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LA PREGUNTA Y SU VERDAD

Por Lic. Fil. Alberto Pérez García

Instituto de Filosofía de Guadalajara, México.

ODOLOGÍA – La Lógica de lo absurdo / Mayo 2020

Preguntar por lo lógico de la lógica parece de inicio una pregunta absurda. Y sin
embargo, decir que algo es ilógico nos exige (al menos racionalmente) una
explicación en tanto que respuesta lógica que sustente o justifique la asignación de
tal adjetivo. Si preguntar por lo que hace lógica a la lógica no es un absurdo,
entonces ¿cuál es, pues, la lógica de lo lógico y también de lo ilógico?

La respuesta a la pregunta por lo lógico de la lógica nos remite de inicio a una


paradoja interesante. Si lo ilógico tiene lógica entonces por definición no sería
ilógico. Y si lo ilógico no tiene lógica, entonces será cualquier cosa menos ilógico
puesto que no tendría su correspondiente en su respectiva negación. La
correspondiente negación de lo i-lógico o lo no-lógico es lo lógico o lo sí-lógico. Hay
que explicar por qué el “no” distingue al “sí” lógico. Entonces la definición de lo
ilógico en tanto que no-lógico puede derivar en dos líneas de investigación:

Una, mediante la cual se afirma un hecho o argumento que es opuesto a la


lógica ortodoxa; pero en este caso se tendría que proceder mediante argumentos
lógicamente válidos para demostrar cómo su opuesto (lo no-lógico) se aparta de la
ortodoxia.

Otra, mediante la cual se afirma un hecho o argumento que está totalmente


fuera de toda posibilidad de ser demostrado o negado lógicamente, con lo cual es
posible deducir que estamos hablando de cualquier cosa menos de algo ilógico.
Aquí cabe preguntarse si un hecho o argumento que no pueda ser abordado con
métodos lógicos ortodoxos pueda, aún así, tener explicación razonable mediante
una metodología novedosa.

¿Cuáles son los límites de Lógica? ¿Cómo definirlos? ¿Puede la Lógica ayudarnos
a dar razón de lo ilógico, de lo absurdo, de lo irracional? Estas son preguntas que
parecen absurdas pero exigen respuesta racional aún hoy, en pleno siglo XXI.
Pero, ¿y qué hay de la pregunta en sí misma? ¿Tiene lógica? ¿Tiene ser o tiene
razón de ser? ¿Vale decir que una pregunta es ilógica o absurda? Y si es, ¿qué la
hace absurda? 1

Si admitimos que la pregunta es, entonces tiene ser o por lo menos tiene parte
en el ser o tiene alguna relación con el ser. Pero, ¿y la respuesta? ¿Es o no es?
Porque es razonable asumir que la pregunta no es lo mismo que la respuesta;
podemos intuir que son de naturaleza distinta. Si en cambio partimos del supuesto
de que la pregunta no es, entonces ¿qué relación lógica habría entre ésta y la
respuesta, en el caso que la respuesta sea, o no sea?

Cotidianamente la pregunta se nos presenta en diversos formatos:

a) ¿Qué es? o ¿Qué es el ser? o ¿Qué es eso que es? Esta es la pregunta
fundamental de la ontología y de la filosofía. Pregunta por lo esencial del ser o por
aquello que hace que la cosa sea lo que es.

b) ¿Cómo es? Esta es la segunda pregunta básica y alude a la consistencia del


ser. Pregunta por los modos y las relaciones como el ser se manifiesta, sea en
existencia material, en acto o en trascendencia; en posibilidad o en necesidad; de
manera categórica, hipotética o disyuntiva. También alude a las cualidades del ser y
a su realidad.

c) ¿Cuál es? Esta pregunta supone un dilema disyuntivo. Asume que hay más de
un modo de ser y por este motivo invade la duda con respeto a lo preferible. Elegir
es dudar, es no saber, es “no-ser” lo único. Cualquiera que sea la elección, deja
fuera a un algo que es, y entonces lo que “es-conmigo” queda incompleto. La
tensión se resuelve recurriendo a la regla básica: “el ser es, el no-ser no es”; así la
lógica mantiene su integridad y estabilidad.

1
Emmanuel Kant, en su obra Crítica de la Razón Pura, se plantea lo siguiente con respecto
a este tema:
“Es una gran y necesaria prueba de sabiduría y sagacidad saber qué preguntas pueden ser
razonablemente preguntadas. Puesto que si una pregunta es absurda en sí misma y pide
una respuesta donde no hay respuesta, no solo es motivo de desgracia para quien hace la
pregunta, pero suele tentar a alguna persona distraída que la escuche, a dar una
respuesta absurda”. III. De la división de la Lógica General en Analítica y Dialéctica
d) ¿Cuándo es? Esta es la pregunta por la temporalidad del ser; su futuro, su
presente y su pasado. En filosofía esta pregunta aborda tanto el ser del tiempo
como el ser en el tiempo.

e) ¿Dónde es? Esta es la pregunta por la espacialidad del ser. En las ciencias no
filosóficas también alude a la ubicación y a la dimensión geográfica de las cosas.

f) ¿Cuánto es? Esta es la pregunta por lo cuantitativo del ser; el aspecto


numérico del ser que por lo mismo es la base para las ciencias matemáticas.

g) ¿Por qué es? Esta pregunta indaga la causalidad del ser. Su origen y sus
antecedentes que lo llevaron a su actual ser. Parece similar a la pregunta por la
temporalidad en sentido pasado, pero más que referirse a lo pasado de las causas,
se refiere a las causas mismas y la relevancia de estas causas con respecto a la
consecuencia.

h) ¿Para qué es? Aquí se investiga la finalidad y la utilidad del ser. Esta pregunta
también parece aludir a la temporalidad del ser para el futuro; sin embargo, como
en el caso anterior, se refiere concretamente a los fines en tanto que
consecuencias esperadas. También da la impresión de referirse a hechos previos a
un acto, como pidiendo razones que a la vez podrían tenerse como antecedentes;
en este caso la pregunta idónea es el por qué.

i) ¿Quién es? Esta pregunta se refiere a la persona del ser. Algunos filósofos
(como los mediavales) han entendido que ésta y la primera pregunta son lo mismo.
Otros (los idealistas) han entendido que ésta, y no la pregunta por el qué, es la
pregunta fundamental debido a la relación del conocimiento humano con el ser.
También en religión la pregunta por el Quién, con mayúscula, es la fundamental
debido a la tendencia en muchas formas de religión a antropomorfizar el ser.

En lo habitual, decimos que la respuesta “es” en tanto que concuerde con lo que
se está preguntando; si no concuerda entonces no es. Así, si pregunto: ¿qué es una
manzana?, y en seguida alguien me muestra una fruta comúnmente conocida por
“manzana”, entonces diré que, en efecto, eso que se me ha mostrado es en verdad
una manzana. Hasta aquí no parece haber ningún problema. Sin embargo, en
filosofía el asunto no es tan fácil porque deben despejarse algunas dudas con
respecto al ser de la manzana en tanto que ser, lo que se implica por
“comúnmente”, lo que se implica por “conocer”, la concordancia entre lo que es y
lo que se dice, qué es “la verdad”, entre otras cuestiones.

Da la impresión, entonces, que la pregunta siempre es; por lo menos, ha sido


desde que ha habido quien pregunte por el ser en tanto que ser. La respuesta
puede concordar con la pregunta o no; si concuerda decimos que hay verdad, pero
si no, entonces hay falsedad. De esta manera hay una implicación entre el ser de la
respuesta y la verdad; lo mismo del no ser con la falsedad. Si la pregunta se hace en
sentido ético con respecto a un “Ser divino”, la verdad supone lo bueno y la
falsedad lo malo. Algunos de mis lectores, a estas alturas, ya podrían comenzar a
dudar de la concordancia de la respuesta con la pregunta. ¿Qué tiene que ver la
bondad con el ser? Buena pregunta… respondería yo.

Entonces, ¿la pregunta siempre es? Claramente, por sí misma la pregunta no


tiene sentido, es absurda. Pero sin ella no es posible dudar, investigar, comparar,
elegir. Decir que el hombre es un ser racional en potencia, 2 como lo afirmó
Aristóteles, tendría que complementarse con el argumento de que, antes de dar
razón de algo, el hombre primero se pregunta por el ser del mundo y de sí mismo;
y la razón que aporta en su respuesta puede ser correcta o puede no ser correcta.
Aún así, decir que lo esencial en el hombre es “ser-preguntón”, suena absurdo e
incluso divertido. Pero, ¿acaso no es el caso que toda investigación comienza por
una pregunta o una duda (curiosidad) que supone una pregunta que exige
respuesta?

Pregunto, ¿es lógica o ilógica la siguiente proposición? “La pregunta por la


verdad es la eterna e infinita pregunta”. ¿Verdad = Eterna e Infinita Pregunta? No
parece lógico. Pero, ¿y si esto fuera cierto?

La pregunta “es” en tanto que aspira a una verdad. Esto lo digo con reservas
porque hay casos en los que una respuesta falsa es tenida por verdadera; en tal
caso hablamos de un engaño. Más aún, la respuesta verdadera suele ser la que se

2
Racional en potencia puesto que si bien todo hombre tiene la capacidad de razonar, no
todo hombre la utiliza. Aristóteles pone en esta lista a los esclavos, a las mujeres y a los
niños; “ya que los esclavos no tienen facultad deliberativa, las mujeres la tienen pero la
ejercen sin autoridad, y los niños también la tienen pero son inmaduros”. Aristóteles.
Política. Libro 1, 13
quiere oír, la que se quiere leer; es la accesible, la aceptable o la tolerable, la que
va de acuerdo con las premisas, axiomas o principios los cuales para propósitos
prácticos se asumen como verdaderos y por eso sirven de referencia para validar la
verdad de hechos concretos.

En cualquier caso, la pregunta requiere a una persona que pregunte. Heidegger,


Levinas y Sartre podrían incluso coincidir conmigo en el sentido de aludir al ser del
hombre como “el-ser-que-pregunta-por-sí-y-por-lo-otro”. Aquí el famoso dilema
del huevo y la gallina 3 no aplica necesariamente debido a que tiene que haber un
hombre para que haya preguntas, pero no necesariamente tiene que haber
hombres que pregunten filosóficamente y, por tanto, que investiguen y teoricen
sobre el ser del mundo y de sí mismos. Según los historiadores de la tradición
filosófica, el hombre que comenzó a preguntarse por su ser y el ser del universo
nació en algún lugar de la Grecia Antigua, hace unos 2,600 años.

Con respecto a toda investigación filosófica, el proceso inicia con un hombre


preguntando el qué, el cómo, el por qué,… de algo. Y la respuesta no ha de ser
cualquiera puesto que es razonable asumir una expectativa de coincidencia entre
lo que se pregunta y la respuesta esperada; esto es, se busca la verdad de lo que se
investiga. También asumo la expectativa de que haya correspondencia entre el tipo
de respuesta y el tema de la pregunta. Si pregunto por el ser del hombre y me
responden con jitomates claramente no hay correspondencia. Pero en el supuesto
de que haya correspondencia, aún se debe cumplir la exigencia de coincidencia
puesto que lógicamente la respuesta debe enmarcarse dentro de parámetros pre-
definidos. Si pregunto por el ser del hombre en el contexto del método
hermenéutico y me responden mediante el método escolástico, difícilmente será
satisfactoria la respuesta.

A través de la historia de la humanidad, por lo menos durante los últimos 2,600


años, hemos buscado la verdad primero fuera de nosotros (en las cosas del mundo,
en su origen), luego dentro de nosotros (en nuestras ideas y conceptos), después
afuera (en la naturaleza de las cosas y en las perspectivas que tenemos de las
cosas) y otra vez dentro de nosotros (en nuestro ego y prejuicios, en nuestros
motivos para encontrarla). Ahora en el siglo XXI, con las recurrentes crisis

3
El dilema alude a lo primero en una línea de causas. ¿Fue primero el huevo y luego la
gallina o viceversa?
climatológicas por el llamado “cambio climático” y por la crisis del sistema
económico neoliberal, entre otras problemáticas, la filosofía ha vuelto su atención
fuera de hombre; busca la verdad en la comunidad, en la armonía con el mundo, en
la inclusión de quien ha sido excluido, en “el otro” en tanto que mundo y en tanto
que persona. Estas etapas de la búsqueda de la verdad no se limitan entre sí, o sea,
no ha de terminar una para iniciar la otra. Más bien se sobreponen unas a otras
conforme buscamos medios para explicar el mundo y las cosas que vamos
descubriendo.

Aquí podemos seguir dos caminos: El primero sería reorganizar nuestras


creencias, teorías, métodos y crear nuevas y más sofisticadas herramientas para
intentar nuevamente explicar el mundo, para que sea más accesible, conveniente y
aceptable. En fin, que sea más entendible de manera que estemos de acuerdo en
que dicha explicación ahora sí describe el mundo real, verdadero. El segundo
camino nos lleva a admitir que la verdad posiblemente exista, más por el momento
no podemos afirmar que sí existe o que no existe. Dicho de otra manera,
concluimos por ahora que sería una mentira asegurar que la verdad es una o que
todo es mentira.

Sin embargo, debemos notar algo muy curioso y es que a pesar de que ambos
caminos parecen muy diferentes y apuntan a muy distintas direcciones, al fijarnos
cuidadosamente nos damos cuenta que ambos conducen a un mismo lugar. Es un
lugar extraño ya que allí todo se puede investigar y todo tiene explicación
convincente, lo cual nos hace pensar que todo es verdad, pero en realidad nunca
podemos estar completamente seguros; y cuando decidimos estar completamente
seguros de que algo es verdad descubrimos que, efectivamente puede ser verdad
pero también puede ser mentira. En ese lugar nadie ha admitido estar equivocado,
pero lo que jamás sucederá es admitir que todo es mentira.

Este lugar se llama “pregunta”. Allí hay preguntas todo el tiempo y de todo tipo;
allí todos van a buscar la verdad pero nadie la ha encontrado aún. Si bien todos
creen y piensan que sí. Ese lugar es único, infinito y eterno. Es el único verdadero.
Es la ETERNA E INFINITA PREGUNTA.

Pero la admisión de que la pregunta es en sí misma “la verdad” nos deja un


sabor a engaño. No es posible admitirlo sin argumentación más convincente.
En la búsqueda de la verdad lo único constante es la pregunta; pero las
respuestas han sido tantas, tan variadas y tantas veces desacreditadas que después
de muchas ilusiones y desengaños podemos elegir dos caminos: Uno, insistir en
nuestra búsqueda de la verdad, lo cual nos obliga a hacer más preguntas por toda
la eternidad; y dos, admitir que la verdad posiblemente exista, lo cual también es
sinónimo de pregunta abierta e infinita. Lo primero alude a la insaciable curiosidad
del hombre o lo que Heidegger llama “su aperturidad a posibilidades”; lo segundo
refiere a su carácter de pro-yectado el cual se admite sin más que un panorama
incierto por enfrente.

De aquí la conclusión de que la única verdad es la pregunta. La pregunta es para


el hombre principio y fin. Nace siendo una incógnita y muere sin saber a ciencia
cierta su destino final. Sin preguntas no podemos saber lo que sabemos ni
corroborar que lo que sabemos es la verdad. Por supuesto que no basta con
preguntar y suponer que la respuesta es verdad. La más inocente pregunta puede
derrumbar hasta el más elaborado sistema de creencias. Preguntarse “por qué” no
debían comer del árbol en el centro de El Paraíso y dudar del fundamento en el
mandato Divino le costó a Adán y Eva la expulsión. La creencia funciona cuando el
dogma se admite sin preguntar; aquí preguntar es dudar y dudar es no creer. No
creer para alguien que se considera creyente es malo en dos sentidos: en lo
personal no hay coincidencia entre el ser propio y el Ser; en lo social, no hay cabida
en un templo para un no-creyente.

Asimismo, el más elaborado conocimiento científico o filosófico requieren un


poco de creencia para poder admitirlo como verdadero, al menos temporalmente.
Cuando un axioma es admitido “como verdadero” lo que se está diciendo es que,
asumiendo que esta ley sea verdadera, lo que podemos derivar de ella también lo
será. Todo el edificio científico está construido sobre este tipo de axiomas y
evidencia empírica que es corroborada por ellas. El problema es que la evidencia
empírica que no es conforme al axioma simplemente se descarta o, en el mejor de
los casos, es utilizada para reorganizar la teoría que, en cualquier caso, solo aborda
un segmento del ser y desde una perspectiva particular. Pero ¿cuál realmente
valida a cuál? La evidencia al axioma o el axioma a la evidencia. En lógica el
fundamento es que “el ser es y no puede no ser”; un fundamento que aquí resulta
cuestionable.
Encontrar la verdad es muy importante para cada persona y para toda la
humanidad. Necesitamos saber por qué las cosas son como son, cuál es la finalidad
o el propósito de todo lo que existe y qué sentido tiene nuestra existencia. Es tan
importante la verdad que hasta estamos dispuestos a creer, entender y pensar e
incluso a hacer y a decir cosas totalmente contradictorias como: mentir por la
verdad, morir para vivir, dar para tener, sufrir para ser feliz, etcétera. Esta
necesidad que fácilmente se convierte en pretensión de saber la verdad y sentirnos
verdaderos suele llevarnos al extremo de considerar la verdad como buena y la
mentira como mala; a querer que todo sea bueno y nada sea malo; a glorificar la
verdad y a aborrecer la mentira. También, lo bondadoso y preferible de la verdad
nos impulsa, por un lado, a construir nuestro mundo de acuerdo a nuestros
sistemas de valoración de la verdad, de acuerdo a nuestros métodos y teorías; por
otro lado, a disuadir a otras personas de sus mitos, errores y mentiras. Es decir, a
convencer a otros de lo verdadero de nuestra verdad, por la fuerza si es necesario.
En cambio, lo maligno y detestable de la mentira nos impulsa a rechazar y
condenar cualquier cosa, animal, situación, persona, grupo de personas, países,
religiones y en general todo lo que creemos, asociamos o identificamos con la
maldad. Por supuesto que estos extremos surgen a partir de nuestro
convencimiento de saber la verdad y además como consecuencia de calificar la
verdad como buena, deseable y opuesta a la mentira.

Al buscar la verdad según su origen, conceptos, perspectivas y motivos, el


resultado es una gran variedad de verdades –o mentiras–, tantas como todos los
momentos vividos por todas las personas que han existido en toda la historia de la
humanidad, porque cada elección, cada decisión, cada respuesta a una pregunta es
un momento de verdad o de mentira en el proyecto de vida del hombre. Dadas las
semejanzas y diferencias entre tantas verdades y mentiras, nos ha parecido
práctico agruparlas para distinguirlas mejor. A cada grupo lo denominamos
“ideología”. Todas las ideologías racionalmente argumentadas también las hemos
agrupado y las hemos denominado “filosofía”.

Como ya se dijo, el primer problema de la filosofía es responder a la pregunta


¿qué es (la verdad)? El segundo problema es responder a la pregunta ¿en qué
consiste (la verdad)?

Tocante al primer problema, la única verdad, infinita y eterna, es la pregunta. La


respuesta es verdad para quien hace la pregunta y entonces, precisamente en la
respuesta a la primer pregunta encontramos la solución a la segunda pregunta.
Dicho de otra manera: ¿Qué es la verdad? La pregunta. ¿En qué consiste la verdad?
En la respuesta. La respuesta, pues, es cada situación vivida en cada momento de
cada persona que ha existido en toda la historia de la humanidad. Pero he aquí un
gran problema, si la respuesta es verdad, entonces, ¿Qué es la mentira? Y otra cosa
más, ¿qué podemos decir de las cosas que existieron antes de la historia de la
humanidad? ¿Acaso no fueron verdaderas dado que no hubo nadie quien
preguntara?

Antes de contestar esta pregunta es importante definir, para propósitos


prácticos, el significado de “Historia de la Humanidad” y el significado de “Verdad”
en el contexto del presente estudio. Por historia de la humanidad me refiero al
periodo de tiempo en el cual hemos buscado conscientemente y racionalmente la
verdad. Sobre cómo y cuándo inició la búsqueda, es irrelevante e innecesario
tratarlo aquí. Por verdad me refiero a un concepto de la mente humana que no
necesariamente tiene su origen, justificación o similar en las cosas del mundo.
Básicamente es una idea que resulta de la aplicación de los sistemas de valoración
de la verdad (axiomas, teorías, métodos) y que tiene la finalidad de tratar de
explicar el por qué de las cosas y fenómenos que vamos encontrando, su origen y
propósito, Todo esto para que tenga sentido nuestra existencia y nuestra relación
con el entorno.

Concluyo pues, que la verdad y la mentira pueden ser la misma cosa; todo
depende de la pregunta que siempre será verdad y de la respuesta que será verdad
o mentira para quien haga la pregunta o para sus interlocutores. Así llegamos a la
actualidad donde, miles de años después, seguimos buscando la verdad en el
mundo, en el otro mundo y en nosotros mismos. La buscamos con mayor urgencia,
con más recursos humanos y materiales, con mejores teorías, métodos,
herramientas y accesorios. Pero al reflexionar sobre toda esta aventura, nos damos
cuenta que lo único constante ha sido la pregunta. La eterna e infinita pregunta.
Respuestas ha habido muchas, pero siempre habrá una pregunta más que las
respuestas porque la pregunta es principio y fin. ¿Qué es verdad? Esto. ¿Por qué?
Por esto. ¿Desde cuándo?… El día que no haya más preguntas, ese día
conoceremos la verdad; pero para esto tendremos que morir o extinguirse la
humanidad. Ese día volveremos al principio porque seremos una incógnita. Ese día
lo seremos todo y a la vez seremos nada. Ese día dejaremos de ser verdad.
LA VERDAD O LA PREGUNTA (poema)
“La verdad es la verdad”, –dicen unos–,
“La verdad no es mentira”, –dicen otros–;
más yo digo: “No acierta ninguno”.

“La verdad es nuestra, no de vosotros”,


–piensan muchos–, pero si me preguntan
yo digo: “Ni vuestra ni de nosotros”.

“La verdad es buena”, –me lo aseguran–,


“La mentira es mala”, –nadie lo duda–;
más, si los contradigo, ¡se ofuscan!

“La Verdad es santísima y pura


y para ella –dicen–, son los templos”,
templos de piedra, madera y púrpura…

“La verdad es mejor, es buen ejemplo”,


–muchos lo presumen y lo predican–;
pero yo les digo: “Pierden su tiempo”.

“El mundo es verdad” –me lo explican


en la escuela–; pero ¿qué he aprehendido?
¡Lo que antes fue verdad, hoy es mentira!

“La verdad” –pienso–, no tiene sentido


buscarla en este mundo, en lunas,
en cielos… Una cosa si les digo:
“No sabrán la verdad si no preguntan”.

***

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