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Shua. *
Por Graciela Tomassini
Este trabajo hace converger dos preocupaciones críticas de reciente data: a) el estudio de los
conjuntos de cuentos, o menos restrictivamente, de textos integrados en series, secuencias o ciclos,
donde la estructura fragmentaria y discontinua, en tensión con operadores de co-relación entre
partes relativamente autónomas, cuestiona la frontera (ya lábil a partir de la experimentación
vanguardista), entre novela y cuento (u otras textualidades breves); b) las indagaciones sobre
minificción, microrrelato, minicuento: en suma, sobre las formas brevísimas de escritura ficcional
cuya ambigüedad genérica, régimen irónico y uso paródico de prácticas discursivas y formatos
textuales tradicionales abren un territorio propicio para la reflexión teórica. En la intersección de
ambas problemáticas se instalan las series y ciclos de minificción integrada en forma de libro, grupo
intratextual, e incluso serie intertextual –que pone en relación conjuntos de textos correlacionados
publicados en libros distintos.
Situada en uno u otro eje de problematización, la crítica especializada ha centrado sus
esfuerzos en el deslinde de varias cuestiones, inherentes a estos géneros, pero no exclusivas (por lo
que su tratamiento conduce a un replanteo de nociones básicas de poética), y que tienden a
percibirse con mayor grado de evidencia en la zona de intersección mencionada. Sintéticamente
expuestas, éstas son:
1. La tensión entre la autonomía de las partes o textos correlacionados y la percepción de
patrones o “paradigmas de relación” (Mora: 1994; Luscher, 1989) que fundan un efecto de
unidad. Lauro Zavala (2001) llama “series fractales” a “los volúmenes integrados por
minificciones autónomas que conservan similitudes formales entre sí (...), y cuya naturaleza
fragmentaria, irónica e intertextual las inscribe en el contexto de la narrativa posmoderna. 1”
2. El ethos de dicha integración: si responde a un diseño o voluntad autorial (Forrest Ingram,
1971), a un rasgo estructural objetivo o a una operación de lectura (la mayoría de los críticos
coincide en reconocer la responsabilidad del lector en la percepción o no del efecto de
unidad a partir de ciertos operadores de continuidad-discontinuidad: Luscher: 1989; Lundén:
1999; Mora: 1994; Zavala: 2004)
* Publicado en El Cuento en Red, UAM-Humboldt University, nº13, Primavera 2006.
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i
Estas dos nociones, tomadas de la teoría de la parodia de Linda Hutcheon (1985) son de difícil traducción al castellano;
por ello preferimos mantenerlas en el idioma original. Hutcheon llama background al texto transformado o
transcontextualizado en la operación paródica. Foreground es todo elemento, rasgo o procedimiento que señale en el
texto la presencia de la parodia.
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1. Paratextos.
De acuerdo con G. Genette (1987), el paratexto es “lo que le permite a un texto
convertirse en libro (p. 1),”iv es decir, en un objeto material que puede ofrecerse al público.
El autor toma prestada de Borges la palabra “umbral” para referirse a su objeto, pues en ella
convergen las ideas de límite y apertura; es una “zona indefinida” (p. 2) donde se celebra una
“transacción” entre el texto y el comentario externo sobre el texto, por lo tanto, es un lugar
regido por estrategias de persuasión y seducción, orientadas al establecimiento de un
contrato de lectura. Consta de un “conjunto heterogéneo de prácticas y discursos de toda
clase” (2), con distintos enunciadores; algunos de estos discursos se localizan en los
alrededores del texto –aunque dentro de la materialidad del volumen-, como el peritexto:
editorial (integrado por la cubierta y sus apéndices verbales, gráficos e icónicos), el nombre
del autor, el título, la indicación de género, el pre y postfacio, los intertítulos, las notas. Otros
elementos, completamente exteriores al texto, forman el epitexto, cuyo carácter es público
cuando se trata de reseñas, entrevistas, réclames repartidos en los medios, o de naturaleza
privada o íntima, como la correspondencia y diarios del autor, los pre-textos y materiales
ii
Traducción mía.
iii
“Son las convenciones, tanto como las obras individuales, las que son objeto de la parodia.”
iv
Traducción mía.
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1.1.Títulos.
En general, los títulos de las obras -literarias o no- son “artefactos de recepción y
comentario” (Genette, 1987: 56): de una parte, definen o identifican el texto en relación con
determinadas formaciones discursivas y representaciones simbólicas; de otra, se proyectan
hacia un público lector deseado, para atraerlo en primer lugar, pero también para establecer
ciertas pautas de lectura, en lo que el título tiene de indicador temático y descriptor de la
naturaleza del texto.
“La sueñera” es lo que Genette llama un título temático, a pesar de la ambigüedad
creada por el neologismo derivativo; la adición del sufijo ‘-era’ al sustantivo “sueño” (acción
de dormir, cosa imaginada durmiendo) sugiere varias interpretaciones simultáneas: un sujeto
(femenino) que tiene por oficio la producción o despensa de sueños, por analogía con
“panadero,-a”; como adjetivo, un sujeto (femenino) aficionado al sueño -o a los sueños-, por
analogía con “panero,-a”; en femenino, un receptáculo o lugar donde se guardan los sueños,
por analogía con “panera”. Por otra parte, “sueñera” crea una asociación intertextual
ineludible con el primer verso de “Fundación mítica de Buenos Aires” de Borges (¿Y fue por
este río de sueñera y de barro/ que las proas vinieron a fundarme la patria?), donde
“sueñera” sugiere una atmósfera de sueño, ya en el sentido de cansancio, abotagamiento, ya
en el de ensoñación. (Ana María Shua, en una entrevista con Rhonda Dahl Buchanan,
consigna estos versos de Borges como origen del título de su libro.)5
Esta ambigüedad, que se mantiene en lugar de restringirse catafóricamente en
relación con el texto, multiplica las direcciones de lectura: simultáneamente, el lector es
inducido a interpretar el título: 1) con referencia a un sujeto de enunciación, en presencia del
nombre de la autora: una mujer, de alguna manera vinculada con la escritora Ana María
Shua, tal vez como una de sus máscaras ficcionales, es productora y dadora de sueños y esta
producción y dación es el tema del libro. 2) Si se interpreta el título con referencia a un
sujeto del enunciado, la operación es “temática” (Genette: 81): el libro trata sobre una mujer
5
que produce o comunica sueños. 3) El título opera como etiqueta, designando el lugar donde
se han depositado sueños (Casa de Geishas funcionaría de esta manera). 4) El título designa
una atmósfera general compartida por todas las unidades o relatos del volumen. Esta
enumeración no agota las posibilidades de interpretación, apenas señala algunas de las más
obvias. El título al mismo tiempo instala un tema (ampliamente, el soñar o los sueños) y abre
un espacio de indeterminación en cuanto al tratamiento de dicho tema. Por otra parte, de
cualquier manera, que se lo interprete, el título sugiere un patrón o paradigma de relación
(Mora: 1994) que vincula temáticamente las unidades o fragmentos autónomos que contiene
el libro, en este caso, los 250 textos o fragmentos sin intertítulos, numerados.
El caso de “Botánica del caos” es más complejo: la primera palabra funciona como
clave de ubicación del volumen en un campo de las ciencias biológicas (botánica) y en un
género: el de los tratados de Historia Natural, tradicionalmente clasificatorios y descriptivos.
Este título participa de una fórmula eminentemente clásica y precisa, usada para obras
teóricas, que Genette (88-89) considera “mixta” pues combina un elemento temático
(“Botánica”) con otro temático, en este caso implícito (‘tratado de...’). El genitivo de
materia, del que se esperaría una especificación del componente temático postula en cambio
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1.2. Epígrafe
Solamente La Sueñera cuenta con un epígrafe alógrafo, una cita tomada de Kafka, de
Max Brod, que narra una anécdota en la que Kafka, habiendo interrumpido el sueño del
padre de Brod al ingresar en la habitación en la que éste dormía, dijo, en vez de disculparse:
“Por favor, considéreme usted un sueño.” Este epígrafe cumple tres de las cuatro funciones
que Genette asigna a este elemento paratextual, en tanto comentario y justificación temática
del título y de los textos en general, como anticipación de la índole de los textos, con los que
guarda homología –como ellos, es un microrrelato autónomo, aunque más bien detalle que
fragmento-, y como indicador estético –Kafka es una figura tutelar, una suerte de “padre
poético” cuya escritura late como intertexto difuso en toda la obra de Shua. No sólo como
autor de narrativas breves, sino como artífice de lo que Deleuze-Guattari (1978) llaman “una
literatura menor”, es decir, una literatura escrita en un código ajeno, “prestado”, que
entonces se habita de significaciones nuevas, Kafka recibe el homenaje de Shua, mujer y
v
Trabajamos con la primera edición (2000), con ilustraciones de Ana Luisa Stok.
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judía, cuya escritura resignifica la corteza estereotípica impresa en los discursos sociales por
las prácticas de autoritarismo, discriminación y exclusión.
1.4. Intertítulos.
Los intertítulos, junto con otros elementos paratextuales de naturaleza gráfica
(blancos de página, tamaño y tipo de letra) confieren ritmo, separación y articulación de
partes entre sí y con el todo, haciendo visible un determinado diseño estructural del libro, y,
además, como cualquier título, desempeñan la función de orientar temática o genéricamente
la lectura. Ciertos intertítulos de Shua, como “Versiones” (C.G.) y “Variaciones” (B.C.)
apuntan al carácter paródico de los fragmentos de la serie anunciada, que a su vez suelen
estar agrupados en subconjuntos vinculados a un mismo hipotexto: en “Versiones” (C.G.) se
incluyen transformaciones alternativas de cuentos infantiles, como “Cenicienta” (I a V) y
“Sapo y princesa” (I a V); de bestiarios medievales: “Doncella y unicornio” (I a V); de
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en función del título general del volumen, y evoca las paródicas clasificaciones borgesianas,
aquellas series que, como B.C., contienen entre sus elementos subordinados o parciales uno
que nombra la totalidad.
En suma, en ambos volúmenes, los intertítulos parecen indicar vinculaciones
genéricas y tópicas entre las unidades que subordinan, pero la experiencia lectora advierte,
frecuentemente, la arbitrariedad de estos ordenamientos que resultan, más bien, otro recurso
paródico que se suma a las estrategias de desarticulación de las convenciones propias de
prácticas discursivas y formularios textuales tradicionales. La reutilización y mezcla de estas
prácticas, con ironización de los supuestos subyacentes, delinea nuevas distribuciones y
redes retóricas fundadas en la repetición de estrategias discursivas, más allá de los espacios
construidos por los recursos paratextuales. Particularmente en B.C., los intertítulos parodian
el ordenamiento taxinómico, simultáneamente implicado y revocado en el enunciado
oximorónico del título general, pues más que una clasificación promueve una deriva textual
que genera redes alternativas entre fragmentos de distintas series y aun de distintos
volúmenes.
del tipo Bildungsroman (series integradas secuenciales); otras series, cuyo orden de lectura
es irrelevante, presentan sin embargo una estructura cíclica donde el primer relato podría ser
leído como prólogo y el último como epílogo (series integradas cíclicas). Otras, finalmente,
muestran recurrencias más bien estratégicas y formales: un “aire de familia” producido por
la persistencia de un ethos irónico y una construcción marcadamente intertextual, que las
inscribe en la poética de la posmodernidad. Lauro Zavala ha llamado a estas series fractales,
empleando un término proveniente de la física contemporánea, que designa aquellas series
que exhiben simetrías recursivas, es decir, autosemejanzas a diversa escala y con cierto
grado de diferenciación individual. (Cfr. Zavala, 2001: texto digital)
En los libros de Shua aquí considerados, los elementos paratextuales exhiben la
tensión entre cierto efecto de unidad y la tendencia a la discontinuidad y dispersión. En C.G.,
según ya se ha observado, la ausencia de intertítulo para la primera serie opera una primera
discontinuidad con el resto, integrado por dos series, tituladas respectivamente “Versiones” y
“Otras posibilidades”, sugiriendo al lector la pertinencia del título general para los primeros
50 fragmentos o microrrelatos. En efecto, éstos desarrollan la alegoría de la casa-prostíbulo-
mundo, narrativamente en el primer fragmento, “El reclutamiento”, que funciona como
marco al tematizar el origen de la “casa”. Pero inmediatamente, el segundo fragmento
(“Simulacro”) desbarata, con la denuncia metaficcional de la ilusión alegórica, el orden
narrativo: “Claro que no es una verdadera Casa y las geishas no son exactamente japonesas.”
Como observa Lagmanovich, “el texto habla de algo que se va desvaneciendo ante nuestros
ojos, y que tal vez nunca existió como objeto de la escritura” (2004:219): la progresiva
denegación de los atributos presupuestos en el nombre (“Casa de geishas”) desrealiza el
objeto postulado y abre un juego simbólico en el cual el significante alegórico es lanzado a
la deriva de las significaciones (no es lo postulado por el nombre: entonces puede ser
cualquier cosa, o ninguna), pero subsiste como texto, simulacro de múltiples máscaras que
caen alrededor de la última, autotélica: escritura. El resto de los fragmentos desarrollan una
suerte de descripción taxinómica: de la madama, de las pupilas, de los clientes, de las
prácticas “eróticas”, donde nuevamente el texto revoca aquello que postula: “mujeres” y
“clientes” se espejan y anonadan en metáforas freak, que homologan la insaciabilidad del
deseo sexual con la proliferación de la escritura: repetición de lo siempre diferente, espejo
deformante, punto de fuga.
En B.C. la construcción de las series y grupos correlacionados amplifica la tensión
paradojal entre “botánica” y “caos”: la taxonomía desmentida por el principio entrópico de
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clasificación paródica atribuida por Borges a una antigua enciclopedia china en “El idioma
analítico de John Wilkins” (1974: 707-708), la imposibilidad de inferir el criterio de
clasificación –o su ausencia- convierte la serie en enumeración caótica. Sin embargo, y como
sostiene la mayor parte de los teóricos que estudian las formas de integración en las
colecciones de textos breves, la percepción de continuidades es una operación lectora, y en
la obra minificcional de Shua depende de la captación de la parodia múltiple y de los
diferentes agrupamientos textuales dentro y fuera de las series intituladas.
2. Los textos.
Según afirman en coincidencia todos los estudiosos del género, el carácter transtextual es
inherente al funcionamiento de la minificción: la brevedad, la incompletez, la fragmentariedad
que le son propias reclaman como complemento operaciones transtextuales habilitadas por la
memoria lectora, tanto de textos individuales cuanto de convenciones genéricas y discursivas; es
decir, el repertorio socialmente compartido de enunciados cristalizados, literales, como las
sentencias, lexicalizaciones y clichés, que suponen estereotipia, prototipia, ideas comunes,
cuadros (frames), esquemas lógicos y guiones de acción. La puesta en juego de estos bloques
verbales e ideológicos en los textos constituye siempre una transcontextualización paródica e
irónica.
Obviamente, la reutilización de estereotipos y clichés no es en absoluto exclusiva de la
minificción; como se ha demostrado ampliamente desde distintos marcos teóricos
(pragmalingüística, teoría de la recepción, semiótica, teoría de la lectura) la estereotipia es la
base misma de toda lectura (Cf. Asmossy-Herschberg Pierrot, 2001: 77-84). Así como no hay
estereotipo sin un lector capaz de reconocerlo, “no hay actividad de lectura posible sin
estereotipos” (Ibid.: 81), porque éstos encarnan el saber enciclopédico del lector, su
participación en las representaciones sociales, y por lo tanto su base de inserción e interacción
con la cultura en la que está inmerso. Sobre esta misma base se construye el texto, en solidaridad
o en rebelión. Aun admitiendo la postura de Jauss (1978), para quien el valor estético de una
obra se juzga por su capacidad para modificar el “horizonte de expectativas” conformado por los
hábitos de pensamiento y costumbres interpretativas de los lectores contemporáneos a ella
(“cambio de horizonte”, p. 53), no hay duda de que ese quiebre concebido como valor estético
descansa sobre una estereotipia implícita o presupuesta en el propio contrato de lectura (ideas
comunes sobre “ficción”, “literatura”, “novela”, “cuento”, etc.).
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discursivas, formas genéricas, estereotipos y clichés; en fin, fórmulas de un lenguaje del que no
se puede prescindir y sin embargo es ajeno. Ese lugar en donde la puesta en texto tematiza y
desconstruye los lenguajes recibidos es el de la escritura femenina: una “literatura menor”, en
términos de Deleuze-Guattari (1978), en la medida en que usa la tradición androcéntrica y sus
lenguajes para subvertirlos con la parodia, la ironía y el humor. Los textos toleran y hasta
parecen sugerir una lectura lúdica y burlesca, una asimilación a géneros orales como el chiste, el
refrán paródico, el juego de palabras. Pero esa lectura reductiva es parte del juego textual: como
lo muestra Elaine Showalter (1999: 109), se inscribe en la tradición de la escritura femenina que
cifra, como en un palimpsesto, la experiencia silenciada del género en los modos de expresión
de la cultura hegemónica para hacer escuchar su mensaje disidente, su lenta pero implacable
revolución pacífica. Parafraseando la segunda característica que Deleuze y Guattari atribuyen a
las literaturas menores, podría decirse que todo en la obra de Shua es político: “todo adquiere
valor colectivo. No se dan las características para una enunciación individualizada (...) En la
literatura menor(...), su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte
inmediatamente con la política.” (op.cit.: 29) En Shua, esta política es la desconstrucción,
mediante estrategias desautomatizadoras, de los discursos recibidos: los discursos de poder y sus
mandatos, el discurso de la intimidad doméstica -que silencia grandes zonas de la experiencia
femenina-, las representaciones del imaginario masculino acerca de la mujer como ser sexual; en
fin, los textos focalizan la atención del lector en las zonas fosilizadas del lenguaje, donde anida
la ideología. Como ya lo han demostrado Rhonda Dahl Buchanan (1996) y Francisca Noguerol
Jiménez (2001) Shua perlabora ciertos géneros, como por ejemplo el cuento de hadas, destinado
tradicionalmente a las niñas, para cuestionar valores, modelos y normas culturales que alientan a
las mujeres a internalizar aspiraciones coherentes con el rol sexual reservado a ellas dentro del
sistema patriarcal.
desautomatización del cliché es una operación compleja, cuyo ethos varía de lúdico a irónico
en relación con el contexto de lectura.
La literalización del tropo que está en el origen del cliché es una de las formas de
desautomatización más frecuentes. Por ejemplo, en el nº 134 de L.S.:
Un disparo corta en dos el aire de la ciudad. Se desploma la mitad izquierda,
desprendida de sus centros vitales, derramándose en líquenes sobre el asfalto. La otra
mitad huye ululando vientos. No es raro que ya no se pueda ni respirar en Buenos
Aires. (63)
El texto evoca la construcción del rol femenino como “apéndice militar en los
hogares, vigilando, supervisando, denunciando” (Claudia Laudanno: 1995: 37) que de la
propaganda oficial de la última dictadura pasa a otros discursos, señaladamente, el de la
publicidad. Aquí, la acción prescripta en la forma nominal de los verbos presupone como
sujeto una “cadena de mando” en la que la mujer, responsable del “orden familiar” es
colocada implícitamente en un lugar análogo al subordinado lanzado a la acción represiva.
La amplificación devuelve la metáfora cliché “mancha” / grupo político disidente,
naturalizada y trivializada por el discurso publicitario, a su contexto “original” en versión
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desnudez interdicta es un tópico presente en ambos órdenes textuales, así como también la
sustitución paródica de la ceguera por la pérdida de otras partes anatómicas, como las muelas
del juicio. La amplificación humorística de estas representaciones converge con la parodia de
homenaje a un personaje de Cien años de soledad en Márgara y Vanessa (C.G.):
La primera vez que un hombre ve desnuda a Márgara la Bella, queda ciego para
siempre. La segunda vez se le caen las cuatro muelas de juicio.
La primera vez que un hombre se acuesta con la Bella Vanessa se le caen las cuatro
muelas de juicio, la segunda vez elimina el apéndice por el ombligo, la tercera vez le
crecen diez pelos en la planta del pie izquierdo. Pero la cuarta vez le desaparecen para
siempre las jaquecas. Hay quien prefiere empezar directamente por la cuarta vez, todo
tiene su precio. (37)
En “Poesía eres tú” (C.G.) el texto confronta dos intertextos clásicos de la poesía
masculina que homenajea determinados prototipos de mujer (aquí, Bécquer y Neruda), para
desarrollar humorísticamente una de sus implicaturas: “Tu presencia y tu voz lo invaden todo,
constantemente, ya no te escucho, pero aun así te oigo, ese sonido discordante (...) Tal vez por
eso, amor mío, me gusta cuando callas porque estás como ausente”. (177)
2.2. Las estrategias constructivas y la integración de los textos según órdenes alternativos de
lectura.
El uso simultáneo de convenciones o mecanismos de textualización correspondientes a
diversos tipos y géneros discursivos, rasgo más bien propio de la minificción como clase textual
–hibridez discursiva y genérica- asume en Shua variadas estrategias, cuya percepción lectora
configura órdenes alternativos a los propuestos por la organización de los libros y
serializaciones cruzadas.
En un abundante grupo de microtextos, el relato ficcional se vale de formas enunciativas
propias del exponer (discurso teórico, instructivo) y no del relatar (los dos órdenes constitutivos
de los mundos posibles discursivos, según Bronckart, 1996). La no persona (borramiento del
sujeto de la enunciación), la pasivización sin agente, la modalidad enunciva obligativa, los
verbos en presente no histórico constituyen rasgos de los discursos de autoridad, ley,
veredicción, y producen una ilusión de concordancia con un referente extratextual. En los textos
de Shua, el recurso a ese orden discursivo en un co-texto ficcional, con tópicos y selecciones
léxicas incompatibles, se percibe como una de las estrategias más frecuentes para parodiar
distintos géneros y tipos de discurso.
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Claro que no es una verdadera Casa y las geishas no son exactamente japonesas; en
épocas de crisis se las ve sin quimono trabajando en el puerto y si no se llaman Jade o Flor
de Loto, tampoco Mónica o Vanessa son sus nombres verdaderos. A qué escandalizarse
entonces de que ni siquiera sean mujeres las que en la supuesta Casa simulan el placer y a
veces el amor (pero por más dinero), mientras cumplan con las reglamentaciones sanitarias.
A qué escandalizarse de que ni siquiera sean travestis, mientras paguen regularmente sus
impuestos, de que ni siquiera tengan ombligo mientras a los clientes no les incomode esta
ausencia un poco brutal en sus vientres tan lisos, tan inhumanamente lisos. (10)
discurso médico: “Hay que esperar a que aparezcan otros síntomas, que exploten los globos
oculares con un sonido chasqueante, por ejemplo, o que la piel se le descame, hasta
desprenderse del todo, dejando al descubierto la carne roja de los músculos, que la lengua
experimente ese hundimiento central hasta hacerse bífida,...” (71) La hipérbole, operación
cercana a la amplificatio, se aprecia en muchos otros fragmentos; por ejemplo en “Dura
prescripción”:
El tratamiento fue cruento, invasivo, mutilante, pero valió la pena. Aquí me tienen,
sanísimo y saltando en una pata, comentaba cierto torso sin rencores. (94)
El título de esta minificción que adopta la trama textual del instructivo, es “El arte de
la lipoescultura” cuyo enunciado también ambiguo conviene a la orientación satírica del
texto.
Eufemismo: La corrección política del lenguaje es el blanco de la sátira en “Acerca del
vampirismo”, donde el enunciado “El vampirismo no es un vicio sino una enfermedad”
cambia de sentido al mencionarse su locutor, “el conde”. Ciertos términos técnicos de
procedimientos médicos son tratados como eufemismos que ocultan su violencia,
determinando su aceptabilidad. Por ejemplo, “lobotomía transorbital” en “Lobotomía y
picahielos” (96). En “El nombre de lo desconocido”, la denominación clínica cubre un vacío
semántico, un real desconocimiento enmascarado por el decoro científico de la designación,
cuyas connotaciones ominosas constituyen una verdadera fuente de poder:
Se pregunta si los médicos saben en realidad de qué se trata o sólo le han puesto un
nombre a ese conjunto de síntomas que lo aterroriza. Se pregunta si lo llaman síndrome de
Coats-Bergman como podrían llamarlo Hache, como podrían llamarlo Juanita, por ejemplo,
y en ese caso quizás fuera posible ofrecerle dinero, seducirla sexualmente, contratar un par
de matones para que le den un susto, convencerla de cualquier modo de que se vaya de una
vez, Juanita, de que por favor deje a mi hijo en paz. (95)
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connotativos de la fuente cultural evocada, las construcciones paralelísticas son recursos que
recrean el estilo coránico, que el último comentario parentético socava con socarrona ironía.
Muchos de los fragmentos que exhiben esta modalidad constructiva pertenecen a
series como “Versiones” (C.G.), “De dioses y demonios”, “Variaciones” y “Noches árabes”
(B.C), intertítulos que indican la articulación hipertextual de los microrrelatos que las
integran. Además, aún dentro de estas series, hay sub-series continuas de unidades
numeradas, que constituyen versiones alternativas de un mismo hipotexto: en “Versiones”
hay cinco textos que recrean el tópico medieval del Unicornio y la doncella, cuatro sobre el
cuento “Cenicienta” y cinco versiones de “El rey rana”de Grimm, intituladas “Sapo y
princesa”. Sin embargo, este tipo de parodia permea la obra minificcional de Shua: la
exhiben textos discontinuos como “Las llaves del Sino”, “El Ángel de la Muerte”, “El sueño
del califa”, y muchos otros de la serie “Otras posibilidades” (C.G); “Leyes de divorcio”, de
la serie “Caos” (B.C.); “Magia de los espejos” y “Responsabilidad de los chamanes”, de
“Artesanía de la magia” (B.C.). Es, entonces, prerrogativa del lector integrar los fragmentos
que participan del mismo principio constructivo en constelaciones ectópicas de textos donde
convergen series continuas y textos satelitales diseminados por el corpus.
La idea de la constelación como agrupamiento o conjunto determinado por la
percepción lectora de variables temáticas y retóricas es conveniente al corpus minificcional
de Shua, donde la integración de los textos en series y sub-series exhibe continuidades y
discontinuidades, homogeneidades y diferencias, según órdenes alternativos de lectura
permitidos por la autonomía de los textos. Es cierto que, frente al orden de grado cero
representado por la numeración de unidades en L.S., los intertítulos que distribuyen los
fragmentos de C.G. y B.C. constituyen indicadores de lectura que apuntan alternativamente a
criterios temáticos o retóricos. Sin embargo, la memoria lectora de corto plazo registra la
“repetición con variación” (tópica, estratégica) en fragmentos repartidos en distintos lugares
del corpus, y propone entonces ordenamientos y agrupaciones alternativos. Estas
homogeneidades discontinuas o ectópicas sugieren, al mismo tiempo, la vigencia de un
principio de dispersión que revoca la distribución de los textos en series formalmente
limitadas por los intertítulos. Se trata, más bien, de una suerte de desclasificación paródica, o
de la propuesta de ordenamientos que proclaman su propia precariedad, como refutación
implícita de cualquier intento de domesticación racional del Caos.
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de los cuentos de hadas”, en Dahl Buchanan 2001, op. cit., versión electrónica.
Shua, Ana María. Botánica del Caos. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
Steiner, George. Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción. (Trad. Adolfo
Castañón). México, Fondo de Cultura Económica, 1981.
Tomassini, Graciela. “La frontera móvil: las series de cuentos ‘que se leen como novelas’”, en
Iberoamericana. América Latina – España – Portugal. Nº16, diciembre de 2004. (49-
65)
Zavala, Lauro. “Las fronteras de la minificción.” En Francisca Noguerol Jiménez 2004: op.
cit. (87- 92).
1
Tomo la cita de la versión electrónica de “Estrategias literarias, hibridación y metaficción en La sueñera, de Ana
María Shua”, publicado en Rhonda Dahl Buchanan, 2001. http//www. INEAM’s Digital Library_Interamer.htm.
visitado el 22-9-2004.
2
En adelante, L.S, C.G. y B.C.
3
Dice Hutcheon: “...parody involves not just a structural énoncé but the entire énonciation of discourse. This
enunciative act includes an addresser of the utterance, a receiver of it, a time and a place, discourses that precede and
follow –in short, an entire context.” (1985:23)
4
Resultaría productivo estudiar las relaciones entre el paratexto icónico y lo textos de Shua, especialmente en la primera
edición de Botánica del Caos en Sudamericana, donde algunos textos particulares de la serie están ilustrados por
grabados de María Luisa Stok, en estilo cartoon.
5
Entrevista agregada a “Historiographic Metafiction in Ana María Shua’s El libro de los recuerdos.” En Revista
Interamericana de Bibliografía, 48, 2 (1998) 279-306.
6
Transcribo la cita que Foucault consigna, tomada de Systema Naturae de Linneo: “El método, alma de la ciencia,
designa a primera vista cualquier cuerpo de la naturaleza de tal manera que este cuerpo enuncie el nombre que le es
propio y que este nombre haga recordar todos los conocimientios que hayan podido adquirirse en el curso del tiempo
sobre el cuerpo así denominado; tanto que en la confusión extrema se descubre el orden soberano de la naturaleza.”
1979: 159-160.
7
Zavala (2004: 90) los considera “subgéneros” de la minificción.
8
Aquí, al valor temático se sumaría el de circunstancia como criterio de titulación: Aulo Gelio escribe su tratado sobre
el escepticismo durante el ocio de las noches en Ática; por qué no suponer en Shua una ubicación espacial en oriente de
su irónica narradora al reescribir situaciones que no sólo atañen al hipotexto de Las mil y una noches sino en general, a
los estereotipos que adjudicamos a la cultura árabe en general.
9
Forrest Ingram, 1971: Representative Short Story Cycles of the Twentieth Cntury: Studies in a Literary Genre. The
Hague/ Paris, Mouton; Kennedy, Gerald, 1988: “Toward a Poetics of the Short Story cycle”, Journal of the Short Story
in English. Les Cahiers de la Nouvelle 11: 9-24; Garland Mann, Susan, 1989: The Short Story Cycle: A Genre
Companion and Reference Guide, New York/ London: Greenwood Press; Luscher, Robert, 1989: “The Short Story
Sequence: An Open Book.” Short Story Theory at a Crossroads. Ed. Lohafer and Clarey. Baton Rouge: Louisiana State
University Press, 148-167. A esta bibliografía en lengua inglesa habría que agregar el nombre de enrique Anderson
Imbert, que en su indispensable volumen Teoría y técnica del cuento (1979: Buenos Aires, Marymar) dedica un
apartado (11.6: pp 161-167) a los “cuentos enlazados”, entre los que distingue los “enlaces por encargo” (de un editor,
por ejemplo), los “cuentos intercalados” (en obras ensayísticas, en novelas), los “cuentos asimilados por novelas” (es
decir, novelas que “han crecido orgánicamente por asimilación de cuentos”), armazón común de cuentos combinados (lo
que Mora llamaría colección integrada cíclica). Anderson incluso considera los cuentos que “se tocan unos a otros aun
cuando no estén coleccionados en el mismo libro”, lo cual abre la puerta a estudios sobre series transversales, por no
decir “intertextuales”, palabra que tiene ya demasiadas aplicaciones y usos.
10
Ahora bien: Mora se refiere específicamente a las colecciones originales, es decir, organizadas por el autor.
Actualmente, es común que los autores reediten sus “cuentarios” modificando la selección y/o la organización de las
unidades (Véanse mis trabajos “Tendencias de la narrativa breve en las últimas décadas: las series de cuentos que se
leen como novelas”, en Iberoamericana, Un. de Hamburgo, nº4 (2004), pp 49-65 e “Imágenes de un caleidoscopio:
integración y reescritura en los relatos breves de Luis Gusmán, inédito.. Más aún: todo relato breve puede ser
seleccionado por un editor para integrar series antológicas de uno o muchos autores. En todos estos casos, la variación
del co-texto puede acentuar la autonomía de la pieza en cuestión, o añadir efectos de lectura a partir de los nuevos
contactos: esto se hace tanto más evidente si se acuerda con Mora y con Brescia/ Romano (2004) en que la percepción
de los patrones de correlación es principalmente una operación de lectura.
9 Las frases hechas o clichés son acuñaciones en cuyo origen hay un tropo desgastado por el uso reiterado; este origen lo hace vecino
a la catacresis, que es un desplazamiento designativo (“Figura del lenguaje que consiste en aplicar el nombre de una cosa a otra
semejante que no lo tiene particular”, dice María Moliner, 1977). La palabra “cliché”, según Larousse tomada del léxico de los
tipógrafos y periodistas que con ella censuraban el estilo formulario de la prensa (Cfr. Asmossy- Herschberg Pierrot, 2001: 17)
constituye en el S. XIX un “indicador de un mal estilo”, en virtud de la exigencia de originalidad expresiva como criterio de
valoración de un texto. La crítica estructuralista, y más tarde las teorías de la lectura y de la recepción, en cambio, le dedican análisis
orientados al estudio de las representaciones del imaginario social, y buscan definir su función en la producción de sentidos. En este
30
respecto, y como expresión de los saberes preconstruidos que operan en un texto, el cliché es la traducción verbal de un estereotipo, y
suele conectarse en el desarrollo de un texto con una serie fraseológica de variantes vinculadas a ideologemas, o “máxima(s)
subyacente(s) al desarrollo argumentativo de un enunciado” (Asmossy-Herschberg Pierrot, op. cit.: 70). Por otra parte, el cliché es
una marca intertextual, que remite el texto a un modelo genérico particular, como “ornamento” destinado a crear atmósfera y a
apartar el lenguaje literario del funcional. La desautomatización de estos marcadores de género mediante procedimientos de
renovación o transcontextualización paródica, literalización, pastiche, etc. ha sido objeto de numerosos estudios, entre los cuales el de
M. Rifaterre “Función del cliché en la prosa literaria” (1976: 193-218) es pionero.
12
Dice Elsa Drucaroff: “Shua confisca para su imaginación de mujer el viejo mito literario masculino de la prostituta
como fuente de relato y aventura, pero reformula y reinventa, multiplicando y condensando los relatos como astillas de
un mismo espejo, y sobre todo haciendo hablar a un deseo femenino que dice palabras diferentes de las que la cultura le
atribuye.” (2000: 483)