Sofía se despierta y a pesar de haber dormido tan apaciblemente, lo primero
que piensa es que perdió el día completo haciendo algo que pudo haber hecho sin necesidad de salir
del país, en su casa en una cama a la que estuviera acostumbrada.
—Mierda —dijo al reaccionar.
—¿Qué pasó? ¿Te desperté? —preguntó Dante, saliendo del baño.
Sofía tardó unos segundos en terminar de desprenderse de su letargo y enfocar todo a su
alrededor.
—No… no —mintió, rascándose la cabeza.
Cuando se dio cuenta, se miró rápidamente en el espejo en el que se estuvo viendo horas para
asegurarse si estaba «decente».
—¿Todo bien? —preguntó Dante, observando toda la escena.
«Estás bien», se dijo, dándose cuenta que solamente fue una impresión nada más.
—No, no… todo bien —se fijó en él— ¿Cuándo llegaste?
Sentía la boca seca.
—Hace como diez minutos —respondió— creo —levantó su brazo izquierdo para ver la hora—,
sí, más o menos diez minutos.
—Y… cómo te fue en tu… —Sofía se dio cuenta que no sabía exactamente qué iba a hacer,
pero tampoco se lo preguntaría—… ¿Cómo te fue? —finalizó.
—Bien —respondió Dante, sin mucho entusiasmo—, creo.
—¿Crees?
—Sí, creo. Tendré que verlo otra vez… tal vez… —levantó la mirada, haciendo memoria,
aunque en realidad parecía que estaba calculando su siguiente cita en ese mismo instante— creo
que… este… —dijo lentamente, alargando cada palabra como si acceder a esa información fuera
cuestión de tiempo— pasado mañana —concluyó.
—Ah —Sofía pensó de nuevo en que estaría sola otro día—, vale… y entonces ¿No quieres que
vaya…? —pero Dante la interrumpió.
—Ya te dije —respondió, acercándose al teléfono que estaba en la pared que parecía más un
intercomunicador— no tienes qué preocuparte por nada —lo levantó, se lo acercó a la oreja y dijo—,
tú tranquila. Disfruta de tus vacaciones… haz como si no estuviera aquí.
«Eso es difícil», pensó, tomando en cuenta que acababan de cruzar la única barrera que los
separaba.
—Buenas noches —dijo Dante— quisiera pedir servicio a la habitación.
Dante miró Sofía, preguntándole con los ojos si quería comer también, a lo que ella afirmó con
la cabeza. No sabía qué podía pedir, pero para ese momento, luego de despertar de aquel largo sueño
y con el hambre que cargaba, cualquier cosa serviría.
—Vale, entonces quiero…
Mientras que Dante pedía la comida, Sofía se levantó a lavarse la cara esperando poder resolver
para pasado mañana lo que no pudo resolver hoy.
«Por lo menos me avisó esta vez —pensó— no es suficiente tiempo, pero seguro se me ocurre
algo… espero». Lo que más le preocupaba era que después de todo eso no consiguió nada, ni la
respuesta a sus más intrínsecas dudas, ni la solución a su problema actual ni siquiera levantarse de la
cama aun queriendo hacerlo.
Dante la había dejado ahí suponiendo que se divertiría y, para su sorpresa, ni siquiera se inmutó.
«Qué deprimente…», pensó ella, contemplando esa verdad.
—¿Y cómo te fue hoy? —preguntó, Dante, casualmente.
—Este…
Sofía no sabía si decirle la verdad o mentirle, aunque, luego de considerar mentirle, pensó que
tal vez podría saber cuánto gastó y en qué, por lo que se enteraría de todos modos. Aclaró su
garganta.
—Nada… —respondió, con pesar.
Dante, colgó la llamada y la miró preocupado.
—¿Cómo qué nada? ¿No saliste hoy?
—No…
—Tenías la tarjeta y tu pasaporte… ¿Por qué no saliste? ¿Pasó algo? ¿Qué viste?
Acercándose a Sofía, Dante parecía legítimamente preocupado por ella.
—No se me ocurrió nada —respondió ella, buscando un enchufe para conectar su móvil.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que no se me ocurrió nada, eso —conectó el móvil—, nada.
—¿No querías salir?
—Sí quería salir —levantó la mirada y se fijó en él—, claro que quería salir… —vaciló.
—¿Entonces?
Sofía suspiró, dejando caer sus hombros.
—No se me ocurrió nada ¿Qué quieres que te diga? —aseveró.
Parecía que Dante no lograba entender que a veces las personas simplemente no saben qué hacer
con sus días. Sofía supuso que tal vez se debía a que él siempre estaba ocupado, seguramente no
comprendía lo que era tener tiempo libre y ya. Su jefe continuó haciéndole preguntas acerca de lo que
no le gustaba de Italia como para no querer salir a conocerla «¡Es Milán! —le dijo— puedes hacer de
todo aquí… ¿Por qué no lo intentas?», a lo que ella le respondía que ya sabía, y que no porque se lo
dijera de esa forma conseguiría la respuesta.
Para Sofía, las cosas no eran tan simples. Sí, tal vez solamente necesitaba salir, conocer y ya. Si
veía algo que le gustaba, lo compraba, si conocía alguien que le agradase, intentaba hablar con él o
con ella. No debía atarse por nada ¿Lo del sexo de la noche anterior? Fue algo casual, él se iba a
seguir acostando con otras personas y ella también. Sin embargo, seguía sin poder resolver lo que le
preocupaba ¿Por qué simplemente no lo hizo?
—No lo sé —espetó, en lo que llegó la comida— vamos a comer ¿Sí? Tengo hambre.
Era obvio que a Dante no le gustó para nada que se quedara en la habitación todo el día, y que
ella no le explicara que de todos modos no fue tan malo, tampoco le estaba ayudando.
—Y no creas que me va a pasar otra vez cuando te vayas —agregó ella, luego de unos minutos
comiendo en silencio—, no me voy a quedar otra vez.
—¿Segura? Porque se supone que debías disfrutarlo, si no, no tiene caso.
—Lo sé… lo sé —rezongó.
Cuando parecía que Dante iba a aceptar que no había salido y ya, retomaba de nuevo su punto.
—Aja… pero ¿Por qué te quedaste? —dijo— ¿No te aburriste aquí todo el día? ¿Ni siquiera
pediste comida o una película o algo?
Sofía se estaba cansando de tener que darle explicaciones, hasta que por fin dio con una
respuesta acertada.
—Pues quería dormir —espetó— ¿Sí? La idea era que hiciera lo que quería y bueno, eso hice:
quería dormir. No es mi culpa, este lugar es muy rico y me dio sueño ¿Vale?
Tras dejar de masticar, Sofía lo miró fijamente a los ojos, esperando que con esa respuesta fuera
suficiente. Hasta donde sabía, lo era para ella ¿Lo sería para él? Dante no volvió a cuestionarla lo que
significó un triunfo indiscutible.
Sofía Gordon no sentía como que debiera seguir pensando en algo tan trivial como los motivos
que la impulsaran a hacer las cosas «Tal vez para después, otras cosas, supongo», se dijo. Lo que le
importaba ahora era disfrutar porque, o sea, ¿Cuántas veces lo hacía? Se preguntó «¡Nunca!». Al día
siguiente, Dante le acompañó en su recorrido por la ciudad, motivándola a hacer lo que fuese luego
de decirle: «Pero tú decides todo, yo no te voy a decir a donde ir, solo te voy a seguir y ya».
—No importa —respondió, segura de que iba a divertirse tanto cómo podía—, usaré esta tarjeta
hasta que me la quites —comentó, tratando de manipularlo para obtener información.
Si la tarjeta sería suya para siempre, pues tenía grandes planes para ella.
—¿Quitártela? ¿Por qué? —inquirió.
La respuesta o, mejor dicho, pregunta en sí, respondió de forma positiva a su duda. Sofía
contuvo su sonrisa para que no se diera cuenta de su intención.
—Te la di para que la usaras ¿No la quieres, o qué? —agregó Dante.
—¡Oh, no! No, no, no… solo preguntaba, eso es todo.
—¿Qué? —Dante comenzó a encontrarlo gracioso de forma leve— ¿Creíste que te la iba quitar
o algo?
—No bueno… solo digo que… no sé —vaciló— tiene mucho poder ¿Sabes? No es como que
todos los días te den una así de la nada tan solo para…
—No es de la nada —interrumpió— yo creo que te la has ganado, te la mereces.
—¿Qué? —bromeó despreocupadamente— ¿Por ser tu secretaria? Sí, claro…
Sofía comenzó a reírse como si fuera una broma muy tonta.
—No es nada del otro mundo —agregó, ella—. No es como que manejarte la agenda sea tan
difícil.
Al cabo de unos segundos, Sofía se dio cuenta que Dante no se estaba riendo o reaccionando a
su broma como si la hubiera aceptado. Aquella resolución le borró la sonrisa de inmediato. «¿Estará
molesto?», se preguntó.
—Yo creo que sí —respondió él, muy seriamente.
El ambiente que los rodeaba era un poco denso y ella no lograba entender por qué. «Estoy
tratando de no pensar en eso —se dijo— ¿Por qué me siento así?» No importaba lo mucho que
evitara abordar el asunto, parecía estar implícito en sus pieles. «Algo está pasando», pensó.
A su manera, y tratando de no seguir ese círculo vicioso de sentirse enredados en algo más
complejo, tanto Dante y como Sofía, se comprometieron a disfrutaron aquel día.
Al cabo de un rato y después de medio superar un poco ese sentimiento espeso de que había «un
asunto», sin hablar entre ellos, Sofía intentó concentrarse únicamente en lo que tenía en frente.
Ahora con la batuta para elegir su siguiente destino y lo que harían con su dinero, ella propuso
dar una vuelta por el resto de la ciudad, «Por allá, en esa parte en la que nadie turistea», dijo.
Visitaron cientos de lugares y conocieron personas de todo tipo lo que le ayudó a darse cuenta que
eso pudo haber sido una buena actividad para el día anterior «Pero ya no importa —se dijo— ¿Ya
qué?»
Sofía quería conocer lo que se estaba perdiendo al no vivir en una sociedad real de Italia. Con
Dante como chofer y el GPS como guía, visitaron lugares icónicos de Milán como también aquellos
espacios en donde los citadinos simplemente frecuentaban; desde mercados locales al aire libre, hasta
los centros comerciales más simples. Cada que veían a alguien nuevo, le preguntaban hacia donde
debían ir, eligiendo su siguiente destino de boca en boca.
Sofía Gordon se sentía como nunca antes lo había hecho: libre de decidir hacia donde correr.
Mientras que Dante servía de intérprete para esas cosas que se perdían en la traducción mental que
era posible gracias a la delgada línea que separaba las lenguas romances, ella se sentía cada vez más
cercana a su jefe.
«Sí que es lindo», pensaba, cada que lo escuchaba hablando en italiano muy amablemente con
algún octogenario o transeúnte cualquiera. La forma en que se movía para expresarse cómo ellos o
que sonreía sin que ella entendiese por qué, le generaba un escalofrío, aceleraba su corazón y la
obligaba a sonreír sin explicación. «¡Ah! —exclamaba mentalmente— no, no…» para luego intentar
sacudir la forma en que su mente divagaba e imaginaba cosas que no necesitaba en ese momento.
Sofía sabía muy bien lo que significaba estar atraída por Dante, no obstante, encontraba difícil
controlarse. Mientras más tiempo pasaban juntos, se hacía cada vez más intenso el deseo de estar con
él. «Tú no eres así», se decía, dejando, de todos modos, que su mente divagara en un sinfín de
fantasías que había creído enterradas en el fondo de su memoria.
Se veía a si misma amarrada sobre su escritorio, luego de comentarle, de la forma más atrevida
que conocía: «¿Cómo me ves amarrada sobre tu escritorio, completamente a tu merced?», luego de
susurrarle al oído todas las cosas que le dejaría hacer.
Y estando ahí, entre nudos complejos que la apretasen cada vez que intentara zafarse, recostada,
entre vestida y desnuda porque la cuerda exhibía su desnudez, se imaginaba la mano traviesa de
Dante apretándole los pechos, dándole nalgadas y jugando con su vulva, penetrándola con su dedo.
«¿Qué carajos, Sofía?», se preguntó, en medio de aquella fantasía que el silencio de aquel viaje
en coche solamente alimentaba más. Pero a pesar de no estar a favor (en parte) de pensar en eso en
ese preciso instante, más se lo imaginaba.
No sabía cómo no hacerlo, cómo no preguntarle qué tal le parecería ese encuentro. Lo veía
conduciendo y creía que era un buen momento para preguntárselo, para mirarlo a los ojos y decirle
con un tono de voz dulce y suave: «Te deseo.
«¡No!» Exclamó en su mente; tal vez así se disiparían sus pensamientos lascivos. No era
momento para eso ¡No lo era!, pensó. ¿Cómo era posible que a penas y tenía unas cuantas horas con
él y ya estaba pensando en fallárselo otra vez? No tenía sentido. «¿Por qué me pasa esto a mí?», se
preguntó.
Sofía Gordon debatía mentalmente entre seguir pensando en lo que obviamente quería pensar o
distraerse con cualquier otra cosa. «¿Por qué no pensé en eso ayer? ¿Por qué hoy? ¿Ahorita?»,
necesitaba decir lo que fuera, antes de que dijera una tontería en voz alta.
—Y… ¿De qué hablaste en la reunión? —comentó, ella, repentinamente, aludiendo a una
conversación que terminó horas atrás en el hotel.
No le interesaba saber, pero mientras él lograra ocupar gran parte de sus recursos mentales, se
podría concentrar en otra cosa.
—Ah… eso —dijo Dante—, bien ¿Por qué?
—No, bueno —vaciló— para saber.
—Vale —respondió, sin darle más vida a aquella conversación.
Sofía vio que con esa pregunta tan simple no abriría el grifo de las palabras ni lograría que la
distrajera como necesitaba. Debía ser mejor que eso.
—¿Y de qué hablaron? —preguntó, ella.
—No mucho, de mí, de la empresa… —dijo, Dante, siguiendo la instrucción del GPS de cruzar
a la izquierda—, porque había venido a Italia tan repentinamente… y eso. Tú sabes.
«No, no lo sé», pensó, imaginando que le contaba sus verdaderos motivos a otra persona que no
era ella. Superando rápidamente los celos imaginarios, recurrió a más preguntas.
—Ah, vale… qué bueno. ¿Y pudiste resolver algo? —preguntó, porque recordando lo que dijo
antes de irse, el día anterior.
—¿Problema? ¿Qué problema? —preguntó, fuera de sí.
—Ya sabes, lo que me dijiste ayer —explanó— dijiste que tenías que resolver un problema.
Después te fuiste y regresaste en la noche. ¿Pudiste?
Dante parecía extrañado, pero luego de escuchar la explicación de Sofía cambió su actitud.
—Sí, eso —respondió, de forma extraña—, sí, bueno. No fue gran cosa. No era exactamente un
problema.
—¿Entonces qué? Dijiste que debías resolver algo…
—Sí, pero no era «un problema» —señaló— el problema fue ir —dijo.
—¿Por qué? ¿Te pasó algo? —preguntó, al principio preocupada, pero después se imaginó otra
cosa— ¿Qué hiciste esta vez?
Por un segundo, Sofía devolvió esa preocupación que Dante sintió por ella en el hotel,
esperando que este se diera cuenta. En algo tenía que poder ser igual que él ¿O no?
—No, vale, nada de eso —respondió Dante. Se rio— ¿Por qué lo dices? ¿Qué quieres saber?
Sofía no tenía ánimos de parecer una entrometida, por lo que decidió cambiar rápidamente de
tema. Suspiró, tras darse cuenta que sacar un tema interesante de conversación no sería tan fácil.
Luego de unos segundos, dio con uno. Afortunadamente, ya no estaba pensando tanto en cómo se
dejaría follar estando amarrada.
—Y… ¿Luego que vamos a hacer? —preguntó Sofía.
Tal vez, si planeaba qué harían en las siguientes horas, podría encontrar una manera de
distraerse pensando en eso.
—No lo sé —respondió Dante, con pesadez—, es un poco complicado ¿Sabes? No es como que
lo hubiera planeado —continuó él.
—¿De qué…? —intentó preguntar de qué estaba hablando.
No estaba entendiendo.
—Esperaba que no me lo preguntaras —continuó él— tal vez así sería más normal.
Sofía repasó mentalmente todo lo que habían hecho hasta ahora para poder entender de qué
estaba hablando. Sin esforzarse mucho, comenzó a sospechar a qué podría estar refiriéndose.
—Creí que si actuábamos como si nada pasó, todo seguiría normal… Tú sabes —le miró—
como siempre. Seguiríamos siendo amigos y no hablaríamos más de esto —continuó—, porque, o
sea —volvió a fijar sus ojos en el camino—, no es raro. Muchas personas lo hacen.
Mientras más explicaba, sentía que iba acertando cada vez más a qué se refería él.
—Dante… —intentó interrumpirlo, decirle que ella no estaba hablando de eso, pero él no se
detuvo.
—No… lo sé —volvió a mirarle, se fijó unos segundos en ella y retomó su atención en la vía—,
pero no quiero que sientas que estoy siendo un desconsiderado o algo… —suspiró— ¿Sabes? Sí me
gustó —aseveró— y mucho, no esperaba que fueras tan buena.
Ya para este punto, Sofía estaba completamente segura de qué estaba hablando él. Él mimos
tema que había querido evitar chocó contra su cara sin siquiera avisarle. «¿Por qué está diciendo todo
eso?» Se preguntó. Sofía trató de interrumpirlo de nuevo, pero Dante ni siquiera le dejó emitir el
sonido de la primera silaba. Estaba acorralándola. «Pero ¿Qué demonios? Por qué no deja de hablar
¿No ve que no quiero hablar de eso?»
—Pero tampoco quiero que creas que estamos comprometiendo nuestra amistad y todo lo que
hemos construido…
—Amistad —masculló, decepcionada, sin que él pudiera escucharla.
Las palabras de Dante, que poco a poco se iban pareciendo a una justificación, comenzaron a
desmoronar la torre de ideas que se había estado formando desde hace rato.
—El sexo es bueno —continuó, por fin, dejando de divagar—, el sexo no arruina nada. En serio.
Pero no podemos seguir portándonos así, nosotros…
«Ya va… ¿Qué está queriendo decirme?», pensó
—¿Así cómo? —interrumpió ella— ¿Qué quieres decir con eso?
Dante le miró de nuevo, esta vez, como si no creyera que fuera posible que ella no entendiera a
qué se refería.
—¡Oh, vamos! No me digas que no te diste cuenta —dijo él.
—No… —Sofía seguía sin entender.
—¿No? —inquirió Dante, con una duda menos afincada.
—Sí: no.
Confuso, Dante la miró a los ojos.
—¿No has estado rara por eso?
Sofía se dio cuenta que Dante había mal interpretado absolutamente todo lo que había estado
pasando hasta el momento. No sabía con exactitud desde qué punto, pero seguro, fuese lo que fuera,
lo había entendido todo mal.
—¡No! —exclamó Sofía, esperando que recapacitara.
—Entonces, ¿por qué estas así?
—¿Así cómo?
—¡Así! —Dante se detuvo en un semáforo, lo que le permitió despegar las manos del volante.
Al hacerlo, la señaló a ella y al aire que la rodeaba.
Le dio la impresión de que estaba abanicándole con las palmas hacia arriba. Sofía negaba con la
cabeza, tratando de que entendiera de una vez que nada de lo que estaba pensando era cierto.
—¡No! —exclamó de nuevo.
«¡Entiende, carajo!», pensó.
—Entonces… tú no estabas…
—No…
—Ni te referías a…
—Tampoco.
—Joder —espetó él.
Afligido y confundido, Dante depositó de nuevo sus manos en el volante y fijó su mirada en el
parabrisas, viendo hacia el semáforo con cierto aire de arrepentimiento. Sofía pudo sentirlo como si
se trataran de sus propios sentimientos.
—Dante, yo no quise… —trató de disculparse y explicarle a qué se refería ella.
—No… —la detuvo, como si no quisiera hablar más—, no lo digas.
Ambos se quedaron en silencio. Dante solamente veía al frente sin decir más nada, mientras que
Sofía no podía dejar de escuchar el sonido de su propia respiración. Pensó que, si antes era
incómodo, pues ahora lo sería más. «Tengo que hacer algo», se dijo.
No pasaron ni diez segundos, cuando comenzó a ver la ironía del asunto. «Y yo que creí que él
ni siquiera estaba pendiente de eso… ¡Ja!» Por alguna razón, mientras él más trataba de evitarlo, y
porque se veía realmente afectado como si hubiera cometido una tontería, a ella le parecía cada vez
más gracioso. «¿Ya qué? Ya estamos aquí…», se dijo, esta vez considerando que, si iba a pasar por
esa situación, no lo iba a hacer amargada.
—Entonces —dijo ella, con un tono de voz que rozaba la bufa.
—No lo digas —insistió él, como si supiera qué iba a decir.
—No, vale… ¡Vamos! —ella intentaba no reírse, pero su sonrisa la delataba.
Dante hizo que el coche se moviera, suspirando para no decir nada.
—¿Qué me querías decir con eso? —preguntó ella— ¿Qué querías decir? Anda… cuéntame.
—Nada, no quise decir nada —refunfuño.
No quería recordar que ahora era «su amiga», que, aunque le ofendió un poco, nunca le había
dicho siquiera eso.
—¿No le vas a contar a tú «amiga»? —preguntó, mofándose de su intento por excusar sus
acciones.
Dante le torció la mirada demostrando que había entendido perfectamente el mensaje. Sofía
simplemente se rio, mientras que pensaba que tal vez, todo eso no era tan malo. No era la forma en la
que pensó que reaccionaría en una situación como esa, en el que una persona la excluyera en la zona
del amigo.
«Pero no es tan malo —se dijo— podría ser peor», se le ocurrieron cientos de formas en la que
aquella conversación pudo ser un completo fracaso, en donde hubiera sido ella quien sacase el tema a
relucir de la peor manera por no saber cómo hacerlo.
«Seguro habría dicho algo tipo: ¿Qué tal si me amarras a la ventana?, o algo tonto —pensó,
imaginándose todo tipo de locuras—. Pero es que… —se imaginó muchas otras cosas—, es tan
bueno ¿Por qué tuvo que pasar ahorita? Ahora soy su amiga… ¡JA! Su amiga —se dijo, afligida—
que gran noticia ¿No?»
De repente, Dante interrumpió sus pensamientos.
—Pero sí —dijo—, sé que puede sonar mal o lo que sea, pero, sí me gustó hacerlo contigo. No
me lo esperaba, pero no es como que quiero que piensas que… —vaciló—… tú sabes… que creas
que nosotros… eso… porque, creí que estabas pensando en eso y en realidad no lo hacías…
«La verdad pensaba en algo mucho peor», pensó.
—Creí que tal vez —continuó— estabas sintiendo que había algo más. No sé si me explico.
La risa y la burla se disiparon junto al desenfrenado deseo de ser poseída. Sofía entendía muy
bien a qué se refería y lo que eso implicaba. De cierta manera, a pesar de todo eso, le procuraba
cierto alivio.
—Sí… —respondió.
—Pero no, ¿Verdad? —continuó Dante.
—Sí —repitió.
«Supongo», continuó en su mente, sin estar completamente segura.
—Vale —respondió Dante, con la expresión de alguien que tiene una nueva resolución—, no
pensemos más en eso entonces —propuso.
Dante se veía renovado, tal cual se hubiera quitado un peso de encima. El resto del día Sofía
intentó no pensar más en lo que habían hablado porque estaba segura que tal vez ya le había dado
demasiada importancia. Total, las cosas se resolverían en otro momento, pensó. Pero no esperaba
que, lo que se complicarán mucho más que tarde.
La noche anterior a esa, luego de quedarse dormida, Sofía Gordon había actuado como si nada
hubiera sucedido, comportándose (como lo que Dante identificó como «extraño») lo más casual que
podía, incluso en el momento en que tuvieron que acostarse a dormir justo después de comer, de
nuevo, en la misma cama en la que una noche antes habían tenido relaciones.
Pero ese no era el único problema. «Hoy también tengo que hacerlo», se dijo, luego del viaje en
coche. Estaba consciente de eso, de hecho, no sabía cómo fue que pudo soportarlo y no desarrollar un
plan para volver hacerlo los días que le quedaban en Milán. Lejos de ser el último, las cosas no
parecían mejorar.
6
Cuando Sofía Gordon creyó que había superado por completo todas las fantasías que imaginó y
no pudo verbalizar en el coche, aparecieron en el momento menos indicado. Dante había sido el
primero en acostarse mientras que ella navegaba por todos los canales que ofrecía la televisión
satelital del hotel, esperando que él se quedar dormido para ella poder hacerlo de una vez. Estaba
extremadamente cansada, pero esa era la única manera de superarlo.
Mientras cambiaba los canales, se detuvo en uno que estaba mostrando casi exactamente lo que
ella había estado pensando, «¡Este idiota…! Pagó el paquete para adultos», pensó, pero sin cambiar
el canal. «Solo un poco», se dijo, convencida de que no lo sintonizaría por mucho tiempo, no más de
lo necesario.
Llegó justo en el momento en que, en la vida real, se presentarían los preliminares del sexo.
«¿Por qué siempre son así? —se preguntó— Nadie nunca hace eso —reprochó, mientras veía, sin
apartar la mirada, lo que estaba sucediendo—, eso nunca pasa así.
La mujer en el televisor se movía sugerentemente utilizando un vestido muy pegado que
exponía sus atributos. «Por lo menos no es una tetona —se dijo— pero… ¡Uy! Ese trasero es
increíble… redondo, paradito, firme ¿Qué ejercicios hará para que se le vea así?», sin mucho
esfuerzo, Sofía comprendió lo que estaba sucediendo porque sabía muy bien que tampoco era tan
difícil de adivinar.
Dicha chica, en lo que parecía ser el comedor de una oficina, se movía como nadie nunca lo
hace, levantando el trasero y mirando por encima de su hombro como si supiera que la estaban
viendo. «¡Esa quiere que se la cojan!», pensó, metiéndose en el espectáculo.
Y sí, evidentemente esa era su intención. A pesar de saber que eso nunca pasaba, Sofía no les
dio mucha importancia a detalles insignificantes como esos: con tal de que haya sexo, está bien. Y así
sucedió, la chica comenzó a seducir de manera descarada al sujeto que acababa de llegar para comer
su almuerzo quien, casualmente, estaba distraído y no se fijó de la espectacular culona que aguardaba
en el comedor. Y así, como él llegó, comenzaron a follar.
«Como si fuera así de fácil —pensó ella—, ni lo intentó», pero la escena ya la había atrapado.
Se comenzaron a besar de manera desmedida, quitándose el exceso de ropa (por lo menos él). El
sujeto le levantó el vestido y empezó a masturbarla por sobre sus bragas, besándola, acariciándola,
siendo lo menos románticos posible.
Antes de darse cuenta, ya ambos estaban desnudos y ella le succionaba el pene como si ni
siquiera necesitara el oxígeno que la mantenía viva, aparte, gimiendo como si realmente le gustara.
Pero Sofía dejó de prestarle atención a lo separado que estaba de la realidad y las pésimas
actuaciones.
Mientras escuchaba la forma en que la penetraban y cómo gritaba, se pudo imaginar a Dante
haciendo exactamente lo mismo con ella, en su oficina, mientras estaba amarrada con los pechos al
aire. El pene doblado de su jefe jugaba con su vulva tentándola, demostrándole que ella era quien
estaba a su merced porque así lo quiso.
Ahí mismo, comenzó a mojarse, no solo por lo que veía sino por lo que quería que pasara.
Quería fallárselo ahí mismo, que le demostrara lo salvaje y rudo que su actitud de todos los días le
decían que era. «Está ahí —pensó— sin camisa, esperándome…», lentamente, su mano se fue
deslizando hasta su entrepierna, apuntando directamente a su clítoris, quien daba sutiles señales que
la motivaban más a hacerlo. La ropa para dormir que había comprado en las tiendas de abajo,
resultaba increíblemente suave, tanto que le daba la impresión de estar prácticamente desnuda.
Sofía Gordon podía sentir cómo aquella tela rozaba sus pezones erectos que la levantaban sin
mucho esfuerzo. Perdiéndose en los gemidos de la actriz, cerró sus ojos y se entregó al placer de ser
tomada por Dante quien apenas estaba a unos cuantos metros de ahí. Con la respiración y el corazón
agitado, sus gemidos armonizaban con los que salían del televisor. Quería que Dante estuviera ahí
besándole el cuello, apretándole los pechos, dándole nalgadas, jalándole el pelo.
Sí, había superado las recurrentes fantasías sexuales con las que se masturbaba años atrás, pero
no por eso dejaban de ser estupendas. Ahora, sabiendo cómo se veía desnudo, cómo se sentían sus
labios, la forma en que su pene tocaba los lugares adecuados dentro de ella y su respiración sobre su
piel, lo deseaba aún más.
—¿No te vas a acostar? —preguntó él, interrumpiendo su trance.
Desesperada, buscó el control del televisor y empezó a apretar todos los botones hasta dar con el
que cambiaba de canal. Estaba agitada, pero esta vez no por el placer.
—¿Qué? —preguntó ella, dándose la vuelta, descubriendo que dante estaba a penas asomado
por la puerta— ¿Qué dijiste?
—Que si no te cas a acostar…
«¿Me habrá visto? —se preguntó— ¿Vio lo que estaba haciendo?»
Ahora, tensa y asustada, no sabía cómo reaccionar.
—Mierda —exclamó ella apagando el televisor.
No se quería acostar en ese momento y mucho menos después de lo que estaba haciendo, pero
no estaba pensando. Simplemente se levantó, le respondió a Dante que sí y se dirigió a la habitación,
en donde él ya estaba acostado de nuevo.
«¿Qué habrá visto?», se preguntó, mientras caminaba con los hombros tiesos y sin mirar a los
lados «¿Y si me vio masturbándome?… no… eso no importa… estaba viendo porno ¡Eso es lo que
importa! ¿Ahora que va a pensar de mí? Creerá que soy… ¡Ah! ¿Ahora qué? —respiró profundo,
pasando por al lado de la cama sin hacer contacto visual— cálmate… respira profundo… seguro no
te vio… ¿Acaso dijo algo? Dante es muy impertinente, si lo hubiera hecho se habría burlado de ti o
algo… no lo hizo ¿Verdad?, mejor cálmate».
Sofía levantó la sábana y se acostó en la cama, dándole la espalda a su jefe; mientras más lo
evitase mejor. Lo que le parecía peor, era que aún se sentía húmeda y todavía no borraba la imagen
que se había hecho de Dante penetrándola «¡Ya! Deja de pensar en eso», pensó, con los ojos
cerrados.
«Todo está bien —intentó convencerse— no se dio cuenta».
—Entonces —dijo Dante de repente— ¿Qué vas a hacer mañana?
Actuaba completamente normal, como si nada hubiera pasado. ¿Acaso no la vio en realidad?
—Este —respondió ella, fingiendo voz de cansada—, no lo sé aún —dijo.
—¿No te vas a quedar aquí…? —intentó decir antes de que ella interrumpiese.
—¡No! —exclamó, sin darse la vuelta, aun no quería verlo—, te dije que no me iba a volver a
quedar. Mañana voy a salir.
Dante no respondió nada. La lámpara de su lado de la cama seguía encendida, por lo que ella
supuso que estaría así el resto de la noche «¿No se va a dormir? —se dijo— ¿Para qué me preguntó si
me iba a acostar entonces?», inquirió.
Su mente daba vuelta alrededor de ideas absurdas que pronto comenzaron a molestarla; sabía
que mientras más pensara en eso más lo complicaría, debía mantenerlo simple. «No pienses…
duérmete —se exigió de repente— tal vez quería que lo acompañara… eso es todo».
Pero ¿Para qué querría que lo acompañara? Aunque realmente intentara no pensar en Dante ni
en lo que probablemente había visto o no. Le costaba concentrarse, seguir pretendiendo que estaba
dormida cuando apenas se acababa de recostar y de responder una pregunta directa.
Pese a que no entendía por qué él le había llamado, se cuestionó porque decidió acostarse
inmediatamente la llamó. «Pudiste simplemente quedarte en el sofá hasta que él se durmiera», se
dijo, decepcionada de sí misma.
Haciendo silencio para no delatarse, Sofía podía escuchar la respiración pausada y tranquila de
Dante, quien probablemente aún tenía los ojos enterrados en el móvil. El sosiego que dominaba en
aquella habitación, daba riendas sueltas a su imaginación, la cual repetía imágenes inapropiadas sin
tener en cuenta la salud mental de su dueña.
Incapaz de poder controlar lo que su subconsciente reproducía mientras que tenía los ojos
cerrados, su cuerpo no dejaba de reaccionar a ellos del mismo modo en que lo hizo estando en el
sofá. La presencia de Dante tampoco ayudaba, ni mucho menos el calor que emanaba de su cuerpo ni
el sonido de su respiración. Necesitaba concentrarse en otra cosa.
«¡Si tan solo hubiera un bendito ventilador!», se dijo, pensando que con eso podría reunir toda
su atención el sonido continuo de su motor, pero en ese lugar ni siquiera el aire acondicionado
sonaba. La ausencia del ruido exterior o de alguna otra cosa en la cual fijarse, su mente continuó
haciendo lo suyo.
Seguía pensando en el torso desnudo de su jefe, en su entre pierna húmeda, en la forma en que
se cogían a la actriz y en la maravillosa idea de masturbarse ahí mientras le daba la espalda. «¿Qué?
—exclamó— ¡No! ¿Qué carajos? No me voy a masturbar», se dijo, aunque ganas no le faltasen.
—No creí que te gustara el porno —dijo Dante de repente, sacudiendo todas sus ideas.
Sofía Gordon abrió sus ojos de inmediato «Maldición, sí me vio», pensó. Giró su cuerpo,
olvidando que supuestamente estaba dormida, ansiosa por poder darle una excusa a Dante.
—Te puedo explicar… yo.
Dante lo encontraba gracioso.
—¿Para qué me vas a explicar? —dijo, riéndose—, tú puedes hacer lo que tú quieras.
A pesar de que él lo viera así, Sofía no dejaba de sentirse culpable y sucia. Ver porno no era el
problema, el problema era cómo él la percibiría ahora que lo sabía. «Las mujeres no ven porno»,
pensó, tratando de justificar el motivo por el cual se sentía tan desagradable.
Dante le miró de reojo, mientras sonreía, regresó su mirada al móvil, escribió, lo dejó a un lado
y se fijó de nuevo en ella. Estática, Sofía se quedó con la expresión de vergüenza en el rostro,
tratando de pensar qué decirle, mientras que simplemente se ridiculizaba más a sí misma por haber
hecho algo tan imperdonable.
—¿Qué pasó? —preguntó juzgándola con la mirada, suspiró y agregó—: ¿Por qué la cara?
Sofía intentó hablar, pero vaciló, tal vez si no lo veía podría soportar la vergüenza.
—No estaba viéndolo, yo…
A pesar de que para ella era algo muy serio, él se volvió a reír, abiertamente y sin contemplar
sus sentimientos.
—Pues parecía que sí lo estabas haciendo —dijo él.
Sofía levantó la mirada.
—¡Claro que no! —dijo con firmeza— ¡Estaba cambiando de canal y…!
—¿Pero por qué me gritas? —preguntó Dante mientras se reía—, no es para tanto.
—¡No te rías, no es gracioso!
—Claro que sí —continuó riéndose—, cálmate…
Dante levantó las manos, indicando que se detuviera, pero sin tocarla.
—Vale, vale… —continuó él—, ya entendí.
—No entendiste yo…
Dante parecía estar estresado, sin saber cómo hacerla callarse. Era obvio que quería hablar, pero
Sofía no dejaba de decir la razón por la cual todo eso había pasado. Sin dar ninguna otra señal, se
acercó a ella y le detuvo los labios con los suyos. Ella continuó sintiendo el impulso de hablar, no
porque le hiciera eso iba a dejar de hacerlo, no obstante, él no se separó.
«Este desgraciado…», pensó, irritada por su intento de hacerla callar. «¿En serio cree que…?»,
y la Sofía que se sentía mal por sí misma, desapareció. Dante no se detuvo; sus labios seguían
apretados contra los de ella, enfrentándose a su impulso por separarse. Pero, sin quererlo realmente,
se calló de todas maneras.
—¿Listo? —preguntó Dante, apartando un poco una de las esquinas de su boca para poder
hablar, pero sin dejar de empujar su rostro contra el de ella— ¿Te calmaste?
Ella resopló para luego afirmar con la cabeza.
—Vale, vale —respondió él, apartándose—¿Mejor?
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque no dejabas de hablar —dijo él, sonriendo.
Sofía se limpió los labios con el dorso de la mano y se apartó de él para así evitar que volviera a
suceder.
—No te dije que podías hacerlo…
—No tenías qué —respondió él— además, estabas ahí lloriqueando por tonterías.
—¡No estaba lloriqueando!
—Claro que sí… —dijo— «Yo no veo eso, yo solo estaba cambiando y…» —agregó,
mofándose de ella— eso dijiste.
«Imbécil», pensó Sofía.
—Te estaba diciendo que yo no veo porno…
—¡Aja! Eso ¿Ves? —interrumpió—, ni siquiera importa. ¿Qué demonios importa si te gusta o
no? ¿No es lo mismo que tener sexo?
—Eso no tiene nada que ver, y tú lo…
—No… sí tiene que ver… no está mal, ¿Qué tiene? ¿No es como ver alguien desnudo? Si te ves
en el espejo cuando tienes sexo ¿No es como ver porno?
—No es lo mismo, yo estaba cambiando y…
—¡Ah! No importa…
En ese momento, Dante se bajó de la cama, se puso de pie y, en frente de ella, se bajó el
pantalón del pijama.
—¿Acaso esto es porno?
El pene de Dante estaba ahí, colgando de su cintura, sometido a la fuerza de gravedad como
cualquier otro objeto en el planeta. Parecía sutilmente grande, más que cuando se despertó la mañana
siguiente al día que tuvieron sexo, pero no estaba completamente erecto, eso se notaba.
—Pero qué… ¿Qué demonios, Dante? Súbete el pantalón —exclamó Sofía, fingiéndose
ofendida.
—Oh, vamos… sabes que no es malo.
—No es lo mismo… no estamos… —tragó saliva, no quería aceptarlo en voz alta— eso… tú
sabes… —cruzó los brazos y se giró un poco— haciéndolo.
—Ah bueno… eso se puede arreglar —dijo él, sugerentemente.
Sofía sintió el calor de aquellas palabras que de inmediato la trasladaron a ese momento en que
se acostaron, a ese mismo en que se imaginaba cogiéndoselo mientras se masturbaba y a menos de un
minuto atrás cuando intentaba quedarse dormida sin pensar en él.
—¿Qué te sucede? No… Así no son las cosas… —insistió ella— no puedes venir y tomar lo
que se te dé la gana como si yo estuviera dispuesta a —vaciló, quedando corta de palabras—… no lo
sé…
Dante se fue acercando lentamente hasta ella, esta vez, con una sonrisa traviesa, nada parecido a
la primera vez que lo hizo. Aquella, no tenía ninguna expresión, no lo hizo con tanta parsimonia ni
expuso tanto sus intenciones. Estaba actuando tan liberalmente que le preocupaba lo que intentaba
hacer.
—Dante… no… —intentó detenerlo en medio del camino.
A Sofía le palpitaba el corazón tan fuerte como nunca. Era lo que quería, lo que estaba
esperando desde hace horas. Se fijó en cómo su pene se balanceaba de un lado al otro mientras que él
se acercaba a la cama, subía la rodilla y comenzó a gatear para aproximarse a ella. Pensó que estaba
loco, que esa no era la actitud que debía tomar el jefe de alguien, pero, a pesar de que él no la estaba
obligando ni le acorraló, Sofía Gordon tampoco quiso moverse.
Las manos le sudaban, el pecho le palpitaba… observaba detenidamente cómo la figura de
Dante se acercaba a ella sin mucho esfuerzo como el hombre imponente que era. Quería poder
negarse, decirse que no debía caer de nuevo en sus encantos o artimañas. «Lo que sea que este
bastardo esté haciendo», pensó.
No obstante, su cuerpo reaccionó al estímulo como ella no quería hacerlo. Sus pezones se
erigieron, levantando la delgada tela de su pijama; sintió un escalofrío en su vientre que bajó hasta su
entrepierna, húmeda y preparada desde hace rato.
—Si el porno es malo —dijo él, cada vez más cerca— entonces el sexo es malo.
Sofía sabía que no era verdad. Pero tardó demasiado en traducir sus pensamientos en palabras.
Cuando por fin lo logró, apenas pudo abrió la boca, Dante ya estaba sobre ella, besándola. Sin
ánimos de desperdiciar otro beso de esos labios, decidió corresponderlo. Él comenzó a desnudarla, lo
que fue el detonante de todas esas imágenes que infructíferamente intentó reprimir todo el día.
Amarrada sobre una superficie plana (porque ya no tenía sentido pensar en un escritorio, no en
esa cama tan grande), con los brazos atados a la espalda, los pechos al aire y una cuerda que le
apretaba las piernas prometiéndole dejar marca.
—Amárrame —susurró en una de esas pausas para respirar.
Salió de ella como un suspiro, pero no de sus pulmones sino de su abdomen, en el lugar que a
veces sientes que está su alma concentrada, en el centro de su cuerpo. No lo dijo ella si no los más
profundos deseos de su ser. Sofía Gordon lo quería demasiado y si, estando consciente no lo haría, su
cuerpo lo pediría por ella.
—¿Cómo? —preguntó Dante sin dejar de besarla.
—Amárrame —repitió ella porque ya no le importaba nada.
Las manos de Dante que en un momento estaban jugando con los pezones de Sofía por encima
de su pijama, se detuvieron junto con el beso que le estaba dando. Ella lo siguió mientras él se iba
alejando hasta por fin despegarse.
—¿Segura? —inquirió Dante como si supiera algo que ella no.
—Sí… —respondió, segura y firme.
Ya lo había dicho, no había vuelta atrás. Si se negaba después de eso, quedaría como una tonta:
la chica miedosa que no pudo con él. No iba a sostener ese título, no de esa manera. Reafirmó sus
palabras moviendo su cabeza de arriba abajo y repitiéndole con el rostro más sugerente con el que
podía dar: «Amárrame».
Dante miró a su alrededor, agitado, con cierto nivel de apremio «¿Acaso tiene cuerdas de esas
por aquí?», preguntó ella, mientras lo veía, llegando a contemplar lo extremadamente conveniente
que era que se hubiera traído unas cuerdas shibari hasta Italia, que al final congeniaron con el
momento justo en que ella pidió que la amarrasen. Eso era una conveniencia muy grande.
—¿Qué buscas? —preguntó Sofía.
—Algo con qué… —hizo una pausa, moviendo la cintura de derecha a izquierda mirando hacia
abajo—… amarrarte.
Sofía suspiró porque, de hecho, no había empacado ninguna de esas cuerdas pensando que
habría sido muy raro «menos mal», agregó a ese pensamiento. Repentinamente, Dante se levantó de
la cama, cogió las sabanas con ambas manos y, mirándola directamente a los ojos desde abajo dijo:
—Ya sé qué voy a usar.
Sofía entendió de inmediato lo que iba a hacer, la posición que adoptó lo delató. Se bajó
rápidamente de la cama y segundos después Dante la jaló como si se tratara de un mantel.
—¿Es en serio? —exclamó Sofía— No creo que vaya a… —intentó decir, antes de que las
acciones de Dante la interrumpiesen.
Sofía vio el momento justo en que Dante se dio cuenta de que aquellas sabanas no serían tan
fáciles de romper. Luego de detenerse para buscar la navaja que siempre cargaba consigo en el
bolsillo, únicamente porque tenía un corta uñas, comenzó a romperla en un rápido y muy casual
estilo, en tiras que trenzó después.
—¡Joder! ¡No! Esas sábanas son del hotel… ¿Qué te pasa?
—¿No querías que te amarrara? —preguntó él, sin dejar de romperlas y trenzarlas como si
hubiera hecho eso antes.
—Eso no va a funcionar…
—Claro que sí —aseveró él—, además, tú lo pediste.
No podía creer lo que estaba haciendo, y aunque le gustaba la iniciativa que había tomado tan
solo para complacer su fantasía, no aprobaba el método.
—Bueno sí, pero también pudiste haber usado una corbata ¿Sabes?
Dante se detuvo en seco el corte rudimentario de la tela, como si hubiera tenido una
premonición o un contemplado su propia estupidez.
—Mierda…
—¡Exacto!
Luego de unos segundos manteniendo esa misma posición contemplativa, sacudió un poco la
cabeza y continuó.
—¡Bah! No importa.
Tomando en cuenta el trabajo que requería hacer todo eso, Sofía pensó que habría sido más
sencillo salir en ese mismo momento a comprar unas cuerdas en cualquier lugar convencida: «Seguro
hay una sex shop abierta a esta hora», se dijo.
No obstante, tampoco podía negar lo mucho que le emocionaba ver a Dante extender y contraer
sus músculos mientras que rompía la sábana del hotel tan delgadas como podía para hacer una trenza
tan ancha como dos de sus dedos. Al cabo de una media hora de extenuante labor, ella pudo ver cómo
el pene de su jefe se endureció de nuevo.
—Uy… —dijo.
—¿Estás lista?
No sabía qué tanto iban a funcionar aquellas sábanas, pero no cabía duda de que lo iba a
disfrutar. Dante se acercó a ella con la cuerda que había hecho y comenzó a hacer los nudos
especiales que requería para amarrarla. «No tan complicados», dijo, con la seguridad de quien conoce
todos los nudos habidos y por haber.
—Vaya, vaya, señor Miller —dijo ella, un tanto encantada.
Cuando vio que hizo el primero, se sintió intimidada.
—Lo habías hecho antes ¿Verdad? —preguntó ella.
—Tal vez… —sugirió— ¿Estás lista?
—Sí.
Dante le tomó del brazo y le dio la vuelta. Empezando por ahí, fue haciendo los nudos hasta
llegar a sus muñecas, en donde lo selló para dejarla así. Lentamente fue cubriendo su torso,
exponiendo sus pechos luego de bajarle el camisón de su pijama para ostentar sus senos.
Cada vez que la tocaba o movía a su antojo, el nivel de excitación que le invadía iba
aumentando, invitándola a desear que lo hiciera más a menudo. Tal vez no tenía cuerdas, pero sí que
fue conveniente que supiera como usarlas. Con los brazos atados y otros nudos dibujando la silueta
de su cintura, Dante la levantó y la acostó sobre su regazo, dejándola levantar su trasero.
—¿Cómo quieres que te trate? —preguntó Dante, antes de empezar.
—Rudo y rico —respondió Sofía, lujuriosamente, ya embriagada por el erotismo que rodeaba
aquella escena.
—¿Cuál es tu palabra segura?
—Oliva.
—Vale.
Dante comenzó a bajarle el pantalón, exponiendo sus nalgas, obligándola a sentir el leve frío de
aquella habitación. Preparada en su regazo como si fuese a recibir una reprimenda, disfrutó su
primera nalgada.
—¡Uh! —inspiró eróticamente— ¡Sí, mi amor!
Dante le dio la siguiente, un poco más fuerte que la anterior. Luego otra, otra, otra y otra. Sofía
respondió a todas con placer, disfrutando cada una de ellas mientras que afirmaba y suspiraba
viciosamente. Cada que le daba una, más y más sentía que se humedecía, que los fluidos de su vagina
se escurrirían hasta sus pies, que mojarían toda la cama y empaparían el regazo de Dante.
Exclamaba lo mucho que le gustaba y lo increíble que se sentía. Dante le siguió dando nalgadas
hasta que pasó a masturbarla, a jugar con su clítoris, sus labios, el borde de su ano. Sus dedos
húmedos mojaban todo lo que tocaba; eso le encantaba. Sofía disfrutaba ser dominada, ser
vulnerable. Ella sabía muy bien que era infeliz sin alguien que le dijera qué hacer, a pesar de ser
completamente capaz de hacerlo por sí misma.
Se mordía los labios, concentrándose única y exclusivamente en la manera en que Dante la
dominaba, en que le daba nalgadas, en que la masturbaba sin avisarle o le jalaba el cabello y
pregonaba que era suya. El placer que procuraba aquel despliegue de erotismo, le invadió por
completo cuando una deliciosa sensación hizo implosión en su cuerpo hasta concentrarse en el centro
de su vientre, regodeándola de placer y felicidad.
Exclamó un sí fuerte y rotundo acompañado de un suspiro erótico como nunca antes lo había
sentido. El mejor orgasmo de su vida. Esa posición definitivamente estaba concursando para ser su
favorita. Y como si hubiera escuchado sus pensamientos, Dante la cogió de la cintura y la hizo
arrodillarse levantando el trasero mientras que su cara se oponía contra la cama sin sábanas.
«Me lo va a meter», pensó, entusiasmándose con tan poco porque sentiría de nuevo aquel pene
de noventa grados.
De repente, estalló una nalgada que la tomó desprevenida.
—¡Ay! —apretó las nalgas del susto.
Al principio le dolió, pero no le molestó. Había una línea muy delgada entre el placer y el dolor
en la que estaba más que dispuesta balancearse hasta el fin de los tiempos.
—¿Te dolió? —preguntó Dante, lujuriosamente.
—Ay no—respondió ella, en el mismo tono—, ni siquiera la sentí.
—Ah, ¿Sí?
De nuevo, otra nalgada. Tampoco se la esperaba, pero sin lugar a duda le gustó más que la
anterior.
—Ay, sí… —exclamó ella— castígame.
Dante no dejó de darle nalgadas, mientras que ella encaraba el colchón con el rostro
mordiéndose el labio y pensando en lo divino que se sentía estar en esa posición. Estar a su merced
era tan excitante y embriagador, que no podía controlar sus propios pensamientos. Constantemente
repetía que le diera más, que le castigara como se lo merecía. No había Sofía Gordon en el mundo
que disfrutara más aquel encuentro que ella estaba experimentando.
No solo le fascinaba la idea de ser dominada, de no poder moverse mientras que le impartían
una catedra de placer. Entre nalgueada y masturbada, Sofía se encontraba en el paraíso, imaginándose
la cara que podría Dante, lo que estaría haciendo con su pene mientras que la trataba de ese modo.
En su cabeza solamente había espacio para el placer, acompañado con lujuria y un tanto de
frenesí. Ella exclamaba y gemía cuando Dante acariciaba su espalda, jalaba su cabello, le hablaba al
oído para decirle lo sucia que era, lo que le haría, lo que veía cuando se lo hacía y cómo deseaba
cogérsela; no importaba cual fuese el estímulo que recibiera, Sofía Gordon exteriorizaba lo mucho
que le encantaba.
Dante Miller no dejaba de tentarla con sus palabras, obligándola a desearlo más de lo que ya lo
hacía. Sofía le suplicaba que le diera más duro o que solamente no se detuviera, hasta que por fin
complacieron sus deseos. La repentina sensación de ser penetrada la hizo gritar de placer.
Sofía Gordon no tenía control.
Las embestidas salvajes de Dante, adornadas con nalgadas ocasionales mientras le masajeaba la
comisura del ano, explotaron en su mente tanto como el placer en todo su cuerpo. Su psique y su
físico estaban completamente sobrecargados de sensaciones increíbles. Gemía y gritaba, pedía tanto
que daba la impresión de que no se satisfacía con nada, a pesar de estar más que contenta por la
manera en que la follaban.
Su cabeza y su vagina eran unos porque no había más nada en el medio que pudiera interrumpir
aquel despliegue de éxtasis. Lo que más le gustaba de aquel encuentro era la manera en que Dante la
cambiaba de posición sin avisarle, para luego tentarla de nuevo y volver a penetrarla como una
bestia. Le daba palmadas en los pechos o jalaba sus pezones como si fueran de goma sin detener sus
caderas.
—¡Joder! ¡Sí! —exclamó ella— ¡Dale, dale, dale! ¡Vamos!
Estaba cerca. Dante comenzó a penetrarla más fuerte y rápido, como si estuviera dispuesto a
cerrar aquello con broche de oro. Sofía Exclamaba aún más sintiendo cómo se aproximaba esa
sensación embriagante que le borraba la identidad. Y el orgasmo llegó.
—¡Sí…!
Dante se detuvo y un chorro de esperma cayó sobre sus pechos, colándose por debajo de las
cuerdas improvisadas.
—Vaya —dijo Dante.
Sofía intentaba recuperar el aire, aun con los brazos atados a la espalda y las piernas abierta. Se
quería mover, pero, así estuviera desatada, sabía que no tenía las fuerzas para hacerlo. Jadeando, giró
su rostro para ver a Dante acostado a su lado.
—¿Te gustó? —preguntó ella.
Dante volteó el rostro y la miró a los ojos.
—Me encantó…
Sofía Gordon estaba increíblemente sensible. Podía sentir cómo las paredes de su vagina se
contraían aun tratando de superar todo aquello por lo que había atravesado. Las gotas de sudor que
lograban deslizarse por su cuerpo, fueron desatando pequeños golpes de corriente que la obligaban a
quedarse quieta para poder soportarlos.
—Déjame quitarte eso —dijo Dante.
En lo que se acercó, sin siquiera terminar de tocarla, un escalofrió le arqueó la espalda de golpe
y la dejó completamente tiesa.
—No me toques… —exclamó, como si fuera una gata asustada.
—Vale, vale… perdón.
Dante se alejó lentamente, como si Sofía fuera una bomba a punto de estallar.
—Ya va —continuó ella—, que estoy sensible.
—Ah… —respondió aliviado—, vale…
Hidratada, desatada y calmada, Sofía Gordon estaba sentada sobre una cama sin sabanas
preguntándose si lo que acababa de suceder significaba algo. Dante, volvía a pedir el servicio al
cuarto y un juego de sabanas nuevas cuando, en medio de un suspiro, una pregunta salvaje se le
atravesó en frente de los ojos.
—¿Qué somos ahora?
7
Sentada en el colchón de la cama, con la mirada fija en el suelo, Sofía Gordon, la secretaría de
Dante Miller, estaba impactada. Ninguna pregunta, sexo repentino, ni inevitable sensación de vacío
luego de pensar que tal vez eso no duraría para siempre, podía ser más impactante que lo que acababa
de ver. Todavía no lo podía creer.
Aquella mañana, luego de dormir acurrucados en la cama (cosa que desató otra serie de dudas
con respecto a qué tipo de relación tenían ahora), Dante se despertó dispuesto a empezar la mañana
sin ella.
«¿Qué pasó?», le preguntó ella al verlo vestirse, «Nada», le respondió él, como si, en efecto,
nada pasara. Pero Sofía Gordon sabía que no era así. Dante comenzó a vestirse dando la impresión de
que siempre lo hacía de ese modo, con la única variante de que se le notaba lo apresurado que estaba
por terminar. «¿Vas para algún lugar?», interrogó ella, realizando su rutina matutina sin apartar la
mirada curiosa de él. «Sí… —confesó, para luego detenerse mientras que se ataba los zapatos—… la
cita… ¿Recuerdas?» De inmediato, desechó todas las preguntas que tenía con respecto a su apremio
y continuó con sus actividades mañaneras.
Lego de desayunar juntos, Dante se fue del hotel dejándola con la promesa de que regresaría
temprano, asegurándole que tal vez irían a comer a un restaurante que le gustaba mucho. «Vale»,
respondió ella, sin ningún inconveniente. Pero no fue sino hasta una hora después que comenzó a
pensar al respecto.
Aquello que ahora ocupaba su mente no se presentó así nada más, no fue algo que hubiera
pensado por sí sola porque, hasta donde ella sabía, un sujeto tan ocupado como su jefe, siempre tenía
algo qué hacer sin importar en donde se encontrase. Jamás habría puesto algo en duda de no ser por
lo que se encontró esa tarde.
Cumpliendo la promesa que le hizo de no quedarse en el hotel por estar sola, Sofía se puso uno
de los conjuntos que había comprado y salió de la habitación con la intención de visitar alguno de los
lugares que le recomendaron el día anterior para los cuales no tuvieron tiempo.
«Tal vez me encuentre un ses chop», pensó, pronunciando mal (incluso en su mente) mientras se
reía de su ocurrencia. Sin embargo, casi de inmediato, comenzó a visualizarlo como un destino
seguro, ya que definitivamente no permitiría la mutilación de ninguna otra sabana, por lo menos no
mientras estuviera en Milán.
Siguiendo las indicaciones que lograba entender de quienes le dedicaban tiempo de explicarle,
pudo alejarse tanto cómo pudo de la Piazza del Duomo. En su camino, encontraba poco probable el
preguntarles a las personas si conocían alguna sex shop cercana, tomando en cuenta que, había muy
pocas probabilidades de hallar una.
Sofía Gordon encontró curioso la manera en que las cosas escalaron desde «querer hacer algo»,
hasta «tener que encontrar una tienda de artículos sexuales». Brindando por eso con una copa
imaginaria, caminó unos cuantos minutos hasta llegar a lo que parecía un parque.
—Pero es que yo… —se dijo, bajando la mirada hacia su bolso— debo ser estúpida, en serio.
Sacó su móvil del bolso que también estaba estrenando ese día y buscó la aplicación de mapas
en él.
—¿Por qué no lo hice antes? —agregó—, solamente tengo que…
«Sex shop», escribió en el buscador de la app.
—Ses chop —leyó, fijándose en la primera opción que le pareció y afincando la pronunciación
de la «s»— plaza… —dijo después, deduciendo que eso significaba «piazza»— sem-pi-o-ne… —
apartó un poco el móvil, como si así pudiera leer mejor— sempione —repitió.
Sofía levantó la mirada y buscó algo que dijera el nombre del lugar en donde se encontraba,
suplicando no estar tan lejos de la tienda porque definitivamente quería preguntar por las cuerdas.
—Ahora cómo llego hasta ahí —dijo, bajando la mirada y colocando el pulgar sobre la primera
opción.
Aquello le mostró los detalles del lugar y, en esas mismas opciones, pudo leer «cómo llegar».
—Genial… —exclamó— veamos… —la tocó con el pulgar.
De inmediato, le mostró su ubicación actual y una línea recta con el mejor camino hasta la
tienda de artículos sexuales. «14 minutos», le indicaba.
—¡Ah! Pero mira, está aquí cerca —dijo, ferviente.
Siguiendo la ruta que le mostró, Sofía se adentró en la Piazza Sempione, ignorando a aquellos
quienes visitaban el lugar para sentarse sobre mantas en la grama, los museos que se dispuesto para
ser llamativos y los otros cientos de distracciones en los que seguro se podría fijar después de que
descubriera qué cosas podría comprar en el sex shop. Siguió las indicaciones tales como: «girar a la
derecha, o a la izquierda, o sigue por aquí», hasta que por fin dio con el lugar que deseaba visitar.
—Vaya —dijo, en frente de la tienda— fue más fácil de lo que esperaba.
A pesar de que la caminata tomó más de catorce minutos, haber llegado a su destino procuró una
gran satisfacción. Entusiasmada, se adentró en aquella discreta tienda en donde el dueño la atendió
personalmente. Sofía Gordon preguntó por lo que estaba buscando, saliendo satisfecha del lugar
incluso con más de lo que tenía previsto comprar. La tarjeta que Dante le había regalado estaba
rindiendo frutos.
Luego de casi dos horas comprando, Sofía se apartó del lugar y comenzó a caminar por la calle
buscando alguna otra cosa con la qué distraerse. Pensó que tal vez podría sentarse a comer en algún
lugar y satisfacer esa hambre tan salvaje que tenía.
No obstante, continuó desplazándose por la acera, abstraída por las tiendas que se encontraba.
Desde una tienda de cannabis hasta una farmacia, cada una de las cosas, a pesar de haberlas visto
antes en otros lugares, atrajeron su atención sin mucho esfuerzo.
Pero al llegar a la farmacia, supuso que debía decidirse por comer en algún lugar.
—Demonios —dijo, al escuchar su estómago rugir.
Tentada a devolverse para ir a uno de los restaurantes que ya había pasado, decidió seguir
caminando hasta que, luego de unos cuantos pasos, encontró uno más. «Deseo» decía. El nombre
fácil de pronunciar le hizo sentir a gusto, por lo que consideró de inmediato acercarse más y pedir
una mesa. En un lugar como ese era muy probable que alguien pudiera entenderla, aprovechando esa
sutil ventaja que existía dentro de las lenguas románticas.
Pero, si de algo estaba segura Sofía Gordon, es que jamás en su vida se habría imaginado que se
encontraría a Dante en aquel lugar. Al principio (y luego de que le dieran una mesa que
estratégicamente parecía estar ubicada a espaldas de él), pensó que era demasiado extraño habérselo
encontrado, hasta que consideró que no estaba tan lejos del hotel, que era relativamente sencillo
llegar al restaurante y que, de cierta forma, lo que más improbable parecía, luego de una buena
observación, comenzaba a tener sentido.
Dante Miller se encontraba acompañado por un sujeto platicando, riendo y comiendo. Nada del
otro mundo. «Cierto… la cita…», dijo para sí misma. Sofía meditó la idea de acercarse para
compartir el almuerzo con él, vislumbrando la conveniente posibilidad de devolverse acompañada al
hotel. Saber que estaba ahí, le generaba cierta calma, aunque no estaba muy segura del por qué.
—Pero no estoy trabajando ahorita —dijo ella— ¿Para qué me voy a acercar? ¡Hum! Sí, no,
mejor no. Él dijo que no me necesitaba.
El mesero se acercó y ella depositó toda su atención en lo que iba a ordenar. Preguntando sobre
los platillos que no lograba traducir por asociación de palabras, se perdió en ello hasta que por fin
ordenó.
—Y una gaseosa para ahorita, por favor —dijo, segura de que el sujeto le había entendido.
Sofía se fijó en su móvil, tratando de no levantar la mirada para no sucumbir a la presión social
de acercarse a Dante y molestarle. Cuando los vio, se veía completamente concentrado en lo que
fuera que estuvieran haciendo por lo que, el ser perturbado por una visita inesperada no era
apropiado.
—Su gaseosa, señorita —dijo el mesero, al cabo de un rato.
—¡Oh, gracias! —respondió, sonriendo con gusto.
—Prego (de nada) —dijo el mesero antes de marcharse.
Confundiendo lo que significaba, lo siguió con la mirada hasta que, al regresarla, vio algo que
nunca se imaginó ver. Dante Miller, el sujeto con el que había trabajado en los últimos seis años de su
vida, con quien había tenido las últimas dos mejores experiencias sexuales hasta ahora (y con quien
pensó tener una tercera para usar lo que había comprado), le dio un beso al sujeto con el que estaba
comiendo.
—¿Qué carajos? —dijo, ahogándose con la bebida.
Con el corazón en la boca, la presión arterial baja y el mundo dándole vueltas, Sofía Gordon
bajó la cabeza como si pudiera ser descubierta y les enterró la mirada a pesar de estar viendo todo un
tanto distorsionado por el shock. Date y el sujeto estaban de pie, listos para dejar el restaurante.
—¿Dante? —se preguntó, aún sin poder creer que se tratara de él.
No solamente encontraba difícil de imaginarlo haciendo eso, sino el hecho de que hasta hace
unos segundos pensaba en él como el semental que la había satisfecho la noche anterior. Sí, seguía
siendo un semental, pero tal vez no uno hetero. Dante Miller le volvió a dar otro beso al sujeto que lo
acompañaba lo que desató la misma reacción en ella, sin lograr hacerla más llevadera.
—¡Mierda!
Ambos abandonaron el lugar muy cariñosamente, dejando a Sofía ahogada por la gaseosa y el
corazón en la sien.
—¿Qué carajos acaba de pasar? ¿Quién es él?
Pensó de todo acerca de los dos, degradándolos de tal manera que no había forma de pensar que
aquello era algo casual. Supuso que tal vez era un prostituto o un millonario (más que Date) quien
abusaba de su influencia para someter a su jefe a hacer cosas como esas. No sabía, pero fuese quien
fuere, no le caía bien.
Sentada en el colchón de la cama, Sofía aun no lograba concebir lo que había visto. «¿Dante es
gay? —dijo al fin, cuando el calor de toda aquella locura pasó—… es imposible…», se levantó de la
cama y comenzó a ir de un lugar al otro.
—Es imposible —continuó, hablando en voz alta—… no, o sea, es Dante —suspiró con un «ja»
nasal— ¿Cierto? Tuvimos sexo dos veces… ¡Yo lo he visto teniendo sexo con otras mujeres! —
vaciló— bueno, escuchado, no lo he visto, visto como tal.
Retomó las vueltas que estaba dando.
—¡Él era heterosexual! ¿Qué le pasó? No es posible… no… es que ni siquiera tiene sentido.
¿Para qué alguien como él querría ser homosexual? —flaqueó luego de decirlo— uy… eso sonó feo.
Sofía Gordon suspiró, dejándose caer en la cama tras darse cuenta de lo equivocada que estaba.
—¿Qué estoy diciendo? —inquirió—… claro que no es malo… solo que… —vaciló— ¿Por qué
tuvo sexo conmigo? ¿Qué estaba intentando? —levantó su torso rápidamente, impactada por su
epifanía— ¿Y sí yo lo hice gay?
Hasta donde sabía, ella era la última persona con la que había estado; las pruebas hablaban por
sí mismas.
—Joder —exclamó, llevándose las manos a la cabeza— ¿Cómo pude haberlo hecho gay? ¿Qué
hice? ¿Soy tan mala? —se dijo— ¿Será porque me amarró? ¡Demonios! ¡¿Qué carajos hice?! Si lo
hice gay ¿Entonces que hace de mí? ¿Qué demonios soy? —gruño enfurecida— ¡Ah! —se dejó caer
de nuevo sobre la cama.
Sofía Gordon se cogió la cabeza con ambas manos y comenzó a sacudirla, esperando poder
borrar las ideas autodestructivas que estaban formándose en su cabeza. Quería una explicación a
pesar de saber que no se merecía ninguna. Poco a poco, aquel rencor que comenzó a desarrollarse en
su pecho fue desvaneciéndose para dejar el débil brillo de una sensación diferente. La culpa le fue
atacando hasta apoderarse de todos sus pensamientos.
El recuerdo de su reflejo en el coche, lo poco atractiva que suponía que era y la sensación de
rechazo que la acompañó por tanto tiempo, le hicieron suponer que tal vez todo debía suceder de ese
modo. «¿Qué más voy a hacer? —inquirió, decepcionada del mundo— por lo menos lo disfruté
mientras duró…» Se dijo que la experiencia era lo que importaba, no tanto el final. Separó en orden
los pro y contras de todo aquello que vivió en aquel viaje, dándose cuenta que el final estaba más
cerca de lo que esperaba.
—¿Por qué lo hice? —se sentía mal consigo misma—, sabía que esto era muy bueno para ser
real. Él jamás se iba a interesar en mí, ni siquiera soy un hombre atractivo… —los ojos le
comenzaron a arder—, si me hubiera quedado tranquila, si no hubiera hecho nada. No habría pasado
nada… —vaciló— ¡No! ¡Claro! —agregó sarcásticamente—, tenía que ir a esa ses chop, comprar
todo eso, o si me hubiese devuelto a aquel restaurante… Si tan solo no hubiera ido, yo no…
Tras darse cuenta de lo tonto que resultaba considerar eso como parte del problema, se acostó de
lado, cambiando por completo la forma en que se sentía.
—No… ¿Qué carajos? Eso no tiene nada que ver —agregó—, tal vez no lo habría visto, y
hubiera seguido con sí… pero no tiene nada que ver… ¡No seas estúpida, Sofía! Claro que no es tú
culpa —cogió una almohada y la abrazó— ¿Cómo va a ser mi culpa? Yo no lo hice gay… y si
hubiera sido así ¿Para qué me folló entonces? No es como que lo hubiese obligado, él lo hizo porque
quiso —recordó lo que incitó el coito hace una noche—, él se acercó a mí, estaba excitado. ¿Cómo
puede ser mi culpa entonces?
Sofía suspiró de nuevo.
—Sí… no fue mi culpa… además, si lo fuera, no me habría dicho que le gustó. No tendría que
mentirme. A él no le gusta mentir… —recordó lo que le dijo acerca de la cita—, pero me dijo que
tenía una cita… que debía resolver algo.
«¿Qué debía resolver?», pesó. Sofía cerró sus ojos, segura que de esa forma iba a contemplar
mejor la realidad. Dante no le había mentido, sí, de eso estaba segura «Tan solo me dijo que tenía una
cita… —conjeturó—, eso no es mentirme… además, supongo que eso es lo que tenía, una cita; eso
explica por qué no quería que fuera con él». Aquella revelación logró hacerla calmar un poco;
«Además, él es libre de hacer lo que quiera… ¿Por qué voy a sentirme mal por eso? —agregó—, si
eso es lo que él quiere, entonces que lo disfrute. Eso lo hace feliz… además, no está mal. Puede hacer
lo que quiera». Al poco de decirse todo lo que necesitaba escuchar, pudo llegar a una conclusión
aceptable.
Aunque, antes de todo eso, contempló la cruda realidad.
—Entonces… ¿Qué soy para él? —se preguntó, completamente afligida.
Dante Miller le había hecho experimentar el mejor sexo, no cabía duda. Tal vez fue por la forma
que tenía su pene o la manera en que la trataba, pero eso, junto a todo lo que había acumulado en los
últimos seis años a su lado, le decían que probablemente podrían estar juntos como en las películas
de amor en donde siempre quedaban juntos.
No estaba segura de si él realmente sentía algo por ella, sin embargo, tenía la esperanza de que,
si lo seguía intentando, eventualmente sucedería, se enamoraría tanto como ella se sentía enamorada
y tendrían un final feliz.
—Ya déjate de eso —se dijo, viéndose en el espejo luego de llorar por un rato.
Cuando se levantó para usar el baño, se miró al espejo y encontró en su reflejo algo que
definitivamente no le gustó.
No obstante, a pesar de tener la respuesta en sus manos, no tenía lo que realmente necesitaba, la
de Dante. Para ella, todo eso o era simple curiosidad, o algo mucho más extraño y complejo de lo que
quería. A Sofía se le ocurrió la idea de seguir la forma en que las cosas estaban sucediendo; si su plan
era tener sexo con él, entonces lo tendría sin importar qué, pero esta vez lo haría con otra intención
en mente.
«Vamos a ver si en realidad es gay», pensó, suponiendo que, si lo ponía a prueba, lograría
resolver todas sus interrogantes en vez de preguntárselo directamente «¿Acaso estás loca? ¿Qué te
sucede? —se dijo—, claro que no se lo voy a decir ¡Es una locura!» Enfrentarlo era el segundo peor
plan con el que pudo dar dentro de todo lo que pensó aquella tarde que no la llevaron a ningún lado.
Sofía Gordon sabía que ella no tenía nada que ver con todo eso que estaba pasando. Nada.
Cuando Dante regresó de su «cita», Sofía ya había terminado de formular su plan.
—¡Llegué! —exclamó él, desde la puerta.
—Estoy en el baño —respondió ella, esperando a que él llegara para abordarlo.
—Vale…
Sofía quería interrogarlo, sentarlo en una silla y atarlo para preguntarle todo acerca de quién era
en realidad, aunque lo encontró demasiado drástico. Por ese motivo, decidió que tendría sexo con él
para ver si, de esa manera y sabiendo ahora cuales eran sus verdaderos gustos, podría sentir alguna
cosa diferente que evidenciara su homosexualidad.
«Pero solo los homosexuales tienen el sexto sentido gay», se dijo, suponiendo que no importaba
qué hiciera ya que, mientras no le preguntase, quedaría en las mismas. Infructíferamente, intentó
hacer memoria de las últimas dos noches que tuvieron y de las tantas veces que lo vio muy amoroso
con las mujeres con las que obviamente se acostaba, con la esperanza de desmantelar su apariencia
de hombre heterosexual. «¿Entonces qué?», se preguntó. En el sentido más estricto de la palabra,
Sofía Gordon no llegó a ninguna conclusión acertada.
Su mejor carta era su cuerpo, con el que apenas y podía sentirse segura. Las cosas que había
comprado esa misma tarde le elevaron de cierta forma la autoestima, no obstante, no le aseguraban
nada. Ya se había acostado con ella dos veces y con otros cientos más ¿Qué lo detenía de hacerlo de
nuevo? Sofía sabía muy bien que estaba en desventaja, pero no se iba a rendir.
—Esta noche tengo que saberlo —dijo con convicción—, de que lo hago, lo hago.
Dante entró a la habitación, anunciando su entrada con el sonido de sus pisadas. Ansiosa, Sofía
salió del baño, obligándolo a detenerse en seco.
—Sofía… —exclamó sorprendido.
—Te estaba esperando —dijo lascivamente.
Sofía no sabía con qué sorprenderlo, ¿Qué podía ser suficiente para atraer a un hombre?
¿Lencería? ¿Ropa interior? ¿Algún disfraz erótico? Salió del baño usando unos espectaculares
tacones que hacían juego con unas medias que llegaban hasta sus muslos. Aparte del chocker en su
cuello y eso, no estaba usando más nada.
—¿Y eso? —preguntó Dante.
—¿No te gusta? —inquirió Sofía, dirigiéndose a él de la forma más erótica posible—, creí que
te iba a gustar —agregó lujuriosamente, fingiendo estar decepcionada mientras que se mordía el labio
inferior.
—Oh no… —se excusó Dante—, claro que me encanta.
Sus pechos al aire, su cabello suelto y lo que apenas estaba vistiendo, era lo que ella comprendió
como: «Lo más sensual que puedo estar». Instintivamente y gracias todo lo que ha condicionado su
imaginación a lo largo de su vida, Sofía dedujo que aquello era la mejor carta que tenía para
seducirlo.
No necesitaba nada que adornase las curvas de su cuerpo, la caída natural de sus senos (que en
ese momento estaban firmes y con los pezones erectos), ni la voluptuosidad de sus caderas. La figura
de una mujer debería de ser más que suficiente para despertar el deseo en cualquier hombre.
«Esto no puede fallar», se dijo. Dante Miller se notaba entusiasmado, con el pantalón apretado y
los ojos brillándole. Señales confusas pero evidentes que tan solo la motivaron a seguir adelante.
Sofía se fue acercando a él moviendo sensualmente sus caderas, en línea recta y sin apartar su
mirada.
—¿Estuviste todo el día aquí? —preguntó Dante, mientras se quitaba la camisa lentamente.
—No… fui a comprar cosas —dijo, sin detenerse—, cosillas que me hacían falta —agregó,
aludiendo a cosas eróticas.
—Ah, ¿Sí? ¿Cómo cuáles?
Dante rodeó la cintura de Sofía hasta detenerse para apretar su trasero y obligarla a chochar el
vientre con su pene ya erecto.
—¿Quieres que te las muestre? —preguntó, acercándose a sus labios.
—Me encantaría —dijo Dante, en un suspiro.
Aquel beso se sentía igual de bien que los otros besos que se había dado antes con él. No
obstante, aquel beso hizo más que excitarla. La imagen de Dante besándose con el sujeto en el
restaurante, entró de golpe en su cabeza obligándola a detenerse de repente.
—¿Qué pasó? —preguntó Dante.
Sofía sabía que no debía hacer nada de eso, que no estaba malo, que era completamente normal.
«¿Qué tiene que probar? —se preguntó— él puede ser lo que le dé la gana… ¿Por qué carajos no
dice que es gay y ya? ¿A quién quiere engañar? —se detuvo—, sí, bueno, a mí —lo pensó un poco
más— y a las mujeres que se folló, y a todo el resto del mundo… ¿Qué demonios intenta?»
—¿Segura? —Inquirió él, acercándose de nuevo a ella para continuar besándola.
—Sí.
Sumergiéndose de nuevo en el momento, continuó el beso como si nada hubiera pasado,
pensando todavía en Dante besando a un sujeto, pero adaptándose a ella, moldeándose, sintiéndola
parte de sí. Él comenzó a desplazar su otra mano por su cuerpo desnudo, acariciándola y
aprovechando a disfrutar cada detalle del mismo.
—Soy tuya —le susurró Sofía.
Pero Dante no dijo nada. Ignorando sus palabras, la fue empujando lentamente hasta la cama,
demostrando que él era quien tenía el control, aunque esa noche las cosa son serían así.
—No, no… espera —le detuvo Sofía—, así no.
Confundido, Dante preguntó qué había hecho mal, pero ella se indignó a ignorarlo, alejarse y
buscar una bolsa que estaba al otro lado de la cama, escondida sin mucho esfuerzo.
—Te dije que compré unas cosillas —agregó, sonriendo traviesamente.
De esta, sacó uno de los tres consoladores que había comprado. Rosado, no más grande que un
pepinillo y listo para usarse, se lo mostro como si se tratara de un juguete curioso.
—Así que eso fuiste a comprar…
—Sí.
—¿Y qué vas hacer con eso?
Sofía se acercó muy sensualmente a Dante, le puso la mano en el pecho y lo condujo en
retroceso hasta el sofá que tenía atrás.
—Un espectáculo —le dijo, cuando lo obligó a sentarse.
—¡Hum! —exclamó él—, con que esas tenemos.
—Sí…
Sofía se sentó en la cama, subió los pies y abrió sus piernas.
—Supuse que te gustaría —dijo ella.
Sofía Gordon se introdujo el consolador en la boca, intentando lubricarlo con su saliva, mientras
que con la otra mano se acariciaba sutilmente el clítoris. Se acercó el aparato a los labios y lo fue
posando en los lugares que mejor se sentía, frotándoselo por toda la vulva, alrededor de su clítoris, de
nuevo en su boca y a punto de entrar a su vagina.
Sofía gemía de placer cada vez que la tocaba, moviendo su vientre de forma circular,
apretándose los pezones, mirando a Dante directamente a los ojos. Quería verlo reaccionar de la
manera más natural ante el cuerpo de una mujer, no queriendo satisfacerla, no intimando únicamente
en el sexo suponiendo que debían sentir placer los dos, no.
Date se quitó el pantalón y comenzó a frotarse el pene por encima de la ropa interior sin apartar
la mirada de Sofía. Ella nunca antes había hecho eso: exponerse de esa forma. Continuaba gimiendo,
moviéndose, acariciando su cuerpo en las partes que ella sabía que se sentía increíble. Hasta ahora, él
reaccionaba a ella, a como se masturbaba, a como mordía sus labios, se tocaba la vulva, jugaba con el
consolador.
Sofía lo frotaba con sus pezones, su barbilla; le lamía lentamente sintiendo la acidez de sus
fluidos, derritiéndose ante el placer, la lujuria y el éxtasis. Su mente se estaba desvaneciendo,
llegando a olvidar por qué estaba haciendo eso en primer lugar. No importaba, no mientras se sentía
así de bien.
Su mano comenzó a moverse más rápido por sí sola; ya no veía a Dante porque tenía los ojos
cerrados. Sus pezones, sus pechos y su vagina estaban en sintonía. Los acariciaba, frotaba los trataba
como querían ser tratados. Ahora penetrándose con aquel aparato, podía sentir la forma en que le
vibraba, en que apretaba esa parte superior que la hacía sentir atan bien.
Gritaba y gritaba, cada vez más agitada y rápido. Mientras más movía sus manos, más fuerte era
la sensación, lo que la llevaba a repetirla otra vez, convulsionando en placer y locura. La simple idea
de que Dante la viera haciendo aquella cosa tan íntima la excitaba aún más hasta hacerla gemir
incluso con mayor intensidad.
Chillaba cada letra del alfabeto, diciendo que sí, exteriorizando el placer que se acumulaba su
cuerpo a través de sus cuerdas bocales. Estaba en su límite, acercándose a pináculo del placer
mediante más se estimulaba. El consolador entraba y salía de ella (ahora sin vibrar), penetrándola,
obligándola a pensar en el pene de Dante, en cómo él se la folló las últimas dos veces, conduciéndola
por los caminos de la sexualidad abierta sin ningún tipo de tabú.
¿Qué si era homosexual? ¿Qué si besaba hombres o se cogía mujeres? ¿Qué demonios
importaba en donde metiera su pene o su lengua? Dante Miller era completamente libre de hacer lo
que le viniera en gana siempre y cuando aquel pene doblado regresara entre sus piernas, a
enloquecerla de placer, a hacerla sentirse cada vez más mujer.
—Sí, sí, sí —dijo entre gemidos, cerca, más cerca, tanto que…— ¡Sí!
Sofía Gordon desahogó aquel orgasmo un grito largo y profundo que la hizo caer de espaldas. A
penas y logró sostenerse mientras se masturbaba y ahora los brazos le temblaban. Aún tenía fuerzas,
todavía podía seguir masturbándose para que Dante la viera; ya no tanto para descubrirlo sino por el
simple placer de ser vista.
Pero necesitaba levantarse. Dejó escapar un suspiro y levantó el torso para ver de nuevo a
Dante, descubrir qué había estado haciendo. En esos minutos se lo imaginó ahí, sentado sin
reaccionar, ahora lo averiguaría.
—¿Te gustó? —preguntó Sofía, mucho antes de ver lo que había hecho.
Una descarga de esperma se disparó de la punta de su pene. Con el miembro en la mano, Dante
jadeaba de placer sin apartarle la mirada a Sofía, quien aún tenía las piernas abiertas. Luego de lo que
vio en el restaurante supuso que algo así no sucedería. Ligeramente confundida, Sofía no borró la
expresión de su rostro lo que envió un mensaje equivocado a Dante.
—¿Qué pasó? —preguntó, soltándose el pene y a punto de levantarse con premura.
—No, no, no… —reaccionó Sofía—, no pasó nada. Es solo que, creí que solo estabas viendo.
—¿No podía?…
—No, sí, claro que sí podías es solo que…
Sofía intentó explicarle utilizando algún pretexto tonto, pero sabía que no tendría caso. Si se
detenía a conversar con en él en ese instante, el momento sencillamente perdería mucho sentido y
desperdiciaría la oportunidad de disfrutarlo.
—No —volvió a decir—, solo que no quiero que te canses —agregó—, esta noche será larga.
Esta vez Sofía tenía el control. No tenía tiempo para pensar si debía dejarse dominar o esperar
que le dijeran qué hacer, necesitaba actuar para disfrutarlo al máximo, por lo menos una última vez.
Sofía pasó por encima de la cama, cogió otro artículo de la bolsa y, escondiéndolo detrás de su
espalda mientras se acercaba a Dante moviendo las caderas sensualmente, se sentó sobre su regazo de
frente, y se lo mostró.
—Aun no acaba.
Un par de esposas colgaban de su mano que casi de inmediato puso sobre las muñecas de Dante
para inmovilizarlo.
—¿Entonces es mi turno? —preguntó travieso.
—Sí.
Sofía le puso los brazos hacia atrás y lo dejó sin poder moverse.
—Ahora soy yo la que manda.
Sofía Gordon se bajó para arrodillarse en frente de Dante, cogerle el pene con la mano y Con
una toalla húmeda que tenía en la mesa detrás de ella, se lo limpió, asegurándose de no dejar ningún
rastro de suciedad «la higiene primero, cariño» le dijo, mientras que él arqueaba espalda
contrayéndose para que no lo tocara.
—No… espera, aun… —intentó decir él, antes de que Sofía le siseara.
—¿Qué te dije? —dijo, amenazadoramente, y le siseó.
Con el pene listo, sin rastros de semen ni sudor acumulado, abrió la boca y se fue acercando
lentamente hacia la punta doblada introduciéndoselo y succionándola con fuerza. Dante acababa de
eyacular, por lo que seguramente estaba sintiendo todo el doble de intenso que el resto de las veces.
Sofía pensó que era la primera vez que lo probaba, lo que hizo incluso más especial aquel momento.
Subiendo y bajando la cabeza, Sofía le succionaba al mismo tiempo en que apretaba sus
testículos o le enterraba el dedo en el periné, tratando de estimular su próstata. No sabía qué tan libre
era Dante (aun ni siquiera sabía qué rol tomaba en sus relaciones homosexuales), por lo que se limitó
a tocarlo hasta ahí.
Intentaba introducírselo tanto como podía, luchando por no ahogarse ni comenzar a toser con el
pene en la boca. Dante no dejaba de gemir y resoplar cada que ella se lo lamía o se lo pegaba en la
mejilla dándose bofetadas. Sofía exageraba el sonido de «plop» que se producía al liberar el vacío de
sus mejillas.
Dante parecía que estaba a punto de acabar de nuevo porque se tensaba y se mostraba ansioso
porque lo hiciera más rápido.
—Aún no, vaquero —le dijo Sofía mientras se levantaba.
Dante no ocultó la decepción en su mirada ante el orgasmo frustrado producto de una venganza
inocente. Sin quitarle los ojos de encima, Sofía se dio la vuelta y se sentó sobre él.
—Hoy yo te voy a decir cuándo y dónde acabarás.
Cogiendo el pene, lo puso de modo que en lo que terminara de sentarse, estuviera
completamente en su interior. Gimió al liberar esa tensión que estaba acumulando mientras lo
masturbaba para luego comenzar a mover sus caderas de un lado para el otro, saltando, gimiendo,
gritando de placer y agarrándose las nalgas porque él no estaba en posición para hacerlo.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, jadeante y gimiendo.
—Me encanta.
—Este culo es tuyo —agregó ella, en el calor del momento.
Sofía amaba la manera en que aquel pene se oponía a la forma natural de su vagina, tocando en
donde se supone que todos los penes deberían de tocar, presionando, enterrándose como su fuera una
estaca en la tierra. Sentía lo cerca que estaba de salirse cuando levantaba el trasero, lo empujaba y
repetía el movimiento, asumiendo que Dante estaba teniendo una muy buena vista de su pene.
Mientras más se movía, más rápido quería hacerlo y más se acercaba a su siguiente orgasmo del
día. Y así fue. Con movimientos de cintura y cadera, se acercó tanto que logró hacer que estallara
para expandirse por todo su cuerpo, llegando a gritar con fuerza.
—Increíble —suspiró.
Dante aun no acababa así que se levantó, le pidió que se acostara en la cama boca arriba y,
montándose en ella, se sentó sobre su rostro.
—Ahora come —le dijo.
Dante Miller sería su juguete. Moviéndose, marcaba el ritmo en que su lengua debía tocarla,
intentar penetrarla y lamerle el clítoris. Aún estaba sensible por la manera en que se lo folló segundos
atrás por lo que aguanto menos esta vez.
Sofía Gordon quería exprimir cada gramo de deleite de su cuerpo, aunque si intención de
enfrentarlo se iba desvaneciendo mientras mejor se sentía tener sexo con él. Mientras más lo hacía,
menos creía que fuera homosexual. Luego de sentarse de nuevo sobre él, de dejarse penetrar de
besarlo, de hacerlo acabar sobre sus nalgas, sus pechos y su rostro; y de gemir todo el aire de sus
pulmones, Sofía se acostó al lado de Dante quien jadeaba para recuperar el aire.
Se podía decir que estaba satisfecha, que no necesitaba probar nada ni seguir cuestionándose las
cosa. «Esto es casual», se consoló, a pesar de que lentamente entendía menos lo que eso significaba.
Agradecida, Sofía Gordon fue dejando escapar los sentimientos que estaba desarrollando por Dante,
asegurando que todos ellos no fueron más que un simple mal entendido. «Tal vez lo del restaurante
también», pensó.
Mientras repasaba todo lo sucedido e intentaba recuperar su aliento al lado del cuerpo esposado
de Dante, Sofía se dio cuenta que había encerrado aquellas sospechas en una sola tela de juicio. Se
dijo que los besos entre hombres no son exclusivos de los homosexuales, lo que dejaba abierto una
vasta posibilidad de orientaciones y gustos que podía explicar lo sucedido. Lo que ahora necesitaba
averiguar era si en realidad quería saberlo.
—¿Te molestan? —preguntó Sofía, recordando que aún estaba esposado.
—¿Qué?
—Las esposas…
—Ah… eso —levantó la cintura para poder sacar los brazos por su costado—, sí, un poco. ´
Sofía buscó las llaves y las soltó, para volver acostarse a su lado, esta vez, viéndolo
directamente, apoyando su codo sobre la cama para sostener su cabeza. Dante seguía acostado, con
los ojos cerrados, amainando su jadeo. Pensó en interrogarlo, ya lo había cansado, podía preguntarle
cualquier cosa, pero aún no estaba segura.
Era primordial dejar de empaparse el asunto, ya que resultaba más conveniente pretender que
nunca sucedió; cuando no lo sabía, las cosas estaban yendo de maravilla. Entonces ¿Por qué no
volver a hacerlo? «Así que en verdad no eres gay —dedujo—, supongo que sí te gustan las
mujeres… y los hombres, al parecer». Sofía Gordon intentaba descifrar los más íntimos secretos de
Dante mientras lo veía recuperar su aliento, escrutándolo con intensidad.
«¿Realmente quiero saberlo? —se cuestionó— ¿Qué otra cosa necesito saber? ¿Ah? Ya sé que
se besa con hombres… tal vez hasta haga más que eso… pero, ¿En verdad necesito que me lo diga?».
Hasta hace poco, supuso que no existía cosa alguna que no supiera de su jefe, lo que la llevó a creer
que podría predecir todos y cada uno de sus movimientos. No obstante, en menos de cinco días,
Dante le demostró lo contrario.
Aquello había sido la punta de una montaña que creía conquistada hace mucho y que ahora se
preguntaba si realmente quería seguir escalando. De nuevo, se dijo que no necesitaba probarle nada
nadie y que en realidad en aquel viaje no había aprendido nada importante ya que solo fue eso: un
paseo por Milán.
«No hiciste nada diferente, Sofía —se dijo, dejándose caer de nuevo en la cama para ver al
techo—, las cosas no siempre son así». No estaba del todo segura si aquel viaje le había enseñado
una gran lección, pero, deteniéndose para preciar ese momento en su vida, realmente no le dio
importancia.
—No eres mía —dijo Dante de repente.
Sofía le miró.
—¿Ah? —preguntó ella.
—Que no eres mía… —repitió.
—¿A qué te refieres?
Dante suspiró.
—Cuando llegué me dijiste que eras mía —explanó— y hace rato dijiste que ese culo era mío.
El que tocara el tema de repente le generó un poco de vergüenza. Estaba acostumbrada a hablar
de sexo cuando era el momento de hacerlo, no después, cuando el éxtasis había desaparecido. Las
cosas que decía en el calor del momento pocas veces resultaban de importancia, lo que resultaba
incomodo de mencionar después que todo terminaba.
—Yo solo quería…
—Sí, sé lo que querías —le interrumpió—, pero no quiero que creas que eres mía.
—Sí, yo lo sé, pero…
—Pero de todos modos lo dijiste —insistió él— y no deberías de hacerlo —volteó el rostro para
verla—, porque no eres mía, ni de mi propiedad, ni para mí.
Por alguna razón, aquellas palabras le ofendieron. Sofía no sabía cómo responder a eso.
—No quería que llegáramos a esto; te lo dije en el coche el otro día y creí que lo habías
entendido —continuó—, no quiero que pienses que todo esto confundiera más las cosas entre
nosotros, que creyeras lo que no era porque…
—No —le detuvo ella, sentándose de repente con las piernas cruzadas— yo no estoy sintiendo
nada —se defendió.
Dante se acomodó para poder levantarse y ver de frente a Sofía.
—¿Entonces por qué sigues diciendo eso? —preguntó Dante.
—Porque quería sonar interesante, hablar sucio… no porque en realidad lo estaba diciendo.
—Eso lo sé…
—Pues no parece que lo sepas porque sigues actuando todo cool creyendo que tienes que
enseñarme algo trascendental ¿O me equivoco?
Dante suspiró de nuevo.
—No… —respondió luego de uno segundos—, esa no es mi intención.
—¿Entonces qué quieres decirme? ¿Qué esto es solo una aventura? ¿Algo de una noche? (a
pesar de que ha sido tres y la primera ni siquiera fue mi intención), eso lo sabe cualquiera… no te
hagas el duro.
—¿Cómo que no era tu intención? —preguntó resentido— Yo creí que eso era lo que tú querías.
—¡No! —espetó Sofía para luego darse cuenta de la mirada de asombro de Dante; se detuvo y
lo pensó de nuevo— bueno, sí —Dante cambió el semblante—. ¡Pero no ese día! —señaló—. Esa
vez no pensé en acostarme contigo. Ni siquiera lo había considerado…
«Del todo —agregó en sus pensamientos—, que tú lo sepas»
—Pues déjame decirte que no se vio así.
—Oh, vamos… no me vengas con esa… no es mi culpa que tú tuvieras la libido por los aires
y…
—¡Estabas dándome señales confusas! —se llevó ambas manos a la cabeza—, primero lo del
hotel la primera noche… luego aquí, cuando dijiste que querías una habitación para los dos, que no
tenías problemas…
—Porque no quería que gastaras de más —se defendió, sin estar muy segura de si eso era lo que
realmente había pensado.
—¿Desde cuándo eso es un problema? Por favor…
—Bueno yo solo…
—¡Ah! Pero no… —interrumpió él—, no se acaba ahí.
—¿Ahora qué?
—La ropa interior, Sofía…
—¿Qué con eso?
Sofía sabía qué cosa había con eso, pero no pareció importarle cuando hizo la pregunta.
—Vamos… me dijiste que querías que te viera modelar… y yo dije «okey, no importa, me
mostrará las camisas y los pantalones y eso…», pero no… la ropa que elegiste mostrarme de
primero… ¡Por favor!
Sofía sintió que tal vez había influido un poco en que todo eso sucediera, lo que le hizo
cuestionarse si realmente fue una coincidencia. Sin embargo, ella no estaba ahí para dejarse vencer.
La manera extraña en que todo eso escaló, los fue alejando (figurativa y literalmente, porque
comenzaron a apartarse del uno del otro) poco a poco, como si el camino que llevaban recorrido
hubiera sido en vano.
—¡Aja! ¿Y qué si fue así?
Dante parecía a punto de estallar.
—¡Que yo no tenía planeado que nada de esto pasara! —exclamó…
—¿Entonces por qué alquilaste la habitación el primer día, o aceptaste pagar por esta aun
sabiendo que iba a ser un problema? ¿Ah? Porque si no querías, simplemente pudiste haberlo
evitado…
Sofía estaba cada vez más enojada, arrepintiéndose de no arremeter contra él de su secreta
orientación sexual, a pesar de saber muy en el fondo que poco tenía que ver.
—¡Porque soy un hombre, Sofía! ¡Tengo mis debilidades!
En ese momento vio la oportunidad. Le picaba la garganta por decirlo, gritárselo en la cara y
cuestionar su hombría, esa a la que acababa de hacer alusión tan orgullosamente. Era el momento.
—¡Ah! —exclamó con sorpresa— ¿Un hombre? —dijo con sarcasmo. Lo sentía en la punta de
la lengua—, ¿Eso eres?
Dante arrugó el rostro, como si hubiera encontrado estúpidas sus palabras. Sofía se bajó de la
cama y caminó directo a su maleta para buscar ropa qué ponerse. Ya no se sentía a gusto al estar
desnuda en frente de él.
—Sí, Sofía, un hombre… Eso soy…
Sofía no podía aguantarlo, pero se estaba resistiendo. Le dio la espalda para evitar mirarlo y
decirle lo que quería.
—¡Oh, vamos! No me vengas con esa, Dante…
—¡Claro que sí…! —Dante se bajó de la cama y se fue acercando lentamente a ella, incitándola
a hacer algo que quería evitar—, pudiste haberme dicho que no pagara por esa habitación, pudiste no
haberte probado la ropa interior… pudiste haber hecho muchas cosas… Sofía. Si me seduces,
obviamente te voy a…
—¿Seducirte? —se dio media vuelta, ofendida— ¿Cuándo carajos te seduje?
—Soy un hombre Sofía, tengo sentimientos… si te acercas a mí así, no lo voy a resistir.
—¿Ah así? Cierto… —dijo sarcásticamente— lo había olvidado, ¡El hombre! —se mofó—…
entonces ¿Qué me dices del tipo que se te acerco en el restaurante? ¿Tampoco te lo resististe?
En ese momento se dio cuenta que no debía haberlo dicho. Dante tenía la expresión de no
entender lo que estaba diciendo, pero ella sabía muy bien lo que había visto. «Mierda», se dijo ella.
—¿De qué estás hablando?
Dante bajó el tono de su voz junto con el ímpetu que le estaba dando a cada una de sus palabras.
—¿Qué? —dijo Sofía, aún bajo los efectos de la ira, retándolo— ¿Ahora no te acuerdas que
besaste a un tipo en el restaurante hoy?
Era obvio que Dante había entendido de lo que le estaban acusando. Sus ojos se abrieron tanto
como podían al mismo tiempo en que su rostro perdió por completo el color.
—¿Cómo sabes que…?
—Porque te vi, Dante, ¡Te vi! —Sofía estaba perdiendo el control— ¿Creíste que te ibas a salir
con la tuya? ¿Qué ibas a fingir ser algo que no eres? ¡Decídete de una vez! ¿Qué carajo quieres?
La expresión de asombro de Dante se borró de inmediato, como si Sofía hubiera tocado una
tecla que no necesitaba presionar.
—¿Qué demonios te sucede? —exclamó Dante— ¿Quién te crees que eres?
—¡Yo…! —intentó responderle, pero él no la dejó.
—No, Sofía, no importa qué digas… —exclamó— yo puedo hacer lo que quiera con mi puta
vida y no tengo que pedirte permiso. Si crees que vas a hacer algo con eso, pues estas muy
equivocada. Yo hago lo que quiero.
Sus palabras le dejaron un mal sabor de boca, uno que reprodujo desde su subconsciente un «te
lo dije», que resonó en su cabeza haciéndola sentir cada vez peor.
—¿Acaso también me vas a decir que soy un confundido? ¿Qué no sé qué quiero para mi vida?
—insinuó Dante— O, no, mejor ¿Me vas a decir que soy un prostituto? ¿Qué me follo lo que sea que
se mueve? —levantó los hombros con indiferencia y soberbia— ¡Ja! Como si no lo hubiera
escuchado antes… ¡Estoy harto que me vean así, como si no supieran qué cojones significa la «B» en
el LGBTQ! ¿Acaso no puedo vivir mi maldita vida estando con quien me dé la maldita gana de estar?
«Demonios», pensó Sofía, recordando con mayor intensidad, que eso no era su problema. Ella lo
sabía, incluso lo había pensado antes de que todo eso sucediera, en ese momento en que insistía en
hacerlo un problema cuando evidentemente no lo era. «¿Por qué coño lo dije?» se preguntó.
—Ah —dijo Dante, juzgándola con la mirada—… vamos —agregó con desdén—, no eres la
primera, no te sientas especial.
Date se acercó a donde estaba su ropa tirada y comenzó a vestirse.
—Sí —masculló en un resoplido—, lo que faltaba…
¿Cómo fue capaz de hacerlo?, pensó, ¿Qué esperaba conseguir al decirlo? Sin decir ninguna otra
palabra, Dante terminó de vestirse y la dejó sola, sin saber siquiera qué hacer con sus manos.
—Mierda —dijo, al escuchar el azote de la puerta, contemplando lo que había sucedido.
Al cabo de un rato, se puso la ropa que había cogido, recogió la bolsa del suelo, guardo lo que
había sacado y se sentó en la sala a ver televisión, cambiando de canales mientras evitaba pensar en
lo que acababa de suceder. Sofía Gordon no solo no sabía qué decir, sino que estaba muy segura de
que la había cagado monumentalmente.
8
El tiempo que estuvo a solas, le ayudo a reforzar el sentimiento de culpa que le invadía.
Curiosamente le tomó menos que eso para darse cuenta de la gravedad de su ofensa, cosa que no
necesariamente la detuvo de pensar que circunstancialmente Dante le debía una explicación. Sin
embargo, con todo eso de por medio, perdía tanto protagonismo que casi ni parecía importante.
Luego de unas tres horas evadiendo la responsabilidad de sus acciones, Sofía Gordon adquirió el
hábito de ver el reloj cada cierto tiempo, preguntándose a qué hora llegaría Dante. El móvil ya no la
distraía y la mayoría de los canales estaba en idiomas que no lograba comprender.
Poco a poco se le hizo más difícil mantener la mente fría con respecto a aquel asunto, pensando
que era su deber quedarse ahí porque, si salía, tendría que utilizar la tarjeta que él le dio y disfrutar el
viaje que él auspició.
La culpa la llevó suponer que estaba mal, que su castigo era someterse al calvario del
aburrimiento, aun sabiendo que incluso eso sería poco para pagar esa ofensa. Sofía Gordon sabía lo
delicado que era el tema de la orientación sexual, cosa a la que a veces no le prestaba atención por
estar más ocupada en atenderle la vida a Dante, pero como esta vez se trataba de él, no podía
ignorarlo más.
Dante Miller nunca le dijo nada al respecto (tampoco era su obligación), y eso le hizo entender
que había muchas cosas que no conocía de su jefe. La apariencia de hombre común y corriente sin
ninguna capa de complejidad, se fue desbaratando en su mente hasta demostrarle que nadie era
completamente básico. Pensó que sí, que era obvio que todos era diferentes y complicados a su
propio modo… no obstante, eso no la detuvo de comportarse como una estúpida.
Y a pesar de saber que sus palabras habían sido inapropiadas, aún no comprendía el modo en
qué él lo había tomado.
A la mañana siguiente, el sonido de unas pisadas le despertaron.
—¡Dante! —se despertó asustada.
Dante se detuvo de inmediato manteniendo la posición que tenía como si el moverse pudiera
activar alguna bomba o algo parecido. Sofía buscó el origen del sonido hasta dar con él, parado en el
medio del dormitorio, con una expresión de angustia física.
—Llegaste —agregó ella.
Dante se irguió de forma normal, aunque un poco tenso.
—Sí… acabo de llegar —respondió, dándole la impresión de que intentaba no ser sarcástico.
Sofía se levantó de la cama rápidamente, dispuesta a hacer lo que había pensado hacer hasta
quedarse dormida.
—Dante, lo siento, no fue mi intención decir esas cosas…
Dante suspiró, con cierto alivio como si se lo hubiera esperado.
—Lo fuera o no, eso dijiste —respondió, con un tono de voz rígido, como si aguantara la
respiración.
Sofía sabía que él no estaba intentando ser amable con ella «se lo pudo haber ahorrado», pensó,
aunque sin ningún reproche porque supuso que se lo merecía.
—Tal vez —confesó, bajando la mirada—, pero no quiere decir que…
Dante suspiró de nuevo, cerró los ojos y se dio media vuelta. La expresión en su rostro denotaba
cierta incomodidad. Sofía pensó que se iba a ir.
—Espera, no… —le detuvo, obligándolo a adoptar la posición que tenía, aunque un poco
diferente— sé que fue estúpido que te dijera todo eso; no debí decírtelo (de hecho, no iba a hacerlo),
pero me dejé llevar por la discusión y de cierto modo he estado muy tensa estos últimos días y… —
farfulló.
Dante, con las manos apoyadas en su región lumbar, no dejaba de mover la pierna derecha en un
signo de inquietud. Era obvio que quería dejar de hablar.
—Bueno… —prefirió detenerse— solo quería decirte eso… no era mi intención. Supongo que
no quieres escucharme.
—¿Ya? —inquirió Dante, reforzando esa idea que tuvo.
No se podía permitir sentirse mal, no después de lo que hizo. No obstante, muy en el fondo
sentía que tal vez no había sido tan malo y que no tenía por qué reprochárselo tanto aun sí Dante
seguía tratándola así.
—Sí —respondió ella.
—Vale… —espetó Dante, con el mismo tono de voz tenso.
Con premura, se desplazó al baño, levantó la tapa del inodoro haciendo que sonara con fuerza y
de inmediato se escuchó cómo un chorro de agua chocaba con la del inodoro, dando la impresión que
podía romperlo por tanta presión.
—Ah… —suspiro de alivio—, mierda… —resopló aliviado— me estaba muriendo…
Cuando terminó de usar el baño, salió con una toalla en las manos y un semblante
completamente nuevo.
—Mucho mejor —le dijo y se acercó a su maleta, dándole la espalda a Sofía— creí que no iba a
llegar —agregó—, fue una locura.
Dante estaba hablando con completa naturalidad, totalmente indiferente.
—Debí haber orinado antes de salir, pero pensé que podía aguantar —continuó—, si hubieras
seguido hablando seguro se me iba a reventar la vejiga o algo —giró un poco el torso para verla y
aseveró—: en serio.
Sofía estaba fuera de onda, incapaz de entender por qué le decía todo eso. La repentina
sensación de culpa que le había atormentado durante toda la noche, se desvaneció en un instante.
—Odio cuando me pasa eso… es insoportable… en serio. ¿Por qué carajos tienen que darme
tantas ganas de orinar cuando me despierto? Lo odio.
Infructíferamente, Sofía intentó darle sentido a todo lo que estaba escuchando, dándose cuenta
que tal vez todo fue en vano.
—¿No estás molesto? —resolvió decir, interrumpiendo su monologo.
Dante se dio media vuelta, dejando de hacer lo que estaba haciendo, con los hombros caídos y
con la expresión en la cara de no soportar el tema.
—No —suspiró—, supongo.
—Creí que estabas molesto conmigo porque…
—Buena conjugación del verbo estar —dijo él.
—Pero te fuiste molesto y no atendías mis llamadas y…
—Sí, sí… sé lo que hice…
—¿Entonces por qué no estás…?
—Porque no… pues…
Confundiéndola aún más, Dante se sentó a su lado en la cama como si nada hubiera pasado.
—Sí fuiste una idiota —dijo, mirando al suelo— pero no es tu culpa —levantó la mirada para
verla—, estábamos discutiendo por una tontería y…
—Pero no debí decirlo.
—Sí, sí… ya sabemos que no debiste decirlo ¿Sí? Supéralo —disintió— no es para tanto.
Sofía pensó en decirle algo, dejarlo en su pensamiento y seguir hablando, pero no. Aquello
necesitaba decirlo sin importar si sonaba mal o no.
—¿Entonces para qué carajos te molestaste? —espetó—, creí que ibas a estar molesto por eso…
—Y me molestó —le detuvo—, pero ya te dije que no era para tanto.
—Entonces…
—Pero no hablemos más de eso —le puso la mano sobre el muslo y se lo apretó en gesto
amistoso—, te perdono —agregó—, para eso están los amigos, ¿No? Para perdonarse.
Le regaló una mirada de aprobación y se levantó, como si hubiera tenido una nueva resolución
de la vida.
—Bueno… vístete —le dijo— vamos a salir.
—¿Para dónde?
—Luego te digo… solo hazlo.
—Pues, no… —le dijo ella, aun molesta por la manera en que las cosas se resolvieron.
—¿Qué? ¿Por qué?
Sofía se levantó, dejando caer las sabanas al suelo.
—Porque eso fue lo inició todo esto… —exclamó— porque simplemente hiciste las cosas sin
preguntarme… ¿Acaso no sabes lo molesto que es? ¿Qué te digan qué hacer sin pensar en ti?
—Sofía…
—No me digas «Sofía» —exageró la forma en que él lo dijo—… sé que me pasé de línea
cuando te dije eso, pero no cambia el hecho de que me arrastraste hasta aquí sin decirme nada.
—Hum… —masculló Dante.
—«Hum» ¿Qué?
Dante se acercó a Sofía, la cogió de los hombros y, viéndola directamente a los ojos, dijo:
—Disculpa, sé que no debí usarlo de excusa para venir…
—¿Excusa?
—Sí… excusa —afirmó.
—¿Estás diciendo que…?
—Sí.
—Entonces…
—¿Quieres venir conmigo a explicarte todo lo que pasó? —preguntó Dante, amablemente.
Sofía quería preguntar por qué no se lo decía ahí, pero otra pregunta se levantó primero que esa.
—¿Para dónde?
—A conocer a alguien.
Sofía sintió que debía decir que sí por su mirada amistosa y la manera tan tranquila en que se lo
pidió. Nunca le había preguntado algo antes de hacerlo. Eso era bueno. Después de vestirse y salir de
la habitación, el camino al lugar a donde pretendía llevarla fue completamente normal.
Dante no dejaba de hablar alegremente de cosas sin importancia, demostrando que nada de lo
que había pasado tenía importancia. Ella intentó seguirle la corriente, no decir las preguntas que
clamaban por salir porque, de cierto modo, si él no parecía querer hablar de eso, ella no era nadie
para obligarlo a hacerlo.
«Explicarte todo lo que pasó», recordó sus palabras. Tal vez si esperaba podía descubrir a qué se
refería con eso, porque no era simplemente «explicarle»; le daba la impresión de que se refería a
muchas otras cosas más.
—Llegamos.
Dante Miller la llevó al interior de un restaurante de comida rápida lleno de gente. No sabía por
qué, de todos los lugares, había elegido ese, sin embargo, no hizo ninguna pregunta.
—Ahí está —dijo Dante, señalando a una de las mesas.
Sofía le siguió con la mirada.
—¿Ese no es…?
—Sí —dijo Dante, comenzando a caminar.
Era el mismo sujeto que estaba con Dante el día anterior. De repente sintió una angustia en el
pecho que no supo explicar «¿Qué me sucede?», se preguntó, llevándose la mano al pecho en
reacción a ello. Se sentía extraña y, de cierto modo, ansiosa.
—¿No vas a venir?
«¿Por qué me trajo hasta aquí? —se cuestionó— ¿Qué con este sujeto? Si quería decirme algo
pudo haberme dicho en otro lado ¿Por qué aquí, con él?» Algo estaba pasado y ella lo presentía.
Dante, se sentó al lado del hombre que les esperaba en la mesa y ella en frente de ellos.

É
—Él es Daniele Mazzilli —presentó.
El nombre resonó en su cabeza… Sofía sentía que lo había escuchado en otro lado, pero no
sabía en dónde.
—Dan… ella es Sofía, la chica de la que te hablé…
Daniele sonrió muy carismáticamente mientras le extendía la mano para saludarla.
—Mucho gusto —dijo.
—Mucho gusto —respondió ella, sintiéndose un poco culpable por imaginarse lo peor de él.
Estaba incomoda y no lograba ocultarlo.
—Sé que es un poco raro volverlo a ver después del divorcio, pero… —dijo Dante, anunciando
una broma.
En ese instante entendió por qué el nombre le parecía conocido.
—¿Él es…? —inquirió sorprendida.
—Sí… —aguantando las ganas de reírse.
Sintió que todo eso debía significar algo, pero tan solo lo hacía más complicado.
—Acaso ustedes son… —dijo Sofía, intentando adivinar por qué el tipo que le dio la ciudadanía
estaba besando a Dante.
—¿Pareja? —dijo su jefe—… hum… bueno… es un poco complicado ¿Sabes?
Sofía no se sentía en posición para juzgarlos ni mucho menos lograba comprender de qué
trataba su relación. «O sea, follamos no hace más de un día…»
—Hemos estado —vaciló—… no sé, creo que, conociéndonos —lo miró, esperando su
aprobación, a lo que Daniele afirmó con la cabeza y una sonrisa—, sí, bueno, conociéndonos desde
hace un tiempo ya.
—Entonces… ¿Tú y él han estado viéndose desde que vinimos?
—Ciertamente…
—Y viniste para aquí para… —comenzó a sentirse apartada.
—Por ti —interrumpió Daniele.
Sofía lo miró extrañada.
—¿Por mí? —inquirió, desconfiando en la razón que le había dado Dante.
—Sí… —continuó Dante—, en realidad no somos pareja —explanó—, no es tan fácil conectar
con alguien en estos días.
Daniele le tomó de la mano, en un gesto de apoyo y aprobación.
—Pero nosotros hemos —intentó decir ella.
—Sí bueno, no los culpo —dijo Daniele— estaban solos, se conocen, son amigos, él te gusta…
Tú sabes… cosas normales.
Sofía no entendía por qué estaban llevando aquel tema con tanta naturalidad.
—¿Acaso tú también eres bi?
—Soy pan —dijo con orgullo.
Toda la información que le estaban dando, a pesar de ser poca, no lograba calmarla. Dante se
veía extremadamente tranquilo al lado de Daniele, apretándole la mano y pegando su hombro al de
él. Sofía se dio cuenta que eso era lo que él quería y, aunque parecía que todo lo que pasó desde que
la llevó a Italia había sido una conveniente coincidencia.
—Pero no vinimos a Milán solo por mí —dedujo Sofía— ¿Cierto?
—Puede ser —dijo Dante.
—Y lo del matrimonio, del pasaporte… ¿Qué fue todo eso?
Dante comenzó a explicarle que se conocieron por internet tres años atrás y que, gracias a él fue
que pudieron hacer lo de la ciudadanía. Le contó que sí era un regalo para ella que había estado
pensando y que el viaje, de cierto modo, era un escape para ambos. Le dijo que, en todo ese tiempo
que estuvieron hablando y conociéndose, nunca se habían visto en persona, ni siquiera la vez que
intentó tener una sociedad en Italia para estar más cerca de él.
—Pero has salido con mujeres —le dijo Sofía.
—Porque soy bisexual, Sofía, eso hago —respondió Dante— me gustan los hombres y las
mujeres… —explicó con obviedad.
—Aja, sí, pero todo este tiempo ustedes han…
—Porque no éramos nada en realidad —dijo Daniele—, solo hablábamos por internet.
—Yo sabía que él era pan y él que yo era bi, y bueno, —dijo Dante— comenzamos a hablar
como cualquier otra persona ¿Sabes? No porque no seamos hetero quiere decir que solo nos
relacionamos entre nosotros para tener sexo. También podemos ser amigos.
Sofía no dejaba de pensar que tal vez veía todo eso como algo completamente diferente
dejándose guiar por pensamientos absurdos. Poco a poco se sentía menos extraña pero más culpable.
Al cabo de un rato hablando y de contarle cómo estaban intentando mantener su recién descubierta
relación, las cosas sencillamente se ordenaron.
Sofía sabía que no había nada en ese viaje que fuera enteramente suyo; sí, fue un gran regalo, y
pese a que se tratase de una excusa, resultó especial. Dante Miller solamente hizo lo que siempre
hacía: intentar ser feliz a su manera. Durante años sintió que lo conocía, que sabía todo de él y de sus
gustos… cosas que únicamente contribuyeron en hacer la sorpresa más grande.
Muy en el fondo y a su extraña manera de ver la vida, Dante consideraba a Sofía su mejor
amiga; todo lo que hizo fue una carta de agradecimiento a los seis años que estuvo con él esperando
encontrar un propósito en su vida. «La respuesta no va a llegar sola», se dijo ella, observando la
forma en que su jefe se apoyaba de Daniele.
Por seis años, Sofía Gordon giro alrededor de cosas pequeñas: una mesa, una agenda, un
teléfono móvil, Dante Miller… sin prestarse ni un poco de atención. El viaje sin moraleja,
completamente ajeno a su vida y totalmente al azar, no le demostró nada que no pudiera haber
descubierto en su casa, pero definitivamente lo hizo mejor.
“Bonus Track”
— Preview de “La Mujer Trofeo” —

Capítulo 1
Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida sería así, eso por descontado.
Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza desde niña que tenía que ser independiente y
hacer lo que yo quisiera. “Estudia lo que quieras, aprende a valerte por ti misma y nunca mires
atrás, Belén”, me decía.
Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que eran muy viejitos, fueron siempre muy
estrictos con ella. En estos casos, lo más normal es que la chavala salga por donde menos te lo
esperas, así que siguiendo esa lógica mi madre apareció a los dieciocho con un bombo de padre
desconocido y la echaron de casa.
Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así, durante la mayor parte de mi vida seguí el
consejo de mi madre para vivir igual que ella había vivido: libre, independiente… y pobre como una
rata.
Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas escenas y aparezco en una tumbona blanca
junto a una piscina más grande que la casa en la que me crie. Llevo puestas gafas de sol de Dolce &
Gabana, un bikini exclusivo de Carolina Herrera y, a pesar de que no han sonado todavía las doce del
mediodía, me estoy tomando el medio gin-tonic que me ha preparado el servicio.
Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca, cada sorbo me sabe a triunfo. Un triunfo
que no he alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se hace una rica siendo psicóloga cuando el
empleo mejor pagado que he tenido ha sido en el Mercadona), pero que no por ello es menos
meritorio.
Sí, he pegado un braguetazo.
Sí, soy una esposa trofeo.
Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo.
Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo que habría preferido que siguiera
escaldándome las manos de lavaplatos en un restaurante, o las rodillas como fregona en una empresa
de limpieza que hacía malabarismos con mi contrato para pagarme lo menos posible y tener la
capacidad de echarme sin que pudiese decir esta boca es mía.
Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis por qué. Mi madre cree que una mujer no
debería buscar un esposo (o esposa, que es muy moderna) que la mantenga. A pesar de todo, mi
infancia y adolescencia fueron estupendas, y ella se dejó los cuernos para que yo fuese a la
universidad. “¿Por qué has tenido que optar por el camino fácil, Belén?”, me dijo desolada cuando
le expliqué el arreglo.
Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el moño de esforzarme y que no diera frutos,
de pelearme con el mundo para encontrar el pequeño espacio en el que se me permitiera ser feliz.
Hasta el moño de seguir convenciones sociales, buscar el amor, creer en el mérito del trabajo, ser una
mujer diez y actuar siempre como si la siguiente generación de chicas jóvenes fuese a tenerme a mí
como ejemplo.
Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un atajo… Bueno, pues habrá que ver a dónde
conduce, ¿no? Con todo, mi madre debería estar orgullosa de una cosa. Aunque el arreglo haya sido
más bien decimonónico, he llegado hasta aquí de la manera más racional, práctica y moderna posible.
Estoy bebiendo un trago del gin-tonic cuando veo aparecer a Vanessa Schumacher al otro lado
de la piscina. Los hielos tintinean cuando los dejo a la sombra de la tumbona. Viene con un vestido
de noche largo y con los zapatos de tacón en la mano. Al menos se ha dado una ducha y el pelo largo
y rubio le gotea sobre los hombros. Parece como si no se esperase encontrarme aquí.
Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de saludo con la mano libre y yo la imito. No
hemos hablado mucho, pero me cae bien, así que le indico que se acerque. Si se acaba de despertar,
seguro que tiene hambre.
Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando la piscina. Deja los zapatos en el suelo
antes de sentarse en la tumbona que le señalo. Está algo inquieta, pero siempre he sido cordial con
ella, así que no tarda en obedecer y relajarse.
—¿Quieres desayunar algo? –pregunto mientras se sienta en la tumbona con un crujido.
—Vale –dice con un leve acento alemán. Tiene unos ojos grises muy bonitos que hacen que su
rostro resplandezca. Es joven; debe de rondar los veintipocos y le ha sabido sacar todo el jugo a su
tipazo germánico. La he visto posando en portadas de revistas de moda y corazón desde antes de que
yo misma apareciera. De cerca, sorprende su aparente candidez. Cualquiera diría que es una mujer
casada y curtida en este mundo de apariencias.
Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga el desayuno a Vanessa. Aparece con una
bandeja de platos variados mientras Vanessa y yo hablamos del tiempo, de la playa y de la fiesta en la
que estuvo anoche. Cuando le da el primer mordisco a una tostada con mantequilla light y mermelada
de naranja amarga, aparece mi marido por la misma puerta de la que ha salido ella.
¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del planteamiento, lo habíamos llevado a cabo
con estilo y practicidad.
Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado, pero conserva la buena forma de un
futbolista. Alto y fibroso, con la piel bronceada por las horas de entrenamiento al aire libre, tiene
unos pectorales bien formados y una tableta de chocolate con sus ocho onzas y todo.
Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una ligera mata de vello, parece suave al
tacto y no se extiende, como en otros hombres, por los hombros y la espalda. En este caso, mi
maridito se ha encargado de decorárselos con tatuajes tribales y nombres de gente que le importa.
Ninguno es el mío. Y digo que su vello debe de ser suave porque nunca se lo he tocado. A decir
verdad, nuestro contacto se ha limitado a ponernos las alianzas, a darnos algún que otro casto beso y
a tomarnos de la mano frente a las cámaras.
El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas que se debe de tirar aquí y allá. Nuestro
acuerdo no precisaba ningún contacto más íntimo que ese, después de todo.
Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un macho alfa en todo su esplendor, de los que
te ponen mirando a Cuenca antes de que se te pase por la cabeza que no te ha dado ni los buenos días.
Eso es porque todavía no os he dicho cómo habla.
Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de suficiencia en los labios bajo la barba de
varios días. Ni se ha puesto pantalones, el tío, pero supongo que ni Vanessa, ni el servicio, ni yo nos
vamos a escandalizar por verle en calzoncillos.
Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una tostada y le pega un mordisco. Y después
de mirarnos a las dos, que hasta hace un segundo estábamos charlando tan ricamente, dice con la
boca llena:
—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día te llamo y nos hacemos un trío, ¿eh,
Belén?
Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a machote bocazas del año, pero parece que
está demasiado ocupado echando mano del desayuno de Vanessa como para regalarnos un gesto tan
español.
Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera qué decir. Yo le doy un trago al gin-tonic
para ahorrarme una lindeza. No es que el comentario me escandalice (después de todo, he tenido mi
ración de desenfreno sexual y los tríos no me disgustan precisamente), pero siempre me ha parecido
curioso que haya hombres que crean que esa es la mejor manera de proponer uno.
Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro de que el universo gira en torno a su pene y
que tanto Vanessa como yo tenemos que usar toda nuestra voluntad para evitar arrojarnos sobre su
cuerpo semidesnudo y adorar su miembro como el motivo y fin de nuestra existencia.
A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así, pero no quiero ridiculizarle delante de su
amante. Ya lo hace él solito.
—Qué cosas dices, Javier –responde ella, y le da un manotazo cuando trata de cogerle el vaso de
zumo—. ¡Vale ya, que es mi desayuno!
—¿Por qué no pides tú algo de comer? –pregunto mirándole por encima de las gafas de sol.
—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero –dice Javier.
Me guiña el ojo y se quita los calzoncillos sin ningún pudor. No tiene marca de bronceado; en el
sótano tenemos una cama de rayos UVA a la que suele darle uso semanal. Nos deleita con una
muestra rápida de su culo esculpido en piedra antes de saltar de cabeza a la piscina. Unas gotas me
salpican en el tobillo y me obligan a encoger los pies.
Suspiro y me vuelvo hacia Vanessa. Ella aún le mira con cierta lujuria, pero niega con la cabeza
con una sonrisa secreta. A veces me pregunto por qué, de entre todos los tíos a los que podría tirarse,
ha elegido al idiota de Javier.
—Debería irme ya –dice dejando a un lado la bandeja—. Gracias por el desayuno, Belén.
—No hay de qué, mujer. Ya que eres una invitada y este zopenco no se porta como un verdadero
anfitrión, algo tengo que hacer yo.
Vanessa se levanta y recoge sus zapatos.
—No seas mala. Tienes suerte de tenerle, ¿sabes?
Bufo una carcajada.
—Sí, no lo dudo.
—Lo digo en serio. Al menos le gustas. A veces me gustaría que Michel se sintiera atraído por
mí.
No hay verdadera tristeza en su voz, sino quizá cierta curiosidad. Michel St. Dennis, jugador del
Deportivo Chamartín y antiguo compañero de Javier, es su marido. Al igual que Javier y yo, Vanessa
y Michel tienen un arreglo matrimonial muy moderno.
Vanessa, que es modelo profesional, cuenta con el apoyo económico y publicitario que necesita
para continuar con su carrera. Michel, que está dentro del armario, necesitaba una fachada
heterosexual que le permita seguir jugando en un equipo de Primera sin que los rumores le fastidien
los contratos publicitarios ni los directivos del club se le echen encima.
Como dicen los ingleses: una situación win-win.
—Michel es un cielo –le respondo. Alguna vez hemos quedado los cuatro a cenar en algún
restaurante para que nos saquen fotos juntos, y me cae bien—. Javier sólo me pretende porque sabe
que no me interesa. Es así de narcisista. No se puede creer que no haya caído rendida a sus encantos.
Vanessa sonríe y se encoge de hombros.
—No es tan malo como crees. Además, es sincero.
—Mira, en eso te doy la razón. Es raro encontrar hombres así. –Doy un sorbo a mi cubata—.
¿Quieres que le diga a Pedro que te lleve a casa?
—No, gracias. Prefiero pedirme un taxi.
—Vale, pues hasta la próxima.
—Adiós, guapa.
Vanessa se va y me deja sola con mis gafas, mi bikini y mi gin-tonic. Y mi maridito, que está
haciendo largos en la piscina en modo Michael Phelps mientras bufa y ruge como un dragón. No
tengo muy claro de si se está pavoneando o sólo ejercitando, pero corta el agua con sus brazadas de
nadador como si quisiera desbordarla.
A veces me pregunto si sería tan entusiasta en la cama, y me imagino debajo de él en medio de
una follada vikinga. ¿Vanessa grita tan alto por darle emoción, o porque Javier es así de bueno?
Y en todo caso, ¿qué más me da? Esto es un arreglo moderno y práctico, y yo tengo una varita
Hitachi que vale por cien machos ibéricos de medio pelo.
Una mujer con la cabeza bien amueblada no necesita mucho más que eso.

Javier
Disfruto de la atención de Belén durante unos largos. Después se levanta como si nada, recoge
el gin-tonic y la revista insulsa que debe de haber estado leyendo y se larga.
Se larga.
Me detengo en mitad de la piscina y me paso la mano por la cara para enjuagarme el agua.
Apenas puedo creer lo que veo. Estoy a cien, con el pulso como un tambor y los músculos hinchados
por el ejercicio, y ella se va. ¡Se va!
A veces me pregunto si no me he casado con una lesbiana. O con una frígida. Pues anda que
sería buena puntería. Yo, que he ganado todos los títulos que se puedan ganar en un club europeo (la
Liga, la Copa, la Súper Copa, la Champions… Ya me entiendes) y que marqué el gol que nos dio la
victoria en aquella final en Milán (bueno, en realidad fue de penalti y Jáuregui ya había marcado uno
antes, pero ese fue el que nos aseguró que ganábamos).

La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —
Ah, y…
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