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Letras Latinoamericanas

Sebastián Salazar Bondy nació en Lima, 1924. Desde


muy joven sobresalió en las letras peruanas y ya su
nombre ha ganado prestigio continental. Poesía, en·
sayo, relato, crítica y sobre todo teatro son los cau­

ces de su poder expresivo. Para la escena ha escrito

un buen número de piezas en torno de una preocu­


pación central: la realidad de su país.

Lima la horrible es una exploración en el laberinto


de fuerzas opuestas y oomplementarias que integran

una ciudad. Esta, a su vez, determina la vida de toda

la nación y sus males resultan, en varios aspectos,

los problemas comunes a nuestro continente. Como


toda ciudad, Lima es un destino, una utopia; mas

pesa sobre ella el mito de la colonia, la extraviada

nostalgia 4¡I una supuesta Arcadia que olvida ·la ten·

si6n entre amos y siervos, entre los que tienen todo


y otros que no tienen nada. El pasado invade todas

las esferas de la sociedad y las enajena, se exalta el

rógimen virreinal y con él, la opresión de que so

nutria la opulencia. A la edificación de esta mitología


adormecedora contríbuyeron, mezclando historia y
�,·
mentira, las Tradicion:,,s·"áe Ricardo Palma. En el crío­

lllsmo la nostalgia se hace popular, nacional; invoca


una. edad de oro poblada por reyes, santos, fantas­

mas, donjuanes y pícaros. En última instancia el mi·

to sirve a las grandes familias -con su heráldica de

"oro y esclavos"- para resistir el vertiginoso ímpul­

so de la historia, para vivir de espaldas a una ciu­

dad y un piús de indios despoja dos y mestizos sin es·


perallia, hasta que suene la hora de. instaurar la
igualdad y la solídarídad,
Sebastián Salazar Bondy

Lima

la horrible

Letras Latinoamericanas / 3

Ediciones Era, S. A. / México


Hace 427 años que Lima fue fundada. Mucho antes,

sin embargo, en el lugar donde está emplazada vivían

esos hombres cuyos restos han sido desenterrados de

los cementerios de Huallamarca o Armatambo, a quie­

nes muy pocos osan llamar limeños pues tal privile­

gio sólo s,e concede a los que nacieron en la ciudad

dibujada un cálido día de enero por la espada de ,

Francisco Pizarro. Del Rímac, de el río que habla, úni­

camente quedó el mitigado nombre; de los caciques,

la deleble memoria anterior a la celebridad; de los

templos, palacios y necrópolis, las ruinas que la unción

de unos cuantos hoy restaura; de su arte, cántaros y

telas que la exquisitez coleccionista fomenta. En vez

de tan raigal preexistencia se alzó la villa española

que vería las guerras civiles de los capitanes conquis­

tadores, la intriga rumorosa de la corte virreinal, la

conspiración entredientes de los patriotas, y luego, en

la misma secuencia, que es apenas un parpadeo en la

historia, la disputa del efímero poder republicano, la in­

vasión extranjera, las ciegas dictaduras y entre ellas los

furtivos respiros cívicos.

A Lima le ha sido prodigada toda clase de e ogios.

Insoportables adjetivos de encomio han autorizado aun

sus defectos, inventándosele así un reverberante abo·

lengo que obceca la indiferencia con que tantas veces

rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz

de presidir con justicia. En la Perricholi --cuya hu­

manidad ha desaparecido tras una espesa bruma de

buena, mala y pésima literatura- se ha incorporado

9
toda su personalidad, con prescindencia del pueblo que, todo considerado obra del amor que es poesía y vida.

lejos del holgorio y la pereza hastiada, pugnó a lo largo No soporta, poi· eso, ninguna simulación y más bien lo

de cuatro. siglos por asumir su protagónico papel en el anima el coraje de la clarividencia, aquel que permite

diálogo histórico. No obstante aquí, en Lima, como ro­ mirar cara a cara el horror y denunciarlo.

meros de todo el Perú, las provincias se. han unido y,

gracias a su presencia frecuentemente desgarradora, re­

producen ahora en multicolor imagen urbana el duelo

de la nación: su abisal escisión en dos contrarias for­

tunas, en dos bandos opuestos y, se diría, enemigos.

¿ Cómo entonces adherir al sueño evocativo de la colo­

nia, impuesto a la ciudad con un insoslayable propósito

embotador, antinacional y recalcitrante?

Toda ciudad es un destino porque es, en principio,

una utopía, y Lima no escapa a la regla. No estaremos

conforme, aunque la ofusquen gigantescos edificios y

en su seno pulule una muchedumbre ya innumerable,

si todos los días la inteligencia no impugna el mentido

arquetipo y trata de que al fin se realice el proyecto de /

paz y bienestar que desde la fundación, y antes de ella

también, cuando el oráculo predestinaba en las incer­

tidumbres, incluye la comunidad humana que a su ser

pertenece. De lo que acerca del futuro Lima decida

ahora, dependerá, en última e inapelable instancia, lo

que para siempre será el país a la cabeza del cual fue

colocada.

Este libro se debe a Lima. Lima hizo a su autor e

hizo su aflicción por ella. Ninguna otra razón que la

i-tensa pertenencia del texto a su tema: determina que

-tas p,ígi• s no transen en rectificar el mito mediante

I a más hon la realidad, cotejo inclemente de la premo­

nición y· ia /nostalgia en la tierra árida del presente. Y

conio sólo el implacable deseo de posesión clama por

el conocimiento desnudo y esencial, debe ser por sobre

!O
l. LA EXTRAVIADA NOSTALGIA
tados y miserables, que debió tundir, por lo menos en

su trasfondo, a la sociedad. Mas nadie conoce todavía

a ciencia cierta aquel probable conflicto de clases, y

los que sospechamos la existencia de la fisura social en

aquel subsuelo histórico apenas tenemos posibilidad de


En Limu mismo no he aprendido nada del Perú. Ahí
acusarla. Desmentir la Arcadia Colonia será siempre
nunca se trata de algún objeto relativo a la Ieli­

ciclad pública del reino... Un egoísmo frío ge­


una penosa, ingrata tarea, pues la multitud ha ingerido

bierna a todos, y lo que no sufre uno mismo no sin mayor recelo durante más de una centuria innume­
da cuidado al otro.
rables páginas de remembrantes doctores on la rcsp( e­
BARÓN DE HUMBOLDT

tiva dosis alucinógena. No obstante su filiación liberal,


[ Correspondencia]
1

Ricardo Palma resultó, enredado en su gracia, en el

¡, más afortunado fabricante de aquel estupefaciente lite­

Como si el porvenir y aun el presente carecieran de en· rario. Su fórmula, tal cual él mismo la reve ó fue: me -;

tídad, Lima y los limeños vivimos saturados de pasado. clar lo trágico y lo cómico, la historia con la meniiru.

Este nos ha sido impuesto por quienes creyeron desen­ Cometeremos aquí el' sacrilegio de no ponderar su -

trañar el enigma de nuestro ser, acerca del cual, para obra con la verbosa incondicionalidad que es usual. A

fijarnos un destino, preguntamos perplejos desde siem­ fuerza de ingenio, paciencia y buen humor, Palma

p1·P,. Se ha decidido así que nuestra ciudad está ímpreg­


adobó el mito con el polvo de los archivos, pero sus per­

n «la <le una como earaoiada nostalgia ( Raúl Porras sonajes sólo ocasionalmente son héroes, nunca rebeldes

B urenechea), y esto es cierto más en lo que atañe al ni libertadores (Riva-Agiiero observó, para alabarlo, el

descamino del sentimiento que al sentimiento mismo. mismo detalle). Una galería de cortesanos respetuosos

Porque, ¿hacia dónde miran nuestros ojos históricos? y respetables surgió dé la pluma del gran escritor. Ni

Miran al espejismo de una edad que no tuvo el carácter ellos ni sus acciones pusieron en peligro el fabuloso

idílico que tendenciosamente le ha sido atribuido y que decorado de los representantes regios, de sus coquetas

más bien se ordenó en función de rígidas castas y privi­ aunque púdicas mujeres, de sus clérigos menos licen­

legios de fortuna y bienestar para unos cuantos en des· ciosos que concupiscentes, todos desaprensivos en punto

medro de todo el inmenso resto. a cuestiones profanas, jamás en cosas de dogma o teo­

La época colonial, idealizada como Arcadia, no ha logía.

hallado todavía su juez, su crítico insobornable. La es­ Es verdad que el autor de las Tradiciones Peruanas

tam a que de ella, en artículos, relatos y ensayos, se compuso una suerte de frágil y aldeana comedie hu­
1'

nos ofrece se conforma de supuestas abundancias y maine, pero no acertó a incluir en ella a nadie que por

serenidades, sin que figure ahí la imaginable tensión descontentadizo y libre quisiera sacudir el conformis­

entre amos y siervos, extranjeros y aborígenes, poten- mo y trastrocar la deferencia debida a las instituciones.

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Respectivamente, su versión de los próceres de la In­ Héctor Velarde lo ha descubierto) qne ahí campee al­

dependencia estuvo morigerada por el adormecedor guien que se considera a sí propio como un virrey espa­

aroma de salones y alcobas virreinales. La invención ñol, cuando no, simplemente para contrastar la alter­

colonial, de tanto éxito, acabó con su inicial propósito nancia política, un híbrido de rey inca. La carrera del

satírico, ciertamente demoledor. Es innegable que la limeño notable comienza en el puesto público, la dipu­

tradición malogró a Palma para la historia ( Luis A. tación o el capitulerismo electoral, y triunfal concluye

Sánchez) y que en vez de la realidad virreinal nos legó en el poder o en la privanza oficial de quien riega la

una teoría digresiva del mundo -del mundo limeño, se higuera cuatricentenaria del solar del fundador. El

entiende, o del universal atisbado desde la estrecha miri­ perricholismo literario o intelectual, al que Sánchez

Jla pueblerina- que ahora es difícil reemplazar por alude, es menos terco, con todo, que el social. En aquél

otra general, científica. Tanta es nuestra pereza intelec­ insiste la reminiscencia hipocondríaca que tarde o tem­

tual que estamos cómodamente sumidos en el congelado prano -Palma es la excepción del talento- zozobra

esquema de una quimera. El que no acepta la leyenda en los límites de la reputación local; éste constituye,

como heredad y los fantasmas que la pueblan como an­ por el contrario, todo un proyecto existencial, a cuyo

tepasados venerables, como larvas o manes, resulta para cumplimiento se suelen sacrificar ideas, principios y

el consenso una rara avis, peligrosa y de rapiña. algo más. ·

El pasado vive y persiste en Lima, y atrae con fuerza Que el pasado nos atrae es algo menos de lo que en

innegable, escribió Porras Barrenecbea, y no se equi­ verdad ocurre: estamos alienados por él, no sólo por­

vo,A No se trata siquiera de la supervivencia de los que es la fuente de toda la cultura popular, del kitsch

monumentos, que son indicios concretos pero menosca­ nacional, y porque contiene una pauta de conducta

ba os Je an año, sino de ese designio que fuera deno­ para el Pobre Cualquiera que ansía ser algú dí Don

minado ya, por su ánimo régresivo, colonialismo ( José Alguien, y porque la actualidad reproduce como cari­

Carlos Mariátegui) y perricholismo (Luis A. Sánchez). catura el orden pretérito, sino porque, en esenoir

El culto, si se lo define en pocas palabras, del boato parece no haber escapatoria a llevar la cabeza <le reve •

palaciego al que aspira a acceder, como la ViJJegas a hipnotizada por el ayer hechizo y ciega al rumbo ven .

las sábanas de Amat, todo limeño de cepa o no. Entre clero. El pasado está en todas partes, abrazando hogar

nosotros se arriba a la Corte rediviva merced a los casi y escuela, política y prensa, folklore y literatura, reli­

profesionales esfuerzos de una entera vida. Malinchis­ gión y mundanidad. Así, por ejemplo, en labios de los

mo en almíbar por, desapasionado y prolijo, el perri­ mayores se repiten rutinarias las consejas coloniales,·

cholismo parece ser una de las energías del individuo en las aulas se repasan los infundios arcádicos, en las

y la sociedad limeños, y si hoy en el Palacio de Piza­ caJles desfilan las carrozas doradas del gobierno y en

rro, como desde hace 140 años, habita un Presidente los diarios reaparecen, como en un ciclo ebrio, las

de la República, ello no impide (la aguda ironía de elegías al edén perdido. Cantamos y bailamos "valses

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criollos", que ahora se obstinan en evocar el puente y

la alameda tradicionales, y se imprimen libros de anéc­

dotas y recuerdos de aquello que José Gálvez bautizó

como la Lima que se va. Entre humos de fritanga se

desplazan las viejas procesiones y otras nuevas, a .través

de idénticos vapores, remozan. el gregarismo devoto. Y

asistimos -¡ qué remedio queda!- a bodas y funera­

les de ritual ocioso, de hipócrita convencionalismo. La

trampa de la Arcadia Colonial está en todos los cami­

nos. No es sencillo sortearla.

Precisa advertir que Lima no es, aunque insista en

serlo, el Perú, pero esto es cuestión aparte. No cabe -la

menor duda, en cambio,· que desde ella se irradia a

todo el país un lustre que desdichadamente no es el del

esclarecimiento. Hace bastante tiempo que Lima dejó

de ser -aunque no decaigan los enemigos de la mo­


SANTIAGO, DE MATA-MOROS A l'vIATA·INDIOS
dernidad, la cual, · sin embargo, ha otorgado aún a

nostálgicos y pasatistas sus automóviles, sus transito­

res, sus penicilinas, sus nylon, etc.- la quieta ciudad OBRAS ANONIMAS QUE REFLEJAN UN MUNDO ANONIMO

regida por el horario de maitines y angelus, cuyo aca­

tamiento emocionaba al francés Radiguet. Se ha vuelto

una urbe donde dos millones de personas se dan de ma­

notazos, en medio de bocinas, radios salvajes, conges­

tiones humanas y otras demencias contemporáneas, para

per rivir, Dos millones de seres que se desplazan abrién­

dose paso -Francisco Monclova ha llamado la aten­

ción sobre el contenido egoísta de esta expresión colo­

quial-. entre las fieras que de los hombres hace el

subdesarrollo aglomerante. El caos civil, producido por

la famélica concurrencia urbana de cancerosa celeri­

dad, se ha constituido, gracias al vórtice capitalino, en

un ideal: el país entero anhela deslumbrado arrojarse

en él, atizar con su presencia. el· holocausto del espíritu.

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El embotellamiento de vehículos en el centro y las ave­

nidas, la ruda competencia de buhoneros y mend gos rs

fatigadas colas ante los incapaces medio, d rr • s­

porte, la crisis del alojamiento, los aniegos debidos a

lns tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefóni­

co c¡ue ejerce la neurosis, todo es obra. de la irnprovi­

snción y la malicia. Ambas seducen fulgurantes, como

los ojos de la sierpe, el candor provinciano para poder

1 ncgo liquidarlo con sus sucios y farragosos absurdos.

La paz conventual de Lima, que los viajeros del XIX,

y aun de entrado el XX, celebraron como propicia a la

meditación, resultó barrida por la explosión domogn fi­

ca, pero la mutación.fue sólo cuantitativa y superficial:

la algarada urbana ha disimulado, ne supri i o, a vo­

cación melancólica de los limeños; por.que la Arcadia

Colonial se torna cada vez más arquetípica y deseable.

Dibujo de Fisqul.!I / Lito¡:¡r•fin de ChAll11,niel


Una fugaz visión puede convencer al· turista, por

tanto, de que la colonia supérstite fue, al fin, superada,


ARQUITECTURA DE SENTIDO ESCENOGRAFICO
mas no es bueno fiarse de la equívoca impresión del

pasajero. El pasado que nos enajena está en el corazón


Dibujo de Lnnvcrcnc / Lito¡:rnfiA de Bichcboi�

de la gente -. No únicamente, además, en e e aquella

que desde varias generaciones atrás es de aquí, ino

también en el del provinciano y el extranjero , uc en

Lima se establecen. Ambos llegan a la ciudad llenos de

futuro y, al cabo de unos años, han derrochado, en· no

HC sabe bien qué, la voluntad de progreso que los des­

pl nzó. Esa fuerza original es sustituida por la satisfac­

ción de saberse insertos en el sustrato colonial de la

sociedad limeña. Lo cual quiere decir que han comen­

zudo a construirse un pequeño virreinato particular y,

merced a él, por matrimonio, asociación o complici­

dad, o por las tres cosas a la vez, a participar del poder

de amos y rentistas que detentan las Grandes Familias.

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Al resto del país se transmite, por modo del imperio historia, ni de una falta de perspectiva hacia el pro­

metropolitano, el ensueño nobiliario ·( cuyos títulos greso del hombre, ni de una loca borrachera de ana­

avala la alta banca), y en cada ciudad, pueblo o villo­ cronismo, nada de eso, sino del mantenimiento, al

socaire de ·esta especie de fetichismo funerario, del sis­


rio la pantomima se consuma como un ensayo previo al

tema en que pertenecen al señor la hacienda y la vida


estreno en la capital.

<le quien la trabaja. Todo resulta, a la postre, una


Con las Grandes Familias hemos, pues, topado. Im­

burda trapacería enmascarada de tradición, literatura


posible no advertir que son ellas las que han difundi­

y nostalgia, que son falsa tradición, mala literatura y


do, con total ignorancia de la precedencia del buen

extraviada nostalgia. Mas el cuento de la Arcadia Co·


Manrique, la patraña de que cualquier tiempo pasado
lonial ha tenido éxito -hay que reconocerlo-, e in­
fue mejor, añadiendo a este relativamente prestigiado

clusive aquellos que nos hemos liberado, si no <le estar


infundio el ápice de que de todos los tiempos pasados

cautivos en su red, a lo menos de practicar su adora­


el del mando paternalista, el rango por la prosapia y

ción, hallamos difícil emanciparnos totalmente del em­


la dependencia del extranjero fue más feliz que ningún

beleso de esos entes de ficción -virreyes, purpurados,


otro. Dichas Grandes Familias no desconocen que social

oidores, tapadas, santurrones- estratégicamente coloca­


y económicamente aquella edad ya no es más, pues in­
dos en un recoveco de los barrios viejos, en la pegadiza
crementan su opulencia y prosperan de acuerdo a la
veleidad de una canción de moda, en un refranesco
objetividad del presente. Temerosas, sin embargo, como
lugar común, en un ademán de urbanidad habitual. . .
han vivido siempre, de cualquier brote de descontento
La extraviada nostalgia se precipitó, para hacerse
y violencia, han hecho circular, gracias al escaso o
popular y nacional, como lo veremos en seguida,. en lo
nulo saber que sus instituciones pedagógicas han pro­

que se llama criollismo. Ninguna irrealidad y ningún


curado a las mayorías, la metáfora idílica de la colo­

preterismo, por ende, mayores y más nocivos que este


nia y su influjo psicológico y moral. Sus piadosos

no se sabe si estilo, costumbre, manía o deformidad


-cuadros de pintura cuzqueña, sus casas de estilo neo­

que repercute desde el vago término de criollo para


colonial de barroco mobiliario, sus emparentamientos

justificar la continuidad del timo de la Arcadia Colo­


endogámicos -sólo accidentalmente interrumpidos por
nial. Arcadia perdida, sí, pero que, según la receta,
una transfusión de sangre inmigrante-, sus legítimos
puede ser rescatada y revivida por la invocación soño­
o falsos escudos, sus pruritos de señorío bien servido,

lienta y paródica.
su hispanismo meramente tauromáquico y flamenco, su

eminencia, en suma, chapada de memorias genealógi­

cas, concretan en sus refinadas formas la mixtificación

que con fines de lucro han definido como signo de un

destino irrenunciable.

Porque no se trata de un amor desinteresado por la

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la casa.de.gohierno, eLcabildo y la iglesia con la au­
IV. ¿ES EL AZAR NUESTRA DEIDAD?

toridad eclesiástica. En los solares, y de acuerdo a la

jerarquía, se instalaron los venidos de Jauja, Pachacá­

mac, Sangallán y Cuzco. En total 69 vecinos, sin contar,

por supuesto, a los indios encomendados ni a los del

¿ EJl qué casa de' Lima' la dorada vivían caserío que ahí ya había. El rey español .dio tres co­

los, que la hicieron? � . .


ronas a la nueva ciudad, en, cuyo escudo hasta hoy fi.

BERTOW, B�ECHT guran.


[Preguntas a un obrero que lee]
Según dijeron primero los comisionados y reiteraron

luego el acta fundadora, los cronistas y los viajeros, el

Así es, pues, desde los primeros años la élite limeña. valle del Rímac, hasta antes de la invasión temido

¿ Cómo se conduce -es propio indagar enseguida- la oráculo previsor, era un vergel, sitio claro, airoso y

masa popular? Lima fue consagrada capital -y descombrado, con buena tierra, harto regadío, atmós­

Corte- por azar. El azar fue la loba que amamantó a fera. limpia, puerto marítimo y otras bondades, alguna

sus fundadores. Los compañeros de· Pizarro afincados de las cuales los limeños .de hoy echamos de menos.

en Jauja, uno de los más bellos y feraces valles de la Era la de la fundación época de estío, despejada, de

Sierra Central, acusaron al clima de ser enemigo de sol �uerte a mediodía y brisa fresca al atardecer, y los

la ganadería y la cría de aves, reprochándole también OÍIC1¡¡les y soldados del conquistador castellano andaban

carencia de bosques madereros y excesiva lejanía del en el trance un tanto alucinados. El clima del presente

océano. El Gobernador Adelantado y Capitán General cuando la ciudad se ha centuplicado a partir del áre;

atendió la demanda de sus rodrigones y decidió hacer­ inicial y han desaparecido Ios bosquecillos aledaños

los avanzar, perpendicularmente a los Andes, hacia el c�andq el �umo de las fábricas precipita un smog qu�

mar hasta hallar una tierra llana en donde fuera posible añade detritus, al polvo que mancha el aire y a la ne­

establecer la cabeza de los nuevos reinos. La misión blina de los seis meses invernales, es como nunca ese

encomendada a Díaz, Tello y Martín de encontrar un ambiente que torna .la vida .

más amable asiento para la villa tuvo al poco tiempo

éxito. El 18 de enero de 1535 fue fundada la Ciudad , . ,.un dulce. malestar de . enera a enero

de los Reyes, cuya distribución ejecutó el propio Piza­ Y un estarse muriendo todo ·el año.

rro con ayuda de uno que, por casualidad, algo cono­ {Juan de A ra n a ) .

cía de cosmografía: un rectángulo con 117 manzanas,

cada cual dividida en cuatro solares, en el que se reservó Gripe, catarro,. asma, . amigdalitis y reumatismo

un espacio libre para la plaza mayor -o Plaza de por decir lo menos -al cabo de los cuales la tisi:

Armas-, en la que habrían de. tener prolongada sede pende como una espada en el extremo de un cabello-

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se conciertan, sin embargo, con la particularidad más
os
l abusos de los pode rosos, la imp údica corrupcion

de los políticos , la absolu tista voluntad de la minor ía


desatinada del clima: su templanza. Sin rigores, sin llu­

voraz. Sin pisar la peligr osa cá scara de plátano del d e­


vias ni truenos, sin inundaciones ni sequías, sin

terminismo, cabe afirma r que el cielo sin matices, el


nieves ni calcinaciones, sólo padece regularmente de la

nubosa humedad y cada medio siglo aproximadamen­


aire adormeced or, la humedad ponzo ñosa, la lisa visión

te de un catastrófico remezón sísmico. Ese aire bien de los cerros pelados y los arenales de orno,
ent que en

1
tempere, mediocre, tristón y soledoso, condiciona una
invi erno envuelve un tul de niebla que hace irreales a

las cosas más rotundas y mantiene las. ruinas eumu,


1 1 psicología peculiar. Como él somos los limeños: . . . el

pueblo es igual a la noche de Lima: suave. No se mente nuevas (Herman Melville), se conviert en en 8r

violenta ( Carlo Coccioli). Y la masa popular transcurre,


dante o somn fero í de la gilia y
vi su carga vital. Una

debido a ello, sin grandes pasiones ( o, en todo caso,


an écdota ilustra este hecho y la convicción que sobre

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1
ocultándolas o sublimándolas), vertida con sus dolo­
ella tenemos los limeños, Se cuenta que siendo alcalde

res y sus frustráneas ambiciones en sí misma, con sus


de la ciuda d el h umorista Federico Elguera fue adver ­

tibios odios y blandos amores que nunca detonan co­


tido de la inminente aparici ón de un brote de la fiebre

lectivamente, sino que se resuelven como locura, sui­


amarilla que ya asolaba los pa íses vecinos. Elguera res­

pondió tran quilamente: "No hay que ala rmarse; aqu í


cidio o venganza personal. Esta pasividad incluye

aún a los animales, pues se ha dicho que hasta los


la p este se atonta ", recu rriendo para el caso a una pa ­

perros son en nuestra ciudad perezosisimos e indiie­ labrota mucho más e xpresiva que el eufemismo que

aquí empleamos. Y así fue.


rentes (Hipólito Unanue).

No reina en Lima la abierta controversia sino el


De 1535 a 1962 mucha es el agua que ha corrido

ba o j los puentes del Rímac con ser tan escaso el caudal


chisme maligno, no ocurren revoluciones sino opacos

de su corriente. Las 117 manzanas se han multiplicado


pronunciami entos, no permanece el incon formismo sino

y el casco urb ano ha alcanzado las ori llas del mar de


que el es íritu rebelde involuciona h asta el conserva ­

Norte a Sur, cub riendo un vasto hongo de cabeza cón­


doris mo promedio. La juventud imaginati va, icono ­

cava Michel Berveiller)


( cu ya coronación se extiende
cla sta y desordena da ter mina por sentar la cabeza. Los

desde La Punta, en el Callao, has ta el Morro del Solar,


raci stas suelen atribuir esta plana uni formidad incolo ­

en Cho rrillos, y cuya base pa rece ser el Cerro de San


ra al in grediente indígena, pero da la casualidad que

C ristóbal. La City se ha ergui do con pobres imitacio ­


es el indio el que, com o lo enseña la historia , ha lleva ­

nes de ra scacielos, pero rumbo a l Pacífico han surgido


do su des contento a la acción -reprimida ferozmente

barrios pop ulosos La


( Victoria, Breña, Lince) y, más
por la autoridad limeña-, y el que constitu ye el ele­

cerca del mar, barri os residenciales ( San Isidro, Mi­


mento dionisíaco de nuestra composición nacional. En

raflores, Monterrico), todos de ca ótica arquitectura


tanto , el limeño sigue siendo quien acep ta, con a penas

do nde el tudor y el neocolonial se codean con el con -


una ronía
i en os
l labios o un chascarrillo contingente ,

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temporáneo calcado, salvo excepciones, de magazmes De esta misma manera, por otra parte, se concatenan

norteamericanos. Clase media y bnrgnesía grande se más insomnios civiles: tener un auto cualquiera, tener

sitúan en estas dos clases de barrios fronterizos. La masa un auto americano de un modelo de no menos de cinco

popular se bacina, en cambio, en tres especies de años atrás, tener un auto nuevo ( ese auto nuevo, no

horror: el callejón, largo pasadizo flanqueado de tugu­ otro), tener dos autos, tener tres autos, ad infinito.

rios misérrimos; la barriada, urbanización clandestina También, con parecida secuencia, se da la tribulación

y espontánea de chozas de estera que excepcionalmente educativa de los padres de familia: que los niños vayan

deriva en casita de adobe o ladrillo, y el corralón, con­ a cualquier colegio particular antes que a los del Es­

junto de habitaciones rústicas en baldíos cercados. Son tado, que vayan a un colegio particular de cierto pres­

núcleos éstos en los que se refugia más de medio millón tigio, que vayan a un colegio de niños ricos, que vayan

de limeños. -para que ahí se relacionen, como se suele decir- al

Toda esta referencia a la estructura de la ciudad no colegio donde van los hijos del millonario Fulano de

tiene aquí propósitos meramente informativos. Preten­ Tal. La voluntad de vivienda, confort o educación se

de señalar que el pueblo, que ocupa las tres clases de torna, en estos casos, en voluntad de ascenso social. Vo­

no-vivienda mencionadas y otras semejantes, y que en luntad, pues, de desclasamiento. La aspiración general

ellas, como un cinturón de barro, ajusta día a día el consiste en aproximarse lo más que sea posible a las

sitio de la capital peruana, sueña con acceder, constru­ Grandes Familias y participar, gracias a ello, de una re­

yéndola u obteniéndola como premio o donación, a una lativa situación de privilegio. Este esp'íritu no es exclusi­

casita de las que ocupa la mesocracia baja. Esta, como vo de la clase media. El pueblo entero, aun su masa más

es natural, tiende a· salir de la morada estrecha o el de­ desdichada e indigente, obedece al mecanismo descrito.

partamentito para habitar un domicilio adecentado de Y por una razón clara: cuanto más inestable es el status,

los que pueblan las familias de la clase media alta. A más vehementemente se desea alcanzar la estabilidad. Y

su turno, ésta acaricia la esperanza de llegar al barrio por cualquier medio.

residencial trepando, en lo que a la pugna habitacional En esta lucha, como resulta. lógico, prepondera el in­
i l

1
respecta, la gran pirámide desde el escalón del chalecito dividualismo. Se le ha impuesto al pueblo, lo que es

al de la más holgada casa, con jardín y todo, y del de es­ más grave, como principio rector para tener éxito en

ta última al de la casona o villa. Es decir, con más exac­ la difícil prueba del escalamiento social y económico,

1 titud, al rellano de la mansión en la ciudad y la casa de pues a los niños y adolescentes, desde el más pequeño

verano, si es posible con playa 'propia y otras gollerías de la última escuela fiscal gratuita, se les martilla, una

más. Es toda una marcha al Snr, pues la escala tiene esa y otra vez y en toda ocasión, que el "triunfo" depende

dirección cardinal. La voluntad de vivienda mueve, co­ únicamente del sumiso traba jo y del acatamiento de la

mo se aprecia, a la sociedad desde su fondo por una organización de la sociedad tal cual es. La falacia es

reacción en cadena enérgica aunque sin estrépito. ilustrada, porque se quiere destruir la tendencia a

'\ 4-0
la unidad de clase y a la mancomunada querella poi- la dentro de una reestructuración socio-económica, sino

conquista de los derechos, con. el caso de aquel humilde casas gratis (para aliviar el problema de la vivienda

chofer de camión que llegó a ser propietario de una se requerirían; según los técnicos, cinco presupuestos

empresa, o con el· de ese otro modesto empleado que nacionales dedicados íntegramente a él) , tierra gratis,

alcanzó por propio esfuerzo la condición suprema de alimento gratis. Parecen saber los muy zorro, 'l"'' la

banquero, sucesos muy raros y aislados. En tales in­ promesa de otorgamiento de cualquier bien en P" •¡ r

1 ' fundios cree el pueblo limeño, que reverencia la pompa dad es lo que mueve el sufragio del ciudadano coun.u.

al"is!ocritfoo-Jmrguesa, que admira a quien conduce el Las puertas de la riqueza se abren en la lotería, en el

vo lunlo de UJ "Cadillac", que es espectador desde la juego hípico, en el golpe de suerte, en una vasta trama

acera de las odas de Camacho oligárquicas, que atisba de envite que comienza en el ridículo concurso que

y limosnea en la puerta de los restaurantes donde los premia cupones con casas, automóviles, · televisores o

pollos a la brasa se doran en la barbacoa. "No me ex­ dinero en efectivo -todo con el fin comercial de acrecer

plico -dijo, a propósito de tales boquiabiertos, un la demanda de un producto industrial- y culmina en Ju

amigo extranjero- por qué esa. gente no irrumpe en suculenta suma del pallón de las carreras de caha­

el local, arranca el nianjar de las parrillas y acuchilla llos, tan suculenta que han sido creadas organizaciones

a todo el que se le oponga. No sería, después de todo, altamente solventes de expertos que por la cantidad in­

sino un acto de estricta justicia . . . " vertida en la apuesta concentran el mayor porcentaje

Tampoco nos explicamos nosotros por qué no sucede de posibilidades de éxito. Para la masa limeña, así

esta explosión. Recordamos cómo los desgreñados pa­ desviada de su legítimo destino, el socialismo constitu­

risienses se lanzaron contra Las Tullerías y su obeso ye una amenaza, aun para el más pobre en su paupé­

inquilino, cómo los bolcheviques de Petrogrado copa­ rrima propiedad: la choza de esteras en la barriada, por

ron el Palacio de Invierno, cómo los campesinos me· ejemplo, que siente suya y que cree que algún día po­

xicanos barrieron a sangre y fuego a Porfirio y el por· seerá con título legal. Este microscópico propietario

firismo, cómo los guajiros de Fidel Castro purificaron masca pacientemente sus desgracias mientras atiza su

la prostibularia La Habana, aunque sabemos muy bien ilusión. O las embriaga en la taberna, las lleva a la

que el nuestro es un pueblo de hambrientos y discri­ plaza pública manifestando por los candidatos ele

minados, todavía no de revolucionarios: En el alma de la reacción -que sirven a las Grandes Familias-, las

la multitud, cuyos adelantados mendicantes pordiosean sume en su abulia, las empolla para la hora en que,

en pleno Jirón de la Unión, está profundamente arrai­ por influencias o albures, el gobernante de turno le en­

gada, diríamos que casi amalgamada con ella, la cer­ tregue, a través de la caridad, la casita soñada y la co­

teza de que súbitamente puede abrírsele a uno cual· locación fija que son andaderas hacia más elevados

quiera el camino de la fortuna. De ahí que los políticos estamentos sociales.

de oficio no ofrezcan al pueblo su liberación colectiva La maquinaria de la, explotación, bien lubricada poi·

42 43
el fraude de la Arcadia Colonial, fue comparada por el
V. LA CIUDAD DEVOTA Y VOLUPTUOSA

Padre Joseph Lebret, .economista católico, con la de

Arabia Saudita. Algo arábigo -y no las "gotitas

moras" de que los colonialistas se jactan-, sino de la

Arabia drogada por los invasores europeos mediante

las reyecías intermediarias, tiene Lima. Pusilánime y Eran· muchos, llevaban el ídolo

desmemoriada, la población se coge de la superstición sobre los hombros, era espesa

la cola de la muchedumbre
para alejar el peligro y atraer el buen agüero. Una vital
como una salida de mar

desgana, que médanos y nieblas enmarcan, priva en con morada fosforescencia. ·

PABLO NERUDA .
los actos de la humilde gente que acepta la fatalidad
[Procesión en Lima, 1947)
de su existencia. Por si fuera poco, la celebra en sus

canciones, que lloran, se resignan, sueñan y buscan

una brecha en el muro de las diferencias. Ante el pa­ Mas el azar no es para los ·l ime ñ os estrictamente un

norama descrito, dan deseos de preguntarse seriamente: d ios , s noi un s r i


e v ci o au x iliar d e la d ivinidad . L a ce ·

¿si Lima nació por azar, no será el azar su tutelar estial


l 'voluntad y , por ende ,' la reli iosidad g ,· son as í

deidad? a i ti
s s d as · por · la super tición s , q ue al unos g ponderan

c omo h arto cas ti za. No s e da , pu es , e l m isticis m o , d e

ascesis' y co nt emplación consumado a r , si on qu e la cre ­

encia s e e ti
x ng ue con el ritual y en el aca a t m i nto
e al

catecismo. En consec u encia , el 'desacuerdo qu e entra ñ a

qu e la ciu da d s ea cali icada f p or sus exé getas unas

v eces de piadosa y otra s d e voluptuosa (hermosa criolla

devota y sensual. R iv a- Ag ü ero ) n o se les ofre ca co z in o

· 1 l óg icamente in ostenible s . Pero pu esto s nte la


a al et rna·

t iva e deci
d dir cu ál té r mi no es e l j us o t , e l se undo g p a ­

1 .
r e e de inir
c f m e or a l á
j ciudad y su g ente . L o colonial

es v l o u ptuoso , s en su al . El goce de los place es directos ' r ,

qu e no re qu iere ri ela b or ción posterior a la de


a l os sen ·

tídos, es la fuen e t , c onf orme al cr terio co onia i l li sta , de

toda f elici d a
d . P er o sensua li dad no e s sensib lidad i , y

por tal ca usa l o est tic é o n


e tr e nosotros c ede ugar a l
l o

h ed ón ico . O sea , a l a s tisf cción


a a pasajera q ue p or l a

reitera ión se c h ace e


x ceso y por la rut ina incontinen-

45
cia. Como en la ética del. pecado _conducta .semejante (Jorge Basadre). Haciendo el balance de la cultura de

conlleva la amenaza de sanción eterna, el limeño re­ la época, Riva-Agüero nombró en un breve artículo a

curre cíclicamente, como antes quedó apuntado, a los no menos de una veintena de eclesiásticos. La Inquisi­

consuelos de la oración y a la penitencia. Es religioso ción, de otra parte, manejó un poder que ni siquiera­

por roacciór , no por acción. fue capaz de contener el gobierno civil, al punto de que

La conquista la llevaron a cabo los soldadotes de una . cuando el flagranie tribunal se encontró ayuno de carne

nació con ocho ·siglos de guerra a cuestas -y quizá, heterodoxa que chamuscar se dedicó a la pesquisa de

como Toynbee piensa, debido· a un impulso de inercia la más secreta conciencia privada. Sin profesiones ni

belicista-, a quienes siempre acompañó un capellán funciones para quienes no fueran mayorazgos, los hijos

de la índole de aquel Valverde de "¡ Los Evangelios en segundones y tercerones de las familias españolas do­

tierra! [Venganza, cristianos!" Si la mesnada españo­ minantes acabaron tonsurados, no tanto para ocuparse

la se propuso saquear la tierra descubierta de su mucho de la· salvación de almas descarriadas· sino principal­

oro (20 millones de dólares fue, de acuerdo a los cálcu­ mente para ·acaparar la docencia, la dirección confe­

los de J. Alden Mason, el producto del "rescate" de sional, la sinecura eclesiástica, el buen pasar de los sa-

Atahualpa) y .ponerlo a los pies de la corona hispana, cros votos. .

los curas se entregaron a la tarea paralela de suplantar Esta super-clase religiosa no disminuyó cuando en­

la "idolatría" por la fe cristiana. En función de esto ciclopedismo y liberalismo llegaron a nuestras playas.

último fueron templos y más templos los edificios eri­ Se retrajo un. poco; nada más, pero volvió a ocupar su

gidos en viejas y flamantes ciudades, y sacerdotes los influyente sitio detrás de los estatutos republicanos: el

que cumplieron, protegidos por el espadón militar, el caso de Bartolórné Herrera ilustra bien esta vuelta del
1
quehacer apostólico de ganar para el cielo a los indios. clero al poder. Y si es cierto que durante la nueva era

Con tal finalidad los redujeron paradojalmente a la el uniforme castrense del caudillo sobrepasó en impor­

más vil esclavitud. Iglesias y frailes, según el esquema tancia a la ropa talar, la palabra de la clerigalla con­

antedicho, proliferaron desde el principio en Lima. En tinuó intacta entre los palaciegos 'bastidores. Dios fue

el XVII, cuando la capital ya contaba con 25,534 habi­ una de las armas de la conquista ( Alberto Salas); lo

tantes, había 4,0 casas de reclusión conventual, y tanta fue también de la colonia. y su sistema expoliador y

era la abundancia de gente de hábito de uno y otro lo es ahora de los promotores de la visión idílica de los

sexos -2,518 reveló el empadronamiento de 1614-­ tiempos virreinales y su retrógrado objetivo.

que Los virreyes se quejaban a menudo de que el nú­ ¿ Y cómo ahora? Lima nunca estuvo lih-« del ojo in

mero dí! ifrailes y monjas era superior a la capacidad quisidor. Por eso el limeño burgués de 'ioy :oM< < 1

de la u dad y a las características de la población, y de ayer practica sus deberes religiosos con el propósi­

numeros s órdenes fueron expedidas para que dismi­ to de mostrar públicamente que nada, ni siquiera la

nuyera el número de religiosos que venían a América voluptuosidad en que vive, lo aparta de lo que dice que

46
47
es su fe. y ésta es barroca, retorcida y exterior, recu­

bierta del similor que reviste la espiral salomónica de

las' columnatas, 'los' imponentes artesonados que quie­

ren 'reunir en el maderamen solidez y ligereza, o el

marco estofado con· vídriantes y espejuelos que inso­

lentemente amengua el lienzo qué exhibe. Nunca llegó

a convencer de veras 'a la vigilancia eclesiástica el culto

reconcentrado, la· intimación eón el alma misma, la en­


·n

trañable· plática del retiro claustral. En tales· soledades �

podía el creyente;' a juicio de la monacal suspicacia, '

resbalar por una rampa herética hasta él mismísimo


"

irifiemó. Hubo el limeño de ser practicante a vista y


' i
paciencia de todos, y grandilocuente en la consumación �

de sus actos de fiel, tal como exhibicionistas fueron las


LA VOLUNTAD DE VIVIENDA MUEVE A LA SOCIEDAD
rotundidades, los paramentos, los campanarios, los

adornos;las imágenes, todo lo de los ostensibles templos

en que se postraba. Mas, como se ha dicho, la pía obli­

gatoriedad opera como reactiva: a más voluptuosidad

más devoción. Por bajo de la creencia expresada tan

aparatosamente late la afición por la vida placentera:

buena comida, buen vino, buena hembra, y con ellos

todo lo que la riqueza y el ocio, cuando los hay, ponen


1
en la mesá y el lecho como decorado, complemento o·
'
ampliación de la saéiedad.
I '

· La belleza no cuenta. El dinero resulta mal empleado


1

si se · dedica al arte· que no asiste a la ornamentación,

que rio es mandadero de los fines sensoriales. · En la

Lima de los virreyes sólo prosperó como instrumento

delaliturgía en los altares, los objetos del culto, la ar­

quitectura · y' los cuadros ilustrativos. En éstos, · por

ejeinplo, cualquier referencia a la realidad inmediata,

alhombre o ál paisaje peruanos, fue proscrita, y cuando

la expresión pictórica ya no hizo falta como mediadora

48
de la expansion católica, desapareció o fue sustituida

por la santería en serie. Lo mismo aconteció con la poe­

sía y el drama: aquélla fue loor rimado al santoral, jue­

go de salón o crónica de la anécdota cortesana, y ésta

auto sacramental con auspicio y bajo parroquial censu­

ra. Lo estético encuentra en Lima W1 obstáculo obstina­

do: su aparente gratuidad. Sin valor de uso para el

adoctrinamiento o para lo sensual, la belleza creada por

el talento artístico no tiene destino. Así es hoy todavía.

Lo mismo podría ocurrir con la· santidad, pero en

este caso su preeminencia ha sido convenien -mcnt in­

trumentada. Dos de los santos limeños más ·rpp, ,,en 1-

tivos, Santa Rosa y San Martín de Porres, fueron en

vida el revés de lo que es conceptuado criollo, mas una

y otro han ·sido vertidos, merced a su consagración, en

el molde común. La primera fue· un ser singular, por

igual apartado de la fastuosidad civil y de su correlato

religioso. Levitó por sobre el medio como un ente in­

corpóreo y, ajena a la: comidilla cortesana, buscó la

realidad en las llagas del apestado y en la purulencia

de la carne, convencida· de que la esencia de· la vida

radica no en la ostentación sino en la contingencia: El

lego mulato eligió ser maniatado 'por quien era dueño

de sus dueños para así mejor servir a los servidores.

Tampoco en su persona real se dio ningún rasgo de ti­

picidad criolla, pues 'supo abstenerse de toda banal pri­

macía. Ambos místicos· -ellos sí- han sido, sin

embargo, incorporados al folklore criollista y coloca­

dos en un lugar visible del friso de la quimera virrei­

nal para que con sus· aureolas lo prestigien. Se habla

de ambos, se les literatiza, canciones y tráfica, como

frutos del idilio colonial, idénticos en su origen y sen­

tido a la picaresca tapada, al capitanzuelo calavera, al

49
ventral oidor, a cualquier máscara del acartonado VI. DE LA TAPADA A "MISS PERU"

museo de la Arcadia Colonial. Grave adulteración que

comienza en la iconografía moderna, que en vez de

realizar una Isabel Flores de Oliva transida de angus­

tias metafísicas crea un pimpollo rosáceo y dulzón, y

que en lugar del raído donado de Santo Domingo, de


Y, sobre todo, allí encontraréis a la andaluza de

morigeradas facciones africanas, nos presenta un em­ América, a la mujer litneña, breve de pie y de

\ mano, de boca roja y ojos que hipnotizan, incen­


P<' 1·,,,cio ovencito de rasgos equívocos y almidonado
dian y· enloquecen. . . Id en las tardes de paseo,
h:íhito.' , , deformación no es casual: obedece al pro­
cuando están las mujeres entre los árboles y las

pésitd ele eliminar de la historia aquello que desdiga · rosas, como en una fiesta de hermosura, o en con­

curso de, gracias dominadoras y gentiles.


el gran embuste del cual se nutre la concepción del
RunÉN Danío
virreinato como land of plenty. Ya son, los dos, bien­
[Crónica literaria]

aventurados rostros de la petrificante Medusa pasatista.

Porque el señorón quiere natural la filosofía del

"siempre hubo ricos y pobres" hace cundir la mentira Es poco probable que en 1561, a menos de veinte años

de la Arcadia Colonial ya que en el imaginario, retablo de fundada Lima, las limeñas reaccionaran contra un

que ésta constituye no instala la justicia sino el placer bando que prohibía el uso de, la saya y el manto con

compartido. Mientras digiere sus hartazgos, cuyo peso nada menos, como lo cnenta Palma, que una huelga en

aligerará con los reglamentarios golpes de pecho, en­ la cual, aparte del abandono de las tareas habitualmen­

seña que es preciso equilibrar, cada cual en su nivel, te encomendadas a la mujer, salieran las tapadas a la

sensualidad y beatitud, la primera como recuperación calle en son de mitin. Cabe más bien suponer que aque­

del paraíso perdido con la pérdida de la edad dorada lla disposición y otras posteriores dirigidas a suprimir

y la segunda como freno moral para restablecer la ar­ el típico traje fueran derogadas bajo el influjo sordo

monía del alma. En síntesis, ese es el secreto de la am­ e insidioso de las damas sobre la voluntad de sus ma­

bivalencia de la ciudad. Los usufructuarios del sistema ridos con poder. Esta es la manera invisible de gober­
1 '

que satura el presente de pretérito y anula el futuro nar que a partir de los primeros años coloniales ejerce

revertiéndolo suponen que mientras perdure la falacia el segundo sexo desde la alcoba conyugal. El procedi­

habrá orden, Pero cada día les resulta más difícil que miento ha sido resultado de una espontánea compensa­

uno de estos dos polos del irracionalismo no imante ción de fuerzas, al punto de que más de una vez el giro

más que el otro a tantos como viven humillados. de las cuestiones nacionales ha variado de sentido por

decisión de las esposas, especialmente en lo que co­

rresponde a materia de religión y de moral con ella

conectada. El progreso social pues se ha visto con fre-

51
cuencia, aunque parezca mentira, detenido _o desviado el deporte y la actividad de la nueva vida - u cti v i d u d

por capricho femenino,-ya que la limeña -en torno a que cumple unas veces en la oficina y otras las múM r-n la

quien existen toneladas de Iiteratura+-, no obstante la acezante obligación social+- han elevado su estut II r 1 1 ,

licenciosa fama de la tapada, ha sido y continúa siendo robustecido sus miembros, agilizado sus movimientos

el más sólido bastión del conservadorismo y la más y corregido el molde tradicional.

terca columna, en consecuencia, del mito virreinal. En cambio, en el campo de la inteligencia, el pro­

Desde los más antiguos testimonios escritos, tanto ceso no ha sido tan trastornador. Nunca fue la limeña

de cronistas locales cuanto de visitantes de toda clase educada para que su disposición intelectual ( astucia,

y condición, la mujer de Lima merece elogios por su imaginación, ingenio, elocuencia, según se insiste) se

belleza y su inteligencia, a las que nunca se dejó de aplicara al arte o a la ciencia. Semianalfabeta durante

relacionar empero con una aguda frivolidad. Hasta el coloniaje, instruida con el catecismo como fuente de

hoy, en verdad, es ella dueña de aquellos famosos atri­ todo saber más tarde, sumariamente formada hoy mismo

butos. En cuanto al primero, es preciso anotar que no por la improvisada docencia católica para ser poco más

obstante que el canon ha variado (no hay ya más piece­ que un adorno de la casa, vigentes están todavía pa­

cillos andaluces, ni breves manitas de muñeca) mantie­ labras escritas a propósito por Enrique A. Carrillo hace

ne la mujer en conjunto una gracia genuina, la cual, menos de treinta años: ¿ Qué culpa tiene la limeña si

administrada con peculiar picardía, se convierte en el _en el convento de monjas donde para educarla la re­

engañoso cebo que disimula el punzante anzuelo del cluyó la moda, apenas si se le enseña, en forma super­

interés. Las limeñas atraen para devorar (F. Dabadié), ficial e incompleta, los conocimientos indispensables

han decretado, en diversos tonos, los viajeros que fueron para sostener una conversación mundana y para hacer

capaces de eludir la trampa matrimonial y un refrán figura apreciable en el salón? ¿No son los hombres los

popular consagra que Lima es paraíso de mujeres, pur­ primeros que, tratándola con impertinente superficia­

gatorio de hombres e infierno de maridos. lidad, desdeñan, cuando con ellas alternan, los temas

Cierto es lo dicho puesto que todo el empeño feme­ serios y nunca pasan de la broma incolora y del ga­

nino apunta a la boda, verdadera profesión para cuyo lanteo insípido? Las dotes rle inteligencia de la mujer
J 1 1

ejercicio nuestras muchachas son desde la infancia pre­ de Lima son pues una vasta riqueza que algún día será

paradas. En lo relativo a las características físicas de convenientemente pulida y aprovechada.


¡ 1

la limeña arquetípica, subsisten algunas de las más Mientras tanto, dueña de tan eficaces instrumentos
1
reiteradamente ponderadas por los escritores: los ojos de dominio como la belleza y el erotismo, soterrado
i

de rara fosforescencia (Palma), el talle ondulante ( Ca­ éste al modo rle un volcánico fuego, la limeña ha con­

rey), la piel de un matiz blanco pero con tonalidades seguido guardar su tesoro mental para emplearlo des­

de miel y sin colores (M. Lacroix), · 1as formas bien pués de consumar el destino al que siempre estuvo

hechas y bien proporcionadas (Theodore Child), mas condenada: el matrimonio. Este no fue jamás, como

52
53
resulta fácil colegir, una unión en la cual la mujer con­ Es por esta razón que sólo situándose en la perspec­

servara su personal autonomía. Por regla general, la tiva del hogar puede aceptarse aquello de que Lima

boda en Lima sume la persona femenina en la del no se comprende sin las limeñas (Ventura Carcía Cal­

marido, amo y señor de la reyecía familiar y único derón), pues de otra forma el aserto atina únicamente

partícipe del convivio público. El está autorizado para a lo pintoresco y ornamental de la mujer en el paisaje

dividir su realidad -y su moral- en dos planos in­ urbano. El reino é n ese mundo casero explica nítida­

dependientes y bien delimitados. Fuera de la casa se mente cómo las cónyuges de políticos liberales y hasta

pertenece a sí mismo, ejercita su libertad en múltiple revolucionarios hacen cambiar a sus maridos de posi­

sentido y actúa en representación de sí y de sus subor­ ción ideológica, y por qué resulta corriente entre nos­

dinados cuando ello hace falta. Traspuesto el umbral otros que un hombre, para sus amigos y relaciones,

de la morada, delega parte de su poder a la esposa, se convierta en otro desde el momento en que acepta

aquel que atañe a la responsabilidad presupuesta! del la coyunda legal y sacramental. La mujer por el ma­

pequeño mundo integrado por hijos y sirvientes. En trimonio ha: sacado ventaja de su estado servil y me·

esta jurisdicción, en principio meramente administra­ diante la dulce estratagema que mezcla zalema y coer­

tiva, es donde la mujer, despreocupada ya del proble­ ción se ha convertido en la eminencia gris de los

ma de su soltería -en cuya superación utilizó hasta gobiernos. Si el chileno Miguel Victoriano Lastarria

el éxito final todos sus encantos-, descuida la apa­ achacaba al vestido de la tapada -uniforme femeni­

riencia exterior y echa mano de su inteligencia. Pro­ no hasta más de la mitad del pasado siglo- el poder

cura entonces que su escaso poder, constreñido por los que la limeña ha ejercido siempre en los destinos polí­

muros residenciales, se proyecte al exterior social y ticos y sociales de este país, su equivocación sólo con·

prevalezca ahí a través de la influencia que posee sobre sistió en la errónea identificación de la causa del fe.

su marido. Por eso, alcanzar el corazón de un· hombre nómeno' de dominación femenina. Un traje no produce

con ascendiente público debido al dinero, el apellido un hecho social, sino· al revés. El caprichoso vestido de

1 .
o la política, ha sido la secular obsesión de la donce­ la tapada constituyó un medio de represalia, no, como

lla limeña. El naturalista Lesson interpretó mal el pru­ es obvio, la represalia misma: Cuando la saya y el
1 '

rito casadero de nuestras paisanas cuando, generalizan­ manto desaparecieron como atuendo, la presión oculta

do desatinadamente, afirmó que su amor no conoce de la mujer sobre el hombre no cesó. Se le pudo ad­

l vertir, cada vez que la aguja -de la política señalaba el


I
otro idioma que el de la esterlina. En todo caso, la es­

terlina, como la política y la prosapia, indispensables norte reaccionario, en cualquier hecho dé efecto pú-

para que un hombre tenga categoría de "buen partido", blico y nacional. ·

es en el amor local signo de otro lengua je, cifrado sólo ¿ Cómo podría no haber sido así? La instrucción, tal

por causa de las circunstancias: el lenguaje de la libera­ como ha quedado apuntado más arriba, comprometió

ción y el desquite. a la mujer a acatar sin discusión la hegemonía viril y

54 55
frustró toda abierta competencia del talento entre los der el dicho popular antes citado: organizando un

sexos. Salvo el muy excepcional caso de Francisca Zu­ infierno de maridos) que guardó las apariencias y g a n ó

biaga, apodada La Mariscala, quien gobernó no por la para la.mano femenina, en último término, las riendns

interpósita persona de su marido, el mariscal Agustín de la autoridad. Este maquiavélico comportamiento

Gamarra, sino en vez de él, la revanche femenina obró hizo acreedoras a las limeñas de epítetos de una vez

subrepticiamente. Y su oposición a todo intento de de­ irónicos y encomiásticos: ángeles con uñas ( Esteban

rribar prejuicios y acelerar el rezago nacional, a salir de Terralla y Landa) o hadas de la gramática (Paul

del estanco de la cavernaria beatería para la necesaria Groussac), por ejemplo. Ellos destacan, a fin de cuen­

apertura laica, se centró en la limeña. Ella fue eco del tas, que tras el lujo, que les fue y aún les es distintivo,

confesor y la confidente, el oscurantista y la cófrade, y en el ocio, donde la limeña de la alta burguesía

el vejete y la priora, agentes de la llamada decencia, aunque trabaje parece transcurrir, dieron un vuelco al

quienes supieron tocar en la patricia la cuerda más sen­ orden y se arrogaron la supremacía. Dicha fuerza per­

sible, la de su sutil pero efectivo imperio sobre la manece abara mismo intacta.

voluntad varonil. Hubo, pues, una infraestructura fe. Con· el advenimiento del capitalismo industrial y la

menina por ha jo del sistema jurídico y consuetudinario secuente cosmopolitización de la ciudad se vio la mujer

perceptible, una suerte de basamento clandestino ci­ de Lima impulsada a aceptar nuevas formas de vida y

mentado en el hermetismo de los bogares, entre cuyas a adaptarse de buena o mala gana a ellas. Hubo en el

paredes mil veces se decidió el curso de la historia proceso . un momento en que pareció que la rebeldía

patria. Claro que ciertas normas infusas y ciertas vir­ femenina iba a· dar la cara y a pedir una intervención

tudes presidieron, ya nominal, ya ,realmente, este críp­ más directa en las cuestiones públicas. Todo era propi­

tico matriarcado: la mujer para el exterior debía ser cio para una acción semejante. La casa moderna dejó

y parecer ( o parecer solamente) manantial de inago­ de ser la señorial casona donde los hijos acogían a sus

table bondad y comprensión, debía sacrificarlo todo prolíficas familias; los bienes se hicieron dinero cir­

-aun sus inclinaciones y cualidades- al mutuo en­ culante, valores, acciones, papel en fin; el día o la vi­

tendimiento de la pareja, debía admitir con resigna­ gilia se prolongaron alcanzando con sus tentaciones a

ción, como incorregible particularidad masculina, la: la niña que antaño esperaba, en el balcón corrido y tras

proclividad poligámica del marido, y debía soportar la celosía, al galán peripatético; la moda desterró

sin quejas, cual prueba penitencial, las flaquezas de mantas, rebozos, chales, mantillas y otras coberturas,

aquél que Dios le había otorgado para compañero de y descubrió las intimidades que antes se recelaban como

toda la vida. En suma, estaba condenada a ser natu­ laurel para el dueño. providencial; el deporte, el auto­

ralmente aristocrática (María Wiesse). Este código sólo movilismo, las técnicas simplificadoras, arrebataron a

pudo ser burlado gracias a una hábil política conyu­ la joven del paseo gratuito y le dieron un pretexto para

gal ( y, sin duda, no como ladinamente lo da a enten- salir, orearse, buscar la aventura y, por cierto, encon-

56 57
trarla; la importancia aldeana fue cegada por éxitos recidos no hacía mucho. Luis Alayza y P.S., anacro­

de mayor alcance, la publicidad radiante, los viajes y nista inveterado, se regodea porque la idea fue aplau­

su efecto despercudidor; el escaso francés para la lec­ dida en El Comercio de la época por Todos Limeños,

tura edificante resultó desplazado por el inglés básico anónimos firmantes de un suelto muy revelador. Sin

del trato mercantil y el cinematógrafo, y el violín duda que el pueblo -se decía en él, según lo trans­

o el piano fueron a yacer del salón en un ángulo oscuro, cribe Alayza-, guiado por el natural instinto de sim­

arrollados por la pericia en el manejo del coche con­ patía a todo lo que es suyo y le pertenece. . . se lanzó

vertible o la máquina de escribir. Ya no reverenció en novelero y frenético a rendirle los parabienes de su.

la cohorte tribal a la abuela octogenaria, ni le valió aparición . . . hecho que acredita que sabe distinguir el

para nada el patronazgo experimentado de tía o tío, ni mérito del traje nacional, tan agradable como útil y

le hizo falta la mesurada alcahuetería de la ama vieja, económico, que por una aberración inconcebible se ha

menos discreta que el teléfono. Reinó el tuteo y la fran­ echado en olvido. . . La puntería estaba puesta, tal

cachela de la camaradería con los amigos del barrio, la como se aprecia, contra la costura francesa, por ello

universidad o la oficina, y en lugar· del té crepuscular sólo libertina. Pero la aberración inconcebible había

con las amigas convencionales, el sarao para pescar comenzado y se multiplicaría e incrementaría en ade­

pretendiente y la visita al Santísimo, fueron instaura­ lante. La casta, heredera en la República del poder

dos el cocktail party ( y sus variantes, entre ellas el virreinal, percibió que esta insignificante forma de la

noctnrno salchicha party), el flirt sin consecuencias y liberación femenina, que respondía a un imperativo

la figuración en las columnas de sociedad de la prensa del progreso, podía hacerse indetenible, porque así como

amarilla. Dislocado el ritmo de la existencia parro­ los trabajadores iniciaron, a partir del ciclo industrial,

quial, todas esas antiguallas fueron a dar afortunada­ las demandas que significaban una ruptura con el seu­

mente al traste, pero la casta oligárquica advirtió a do-paternalismo feudal, la mujer, la limeña especial­

tiempo que si bien valía la pena acoger todo lo nove­ mente, comenzó a fracturar el sistema oclusivo del

doso, pues de hecho acarreaba consumo, había que sometimiento al hombre, que sólo había podido agu­

mantener íntegros y en pie, al mismo· tiempo, los fun­ jerear indirectamente merced al influjo hogareño. No

damentos del régimen colonial, la gallina de los hue­ vio el patriarca y sultán otro modo de poner freno ª
.

vos de oro. dicha revolución que anteponiendo a las ideas renova­

Ya en 1858 se produjo un primer intento de marcha doras las que la tradición consagraba como únicas,

atrás en lo que respecta a las costumbres. Un grupo de originales, nobles y moralísimas altas virtudes de la

damas -y a modo de defensa, como no es difícil in­ mujer limeña ( tal es, poco más o menos, lo que la

ducirlo, del sistema colonial redivivo- sacó de los ar­ grafomanía ha impreso). En el ilusorio, en el quimé­

cones durante las festividades de agosto, dedicadas a rico cuadro de la Arcadia Colonial se inscribió enton­

Santa Rosa de Lima, las sayas y los mantos desapa- ces la eminencia femenina, sus caracteres distintos y

58 59
Lima, permanece. La .. Arcadia Colonial encauza el río
sin pareja, su ejemplar religiosidad, su pudoroso e
de la historia y así como hace del capitalism» 1111 cas­
irresistible atractivo, su mitología, en una palabra. En
tillo medieval hace de la muchacha que lee II S 1 1 1· 1 rn
suma, el freno no fue legal sino espiritual. "La colo­
o viaja en jet una tapada sin mantón.
nia -se dijo- fue un edén. Sálvemos lo que de ella
Porque si ayer la limeña aspiraba a rcvolorcnr, <'11•
nos queda y reverenciemos lo que desapareció por
bierta su identidad bajo el rebozo de Manila o Chinn,
nuestra culpa. La mujer colonial, la tapada de devo­
oteando con· un solo ojo pícaro la aldea y sus figuran­
ciones y astucias, fue angelical. Conservémosla como
1
tes, la larga falda hasta los torneados tobillos y 1111
tal, copiando el paradigma de· antaño". En la estafa
brazo desnudo como muestra tentadora -persiguiend,1
arcádica la limeña resultó así lo que es: protagonista
así, sin demostrarlo, el "buen partido" disponible-,
de una imaginaria felicidad social.
hoy quiere campear desde la desnudez de un fugaz
De ahí que la mujer tuviera un desarrollo desigual:
reinado de Miss, el cual procura publicidad, popula­
de una parte se modernizaba, se ponía a tono con su
ridad y vanidad, para alcanzar el mismo galardón qne
época en el vestido, los actos, la conducta pública, y
su antepasada, el enlace con el pudiente, y, por inter­
de otra se aferraba a la falsa imagen . de su ancestro.
medio de · él, la situación pudiente para ella misma.
Rompía ciertas cadenas, tal vez las menores, pero luego
Entre la tapada tradicional y la postulante a "Miss
de la migración juvenil retornaba siempre al viejo ni­
Perú" no es tanta la diferencia que hay como lo la­
dal, al yugo del casorio, a la obediencia despersonali­
mentan los críticos de las costumbres contemporáneas.
zadora. No se produjo la liberación -que no es, como
En el fondo -y esto es lo importante- la limeña ca­
las mentes romas la conciben, infidelidad, negligencia
riñosa (Max Radiguet) personifica el pasado. Y Lima
maternal, pérdida de la feminidad, sino todo lo con­
es el pasado porque es femenina, porque la opresión
trario y en el marco de la dignidad-, en virtud de
opera aquí de modo femenino. Elucidando este carác­
lo cual el antiguo método de empinarse desde el ma­
ter, precisamente un limeño ha inquirido: ¿quién habla
trimonio siguió siendo el expediente usado por la mujer
1 1 ahora de la debilidad de las mujeres, cuando sabemos
para cobrarse la capitis diminutio humillante.. Se sirve
que ellas han logrado la proeza de mandar obedecien­
ella todavía del recurso de mandar desde el tálamo
do, ordenar rogando, imperar humillándose? (Luis A.
nupcial para orientar a su gusto, con el consejo íntimo,
Sánchez). ·
la coacción susurrada y quién sabe qué otros trámites,

el pensamiento y la actividad de su hombre y del resto

de los hombres. El matrimonio no ha dejado de ser el

único oficio que la limeña desempeña con títulos aca­

démicos y en el que encuentra su finalidad ontológica.

Los tiempos pasan, mudan las cosas, descaecen y surgen

instituciones, mas la sociedad peruana, regida desde

60
VII. EL DESIERTO HABITA EN LA CIUDAD materia humana modelándola m c d i 1 1 1 1 t < 1 ¡ 1 1 1 1 1 , ¡ " rul¡u ,

el segundo es como una caligrafía un c�11 º" 111 J't11 •

dable descifrar la incógnita de un e8pi 1·it11 , . .,¡, • ' " "

de una cultura que suma y condensa individunlhhuh- ,

clases y épocas. El medio natural influye en 108 ho111,

Y no es enteramente el recuerdo de sus· antiguos bres y los hombres le replican en urbanismo y arqu ¡.

terremotos, ni la sequedad de sus cielos áridos,


tectura. En el intercambio, lo humano, que es lo que
que nunca llueven; no son estas cosas las que ha­

cen de la impasible Lima la ciudad más triste y nos interesa, queda inscrito documentadamente. Y Lima

extraña que se pueda imaginar. Sino que Lima ha


-naturaleza y ciudad- es así: una tregua en el
tomado el velo blanco, y así se acrecienta el ho­

rror de la angustia.
arenal, un latido en la soledad, una sonrisa en la adus­

tez de cielo y tierra. Un dicho popular español la con­


HERMAN MELVILLE

[Moby Dick, cap. XXVIII] sagró como el postrer hito visible del universo: lo in­

accesible y distante está, según él, más lejos que

Lima.
lmaginad un desierto de arena que se extiende a lo Desde la altura el oasis limeño no es, como sería
1 1

largo del Océano por más de dos mil millas; a la mitad normal suponerlo, un esguince verdeante en el yermo:

de esta escuálida costa imaginad un oasis de una cin­ creeríase contemplar una ciudad en ruinas que acaba

cuentena de kilómetros, rico en la más lujuriosa vege­ de ser destruida por una gran catástrofe. Esas casas

tación tropical, y en medio de este oasis una metrópoli bajas con techos chatos cubiertos con una capa de barro,

incierta, risueña, civilizadísima, aunque aislada del y los gallinazos calvos y de lúgubre plumaje que co­

mundo (A. Barazzoni): así veía Lima, en síntesis su­ ronan las techumbres, contribuyen a hacer más com­

maria, un viajero italiano de 1931. Sin duda aquella pleta esta ilusión (Ernest Grandidier). Y tal como lo

lujuriosa vegetación tropical la fraguaron sus ojos con advertía este visitante de mediados del XIX, la con­

la multiplicidad florida -todo el año la humedad del templa el que por avión llega hoy mismo a ella, ya que

aire ensaya en Lima renuevos de flores-, y la condi­ si, en efecto, en el casco central de la ciudad aproxi­

ción civilizadísima de la capital peruana la dedujo el madamente la mitad de las terrosas azoteas han sido

forastero del buen trato que mereciera por parte del reemplazados por el cuadro superior de los cubos de

grupo social del cual fue huésped, pero descontadas concreto de la edificación moderna, las barriadas po­

estas dos gentiles y muy meridionales exageraciones, pulares chorrean paralelas al río desde los cerros

la descripción panorámica es justa. Pero ninguna eriazos y melancólicos el terral de su miseria, y cercan

ciudad es únicamente su marco geográfico ni simple­ por otros puntos la urbe con su polvo, su precariedad,

mente su paisaje urbano, sino sus gentes, y si el pri­ su tristeza. Y aunque el techo limeño -plano porque

mero es prácticamente inconmovible y actúa sobre la la ausencia de lluvias nunca obligó a nadie, salvo a los

62
esnobistas, a coronar las casas con la doble vertien­

te-- tiene su literatura, nada lo libra de su fealdad, ni

siquiera el amor de los niños que; al modo del desván

del entretecho de otras latitudes, lo disfrutan como

misterioso país de sus juegos mágicos. El desierto se

instala· en aquellos espacios de cara al cielo, entre los

débiles paramentos de yeso y las trémulas palizadas

medianeras, y no lo vencen las voces infantiles ni la

alharaca de gallinas, perros, gatos y otros animales

-entre los que ya no se cuenta al ilustre gallinazo­

que en aquel predio tienen su sede y su desahogo.

Y pues no ha y ahí posible vegetación, porque pronto

descaece y muere, sólo se trata de una breve planicie,

interrumpida por las ventanas teatinas que recogen el

aire del Sur y por las farolas o tragaluces que · ciernen

el día, destinada a pudridero doméstico. El colchón

despanzurrado, los diarios viejos, las botellas vacías,

los muebles cojos y de herido tapiz hallan en el techo,

a la intemperie, la tenaz garúa, el polvillo flotante, la

fría neblina. Acaban todos juntos por uniformarse, des­

coloridos, con el borrón pringoso del contorno, y pese

a mucho esfuerzo poetizador -dentro del cual un mag­

nífico cuadro de Ricardo Grau titulado El ángel del


'

techo es representativo- nunca dejan de ser lo que des-

de una cima cercana o desde la nave aérea se ofre­

cen siempre al ojo extraño. Es decir, un conglomerado

cenizo que continúa los monótonos médanos según un

ritmo urbano propio.

Como la ciudad fue trazada a cuadrícula, proyecta­

da como por u:n aritmético sin imaginación en un papel

liso { 117 manzanas de 450 pies de lado), siguiendo

esta pauta la continuaron las siguientes generaciones

no se sahe por qué enemigas de la curva y, en cambio,

64:
satisfechas del mandato sin ondnlaciones del terreno.

Por eso es qne aunque la mayoría de los recién veni­

dos elogió siempre los balcones, los miradores, las to·

rres, la coquetería del afeite arquitectónico, asimismo

deploró, casi unánimemente, la rectilineidad del plano.

Este, si nos atenemos a la autoridad de Lewis Mun­

ford que atribuye carácter militar a semejante dispo­

sición urbana, queda explicado por la· circunstancia

bélica que rodeaba a las fundaciones de Pizarro y su

gente, pero sólo la beatería hacia la obra del capitán

extremeño da razón de por qué después, y aun durante

regímenes estrictamente civiles, la orientación, según

la norma inicial, y en el sentido del eje N orle-Sur tal


AHI SE REFUGIA MAS DE MEDIO MILLON DE: LIMEÑOS
vez debido a un plan subconsciente ( Aurelio Miró Que·

sada), fuera constante y aun empecinada. Es evidente

con relación a la Lima de antaño y hogaño que Sus

casas en calles curvas producirían un efecto imprevisto

( Charles Wiener), mas la rntina buscó su compensa·

ción y, a despecho del alineamiento, surgió la envane­

cicla construcción limeña. La rigidez impuesta por la

fatalidad fundadora quiso ser burlada por el gusto pa·

laciego: el desierto puso su impronta en el tiro de 'Ias

calles, mas en vano lo trató de contradecir, con pompa

y ornamento, el cortesano triunfante.

El gusto limeño es el asimétrico, el extrovertido, el

sensorial, o sea, el que se manifestó en los adornos de

dentro y fuera de la mansión, el palacio, el convento

y el templo. De tal manera, la ciudad oteada desde

lejos -como se la ve en tantos grabados- simulo una

población morisca de bulbos y enea jes, tal como si

PIENSAN QUE SU ?vIUNDO NO SE ACABARA


fuera una fiel réplica de Damasco o de Bagdad (José

Sabogal), y habitada luego, en gracia del familiar hos­

pedaje, dio pábulo al hallazgo de consanguíneos paren·

65
lámina quienes aquí habían nacido. Y el pastiche se
tescos con Andalucía, de la que, sm embargo, una

hizo -cosa difícil- como quien hace de tripas cora­


mente tradicionalista la consideró reflejo borroso y

zón. Así quedó eso : palacetes y basílicas desafiantes a


pálido . . . . disfrazado y contrahecho (Riva-Agüero). El

las que hacía danzar o descuajaba el temblor al compás


plateresco y el barroco se ablandaron aquí -también,

de sus remezones, nobles casonas almidonadas cuya


por cierto, los otros estilos sucesiva y arbitrariamente

mampostería la polvareda y el aguaje jaspeaban de


importados-e-, pues merced a la carencia de material

moho, monumentos presuntuosos cuyos retorcidos ala­


sólido (piedra o mármol) tuvieron los proyectistas

mares perdían con los años la costra superficial des­


que resignarse al ladrillo, a la madera, al yeso y sobre

nudando la humilde osatura. El barroco limeño, estilo


todo a la quincha ( tabiques de madera forrados con
medio, bastardo, cuyo ideal armoniza muy bien con
caña y enlucidos con barro. Héctor Velarde). Aquellos
una tendencia del alma criolla, la decoración ostentosa
afamados patrones resultaron así sólo una surtida com­

{ Carlos Wiesse ) , fue de utilería, como conviene a su


binación de pastelería.

sentido más bien escenográfico (Héctor Velarde).


Los célebres balcones -.-corridos, cerrados, encajo­

Velarde ha señalado lo más característico que de


nados, esquineros-, que tanto cuidado merecen hoy

cada centuria sobrevive en la arquitectura civil de


de parte de generosos y románticos limeñistas que

Lima: de los siglos XV y XVI, la Casa de Pilatos, el


tan justamente reclaman protección para esas reliquias,

ejemplar de mansión solariega más antiguo que se con­


son raros pero no bellos, son notorios pero no exce­

serva, en el cual excepcionalmente priva una sobria


lentes. Es precisa, pues, la descripción que un obser­

autenticidad; del XVII, el Palacio de Torre Tagle,


vador contemporáneo hace. de ellos: Uniformemente.
donde con el barroco se alternan y practican la con­
revestidos de un pardo chocolate, no ofrecen sino la
fusión los aportes andaluces, moros, criollos y aun asiá­
apariencia incongruente de. grandes aparadores de vi­
ticos; del XVIII, la Quinta de Presa, en la que la
drio colgando fuera de las casas, donde parece que
residencia campestre limeña se transforma en "petit
no hubieran podido ser introducidos (Michael Bervei­

chateau" versallesco. . . pero con gruesos perillanes


ller). Tampoco las ventanas de reja -a diferencia de

mestizos y anchos maceteros como tinajeras de barro.


las de Trujillo- son dignas de una particular exégesis.

En resumen, el caos, el no-estilo. Pero la mescolanza


No supieron los limeños, sus alarifes primero y sus

prolifera en el XIX y el XX en que la ciudad, de


arquitectos después, encontrar como querían, para

acuerdo al ordenado esquema de José García Bryce,


negar al desierto, una arquitectura con la substancia

se disfraza de clasicismo a veces pompeyano -con


propia del asiento, como lo habían hallado -H. Buse
.,
ornamentos fabricados en serie--, en una primera
'lo ha podido demostrar- los habitantes prehispáni­

etapa; se · hace académica, en una segunda: estalla


cos de la región. Prefirieron remedar con lo insufi­

en casas tudor, suizas, californianas y neo-coloniales, en


ciente los modelos que en las pupilas traían los imi­
una tercera, y desemboca al fin, en una cuarta, en el fa.
grantes y que imaginaban por los indicios de una

66
moso estilo buque o en el no menos susceptible de abo­ sus formas de toda insurgencia susta11tiv11111P11l1, 1u11 '"

minación abusivamente apodado futurista o cubista. nal también tuvo arquitectura. A la Arcadln ( :1111111111 l

Durante la era republicana lo que la efigie de Lima no le interesó otra cosa que la actualización del ay,·,.

perdió en cuanto a monotonía ocre y terrosa de pára­ volviendo para ello de revés al tiempo, porque el tiem po

mo, lo recuperó con la grisura del cemento, que si bien que deviene sin controversia pasatista pone en eviden­

no incuba podre tampoco admite pátina de ninguna cia más y más que la humanidad -y el Perú, y Lima­

nobleza colorística. De la ciudad rectilínea pero exul­ quiere y requiere una revolución. Considerar el neo­

tante de aderezos -falsos aunque pintorescos- hemos colonial como búsqueda del patrimonio es igual que

venido a parar en una ciudad moderna con idéntico conceder un mínimo de valor a experimentos típicamen­

trazado geométrico mas sin los rizos, encrespamientos, te retrógrados -a más de desquiciados- como el de

salientes, molduras, abovedados y distorsiones que ins­ la llamada Casa de la Tradición. El fenómeno merece

piraron un memorable insulto: soltera de ochenta años un párrafo aparte.

(Federico More). · En un barrio residencial y tras los artificios de una

Todo este rodeo tiene aquí como objetivo derivar mansión neo-colonial descabalada, se esconde una ré­

de la condición delusoria de la arquitectura colonial, plica de la Plaza de Armas tradicional, de sus edificios

a la cual se acostumbra otorgar tantos títulos gloriosos, religiosos y cívicos, de su fuente, sus faroles, sus ban­

el hecho incontestable de que no fue sino un barato cas y sus árboles, todo dentro de una escala pueril y

contrapeso a la uniformidad del marco geográfico y como taimada exhibición de fachadas, portales y bal­

a la pobreza de fantasía urbanística de los conquistado­ cones. Es ese demencial juguete una especie de postal

res. Equivalencia, además, también tediosa y monocor­ corpórea, al parecer de unos, de maqueta o decoración
1
de, pues no significó creación sino mera rapsodia, mero teatral, de acuerdo a otros, en donde se violenta tanto

hilván, mero simulacro sin futuro. Por eso no trascen­ lu realidad, mediante la fábrica hechiza y la enana

dió: la tiraron aba jo los sismos, la putrefacción, la po· desproporción, que envuelve a ·sus habitantes y huéspe­

lilla, los alcaldes. No valió nunca gran cosa, pero el mito des en un clima de pesadilla. El conjunto oprime la

no iba a reparar en tan minuciosa distinción cuando perspectiva habitual del ojo humano o quiebra la lógi­

comenzó a embaucarnos. Más bien convirtió a la arqui­ ca con desarmonía exigente. ¿ Con qué fin el propie­

tectura limeña, porque así convenía el gran infundio, tario levantó tan peregrina réplica, a la que hizo nom­

en mirífica conjngación de oro y ventura, en de;lum­ brar "Casa de la Tradición"? La denominación lo dice

brante radiación que, aun perdida, podía reaparecer todo: intentaba aquel ingenuo rescatar del fondo irre­

en la pantomima como un sol paradisíaco. El invento versible del tiempo la colonia, cuyo corazón fuera, en

del estilo neo-colonial no fue por ello, ni con mucho, la cierto modo, aquel espacio oficial y público. El mismo

reualorizaciáw de un patrimonio ( José García Bryce). mecanismo, en esencia, que movió a ciertos arquitectos

Por el contrario, el esfuerzo por salvar· el virreinato y a reconstruir la misma plaza magnificando los edificios

68
,
' 'l
69
y tornándolos pesada y agresivamente coloniales, como VIII. SATIRA E INSTINTO DE ·CASTA

nunca nadie los vio. Por la ampliación o por la reduc­

ción, en algunos tradicionalistas, debido a una incon­

trolada neoplasia de la nostalgia, actúa la voluntad de

situar su sueño retroactivo para poseerlo o para ser

Exceptuados unos cuantos nombres realmente represen­


poseído por él. En tal extremo, el amor linda con la

tativos, la literatura y hasta la poesía de Lima se han


paranoia.

definido como satíricas pero en el nivel comedidamen­


En la arquitectura ha regido la misma quimera de
te festivo. No es por azar que este carácter fue incorpo­
la dicha perdida de otros órdenes, y se ha pretendido

rado a los géneros y menos debido a ignorancia de la


retrotraer el pasado al presente para anular de éste lo

preceptiva, como podría parecer, que por afán de


que posee como apuesta de la esperanza, lo que consti­
hacer de una actitud típicamente clasista el irrenuncia­
tuye como puerto de partida hacia nuevos horizontes.
ble espíritu de la ciudad y sus pobladores. Pero la
Aquí, en este campo, sin embargo, el medio geográfico

nueva crítica literaria, antecedida por el valioso escla­


tiene su fuero. Así como la pampa se presenta atrave­
recimiento de José Carlos Mariátegui, comienza ya a
sando el asfalto de Buenos Aires, según previene Jorge
precisar, sin previos compromisos, el origen y el senti­
Luis Borges, el arenal rompe en Lima la vestimenta ci­

do de aquella expresión: La sátira es nuestro modo tí­


tadina y asoma por entre la arrogancia de la construc­

mido, menor, de practicar la crítica de costumbres


ción lábil y quebradiza. Podemos leer en las calles de
(social), generalmente impedida por un cúmulo de
Lima, en los rasgos de su perfil urbano, que si bien los
prejuicios y tabúes que proliferan excepcionalmente en
ensoberbecidos limeños quisieron superar la fatalidad

el suelo peruano. . . (José Miguel Oviedo) . Sabemos


de la plana topografía y del cuadriculado militar por

bien, además, por qué razones el limeño ha sido inmo­


ella dirigido, lo han hecho, no persiguiendo su razón

vilizado con tales prejuicios y tabúes, cómo debido a


histórica, su destino, sino inventándose a sí mismos
éstos se han levantado grandes ídolos sacros, ' qu i é n e s

conforme a un modelo sonambúlico que la realidad re­

han labrado dichos fetiches y llevado sus efigies al ara


futa y refutará siempre, sin piedad. Como un dibujo en

de la tradición. La conspiración colonialista no habría


la carretera, en. el Kakemono de la Panamericana, como

ha escrito Lavinia Riva, Lima está en el desierto -El tenido éxito sin sus letras, 'ni su prosperidad hubiese

Perú es un país de desiertos, sin. continuidad de medio sido practicable de fallarle el auxilio de todo un eficaz

habitable (Emilio Romero)- y el desierto, como un aparato universitario, académico. y erudito. Con Palma

fantasma, habita en la ciudad. al centro, como un sol, el sistema ha funcionado hasta

ahora a la perfección: su rigor orbital fue consagrado

por el plagio sucesivo desde una primera y espesa fuente

de muletillas, la que hizo correr de su plumarada Me-

71
néndez y Pelayo. En torno al astro, primero Caviedes, calidad testimonial y su instinto universal. El ¡,uís

el libelista del XVII, cual Mercurio calcinado por las real no fue para nuestros satíricos sino borroso /11u:I,

lenguas ígneas de la estrella axial; Terralla, Larriva, ground, ralo tintero de color local. La humanidad qu",

los repentistas, después, son ahí Venus mínimas pero en versos, escenas y artículos, propuso como parudig­

rútilas; Pardo y, en menor grado, Segura, ambos en ma fue espumada de la crema aristocrática y contrasta­

el amanecer republicano, constituyen enseguida formas da con el inmediato y mimético medio pelo, jamús

de la Tierra, y de Arona a Yerovi, por último, circun­ requerida del macizo fuerte, rico y vital del oscuro pue­

valan la luz prístina, a imagen de Marte, y ya en la pe· blo. La inferioridad a que se alude está dada por la su·

numbra y el frío, múltiples planetas. peditación al cerrado sistema que es su presupuesto y

• 1
Toda la sátira limeña optó por la burla frívola, por por la respectiva dimisión del deber y el derecho a

el chiste rosa, y parejamente rehuyó el humor negro denunciar la injusticia que de ahí se infiere. Lo que

y mordiente del que castiga riendo. Salvo Caviedes- y pudo ser literatura social sólo alcanzó, por tanto, el

tal vez Segura -incluidos por el academismo en el grado de reprimenda autoritaria. Y no fue nada.

cuadro, pues no se halló pretexto para escamotearlos-, Esa literatura comprometida con el orden arbitrario,

'todos los escritores de Lima en el orden costumbrista no con la libertad, no es, como se nos ha querido hacer

tuvieron especial menosprecio por lo moderno y se jac­ creer, natural. Por el contrario, y a redopelo, obró

taron de su veneración a los tiempos idos, sus gollerías desde su artificio sobre la voluntad de las gentes dis­

y sus ocios. La repulsa de los nuevos usos (la Repúbli­ poniéndolas a la risueña consideración de todo lo que

ca, el bolivarismo, la igualdad, el criterio laico, la m á ­ encarnaba vivas esperanzas. Tuvimos patria y repúbli­

quina) fue contumaz y escondió un parsimonioso ca en solfa (Raúl Porras Barrenechea) porque antela­

antídoto contra el progreso: la moraleja conservadora. damente ambas fueron república y patria caricaturiza­

Para nuestros censores resultó reprobable cualquier li­ das por la sátira. Claro que la ironía siempre fue

beralidad. Pardo ilustra en una comedia (Frutos de la limitada y la risa nunca estalló en franca, iconoclasta

Educación) esta negativa a acatar la renovación: entre carcajada. Así nació la lisura. Porque, ¿qué es en esen­

un tieso novio inglés y la afición a cierto movedizo bai­ cia la lisura limeña? No la interjección airada, ni la

le nacional, hay que elegir el novio inglés, porque el palabrota rotunda, ni la escabrosa exclamación, ni el

baile equivale a la barbarie. No es; pues, la tradición esperpento deforme, sino todo lo contrario, tanto que

palmiana el único producto de un hondo seruimieruo de. la habitual blasfemia española resulta un crimen si se la

inferioridad social (José Miguel Oviedo), sino que la compara con esa maliciosa hechura del desahogo hu­

literatura festiva, que sólo concibe a la sociedad muy moral que punza como el florete y que, sin embargo,

jerarquizada, estanca e imperfectible, se nutre de. idén­ formalmente, no acusa herida ni entraña ataque a caru

tico sentimiento. Ello implica, por supuesto, la renun­ limpia. Imposible definirla si no es describiéndola: Es

cia a dos dimensiones de la potencialidad creadora: su un modo de decir chispeante y ligero, que no alcanza

72
73
so de los quimeristas del c o J . 0 1 1 i 1 1 l i i , 1 1 1 1 1 . 111 pu, 1,111 1 11 pu
nunca á ser pesado y malévolo, y que en las mismas
quiebran un principio de la a i, 0 1 • i 1 1 1 · i u 1 1 ,·d1 1111 ,1 , 1 ,1,
lesiones que causa burla burlando pone, al mismo
no llamar jamás realistamente al ¡u111 J""' , u/ 1 ,,.,.
tiempo, el bálsamo que palia y cicatriza (Max Radi­
vino. La primera desidencia auté11Lie111111,11t1 •• \11111, tu
guet). En síntesis, cura en salud y se contradice, pues
naria surgida en Lima nos conminó, Jllll' 1•·111 1p11 t II
golpea y acaricia, agravia y se excusa, afrenta y se

rectifica. La etimología del término es obvia: frescura, romper el pacto infame de hablar a media '"'· ( J\ 1 1 1 1 1 1 1 , 1

llaneza, desenvoltura, desvergüenzá, desacato, atentado González Frada).

Esa media voz es también media acción, y ¡1111 111


(Juan de Arona), ya que alude a la superficie lisa,
mismas causas. Una mesura en la conducta que 110 1•r1
merced a la cual es posible tocar el orgullo, la soberbia

la francesa, equilibrada por el juicio, sino la c ri o l l u ,


o la endeblez moral ajenos sin desgarrar sino lo estric­

tamente indispensable. De lisuras está hecho el lengua­


regida por el miedo, debido al cual un limeño nunca o.,
dirá sí o no (Federico More) y retrocederá ante la idea
je cotidiano del limeño -y principalmente de la limeña,
de vertir sangre de su enemigo (Manuel A. Fuentes).
según está aceptado-, y como lisura se ejerce por los

Aparentar, adular, complacer, uniformar, constituyen


moralistas la condena de las malas costumbres. Ningu­

aquí reglas de urbanidad. El exceso, positivo o nega­


na cultura -cultura es ya se sabe, dinámica interacción

tivo, y la demasía, aunque fuere la creadora y avasa­


de afirmaciones y negaciones- puede erigirse sobre

llante del genio, se tienen por ejemplos de vulgaridad


un semejante terreno de condescendencias, en el que

o demencia. Prevalece en el tratamiento interhumano


como una sola floración brotan el repudio polémico, el

un convencionalismo que nunca prescinde del saludo,


remoquete animadverso, la respetuosa divergencia, la
que suplica el servicio voluntario u obligatorio, que
respuesta coqueta, el odio condenatorio, toda diferen­
agradece puntualmente la deferencia merecida o no y
cia grande o pequeña entre personas o bandos. Decidir
que se muestra como respeto casi instintivo ( A. Ba­
que tal es el natural modo limeño de ser contrincante

razzoni) hacia el señor. Pero este lado grato de las re­


es, a primera vista, fundar una deseable reconciliación
laciones esconde su pequeña monstruosidad. Si la falta
de los diferentes hostiles, mas el inventario de la lisu­
de presión exterior ( Héctor Velarde) consiente el cre­
ra nos revela un contenido que conlleva una secreta
cimiento, como el del sapo de la fábula, de falsos valo­
atadura: impedir la protesta, segar la rebeldía y la
res, que luego se desinflan sin pena ni gloria, el mismo
violencia creadora de las mayorías en su nacimiento.
hecho recuerda que también las estaturas intelectuales
Como es lógico, el expoliado que insurge con la poten­
y morales adquiridas por mérito no son bien vistas por
cia de su dolor y el que lo defiende por la razón de su
el tribunal de la casta mandataria. El limeño promedio
causa no se andan con lisuras. No pueden darse en este
aspira por ello, a la discreta estimación social, pundo­
caso disimulo en el pensamiento ni cortesía en la con­
nor que los sociólogos del mundo contemporáneo indi­
ducta. La historia no se admite como "baño de María"
can como característico de la organización burguesa
de palabras y obras. En consecuencia, para el consen-

74 75
tuación y niega su pohreza como destino, stl !11 11 bren
pero que en Lima -en América Latina- es igualmen­

dos caminos: la subversión contra los opr<JKOl'C'H o la


te residuo de aquel ir a valer más ( José Durand) que

infiltración entre ellos. La primera equivale a 1111a


atrajo al Nuevo Mundo a los aventureros de la conquis­

guerra y se la libra negando la legitimidad <le loH po·


ta y el virreinato. Si se es médico, por ejemplo, el

deres y sus estamentos. La segunda es una maniohru y


acierto diagnóstico y terapéutico bastan para atraer una

se ejecuta mediante ardides. Por ejemplo, mediante Ju


honra tan amplia que el ascenso por cualquier otra vía

(la política o la literaria, pongamos por caso) está ase­


imitación de aquéllos entre quienes quiere el advcne­

gurado de antemano. No escandalizar con la heterodo­ dizo situarse. Para ser lo que no se es se precisa ele un
¡,

disfraz. Demos una mirada alrededor y hallaremos de·


xia, el inconformismo o la libertad brinda el prestigio

cenas: la dependienta de tienda que remeda los mode­


que en vilo conduce a mejores estadios sociales y eco­

los de la damisela de las fiestas de sociedad, el buró­


nómicos. La norma manda comportarse medida, respe­

crata que se reviste de forense gravedad verhal, el


tuosamente, sin exageraciones exteriores, sin saltar las

pequeño burgués que acomete su casita propia copian·


etapas en la promoción que, a falta del linaje, se ha

do en modesto los regustos arquitectónicos del palacio,


hecho imperativo cumplir. Y tal cual para la opinión

el grafómano que redacta con hinchazón y vacuidad


mordaz ha sido establecido el valladar de la lisura, para

porque suporte que así es una pluma académica. Estos


la actuación pública ha sido trazada una frontera arti­

son casos de disfracismo en pos de la categoría que no


ficial cuyo franqueo arroja al individuo o el grupo en

se tiene y que se presume superior aunque de hecho no


la huachafería.
lo sea. Lo postizo, es, en último término, huachafo, y
El recién mentado es un peruanismo que reúne en un

según las previas categorías constituye antes lo hua­


solo y pleno haz los conceptos de cursi, esnobista y ri­

chafito, lo huachafoso y lo huachafiento. Importa pues


dículo. Huachafo no es término viejo ( se le atribuye

la intención que dirige el mimetismo arribista. Juez


al periodista Jorge Miota, de la primera treintena de

excesivamente pegado a la letra para presumir, hua­


este siglo) mas su admisión en la lengua viva ha sido

chafo; madre que selecciona los futuros yernos por el


apoteósica. Está en el habla diaria y excepcional, culta

apellido ( sin que el propio tenga alcurnia), huachafa;


y popular, ofensiva y cariñosa. Se ha dicho que la po­

breza no es huachafería (Ezequiel Balarezo Pinillos), hombre o mujer que en cualquier ocasión procuran ex­

hibir cultura o cosmopolitismo, huachafos. Está bien. A


pero se ha callado que es sobre todo entre los pobres

donde los satíricos la advierten. Y es explicable. Si el fin de cuentas, el apelativo sujeta el deshorde medio­

pobre se queda en pobre, acepta la pobreza y la reco­ cre. Pero no se olvide que también cierra una ruta hacia

la toma de la fortaleza oligárquica y al cobro de los


noce como prueba providencial, impertérrito fatalismo

o naturaleza irrecusable, no habrá peligro de que ame· puestos ele mando hasta ahora reservados a los progé­

nace de ningún modo el estado de cosas que la deter­ nitos de la casta colonial, que alguna vez fue de intru­

mina. Ahora bien, si el pobre pretende salir de esa SI·


sos, remedadores y, por ende, huachafos. He aquí el

77
76
IX. EL PANTEON DE LA MENTIRA
sentido del huachafismo: lo califican despectivamente

quienes desde la cima que detentan arbitran el favor

del escalafón y, avisándolo, se defienden, mas también

encarna la aspiración, de contenida agresividad, de

quienes intentan escalar dicha cumbre social. A veces,

Un industrial francés, M. Maury, tuvo la idea do


de acuerdo al terreno, la lucha de clases asume, como
ir a ver a las familias ricas y proponerles tumbue
en el caso expuesto, formas insospechadas: éstas, de
de mármol esculpido. Esto tuvo un gran éxito. Uno

índole semántica, aparentemente innocuas, son pecu­ era general, otro un gran capitán, etc . . . , todos hé,

roes.
liares de Lima.
Si vais ahora a Lima veréis un cementerio comu
El ciclo se cierra: sátira-lisura-huachafería. El enca­ no hay dos, y aprenderéis todo lo que hay de he·

denamiento no se ha establecido por mera casualidad. rcísmo en este país.

PAUL GAUGUIN
Desde muy atrás lo mueve la coacción estructural del
[Avant t::t Apres]

país guiado por Lima, por su Arcadia Colonial, y se

empareja perfectamente, además, con el último propó­

sito del mito. La compulsión echa mano no tanto de la ¿ Qué limeño, de niño, no ha temblado de terror oyendo

fuerza bruta cuanto de la sutil buena conciencia farisai­ los cuentos de penas con que, en la sobremesa noctur­

ca que pide adoración y rendimiento y que los enseña na, distraen -o distraían, hasta el advenimiento de lu

en la tácita o explícita moraleja. De cualquier satírico televisión- sus ocios nocturnos los mayores? Recuer­

festivo limeño -de cualquier señor limeño, vale da el autor de estas páginas aquellas historias de apa­

decir- se puede afirmar lo que José Carlos Mariáte­ recidos, horrendos duendes, bultos trashumantes, bron­

gui dijo del no se sabe por qué ilustre Pardo: Toda la cas sombras, lucecillas raudas, y piensa que, a pesar de

inspiración de su sátira procede de su mal humor de que fantasmagoría semejante ha llenado la noche de

corregidor o de encomendero a quien una revolución otros pueblos, aquí estas extraordinarias narraciones

ha igualado, en la teoría si no en el hecho, con los mes­ son algo más que formas del folklore tenebroso de las

tizos y los indígenas. Todas las raíces de su burla están mentes primitivas, mágicas. Nuestros cuentos de fantas­

en su instinto de casta. El acento no es el de un hombre mas están unidos estrechamente, en verdad, a la incul­

1
que se siente peruano sino el de un hombre que se sien­ tura, el subdesarrollo y la religiosidad azorada, pero

1
te español en un país conquistado por España para los puestas entre corchetes estas tres condiciones una más

descendientes de sus capitanes y de sus bachilleres. queda en evidencia: la que se vincula con el culto a los

muertos. Ella prevalece en Lima y, en esencia, nos su­

pedita por otro conducto al enajenante pasado. El áureo

tiempo que se nos ha obligado a reverenciar -la ar­


1

cádica Edad de Oro de la colonia- está identificado


'I
¡
,

79
con la fantasía de los difuntos 'o entes sobrenaturales

que aparecen a la pávida vista limeña. No hay irreal

presencia que enseguida no se relacione, en el receloso

juicio del vidente, con dinero oculto, con botijas plenas

de monedas, con joyas y pedrerías preciosas guarda­

das, siglos ha, sin finalidad expresa por solitarios usu­

reros. Estos, avaros o no, vuelven por sus pasos a los

lugares donde emparedaron su tesoro y así, cándida­

mente, proporcionan la pista para el codicioso saqueo.

Ha ocurrido alguna vez, como es lógico, que alguien

se ha puesto a picar unviejo muro, un piso apolillado

o una viga cansada, y la herramienta se ha dado con

un arcón o un cántaro colmado de pesos o lingotes, pero

estos hallazgos no han sido, numéricamente hablando,

tantos como penas han oído y visto los limeños.

El tapado o entierro fue siempre institución, y toda­

vía, sobre todo en las. zonas urbanas donde perduran

casas antiguas, la increíble visita ultraterrena se comen­

ta como prodigio y como indicio de soterradas rique­

zas. Una suerte de rabdomante profesional suele ayudar

en la búsqueda del dineral ocioso. La devoción, pues,

por las almas del purgatorio -las ánimas que en al­

gunas iglesias tienen altar- se traduce en un doble as­

,,
pecto: piadoso, pues aspira a salvarlas del castigo, y

lucrativo; ya que les solicita la confidencia afortunada.

En el viejo colegio de los agustinos -ahora convertido

en "galerías comerciales"- había un patio que los mu­

chachos, promoción tras promoción, llamaron de La

Bomba. Era el último de cinco grandes claustros, colin­

dante con el templo (en· cuya sacristía se exhibe, en

penumbra, la escultura· de "La Muerte" de Baltazar

Gavilán) y accesible sólo por un umbrío callejón: a un


LUGARES DONDE EJ.1y[PAREDARON SU9. TESOROS

lado, sobre los portales, se encontraban los gabinetes

80
de ciencias naturales y de física y qn 11111,·11, 110 111,·nos

tétricos que la sala misma debido al uhigurrumh-ntu clr

aparatos, animales disecados y herbarios que nlli

había. En dicho sitio, según la cuita escolar, solía venir

af mundo la estampa alucinante del cura sin ca/J(!ZII, lle•

acuerdo a los datos de aquellos que lo habían visto - o

mejor, de aquellos que habían sido convenientemente

informados por los que lo habían visto-, el fraile fan­

tasmal caminaba decapitado a la intemperie y llevaba

en sus propias manos, a la altura del pecho, como

quien conduce una inocente pelota, su testa con un

rictus sonriente en los labios. A criterio de estudiantes

no podía haber otra razón para que el ensotanado re­

tornara a su antigua casa conventual que vigilar per­

sonalmente, con los inmóviles ojos de su cabeza exan­

güe, cierta riqueza en incógnito recaudo. A partir de

las seis de la tarde no había valiente que se atreviera

a ir solo hasta La Bomba, y los maestros, que se sepa,


,

nunca admitieron la existencia de aquella pena aunque

tampoco la negaron. Supongamos indulgentemente que

la leyenda les sirviera para mantener la disciplina entre

la muchedumbre impúber a la que debían, según pa­

rece, educar. La anécdota es útil en cuanto testimonia

la índole materialista de estas almas extravagantes.

Es pues curioso cómo en Lima el culto a los muertos

se relaciona con un interés pecuniario y de qué modo

éste lo pone en contacto con la edénica fábula colonia­

lista. La trampa histórica ha estimulado el culto, incor­

porándolo al bagaje del tradicionalismo: Las "penas"

con su cortejo de ruidos que anuncian entierros, aque·

llos "tapados" con que sueña la imaginación popular,

pertenecen, pues, al repertorio criollo. Renunciar a ellas


i\fELAÑCOLIAS PHOPIAS: GARUA, BALCONES YACIOS, CIELO L>E GAS

es quitarle a Lima uno de sus aspectos más pintores·

81
cos. . . ( César Miró). Debiera decirse, más bien, que yuxtaponen en simétricas filas e hileras, uloí t"Hl1í11 111-

dicha renuncia -inevitable a la hora en que el sorti­ dependientes, tras la puertecilla de mármol q11,· , . ¡ , . , . 11

legio colonial sea conjurado por la liberación intelec­ las hornacinas, los ataúdes. El cadáver, claro, HCnÍ pn 111

tual del pueblo- significará quitarle a los limeños las de los gusanos, perderá su envoltura carnal, la os111111·11·

cadenas que los atan al hechizo pasado. Los muertos ta postrera se irá deshaciendo y no quedará mula ,l,·I

son, en el más aceptable aspecto del mito funerario, que fue. Mas los deudos siempre sabrán que el incolo­

manes familiares o de clan, raíces de la vida clavadas ro detritus que está guardado es uno y no otro, mereniú

en la tierra ancestral, en la cual yacen los antepasados, tales o cuales honores, tuvo rostro y figura diferentes.

a cuyo polvo ellos se reincorporaron, cumplido el ciclo Magnífico ejemplo de esta precaria supervivencia cor­

de la existencia, para fecundarlo y asegurar la conti­ pórea, en la Catedral yacen los supuestos despojos de

nuidad de una cultura. De ninguna manera, constitu­ Francisco Pizarro: reseco rostro desorbitado, escasa

yen, como en Lima se cree, pruebas directas y fidedig­ pilosidad del gran barbado, enjuta persona perdida en

nas de que el pretérito fue feliz, abundante y pródigo. El arca de vidrio. La Arcadia Colonial no lo quiere saber

más allá es siempre borroso y toda encarnación de sus completamente muerto. Duerme, sale a pasear, retorna

espíritus -.si es que en esa inaprensible latitud hay al lecho y no se deslustra como la dorada ciudad que

espíritu, cosa de la que aquí respetuosamente nos per­ dicen -que mienten- que él fundó.

mitimos dudar- no puede responder a ningún com­ Humorista hay que ha encontrado el origen físico,

promiso con el sistema económico y social reinante en orgánico, de las penas limeñas achacándolas a morosas

una comunidad y con quienes lo manipulan a su anto­ digestiones de copiosas cenas de menestras, y científico

1 , jo y provecho. Pero a diferencia de otros pueblos, la hubo que se las asignó al calor veraniego. Las hipótesis

, .
muerte para el limeño debe entrañar una concreta pro­ valen como parciales aproximaciones al problema, pero

mesa de dicha, no impersonal y metafísica, sino de no dejan resquicio, tomadas en serio, para interpretar

goces reales, inmediatos y patentes. Sólo con la mira otras manifestaciones del peculiar culto limeño a los

puesta en este premio, que ha de serle otorgado a plazo muertos. Una es la presencia obstinada del motivo fu.

más o menos fijo, se resigna a vivir como vive. Un con­ nerario en el vals criollo. Hasta hace poco -exacta­

cepto así de vida y muerte r�clama que la descompo­ mente hasta que sobrevino la modalidad rememoran­

sición de la carne no se complete, ya que es inevitable, te--, el vals limeño se nutría de dos manantiales: uno,

con la integración de la materia corporal al magma, al la melodía europea transculturada y vulgarizada, que

humus, a la tierra. Se prefiere que el polvo con nombre en el transporte perdió su estilo estirado y ceremonioso

y apellido quede separado, diferenciado, individuali­ y se hizo sincopada y picaresca; la otra, los lúgubres

zado y archivado, ajeno al polvo que el viento dispersa. versos, que son queja, lamento y piedad. La necrofilia
1

Tal vez por eso nuestro cementerio parece un archivo: dio las páginas más populares -y las mejores, quién

dividido en blancos monobloques en que los nichos se se atreve a negarlo- del cancionero de Lima. Cuando

82 83
lista, exalta expresamente la colonía y reveladonuueu­
una fiesta arrecia, el rasgueo metálico de las guitarras
te denomina a Lima, a la Lima del virreinato, la ciudad,
y la aguardentosa voz de los cantantes repite un grito
de mil quimeras (Mi ofrenda).
desesperado:
Hablar del vals criollo obliga a referirse a un lime­
Yo te pido, guardián, que cuando muera
ño representativo: Felipe Pinglo Alva. Los grandes
borres la huella de mi humilde fosa,
libros no lo citan, pero su memoria y su obra persisten

y no dejes crecer enredadera


en el pueblo. En las melodías que compuso y en sus
ni que coloquen funeraria losa.
ingenuos versos el hombre oscuro de la ciudad halló su
(El Guardián)
alma trémula, su neblina interior, su desahogo. No fue

el trovador encendido y pasional de un grupo humano


O este otro de más reciente data:
poseído por la joie de vivre: fue, por el contrario, eco
Qué vale más, yo debil, tú orgullosa;
de las angustias de aquellos que, por injusticia secular,
no vale más tu débil hermosura;
un egoísmo sistemático colocó al margen de la felici­
piensa bien que en el fondo de la fosa
dad. "El Plebeyo" es una página que por haber sido
llevaremos la misma vestidura.
cantada sin pausa y considerada así como una suerte
(Odiame)
de protesta indirecta, recibió la consagración incontes­

table de la costumbre. Incorporada a la tradición -a


Podría reunirse una antología de esta poesía popular
esa parte de la tradición que no pertenece a la edulco­
con ínfulas de requiem, pero con ella no se tendría sino

rada y cortesana crónica-, la música de Pinglo es algo


la mitad de la liturgia porque lo interesante y sintomá­
que será imposible separar de la idea de la Lima de
tico es que tales versos están sumergidos en una música
hoy, ahíta de patéticas contradicciones, hormiguero de
que se baila alegremente, que se palmea con entusias­

pompas' vanas y desgarradoras miserias, panal de re­


mo, que se adorna con decires y coreografía burlones.
cónditas mieles, insuficientes, sin embargo, para tantas
Se danza el vals criollo celebrando la muerte, pisando

ganas de dicha como hay. Música de fondo, en puridad,


alternativamente con punta y tacón un cadáver. Resulta

de un film tedioso en que rostros desencajados, luces


así que el júbilo festivo tiene un envés luctuoso, que

mortecinas y soledades sin límite se repiten como en


no es solemne por la ocasión en que se da, pero que

una pesadilla .de inhibición. Borges ha anotado certe­


tiende un misterioso puente entre el placer y la destruc­

ramente que el poeta popular evita, porque quiere


ción, entre la fiesta loca y el irrecuperable estado de

emular al poeta culto, el lenguaje tosco de los suyos.


la total indiferencia. De una manera tenue, el ayer ha­

Pinglo no es una excepción: el sentimiento es popular,


bita los regocijos. Sin embargo, una nueva escuela del
sí, pero su expresión buscaba la forma ilustre. La noche
vals tiende a reemplazar esta huachafería -así se le

cubre .ya / con su negro crespón, es una imagen que as­


llama- por una de temática que se cree más culta,

pira a sintetizar, con metáfora insuficiente, la noctur-


pero que obedece más sumisamente al mandato pasa-

84
na atonía del solitario. Más ése es su encanto, su sabor X. EL PAIS INHIBIDO EN LA PINTIJI1A.

local y su gracia. Lo más auténtico de su música, de

toda la música popular, es · su inautenticidad. Y esto

lo entendemos bien los limeños cuando se trata del vals

criollo y de Pinglo. Nuestro vals no tiene el ritmo negro

que enajena universalmente porque el negro y lo negro Pocas manifestaciones artísticas como la pintura ,·olo

son universales, ni esa fuerza posesiva del jazz que se nial han sido objeto de ponderación tan vehemente.

identifica con una civilización expansiva y de influjo Ejemplares grandes y pequeños de esta variedad penden

ecuménico. Requiere para ser entendido y sentido un no sólo sobre los muros de los museos sino en los de

oído y un gusto muy particulares. No se lo comprende casas, residencias y mansiones de los limeños con or­

ni se lo aprecia sino perteneciendo a Lima porque es, a gullo castizo. Los cuadros de la Escuela Cuzqueña (y

la postre, una comunicación secreta de melancolías en menor proporción de las de Quito y Potosí) son

propias: garúa, calles desoladas, balcones vacíos o con además piezas de un reñido comercio, tanto por las

las persianas corridas, geranios intemporales, abraza­ telas cuanto por los aparatosos marcos estofados que las

doras bugambilias, misas de difuntos, cometas polí­ suelen ornamentar, al punto de que muchas veces son

cromas en un cielo de gas neón, y también, o sobre todo, éstos y no aquéllas las que les otorgan su valor. Este

pobrezas que siempre fue preciso olvidar porque ésa hecho sirve bien a nuestro afán de develar por cuán

era la manera de combatirlas. Pinglo cantó el presente, innumerables caminos el mito arcádico secuestra nues­

su presente. No hizo, como es de uso, el elogio de las tro presente y anula su proyección futura. Lo que en

tapadas y las misturas, sino que vertió en . su música seguida se afirmará de la pintura colonial no constitu­

Y sus versos lo que es el pueblo limeño, pueblo simple, ye, por esa razón, una interpretación estética de las

efectivo, emocional, resignado, dulce, cortés, amable, creaciones mencionadas sino una indagación acerca de

y lo dio, posiblemente sin desearlo, como testimonio de la intención que dirigió su producción y del uso que,

un ser nacional y de su tragedia. superado políticamente el virreinato, hizo de ellas la

Los muertos en Lima son -repito- dioses. No Ila­ clase dominante.

rnamos al recinto donde van a parar los huesos inani­ La reflexión en torno al problema que plantea el

rnados, cementerio, camposanto o necrópolis. Le deci­ examen del fenómeno artístico colonial nos excita a

tnos atrevidamente panteón. Nuestra historia, aun la considerar la relación de dos términos o conceptos.

más triste, también es un panteón. Nuestra música, otro · Dichos conceptos, muy concretos en sí pero ciertamente

panteón. El panteón segrega su mentira fantasmagórica menos precisos en el trance de conjugarlos en una

y a esa fata morgana estaremos unidos hasta que; me­ ecuación, son los de Perú y Pintura. Con patética evi­

diante el deicidio o la profanación de las tumbas, sea­ dencia se revela que a través del decurso nacional los

mos libres. dos términos han sufrido un divorcio cuyas consecuen-

86 87
cias sufrimos todavía. Entre la pintura 'corno arte y una
gena. La pintura tuvo un programa práctico de acción,

comunidad nacional como manantial incesante de mo­


de tal modo que el anquilosamiento de las formas, per­

tivaciones espirituales está la voluntad individual, la


dida su condición de efectos de la libertad, no llama lu

persona original del artista, que es quien hace de esas atención al juicio zahorí. Hubo una receta: el hombre

motivaciones informes objetos trascendentes, eternos.


de aquí, su paisaje, su vida, su espíritu, su cultura, de­

Mas el artista está comunicado con la sociedad de la


bieron ser soslayados y, más que eso, negados, para

que forma parte de un modo fatal y la intensidad es­ que prevalecieran en los cuadros los emblemas de la

tética de sus obras proviene en igual grado de él mismo


nueva fe y los nuevos dueños. Basta contemplar un solo

y de su circunstancia témporo-espacial y social. El


cuadro colonial para inferir, a despecho de su belleza

medio y la comunidad lo presionan, influyen poderosa­


o su encanto, calidades que no están en discusión en

mente en su sensibilidad, y lo obligan a compartir,


estas páginas, que priva en él una abstracción de índo­

quiéralo o no, ideas, sentimientos, costumbres, todo


le sobrenatural colocada en un ámbito que, por ser co­

aquello que constituye suelo y atmósfera de su patria


piado de modelos distantes, postula un universo idea­

y su tiempo. Sólo la censura oficial, la dirección auto­ lizado, no real. El Perú, pueblo y naturaleza, quedaron

ritaria, pueden impedir que quien pinta -o escribe­ lapidados por el tabú.

diga cosa distinta a lo que espontáneamente quiere o


La cultura española, al descubrir y apropiarse de

debe decir. este continente, entró en conflicto con él, y tuvo nece­

La pintura como tal ingresa al país con la cultura sidad de remachar sus esquemas económicos, sociales,

española, esto no hay quien lo discuta, pues la cerámi­ políticos, intelectuales, etcétera, a una realidad remisa.

ca, la textilería y la orfebrería pre-hispánicas prefigu­ En vez .de adecuar a ella los troqueles, optaron, cuando

raron una gran pintura pero, sensu stricto, no lo fueron. no cupo en ellos, por excluirla y excluir su diferencia­

Si los mochicas, los nazcas o los paracas hubieran ción. Muy ilustrativo es lo que aconteció con la leyenda

independizado sus maravillosas decoraciones del uten­ de Santiago Apóstol: los moros, en la pintura, fueron

silio, disponiéndolas en las paredes, habrían realizado reemplazados por indios. Estos, por tanto, prohibidos

un arte mural magnífico. Mas no fue así lamentable­ además de bautizarse con el nombre de Santiago, que

mente. Es probable que la conquista interrumpiera un por su sentido mágico no dejaba de ser peligroso (Emi­

proceso cuyo desarrollo posterior nadie jamás adivina­ lio Choy), asumieron el papel de seres malditos y demo­

rá. Es, pues, en el XVI que la pintura propiamente níacos. El caso demuestra hasta qué punto la realidad

dicha arriba al Perú, y no simplemente como conjunto fue condenada y en consecuencia, resultó indigna de ser

de técnicas que se quiere transmitir y como realidad exaltada ni siquiera fragmentariamente en el cuadro. De

cultural, sino como recurso para la evangelización. Tal ahí que el indio o el mestizo que en el taller del maestro

cual el libro, el cuadro es entonces herramienta de un europeo tomó el pincel, tuvo previamente que deponer

apostolado, arma de la lucha contra la gentilidad indí- su condición de nativo. De sí y de su nación hizo renun-

88 89
pintura sin sentido se hizo tradición, pues le fue valio­
cia y los reprimió. En el lienzo debía poner lo que .se
sísima a la mentira edénica porque las consecuencias
le había obligado a reverenciar como puro e inconta­

de la inhibición se registraron después de desaparecido


minado: primero, el tema católico, y después, el de la
el poder virreinal. La ecuación Perú-Pintura co11Li11111\
autoridad o señorío hispánico que, en la tierra, repre­
en la etapa republicana sin consumarse debido al eco
sentaba a Dios. Los asuntos, limitados así a un corto
de la vieja represión y sólo en un caso, el del acuare­
repertorio, debieron ser infinitamente redundados y la
lista Pancho Fierro -cronológicamente ubicado entro
imaginación constreñida a desenvolverse en los encajes,
los últimos días del - dominio madrileño y los primeros
adornos, flores, pájaros y joyas, o sea, en todo aquello
del limeño- los términos se aproximaron. Con fáci I
que, a semejanza del arabesco musulmán, desvía. la fan­
mano, a la que ninguna disciplina educó, Fierro eligió
tasía hacia la decoración subsidiaria. Los escasos ele­
una nueva ruta: a rn á s de la ciudad y su trajín, trans­
mentos supuestamente autóctonos que han sido identi­
ladó al papel Lo indio, la clase media, los frailes, las
ficados por algunos críticos y exégetas en la pintura
viejas, los retratos, los recuerdos históricos, la inqui­
colonial no son sino actos fallidos: cuando al pintar una
sición, el desfile de la Independencia, el paisaje
virgen el artista le colocó una montera mestiza fue, sin
( Raúl Porras Barrenechea}. Algo o mucho de lo que
duda, porque inconscientemente ese elemento descendió
la colonia vetó. Mas su esfuerzo fue discreto. Este es­
hasta su mano sin que la censura personal fuera capaz
pontáneo artista -vio sólo el epitelio de la vida, su en­
de impedirlo. Se trató de un hecho no intencional. En
voltura ferial, su alegre máscara como el autor de la
general, la pintura de la época virreinal fue un arte di­
primera revista ilustrada nacional (Aurelio Miró Que­
rigido, con un objetivo que hoy llamaríamos de apela­
sada). A la postre, como ocurrió con Palma -que fue
ción publicitaria. Su rigidez no se debe a otra cosa, y
no por casualidad coleccionista de las estampas del mu­
tampoco su estagnación durante más de dos siglos de
lato naive-, su trabajo sirvió para fomentar el cuento
ejercicio. Frecuentemente fue el marco, como antes se
edénico y para probarlo con un preclaro testimonio
ha afirmado, la parte exultante, primorosa, libérrima,
más. Después de él viene la pintura romántica, también
del cuadro, hasta el extremo de que en buena cantidad
reprimida, que aunque elige menos el tema religioso
de casos el aprecio radica más en tal accesorio que en
como cobertura de su impedimento, busca nuevos con­
lo que rodea.
¡ '

vencionalismos para el extravío temático. Dentro de


· '
En el arte colonial faltó, pues, la voluntad creadora

ella, Francisco Laso, muerto prematuramente, dejó un


y la impronta social que ella proporciona a las grandes
1 1

1
borrador de lo que pudo ser el primer contacto esenciul
obras. Y al no darse aquella voluntad ni este sello, no
, 1

de la pintura y el país prohibido, pero su generación


hubo, en puridad, creación. Todo fue -a veces bella­
adhiere al pompierismo y la siguiente a los más chnlm­
'I
mente, cabe repetir- conformidad, repetición y juego,
1

canos géneros de tapa de bombonera, retratismo natu­


a los cuales ocasionalmente el candor de un primitivo
ralista e historicismo anecdótico. Es interesante que cm
sopló un hálito excepcional de personalidad. Y esta

90 91
imágenes heladas que ocultan al pueblo veneidu, Mii ,·111.
la tercera década del siglo que corre aparezca el indi­
tura y su contorno natural. El arte pictórico ,t, In , .•••
genismo, no porque como escuela consiguiera lo que
lonia no ba perdido su directiva, quizá porque lo 'I""
se propuso valientemente -Buscamos nuestra identi­
nació con intención compulsiva no está libre de Ju vio·
dad integral con nuestro suelo, su humanidad, y nuestro
lencia implícita en tanto los que lo esgrimen lo desti­
tiempo (José Sabogal)-, sino porque rompió el pre­
nen a defender su imperio.
juicio secular y se dio al quehacer, no muy sencillo por

supuesto, de fundir en una sola fórmula los conceptos

Perú-Pintura segregados hasta ese momento. A partir

de esta relativamente reciente remoción se abren nuevas

perspectivas, de tal modo que hoy hasta los abstractos

intentan conciliar sus imágenes plásticas y colorísticas

con la aún incógnita simbología del arte anterior al ad­

venimiento español.

Los cuadros de la Escuela .Cuzqueña son un emblema

de la casta. En Lima, en donde la pintura en general

no tiene aficionados, mecenas y coleccionistas de larga

y generosa devoción, el arte colonial cuenta con una

proficua especie de amantes. El ascenso social por la

fortuna o la fuerza está regularmente acompañado con

la adquisición de un cristo, una virgen, un arcángel y

a veces un remoto -e improbable- antepasado pro­

ducido en alguno de los talleres coloniales. Obras anó­

nimas, reflejan también un mundo anónimo y deleté­

reo, que casi siempre ofrece, tras la figura sacra

o principesca, lagos y roquedales flamencos, atisbado­

res leones africanos y ruiseñores germánicos, árboles y

jardines que nunca vieron, ni siquiera en sueños, sus

autores. ¿Por qué esta afición? La idealización exigida

por el adoctrinamiento tiene ahora otro uso: persigue

la convergencia del paraíso virreinal, de la Arcadia Co-

' lonial, con ese plano intemporal y angélico del arte

religioso. La Lima quimérica inventada por los colo­

nialistas queda así en alguna manera ilustrada por esas

92
XI. OTRO VOTO EN·CONTRA
y concupiscencia, naturaleza pródiga como In ,t.•I ,., ••

lestial maná-, pero si hay un renacimiento d,·I nnti­

guo sueño ello no amengua el efecto inmovilizantc . t •. In

saga que vuelve a la razón -a la ciencia- m,·1111H

adicta a la realidad que al deseo. La ideología por·

versa es un instrumento: no se contenta con ser ficuiúu


Todo cuanto queda dicho está personificado por la bio­
porque sí, mera alegoría de museo, seca crestornatiu.
grafía, temperamento, obra y especialmente pensa­
Tiende a paralizar el inconformismo, el desasosiego y
miento de los mejores escritores limeños. De un modo
la revuelta que la lucidez con respecto a un destino
u otro todos ellos vivieron posesos, inclusive en la dis­
1
frustráneo multiplica en los pueplos como los círculos
tancia del obligado o el voluntario destierro, por el peso
1
concéntricos que en el agua quieta desencadena el más
de la historia mitificada que, a la manera de la piedra

de Sísifo, debieron sobrellevar en el ascenso a la ver­ pequeño guijo.


1 '
i

dad o a la belleza. La existencia de estos hombres y su Desde hace aproximadamente un siglo, la unanimi­

relación afirmativa o negativa con el anonadante p1·e­ dad acerca de la dicha colonial está siendo rota. Un
!

térito es una clave para explicar el sentido de su produc­ suceso histórico turbador, la Guerra del Pacífico (1879-
1

ción. Porque nadie que nazca, crezca y madure en Lima 8 3 ) , sacudió al Perú de su irresponsable y tibia siesta

está libre de la enajenación de la Arcadia Colonial, republicana. Todo el caudillismo envanecido de la pri­

saturación del ambiente con recuerdos animados y lan­ mera media centuria independiente, cuando los espa­

cinantes, y también emboscado lazo que custodia las dachines se disputaron no tanto el honor presidencial

salidas hacia la plenitud sin entorpecedoras nostalgias. y sus prebendas cuanto la emulación cortesana con los

Sólo unos cuantos lograron conjurar el hechizo y sor­ virreyes, vino a parar en una humillante derrota. Una

tearon las trampas, ya lo veremos. nación inmensamente menos sobrecogida por la tradi­

Se ha dicho antes que no son los monumentos los ción, muy apegada a sus problemas inmediatos Y. puesta

grillos de la alienación sino una ideología -que como ante el futuro sin más alternativa que la expansión o

señuelos emplea esos y otros rezagos del pasado- y la muerte, supo sacar provecho del naciente conflicto

en tributo a la cual se benefician el incierto presente entre los imperialismos anglosajones y alcanzó, gracias

y el enigmático porvenir. Tal vez, como alguien ha a su malicia, no sólo el tónico material de la victoria,
1

11
querido, el sueño medieval de Eldorado, los abundan­ si bien bárbaro asimismo moralmente reconfortante, de

tes reinos de Paititi, Jauja o la Anti-Isla, y el país la ocupación armada· de su rico vecino. Lima perma­
.·¡

donde mana la Fuente de Juvencia, vengan a nosotros neció durante dos años en manos ajenas y aunque pudo,

elaborados de nuevo y así remozados dentro de la edé­ con las refinadas artes que le eran propias, subyugar

nica visión de la Lima de los virreyes -felicidad al subyugador, pot vez primera ·tuvo conciencia de que

acompasada de la sociedad, rutilancia alternada de fe

95
94
no era inviolable y de que su decantado linaje, su dígena puede mejorar dr ,¡.., 11111nr111 " I

capitalidad señorial y su gloria nada significaban si de los opresores se cotuluelr 11/ r ,1, "'" ,/

el empuje extraño e invasor estaba movido por las el derecho de los oprimidos, 11 ,•/ '"'""" ,/ /t1

ganas de vivir. Lima no acumula experiencia pues hoy dos adquiere la virilidad suiicicntr I""" r ' " ' "'

debiera rememorar -sea permitida la digresión­ a los opresores. Su discurso, a la pu1<l11•, il ••I 1,

aquellas fechas, pues otros ejércitos hambrientos la primera posibilidad y reclamaba la rcd,·11r11111 ,1 1

cercan para poseerla y hacerla expiar sus largas indi­ plotado mediante su propio y violento CHÍ11t•1 •11. '/',.,/.,

ferencias. Hemos de lavar algo las culpas por siglos blanco -concluía significativamente- es, 1111í., 11 mr

sedimentadas en esta cabeza corrompida de los falsos nos, un Pizarro, un Valoerde, un Areche. G11111.1ílr1.

wiraqochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que Prada vio a Lima como un castillo de conquistadores,

sea! Somos miles de millares, aquí, ahora, amenazan, adoctrinadores y corregidores, y no se lo calló. No Cl'II

en la voz de José María Arguedas, los nuevos sitiado­ sólito, no era admisible, que alguien hablara de ese

res. En 1879, el alud fue precedido por augurios se­ modo y que con tanta energía· persuasiva socavara las

mejantes. Lima rindió, al fin, la coronada frente. Y bases del régimen paternalista del' virreinato, redivi­

desde entonces ciertos limeños contestaron la preemi­ vo medio siglo después de su aparente ocaso. Obligado

nencia de su ciudad natal. a encerrarse en su escrupulosa timidez debido a la re­

Siendo aún rehén, Lima tuvo su primicia! reivindi­ presalia de la casta pidio ¡Guerra al menguado senti­

cador: Manuel González Prada (1848-1918). No en miento! ¡Culto divino a la Razón!, y pidió así la in­

vano su poesía a la vez que ensayaba ritmos exóticos surgencia contra la hasta ahora intocada imagen de la

mas no vacíos que cuajaran con una concepción de la Arcadia Colonial. El fracaso de sus proyectos revolu-­

vida y el mundo opuesta a la que, por vía clasicista cionarios -que acogieron dos generaciones faltas de

o romántica, legaba la falaz tradición arcádica, su ra­ su integridad, la de sus discípulos inmediatos y la de

dical y anarquizante espíritu la emprendía, merced a Haya de la Torre- debe cargarse a la cuenta de la

un estilo claro, pulido y compacto, contra la usual re­ vasta capacidad corruptora del colonialismo, experto

tórica de las letras y la escena pública. O sea, contra más en anemizar que en aplastar sus anticuerpos. Sin

Ricardo Palma, quizá a pesar de sí demiurgo del co­ embargo, González Prada trazó los lineamientos gene­

lonialismo literario, y contra Nicolás de Piérola, de­ rales de la heterodoxia limeña: la afirmación de los

mócrata al alimón entre el catecismo jesuita y la tra­ valores indios y provincianos que constituyen la ciudad,

ducción criolla de Adan Smith. Anatematizó a Lima la defensa del derecho de los trabajadores a participar

y, casi automáticamente, su pensamiento mereció a los de la riqueza y el poder que Lima administra, el re­

indios: La cuestión del indio, más que pedagógica, es chazo de toda dependencia del pueblo a los falsos fueros

económica, es social. Y añadió: La condición del in- del blasón, la tonsura o los entorchados que amparan

96 97
su hegemonía, y, en suma, la universalización del Perú nica y la fama, la leyenda y la selva vi1·¡;,·11, l11N 1 1 1 1 1 1 1 1

a través de la definitiva asunción de la nacionalidad y las intimidades femeninas. Vistió <le a rm i ñ o y pl11111u

anticolonial. a promiscuos antepasados, incas tristes de N111111d111"

Pero no toda la reacción contra el fetichismo virrei­ frente y conquistadores de. fuertes, y ágiles cahulloN 1111

nal actuó siempre como en González Prada. Ahí está el daluces, y )os sentó en un parnaso a medias t ru p i ru l

caso de José María Eguren (1874-1942) que prefirió y art nouveau para meter un ruido, infernal y sin oh·

integrarse con la niebla, ser una imprecisión más en jeto. Ya ha sido barrido el polvo que cubre tanta uti­

el ambiente, quintaesenciar hasta el zumo substancial lería operática sin que se haya encontrado en ella algo

la irrealidad limeña. Casi toda la · literatura anterior que verdaderamente valga la pena. Salvo el contraste:

y la que le fue coetánea hizo puntualmente lo contra­ así como González Prada sacudió el infundio palmiano,

rio: atizar el infundio histórico y documentarlo. Eguren Eguren oxidó la chatarra chocanesca con su pertinacia

se ensoñó. Fueron Lima brumosa y húmeda él mismo de brisa. Claro que Palma y Chocano saborearon la

y su palabra, y eso extravió a los quimeristas, pues consagración oficial -.-y el segundo con una. célebre

1
sacó a la poesía de sus casillas: ¿ dónde colocaremos bambolla pública- y que sus contrapartes todavía es­

-se preguntaron-e- a este personaje gratuito, sin tea­ peran el justo· reconocimiento, rnas este azar está in­
1

1
tralidad? Lo curioso es que la persona fantástica de cluido en el riesgo que corre cualquier .forma de liber­

Eguren es más cierta que su identidad biográfica, y la tad en una cultura dictatorial y con acento de clase.

gente de letras de su tiempo sonreía, por no saber qué Otras dos personalidades pueden ser .contrapuestas

otra actitud adoptar, ante esos versos que parecían na­ enseguida: la de José Carlos Mariátegui (1895-1930)

derías, pues no hablaban del ojo febril de la limeña, y la de José de la Riva-Agüero y Osma ( 1885-1944).

ni de 'aventuras donjuanescas o guerreras, ni de santos Aquél _aparece vinculado a la generación del grupo Co­

protegiendo las murallas. No hubo quien entendiera lónida, pero su. posterior evolución, acelerada y con­

que Eguren coincidía espiritualmente, como nunca victa, lo hacen animador de una excelente publicación

nadie, con la atmósfera de la ciudad, con la esfumada renovadora, Amauta, y, más que eso, fundador del Par­

interioridad de los corazones solos, con la materia me­ tido Socialista y autor de la ú n i c a interpretación mar­

lancólica que se entreteje· en las soledades del autén­ xista del Perú ( 7 Ensayos de Interpretación de le Rea­

tico limeño, en las que el poeta se hibernó hasta no lidad. Peruana). Manátegui preside la protesta, ya más

ser. Evasiva era la otra modalidad: la de los tópicos expresa y combativa, contra la conspiración colonia­
,,!

del épico optimismo y la de la fábula de la riqueza lista y su idolatría arcádica, y es él quien denuncia,
'

latente de minas y palacios. Es decir, la de José Santos gracias al análisis racional, sus encubiertos propósitos

"1 Chocano ( 1875-1934), aventurero cosmopolita y gran de perpetuar el sistema social y económico del v i rro i ­

rimador. Este echó mano de todo: lo que pudo, la eró- nato. Riva-Agüero se inicia como ideólogo de un CÍP1·10

98 99
Partido Futurista, pero acaba como capitoste de la reac­ unciones primigenias y apartó su vida del río de la

ción, ministro .de una dictadura y ensayista de Por la vida verdadera; José Diez Canseco, que auscultó el co­

Verdad, la Tradición y la Patria. Es en estas páginas razón del pueblo, ansioso de hallar su latido viril so­

donde desesperadamente ahonda en el vacío tradicio­ juzgado, y Martín Adán, cuya persona sufre y registra

nalista tras de nuestra filiación· colonial y en busca de en versos la tensión entre el aye1·, que sabe de cartón,

un justificativo para el sometimiento a los poderes del y el mañana, que adivina cataclísmico. El caso humano

dinero, la sangre y la confesión. Entre ambas posicio­ y literario de este último es sintomático de la fractura

nes hubo, y persiste, un diálogo que se centra en la del emblema arcádico. Descendiente de antiguas fami­

discusión acerca del significado de Lima. Mariátegui lias relumbrantes, ha sido testigo de la crisis: la re­

¡ 1
infiere: Fundada por un extranjero, por un conquista­ pentina y rápida desolación de un mundo que en la

dor, Lima aparece en su origen. como la tienda de un tenaz apariencia fue de reposo interior y social pasi­

capitán venido de lejanas tierras. Criatura de un siglo vidad externa, el mundo del civilismo conservador, bajo

aristocrático, nace con un título de nobleza, y la opone, cuya patriarcal rectoría no sin rigor la nave burguesa

pues la reputa . advenediza, a la nación permanente, la­ pareció anclada en puerto seguro. Ante la amenaza de

boriosa y tenaz, a la que económicamente sangra. Riva­ naufragio, la pluma de Adán eligió el sarcasmo. Pero

Agüero replica: . . . recordemos que la dulce .Lima, la fue inútil. Atentó entonces contra su vida en la desper­

ciudad de los perfumes, de los [azmines y de los sahu­ sonalizadora bohemia de cafetín en tanto sus poemas

merios, de las albercas de azulejos y los floridos claus­ gongorizaban o se interrogaban por el ser, la nada o

tros regalones, fue hija de heroicos y duros· guerreros, Dios. Mas no fue éste su último. avatar puesto que el

y, engañándose, supone que es dicha génesis castrense encuentro con Machu-Picchu, con el más impresionan­

el carácter que la hace cabecera del país, como .si pre­ te símbolo del país indígena esclavizado por los suyos,

valeciera en sus hábitos y maneras la austeridad ori­ le inspiró un canto ininterrumpido, siempre inconcluso,

ginal. Las dos facciones están .ya frente a frente, pero en el que tácita, alegóricamente, contrapone la feble

la batalla no ha comenzado. Lima al sólido Perú que desde antes del tiempo y contra

Más nombres ilustran la misma discrepancia: los el tiempo también espera su reivindicación. Símbolo

hermanos Ventura y Francisco García Claderón, que de una herejía -los valores, los dioses de la casta, se

en Europa masticaron una aflictiva soledad despaisada deterioran en la palabra de uno de sus mejores hijos­

y a quienes la nostalgia abatió; Raúl Porras Barrene­ y símbolo de que la ciudad heráldica, auroleada y pi­

chea, que se embriagara de historia para adormecer nacular resquebraja su eminencia porque ya no es capaz

su vibrante actualidad y cuyo encuentro con América de· imponer sin provocar protestas el mito paradisíaco,

resurrecta incendió la postrera agonía; Luis Alberto Martín Adán encarna, pues la prevé, la catástrofe. El

Sánchez, en quien la. costumbre de la prisa devastó in- es más real, sin duda, que todos aquellos de su clase

100 101
LETRAS LATINOAMERICANAS
que lo muan corno patológico paroxismo, como de­
' 1

lirio singular e insignificante. La antítesis de la Ar­ GOLO.MBIA:

1 Gabriel García Márquez


cadia se pronuncia en los más jóvenes con mayor brío,
El coronel no tiene quien le escriba
situados ya en un terreno despejado y convencidos de

que, desenmascarado el embuste, el rumbo puede en­ CHILE:

mendarse, el objetivo V<?luntariamente prefijarse y la Manuel Rojas

Cuentos del Sur


tradición -la genuina, que corre limpia por un cauce

inmemorial+- para siempre restaurarse. PERU:

Es verdad, no obstante, que para rechazar la abe­ Sebastián Salazar Bondy

Lima la horrible
rración de la Arcadia Colonial los limeños necesitamos

aprehender su entidad sutil y compleja, cogerla por MEXICO:

las astas a riesgo de perder en el combate, pues mos­ Rosario Castellanos


I '
Los convidados de agosto
trarse simplemente incrédulo, fugar para evadir el rapto

o. tomada a la broma son reglas de la molicie o sub­

terfugios de la comodidad, y en consecuencia acarrean

las aguas al molino de la casta. Ante nosotros se abre

una' pre�unta . . No responder el acertijo equivale entre­

garse a las fauces del trágico portento que lo propone.

Vivir ahora es decir que no. Delegamos en un maestro

la explicación de , esta respuesta que al negar crea:

Contra lo que baratamente pueda sospecharse, mi vo­

luntad es .afirmativa, mi temperamento es de construc­

tor y nada me es 17!áS antitético que el bohemio

puramente iconoclasta y disolvente, pero l!'Í misión

ante el pasado parece ser la de votar en contra (José

Carlos Mariátegui}.

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