¿Por qué la fe tiene como centro el encuentro con el crucificado?, ¿Cuál es la
actitud requerida para llegar a ese encuentro?, ¿Qué se descubre en ese encuentro? En primera instancia, considero necesario definir lo que se entiende por fe, pues de cierta forma la entendemos como un simple conocimiento de decir que Dios existe y que ahí está, cuando realmente trasciende más en afirmar la existencia de Dios, a lo cual lo principal que puedo decir es que Dios no necesita de nosotros para afirmar su existencia, sino más bien, es gracia de él que se haya revelado con nosotros, pues él nos ama y desea que lo amemos también, por ello, el afirmar que tenemos fe, no basta en ser una sola palabra, sino que involucra una praxis en nuestra cotidianidad, porque “la fe si no va acompañada de obras, está completamente muerta”.1 En cuanto al encuentro con el crucificado, cabe decir, que este es el centro de nuestra fe, pues el acto que Jesús hace, como hombre y como Dios, nos recuerda lo que es, en sí, un acto de amor, pues “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. 2 Por lo cual, no se puede tomar a la ligera esta situación, porque hablar de Jesús crucificado es hablar del gran amor que nos ha tenido, pues nos ha salvado y nos ha remido ante el eterno Padre, aunque cabe decir, que estará en la decisión de uno elegir si quiere o no salvarse, pues Dios respeta nuestra libertad. La actitud requerida para llegar a ese encuentro con Dios, mediante la figura del crucificado exige al que se dice ser cristiano, a no pasar desapercibido en su vida esta enseñanza, pero, sobre todo, este gran acto de amor, pues sabemos que Jesús en su caminar por la Tierra “pasó haciendo el bien”3, a lo cual nosotros también tenemos que hacer lo mismo, ya que Jesús nos recuerda que hay que “sed santos como vuestro Padre Celestial es Santo”4, y la santidad consiste en esto, en hacer de lo ordinario algo extraordinario, pues en nuestra realidad es necesario transmitir a los demás, no solamente con palabras sino con hechos, de que Dios nos ama. Una vez teniendo el encuentro con el crucificado recordamos lo sublime de lo que es el amor de Dios, pues el nos ha amado tanto y lo demostró en la cruz, a lo cual, cada una de nuestras acciones deben ir encaminadas a centrar nuestra atención, agradecimiento y amor a aquel que nos ha dado todo y que no se cansa de amarnos, aunque le seamos ingratos. Quien ha experimentado ese encuentro con Cristo crucificado se da cuenta a donde deben ir dirigidas sus acciones, pues no lo hace para quedar bien con su amo y señor, sino más bien, trata de corresponder a ese amor que ha pagado nuestra deuda ante el Padre, para hacernos herederos junto con él del tesoro de la gracia de Dios.
1 Santiago 2, 17. 2 Juan 15, 13. 3 Hechos de los apóstoles 10, 38. 4 Mateo 5, 48.