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Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 2.ª
1. EL CONCEPTO DE CONSTITUCIÓN
A) Ley o leyes fundamentales, aunque este término se puede emplear como sinónimo de
Constitución y así se hace con frecuencia, en términos estrictos, denota el rechazo de
alguno de los rasgos característicos de las Constituciones liberal-democráticas. Durante
la Dictadura del General Franco, después de la Guerra Civil, se aprobaron
sucesivamente siete Leyes Fundamentales, llamadas de este modo al no inspirarse en la
ideología liberal –soberanía popular, división de poderes, derechos fundamentales–
propia del constitucionalismo, que se desechaba frontalmente como supuesta causa de
todos nuestros males históricos. En la República Federal Alemana, separada de la
República Democrática Alemana por la ocupación rusa al acabar la II Guerra Mundial,
faltaba la unidad de la nación alemana, dividida en dos partes, y además los aliados
impusieron en los tratados de paz diversos límites heterónomos del poder constituyente,
como fueron la economía de mercado, el federalismo o los derechos fundamentales. Con
auto restricción y modestia, los constituyentes alemanes denominaron Ley Fundamental
de Bonn al texto constitucional.
B) Carta o Fuero. A veces se emplean estas expresiones por motivos literarios y para
evitar repeticiones, pero ambos términos responden a concepciones jurídicas anteriores
y distintas a las del constitucionalismo, si no contrarias al mismo. García Pelayo nos
recordó que en la Edad Media el Derecho era un privilegio, la ley no era general para
todos, y se confundía el Derecho objetivo con el derecho subjetivo. Existían leyes
personales para los estamentos –la aristocracia, el clero– o leyes territoriales, fueros o
leyes territoriales para villas o comarcas por razones históricas. Así p.ej. cuando la Carta
Magna en el siglo XIII (1215) dice “man” no quiere decir “hombre” sino “noble” y no se
recoge una verdadera declaración universal de derechos para todas las personas.
C) Estatuto. La palabra tiene un sentido tradicional junto a otro moderno. Supone
primero una Carta otorgada por un monarca en la que faltan algunos contenidos de una
verdadera Constitución, normalmente el ejercicio de la soberanía popular. Tomemos
como ejemplo el Estatuto de Bayona de 1808 concedido por el Monarca, José Bonaparte,
durante la invasión francesa; o el Estatuto Real de 1834, que es en realidad una
convocatoria de Cortes, y la mayoría de los autores no le concede la naturaleza de
Constitución, aunque cabe la discusión; o el Estatuto Albertino en Italia, de naturaleza
flexible, que otorgó Carlos Alberto de Saboya en 1848. En segundo lugar, más
recientemente, tanto en la II República española como en las actuales Constituciones
italiana y española, un Estatuto de Autonomía es la norma donde se garantiza el
autogobierno de una comunidad o región, pero se aprueba mediante una ley estatal y no
es pues una Constitución de un Estado federado en uso de su poder constituyente.
Ideas o conceptos de Constitución. García Pelayo –al que seguiremos– sistematizó las
ideas de Constitución con una tipología muy didáctica y lógica, pero que no agota todas
las aproximaciones: concepto racional normativo, concepto histórico o tradicional, y
conceptos sociológicos. Rubio Llorente insistió en que sólo una categoría formal, una
norma con rango superior a la ley es válida para el Derecho Constitucional,
precisamente la que García Pelayo llamaba concepto racional normativo. Pero Rubio
agregaba que este único concepto puede ser entendido en muy diversas formas
políticas, que llamamos “ideas” de Constitución, resultado de las distintas teorías que
pretenden explicar la naturaleza misma de la Constitución.
Conceptos sociológicos. Desde esta lógica, la Constitución no es una forma del deber ser,
una norma, sino del ser, una realidad. Lo importante no es el momento de la validez del
Derecho sino el de su vigencia en la sociedad. Estos conceptos son una proyección de la
Sociología en el escenario constitucional: se relativiza el Derecho a las situaciones
sociales. Así p.ej. Ferdinand Lasalle en su conferencia “¿Qué es una Constitución?”,
editada en 1862, hablaba de verdaderos “fragmentos de poder”, como son el monarca, el
ejército y la banca. Hoy diríamos poderes fácticos. Los problemas constitucionales son
problemas de poder. Por debajo de una Constitución “hoja de papel” –dirá– hay una
Constitución real y efectiva formada por los factores reales de poder. También desde la
tradición marxista, desde Marx a Togliatti en la constituyente italiana, existe una línea
de desvalorización de las Constituciones, remitiendo el Derecho –comprendido como
una superestructura– a las estructuras económicas. En definitiva, se produce una
sustitución del Derecho Constitucional por la Economía, la Sociología o la Ciencia
Política, y en vez de la Constitución se estudian las clases o grupos sociales o los poderes
fácticos. Estas ideas estuvieron muy en boga en décadas anteriores.
Sistema de controles del poder político. Karl Loewenstein y Hans Joachim Friedrich,
bajo el influjo de la experiencia de los totalitarismos durante la II Guerra Mundial,
razonaron –con diversos matices– que toda Constitución es un intento de limitar el
poder. La misma finalidad del constitucionalismo como ideología es limitar la soberanía
del Príncipe, para evitar que actúe como un monarca absoluto. Todo proceso político
supone una distribución autoritaria de decisiones y valores, por más que los órganos que
adoptan las decisiones estén legitimados democráticamente. Por eso una Constitución
debe prever un sistema de controles: a) intraorgánicos, o dentro de un mismo órgano
(v.gr. los controles internos en las administraciones públicas), o interorgánicos y fruto de
las relaciones entre poderes como pueden ser el Gobierno y el Parlamento; b) también
controles funcionales u horizontales, –la división de poderes clásica en Madison, Locke o
Montesquieu–, o territoriales y verticales como ocurre con el federalismo o el
regionalismo que deben comprenderse como procesos dinámicos de descentralización y
división del poder entre entes territoriales a la búsqueda del equilibrio entre fuerzas
centrífugas y centrípetas; c) cabe asimismo diferenciar entre controles políticos, como el
control parlamentario, o jurídicos, como el control de constitucionalidad de las leyes o la
jurisdicción contencioso administrativa.
La Constitución como pacto y compromiso político. Todas las Constituciones que han
perdurado en el tiempo tienen distintas matrices ideológicas y son fruto de un gran
pacto, de un compromiso político o consenso, entre variadas fuerzas políticas. Las
Constituciones y momentos constitucionales requieren voluntad de transacción. Las
Constituciones se hacen con la ayuda de los enemigos, y no frente a ellos, o cuando
menos de los adversarios. Una buena Constitución supone un marco de grandes
acuerdos que admite diversas direcciones políticas en su desarrollo y, por consiguiente,
permite una alternancia en el gobierno sin la necesidad –inevitable– de cambios
constitucionales. En la España de 1977 a 1978, hubo acuerdos entre monárquicos y
republicanos, federalistas y centralistas, cristianos y laicos, socialistas y liberales
partidarios de la economía de mercado sin trabas ni derechos sociales, o defensores de
la educación laica o religiosa, etc. De ahí su grandeza y que se haya mantenido cuatro
décadas. Pero muchos de estos consensos se alcanzaron mediante compromisos
dilatorios y reenvíos posteriores a las leyes orgánicas y los Estatutos de Autonomía; es
patente en el Título VIII de la Constitución, un Estado autonómico muy abierto que
prácticamente casi sólo contiene normas sobre el proceso de su construcción.
Desaparecida la voluntad de pacto o compromiso constituyente desde principios de los
años dos mil, el desarrollo del Estado autonómico con normas constitucionales muy
vagas y abiertas ha sido conflictivo.
2. EL CONTENIDO DE LA CONSTITUCIÓN
Iniciativa para la reforma. Según el artículo 166 CE, la iniciativa se ejercerá en los
términos previstos en los apartados 1.º y 2.º del artículo 87 CE para la iniciativa
legislativa. Tiene pues legitimación el Gobierno, el Congreso y el Senado, ambas
Cámaras de acuerdo con sus Reglamentos parlamentarios. Se excluye la iniciativa
legislativa popular (apartado 3.º del artículo 87 CE) mediante la recogida de 500.000
firmas debidamente acreditadas por el temor –típico de la transición– a que se
instrumentalizara por las minorías esta técnica participativa. Quizás esta exclusión ya
no tenga sentido. Los Reglamentos parlamentarios piden que la iniciativa de reforma se
suscriba por dos Grupos parlamentarios o una quinta parte de los diputados (artículo
146.1 Reglamento del Congreso de los Diputados); obsérvese que los requisitos son más
exigentes que para una iniciativa legislativa ordinaria donde basta con un Grupo
parlamentario o un Diputado con la firma de otros catorce (artículo 126.1 RCD). El
Reglamento del Senado pide para presentar una proposición articulada de reforma
constitucional cincuenta senadores que no pertenezcan a un mismo Grupo
parlamentario (artículo 152 RS); y es también más exigente que para la iniciativa
legislativa ordinaria, donde basta con un Grupo parlamentario o veinticinco Senadores
(artículo 108 RS). Hay pues lo que se ha llamado un paralelismo de las formas, y la
iniciativa de reforma constitucional se dificulta en sus requisitos.
Sanción regia. La reforma constitucional se sanciona por el Rey, así se ha hecho en las
dos ocasiones que albergamos como experiencias y se prevé en el artículo 147.3 RCD.
Fue un asunto discutido, porque no es un facultad que la Constitución (artículo 62 CE)
conceda expresamente al Monarca, pero parece ligado a la competencia para la sanción
de las leyes (letra a]).
Límites temporales a la reforma. El artículo 169 CE fija como única prohibición a la
reforma constitucional iniciarse “en tiempo de guerra o de vigencia de algunos de los
Estados previstos en el artículo 116 CE”. Cabe pensar, desde una interpretación literal,
que no puede iniciarse, pero sí podría acabarse, según ha llegado a sostenerse. Mas es
una lectura discutible que no comparto, porque, en una situación de anormalidad
constitucional, no tiene sentido alguno debatir sobre la modificación de la Constitución;
de manera que, aunque no esté expresamente prohibido en el precepto, podría tener un
lógico efecto paralizador al menos en ciertos casos, pues es una misma la razón de
decidir. No sería oportuno. Se impide en “tiempo de guerra”, tanto si está formalmente
declarada como no y existe realmente una situación de conflicto bélico en la que España
es sujeto activo; también en cualquiera de los tres estados de emergencia: alarma,
excepción y sitio. El fundamento de la prohibición es, de nuevo, no hacer mudanzas en
tiempos de turbulencia, y no alterar la estabilidad constitucional durante emergencias
constitucionales.
¿Procedimientos en fraude de ley? Son muchos los autores que sugieren suprimir el
procedimiento de reforma agravado del artículo 168 CE, para facilitar las reformas
constitucionales, utilizando el procedimiento ordinario del artículo 167 para lisa y
llanamente proceder a su derogación. ¿Sería un inconstitucional fraude o rodeo a la
Constitución? Algunos expertos así lo han defendido. Pero en la medida en que el
artículo 168 CE no se incorpora a sí mismo entre las materias especialmente protegidas
por la reforma agravada, entiendo que podría hacerse perfectamente y no sería
inconstitucional. Otra cosa es la oportunidad política o conveniencia de esta forma de
actuar, pues de no existir un amplio acuerdo parlamentario, operar de este modo quizás
no sería una buena forma de reformar la Constitución con suficiente legitimidad. Pero no
creo sea inconstitucional.
5. LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL
Los criterios hermenéuticos tradicionales (el artículo 3.1 del Código Civil) y sus
insuficiencias. La interpretación constitucional como una tarea o investigación. Nos
vemos obligados a acudir al Título Preliminar del Código Civil, aprobado poco antes de la
Constitución, en 1974, que no es parte de la Constitución formal o documento, pero sí es
materialmente constitucional por sus contenidos según razonó Herrero de Miñón. Este
conocido precepto legal establece: “Las normas se interpretarán según el sentido propio
de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y
la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente
al espíritu y finalidad de aquellas”. Se recogen los cánones tradicionales elaborados por
Savigny. Una interpretación literal, lógica y gramatical, otra histórica, otra realista o
sociológica y, finalmente, un quinta, una exegesis finalista o teleológica que atiende a la
finalidad de la norma. Además de estos criterios clásicos, se introdujo uno entonces muy
novedoso referente a “la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas” que
impone una interpretación evolutiva. La argumentación literal busca el sentido propio o
natural de las palabras; suele ser la más sencilla y la que menos dosis de trabajo e
información requiere, pero rara vez es la mejor en una interpretación constitucional,
porque una Constitución es un conjunto de normas que forman un sistema y presuponen
muchas cosas derivadas de su ubicación en un Estado constitucional. El contexto
deviene esencial y puede ser entendido en un doble sentido bien como el conjunto de
normas que están en relación con la disposición interpretada, buscando una
interpretación sistemática y desprovista de contradicciones, pero también como el
supuesto de hecho y el momento. Los antecedentes histórico-legislativos atienden a las
leyes previas, a la conformación de normas e instituciones a lo largo de su regulación en
el tiempo y los sucesivos cambios normativos y transiciones de leyes, reconstruyen la
historia de un dogma en las normas; e incluso pueden sustentar una interpretación
originalista referida a la voluntad del legislador constituyente más que a la voluntas
legis del texto aprobado. Pero la realidad social del momento aboca a una interpretación
realista o sociológica y frecuentemente produce una interpretación evolutiva de las
normas constitucionales, en particular, aquéllas que recogen “instituciones” –la familia,
el matrimonio…– cuya comprensión va cambiando en la cultura jurídica y política. Por
último, la interpretación finalista atiende la finalidad de la norma y su espíritu frente a
exégesis que se alejan o alteran de la finalidad natural del precepto y pueden llegar a ser
ilícitas. Todos estos argumentos o criterios hermenéuticos pueden dar lugar a exégesis
distintas. Son caminos diferentes que pueden llevar a diversas salidas. El Código Civil no
nos dice cuándo hay que optar por un tipo de exégesis y cuándo por otra. De manera que
realmente no predetermina la interpretación jurídica. Este artículo parece tener más un
alcance doctrinal o pedagógico que normativo. La interpretación constitucional es una
tarea (compito) –ha dicho Gustavo Zagrebelsky– y no consiste en revelar el sentido
predeterminado de una norma que emana como el agua de una fuente; es una tarea más
compleja que reclama una concreta investigación ante cada supuesto de hecho y
disposición. Consiste en integrar los hechos en las normas y analizar un conjunto de
precedentes y fuentes. Es una actividad discrecional o escasamente reglada.
Favor libertatis o in dubio pro libertate. Las normas constitucionales y, en particular, las
que reconocen derechos deben favorecer la libertad de los individuos y el pluralismo.
Esta idea obliga a dar prevalencia al resultado menos oneroso, la injerencia menos grave
o desproporcionada de entre las posibles, a la hora de sacrificar o limitar un derecho,
promoviendo la libertad. Si las intervenciones administrativas pueden ser mínimas,
simples licencias, no debe optarse por intervenciones más intensas, como son las
concesiones. Este criterio, no obstante, no siempre puede usarse pues cuando hay que
ponderar la colisión de varios derechos fundamentales, p.ej. la libertad de información
frente al derecho a la intimidad, la solución no puede ser a menudo tan sencilla como
maximizar una libertad en detrimento de la otra.
Interpretación conforme. Las leyes y las demás disposiciones y actos del ordenamiento
jurídico deben interpretarse “conforme” a la Constitución (terminología alemana) o “en
armonía” con la Constitución (Estados Unidos). Quiere decirse que los mandatos y
enunciados constitucionales deben integran los legales o de cualquier rango para
transformar sus contenidos y construir una norma que no esté en contradicción con la
Constitución. Donde en el pasado recibían pensiones o beneficios o prestaciones sólo las
mujeres, en una sociedad patriarcal, debe entenderse que pueden actualmente
percibirlos las personas con independencia de su género en una sociedad fundada en la
igualdad.
Corrección del Derecho incorrecto. Es un principio muy unido al anterior. Una ley no
debe ser declarada nula cuando puede ser interpretada de acuerdo con la Constitución
mediante una sentencia interpretativa, es preciso intentar corregirla y salvar su validez.
Una interpretación favorable a la conservación de las normas jurídicas que se deduce
del horror al vacío, por los daños que provoca la nulidad, en cualquier ordenamiento.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección formuladas por Raúl Canosa Usera.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE PRIMERA CONSTITUCIÓN, FUENTES DEL DERECHO Y JURISDICCIÓN
CONSTITUCIONAL
LECCIÓN 3.ª LA CONSTITUCIÓN DE 1978 EN LA HISTORIA CONSTITUCIONAL
ESPAÑOLA
LECCIÓN 3.ª
Soberanía nacional y poder constituyente. El primer precepto que debe ser leído en una
Constitución, para situarse el intérprete, es aquél que señala quién es el titular de la
soberanía. El artículo 3 proclama, innovando nuestra historia, que la soberanía reside
esencialmente en la Nación y “por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho
de establecer sus leyes fundamentales”. Supone un cambio revolucionario.
2. INESTABILIDAD CONSTITUCIONAL
• Primero, el conflictivo paso del Antiguo Régimen al Estado liberal desde 1808 a 1833,
que mantuvo períodos de absolutismo bajo Fernando VII como ocurrió en la llamada
“década ominosa”.
• Segundo, los inicios del liberalismo en el período cristino, de 1834 a 1843, “Los
primeros pasos del Estado constitucional” le ha llamado Alejandro Nieto, una fase donde
se sentaron las bases de la Administración y el empleo público, de los ayuntamientos, del
sistema normativo, de la planta judicial y del procedimiento administrativo, de la nueva
propiedad burguesa, etc.
• Sexto, se proclama la Segunda República en 1931 que desemboca en una guerra civil
de 1936 a 1939 tras el alzamiento militar liderado entre otros por el General Franco.
Son períodos con sensibles diferencias y muy diversa duración y otro tanto ocurre con
las Constituciones.
Rasgos comunes del Estado constitucional español del siglo XIX. Pese a estas
diversidades, quien quizás ha sido el principal especialista en la materia, Varela
Suanzes, ha sintetizado varios rasgos comunes a las seis Constituciones españolas que
estuvieron vigentes en todo el territorio nacional en el XIX. Afirma que, pese a sus
notable diferencias, cabe hablar de un mismo Estado constitucional a lo largo de ese
siglo, diferente del Antiguo Régimen y de la Dictadura que se instaura en 1923. La tesis
es muy razonable, y además ya fue defendida por historiadores contemporáneos a la
época. Existe una relativa continuidad de nuestro constitucionalismo liberal del siglo
XIX. Su discípulo Fernández Sarasola asimismo había demostrado que esa continuidad
se producía en nuestro parlamentarismo al menos en las normas de los Reglamentos
parlamentarios. Sintetizaré brevemente esos rasgos comunes para ofrecer una imagen
que permita seguir el hilo del razonamiento, sin perjuicio de que luego se expongan
estos ingredientes con más calma, asumiendo el riesgo de ser reiterativo para fijar
algunos contenidos esenciales en la docencia.
• Segundo, una forma de gobierno parlamentaria con una división de poderes rígida, un
reparto de funciones entre unas Cortes bicamerales, de un lado, y los tribunales de otro,
y el falseamiento de las elecciones por el caciquismo.
• Tercero, la primacía de las leyes como suprema norma del ordenamiento jurídico por
encima de las Constituciones, que no se decantaron como una verdadera norma jurídica
de aplicación directa; todas las Constituciones fueron frecuentemente vulneradas y el
proceso político discurría en buena medida al margen de ellas.
A un lado de este esquema, quedarían los comienzos con la Constitución liberal de 1812,
y la novedosa Constitución republicana de 1931 que conectaba ya con una familia de
Constituciones democráticas.
¿Una ley del péndulo entre progresistas y conservadores? Frente a esta lectura más
moderna de nuestra historia constitucional, se ha sostenido durante mucho tiempo una
interpretación según la cual habría existido una ley del péndulo en la que a
constituciones progresistas (1812, 1837 y 1869) sucedían otras conservadoras (1834,
1845 y 1876) con constantes vaivenes. Remarcando estos cambios de rumbo como razón
de nuestra inestabilidad constitucional: una sociedad dividida en dos Españas que se
turnaban en el gobierno y hacían Constituciones de partido. Hay bastante de cierto en
esta tesis, pues son innegables las diferencias ideológicas y de contenido entre nuestras
Constituciones, así como la ausencia de verdaderos compromisos constituyentes, pero
tampoco pueden orillarse los rasgos comunes a todas estas constituciones y las
instituciones comunes que se crearon. El constitucionalismo español se insertó dentro
de los modelos constitucionales europeos y los pensadores y autores españoles no
desconocían las evoluciones europeas.
4.– Ausencia de valor normativo de la Constitución. Se produjo una primacía de las leyes,
como suprema norma del ordenamiento jurídico, por encima de las Constituciones que
no se decantaron como una verdadera norma jurídica de aplicación directa. Habría que
añadir, como consecuencia, la discordancia entre las normas y la realidad
constitucionales. Todas las Constituciones fueron frecuentemente vulneradas y el
proceso político discurría en buena medida al margen de ellas, siendo consideradas
declaraciones políticas y retóricas. Eran constituciones nominales o semánticas, es
decir, que no vinculaban realmente a los poderes públicos, o enmascaraban –como un
disfraz– una dominación política. La Constitución no era más que una placa de yeso en
las plazas de los pueblos de España afirmó Teófilo Gautier. Cuando llegó la Constitución
de 1978, el Tribunal Constitucional tuvo que declarar derogado, en una de sus primeras
sentencias, un precepto del Código Civil para que fuera evidente que las Constitución
era una norma jurídica y con mayor jerarquía, desplazando al Código Civil de su
tradicional lugar en la cabecera del ordenamiento jurídico como norma de normas.
7.– Confesionalidad del Estado. Nuestro pasado constitucional se fundó desde las Cortes
de Cádiz en una constante consagración de la confesionalidad del Estado, una
circunstancia que impidió el reconocimiento constitucional de la libertad de conciencia y
religiosa y el ejercicio de estas libertades. Otro ingrediente de nuestro Estado
constitucional nada desdeñable, pues la libertad religiosa es la primera en el tiempo y el
fundamento de muchas otras, sin ella no es realmente posible un sistema de libertades.
La Iglesia Católica tuvo un papel muy relevante en todos los terrenos –la educación
entre ellos como veremos al abordar este derecho fundamental– lo que obstaculizó,
durante mucho tiempo, decantar con naturalidad la libertad de conciencia, a diferencia
de como ocurrió en otros países protestantes que siguieron con naturalidad procesos de
pluralismo religioso. Es emblemático el célebre artículo 1 de la Constitución de 1812:
“La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica,
romana, única verdadera. La Nación… prohíbe el ejercicio de cualquier otra”. En la
Constitución de 1837, la Nación se obliga a mantener el culto católico y los ministros de
la Religión Católica “que profesan los españoles” (artículo 11), obligación en la que pesó
la desamortización de los bienes eclesiásticos; y no contiene referencias a la libertad
religiosa. Ambos extremos se mantienen en la Constitución de 1845 con términos
semejantes. En cambio, la Constitución progresista de 1869 afirma la libertad de
ejercicio, público o privado, de cualquier otro culto (artículo 21) para los extranjeros
residentes en España y los españoles, pero mantiene la obligación de mantener el culto y
los ministros de la religión católica. La Constitución de la Restauración de 1876 (artículo
11) conservó también esta financiación pública, pero añadió que nadie será molestado
en el territorio español por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo
culto, “salvo el respeto debido a la moral cristiana”; un inciso que podía entenderse en
colisión con el anterior, pero también como expresión de tolerancia religiosa. Será la
Constitución de la II República de 1931 la que por primera vez proclame que “el Estado
español no tiene religión oficial” (artículo 3), y afirme que no podrán ser fundamento de
cualquier privilegio las creencias religiosas, sometiendo todas las confesiones a una Ley
especial (artículo 26) y a algunas restricciones, entre ellas prohibiendo el auxilio
económico a las iglesias. Estos preceptos produjeron la oposición de los grupos
conservadores quienes sostenían que el catolicismo era parte de nuestra identidad
nacional o psicológica, un país de amplia mayoría católica, que ninguna norma
constitucional podía cercenar (Varela Suanzes). Sobrevino un enfrentamiento entre
clericales y anticlericales que llevó a la disolución en España de la Compañía de Jesús, y
antes y después a la quema de iglesias y conventos, sin que supiera atajarse la violencia.
Azaña defendió el laicismo del Estado y su separación de la Iglesia Católica mientras los
conservadores tacharon la Constitución de atea. Tras el paréntesis republicano, con las
Leyes Fundamentales de la Dictadura se volvió a la confesionalidad del Estado.
Unicameralismo y voto femenino. Era un sistema unicameral con sólo unas Cortes o
Congreso de los Diputados, no existía un Senado. Jiménez de Asúa presentó el proyecto
de Constitución anunciando la decadencia del Senado como un recuerdo de antaño e
invocando las ideas de Sieyès. La única Cámara era elegida por sufragio universal sin
distinción de sexo. Un reconocimiento constitucional de este derecho de las mujeres que
no fue nada sencillo por la oposición de miembros de la Constituyente, que bien creían
que las mujeres eran demasiado dependientes del marido o de los curas, bien temían un
voto femenino mayoritariamente conservador. El reconocimiento de los derechos
electorales de las mujeres debe mucho a Clara Campoamor. El Congreso mantenía el
control parlamentario de la validez de las actas electorales frente al actual sistema, más
garantista, de control judicial. Se regulaba el decreto ley, la moción de censura con la
firma de cincuenta Diputados, y la composición y funciones de la Diputación Permanente
cuya tradicional presencia en nuestro país se ha mantenido.
Las siete Leyes Fundamentales de la Dictadura. No se aprobaron estas Leyes de una vez
y simultáneamente, como es propio de un momento constitucional, y se hicieron
sucesivamente, siete leyes durante un largo período de treinta años, según aconsejaban
al dictador las circunstancias del momento histórico. Tampoco fueron consecuencia de
un acto del poder constituyente, ya que se aprobaron por simple decreto o mediante
leyes. Primero, en 1938 se aprobó por Decreto el Fuero del Trabajo, inspirada por la
análoga ley fascista italiana, afirmando que renovaba “la tradición católica de justicia
social… que informó la legislación de nuestro glorioso pasado”, lo que se llamó la
doctrina social-católica. La Ley regula ciertos derechos de los trabajadores y los
sindicatos únicos. Una Ley de 1942 creó unas Cortes españolas, unicamerales y no
electivas, con facultades de elaboración de las leyes. Otra Ley de 1945 aprobó el Fuero
de los Españoles que intentó venderse como una declaración de derechos, pese a que no
era ese su espíritu y contenidos. La Ley de Referéndum de 1945 permitía consultas
directas el electorado, y dio lugar a episodios de plebiscitos con abrumadoras mayorías.
La Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947 constituyó a España en Reino,
resolviendo el enigma de la forma de gobierno, atribuyendo a Franco dicha Jefatura de
manera vitalicia. La ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional de 1958
comenzaba afirmando la responsabilidad del “Caudillo”, “ante Dios y ante la Historia”,
para fijar unos principios e ideales que inspiren la “comunión de los españoles”;
“Caudillo” era una traducción del término Führer alemán y dio lugar a la teoría del
caudillaje del vencedor de la guerra, una supuesta alternativa a las elecciones libres
mediante la adhesión. Otros rasgos del modelo eran los siguientes. La unidad de destino
en la universal de la Patria y de las tierras de España. El acatamiento a la Ley de Dios y a
la doctrina de la Iglesia Católica, única verdadera. El hombre como portador de valores
eternos. La familia, el municipio y el sindicato como entidades naturales de la vida social
a través de las cuales se vertebraba la participación política del pueblo mediante una
llamada “representación orgánica”. La Monarquía tradicional, católica, social y
representativa. La gratuidad de la justicia y el reconocimiento del trabajo y la propiedad
e iniciativa privadas, subsidiaria de la cual es la acción del Estado. La empresa como
comunidad de intereses entre empresarios y trabajadores. La garantía de unas
condiciones de trabajo.
La Ley Orgánica del Estado. Finalmente, se aprobó la Ley Orgánica del Estado de 1967,
que pretendía culminar la institucionalización del Estado, y delimitar su organización e
instituciones. Constituye a España en Reino. Predica la “unidad de poder y coordinación
de funciones”, fórmula con la que se rechazaba la división de poderes. Reafirma el papel
de Movimiento Nacional como “comunión de los españoles”. Identifica un amplísimo
elenco de facultades del Jefe del Estado. Menciona al heredero de la Corona como
sustituto de aquél. Formaliza el Gobierno como Consejo de Ministros. También se
incluye el Consejo Nacional del Movimiento como órgano de representación del partido
único al que se atribuye diversas funciones. Hay otros preceptos que se ocupan de la
Justicia, la Fuerzas Armadas (que deben defender el orden institucional), la
Administración local. Así como se prevé el llamado “recurso de contrafuero”, una
curiosa acción –remedo del amparo– que permitía impugnar por contrafuero todo acto
legislativo o disposición general que vulnerase los principios fundamentales del
Movimiento u otras Leyes Fundamentales del Reino, debiendo consultarse a una
ponencia que elevaría consulta o dictamen al Consejo del Reino. Tras esta Ley Orgánica
del Estado, un pequeño sector doctrinal (Fernández Carvajal) y político defendió que
esta institucionalización, ya permitía hablar de una Constitución. El simple cotejo de los
rasgos comunes a nuestro Estado constitucional y liberal que hemos expuesto como
paradigma permite rechazar esta tesis y pretensión de legitimidad por absurdas: no
existía la soberanía nacional o popular, ni verdadera división de poderes (una limitación
efectiva de los poderes del Jefe del Estado), ni elecciones libres con oposición política, ni
la garantía de los derechos civiles y políticos. Las Leyes Fundamentales fueron una
mezcla de tradicionalismo, antiliberalismo, catolicismo integrista y social, y, sobre todo,
autoritarismo, e inicialmente un totalitarismo falangista y fascista. Por más que se
reconocieran y crearan algunos derechos laborales desde una comprensión
corporativista de la sociedad industrial y sus conflictos.
Las previsiones sucesorias. Con mayor relevancia, una disposición transitoria de la Ley
Orgánica del Estado, de manera elíptica o escondida, establecía que, cuando se cumplan
las previsiones sucesorias de la Ley de Sucesión, la persona llamada a ejercer la Jefatura
del Estado, a título de Rey o Regente, asumiría las funciones y deberes del Jefe del
Estado. Se abría la puerta sinuosamente a la elección de Don Juan Carlos, heredero de la
dinastía borbónica, y a la reinstauración de una Monarquía.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Pablo Lucas Murillo de la Cueva.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE PRIMERA CONSTITUCIÓN, FUENTES DEL DERECHO Y JURISDICCIÓN
CONSTITUCIONAL
LECCIÓN 4.ª LINEAMIENTOS GENERALES DE LA CONSTITUCIÓN
LECCIÓN 4.ª
La Ley para la Reforma Política como bisagra entre la Constitución y las Leyes
Fundamentales. El Gobierno Suárez presentó una Ley para la Reforma Política en
septiembre de 1976, que se sometió a la aprobación del Consejo Nacional del
Movimiento y de las Cortes Generales, y posteriormente a referéndum nacional. Pese a
la posición abstencionista de parte de la oposición democrática, se aprobó con una gran
mayoría el 15 de diciembre de 1976, por unos dieciséis millones y medio de votos sobre
unos veintidós millones y medio de votantes. En la dirección de todo el proceso con el
Rey participaron, además del Presidente Sr. Suárez, el Sr. Fernández Miranda,
Catedrático de Derecho Político y Presidente de las Cortes. La Ley 1/1977, de 4 de
enero, para la Reforma Política fue calificada como la octava Ley Fundamental (Lucas
Verdú), pero era en realidad una bisagra desde la Dictadura a la Constitución y miraba a
ambos lados. Se trataba de una Ley corta y muy medida que recogía con calculada
concisión los principios democráticos: democracia, soberanía popular, supremacía de la
Ley, derechos fundamentales inviolables que vinculan a todos los órganos del Estado,
sufragio universal. Sus finalidades principales eran la organización de elecciones
democráticas a unas Cortes bicamerales, Congreso de los Diputados y Senado, para
cuya regulación se daba una habilitación y un mandato al Gobierno, así como establecer
un procedimiento de reforma constitucional. Significativamente, no tenía una cláusula
derogatoria de las Leyes Fundamentales, con las que era incompatible, pero establecía
un procedimiento de reforma, lo que no dejaba de ser una ficción. La Ley tenía rango de
Ley Fundamental y contemplaba los principios generales de un sistema electoral que
pasaría a la Constitución y se ha mantenido hasta nuestros días: un Senado de
representación territorial; Legislaturas de cuatro años; 350 Diputados; 207 Senadores, a
razón de cuatro por Provincia y elegidos por sufragio universal y directo; elecciones al
Congreso inspiradas en “criterios de representación proporcional” con “dispositivos
correctores para evitar fragmentaciones inconvenientes de la Cámara”; unos
porcentajes mínimos de sufragios para el acceso (cláusula de exclusión o barrera legal
de origen alemán); y la elección de la Provincia como circunscripción electoral, fijando
un número mínimo de Diputados para cada una de ellas; respecto del Senado, debía
inspirarse en “criterios de escrutinio mayoritario”. Algunos de los rasgos hoy perdidos e
incluidos en dicha Ley son: la atribución al Rey de la facultad de nombrar Senadores de
designación real en número no superior a la quinta parte de los elegidos; y la mención al
Consejo del Reino cuyo Presidente lo era también de las Cortes. Al Rey se le daba la
facultad de sancionar y promulgar las leyes y de convocar referendos, y mantenía las
potestades que le daba al sucesor la Ley Orgánica del Estado de 1967 para nombrar
Presidente del Gobierno.
Decreto Ley para las primeras elecciones democráticas: la continuidad de las normas
electorales. Haciendo uso de la habilitación de la Ley para la Reforma Política, el
Gobierno aprobó el Real Decreto Ley de 18 de marzo de 1977, sobre Normas
Electorales, por el que se introdujo una ley electoral, desarrollando los criterios
establecidos en dicha Ley de Reforma y antes mencionados. Siguen, en esencia, siendo
los mismos criterios en la Constitución de 1978 y en la Ley Orgánica de Régimen
Electoral General de 1985. Un dato que debería llevarnos a reflexionar acerca de si las
circunstancias provisionales de la transición son las mismas que las exigencias de una
democracia representativa y de calidad en el siglo XXI, o se han visto sobrepasadas. Se
previa la elección de 350 Diputados, por un sistema proporcional con serias
restricciones mayoritarias como son: la regla D´Hondt para el reparto de los escaños,
que beneficia a los partidos más grandes; una cláusula de barrera legal del 3% de la
circunscripción, que tiene realmente un valor impeditivo solo en las circunscripciones
muy grandes; la atribución de un mínimo de dos Diputados por Provincia, con
independencia de la población, y antes de proceder al reparto proporcional de los demás
Diputados por circunscripción; y, sobre todo, la singularización de Provincias, muy
desiguales en población, como circunscripciones electorales que, por el pequeño tamaño
de muchas de ellas, impide de hecho una representación proporcional. Asimismo, se
regulaba la financiación pública de las campañas electorales y el acceso a espacios
gratuitos de Radio Televisión Española. Las primeras elecciones democráticas en casi
cuarenta años se celebraron el 15 de junio de 1977, obteniéndose unos resultados
(pueden verse con detalle en la web de la Junta Electoral Central) que indicaban un
sistema de partidos de pluripartidismo moderado y fuerzas nacionalistas, con tendencia
a un bipartidismo imperfecto. Unos rasgos que han durado en nuestra democracia varias
décadas. El 34% de los votos que obtuvo la UCD, con 165 escaños, seguido de un 29%
del PSOE y 118 Diputados, mostraba como el sistema electoral favorecía la
gobernabilidad, dando más escaños al primer y segundo partidos para hacer viable la
alternancia, e impedía la fragmentación. Las cosas cambiarían muchos años después.
Francia y las fuentes del Derecho. La UCD pretendió recoger una influencia de la V
República francesa, que luego no tuvo resultados (Jorge de Esteban). Así se adoptó en
principio una reserva de reglamento en favor del Gobierno, que se abandonó en la
discusión constituyente. Parece haber influido en la adopción de la categoría de Ley
Orgánica como fuente diferente a las leyes ordinarias y destinada a desarrollar aspectos
esenciales de la Constitución. Luego la jurisprudencia del Tribunal Constitucional
incorporaría la idea de origen francés de “bloque de la constitucionalidad” para
interpretar, en otro contexto diferente, el importante artículo 28.2 de la Ley Orgánica
del Tribunal Constitucional.
Nuestras Constituciones históricas. Fue una influencia más por reacción que directa, en
particular, en la regulación de la Monarquía para evitar interferencias en la acción de
gobierno. Si bien es importante recordar que se recibe el tradicional –y obsoleto– orden
sucesorio de la Corona que discrimina a las mujeres, y la regulación de instituciones
como son la tutoría y la regencia. Puede recordarse que el preámbulo de la Constitución
–que tuvo una elaboración profesoral– lee en su inicio (párrafo 1.º) la Constitución de
1869 al referirse a la voluntad de la Nación española. Ya se ha hablado de la recepción
del Estado integral de la Constitución de 1931 en el Estado autonómico. También el
debate sobre el lugar del Senado, y la recepción de algunas instituciones parlamentarias
tradicionales en España como son la Mesa y la Diputación Permanente. Así como la
ordenación y controversias sobre algunos derechos clásicos.
Diferente rigidez e igual jerarquía. Sin embargo, hay una parte de la Constitución
dotada de una mayor rigidez al venir protegida por el procedimiento de reforma
agravado (artículo 168 CE): el Título Preliminar donde se incluyen algunas de las
decisiones políticas básicas (soberanía popular, Monarquía parlamentaria, Estado social
y democrático de Derecho, pluralismo lingüístico, sindical y de partidos, vinculación a la
Constitución…), el Título I que reconoce una amplia declaración de derechos, y el Título
II sobre la Corona. Pero, de esta diferente rigidez constitucional, no se desprende una
mayor jerarquía de algunas normas constitucionales. Todas las normas constitucionales
tienen igual jerarquía lo que permite una interpretación sistemática y adecuadas
ponderaciones en vez de la primacía de unas normas sobre otras que vendrían
desplazadas. Únicamente la Constitución de Turquía posee normas constitucionales
distintas en jerarquía, porque una serie de leyes ordinarias aprobadas en el tiempo de la
revolución laica impulsada por Kemal Atatürk, se imponen a las normas
constitucionales, según mostró una conferencia de Tribunales Constitucionales
Europeos celebrada en Ankara.
Estado social. Son varios los ingredientes que definen un Estado como social. El Estado
social dista de ser “un concepto inútil”, como sostuvo provocadoramente Giannini, pues
de este concepto se deriva un contexto desde el cual deben comprenderse las normas
constitucionales y las acciones de los poderes públicos en muchas materias y servicios
públicos. No es lo mismo un Estado social que “a Stateless society”: un Estado liberal,
fundado en la desregulación, en un pequeño aparato estatal y el estricto juego del
mercado. Un Estado social supone un “Estado de bienestar” preocupado las necesidades
de los ciudadanos: una procura asistencial; de suerte que los poderes públicos deban
intervenir donde no baste con la autonomía individual. El status de la ciudadanía viene
ligado no sólo a la participación política sino también a la consecución de unos objetivos
sociales que la Constitución proclama como fines de la acción estatal. Muchos de ellos se
recogen como principios rectores en el Capítulo III del Título I o directamente como
derechos: el acceso de todos a la educación, la asignación equitativa de los recursos
públicos, la función social del derecho de propiedad, la remuneración suficiente del
trabajo, la defensa de una economía social de mercado, la protección de las familias y los
niños, una distribución de la renta personal y regional más equitativa, prestaciones
sociales suficientes y un sistema público de Seguridad Social ante situaciones de
necesidad como es el desempleo, el derecho a la salud, el acceso a la cultura y la
protección de sus manifestaciones, el deber de conservar el medio ambiente y el
patrimonio artístico y cultural, el derecho a disfrutar de una vivienda digna, etc. No
puede ser igual un Estado social que tiene unas obligaciones positivas de protección y
aseguramiento de todos estos principios que otro que puede desentenderse de ellos. Por
eso un Estado social es también un “Estado de prestaciones”, ocupado en proveer una
serie de servicios públicos. Es también un Estado que busca la igualdad real y efectiva
en el ejercicio de todos los derechos y donde la riqueza del país está subordinada al
interés general, y el Estado puede regular para impedir los excesos, irregularidades o
fallos del mercado: una economía social de mercado.
Validez dialéctica de la síntesis. García Pelayo nos enseñó que cada uno de estos
elementos dejado a su propio desarrollo podría concluir en un claro antagonismo con
alguno de los otros. La cláusula constitucional “Estado social y democrático de Derecho”
impide estos excesos, facilitando al intérprete un contexto constitucionalmente
adecuado desde el que interpretar los conflictos. Una concepción formalista del Estado
de Derecho, aislada del resto de los ingredientes, podría llevar a una situación donde no
se protegieran las necesidades de la población con menos recursos y se orillaran las
políticas sociales; fue así en tiempos del Estado liberal y la industrialización cuando no
existía una legislación social. O a otra situación que se contentara con una visión
administrativizada del mismo que no garantizara la participación política y los derechos
de los ciudadanos que es propia de un Estado democrático; tener una jurisdicción
contencioso-administrativa, que revise las actuaciones de las Administraciones públicas,
no es razón suficiente para proclamar la existencia de un Estado de Derecho, como
algunos autores pretendieron durante la Dictadura. Por otro lado, no cabe democracia
sin Estado de Derecho. “Democracy embeded in the Rule of Law” gusta decir al Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, indicando que no cabe una cosa sin la otra. La
invocación de la democracia o de los derechos democráticos no puede hacerse
desentendiéndose de las leyes y desde la desobediencia de las normas. El
incumplimiento de las leyes se identifica desde antiguo con la tiranía; en una democracia
constitucional, las leyes pueden cambiarse, pero no pueden incumplirse desde el libre
albedrío de cada uno, porque esto implica la violación de los derechos de otros y de la
paz social, y la transgresión del principio de la mayoría. No cabe democracia
constitucional sin respeto al Estado de Derecho. Tampoco sin integrar los contenidos
sociales. No basta con una democracia formal que excluya, en la realidad, a la mayor
parte de los ciudadanos del goce efectivo de sus derechos, al desentenderse de las
condiciones reales para su ejercicio v.gr. de los más pobres o de los colectivos
vulnerables. Por último, debe desecharse un entendimiento simplista de la democracia –
muy extendido– que la identifique únicamente con el principio de mayoría lo que puede
producir serios abusos. La democracia constitucional reclama el respeto de un conjunto
de reglas de procedimiento muchas de ellas caracterizadas como derechos
fundamentales. El mero juego de la regla de la mayoría puede llevar también a la tiranía.
Las decisiones de la mayoría no pueden olvidar la participación en los procedimientos
democráticos y los derechos de las minorías. Un abuso de la idea de mayoría impediría el
autogobierno de los entes territoriales y el mismo federalismo; y produciría la constante
violación de derechos fundamentales que juegan a veces como garantías
contramayoritarias. No cabe un antagonismo entre liberalismo y democracia. La
democracia constitucional, la tradición occidental del constitucionalismo, es la de
democracias liberales y sociedades abiertas; no la de “illdemocracies” (democracias
iliberales) que no respetan las libertades en la realidad desde el populismo e impiden la
alternancia y el juego de la oposición y están por ello gravemente enfermas. La
preocupación por la presencia de estas democracias iliberales ha llevado a la Comisión
Europea a aprobar una iniciativa “Sobre el fortalecimiento del Rule of Law” que
concluye con una check list, una lista para identificar sus elementos imprescindibles,
muy influida por la obra de Tim Bahegot. Tampoco cabe un antagonismo entre
democracia y Estado social. O entre democracia y Estado de Derecho, pues
precisamente el papel de una jurisdicción constitucional es dictar pronunciamientos
contramayoritarios, revisar las leyes aprobadas por la mayoría en el Parlamento, para
que preserven las normas constitucionales y las garantías de un Estado de Derecho.
Concluye García Pelayo, recordando que un Estado social puede ser un Estado
autoritario y paternalista. De hecho, la Dictadura organizó una educación pública y un
sistema de salud y Seguridad Social que la democracia ha heredado y transformado,
universalizándolo. El concepto de Estado social y democrático de Derecho es original y
muy útil para el intérprete, consiste no en una mera agregación de términos, pues
demanda una síntesis totalizadora.
¿El Senado Cámara de representación territorial? Así define el Senado el artículo 69 CE,
consecuencia de los vaivenes en la elaboración de la Constitución y de las dudas sobre el
diseño que llevaron al pobre modelo actual. Un Senado elegido por Provincias con un
sistema mayoritario restringido que deja un espacio a la minoría, no articula una
verdadera Cámara de representación territorial de nacionalidades y regiones, esto es,
de las CCAA. Ha habido un largo debate sobre la reforma del Senado en la academia, la
política y dentro de la Cámara que hasta ahora no ha producido ningún resultado,
porque las verdaderas alternativas (un Senado como los de Alemania o Austria), de
elección bien por los Gobiernos o bien por los Parlamentos de las CCAA reclama una
reforma de la Constitución para la que no se han alcanzado pactos. Como medida de
ingeniería constitucional y con los escasos Senadores que eligen los Parlamentos de las
CCAA (artículo 69.5 CE), se creó en el Reglamento del Senado una Comisión General de
las CCAA, un Senado dentro del Senado, cuya utilidad ha sido pequeña.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 5.ª
El dinamismo de las fuentes del Derecho. Este complejo sistema normativo, que en parte
derivaba de un sistema preconstitucional y mantuvo cierta continuidad, ha sufrido una
evolución y sensibles transformaciones en más de cuatro décadas (Santamaría Pastor).
Las fuentes del Derecho tienen una dimensión dinámica y evolutiva. Así p.ej. los cuadros
sobre producción legislativa evidencian una alta presencia de Decretos-leyes y una
muchísimo menor de Decretos legislativos, pero el porcentaje de los primeros respecto
de las leyes de Cortes cambia de año en año, manteniéndose siempre como excesivo y
también la tendencia del Congreso a la docilidad en su aprobación y ratificación. O la
aparición de las leyes de acompañamiento a las Leyes de Presupuestos, como mala
práctica, en detrimento de otras iniciativas legislativas con mejor técnica legislativa. O
la clara tendencia al predominio del Gobierno en la iniciativa legislativa que la
fragmentación del parlamentarismo ha aminorado últimamente. Se ha discutido
asimismo la duración del procedimiento legislativo que supuestamente justificaría el
abusivo y creciente recurso a los Decretos-leyes. El número de leyes de las CCAA
también varía en función del contexto y, en cada Comunidad, suelen tener ritmos
legislativos distintos.
Validez y eficacia. Las normas creadas por las fuentes del Derecho suelen analizarse de
acuerdo con su validez y eficacia. La validez de una norma deriva de su regularidad o
adecuación a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico; implica una correcta
conformación de la fuente. La validez desaparece con la derogación de la norma o su
declaración de inconstitucionalidad. La eficacia, en cambio, procede de la adecuación
entre norma y realidad, y su efectiva aplicación en el tiempo y en el espacio. Una norma
puede ser válida, pero no eficaz por muy variadas razones.
3. VALORES SUPERIORES
¿Qué debe entenderse por valores y qué funciones cumplen? Se ha dicho que es la
cualidad de algunos bienes morales que se consideran estimables, o unas aspiraciones
ideales a las que el ordenamiento jurídico debe tender con dinamismo, o un precipitado
lógico de diversas ideologías. Antonio Baldassarre ha razonado que la Teoría de la
Constitución moderna debe ser una teoría de los valores constitucionales. Toda
Constitución comporta un orden de valores que pueden variar respecto de otros tiempos
o espacios, pero suelen ser comunes a la cultura global del constitucionalismo: al Estado
constitucional y el Estado de Derecho. Estos valores inspiran los procesos de integración
política y, expresados en derechos y libertades, son “fundamento del orden político y de
la paz social” (artículo 10.2 CE): legitiman el orden jurídico. La lógica de los valores
inspira el desarrollo constitucional en las leyes y su aplicación, así como la racionalidad
del control de constitucionalidad. El formalismo jurídico no tiene espacio en tiempos de
un “positivismo flexible” o un “iusnaturalismo renovado” (Norberto Bobbio) como el que
la Constitución asume al recoger unos valores comúnmente aceptados. Los valores son
pues el fundamento de la unidad de un Estado como comunidad política, de su
ordenamiento jurídico y de los derechos fundamentales. La STC 53/1985 explicitó que
los derechos fundamentales son la expresión jurídica de un sistema de valores, y que la
Constitución es una norma cualitativamente distinta a las demás, por cuanto incorpora
el sistema de valores esenciales que informan el ordenamiento jurídico. La nuestra no es
una Constitución “indecisa”, asume unos valores como propios.
Los riesgos de una jurisprudencia de valores. Pero de todo esto no se desprende que
deba hacerse una peligrosa “jurisprudencia de valores” que lleve con habitualidad a un
control de constitucionalidad de las leyes en abstracto por su directa incompatibilidad
con estas normas dotadas de un alto grado de abstracción. Resulta preciso cierta
autocontención por razones de seguridad jurídica o certeza normativa a la hora de
singularizar los valores y su consecuencias jurídicas, salvo supuestos flagrantes de
contradicciones que no suelen producirse en un Estado constitucional. De no ser así,
vendría amenazada la persistencia y seguridad de la jurisdicción constitucional. Si los
tribunales constitucionales pretendieran ser constantemente los protectores y
ejecutores de los valores supremos, la realización de valores podría ser destructora de
las normas supremas o incluso de otros valores (ya lo denunció Carl Schmitt al hablar de
la “tiranía de los valores”). Es normalmente posible en cualquier actividad jurídica
acudir a reglas y principios interpuestos, que especifican esos valores, y vienen dotados
de una mayor concreción. Es el poder de reforma constitucional o el legislador
democrático quien debe normalmente optar por desarrollos que especifiquen esos
valores y, con mayor razón, en las cuestiones morales más polémicas: el aborto, la
eutanasia, la gestación subrogada, etc.
¿Existen valores fuera del artículo 1.1 CE? Junto a estos valores superiores del
ordenamiento jurídico que el artículo 1.1 CE proclama, a lo largo de la Constitución se
recogen otros valores o normas con contenidos axiológicos o estimativos. La dignidad de
la persona humana y el libre desarrollo de la personalidad (artículo 10.1 CE) como
fundamento de los derechos fundamentales, y son un sólido basamento para identificar
nuevos derechos fundamentales: el grado de directa conexión con el libre desarrollo de
la personalidad permite identificar la fundamentalidad de nuevos derechos. La
solidaridad entre nacionalidades y regiones (artículo 2 CE) que se articula en otros
preceptos constitucionales y forma parte del trípode en que se asienta el Estado
autonómico según quedó expresado en el Diario de Sesiones de la asamblea
constituyente: unidad, autonomía y solidaridad, que es una forma pluralista y leal de
entender la unidad y permite imponer a las partes comportamientos favorables al todo.
El Tribunal Constitucional, al analizar la despenalización del aborto, discutió (STC
53/1985) si la vida (artículo 15 CE) es un valor además de proyectarse en un derecho, un
prius lógico y antológico de los demás derechos. Pero los Votos particulares de Tomás y
Valiente y Rubio Llorente expresaron las reticencias a asumir una jurisprudencia de
valores para evitar peligrosas jerarquizaciones axiológicas, señalando el segundo que
los valores pueden servir para interpretar la Constitución pero no para imponer
concretas obligaciones al legislador.
Eficacia normativa de los valores superiores. Los valores “inspiran” las leyes, la
aplicación de las leyes y la actividad del Tribunal Constitucional como intérprete
supremo de la Constitución. Tienen una “eficacia impeditiva” de aquellas leyes que
frontalmente impugnen su lógica o la contradigan, es un límite a la discrecionalidad del
legislador, pero es un control que demanda cierta deferencia con el legislador
democrático en los caso dudosos o fronterizos para no invadir la función legislativa.
Encuentran su “expresión jurídica”, en frase acertada del Tribunal Constitucional, en su
concreta plasmación en derechos fundamentales. No en balde, la moderna Carta de
Derechos Fundamentales de la Unión Europea se ordena en Capítulos que denominan en
su título con un valor; significativamente, y en la línea que aquí se razona, se identifica
en ella a la dignidad y la solidaridad como valores.
La vinculación del legislador. Tiene rasgos específicos, pues la ley posee una fuerte
presunción de constitucionalidad al ser obra del legislador democrático. Existe una
amplia libertad de configuración normativa del legislador a la hora de seleccionar fines y
medidas en el marco de la Constitución. Pero el legislador no se puede colocar al nivel
del poder constituyente, y el Tribunal Constitucional preserva esta división de poderes
nuclear.
Doble significado del principio. Alberga una doble vertiente. En efecto, el principio de
legalidad exige la supremacía de la ley o preferencia de ley. Su fundamento radica en el
principio representativo al que la ley responde y, en consecuencia, permite introducir el
consentimiento de los representados en la aprobación de tributos o delitos y penas u
otros extremos de singular relevancia. Pero se asocia también con la reserva de ley, que
es un concepto más amplio y lleva p.ej. a la interdicción de la analogía como medo de
integración. Hay en la Constitución una pluralidad de reservas a varios tipos de leyes
que en la lección sobre la ley analizaremos.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 6.ª
LA LEY1
Otras fuentes del Derecho. Junto a la ley, en el escalón central del ordenamiento jurídico,
o, por encima de ella, se sitúan otras fuentes procedentes de distintos sujetos, dotadas
de diferentes estructuras normativas y que, a veces, la desplazan según diversas
técnicas: valores y normas y principios constitucionales, tratados internacionales,
normas de Derecho de la Unión, leyes territoriales o autonómicas. El ordenamiento
jurídico no es únicamente legista, aunque la ley deba seguir siendo la norma básica o
primaria en un Estado de derecho y un ordenamiento continental o legista, diverso a los
anglosajones o de Derecho Común.
Decretos legislativos: sus rasgos. En efecto, el Gobierno puede dictar normas con rango
de ley en algunas materias (artículo 82 CE) que adoptan la forma de Decretos
legislativos, pero es una potestad legislativa delegada, y, por ello, subordinada a la ley de
delegación, temporal, pues la habilitación se extingue con su uso, indelegable, y
sometida a controles específicos, políticos y jurisdiccionales, diversos de los propios de
la ley parlamentaria.
Potestades del Gobierno con rango de ley. Las características expuestas son notas
distintivas de estas fuentes del Derecho gubernamentales. Las potestades legislativas
del Gobierno no son iguales a su potestad reglamentaria, pero tampoco a la potestad
legislativa de las Cortes. Se trata de unas disposiciones sensiblemente condicionadas
por el Parlamento, que la Constitución excluye de ciertas materias, y formalmente
distintas a la ley parlamentaria, pues no siguen el aliud que entraña el procedimiento
legislativo que asegura deliberación, publicidad, transparencia y participación de las
minorías. Este último rasgo es muy importante. La tramitación de un procedimiento
legislativo razonable, de una calidad de ley, es una garantía de la regularidad y
oportunidad de sus contenidos. Puede que, en la realidad constitucional, las cosas no
sean así y que las potestades legislativas gubernamentales tiendan a crecer (es
frecuente que lleguen a suponer una cuarta parte o más de las leyes aprobadas y la
tendencia se incrementa) y a sortear toda clase de limitaciones constitucionales,
comenzando por la exigencia de una verdadera “extraordinaria y urgente necesidad”.
Mas ello se debe principalmente a la debilidad en la intensidad del control
parlamentario o del control de constitucionalidad; también a una dejación por las
mayorías parlamentarias –una autorrestricción de las Cámaras– que no advierten el
beneficio de seguir preferentemente el procedimiento legislativo de urgencia; pero no a
la ausencia o imprevisión de controles según el diseño constitucional. El abuso de la
legislación de urgencia no es un modelo constitucionalmente inevitable y el recurso a los
decretos leyes debería restringirse. Hipotéticos cambios en la correlación de las fuerzas
políticas corroboran la misma posibilidad del control de la potestad legislativa
gubernamental por parte del Parlamento, dado su carácter subordinado.
Una concepción democrática de la ley como matriz: primacía de la ley y representación.
El párrafo 3.º del preámbulo de la Constitución, leído en consonancia con el 1.º, afirma
solemnemente que la Nación española proclama su voluntad de “consolidar un Estado
de Derecho” que asegure el “imperio de la ley como expresión de la voluntad popular”.
Pese a su apariencia solemne, que ha llevado a algunos a deducir su carácter retórico, se
reconocen aquí dos principios esenciales en la configuración de la ley, que otros
preceptos constitucionales confirman y otorgan carácter normativo: primacía de la ley y
representación. Dos principios jurídicos que aseguran una concepción
escrupulosamente democrática de la ley como matriz y que conectan con la cultura del
constitucionalismo como movimiento ilustrado (son herencia de las elaboraciones sobre
la ley de Locke, Rousseau o Montesquieu y otros). La ley es un producto de la cultura del
constitucionalismo.
La idea de ley en un Estado de Derecho. “Imperio de la ley” quiere, sobre todo, decir –lo
expuso con claridad Carl Schmitt– respeto al concepto de ley propio del Estado de
Derecho. La expresión recibe contenido mediante una contraposición tradicional:
recusación del imperio de los hombres y superación del absolutismo. Los hombres se
gobiernan por leyes y no por otros hombres en un Estado de Derecho. La conexión de
sentido entre ley y Estado de Derecho impide calificar como ley cualquier medida
discrecional del legislador: imperio de la ley –decía Schmitt– no puede significar imperio
de los órganos a quien se confíe la legislación. El imperio de la ley es también un
correctivo a un entendimiento estrictamente formal de la ley y de la función legislativa
desgajado del lugar que ocupa la ley en un Estado material de Derecho. La ley debe
aunar –ha dicho Gustavo Zagrebelsky– imperio o potestad y racionalidad, manteniendo
una doble legitimidad.
Reservas de ley y tipos de leyes. Pero la opción por un concepto formal de ley, aunque
pueda resultar paradójico, no debe hacer pensar que se abandonara la técnica de la
reserva de ley. La reserva general de ley se ha fragmentado o descompuesto en una
pluralidad de reservas parciales. Pese a que no se emplee dicha expresión, dispersas en
la Constitución hay una multiplicidad de reservas materiales, para diversos tipos de
leyes. Un número excesivo y de harto complicado deslinde. Bastará con enumerarlas
para evidenciar el exceso:
a) el artículo 53.1 CE establece una reserva general de ley para la regulación de los
derechos fundamentales reconocidos en el Capítulo II;
f) según el artículo 134.7 CE, la ley de Presupuestos no puede crear tributos, pero sí
puede modificarlos cuando una ley tributaria sustantiva así lo prevea;
Fuerza, rango y valor de ley: el rango de ley. La doctrina y la legislación suelen utilizar
esta triada de conceptos con distintos fines. Pero las posiciones no son unánimes. La
Constitución (artículos 82,161.1.a], y 163) y las leyes emplean esos términos de manera
confusa, casi caprichosa o arbitraria. Una vez más, las normas –constitucionales o
legales– presuponen los conceptos jurídicos, lo cual no es reprochable, o los emplean sin
excesiva reflexión. La tesis más extendida (procede de Sandulli y fue divulgada entre
nosotros por Rubio Llorente), pero habrá que tomarla con un valor meramente
convencional, defiende que el “rango” de una norma procede de su situación en un
mismo escalón en jerarquía del ordenamiento jurídico. El rango de ley se predica de toda
una serie de disposiciones que se sitúan inmediatamente por debajo de las normas
constitucionales y de la reforma de la Constitución, y por encima de las normas
reglamentarias. Atiende a la posición absoluta de la fuente en el ordenamiento jurídico.
Es de especial utilidad para diferenciar a la ley del reglamento, puesto que la relación
entre Constitución y ley, dada la libertad de configuración normativa del legislador, no es
la misma que la presente entre ley y reglamento; y porque difieren también los controles
jurisdiccionales de una y otro en virtud del régimen impugnatorio específico que el
recurso y la cuestión de inconstitucionalidad entrañan para las normas con rango de ley.
Valor de ley. Así delimitado el rango de ley, no se distingue del “valor de ley” que el
artículo 42 LOTC utiliza para excluir un tipo de normas y decisiones parlamentarias del
régimen específico de controles a través del recurso de inconstitucionalidad y la
cuestión. El “valor” de ley se centra en uno de los elementos del “rango”: el tratamiento
que una ley recibe en el ordenamiento, su intangibilidad salvo por una ley sucesiva o por
la jurisdicción constitucional.
Fuerza de ley activa y pasiva. La idea de rango parece ser previa a la de “fuerza”, tal y
como denota la misma palabra, atiende a la potencia o capacidad de las normas básicas
para innovar el ordenamiento legal preexistente, para crear Derecho o introducir ex
novo determinaciones prescriptivas con rango de ley. Esto suele llamarse fuerza de ley
“activa”. Pero la introducción en la Constitución de esa pluralidad de reservas rompe la
tradicional unidad de la ley y obliga a dividir la categoría y a utilizar un nuevo concepto,
puesto que no todas las normas con rango de ley van a tener la misma fuerza de ley
“pasiva”, o resistencia a ser modificadas.
Tipos de leyes y fragmentación de la fuerza de ley. Pero la fuerza de cada tipo de ley es,
sin embargo, distinta. La diversidad de reservas y de procedimientos específicos
fragmenta la antigua homogeneidad de la ley parlamentaria en tipos de leyes. La ley de
presupuestos, v.gr., no puede crear Derecho de la misma manera que una ley ordinaria
ni ocuparse como regla general de las mismas materias; una y otra poseen distintas
fuerzas de ley activa. Del mismo modo, la ley orgánica no puede ser modificada o
derogada mediante idéntico procedimiento o tramitación que una ley ordinaria; tiene
una mayor rigidez o fuerza de ley pasiva. En definitiva, la categoría de ley se subdivide
en una diversidad de tipos de leyes dotados de distintas fuerzas de ley activa y pasiva.
Un dato que dificulta hallar un concepto unitario de ley, pero que, como hemos visto, no
llega a impedirlo. Mencionaremos algunos de estos tipos.
Tipos de leyes según su objeto. Según el contenido, que se entremezcla con variaciones
en el procedimiento, podemos diferenciar varios tipos de leyes: a) leyes orgánicas o
parcialmente orgánicas (artículo 81.1 CE); b) leyes de presupuestos (artículo 134 CE); c)
leyes medida y autorizaciones (artículos 57.5,94.1,128.2,135,141.1,144 CE), que a su
vez cabe distinguirlas de las leyes singulares de las que luego nos ocuparemos; c) leyes
de bases (v.gr. artículo 149.1.16), leyes atributivas de competencia (v. gr. artículo
149.1.29), leyes marco (artículo 150.1), leyes de delegación y transferencia (artículo
150.2) y leyes de armonización (artículo 150.3) que son todos ellas tipos de leyes
atributivas o delimitadoras de competencias con las Comunidades Autónomas; d) leyes
de conversión de decretos leyes (artículo 86.3); e) y leyes de delegación legislativa al
Gobierno (artículo 82) para dictar bases o refundir textos legales. Mantenemos fuera de
esta tipología a los Estatutos de Autonomía, porque entendemos que no son únicamente
leyes de Cortes, en virtud de su base decisional más amplia, especialmente si media
referéndum, y, en consecuencia, tienen un rango o jerarquía superior al de la ley; y
también la reforma constitucional, puesto que no se trata de leyes sino de normas
constitucionales. A ambas fuentes les dispensaremos un tratamiento específico.
2. LEYES ORGÁNICAS
Posición y concepto: relación con las leyes ordinarias. La categoría de ley orgánica se
identifica en el artículo 81.1 CE combinando dos criterios. El criterio material es el
decisivo, está fundado en el principio de competencia, de acuerdo con los contenidos
que a este tipo de ley se reservan positiva y negativamente, y que juegan al tiempo como
habilitación legal y como límite de sus contenidos. Y otro formal, pues existen algunos
rasgos específicos en la elaboración de estas leyes, sobre todo, su aprobación por
mayoría absoluta en una votación final del Congreso de los Diputados sobre el conjunto
del proyecto (artículo 81.2). Pero también la inexistencia de iniciativa legislativa popular
(artículo 87.3), y la imposibilidad de la delegación legislativa en el Gobierno (artículo
82.1), y de su aprobación en Comisión (artículo 75). La consideración de estas normas
por la doctrina ha ido atravesando distintas fases. En los primeros momentos, se
defendió un entendimiento formal de las leyes orgánicas como un escalón intermedio
entre la Constitución y las leyes ordinarias, configurado por normas supraordenadas
jerárquicamente a éstas, probablemente por influencia francesa. Sin llegar a
abandonarse totalmente esta posición, que siempre ha tenido valedores, acabó por
prevalecer luego una explicación de las relaciones entre leyes orgánicas y ordinarias
basada en el principio de competencia: dos normas iguales en calidad y rango, pero
destinadas a regular materias diversas. Según la experiencia ha ido demostrando la
dificultad que entraña delimitar las materias reservadas a la ley orgánica, especialmente
en materia de desarrollo de derechos fundamentales y libertades públicas, algunos
autores intentaron revitalizar la idea de una superioridad formal o de jerarquía. Una
posición peligrosa y que, por diversas razones, no puede ser aceptada, pues rompería la
unidad del rango y la forma de ley antes expuesta e impediría construir una categoría
unitaria de ley.
Enmiendas a leyes ordinarias con contenido de ley orgánica. Uno de los problemas que
este tipo de ley puede ocasionar es la presentación de enmiendas en el Senado con
contenido de ley orgánica respecto de un proyecto tramitado desde el Congreso como de
ley ordinaria, pero nada se prevé reglamentariamente y no es sencillo subsanar el déficit
de tramitación o reconvertir el proyecto.
Legislar de matute. Otra mala práctica consiste en legislar de matute o por la espalda
(los llamados cavaliers législatifs) e introducir como enmiendas en el Senado en
cualquier ley orgánica que ya se esté tramitando, al igual que cae un paracaidista en el
suelo, regulaciones con contenido de ley orgánica sobre asuntos que no han sido
discutidos antes en el Congreso y que no guardan realmente una conexión sustancial y
de accidentalidad con la ley. No son verdaderas enmiendas sino iniciativas legislativas
fraudulentas o encubiertas. Otra segunda modalidad consiste en introducir como
enmiendas en el texto de la ley y en el propio Congreso, contenidos que no son
accidentales respecto del proyecto o proposición de ley.
Contenido de la reserva de ley orgánica. Según el artículo 81.1 CE: “Son leyes orgánicas
las relativas al desarrollo de los derechos fundamentales y de las libertades públicas, las
que aprueben los Estatutos de Autonomía y el régimen electoral general y las demás
previstas en la Constitución”. La interpretación de estas materias reservadas a las leyes
orgánicas no está exenta de cierta complejidad. Descompongamos la reserva
analíticamente.
“Las demás previstas en la Constitución”. Hay una quincena de casos (artículos 8, 54,
55.2, 87.3, 92.3, 93, 104.2, 107, 116.1, 122, 136.4, 147,149.1 artículos 29, 150.2, 151.1 y
156) en los que la Constitución reenvía expresamente a una ley orgánica bien para
ordenar una institución (las Fuerzas Armadas, el Defensor del Pueblo, el Consejo de
Estado, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, el Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas),
bien para disciplinar una materia (la suspensión individual de derechos, los estados de
emergencia, la iniciativa legislativa popular, el referéndum, la seguridad pública),
emanar una fuente (la reforma de los Estatutos, las leyes de transferencia y delegación
de competencias), o autorizar la celebración de un tratado (la transferencia de
competencias a la Unión Europea). No es sencillo encontrar el hilo conductor de todos
estos supuestos o conocer las razones técnicas por las que la Norma fundamental opta
v.gr. por reclamar una ley ordinaria para disciplinar el estatuto orgánico del Ministerio
Fiscal (artículo 124.3), y, en cambio, una ley orgánica para regular el Defensor del
Pueblo (artículo 54). Una opción caprichosa que no se debe a la mayor importancia de
unas y otras instituciones.
La reserva de ley ordinaria del artículo 53.1 CE: el desarrollo no son las condiciones de
ejercicio. No existe, pues, una obligación constitucional de regular por ley orgánica las
modalidades de ejercicio de los derechos comprendidos en los artículo 15 a 29 ni sus
presupuestos o las condiciones que los hagan efectivos, extremos que se adentran en la
reserva de ley ordinaria del artículo 53.1 CE. Pero fácilmente se intuye que diferenciar,
ante un concreto texto artículo de un proyecto o de una proposición de ley, entre un
“desarrollo” directo pero parcial de un derecho, cubierto por ley orgánica, y uno de
estos otros supuestos, disciplinados por la ley ordinaria, “las condiciones de ejercicio”,
puede requerir una labor de argumentación muy delicada o de nada sencilla
diferenciación y donde es fácil equivocarse.
Leyes parcialmente orgánicas. Como toda reserva material, la de ley orgánica tiene un
alcance positivo y negativo: no sólo no puede regularse por ley ordinaria lo reservado a
la ley orgánica, tampoco la ley orgánica puede adentrarse en materias de ley ordinaria.
Pero una atenta observación de la realidad de las cosas (analícese el supuesto de hecho
que el mencionado caso de la Ley de la Televisión Privada enjuicia y las dificultades
tanto de la mayoría como de los Magistrados disidentes para calificar cada uno de los
preceptos legales como ordinarios u orgánicos) evidencian lo ilusorio de este
planteamiento teórico. La realidad es que ciertos textos legales, al disciplinar
unitariamente una materia, contienen a la vez regulaciones propias de ley orgánica u
ordinaria. La simple lectura del Reglamento del Congreso de los Diputados acerca de las
enmiendas con contenido de orgánicas ilustra el asunto. La Constitución no impide esos
solapamientos –leyes sólo en parte orgánicas– como resulta patente en materia de
desarrollo de derechos fundamentales y de regulación de sus modalidades o de los
presupuestos que hacen posible su ejercicio.
La doctrina de las materias conexas. A este problema, el Tribunal Constitucional le dio
una temprana pero discutible respuesta con su teoría de las “materias conexas”: cuando
en una misma ley orgánica concurran materias “estrictas” y materias “conexas” por
razones de conexión temática, de sistemática o de buena política legislativa hay que
afirmar que en principio también quedarán sujetas al régimen de congelación de rango
señalado en el artículo 81.2 CE, pues así debe ser en defensa de la seguridad jurídica
(artículo 9.3 CE); aunque este régimen puede ser excluido por la propia ley orgánica en
relación con alguno de sus preceptos indicando que son materias conexas y pueden
entonces ser modificadas por una ley ordinaria; y el alto Tribunal puede revisar estos
extremos negando o afirmando dicho carácter (hasta aquí STC 5/1981, caso Ley
Orgánica del Estatuto de Centros Escolares). Esta doctrina ha sido criticada (Ignacio
de Otto) al señalar que desvirtúa la idea de reserva material, pues se concede al
legislador orgánico una potestad para introducir en ese tipo de leyes materias conexas,
que no son objeto de la reserva, y hacerlas especialmente rígidas; así como al denunciar
que el control jurisdiccional de las disposiciones adicionales de las leyes orgánicas en
que se identifiquen las materias conexas es harto complicado y lleno de dificultades
técnicas, entre otras, cuál es la sanción que la inconstitucionalidad de esa calificación
debe entrañar.
Preceptos orgánicos en leyes ordinarias. A veces, lo que simplemente ocurre es que una
ley ordinaria al disciplinar una determinada actividad se adentra en limitar, restringir o
desarrollar un derecho fundamental o en cualquier otro contenido objeto de la reserva,
debiendo entonces calificarse tal precepto como orgánico. En ocasiones, podría ser más
sencillo segregar del texto de la ley ordinaria ese aspecto y aprobar una segunda ley
como orgánica. Pero no siempre.
La naturaleza jurídica de las leyes autonómicas como verdaderas leyes. Las normas
aprobadas por las Asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas son
verdaderas leyes, sin distinción alguna derivada del grado de autonomía: normas
dotadas del mismo rango normativo que las leyes de Cortes, según reconoce
expresamente el artículo 27.2 LOTC al hacer un elenco de las normas susceptibles de
control de constitucionalidad. Son aprobadas con forma de ley parlamentaria y provistas
de fuerza de ley activa y pasiva. Configuran la norma básica del ordenamiento
autonómico por debajo de la Constitución y del Estatuto. No se trata de disposiciones
reglamentarias, jerárquicamente inferiores a la ley estatal, ni, como un sector de la
doctrina italiana sostuvo en su día, de simples “leggine” por venir condicionadas allí a la
emisión del visto por el Comisario del Gobierno, quien puede reenviarlas a la Cámara, y
poder ser objeto de controles políticos o de oportunidad (di merito) sobre su
compatibilidad con el interés nacional o el de otras regiones. Este sistema no existe en
España. La ley autonómica es perfecta con la exclusiva manifestación de voluntad de los
órganos de la Comunidad Autónoma, sin que quepan injerencias o tutelas por parte del
Estado, y no puede venir sometida, por mandato constitucional, a más controles que los
estrictamente jurisdiccionales ante el Tribunal Constitucional (artículo 153.a] CE).
Entre las conclusiones que se derivan de esta naturaleza paritaria a la ley estatal está
que allí donde exista en la Constitución una reserva de ley y la propia naturaleza del
objeto no lo impida puede entenderse que la ley autonómica satisface también las
exigencias de la reserva de ley.
4. LEYES SINGULARES
Los afectados por una ley singular tienen derecho a ser oídos en el proceso en que se
sustancie la cuestión de inconstitucionalidad. La Ley Orgánica del Tribunal
Constitucional no prevé la comparecencia como parte principal o adhesiva de quien
solicitó al órgano judicial que planteara la cuestión de inconstitucionalidad frente a una
ley singular que le afecta. Interesa destacar la sentencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, Asunto Ruiz Mateos contra España, de 23 de junio de 1993.
Continuando el conocido asunto Ruiz Mateos (los hechos pueden leerse en las SSTC
111/1983 y 166/1986), a causa de la intervención y expropiación de un grupo de
empresas, los recurrentes invocaban sus derechos a un proceso sin dilaciones indebidas
y a un proceso equitativo o con las debidas garantías en el marco del artículo 6.1 CEDH.
El Tribunal Europeo consideró que había un estrecho lazo entre el objeto del proceso
constitucional, una ley de expropiación de ciertos bienes, y el del proceso civil previo,
encaminado a combatir la expropiación, y consideró que la defensa de los derechos de
los demandantes obligaba a considerar ambas instancias relacionadas. Sentado esto,
concluyó que la aplicación de los principios de igualdad de armas y de contradicción a
los procesos constitucionales “cuando la cuestión de inconstitucionalidad concierne a un
círculo restringido de personas” y se remite en el marco de un proceso civil obliga a
garantizar el acceso a la parte que discute la ley a las alegaciones de la otra parte –la
que asume la defensa– y a concederle la oportunidad de comentarlas y contradecirlas.
Pero el Tribunal Constitucional interpretó restrictivamente –de manera formalista– esta
cláusula entrecomillada en varios asuntos, impidiendo el acceso de las partes, y ello
llevó finalmente a la reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional en 2007.
Desde entonces, el artículo 37.2 LOTC establece expresamente que, publicada en el
BOE la admisión a trámite de la cuestión de inconstitucionalidad, quienes sean parte en
el procedimiento judicial podrán personarse ante el Tribunal Constitucional para
formular alegaciones. Se impide así la indefensión, y la merma de la igualdad de armas
en el proceso constitucional, que algunas leyes singulares pueden ocasionar.
• y, sobre todo, porque existe un contenido y una función constitucional específica que la
Norma fundamental (artículo 134.2 CE) atribuye a este tipo de ley, una estimación de los
ingresos y una autorización de los gastos, al tiempo que establece dos límites expresos:
crear tributos, aunque puede modificarlos si una ley tributaria sustantiva así lo prevé
(artículo 134.7), y una importante limitación temporal derivada del principio de
anualidad de los presupuestos (artículo 134.2).
Una práctica parlamentaria expansiva: las leyes ómnibus. Sin embargo, la práctica
parlamentaria, durante varias legislaturas ha sido progresivamente avanzar en la
consideración de la Ley de Presupuestos como un vehículo normativo ordinario. Una
“ley ómnibus” o un “coche escoba” en la que se depositaban cada vez más normas de
muy distinta naturaleza y bastante alejadas de las materias estrictamente
presupuestarias. Semejante hipertrofia del vehículo normativo hizo que la doctrina
científica criticase seriamente esta práctica, utilizando distintos argumentos. Pues
“esconder” una norma permanente dentro de una Ley anual de Presupuestos dificulta su
conocimiento por los operadores jurídicos, quienes no suelen ir a buscar el Derecho a
ese tipo de ley por su misma dimensión grandiosa, y, en consecuencia, genera graves
dosis de inseguridad jurídica o incerteza normativa. Aminora las posibilidades reales de
discusión parlamentaria de las minorías sobre las leyes por las restricciones en la
enmienda y el menor tiempo de debate. Y, cuando afecta a la legislación fiscal, puede
destruir el valor que entraña la codificación financiera y tributaria o atentar contra el
singular estatuto jurídico del contribuyente, quien parece tener derecho a unas
razonables dosis de certeza normativa frente al legislador tributario, al estar ya muy
condicionado en sus derechos y deberes por la fuerte relación de sujeción que entraña la
consideración de la relación tributaria como un deber constitucional.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Covadonga Ferrer Martín de Vidales.
© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.