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Papa Pío VII - Enciclopedia Católica

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Papa Pío VII (BARNABA CHIARAMONTI) nació en Cesena, en los Estados


Pontificios el 14 de agosto de 1742; fue electo en Venecia el 14 de marzo
de 1800; murió el 20 de agosto de 1823. Su padre fue el Conde Scipione
Chiaramonti, y su madre, de la noble casa de Ghini, fue una dama de una
rara piedad, quien en 1763 entró al convento de las carmelitas en Fano.
Aquí ella predijo en presencia de su hijo, según relató más tarde el
propio Pío VII, su elevación al papado y sus prolongados sufrimientos.

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Barnaba recibió su educación primaria en el colegio para nobles en


Rávena. A la edad de dieciséis años entró al monasterio benedictino de
Santa María del Monte, cerca de Cesena, donde fue llamado hermano
Gregorio. Luego de completar sus estudios en filosofía y teología, fue
nombrado profesor en las universidades de su Orden en Parma y en
Roma.

Enseñaba en el monasterio de San Calixto (Roma) en el momento de la


accesión de Pío VI quien era amigo de la familia Chiaramonti, y quien
luego nombró a Barnaba como abad de su monasterio. El nombramiento
no contó con la aprobación universal de los internos, y pronto se
presentaron ante la autoridad papal contra el nuevo abad. Sin embargo,
la investigación probó que los cargos eran infundados, y Pio VI pronto lo
elevó a a más dignidades. Luego de habérsele otorgado sucesivamente
los obispados de Tívoli e Imola, fue creado cardenal el 14 de febrero de
1785.

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Cuando en 1797 los franceses invadieron el norte de Italia, Chiaramonti,


como obispo de Imola les impartió a sus fieles la sabia y práctica
instrucción de que se abstuvieran de una resistencia inútil frente a las
fuerzas abrumadoras y amenazantes del enemigo. El pueblo de Lugo se
negó a someterse a los invasores y fue entregado a un pillaje que solo
finalizó cuando el prelado, quien había aconsejado la sujeción, se
arrodilló suplicante ante el general Augereau. Que Chiaramonti podía
adaptarse a nuevas situaciones se desprende claramente de una homilía
que pronunció en la Navidad de 1797, en la cual aboga por la sumisión a
la República Cisalpina, pues no hay oposición entre una forma
democrática de gobierno y la constitución de la Iglesia Católica. A pesar
de esta actitud, fue repetidamente acusado de procedimientos de traición
a la república, pero siempre tuvo éxito en reivindicar su conducta.

Según una ordenanza emitida por Pío VI (13 nov. 1798), la ciudad que en
el momento de su muerte tuviese el mayor número de cardenales, sería
el escenario de la elección siguiente. De conformidad con estas
instrucciones y luego de su muerte (29 agosto 1799), los cardenales se
reunieron en cónclave en el monasterio benedictino de San Giorgio en
Venecia. El lugar fue del agrado del emperador, quien sufragó los gastos
de la elección. Treinta y cuatro cardenales asistieron a la apertura del
evento el 30 de noviembre de 1799; a ellos se unió unos días más tarde el
cardenal Herzan, quien actuó simultáneamente como comisionado
imperial. No pasó mucho tiempo antes que la elección del cardenal
Bellisomi pareciese asegurada; sin embargo, fue inaceptable para el
partido austríaco que favorecía al cardenal Mattei. Como ninguno de los
candidatos pudo asegurar un número suficiente de votos, se propuso un
tercer nombre, el del cardenal Gerdil, pero su elección fue vetada por
Austria.

Al final, luego de que el cónclave había durado tres meses, algunos de los
cardenales neutrales, incluido Maury, sugirieron a Chiaramonti como un
candidato adecuado, el cual fue electo con el discreto apoyo de Ercole
Consalvi, secretario del cónclave. El nuevo Papa fue coronado como Pío
VII el 21 de marzo de 1800 en Venecia. Luego salió de esa ciudad en un

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velero austriaco hacia Roma, donde hizo su entrada solemne el 3 de julio,


en medio del gozo universal de la población. De suma importancia para
su reinado fue la elevación (11 agosto 1800) de Ercole Consalvi, uno de
los más grandes estadistas del siglo XIX, al colegio de cardenales y al
cargo de secretario de estado. Consalvi retuvo hasta el final la confianza
del papa, aunque el conflicto con Napoleón I le forzó a mantenerse fuera
del cargo durante varios años.

Por ningún país estuvo Pío VII más preocupado durante su reinado que
por Francia, donde la Revolución había destruido el antiguo orden en
religión no menos que en política. Bonaparte, como primer cónsul,
manifestó su disposición a entablar negociaciones tendientes a la
solución de la cuestión religiosa. Estos avances llevaron a la conclusión
del histórico Concordato de 1801, el que por más de cien años gobernó
las relaciones entre la Iglesia de Francia y Roma (sobre este acuerdo, el
viaje de Pío VII a París para la coronación imperial, su cautiverio y
restauración, vea CONCORDATO DE 1801, CONSALVI y NAPOLEON I).
Después de la caída de Napoleón, se negoció un nuevo concordato entre
Pío VII y Luis XVIII. El mismo proveyó para un número adicional de
obispados franceses y abrogó los Artículos Orgánicos. No obstante, la
oposición liberal y galicana fue tan fuerte que nunca se pudo llevar a
cabo. Uno de sus objetivos se realizó luego cuando en 1822 la Bula de
circunscripción “Paternae Caritatis” erigió treinta nuevas sedes
episcopales.

Con la Paz de Lunéville en 1801, algunos príncipes alemanes perdieron


sus derechos y dominios hereditarios debido a la cesión a Francia de la
franja izquierda del Rin. Cuando se supo que contemplaban compensar
su pérdida mediante la secularización de tierras eclesiásticas, Pío VII
instruyó a Dalberg, elector de Maguncia (2 oct. 1802), a que utilizara toda
su influencia para la protección de los derechos de la Iglesia. Dalberg, sin
embargo, demostró más ardor por su propio avance que celo en la
defensa de los intereses religiosos, y en 1803 la diputación imperial de
Ratisbona permitió la confiscación de las propiedades eclesiásticas. Esta
situación resultó en una enorme pérdida para la Iglesia, pero el Papa no
pudo resistir su ejecución.

La reorganización eclesiástica de Alemania ahora se convirtió en una


necesidad urgente. Baviera pronto inició negociaciones con miras a un
concordato y poco después fue seguida por Würtemburg. Pero Roma
prefería tratar más bien con el gobierno imperial central que con estados
individuales, y luego de la supresión del Sacro Imperio Romano en 1806,
el objetivo de Napoleón era obtener un concordato uniforme para toda la

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confederación del Rin. Eventos subsecuentes impidieron cualquier


acuerdo antes de la caída de Napoleón. En el Congreso de Viena
(1814-1815) Consalvi abogó en vano por la restauración de la antigua
organización eclesiástica. Poco después de este acontecimiento, los
distintos Estados alemanes entablaron negociaciones por separado con
Roma y el primer concordato se concluyó con Baviera en 1817. En 1821
Pío VII promulgó en la bula “De salute animarum” el acuerdo concluido
con Prusia; y el mismo año otra bula “Provida Solersque”, hizo una
redistribución de las diócesis en la provincia eclesiástica del Alto Rin.

Asimismo en Inglaterra se contempló un acuerdo con Roma, basado en


concesiones mutuas respecto a los asuntos eclesiásticos irlandeses,
notablemente las nominaciones episcopales (el veto). La administración
papal favorecía el proyecto de buena gana al ver que la resistencia
común a Napoleón había acercado más a la Santa Sede y al gobierno
británico, y que todavía necesitaba la ayuda del poderío y la diplomacia
ingleses. Pero la oposición irlandesa al plan fue tan decidida que no se
pudo hacer nada, y el clero irlandés permaneció libre de todo control
estatal. Libertad similar prevaleció en la creciente iglesia de Estados
Unidos, país en el cual Pío VII erigió en 1808 las diócesis de Boston,
Nueva York, Filadelfia y Bardstown, con Baltimore como la sede
metropolitana. A estas diócesis se agregaron las de Charleston y
Richmond en 1820, y la de Cincinnati en 1821.

Uno de los éxitos más notables del pontificado de Pío VII fue la
restauración de los Estados Pontificios, asegurada en el Congreso de
Viena por el representante papal, Consalvi. Solamente una pequeña
franja de tierra quedó en poder de Austria, y esta usurpación fue objeto
de protestas. En la administración temporal de estos estados se
conservaron juiciosamente algunas de las características que contribuían
a la uniformidad y eficiencia introducidas por los franceses, se abolieron
los derecho feudales de la nobleza y se suprimieron los antiguos
privilegios de los municipios. Se desarrolló considerable oposición contra
estas medidas, y los carbonarios incluso amenazaron con rebelarse; pero
Consalvi hizo que sus líderes fueran procesados y el 13 de septiembre de
1821 Pío VII condenó sus principios.

De una naturaleza más seria fue la revolución que estalló en España en


1820, y la cual, debido a su carácter anticlerical, fue motivo de gran
preocupación para el papado. Restringió la autoridad de los tribunales
eclesiásticos (26 sept. 1820); decretó (23 octubre) la supresión de un gran
número de monasterios y prohibió (14 abril 1821) el envío de
contribuciones económicas a Roma. También aseguró el nombramiento

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del canónigo Villanueva, un defensor público de la abolición del papado,


como embajador español en Roma, y, ante la negativa de Pío VII de
aceptarlo, rompió todas las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en
1823. Sin embargo, ese mismo año la intervención armada de Francia
suprimió la revolución y el rey Fernando VII derogó las leyes anti
católicas.

Durante la última parte del reinado de Pío VII el prestigio del papado se
elevó debido a la presencia en Roma de varios gobernantes europeos. El
emperador y la emperatriz de Austria, acompañados de su hija, hicieron
una visita oficial al Papa en 1819. El rey de Nápoles visitó Roma en 1821 y
fue seguido en 1822 por el rey de Prusia. El ciego Carlos Emmanuel IV de
Saboya y el rey Carlos IV de España y su reina residieron
permanentemente en la Ciudad Eterna. Un hecho mucho glorioso para la
personalidad de Pío VII fue que, luego de la caída de su perseguidor
Napoleón, él gustosamente ofreció refugio en su capital a los miembros
de la familia Bonaparte. La princesa Leticia, madre del depuesto
emperador, vivió allí, al igual que sus hermanos Lucien y Luis y su tío, el
cardenal Fesch. Pío fue tan clemente que al saber del severo cautiverio
en que se hallaba el prisionero imperial era tratado en Santa Helena, le
solicitó al cardenal Consalvi que suplicara lenidad ante el príncipe
regente de Inglaterra. Cuando le informaron del deseo de Napoleón de
recibir el ministerio de un sacerdote católico, envió al abad Vignali como
capellán.

Bajo el reinado de Pío Roma fue también la morada favorita de los


artistas. Entre estos es suficiente citar los nombres ilustres del veneciano
Canova, el danés Thorwaldsen, el austríaco Führich y de los alemanes
Overbeck, Pforr, Schadow y Cornelius. Pío VII agregó numerosos
manuscritos y volúmenes impresos a la Biblioteca del Vaticano; reabrió
los colegios ingleses, escoceses y alemanes en Roma, y estableció nuevas
cátedras en el Colegio Romano.

Reorganizó la Congregación de la Propaganda y condenó las Sociedades


Bíblicas. En 1805 recibió en Florencia la sumisión incondicional de
Scipione Ricci, el ex obispo de Pistoia-Prato, quien se había negado a
obedecer a Pío VI en su condena del Sínodo de Pistoia. La suprimida
Compañía de Jesús fue reestablecida para Rusia en 1801, para el Reino de
las Dos Sicilias en 1804, para Estados Unidos, para Inglaterra e Irlanda en
1813, y para la Iglesia Universal el 7 de agosto de 1814.

El 6 de julio de 1823, Pio VII sufrió una caída en su apartamento y se


fracturó un muslo. Fue obligado a guardar cama, de la cual no se levantó

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jamás. Durante su enfermedad la magnífica basílica de San Pablo


Extramuros fue destruida por el fuego, una calamidad que nunca le fue
revelada. El gentil y valiente pontífice expiró en presencia de su devoto
Consalvi, quien pronto le seguiría a la tumba.

Vea también los artículos PAPA PÍO VI, Napoleón I, ARTÍCULOS


ORGÁNICOS, CONCORDATO FRANCÉS DE 1801, ERCOLE CONSALVI.

Bibliografía: Parte de las bulas de Pío VII se encuentran en Bullarii


Romani continuatio, ed. BARBERI, XI-XV (Roma, 1846-53); DROCHON,
Mémoires du cardinal Consalvi (París, 1896); PACCA, tr. HEAD, Historical
Memoirs of Cardinal Pacca (Londres, 1850); ARTAUD DE MONTOR,
Histoire du Pape Pie VII (3ra ed., París, 1839); WISEMAN, Recollections of
the Last Four Popes (Boston, 1858); ALLIES, The Life of Pope Pius VII (2da
ed., Londres, 1897); MACCAFFREY, History of the Catholic Church in the
Nineteenth Century (2da ed., Dublin y San Luis, 1910); ACTON, The
Cambridge Modern History: vol. X, The Restoration (Nueva York, 1907);
SAMPSON, Pius VII and the French Revolution, in Amer. Cath. Quarterly
Rev. (Philadelphia, Apr., 1908—). Vea también las bibliografías en los
artículos CONCORDATO FRANCÉS DE 1801, CONSALVI, Napoleón I
(Bonaparte).

Fuente: Weber, Nicholas. "Pope Pius VII." The Catholic Encyclopedia. Vol.
12, págs. 132-134. New York: Robert Appleton Company, 1911. 9 agosto
2021 <http://www.newadvent.org/cathen/12132a.htm>.

Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes. lmhm

Imágenes recopiladas por Summer Miller Vinnig.

Selección de José Gálvez Krüger

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