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Literatura Argentina II

Trabajo Práctico Nº2

Escuela de Letras – Facultad de Filosofía y Humanidades


Universidad Nacional de Córdoba
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"CUENTISTAS ARGENTINOS DE HOY"

BUENOS AIRES
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E g j ^ r j j j a x a l . L a m u l t i t u d tiente pasa en alocada p r o -
cesión; la ciudad, profusamente iluminada, parece des-
pedir en los m i l colores de sus luces, mágicos resplando-
res de ensueño, que obligan a olvidar la realidad para en-
tregarse a la agitación de esta existencia fantástica.
Es el c u l t o al viejo M o m o , que desde la sombra de
los siglos vuelve tradicionalmente, irrumpiendo en la
t r a n q u i l i d a d de nuestra vida urbana.
Y la m u l t i t u d pasa en interminable desfile, sucediéndo-
se los unos a los otros y suenan gritos, se oyen risas, y se
escuchan las voces aflautadas o ahuecadas con que los
enmascarados disfrazan su personalidad; y todo tiene u n
algo de exótico, de raro encanto, de misterio que envuel-
ve, que apresa, impulsando a seguir la caravana. . .
L a Boca, independiente del centro, celebra también
con entusiasmo la tradicional fiesta. Sus calles están i n -
tensamente animadas al conjuro de las luces, y la aveni-
da A l m i r a n t e B r o w n , su principal arteria, es u n vaivén
continuo de vehículos y transeúntes.
A medida que esta calle se pierde en la oscuridad del
Riachuelo, los rumores y la alegría se alejan paulatina-
mente; sólo u n o que otro cafetín, en las calles adyacentes,
animado por la presencia de hombres y mujeres enmas-
carados, recuerdan que es esa una noche de holgorio.
Son más o menos las once de la noche y, a pesar del
fresco casi excesivo que hace, el entusiasmo no decae en
la ciudad.
Sólo j u n t o al riacho, la oscuridad es casi completa;
cerca del puente, que en horas de trabajo da la impresión
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de u n hormiguero febril, está todo silencioso, y la enormep V o l v i ó a atenacearla la amargura al quedar a solas con
mole de hierro se alza majestuosa en la noche. sus pensamientos.
E l agua está adormecida, los buques estacionados en la Hacía ya dos días que apenas comían, y desde esa ma-
ñana que vagaban sin r u m b o . Los habían desalojado
orilla aparecen inmóviles y tristes; alguna lucesita osci-
por falta de pago, y vencido el plazo, les arrojaron los
lante y la voz enronquecida de algún marinero, indican
pobres muebles al patio. Llenos de humillación ante los
que también allí palpita la vida.
vecinos, salieron de la casa al azar, hasta que, cansados de
T o d o está callado en los alrededores. De p r o n t o , desde ambular por la ciudad, vencidos por la fatiga, dieron en
u n rincón apartado, cerca de u n galpón semiderruído, se ese rincón de la Boca.
eleva u n m u r m u l l o . Son dos voces: la de una mujer y una
E l hombre las había dejado para ir en busca de unos
niña, y ellas suenan desagradablemente en la soledad de
pesos, que u n amigo le prometiera.
esos lugares.
A l pensar en su esposo, una honda pena la invadió;
— M a m á , mamita — dice la niña — tengo hambre, ¡no era n i siquiera una sombra de lo que había sido!
mucha hambre, y ahora también siento frío. ¿No ves m i Extenuado, cansado, demacrado por las privaciones, h a -
vestido? Está todo roto. — Y diciendo esto enseñaba los bía perdido el control de su existencia. Se arrastraba por
jirones que la cubrían. — Además, ¡tengo miedo! — Y la vida, haciendo u n esfuerzo extraordinario sobre sí mis-
bajando la v o z : — ¿ T ú no, mamita? ¡Está todo tan os- 1
m o . Su desmoralización crecía a medida que el tiempo pa-
curo y tan solo! usaba y él no conseguía trabajo.
L a mujer suspiró:
Habíanse cumplido- ya dos años desde que quedara ce-
— B u e n o , m i h i j i t a , ten u n poco de paciencia, que ya sante y desde entonces, inútiles fueron todas sus búsque-
vendrá papá, y nos iremos con él. Si salimos de aquí no das, estériles todos sus afanes. Había sido empleado de
sabrá dónde encontrarnos; y dime, ¿quieres que perda- escritorio, oficinista competente. Su constitución enfer-
mos a papito? miza no le permitía otros menesteres.
E l razonamiento pareció convencer a la niña, que se Intentó m i l veces, en los últimos tiempos, hacer d i s t i n -
abrazó a su madre; esta la acariciaba hablándole queda- tos trabajos, pero éstos, rudos o pesados no respondían a
mente: sus fuerzas. Y así íbanse mortificando, vendiendo l o p o -
— ¿ L o quieres mucho a papá? co que tenían, hasta quedar reducidos a l o más indispen-
— ¡ A h , sí! sable para su uso. Y a n i la esperanza de salvarse de este
— E l también a t i , mí querida, y verás qué p r o n t o es- naufragio les quedaba; a donde iba el pobre hombre en
tará con nosotras, trayendo muchas cosas lindas para su demanda de trabajo, con la vaga ilusión de conseguir a l -
nenita. go, le contestaban invariablemente: " P o r ahora no lo pre-
cisamos, pero lo tendremos en cuenta." "Véngase dentro
L a pequeña se iba adormeciendo al contacto del calor
del cuerpo de su madre, y de la d u l z u r a de sus palabras de unos meses." "Dése una vueltita de vez en cuando."
que la esperanzaban. "Déjenos su dirección, que ya le avisaremos".
Reinó nuevamente el silencio. L a mujer acomodó deli- Contestaciones ambiguas, vagas, que aniquilaban la
cadamente la criatura sobre su regazo, suspirando con v o l u n t a d . ¿Acaso el que no sufre puede comprender la
alivio al verla dormida. angustia del que a él acude, con la esperanza de una sal-
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vación? ¿Acaso el que todo lo posee, puede experimentar hasta sentirme agotado, y, ya en el colmo de la desespe-
la tortura del que corre en busca de u n mendrugo con que ración, al pensar en nuestra h i j i t a — la voz del hombre
saciar la más primaria de sus necesidades: comer? se estrangulaba — tendí la mano i m p l o r a n d o una limos-
Pero hasta ese peregrinaje había terminado ya. Su na. Pero hasta para eso hay que tener capacidad. M i ma-
traje estaba impresentable, y con ese aspecto enfermizo, no temblaba, la conciencia de esta degradación me que-
con esos ojos cansados, ¿qué confianza podía inspirar? maba el corazón, y antes que el mendrugo de la caridad
¿Qué patrón podría convencerse de que le respondería púb-'lica llegara a tocarme, apreté mis manos fuertemen-
suficientemente, para merecer su paga? te, hasta hacerme daño; ¡no, no pude pedir! Escapé de
Demasiado sabía ella que el trabajo de un hombre se ese lugar corriendo como si me persiguieran . . . ¿ Y ahora?
cotiza según su capacidad de producir¡ Su marido había ¿Qué haré? ¿Qué haremos?
dado ya todo lo que poseía: salud, fuerza, juventud. L a mujer, llena de pena, apoyó la cabeza en el h o m b r o
E l aire pesado de la oficina había l a s t i m a d o s u orga- de su compañero; quedaron así inmóviles, ensimismados
nismo, la luz artificial restóle vitalidad a sus ojos. ¿Qué en sus dolorosos pensamientos. L a cabeza de la mujer se
le quedaba ahora? ¿Quién se apiadaría de ellos? ¿Quién hacía pesada por el sueño; suavemente, él la fué separan-
aceptaría sus servicios? do de su cuerpo; ella entreabrió los ojos con esfuerzo.
¡Había tantos hombres jóvenes, fuertes, para ser u t i - — M e fatigas un poco — sonrió el esposo. — N o estoy
lizados! m u y fuerte, y como tengo a la nena, me canso. . .
Y , ¿cuando llegaran al estado del suyo? ¡Bah, e n t o n - Se apoyó ella sobre la pared que los resguardaba, y una
ces se los reemplazaría y . . . basta. . . ! fuerte modorra la d o m i n ó ; el cansancio la vencía su-
Así era el m u n d o . . . miéndola en el o l v i d o .
Fué interrumpida en sus meditaciones por unos pasos . E l hombre velaba. T o d a su angustia se tornaba más
cansados: era su compañero que se dejó caer pesadamente viva, más cruel.
a su lado. ¿Qué hacer? Esta pregunta, repetida m i l veces, no tenía
— ¿ Y la nena? — preguntó. respuesta.
—Duerme. De p r o n t o una idea surgió imperativa, y, rápido como
—¡Pobrecita! Dámela, así, despacio, para que no des- el pensamiento que lo impulsaba, se levantó, llevando en
pierte. sus brazos a la criatura que dormía, indiferente a estos
A l sentirse movida, la chiquilla abrió los ojos, sonrió movimientos. ¡Qué pálida asta!, ¡cómo se han impreso en
a su padre, y continuó durmiendo, rendida de cansancio. [su carita, antes tan risueña, las huellas de este tiempo de
— Y , ¿conseguiste algo? — preguntó la mujer al ca- tmiseria!
bo de u n rato. U n a ternura i n f i n i t a , mezcla de dolor y de cariño se
E l hombre movió la cabeza negativamente; hubo u n iba apoderando de su corazón de padre. Trató de recha-
momento de silencio angustioso. zar este sentimiento, quería permanecer sereno, pero la
— N o , no me fué posible ver a Ricardo, que se marchó idea de que la chiquilla pudiera despertar con su ruego:
anoche a Montevideo a pasar estos días de Carnaval, y " ¡ T e n g o h a m b r e ! " y sus gemidos de cansancio, lo t o r t u -
con el aturdimiento del viaje se habrá olvidado de m i raban hasta enloquecerlo.
pedido, porque no es u n m a l muchacho. He caminado Miró el agua que lo atraía, tentándolo. ¡ A h í estaba la
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solución! Esa superficie negra y tranquila invitaba al brazos de su esposo, hasta que éste cesó de reír y con una
'reposo; así durmiendo, ignorante de todo el martirio que voz ronca, extraña, gritó:
la esperaba, bajaría su niña al abismo, que le daría la paz, — ¡ A h o r a nosotros, ahora nosotros!
¡ya no despertaría más! ¡ N o despertar, no volver a sufrir, Y arrastrando a su compañera, continuó trastabillando,
ahí estaba t o d o ! hasta que al faltarles terreno firme, cayeron en el vacío.
Le martilleaban las sienes y sentía en el cerebro el frío U n r u i d o seco p r o d u j e r o n sus cuerpos al dar violenta-
obsesionante de esta idea fija. mente contra el agua.
N o luchó ya por alejarla, y resueltamente separó de su U n instante se vieron dos cabezas que surgían, ya
cuerpo el de la niña dormida, rozó con sus labios la tierna alejándose, ya acercándose; una carcajada siniestra y u n
cabecita, y bruscamente alzó los brazos; una nube de r i - lamento apagado fueron el último anatema de esas dos
zos y de ropas confundiéronse en el aire, se o y ó el sordo vidas, que u n momento más tarde se perdían para siem-
choque de u n cuerpo contra el agua, una cabeza que emer- pre.
ge, u n g r i t o , dos manecítas que se agitan. Luego, nada. U n estremecimiento en la negra superficie; luego la
U n lamento desgarrador llenó el espacio, y la mujer, t r a n q u i l i d a d , sobre las aguas indiferentes. E l silencio otra
enloquecida, corrió hacia la orilla. Había oído el grito de \yez, pero ahora más lúgubre que antes.
su h i j a y el choque de su cuerpo al caer al agua; compren-
* * *
dió la terrible tragedia, pero no t u v o tiempo de evitarla.
Sólo quería correr ahora tras de su querida híjita.
Su m a r i d o la abrazó con fuerza, impidiéndole cumplir U n poco más lejos,' la animación, la vida plena. Las
sus deseos, quería que l o escuchara, necesitaba justificarse, luces que se mezclan en tonos infinitos sobre los rostros
hacerse comprender. de las máscaras; risas, frases galanas, perfumes de flores,
— ¿ Q u é has hecho, qué has hecho de mí hijita? — l l o - que marean como ei ruido, como la dicha.
raba ella. A h í está sentado el t r o n o del dios burlesco que encubre
E l la arrastró consigo, m u y cerca de la orilla. dolores y trae alegrías en el retorno de sus cascabeles, de
— ¿ V e s ? Aquí duerme ella; ya no despertará más con sus serpentinas, que elegantes carruajes llevan arrastran-
su terrible g r i t o : "¡tengo hambre, quiero comer!" Y a no do como cadena s u t i l .
sabrá más de amarguras y miserias. ¿'Entiendes? Esto era Y sigue el desfile, sucediéndose los unos a los otros en
lo único que su padre, que la idolatraba, podía hacer por la compacta muchedumbre de seres y vehículos, y se oyen
ella... gritos, se escuchan risas y las voces se mezclan huecas y
Calló el hombre unos instantes; su rostro se convulsio- chillonas, i n v i t a n d o a la fiesta que se ha adueñado de la
naba, reflejando las sensaciones que lo poseían; repentina- ciudad.
mente estalló en carcajadas.
— ¡ M e siento contento, m u y contento! ¿ Y tú, por,
qué me miras así? ¡Ríe, ríe conmigo, ahora que soy t a n
feliz!
Y se retorcía en una risa espasmódica que lo sacudía
todo. L a mujer permanecía atontada, sujeta entre los

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