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2010 - Filosofia - 13 - Los Límites Del Conocimiento Humano y El Problema de Lo Irracional
2010 - Filosofia - 13 - Los Límites Del Conocimiento Humano y El Problema de Lo Irracional
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Temario 1993
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4. Estructuralismo y posestructuralismo
4.1. Michel Foucault (1926-1984)
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INTRODUCCIÓN
«¿Qué puedo saber?» (Kant, Crítica de la razón pura: B 833, p. 630). Esta conocida
pregunta kantiana marca un punto crucial en la historia del análisis del conoci-
miento. Antes de ella las consideraciones filosóficas (antiguas y modernas) sobre
el conocimiento solían dar prioridad a las preguntas por las fuentes, tipos y modos
(o método) del saber, cuestiones que conducían básicamente a dos tendencias
contrapuestas: la vía racional y la vía sensorial, las cuales, no obstante, son de suyo
susceptibles de ser descritas como «formas de racionalidad», en tanto referidas al
saber que generan. En este sentido, la perspectiva del conocimiento como pro-
blema (la pregunta sobre su posibilidad), retoma y acentúa con Kant el carácter
de crítica de la razón, en tanto es posible determinar sus límites. El método de la
duda cartesiana y las «dudas escépticas» de Hume (1711-1776) –sobre todo éste
último–, pueden ser vistos como «detonantes» tanto del procedimiento como de
los problemas centrales del criticismo kantiano. La razón ilustrada, en sus versiones
racionalista y empirista, ha de ser reexaminada de raíz, tal es la empresa de Kant.
Pero ya no como en el Renacimiento, donde se procuraba evitar los errores del
saber a través de la aplicación del método correcto de la ciencia, sino más bien en
sus bases.
Ni racionalismo ni empirismo explican por sí solos los juicios que somos capaces
de emitir sobre objetos del conocimiento. ¿Cómo podríamos por tanto registrar
(delimitar) lo que conocemos? ¿Cuál es el punto de partida y de llegada de nues-
tro conocimiento? ¿Es posible realmente conocer? ¿A qué se reduce? Estas pre-
guntas dejan ver que, desde Kant, la pérdida de fuerza del concepto de razón se
corresponde con la pérdida de fuerza del concepto de conocimiento humano.
Es probable que del examen de nuestras facultades intelectuales (imaginación y
entendimiento) pueda resultar la delimitación del alcance de nuestro saber. Ahora
bien, nuestra facultad de juzgar tiene una característica fundamental, a saber, os-
cila entre lo conceptual y lo no-conceptual, puede decirse que admite ambos: lo
racional y lo irracional, entendidos éstos de modo simple y separados (de modo
puro). La clave de esta particularidad de la facultad de juzgar es que incorpora lo
irracional (emoción, imaginación, fe, etc.) en una actividad racional (juzgar). En este
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sentido, la pregunta por los límites del conocimientos está relacionada ineludible-
mente con el problema de lo irracional. La fe, las emociones, o lo absurdo confor-
man sectores usualmente contrapuestos a lo racional. Lo que se logre describir
desde las perplejidades y posibles contenidos de lo que se entiende por irracional
tendrá un papel determinante en la delimitación o ampliación del alcance del co-
nocimiento humano.
En nuestro desarrollo del tema comenzaremos examinando los argumentos del
escepticismo a la luz del «problema del criterio» planteado por Sexto Empírico
(cap. 1). Luego analizaremos los límites de los presupuestos empiristas y raciona-
listas, a partir del problema de la inducción y del criticismo kantiano (cap. 2). Se-
guidamente describiremos los fundamentos principales del irracionalismo desde
sus bases existencialistas y nihilistas (cap. 3). Luego analizaremos el contexto y los
fundamentos de la crítica de la racionalidad actual presentada por la Escuela de
Frankfurt y la posmodernidad (cap. 4). Por último, comentaremos brevemente al-
gunas posiciones deterministas sobre la intencionalidad que incorporan una ex-
plicación neurobiológica de la razón y las emociones (cap. 5).
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De esto extrae Hume que todos los razonamientos sobre cuestiones de hecho parecen fundarse en
la relación causa-efecto, una relación que de algún modo nos ofrece una certeza que da la impresión
de ir más allá del testimonio actual de los sentidos y la memoria. Pero esto sucede sólo de manera
«virtual» –por así decirlo– ya que los fundamentos de tal certeza descansan únicamente en el hecho
empírico de que «hasta ahora ha sucedido de tal o cual modo». Ni con todo el potencial de la razón
y de la experiencia puede obtenerse alguna idea sobre el «secreto poder por el que un objeto pro-
duce otro». En ello opera, para Hume, sólo un principio, a saber: la costumbre o hábito:
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Pues dondequiera que la repetición de cualquier particular acto u operación produce una propen-
sión a renovar este mismo acto u operación, sin que seamos impelidos a ello por ningún razona-
miento o proceso del entendimiento, decimos que esta propensión es el efecto de la costumbre
[…]. Quizá no podamos llevar nuestras investigaciones más allá, o pretender dar la causa de esta
causa, y debamos contentarnos con este principio como el último que podemos asignar a todas
nuestras conclusiones a partir de la experiencia. Suficiente satisfacción es que podamos ir tan le-
jos, sin que debamos quejarnos de la estrechez de nuestras facultades porque no nos lleven más
allá (cf. Hume, Investigación sobre el entendimiento humano, sección V, parte I, p. 119).
La repetición es, por tanto, el único modo de sustentar nuestro conocimiento empírico. La costum-
bre, o expectativa generada por la observación de cierta regularidad (o repetición), sería la última
palabra en lo referente a la explicación de las cuestiones de hecho. Un resultado marcadamente es-
céptico del que Hume intenta convencerse que es, de por sí, un logro: haber dado con tal principio,
un principio que en realidad no ofrece razones suficientes para la generación de la expectativa de
regularidad. En otras palabras un «principio» que en realidad no opera como principio que justifique
la inducción.
Uno de los intentos más detallados de resolución del problema de la inducción es el de Karl Po-
pper (1902-1994), quien sostiene haber ofrecido una solución aceptable. Su descripción plantea el
problema desde los presupuestos y disposiciones del sentido común, es decir, a pesar de que se
sustenta en la premisa empírica de que «nada hay en el intelecto que no haya pasado antes por los
sentidos», el sentido común espera cosas, creemos con firmeza en regularidades. A la pregunta de
¿cómo surgieron estas expectativas?, el sentido común respondería que a causa de las reiteradas
observaciones del pasado (cf. Popper, Conocimiento objetivo [1972]: 17). Popper analiza el problema
persuadido de dos tipos de preguntas que, según él, están presentes en el planteamiento humeano
de la inducción, a saber: la pregunta lógica y la psicológica. La pregunta lógica de la inducción sería:
¿cómo es que de casos reiterados llegamos a casos de los que no tenemos experiencia? La respues-
ta de Hume que recoge Popper es que «no hay justificación por más grande que sea el número de
repeticiones» (id.). La pregunta psicológica sería la siguiente: ¿por qué, a pesar de ello, esperamos
y creemos? La respuesta de Hume ya la conocemos: por hábito o costumbre, lo que implica para
Popper un irracionalismo como consecuencia, es decir, detrás de la inducción sólo habría procesos
fisiológicos, mas no racionales (cf. Popper, Conocimiento objetivo: 17).
Como se ha dicho antes, estas respuestas humenanas conducen a un escepticismo difícil de superar.
Popper reacciona ante esta solución dado que para él la inducción es probablemente el método
más fiable del que disponen las ciencias empíricas, por lo que su resultado no puede culminar en un
irracionalismo radical (en Conocimiento objetivo el término «irracional» aparece siempre vinculado al
resultado de Hume). Su intento de solución al problema de la inducción comienza por incorporar la
versión lógica en la psicológica. Para ello lo primero que habría que hacer es sustituir el concepto de
creencia por el de enunciado (cf. Popper, Conocimiento objetivo: 19), de lo que resaltaría la perspectiva
de que las ciencias consisten en un proceso de investigación constante, una «ansiosa» –por así de-
cirlo– búsqueda de razones que mantengan algún tipo de expectativas (o hipótesis). Este enfoque
está inspirado en la afirmación kantiana de que el intelecto impone sus leyes a la naturaleza (cf. Po-
pper, Conocimiento objetivo: 34). Esto se traduce en una suerte de inversión del resultado de Hume,
es decir, las expectativas estarían determinadas por su carácter de necesidad innata, o lo que es lo
mismo, no estarían generadas por la observación de las repeticiones, sino al revés, las repeticiones
son buscadas por la necesidad imperiosa del hombre de percibir regularidades (cf. Popper, Conoci-
miento objetivo: 34). Popper asume como resultado que en este proceso puede que el hombre se
equivoque la mayoría de las veces, pero eso no detiene el decurso de la ciencia: «todas las teorías son
hipótesis, todas pueden ser rechazadas» (Popper, Conocimiento objetivo: 39). No obstante, parece que
sólo sea posible rechazar una teoría con otra teoría, de hecho en eso consiste el mecanismo falsacio-
nista de Popper: «el método de la ciencia es el método de las conjeturas audaces e ingeniosas seguidas
por intentos rigurosos de refutarlas» (Popper, Conocimiento objetivo: 83).
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Con todo, la solución popperiana del problema de la inducción no parece superar en mucho el
resultado al que llegó Hume. Sustituir la base de la costumbre, y pasarla de las regularidades obser-
vadas a la necesidad de regularidades, no parece ofrecer principios más sólidos al razonamiento por
inducción.
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Un problema más complejo surge al notar que existen ciertos juicios que no son exclusivamente
analíticos ni sintéticos, entendidos tal como se han explicado. «Todo lo que sucede posee una cau-
sa» no es exactamente analítico dado que el predicado añade algo al sujeto, con lo que se requiere
de la experiencia; tampoco sería sólo sintético, dado que posee el carácter de necesidad y universa-
lidad propio del conocimiento a priori. Kant lo llama juicio sintético a priori (cf. Kant, Crítica de la razón
pura: B13, p. 50). Estos son, para Kant, los únicos juicios sobre los que se forma la ciencia, ya que real-
mente implican adquisición de conocimiento (cf. Kant, Crítica de la razón pura: B14, p. 51). Con esto, el
alcance de los juicios analíticos puros (o a priori) quedaría reducido a mera explicación (tautológica)
del conocimiento, con lo que no tendrían ninguna función en el conocer como tal. El paradigma
de las proposiciones matemáticas ya no puede quedar circunscrito al ámbito de «verdad de razón a
priori» (como sostenían los racionalistas modernos), dado que en la formulación de proposiciones
aritméticas y geométricas no pueden prescindirse de las formas de intuición empírica, por ejemplo:
realizar sumas de dos números (5+7=12) añadiendo las unidades de uno de los números en el otro,
o contar con los dedos de la mano, etc. (cf. Kant, Crítica de la razón pura: B16, p. 52). En el caso de los
juicios sintéticos a priori, la verdad de los mismos (el resultado de la suma, por ejemplo) no depende
de la experiencia, pero sí su conocimiento.
Este «giro copernicano» ensayado por Kant, en lo concerniente al objeto del conocimiento humano,
puede quedar resumido en la siguiente afirmación: nuestra facultad de conocer no parece regirse
por la naturaleza del objeto. En este sentido, el criterio de la razón y sus procedimientos no pueden
ser superpuestos a la experiencia, en palabras de Kant: «la metafísica, conocimiento especulativo
de la razón, completamente aislado, que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la
experiencia, con meros conceptos […], donde por tanto, la razón ha de ser disciplina de sí misma,
no ha tenido hasta ahora la suerte de tomar el camino seguro de la ciencia» (Kant, Crítica de la razón
pura, B XIV, p. 19). El carácter antinómico de los juicios sintéticos a priori ha dado lugar a diferentes
interpretaciones sobre su destacada contradictoriedad, en apariencia no superada por Kant.
Una de las interpretaciones más influyentes es la impulsada por Schopenhauer, según la cual Kant
afirma, por una parte, que la naturaleza determina el entendimiento, y a la vez, por la otra, que el
entendimiento determina la naturaleza (cf., Rivas 1978: xxiv-xxv). Sin duda esta interpretación de
corte schopenhaueriano constituye un punto de partida para el desarrollo de planteamientos situa-
dos sobre la base de un intuicionismo característico de las concepciones existencialistas y vitalistas,
generalmente relacionadas por su reacción ante el criticismo kantiano y su aproximación a una
explicación evolucionista del conocimiento.
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b. «Ser en el mundo» es tener que ver con algo. Irremediablemente el «ser ahí» se encuentra arrojado
en un lugar y ante algo, de lo que no puede desentenderse porque precisamente forma parte
ineludible de ello (ya está ahí).
c. Otro modo de ser del «ser en el mundo» es un «encargarse y cuidar de algo» (Heidegger Ser y
tiempo: 69). Sobre este punto Ortega reconoce su coincidencia con Heidegger (Ortega y Gasset,
Unas lecciones de metafísica: 20). La acentuación de «preocupación» dada por Ortega difiere del
tono dramático hacia el que lo conduce Heidegger al identificarlo con la «angustia» y resaltarlo
como temor.
La elección de una de las «posibilidades de ser» como la definitiva, implica la asunción de una fal-
sedad. Ahora bien, existe una posibilidad irremediable de la que el hombre no puede escapar: la
muerte. Mientras exista lo que existe la muerte siempre seguirá siendo la posibilidad del ser.
El advenimiento de la muerte no tiene medida alguna («libertad relativamente a la muerte», cf. Hei-
degger, Ser y tiempo, § 53, p. 290). Esto no queda refutado, ni mucho menos superado, en Ortega
–pese a que éste último así lo pretenda–. Para Ortega la realidad radical es la vida, no la muerte. Pero
el modo de buscar lo auténtico también reposa en la «menesterosidad» de la existencia, lo que tam-
bién implica una vida sujeta a la muerte (cf. Ortega y Gasset, Unas lecciones de metafísica, p. 78).
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la especie queda garantizada sólo por su carácter asociativo inmediato: «si la asociación de conserva-
ción de los instintos no fuera sumamente más poderosa ni sirviera como reguladora en todo […], la
humanidad se habría ido a pique» (Nietzsche, FW § 11, p. 382).
De modo general, Nietzsche ubica la razón de ser de la lógica en lo ilógico, cuyo reino parece ser más
vasto. De modo particular, la localiza en «la propensión predominante a tratar lo semejante como lo
igual –una propensión ilógica, pues en sí no hay nada que sea igual–» (Nietzsche, FW § 111, p. 471).
Este sería por tanto el fundamento ilógico de la lógica, en tanto «el decurso de los pensamientos y
silogismos en nuestro cerebro actual corresponde a un proceso y a una lucha de impulsos, que por
sí solos todos son ilógicos e injustos» (Nietzsche, FW § 111, p. 472).
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4 Estructuralismo y posestructuralismo
Marcada por sus raíces existencialistas, una de las tendencias más notorias en el análisis de lo irracio-
nal es el estructuralismo, con mayor desarrollo (al igual que el existencialismo) en el pensamiento
Francés del siglo xx. Un gran número de autores pueden figurar bajo este rótulo. Entre los iniciado-
res podemos contar a F. Saussure (1857-1913), Claude Lévi-Strauss (1908- ), G. Bachelard (1884-1962),
Jean Paul Sastre (1905-1980), J. M. Lacan (1901-1981), L. Althusser (1918-1990) y M. Foucault (1926-
1984). Sus visos más recientes («pos-estructuralistas») pueden quedar representados por J. F. Lyotard
(1924-1928), el decontructivismo de J. Derrida (1930-2004) o el neo-pragmatismo norteamericano.
En esta ocasión nos centraremos en los planteamientos de Foucault por representar una versión
culminada del estructuralismo filosófico, cuyos presupuestos han ejercido amplia influencia en lo
que se comprende como posmodernidad.
Cuando se habla de un tema como problema del saber, se hace porque hay elementos positivos
que «reclaman» la existencia del tema. Foucault afirma que una gran parte de problemas «cruciales»
pueden ser disueltos entre las condiciones que propiciaron su surgimiento. El tema del hombre, por
ejemplo, sería «sólo un desgarrón del orden de las cosas». En este sentido, el desgarrón es la conse-
cuencia del desconcierto en el que reposa tácitamente una especie de exigencia (o necesidad del
hombre) que clama por una «mesa de operaciones» donde repose el «orden de las cosas», un lugar
de las relaciones.
Según esto, los datos o condiciones que justifican la aparición de temas como el hombre, la vida (o
biología), el lenguaje (o la filología), las riquezas (o la economía), no son más que producto de un
cambio del orden a partir del cual se piensa en una época concreta. La desaparición de las teorías
de representación como fundamento de todos los órdenes posibles; el lenguaje que deja de ser el
modo de enlazar la representación con los seres; el análisis de las riquezas que se convierte en los
modos de producción; y algunos otros factores similares, son circunstancias que propician el surgi-
miento de un tema por presentar el aspecto de cierta complejidad. Estos datos exigen inteligibili-
dad. Es justo aquí donde entra en escena el papel del hombre en el proceso de la representación, y
con esto, también como ser complejo (o tema) en el campo del saber.
Foucault ha sentenciado que tales discursos están condenados a consumirse en su dualismo y fini-
tud, pues toda investigación sobre su ser oscila entre lo empírico y lo trascendental, lo cual agota los
esfuerzos por mantener el tratamiento del problema durante mucho tiempo en el campo del saber.
Esto está determinado por la constante aparición y desaparición de las disposiciones que le dieron
lugar. En este sentido la sentencia de «muerte del hombre» (como tema), por ejemplo, se funda en
posibilidades reales. El lenguaje, tal como se dispersó, puede recomponerse. Estas inquietudes con-
forman el trasfondo de la afirmación foucaultiana de que «el hombre va a desaparecer» (cf. Foucault,
Las palabras y las cosas: 375).
¿Será necesario que suponga que en mi discurso no va mi supervivencia? ¿Y que, al hablar, no conjuro mi
muerte, sino que la establezco; o más bien que toda mi interioridad queda abolida por mí en esta exteriori-
dad que es tan indiferente a mi vida y tan neutra que no diferencia en absoluto entre mi vida y mi muerte?»
(Foucault, Respuesta a una pregunta: 39). Esta es una visualización de una muerte anónima que está presente
en todo lo que es ambiguo, en todo lo que bate su ser entre la identidad y la diferencia, entre lo empírico y
lo trascendental. De aquí que la muerte del hombre consista en la esterilidad de un discurso sobre sí mismo
(cf. Foucault: Las palabras y las cosas: 307). En este sentido, toda la racionalidad de la que creemos disponer
quedaría reducida a meras condiciones y disposiciones circunstanciales que sólo se dejan describir, arqueo-
lógicamente, como estructuras de suyo aisladas, o vinculadas sólo de manera fortuita.
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Deconstrucción. Un concepto que ensaya «descomponer» los hechos, símbolos y estructuras a tra-
vés de la escritura. El carácter logocéntrico que domina en el estructuralismo desemboca en una
«diseminación» de todos los significados posibles en contextos aún más diseminados. «Se trataba
de deshacer, de descomponer, de desedimentar estructuras (todo tipo de estructuras, lingüísticas,
«logocéntricas», «fonocéntricas», […] socio-institucionales, políticas, culturales y, ante todo y sobre
todo, filosóficas)» (id.)
El resultado es una especie de perplejidad ante lo indecible, una asunción de que detrás de los sig-
nificados no hay nada, ni siquiera voluntad, ya que el yo también se disuelve en el proceso de de-
construcción. Derrida lo llama la «cifra de lo indecible», producto de «la operación de desmontar un
edificio o artefacto, para que puedan aparecer sus estructuras a la vista, sus nervaduras, y al mismo
tiempo, se pueda observar la precariedad de su estructura formal que, en el fondo, no explica nada;
puesto que ni constituye un centro, ni un principio, ni una fuerza, y ni siquiera expresa la ley de los
acontecimientos» (Derrida 1995: 7).
Estos planteamientos sin duda expresan el espíritu de la posmodernidad, cuyo programa descan-
sa sobe la base y alcance de lo irracional. Ahora bien, sin negar la base teórica (lo irracional) del
enfoque posmoderno, Alan Sokal (1955- ) figura como uno de los principales críticos de algunos
«abusos» –como él afirma– en esta tendencia contemporánea (hoy mayoritariamente anglosajona,
aunque muy vinculada al pos-estructuralismo francés). El problema lo divisa Sokal en la tendencia
a confundir conocimientos racionales con el problema de lo irracional. Un tendencia que, según él,
se desarrolla en dos períodos: en el primero (hasta principio de los setenta), «los autores pretenden
desesperadamente dar, mediante aderezos matemáticos, un barniz de ‘cientificidad’ a vagos discur-
sos provenientes de las ciencias humanas. La obra de Lacan y los primeros escritos de Kristeva perte-
necen a esta categoría. El segundo período es el de posestructuralismo, que empieza a mediados de
los setenta: se abandona toda pretensión de ‘cientificidad’ y la filosofía predominante (hasta lo que se
puede discernir) se orienta hacia el irracionalismo o el nihilismo. Los textos de Baudrillard, Deleuze y
Guattari ejemplifican esta actitud» (Sokal et al. 1999: 31). Otras descripciones serían: «jerga enmara-
ñada. Rechazo implícito del pensamiento racional, abuso de la ciencia como metáfora, etc.» (id.).
Desde su competencia como físico, el esfuerzo de Sokal parece haber conseguido detectar y anali-
zar en detalle varias inconsistencias o confusiones graves en un gran número de posmodernos. De
hecho, una buena prueba de su crítica fue protagonizada por él mismo al conseguir colar un artículo
pseudo-científico, minado de incongruencias y confusiones, en una importante revista humanística
(Social Text). Para Sokal, esto se debe a los siguientes factores: al abuso de términos físicos y mate-
máticos en las humanidades y de conceptos filosóficos en las ciencias naturales; a conclusiones
forzadas sobre el relativismo epistémico (cuyas consecuencias no son tan radicales como se piensa);
y a varios malentendidos relativos a la teoría del caos (cf. Sokal et al 1999: 34), entre otros elementos
conceptuales errados. La crítica desde el contexto de Sokal resulta ardua y polémica, dado que tales
confusiones proceden de grandes figuras del pensamiento contemporáneo. No obstante, el resul-
tado que arroja es que de ser estos autores conscientes de tales confusiones, estaríamos antes un
desenmascaramiento de algunas «imposturas intelectuales» (cf. Sokal et al 1999: 33).
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«El libro trata de los problemas filosóficos y muestra –según creo– que el planteamiento de estos
problemas descansa en la incomprensión de la lógica de nuestro lenguaje» (Tractatus: p. 11). Así
introduce Wittgenstein el tema del Tractatus logico-philosophicus (1921) y, más adelante, añade: «soy
pues de la opinión de haber solucionado definitivamente, en lo esencial, los problemas [...]. En se-
gundo lugar, de haber mostrado cuan poco se ha hecho con haber resuelto estos problemas» (id. p.
13). El primer Wittgenstein (el del Tractatus) sostiene haber logrado esto desde el criterio russelliano
de eliminación de todas las implicaciones innecesarias de las afirmaciones (Cf. Meta 1976: 49). De
este modo, habría que encontrar un lenguaje lógico (formal) que reduzca de modo atomista la des-
cripción de la especificidad de un hecho. Tal lenguaje, en su uso correcto, referiría solamente a cosas
que son reales. Este atomismo lógico parte de que el mundo está compuesto de hechos y que por lo
tanto sólo es válido un lenguaje proposicional que dice hechos. De aquí que lo que no pueda ser dicho
–por sus implicaciones, y aunque exista– sólo pueda mostrarse (Tractatus: nº 6.522, p. 183).
En este sentido, un mundo ilógico no puede ser descrito. Al final del Tractatus Wittgenstein reparte
funciones a las ciencias naturales y a la metafísica, aplicando la lógica proposicional con el fin de
disolver los problemas trascendentales. Por ejemplo, después de haber dicho que la filosofía «debe
delimitar lo pensable y con ello lo impensable» (cf. Tractatus: nº 4.114, p. 67) o «significará lo indecible
en la medida en que representa claramente lo decible» (Id. 4.115, p. 67), afirma que el método para
hacer eso es el conocimiento de proposiciones de la ciencia natural, que, a su criterio, nada tiene
que ver con el de la filosofía (cf. Tractatus: nº 6.53, p. 183). Con esto, Wittgenstein expresa que a través
del atomismo lógico se descubre que los temas de la filosofía no son enigmas, sino problemas mís-
ticos, y sobre estos no hay palabra alguna conocida (cf. Tractatus: 6.521, p. 183). No niega, por tanto,
que pueda haber algún sentido de las cosas, del hombre y del mundo. Lo que ataca es lo absurdo
de hablar de tal sentido, ya que implica adoptar alguna posición (escéptica o defensora), lo cual es
imposible, porque si no se puede hablar de problemas metafísicos, mucho menos puede adoptarse
una posición respecto a ellos.
Pero los planteamientos en Investigaciones filosóficas (1939) exponen que la perplejidad de la filo-
sofía surge del abuso de las formas ordinarias del lenguaje (cf. Metha 1976: 36). Aquí se produce el
abandono del esfuerzo del Tractatus ya que no hay que conocer el lenguaje exacto para representar
los hechos, sino que sólo han de conocerse los usos (o juegos) del lenguaje ordinario. Ya que no se
puede hablar de la estructura de la realidad, sólo tiene sentido analizar las formas de expresión del
lenguaje común. La tarea del filósofo se limitaría por tanto a describir los usos que se hacen de las
palabras y a hacer surgir las reglas de los diferentes «juegos lingüísticos». Los «calambres mentales»
(o problemas filosóficos) son precisamente causados por forzar el uso del lenguaje: «los problemas
filosóficos surgen […] cuando el lenguaje toma vacaciones» (Wittgenstein, Investigaciones: § 38), o
también: «cuando los filósofos utilizan una palabra –‘saber’, ‘ser’, ‘objeto’, ‘yo’, ‘proposición’, ‘nombre’– y
tratan de captar la esencia de la cosa, siempre debemos preguntarnos: ¿es usada efectivamente así
esta palabra en el lenguaje, en el cual se encuentra su patria?» (Investigaciones: §116).
En el prefacio de La filosofía y el espejo de la naturaleza (1979), Rorty expresa un aspecto que le llamó
la atención de los problemas filosóficos: al parecer estos problemas son «producto de la adopción
inconsciente de suposiciones incorporadas al vocabulario en el que se formula el problema» (Rorty
1995: 11).
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realidad, realismo-antirrealismo) puede simplemente ser dejado de lado, primero porque no es rele-
vante para un equilibrio reflexivo, y segundo porque ni siquiera parece existir como problema.
«Si consideramos que el conocer no es algo que tenga esencia, que debe ser descrita por científicos o filó-
sofos, sino más bien como un derecho, según las normas en vigor, a creer, estamos avanzando hacia una
comprensión de la conversación como el contexto último dentro del cual se debe entender el conocimiento»
(Rorty 1995: 351).
Cuales son las claves que plantea Wittgenstein sobre los límites del lenguaje.
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Consciente de las consecuencias deterministas de este enfoque, Damasio considera que estos
problemas han de ser analizados en el marco de un «puente» entre neurobiología y humanidades.
El análisis neurobiológico por sí solo resulta tremendamente reduccionista, pero no tiene por qué
implicar una disminución de los fenómenos humanos: «ni la angustia ni la exaltación que el amor o
el arte pueden proporcionar resultan devaluadas al conocer algunos de los innumerables procesos
que los hacen tal como son. Precisamente debería ser al revés: nuestra capacidad de maravillarnos
debería aumentar ante los intrincados mecanismos que hacen que tal magia sea posible» (Damasio
1996: 14). Ambos, el carácter de «calificadores» de los sentimientos y el de «orgánico» básico de la
razón, sugieren que no se puede hacer una separación abismal entre razón y emoción. En otras
palabras, no parece que pueda hablarse de un acto totalmente racional o totalmente irracional. Sea
lo que sea lo que los distingue, no será menos complejo que los «intrincados mecanismos» que los
producen. Complejidad que expresa el límite y motor, a la vez, de la ciencia, pues al parecer, la intui-
ción de que es imposible descifrarlo y la intuición de que puede llegar a saberse parecen consistir en
un mismo acto. La misma actitud de Damasio frente a esta dificultad serviría de ejemplo:
Quizá ni siquiera deberíamos hablar de problema en absoluto, y referirnos en cambio a un misterio recu-
rriendo a una distinción entre cuestiones a las que la ciencia puede aproximarse de manera adecuada y
cuestiones que es probable que eludan siempre a la ciencia. Pero, por mucha simpatía que tenga por los que
no pueden imaginar de qué modo podemos desentrañar el misterio (se les ha llamado misterianos), y por los
que piensan que se puede llegar a conocer, pero que quedarían desilusionados si la explicación residiera en
algo ya conocido, creo, la mayoría de las veces, que llegaremos a saberlo (Damasio 1996: 17)..
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Obras clásicas
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Obras de referencia
Literatura secundaria
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RESUMEN
1.1. Límites del criterio empirista «Dejar ser» es el modo más autentico de existir, pero no es un
conocimiento teórico.
(o del conocimiento a posteriori):
El problema de la inducción
2.2. Epistemología nietzscheana de lo
El conocimiento por inducción no parece sostenerse en algún
principio racional.
irracional
Quien es cuidadoso en la subsunción tiene pocas probabili-
dades de sobrevivir.
1.2. Límites del criterio racionalista
El punto de partida de lo racional (o lógico) es la nada o lo
(o del conocimiento a priori puro) ilógico.
Un contenido que trasciende toda experiencia posible no Todo es interpretación.
puede ser considerado conocimiento.
La comprobabilidad también parece ser un criterio de validez
conocimientos universales y necesarios.
3. La Escuela Frankfurt y la
1.3. Criticismo (juicios sintéticos a priori) Posmodernidad
Hay juicios que son universales y necesarios pero sólo cog- Cuando los paradigmas vigentes colapsan o todo parece ab-
noscibles por la experiencia. surdo sólo queda el resquicio de la individualidad.
El conocimiento comienza por la experiencia auque no de- La crítica a la racionalidad implica una crítica a la subjetividad
penda de ella. que la genera.
La Escuela de Frankfurt critica a la subjetividad (sus normas e
instituciones) desde la subjetividad misma.
Los Posmodernos critican a la subjetividad anulándola o di-
2. Existencialismo, vitalismo y solviéndola.
lo irracional
El enfoque vitalista destaca la primacía de la intuición frente
a la conciencia. 4. Estructuralismo y
La intuición de la vida, o la existencia, está vinculada a la in- posestructuralismo
tuición de la muerte.
El único conocimiento útil (la intuición de la existencia) se Para Foucault, los problemas que exigen intelección surgen
funda en algo irracional. de estructuras aisladas y fortuitas, no tienen justificación sis-
temática o racional. Están condenados a desaparecer al cam-
Lo que hay en el fondo del conocimiento es una autorre- biar las condiciones que les dieron origen.
flexión vacía.
Para Derrida, todo concepto o significado puede ser decons-
truido (diseminado) hasta llegar a lo «indecible».
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