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Hechos 7

(2) Discurso de Esteban, 7:1-53. Esteban significa “el coronado”, el líder de los
siete, el aguijón en la carne de la iglesia primitiva que sacudió a Jerusalén con
sus palabras llenas de emoción. Es un hombre de fuego. Se enfrentó a sus
adversarios, y nadie podía resistir a sus discursos. Esteban se dio cuenta de
que la iglesia podía fácilmente convertirse en un grupo selecto y cerrado que
no lograría despegarse del judaísmo. Esteban palpó el peligro. En vista de
que conocía el mundo griego, sabía que el mundo no se reducía a Jerusalén,
que había en otros lugares hombres que esperaban la salvación. Esteban
enseñaba que el verdadero templo en donde habitaba Dios no es una
construcción de piedras en el centro de una ciudad, sino todo el pueblo de
Dios que cree en Jesucristo. Sabía que uno se salva, no por la ley judía, sino
por la fe en Jesucristo. Por culpa de él, el movimiento cristiano, en parte, será
echado de la ciudad. Pero poco importa; gracias a él, la comunidad cristiana
se verá finalmente obligada a lanzarse al mundo y así cumplir con la Gran
Comisión. Este largo discurso de Esteban (53 versículos) es el más extenso
en Los Hechos. Los contenidos de este mensaje eran de tanta importancia
que Lucas, inspirado por Dios, le dio más espacio que a cualquier otro
discurso en el libro. Los estudiosos han encontrado dos dificultades en este
discurso: (1) Los numerosos problemas históricos y (2) la pertinencia del
discurso a las acusaciones sobre las cuales estaba siendo juzgado. Desde los
primeros siglos ha sido reconocido que en la presentación de Lucas existen
numerosos problemas de naturaleza histórica. En una comparación del
discurso de Esteban con el AT se revelan dos variantes: (1) Aparentes
diferencias y (2) materias en el mensaje de Esteban que no están en el AT.
Hasta ahora no se conocen respuestas satisfactorias para muchos de estos
problemas. Algunas de las diferencias probablemente se explican porque el
texto del AT no había sido fijado completamente en el primer siglo.
Probablemente Esteban usaba algunas de las enseñanzas y fuentes rabínicas
de su día. Aunque no nos satisface dejar sin resolver estos asuntos, tienen
muy poca importancia para el significado del sermón. Un asunto de mucha
más relevancia es la pertinencia del discurso de Esteban con respecto a la
ocasión. A primera vista extraña un poco la orientación y la estructura de este
sermón, que parece no tener nada que ver con el caso que afronta Esteban.
Creer en lo anterior refleja un estudio superficial y un fallo infortunado pues no
se ven los asuntos clave que eran la preocupación de Esteban (y de Lucas
también). Esteban, de hecho, contestó las acusaciones presentadas contra él,
y fue más allá de una sola polémica al proponer el carácter espiritual y el
universalismo de la religión verdadera. Lo condenaban por haber hablado
contra este santo lugar y contra la ley (6:13), y él trató con los dos asuntos.
Esteban desafió la interpretación judía de la “tierra santa” y disputó la
importancia que los judíos daban al templo. El demostró que los judíos
violaban el sentido real de la misma ley que ellos pretendían defender. De
veras, el único que había guardado la ley era Jesús. El discurso de Esteban
es un repaso breve de la historia de Israel, particularmente de sus dos
primeros períodos: el patriarcal (vv. 1-16), y el mosaico (vv. 17-43). Del tiempo
posterior se recoge otra cosa que se relaciona con la construcción del templo
(vv. 44-50). En este recuento de la historia hebrea, Esteban demostró que
Dios nunca se había limitado a una sola tierra y seguramente no se limitaba al
templo de Jerusalén. La “tierra santa” representaba cualquier tierra en donde
había un encuentro con Dios. Dios nunca ha dejado sin su presencia al mundo
que creó. Muchas de las experiencias más estimadas por los patriarcas
sucedieron fuera de Palestina. Fue en Mesopotamia donde Dios habló
primero a Abraham (v. 2). Abraham, en realidad, no fue dueño ni de un metro
cuadrado de la tierra en Canaán (v. 5). La promesa a Abraham no fue tanto
que la tierra sería heredada, sino que habría una liberación de Egipto y
libertad para rendir culto a Dios (v. 7). Los patriarcas nacieron antes de la
posesión de Canaán, así que nacieron antes de que fuera una “tierra santa”.
Jacob vivió una gran parte de su vida en Egipto y murió allí, así como también
todos sus hijos (v. 15). Más tarde, Jacob fue sepultado en Siquem, en la
despreciada Samaria (v. 16). Moisés nació en Egipto, criado por la hija de
faraón, y fue instruido en la sabiduría de los egipcios (vv. 20, 22). Se puede
preguntar si Moisés, el dador de la ley, fue profanado por la tierra y la gente de
Egipto. Moisés vivió en Madián, donde engendró dos hijos (se observa en Exo
2:16-22 que Moisés se casó con una hija de un sacerdote de Madián). Moisés
vivió antes de las reformas de Esdras que decretó divorcio obligatorio para
aquellos que estaban casados con extranjeras (Ezr 10:11). La entrega de la
ley a Moisés tuvo lugar en Arabia, y fue allí en donde Dios le dijo: Quita las
sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es tierra santa (v. 33).
Entonces, Dios nunca se había limitado a un solo lugar; ninguna tierra como
tal era santa. Esteban había sido denunciado por haber dicho que Jesús
destruiría este santo lugar (Ezr 6:13), referencia obvia al templo. Sin duda los
dos, Jesús y Esteban, habían hablado de la destrucción del templo, pero los
acusadores sacaron la declaración fuera de su contexto y la torcieron.
Esteban hizo hincapié en el hecho de que el templo no representó el plan
original de Dios (v. 44). Desde el tiempo de Moisés, Israel tenía como su
posesión el tabernáculo, o tienda sagrada, una morada de Dios que era
movible o portátil. Esta no fue dada tan sólo para el tiempo que duró el viaje
por el desierto, sino que fue llevada por Josué a la tierra prometida, donde
siguió siendo el santuario legítimo hasta David. David fue el primero que tomó
la decisión de substituir el tabernáculo por un templo propiamente dicho. La
decisión salió de él, no de Dios. Pero sólo a Salomón le fue permitido
completar el plan. El templo, pues, no tiene a la vista de Dios el significado
que el pueblo judío le atribuye. La presencia y la actividad de Dios no están
limitadas al templo. Dios es más grande que el templo; lo dice la Escritura:
toda la creación es morada de Dios (ver vv. 48-50). Esteban ha fijado con
claridad su posición con respecto al templo. El no lo condena, pero especifica
su valor relativo; su vigencia ya expiró. Esteban, ahora, estaba volviendo al AT
e interpretando con una sana hermenéutica, una hermenéutica diferente de
aquella de los judíos del primer siglo. Cuidadosamente Esteban señaló en su
discurso el hecho de que Israel repetidamente había demostrado su
disposición para rechazar al Espíritu Santo (Espíritu de Dios) y a los profetas.
Los sacerdotes, reduciendo la religión a rituales, y los nacionalistas, apelando
al orgullo racial y los prejucios, los cuales siempre arrastran tras de sí a la
gente que mata a los profetas. Con frecuencia hubo ceguera premeditada
contra la verdad y un espíritu reaccionario en la presencia de una oportunidad
para marchar hacia adelante en un movimiento progresivo. Los patriarcas,
movidos por envidia, vendieron a José para Egipto (v. 9). Los judíos,
escuchando el discurso de Esteban, no tuvieron ninguna dificultad en
reconocer la inferencia acerca de su propia envidia de Jesús como la
verdadera causa por la que ellos lo habían entregado a los romanos. Los
hermanos de Moisés fueron extrañamente tardos en entender a su libertador
(v. 25), igual como aquellos en el tiempo de Esteban fueron lentos en entender
a Jesús, el redentor verdadero (vv. 35-37). La ley de la ira de Dios —por la
cual la tenaz ceguera lleva a la gente hacia una oscuridad más y más
profunda— había operada en Israel (vv. 38-43), y la misma ley reclamaría su
paga en el día de Esteban. Finalmente sigue el ataque directo a los
acusadores: Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (v. 51) (es decir a la
revelación especial de Dios). Había ocurrido con los profetas, a quienes los
padres de ellos habían perseguido y asesinado (vv. 51, 52). Nótese otra vez
que sus oyentes eran los que violaban las mismas leyes que pretendían
defender (v. 53). Ellos, como sus padres, siempre resistían al profeta que se
atrevía a desafiar su estilo tradicional de vida. En Jesús se encuentra la
religión del Espíritu siempre desafiando la religión de la letra, del ritual, del
nacionalismo perjudicial y del particularismo. En Esteban el mensaje de Jesús
se estaba proclamado otra vez. (3) Esteban es apedreado,Ezr 7:54-60. Los
judíos habían gritado: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! (Luk 23:21); ahora estaban
gritando: “¡Apedréen a Esteban!” (ver v. 58). Se reconoce a Esteban como el
primer mártir cristiano. Una disertación como ésta no podía tener otra
conclusión. La afirmación de que vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de
pie a la diestra de Dios (v. 55) acabó de enfurecer a los judíos, provocando un
verdadero tormento. Esta afirmación era decir que Jesús de Nazaret, el
carpintero a quien ellos habían crucificado, ya participaba de la soberanía de
Dios, lo cual constituía una gran blasfemia para los oídos de los judíos.
Gritaron y se taparon los oídos para no tener que oír más blasfemias. Note en
esta situación que Jesús estaba de pie en el cielo a la derecha de Dios, como
si estuviera preparado para acudir en ayuda de Esteban (en todos los demás
lugares en el NT, se presenta a Jesús sentado a la diestra de Dios, Mat 26:64;
Col 3:1). El texto no menciona un proceso judicial ni habla de una condena por
parte de un juez; por eso parece que la ejecución de Esteban fue un proceso
ilegal, un linchamiento. Toda la grandeza del primer mártir se pone de
manifiesto en el momento de la muerte. Siguiendo el ejemplo de Jesús en la
cruz (Luk 23:34), perdona a sus asesinos y encomienda su alma al Señor.

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