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Adoración - Enciclopedia Católica

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En sentido estricto, es un acto de religión que se ofrece a Dios en


reconocimiento de su suprema perfección y dominio, y de que todas las
criaturas dependen de Él; en un sentido más amplio, la reverencia
mostrada a cualquier persona u objeto que posee inherentemente o por
asociación, un carácter sagrado o un alto grado de excelencia moral. La
creatura racional, al levantar la vista hacia Dios, a quien la razón y la
revelación muestran ser infinitamente perfecto, no puede, en derecho y
justicia mantener una actitud de indiferencia. Esa perfección, que es
infinita en sí misma y la fuente y cumplimiento de todo el bien que
poseemos o que poseeremos, es la que debemos adorar reconociendo su
inmensidad y sometiéndonos a su supremacía. Esta adoración requerida
por Dios, y dada exclusivamente a Él como Dios, es designada por los
griegos como latreia (latinizada, latría), para la cual la mejor traducción
que ofrece nuestra lengua es la palabra adoración.

La adoración difiere de otros actos de culto, tales como la súplica, la


confesión de los pecados, etc., en la medida en que consiste formalmente
en la propia humillación ante el Infinito y en un devoto reconocimiento
de su transcendente excelencia. En Apocalipsis 5,11-12 se da un excelente

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ejemplo de adoración: "Y en la visión oí la voz de una multitud de ángeles


alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos; y caían rostro en
tierra frente al trono y adoraban a Dios, diciendo: ‘Amén, bendición y
gloria, y sabiduría, y acción de gracias, honor, y poder y fuerza a nuestro
Dios por los siglos de los siglos. Amén”. El precepto revelado de adorar a
Dios fue mencionado por Moisés en el Monte Sinaí y fue reafirmado en
las palabras de Cristo “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto.”
(Mt. 4,10).

El elemento primario y fundamental en la adoración es un acto interior


de la mente y la voluntad; la mente percibe que la perfección de Dios es
infinita, y la voluntad que nos ordena a exaltar y dar culto a esta
perfección. Sin alguna medida de esta adoración interior "en espíritu y
en verdad" es evidente que cualquier muestra exterior de culto divino
sería mera pantomima y falsedad. Pero igualmente evidente es que la
adoración sentida dentro buscará la expresión exterior. La naturaleza
humana demanda algún tipo de expresión física para sus estados de
ánimo espirituales y emocionales; y es a este instinto por la auto
expresión que se debe todo nuestro aparato de lenguaje y expresión
corporal. La supresión de este instinto en la religión sería tan irrazonable
como reprimirlo en cualquier otra esfera de nuestra experiencia. Más
aún, haría atroz daño religioso reprimir su tendencia a manifestaciones
externas, ya que la expresión externa reacciona sobre el sentimiento
interior acelerándolo, reforzándolo y manteniéndolo.

Como enseña Santo Tomás: "es connatural para nosotros pasar de los
signos físicos a la base espiritual en que se apoyan" (Summa II-II:48:2). Es
de esperarse, entonces, que los hombres se hubiesen puesto de acuerdo
sobre ciertas acciones convencionales que expresen adoración al Ser
Supremo. De estas acciones, una ha significado adoración preeminente y
exclusivamente, y esa es sacrificio. Otros actos han sido usados
extensamente para el mismo propósito, pero la mayor parte de ellos
---exceptuando siempre al sacrificio--- no han sido reservados
exclusivamente para el culto divino; también han sido usados para
manifestar amistad o reverencia a altos personajes. Así Abraham "cayó
rostro en tierra" frente al Señor (Gén. 17,3). Esto claramente fue un acto
de adoración en su más alto sentido; aunque pudo haber tenido otro
significado, sabemos, por ejemplo, de 1 Sam. 20,41, que dice que David
“cayo rostro en tierra" adoró ante Jonatán, quien había venido a
advertirle del odio de Saúl. Del mismo modo Gén. 33,3 narra que Jacob, al
encontrar a su hermano Esaú "se inclinó en tierra siete veces ". Leemos
de otras formas de adoración entre los hebreos, tales como quitarse los
zapatos (Éx. 3,5), la prostración, (Gén. 24,26), y se nos dice que los

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publicanos contritos se ponían de pie cuando oraban, y que San Pablo se


arrodilló cuando hizo adoración con los ancianos de Éfeso. Entre los
primeros cristianos era común adorar a Dios de pie, con los brazos
extendidos y de cara al oriente.

Finalmente, tal vez deberíamos mencionar el acto de adoración pagano


que parece contener la explicación etimológica de nuestra palabra
adoración. La palabra adoratio muy probablemente se originó a partir de
la frase (manum) ad os (mittere), que designaba el acto de besar la mano
a la estatua del dios que uno quería honrar. Concerniente a la
manifestación verbal de adoración ---es decir, la oración de alabanza---
no es necesaria ninguna explicación. La conexión entre nuestros
sentimientos interiores y su declaración articulada es obvia.

Hasta aquí hemos hablado del culto rendido directamente a Dios como el
ser infinitamente perfecto. Está claro que la adoración en este sentido no
puede ser ofrecida a objetos finitos. Sin embargo, el impulso que nos
conduce a adorar la perfección de Dios por sí misma, nos mueve también
a venerar los rastros y atribuciones de esa perfección tal como aparecen
conspicuamente en los hombres y mujeres santos. Incluso le rendimos
algún tipo de reverencia a objetos inanimados que por una u otra razón
nos recuerdan notablemente la excelencia, majestad, amor y
misericordia de Dios. La bondad que poseen estas criaturas por
participación o asociación es un reflejo de la bondad de Dios;
honrándolos de forma apropiada ofrecemos tributo al dador de todo
bien. En tales casos Él es el fin último de nuestro culto, ya que Él es la
fuente de la perfección derivada que le dio origen.

Empero, como sugerimos más arriba, cuando el objeto inmediato de


nuestra veneración es una creatura de este tipo, el modo de culto que le
dedicamos es fundamentalmente diferente del culto que pertenece a Dios
solamente. Como ya dijimos, latría es el nombre del culto a Dios; y para el
culto a los ángeles y santos empleamos el término dulía. La Santísima
Virgen María, la cual manifiesta de una manera más sublime que
cualquier otra creatura la bondad de Dios, merece de nosotros un
reconocimiento más elevado y una veneración más profunda que
cualquier otro de los santos; y este culto particular que merece debido a
su posición única en la economía divina, la teología lo designa con el
nombre de hiperdulía, es decir, dulía en un grado eminente.

Es desafortunado que ni nuestra lengua ni el latín posean en su


terminología la precisión de la lengua griega. La palabra latría nunca se
aplica en ningún otro sentido que la incomunicable adoración que se

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debe a Dios únicamente. Pero en el inglés las palabras adore y worship


aún se emplean algunas veces, y en el pasado se usaron comúnmente,
para denotar tipos inferiores de veneración religiosa e incluso para
expresar admiración o afecto por personas vivas sobre la tierra. Así
David "adoró" a Jonatán. De la misma manera Meribbaal "cayendo sobre
rostro, se postró" ante David (2 Sam. 9.6). Tennyson dijo que Enid en la
sinceridad de su corazón adoraba a la reina. Aquellos que forzosamente
adoptaron estas maneras de expresión entendieron perfectamente bien
lo que ellas significaban y por tanto no estaban en peligro de invadir los
derechos de la Divinidad. Se hace apenas necesario hacer notar que los
católicos también, aún los menos letrados, no están en peligro de
confundir la adoración que deben a Dios con el honor religioso que se da
a criaturas finitas aun cuando se emplee la palabra culto, que debido a la
pobreza de nuestro lenguaje, se aplica a ambos. El Séptimo Concilio
General (787) plantea el asunto en pocas palabras cuando dice "la
verdadera latría se dará solamente a Dios"; y el Concilio de Trento (Ses.
XXV) aclara la diferencia entre invocación de los santos e idolatría.

Para concluir, se pueden añadir unas pocas palabras sobre las ofensas
que tienen conflicto con la adoración a Dios. Pueden resumirse en tres
categorías:

• culto ofrecido a falsos dioses;


• culto ofrecido al verdadero Dios, pero de una manera falsa, indigna y
escandalosa; y
• la blasfemia.

La primera clase abarca pecados de idolatría. La segunda clase abarca


pecados de superstición. Estos pueden tomar muchas formas que serán
tratadas en otros artículos. Baste decir que la teología católica repudia
enfáticamente las observancias vanas que descuidan lo esencial en el
culto a Dios y exageran características puramente accidentales o
desprecian lo esencial en excesos fantásticos y pueriles. Honrar, o
pretender honrar a Dios, por medio de números místicos o frases
mágicas, como si la adoración consistiese principalmente en el número o
la declaración verbal de las frases, corresponde a la cábala judía o
mitología pagana, no al culto del Altísimo. (Vea blasfemia, idolatría,
María, Comunión de los Santos, culto cristiano).

Fuente: Sullivan, William L. "Adoration." The Catholic Encyclopedia. Vol.


1. New York: Robert Appleton Company, 1907.

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<http://www.newadvent.org/cathen/01151a.htm>.

Traducido por Javier L. Ochoa M. rc

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