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El poeta Raúl Zurita; presentación del libro Íntegra de Gonzalo Rojas en la Biblioteca Nacional de Santiago, 25 de abril de 2013.

Fotografía: Wikimedia Commons

Inri, de Raúl Zurita:


el retorno de los crucificados

Moisés Elías Fuentes


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Crítico inconcesivo de la dictadura cívico-militar de Augusto
Pinochet, Raúl Zurita también ha sido crítico de la clase política chile-
na posdictadura, a la que ha tildado de arribista y carente de solidaridad.
Inadaptado, dirían algunos, y es cierto, porque Zurita no se plegó a la de-
mocracia acrítica surgida del plebiscito de 1988, plagada de omisiones
premeditadas y condescendencias timoratas. En lugar de ello, prefirió
y prefiere la acción creativa, que se verifica desde los días de performances
callejeros, hasta la permanencia de la voz disidente, que puede ser incó-
moda, pero que también es propositiva.
Nacido en 1950 en Santiago de Chile, Zurita incursionó muy joven
en el ámbito literario. Apresado y torturado en los primeros días del gol-
pe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende, después de su
excarcelación, aunque concluyó sus estudios de Ingeniería Civil, se dedicó
por entero a la literatura, desarrollando una obra poética en la que coexis-
ten amor y rencor, pensamiento e intolerancia, creatividad e inmovilismo,
que se manifiestan en los poemas como reflejos de las contradicciones de
una sociedad aún desgarrada.
Hacia fines de la década de 1970, el escritor chileno se integró al
grupo cada (Colectivo de Acciones de Arte), que se arriesgó a salir a los
espacios públicos y realizar instalaciones y performances, en tiempos que
la dictadura restringía el acceso a las calles. A partir de esta experiencia,
en que compartían espacios albedrío e intransigencia, Zurita profundi-
zó en las relaciones de contrarios en el arte y la vida diaria, lo que llevó al
extremo en 1982, cuando escribió un poema en el cielo neoyorquino por
medio del humo de varios aviones, y en 1993, cuando utilizó maquinaria
pesada para escribir un verso en el desierto de Atacama.

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En el primer caso, la palabra escrita pierde su carácter temporal y
se vuelve efímera; en el segundo, la palabra, como el ser humano, retor-
na a la tierra y queda a expensas del tiempo y las acciones del clima. En
ambos casos, la poesía depende del subconsciente: creo vislumbrar un
poema escrito en el cielo de una ciudad erizada de rascacielos; encuen-
tro un verso en el desierto y no descubro si alguien lo desenterró de (o lo
enterró en) la arena indiferente.
Publicado por primera vez en 2003, Inri1 cumple de manera pun-
tual con los aspectos característicos de la poesía del chileno: antónimos,
antítesis, recursos surrealistas, entre otros. Dividido en tres secciones, el
poemario está formado por textos que en su estructura colindan con
el poema en prosa, al tiempo que remiten a versículos bíblicos, con lo
que Zurita reitera la multiplicidad de la palabra poética.
Inri abre con un versículo del evangelio de Lucas: “Y yo les digo que
si ellos callan las piedras hablarán”, al que sigue “El mar”, largo poema
que alude a tantas víctimas secuestradas por la dictadura, que fueron arro-
jadas al océano Pacífico para desaparecer en forma definitiva su existencia.
No se trata de las aguas del bautismo redentor ofrecido por Jesucristo, sino
de un mar en que cada víctima es Cristo que vuelve a morir en la cruz:

Cruces hechas de peces para los Cristo. El arco del cielo


de Chile cae sobre las tumbas ensangrentadas de Cristo
para los peces. He allí tu madre. He allí tu hijo.
Sombras caen sobre el mar. Extrañas carnadas de
hombres caen sobre las cruces de peces en el mar.

A la despersonalización de las víctimas en los tenebrosos vuelos de la


muerte, Zurita opone nombres propios de mujeres y hombres que tuvie-
ron historias únicas e irrepetibles. Así, “Bruno se dobla, cae” comienza
con la descripción de un paisaje inmenso e impersonal, al que los versos
reponen la identidad propia:

Al frente las montañas emergen como una gasa de tul


curvándose contra las sombras. La nieve de la
cordillera fosforece levemente, como una gasa que flota.
Arriba las infinitas estrellas y el cielo negro. Las
palabras son leves, las estrellas son leves.

1
Raúl Zurita. Inri. Colección Tierra Firme. Segunda edición. Fondo de Cultura Econó-
mica Chile. Santiago, 2017. Las citas de poemas proceden de esta edición.

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Con dominio técnico, para describir la naturaleza co- la duda esconde la esperanza de que los hombres y las
losal el poeta echa mano de imágenes, comparaciones mujeres vilipendiados han de reescribir su propia histo-
y pies quebrados, mientras que para la declaración del ria y de relatar las singularidades de su tragedia:
último verso recurre a una oración simple: “Bruno era
mi amigo”. Un enunciado sin figuras retóricas, pero cuya Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos buscan las
tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez no todo
entrañable sencillez retorna al amigo a la vida física y
esté perdido. Las montañas duermen abajo y quizás las
a la intelectual y emocional. Y es que para Pinochet margaritas enciendan el campo de flores blancas.
la eliminación de los opositores debía ser absoluta: en
cuerpo y en espíritu. De ahí que en Inri Zurita insiste La tercera sección, como la primera, alberga varios poe-
en la rememoración espiritual y corporal de las vícti- mas, precedidos esta vez por un versículo del evangelio
mas: “Vuelvo a casa, dice Bruno. Susana también dice de Mateo: “Paz a ustedes”. Si el versículo de Lucas es una
que/ vuelve a casa”. sentencia y el de Juan un velado desafío, el de Mateo es
Al igual que la primera sección, la segunda está al mismo tiempo una bendición y un anhelo, porque
antecedida por un versículo de los evangelios, esta vez dicha paz es la protección de Dios pero también algo
el de Juan: “Aprovecharon entonces ese sepulcro cer- lejano, que sólo hemos atisbado con el pensamiento y
cano para poner ahí el cuerpo”. El versículo de Lucas el espíritu, pero no con la vista, como se insinúa en la
es una sentencia, en tanto el de Juan parece obedecer página que precede y en la que sucede a “El descenso”,
a la urgencia de buscar la tumba para albergar el cadá- que contienen unos versos en escritura braille que se
ver de Jesús. Parece, pero no; la búsqueda del sepulcro interrumpen y quedan en una penumbra silenciosa,
en realidad es un velado desafío: restituir al cuerpo su que se extiende a “Las flores”, el primer poema de la
dignidad al devolverlo a la tierra, a contracorriente del tercera sección:
desprecio, la tortura y la crucifixión.
Único poema de la segunda sección, “El descen- Les vaciaron los ojos ¿sabías? les arrancaron los ojos de
las cuencas. Por eso en estos poemas nadie ve, sólo
so” busca también un sepulcro, el retorno a la tierra:
oye. Las flores oyen y gritan a veces al doblarse bajo el
“Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos, habitua- viento. Los rostros no ven. Las piedras están locas […]
das/ a seguir siempre las tuyas, sienten en la oscuridad
que/ descendemos”. Sin embargo, en este caso la tierra A la manera de los predicadores misioneros, Zurita se
misma ha perdido sus rasgos identitarios y no es ya la apoya en la repetición y la aliteración para congregar
cueva madre del origen. Ante la orfandad, los muertos a la grey dispersa con palabras que, si bien son duras,
deben crear su propio refugio: están plantadas en el suelo de la esperanza:

Las heladas montañas se derrumban sobre sí mismas y Las flores entonces de Los Andes y las flores del
caen. Tal vez el mar las acoja. Hay tal vez un mar Pacífico dicen que nos aman. Nos dicen eso: que nos
donde los cuerpos helados caen. Quizás Zurita eso sea aman. Los maravillosos aromos levantándose desde
el mar. Un limbo donde los cuerpos caen. toda la sangre de los campos y los aromos que ahora
crecen donde estaban las angostas llanuras lo dicen.
Como para convencerse de una posible nueva realidad, el
poeta se habla: “Quizás Zurita eso sea/ el mar.” Es la dubi- El amor de una flor devuelve a los y las mártires la dig-
tación del proscrito por el hecho de existir. Sin embargo, nidad arrebatada: “A mí que me morí me/ aman. A ti

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que te moriste te aman”. Así, han de ser las flores, las olas, los vientos, los
ríos quienes traen a los desaparecidos y desaparecidas. Y digo quienes
porque los elementos de la naturaleza son los nuevos rostros y nom-
bres de las mujeres y hombres victimados por la represión dictatorial que
no cielo según declaran los versos de “Rompientes”: “Y los/ arrojados cuer-
pos flotan sobre el cielo y son un mar […]”.
Es la vuelta de Chile hecha de desconcierto y esperanza, con la que
vuelven las víctimas, su memoria escondida en lo recóndito de los sen-
timientos, memoria a la que pedimos noticia de “Bruno, Susana”: “Se
recuerda entonces toda una nevada de nombres,/ Paulina, Mireya, Vi-
viana: ¿han visto a Susana? ¿han/ visto a Bruno?”. Lúcido en el manejo
de figuras retóricas, Zurita utiliza imágenes creacionistas y antítesis con
ecos barrocos para recobrar la voz de los hombres y mujeres víctimas de
la represión dictatorial:

Y te sentiré de nuevo. Porque estas palabras no


morirán como morimos nosotros y el vuelo de nuestras
carnes prendiéndose se nos irá pegando como lagos
pegados con el amanecer y las efímeras plumas que
fuimos volverán al aire y serán olas de olas los aires […]

Sin embargo, cuando llegamos a “El inri de los paisajes”, poema-epílogo


que cierra el libro, diríase que el poeta reniega de sus anhelos y, otra vez,
debemos recordar que la poesía de Zurita emerge de las contradiccio-
nes de un espíritu torturado por la huella del dolor en la carne, al tiempo
que revitalizado por el sueño de un Chile capaz de reescribir su historia.
“El inri de los paisajes” se acompaña de otro versículo, esta vez de
Isaías: “Y eran de nuevo tus llanuras”. Esas llanuras a las que alude son
las del alma y de la conciencia, que de una vez por todas deben dejar de
soñar para, al fin, redimir a la nación chilena. Despertar como desafío y
como posibilidad única de refundar desde sus cimientos al país.

Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre


las montañas, lagos y mar de Chile.
Un sueño quizá soñó que habían unas
flores, que habían unas rompientes,
un océano subiéndolos salvos desde sus
tumbas en los paisajes. No. Están muertos.

Fueron ya dichas las inexistentes flores.


Fue ya dicha la inexistente mañana.

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