Está en la página 1de 41

TEMA 2

PSICOPATOLOGÍA FORENSE.
TRASTORNOS MENTALES Y CRIMINALIDAD.
ANÁLISIS DE CASOS

Autor: Dr. Manuel G. Jiménez Torres


Universidad de Granada

PRESENTACIÓN

Este tema trata de relacionar la criminalidad con la presencia de determinados trastornos mentales y en
qué medida la presencia de dichos trastornos condiciona la decisión judicial para eximir o imputar al
acusado de un delito. Por otro lado, también se aborda la motivación delictiva y la sintomatología que
habitualmente está presente en distintas enfermedades mentales. Además, en el apartado 8 del tema, a
modo de ejemplo para ilustrar la realización de algunas actividades que se demandan a lo largo del curso,
se ha querido incluir un ejemplo de revisión teórica sobre el contenido de este tema. Finalmente, en el
último apartado del tema, se analizan 3 casos prácticos según el modelo del triple riesgo delictivo.

Se ha tratado de sintetizar al máximo el contenido por la pretensión de ajustarlo a 0,5 créditos ECTS (12,5
horas de trabajo del estudiante). El estudiante consultar el documento “DSM 5” o alguna de la bibliografía
básica reseñada, sin embargo, el estudio detenido de este tema en el texto que se presenta y la realización
de las actividades y del cuestionario de evaluación pueden ser suficientes para adquirir los conocimientos
y habilidades que se persiguen.

Es aconsejable que el estudiante distribuya el tiempo racionalmente para dedicar a este tema el tiempo
previsto (12,5 horas), teniendo en cuenta de incluir en ese tiempo las siguientes actividades: 1) lectura-
estudio del tema, 2) conexión con plataforma (descarga de materiales, foro), 2) realización de actividades,
3) realización de cuestionario, y (voluntariamente) 4) consulta de material complementario.

El periodo temporal dedicado a este tema será el siguiente: desde el 04/03/2021 al 14/03/2021.

¡Ánimo!

1
ESQUEMA Y DESARROLLO DE CONTENIDOS

1.- INTRODUCCIÓN

El estudio de la criminalidad humana es un fenómeno complejo sobre el cuál distintas ciencias han ido
aportando conocimientos y teorías explicativas respecto a su comprensión, evaluación y tratamiento. En la
actualidad se reconoce la necesidad de observar el comportamiento humano como la consecuencia de
factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales, y por tanto la obligada necesidad de abordar su
comprensión desde una perspectiva pluridisciplinar e integradora. El Derecho, la Medicina y la propia
Psicología han constituido áreas fundamentales a la hora de abordar el crimen y el delito.
Las enfermedades mentales han sido, a través de los años, un factor asociado en la inmensa mayoría de
crímenes. No obstante, este pensamiento es equívoco en muchos sentidos porque no todo criminal o
delincuente sufre de algún trastorno mental, ni tampoco todo enfermo mental comete actos delictivos.
La cuestión de responsabilidad penal e imputabilidad, respecto a quien comete un delito con alguna
enfermedad mental, ha sido un tema de constante debate y análisis desde hace décadas. Hay que recordar
que aunque exista un diagnóstico clínico, debe existir además una relación de causalidad con el acto.
La cuestión de responsabilidad penal e imputabilidad, respecto a quien comete un delito con alguna
enfermedad mental, ha sido un tema de constante debate y análisis desde hace décadas. Hay que recordar
que aunque exista un diagnóstico clínico, debe existir además una relación de causalidad con el acto.
En este tema se abordan los conceptos de psicopatología e inimputabilidad y se destacan algunas de las
afectaciones mentales de mayor incidencia criminógena. Por tanto, no vamos a abordar en profundidad los
diferentes trastornos mentales recogidos en manuales como el DSM o el CIE.
Aunque sería deseable que el estudiante hubiera revisado las clasificaciones que recogen dichos manuales
(DSM-5 y CIE-10), en este curso será suficiente con que al menos consulte el documento que se refiere a
continuación.
¡CONSULTA! El esquema esencial de los diferentes cuadros
psicopatológicos puedes consultarlo en el documento “DSM-5”.

Factores de riesgo en personas con enfermedades mentales

Una creencia muy habitual es que las enfermedades mentales predisponen a la comisión de delitos. Ebogen
y Johnson (2009) trataron de averiguar si realmente existía un nexo entre enfermedades mentales como la
esquizofrenia y la conducta criminal. Para ello realizaron un estudio longitudinal con una muestra de 34.653
sujetos a los cuales se les hizo realizar unas encuestas de epidemiología (NESARC) en dos ocasiones a lo
largo de 5 años. Los resultados mostraron que las enfermedades mentales como la esquizofrenia, el
trastorno bipolar y la depresión sólo predisponían a la comisión de delitos cuando se presentaban con abuso
de sustancias. Por su propia cuenta, dichas enfermedades mentales no tenían capacidades predictivas de la
conducta antijurídica, al contrario de como se creía inicialmente.
Tratando también con personas que sufren esquizofrenia, Witt, van Dorn y Fazel (2013) realizaron una
revisión sistemática y meta-análisis de distintos estudios para intentar aclarar la dirección y la fuerza de
asociación de los factores de riesgo y de protección en individuos con enfermedades mentales graves. Los
autores encontraron que los factores de riesgo de mayor relevancia eran el comportamiento hostil, uso
indebido reciente de drogas, incumplimiento de las terapias psicológicas, bajo control de impulsos, abuso
de alcohol y falta de adherencia con la medicación. En general, el abuso de sustancias y tratamiento indebido
de su patología predisponían al delito. Estos resultados muestran la importancia del tratamiento y
supervisión en personas con enfermedades mentales severas o graves. Al igual que Ebogen y Johnson,
concluyen que el consumo de sustancias tiene un papel primordial en la criminalidad relacionada con las
enfermedades mentales. Sin embargo, el consumo de sustancias no sólo resulta influyente en las personas
con enfermedades mentales, sino también en aquellas que no las sufren, por ello Skeem, Winter, Kennealy,
Louden y Tatar (2014) realizaron un estudio con la intención de encontrar los factores de riesgo que
diferencian a ambas poblaciones. En él pretendían comparar los factores de riesgo entre criminales con
enfermedades mentales y criminales sin enfermedades mentales con la finalidad de averiguar si existen
diferencias significativas entre ambos grupos. La muestra la formaban 221 adultos, a quienes les había sido
concedida la libertad condicional, siendo la mitad de la muestra (112) personas afectadas por enfermedades
mentales. Tendencias antisociales, actitudes positivas hacia el crimen y problemas familiares o maritales
son factores de riesgo que afectan de la misma manera a ambos grupos. No podemos afirmar entonces que
haya una gran diferencia entre personas con enfermedades mentales y personas que no las sufren, siendo
la única diferencia notable la aparente sensibilidad de las personas con enfermedades mentales a dichos
factores de riesgo.

2
2.- EL CONCEPTO DE PSICOPATOLOGÍA

La enciclopedia salud define psicopatología como “Estudio de las causas, síntomas, evolución y tratamiento
de los trastornos mentales. En un sentido amplio la Psicopatología integra también conocimientos sobre la
personalidad, la conducta patológica, la estructura familiar y el entorno social”. Son principalmente
los psiquiatras y psicólogos quienes se interesan por esta área, ya que colaboran de manera constante con
lo que respecta al tratamiento e investigación acerca del origen de los cuadros clínicos, así como también
en su manifestación y desarrollo. Sin embargo, son diferentes las disciplinas que se involucran con la
psicopatología para intentar explicar la complejidad de la conducta humana; entre ellas la criminología,
cuyos principales objetivos son: hallar el porqué de las diversas conductas antisociales, comprender su
etiología y prevenir su continuidad.
Aunque desde la antigüedad se comprendía que la desviación social en ocasiones sólo podría ser explicada
por fenómenos internos individuales como las emociones, fue hasta hace apenas dos siglos, de la mano de
juristas como Lombroso y Garofalo (padres de la criminología) cuando se introdujo en el derecho penal. La
idea de que el delincuente no tenía libre albedrío, axioma de la escuela positivista del derecho, sostenía que
la mayor parte de crímenes tenían su causa en una serie de anomalías orgánicas, entre ellas las
enfermedades mentales.
Con el paso de los años y con el avance de las ciencias y la tecnología se ha ido descubriendo poco a poco
que fenómenos como la conducta delictiva tienen su etiología en las más diversas manifestaciones de
patologías mentales, a veces como consecuencia de algún daño neurológico, en otras ocasiones, producto
de la herencia genética. De esta manera, gracias a la psicopatología, se han logrado comprender algunos de
los más atroces crímenes perpetrados.
La Psicopatología fue un concepto introducido en el Tesauro de la APA para referirse al estudio de los
trastornos mentales, los problemas emocionales y las conductas desadaptativas. La Psicopatología Forense
puede entenderse como el estudio de los aspectos anteriores en personas vinculadas a procesos legales.
Los expertos en Psicopatología Forense pueden exponer sus argumentos tanto de forma escrita como oral
en base a los resultados obtenidos a través de distintos procedimientos como entrevistas, observaciones,
aplicación de pruebas psicológicas, etc. El tema del peritaje será abordado en mayor profundidad en el tema
5. A continuación también se deslinda brevemente el significado de otros conceptos de interés en el
presente tema.
La Psicología Criminal es, según su raíz léxica, el estudio del alma del sujeto criminal. El ámbito de aplicación
de la Psicología criminal, en sentido amplio, es atender al delito, al estudio del hecho criminal y a su
prevención.
La Psicología Jurídica es la especialidad de la psicología que desarrolla su investigación y metodología para
mejorar el ejercicio del Derecho en general y la intervención del sistema de justicia en particular,
entendiéndose por éste los cuerpos y seguridad, administraciones de justicia e instituciones penitenciarias
(Muñoz y Cols., 2011).
La Psicología Forense, en palabras de J. Urra (1993) es “la ciencia que enseña la aplicación de todas las ramas
y saberes de la Psicología ante las preguntas de la Justicia, y coopera en todo momento con la Administración
de Justicia, actuando en el foro (tribunal), mejorando el ejercicio del Derecho".
Otro de los conceptos habituales manejados en este curso es el de Criminología. Ésta se ocupa del análisis
de las causas, los efectos, los mecanismos posibles de control y las características fundamentales del crimen
y las personas involucradas en él (García-López, 2014).

3.- PSICOPATOLOGÍA Y CRIMINALIDAD

En el Código Penal español se admite la posibilidad de eximir de responsabilidad penal a los individuos que
presentan ciertas alteraciones psicológicas en el momento de cometer el acto delictivo. Por ese motivo cobra
importancia el esclarecimiento de su estado mental con relación a la comisión de determinados hechos
delictivos.
La evaluación psicológica forense tiene como objetivo principal proporcionar la información necesaria al
Juez y a las partes sobre la presencia de anomalías, alteraciones o trastornos psíquicos y de su puesta en
relación con la cuestión legal de que se trate. El perito como experto emite un juicio valorativo y debe ser
considerado como auxiliar del Juez.
Hoy ya no puede mantenerse que el delincuente sea un loco, ni que la locura genere necesariamente
criminalidad. Del mismo modo que no todo delincuente es un psicópata, no todo psicópata delinque. El
enfermo mental, por tanto, con un mínimo de supervisión y asistencia, se encuentran centrado en su
problema y tiene escasa capacidad o disposición para delinquir.
Los trastornos mentales siempre son un factor de inadaptación y, al fallar los mecanismos de autocontrol
(y a veces de responsabilidad), requieren recursos de tutela y control complementarios. Sólo cuando estos

3
últimos fracasan, y no siempre, según el tipo de trastorno implicado, manifiestan los factores psicológicos
asociados a las distintas formas delictivas.
Se ha oído decir que las personas con enfermedades mentales son más propensas al crimen, sin embargo
esa creencia no es cierta. Así lo reveló la investigación publicada en la revista Law and Human Behavior
que demuestra que sólo el 7,5% de los delitos cometidos por personas con trastornos mentales graves están
directamente relacionados con síntomas de ese tipo de enfermedades.
En los 429 casos analizados bajo tres tipos de enfermedades, los investigadores descubrieron que
únicamente el 3% de los delitos estaban asociados con la depresión (desesperanza y pensamientos
suicidas), el 4% con la esquizofrenia (alucinaciones y delirios) y el 10% con la bipolaridad (impulsividad y
conductas de riesgo). El investigador Jillian Peterson asegura que “la gran mayoría de las personas con
enfermedades mentales no son violentas y, por supuesto, no son peligrosas”. De modo que eso discrepa de
la creencia generalizada.
Los resultados no mostraron patrones predecibles que vincularan la conducta criminal con los síntomas de
las enfermedades a lo largo del tiempo. Así que dos tercios de los delincuentes que habían cometido delitos
lo habrían hecho por su condición patológica, pero también por razones como la pobreza, el desempleo, la
falta de vivienda y el abuso de drogas. “Si nos preguntamos si un trastorno mental puede hacer que una
persona cometa un delito de forma repetida a lo largo de su vida, la respuesta, según nuestro trabajo, es no”,
afirma Peterson.
Los científicos también revisaron los antecedentes de los entrevistados e indagaron con los trabajadores
sociales a cargo de sus casos para determinar el vínculo entre los síntomas y los delitos.
La valoración iba desde la inexistencia de una relación, la relación y la directa relación entre los síntomas
de la enfermedad mental y el delito. Así pues, una agresión estaba “apenas relacionada” si los síntomas del
trastorno contribuían a la causa del crimen, pero no eran los únicos responsables de ello. El porcentaje
aumentó de 7,5% a 18% cuando las categorías de “directamente relacionado” y “relacionado” se
combinaron. Esto equivale a decir que ni siquiera uno de cada cinco delitos analizados en el estudio estaba
directamente asociado.
Por otro lado, el trastorno más popular a la hora de cometer un crimen era el trastorno bipolar (62%),
seguido por la esquizofrenia (23%) y, por último, la depresión (15%). La mayoría de los integrantes del
experimento eran hombres y el 85% de los encuestados abusaba de las drogas. En definitiva se trata de un
estudio que desmiente el mito común según el cual todos los criminales están locos.

La anormalidad desde el ámbito jurídico

Desde esta perspectiva, se plantea en aquellos casos en que la justicia tiene que determinar si un sujeto es
responsable de su acción ilegal. Así, se considera irresponsable ante la ley al individuo que haya cometido
actos ilegales como consecuencia de su trastorno mental.
En la legislación moderna han llegado a formularse una serie de reglas sobre la responsabilidad legal y la
enfermedad mental (reglas como la denominada del impulso irresistible (1834), la Regla McNaghten, las
Reglas de New Hampshire, o la Decisión Durham) (Gil, 1986). Sin embargo, de la aplicación de estas reglas
pueden resultar veredictos radicalmente distintos, dependiendo del tribunal o jurado que las aplique. Y es
que hasta la fecha, la justicia carece de un método objetivo y aceptado universalmente para reconocer que
la presencia de una enfermedad mental es la causa de un acto delictivo. El acto final en el que se califica a
una persona como responsable o no de sus actos es una decisión jurídica que tiene en cuenta otros aspectos
además de los proporcionados por los peritos (psiquiatras, psicólogos,...).

4.- IMPUTABILIDAD, EXIMENTES Y ATENUANTES

Una de las razones principales por las que se ve inmiscuida la psicopatología en el ámbito forense es para
ayudar a esclarecer conceptos como la responsabilidad penal (pagar penalmente por el delito
cometido) e inimputabilidad (indicar que a la persona no se le puede atribuir responsabilidad por lo que
penalmente se le acusa).
La psicopatología puede ayudarnos a esclarecer, en ocasiones, si alguien que ha perpetrado un crimen
realizó el acto en pleno uso de sus facultades mentales, o si por el contrario el hecho fue resultado de su
estado de enajenación mental (fruto de un síndrome o trastorno mental, por ejemplo) y, por consiguiente,
no se le puede imponer una pena.
Será trabajo conjunto de la psiquiatría, la psicología forense y la criminología emplear los conocimientos
que brinda la psicopatología para esclarecer si un delincuente con una patología mental cometió
su conducta antisocial con intención, capacidad de discernimiento y libertad.
El concepto de imputabilidad, que tiene una base psicológica, comprende el conjunto de facultades psíquicas
mínimas que debe poseer un sujeto autor de un delito para que pueda ser declarado culpable del mismo
(Muñoz Conde, 1988).

4
Por imputabilidad se entiende: a) la capacidad de comprender lo injusto del hecho o comportamiento que
se ha tenido, y b) la capacidad de dirigir la actuación conforme a dicha comprensión.
La inteligencia y la voluntad son pues la base psicológica de la imputabilidad penal. Cuando se hayan abolido
o estén gravemente perturbadas, la imputabilidad no existe. De lo anterior se deduce que toda alteración
mental que afecte a estas funciones psicológicas es causa de inimputabilidad.
Sin embargo, el examen psicológico forense no debe limitarse a evaluar exclusivamente las capacidades
intelectivas y volitivas, sino que debe ampliarse al resto de las funciones psíquicas, así como deberá tener
en cuenta las características del delito imputado para poder valorar de forma global como se encontraba la
imputabilidad del sujeto en un momento dado y ante unos hechos determinados (Rodes y Martí, 1997).
El inimputable es aquella persona que no puede responder penalmente porque ha actuado sin libertad o sin
conocimiento. Por tanto, “Imputabilidad” es el término que el Derecho utiliza como concepto de
responsabilidad, refiriéndose con ello a que el perpetrador, a la hora de cometer un delito, tenía la intención
de hacerlo, comprendía la naturaleza de su acción y lo hizo con total libertad.
De igual forma, en el ordenamiento jurídico, se establece una serie de causas que pueden dar lugar a la no
imputabilidad-responsabilidad de una persona que ha cometido un acto delictivo.
Es éste uno de los temas de mayor complejidad para un criminólogo, psicólogo o psiquiatra forense, no sólo
por el hecho en sí, sino por las repercusiones que pueden tener para otras personas las conclusiones a las
que llegue el experto.
Si bien la inimputabilidad excluye la responsabilidad legal, no excluye la posibilidad de imposición de
medidas de seguridad. Al suponer una anormalidad psíquica, la inimputabilidad puede delatar una
personalidad peligrosa, razón por la cual la ley prevé medidas de seguridad para ciertos inimputables (ej.
internamiento en un establecimiento psiquiátrico).
La presencia de anomalía o alteración psíquica como causa de inimputabilidad no se resuelve sin más con
la constatación de la existencia de un trastorno psicopatológico, sino que lo relevante es el efecto psicológico
que ese trastorno produce en la mente del sujeto. El efecto psicológico ha de consistir en la perturbación de
las facultades psíquicas que impida al sujeto conocer lo ilícito de su conducta u orientar su actividad
conforme a ese conocimiento. Consecuencia de que sea el efecto psicológico lo que determine el que un
trastorno mental sea o no eximente es que no se pueden establecer listas de trastornos mentales que se
consideren como eximentes. Al no hacerse de esta forma más simplificada, el proceso se complica.
El peritaje psicológico de la imputabilidad pasa concretamente por tres momentos (Vázquez y Hernández,
1993): 1) determinar la presencia de un trastorno mental, su entidad, significación, evolución y, en su caso,
pronóstico; 2) analizar cómo dicho trastorno altera la capacidad de comprender lo injusto del hecho
("capacidad cognitiva") o la capacidad de controlar o dirigir su conducta ("capacidad volitiva"); 3) poner en
relación de causalidad el trastorno con los déficits de capacidades asociados y la conducta delictiva en
cuestión.

REFERENCIA A LA RESPONSABILIDAD CRIMINAL EN EL CÓDIGO PENAL ESPAÑOL

En el Código Penal español se recogen estas cuestiones en el Capítulo dos titulado: “De las causas que eximen de la responsabilidad
criminal”, (se reproducen aquellos artículos que pueden afectar a las periciales psicológicas):
Art. 20. Están exentos de responsabilidad criminal:
1.º El que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cualquier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la
ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión. El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido
provocado por el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su comisión.
2.º El que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas,
drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos, siempre que no haya sido buscado
con el propósito de cometerla o no se hubiese previsto o debido prever su comisión, o se halle bajo la influencia de un síndrome de
abstinencia, a causa de su dependencia de tales sustancias, que le impida comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.
3.º El que, por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la infancia, tenga alterada la conciencia de la
realidad.
4.º El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos, siempre que concurran los requisitos siguientes:
Primero. Agresión ilegítima. En caso de defensa de los bienes se reputará agresión ilegítima el ataque a los mismos que constituya
delito o falta y los ponga en grave peligro de deterioro o pérdida inminentes. En caso de defensa de la morada o de sus dependencias,
reputará agresión ilegítima la entrada indebida en aquélla o éstas.
Segundo. Necesidad racional del miedo empleado para impedirla o repelerla.
Tercero. Falta de provocación suficiente por parte del defensor.
[...] 6.º El que obre impulsado por miedo insuperable.”
De igual manera, es de interés el Capítulo III, “De las circunstancias que atenúan la responsabilidad criminal”:
“Art.21. son circunstancias atenuantes:
1.º Las causas expresadas en el capítulo anterior, cuando no ocurrieren todos los requisitos necesarios para eximir de
responsabilidad en sus respectivos casos.
2.º La de actuar el culpable a causa de su grave adicción a las sustancias mencionadas en el número 2º del artículo anterior.
3.º La de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad
semejante.
4.º La de haber procedido el culpable, antes de conocer que el procedimiento judicial se dirige contra él, a confesar la infracción a
las autoridades.

5
5.º La de haber procedido el culpable a reparar el daño ocasionado a la víctima, o disminuir sus efectos, en cualquier momento del
procedimiento y con anterioridad a la celebración del acto del juicio oral.
6.º Cualquier otra circunstancia de análoga significación que las anteriores.”
Otro artículo relevante es el Art.25: a los efectos de este Código se considera incapaz a toda persona, haya sido o no declarada su
incapacitación, que padezca una enfermedad de carácter persistente que le impida gobernar su persona o sus bienes por sí misma.

Por tanto, la imputabilidad puede verse anulada o reducida por factores individuales o situacionales. Entre
los primeros destacamos la enfermedad mental y las deficiencias intelectuales, contemplándose en ese
Código Penal el llamado “trastorno mental transitorio”, sin traslación posible a los sistemas diagnósticos al
uso dentro de la psicopatología actual (CIE-10, DSM-5).
En el Derecho Penal español, la Imputabilidad se ha venido definiendo por la voluntariedad consciente. Por
tanto, la responsabilidad del acto se fundamenta en la Imputabilidad y se define como la propiedad del ser
humano en virtud de la cual debe dar cuenta de sus actos respondiendo ante una autoridad superior. De
ello se han venido utilizando tres grados jurisprudenciales de apreciación de la Responsabilidad:
- Imputable (Responsable)
- Semi-imputable (Responsabilidad atenuada)
- Inimputable (Irresponsable)

Nivel Causal Clase de eximente Descripción

Nivel I INIMPUTABLE Correspondencia perfecta entre Trastorno y Delito; el trastorno


(Art.20 CP) es inseparable (o causa) del delito.

Nivel II INIMPUTABLE El Trastorno tiene un impacto significativo en el Delito, pero


(Art.20 CP) median variables intervinientes actuales, (p.ej. El acto criminal se
basa en una interpretación delirante de la realidad; es efecto de
un impulso irresistible, etc.)

El Trastorno es un factor de influencia, pero la conducta no está


Nivel III IMPUTABILIDAD DISMINUIDA determinada decisivamente por él. (p.ej. la deficiente expresión
(Art.21 CP) emocional favorece la desinhibición explosiva de los impulsos
bajo ciertas circunstancias intra-sujeto y ambientales.)

Nivel IV IMPUTABLE La relación entre Trastorno y Delito es indirecta, no influyendo


causalmente en él. Hay trastorno, pero éste determina actividades
periféricas al Delito, no al Delito en sí.

La primera causa de inimputabilidad es la anomalía o alteración psíquica. Para que una anomalía o
alteración psíquica de lugar a inimputabilidad se deben cumplir dos criterios (Rodes y Martí, 1997): a)
Criterio cualitativo: la anomalía o alteración psíquica ha de afectar a los elementos integrantes de la
imputabilidad penal que son la capacidad de conocer o inteligencia y la capacidad de determinarse de
acuerdo a ese conocimiento o voluntad; b) Criterio cuantitativo: es necesario que la afectación sea completa
y absoluta. Es decir, el acusado se ha de hallar privado de modo total y completo de la capacidad de
comprender y de controlar.
En el caso de que la anomalía o alteración psíquica no cumpla estrictamente con los dos criterios
establecidos anteriormente, entonces nos encontraríamos con una circunstancia atenuante de la pena y no
eximente.
Otro de los presupuestos contemplados en la legislación penal como eximente de responsabilidad criminal
es el trastorno mental transitorio, entendido como una perturbación mental pasajera, de aparición más o
menos brusca producida por causas inmediatas y exógenas. El efecto psicológico debía ser el mismo que en
el caso de la eximente por anomalía o alteración psíquica, es decir, que anulara o perturbara plenamente la
capacidad intelectual o la capacidad volitiva. La intensidad de la perturbación debía ser la misma. La única
diferencia estaba en la transitoriedad de dicho efecto psicológico.
No obstante, hay que tener en cuenta que en el Código Penal, se establece que "... El trastorno mental
transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por el sujeto con el propósito de cometer el
delito o hubiera previsto o debido prever su comisión".
La tercera eximente de la responsabilidad criminal es el estado de intoxicación plena y el síndrome de
abstinencia. La intoxicación plena dará lugar a inimputabilidad siempre que el sujeto no haya buscado ese
estado con el propósito de cometer una infracción penal o no hubiese previsto o debido prever su comisión.
La intoxicación plena puede ser (Rodes y Martí, 1997): 1) Fortuita: cuando no ha sido ni requerida ni
prevista pues el sujeto ignora los efectos del tóxico. Esta situación reúne los requisitos de la inimputabilidad;
6
2) Voluntaria: cuando se conocen los efectos de la droga y se consume voluntariamente. Para que esta
situación dé lugar a inimputabiidad se requiere que la intoxicación no haya sido buscada con el propósito
de cometer la infracción penal y que no se hubiese previsto o debido prever su comisión; 3) Intencional: se
llega a ella intencionadamente para cometer un delito buscando la acción facilitadora o desinhibitoria de la
droga tóxica. Esta situación daría lugar a imputabilidad.
El síndrome de abstinencia dará lugar a inimputabilidad cuando se dé tal intensidad que ocasione una
abolición de la capacidad intelectiva (le impida comprender la ilicitud del hecho) o de la capacidad volitiva
(le impida actuar conforme a esa comprensión).
En ocasiones, el perito deberá valorar si el sujeto actuó a causa de su grave adicción a las sustancias antes
mencionadas en cuyo caso será semi-imputable.
Se declara también exento de responsabilidad criminal al que por sufrir alteración en la percepción desde
el nacimiento o desde la infancia, tenga alterada gravemente la conciencia de la realidad. Esta eximente se
refiere a aquellas personas que por tener alteradas sus facultades perceptivas, especialmente la vista y el
oído, no han tenido el necesario proceso de socialización y el resultado es un erróneo conocimiento y
representación de la realidad, del mundo exterior y de las relaciones sociales. El acusado estaría
incapacitado para reconocer el sentido antijurídico de sus actos.

5.- LA MOTIVACIÓN DELICTIVA

Los estudios de la motivación en humanos han llevado a plantearse aspectos como el por qué se genera y
mantiene una conducta, qué diferencias motivacionales existen entre personas y si se buscan fuentes de
estimación que generen esas motivaciones. Así, se han elaborado muchas y variadas definiciones.
La motivación puede ser considerada como un proceso multideterminado que energiza y dirige el
comportamiento en base a un objetivo (Kleigninna y Kleigninna, 1981).
Una de las principales características de la motivación es que es un proceso inferido; es decir, que no se
puede observar a simple vista, sino que se ha de deducir de la conducta observable. Así, las motivaciones
delictivas se han de analizar en función de los hechos observados y analizados.
Las variables motivacionales en un delincuente pueden actuar como activadoras o energizantes de la
conducta y permiten seleccionar objetivos. Por otro lado, la forma en que un delincuente regula estas
motivaciones también puede ser autorreguladas (las causas son internas, como el deseo, el miedo, la
excitación, etc., o reguladas por el ambiente que facilite como la oportunidad, la presencia de un estímulo
elicitador, etc.).
Además, muchas teorías de la motivación se basan en que, ante un estado general de malestar o de
excitación no calmada, se intenta buscar una conducta o actividad que nos libere de esa tensión. En el caso
de muchos delitos, esta teoría es la explicación más plausible; sobre todo porque, en el caso de las
agresiones sexuales, el sujeto puede presentar un malestar o tensión. Todo esto lo veremos más
extensamente en el apartado dedicado a la motivación en agresores sexuales.
En esa misma línea, todos los conceptos esenciales que hemos visto en cuanto a la motivación humana
coinciden (en gran parte y en función de la circunstancia) con la decisión individual de un delincuente a
actuar y las motivaciones que le llevan a ello. Tanto el impulso, el instinto, la activación fisiológica ante
estímulos, los pensamientos, cogniciones, conductas, etc. se dan en todos los tipos de motivación humana.
Entonces, ¿Qué es lo que hace diferentes a los unos de los otros? Esta pregunta no conduce a una respuesta
única, pero en gran parte se refiere a los procesos cognitivos asociados a unos actos que son reevaluados
mediante los mismos procesos cognitivos distorsionados.

MOTIVACIÓN DELICTIVA EN LAS AGRESIONES SEXUALES

La motivación sexual en los humanos es una de las motivaciones primarias básicas; es decir, estaría en el
primer nivel de la pirámide de Maslow. Las características esenciales están centradas en la conjunción de
la motivación por la supervivencia de la especie, unida a la obtención de placer y regulada por factores
sociales, cognitivos y de aprendizaje.
Urra (2003) define a los agresores sexuales de forma genérica como “seres con inmadurez psicosexual, que
agreden para autoafirmar un Yo inseguro, y que se caracterizan por poseer un alto grado de hedonismo y
muy baja resonancia emocional”. Además, considera que suelen “ser delincuentes en otras áreas, que son
proclives a todo tipo de violencia contra las mujeres y que emplean todo aquello que les sirve para
racionalizar el asalto como elemento facilitador del mismo”.
En el caso de los agresores de menores, Echeburúa (2000) y Urra (2003) coinciden en que la mayor parte
son varones y, según sus estudios, en la etapa media de la vida (entre los 30 y los 50 años) es cuando se
manifiestan con más frecuencia estas conductas, aunque la mayoría se inician en la adolescencia.

7
Respecto a la relación con el agresor, Echeburúa (2000) habla de que entre el 65 y el 85% son personas
cercanas al menor, de los cuales un 32% son sus padres, un 36% familiares, y un 28% allegados del menor
(profesores, conocidos, etc.).
Según Cáceres (2001), se han establecido diferentes criterios para generar una tipología de agresores
sexuales, pero todos deben tener en cuenta los siguientes componentes:
 Nivel de agresión utilizado.
 Grado de importancia del componente sexual (ver si tiene más peso el componente parafílico o el
antisocial).
 El grado de sadismo como parte de la gratificación sexual o como un uso indiscriminado de la
violencia.
 Sus manifestaciones expresivas denotadoras de demostración autoafirmativa de poder o
devolución de la ira.
 Grado de conocimiento de la víctima.

Según Urra (2003), distintos autores han realizado diversas clasificaciones, que se pueden dividir en tres
grupos:
 Violador sádico. El más peligroso, ya que quiere llevar a cabo sus fantasías sexuales y agresivas.
Su personalidad es antisocial y busca el daño en la victima. Su violencia va en aumento, luego
puede llegar al asesinato.
 Violador depredador. Busca demostrar su equívoca virilidad, entiende que la víctima se
encuentra en el lugar y el momento equivocado.
 Violador motivado para cometer la agresión. La víctima es desconocida, no actúa
impulsivamente y no busca la gratificación sexual (como objetivo primario).

Sánchez (2003) distingue entre agresores sexuales de adultos y de menores en su investigación sobre
perfiles sexuales, donde aportan datos sobre el peso en cada escala de este inventario de agresores sexuales
de adultos, agresores sexuales de menores y agresores no sexuales (grupo control). Los resultados fueron
los siguientes para los dos grupos de agresores:
 Intentan negar los intereses e impulsos sexuales, proyectando una imagen no sexuada de sí
mismos.
 Presentan distorsiones cognitivas, que han servido para integrar y exteriorizar sus impulsos
sexuales, y tiendes a culpabilizar a algo o a alguien para no asumir su responsabilidad.
 No presentan motivación (a veces, incluso, una actitud desfavorable) hacia el tratamiento.
 Los agresores sexuales de adultos muestran actitudes sadomasoquistas en mayor medida que
los de menores.
 La muestra de pedófilos admite en mayor grado las fantasías sexuales desviadas, la
planificación del acto, el acecho y la agresión, que el resto de los agresores. Éstos tienen más
problemas de relaciones sexuales adultas, aunque recurren a la prostitución más que los
agresores de adultos.
 Dentro del grupo de agresores sexuales a menores, casi un 40% reconocía el hecho, y un 60%
conocía previamente a ese menor.
 En las dos muestras de agresores sexuales, un 16% afirmaba haber sufrido abusos sexuales en
la infancia (un 13% de ellos lo consideraba causa de sus actos), y ambos presentan fantasías
sexuales secretas, aunque el grupo de agresores a menores en mayor cantidad.

Cantón y Cortés (2004) consideran que los agresores sexuales presentan ciertas características comunes,
así como que existen diferentes tipologías de acto abusivo por parte de los agresores, y aunque hay
diferentes entre ellas; también consideran que el agresor sexual de menores suele ser un conocido de este
niño, siendo un alto porcentaje de estos agresores miembros de la misma familia (García Andrade, 1996).

El propio Barudy (1998) considera que los agresores sexuales de menores presentan características
comunes a nivel familiar e histórico personal. Así, afirme que:
 Presentan trastornos de individualización, es decir, que no pudieron llegar a ser maduros
a nivel psicosocial ni a nivel relacional.
 Han sido individuos profundamente traumatizados en sus vivencias subjetivas, autoestima
e identidad, ya sea por carencia afectiva, malos tratos o experiencias de abusos sexuales.
 Presentan una alta angustia ante las separaciones, hecho hace que fluctúen sus acciones
pedófilas.
 Tienen grandes dificultades para separarse de sus familias y no consiguen diferenciarse de
ellas. Así, el yo indiferenciado es más poderoso que el yo personal.

8
 Tienen una representación del género masculino profundamente trastornada, basada en
la fuerza y la dominación, motivo por el cual se ven forzados a probar constantemente su
virilidad.

Además, Barudy (1998), establece dos tipos básicos de perfiles de agresores sexuales de menores:
 El abusador pedófilo obsesivo. Ha abusado de varios menores y presenta una compulsión crónica y
repetitiva hacia este tipo de actos. Considera que sus actos no son negativos y no desarrollan
vergüenza, culpa o remordimiento. Presenta conductas infantiloides e inmaduras en su vida
personal. Sus actos no se ven influidos por el estrés ambiental.
 El abusador pedófilo regresivo. Ha realizado un acto pedofílico o más, a raíz de una crisis existencial
y personal. Para ellos, la pedofilia es la consecuencia de una crisis de identidad y, rehecho, su
orientación sexual anterior estaba encaminada a los adultos. Perciben las conductas como
anómalas, sin distorsión cognitiva. Sus acciones suelen ir acompañadas de culpa o vergüenza.

Esta falta de empatía y de culpabilidad propia del abusador primario es analizada por Geer et al. (2000),
que consideran que “el desarrollo de la conducta prosocial está vinculada a la respuesta empática”, y a la
inversa. En este sentido, citan una gran cantidad de investigaciones relacionadas con el estudio de la
empatía. De esas investigaciones, muchas están realizadas con escalas destinadas a medir la empatía en
poblaciones de agresores sexuales y son comparadas con grupos controles de ciudadanos que no presentan
ese tipo de conductas. Los resultados de varias de esas investigaciones no ofrecieron diferencias
significativas entre agresores y no agresores, aunque estos resultados cambiaban cuando antes de los
cuestionarios se les habían proyectado imágenes o audios relacionados con las agresiones sexuales. En esos
casos el grupo control obtenía puntuaciones superiores al grupo experimental.
Echeburúa (2000) diferencia correctamente entre la pedofilia y el abuso sexual infantil, ya que considera
que los primeros abusan de los menores (no todos, ya que algunos se mantienen en el rango de las fantasías)
para llevar a cabo sus impulsos sexuales, pero hay abusadores que no son propiamente pedófilos, sino que
en circunstancias excepcionales llevan a cabo estas conductas.
Marshall y Marshall (2000) consideran, a nivel histórico y personal del individuo, que los orígenes de la
agresión sexual (sea del tipo que sea) se encuentran en la infancia del menor y en sus relaciones con sus
padres. Incluyen otras variables que son comunes en los agresores sexuales, como una ratio de
masturbación superior al resto de los adolescentes y con fantasías que suelen contener más componentes
de poder y de desviación que las de sus iguales. Así, consideran que se “crea una disposición para ser
agresivos y que será liberada sólo cuando sus coartaciones sociales sean desinhibidas y tenga la
oportunidad de hacerlos”. En resumen, ellos piensan que las experiencias infantiles de tipo negativo (abuso,
negligencia, desestructuración familiar, etc.) establecen una vulnerabilidad en el menor, caracterizada por
una baja autoestima, deseo de afecto, etc., que le puede predisponer a ciertas conductas problemáticas que,
según los factores ambientales, sociales, etc. pueden variar desde la delincuencia juvenil, a problemas
sexuales a conductas delictivas y criminales relacionadas con la sexualidad en muchas ocasiones.
Además, Marshall (2001) considera que el origen de la delincuencia sexual se encuentra en la mezcla de un
mismo sujeto de influencias biológicas (como el impulso sexual), de las experiencias en la infancia (modelos
negativos que los hijos acaban reproduciendo al llegar a la edad adulta), del establecimiento del vínculo
paterno-filial (generándoles un patrón correcto o incorrecto de cómo relacionarse socialmente), de factores
socio culturales (medios de comunicación, conceptos sociales muy arraigados, etc.), de experiencias en la
juventud (inicios en la sexualidad, primeros contactos sociales) y la desinhibición/oportunidad (que se
genere la circunstancia de delinquir y estar “preparado” para ello).
Es necesario hacer mención de los factores de riesgo que afectan en la reincidencia de los delitos sexuales.

Conociendo esas características y teniendo un perfil aproximado del agresor sexual, podremos establecer
cuál es el riesgo de reincidencia de éste (Urra, 2003):
 Edad (mayor, cuanto más jóvenes).
 Delitos anteriores (no necesariamente sexuales).
 Reincidencia.
 Múltiples víctimas.
 Víctimas desconocidas.
 Desviaciones sexuales múltiples.
 Abuso de alcohol y otras drogas.
 Uso de la violencia al consumar el delito.
 Poner en riesgo físico a la víctima.
 Victimización preferente de menores.
 Acciones excéntricas y/o rituales.
 Características psicopatológicas.
9
 No reconocimiento del delito.
 Mal historial laboral.
 Inestabilidad en las relaciones personales.
 No estar motivado para el tratamiento.
 Recursos personales deficientes.

En ese sentido, hay que considerar que, conductualmente, “la reincidencia tiende a producirse si la
experiencia fue gratificante para el agresor y no recibió sanción. Además se produce un proceso de
desensibilización, lo que permite al agresor una cada vez mayor exhibición de violencia ante la/s víctima/s”
(Urra, 2003).
Es interesante destacar que los agresores sexuales suelen utilizar la humillación en sus prácticas sexuales
no consentidas. En este sentido, Beneyto (2002) cita diferentes investigaciones relacionadas con la
humillación (usada casi en el 63% de los casos) en las agresiones que demuestran que la humillación puede
ser de dos tipos:
 Verbal: insultos, comentarios sexuales abusivos, relato de las acciones e insultos en general.
 No verbal: conductas ejercidas en el momento de la agresión que están relacionadas con
conductas sexuales que, tradicionalmente, son consideradas inaceptables (por ejemplo, sexo
anal) o actos de abuso sexual que no implican necesariamente daño físico (por ejemplo, orinar
en su cuerpo).

MOTIVACIÓN DELICTIVA EN HOMICIDIOS

Skrapec (2000) concibe la motivación homicida como un constructo multidimensional. De hecho, Bayley
también opina que los “individuos con características temperamentales que los hacen propensos a la
agresión cruel y letal no se distinguen de los demás por sus inclinaciones, sino por dar rienda suelta a estas
tendencias innatas; por carecer de la capacidad para inhibir su comportamiento”.
Los asesinatos en serie son sujetos con una predisposición biológica al comportamiento antisocial. Su perfil
psicológico, incluyendo psicopatologías, determinará la forma en que perciben la realidad, la sientan y,
sobre todo, las motivaciones y necesidades que presenten. Así, en términos neurobiológicos, “nuestro grado
de impulsividad depende, en parte, del nivel de serotonina en el cerebro (nivel que puede verse disminuido
por el consumo de alcohol); y nuestra agresividad, del nivel de testosterona en circulación, que se puede
aumentar con esteroides” (Raine, 1999).
Los asesinos, sobre todo si son seriales, hacen aquello que satisface sus necesidades y utilizan la violencia
para conseguirlo. Esta premisa cuadra con los procesos básicos de motivación en humanos. Así, con la
violencia como mecanismo de actuación, “el modo y los medios empleados en una serie de asesinatos puede
darnos pistas cruciales sobre el móvil de los mismos” (Skrapec, 2000). Diferentes sentimientos pueden
quedar plasmados en la escena de un crimen que nos digan algo de la motivación de ese sujeto y cuál era su
estado de ánimo en el momento de cometer los delitos. Por ejemplo, una escena del crimen basada en la ira
del agresor estará desorganizada, con rasgos impulsivos y violentos, o una escena sadista intentará
provocar sentimientos de miedo o sorpresa en aquel que lo vea, etc.
El asesinato en serie incluye el homicidio sexual, pero, obviamente, no sólo se limita a este tipo de delito.

Skrape (1997) diferencia entre:


 Homicidio en serie sexual. La motivación del delito es principalmente de tipo sexual.
 Homicidio en serie sexualizado. La motivación básica es el homicidio, el hecho de que su modus
operandi incluya agresiones sexuales es secundario.
Además, también considera que hay tres motivaciones básicas que impulsan a un homicida a cometer este
tipo de delitos. Estas motivaciones no difieren de las que cualquier persona podría presentar, pero sí su
intensidad. Las tres motivaciones básicas son:
 Venganza y justificación. Es el aspecto predominante en las declaraciones. Consideran que el
hecho de hacer daño a otras personas es la consecuencia del maltrato injustificado que creen
haber sufrido en su vida. Así, castigan a sus víctimas por algo que ellas han hecho o alguien que
se les parezca (de su grupo sexual, edad, etc.).
 Control y poder. Esta sensación de poder, aunque sea fugaz, crea un estado de bienestar muy
potente en el agresor. Además, esa satisfacción personal se convierte en “adictiva”, pues
refuerza conductas agresivas para repetir esa experiencia.
 Éxtasis-Alivio. El sentimiento de euforia tan aguda y de violencia e ira interior de estos sujetos
necesita algún momento catártico de expresión de sentimientos. Después de una agresión,
sobreviene un estado de calma y alivio que es muy placentero para ellos. Estas sensaciones no
son perpetuas, por lo que se vuelve a generar el estado de ansiedad, nerviosismo e
10
intranquilidad que, muchas veces, acaba refugiado en problemáticas desestructurales
(alcoholismo, comportamientos antisociales, etc.), y otras acaba, de nuevo, en agresión.

La definición de homicida serial que hacen Holmes y Deburger (1999) se refiere a una persona que mata
reiteradamente y logra cometer más de tres muertes, generalmente opera individualmente, cada vez que lo
hace mata a una sola persona, que no suele tener vínculo alguno con la víctima, que carece de móviles claros
y que lo hace en diversos momentos, pasando por pausas o intervalos de “enfriamiento”. Actúan como
depredadores, acechan, se acercan y matan. En ese sentido, también hablan de varias fases, entre las que se
encuentran las siguientes (Silva y Torre, 2004):
1. La fase áurea. El proceso se inicia cuando un potencial asesino comienza a retrotraerse a su mundo
de fantasías. Externamente puede aparecer normal, pero en el interior de su cabeza existe una zona
oscura donde la idea del crimen se va gestando. Su contacto con la realidad se debilita y su mente
comienza a ser dominada por sueños diurnos de muerte y destrucción. Gradualmente, la necesidad
de liberar sus fantasías dementes llega a convertirse en una compulsión.
2. La fase de pesca. Al igual que el pescador busca su mejor presa, el asesino comienza la búsqueda
donde cree que puede hallar el tipo preciso de víctima. Puede elegir el patio de una escuela, una
zona de prostitución callejera o cualquier lugar que le resulte práctico. Lo más probable es que allí
termine por marcar su blanco.
3. La fase de seducción. En algunos casos, el asesino ataca sin advertencia -atrapa a una víctima en la
calle o fuerza la entrada en una casa y mata a todos-, pero con frecuencia el asesino siente un placer
especial en atraer a sus víctimas generando un falso sentimiento de seguridad, burlando sus
defensas. Algunos asesinos seriales son tan seductores y tienen una apariencia tan inofensiva, que
no les resulta difícil convencer a una mujer para que suba a su coche. Otros seducen con la promesa
de dinero, trabajo o un lugar donde pasar la noche.
4. La fase de captura. Consiste en cerrar la trampa. Ver las reacciones aterrorizadas es una parte del
juego sádico. Es el momento en el que una mujer que ha subido al automóvil de un desconocido
amable descubre que van en la dirección equivocada y que la puerta sobre el lado del pasajero no
tiene manija.
5. La fase del asesinato. Si el crimen es un sustituto del sexo, como es frecuente, el momento de la
muerte es el clímax que buscaba desde que comenzó a fantasear con el crimen. Es frecuente que
muchos psicópatas experimenten un orgasmo mientras matan. Y así como la gente normal tiene
sus posiciones favoritas, los asesinos seriales tienen sus preferencias homicidas: algunos disfrutan
estrangulando, otros golpeando o acuchillando.
6. La fase fetichista. Al igual que el sexo, el asesinato ofrece un placer intenso, pero transitorio. Para
prolongar la experiencia, durante el período previo al siguiente asesinato, el homicida guarda un
fetiche asociado a la víctima. Puede ser desde una billetera hasta un trozo del cuerpo.
7. La fase depresiva. Después del crimen, el asesino serial experimenta una etapa depresiva,
equivalente a la tristeza pos-coital. La crisis puede ser tan profunda como para intentar suicidarse.
Sin embargo, la respuesta más frecuente es un renovado deseo de matar.

Según el FBI (Douglas et al., 1998; Ressler, 2005) existen dos tipologías básicas de comisión de un homicidio.
Así se podrá determinar si es una criminal de tipo psicopático o psicótico, que son las categorías que la
Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI pasaría a llamar Organizada y Desorganizada
(respectivamente) para facilitar la tarea policial a aquellos agentes sin conocimientos de psiquiatría
(Berbell y Ortega, 2003).

Tabla. Indicadores vinculados a las categorías delictivas de homicidio (Berbell y Ortega, 2003)

Psicopático (Organizado) Psicótico (Desorganizado)


Padre ausente, delincuente o violento. Madre patológica.
Antecedentes penales frecuentes. Raramente tienen antecedentes penales.
Raramente antecedentes psiquiátricos. Antecedentes psiquiátricos frecuentes.
Uso de alcohol o estupefacientes. Insuficientes fármacos o suprimidos.
Vive en compañía. Vive solo o con padres.
Sociable superficialmente. Solitario.
Viaja mucho. Viaja poco.
Antecedentes personales de violencia física. Comportamiento peligroso que anuncia el crimen.
Premeditación posible. Sin premeditación (excepto paranoias).
Posible cómplice. Actúa solo.
Largo diálogo con la víctima. Poco diálogo con la víctima.
Torturas ante mortem. No realiza torturas.
Martirio de la víctima. Actos desorganizados y violentos.
Sadismo sexual. No sadismo sexual.
Ausencia de tratamientos mentales patológicos. Alucinaciones, delirios o síndrome depresivos.
11
Disimula el cadáver de la víctima. Abandona el cadáver sin precaución.
Víctima anónima. Víctima aleatoria.
Raramente se produce suicidio posteriormente. Suicidio frecuente después del crimen.

Poco tiempo después se añadió en la sede del FBI una tercera categoría, la mixta, que corresponde a un tipo
de delincuente que presenta características de ambos grupos. Esta categoría surgió de R. K. Ressler al
analizar a Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwaukee.
La motivación de un asesino es implícita, individual y no justificada. Los motivos para cometer un asesinato
han sido siempre muy diferentes y variados, tal y como nos ha mostrado la literatura especializada (y la no
especializada). Así, se pueden cometer homicidios por motivaciones ideológicas, religiosas, pasionales,
egoístas, económicas, vengativas, etc. Lo importante de este hecho no es tipificar todos los tipos de
motivaciones homicidas que puedan existir, sino poder predecir qué es lo que resulta importante para un
asesino para, de esa manera, poder entender cuál es su motivación criminal. Eso nos permitirá, por un lado,
predecir y, por el otro, analizar más concretamente sus conductas.
La mejor forma de conocer las motivaciones de los homicidas seriales es hablar con ellos. Sckrapec (1999),
en un estudio, se basó en narraciones personales de homicidas seriales condenados y logró identificar que
sus motivaciones se centraban en la sensación de máximo poder/control y vitalidad durante la comisión del
acto, en el cual alcanzaban la sensación de clímax por controlar a otro, se autopercibían como omnipotentes,
con poder sobre la vida y la muerte. Aunque fuera una sensación fugaz, era innegable y esto les aliviaba d
su frecuente sensación de debilidad, insatisfacción, de sinsentido y aburrimiento. Además, los asesinatos les
hacían sentirse vivos, experimentar un éxtasis eufórico, el desfogue de una ira violenta que les producía
gran placer. Las entrevistas con estos homicidas revelaron que tienen unas motivaciones similares a las de
otras personas, sin embargo, su necesidad de control, poder y vitalidad les lleva mucho más allá de las
fronteras que nos retienen a los demás.
Se ha hablado de que los homicidas seriales forman parte de las personalidades de tipo antisocial (Hare,
1999), que presentan una distorsión de la autoestima. Específicamente los psicópatas se han asociado a una
exagerada autovalía, autoestima tan elevada que tiene que ser irreal, que se relaciona con egocentrismo,
hedonismo y megalomanía, por eso a algunos homicidas seriales les gusta confesar y llamar la atención;
forma parte de su motivación y de su proceso autoafirmativo individual.
En cuanto a las bases de la conducta humana que son aplicables a los homicidas, podemos considerar que
se adecuan casi todas, aunque, como ya hemos comentado, están moduladas por sus cogniciones y
conductas. En ese sentido, las conductas de aprendizaje basadas en las teorías de autores como Thorndike
o Pavlov son muy significativas de apreciación en homicidas. Tanto las teorías del modelado (aprender o
mejorar una conducta por imitación), del aprendizaje vicario (observar una conducta para aprender de
ella), las técnicas del ensayo-error, por las que los asesinos “perfeccionan” sus conductas, bien sea con
motivación de no ser descubiertos o por mejorar más sus acciones homicidas, como, por otro lado, los
procesos de reforzamiento y de condicionamiento de la conducta (p. ej., si a un asesino le estimula
positivamente una conducta sadista, tendrá tendencia a repetirla y hacer que forme parte de su modus
operandi) refrendan la teoría de que un asesino puede llegar a aprender y modelar su conducta.
Otro de los factores esenciales y que está ligado con las cogniciones de los sujetos son las autojustificaciones.
Bandura afirma que una forma de reforzar las autojustificaciones opera por medio de la desconsideración
o la falsa representación de las consecuencias de la acción. Cuando las personas deciden realizar actividades
que son perjudiciales para los demás, ya sea por motivos de provecho personal o por móviles sociales, evitan
enfrentarse o minimizan el daño que causan: “no le hice daño, la alivie del dolor que implica vivir”.
Recuerdan con facilidad la información que recibieron previamente sobre los beneficios potenciales del
comportamiento, pero son menos capaces de recordar sus efectos perjudiciales.
La impulsividad, la ausencia de miedo, la búsqueda de sensaciones y la extroversión son algunas de las
características asociadas a la motivación y la actuación de los asesinos. Estas acciones se explican por una
combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales, que permiten que la pulsión agresiva se origine
y se manifieste en forma inmediata, sin medir las consecuencias, en el ataque al otro o hacia sí mismo, como
acontece en los actos de automutilación o en los intentos de suicidio. Implica la existencia de un componente
biológico, la pulsión que no puede ser controlada de forma eficaz.
En cuanto a los niveles de inteligencia de los asesinos, las pruebas no son concluyentes, aunque puede ser
debido a que no sea un factor esencial de su motivación delictiva. Así mismo, existen diferentes
motivaciones para matar y distintas estrategias para ello que pueden ser más o menos “inteligentes”. Este
criterio no significa que los psicópatas tengan un CI medio más elevado, si no que existen dos razones para
pensar que tienen capacidad intelectual, la primera es que sus actitudes son más organizadas (siguiendo al
tipología propuesta por Ressler, 2003) y la segunda es que tienen tendencias a desplegar todos sus recursos
ante situaciones de mucha tensión.

MOTIVACIÓN DELICTIVA EN CASOS DE VIOLENCIA DE GÉNERO


12
La violencia de género (también conocida como violencia doméstica dirigida a la pareja) ha llenado muchas
páginas de la literatura tanto científico-profesional como popular. La violencia doméstica se define como
cualquier acción, no accidental, por parte de un miembro de la familia que, desde una posición de poder y
autoridad, provoca daños físicos y/o psicológicos a otro miembro de la misma familia. Las relaciones de
violencia doméstica pueden establecerse, pues, entre un hombre y su pareja, entre padres e hijos, entre
padres y abuelos, y entre hermanos.
Así, Echeburúa y de Corral (2002) consideran que la “conducta violenta en el hogar es el resultado de un
estado emocional intenso -la ira- que interactúa con unas actitudes de hostilidad, un repertorio pobre de
conductas (déficit de habilidades de comunicación y de solución de problemas) y unos factores
precipitantes (situaciones de estrés, consumo abusivo de alcohol, celos, etc.), así como de la percepción de
vulnerabilidad de la víctima”.
Como vemos, en el caso de la violencia doméstica es difícil establecer la motivación del agresor, ya que ésta
se produce bajo el influjo de diferentes factores que actúan a la vez. Categorizar al agresor como frío o cálido
hace referencia a la motivación con que emprende una interacción, cómo se presenta ante la gente.

En relación a esto Dutton (1995) definió tres perfiles básicos de maltratador:


 Agresor psicopático. Se caracteriza por responder a un patrón de desconsideración extrema hacia
las normas sociales, con antecedentes delictivos, falta de remordimientos y con reacciones
emocionales superficiales. Su violencia es controlada con el objetivo de someter y dominar a su
víctima.
 Agresor hipercontrolado. Presenta un perfil de evitación y agresión pasiva, hasta que la ira aparece
como resultado de la acumulación progresiva de frustraciones. Son grandes maltratadores
emocionales.
 Agresor cíclico/emocionalmente inestable. Tiene una incapacidad para describir sus sentimientos y
un gran temor a la intimidad y al abandono. No puede parar la agresión hasta que la ira y los celos
acumulados se han descargado.

En relación con el nivel de sensibilidad ante el rechazo de la víctima después del episodio violento, creemos
que este será bajo para el agresor psicopático y, en el otro extremo, se situaría el agresor cíclico.
Otra característica de la personalidad del agresor es que, en general, no tendrá un autoconcepto de persona
agresiva, pues no aceptará los actos cometidos como una forma de protección. Por esta misma razón, Dutton
(1995) afirma que el agresor suele utilizar mecanismos de defensa en la argumentación de los hechos
(racionalización, negación, proyección, justificación, represión y minimización). Los maltratadores
experimentan altos niveles de infelicidad e insatisfacción (Hotaling y Sugarman, 1986).
En cuanto a los desencadenantes de la agresión, en primer lugar se encuentra en una serie de autores
(Bowlby, 1984; Coleman, 1980; Currie, 1983) que sugieren una falta de control de los impulsos en el
agresor. Esta afirmación se basa, por un lado, en la evidencia de que alrededor del 50% de ellos tiene un
historial previo de violencia hacia una pareja anterior (Carlson, 1977; Coleman, 1980; Sonkin et al., 1985)
y, por otro, que han sido arrestados por otros crímenes violentos.
En un estudio de Bernard y Bernard (1984), a través del cuestionario MMPI, se muestra que los agresores
poseen un pobre control de los impulsos. Resultados semejantes se obtuvieron en el estudio de Hudak y
Bailey (2001). Sin embargo, existen autores que no están de acuerdo en atribuir una falta de control en los
maltratadores, puesto que los agresores dirigen la mayoría de sus ataques hacia sus parejas más que a otras
personas (Bograd, 1988), algunas veces levantan a sus víctimas de la cama para golpearlas (Pagelow, 1981;
Shainess, 1977); cuando agreden, los maltratadores apuntan donde el golpe no se verá y suelen parar antes
de matar a sus víctimas (Sonkin et al., 1985).
Diversos son los trastornos psicológicos que, según distintos autores, pueden propiciar la violencia
doméstica: psicosis o trastornos de conducta, ambos combinados con el consumo abusivo de alcohol
(Echeburúa, 2000), y el trastorno límite de la personalidad (Dutton, 1995).

Soria (2000) realizó una investigación sobre violencia doméstica, comparando aquellos individuos cuyas
acciones habían finalizado en homicidio y aquellos que, aunque violentos con sus parejas, no habían
alcanzado ese nivel de agresión. Sus resultados indicaron que:
 Los homicidas presentan un nivel de autoestima más bajo que los violentos. En el caso de los
maltratadores los actos violentos son un reflejo de su poder y les permite mantener y reforzar
continuamente su nivel de autoestima.
 Los homicidas incrementan la agresión especialmente al no aceptar la separación. Los
maltratadores debido al consumo de drogas. En el primer caso la agresividad se incrementa cuando
hay un riesgo de pérdida de la mujer y en el segundo se atribuye a una causalidad externa y que el
sujeto no puede controlar.
13
 La utilización de un arma blanca en ver de la fuerza física es una característica del grupo homicida.
Sin duda, la utilización de un arma no tiene una función coaccionadora sobre la víctima, sino
asegurar la finalidad del acto criminal.
 Los violentos presentan el abuso de sustancias como principal psicopatología, los homicidas, la
depresión.
 Sin duda, el miedo a la pérdida de la mujer reafirma los sentimientos de celos, que aparece como
característica principal en maltratadores.
 Los homicidas no logran el ideal de mujer. Por el contrario, los maltratadores no llegan a su ideal
de posesión de mujer. En el primer caso se produciría una insatisfacción continuada por la relación
de pareja, en el segundo una percepción continuada de ausencia de capacidad de control sobre la
mujer.
 Los homicidas utilizan la racionalización como mecanismo de defensa básico. Por el contrario, los
maltratadores violentos utilizan la minimización. Estos dos factores son una consecuencia de un
nivel intelectual más elevado.

MOTIVACIÓN DELICTIVA DE LA PIROMANÍA

La piromanía, como trastorno mental relacionado con la falta de control de impulsos, deberá cumplir los
criterios diagnósticos DSM-IV-TR (APA, 2002):
a) provocación deliberada e intencionada de un incendio en más de una ocasión. (por lo tanto, una
característica del perfil estará basada en la historia incendiaria del individuo, posiblemente
ascendente debido a su naturaleza compulsiva.)
b) Tensión o activación emocional antes del acto. (difícil de perfilar, ya que esta activación puede cursar
con muchas otras cosas.)
c) Fascinación, interés, curiosidad o atracción por el fuego y su contexto situacional.( Así, será un
individuo asiduo a escenarios de incendios, posiblemente visto por los servicios forestales o de
bomberos de la zona de residencia, es probable que no viva en zonas urbanas por la dificultad de
ver incendios.)
d) Bienestar, gratificación o liberación cuando se inicia el fuego, o cuando se observa o se participa en
sus consecuencias. (Será un individuo que se aproxime a los incendios, que se comporte de forma
excesivamente valiente y osada, haciéndose pasar por voluntario o ayudante de forma falsa, ya que
su única intención es poder verlo desde primera fila. Los sentimientos de gratificación serán
difícilmente objetivables, a no ser que los anuncie por sí mismo o se le capte in fraganti en estado
eufórico.)
e) El incendio no se provoca por:
1. Móviles económicos.
2. Como expresión de una ideología sociopolítica.
3. Para ocultar una actividad criminal
4. Para expresar cólera o venganza.
5. Para mejorar las propias circunstancias de la vida
6. En respuesta a una idea delirante o alucinación.
7. Como resultado de una alteración de juicio (p.ej. demencia, retraso mental, intoxicación
por sustancias).
f) la provocación del incendio no se explica por la presencia de un trastorno disocial, un episodio
maníaco o un trastorno asocial de la personalidad. (Estos dos últimos criterios hacen referencia al
diagnóstico diferencial, bien sea a nivel patológico o bien sea porque no tenga nada que ver con una
patología mental; este último punto resulta interesante para determinar una posible
intencionalidad que anularía dicho diagnóstico).
En general, las características de personalidad de los pirómanos están relacionadas con su motivación
delictiva y su objetivo final, el fuego. Así, son personas vigilantes regulares del fuego de sus vecindarios,
pueden provocar falsas alarmas, pueden ser apreciados por instituciones, el equipo y el personal
asociado con la extinción de incendios, pueden pasar tiempo en el departamento de bomberos,
convertirse en bomberos voluntario e incluso provocar incendios para relacionarse con los miembros
de dicho cuerpo, pueden hacer considerables preparativos antes del incendio (característica que
chocaría con la impulsividad característica del trastorno). Además, presentarán una total indiferencia
ante las consecuencias del fuego sobre la vida o la propiedad o bien, obtendrán satisfacción ante dicha
destrucción, y pueden llegar al punto de atentar contra la propiedad y las personas sin valorar dichos
actos como tales. Así, pueden tener una historia de evolución con incidentes pirómanos, con inicio en la
infancia, bien sea ascendente o descendente, pero dicha historia existe.

14
Otras características del perfil:
 Suelen no conocer las motivaciones exactas para la comisión del delito (no se trata
simplemente de una evasión de datos ante la justicia).
 Suelen tener un cociente intelectual inferior a la media (sin llegar al retraso mental, ya que
invalidaría el diagnóstico clínico).
 Más frecuente en varones.
 Suelen tener historia de falsas alarmas, simplemente por ver cómo se pone en marcha el
dispositivo.
 Interés por herramientas y materiales característicos de la extinción de incendios.
 Es más frecuente la conducta incendiaria en otros trastornos psiquiátricos que en la conducta
pirómana.
 Puede estar asociado a alcoholismo y a actos delictivos de otro tipo (está relacionado con la
falta de control de impulsos).
 Suele cursar con alteraciones médicas: hipoglucemia, déficit de Serotonina (5HT) y
disfunciones del lóbulo frontal.

Según Toutin (2000), dentro de los cuatro tipos de perfiles criminales (1-Violencia física grave; 2-Violencia
sexual; 3-Destrucción de bienes, 4-Violencia moral), la piromanía se encuentra en el tercer grupo. Especifica
el perfil del pirómano en función de diferentes variables:
 Edad y sexo. Varía entre los 20 y 60 años y las mujeres son minoría, pero en caso de hacerlo está
relacionado con el vandalismo.
 Socialización y familia. Inestable emocionalmente e impulsivo y, en general, se suele encontrar en
problemas económicos independientemente de la clase social, lo que contribuye al aumento de su
motivación delictiva.
 Inteligencia. Media o baja, pero es listo en general.
 Personalidad. Corresponde al trastorno antisocial, en rasgos generales (egocéntrico, impulsivo,
manipulador, oportunista, susceptible, no se siente ansioso, ni culpable de sus actos, ni siente
remordimientos, presenta búsqueda de sensaciones y riesgos.
 Suelen existir antecedentes judiciales o psiquiátricos.
 Presenta aspectos psicopatológicos colaterales. Psicosis paranoides, retraso mental, Demencias
orgánicas, psicosis esquizofrénicas.

6.- ALGUNOS SÍNTOMAS Y TRASTORNOS ASOCIADOS A INIMPUTABILIDAD

Alteraciones de la conciencia
El COMA: al no ser consciente, al sujeto se le considera inimputable.
La SOMNOLENCIA y el SOPOR, en función de la valoración psicológica y del grado de afectación de la
conciencia, podría ser considerado como un atenuante.
HIPERVIGILANCIA: En los estados de plena intoxicación, el sujeto pude llegar a ser considerado como
inimputable. En el resto de los casos puede ser considerado imputable parcial o plenamente imputable.
OBNUBILACIÓN: El sujeto no es totalmente consciente de sus actos ni de sus consecuencias. La
responsabilidad penal está atenuada o incluso pude ser considerada como un eximente.
ESTUPOR: Los delitos cometidos bajo este estado son muy pocos. Puede considerarse una posible
atenuante en la pena que se imponga.
ESTADOS CREPUSCULARES: Bajo estas circunstancias el sujeto carece de capacidad de juicio para valorar
su conducta y, por ello, se debe de considerar como mínimo la atenuante de la pena que se imponga, y, en
ocasiones, la imputabilidad.
TRASTORNO DE LA IDENTIDAD Y GOBIERNO DEL YO: En estos casos suele ser considerado inimputable al
ser incapaz de discernir sobre la licitud o no de su conducta.
DESPERSONALIZACIÓN: Desde un punto de vista legal se suele considerar que la responsabilidad legal de
estas personas está alterada, por lo que los considera semi-imputables o inimputables, según el grado de
despersonalización.

Alteraciones de la percepción
ALUCINACIONES: Por su marcado componente psicopatológico, suelen ser motivo de inimputabilidad o
semi-inimputabilidad.

Alteraciones de la memoria
AMNESIAS ORGÁNICAS: No tienen relevancia para establecer la imputabilidad o no de un acusado.
15
AMNESIAS PSICOGÉNICAS y AMNESIAS FUNCIONALES (causas emocionales): En función de la gravedad y
los trastornos psicopatológicos asociados será posible considerar una eximente o atenuante.
OTRAS ALTERACIONES QUE PUEDEN AFECTAR A LA MEMORIA
(PERSONALIDAD MÚLTIPLE, DESPERSONALIZACIÓN, ESTADOS DE FUGA):
Importantes alteraciones cognitivas que pueden suponer la inimputabilidad de los sujetos.

Alteraciones del pensamiento


A nivel forense, los trastornos del pensamiento son uno de los aspectos más relevantes a tener en cuenta
para la imputabilidad de los sujetos, ya que bajo su influjo se cometen numerosos delitos que pueden dar
lugar a la inimputabilidad o atenuación de la pena que se impone a los sujetos, en función del grado en que
el delito tenga relación con el trastorno de pensamiento concreto. Normalmente la capacidad cognitiva está
tan alterada que al sujeto le es imposible distinguir entre la licitud del hecho cometido o no.

IDEAS DELIRANTES
Se trata de ideas equivocadas (aunque no imposibles), sobrevenidas por vía patológica, pues su origen,
elaboración y deducción son ilógicos, muy resistentes a la argumentación y constituyen un elemento troncal
en la vida del paciente. Conducen en su conjunto al «delirio».

TIPOS DE DELIRIOS
Delirio místico: La persona se siente elegida para una misión de tipo religioso ; es propio de las esquizofrenias.
Delirio de persecución: es el más frecuente y se presenta en los trastornos delirantes y en la personalidad paranoide , y
consiste en sentirse perseguido por personas o entidades con el fin de hacerle daño a él o a su familia.

Delirio de control: se siente que la mente y los pensamientos están siendo controlados por otros y escapan a su control. Se
suele dar en las esquizofrenias.
Delirios celotipicos: convicción sin fundamento real de que la pareja le es infiel. Se suele dar en alcohólicos crónicos y en el
trastorno delirante.
Delirio erotomaníaco: la persona se siente amada por una persona famosa. Se da en el trastorno delirante.
Delirio de ruina: la persona se siente que está en un límite insoportable de pobreza, aparece en depresiones muy severas.
Delirio de culpa: el sujeto se siente miserable y culpable de todos los males que le han ocurrido a él y a su familia. Se da en
depresiones severas.

Delirio megalomaníaco: la persona se siente que posee una gran fortuna, que ocupa un puesto socialmente influyente. Se dan
en trastornos delirantes.
Delirio hipocondríaco: experimentan extrañas sensaciones corporales y pueden llegar a decir que están muertos. Aparece en
depresiones severas.

Trastornos de la afectividad

DEPRESIÓN
Es una alteración de la afectividad derivada hacia la inhibición (el dintel de la afectividad está por debajo de
lo normal) y caracterizada por la pérdida del gusto por la vida, tristeza y enlentecimiento del resto de las
funciones psíquicas. Puede parecer como una respuesta normal ante determinadas situaciones difíciles y/o
fracaso de la vida diarias, y ser de corta duración y escasa intensidad (depresiones reactivas), de moderada
intensidad y mayor duración, acompañando generalmente a otras enfermedades psiquiátricas (trastorno
de estrés postraumático, trastornos de adaptación) o bien constituir el síntoma central del trastorno
psiquiátrico (trastorno bipolar).

MANÍA
Es el extremo contrario, que se podría definir como la alteración de la afectividad derivada hacia la
exaltación (el dintel de la afectividad está por encima de lo normal) y caracterizado por un humor
exacerbado en todas sus formas: alegría excesiva, expansividad acusada, prodigalidad, graforrea y
verborrea. Puede varias en grado, desde la euforia, considerada como un estado de ánimo alegre y normal
(a no ser que se produzca en una situación claramente inadecuada o incongruente), a la hipomanía,
entendida como una manía afable, sociable, caracterizada por una euforia mayor en grado e inmotivada,
hasta la manía franca, entendida la euforia en grado máximo y caracterizada por ir acompañada de
agresividad y agitación psicomotriz, característica de los trastornos bipolares.

Trastornos de la inteligencia. Retraso mental

16
En la actualidad debe utilizarse el termino retraso mental, aunque el término “oligofrenia”, acuñado por
Kraepelin (del griego oligos, que significa “poco”, y frenia, que significa “mente”), fue de aceptación mundial.
Como rasgos principales en la “oligofrenia” se describe escasez y deficiencia de ideas y conceptos, lo que
unido a un escaso grado de experiencias y déficit de asociación ideativa conduce a un rendimiento
intelectivo general deficitario.
La clasificación Internacional de Enfermedades (Organización Mundial de la Salud, 2007), en su décima
revisión (CIE-10), en el capítulo V, “trastornos mentales y de comportamiento”, sobre el retraso mental
establece: Es un estado de desarrollo detenido o incompleto de la mente, caracterizado por el deterioro de las
habilidades que contribuyen al nivel general de inteligencia, es decir, cognitiva, lenguaje, motora, y las
habilidades sociales.
La CIE-10 (OMS, 2007) distingue los siguientes tipos de retraso mental, basados en el coeficiente intelectual:
- Retraso mental leve: cociente intelectual aproximado de 50 a 69 (en adulto, la edad metal de 9 años
a menores de 12). Pueden dar lugar a algunos problemas de aprendizaje académico. Muchos
adultos serán capaces de trabajar y mantener buenas relaciones sociales y contribuir a la sociedad.
Incluye los términos debilidad mental y subnormalidad mental leve.
- Retraso mental moderado: cociente intelectual aproximado entre 35 y 49 (en adultos, la edad
mental de 6 años a menores de 9). Puede dar lugar a retrasos marcados en el desarrollo de la
infancia, pero la mayoría puede aprender a desarrollar un cierto grado de independencia en el
autocuidado y la adquisición adecuada y habilidades académicas. Los adultos tendrán diferentes
grados de apoyo para vivir y trabajar en la comunidad. Incluye subnormalidad mental moderada.
- Retraso mental grave: cociente intelectual aproximado entre 20 y 34 (en adultos, la edad mental de
3 años a menores de 6). Probablemente necesiten cuidado permanente. Incluye subnormalidad
mental grave.
- Retraso mental profundo: cociente intelectual menor de 20 (en adultos, edad mental inferior a 3
años). Padecen grave limitación en el autocuidado, la continencia, la comunicación y la movilidad.
Incluye subnormalidad mental profunda.

La característica esencial del retraso mental es una capacidad intelectual general significativamente inferior
al promedio que se acompaña de limitaciones significativas de la actividad adaptativa.
La capacidad delictiva asociada al retraso mental depende del nivel de gravedad del retraso mental y de su
modalidad clínica (Rodes y Martí, 1997). Por un lado, a mayor grado de retraso mental, menor será la
posibilidad de que cometa actos delictivos. Por otro lado, la forma erética (intranquila, irritable o activa) da
lugar a mayor conflictividad que la forma tórpida (apática, tranquila o pasiva).
En los niveles profundos de retraso mental, la posibilidad de delinquir es escasa debido a su misma
incapacidad psicofísica. El delito aumenta en frecuencia y variedad en las formas moderadas y leves de
retraso mental (Cabrera y Fuertes, 1997).
No cabe duda de que los sujetos con retraso mental profundo son inimputables. Existen, sin embargo, una
gran cohorte de casos límites o fronterizos en los que la pericia psicológica es delicada. Sólo del estudio
global del sujeto y de los hechos presumiblemente delictivos, se podrá deducir si cumplen o no los requisitos
que marca la ley para ser inimputables (Cabrera y Fuertes, 1997).
En muchos casos, la existencia de un retraso mental será sólo atenuante de responsabilidad ya que las
características del tipo de delito ejecutado no precisan de un elevado nivel intelectual para comprender su
ilicitud. En otras ocasiones la complejidad delictiva es mayor y requiere también una más elevada capacidad
intelectual para ejecutarlo. En estos casos se puede abogar por la inimputabilidad o semiimputabilidad.
Habrá casos en los que la imputabilidad sea plena ya que el individuo a pesar del déficit intelectual que
presenta puede entender que está ejecutando una acción ilegal. No obstante, como dice la jurisprudencia,
habrá que ir al caso concreto y no aplicar principios doctrinales generales (Cabrera y Fuertes, 1997).

Demencias

La CIE-10 (OMS, 2007) define la demencia como un síndrome debido a una enfermedad del cerebro,
generalmente de naturaleza crónica o progresiva, en la que hay déficit de múltiples funciones corticales
superiores, entre ellas la memoria, el pensamiento, la orientación, la comprensión, el cálculo, la capacidad
aprendizaje, el lenguaje y el juicio. La conciencia (nivel de conciencia) permanente clara. El déficit
cognoscitivo se acompaña por lo general, y ocasionalmente es predicho, de un deterioro en un control
emocional, del comportamiento social o de la motivación.
Hay diversos tipos de demencia según su etiología y forma de presentación clínica, si bien el rasgo general
es la afección progresiva de múltiples funciones corticales superiores, considerándose resultante un déficit
intelectivo, motivo por el que debe quedar incluida como trastorno de la inteligencia.

17
Las demencias se caracterizan por el desarrollo de múltiples déficits cognoscitivos que incluyen el deterioro
de la memoria. Las demencias más relevantes son la demencia tipo Alzheimer y la demencia vascular.
Son uno de los casos más claros de eximente de responsabilidad. El problema surge en los períodos iniciales
de la enfermedad en los que la sintomatología todavía no es muy evidente. Un completo examen
neuropsicológico y clínico nos dará la clave del trastorno y, por tanto, de la inimputabilidad en materia
penal.
Sí es necesario matizar que aunque la infracción delictiva cometida en los primeros momentos de desarrollo
de la demencia debiera inclinar a la propuesta de semi-imputabilidad, la mayoría de los autores opinan que
nunca una persona con demencia debería ser sancionada. Es conocida la condición progresiva de la mayoría
de las demencias. Esta persona que está desarrollando una demencia aún no suficientemente grave como
para serle ininmputable su acción, muy pronto carecerá de medios para conocer el valor de la sanción que
no podrá comprender en toda su plenitud. La labor del perito es comprobar la capacidad de conocer y
querer en el momento de comisión del delito pero también es su deber informar al jurista sobre la índole
del trastorno y el desarrollo que éste experimenta con el tiempo (Gisbert Calabuig y Sánchez, 1991).

Delirium

El paciente con delirium presenta importantes dificultades para mantener la atención, grave deterioro de
la memoria (sobre todo de la memoria a corto plazo), desorientación (espacio-temporal) y alteraciones del
lenguaje (que van desde la incoherencia hasta un lenguaje vago e irrelevante).
Por definición este trastorno supone un cierto grado de incapacidad que puede llegar a ser absoluta. Es un
trastorno que limita e incluso puede anular las capacidades cognoscitivas y volitivas del sujeto. En cada caso
será preciso determinar el grado de deterioro de las funciones psíquicas superiores.
Si se demuestra que la acción se produjo en un estado de delirium establecido y pleno, la inimputabilidad
será total ya que la clínica de un delirium le impide obviamente comprender lo injusto del hecho y orientar
su voluntad con arreglo a ese conocimiento. No obstante, hay situaciones intermedias en las que la
sintomatología no es tan intensa como para anular completamente la imputabilidad dando lugar a
situaciones de semi-imputabilidad, teniendo siempre que analizar cada caso en particular y valorar con
precisión todas las circunstancias que concurran (Cabrera y Fuertes, 1997).
Para algunos autores constituye una de las pocas veces en que está justificada la eximente de trastorno
mental transitorio. En estos casos se exige que se trate de una perturbación mental de causa inmediata
evidenciable, pasajera, que termine con la curación sin secuelas, desarrollada sobre una base patológica
probada y que sea de tal intensidad que produzca la anulación de la voluntad y entendimiento (Gisbert,
Calabuig y Sánchez, 1991).
Este trastorno plantea al perito la problemática de que, en ocasiones, la exploración tiene lugar cuando ha
desaparecido el cuadro de delirium, teniendo que hacer un diagnóstico retrospectivo (Rodes y Martí, 1997).

Drogodependencias

No cabe duda de la trascendencia que la toxicomanía tiene en la actualidad, no sólo por sus repercusiones
socio-sanitarias, sino por la elevada tasa de delincuencia que con tanta frecuencia lleva asociada. Toda
ingestión de drogas tiene una gran repercusión psicológico forense ya sea por sus efectos tóxicos, ya sea
por su acción desinhibidora de psicopatología latente o exacerbación de la ya existente, ya sea por la
progresiva desestructuración psicosocial del consumidor o por la proclividad a cometer delitos.
Siendo los legisladores conscientes de que las drogodependencias son un problema de primera magnitud
han previsto la adopción de una serie de medidas de seguridad que sustituyen a la prisión quedando a
criterio del Tribunal sustituir las penas privativas de libertad por internamientos en centros de
deshabituación.
El perito forense debe valorar si, en el momento de la comisión del delito, el sujeto se encontraba en alguno
de los tres supuestos: en estado de intoxicación plena, bajo la influencia de un síndrome de abstinencia o
actúa a causa de su grave adicción.
Uno de los mayores problemas que plantea el peritaje de un drogodependiente es saber si, en el momento
de los hechos (los peritajes se hacen muchas veces tiempo después de transcurridos los hechos), el presunto
delincuente drogodependiente se encontraba bajo los efectos de un síndrome de abstinencia, ya que el
índice de simulación, disimulación y falsedades es elevado. Los drogodependientes conocen muy bien la
clínica propia de estas afecciones lo que puede contribuir a dudar si es una situación real o simulada. Por
ello, es importante el reconocimiento médico de forma inmediata al hecho delictivo.

18
7.- PSICOPATOLOGÍAS CON MAYOR INCIDENCIA EN DELITOS

A continuación se resaltan aquellos trastornos mentales de mayor relevancia incidencia criminógena,


haciendo de nuevo la aclaración de que tener dicha afectación no siempre desemboca en una conducta
delictiva.

ESQUIZOFRENIA PARANOIDE, ESQUIZOFRENIA Y OTRAS PSICOSIS

Los trastornos esquizofrénicos constituyen un grupo de enfermedades mentales caracterizadas por


presentar cuadros clínicos donde se pierde el sentido de la realidad, la objetividad y la lógica, se desorganiza
la personalidad y se tiene alucinaciones e ideas delirantes. Si además se trata de esquizofrenia paranoide,
usualmente quienes la padecen tienen manías persecutorias y suspicacia sobre cualquier sujeto sea
conocido o no. En ocasiones dichas manías en las que el sujeto se siente perseguido en combinación con su
pérdida de contacto con la realidad desemboca en diversas conductas antisociales. Un ejemplo es el del
famoso caso de El Vampiro de Sacramento que cometió una serie de asesinatos atroces tras haber
sido diagnosticado de esquizofrenia paranoide.
Quizá sean las esquizofrenias el grupo de enfermedades mentales más representativo de lo que
popularmente se conoce como "locura". Su presencia incapacita al sujeto para valorar adecuadamente la
realidad y para gobernar rectamente su propia conducta. Entre los síntomas más característicos de la
esquizofrenia se encuentran la presencia de ideas delirantes, alucinaciones, lenguaje desorganizado,
comportamiento catatónico o desorganizado, aplanamiento afectivo, etc.
El esquizofrénico debe ser considerado a efectos penales como inimputable dada la grave afectación
imperante. No obstante, no es lo mismo peritar un delito cometido en pleno delirio que el cometido por un
esquizofrénico residual con una discreta afectación de la personalidad. Por ello, no es prudente hablar
taxativamente de inimputabilidad para todos los delincuentes con esquizofrenia. Siendo siempre necesario
poner en relación la enfermedad (forma, evolución, número de brotes, tratamientos, etc.) con el hecho
delictivo en cuestión (Cabrera y Fuertes, 1997).
Consideraciones especiales merecen la peligrosidad del paciente con trastorno delirante (paranoia) que
radica, por un lado, en su aparente normalidad psíquica ya que sólo está afectada una parcela del psiquismo,
aquella a la que se refiere su deliro, manteniendo intactas sus facultades intelectivas y, por otro, en el fuerte
convencimiento de sus ideas delirantes y ausencia completa de conciencia de enfermedad (Cabrera y
Fuertes, 1997). Los delitos del paranoico están relacionados con el contenido de sus ideas delirantes.
Aunque el perito no tiene dudas respecto a la inimputabilidad o semi-imputabilidad de estos pacientes, una
cosa es la convicción personal y clínica y otra muy diferente la exposición y la debida argumentación de los
informes periciales ante los Tribunales de Justicia. Es a veces muy difícil convencer a jueces y magistrados
de que el paranoide es inimputable o semi-imputable, tanto más cuanto que el resto de su vida social suele
ser incluso un ejemplo de perfección y organización. Para ello el informe pericial se deberá basar en una
completa y detallada historia clínica y en una prolongada observación a través de la cual se pondrá en
relación el delito con la temática delirante, siendo esta relación causa-efecto la condición esencial, como
ocurría en el esquizofrénico, para determinar la imputabilidad. Si su delito está vinculado a su trama
delirante, será fruto de esas ideas patológicas. Demostrada la existencia del estado delirante y la adecuación
del delito al contenido del delirio, no se puede concluir sino la inimputabilidad (Cabrera y Fuertes, 1997).
De acuerdo a esta opinión, es posible que el paciente realice un delito al margen de su delirio. En tal caso, si
estudiando el delito, tanto en su motivación como en su utilidad inmediata, no se encuentra ninguna
relación con el contenido delirante, se debería pronunciar por la imputabilidad.

ESPECTRO DE LA ESQUIZOFRENIA Y OTROS TRASTORNOS PSICÓTICOS


19
Los trastornos del espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos son la esquizofrenia, otros trastornos psicóticos y el
trastorno esquizotípico (de la personalidad). Se definen por anomalías en uno o más de los siguientes cinco dominios: delirios,
alucinaciones, pensamiento (discurso) desorganizado, comportamiento motor desorganizado o anómalo (incluida la catatonia) y
síntomas negativos.

Delirios
Los delirios son creencias fijas que no son susceptibles de cambio a la luz de las pruebas en su contra. Su contenido puede incluir
varios temas (p. ej., persecutorios, referenciales, somáticos, religiosos, de grandeza). Los delirios persecutorios (es decir, a creencia
de que uno va a ser perjudicado, acosado, etc., por un individuo, organizado o grupo) son los más comunes. Los delirios referenciales
(es decir, la creencia de que ciertos gestos, comentarios, señales del medio ambiente, etc., se dirigen a uno) también son comunes.
También pueden aparecer delirios de grandeza (es decir, cuando el sujeto cree que él o ella tiene habilidades, riqueza o fama
excepcionales) y delirios erotomaníacos (es decir, cuando el individuo cree erróneamente que otra persona está enamorada de él o
ella). Los delirios nihilistas suponen la convicción de que sucederá una catástrofe, y los delirios somáticos se centran en
preocupaciones referentes a la salud y al funcionamiento de órganos.
Los delirios se consideran extravagantes si son claramente inverosímiles, incomprensibles y no proceden de experiencias de la vida
corriente. Un ejemplo de delirio extravagante es la creencia de que una fuerza externa le ha quitado al individuo sus órganos
internos y se los ha sustituido por los de otra persona sin dejar heridas ni cicatrices. Un ejemplo de delirio no extravagante es la
creencia de que uno está siendo vigilado por la policía a pesar de la ausencia de pruebas convincentes.
Los delirios, que expresan una pérdida de control sobre la mente o el cuerpo, generalmente se consideran extravagantes; esto
incluye la creencia de que los propios pensamientos han sido “robados” por una fuerza externa (robo del pensamiento), que se le
han insertado pensamientos ajenos en la propia mente (inserción del pensamiento) o que existe una fuerza externa que está
manipulando o influyendo en el propio cuerpo o la propia mente (delirios de control). La distinción entre un delirio y una creencia
firme es a veces difícil de realizar. En parte depende del grado de convicción con el que se mantiene la creencia a pesar de las
pruebas claras o razonables en contra de su veracidad.

Alucinaciones
Las alucinaciones son percepciones que tienen lugar sin la presencia de un estímulo externo. Son vividas y claras, con toda la fuerza
y el impacto de las percepciones normales, y no están sujetas al control voluntario. Pueden darse en cualquier modalidad sensorial,
pero las alucinaciones auditivas son las más comunes en la esquizofrenia y en los trastornos relacionados. Las alucinaciones
auditivas habitualmente se experimentan en forma de voces, conocidas o desconocidas, que se perciben como diferentes del propio
pensamiento. Las alucinaciones deben tener lugar en el contexto de un adecuado nivel de conciencia; aquellas que tienen lugar al
quedarse uno dormido (hipnagógicas) o al despertar (hipnopómpicas) se considera que está dentro del rengo de las experiencias
normales. Las alucinaciones pueden ser una parte normal de la experiencia religiosa en determinados contextos culturales.

Pensamiento (discurso) desorganizado


El pensamiento desorganizado (trastorno formal del pensamiento) habitualmente se infiere a partir del discurso del individuo. El
sujeto puede cambiar de un tema a otro (descarrilamiento o asociaciones laxas). Sus respuestas a las preguntas pueden estar
indirectamente relacionadas o no estarlo en absoluto (tangencialidad). En raras ocasiones, el discurso puede estar tan
desorganizado que es prácticamente incomprensible y se asemeja a una afasia sensorial en su desorganización lingüística
(incoherencia o "ensalada de palabras"). Puesto que los discursos ligeramente desorganizado son frecuentes e inespecíficos, el
síntoma debe ser lo suficientemente grave como para dificultar la comunicación de manera sustancial. La gravedad de la disfunción
puede ser difícil de valorar si la persona que está haciendo el diagnóstico proviene de un entorno lingüístico diferente del de la
persona que está siendo evaluada. Puede producirse una menor gravedad de la desorganización del pensamiento o del discurso
durante los períodos prodrómico y residual de la esquizofrenia.

Comportamiento motor muy desorganizado o anómalo (incluida la catatonía)


El comportamiento motor muy desorganizado o anómalo se puede manifestar de diferentes maneras, desde las "tonterías"
infantiloides a la agitación impredecible. Pueden evidenciarse problemas para llevar a cabo cualquier tipo de comportamiento
dirigido a un objetivo, con las consiguientes dificultades para realizar las actividades cotidianas.
El comportamiento catatónico es una disminución marcada de la reactividad del entorno. Oscila entre la resistencia a llevar a cabo
instrucciones (negativismo), la adopción mantenida de una postura rígida, inapropiada o extravagante, y la ausencia total de
respuestas verbales o motoras (mutismo y estupor). También puede incluir actividad motora sin finalidad, y excesiva sin causa
aparente (excitación catatónica).
Otras características son los movimientos estereotipados repetidos, la mirada fija, las muecas, el mutismo y la ecolalia. Aunque la
catatonía se ha asociado históricamente con la esquizofrenia, los síntomas catatónicos no son específicos y pueden aparecer en
otros trastornos mentales (p.ej., trastornos bipolares o depresivos con catatonía) y en patologías médicas (trastorno catatónico
debido a otra afección médica).

Síntomas negativos
Los síntomas negativos son responsables de una proporción importante de la morbilidad asociada a la esquizofrenia, siendo menos
prominentes en otros trastornos psicóticos. Dos de los síntomas negativos son especialmente prominentes en la esquizofrenia: la
expresión emotiva disminuida y la abulia.
La expresión emotiva disminuida consiste en una disminución de la expresión de las emociones mediante la cara, el contacto ocular,
la entonación del habla (prosodia) y los movimientos de las manos, la cabeza y la cara que habitualmente dan un énfasis emotivo
al discurso. La abulia es una disminución de las actividades, realizadas por iniciativa propia y motivadas por un propósito. El
individuo puede permanecer sentado durante largos períodos de tiempo y mostrar escaso interés en participar en actividades
laborales o sociales. Otros síntomas negativos son la alogia, la anhedonia y la asocialidad.
La alogia se manifiesta por una reducción del habla. La anhedoniaes la disminución de la capacidad para experimentar placer a
partir de estímulos positivos o la degradación del recuerdo del placer experimentado previamente. La asocialidad, que se refiere a
la aparente falta de interés por las interacciones sociales, puede estar asociada a la abulia, pero también puede ser indicativa de
que hay escasas oportunidades para la interacción social.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

20
TRASTORNO DELIRANTE

La característica principal es la presencia de una o más ideas delirantes, no demasiado extrañas, que persisten durante un mes o
más tiempo.
La aparición del trastorno delirante es más o menos tardía (algunos estudios señalan que la primera admisión psiquiátrica está
entre los 40-49 años). No obstante, como muchas personas con este trastorno pueden llevar una vida relativamente normal (su
capacidad de funcionamiento es más o menos normal), quizás no busquen tratamiento hasta que los síntomas se vuelvan más
perturbadores. Dentro de este trastorno podemos citar varios tipos:

CELOTIPIA:
También llamado síndrome de Otelo. Delirio de que su compañero sexual le es infiel. Los celos es una constante en este tipo de
problema; el rasgo central es estar convencido/a de infidelidad de la pareja sexual. Suele ir asociado la irritabilidad, el desánimo y
la agresividad. Se presenta generalmente, en la cuarta década de la vida, sin historia previa de enfermedad mental, aunque pueden
existir antecedentes de episodios prodrómicos menores de celos. Habitualmente, el inicio parece agudo, pero un examen más
exhaustivo suele revelar unos meses de suspicacia creciente. Utiliza indicios mínimos para confirmar el delirio. El paciente realiza
grandes esfuerzos para poner a prueba a su pareja y para “pillarle”. Un elemento fundamental del delirio es la comprobación:
comprobar y volver a comprobar y siempre comprobar: El paciente se embarca así en una búsqueda de las pruebas concluyentes.
Lo que el paciente llama “evidencia”, resulta con frecuencia contradictorio e insostenible, pero ni esto ni la debilidad manifiesta de
la prueba, evita que lleve a cabo investigaciones más exhaustivas. Y de forma paradójica, el paciente puede evitar, más que buscar,
pruebas inequívocas de infidelidad.
Aunque aparece en ambos sexos, en la práctica clínica se observa más en hombres. En este síndrome (al contrario que la mayoría)
existe un elevado riesgo de violencia dirigido hacia la pareja. Debería realizarse un diagnóstico diferencial con la celotipia de origen
alcohólico.

EROTOMANÍA (SÍNDROME DE CLÉRAMBAULT):


Creencia de ser amado por alguien, que normalmente ocupa un rango social superior al suyo. Clérambault describió que el
postulado fundamental de este síndrome (1942) era la convicción de estar en una amorosa comunicación con una persona de
rango superior, que ha sido la primera en enamorarse y la primera en dar el paso de manifestar su amor. Se trata de un síndrome
más frecuente en mujeres. Se basa en alguna interpretación errónea, a partir de la cual encuentra sentido y confirmaciones de su
delirio en cualquier detalle o hallazgo. La persona supuestamente enamorada le envía mensajes más o menos secretos. El "aparente
desinterés", es sólo apariencia que encubre un motivo oculto.

DE GRANDEZA (GRANDIOSIDAD O MEGALOMANÍACO):


Está convencido/a de que tiene poder, conocimiento, capacidad para curar o solucionar grandes problemas de la humanidad; la
persona cree tener un valor exagerado, o bien que mantiene relación especial con personas importantes o famosas.

PERSECUTORIO:
Es el tipo más frecuente. La persona está convencida de que él (o alguien próximo a él) está siendo perseguido, perjudicado de
alguna forma. Destaca la tendencia a la interpretación por la que el paciente puede explicar con multitud de detalles la persecución
y acoso que cree estar sufriendo.
En el delirio de referencia, el sujeto cree que ciertos gestos, palabras o escritos de personas de su entorno, de la radio, la televisión
y los periódicos e incluso acontecimientos meramente casuales, le aluden de un modo u otro. Estos delirios se asocian normalmente
con los de persecución, y así el sujeto cree que le difaman, espían o conspiran contra él.

SOMÁTICO O HIPOCONDRÍACO:
Delirio de que el sujeto tiene algún defecto físico o enfermedad. Se siente gravemente enfermo sin base real para ello. Los temas
más frecuentes incluyen la infección de la piel por un parásito, infección interna por gusanos u otros parásitos, presencia de bultos
dérmicos atribuidos a organismos o cuerpos extraños que llevan al paciente a rascarse repetidamente, idea delirante de desprender
olores desagradables,....

MIXTO:
Delirio caracterizado por la presencia de más de una de las temáticas mencionadas pero ninguna es predominante.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

TRASTORNOS DELIRANTES ATÍPICOS

Síndrome de Capgras (conocido también como Ilusión de Sosías, o Síndrome del Impostor o Ilusión del Doble). En este trastorno la
persona cree que él mismo o una persona de su círculo social ha sido sustituida por un doble exacto, que realiza
conductas encaminadas a perjudicarlo o desprestigiarlo. En este trastornos se perciben diferencias inexistentes, como
resultado de la negación de la identidad real.

Síndrome de Fregoli. Constituye una variante del anterior. Se trata de un falso reconocimiento. La persona identifica a un conocido
en el cuerpo de un extraño, considerándolo como un perseguidor; mantiene que son idénticos a pesar de reconocer sus
diferencias. En este síndrome se afirman similitudes imaginarias. Así pues, mientras que en el síndrome de Capgras las
similitudes físicas no implican la identidad psicológica, en el síndrome de Fregoli las diferencias físicas no significan
diferencias psicológicas (o de personalidad).

Síndrome de Cotard (delirio de negación). La persona se queja no sólo de haber perdido sus posesiones, posición social y poder,
sino también partes de su cuerpo, como su corazón, su sangre, sus intestinos, incluso se queja de estar muerto. Puede
aparecer en los episodios depresivos de los trastornos bipolares, en brotes esquizofrénicos agudos y en algunos
síndromes cerebrales.

21
Síndromes paranoides atípicos: existe una cantidad importantes de trastornos delirantes que se presentan en grupos étnicos y
culturales específicos y que adquieren también formas clínicas específicas, como por ejemplo, el Withigo, entre los
esquimales, donde el sujeto piensa que se convierte en un ser de los hielos (diablo), pudiendo llegar al asesinato y al
canibalismo, o el síndrome de Puerto Rico, en el cual una mujer se siente perseguida por su familia, observándose
conductas de agitación, agresividad y automutilación.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

TRASTORNOS DEPRESIVOS Y BIPOLARES

Los trastornos del estado de ánimo son trastornos de muy diversos tipos. Los episodios depresivos se
definen por la presencia de un estado de ánimo deprimido acompañado de una pérdida del interés o placer
por todas o casi todas las actividades habituales. Junto a ello, se suelen apreciar síntomas como pérdida de
apetito y peso, insomnio, excitación o enlentecimiento psicomotor, sensación de fatiga o pérdida de energía,
sentimientos de inutilidad, sentimientos de culpa o disminución de la capacidad de concentración. En el
otro lado de la moneda se sitúan los episodios de manía caracterizados por la presencia de un estado de
ánimo inconfundiblemente elevado, eufórico, expansivo o irritable, que dura un tiempo prolongado y altera
la conducta del paciente. Suele acompañarse de aumento de la actividad social, laboral o sexual.
La delincuencia de los trastornos del estado de ánimo no es muy importante sobre todo si se compara con
el resto de los cuadros psicopatológicos. Ahora bien, existen una serie de peculiaridades en el
comportamiento violento cuando se produce en este tipo de pacientes. La más destacable es la de que esta
agresión suele estar dirigida hacia las personas más allegadas al paciente.
La depresión puede ocasionar autoacusación de delitos (por las ideas delirantes de indignidad, culpa y ruina
personal) pudiendo llegar a crear una cierta confusión policial. Otro aspecto psicológico forense importante
a considerar es el tema del suicidio. Un problema específico de las depresiones es el denominado "suicidio
ampliado". El paciente mata a sus seres más queridos para "aliviarles de la insoportable carga de la vida y
evitarle los sufrimientos que tendrían, máxime cuando él falte". Después de matar a sus seres queridos, el
depresivo se quita la vida. Puede darse el caso de que falle en este intento, debiendo responder penalmente
de su conducta (Ortiz y Ladrón de Guevara, 1998).
La manía, por sus propias características clínicas, tiene tasas más elevadas de delincuencia. En general, el
maníaco no se esconde tras el delito, no trata de excusarse y actúa sin o con muy poca premeditación. Es
por todo lo anterior por lo que son fácilmente detectables y conducidos ante la Justicia.
En los períodos interfásicos el sujeto es prácticamente normal y su delictividad es igual a la de cualquier
otro ciudadano. Aspecto éste muy a tener en cuenta al efectuar el informe pericial.
No es posible dudar de la inimputabilidad de los trastornos del estado de ánimo (tanto episodios depresivos
como maníacos) en sus fases agudas y graves (Cabrera y Fuertes, 1997). Más problemática forense acarrean
los llamados períodos intercríticos así como el resto de alteraciones afectivas (trastornos distímicos,
cuadros hipomaníacos) en los que no hay fundamento en principio para restringir la imputabilidad. Algunos
autores en estas situaciones abogan por el uso de la semi-imputabilidad.

¡CONSULTA ESTE CASO!


http://www.lasexta.com/noticias/sociedad/el-companero-de-celda-del-asesino-
del-crimen-de-la-maleta-asegura-que-padecia-trastorno-bipolar-estaba-
enfermo-no-habia maldad_2017091459bace020cf292df41320266.html

Es un trastorno del estado de ánimo caracterizado por un aumentos y disminución en la actividad expresada
en el estado mental que prevalece y que se caracteriza por la presencia de uno o más episodios
anormalmente elevados de energía y estado de ánimo que fluctúan entre estados euforia y episodios
depresivos; de modo en que quien lo padece oscila entre las fases de manía (excitación, delirios de
22
grandeza) y fases depresivas.. Durante la fase maníaca, el sujeto puede experimentar cuadros súbitos de
impulsividad y agresividad que en ocasiones puede manifestarse en la conducta delictiva. En contraste con
la fase depresiva en la que la disminución de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina puede
causar que el sujeto quiera atentar contra su propia vida.

TRASTORNO BIPOLAR Y TRASTORNOS RELACIONADOS

Los trastornos bipolares están, en el DSM-5, separados de los trastornos depresivos. Los diagnósticos fundamentales son los de
trastorno bipolar I, trastorno bipolar II, trastorno ciclotímico.

TRASTORNO BIPOLAR I
El rasgo esencial de un episodio maniaco es un periodo bien definido de estado de ánimo anormal y persistentemente elevado,
expansivo o irritable, y un aumento anormal o persistente de la actividad o la energía que está presente la mayor parte del día, casi
cada día, durante un periodo de al menos 1 semana (o de cualquier duración si se requiere hospitalización. El estado de ánimo en
un episodio maniaco se suele describir como eufórico, excesivamente alegre, alto o “sintiéndose por encima del mundo”. En algunos
casos, el estado de ánimo es de tal manera contagioso que se reconoce fácilmente como excesivo y puede caracterizarse por un
entusiasmo ilimitado y caótico en las relaciones interpersonales, sexuales u ocupacionales. Con frecuencia, el estado de ánimo
predominante es más irritable que elevado, sobre todo cuando se niegan los deseos del individuo o si éste ha estado consumiendo
sustancias.
Los criterios del trastorno bipolar I representan la conceptualización moderna del clásico trastorno maníaco-depresivo o psicosis
afectiva que se describió en el siglo XIX, diferenciándose de la descripción clásica sólo en que ni la psicosis, ni la experiencia de un
episodio depresivo mayor a lo largo de la vida son requisitos. Sin embargo, la mayor parte de los individuos cuyos síntomas reúnen
los criterios del episodio maníaco completo también experimenta episodios depresivos mayores durante el curso de sus vidas.

TRASTORNO BIPOLAR II
El trastorno bipolar II, que requiere la presencia a lo largo de la vida de, al menos, un episodio de depresión mayor y, al menos, un
episodio hipomaníaco, se ha dejado de considerar una afección “más leve” que el trastorno bipolar I, en gran parte por la cantidad
de tiempo que a los individuos con esta afección pasan con depresión y porque la inestabilidad del humor que experimentan se
acompaña normalmente de un importante deterioro del funcionamiento laboral y social.

TRASTORNO CICLOTÍMICO
El rasgo principal del trastorno ciclotímico es una alteración crónica y fluctuante del estado de ánimo que conlleva a numerosos
períodos de síntomas hipomaníacos y períodos de síntomas depresivos que son distintos entre sí (Criterio A). Los síntomas
hipomaniacos son insuficientes en número, gravedad, generalización o duración para cumplir los criterios de un episodio depresivo
mayor. El diagnostico de trastorno ciclotímico se realiza en los adultos que experimentan al menos dos años de periodos tanto
hipomaniacos como depresivos sin llegar a cumplir nunca los criterios del episodio de manía, hipomanía o depresión mayor.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

TRASTORNOS DEL CONTROL DE LOS IMPULSOS

Grupo de trastornos caracterizados por un deficiente o nulo control sobre sus impulsos que los lleva a
realizar acciones casi incontrolables, un aumento de la tensión emocional antes de cometer un acto, placer
al cometer la acción y un sentimiento posterior al acto de arrepentimiento o culpabilidad. Los aquí
mencionados son los comúnmente más relacionados con la conducta criminal. A) Trastorno explosivo
intermitente: caracterizado por expresiones extremas de enfado, a menudo hasta el punto de rabia
incontrolada, que son desproporcionadas respecto a las circunstancias en que se producen, lo que puede
dar lugar a delitos, particularmente dirigidos contra la propiedad y la integridad física. B) Piromanía:
trastorno en el cual la persona se siente impulsada a ver y producir fuego, lo que en ocasiones puede
terminar en catástrofes que pueden incluir la vida de muchas personas. C) Cleptomanía: impulso irresistible
por el robo de diversos objetos, sin importar si son o no de valor. El cleptómano no busca lucrarse del robo,
solo siente placer por hacerlo.
Los trastornos del control de los impulsos son entidades todas ellas muy vinculadas a conductas ilegales
aunque, salvo excepciones, su importancia es irrelevante. En el peor de los casos y, sobre todo, en el llamado
trastorno explosivo intermitente, nos vamos a encontrar con delitos de lesiones e incluso con el homicidio.
También nos encontramos con otro tipo de conductas delictivas que forman parte de la esencia misma de
los trastornos. Así tenemos el hurto del cleptómano, hurto que se caracteriza por ser inmotivado, carente
de valor, no premeditado y claramente unido a la patología psicológica, la provocación de incendios en los
pirómanos y el robo, la estafa, las falsificaciones y, en general, delitos contra la propiedad en los jugadores
patológicos.
La imputabilidad en este tipo de alteraciones está en líneas generales disminuida e incluso en algunos casos
se puede hablar de una anulación completa de la imputabilidad. Ello tiene su origen en que en la base de
esos trastornos existe una perturbación severa del control volitivo, condición ésta sobre la que se
fundamenta la imputabilidad. El cleptómano, el pirómano, el ludópata, aunque saben lo que hacen, es decir,
son conscientes de la ilicitud del hecho, actúan todos ellos motivados por un impulso irresistible o cuando
23
menos difícilmente controlable por medio de la voluntad. Por todo ello, la imputabilidad se encuentra
significativamente perturbada. No obstante, siempre hay matices por lo que será preciso analizar cada caso
en concreto y huir de generalizaciones simplistas y carentes de rigor.

TRASTORNOS DISRUPTIVOS, DEL CONTROL DE LOS IMPULSOS Y DE LA CONDUCTA

Este grupo de trastornos incluyen afecciones que se manifiestan con problemas en el autocontrol del comportamiento y las
emociones. Son singulares en el sentido que se traducen en conductas que violan los derechos de los demás (ej., agresión,
destrucción de la propiedad) o llevan al individuo a conflictos importantes frente a las normas de la sociedad o las figuras de
autoridad. Las causas que subyacen en estos trastornos pueden variar sustancialmente. Tienden a iniciarse en la infancia y la
adolescencia y se suelen dar más en el sexo masculino que en el femenino.

TRASTORNO NEGATIVISTA DESAFIANTE


Patrón frecuente y persistente de enfado/irritabilidad y discusiones/actitudes desafiantes o vengativas.

TRASTORNO EXPLOSIVO INTERMITENTE


Los arrebatos agresivos son generalmente impulsivos o basados en la ira, más que premeditados o instrumentales, y se asocian con
un significativo malestar o deterioro en el funcionamiento psicosocial.

TRASTORNO DE CONDUCTA
Patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el que no se respetan los derechos básicos de otros, ni las normas o reglas
sociales propias de la edad. Estos comportamientos se clasifican en cuatro grupos principales: conducta agresiva que causa
amenaza o daño físico a otras personas o animales; conducta no agresiva que causa daño o destrucción de la propiedad; engaño o
robo, y transgresión grave de las normas.

TRASTORNO DE PERSONALIDAD ANTISOCIAL


La característica esencial del trastorno de la personalidad antisocial es un patrón general de desprecio y de violación de los
derechos de los demás que comienza en la infancia o en la adolescencia temprana y que continúa en la edad adulta. Este patrón
también ha sido denominado psicopatía, sociopatía o trastorno de la personalidad disocial.

PIROMANÍA
Presencia de varios episodios de provocación deliberada e intencionada de incendios. Los individuos con este trastorno
experimentan tensión o excitación afectiva antes de provocar el incendio. Hay fascinación, interés, curiosidad o atracción por el
fuego y su contexto (p. ej., parafernalia, usos, consecuencias).

CLEPTOMANÍA
La característica principal de la cleptomanía es la reiterada imposibilidad de resistir el impulso de robar objetos aunque éstos no
sean necesarios ni para su uso personal ni por su valor monetario.
El individuo experimenta un aumento de la sensación subjetiva de tensión antes de cometer el robo y siente placer, gratificación o
alivio en el momento de cometerlo. El robo no se comete para expresar rabia ni venganza, ni se realiza en respuesta a un delirio o
a una alucinación, y tampoco se explica mejor por un trastorno de conducta, un episodio maniaco, o un trastorno de personalidad
antisocial.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

TRASTORNOS DISOCIATIVOS

La disociación es un patrón emocional o conductual básico que se halla presente hasta cierto grado en la
raza humana y tal vez sea normal en algunos contextos. Conforme realizamos nuestra vida diaria, tenemos
un buen sentido de quiénes somos y por qué estamos ahí en ese momento. Nuestros recuerdos permanecen
intactos (salvo pequeños lapsos ocasionales) de tal manera que los sucesos que anteceden a ese momento
están claros en nuestra mente. Pero ¿qué sucede si no podemos recordar por qué estamos en un
determinado sitio o, incluso, quiénes somos? ¿Qué pasa si perdemos el sentido de que nuestro entorno es
real? O ¿qué pasa si además de olvidar quienes somos empezamos a pensar que somos alguien más, alguien
con una personalidad distinta? Todo esto son ejemplos de experiencias disociadas.
Dentro de este grupo está el trastorno de identidad disociativo también conocido como PERSONALIDAD
MÚLTIPLE. Es el único trastorno de personalidad específico que es diagnosticado como trastorno mental.
Este trastorno refleja un fracaso en la integración de varios aspectos de la identidad, la memoria y la
conciencia. Cada personalidad se vive como una historia personal, una imagen, una identidad e incluso un
nombre distinto. La rapidez y reversibilidad de los cambios, que pueden llegar hasta 30 personalidades en
el mismo individuo en diferentes momentos, separa fácilmente este trastorno de los trastornos de
personalidad, que muestran rasgos duraderos desde la adolescencia. Barlow (2003) señala que se conocen
casos de hasta 100 personalidades distintas en un mismo individuo, aunque según el DSM-IV, el promedio
esté en cerca de 10 personalidades.

TRASTORNOS DISOCIATIVOS

24
Los síntomas disociativos son experimentados como a) intrusiones espontáneas en la conciencia y el comportamiento, que se
acompañan de una pérdida de continuidad de la experiencia subjetiva (esto es, los síntomas disociativos "positivos", como la
fragmentación de la identidad, la despersonalización y la desrealización), y/o b) la incapacidad de acceder a la información o de
controlar las funciones mentales que normalmente son fácilmente accesibles o controlables (p. ej., los síntomas disociativos
"negativos", como la amnesia). Los trastornos disociativos aparecen con frecuencia como consecuencia de traumas, y muchos de
los síntomas, como la turbación y la confusión acerca de los síntomas o el deseo de ocultarlos, se ven influidos por la proximidad
al trauma. En el DSM-5, los trastornos disociativos se sitúan a continuación de los trastornos relacionados con traumas y factores
de estrés, pero no como parte de ellos, lo que refleja la estrecha relación entre estas clases de diagnóstico. Tanto en el trastorno
de estrés agudo y el trastorno de estrés postraumático presentan síntomas disociativos, como la amnesia, flashbacks,
entumecimiento y despersonalización/desrealización.
Dentro de este grupo de trastornos, tiene interés especial en el ámbito forense el trastorno de identidad disociativo. La
característica definitoria de un trastorno de identidad disociativo es la presencia de dos o más estados de personalidad distintos o
una experiencia de posesión.
La amnesia disociativa se caracteriza por una incapacidad para recordar información autobiográfica. Puede implicar o no
recorridos con un propósito o vagar desorientado.
El trastorno de despersonalización/desrealización se caracteriza por una despersonalización clínicamente importante, persistente
o recurrente (p. ej., las experiencias de irrealidad o de separación de la mente de uno, del yo o del cuerpo) y/o una desrealización
(p. ej., las experiencias de irrealidad o separación del entorno). Estas alteraciones en la experiencia están acompañadas de un
juicio de realidad intacto.

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

TRASTORNOS PARAFÍLICOS

Se trata de una serie de comportamientos sexuales caracterizados por la excitación del sujeto ante objetos
y situaciones que no forman parte de los patrones sexuales normativos, o bien el sujeto necesita para
obtener placer la presencia de determinados estímulos que se apartan de lo que se consideran estímulos
sexuales normales.
La pregunta que se suscita en este contexto es "¿qué es lo normal?" Siempre han existido diversas forma de
conducta sexual, pero no todas las culturas han definido un mismo comportamiento como normal o
anormal. De hecho, los estudios transculturales antropológicos nos hablan de la existencia en otras culturas
de prácticas sexuales socialmente admitidas que serían clasificadas como desviadas y aberrantes en nuestra
cultura occidental. Así por ejemplo, en nuestra sociedad se considera un acto necrofílico (y por tanto
patológico) el hecho de copular con la esposa fallecida, mientras que para los Ballacas de la Columbia
Británica (Canadá) es un muestra de duelo y pesar. Y aún más, dentro de una misma cultura, los criterios de
normalidad respecto a la actividad sexual han ido cambiando fruto de las presiones sociales, culturales,
políticas, religiosas, etc. Un buen ejemplo de esto lo constituye la masturbación, que es estadísticamente la
actividad sexual más frecuente entre adolescentes y adultos, pero que hasta no hace mucho tiempo, era
considerada una anomalía sexual, de la que además, se decía que producía trastornos tanto físicos como
mentales.
Este grupo de trastornos puede tener implicaciones criminológicas en cuanto que impliquen actos que
coarten la libertad de otros.

TRASTORNOS PARAFÍLICOS

Dada la gran variación del comportamiento sexual humano, resulta difícil establecer unos límites claros entre lo que es normal y lo
que es desviado. En la actualidad, y a pesar de que la lista de variaciones sexuales ha aumentado significativamente en el siglo XX,
al igual que el horizonte de comportamientos asociados al sexo, también parece haber aumentado el deseo de tolerar una mayor
diversidad de comportamientos sexuales siempre que ocurran de común acuerdo entre adultos y en privado, y siempre que no
constituyan una violación de los derechos y libertades del otro. Los trastornos parafílicos incluidos en el manual DSM-5 son:
trastorno de voyeurismo (espiar las actividades privadas de terceras personas), trastorno de exhibicionismo (enseñar los
genitales), trastorno de frotteurismo (tocamientos o fricción contra una persona sin su consentimiento), trastorno de masoquismo
sexual (someterse a humillación, ataduras o sufrimiento), trastorno de sadismo sexual (infligir humillación, ataduras, o
sufrimiento), trastorno de pedofilia (fijación sexual en los niños), trastorno de fetichismo (el uso de objetos inanimados o un gran
interés centrado en partes del cuerpo distintas de los genitales) y trastorno de travestismo (travestirse para excitarse
sexualmente).

FUENTE: Elaboración propia a partir de American Psychiatric Association (APA), 2014. Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5). Madrid: Editorial Médica panamericana.

8.- UN EJEMPLO DE REVISIÓN TEÓRICA: ESQUIZOFRENIA Y CRIMINALIDAD

25
En el presente apartado se aborda un ejemplo de revisión teórica relacionada con el tema que nos ocupa.
No se trata de una revisión sistemática que implica una mayor sistematicidad en la búsqueda y una muestra
de estudios más amplia. Lo que se pretende es orientar al estudiante del modo de proceder a la hora de
emprender una revisión bibliográfica.

INTRODUCCIÓN

Desde una perspectiva histórica, el término psicótico ha sido concretado de distintas formas pero ninguna
ha conseguido ser universalmente aceptada. Una definición decididamente restrictiva haría alusión a la
presencia de ideas delirantes y alucinaciones manifiestas presentes sin que el paciente sea consciente de la
naturaleza irreal de estas. Al contrario de definiciones como la referida, basadas en la sintomatología,
algunas versiones de los manuales diagnósticos CIE y DSM hacían de ella una conceptualización demasiado
amplia y basada fundamentalmente en el deterioro personal. Finalmente, hoy día se ha optado por la
consideración del grave deterioro en la evaluación de la realidad y perdida de fronteras del ego (Fuertes,
2012).
La esquizofrenia es un trastorno de carácter psicótico caracterizada por ideas delirantes. Alucinaciones,
lenguaje desorganizado, comportamientos desorganizados o catatónicos y sintomatología negativa. Y según
la conjunción sintomática se puede clasificar en uno de los siguientes subtipos: paranoide, desorganizada,
catatónica, indiferenciada y residual.
Es bien sabido que los trastornos psicóticos son por excelencia el cuadro clínico donde se presenta la
alteración del pensamiento, y la esquizofrenia una enfermedad donde se ven afectadas otras muchas
funciones. Por todo ello se plantea interesante estudiar más a fondo la relación de la esquizofrenia con el
comportamiento delictivo. Como este documento no pretende ser una revisión sistemática de datos sino
más bien una compilación de información interdisciplinar sobre el tema no se plantean hipótesis específicas
como objetivos, sino que más bien se intentará obtener un resumen teórico de información científica.

METODOLOGÍA

El buscador elegido para relizar la revisión de la bibliografía fue PubMed, por la amplitud de fuentes fiables
que ofrece en sus resultados. La ecuación de búsqueda fue (schizophrenia[Title/Abstract]) AND
crime[Title/Abstract] AND ("last 5 years"[PDat] AND Humans[Mesh]) que se condicionó a los criterios de:
Documentos en inglés.
Temática forense.
Publicaciones que contengan datos criminalísticos.

Los resultados encontrados y el proceso de selección de publicaciones se definen en el siguiente diagrama:

Resultados extraídos de la base de datos


N=40

Excluidos tras la lectura del resumen


Motivos de exclusión:
Repetidos: 2
Idioma: 4
No contener datos forenses: 4
No contener alusión a la criminalidad
cometida por los esquizofrénicos: 2

Incluidos para la lectura del texto completo n=28

Excluidos tras la lectura del texto completo: 6


Motivos de exclusión:
Idioma: 1
No contener datos forenses: 3
Sin alusión a la criminalidad cometida por
esquizofrénicos: 2

Incluidos en la revisión n=22

Figura 1. Diagrama de flujo de la búsqueda bibliográfica

26
RESULTADOS

En la población con trastornos mentales existen serios estigmas sociales, el impacto real de la enfermedad
es por desgracia desconocido a nivel social por lo que se asocia a estas personas con la criminalidad y el
bajo estrato social. En el estudio de Nee y Witt de 2013, se evaluó qué opinaba la gente sobre las personas
con enfermedad mental, y parece ser que los criminales sin patologías pero pertenecientes a una clase social
baja eran con diferencia los que más probabilidad tenían de ser discriminados por la sociedad. Puede
significar que la etiqueta “clase baja” unida a la de “enfermedad mental” conforme un conjunto de factores
precipitantes de prejuicios (Jung, 2015).
En la literatura se viene sosteniendo la idea de que en los últimos tiempos ha habido un incremento de
crímenes violentos entre los enfermos de esquizofrenia basada en teorías como la desinstitucionalización,
y sobre todo en mujeres y pacientes que padecían abuso de sustancias comórbido. Fleischman y cols. (2014)
decidieron replicar estos estudios y encontraron que el riesgo de comentar crímenes violentos era menor
en gemelos que la población control general, por lo que sospechaban que sugería algún tipo de
susceptibilidad a compartir afectos ambientales. Las implicaciones clínicas de estos datos se centran en
poner luz sobre la problemática de la conducta violenta en la población esquizofrenia, para que la salud
mental pueda poner en marcha algún tipo de contención al fenómeno.
En un estudio muy reciente se ha encontrado que los pacientes que fueron diagnosticados con trastornos
psicóticos tenían más riesgo de cometer delitos violentos, y esto se explicaba en gran medida debido a
influencias genéticas que al mismo tiempo aumentaron las probabilidades de comorbilidad psiquiátrica, y
muy probablemente abuso de sustancias. Las influencias genéticas exclusivas de otro trastorno psicótico, el
trastorno bipolar, podían explicar aproximadamente una quinta parte del aumento del riesgo de delitos
violentos mientras que las influencias genéticas equivalentes en la esquizofrenia no contribuían a tales
aumentos de riesgo (Sariaslan, Larsson y Fazel, 2016).
¿Es el trastorno lo que induce a la delincuencia o son los ambientes desorganizados y plagados de violencia
los que favorecen la aparición de trastornos psicóticos? Existen estudios que afirman que el nivel socio
económico del ambiente en el que reside y el arraigo tienen una potente relación con la incidencia de
trastornos psicóticos, y la desorganización (falta de normas sociales) de ese ambiente entablaba una
relación lineal con esa incidencia ( Veling, Susser, Selten y Hoek, 2014). Es interesante señalar que, a pesar
de que el interés predominante de la investigación en cuanto a la relación esquizofrenia-criminalidad está
centrada en los actos cometidos por los enfermos, cabe la posibilidad de que la exposición a un ambiente
con alta criminalidad durante las primeras etapas de la vida pueda favorecer la aparición de sintomatología
psicótica. Por lo tanto, si los niños criados en aras como barrios urbanos con alta tasa de criminalidad tienen
mayor probabilidad de desarrollar el trastorno, los factores contextuales podrían tener un peso importante
en su futura conducta delictiva, incluso más que el propio trastorno (Newbury, Arseneault, Caspi, Moffitt,
Odgers y Fisher, 2016).
En cuanto a la prevalencia criminal de los diagnosticados con esquizofrenia, un estudió recogió que el 63.5%
de personas que sufrían un trastorno mental y cometía un delito tenia diagnóstico de esquizofrenia, cada
sujeto cometió de media 3.26 delitos y los más comunes eran daño intencional (34.6%) y asesinado (15.7%).
El 56.4% de los pacientes cometía el primer delito 5 años después de establecerse el diagnostico, un año
después del primer delito el 55.8% cometía el segundo (Liu, Lü, y Hu, 2013). Además de ser más probable
que los esquizofrénicos cometan actos violentos (10.1% vs. 6.6% población general), también tienen mayor
riesgo de ser víctimas de delitos específicos como la agresión sexual violenta (1.7% vs. 0.3% población
general), aunque menos probabilidad de la consideración oficial de víctima. Ya que en la actualidad se
apuesta por la desinstitucionalización y la inclusión social, la tasa de victimización registrada se ha más que
duplicado en pacientes con esquizofrenia, pero se mantiene relativamente constante en la comunidad
general (Short, Thomas, Luebbers, Mullen y Olgoff, 2013).
Se ha teorizado con la posibilidad de que una conjunción de variables sociales y clínicas sea la raíz de la
hostilidad en enfermos esquizofrénicos, y en base a eso, se ha concluido que los síntomas extrapiramidales
y la discinesia tardía, el abuso de alcohol y otras sustancias, la gravedad de los síntomas cognitivos, la mala
adherencia a los psicofármacos y la hospitalización son predictores de las conductas hostiles (Ochoa,
Suarez, Novick, Arranz, Roca, Baño y Haro, 2013) Aunque es difícil determinar qué factores son causantes
de este alto porcentaje de relación entre la presencia de esquizofrenia y la criminalidad se ha tratado de
buscar indicadores predictivos de riesgo que tienen los pacientes psicóticos de cometer actos violentos. Se
encontró que tan solo el 22% de los pacientes con etiqueta diagnostica de esquizofrenia se habían sometido
a una evaluación psicológica forense de la peligrosidad antes de haber cometido el crimen, por ello concluyó
que si la prevención primaria de la delincuencia en el subgrupo de la población de personas esquizofrénicas
no es factible, la prevención de la reincidencia es, además de necesaria, relativamente fácil de llevar a cabo
apoyándose en las valoraciones forenses previas (Kivimies, Repo-Tiihonen, Kautiainen, Tiihonen, 2014).
Según otra fuente pero de manera indirectamente relacionada, el menor riesgo de delincuencia se encontró
entre los pacientes que necesitaron más ingresos hospitalarios, y aunque los procesos individuales de

27
cuidado estaban asociados al el menor riesgo de comportamiento criminal, el tratamiento antipsicótico y el
personal contacto con parientes los que se descubrieron como factores protectores ante la reincidencia. Por
lo tanto la gran conclusión de Pedersen y cols. (2013) fue que la atención psiquiátrica hospitalaria de alta
calidad se asociaba con un menor riesgo de comportamiento criminal después del alta entre pacientes con
esquizofrenia, cabría cuestionarse si las correctas valoraciones psiquiátricas de la peligrosidad pudieran
ser un factor precipitante de este resultado, ya que si la atención es minuciosa la concesión de altas solo se
daría a aquellos pacientes valorados con extremo cuidado.
En busca de indicadores precipitantes de criminalidad en personas esquizofrénicas, se encontró que las
conductas auto-lesivas en enfermos de tipo psicótico son un buen predictor para evaluar el riesgo de
conductas violentas hacia otros y por supuesto de suicidio (Sariaslan, Lichtenstein, Larsson y Fazel, 2016).
Por otra parte, en el estudio de Witt, Lichtenstein y Fazel (2015) se siguió a 13 806 esquizofrénicos durante
12 años, a lo largo los cuales el 17.3% de los hombres y el 5.7% de las mujeres fueron condenados por un
delito violenta. Los factores del historial criminal que más correlacionaban con los episodios violentos
posteriores (en ambos sexos) fueron haber tenido una condena previa por delito violento, asalto con
intimidación o amenazas. Sin embargo, solo la existencia de una condena previa por agresión demostró ser
un buen factor predictivo, seguido de la juventud y el consumo de sustancias. Por lo tanto, para evaluar la
peligrosidad de personas con diagnóstico de esquizofrenia sería sensato prestar atención a estos tres
factores. La conjunción de todos esos factores puede llevarnos a la idea de que tal vez la historia criminal
violenta de los pacientes tenga el mismo origen que la incidencia de conductas auto-lesivas, es decir, no se
trata de criminalidad, sino de la expresión de alguno de los componentes cognitivos del trastorno por medio
de la violencia ya sea hacia sí mismos o hacia los demás.
Radovic y Höglund encontraron muy sorprendidos en su estudio de 2014 que una proporción muy grande
del grupo estudiado (enfermos esquizofrénicos condenados por delitos violentos) confesó que el desorden
psicótico no tenía nada que ver con el crimen. Ellos afirman, por supuesto, que esto es cierto, pero hay otras
interpretaciones más probables, tal como que los sujetos no se dieron cuenta de que sus acciones fueron
influenciadas por el trastorno o no querían culpar a la enfermedad por algo de lo que pensaban que ellos
deberían asumir la responsabilidad, tal y como señalan los datos de la mayoría de la literatura al respecto.
En el punto contrario se encuentra el grupo estudiado por Krakowski y Czobor (2012), quienes pretendían
determinar los efectos de la negación de una conducta violenta en pacientes con esquizofrenia. Según sus
hallazgos, la negación de la agresión se asocia con una disfunción en el proceso ejecutivo, que conlleva a su
vez la evaluación sesgada del mundo que les rodea como amenazante y hostil. De los datos sobre aquellos
que admitieron sus crímenes, se concluyó que en los negadores, el grado de negación está relacionado con
la agresión futura, y de hecho la negación en sí misma es un marcador de tendencias más agresivas Es
evidente que los factores que ayuden a predecir la peligrosidad criminal de las personas esquizofrénicas es
el tema principal de mucha de la investigación al respecto, y los resultados de la búsqueda han arrojado dos
resultados especialmente llamativos relacionados con el tema, el primer es un curioso estudio que se llevó
a cabo en Reino Unido estudio basado en las diferencias étnicas. Dicho estudio parte del perfil señalado por
otros autores como el más propenso a cometer delitos violentos: hombre caribeño con diagnóstico de
esquizofrenia. Pero Bruce y cols. (2014) expusieron que tras analizar el comportamiento agresivo y
antisocial de hombres de diferentes etnias que padecían trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, no
encontraron ningún factor específicamente diferenciador entre los nativos ingleses y otras razas. El
segundo resultado singular fue un estudio donde se examinaron 9 matricidios llevados a cabo por personas
con diagnóstico de esquizofrenia, y el nexo común entre ellos no fue la presencia de síntomas psicóticos en
el momento del crimen, sino una disfunción en el vínculo materno filiar, la peculiar dinámica de la madre-
hijo relación, así como las personalidades únicas y las experiencias de vida de ambos y, naturalmente, la
gravedad de la enfermedad mental es, según Catanesi y cols. (2015) la verdadera clave de los casos de
matricidio.
Utilizando datos de bases nacionales suecas, Björkenstam y cols. (2014), estudiaban los factores personales
y contextuales relacionados con el suicidio en pacientes internos diagnosticados con trastornos psicóticos.
La esquizofrenia fue la etiqueta diagnóstica con más porcentaje de representación en la muestra suicida,
por detrás del el trastorno depresivo con síntomas psicóticos y el trastorno delirante. Y según el modelo de
ajuste usado por los investigadores, los dos factores con mejor predicción para determinar el riesgo de
suicidio fueron las autolesiones (obviamente) y haber cometido un crimen violento (delitos sexuales,
homicidios robos con violencia y provocación de incendios con víctimas). Existen varias explicaciones para
la motivación que lleva a alguien a considerar la opción de suicidio, pero cuando la víctima es joven y es
además una persona cercana, de hecho el suicidio precipitado es algo muy común después de llevar a cabo
un crimen especialmente violento (Marks and Kumar, 1996; Barraclough and Harris, 2002; Shiferaw y cols.,
2010 en Gazdag y cols., 2015). La ideación suicida puede sobrevenir a los esquizofrénicos tras cometer
crímenes como el asesinato de un familiar o un amigo, y aunque el tipo específico de víctima no definía al
grupo susceptible de suicidios, sí que se incrementaba significativamente el riesgo cuando la víctima de la
agresión era un menor de 14 años (Gazdag, Belán, Szabó, Ungvari, Czobor y Baran, 2015). En términos de

28
imputabilidad, es necesario que la determinación de responsabilidad criminal tras la conducta dolorosa de
aquellos que sufren una enfermedad neurológica como la esquizofrenia sea extremadamente justa, y por
ello debe valorarse muy cuidadosamente la relación de alteraciones que este trastorno conlleva, y por
supuesto una traslación a lo legal de la base de los mecanismos psicológicos mediante los que se regula el
comportamiento (Yaffe, 2013). A la luz de todo lo expuesto, y atendiendo al sufrimiento de los propios
enfermos por las consecuencias violentas de su conducta, el tratamiento comunitario obligatorio (TCO) ha
sido planteado como un una alternativa a la necesidad de tratamiento médico impuesto en las medida de
seguridad, ya que ayuda a las personas con trastornos mentales a mejorar sus habilidades para interactuar
con la sociedad. Este mismo año, Kisely y co. han realizado una revisión de los casos de personas que
cumplían esta media, y aunque los datos no muestran diferencia significanticas en el funcionamiento social
o la calidad de vida, las personas que recibían TCO tenían menos probabilidad de involucrarse en delitos
violentos. En el mismo estudio ponen en duda si ese beneficio se debía a la intensidad del tratamiento o al
hecho de ser obligado, y es que los periodos cortos de permiso podían tener la misma eficacia que el
tratamiento formal. Si bien es cierto que los autores reconocen las limitaciones de la investigación si
consideran que sería un campo a explorar muy útil para los legisladores (Kisely, Campbell y O'Reilly, 2017).
Por último, y desde una perspectiva más clínica, la investigación psiquiátrica forense (Prunnlechner, 2012)
ha desarrollado un protocolo de intervención para las personas con diagnóstico de esquizofrenia que han
tenido problemas con la ley. Se presenta estructurado tres principios:
i. Principio de riesgo: debe aplicarse a delincuentes con alto riesgo de tener recaída, como los que padecen
trastornos psicóticos.
ii. Principio de necesidad: objeto del tratamiento son aquellas características alterables del criminal y que
están empíricamente con el comportamiento criminal de base;
iii. Principio de capacidad de alcance: el recibimiento de tratamiento debe basarse en el estilo de aprendizaje
específico de los sujetos diana.

OTROS ESTUDIOS

He hasta aquí la conjunción analítica de los resultados obtenidos en la búsqueda realizada. Aunque han
aportado información sobre distintos aspectos de la relación entre el trastorno esquizofrénico y la
criminalidad es, en comparación con la complejidad del tema, una ínfima parte de la información sobre la
investigación de este campo. Por ello, para completar esta breve disertación se exponen a continuación
algunos estudios con alusión a la criminalidad en personas con esquizofrenia recogidos por Arbach en la
construcción del marco teórico del test HCR-20, una escala para medir la peligrosidad en enfermos
mentales. Tal y como se señala en este artículo de 2007, se seleccionaron los estudios a incluir en la revisión
bibliográfica por su calidad y rigurosidad científica (Arbach y Pueyo, 2007).
En primer lugar se recogen los resultados de un estudio danés donde se examinaron los registros de
admisiones psiquiátricas y de condenas por delitos violentos y se comparó la prevalencia, tipo y frecuencia
de condenas entre quienes habían sido hospitalizados por diferentes trastornos psiquiátricos (6.6% del
total de la muestra, de estos 2.2% fue ingresado por un trastorno mental grave) y las personas nunca habían
sido ingresadas. En las mujeres, todos los grupos diagnósticos tenían un riesgo de delincuencia ente 3 y 10
veces mayor comparados con quienes no tenían trastorno mental. En los hombres también todos los grupos
diagnósticos tenían un riesgo incrementado entre 2 y 7 veces para las condenas criminales (Brennan y
Alden, 2006; Hodgins, Mednick, Brennan, Schulsinger y Engberg, 1996 en en Arbach y Pueyo, 2007).
En un nuevo análisis de esos mismos datos, Brennan, Mednick y Hodgins (2000) encontraron que aun
después de controlar factores demográficos, el consumo de drogas y los trastornos de personalidad, los
individuos que padecían un trastorno mental tenían más probabilidades de haber sido detenidos por delitos
violentos en comparación con los individuos que nunca habían sido hospitalizados, aunque la relación
disminuyó tras el control de aquellas variables. La esquizofrenia, especialmente la de tipo paranoide, fue el
único trastorno mental asociado con un riesgo incrementado de conducta violenta en ambos sexos
(Brennan, Mednick y Hodgins, 2000 en en Arbach y Pueyo, 2007). Aunque este hallazgo puede sugerir que
los síntomas paranoides juegan un rol en el riesgo de violencia, es importante notar que la bibliografía sobre
el tema no es totalmente concluyente (Brennan y Alden, 2006 en en Arbach y Pueyo, 2007).
En un estudio realizado en Finlandia se siguió durante 26 años un total 12.058 personas, de aquel estudio
pudo concluirse que varios trastornos mentales específicos, como la esquizofrenia y los trastornos afectivos
con síntomas psicóticos están asociados con un riesgo elevado para el comportamiento criminal y violento.
El riesgo de cometer delitos violentos en los hombres con esquizofrenia fue 7 veces mayor que en los
hombres sanos, aun después de controlar las variables de estatus socioeconómico y consumo de drogas. Un
dato a destacar de los resultados de esta investigación es que más de la mitad de los sujetos con
esquizofrenia tenía problemas con el alcohol y que las tasas de violencia aumentaba del 7.5% en pacientes
con esquizofrenia al 36.4% en los casos en que la esquizofrenia coexistía con el abuso de sustancias
(Tiihonen, Isohanni, Räsänen, Koiranen y Moring, 1997 en Arbach y Pueyo, 2007).

29
Tal vez el estudio de la revisión que más datos aporta sobre la prevalencia de antecedentes criminales
violentos en esquizofrénicos es el de Swanson y cols. , quienes encontraron que el 2% de la población sin
enfermedad mental en comparación con el 12% de aquellos con esquizofrenia admitía tener antecedentes
de violencia en el año anterior (Swanson, Holzer, Ganju y Jono, 1990 en Arbach y Pueyo, 2007). Las
aportaciones más destacadas del estudio fueron:
a) la prevalencia de violencia fue 5 veces mayor en quienes cumplían criterios para un diagnóstico del eje I
del DSM-III que en quienes no tenían un diagnóstico, la comorbilidad del abuso de alcohol duplicaba la
probabilidad de violencia en aquellos con trastorno mental, y el de drogas ilícitas lo triplicaba.
b) la prevalencia de violencia en quienes cumplían criterios para esquizofrenia, depresión mayor o
trastorno bipolar era notablemente similar (entre el 11 y el 12.7%).
c) la prevalencia de enfermos mentales con un diagnóstico de alcoholismo o abuso de drogas era entre 12 y
16 veces mayor que en las personas sin diagnóstico. Al parecer, los factores con mayor predictibilidad de
violencia fueron ser hombre, joven, de clase social baja, con trastorno mental grave y abuso de sustancias.
Otro estudio destacado es el de Link y cols. quienes de una muestra de 753 personas (psiquiátricos,
ambulatorios e internos, y residentes de la comunidad) encontraron que el 14% autoinformaba de haber
sido arrestado alguna vez frente al 8,6% que constaba en los registros oficiales. Los pacientes psiquiátricos
mostraron tasas más elevadas de conducta violenta tanto en los registros oficiales como en los autoinformes
al ser comparados con los residentes de la comunidad que nunca habían recibido un tratamiento
psiquiátrico. En los pacientes, el riesgo de violencia fue 2 a 3 veces mayor que en la muestra comunitaria
nunca tratada, y no hubo diferencias significativas entre ellos. Y tal como se indicaba en los resultados del
estudio inmediatamente anterior, ser hombre, joven, de bajo nivel educativo y provenir de barrios con alto
potencial delictivo se asociaron significativamente con el riesgo de violencia (Link, Andrews y Cullen, 1992
en Arbach y Pueyo, 2007).
Al igual que en la investigación de Brennan y cols. (2000), aun cuando se controlaron factores
sociodemográficos y personales, incluido el uso de alcohol o drogas, las diferencias significativas en la tasa
de conducta violenta entre pacientes y residentes de la comunidad permanecían de forma sistemática, y
sólo desaparecían al ser controlada la sintomatología psicótica actual con independencia del grupo de
pertenencia. Es decir que la escala de síntomas psicóticos fue la única variable que explicó la diferencia
entre los grupos violentos y no violentos, aun entre los residentes nunca tratados, de ahí la relevancia de
este estudio en el tema que nos ocupa. Hay que señalar que el hecho de que los síntomas psicóticos
expliquen tales diferencias no significa que estos síntomas sean una causa omnipresente de violencia en la
comunidad, ni se puede establecer una relación directa de causalidad entre los síntomas y la violencia, de
hecho los autores señalaron que la diferencia entre los grupos aunque significativa resultó modesta (Link y
Stueve, 1994; Link, Andrews y Cullen, 1992 en Arbach y Pueyo, 2007).
La literatura aporta más datos a favor de la implicación de los factores contextuales en la criminalidad que
la de otros como la carga genética o la enfermedad mental.

CONCLUSIONES

Al ser este un trabajo más bien descriptivo, a la luz de todos los datos anteriormente conjuntados surgen
más preguntas que conclusiones fehacientes. La literatura en relación al vínculo esquizofrenia-violencia no
es escasa, pero se podrían distinguir tres grandes líneas de interés científico: la primero (y más
sorprendente) trata la base ecológica del desarrollo del trastorno, y la relaciona con ambientes
desfavorecidos y repletos de violencia, la segunda es la que estudia a la población penitenciaria, es decir,
observa más bien la reincidencia de los sujetos enfermos, y por último, la tercera pone su interés en los
comportamientos antisociales y violentos que presentan los esquizofrénicos,

REFERENCIAS

Arbach, K., & Pueyo, A. A. (2007). Valoración del riesgo de violencia en enfermos mentales con el HCR-20.
Papeles del Psicólogo, 28(3).
Björkenstam, C., Björkenstam, E., Hjern, A., Bodén, R., & Reutfors, J. (2014). Suicide in first episode psychosis:
a nationwide cohort study. Schizophrenia research, 157(1), 1-7.
Bruce, M., Cobb, D., Clisby, H., Ndegwa, D., & Hodgins, S. (2014). Violence and crime among male inpatients
with severe mental illness: attempting to explain ethnic differences. Social psychiatry and
psychiatric epidemiology, 49(4), 549-558.
Catanesi, R., Rocca, G., Candelli, C., & Carabellese, F. (2015). Matricide by Mentally Disordered Sons: Gaining
a Criminological Understanding Beyond Mental Illness—A Descriptive Study. International journal
of offender therapy and comparative criminology, 59(14), 1550-1563.

30
Ebogen, E. B. y Johnson, S. C. (2009). The intrincate link between violence and mental disorder. Results from
the National Epidemiologic Survey on Alcohol and Related Conditions. Archives of General
Psychiatry. 66 (2), 152-161.
Fleischman, A., Werbeloff, N., Yoffe, R., Davidson, M., & Weiser, M. (2014). Schizophrenia and violent crime:
a population-based study. Psychological medicine, 44(14), 3051-3057.
Gazdag, G., Belán, E., Szabó, F. A., Ungvari, G. S., Czobor, P., & Baran, B. (2015). Predictors of suicide attempts
after violent offences in schizophrenia spectrum disorders. Psychiatry research, 230(2), 728-731.
Jung, S. (2015). Determining criminal responsibility: how relevant are insight and personal attitudes to
mock jurors?. International journal of law and psychiatry, 42, 37-42.
Fuertes Rocañín, J. C. (2012). Manual psiquiatría forense. Arán Ediciones. 93-97.
Kisely, S. R., & Campbell, L. A. (2017). Compulsory community and involuntary outpatient treatment for
people with severe mental disorders. Schizophrenia bulletin, 41(3), 542-543.
Kivimies, K., Repo-Tiihonen, E., Kautiainen, H., & Tiihonen, J. (2014). Previous forensic mental examination
is a useful marker indicating effective violence relapse prevention among psychotic patients. Nordic
journal of psychiatry, 68(5), 311-315.
Krakowski, M. I., & Czobor, P. (2012). The denial of aggression in violent patients with schizophrenia.
Schizophrenia research, 141(2), 228-233.
Liu, J. M., Lü, P., & Hu, J. M. (2013). Characteristics of recidivism in patients with mental disorders: 156 cases
analysis. Fa yi xue za zhi, 29(4), 278-281.
Nee, C., & Witt, C. (2013). Public perceptions of risk in criminality: The effects of mental illness and social
disadvantage. Psychiatry research, 209(3), 675-683.
Newbury, J., Arseneault, L., Caspi, A., Moffitt, T. E., Odgers, C. L., & Fisher, H. L. (2016). Why are children in
urban neighborhoods at increased risk for psychotic symptoms? Findings from a UK longitudinal
cohort study. Schizophrenia bulletin, 42(6), 1372-1383.
Ochoa, S., Suarez, D., Novick, D., Arranz, B., Roca, M., Baño, V., & Haro, J. M. (2013). Factors predicting hostility
in outpatients with schizophrenia: 36-month results from the SOHO study. The Journal of nervous
and mental disease, 201(6), 464-470.
Pedersen, C. G., Jensen, S. O. W., Johnsen, S. P., Nordentoft, M., & Mainz, J. (2013). Processes of in-hospital
psychiatric care and subsequent criminal behaviour among patients with schizophrenia: a national
population-based, follow-up study. The Canadian Journal of Psychiatry, 58(9), 515-521.
Prunnlechner, R. (2012). Forensic aspects of schizophrenia. Psychiatria Danubina, 24(4.), 429-0.
Radovic, S., & Höglund, P. (2014). Explanations for violent behaviour—An interview study among forensic
in-patients. International journal of law and psychiatry, 37(2), 142-148.
Sariaslan, A., Larsson, H., & Fazel, S. (2016). Genetic and environmental determinants of violence risk in
psychotic disorders: a multivariate quantitative genetic study of 1.8 million Swedish twins and
siblings. Molecular psychiatry, 21(9), 1251-1256.
Sariaslan, A., Lichtenstein, P., Larsson, H., & Fazel, S. (2016). Triggers for violent criminality in patients with
psychotic disorders. JAMA psychiatry, 73(8), 796-803.1251-1256.
Short, T. B., Thomas, S., Luebbers, S., Mullen, P., & Ogloff, J. R. (2013). A case-linkage study of crime
victimisation in schizophrenia- spectrum disorders over a period of deinstitutionalisation. BMC
psychiatry, 13(1), 66.
Skeem, J. L., Winter, E., Kennealy, P. J., Louden, J. E., y Tatar II, J. R. (2014). Offenders with mental illness have
criminogenic needs, too: Toward recidivism reduction. Law and Human Behavior, 38 (3), 212-224.
doi:10.1037/lhb0000054.
Veling, W., Susser, E., Selten, J. P., & Hoek, H. W. (2015). Social disorganization of neighborhoods and
incidence of psychotic disorders: a 7-year first-contact incidence study. Psychological medicine,
45(9), 1789-1798.
Witt, K., van Dorn, R., y Fazel, S. (2013). Risk factors for violence in psychosis: Systematic review and meta-
regression analysis of 110 studies. PLoS ONE, 8 (2), 1-15. doi:10.1371/journal.pone.0055942.
Witt, K., Lichtenstein, P., & Fazel, S. (2015). Improving risk assessment in schizophrenia: epidemiological
investigation of criminal history factors. The British Journal of Psychiatry, bjp-bp.
Yaffe, G. (2013). Neurologic disorder and criminal responsibility. Handbook of clinical neurology, 118, 345-
356.

9.- ANÁLISIS DE CASOS SEGÚN EL MODELO DEL TRIPLE RIESGO DELICTIVO

Abordaremos este apartado siguiendo el Modelo de Triple Riesgo Delictivo (Redondo, 2008). A
continuación se exponen los principales conceptos de este modelo:

31
Comportamientos antisociales y delictivos: múltiples conductas de agresión o engaño que dañan o
amenazan a otras personas o sus propiedades, y cuyo objetivo o funcionalidad es obtener un beneficio o
satisfacción propios.
Comportamientos prosociales: La inmensa mayoría de los realizados por el conjunto de los ciudadanos.
Presuponen haber adquirido y mantener los controles inhibitorios que impiden dañar a otras personas, o
sus propiedades, en beneficio propio.
Fuentes de riesgo A, B y C: constituyen tres categorías en las que pueden encuadrarse todos los factores
de riesgo y de protección que la investigación ha identificado empíricamente.
Fuente A, de riesgos personales: todas aquellas características individuales, tanto constitucionales como
adquiridas, empíricamente asociadas a un mayor o menor riesgo de comportamiento antisocial, tales como
la dimensión impulsividad-autocontrol, el grado de egocentrismo-empatía, las creencias antisociales-
prosociales, etc.
Fuente B, de riesgos en el apoyo prosocial: todas aquellas características y condiciones ambientales
(familiares, educativas y sociales) que conforman al individuo a lo largo de su vida y se asocian a su mayor
o menor riesgo delictivo.
En B se enmarcan distintas dimensiones tales como la crianza paterna inconsistente-equilibrada, la
intensidad y calidad de la educación escolar recibida, el tener amigos antisociales-prosociales en la
adolescencia, etc.
Fuente C, de riesgos en las oportunidades delictivas: todas aquellas características ambientales (o de
eventuales víctimas del delito) que favorecen o dificultan el comportamiento antisocial.
En C se encuadran aspectos como el mayor-menor tiempo pasado fuera de casa en la adolescencia, la mayor
o menor oferta en el barrio de propiedades atractivas para la sustracción o el robo, la mayor o menor
accesibilidad a propiedades o posibles víctimas a través de Internet, etc.
Riesgo Individual de Conductual Antisocial (RCAi): probabilidad de que un individuo se implique en
actividades antisociales, a partir del efecto combinado de su motivacion antisocial [f(A,B)] y de la magnitud
de las oportunidades delictivas a que se ve expuesto.
Así, el riesgo de conducta antisocial se estima una función de A, B y C [f(A, B, C)].
En consecuencia, es esperable que el mayor riesgo de conducta antisocial (RCA) se produzca en aquellos
individuos que presentan las combinaciones más desfavorables o negativas de riesgos A, B y C.

ANÁLISIS DE CASOS PRÁCTICOS SIGUIENDO EL MODELO ANTERIOR

CASO Nº 1: DANI

(Tomado de Redondo, S. (2008). Manual para el tratamiento psicológico de los delincuentes. Madrid:
Pirámide; pp. 27-28).
Dani tiene 23 años y, en la actualidad, está en libertad provisional, pendiente de un juicio de robo con
intimidación que se celebrará en un par de meses. Según le ha dicho su abogado, es muy probable que le
caigan varios años de prisión. Ya ha cumplido dos pequeñas penas de cárcel por otros delitos de hurto y
lesiones, y anteriormente estuvo ingresado en un centro de menores. Aunque ahora tiene un trabajo por
horas de repartidor en un almacén de construcción, no le gusta mucho. Dani reconoce que aparte de los
delitos por los que le han condenado y está ahora procesado, ha cometido bastantes más. En realidad lleva
toda su vida robando, vendiendo drogas y peleándose con la gente. Lo que pasa es que muchas veces las
cosas quedan entre “colegas”, y no hay denuncias ni nada. También a él le han robado y zurrado más de una
vez. Así ha sido su vida.
De acuerdo con todos los datos que se han recogido sobre su historia, a partir de diversos informes y
entrevistas, algunos aspectos relevantes de la vida de Dani son los siguientes: Dani es el menor de seis
hermanos. Ha vivido todos estos años con su madre y su abuela materna, que es quien se ha ocupado de él,
ya que su madre trabajaba muchas horas limpiando. Vive en un suburbio de la ciudad en el que hay muchos
problemas de desempleo, venta y consumo de drogas y delincuencia. Cuando Dani era pequeño, su padre
todavía vivía en casa, aunque no trabajaba ni se ocupaba de nada, casi siempre venía borracho y se ponía
muy violento con todos.
A su madre la insultaba y maltrataba con frecuencia. Ella lloraba mucho, pero se aguantaba. Alguna vez su
hermano mayor y su padre se habían peleado a puñetazos y patadas. Entonces la madre y la abuela salían
corriendo fuera de la casa o se encerraban en una habitación con los más pequeños para evitar que les
hicieran daño. Un día su padre no volvió más a casa y no ha vuelto a saber de él hasta hace poco. Después
de abandonarlos, estuvo algunos años en prisión por tráfico de drogas. Nunca regresó a casa ni hizo nada
por ver a sus hijos. Tampoco ellos (ni su madre, ni Dani, ni sus hermanos) han querido saber nada de él.
Dani nació prematuramente (con siete meses) y hubo bastantes complicaciones en el parto hasta que
pudieron sacarlo. Durante los años infantiles fue un niño inquieto, al que le costaba mucho estar sentado
hablando con otros niños, viendo la televisión y, todavía más, haciendo los deberes del colegio. Lo que más

32
le gustaba era jugar corriendo de un lado para otro de la casa o en la calle. En un descampado de su barrio
habían jugado algunas veces a preparar trampas o perseguir con palos a gatos o perros abandonados. En
varias ocasiones se accidentó, cayendo desde cierta altura, lo que le produjo ciertos golpes en la cabeza y la
rotura de un brazo y de una pierna.
El colegio no ha sido su fuerte: ni le gustaba ni se le daba bien. Aunque, según las evaluaciones que le
realizaron, tenía una inteligencia normal, no entendía bien algunas de las cosas que le explicaban y le
costaba mucho atender a nuevas explicaciones, con lo que acababa no entendiendo muchos conceptos y no
sabiendo qué era lo que le pedían en los deberes. A partir de los diez años, en que le empezaron a dejar que
fuera solo al colegio, comenzó a llegar tarde y faltar algún día. El colegio informó de ello a su madre, pero
las ausencias no se resolvieron del todo y, al hacerse mayor, fueron en aumento.
Cuando tenía trece años, Dani y dos de sus amigos del barrio empezaron a ir con una pandilla de chicos algo
mayores que ellos que habían dejado el instituto y pasaban todo el día en la calle. Para pagarse sus gastos
realizaban pequeños robos (abriendo coches aparcados, hurtando el alguna tienda, robando algún bolso
desprotegido, etc.). Dani y sus amigos comenzaron a participar en dichos robos junto a los otros chicos, más
expertos. En alguna ocasión habían asaltado a algún motorista, mediante una navaja, para robarle la cartera
o la propia moto. A alguno le habían herido ligeramente con la navaja o al caerse de la moto. Decían que no
era para tanto y que eran “gajes del oficio”. También habían robado algún coche aparcado para pasárselo
bien.
Cuando conseguían algún dinero, invitaban a las chicas del barrio, se compraban ropa, se iban de viaje o
iban con prostitutas. También por aquella época Dani se inició en el consumo de hachís, coca y pastillas.
Desde entonces Dani ha sido detenido en numerosas ocasiones robos, agresiones y venta de drogas. Hasta
ahora le ha gustado la vida que llevaba, ya que, según dice, se lo ha pasado muy bien y ha vivido experiencias
increíbles. Sin embargo, últimamente no está muy animado con el futuro que le espera. Aunque no le
entusiasma el trabajo que tiene, dice que le agradaría trabajar en un taller de coches y, a lo mejor ç, cambiar
de vida. Además, hace unos meses conoció a una chica que le gusta mucho y con la que se ve alguna vez para
tomar algo. Pero si resulta condenado y va a la cárcel un tiempo, no sabe qué podrá pasar.

CUESTIONES SOBRE EL CASO ANTERIOR:

1.- En el caso anterior, siguiendo el modelo de triple riesgo delictivo, señalar las fuentes de riesgo A
(personales) y B (de apoyo social).
2.- En el caso anterior, señalar los factores de riesgo “estáticos” (elementos de difícil o imposible
modificación) y “dinámicos” (los que son susceptibles de ser mejorados).
3.- Señalar los “excesos” y “déficits” en la conducta de Dani.
4.- Señalar los “antecedentes” y “consecuentes” que pueden destacarse en el caso de Dani.
5.- Escribir los objetivos más prioritarios para el tratamiento de Dani.

RESPUESTAS:

1.- Señalar las fuentes de riesgo A (personales) y B (de apoyo social).


Fuentes de riesgo personales (A):
• Nació prematuro.
• Complicaciones en el parto.
• Inquietud, impulsividad.
• Golpes en la cabeza y roturas en brazos y piernas.
• Inteligencia normal?
• Desatención.
• Absentismo.
• Creencias de que delinquir es algo normal.
• Drogadicción.
Fuentes de riesgo de apoyo social (B):
• Educado por la abuela.
• Vivir en suburbio.
• Padre alcohólico, violento y desempleado.
• Educación paterna inadecuada.
• Abandono paterno.
• Tráfico de drogas del padre.
• Juegos violentos con amigos (perseguir gatos y perros).
• Pandilla de amigos delincuentes.
• Refuerzos obtenidos a través de los robos.

33
2.- Señalar los factores de riesgo “estáticos” (elementos de difícil o imposible modificación) y “dinámicos”
(los que son susceptibles de ser mejorados).
Factores de riesgo estáticos:
• Nacer de un parto complicado.
• Ser un niño impulsivo y con problemas de atención en la escuela.
• Ser atendido y criado casi de modo exclusivo por su abuela.
• Que naciera y viviera en un barrio problemático y con altas tasas de delincuencia.
• Que su padre fuera alcohólico, violento, traficara con drogas y abandonara a su familia, etc.
Factores dinámicos:
• Que Dani tenga amigos delincuentes.
• Que justifique el delito y el daño a otras personas como “gajes del oficio” (creencias favorables al
delito).
• Que carezca de formación laboral.
• Que obtenga dinero exclusivamente robando.
• Las adicciones.
• Etc.

3.- Señalar los “excesos” y “déficits” en la conducta de Dani.


Excesos:
• Hurta, roba y agrede a otras personas de modo habitual.
• Se irrita con facilidad y gran intensidad.
• Insulta, amenaza y acosa a otras personas para lograr lo que quiere.
• Muestra una elevada impulsividad: hace lo primero que se le viene a la cabeza.
• Consume, cuando tiene dinero, pastillas y cocaína.
• Va diariamente a un bar donde se encuentra con sus amigos, la mayoría delincuentes y
consumidores de drogas.
• Frecuentemente se emborracha.
• Llega tarde y falta a menudo al trabajo con cualquier excusa.
• Desconfía de las personas que no conoce y malinterpreta a menudo lo que dicen y hacen.
• Se pone nervioso cuando conversa con otras personas y no sabe explicarse adecuadamente.
• Manifiesta muchos pensamientos distorsionados y de justificación de su vida delictiva (no cree que
haga daño a nadie y considera que todo el mundo de una manera u otra roba).
Déficits:
• Su nivel educativo es muy bajo, con grandes lagunas culturales..
• Carece de formación laboral específica.
• Carece de intereses de ocio, deportivos, culturales, etc.
• Carece de amigos y otros vínculos prosociales (excepto una chica con la que ha empezado a salir
recientemente).
• Presenta baja competencia en habilidades sociales: conversacionales, afectivas, de comunicación
de emociones y de negociación.
• Incapacidad actual para reflexionar mínimamente antes de actuar.
• Su nivel de desarrollo moral es muy bajo, lo que le hace basar sus decisiones en su propio beneficio.
• Aunque su madre reiteradamente lo ha intentado, Dani nunca ha asumido ninguna obligación en
relación con las tareas y responsabilidades domésticas.
• Su nivel de aseo personal es bastante deficitario.

4.- Señalar los “antecedentes” y “consecuentes” que pueden destacarse en el caso de Dani.
Antecedentes:
• Gran fuerza actual de sus hábitos antisociales, debido a las muchas experiencias previas que han
sido reforzadas.
• Gran fuerza de los hábitos de consumo de sustancias tóxicas debido también a la experiencia
repetida y a un cierto grado de adicción.
• Precipitación de ansiedad en situaciones de interacción social, debido a que no se ve capaz de
resolverlas adecuadamente.
• Interpretación sesgada (como amenazas) de lo que dicen y hacen otras personas.
• Modelado de amigos delincuentes y consumidores de drogas.
• Incitación de los modelos para cometer delitos y consumir drogas.
• Contextos físicos de encuentros con los amigos (bares habituales, plaza del barrio, etc.).
• Carencia de dinero.
• Multitud de definiciones de conductas favorables a la delincuencia y al consumo de drogas y
contrarias a los estilos de vida prosociales.

34
Consecuentes:
• Llevar una vida fácil, sin obligaciones.
• Obtención de dinero fácil y rápido.
• Evitar el esfuerzo del trabajo, los horarios, las obligaciones domésticas, etc.
• Efectos psicofarmacológicos gratificantes de los consumos de drogas.
• Reducción de tensión acumulada.
• Vengarse de los enemigos.
• Reforzamiento social de los amigos y colegas.
• Coherencia con las propias definiciones de Dani sobre su conducta y sobre la conducta de los otros:
autorreforzamiento.

5.- Escribir los objetivos más prioritarios para el tratamiento de Dani


Desarrollar los siguientes comportamientos y habilidades:
• Motivarle y facilitarle la mejora de su nivel educativo reglado.
• Motivarle y facilitarle una formación profesional específica (en mecánica, de acuerdo con su
preferencia).
• Motivarle y facilitarle su vinculación a un equipo de fútbol (que es su preferencia).
• Vincularle a una actividad cultural o recreativa municipal en su barrio (analizar con él las
posibilidades).
• Entrenarle en competencia psicosocial, a partir de alguno de los programas grupales ya disponibles
que incluya, como mínimo, ingredientes terapéuticos en “habilidades sociales”, “reestructuración
cognitiva”, “control emocional” y “desarrollo de valores”.
• Acordar (mediante un contrato conductual) con su madre la asunción progresiva por parte de Dani
de algunas responsabilidades domésticas.
• Incorporar en el contrato la mejora de los niveles de higiene y aseo.
• Promover el mantenimiento del actual empleo y la mejora de la situación laboral si es posible.
• Implicar en los desarrollos terapéuticos, en la medida de lo posible, a la chica con la que Dani ha
empezado a salir.
Reducir los siguientes comportamientos y hábitos:
• Hurtar y robar.
• Insultar, acosar, amenazar y agredir a otras personas.
• Las expresiones de ira descontrolada.
• Los comportamientos impulsivos.
• Los consumos de alcohol, cocaína y pastillas.
• Los encuentros con sus amigos delincuentes y consumidores.
• Las faltas o impuntualidades laborales.
• Sus pensamientos distorsionados sobre las intenciones de otras personas.
• Sus “definiciones” y justificaciones de la violencia y la delincuencia.

CASO Nº 2: SONIA

Sonia tiene 30 años y, actualmente, reside en casa de sus padres porque no posee fondos económicos
suficientes. Está soltera y tiene una hija de 4 años. Hace un año fue acusada de un delito de robo en una
joyería, valorado en un coste de 3000€. Hoy día, está pendiente de juicio y se le ha asignado un abogado de
oficio por no poder costearse uno privado. En palabras de su abogado, la acusada se encuentra en una
situación complicada, ya que pueden atribuirle de 1 a 5 años de prisión, teniendo que dejar a su hija en
manos de los servicios sociales o, en su caso, de otro familiar si así se le fuese asignado.
Desde siempre ha tenido problemas judiciales, aunque menores al presente, debido al círculo social en el
que se suele mover. Sonia ha vivido desde pequeña en un suburbio de la ciudad de Sevilla, bien conocido
por su alto índice de criminalidad, vandalismo, bajo nivel educativo y sociocultural…. Dejó la escuela a los
14 años, sin acabar sus estudios secundarios (ESO). En torno a esta edad, también comenzó a consumir
drogas como cannabis y cocaína, entre otras (hasta la actualidad). Tras ello, ha tenido algunos trabajos
(como camarera y ayudante de peluquería), pero ninguno de ellos ha durado más de seis meses debido a
sus ausencias e irresponsabilidades, por lo que acababan echándola. Su último trabajo fue hace un año.
En cuanto a su familia, Sonia es la mediana de tres hermanos. Su hermano mayor, Juan, de 36 años, lleva 2
años en prisión cumpliendo condena por tráfico de drogas, mientras que el pequeño, Alberto, de 22 años,
abandonó la escuela y está ayudando a su padre (Juan) de albañil, el cual tiene 59 años. Por su parte, Carmen,
la madre, de 57 años, nunca ha trabajado y se dedica al hogar. Respecto al padre de su hija, Carlos, de 32
años, también tiene antecedentes delictivos, como robos con violencia y pequeños hurtos. La relación con
el mismo era bastante inestable porque, además, tenía problemas de abuso de alcohol, así que, debido a las
fuertes discusiones y por el bien de la menor, rompieron la relación.

35
A través de las entrevistas realizadas a los padres de Sonia, se observa que era una niña bastante
irresponsable, no acataba normas desde temprana edad (en torno a los 7 años), mentía para no ir al colegio
(p.ej. diciendo que se encontraba enferma) y, en general, era muy revoltosa. Al principio de la escuela no
sacaba malas notas, salía del paso aprobando las asignaturas. No obstante, conforme iban pasando los años
(mitad de Primaria), comenzó a no llevarse muy bien con el resto de los compañeros, no tenía muchos
amigos, aunque empezó a salir con una pandilla que, tal y como dice su padre, hizo que se aumentaran sus
problemas. Comenzó a faltar a clases a escondidas, teniendo sus profesores que avisarles siempre de ello,
pero Sonia no mostraba ningún remordimiento ni culpa tras las regañinas de su madre. Además, empezó a
hacer pequeños “robos”: en tiendas de alimentación, bazares… Uno de los problemas más graves fue una
pelea en la que recibió un empujón y se golpeó la cabeza con un bordillo. Sufrió una pérdida de conciencia
durante varios minutos, siendo ingresada en el hospital para su posterior recuperación.
En cuanto a sus relaciones personales, Sonia abandonó su casa a los 15 años para irse a vivir a casa de uno
de sus primeros novios. El motivo fue que no se sentía a gusto en su casa y que estaba cansada de
escucharles. Tras dos semanas, volvió a su casa por haber tenido problemas con la familia de él (no acataba
normas allí tampoco y hacía lo que le parecía a su antojo), terminando también su relación con él. En general,
sus relaciones eran muy intensas al principio, pero con un final muy repentino por no saber estar con nadie
más que con ella misma. Con el padre de su hija, Carlos, tuvo un accidente y quedó embarazada por
imprudencia la primera noche que se conocieron. Decidieron intentarlo, pero, cuando su hija tenía un año,
vieron que era imposible y rompieron. Todo ello fue exacerbado por los problemas de alcohol y tráfico de
drogas, tal y como se comentó al principio. Actualmente, Carlos no pasa ningún tipo de manutención a Sonia,
despreocupándose por completo de su hija y alegando que tiene muchas deudas que debe cubrir. Por su
parte, Sonia está en paro y tampoco muestra ningún tipo de interés en conseguir un nuevo empleo, por lo
que se dedica a realizar diversos tipos de robos para sacar algo de dinero para cuidar de su hija (entre los
que se encuentra el robo actual por el cual ha sido detenida). Según comenta, siempre roba ropa en los
centros comerciales, dice que es una “experta” y que jamás se ha gastado dinero en ello. Otras veces ha
invadido casas con cerraduras fáciles de abrir y ha robado dinero y joyas de valor, las cuales luego las ha
revendido. Sin embargo, el delito que comenta como más usual es robar dinero de los bolsos de otras
mujeres mientras éstas se encuentran distraídas.

EVALUACIÓN Y PROPUESTAS DE INTERVENCIÓN

El modelo de Triple Riesgo Delictivo consta de tres categorías en las que puede encuadrarse todos los
factores de riesgo y protección que la investigación ha identificado empíricamente. Estas categorías son:

Fuente A, de riesgos personales: todas aquellas características individuales, tanto constitucionales como
adquiridas, empíricamente asociadas a un mayor o menor riesgo de comportamiento antisocial, como la
dimensión impulsividad-control, el grado de egocentrismo-empatía, las creencias antisociales-prosociales,
etc.
Fuente B, de riesgos en el apoyo prosocial: todas aquellas características y condiciones ambientales
(familiares, educativas y sociales) que conforman al individuo a lo largo de su vida y se asocian a su mayor
o menor riesgo delictivo. Por ejemplo: la crianza paterna inconsistente-equilibrada, la intensidad y calidad
de la educación escolar recibida, el tener amigos antisociales-prosociales en la adolescencia, etc.
Fuente C, de riesgos en las oportunidades delictivas: todas aquellas características ambientales (o de
eventuales víctimas del delito) que favorecen o dificultan el comportamiento antisocial. En la C se
encuadran aspectos como el mayormenor tiempo pasado fuera de casa en la adolescencia, la mayor o menor
oferta en el barrio de propiedades atractivas para la sustracción o el robo, la mayor o menor accesibilidad
a propiedades o posibles víctimas a través de Internet, etc.

Teniendo en cuenta el caso presente, los factores de riesgo de Sonia son:


Fuente A:
○ Bastante irresponsable.
○ No acataba normas desde temprana edad (en torno a los 7 años).
○ Mentirosa.
○ Muy revoltosa.
○ Falta de remordimiento o culpabilidad.
○ Delincuencia desde temprana edad (pequeños robos y hurtos).
○ Consumo de drogas.
○ Imprudente.
○ Abulia y apatía: no siente interés por ningún trabajo.
○ Golpe en la cabeza con pérdida de conciencia.
Fuente B:

36
○ Vivir en un suburbio con alto índice de criminalidad, vandalismo y bajo
nivel educativo y sociocultural.
○ Tráfico de drogas por parte de su hermano mayor (y posterior
encarcelamiento).
○ Tráfico de drogas y abuso por parte de su ex novio.
○ Dejó la escuela a los 14 años.
○ Absentismo escolar.
○ Grupo de amigos delincuentes.
○ Refuerzos obtenidos a través de los robos: se considera una “experta” y
se atribuye características positivas al hecho de robar.
Fuente C:
○ Mucho tiempo pasado fuera de casa desde que era joven.
○ Vivir en un barrio expuesto a la delincuencia.
○ Facilidad de encontrar a sus víctimas para robar.
○ Oferta de propiedades de fácil acceso para poder entrar a robar.

A continuación, se señalan los factores de riesgo estáticos y dinámicos asociados:


1) Estáticos:
Delincuencia y abuso de alcohol del ex novio.
Delincuencia por parte de su hermano mayor.
Infancia vivida en un suburbio.
Ser una niña revoltosa de pequeña.
Haberse dado un golpe en la cabeza con un bordillo tras una pelea.
2) Dinámicos:
Su desinterés por no encontrar trabajo.
Cambiar su círculo social.
Que carezca de formación laboral.
El abuso de drogas.
Las creencias favorables al delito.
Los refuerzos positivos asociados a la conducta de robar (sentirse una
“experta”).
Aumentar su responsabilidad.
Asumir bien el rol de madre.

En cuanto a los excesos y déficits, en el caso de Sonia encontramos los siguientes:


A. Excesos:
Hurta y roba.
Irresponsabilidad.
Consumo de drogas.
Relaciones con personas delictivas (hermano, ex novio…).
Rebeldía contra las normas sociales.
B. Déficits:
Irresponsabilidad.
Falta de remordimiento o culpa.
Nivel educativo bajo.
Carece de formación laboral.
Carece de amigos y vínculos prosociales.
No asume responsabilidades como madre.
Abulia y apatía.

En relación a los antecedentes y consecuentes, son los que siguen:


Antecedentes:
*Gran influencia del contexto social en el que vivía, debido a que las personas de su entorno, como el grupo
de amigos con el que frecuentaba, mostraban comportamientos prodelictivos. Además, su hermano estaba
en prisión condenado por tráfico de drogas y la relación con el padre de su hija, también sirvió de modelado
debido a la variedad de conductas delictivas que realizaba. Todas estas experiencias previas han servido de
refuerzo para su desarrollo delictivo posterior.
*También tuvo especial relevancia en su comportamiento delictivo sus hábitos de consumo de drogas
(cannabis, cocaína) modelado por los amigos y el tipo de barrio en que vivía, lo que con el paso del tiempo
ha provocado una gran adicción.

37
*Además de la influencia de sus amigos y de su pareja, el contexto familiar también tiene un peso importante
en el desarrollo de su conducta. Por ejemplo, las conductas delictivas del hermano mayor comentadas
anteriormente y las de su hermano pequeño, que dejó la ESO. La relación intrafamiliar es desestructurada.

*Por otra parte, estos actos pueden estar relacionados con el bajo nivel socioeconómico y la incapacidad de
mantener un trabajo estable.
*Todas estas experiencias han ido formando un sistema de creencias favorable a la delincuencia y contrarias
a los estilos de vida prosociales.
Consecuentes:
*Reforzamiento social de los amigos y de la pareja como forma de sentirse integrada en un contexto social
debido a su dificultada para entablar relaciones interpersonales.
*El efecto eufórico y gratificante tras el consumo de drogas, como medio para desinhibirse en determinadas
situaciones, como robos o pequeños hurtos, y para evadirse de sus problemas cotidianos.
*Los actos delictivos le ayudan a llevar una vida sin obligaciones, ya que obtiene el dinero de forma
inmediata y sin esfuerzo, evitando la obligación de tener un empleo estable, depender de la economía de los
padres y otras responsabilidades.
*El beneficio que obtiene de estas conductas actúan como refuerzo sobre las propias creencias y
expectativas delictivas, es decir, servirían como autorreforzamientos.

Para finalizar, los objetivos más prioritarios que se proponen para el tratamiento de Sonia serían:
1) Rehabilitación y desintoxicación del consumo de drogas.
2) Modificar y trabajar las creencias erróneas y distorsiones cognitivas favorables al delito.
3) Motivación y facilitación de la mejora de su nivel educativo.
4) Descubrir qué aficiones e intereses presenta para proporcionarle un refuerzo distinto a la conducta de
robar.
5) Ayudarle a conseguir una formación profesional y laboral.
6) Insertarla en el mundo laboral, evitando la conducta de robo.
7) Implicarla en el cuidado de su hija, haciendo que asuma las responsabilidades que le corresponden.
8) Desarrollo de la empatía.
9) Trabajar la motivación e interés en la realización de actividades de ocio responsables.
10) Enseñar habilidades sociales de comunicación y solución de problemas.
11) Aprender a asumir las normas sociales y respetar los límites que de estas se derivan.

CASO Nº 3: JEFFREY DAHMER, EL CARNICERO DE MILWAUKEE

En los años 60, en el estado de Wisconsin, concretamente en la ciudad de Milwaukee (Estados Unidos), nació
uno de los asesinos más controvertidos de la historia del crimen. A partir de éste, Robert Ressler acuña una
nueva categoría dentro de los asesinos en serie denominada categoría mixta. Esta nueva categorización
incluye características de las categorías psicopáticas y psicóticas.
Para comprender mejor este caso y la mente de este asesino, vamos a describir y contextualizar su historia
dividida por etapas.
Etapa infantil
Jeffrey Dahmer era un niño aparentemente normal. Creció en el seno de una familia conservadora y católica
en la que fue querido y apoyado. Sus padres lo definían como un niño extravertido en las relaciones con sus
iguales.
A la edad de 6-7 años, se mudó a una casa en las afueras de Bath, Ohio. Es en este momento, cuando se
empieza a notar un cambio en su conducta. Comienza a manifestar conductas más introvertidas y a mostrar
menos interés en la relación con los demás. A medida que se fue desarrollando, aparece ideación en relación
con la muerte, y en concreto con la anatomía y disección de los animales muertos. Esto se materializa con la
recogida de animales muertos en la carretera y su posterior disección en el patio trasero de su casa.
En paralelo y coincidiendo con el inicio de su pubertad, se manifiesta su tendencia sexual hacia personas
del mismo sexo. Ambas ideaciones se unen para dar forma y base a su personalidad criminal.
Etapa adolescente
En la adolescencia mantuvo esas conductas introvertidas a pesar de los esfuerzos de su familia por
involucrarlo en actividades sociales.
Esta etapa está marcada por el sufrimiento debido a su orientación sexual, puesto que su familia es
conservadora y carece de referentes sociales homosexuales en su contexto. Esto deriva en una
interpretación negativa de sus deseos e inclinaciones sexuales, así como en la necesidad de reprimirlos.
En este período realiza su primer acercamiento a la conducta delictiva que no llega a obtener resultados
fructíferos. El joven Dahmer tenía un vecino que salía a correr todas las mañanas. Un día fue a su encuentro

38
armado con una vara de madera para dejarlo inconsciente y así poder cumplir sus fantasías, la masturbación
al lado de un cuerpo inerte. Ese día el vecino alteró su ruta y no pasó por el lugar donde Dahmer lo estaba
esperando, frustrando los deseos de éste.
Además, durante la secundaria el muchacho inició su dependencia al alcohol como una vía escapatoria a sus
deseos sexuales. Sin embargo, es destacable Dahmer tenía una capacidad especial para utilizar su encanto
y locuacidad con el profesorado.
Durante este momento de su vida, la relación entre sus progenitores empieza a deteriorarse. Finalmente, se
divorcian cuando Dahmer tenía 17 años. Este es un hecho clave para él cambiando la dinámica familiar y
abandonando su padre el hogar familiar. Al poco tiempo, su madre con su hermano menor abandona la casa
dejándolo en una situación de desamparo, desconocida por su padre.
Etapa adulta
Esta es la etapa en la cual desarrolla y culmina su carrera criminal, marcada por el abuso de sustancias,
prevaleciendo el alcohol.
La víctima de su primer crimen es un joven al que encuentro haciendo auto-stop al que condujo hasta su
casa. Cuando éste quiso irse, Dahmer no soportó el rechazo, lo golpeó con una pesa y lo estranguló. Una vez
concluido el asesinato, lo desmiembra para meterlo en bolsas y deshacerse del cadáver. En el camino al
vertedero para tal fin, es parado por la policía a los que explica que lleva basura para tirar al vertedero, éstos
creen su versión y lo dejan circular. Quedando así, en un primer momento, este crimen impune.
Retomando el entorno familiar de Dahmer, el padre en una visita al domicilio familiar se percata de que la
madre lo ha abandonado y decide volver a casa a cuidar de su hijo. De este modo, empieza a darse cuenta
de las conductas extrañas de su hijo y decide enviarlo a estudiar a la universidad. La experiencia en ésta no
es buena y al tiempo vuelve a casa. Dahmer va al ejército a propuesta de su padre, donde se desarrolla como
médico militar por su interés en la anatomía.
Resurgiendo su adicción al alcohol motivo éste por el que sus superiores licenciarlo antes de tiempo y debe
volver a su casa. El padre ante la indefensión en la educación de su hijo, decide apoyarse en la abuela y lo
manda a vivir con ella, debido a la buena relación que ambos tenían.
En el sótano de la casa de su abuela, es donde comete gran parte de sus asesinatos. Buscaba sus víctimas en
bares de ambiente gay, las engatusaba con sus encantos y así conseguía llevarlas a casa para así perpetrar
sus crímenes. Posteriormente mantenía relaciones sexuales con los cadáveres, a los que posteriormente
descuartizaba. Algunas de las partes de estos cuerpos eran conservadas durante un tiempo.
Debido a su religiosidad, experimenta un período de autocontrol en el que se esfuerza por no cometer actos
violentos y participa en la iglesia evangélica de su comunidad. Sin embargo, no puede resistir sus deseos
homicidas y regresa a la actividad criminal tras mudarse a un apartamento en Milwaukee.
Cabe destacar que el primer día viviendo en este apartamento ofrece 50 dólares a un chico laosiano de 13
años para sacarle unas fotografías. Este chico se asusta cuando Dahmer comienza a realizarle caricias y sale
corriendo. Son los padres del menor los que lo denuncian y en el juicio le condenan, por agresión sexual en
segundo grado, a un año de prisión en régimen semiabierto. El padre del propio Dahmer, cuando este
solicita la libertad, se opone de forma escrita alegando que su hijo no está rehabilitado y conlleva un peligro
para la sociedad.
Viviendo ya en solitario, da rienda suelta a sus inclinaciones homicidas y es cuando sus asesinatos se
vuelven más frecuentes y complejos. En una de las ocasiones, una víctima logra escapar después de ser
golpeada y es encontrada por la policía tras una llamada de una vecina. Sin embargo, Dahmer convence a la
policía de que la víctima es su pareja y vuelven al apartamento, donde consuma el asesinato.
La policía finalmente descubre los hechos tras la denuncia de una víctima que logró escapar. En el
apartamento se encuentran diferentes restos de cadáveres conservados y fotografías de los mismos. Así,
descubren que este asesino practicaba el canibalismo, así como operaciones craneales a las últimas víctimas
en un intento por dejarlos sin voluntad y tener un cuerpo vivo, no consciente, a su disposición.

EVALUACIÓN Y ANÁLISIS DESDE EL MODELO TRIPLE RIESGO DELICTIVO (TRD)

El caso se analiza bajo el Modelo de Triple Riesgo Delictivo (TRD) (Redondo, 2008), el cual presenta un
carácter integrador para la comprensión de la delincuencia. A partir de este modelo, se analizan los factores
de riesgo que dan lugar a la motivación criminal, además se presentan los factores estáticos, aquellos que
son modificables en el tiempo y sobre los que se puede intervenir, y los factores estáticos los que son fijos e
inmodificables.
Las fuentes de riesgo que se encuentran en el caso de Jeffrey Dahmer son:
Fuentes de riesgo A, riesgos personales: Se componen de aquellas características individuales que se asocian
en mayor o menor medida con la conducta antisocial. En este apartado se encuentran:
*Creencias religiosas: Estas creencias las vive como fuente de represión de su homosexualidad por
considerarse, en el marco de la religión, una desviación negativa (factor dinámico).

39
*Orientación sexual homosexual: Es fuente de conflicto y represión por falta de figuras de referencia y
conocimiento de esta tendencia sexual (factor estático).
*Falta de autocontrol: Dahmer no es capaz de controlar sus conductas impulsivas, descritas por él mismo
como compulsiones que no podía frenar (factor dinámico).
*Disección de animales: Disfruta con la muerte y la disección de animales. Esto lo relaciona con la excitación
sexual y lo relaciona con su orientación sexual, dando lugar a fantasías y deseos necrófilos (factor dinámico).
*Alcoholismo: Adicción al alcohol que provoca diferentes comportamientos disruptivos (factor dinámico).
*Introversión: Da lugar a una falta de red de apoyo social y un déficit de habilidades sociales (factor
dinámico).
*Locuacidad/Atractivo físico: Esta característica le permite acercarse a sus víctimas y le facilita cometer los
asesinatos (factor dinámico).
Fuente de riesgo B, riesgos del apoyo prosocial:
*Divorcio de los padres: Este factor es un estresor clave para el inicio de sus compulsiones hacía la conducta
delictiva, puesto que el sujeto observa las peleas entre sus progenitores viviendo estas como negativo
(factor estático).
*Mudanza: En la etapa infantil del sujeto éste se muda, siendo esto algo que es nocivo para el sujeto. Pues
empieza a manifestar conductas introvertidas a partir de este momento (factor estático).
*Falta de relación con el hermano: La falta de contacto y apoyo por parte de su hermano constituye la
ausencia de una figura importante donde escudarse para afrontar sus problemas (factor dinámico).
*Situación de desamparo por abandono de la madre: Este es un factor importante que precipita sus
conductas delictivas, puesto que la mayoría de las personas viven este hecho como algo traumático (factor
estático).
*Falta de red de amigos: La ausencia de personas de referencia de su edad no permite que Jeffrey desarrolle
conductas sociales adecuadas (factor dinámico).
*Inadaptación social: Debido a la falta de socialización adecuada el sujeto no sabe cómo interactuar adecuar
en los diferentes contextos de su vida (factor dinámico).
Fuente de riesgo C, riesgos en las oportunidades delictivas:
*Casa de campo / Sótano de casa de la abuela / Apartamento: Estos lugares posibilitan al sujeto estar con la
víctima de forma privada y tranquila. Impidiendo el ser observado por testigos (factor estático).
*Auto-stop: La presencia de personas que realizan este acto le facilita el acceso a las víctimas y dificulta que
sus seres queridos piensen que les ha ocurrido algo (factor dinámico).
*Ineficacia policial: En las dos ocasiones en las que es parado por la policía y toma contacto con él, estos
creen sus versiones. Esto provoca un aumento de la confianza del sujeto, conllevando una mayor
criminalidad (factor dinámico).
*Bares de ambiente homosexual: La presencia de bares y discotecas de ambiente en su zona facilita el acceso
a las víctimas con este perfil (factor dinámico).

CONCLUSIÓN
La motivación delictiva (en función de los riesgos A y B) del sujeto es inicialmente controlar a sus víctimas
sin provocarles daño alguno, puesto que sólo quería sentir dominio absoluto sobre ellas. Esta situación de
cautiverio de sus víctimas genera excitación en el sujeto, siendo ésta la única fuente de placer y satisfacción
vital de Dahmer.
Los factores de riesgo principales asociados a la conducta delictiva de Jeff son, en cuanto a factores A: Sus
creencias religiosas, orientación sexual y gusto por la disección animal, además de su falta de autocontrol.
Estos 4 factores son la base de su ideación homicida.
Respecto a los riesgos B: Los factores más importantes serían la mudanza, el divorcio de los padres y el
abandono por parte de su madre y su hermano. Estos hechos pudieron influir notablemente en la
conformación de la personalidad de Jeff. Es destacable que estos son estresores que esta persona no ha
superado durante su ciclo vital, puesto que han repercutido de manera destacable en su vida.
En referencia a los riesgos C: Los más destacables son la presencia de bares de ambiente homosexual que le
proporcionan acceso a sus víctimas y la ineficacia policía. Estos factores son notables porque le permiten
perpetuar en el tiempo sus crímenes y aumentar la intensidad de estos. Puesto que la deficitaria actuación
policial le permite confiarse y actuar con mayor frecuencia e intensidad y la presencia de comunidades gay
le permite acceder fácilmente a sujetos que son de su interés.
Los diferentes factores (A, B y C) interactúan entre sí, dando lugar a la conducta homicida del sujeto en
cuestión, es de interés anotar que esta interacción es idiosincrásica de cada sujeto. Dicha confluencia nos
muestra una explicación coherente de la conducta criminal de Jeff Dahmer y de su carrera y motivación
delictiva.

TRATAMIENTO

40
La intervención en diferentes parcelas de su esfera vital hubiera mejorado, al menos en parte, la conducta
de Jeffrey Dahmer, aunque, en este caso no se dio esa posibilidad ya que el sujeto fue ejecutado en prisión.

¡CONSULTA ESTE CASO! VIDEO En la mente del asesino Robert


Ressler - Asesinos en serie
https://www.youtube.com/watch?v=FSU80xui-9s

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

García-López, E. (2014). Psicopatología forense. Comportamiento humano y tribunales de justicia. Bogotá,


Colombia: Manual Moderno.
Gisbert J. A. y Sánchez, A. (1991). Trastornos mentales orgánicos. En J. A. Gisbert Calabuig. Medicina legal y
toxicología (4ª edición). (pp. 875-893). Barcelona: Ediciones Científicas y Técnicas, S. A.
Muñoz Conde, F. (1988). La imputabilidad desde el punto de vista médico, psiquiátrico y jurisprudencial.
Curso Nacional de psiquiatría Forense. Mérida: UNED.
Ortiz, T. y Ladrón de Guevara, J. (1998). Lecciones de psiquiatría forense. Granada: Editorial Comares.
Rodes, F. y Martí, J.B. (1997). Valoración médico-legal del enfermo mental. Alicante: Universidad de Alicante.
Redondo Illescas, S. (2008). Manual para el tratamiento psicológico de los delincuentes. Madrid: Pirámide.
Urra, J. (2002). Tratado de psicología forense. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores.

41

También podría gustarte