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La historia de los primeros cristianos se caracteriza por la persecución por parte de los
romanos, el rápido crecimiento numérico y geográfico, el testimonio del martirio, el debate
con la filosofía griega y el judaísmo, y la proliferación de herejías.
Otras características son el progreso hacia la expresión teológica clara de las doctrinas
cristianas universalmente aceptadas, en contraposición a las herejías, y la ausencia de
una «lista definitiva» de libros que componen el nuevo testamento.
Historia[editar]
Período apostólico[editar]
La primera parte de este período, durante la vida de los Doce Apóstoles y hasta la primera
década del siglo II, se denomina Período Apostólico.23 El inicio de la predicación de la
Iglesia como movimiento religioso acaeció tras el evento de Pentecostés en la ciudad
de Jerusalén, y entre sus líderes estaban los apóstoles Pedro, Santiago y Juan.4 Estos
primeros cristianos se llamaban a sí mismos Nazarenos o los del Camino. Acudían a las
sinagogas como todos los demás grupos dentro del judaísmo tradicional y su proclama era
de tipo profético. Enseñaban que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías anunciado por
los profetas, y que a Jesús, a quien las autoridades romanas y judías habían crucificado,
Dios lo había resucitado.5
En esta pequeña comunidad muchos eran judíos, ya fuera de nacimiento o por conversión,
para los cuales se utilizaba el término bíblico «prosélito»,6 y denominados por algunos
historiadores como «judeocristianos». También había discípulos provenientes del
paganismo y de los samaritanos.7 Pablo de Tarso, tras su conversión al cristianismo,
reivindicó para sí el título de Apóstol de los gentiles y encabezó actividades misioneras
hacia los paganos de Arabia, Asia Menor, Grecia, y otros lugares del Imperio Romano. 8 Al
poco tiempo surgió tensión entre las prácticas judías tradicionales y los gentiles
convertidos al cristianismo primitivo. Se produjo una disputa acerca de si los nuevos
creyentes de origen gentil debían observar la circuncisión y la Ley de Moisés tal como el
pueblo hebreo. Esta disputa indujo una reunión de los apóstoles denominada Concilio de
Jerusalén, cerca del año 50, que resolvió no imponer la Ley judía a los cristianos de origen
pagano. A partir de este momento el cristianismo comenzó a separarse gradualmente del
judaísmo rabínico.
Período pre-niceno[editar]
Padres Apostólicos[editar]
Artículo principal: Padres Apostólicos
Si bien las circunstancias de cada texto son muy variadas, Johannes Quasten subraya tres
características principales: la escatología, la nostalgia de un Jesucristo cercano en el
tiempo, y una cristología común: «Jesucristo es, para ellos, el Hijo de Dios, preexistente al
mundo, que participó en la obra de la creación»".10
Entre estos autores se destacan: Ignacio de Antioquía, con sus siete cartas escritas de
camino a Roma donde iba a ser martirizado; Clemente de Roma, con su epístola pastoral
a los Corintios; y Policarpo de Esmirna, autor de una Epístola y mártir destacado. También
cabe mencionar el texto llamado Didaché, un breve catecismo con instrucciones para la
celebración del bautismo y la eucaristía.
Apologetas griegos[editar]
Artículo principal: Apologetas griegos
Los escritos de Justino el Mártir ejemplifican el espíritu del cristianismo en los años 140 a
160: entusiasmo y diálogo razonado, tratando de convencer a la población culta mediante
ejemplos de la filosofía griega. Sus descripciones de la doctrina y los ritos cristianos
explican en detalle qué creía y cómo vivía su comunidad, aunque sin el nivel de reflexión
teológica que se desarrolló posteriormente.12
Durante esta época ya se conocen mártires en distintas regiones del imperio: Antíoco de
Sulcis en Cerdeña, Zaqueo de Jerusalén, Julián de Emesa en Siria, Zacarías de Vienne en
Galia, Potito en Sárdica, los mártires escilitanos en África, etc.
Literatura antiherética[editar]
Artículo principal: Literatura antiherética
Ireneo de Lyon (140-202), discípulo
de Policarpo y Justino.
Desde mediados del siglo II surge la denominada «literatura antiherética» como respuesta
a la diversidad de visiones dentro y fuera de la Iglesia, y por la multitud de movimientos
espirituales que adoptaron algunos elementos del cristianismo, como las
religiones gnósticas; esta diversidad fue categorizada como novedad o herejía por la
iglesia mayoritaria.13 Ante esta situación aparece una variedad de respuestas por parte de
la jerarquía eclesiástica y por diversos autores que avanzan en el estudio la teología y la
reflexión doctrinaria.
Se destaca Ireneo de Lyon (140-202) cuyas obras explican al detalle la controversia con
el gnosticismo y escribe el primer tratado de contenido teológico que se conserva: ante las
objeciones de cada grupo, Ireneo expone detalladamente la doctrina tradicional y la
contrasta también con los textos sagrados. Desarrolla los primeros textos extensos acerca
de Cristo, la resurrección de la carne, y otros temas.
Ireneo intercede ante el papa Víctor I en favor de los cristianos de Asia que calculaban la
fecha de Pascua por el mismo método que los judíos, según el calendario lunar. También
se muestra relativamente laxo con los que adhirieron al montanismo, un grupo con
prácticas ascéticas muy estrictas (prohibiendo completamente el vino y el matrimonio) que
chocaba con la disciplina tradicional de la Iglesia.
La Escuela de Alejandría[editar]
La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en 331 a. C., fue centro cultural del
helenismo y crisol de perspectivas filosóficas egipcias, orientales y griegas. En tiempos de
Jesús ya contaba con una numerosa comunidad judía helénica: fue en Alejandría donde
por primera vez se tradujo el Antiguo Testamento al idioma griego, en la versión
llamada Septuaginta. En esa ciudad enseñó Filón, filósofo judeo-helénico, dedicado a
armonizar la filosofía con el monoteísmo. Los cristianos, arribados a mediados del siglo I,
se encontraron con un medio ambiente muy culto, abierto a nuevas ideas siempre y
cuando estuvieran bien fundamentadas.14
El primer maestro de la Escuela fue Panteno, que la lideró cerca del año 180; aunque más
famosos y prolíficos fueron los maestros que le sucedieron como Clemente de
Alejandría (150-217).