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Universidad Católica del Uruguay

Facultad de Psicología

Factores de Riesgo Psicosociales que Influyen en el Comportamiento Suicida en las

Personas Privadas de Libertad: Análisis sistematizado de la práctica profesional

Trabajo Final presentado para obtener el título de Licenciada en Psicología por:

Valentina Tarabal Fischer

Docente supervisor: Lucía Barboni Pekmezian

Diciembre, 2023

Montevideo, Uruguay
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“La manera en que una sociedad trata a sus personas privadas de libertad, es uno de

los mejores indicadores de su cultura de respeto a los derechos humanos”

Manfred Nowak 2010


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Resumen

El propósito principal de este trabajo es explorar y describir los factores de riesgo

psicosociales relacionados con la privación de libertad y su posible conexión con la incidencia

de comportamientos suicidas en dicho contexto. Para lograr este objetivo, se llevó a cabo una

revisión bibliográfica que abarcó artículos científicos, clínicos y publicaciones académicas en

idioma español e inglés publicados desde el año 2000. A través de este proceso, se ha

identificado que varios factores de riesgo psicosociales, como las condiciones en prisión, las

adicciones, los trastornos de salud mental previos, la falta de acceso a servicios de salud

mental, la pérdida de sentido, las relaciones interpersonales afectadas por la reclusión, y

factores sociodemográficos como la edad, el género y diversos aspectos socioeconómicos y

demográficos, están relacionados de manera significativa con una mayor prevalencia de

conductas suicidas en el contexto penitenciario. Además, se reconoce que la prisión en sí

misma actúa como un ambiente perturbador que afecta negativamente la salud mental de las

personas privadas de libertad, y estos factores de riesgo identificados en este trabajo agravan

aún más la situación. Sin embargo, dada la escasez de información disponible sobre este tema,

se destaca la necesidad de continuar investigando este fenómeno en profundidad.

Palabras clave: suicidio; factores de riesgo psicosociales; personas privadas de libertad;

contexto penitenciario.
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Tabla de Contenidos

Introducción ………………………………………………………………………………6-10

Marco teórico……………………………………………………………………………...10

1. Privación de libertad en el mundo……... ………………………………………...10-12

2. Panorama de las instituciones penitenciarias en Uruguay ……………………….12-15

3. Suicidio como problema de salud mental………………...………………………15-16

3.1 Panorama internacional …………..………………………………………….16-17

3.2 Panorama nacional……………………………... ……………………………17-18

3.3 Suicidio y cárceles: Global y Uruguay…….………………………………....18-19

3.3.1 Panorama internacional …………………...……………………….18-19

3.3.2 Panorama nacional …………………………………………………19-20

4. Factores de riesgo ………………………………………………………………...21

Metodología ……………………………………………………………………………...22-23

Hallazgos ……………………………………………………………………………...…23-24

5. Entorno carcelario ………………………………………………………………..24

5.1 Condiciones de vida ……………………………………………………….....24-25

5.1.1 Hacinamiento ……………………………………………………....25-26

5.1.2 Aislamiento forzado ………………………………………………..27

5.1.3 Restricciones en las visitas ……………………………………...….27-28

5.2 Delitos violentos ……………………………………………………………..28-29

6. Salud Mental ……………………………………………………………………..30

6.1 Adicciones ………………………………………………………………...….30-31

6.2 Trastornos mentales preexistentes …………………………………………....31-32

6.3 Barreras para buscar ayuda: Escasez de servicios de salud mental …………..32-33

6.4 Desesperanza y falta de propósito ……………………………………………33-34


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7. Relaciones interpersonales ……………………………………………………….34

7.1 Familia ………………………………………………………………...……..34-35

7.1.1 Ausencia de visitas …………………………………………….…..35-36

7.2 Matrimonio …………………………………………………………………..36

8. Factores sociodemográficos ………………………………………………….….36

8.1 Edad y género ……………………………………………………………….36-37

8.2 Contexto demográfico ………………………………………………………37-38

8.3 Contexto socioeconómico ……………………………………………..……38-39

Reflexiones finales …………………………………………………………………...…39-42


9. Limitaciones…………………………………………………………………..42-43
10. Desafíos…………………………………………………………………...…43-44

Referencias bibliográficas ……………………………………………………………….46-54

Anexo…………………………………………………………………………………….55
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Introducción

Inspirado en la práctica profesional vivenciada durante el segundo semestre de 2023

en la Dirección Nacional de Apoyo al Liberado (en adelante, DINALI), en el presente trabajo

se realiza una revisión de la producción científica y teórica disponible en pos de explorar qué

refiere la evidencia empírica con respecto a la relación entre los factores de riesgo

psicosociales asociados con la privación de libertad y el comportamiento suicida en las

personas que se encuentran recluidas. Se buscará profundizar en la comprensión de este

problema con el propósito de fomentar la reflexión e indagación de posibles desafíos y pasos

a seguir.

El suicidio es considerado como una de las problemáticas más importantes de salud

pública a nivel mundial. Se trata de un problema de carácter histórico y de peso, debiendo ser

el mismo abordado con urgencia. La OMS (2021) informa que cada año, aproximadamente

703.000 personas cometen suicidio y en 2019 fue la cuarta causa de muerte en el grupo etario

de 15 a 29 años en el mundo. Esta tragedia es de carácter complejo, multicausal y grave que

afecta a familias, comunidades y países, siendo Uruguay uno de los más afectados. A pesar de

que en 2017 se promulgó la Ley De Salud Mental (N°19.529) que garantiza el derecho a la

protección de la misma en la población, no existe en ésta un apartado que aborde la

problemática del suicidio. En 2021 fue registrada la tasa más alta de suicidio con un total de

21.39 cada 100.000 habitantes (Cracco y Monza, 2023). El número mencionado resulta

alarmante puesto a que sitúa a nuestro país en el grupo de países con mayor repercusión en la

problemática a nivel mundial (Hein et al., 2020). La cifra mencionada denota la relevancia de

este tema en la sociedad actual, lo que resalta la necesidad de crear un artículo específico para

abordar el suicidio en la legislación vigente de la ley previamente mencionada.


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De igual forma, en 2007 se creó la Ley para le prevención del suicidio (N°18.097). El

artículo 3° de ésta decreta que será obligatoria la capacitación del personal de la salud pública

y privada, bomberos y funcionarios policiales en la atención de personas con señales de

comportamiento suicida, así como en el abordaje del rescate (Poder Legislativo, 2007, pp. 1).

Sin embargo, a partir de mi experiencia en la práctica profesional y los testimonios de las

personas privadas de libertad (en adelante, PPL), se perciben desafíos en el trato y la

comunicación respetuosa por parte de los funcionarios, lo que podría influir en la promoción

de la salud mental de las PPL.

En Uruguay, el sistema penitenciario se ve atrapado en esta trágica y desafiante

realidad. A pesar de la existencia de la ley N°19.529 y 18.097, que en teoría deberían

contrarrestar los tratos inhumanos y degradantes experimentados por las PPL y de la

existencia de un protocolo de Atención a la Conducta Suicida y al riesgo de Autoeliminación

en Centros de Privación de libertad (2016), la situación perdura. La persistencia de esta

situación se refleja en las condiciones inhumanas y degradantes en los centros de detención,

así como en la falta de avances significativos en la rehabilitación y reinserción de los reclusos,

como señalan Nowak (2009) y en 2021 el Departamento de los Estados Unidos (EEUU, en

adelante) de la Dirección de Democracia y Derechos Humanos (DDHH, en adelante) y

Trabajo. Este contexto se ha traducido en un aumento de las muertes violentas, en particular

durante el año 2021, cuando se registró la mayor cantidad de estas (45, incluyendo 17

suicidios), como lo evidencia el informe del Comisionado Parlamentario de ese año. Además,

se evidencian obstáculos en el logro del objetivo primordial de una rehabilitación efectiva a

cargo del Instituto Nacional de Rehabilitación (en adelante, INR), la entidad responsable de la

administración del sistema penitenciario en nuestro país. El INR tiene la responsabilidad de

llevar a cabo y garantizar los procesos de rehabilitación de los individuos privados de libertad,

todo ello bajo el estricto respeto de las disposiciones internacionales en relación a los
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derechos humanos y la constitución, tal como se establece en el informe del Ministerio del

Interior en 2023. Esta problemática plantea desafíos significativos en la búsqueda de una

solución efectiva y respetuosa de los derechos humanos en el ámbito penitenciario uruguayo.

En Marzo del 2009 el Relator Especial sobre la tortura y otros tratos o penas crueles,

inhumanos o degradantes del Consejo de Derechos Humanos visitó el país para conocer

distintas unidades penitenciarias y los resultados fueron escalofriantes. Éste reconoció el

estado de deterioro que presentan las cárceles y el grave problema del hacinamiento, aspecto

que actualmente continúa y ha empeorado notablemente (Nowak, 2009). De igual forma,

indicó que las condiciones de reclusión son severas; el penal de Libertad (Unidad n°3)

representa la imágen de tortura y malos tratos, implicando esto un trato degradante e

inhumano para los presos.

De la misma manera, en el año 2021, el Departamento de los EEUU de la Dirección

de Democracia, DDHH y Trabajo realizó un informe por países sobre las prácticas de DDHH.

Habiendo transcurrido 11 años, al igual que Nowak en 2009, denunció los abusos existentes a

los derechos humanos en los centros penitenciarios de Uruguay. Entre éstos destacó las

denuncias presentadas en relación a las duras condiciones que ponen en riesgo la vida de los

reclusos; hacinamientos, malas condiciones de infraestructura e higiene, programas

educativos y sociales inapropiados, falta de atención médica y elevados grados de violencia

entre los presos.

Los aspectos previamente mencionados por el informe Nowak (2009) y por el

Departamento de EEUU (2021), dejan en claro la grave violación de los DDHH por parte del

sistema penitenciario en el país, el artículo n°3 de la Ley para la prevención del suicidio y la

misión del INR en este ámbito.


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En consecuencia, la cantidad de suicidios dentro de los establecimientos considerados

de riesgo catalogados como crueles, inhumanos, degradantes, se viene investigando de

manera continua en nuestro país desde el año 2016, registrando en el año 2021 el número de

suicidios que superó la cifra récord. Es así, que en las cárceles de Uruguay, de las 86 muertes

registradas en 2021, un 52% corresponden a muertes violentas, de las cuales 38% fueron

suicidios, es decir, aproximadamente 33 personas (Comisionado Parlamentario Penitenciario

et al., 2023). 1En Uruguay, la tasa de suicidio es de aproximadamente 23 por cada 100,000

habitantes. Si ajustamos esta tasa a una base de 10,000 habitantes, obtendremos una cifra de

alrededor de 2.3 suicidios por cada 10,000 habitantes en la población general. Sin embargo,

en el entorno carcelario, se registran 33 suicidios entre 13,693 presos. Esto equivale a una tasa

de aproximadamente 24 suicidios por cada 10,000 presos. En comparación con la tasa de

suicidio en la población general, podemos observar que la tasa de suicidio en la cárcel es

aproximadamente diez veces mayor que en el país en general.

El estudio acerca de la influencia de los factores de riesgo psicosociales en el

comportamiento suicida en PPL se ha presentado como una problemática de importancia tanto

a nivel global como nacional. La evidencia proporcionada por la OMS sobre el aumento

alarmante de suicidios y la grave situación en Uruguay, destaca la urgente necesidad de

comprender y abordar este fenómeno. Como futura profesional y agente de cambio, considero

que la psicología posee mucho trabajo por delante y tiene un papel fundamental en este

esfuerzo al ofrecer herramientas variadas; la evaluación de riesgo, prevención y formación del

personal penitenciario en la detección de signos de riesgo suicida en pos de promover un

ambiente más favorable para la rehabilitación de las PPL. Otorgando desde un enfoque

terapuéutico, conocimientos para prevenir el suicidio en pos de mejorar la salud mental de las

personas en dichos contextos, contribuyendo así a la promoción de derechos humanos y a la

1 El cálculo fue realizado por la autora y verificado por el profesor de estadística Daniel Cesar Costa.
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reforma de sistemas carcelarios.

Marco teórico

Esta sección inicia con una revisión global del sistema penitenciario a nivel mundial,

antes de adentrarnos en su influencia en nuestra región. A continuación, se examina el

impacto del suicidio tanto a nivel internacional como nacional, para posteriormente abordar

dicho fenómeno en contextos carcelarios, tanto a nivel nacional como internacional. Tras

plantear y explicar este problema, se centra en la identificación de los factores de riesgo que

inciden en la conducta suicida en este entorno.

1. Privación de libertad en el mundo

El número de individuos bajo custodia en cárceles a nivel global continúa en constante

aumento, siendo destacable el crecimiento más rápido de la población femenina en

comparación con la masculina. Según datos presentados en el año 2021 por la Oficina de las

Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (en adelante, UNODC), desde el año 2000, la

población reclusa ha experimentado un aumento superior al 25%. En el año 2019, se

calculaba que la tasa de personas encarceladas era de 152 por cada 100.000 habitantes a nivel

global. Para fines de ese mismo año, se estima que un total de 11.7 millones de individuos

estaban privados de libertad. La cifra mencionada es comparable en magnitud a la población

de naciones completas como Bolivia o Bélgica. Se distingue que aunque la mayoría de las

personas en prisión a nivel mundial son hombres (93%), en las últimas dos décadas, el

número de mujeres en prisión ha experimentado un elevado crecimiento, con un aumento del

33%, en comparación con el aumento del 25% observado en el caso de los hombres. Regiones

como América del Norte, África subsahariana y Europa del Este han presenciado una

tendencia a la baja a lo largo del tiempo en las tasas de encarcelamiento, con disminuciones

que alcanzan hasta un 27% desde el año 2000. En contraste, en otros territorios como
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América Latina y Australia, se ha observado un aumento en las tasas de aprisionados durante

las últimas dos décadas, llegando incluso a incrementos del 68%.

En relación a las personas recluidas, resulta preocupante el hecho de que una de cada

tres a nivel mundial se encuentra detenida sin haber sido declarada culpable por un tribunal de

justicia. A pesar de que la prisión preventiva como medida de presuntos delincuentes debería

considerarse como una medida de último recurso en el sistema penal, nos enfrentamos al

inquietante hecho de que muchas personas están privadas de libertad sin haber recibido una

sentencia condenatoria. Es esencial subrayar que esta situación no ha experimentado cambios

significativos en las últimas dos décadas, manteniéndose en una proporción que oscila entre el

29% y el 31% de la población penitenciaria (UNODC, 2021). Estos datos refuerzan la

urgencia de implementar reformas sustanciales en los sistemas judiciales y legales a nivel

global para proteger los derechos fundamentales de todas las personas, especialmente aquellas

que aún no han sido condenadas por un tribunal de justicia.

Además, es igualmente alarmante que en aproximadamente la mitad de los países con

datos disponibles durante el período de 2014 a 2019, los sistemas penitenciarios operaban a

una capacidad que excede el 100% de lo previsto. En uno de cada cinco países con datos

disponibles, las personas privadas de la libertad superan la capacidad de las prisiones en más

del 150% (UNODC, 2021). Esta sobrepoblación carcelaria plantea importantes desafíos en

términos de derechos humanos, seguridad y rehabilitación de los reclusos. Es esencial abordar

esta problemática de manera integral y adoptar medidas que promuevan una administración

penitenciaria más efectiva y justa en todo el mundo.

Del mismo modo, América Latina, presenta uno de los peores escenarios en el ámbito

penitenciario. En dicha región y el Caribe, en la actualidad, existen aproximadamente un

millón y medio de PPL, cifra que deja en evidencia la sobrepoblación existente en este
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ámbito. En nuestras cárceles, se encuentra una población significativa de personas que

aguardan su juicio sin haber recibido una sentencia. La carencia de una adecuada segregación

entre delincuentes de distintos niveles de peligrosidad es preocupante. Además, se enfrentan

problemas relacionados con la disponibilidad de alimentos, acceso a agua potable y la

provisión de espacios para recibir visitas familiares y participar de actividades educativas

(Banco Interamericano de Desarrollo, en adelante BID, 2019).

Se agrega a esta compleja situación, un fenómeno alarmante desde el año 2000 que ha

marcado la evolución de la población carcelaria en América Latina. Con un aumento

sorprendente del 120% en este período,esta región ha contrastado drásticamente con el

modesto incremento del 24% observado en el resto del mundo. Este aumento en la población

penitenciaria ha ejercido una presión sobre los sistemas de reclusión y plantea un riesgo

significativo para el principal propósito de las prisiones: la reinserción social y rehabilitación

(BID, 2019).

2. Panorama de las instituciones penitenciarias en Uruguay

Revisando la bibliografía existente encontramos que es una problemática de carácter

histórico. Por lo tanto, se otorga una reseña de ésta en pos de comprender la situación actual

de Uruguay en este ámbito.

Desde la época colonial, la Cárcel de Cabildo mantenía condiciones crueles e

inhumanas para las PPL, llegando al extremo de no proporcionar alimentos, lo que obligaba a

los internos a pedir ayuda a las personas que circulaban por la Peatonal Sarandí

(Echeverrigaray, 2016). La primera Constitución de Uruguay en 1830 marcó un hito al

establecer que las cárceles debían proteger a los imputados en lugar de castigarlos (UDELAR,

2018). Sin embargo, a pesar de esta aparente mejora en el enfoque de los derechos humanos
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de los reclusos, la situación empeoró durante la dictadura de los años setenta. Durante ese

período, se aplicaron métodos brutales que incluyeron la tortura, el acoso, el aislamiento, la

restricción de visitas y actividades recreativas, así como la falta de asistencia (UDELAR,

2018).

Prosiguiendo con la línea del tiempo, en 2005 con el cambio de gobierno y ante la

preocupación ante la situación del sistema carcelario, el presidente Tabaré Vázquez decretó el

estado de emergencia humanitaria en los establecimientos penitenciarios. En ese marco, se

tomaron medidas de emergencia realizando una reforma necesaria ante la crisis carcelaria que

atenta la integridad y dignidad de las PPL. Es así que en septiembre de 2005 se aprobó la Ley

N° 17.897 de Humanización y Modernización del Sistema Penitenciario.

En el año 2010, se dio inicio a una reforma en el sistema penitenciario que se

fundamentó en las normas y criterios de derechos humanos. Esta reforma representó un

cambio significativo en la política penitenciaria del país y se originó a raíz de un evento clave

en la historia de dicha política: la visita del Relator de Naciones Unidas sobre Tortura,

Manfred Nowak, en el año 2009. Durante su visita, el Relator Nowak reconoció el estado

deteriorable que presentan las cárceles, los maltratos, tortura y la gravedad del hacinamiento,

lo que “supone una violación de los derechos humanos en gran escala” (Nowak, 2009, p.11).

Por otro lado, el 27 de diciembre de 2010 se aprueba la ley Nº 18.719, que establece la

creación del INR, organismo que asume la responsabilidad de la administración de todas las

cárceles del país.

A pesar de las recomendaciones del relator de la ONU, no parece que se hayan

implementado las medidas adecuadas, ya que en 2021 la oficina de Democracia, DDHH y

Trabajo de EEUU evidenció que se observaban condiciones deficientes, crueles e inhumanas

en las prisiones y centros de detención debido a problemas como la sobrepoblación, la higiene


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deficiente, la atención médica insuficiente, la falta de programas de educación social

adecuados y altos niveles de violencia entre los internos.

En la actualidad, según el avance de informe del Comisario Parlamentario (2022), la

población penitenciaria viene aumentando notablemente. Esto provoca consecuencias

significativas en la vida diaria de estas instituciones. La falta de recursos materiales en

aspectos esenciales socava las oportunidades de rehabilitación, lo que, a su vez, conduce a

una mayor reincidencia y niveles de violencia. Además, debemos considerar el desgaste,

deterioro y, en ocasiones, vandalización de muchas de las instalaciones, lo cual refleja tanto la

sobrepoblación, que supera los límites, como la escasez de personal. Además de la falta de

recursos, se agrava la problemática del hacinamiento aumentando un 6% en comparación con

el año 2021 (123%), indicando un promedio de ocupación del 129% en el 2022, cifra que deja

en evidencia las condiciones de vida totalmente desfavorables e inadecuadas, impidiendo una

adecuada rehabilitación.

Nuestro sistema penitenciario es enormemente extenso y continúa expandiéndose en

proporción a la población. Tal es la extensión de éste que ocupamos la décima posición a

nivel mundial en cuanto a la cantidad de reclusos: 408 por cada 100.000 habitantes. Durante

las dos primeras décadas de este siglo, la población carcelaria en Uruguay se ha triplicado. Si

bien la cantidad de personas privadas de libertad continuó aumentando en el año 2022

(llegando a un promedio anual de 14,409 individuos), el crecimiento revela una marcada

disparidad en términos de género. Mientras que el aumento en la población masculina

promedió un 4,7%, en el caso de la población femenina fue del 13%. Estos altos niveles de

sobrepoblación y hacinamiento constituyen una grave violación de derechos que perpetúa

situaciones de privación y delincuencia, lo que a su vez aumenta la reincidencia y generan

significativos desafíos logísticos e infraestructurales para la implementación de programas de


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rehabilitación, aspecto que resulta contradictorio si tenemos en cuenta la misión previamente

mencionada del INR (Comisionado Parlamentario, 2022).

3. Suicidio como problema de salud mental

El suicidio es un tema de elevada preocupación en la sociedad actual, y su definición,

aunque parezca sencilla, abarca una complejidad que va más allá de la simple acción de

quitarse la vida. Según la American Psychological Association (2023), el suicidio se define

como el acto de quitarse la vida. A menudo, el suicidio ocurre en el contexto de un episodio

depresivo mayor, pero también puede ser resultado del consumo problemático de sustancias u

otros trastornos. En ocasiones, sucede en ausencia de cualquier trastorno psiquiátrico,

particularmente en situaciones inestables. Del mismo modo, los autores definen el suicidio

pasivo como el comportamiento ambiguo que tiende a ser autodestructivo, pero no de manera

activa, y a veces se piensa que refleja intenciones suicidas.

Por otro lado, en la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los

Trastornos Mentales (DSM-V), publicado por la American Psychiatric Association en 2014,

se encuentra una sección titulada "Medidas y modelos emergentes". En esta sección, se

presenta un apartado llamado "Afecciones que requieren más investigación", que propone una

serie de criterios para identificar condiciones que necesitan un estudio más profundo en el

futuro, con el objetivo de comprenderlas mejor y, eventualmente, considerar su inclusión en

futuras ediciones del manual. Dentro de este apartado, se aborda el "Trastorno de

comportamiento suicida", para el cual se establecen criterios diagnósticos específicos que se

detallan en el anexo 1.

No obstante, el sociólogo Durkheim (2004) plantea que, a pesar de la correlación

establecida entre el suicidio y los trastornos mentales, es importante reconocer que el entorno
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social puede desempeñar un papel crucial en la inclinación hacia el suicidio. En este sentido,

Durkheim argumenta que existen condiciones colectivas en lugares como las prisiones que

pueden aumentar la propensión al suicidio entre sus detenidos. Esta perspectiva resalta la

importancia de considerar no sólo los factores individuales, como los trastornos mentales, al

abordar el suicidio, sino también factores sociales y ambientales que contribuyen a ésta

problemática.

3.1.Panorama internacional

La OMS (2019) plantea que el suicidio es una problemática de salud pública a nivel

mundial. A nivel global, 703.000 personas mueren por suicidio cada año. La temática se

encuentra entre las principales causas de muerte en todo el mundo, con tasas de suicidio

estandarizadas por edad que son más altas en hombres (12.6 por cada 100.000) que en

mujeres (5.4 por cada 100.000). Más de una de cada 100 muertes (1.3%) en 2019 fueron el

resultado del suicidio, y en el caso de los hombres, las tasas más altas superan los 45 por cada

100,000 resaltando la severidad de este asunto.

La entidad de salud global, determina que entre entre 2000 y 2019, la tasa global de

suicidios estandarizada por edad disminuyó en un 36%, con reducciones que oscilaron entre

un 17% en la Región del Mediterráneo Oriental hasta un 47% en la Región Europea y un 49%

en la Región del Pacífico Occidental. Sin embargo, la Región de las Américas fue la única

que experimentó un aumento en las tasas de suicidio estandarizadas por edad, llegando a un

17% en el mismo período de tiempo, lo que enfatiza la urgencia de abordar este problema en

dicha área (2019).

En 2019, la OMS priorizó reducir las tasas de suicidio, incluyéndolas en los Objetivos

de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y en su Plan de Acción en Salud Mental


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vigente hasta 2030. Una respuesta integral y coordinada a la prevención del suicidio es

fundamental para evitar que esta tragedia siga cobrando vidas.

3.2 Panorama nacional

El suicidio y los Intentos de Autoeliminación (en adelante, IAE) en Uruguay son

cuestiones que han generado preocupación durante un período considerable. Según el

Ministerio de Salud Pública (en adelante, MSP) el país exhibe una de las tasas de suicidio más

elevadas del continente. Las tasas nacionales de suicidio han mantenido su estabilidad en los

últimos años. En el año 2020, se registraron 718 casos, lo que equivale a una tasa de 20.3 por

cada 100.000 habitantes. Teniendo en cuenta esta cifra y los IAE, se estima que esta

problemática afecta al menos entre 7.000 y 14.000 personas anualmente. Además, es

importante tener en cuenta que esta cifra se ve ampliada por los impactos en el ámbito

familiar, social y comunitario (2021).

En comparación con otras formas de muerte violenta en nuestra nación, de acuerdo

con las estadísticas oficiales proporcionadas por el Ministerio de Salud Pública y el

Ministerio del Interior, se observa que el suicidio supera tanto a los accidentes de tránsito

como a los homicidios. En el año 2020, la tasa de mortalidad por accidentes de tránsito fue de

10.7 por cada 100.000 habitantes, mientras que la tasa por homicidios fue de 9.9 por cada

100.000 habitantes.

En lo que respecta a la distribución por género, tanto a nivel global como nacional, se

observa una mayor incidencia en hombres. En el año 2020, la tasa de suicidio fue de 33.90

por cada 100.000 habitantes en hombres y de 7.50 por cada 100.000 habitantes en mujeres.

Por otro lado, en su mayoría, los IAE son llevados a cabo por mujeres. (MSP, 2021).
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Si consideramos grupos o segmentos etarios en situación de vulnerabilidad, ya sea

desde perspectivas económicas, sociales, culturales o geográficas, destacan claramente dos

grupos: los jóvenes y los adultos mayores (Larrobla et al., 2017). En los primeros, el suicidio

se convirtió en la principal causa de muerte entre los 15 y 24 años en 2020. Mientras que en

el segundo grupo, se observan las tasas más elevadas de suicidio en el año 2020, registrada en

individuos de 80 años o más, alcanzando los 41.3 suicidios por cada 100.000 habitantes

(MSP, 2021).

Finalmente, se destaca la Ley n.° 19.529 de Salud Mental y la Ley n °18.067 que

establece el 17 de Julio como el Día Nacional para la Prevención del Suicidio. La primera

define a la salud mental como un estado de bienestar en el que la persona, consciente de sus

propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de manera

productiva y contribuir a su comunidad. Este estado es el resultado de un proceso dinámico

influido por factores históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos (MSP,

2021). Por otro lado, la Ley n° 18.067, declara en su artículo n°2 que en dicho día, las

instituciones educativas tanto públicas como privadas, así como las entidades públicas

relacionadas con la prevención del suicidio, deben llevar a cabo actividades informativas con

información precisa y cualificada sobre esta problemática y su abordaje. Sin embargo, a pesar

de la existencia de estas dos leyes, no se ha logrado reducir la cantidad de suicidios en el país.

3.3 Suicidio y cárceles: global y Uruguay

3.3.1 Panorama internacional

La OMS (2007) por medio de su investigación “Prevención del Suicidio en Cárceles y

Prisiones”, indica que el suicidio a menudo se presenta como la causa individual de

fallecimiento más prevalente en entornos carcelarios. Como conjunto, los individuos bajo

reclusión experimentan tasas de suicidio más elevadas en comparación con los individuos en
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libertad. En particular, los detenidos con sentencia tienen una tasa de intentos suicidas casi

seis veces superior a la de la población fuera de prisión. Además, hay pruebas que indican un

incremento en estas tasas, incluso en regiones donde la población carcelaria está

disminuyendo.

Siguiendo con las directrices de la organización, se ha establecido como norma

general, que los prisioneros que exhiben un grave riesgo de suicidio deben ser sometidos al

tratamiento farmacológico apropiado. Cuando se determina que un recluso se encuentra en

alto riesgo de suicidio, el personal de salud mental debe llevar a cabo una evaluación

adicional y proporcionar el tratamiento adecuado. Sin embargo, la mera existencia de

profesionales de la salud en estos ámbitos no asegura la prestación conveniente de servicios

de atención a la salud mental (Presidencia at al., 2016). No obstante, la obtención de atención

por parte del personal de salud mental es problemática en varios contextos carcelarios ya que

se ve dificultada por la escasez de recursos internos dedicados a la salud mental y la falta de

conexiones con instalaciones médicas, las cuales resultan indispensables (OMS, 2007).

3.3.2 Panorama nacional

Las muertes en el entorno penitenciario pueden considerarse como un indicador de las

condiciones de encarcelamiento de un país. En el caso del nuestro, es necesario entenderlas en

un contexto en el que la población reclusa ha experimentado un constante aumento en las

últimas décadas. En Uruguay, la principal entidad encargada de recopilar información sobre

las muertes que ocurren en el contexto de la custodia penitenciaria es el INR. Este aspecto

pone en duda la confiabilidad y validez de estas estadísticas debido a los potenciales

conflictos de intereses originados por la circunstancia de que ésta entidad gubernamental que

produce los datos sobre las muertes en detención es también la responsable de salvaguardar la

integridad física de las PPL (Sosa Barón y Vigna, 2018).


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En el año 2021, se registraron un total de 86 fallecimientos en el contexto de la

custodia penitenciaria en Uruguay. Esta cifra marcó un triste récord, ya que superó

ampliamente el mayor número anterior de muertes, que se había alcanzado en 2010 con un

total de 53 decesos. Además, el año 2021 se caracterizó por la alta incidencia de muertes

violentas, llegando a 58 en total, de las cuales 45 se debieron a circunstancias violentas.

Dentro de estas 45 muertes violentas, se registraron 21 homicidios, 18 suicidios y 6

fallecimientos atribuidos a causas violentas no esclarecidas. Las tasas de homicidios y

suicidios en el ámbito penitenciario fueron alarmantemente elevadas durante ese año. La tasa

de homicidios se situó en 152 por cada 100.000 habitantes, lo que representa una cifra 15

veces superior a la tasa nacional. Por su parte, la tasa de suicidios fue de 131 por cada

100.000 habitantes, superando en más de seis veces la tasa a nivel nacional. Además, se

detectaron negligencias o fallos en la atención médica en el 40% de las muertes violentas (un

total de 18 casos) que tuvieron una clara relación con el desenlace fatal. Entre estas

situaciones se incluyeron varios casos de suicidios en los que no se tomaron las medidas

mínimas para prevenirlos, especialmente en PPL consideradas de alto riesgo.

En cuanto a la modalidad de los suicidios, casi todos (un total de 16) se llevaron a

cabo por ahorcamiento. Solo se registró un caso de suicidio por quemaduras con fuego.

Además, la mayoría de suicidios (un total de 11, es decir, el 65%) ocurrieron dentro del

primer año de reclusión, y de ellos, cinco tuvieron lugar en el primer mes, tres en la primera

semana y dos en las primeras 24 horas.

Estos datos reflejan una situación alarmante en el sistema penitenciario uruguayo,

donde las altas tasas de muertes, especialmente por suicidio, plantean serias preocupaciones

sobre la calidad de la atención de salud mental y las condiciones de reclusión en el país.


21

4. Factores de riesgo

En primera instancia, según Florentini Castañeda (2021) los factores de riesgo pueden

ser descritos como aquellas características, variables o amenazas que, cuando están presentes

en la vida de una persona, aumentan la probabilidad de que esa persona desarrolle una

enfermedad, sufra una lesión o experimente un trastorno.

Como cimiento, se parte del concepto de Benyakar (2004), tal como se mencionó en

Chaira et al. (2016), que identifica a las cárceles como "entornos disruptivos". En este

contexto, se considera la privación de libertad como un factor de riesgo, ya que en estas

circunstancias, las relaciones entre las personas y su entorno físico y social se ven alteradas y

desequilibradas. La prisión agrupa a individuos que ya son intrínsecamente de alto riesgo, y

esta situación se ve agravada por el estrés adicional de estar privados de su libertad (OMS e

IASP, 2007).

Según la OMS y la IASP (2007), se han observado varios factores de riesgo amplios

en la población penitenciaria que se suman para poner a una persona en una posición de

mayor fragilidad frente al suicidio. Estos factores abarcan a individuos jóvenes como varones,

personas con trastornos mentales, aquellos que se encuentran socialmente privados de sus

derechos, personas con problemas de abuso de sustancias y aquellos que han realizado

intentos suicidas previos. Los reclusos que están en riesgo de suicidio comúnmente presentan

factores emocionales, sociales y culturales similares. En este trabajo, se hará especial énfasis

en analizar y discutir aquellos de carácter psicosocial, proporcionando una comprensión más

precisa de los elementos que lo componen.


22

Metodología

El objetivo de este trabajo es estudiar a través de una revisión bibliográfica, qué

menciona la evidencia acerca de la conexión entre los factores de riesgo psicosociales

relacionados con la privación de libertad y el comportamiento suicida en individuos que están

bajo reclusión. Para la búsqueda se han consultado diferentes bases de datos: Google Scholar,

Timbó, EBSCOhost y Scielo. Además, se han empleado registros oficiales como reportes

gubernamentales, recuentos de población, planes de acción, entre otros recursos.

Para orientar la búsqueda de información se utilizaron determinadas palabras clave:

suicidio, factores de riesgo, psicosociales, psicológicos, sociales, penitenciaria y privación de

libertad. De igual forma, se empleó terminología en inglés: penitentiary, risk factors, suicide,

psychological and social.

Con el fin de afinar la búsqueda, se aplicaron determinados criterios. En primer lugar,

se consideró la disponibilidad del texto completo, y al mismo tiempo, se estableció un período

específico que abarca desde el año 2000 hasta el presente, 2023. Se eligieron documentos en

ambos idiomas, español e inglés, excluyendo aquellos previos al período establecido.

En relación a los objetivos específicos, se han definido los siguientes: A) Evaluar y

examinar la evidencia que víncula el aislamiento social con el riesgo de comportamiento

suicida en la población reclusa, considerando su impacto en la salud mental. B) Investigar el

impacto de la falta de acceso a recursos de salud mental y apoyo psicosocial en el aumento de

la vulnerabilidad hacia el comportamiento suicida en las PPL. C) Analizar cómo las

condiciones de vida en el entorno carcelario, afectan a la salud mental, incluyendo en la

aparición de síntomas de desesperanza y depresión, lo que aumenta la susceptibilidad al

comportamiento suicida.
23

Hallazgos

El propósito de este trabajo consiste en explorar a través de un análisis bibliográfico el

conocimiento existente sobre la relación que existe entre los factores de riesgo psicosociales

asociados a la privación de libertad y la manifestación de comportamiento suicida en

individuos que se encuentran en situación de reclusión.

En esta búsqueda de comprensión, podemos relacionar este enfoque con la analogía

del iceberg parcialmente sumergido. Según Thomas e Illán (2021), en el contexto

penitenciario, los factores de riesgo psicológicos que enfrentan las PPL representan la parte

sumergida del iceberg, es decir, los procesos psicológicos subyacentes. Estos factores

incluyen el dolor psicológico, la desesperanza y otros elementos que contribuyen a la

vulnerabilidad ante la conducta suicida. Por otro lado, el agua que rodea al iceberg se

relaciona con la biografía de cada individuo y el apoyo social disponible. Estos elementos son

esenciales para comprender cómo las personas en reclusión afrontan los factores de riesgo y

cómo interactúan en su experiencia. En lo que respecta a la porción externa del iceberg, que

simboliza los comportamientos autodestructivos, como la planificación suicida y las

conductas autolesivas, los estudios científicos compilados en la revisión bibliográfica

conforman la superficie visible de esta analogía. Estas investigaciones arrojan una visión

minuciosa y precisa de la expresión de dicha conducta, lo que contribuye a nuestra

comprensión de cómo los factores de riesgo psicosociales se manifiestan en términos de

comportamiento. De esta manera, el análisis de los factores de riesgo psicosociales en las PPL

se convierte en un proceso de desglose de las diferentes capas de este iceberg, lo que permite

explorar en profundidad los distintos componentes que influyen en la conducta suicida en esta

población, y cómo estos se interconectan.

Los hallazgos encontrados proporcionan una visión del actual trabajo, ayudándonos a
24

comprender mejor estos complejos factores y la dinámica detrás de la conducta suicida en

situaciones de reclusión.

Varios autores concuerdan en que en individuos privados de libertad que se

encuentran en riesgo de suicidio, se presentan factores psicosociales recurrentes. Estos

factores incluyen las condiciones de vida y la violencia que prevalece en el entorno carcelario,

así como las adicciones, los historiales de enfermedades mentales y las dificultades para

acceder a la atención a la salud y particularmente de la salud mental. Además, se ha

encontrado evidencia de que las relaciones interpersonales también juegan un papel

significativo, con la falta de apoyo social y familiar, a menudo relacionada con un historial de

abuso o violencia interpersonal. El aislamiento social que experimentan los reclusos

contribuye a esta dinámica. Asimismo, factores sociodemográficos como la edad, el género y

el contexto demográfico y socioeconómico influyen en la prevalencia de la conducta suicida

entre las PPL. En conjunto, estos elementos pueden dar lugar a una sensación de

desesperanza, perspectivas limitadas y la idea de que el suicidio representa una salida de una

situación que parece insuperable y desesperada.

5. Entorno carcelario

5.1 Condiciones de vida

En términos generales, es un consenso recurrente en la literatura analizada que los

centros penitenciarios son percibidos como entornos hostiles. Se destaca que el hacinamiento,

el aislamiento social y las limitaciones en las visitas son identificados como los principales

factores de riesgo que inciden de manera significativa en las PPL. Esta percepción compartida

en la biografía recopilada, subraya cómo las condiciones en las cárceles, caracterizadas por la

sobrepoblación, el aislamiento forzado y las restricciones en las visitas, contribuyen a un


25

ambiente extremadamente desafiante para las personas recluidas. Estos factores tienen un

impacto negativo en la salud mental de los reclusos, aumentando su vulnerabilidad a la

ideación y conducta suicida. (Becerra et al., 2009; Blasco et al., 2023; Casaus et al., 2022;

Chacón y Cueva, 2021; Fazel et al., 2017 & Fazel et al., 2021).

5.1.1 Hacinamiento

El problema del hacinamiento en las prisiones es una cuestión altamente relevante en

la actualidad, ya que muchas cárceles funcionan de manera constante por encima de su

capacidad. Un estudio realizado por Esther et al. (2016) evidencia que 115 de los 204 países

incluidos en el World Prison Brief tienen tasas de ocupación que superan la capacidad oficial.

Esto pone de manifiesto la magnitud del problema del hacinamiento a nivel mundial. Además,

se ha observado que existen diferentes perspectivas en estudios sobre la relación entre el

hacinamiento en las cárceles y el suicidio en prisión. Algunos estudios señalan una

correlación positiva, mientras que otros sugieren lo contrario, posiblemente debido a un efecto

protector que surge cuando las celdas diseñadas para un solo recluso son compartidas por

dos.

La creencia generalizada respaldada por evidencia y apoyada por decisiones judiciales

es que el hacinamiento tiene efectos perjudiciales en el bienestar psicológico y conductual de

los reclusos. Este consenso se encuentra respaldado por estudios como los de Esther et al.

(2016), Fazel et al. (2017), Fruehwald et al. (2002) y Huey (2005). Touch (citado en Huey,

2005) argumenta que el hacinamiento se asemeja a un almacenamiento en el que a los

reclusos se les niegan servicios esenciales para su subsistencia y rehabilitación correccional.

Además, según lo citado por Huey (2005), Gaes señala que el estrés originado por la

competencia de recursos, espacio y autonomía debido al hacinamiento crea un entorno que


26

dificulta la adaptación de los reclusos a la vida en prisión y aumenta la probabilidad de

suicidio. McDonald & Thomson (como citado en Fruehwald, 2002) apuntan a que la medida

más importante para reducir el estrés en la detención y prevenir el suicidio en prisión sería

reducir el número total de personas encarceladas. Fruewhald (2002), respalda esta idea al

afirmar que la política predominante de encarcelamiento masivo desempeña un papel en las

tasas de suicidio en las cárceles al contribuir al hacinamiento, lo que, a su vez, aumenta la

violencia y resulta en una atención inadecuada a las necesidades individuales.

Finalmente, en prisiones abarrotadas, la capacidad institucional para organizar

actividades no coincide con la demanda, lo que resulta en que los reclusos pasen más tiempo

encerrados. Leease et al., (2006), señalan que la falta de actividades con propósito se asocia a

un mayor riesgo de suicidio.

En Uruguay, según el Departamento de Democracia y Derechos Humanos de los

Estados Unidos, se ha señalado que la superpoblación es una de las razones por las que las

condiciones en prisiones y centros de detención son inadecuadas e inhumanas en varias

instalaciones. Hasta el 20 de agosto de 2021, la población penitenciaria era de 13.815

personas, lo que representaba un 35 por ciento más de la capacidad ocupacional prevista. La

situación en las 27 prisiones variaba considerablemente, con ocho prisiones con una

ocupación superior al 100 por ciento, siete prisiones con una ocupación superior al 150 por

ciento de la capacidad diseñada y dos prisiones con una ocupación superior al 200 por ciento

de la capacidad. El relator especial del Parlamento sobre el sistema penitenciario y el

Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura (en adelante, MNP), bajo la Institución

Nacional de Derechos Humanos, informaron que la superpoblación también afectaba a

secciones específicas de prisiones con una población por encima de su capacidad total.
27

5.1.2 Aislamiento forzado

La asociación entre el suicidio y la reclusión en celdas individuales en entornos

penitenciarios se debe, en parte, a la sensación de aislamiento que experimentan las personas

privadas de libertad. Este aislamiento les impide compartir experiencias y establecer

conexiones con compañeros de celda, lo que puede tener consecuencias perjudiciales para su

salud mental y bienestar (Quevedo-Blasco et al., 2023). Desde una perspectiva cuantitativa,

un hallazgo significativo proviene de la investigación de Quevedo-Blasco y su equipo en

2023. Según sus datos, vivir en celdas individuales, sin compartir el espacio con otros

reclusos, aumenta aproximadamente 1.28 veces la probabilidad de suicidio en comparación

con vivir en celdas colectivas. Este incremento en el riesgo es estadísticamente significativo y

muestra una notable variabilidad en los resultados.

Múltiples estudios respaldan estos hallazgos, incluyendo investigaciones realizadas

por Caravaca Sánchez et al. (2018), Duthé et al. (2013) y Rivlin et al. (2013), que han

corroborado especialmente esta asociación en el caso de los reclusos que permanecen en

celdas individuales o se encuentran en régimen de aislamiento. Es importante destacar que

esta relación puede deberse, en parte, a las prácticas penitenciarias que consisten en alojar a

individuos con un mayor riesgo de suicidio, incluyendo aquellos con problemas de salud

mental agudos, en celdas individuales en lugar de celdas compartidas con personas privadas

de libertad de menor riesgo.

5.1.3 Restricciones en las visitas

Las políticas penitenciarias contribuyen a la ausencia de visitas sociales, como

prácticas restrictivas de visitas o la ubicación de los reclusos lejos de sus hogares (Fazel et al.,

2021). Sin embargo, no se ha encontrado evidencia que profundice acerca de esta dinámica.
28

Por otro lado, en lo que respecta a Uruguay en la temática, Nowak (2009) menciona

que para las visitas, el horario varía dependiendo del centro penitenciario. Sin embargo, las

familias pueden visitar libremente a los detenidos varias horas a la semana. Empero, la

restricción de las visitas surge a modo de sanción por la participación en motines o actos de

violencia. Como resultado de esto, las PPL pueden pasar hasta un mes sin recibir visitas.

Asimismo, tomando en consideración la poca evidencia hallada acerca de la temática

en cuestión, resulta esencial cuestionar desde la psicología y otras disciplinas la importancia

de profundizar en este tipo de medidas sancionadoras de visita. ¿Bajo qué tipo de evidencia se

basan para tomar medidas de ese tipo considerando el impacto que puede implicar en la salud

mental de estas personas la separación prolongada de las interacciones sociales? De igual

forma, las disciplinas relacionadas con la criminología y la sociología podrían examinar las

implicaciones sociales y la efectividad de tales sanciones. Sin embargo, la falta de evidencia

que respalde estas medidas resalta la importancia de una investigación integral para

comprender cómo influyen en la salud mental de los reclusos y si realmente cumplen su

objetivo de disciplina o si representan una carga adicional para su bienestar emocional. Es

esencial evaluar estas políticas desde un enfoque humano y ético, considerando el equilibrio

entre la seguridad del centro penitenciario y el impacto psicológico en quienes se encuentran

privados de libertad.

5.2 Delitos violentos

Alcántara-Jiménez et al., (2023), realizaron un metaanálisis de las variables “otros

delitos” y “delitos contra las personas” debido a la disponibilidad de suficientes estudios para

su análisis. En primer lugar, los resultados relacionados con la primera variable indican que

esta categoría aumenta la probabilidad de conducta suicida en reclusos en un 1.30 veces más
29

en comparación con delitos no considerados violentos, como aquellos relacionados con la

venta de drogas, el fraude y el robo.

Por otro lado, respecto a la variable “delitos contra personas”, los análisis indican un

tamaño del efecto estadísticamente significativo en cuatro estudios, con una alta variabilidad

significativa. Esto concuerda con la relación existente entre delitos de homicidio y mayores

tasas de suicidio. (Duthé et al., 2013).

No obstante, investigaciones llevadas a cabo por Duthé et al., (2013), Encrenaz et al.,

(2014) y Fazel et al., (2008) han revelado que los hallazgos en relación a la variable “delitos

contra la libertad sexual” han sido escasos y contradictorios. A pesar de que la literatura

indica que esta variable podría ser un factor de riesgo, algunos autores no han obtenido

resultados estadísticamente significativos.

En cuanto a los “delitos contra la salud pública”, específicamente la venta o posesión

de drogas, solo el estudio de Sakellaridis et al., (2013) tal como se cita en Alcántara-Jiménez

et al., (2023), hace referencia a este tipo de infracción como el de mayor riesgo de suicidio.

Por último, los datos relacionados con “delitos contra el patrimonio y el orden

socioeconómico” sugieren que los reclusos que han cometido infracciones contra la propiedad

tienen una mayor probabilidad de atentar contra su vida y están más relacionados con

antecedentes penales previos y reincidencia en prisión (Caravaca Sánchez e tal., 2018;

Molina-Coloma et al., 2022). Sin embargo, la evidencia hallada por Encrenaz et al. (2014), no

establece relación significativa ni concluyente entre la conducta suicida y el tipo de delito

cometido.
30

6. Salud Mental

6.1 Adicciones

Varios estudios han señalado que el consumo de sustancias supone un factor de riesgo

que a menudo se manifiesta antes de que las personas sean encarceladas, lo que puede

desencadenar un proceso desadaptativo en el entorno carcelario. Esto, a su vez, aumenta la

probabilidad de comportamiento suicida entre los internos (Corona, M. et al. 2016; Pereira, A.

et al., 2016; Stoliker, B. 2018).

Quevedo-Blasco et al., (2023), mencionan que la adicción se ha identificado como el

segundo factor con mayor riesgo de conducta suicida en reclusos, aumentando la posibilidad

de ocurrencia en un 1.48 veces en comparación con reclusos que no tienen adicciones ni

abuso de sustancias. Varios estudios (Hagsand et al., 2022; Oksanen et al., 2021; Sakelliadis

et al., 2013; Marzano et al., 2010; OpitzWelke et al., 2019; Humber et al., 2011), tal como

citados por Quevedo-Blasco en 2023, sugieren que tener adicción a sustancias se considera un

factor predictivo de intentos de suicidio, aunque existen discrepancias en cómo se relaciona

este factor. Algunos de estos sugieren que el riesgo es mayor debido al consumo

problemático, mientras que otros lo vinculan más al período de abstinencia, especialmente

durante los primeros meses de reclusión. También se ha observado un aumento en la conducta

suicida durante el período de desintoxicación durante los primeros siete días después de la

entrada en prisión y luego de participar en programas de rehabilitación.

Según Correa-López et al., (2022), cuando un recluso presenta problemas psicológicos

y consume sustancias psicoactivas antes de ingresar en privación de libertad, es esencial

desarrollar un plan de tratamiento para abordar estos diagnósticos. Esto implica la evaluación,

el tratamiento y el seguimiento de los síntomas que pueden surgir debido a la reclusión, tales
31

como; el síndrome de abstinencia, brotes psicóticos, cambios en el estado de ánimo,

desesperanza, que pueden desembocar en ansiedad. Tales problemas están relacionados con

una alta incidencia de ideación suicida, intentos de suicidio y suicidio consumado en

diferentes centros penitenciarios.

6.2 Trastornos mentales preexistentes

La entrada en prisión conlleva una serie de factores que pueden dificultar la

adaptación del recluso a este nuevo entorno. Estos factores incluyen la pérdida de la libertad,

la falta de interacción social y sexual, la abstinencia de drogas, la falta de intimidad, un

entorno autoritario y amenazante constante, la falta de higiene, entre otros. Estos elementos

pueden desencadenar trastornos del estado de ánimo o trastornos mentales, aumentando

significativamente el riesgo de comportamiento suicida en la población carcelaria (Currás e

Illana, 2021).

Según las investigaciones realizadas por López y Saavedra en 2015, así como por

Blaauw y su equipo en 2005, se destaca que las variables psicopatológicas son las más

determinantes al momento de explicar el riesgo de suicidio. Entre éstas variables, la

prevalencia a lo largo de la vida de trastornos afectivos y de personalidad de algún tipo

preserva un riesgo elevado. Tampoco debe dejarse a un lado los trastornos de dependencia,

particularmente relevantes en entornos penitenciarios, y los trastornos de ansiedad. El núcleo

del riesgo de suicidio se encuentra entre estos diagnósticos. No obstante, en los estudios antes

referidos, la presencia de un trastorno psicótico no constituyó un elemento de riesgo. En los

últimos años, los experimentos han intentado establecer el perfil psicopatológico de los

pacientes diagnosticados con esquizofrenia en riesgo de cometer suicidio. Los autores

mencionados, sugieren que los síntomas positivos, especialmente en las fases agudas, son

factores claros de riesgo de suicidio; sin embargo, otros autores han encontrado que los
32

síntomas afectivos, la desesperación y la depresión son los que mejor explican el riesgo de

suicidio en pacientes con esquizofrenia en estos ámbitos.

No obstante, se podría argumentar que los trastornos psiquiátricos no son fácilmente

identificables en el momento de la llegada a la cárcel e incluso a menudo se pasan por alto

durante el período de reclusión. En esta línea, un estudio de Blaauw et al. (2005) que tuvo

como objetivo identificar características que pueden medirse sin dificultad al ingreso en el

sistema penitenciario, reveló que el 73% de las personas reclusas que se quitaron la vida en

los Países Bajos tenían un diagnóstico de trastorno psiquiátrico.

Por otro lado, Dooley (1990) realizó un estudio sobre el suicidio en cárceles de

Inglaterra y Gales, y también encontró que los perfiles suicidas a menudo tienen antecedentes

de tratamiento psiquiátrico y autolesiones (como se citó en Vigna y Sosa Barón, 2009).

Además, Liebling (2011, citado en Vigna y Sosa Barón, 2019), señala que las condenas largas

e indeterminadas, la falta de oportunidades para desarrollar actividades y la desconfianza

institucional aumentan la sensación de desesperanza entre los internos. El aislamiento, la

incertidumbre y la falta de control sobre sus vidas son factores clave que intensifican el estrés

y la angustia, especialmente en las personas más vulnerables.

6.3 Barreras para buscar ayuda: escasez de servicios de salud mental

En muchos países, se lleva a cabo una evaluación inicial de salud mental de los

individuos al ingresar a prisión. Aquellas personas identificadas con riesgo de suicidio deben

ser evaluadas rápidamente por un profesional de salud mental, y el acceso a servicios de salud

mental durante la reclusión debe ser similar a lo que está disponible para la población general.

Estos servicios deben incluir el acceso a terapias psicológicas respaldadas por evidencia en

entornos penitenciarios y otros lugares. Sin embargo, a pesar de estos estándares

recomendados, el acceso a la atención de salud mental para las personas en prisión es

irregular y a menudo se retrasa. Las necesidades de salud mental no satisfechas


33

probablemente contribuyen a las altas tasas de suicidio entre los reclusos. Además, de la

provisión de salud mental, el personal penitenciario necesita una formación adecuada para

reconocer y responder a las autolesiones y otras necesidades de salud mental, con el fin de

mejorar el acceso a una atención adecuada (Fazel et al., 2020).

Por otro lado, en su visita a Uruguay, Nowak y el MNP (2009), informaron sobre la

falta de acceso o dificultades para acceder a la atención médica en las prisiones. Los servicios

médicos no siempre incluían atención preventiva y cuidados de rutina. Además, la escasez de

personal penitenciario limitaba la capacidad de los reclusos para obtener citas médicas

externas. Los servicios de salud mental, así como los servicios de rehabilitación para el abuso

de sustancias, no estaban adecuadamente disponibles para la población que requería atención,

seguimiento y tratamiento. En ocasiones, los retrasos administrativos afectan la dispensación

de medicamentos.

6.4 Desesperanza y falta de propósito

La forma en que las personas perciben la vida en prisión puede llevar a la aparición de

pensamientos de desesperanza. Según un estudio realizado por Chacón y Márquez-Cueva en

2014 en Liberia, que involucró a 127 PPL se encontró que un 41,7% de los encuestados

informó haber experimentado pensamientos suicidas al ingresar a prisión. Estos lo atribuyen a

los cambios que implica el proceso de encarcelamiento, como la imposición de nuevos estilos

de convivencia y un rol familiar diferente, entre otros. Estos cambios conducen a una

reevaluación de la autoimagen y, por lo tanto, a la autoestima.

Como se evidencia en el estudio realizado por los autores, mediante entrevistas

realizadas a PPL con ideación suicida, estos perciben su realidad como incontrolable e

insuperable - “estar aquí sin hacer nada, todo el día, todos los días es como para volverse

loco”; “a veces creo que no voy a lograrlo, ya sabe, salir vivo” - generando desesperanza, la
34

cual se ve atenuada por la carencia de metas a corto, mediano y largo plazo, que dan una

sensación de incapacidad acerca de la forja y puesta en marcha de cualquier plan debido a su

pobre autoconcepto. Además, se observó que estas personas presentan una significativa baja

autoestima causada por las ideas de autoinvalidación y el perfeccionismo, el cual implica la

creación de expectativas poco realistas de sí mismas, ya sea para satisfacer estándares internos

o externos.

7. Relaciones Interpersonales

7.1 Familia

A lo largo de la reclusión, la estructura y funcionamiento de la familia experimentan

cambios inevitables debidos a diversos factores, y estas modificaciones ejercen un impacto

directo en el estado emocional de las PPL (Chacón y Márquez-Cueva, 2014).

La familia desempeña un papel significativo en diversas etapas de la vida de una

persona. En el estudio realizado en Liberia, mencionado en el apartado anterior, 34 PPL

estaban enfrentando dificultades familiares. Sin embargo, lo notable es que 14 de ellos eran

identificados como parte de la población con ideación suicida. Los otros 20 participantes

admitieron sentirse desanimados y preocupados debido a estos problemas, aunque esto no les

llevaba a idear el suicidio.

Fernández et al., (2006), como citado en Chacón y Márquez-cueva (2014) mencionan

que en muchos casos, las problemáticas familiares conllevan situaciones de infidelidad y

abandono por parte de las parejas de los recluidos, o viceversa. Para los recluidos, la privación

de libertad también limita su capacidad de mantener relaciones interpersonales saludables. En

general, cuando una persona es privada de libertad y comienza su estancia en prisión, pierde

su papel en la dinámica familiar, la toma de decisiones y otras circunstancias que contribuyen


35

a alterar su propia percepción, autoestima y valoración.

Además, según lo mencionado por Pereira et al. (2016), tal como se citó en Aparicio-

Mójica et al. (2022), se resalta como factor de riesgo para el comportamiento suicida, la

presencia de conflictos y desorganización familiar, antecedentes familiares con intentos de

autoeliminación o trastornos mentales graves persistentes y negligencia por parte de la

familia, para las personas solteras y sin hijos. Los reclusos que manifiestan una deteriorada

relación con sus familias enfrentan dificultades en la adaptación y experimentan problemas

emocionales dentro del contexto carcelario.

También, Pratt y Foster (2020) como se citó en Alcántara Jiménez et al., (2023),

señalan que la propensión al suicidio podría aumentar cuando las personas en prisión se ven a

sí mismas como una carga adicional para sus seres cercanos debido a las circunstancias

asociadas con su encarcelamiento.

Por lo tanto, Stoliker en 2018, como se hace referencia en el estudio de Aparicio-

Mójica et al., en 2022, destaca que resulta crucial considerar los lazos familiares o afectivos

de una persona al ingresar a un centro penitenciario, ya que contar con una red de apoyo

establecida reduce significativamente la probabilidad de que surja un comportamiento suicida

durante el cumplimiento de condena.

7.1.1 Ausencia de visitas

La ausencia de visitas puede indicar una limitada red de apoyo social, lo cual coincide

con estudios que revelan que los hombres en prisión que han intentado suicidarse cuentan con

menos apoyo social en comparación con aquellos que no han pasado por esa situación. Esta

diferencia puede reflejar una compleja combinación de necesidades psicosociales para

algunos reclusos, para quienes la impulsividad y la agresión preexistentes podrían actuar


36

como un factor de riesgo compartido para la tendencia suicida (Fazel et al. 2021).

Prosiguiendo con el estudio de Chacón y Márquez-Cueva (2014), éste reveló que, 77

de las 127 PPL indicaron carecer de apoyo social, y de ellos, 12 presentaban pensamientos

suicidas. De igual forma, exponen que es importante destacar que los reclusos perciben el

apoyo social como poco significativo en comparación con el apoyo familiar. En general, su

reacción ante la falta de apoyo es de indiferencia, y manifestaron no sentirse afectados por

esta falta de apoyo social.

7.2 Matrimonio

Los solteros, viudos, separados o divorciados, en comparación con las personas

casadas, tienen mayor riesgo de atentar contra su vida. En contraposición, el matrimonio,

debido a la protección que otorga por su apoyo emocional y social, se ha establecido como un

predictor de menor riesgo de suicidio en la población general (Félez-Nóbrega et al., 2023).

Sin embargo, los hallazgos sobre el estado civil arrojan evidencia contradictoria: para

algunos autores, los solteros presentan un riesgo mayor de suicidio que las casadas, para

otros, el riesgo es mayor para aquellos que están casados por el efecto que puede conllevar la

pérdida de sus referentes más importantes durante el período de reclusión (Casaus et al.,

2022).

8. Factores sociodemográficos

8.1 Edad y género

En un estudio realizado en cárceles de Colombia por Larrota et al., (2014) con

60 PPL de una muestra compuesta por 111.504 personas que experimentaron pensamientos

suicidas, intentos de suicidio y suicidios consumados en el primer trimestre de 2013, el 68.3%

eran hombres y el 31.7% eran mujeres. La edad de estos individuos oscila entre 20 y 61 años,
37

con una edad promedio de 28.02 años. Según Mejía et al., (2011) como citado en Larrota et

al., (2014), se ha observado una correlación positiva entre el género y las conductas suicidas

en la muestra comentada. En contraste con la tendencia general, los hombres en este grupo

exhibieron una tasa más alta (69.56%) de intentos de suicidio en comparación con las mujeres

(30.43%).

Además, Larrota et al. (2014) hace referencia a los trabajos de Borges et al. (2010) y

Cartwright et al. (2008) que mencionan que las conductas suicidas son más frecuentes en

individuos relativamente jóvenes, específicamente en el rango de 20 a 25 años de edad. Esto

concuerda con lo observado en la población general del estudio, donde el grupo de edad de 15

a 44 años presenta la mayor incidencia de comportamientos suicidas. Del mismo modo,

Félez-Nóbrega et al., (2023) menciona que Stoliker et al., (2020) descubrió que los individuos

más jóvenes en prisión informan más intentos de suicidio, mientras que los individuos más

adultos en prisión tienen mayor ideación suicida. Por lo contrario, los individuos encarcelados

en el grupo de mayor edad (es decir, 50 años o más) eran menos propensos a informar riesgo

de suicidio.

8.2 Contexto demográfico

Varios factores de riesgo no modificables, como la etnia y el tipo de delito, se

encontraron asociados con el riesgo de suicidio. En una revisión realizada por Fazel et al.,

(2021), se destacó que estudios anteriores han señalado una correlación positiva entre la etnia

blanca y el suicidio en prisión. Esta asociación probablemente esté influenciada por las

diferencias iniciales en las tasas de suicidio observadas en la población general y podría verse

influenciada por factores de confusión en ciertos países, como la edad y la duración de la

condena.
38

En su revisión, los autores comenzaron por examinar los factores demográficos que se

relacionan con el riesgo de suicidio. Los factores más fuertemente vinculados, como se

mencionó previamente, incluyeron la pertenencia a la raza o etnia blanca, aunque se observó

una heterogeneidad significativa entre estudios. Además, en diez estudios que investigaron la

nacionalidad, se encontró que no ser ciudadano del país en el que se estaba encarcelado se

asoció inversamente con el riesgo de suicidio. No se observó una asociación clara con la falta

de educación formal más allá de los 16 años (Fazel et al., 2021).

Por otro lado, diversos estudios, incluyendo los de Nock, Anderson y Beauclair (2006,

2001, 2010), citados por Ajibola et al., (2018), revelaron que los reclusos que tenían

antecedentes de autolesiones enfrentaban un alto riesgo de desarrollar la capacidad de llevar a

cabo el suicidio mientras estaban en prisión. Además, se evidenció que factores como la edad,

el género masculino, el estado civil de separación o divorcio, la etnia blanca, el bajo estatus

socioeconómico y el desempleo se relacionaban con la adquisición de la capacidad para el

suicidio. Investigaciones previas también indicaron que las víctimas de suicidio en prisión

más jóvenes eran hombres adultos de raza blanca, arrestados por delitos no violentos y que

estaban bajo los efectos del alcohol o sustancias al momento de su detención.

8.3 Contexto socioeconómico

La situación de estrés más comúnmente experimentada está relacionada con las

dificultades económicas. Estas dificultades abarcan aspectos relacionados con la incapacidad

de satisfacer las necesidades esenciales de subsistencia, protección y recreación, como la

salud, la alimentación, las actividades de ocio y la adquisición de bienes. También incluyen

las dificultades para brindar apoyo económico a la familia, en particular a los hijos. La
39

asistencia económica, que suele provenir de la familia, se percibe como un recurso, aunque no

siempre esté disponible. Sin embargo, esta dependencia de los demás también genera

insatisfacción, convirtiendo a los problemas económicos en una fuente adicional de estrés

para las PPL (Crespi, 2014).

De igual forma, Crespi menciona que, la participación en actividades laborales a

menudo no resulta efectiva para cubrir las necesidades económicas debido a la escasa

compensación material que reciben por su trabajo (2014).

Se destaca que, a pesar de que las dificultades económicas y la dependencia de la

asistencia económica pueden generar estrés adicional, no existe una correlación directa que

sugiera que las condiciones socioeconómicas sean un factor determinante en el suicidio en

este grupo de personas.

Reflexiones Finales

Luego de revisar la literatura, se han identificado diversos factores de riesgo

psicosociales vinculados al comportamiento suicida entre las PPL. Estos factores se

relacionan con el entorno penitenciario, la salud mental, las relaciones interpersonales y

aspectos sociodemográficos. Sin dudas, la evidencia destaca la complejidad de los desafíos

que enfrentan las PPL en prisión y cómo estos factores contribuyen al riesgo de conductas

suicidas.

Como se señaló previamente, el sistema penitenciario uruguayo presenta cifras

alarmantes y una situación preocupante que infringe de manera grave los derechos humanos

en lo que respecta a las condiciones de vida en las cárceles. (Nowak, 2009; Departamento de

los EEUU de la Dirección de Democracia, DDHH y Trabajo, 2021). Estas condiciones se

caracterizan por el hacinamiento, las restricciones en las visitas, las adicciones y la escasez de
40

servicios en salud mental, lo que genera un entorno extremadamente desafiante para las

personas reclusas. Este contexto adverso constituye un factor crítico que aumenta la

vulnerabilidad de las PPL a la ideación y conducta suicida. De hecho, desde la perspectiva de

la práctica profesional, el hacinamiento es un factor que las PPL mencionan repetidamente,

especialmente en la Unidad N°4 de Santiago Vázquez, donde las celdas diseñadas para dos

personas albergan a cinco. Tal situación dificulta la adaptación de los reclusos a la vida en

prisión y aumenta la competencia por recursos y espacio, lo que a su vez eleva el estrés y la

probabilidad de suicidio.

De igual forma, el aislamiento forzado y restricción de visitas impide la formación de

conexiones sociales, esenciales para atravesar el proceso de privación de libertad. Si bien no

se halló información que relacione directamente los fenómenos investigados, podría pensarse

que estas prácticas restrictivas pueden incluir políticas que limitan la frecuencia de las visitas,

la duración de las mismas o los contactos permitidos con personas fuera de prisión. Además,

al analizar la ubicación geográfica de las instituciones penitenciarias en Uruguay, podemos

concluir que dicha ubicación a menudo podría influir en la accesibilidad de familiares y

amigos que desean visitar a las PPL. Cuando las prisiones se encuentran a grandes distancias

de los lugares de residencia de los seres queridos, podría dificultar enormemente la capacidad

de visitar con regularidad. Las políticas restrictivas de visitas y la lejanía de las cárceles de los

hogares de los reclusos pueden tener un impacto significativo en la salud mental de los

internos al limitar sus interacciones sociales y su apoyo emocional de seres queridos. Esto

puede agravar el sentimiento de aislamiento y soledad, lo que, a su vez, podría aumentar el

riesgo de problemas de salud mental, incluido el suicidio. Es importante considerar cómo

estas políticas pueden afectar la salud mental de los reclusos, y, en algunos casos, considerar

alternativas que permitan mantener conexiones familiares y sociales.


41

Por otro lado, en el ambiente carcelario, la conexión entre los desafíos de salud mental

y el abuso de sustancias es innegable. Durante mi experiencia de práctica, presencié cómo

algunos reclusos buscaban refugio en el consumo de sustancias para evadir la realidad de su

encierro. Aunque momentáneamente les proporcionaba un alivio superficial, este

comportamiento revelaba la complejidad emocional y psicológica que enfrentaban día a día.

Por ello, es crucial identificar y tratar las adicciones tempranamente para reducir el riesgo de

suicidio. No obstante, en este entorno, el acceso a la ayuda se ve obstaculizado por la falta de

servicios de salud mental, el estigma asociado a los problemas emocionales y la carencia de

capacitación del personal penitenciario.

En el contexto penitenciario, los factores sociodemográficos desempeñan un papel

crítico en la evaluación del riesgo de suicidio, revelando una compleja interacción entre

género, edad, etnia y situaciones socioeconómicas. Los datos indican que, en general, los

hombres reclusos presentan tasas más altas de intentos de suicidio en comparación con las

mujeres, y se observa que la edad también es un factor influyente. Los reclusos más jóvenes

tienden a experimentar un mayor número de intentos de suicidio, mientras que los de mayor

edad tienden a manifestar ideación suicida. Asimismo, la etnia y el estatus legal en el país de

encarcelamiento también desempeñan un papel significativo en la evaluación del riesgo de

suicidio.

A pesar de que las dificultades económicas y la dependencia de la asistencia

económica pueden generar estrés adicional en este grupo, no se ha identificado una

correlación directa que sugiera que las condiciones socioeconómicas sean un factor

determinante en el suicidio en prisión. Sin embargo, vale la pena destacar que la experiencia

de práctica en este ámbito ha arrojado luz sobre la importancia del dinero en la vida de las

personas privadas de libertad. En este sentido, una reclusa compartió su experiencia de haber
42

sido secuestrada y torturada debido a que poseía dinero que le enviaba su familia. Esto

subraya la relevancia de considerar las implicaciones del dinero y las transacciones

financieras en la vida de los reclusos, ya que puede ser un factor recurrente y motivo de

conflictos en este entorno. Estos hallazgos refuerzan la necesidad de abordar las

circunstancias socioeconómicas de los reclusos como parte integral de las estrategias de

prevención del suicidio y el apoyo a la salud mental en prisión.

Finalmente, es esencial superar estas barreras no solo desde una perspectiva

humanitaria, sino también con el objetivo de prevenir el suicidio, reducir la reincidencia y

crear un entorno penitenciario más seguro que respalde una rehabilitación efectiva, tal como

se establece en el objetivo del INR; la gestión de las medidas privativas de libertad y las penas

alternativas establecidas por el Poder Judicial debe asegurar la seguridad de las personas en

conflicto con la ley penal, promoviendo simultáneamente su reinserción social en

concordancia con la promoción y el respeto de los derechos humanos (Ministerio del Interior,

2023). Esto se puede lograr mediante programas educativos y laborales que disminuyan las

posibilidades de reincidencia delictiva. Para alcanzar estos objetivos, se requiere invertir en

servicios de salud mental, capacitar al personal penitenciario y desarrollar programas de

concientización. Cabe destacar que debido a los diversos factores de riesgo mencionados, los

trastornos mentales preexistentes se agravan con la entrada en prisión, incrementando así el

riesgo de comportamiento suicida. Por lo tanto, es fundamental evaluar y tratar

adecuadamente estos trastornos para garantizar la salud mental de los reclusos y prevenir el

suicidio.

9. Limitaciones

Se evidencia en el trabajo de la práctica profesional que el sistema penal es

extremadamente complejo y multifacético, lo que significa que no hay una solución única
43

para abordar la sobrepoblación y las condiciones carcelarias. Diversos factores como la

legislación, la política criminal, la aplicación de la ley y los procesos judiciales influyen en la

cantidad de personas encarceladas y las condiciones en dicho contexto. La reforma requiere

abordar una variedad de elementos interconectados, lo que aumenta la dificultad de

implementar soluciones efectivas.

Asimismo, la mayoría de las cárceles se enfrenta a restricciones presupuestarias que

dificultan proporcionar recursos suficientes, tanto materiales como humanos, para abordar la

sobrepoblación y mejorar las condiciones en las prisiones. Durante mi experiencia en el área

de pre-egreso, pude constatar cómo los funcionarios de instituciones como las unidades n°1 y

n°5 expresan la falta de personal y el agotamiento acumulado. Mariela, la referente del área

de pre-egreso, ilustraba la situación al ejemplificar que de 800 funcionarios, 600 estaban

certificados por estrés laboral. En el caso de DINALI, antes del cambio del Ministerio del

Interior al Ministerio de Desarrollo Social, se proporcionaban kits de higiene a los liberados;

sin embargo, en la actualidad, ni siquiera se proporcionan boletos para que asistan a los

seguimientos con sus respectivos técnicos. La escasez de recursos impacta directamente en la

construcción de nuevas instalaciones, la contratación de personal capacitado y la

implementación de programas de rehabilitación efectivos.

El panorama mencionado, plantea la urgente necesidad de abordar no solo las

lamentables condiciones en las instituciones, sino también las limitaciones sistémicas y

presupuestarias que obstaculizan la ejecución de reformas significativas en el sistema penal.

10. Desafíos

En primer lugar, se destaca la lucha constante de los sistemas penitenciarios contra las

limitaciones presupuestarias. A medida que avanzamos, se vislumbra como un desafío


44

continuo garantizar la sostenibilidad financiera, crucial para mejorar las condiciones en las

prisiones y reducir la sobrepoblación. Además, resulta esencial asignar recursos significativos

a la formación adecuada de los funcionarios, capacitándolos para identificar y abordar de

manera efectiva las conductas suicidas. Esta doble inversión, tanto en infraestructuras y

gestión de la población carcelaria como en el desarrollo profesional del personal, emerge

como un componente esencial para avanzar hacia un sistema penitenciario más efectivo y

humano.

Por otro lado, la diversidad dentro de la población carcelaria destaca la importancia de

abordar de manera más efectiva las necesidades específicas de grupos particulares. Entre

ellos, los reclusos que enfrentan problemas de salud mental representan un significativo

desafío. En el futuro, es imperativo que el sistema penitenciario intensifique sus esfuerzos

para proporcionar un apoyo especializado y comprensivo hacia la población vulnerable. La

falta de atención adecuada a las enfermedades mentales en el entorno carcelario no sólo

impacta negativamente a la salud mental individual, sino que también podría contribuir a tasas

más elevadas de reincidencia.

De otro modo, los estándares internacionales de derechos humanos han adquirido una

importancia creciente en la evaluación de las políticas y prácticas penitenciarias a nivel

global. Sin embargo, a pesar de estos estándares, los ámbitos penitenciarios en Uruguay han

sido objeto de graves violaciones a los DDHH. En 2009, esta preocupante situación fue

inicialmente expuesta a través de la denuncia presentada por Manfred Nowak, relator especial

de la ONU sobre la tortura y otros tratos inhumanos o degradantes. Más recientemente, en

2021, EEUU reafirmó estas inquietudes, destacando que persisten problemas significativos en

el sistema penitenciario uruguayo. Estas denuncias consecutivas subrayan la urgencia de

abordar las violaciones continuas a los DDHH en el contexto carcelario del país. En este
45

sentido, los desafíos futuros para Uruguay implican no solo la adaptación de sus sistemas

penitenciarios a los estándares internacionales, sino también la necesidad crítica de promover

una mayor transparencia para garantizar el respeto integral de los derechos fundamentales de

la población carcelaria.
46

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Anexo

1. Criterios Diagnósticos del DSM-V 2014- Trastorno de Comportamiento


55

Suicida

A. El individuo ha realizado un intento de suicidio en los últimos 24 meses. Nota:

Un intento de suicidio es una secuencia de comportamientos iniciada por el propio individuo,

quien en el momento de iniciarlos espera que el conjunto de acciones llevará a su propia

muerte. El “momento de inicio” es el momento en que tuvo lugar un comportamiento en el

que se aplicó el método de suicidio.

B. El acto no cumple criterios para la autolesión no suicida, es decir, no conlleva una

autolesión dirigida a la superficie corporal que se realiza para aliviar un sentimiento / estado

cognitivo negativo o para conseguir un estado de ánimo positivo.

C. El diagnóstico no se aplica a la ideación suicida o a los actos preparatorios.

D. El acto no se inició durante un delirium o un estado de confusión.

E. El acto no se llevó a cabo únicamente con un fin político o religioso. (APA, 2014,

p.801).

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