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Theatre an der Wien de Viena que consistía en su totalidad en estrenos de Beethoven y fue
dirigido por el propio Beethoven en el podio del director. El concierto duró más de cuatro horas
(6:30-10:30). Las dos sinfonías aparecieron en el programa en orden inverso: la Sexta se tocó
primero y la Quinta apareció en la segunda mitad.
El programa fue el siguiente:
La Sexta Sinfonía
Aria: ¡Ah! pérfido, Op. 65
El Gloria de la Misa en do mayor
El Cuarto Concierto para piano (interpretado por el propio Beethoven)
(Intermedio)
La Quinta Sinfonía
El Sanctus y Benedictus de la Misa en do mayor
Una improvisación de piano solo interpretada por Beethoven
La fantasía coral Op. 80
Y volvemos a esto una y otra vez, esta discrepancia, esta disyunción que existe entre los eventos
de su vida personal y su creatividad. La vida le resulta cada vez más difícil y dice: mira, no soy
Hércules, no soy Atlas, no puedo sostener al mundo entero, no estoy aquí para eso. Y su
situación en Viena está empeorando, ahora los ejércitos napoleónicos están invadiendo el lugar
y allí está él escondido en el sótano de su hermano y tapándose los oídos con una almohada
porque el bombardeo le resulta muy doloroso.
Al año siguiente, 1810 vuelve a ser un año de creatividad. Ahora está abordando el maravilloso
drama Egmont de Goethe con una magnífica música incidental, y está comenzando la séptima y
octava sinfonía. Ya está empezando a calibrar cómo van a ser. La apertura de la séptima es
imponente, y luego estas bellas y muy puras escalas de La mayor, que parecen tener una
sensación de casi emoción por lo que está por venir, pero también de pureza y alegría. Y
después de toda esta grandiosa e imponente música, reduce el enfoque de toda la orquesta y lo
hace de una manera casi minimalista, a solo un diálogo entre la flauta y el oboe, por un lado, y
los violines en octava por el otro. Y es solo un fragmento de una pequeña frase rítmica
intercalada con espacios de silencio. Y algo nos dice que algo extraordinario está por suceder, y
entonces arrancamos y ahí están los cornos gritando su melodía con emoción, casi como
corriendo por toda la sala, y todo es algarabía y emoción.
Al escuchar este primer movimiento podemos ver exactamente por qué Richard Wagner llamó a
esta sinfonía “La Apoteosis de la Danza”. Porque hay mucho sentido de movimiento, de
movimiento coreográfico aunque no sabemos exactamente qué era. Pero no es exactamente
danza cortesana. Beethoven hace referencia a una especie de giga cortesana y al inicio se
puede sentir que está en la sociedad educada, pero apenas ha comenzado a sugerir el esbozar
eso, y él simplemente estalla. Es como si fuera toda una pandilla de vándalos, de canallas, que
vienen e invaden el espacio donde se desarrolla este concierto. Esto debió haber sorprendido
grandemente a la audiencia de aquel tiempo.
Si bien es cierto que hay una especie de impulso de baile inexorable e implacable en este
movimiento, ocasionalmente se ve empañado por algo bastante diferente, por ejemplo, en la
coda de este primer movimiento, simplemente reduce el movimiento armónico. Lo hace casi
estático, pero debajo de esos Mi’s siendo sostenidos en los vientos y los violines, hay una
especie de estruendo subterráneo en el bajo. Está subvirtiendo nuestras expectativas porque
pensamos que ese será el final de la sinfonía, pero no lo es. De hecho, se las arregla para volver
a unirlo en una conclusión explosiva con toda la orquesta a toda velocidad.
II Movimiento
Después de toda la euforia de ese primer movimiento, el segundo movimiento, del que
esperarías un movimiento lento, pero no lo es. Es un allegretto, no un adagio o un andante, es
una gran sorpresa. En primer lugar, tienes una acorde menor en segunda inversión sostenido en
los vientos, y se siente como si Beethoven hubiera arrojado una piedra a un hermoso lago, un
estanque completamente tranquilo, y solo ves los círculos concéntricos de las ondas saliendo
hacia afuera. Y luego, como de la nada, escuchas este ritmo dáctilo en las cuerdas inferiores. Te
preguntas ¿qué está pasando aquí? Tiene un sentido como de ritual. Tiene una sensación de
grandeza y una sensación de movimiento, de un paso caminante, nada apresurado. Y podría
estar asociado con un ritual religioso. Las palabras sugieren “Sancta Maria, Ora Pro Nobis” y eso
es algo que Berlioz, cuando escuchó la séptima sinfonía de Beethoven, entendió y
prácticamente robó la idea para el segundo movimiento de su segunda sinfonía “Harold en
Italia” en la “Marcha de Peregrinos”. Y allí está describiendo la ceremonia de rogaciones,
cuando el sacerdote viene con el coro de la iglesia local a los campos y bendice los cultivos, los
cultivos en crecimiento, las vides, antes de la próxima cosecha. Es una especie de ensueño en la
mente de Beethoven, allí podría estar, como lo hizo Berlioz, sentado en los campos y
contemplando y leyendo a Shakespeare, leyendo a Schiller, cualquiera de sus grandes héroes.
Otra posibilidad, que tendría más actualidad política, es que bien podría estar relacionado con
las víctimas de la guerra, las tropas austriacas heridas en guerra después de la batalla de Hanau
en mayo de 1813. Este concierto, que fue un concierto benéfico para esas tropas heridas, fue en
diciembre de ese año, y Beethoven escribe que sintió que había una gran deuda de gratitud por
el sacrificio hecho por estos hombres.
III Movimiento
Solo cuando llegas al Scherzo del tercer movimiento de la sinfonía, te das cuenta de cuán
satisfactorias son las proporciones entre los cuatro movimientos.
Ha habido momentos en las sinfonías anteriores en los que piensas, este movimiento es
demasiado grande en relación con los otros tres movimientos. Pero en esta sinfónica, las
proporciones de estas fórmulas parecen ser absolutamente ideales. Y este Scherzo, que es el
Scherzo más largo escrito hasta este momento, es sólo un baile salvaje. Está tan lleno de
entusiasmo y energía al punto que es casi ridículo.
En realidad, su origen probablemente sea una pieza que compuso para el compositor y editor
George Thompson, un real irlandés. Es casi nota por nota lo que había puesto un par de años
antes, pero en este contexto, cuando no se trata de música de cámara, cuando es la orquesta
completa, te das cuenta de los pasos de agigantados que ha dado Beethoven en el transcurso
de su, ahora, séptima sinfonía. En términos de dominio de su aparato orquestal, un aparato
que realmente no puede oír, que no puede controlar.
Cuando trató de dirigir esta pieza, Louis Spohr, que tocaba los primeros violines, dijo que era
patético verlo tratar de dirigir la música, porque no tenía idea de cuándo comenzaba o cuándo
iba a terminar.
Pero para nosotros, para nuestro beneficio, tenemos este dínamo de energía, y se siente como
estar atrapado en un tornado.
Esto me lleva a preguntar si no está relacionado de alguna manera con su idea, en este
momento, de escribir una ópera sobre el tema de Baco (Dionisio, dios olímpico de la fertilidad y
el vino). Tenemos bocetos de esta ópera, y los bocetos en realidad están integrados en la
séptima sinfonía, y Beethoven dice en un momento: “Soy Baco encarnado, designado para dar
vino a la humanidad para ahogar sus penas. El que adivina los secretos de mi música se libra de
la miseria que acecha al mundo”. Bueno, esta música ciertamente lo hace.