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Winnicott.
Desarrollo emocional primitivo
¿Qué es un bebe? En los comienzos de la vida, lo que existe es un puñado
de anatomía y de fisiología, además de un potencial a desarrollarse en una
personalidad humana. Hay una tendencia general hacia el crecimiento y una
tendencia hacia el desarrollo. Un bebé no puede existir solo, es parte de un vínculo. Si
bien establece que el niño posee una tendencia innata al crecimiento y desarrollo;
necesita de los cuidados maternos o de un ambiente facilitador para ello. A esta
función materna Winnicott la llama la madre suficientemente buena.
El niño se encuentra en un estado de dependencia. En un primer momento en un
estado de:
Dependencia absoluta: en este momento no tiene medios de conocer el cuidado
materno. Al comienzo el feto y después el lactante depende totalmente del cuidado
maternal. Hay una incapacidad del bebé de tomar conciencia de su dependencia.
Dependencia relativa: aquí el infante puede percatarse de su necesidad y de los
pormenores del cuidado materno. Puede comenzar a ubicarlos en relación a su
impulso personal.
Hacia la independencia: el infante desarrolla recursos para desempeñarse sin
cuidados afectivo. Esto se consuma por la acumulación de experiencias de cuidado y
con la confianza en el ambiente.
Cuando este autor habla de una madre suficientemente buena, tiene que ver con una
madre capaz de desarrollar las funciones maternas pero que también pueda frustrar
para que el niño pueda transitar desde una dependencia absoluta hasta un estado de
independencia.
En esta travesía de la dependencia absoluta a la dependencia relativa, se establecen
tres logros: integración, personalización y los comienzos de la relación de objeto.
Estos logros no son consecutivos sino que son interdependientes y se superponen.
A veces se da por supuesto que, cuando está sano, el individuo está siempre integrado,
así como que vive en su propio cuerpo, siendo capaz de sentir que el mundo es real.
Sin embargo, hay muchos estados de salud mental que tienen una cualidad
sintomática y se ven cargados con el miedo o la negación de la locura, de la posibilidad
innata en todo ser humano de verse no integrado, despersonalizado, y de sentir que el
mundo es irreal. La falta de sueño suficiente produce estos estados en cualquier
persona (2).
Demos ahora por sentada la integración. Si así lo hacemos, nos encontraremos ante
otro tema importantísimo: la relación primaria con la realidad externa. En los análisis
ordinarios podemos dar por sentado -y así lo hacemos- este paso en el desarrollo
emocional, paso que es extremadamente complejo y que, una vez dado, representa un
gran avance en dicho desarrollo. Pero, de hecho, es un paso que nunca acaba de darse
y de quedar consolidado. Muchos de los casos que consideramos inadecuados para el
análisis, en verdad lo son siempre que no podamos afrontar las dificultades de la
transferencia propias de la carencia esencial de una verdadera relación con la realidad
externa. Si sometemos a análisis a los psicóticos, nos encontramos con que en algunos
análisis casi toda la cuestión estriba prácticamente en esta falta esencial de auténtica
relación con la realidad externa.
En términos del bebé y del pecho de la madre (no pretendo decir que el pecho sea
esencial en tanto que vehículo del amor materno), el bebé siente unas necesidades
instintivas y apremiantes acompañadas de ideas predatorias. La madre posee el pecho
y la facultad de producir leche, y la idea de que le gustaría verse atacada por un bebé
hambriento. Estos dos fenómenos no establecen una relación mutua hasta que la
madre y el niño vivan y sientan juntos. Siendo madura físicamente capaz, la madre es
la que debe ser tolerante y comprensiva, de manera que sea ella quien produzca una
situación que con suerte puede convertirse en el primer lazo entre el pequeño y un
objeto externo, un objeto que es externo con respecto al ser desde el punto de vista
del pequeño.
el niño acude al pecho cuando está excitado y dispuesto a alucinar algo que puede ser
atacado. En aquel momento, el pezón real hace su aparición y el pequeño es capaz de
sentir que eso, el pezón, es lo que acaba de alucinar. Así que sus ideas se ven
enriquecidas por los datos reales de la vista, el tacto, el olfato, por lo que la próxima
vez utilizará tales datos para la alucinación. De esta manera el pequeño empieza a
construirse la capacidad para evocar lo que está realmente a su disposición. La madre
debe seguir dándole al niño este tipo de experiencia. El proceso se ve inmensamente
simplificado si el cuidado del niño corre a cargo de una única persona que utiliza una
sola técnica. Parece como si, desde el nacimiento, el niño estuviera pensado para ser
cuidado por su propia madre, o en su defecto, por una madre adoptiva, y no por
diversas niñeras.
Una de las cosas que suceden a la aceptación de la realidad externa es la ventaja que
de ella puede sacarse. A menudo oímos hablar de las frustraciones reales impuestas
por la realidad externa, pero no tan a menudo oímos referencias al alivio y a la
satisfacción que da dicha realidad. La leche verdadera resulta satisfactoria en
comparación con la leche imaginaria, pero no es esto de lo que se trata. La cuestión
reside en el hecho de que en la fantasía las cosas funcionan por magia: la fantasía no
tiene freno y el amor y el odio producen efectos alarmantes. La realidad externa sí
tiene freno, puede ser estudiada y conocida, y, de hecho, la fantasía es solamente
tolerable en plena operación cuando la realidad objetiva es bien conocida. Lo subjetivo
posee un tremendo valor pero resulta tan alarmante y mágico que no puede ser
disfrutado salvo paralelamente a lo objetivo.
Se verá que la fantasía no es algo que el individuo crea para hacer frente a las
frustraciones de la realidad externa. Esto solamente puede decirse de las quimeras. La
fantasía es más primaria que la realidad y el enriquecimiento de la fantasía con las
riquezas del mundo depende de la experiencia de la ilusión.
Es interesante examinar la relación que con los objetos tiene el individuo en el mundo
autocreado de la fantasía. A decir verdad, hay una gran variedad de grados de
desarrollo y sofisticación en este mundo autocreado, según la cantidad de ilusión que
se haya experimentado y, por ende, según la medida en que este mundo autocreado
haya o no podido utilizar los objetos del mundo externo percibidos en tanto que
material. Evidentemente, esto requiere un planteamiento más extenso dentro de otro
marco.
En el estado más primitivo, que puede ser retenido en la enfermedad y hacia el que
puede llevar la regresión, el objeto se comporta con arreglo a leyes mágicas. Es decir,
existe cuando se desea, se acerca cuando se le acercan, duele cuando es dañado, y,
finalmente, se esfuma cuando ya no se le necesita.
Me doy cuenta de que esto no es más que un esbozo del inmenso problema que
representan los primeros pasos del desarrollo de una relación con la realidad externa y
la relación de la fantasía con la realidad. Pronto deberemos añadirle las ideas de
incorporación. Pero al principio es necesario establecer un contacto sencillo con la
realidad externa o compartida, mediante las alucinaciones del niño y lo que el mundo
presente, con momentos de ilusión para el niño, en los cuales él cree que las dos cosas
son idénticas, lo cual nunca es cierto.
Para que en la mente del niño se produzca esta ilusión es necesario que un ser
humano se tome el trabajo de traerle al niño el mundo de manera constante y
comprensible, y, de una manera limitada, adecuada a las necesidades del pequeño.
Por esta razón, el niño no puede existir solo, psicológica o físicamente, y al principio
necesita verdaderamente que una persona le cuide.
La ilusión es un tema muy amplio que necesita ser estudiado y que aportará la clave
del interés que los niños sienten por las burbujas, las nubes, el arco iris y todos los
fenómenos misteriosos, así como su interés por la pelusa, hecho que resulta muy difícil
explicar en términos de instinto directo. También aquí, en alguna parte, se halla el
interés por la respiración. El niño nunca acaba de decidirse sobre si viene del interior o
del exterior. Este interés aporta la base para la concepción del espíritu, el alma, el
ánima.
En la fase más precoz estamos tratando con un estado muy especial de la madre, una
condición psicológica que merece un nombre, como puede ser el de preocupación
maternal primaria. Gradualmente se desarrolla y se convierte en un estado de
sensibilidad exaltada durante el embarazo y especialmente hacia el final del mismo.
Dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño. No es fácilmente
recordado por la madre una vez que se ha recobrado del mismo. Iría aún más lejos y
diría que el recuerdo que de este estado conservan las madres tiende a ser reprimido.
Este estado organizado (que sería una enfermedad si no fuese por el hecho del
embarazo) podría compararse con un estado de replegamiento o de disociación, o con
una fuga. No creo que sea posible comprender el funcionamiento de la madre durante
el mismo principio de la vida del pequeño sin ver que la madre debe ser capaz de
alcanzar este estado de sensibilidad exaltada, casi de enfermedad, y recobrarse luego
del mismo.
• Movilidad y sensibilidad.
• Instintos, involucrados en la tendencia al desarrollo con cambios
en la dominancia zonal.
Empieza a existir una relación yoica entre la madre y el pequeño, relación de la que la
madre se recupera, ya partir de la cual el niño puede a la larga edificar en la madre la
idea de una persona. Visto desde este ángulo, el reconocimiento de la madre en tanto
que persona viene de manera positiva, normalmente, y no surge de la experiencia de
la madre como símbolo de la frustración. El fracaso de adaptación materna en la fase
más precoz no produce otra cosa que la aniquilación del self del pequeño. En esta fase,
el niño no percibe de ningún modo lo que la madre hace bien. Esto, según mi tesis, es
un hecho. Sus fracasos no son percibidos en forma de fracasos maternos, sino que
actúan como amenazas a la autoexistencia personal.
Melanie Klein
Principios psicológicos para un análisis infantil.
Existen ciertas diferencias entre la vida mental de los niños pequeños y la de los
adultos.
Estas diferencias requieren que usemos una técnica adaptada a la mente del niño
pequeño.
Hay una cierta técnica de juego analítico que cumple con este requisito.
Los niños forman relaciones con el mundo externo dirigiendo hacia los objetos, de
los que se obtiene placer, la libido originalmente apegada exclusivamente al propio yo
del niño.
La relación del niño con estos objetos es en primer lugar narcisista.
En una edad muy temprana los niños empiezan a conocer la realidad a través de las
privaciones que ésta les impone.
Se defienden a sí mismos contra la realidad repudiándola, sin embargo lo
fundamental y el criterio de toda capacidad ulterior de adaptación a la realidad, es el
grado en que son capaces de tolerar las privaciones que resultan de las situaciones
mismas.
Uno de los resultados finales a obtener en el análisis de niños es la adaptación
exitosa a la realidad.
Los niños muestran a menudo, ya desde el principio de su segundo año, una
marcada preferencia por el progenitor del sexo opuesto y otras indicaciones de
tendencias edipicas incipientes.
Cuándo empiezan los conflictos subsiguientes o sea, en qué punto el niño llega a
estar realmente dominado por el complejo de Edipo, es menos claro; ya que
deducimos su existencia sólo de ciertos cambios que advertimos en el niño.
El análisis de niños revela que el complejo de Edipo ejerce una profunda influencia
ya en el segundo año de vida.
En una serie de análisis de niños descubrió que la elección de la niñita del padre
como objeto de amor seguía al destete.
Esta privación, que en seguida del aprendizaje de hábitos higiénicos( proceso que se
presenta en el niño como un nuevo y penoso retiro de amor) afloja el vinculo con la
madre y hace que empiece a funcionar la atracción heterosexual, reforzada por las
caricias del padre, que son ahora interpretadas como seducción.
Como objeto de amor, también el padre sirve en primera instancia al propósito de
gratificación oral ( como la madre ya no le brinda gratificación oral, por el destete,
entonces lo busca en el padre)
El efecto de estas privaciones en el desarrollo del Complejo de Edipo en
los varones es a la vez inhibitorio y propulsor.
El efecto inhibitorio de estos traumas se ve en el hecho de que es a ellos a los que el
niño retrocede en seguida, cuando trata de escapara su fijación a la madre, y refuerzan
su actitud edípica invertida.
La circunstancia de que estos traumas, que preparan el camino para el complejo de
castración, procedan también de la madre es también la razón de por qué en ambos
sexos es la madre la que en los estratos más profundos del inconsciente es
especialmente temida como castradora.
Hay una estrecha conexión entre la neurosis y efectos tan profundos del complejo
de Edipo experimentados en edad tan temprana.
En varios casos en los que analicé ataques de angustia en niños muy pequeños,
estos ataques resultaron ser al repetición de un terror nocturno que había ocurrido en
la segunda mitad del segundo año y al comienzo de su tercer año.
Este temor era a la vez un efecto de una elaboración neurótica del complejo de
Edipo.
Hay muchas elaboraciones de este tipo, que nos llevan a establecer conclusiones
firmes sobre los efectos del complejo de Edipo.
Entre estas elaboraciones, en las que era muy clara la vinculación con al situación
edipica, debe recalcarse la forma en que los niños frecuentemente se caen y se
lastiman, su hipersensibilidad, su incapacidad de tolerar frustraciones, sus inhibiciones
de juego, su actitud ambivalente hacia ocasiones festivas y regalos, y finalmente
diversas dificultades en la crianza que a menudo hacen su aparición a una edad
sorprendentemente temprana.
Encuentro que la causa de estos fenómenos muy comunes es un sentimiento de
culpa particularmente fuerte.
El sentimiento de culpa opera incluso en el terror nocturno.
Trude, a la edad de 4 años y 3 meses, jugaba constantemente durante la sesión a
que era de noche.
Ambas teníamos que irnos a dormir.
Después salía del rincón al que llamaba habitación, venia sigilosamente hacia mi y
me hacía toda clase de amenazas, que me iba a apuñalar la garganta, arrojarme al
patio, quemarme o entregarme a la policía.
Trataba de atar mis manos y pie, levantaba la cobertura del sofá y decía que estaba
haciendo "po-caca-cucu"(po= cola; caca: heces; cucu: mirar).
Después sacó los almohadones, a los que repetidamente llamaba "niños" y se
escondió con ellos en el rincón del sofá, en el que se agachó con intensos signos de
miedo, se cubrió, succionó su pulgar y se orinó.
También en esa época solía correr repetidamente a la habitación de sus padres
durante la noche sin poder decirles qué era lo que quería.
En esa época ya había deseado robar a su madre, que estaba embarazada, los hijos,
matarla y tomar su lugar en el coito con el padre.
Estas tendencias al odio y la agresión eran la causa de su fijación con la madre, y
también de sus sentimientos de angustia y culpa.
Trude se las arreglaba para lastimarse casi siempre justo antes de la sesión.
Los objetos con los que se lastimaba significaban para ella a la madre, o a veces al
padre, que la castigaba.
"estar constantemente en guerra" y caer y lastimarse, está estrechamente vinculado
con el complejo de castración y el sentimiento de culpa.
Los juegos de niños nos permiten formular ciertas conclusiones especiales sobre el
temprano sentimiento de culpa.
Ya en su segundo año, los que estaban en contacto con Rita se sorprendían de su
remordimiento por cualquier travesura, por pequeña que fuera, y de su
hipersensibilidad a cualquier tipo de reproche.
Por ejemplo, estallaba en lágrimas cuando su padre, jugando, amenazaba a un oso
de un libro de láminas.
Aquí, lo que determinó su identificación con el oso fue su miedo al reproche del
padre real.
También su inhibición de juego procedía de su sentimiento de culpa.
Cuando tenía dos años y tres meses declaraba repetidamente, cuando jugaba con su
muñeca (juego del que no disfrutaba mucho), que ella no era la muñeca-bebé de su
madre.
El análisis reveló que ella no se animaba jugar a ser la madre porque la muñeca-
bebé representaba para ella entre otras cosas, a su hermanito, que habla deseado
arrebatar a su madre, incluso durante el embarazo.
Pero aquí la prohibición del deseo infantil ya no provenía de la madre real, sino de la
madre introyectada, cuyo rol representó ante mí en diversas formas, y quien ejercía
una influencia más severa y cruel sobre ella que lo que su madre real hubiera hecho
nunca.
Un síntoma obsesivo que Rita desarrolló a los dos años fue un ritual nocturno que
implicaba mucha pérdida de tiempo.
Su punto principal era que insistía en ser fuertemente arropada con la sábana por
miedo a que "un ratón o una butty (mariposa) podrían venir a través de la ventana y
arrancar con los dientes su butty (genital)"4.
Sus juegos revelaron otros determinantes: la muñeca tenía que ser siempre
arropada igual que Rita misma, y en una oportunidad puso un elefante junto a la cama
de la muñeca.
Se suponía que este elefante iba a impedir que la muñeca se levantara; si no,
entraría furtivamente a la habitación de sus padres y les haría daño o les quitaría algo.
El elefante (imago paterna) tenía que tomar la parte del que ponía obstáculos.
Este papel lo había representado el padre introyectado dentro de ella desde la
época en que, entre los quince meses y los dos años, había querido usurpar el lugar de
la madre con el padre, robar a la madre el niño con que estaba embarazada, y dañar y
castrar a sus padres.
Las reacciones de ira y angustia que seguían al castigo a la "niña" durante esos
juegos mostraron, además, que Rita estaba representando internamente ambos
papeles: el de las autoridades que juzgan y el del niño que es castigado.
Un mecanismo fundamental y universal en el juego de representar un papel sirve
para separar estas identificaciones operantes en el niño, que tienden a formar un todo
único.
Por la división de roles el niño logra expulsar al padre y a la madre que en la
elaboración del complejo de Edipo ha absorbido dentro de sí, y que ahora lo
atormentan internamente con su severidad.
El resultado de esta expulsión es una sensación de alivio, que contribuye en gran
medida al placer extraído del juego. Aunque este juego de representar parece a
menudo muy simple y ser expresión sólo de identificaciones primarias, ésta es sólo la
apariencia superficial.
Es de gran importancia en el análisis de niños penetrar detrás de esta apariencia.
Sin embargo, puede tener un pleno efecto terapéutico sólo si la investigación revela
todas las identificaciones y elementos subyacentes y, ante todo, si hemos encontrado
el camino hacia el sentimiento de culpa que está aquí en acción.
En los casos que he analizado, el efecto inhibitorio de los sentimientos de culpa fue
evidente a una edad muy temprana.
Lo que encontramos aquí corresponde a lo que conocemos como el superyó en
adultos.
El hecho de que supongamos que el complejo de Edipo alcanza su punto culminante
hacia el cuarto año de vida y que reconozcamos el desarrollo del superyó como el
resultado final del complejo, me parece que no contradice de ningún modo estas
observaciones.
El análisis de niños muy pequeños muestra que éstos, en cuanto surge el complejo
de Edipo, empiezan a elaborarlo y de ahí a desarrollar el superyó.
Los efectos de este superyó infantil sobre el niño son análogos a los del superyó del
adulto, pero pesan mucho más sobre el débil yo infantil.
Como nos enseña el análisis de los niños, fortificamos este yo cuando el
procedimiento analítico frena las exigencias excesivas del superyó.
No puede haber dudas de que el yo de niños pequeños difiere del de los niños
mayores o del de los adultos.
En su juego los niños representan simbólicamente fantasías, deseos y experiencias.
Emplean aquí el mismo lenguaje, el mismo modo de expresión arcaico,
filogenéticamente adquirido con el que estamos familiarizados gracias a los sueños.
Sólo podemos comprenderlo plenamente si lo enfocamos con el método que Freud
ha desarrollado para descifrar los sueños.
El simbolismo es sólo una parte de él; si queremos comprender correctamente el
juego del niño en conexión con todo su comportamiento durante la sesión, debemos
tener en cuenta no sólo el simbolismo que a menudo aparece tan claramente en sus
juegos, sino también todos los medios de representación y los mecanismos empleados
en el trabajo del sueño, y tenemos que tener en cuenta la necesidad de examinar el
nexo total de los fenómenos.
Los niños producen no menos asociaciones con los rasgos distintos de sus juegos,
que lo que hacen los adultos con los elementos de sus sueños.
Además de este modo arcaico de representación, los niños emplean otro
mecanismo primitivo, es decir, sustituyen con acciones (que fueron los precursores
originales de los pensamientos) a las palabras: en los niños, actuar representa una
parte prominente.
Si tomarnos en cuenta las diferencias psicológicas entre niños y adultos y
recordamos el hecho de que en los niños encontramos el inconsciente actuando aún
junto al consciente, las tendencias más primitivas junto a los desarrollos más
complicados que conocemos, como el superyó, es decir, si comprendemos
correctamente la forma de expresión del niño, desaparecen todos estos puntos
dudosos y factores desfavorables, ya que encontramos que con respecto a la
profundidad y amplitud del análisis, podemos esperar tanto de los niños como de los
adultos.
Y más aún, en el análisis de los niños podemos retroceder a experiencias y fijaciones
que en el análisis de adultos solo podemos reconstruir, mientras que en los niños se las
representa directamente.
En general, en el análisis de niños no podemos sobreestimar la importancia de la
fantasía y de la traducción a la acción por efecto de la compulsión a la repetición.
Naturalmente, los niños pequeños usan mucho más el recurso de la acción, pero
incluso los mayores recurren constantemente a este mecanismo primitivo,
especialmente cuando el análisis ha anulado algunas de sus represiones.
De ahí que lo primero que sucede como resultado del psicoanálisis es que mejoran
las relaciones emocionales con los padres; la comprensión consciente sólo surge
cuando esto ha tenido lugar.
Esta comprensión es admitida ante el mandato del superyó, cuyas exigencias son
modificadas por el análisis de modo que puede ser tolerado y complacido por un yo
menos oprimido y por consiguiente más fuerte.
el efecto de tal conocimiento gradualmente elaborado, es en realidad aliviar al niño,
establecer una relación fundamentalmente más favorable hacia sus padres e
incrementar así su capacidad de adaptación social.
Cuando esto ha tenido lugar los niños son también bastante capaces de reemplazar
en cierta medida la represión por un rechazo razonado.
Vemos esto en que en un estado posterior del análisis, los niños han avanzado tanto
desde los diversos anhelos sádico-anales o canibalistas (que en un estadio anterior
eran aún tan poderosos), que ahora pueden adoptar a veces una actitud de crítica
humorística hacia ellos.
Cuando tienen lugar estos cambios, no sólo está disminuyendo inevitablemente el
sentimiento de culpa, sino que al mismo tiempo los niños son capaces de sublimar los
deseos que previamente estaban totalmente reprimidos.
Esto se manifiesta en la práctica en la desaparición de inhibiciones de juego y en la
iniciación de numerosos intereses y actividades.
Una parte esencial del trabajo de duelo, tal como lo señaló Freud en "Duelo y
melancolía", es el juicio de realidad. Dice: "En la aflicción, explicamos este carácter,
admitiendo un cierto lapso para la realización paulatina del mandato de la realidad,
labor que devolvía al yo la libertad de su libido, desligándola del objeto perdido.
La realidad impone a cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen puntos
de enlace de la libido con el objeto, su veredicto de que dicho objeto no existe ya, y el
yo, situado ante la interrogación de si quiere compartir tal destino, se decide, bajo la
influencia de las satisfacciones narcisistas de la vida, a abandonar su ligamen con el
objeto destruido.
Hay una conexión entre el juicio de realidad en el duelo normal y los procesos
mentales tempranos. Creo que el niño pasa por estados mentales comparables al
duelo del adulto y que son estos tempranos duelos los que se reviven posteriormente
en la vida, cuando se experimenta algo penoso. El método más importante para que el
niño venza estos estados de duelo es, desde mi punto de vista, el juicio de realidad.
el niño experimenta sentimientos depresivos que llegan a su culminación antes,
durante y después del destete. Este es un estado mental en el niño que denomino
"posición depresiva" y sugiero que es una melancolía en statu nascendi. El objeto del
duelo es el pecho de la madre y todo lo que el pecho y la leche han llegado a ser en la
mente del niño: amor, bondad y seguridad. El niño siente que ha perdido todo esto y
que esta pérdida es el resultado de su incontrolable voracidad y de sus propias
fantasías e impulsos destructivos contra el pecho de la madre. Otros dolores en
relación con esta pérdida inminente (en este momento de ambos padres) surge de la
situación edípica que se instala tan tempranamente y que está tan íntimamente
relacionada con las frustraciones del pecho que en sus comienzos está dominada por
impulsos y temores orales.
El circulo de los objetos amados que son atacados en la fantasía y cuya pérdida por lo
tanto se teme, se amplía debido a la relación ambivalente del niño con sus hermanos y
hermanas. La agresión fantaseada contra hermanos y hermanas a los que se ataca en
el interior del cuerpo de la madre hacen también surgir sentimientos de culpa y
pérdida. En el desarrollo normal estos sentimientos de dolor, aflicción y temores, se
vencen mediante varios métodos.
Junto con la relación del niño, primero con su madre y pronto con el padre y otras
personas, se produce el proceso de internalización. El niño, al incorporar a sus padres,
los siente como personas vivas dentro de su cuerpo, del modo concreto en que él
experimenta estas fantasías inconscientes. Ellas son, en su mente, objetos "internos" o
"internalizados". Así se edifica un mundo interno en la mente inconsciente del niño,
correspondiendo a las experiencias reales y a las experiencias del mundo exterior,
aunque alterado por sus propias fantasías e impulsos.
En la mente del niño la madre "interna" está ligada a la "externa" de la que es un
"doble", aunque alterado por los procesos de internalización; es decir, su imagen está
influida por sus fantasías y por los estímulos y experiencias internas de toda clase. La
madre que él ve, la madre real, le da así pruebas continuas de cómo es la "interna", de
si lo quiere o está enojada, de si lo ampara o si es vengativa.
Por otra parte, una cierta cantidad de acontecimientos desplacientes son importantes
en el juicio de realidad, si el niño, venciéndolas, siente que puede retener sus objetos
así como el amor de ellos y el suyo por ellos, y así preservar o restablecer la vida
interna y la armonía frente a peligros. Todas las alegrías que el niño vive a través de su
relación con la madre, son pruebas para él de que los objetos amados, dentro y fuera
de su cuerpo, no están dañados y no se transformarán en personas vengadoras. El
aumento de amor y confianza y la disminución de los temores a través de experiencias
felices, ayuda al niño paso a paso a vencer su depresión y sentimiento de pérdida
(duelo). Lo capacitan para probar su realidad interior por medio de la realidad externa.
Las experiencias desagradables y la falta de experiencias gratas, en el niño pequeño,
especialmente la falta de alegría y contacto íntimo con los seres amados aumenta la
ambivalencia, disminuye la confianza y la esperanza y confirma sus ansiedades sobre la
aniquilación interna y la persecución externa. Todo niño experimenta ansiedades que
son de contenido psicótico, y de que la neurosis infantil es el medio normal de tratar y
modificar estas ansiedades.
En la neurosis infantil se expresan las primeras posiciones depresivas, se elaboran y
gradualmente se superan; y ésta es una parte importante del proceso de organización
e integración, la cual, junto con el desarrollo sexual1 caracteriza los primeros años de
vida. Sostengo que una buena relación con el mundo depende del éxito logrado en la
lucha contra el caos interior (la posición depresiva) y en haber establecido con
seguridad objetos "buenos" internos.
En el niño los procesos de introyección y proyección -ya que son dominados por la
agresión y ansiedades que se refuerzan unas a las otras-, conducen a temores de
persecución de objetos terroríficos; a estos miedos se agrega el temor a la pérdida de
los objetos amados y es así como surge la posición depresiva. De este modo existen
dos grupos de temores, sentimientos y defensas.
Los sentimientos y fantasías del primer grupo son persecutorios y están caracterizados
por temores relacionados con la destrucción del yo por perseguidores internos. Los
sentimientos del segundo grupo que conducen a la posición depresiva los he descrito
anteriormente pero sin denominarlos. Propongo usar para estos sentimientos de pena
e inquietud por los objetos amados, para los temores de perderlos y el ansia de
reconquistarlos, una palabra simple, derivada del lenguaje diario, "penar" por los
objetos amados.
La idealización es una parte esencial de la posición maníaca y está ligada con otro
elemento importante de esta posición, es decir la negación. Sin una negación parcial y
temporaria de la realidad psíquica, el yo no podría soportar el desastre por el que él
mismo se siente amenazado cuando la posición depresiva llega a su cúspide.
La omnipotencia, la negación y la idealización, íntimamente ligadas con la
ambivalencia, permiten al yo temprano afirmarse en cierto grado contra los
1
perseguidores internos y contra la dependencia peligrosa y esclavizaste de sus objetos
amados y así progresar más en su desarrollo.
La ambivalencia realizada en una disociación de imagos, capacita al niño para ganar
más y más seguridad, confianza y creencia en sus objetos reales y de este modo en los
internos, a quererlos más y a llevar a cabo en mayor grado sus fantasías de
restauración de sus objetos amados. Al mismo tiempo, las ansiedades paranoides y las
defensas, se dirigen contra los objetos 'malos'. El apoyo que el yo logra de un objeto
real 'bueno' se incrementa por un mecanismo de huida que alternativamente se dirige
hacia los objetos buenos externos o internos. (Idealización.)
En las fantasías tempranas, tanto destructivas como de reparación, prevalece la
omnipotencia e influye sobre las sublimaciones, tanto como sobre las relaciones de
objeto. Por otra parte, en el inconsciente, la omnipotencia está tan íntimamente ligada
a los impulsos sádicos, con los que estuvo asociada al principio, que el niño siente una
y otra vez que sus intentos de reparación no han tenido o no tendrán éxito. . El niño
pequeño, que no puede confiar suficientemente en sus sentimientos constructivos y
de reparación como hemos visto, recurre a la omnipotencia maníaca. O de recurrir a
un método de contraste, es decir, omnipotencia y negación. Cuando fracasan las
defensas maníacas.
El hecho de que las defensas maníacas operen en tan íntima conexión con las
obsesivas, contribuye al miedo del yo de que los intentos de reparación por
mecanismos obsesivos también fracasen. Como resultado del fracaso del acto de
reparación el yo debe recurrir repetidamente a mecanismos de defensa obsesivo y
maníaco.
Tratémos de dilucidar tan sólo algunos aspectos de la vida emocional del bebé
durante su primer año, seleccionando los más estrechamente ligados a las ansiedades,
defensas y relaciones de objeto.
El pecho de la madre, en sus aspectos bueno y malo, también parece estar unido para
él a su presencia corpórea, y su relación con ella como persona se construye así
gradualmente a partir de este primer estadio.
Además de las experiencias de gratificación y de frustración provenientes de factores
externos, una serie de procesos endopsíquicos - principalmente introyección y
proyección- contribuyen a la doble relación con el objeto primitivo.
El lactante proyecta sus pulsiones de amor y las atribuye al pecho gratificador (bueno),
así como proyecta sus pulsiones destructivas al exterior y las atribuye al pecho
frustrador (malo).
Simultáneamente, por introyección, un pecho bueno y un pecho malo se instalan en el
interior.
Es característico de las emociones del niño muy pequeño ser extremas y poderosas.
El objeto frustrador (malo) es sentido como un perseguidor terrible; el pecho bueno
tiende a transformarse en el pecho ''ideal" que saciaría el deseo voraz de gratificación
ilimitada, inmediata e incesante.
De esta manera se origina la sensación de que hay un pecho perfecto, inagotable,
siempre disponible, siempre gratificador.
Otro factor que interviene en la idealización del pecho bueno es la fuerza del temor a
la persecución en el lactante; esto crea la necesidad de ser protegido contra los
perseguidores y por lo tanto viene a incrementar el poder de un objeto totalmente
gratificador.
El pecho idealizado constituye el corolario del pecho perseguidor; y en la medida en
que la idealización deriva de la necesidad de protección contra los objetos
perseguidores, es un medio de defensa contra la ansiedad.
Los deseos sádico-orales del lactante, activos desde el principio de la vida y fácilmente
despertados por la frustración de origen externo e interno, le producen
inevitablemente una y otra vez la sensación de que el pecho se halla destruido y
despedazado en su interior, como consecuencia de sus voraces ataques devoradores.
Estos dos aspectos de la introyección existen conjuntamente.
Con la creciente integración del yo, las experiencias de ansiedad depresiva aumentan
en frecuencia y duración.
Simultáneamente, a medida que aumenta el alcance de la percepción, el concepto de
madre como persona única y total se desarrolla en la mente del lactante a partir de
una relación con partes de su cuerpo y varios aspectos de su personalidad (como su
olor, tacto, voz, sonrisa, el ruido de sus pasos, etc.).
La angustia depresiva y la culpa se centran gradualmente en la madre como persona
y aumentan en intensidad; la posición depresiva aparece en primer plano.
Describí hasta ahora ciertos aspectos de la vida mental durante los primeros tres o
cuatro meses.
Predomina la posición esquizoparanoide.
La interacción entre los procesos de introyección y proyección -reintroyección y
reproyección- determina el desarrollo del yo.
La relación con el pecho amado y odiado -bueno y malo- constituye la primera
relación de objeto del lactante.
Las pulsiones destructivas y la ansiedad persecutoria se hallan en su apogeo.
El deseo de ilimitada gratificación tanto como la ansiedad persecutoria, contribuyen
a que el lactante sienta que existen a la vez un pecho ideal y un pecho peligroso
devorador, que se hallan cuidadosamente separados uno de otro en su mente.
Estos dos aspectos del pecho materno son introyectados y constituyen el núcleo del
superyó.
La escisión, la omnipotencia, la idealización, la negación y el control de los
objetos internos y externos predominan en este estadío.
Estos primeros métodos de defensa son de naturaleza extrema, de acuerdo con la
intensidad de las emociones tempranas y la limitada capacidad del yo para tolerar la
ansiedad aguda.
Al mismo tiempo que estas defensas, en cierto modo, obstruyen el camino de la
integración, son esenciales para el total desarrollo del yo, porque alivian una y otra vez
las ansiedades del bebé.
La presencia en la mente del objeto bueno (ideal) permite al yo conservar por
momentos fuertes sentimientos de amor y gratificación.
El objeto bueno también ofrece protección contra el objeto perseguidor porque el
lactante siente que lo ha reemplazado.
Estos procesos subyacen, según creo, al hecho observable de que los niños pequeños
oscilan con suma rapidez entre estados de completa gratificación y estados de gran
aflicción.
Aunque el poder de las pulsiones destructivas disminuye, estas pulsiones son sentidas
como un gran peligro para el objeto amado, percibido ahora como persona.
La voracidad y las defensas contra ésta desempeñan un importante papel en este
estadío, pues la ansiedad de perder irreparablemente el objeto amado o indispensable
tiende a aumentar la voracidad.
Esta, sin embargo, es sentida como incontrolable y destructiva, como amenaza a los
objetos externos e internos.
El yo por lo tanto inhibe más y más los deseos instintivos y esto puede conducir a
serias dificultades del bebé para gustar o aceptar el alimento, y ulteriormente a serias
inhibiciones en el establecimiento de relaciones tanto de afecto como eróticas.
Los pasos hacia la integración y síntesis descritos más arriba conducen a una mayor
capacidad del yo para reconocer la realidad psíquica, cada vez más desgarradora.
La ansiedad con respecto a la madre internalizada, a la que se siente dañada,
sufriendo, en peligro de ser aniquilada, o ya aniquilada y perdida para siempre,
conduce a una mayor identificación con el objeto dañado.
Esta identificación fortalece a la vez el impulso a reparar y las tentativas del yo de
inhibir las pulsiones agresivas.
Una y otra vez el yo utiliza la defensa maníaca.
La negación, la idealización, la escisión y el control de los objetos internos y externos
son utilizados por el yo con el fin de neutralizar la ansiedad persecutoria.
Estos métodos omnipotentes se conservan en cierta medida cuando surge la posición
depresiva, pero ahora se los utiliza predominantemente para neutralizar la ansiedad
depresiva.
Cambian también por los progresos hacia la integración y síntesis, es decir que se
hacen menos extremos y se adaptan más a la creciente capacidad del yo para afrontar
la realidad psíquica.
Alterados de este modo en forma y fin, esos métodos tempranos constituyen ahora la
defensa maníaca.
Enfrentado con una multitud de situaciones de ansiedad, el yo tiende a negarlas, y
cuando la ansiedad es máxima, el yo llega hasta a negar que pueda amar al objeto en
forma alguna.
El resultado puede ser una supresión permanente del amor, el apartarse de los
objetos primitivos y un incremento de la ansiedad persecutoria, es decir, una regresión
a la posición esquizo-paranoide.
Las tentativas del yo de controlar los objetos externos e internos -método que en la
posición esquizo-paranoide está principalmente dirigido contra la ansiedad
persecutoria- también sufren cambios.
Cuando predomina la ansiedad depresiva, el control de objetos e impulsos es
principalmente utilizado por el yo con el fin de prevenir la frustración, impedir la
agresión y el consiguiente peligro para los objetos amados, es decir, mantener a raya la
ansiedad depresiva.
También hay diferencia en el uso de la escisión del objeto y del sí-mismo.
El yo, a pesar de que los primitivos métodos de escisión en cierta medida se
mantienen, divide ahora el objeto total en un objeto indemne vivo y un objeto dañado
y en peligro (quizá moribundo, o muerto); de este modo la escisión llega a ser
principalmente una defensa contra la ansiedad depresiva.
Al mismo tiempo ocurren importantes progresos en el desarrollo del yo, que no sólo
lo capacitan para establecer defensas más adecuadas contra la ansiedad, sino que
logran eventualmente una disminución efectiva de la misma.
La repetida experiencia de enfrentar la realidad psíquica, implicada en la elaboración
de la posición depresiva, aumenta la comprensión del bebé del mundo externo.
Paralelamente, la imagen de los padres, en un principio distorsionada en figuras
idealizadas y terribles, se aproxima gradualmente a la realidad.
Cuando el bebé introyecta una realidad externa más tranquilizadora, mejora su
mundo interno; y esto a su vez por proyección mejora la imagen del mundo externo.
Por lo tanto, gradualmente, a medida que el bebé reintroyecta una y otra vez un
mundo externo más realista y tranquilizador, y también, en cierta medida, establece
dentro de sí objetos totales e indemnes, se producen progresos esenciales en la
organización del superyó.
Sin embargo, a medida que se unen los objetos internos buenos y malos -siendo los
aspectos malos atenuados por los buenos- se altera la relación entre el yo y el superyó,
es decir, se produce una asimilación progresiva del superyó por el yo.
En este estadío, el deseo de reparar el objeto dañado entra en juego de lleno.
El yo más fuerte y coherente, aunque haga mayor uso de la defensa maníaca, une
repetidamente y sintetiza los aspectos escindidos del objeto y del si-mismo.
Gradualmente, los procesos de escisión y de síntesis se aplican a aspectos ahora
menos distanciados unos de otros; aumenta la percepción de la realidad y los objetos
aparecen bajo una luz más realista. Todos estos progresos conducen a una creciente
adaptación a la realidad externa e interna.
Se produce un cambio paralelo en la actitud del bebé hacia la frustración.
Como hemos visto, en el estadío más temprano el aspecto malo perseguidor de la
madre (su pecho) representaba en la mente del lactante todo lo malo y frustrador,
tanto interno como externo.
Cuando aumenta el sentido de la realidad en relación con los objetos y la confianza en
ellos, el bebé se vuelve más capaz de distinguir entre la frustración impuesta desde el
exterior y los peligros internos fantaseados.
Los sentimientos del bebé en relación con ambos padres parecen organizarse en la
forma siguiente: cuando es frustrado, el padre o la madre gozan del objeto apetecido
del que es privado -el pecho materno o el pene del padre- y gozan de él de manera
continua.
Es característico de las emociones y voracidad intensas del bebé el atribuir a los padres
un estado constante de gratificación mutua de naturaleza oral, anal y genital.
Fantasías de esta naturaleza también contribuyen a la idea de la "mujer con pene".
A medida que se desarrolla una relación más realista con los padres, el bebé llega a
considerarlos como individuos separados, o sea que la primitiva figura parental
combinada pierde su fuerza.
Estos progresos están ligados a la posición depresiva.
En ambos sexos, el temor de perder a la madre, objeto amado primario -es decir, la
ansiedad depresiva-, contribuye a crear la necesidad de sustitutos; respondiendo a ella
el bebé se vuelve primeramente hacia el padre, quien en ese estadío también es
introyectado como persona total.
En esta forma, la libido y la ansiedad depresiva son desviadas de la madre en cierta
medida, y este proceso de distribución estimula las relaciones de objeto y disminuye la
intensidad de los sentimientos depresivos.
Así pues, los estadíos tempranos del complejo de Edipo positivo y negativo alivian las
ansiedades del niño y lo ayudan a superar la posición depresiva.
Al mismo tiempo, sin embargo, surgen nuevos conflictos y ansiedades, puesto que los
deseos edípicos hacia los padres implican que la envidia la rivalidad y los celos son
ahora vivenciados hacia dos personas a las que se odia y ama a la vez.
La elaboración de estos conflictos que surgen por primera vez en los estadíos
tempranos del complejo de Edipo forma parte del proceso de modificación de la
ansiedad que se extiende mas allá de la primera infancia hasta los primeros años de la
niñez.
Los cambios en el desarrollo emocional y las relaciones de objeto del bebé son
paulatinos.
Mientras son vivenciados los sentimientos depresivos, simultáneamente el yo
desarrolla medios para contrarrestarlos.
Esto constituye una de las diferencias fundamentales entre el bebé que está
vivenciando ansiedades de naturaleza psicótica y el adulto psicótico; pues al tiempo
que el bebé está elaborando estas ansiedades, ya se hallan en acción los procesos que
conducen a su modificación.
Envidia y gratitud.