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Los hombres (a veces) si repente, apareció enfrente de mí la

recámara de una de las personas más


lloran importantes en mi vida: mi madre. Se
encontraba en una posición faraónica
en su cama, con piedras encima de
Por Jared Aboytes Martínez
sus ojos. La muerte reclamó como
suya a mi progenitora, como París, a
Helena, y la arrebató de mi lado,
llevándola al más allá. En ese
momento, sentí una tristeza profunda
en todo mi ser, un sentido de vacío
indescriptible en mi alma.

El dolor de perder a mi madre se


transformó en una carga emocional
insostenible. La realidad de su
ausencia pesaba sobre mis hombros
de manera abrumadora, como si fuera
el Pipila llevando una enorme piedra.
Despertar es, en primer lugar, el
La sensación de vacío se adueñó de
principio del sufrir, sufrir por no saber
mí, como si hubiera perdido no solo a
qué pasará mañana, sufrir por el
mi madre, sino también una parte
desconocimiento del futuro. Así
esencial de mi propia existencia.
empezó mi sueño, despertando, y
créanme cuando les digo que no A pesar de este peso insoportable, el
sueño frecuentemente. Es por ello sueño continuó, como si se tratara de
que, en este sueño, creí que estaba una cruel broma. Después de este
consciente, como si de una mañana doloroso trance, me vi repentinamente
cualquiera se tratara. en la funeraria, rodeado de familiares
que expresaban sus condolencias. Mi
Después de despertar, hubo un lapsus
madre descansaba en su cámara
en donde todo se volvió negro. De
funeraria, un espacio donde diferencia entre ese sueño y la
permanecería por toda la eternidad. realidad es solo cuestión de tiempo; a
veces, los hombres también lloramos.
Sobre su ataúd, cientos de arreglos
florales formaban un sombrío jardín
con una belleza fúnebre, donde rosas
oscuras y blancas coexistían. Mientras
observaba este tenebroso panorama,
dirigí mi mirada hacia mis propias
manos y mi vestimenta. Vestía un
atuendo formal para la ocasión,
sintiendo la incomodidad del saco
como si estuviera hecho de espinas.

Lloré como si jamás lo hubiera hecho.


Fue tan espontáneo que ni siquiera lo
vi llegar; simplemente pasó. El grifo de
mi alma dio rienda suelta a cuanta
desgracia pudiera sacar en ese
momento. El piso quedó empapado en
lágrimas, y mi camisa quedó
moqueada en tristeza indescriptible.

Desperté con el agónico sonido de la


alarma y el dolor punzante en mi
corazón, son lo único que recuerdo de
esa mañana. Al tocar mi rostro, sentí
lágrimas; lloré en esa mañana. El
sueño traspasó la ficción y volvió
reales las lágrimas que derramé por
un evento inexistente. Ese día tuve
que reflexionar y agradecí mucho a mi
familia por seguir existiendo. La

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