Si hace treinta años me hubiesen pedido que describiese el crecimiento emocional desde
la dependencia hasta la independencia, es más que probable que hubiese hecho
referencia a la fase oral, anal, fálica y genital. Tal vez hubiese subdividido cada una de
estas fases: la oral primera, la preambivalente, la oral segunda, la oral sádica, etc. Todo
esto es tan cierto ahora como lo era antes y ha puesto en marcha nuestro pensamiento, lo
aceptamos sin más.
La socialización
La madurez del ser humano entraña no solo su crecimiento personal sino también su
socialización. Digamos que en la salud o en la normalidad, el adulto es capaz de
identificarse con la sociedad sin tener que sacrificar excesivamente su espontaneidad
personal; o puesto al revés, el adulto es capaz de atender a sus propias necesidades
personales sin por ello ser antisocial y sin dejar de aceptar cierta responsabilidad
respecto al mantenimiento o modificación de la sociedad.
Tres categorías
• Dependencia absoluta
• Dependencia relativa
• Hacia la independencia
Dependencia absoluta
Al principio, toda criatura depende por completo de la provisión física aportada por la
madre viva, ya sea en su vientre o por medio de los cuidados que presta al hijo una vez
nacido. No obstante, debemos decir que el niño es a la vez dependiente e independiente.
Por un lado, está todo lo que la criatura hereda, incluyendo los procesos de maduración
y tal vez ciertas tendencias patológicas; nadie puede alterar esto. Al mismo tiempo, la
evolución de los procesos de maduración depende de la provisión ambiental. El medio
ambiente posibilita la marcha ininterrumpida de los procesos de maduración. Pero el
medio ambiente no hace al niño, en el mejor de los casos, lo que hace es permitirle
realizar su potencial.
Dicho de otro modo, una madre y un padre ponen en marcha un proceso de desarrollo
que da por resultado la existencia de un “huésped” dentro del cuerpo de la madre, luego
en sus brazos y más tarde en el hogar provisto por los padres; lo que acabe por ser el
“huésped” en cuestión escapa al control de los demás. Los padres dependen de las
tendencias heredadas por la criatura.
Dada su variedad, será mejor describir las necesidades del ego. El mejor ejemplo lo
constituye la cuestión del sostenimiento. Nadie es capaz de sostener a un bebe en brazos
a menos que sepa identificarse con él.
Todos los procesos de una criatura viva constituyen una continuidad existencial, una
especie de programa o plan detallado para la existencia. La madre que sabe entregarse
durante un breve periodo a esta misión natural, sabe proteger la continuidad existencial
de su hijo. Todas las amenazas, conflictos, o fallos de adaptación suscitan en la criatura
una reacción que trunca la citada continuidad. Si tales reacciones marcan la pauta en la
vida de una criatura, se producirá una grave interferencia en la tendencia natural a
convertirse en una unidad integrada. Con la ausencia relativa de reacciones ante
amenazadas, las funciones corporales de la criatura proporcionan una buena base sobre
la que edificar un ego corporal.
La adaptación sensible a las necesidades del ego de la criatura dura únicamente un breve
periodo. La madre comienza a reemprender su propia vida, que a la larga se independiza
relativamente de las necesidades de su criatura. Una madre que no sepa ir fallando poco
a poco en lo que hace a la adaptación sensible si fallará en otro sentido: fallará (debido a
su inmadurez o a sus angustias propias) en dar a la criatura motivos de enfado. La
criatura que no tenga ningún motivo de enfado, pero que por supuesto lleve en si misma
los ingredientes de la agresividad, se encuentra con grandes dificultades al tratar de unir
la agresión con el amor.
Dependencia relativa
Al llamar dependencia relativa a esta fase, podemos distinguir entre la dependencia que
se halla completamente fuera de alcance del niño y la dependencia de la que el niño
puede conocer algo. La madre lleva a cabo una tarea inmensa para satisfacer las
necesidades del ego del niño, sin que en la mente de éste quede constancia de nada de
todo ello.
La fase que sigue a esa en la que la criatura tiene cierta consciencia de que necesita a la
madre, se caracteriza por el hecho de que la criatura empieza a comprender que la
madre es necesaria.
Cuando la criatura alcanza los dos años de edad, se han producido ya algunos
acontecimientos que la preparan para enfrentarse con la pérdida. Al lado de estos
acontecimientos existen ciertos factores ambientales, que deben tenerse en cuenta.
Probablemente habrá una serie de personas adecuadas que por su presencia constante se
hacen acreedoras al título de “madres sustitutivas”. También es posible que el marido de
la madre desempeñe un papel importante en el hogar, él también puede ser una buena
madre sustitutiva, o dará a su esposa un apoyo y sentimiento de seguridad que ella
transmitirá a la criatura.
Caso clínico
El mayor de los tres niños tenía seis años al morir su madre. Se limitó a lamentar su
perdida. El proceso de aflicción siguió durante dos años aproximadamente, y al salir de
él, el muchacho daba muestras de un acceso de cleptomanía. Aceptaba a la madrastra
como tal y recordaba a su verdadera madre como persona tristemente desaparecida.
Una forma de desarrollo que afecta de modo especial la capacidad del niño para llevar a
cabo identificaciones complejas, se trata de algo relacionado con la fase en la que las
tendencias integradoras del pequeño producen un estado en el que éste es una unidad
provista de un interior y un exterior. Una vez el exterior significa un no-yo, el interior
significa un yo, con lo cual se cuenta con un lugar donde guardar cosas. Al llegar aquí el
crecimiento de la criatura toma la forma de un intercambio continuo entre la realidad
interior y la exterior. Ahora el niño no es solo un creador potencial del mundo, sino que
es capaz de poblarlo con muestras de su propia vida interior. El niño va siendo capaz de
abarcar casi todos los acontecimientos externos.
Hacia la independencia
Una vez estas cosas han quedado instauradas, como sucede en la salud o normalidad, el
niño se va viendo, poco a poco, capacitado para enfrentarse con el mundo y todas sus
complejidades. Mediante una serie de círculos de la vida social, el niño se identifica con
la sociedad. Así es como se desarrolla una verdadera independencia, en la que él se
halla en situación de vivir una existencia personal satisfactoria al tiempo en que se ve
envuelto en los asuntos de la sociedad. Naturalmente, incluso en las últimas fases
posteriores a la pubertad, y a la adolescencia, abundan las posibilidades de que se
produzca un retroceso a este desarrollo de la socialización.
Podemos ver en la práctica, de qué manera los adolescentes van pasando de un grupo a
otro, abarcando los fenómenos nuevos y cada vez más extraños que la sociedad va
colocando en su camino. Los padres resultan muy necesarios para el gobierno de sus
hijos adolescentes mientras estos van explorando un círculo social tras otro, debido a tal
vez la presencia de elementos sociales peligrosos, o quizás a causa de la actitud
desafiante propia de la pubertad y el rápido desarrollo de la capacidad sexual. Los
padres son necesarios debido a las tensiones instintivas y a patrones susceptibles de
reaparecer tras haber sido abandonados por vez primera a la edad en que se dan los
primeros pasos.
Las palabras “hacia la independencia” describen los esfuerzos del niño pequeño y del
niño que se encuentra en la pubertad. Durante el periodo de latencia los niños suelen
contentarse con cuanta dependencia tengan la suerte de experimentar.
El proceso de crecimiento debe seguir en la edad adulta, ya que raras veces llegan los
adultos a alcanzar la madurez plena. Pero una vez han encontrado su lugar en la
sociedad a través del trabajo, una vez hayan tenido lugar los pasos evolutivos, podemos
decir que la vida como adulto ha empezado, y los individuos van saliendo de la zona del
crecimiento en términos de dependencia hacia la independencia.