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ociales
Horizonte
s cul turale
s
Explicación
A partir de las investigaciones arqueológicas, y para poder analizar con una mayor facilidad
todos los acontecimientos y procesos sociales sucedidos en Mesoamérica posteriores a la
etapa lítica, los arqueólogos han dividido la historia prehispánica del actual territorio
mexicano en tres grandes periodos de tiempo. A estas divisiones temporales se les conoce
como horizontes y a sus respectivas subdivisiones como fases. De acuerdo con López y
López (2000), debemos tener claro que el paso de un periodo a otro no es tajante, sino que
puede ser lento o hasta producirse un traslape (acomodo de dos cosas de manera que una
cubra total o parcialmente a otra).
Los periodos van a ubicarse en el tiempo por un intervalo al que llamamos cronología, pero
es primordial tener claro que los conceptos no son sinónimos. Si bien es importante conocer
las fechas, lo que va a definir la periodización serán los eventos o sucesos que se tuvieron, los
cuales, una vez que se identifican, se pueden delimitar en un periodo de tiempo. Por ende,
es necesario primero definir el periodo para después acotarlo temporalmente.
Los tres periodos u horizontes mesoamericanos son el preclásico, clásico y posclásico. Cada
horizonte se ha caracterizado por criterios muy particulares que nos permiten diferenciar
uno del otro de acuerdo con el nivel de complejidad que las diversas sociedades habían
alcanzado. Entre ellos podemos mencionar el patrón de subsistencia, haciendo referencia a
las actividades que realizaban para sobrevivir (agricultura, caza, pesca, etc.), el tipo de
producción (a un nivel doméstico solo para autoconsumo, o bien, una producción mayor
que permitía tener excedentes destinados a dar como tributo o al comercio), las relaciones
económico-políticas, la hegemonía (relaciones de poder y dominio de un pueblo, ciudad o
región sobre otras) y las diferencias entre campo y ciudad.
También llamado formativo, ya que durante este periodo se sentaron las bases de las que
fueron las grandes culturas mesoamericanas. Se caracterizó por el desarrollo de la
agricultura, la vida sedentaria y el uso de utensilios de cerámica decorados de forma sencilla
y de un tipo burdo. Con el mismo material elaboraban algunos objetos con una función no
utilitaria, como las figurillas antropomorfas de hombres y mujeres. Las viviendas de estos
primeros habitantes eran sencillas y se encontraban dispuestas formando aldeas. Durante
este periodo ya existía cierto dominio de algunas pequeñas poblaciones sobre otras, lo que
posiblemente llevó a la continuidad de algunos tipos y estilos de elementos cerámicos en
una región.
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Según Solanes y Vela (2000), la vida sedentaria estuvo sumamente ligada a la producción
agrícola, dado que estos pueblos tuvieron la necesidad de establecerse de forma definitiva
al tener excedentes de producción que, de no guardarse, se tendrían que abandonar. Lo
anterior, además del crecimiento en el número de habitantes, obligó a los pobladores de
estos grupos sociales a establecerse de forma definitiva. Si bien el costo en inversión de
trabajo para alcanzar el sedentarismo era alto, al tener que construir más y mejores
elementos, las ventajas que presentaba ante el nomadismo produjeron que la mayoría de
los pueblos optaran por establecerse en donde encontraran recursos óptimos.
El conocimiento y manejo del ecosistema también fue fundamental para dar el paso a las
residencias permanentes, de no tener un vasto conocimiento y hasta en algunos casos
domesticación de ciertas plantas como el maíz, frijol y calabaza no se habría podido dejar el
nomadismo. García (2000) agrega a la lista no solo frutas como el aguacate, la ciruela y el
zapote blanco, sino también algunos animales como el perro, el guajolote y la abeja
melipona, los cuales asegura ya se encontraban domesticados para este periodo.
En estas primeras comunidades no existía una distinción jerárquica entre sus integrantes y
las disputas se resolvían a través de algunas prácticas rituales (Solanes y Vela, 2000). Sobre el
mismo tema, García (2000) ha destacado la presencia de varias pinturas y petroglifos que se
han conservado hasta hoy, lo que nos da a entender que ya existía un profundo misticismo y
entendimiento de la vida por medio de prácticas religiosas, lo cual ha sido reforzado por la
presencia de algunos enterramientos humanos bajo las casas que habitaban, demostrando
con ello no solo un vínculo familiar con el grupo doméstico, sino también un profundo
respeto y unión con los antepasados.
La mayoría de los objetos que utilizaban eran construidos por ellos mismos, aunque López y
López (2000) aseguran que ya existía presencia de algunos intercambios entre aldeas.
Algunos elementos importantes en la organización de las primeras civilizaciones arcaicas de
la etapa lítica, como la caza, la pesca, la recolección, el uso de piedras para moler (manos de
metate), percutores, piedras pulidas, puntas para cazar, uso de redes y trampas para caza
menor, así como el manejo de la cestería, continuaron en este periodo (García, 2007).
Para el final del periodo podemos encontrar una diferenciación en el tamaño de estas
primeras poblaciones, apareciendo ya algunas con mayor tamaño y con evidencia de una
mayor división en formas y dimensiones al interior de las mismas aldeas, lo que nos indica el
surgimiento ya de una diferenciación social que se iría complejizando cada vez más.
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Algunos de esos productos eran obtenidos de territorios distantes que acarrearon prestigio a
sus usuarios como bienes suntuarios y llevaron a las poblaciones que controlan las rutas
comerciales a una supremacía sobre otras, convirtiéndolas en centros regionales de poder
político. Sin embargo, el intercambio no solo se produce en los objetos materiales, sino
también en las ideas, por lo que el contacto de diferentes pueblos provocó la diseminación
de muchas de las ideas que dieron forma al pensamiento mesoamericano del clásico y que
tienen su origen en la región de la costa del golfo con los olmecas.
Un tema en el que los investigadores aún debaten es el grado de planificación que tenían
las ciudades durante este periodo. González (2000) plantea que desde el preclásico medio
contamos con evidencia clara de la misma, lo que se aprecia en ciudades como Ujuxté, La
Venta y las primeras fases de Monte Albán.
El conocimiento cada vez mayor de los recursos naturales de la región hizo que tuvieran un
mayor control y dominio del medio ambiente, lo que provocó, entre otras cosas, la
diversificación de la dieta con una mayor cantidad de elementos tanto de flora como de
fauna, pero, al igual que con la obtención de los objetos, estos no estaban disponibles para
toda la población, reforzando así las diferencias entre la sociedad y provocando carencias
alimentarias en la parte baja de la pirámide social.
García (2007) explica que la cerámica se hará más especializada con nuevas técnicas de
decorado, como las incisiones, el esgrafiado, el pastillaje, pintura fugitiva y el uso constante
de figuras geométricas, así como elementos simbólicos pertenecientes a la cultura olmeca,
que fue la que dominó durante este periodo. El tallado en piedra de figurillas humanas con
características animales, especialmente felinas, en la región olmeca es tan solo un ejemplo
del elaborado simbolismo que se desarrolló durante esta época y que mostró su esplendor
en las imponentes cabezas olmecas, las cuales dan cuenta del alto grado de
perfeccionamiento que se había alcanzado ya para este momento en los trabajos de
lapidaria, tanto a una escala pequeña como monumental. Por ejemplo, en la región maya,
tendremos los inicios de las grandes estelas que en un futuro aparecerán como discurso
político en el clásico; en este momento, en Nakbé, ya existían algunas de confección
rudimentaria de ellas. González (2000), además, destaca la presencia de algunos
petrograbados (escritos o dibujos sobre rocas de cuevas o montañas) y una estela con
escritura glífica en el sitio de El portón.
Los olmecas dominaron el escenario, y si bien no eran la única cultura del periodo, sí
aportaron muchos de los principales elementos que caracterizaron a Mesoamérica en el
futuro, como el juego de pelota, la escritura glífica, el concepto de montaña sagrada y otros
elementos rituales evidenciados en las costumbres funerarias.
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En el valle de Oaxaca, una de las principales poblaciones de este periodo fue “San José
Mogote” y, de acuerdo con Solanes y Vela (2000), muy posiblemente uno de los principales
antecedentes en la formación de lo que será Monte Albán. Por su parte, en la zona de
Guerrero, el centro de México y el área maya, las culturas tuvieron un desarrollo notable que
abonó a una compleja red de relaciones y de intercambio.
Por toda Mesoamérica se establecieron diversas capitales regionales que, como Clark y
Hansen (2000) mencionan, acrecentaron los límites de la región, ubicándose en lugares
donde hasta ese momento no había proliferado el desarrollo, como Zacatecas, Durango,
Tlaxcala y Aguascalientes.
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La agricultura se desarrolló de manera intensiva, produciendo grandes excedentes y
brindando la capacidad de incrementar el sostén de una enorme cantidad de habitantes,
pero esto trajo como consecuencia que las dimensiones de las poblaciones también
incrementaran. El control centralizado de esta producción generó la necesidad de una
mejor y más desarrollada clase política que organice los recursos y establezca un control
más férreo sobre rutas comerciales a larga distancia y pueda soportar la lucha por el manejo
de las mismas contra otras poblaciones rivales. La obsidiana fue uno de los materiales más
socorridos por todas las culturas, por lo que el control en todo el proceso desde la extracción,
la producción y la comercialización fue fundamental para que algunas ciudades obtuvieran
el prestigio e incrementaran su poder político.
Teotihuacán estaba anclada en una ubicación privilegiada, no solo por encontrarse al centro
de Mesoamérica, sino por poseer diferentes recursos naturales, como materiales de
construcción, yacimientos de obsidiana y arcilla, ríos y manantiales. Lo anterior facilitó el
control de las rutas comerciales y tener una enorme notoriedad, especialmente a finales de
esta fase en la que se construyeron tres de sus elementos característicos: la pirámide de la
luna, la pirámide del sol y la calzada de los muertos.
En la región central de lo que hoy es México destacó el sitio de Cuicuilco, en la costa del
Golfo, aunque en franco declive se encontraban San Lorenzo y La Venta, mientras que en la
región occidente, de acuerdo con Clark y Hansen (2000), se presentaba una variabilidad, con
pocas ciudades concentradas en la región de Jalisco, caracterizadas por las tumbas de tiro.
El resto de la zona con poblaciones apenas formaban aldeas de gran tamaño, por lo que
estos autores presuponen que la región se encontraba aún fuera de los límites de lo que
sería Mesoamérica y poco a poco durante esta etapa se iría absorbiendo.
Por otro lado, la región maya, Kaminaljuyú y el Mirador tuvieron un rápido ascenso, sin
embargo, al igual que muchos otros casos en toda Mesoamérica, para el final de este
horizonte se alcanzó un límite en el crecimiento continuo de la población y de la obra
pública, lo que llevó a un importante colapso de varios centros urbanos, pues los
gobernantes, al no poder gestionar los recursos adecuadamente, tuvieron que enfrentar
constantes revueltas y conflictos que los llevaron a su caída.
El preclásico es una etapa que, gracias al avance de los estudios científicos, ha demostrado
no ser como se pensaba antes, solo una fase formativa con el único dominio olmeca como
cultura dominante y difusora, sino que poseía características propias y un alto desarrollo en
múltiples regiones, dando pie al crecimiento de Mesoamérica. En su última fase, las
diferentes regiones que conformaban el territorio mesoamericano tuvieron tradiciones
regionales, rasgos característicos de la cultura que dominaban toda una zona, por ejemplo,
en el valle de Oaxaca a los zapotecos, la región de la mixteca o la zona maya.
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Clásico temprano (200-600 d. C.)
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Las grandes urbes aparecieron con una planeación bien definida, siendo el caso más claro,
pero no el único, la misma Teotihuacán. Tal fue la fama de esta metrópoli que sería conocida
también como la ciudad de los dioses, esto debido a un mito divulgado por los pueblos
mexicas ya en el ocaso de la época prehispánica, en el que los dioses se habrían reunido en
este mismo lugar para que con el sacrificio y la sangre de uno de ellos pudieran dar vida al
nuevo sol y comenzar un ciclo de vida nuevo.
El elemento arquitectónico conocido como talud-tablero fue replicado por todas las
regiones en un intento de imitar a esta ciudad sagrada. Los complejos habitacionales eran
decorados con murales en los que predominan las tonalidades ocre y rojiza. Muchos de los
lideres de otras culturas presumían descender de linajes teotihuacanos.
En la región sur, dentro del área maya, Tikal levantó la mano como líder de la región
pactando una serie de alianzas con Palenque y otras ciudades importantes. Sin embargo,
conforme el clásico avanzó, fue testigo de una compleja red de alianzas y traiciones dentro
de las principales ciudades-estado mayas que vieron en Calakmul otra alternativa para
pelear con Tikal y disputarle el control de rutas comerciales y político. En la zona norte de
Yucatán, el dominio lo tuvo Izamal, la cual difundió su estilo monumental y el uso de piedras
de gran tamaño, conocidas como megalíticas, por toda la península yucateca.
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La arquitectura se vio ligada al avance de otras ciencias como las matemáticas, la ingeniería
civil, la química y la hidráulica. Asimismo, se presentó la inclusión de aspectos defensivos
como murallas, zanjas y emplazamientos de control, pero no todo es guerra, aparecieron
también construcciones destinadas a la observación de los astros. Los procesos
constructivos fueron más refinados, se expandió la pintura mural con la obtención de
recubrimientos y aplanados de estuco, así como de diversos tintes de origen vegetal, animal
y mineral. De Sudamérica llegaron las primeras técnicas en el manejo de metales, técnicas
que se fueron perfeccionando con el paso de los años.
Para el final del periodo, las tierras bajas mayas fueron abandonadas, producto de lo que se
conoce como el “colapso” maya. Este periodo ha sido interpretado como el fin de esta
cultura, pero la realidad es que, a pesar de que la zona de tierras bajas (Chiapas y
Guatemala) fue abandonada, se dio el auge de varios sitios de la península de Yucatán, por
lo que se piensa que mucha de la población de las ciudades abandonadas migró hacia otros
lugares en busca de mejores condiciones de vida.
En cuanto a los motivos del abandono fueron una conjunción de eventos que llevaron no
solo a un desastre ambiental al sobreexplotar las tierras fértiles que poco a poco dejaron de
serlo o más bien de producir en exceso como para albergar a una población que no paraba
de crecer, sino también una continua y exacerbada desigualdad entre la clase gobernante y
el resto de la población, una incapacidad de la élite de gestionar los recursos, así como
también cambios climáticos que generaron sequías prolongadas. Todo ello llevó a un
continuo malestar que terminó por provocar múltiples revueltas sociales y levantamientos
contra los mismos gobernantes que años atrás habían sido divinizados y adorados.
Posclásico temprano
(900-1,200 d. C.)
A partir de esta fase se empieza a tener ya evidencia de datos históricos que llegarán a
nosotros en la época colonial por medio de diversas crónicas y textos, tanto de frailes y
conquistadores como de los propios nativos. La inestabilidad política dio pie a constantes
conflictos entre ciudades que ya no formaban grupos étnicos homogéneos, mientras que
los constantes movimientos poblacionales generaron en Mesoamérica ciudades
pluriétnicas y multiculturales no solo debido al intercambio ideológico entre las diferentes
culturas, sino también por los constantes cambios de hegemonía política.
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Dentro del desarrollo tecnológico se dio el refinamiento en el manejo de metales. Si bien se
tiene evidencia de que la metalurgia no es de creación mesoamericana, aquí alcanzó un
elevado grado de refinamiento en culturas como los mixtecos y los purépechas, con piezas
trabajadas en filigrana y otras por medio de moldes con la técnica de la cera perdida.
En la zona maya, Masson (2001) hace un profundo análisis al concepto y a las diferentes
características que presenta el horizonte, con lo que concluye que se estaría en un grave
error si consideramos al posclásico como una etapa de declive o decadencia, ya que, pese a
que fue un periodo de profundos cambios, la evidencia arqueológica ha demostrado una
sociedad maya desarrollada con un incremento en su población, especialmente en la región
costera, con redes comerciales bien estructuradas y desarrolladas y recubrimientos de
estuco sobre los que se pintaron magníficos murales multicolor.
Por lo general se solía demeritar este momento de la historia por la aparente ausencia de
textos. No obstante, hoy sabemos que la escritura glífica se mantenía en códices (la mayor
parte de estos se perdió durante las quemas y pesquisas de los religiosos españoles
posterior a la conquista, como el auto de fe de Fray Diego de Landa, en Yucatán), en las
mismas fachadas y en estelas que, aunque no eran talladas en la piedra como en el periodo
anterior, se debió utilizar un recubrimiento encima de la piedra sobre el que se continuaron
narrando las historias dinásticas y
logros de las ciudades-estado
mayas.
A partir de esta fase se empieza a tener ya evidencia de datos históricos que llegarán a
nosotros en la época colonial por medio de diversas crónicas y textos, tanto de frailes y
conquistadores como de los propios nativos. La inestabilidad política dio pie a constantes
conflictos entre ciudades que ya no formaban grupos étnicos homogéneos, mientras que
los constantes movimientos poblacionales generaron en Mesoamérica ciudades
pluriétnicas y multiculturales no solo debido al intercambio ideológico entre las diferentes
culturas, sino también por los constantes cambios de hegemonía política.
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En la zona maya, Masson (2001) hace un profundo análisis al concepto y a las diferentes
características que presenta el horizonte, con lo que concluye que se estaría en un grave
error si consideramos al posclásico como una etapa de declive o decadencia, ya que, pese a
que fue un periodo de profundos cambios, la evidencia arqueológica ha demostrado una
sociedad maya desarrollada con un incremento en su población, especialmente en la región
costera, con redes comerciales bien estructuradas y desarrolladas y recubrimientos de
estuco sobre los que se pintaron magníficos murales multicolor.
Por lo general se solía demeritar este momento de la historia por la aparente ausencia de
textos. No obstante, hoy sabemos que la escritura glífica se mantenía en códices (la mayor
parte de estos se perdió durante las quemas y pesquisas de los religiosos españoles
posterior a la conquista, como el auto de fe de Fray Diego de Landa, en Yucatán), en las
mismas fachadas y en estelas que, aunque no eran talladas en la piedra como en el periodo
anterior, se debió utilizar un recubrimiento encima de la piedra sobre el que se continuaron
narrando las historias dinásticas y logros de las ciudades-estado mayas.
El esplendor del sitio de Chichén Itzá, que dominó la región con un fuerte componente
militar, lo llevaría a hacer a un lado a ciudades como Yaxuná o Ek Balam. Este sitio poseía un
estilo arquitectónico peculiar y absorbió algunas de las características especialmente
mitológicas de la región norte de la península yucateca. El uso del simbolismo de la
serpiente emplumada es el claro ejemplo de que para el posclásico los mayas aún tenían
mucho que ofrecer. Para el final del periodo, veremos el cambio de estafeta en el control
político-económico por parte de Mayapan.
Durante el desarrollo de finales del posclásico encontraremos como eje rector a estados
poderosos en el ámbito militar, lo cual aprovecharon para sostener un largo dominio sobre
otros pueblos a los cuales se les impuso el pago de fuertes tributos (tenemos registro de
alguno de ellos gracias a la segunda sección del códice colonial, Mendocino, también
llamada matrícula de tributos). Muchos de estos pueblos dominados no fueron absorbidos,
sino que se siguieron rigiendo, pero bajo el yugo y exigencia de impuestos que eran
destinados a los grandes poderes de la época.
A pesar de que la cultura tolteca colapsó, los imperios mexicas y tarasco se desarrollaron en
la zona central, la cual fue controlada por la Triple Alianza (Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan).
A lo largo del periodo se extendió notablemente su influencia por casi toda Mesoamérica, la
cual, a diferencia de otras etapas, dejó de crecer y se empezó un proceso de contracción con
las migraciones efectuadas desde los límites hacia la zona central.
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Tenochtitlan, capital y sede del poder, fue una ciudad planeada con esplendidos edificios y
una magnífica organización. Su centro comercial era el mercado de Tlatelolco, en el cual se
podían encontrar productos de todos los rincones de Mesoamérica. Además, fue una ciudad
con sistemas de recolección de basura; un sistema de tuberías que llevaban agua dulce y
que se encontraba preparado por si un ducto fallara, este pudiera cerrarse y usar otro
mientras se daba mantenimiento al dañado; un sistema de calzadas que permitía el acceso
desde fuera al interior del islote, en su interior se podía ir por canales, o bien, por diversos
puentes que conectaban los diferentes Calpullis o barrios en los que se dividía la sociedad; y
un sistema de educación pública en cada barrio diferenciado de acuerdo con las tareas que
se desempeñarían en la vida, por un lado, los Telpochcalli y, por otro, el Calmécac, destinada
para los pipiltin o nobleza.
Al centro de la ciudad se encontraba el templo mayor con los palacios de los gobernantes y
edificaciones majestuosas en honor a las dos principales deidades: Tláloc y Huitzilopochtli.
Por las crónicas se conoce que las construcciones palaciegas de su gobernante poseían
grandes jardines recreativos y un zoológico con especies de toda Mesoamérica. Tenochtitlan
fue famosa por la limpieza de sus calles y la higiene de su gente, atributos que
deslumbraron a los españoles a su llegada. En el aspecto agrícola, se crearon las
“chinampas”, islotes artificiales que permitían extender las áreas cultivables para sostener
una enorme población.
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Checkpoints
Asegúrate de:
Referencias bibliográficas
• García, J. (2000). Tiempo mesoamericano II: Preclásico Temprano (2500 a. C -1200 a. C).
Arqueología Mexicana, 8(44).
• García, R. (2007). La cuenca de México, preclásico temprano y medio (2500-400 a.C.) las
primeras sociedades agrícolas. Arqueología Mexicana, 15(86).
• González, R. (2000). Tiempo mesoamericano III: Preclásico Medio en Mesoamérica.
Arqueología Mexicana, 8(45).
• López, A., y López, L. (2000). Tiempo mesoamericano I: La periodización de la historia
mesoamericana. Arqueología Mexicana, 8(43).
• López, L. (2007). La cuenca de México, Clásico (150-600/650 d.C.) la diferenciación
campo/ciudad. Arqueología Mexicana, 15(86).
• Masson, M. (2001). La Dinámica del proceso de maduración de la organización del estado
en la sociedad posclásica. En N. Grube (Eds.), Los Mayas una civilización milenaria. Italia:
Könemann.
• Solanes, C., y Vela, E. (2000). Atlas del México prehispánico. Especial Arqueología
Mexicana, 1(5).
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