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ANTECEDENTES
La función de santificar
La primera carta de Pedro, después de haber definido la Iglesia con las expresiones
«linaje elegido, sacerdocio real», reconoce al pueblo de Dios, reunido en Cristo la
condición de «nación santa» (1Pe 2, 9). La Iglesia es santa, porque vive en estrecha
comunión con Cristo, (don) pero se trata de una comunión incoada y en primicia, que
comporta también imperfección y expectativa escatológica, en la medida en que depende
de la fidelidad de los miembros de la comunidad eclesial a Dios (tarea). Ahora bien, la
Iglesia, que está unida a Cristo y santificada por Él, «también ha sido hecha
santificadora» (CEC 824). Esta acción santificadora consiste esencialmente en el
reconocimiento de Dios como el Santo (y por tanto, establecer una relación también
cultual en consonancia) y en realizar el plan de santificación que ha querido para los
miembros de su Pueblo de modo que sea un Pueblo Santo (a través de los mismos medios
santificadores de que lo ha dotado). Es claro, pues, que la función santificadora de la
Iglesia no se añade a la de Cristo, «sino que es su sacramento» (CEC 738). La misión de
la Iglesia, continuación de la misión de Cristo (cf Jn 20, 21; Hch 1, 8), brota de su misma
esencia de «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano» (LG 1).
El c. 834 afirma que su función santificadora la Iglesia la cumple de modo peculiar —
aunque no exclusivo- a través de la sagrada liturgia, la cual no es una acción privada, sino
celebración dela misma Iglesia, que es «sacramento de unidad» (c. 837). Afirmamos, por
lo mismo, que la función santificadora de la que estamos hablando es quehacer de todo el
pueblo de Dios.
La liturgia
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La palabra ‘liturgia’ “significa originariamente ‘obra o quehacer público, servicio de
parte de y en favor del pueblo’. En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de
Dios toma parte en la obra de Dios. Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo
Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención” (CEC,
1069). La liturgia es el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo actualizado por la
mediación de la Iglesia. Buscando librarla de visiones meramente estéticas o jurídicas, el
Papa Pío XII la definió como: “el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre,
como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su fundador, y por
medio de él, al Eterno Padre...” (Mediator Dei, 6). En su concepción, recogida después
por los padres conciliares, establece la unión necesaria entre culto y santificación.
Para que este culto sea en verdad un culto litúrgico, es preciso que se verifiquen las tres
exigencias canónicas establecidas por el c. 834 §2:
a) que se ofrezca en nombre de la Iglesia;
b) por personas legítimamente designadas;
c) por medio de actos aprobados por la autoridad de la Iglesia.
Esto da la publicidad, no la asistencia y participación activa de fieles, aunque esto sea de
desear, según la mentalidad conciliar (cfr. SC 11).
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• protejan el derecho de algunos implicados (su licitud),
• la dignidad de su celebración en cuanto culto sagrado,
• den esperanza de buena fructuosidad en cuanto bien salvífico o, finalmente,
• su justa administración en cuanto que se trata de bienes debidos en justicia a los fieles
debidamente dispuestos.
Existen otros medios no litúrgicos en la función de santificar, como las oraciones, las
obras de penitencia y de caridad, las demostraciones públicas de fe, que también permiten
expresar la fe creativamente al Pueblo de Dios. Pero estos deben estar también vigilados
por la autoridad para “asegurar su conformidad con las normas de la Iglesia” (c. 839 §2).
Por último, debe decirse que hay una estrecha vinculación entre derecho canónico y
sacramentos, pues el derecho tiene un fundamento sacramental (abordado en la
introducción al estudio del derecho canónico) y la sociedad eclesiástica está estructurada
primordialmente por los sacramentos (Bautismo-igualdad de todos los fieles, Orden
sagrado-jerárquico, Eucaristía-factor fundamental de comunión y de interacción entre los
sacerdocios).
Por ello, lo litúrgico-sacramental es un bien común de la Iglesia y objeto primordial de
regulación canónica, bien sea por derecho divino o meramente eclesiástico. Dicha
regulación abarca al menos, tres dimensiones: el propio bien sacramental, las relaciones
de los ministros y los sujetos a efectos de una celebración válida, lícita y fructuosa, y las
relaciones entre ministros y fieles a efecto de una administración según justicia de esos
bienes salvíficos.
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Y también está jerárquicamente estructurado: “Para apacentar el Pueblo de Dios y
acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados
al bien de todo el Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra potestad están al
servicio de sus hermanos...” (LG 18).
Consecuencia de que el Cuerpo está orgánicamente estructurado, es la diversidad,
esencial en algunos casos y de grado en otros, en la participación activa en dicha función
santificadora (c. 835).
El sacerdocio común, fruto de la consagración bautismal por el Espíritu Santo como casa
espiritual y sacerdocio santo, es dado para que “por medio de toda obra del hombre
cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de
las tinieblas a su luz admirable... perseverando en la oración y alabando juntos a Dios...
se ofrezcan a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios... y den testimonio por
doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida
eterna que hay en ellos... concurren a la ofrenda de la Eucaristía, lo ejercen en la
recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio
de una vida santa, en la abnegación y caridad operante” (LG 10)
Por su parte, el sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige
el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo
ofrece en nombre de todo el Pueblo a Dios
Por esto, hay una diferencia esencial de participación entre los que pertenecen al orden
sacerdotal (obispos, presbíteros) y todos los demás fieles.
Hay diferencia de grado en la participación del sacerdocio de Cristo, por ejemplo, entre
los presbíteros y los obispos. Estos tienen la plenitud del sacerdocio (LG 21), y los
presbíteros ejercen su ministerio bajo la autoridad de ellos (LG 28).
Conviene aclarar de una vez que los diáconos, constituyen el grado inferior de la
Jerarquía, reciben la imposición de manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al
ministerio, por lo que su actuación no pertenece al sacerdocio ministerial, sino al
sacerdocio común, si bien por el sacramento del Orden reciben la misión y la gracia para
servir al Pueblo de Dios también en el ministerio litúrgico (LG 29).
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unos actuando en nombre y en la persona de Cristo – Cabeza; otros participando
activamente, tanto interna como externamente. La acción litúrgica y de modo especial la
litúrgico-sacramental, es en suma acción del entero Pueblo de Dios en su condición de
Pueblo sacerdotal y, a la vez, jerárquicamente estructurado.
Por ello, el c.836 dice: “Siendo el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio común
de los fieles, una obra que procede de la fe y en ella se apoya, los ministros sagrados
procuren cuidadosamente suscitarla e iluminarla, principalmente mediante el ministerio
de la palabra, por el cual nace la fe y se nutre.”
Y para ello se manda vigilar cuidadosamente el preparar convenientemente a los que han
de recibir los sacramentos del bautismo (c.851), de la confirmación (cc. 889-890), de la
Eucaristía (c.914), del orden (cc.1027-1029) y el sacramento del matrimonio (c.1063).
Los sacramentos suponen la fe, por lo que no es pensable una celebración litúrgico-
sacramental fuera del marco de la fe. Al menos siempre está presente la fe de la Iglesia.
Hay que recordar que, según la tradición, por parte del ministro, la fe nunca es, por
principio, una exigencia de validez.
Respecto del sujeto que recibe el sacramento, sólo está implicada la validez en el
sacramento de la penitencia, habida cuenta de que este sacramento está configurado
esencialmente por los actos del penitente junto con la absolución del confesor. En los
restantes sacramentos, su recepción puede ser válida independientemente de la fe
personal, si se cumplen las condiciones litúrgico-canónicas exigidas. Pero, con excepción
del bautismo y confirmación de niños, la fe personal, aparte de ser un requisito de licitud,
opera como un factor importante para el logro de una mayor eficacia sacramental.
Desde una perspectiva litúrgico-pastoral es natural que se acentúe y fomente en la
actividad sacramental el opus operantis, es decir, la respuesta eficiente del hombre al don
que se le comunica en los sacramentos.
Pero desde una perspectiva teológico-canónica, también es necesario resaltar el ex opere
operato, especialmente respecto a los sacramentos que imprimen carácter y en el
sacramento del matrimonio cuya raíz radica en el vínculo. La recepción infructuosa, por
falta de disposiciones subjetivas en éstos, no impide el despliegue de la eficacia
sacramental, pues está fundada en los méritos de Cristo y no en los del ministro (sólo
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actúa como causa instrumental para la realización del signo) ni en los del sujeto (su
indisposición puede obstaculizar la eficacia causativa pero no más).
Por ello se precisa distinguir entre una actividad sacramental válida, lícita y fructuosa,
tanto del ministro como del sujeto que participa en ella.
Los sacramentos, signos visibles por medio de los cuales se significa y realiza la
santificación de los hombres, son acciones de Cristo pero también de la Iglesia, porque a
ella le fueron encomendados y ella es quien los realiza instrumentalmente y los distribuye
a los hombres.
Por ello se establece una relación entre los ministros de esa Iglesia y los fieles, que es
preciso normar, en orden a la justicia, su administración a fin de satisfacer
convenientemente los derechos de los fieles a recibirlos.
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último regula este derecho al establecer las condiciones que lo limitan: (1)
oportunidad en la petición, (2) la disposición debida del sujeto y (3) la
legitimidad, que no son únicamente de derecho positivo sino están
fundados en el propio derecho divino (negar la absolución por constatar la
falta de un real propósito de enmienda, no es negar este derecho sino que
el mismo fiel se coloca en la posición de no hacer efectivo el mismo por
no hacer su parte).
o Otros límites: la autoridad puede establecer otros límites al ejercicio del
derecho a los sacramentos, fundándose en motivos varios, como
salvaguardar la comunión eclesial (c. 209 §1), garantizar el bien común y
el respeto a los derechos ajenos (c. 223 §1), proteger la celebración digna
del sacramento, garantizar lo más posible su validez o bien favorecer una
fructuosa recepción, sin olvidar nunca la atención a la persona, pues
sacramenta propter homines.
o Lo anterior es válido para los sacramentos de la penitencia, Eucaristía,
confirmación y unción de los enfermos. Los restantes –bautismo, orden
sagrado y matrimonio- tienen peculiaridades específicas:
▪ el bautismo, es derecho de toda persona humana, no solo del fiel:
tienen derecho a que se les predique la Palabra y se les administre
el bautismo si lo piden, especialmente si son catecúmenos;
▪ respecto al sacramento del orden, no puede hablarse de un derecho,
pues supone la específica vocación divina, corroborada por la
jerarquía eclesial: son llamadas gratuitas sin que les asista ningún
derecho, lo cual no excluye la justicia debida en el proceso de la
llamada jerárquica;
▪ el matrimonio se rige también por principios distintos: el derecho a
contraer matrimonio es derecho inherente a la persona humana,
pero cuando los contrayentes son bautizados, tal derecho queda
supeditado al derecho de contraer según el tipo de matrimonio que
se corresponda a la condición de bautizado, o sea el sacramental.
o Deber y derecho a la preparación presacramental: es uno de los límites de
mayor trascendencia pastoral y jurídica, pues aunque no es exigida para la
validez del acto sacramental, lo es sin duda para su digna y fructuosa
recepción. El derecho universal sólo la menciona y deja al derecho
particular su determinación, mediante los ‘directorios pastorales de los
sacramentos’. La armonización entre el derecho de recibir los sacramentos
y el deber de la preparación es difícil en la práctica, dándose abusos de
retrasos indebidos que equivalen a denegaciones injustas. El pastor debe
actuar conforme a la ley, pero interpretada con espíritu de justicia en busca
de la salus animarum, que es algo personal. Como tal, hay que tener en
cuenta la procedencia y tradición cristiana familiar y que el pastor asuma
verdaderamente su función y atienda este también derecho de sus fieles
encomendados.
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5. El Libro IV
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adecuada del culto divino, y canónicas (y como tales, a conservar en el CIC)
aquellas que están destinadas a servir y promover el buen orden público en la
Iglesia1. Pero en el resultado no resulta muy clara la distinción para ver qué
encontramos en el Código y qué hay que buscar en otros libros.
• la prevalencia de las normas codiciales sobre las demás reglas litúrgicas: hay que
notar que cuando se publicó el CIC ya se habían editado la mayoría de los libros
litúrgicos, que contenían en sus Ordines y Praenotandae las normas de las
celebraciones, por lo que hubo necesidad de otra revisión posterior a la
publicación del Código.
Además de la norma anterior, que por su importancia merecía atención, están los cc. 11,
96, 129, 204-208, en los que aparece la fuerza estructurante de los sacramentos del
bautismo y del orden sagrado, así como el fundamento sacramental en que se sustentan
los derechos fundamentales del fiel y la potestad sagrada. Con todo, el lugar sistemático
donde se encuentra el núcleo fundamental de las normas litúrgico-sacramentales se
encuentra en el Libro IV, titulado “La función de santificar de la Iglesia”. Está
estructurado en unos cánones preliminares en los que se establecen los principios
fundamentales del derecho litúrgico y en tres partes: I. De los sacramentos; II. De los
demás actos de culto divino; III. De los lugares y tiempos sagrados
6. Cánones preliminares
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o La función de santificar la ejercen en primer lugar los Obispos, que son
sumos sacerdotes, los principales dispensadores de los misterios de Dios,
y, en la Iglesia a ellos encomendada, los moderadores, promotores y
custodios de toda la vida litúrgica.
o La ejercen también los presbíteros, o sea, quienes participando del
sacerdocio del mismo Cristo, como ministros suyos bajo la autoridad del
Obispo, se consagran a la celebración del culto divino y a la santificación
del pueblo.
o En la celebración del culto divino, los diáconos tienen su parte, a tenor de
las prescripciones del derecho.
• Laicos:
o En la función de santificar, tienen su parte propia también los demás fieles
cristianos al participar activamente, según su modo propio, en las
celebraciones litúrgicas, principalmente en la eucarística;
o en la misma función participan de modo peculiar los padres, viviendo con
espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de
sus hijos (c. 835).
Las acciones litúrgicas son las celebraciones oficiales de la Iglesia, le pertenecen a ella.
Cada miembro está empeñado en ella de modo diverso (según la diversidad de órdenes,
funciones y participación actual) y debe fomentarse la participación activa de todos (cfr.
c. 837).
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OTROS MEDIOS DE SANTIFICACIÓN: También a través de otros medios realiza la
Iglesia la función de santificar ya con oraciones, por las que se ruega a Dios que los fieles
se santifiquen en la verdad, ya con obras de penitencia y de caridad, que ciertamente
ayudan en gran medida a que el Reino de Cristo se radique y fortalezca en las almas, y
contribuyen a la salvación del mundo. Los Ordinarios del lugar procuren que las
oraciones así como las prácticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano estén en plena
conformidad con las normas de la Iglesia (c. 839).
PARTE I
De los sacramentos
NATURALEZA Y FINALIDAD
Los sacramentos del Nuevo Testamento,
• son instituidos por Cristo Señor y confiados a la Iglesia,
• son acciones de Cristo y de la Iglesia,
• son signos y medios con los que
o se expresa y fortalece la fe,
o se rinde culto a Dios y
o se realiza la santificación de los hombres,
o y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la
comunión eclesiástica;
Por esta razón, al celebrarlos, tanto los sagrados ministros como los demás fieles deben
actuar con suma veneración y con el debido cuidado (c. 840).
COMPETENCIAS
Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito
divino,
• corresponde exclusivamente a la suprema autoridad de la Iglesia aprobar o
determinar lo que se requiere para su validez (competencia teológica),
• y a ella misma o a otra autoridad competente, a tenor del c. 838, §§ 3 y 4,
corresponde establecer lo que se refiere a su celebración, administración y
recepción lícita, así como también al ritual que debe observarse en su celebración
(competencia ritual).
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DERECHO DE LOS FIELES – OBLIGACIÓN DE LOS MINISTROS
En continuidad con lo dispuesto en el c. 213, los ministros sagrados no pueden negar los
sacramentos. Pero a tal derecho, como vimos en la introducción se le señalan límites:
• que los pidan de modo oportuno,
• que estén debidamente dispuestos,
• y que no les esté prohibido recibirlos por el derecho (c. 843 §1).
PREPARACIÓN PREVIA
Los pastores de almas y los demás fieles, cada uno según su función eclesiástica, tienen
obligación de procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos con
la debida evangelización y formación catequética, atendiendo a las normas dadas por la
autoridad eclesiástica competente (c. 843 §2).
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• Esto vale también para los miembros de otras Iglesias que, a juicio de la Sede
Apostólica se encuentran en igual condición que las citadas Iglesias orientales en
lo que atañe a los sacramentos (c. 844 §3).
• Caso especial: en peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la
Conferencia Episcopal, si urge otra necesidad grave, los ministros católicos
administran lícitamente esos mismos sacramentos también a los demás cristianos
que no tienen comunión plena con la Iglesia católica, cuando éstos no puedan
acudir a un ministro de su comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que
profesen la fe católica respecto de esos sacramentos y estén debidamente
dispuestos (c. 844 §4).
Exigencia de fraternidad: Para los casos de que se trata en los §§ 2, 3 y 4, el Obispo
diocesano o la Conferencia Episcopal no darán normas generales sino después de
haber consultado a la competente autoridad, por lo menos local, de la Iglesia o
comunidad no católica de que se trate (c. 844 §5).
EL ‘CARÁCTER’
Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, puesto que imprimen
carácter, no pueden reiterarse (c. 845 §1).
Consecuencia en caso de duda sobre la administración: Si, habiendo realizado una
investigación cuidadosa, aún subsiste duda prudente sobre si los sacramentos tratados en
el § 1 fueron realmente o bien válidamente conferidos, se conferirán bajo condición (c.
845 §2).
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necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos en razón de su pobreza (c.
848).
TÍTULO I
Del bautismo
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sacramento y sobre las obligaciones que lleva consigo; el párroco, personalmente
o por medio de otros, procurará que los padres sean debidamente instruidos con
exhortaciones pastorales e incluso con la oración en común, reuniendo a varias
familias, y visitándolas, donde esto sea posible (c. 851).
EL AGUA: Fuera del caso de necesidad, el agua que se emplea para conferir el bautismo
debe estar bendecida (ojo: ¡no para la validez!), según las prescripciones de los libros
litúrgicos (c. 853).
NOMBRE: Los padres, los padrinos y el párroco procuren que no se imponga un nombre
ajeno al sentir cristiano (c. 855).
TIEMPO OPORTUNO: Aunque el bautismo puede celebrarse cualquier día, sin embargo
se recomienda celebrarlo de ordinario en día domingo o, si es posible, en la Vigilia
Pascual (c. 856).
LUGAR:
• Fuera del caso de necesidad, el lugar propio para el bautismo es una iglesia u
oratorio (c.857 § 1).
• Como regla general, el adulto se bautizará en la iglesia parroquial propia; el
infante, en cambio, en la iglesia parroquial propia de los padres, a menos que una
causa justa aconseje otra cosa (c.857 § 2).
• Toda iglesia parroquial tendrá pila bautismal, quedando a salvo el derecho
cumulativo ya adquirido por otras iglesias (c.858 § 1).
• El Ordinario del lugar, habiendo oído al párroco del lugar, puede permitir o
mandar, para comodidad de los fieles, que haya pila bautismal también en otra
iglesia u oratorio dentro de los límites de la parroquia (c.858 § 2).
• Si, por la distancia de los lugares u otras circunstancias, el que ha de ser bautizado
no puede, sin grave incomodidad, acudir o ser llevado a la iglesia parroquial o a
otra iglesia u oratorio, de que se trata en el c.858, § 2, el bautismo puede y debe
conferirse en otra iglesia u oratorio más cercano, o también en otro lugar decente
(c.859).
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• Fuera del caso de necesidad, no debe administrarse el bautismo en casas
particulares, a no ser que el Ordinario del lugar lo hubiera permitido por causa
grave (c. 860 § 1).
• A no ser que el Obispo diocesano establezca otra cosa, el bautismo no debe
celebrarse en los hospitales, salvo en caso de necesidad o cuando lo exija otra
razón pastoral (c. 860 §2).
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o que haya sido probado en la vida cristiana mediante el catecumenado; se
lo ha de exhortar además a que tenga dolor de sus pecados;
o si se encuentra en peligro de muerte puede ser bautizado si, teniendo algún
conocimiento sobre las verdades principales de la fe, manifiesta de
cualquier modo su intención de recibir el bautismo y promete que
observará los mandamientos de la religión cristiana (c. 865).
CASOS ESPECIALES:
• El infante expósito o que se halló abandonado debe ser bautizado, a no ser que
conste su bautismo después de investigar cuidadosamente el asunto (c. 870).
• Los fetos abortivos, si viven, en la medida de lo posible deben ser bautizados (c.
871).
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CAPÍTULO IV De los padrinos
PRUEBA: Debido a que el bautismo, además de ser un rito sacramental produce también
efectos jurídicos en el ordenamiento canónico, para probar con certeza su colación, el
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legislador prescribe que, quien administra el bautismo procure que, si falta el padrino,
haya al menos un testigo por quien pueda probarse su colación (c. 875).
Para probar la colación del bautismo, si no se causa perjuicio a nadie, basta la declaración
de un solo testigo inmune de toda sospecha o el juramento del mismo bautizado, si
recibió el bautismo en edad adulta (c. 876).
REGISTRO: El registro original del Bautismo debe ser único y lo realiza el párroco del
lugar donde se lleva a cabo su celebración. Tal registro debe ser cuidadoso y hacerse
inmediatamente. En él se debe anotar: el nombre de los bautizados, haciendo mención del
ministro, los padres, padrinos, así como testigos, si los hubo, y el lugar y día de colación
del bautismo, indicando, al mismo tiempo, el día y lugar de nacimiento. Para ello ha de
disponerse un libro especial que debe ser conservado cuidadosamente (c. 877 §1).
CASOS PARTICULARES:
• Cuando se trata de un hijo de madre soltera, se ha de inscribir el nombre de la
madre, si consta públicamente su maternidad o ella misma lo pide
espontáneamente, por escrito o ante dos testigos; asimismo se ha de inscribir el
nombre del padre, si su paternidad es probada por algún documento público o
bien por la declaración del mismo ante el párroco y dos testigos; en los demás
casos se inscribirá el bautizado sin hacer indicación alguna del nombre del padre
o de los padres (c. 877 §2).
• Si se trata de un hijo adoptivo, se inscribirá el nombre de quienes lo adoptaron y
también, al menos si así se hace en el registro civil de la región, el de los padres
naturales, a tenor de los §§ 1 y 2, y teniendo en cuenta las prescripciones de la
Conferencia Episcopal (c. 877 §3).
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TÍTULO II
CONCEPTO
El sacramento de la confirmación, que imprime carácter y por el cual los bautizados,
siguiendo el camino de la iniciación cristiana, quedan enriquecidos con el don del
Espíritu Santo y vinculados más perfectamente a la Iglesia, los fortalece y obliga con
mayor fuerza a que, de palabra y de obra, sean testigos de Cristo y difundan y defiendan
la fe (c. 879).
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El Obispo diocesano debe administrar la confirmación por sí mismo, o cuidar de que la
administre otro Obispo; pero si la necesidad lo requiere, puede conceder facultad a uno o
a varios presbíteros determinados para que administren este sacramento.
Por causa grave, el Obispo y asimismo el presbítero dotado de la facultad de confirmar en
virtud del derecho o por peculiar concesión de la autoridad competente, pueden, en casos
particulares, asociar a sí a otros presbíteros, que administren también el sacramento (c.
884).
El obispo diocesano administra válidamente la confirmación también a los que no son sus
súbditos, mientras no se oponga una expresa prohibición de obispo propio.
Y el presbítero sólo administra válidamente en el territorio que se le ha asignado (cc.
886-887). Tanto el Obispo como el presbítero autorizado administran la confirmación
válidamente también en los lugares exentos (c. 888).
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CAPÍTULO V De la prueba de la colación de la confirmación y su
anotación
TÍTULO III
De la santísima Eucaristía
El c. 897 define la Eucaristía como “el sacramento más augusto, porque en él se contiene,
se ofrece y se recibe al mismo Cristo Señor, y por la cual vive y crece continuamente la
Iglesia”. El mismo canon ofrece el significado y valor del Sacrificio eucarístico:
• es el memorial de la muerte y la resurrección del Señor,
• en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz,
• es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana,
• por él se significa y realiza la unidad del Pueblo de Dios y se perfecciona la
edificación del cuerpo de Cristo.
• Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado
están unidos estrechamente con la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.
Los deberes de los fieles y de los pastores de almas hacia la Eucaristía, son precisados en
el c. siguiente:
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• los fieles tendrán en sumo honor a la santísima Eucaristía,
o tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo,
o recibiendo este sacramento frecuentemente y con máxima devoción, y
o dándole culto con suma adoración;
• los pastores de almas, al ilustrar la doctrina sobre este sacramento, enseñen
cuidadosamente a los fieles esta obligación (c. 898).
Los escritos y documentos sobre este sacramento son muy abundantes, y hay que tenerlos
en cuenta.
El c. 899, en sus tres parágrafos, ofrece tres precisiones sobre la celebración. Ella es
simultáneamente:
ACCIÓN DE CRISTO Y DE LA IGLESIA: La celebración eucarística es una acción del
mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo el Señor, sustancialmente presente bajo las
especies del pan y del vino, mediante el ministerio del sacerdote se ofrece a sí mismo a
Dios Padre y se entrega como alimento espiritual a los fieles asociados a su oblación.
ACCIÓN COMUNITARIA DEL PUEBLO DE DIOS: En la Asamblea eucarística, el
Pueblo de Dios es convocado en la unidad, con la presidencia del Obispo, o, bajo su
autoridad, de un presbítero, que actúan, personificando a Cristo; todos los fieles que
asisten, tanto clérigos como laicos, concurren participando cada uno según su modo
propio, de acuerdo con la diversidad de órdenes y de funciones litúrgicas.
LOS FRUTOS DE LA CELEBRACIÓN: La celebración eucarística se dispondrá de tal
manera que todos los participantes perciban de ella frutos abundantes, para cuya
obtención Cristo el Señor instituyó el Sacrificio eucarístico.
CONCELEBRACIÓN: A no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa,
los sacerdotes pueden concelebrar la Eucaristía, quedando, sin embargo, íntegra la
libertad de cada uno de celebrar la Eucaristía de modo individual, aunque no al mismo
tiempo que haya concelebración en la misma iglesia u oratorio (c. 902).
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ADMISIÓN DEL MINISTRO: Se admitirá que el sacerdote celebre aunque sea
desconocido para el rector de la iglesia, con tal de que o bien presente una carta
comendaticia de su Ordinario o su Superior, dada al menos en el año, o bien pueda
juzgarse prudentemente que no está impedido de celebrar (c. 903).
BINACIÓN Y TRINACIÓN: Por norma general es lícito celebrar una sola vez al día;
excepcionalmente, a tenor del derecho, es lícito celebrar o concelebrar más de una vez la
Eucaristía en el mismo día. Si hay escasez de sacerdotes, el Ordinario del lugar puede
conceder que, con causa justa, los sacerdotes celebren dos veces al día, e incluso, cuando
lo pide una necesidad pastoral, aun tres veces los domingos y fiestas de precepto (c. 905).
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debe informar después, debe hacerlo cualquier sacerdote u otro ministro de la sagrada
comunión (c. 911).
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EL AYUNO EUCARÍSTICO: Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, se abstendrá,
por espacio de al menos una hora antes de la sagrada comunión, de cualquier alimento y
bebida, exceptuados solamente el agua y los remedios. El sacerdote que celebra la
santísima Eucaristía dos o tres veces el mismo día puede tomar algo antes de la segunda o
tercera celebración, aunque no medie el tiempo de una hora. Las personas de edad
avanzada o enfermas y asimismo quienes las cuidan, pueden recibir la santísima
Eucaristía, aunque hayan tomado algo dentro de la hora anterior (c. 919).
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EL PAN ÁZIMO: Según la antigua tradición de la Iglesia latina, en la celebración
eucarística el sacerdote, dondequiera que celebre, debe emplear pan ázimo (c. 926).
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LUGAR: La celebración eucarística se hará en lugar sagrado, a no ser que en un caso
particular la necesidad pida otra cosa; en este caso, la celebración debe hacerse en un
lugar decoroso. El Sacrificio eucarístico debe realizarse sobre un altar dedicado o
bendecido; fuera del lugar sagrado, se puede emplear una mesa apropiada, utilizando
siempre el mantel y el corporal (c. 932).
Para casos aislados, no se requiere la licencia del Ordinario de lugar para celebrar fuera
de lugares sagrados, pero sí se requiere si se va a realizar de manera habitual.
ACCESO DE FIELES: A menos que obste una razón grave, la iglesia en la que está
reservada la santísima Eucaristía quedará abierta a los fieles, por lo menos algunas horas
cada día, para que puedan dedicarse a la oración ante el santísimo Sacramento (c. 937).
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EL TABERNÁCULO:
• ÚNICO: Habitualmente la santísima Eucaristía estará reservada en un solo
sagrario de la iglesia u oratorio.
• LUGAR: El sagrario, en el que se reserva la santísima Eucaristía, estará colocado
en una parte noble de la iglesia u oratorio destacada, dignamente adornada,
apropiada para la oración.
• CARACTERÍSTICAS: El sagrario en el que se reserva habitualmente la santísima
Eucaristía debe ser inamovible, hecho de materia sólida no transparente, y cerrado
de manera que se evite al máximo el peligro de profanación.
• SEGURIDAD:
o Por causa grave se puede reservar la santísima Eucaristía, sobre todo
durante la noche, en otro lugar digno y más seguro.
o Quien tiene el cuidado de la iglesia u oratorio proveerá a que se guarde
con el máximo cuidado la llave del sagrario en el que está reservada la
santísima Eucaristía (c. 938).
EXPOSICIÓN:
• LUGAR: En las iglesias y oratorios a los que está concedido tener reservada la
santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto con el copón como con la
custodia, cumpliendo las normas prescriptas en los libros litúrgicos.
• TIEMPO OPORTUNO: Durante la celebración de la Misa, no se tendrá la
exposición del santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia u oratorio (c.
941).
• SOLEMNE: Se recomienda que en esas mismas iglesias y oratorios, se haga todos
los años la exposición solemne del santísimo Sacramento, durante un tiempo
adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite más
profundamente el misterio eucarístico y lo adore; sin embargo, esta exposición se
hará solamente si se prevé una concurrencia adecuada de fieles y cumpliendo las
normas establecidas (c. 942).
• MINISTRO: El ministro de la exposición del santísimo Sacramento y de la
bendición eucarística es el sacerdote o el diácono; en circunstancias peculiares,
para la exposición y reserva, pero sin la bendición, lo son el acólito, el ministro
extraordinario de la sagrada comunión u otro encargado por el Ordinario del
lugar, observando las prescripciones del Obispo diocesano (c. 943).
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PROCESIONES: Donde a juicio del Obispo diocesano pueda realizarse, como testimonio
público de veneración hacia la santísima Eucaristía, se tendrá, sobre todo en la
solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, una procesión en la vía pública. Corresponde
al Obispo diocesano establecer normas sobre las procesiones, mediante las cuales se
provea a la participación en ellas y a su dignidad (c. 944).
PROHIBICIONES:
• El sacerdote que celebre más de una Misa el mismo día, puede aplicar cada una de
ellas por la intención para la que se ha ofrecido el estipendio; con la condición, sin
embargo, que, exceptuado el día de la Navidad del Señor, hará propio el
estipendio de una sola Misa, y destinará los demás, en cambio, a los fines
prescriptos por el Ordinario, admitiéndose ciertamente alguna retribución por un
título extrínseco.
• El sacerdote que concelebra una segunda Misa el mismo día, no puede recibir por
ella estipendio por título alguno (c. 951).
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sacerdote pedir una suma mayor; le es lícito, no obstante, recibir por la aplicación de una
Misa un estipendio mayor que el fijado, cuando es espontáneamente ofrecido, y también
uno menor. Donde falte tal decreto, se observará la costumbre vigente en la diócesis.
También los miembros de cualesquiera institutos religiosos deben atenerse al mismo
decreto o a la costumbre del lugar, de los que se habla arriba (c. 952).
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Otras normas acerca de la Eucaristía:
• c. 246 §1: la celebración de la Eucaristía, centro de toda la vida del seminario;
• c. 276 §2, n.2: la Eucaristía en la vida de los clérigos;
• c. 369: Eucaristía y Evangelio, factores esenciales de la Iglesia particular;
• c. 528 §2: Eucaristía como centro de la asamblea parroquial;
• c. 555 §1, n.3: deberes del Decano;
• c. 608: la Eucaristía en la vida de las comunidades religiosas;
• c. 719 §2: la Eucaristía y los Institutos seculares;
• c. 767: Misa y Homilía;
• c. 842 §2: El vértice de los sacramentos de iniciación cristiana;
• c. 874 §1, n.3: Eucaristía y padrinos de bautismo o confirmación;
• c. 881: Misa y colación de la confirmación;
• c. 1010: Misa y colación del Orden sagrado;
• c. 1065 §2: Eucaristía y matrimonio;
• c. 1247: Obligación de la misa dominical y festiva;
• c. 1367: sanciones contra la profanación de la Eucaristía;
• Misa pro populo:
o c. 388: del Obispo diocesano;
o c. 429: del administrador diocesano;
o c. 534: del párroco;
o c. 540 §1: del administrador parroquial;
o c. 543 §2, n.2: del grupo de sacerdotes a los que se les ha encomendado la
parroquia in solidum.
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