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CRISTIANISMO PRIMITIVO

La historia de los primeros cristianos se caracteriza por la persecución por parte de los
romanos, el rápido crecimiento numérico y geográfico, el testimonio del martirio, el debate
con la filosofía griega y el judaísmo, y la proliferación de herejías.

El estudio de la Iglesia primitiva se divide habitualmente en dos fases: el período


apostólico (siglo I) y el período preniceno (siglos II, III y comienzos del IV).1 Conservamos
algunos escritos de los padres apostólicos, discípulos de los apóstoles en el siglo I. Luego
floreció la literatura cristiana con autores que han dejado obras a veces bastante extensas,
cuya lectura esclarece las prácticas, las creencias y la organización de los cristianos
durante este tiempo de persecución.

Otras características son el progreso hacia la expresión teológica clara de las doctrinas
cristianas universalmente aceptadas, en contraposición a las herejías, y la ausencia de
una «lista definitiva» de libros que componen el nuevo testamento.

El cristianismo primitivo fue un fenómeno principalmente urbano, minoritario y extraño al


orden legal, oscilando entre la indiferencia de los Césares y las persecuciones. Éstas se
sucedieron mayoritariamente entre el Incendio de Roma del año 64 y hasta el Edicto de
tolerancia del año 313. El período primitivo concluyó con el Concilio de Nicea, en el año
325, cuando la Iglesia comenzó su rápida transformación hacia una institución mayoritaria
y legalmente permitida.

Historia[editar]
Período apostólico[editar]

Propagación del cristianismo en


el año 325 d. C. (estimación) Propagación del cristianismo en el año 600 d. C.

La primera parte de este período, durante la vida de los Doce Apóstoles y hasta la primera
década del siglo II, se denomina Período Apostólico.23 El inicio de la predicación de la
Iglesia como movimiento religioso acaeció tras el evento de Pentecostés en la ciudad
de Jerusalén, y entre sus líderes estaban los apóstoles Pedro, Santiago y Juan.4 Estos
primeros cristianos se llamaban a sí mismos Nazarenos o los del Camino. Acudían a las
sinagogas como todos los demás grupos dentro del judaísmo tradicional y su proclama era
de tipo profético. Enseñaban que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías anunciado por
los profetas, y que a Jesús, a quien las autoridades romanas y judías habían crucificado,
Dios lo había resucitado.5

En esta pequeña comunidad muchos eran judíos, ya fuera de nacimiento o por conversión,
para los cuales se utilizaba el término bíblico «prosélito»,6 y denominados por algunos
historiadores como «judeocristianos». También había discípulos provenientes del
paganismo y de los samaritanos.7 Pablo de Tarso, tras su conversión al cristianismo,
reivindicó para sí el título de Apóstol de los gentiles y encabezó actividades misioneras
hacia los paganos de Arabia, Asia Menor, Grecia, y otros lugares del Imperio Romano. 8 Al
poco tiempo surgió tensión entre las prácticas judías tradicionales y los gentiles
convertidos al cristianismo primitivo. Se produjo una disputa acerca de si los nuevos
creyentes de origen gentil debían observar la circuncisión y la Ley de Moisés tal como el
pueblo hebreo. Esta disputa indujo una reunión de los apóstoles denominada Concilio de
Jerusalén, cerca del año 50, que resolvió no imponer la Ley judía a los cristianos de origen
pagano. A partir de este momento el cristianismo comenzó a separarse gradualmente del
judaísmo rabínico.

Los cristianos del Período Apostólico sufrieron persecuciones como consecuencia de su


rechazo al culto imperial del emperador como divinidad. La persecución aumentó en Asia
Menor hacia el final del siglo I,9 así como en Roma en las postrimerías del Gran incendio
de Roma en el 64 d. C.

Período pre-niceno[editar]
Padres Apostólicos[editar]
Artículo principal: Padres Apostólicos

Policarpo de Esmirna (70-155), discípulo del apóstol Juan.


A fines del siglo I el cristianismo primitivo se separó gradualmente de las demás religiones
y del judaísmo, hasta el distanciamiento definitivo después de la destrucción del templo de
Jerusalén, en el año 70. Concluida la vida de los apóstoles, las comunidades cristianas
mantuvieron viva la práctica de su fe. Una rica fuente de información acerca de la Iglesia
Primitiva son los discípulos directos de los apóstoles, llamados Padres Apostólicos. Estos
autores, que no conocieron a Cristo sino a sus primeros discípulos, florecieron entre el año
70 y 150 de nuestra era, y los pocos textos supervivientes son una invaluable fuente para
contemplar el estado de las comunidades cristianas, sus prácticas de piedad, sus
creencias, y su diálogo u oposición con el paganismo y el judaísmo.

Si bien las circunstancias de cada texto son muy variadas, Johannes Quasten subraya tres
características principales: la escatología, la nostalgia de un Jesucristo cercano en el
tiempo, y una cristología común: «Jesucristo es, para ellos, el Hijo de Dios, preexistente al
mundo, que participó en la obra de la creación»".10

Entre estos autores se destacan: Ignacio de Antioquía, con sus siete cartas escritas de
camino a Roma donde iba a ser martirizado; Clemente de Roma, con su epístola pastoral
a los Corintios; y Policarpo de Esmirna, autor de una Epístola y mártir destacado. También
cabe mencionar el texto llamado Didaché, un breve catecismo con instrucciones para la
celebración del bautismo y la eucaristía.

Apologetas griegos[editar]
Artículo principal: Apologetas griegos

Justino el Mártir (114-165) fue un filósofo y mártir


cristiano.
A partir del año 130 se desarrolla la Apologética: explicación y defensa del cristianismo
ante las autoridades Romanas y ante las autoridades judías. A diferencia de los escritos
íntimos y pastorales de los Padres Apostólicos, los apologetas tuvieron por destinatarios a
la élite pagana, por eso explotaron las doctrinas de la filosofía para difundir el mensaje
cristiano en los medios de mayor cultura y poder.11 No se trata de escritos catequéticos
sino de defensa, y por tanto, el contenido doctrinal es más bien pobre.

Los escritos de Justino el Mártir ejemplifican el espíritu del cristianismo en los años 140 a
160: entusiasmo y diálogo razonado, tratando de convencer a la población culta mediante
ejemplos de la filosofía griega. Sus descripciones de la doctrina y los ritos cristianos
explican en detalle qué creía y cómo vivía su comunidad, aunque sin el nivel de reflexión
teológica que se desarrolló posteriormente.12

En el contexto de los Apologistas Griegos un autor anónimo compuso la célebre carta a


Diogneto, una de las obras cumbre de los primeros cristianos por la singular belleza y
elegancia de su estilo; también se destacan los escritos de Arístides, Taciano, Teófilo de
Antioquía, entre otros.

Durante esta época ya se conocen mártires en distintas regiones del imperio: Antíoco de
Sulcis en Cerdeña, Zaqueo de Jerusalén, Julián de Emesa en Siria, Zacarías de Vienne en
Galia, Potito en Sárdica, los mártires escilitanos en África, etc.

Literatura antiherética[editar]
Artículo principal: Literatura antiherética
Ireneo de Lyon (140-202), discípulo
de Policarpo y Justino.
Desde mediados del siglo II surge la denominada «literatura antiherética» como respuesta
a la diversidad de visiones dentro y fuera de la Iglesia, y por la multitud de movimientos
espirituales que adoptaron algunos elementos del cristianismo, como las
religiones gnósticas; esta diversidad fue categorizada como novedad o herejía por la
iglesia mayoritaria.13 Ante esta situación aparece una variedad de respuestas por parte de
la jerarquía eclesiástica y por diversos autores que avanzan en el estudio la teología y la
reflexión doctrinaria.

Se destaca Ireneo de Lyon (140-202) cuyas obras explican al detalle la controversia con
el gnosticismo y escribe el primer tratado de contenido teológico que se conserva: ante las
objeciones de cada grupo, Ireneo expone detalladamente la doctrina tradicional y la
contrasta también con los textos sagrados. Desarrolla los primeros textos extensos acerca
de Cristo, la resurrección de la carne, y otros temas.

Ireneo intercede ante el papa Víctor I en favor de los cristianos de Asia que calculaban la
fecha de Pascua por el mismo método que los judíos, según el calendario lunar. También
se muestra relativamente laxo con los que adhirieron al montanismo, un grupo con
prácticas ascéticas muy estrictas (prohibiendo completamente el vino y el matrimonio) que
chocaba con la disciplina tradicional de la Iglesia.

La Escuela de Alejandría[editar]

Clemente (150-217) fue maestro en Alejandría.


Artículo principal: Escuela de Alejandría

La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en 331 a. C., fue centro cultural del
helenismo y crisol de perspectivas filosóficas egipcias, orientales y griegas. En tiempos de
Jesús ya contaba con una numerosa comunidad judía helénica: fue en Alejandría donde
por primera vez se tradujo el Antiguo Testamento al idioma griego, en la versión
llamada Septuaginta. En esa ciudad enseñó Filón, filósofo judeo-helénico, dedicado a
armonizar la filosofía con el monoteísmo. Los cristianos, arribados a mediados del siglo I,
se encontraron con un medio ambiente muy culto, abierto a nuevas ideas siempre y
cuando estuvieran bien fundamentadas.14

Si los padres apostólicos escribieron pocos y breves textos pastorales, y los


primeros apologistas griegos se preocuparon en defender al cristianismo y contestar las
objeciones ajenas, en Alejandría por primera vez nació el estudio sistemático y completo
de la teología. La Escuela Alejandrina buscó educar en el cristianismo a la clase alta de
una ciudad helénica mediante la exposición ordenada, sistemática y completa de toda la fe
cristiana. Los maestros de esta escuela enfrentaban un ambiente social muy
compenetrado en temas teóricos de la metafísica, así pues muestran una preferencia por
el platonismo y las interpretaciones alegóricas de la Sagrada Escritura.15

El primer maestro de la Escuela fue Panteno, que la lideró cerca del año 180; aunque más
famosos y prolíficos fueron los maestros que le sucedieron como Clemente de
Alejandría (150-217).

La Iglesia en el tercer siglo[editar]

Pablo el Ermitaño (228-341) impulsó el monasticismo.


A partir del año 200 se multiplican las comunidades y los autores cristianos dentro y fuera
del Imperio Romano, especialmente en Siria y el norte de África. En Occidente la lengua
principal del culto deja de ser el griego y pasa al latín. Se profundiza la teología y los
pormenores de la cristología y la doctrina trinitaria. Sucede la controversia de
los donatistas, que no aceptaban el arrepentimiento de los presbíteros que hubieran
renunciado al cristianismo durante la persecución.

Se hallan instrucciones litúrgicas muy desarrolladas como la Tradición


Apostólica (Occidente) y la Didascalia apostolorum (Oriente), y distintas oraciones e
himnos como el Sursum corda, Sub tuum praesidium, etc. Se multiplica también la
cantidad de monjes a partir de las actividades de Pablo el Ermitaño (228-341) y Antonio
Abad (251-356). A partir de la persecución de Valeriano en el año 259 sobreviene un
período de paz para la Iglesia en el que se construyen cientos de iglesias y muchos
cristianos salen a la vida pública. Este período finaliza en el año 303 con la Gran
Persecución, iniciada por Diocleciano en la ciudad de Nicomedia. Por este motivo son
pocos los restos arqueológicos de los primeros cristianos; aunque sobrevivieron, por
ejemplo, las ruinas de una pequeña iglesia en la localidad mesopotámica de Dura
Europos.

Entre los autores de este período se destacan Tertuliano (160-220), Hipólito de


Roma (170-236), Orígenes (184-253), Cipriano de Cartago (200-258) y Lactancio (250-
325).

Fin del período primitivo[editar]


A principios del cuarto siglo surge la controversia arriana, durante la cual muchos
miembros de la jerarquía eclesiástica y algunos emperadores negaron la divinidad de
Jesucristo. Esta postura dio pie a severos conflictos durante el siglo IV, y fue finalmente
abandonada.

A pesar de las persecuciones, la iglesia clandestina creció en número de miembros y en


dispersión geográfica hasta convertir al primer emperador cristiano, Flavio Valerio
Constantino. En el año 313 el cristianismo fue legalizado, lo cual facilitó la reconstrucción
de iglesias y la presencia pública de esta fe.

En el año 325, Constantino convocó el Concilio de Nicea, una reunión de obispos


cristianos venidos de todo el mundo con el objeto de zanjar diferencias de praxis y de
doctrina entre todas las iglesias. Este Concilio condenó el arrianismo y dio fin a la era
primitiva del cristianismo.

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