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SAN ESTEBAN, DIÁCONO Y MÁRTIR.

“Y le contemplaba encorvado hacia el suelo bajo el peso de la muerte que ya le derribaba; pero
haciendo de sus ojos puertas para llegar al ciclo, y rogando al Señor en medio de tal martirio y
con aquel aspecto que excita a la piedad, que perdonase a sus perseguidores” (Purgatorio XV).
En la Divina Comedia, Dante habla de haber asistido una escena conmovedora: la de
la lapidación de un joven que, muriendo, invoca el perdón para sus perseguidores. A
impactar al poeta florentino, es la mansedumbre de Esteban que de hecho emerge en toda
su fuerza en la narración de los Hechos de los Apóstoles, donde cuenta su historia. “ ¡Señor,
no los culpes por este pecado!”, grita fuerte Esteban, doblando las rodillas pocos momentos
antes de expirar.
Lapidación de San Esteban
Uno de los primeros diáconos
y el primer mártir cristiano;
su fiesta es el 26 de
diciembre. En los Hechos de
los Apóstoles el nombre de
Esteban se encuentra por
primera vez con ocasión del
nombramiento de los
primeros diáconos en Hch. 6,
5.
Pues habiéndose suscitado
insatisfacción en lo relativo a
la distribución de las
limosnas del fondo de la comunidad, los Apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a
siete hombres para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete,
Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.
Biografía
La vida de Esteban anterior a este nombramiento permanece casi enteramente en la
oscuridad para nosotros. Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno
de esos judíos que habían nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa era el
griego; sin embargo, según una tradición del siglo V, el nombre de Stephanos era sólo el
equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que puede ser el nombre
original del protomártir y fue inscrito en una losa encontrada en su tumba.
Parece que Esteban no era un prosélito 1, pues el hecho de que Nicolás sea el único de
los siete designado como tal hace casi seguro que los otros eran judíos de nacimiento. Que
Esteban fuera discípulo de Gamaliel se ha deducido a veces de su hábil defensa ante el
Sanedrín; pero no ha sido probado. Ni sabemos tampoco cuándo y en qué circunstancias se
hizo cristiano.
Su ministerio como diácono parece haberse ejercido principalmente entre los
conversos helenistas 2 con los que los apóstoles estaban al principio menos familiarizados; y
el hecho de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los “Libertos”
(probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma por Pompeyo el año
63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de Libertini ) y “de los Cirineos, y de los
Alejandrinos y de los que eran de Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre
los judíos helenistas.
La mención de Esteban hace pensar en alguien destacadamente idóneo para el
servicio para el que fue elegido, sus facultades y carácter, que el autor de los Hechos
desarrolla tan fervientemente, son la mejor indicación. La Iglesia, al escogerlo para diácono,
le había reconocido públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y
sabiduría” (Hechos, 6, 3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”(6, 5) “lleno de gracia
y de poder” (6, 8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades oratorias y su
lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos de la energía divina y la
autoridad de la escritura Dios añadía el peso de “grandes prodigios y señales” (6, 8).
Grande como era la eficacia de “la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (6, 10), aun
así, no pudo someter los espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se
iba a convertir pronto fatalmente en un enemigo. El conflicto estalló cuando los quisquillosos
de las sinagogas “de los Libertos, y de los Cirineos, y de los Alejandrinos, y de los que eran de
Cilicia y Asia”, que habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente
desconcertados (6, 9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos
testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras blasfemas contra
Moisés y contra Dios” (6, 11).
Ninguna acusación podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los ancianos y
los escribas ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de los
Apóstoles. Esteban fue detenido, no sin violencia parece (la palabra griega synerpasan

1
La palabra griega proselutos (del verbo proserkomai, venir a) es la traducción corriente que hace la LXX de la
palabra hebrea ger, que significa residente extranjero. En el NT y en los escritos de Filón y Josefo, la palabra
designa a una persona de origen gentil que había aceptado la religión judía, ya fuera que viviera en Palestina o
en otro lugar.
2
En la Biblia se llama “helenistas, o helénicos” a los judíos que hablaban griego, y en sus sinagogas leían la
Biblia en griego: (Hec 6:1, Hec 9:29).
implica algo así), y arrastrado ante el Sanedrín, donde fue acusado de decir que “Jesús, ese
Nazareno, destruiría este Lugar [el Templo], y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha
transmitido” (6,12, 14).
Sin duda Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus
acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una declaración de
que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre” (7, 48), alguna mención
de Jesús prediciendo la destrucción del Templo y alguna condenando las opresivas
tradiciones que acompañaban a la Ley, o más bien que la aseveración tan a menudo repetida
por los Apóstoles de que “no hay salvación en ningún otro” (cf. 4, 12) no exceptuaba a la Ley,
sino a Jesús. Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impasible y “todos los que se
sentaban en el Sanedrín... vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6, 15).
La respuesta de Esteban (Hch 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios
hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el tiempo, Israel
correspondió a esas misericordias. Este discurso contenía muchas cosas desagradables para
los oídos judíos; pero la acusación final de haber traicionado y asesinado al Justo cuya venida
habían predicho los profetas, provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino
por enemigos.
“¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Ustedes siempre ofrecen
resistencia al Espíritu Santo! ¡Como sus padres, así ustedes! ¿A qué profeta no
persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que habían anunciado de antemano la
venida del Justo, de aquel a quien ustedes ahora han traicionado y asesinado; ustedes
que recibieron la Ley por mediación de ángeles y no la han guardado. Mientras oían
estas cosas, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él”. (7,
51-54).
Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de
pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está
en pie a la diestra de Dios” (7, 55), se precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad
para apedrearlo hasta la muerte. La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de
los Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los que
tomaban parte en él como la ejecución de la ley. Según la ley 3, o al menos según su
interpretación habitual, Esteban había sido sacado de la ciudad; la costumbre exigía que las
personas que iban a ser lapidadas fueran colocadas en una elevación (del terreno) desde
dónde, con las manos atadas, serían luego arrojados abajo. Fue muy probablemente mientras
estos preparativos se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor,
no les tengas en cuenta este pecado” (7,59).

3
"Saca al blasfemo fuera del campamento; todos los que lo oyeron pongan las manos sobre su cabeza, y que lo
lapide toda la comunidad. Y hablarás así a los israelitas: Cualquier hombre que maldiga a su Dios, cargará con su
pecado. Quien blasfeme el Nombre de Yahveh, será muerto; toda la comunidad lo lapidará. Sea forastero o nativo,
si blasfema el Nombre, morirá" (Lev., 24, 14-16).
Mientras tanto los testigos, cuyas manos debían ser las primeras en ponerse sobre la
persona condenada por su testimonio4 estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo, para
poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (7, 57). El mártir orante fue
arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él “una piedra tan grande como
dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar su suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe
mi espíritu” (7, 58). Poco podía la gente presente, que lanzaba piedras sobre él, imaginarse
que la sangre que derramaban era la semilla de una cosecha que iba a cubrir el mundo.
Los cuerpos de los hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado
por el Sanedrín: Si en este caso insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en
cualquier caso, “hombres piadosos”, no se nos dice si cristianos o judíos, “sepultaron a
Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8, 2).
Durante siglos la situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que (en el
año 415 d. C.) cierto sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo
estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron
exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión, luego, en 460, a la basílica erigida
por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar
la lapidación (la opinión de que la escena del martirio de San Esteban fue al este de Jerusalén,
cerca de la puerta llamada de San Esteban por ello, no se oyó hasta el Siglo XII). El sitio de la
basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido un nuevo edificio
sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.
La única fuente de información de primera mano sobre la vida y muerte de San
Esteban son los Hechos de los Apóstoles (6,1-8,2). El eco de su vida, sobre todo de su
martirio, ha permeado profundamente en el arte. A menudo se representa con piedras
decorativas o con la palmera. Una curiosidad: sólo en Italia, 14 municipios llevan su nombre.

4
"La primera mano que se pondrá sobre él para darle muerte será la de los testigos, y luego la mano de todo el
pueblo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti” (Deut., 17, 7).

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