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La función de santificar de la Iglesia

ANTECEDENTES

1. Relación entre función de santificar y la liturgia

Antes de Concilio Vaticano II, se hablaba más en lenguaje de potestas de herencia


romana, que se refería a la facultad de alguien para hacer algo. Ésta era de dos tipos: de
orden (hacer las cosas santas) y de jurisdicción (para regir la Iglesia, con sus divisiones
clásicas: legislar, juzgar y administrar).
Ahora se habla mejor de munus (función, oficio) que es el contenido de una obligación
para construir la Iglesia, y por ello, comunes a todo bautizado aunque especializadas. La
única acción sacerdotal de Cristo se ha diferenciado en tres munera y, como tales, las
participa a su Iglesia: enseñar, santificar y regir.

La función de santificar
La primera carta de Pedro, después de haber definido la Iglesia con las expresiones
«linaje elegido, sacerdocio real», reconoce al pueblo de Dios, reunido en Cristo la
condición de «nación santa» (1Pe 2, 9). La Iglesia es santa, porque vive en estrecha
comunión con Cristo, (don) pero se trata de una comunión incoada y en primicia, que
comporta también imperfección y expectativa escatológica, en la medida en que depende
de la fidelidad de los miembros de la comunidad eclesial a Dios (tarea). Ahora bien, la
Iglesia, que está unida a Cristo y santificada por Él, «también ha sido hecha
santificadora» (CEC 824). Esta acción santificadora consiste esencialmente en el
reconocimiento de Dios como el Santo (y por tanto, establecer una relación también
cultual en consonancia) y en realizar el plan de santificación que ha querido para los
miembros de su Pueblo de modo que sea un Pueblo Santo (a través de los mismos medios
santificadores de que lo ha dotado). Es claro, pues, que la función santificadora de la
Iglesia no se añade a la de Cristo, «sino que es su sacramento» (CEC 738). La misión de
la Iglesia, continuación de la misión de Cristo (cf Jn 20, 21; Hch 1, 8), brota de su misma
esencia de «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano» (LG 1).
El c. 834 afirma que su función santificadora la Iglesia la cumple de modo peculiar —
aunque no exclusivo- a través de la sagrada liturgia, la cual no es una acción privada, sino
celebración dela misma Iglesia, que es «sacramento de unidad» (c. 837). Afirmamos, por
lo mismo, que la función santificadora de la que estamos hablando es quehacer de todo el
pueblo de Dios.

La liturgia

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La palabra ‘liturgia’ “significa originariamente ‘obra o quehacer público, servicio de
parte de y en favor del pueblo’. En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de
Dios toma parte en la obra de Dios. Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo
Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención” (CEC,
1069). La liturgia es el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo actualizado por la
mediación de la Iglesia. Buscando librarla de visiones meramente estéticas o jurídicas, el
Papa Pío XII la definió como: “el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre,
como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su fundador, y por
medio de él, al Eterno Padre...” (Mediator Dei, 6). En su concepción, recogida después
por los padres conciliares, establece la unión necesaria entre culto y santificación.

Para que este culto sea en verdad un culto litúrgico, es preciso que se verifiquen las tres
exigencias canónicas establecidas por el c. 834 §2:
a) que se ofrezca en nombre de la Iglesia;
b) por personas legítimamente designadas;
c) por medio de actos aprobados por la autoridad de la Iglesia.
Esto da la publicidad, no la asistencia y participación activa de fieles, aunque esto sea de
desear, según la mentalidad conciliar (cfr. SC 11).

Hago ahora, algunas puntualizaciones:


• La liturgia no agota la actividad de la Iglesia, ni la actividad litúrgico – sacramental es
la única manera de tributar culto a Dios y obrar la santificación. Es el modo eminente,
pero no único (SC 7). Están además, por ejemplo, los sacramentales y la Liturgia de las
Horas.
• Culto público quiere decir que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino
celebraciones de la misma Iglesia que es ‘sacramento de unidad’, es decir, pueblo santo
reunido y ordenado bajo la guía de los Obispos; por tanto, pertenecen a todo el cuerpo
de la Iglesia, lo manifiestan y lo realizan...” (c. 837 §1).
Por ello, se requieren normas que la protejan en su esencial publicidad y no pertenencia a
individuo alguno en privado.

¿Por qué normar algo tan gratuito?


Además de garantizar la publicidad, sustentan la necesidad de un ordenamiento adecuado
en las celebraciones litúrgicas establecido por quienes tienen autoridad en la Iglesia,
• su conexión con los principios de la fe (lex orandi, lex credendi),
• el ser uno de los pilares del principio de comunión plena (profesión de fe, sacramentos
y régimen eclesiástico, c. 205),
• además de que en la liturgia se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se
lleva a término la edificación del Cuerpo de Cristo (c.897).

Lo anterior, por su importancia dará lugar a normas que afectarán principalmente la


misma validez de los actos, para garantizar su valor intrínseco de los signos litúrgico-
sacramentales. Pero también se requieren normas que:

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• protejan el derecho de algunos implicados (su licitud),
• la dignidad de su celebración en cuanto culto sagrado,
• den esperanza de buena fructuosidad en cuanto bien salvífico o, finalmente,
• su justa administración en cuanto que se trata de bienes debidos en justicia a los fieles
debidamente dispuestos.

Esta regulación ha de guiarse por dos principios:


• unidad (el misterio celebrado es único aunque sean diversas las formas de su
celebración) e imperio del derecho divino como fuente directa de la disciplina, por un
lado, y
• diversidad (necesidad de adaptar a las culturas de los pueblos dichas formas en lo
mutable).
Centralización y descentralización se exigen por ello, originándose así niveles de
competencia (cfr. c.838).

Existen otros medios no litúrgicos en la función de santificar, como las oraciones, las
obras de penitencia y de caridad, las demostraciones públicas de fe, que también permiten
expresar la fe creativamente al Pueblo de Dios. Pero estos deben estar también vigilados
por la autoridad para “asegurar su conformidad con las normas de la Iglesia” (c. 839 §2).

Por último, debe decirse que hay una estrecha vinculación entre derecho canónico y
sacramentos, pues el derecho tiene un fundamento sacramental (abordado en la
introducción al estudio del derecho canónico) y la sociedad eclesiástica está estructurada
primordialmente por los sacramentos (Bautismo-igualdad de todos los fieles, Orden
sagrado-jerárquico, Eucaristía-factor fundamental de comunión y de interacción entre los
sacerdocios).
Por ello, lo litúrgico-sacramental es un bien común de la Iglesia y objeto primordial de
regulación canónica, bien sea por derecho divino o meramente eclesiástico. Dicha
regulación abarca al menos, tres dimensiones: el propio bien sacramental, las relaciones
de los ministros y los sujetos a efectos de una celebración válida, lícita y fructuosa, y las
relaciones entre ministros y fieles a efecto de una administración según justicia de esos
bienes salvíficos.

2. El carácter sacerdotal del Pueblo de Dios

Como ya se apuntaba al inicio, hoy se parte de la convicción de que la función de


santificar y tributar culto a Dios, incluso por medio de la liturgia, corresponde a la Iglesia
en su totalidad. Por eso el relieve que le da el Concilio al carácter sacerdotal del Pueblo
de Dios y sobre la recíproca ordenación de los dos sacerdocios.
La Iglesia es Pueblo sacerdotal: “Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres
(cfr. Hebr 5, 1-5), de su nuevo pueblo hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre
(Apoc 1, 6; cfr. 5, 9-10)” (LG 10).

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Y también está jerárquicamente estructurado: “Para apacentar el Pueblo de Dios y
acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados
al bien de todo el Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra potestad están al
servicio de sus hermanos...” (LG 18).
Consecuencia de que el Cuerpo está orgánicamente estructurado, es la diversidad,
esencial en algunos casos y de grado en otros, en la participación activa en dicha función
santificadora (c. 835).
El sacerdocio común, fruto de la consagración bautismal por el Espíritu Santo como casa
espiritual y sacerdocio santo, es dado para que “por medio de toda obra del hombre
cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de
las tinieblas a su luz admirable... perseverando en la oración y alabando juntos a Dios...
se ofrezcan a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios... y den testimonio por
doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida
eterna que hay en ellos... concurren a la ofrenda de la Eucaristía, lo ejercen en la
recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio
de una vida santa, en la abnegación y caridad operante” (LG 10)
Por su parte, el sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige
el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo
ofrece en nombre de todo el Pueblo a Dios

Por esto, hay una diferencia esencial de participación entre los que pertenecen al orden
sacerdotal (obispos, presbíteros) y todos los demás fieles.
Hay diferencia de grado en la participación del sacerdocio de Cristo, por ejemplo, entre
los presbíteros y los obispos. Estos tienen la plenitud del sacerdocio (LG 21), y los
presbíteros ejercen su ministerio bajo la autoridad de ellos (LG 28).

Conviene aclarar de una vez que los diáconos, constituyen el grado inferior de la
Jerarquía, reciben la imposición de manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al
ministerio, por lo que su actuación no pertenece al sacerdocio ministerial, sino al
sacerdocio común, si bien por el sacramento del Orden reciben la misión y la gracia para
servir al Pueblo de Dios también en el ministerio litúrgico (LG 29).

En su condición de bautizados, todos los demás fieles participan de la función sacerdotal


de Cristo, pero según su modo propio y coordinado con lo que corresponde al sacerdocio
ministerial. Si bien puede desempeñar otros oficios litúrgicos, (lector, acólito, monitor,
salmista, cantor, etc.) es mucho más relevante la actuación de su sacerdocio común.

El Código hace explícita referencia al modo de participar en la función santificadora de


los padres de familia, cuando impregnan de espíritu cristiano la vida conyugal y cuidan
amorosamente la educación cristiana de sus hijos (c. 835 §4).

Es pues todo el Cuerpo místico de Cristo el que está implicado en la función


santificadora, aunque cada miembro según la misión que está llamado a desempeñar:

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unos actuando en nombre y en la persona de Cristo – Cabeza; otros participando
activamente, tanto interna como externamente. La acción litúrgica y de modo especial la
litúrgico-sacramental, es en suma acción del entero Pueblo de Dios en su condición de
Pueblo sacerdotal y, a la vez, jerárquicamente estructurado.

3. Relación entre fe y culto cristiano

Importancia de la fe en las actividades de culto: “La sagrada liturgia no agota toda la


actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario
que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (SC 9) “Los sacramentos están
ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en
definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico.
No sólo suponen la fe, sino que, a la vez que la alimentan, la robustecen y la expresan por
medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe” (SC 59).

Por ello, el c.836 dice: “Siendo el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio común
de los fieles, una obra que procede de la fe y en ella se apoya, los ministros sagrados
procuren cuidadosamente suscitarla e iluminarla, principalmente mediante el ministerio
de la palabra, por el cual nace la fe y se nutre.”
Y para ello se manda vigilar cuidadosamente el preparar convenientemente a los que han
de recibir los sacramentos del bautismo (c.851), de la confirmación (cc. 889-890), de la
Eucaristía (c.914), del orden (cc.1027-1029) y el sacramento del matrimonio (c.1063).

Los sacramentos suponen la fe, por lo que no es pensable una celebración litúrgico-
sacramental fuera del marco de la fe. Al menos siempre está presente la fe de la Iglesia.
Hay que recordar que, según la tradición, por parte del ministro, la fe nunca es, por
principio, una exigencia de validez.
Respecto del sujeto que recibe el sacramento, sólo está implicada la validez en el
sacramento de la penitencia, habida cuenta de que este sacramento está configurado
esencialmente por los actos del penitente junto con la absolución del confesor. En los
restantes sacramentos, su recepción puede ser válida independientemente de la fe
personal, si se cumplen las condiciones litúrgico-canónicas exigidas. Pero, con excepción
del bautismo y confirmación de niños, la fe personal, aparte de ser un requisito de licitud,
opera como un factor importante para el logro de una mayor eficacia sacramental.
Desde una perspectiva litúrgico-pastoral es natural que se acentúe y fomente en la
actividad sacramental el opus operantis, es decir, la respuesta eficiente del hombre al don
que se le comunica en los sacramentos.
Pero desde una perspectiva teológico-canónica, también es necesario resaltar el ex opere
operato, especialmente respecto a los sacramentos que imprimen carácter y en el
sacramento del matrimonio cuya raíz radica en el vínculo. La recepción infructuosa, por
falta de disposiciones subjetivas en éstos, no impide el despliegue de la eficacia
sacramental, pues está fundada en los méritos de Cristo y no en los del ministro (sólo

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actúa como causa instrumental para la realización del signo) ni en los del sujeto (su
indisposición puede obstaculizar la eficacia causativa pero no más).
Por ello se precisa distinguir entre una actividad sacramental válida, lícita y fructuosa,
tanto del ministro como del sujeto que participa en ella.

4. Exigencias de justicia en el ejercicio de la función de santificar

Los sacramentos, signos visibles por medio de los cuales se significa y realiza la
santificación de los hombres, son acciones de Cristo pero también de la Iglesia, porque a
ella le fueron encomendados y ella es quien los realiza instrumentalmente y los distribuye
a los hombres.
Por ello se establece una relación entre los ministros de esa Iglesia y los fieles, que es
preciso normar, en orden a la justicia, su administración a fin de satisfacer
convenientemente los derechos de los fieles a recibirlos.

• En cuanto a la acción litúrgica en general:


o Derecho a una participación activa en las acciones litúrgicas, pues es el
modo de ejercicio del sacerdocio común (SC 14); no entra aquí un derecho
subjetivo al ejercicio de los ministerios de lector y acólito o a otros
ministerios extraordinarios, pues, aunque se ordenan al sacerdocio común,
son ‘vocación’, y también debe decirse que no es la manera más plena de
participar del fiel laico en la función santificadora de la Iglesia (visión
clericalista).
o Derecho a participar en la acción litúrgica según el modo propio de cada
fiel, derivada de la distinción de sacerdocios y a la estructura jerárquica de
la Iglesia; hay acciones que por su propia naturaleza están reservadas,
absoluta y exclusivamente, a los ministros ordenados; otras, no reservadas
de por sí, pero conectadas íntimamente al ministerio pastoral, pueden ser
‘ejercidas’ por fieles no ordenados en caso de necesidad y con carácter de
suplencia; ya la exh. ap. Chistifidelis laici advirtió del peligro de abusar de
esto, en defensa del derecho señalado (n. 23).
o Derecho a participar en una acción litúrgica celebrada rectamente, pues es
patrimonio de la Iglesia y no de quien preside, además de ser factor de
comunión eclesial; este derecho no va en menoscabo de la creatividad
pastoral.
o Derecho al propio rito, desprendido de la tradición, y de tanto peso en la
vida de la Iglesia, que lleva a tutelarlo explícitamente (c. 214) y a
distinguir, por ejemplo, la legislación (CIC-CCEO).
• Respecto a la actividad sacramental:
o Reconocimiento canónico del derecho a recibir los sacramentos, fundado
en la dignidad bautismal, explicitado en los actuales cc. 213 y 843; éste

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último regula este derecho al establecer las condiciones que lo limitan: (1)
oportunidad en la petición, (2) la disposición debida del sujeto y (3) la
legitimidad, que no son únicamente de derecho positivo sino están
fundados en el propio derecho divino (negar la absolución por constatar la
falta de un real propósito de enmienda, no es negar este derecho sino que
el mismo fiel se coloca en la posición de no hacer efectivo el mismo por
no hacer su parte).
o Otros límites: la autoridad puede establecer otros límites al ejercicio del
derecho a los sacramentos, fundándose en motivos varios, como
salvaguardar la comunión eclesial (c. 209 §1), garantizar el bien común y
el respeto a los derechos ajenos (c. 223 §1), proteger la celebración digna
del sacramento, garantizar lo más posible su validez o bien favorecer una
fructuosa recepción, sin olvidar nunca la atención a la persona, pues
sacramenta propter homines.
o Lo anterior es válido para los sacramentos de la penitencia, Eucaristía,
confirmación y unción de los enfermos. Los restantes –bautismo, orden
sagrado y matrimonio- tienen peculiaridades específicas:
▪ el bautismo, es derecho de toda persona humana, no solo del fiel:
tienen derecho a que se les predique la Palabra y se les administre
el bautismo si lo piden, especialmente si son catecúmenos;
▪ respecto al sacramento del orden, no puede hablarse de un derecho,
pues supone la específica vocación divina, corroborada por la
jerarquía eclesial: son llamadas gratuitas sin que les asista ningún
derecho, lo cual no excluye la justicia debida en el proceso de la
llamada jerárquica;
▪ el matrimonio se rige también por principios distintos: el derecho a
contraer matrimonio es derecho inherente a la persona humana,
pero cuando los contrayentes son bautizados, tal derecho queda
supeditado al derecho de contraer según el tipo de matrimonio que
se corresponda a la condición de bautizado, o sea el sacramental.
o Deber y derecho a la preparación presacramental: es uno de los límites de
mayor trascendencia pastoral y jurídica, pues aunque no es exigida para la
validez del acto sacramental, lo es sin duda para su digna y fructuosa
recepción. El derecho universal sólo la menciona y deja al derecho
particular su determinación, mediante los ‘directorios pastorales de los
sacramentos’. La armonización entre el derecho de recibir los sacramentos
y el deber de la preparación es difícil en la práctica, dándose abusos de
retrasos indebidos que equivalen a denegaciones injustas. El pastor debe
actuar conforme a la ley, pero interpretada con espíritu de justicia en busca
de la salus animarum, que es algo personal. Como tal, hay que tener en
cuenta la procedencia y tradición cristiana familiar y que el pastor asuma
verdaderamente su función y atienda este también derecho de sus fieles
encomendados.

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5. El Libro IV

La autonomía sistemática que ahora se concede al derecho litúrgico-sacramental, en


contraste con el CIC 1917, es consecuencia de la profundización doctrinal acerca de los
munera Ecclesiae, en cuanto reflejo y participación de los munera Christi que llevó a
cabo el Concilio.
En efecto, el Concilio Vaticano II atribuyó gran valor a los tria munera para exponer la
eficacia del ministerio de Cristo en la edificación y funciones de la Iglesia (AG 15, 39;
AA 2-4; LG 13, 20-27, 31-32; UR 2; CD 2; PO 1). Por ello, el munus docendi (Libro III)
y el munus sanctificandi (Libro IV) son las dos grandes misiones de la Iglesia, a cuyo
servicio se coloca el munus regendi.
Por ello la importancia de recoger en un libro el munus sanctificandi Ecclesiae, por el que
opera la santificación de los hombres y ejerce el culto público a Dios.
El CIC 1917, colocaba la dimensión cultual separada de la acción sacramental: los
sacramentos se ubicaban dentro de la primera parte del Libro III De rebus, pues era obvio
que los principales medios para alcanzar la finalidad de su ser Iglesia eran ellos, y añadía
en segundo término los lugares y tiempos sagrados (Parte II) y el culto divino (Parte III).
Pero los colocaba al lado de materias tan dispares como los beneficios eclesiásticos (Parte
V), los bienes temporales de la Iglesia (Parte VI) y el magisterio eclesiástico (Parte IV).
Son características de tal codificación el ser un buen compendio de las normas litúrgicas
esparcidas por tantos lugares hasta entonces, desde un punto de vista canónico, pero con
fuerte centralización y consiguiente uniformidad, con poquísimas atribuciones para el
legislador inferior como no sea la de vigilar el exacto cumplimiento de los sagrados
cánones y escasas concesiones para una diversidad litúrgica en razón de la cultura u otra
índole.
Por eso, para comprender el influjo de la renovación conciliar en esta materia, tenemos
un buen ejemplo en este libro: ahora resalta la función santificadora de todo el Pueblo de
Dios en la liturgia, sustentada en los grandes principios: la enseñanza conciliar sobre el
sacerdocio común a cuyo servicio se instituye el sacerdocio ministerial; el principio de
igualdad fundada en el bautismo, en virtud de la cual, todos los fieles se constituyen,
según su condición, en sujetos activos de la función de santificar; y finalmente, el
principio eclesiológico de la comunión asentado sobre dos pilares: la unidad en la
diversidad. Fruto de esta diversidad es la rica pluralidad de ritos existentes en la Iglesia.
Cabe recordar, que las normas que interesan y conforman el derecho en la función de
santificar, se encuentran esparcidas en varios libros del CIC. Baste comenzar con el c. 2,
que afirma: “El Código, ordinariamente, no determina los ritos que han de observarse en
la celebración de las acciones litúrgicas; por tanto, las leyes vigentes hasta ahora
conservan su fuerza, salvo cuando alguna de ellas sea contraria a los cánones de este
Código”. Al respecto hay que anotar:
• se propuso teóricamente, durante la revisión y preparación del Código, que serían
litúrgicas aquellas normas que están dirigidas principalmente a la ordenación

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adecuada del culto divino, y canónicas (y como tales, a conservar en el CIC)
aquellas que están destinadas a servir y promover el buen orden público en la
Iglesia1. Pero en el resultado no resulta muy clara la distinción para ver qué
encontramos en el Código y qué hay que buscar en otros libros.
• la prevalencia de las normas codiciales sobre las demás reglas litúrgicas: hay que
notar que cuando se publicó el CIC ya se habían editado la mayoría de los libros
litúrgicos, que contenían en sus Ordines y Praenotandae las normas de las
celebraciones, por lo que hubo necesidad de otra revisión posterior a la
publicación del Código.

Además de la norma anterior, que por su importancia merecía atención, están los cc. 11,
96, 129, 204-208, en los que aparece la fuerza estructurante de los sacramentos del
bautismo y del orden sagrado, así como el fundamento sacramental en que se sustentan
los derechos fundamentales del fiel y la potestad sagrada. Con todo, el lugar sistemático
donde se encuentra el núcleo fundamental de las normas litúrgico-sacramentales se
encuentra en el Libro IV, titulado “La función de santificar de la Iglesia”. Está
estructurado en unos cánones preliminares en los que se establecen los principios
fundamentales del derecho litúrgico y en tres partes: I. De los sacramentos; II. De los
demás actos de culto divino; III. De los lugares y tiempos sagrados

6. Cánones preliminares

VALOR PREEMINENTE DE LA SAGRADA LITURGIA: La Iglesia cumple la función


de santificar de modo peculiar a través de la sagrada liturgia, que con razón se considera
como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, en la cual la santificación de los
hombres se significa por signos sensibles y se realiza según el modo propio de cada uno
de ellos, a la vez que se ejerce el culto público e íntegro a Dios por parte del Cuerpo
místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los miembros (c. 834 §1).

CULTO LITÚRGICO: para que sea público debe realizarse:


• en nombre de la Iglesia
• por las personas legítimamente designadas
• y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia (c. 834 §2).

SUJETOS QUE EJERCEN LA SANTIFICACIÓN


La santificación es obra de todo el Pueblo de Dios, porque todos, en virtud del bautismo,
participan de la función sacerdotal de Cristo.
Sin embargo, tal participación es diferenciada, según la condición de cada quien en la
Iglesia:
• Clérigos:

1 Communicationes 5 (1973) 42.

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o La función de santificar la ejercen en primer lugar los Obispos, que son
sumos sacerdotes, los principales dispensadores de los misterios de Dios,
y, en la Iglesia a ellos encomendada, los moderadores, promotores y
custodios de toda la vida litúrgica.
o La ejercen también los presbíteros, o sea, quienes participando del
sacerdocio del mismo Cristo, como ministros suyos bajo la autoridad del
Obispo, se consagran a la celebración del culto divino y a la santificación
del pueblo.
o En la celebración del culto divino, los diáconos tienen su parte, a tenor de
las prescripciones del derecho.
• Laicos:
o En la función de santificar, tienen su parte propia también los demás fieles
cristianos al participar activamente, según su modo propio, en las
celebraciones litúrgicas, principalmente en la eucarística;
o en la misma función participan de modo peculiar los padres, viviendo con
espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de
sus hijos (c. 835).

RELACIÓN CULTO Y FE: Siendo el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio


común de los fieles, una obra que procede de la fe y en ella se apoya, los ministros
sagrados procuren cuidadosamente suscitarla e iluminarla, principalmente mediante el
ministerio de la palabra, por el cual nace la fe y se nutre (c. 836).

Las acciones litúrgicas son las celebraciones oficiales de la Iglesia, le pertenecen a ella.
Cada miembro está empeñado en ella de modo diverso (según la diversidad de órdenes,
funciones y participación actual) y debe fomentarse la participación activa de todos (cfr.
c. 837).

COMPETENCIAS: La dirección de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la


autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, a tenor del derecho, en el
Obispo diocesano:
• Corresponde a la Sede Apostólica organizar la sagrada liturgia de la Iglesia
universal, editar los libros litúrgicos y revisar sus traducciones a lenguas
vernáculas, así como vigilar para que las normas litúrgicas se observen fielmente
en todas partes.
• Toca a las Conferencias Episcopales preparar las traducciones de los libros
litúrgicos a las lenguas vernáculas, convenientemente adaptadas dentro de los
límites determinados en los mismos libros litúrgicos, y editarlas, con la revisión
previa de la Santa Sede.
• Al Obispo diocesano en la Iglesia a él encomendada compete, dentro de los
límites de su competencia, dar normas en materia litúrgica, que son obligatorias
para todos (c. 838).

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OTROS MEDIOS DE SANTIFICACIÓN: También a través de otros medios realiza la
Iglesia la función de santificar ya con oraciones, por las que se ruega a Dios que los fieles
se santifiquen en la verdad, ya con obras de penitencia y de caridad, que ciertamente
ayudan en gran medida a que el Reino de Cristo se radique y fortalezca en las almas, y
contribuyen a la salvación del mundo. Los Ordinarios del lugar procuren que las
oraciones así como las prácticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano estén en plena
conformidad con las normas de la Iglesia (c. 839).

PARTE I

De los sacramentos

NATURALEZA Y FINALIDAD
Los sacramentos del Nuevo Testamento,
• son instituidos por Cristo Señor y confiados a la Iglesia,
• son acciones de Cristo y de la Iglesia,
• son signos y medios con los que
o se expresa y fortalece la fe,
o se rinde culto a Dios y
o se realiza la santificación de los hombres,
o y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la
comunión eclesiástica;
Por esta razón, al celebrarlos, tanto los sagrados ministros como los demás fieles deben
actuar con suma veneración y con el debido cuidado (c. 840).

COMPETENCIAS
Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito
divino,
• corresponde exclusivamente a la suprema autoridad de la Iglesia aprobar o
determinar lo que se requiere para su validez (competencia teológica),
• y a ella misma o a otra autoridad competente, a tenor del c. 838, §§ 3 y 4,
corresponde establecer lo que se refiere a su celebración, administración y
recepción lícita, así como también al ritual que debe observarse en su celebración
(competencia ritual).

BAUTISMO E INICIACIÓN CRISTIANA


El bautismo es la puerta de los sacramentos: “Quien no ha recibido el bautismo, no puede
ser admitido válidamente a los demás sacramentos” (c. 842 §1).
Iniciación cristiana: “Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima
Eucaristía están conectados entre sí de tal manera que son necesarios para la plena
iniciación cristiana” (c. 842 §2).

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DERECHO DE LOS FIELES – OBLIGACIÓN DE LOS MINISTROS
En continuidad con lo dispuesto en el c. 213, los ministros sagrados no pueden negar los
sacramentos. Pero a tal derecho, como vimos en la introducción se le señalan límites:
• que los pidan de modo oportuno,
• que estén debidamente dispuestos,
• y que no les esté prohibido recibirlos por el derecho (c. 843 §1).

PREPARACIÓN PREVIA
Los pastores de almas y los demás fieles, cada uno según su función eclesiástica, tienen
obligación de procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos con
la debida evangelización y formación catequética, atendiendo a las normas dadas por la
autoridad eclesiástica competente (c. 843 §2).

DEBER ECUMÉNICO: la communicatio in sacris


Respecto a la comunicación de los sacramentos por parte de un católico a hermanos de
otras iglesias o comunidades eclesiales no en plena comunión con la Iglesia católica y
viceversa, se quita la prohibición absoluta (can. 1258) según el espíritu del Vaticano II:
Norma general: Los ministros católicos administran los sacramentos lícitamente sólo a
los fieles católicos, los cuales, de igual modo, sólo los reciben lícitamente de los
ministros católicos.
Normas particulares: salvo lo prescrito por los §§ 2, 3 y 4 de este canon, y por el c. 861 §
2 (c. 844 §1). Estas dicen:
• Católico para recibir sacramentos de ministro no católico en cuya Iglesia existen
como válidos dichos sacramentos;
o ¿Cuáles?: los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y unción de los
enfermos.
o Requisitos:
▪ siempre que lo pida la necesidad o lo aconseje una verdadera
utilidad espiritual,
▪ y con tal de que se evite el peligro de error o de indiferentismo,
▪ a quienes resulte física o moralmente imposible acudir a un
ministro católico
▪ deben existir estos sacramentos en la Iglesia a que pertenece el
ministro y la Iglesia católica los considera válidos (c. 844 §2).
• Los ministros católicos administran lícitamente los sacramentos a los miembros
de Iglesias orientales que no tienen comunión plena con la Iglesia católica,
o ¿Cuáles?: los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y unción de los
enfermos
o Requisitos:
▪ si se lo piden espontáneamente
▪ y están debidamente dispuestos;

12
• Esto vale también para los miembros de otras Iglesias que, a juicio de la Sede
Apostólica se encuentran en igual condición que las citadas Iglesias orientales en
lo que atañe a los sacramentos (c. 844 §3).
• Caso especial: en peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la
Conferencia Episcopal, si urge otra necesidad grave, los ministros católicos
administran lícitamente esos mismos sacramentos también a los demás cristianos
que no tienen comunión plena con la Iglesia católica, cuando éstos no puedan
acudir a un ministro de su comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que
profesen la fe católica respecto de esos sacramentos y estén debidamente
dispuestos (c. 844 §4).
Exigencia de fraternidad: Para los casos de que se trata en los §§ 2, 3 y 4, el Obispo
diocesano o la Conferencia Episcopal no darán normas generales sino después de
haber consultado a la competente autoridad, por lo menos local, de la Iglesia o
comunidad no católica de que se trate (c. 844 §5).

EL ‘CARÁCTER’
Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, puesto que imprimen
carácter, no pueden reiterarse (c. 845 §1).
Consecuencia en caso de duda sobre la administración: Si, habiendo realizado una
investigación cuidadosa, aún subsiste duda prudente sobre si los sacramentos tratados en
el § 1 fueron realmente o bien válidamente conferidos, se conferirán bajo condición (c.
845 §2).

OBSERVANCIA DE LOS RITOS APROBADOS


En la celebración de los sacramentos, se deben observar fielmente los libros litúrgicos
aprobados por la autoridad competente; por consiguiente, nadie añada, suprima o cambie
cosa alguna por propia iniciativa (c. 846 § 1).

OBLIGACIÓN DE OBSERVAR EL RITO


El ministro ha de celebrar los sacramentos según su propio rito (c. 846 §2).

LOS SANTOS ÓLEOS


Para administrar los sacramentos en que deben emplearse los santos óleos, el ministro
debe utilizar aceites extraídos de olivos o de otras plantas, y, por cierto, recientemente
consagrados o bendecidos por el Obispo, quedando a salvo lo prescrito en el c.999, n.2;
no se usarán los antiguos, a menos que haya necesidad.
El párroco debe pedir los santos óleos al propio Obispo y guardarlos cuidadosamente en
lugar decoroso (c. 847).

LAS ‘OFRENDAS’ O ESTIPENDIOS


Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad competente, el ministro no debe
pedir nada por la administración de los sacramentos, teniendo siempre cuidado de que los

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necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos en razón de su pobreza (c.
848).

TÍTULO I

Del bautismo

Principios teológicos y jurídicos


El bautismo:
• es la puerta y el fundamento de todos los sacramentos;
• de hecho o al menos de deseo (bautismo de sangre) es necesario para la salvación;
• libra al hombre del pecado original y también de los pecados personales, cuando
el bautizando ha alcanzado el uso de razón;
• regenera espiritualmente al hombre y lo constituye como hijo de Dios;
• configura con Cristo por el carácter indeleble, haciéndolo miembro del Pueblo de
Dios y copartícipes del oficio profético, sacerdotal y real de Cristo;
• incorpora a la Iglesia, y nos constituye persona en ella, o sea, sujeto de deberes y
obligaciones propios de los cristianos;
• se confiere válidamente sólo mediante la ablución con agua verdadera,
acompañada de la debida forma verbal (“yo te bautizo en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo”) (c. 849).
NO SE NACE SINO SE HACE CRISTIANO y se comienza a formar parte de la
Iglesia con el bautismo: como con el nacimiento natural se comienza a ser ciudadano
de un Estado, así con el bautismo se renace a la vida sobrenatural y se convierte
‘ciudadano’ de la Iglesia.

CAPÍTULO I De la celebración del bautismo

RITO: El bautismo se administra según el ritual prescrito en los libros litúrgicos


aprobados, excepto en caso de necesidad urgente, en el cual deben cumplirse sólo
aquellas cosas que se requieren para la validez del sacramento (c. 850).

PREPARACIÓN: Se debe preparar debidamente la celebración del bautismo; por tanto:


• el adulto que desea recibir el bautismo debe ser admitido al catecumenado y, en la
medida de lo posible, ser conducido por pasos sucesivos a la iniciación
sacramental, según el ritual de iniciación adaptado por la Conferencia Episcopal y
las normas peculiares dictadas por la misma;
• los padres del infante que va a ser bautizado, y asimismo quienes asumirán la
función de padrinos, serán debidamente instruidos sobre el significado de este

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sacramento y sobre las obligaciones que lleva consigo; el párroco, personalmente
o por medio de otros, procurará que los padres sean debidamente instruidos con
exhortaciones pastorales e incluso con la oración en común, reuniendo a varias
familias, y visitándolas, donde esto sea posible (c. 851).

PRECISACIONES: 1. Las prescripciones que hay en los cánones sobre el bautismo de


adultos se aplican a todos aquellos que, habiendo salido de la infancia, han alcanzado el
uso de razón. 2. También en lo que atañe al bautismo, el que no tiene uso de razón se
asimila al infante (c. 852).

EL AGUA: Fuera del caso de necesidad, el agua que se emplea para conferir el bautismo
debe estar bendecida (ojo: ¡no para la validez!), según las prescripciones de los libros
litúrgicos (c. 853).

MODALIDADES: El bautismo se ha de conferir por inmersión o por infusión,


respetando las prescripciones de la Conferencia Episcopal (c. 854). La CEM no ha
prescrito nada al respecto, por lo que se pueden utilizar los citados modos, pero se
conserva la prohibición de conferirlo por aspersión.

NOMBRE: Los padres, los padrinos y el párroco procuren que no se imponga un nombre
ajeno al sentir cristiano (c. 855).

TIEMPO OPORTUNO: Aunque el bautismo puede celebrarse cualquier día, sin embargo
se recomienda celebrarlo de ordinario en día domingo o, si es posible, en la Vigilia
Pascual (c. 856).

LUGAR:
• Fuera del caso de necesidad, el lugar propio para el bautismo es una iglesia u
oratorio (c.857 § 1).
• Como regla general, el adulto se bautizará en la iglesia parroquial propia; el
infante, en cambio, en la iglesia parroquial propia de los padres, a menos que una
causa justa aconseje otra cosa (c.857 § 2).
• Toda iglesia parroquial tendrá pila bautismal, quedando a salvo el derecho
cumulativo ya adquirido por otras iglesias (c.858 § 1).
• El Ordinario del lugar, habiendo oído al párroco del lugar, puede permitir o
mandar, para comodidad de los fieles, que haya pila bautismal también en otra
iglesia u oratorio dentro de los límites de la parroquia (c.858 § 2).
• Si, por la distancia de los lugares u otras circunstancias, el que ha de ser bautizado
no puede, sin grave incomodidad, acudir o ser llevado a la iglesia parroquial o a
otra iglesia u oratorio, de que se trata en el c.858, § 2, el bautismo puede y debe
conferirse en otra iglesia u oratorio más cercano, o también en otro lugar decente
(c.859).

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• Fuera del caso de necesidad, no debe administrarse el bautismo en casas
particulares, a no ser que el Ordinario del lugar lo hubiera permitido por causa
grave (c. 860 § 1).
• A no ser que el Obispo diocesano establezca otra cosa, el bautismo no debe
celebrarse en los hospitales, salvo en caso de necesidad o cuando lo exija otra
razón pastoral (c. 860 §2).

CAPÍTULO II Del ministro del bautismo

MINISTRO ORDINARIO: El ministro ordinario del bautismo es el Obispo, el presbítero


y el diácono, quedando firme lo prescripto en el c. 530, n.1 (es derecho primario del
párroco, c. 861 §1).
MINISTRO EXTRAORDINARIO: Estando ausente o impedido el ministro ordinario,
confiere lícitamente el bautismo un catequista u otro destinado a esta función por el
Ordinario del lugar; más aún, en caso de necesidad, cualquier persona movida de la
debida intención.
N.B.: los pastores de almas, especialmente el párroco, deben procurar que los fieles sean
instruidos sobre el modo debido de bautizar (c. 861 §2).

LICENCIA: Exceptuado el caso de necesidad, a nadie es lícito, sin la debida licencia,


conferir el bautismo en territorio ajeno, ni siquiera a sus súbditos (c. 862).

BAUTISMO DE ADULTOS: El bautismo de los adultos, por lo menos el de aquellos que


hayan cumplido los catorce años de edad, será ofrecido al Obispo diocesano, a fin de que,
si lo estima conveniente, lo administre él mismo (c. 863). El puede remitirlo para que lo
administre quien se lo presentó (párroco o sacerdote), y aunque no lo exprese, dada la
unidad de los sacramentos de iniciación, viene incluida la facultad de administrarle, en el
mismo acto, el sacramento de la Confirmación y la Eucaristía; si el Obispo quisiera de
otro modo, debe expresarlo explícitamente en la remisión (cfr. c. 866).

CAPÍTULO III De los que van a ser bautizados

CAPACIDAD DEL SUJETO: Es capaz de recibir el bautismo:


• todo ser humano, nadie puede ser excluido;
• aún no bautizado, pues no puede reiterarse (imprime carácter) (c.864);
• vivo: si la muerte es dudosa, se ha de conferir bajo condición.
• Si es adulto, se requiere además:
o que haya manifestado de algún modo su intención de recibir el bautismo,
o que esté suficientemente instruido sobre las verdades de la fe y las
obligaciones cristianas,

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o que haya sido probado en la vida cristiana mediante el catecumenado; se
lo ha de exhortar además a que tenga dolor de sus pecados;
o si se encuentra en peligro de muerte puede ser bautizado si, teniendo algún
conocimiento sobre las verdades principales de la fe, manifiesta de
cualquier modo su intención de recibir el bautismo y promete que
observará los mandamientos de la religión cristiana (c. 865).

COMPETENCIA DE LOS PADRES: Los padres, responsables de la vida natural y


sobrenatural de sus hijos, tienen la obligación de procurar que los infantes sean
bautizados dentro de las primeras semanas; cuanto antes después del nacimiento, e
incluso antes de él, acudirán al párroco para pedir el sacramento para su hijo y prepararse
debidamente para él. Si el infante se encuentra en peligro de muerte, debe ser bautizado
sin demora alguna (c. 867).

LICITUD: Para bautizar lícitamente a un infante, se requiere:


• que los padres, o al menos uno de ellos, o quienes legítimamente hacen sus veces,
den el consentimiento;
• que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión
católica; si falta por completo esa esperanza debe diferirse el bautismo, según las
prescripciones del derecho particular haciendo saber la razón a los padres;
• el niño de padres católicos, e incluso de no católicos, en peligro de muerte, es
bautizado lícitamente, aun en contra de la voluntad de sus padres (c. 868).

BAUTISMOS DUDOSOS: Cuando hay duda sobre si alguien fue bautizado, o si el


bautismo fue conferido válidamente, y la duda persiste después de una investigación
seria, se le ha de conferir el bautismo bajo condición.
Los bautizados en una comunidad eclesial no católica no deben ser bautizados bajo
condición, a no ser que haya una razón seria para dudar de la validez de su bautismo,
atendiendo tanto a la materia y a la fórmula empleadas en su colación como a la intención
del bautizado, si era adulto, y del ministro que bautizó.
N.B.: Si, en los casos de que tratan los §§ 1 y 2 persiste la duda sobre la administración
del bautismo o sobre su validez, no se debe conferir el bautismo sino después de haber
expuesto la doctrina sobre el sacramento del bautismo a quien ha de recibirlo, si es
adulto, y de haberle manifestado a él, o a sus padres, si se trata de un infante, las razones
de la dudosa validez del bautismo celebrado (c. 869).

CASOS ESPECIALES:
• El infante expósito o que se halló abandonado debe ser bautizado, a no ser que
conste su bautismo después de investigar cuidadosamente el asunto (c. 870).
• Los fetos abortivos, si viven, en la medida de lo posible deben ser bautizados (c.
871).

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CAPÍTULO IV De los padrinos

FUNCIÓN: En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le debe dar un


padrino, cuya función es,
• si el que va a ser bautizado es adulto, asistirlo en su iniciación cristiana, y
• si el que va a ser bautizado es infante, presentarlo al bautismo junto con sus
padres;
• colaborar para que el bautizado lleve una vida cristiana coherente con el bautismo
y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo (c. 872).

NÚMERO: Se ha de tener solamente un único padrino o una única madrina, o también


uno y una (c. 873). La motivación es de carácter práctico, tanto para responsabilizar
directamente a una determinada persona, como para que no surjan criterios contrastantes
en los métodos de llevar a cabo su función.

REQUISITOS: Para que alguien reciba la función de padrino, se requiere:


• ser designado por quien va a bautizarse o por sus padres o por quienes hacen sus
veces o, faltando éstos, por el párroco o ministro, y tener capacidad e intención de
desempeñar esta función;
• haber cumplido dieciséis años de edad, a no ser que el Obispo diocesano haya
establecido otra edad, o que, por causa justa, el párroco o el ministro consideren
admisible una excepción;
• ser católico, estar confirmado y haber recibido ya el santísimo sacramento de la
Eucaristía, y asimismo, llevar una vida coherente con la fe y con la misión que va
a recibir;
• no estar afectado por pena canónica alguna, legítimamente impuesta o declarada;
• no ser el padre o la madre del que se ha de bautizar.
• El bautizado perteneciente a una comunidad eclesial no católica, puede ser
admitido solamente junto con un padrino católico y exclusivamente en calidad de
testigo del bautismo (c. 874).
Las necesidades de licencia del superior para los clérigos y miembros de IVC del CIC
1917 (can. 766), han desaparecido del derecho universal, pero pueden aparecer a nivel
derecho propio o particular. La razón que las ponía sigue siendo válida: un consagrado no
debe estar atado por compromisos que lo puedan alejar de su total disponibilidad y
coherencia con lo que profesó, y el ahijado puede necesitar más ayuda, dado el caso, y lo
merece: que nuestra dignación no condicione su futuro.

CAPÍTULO V De la prueba y anotación del bautismo conferido

PRUEBA: Debido a que el bautismo, además de ser un rito sacramental produce también
efectos jurídicos en el ordenamiento canónico, para probar con certeza su colación, el
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legislador prescribe que, quien administra el bautismo procure que, si falta el padrino,
haya al menos un testigo por quien pueda probarse su colación (c. 875).
Para probar la colación del bautismo, si no se causa perjuicio a nadie, basta la declaración
de un solo testigo inmune de toda sospecha o el juramento del mismo bautizado, si
recibió el bautismo en edad adulta (c. 876).

REGISTRO: El registro original del Bautismo debe ser único y lo realiza el párroco del
lugar donde se lleva a cabo su celebración. Tal registro debe ser cuidadoso y hacerse
inmediatamente. En él se debe anotar: el nombre de los bautizados, haciendo mención del
ministro, los padres, padrinos, así como testigos, si los hubo, y el lugar y día de colación
del bautismo, indicando, al mismo tiempo, el día y lugar de nacimiento. Para ello ha de
disponerse un libro especial que debe ser conservado cuidadosamente (c. 877 §1).

CASOS PARTICULARES:
• Cuando se trata de un hijo de madre soltera, se ha de inscribir el nombre de la
madre, si consta públicamente su maternidad o ella misma lo pide
espontáneamente, por escrito o ante dos testigos; asimismo se ha de inscribir el
nombre del padre, si su paternidad es probada por algún documento público o
bien por la declaración del mismo ante el párroco y dos testigos; en los demás
casos se inscribirá el bautizado sin hacer indicación alguna del nombre del padre
o de los padres (c. 877 §2).
• Si se trata de un hijo adoptivo, se inscribirá el nombre de quienes lo adoptaron y
también, al menos si así se hace en el registro civil de la región, el de los padres
naturales, a tenor de los §§ 1 y 2, y teniendo en cuenta las prescripciones de la
Conferencia Episcopal (c. 877 §3).

NOTIFICACIÓN: Si el bautismo no fue administrado por el párroco ni estando él


presente, el ministro del bautismo, quien quiera que sea, debe informar al párroco de la
parroquia en la cual se administró el sacramento sobre la colación del bautismo, para que
lo anote a tenor del c. 877, § 1 (c. 878).

CERTIFICADO: El certificado de bautismo, es requerido:


• para la admisión al seminario (c. 241 §2);
• para la admisión al noviciado (c. 645 §1)
• para la promoción al diaconado (c. 1050 n.3);
• para la celebración del matrimonio (c. 1113)
Tales certificaciones sólo pueden ser emitidas por la parroquia que ha registrado el
acto (SCS 1954).

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TÍTULO II

Del sacramento de la confirmación

CONCEPTO
El sacramento de la confirmación, que imprime carácter y por el cual los bautizados,
siguiendo el camino de la iniciación cristiana, quedan enriquecidos con el don del
Espíritu Santo y vinculados más perfectamente a la Iglesia, los fortalece y obliga con
mayor fuerza a que, de palabra y de obra, sean testigos de Cristo y difundan y defiendan
la fe (c. 879).

CAPÍTULO I De la celebración de la confirmación

MATERIA: m. próxima: la unción del crisma en la frente, que se hace mediante la


imposición de la mano, y por las palabras prescriptas en los libros litúrgicos aprobados.
Fórmula: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”.
m. remota: el crisma que se debe emplear en la confirmación ha de ser consagrado por el
Obispo, aunque el sacramento sea administrado por un presbítero (c. 880).

LUGAR: Conviene que el sacramento de la confirmación se celebre en una iglesia y


dentro de la Misa; sin embargo, por causa justa y razonable, puede celebrarse fuera de la
Misa y en cualquier lugar digno (c. 881).

CAPÍTULO II Del ministro de la confirmación

MINISTRO ORDINARIO: es el Obispo;


MINISTRO EXTRAORDINARIO: también administra válidamente este sacramento el
presbítero dotado de esta facultad en virtud del derecho universal o por concesión
peculiar de la autoridad competente (c. 882).
En virtud del mismo derecho gozan de la facultad de administrar la confirmación:
• dentro de los límites de su jurisdicción, quienes en el derecho se equiparan al
Obispo diocesano;
• respecto de la persona de que se trata, el presbítero que, en virtud de su oficio o
por mandato del Obispo diocesano, bautiza a quien ha superado la infancia, o
admite a uno ya bautizado en la plena comunión de la Iglesia católica;
• respecto de los que se encuentran en peligro de muerte, el párroco, e incluso
cualquier presbítero (c. 883).

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El Obispo diocesano debe administrar la confirmación por sí mismo, o cuidar de que la
administre otro Obispo; pero si la necesidad lo requiere, puede conceder facultad a uno o
a varios presbíteros determinados para que administren este sacramento.
Por causa grave, el Obispo y asimismo el presbítero dotado de la facultad de confirmar en
virtud del derecho o por peculiar concesión de la autoridad competente, pueden, en casos
particulares, asociar a sí a otros presbíteros, que administren también el sacramento (c.
884).

El Obispo diocesano tiene la obligación de procurar que se confiera el sacramento de la


confirmación a sus súbditos que lo pidan debida y razonablemente.
El presbítero que goza de esta facultad debe utilizarla para con aquellos en cuyo favor se
le ha concedido la facultad (c. 885).

El obispo diocesano administra válidamente la confirmación también a los que no son sus
súbditos, mientras no se oponga una expresa prohibición de obispo propio.
Y el presbítero sólo administra válidamente en el territorio que se le ha asignado (cc.
886-887). Tanto el Obispo como el presbítero autorizado administran la confirmación
válidamente también en los lugares exentos (c. 888).

CAPÍTULO III De los que van a ser confirmados

SUJETO CAPAZ: Es capaz de recibir la confirmación todo bautizado aún no confirmado


y solamente él.
PREPARACIÓN: Fuera del peligro de muerte, para que alguien reciba lícitamente la
confirmación se requiere que, si goza de uso de razón, esté adecuadamente instruido,
debidamente dispuesto y pueda renovar las promesas del bautismo (c. 889).
OBLIGACIÓN: Los fieles están obligados a recibir este sacramento en el tiempo
oportuno; los padres y los pastores de almas, sobre todo los párrocos, procurarán que los
fieles estén debidamente instruidos para recibirlo y acudan a él en el tiempo oportuno (c.
890).
EDAD: El sacramento de la confirmación se conferirá a los fieles en torno de la edad de
la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista peligro
de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa (c. 891).

CAPÍTULO IV De los padrinos

En la medida de lo posible, quien va a ser confirmado ha de tener un padrino, a quien


corresponde procurar que el confirmado se comporte como verdadero testigo de Cristo y
cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo sacramento (c. 892).
REQUISITOS: Son los mismos que para el padrino del bautismo; de hecho, es
conveniente que sea el mismo padrino del bautismo (c. 893).

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CAPÍTULO V De la prueba de la colación de la confirmación y su
anotación

Para probar la colación de la confirmación, su registro, prueba, etc., se observarán las


prescripciones dadas para el bautismo (cc. 894-896).

TÍTULO III

De la santísima Eucaristía

La normativa sobre la Sma. Eucaristía comprende dos cánones introductivos y tres


capítulos. El esquema general es:
• la celebración eucarística
o el ministro
o la participación de los fieles
o ritos y ceremonias
o tiempo y lugar
• la conservación y la veneración de la Sma. Eucaristía
• los estipendios por la celebración de la Santa Misa

El CIC presenta el misterio eucarístico como único sacramento, en su triple dimensión:


• sacramento-sacrificio
• sacramento-comunión
• sacramento-presencia
Tal estructura unitaria y teológicamente exacta es pastoralmente la más válida.

El c. 897 define la Eucaristía como “el sacramento más augusto, porque en él se contiene,
se ofrece y se recibe al mismo Cristo Señor, y por la cual vive y crece continuamente la
Iglesia”. El mismo canon ofrece el significado y valor del Sacrificio eucarístico:
• es el memorial de la muerte y la resurrección del Señor,
• en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz,
• es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana,
• por él se significa y realiza la unidad del Pueblo de Dios y se perfecciona la
edificación del cuerpo de Cristo.
• Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado
están unidos estrechamente con la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.

Los deberes de los fieles y de los pastores de almas hacia la Eucaristía, son precisados en
el c. siguiente:

22
• los fieles tendrán en sumo honor a la santísima Eucaristía,
o tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo,
o recibiendo este sacramento frecuentemente y con máxima devoción, y
o dándole culto con suma adoración;
• los pastores de almas, al ilustrar la doctrina sobre este sacramento, enseñen
cuidadosamente a los fieles esta obligación (c. 898).

Los escritos y documentos sobre este sacramento son muy abundantes, y hay que tenerlos
en cuenta.

CAPÍTULO I De la celebración eucarística

El c. 899, en sus tres parágrafos, ofrece tres precisiones sobre la celebración. Ella es
simultáneamente:
ACCIÓN DE CRISTO Y DE LA IGLESIA: La celebración eucarística es una acción del
mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo el Señor, sustancialmente presente bajo las
especies del pan y del vino, mediante el ministerio del sacerdote se ofrece a sí mismo a
Dios Padre y se entrega como alimento espiritual a los fieles asociados a su oblación.
ACCIÓN COMUNITARIA DEL PUEBLO DE DIOS: En la Asamblea eucarística, el
Pueblo de Dios es convocado en la unidad, con la presidencia del Obispo, o, bajo su
autoridad, de un presbítero, que actúan, personificando a Cristo; todos los fieles que
asisten, tanto clérigos como laicos, concurren participando cada uno según su modo
propio, de acuerdo con la diversidad de órdenes y de funciones litúrgicas.
LOS FRUTOS DE LA CELEBRACIÓN: La celebración eucarística se dispondrá de tal
manera que todos los participantes perciban de ella frutos abundantes, para cuya
obtención Cristo el Señor instituyó el Sacrificio eucarístico.

ART. I Del ministro de la santísima Eucaristía

MINISTRO DE LA CONSAGRACIÓN: Sólo el sacerdote válidamente ordenado es


ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, personificando a Cristo.
Lícitamente celebra la Eucaristía el sacerdote no impedido por ley canónica, cumpliendo
las prescripciones de los cánones que siguen (c. 900).

APLICACIÓN DE LA MISA: El sacerdote tiene facultad de aplicar la Misa por


cualesquiera, tanto vivos como difuntos (c. 901).

CONCELEBRACIÓN: A no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa,
los sacerdotes pueden concelebrar la Eucaristía, quedando, sin embargo, íntegra la
libertad de cada uno de celebrar la Eucaristía de modo individual, aunque no al mismo
tiempo que haya concelebración en la misma iglesia u oratorio (c. 902).

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ADMISIÓN DEL MINISTRO: Se admitirá que el sacerdote celebre aunque sea
desconocido para el rector de la iglesia, con tal de que o bien presente una carta
comendaticia de su Ordinario o su Superior, dada al menos en el año, o bien pueda
juzgarse prudentemente que no está impedido de celebrar (c. 903).

CELEBRACIÓN FRECUENTE: Los sacerdotes, teniendo siempre presente que en el


misterio del Sacrificio eucarístico se realiza continuamente la obra de la redención,
celebrarán frecuentemente; es más, se recomienda encarecidamente la celebración
cotidiana, la cual, aunque no pueda haber presencia de fieles, es ciertamente un acto de
Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio
(c. 904).

BINACIÓN Y TRINACIÓN: Por norma general es lícito celebrar una sola vez al día;
excepcionalmente, a tenor del derecho, es lícito celebrar o concelebrar más de una vez la
Eucaristía en el mismo día. Si hay escasez de sacerdotes, el Ordinario del lugar puede
conceder que, con causa justa, los sacerdotes celebren dos veces al día, e incluso, cuando
lo pide una necesidad pastoral, aun tres veces los domingos y fiestas de precepto (c. 905).

PRESENCIA DE LOS FIELES: Sin causa justa y razonable, el sacerdote no celebrará el


Sacrificio eucarístico sin la participación de por lo menos algún fiel (c. 906).

PROHIBICIONES PARA LOS LAICOS Y LOS DIÁCONOS: En la celebración


eucarística, no está permitido a los diáconos ni a los laicos decir aquellas oraciones, sobre
todo la plegaria eucarística, ni realizar aquellas acciones, que son propias del sacerdote
celebrante (c. 907).

CONCELEBRACIÓN CON LOS HERMANOS SEPARADOS: Está prohibido a los


sacerdotes católicos concelebrar la Eucaristía con sacerdotes o ministros de Iglesias o
comunidades eclesiales que no tienen comunión plena con la Iglesia católica (c. 908).

PREPARACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS: El sacerdote no omitirá prepararse


debidamente con la oración para celebrar el Sacrificio eucarístico y dar gracias a Dios al
terminarlo (c. 909).

MINISTRO DE LA COMUNIÓN: Es ministro ordinario de la sagrada comunión el


Obispo, el presbítero y el diácono. Es ministro extraordinario de la sagrada comunión el
acólito así como otro fiel designado a tenor del c. 230, § 3 (c. 910).

VIÁTICO A LOS ENFERMOS: Tienen obligación y derecho de llevar la santísima


Eucaristía a los enfermos como Viático, el párroco y los vicarios parroquiales, los
capellanes y el Superior de la comunidad en los institutos religiosos o sociedades de vida
apostólica clericales, respecto de todos los que se encuentran en la casa. En caso de
necesidad, o con licencia al menos presunta del párroco, capellán o Superior, a quienes se

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debe informar después, debe hacerlo cualquier sacerdote u otro ministro de la sagrada
comunión (c. 911).

ART. II De la participación de la santísima Eucaristía

DEBER Y DERECHO DE TODO BAUTIZADO: Todo bautizado a quien el derecho no


se lo prohíba, puede y debe ser admitido a la sagrada comunión (c. 912).

LA ADMISIÓN DE LOS NIÑOS: Para que la santísima Eucaristía pueda administrarse a


los niños, se requiere que gocen del suficiente conocimiento y de una cuidadosa
preparación, de manera que perciban el misterio de Cristo en la medida de su capacidad y
puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción. En cambio a los niños que se
encuentran en peligro de muerte, puede administrárseles la santísima Eucaristía, si son
capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento común y de recibir la comunión
con reverencia (c. 913).

DEBERES DE LOS PADRES Y DEL PÁRROCO: A los padres en primer lugar y a


quienes hacen sus veces, así como también al párroco, corresponde la obligación de
procurar que los niños que han alcanzado el uso de razón se preparen debidamente y,
previa confesión sacramental, se alimenten cuanto antes con este alimento divino;
corresponde también al párroco vigilar para que no tengan acceso a la sagrada Eucaristía
los niños que aún no hayan llegado al uso de razón, o a los que no juzgue suficientemente
dispuestos (c. 914).

EXCLUIDOS: A la sagrada comunión no serán admitidos los excomulgados y los que


están en entredicho después de la irrogación o declaración de la pena, y los que
obstinadamente perseveran en un manifiesto pecado grave (c. 915).

EN PECADO GRAVE: Quien tenga conciencia de pecado grave, no celebre la Misa ni


comulgue el Cuerpo del Señor sin previa confesión sacramental, a menos que haya una
razón grave y no exista oportunidad de confesarse; en este caso, recordará que está
obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluya el propósito de confesarse
cuanto antes (c. 916).

REPETIR LA COMUNIÓN EL MISMO DÍA: Quien ya ha recibido la santísima


Eucaristía, puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración
eucarística en la que participe, excepto si es como viático (c. 917). Este canon recibió
interpretación auténtica, según la cual iterum = bis, non toties quoties.

LA COMUNIÓN DURANTE LA MISA Y FUERA DE LA MISA: Se recomienda


muchísimo que los fieles reciban la sagrada comunión dentro de la misma celebración
eucarística; sin embargo, cuando lo pidan con causa justa, se les administrará fuera de la
Misa, observando los ritos litúrgicos (c. 918).

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EL AYUNO EUCARÍSTICO: Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, se abstendrá,
por espacio de al menos una hora antes de la sagrada comunión, de cualquier alimento y
bebida, exceptuados solamente el agua y los remedios. El sacerdote que celebra la
santísima Eucaristía dos o tres veces el mismo día puede tomar algo antes de la segunda o
tercera celebración, aunque no medie el tiempo de una hora. Las personas de edad
avanzada o enfermas y asimismo quienes las cuidan, pueden recibir la santísima
Eucaristía, aunque hayan tomado algo dentro de la hora anterior (c. 919).

PRECEPTO PASCUAL: Todo fiel, después de haber sido iniciado en la santísima


Eucaristía, tiene la obligación de recibir la sagrada comunión por lo menos una vez al
año. Este precepto debe cumplirse durante el tiempo pascual, a no ser que por causa justa
se cumpla en otro tiempo dentro del año (c. 920).

LA ADMINISTRACIÓN DEL VIÁTICO: Los fieles cristianos que, por cualquier


motivo, se hallan en peligro de muerte serán alimentados con la sagrada comunión como
Viático. Aunque hubieran sido alimentados con la sagrada comunión el mismo día, es
muy aconsejable, sin embargo, que vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse en
peligro de muerte. Mientras dura el peligro de muerte, se recomienda administrar la
comunión varias veces, en días distintos (c. 921). El Santo Viático a los enfermos no debe
retrasarse demasiado; quienes ejercen la cura de almas vigilarán cuidadosamente para que
los enfermos sean alimentados con él mientras tienen pleno uso de sus facultades (c.
922).

COMUNIÓN Y RITOS: Los fieles pueden participar en el Sacrificio eucarístico y recibir


la sagrada comunión en cualquier rito católico, quedando firme lo prescripto en el c. 844
(c. 923); éste consiente la recepción de la comunión aún de manos de ministro
perteneciente a Iglesias o Comunidades eclesiales no en plena comunión con la Iglesia
católica. Hay pues libertad de recibir la comunión en cualquier rito católico, sea latino u
oriental.

ART. III De los ritos y ceremonias de la celebración eucarística

LA MATERIA DEL SANTO SACRIFICIO: El sacrosanto Sacrificio eucarístico debe


ofrecerse con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua. El pan debe ser
exclusivamente de trigo y hecho recientemente de manera que no haya ningún peligro de
corrupción. El vino debe ser natural, del fruto de la vid y no corrompido (c. 924). Al
respecto, hay que considerar la Carta de la CDF a los Obispos acerca del uso de pan sin
gluten y mosto como materia para la Consagración eucarística (19-06-1995).

MODOS DE COMULGAR: La sagrada comunión se administrará bajo la sola especie


del pan o, de acuerdo con las leyes litúrgicas, bajo ambas especies; en caso de necesidad,
también bajo la sola especie del vino (c. 925).

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EL PAN ÁZIMO: Según la antigua tradición de la Iglesia latina, en la celebración
eucarística el sacerdote, dondequiera que celebre, debe emplear pan ázimo (c. 926).

CONSAGRACIÓN: Está terminantemente prohibido, aun en caso de extrema necesidad,


consagrar una materia sin la otra, o también ambas fuera de la celebración eucarística (c.
927).

LENGUAS EN LA CELEBRACIÓN: La celebración eucarística se hará en lengua latina


o en otra lengua, con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados (c.
928).

VESTIDURAS SAGRADAS: Al celebrar y administrar la Eucaristía, los sacerdotes y los


diáconos llevarán los ornamentos sagrados prescriptos por las rúbricas (c. 929).

REGLAS PARA SACERDOTES ENFERMOS: El sacerdote enfermo o de edad


avanzada, si no puede estar de pie, puede celebrar sentado el Sacrificio eucarístico,
observando siempre las leyes litúrgicas, aunque no con asistencia de pueblo, a no ser que
tenga licencia del Ordinario del lugar. El sacerdote ciego o que sufre otra enfermedad
celebra lícitamente el Sacrificio eucarístico, empleando cualquier texto de la Misa de
entre los aprobados, y con asistencia, si es el caso, de otro sacerdote o diácono, o también
de un laico debidamente instruido, que le preste ayuda (c. 930).

ART IV. Del tiempo y lugar de la celebración de la Eucaristía

DÍA Y HORA: La celebración y distribución de la Eucaristía puede hacerse en cualquier


día y hora, exceptuados los que, según las normas litúrgicas, están excluidos (c. 931).
Estas normas hacen la excepción durante el triduo pascual:
• Jueves Santo: se celebra por la mañana la Misa Crismal, en hora conveniente, por
regla en la iglesia catedral y presidida por el Obispo, y es única para toda la
diócesis. Puede anticiparse en otro día. La Misa de la Cena del Señor, se celebra
por la tarde, en hora pastoralmente adaptada en la iglesia catedral o parroquial.
Este día, la comunión sólo puede distribuirse durante ambas misas, pero a los
enfermos se les puede llevar a cualquier hora.
• Viernes Santo: En este día y durante el día siguiente, la Iglesia, por tradición muy
antigua, se abstiene de celebrar la Eucaristía. La comunión sólo puede distribuirse
durante la celebración vespertina del viernes.
• Sábado Santo: la Misa, de por sí, se celebra en la noche, en la Vigilia Pascual; por
razones pastorales, dicha celebración se puede anticipar, pero no antes de
crepúsculo, o al menos, al caer el sol. La comunión se puede dar bajo la forma de
Viático.

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LUGAR: La celebración eucarística se hará en lugar sagrado, a no ser que en un caso
particular la necesidad pida otra cosa; en este caso, la celebración debe hacerse en un
lugar decoroso. El Sacrificio eucarístico debe realizarse sobre un altar dedicado o
bendecido; fuera del lugar sagrado, se puede emplear una mesa apropiada, utilizando
siempre el mantel y el corporal (c. 932).
Para casos aislados, no se requiere la licencia del Ordinario de lugar para celebrar fuera
de lugares sagrados, pero sí se requiere si se va a realizar de manera habitual.

CELEBRACIÓN EN IGLESIAS O COMUNIDADES DE HERMANOS NO EN


PLENA COMUNIÓN: Por causa justa y con licencia expresa del Ordinario del lugar,
puede un sacerdote celebrar la Eucaristía en el templo de una Iglesia o comunidad
eclesial que no tengan plena comunión con la Iglesia católica, evitando el escándalo (c.
933). Con las mismas condiciones, los hermanos separados pueden usar para sus
funciones iglesias y oratorios católicos, si no disponen de locales propios adaptados para
la celebración (Directorio Ecuménico 14 mayo 1967, nn. 52 y 61).

CAPÍTULO II De la reserva y veneración de la Sma. Eucaristía

CONSERVACIÓN DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA:


• OBLIGATORIA: debe estar reservada en la iglesia catedral o en la equiparada a
ella, en todas las iglesias parroquiales y en la iglesia u oratorio anexo a la casa de
un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica;
• FACULTATIVA: puede reservarse en la capilla del Obispo y, con licencia del
Ordinario del lugar, en otras iglesias, oratorios y capillas.
CONDICIONES: En los lugares sagrados donde se reserva la santísima Eucaristía
debe haber siempre quien cuide de ella y, en la medida de lo posible, celebrará allí la
Misa un sacerdote al menos dos veces al mes (c. 934).

CASAS PRIVADAS Y VIAJES: A nadie está permitido conservar la santísima Eucaristía


consigo o bien llevarla consigo en los viajes, a no ser que lo urja una necesidad pastoral y
se cumplan las prescripciones del Obispo diocesano (c. 935).

CASAS DE IVC U OTRAS CASAS PÍAS: En la casa de un instituto religioso o en otra


casa piadosa, la santísima Eucaristía se reservará solamente en la iglesia o en el oratorio
principal anexo a la casa; sin embargo, por causa justa, el Ordinario puede permitir que se
reserve también en otro oratorio de la misma casa (c. 936).

ACCESO DE FIELES: A menos que obste una razón grave, la iglesia en la que está
reservada la santísima Eucaristía quedará abierta a los fieles, por lo menos algunas horas
cada día, para que puedan dedicarse a la oración ante el santísimo Sacramento (c. 937).

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EL TABERNÁCULO:
• ÚNICO: Habitualmente la santísima Eucaristía estará reservada en un solo
sagrario de la iglesia u oratorio.
• LUGAR: El sagrario, en el que se reserva la santísima Eucaristía, estará colocado
en una parte noble de la iglesia u oratorio destacada, dignamente adornada,
apropiada para la oración.
• CARACTERÍSTICAS: El sagrario en el que se reserva habitualmente la santísima
Eucaristía debe ser inamovible, hecho de materia sólida no transparente, y cerrado
de manera que se evite al máximo el peligro de profanación.
• SEGURIDAD:
o Por causa grave se puede reservar la santísima Eucaristía, sobre todo
durante la noche, en otro lugar digno y más seguro.
o Quien tiene el cuidado de la iglesia u oratorio proveerá a que se guarde
con el máximo cuidado la llave del sagrario en el que está reservada la
santísima Eucaristía (c. 938).

COPÓN Y RENOVACIÓN DE LA RESERVA: Las hostias consagradas, en cantidad


suficiente para las necesidades de los fieles, se guardarán en un copón o recipiente, y se
renovarán con frecuencia, consumiendo debidamente las anteriores (c. 939).

LÁMPARA: Ante el sagrario en el que está reservada la santísima Eucaristía, estará


prendida constantemente una lámpara especial, con la que se indique y honre la presencia
de Cristo (c. 940).

EXPOSICIÓN:
• LUGAR: En las iglesias y oratorios a los que está concedido tener reservada la
santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto con el copón como con la
custodia, cumpliendo las normas prescriptas en los libros litúrgicos.
• TIEMPO OPORTUNO: Durante la celebración de la Misa, no se tendrá la
exposición del santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia u oratorio (c.
941).
• SOLEMNE: Se recomienda que en esas mismas iglesias y oratorios, se haga todos
los años la exposición solemne del santísimo Sacramento, durante un tiempo
adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite más
profundamente el misterio eucarístico y lo adore; sin embargo, esta exposición se
hará solamente si se prevé una concurrencia adecuada de fieles y cumpliendo las
normas establecidas (c. 942).
• MINISTRO: El ministro de la exposición del santísimo Sacramento y de la
bendición eucarística es el sacerdote o el diácono; en circunstancias peculiares,
para la exposición y reserva, pero sin la bendición, lo son el acólito, el ministro
extraordinario de la sagrada comunión u otro encargado por el Ordinario del
lugar, observando las prescripciones del Obispo diocesano (c. 943).

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PROCESIONES: Donde a juicio del Obispo diocesano pueda realizarse, como testimonio
público de veneración hacia la santísima Eucaristía, se tendrá, sobre todo en la
solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, una procesión en la vía pública. Corresponde
al Obispo diocesano establecer normas sobre las procesiones, mediante las cuales se
provea a la participación en ellas y a su dignidad (c. 944).

CAPÍTULO III Del estipendio para la celebración de la Misa

LEGITIMIDAD Y FIN DEL ESTIPENDIO: Según el uso aprobado de la Iglesia, todo


sacerdote que celebra o concelebra la Misa puede recibir estipendio, para que la aplique
por una determinada intención. Se recomienda encarecidamente a los sacerdotes que
celebren la Misa por las intenciones de los fieles, sobre todo de los necesitados, aunque
no reciban estipendio alguno (c. 945). Los fieles que ofrecen un estipendio para que se
aplique la Misa por su intención contribuyen al bien de la Iglesia, y con esa ofrenda
participan de la solicitud de ella por sustentar a sus ministros y actividades (c. 946).

TESTIMONIO DEBIDO: En materia de estipendio de Misas, se evitará absolutamente


incluso cualquier apariencia de negociación o comercio (c. 947).

OBLIGACIONES DEL CELEBRANTE: Se ha de aplicar una Misa distinta por las


intenciones para las cuales ha sido ofrecido y aceptado cada estipendio, aunque sea
exiguo (c. 948). El que carga con la obligación de celebrar y aplicar la Misa por la
intención de quienes han ofrecido estipendios, mantiene dicha obligación, aunque el
estipendio recibido hubiera perecido sin culpa suya (c. 949). Si se ofrece una cantidad de
dinero para la aplicación de Misas, sin indicar el número de las Misas que han de
celebrarse, éste se calculará atendiendo al estipendio establecido en el lugar en que reside
el oferente, a no ser que deba presumirse legítimamente que fue otra su intención (c.
950).

PROHIBICIONES:
• El sacerdote que celebre más de una Misa el mismo día, puede aplicar cada una de
ellas por la intención para la que se ha ofrecido el estipendio; con la condición, sin
embargo, que, exceptuado el día de la Navidad del Señor, hará propio el
estipendio de una sola Misa, y destinará los demás, en cambio, a los fines
prescriptos por el Ordinario, admitiéndose ciertamente alguna retribución por un
título extrínseco.
• El sacerdote que concelebra una segunda Misa el mismo día, no puede recibir por
ella estipendio por título alguno (c. 951).

DETERMINACIÓN DEL ESTIPENDIO: Corresponde al concilio provincial o a la


reunión de Obispos de la provincia fijar para toda la provincia, por decreto, el estipendio
que debe ofrecerse por la celebración y aplicación de la Misa, y no le es lícito al

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sacerdote pedir una suma mayor; le es lícito, no obstante, recibir por la aplicación de una
Misa un estipendio mayor que el fijado, cuando es espontáneamente ofrecido, y también
uno menor. Donde falte tal decreto, se observará la costumbre vigente en la diócesis.
También los miembros de cualesquiera institutos religiosos deben atenerse al mismo
decreto o a la costumbre del lugar, de los que se habla arriba (c. 952).

EXCESOS: A nadie le es lícito recibir tantos estipendios de Misas para aplicarlas


personalmente, que no pueda satisfacerlos dentro del año (c. 953). Si en ciertas iglesias u
oratorios se reciben más encargos de Misas que las que allí pueden celebrarse, su
celebración puede realizarse en otro lugar, a no ser que los oferentes hubieran
manifestado expresamente su voluntad contraria (c. 954).

TRASLADO DE INTENCIONES: Quien desee encomendar a otros la celebración de


Misas que se debe aplicar, encomendará cuanto antes su celebración a sacerdotes que las
acepten, con tal de que le conste que son dignos de toda confianza; debe entregar íntegro
el estipendio recibido, a menos que le conste con certeza que lo que excede a la suma
debida en la diócesis ha sido dado en consideración a su persona; tiene también la
obligación de procurar la celebración de las Misas, hasta tanto haya recibido el testimonio
tanto de la aceptación de la obligación como de la recepción del estipendio. El tiempo
dentro del cual deben celebrarse las Misas, comienza el día en que el sacerdote que las va
a celebrar las recibió, a no ser que conste otra cosa. Quienes encomiendan a otros Misas
que han de ser celebradas, anotarán sin demora en un libro tanto las Misas que recibieron
como las que han entregado a otros, anotando también sus estipendios. Todo sacerdote
debe anotar cuidadosamente las Misas que recibe para celebrar, y las que ha satisfecho (c.
955).

CARGAS NO SATISFECHAS EN EL AÑO: Todos y cada uno de los administradores de


causas pías o quienes de cualquier modo están obligados a cuidar de que se celebren
Misas, tanto clérigos como laicos, entregarán a sus Ordinarios las cargas de Misas que no
se hubieran satisfecho dentro del año, según el modo que éstos han de determinar (c.
956). Si se trata de misas fundadas, el año trascurre del 1° de enero al 31 de diciembre.
Las demás transcurren a partir del día en que se asumió la obligación.

VIGILANCIA: La obligación y el derecho de vigilar para que se cumplan las cargas de


Misas corresponde al Ordinario del lugar en las iglesias del clero secular; a sus
Superiores en las iglesias de los institutos religiosos o de las sociedades de vida
apostólica (c. 957).

LIBRO PARA REGISTRARLAS: El párroco y el rector de una iglesia o de otro lugar


piadoso, donde suelen recibirse estipendios de Misas, tendrán un libro especial en el que
anotarán cuidadosamente el número de Misas que se han de celebrar, la intención, el
estipendio ofrecido y el cumplimiento de la celebración. El Ordinario tiene obligación de
revisar cada año esos libros, personalmente o por medio de otros (c. 958).

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Otras normas acerca de la Eucaristía:
• c. 246 §1: la celebración de la Eucaristía, centro de toda la vida del seminario;
• c. 276 §2, n.2: la Eucaristía en la vida de los clérigos;
• c. 369: Eucaristía y Evangelio, factores esenciales de la Iglesia particular;
• c. 528 §2: Eucaristía como centro de la asamblea parroquial;
• c. 555 §1, n.3: deberes del Decano;
• c. 608: la Eucaristía en la vida de las comunidades religiosas;
• c. 719 §2: la Eucaristía y los Institutos seculares;
• c. 767: Misa y Homilía;
• c. 842 §2: El vértice de los sacramentos de iniciación cristiana;
• c. 874 §1, n.3: Eucaristía y padrinos de bautismo o confirmación;
• c. 881: Misa y colación de la confirmación;
• c. 1010: Misa y colación del Orden sagrado;
• c. 1065 §2: Eucaristía y matrimonio;
• c. 1247: Obligación de la misa dominical y festiva;
• c. 1367: sanciones contra la profanación de la Eucaristía;
• Misa pro populo:
o c. 388: del Obispo diocesano;
o c. 429: del administrador diocesano;
o c. 534: del párroco;
o c. 540 §1: del administrador parroquial;
o c. 543 §2, n.2: del grupo de sacerdotes a los que se les ha encomendado la
parroquia in solidum.

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