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Teología de la Celebración

2023-2024

1. La Eclesiología del Vaticano II

2. La ministerialidad eclesiológica
a) Ministerio Instituidos
b) Ministerios Ordenados

3. El diaconado
a) Historia
b) Celebración
c) Servicios
 Bautismo
 Eucaristía
 Matrimonio
 Exequias
 Bendiciones
 Liturgia de la Horas

4. El Presbiterado
a) Celebración
b) Servicios
 Reconciliación
 Unción de los enfermos
 Eucaristía
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 93

Teología de la Celebración

1. LA IGLESIA: PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO

Para comenzar nuestro estudio a la “Teología de la Celebración”,


tenemos que tener unas antecedentes teológicos, dogmáticos,
bíblicos, eclesiales, etc. Ya que no podemos situar a la Liturgia al
margen del resto de la teología, en los últimos años se llegado a un
redescubrimiento de la fe celebrada, no como un conjunto de ritos,
gestos, signos y símbolos, carente de racionalidad, por el contrario la
Liturgia como lugar teológico, un sitio propicio, en donde el hombre
no sólo es el espectador de una teofanía, sino que su papel es
importante, él es participe-relacional con lo trascendente, con el
Misterio que celebra.
Instrucción General del Misal Romano (IGMR), en los siguientes
números:

2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por


el Concilio Tridentino, en armonía con la tradición universal de la
Iglesia, ha sido expresada nuevamente por el Concilio Vaticano II, al
pronunciar estas significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro
Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su
Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos,
hasta su retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa,
la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección».

Lo que así fue enseñado por el Concilio está sobriamente


expresado por fórmulas de la Misa. Así lo pone ya de relieve la
expresión del Sacramentario llamado Leoniano: «cuantas veces se
celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra
redención». Esto se encuentra acertada y cuidadosamente expresado
en las Plegarias Eucarísticas; pues en éstas el sacerdote, al hacer la
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anámnesis, se dirige a Dios en nombre también de todo el pueblo, le


da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda
de la Iglesia y la víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso
devolvernos su amistad; y ora para que el Cuerpo y la Sangre de
Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el
mundo.

De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex


orandi) de la Iglesia responde a la norma perenne de la fe (lex
credendi), por la cual, somos amonestados, a saber, que el sacrificio,
excepto por la forma distinta como se ofrece, es uno e igual en
cuanto sacrificio de la cruz y en cuanto a su renovación sacramental
en la Misa. Y es el mismo sacrificio que Cristo, el Señor, instituyó
en la última cena y que mandó celebrar a los apóstoles en
conmemoración suya, por lo cual la Misa es al mismo tiempo
sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y
satisfactorio.

El Concilio Vaticano II en su documento LG:

4. Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo


sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de
Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que
de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo
en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la
fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39),
por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado,
hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11).
El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en
un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su
adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a
toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la
provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la
embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22). Con la
fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva
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incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo


[3]. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven!
(cf. Ap 22,17).

Y así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de


la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» [4].

5. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación.


Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la
buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde
siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó
el reino de Dios» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino
brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia
de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en
el campo (cf. Mc 4,14): quienes la oyen con fidelidad y se agregan a
la pequeña grey de Cristo (cf. Lc 12,32), ésos recibieron el reino; la
semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo
de la siega (cf. Mc 4,26-29). Los milagros de Jesús, a su vez,
confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso los demonios
por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a
vosotros» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, sobre todo, el reino se
manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del
hombre, quien vino «a servir y a dar su vida para la redención de
muchos» (Mc 10,45).

Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por


los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor,
Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y
derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre
(cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su
Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad,
humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de
Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en
la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella
paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino
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consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey
en la gloria.

Es por ello la necesidad de un aprendizaje como los dice la


Sacrosanctum Concilium 16: «La asignatura de sagrada Liturgia se
debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en
los seminarios y casas de estudio de los religiosos, y entre las
asignaturas principales en las facultades teológicas. Se explicará
tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto
espiritual, pastoral y jurídico. Además, los profesores de las otras
asignaturas, sobre todo de Teología dogmática, Sagrada Escritura,
Teología espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de
Cristo y la historia de la salvación, partiendo de las exigencias
intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que quede
bien clara su conexión con la Liturgia y la unidad de la formación
sacerdotal».
La fe católica, teniendo de base los elementos eclesiológicos, el
sujeto a desarrollar la acción litúrgica dentro de la celebración en la
Eucaristía, no es el sujeto individual-privado, sino como dice el
Vaticano II: «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir,
pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los
Obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen
en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo
recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones
y participación actual» (SC 26).
Se desprende, que el sujeto celebrante es la Comunidad, la
Ecclesia, la asamblea de los llamados, de los convocados, y no solo
una reunión efímera, la SC 27, continua diciendo: «Siempre que los
ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración
comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles,
incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una
celebración individual y casi privada. Esto vale, sobre todo, para la
celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza
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pública y social de toda Misa, y para la administración de los


Sacramentos».
De ahí la consecuencia que vemos en cada una de las
celebraciones en los sacramentos, podemos encontrar los elementos
que resaltan a la Comunidad y su importancia en cada una de las
acciones litúrgicas, ejemplos claros:
En el bautismo, después del interrogatorio a los papás y
padrinos se dice: La Iglesia de Dios te da la bienvenida.
En la Eucaristía, esta inicia con la rúbrica: Popolo radunato
(Reunido el pueblo)

1. ECLESOLOGIA DEL VATICANO II

10. Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-
5), de su nuevo pueblo «hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su
Padre» (Ap 1,6; cf. 5,9-10). Los bautizados, en efecto, son
consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como
casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra
del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el
poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz
(cf. 1 P 2,4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando
en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse
a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y
den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den
también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos
(cf. 1 P 3,15).

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o


jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se
ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su
manera del único sacerdocio de Cristo [16]. El sacerdocio
ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el
pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona
de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles,
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en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda


de la Eucaristía [17] y lo ejercen en la recepción de los sacramentos,
en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida
santa, en la abnegación y caridad operante.

11. El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la


comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las
virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo,
quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y,
regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante
de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia [18].
Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente
a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo,
y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender
la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente
con las obras[19]. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y
cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y
se ofrecen a sí mismos juntamente con ella [20]. Y así, sea por la
oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la
celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada
uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo
en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la
unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedad y
maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento.

Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la


misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a El y al mismo
tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que
colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las
oraciones. Con la unción de los enfermos y la oración de los
presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor
paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf. St 5,14-16),
e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión
y muerte de Cristo (cf. Rm 8,17; Col 1,24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4,13),
contribuyan así al bien del Pueblo de Dios. A su vez, aquellos de
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entre los fieles que están sellados con el orden sagrado son
destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en
nombre de Cristo. Finalmente, los cónyuges cristianos, en virtud del
sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el
misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia
(cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida
conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso
poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y
forma de vida [21]. De este consorcio procede la familia, en la que
nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la
gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo hijos
de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de Dios. En
esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos
los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo,
y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un
cuidado especial la vocación sagrada

Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado,


fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son
llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de
aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.

12. El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética


de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de
fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es
fruto de los labios que confiesan su nombre (cf. Hb 13.15). La
totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y
27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar
suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo
el pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos»
[22] presta su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad
suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente
«a la fe confiada de una vez para siempre a los santos» (Judas 3),
penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más
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plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado


Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de
hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13).

Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo


de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con
virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los
fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere
(1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para
ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la
renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas
palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu
para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser
recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y
útiles a las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no
deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con
presunción los frutos del trabajo apostólico. Y, además, el juicio de
su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes
tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no
sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno
(cf. 1 Ts 5,12 y 19-21).

13. Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo
Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y
único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para
así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio
creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban
dispersos, determinó luego congregarlos (cf. Jn 11,52). Para esto
envió Dios a su Hijo, a quien constituyó en heredero de todo
(cf. Hb 1,2), para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos,
Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios. Para esto,
finalmente, envió Dios al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador,
quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes
el principio de asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles,
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en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones


(cf. Hch 2,42 gr.).

Así, pues, el único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de
la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de
un reino no terrestre, sino celestial. Todos los fieles dispersos por el
orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así, «quien
habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos» [23].
Y como el reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18,36), la
Iglesia o el Pueblo de Dios, introduciendo este reino, no disminuye
el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, fomenta y
asume, y al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas las
capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen
de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe congregar en
unión de aquel Rey a quien han sido dadas en herencia todas las
naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad ellas traen sus dones y tributos
(cf. Sal 71 [72], 10; Is 60,4-7; Ap 21,24). Este carácter de
universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo
Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a
recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo
Cabeza, en la unidad de su Espíritu [24].

En virtud de esta catolicidad, cada una de las partes colabora con sus
dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal
modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos
los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la
unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo reúne a
personas de pueblos diversos, sino que en sí mismo está integrado
por diversos órdenes. Hay, en efecto, entre sus miembros una
diversidad, sea en cuanto a los oficios, pues algunos desempeñan el
ministerio sagrado en bien de sus hermanos, sea en razón de la
condición y estado de vida, pues muchos en el estado religioso
estimulan con su ejemplo a los hermanos al tender a la santidad por
un camino más estrecho. Además, dentro de la comunión
eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan
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de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la


cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad
[25], protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para
que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla. De aquí se
derivan finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos
vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas
espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales. Los miembros
del Pueblo de Dios son llamados a una comunicación de bienes, y
las siguientes palabras del apóstol pueden aplicarse a cada una de las
Iglesias: «El don que cada uno ha recibido, póngalo al servicio de
los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de
Dios» (1 P 4,10).

Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de
Dios, que simboliza y promueve paz universal, y a ella pertenecen o
se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás
creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la
gracia de Dios llamados a la salvación.

2. MINISTERIALIDAD

Capítulo III

OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA


MISA

91. La celebración eucarística es acción de Cristo y de la Iglesia, es


decir, del pueblo santo congregado y ordenado bajo la autoridad del
Obispo. Por esto, pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo
manifiesta y lo implica; pero a cada uno de los miembros de este
Cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes,
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ministerios y participación actual.[75] De este modo el pueblo


cristiano “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido”, manifiesta su ordenación coherente y jerárquica.
[76] Que todos, por lo tanto, sean ministros ordenados o fieles
laicos, al desempeñar su ministerio u oficio, hagan todo y sólo
aquello que les corresponde.[77]

I. OFICIOS DEL ORDEN SAGRADO

92. Toda celebración legítima de la Eucaristía es dirigida por el


Obispo, ya sea por su propio ministerio, ya por ministerio de los
presbíteros, sus colaboradores.[78]

Cuando el Obispo está presente en una Misa para la que se ha


congregado el pueblo, conviene sobremanera que sea él quien
celebre la Eucaristía y que los presbíteros, como concelebrantes, se
le asocien en la acción sagrada. Y esto se hace, no para aumentar la
solemnidad exterior del rito, sino para significar con más vivo
resplandor el misterio de la Iglesia, que es “sacramento de unidad”.
[79]

Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía, sino que encomienda a


otro para que lo haga, entonces es conveniente que sea él mismo
quien, revestido de estola y capa pluvial sobre el alba, con la cruz
pectoral, presida la Liturgia de la Palabra y al final de la Misa
imparta la bendición.[80]

93. En virtud de la potestad sagrada del Orden, también el


presbítero, quien en la Iglesia puede ofrecer eficazmente el sacrificio
“in persona Christi”,[81] preside al pueblo fiel aquí y ahora
congregado, dirige su oración, le proclama el mensaje de la
salvación, asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio a Dios Padre
por Cristo en el Espíritu Santo, da a sus hermanos el Pan de la vida
eterna y participa del mismo con ellos. Por consiguiente, cuando
celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y
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humildad, y en el modo de comportarse y de proclamar las divinas


palabras, dar a conocer a los fieles la presencia viva de Cristo.

94. Después del presbítero, el diácono, en virtud de la sagrada


ordenación recibida, ocupa el primer lugar entre los que ejercen su
ministerio en la celebración eucarística. En efecto, ya desde la
primitiva era de los Apóstoles, el Orden Sagrado del Diaconado fue
tenido en gran honor en la Iglesia.[82] En la Misa, al Diácono le
corresponde proclamar el Evangelio y, a veces, predicar la Palabra
de Dios; proponer las intenciones en la oración universal; ayudar al
sacerdote, preparar el altar y prestar su servicio en la celebración del
sacrificio; distribuir la Eucaristía a los fieles, sobre todo bajo la
especie del vino, e indicar, de vez en cuando, los gestos y las
posturas corporales del pueblo.

II. MINISTERIOS DEL PUEBLO DE DIOS

95. En la celebración de la Misa, los fieles hacen presente la nación


santa, el pueblo adquirido y el sacerdocio real, para dar gracias a
Dios y para ofrecer la víctima inmaculada, no sólo por manos del
sacerdote, sino juntamente con él, y para aprender a ofrecerse a sí
mismos.[83] Procuren, pues, manifestar esto por medio de un
profundo sentido religioso y por la caridad hacia los hermanos que
participan en la misma celebración.

Por lo cual, eviten toda apariencia de singularidad o de división,


teniendo presente que tienen en el cielo un único Padre, y por esto,
todos son hermanos entre sí.

96. Formen, pues, un solo cuerpo, al escuchar la Palabra de Dios, al


participar en las oraciones y en el canto, y principalmente en la
común oblación del sacrificio y en la común participación de la
mesa del Señor. Esta unidad se hace hermosamente visible cuando
los fieles observan comunitariamente los mismos gestos y posturas
corporales.
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97. No rehúsen los fieles servir con gozo al pueblo de Dios cuantas
veces se les pida que desempeñen algún determinado ministerio u
oficio en la celebración.

III. MINISTERIOS PECULIARES

Ministerio del acólito y del lector instituidos

98. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar al


sacerdote y al diácono. Al él compete principalmente preparar el
altar y los vasos sagrados y, si fuere necesario, distribuir a los fieles
la Eucaristía, de la cual es ministro extraordinario.[84]

En el ministerio del altar, el acólito tiene sus ministerios propios


(cfr. núms. 187 - 193) que él mismo debe ejercer.

C) Ministerios del acólito

187. Las funciones que el acólito puede ejercer son de diversa índole
y puede ocurrir que varias de ellas se den simultáneamente. Por lo
tanto, es conveniente que se distribuyan oportunamente entre varios;
pero cuando sólo un acólito está presente, haga él mismo lo que es
de mayor importancia, distribuyéndose lo demás entre otros
ministros.

Ritos iniciales

188. En la procesión hacia el altar, puede llevar la cruz en medio de


dos ministros con cirios encendidos. Cuando hubiere llegado al altar,
erige la cruz junto al altar para que sea la cruz del altar; pero si no se
puede, la lleva a un lugar digno. Después ocupa su lugar en el
presbiterio.

189. Durante toda la celebración, corresponde al acólito acercarse al


sacerdote o al diácono, cuantas veces tenga que hacerlo, para
presentarles el libro y ayudarles en lo que sea necesario. Por tanto
conviene que, en la medida de lo posible, ocupe un lugar desde el
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que pueda ejercer oportunamente su ministerio, junto la sede o cerca


del altar.

Liturgia Eucarística

190. En ausencia del diácono, concluida la oración universal,


mientras el sacerdote permanece en la sede, el acólito pone sobre el
altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal. Después,
si es necesario, ayuda al sacerdote a recibir los dones del pueblo y,
según las circunstancias, lleva el pan y el vino al altar y los entrega
al sacerdote. Si se usa incienso, presenta el incensario al sacerdote y
lo asiste en la incensación de las ofrendas, de la cruz y del altar.
Después inciensa al sacerdote y al pueblo.

191. Cuando sea necesario, el acólito ritualmente instituido, como


ministro extraordinario, puede ayudar al sacerdote en la distribución
de la Comunión al pueblo.[100] Y si se da la Comunión bajo las dos
especies, en ausencia del diácono, ofrece el cáliz a los que van a
comulgar o sostiene el cáliz cuando la Comunión se da por intinción.

192. Y asimismo, el acólito instituido, terminada la distribución de


la Comunión, ayuda al sacerdote o al diácono en la purificación y en
el arreglo de los vasos sagrados. En ausencia del diácono, el acólito
ritualmente instituido lleva los vasos sagrados a credencia y allí los
purifica los seca y los arregla del modo acostumbrado.

193. Terminada la celebración de la Misa, el acólito y los otros


ministros, juntamente con el diácono y el sacerdote, regresan
procesionalmente a la sacristía de la misma manera y en el mismo
orden en el que vinieron.

99. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada


Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las
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intenciones de la oración universal, y, en ausencia del salmista,


proclamar el salmo responsorial.

En la celebración eucarística el lector tiene un ministerio propio (cfr.


núms. 194 -198) que él debe ejercer por sí mismo.

D) Ministerios del lector

Ritos iniciales

194. En la procesión hacia el altar, en ausencia del diácono, el lector,


vestido con la vestidura aprobada, puede llevar el Evangeliario un
poco elevado, caso en el cual, antecede al sacerdote; de lo contrario,
va con los otros ministros.

195. Cuando hubiere llegado al altar, hace inclinación profunda con


los demás. Si lleva el Evangeliario, se acerca al altar y coloca el
Evangeliario sobre él. Después, juntamente con los otros ministros
ocupa su lugar en el presbiterio.

Liturgia de la palabra

196. Desde el ambón hace las lecturas que preceden al Evangelio. Y


en ausencia del salmista puede también proclamar el salmo
responsorial después de la primera lectura.

197. En ausencia del diácono, después de la introducción del


sacerdote, puede proponer desde el ambón las intenciones de la
oración universal.

198. Si no hay canto de entrada ni de Comunión y los fieles no dicen


las antífonas propuestas en el Misal, puede decirlas en el momento
oportuno (cfr. núms. 48.87).

Los demás ministerios


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100. En ausencia del acólito instituido, pueden destinarse para el servicio del altar
y para ayudar al sacerdote y al diácono, ministros laicos que lleven la cruz, los
cirios, el incensario, el pan, el vino, el agua, e incluso pueden ser destinados para
que, como ministros extraordinarios, distribuyan la sagrada Comunión.[85]

101. En ausencia del lector instituido, para proclamar las lecturas de la Sagrada
Escritura, destínense otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir este
ministerio y que estén realmente preparados, para que, al escuchar las lecturas
divinas, los fieles conciban en su corazón el suave y vivo afecto por la Sagrada
Escritura.[86]

102. Es propio del salmista proclamar el salmo u otro cántico bíblico que se
encuentre entre las lecturas. Para cumplir rectamente con su ministerio, es
necesario que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes para la recta
dicción y clara pronunciación.

103. Entre los fieles, los cantores o el coro ejercen un ministerio litúrgico propio,
al cual corresponde cuidar de la debida ejecución de las partes que le
corresponden, según los diversos géneros de cantos, y promover la activa
participación de los fieles en el canto.[87] Lo que se dice de los cantores, vale
también, observando lo que se debe observar, para los otros músicos,
principalmente para el organista.

104. Es conveniente que haya un cantor o un maestro de coro para que dirija y
sostenga el canto del pueblo. Más aún, cuando faltan los cantores, corresponde al
cantor dirigir los diversos cantos, participando el pueblo en la parte que le
corresponde.[88]

105. También ejercen un ministerio litúrgico:

a) El sacristán, a quien corresponde disponer diligentemente los libros litúrgicos,


los ornamentos y las demás cosas que son necesarias en la celebración de la
Misa.

b) El comentarista, a quien corresponde, según las circunstancias, proponer a los


fieles breves explicaciones y moniciones para introducirlos en la celebración y
para disponerlos a entenderla mejor. Conviene que las moniciones del
comentador estén exactamente preparadas y con perspicua sobriedad. En el
ejercicio de su ministerio, el comentarista permanece de pie en un lugar adecuado
frente a los fieles, pero no en el ambón.

c) Los que hacen las colectas en la iglesia.


TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 109

d) Los que, en algunas regiones, reciben a los fieles a la puerta de la iglesia, los
acomodan en los puestos convenientes y dirigen sus procesiones.

106. Conviene que al menos en las iglesias catedrales y en las iglesias mayores,
haya algún ministro competente, o bien un maestro de ceremonias, con el encargo
de disponer debidamente las acciones sagradas para que sean realizadas con
decoro, orden y piedad por los ministros sagrados y por los fieles laicos.

107. Los demás ministerios litúrgicos que no son propios del sacerdote o del
diácono, y de los que se habló antes (núms. 100 - 106) también pueden ser
encomendados, por medio de una bendición litúrgica o por una destinación
temporal, a laicos idóneos elegidos por el párroco o por el rector de la iglesia.
[89] En cuanto al ministerio de servir al sacerdote en el altar, obsérvense las
normas dadas por el Obispo para su diócesis.

En la triple jerarquía que constituye el sacramento del Orden, el


diaconado ocupa el grado inferior, y su oficio se remonta a los orígenes de la
Iglesia.

Alusiones con respecto al diaconado en la Iglesia anteceden al Nuevo


Testamento. En la plegaria de ordenación del diaconado son nombrados los
"hijos de Leví". Moisés, instruido por Dios, estableció un grupo de hombres,
los levitas, para que representaran al pueblo en servicio de los sacerdotes y
para ser ministros del antiguo tabernáculo en la Antigua Alianza (Números
18,2-6).

a) En el Nuevo Testamento
Los Hechos de los Apóstoles relatan la institución de los siete primeros
diáconos helenistas, justificando este ministerio en la necesidad de una
asistencia caritativa a los pobres, sin detrimento de la función de los apóstoles:
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 110

«Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los


helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la
asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y
dijeron: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios
por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, busquen de entre ustedes a
siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los
nombraremos para este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a
la oración y al ministerio de la Palabra”. La asamblea aprobó esta
propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a
Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás,
prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después
de orar, les impusieron las manos». (Hch 6, 1-6).

Los diáconos son mencionados por primera vez junto a los epíscopos
en la carta a los Filipenses: «Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos
los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos»
(Flp 1, 1). En la primera epístola a Timoteo se enumeran las cualidades
exigidas a los diáconos y guardando un lugar subalterno con respecto a los
epíscopos:
«También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a
beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe
con una conciencia pura. Primero se les someterán a prueba y después, si
fuesen irreprensibles, serán diáconos» (1Tm 3, 8-10).
Los datos del Nuevo Testamento tendrán la mayor importancia en la
Historia de la Iglesia; realizan un ideal de servicio, inspirado en el ejemplo de
Jesucristo «Entre ellos hubo también un altercado sobre quién parecía ser el
mayor. Él les dijo: “Los reyes de las naciones gobiernan como señores
absolutos, y los que ejercen la autoridad sobre ellos se hacen llamar
Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como
el menor y el que manda como el que sirve”» (Lc 22, 24-26); el ejercicio de la
autoridad en la Iglesia es presentado como un servicio, una diaconía. El
diaconado se presenta en la Iglesia apostólica como una manifestación de la
caridad que debe distinguir a la jerarquía eclesiástica. Por otro lado, la fuerza
del Espíritu que obra en los primeros diáconos, especialmente en san Esteban,
marcará siempre en la Liturgia y en la Tradición la figura del diácono,
apuntando las fuentes de su vida espiritual. Los diáconos asumirán, a través de
los tiempos y según las necesidades, formas apropiadas para la vitalidad del
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 111

culto, el anuncio de la Palabra de Dios, la administración de los bienes y la


atención material de los necesitados.
b) En la Tradición patrística
El servicio de la Iglesia y su disponibilidad a las órdenes del obispo son
el ideal evangélico que los diáconos son llamados a ejercer, exaltado con
insistencia en la Iglesia pos-apostólica. Así se expresan, por ejemplo, Hipólito
Romano, san Ignacio de Antioquía y el Concilio de Nicea (año 325). San
Ignacio de Antioquía afirma: «es preciso que los diáconos den gusto en todo a
todos. Los diáconos son, en efecto, ministros de la Iglesia de Dios, y no
distribuidores de comidas y bebidas». El ministerio de los diáconos conserva
el carácter de universalidad, siempre en dependencia de los obispos y, al
menos en principio, de los presbíteros. Los diáconos orientan las preces de los
fieles, velan por el buen orden de la comunidad litúrgica, ocupando un lugar
intermedio entre el que celebra la Santa Misa y los fieles, sirviendo junto al
altar y actuando según las necesidades de la asistencia. Semejante oficio
comprenderá desde la proclamación del Evangelio, el ofrecimiento del
Sacrifico al lado del obispo y el `presbítero, la distribución del pan y del vino
eucarísticos, hasta una actitud de vigilancia y todas las iniciativas necesarias
para que cada cristiano comprenda las enseñanzas y participe en los misterios
litúrgicos. Esta actividad cultual se prolonga en una irradiación de carácter
pastoral. Inicialmente el diácono aparece como el brazo derecho de los
obispos. En los siglos III y IV, con la multiplicación de las comunidades
rurales, los diáconos asumen a veces como la dirección de lo que hoy podría
llamarse una parroquia, según el testimonio del Concilio de Elvira.
Esta época patrística señala la edad de oro del diaconado, institución
permanente y función en perfecta armonía con la vitalidad de las comunidades
cristianas. Es difícil precisar la fisonomía del diaconado en este momento de
florecimiento, por su extraordinaria variedad de funciones. Se mueve en el
plano de la evangelización, de la catequesis, de la organización del culto, en la
formación de los catecúmenos y neófitos. Se manifiesta igualmente una
función caritativa, haciendo del diácono mediador de la caridad entre los ricos
y pobres, y personificación de la generosidad cristiana, eficaz e
institucionalizada. Según el prototipo de san Esteban, el primer diácono de
Jerusalén, la tradición cristiana exaltará las figuras ejemplares del san
Lorenzo; de san Efrén, que ejerce la misma función con brillo singular en
Siria, y de san Vicente mártir, que ilustra la Iglesia de Zaragoza.
c) Vicisitudes históricas
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 112

Las profundas transformaciones que tienen lugar en el siglo V,


repercuten en la organización y actividad de la Iglesia; si a ello se añaden los
cambios que se producen en el interior de la misma se entiende que la
importancia del diaconado vaya disminuyendo. Éste pierde un tanto de su
función específica y vital pasando a ser, sólo, un puesto de paso para acceder
a las dignidades superiores del presbiterado y del episcopado. Parece que el
ideal del diaconado encerraba una cierta ambigüedad, pues por un lado se trata
de un grado jerárquico, de un servicio junto al altar, y por otro no posee las
atribuciones propiamente sacerdotales.
d) En la edad media
Durante la edad media, esta polivalencia del diaconado se irá
concretando, cada vez más, a las funciones litúrgicas. Desde el siglo VII
cristalizan las funciones diaconales en torno a tres elementos: el servicio
solemne del altar, la administración del bautismo y la predicación, siendo ésta
entendida como la proclamación del Evangelio o como una actividad
supletoria si falta el sacerdote. Tal será la disciplina sustancialmente
perpetuada en la Iglesia latina.
En la alta Edad Media asistimos a un retroceso de degradación progresiva
del diaconado. Este proceso es más sensible en Occidente que en Oriente,
donde al menos las funciones litúrgicas de los diáconos se han mantenido
vivas.
El Concilio de Trento dispuso que el diaconado fuese restablecido, como
era antiguamente, según su propia naturaleza, como función originaria en la
Iglesia aunque tal prescripción no encontró una actuación y ubicación
concreta: «El santo Concilio con el fin de que se restablezca, según los
sagrados cánones, el antiguo uso de las funciones de las santas órdenes desde
el diaconado hasta el ostiariato, loablemente adoptadas en la Iglesia desde los
tiempos Apostólicos, e interrumpidas por tiempo en muchos lugares; con el fin
también de que no las desacrediten los herejes, notándolas de superfluas; y
deseando ardientemente el restablecimiento de esta antigua disciplina; decreta
que no se ejerzan en adelante dichos ministerios, sino por personas
constituidas en las órdenes mencionadas».
e) En la actualidad
A lo largo del siglo XX se han dado una serie de intentos para restaurar
esta institución. Se pueden distinguir tres etapas: la primera, desde el
pontificado de Pío XII, se señala por un conjunto de estudios y reflexiones
sobre el significado del diaconado y la oportunidad de su restauración como
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 113

oficio permanente. La segunda está representada por la actitud y las


enseñanzas del concilio Vaticano II. Y, finalmente, las determinaciones de
Pablo VI. Discretamente ya Pío XII en octubre de 1957 señalaba: «sabemos
que se piensa actualmente en introducir un orden del diaconado como función
eclesiástica independiente del presbiterado. La idea, por lo menos hoy, no está
aún madura». El Vaticano II marca una etapa de esa madurez abordando la
cuestión del diaconado permanente como estado de vida permanente, dejando
el asunto al juicio de las Conferencias episcopales.
El diaconado como grado propio y permanente fue formalmente
restaurado por Papa Pablo VI en 1967 y ha tenido un crecimiento gradual. El
18 de junio de 1967 Papa Pablo VI decreta la carta apostólica Sacrum
Diaconatus Ordinem, un documento que restablece el diaconado de manera
permanente en la Iglesia Latina. En mayo de 1968, los obispos católicos de los
Estados Unidos hacen la petición a la Santa Sede para obtener el permiso para
la restauración del diaconado. El delegado apostólico informa a los obispos el
30 de agosto de 1968 que el Papa Pablo VI acepta su petición.

RITUAL DE ÓRDENES

Capítulo III
ORDENACIÓN
DE DIÁCONOS
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 114

INTRODUCCIÓN

I. IMPORTANCIA DE LA ORDENACIÓN

173. Los diáconos se ordenan mediante la imposición de las manos heredada


de los Apóstoles, para desempeñar eficazmente su ministerio por la gracia
sacramental. Por eso, ya desde la primitiva época de los Apóstoles, la Iglesia
Católica ha tenido en gran honor el sagrado Orden del diaconado.1

174. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad
competente, administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la
Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el
Viático a los moribundos, leer la sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los
sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Dedicados a
los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el

1 Cf. PABLO VI, Carta apostólica Sacrum diaconatus Ordinem, 18 de junio 1967: A.A.S.
59 (1967) 697-704.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 115

aviso del bienaventurado Policarpo: “Compasivos, diligentes, actuando según


la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”.2

175. Los que van a ser ordenados diáconos deben ser admitidos por el
Obispo como candidatos, exceptuando los que están adscritos por los votos a
un instituto clerical.3

176. Mediante la Ordenación de diácono se obtiene la incorporación al


estado clerical y la incardinación a una diócesis o prelatura personal.

177. Por la libre aceptación del celibato ante la Iglesia, los candidatos al
diaconado se consagran a Cristo de un modo nuevo. Están obligados a
manifestarlo públicamente aun aquellos que hayan emitido el voto de castidad
perpetua en un instituto religioso.

178. En la celebración de las Órdenes se encomienda a los diáconos la


función de la alabanza divina en la que la Iglesia pide a Cristo, y por él al
Padre, la salvación de todo el mundo; y así han de celebrar la Liturgia de las
Horas por todo el pueblo de Dios, más aún, por todos los hombres.

II. OFICIOS Y MINISTERIOS

179. Es propio de todos los fieles de la diócesis acompañar con sus oraciones
a los candidatos al diaconado. Háganlo principalmente en la oración universal
de la Misa y en las preces de Vísperas. Como los diáconos “se ordenan al
servicio del Obispo”,4 deben ser invitados a su Ordenación los clérigos y otros
fieles, de manera que asistan a la celebración en el mayor número posible.
Principalmente han de ser invitados todos los diáconos a la celebración de las
Órdenes.

180. El Obispo es el ministro de la sagrada Ordenación. Uno de los


colaboradores del Obispo, delegado para la formación de los candidatos, al
celebrar la Ordenación pide en nombre de la Iglesia la colación del Orden y
responde a la pregunta sobre la dignidad de los candidatos.

2 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 29.
3 Cf. PABLO VI, Carta apostólica Ad pascendum, núm. 1; A.A.S. 64 (1972) 538; CIC, can.
1034.
4 HIPÓLITO, Traditio Apostolica, 8.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 116

Los diáconos ayudan en la celebración de las Órdenes, vistiendo a los


Ordenados los ornamentos diaconales. Si no hay diáconos, otros ministros
pueden realizar este cometido. Los diáconos, o al menos algunos de ellos,
saludan con el beso a los hermanos recién ordenados como señal de acogida en
el diaconado.

III. LA CELEBRACIÓN

181. Conviene que la Iglesia local, a cuyo servicio se ordena cada uno de los
diáconos, se prepare a la celebración de las Órdenes.
Los candidatos mismos deben prepararse con la oración en retiro
practicando ejercicios espirituales al menos durante cinco días.

182. Téngase la celebración en la iglesia catedral o en las iglesias de cuyas


comunidades son oriundos uno o más de los candidatos, o en otra iglesia de
gran importancia. Si se van a ordenar diáconos de alguna comunidad religiosa,
puede hacerse la Ordenación en la iglesia de la comunidad en la que van a
ejercer su ministerio.

183. Como el diaconado es uno solo, conviene que tampoco en la celebración


de las Órdenes se haga distinción alguna por razón del estado de los
candidatos. Sin embargo, puede admitirse una celebración especial para los
candidatos casados o para los no casados, si parece oportuno.

184. Celébrese la Ordenación con la asistencia del mayor número posible de


fieles en domingo o día festivo, a no ser que razones pastorales aconsejen otro
día. Pero se excluyen el Triduo pascual, el Miércoles de Ceniza, toda la
Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

185. La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa estacional, una vez


terminada la liturgia de la palabra y antes de la liturgia eucarística. Puede
emplearse la Misa ritual “En la que se confieren las sagradas Órdenes”
excepto en las Solemnidades, los Domingos de Adviento, Cuaresma, Pascua, y
los días de la octava de Pascua. En estos casos se dice la Misa del día con sus
lecturas.
Pero en otros días, si no se dice la Misa ritual, se puede tomar una de las
lecturas de las que se proponen en el Leccionario con este fin.
La oración universal se omite, porque las letanías ocupan su lugar.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 117

186. Proclamado el Evangelio, la Iglesia local pide al Obispo que ordene a


los candidatos. El presbítero encargado informa al Obispo que le pregunta,
ante el pueblo, de que no existen dudas acerca de los candidatos. Los
candidatos, en presencia del Obispo y de todos los fieles, manifiestan la
voluntad de cumplir su ministerio, según los deseos de Cristo y de la Iglesia
bajo la autoridad del Obispo. En las letanías todos imploran la gracia de Dios
en favor de los candidatos.

187. Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de la


Ordenación, se confiere a los candidatos el don del Espíritu para su función
diaconal. Estas son las palabras que pertenecen a la naturaleza del sacramento
y que por tanto se exigen para la validez del acto:
“Emítte in eos, Dómine, quaésumus, Spíritum Sanctum, quo in opus
ministérii fidéliter exsequéndi múnere septifórmis tuae grátiae roboréntur”.
(Envía sobre ellos, Señor, el Espíritu Santo, para que, fortalecidos con tu
gracia de los siete dones, desempeñen con fidelidad su ministerio.)

188. Inmediatamente después de la Plegaria de la Ordenación se revisten los


Ordenados con la estola diaconal y con la dalmática para que se manifieste
visiblemente el ministerio que desde ahora van a ejercer en la liturgia.
Por la entrega del libro de los Evangelios se indica la función diaconal de
proclamar el Evangelio en las celebraciones litúrgicas y también de predicar la
fe de palabra y de obra.
El Obispo con su beso pone en cierto modo el sello a la acogida de los
diáconos en su ministerio: los diáconos saludan con el beso a los Ordenados
para el común ministerio en su Orden.

189. Los Ordenados ejercen por primera vez su ministerio en la liturgia


eucarística asistiendo al Obispo, preparando el altar, distribuyendo la
Comunión a los fieles y principalmente sirviendo el cáliz y proclamando las
moniciones.

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 118

RITOS INICIALES Y LITURGIA DE LA PALABRA

193.Estando todo dispuesto, se inicia la procesión por la iglesia hacia el altar según el
modo acostumbrado. Los ordenandos preceden al diácono portador del libro de los
Evangelios que ha de utilizar se en la Misa y en la Ordenación. Siguen los demás
diáconos, si los hay, los presbíteros concelebrantes y, finalmente, el Obispo, con sus
dos diáconos asistentes ligeramente detrás de él. Llegado s al altar, y hecha la debida
reverencia, todos se dirigen a su respectivo lugar.
Mientras tanto, se canta la antífona de entrada con su salmo, u otro canto apropiado.

194.Los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra se realizan del modo acostumbrado, hasta
el Evangelio inclusive.

195.Después de la lectura del Evangelio, el diácono deposita nuevamente y con toda


reverencia el libro de los Evangelios sobre el altar, donde permanece hasta el momento
de entregarlo a los ordenados.

LITURGIA DE LA ORDENACIÓN

196.Comienza después la Ordenación de los diáconos.


El Obispo se acerca, si es necesario, a la sede preparada para la Ordenación, y se hace la
presentación de los candidatos.

Elección de los candidatos

l97. Los ordenandos son llamados por el diácono, de la siguiente manera:

Acérquense los que van a ser ordenados diáconos.

E inmediatamente los nombra individualmente; cada uno de los llamados dice:

Presente.

Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.


TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 119

198. Todos los llamados permanecen de pie ante el Obispo, y un presbítero designado
por el Obispo dice:

Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes


diáconos a estos hermanos nuestros.

El Obispo le pregunta:

¿Sabes si son dignos?

Y él responde:
Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al
pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados
dignos.
El Obispo:

Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a


estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos.

Todos dicen:

Te damos gracias, Señor.

O dan su asentimiento a la elección de cualquier otra forma, según lo


establecido en el n. 11 de la Introducción General.

Homilía

199. Enseguida, estando todos sentados, el Obispo hace la homilía, en la que


partiendo del texto de las lecturas proclama das en la liturgia de la Palabra,
instruye al pueblo y a los elegidos sobre el ministerio de los diáconos, teniendo
en cuenta la condición de los ordenandos, según se trate de elegidos casados y no
casados, o de elegidos no casados solamente, o solamente de elegidos casados.
Pero puede hablar de tal ministerio con éstas o parecidas palabras:
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 120

Queridos hermanos:

Ahora que estos hijos nuestros, de los cuales muchos de ustedes son
familiares y amigos, van a ser ordenados diáconos, conviene
considerar con atención qué grado de ministerio reciben.

Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudarán al Obispo y a su


presbiterio en el anuncio de la palabra, en el servicio del altar y en el
ministerio de la caridad, mostrándose servidores de todos. Como
ministros del altar proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio
y repartirán a los fieles el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Además, enviados por el Obispo, exhortarán tanto a los fieles como


a los infieles, enseñándoles la doctrina santa; presidirán las
oraciones, administrarán el Bautismo, asistirán y bendecirán el
Matrimonio, llevarán el viático a los moribundos y presidirán los
ritos exequiales.

Consagrados por la imposición de manos que ha sido heredada de


los Apóstoles, y vinculados al servicio del altar, ejercerán el
ministerio de la caridad en nombre del Obispo o del párroco. Con el
auxilio de Dios deben trabajar de tal modo que ustedes reconozcan
en ellos a los verdaderos discípulos de Aquel que no vino a ser
servido, sino a servir.

En cuanto a ustedes, queridos hijos, que van a ser ordenados


diáconos, el Señor les dio ejemplo para que, lo que él hizo, también
lo hagan ustedes.

En su condición de diáconos, es decir, de servidores de Jesucristo,


que se mostró servidor entre los discípulos, siguiendo gustosamente
la voluntad de Dios, sirvan con amor y alegría tanto a Dios como a
los hombres y como nadie puede servir a dos señores, tengan
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 121

presente que toda impureza o afán de dinero es servidumbre a los


ídolos.
Si son ordenados simultáneamente elegidos casados y no casados:

Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos


varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad,
también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del gusto por las cosas de Dios.

Quienes de entre ustedes van a ejercer el ministerio, observando el


celibato, deben tener presente que el celibato será para ustedes
símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de su caridad pastoral y fuente
peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un
amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una
total entrega, su consagración a Cristo se renueva de modo más
excelente. Por su celibato, en efecto, les resultará más fácil
consagrarse, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los
hombres, y con mayor facilidad serán ministros de la obra de
regeneración sobrenatural.

Constituidos o no en el celibato, tendrán por raíz y cimiento la fe.


Muéstrense sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los
hombres, según conviene a ministros de Cristo y a dispensadores de
los santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del
Evangelio, al que deben no sólo escuchar, sino además servir.
Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestren en sus obras
la palabra que proclaman, para que el pueblo cristiano, vivificado
por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y ustedes, en el
último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oír de él estas
palabras: "Muy bien, servidor bueno y fiel, entra a tomar parte en la
alegría de tu Señor".
Si son ordenados solamente elegidos no casados:

Al acceder libremente al Ord en del diaconado, al igual que aquellos


varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad,
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 122

también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del gusto por las cosas de Dios.

Ejercerán su ministerio, observando el celibato: será para ustedes


símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de su caridad pastoral y fuente
peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un
amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una
total entrega, su consagración a Cristo se renueva de modo más,
excelente. Por su celibato, en efecto, les resultará más fácil
consagrarse, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los
hombres, y con mayor facilidad serán ministros de la obra de
regeneración sobrenatural.

Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muéstrense sin mancha e


irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a
ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No se
dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que deben no sólo
escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma
limpia, muestren en sus obras la palabra que proclaman, para que el
pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y ustedes, en el último día, puedan salir al
encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: "Muy bien, servidor
bueno Y fiel, entra a tomar parte en la alegría de tu Señor".
Si son ordenados solamente elegidos casados:

Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos


varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad,
también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos de Espíritu
Santo y del gusto por las cosas de Dios.

Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muéstrense sin mancha e


irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a
ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No se
dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que deben no sólo
escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 123

limpia, muestren en sus obras la palabra que proclaman, para que el


pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y ustedes, en el último día, puedan salir al
encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: "Muy bien, servidor
bueno y fiel, entra a tomar parte en la alegría de tu Señor".

Promesa de los elegidos

200. Después de la homilía, solamente se levantan los elegidos y se ponen de pie delante
del Obispo, quien los interroga, conjuntamente, con estas palabras:

Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los diáconos deben


manifestar ante el pueblo su voluntad de recibir este ministerio.

¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia por la imposición de


mis manos y la gracia del Espíritu Santo?

Los elegidos responden todos a la vez:

Sí, quiero.

El Obispo:

¿Quieren desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de


diáconos como colaboradores del Orden sacerdotal y en bien del
pueblo cristiano?
Los elegidos:

Sí, quiero.

El Obispo:

¿Quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el


Apóstol, y proclamar esta fe de palabra y obra, según el Evangelio y
la tradición de la Iglesia?

Los elegidos:
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 124

Sí, quiero.

El siguiente interrogatorio ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite


si van a ser ordenados solamente elegidos casados.

El Obispo:

Ustedes, los que están dispuestos a vivir el celibato: ¿Quieren ante


Dios y ante la Iglesia, como signo de su consagración a Cristo,
observar durante toda la vida el celibato por causa del Reino de los
cielos y para servicio de Dios y de los hombres?

Los elegidos no casados responden:

Sí, quiero.

El Obispo:

(Y todos ustedes), ¿quieren conservar y acrecentar el espíritu de


oración, tal como corresponde a su género de vida, y fieles a este
espíritu celebrar la Liturgia de las Horas, según su condición: junto
con el Pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?

Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:

¿Quieren imitar siempre en su vida el ejemplo de Cristo, cuyo


Cuerpo y Sangre servirán con sus propias roanos?

Los elegidos:

Sí, quiero, con la gracia de Dios.

201. Enseguida, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus
manos juntas entre las manos del Obispo, a no ser que, según la Introducción General, n.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 125

11, se hubiere establecido otra cosa. El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su


Ordinario:

¿Prometes obediencia y respeto a mí y a mis sucesores?

El elegido:

Sí, prometo.
Pero si el Obispo no es su Ordinario, dice:

¿Prometes obediencia y respeto a tu Obispo?

El elegido:

Sí, prometo.

Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:

¿Prometes obediencia y respeto al Obispo diocesano y a tu Superior


legítimo?
El elegido:

Sí, prometo.
El Obispo concluye siempre:

Que Dios mismo lleve a término esta obra buena que en ti ha


comenzado.

Oración litánica

202. A continuación, todos se levantan. El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las
manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:

Oremos, hermanos, a Dios Padre


todopoderoso, para que derrame bondadosamente la
gracia de su bendición sobre estos siervos suyos que
ha llamado al Orden de los diáconos.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 126

203. Entonces, los elegidos se postran en tierra y se cantan las letanías; todos responden.
En los domingos y durante el Tiempo pascual, se hace estando todos de pie, y en los demás
días, de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:

Nos ponemos de rodillas.

En las letanías, pueden añadir se, en su lugar respectivo, otros nombres de santos, por
ejemplo, del Patrono, del Titular de la iglesia, del Fundador, del Patrono de quienes reciben
la Ordenación, así como otras invocaciones apropiadas a cada circunstancia.

Señor, ten piedad de nosotros


Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros

Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros


San Miguel, ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios, rueguen por nosotros
San Juan Bautista, ruega por nosotros
San José ́, ruega por nosotros
Todos los santos patriarcas y
profetas, rueguen por nosotros
San Pedro y san Pablo rueguen por nosotros
San Andrés, ruega por nosotros
San Juan, ruega por nosotros
Todos los santos apóstoles y
evangelistas rueguen por nosotros
San Mateo, ruega por nosotros
Santa María Magdalena, ruega por nosotros
Todos los santos discípulos del
Señor, rueguen por nosotros
San Esteban, ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros
San Lorenzo, ruega por nosotros
San Vicente, ruega por nosotros
Santas Perpetua y Felicidad, rueguen por nosotros
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 127

Santa Inés, ruega por nosotros


Todos los santos mártires, rueguen por nosotros
San Gregorio, ruega por nosotros
San Agustín, ruega por nosotros
San Atanasio, ruega por nosotros
San Basilio, ruega por nosotros
San Efrén
ruega por nosotros
San Martín,
ruega por nosotros
San Benito,
ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo,
rueguen por nosotros
San Francisco Javier, ruega por nosotros
San Juan María Vianney, ruega por nosotros
Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús,
Santa Teresa del Niño Jesús
Todos los santos y santas de Dios,

Muéstrate propicio líbranos, Señor


De todo mal, líbranos, Señor
De todo pecado, líbranos, Señor
De la muerte eterna, líbranos, Señor
Por tu encarnación, líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor
Por el envío del Espíritu Santo líbranos, Señor
ruega por nosotros ruega
por nosotros rueguen por
nosotros
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 128

Nosotros, que somos pecadores, te rogamos, óyenos


Para que gobiernes y conserves a tu
Santa Iglesia, te rogamos, óyenos
Para que asistas al Papa y a todos los miembros
del clero en tu servicio
santo, te rogamos, óyenos
Para que bendigas a este elegido te rogamos, óyenos
(estos elegidos),
Para que bendigas y santifiques a este
elegido (estos elegidos), te rogamos, óyenos
Para que bendigas, santifiques y
consagres a este elegido (estos
elegidos), te rogamos, óyenos
Para que concedas paz y concordia a te rogamos,
todos los pueblos de la tierra. óyenos.
Para que tengas misericordia de te rogamos,
todos los que sufren, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en te rogamos,
tu servicio santo, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos,
óyenos.
Cristo, óyenos Cristo, escúchanos

204. Concluido el canto de las letanías, el Obispo ordenante principal, de pie, y con las
manos extendidas, dice:

S eñor, Dios, escucha nuestras


súplicas y confirma con tu
gracia este ministerio que
realizamos:
santifica con tu bendición a estos siervos
tuyos que juzgamos aptos para el servicio de
los santos misterios.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 129

Todos:

Amén
El diácono, si el caso lo requiere, dice:

Nos ponemos de pie.

Y todos se ponen de pie.

Imposición de las manos y Plegaria de Ordenación

205. Los elegidos se levantan; se acerca cada uno al Obispo, que está de pie delante de la
sede y con mitra, y se ponen de rodillas ante él.
206. El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos.

207. Estando todos los elegidos arrodillados ante el Obispo, éste, sin mitra, con las manos
extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:

sístenos, Dios todopoderoso,

A
de quien procede toda gracia,
que estableces los
ministerios
regulando sus órdenes;
inmutable en ti mismo, todo lo renuevas; por
Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro –
palabra, sabiduría y fuerza tuya-, con
providencia eterna todo lo proyectas y
concedes en cada momento cuanto conviene.

A tu Iglesia, cuerpo de Cristo,


enriquecida con dones celestes
variados, articulada con miembros
distintos y unificada con admirable
estructura por la acción del Espíritu
Santo, la haces crecer y dilatarse
como templo nuevo y grandioso.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 130

Como un día elegiste a los levitas para servir en


el primitivo tabernáculo, así ahora has
establecido tres órdenes de ministros encargados
de tu servicio.

Así también, en los comienzos de la


Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos
por el Espíritu Santo,
eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio
cotidiano, a siete varones acreditados ante el pueblo, a
quienes, orando e imponiéndoles las manos, les
confiaron el cuidado de los pobres, a fin de poder ellos
entregarse con mayor empeño a la oración y a la
predicación de la palabra.

Te suplicamos, Señor, que atiendas


propicio a estos tus siervos, a quienes
consagramos humildemente
para el orden del diaconado y el servicio de tu altar

ENVÍA SOBRE ELLOS, SEÑOR, EL ESPÍRITU SANTO,


PARA QUE, FORTALECIDOS
CON TU GRACIA DE LOS SIETE DONES, DESEMPEÑEN
CON FIDELIDAD EL MINISTERIO.

Que resplandezca en ellos


un estilo de vida evangélica, un amor sincero,
solicitud por pobres y enfermos, una autoridad
discreta, una pureza sin tacha y una observancia de
sus obligaciones espirituales.

Que tus mandamientos, Señor, se


vean reflejados en sus costumbres,
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 131

y que el ejemplo de su vida suscite


la imitación del pueblo santo;
que, manifestando el testimonio de su buena
conciencia, perseveren firmes y constantes con Cristo,
de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo, que no
vino a ser servido sino a servir, merezcan reinar con él
en el cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,


que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios por los
siglos de los siglos.

Todos:

Amén

Entrega del libro de los Evangelios

208. Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra.


Los ordenados se levantan, y unos diáconos u otros ministros ponen a cada uno la estola al
estilo diaconal y le visten la dalmática.

209. Mientras tanto, puede cantarse la antífona siguiente con el Salmo 83 (84), u otro
canto apropiado de idénticas característica s que concuerde con la antífona, sobre todo
cuando el Salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la liturgia de la
Palabra.

Antífona

Dichosos los que habitan en tu


casa, Señor. (T.P. Aleluya.)

Salmo 83 (84)

Anhelando los atrios del Señor,


mi alma se ha consumido; todo
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 132

mi ser de gozo se estremece por


causa del Dios vivo.
(Se repite la antífona)

Hasta el gorrión halló una casa,


la golondrina, un nido en tu
altar, Señor de los ejércitos, rey
mío y Dios mío.
(Se repite la antífona)

Dichosos los que habitan en tu casa y


pueden alabarte de continuo. +
Dichosos los que en ti su fuerza hallan,
y hacia tu templo emprenden el
camino, con creciente vigor, ellos
avanzan.
(Se repite la antífona)

Escucha mi oración, Señor de los


ejércitos, Dios de Jacob, atiéndeme.
Protege, Dios, a nuestro escudo, y mira el
rostro de tu ungido.
(Se repite la antífona)

Un día en tus atrios vale más


que mil fuera de ellos;
yo prefiero el umbral de la casa de mi Dios,
al lujoso palacio del perverso.
(Se repite la antífona)

Porque el Señor es sol y


escudo, Dios concede favor y
gloria. El Señor no niega sus
bienes a los de conducta
intachable.
(Se repite la antífona)
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 133

No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antífona cuando


todos los ordenados han recibido la dalmática.

210. Los ordenados, ya con sus vestiduras diaconales, se acercan al


Obispo y, uno por uno, se van arrodillando ante él. El Obispo entrega a
cada uno el libro de los Evangelios, diciendo:

R ecibe el Evangelio de Cristo, del cual


has sido constituido mensajero;
esmérate en creer lo que lees,
enseñar lo que crees
Y vivir lo que
enseñas.

211. Finalmente, el Obispo da a cada ordenado el be so de paz,


diciendo: La paz sea contigo.

El ordenado responde:

Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos de los diáconos presentes.

212. Mientras tanto, puede cantarse la antífona siguiente con el salmo 145, u otro canto
apropiado de idénticas características que concuerde con la antífona.

Antífona

El que me sirve será honrado por


mi Padre, que está en el cielo.
(T.P. Aleluya.)

Salmo 145
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 134

Alaba, alma mía, al Señor;


alabaré al Señor toda mi vida·
tocar é y cantaré para mi Dios,
mientras yo exista.
(Se repite la antífona)

No pongas tu confianza en los que mandan


ni en el mortal que no puede salvarte; pues
cuando mueren, se convierten en polvo y
ese mismo día se acaban sus proyectos.
(Se repite la antífona)

Dichoso aquel que es


auxiliado por el Dios de Jacob
+ y pone su esperanza en el
Señor, su Dios, que hizo el
cielo y la tierra, el mar y
cuanto el mar encierra.
(Se repite la antífona)

El Señor siempre es fiel a su palabra


y es quien hace justicia al oprimido;
él proporciona pan a los
hambrientos y libera al cautivo. (Se
repite la antífona)

Abre el Señor los ojos de los ciegos


y alivia al agobiado.
Ama el Señor al hombre justo y
toma al forastero a su cuidado.
(Se repite la antífona)

A la viuda y al huérfano sustenta


Y trastorna los planes del inicuo.
Reina el Señor eternamente, reina tu
Dios, oh Sión, reina por siglos.
(Se repite la
antífona)
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 135

No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antífona una vez
que el Obispo y los diáconos hayan dado el beso de paz a los ordenados.

213. Prosigue la Misa como de costumbre. Si lo indican las rúbricas se dice el Símbolo de la
fe.
Se omite la oración universal.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Intercesiones

214. En la Plegaria eucarística se hace mención de los diáconos recién ordenados.

CURSO DE LA PRESIDENCIA LITURGICA CUESTIONARIO

1. Funciones del diácono del Evangelio en la misa presidida por el obispo


 Lleva el Evangelio un poco elevado en la procesión de entrada y de
salida
 Proclama el evangelio; dice las peticiones de la oración universal
 Prepara el altar para la presentación de dones; extiende el corporal,
prepara el cáliz principal a la izquierda del altar, entrega la patena y
el cáliz en mano al celebrante.
 Inciensa al celebrante, concelebrantes y pueblo.
 Inciensa al momento de la elevación: del pan consagrado y del cáliz
 Hace la invitación al saludo de la paz con las manos juntas
 Despide al pueblo después de la bendición final.

2. Funciones de los diáconos de la sede y el altar


 1° diácono: se coloca a la derecha, asiste al celebrante para entregar
la mitra y la recogen los momentos debidos, presenta la naveta para
servir el incienso, quita la palia o palias del cáliz, quita el solideo al
terminar la oración sobre las ofrendas.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 136

 2° diácono: se coloca a la izquierda, recoge el báculo, atiende al


misal en el altar, y si hay cálices para la concelebración quita las
palias de su lado.

3. Momentos en que se utiliza la mitra y el báculo en la misa


 Mitra:
o Al ingreso (se quita antes de hacer la reverencia o
genuflexión)
o Se vuelve usar durante las lecturas (primera y salmo y la
segunda lectura) se quita después que el obispo da la
bendición al diácono del Evangelio
o La recibe para trasladarse al lugar donde se va a tener la
homilía, se quita para la profesión de fe o la oración de los
fieles
o La recibe durante la procesión de ofrendas y preparación
del altar (se quita al llegar al altar para la presentación de
ofrendas)
o Finalmente la recibe para la bendición y salida.
 Báculo
o Al ingreso
o A la lectura del Evangelio y cuando se traslada la sede
frente al altar para la homilía o cuando avanza para la
presentación de dones
o La vuelve a utilizar para la bendición y procesión de salida

4. ¿Qué es presidir y qué implica el ministerio de la presidencia?


Presidir es servir, se trata del conocimiento profundo de un lenguaje
estructurado y comunicativo del ministerio que celebra. El ministerio de la
presidencia implica que el presidente es, ante todo, el sacramento de la
presencia de Cristo (se debe configurar con Él) en medio de su comunidad,
actúa in persona Christi y con el poder de cristo Jesús, es signo y sacramento
de Jesucristo. Implica también actuar en nombre de la Iglesia.
5. En qué consiste el lenguaje litúrgico
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 137

Conociste en un conjunto de signos que nos introducen en comunión con


el misterio que nos hace experimentarlo más que entenderlo. El lenguaje
simbólico nos permite entrar en contacto con lo inaccesible: el misterio de la
acción salvífica de Dios y de su presencia.
6. Diferencia entre símbolo, signo y gesto litúrgico
Signos: Realidades o palabras portadoras de un significado. Objeto, fenómeno
u hecho que, por una relación natural o convencional, representa o evoca otro
objeto, fenómeno u hecho.
Símbolos: figura retórica mediante la cual una realidad o concepto se expresa
por medio de una realidad o concepto diferente, entre los que se establece una
relación de correspondencia, de modo que al nombrar el concepto simbólico
evoca al concepto real.
Gestos litúrgicos: Refiere a los movimientos y expresiones que se realizan a lo
largo de la celebración.
7. Clasificación de signos y gestos litúrgicos
Vinculados a las cosas: Velas, fuego, ceniza, incienso, imágenes, vestiduras
litúrgicas campanas. El edificio , el ambón, el altar, la sede.
Vinculadas al cuerpo: Las posturas: de pie, sentados, arrodillados, postrados,
Mirar, manos juntas o extendidas.
8. Actitudes espirituales del que preside.
La configuración con Cristo y la celebración participada interiormente.
9. Posturas corporales de la Asamblea y significado
Estar de pie: significa acción, expectación, respeto, disponibilidad, oración
pascual, vigilancia.
Sentarse: Significa enseñar, escuchar, meditar, orar. Signo de reposo, de
familiaridad.
Arrodillarse: Significa anonadamiento, penitencia, adoración, oración
individual, humildad.
10.Ministerios o servicios de la Asamblea celebrante
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 138

Ministerios o servicios: Diácono, Acólito, Lector, Salmista, Guía o


comentador, Animador del canto, Ministro extraordinario de la Comunión,
Sacristán.
11.“Institución General del Misal Romano”: los temas que toca en sus VIII
capítulos
I. Importancia y dignidad de la celebración eucarística
II. Acerca de la estructura de la misa, sus elementos y sus partes
III. Oficios y ministerios en la celebración de la misa
IV. Diversas formas de celebrar la misa
V. Disposición y ornato de las iglesias para la celebración de la
eucaristía
VI. Cosas que se necesitan para la celebración de la misa
VII. Elección de la misa y de sus partes
VIII. Misas y oraciones por diversas necesidades y misas de difunto.
IX. Adaptaciones que corresponden a los obispos y a las
conferencias de los obispos
12.Finalidad y observaciones de los ritos iniciales: Canto de entrada; saludo al
altar y a la asamblea; rito penitencial; aclamaciones laudativas; oración
colecta; conclusión larga y breve de las oraciones (memorizar)
Canto de entrada: El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la
unión de quienes se han reunido, elevar sus pensamientos a la contemplación
del misterio litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión de sacerdotes y
ministros”. El canto de entrada es el primer elemento que reúne a la asamblea
y da el sentido a la celebración del día. Ha de ser un canto que la asamblea lo
pueda cantar con facilidad. Ha de dar el tono litúrgico del tiempo o del día, es
la primera impresión que los asistentes reciben.
Saludo al altar y al pueblo congregado: Al llegar el sacerdote hace una
profunda inclinación o genuflexión si está el Santísimo y besa el altar como
expresión de veneración. En ciertas ocasiones también se incensará. Es en el
altar donde se realiza el sacrificio de la cruz, además es la mesa ante la cual se
congrega el pueblo de Dios para participar.
Acto penitencial: Es un acto de reconciliación con Dios y con los hermanos.
Mediante este acto, el que preside y todos los fieles se reconocen pecadores
delante de Dios y del prójimo y piden perdón. Se ha de poner empeño en
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 139

utilizar las tres formas del acto penitencial y no sólo la primera, cada
formulario tiene su peculiaridad propia.
Señor ten piedad, aclamaciones laudativas: Es una invocación con la que los
fieles aclaman al Señor y piden su misericordia. Es la traducción de la
expresión griega “Kyrie eleison”. Súplica de los cristianos, que siempre ha
estado presente en la liturgia, durante prácticamente más dos mil años.
Oración colecta: Es la primera oración que la comunidad congregada realiza
como tal. La comunidad, que ha ido entrando en un clima celebrativo,
concluye y culmina esta entrada orando con las palabras del que preside. Esta
oración debe decirse de modo relevante, precedida de un momento de silencio.
El sacerdote invita a orar.
Memorizar: Corta: Por Cristo nuestro Señor. Larga: palabras con que
terminamos cada oración: « Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos.

13.Finalidad y observaciones de la liturgia de la Palabra: lecturas; lectores;


leccionario; ambón; homilía; profesión de fe; oración universal. Oración
para proclamar el evangelio(memorizar)
Finalidad de la liturgia de la palabra: Las lecturas tomadas de la Sagrada
Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la
liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen.
Lectura: Esta Palabra divina la hace suya el pueblo con sus cantos y
mostrando adhesión a ella con la profesión de fe. OGMR 55
Lectores: Según la tradición, el servicio de proclamar las lecturas no es
presidencial, sino ministerial. Por consiguiente, que las lecturas sean
proclamadas por un lector; en cambio, que el diácono, o estando éste ausente,
otro sacerdote, anuncie el Evangelio. Sin embargo, si no está presente un
diácono u otro sacerdote, corresponde al mismo sacerdote celebrante leer el
Evangelio; y si no se encuentra presente otro lector idóneo, el sacerdote
celebrante proclamará también las lecturas. IGMR 55
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 140

Leccionario: lo referente a las lecturas de la Misa (OLM) las lecturas de la


Biblia que la Iglesia propone a lo largo de todo el año litúrgico se hallan
recogidas en los diversos tomos de que consta el Leccionario Cfr. SC 51
Ambón: Conviene que por lo general este sitio sea un ambón estable, no un
simple atril portátil. El ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar
colocado de tal manera que los ministros ordenados y los lectores puedan ser
vistos y escuchados convenientemente por los fieles. Desde el ambón se
proclaman únicamente las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual;
también puede tenerse la homilía y proponer las intenciones de la Oración
universal. La dignidad del ambón exige que a él sólo suba el ministro de la
Palabra. OGMR 309

Homilía: Recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la


homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los
textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más
aún, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con
asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave. SC 52

La homilía la hará de ordinario el mismo sacerdote celebrante, o éste se la


encomendará a un sacerdote concelebrante, o alguna vez, según las
circunstancias, también a un diácono, pero nunca a un laico. En casos
especiales, y por justa causa, la homilía puede hacerla también el Obispo o el
presbítero que esté presente en la celebración sin que pueda concelebrar. Los
domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas las Misas
que se celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse sin causa grave,
por otra parte, se recomienda tenerla todos días especialmente en las ferias de
Adviento, Cuaresma y durante el tiempo pascual, así como también en otras
fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la Iglesia. Es
conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la homilía
OGMR 66
Profesión de fe: El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo
reunido responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada
Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como regla
de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que recuerde,
confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su
celebración en la Eucaristía. OGMR 67
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 141

Oración universal: Restablézcase la «oración común» o de los fieles después


del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto,
para que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia,
por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los
hombres y por la salvación del mundo entero. SC 53

Conviene que esta oración se haga de ordinario en las Misas con participación
del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los
gobernantes, por los que sufren diversas necesidades y por todos los hombres
y por la salvación de todo el mundo. OGMR 69

Las serie de intenciones de ordinario será: OGMR 70


a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier dificultad.
d) Por la comunidad local.

Oración para proclamar el Evangelio: Si el que lee el Evangelio es Sacerdote:

«Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie


dignamente tu Evangelio»

Si es Diácono: el Diácono dice: «Padre, dame tu bendición» el Sacerdote


presidente dice a su vez: «El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para
que anuncies dignamente su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo.

14. Finalidad y observaciones de la liturgia eucarística: presentación de dones;


plegaria eucarística; rito de la comunión; abluciones. Oración del presidente al
final de la presentación de dones. (memorizar)

Presentación de dones:
• Se prepara el altar, en silencio, o con música de fondo o con un canto.
• Las oraciones para la presentación de los dones pueden decirse en
secreto o en voz alta con aclamación de los fieles.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 142

• Puesto que se trata de preparar, no debe estar ya todo sobre el altar


desde el inicio de la misa. Y se han de presentar por separado el pan y el vino
porque son dos signos complementarios.
• Procurar que los fieles participen del cuerpo del Señor con panes
consagrados en esa misma misa. (Ir por la reserva solo cuando
imprevistamente el pan consagrado en aquella Misa no alcanza para todos, o
para cuando haya un exceso de pan consagrado en el sagrario).
• Incensar las ofrendas significa que la oblación de la Iglesia y su oración
suben como el incienso en la presencia del Señor.
• Lavabo: con este rito se expresa el deseo de una mayor purificación
interior. No es algo funcional.
• Terminada la colocación de las ofrendas y concluidos los ritos que la
acompañan se concluye la preparación de los dones, con una invitación a orar
juntamente con el sacerdote, y con la fórmula llamada “Oración sobre las
ofrendas". Así queda preparada la Oración Eucarística.

Plegaria eucarística:
• Es como el culmen de toda la celebración, es la oración de acción de
gracias y de santificación, y busca que la asamblea entera se una a Cristo en la
proclamación de las maravillas de Dios y en la oblación del Sacrificio.
Corresponde al sacerdote que preside la celebración.
• Durante la plegaria, el órgano y otros instrumentos deben guardar
silencio.
• Se deben utilizar todas las plegarias, no solo la II.

Ritos de la Comunión:
• Oración del Señor: El sacerdote invita orar y los fieles dicen, todos a
una con el sacerdote, la oración. Sólo el sacerdote añade el embolismo, y el
pueblo se une a él para terminarlo con la doxología. El embolismo pide para
toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal. La invitación,
la oración misma, el embolismo y la doxología se cantan o de dicen con voz
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 143

clara. La monición que antecede al Padrenuestro, la dice el sacerdote con las


manos juntas.
• Rito de la paz: Es un gesto preparatorio a la comunión. Debe realizarse
en el clima espiritual propio y digno del momento, evitando distracciones. Se
da la paz con el más cercano. No es necesario que el celebrante salude a cada
uno, fuera de los más cercanos, a no ser en casos especiales como en las bodas
y funerales.
• Fracción del pan: El sacerdote parte el Pan eucarístico; lo ayudan, si es
necesario, el diácono o un concelebrante. No sólo tiene una finalidad práctica,
sino que significa, además, que nosotros, que somos muchos, en la comunión
de un solo Pan de Vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1Cor
10,17). La fracción empieza después del rito de la paz. El sacerdote parte el
Pan y deja caer una parte de la Hostia en el cáliz para significar la unidad del
Cuerpo y la Sangre del Señor en la obra de la salvación, es decir, del Cuerpo
de Cristo Jesús viviente y glorioso.
• Comunión: El sacerdote se prepara con una oración privada, para recibir
con fruto el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo, orando
en silencio. Luego el sacerdote muestra a los fieles el Pan eucarístico sobre la
patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; y juntamente con los
fieles formula, usando palabras evangélicas prescritas, un acto de humildad.
La comunión bajo las dos especies sólo se puede dar en las ocasiones que está
permitido. Valórese y foméntese el silencio después de la Comunión, el cual
puede alternarse con un salmo o cántico de alabanza. Es conveniente que el
presidente introduzca y motive la oración silenciosa.

Purificaciones o abluciones:
• El sacerdote, el diácono o el acólito instituido (no el ministro
extraordinario de la comunión) purifica los vasos sagrados, después de la
comunión o después de la Misa, si es posible, en la credencia. La purificación
del cáliz se hace con agua o con agua y vino, que tomará quien haya
purificado el cáliz. La patena se limpia con el purificador, como es costumbre.
Se debe procurar que lo que sobre eventualmente de la Sangre de Cristo,
después de la distribución de la comunión, se consuma inmediata y
completamente en el altar.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 144

Oración del presidente al final de la presentación de dones. (memorizar)

El sacerdote inclinado profundamente, dice en secreto:


Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste
sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios
nuestro.
15. Partes de la plegaria eucarística.
Elementos de la plegaria Eu: acción de gracias, aclamación, epíclesis,
narración de institución y consagración, anamnesis, oblación, intercesiones,
doxología final.
16. Cúando se utilizan las diferentes plegarias eucarísticas. Ver en la
Ordenación general del Misal Romano los números: 219-236 y 364-367
(Los números 219-136 no responden propiamente a la pregunta, sino que
muestran los gestos que ha de acompañar las plegarias eucarísticas y el modo
de decirlas. Aquí las transcribimos):
PLEGARIA EUCARÍSTICA I, O CANON ROMANO
219. En la Plegaria eucarística I, o Canon romano, el «Padre misericordioso»,
lo dice solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
220. «Acuérdale, Señor…» y «Reunidos en comunión…», conviene que se
confíen a uno u otro de los sacerdotes concelebrantes, que dice él solo estas
oraciones con las manos extendidas y en voz alta.
221. «Acepta. Señor, en tu bondad…», lo dice solamente el celebrante
principal, con las manos extendidas.
222. Desde «Bendice y santifica, oh Padre…», hasta «Te pedimos
humildemente, Dios todopoderoso…», el sacerdote principal realiza el gesto,
pero todos los concelebrantes lo dicen a una de este modo:
a) «Bendice y santifica, oh Padre…», con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 145

b) «El cual, la víspera de su Pasión…», y «Del mismo modo…», con las


manos juntas;
c) Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando el
celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
d) «Por eso, Padre, nosotros, tus siervos…», y «Mira con ojos de bondad…»,
con las manos extendidas;
e) «Te pedimos humildemente…», inclinados y con las manos juntas, hasta
llegar a las palabras «al participar aquí de este altar…». Inmediatamente, se
enderezan, haciendo sobre sí la señal de la cruz, mientras pronuncian las
restantes palabras: «seamos colmados de gracia y bendición…»
223. La intercesión por los difuntos y la oración «Y a nosotros, pecadores…»,
conviene que sea confiada a uno u otro de los concelebrantes, quien la dice él
solo con las manos extendidas y en voz alta.
224. A las palabras «Y a nosotros, pecadores…», todos los concelebrantes se
golpean el pecho.
225. «Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando…», lo dice
solamente el celebrante principal.
PLEGARIA EUCARÍSTICA II
226. En la Plegaria eucarística II, Santo eres en verdad…», lo dice solamente
el celebrante principal con las manos extendidas.
227. Desde Por eso te pedimos que santifiques…», hasta «Te pedimos
humildemente…», lo dicen a una todos los concelebrantes de este modo:
a) «Por eso te pedimos que santifiques…», con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
b) «El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión…», y «Del mismo
modo…», con las manos juntas;
c) Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando el
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 146

celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan


profundamente;
d) «Así, pues, Padre, al celebrar ahora…», y «Te pedimos humildemente…»,
con las manos extendidas.
3 228. Las intercesiones por los vivos «Acuérdate, Señor…», y por los
difuntos «Acuérdate también de nuestros hermanos…», conviene que se
confíen a uno u otro de los concelebrantes, quien las pronuncia él solo con las
manos extendidas y en voz alta.
PLEGARIA EUCARÍSTICA III
229. En la Plegaria eucarística III, «Santo eres en verdad…», lo dice
solamente el celebrante principal con las manos extendidas.
230. Desde «Por eso, Padre, te suplicamos…», hasta «Dirige tu mirada…», lo
dicen a una todos los concelebrantes de este modo:
a) «Por eso, Padre, te suplicamos…», con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
b) «Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado…», y «Del mismo
modo…», con las manos juntas;
c) Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando el
celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente; «Así, pues, Padre…», y «Dirige tu mirada…», con las manos
extendidas.
231. Las intercesiones «Que él nos transforme…», y «Te pedimos, Padre, que
esta Víctima…», conviene que se confíen a uno u otro de los sacerdotes
concelebrantes, quien las pronuncia él solo con las manos extendidas y en voz
alta.
PLEGARIA EUCARÍSTICA IV
232. En la Plegaria eucarística IV desde «Te alabamos, Padre santo…», hasta
«llevando a plenitud su obra en el mundo…», lo dice solamente el celebrante
principal con las manos extendidas.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 147

233. Desde «Por eso, Padre, te rogamos…», hasta «Dirige tu mirada…», lo


dicen a una todos los concelebrantes de este modo:
a) «Por eso, Padre, te rogamos…», con las manos extendidas hacia las
ofrendas;
b) «Porque él mismo, llegada la hora…», y «Del mismo modo…», con las
manos juntas;
c) Las palabras del Señor, si el gesto parece conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz; miran la hostia y el cáliz cuando el
celebrante principal los muestra a los fieles y luego se inclinan
profundamente;
d) «Por eso, Padre, al celebrar…», y «Dirige tu mirada…», con las manos
extendidas.
234. Las intercesiones «Y ahora, Señor; acuérdate…», y «Padre de
bondad…», conviene confiarlas a uno u otro de los concelebrantes, quien las
pronuncia él solo con las manos extendidas y en voz alta.
235. Por lo que se refiere a otras Plegarias eucarísticas aprobadas por la Sede
Apostólica, obsérvense las normas establecidas para cada una de ellas.
236. La doxología final de la Plegaria eucarística la pronuncia solamente el
sacerdote principal y, si parece bien, juntamente con los demás
concelebrantes, pero no los fieles.

(Los nn 364-367 parecen responder más propiamente a la pregunta):


a) la Plegaria eucarística I, o Canon romano, que se puede emplear siempre, se
dirá de preferencia en los días en que existe «Reunidos en comunión…»
propio o en las Misas que tienen también su propio «Acepta, Señor, en tu
bondad…» (oraciones que se tienen, por ejemplo, los días de Navidad,
Epifanía, Jueves Santo, etc) también en las celebraciones de los Apóstoles y
de los Santos que se mencionan en la misma Plegaria; de igual modo, los
domingos, a no ser que por motivos pastorales se prefiera la Plegaria
eucarística tercera;
b) la Plegaria Eucarística II, por sus características propias, se emplea con
preferencia en los días ordinarios de entre semana, o en particulares
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 148

circunstancias. Aunque tiene su prefacio propio, puede también usarse con


prefacios distintos, sobre todo con los que presentan en forma más resumida el
misterio de la salvación; por ejemplo, con los prefacios comunes. Cuando la
Misa se celebra por un determinado difunto, se puede emplear una fórmula
particular, que figura ya en su respectivo lugar, antes de «Acuérdate
también…»
c) la Plegaria eucarística III puede usarse con cualquier prefacio. Su uso se
recomienda los domingos y las fiestas. Si esta plegaria se utiliza en las Misas
de difuntos, se puede emplear una fórmula particular para el difunto, que está
ya en su propio lugar; es decir, después de las palabras «Reúne en torno u ti,
Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo…»
d) La Plegarla eucarística IV tiene un prefacio fijo y da un sumario más
completo de la historia de la salvación. Se puede emplear cuando la Misa no
tiene un prefacio propio y en los domingos del tiempo ordinario. En esta
Plegaria, por razón de su propia estructura, no se puede introducir una fórmula
peculiar por un difunto.

17. Diversas clases de inclinación y momentos en que se tienen


Inclinación de la cabeza:
-Cuando se nombran juntas las tres Divinas Personas.
-Al nombre de Jesús
-De la Santísima Virgen María
-O del Santo en cuyo honor se dice la Misa.
INCLINACIÓN DEL CUERPO
(Prosxinesis)
-Se hace al altar (si no está el sagrario en el centro).
-A la oración para leer el Evangelio (o al pedir la bendición)
-En el Canon Romano: “Te pedimos humildemente …”
-Al terminar la presentación de dones.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 149

-A las palabras de la consagración.

18. Momentos en que se utiliza el incienso en la misa y diferentes modos de


incensar: personas; imágenes; ofrendas.
Se puede utilizar:
-Durante la procesión de entrada.
-Para la proclamación del Evangelio
-Para incensar las ofrendas, el altar, el sacerdote y el pueblo.
-En la elevación del Pan y el Vino consagrados .
-Cada vez que se sirve el incienso, el celebrante lo bendice con la señal de la
+, sin pronunciar palabras. Excepto cuando es en la exposición del Santísimo,
no se bendice.

Modo de incensar (IGMR 277):


-Con tres movimientos: El Santísimo Sacramento, las reliquias de la santa
Cruz y las imágenes del Señor expuestas para pública veneración, las ofrendas
para el sacrificio de la Misa, la cruz del altar, el Evangeliario, el cirio pascual,
el sacerdote y el pueblo.

-Con dos movimientos: Las reliquias y las imágenes de los Santos expuestas
para pública veneración, y únicamente al inicio de la celebración, después de
la incensación del altar.

-El altar se inciensa con un único movimiento, de esta manera:


a) Si el altar está separado de la pared, el sacerdote lo inciensa circundándolo.

b) Pero si el altar no está separado de la pared, el sacerdote, al ir pasando,


inciensa primero la parte derecha y luego la parte izquierda.
TEOLOGIA DE LA CELEBRACIÓN 150

*La cruz, sí está sobre el altar o cerca de él, se turifica antes de la incensación
del altar, de lo contrario cuando el sacerdote pasa ante ella.
*El sacerdote inciensa las ofrendas con tres movimientos del turíbulo, antes de
la incensación de la cruz y del altar, o trazando con el incensario el signo de la
cruz sobre las ofrendas.
19. Signos de veneración al: Santísimo, altar, ambón, libro de los evangelios
Santísimo: Genuflexión, el arrodillarse, inclinación profunda
Hacia el altar son el beso y el incienso.
Respecto al ambón se le hace reverencia al no usarlo como mesa de objetos
ajenos a la celebración.
En lo referente al libro de los Evangelios su proclamación se reserva a los
ministros ordenados los cuales se preparan con una oración o piden la
bendición, se incensar y se besa el libro en señal de veneración.
Himno del Gloria: El Gloria se canta o se recita los domingos, fuera del
tiempo de Adviento y Cuaresma las solemnidades y fiestas y en algunas
celebraciones peculiares” (OGMR2000, n.53)
Profesión de Fe: El credo o profesión de fe de la Iglesia, es una respuesta a la
Palabra de Dios. Tiene un valor de tradición que expresa la unidad de la
Iglesia en la misma fe. El misal propone el símbolo bautismal o símbolo de los
Apóstoles y también el símbolo Niceno-Constantinopolitano. Es bueno utilizar
ambas fórmulas (la primera se recomienda los domingos de Cuaresma y
Pascua) por razones catequéticas.

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