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San Pedro - Enciclopedia Católica

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PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES

La vida de San Pedro puede ser considerada convenientemente bajo los


títulos siguientes:

• 1 Hasta la Ascensión de Cristo


• 1.1 Betsaida
• 1.2 Cafarnaúm
• 1.3 Encuentro de Pedro con Nuestro Señor
• 1.4 Pedro se convierte en discípulo
• 1.5 Creciente elevación de entre los Doce
• 1.6 Pedro se vuelve Cabeza de los Apóstoles
• 1.7 Su dificultad con la Pasión de Cristo

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• 1.8 El Señor Resucitado confirma la precedencia de Pedro

• 2 San Pedro en Jerusalén y Palestina luego de la Ascensión


• 3 Viajes Misioneros en Oriente; El Concilio de los Apóstoles
• 4 Actividad y Muerte en Roma; Lugar de Entierro
• 5 Fiestas de San Pedro
• 6 Representaciones de San Pedro

Hasta la Ascensión de Cristo

Betsaida

El nombre verdadero y original de San Pedro era Simón, que aparece a


veces como Simeón. (Hechos 15,14; 2 Pedro 1,1). Era hijo de Jonás (Juan) y
nacido en Betsaida (Juan 1,42-44), un pueblo junto al Lago de Genesaret,
de cuya ubicación no hay certeza, aunque generalmente se lo busca en el
extremo norte del lago. El Apóstol Andrés era su hermano, y el Apóstol
Felipe provenía del mismo pueblo.

Cafarnaúm

Simón se estableció en Cafarnaúm, donde vivía con su suegra en su


propia casa (Mateo 8,14; Lucas 4,38) al tiempo de comenzar el ministerio
público de Jesucristo (alrededor del 26-28 d.C.). Por ende, Simón era
casado y, según Clemente de Alejandría (Stromata, III, VI, ed. Dindorf, II,
276), tenía hijos. Por el mismo escritor nos llega la tradición sobre que la
esposa de Pedro sufrió el martirio (ibid., VII, XI ed. cit., III, 306). Respecto
de estos hechos, adoptados por Eusebio (Hist. Eccl., III, XXXI) a partir de
Clemente, la antigua literatura cristiana que ha llegado hasta nosotros
guarda silencio. Simón se dedicó en Cafarnaúm al lucrativo quehacer de
pescador en el Lago de Genesaret, poseyendo su propio barco (Lucas 5,3).

Encuentro de Pedro con Nuestro Señor

Al igual que tantos de sus contemporáneos judíos, a él lo atraía la prédica


de penitencia de Juan el Bautista y junto a su hermano Andrés, estaba
entre los seguidores de Juan en Betania, sobre la margen oriental del
Jordán. Cuando, luego que el Sanedrín hubo mandado por segunda vez
enviados al Bautista, éste señaló a Jesús que pasaba, diciendo, "He ahí al
Cordero de Dios", siguiéndolo Andrés y otro discípulo al Salvador a su
residencia y permaneciendo por un día con Él.

Más tarde, encontrando a su hermano Simón, Andrés le dijo "Hemos

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hallado al Mesías", y lo llevó hasta Jesús, quien, fijando su mirada en él,


le dijo: "Tú eres Simón el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas, que se
interpreta como Pedro". Ya en este primer encuentro, el Salvador
anticipó el cambio del nombre de Simón por Cefas (Kephas; arameo
Kipha, roca), que es traducido como Petros (Latín, Petrus), prueba de que
Cristo tenía ya miras especiales respecto de Simón. Más adelante,
probablemente al tiempo de su llamado definitivo al apostolado junto a
los otros once apóstoles, Jesús dio a Simón el nombre de Cefas (Petrus),
tras lo cual era llamado generalmente Pedro, en especial por Cristo en la
ocasión solemne que siguió a la profesión de fe de Pedro (Mateo 16,18; cf.
abajo). Los Evangelistas suelen combinar ambos nombres, mientras que
San Pablo usa el nombre Cefas.

Pedro se convierte en discípulo

Luego del encuentro inicial, Pedro y los otros primitivos discípulos


permanecieron con Jesús por algún tiempo, acompañándolo a Galilea
(Bodas de Caná), Judea y Jerusalén, para volver por Samaria a Galilea
(Juan, 2-4). Aquí Pedro retomó su tarea de pescador por un breve lapso,
pero pronto recibió el llamado definitivo del Salvador para ser uno de
Sus discípulos permanentes. Pedro y Andrés estaban trabajando en el
momento de ser convocados cuando Jesús los halló y dijo: "Venid
conmigo y os haré pescadores de hombres". En la misma ocasión fueron
convocados los hijos de Zebedeo (Mt. 18-22; Mc. 1,16-20; Lc. 5,1-11; se
asume que Lucas aquí se refiere a la misma ocasión que los otros
Evangelistas). Desde entonces Pedro permaneció siempre en la vecindad
inmediata de Nuestro Señor. Luego del Sermón de la Montaña y de curar
al hijo del centurión en Cafarnaúm, Jesús vino a casa de Pedro y sanó a la
madre de su esposa, que estaba enferma de una fiebre (Mateo 8,14-15;
Marcos 1,29-31). Poco después Cristo eligió a Sus doce apóstoles como
compañeros constantes al predicar el Reino de Dios.

Creciente elevación de entre los Doce

Pedro pronto sobresalió de entre los Doce. Aunque de carácter indeciso,


se aferra al Salvador con la mayor fidelidad, firmeza de fe y amor íntimo;
atropellado tanto de palabra como en sus actos, está lleno de celo y
entusiasmo, aunque de momento fácilmente accesible a influencias
externas e intimidado por las dificultades. Cuanto mayor relieve toman
los apóstoles en la narrativa Evangélica, tanto más se destaca Pedro como
el primero entre ellos. En la lista de los Doce en ocasión de ser llamados
solemnemente al apostolado, no sólo aparece siempre a la cabeza Pedro,
sino que se enfatiza el apodo Petrus que Cristo le diera (Mateo 10,2):

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"Duodecim autem Apostolorum nomina haec: Primus Simon qui dicitur


Petrus. . ."; Mc. 3,14-16: "Et fecit ut essent duodecim cum illo, et ut
mitteret eos praedicare . . . et imposuit Simoni nomen Petrus"; Lc. 6,13-14:
"Et cum dies factus esset, vocavit discipulos suos, et elegit duodecim ex
ipsis (quos et Apostolos nominavit): Simonem, quem cognominavit
Petrum . . .". En varias ocasiones Pedro habla en nombre de los demás
apóstoles (Mt. 15,15; 19,27; Lucas 12,41, etc.). Cuando las palabras de
Cristo son dirigidas a todos los apóstoles, Pedro responde en nombre de
ellos (ej. Mateo 16,16). Con frecuencia el Salvador se dirige en especial a
Pedro (Mt. 26,40; Lc. 22,31, etc.).

Muy característica es la expresión de verdadera fidelidad a Jesús que


Pedro le dirige en el nombre de los otros apóstoles. Luego de haber
hablado sobre el misterio de la recepción de Su Cuerpo y de Su Sangre
(Juan 6,22ss.) y de ver que muchos de Sus discípulos lo dejaban, Cristo
preguntó a los Doce si ellos también lo abandonarían; La respuesta de
Pedro surge de inmediato "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tu tienes
palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios" (Vulg. "tú eres el Cristo, el Hijo de Dios"). Cristo mismo
inconfundiblemente acuerda una precedencia especial a Pedro y el
primer lugar entre los apóstoles, designándolo así en varias ocasiones.
Pedro fue uno de los tres apóstoles (con Santiago y Juan) que estuvieron
con Cristo en ciertas ocasiones especiales, la resurrección de la hija de
Jairo de entre los muertos (Mc. 5,37; Lc. 8,51); la Transfiguración de Cristo
(Mt. 17,1; Mc. 9,1; Lc. 9,28), la Agonía en el Huerto de Getsemaní (Mt.
26,37; Mc. 14,33). También en varias ocasiones Cristo lo prefirió por
encima del resto: sube a la barca de Pedro en el Lago Genesaret para
predicar a la multitud en la orilla (Lc.5,3); cuando Él caminaba
milagrosamente sobre las aguas, llamó a Pedro para que cruzase hacia Él
por el Lago (Mt. 14,28ss.); Él lo mandó al lago a capturar el pez en cuya
boca Pedro encontró el estáter (v. numismática) para pagar como tributo
(Mt. 17,24ss.).

Pedro se vuelve Cabeza de los Apóstoles

De una manera especialmente solemne, Cristo acentuó la precedencia de


Pedro entre los apóstoles cuando, luego que Pedro lo reconoció como el
Mesías, Él le prometió que encabezaría a Su rebaño. Jesús moraba
entonces con Sus apóstoles en la proximidad de Cesarea de Filipo,
ocupado en su tarea de salvación. Como la venida de Cristo coincidía tan
poco en poder y gloria con las expectativas del Mesías, circulaban
muchos criterios respecto de Él. Al viajar con Sus apóstoles, Jesús les
pregunta: "Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre". Los

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apóstoles contestaron: "Unos, que Juan el Bautista, otros, que Elías, otros
que Jeremías, o uno de los profetas". Jesús les dijo: "Pero ¿quién dicen
ustedes que soy yo?" Simón dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y
Jesús replicando le dijo: "Bienaventurado eres Simón Bar-Jona, porque
no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro [Kipha, una roca], y sobre
esta piedra [Kipha] edificaré mi iglesia [ekklesian], y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de
los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Entonces mandó a sus
discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo (Mt. 16,13-20; Mc.
8,27-30; Lc. 9,18-21).

Mediante la palabra "piedra" el Salvador no debe haberse referido a Sí


mismo, sino sólo a Pedro, como es mucho más evidente en arameo,
donde la misma palabra (Kipha) se usa para "Pedro" y "roca". Su
expresión sólo admite entonces una sola explicación, que es, que Él desea
hacer de Pedro la cabeza de toda la comunidad de aquéllos que creyeran
en Él como el verdadero Mesías, que por este cimiento (Pedro) el Reino
de Cristo sería inconquistable; la guía espiritual de los fieles fue puesta
en manos de Pedro, como el representante especial de Cristo. Este
significado se torna tanto más claro cuando recordamos que las palabras
"atar" y "desatar" no son metafóricas, sino términos jurídicos judíos.
También queda claro que la posición de Pedro entre los otros apóstoles y
en la comunidad cristiana era la base del Reino de Dios en la tierra, es
decir, la Iglesia de Cristo. Pedro fue instalado por Cristo en Persona como
cabeza de los apóstoles. Este fundamento creado para la Iglesia por su
Fundador no podía desaparecer con la persona de Pedro, sino que la
intención era que continuase, y continuó (como lo demuestra la historia
real) en el primado de la Iglesia romana y sus obispos.

Es completamente incongruente e insostenible en sí misma la posición de


los protestantes que (a la manera de Schnitzer en tiempos recientes)
afirman que la supremacía de los obispos romanos no puede ser
deducida de la precedencia que Pedro guardaba entre los apóstoles. Así
como la actividad esencial de los doce apóstoles de construir y extender
la Iglesia no desapareció completamente con sus muertes, es seguro que
tampoco se desvaneció por completo la primacía apostólica de Pedro.
Según la intención de Cristo, debe haber continuado su existencia y
desarrollo en una forma apropiada al organismo eclesiástico, así como el
oficio de los apóstoles continuó de una manera apropiada. Se han
levantado objeciones respecto de la autenticidad de las palabras en el
pasaje, pero el testimonio unánime de los manuscritos, los pasajes

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paralelos en los otros Evangelios, y el credo firme en la literatura pre-


Constantina aportan las pruebas más seguras de autenticidad y de lo
inalterable del texto de Mateo (cf. "Stimmen aus MariaLaach", I, 1896,129
sqq.; "Theologie und Glaube", II, 1910,842 sqq.).

Su dificultad con la Pasión de Cristo

No obstante su fe firme en Jesús, Pedro no tenía aún claro conocimiento


de la misión y labor del Salvador. En especial los padecimientos de Cristo,
contradictorios con su concepción mundana del Mesías, le resultaban
inconcebibles, y esta concepción errónea produjo ocasionalmente la
aguda reprobación de Jesús (Mt. 16,21-23; Mc. 8,31-33) El carácter
indeciso de Pedro, que continuó no obstante su fidelidad entusiasta a su
Maestro, se reveló claramente en conexión con la Pasión de Cristo. El
Salvador ya le había dicho que Satanás había deseado que fuese él
cribado como trigo. Pero Cristo había rogado por él, para que su fe no
desfallezca y, habiendo sido convertido, confirme a sus hermanos (Lc.
22,31-32). La afirmación de Pedro, sobre que estaba listo para acompañar
a su Maestro a prisión y muerte, provocó que Cristo predijera que Pedro
lo negaría (Mt. 26,30-35; Mc. 14,26-31; Lc. 22,31-34; Jn. 13,33-38). Cuando
Cristo procedió a lavar los pies de Sus discípulos antes de la Última Cena
y se dirigió primero a Pedro, éste protestó al principio, pero al declarar
Cristo que de otro modo no tendría parte con Él, dijo de inmediato:
"Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza " (Jn. 13,1-10). En
el huerto de Getsemaní Pedro debió soportar el reproche del Salvador
por haber dormido como los otros, mientras su Maestro sufría una
angustia mortal (Mc. 14,37). Al ser prendido Jesús, en un arranque de ira
Pedro quiso defender a su Maestro por la fuerza, pero se le prohibió. De
manera que al principio huyó con los otros apóstoles (Jn. 18,10-11; Mt.
26,56); entonces volviendo siguió a su Señor cautivo al patio del Sumo
Sacerdote, negando allí a Cristo, afirmando en forma explícita y jurando
que no lo conocía (Mt. 26,58-75; Mc. 14,54-72; Lc. 22,54-62; Jn. 18,15-27).
Esta negativa se debía, por cierto, no a una falta de fe interior en Cristo,
sino a miedo y cobardía exterior. Su pesar fue de esta forma mayor,
cuando al dirigirle la mirada su Maestro, reconoció claramente lo que
había hecho.

El Señor Resucitado confirma la precedencia de Pedro

A pesar de su debilidad, su lugar como cabeza de los apóstoles fue


confirmado más adelante por Jesús, y su precedencia no fue menos
destacada luego de la Resurrección que antes. Las mujeres que fueron
primeras en hallar el sepulcro de Cristo vacío, recibieron del ángel un

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recado especial para Pedro (Mc. 16,7). Sólo a él de entre los apóstoles se le
apareció Cristo en el primer día luego de la Resurrección (Lc. 24,34; 1
Cor. 15,5). Pero lo más importante de todo, cuando se apareció junto al
Lago de Genesaret, Cristo renovó la comisión especial a Pedro de
alimentar y defender a su rebaño, después que Pedro hubo afirmado por
tres veces su amor especial por su Maestro (Jn. 21,15-17). En conclusión,
Cristo predijo la muerte violenta que habría de sufrir Pedro y, de esta
manera, lo invitó a seguirlo de un modo especial (ibid., 20-23). De este
modo Pedro fue llamado y entrenado para el Apostolado, e investido con
el primado entre los apóstoles, que ejerció de manera inequívoca luego
de la Ascensión de Cristo al Cielo.

San Pedro en Jerusalén y Palestina luego de la Ascensión

Nuestra información sobre la temprana actividad Apostólica de San


Pedro en Jerusalén, Judea y los distritos hacia el norte hasta Siria, se
deduce principalmente de la primera parte de los Hechos de los
Apóstoles, y es confirmada por las incidentales menciones colaterales en
las Epístolas de San Pablo.

De entre los muchos de apóstoles y discípulos que, luego de la Ascensión


de Cristo a los Cielos desde el Monte de los Olivos, retornaron a Jerusalén
para aguardar el cumplimiento de Su promesa de enviar al Espíritu
Santo, Pedro se destaca inmediatamente como el líder de todos, y es
constantemente reconocido en adelante como cabeza de la comunidad
Cristiana en Jerusalén. Él toma la iniciativa en la designación al Colegio
Apostólico de otro testigo de la vida, muerte y resurrección de Cristo para
sustituir a Judas (Hch. 1,15-26). Luego de la venida del Espíritu Santo en
la fiesta de Pentecostés, Pedro imparte a la cabeza de los apóstoles el
primer sermón público para proclamar la vida, muerte y resurrección de
Jesús, y gana un gran número de Judíos como conversos a la comunidad
Cristiana (ibid. 2,14-41). El primero de los apóstoles en operar un milagro
público, cuando entró al templo y curó a un hombre tullido en la Puerta
Hermosa. A la gente que se amontonaba en su asombro alrededor de los
dos apóstoles, les predica un largo sermón en el Pórtico de Salomón y
trae un nuevo incremento en el rebaño de creyentes (ibid., 3,1-4,44).

En los subsiguientes interrogatorios a los dos apóstoles ante el Gran


Sanedrín de los Judíos, Pedro defiende de manera intrépida e
impresionante la causa de Jesús y la obligación y libertad de los apóstoles
de predicar el Evangelio (ibid., 4,5-21). Cuando Ananías y Safira intentan
engañar a los apóstoles y a la gente, Pedro se presenta como juez de su
acción y Dios ejecuta la sentencia de castigo dictada por el apóstol,

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causando la muerte súbita a los dos culpables (ibid. 5,1-11). Mediante


numerosos milagros Dios confirma la actividad Apostólica de los
creyentes en Cristo, habiendo también aquí mención especial de Pedro,
ya que se registra que los habitantes de Jerusalén y ciudades vecinas
llevaban a sus enfermos en sus lechos a las calles para que pudiese caer
sobre ellos la sombra de Pedro y por ello ser curados (ibid. 5,12-16). El
siempre creciente número de fieles provocó que el supremo consejo
Judío adoptara nuevas medidas contra los apóstoles, pero "Pedro y los
apóstoles" responden que "Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres" (ibid., 5,29ss.). No sólo en Jerusalén mismo fue que Pedro
trabajó para cumplir la misión que le confió su Maestro. También retuvo
conexión con otras comunidades Cristianas en Palestina y predicó el
Evangelio tanto allí como en las tierras ubicadas más al norte. Cuando
Felipe el Diácono había ganado una gran cantidad de creyentes en
Samaría, Pedro y Juan fueron enviados a dirigirse allí desde Jerusalén
para organizar la comunidad e invocar al Espíritu Santo que descendiera
sobre los fieles. Pedro de presenta por segunda vez como juez en el caso
del mago Simón, que desea adquirir de los apóstoles el poder de invocar
también él al Espíritu Santo (ibid. 8,14-25). En el camino de regreso a
Jerusalén los dos apóstoles predicaban las gozosas nuevas del Reino de
Dios. En adelante, luego de la partida de Pablo de Jerusalén y su
conversión antes de Damasco, las comunidades Cristianas en Palestina
fueron dejadas en paz por el consejo Judío.

Pedro emprendió ahora un extenso viaje misionero, que lo llevó a las


ciudades marítimas Lida, Joppe y Cesarea. En Lida curó al paralítico
Eneas, en Joppe elevó a Tabitá (Dorcás) de entre los muertos, y en
Cesarea, instruido por una visión tenida en Joppe, bautizó y recibió en la
Iglesia a los primeros Cristianos no Judíos, al Centurión Cornelio y a su
gente (ibid. 9,31-10,48). Al regreso de Pedro a Jerusalén un poco más
adelante, los Judeo Cristianos estrictos que consideraban la adhesión
estricta a la ley Judía como obligatoria para todos, le preguntaron por
qué había entrado y comido en la casa de los incircuncisos. Pedro habla
de su visión y defiende su acción, que fue ratificada por los apóstoles y
los fieles de Jerusalén (ibid. 11,1-18).

Una confirmación del lugar acordado por Lucas en los Hechos a Pedro, lo
aporta el testimonio de San Pablo (Gál. 1,18-20). Luego de su conversión y
de tres años de residencia en Arabia, Pablo fue a Jerusalén "a conocer a
Pedro". Aquí el Apóstol de los Gentiles claramente designa a Pedro como
la cabeza autorizada de los Apóstoles y de la temprana Iglesia Cristiana.
La larga residencia de Pedro en Jerusalén y Palestina pronto tocó a su fin.
Herodes Agripa I inició (A.D. 42-44) una nueva persecución a la Iglesia en

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Jerusalén; después de la ejecución de Santiago, el hijo de Zebedeo, este


gobernante hizo poner a Pedro en prisión, con la intención de también
hacerlo ejecutar cuando hubiere pasado la Pascua judía. Pedro, no
obstante, fue liberado de manera milagrosa, y dirigiéndose a casa de la
madre de Juan Marcos, donde muchos de los fieles estaban reunidos para
la oración, les informó sobre su liberación de manos de Herodes, les
mandó que comunicasen el hecho a Santiago y los hermanos y entonces
salió de Jerusalén para marchar "a otro lugar" (Hechos 12,1-18). Sobre la
posterior actividad de San Pedro no recibimos más información desde las
fuentes existentes, aunque poseemos breves noticias sobre ciertos
episodios individuales de su ulterior vida.

Viajes Misioneros en Oriente; El Concilio de los Apóstoles

San Lucas no nos dice adónde fue Pedro luego de su liberación de la


prisión en Jerusalén. De comentarios casuales sabemos que
subsecuentemente él hizo largas giras misioneras en Oriente, aunque no
se nos da pista alguna sobre la cronología de sus viajes. Es seguro que
permaneció durante un tiempo en Antioquía; hasta puede haber
retornado más allá varias veces. La comunidad cristiana de Antioquía
fue fundada por judíos cristianizados que habían sido sacados de
Jerusalén por la persecución (ibid. 11,19ss.). La residencia de Pedro entre
ellos se prueba mediante el episodio que concierne a la observancia de la
ley aún entre paganos cristianizados, relatado por San Pablo (Gál.
2,11-21). Los apóstoles principales en Jerusalén-los "pilares", Pedro,
Santiago y Juan-habían aprobado sin reservas el Apostolado de San Pablo
a los gentiles, mientras ellos por su parte tenían la intención de trabajar
principalmente entre los judíos. Mientras Pablo vivía en Antioquía (la
fecha no puede ser determinada con certeza), San Pedro fue allá y se
mezcló libremente con los cristianos no-judíos de la comunidad,
frecuentando sus hogares y compartiendo sus comidas. Pero cuando los
cristianos judíos llegaron a Jerusalén, Pedro, por temor a que por ello se
escandalizasen estos rígidos observantes de la ley ceremonial judía y su
influencia con los cristianos judíos peligrase, evitó en lo sucesivo comer
con los incircuncisos.

Su conducta impresionó grandemente a los otros cristianos judíos de


Antioquía, al punto que hasta Bernabé, el compañero de San Pablo,
ahora evitó comer con los paganos cristianizados. Por ser esta acción
totalmente opuesta a los principios y prácticas de Pablo y podría llevar a
confusión entre los paganos conversos, este apóstol reprochó
públicamente a San Pedro, porque su conducta parecía indicar un deseo
de impulsar a los conversos paganos a hacerse judíos y aceptar la

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circuncisión y la ley judía. Todo el incidente es otra prueba de la


ubicación autoritaria de San Pedro en la temprana Iglesia, desde que su
ejemplo y su conducta eran considerados decisivos. Pero Pablo, que
acertadamente vio la incoherencia en la conducta de Pedro y los
cristianos judíos, no titubeó en defender la inmunidad de los paganos
conversos ante la ley judía. Respecto de la actitud subsiguiente de Pedro
en este tema, San Pablo no nos proporciona información explícita.
Aunque es altamente probable que Pedro haya ratificado la contención
del Apóstol de los Gentiles y se haya, en adelante, comportado como al
principio hacia los paganos cristianizados. Como principales opositores
de su visión al respecto, Pablo menciona y combate en todos sus escritos
solamente a los cristianos judíos extremos venidos "de Santiago" (es
decir, de Jerusalén). Mientras que la fecha de este suceso, si antes o
después del Concilio de los Apóstoles, no puede determinarse, es
probable que haya ocurrido después (ver abajo). La tradición tardía que
existió tan atrás como a fines del siglo segundo (Orígenes, "Hom. VI in
Lucam"; Eusebio, "Hist. Eccl.", III, XXXVI), sobre que Pedro fundó la
Iglesia de Antioquía, indica el hecho que él trabajó por un largo período
allí y quizá, vivió allí hacia el fin de sus días y entonces designó cabeza de
la comunidad a Evodrius, el primero de la línea de obispos de Antioquía.
Esta última versión explicaría de la mejor manera la tradición que se
refiere a la fundación de la Iglesia de Antioquía por San Pedro.

Es también probable que Pedro haya proseguido sus trabajos Apostólicos


en varios distritos del Asia Menor, porque sería raro suponer que pasó
todo el período entre su liberación de la prisión y el Concilio de los
Apóstoles ininterrumpidamente en una ciudad, fuere Antioquía, Roma u
otra. Y dado que después dirigió la primera de sus Epístolas a los fieles en
las Provincias del Ponto, Galacia, Capadocia y Asia, uno puede
razonablemente presumir que él había trabajado personalmente en al
menos ciertas ciudades de estas provincias, dedicándose principalmente
a la Diáspora. La Epístola, no obstante, es de un carácter general y da
poco indicio de relaciones personales con las personas a quienes a
quienes está dirigida. No puede ser totalmente rechazada la tradición
relatada por el Obispo Dionisio de Corinto (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II,
XXVIII) en su carta a la Iglesia Romana bajo el Papa Sotero (165-74), sobre
que Pedro (al igual que Pablo) había vivido en Corinto y plantado allí la
Iglesia. Aún cuando la tradición debiera no recibir apoyo de la existencia
del "bando de Cephas", que Pablo menciona entre otras divisiones de la
Iglesia de Corinto (1 Cor. 1,12; 3,22), la estadía de Pedro en Corinto (hasta
en conexión con el plantar y gobierno de la Iglesia por Pablo) no es
imposible. Que San Pedro realizó varios viajes Apostólicos (sin duda en

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este tiempo, especialmente ciando él no residía ya permanentemente en


Jerusalén) se establece claramente por la afirmación genérica de San
Pablo en (1 Cor. 1,12; 3,22), respecto del "resto de los apóstoles, y los
hermanos [primos] del Señor, y Cephas", que estaban viajando por los
alrededores en el ejercicio de su Apostolado.

Pedro retornó ocasionalmente a la inicial iglesia cristiana de Jerusalén,


cuya guía fuera encomendada a Santiago, el pariente de Jesús, luego de la
partida del Príncipe de los Apóstoles (A.D. 42-44). La última mención de
San Pedro en los Hechos (15,1-29; cf. Gál. 2,1-10) surge en la reseña del
Concilio de los Apóstoles en ocasión de una visita tan efímera. Como
consecuencia de los problemas causados a Pedro y Bernabé por los
extremos cristianos judíos en Antioquía, la Iglesia de esa ciudad envió a
estos dos apóstoles con otros enviados a Jerusalén para obtener una
decisión definitiva respecto de las obligaciones de los paganos conversos
(v. Judaizantes). Además de Santiago, estaban entonces (A.D. 50-51) en
Jerusalén, Pedro y Juan. En el tratamiento y la decisión de esta
importante cuestión, Pedro ejerció naturalmente una influencia decisiva.
Cuando se había manifestado en la asamblea una gran divergencia de
opiniones, Pedro pronunció la palabra decisiva. Mucho antes, de acuerdo
al testimonio Divino, él había anunciado el Evangelio a los gentiles
(conversión de Cornelio y los suyos); ¿por qué, entonces, intentar aplicar
el yugo Judío al cuello de los paganos conversos? Después que Pablo y
Bernabé relataron cómo Dios había trabajado entre los Gentiles a su
alrededor, Santiago, el principal representante de los Cristianos Judíos,
adoptó el criterio de Pedro y de acuerdo con él hizo propuestas que
fueron expresadas en una encíclica a los paganos conversos.

Los sucesos de Cesarea y Antioquía, así como el debate en el Concilio de


Jerusalén, revelan claramente la actitud de Pedro hacia los conversos del
paganismo. Lo mismo que los otros once apóstoles originales, él se
consideraba llamado a predicar la fe en Jesús primero entre los judíos
(Hch. 10,42), de manera que el pueblos elegido por Dios pudiera
compartir la salvación en Cristo, prometida primariamente a ellos y
surgiendo de su seno. La visión en Joppe y la efusión del Espíritu Santo
sobre Cornelio, el pagano convertido y su gente, determinaron que Pedro
los admitiese de inmediato en la comunidad de los creyentes sin
imponerles la ley judía. En sus viajes apostólicos fuera de Palestina, él
reconoció en la práctica la igualdad entre los conversos judíos y los
gentiles, tal como lo prueba su proceder original en Antioquía. Su
distanciamiento de los conversos gentiles, por consideración a los
cristianos judíos de Jerusalén, de ninguna manera fue un reconocimiento
oficial del criterio de los judaizantes extremistas, tan opuestos a San

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Pablo. Esto es clara e indiscutiblemente establecido por su actitud en el


Concilio de Jerusalén. Entre Pedro y Pablo no había diferencias
dogmáticas en su concepción de la salvación para los cristianos judíos y
gentiles. El reconocimiento de Pablo como el Apóstol de los Gentiles (Gál.
2,1-9) fue totalmente sincero y excluye todo interrogante sobre una
divergencia fundamental de criterios. San Pedro y los otros apóstoles
reconocían a los conversos del paganismo como hermanos cristianos en
un pie de igualdad; cristianos judíos y gentiles formaban un solo Reino
de Cristo. Si Pedro dedicó la parte preponderante de su actividad
Apostólica a los judíos, esto surgió principalmente de consideraciones
prácticas y de la posición de Israel como el pueblo elegido. La hipótesis
de Baur sobre la existencia de corrientes opuestas de "Pedrismo" y de
"Paulismo" en la primitiva Iglesia es absolutamente insostenible y
totalmente rechazada hoy por los protestantes.

Actividad y Muerte en Roma; Lugar de Entierro

Es un hecho histórico indisputablemente establecido que San Pedro


trabajó en Roma durante la última parte de su vida y finalizó su vida
terrenal por el martirio. En cuanto a la duración de su actividad
apostólica en la capital romana, la continuidad o no de su residencia allí,
los detalles y éxito de sus trabajos y la cronología de su arribo y de su
muerte, todas estas cuestiones son inciertas y pueden resolverse
solamente mediante hipótesis más o menos bien fundadas. El hecho
esencial es que Pedro murió en Roma: esto constituye el fundamento
histórico del reclamo de los Obispos de Roma sobre el Primado
Apostólico de Pedro.

La residencia y la muerte de San Pedro en Roma son establecidas más


allá de toda disputa como hechos históricos por una serie de claros
testimonios, que se extienden desde el final del primer siglo hasta el final
del segundo, proviniendo de varios países.

(1) Que el modo y, por ende, el lugar de su muerte hayan sido conocidos
en círculos cristianos muy extendidos hacia el final del siglo I, resulta
claro a partir de la observación introducida en el Evangelio de San Juan,
respecto de la profecía de Cristo sobre que Pedro le estaba ligado a Él y
sería conducido adonde no quisiera -- "Con esto indicaba la clase de
muerte con que iba a glorificar a Dios" (Jn. 21,18-19, ver arriba). Tal
observación presupone el conocimiento de la muerte de Pedro por los
lectores del Cuarto Evangelio.

(2) La Primera Epístola de San Pedro fue escrita casi indudablemente en

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Roma, dado que el saludo final reza: "Os saluda la (iglesia) que está en
Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos" (v, 13).
Babilonia debe ser identificada aquí como la capital Romana, desde que
no puede referirse a Babilonia sobre el Eufrates, que yacía en ruinas o a
la Nueva Babilonia (Seleucia) sobre el Tigris, o a la Babilonia Egipcia
cerca de Menfis, o a Jerusalén, debe referirse a Roma, la única ciudad
que es llamada Babilonia en otra parte por la antigua literatura Cristiana
(Apoc., xvii, 5; xviii, 10; "Oracula Sibyl.", V, versos 143 y 159, ed. Geffcken,
Leipzig, 1902, 111).

(3) A partir del Obispo Papias de Hierápolis y de Clemente de Alejandría,


ambos quienes apelan al testimonio de los antiguos presbíteros (i.e., los
discípulos de los apóstoles), conocemos que Marcos escribió su Evangelio
en Roma a pedido de los cristianos romanos, que deseaban un memorial
escrito de la doctrina predicada a ellos por San Pedro y sus discípulos
(Eusebio, "Hist. Eccl.", II, xv; III, xi; VI, xiv); esto es confirmado por Irineo
(Adv. haer., III, i). En conexión con esta información relativa al Evangelio
de San Marcos, Eusebio, fiándose quizá de una fuente anterior, dice que
Pedro en su Primera Epístola describió a Roma en forma figurada como a
Babilonia.

(4) Otro testimonio sobre el martirio de Pedro y Pablo es proporcionado


por Clemente de Roma en su Epístola a los Corintios (escrita alrededor
del A.D. 95-97), donde afirma (v): "Mediante el ardor y la astucia, los
mayores y más rectos sustentos [de la Iglesia] han sufrido la persecución
y han sido guerreados hasta la muerte. Coloquemos ante nuestra mirada
a los buenos apóstoles-San Pedro, quien a consecuencia de un injusto
ardor sufrió, no uno o dos, sino numerosos agravios y, habiendo dado así
testimonio (martyresas), ha ingresado al merecido lugar de gloria".
Después menciona a Pablo y un número de elegidos, que estaban
reunidos con los otros y sufrieron el martirio "entre nosotros" (en hemin,
i.e., entre los Romanos, sentido que la expresión también tiene en el
capítulo iv). Indudablemente habla, como lo prueba el párrafo completo,
de la persecución Nerónica, refiriendo de esa manera el martirio de
Pedro y Pablo a esa época.

(5) En su carta escrita a comienzos del siglo segundo (antes del 117),
mientras era llevado a Roma para ser martirizado, el venerable Obispo
Ignacio de Antioquía procura por todos los medios refrenar a los
Cristianos Romanos de pugnar por lograr el perdón para él, señalando:
"Ninguna cosa les mando, como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles,
mientras que yo soy sólo un cautivo" (Ad. Rom., iv). El significado de esta
expresión debe ser, que los dos apóstoles trabajaron personalmente en

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Roma, predicando allí el Evangelio con autoridad Apostólica.

(6) El Obispo Dionisio de Corinto en su carta a la Iglesia Romana en


tiempos del Papa Sotero (165-74), dice: "Por lo tanto, usted mediante su
urgente exhortación ha ligado muy estrechamente la siembra de Pedro y
Pablo en Roma y en Corinto. Pues ambos plantaron la semilla del
Evangelio también en Corinto y juntos nos instruyeron, tal como en
forma similar enseñaron en el mismo lugar de Italia y sufrieron el
martirio al mismo tiempo" (En Eusebio, "Hist. Eccl.", II, xxviii).

(7) Ireneo de Lyon, un nativo del Asia Menor y discípulo de Policarpo de


Esmirna (un discípulo de San Juan), pasó un tiempo considerable en
Roma poco después de la mitad del Siglo II y luego siguió a Lyon, donde
devino Obispo en el 177; describió a la Iglesia Romana como la más
destacada y principal conservadora de la tradición Apostólica, como "la
más grande y más antigua iglesia, conocida por todos, fundada y
organizada en Roma por los dos más gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo"
(Adv. haer., III, iii; cf. III, i). De este modo apela al hecho, conocido y
reconocido universalmente, de la actividad Apostólica de Pedro y Pablo
en Roma, para hallar en ello una prueba de la tradición en contra de los
herejes.

(8) En sus "Hypotyposes" (Eusebio, "Hist. Eccl.", IV, xiv), Clemente de


Alejandría, maestro en la escuela de catequesis de esa ciudad desde
alrededor del año 190, afirma con la fuerza de la tradición de los
presbíteros: "Después que Pedro hubo anunciado la Palabra de Dios en
Roma y predicado el Evangelio en el espíritu de Dios, la multitud de los
oyentes pidió a Marcos, que había acompañado extensamente a Pedro en
todos su viajes, que escriba lo que los apóstoles les habían predicado"
(ver arriba).

(9) Como Irineo, Tertuliano apela en sus escritos contra los herejes a la
prueba aportada por las labores apostólicas de Pedro y Pablo en Roma
acerca de la veracidad de la tradición eclesiástica. En "De Praescriptione",
xxxv, dice: "Si están cerca de Italia, tienen a Roma, en donde la autoridad
está siempre a mano. Qué afortunada es esta Iglesia para la cual los
apóstoles han volcado toda su enseñanza con su sangre, donde Pedro ha
emulado la Pasión del Señor y donde Pablo ha sido coronado con la
muerte de Juan" (el Bautista). En "Scorpiace", xv, él también habla de la
crucifixión de Pedro. "El retoño de fe ensangrentado primero por Nerón
en Roma. Allí Pedro fue ceñido por otro, dado que fue ligado a la cruz".
Como una ilustración de la falta de importancia sobre qué agua se utiliza
para administrar el bautismo, sostiene en su libro ("Sobre el Bautismo",

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cap. v) que no hay "ninguna diferencia entre aquélla con la que Juan
bautizó en el Jordán y aquélla con la que Pedro bautizó en el Tiber"; y
contra Marcion apela al testimonio de los Cristianos de Roma, "a quienes
Pedro y Pablo han legado el Evangelio, sellado con su sangre" (Adv.
Marc., IV, v).

(10) Cayo, el Romano que vivió en Roma en tiempos del Papa Ceferino
(198-217), escribió en su "Diálogo con Proclus" (en Eusebio, "Hist. Eccl", II,
xxviii) dirigido en contra de los Montanistas: "Pero yo puedo mostrar los
trofeos de los apóstoles. Si tienen a bien ir al Vaticano o al camino a Ostia,
hallarán los trofeos de aquéllos que han fundado esta Iglesia". Por trofeos
(tropaia) Eusebio entiende las tumbas de los apóstoles, pero su óptica es
confrontada por investigadores modernos que consideran que se refiere
al lugar de la ejecución. Para nuestro propósito no es importante cuál
opinión es correcta, pues el testimonio retiene su valor total en ambos
casos. De cualquier modo, los lugares de ejecución y de entierro de
ambos estaban próximos; San Pedro, que fue ejecutado en el Vaticano,
recibió también allí su sepultura. Eusebio se refiere también a "la
inscripción de los nombres de Pedro y Pablo, que han sido preservados
hasta hoy allí en las sepulturas" (en Roma).

(11) Existía por ende en Roma un antiguo memorial epigráfico


conmemorando la muerte de los apóstoles. La lóbrega cita en el
Fragmento Muratorio ("Lucas optime theofile conprindit quia sub
praesentia eius singula gerebantur sicuti et semote passionem petri
evidenter declarat", ed. Preuschen, Tubingen, 1910, p. 29) presupone
también una definida tradición antigua con respecto a la muerte de
Pedro en Roma.

(12) Los apócrifos Hechos de San Pedro y Hechos de los Santos Pedro y
Pablo, pertenecen de manera similar a la serie de testimonios sobre la
muerte de los dos apóstoles en Roma.

En oposición a este testimonio claro y unánime de la temprana


cristiandad, unos pocos historiadores Protestantes en tiempos recientes
han tratado de descartar como legendaria la residencia y muerte de
Pedro en Roma. Estos intentos han resultado un completo fracaso. Se
aseveraba que la tradición respecto de la residencia de Pedro en Roma se
inició primero en los círculos Ebionitas y formaba parte de la Leyenda de
Simón el Mago, en la que Pablo es enfrentado por Pedro como un falso
apóstol debajo de Simón; al tiempo que esta pelea fuera transplantada a
Roma, también surgió en fecha temprana la leyenda de la actividad de
Pedro en esa capital (así en Baur, "Paulus", 2da ed., 245 sqq., seguida por

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Hase y especialmente Lipsius, "Die quellen der romischen Petrussage",


Kiel, 1872). Pero esta hipótesis se ha visto fundamentalmente
insostenible por el carácter íntegro y la importancia puramente local del
Ebionitismo, siendo refutada directamente por los antedichos
testimonios genuinos y enteramente independientes, que son de al
menos una antigüedad similar. Más aún, ha sido enteramente
abandonado por historiadores Protestantes serios (cf., e.g., los
comentarios de Harnack en "Gesch. der altchristl. Literatur", II, I, 244, n.
2). Un más reciente intento de demostrar que San Pedro fue martirizado
en Jerusalén fue realizado por Erbes (Zeitschr. fur Kirchengesch., 1901,
pp. 1 sqq., 161 sqq.). Él apela a los apócrifos Hechos de San Pedro, en los
que dos Romanos, Albino y Agripa, son mencionados como perseguidores
de los apóstoles. A éstos identifica como Albino, Procurador de Judea y
sucesor de Festus, y a Agripa II, Príncipe de Galilea, de donde llega a la
conclusión que Pedro fue condenado a muerte y sacrificado por el
Procurador de Jerusalén. Lo insostenible de esta hipótesis se hace
inmediatamente visible por el mero hecho que nuestro más antiguo
testimonio definido sobre la muerte de Pedro en Roma antedata por
mucho los Hechos apócrifos; además, nunca en toda la extensión de la
antigua Cristiandad se ha sido designada otra ciudad fuera de Roma
como el lugar del martirio de los Santos Pedro y Pablo.

Aunque la actividad y muerte de San Pedro en Roma sea tan claramente


establecida, no tenemos información precisa sobre los detalles de su
estancia Romana. Las narraciones contenidas en la literatura apócrifa
del siglo segundo, sobre la supuesta contienda entre Pedro y Simón el
Mago, pertenecen al dominio de la leyenda. De lo ya dicho sobre el
origen del Evangelio de San Marcos, podemos deducir que Pedro trabajó
durante un largo período en Roma. Esta conclusión es avalada por la voz
unánime de la tradición, que desde la segunda mitad del siglo segundo
designa al Príncipe de los Apóstoles como fundador de la Iglesia Romana.
Se sostiene ampliamente que Pedro hizo una primera visita a Roma luego
de ser milagrosamente liberado de la prisión en Jerusalén; que Lucas se
refería a Roma por "otro lugar", pero omitió el nombre por razones
especiales. No es imposible que Pedro haya realizado un viaje de misión
a Roma alrededor de esta época (después del 42 AD), pero este viaje no
puede ser establecido con certeza. De cualquier forma, no podemos, en
apoyo de esta teoría, apelar a las notas cronológicas de Eusebio y
Jerónimo, dado que, aún cuando estas notas se retrotraen a las crónicas
del siglo tercero, no son tradiciones de antiguo sino el resultado de
cálculos basados en las listas episcopales. En la lista de obispos de Roma
que data del siglo segundo, se introdujo en el siglo tercero (como

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sabemos por Eusebio y la "Cronografía de 354") la nota sobre veinticinco


años de pontificado de San Pedro, pero no podemos rastrear su origen.
Este agregado, en consecuencia, no sustenta la hipótesis de una vista de
San Pedro a Roma luego de su liberación de la prisión (alrededor del 42).
Por lo tanto, podemos admitir solamente la posibilidad de una visita tan
anterior a la capital.

La tarea de determinar el año de la muerte de San Pedro está rodeada de


dificultades similares. En el siglo cuarto y aún en las crónicas del tercero,
hallamos dos notas distintas. En las "Crónicas" de Eusebio se da la muerte
de Pedro y Pablo como en los años decimotercero y decimocuarto de
Nerón (67-68); esta fecha, aceptada por Jerónimo, es la sostenida
generalmente. El año 67 también es avalado por la afirmación aceptada
al igual por Eusebio y Jerónimo, sobre que Pedro fue a Roma en el
reinado del Emperador Claudio (según Jerónimo, en el 42), así como por
la tradición antedicha de los veinticinco años de episcopado de Pedro (cf.
Bartolini, "Sopra l'anno 67 se fosse quello del martirio dei gloriosi
Apostoli", Roma, 1868). Una versión distinta es provista por la
"Cronografía de 354" (ed. Duchesne, "Liber Pontificalis", I, 1 sqq.). Ésta
refiere el arribo de San Pedro en Roma al año 30, y su muerte como la de
San Pablo al año 55.

Duchesne ha mostrado que las fechas en la "Cronografía" fueron


insertadas en una lista de los Papas que contiene solamente sus nombres
y la duración de sus pontificados, de donde, bajo la suposición
cronológica de ser el año de la muerte de Cristo el 29, se insertó el año 30
como el comienzo del pontificado de Pedro y su muerte referida al 55
sobre la base de los veinticinco años de pontificado (op. cit., introd., vi
sqq.). Esta fecha, sin embargo, ha sido defendida recientemente por
Kellner ("Jesus von Nazareth u. seine Apostel im Rahmen der
Zeitgeschichte", Ratisbon, 1908; "Tradition geschichtl. Bearbeitung u.
Legende in der Chronologie des apostol. Zeitalters", Bonn, 1909). Otros
historiadores han aceptado el año 65 (e. g., Bianchini, en su edición del
"Liber Pontilicalis" en P. L.. CXXVII. 435 sqq.) o el 66 (e. g. Foggini, "De
romani b. Petri itinere et episcopatu", Florencia, 1741; también
Tillemont). Harnack procuró establecer el año 64 (i . e . el comienzo de la
persecución Neroniana) como el de la muerte de Pedro ("Gesch. der
altchristl. Lit. bis Eusebius", pt. II, "Die Chronologie", I, 240 sqq.). Esta
fecha, que ya había sido sustentada por Cave, du Pin y Wiesler, ha sido
aceptada por Duchesne (Hist. ancienne de l'eglise, I, 64). Erbes refiere la
muerte de San Pedro al 22 febrero de 63 y la de San Pablo a 64 ("Texte u.
Untersuchungen", nueva serie, IV, i, Leipzig, 1900, "Die Todestage der
Apostel Petrus u. Paulus u. ihe rom. Denkmaeler"). Por ende la fecha de la

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muerte de Pedro no ha sido decidida aún; el período entre julio de 64


(inicio de la persecución Neroniana) y comienzos de 68 (el 9 de julio
Nerón huyó de Roma y se suicidó) debe dejarse abierto para la fecha de
su muerte. El día de su martirio también se desconoce; 29 de junio, el día
aceptado de su fiesta desde el siglo cuarto, no puede ser probado como el
día de su muerte (ver abajo).

Con respecto a la forma en que Pedro murió, contamos con la tradición-


atestiguada por Tertuliano a fines del siglo segundo (ver arriba) y por
Orígenes (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II, i)-sobre que sufrió crucifixión.
Orígenes sostiene que: "Pedro fue crucificado en Roma con su cabeza
hacia abajo, como él mismo había deseado sufrir". Como el lugar de la
ejecución pueden muy probablemente aceptarse los Jardines Neronianos
en el Vaticano, dado que según Tácito allí se representaban en general las
horrendas escenas de la persecución Neroniana; y en este distrito, en la
vecindad de la Vía Cornelia y al pié de las Colinas Vaticanas, el Príncipe
de los Apóstoles halló su sepultura. De esta tumba (dado que la palabra
tropaion era, como ya se dijo, correctamente interpretada como tumba)
Cayo ya habla en el siglo tercero. Por un tiempo los restos de Pedro
descansaron con los de Pablo en una cripta en la Vía Apia en el lugar ad
Catacumbas, donde ahora está la Iglesia de San Sebastián (que en su
erección en el siglo cuarto fue dedicada a los dos apóstoles). Los restos
habrían sido probablemente llevados allí a comienzos de la persecución
Valeriana en 258, para protegerlos de la amenaza de profanación cuando
fueron confiscados los sepulcros Cristianos. Fueron más tarde restituidos
a su previo lugar de reposo y Constantino el Grande hizo erigir una
magnífica basílica sobre la tumba de San Pedro al pié de la Colina
Vaticana. Esta basílica fue reemplazada por la actual de San Pedro en el
siglo dieciséis. La cripta con el altar construido sobre ella (confessio) ha
sido el más venerado santuario de un mártir en Occidente. En la
estructura inferior del altar, sobre la cripta que contenía el sarcófago con
los restos de San Pedro, se hizo una cavidad. Ésta fue cerrada por medio
de una puerta en el frente del altar. Al abrir esta puerta el peregrino
disfrutar del gran privilegio de arrodillarse justo encima del sarcófago
del apóstol. Se solían dar llaves de esta puerta como recuerdos (cf.
Gregorio de Tours, "De gloria martyrum", I, XXVIII).

La memoria de San Pedro está íntimamente relacionada con la


Catacumba de Santa Priscilla en la Vía Salaria. Según la tradición
corriente en la tardía antigüedad Cristiana, en este lugar San Pedro
instruía a los fieles y administraba el bautismo. Esta tradición parece
haber estado basada en testimonios de monumentos aún anteriores. La
catacumba situada debajo del jardín de una villa de la antigua familia

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Cristiana y senatorial Acilii Glabriones y su fundación, se retrotrae hacia


fines de siglo primero; y dado que Acilio Glabrio (q. v.) cónsul en 91, fue
bajo Domiciano condenado a muerte por ser Cristiano, es bastante
posible que la fe Cristiana de la familia datase de los tiempos Apostólicos
y que al Príncipe de los Apóstoles se le haya otorgado recepción
hospitalaria en la casa de ellos durante su residencia en Roma. Las
relaciones entre Pedro y Prudencio, cuya casa estaba en el sitio del actual
templo de Prudencio (ahora Santa Prudentiana) parecen recostarse más
bien en una leyenda.

En relación con las Epístolas de San Pedro, respecto de los varios


apócrifos que llevan el nombre de Pedro, especialmente el Apocalipsis y
el Evangelio de San Pedro, ver Apócrifo). El sermón apócrifo de Pedro
(kerygma), que data de la segunda mitad del siglo segundo, era
probablemente una colección de supuestos sermones del apóstol; varios
fragmentos son preservados por Clemente de Alejandría (cf. Dobschuts,
"Das Kerygma Petri kritisch untersucht" en "Texte u. Untersuchungen",
XI, i, Leipzig, 1893).

Fiestas de San Pedro

Tan atrás como en el siglo IV se celebraba una fiesta en memoria de los


Santos Pedro y Pablo en el mismo día, aunque el día no era el mismo en
Oriente que en Roma. El Martirologio Sirio de fines del siglo IV, que es un
extracto de un catálogo griego de santos del Asia Menor, indica las
siguientes fiestas en conexión con la Navidad (25 de diciembre): 26 de
diciembre San Esteban; 27 de diciembre,. Santos Santiago y Juan; 28 de
diciembre Santos Pedro y Pablo. En el panegírico de San Gregorio
Nacianzeno a San Basilio también se nos dice que estas fiestas de los
apóstoles y San Esteban siguen inmediatamente a la Navidad. Los
armenios celebraban la fiesta también el 27 de diciembre; los
nestorianos el segundo viernes después de Epifanía. Es evidente que el
28 (27) de diciembre era (como el 26 de diciembre para San Esteban)
elegido arbitrariamente, sin que hubiera tradición alguna respecto de la
proximidad con la fecha de la muerte de los santos. La fiesta principal de
los Santos Pedro y Pablo se mantuvo en Roma el 29 de junio tan atrás
como en los siglos III y IV. La lista de fiestas de mártires en el Cronógrafo
de Filócalo coloca esta nota en la fecha - "III. Kal. Jul. Petri in Catacumbas
et Pauli Ostiense Tusco et Basso Cose." (=el año 258). El "Martyrologium
Hieronyminanum" tiene, en el Berne MS., la siguiente nota para el 29 de
junio: "Romae via Aurelia natale sanctorum Apostolorum Petri et Pauli,
Petri in Vaticano, Pauli in via Ostiensi, utrumque in catacumbas, passi
sub Nerone, Basso et Tusco consulibus" (ed. de Rossi--Duchesne, 84).

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La fecha 258 en las notas revela que a partir de ese año se celebraba la
memoria de los dos apóstoles el 29 de junio en la Vía Apia ad Catacumbas
(cerca de San Sebastiano fuori le mura), pues en esta fecha los restos de
los apóstoles fueron trasladado allí (ver arriba). Más tarde, quizá al
construirse la iglesia sobre las tumbas en el Vaticano y en la Vía
Ostiensis, los restos fueron restituidos a su anterior lugar de descanso:
los de Pedro a la Basílica Vaticana y los de Pablo la iglesia en la Vía
Ostiensis. En el sitio Ad Catacumbas se construyó, tan atrás como en el
siglo cuarto, una iglesia en honor de los dos apóstoles. Desde el año 258
se guardó su fiesta principal el 29 de junio, fecha en la que desde tiempos
antiguos se celebraba el Servicio Divino solemne en las tres iglesias
arriba mencionadas (Duchesne, "Origines du culte chretien", 5ta ed.,
París, 1909, 271 sqq., 283 sqq.; Urbano, "Ein Martyrologium der christl.
Gemeinde zu Rom an Anfang des 5. Jahrh.", Leipzig, 1901, 169 sqq.;
Kellner, "Heortologie", 3ra ed., Freiburg, 1911, 210 sqq.). La leyenda
procuró explicar que los apóstoles ocupasen temporalmente el sepulcro
Ad Catacumbas mediante la suposición que, enseguida de la muerte de
ellos los Cristianos del Oriente deseaban robarse sus restos y llevarlos al
Este. Toda esta historia es evidentemente producto de la leyenda popular
(Con respecto a la Sede de Pedro, ver SEDE DE PEDRO)

Una tercera festividad de los apóstoles tiene lugar el 1 de agosto: la fiesta


de las Cadenas de San Pedro. Esta fiesta era originariamente la de
dedicación de la iglesia del apóstol, erigida en la Colina Esquilina en el
siglo cuarto. Un sacerdote titular de la iglesia, Filipo, fue delegado papal
al Concilio de Éfeso en el año 431. La iglesia fue reconstruida por Sixto II
(432) a costa de la familia imperial Bizantina. La consagración solemne
pudo haber sido el 1 de agosto, o este fue el día de la dedicación de la
anterior iglesia. Quizá este día fue elegido para sustituir las fiestas
paganas que se realizaban el 1 de agosto. En esta iglesia, aún en pié (S.
Pietro en Vincoli), probablemente se preservaron desde el siglo cuarto las
cadenas de San Pedro que eran muy grandemente veneradas, siendo
considerados como reliquias apreciadas los pequeños trozos de su metal.
De tal modo, la iglesia desde muy antiguo recibió el nombre in Vinculis,
convirtiéndose la fiesta del 1 de agosto en fiesta de las cadenas de San
Pedro (Duchesne, op. cit., 286 sqq.; Kellner, loc. cit., 216 sqq.). El recuerdo
de ambos Pedro y Pablo fue más tarde relacionado con dos lugares de la
antigua Roma: la Vía Sacra, en las afueras del Foro, adonde se decía que
fue arrojado al suelo el mago Simón ante la oración de Pedro y la cárcel
Tullianum, o Carcer Mamertinus, adonde se supone que fueron
mantenidos los apóstoles hasta su ejecución. También en ambos lugares
se erigieron santuarios de los apóstoles y el de la cárcel Mamertina aún

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permanece en casi su estado original desde la temprana época Romana.


Estas conmemoraciones locales de los apóstoles están basadas en
leyendas y no hay celebraciones especiales en las dos iglesias. Sin
embargo, no es imposible que Pedro y Pablo hayan sido confinados en la
prisión principal de Roma en el fuerte del Capitolio, de la cual queda
como un resto la actual Carcer Mamertinus.

Representaciones de San Pedro

La más antigua que existe es el medallón de bronce con las cabezas de


los apóstoles; esto data de fines del siglo segundo o principios del tercero
y se conserva en el Museo Cristiano de la Biblioteca Vaticana. Pedro tiene
una cabeza fuerte y redondeada, mandíbulas prominentes, una frente
retrotraída, cabello crespo grueso y barba. Los rasgos son tan distintivos,
que semejan la naturaleza de un retrato. Esto también se encuentra en
dos representaciones de San Pedro en la cámara de la Catacumba de
Pedro y Marcelino que data de la segunda mitad del siglo tercero
(Wilpert, "Die Malerein der Katakomben Rom", placas 94 y 96). En las
pinturas de las catacumbas los Santos Pedro y Pablo frecuentemente
aparecen como intercesores y abogados de los difuntos, en las
representaciones del Juicio Final (Wilpert, 390 sqq.), y como
introduciendo a un Orante (una figura que reza y representa a los
muertos) en el Paraíso.

En las numerosas representaciones de Cristo en medio de Sus apóstoles,


que aparece en las pinturas de las catacumbas y labradas en los
sarcófagos, Pedro y Pablo siempre ocupan los lugares de honor a derecha
e izquierda del Salvador. En los mosaicos de las basílicas romanas, que
datan del siglo cuarto al noveno, Cristo aparece como figura central, con
los Santos Pedro y Pablo a Su derecha e izquierda y aparte de ellos los
santos especialmente venerados en cada iglesia en particular. En los
sarcófagos y otros memoriales, aparecen escenas de la vida de San Pedro:
su caminata sobre el Lago de Genesarét desde el bote cuando Cristo lo
llamó; la profecía de sus negaciones; el lavatorio de los pies; el elevar a
Tabitá de entre los muertos; la captura de Pedro y ser llevado al lugar de
su ejecución. En dos copas doradas se lo representa como a Moisés
haciendo brotar agua de la roca con su vara; el nombre de Pedro bajo la
escena demuestra que es visto como el guía del pueblo de Dios en el
Nuevo Testamento.

En el período que va del siglo IV al VI es particularmente frecuente la


escena de la entrega de la Ley a Pedro, lo que ocurre en varias clases de
monumento. Cristo entrega a Pedro un escrito enrollado o abierto, en el

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que a menudo está la inscripción Lex Domini (Ley del Señor) o Dominus
legem dat (El Señor da la Ley). En el mausoleo de Constantina en Roma
(S. Constanza en la Vía Nomentana) esta escena se da como un paralelo a
la entrega de la Ley a Moisés. En representaciones en los sarcófagos del
siglo V el Señor entrega a Pedro las llaves (en lugar del escrito). En
labrados del siglo cuarto, Pedro suele llevar una vara en su mano (luego
del siglo V una cruz con una larga vara, portada por el apóstol sobre su
hombro) como una suerte de cetro indicativo del oficio de Pedro. Desde
fines del siglo VI se sustituye esto por las llaves (usualmente dos, aunque
a veces tres) que de allí en más se convirtieron en los atributos de Pedro.
Hasta la renombrada y grandemente venerada estatua de bronce en San
Pedro las posee; esta, que es la más conocida representación del apóstol,
data del último período de la antigüedad cristiana (Grisar, "Analecta
romana", I, Roma, 1899, 627 sqq.).

Bibliografía: BIRKS Estudios sobre la Vida y Carácter de San Pedro


(Londres, 1887), TAYLOR, Pedro el Apóstol, nueva ed. por BURNET AND
ISBISTER (London, 1900); BARNES, San Pedro en Roma y su Tumba en la
Colina del Vaticano (Londres, 1900): LIGHTFOOT, Padres Apostólicos, 2nd
ed., pt. 1, VII. (London, 1890), 481sq., St. Peter in Rome; FOUARD Les
origines de l'Eglise: St. Pierre et Les premières années du christianisme
(3rd ed., Paris 1893); FILLION, Saint Pierre (2nd ed Paris, 1906); collection
Les Saints; RAMBAUD, Histoire de St. Pierre apôtre (Bordeaux, 1900);
GUIRAUD, La venue de St Pierre à Rome in Questions d'hist. et d'archéol.
chrét. (Paris, 1906); FOGGINI, De romano D. Petr; itinere et episcopatu
(Florence, 1741); RINIERI, S. Pietro in Roma ed i primi papi secundo i piu
vetusti cataloghi della chiesa Romana (Turin, 19O9); PAGANI, Il
cristianesimo in Roma prima dei gloriosi apostoli Pietro a Paolo, e sulle
diverse venute de' principi degli apostoli in Roma (Rome, 1906);
POLIDORI, Apostolato di S. Pietro in Roma in Civiltà Cattolica, series 18,
IX (Rome, 1903), 141 sq.; MARUCCHI, Le memorie degli apostoli Pietro e
Paolo in Roma (2nd ed., Rome, 1903); LECLER, De Romano S. Petri
episcopatu (Louvain, 1888); SCHMID, Petrus in Rome oder Aufenthalt,
Episkopat und Tod in Rom (Breslau, 1889); KNELLER, St. Petrus, Bischof
von Rom in Zeitschrift f. kath. Theol., XXVI (1902), 33 sq., 225sq.;
MARQUARDT, Simon Petrus als Mittel und Ausgangspunkt der
christlichen Urkirche (Kempten, 1906); GRISAR, Le tombe apostoliche al
Vaticano ed alla via Ostiense in Analecta Romana, I (Rome, 1899), sq.

Fuente: Kirsch, Johann Peter. "St. Peter, Prince of the Apostles." The
Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company,
1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11744a.htm>.

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Traducido por David O. Lawes.

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