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POLLOCK
DIFERENCIANDO
EL CANON
El deseo feminista
y la escritura de las
historias del arte
GRISELDA POLLOCK
Título original: Differencing the Canon. Feminist Desire and the Writing of Art's Histories
Publicado originalmente por Routledge en 1999, 1ª edición (ISBN 9780415067003),
autoría/edición de Griselda Pollock © 1999 Griselda Pollock
Edita:
Producciones de arte y pensamiento SL
C/ Juan de Iziar, 5 • 28017 Madrid (España)
Telf.+34 914049740
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ISBN: 978-84-120832-8-6
Depósito legal: M-15264-2022
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DIFERENCIANDO EL CANON
parte i
Quemando el canon 33
parte ii
Leyendo a contrapelo: leer buscando… 79
parte iii
Heroínas: situando a las mujeres en el canon 149
parte iv
¿Quién es el otro? 281
Epílogo 422
Bibliografía 423
Índice analítico 435
Lista de ilustraciones 15
ese minúsculo 2%, el 40,7% se gastó en solo cinco artistas: Yayoi Kusama,
Joan Mitchell, Louise Bourgeois, Georgia O’Keeffe y Agnes Martin. Cuatro
son estadounidenses y solo una es asiática. ¿Por qué esas artistas son ahora in-
versiones seguras? ¿Cuántos argumentos feministas se necesitaron para llamar
la atención sobre ellas para ser después olvidados por resultar demasiado “polí-
ticos” cuando esas artistas escogidas se convirtieron en inversiones seguras? El
mercado del arte está en auge, en un momento en el que banqueros e inversores
descubren un ámbito completamente nuevo para sus prácticas especulativas,
creando vastos museos ocultos e invisibles en puertos libres de impuestos en
todo el mundo, dotados con unos medios de conservación del máximo nivel y
salas de exposición para hacer los tratos comerciales. Sin embargo, la jerarquía
de género y el sistema de valores excluyente que las feministas identificamos y
contra el que protestamos durante cincuenta años no solo sigue en pie, sino
que se ha consolidado en los más crudos términos económicos.
Esta estremecedora revelación confirma que el problema no consiste en una
posible falta de conocimiento acerca de que las mujeres siempre han creado
arte codo a codo con los hombres en todas las épocas y sociedades y de tantas
maneras distintas. Nos enfrentamos a un sistema todavía activo que produce
continuamente un canon masculinizado, permite brillar a unas pocas excep-
ciones y deja que la gran mayoría de las artistas trabajen en un olvido relativo
o con una seguridad económica limitada. Peor aún, nos privan del mundo tal
como se ve con la compleja diversidad que los artistas nos revelan.
En Diferenciando el canon he explicado lo que es un canon, cómo se forma y
cómo se enfrentan las historiadoras feministas del arte a sus diferentes efectos.
En un plano más profundo, mi gran pregunta era: ¿qué mantiene en su lugar
al canon? ¿Por qué es tan resistente? ¿Quién desea esta versión de nuestra iden-
tidad cultural, que ahora vemos inscrita en la versión más grosera del sistema
de inversión capitalista? También examiné los efectos del canon en los inten-
tos realizados por las historiadoras feministas del arte de desafiar las versiones
canónicas exclusivamente masculinas, blancas y heterosexuales de las historias
del arte. ¿Qué influencia tiene el canon en los proyectos feministas? ¿Cómo
deforma nuestra imaginación con la tentación de crear heroínas para contra-
rrestar la denigración sistemática y la constante infravaloración de la creati-
vidad de las mujeres? Las intervenciones feministas en la historia del arte no
son operaciones de rescate de artistas olvidadas. De hecho, necesitamos hacer
la investigación. En los últimos cincuenta años se han hecho numerosos y va-
liosos trabajos por parte de brillantes historiadoras feministas del arte que han
Nuevo prefacio para la edición española 21
de las luchas de muchos para vivir, para llevar una vida soportable, para vivir
con dignidad humana, pero no es así, aunque realice su tarea entre las elites de
los museos y la economía cultural.
Diferenciando el canon forma parte de mi débil lucha para pensar, imaginar
y enseñar. Espero que este texto goce de buena fortuna en su nueva lengua y
espero que quienes lo lean encuentren en sus páginas recursos para su propia
lucha y su propio pensamiento. Las grandes luchas y alianzas inscritas en el
pensamiento postcolonial, queer, feminista, internacional y social en la historia
del arte, la producción artística y los análisis culturales siguen siendo urgentes,
todavía más en unos momentos en que nuestro mundo destruye el planeta con
la misma indiferencia hacia todo lo que no sea el beneficio económico que im-
pera en el mercado actual del arte. Como dijo Hannah Arendt, pensar y pensar
juntos para hablar y actuar juntos es nuestra obligación. Doy las gracias a los
editores y, en especial, a mis traductores por su trabajo para lograrlo.
Griselda Pollock,
Leeds, 2021
25
PREFACIO
Este libro plantea la pregunta “¿Qué es el canon?” desde una perspectiva fe-
minista, explorando los problemas que la canonicidad plantea a las interven-
ciones feministas en el campo de las historias del arte, desde el punto de vista
de la exclusividad del canon y también de las interpretaciones y metodolo-
gías canónicas. La existencia de un único criterio de valor artístico, absoluto
y transhistórico, encarnado por el artista excepcional, ejemplar, representativo
y universalista —una cuestión que siempre forma parte del encuentro del fe-
minismo con el relato del arte occidental que ha institucionalizado la historia
del arte museística, especializada y publicada— ha planteado problemas teó-
ricos e historiográficos de primer orden. ¿Cómo podrían diferentes narrativas,
modelos o identidades intervenir en lo que por lo general se acepta como la
historia del arte sin limitarse a confirmar el juego interminable de lo Uno y su
Otro? ¿Puede la diferencia de lo “femenino” establecer una diferencia con lo
que aprendemos del pasado cultural? ¿Podemos eludir el idealizado Relato de
los Grandes Hombres sin anhelar a las Mujeres Heroicizadas?
Desde 1971, cuando Linda Nochlin propuso por primera vez la idea de que
“la cuestión de la mujer” trascendía el hecho de poner las cosas en su lugar rein-
corporando a algunas “maestras antiguas”, las feministas se han esforzado en llevar
a cabo un cambio de paradigma en la conceptualización de los relatos culturales y
las prácticas artísticas que, para Nochlin, era la posibilidad y la responsabilidad del
feminismo. Yo soy un producto de ese momento de audacia intelectual y renaci-
miento político que se produjo en la década de 1960 y cuyo resultado, por primera
vez en la historia, sería un número y una densidad suficiente de mujeres dentro de
la academia y en profesiones relacionadas con ella, no con el mero objeto de dar
lugar a un incremento en cifras simbólicas, sino de crear una revolución teórica y
cultural que ha remodelado todas las disciplinas y las prácticas a las que ha llegado.
Desde que el feminismo y mi interés académico en la historia del arte chocaron
por primera vez, las cuestiones relativas a los motivos por los que las mujeres y el
arte se contraponen en la cultura moderna y al modo de interrogar esa estructura
discursiva e ideológica ha modelado el trabajo que he realizado tanto dentro de la
historia del arte como contra ella. En este libro, que puede leerse como una vuelta
al territorio historiográfico y teórico que cartografié por primera vez junto a Roz-
sika Parker en Maestras antiguas: mujeres, arte e ideología (publicación original de
1978-1981, traducción al español de 2021), propongo una doble estrategia. Va-
liéndome del prisma teórico del pensamiento feminista contemporáneo, interpreto
26 Diferenciando el Canon
estudios de caso selectos, casi todos ellos procedentes del primer arte moderno eu-
ropeo, e interrogo representaciones visuales de ese momento histórico, acontecido
a finales del siglo xix, para entender el legado histórico de la modernidad, que
necesitaba y dio lugar a una revuelta y una re-visión feministas: la modernización
feminista de la diferencia sexual. La sexualidad, la subjetividad y la representación
forman un conjunto decisivo de cuestiones interrelacionadas para los análisis cul-
turales feministas de las representaciones visuales que atraviesan los territorios del
deseo, la fantasía y la ambivalencia, cuya teorización procede de la modernización
concurrente de la psicología: el psicoanálisis. Buscar la tensión y el diálogo creativo
entre un análisis histórico y social de la semiótica de la representación y la atención
al plano psico-simbólico de la subjetividad y sus enunciaciones en las prácticas es-
téticas parece una necesidad feminista.
La primera parte, Quemando el canon, participa en las llamadas “guerras cultu-
rales”. Propongo que el canon debe entenderse como una estructura discursiva y
de narcisismo masculino dentro del ejercicio de la hegemonía cultural, y examino
las cuestiones teóricas y políticas que entraña no el desplazamiento del canon sino
su “diferenciación”, exponiendo su compromiso con una política de la diferencia
sexual, pero admitiendo que esa misma problemática establece una diferencia en
el modo en que interpretamos las historias del arte. La segunda parte, Leyendo a
contrapelo, trata sobre estrategias de lectura, y expone casos de estudio de dos ar-
tistas que son hombres —Van Gogh y Toulouse-Lautrec— para explorar el modo
en que una interpretación feminista de creadores canónicos puede producir una
lectura diferente sobre sus representaciones de mujeres y, por lo tanto, de la mas-
culinidad como posición psíquica ambivalente de enunciación cultural. Los dos
artistas disfrutan de un estatus mítico tanto en la historia del arte como en la
cultura popular, cada uno por motivos radicalmente distintos. Su vida y sus obras
sustentan la mitología del héroe sufriente del arte moderno. Enmarco sus prácticas en
la intersección de las historias de la sexualidad y la modernidad en torno a la figura
de la Madre, y sostengo que las cuestiones reprimidas relativas no solo al género, sino
también a la sexualidad y a la diferencia sexual, deberían reconocerse como elementos
decisivos tanto del contenido como de la forma del arte moderno y de la historia del
arte canónicamente reconocidos.
Empezar en el corazón de la canonicidad confronta la estrategia de introducir la
diferencia en el canon para evitar dos peligros. El primer peligro, la segregación de
los estudios feministas de historia del arte por su interés exclusivo en el arte produci-
do por mujeres limita las posibilidades del feminismo como una perspectiva amplia
desde la que reconsiderar la constitución misma del estudio de todas las historias
Prefacio 27
arte moderno masculino blanco. Laure, como algunas figuras que aparecen en la
serie de grabados a color realizada en 1891 por Mary Cassatt que examino en el ca-
pítulo 8, trabajó como criada. La sirvienta doméstica es una figura liminal que mu-
chos textos feministas han destacado como hito de diferencia social entre mujeres y
como una figura mítica que rompe el hermético recinto de la ideología doméstica
y familiar burguesa, donde se articuló y se impuso una feminidad mediada por la
clase y la raza3. Esta última sección analiza las relaciones sociales entre mujeres en
sus diferencias, tal como aparecen representadas en obras tanto de hombres como
de mujeres, enfrentándose una vez más a lo que en otra parte he llamado “el género
y el color de la historia del arte”.
En retrospectiva, descubro que hay una agenda inconsciente. El libro trata
en parte sobre la pérdida, el duelo y la restauración. Experiencias que viví con
intensidad durante el proceso de escritura de un texto que casi se fue a pique por
la dificultad de mantenerse en el filo de la “angustia depresiva” que, según Mela-
nie Klein, es el destino de todos los sujetos, la condición del impulso creativo y
el espacio infantil al que un duelo incompleto puede precipitarnos en cualquier
momento. Ahora, pasados tres años desde el momento de la escritura, puedo ver
con mayor claridad la forma en que mi propia aflicción sin procesar como hija
sin madre impulsa y moldea mis intereses, mi atención a las facetas de un cuadro
o de un debate, así como mis idealizaciones y mitologías. Pido indulgencia por
el modo en que un relato personal informa y hasta, podría decirse, se inmiscu-
ye en materiales aparentemente históricos. Al mismo tiempo, encuentro apoyo
en las palabras de Shoshana Felman cuando habla de un pacto de lectura en la
exploración de las autobiografías ausentes de las mujeres4. En oposición a ideas
feministas simplificadas sobre la conveniencia de “entrar en lo personal”, Fel-
man propone que nuestras historias están ausentes, pero podemos encontrarlas
al leer las de otras mujeres. Aunque, siguiendo a Hayden White, debemos re-
conocer que existe una convergencia entre “escribir historia” y escribir ficción,
ya que todos los textos están estructurados por sus propias figuras retóricas. La
conciencia de lo “narrativo” cuando escribimos “historia” tiene resonancias espe-
ciales para los feministas, dado su deseo no solo de hacer historia de otra forma,
sino también de relatar de un modo que establezca una diferencia en la totalidad
de los espacios a los que llamamos conocimiento. He utilizado este libro para
encontrar mi propia autobiografía en la misma medida en que he prestado algo
de mi propia historia a los textos que he descubierto en los archivos. El truco con-
siste en establecer una alianza creativa entre ambos. En ese momento de distancia
y anhelo se desarrolla lo que yo llamo “deseo”.
30 Diferenciando el Canon
1 Bal, Mieke, Reading Rembrandt: Beyond the Word-Image Opposition, Cambridge y Nueva York,
Cambridge University Press, 1991.
2 Kendall, Richard y Pollock, Griselda (eds.), Dealing with Degas: Representations of Women and the
Politics of Vision, Londres, Pandora, 1992; reimp. Londres, Rivers Oram.
3 Gallop, Jane, “Keys to Dora”, en Feminism and Psychoanalysis: The Daughter’s Seduction, Londres,
Macmillan, 1982.
4 Felman, Shoshana, What Does a Woman Want? Reading and Sexual Difference, Baltimore y
Londres, Johns Hopkins University Press, 1993.
notas
31
AGRADECIMIENTOS
Griselda Pollock
Leeds 1998
PARTE I
Quemando
el Canon
El término canon procede del griego kanon, que significa “regla” o “criterio”,
lo que a la vez evoca la regulación social y la organización militar. En origen,
la palabra canon tenía connotaciones religiosas, porque era la lista oficialmente
aceptada de los textos que forman las “Escrituras”. El primer ejercicio de cano-
nización fue la selección de las Escrituras Hebreas, tarea de la que se encargó
una clase sacerdotal emergente alrededor del siglo vii a. C. Sobre esta elección,
la historiadora Ellis Rivkin ha defendido que “no fue principalmente trabajo de
escribas, académicos o editores que investigaran tradiciones olvidadas sobre la
experiencia del desierto, sino obra de una clase que luchaba por adquirir poder”1.
Por lo tanto, se pueden concebir los cánones como la espina dorsal que legitima
retrospectivamente una identidad cultural y política, como una narración unifi-
cada de los orígenes que confiere autoridad a los textos que se han seleccionado
para naturalizar esta función. La canonicidad se refiere tanto a la supuesta calidad
de un texto ahí incluido como al estatus que este texto adquiere porque pertenece
a una colección autorizada. Las religiones confieren santidad a sus textos cano-
nizados, a menudo dando a entender que estos tienen, cuando no directamente
una autoría divina, sí al menos una autoridad divina.
Con el auge de las universidades y academias, los cánones se han vuelto
seculares, remitiéndose a conjuntos literarios o al panteón de las artes (Ilus-
tración 1.1). El canon designa lo que las instituciones académicas establecen
como los mejores, más representativos y más importantes textos (u objetos)
de la literatura, la historia del arte o la música. Repositorios de un valor esté-
tico transhistórico, los cánones de las diversas prácticas culturales establecen
qué es lo que incuestionablemente posee grandeza, así como lo que deben
estudiar como modelo quienes aspiren al oficio. El canon constituye en su
integridad el patrimonio de cualquier persona que quiera que se la considere
“culta”. Como comenta Dominick LaCapra, el canon reafirma “un sentido
religioso desplazado del texto sagrado en tanto es el modelo ideal de la cultu-
ra común para una elite cultivada”2.
36 Diferenciando el Canon
La historia nos dice que nunca ha habido únicamente un solo canon. La his-
toria del arte nos muestra cánones en competición. Durante la gran época de
actividad de la historia del arte en el siglo xix, muchas escuelas y tradiciones, así
como muchas individualidades se redescubrieron y reevaluaron. A Rembrandt,
por ejemplo, se lo reivindicó en el siglo xix como a un gran artista religioso y
espiritual, en lugar de ser relegado, como había ocurrido durante el siglo xviii, a
la categoría de torpe pintor de temas vulgares, mientras que Frans Hals, durante
mucho tiempo soslayado como un pintor flamenco de género menor, sin gran
destreza ni mérito, se convirtió en una inspiración para Manet y los artistas de su
generación en su búsqueda de nuevas técnicas para pintar la “vida”3.
Sin embargo, asociada con la canonicidad como estructura, encontramos
siempre la idea de un valor universal, revelado de manera natural, así como
de un logro individual que sirve para justificar una pertenencia privilegiada y
enormemente selecta dentro de un canon que niega cualquier carácter selec-
tivo. Como registro del genio autónomo, el canon parece surgir de manera
espontánea. En ¿Qué es una obra maestra? el historiador del arte Kenneth Clark
deja constancia de las fluctuaciones en el gusto causadas por los cambios socia-
les e históricos que permitieron que se desdeñara a Rembrandt en el siglo xviii
o que artistas que ahora no valoramos fueran muy cotizados en el siglo xix. No
obstante, Clark insiste en que “aunque hay muchos significados que confluyen
en torno a la expresión ‘obra maestra’, esta es sobre todo el fruto del trabajo de
un artista genial que ha sido absorbido por el espíritu de su época de tal manera
que sus experiencias individuales se han hecho universales”4.
El canon no es únicamente el producto de la academia. También lo crean los
escritores y los artistas. Los cánones se forman a partir de las figuras ancestrales
evocadas en la obra de artistas/compositores/escritores mediante un proceso que
Harold Bloom, autor de la principal defensa de la canonicidad, El canon occiden-
tal (1994), identificaba como la “angustia de las influencias” y que yo llamo, en
otra modalidad de argumento, el gambito vanguardista de la “referencia, deferen-
cia y diferencia”5. El canon, por lo tanto, no solamente determina lo que leemos,
miramos, escuchamos y contemplamos en las galerías de arte y estudiamos en las
escuelas o en la universidad. Está retrospectivamente formado por lo que los pro-
pios artistas seleccionan como sus antecesores, los que les legitimaron o capacita-
ron. Pero, si hay artistas —porque son mujeres o porque no son europeos— que
se quedan fuera de los registros y se ignoran como parte de la herencia cultural, el
canon se convierte, generación tras generación, en un filtro cada vez más empo-
brecido y empobrecedor sobre la totalidad de las posibilidades culturales. Hoy los
Parte I. Quemando el canon 37
Reformar los currículos básicos, dar cuenta de la elocuencia comparable de las tra-
diciones africana, asiática y del Próximo Oriente, es empezar a preparar a nuestro
alumnado para su papel como ciudadanos de culturas del mundo mediante una idea
verdaderamente humana de las “humanidades”, en lugar de convertirlos —como les
gustaría al señor Bennett [secretario de educación en el gobierno de Ronald Reagan]
y al señor [Harold] Bloom— en centinelas del último puesto fronterizo de la cultura
del varón blanco occidental, guardianes de los tesoros del amo8.
que sea (y sin duda lo es) este nuevo privilegio del Otro en un mundo tan
radicalmente desequilibrado a favor del “varón privilegiado de la raza blanca”,
sigue conservando una oposición binaria que no podrá nunca liberar al Otro
de ser el otro de una norma dominante.
Han sido necesarios movimientos de diversos tipos para tan siquiera ima-
ginar una forma de salir de la trampa. Toni Morrison ha defendido que la
literatura americana, cuyo canon excluye de manera tan contundente las voces
afroamericanas, debería leerse, ni más ni menos, como condicionada estruc-
turalmente por una “presencia africanista oscura, pertinaz, señalizadora”9. Al
identificar esta relación, de base negativa, con la cultura africana y con los
africanos dentro del canon americano de la literatura blanca, el concepto de
los otros excluidos se transforma en un cuestionamiento de la formación del
dominio intelectual eurocéntrico y el empobrecimiento resultante de lo que se
lee y se estudia. Este argumento puede compararse con el que Rozsika Parker
y yo propusimos por primera vez en 1981, como contraposición a un inicial
intento feminista de colocar a las mujeres dentro del canon de la historia del
arte. Usamos la aparente exclusión de las mujeres en cuanto artistas para revelar
cómo, de manera estructural, el discurso falocéntrico de la historia del arte se
apoyaba en la categoría de una feminidad negada para garantizar la supremacía
de la masculinidad dentro de la esfera de la creatividad10.
A principios de la década de 1990, el tema de la absoluta asimetría de género
dentro del canon, implícita en todos los cuestionamientos feministas de la histo-
ria del arte, se convirtió en una plataforma articulada gracias a una sesión organi-
zada por Linda Nochlin, Firing the Canon, en Nueva York en el año 1990 y a los
escritos críticos de Nanette Salomon sobre el canon, desde Giorgio Vasari hasta
Horst Woldemar Janson, que se citan en el encabezado de la Parte 111. Las críti-
cas feministas a los cánones de la cultura occidental podían criticar fácilmente
el club exclusivamente masculino representado por la Historia del arte de Ernst
Gombrich y las ediciones originales de la History of Art de Janson, en las que
no figuraba una sola mujer artista12. El feminismo ha mostrado que los cánones
crean de manera activa una genealogía patrilineal de sucesión padre-hijo y re-
producen las mitologías patriarcales de una creatividad exclusivamente mascu-
lina13. Susan Hardy Aiken, por ejemplo, traza los paralelismos entre las prácticas
académicas modeladas sobre la competitividad, los relatos edípicos narrados por
los cánones y las rivalidades que sirven como un motor inconsciente de desarro-
llo intelectual o cultural, todo lo cual produce la coincidencia del “noble linaje
de la textualidad masculina, la formación paralela de los cánones y los proyectos
Parte I. Quemando el canon 39
¿Es feminismo intervenir para crear una genealogía materna que compita con el
linaje paterno e invocar la voz de la Madre para contrarrestar el texto del Padre
consagrado por los cánones existentes? Susan Hardy Aiken advierte que “pudiera
ser que, al atacarlo, reificáramos el poder al que nos oponemos”15. Contra la bi-
blioteca cerrada, de la que, en su famosa parábola feminista sobre la exclusividad
del canon, Una habitación propia (1928), Virginia Woolf ha mostrado con tanta
elocuencia cómo se había desterrado a las mujeres, podríamos proponer algo más
que otra sala de libros. En lugar de ello necesitamos un polílogo: “la interacción de
muchas voces, una especie de ‘barbarismo’ creativo que interrumpiría los impulsos
monológicos, colonizadores, céntricos de la ‘civilización’. […] Una visión así vive,
como nos ha enseñado Adrienne Rich, en una revisión: una relectura excéntrica, un
redescubrimiento de lo que escondería el manto sacerdotal del canon: los enredos
de toda literatura con las dinámicas de poder de la cultura”16.
Ilustración 1.2. Faith Ringgold (n. 1930), Dancing in the Louvre, procedente de The French Collection,
1991, acrílico sobre lienzo con tela pintada. 187,7 × 200 cm. Colección privada
rias (Ilustración 1.2). El otro sería abolir todos los cánones y argumentar que todos
los artefactos culturales tienen importancia. Este último parece inherentemente
más político en su crítica totalizadora de la canonicidad. A nivel estratégico, sin em-
bargo, yo diría que necesitamos un análisis más complejo, si no queremos terminar
en una posición en la que los de dentro —representantes de los cánones europeos
masculinos occidentales— se atrincheran para defender la verdad y la belleza y sus
tradiciones contra lo que Harold Bloom llama con desdén la Escuela del Resenti-
miento17, mientras que los antiguos intrusos siguen siendo intrusos, “las voces del
Otro”, desarrollando “otras” subdisciplinas: Estudios Afroamericanos o Estudios
Negros, Estudios Latinos, Estudios de Género, de Mujeres, Estudios LGTB, Estu-
Parte I. Quemando el canon 41
dios Culturales y muchas más. No hay duda de lo necesario y lo creativo que resulta
este compromiso de realizar esfuerzos de investigación, dedicar recursos y brindar
reconocimiento a áreas hasta ahora ignoradas y mal estudiadas. Pero nada de esto
puede evitar el peligro, tan evidente en las sociedades de clases, que son en esencia,
y a menudo abiertamente, racistas y sexistas, de que estas iniciativas reproduzcan
de manera involuntaria la misma segregación —“guetización”— que los grupos
excluidos pretendían desafiar exigiendo derechos intelectuales y educativos iguales
para su propia minoría excluida.
Siguiendo a Teresa de Lauretis, podemos desplazar la oposición entre dentro
y fuera. De Lauretis sitúa el proyecto crítico del feminismo como “una visión
desde otra parte” que, sin embargo, nunca está fuera de lo que se está “revisan-
do” críticamente.
Pues este “otra parte” no es ningún pasado distante mítico o ninguna historia utópica
futura; es el “otra parte” del discurso aquí y ahora, los puntos ciegos, o el fuera de
campo, o sus representaciones. Pienso en ello como los espacios en los márgenes de los
discursos hegemónicos, espacios sociales tallados en los intersticios de las instituciones
y en las grietas y astillas de los aparatos de conocimiento-poder18.
lidad del desafío y del cambio político21. En la escritura de las historias del arte, el
lugar del artista y de la mujer artista están supra-determinados por las estructuras
míticas que naturalizan una gama concreta de significados para la masculinidad,
la feminidad, la diferencia sexual y cultural. Producir una diferencia en el canon,
en sí un mito de la creatividad y del privilegio de género, no es algo que pueda
lograrse sin un escrutinio repolitizador tanto de sus estructuras profundas —¿Por
qué son las mujeres el Otro a/dentro de este?— como de sus efectos en la superficie:
la indiferencia hacia la obra de las artistas que son mujeres y su exclusión del canon.
Así pues, la cuestión del deseo —tanto del consagrado dentro del canon como del
que motiva su crítica— discurre en paralelo al análisis de la estructura mítica codi-
ficada en la diferencia (sexual) que encarna el canon.
Considerar el canon una estructura mítica evita polémicas molestas acerca de
quién y qué está o no está, quién debería o no estar en qué canon. Más allá de las
guerras culturales sobre su contenido, lo que nos mantendría en el nivel mítico de
un debate sobre la calidad, el arte, el genio, la importancia y otras cosas, necesita-
mos atravesar el caparazón naturalizador del mito para delinear los intereses sociales
y políticos en el canon, que lo convierten en un elemento tan poderoso en la hege-
monía de los grupos e intereses sociales dominantes, y preguntarnos:
o icónicas y se las atacará con una virulencia tan grande como el amor con el
que se las idolatrará. El obstáculo sempiterno para su reconocimiento dentro
del canon radica en la cuestión inasimilable de la diferencia sexual en cuanto
problema para la posibilidad misma de una “regla” o de un “criterio”, es decir,
de lo que define al canon.
La canonicidad existe de muchas maneras. La mejor de ellas produce, en el
plano cultural e ideológico, el criterio único de lo más grande y de lo mejor en to-
dos los tiempos. La “Tradición” es el rostro “natural” del canon y, bajo esta forma,
la regulación cultural participa en lo que Raymond Williams llama hegemonía
social y política. Diferenciándose de las formas más groseras de dominación coer-
citiva social o política, el término marxista hegemonía explica el modo en que un
orden concreto social y político satura culturalmente una sociedad de una forma
tan profunda que su régimen es experimentado por sus poblaciones simplemente
como el “sentido común”. La jerarquía se convierte en un orden natural y lo que,
debido a su importancia inherente, parece sobrevivir del pasado determina los
valores del presente. Williams dice que “la Tradición […] en la práctica [es] la
expresión más evidente de las presiones y los límites dominantes y hegemónicos”.
Siempre es, sin embargo, “más que un segmento inerte historizado; de hecho, es
el medio práctico más potente de inserción”22.
La Tradición no es meramente, por lo tanto, lo que nos lega el pasado. Debe
entenderse siempre como una tradición selectiva: como “una versión conformada
de manera intencional de un pasado y de un presente preformado, que entonces
es potentemente operativa en el proceso de definición e identificación social y
cultural”23. La Tradición cultiva su propia inevitabilidad borrando su carácter
selectivo en lo que se refiere a las prácticas, los sentidos, el género, las “razas” y
las clases. Lo que se hace opaco, por lo tanto, es el proceso activo de exclusión
u olvido que opera en manos de los actuales fabricantes de tradición. “Lo que
hay que decir acerca de toda tradición”, argumenta Williams, “es que es […] un
aspecto de la organización social y cultural contemporánea, según los intereses de
dominación de una clase concreta”24. Las versiones del pasado ratifican un orden
presente, produciendo una “continuidad predispuesta” que favorece al que Gaya-
tri Spivak denomina “el varón privilegiado de la raza blanca”25.
Algunas estrategias características, o incluso definitorias, de la disciplina de
la Historia del Arte en el siglo xx pueden interpretarse no solamente como
parte constitutiva de una tradición selectiva que privilegia la creatividad mas-
culina blanca ante la exclusión de todas las mujeres artistas y los hombres de
las culturas minoritarias. Las formas específicas de las formaciones discursivas
Parte I. Quemando el canon 45
de la historia del arte cuentan mucho más que una historia del arte. También
articulan configuraciones históricamente cambiantes entre las clases, las razas,
las sexualidades y los géneros, garantizadas por la producción de la diferencia-
ción sexual y por otras diferenciaciones de poder dentro de nuestra cultura. La
discriminación contra las mujeres artistas, por ejemplo, se puede entender en
términos institucionales. Podemos combatirla mediante el activismo político,
haciendo campañas para que haya más mujeres artistas en la Bienal de Whit-
ney, etc., como lo hicimos en los inicios de la década de 1970. Pero recordemos
la respuesta a la Bienal de Whitney de 1993, en la que una amplia y completa
representación de artistas de todas las comunidades estadounidenses, equita-
tivamente divididas por género, clase y sexualidad, se topó con una negación
extrema y conservadora del evento por parte de la prensa. Se decidió que la
exposición no era representativa de la cultura y la tradición estadounidenses
que estos críticos canónicos buscaban legitimar con exclusividad. La reacción
en contra reveló que la creencia de que podríamos corregir los desequilibrios
era errónea. Para desplazar las líneas de demarcación debemos atender tanto
al nivel de la enunciación —lo que se dice en los discursos y lo que se hace en
la práctica en los museos y galerías— como al nivel de los efectos, es decir, al
modo en que lo que se dice articula jerarquías y normas, afirma la dominación
y el privilegio de la elite blanca heterosexual masculina como “sentido común”,
e insiste en que cualquier otra cosa es una aberración antiestética: mal arte,
política en lugar de arte, partidismo en lugar de valores universales, expresiones
motivadas en lugar de verdad y belleza desinteresadas.
Puesto que la potencia de la hegemonía no es pura dominación y absolu-
ta exclusión, funciona tratando de atraernos, de manera que se construya así
una autoidentificación eficaz con las formas hegemónicas: una “socialización”
específica e interiorizada que se “espera que sea positiva, pero que, si eso no
fuera posible, se basaría en un (resignado) reconocimiento de lo inevitable y lo
necesario”26. La lucha cultural del momento se centra específicamente en una
batalla en torno a los cánones de la literatura, la música y el arte. Estos desafíos
a las versiones existentes y selectivas de la creatividad histórica y contemporá-
nea, presentadas como lo singular y lo válido para todos los tiempos y lugares,
y a las que llamamos Tradición, han surgido de aquellas comunidades que ex-
perimentan más agudamente los efectos de las exclusiones. En nuestro deseo
de ser artistas, o especialistas o docentes, esta interiorización forzada de lo que
el currículo estándar o el estudio decreta acerca de la ausencia, la marginalidad
o la negación de nuestras propias comunidades de la esfera de la producción
46 Diferenciando el Canon
Pero al final del texto, como en “Lo siniestro”, los connoisseurs quedan reducidos
a la categoría de charlatanes superficiales enmarañados en opiniones subjetivas,
que elevan sus propias fantasías acerca de las obras de arte al estatus de cono-
cimiento, pero que son incapaces de resolver el enigma del texto en cuestión.
Así pues, la súplica que Freud les hace para que no sean críticos con él debe
interpretarse de manera irónica. Lo que Freud quiere decir es que el connoisseur
de arte critica sin saber de qué habla, puesto que está hablando sobre sí mismo;
únicamente el psicoanálisis puede destapar la “verdad histórica”, si no la verdad
“material” de lo que está diciendo28.
Por lo tanto, la opinión de Freud es que el “interés real del público por el
arte no radica en el arte mismo, sino en la imagen que se tiene del artista
como un ‘gran hombre’”, aun cuando este hecho esté a menudo reprimido29.
Desentrañar el enigma de un texto es, en consecuencia, violentar la imagen
idealizada del artista como genio, cometer una especie de “asesinato”, y de ahí
la resistencia, no solamente a la labor psicoanalítica sobre el arte en general,
sino a cualquier intento de análisis desmitificador como el que llevan a cabo
Parte I. Quemando el canon 49
las historias sociales, críticas y feministas del arte. Tanto en los escritos sobre
el arte —sus contemporáneos fueron algo así como los padres fundadores de
la disciplina y de los cánones de la historia del arte— como en el interés del
público general por el arte, Freud identificaba una combinación de tendencias
teológicas y narcisistas. Freud establecía paralelismos entre la historia de la hu-
manidad revelada en la antropología y la historia psicológica del individuo que
cartografiaba la disciplina que estaba inventando. De esta manera, los antiguos
rituales y formas de la religión, como el totemismo y el deísmo, parecían co-
rresponderse con los estadios del desarrollo psicológico infantil que opera en
cada individuo30. Freud discernía la manera en que lo que podíamos imaginar
como una práctica social muy sofisticada —la apreciación artística— puede
estar influida por estructuras psíquicas que son características de determinados
momentos potentes de la experiencia arcaica en la historia del sujeto humano y
que, de una forma sublimada, se perpetúan culturalmente en las instituciones
sociales y en prácticas culturales como la religión y el arte.
La valorización excesiva del artista en la historia del arte del Occidente mo-
derno como un “gran hombre” se corresponde con el estadio infantil de la
idealización del padre. Esta fase, sin embargo, queda rápidamente minada por
otro conjunto de sentimientos —de rivalidad y decepción— que pueden dar
lugar a una fantasía de competición y a la instalación de otra figura imaginaria:
el héroe, que siempre se rebela, que derroca o que incluso asesina al padre to-
dopoderoso. Sarah Kofman explica:
El tema del artista que incorpora tanto la devoción hacia el padre idealizado
como la identificación narcisista con el héroe nos conduce a otra observación
que debería resonarle a quien la lea pensando en la historia del arte canónica
y sus formas típicas de monografía, biografía y catalogue raisonné. Si el artista
funciona como un objeto heroico de fantasía narcisista, heredando la adoración
que se le profesaba al padre, esto podría explicar el fuerte interés por la biogra-
50 Diferenciando el Canon
Los biógrafos están obsesionados por sus héroes de una manera bastante especial.
En muchos casos han escogido a su héroe como el tema de sus estudios porque —
por razones de su propia vida personal emocional— han sentido un especial afecto
por él desde el inicio. Entonces dedican sus energías a esta tarea de idealización,
con el fin de incluir al gran hombre entre sus modelos infantiles, de revivir en él,
tal vez, la idea que el niño tiene de su padre. Para colmar este deseo borran los
rasgos individuales de la fisionomía de su sujeto; aplanan las huellas de las luchas
de su vida con las resistencias internas y externas y no toleran en él ningún vesti-
gio de debilidad o imperfección humanas. Entonces nos obsequian con lo de que
de hecho es una figura fría, extraña, ideal, en lugar de un ser humano con el que
podríamos habernos sentido cercanos en la distancia32.
Por una parte, la obra de arte es una de las ramificaciones de lo que está reprimido
en el artista, y como tal es simbólica y sintomática. Puede descifrarse a partir de
huellas, de detalles minúsculos que señalan que la represión no ha sido del todo
lograda; este fracaso es lo único que abre un espacio de legibilidad en la obra33.
Para Freud no hay misterio en el arte; pero sí el desafío de descifrar sus sig-
nificados, desafío que no se suscita porque el artista sea diferente, sino como
resultado de la “normalidad” del artista, del hecho de que este sea como el resto
de nosotros.
historia del arte demasiados apuntes acerca de la vida personal del artista —trau-
mas o experiencias específicamente femeninas, por ejemplo— o, si nos basamos
en nuestras propias experiencias vitales para ayudar a entender qué estamos mi-
rando, podrían rechazarnos por ofrecer unas lecturas demasiado subjetivas que
están insuficientemente contenidas por la necesaria objetividad de la distancia
histórica racional. Por otro lado, el feminismo puede reclamar de modo legítimo
estas ideas freudianas para apoyar la labor teórica de equilibrar la investigación
histórica con unas ideas cuidadosamente presentadas y desarrolladas a partir de
nuestras historias vividas acerca de la importancia de lo psicosimbólico en la ela-
boración y la interpretación de textos culturales.
El proyecto que propone Freud, sin embargo, que emerge en el mismo mo-
mento que la propia Historia del Arte llega a su madurez como disciplina, se ha
encontrado y aún se encuentra con una resistencia considerable, porque:
La lectura que hace Sarah Kofman de Freud, por lo tanto, establece dos registros.
Uno nos permite tener alguna intuición de lo que está en juego en la canonicidad,
en cuanto formalización de esta estructura religiosa-narcisista de idealización del
artista. La otra es hasta qué punto esa estructura está muy generizada. Padres, hé-
roes, rivalidades edípicas, no solo reflejan el sesgo específicamente masculino de
la atención de Freud. Apuntan a que, en términos estructurales, los mitos del arte
y del artista están moldeados dentro de la diferencia sexual y así lo representan en
la escena cultural. La pregunta fundacional de Linda Nochlin “¿Por qué no hay
‘grandes artistas mujeres’?” —con este añadido: “en el canon”— puede, mediante
este análisis, utilizarse para exponer las estructuras de narcisismo e idealismo del
canon, profundamente masculinistas36.
La cuestión, por lo tanto, es: ¿podríamos invertir esos elementos e insertar
una versión femenina? ¿Madres, heroínas, rivalidad edípica femenina, narcisismo
femenino, etc.? ¿Querríamos hacerlo? ¿O deberíamos intentar aliarnos con Freud
en el movimiento hacia una relación adulta, y no infantil, con el arte, buscando
desinvertirla incluso de un mito femenino, revisado, del artista, y dedicarnos al
análisis del enigma de los textos sin el obstáculo de esta idealización narcisista?
Parte I. Quemando el canon 53
Ilustración 1.3. Richard Samuel (fl. 1768-1787), Nine Living Muses, 1779, óleo sobre lienzo, 130 × 152,5 cm. Londres:
Royal Academy of Art. (De izquierda a derecha, sentadas: Angelica Kauffmann, Catherine Mabaulay, Elizabeth
Montagu; de pie: Elizabeth Carter, Anna Laetitia Barbauld, Elizabeth Linley-Sheridan, Hannah More, Charlotte Lennox)
54 Diferenciando el Canon
1 Rivkin, Ellis, The Shaping of Jewish History: A Radical New Interpretation, Nueva York, Scribner,
1971, p. 30.
2 Lacapra, Dominick, “Canons, Texts and Contexts”, en Representing the Holocaust: History, Theory,
Trauma, Ithaca, Cornell University Press, 1994, p. 19.
3 Thoré, Théophile, “Van der Meer of Delft”, Gazette des Beaux Arts 71, 1866, pp. 297-330, 458-470,
542-575; “Frans Hals”, Gazette des Beaux Arts 24, 1868, pp. 219-230, 431-448; Scheller, R. W.,
“Rembrandt’s Reputatie Houbraken tot Scheltema”, Nederlands KunsthistorischeJaarboek 12,
1961, pp. 81-118; Heiland, S. y Lüdecke, H., Rembrandt und die Nachwelt, Leipzig, 1960; Reff, T.,
“Manet and Blanc’s Histoire des Peintres”, Burlington Magazine 107, 1970, pp. 456-458.
4 Clark, Kenneth, “What is a Masterpiece?”, Portfolio, febrero-marzo 1980, p. 53.
5 Bloom, Harold, The Anxiety of Influence, Oxford, Oxford University Press, 1973 [ed. esp.: La
angustia de las influencias, Francisco Rivera (trad.), Caracas, Monte Ávila, 1991]; Pollock, Griselda,
Avant-garde Gambits: Gender and the Colour of Art History, Londres, Thames & Hudson, 1992.
6 Gates Jr., Henry Louis, Loose Canons: Notes on the Culture Wars, Nueva York y Oxford, Oxford
University Press, 1992.
7 Gates Jr., Henry Louis, “Whose Canon Is It Anyway?”, New York Times Book Review, 26 febrero de
1989, sección 7, 3, reimpreso en versión revisada en Loose Canons, como “The Master’s Pieces:
On Canon Formation and the African-American Tradition”, pp. 17-42.
8 Ibíd., p. 4.
9 Morrison, Toni, Playing in the Dark: Whiteness and the Literary Imagination, Cambridge, Mass. y
Londres, Harvard University Press, 1992, p. 5 [ed. esp.: Jugando en la oscuridad, Pilar Vázquez
(trad.), Madrid, Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, 2019].
10 Parker, Rozsika y Pollock, Griselda, Old Mistresses: Women, Art & Ideology, Londres, Pandora
Books, 1981 [nueva ed.: Londres, Rivers Oram Press, 1996] [ed. esp.: Maestras antiguas: mujeres,
arte e ideología, Raquel Vázquez (trad.), Tres Cantos, Akal, 2021].
notas
11 Gorak, Jan, The Making of the Modern Canon: Genesis and Crisis of a Literary Idea, Londres, Athlone
Press, 1991; Von Hallberg, Robert (ed.), Canons, Chicago, Chicago University Press, 1984; Lauter,
Paul, Canons and Contexts, Nueva York, Oxford University Press, 1991 y un número especial de
Salmagundi, 72, 1986. Los desafíos feministas al canon comenzaron en la década de 1970. Linda
Nochlin (que tomó la iniciativa de cuestionar el canon histórico del arte en “Why Have There Been No
Great Women Artists?”, en Thomas B. Hess, y Elizabeth C. Baker (eds.), Art & Sexual Politics, Nueva
York y Londres, Collier Macmillan, 1973) organizó una sesión en 1991 en la College Art Association
(CAA) de Nueva York llamada Firing the Canon, que fue el primer lugar en el que yo expuse estos
argumentos. Salomon, Nanette, “The Art Historical Canon: Sins of Omission”, en Joan Hartmann
y Ellen Messer-Davidow, (En)gendering Knowledge: Feminism in Academe, Knoxville, University of
Tennessee Press, 1991, pp. 222-236; Rifkin, Adrian, “Art’s Histories”, en Al Rees y Frances Borzello
(eds.), The New Art History, Londres, Camden Press, 1986, pp. 157-163. Véase “Rethinking the
Canon”, una colección de ensayos, en Art Bulletin 78, 2, junio de 1996, pp. 198-217.
12 Se le preguntó a H. W. Janson el porqué de esa omisión y afirmó que nunca había habido una mujer
artista que hubiera cambiado la trayectoria de la historia del arte y, por lo tanto, que mereciera la
inclusión en su obra. Salomon, Nanette, op. cit., p. 225.
13 Hardy Aiken, Susan, “Women and the Question of Canonicity”, College English 48, 3, marzo de
1986, pp. 288-299.
14 Ibíd., p. 297.
15 Ibíd., p. 298.
16 Ibíd.
17 Bloom, Harold, The Western Canon: The Books and Schools of the Ages, Nueva York, Harcourt &
Brace, 1994, p. 3 [ed. esp.: El canon occidental, Damián Alou (trad.), Barcelona, Anagrama, 1995].
18 De Lauretis, Teresa, “The Technology of Gender”, en Technologies of Gender: Essays on Theory,
Film and Fiction, Londres, Macmillan, 1987, p. 25.
Parte I. Quemando el canon 57
19 Ibíd., p. 26.
20 Barthes, Roland, “Myth Today”, en Mythologies [1957], Annette Lavers (trad.), Londres, Paladin
Books, 1973 [ed. org.: Mythologies, París, Éditions du Seuil, 1957; ed. esp.: Mitologías, Buenos
Aires, Siglo xxi, 1980].
21 “Lo que el mundo aporta al mito es una realidad histórica, definida […] por la manera en la que los
hombres la han producido o empleado; y lo que el mito da de vuelta es una imagen natural de esta
realidad.” Ibíd., p. 142.
22 Williams, Raymond, Marxism and Literature, Oxford, Oxford University Press, 1977, p. 115 [ed.
esp.: Marxismo y literatura, Guillermo David (trad.), Buenos Aires, Cuarenta ríos, 2010].
23 Ibíd.
24 Ibíd., p. 116.
25 Spivak, Gayatri Chakravorty, “Imperialism and Sexual Difference”, Oxford Literary Review 8, 1-2,
1986, p. 225.
26 Williams, Raymond, op. cit., p. 118.
27 Freud, Sigmund, New Introductory Lectures [1933], Penguin Freud Library, 2, Harmondsworth,
Penguin Books, 1973 [ed. org.: Neue Folge der Vorlesungen zur Einfuhrung in die Psychoanalyse,
G.S., 12, 151; G.W., 15; ed. esp.: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933), José
Etcheverry (trad.), Buenos Aires, Amorrortu, 2017].
28 Kofman, Sarah, The Childhood of Art: An Interpretation of Freud’s Aesthetics, Winifred Woodhull
(trad.), Nueva York, Columbia University Press, 1988, p. 11 [ed. org.: L’enfance de l’art: Une
interprétation de l’esthétique freudienne, París, Payot, 1970; ed. esp.: El nacimiento del arte. Una
interpretación de la estética de Freud, Patricio Cantó (trad.), Buenos Aires, Siglo xxi, 1973].
29 Ibíd., p. 15.
30 En este punto siempre hay quien se altera, porque parece sugerir que se está llamando infantiles a
determinadas poblaciones que aún se aferran a estas formas de religión. El error es suponer que
notas
el estadio infantil es propio de la infancia, así como que se supera alguna vez. Las experiencias
arcaicas y sus fantasías correspondientes siguen siendo un rico recurso y un condicionante de
peso en el comportamiento adulto. Infantil es un término técnico y se refiere tanto a los momentos
fundacionales de las historias psicológicas individuales como a un registro continuado de sentidos
y afectos en el sujeto humano.
31 Kofman, Sarah, op. cit., p. 18.
32 Freud, Sigmund, “Leonardo da Vinci and a Memory of His Childhood” [1910], en Penguin
Freud Library, 14, Harmondsworth, Penguin Books, 1985, pp. 143-232 [ed. org.: Fine
Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci, G.S., 9, 371; G.W., 8, 128; ed. esp.: Un recuerdo infantil
de Leonardo Da Vinci, José Etcheverry (trad.), Buenos Aires, Amorrortu, 2014].
33 Kofman, Sarah, op. cit., p. 15.
34 Ibíd., p. 20.
35 Ibíd., p. 21.
36 La primera versión de este famoso ensayo, publicado en Vivian Gornick y Barbara K. Moran (eds.),
Woman in a Sexist Society, Nueva York, Basic Books, 1971, pp. 480-511, llevaba ese título. La
publicación posterior en Thomas B. Hess y Elizabeth C. Baker (eds.), Art & Sexual Politics, Nueva York
y Londres, Collier Macmillan, 1973 se titula: “Why Have There Been No Great Women Artists?”
37 Me apoyo aquí en los argumentos de Silverman, Kaja, en The Acoustic Mirror, Bloomington, University
of Indiana Press, 1988, p. 125, sobre la manera en que el feminismo se basa en los “recursos libidinales
del complejo de Edipo negativo”, refiriéndose este último al deseo edípico de la niña por la madre, así
como su identificación con ella en la formación de su propia feminidad. Ese deseo, presente en todas
las mujeres, está reprimido por la cultura. Este comentario no quiere decir que el feminismo descubriera
el deseo sexual centrado en la mujer, sino que desató dentro de una corriente cultural ese elemento del
inconsciente femenino al que lo Simbólico falocéntrico niega el apoyo representacional.
38 Freud, Sigmund, “Leonardo da Vinci and a Memory of His Childhood”, op. cit.
58 Diferenciando el Canon
Ilustración 2.1. Adélaïde Labille Guiard (1749-1803), Autorretrato con dos alumnas: la señorita Marie Capet
(1761-1818) y la señorita Carreaux de Rosemond (fl. 1788), 1785, óleo sobre lienzo, 210,8 × 151,1 cm. Nueva York.
Museo de Arte Metropolitano
Parte I. Quemando el canon 59
DIFERENCIANDO: EL ENCUENTRO
DEL FEMINISMO CON EL CANON
TRES POSICIONES
primera posición
cipación continua de las mujeres en las bellas artes siguen siendo el paso funda-
mental para exponer el carácter selectivo del canon y sus sesgos de género. Pero,
a pesar del volumen en aumento de las investigaciones y de las publicaciones
sobre artistas que son mujeres, la Tradición sigue siendo la tradición, con las
mujeres en sus compartimentos especiales y separados, o añadidas como suple-
mentos de corrección política. En el Relato sobre el Arte, las artistas mujeres son
un contrasentido, un añadido incomprensible, disponible en nuestros tiempos
postfeministas para aquellas mujeres interesadas en leer sobre esta marginalia.
La verdadera historia del arte sigue sin haber sido afectada en lo esencial porque
su centro mitológico y psíquico no tiene que ver de manera fundamental o ex-
clusiva con el arte o con sus historias, sino con el sujeto masculino occidental,
con sus apoyos míticos y sus necesidades psíquicas. El Relato del Arte es un
Relato ilustrado del Hombre. Con ese fin y, paradójicamente, necesita invocar
de forma constante una feminidad concebida como lo otro negado, que es lo
único que permite la inexplicada sinonimia entre hombre y artista.
Sin embargo, como apunta de manera tan sugerente la expresión “Maestra
Antigua”, empleada por primera vez en 1972 por Ann Gabhart y Elizabeth
Broun, la exclusión de las mujeres es algo más que un mero descuido3. No hay
un término equivalente de valoración y respeto para las grandes maestras del
arte que pueda compararse con el de los maestros antiguos que forman la sus-
tancia misma del canon. Estructuralmente, sería imposible volver a admitir a
las mujeres artistas excluidas, como Artemisia Gentileschi o Mary Cassatt, a un
canon ampliado, sin malinterpretar de manera radical su legado artístico o sin
que se produzca un cambio de peso en el concepto mismo de canon en cuanto
el discurso que legitima el arte que debemos estudiar. A nivel político el canon
está “en lo masculino”, así como en el plano cultural es “de lo masculino”. Esta
afirmación no resta valor a la labor vital e importantísima que se ha llevado a
cabo en la investigación, la documentación y el análisis de las mujeres artistas
en antologías, monografías y estudios exhaustivos. Los términos establecidos
por la tradición selectiva hacen que revisar por completo el olvido de las mu-
jeres artistas sea un proyecto imposible, porque una revisión de este tipo no se
enfrenta a dichos términos, que son los responsables de ese olvido. Así pues,
después de más de veinte años de labor feminista rectificando los huecos del ar-
chivo, aún nos enfrentamos a la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos conseguir
que el trabajo cultural de las mujeres sea una presencia efectiva en el discurso
cultural, que cambie tanto el orden del discurso como la jerarquía de género en
un único y mismo movimiento deconstructivo?
Parte I. Quemando el canon 61
segunda posición
Las mujeres siempre han creado arte. Pero las artes más valoradas por la sociedad
masculina les han estado vedadas a las mujeres únicamente por ser mujeres. En
lugar de dedicarse a ellas, han invertido su creatividad en las artes de la aguja,
que existen en una variedad increíble, y que, de hecho, son una forma de arte
universal femenina que transciende la raza, la clase y las fronteras nacionales. El
de la aguja es un arte en el que las mujeres controlaban la educación de sus hijas
y la producción de arte, en el que eran también la crítica y el público. […] Es
nuestra herencia cultural5.
Las obras tejidas, bordadas o cosidas de las mujeres han revelado que el inten-
to del canon occidental de valorar por encima de todas las demás su cultura
de las bellas artes mediante una jerarquía de medios, instrumentos y mate-
riales reviste un carácter problemático. Crear arte con pigmentos y lienzos,
mármol o bronce se ha convertido en algo culturalmente más avanzado que
hacerlo con telas e hilos, madera, arcilla y pigmentos. Las feministas, sin
embargo, han defendido que en el textil reside un valor cultural profundo,
más allá de su valor utilitario, y que constituye un espacio de producción
de significados culturales (religiosos, políticos, morales, ideológicos). Así,
la división canónica entre las formas de arte manuales e intelectuales, entre
las prácticas auténticamente creativas y las meramente decorativas, ha sido
desafiada en nombre no solo de las mujeres occidentales sino de las culturas
no occidentales en general. Al mostrar cómo el arte del bordado, que en
un momento dado fue la forma cultural más valorada de la cultura ecle-
siástica medieval, fue progresivamente desprofesionalizado, domesticado y
62 Diferenciando el Canon
tercera posición
Según el discurso psicoanalítico, cada sujeto, cada sexo, cada identidad ex-
perimenta procesos y estructuras de diferenciación que, sin embargo, aparecen
en las representaciones culturales, desde el lenguaje hasta el arte, como posicio-
nes separadas, como sexos fijos, como identidades distintivas que no necesitan
de una producción. Salir de la representación de una diferencia innata, anató-
mica o biológicamente determinada, y encaminarse hacia los procesos siempre
inestables y desintegradores de la diferenciación psicológica y semiótica, con el
juego siempre dinámico de la subjetividad, crea espacios para una diferencia-
ción feminista de la canonicidad, que es un elemento en la política más amplia
de la diferenciación de los órdenes actuales de la diferencia sexual.
Si esta alianza con las historias del sujeto y con las teorías de su sexuación
nos permite desestabilizar la imagen ilusoria del sujeto masculino, también
deshace todo mito comparable de la feminidad, la idea de que la feminidad es
algo o tiene una esencia, que es el opuesto de la masculinidad, que lo femenino
es, en cualquier sentido, menos conflictivo o deseante. Para el sujeto femenino,
por definición, debe haber una subjetividad tan compleja, ambivalente, con-
tradictoria y precaria. En algunos momentos ambos comparten procesos com-
parables en su formación arcaica. Pero están sometidos a marcas de distinción
allí donde una cultura ya erigida sobre la diferencia del sexo se anticipa a sus
sujetos aún no formados con unas expectativas fijas y que fijan. Estos signos
culturales de un sistema concreto de la diferencia sexual son la señal de entrada
que el análisis feminista escoge para su enfrentamiento con el falocentrismo.
Pero lejos de limitarse a repudiar cualquier señal de feminidad y de diferencia
femenina como el efecto de un sistema falocéntrico, el feminismo también re-
conocía que en las variaciones, etiquetadas como femeninas, de las trayectorias
que conducen a la sexuación (inestable) de la subjetividad se sitúan las fuentes
del placer en y de lo femenino y la articulación de deseos femeninos específica-
mente confrontacionales.
Por supuesto, hay feminidades en plural, más que una feminidad y punto. El
enfrentamiento entre las lecturas feministas y el canon debe desordenar el fami-
liar régimen de la diferencia, pero no en el nombre de una indiferenciación liberal
(somos todos seres humanos) ni en términos de una diferencia absoluta y funda-
mental (hombres contra mujeres) (¿Qué hombres? ¿Y qué mujeres?). El proyecto
de una crítica feminista se emprende en nombre de quienes sufren más los efectos
de un régimen de la diferencia que impone su precio a todos los sujetos que cons-
tituye. Quienes viven bajo el signo de Mujer, marcadas como “femeninas”, tienen
un interés especial en la deconstrucción del falocentrismo y un propósito concre-
Parte I. Quemando el canon 67
cuerpo psíquico y material (lo que Freud llama los impulsos y sus representantes)
a interaccionar con las limitaciones sociales de sus procesos y potencialidades (la
familia, los modos de producción, etc.), poniendo las relaciones de fantasía (el
inconsciente) a interaccionar con la función del intercambio social y el estableci-
miento de autoridad. Este modelo siempre implica los medios del cambio, una
transgresión de la frontera de lo simbólico por las irrupciones procedentes del
exceso de lo semiótico con sus relaciones privilegiadas con los momentos arcaicos
de las pulsiones y del espacio/voz/mirada materna. Kristeva sitúa el arte —litera-
tura, poesía, danza, música, pintura— como un medio privilegiado y, sin embar-
go, no regresivo para renovar —y en ocasiones para revolucionar— lo simbólico
y lo social, es decir, para cambiar radicalmente el orden social del significado,
porque hace posible nuevas concatenaciones de significantes y nuevas relaciones
subjetivas con ellos.
Así, la prehistoria de la criatura que será llamada a verse a sí misma como mu-
jer no es la imagen en el espejo de ese término porque haya nacido mujer. Esa pre-
historia, sin embargo, está siempre en proceso de devenir un sujeto en lo femenino
y siempre habrá un exceso específico para ese sujeto protofemenino porque ese
devenir ocurre bajo el siempre y ya activo falocentrismo, en sí estructurado por la
feminidad que trata de negar en cuanto ausencia. Por lo tanto, la ecuación entre
feminidad y exceso transgresor que puede oponerse al orden presente es a la vez
una propiedad estructural, tal y como propone Kristeva en sus primeras obras, y
un proceso más experiencial que el feminismo emprende de manera activa. Pero,
si adoptamos esa posibilidad de hablar de la feminidad y de su relación privilegia-
da con la revolución sin tener en cuenta el aspecto lingüístico estructural, caemos
de bruces en la trampa falocéntrica de las oposiciones binarias, de la diferencia
fijada, como si el feminismo o la práctica estética tuviera que alimentarse única-
mente a partir de lo que las “mujeres” son. La feminidad entonces tendría única-
mente el significado de un sinónimo innecesario de Mujer/mujeres, cuando todo
el sentido de este difícil pasaje teórico a través de la semiótica, la deconstrucción
y el psicoanálisis es tratar de definir la magnitud de la distancia y la diferencia
entre “ser mujer” y “devenir en lo femenino”. De esa diferencia depende nuestra
política y la posibilidad de un cambio real.
En las partes finales de este libro me basaré en otra teoría psicoanalítica femi-
nista que trata de realinear el orden simbólico mediante un reconocimiento de
una estructuración no esencialista del sujeto en relación con la invisible especifi-
cidad del cuerpo femenino y sus efectos en la fantasía sobre la formación psíquica
de la subjetividad, la sexualidad y el arte. Es la teoría de la Matriz propuesta por
Bracha Lichtenberg Ettinger18, que defiende que las revisiones teóricas de Julia
Kristeva están aún insertas en un relato fálico de la aparición de la subjetividad
sexuada. Lichtenberg Ettinger define lo femenino como la base para un estrato
de la subjetividad en la que hay una diferencia mínima —distancia y cercanía—
desde la concepción, y no solamente después de la castración o en la anticipación
de esta. Frente a un modelo falocéntrico en el que el sujeto se forma mediante
el encuentro siempre traumático con el principio de diferencia, mediante una
serie de separaciones amenazantes que están veladas por la angustia y, en el sujeto
masculino, rechazadas vía el fetichismo y el complejo de castración, Lichten-
berg Ettinger delinea una coemergencia arcaica de subjetividades parciales “en
lo femenino”. Estas se derivan de la huella fantástica de la especificidad invisi-
ble de la sexualidad femenina en los sujetos-en-devenir, tanto femeninos como
masculinos. El concepto de la Matriz, que realinea la subjetividad alejándose de
Parte I. Quemando el canon 73
Ilustración 2.2. Angelica Kauffmann (1741-1805), Dibujo, 1779, grisalla, 130 × 147 cm. Londres: Royal Academy
historias de nuestros propios egos ideales: las mujeres artistas que hemos ter-
minado por amar y que necesitamos amar para encontrar un espacio cultural
y una identificación para nosotras, como manera de articularnos nosotras, de
crear una diferencia con los sistemas actuales que gestionan la diferencia sexual
como una negación de nuestra humanidad, creatividad y seguridad.
Estoy buscando maneras de ser capaz de escribir sobre artistas que son hom-
bres y artistas que son mujeres para ir más allá del concepto de diferencia bina-
ria de género. En mi viaje por los desfiladeros del psicoanálisis me encuentro
rastreando tanto las coincidencias como las divergencias entre los dos. El signo
de un interés convergente de lo masculino y lo femenino, siempre sexualmente
diferenciado y diferenciador, es la “madre”, un signo en la fantasía psíquica y un
aspecto del espacio de significación cuyo “asesinato”, o tal vez represión, ha sido
identificado de manera sistemática como una necesidad estructural para las socie-
dades patriarcales y un mito fundacional de estas. Una de las caras de la cultura
moderna es la construcción de la identidad artística que no es solamente viril,
sino autogenética, que reclama la creatividad para su yo masculino mediante
un desplazamiento radical de lo materno femenino en imaginarios de cuerpos
lesbianos y prostitucionales. El cuerpo figuradamente no materno de la mujer
Parte I. Quemando el canon 75
sexualizada, de la prostituta, funciona dentro del canon del arte moderno, des-
de Manet a Picasso y De Kooning, de una forma tan obsesivamente recurrente
como lo hicieron las imágenes de la Madonna ausente y su Hijo rey en la cultura
renacentista. Pero, como defenderé en los dos capítulos siguientes, lo materno
invade la cultura que los hijos modernos trataron de crear. Una “visión desde otra
parte” feminista dentro del campo discursivo político, que escudriña el primer
arte moderno, revela la “ambivalencia del cuerpo materno” en la retórica estilísti-
ca y las “innovaciones” formales por las que esta fracción de la vanguardia ha sido
canonizada. La madre es un espacio y una presencia que estructura subjetividades
tanto masculinas como femeninas, pero de manera diferente.
La trayectoria del libro sigue, estudiando caso a caso, las cuestiones de la diferen-
ciación feminista del canon mediante el deseo de reconocer de alguna manera y de
hablar de lo materno en toda su ambivalencia y centralidad estructural para los dra-
mas del sujeto, de las narraciones de la cultura y las posibilidades de lectura dentro
de las “inscripciones de/en/desde lo femenino” de la cultura. Sin privilegiar en ab-
soluto el maternalismo o la maternidad, las teorizaciones feministas de lo femenino
y los análisis de las representaciones fabricadas dentro de sus economías psíquicas
tienen que retrabajar y pensar a través de la madre: voz, imagen, recurso, ausencia
y espacio fronterizo matricial (Bracha Lichtenberg Ettinger). Identificar e incluso
interrumpir el asesinato matricida característico de la cultura del período moderno
occidental en la obra de Van Gogh y Toulouse-Lautrec, explorar la fantasía y la
pérdida de lo materno en las formaciones culturales y las trayectorias individuales
subjetivas en las pinturas de la artista italiana del siglo xvii Artemisia Gentileschi y
reconocerlo en la obra de la artista moderna americana Mary Cassatt, una obra que
ya ofrecía una contramodernidad en los mismos espacios que su canónico confrère
Degas, leer buscando la co-emergencia femenina a través de los discursos de clase y
raza en Manet: este es mi proyecto.
Pero mientras que la figura de “la madre” funciona como una inquietud organi-
zadora, se explora también la de “la hermana” a través del estudio de las diferencias
entre mujeres y de las posibilidades de alianza (Ilustración 2.3). La sororidad ha
sido un eslogan muy importante para el movimiento de las mujeres de la década de
1970 y naufragó en los acantilados del racismo y las relaciones de clase no recono-
cidas. Pero el feminismo, aunque ya no asuma con complacencia una colectividad
llamada mujeres, debe, por la naturaleza de su proyecto, trabajar sin cesar para crear
una colectividad política. La ambivalencia y el antagonismo entre mujeres no pue-
de borrarse mediante una idealización eufórica. Pues, una vez que exploremos los
temas de lo materno y de la pérdida femenina, tendremos que generar activamente
76 Diferenciando el Canon
notas
5 Mainardi, Patricia, “Quilts - The Great American Art”, The Feminist Art Journal 2, 1, 1973,
reimpreso en Feminism and Art History: Questioning the Litany, Norma Broude y Mary D. Garrard
(eds.), Nueva York, Harper & Row, 1982, p. 331.
6 Parker, Rozsika, The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine, Londres,
Women’s Press, 1984. Véase también “Mujeres mañosas y la jerarquía de las artes”, en Parker,
Rozsika y Pollock, Griselda, op. cit.
7 De Lauretis, Teresa, “The Technology of Gender”, en Technologies of Gender: Essays on Theory,
Film and Fiction, Londres, Macmillan, 1987.
8 Este concepto se elaboró originariamente en la introducción a mi libro Vision and Difference:
Feminism, Femininity and the Histories of Art, Londres, Routledge, 1988 [ed. esp.: Visión y
diferencia, Azucena Galettini (trad.), Buenos Aires, Fiordo, 2013].
9 Kristeva, Julia, “Women’s Time” [1979], en The Kristeva Reader, Toril Moi (ed.), Oxford, Basil
Blackwell, 1986, pp. 187-213 [ed. org.: “Le temps des femmes” en 33/44: Cahiers de recherche de
sciences des textes et documents 5, invierno 1979, pp. 5-19].
10 Foucault, Michel, The History of Sexuality, Harmondsworth, Penguin Books, 1979 [ed. org.: Histoire
de la sexualité, 1. La volonté de savoir, París, Gallimard, 1976; ed. esp.: Historia de la sexualidad, 1: La
voluntad de saber, Ulises Guiñazú (trad.), Siglo xxi, 2005] sería un gran ejemplo de cómo inscribir la
sexualidad en la historia y situar el psicoanálisis dentro de un marco histórico.
11 Rubin, Gayle, “The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex”, en Toward an
Anthropology of Women, Rayna Reiter (ed.), Nueva York, Monthly Review Press, 1975, pp. 157-210 [ed.
esp.: “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, Revista Nueva Antropología,
noviembre, año/vol. VIII, número 030, 1986, UNAM, pp. 95-145].
12 Para un útil debate sobre la importancia social y el estatus teórico distintivo de lo que teorizó Freud,
véase Hirst, Paul y Woolley, Penny, Social Relations and Human Attributes, Londres, Tavistock
Publications, 1982, especialmente el cap. 8: “Psychoanalysis and Social Relations”, pp. 140-163.
78 Diferenciando el Canon
13 Derrida, Jacques, “Différance”, en Speech and Phenomena and Other Essays on Husserl’s Theory
of Signs, David B. Allison (trad.), Evanston, Northwestern University Press, 1973, p. 129 [ed. org.: La
Voix et le Phénomène, París, Presses Universitaires de France, 1967; ed. esp.: La voz y el fenómeno,
Patricio Peñalver (trad.), Valencia, Pre-Textos, 1993].
14 Este argumento es convincentemente situado en su contexto histórico por Riley, Denise, Am I That
Name? Feminism and the Category of “Woman” in History, Londres, Macmillan, 1988.
15 Kristeva, Julia, “The System and the Speaking Subject”, Times Literary Supplement, 12 de octubre
de 1973, pp. 1249-1252, reimpreso en The Kristeva Reader, pp. 24-33.
16 Es confuso porque ella usa este término, simbólico, de una manera que difiere de como lo emplea
Lacan, con una S mayúscula, Simbólico. En la teoría de Kristeva, semiótico y simbólico son
características de los sistemas de significación, no los nombres, como Imaginario o Simbólico,
de registros actuales del sentido y disposiciones psíquicas. Lo Simbólico es un ámbito o un orden
que contiene elementos tanto simbólicos como semióticos, aunque no puede agotar lo semiótico.
Véase Oliver, Kelly, Reading Kristeva, Bloomington, Indiana University Press, 1993, pp. 9-12.
17 Ibíd., p. 30.
18 Para ver una muestra de la escritura sobre arte y la Matriz de esta teórica/artista, véase Lichtenberg
Ettinger, Bracha, “The With-In-Visible Screen”, en Inside the Visible: An Elliptical Traverse of
Twentieth Century Art in, of and from the Feminine, Catherine de Zegher (ed.), Boston, MIT Press,
1996, pp. 89-116 [ed. esp.: “La pantalla con-in-visible”, en Lichtenberg Ettinger, Bracha, Proto-
ética matricial. Ensayos filosóficos sobre el arte y el psicoanálisis, Julián Gutiérrez Albilla (trad.),
Barcelona, Gedisa, 2019].
19 La bibliografía sobre las teorías de Bracha Lichtenberg Ettinger es ya bastante amplia. Algunos
escritos clave son “Matrix and Metramorphosis”, Differences 4, 3, 1992, pp. 176-207; The Matrixial
Gaze, University of Leeds, Feminist Arts and Histories Network Press, 1994; “The With-in-Invisible
Screen”, op. cit., y “The Red Cow Effect”, en Beautiful Translations ACT 2, Londres, Pluto Press,
notas
1996 [ed. esp.: “El efecto de la vaca roja”, en Lichtenberg Ettinger, Bracha, Proto-ética matricial.
Ensayos filosóficos sobre el arte y el psicoanálisis, op. cit.].
79
PARTE II
Leyendo a contrapelo:
leer buscando...
El canon se sostiene gracias a la potencia de los relatos que narra sobre los artis-
tas. Estas mitologías no son siempre la misma. Algunas recurren a imágenes de
sufrimiento personal que tienen casi un aura religiosa; otras inciden en un per-
sonaje laico, abiertamente sexual. Tanto lo sacrificial como lo viril son elementos
de una construcción de la masculinidad moderna. En esta sección, dos artistas,
Vincent van Gogh y Henri de Toulouse-Lautrec, proporcionan dos casos de es-
tudio de estas diferentes facetas de las mitologías masculinistas del arte moderno.
Se someten aquí a una lectura feminista irreverente, que busca desacralizar los
discursos que sostienen su iconicidad cultural. El propósito, no obstante, no es
desnudarlos, sino más bien encontrar maneras de leer ese momento de la histo-
ria del arte que, de manera diversa, representan Van Gogh y Toulouse-Lautrec,
en busca de otro subtexto que un análisis feminista podría sacar a la luz a partir
de las mitologías de los relatos sobre el arte moderno y de vanguardia. Nuestra
intención es entender las maneras en que los regímenes históricos de la diferen-
cia sexual, tal y como los teorizó su contemporáneo más joven, Sigmund Freud,
conforman una trayectoria del arte moderno en torno a lo que he denominado
“la ambivalencia del cuerpo materno”.
80 Diferenciando el Canon
Ilustración 3.1. Vincent van Gogh (1853-1890), Mujer campesina encorvada, vista desde atrás,
1885, tiza negra sobre papel, 52,5 × 43,5 cm. Otterlo, Rijksmuseum Kroeller Mueller
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 81
Ilustración 3.2. Postal con portadas de libros, incluyendo El anhelo de vivir, de Irving Stone y Moulin Rouge, de Pierre La Mure
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 83
MUJERES AGACHADAS
Millet los cuerpos trabajando, Van Gogh se dedicó a dibujar a los campesinos
locales mientras realizaban las labores típicas rurales y estacionales que se ha-
bían popularizado en la serie de grabados de Millet, Les Travaux des Champs
(Las labores del campo), de 18537.
La mayoría de los estudios de Van Gogh según el modelo de Millet son dibu-
jos mucho más elaborados que Mujer campesina encorvada. Tienen más contexto
y representan una tarea reconocible, como cavar patatas o gavillar cereal. Muchos
de ellos muestran a mujeres campesinas de avanzada edad agachándose para ha-
cer su trabajo. Agacharse tiene, por lo tanto, unas connotaciones de clase especí-
ficas. Es una postura agotadora. Las damas no se agachan ni podrían hacerlo. Es
también una postura vulnerable. Potencialmente es una postura sexual para un
tipo de coito conocido como more ferrarum, al estilo de los animales.
A veces el dibujo (Ilustración 3.1) lleva el título de Mujer campesina espigan-
do. Ese título específico intenta asociar el dibujo a un género, a una narración
histórica del arte mediante la cual pueda insertarse a Van Gogh dentro de una
tradición, dentro del canon, a través de su aparente deferencia hacia los pinto-
res establecidos del género de la pintura rural: Las espigadoras de Millet (Ilus-
tración 3.3) y La retirada de las espigadoras de Jules Breton (Ilustración 3.4). La
versión escultórica de la postura que ejecuta Millet parece desmentir cualquier
connotación sexual, dignificando la acción del trabajo, el espigar; situando a es-
tas trabajadoras, las más pobres del medio rural, en primer plano de un cuadro
monumental sobre las relaciones sociales en la agricultura capitalista moderna8.
Los cuerpos están cuidadosamente construidos mediante la representación de
sus trajes. La tela basta, pesada, lastra los cuerpos. Los rostros serios y las manos
castigadas por la acción del clima, del color de la tierra y del cuerpo, insisten
en una lectura de los cuerpos laboriosos conformados, marcados, reforzados y
agotados por las puras exigencias físicas del trabajo cotidiano. Son imágenes de
mujeres trabajadoras, de mujeres a quienes el trabajo que las empobrece las ha
hecho como son.
El punto de vista que propone la composición de Millet define una manera
de leer el cuadro. La persona que mira el cuadro se sitúa en un ángulo oblicuo
con respecto a las mujeres que avanzan desde el fondo. La mujer que vemos casi
de espaldas no se agacha, sino que se la ha captado inclinándose hacia adelante,
en el principio o el final del movimiento. La posición del observador es tam-
bién baja; la mirada se dirige hacia arriba, pasa por las mujeres y llega hasta la
inmensa explanada que se extiende detrás, donde una buena dosis de actividad,
brillantemente iluminada, atrae (y, por lo tanto, distrae) su atención.
86 Diferenciando el Canon
sino contra el hombre o, mejor dicho, contra el orden que crea esa división
sexual? Aquí estoy cayendo en mi propia trampa, en una oposición binaria,
limitándome a devolver la violencia que yo siento que se le ha hecho a la mujer
por parte del hombre que la convirtió en el modelo de esta imagen con mi pro-
pia violencia ruda que denuncia el dibujo y al hombre que lo hizo. Esta manera
de negociar mi incomodidad es demasiado ad hominen así como demasiado
ad feminam, y para captar mejor los problemas estructurales y su resolución
deberíamos comentar con una pregunta adecuada de historia del arte: ¿Cómo
se hizo este dibujo?
EN UN ESTUDIO DETRÁS
DE LA VICARÍA DE NUENEN
En agosto de 1885 un hombre holandés con algo de dinero le pidió a una mu-
jer anciana que fuera su modelo improvisada. Él es burgués; ella procede de la
clase obrera rural. Él es de la elite protestante que es dueña de las fábricas de la
aldea; ella forma parte de la mayoría católica empobrecida de trabajadores del
campo y de la fábrica a los que da empleo la burguesía protestante. ¿Por qué
accedió ella?
Van Gogh se queja en sus cartas de las dificultades que tiene para conseguir
modelos en esta aldea tan alejada de los centros de producción artística. Las
trabajadoras locales acceden a las extrañas peticiones del artista únicamente
porque necesitan dinero. ¿Por qué necesitan dinero? A mediados de la déca-
da de 1880, la tradicional economía de subsistencia del campesinado estaba
siendo rápidamente invadida por la tardía capitalización de la agricultura, que
introducía el dinero como la necesaria moneda de intercambio. La familia Van
Rooij, de donde procedían las modelos que Van Gogh contrataba, no poseía
tierras en la comuna de Nuenen. Trabajaban para otras personas por un salario,
sobre todo como temporeros en la época de la cosecha. En ese momento no
habrían necesitado el dinero de Van Gogh. Él trató primero de seguir a los co-
sechadores en los campos y dibujarlos mientras trabajaban. Pero los dibujos se
ensuciaban y se llenaban de moscas y de arena. La gente no se quedaba quieta.
Así que contrató modelos entre quienes aún no tenían empleo, eran demasiado
viejos o estaban demasiado enfermos para que los contrataran en los campos.
Como aquellas mujeres urbanas a las que la pobreza empujaba a la prostitu-
ción, esta mujer se vendió al artista. Intercambió la vista de su cuerpo, posando
88 Diferenciando el Canon
a la dama burguesa. Y también lo eran las nalgas, pero pocas veces se imagina-
ron o se hicieron imagen como en el dibujo de Van Gogh.
Los cuerpos del siglo xix estaban definidos por la clase, además de por el
género. Para las mujeres trabajadoras, estos dos órdenes —del poder y de la
identidad social y sexual— a menudo estaban en contradicción. Un cuerpo
que trabajaba devenía un cuerpo femenino que ya no era cotizado, atractivo.
Sin embargo, el cuerpo de la mujer trabajadora era claramente un cuerpo se-
xual distinto. Mediante los complejos desplazamientos del imaginario social y
sexual burgués, el cuerpo de la mujer trabajadora significaba “hembra” en el
90 Diferenciando el Canon
sentido relacionado con lo físico e incluso con lo animal y creaba así un estadio
de la dicotomía entre lo femenino y la hembra que tan importante fue para
el desarrollo psicosexual masculino burgués. Como Freud demostraba en sus
artículos sobre la psicología del amor, los hombres burgueses fantaseaban en el
hiato entre los cuerpos incongruentes de las damas —lo femenino (derivado de
la madre idealizada y pocas veces atisbada)— y de las mujeres de clase obrera
—la hembra (la doncella o la criada, socialmente inferior, pero íntimamente
conocida, olisqueada y tocada)—. Los hombres burgueses proyectaban en esa
disyuntiva el dolor de su propia formación masculina, y castigaban al cuerpo
hembra que les incitaba a la ambivalencia imaginándolo como el locus de una
sexualidad animal, desregulada, que era a la vez liberadora y asquerosa, familiar
y extraña. Este cuerpo fantaseado y socialmente otro, era un vínculo conso-
lador a algún momento arcaico y, sin embargo, a la vez, era profundamente
perturbador en esa reminiscencia de la dependencia o incluso de la vergüenza
infantil y de la necesaria expulsión edípica de una intimidad anhelada pero
prohibida y de una etapa de la erotización primaria11.
Cuando se mira con más atención, el cuerpo sobre la hoja dibujada de la
obra de Van Gogh es bastante perturbador por unas malformaciones que lle-
va algún tiempo percibir. Las distorsiones podrían malinterpretarse como los
rasgos de la firma artística de lo “Van Goghiano”. Su singular estilo gráfico en
toda la superficie nos distrae de escrutar demasiado atentamente el cuerpo que
ha creado. Tal vez aceptamos las rarezas porque se amoldan a las expectativas de
una clase sobre el cuerpo de su otro social. ¿O no sabe todo el mundo que las
mujeres campesinas ancianas están gordas, son feas y les perjudica el exceso de
trabajo y la escasez de alimento?
Esta figura enorme, casi gigantesca, sufre momentos de significativa des-
proporción. Apenas tiene cabeza y su cara queda oculta en las sombras. Un
brazo demasiado largo surge de la blusa, sin articulación, y se hincha en un
antebrazo tumefacto que termina de manera abrupta en un enorme puño
(casi más grande que la cabeza de la figura). La escala sugiere un cuerpo ar-
caico, materno, vasto, un cuerpo que un niño pequeño no podría dominar,
un niño que se sentiría consolado y alarmado a la vez. Tanto las distorsiones
como el énfasis desmesurado en las manos, los pies y las nalgas apuntan al
proceso de fetichismo y, por tanto, de deseo y negación simultáneo. La am-
pliación incita a la mirada, pero distrae la atención de lo que se busca, y a la
vez se teme, en la ausencia, para la cual solamente el tamaño es una compen-
sación inadecuada.
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 91
Ilustración 3.9. Jules Breton, La espigadora, 1875, óleo sobre lienzo, 73,5 × 54,9 cm. Aberdeen, City Art Gallery
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 93
SEXUALIDAD Y REPRESENTACIÓN
obsesión tanto por la ciudad como por su figura tópica clave, la prostituta, que
encarna una oscuridad, una bajeza y un misterio sexual fascinante pero abyecto;
a la vez un canal y una alcantarilla sexual. En contraste con las transcodificaciones
relacionadas con la suciedad urbana, con las cloacas, la oscuridad, los callejones
y los sótanos, el campo se convirtió en una sede imaginaria en la que se invertía
muchísimo, significando un espacio saludable para acceder a un placer sexual no
regulado, señalizado mediante la transcodificación de sus habitantes femeninas
con la Naturaleza. Los placeres que ofrecía ese género de imaginería rural, tan a
menudo poblada exclusivamente de madres dando de mamar y mujeres jóvenes
núbiles volviendo de cosechar, son de un tipo regresivo, lo que da lugar a un espa-
cio imaginario en el que re-imaginar el acceso a la Madre arcaica y benefactora de
la infancia. Esto, sin embargo, debido a la oposición de clase y la oposición alto/
bajo, puede reconducirse fácilmente, mediante giros psíquicos posteriores, hacia
otras fantasías infantiles que conducen a una identificación de la mujer rural con
los animales, hasta desembocar en el bestialismo. Así, en las imágenes bañadas
por el sol de mujeres de grandes cuerpos que se agachan o que trabajan de otras
formas, se pueden cifrar con seguridad placeres anales imaginarios sin transgredir
los límites socialmente vigilados entre la limpieza y la suciedad, entre burgués y
prostituta, una frontera en torno a la cual las angustias salen con muchísima insis-
tencia a la superficie: en el carácter obsesivo de los discursos sobre la prostitución
en la ficción, en la medicina, en los archivos policiales y, por supuesto, en el arte
moderno del siglo xix (Ilustración 3.9).
El dibujo de Van Gogh (Ilustración 3.1) sustrae el cuerpo de la mujer traba-
jadora rural de la evocación pictórica elaborada de un escenario rural benefac-
tor, bañado por el sol, fértil, así como del contexto narrativo del naturalismo
social. Van Gogh era un autodidacta y, al carecer de los largos años de forma-
ción artística, no había interiorizado las reglas que rigen la fabricación del arte.
Dichas reglas, que varían históricamente, sirven para gestionar las pulsiones
psíquicas liberadas y sostenidas por la figuración artística. En la formación ar-
tística que denominamos naturalismo rural del siglo xix, las convenciones que
Van Gogh debería haber aprendido proporcionaban el atuendo de la conver-
sión estética para sublimar los placeres equívocos que los hombres burgueses
disfrutaban mediante el consumo de visiones de ese otro social que era la mujer
trabajadora y de los cuerpos sexualmente configurados solazándose en una Na-
turaleza imaginaria.
El cuerpo no es sexuado de manera innata. Cartografiado, por así decirlo,
para la sexualidad mediante la fantasía, se produce una topografía sexual a tra-
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 95
la visión de las mujeres agachadas en los campos. Zola escribía: “Cuando [Bu-
teau] de vez en cuando se enderezaba, tan solo el tiempo necesario para enju-
garse la frente con el reverso de la mano, y veía a la muchacha demasiado atrás,
con las nalgas en alto, la cabeza a ras del suelo, en esa postura de la hembra que
se está ofreciendo, su lengua parecía secarse más aún...”18.
Agacharse para espigar trigo es algo que se representa ante el lector como
una provocación sexual mediante el dispositivo de un sustituto del lector, el
campesino excitado que observa a las mujeres trabajando. La mujer campesina
se compara con una perra en celo, ofreciendo sus nalgas. Reducida a esa parte
de su cuerpo, se la reduce por lo tanto al sexo. Pero el sexo se imagina tanto des-
de la perspectiva infantil como desde la masculina. La mujer es únicamente esa
parte o ese lugar que él necesita para obtener gratificación. La bestialización de
la mujer trabajadora se convierte en un signo necesario dentro de esta construc-
ción hecha por un escritor burgués de la animalidad de otra clase, en contraste
con las convenciones y las culpas de la sexualidad burguesa pero también como
una huida fantaseada de ellas. Y, como argumentaba Foucault, la “sexualidad”,
en su sentido moderno, es un constructo específicamente burgués19.
Pocos de los intentos actuales que la historia del arte está llevando a cabo para
reivindicar el naturalismo de Salón contra el desdén mostrado por el canon del
arte moderno hacia artistas como Breton han abordado la centralidad de la jo-
ven campesina en la pintura de género rural. Solo Linda Nochlin ha apuntado
directamente al corazón del éxito de Jules Breton. Breton expulsó del campo a
los hombres y llenó sus escenas bañadas por el sol con mujeres y niñas sensua-
les20. Sobre estos cuerpos seleccionados se desarrollaban una serie de posibilida-
des estilísticas, sondeando la densa carga de sentido que podía asumir el paisaje
rural feminizado, tanto dentro de una política burguesa como de una econo-
mía sexual. La tosquedad escultórica de Millet contrasta con las superficies
pulidas y suaves de las escenas narrativas rurales que pintaba Breton durante la
década de 1860 (Ilustraciones 3.4 y 3.5). Pero en las décadas de 1870 y 1880
aparecieron estilos más rudos en las obras de Jules Bastien-Lepage, Léon Lher-
mitte, Josef Israels, Léon Frédéric y Cécile Douard. La crítica se angustió ante
la franca abyección de esas representaciones de un campesinado empobrecido
y sin idealizar. La obra de Jules Breton fue cambiando a lo largo de su extensa
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando...
97
Ilustración 3.10. Jules Breton, El ocaso, grabado a partir del cuadro expuesto en el Salón de 1865. Actualmente en paradero desconocido
98 Diferenciando el Canon
A partir de pasajes así, no puede quedar ninguna duda sobre cuál es la sexualidad
que está en juego en el conflicto ficticio entre las clases. Las construcciones del
placer, del deseo y del cuerpo, que el término sexualidad trata de especificar dis-
tinguiéndolas de las formas históricamente diferentes de la gestión de la procrea-
ción, están imbricadas en la constitución y la representación de la identidad de
clase burguesa. Como revela este fragmento, solo los burgueses son imaginados
como seres sexuales, como sujetos con psicología y pasiones. El cuerpo proletario
figura como un otro radical a través del cual desplazar las frustraciones sexuales y
fantasear con un estado de licencia física sin trabas, no limitado por la moralidad
o ni siquiera por la vergüenza. Más próximos a los animales, los trabajadores
carecen de la angustia de la vida psicológica y siguen siendo seres de instinto,
satisfechos con la mera actividad física. El burgués sufre pasiones insatisfechas
que necesitan y definen la sexualidad: prácticas sexuales que no pueden propor-
cionar la gratificación del deseo —la pasión— que motiva el acto. Así, los varones
burgueses están atrapados dentro de la ley del deseo, según la visión de la novela.
El objeto (perdido) del deseo, dentro de una economía sexual determinada por
la castración, o el Nombre del Padre, es la unidad imaginaria con el cuerpo de
la Madre, con su sueño de re-asimilación en un espacio materno de plenitud
indiferenciada: la Madre Patria, el País de la Madre, la Madre en tanto que País.
Pero la rabia y la ira contra la imposibilidad de gratificación convierten al deseado
cuerpo materno en el objeto del odio y crean el deseo de degradarlo, de reducirlo
a la fisicidad bestial, castigada, usada, violada y abyecta que, en la novela, está
significada por la mujer minera de clase obrera que trabaja en el oscuro interior
de la tierra mortífera. En el texto de Zola, el burgués Hennebeau se imagina ven-
gándose de su mujer infiel, la que afirmó su propia sexualidad fuera de las leyes de
la propiedad, soñando con practicar sexo con el cuerpo feo, sucio y sin nombre
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 101
de una mujer de clase obrera, al que se puede acceder sin el requisito del amor y
del decoro, simplemente ejerciendo sus derechos y sus atributos en tanto hombre
y en tanto burgués. La escena de Zola de Hennebeau furioso es una fantasía de
violencia y una fantasía violenta proyectada, a partir de un sentido masculino de
traición edípica, sobre el cuerpo bestializado de una mujer del proletariado rural
que está “ennegrecida”, sucia y agredida, y que es el lado oscuro de las imágenes
de plenitud rural, idílicas y bañadas por el sol, de Jules Breton.
Con sus temas recurrentes de la fealdad y la suciedad (ambas metáforas de la
abyección y de la permisividad sexual), el texto de Zola está conectado con el pro-
yecto de Van Gogh. Que Van Gogh seleccionara este extracto de la novela apunta
a una lectura que no atendía al proyecto político de Zola. La lectura de Van Gogh
ahonda en y se identifica con la economía burguesa que la novela desordena con
imaginación mediante sus cuerpos proletarios semióticamente raciales y sus ac-
ciones políticas desesperadas. El dibujo de Van Gogh (Ilustración 3.1) necesita
leerse contra las delineaciones literarias de los cuerpos de las mujeres trabajadoras
de Zola, de forma que la inversión que en estos temas hace la cultura burguesa del
siglo xix no pueda borrarse dentro de la asexualidad esterilizada de los discursos
canónicos sobre el Arte. “Leer en contra” supone reconocer las valencias políticas
discrepantes de este vocabulario en el cuerpo ficticio del otro social y sexual. La
mujer agachada de Van Gogh trae a la vista le derrière de l’ouvrière. Pero será otro
contemporáneo literario de Van Gogh, algo más joven, quien en última instancia
permitirá hacer una lectura de ello.
En su estudio del caso del Hombre de los Lobos, “De la historia de una neurosis
infantil” (1918), Sigmund Freud identificaba los desplazamientos entre la parte
superior e inferior del cuerpo, así como entre lo humano y lo animal, en las for-
maciones de la sexualidad de su paciente25. La excavación arqueológica de Freud,
a través de las capas de la memoria que constituye el inconsciente del Hombre
de los Lobos, arroja luz sobre el hecho de que, como adulto, este hombre solo
podía disfrutar del sexo con una mujer de clase obrera y únicamente usando la
entrada posterior. Freud recreaba una escena primaria en la que, cuando era un
bebé, el hombre había presenciado el coito a tergo de sus padres, en respuesta a
lo cual había defecado. Freud postulaba que sobre esto se impuso más tarde un
102 Diferenciando el Canon
siendo esta última una defensa contra la primera. El dibujo y sus disposiciones
psíquicas se produjeron bajo las condiciones sociales y de formación del suje-
to de esas relaciones históricamente específicas entre los hombres burgueses y
las mujeres de clase obrera. Allí donde los códigos de clase predominaban en
forma y punto de vista, uno de los cuerpos se produce para ser agresivamente
devaluado y rechazado en tanto anciano, impúdico y bestializado. Sin embar-
go, contra esa presión, otro cuerpo, monumental y materno, se hincha para
dominar y embelesar a un niño diminuto, curioso y deseante.
Este dibujo dramatiza —o superpone en sus diferentes registros— un con-
flicto que puede ser analizado esquemáticamente así. Una fantasía de amor y
placer preedípica, asociada con el cuidado de las mujeres trabajadoras y con una
corporalidad femenina, se disputa el espacio del dibujo con una agresión que se
resiste, edípica, temerosa de la castración, que aflige con violencia el cuerpo de
este cuerpo inferior de mujer, que es un otro social y casi bestialmente abyecto.
En un caso, el tamaño y la fisicidad del regazo, las nalgas y el torso de este cuerpo
son los signos propios de la comodidad. En el otro, la exageración de estas partes,
enfrentada a la falta de cabeza o de cara, de mirada o de posible voz, registra la
violación y el rechazo de la humanidad de este no-ser fantaseado. El dibujo alter-
na estos registros de la amenaza y el placer, del amor y la agresión, del miedo y
el deseo. Son las huellas de la represión fallida, huellas que hacen legible la nego-
ciación desigual del proceso sacrificial mediante el cual se forma la masculinidad
en sus peculiares relaciones con los cuerpos maternos perdidos que se crean en la
división social de la crianza infantil burguesa de la época29.
¿Qué sentido tiene hablar de la incoherencia y de las contradicciones de la
masculinidad burguesa europea, y nombrar el precio al que se produce (lo que
Freud llamó “castración”, con el típico énfasis en el cuerpo del siglo xix, pero
que Julia Kristeva, fiel a una lectura posestructuralista del psicoanálisis, con su
énfasis en el lenguaje, llama “sacrificio”)? He empezado este capítulo con la in-
tención de infligir una violencia “simbólica” a un dibujo que he afirmado odiar,
con la intención de fracturar el canon con el que se protege la violencia de estas
representaciones de las mujeres de clase obrera en tanto gran arte hecho por
grandes hombres. He hecho un viaje teórico e histórico a través de una serie de
textos visuales, verbales y teóricos del siglo xix, que categorizan el dibujo como
una simple violación visual de una mujer por un hombre, sin importar la clase.
El paso por los análisis de Freud de los hombres de su clase y de su generación
nos ha traído de vuelta a la matriz de la violencia que define la formación de la
subjetividad según el modelo psicoanalítico clásico. La revelación de ese mo-
104 Diferenciando el Canon
que hay tras esta formación no es una ausencia real, como no hay tampoco una
presencia real, sino las complejas fantasías orquestadas por los significantes que
ofrece el lenguaje para gestionar la terrible experiencia a la que, según la lógica
fálica, todos los sujetos deben someterse: la separación y la pérdida del espacio,
de la voz y de la mirada materna.
Así pues, las ironías continúan. Julia Kristeva ha defendido que el feminis-
mo debe renunciar a las fantasías de la diferencia absoluta o a las ambiciones
de la igualdad semejante, que convertirían al feminismo en una repetición de
una lógica incansablemente falocéntrica “o bien/o bien” y debe, por lo tanto,
interiorizar también “la separación fundacional del contrato sociosimbólico”
para “introducir su filo en el interior de toda identidad, ya sea sexual, subjetiva
o ideológica”. Comentando esto en relación con el deseo femenino, Kaja Sil-
verman concluye: “Este es el punto en el que hay que señalar que Kristeva sabe
cómo leer la maternidad como el emblema, no de la unidad, sino de su opuesto – el
‘calvario radical de la escisión del sujeto” (cursivas mías)31.
El cuerpo materno puede, por lo tanto, ser liberado de su función como una
fantasía de completitud —a semejanza del campo, con sus cuerpos abundantes,
fértiles, arcaicos— y, su inevitable reverso, como horror abyecto32 —la sede/la
visión de la carencia y su amenaza de muerte— para funcionar como un signo
complejo del ambivalente proceso de la subjetividad humana.
En el ambicioso intento de Van Gogh, condenado de antemano, de domi-
nar la retórica de las representaciones contemporáneas de la vida y el trabajo
rural, el campo habría funcionado, si su capacidad artística hubiera estado a la
altura, como la reescenificación de una fantasía preedípica que lo acercaría a
los escenarios y los cuerpos de sus recuerdos de la infancia y a esas sensaciones
arcaicas que se sitúan incluso más allá del recuerdo. Pero ese mismo paisaje fue
sellado con la ley edípica que exigía el sacrificio ante la ley paterna de la deseada
proximidad con el cuerpo materno. La potencial destrucción de la diferencia
de clase era controlada por la necesidad de conservar las distinciones de géne-
ro. La ley patriarcal de la diferencia sexual tiene el efecto de marcar todos los
cuerpos como carentes ante el Padre. No obstante, la ley permite a los sujetos
masculinos proyectar la violencia de esa “castración” sobre el cuerpo femenino,
que en este dibujo se ha convertido en una figura fantástica de desintegración
psíquica, puesta en imágenes como una distorsión física. Idealmente, en el gé-
nero pictórico rural de la campesina, el cuerpo femenino en conflicto debe ser
domesticado y reconfigurado para no recordar nunca lo que contuvo una vez,
o debe ser estéticamente convertido en una imagen evidentemente mágica de
106 Diferenciando el Canon
una diosa fértil, natural, arcaica. En el dibujo de Van Gogh, estas separacio-
nes, mantenidas a distancia por los diferentes géneros artísticos, se derrumban.
Únicamente al ver la coexistencia y la tensión entre los cuerpos maternos, fe-
meninos y de hembra se puede explicar el poder de la imagen, que hace que la
gente siga contemplándola.
1 Esta referencia freudiana, que se basa en Kofman, Sarah, The Childhood of Art: An Interpretation
of Freud’s Aesthetics, Winifred Woodhull (trad.), Nueva York, Columbia University Press, 1988, p.
11. [ed. org.: L’enfance de l’art: Une interprétation de l’esthétique freudienne, París, Payot, 1970;
ed. esp.: El nacimiento del arte. Una interpretación de la estética de Freud, Patricio Cantó (trad.),
Buenos Aires, Siglo xxi, 1973], se desarrolló en el capítulo 2.
2 Véase Richard Easton, “Canonical Criminalisations: Homosexuality, Art History, Surrealism and
Abjection”, Differences 4, 3, 1992, pp. 133-175.
3 Salomon, Nanette, “The Art Historical Canon: Sins of Omission”, en (En)gendering Knowledge:
Feminism in Academe, Joan Hartmann y Ellen Messer-Davidow (eds.), Knoxville, University of
Tennessee Press, 1991, p. 229.
4 Esto se hizo evidente en las reseñas de la prensa generalista de la exposición Picasso and
Portraiture, París, Grand Palais, 1996 y también está presente en la biografía en varios volúmenes
de John Richardson, A Life of Picasso, Londres, Jonathan Cape, 1995.
5 En “Sorrowing Women; Rescuing Men: Van Gogh’s Images of Women and the Family”, Art History
10, 3, 1987, pp. 352-368, Carol Zemel ha analizado la dimensión del amor en los dibujos de
Christina Hoornik realizados por Van Gogh.
6 Esta observación es uno de los puntos en los que se fundamenta la lectura feminista del arte
moderno y la primera que la enunció fue Carol Duncan en su artículo pionero “Virility and Male
Domination in Early Twentieth Century Vanguard Art’, Art Forum, diciembre de 1973, pp. 30-39;
reimpreso en Feminism and Art History: Questioning the Litany, Norma Broude y Mary D. Garrard
(eds.), Nueva York, Harper & Row, 1982, pp. 292-313.
7 Adrien Lavieille había hecho grabados a partir de estos cuadros y Van Gogh poseía la versión
barata impresa que usaría repetidamente en su propia educación artística en la década de
1880 y, una vez más, en 1889, cuando hizo una versión en pintura de la serie. Otra serie, Las
cuatro horas del día (1860), le había proporcionado el tema de Los comedores de patatas, que
notas
representa algo emparentado con la escena de noche titulada La velada. En LT 418, Van Gogh
llama “veldarbeit”, labores del campo, a las series que está haciendo. La numeración precedida
por LT se corresponde con las cartas de Vincent van Gogh a Theo van Gogh en The Complete
Letters of Vincent van Gogh, 3 vol., Londres, Thames & Hudson, 1959.
8 Chamboredon, Jean Claude, “Peinture des rapports sociaux et l’invention de l’ éternel paysan:
les deux manières de Jean-François Millet”, en Pierre Bourdieu (ed.), Actes de la Recherche en
Sciences Sociales, París, noviembre de 1977, pp. 17-18.
9 Por supuesto, me refiero a su cuerpo real en tanto opuesto al cuerpo ficticio y artificial que se
escribía sobre la forma física de la dama mediante modas y trajes fetichistas y que, a menudo,
hacían daño e impedían el movimiento.
10 En una carta a su hermano, Van Gogh escribía que su territorio era más las mujeres que vestían
faldas y chaqueta que las que llevaban vestidos (LT 395), y más tarde afirmaba que la chica
campesina, con su chaqueta polvorienta y remendada, era más hermosa que una dama y que, a
su parecer, cuando se ponía un vestido “de dama, perdía su encanto peculiar” (LT 404). Sobre el
traje campesino de Brabantia, véase “Die jakken en rokken dragen”: Brabantse klederachten en
streeksieraden, s’Hertogenbosch, Noord Brabants Museum, 1986.
11 Estas ideas se publicaron originalmente en “The Ambivalence of the Maternal Body:
Psychoanalytical Readings of the Legend of Van Gogh”, International Journal of Psychoanalysis
75, 4, 1994, pp. 802-813. Mi argumento ha mejorado mucho por la lectura de Swan, Jim, “Mater
and Nannie: Freud’s Two Mothers and the Discovery of the Oedipus Complex”, American Imago
31, 1, 1974, pp. 1-64. Swan aporta un análisis de la clase y de la formación sexual que combina
freudianismo y marxismo mediante una minuciosa lectura de la biografía y de los sueños de
Freud para mostrar que las versiones teóricas del complejo de Edipo y sus angustias y agresiones
relacionadas velan el conflicto entre la madre burguesa y la mujer campesina checa de clase obrera
que fue la niñera de Freud en sus primeros años.
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 109
12 Este concepto lo derivo de la obra de Dawkins, Heather, “Frogs, Monkeys and Women: A History of
Identifications across a Phantastic Body”, en Dealing with Degas: Representations of Women and
the Politics of Vision, Richard Kendall y Griselda Pollock (eds.), Londres, Pandora, 1992, pp. 202-
217 (ahora Londres, Rivers Oram).
13 No se trata de la habitual acusación feminista hacia el arte masculino que convierte a las mujeres
en objetos. En la teoría freudiana, deseamos únicamente objetos; el objeto es uno de los elementos
que define la pulsión. Así, en la economía psíquica las pulsiones están dirigidas a objetos que
prometen gratificación. Uno de los objetos primarios es la cuidadora, “la madre”. Cousins, Mark,
“Contributions to a Psychoanalytic Theory of Love”, conferencia en la University of Leeds, 26 de
enero de 1994.
14 Jean-François Millet fue admitido de nuevo en el canon gracias al esfuerzo de Robert Herbert, a
partir de la década de 1960, mientras que Jules Breton y Jules Dagnan-Bouveret siguen fuera de él
en tanto realistas Salonnier, inasimilables a las historias teleológicas del arte moderno.
15 Sobre mi argumento acerca de esta designación, véase “Agency, and the Avant-garde: Studies in
Authorship and History by Way of Van Gogh”, en Orton, Fred y Pollock, Griselda (eds.), Avant gardes
and Partisans Reviewed, Manchester, Manchester University Press, 1996.
16 White, Allon y Stallybrass, Peter, The Politics and Poetics of Transgression, Londres, Methuen,
1986, pp. 125-146.
17 Freud, Sigmund, “On the Universal Tendency to Debasement in the Sphere of Love” [1912],
Standard Edition, vol. 12, Londres, Hogarth Press, 1953-1974, pp. 177-190 [ed. org.: “Über die
allgemeinste Erniedrigung des Liebeslebens”, G. S., vol. 5; G. W., vol. 8; ed. esp.: “Sobre la más
generalizada degradación de la vida amorosa”, en Obras completas, vol. 11, José Etcheverry (trad.),
Buenos Aires, Amorrortu, 2013].
18 Zola, Émile, La Terre [1888]; Earth, Ann Lindsay (trad.), Londres, Elek, 1954, p. 195. Traducción
citada: La tierra, Mariano Gómez Sanz (trad.), Barcelona, Ed. Lorenzana, 1966.
notas
19 Foucault, Michel, The History of Sexuality, Harmondsworth, Penguin Books, 1979 [ed. org.: Histoire
de la sexualité, 1. La volonté de savoir, París, Gallimard, 1976; ed. esp.: Historia de la sexualidad, 1:
La voluntad de saber, Ulises Guiñazú (trad.), Siglo xxi, 2005], p. 127.
20 Nochlin, Linda, reseña de The Realist Tradition, Gabriel Weisberg (ed.), Nueva York, Brooklyn
Museum of Art, 1980, Burlington Magazine 123, abril de 1981, pp. 263-269.
21 Thoré, Théophile, “Le Salon de 1865”, en Salons de Willem Bürger: 1861 à 1868, París, 1870, p.
188, citado en Sturges, Hollister, Jules Breton and the French Rural Tradition, Nueva York, The Arts
Publisher, 1982, p. 79.
22 LT 404.
23 Una carta fechada el 27 de marzo de 1885, citada en Germinal, Henri Mitterrand (ed.), Bibliothèque
de la Pléiade, Les Rougon Macquart, vol. 3, París, Gallimard, 1964, p. 1440. Para un análisis de este
pasaje en el contexto de la obra completa véase Petrey, Sandy, “Discours social et littérature dans
‘Germinal’”, Littérature, 22, 1976, pp. 59-74.
24 Transcrita en LT 410; Germinal, traducción citada: Zola, Émile, Germinal, Mauro Armiño (trad.),
Madrid, Alianza editorial, 2019.
25 Freud, Sigmund, “From the History of an Infantile Neurosis” [1918], Standard Edition (1955), pp.
1-122 [ed. org.: Aus Der Geschichte Einer Infantilen Neurose, G.S., vol. 8, pp. 439-567; ed. esp.: “De
la historia de una neurosis infantil”, en Obras completas, vol. XVII, José Etcheverry (trad.), Buenos
Aires, Amorrortu, 1979].
26 Véase capítulo 5.
27 Véase Swan sobre la kinderfrau checa, católica y de clase obrera de Freud.
28 El lenguaje que se emplea puede resultar potencialmente ofensivo a determinadas personas
cuya constitución ósea las conduzca a tener proporciones inusuales. Yo no veo el tamaño o la
escala de esta mujer automáticamente como “desfigurados”. Lo que estoy apuntando es que fue
manufacturada, en parte, para que se leyera como diferencia de la formación ideal del cuerpo de la
110 Diferenciando el Canon
feminidad burguesa blanca. En este sentido, la maternidad y sus efectos sobre el cuerpo femenino
son percibidos por la cultura, de manera significativa, como “no femenino”. Es lo que la Reina
Victoria, significativamente, llamaba las “partes animales” de ser una mujer.
29 Originalmente había especificado masculinidad heterosexual, pero he dejado abierta a propósito
esta cuestión.
30 Más adelante en este mismo capítulo aportaremos una explicación más completa de estos
curiosos argumentos sobre la carencia.
31 Silverman, Kaja, The Acoustic Mirror, Bloomington, Indiana University Press, 1988, p. 126;
haciendo referencia a Kristeva, Julia, en The Kristeva Reader, Toril Moi (ed.), Oxford, Basil Blackwell,
1986, pp. 187-213 [ed. org.: “Le temps des femmes” en 33/44: Cahiers de recherche de sciences
des textes et documents 5, invierno 1979, pp. 5-19], p. 210.
32 En la novela de Zola, Germinal, La Maheude, la figura materna, que se describe reiteradamente
haciendo referencia a sus pechos grandes, llenos de leche, nutricios, muere al final del relato,
tras verse obligada, por la destrucción de su familia, a volver a las minas a trabajar en “los intestinos
de la tierra”.
notas
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando...
Ilustración 4.1a. Condesa AdèIe Tapie de Ceyleran de Toulouse-Lautrec. Foto: Charles Rodat, Albi: Musée Toulouse-Lautrec
Ilustración 4.1b. Henri de Toulouse-Lautrec, ca. 1867. Foto: Georges Beaute. Albi: Musée Toulouse-Lautrec
Ilustración 4.1c. Conde Alphonse de Toulouse-Lautrec. Foto: Charles Rodat. Albi: Musée Toulouse-Lautrec
111
112 Diferenciando el Canon
tal pintado por Mary Cassatt, la Mujer a una mesa de café (1883-1885, Nueva
York, Metropolitan Museum of Art). En el retrato de 1884 (Brasil, Museo
d’Arte de São Paulo) la condesa aparece en un jardín, vestida en su brillante
traje blanco de día. En los tres retratos, la condesa aparece convenientemente
situada en lo que he llamado en otra parte los espacios de la feminidad, la
escena de un mundo cerrado y retirado3. En los retratos baja los ojos y apar-
ta la mirada. Su cuerpo está quieto, mientras su mirada silenciada se pliega
hacia su cuerpo, contenido y en reposo. En el jardín aparece prendida en la
superficie del lienzo, con la mirada perdida. La figura, carente de volumen y
sustancia, se mezcla con el entorno rural, cultivado pero orgánico, del que se
hace eco y que configura un moderno hortus closus.
Ese cuerpo femenino aristocrático está inmóvil y resulta icónico en todos los
sentidos. Está pintado con un afectuoso respeto y es, no obstante, a la vez ideali-
zado y distante. La condesa Adèle es la antítesis misma de los cuerpos (Ilustración
4.3) con los que su hijo Henri establecería su paternidad artística y lograría que
el antaño “glorioso” nombre de la casa de Toulouse-Lautrec viviera más allá de la
arcaica superfluidad de la aristocracia francesa y formara parte de los anales del
arte moderno: véase también Baile en el Moulin Rouge (1889-1890, Philadelphia
Museum of Art). Esas imágenes producen cuerpos femeninos antitéticos que
significan una fisicidad desregulada. Su actividad, el libre movimiento de sus ex-
tremidades o la falta de la tela que envuelve la feminidad, escapan a los contornos
limitadores de la contención decorosa o del control encorsetado. Revelan a mu-
jeres sin significar feminidad. Como ya sabemos, la feminidad era en el siglo xix
una construcción de clase y raza. No incluía a la totalidad de las mujeres, aunque
era la norma hegemónica porque se las juzgaba y (ab)usaba a todas. La oposición
entre la sosegada, remota e idealizada feminidad de la madre blanca de clase alta y la
energía animal, orgiástica, de la bailarina de clase trabajadora o la fisicidad abyecta
de la prostituta de clase obrera que aguarda la inspección médica constituye, por
lo tanto, una inscripción de la diferencia de clase y de la diferencia sexual, un lugar
en el que se construyen mutuamente a través de las proyecciones de las fantasías
del varón aristocrático en la alteridad física percibida de mujeres trabajadoras, cuyo
significado simbólico se establece en oposición a las vírgenes blancas, calmas y re-
posadas, de su incestuoso objeto de deseo, la madre. Es a esa madre a la que hay
que ver como la ausencia estructuradora que crea la necesidad de una incesante
re-unión con los cuerpos de su “otra” y de las deformaciones estilísticas respecto
del realismo burgués que llegaron a convertirse en la marca formal distintiva de
su obra, perteneciente al arte moderno.
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 115
En 1912, Sigmund Freud escribió una ponencia sobre algunos pacientes mas-
culinos que padecían una forma específica de impotencia4. Eran “hombres de
un carácter profundamente libidinoso”, cuyos órganos eran físicamente capaces
de excitación y descarga sexual, y que estaban motivados psicológicamente para
actuar de esa forma. Según Freud, esa paradoja de actividad sexual acompañada
de impotencia tenía que explicarse por el carácter complejo del objeto sexual.
Freud establecía la existencia de dos corrientes, la afectuosa y la sensual, que,
al llegar a un mutuo acuerdo, aseguran la sexualidad adulta. La afectuosa es la
más antigua de las dos y surge en la primera infancia. Se basa en el instinto de
autoconservación y se dirige hacia los miembros de la familia que cuidan del
niño. En la relación de dependencia del niño con su cuidadora primaria ya se
encuentran presentes los componentes de la sexualidad, que producen apego
y erotizan la relación con las cuidadoras maternas, convertidas así en el primer
objeto de elección del infante. Mediante sus normas y tabúes, la Cultura aspira
a desviar esas pasiones de sus objetivos sexuales inmediatos, al tiempo que los
mantiene como promesa para un futuro objeto sustituto, al que también se vin-
culará la otra corriente, la sensual, que se desarrolla durante la pubertad como la
expresión adulta de las pulsiones sexuales infantiles transformadas.
Esa corriente sensual debe dirigirse siempre hacia objetos sexuales social-
mente aprobados; en el caso de un hombre heterosexual, las mujeres que no
son su madre, su tía, su hermana, etc. Sin embargo, los nuevos objetos serán
elegidos a partir del modelo o de la imagen formados en la infancia, y atraerán
sobre sí el afecto erotizado que inspiraron antaño. El patrón ideal viene deter-
minado por la ley cultural que prohíbe el incesto y que Claude Lévi-Strauss
identifica como la norma fundadora de la sociabilidad humana. En esta forma-
ción del hombre heterosexual adulto, lo afectivo y lo sensual deben reunirse en
una figura femenina sustituta, que asegure la conjunción de la lealtad derivada
de los antiguos afectos con el deseo generado por la denegación y el nuevo des-
pertar de la pubertad, y de la alta valoración social y emocional de la amada con
el placer derivado de la actividad erótica con un objeto sexual.
En el caso de los pacientes que experimentaban una impotencia periódica,
Freud planteaba la hipótesis de una profunda disparidad entre lo afectivo y lo
sensual, procedente de la incapacidad de superar el complejo de Edipo con el
resultado socialmente deseado y la inclinación al interés sexual. La brecha podía
116 Diferenciando el Canon
En esas personas, toda la esfera del amor queda dividida en dos direcciones,
personificadas en el arte como el amor sacro y el amor profano (animal). Donde
aman no desean, y donde desean no pueden amar. Buscan objetos que no nece-
sitan amar, para mantener su sensualidad alejada de los objetos que aman; y, de
acuerdo con las leyes de la “sensibilidad compleja” y del retorno de lo reprimido,
el extraño fracaso mostrado en la impotencia física hace su aparición siempre
que un objeto que se ha elegido con el fin de evitar el incesto recuerda al objeto
prohibido por alguna característica, a menudo inadvertida7.
ADMIRANDO A PAPÁ
Aunque las relaciones de Lautrec con las mujeres estaban escindidas entre
su posición como hijo de su madre y su experiencia de la masculinidad,
lograda gracias a la proximidad social y sexual con —y a la manipulación
artística de— los cuerpos de mujeres trabajadoras, esta última práctica era
la que le permitía identificarse con su padre. La “identificación”, en el senti-
do freudiano clásico, tiene lugar dentro de la “faceta paternal-homosexual”,
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 119
que, mediante la supresión edípica del deseo por el padre, se expresa a tra-
vés de los vínculos homosociales13.
El conde Alphonse-Charles de Toulouse-Lautrec-Monfa (Ilustración 4.1c)
era un tipo legendario a su manera, que, según se cuenta, compensaba la in-
significancia política del aristócrata —Bernard Denvir la ha llamado impoten-
cia14— dando la nota en los locales nocturnos de París. Era un gran cazador,
y el mundo de los caballos, las carreras y la caza formaba parte de los rituales
de su clase y de sus masculinidades. También frecuentaba los lugares urbanos
donde se practicaba una caza más explícitamente sexual y con los que su hijo,
no solo como consumidor sino también como pintor, acabaría forjándose una
pequeña reputación artística.
El conde Alphonse estaba fascinado por la creación de imágenes, pero no como
pintor serio. Dibujaba e incluso esculpía. Como su contemporánea Virginia Ve-
rasis, la condesa de Castiglione15, a Alphonse de Toulouse-Lautrec le gustaba en-
galanarse delante de la cámara, y tenía todo un guardarropa de trajes con los que
se fotografió: de turco, de caucasiano, de cruzado y de escocés de las Highlands
(Ilustración 4.4). Su hijo Henri compartía esos gustos, y contamos con algunos
ejemplos de sus fotografías de mascaradas: vestido de samurái en 1892 y de niño
de coro para un baile de disfraces organizado por Le Courier Français en 1889. La
fotografía de un episodio de travestismo desencadena una imaginativa cadena de
especulación. Representa a Henri vestido con las ropas y con el traje de Jane Avril
(1892, Albi, Musée Toulouse-Lautrec)16. El travestismo era también uno de los
pequeños juegos del conde Alphonse; en cierta ocasión bajó a almorzar vestido
con un plaid y un tutú de bailarina. Pero se produce una rima visual sumamente
llamativa entre la foto del conde Alphonse como escocés halconero, con su falda
y una pierna embutida en una media negra y levantada (Ilustración 4.4), y la pose
en que Henri inmortalizó a Jane Avril en el cartel Jane Avril en el Jardin de Paris
(1893), del que además se conserva un boceto (Ilustración 4.5). En Moulin Rou-
ge (1893, París, Colección Josefowitz), Louis Anquetin pintó a Jane Avril en esa
misma postura, que tal vez procediera de una foto “anterior a 1893”17. La pierna
levantada de Jane Avril se ha convertido casi en el signo gráfico por antonomasia
de Toulouse-Lautrec, en la marca distintiva de su autor en cuanto creador de
imágenes, en su firma estilística, por decirlo así18. En un plano formal, la imagen
para el cartel (Ilustración 4.5) logra su impacto, y se impone en su diferencia mo-
derna, por el carácter llamativo del diseño, más que por sus elementos icónicos,
que no resultan inhabituales en la imaginería efímera del período. La semiótica
distintiva de un Toulouse-Lautrec entraña una simplificación formal radical lo-
120 Diferenciando el Canon
Ilustración 4.4. Conde Alphonse de Toulouse-Lautrec vestido de Highlander, fotografía. París, Bibliothèque Nationale
Ilustración 4.5. Henri de Toulouse-Lautrec, estudio para Jane Avril en el Jardin de Paris, peinture à l’essence sobre
cartón, 99 × 72 cm. Colección privada
Otra cosa ha ocupado su lugar, ha sido nombrada como sustituto, por decirlo
así, y entonces hereda el interés que antes se dirigía a sus predecesores. Pero ese
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 123
de Freud y revela dos miradas: la mirada del niño que recorre el cuerpo de la
mujer para el reconfortante “sin embargo”, el sustituto; y la propia mirada de
la mujer, que presenta ese consuelo y se convierte así en una mirada fálica. Esto
ha de quedar denegado y cubierto por la mirada siempre curiosa del muchacho,
que una y otra vez busca el eterno antes, la tendencia a congelar la imagen de
un cuerpo de mujer en el momento anterior a la exposición visual de la diferencia
sexual. La cronología de la visión y el conocimiento queda bloqueada, en un
rechazo del movimiento narrativo que lleva del mirar al ver y que incesante-
mente conduce a un conocimiento ineludible, es decir, al reconocimiento de la
castración como un hecho y un destino necesarios.
Me he detenido en esta reelaboración para poder especificar en el plano
teórico el interés estético en la imagen fija de cuerpos que bailan. En el caso
de Henri de Toulouse-Lautrec, algunas características recurrentes de su obra
pueden leerse como ese vistazo detenido en el que el fetichismo funciona como
una denegación necesaria y un “memorial” repetido del complejo momento de
fascinación y terror.
Ahora podemos entender el fetichismo como una estructura de sustitución
de significantes determinada en relación con el falo/el lenguaje/la diferencia/el
poder. No está exclusivamente vinculado, como pretendía Freud, a una loca-
lización física y a un momento de la percepción de la diferencia sexual, lo que
para Freud establecía una distinción absoluta entre lo masculino y lo femenino.
Siguiendo una lectura lacaniana, el fetichismo queda expuesto como un régi-
men semiótico de representación que dramatiza el sufrimiento del sujeto en re-
lación con el conocimiento y la posibilidad de cualquier asunción de identidad.
En cuanto tal, el fetichismo revela un momento en el que Freud y Foucault po-
drían unirse para elaborar la sexualización de la subjetividad en el plano social,
institucional, simbólico, familiar y psíquico. Con la aparición y la dispersión de
las formas familiares burguesas occidentales y sus formaciones psicosimbólicas
concomitantes, el problema de la madre se desplazó del discurso religioso para
ejercer presión sobre todas las áreas de formación subjetiva, y en ninguna de un
modo tan complejo o fundamental como la de la sexualidad. Bajo un sistema
que simplificó de forma tan radical o que expuso de manera tan drástica la Ley
del Padre, y que produjo en Freud y sus seguidores a aquellos que nombrarían
y analizarían la función paternal de ese sistema, tal vez sea la Madre, que escapa
a su presencia congelada en la representación cultural como la icónica Virgen,
quien estructure, incluso en ausencia, la actividad figurativa de los artistas mo-
dernos, sus hijos26. En virtud de este rastreo psicoanalítico de las paradojas del
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 125
fetichismo, propongo que Madre no queda desplazada por una cultura secular
que ya no se cimenta en una iconografía visible de lo maternal, sino que expe-
rimenta una transfiguración en la cultura moderna que los contemporáneos de
Freud modelaron y significaron mediante sus sustitutos fetichizados.
Henri de Toulouse-Lautrec siempre fue físicamente más pequeño que sus pa-
dres. Su matrimonio endogámico lo marcó con un cuerpo que significaba su
permanente insuficiencia. ¿Podría tal cosa permitirnos especular sobre las ra-
zones por las que su arte extrajo cada vez en mayor medida su urgencia y su
energía de la fascinación por la manipulación de algunas partes del cuerpo, so-
bre todo las piernas en el baile, por la exuberancia, el atletismo y la flexibilidad
sobrehumana que hicieron tan famosos a La Goulue y Valentin le Désossé, el
hombre sin huesos? De su fama Henri tomó prestada una imagen de energía
que significativamente cayó presa de la fetichización de la imagen no solo fija,
sino además gráfica, impresa. Congelado y aplanado en la página, el cuerpo
fantástico, imaginado como radicalmente libre en unos movimientos que de-
safían toda credibilidad por su movilidad e inventiva, se ve privado justo de lo
que lo volvía fascinante para quienes lo veían en movimiento. Por todo ello,
queda fetichizado de manera aún más intensa como un objeto de deseo perdi-
do, ausente, imposible, o como un lugar para el proceso constante e inconsola-
ble del complicado desplazamiento del deseo.
Si comparamos un cartel de Toulouse-Lautrec con la fotografía publicita-
ria de la compañía de baile de Mademoiselle Eglantine (ca. 1896), a la que
pertenecía Jane Avril, y en la que se basó Henri para realizar el póster que ella
le encargó para la gira por Inglaterra de 1896, podemos empezar a apreciar
el proceso de fetichización que tiene lugar aquí, incluso entre dos sistemas
figurativos, la fotografía y la imagen pintada o impresa, ambos propios de un
régimen fetichista de representación (Ilustraciones 4.6 y 4.7). La diferencia
que quiero señalar radica en la destilación, por decirlo así, de la pierna con la
media negra para que en la imagen del cartel funcione como el motivo repeti-
do y dominante, destacado sobre una versión gráficamente simplificada de la
actividad y el “frufrú” de las capas de enaguas tan evidente en la exhaustividad
indiscriminada de la foto. Al tiempo que una pieza de publicidad mundana,
es una ocasión para la aparición del motivo de la pierna levantada. Se promete
126 Diferenciando el Canon
la exposición, pero se deniega el riesgo de ver, dado que la imagen del movi-
miento está congelada. A diferencia de la fotografía, tomada en un momento
separado del tiempo y que promete la posibilidad de ver en la siguiente toma,
o en otra posterior, la materialidad de los colores impresos bloquea la fantasía,
suspende la visión en un eterno antes, promete que aquí, en realidad, nada
hay que ver salvo la imagen manufacturada, que es en sí misma el sustituto,
el fetiche. La danza representada en la fotografía propone que todo puede ser
revelado. La fotografía desplaza esa amenaza mediante la multiplicación de las
enaguas en cuanto modernos velos púbicos. En su indiferencia, la fotografía
puede registrarlo todo, o, diríamos, su tonalidad deviene una retórica de cierta
forma de fetichismo, asociada con la moda. El cartel de Toulouse-Lautrec des-
echa e invierte toda la estructura semiótica de la fotografía y el gesto danzante
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 127
Contra las tesis existentes sobre el fetichismo, quiero proponer que, en este caso
concreto, lo que se deniega al hijo disminuido es el falo del padre aristocrático. La
huella del recuerdo detrás del cartel de Jane Avril de 1893 y del cartel de Eglanti-
ne de 1893, con la sobredeterminada firma estilística de la pierna enfundada en
una media negra, es la pierna levantada del conde Alphonse (Ilustración 4.4) y
lo que representa en jerga, que solo puede significarse de una forma desplazada
128 Diferenciando el Canon
mediante la proyección sobre esos cuerpos poco femeninos, pero de mujer (es
decir, no maternales sino sexualizados). La cadena de identificaciones y desplaza-
mientos que esta serie de fotografías nos permite vislumbrar va desde un hombre
con falda escocesa hasta una mujer en una pose similar, con Henri ocupando lo
que Kaja Silverman identifica en Freud como una posición edípica dual, tanto
positiva como negativa28. Quiere estar en la posición pasiva ante su padre, pero
eso, como ya sabemos, evoca la amenaza de la castración. La mascarada le permi-
te ocupar una posición de deseo por el padre mediante la identificación con Jane
Avril, pero, en la medida en que recupera el falo mediante la repetición visual
fetichizada de la postura fálica de su padre, la identificación con lo femenino y,
por lo tanto, su deseo edípico por el padre pueden tener cabida, mientras que
la castración se deniega. La estructura de la propia representación hace posible
precisamente una lectura fetichista porque permite la coexistencia de creencias o
deseos que son contradictorios entre sí y que se extienden y camuflan por la serie
de travestismos y mascaradas representadas por esos dos intérpretes que son el
aristócrata y la mujer de clase trabajadora.
Otro elemento de la fotografía del conde Alphonse (Ilustración 4.4), la
mano enguantada, es un anzuelo para un nuevo plano de fetichismo, caracte-
rístico de la obra de Henri, esta vez en relación con otra de las estrellas femeni-
nas cuyo cuerpo, arte y mascarada colonizó para elevar su nombre por encima
de la condición de heredero forzoso.
La primera formación que Henri recibió como pintor estuvo a cargo de
uno de los muchos amigos artistas y compañeros de equitación de su padre,
René Princeteau (1839-1914), un famoso pintor de caballos que en 1874
dibujó a padre e hijo juntos à cheval (Albi, Musée Toulouse-Lautrec). Los
primeros esbozos de Henri tienen que ver con los caballos y, por lo tanto,
con el mundo que él y su padre compartían como parte de los rituales mas-
culinos de su clase. Sin embargo, estos eran ya en parte una actividad nos-
tálgica. La función caballeresca o utilitaria que habían tenido en tiempos
estaba quedando rápidamente parodiada por el desarrollo de la caza como
nueva actividad de ocio burgués. Los caballos y el mundo equino como sig-
nificantes de virilidad aristocrática se volvieron algo imposible para Henri,
a consecuencia de su enfermedad congénita. El solaz de los caballos, los
sabuesos y los halcones —la fauconnerie— en los espacios abiertos le quedó
vedado no tanto por su estatura, que tampoco era tan escasa, como por la
debilidad de sus huesos. Henri se trasladó a París y buscó otros espacios para
su actividad artística, como ya he propuesto arriba, y para otras cacerías:
130 Diferenciando el Canon
Quién sabe si la impresión que esos largos guantes negros causaron en mi tierna
infancia no influyó en la elección que hice cuando buscaba una silhouette que
fuera inusual y económica. En mis primeros tiempos yo era muy pobre y los
guantes negros eran más baratos, ¡así que los escogí! Pero tuve la precaución de
ponérmelos con vestidos de colores claros, y de que fueran largos, para exagerar
la delicadeza de mis brazos, y hacer que mis hombros y mi cuello parecieran aún
más delgados y esbeltos29.
Yvette Guilbert también señala otra faceta del uso de los guantes: “Y, por úl-
timo, me ponía los guantes para mis propias audacias”; era famosa por cantar
canciones bastantes risqué: “Mis guantes negros eran un símbolo de elegancia
que yo introduje en una atmósfera un tanto canaille y carente de ingenio”30.
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 131
DECONSTRUIR EL DERRIÈRE:
LO OTRO FÍSICO
Yo diría que el suyo, el de Lautrec, es un arte que representa una crueldad obsti-
nada pero vicaria, que se deleita en el poder del que disfrutaba para demonizar
a sus otros sociales. La degradación para la que este arte encontró un vocabula-
rio tan popular puede leerse, sin embargo, en busca de una ambivalencia más
compleja entre sadismo y anhelo, que es la condición de las denegaciones que
semejante demonización significa. La faceta paterna-homosexual que discierno
en la obra de Toulouse-Lautrec encuentra su lugar en la representación me-
diante imágenes de hombres, casi siempre predadores, ataviados con sombrero
de copa y levita. Es significativo que ese sea también el vestuario de Valentin
le Désossé, cuyas elásticas piernas y su tremenda habilidad para hacer el split le
valieron el sobrenombre de “el sin huesos”. Aparece como una presencia mis-
teriosa, ya que era la pareja de baile y el descubridor de Louise Weber, también
conocida como La Goulue, sobrenombre interesante que significa “la avaricio-
sa”. Louise Weber, como yo prefiero llamarla, con su identidad social, era el
cuerpo que supuestamente labró la fama de Toulouse-Lautrec con su famoso
cartel de 1891 para el Moulin Rouge (Ilustración 4.11). Las piernas dobladas y
las siniestras manos enfundadas en guantes negros forman parte de ese vocabu-
lario emergente. Pero el centro del cartel, cuando lo examinamos con cuidado y
teniendo presente las estructuras del fetichismo y de la diferencia sexual, exhibe
una ausencia decisiva. Creemos estar mirándole el trasero32. Pero, ¿qué es lo que
se ve en realidad?
Al estudiar la imagen más famosa pero más embarullada del cartel (Ilus-
tración 4.11), podemos rastrear el proceso de formación del vocabulario dis-
tintivo de Toulouse-Lautrec. El espectador se posiciona cerca, pero detrás, de
la figura danzante de Louise Weber. Sin embargo, está en parte tapada por la
enorme figura de Valentin le Désossé, situada en el primer plano a la derecha.
Su nítido perfil, con el sombrero de copa, repite las formas modeladas por sus
gigantescas manos enguantadas, que hacen un gesto espectacular pero extraño
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 133
Ilustración 4.11. Henri de Toulouse-Lautrec, estudio para Moulin-Rouge: La Goulue, 1891, carboncillo, difumino,
pastel, aguada y óleo sobre papel dispuesto sobre lienzo, 154 × 118 cm. Albi: Musée Toulouse-Lautrec
134 Diferenciando el Canon
Ilustración 4.13. Henri de Toulouse-Lautrec en un bote con Viaud, ca.1899, fotografía. Albi: Musée Toulouse-Lautrec
el color a sus más audaces contrastes y feroces oposiciones. Eso atrae nuestra
atención, pero nos distrae de lo que se representa, insistiendo en los medios de
su aparición, el fetichismo que ocupa el centro del carácter privilegiado que el
arte moderno concede al propio proceso significante.
El dibujo Chocolat bailando, reproducido en la revista cómica Le Rire, imita
formalmente la disposición compositiva de la escena primaria escenificada en
el Moulin Rouge (Ilustración 4.11). En cuanto espectadores, se nos otorga un
lugar desde el que vemos el trasero de Louise Weber, mientras que el rostro de
Chocolat queda casi oscurecido por el képi que le baja hasta los ojos, un efecto
exagerado por la caricatura de los rasgos de la supuesta diferencia racial. Ahora
lo que aleja nuestra mirada del sexo del cuerpo no es la pierna negra, sino la
negritud de su piel expuesta en (traspuesta a) su cara, y esa extraordinaria mano
“doblada”, solitaria, aislada en la parte superior del dibujo y cuidadosamente
contenida dentro de los límites que marcan los gruesos trazos de blanco. ¿Qué
le ocurre a nuestra lectura de esta imagen cuando la yuxtaponemos con dos
autorretratos de Henri? Me asombra el parecido del perfil del artista con el
que aparece en el dibujo de Chocolat bailando. En las descripciones de Tou-
louse-Lautrec ofrecidas por la mayoría de las biografías y los libros de historia
138 Diferenciando el Canon
del arte se da una gran importancia a las aparentes desfiguraciones que sufrió a
consecuencia de su enfermedad congénita. Los historiadores del arte y los biógra-
fos citan piernas debilitadas y arqueadas, un pecho enorme, unos labios protube-
rantes y babeantes. Es difícil apreciar los extremos de esas descripciones ficticias en
las fotografías que ahora también forman parte del archivo. Incluso hay fotos de
Henri desnudo en un bote, a punto de tomar un baño (Ilustración 4.13). Cier-
tamente, su cuerpo parece pequeño, pero está formado sin tacha y en absoluto
carece de proporción. Podemos especular con la idea de que llevaba ropa poco
favorecedora para disimular el simple hecho de que detestaba ser relativamente
bajo para ser un hombre blanco de la época. Las descripciones de su figura que
hacen los historiadores del arte emplean un vocabulario racista para expresar
la aparente aflicción que les produce, o tal vez para registrar la propia angustia
imaginaria del autor ante la supuesta deformidad del artista. En la actuali-
dad, gracias a nuestra mayor conciencia del lenguaje utilizado para hablar de
la discapacidad, tenemos que prescindir a toda referencia a la deformidad y su
significación que entronque con la africanización, admitiendo, con toda la ra-
zón, la posible importancia de Toulouse-Lautrec como un artista posiblemente
discapacitado que padecía de una ligera disfunción motora.
En la mayoría de los autorretratos realizados por este artista no contempla-
mos un parecido exacto, sino una proyección cargada de odio por sí mismo
que encontró expresión mediante la marcación física del cuerpo/yo detestado y
gráficamente reunido con los signos de unos “otros” culturalmente degradados
y dañados: mujeres de clase trabajadora o intérpretes de ascendencia africana
(por ejemplo, Autorretrato, ca.1887, localización desconocida, Toulouse-Lautrec,
1991). Henri envidiaba a bailarines como Louise Weber o Chocolat, sobre todo
por la libertad física y la exuberante agilidad de las que él no podía disfrutar.
Nunca pudo bailar o ser tan ágil como ellos. Pero también es importante que
no pudiera querer ser completamente como ellos. La libertad de la que gozaban
era en última instancia trivial, pues, como muestra la historia de Louise Weber,
no ofrecía ninguna seguridad contra el empobrecimiento. Era solo una libertad
imaginada para esos intérpretes por un aristócrata como una liberación momen-
tánea de las limitaciones que experimentaba dentro de las normas de etiqueta y
decoro de clase alta en las que lo habían educado. Sus cuerpos eran la antítesis
de los cuerpos disciplinados para emitir los signos de una elite dominante, con
su idea del autodominio como coartada para la dominación de aquellos repre-
sentados como menos controlados y más físicos. En los autorretratos de 1887 o
1897, Henri se colorea con el “fetiche” de la piel negra, representándose como
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 139
MUJERES AMANTES
Como Walter Benjamin reveló en sus lecturas de la poesía de Baudelaire, los alter
egos del héroe moderno eran mujeres ataviadas con el traje específico de los sis-
temas de género de la modernidad: la prostituta, pero también la lesbiana39. En
su análisis de los escritos del propio Benjamin sobre la diferencia de género y la
modernidad, Sigrid Weigel ha sostenido que la “puta” y la “lesbiana” funcionaban
como identificaciones históricamente importantes para el artista como figuras en
el umbral. Significan la antítesis de la madre, es decir, la mujer no procreadora40.
Aunque el enfrentamiento entre la madre y la “puta”41 opera claramente dentro
de formaciones de clase, resuena en otros registros. La denegación de la madre
mediante la idealización de la mujer en su función de ser sexual que no es pro-
creador permite al héroe moderno en cuanto artista apropiarse de una creativi-
dad liberada, asimilando la sexualidad masculina a una (pro)creatividad estética
vicaria. Pero la elisión de la puta y la lesbiana —posibilitada por la explotación
de género y de clase en la institución socioeconómica del burdel— creó la po-
sibilidad de introducir otro giro en el juego de las identificaciones, que otorgó
al héroe moderno/artista autogenético un acceso imaginario al objeto prohibido,
incestuoso, y a la proximidad deseada pero tabú al cuerpo de la madre. Tal vez
debería decir a un cuerpo de madre, al cuerpo de una persona femenina que se
había ocupado de su propio cuerpo en los rituales diarios del cuidado infantil,
ya que debemos recordar la división social por la que la madre natural y quienes
140 Diferenciando el Canon
tran a mujeres que se besan y se abrazan (En la cama, colección privada; El beso,
colección privada, reproducida en Toulouse-Lautrec, 1991, 428).
Esas imágenes me resultan incómodas. Probablemente fueran el producto
del dinero empleado por Toulouse-Lautrec para comprar el espectáculo del
amor lésbico como parte de los servicios eróticos que las mujeres prestaban en
el burdel. Las imágenes están pintadas para un hombre que ocupará el lugar
utilizado por el artista para esbozar el asunto, si no para ejecutar el cuadro
final. Convierten el placer sexual y la intimidad entre mujeres en otro placer
voyeurista. A finales del siglo xix, la literatura decadente y la pornografía hizo
un extenso uso de la imaginería lésbica. Así pues, no hay que leer esas imágenes
como fantasías privadas, sino como síntomas de un mercado cultural más am-
plio de imágenes concebidas para excitar la sexualidad masculina44.
Sin embargo, las imágenes resultan fascinantes en su representación de una
sexualidad activa entre mujeres. El amor lésbico no parece ser un mero prelu-
dio, como suele ocurrir en la pornografía, para la sexualidad fálica del espec-
tador varón. Por otra parte, las amantes de los cuadros de Toulouse-Lautrec, a
diferencia de las famosas protagonistas de El sueño (1866, París, Musée du Petit
142 Diferenciando el Canon
CONCLUSIONES
sujeto, como Fred Orton y Charles Harrison han definido la problemática del
arte moderno48, la especificidad textual en la que, dentro de la modernidad, se
generó la retórica del arte moderno.
Pero, aunque sostengo que es importante revisar ese archivo, que trata
de la formación cultural del arte moderno, quiero refutar cualquier suge-
rencia de que pueda servir de base para volver a plantear la pretensión de
convertir a Toulouse-Lautrec en otro padre del arte moderno. Producido en
la matriz a la que llamamos modernidad occidental y su experiencia social
metropolitana, su proyecto era, pese a todo, una empresa absolutamente
realista. Las obras exhiben una presión figurativa en la que la inventiva es-
tilística y formal del arte de vanguardia y su musée imaginaire fue objeto de
un saqueo dirigido a producir una pornografía.
Esa palabra significa “escritura sobre prostitutas”. Sin duda, Toulouse-Lau-
trec dibujó y pintó a prostitutas, pero no haciendo su trabajo. El proyecto
total de Toulouse-Lautrec no es la representación de una práctica erótica, sino
más bien la representación como una especie de practica erótica desplazada y
bloqueada, y lo que es más importante, de la representación como la estasis
y el fracaso de la sexualidad típica de esa época y de sus regímenes clasistas
y racistas. Propongo que es el registro sintomático de la impotencia psíquica
que Freud percibió en sus pacientes. De ahí el arte del cuerpo fragmentado
del otro social, sexual y racial: el arte del fetiche y del estereotipo. He utilizado
los retratos o las fotografías de la condesa Adèle y las fotografías del conde Al-
phonse como recursos heurísticos para representar la teoría del drama edípico
elaborada por Freud como la matriz de la masculinidad heterosexual moderna.
A partir de la interacción entre ambas —las imagos parentales y los productos
artísticos del hijo— discierno el patrón de repeticiones sintomáticas de deseos
rivales que ofrecen una escena para las determinaciones psíquicas de ese proyec-
to. Pero en los retratos inmóviles, icónicos, desesperados de la madre también
encontramos las fuentes de la invención. Alrededor de su cuerpo, ausente casi
siempre en la parte popular de la obra, y de sus sustitutos fetichizados, tan
masivamente presentes como sinónimos virtuales para el artista, circulaba una
fatal ambivalencia.
Seré clara a este respecto. La tragedia de esa estructura era claramente mas-
culina, pero tenía siempre tantas compensaciones que tentaba a los hombres a
sostenerla. Sin embargo, y lo que es más importante, la tragedia es nuestra. Me
atrevo a utilizar el inclusivo e incondicional “nuestra”, pues aquí es donde po-
demos plantear los vínculos estructurales entre el diversificado colectivo de las
Parte II. Leyendo a contrapelo: Leer buscando... 145
1 No puedo reclamar el mérito de haber establecido ese archivo suplementario. Encontré las
fotografías “ya allí”, en el catálogo de la exposición, en la nueva monografía de Bernard Denvir
para la colección World of Art, a la espera de ser leídas, de convertirse en parte de una cadena
semiótica, que condujera a formas de producir un análisis feminista histórico de lo que podría ser
la imagen gráfica o pintada; no de ellas, sino acerca de ellas.
2 Unpublished Correspondence of Henri de Toulouse-Lautrec, Lucien Goldschmidt y Herbert
Schimmel (eds.), Londres, Phaidon Press, 1969, carta 102, p. 115.
3 Pollock, Griselda, “Modernity and the Spaces of Femininity”, en Vision and Difference: Feminism,
Femininity and the Histories of Art, Londres, Routledge, 1988, pp. 50-90 [ed. esp.: Visión y
diferencia, Azucena Galettini (trad.), Buenos Aires, Fiordo, 2013].
4 Freud, Sigmund, “On the Universal Tendency to Debasement in the Sphere of Love” [1912], en
Standard Edition, Londres, Hogarth Press, 1953-1974, vol. 11, pp. 177-190, y en On Sexuality,
Penguin Freud Library, vol. 7, Harmondsworth, Penguin Books, 1977, pp. 243-260 [ed. org.: “Über
die allgemeinste Erniedrigung des Liebeslebens”, G.S., 5, 198; G.W., 8, 78; ed. esp.: “Sobre la más
generalizada degradación de la vida amorosa”, en Obras completas, volumen XI, José Etcheverry
(trad.), Buenos Aires, Amorrortu, 2013]. Este ensayo fue traducido al inglés por primera vez en
1925, nada menos que por Joan Rivière.
5 Ibíd., p. 81 (Sexuality, p. 250).
6 Ibíd., p. 182 (Sexuality, pp. 250-251).
7 Ibíd., p. 183 (Sexuality, p. 251).
8 Freud, Sigmund, “A Special Type of Choice of Object Made by Men” [1910], Alan Tyson (trad.),
Standard Edition, vol. 11, p. 171 [ed. org.: “Über einen besonderen Typus der Objektwahl beim
Manne”, G. S., vol. 5, p. 186; G. W., vol. 8, p. 66; ed. esp.: “Sobre un tipo particular de elección de
objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor I”, en Obras completas, vol. XI, José
Etcheverry (trad.), Buenos Aires, Amorrortu, 2013].
notas
masculinos a las intérpretes femeninas sirve para apoyar las sugerencias que formularé sobre las
oscilaciones en la identificación entre cuerpos masculinos y cuerpos femeninos.
19 Pollock, Griselda, Avant-garde Gambits: Gender and the Colour of Art History, Londres, Thames &
Hudson, 1992.
20 Clark, T. J., The Painting of Modern Life: Paris in the Art of Manet and His Followers, Nueva York y
Londres, Knopf and Thames & Hudson, 1984.
21 Ibíd., p. 15.
22 La palabra “sobredeterminación” tiene dos significados. Se refiere al hecho de que las formaciones
del inconsciente, es decir, los sueños, los síntomas, las fantasías, etcétera, pueden tener varios
factores determinantes. La comprensión más habitual del concepto de Freud no la entiende solo
como pluralidad, sino en el sentido de que “la formación se relaciona con una multiplicidad de
elementos inconscientes que pueden estar organizados en secuencias dotadas de sentido, cada
una con su propia coherencia específica en un nivel particular de la interpretación”, Laplanche,
Jean y Pontalis, Jean Bertrand, The Language of Psychoanalysis, op. cit., p. 293. El valor de
ese concepto para el análisis cultural estriba en que los signos no pueden reducirse a un solo
significado, social o psíquico. En su lugar estamos ante procesos de condensación, la formación
de puntos nodales en los que convergen patrones complejos y capas de significado para dar a
la imagen resultante su forma distintiva en cuanto configuración de significados, no en cuanto
símbolo, señal o reflejo de su propia condición de existencia.
23 Freud, Sigmund, “Leonardo da Vinci and a Memory of His Childhood” [1910], Standard Edition,
vol. 11, pp. 59-137 [ed. org.: Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci, G. S., vol. 9, p. 371;
G. W., vol. 8, p. 128; ed. esp.: Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, José Etcheverry (trad.),
Buenos Aires, Amorrortu, 2014]; “Fetishism” [1927], Standard Edition, vol. 21, pp. 147-154 [ed.
org.: “Fetischismus”, G. S., vol. 11, p. 395; G. W., vol. 14, p. 311; ed. esp.: “Fetichismo”, en Obras
completas, vol. xxi, José Etcheverry (trad.), Buenos Aires, Amorrortu, 1979].
notas
24 Freud, Sigmund, “Fetishism”, op. cit. p. 148.
25 Ellis, John, “On Pornography”, Screen 21, 1, 1980, pp. 81-108 (p. 100).
26 Y, por supuesto, de sus hijas, pero ese es el asunto que abordaré en las dos próximas secciones del
libro. Véase también Pollock, Griselda, “Critical Critics and Historical Critiques or the Case of the
Missing Women”, en Griselda Pollock, Looking Back to the Future: Essays from the 1990s, Nueva
York, G&B Arts International, 1999.
27 Mulvey, Laura, “You Don’t Know What is Happening, Do You Mr Jones?” [1973], reimpreso en
Visual and Other Pleasures, Londres, Macmillan, 1989, pp. 6-13. Kaja Silverman habla de la
práctica de vendar los pies como de un ejemplo supremo de fetichismo, en el que el vendado
significa la castración y sumisión de la mujer, pero después se lo idealiza como si se elogiara a las
mujeres con pies vendados por haber aceptado su castración y castigo, desviando la amenaza del
sujeto masculino (Silverman).
28 Silverman, Kaja, The Acoustic Mirror, op. cit.
29 Guilbert, Yvette, La Chanson de ma vie, París, Grasset, 1927, versión inglesa: The Song of My Life:
My Memories, Beatrice de Holthoir (trad.), Londres, George Harrap & Co., 1929, p. 87. Para un
estudio más detallado de Guilbert y el contexto de su trabajo, véase Rifkin, Adrian, Street Noises:
Parisian Pleasure 1900-40, Manchester, Manchester University Press, 1993. Gracias a Adrian
Rifkin y Lisa Tickner.
30 Guilbert, Yvette, La Chanson de ma vie, op. cit.
31 Geffroy, Gustave, Yvette Guilbert, París, Marty, 1894.
32 Yvette Guilbert recuerda que Louise Weber tenía un corazón bordado en las bragas que quedaba
de repente a la vista cuando “se inclinaba indecorosamente ante el público”. Guilbert, Yvette, La
Chanson de ma vie, op. cit., p. 174.
33 Véase Ellis, John, “On Pornography”, op. cit.
34 Citado en Frèches-Thory, Claire, Roquebert, Anne y Thomson, Richard, Toulouse-Lautrec, op. cit., p. 57.
148 Diferenciando el Canon
35 Bhabha, Homi, “The Other Question: The Stereotype and Colonial Discourse”, Screen 24, 6,
1983, pp. 18-36 [ed. esp.: “La otra pregunta: el estereotipo, la discriminación y el discurso del
colonialismo”, en El lugar de la cultura, César Aira (trad.), Buenos Aires, Manantial, 2002].
36 Ibíd., p. 21.
37 Cuando presenté por primera vez esta ponencia, Tamar Garb tuvo el acierto de señalar la otra
presencia en esta racialización de sus propios rasgos, lo que asimismo confirmaría esta dialéctica
de la proyección del yo odiado sobre el “otro” culturalmente definido. Los rasgos que diseña
también podrían leerse dentro de las representaciones visuales del antisemitismo. Sobre Toulouse-
Lautrec y el Otro judío, véase Bhabha, Homi, “The Other Question: The Stereotype and Colonial
Discourse”, op. cit.
38 Para un estudio sobre los usos de la imagen corporal en el discurso de clase y en el imaginario
social burgués, véase Stallybrass, P. y White, A., The Politics and Poetics of Transgression, Londres,
Methuen, 1986.
39 Benjamin, Walter, Charles Baudelaire: A Lyric Poet in the Era of High Capitalism, Harry Zohn
(trad.), Londres, New Left Books, 1973 [ed. Org.: Charles Baudelaire. Ein Lyriker im Zeitalter des
Hochkapitalismus, en Gesammelte Schriften, vol. 1-2, Fráncfort, Suhrkamp Verlag, 1989; ed. esp.:
Charles Baudelaire. Un lírico en la época del altocapitalismo, Alfredo Brotons (trad.), en Obras, libro
I/vol. 2, Madrid, Abada, 2008]. Véase también Buck-Morss, Susan, “The Flâneur, the Sandwichman
and the Whore: The Politics of Loitering”, New German Critique 39, otoño 1986, pp. 99-140;
Buci-Glucksman, Christine, “Catastrophic Utopia: The Feminine as Allegory of the Modern”,
Representations 14, 1986, pp. 221-229.
40 Weigel, Sigrid, “From Gender Images to Dialectical Images in Benjamin’s Writings”, New
Formations: The Actuality of Walter Benjamin 20, 1993, pp. 21-32.
41 La palabra es tan odiosa y fea que quiero insistir en que la empleo solo para señalar el abuso al
que la cultura dominante somete a las mujeres que trabajan en lo que sus trabajadoras llaman la
notas
PARTE III
Heroínas: Situando a
las mujeres en el Canon
Ilustración 5.1. Pierre Dumoustier Le Neveu, La mano de Artemisia Gentileschi sosteniendo un pincel,
1625, tiza roja y negra y carboncillo, 21,9 × 18 cm. Londres, Trustees of the British Museum
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 151
Hace unos años me contactó una investigadora de la BBC que estaba preparando
una serie de programas sobre mujeres importantes pero olvidadas por la historia.
Uno de los programas sería sobre la artista italiana del siglo xvii Artemisia Gen-
tileschi. Gentileschi iba a ser la única artista de la serie. Eso me hizo sospechar
mucho. Junto con Frida Kahlo y Georgia O’Keeffe, Gentileschi es ahora una de
las más famosas entre las artistas mujeres recuperadas, pero su fama se debe más
al escándalo y el sensacionalismo que a un interés auténtico o a una comprensión
de “Gentileschi” en cuanto una serie de significados creados mediante el arte
(Ilustración 5.1). La historia del arte se refiere a ella como una “muchacha lasciva
y precoz”, una mujer adicta a “las artes del amor”, cuya historia nos recuerda a
la película de Federico Fellini, La dolce vita2; como la escultora francesa Camille
Claudel, se ha convertido en carne de melodrama romántico en el cine. Un docu-
mental dramatizado sobre la artista estaría obligado a centrarse en el extraordina-
rio juicio que siguió a la violación que sufrió a manos de su “maestro”, Agostino
Tassi. Ella tenía entonces diecinueve años. Se centraría en los cuadros cuyo tema
aparente fuera la violencia sexual y la violación, como Susana y los viejos (1610,
Ilustración 5.2), y los que pudieran leerse como una “expresión” de los sentimien-
tos de venganza de las mujeres hacia los hombres como resultado de una agresión
sexual traumatizante, como Judit degollando a Holofernes (1612-1613, Ilustración
5.4). La vida se reflejaría en el arte como en un espejo y el arte confirmaría el
tema de la biografía: una mujer dañada. El arte de Gentileschi hablaría solo de
ese acontecimiento, que apuntaría directamente a la experiencia y que no ofrece
152 Diferenciando el Canon
Hay un abismo entre la concepción popular del “arte y los artistas” y la perspi-
cacia crítica actual del análisis feminista de la historia del arte. Quienes produ-
cen programas de televisión quieren revivir la biografía del artista mediante las
obras, mientras que la analista cultural feminista busca que la obra en sí cobre
vida decodificando el proceso dinámico por el cual se produce el significado
y explorando qué tipos de lecturas posibilitan sus signos3. En el modelo tradi-
cional, la obra de arte es una pantalla transparente a través de la cual no hay
más que mirar para ver al artista, entendido como un sujeto psicológicamente
coherente, que es el origen de los significados que tan perfectamente refleja la
obra. El modelo crítico feminista se basa en la metáfora de la lectura, más que
en la de mirar al espejo. Incluso en los cuadros que más emplean la ilusión fi-
gurativa, lo que vemos son signos, porque el arte es una práctica semiótica. El
concepto de leer el arte vuelve opacas, densas, recalcitrantes las marcas gráficas
y las superficies pintadas del arte; nunca ofrecen directamente su sentido, sino
que tienen que descifrarse, procesarse y discutirse4. En el arte, por supuesto,
siempre hay algo que ver. Sin embargo, lo que ve el ojo al atravesar el cuadro
y buscar sus medios y sus efectos es un procesamiento de los signos que pue-
den producir significados. Incluso en el cuadro más abstracto, el acto físico de
aplicar la pintura a una superficie nos sumerge en algún tipo de narratividad.
Puede ser únicamente la narrativa del proceso de la producción de la pintura, la
secuencia de las marcas de su creador, la manera en la que alguien ha meditado
sobre la superficie de un lienzo y sus efectos. No obstante, en algunos momen-
tos de la historia del arte occidental, ha habido una intención más explícita-
mente narrativa de hacer que el proceso formal cooperara en la producción de
un sentido decodificable en el plano narrativo.
En este capítulo me centraré en un momento culminante de esa producción
de pintura histórica del período barroco tan motivada por lo narrativo. Preten-
do utilizarlo como un ejemplo para estudiar los temas que plantearía un análi-
sis feminista de Artemisia Gentileschi. Eso me permitirá abordar el problema:
no tanto qué es una historia feminista del arte, sino qué aporta el feminismo
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 153
Han pasado ya veinte años desde que el impulso feminista revitalizado de finales del
siglo xx empezó a remodelar las posibilidades del conocimiento en el nombre de las
mujeres. Pero ¿qué “mujeres” son el tema del análisis feminista? ¿Mujeres blancas,
mujeres de color, mujeres judías, mujeres musulmanas, lesbianas, madres, madres
lesbianas, no madres, mujeres con discapacidades, mujeres de Europa, de Asia, de
África, de las Américas, de Oriente Próximo y de todas las diásporas que atraviesan
esas geografías imposibles? A pesar de la necesidad de insistir en la especificidad
de las mujeres arriba citadas, e incluso en el conflicto entre ellas, quedaría aún el
problema planteado por la categoría “mujeres”, categoría creada por la forma en
que la sociedad trata a quienes así designa. La Mujer, con la M mayúscula, es una
ficción y un mito, pero durante las últimas décadas de este siglo nos hemos orga-
nizado en cuanto mujeres, hemos imaginado una colectividad política de mujeres
en sus relaciones sociales, concretas. No obstante, incluso esto se ha cuestionado de
manera radical. El término “mujeres”, rastreado a través de los campos diversos de
la historia, la sociología, la filosofía, la historia del arte y la literatura, ya no ofrece
demasiadas garantías para la historiadora crítica o la analista cultural. Los textos,
las imágenes y las prácticas discursivas tienen que analizarse históricamente y en su
diversidad cultural en cuanto los lugares en los que la categoría “mujeres” se fabrica
mediante los mismos discursos y prácticas que producen y nombran este signo
como parte de la constitución de los regímenes de clase y de raza, así como de géne-
ro y sexualidad5. El feminismo no habla por las mujeres; políticamente desafía esas
construcciones de “mujeres” produciendo contra-construcciones que no se basan
en una naturaleza, en una verdad, en una ontología. Así pues, lo que defendemos y
desde dónde lo defendemos es algo que está en continua fabricación.
154 Diferenciando el Canon
Los análisis de las “mujeres” basados en las teorías de la diferencia sexual niegan
que la anatomía sea la base de las ficciones que determinan la identidad sexual.
El cuerpo femenino, no definido de manera esencialista, sino como un recurso
para las potencialidades imaginativas, psicológicas, experienciales, puede invocar-
se teóricamente como la fuente reprimida de nuestra significación radical como
“no-mujeres-mujeres”. Julia Kristeva define la significación radical de la feminidad
en las culturas falocéntricas por esta negatividad. Puede que tengamos que utilizar
el eslogan “mujeres” para publicitar nuestras exigencias en el campo de la crianza,
los derechos reproductivos y la igualdad laboral, pero, según Kristeva,
en un nivel más profundo, sin embargo, una mujer no puede “ser”; es algo que
ni siquiera pertenece al orden del ser. De ahí se deduce que una práctica femi-
nista solamente puede ser negativa, no puede concordar con lo que ya existe,
para que podamos decir “que no es eso” y que “aún no es eso”. En “mujer” yo
veo algo que no puede ser representado, algo que no es dicho, algo por encima
y más allá de las nomenclaturas y las ideologías6.
Estas radicales propuestas teóricas feministas crean los medios para releer
las inscripciones de lo femenino en los textos del pasado. Ahora podemos, en
retrospectiva, emplear conceptos teóricamente concebidos sobre la feminidad
entendida como otra diferencia para descifrar lo que las mujeres artistas pudie-
ran haber estado haciendo en su arte: es decir, fabricando a las “mujeres” en
las historias del arte, creando una diferenciación en lugar de expresar una dife-
rencia dada de antemano. En el laboratorio del pasado, sus textos e imágenes
nos ofrecen, en el presente, un material experimental mediante el cual analizar
las diferencias de la(s) feminidad(es) bajo la presión de articular lo que podría
ser lo femenino, tanto dentro de la ley falocéntrica de lo Mismo como en su
perpetua transgresión de esta.
El psicoanálisis, sin embargo, socava la idea de un sujeto fijado con una
diferencia sexual lograda. El psicoanálisis hipotetiza el resultado socialmente
deseado de una formación sexuada del sujeto (cómo la mayoría de nosotros
se convierte en mujeres u hombres capaces de tomar una serie de decisiones
sexuales) pero revela en ese mismo proceso las condiciones de una disrupción
perpetua de esos resultados mediante el inconsciente y la fantasía. El psicoaná-
lisis imagina ya esa inevitable negatividad en la subjetividad que permite que
el sujeto sea considerado no solo un autómata robótico manufacturado social-
mente, sexuado y con un género, ambos establecidos de una vez y para siempre,
sino un proceso dinámico y contradictorio.
Las revisiones feministas del psicoanálisis defienden que esta inestabilidad
estructural y creativa sucede porque el régimen falocéntrico del sujeto —de he-
cho, el que Freud y sus seguidores están describiendo— se basa en la represión
de la madre y, con ella, en la represión de las posibilidades de unas diferencias
diferentes que el cuerpo, la voz y el espacio materno acaban por representar en
un sistema falocéntrico. Un sistema así, represor de la madre, se organiza en
torno a la autoridad del Padre, el representante de la Ley, que hace que el pre-
cio a pagar por la adquisición del lenguaje, de la sexualidad y, por lo tanto, de
la subjetividad sea la separación de la Madre. A lo largo de nuestras historias
vitales vividas somos fabricados y desmontados como sujetos una y otra vez, en
nuestros encuentros con el lenguaje, con los demás, con la cultura. El sujeto se
halla, además, escindido y está, por lo tanto, siempre socavado o, mejor dicho,
determinado desde algún otro punto: por ejemplo, el inconsciente dentro de
la historia individual y en la estructura del lenguaje. Este proceso y su inesta-
bilidad regular se configuran de manera diferenciada para el sujeto femenino
debido a la asimetría de los regímenes falocéntricos de la diferencia sexual en
156 Diferenciando el Canon
Los “dos labios” no son una imagen verdadera de la anatomía femenina, sino un
nuevo emblema mediante el cual se puede representar positivamente la sexualidad
femenina. En el caso de Irigaray, el problema para las mujeres no es la experiencia
o el reconocimiento del placer femenino, sino su representación, que activamente
construye la experiencia que tienen las mujeres de su corporeidad y sus placeres.
Si la sexualidad y el deseo femenino se representan relacionados de algún modo
con la sexualidad masculina, se quedan sumergidos en una serie de limitaciones
definidas por lo masculino. Al contrario de la objeción que suele hacérsele de que
está describiendo una feminidad innata, natural o esencial, desenterrándola de su
tumba patriarcal, el proyecto de Irigaray se puede interpretar como una respuesta a
las representaciones patriarcales en el nivel mismo de la representación cultural10.
Ilustración 5.2. Artemisia Gentileschi (1593-1653), Susana y los viejos, 1610, óleo sobre lienzo,
170 × 119 cm. Pommersfelden, Kunstsammlungen Graf von Schönborn
162 Diferenciando el Canon
ces los viejos la acusan en falso y se la condena a muerte. Daniel, famoso por el
pozo de los leones, demuestra la inocencia de Susana exponiendo las mentiras de
los viejos. Los interroga por separado y les pregunta bajo qué árbol vieron a Susa-
na cometer adulterio. Cada uno de ellos señala un árbol de una especie diferente.
Entonces se los ejecuta por el delito de falso testimonio.
El relato es una compleja narración de deseo sexual y tentación visual, de
castidad femenina y ley masculina. Durante el Renacimiento, el foco dramático
sobre el momento de la desnudez de la mujer mientras se baña estando expues-
ta a una conspiración lasciva enfatizaba los aspectos sexuales, voyeurísticos y de
violencia visual del tema, a la vez que proporcionaba una justificación bíblica e
incluso teológica para pintar un desnudo femenino erótico, un género que esta-
ba surgiendo en este periodo y que modificaba las connotaciones del desnudo
femenino, desde su asociación iconográfica tradicional con la Verdad hasta su
significado moderno del deseo (masculino) y de su visualidad privilegiada.
Garrard defiende que el tratamiento que hace Artemisia Gentileschi de Susa-
na troca el “erotismo duro”, la “pornografía descarada” y “la violación, imaginada
por los artistas, y probablemente también por sus clientes y mecenas, en una
aventura osada y noble”15. “En un claro contraste con otras imágenes parecidas,
el núcleo expresivo del cuadro de Gentileschi es la tragedia de la heroína, no el
placer anticipado de los villanos”16. La base de esta diferencia es el género: “En el
arte, prevalecía una interpretación sexualmente distorsionada y espiritualmente
sin sentido de este tema porque la mayoría de los artistas y mecenas habían sido
varones, atraídos por su instinto a identificarse más con los malvados que con la
heroína”17. “La Susana de Artemisia nos ofrece una imagen que escasea en el arte,
la de un personaje femenino tridimensional que es heroico en el sentido clásico,
pues en su lucha contra fuerzas que en último término exceden a su control ex-
hibe un espectro de emociones humanas que nos impulsa, como en el caso de
Edipo o Aquiles, a compadecerla y admirarla”18. La afinidad especial de la artista
con este tema se encuentra tanto en el hecho de que fuera una mujer19, en lugar
de un hombre, como en que fuera esta mujer en concreto, ella misma vulnerable
a una agresión sexual no deseada en el momento de pintar la Susana, una mujer
que después sería violada como resultado de esa vulnerabilidad, antes de pintar
su primera versión del tema Judit degollando a Holofernes (Ilustración 5.4). Mary
Garrard concluye así su capítulo sobre la Susana de Artemisia Gentileschi:
Lo que el cuadro nos ofrece, por lo tanto, es una reflexión, no sobre la violación
misma, sino más bien sobre qué sentía una mujer joven acerca de su propia vulnera-
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 163
¿Por qué deberíamos debatir esto? Tal vez las distinciones que quiero señalar sean
demasiado sutiles para merecer excesiva atención. Pero creo que aquí se juega una
buena parte de lo que tratan las intervenciones feministas en la historia del arte.
El argumento de Mary Garrard es muy persuasivo porque parece que resucita a
la artista del siglo xvii para que veamos su obra como una especie de testimonio
personal, un testimonio de sus propios traumas. Pero ¿en qué difiere esto de lo que
podemos encontrar en los relatos normalizados de la historia del arte, de la ecuación
de la vida biográfica del artista y el arte mediante los mecanismos de la expresión?
Nanette Salomon ha señalado que, mientras que la biografía ha conservado un
lugar privilegiado en los modos de hacer historia del arte desde que Vasari iniciara
el modelo heroico con sus Vite (Vidas) de los artistas famosos21, en lo que respecta
al género el material biográfico funciona de manera diferencial:
Salomon defiende que en la historia del arte, ya sea feminista o no, las obras de
Artemisia Gentileschi “se reducen a expresiones terapéuticas de su miedo, su
ira y/o su deseo de venganza. Sus esfuerzos creativos ceden, en términos tradi-
cionales, ante lo personal y lo relativo”23.
Los materiales biográficos sin duda proporcionan recursos importantes y nece-
sarios para la producción pospuesta de la autoridad de las mujeres. Pero sin duda
tiene que haber una diferencia entre una interrogación minuciosa del archivo, que
incluya materiales de una vida vivida, y vincular los cuadros a la concepción bur-
guesa occidental del individuo dentro de los discursos sobre la biografía. La biogra-
fía, además, nunca puede ser un sustituto de la historia. Podríamos aquí recordar,
adecuadamente modificada, la famosa sentencia de Marx en El 18 Brumario de
Luis Bonaparte (1852): “Las mujeres hacen su propia historia, pero no la hacen a su
gusto; no la hacen bajo circunstancias que ellas mismas hayan elegido, sino bajo las
circunstancias con las que se encuentran directamente, las que se reciben y transmi-
ten desde el pasado”24. Cuando escribió su biografía histórica del novelista francés
del siglo xix Gustave Flaubert, Jean-Paul Sartre trató de teorizar cómo acceden a la
conciencia de clase los individuos pertenecientes a una clase dada. Sartre argumenta
que un niño burgués, como lo era Flaubert, aislado de la conciencia de clase den-
tro de la homogeneidad de su familia, podría, por ejemplo, presenciar algún gran
acontecimiento histórico, una revuelta, un levantamiento, una batalla, una huelga.
En esa momentánea cristalización de los antagonismos de una sociedad de clases,
a la criatura se le obliga a ver a su familia burguesa “desde fuera”, como el objeto
de un odio proletario o de un desdén aristocrático25. Mediante esta conjunción de
la percepción personal de los grandes acontecimientos públicos, que de repente
revelan las fuerzas sociales que conforman al individuo, este último se ve obligado
a reconocer la necesaria interacción de lo privado y de lo público, de lo personal
y de lo social, y descubrirse definido por ello. Sartre concluye: “En realidad, para
descubrir la realidad social dentro y fuera de uno mismo, no basta con sufrirla; tiene
que verse con los ojos de los demás”26.
Exactamente así podríamos leer el calvario público del juicio Gentileschi/
Tassi en 1612, como un momento que cristalizaba las relaciones entre la se-
xualidad y la dominación de género en la Roma del siglo xvii. El proceso de la
re-presentación pública de su trauma, sexual pero sin duda social, podría haber
revelado (articulado) a Artemisia Gentileschi cuál era su lugar como mujer en
cuanto objeto de intercambio entre varones, un lugar en el que su violación no
significaba tanto su sufrimiento personal como un delito contra los derechos
legales de los varones sobre los cuerpos de las mujeres para determinar su esta-
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 165
Aunque las actas del juicio puedan o no añadir algo a nuestra comprensión del arte
de Gentileschi, lo pueden hacer tan solo cuando se consideran parte del discurso
fuertemente codificado sobre la sexualidad y sobre las políticas de la violación en
el siglo xvii. Tal vez más que ninguna otra cosa, lo que ponen de manifiesto es
el hecho de que Artemisia, su cuerpo y su alma, era tratada como el lugar de
intercambio entre varones, especialmente entre su padre/mentor y su amante/
violador/mentor. (…) Este proceso de intercambio comenzó cuando se la “en-
tregó” a Tassi como alumna y continuó cuando este la “poseyó” con violencia,
cuando su honor quedó “redimido” y cuando fue de nuevo entregada y tomada.
El vínculo homosocial entre estos hombres que el ritual representa una y otra
vez convierte a “Artemisia” en un constructo históricamente esquivo. Si algo
revela el testimonio del juicio es a una persona con un sentido obstinado de sus
propias necesidades sexuales y sociales. Sus cuadros ya no parecen tanto “muje-
res heroicas” como el nexo de una serie de complicadas negociaciones entre la
convención y la alteración, entre “Artemisia” y Artemisia27.
¿Qué aspecto tendría una autobiografía cocida?28 Jugando con la elección de pala-
bras que ha hecho Mary Garrard, autobiografía cruda, me remito aquí a la ima-
gen que acuñó Levi-Strauss de la diferencia entre naturaleza y cultura como una
diferencia entre lo crudo y lo cocido29. Garrard está diciendo que el arte nunca
entrega elementos no mediados de la vida de un artista, pero su texto nos ofrece
la imagen del arte como un espejo: reflejo, expresión, “contrapartida pictórica” y
equivalente pictórico. ¿Cuál es el agente que cocina, cuál es el proceso por el que
lo que nos ocurre se transforma de acontecimiento en experiencia, en memoria y,
por lo tanto, en significado? Yo propongo que es la representación, a la vez como
proceso semiótico y como un filtro de la “otra escena”.
Las investigaciones actuales sobre el trauma apuntan a que cuanto más terrible
ha sido el dolor, más difícil es hablar al respecto o lidiar con ello. Cathy Caruth
defiende que la patología del trauma es “la estructura de su experiencia o recep-
166 Diferenciando el Canon
Aquí, por lo tanto, el placer es el efecto de la palabra del otro. Más específica-
mente, ocurre con la llegada del discurso estructurante. Porque lo esencial en la
cura de una mujer no es hacer la sexualidad más “consciente” o interpretarla, al
menos no en el sentido que habitualmente se le da a este término. La palabra del
analista adopta una función completamente diferente. Ya no explica, sino que,
por el mero hecho de articular, estructura34.
Pero si estas convenciones y relatos dados son otro de una manera que solo
proporcionen un campo de representación alienante, inconmensurable con la
forma y los deseos del sujeto porque el sujeto creador es femenino y el discurso
es falocéntrico, se producirá una contradicción. En ese espacio entre una otre-
dad necesaria y una ajena podemos empezar a buscar los rastros de un despla-
zamiento en los circuitos del significado, que podrían haber servido como el
lugar del descubrimiento de la experiencia de la creadora y de la comprensión
de la lectora de feminidades históricamente distanciadas.
Los relatos bíblicos de Susana y Judit que tanto se apreciaban en el periodo
barroco son ejemplares (Ilustración 5.3). Propongo que no los consideremos
Ilustración 5.3. Jacob Jordaens (1593-1678), Susana y los viejos, ca. 1630, óleo sobre lienzo, 189 × 177 cm. Bruselas, Museo de Bellas Artes
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 169
tal. Pero uno de los viejos se sube sobre la balaustrada en un gesto espectacular
y toca la piel desnuda de la mujer de la que el otro hombre está arrebatando la
tela que la cubre. Como la figura de Susana se aparta de la agresión, toda la com-
posición adquiere un impulso dinámico hacia la izquierda que se compensa por
la mirada ligeramente sorprendida de la mujer hacia atrás, hacia los intrusos41.
Rubens se esfuerza en involucrar a todas las figuras en una conversación creada
narrativamente, centralizando el foco y empleando esta composición centrífuga
para expresar la intimidad intrusa de la escena ilícita.
En el cuadro de Artemisia Gentileschi, los hombres y la mujer existen en
zonas radicalmente diferentes. Los viejos están pintados como una unidad, se-
parados por la balaustrada, hablando entre sí. El cielo azul, liso, compone un
tosco telón de fondo. ¿Dónde están los árboles tan cruciales para la narración
(el engaño de los viejos se revela porque cada uno de ellos dice a Daniel que
espió el adulterio de Susana y que tuvo lugar bajo un árbol diferente)? ¿Dónde
están los indicios del jardín, tan habituales en otras composiciones, que crean
una situación edénica donde resituar el crudo conflicto entre la concupiscencia
masculina y la desnudez femenina? En lugar de un entorno desarrollado, el
cuadro no proporciona esta narrativa implícita mediante los detalles y el exce-
so. En una sencillez que delata la inmadurez de la artista (es decir, su formación
a medio cocer y que se iniciaba en cómo gestionar las convenciones de sus
modelos escogidos), el drama de la situación se revisa para plantear una mascu-
linidad duplicada —una vieja, una joven— contra una feminidad angustiada
—una mujer joven, desnuda—. A diferencia de otras versiones de este tema,
el cuadro no hace que los espectadores se relacionen con la visión de los viejos,
babeando bajo el abrigo de los árboles, mientras la joven mujer alegremente si-
gue con sus abluciones, expuesta a una visión que acoge tanto a los hombres de
dentro del espacio ficticio del cuadro como a los que están fuera de este (como
ocurre, por ejemplo, en la versión pintada por Jacopo Tintoretto en 1555-1556
que se conserva en Viena, Kunsthistoriches Museum). El cuadro de Artemisia
Gentileschi, por lo tanto, no es una metáfora de la visión, de un placer visual
que es sexualmente excitante. Tampoco dramatiza la intrusión y las propuestas
no deseadas de los hombres. La expuesta y los conspiradores están toscamente
yuxtapuestos dentro del espacio incómodamente comprimido. Se les niega la
distancia necesaria para permitirles articular una narrativa. Mi propuesta es
que los cuadros de Artemisia Gentileschi exhiben una tendencia que socava
las narraciones de sus topoi escogidos para revelar, en forma de tableau, las
oposiciones que subyacen y estructuran el relato. Cuando miramos su cuadro,
174 Diferenciando el Canon
tenemos que preguntarnos: ¿Por qué en este ejemplo está Susana tan afligida,
dado el momento de la historia que se representa?42
Hay un exceso en el cuerpo desnudo, en el retorcimiento que arruga el
cuerpo, en las manos extendidas, en el cuello tenso y en la cabeza gacha. El
rostro de Susana es también inquietante. Su modo expresivo está afinado casi
demasiado agudo y su postura lo aleja del cuerpo, creando registros diferen-
ciados de representación. Esta tensión apunta a dos modelos diferentes para la
expresión facial y para el gesto corporal, empleados en conjunción disonante
en un solo cuadro, lo que perturba la carga ideológica que cualquier plantilla
procedente del arte contemporáneo podría estar aportando. Estos elementos de
pose, gesto y expresión facial, la gramática de la pintura histórica legados por
la Academia del Renacimiento Temprano, dotan al cuerpo femenino, que es el
centro luminoso de la escena, de una energía, un pathos y una subjetividad que
sin duda contrarrestan la figuración del desnudo femenino como exhibición y
así deshacen parte de los significados canónicos del género. Ese desplazamiento
del efecto no es, diría yo, el resultado de una intención consciente de Artemisia
Gentileschi, ni de su experiencia. El cuadro podría apuntar al inicio tentativo
de una gramática posible, que surgiera de su inexperiencia como artista y fuese
el resultado de las dificultades para resolver la integración de los elementos y
para gestionar el espacio como un dispositivo narrativo. La potencia e intensi-
dad inesperadas de la imagen son el fruto de un proceso de trabajo mediante
el cual la artista podría haber reconocido una manera de reunir las figuras que
podría usarse de nuevo, conscientemente, a propósito, para que fueran los sig-
nos mediante los cuales se pudiera inscribir una diferencia femenina en los
textos de una cultura que proporcionaba únicamente relatos que enumeraban
el intercambio de las mujeres entre los hombres. De la misma manera, estos
mismos elementos podían leerse sádicamente mediante una identificación con
los viejos y en contra de la mujer. Pero el espectador masculino imaginado
querría que se lo apartara del destino de los viejos y encontrar una manera en
la que complacerse en la visión y disfrutar a la vez de la distancia protectora de
una narración conocida en la que está también la figura de Daniel, el salvador
y redentor de la mujer acosada.
Ofrezco aquí únicamente una contrahipótesis, una lectura semiótica del
cuadro que busca rastrear el nivel en el que podríamos buscar la inscripción
de la diferencia. La diferencia consiste, por lo tanto, en la existencia de otros
significados, que no son los mismos significados masculinos dominantes en-
carnados en las representaciones narrativas de Susana, y en qué es lo que esos
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 175
su pueblo. Aunque puede haber elementos sexuales en cada uno de los relatos,
Dalila, Yael y la mujer anónima de la torre están subordinadas a la causa más
general y planifican sus acciones en un contexto militar. Pero los significados
posteriores, míticos, elaborados sobre ese modelo, de Dalila y las mujeres se
centran abrumadoramente en la sexualidad, que se dota en ese momento de un
peligro letal para los hombres. Es el sexo, y no la política, lo que mata.
Los relatos bíblicos de Jueces proporcionaron topoi para el arte cristiano. En el
arte secular de la Edad Media la aparente subversión del orden social que repre-
sentaba que las mujeres asesinaran a los varones se convirtió en un tema popular
para un cuento moral admonitorio conocido en general como “el poder de las
mujeres” o “las mujeres por encima”46. Los cuentos sobre la inversión de las re-
laciones entre los sexos permitían reconocer en la representación la amenaza y la
ansiedad asociadas a ello y, en el mismo gesto, presentarse como una perversión47.
La representación de “las mujeres por encima” funciona metafóricamente para
deslegitimar cualquier papel que adopten las mujeres que no sea de subordina-
ción, puesto que su altanería únicamente significa desorden, una inversión anti-
natural de la jerarquía de los sexos, decretada por la divinidad.
En el periodo barroco los relatos de Jueces proporcionaron recursos abun-
dantes para la representación artística. Las bíblicas y canonizadas Yael y Dalila,
tan populares en el arte secular medieval, perdieron su lugar, sin embargo, a fa-
vor de Judit. En las complejas proyecciones ideológicas de esta figura, que ope-
raba, como Susana, en los espacios que emergían de manera contradictoria para
la sexualidad en la representación visual, en la encrucijada del catolicismo de la
contrarreforma y las formaciones modernas del Estado nación secular, el mythos
de Judit se reconfiguraba para elaborar una dimensión específicamente sexual
de unos acontecimientos que, en el texto apócrifo, claramente se afirmaba que
tenían un sentido político y no sexual48. En un ensayo sobre el cuadro de Judit
de Artemisia Gentileschi, Roland Barthes narra el cuento con sencillez. Judit,
una heroína judía, sale de la ciudad asediada, va hacia el general enemigo, lo
seduce, lo decapita y regresa al lado de los hebreos49. Barthes enumera una serie
de versiones modernas de Judit que atribuyen complejos motivos psicosexuales
para su asesinato: Judit está dispuesta a matar por razones patrióticas, pero
sucumbe a su deseo por Holofernes y se recupera para asesinarlo, para vengar
así su despertar sexual; Judit, aún virgen a pesar de ser viuda, quiere ser famosa.
Auténticamente enamorado de ella, Holofernes reconoce esto y se ofrece a ella.
Ella queda impresionada y le permite seducirla, pero recupera el autocontrol
y le corta la cabeza. Barthes concluye este repaso resumiendo lo que nos dicen
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 177
Ilustración 5.4. Artemisia Gentileschi, Judit decapitando a Holofernes, 1612-1613, óleo sobre lienzo,
168 × 128 cm. Nápoles, Museo di Capodimonte
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 179
Tal vez nos veamos situados como el objeto al que apelan los ojos desesperados
del hombre que sufre. El hombre mira hacia arriba, hacia el exterior de ese es-
pacio claustrofóbico, con una mirada que está en el filo del terror viviente y la
muerte que lo invade. Los ojos de las dos figuras femeninas están cubiertos por
sus párpados, puesto que miran hacia abajo en dos líneas de visión convergen-
tes que forman los dos lados de un triángulo cuyo vértice es esa cara masculina
distorsionada, desencajada, horrorosa.
Vestida con su traje color vino, Abra, la criada de Judit, asoma su mirada
con sorprendente sangre fría por encima del puño desmesurado que debería
hacer un contacto violento con su corpiño o su vestido, pero que no lo hace.
La posición de Abra, erguida sobre el torso del general tumbado, crea la sensa-
ción de profundidad del cuadro, prometiendo un espacio del que ella procede
y creando una dimensión más por su movimiento hacia Holofernes y, por lo
tanto, hacia el espectador. Contra este eje, Judit está descentrada, a la derecha,
vestida con un vestido azul festoneado en oro, de corte bajo y manga corta,
buscando con tranquilidad el equilibrio necesario para lograr la complicada
tarea de cortarle el cuello a un hombre. Está modelada con energía gracias al
potente empleo del claroscuro dramático que redondea sus hombros y sus bra-
zos y que mantiene la mitad de su rostro en sombra. El estilo pictórico es el an-
verso de la Susana de 1610 (Ilustración 5.2). La oscuridad y la noche sustituyen
a la iluminación generalizada de una escena diurna; el interior al exterior; los
vestidos lujosos a la desnudez femenina. Dos mujeres se imponen a un hombre,
mientras que, en el cuadro anterior, una mujer era intimidada por dos hom-
bres. La muerte sustituye a la concupiscencia. Pero, en ese uso del triángulo de
las tres figuras, en la combinación de dos agentes y una víctima, una de ellas
una mujer angustiada, la otra un hombre agonizando, podemos discernir una
estructura convincente que a la artista le pareció útil y que podía reelaborar.
Este relato y los medios de representarlo le llegaron a Artemisia Gentileschi a
través de una secuencia de transferencias y proyecciones masculinas que remo-
delaban constantemente el mitema del asesinato de un hombre por parte de una
mujer. Caravaggio había pintado una Judit decapitando a Holofernes (Ilustración
5.6). Despliega la historia en un único plano, rellenando el fondo con pesadas
telas. Una Judit muy joven, con el ceño fruncido por la concentración, ya se ha
abierto paso hasta el cuello de Holofernes. La boca de Holofernes se abre por la
sorpresa, sus ojos se esfuerzan en mirar a su asesinada. Tiene barba. Judit agarra
el pelo, que asoma por sus dedos. Judit está a la derecha del cuadro, sus brazos
forman potentes líneas de fuerza que enmarcan la cabeza de Holofernes. Abra es,
182 Diferenciando el Canon
Ilustración 5.6. Michelangelo Merisi da Caravaggio (1573-1610), Judit decapitando a Holofernes, ca.1599,
óleo sobre lienzo, 144 × 195 cm. Roma, Galería Nacional de Arte Antiguo (Palazzo Barberini)
sin embargo, una anciana que observa con inmenso interés la decapitación desde
el extremo derecho. Al apuntar, como debe ser, que Artemisia se basó mucho
en este cuadro, mi esperanza es sortear la ruta de transmisión preferida por la
historia del arte: la influencia (que, en el caso de las mujeres, siempre redunda en
su detrimento). Podemos pensar en la referencia y en la cita como medios para
garantizar la genealogía de la pintura posterior, su pertenencia al grupo basado en
el hombre que pinta Caravaggio. Esto invocaría, en nombre del cuadro, conno-
taciones asociadas con esa escuela. Podemos pensar también en unas transposi-
ciones más sutiles. ¿Y si lo que la artista adopta más claramente son las horribles
contorsiones del rostro del general moribundo, dándole la vuelta y haciendo que
apele directamente al espectador? ¿Acaso así la cita del cuadro de Caravaggio no
sirve para incluir un poco de “Caravaggio” en el lienzo y dejar así clara su lealtad,
sus intereses y también dónde creará su diferencia?
Su padre Orazio fue uno de los primeros seguidores de Caravaggio en
Roma. Pintó una Judit (Ilustración 5.7) en una muy clara combinación de
la sencillez de Caravaggio y sus propios colores, más puros. Orazio crea una
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 183
Ilustración 5.7. Orazio Gentileschi (1563-1639), Judit y su criada Abra con la cabeza de Holofernes, 1610-1612,
óleo sobre lienzo, 143,9 × 154,3 cm. Hartford, Wadsworth Atheneum (The Ella Gallup Sumner and Mary Caitlin
Sumner Collection Fund)
composición clásica con Judit y su joven criada formando los dos lados de un
triángulo central. Ambas miran a lo lejos creando una fuerza centrípeta que
enmarca pero que se niega a dirigir la mirada a la cabeza serena, inmaculada,
que acunan entre las dos, metida en una cesta sobre las rodillas de Judit, mien-
tras que esta última aún blande el arma. La versión de Caravaggio trata sobre
la acción de matar, de morir. Su compañía de actores la componen una mujer
frente a un hombre y un espectador. La versión de Orazio tiene lugar después.
Dos mujeres juntas con el trofeo, con el símbolo de la virilidad ausente. A
Judit se la hace fálica con la espada, pero maternal con su botín, con la cabeza
del bebé varón. El drama de la escena es la atención que prestan las mujeres a
lo que ocurre en el exterior de la escena descrita, un escenario que la hija de
Orazio también adoptaría y reelaboraría con una intensidad caravaggista en
1625 (ahora en Detroit, Institute of Arts). La Judit decapitando a Holofernes
de Artemisia Gentileschi incorpora, invoca, muestra deferencia y difiere de la
184 Diferenciando el Canon
1 Cixous, Hélène, “Castration or Decapitation?”, Annette Kuhn (trad.), Signs 7, 1, 1981, pp. 41-55 [ed.
org.: “Le Sexe ou la tête”, Cahiers du GRIF, nº 13, 1976, pp. 5-15].
2 Todas estas citas proceden de fuentes de la historia del arte recogidas por Sebestyan, Amanda,
“Artemisia Gentileschi”, Shrew 5, 2, 1973.
3 Bal, Mieke, Double Exposures: The Subject of Cultural Analysis, Nueva York y Londres, Routledge,
1996, aporta algunas lecturas importantes sobre el tema de Judit, especialmente sobre su
tratamiento por parte de Artemisia Gentileschi.
4 En todo este capítulo estoy en deuda con la obra de Mieke Bal, en especial con su artículo
“Reading Art?”, en Griselda Pollock (ed.), Generations and Geographies in the Visual Arts: Feminist
Readings, Londres, Routledge, 1996, pp. 25-41.
5 Este es el meollo del esencial artículo de Cowie, Elizabeth, “Woman as Sign”, M/F 1, 1978, pp.
49-64: “Quiero defender que la película [o cualquier otro régimen de representación visual] como
sistema de representación es un punto de producción de definiciones. Pero no es ni único ni
independiente, ni se puede reducir simplemente al resto de las prácticas que definen la posición de
las mujeres en la sociedad” (p. 50).
6 Kristeva, Julia, “La Femme ce n’est jamais ça” [1974], en Elaine Marks e Isabel de Courtivron (eds.),
New French Feminisms, Brighton, Harvester Press, 1981, pp. 137-141.
7 Por ejemplo, Luce Irigaray contrasta las metáforas de lo fijo y de la unidad asociadas con las
fantasías de los cuerpos masculinos con las imágenes de pluralidad —dos labios, que se tocan— y
fluidez asociadas con la sexualidad femenina y explora las diferentes implicaciones filosóficas de
estas diferencias. Esto es muy diferente a decir que, puesto que los labios de la vulva se tocan, las
mujeres tienen por lo tanto una mente más abierta por naturaleza.
8 Escribí estas secciones del libro antes de que se publicara el importante texto de Elizabeth Grosz.
En gran medida, sus argumentos proporcionan un respaldo filosófico profundo a esta tendencia
del pensamiento feminista. He adquirido una enorme deuda con su obra Volatile Bodies: Towards a
notas
20 Ibíd., p. 208.
21 Vasari, Giorgio, Le vite de’ piu eccelenti pittori, scultori e architettori nella redazione 1550 e 1558, R.
Bettarini y P. Barocchi (eds.), Florencia, Sansoni, 1966-1971, y Spes, 1976-1987. Sobre Vasari y la
biografía véase también Rubin, Patricia, “What Men Saw: Vasari’s Life of Leonardo da Vinci and the
Image of the Renaissance Artist”, Art History 13, 1, 1990, pp. 34-46.
22 Salomon, Nanette, “The Art Historical Canon: Sins of Omission”, en Joan Hartmann y Ellen
Messer-Davidow (eds.), (En)gendering Knowledge: Feminism in Academe, Knoxville, University of
Tennessee Press, 1991, p. 229.
23 Ibíd., p. 230.
24 Marx, Karl, The Eighteenth Brumaire of Louis Napoleon [1852], en Karl Marx y Friedrich Engels,
Selected Works in One Volume, Londres, Lawrence & Wishart, 1970, p. 96. [ed. org.: Der
achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte, Hamburgo, Otto Meißner, 1869; ed. esp.: El dieciocho
Brumario de Luis Bonaparte, Elisa Chuliá (trad.), Madrid, Alianza Editorial, 2015].
25 Sartre, Jean-Paul, “Class Consciousness in Flaubert”, Modern Occasions 1, 2, 1971, pp. 379-389
[ed. org.: “La Conscience de classe chez Flaubert”, Les Temps modernes 240, mayo de 1966, pp.
1921-1952]. Una versión feminista de este modelo, también transformado porque se trata de la
infancia de una niña de clase obrera, se puede encontrar en la doble autobiografía de Steedman,
Carolyn, Landscape for a Good Woman, Londres, Virago Press, 1986. Steedman reelabora también
la leyenda de Freud de la visión traumática de los genitales femeninos por parte del niño —leída
como carencia y, por lo tanto, como castración— para explorar el descubrimiento por parte de una
niña de clase obrera de que sus progenitores carecían de poder ante las autoridades burguesas.
26 Sartre, Jean Paul, “Class conciousness in Flaubert”, op. cit., p. 381.
27 Salomon, Nanette, “The Art Historical Canon: Sins of Omission”, op. cit., p. 230.
28 En los capítulos siguientes mi intención es cuestionar aún más el tema de la autobiografía como
algo ni siquiera posible para las mujeres. Aquí tenemos que dejar abierta la cuestión para que
notas
pueda participar en el juego.
29 Lévi-Strauss, Claude, The Raw and The Cooked, Harmondsworth, Penguin Books, 1964 [ed. org.:
Mythologiques, vol. I: Le Cru et le Cuit, París, Plon, 1964; ed. esp.: Mitológicas I. Lo crudo y lo
cocido, Juan Almela (trad.), México, Fondo de Cultura Económica, 1968].
30 Caruth, Cathy, “Introduction”, American Imago 48, 1, 1991, número especial, Psychoanalysis,
Culture and Trauma, pp. 3-5; reimpreso como Caruth, Cathy (ed.), Trauma: Explorations in Memory,
Baltimore y Londres, Johns Hopkins University Press, 1995.
31 Ibíd., p. 5.
32 Ibíd., p. 9.
33 Imposibilidad de caminar porque un paciente temía avanzar en la vida; dolor en la cara porque una
frase había sentado como una bofetada, etc.
34 Montrelay, Michèle, “Inquiry into Femininity”, Parveen Adams (trad.), M/F 1, 1978, pp. 95-96.
35 Ibíd., p. 96.
36 Véase Pollock, Griselda, “Artists, Mythologies and Media... “, Screen 21, 3, 1980, pp. 57-96.
37 Irigaray, Luce, “Commodities among Themselves”, en This Sex which Is Not One, Catherine Porter
(trad.), Ithaca, Cornell University Press, 1985, pp. 192-197 [ed. org.: Ce sexe qui n’en est pas un,
París, Éditions de Minuit, 1977; ed. esp.: “Mercancías entre ellas”, en Ese sexo que no es uno, Raúl
Sánchez Cedillo (trad.), Madrid, Akal, 2009].
38 Moreno, Shirley, The Absolute Mistress: The Historical Construction of the Erotic in Titian’s
“Poesie”, trabajo fin de máster inédito, University of Leeds, 1980. Shirley Moreno estaba haciendo
su doctorado sobre este tema en el momento de su muerte.
39 Baxandall, Michael, Painting and Experience in Fifteenth Century Italy, Oxford, Oxford University
Press, 1972; Damisch, Hubert, The Origin of Perspective, John Goodman (trad), Boston, MIT
Press, 1994 [ed. org.: L’origine de la perspective, París, Flammarion, 1987; ed. esp.: El origen de la
perspectiva, Federico Zaragoza (trad.), Madrid, Alianza, 1997].
190 Diferenciando el Canon
40 Según las normas judías de la pureza (niddah) las mujeres debían bañarse para señalar el final
de su menstruación. Así pues, que la mujer se estuviera bañando podría haber adquirido unas
connotaciones sexuales específicas, porque demostraba que era a la vez “pura” y que estaba
sexualmente disponible, es decir, que su marido podía tener sexo con ella de nuevo. El texto, sin
embargo, menciona específicamente que Susana se estaba bañando porque hacía calor.
41 Un cuadro anterior de Pieter Paul Rubens sobre el mismo tema, probablemente pintado durante su
estancia en Italia, entre 1607 y 1608 (Madrid, Real Academia de San Fernando), usaba también el
recurso de colocar a Susana desnuda en primer plano contra una balaustrada. Pero en este cuadro ella
tiene que retorcerse para mirar desde abajo a las figuras que se ciernen sobre ella e invaden su espacio.
42 Tintoretto muestra a Susana absorta en sí misma y desprevenida. Versiones posteriores a la de
Gentileschi muestran a Susana acobardándose cuando los viejos se acercan para hacerle su
proposición.
43 Ward Bissell, Raymond, “Artemisia Gentileschi - A New Documented Chronology”, Art Bulletin 50,
1, 1968, pp. 155-156.
44 Judit —Yehudit—, la forma femenina del término genérico Yehuda, un descendiente de Judá,
de donde deriva el término judío. Es por lo tanto una hija representativa de Israel, más que un
personaje singular dentro de un relato. Su viudedad es también representativa: de una nación que
carece del necesario guerrero-redentor varón.
45 Bal, Mieke, Death and Dissymmetry: The Politics of Coherence in the Book of Judges, Chicago,
University of Chicago Press, 1988.
46 Smith, Susan L., The Power of Women Topics and the Development of Secular Medieval Art, tesis
doctoral inédita, University of Pennsylvania, 1978.
47 Zemon Davis, Natalie, “Woman on Top”, en Society and Culture in Early Modern France, Stanford,
Stanford University Press, 1965.
48 Judit acude al campamento de Holofernes y se ofrece para servir a su rey. Por esta razón se le
notas
recompensa con respeto y protección. El general la invita a cenar con ella. Ella no puede consumir
su comida, así que debe llevar la suya en una bolsa. También pide permiso para abandonar
el campamento cada noche para rezar. Una semana después, ya establecidas estas rutinas,
Holofernes la invita a cenar con la esperanza de seducirla. Pero él mismo se emborracha y se
desploma sobre la cama. Sus criados han salido discretamente, dejando a solas a Judit y el
general. Ella le corta la cabeza y la esconde en la bolsa en la que su criada trae la carne de su cena.
Después salen del campamento, a rezar, como de costumbre, pero en realidad regresan a Betulia,
la ciudad asediada, donde Judit muestra la cabeza del general. Judit vivió hasta los 102 años, con
honores, y no volvió a casarse durante el resto de su larga vida.
49 “Deux Femmes/Two Women”, en Mot pour Mot/Word for Word No. 2 Artemisia, París, Yvon
Lambert, 1979, p. 9. Agradezco a Nanette Salomon la referencia de este texto y los esfuerzos que
hizo para facilitarme su acceso.
50 Bal, Mieke, Reading Rembrandt: Beyond the Word-Image Opposition, Cambridge y Nueva York,
Cambridge University Press, 1991, p. 99.
51 Ibíd., p. 127.
52 Bloom incide en la relación de sus argumentos sobre la angustia de las influencias con su concepto
del canon en The Western Canon: The Books and Schools of the Ages, Nueva York, Harcourt Brace,
1994, p. 8 [ed. esp.: El canon occidental, Damián Alou (trad.), Barcelona, Anagrama, 1995].
53 Artemisia Gentileschi escribió a Don Antonio Ruffo el 13 de noviembre de 1649: “Encontrará el
espíritu de César en el alma de esta mujer”, citado en Garrard, Mary D., Artemisia Gentileschi, p.
397. También cita como epígrafe una afirmación de Boccaccio: “Se diría que la Naturaleza a veces
yerra cuando adjudica almas a los mortales. Es decir, le da una a una mujer creyendo que se la da a
un hombre” (p. 141).
54 Cixous, Hélène, “Castration or Decapitation?”, op. cit., p. 54.
55 Ibíd., p. 43.
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 191
Ilustración 6.1. Man Ray, Virginia Woolf, 1934, fotografía, Londres, National Portrait Gallery
192 Diferenciando el Canon
Re-visar —la acción de mirar atrás, de ver con nuevos ojos, de entrar
en un texto viejo con un nuevo sentido crítico— es para las mujeres
mucho más que un capítulo de la historia cultural: es una acción de
supervivencia.
Adrienne Rich2
Finalmente —pues era joven y se parecía curiosamente al poeta, con los mismos
ojos grises y las mismas cejas arqueadas—, Nick Greene, el actor-director, se
apiadó de ella; se encontró encinta por obra de este caballero y —¿quién puede
medir el calor y la violencia de un corazón de poeta apresado y embrollado en un
cuerpo de mujer?— se mató una noche de invierno y yace enterrada en un cruce
de caminos donde ahora paran los autobuses, junto a la taberna de “Elephant
and Castle”3.
Sin duda, Virginia Woolf ahora está inmersa en un proceso de generación distin-
to, al tratar de dar precisamente a luz —a través de la interacción de la teoría, la
literatura y de su propia vida— (…) a la “hermana de Shakespeare”, no solamente
como un genio feminista sino como escritora de la propia autobiografía de Woolf;
una autobiografía que no es casual que incluya la locura y el suicidio como las
representaciones de su propia imposibilidad y de su propia aniquilación6
Shoshana Felman presta una atención especial al agudo sentido del dolor psico-
lógico de su antecesora imaginada, Judith Shakespeare, que demuestra Virginia
Woolf. Woolf escribe:
Quizás esto sea cierto, quizá sea falso —¿quién lo sabe?—, pero lo que sí me
pareció definitivamente cierto, repasando la historia de la hermana de Shakes-
peare tal como me la había imaginado, es que cualquier mujer nacida en el siglo
xvi con un gran talento se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera
acabado sus días en alguna casa solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja,
medio hechicera. (...) Porque no se necesita ser un gran psicólogo para estar se-
guro de que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talento
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 195
para la poesía hubiera tropezado con tanta frustración, de que la demás gente
le hubiera creado tantas dificultades y la hubieran torturado y desgarrado de tal
modo sus propios instintos contrarios que hubiera perdido la salud y la razón.
(…) Esta mujer, pues, nacida en el siglo xvi con talento para la poesía era una
mujer desgraciada, una mujer en lucha contra sí misma7.
de otras historias, puede darse la vuelta para crear espacios para lo inesperado,
para una diferencia dentro de la escritura de la historia que permite que estas
historias diferentes creen una diferencia.
Cierto día, bastante temprano por la mañana, me encontré casi sola en una galería,
delante de un cuadro de colosales dimensiones, muy bien iluminado y protegido
por un cordón, frente al que habían colocado un cómodo banco para los enten-
didos […]: aquella tela parecía considerarse a sí misma la reina de la colección10.
Ilustración 6.2. Hans Mackart, La muerte de Cleopatra, 1875, óleo sobre lienzo, 191 × 254 cm.
Kassel, Staatliche Kunstsammlungen: Neue Galerie
Ilustración 6.3. Édouard de Bièfve, La almeh, 1842, óleo sobre lienzo, 41,25 × 181.8 cm.
Vendido por Sotheby’s, Londres, el 19 de abril de 1978
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 199
Cleopatra tal vez sea un correctivo del pesimismo de Virginia Woolf. Aquí hay
un deseo “embrollado” en el cuerpo empoderado de una mujer.
A la luz de esta lectura moderna, feminista, del signo “Cleopatra”, se hace
evidente que la imagen de Cleopatra que nos transmite Charlotte Brontë, como
una forma de fisicidad grosera, indecencia e indolencia, signos codificados de
una sexualidad desbocada, estaba conformada en los términos orientalistas del
siglo xix, lo que confirma una vez más que las diferencias de raza y de géne-
ro están entrelazadas en el imaginario occidental de maneras complejas y que
siempre estamos determinadas por la formación social en la que estamos posi-
cionadas en tanto sujetos sociales19.
Con esta importante salvedad crítica, podemos reclamar temporalmente a
Lucy Snowe como un tipo de historiadora del arte feminista occidental, pero
de una manera que de inmediato colocaría el “feminismo” exclusivamente
del lado de las feminidades, si no imperialistas, sí europeas. En lugar de de-
ferencia y admiración por el canon occidental y por su lenguaje heroico de
pintura narrativa y espectáculo sexual, el texto de Brontë ofrece lo que apa-
rentemente sería una literalidad iconoclasta que desmitifica la obra mediante
una aparente y voluntaria malinterpretación de los códigos del arte barroco.
Brontë se niega a contemplar de manera acrítica la belleza estética ofrecida
en la representación, buscando en su lugar una lectura que haga descender
a la obra de su pedestal y la estrelle. Abre una manera de explorar las fisuras
en una cultura oficial y aprobada, así como en sus narrativas, negándose a
participar en sus juegos: el lenguaje del consumo connoisseur y de la escopo-
filia heterosexual masculina que el museo consagra desde el interior de una
economía del deseo sexualmente específica.
El análisis solitario y escéptico que hace Lucy Snowe de la paradigmática
Cleopatra se ve interrumpido por el placer visual que obtiene de “unos peque-
ños bodegones, realmente exquisitos: flores y frutos silvestres, y nidos cubiertos
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 201
de musgo […] [que] colgaban humildemente bajo aquel tosco y ridículo lien-
zo”, e incluso ese placer es interrumpido por la llegada de un profesor de su
escuela, Monsieur Paul Emanuel. Escandalizado por la audacia que muestra “al
sentarse y contemplar descaradamente ese cuadro con la flema de un garçon”,
le pide que se traslade a una esquina de la galería a estudiar una serie de cuatro
aburridos cuadros que en conjunto representan “La Vie d’une femme” (La vida
de una mujer; compuesta de Novia, Esposa, Madre, Viuda). Estos cuadros se
han identificado con una trilogía de obras expuestas en el Salón de Bruselas de
1842 con el título La vie d’une femme, de Fanny Geefs20. Lucy Snowe siente el
mismo desprecio hacia este cuadro “sermoneador”. “¡Qué mujeres! ¡Quién po-
dría vivir con ellas! ¡Falsas, malhumoradas, necias, sin sangre en las venas! Tan
malas a su manera como Cleopatra, la enorme e indolente gitana”. El texto de
Charlotte Brontë fabrica la respuesta de Lucy Snowe ante la Cleopatra y ante
las pinturas de las ideologías de la feminidad del siglo xix para reclamar otra
identidad mítica para su protagonista, que se determina en el momento de su
producción como parte de la emergente conciencia feminista burguesa que
más tarde dará forma a los escritos de Virginia Woolf21.
En cuanto personaje de ficción de una novela, Lucy Snowe representa la reivin-
dicación de una mujer de un tipo específico de individualidad europea burguesa22,
creada por una narración en primera persona, que se basa en un empleo repetido de
“Yo creía”, “Yo diría”, “Me preguntaba”, que no encaja bien con las convenciones
de la feminidad que se presentan en la novela mediante las imágenes de la galería de
arte. La figura del connoisseur, repantingado en su cómodo sofá ante la “reina” de
la colección, sugiere que las relaciones entre el lienzo y el espectador permiten mí-
ticamente una representación imaginativa de la Reina Cleopatra para una mirada
masculina y erotizante, en la que su cuerpo pintado es el signo de una sexualidad
peligrosa pero excitante, o de un exceso sexual asociado con el otro cultural, así
como con el otro sexual. Las mujeres, y sin duda las mujeres no casadas, están
estructuralmente excluidas de este intercambio, incluso aunque puedan allanar ese
espacio como un desafío, como hace Lucy Snowe cuando contempla en solitario
el cuadro. Las mujeres pueden entrar en el recinto del museo, pero después deben
quedarse en sus márgenes, donde pueden aprender sobre sí mismas en cuadritos di-
dácticos que trazan los espacios limitados del lugar que se les permite a las mujeres
en el patriarcado, como objetos de intercambio y empleo por parte de los varones:
Fanny Geefs titula a los tres momentos de la vida de una mujer Amor, Piedad,
Tristeza. En ese rincón especialmente aburrido, a Lucy Snowe, una mujer culta,
deseante, independiente en términos económicos, se le pide que mire a la mujer
202 Diferenciando el Canon
solo como Novia, Esposa, Madre y Viuda. Aquí no encuentra carne, ni lujuria, ni
desorden, ni siquiera el placer visual que obtenía de las evocaciones a lo John Rus-
kin de la belleza vital, abundante y natural en los diminutos bodegones que anidan
junto al “tosco y ridículo lienzo”.
El acceso de los hombres a la cultura occidental se representa como un acce-
so a la sexualidad vicaria y a los placeres visuales permitidos; se supone que las
mujeres deben contemplar el arte para aprender sus lecciones en las represen-
taciones estéticamente limitadas de una feminidad aburrida y soporífera. Lucy
Snowe emerge como una articulación diferenciadora de la subjetividad feme-
nina burguesa occidental en la distancia textual creada por una oposición más
—la que existe entre su personaje y el contraste de las feminidades para hom-
bres y para mujeres que acabamos de resumir: Cleopatra, una “gigante gitana”,
una feminidad fantástica, racialmente otra, producida como una proyección
masculina, frente a la “buena mujer [blanca]”, una representación mítica de
la simbólicamente necesaria “mujer para el hombre”—. Pero esa diferenciación
es históricamente específica y está políticamente cargada, es profundamente
contradictoria y problemática —un producto de sus condiciones y de su mo-
mento histórico, burgués, racista, individualista, protestante, ruskiniano—, y
está imbricada en las ideologías que conforman las presiones y los límites de
ese momento de la historia de las mujeres europeas y de la forma novela como
el escenario cultural de una autoarticulación limitada, específica de clase y de
raza, del sujeto burgués.
Este también es, por lo tanto, en último término un mito desfigurador, que,
sin embargo, al igual que el caso de Virginia Woolf, nos deja acceder al pro-
blema de las mujeres y de la cultura, al que ni las feminidades que se sacrifican
trágicamente ni las que resisten proporcionan una solución sencilla, aunque
los textos en los que se inscriben ofrezcan imágenes con las que debemos, no
obstante, trabajar de manera crítica. El mito de la mujer en nuestra cultura está
atrapado entre el creador ausente y la criatura demasiado presente —la mujer
como imagen—, ya se haya producido esta para el deleite visual de los hombres
o para la tediosa instrucción de las mujeres.
Pero ¿qué hay de las mujeres que producen, de las mujeres que pintaron o
esculpieron a Cleopatra (Ilustraciones 6.5, 6.6)? ¿Qué diría Lucy Snowe, la “lec-
tora resistente”, acerca de estas obras de mujeres y de sus representaciones de la
feminidad y del cuerpo sexual, voluptuoso, femenino adulto? ¿Qué equivalentes
podríamos encontrar para una “Judith Shakespeare” que hubiera sobrevivido
y negociado, bajo la forma de las artistas que, durante el Renacimiento o en
204 Diferenciando el Canon
Ilustración 6.7. Artemisia Gentileschi, Cleopatra, 1621-1622. óleo sobre lienzo, 145 × 180 cm, Milán, Amedeo Morandotti
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon
207
Ilustración 6.8. Giorgione (1467/8-1510), Venus dormida, 1505-1510, óleo sobre lienzo, 108 × 175 cm. Dresde. Gemäldegalerie
208 Diferenciando el Canon
otra principal fuente formal para la figura femenina tumbada es más antigua,
como la escultura helenística Ariadna dormida (ca. 240 a. C., Roma, Museo
Vaticano), que no es un desnudo. Es una escultura monumental en la que el
flujo subyacente del cuerpo tumbado es animado por la viveza contrapuesta
de la caída muy trabajada de la ropa —sus pronunciados pliegues y nudos
subrayan el contraste con la cabeza de la durmiente, totalmente relajada, des-
cansando sobre un brazo y sujeta por el otro, que se curva con gracia sobre
la cabeza para terminar en una abultada franja de carnosos dedos—. Solo
un pecho desnudo está alerta y se asoma entre el generoso velo de tela para
destacar la feminidad de este cuerpo. Estas dos imágenes representan el sueño
y la inconsciencia de manera eficaz y excelente. La Cleopatra de 1621-1622
(Ilustración 6.7) no lo hace.
Ejecutado por una artista consciente de estos posibles recursos formales, el
cuerpo de este cuadro se representa de una manera muy distinta. El grado de
inclinación del tronco y la posición de las piernas crea una especie de tensión en
su articulación que produce en el espectador la sensación de que las dos partes
están a punto de cerrarse. Mary Garrard apunta que donde ahora está esa difícil
transición entre el torso y las piernas hubo antes una tela, pintada originalmente
o añadida después, pero que se retiró dejando una incómoda junta que se nota
sobre todo en el lugar donde el muslo izquierdo linda con la curva del estóma-
go24. Pero este no es el único punto en el que el cuerpo se niega a cooperar con
las convenciones de la representación artística que ordenan al arte abandonar la
estructura anatómica del cuerpo y servir en cambio a fines estéticos e ideológi-
cos. En lugar de una línea que cumple con un papel de contención, reteniendo
un cuerpo de mujer dentro de sus límites modelados artísticamente, es una
línea afilada, discontinua y desconcertada por los efectos de la carne tensa o
comprimida. El cuerpo se coloca contra una tela que agudiza su perfil izquier-
do, interrumpido por un pezón plano cuidadosamente delineado. La línea que
parte del codo en alto no fluye con facilidad hasta el torso, sino que desciende
hacia la nada. Es desplazada por otra línea que comienza en una fea oscuridad,
donde la carne del hombro se presiona contra los brazos alzados. Esta describe
el bulto de la musculatura por encima del pecho (¿qué otro pintor occidental
de mujeres blancas nunca permitió la presencia de los pectorales femeninos
para que compitieran con el volumen de un joven pecho?) antes de señalar
también una caja torácica y la hendidura de una cintura. La forma redondeada
del abdomen está perforada de manera prominente no por una suave sombra
sino por un ombligo anatómicamente preciso. Al otro lado del cuerpo, el pecho
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 209
desear la diferencia
solo como una productora sino como una de sus propias espectadoras, como
una lectora resistente, una Lucy Snowe secreta, que se proporcionara a ella mis-
ma, en tanto artista, un público alternativo, impugnador, para una obra que, a
la vez que se calculaba para significar su autoría única y vendible dentro de los
mercados dominantes y de los deseos y gustos predominantemente determina-
dos por lo masculino, podía no obstante ofrecer huellas de otra economía de
significados? De hecho, yo quiero que sea las dos cosas, para así ver lo que la
contradicción nos fuerza a confrontar. No veo salida en este caso lógicamente
intolerable pero históricamente necesario de soplar y sorber a la vez; de hecho,
las intervenciones feministas de la historia de arte podrían residir precisamente
en este deseo perverso.
Mediante el distanciamiento teórico del productor y el autor he adquirido
una forma de estudiar a artistas que trabajan bajo condiciones de producción
específicas que conforman su práctica dentro del campo más amplio de la cul-
tura artística, a la vez que permiten que el productor no conozca de antemano
cuál será el significado o el afecto de la obra creada bajo dichas condiciones.
La ficción del/de la autor(a) se liga con los conceptos de un sujeto coherente
que existe con anterioridad a su obra, que es el depósito de sus significados
expresados: significados ex-presados, sacados y embutidos dentro del cuadro.
La idea de productor(a) permite una práctica históricamente localizada por
parte de individuos singulares en términos biográficos. La obra, como defendía
Freud, se trata como un texto en el que sus significados, semejantes a adivi-
nanzas, se producen en muchos registros, de manera polisémica, y solo cuando
son procesados por lectores o espectadores alcanzan temporalmente cualquier
contundencia, aunque siempre sea variable. Para quienes la han producido, su
propia obra es un texto que deben leer para descubrir lo que han producido y,
mediante esa inscripción, lo que son, artísticamente.
Las mujeres viven las condiciones de la producción artística de manera di-
ferente, según las estructuras, tanto sociales como subjetivas, de la diferencia
de género y sexual, de la posición económica y cultural. La pintura o cualquier
otra forma de práctica cultural no solamente está determinada por institucio-
nes sociales y estructuras semióticas, sino que es el lugar en el que estas se arti-
culan, negocian y transforman. El lenguaje poético o las prácticas artísticas son
especialmente susceptibles de desplazar el esquema de significados dominante
mediante su mayor proximidad a aquellos recursos de lo preconsciente y del
inconsciente que el orden dominante trata de domar, ordenar y fijar31. Según
Julia Kristeva, el papel renovador del arte depende de las relaciones mutua-
214 Diferenciando el Canon
debe lograr para hacer que este cuadro concreto sea valorado en 1621-1622.
Dicho valor —la definición singular por parte del artista de un tópico genérico:
las muertes de mujeres heroicas— será apropiado por el cliente, que, en tanto
coleccionista, exhibe su compra como una prueba de su gusto exquisito. La
singularidad de la obra, por lo tanto, se admirará como parte de una colección,
y su pertenencia a esta será lo que confirme su lugar en una tendencia contem-
poránea culturalmente aprobada33.
Así, en vez de una lectura que busque la diferencia, en la que podríamos
leer de forma errónea lo que distinguía a la obra en su propia época y to-
marlo como los signos de nuestras suposiciones de finales del siglo xx sobre
una autoría femenina generalizada, tenemos que leer buscando signos de di-
ferenciación más matizados en un juego que ya implica el juego sutil de la
afinidad y la distinción. El cuerpo de Cleopatra, como el evidente y primer
signo del cuadro en cuanto desnudo femenino monumental, se reconfigura
cuando el observador examina de cerca sus detalles en apariencia dispersos.
Estos culminan en esa ambigua cara que sitúa ahí una representación rival,
permitiendo que su gama de significados se modifique34.
Hasta ahora he estado intentando establecer una especie de semiótica social,
atender al cuadro como una serie de signos cuya legibilidad se localiza en un
conjunto históricamente específico de condiciones de producción, mecenazgo
y colección artística a principios del siglo xvii en Italia, específicamente en
Roma y Génova. En lugar de enfrentar un artista con otro, el pintor mascu-
lino contra la pintora femenina, tenemos una configuración más complicada
de una pintora ambiciosa que es una mujer y de sus clientes, que pertenecen
a una elite masculina aristocrática, cuyas colecciones tienen fines públicos,
que ideológica y personalmente buscan una autoglorificación que excede el
mero interés por el arte.
Quiero apuntar que una de las maneras en las que nos es posible ver la Cleo-
patra de Artemisia Gentileschi, como a la vez perteneciente a un tipo especial de
diferenciación y efectuando esa diferenciación debido a lo que ella aportaba a este
tema en cuanto mujer, es trasladándonos a lo que podría parecer que es el ámbito
privado, de nuevo teorizado a través de Julia Kristeva como el punto de interfaz
entre el sujeto y el sistema de significados dentro del cual el sujeto es significado y
es capaz de significar. El cuerpo representado no es únicamente un cuerpo ficticio,
sino un cuerpo imaginario. Sería, no obstante, un error imaginar que lo psíquico
es menos social o histórico que otras determinaciones que puedan calcularse tos-
camente como razones comerciales. Al igual que Julia Kristeva, yo opino que el
216 Diferenciando el Canon
materialismo histórico y las teorías psicoanalíticas pueden ser, y de hecho deben ser,
colocados en arneses conjuntos para el análisis de los textos culturales. De hecho,
cualquier proyecto feminista se define hasta cierto punto por la necesidad de atrave-
sar, de manera teórica y práctica, los campos teorizados diferencialmente por Freud
y Marx. Es en el antagonismo mismo entre estos dos principales discursos o teorías
de la modernidad donde algo transgresoramente llamado lo femenino se convertirá
en un objeto teórico y en una posibilidad política.
complaciendo la mirada
Todo cuadro nos hace esta pregunta: ¿Por qué la gente contempla cuadros y por
qué hay personas que querrían contemplar este en concreto? ¿Qué placeres hay
en ver esta imagen? Cuando esa imagen implica una representación del cuerpo,
nos trasladamos a otro registro en el que el placer sexual y la mirada operan
en el nivel psíquico de la fantasía. Esto no ocurre porque todas las personas
tengamos un cuerpo, sino porque la imagen del cuerpo desempeña un papel
fundamental en la construcción del ego y, por lo tanto, de la subjetividad y
porque las formas del cuerpo —pulsiones y energías más que las anatomías que
las contienen— son las materialidades mismas a partir de las cuales se forma la
subjetividad mediante las dialécticas de la negación y de la represión. Más aún,
cuando la imagen del cuerpo en cuestión parece estar codificada como femeni-
na, se nos precipita a ese ámbito que el psicoanálisis ha tratado de cartografiar:
los procesos de la diferencia sexual, en los cuales una imagen-mujer [el cuerpo
de la carencia] es un signo crucial pero, en último término, no fijado y no fi-
jante dentro de un sistema falocéntrico de la diferenciación sexual. Para toda
imagen que leemos como mujer, al menos dos cuerpos coexisten en la fantasía,
como he apuntado en los dos primeros capítulos. En un continuo desigual, la
representación del cuerpo femenino puede moverse desde una memoria pla-
centera de la plenitud y de la potencia del cuerpo materno hasta el fetichismo
castigado y degradado, o estetizado e idealizado del cuerpo femenino como el
signo de la castración y del otro castrado o castrador.
Volvamos a Cleopatra. En el caso de “Cleopatra” como signo el significante
es: antigua Reina de Egipto, mujer y autoridad política. El significado es: ame-
naza transgresora para el patriarcado grecorromano cristiano. En un sentido
crucial, “Cleopatra” funciona como un signo de lo que vino previamente y fue
derrocado en la fundación de Occidente por parte de los romanos. Mary Ha-
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 217
Cleopatra era una mujer egipcia que se convirtió en objeto de habladurías para
el mundo entero (…). Adquirió gloria apenas por nada más que su belleza,
mientras que, por otro lado, se hizo conocida en todo el mundo por su avaricia,
crueldad y lujuria (…). Así, Cleopatra, habiendo logrado su reino mediante dos
crímenes, se entregó a sus placeres36.
Boccaccio borra todas las huellas del papel de Cleopatra como una gobernante
sabia y económicamente astuta, una hacedora de alianzas que gestionó Egipto
durante periodos de crisis agrícola y amenazas políticas y que solo tuvo dos
relaciones en su relativamente breve vida37. Mary Hamer recorre la historia
de Occidente, rastreando las funciones diferentes y contradictorias del signo
de Cleopatra en el Renacimiento y la Reforma, en los siglos xviii y xix, has-
ta el reciclaje y la transformación que llevó a cabo Hollywood con Elizabeth
Taylor en el papel protagonista. Más allá de estas representaciones histórica-
mente variadas subyace otro nivel de su atractivo y significación mediante los
topoi selectivos asociados con Cleopatra. “Por su estatus como mito originario,
la figura de Cleopatra se alinea también con un componente importante del
inconsciente individual”. Así, los significados de Cleopatra, una figura feme-
nina “que se echa a dormir” en el “inicio de las narraciones constitutivas de la
cultura [occidental]”, se solapan de manera inevitable con la figura de la madre
en la historia individual. “El término ‘Cleopatra’”, apunta Hamer, vincula la
idea del cuerpo de una mujer y la idea de autoridad de maneras que evocan
la figura de la madre en el inconsciente, “la huella de la experiencia temprana,
cuando el cuerpo de la madre es supremo y su cuerpo es el horizonte de deseo”.
Hamer argumenta que es útil pensar también en Cleopatra en términos de “los
múltiples deseos del niño que encuentran su satisfacción y su emblema en el
cuerpo de la madre”38.
Mary Garrard aborda este nivel del análisis especulativo en su estudio de los
cuadros de Artemisia Gentileschi sobre la muerte de Cleopatra cuando rastrea
los vínculos iconográficos entre estos y las imágenes de las versiones del antiguo
Egipto de la diosa madre, especialmente de Isis. Garrard interpreta la versión de
218 Diferenciando el Canon
la ley falocéntrica del Padre. Puede entenderse que este conflicto genera en las
formas culturales —arte, cine, literatura— la necesidad de volver a interpretar
esa pérdida de manera perpetua y siempre ambivalente.
La reina Cleopatra vii, aunque de ascendencia griega, se implicó activamen-
te en las leyendas y los mitos de herencia egipcia, identificándose en los espec-
táculos públicos con los antiguos cultos de Isis, que apoyarían ideológicamente,
así como afirmarían psicológicamente, su condición de mujer poderosa, sexual
y maternal. Es este nexo de significado femenino y estatus imaginativo lo que
fue derrotado, en el nivel político, por la victoria de Octavio en 30 a. C., y en el
nivel cultural mediante el empleo de la imagen de Cleopatra, no para significar
esa plenitud del cuerpo materno representado por la diosa a la que adoraba,
sino para convertirse en el signo visible del desorden, la transgresión de la ley
paterna romana por una mujer que ahora se representa como monstruosa, que
tenía que ser visualizada una y otra vez como agonizante o muerta. Pero, al
tener que representar esta negación mortífera para negar las significaciones del
poder adjuntas a esta figura materna, siempre queda el peligro de que su anti-
gua fascinación se afirme, sonsacando de la represión efectuada por la sumisión
a la ley del Padre fantasías arcaicas, anhelos y deseos que son tanto una parte de
la psique protomasculina como de la subjetividad protofemenina.
Así, cualquier cuadro occidental de Cleopatra contiene en su tema inte-
reses y peligros contradictorios. Estos pueden a la vez confirmar una lógica
falocéntrica y amenazar con minarla de maneras que abren imágenes a otros
deseos formulados en relación con el cuerpo de la madre y en el sentido de la
subjetividad materna. Así, una mujer podía pintar el tema de tal manera que
sirviera a la agresión ideológica masculina contra la poderosa reina, a la que
se muestra agonizante, mientras que a la vez complace las fantasías infantiles
sobre la omnipotencia y la plenitud de un cuerpo regio, es decir, idealizado,
de la madre poderosa. La representación permite la puesta en escena (volver a
poner en escena) el campo mismo sobre el que se construyen la sexualidad, la
subjetividad y la diferencia de maneras que temporalmente deshacen el tiempo
lineal que apunta a la identidad fija de género y permite el juego de fantasías
arcaicas en torno al cuerpo materno.
Hemos nacido dentro de una cultura que ya nos anticipa como sujetos se-
xuados. El sujeto es un compuesto de capas arqueológicas que contienen las
huellas y los recuerdos, si bien reprimidos e inconscientemente censurados, de
la historia de nuestro viaje hacia una subjetividad sexuada y hablante. Así, en
esa complejidad de muchos tiempos, capas y registros que compone un sujeto,
220 Diferenciando el Canon
Ilustración 6.10. Artemisia Gentileschi, Cleopatra, inicios de la década de 1630, óleo sobre lienzo, 117 × 175,5 cm. Londres, Matthiesen Gallery
222 Diferenciando el Canon
una extraña venal o traicionera, pudiera ser que nunca se hubiese producido la si-
tuación en la que Artemisia Gentileschi fue violada por Agostino Tassi. Mientras
que la violación sigue siendo crucial en un estudio de esta artista, yo querría tem-
poralmente desplazar su trauma centrándome en cambio en otro, no reconocido
en los estudios sobre Artemisia Gentileschi: la pérdida de la madre.
En el contexto de la artista como una hija afligida, hay elementos de “Cleo-
patra” que podrían poner en escena una relación diferente entre feminidad y
muerte, cuando la madre fantaseada se muestra para siempre sostenida por el
cuadro “antes de la muerte”, mantenida al borde de abandonar la vida, pero
aún ahí. ¿Podría describirse el cuerpo femenino poderoso, maduro y sexual que
caracteriza la obra de esta artista como un cuerpo materno? ¿Podría haber sido
generado por un recuerdo? ¿Podría ser la recreación de la mujer tal y como la
fantaseara una niña en compensación por una pérdida que es inevitable cuando
la Ley del Padre o la Ley de lo Simbólico nos obliga a separarnos del cuerpo
materno? En este caso, esa ruptura obligatoria y el deseo ahí creado estaban
sobredeterminados por la muerte prematura de la madre antes de que la hija
hubiera entrado en su propia pubertad y su sexualidad adulta, antes de que las
relaciones arcaicas reprimidas madre-hija pudiesen haber sido trabajadas en la
edad adulta para ayudar a la niña en su propio acceso a una feminidad adulta41.
El desarrollo de una niña siempre se interrumpe en algún grado cuando una
madre muere de manera prematura. Es impredecible cómo va a conformar
este hecho la vida psíquica de la hija, pero debemos suponer que tendría un
efecto. Este efecto puede permanecer desconocido para la hija excepto como
un exceso que se revelaría repentinamente cuando se dedicara a pensar sobre un
cuadro que serviría como detonante y, al mismo tiempo, como una estructura
para “pensar a través” de una serie de asuntos no cerrados en relación con la
mortalidad materna.
Parece que Gentileschi pintó una segunda Cleopatra, a principios de la dé-
cada de 1630, posiblemente durante su visita a Londres, puesto que se encuen-
tra ahora en una colección privada inglesa (Ilustración 6.10). Es totalmente
diferente en su concepción y su efecto del cuadro de 1621-1622. La reina está
muerta, pálida y quieta. El cuerpo se apoya en un costado y está cubierto por
una tela azul intenso, el color de la Madonna. La cabeza está echada hacia atrás,
por lo que la cara se ve en un violento escorzo que nos permite ver el interior
de la nariz, el blanco de los ojos bajo unos párpados aún semiabiertos. La boca,
también semiabierta, se ve desde abajo, marcando el grosor del labio superior y
revelando una fila de dientes.
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 223
Este tropo de la mujer hermosa muerta es y no es a la vez lo que parece ser. Puede
significar diferencia sexual, porque la imagen funciona como el Otro —y, aun así,
como la proyección— de las subjetividades masculinas productoras y visualizadoras
en las que se origina y para cuyas fantasías proporciona una iconografía. El tropo
ofrece un repertorio para las narrativas masculinas de la muerte. Si las mujeres re-
presentan la muerte mediante la imagen de un cuerpo femenino, ¿hay una diferen-
cia de otro orden? ¿Se sobreidentificarán de manera masoquista el sujeto produc-
tor femenino y su espectador putativo con una imagen que fusiona feminidad y
muerte, o podrá ella negociar, a partir de sus relaciones psíquicas específicas con el
cuerpo de vida y muerte femenino, asociado a la madre, un espacio diferente en el
que reajustar la representación de la muerte y la feminidad?
Sinceramente, no lo sé. Pero es una cuestión importante: muerte y diferencia
sexual. He intentado abordarlo en otro lugar usando mi propio caso como estu-
dio, mi propia experiencia de dolor por la pérdida materna en la adolescencia y el
encuentro con los cadáveres de los seres queridos, para cuestionar las narraciones
existentes de la muerte y buscar la diferencia dentro de las que puedo producir43.
A la luz de ese trabajo, yo veo esta imagen (Ilustración 6.10) como la antítesis de la
primera Cleopatra (Ilustración 6.7), cuya plenitud corporal y conciencia resistente
a la muerte logran una imagen de subjetividad y corporeidad femenina unidas en
una fantasía compensatoria que tiene que articularse mediante una referencia a
224 Diferenciando el Canon
Encuentro en esa frase una asombrosa conexión entre este momento, el más
extraño de la pintura italiana del siglo xvii, y la literatura de las mujeres que
escriben autoconscientemente como feministas en nuestro siglo. En su ensayo
“Mujeres y honor: algunas notas sobre la mentira”, Adrienne Rich escribe:
Virginia Woolf, cuya frase “una mujer que escribe piensa de vuelta a través de
sus madres”45, es aquí citada por Rich, reclamada para una especie de genealo-
gía materna de mujeres artistas o escritoras. Pero, como Shoshana Felman ha
señalado, este era un legado de muerte. “Marcada por el trauma de la temprana
muerte de su propia madre, Virginia Woolf puede pensar de vuelta a través de
su madre autobiográficamente solo en la medida en que su madre (…) es, en lo
esencial, una madre muerta —muerta como resultado de cumplir con demasiada
perfección (…) sus ‘deberes como mujer’—”46. Lucy Snowe era también una
hija sin madre, como también lo era su creadora, Charlotte Brontë. La imagen
de Virginia Woolf de la “asesinada” Judith Shakespeare funciona como espejo y
también como resistencia a su propio conflicto y a su miedo de la relación entre
la muerte y la maternidad. El dilema de Lucy Snowe en la galería de arte, entre lo
que le parece monstruosamente sensual en el cuerpo materno gigante y las imá-
genes tediosas y mortíferas del “deber de la mujer”, también expresa el conflicto
que vivió Charlotte Brontë, la artista. Vista a través del prisma desplazado de los
cuadros de Artemisia Gentileschi, Woolf y Brontë se leen de manera diferente.
Ambas escritoras nos ofrecen ahora no tanto mitos feministas como imágenes
feministas de los miedos y los conflictos que asaltan a quienes han intentado
conjugar feminidad y creatividad dentro de la cultura patriarcal.
Una tenue cadena de asociaciones entre núcleos oscuros, madres muertas y
“el corazón de un poeta enmarañado en el cuerpo de una mujer” rompe tanto
los límites disciplinarios como las fronteras vigiladas entre los diferentes períodos
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 227
históricos. En este espacio fluido yo sugiero que podemos leer las inscripciones
femeninas en el campo de la pintura narrativa italiana del siglo xvii. Este “fe-
menina” no deriva de una esencia biológica o transhistórica. Con este término
denomino el jeroglífico de la diferencia que, hasta este punto de nuestro siglo
feminista, hemos tenido pocos medios para decodificar. El movimiento feminista
en la época moderna rompe el silencio canónico que ha asesinado repetidamente
el arte y las palabras de las mujeres, silenciándolas, echándolas tras el umbral
del interés canónico y la inteligibilidad. No estoy trazando un vínculo esencial
entre Rich, Woolf, Brontë y Gentileschi. Retrospectivamente, estoy creando una
genealogía feminista. Estoy sumando un nombre a una cadena establecida por
Shoshana Felman y su estudio de las mujeres y la escritora, What does a Woman
Want?, un libro que, según ella, es una autobiografía. Felman hace una afirma-
ción importante sobre para qué escriben las mujeres y qué es el feminismo:
El feminismo, diría yo, es, de hecho, para las mujeres, entre otras cosas, leer
literatura y teoría con su propia vida, una vida, sin embargo, que no está entera-
mente en su posesión consciente. Si, como apunta con agudeza Adrienne Rich,
“leer o re-visar, el acto de mirar hacia atrás, de ver con nuevos ojos, de entrar
en un viejo texto con una nueva dirección crítica, es para las mujeres algo más
que un capítulo en la historia cultural: es un acto de supervivencia”, es porque la
supervivencia es, profundamente, una forma de autobiografía47.
Para que esta historia, aún no apropiada, se convierta en una historia, necesita
lo que Shoshana Felman llama el lazo de la lectura, una especie de pacto entre
la historia de la Otra y las mujeres que la leen, las mujeres que leen historias de
otras mujeres, historias contadas por otras mujeres. Así, concluye:
Más bien querría proponer aquí que pudiéramos ser capaces de engendrar, o de
acceder a nuestra historia solo de manera indirecta —conjugando la literatura,
la teoría y la autobiografía mediante el acto de leer y leyendo así, en los textos
de cultura, a la vez nuestra diferencia sexual y nuestra autobiografía en tanto
perdida—49.
Aquí está la enorme diferencia entre mirar los cuadros de mujeres con la pre-
suposición de que expresan algo sobre las mujeres que o bien la artista o bien
nosotras conocemos de manera espontánea. Lo que encontramos son historias
—quizás leyendas— que requieren del vínculo de la lectura para convertirse
en una historia para nosotras, es decir, en una representación significativa de
nosotras. Los materiales que nos ofrece el arte de las mujeres pueden leerse de
varias maneras, leerse mal o no percibirse en absoluto. La lectura feminista es
el deseo activo de esa diferencia, de esa posibilidad del descubrimiento de algo
sobre nosotras que aún no sabemos, que requiere alguna articulación, alguna
forma de representación para que lo que sea que somos se vuelva disponible
mediante su conjugación de la experiencia vivida, de los repositorios incons-
cientes de la memoria y la fantasía, y de la teoría, es decir, para que se convierta
en una representación de todo eso en lo Simbólico.
Por lo tanto, yo presto mi propio dolor y mi sentido de ser hija sin madre a
una serie de textos que me complacen en la medida en la que puedo discernir
que articulan algunas de las complejidades innombradas de esa condición a
través de las leyendas de Cleopatra y de las retóricas del Barroco italiano y, es-
pecíficamente, de la pintura caravaggista. Esto no es generalizar una condición
de mujer o ni siquiera una feminidad a lo largo del espacio y el tiempo. Pues
yo no reclamo que mi interés en estos dos cuadros de Cleopatra de Artemisia
Gentileschi agoten su gama de significados. Estoy identificando algo que se ha
perdido en la literatura, en el análisis histórico del arte, aunque puede que esté
ahí, en el cuadro: la madre.
Como ha apuntado Adrienne Rich, el destino de la mujer ha sido llenar el
vacío —el núcleo oscuro era la madre— con criaturas, un desplazamiento de
una pérdida que, cuando se usa de esta manera, agrava la cultura mentirosa de las
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 229
mujeres, las mentiras que las mujeres están obligadas a contarse a sí mismas, de
forma que no cuenten sus propias historias para que otras mujeres las posean
y se conviertan así en mujeres en ese pacto de “compañeras-en-la-diferencia”.
La creatividad en las formas simbólicas, la fabricación de textos e imágenes, las
figuraciones míticas que se hacen posibles a través del discurso y de la repre-
sentación, no compensan ni borran la pérdida real de una madre. Pero le dan
un campo simbólico en el que el sujeto femenino puede participar en hacerse
a sí mismo, en una especie de generación simbólica de significados. El carácter
específico de esta generación simbólica en cuanto femenina no radica en una
única voz, en un contenido monolítico Mujer, sino en las diversas articula-
ciones de las trayectorias variables a través de las feminidades cultural, social,
histórica y biográficamente específicas. Lo que nos ofrece el arte, la poesía, la
literatura y la teoría feminista contemporáneas son las pistas por las que em-
pezar a leer estas inscripciones históricas, estas historias de la Otra mujer. El
cuerpo femenino y la madre son marcadores aproximados en las entradas a las
inscripciones en lo femenino.
Durante un juicio que duró siete meses y que empezó en marzo de 1612, Ar-
temisia Gentileschi testificó bajo juramento que en mayo de 1611 había sido
violada por Agostino Tassi, un pintor colega de su padre. Una vez desvirgada,
como Judith Shakespeare, fue sin embargo sometida a relaciones sexuales re-
currentes bajo la promesa de un matrimonio que sería lo único que podría sal-
varla del deshonor que sufriría una mujer desprovista de su castidad según los
códigos de la práctica sexual y el parentesco en el siglo xvii en Italia. Estando ya
casado, Tassi no cumplió su promesa y, nueve meses después de la primera vio-
lación, Orazio Gentileschi denunció a Tassi, exponiendo a su hija a un segundo
trauma: un juicio por violación que supuso que fuera torturada.
En el mismo año que empezó la primera Cleopatra, 1621, Artemisia Genti-
leschi pintó un cuadro de Lucrecia, que compró también Pietro Gentile de Gé-
nova, a donde lo llevó Orazio en 1622 (Ilustración 6.11)50. El tema de Lucrecia
era muy habitual en la cultura de los siglos xvi y xvii. Como Judith Shakespea-
re, el cuerpo explotado sexualmente y suicidado de una mujer era el símbolo de
la comunicación teórica y cultural entre hombres. Como Cleopatra, Lucrecia
es también un mito originario de la cultura romana. La violación de la casta
230 Diferenciando el Canon
Ilustración 6.11. Artemisia Gentileschi, Lucrecia, ca.1621, óleo sobre lienzo, 137 × 130 cm, Génova, Palazzo Cattaneo-Adorno
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 231
Ilustración 6.12. Rembrandt van Rijn, (1606-1669), Lucrecia, 1666, óleo sobre lienzo, 105,1 × 92,3 cm.
Minneapolis, Minneapolis Institute of Arts (The William Hood Dinwoody Fund)
Desde esta perspectiva, no parecería en absoluto lógico que una mujer que hu-
biera experimentado este proceso de “asesinato del yo” abordara un tema que
visualmente representa eso mismo. ¿Cómo podría una mujer artista negociar
este tema connotado en términos negativos?
embargo, posiblemente se esté haciendo daño. La cara está alzada y pintada con
una expresión de concentración y angustia. Hay obvios prototipos del arte an-
tiguo que asocian una posición tan extrema con la angustia. Refundida a través
del realismo caravaggista como un retrato individualizado y nada idealizado,
la cara aporta una inmediatez desgarradora al drama mítico que nos impide
ahondar demasiado en el tradicional mito de Lucrecia. La fantasía queda en
suspenso por la contundencia de esta encarnación de una mujer violada que se
enfrenta a una elección terrible que aún no ha tomado.
Puede que la violación sea la muerte psicológica —el robo de la persona-
lidad—, pero en términos legales es también una muerte social, pues cambia
el estatus de una mujer. Las culturas patriarcales tienen un término específico
para la mujer no casada que implica su castidad, parthenos, virgen o zitella en
la Italia del siglo xvii. Era ese estatus lo que se juzgaba cuando Agostino Tassi y
Donna Tuzia trataron de sugerir que Artemisia Gentileschi ya era sexualmente
activa, ya no era zitella. El estatus sexual es también un estatus legal en las cul-
turas grecorromanas, en las que a la mujer se la concibe únicamente como el
objeto de intercambio entre los hombres y en las que su valor radica en el paso
de esa propiedad —su castidad, su estatus de mercancía no abierta— de un
hombre, el padre, que la conserva, a otro hombre, que es el único que la usa.
Artemisia Gentileschi no murió como resultado de la violación de Agostino
Tassi. No se suicidó como resultado del juicio. No es la Lucrecia de la leyenda.
Sobrevivió. Pintar a Lucrecia desde esa experiencia de supervivencia es cues-
tionar la leyenda. ¿Dónde está esa “diferencia”? Un lugar posible dentro del
cuadro para la identificación con la víctima de la violación y una resistencia a
la representación o la narración de ese asesinato del yo de la mujer mediante la
“traducción” del texto es la manera en la que se negocia el cuerpo de la mujer.
En sorprendente contraste con la completa desnudez de Cleopatra (Ilustra-
ción 6.7), este cuadro usa las relaciones entre estar vestida y desvestida para
permitir que el cuerpo produzca una representación de la acción del robo de
la identidad. Que Lucrecia hubiera estado casi desnuda, como hace Tiziano,
habría sido arrojarla a la categoría de su sexualidad para el hombre (Ilustra-
ción 6.13). Mantenerla vestida, como hace Rembrandt (Ilustración 6.12), es
prestarle dignidad y pathos pero perder el lugar sexual de la subjetividad y su
borrado mediante la violación55. La violación es y no es sexual a la vez; emplea
los genitales de los cuerpos sexuados como su gramática y produce sus efectos
a través de la intimidad violadora de dos cuerpos. Este cuadro muestra a una
mujer cuyos vestidos están completamente desordenados, dejándola expuesta
236 Diferenciando el Canon
pero no —como Mieke Bal defiende, incluso para la versión de 1644 de Rem-
brandt— “publicada”56. Lucrecia agarra su ropa para cubrir el pecho y vemos
la pierna. Un equilibrio minuciosamente calibrado entre el cuerpo y la ropa
significa la violencia de lo que ha tenido lugar a la vez que deja cierto grado de
entereza a la mujer.
Me impresiona un elemento en la transcripción del juicio, donde Artemisia
Gentileschi afirma que, en cuanto se separó de Tassi después de la violación,
alargó la mano para coger un puñal y le amenazó con matarlo por la deshonra
que le había causado. De hecho, se lo lanzó al pecho y le hirió. La daga del cua-
dro sin duda no está agarrada como para herir a la propia Lucrecia y, del mismo
modo, tampoco para atacar a otro. Se parece más a cómo agarra Cleopatra el
áspid, en un movimiento en suspenso, ¿mientras se decide a resistir? ¿O jura
venganza? Ser capaz de defenderse revela un resurgimiento de la subjetividad,
una negativa a ser contaminada y aniquilada. Gentileschi era una supervivien-
te, se había abierto camino a través del juicio y de la publicidad y de un ma-
trimonio apresurado para llegar a la creatividad con la que se estableció como
artista por encargo y se mantuvo a sí misma y, más tarde, a sus hijas.
Lucrecia, una imagen que establece un paralelo con la figura mítica de la
asesina de mujeres de Virginia Woolf, también se resiste a ese mito. El cuadro
de Artemisia Gentileschi niega su complicidad tanto con los mitos patriarcales
como con los feministas. Capaz de dramatizar visualmente la angustia median-
te la semiótica de un cuerpo femenino, la obra se niega a la dicotomía que ex-
presa la imagen de la feminista moderna del corazón de un poeta mortalmente
embrollado en el cuerpo de una mujer. De la misma manera, la individualista
victoriana Lucy Snowe no entendería el significado retórico de tanta tela cu-
briendo de manera tan poco adecuada el cuerpo y me temo que no le gustaría la
generosidad de esta potente corporeidad femenina. Tal vez fuera la conjunción
histórica del dramático encuentro de esta mujer romana del siglo xvii con la
definición de mujer de su cultura —en el juicio— y un repertorio de relatos
culturales que trataban de las mujeres heroicas embrolladas en la imaginación
masculina, lo que creó los espacios semióticos para una negociación concreta,
para una diferenciación específica del canon.
Texto a texto, caso a caso, leemos buscando el relato de la otra mujer, para
encontrar a su través no una “gran mujer”, una heroína y madre idealizada,
sino, en palabras de Freud, “un[a] [mujer] como nosotr[a]s, con la que po-
damos sentirnos emparentadas en la distancia”57. Para Artemisia Gentileschi
fueron Susana, Judit, Cleopatra y Lucrecia; para nosotras es la pintora remo-
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 237
1 Miller, Nancy K., “Re-reading as a Woman: The Body in Practice”, en Susan R. Suleiman (ed.),
The Female Body in Western Culture: Contemporary Perspectives, Cambridge, Mass. y Londres,
Harvard University Press, 1988, p. 355.
2 Rich, Adrienne, On Lies, Secrets and Silence. Londres, Virago Press, 1980 [ed. esp: Sobre
mentiras, secretos y silencios, Margarita Dalton Palomo (trad.), Madrid, Horas y horas, 2011], p. 35.
3 Woolf, Virginia, A Room of One’s Own [1928], Harmondsworth, Penguin Books, 1974 [ed. esp.: Una
habitación propia, Laura Pujol (trad.), Barcelona, Seix Barral, 2001], pp. 49-50.
4 Rich, Adrienne, Of Woman Born: Motherhood as Experience and Institution, Nueva York, Norton
Press, 1976 [ed. esp.: Nacemos de mujer, Ana Becciú (trad.), Madrid, Traficantes de sueños, 2019],
p. 284. La novelista y filósofa Hélène Cixous escribe: “Escribir. Una acción que no solamente “haga
realidad” la relación sin censura de la mujer con su sexualidad, con su ser de mujer, que le dará
acceso a su energía nativa; le devolverá sus posesiones, sus placeres, sus órganos, sus inmensos
territorios corporales que han permanecido sellados […]. Una mujer sin un cuerpo, sorda, ciega,
probablemente no pueda ser una buena guerrera”, Cixous, Hélène, “The Laugh of the Medusa”
[1975], Keith y Paula Cohen (trad.), Signs 1-4, 1976, pp. 875-893. Reimpreso en Elaine Marks e Isabel
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“Le Rire de la méduse”, L’Arc 61, 1975; ed. esp.: en La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura,
Ana María Moix (trad.), Barcelona, Anthropos Editorial, 2001], p. 250.
5 Ezell, Margaret J. M., “The Myth of Judith Shakespeare: Creating the Canon of Women’s Literature”,
New Literary History 21, 11, 1990, pp. 579-592.
6 Felman, Shoshana, What Does a Woman Want? Reading and Sexual Difference, Baltimore y
Londres, Johns Hopkins University Press, 1993, p. 148.
7 Woolf, Virginia, A Room of One’s Own, op. cit, pp. 51-52.
8 Felman, Shoshana, What Does a Woman Want?, op. cit., p. 147.
9 Véase Fetterly, Judith, The Resistant Reader: A Feminist Approach to American Literature,
notas
Bloomington, Indiana University Press, 1977. “Sin duda, la primera acción de la lectora feminista
debe ser convertirse en una lectora resistente en lugar de una lectora consentidora y, mediante
este rechazo a consentir, empezar el proceso de exorcizar la mente masculina que nos ha sido
implantada” (p. xii).
10 Brontë, Charlotte, Villette, Mark Tilly (ed.), Harmondsworth, Penguin Books, 1979 [ed. esp.: Villette,
Marta Salís (trad.), Barcelona, Alba editorial, 2005].
11 Estas conclusiones se basan en los hallazgos de Charlier, Gustave, “Brussels Life in Villette”, Bronte
Society Transactions 12, 5, 1955, pp. 386-390.
12 Alexander, Christine y Sellars, Jane, The Art of the Brontës, Cambridge, Cambridge University
Press, 1995. Aunque a Charlotte la llevaron a ver dos obras de Shakespeare, al parecer no vio
el éxito de esa temporada: Isabella Glyn en el papel epónimo de un montaje nuevo y extraño de
Antony and Cleopatra de Shakespeare. Cuesta creer que no leyera o escuchara nada acerca de la
interpretación escultural de la reina egipcia que hizo Glyn. En 1851, de nuevo en Londres, Charlotte
visitó Somerset House, así como las colecciones privadas de la marquesa de Westminster y
el conde de Ellesmere. La llevaron a ver a la gran actriz francesa Rachel en Londres. Rachel
interpretaba una obra sobre Cleopatra escrita especialmente para ella en 1847.
13 Ewbank, Inge-Stina, “Transmigrations of Cleopatra”, University of Leeds Review, 29, 1986/1987,
p. 72.
14 Ibíd., p. 65.
15 Publicaré próximamente un artículo sobre Brontë y Cleopatra y la cuestión de la identificación.
16 Esta información e interpretación procede de Hamer, Mary, Signs of Cleopatra, Londres y Nueva
York, Routledge, 1993.
17 Said, Edward, Orientalism, Londres, Routledge, 1978 [ed. esp.: Orientalismo, María Luisa Fuentes
(trad.), Barcelona, Ediciones Libertarias/Prodhufi, 1990] y Hamer, Mary, Signs of Cleopatra, op. cit.,
pp. 1-23.
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 239
notas
Penguin Books, 1956 [ed. esp.: El desnudo: un estudio de la forma ideal, Francisco Torres Oliver
(trad.), Madrid, Alianza Editorial, 1981] y analiza de manera crítica Nead, Lynda, The Female Nude:
Art, Obscenity and Sexuality, Londres, Routledge, 1992 [ed. esp.: El desnudo femenino: arte,
obscenidad y sexualidad, Carmen González Marín (trad.), Madrid, Tecnos, 1998].
26 Bronfen, Elisabeth, Over Her Dead Body: Death, Femininity and the Aesthetic, Manchester,
Manchester University Press, 1992.
27 Así argumenta convincentemente Lynda Nead.
28 Sobre la historia de esta forma y los significados del gesto, véase Salomon, Nanette, “The Venus
Pudica: Uncovering Art History’s ‘Hidden Agendas’ and Pernicious Pedigrees”, en Griselda Pollock
(ed.), Generations and Geographies in the Visual Arts: Feminist Readings, Londres, Routledge,
1996, pp. 69-87.
29 Pathos es una categoría del desnudo en el libro de Clark; su figura principal es el Cristo crucificado.
30 Lipton, Eunice, Looking into Degas: Uneasy Images of Women and Modern Life, Berkeley,
University of California Press, 1986.
31 Kristeva, Julia, “The System and the Speaking Subject” [1973], en Toril Moi (ed.), The Kristeva
Reader, Oxford, Basil Blackwell, 1986, p. 30.
32 Ibíd., p. 29.
33 Como escribe Garrard: “Los cuadros de Gentileschi ocuparon su lugar en los palazzi de la
aristocracia coleccionista de arte, entre las obras de Van Dyck, Guercino, Guido Reni, Rubens,
Sebastiano del Piombo, Correggio y Tiziano” (Artemisia Gentileschi, op. cit., p. 56).
34 Pero, incluso aquí, existe el peligro de que yo no esté diciendo nada más de lo que dice Kenneth
Clark, cuando afirma que la Olympia de Manet de 1863-1865 (Ilustración 9.17) es excepcional
porque “colocar en un cuerpo desnudo una cabeza con tanta personalidad individual es poner en
peligro la premisa misma del desnudo” (The Nude, op. cit., p. 153).
35 Hamer, Mary, Signs of Cleopatra, op. cit., p. xvii.
240 Diferenciando el Canon
36 Boccaccio, Giovanni, Concerning Famous Women [De Claris Mulieribus], Guido Guarino (trad.),
Londres, George Allen & Unwin, 1964 [ed. esp.: Mujeres preclaras, Victoria Díaz-Corralejo (trad.),
Madrid, Cátedra, 2010], pp. 192-193.
37 Hughes-Hallett, Lucy, Cleopatra: Histories, Dreams, Distortions, Londres, Bloomsbury, 1989.
38 Ibíd., p. xviii.
39 Menzio, Eve, “Self Portrait in the Guise of ‘Painting’”, en Mot pour Mot/ Word for Word. No. 2
Artemisia, París, Yvon Lambert, 1979, pp. 16-43, debate esta relación con una profundidad
considerable. Agradezco a Nanette Salomon que me señalara este libro.
40 Garrard, Mary D., Artemisia Gentileschi, op. cit., p. 419.
41 Me baso aquí en la obra de Wardi, Dina, Memorial Candles: Children of the Holocaust, Naomi
Goldblum (trad.), Londres y Nueva York, Routledge, 1992 [ed. org.: Le candele della memoria.
I figli dei sopravvissuti dell’Olocausto. Traumi, angosce, terapia, Sansoni, 1993], para entender
los efectos de la muerte prematura o la separación traumática de la madre en el desarrollo de la
sexualidad y de la capacidad de maternar de las chicas jóvenes.
42 Bronfen, Elisabeth, Over Her Dead Body, op. cit., p. xi.
43 Pollock, Griselda, “Deadly Tales”, en Looking Back to the Future: Essays from the 1990s, Nueva
York, G&B Arts International, 1999.
44 Rich, Adrienne, On Lies, Secrets and Silence, op. cit., p. 191.
45 Woolf, Virginia, A Room of One’s Own, op. cit., p. 96.
46 Felman, Shoshana, What Does a Woman Want?, op. cit., p. 147.
47 Ibíd., p. 13.
48 Ibíd., p. 14.
49 Ibíd.
50 Garrard, Mary D., Artemisia Gentileschi, op. cit., p. 56.
51 Bal, Mieke, Reading Rembrandt: Beyond the Word-Image Opposition, Cambridge y Nueva York,
notas
VENGANZA:
LUBAINA HIMID Y LA CONSTRUCCIÓN DE
NUEVAS NARRATIVAS PARA NUEVAS HISTORIAS
Por encima de todo, desde mi punto de vista, evade las complejas negociaciones
que deben tener lugar entre los lenguajes estéticos europeos y los del resto del
mundo. Para Occidente, enmarcar y evaluar todas las producciones culturales
a través de sus propios criterios y de sus estereotipos de otredad es reducir la
obra a un espectáculo de tipología esencialista racial o étnica e ignorar sus ideas
individuales y sus aplicaciones universales, un trato que no se les inflige a la obra
de los artistas europeos blancos7.
Entre las dos se equilibra mi corazón (Ilustración 7.2) coloca a dos mujeres en
una barca en alta mar. La elevada línea del horizonte es clara y la vista está
despejada. Una mujer viste de un rojo brillante, saturado; la otra en una tela
plisada con audaces rayas grises, rosas y negras sobre un fondo blanco. Se la ve
de perfil y la cabeza es claramente egipcia, nos recuerda a la moda de las cabe-
zas alargadas que conocemos a través de las esculturas que deben su nombre a
la reina egipcia Nefertiti. Ambas figuras ejecutan gestos clave. Una de ellas se
pasa trocitos de mapas rotos de una mano a otra; la otra se gira para sacar un
volumen coloreado de una pila de mapas y cartas de navegación para arrojar-
los por la borda. Con sus colores intensos, su pincelada audaz y su economía
de trazos a lo Matisse, especialmente en el retrato de las caras, es un cuadro
que se sabe perteneciente al arte moderno, o que hace un uso consciente de la
pintura para invocar la modernidad, entendida como una manera de pintar y
como un sistema de significado arraigado en una relación histórica específica
entre Europa y África. Pero, en el nivel iconográfico, el cuadro establece un
diálogo con un pintor y grabador desterrado de ese canon, un artista francés
que también trabajó en Inglaterra, James Tissot (1936-1902). Contemporá-
neo de Manet y Degas, de James McNeill Whistler y Alfred Stevens, Tissot
fue un pintor de género de escenas del tedio burgués cotidiano y lánguidas
intrigas sexuales, que resultaban siempre interesantes por su ambiente psico-
lógicamente complejo. Su estilo pictórico y su lenguaje figurativo pocas veces
son objeto de debate, porque este momento de la pintura victoriana no entra
en las historias canónicas del arte moderno sobre la modernidad urbana y su
representación15.
No solamente es Tissot un pintor de la burguesía moderna, sino que sus
cuadros sitúan sus intrigas dentro de un campo sociopolítico. Tissot compren-
dió el “lenguaje de la moda”, los signos codificados del vestir, antes de que Ro-
land Barthes abordara este vocabulario cultural mediante la semiótica. Lubaina
Himid retoma el estilo, la tela, el estampado y el corte del vestido y lo convierte
en un sistema de significación de la misma manera que lo hizo Tissot, tanto
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 249
Ilustración 7.2. Lubaina Himid (n. 1954), Entre las dos se equilibra mi corazón, 1991,
acrílico sobre lienzo, 150 × 120 cm. Londres, Tate Gallery
para mantener el interés visual de sus cuadros como para hacerlos inteligibles, a
la vez que siempre parecía evitar cualquier intento de efecto retórico.
Tomemos, por ejemplo, El astillero de Portsmouth (Ilustración 7.3), que es un
referente para Entre las dos se equilibra mi corazón (Ilustración 7.2). La frase, de
hecho, es el título del grabado (Providence, Museum of Art, Rhode Island School
of Design) que Tissot hizo a partir de su cuadro para destacar las imprecisas re-
laciones sexuales y personales entre el Highlander y sus dos compañeras mientras
rema para regresar al buque de transporte de tropas que lo espera. El cuadro de
Lubaina Himid cita la barca cortada, que tiene el efecto de situar al espectador no
a una distancia teatral, sino ahí mismo, con el resto de los pasajeros. El espectador
debe sentarse con los remeros, con la energía que impulsa la barca hacia su desco-
nocido destino. Tissot empleó este dispositivo compositivo varias veces. En una
versión anterior, El Támesis (1876, Wakefield City Art Gallery), dos mujeres se
recuestan en los bancos de la barca. La bandera imperial, la Union Jack, revolotea
en el mástil superponiéndose con el mascarón de proa de un enorme barco que
se asoma por detrás de la barca del amor. Una figurina femenina blanca, medio
vestida de blanco, con una mano cubriéndose los ojos, observa el curso del navío.
Las orillas del Támesis están atestadas de todo tipo de embarcaciones, de vapor
y de vela, de placer y comerciales. Más allá de las jarcias y los mástiles, se ven
chimeneas y almacenes. El humo inunda el aire y enturbia el horizonte. Estamos
en Londres, en el centro del Imperio, y estos son los barcos que han hecho que
Gran Bretaña se adueñe de los mares. James Tissot coloca a un trío informal de
miembros normales de la pequeña burguesía británica sobre la diminuta bar-
ca de recreo en el corazón del imperio mercantil británico. Un sentido audaz y
sorprendente de la composición y del diseño crea un interés narrativo menor al
colocar a tres jóvenes, dos mujeres y un hombre elegantemente vestido, dentro
de una barca, disfrutando de un picnic. Las incongruencias de la modernidad
británica —placer y comercio, sexualidad e imperio— se codean en este cuadro
sin pretensiones pero de manera sorprendente.
El lenguaje de Tissot se ha vuelto ilegible o poco interesante para la mayoría de
los historiadores del arte moderno16. Su particular combinación de audacia pictó-
rica y narración implícita invisibiliza sus sorprendentes y crudas yuxtaposiciones
del deseo sexual y la celebración imperialista. El astillero de Portsmouth (Ilustra-
ción 7.3) revela otro elemento de esos componentes, puesto que ese puerto era
la sede de la armada británica. La figura masculina es un soldado. Constituye
la encarnación de la fuerza militar que guardaba el Imperio y es lo que Lubaina
Himid expulsa de su cuadro, sustituyéndolo por la pila de mapas y cartas. Estas
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 251
Con estas obras yo quiero decir que conozco vuestro juego, sé lo que quie-
ro decir con mi medio y mis herramientas, quiero mostrar mis verdades, mis
ilusiones, y mis profecías y mis leyendas. El color es un elemento vital en una
paleta amplia y unas pinceladas salvajes y tumultuosas. No me interesa remedar
las técnicas autocomplacientes en abundancia, más bien me interesa la potencia
que puede tener un cuadro, por muy pequeño y aparentemente doméstico que
sea. Me dedico a la localización; espacio público, espacio privado, la obsesión
con el control del espacio, de la tierra, del mar y de las personas18.
En el lienzo doble titulado Acto Primero Sin Mapas (Ilustración 7.4), dos mu-
jeres están sentadas en el palco de un teatro o de la ópera. Una lleva un vesti-
252 Diferenciando el Canon
Estos cuadros versan tanto de la materia con la que están pintados como de los
acontecimientos que recuerdan y evocan. He tomado prestado lo que me ha
parecido apropiado, cuando me lo ha parecido y donde me lo ha parecido, de
quien quería tomarlo y a quien quería reinterpretar. Hay referencias a Turner y
Tissot, a Hockney y Hodgkins, a Riley y Bell, a Sulter y Laurençin. A tejidos,
bordados, tapices, telas estampadas, performances y mascaradas. Los cuadros es-
tán en el centro de diálogos sobre el arte y son las herramientas con las que quien
se dedica al arte puede entrar en el campo de lucha de la ilusión y la profecía.
¿Por qué no van a entrar las mujeres en lidia blandiendo este arma20?
Jill Morgan escribe sobre un tercer cuadro de esta serie procedente de Venganza
(Ilustración 7.6):
Cinco representa a dos mujeres negras sentadas en una mesa de un interior do-
méstico. El estilo de su ropa y la referencia al interior moderno apunta a París en
la década de 1920. La mesa es el campo de lucha donde se diseña su estrategia,
entre los platos, recordando a los platos que caen por la pared [en otra pieza
incluida en la exposición]. Se contraponen diferentes estrategias, la atmósfera
está muy cargada y eso se refleja en un amarillo vanguardista. Si miramos las
flores de la mesa, vemos que son descripciones egipcias, africanas, por lo que el
amarillo se convierte en el color de África, un interior construido a la manera de
la pintura moderna, pero que reconoce el tejido de África21.
Jill Morgan escribe sobre el color que “fluye, se estrella, baila y acecha” y entien-
de las asombrosas yuxtaposiciones de colores terrosos, armiño negro, rojos, azul
turquesa, naranja y amarillo como una reclamación de la paleta de color africana
y como un mojar el pincel en la paleta del arte moderno europeo22. A Morgan,
como historiadora del arte, los colores llamativos le remiten específicamente a
las paletas posimpresionistas, coloniales —por ejemplo, Paul Gauguin—, y a
la de los fauvistas y Die Brücke: todos ellos movimientos cuyas innovaciones
estéticas radicales están en deuda con las culturas de África y Polinesia. En el
caso de la representación didáctica que hace Ernst Ludwig Kirchner del espacio
simbólico del estudio del artista moderno, también exponen la paradoja de la
mujer moderna en su relación con la objetivización y la sexualización colonial
tanto de la mujer como de África (Ilustración 7.7).
En Cinco (Ilustración 7.6) dos figuras se sientan en torno a una mesa re-
donda. Puede que estén en casa, en su propia fiesta feminista poscolonial. Pero
254 Diferenciando el Canon
Ilustración 7.4. Lubaina Himid, Acto primero sin mapas, 1991, acrílico sobre lienzo, 210 × 160 cm., colección de la artista
Ilustración 7.5. Mary Cassatt (1844-1926), En el palco, 1880, óleo sobre lienzo, 42,5 × 72,5 cm. Estados Unidos,
colección privada (fotografía: Courtesy, Sotheby Parke Bernet, Nueva York)
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 255
no están representadas, sin embargo, por platos sexualizados; las mujeres quie-
ren ser consideradas como agentes históricos que piensan y hablan, no como
cuerpos simbólicos. Los platos de este cuadro tienen mapas o banderas, barras
y estrellas, África. Tal vez estas mujeres estén en un café, en ese espacio y esa
socialización públicos y muy modernos que Picasso y Georges Braque convir-
tieron en la sustancia misma de las reconstrucciones formales del cubismo. La
iconografía apunta a París en la década de 1920, una ciudad que albergaba una
población extraordinariamente densa de mujeres modernas —artistas, poetas,
escritoras, periodistas, bailarinas, editoras, libreras—. Fue una década de una
intensa lucha para modernizar la diferencia sexual, un proyecto aún inacabado
que el feminismo contemporáneo ha retomado con una energía intelectual y
artística renovada. Excavando las historias olvidadas del radicalismo artístico y
sexual, Shari Benstock señala que casi todas sus protagonistas —Djuna Barnes,
Natalie Barney, Sylvia Beach, Kay Boyle, Bryher, Colette, H. D., Janet Flan-
ner, Mina Loy, Anaïs Nin, Jean Rhys, Solita Solano, Gertrude Stein, Alice B.
Toklas, Renée Vivien, Edith Wharton— han sido consideradas marginales en
los relatos canónicos del arte y la literatura de la modernidad. Si acaso, se les
han concedido papeles secundarios. Shari Benstock escribe:
Ilustración 7.6. Lubaina Himid, Cinco, acrílico sobre lienzo, 150 × 120 cm.
Leeds, Griselda Pollock, en préstamo permanente a Leeds City Art Gallery
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 257
Ilustración 7.7. Ernst Kirchner (1880-1938), Bohemia moderna, ca. 1925, óleo sobre lienzo,
123.1 × 162.8 cm. Minneapolis, Minneapolis Institute of Arts
Ilustración 7.8. Dos mujeres en un café, fotografía, década de 1920, París, Colección Violet
258 Diferenciando el Canon
pogromo del que fue testigo la cantante cuando era una niña, Baker escribe
sobre su sorpresa —y placer— la primera vez que un hombre blanco le sirvió
en un café de París y la llamó Madame27. Baker abrazó París como una ciudad
en la que podía experimentarse a sí misma fuera del horrible racismo que en
Estados Unidos la deshumanizaba y la desexualizaba. El París moderno de la
década de 1920 era, no obstante, ambivalente en su culto de la “negrofilia” que
llevó al estrellato a Josephine Baker en la Revue nègre del 2 de octubre de 1925.
Pero era un espacio de posibilidad cultural que apoyó la creatividad de muchas
escultoras negras, como Augusta Savage, que estudió en París en 1930, o Meta
Vaux Warrick (1877-1968), que expuso en el Salón de 1903 una obra llamada
Los desdichados, o la diseñadora y pintora Lois Mailou Jones (1905-1998), que
estudió en la Académie Julian en 193728.
Cinco es, además, un cuadro radical tanto en sus ausencias como en la visi-
bilización de las mujeres negras en el París moderno. No hay una mujer blanca
en la imagen. Aquí está la ruptura con el texto colonial. Las mujeres negras no
están ahí para consolidar al sujeto soberano europeo, o para ser admitidas a re-
gañadientes en la engañosa tolerancia del liberalismo, que se limita a esconder
el puñal de su racismo subyacente. Reclaman y ocupan un espacio y lo hacen
como dos. Basta únicamente esta mínima multiplicidad para negar el estereoti-
po, la fijeza que podría permitir que una mujer simbólica, una Josephine Baker,
representara la totalidad de la otredad bajo una forma nunca amenazante. La
mujer negra simbólica, como Baker, a la que se le hacía interpretar la fantasía
del africanismo del público blanco a pesar de que era una americana moderna,
permite que el grupo dominante alivie su conciencia a la vez que cierra de ma-
nera incluso más eficaz sus ojos ante las muchas mujeres, cada una a su manera
propia y única, que buscan ser artistas, escritoras, creadoras en un mundo mo-
derno que reclaman como, también y de forma indeleble, suyo.
Hay una serie famosa de fotografías de Gertrude Stein y Alice B. Toklas, tal
vez la pareja más célebre de París. Una de ellas, de Man Ray, domestica a esta
famosa pareja porque se las fotografía “en casa”, sentadas a una mesa en su piso
de la calle Fleurus 27 en 1922 (Ilustración 7.9). El escenario casero se transfor-
ma, no obstante, por la presencia de dos mujeres con una relación amorosa y
de compañía que sostenía la creatividad literaria de la escritora de la pareja. Su
casa era un salón, una galería dedicada al arte contemporáneo que se abría paso
en unas paredes que revelaban también un amor por las flores. Otra fotografía,
tomada en Londres en 1936 por Cecil Beaton, simplemente coloca a Alice B.
Toklas y Gertrude Stein frente a frente en un estudio vacío (Ilustración 7.10).
260 Diferenciando el Canon
Ilustración 7.9. Man Ray, Gertrude Stein y Alice B. Toklas, fotografía, 1922. Yale Collection of American Literature,
Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University
Ilustración 7.10. Cecil Beaton, Gertrude Stein y Alice B. Toklas, fotografía, 1936, Sotheby’s, Londres, Cecil Beaton Archive
262 Diferenciando el Canon
PINTURA HISTÓRICA
Agua, aguas profundas, saladas. Barcos de madera. Telas que envuelven las he-
ridas, empapadas en sangre. Agua potable, la clave de la vida. Velas banderas
inglesas banderas españolas, banderas portuguesas ondeando. Velas henchidas.
Salpicaduras, cuerpo tras cuerpo arrojado por la borda, demasiado enfermo para
ser útil. Demasiado enfermo incluso para trabajar. Muerto. Del susto, de las
palizas, de las heridas. Cuerpo tras cuerpo arrojado por la borda, salpica. 30
libras se reclaman por cada cuerpo. Seguros. Las personas enfermas no merecen
que se desperdicie el agua en ellas. Agua potable. Arrojados por la borda al mar.
Agua salada.45
Así como Primo Levi insistía en que quienes sobrevivieron al Holocausto de-
ben siempre dar testimonio de las atrocidades cometidas en Europa contra el
pueblo judío, el pueblo romaní, las comunidades lesbiana y gay y las disiden-
270 Diferenciando el Canon
cias políticas, así los descendientes de esas personas africanas perdidas y escla-
vizadas deben garantizar que los acontecimientos de su trauma no se olvidan,
que la atrocidad se recuerda y que todo el mundo se confronta con ella46. El
epígrafe que Primo Levi usó para su último libro, su testamento, Los hundidos
y los salvados (un título con especial resonancia en este contexto africano), es
relevante para esta narración de los relatos, para lo que yo llamaría tanto la cura
de palabras como de pintura:
¿Qué tiene que ver este ajuste de cuentas con los demonios privados de cada
uno con los problemas políticos del racismo y el nuevo fenómeno social
que está haciendo tales estragos hoy en Europa, el neotribalismo? ¿Puede el
psicoanálisis influir en el pensamiento histórico y político sobre las amenazas
que plantea la violencia contra los pueblos y las respuestas violentas que
están surgiendo bajo las formas de las políticas identitarias y de las formas
nacionalistas, incluso fascistas, de neotribalismo? Hay personas, se diría, a las
que se les permite distanciarse de su propia violencia y autoodio inaceptables —
de su depresión, por así decirlo— y usar a quienes convierten en “otros” como
su chivo expiatorio. Pero si conectamos este pensamiento con la articulación
específicamente feminista del problema que hace Kristeva en “El tiempo de
las mujeres”, podemos forjar un análisis feminista del duelo, la violencia y la
despolitización a las que las luchas de las mujeres se han vuelto susceptibles50.
En una sección llamada “El terror del poder y el poder del terrorismo”,
Julia Kristeva señala las respuestas contradictorias de las mujeres occidentales
modernas ante su exclusión histórica del poder dentro del Estado-nación: con-
trapoder y contrasociedad. En un caso, las mujeres antes excluidas se sobrei-
dentifican con los sistemas de poder del actual patriarcado blanco ahora que se
les ha permitido un estatus “masculino” honorario dentro de este. Abrazan sus
normas y sistemas y se convierten en defensoras y ejecutoras ardientes: en las
empresas o en los aparatos burocráticos. El reverso de esta inversión es la crea-
ción de una contrasociedad imaginada como lo opuesto de lo que nos oprime:
un mundo femenino de armonía, separación y libertad idealizadas. Esta última
tendencia exhibe una fuerte propensión a hacer chivos expiatorios. Establecida
272 Diferenciando el Canon
lidades de alianza, de hacer pactos de mujer a mujer que crucen las enemistades
históricas en una política ética que reconozca las contradicciones reales de la
diferencia sexual y social, pero que pueda imaginar esas diferencias como ele-
mentos creativos entre “compañeros-en-la-diferencia”53.
En este sentido, la obra de Lubaina Himid como pintora histórica, como
artista que hace cuadros de una audaz intensidad que conjuran vívidamente
imágenes cargadas de significado —maneras del arte moderno que rechazan el
escapismo del arte moderno desde la materia histórica de la posmodernidad—,
induce una serie de significados específicos para el “feminismo”. Son el índice
de una comprensión política de las realidades de la violencia, el sufrimiento,
el antagonismo. Pero también proponen a quienes llevamos luto que debería-
mos crear estrategias para cambiar. No me siento excluida de las cenas, de los
cruceros o de la asistencia a esas performances culturales radicales. Como mujer
blanca no puedo ser visible dentro de su marco sin poner en riesgo la visibilidad
de Lubaina y de sus hermanas negras sobre el escenario de la historia. Puedo,
sin embargo, desear estar “presente” mediante la identificación —mediante un
gesto como el de Rut de afiliación, invirtiendo las relaciones coloniales sobre
quién es la extranjera— en esas reuniones.
La larga trayectoria histórica del feminismo se ve confrontada por nuevos
imperativos en la articulación de las necesidades y deseos, diversos y a veces
antagonistas, de las “mujeres”. Su futuro político deberá radicar en el forjado
de alianzas entre los grupos sociales contradictorios que, sin embargo, com-
parten la designación mujeres. El relato de Rut, la moabita, y Noemí, la judía,
(Ilustración 7.11) representa, desde mi propia cultura, una narración tanto de
una afiliación cultural electiva como de una pérdida voluntaria de la “identi-
dad cultural” originaria, una narración que termina con el nacimiento de un
niño, una alegoría de la creación de un futuro vivo en lugar de la esterilidad
de un pasado marcado por la pérdida y el desplazamiento, el extrañamiento.
Rut y Noemí, con el niño que comparten, así como las parejas estrategas de las
pinturas históricas de Lubaina Himid, con su futuro de vida creada, colocan
ante nosotras —mediante una creatividad simbólica— imágenes de alianza,
de identificación-en-la-diferencia, pero no de identidad. Dotadas de un forma-
to artístico, son alegorías históricas, su textualidad pictórica y visual requiere
que se lean como los relatos que proporcionaban los materiales para la pintura
histórica barroca. La posible lectura de la sexualidad de las mujeres dedicadas
a debatir el futuro funciona precisamente para refutar la semejanza patriarcal
atribuida a las mujeres. El amor lesbiano es el amor no de la misma persona
276 Diferenciando el Canon
sino de una persona diferente que puede ocupar metafóricamente, dentro del
feminismo, un modelo en el cual la diferencia no sea la línea de demarcación
violenta sino la condición necesaria del deseo, la base de la alianza en la dife-
rencia reconocida tanto dentro como en/de/desde lo femenino.
Ilustración 7.11. Jan Victors, Ruth y Noemí, 1653, óleo sobre lienzo, 108,5 × 137 cm. Nueva York, Sotheby Parke Bernet
Parte III. Heroínas: Situando a las mujeres en el Canon 277
notas
11 Adorno, Theodor W, “Commitment”, en The Essential Frankfurt School Reader, Andrew Arato y Eike
Gebhardt (eds.), Nueva York, Urizen Books, 1978, pp. 300-318 [ed. esp.: “Compromiso”, en Notas
sobre literatura. Obra completa, vol. 11, Alfredo Brotons Muñoz (trad.), Tres Cantos, Akal, 2003].
12 Tawadros, Gilane, “Beyond the Boundary: Three Black Women Artists in Britain”, Third Text 8/9,
1989, p. 150.
13 Ibíd.
14 Ibíd.
15 La exposición clásica de este caso se encuentra en Clark, T. J., The Painting of Modern Life: Paris
in the Art of Manet and His Followers, Nueva York y Londres, Knopf and Thames & Hudson, 1984.
Clark argumenta que la simple representación de un contenido contemporáneo no basta para
hablar de “arte moderno”. El arte moderno es una estructura de representación concreta de la
modernidad que solamente es moderno si le da a esa modernidad la forma de “el espectáculo”.
Parece ser que la obra de Tissot no lo hace.
16 Garb, Tamar, Bodies of Modernity: Figure and Flesh in Fin de Siècle France, Londres, Thames &
Hudson, 1998, incluye un análisis feminista de la serie de Tissot Mujeres de París, y próximamente
se publicará un volumen de ensayos a partir de un congreso sobre Tissot celebrado en la Art
Gallery de Ontario en 1997.
17 Spivak, Gayatri, “The Rani of Sirmur. An Essay in Reading the Archives”, History and Theory 24, 3,
1985, pp. 245-272.
18 Lubaina Himid, citada por Sulter, Maud, “Without Tides, No Maps”, en Revenge, op. cit., p. 31.
19 Pollock, Griselda, “Modernity and the Spaces of Femininity”, en Vision and Difference: Feminism,
Femininity and the Histories of Art, Londres, Routledge, 1988 [ed. esp.: Visión y diferencia, Azucena
Galettini (trad.), Buenos Aires, Fiordo, 2013], y Garb, Tamar, Women Impressionists, Oxford,
Phaidon Press, 1986.
20 Citado en Jill Morgan, “Women Artists and Modernism”, en Revenge, Rochdale Art Gallery, 1992, p. 22.
278 Diferenciando el Canon
21 Ibíd.
22 Ibíd., pp. 22-23.
23 Benstock, Shari, Women of the Left Bank 1900-1940, Londres, Virago Press, 1987 [ed. esp.:
Mujeres de la “rive gauche” París 1900-1940, Víctor Pozando (trad.), Barcelona, Lumen, 1992].
prefacio, n. p.
24 Weiss, Andrea, Paris Was a Woman, Londres, Pandora Books, 1996 [ed. esp.: París era mujer,
Concha Cardeñoso (trad.), Madrid/Barcelona, Egales, 2014].
25 Véase Clayson, Hollis, Painted Love: Prostitution in the French Art of Impressionism, New Haven
y Londres, Yale University Press, 1991.
26 Miller, Christopher, Blank Darkness: Africanist Discourse in French, Chicago, University of Chicago
Press, 1985. Hablaremos más sobre esto en el capítulo 9.
27 Baker, Jean-Claude y Chase, Chris, Josephine: The Josephine Baker Story, Holbrook, Mass.,
Adams Publishing, 1993, p. 4.
28 Himid, Lubaina, “In the Woodpile: Black Women Artists and the Modern Woman”, Feminist Art
News 3, 4, 1990, pp. 2-3. Lubaina Himid hizo un retrato de Gertrude Stein (1986).
29 Garber, Marjorie, “Bisexuality and Vegetable Love”, en Public Fantasies, Lee Edelman y Joseph
Roach (eds.), Londres y Nueva York, Routledge, 1998.
30 Wittig, Monique, “One Is Not Born a Woman”, en Henry Abelove et aI. (eds.), The Lesbian and Gay
Reader, Londres y Nueva York, Routledge, 1993 [ed. org.: “On ne naît pas femme”, Questions
féministes, n°8, mayo de 1980, pp. 75-84; ed. esp.: “No se nace mujer”, en El pensamiento
heterosexual y otros ensayos, Paco Vidarte y Javier Sáez (trads.), Madrid/Barcelona, Editorial
Egales, 2006], p. 108.
31 Wittig plantea también que la racialización es un proceso comparable a la feminización (p. 104);
antes de la llegada de la realidad socioeconómica de la esclavitud negra, el concepto moderno
de raza no existía. La visión se convierte en el medio de naturalizar identidades imaginarias e
notas
37 Sobre Edmonia Lewis, véase Hartigan, Lynda Roscoe, Sharing Traditions: Five Black Women Artists
in Nineteenth Century America, Washington, D.C., Smithsonian Institution Press, 1985.
38 Kelly, Mary, “Reviewing Modernist Criticism”, Screen 22, 3, 1981, pp. 41-62.
39 Véase mi artículo “Painting, Feminism, History”, en Destabilising Theory, Michelle Barrett y Anne
Phillips (eds.), Cambridge, Polity Press, 1992. Véase también Mastai, Judith, Women and Paint,
Saskatoon, Mendel Art Gallery, 1995. Para mi aportación a los estudios de las pintoras, véase
“Killing Men and Dying Women: A Woman’s Touch in the Cold Zone of American Painting in the
1950s”, en Avant-gardes and Partisans Reviewed, Fred Orton y Griselda Pollock (eds.), Manchester,
Manchester University Press, 1996. Véase también Betterton, Rosemary, lntimate Distance,
Londres, Routledge, 1996 y Schor, Mira, Wet: On Feminism, Painting and Art Culture, Durham, N.
C., Duke University Press, 1997.
40 Bal, Mieke, Reading Rembrandt: Beyond the Word-lmage Opposition, Cambridge, Cambridge
University Press, 1991, especialmente la lntroducción.
41 Freud, Sigmund, “Mourning and Melancholia”, op. cit., pp. 251-222.
42 Ibíd., p. 253.
43 Ibíd.
44 Segal, Hanna, “A Psychoanalytical Approach to Aesthetics”, en Melanie Klein (ed.), New Directions
in Psychoanalysis, Londres, Tavistock Publishing, 1955, pp. 384-406 [ed. esp.: Nuevas direcciones
en psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1965, pp. 371 y ss.]. Agradezco a Claire Pajaczkowska que
llamara mi atención sobre este artículo.
45 Himid, Lubaina, Revenge, op. cit., p. 11.
46 Es importante evitar toda tentación contable en la historia del horror y aquí hago una asociación
entre la experiencia judía del holocausto y la experiencia africana de la esclavitud únicamente en el
nivel del testimonio histórico, pero no pretendo que sean acontecimientos comparables. Cada una
tiene su carácter específico. Para un análisis minucioso y filosófico de la diferencia, véase Thomas,
notas
Lawrence Mordechai, Vessels of Evil: American Slavery and The Holocaust, Filadelfia, Temple
University Press, 1993.
47 Coleridge, Samuel Taylor, The Rime of the Ancient Mariner, versos 582-585, citados en Levi, Primo,
The Drowned and the Saved, Londres y Nueva York, Simon & Schuster, 1988 [ed. org.: I sommersi e
i salvati, Einaudi, 1986; ed. esp.: Los hundidos y los salvados, Pilar Gómez Bedate (trad.), Barcelona,
Península, 2014].
48 He examinado el relato de Rut y Noemí en relación con la obra de Lubaina Himid en Pollock,
Griselda, “Territories of Desire: Reconsiderations of an African Childhood”, en George Robertson
et al. (eds.), Travellers’ Tales: Narratives of Home and Displacement, Londres, Routledge, 1994, pp.
63-92.
49 Julia Kristeva, Strangers to Ourselves [1988], Leon Roudiez (trad.), Nueva York, Columbia
University Press, 1991 [ed. org.: Étrangers à nous-mêmes, París, Fayard, 1988; ed. esp.:
Extranjeros para nosotros mismos, Xavier Gispert (trad.), Esplugues de Llobregat, Plaza & Janes,
1991]; Tales of Love, Leon Roudiez (trad.), Nueva York, Columbia University Press, 1987; ed. org.:
Histoires d’amour, Paris, Éditions Denoêl, 1983; ed. esp.: Historias de amor, Araceli Ramos Martín
(trad.), México, Siglo xxi, 1987]. La cita procede de la entrevista con Jonathan Rée, emitida y
publicada con el título Taking Liberties, Londres, Channel 4, 1992, n. p.
50 Julia Kristeva, “Women’s Time” [1979), in The Kristeva Reader, ed. Toril Moi, Oxford: Basil
Blackwell, 1986 “cuando, por ejemplo, una mujer siente que su vida afectiva en cuanto mujer o su
condición como ser social es ignorada de una forma demasiado brutal por el discurso de poder
existente (de su familia o de las instituciones sociales), podría, mediante una contrainversión de la
violencia que ha soportado, convertirse en una agente poseída por esta violencia para combatir lo
que experimentaba como frustración, con armas que pueden parecer desproporcionadas pero que
no lo son en comparación con el sufrimiento subjetivo, o más precisamente, narcisista que está en
su origen” (p. 203).
280 Diferenciando el Canon
51 Ibíd., p. 203.
52 Ibíd., p. 204.
53 La frase deriva de las obras de Lichtenberg Ettinger, Bracha, “Matrix and Metramorphosis”,
Differences 4, 3, 1992 y The Matrixial Gaze, Leeds, Feminist Arts and Histories Network Press
at the University of Leeds, 1994.
notas
281
PARTE IV
¿Quién es
el otro?
Ilustración 8.1. Theodate Pope, Mary Cassatt leyendo, París, ca. 1905, fotografía. Farmington, Connecticut, Hill-Stead Museum
Parte IV. ¿Quién es el otro? 283
Querida comisaria:
Me encantaría ver la exposición que ha organizado con los grabados en
color realizados por Mary Cassatt. (Fig. 8.1)1. El artista con el que compartió
el espacio expositivo en la galería de Paul Durand-Ruel cuando se mostraron
por primera vez en París en 1891, Camille Pissarro, escribió a su hijo Lucien,
también grabador, el 3 de abril de 1891, entusiasmado por los nuevos efectos
de color que había en esas obras.
Ni que decir tiene que mi colección de arte también tenía que formar parte de
la campaña en pro del sufragio. La única ocasión en la que permití que mis cua-
dros se exhibieran colectivamente fue para la causa sufragista. (…) Asimismo,
la única ocasión en la que hablé sobre cuestiones artísticas fue en una de esas
exposiciones. (…) Hablé sobre el arte de Degas y de la señorita Mary Cassatt,
cuya obra se exhibía por primera vez de manera encomiable en los Estados Uni-
dos y ocupaba aproximadamente la mitad de la exposición, mientras que la otra
mitad estaba formada por una colección inusualmente interesante de maestros
antiguos. Contrastar lo antiguo con lo moderno me permitió ofrecer un pro-
grama de lo más atractivo; pese a todo, a causa del entusiasmo que despertó y
de la mucha publicidad que recibió la exposición, yo estaba muy asustada con
esa nueva aventura en un nuevo campo de oratoria, tan diferente a todos los
que yo había probado antes. Hablar de la emancipación de las mujeres resultaba
sencillo, pero el arte era un asunto muy distinto y difícil9.
Ilustración 8.2. Louisine Havemeyer como sufragista (derecha) pasando la “Antorcha de la Libertad” a una miembro de
la rama de Nueva Jersey de la Women’s Political Union, 7 de agosto de 1915, Scribner’s Magazine, nº. 71, mayo de 1922
Parte IV. ¿Quién es el otro? 287
las críticas a su obra, ya que me encantan los cuadros de madres e hijas pintados
por Mary Cassatt. Me siento atraída por ellos. Compro reproducciones y las
cuelgo en las paredes del cuarto de mi hija10.
Es más que probable que lo que veo en ellas sea, en parte, una proyección de
mis propias fantasías y deseos; o puede que me ofrezcan, como hija sin madre,
una compensación para mi carencia de lo que parecen hacer permanentemente
presente: una mirada materna. De modo que mi lectura corre el profundo riesgo
de la idealización inconsciente y de la proyección sin límites. Su ambivalencia
ante ese cuadro me obligó a analizar mi interés por él.
Louisine Havemeyer era también madre y aparece con su hija, Electra, en
un pastel realizado por Mary Cassatt en el verano de 1895, cuando Electra
tenía solo siete años y la madre de Mary Cassatt estaba en su lecho de muerte
(Ilustración 8.5). El pastel, que primero perteneció a Louisine y después a
Electra, se encuentra ahora en una colección pública. Quiero detenerme unos
momentos en esas dos imágenes de Mary Cassatt.
La Joven madre cosiendo (Ilustración 8.3) hace pensar en Hablan las mayores
(1984), pintada por una artista británica contemporánea, Sonia Boyce (Ilu-
stración 8.4). En esta obra, realizada en la década de 1980, Sonia Boyce parece
compartir con Cassatt un audaz uso del pastel como medio para crear un estilo
monumental mediante la saturación del color. El pastel crea una superficie muy
táctil que subraya la corporalidad de la mujer representada y, por lo tanto, pro-
duce un poderoso efecto de presencia, pese a que solo vemos un fragmento del
cuerpo de la adulta. La imagen de Sonia Boyce evita la amenaza del sentimen-
talismo por el uso de la escala y la audacia del dibujo al pastel, con su variada
paleta de colores y estampados. La atmósfera de la imagen que ofrece del con-
fort y la seguridad de la niña dentro del envoltorio acústico de las voces de las
grandes madres, representada por la densa factura como un espacio casi táctil,
se equilibra por la distancia psicológica de la niña que escucha una conversación
y un mundo de feminidad adulta del que aún no forma parte plena.
Joven madre cosiendo, de Mary Cassatt, crea ese espacio mullido y doméstico
en el que la niña reside, tan sencillamente conectada por la proximidad física
y el contacto con el cuerpo de la madre que la niña reclama de modo casual
pero absoluto, usándolo como apoyo. La niña se enfrenta al espectador con
una mirada cargada con la evocación iconográfica de la pose del pensamiento,
convertida en infantil y mundana por la atención a la arruga de la piel que
se forma al apretar el puño contra la cara. La intensa mirada de la niña ha-
cia fuera traspasa el espacio pictórico y cuestiona al espectador, cuya propia
288 Diferenciando el Canon
Ilustración 8.3. Mary Cassatt, Joven madre cosiendo o Niña apoyada en la rodilla de su madre, 1902, óleo sobre
lienzo, 92,3 × 73,7 cm. Nueva York, Metropolitan Museum of Art (donación de la señora H. O. Havemeyer, 1929).
Parte IV. ¿Quién es el otro? 289
Ilustración 8.4. Sonia Boyce, Hablan las mayores, pastel y tinta sobre papel, 1984, 148 × 155 cm.
Londres, Colección de la artista
cuya mirada y trabajo observaba la niña mientras era pintada. En este eje, el cuadro
establece una relación potencial entre la niña, nacida en la década de 1890, la ar-
tista, nacida en 1844, y cualquier espectador o espectadora que ocupe esa posición
activa, creativa, generizada e históricamente localizada para ver el cuadro12. Este eje
entre el espacio representado y el lugar desde el que se realizó la representación me
lleva a pensar que no estamos ante una díada idealizada de “Madre y niño”, conte-
nida y fetichizada dentro del cuadro, un icono cerrado que nos devuelve regresiva-
mente a una fantasía de la madre y el niño como una entidad unificada13. Leo en
esta imagen algunos indicios de esa fantasía arcaica del envoltorio materno espacial
y sonoro en el que vive el niño, incluso después del nacimiento. Pero también veo
indicaciones de la perforación de esa fantasía, a menudo peligrosa, por parte de la
subjetividad en desarrollo de la niña, cuya separación y singularidad formaban, no
obstante, ya parte de lo que necesita comprenderse como la relación entre ambas14.
Quiero proponerle que podemos sugerir esa posibilidad por las estructuras forma-
les, más que temáticas (con frecuencia malinterpretadas, por falta de atención a las
primeras), de la repetida exploración realizada por Mary Cassatt de ese asunto: dos
figuras (dos sujetos) en un espacio.
Así pues, el núcleo crítico del cuadro Joven madre cosiendo puede leerse como
algo muy distinto a la unidad ficticia de “madre e hijo”. En su centro literal está
esa joven feminidad, el lugar de la hija en una ambivalencia estructural que es
también una dualidad estructural. Está representado tanto en su “ser con su
madre” (la mujer madura con la que, al identificarse, se abrirá paso, de modo
contradictorio, hacia su propia feminidad adulta) como en su “ser separada”,
una diferencia que debe reconocer para alcanzar una feminidad creativa inde-
pendiente como la de la artista que ve ante ella, trabajando, la cual es otra en
relación con su madre y, sin embargo, es comparable a ella, pues las dos adultas
están ocupadas y absortas: su deseo está allí y en otra parte, en la fabricación
de sus propias subjetividades. Así pues, la tríada que genera el cuadro no es el
triángulo edípico culturalmente implícito, con el Otro determinante como el
Padre. En su lugar, una mujer que es una artista creativa, una Nueva Mujer,
funciona como el cebo de la mirada reflexiva de esa niña del siglo xx, al tiempo
que esa mirada, dirigida al afuera del espacio inventado por el cuadro, hace
de la niña otra para la madre, liberada de una identidad únicamente creada y
sintomatizada por el deseo de la niña de ser una con ella, es decir, por el papel
de la niña como figura de su deseo materno.
En el retrato de Louisine Havemeyer y su hija Electra (Ilustración 8.5),
Mary Cassatt situó juntas, en un sofá rojo, a una madre y una hija conocidas.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 291
Ilustración 8.5. Mary Cassatt, Louisine Havemeyer y su hija Electra, 1895, pastel sobre papel vitela,
61 × 77.5 cm. Shelburne, Vermont, Shelburne Art Museum
292 Diferenciando el Canon
Electra, de siete años, está sentada sobre las rodillas de su madre. Con un brazo
le rodea el hombro, mientras que el otro, que descansa en su propia rodilla,
está parcialmente cubierto por la mano de su madre. Esa secuencia de gestos y
posiciones crea un círculo en el que se sostiene a la niña. Madre e hija aparecen
íntimamente conectadas, vinculadas. Es interesante comparar, o más bien con-
trastar, ese cuadro con el autorretrato de Élisabeth Vigée-Lebrun con su hija
Julie, pintado en 1789 (Ilustración 8.6). Este cuadro encuentra su solución
formal a la vinculación de las dos figuras en la perfección y armonía clásicas de
su composición piramidal15. Sin embargo, desde un punto de vista ideológi-
co, esa reciprocidad y circularidad formales me hacen pensar en la feminidad
como una mera repetición entre generaciones. El cuadro fue históricamente
Parte IV. ¿Quién es el otro? 293
innovador al dar forma al intenso placer que siente una madre cuando abraza y
toca el cuerpo de su hija. Élisabeth Vigée-Lebrun representa la promoción de la
maternidad como una condición sensualmente gratificante y psicológicamente
satisfactoria16. La madre y la hija aparecen vinculadas tanto en un círculo de
identidad como en un circuito de deseo recíproco. El cuadro pertenece a un
momento de intensa sensualización de la feminidad y, específicamente, de la
maternidad como parte del programa ideológico de la sociedad burguesa mo-
derna y de sus intensas construcciones de la maternidad como la identidad
gobernante de las mujeres17.
Esa corporeidad y sensualidad no permean la imagen producida a finales
del siglo xix por Mary Cassatt, cuyas figuras están rígidamente encerradas
en el vestido de una feminidad descorporeizada, típica de la burguesía de su
época (Ilustración 8.5). Aunque el círculo de manos y brazos entrelaza los dos
cuerpos, queda roto por la dirección opuesta de sus miradas. La mujer y la niña
no se miran entre sí ni directamente al espectador. Esa configuración podría
recordar a las imágenes disonantes de la familia pintadas por Edgar Degas,
amigo de Mary Cassatt, las cuales, según Linda Nochlin, producen un efecto
de tensión y alienación en el corazón de la familia burguesa18. Nochlin se refiere
al conocido Retrato de la familia Bellelli (1858-1867, París, Musée d’Orsay),
una escena de severa desavenencia marital, y al menos conocido Retrato de
Giovanna y Giulia Bellelli (1865-1866, Los Ángeles, County Museum of Art).
En este cuadro, las dos hermanas están situadas mutuamente en un ángulo
marcado. Una mira al espectador y otra fuera del cuadro. Esa divergencia crea
una dinámica poderosa, al presionar contra el marco del espacio representado y
al insistir aparentemente en la fractura de toda relación entre las dos hermanas.
El cuadro de Mary Cassatt es muy distinto. Hay una tensión pictórica
lograda en los cuerpos, centrales en el espacio de la pintura, que se curvan uno
en torno al otro en gestos de intimidad despreocupada y, al mismo tiempo,
parecen psicológicamente desconectados. Aunque las miradas se entrecruzan y
atraviesan el núcleo central de la imagen, su movimiento implícito contribuye a
expandir el espacio y nos permite imaginar que es en el plano de la consciencia,
el pensamiento y, por lo tanto, la subjetividad donde las dos mujeres, en
diferentes fases de su vida, definen su especificidad, más que su identidad con
la otra. Además, la relación madre-hija parece no pertenecer simplemente a un
estado del ser, a una conexión automática como la pretendida ideológicamente
por la propaganda de la época sobre la maternidad y lo maternal19. En el cuadro
de Mary Cassatt, la relación madre-hija es un marco, un espacio en el que dos
294 Diferenciando el Canon
seres coexisten con comodidad, pero sin que ninguna sepa lo que piensa la otra.
Podemos describirla como un espacio matricial.
La teoría de la Matriz me permite abordar la obra de Mary Cassatt a la luz
de la subjetividad matricial, un proyecto que no carece de justificación histó-
rica, dado que los críticos de principios del siglo xx reconocieron sistemáti-
camente la obra de esta contemporánea algo mayor que Sigmund Freud, una
pintura cuya modernidad no estriba solo en el plano estético sino también en
el psicológico.
El término Matriz se debe a Bracha Lichtenberg Ettinger, psicoanalista fe-
minista y pintora. A partir de hallazgos recogidos en su obra pictórica como
hija de supervivientes de la Shoah y replantados en el terreno del psicoanálisis
lacaniano, Bracha Lichtenberg Ettinger ha realizado un movimiento decisivo
para teorizar la diferencia femenina. En el psicoanálisis tradicional se cree que
la subjetividad es solo un efecto de la dialéctica de lo uno frente a lo otro que
gradualmente cobra forma según el infante se ve obligado a distinguirse —una
masa de sensaciones e impulsos incipientes— del mundo circundante y de
otros seres que hay en él, especial y fundamentalmente representados por la
Madre. El primer acto que, se dice, precipita el viaje a la subjetividad es, según
la versión más extendida del psicoanálisis, cierta forma de agresión oral que,
metafóricamente, es un rechazo: morder el pezón. Este acto se opone a —pero
estructuralmente se relaciona con— el proceso de incorporación, de toma, que
ahora se convierte en uno de los dos modos formativos —incorporación o re-
chazo— que definen al sujeto emergente a través de una frontera física, la boca,
y establece conceptualmente una oposición binaria: dentro/fuera. Sin esta di-
visión imaginaria, se dice, no habría espacio o hueco para que el sujeto llegara
a formarse. Morder y chupar son actividades físicas que empiezan a establecer
una frontera y, en este sentido emergente del espacio, puede empezar a demar-
carse una subjetividad. Así pues, la necesaria distinción sobre la que construir
la subjetividad tiene una topografía que opone lo uno y lo que es lo otro de él.
Esta es la base de la lógica falocéntrica, la lógica construida sobre la ausencia/
presencia que únicamente eleva el falo a la categoría singular y soberana de
significante. Si la historia del sujeto comienza siempre con esos actos que hacen
posible lo uno, lo otro queda entonces posicionado como objeto de un recha-
zo agresivo o de una asimilación mediante la identificación. Lo que podemos
definir como la lógica fálica del sujeto se construye sobre indicios arcaicos del
significado —los teóricos llaman pictogramas a esas formas primeras de captar
el mundo— compuestas por este sistema de encendido/apagado (o lo uno/o lo
Parte IV. ¿Quién es el otro? 295
El proceso de cambio en las líneas fronterizas y los umbrales entre el ser y la au-
sencia, la memoria y el olvido […] La conciencia metramórfica no tiene centro,
no puede sostener una mirada fija —o, si tiene un centro, se desliza constante-
mente hacia la línea fronteriza, hacia los márgenes—. Su mirada escapa de los
márgenes y vuelve a los márgenes. Mediante este proceso, los límites, fronteras
y umbrales concebidos se transgreden o disuelven continuamente, permitiendo
así la creación de otros nuevos23.
atención, que su espectador presta a los afectos tanto como a los efectos de un
proceso material de representación que atañe a significados que emergen y se
funden en el punto del encuentro de este espectador con lo que es otro —el
cuadro y el campo imaginario que puede evocar mediante el funcionamiento
de sus recursos semióticos y sus sustancias materiales—.
El uso que hace Mary Cassatt del medio, con su hemorragia constante de
los colores unos hacia otros, atravesando los límites de las formas distintivas,
en el equilibrio particular entre la superposición de los cuerpos con su empleo
mutuo de uno y otro para el placer y la comodidad, y en el perforado de esa
intimidad corpórea por una mirada al exterior no agresiva, más allá del marco,
una mirada que porta un significado especial —la presencia de la conciencia
ante sí—, pensamiento, curiosidad, reflexión, melancolía, recuerdos, sueños:
todos estos rasgos encuentran en las teorías de Bracha Lichtenberg Ettinger
los medios para ser articulados como índices de una posible inscripción de lo
femenino, en lo femenino y desde lo femenino24. Lo que es fundamental, por
supuesto, es que un registro así de lo que se puede llamar “lo femenino” no es
la identificación de un elemento esencial, de una feminidad dada de antemano,
sino que la feminidad es eso que es el lugar de resistencia al orden fálico existen-
te del Símbolo. Esto es lo que nos permite reconocer la coyuntura histórica de
la revuelta feminista y la vanguardia del arte moderno que se situó dentro del
marco histórico del arte en las galerías Knoedler en 1915.
Atentamente, etc.
Querida colega:
Entre los espectaculares grabados en color que Mary Cassatt exhibió en
1891 hay un grabado de una mujer escribiendo una carta (Ilustración 8.7) que
me ha recordado al breve artículo que dedicó Jane Gallop al ensayo de Annie
Leclerc, “La carta de amor”. Como es habitual en Gallop, su artículo ensarta
una cadena de coincidencias aparentemente arbitrarias que, en último término,
revelan un conjunto hasta entonces oculto de relaciones significativas.
En la portada de la edición de Elizabeth Abel de una serie de estudios
feministas, Writing and Sexual Difference, publicada en 1982, figuraba el gra-
bado de Mary Cassatt, La carta (Ilustración 8.7). En la contraportada estaba un
retrato del erudito humanista del Renacimiento Erasmo de Rotterdam, obra
298 Diferenciando el Canon
Annie Leclerc también tiene en sus paredes cuadros que le gustan. Su propia
carta de amor se inspira en un cuadro del artista holandés del siglo xvii Ver-
meer, que a menudo pintaba escenas de mujeres escribiendo cartas. En varios
de los cuadros de Vermeer hay otra mujer, la doncella, que será la mensajera e
intermediaria de la burguesa escritora de cartas, por ejemplo, Dama con una
doncella llevando una carta (ca.1666, Nueva York, Frick Collection). En el cua-
Parte IV. ¿Quién es el otro?
299
Ilustración 8.7. Mary Cassatt, La carta, 1890-1891, aguatinta y punta seca sobre papel verjurado, 34,5 × 22,7 cm, Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
300 Diferenciando el Canon
Ilustración 8.8. Johannes Vermeer (1632-1675), Una dama escribiendo una carta, 1671,
óleo sobre lienzo, 71.1 × 60,5 cm. Dublín. National Gallery of Ireland
dro de Vermeer Dama escribiendo una carta con su doncella (Ilustración 8.8) la
doncella espera en segundo plano con sus manos cruzadas por delante de su
cintura. Es una postura de autocontención, pero su mirada rompe los límites
de su cuerpo mirando hacia la ventana y más allá28.
El eje dentro y fuera es un tropo muy importante en la pintura de Europa
del Norte y en la iconografía de las mujeres. En las imágenes de la Anunciación,
en concreto, el mensaje llega a una mujer desde el exterior, un mensaje fálico
cuya entrada perfora, como un asta de luz, el espacio cerrado en el que espera
la Virgen. Es una representación simbólica de su penetración física por parte
de la palabra/semilla del Padre, cuyo divino hijo ella se limitará a portar en
cuanto “Vasija Sagrada”29. Su deseo no ha tenido nada que ver en ello; fija en
Parte IV. ¿Quién es el otro? 301
Voy a usar otra de las estampas para plantear que las imágenes de Mary
Cassatt no son meramente escenas de género de la vida femenina burguesa.
En el ómnibus, uno de los grabados en color de 1891 (Ilustración 8.9), sugiere
que Cassatt sabía algo de pintura inglesa, porque hay algunos tratamientos
interesantes de este tema por parte de William Maw Egley (Vida de ómnibus
en Londres, 1859, Londres, Tate Gallery) y John Morgan (Gladstone en un
ómnibus, 1885, colección privada), y el más interesante, que está fechado con
posterioridad a la obra de Mary Cassatt, El ómnibus de Bayswater, de George
William Joy, 1895, London Museum. También está Egalité, 1886, de Henry
Bacon, un compatriota americano en París, y el grabado de Julie Delance-Feu-
gard, Un rincón del ómnibus, en el Salón de 1887. El ómnibus era un lugar que
suscitaba mucho interés en el siglo xix, porque representa un espacio híbrido,
un espacio público en el que personas de diferentes clases y sexos se veían abo-
cadas a una proximidad confusa y a situaciones potencialmente “excitantes”35.
En un dibujo preparatorio para su plancha En el ómnibus, Mary Cassatt pare-
ce haber planificado una escena semejante de viaje popular (1891, Washington,
D.C. National Gallery). La mujer burguesa, su hijo y la niñera están sentadas
en el banco. A su lado hay un boceto de un caballero con bastón y sombrero de
copa. La mirada determinada de la mujer burguesa en dirección contraria a este
hombre crea una tensión en la composición que hace que centremos nuestra
atención en la yuxtaposición de la señora y el caballero. Hay que destacar que él
aún no tiene rostro en este estadio del pensamiento de la artista. Sin embargo,
el caballero pronto será eliminado de la composición. Los primeros estadios del
grabado se centran sistemáticamente en el grupo femenino. ¿En qué convierte
esto a la estampa? ¿Y a nuestra lectura de esta?
Las marcas superfluas del carácter híbrido del ómnibus han sido desterradas
y nos encontramos contemplando tres figuras femeninas —aunque el bebé po-
dría ser un varón dado el atuendo indiferenciado de niños y niñas de esa edad
que era la costumbre francesa burguesa del momento—. La niñera o la doncella
lleva al bebé y parece, si no mirar hacia él, sí en su dirección. Su atuendo es
interesante porque recuerda demasiado al enorme vestido que lleva la criada
de la Olympia, de Manet de 1863 (Ilustración 9.17), tal vez fuera el uniforme
habitual de las sirvientas. La comparación formal es elocuente, con el bebé
envuelto hasta las orejas reemplazando el ramo de flores del cuadro de Manet.
La criada y el bebé están conectados por gestos y emplazamiento. La madre
(?) y el bebé no se dedican a nada que los relacione ni interactúan, pero ambos
miran en la misma dirección y el parecido familiar se insinúa en sus perfiles
304 Diferenciando el Canon
alineados. Contra el telón de fondo del París del Sena y de sus puentes, Mary
Cassatt ha puesto en escena, con toda la economía críptica de la línea grabada
por la punta seca y el suave color de fondo aplicado, un incidente minúsculo de
clase en el hogar burgués: los patrones complejos de la semejanza y la diferen-
cia, de la intimidad y de la relación, que se adecúan al hecho de la abrumadora
implicación de las mujeres en la crianza debida a la división sexual del trabajo
y las convenciones de la reproducción36. Mientras que estos “hechos” eran cada
vez más empleados por quienes promovían la ideología de la maternidad tanto
en Francia como en Estados Unidos en aquel momento para naturalizar la di-
visión sexual del trabajo y garantizar una fijación concreta de los significados de
género, una iconografía de la maternité explotaba en los cuadros, tanto en los
Salones como en los Independientes. Renoir tomó la iniciativa entre los com-
pañeros de Mary Cassatt con sus grandiosas imágenes de la maternité, mientras
que muchas mujeres pintoras, como Elizabeth Nourse o Virginie Demont-Bre-
ton acogieron la llamada de l’art féminin. Su principal icono fue la madre y el
niño: entre el campesinado, las pescadoras o la burguesía37.
Las imágenes de Mary Cassatt son problemáticas en este contexto. No podía
negar el vínculo entre madre e hijo, no solamente “dado” sino vivido por sus
cuñadas y sus empleadas, cuyas situaciones maternales pintó con curiosidad
e interés. Pero su inventiva formal y su prolongado estudio de la iconografía
del tema en el arte de la Italia renacentista durante los primeros años de la
década de 1870 le proporcionaron recursos con los que parece haber trabajado
para crear una imagen compleja de la situación de la feminidad, la clase y las
generaciones que se resiste de modo radical a todo lo que estaba ideológica-
mente empaquetado por las imágenes contemporáneas de la maternidad38. En
lugar de presentar a la madre y al niño como un estado del ser y como el cul-
men de la naturaleza, la obra de Mary Cassatt representa las relaciones que son
el lugar de negociaciones a veces intensas e incómodas en ocasiones.
En el ómnibus nos presenta un minúsculo fragmento de la modernidad:
una escena de transporte público urbano, una imagen bastante próxima al
formalismo y, por lo tanto, a las posibilidades simbólicas de los cuadros de
Vermeer. Un espacio definido con precisión, un espacio social que podemos
identificar y reconocer dentro de una historia específica y una geografía so-
cial, está ocupado por dos mujeres y un bebé, cuyo sexo en este punto no es
relevante. Una es una mujer trabajadora cuyo empleo consiste en ocuparse del
bebé. El bebé tiene también una relación con la otra mujer que no lo coge,
pero que comparte intimidades, aquí no exhibidas, con ese pequeño cuerpo
Parte IV. ¿Quién es el otro? 305
Ilustración 8.9. Mary Cassatt, En el ómnibus, 1890-1891, punta seca y aguatinta sobre papel verjurado,
36,4 × 26,6 cm. Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
306 Diferenciando el Canon
Ilustración 8.10. Mary Cassatt, La prueba, 1890-1891, punta seca y aguatinta sobre papel
verjurado, 37,5 × 25,7 cm. Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
Parte IV. ¿Quién es el otro? 307
Ilustración 8.11. Edgar Degas (1834-1917), Las sombrereritas, 1882, pastel sobre papel, 49 × 71,8 cm.
Kansas Ciyu, Nelson Atkins Museum of Art
Parte IV. ¿Quién es el otro? 311
Ilustración 8.12. Mary Cassatt, Mujer lavándose, 1890-1891, punta seca y aguatinta sobre papel verjurado,
37,9 × 26,8 cm. Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
312 Diferenciando el Canon
Querida hermana:
Me descubro entrando empáticamente en los espacios de los grabados
en color de Mary Cassatt a medida que los estudio. Percibo y me siento
constreñida por el decoro corporal tan marcado en tantos de ellos que tratan
Parte IV. ¿Quién es el otro? 313
Ilustración 8.13. Mary Cassatt, El beso de la madre, 1890-1891, punta seca y aguatinta sobre
papel verjurado, 34,5 × 22,7 cm. Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
Ilustración 8.14. Mary Cassatt, La caricia materna, 1890-1891, punta seca y aguatinta sobre
papel verjurado, 36,7 × 26,8 cm. Worcester Art Museum (donación de la señora Kingsmill Marrs)
Parte IV. ¿Quién es el otro? 315
La madre es, para el niño varón, tanto un lugar deseado como una presencia
abrumadora de la que debe distanciarse para que encuentre su camino hacia
una subjetividad en el mundo del lenguaje. Pero para la niña, la madre,
de quién debe separarse por la misma razón, para convertirse en un sujeto
separado hablante en el mundo del lenguaje, es también una figura con la que
debe identificarse en la interiorización de un modelo de su propia subjetividad
femenina. Mediante la estructura triangular que Freud llamó el Complejo de
Edipo, el sujeto masculino puede desgajarse de la Madre, identificarse con el
Padre y, merced a ese hiato, descubrirse como un ser hablante empoderado en
la sociedad y en el lenguaje “en el nombre del padre”. El residuo de este pasaje
es una fantasía apasionada acerca de lo que se ha perdido —que se centra en
trozos de la madre y en lo materno como lugar— y que se eleva a la fantasía de
lo femenino, bien perpetuamente buscado en imágenes idealizadas, bien agre-
sivamente castigado en imágenes sexualizadas degradantes. Desde Manet hasta
Picasso, podemos ver cómo estas caras gemelas de la fantasía masculina —la
ideología de la maternidad y la fascinación por la prostitución— han invadido
el nuevo arte moderno.
El sujeto femenino, sin embargo, tiene una relación diferente con la madre
perdida porque la fantasía puede revivirse al convertirse en una/en la madre.
Sin embargo, si los placeres perdidos asociados con ella y la rivalidad infantil
con la madre pueden también imaginarse en el mundo del lenguaje, llamado lo
Simbólico —puesto que el lenguaje reemplaza a las cosas reales por símbolos y
signos para que se pueda hablar de ellas, y por lo tanto localizarse en el ámbito
de las representaciones—, habría una manera en la que el deseo y el lenguaje
podrían funcionar de modo creativo para el sujeto mujer. Pero solamente si
dejamos de mantener a la Madre en la semipenumbra de las fantasías infan-
tiles. En cuanto sujetos femeninos, necesitamos crear una figura de la Madre
en el ámbito del deseo y de lo Simbólico, no solo mantener a la madre como
un remanente corporal mudo de la naturaleza, como una gran Diosa de la
Naturaleza. Las artistas y escritoras de finales del siglo xix —las “Nuevas Muje-
res”, hijas de mujeres que las educaron y apoyaron en una actividad social más
continuada— exploraron esta problemática de encontrar una manera de repre-
sentar el papel productivo de la imagen maternal sin caer simplemente en una
nostalgia regresiva de la fusión con ella mediante una idealización femenina
del l’art féminin. La representación estratégica de la transmisión generacional
y del cambio histórico conformado por las mujeres para sí mismas estaba en el
centro del mural de Mary Cassatt, Mujer moderna, pero ese es otro tema.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 317
Querida madre:
Katherine Kelso Cassatt (1816-1895) vivió con su hija durante buena parte
de la carrera artística activa de Mary, reuniéndose con ella en París en 1877,
donde vivieron juntas hasta su muerte en 1895. Dejó su huella de muchas
maneras en la obra de su hija artista. Sospecho que la importancia de la metá-
Parte IV. ¿Quién es el otro? 319
Es también necesario que nosotras descubramos que somos siempre madres una
vez que somos mujeres. Traemos al mundo otras cosas que no son criaturas,
engendramos otras cosas que no son criaturas: amor, deseo, lenguaje, arte, lo
social, lo político, lo religioso, por ejemplo. Pero esta creación se nos ha prohi-
bido durante siglos y debemos apropiarnos de esta dimensión maternal que nos
pertenece en tanto mujeres. Para que no se vuelva traumatizante y patológica,
la pregunta de si tener o no criaturas debe formularse contra el telón de fondo
320 Diferenciando el Canon
remontarse a los que pintó Rafael del anciano Julio II (1512, Florencia, Uffizi).
Pero resulta también tierno en el trazado de la mujer, cuyos rasgos afligidos se
dibujan con tanta delicadeza. Y diría que también es una imagen maternal, en
el nivel del mito, puesto que conjuga el dar la vida y la muerte50.
La muerte casi se lleva a Katherine Cassatt a finales de la década de 1880.
En este cuadro se señala su vulnerabilidad mediante la palidez del rostro y en
la mano cuidadosamente observada que aprieta el pañuelo con nerviosismo. La
contemplación de esta imagen no inspira temor, sino una suave pena e incluso
ternura ante los rasgos consumidos y afligidos. Puesto que la artista no usaba
regularmente a su madre como modelo, de la forma en la que usaba a su hermana
Lydia antes de su muerte temprana en 1882, podemos suponer que cada uno de
los cuadros que la representan fueron una ocasión importante. Tal vez este retrato
emplea una vez más la creación de imágenes y símbolos en su papel de dar-la-vida.
Podríamos especular sobre su motivación: en la angustia de casi haber perdido a
su madre, la artista una vez más traza las líneas del cuerpo y la cara de su madre,
para captarlos y sin embargo forzarse a mirar a la muerte, ante la que de momen-
to se había resistido, pero a la que sin duda no había derrotado.
Como ha defendido Jane Silverman van Buren, una motivación para crear
arte es esa búsqueda del “petit objet a”, la jouissance perdida, que inventamos
en retrospectiva como nuestros comienzos junto a la madre. Pero en todo ese
impulso se arroja la sombra de la prohibición edípica del cumplimiento de
nuestro deseo, que es en sí mismo el registro de la imposibilidad de recuperar
esa jouissance que nunca tuvimos. Las imágenes como símbolos pueden ser el
espacio para la vacilación constante entre estos registros contradictorios en el
inconsciente. La mayoría de las culturas patriarcales, conformadas para figurar
el deseo de determinados varones de la elite, emplea la imagen de la mujer
como el signo del Otro negativo, desplazando su confrontación con su propia
carencia a un cuerpo representado como anatómicamente insuficiente y discur-
sivamente impotente. Ya sea embellecida de manera fetichista o convertida en
monstruosa y grotesca, la mujer es el signo de este falocentrismo.
Si tuviéramos que imaginar por un momento que la combinación de los
cambios sociales y semióticos que llamamos arte moderno hubiera creado
un espacio posible no solamente para un feminismo político sino para una
articulación cultural de los deseos que impulsaban esa revuelta, la obra de Mary
Cassatt podría leerse buscando lo que Kaja Silverman denominaba “un deseo de
oposición” que tenía necesariamente que analizar cada dimensión del deseo fe-
menino, del placer y de su trayectoria psíquica. Un proyecto así tendría que haber
Parte IV. ¿Quién es el otro? 323
incluido imágenes de una mujer adulta, que podría haber pasado o no por eso
que Mary Kelly ha llamado el “breve instante” de “ser una mujer”, la maternidad,
pero que también ha vivido mucho más allá de esa sobredeterminada crisis de la
feminidad y se ha enfrentado a su propia mortalidad51.
Sin una imagen de una mujer madura o anciana en su obra, captada de ma-
nera informal mientras está sentada leyendo o tejiendo, o monumentalmente
confrontada cuando acaba de rozar la muerte, podríamos de hecho malinterpretar
todo el proyecto de Mary Cassatt. Pero esas representaciones están ahí, y crean
una representación más del sujeto femenino y del otro femenino dentro de la
feminidad. Como la exploración que hace Annie Leclerc de su amor lésbico, las
imágenes de Mary Cassatt exploran la posibilidad de las mujeres en cuanto otras
para mujeres en términos de edad y de experiencia de ese otro polo de la trayectoria
de la vida femenina, la muerte. Esta diversidad garantiza que las mujeres en sus
cuadros nunca sean una repetición infinita de una mismidad universal.
Es importante, creo, que, durante el verano de 1895, cuando Katherine
Kelso Cassatt estaba mortalmente enferma, Louisine Havemeyer fue a visi-
tar a su amiga Mary Cassatt para apoyarla. Fue en aquel momento cuando
Mary Cassatt hizo un retrato al pastel de Louisine y su hija Electra (Ilustración
8.5). Cuando Katherine Kelso Cassatt falleció, el 21 de octubre de 1895, Mary
Cassatt escribió a Louisine: “Estaba tan perdida y tan cansada de la vida que
pensé que no podría seguir viviendo”52.
Atentamente, etc.
Querida feminista:
Cuando hojeaba por primera vez el catálogo publicado por el Metropolitan
Museum sobre la Colección Havemeyer, con su breve ensayo sobre la exposición
que Louisine Havemeyer organizó en 1915, me llamaron la atención las
fotografías de la instalación de aquella exposición de 1915. Era una instalación
tan extraña y provocativa... No he dejado de pensar en lo que habría sido
entrar en aquella sala y sentarse en aquellos enormes sofás. Girando la cabeza
en una dirección veríamos una fila de cuadros de Cassatt con mujeres elegantes,
madres e hijos en una variedad de situaciones astutamente observadas y mo-
mentos elocuentes de interacción íntima (Ilustraciones 8.17, 8.18). Girándola
hacia el otro lado veríamos un despliegue de bailarinas estirándose, sombrereras
324 Diferenciando el Canon
Ilustración 8.17. Fotografía de la instalación de los cuadros y pasteles de Mary Cassatt en Masterpieces by
Old and Modern Masters, celebrada en M. Knoedler and Co., Nueva York, 6-14 de abril de 1915, a beneficio
de la causa del Sufragio Femenino, mostrando la colección de la señora Louisine Havemeyer
Parte IV. ¿Quién es el otro? 325
Ilustración 8.18. Fotografía de la instalación de los cuadros y pasteles de Edgar Degas en Masterpieces by
Old and Modern Masters, celebrada en M. Knoedler and Co., Nueva York, 6-14 de abril de 1915, a beneficio
de la causa del Sufragio Femenino, mostrando la colección de la señora Louisine Havemeyer
Mencionada aquí de pasada, nos permite formular la pregunta de qué era lo que
veían estas mujeres cuando contemplaban estos cuadros. Es una pregunta tanto por
el placer visual como sobre lo que podríamos extraer a partir de las condiciones de
existencia material y figuración semiótica y que llamamos tema. Irónicamente, en
la conferencia impartida por Louisine Havemeyer con ocasión de la exposición de
1915, la obra de Degas se debate completamente en términos de contenido, mien-
tras que se valora a Mary Cassatt por su invención compositiva y el color54.
Sin duda ninguna, Mary Cassatt tenía mirada de pintora y veía en la obra
de Degas maravillosas cosas pictóricas que ella quería entender, emplear,
aprender y trabajar55. También era su crítica más sagaz. Por lo tanto, quiero
defender que es una estrategia feminista colocar a Louisine Havemeyer y Mary
Cassatt como grandes intelectuales que fueron históricamente importantes en
la valorización cultural de la pintura de los primeros años del arte moderno.
No lo hicieron en cuanto “mujeres”, sino en esas actividades en las que las
mujeres modernizadoras, rebeldes como ellas, transcendieron y, por lo tanto,
problematizaron la feminización ideológica de las mujeres en el siglo xix.
Así, si aportamos conceptos de política feminista para respaldar esta historia,
tendremos mucho más espacio teórico para maniobrar y entender las diversas
estrategias adoptadas por las mujeres intelectuales que maniobraban, como
seguimos haciéndolo nosotras, por los bancos de arena de las culturas patriarcales
que nos presentan continuamente dilemas movedizos mientras tratamos de
averiguar cómo ser mujeres en una cultura que es fundamentalmente incapaz
de reconocernos y no está dispuesta a hacerlo. A veces actuamos más para las
mujeres cuando actuamos menos como “mujer”.
Pero, en lo que se refiere a la exposición de 1915 en la Galería Knoedler
a beneficio del Sufragio, solo figuraban dos artistas de la escuela moderna de
la colección Havemeyer. Edgar Degas y Mary Cassatt estaban expuestos uno
frente a la otra, como si conversaran o formasen un contrapunto complejo. Si
hubiéramos estado allí en 1915, ¿qué habríamos visto, la diferencia radical o
alguna posible complementariedad?
La disposición de la muestra de 1915 presenta la posibilidad de un espacio
histórico en el que “Edgar Degas” no niega a “Mary Cassatt”, en el que estos
dos mundos de la modernidad burguesa podían coexistir y conversar, como
parece que lo hacían en París. Lo que Degas y ella compartían era una cultu-
ra museística, la idea de que el arte se hace trabajando con los recursos y las
tradiciones del arte. Ambos muestran lo que yo denominaría una conciencia
semiótica de los convencionalismos del arte. Pero lo que he tratado de apuntar
Parte IV. ¿Quién es el otro? 327
es que Mary Cassatt también podía adoptar los temas de Degas desde una
perspectiva bastante diferente de la que fueron producidos. Sus obras podían,
por lo tanto, funcionar como imágenes de “la otra mujer”56.
Los cuerpos de las mujeres en los cuadros sustentan diferentes economías
del deseo. Si, en los términos de Kaja Silverman, esos deseos son opositores
y no lo son simplemente porque la lectora sea una mujer sino porque es una
feminista como lo eran Mary Cassatt y Louisine Havemeyer, podríamos
entonces imaginar una manera de ver esos cuadros de Degas y de Mary Cassatt
que se confrontaban mutuamente en Knoedler como la antítesis social uno del
otro y, así, como el Otro de cada uno de ellos.
Las obras de Degas exhibidas en Knoedler eran cuadros y pasteles de muje-
res de clase obrera que posaban para el artista francés en su mugriento estudio
parisino. Son representaciones de mujeres trabajadoras trabajando, posando
como si bailaran, plancharan, vendieran sombreros, se prostituyeran, mientras
que el artista observaba sus posturas y gestos, sus caras cansadas y exhaustas o
sus cuerpos disciplinados. Son cuerpos femeninos que trabajan en espacios más
allá de la ventana por la que la doncella miraba en el cuadro de Vermeer, es
decir, más allá de los espacios de la feminidad burguesa, espacios que una dama
como Mary Cassatt nunca conocería íntimamente, aunque fuera al teatro y
comprara a menudo sombreros. Las pruebas de sus vestidos se hacían en casa
y las únicas mujeres lavándose a las que podría haber pagado para ver habrían
sido su doncella o una modelo contratada en su estudio o en la buhardilla
de la criada. El entorno del estudio nunca fue, sin embargo, un remedo de
los espacios de la modernidad y del intercambio sexual interclasista que sus
colegas masculinos podían también conocer y reconstruir. El intercambio y
proceso en su estudio estaba determinado por las limitaciones de la diferencia
de clases entre mujeres, que prestaba a la experiencia de su feminidad de cada
mujer una experiencia de otredad, una diferenciación interior entre feminida-
des que, en determinados momentos, podía también entregar momentos de
reconocimiento, si la política de las participantes les permitía ir más allá de
los confines de su propia ideología de clase. Así, estos cuerpos y actividades
de la otra mujer representados por Degas tenían un interés que hemos visto
retrabajado e inscrito en los grabados de 1891 de Mary Cassatt de maneras
específicas que no tienen nada que ver con la derivación o la influencia y sí en
gran medida con preguntarse sobre los temas decisivos de la modernidad —la
clase— desde una posición diferencial generada por la intervención de otra
faceta de la modernidad: el género y sus sexualidades.
328 Diferenciando el Canon
Ilustración 8.19. Detalle de Mary Cassatt, Joven madre cosiendo, (Ilustración 8.3)
Parte IV. ¿Quién es el otro? 329
Atentamente,
Griselda Pollock
330 Diferenciando el Canon
1 Mary Cassatt hizo una serie de diez grabados en color y los expuso en la Galería Durand-Ruel
de Paris en 1891. Las fuentes principales de documentación y análisis de estos grabados son
Breeskin, Adelyn D. The Graphic Works of Mary Cassatt, Nueva York, H. Bittner & Co., 1948, y
Matthews, Nancy Mowll y Stern Schapiro, Barbara, Mary Cassatt: The Color Prints, Nueva York,
Harry N. Abrams y Williams College, 1989.
2 Pissarro, Camille, Letters to his Son Lucien, John Rewald y Lucien Pissarro (eds.), Mamaroneck,
Nueva York, Paul P. Appel, 1972, p. 158 [ed. org.: Lettres à son fils Lucien, París, Albin Michel,
1950; ed. esp.: Cartas a Lucien, Carina P. de Pagès Larraya (trad.), Muchnik Editores, 1979].
Como ni Pissarro ni Cassatt habían nacido en Francia, no habían sido incluidos en una exposición
de la Société des Peintres-Graveurs francesa, que tenía lugar en la sala principal de la Galería
Durand-Ruel. Pissarro y Cassatt colgaron sus obras, por separado, en una sala adyacente.
3 Para un análisis de los lugares en los que trabajó Pissarro véase Brettell, Richard, Pissarro and
Pontoise: The Painter in the Landscape, New Haven y Londres, Yale University Press, 1990.
4 Clark, T. J., “Pissarro”, emisión televisada de la Open University, Modern Art and Modernism, 1984,
y “Time and Work Discipline in Pissarro”, una conferencia impartida en la University of Leeds, en el
congreso Work & the Image, 18 de abril de 1998.
5 Segard, Achille, Mary Cassatt: Un peintre des enfants et des mères, París, Paul Ollendorf, 1913.
6 Cooney Frelinghuysen, Alice et al., The Splendid Legacy: The Havemeyer Collection, Nueva York,
Metropolitan Museum of Art, 1993.
7 La primera adquisición fue Ensayo de ballet, de Degas, ca. 1874, pastel sobre monotipo, ahora en
el Nelson Atkins Museum of Art, Kansas City.
8 Weitzenhoffer, Frances, The Havemeyers: Impressionism Comes to America, Nueva York: Harry N.
Abrams, 1986.
9 Havemeyer, Louisine W. “The Suffrage Torch: Memoirs of a Militant”, Scribner’s, mayo de 1922,
p. 529.
notas
10 En la película de Laura Mulvey Riddles of the Sphinx (1976), este gesto vuelve al arte. En el
dormitorio de la niña en la película hay un cuadro de Cassatt, una reproducción que de hecho le
di yo a la cineasta, que acababa de leer el libro que publiqué en 1978 sobre Mary Cassatt. Véase
también mi libro Mary Cassatt, Londres, Thames & Hudson, 1998.
11 Las fotografías de artistas mujeres trabajando a finales del siglo xix, como la de Berthe Morisot en
su estudio en la década de 1890 o la de Cecilia Beaux pintando a Ethel Page, son un recordatorio
constante de la proximidad, por no decir intimidad, con las modelos o quienes posaban en el
espacio de producción del estudio en el que trabajaban las artistas mujeres. Este hecho material
de las relaciones en el espacio tiene un efecto sobre la representación resultante, produciendo una
retórica de la proximidad que a menudo difiere del desapego y la distancia “voyeurística” que de
manera predominante estructura y define como modernas las obras de los colegas no femeninos
de estas artistas.
12 He desarrollado con más detalle este punto en mi “El arte moderno y los espacios de la feminidad”,
en Vision and Difference: Feminism, Femininity and the Histories of Art, Londres, Routledge, 1988.
Apuntaba allí que un rasgo particular de los cuadros de Mary Cassatt se deriva de la manera
en la que sus cuadros incorporan el espacio —físico, social y psíquico— desde el que se crea la
representación. Leer la obra —es decir, sumarse a su interés— requiere que el espectador tenga
algún tipo de acceso o simpatía con esa posición. La falta de ambos es quizás lo que explique por
qué, en general, el arte hecho por mujeres no llega a traspasar el umbral del espectador, varón o
mujer, con formación canónica y por qué les parece poco interesante, aburrido.
13 Me baso aquí en la obra de Julia Kristeva, que ha hecho una lectura psicoanalítica de la imagen
habitual de la Madonna y el Niño en la pintura renacentista en su estudio del caso del mundo de
Bellini, “Maternité selon Giovanni Bellini”, en Desire in Language, Leon Roudiez (ed.), Nueva York,
Columbia University Press, 1980, pp. 237-270. Kristeva solo puede imaginarse las maneras en
las que los sujetos masculinos negocian sus relaciones con la madre de la fantasía masculina
Parte IV. ¿Quién es el otro? 331
mediante este tropo artístico. Bellini perdió a su madre a una edad temprana y Kristeva lee su obra
buscando el sentido recurrente de la imposible madre perdida cuya jouissance el artista masculino
identifica como el límite, la frontera o el inicio de la posibilidad de su creatividad estética. En estas
imágenes, por lo tanto, no hay un sueño sentimental de madres recuperadas, sino la relación
intensa con un bloqueo imposible, en un lado del cual reside la posibilidad de crear en ese límite
mientras que, más allá de esa frontera, estaría la locura, la imposibilidad de encontrarse a sí mismo
en ninguna significación. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Podrían las mujeres abordar
la exploración de la madre en el arte solo llegado un cambio radical semiótico y cultural, cuando
la familia, el Estado y la religión se realinean para ser tanto la condición para el culto de la madre
secular como la condición para el crecimiento de una revuelta feminista, ambas de hecho basadas
en las posibilidades histórica y culturalmente transformadas para la realización ampliada de la
subjetividad femenina?
14 Explicaré esta afirmación con más detalle enseguida.
15 Anita Brookner señaló esto en su presentación del cuadro para la serie de televisión de la BBC One
Hundred Great Paintings en 1978.
16 Duncan, Carol, “Happy Mothers and Other New Ideas in Eighteenth Century French Art”, en
Feminism and Art History: Questioning the Litany, Norma Broude y Mary D. Garrard (eds.), Nueva
York, Harper & Row, 1982, pp. 201-220.
17 Véase Street, Paul, Representations of the Family in Eighteenth-century British Painting, tesis
doctoral, University of Leeds, 1993, para un estudio detallado de la sensualización de la madre en la
tradición retratista inglesa del siglo xviii, y Duncan, Carol, “Happy Mothers”, op. cit..
18 Nochlin, Linda, “A House Is Not a Home: Degas and the Subversion of the Family”, en Dealing with
Degas: Representations of Women and the Politics of Vision, Richard Kendall y Griselda Pollock
(eds.), Londres, Pandora, 1992, pp. 43-65 (ahora Londres, Rivers Oram Press).
19 En su artículo “Renoir and the Natural Woman”, Tamar Garb señala la conexión en la crítica de
notas
finales del siglo xix entre las grandes y lánguidas figuras desnudas reclinadas en fantásticos
paisajes sureños y las enormes imágenes de la maternidad que hicieron posible que Renoir
fuera tan popular a finales de siglo e imposibilitaron en cambio que lo fuese en el radical
antimaternalismo y antinaturalismo de la crítica moderna a lo Greenberg de nuestra época. Garb,
Tamar, “Renoir and the Natural Woman”, Oxford Art Journal 8, 2, 1985, pp. 3-15; reimpreso en The
Expanding Discourse: Feminism and Art History, Norma Broude y Mary D. Garrard (eds.), Nueva
York, Harper Collins, 1992, pp. 294-311. Sobre el lugar imposible de Renoir en el arte moderno,
véase Orton, Fred, “My Ideas of Renoir Keep Changing”, Oxford Art Journal 8, 2, 1985, pp. 28-35.
Sobre la obra de Mary Cassatt en relación con los discursos contemporáneos sobre la maternidad,
véase Bracker, Alison, The Hand That Rocks the Cradle: Mary Cassatt’s Images of Maternity, TFM,
UCLA, 1990; Mathews, Nancy Mowll, Mary Cassatt and the “Modern Madonna” of the Nineteenth
Century, tesis doctoral inédita, Nueva York University, 1980.
20 Los pictogramas son “la representación del espacio psíquico originario, considerado en más
cercano al cuerpo”. Según Piera Aulagnier, los acontecimientos sensoriales arcaicos pueden
considerarse representaciones en función de este concepto de pictograma. Para cada nivel de
estructuración psíquica hay una forma específica de representación adjunta o desarrollada: el
proceso primario emplea la imagen de las cosas y a medida que se desarrolla añade las imágenes
de las palabras, las fantasías; el proceso secundario emplea “las imágenes de las palabras ya
entretejidas en una red cultural, representada por los pensamientos”. “Toda experiencia, con
independencia de que su fuente sea externa o interna, produce representaciones en diversos
niveles a la vez: en el real, en el imaginario y en el simbólico: los pictogramas, las fantasías y los
pensamientos, conjuntamente, registran cualquier acontecimiento dado”. Lichtenberg Ettinger,
Bracha, “Matrixial Borderspace in Subjectivity as Encounter”, en Rethinking Borders, John
Welchman (ed.), Londres, Macmillan Academic, 1996, pp. 125-158.
21 Ibíd.
332 Diferenciando el Canon
22 Esto está documentado en sus cuadernos de artista, Matrix - Halal[a] - Lapsu, Oxford, Museum
of Modern Art, 1992. Para una lectura de los cuadernos y los cuadros, véase mi “After the Reapers”,
en Generations and Geographies in the Visual Arts: Feminist Readings, Griselda Pollock (ed.),
Londres, Routledge, 1996.
23 Lichtenberg Ettinger, Bracha, “Matrix and Metramorphosis”, Differences 4, 3, 1992, pp. 176 y 201.
24 En la obra de Luce Irigaray encontramos también un cuestionamiento de los efectos perjudiciales
de la identificación exclusiva de lo Simbólico con el Falo, como si fuera el único símbolo
imaginable en torno al cual pudiera organizarse la subjetividad y la sexualidad humana. Irigaray
ha argumentado, desarrollándolo a partir de categorías lacanianas, la necesidad de un Simbólico
femenino, que puede imaginarse únicamente sobre la base de un Imaginario femenino. En sus
escritos la relación con la madre es crucial y considera que la cultura fálica es fundamentalmente
matricida. Véase especialmente “The Bodily Encounter with the Mother” [1981], en The
lrigaray Reader, Margaret Whitford (ed.), Oxford, Basil Blackwell, 1991, pp. 34-47. Lichtenberg
Ettinger parte de un punto que desafía el orden fálico en un estadio anterior, antes de que haya
ningún reconocimiento o fantasía de la madre por la criatura; antes de que cualquiera de estas
nominaciones tenga ningún significado. De la misma manera que Lacan apunta que los sujetos,
tanto masculinos como femeninos, están posicionados en relación con el Falo, pero que los
sujetos masculinos tienen un interés sobredeterminado en el sistema fálico mediante el falso
reconocimiento de su pene como falo —que para Lacan siempre es un significante, no una cosa,
y ciertamente no el órgano, aunque este último hereda toda encarnación del significante—, la
subjetividad masculina y femenina puede organizarse también en relación con otros símbolos,
como la Matriz, aunque los sujetos femeninos tendrán una relación sobredeterminada con ella.
La especificidad de la subjetividad y la sexualidad femenina puede articularse en parte mediante
esa “diferencia” que surge de vivir en un cuerpo que da acceso a la experiencia de la coexistencia
matricial desde otro punto de vista cuando se está embarazada. Pero, en un nivel metafórico,
notas
o incluso sociológico, lo femenino no se refiere a las mujeres en sentido biológico, sino a unas
posibilidades radicalmente otras respecto a las que permite un régimen falocéntrico. Así, la
feminidad de la Matriz puede operar filosóficamente, como una forma de caracterizar cualquier
pensamiento, proceso, imagen, idea o práctica social que funcione con este tipo de aceptación
de la variabilidad de la diferencia, mientras que la masculinidad, en tanto fálica, se refiere a lo que
opera por exclusión o asimilación, esto o aquello, oposiciones binarias. Igualmente esta idea puede
operar en el plano de lo político, ser reclamada por las mujeres en su promoción activa de formas
de organización social y política, o de análisis cultural, que rompan la forclusión, la negación de la
articulación, de soporte representativo para cualquier otro proceso de subjetividad, imaginario y
anterior a ese decretado por el falo.
25 Leclerc, Annie, “La Lettre d’amour”, en Hélene Cixous, Madeleine Gagnon y Annie Leclerc, La
Venue à l’Écriture, París, Union Genérale, 1977.
26 Leclerc, Annie, La Parole de femme, París, Grasset, 1974, p. 80 [ed. esp.: Palabra de mujer, Alicia
Entel (trad.), Buenos Aires, Ed. Megapolis, 1977].
27 Gallop, Jane, “Annie Leclerc Writing a Letter, with Vermeer”, October 33, 1985, p. 109; Spivak,
Gayatri C., “French Feminism in an lnternational Frame”, Yale French Studies 62, 1981, p. 179.
28 Este cuadro pasó por París cuando fue parte de la subasta de la colección Secrétan en Boussod,
el 1 de julio de 1889 (no. 140). En aquella subasta, Vermeer era todavía un pintor que despertaba
considerable interés porque las investigaciones de Théophile Thoré alias Willem Bürger acababan
de redescubrirlo y reconstruirlo. Véase Thoré, Théophile, “Van der Meer of Delft”, Gazette des
Beaux Arts, 1866, pp.297-330; 458-470; 542-575.
29 Para un análisis de este tema en La anunciación del Tríptico de Mérode de Robert Campin, véase
Holly, Michael Ann, “Witnessing an Annunciation”, en The Point of Theory: Practices of Cultural
Analysis, Mieke Bal e Inge Boer (eds.), Ámsterdam, University of Amsterdam Press, 1994,
pp. 220-231.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 333
30 Me baso aquí en la importante obra de Nanette Salomon sobre la representación del burdel en
el siglo xvi frente al espacio doméstico, en el que este último heredó las connotaciones de la
anunciación, un trabajo que formará parte de sus ensayos completos que publicará Stanford
University Press en 1999. [N. de la E.: Salomon, Nanette, Shifting priorities: Gender and Genre
in Seventeenth-Century Dutch Painting, Stanford, Stanford University Press, 2004]
31 Véase Gallop, Jane, “Keys to Dora”, en Feminism and Psychoanalysis: The Daughter’s Seduction,
Londres, Macmillan, 1982, pp. 132-150. Gallop señala que el carácter apolítico del psicoanálisis
aparece cuando colabora con la asimilación imaginaria de la niñera con la madre. En los dos
primeros capítulos de este libro he hablado de la fantasía masculina de esa fusión dentro de un
modelo de fragmentación psíquica y de contradicción que tenía como resultado una agresiva
degradación de esas figuras que representaban a la niñera de clase obrera, mientras que todos
los buenos sentimientos se asimilaban a una figura de la madre que se convierte en remota pero
deseada. Este caso explora una articulación específicamente femenina de las relaciones de
diferencia social dentro de este modelo de familia, apuntando las posibilidades de unas relaciones
de diferencia no agresivas, aunque estas se inscriban aún igualmente en el poder real social y
económico de la burguesía.
32 Ibíd., p. 118.
33 Benveniste, Émile, Problems in General Linguistics, Elizabeth Meek (trad.), Coral Gables, University
of Miami Press, 1971 [ed. org.: Problèmes de linguistique générale, 1, París, Gallimard, 1966; ed.
esp.: Problemas de lingüística general I, Juan Almela (trad.), México, Siglo xxi, 1974]. Para un útil
análisis de las relaciones entre lenguaje y subjetividad en la obra de Benveniste, véase Silverman,
Kaja, The Subject of Semiotics, Oxford, Oxford University Press, 1983.
34 “The Reality Effect”, en The Rustle of Language, Richard Howard (trad.), Oxford, Basil Blackwell,
1986, pp. 141-148 [ed. org.: “L’effet de reel”, en Le Bruissement de la langue, París, Éd. du Seuil,
1984; ed. esp.: “El efecto de realidad”, en El susurro del lenguaje, C. Fernández Medrano (trad.),
notas
Barcelona, Paidós, 1987], pp. 141-148. Para ejemplos pictóricos, véase Claude Monet, El almuerzo
(1868, Frankfurt, Stadelsches Kunstinstitut), y Gustave Caillebotte, El almuerzo (1876, colección
privada).
35 Por ejemplo, durante la época en la que estaban de moda los miriñaques, las mujeres no podían
subir al ómnibus con la estructura de ballenas que sostenía las faldas abombadas. Se colocaron
unos ganchos especialmente en la parte trasera del ómnibus para colgar estas curiosas
estructuras y las mujeres tenían que desnudarse en público para poder subir. Caroline Arscott ha
descubierto viñetas y relatos humorísticos que se refieren a los alicientes sexuales a disposición de
los hombres jóvenes que viajan en el ómnibus como resultado de este delirio concreto de la moda
femenina. Arscott, Caroline, Modern Life Subjects in British Paintings 1840-60, tesis doctoral,
University of Leeds, 1987.
36 Esta imagen no es un interior, pero, incluso fuera del hogar, las mujeres ocupaban los espacios de
la familia burguesa que, por supuesto, siempre estaban permeados por “un afuera” personificado
en quienes trabajaban para la familia sin consanguinidad. El hecho de que en las sociedades
occidentales quienes estuvieran contratadas para cuidar de las criaturas fueran en su mayoría
mujeres muestra que no estamos ante una cuestión biológica, sino ante un arreglo ideológico que
busca su justificación en “los hechos”, si no de la reproducción misma, sí de la lactancia.
37 Véase Garb, Tamar, Sisters of the Brush: Women’s Artistic Culture in Late Nineteenth Century
Paris, New Haven y Londres, Yale University Press, 1994.
38 Para un gran análisis de este tema, véase Silverman van Buren, Jane, The Modernist Madonna:
Semiotics of the Maternal Metaphor, Bloomington, Indiana University Press y Londres, Karnac
Books, 1989.
39 Clark, T. J., The Image of the People, Londres, Thames & Hudson, 1973.
40 Este momento se ha puesto en escena de manera crítica en la importante película de Sue Clayton y
Jonathan Curling sobre las mujeres obreras y su representación en el siglo xix, The Song of the Shirt
334 Diferenciando el Canon
(1978), en la que una costurera acude a tomar medidas y después a probar el vestido de gala a una
joven debutante. Las relaciones de la debutante con la explotada costurera que hace el caro vestido
con el que la debutante será subastada en el mercado matrimonial se articula mediante una historia
de amor romántico de un joven burgués y una hermosa modista que se publicó inicialmente en un
periódico cartista. La breve novela circula desde el taller de la costurera hasta el salón burgués por
medio de la costurera, que se la deja allí sin darse cuenta cuando llega con el vestido. Posteriormente
la película dramatiza las diferentes maneras en las que las mujeres de diferentes clases leen ese mismo
texto sensacionalista, la mujer obrera anticipando “a sabiendas” el inevitable abandono de la mujer
embarazada de clase obrera, la debutante “con entusiasmo”, es decir, descubriendo una sexualidad
a través de un texto cuyos significados sigue ignorando en lo fundamental porque, a diferencia de la
comprensión social de las mujeres de clase obrera, ella no tiene los medios para penetrar en los códigos
de su propia fabricación como objeto de intercambio y deseo masculino.
41 La escena de la prueba también aparece en la obra de Paula Rego, La prueba. Los cuadros de
Paula Rego ponen también en escena las interacciones entre mujeres de diferentes clases dentro
de los espacios de la casa burguesa, basándose en su propia historia de infancia en Portugal.
Véase McEwan, John, Paula Rego, Londres, Phaidon Press, 1992.
42 En la obra de la propia Bracha Lichtenberg Ettinger una de las imágenes recurrentes con la que
ha trabajado una y otra vez es precisamente la de una mujer mirando hacia afuera (por ejemplo,
en Woman - Other - Thing no. 3, 1990-1992). Sus reflexiones sobre el atractivo y la función de
esta figura contribuyeron a desarrollar su análisis de la matriz. Véase Lichtenberg Ettinger, Bracha,
Matrix Borderlines, Oxford, Museum of Modern Art, 1993.
43 Véanse los capítulos 4 y 3, sobre los usos fantásticos por parte de Toulouse Lautrec y Van Gogh del
cuerpo de las mujeres de clase obrera en la representación.
44 Lipton, Eunice, “Degas’s Bathers - The Case for Realism”, Arts Magazine 54, 1980, pp. 93-97 y
Dawkins, Heather, Sexuality, Degas and Women’s History, tesis doctoral inédita, University of Leeds
notas
1991.
45 Nochlin, Linda, “A House Is Not a Home”, op. cit.
46 Clark, T. J., The Painting of Modern Life: Paris in the Art of Manet and his Followers, Nueva York
y Londres, Knopf and Thames & Hudson, 1984.
47 Silverman van Buren, Jane, The Modernist Madonna, op. cit.
48 Ibíd., pp. 123-124.
49 Irigaray, Luce, “The Bodily Encounter with the Mother”, op. cit., p. 43.
50 En este sentido, este análisis debería vincularse con el examen anterior del cuadro Cleopatra,
de Artemisia Gentileschi.
51 Kelly, Mary, “Invisible Bodies: Mary Kelly’s Interim”, New Formations 2, 1987, p. 11; e Imaging
Desire, Boston, MIT Press, 1996.
52 Citado en Mathews, Nancy Mowll, Mary Cassatt, Nueva York, Villard Books, 1994, p. 236.
53 Rabinow, Rebecca A., “The Suffrage Exhibition of 1915”, en Splendid Legacy: The Havemeyer
Collection, Alice C. Frelinghuysen et al. (eds.), Nueva York, Metropolitan Museum of Art, 1993, pp.
89-98, proporciona una lista completa de las obras expuestas y las identifica en las colecciones
Havemeyer o en los correspondientes catalogues raisonnés. Había 27 obras de Degas, de las
cuales 13 pertenecían a la Colección Havemeyer; había 21 obras de Mary Cassatt, de las cuales
10 estaban en posesión de los Havemeyer. Como muchos miembros de su familia apoyaban la
causa antisufragista, no prestaron obra para esta exposición a beneficio del sufragio y por lo tanto
una buena parte de la obra anterior de la artista no pudo verse en ella. La mayoría de los cuadros
de la exposición era del periodo posterior a 1900, mientras que la parte de Degas se concentraba
en su obra entre las décadas de 1870 y 1880. Incluía cuadros como El enfado (1869-1871); Mujer
planchando (1873); La canción del perro (1876-11877); y Mujer secándose los pies (1885-1886).
La exposición de Cassatt incluía Las primeras caricias del bebé (1891); Madre e hija, también
conocida como El espejo oval (1901); Madre e hija (1905); y Las caricias del bebé (1891).
Parte IV. ¿Quién es el otro? 335
54 Havemeyer, H. O., “Remarks on Edgar Degas and Mary Cassatt”, 16 de abril de 1915, panfleto.
Agradezco a Melissa De Medeiros de la biblioteca de la Galería Knoedler que me facilitara una
copia de este discurso.
55 Véase Pollock, Griselda, “Killing Men and Dying Women: A Woman›s Touch in the Cold Zone of
American Painting in the 1950s”, en Avant-gardes and Partisans Reviewed: Social History of Art,
Fred Orton y Griselda Pollock (eds.), Manchester, Manchester University Press y Nueva York, St
Martin’s Press, 1996.
56 No hay manera de documentar esta afirmación a partir de las propias declaraciones de Mary
Cassatt. La ofrezco aquí como una conclusión a esta lectura de su obra. En la parte de las
memorias de Louisine Havemeyer dedicada a Degas, encontramos un punto de vista interesante en
relación con el contenido de su obra. Hay un claro reconocimiento del tema de clase en la manera
en la que Havemeyer escribe con admiración acerca de su visión penetrante sobre la cantante de
café o las bailarinas adolescentes y sus madres. Precisamente surge el aspecto que yo he estado
defendiendo en relación con Cassatt, a saber, que la sexualidad del intercambio interclasista —que
he argumentado que define la interacción del artista masculino en los espacios de la modernidad—
puede ser desplazado por una percepción de la otredad de clases que no tenga un sentido
de abuso, agresión o fantasía sexual. Las mismas imágenes se leen buscando la complejidad
compositiva con la que lograron crear un “auténtico” sentido del ser social de otra persona. Por
supuesto, esto no significa en absoluto que el ser social de clase obrera esté siendo representado
por Degas o que pudiera serlo, o que esté siendo reconocido por una dama burguesa. La clase
distorsionará su perspectiva. Pero sí apunto que la espectadora burguesa veía la diferencia como
otra manera de estar en el cuerpo y en el mundo, más que como una figuración de una división
psíquica, que, en el caso de la modernidad masculina, convierte a la bailarina, a la sombrerera, a
la prostituta que se lava en una figura fantasmagórica, como ya hemos visto en los capítulos 3 y
4. Véase Havemeyer, Louisine, From Sixteen to Sixty: Memoirs of a Collector [1930], Nueva York,
notas
Metropolitan Museum of Art, 1961.
57 Algunas de estas obras pudieron haber sido visibles en Nueva York en la misma época, porque
Durand Ruel hizo allí una exposición, en abril de 1915, de Acuarelas y grabados a punta seca de
Mary Cassatt.
58 Para un examen completo de esta afirmación y los comentarios sobre Leyendo Le Figaro, véase
Pollock, Griselda, “Critical Critics and Historical Critiques or the Case of the Missing Women”,
University of Leeds Review 36, 1993/1994, pp. 211-245; una versión del texto se incluye en The
Point of Theory, Mieke Bal e Inge Boer (eds.), Ámsterdam, University of Amsterdam Press, 1994,
y figura reimpreso íntegramente en Pollock, Griselda, Looking Back to the Future: Essays from the
1990s, Nueva York, G&B Arts International, 1999.
336 Diferenciando el Canon
Ilustración. 9.2. Édouard Manet (1832-1882), Reposo, 1870, óleo sobre lienzo, 148 × 113 cm. Providence,
Rhode Island School of Art Museum (donación del legado de Mrs Edith Stuyvesant Vanderbilt Gerry)
Parte IV. ¿Quién es el otro? 339
de tocar. Sin embargo, esa postura era difícil de interpretar. En una exposición del
Salón de 1873, en la que el cuadro fue mal recibido en general, un crítico dio por
supuesto que estaba de pie y, cuando le dijeron que no era así, se quejó de que “no
estaba pintada ni dibujada, ni de pie ni sentada”5, mientras que otro escribió acerca
de una “una mujer vestida de blanco arrojada sobre un sofá”6. Beatrice Farwell ha
sostenido que las connotaciones de una mujer reclinándose sobre un sofá o un di-
ván —dos objetos propios de sociedades de Oriente Medio o del Norte de Áfri-
ca— eran explícitamente sexuales, citando cuadros de Manet de dos mujeres
marcadas por los códigos sexuales de la década de 1860: La amante de Baude-
laire en un diván de 1862 (Ilustración 9.5) y la Mujer tendida con vestido español
de 1862, cuya modelo fue la compañera del fotógrafo Nadar (Ilustración 9.6)7.
Los dos cuadros son más o menos de la misma época que los grandes cuadros
para el Salón que Manet pintó en esos años y que también comparten su explo-
ración de la sexualidad contemporánea, Almuerzo sobre la hierba (1862, París,
Musée d’Orsay) y Olympia (Ilustración 9.17). Así pues, Beatrice Farwell sugiere
que la pose, aunque adoptada por una dama burguesa de “respetabilidad” in-
tachable, codificada como tal por su elegante traje de día de muselina blanca,
adquiere un elemento de “falta de decoro” por las asociaciones iconográficas
entre la imagen de una mujer arrellanada en un sofá y la imaginería erótica.
La evidencia del maltrato de los críticos al cuadro en el Salón, donde uno dijo
que se trataba de una “mancha indecente y bárbara” y otro utilizó el término
explícito “golfa”, refuerza esa interpretación8.
Sin embargo, Farwell escribe lo siguiente: “Si esta obra ‘no tiene el carácter
de un retrato’ y los rasgos que lo convierten en tal (la posición relajada, el aire
de ensueño, la mirada indirecta) lo relacionan más bien con la representación
tradicional de la fantasía erótica y oriental, entonces nos enfrentamos a la cues-
tión de cómo funcionaba esa clase de protocolo y tipología en la cultura del
siglo xix”9 (la cursiva es mía). La idea de una conexión orientalista inmersa
en una imagen de modernidad burguesa metropolitana atenta directamente
contra el núcleo de las interpretaciones canónicas de Manet. Los historiadores
del arte ponen mucho cuidado en separar a Manet de los pintores orientalistas
Salonnier del Segundo Imperio, como Gérôme (Ilustración 9.25), pese a la pre-
sencia entre sus obras de la década de 1860 de un dibujo, más tarde convertido
en un grabado, titulado Odalisca (París, Musée d’Orsay), que tal vez fuera una
de las primeras exploraciones que condujeron a Olympia, el desnudo de Manet
para el Salón, y de un óleo fechado en 1870 de una figura de pie velada solo
por un atuendo blanco semitransparente titulado La sultana (Ilustración 9.7).
Parte IV. ¿Quién es el otro? 341
Ilustración. 9.5. Édouard Manet, La amante de Baudelaire en un diván, 1862, óleo sobre lienzo,
90 × 113 cm. Budapest, Szépmüveszeti Múseum
Parte IV. ¿Quién es el otro? 343
burguesa que permite que “la dama oscura” retroceda a una representación des-
plazada precisamente porque ella, Berthe, no es “negra”.
Permítaseme expresarlo con claridad. Jeanne no era “negra”. No más que
lo era Laure, el tema de la tercera parte de mi historia. En la actualidad es un
lugar común feminista que una de las dos figuras femeninas del cuadro que
Manet bautiza con solo un nombre, Olympia, ha sido groseramente ignorada
por la historia del arte (Ilustración 9.17). En su mayor parte, el cuadro, reali-
zado entre 1862 y 1863 y expuesto notoriamente en el Salón de París de 1865
(quizá con algunos retoques), ha sido tratado como si solo una de las figuras
femeninas mereciera análisis21. Una figura está desnuda. El cuerpo femenino
reclinado, blanco y desvestido es la sede, y también la visión permitida, de la
sexualidad dentro de las tradiciones del arte europeo desde el desarrollo del
desnudo erótico en el arte italiano del siglo xvi22. La otra mujer del cuadro,
Laure, está vestida. Y es negra.
“Es negra” no es una descripción. Es una representación histórica marcada-
mente codificada que dice a la vez más y menos de lo que parece. En sentido
literal, la negrura no es un color. Como una estructura de inscripción racista
de diferencia (convertida sin embargo en emblema de resistencia), la negrura
se apoya en lo que Frantz Fanon denominó “el esquema racial epidérmico”. Un
“esquema corporal” —una imagen internalizada de las sensaciones corporales y
la organización de estas— es necesario para que el ego emergente sea capaz de
situarse a sí mismo y desarrollar relaciones con el mundo externo de los otros.
El racismo interrumpe y remodela negativamente esta formación de la subje-
tividad. La cultura colonial no refleja positivamente hacia sí mismo el cuerpo
del sujeto como la base para la formación del ego. En vez de eso, dirige hacia
el otro racializado una mirada en la que este solo puede experimentarse a sí
mismo como de color, como un objeto, negativamente devaluado, de un rechazo
soberano del Otro. Así, los estereotipos racistas se proyectan a través de un haz
de luz ennegrecedora dirigido hacia el sujeto colonizado, que entonces percibe
el color de piel como la marca indeleble y el símbolo corporal de una otredad
interna que se convierte en una autoalienación creada en esta subordinación a
la violencia epistémica del racismo: un esquema epidérmico racial23.
En su estudio de lo que denomina con cuidadosa deliberación discurso afri-
canista, Christopher Miller nos recuerda que, a diferencia del blanco, el negro
no es realmente un color en absoluto. Es la total ausencia de color. Mientras
que el blanco es el efecto de un reflejo luminoso de todos los colores del es-
pectro, el negro es la ausencia de color porque absorbe todos los rayos. Desde
Parte IV. ¿Quién es el otro? 349
canon orientalista. Esta intervención, sin embargo, tuvo lugar a pesar de Manet,
incapaz de asegurar el desplazamiento de los marcos orientalista y africanista,
como pinturas que después Manet confirma en su reversión del tropo racista.
Como resultado de la tarea inacabada del fracaso semiótico táctico de Manet,
la figura de la criada en el cuadro de este ha caído desde entonces fuera de la
atención histórica del arte, o ha sido encasillada en estereotipos orientalistas y
africanistas que la historia del arte reconfirma voluntariamente y que persisten
míticamente en otras formas de representación cultural.
En segundo lugar, propondré que en el cuadro La amante de Baudelaire en un
diván (Jeanne), la figura que se presupone que es Jeanne Duval está representada en
oposición directa a la imagen demonizada, exotizada y bestializada producida por
los contemporáneos de Baudelaire (y más tarde repetida por sus biógrafos), es decir,
está pintada como una figura de modernité/modernidad femenina contemporánea25.
Sin embargo, la realización de esta representación igualmente desorientalizadora y
desafricanizadora también es defectuosa. Serán necesarios otros textos para dife-
renciar el lugar de Jeanne en el canon Baudelaire/Manet y proporcionarnos, a los
lectores y espectadores actuales, un alivio al imaginar otra historia diferente a la que
nos han ofrecido de forma tan repetitiva y maliciosa en la literatura canónica.
En tercer lugar, sugiero que, en Reposo, Manet produce de hecho una obra
subliminalmente orientalista, extrayendo a Laure e incorporando a Jeanne en su
hibridación específica como europea y africana. Erotizados, y a la vez velados,
por el romanticismo de la modernité baudelaireana, los rasgos de Berthe [Mori-
sot] se disponen en una pose que se origina formal e icónicamente en el retrato/
figura de estudio de Jeanne [Duval] y provoca un colapso de los términos bina-
rios que han estructurado Olympia, esto es, el “desnudo” y la “negritud”26, y el
artista reproduce una versión modernizada de la “dama oscura”. La blancura,
desplazada al vestido, sitúa la fantasía en el presente contemporáneo, mientras
que la oscuridad y los rasgos evocadores reflejan aquellos que el artista ha vis-
lumbrado en una fotografía a partir de la cual pinta un retrato imaginario de la
pasión y obsesión persistentes de su amigo poeta, Jeanne.
Para elaborar esta historia de tres mujeres, empezaré por el final.
BERTHE
La relación de Berthe Morisot con Édouard Manet sigue siendo objeto de espe-
culación. Al parecer se conocieron en 1860 o 1861, y existía entre las dos familias
Parte IV. ¿Quién es el otro? 351
cordialidad suficiente para que los Morisot asistieran a las soirées de Manet, don-
de, posiblemente en 1864, Berthe Morisot interpretó a Wagner para un doliente
Charles Baudelaire27. En 1868, Manet pidió a Berthe Morisot que posara para él,
y, en una amistad que los acercó enormemente durante los siguientes años, Ma-
net pintó a Berthe Morisot en más ocasiones que a cualquier otra modelo: once
veces28. Cuando Édouard Manet falleció el 30 de abril de 1883, una desconsola-
da Berthe Morisot respondió a la carta de pésame de su hermana:
Estos últimos días han sido muy dolorosos. (...) Si añades estas emociones casi
físicas a mis antiguos lazos de amistad con Édouard, un pasado entero de juven-
tud y trabajo que ha finalizado abruptamente, comprenderás que estoy desola-
da. (...) Nunca olvidaré los días de mi amistad y mi intimidad con él, cuando
me sentaba a posar durante horas y cuando el encanto de su mente me mantenía
alerta durante esas largas horas29.
Ilustración. 9.8. Caricaturas de Reposo en el Salón de 1873: Bertall, “Revue Comique du Salon”, Illustration, 24
de mayo de 1873; Cham, “Le Salon pour Rire”, Charivari, 23 de mayo de 1873; Cham, “Promenande au Salon des
Refusées”, Charivari, 8 de junio de 1873
Ilustración. 9.9. Édouard Manet, Berthe Morisot con sombrero, de luto, 1874,
óleo sobre lienzo, 62 × 50 cm. Zúrich, colección privada
actitud del cuerpo se combinan con esta cabeza exquisitamente ejecutada y hacen
que el retrato evoque referencias a la melancolía y a la moderna fascinación por la
subjetividad humana37. El historiador impresionista Théodore Duret, escribien-
do en 1906, confirmó este cuadro como una destilación de la representación de
Manet/Baudelaire de la modernidad mediante la combinación de mujer, ciudad
y estado de ánimo: “La joven, con su expresión melancólica y sus ojos oscuros, su
cuerpo ágil y esbelto (...) proporciona la representación de la mujer moderna, la
mujer francesa, La Parisienne”38.
Pero mientras que Reposo debe ocupar su lugar como uno de los once en-
sayos sobre Berthe Morisot en la obra de Édouard Manet, sus referencias a
su prototipo específico en el cuadro anterior de Manet titulado La amante de
Baudelaire en un diván (Ilustración 9.5) y sus diferencias con este deben ser sa-
cadas a la luz, de modo que el cuadro anterior deje de representar un papel en
la historia del arte meramente como un precedente formal de una declaración
realizada de forma más estética, y puede presentarse a nuestro examen como
otro momento de articulación compleja de subjetividad, color, modernidad y
feminidad en el estudio parisino de este “padre del arte moderno”.
JEANNE
mujer para ser usada sexualmente pero no para formar familia. Técnicamente,
Jeanne Duval siguió siendo lo que el patriarcado llamaría la amante de Baude-
laire. Este término no es adecuado para describir lo que fue una asociación lar-
ga y compleja, con varias rupturas y reconciliaciones. Baudelaire llegó a escribir
a su madre en 1853, después de que Jeanne lo dejara, un suceso al que llamó el
golpe más demoledor de su vida, pues habían estado juntos durante diez años:
“Esta mujer era mi única diversión, mi único placer, mi única compañía, y, a
pesar de todos los golpes internos de una relación turbulenta, la idea de una
separación definitiva nunca ha entrado con claridad en mi mente. (...) La he
usado y he abusado de ella; he obtenido placer torturándola, y ahora he estado
torturándome a mí mismo”47.
Su relación se reanudó en 1855 y se rompió en 1856, pero vivían juntos
de nuevo en Neuilly en 1860, cuando Baudelaire escribió: “Cuando uno ha
vivido durante diecinueve años con una mujer y para ella, siempre tiene algo
que decirle”48. No se separaron definitivamente hasta febrero de 1861. Cuando
empezó a temer su propia muerte, Baudelaire solicitó que su madre se asegurara
de que Jeanne Duval estuviera atendida. Madame Aupick no honró aquella peti-
ción. Los biógrafos de Baudelaire coinciden en que Jeanne Duval fue una de las
principales experiencias de su vida, proporcionándole, quizá mediante la gratifi-
cación sexual, quizá mediante otras formas de compañía que esos estudiosos no
alcanzan a imaginar, acceso a una intensidad de experiencia erótica y emocional a
partir de la cual escribió algunos de sus poemas más significativos.
En términos tradicionales, esto la convertiría de nuevo en la musa silencio-
sa, el objeto hermoso o traicionero que inspira el discurso creativo del artista/
hombre/amante. En términos feministas modernos, este tropo debe ser refuta-
do, pues ninguna de las suposiciones que se hacen sobre cómo y por qué Jeanne
Duval fue tan importante para el trabajo creativo de Baudelaire dependen de
algo que podamos estar seguros de que se refiere a ella. Tanto la poesía que pro-
dujo como la manera en que está escrita están codificadas profundamente en una
mezcla banal de orientalismo occidental y discurso africanista. Es tanto así que el
análisis de Christopher Miller sobre Baudelaire como un “africanista” deja a un
lado cualquier interpretación biográfica del denominado “ciclo Jeanne Duval”
de poemas. Miller quiere crear una distancia entre las figuras poéticas de mujeres
negras en los textos de Baudelaire y el personaje histórico señalado en el archivo
histórico con el nombre de Jeanne Duval49. Miller sostiene que la representación
de una mujer exótica, sensual y salvaje es un tropo del racismo occidental al que
la poesía moderna de Baudelaire renovó el crédito. Más allá de esto, la conversión
Parte IV. ¿Quién es el otro? 357
de una mujer histórica en una imagen poética hace de “ella” —ambivalente entre
la persona humana y la imagen ficticia— la fuente de la negritud y, por lo tanto,
la causa y el origen de lo que el poema de Baudelaire dice sobre su Otro sexual y
racial a través del tropo del color50.
Pasar de Berthe a Jeanne es desplazarse de la identidad registrada e histórica-
mente corroborada de un artista enredado con un tropo cultural a una figura
cuyas coordenadas históricas no hicieron nada excepto apretar el nudo trópico
alrededor de una desvaneciente —no, una “desaparecida”— mujer negra. La ya
inestable identidad del puesto de Jeanne Duval en el relato sobre el arte moder-
no se ha vuelto aún más precaria. Françoise Cachin escribe que “Jeanne Duval
no era negra, ni siquiera mulata, sino simplemente una criolla, y el que Baude-
laire la llamara su Venus Negra no era más que un juego”51. Toda la estructura
mítica en torno a Jeanne Duval como la dama oscura se derrumba finalmente
con la admisión de que era una ficción de la invención del poeta. Las “descrip-
ciones” de Jeanne Duval como una mujer de color se convierten entonces en
una evidencia adicional de la potencia del tropo colonial de la dama oscura, la
connivencia entre el poeta y sus biógrafos para difundir una identidad fantás-
tica para esta persona histórica indefinible de cuyo nombre no podemos estar
seguros, cuyos orígenes y final no podemos descubrir, cuya experiencia es tan
vacía como los ojos que Manet creó para ella.
Tras la retrospectiva de Manet de 1983, Jean Adhémar rechazó por com-
pleto la identificación de este cuadro con Jeanne Duval52. Para Adhémar, y
también para mí, las fechas no encajan, y el que Manet pintase tal imagen de
la compañera durante tanto tiempo de Baudelaire a principios de la década de
1860 no tiene sentido. De este modo, Adhémar propone que el título es correc-
to; La amante de Baudelaire. Pero la mujer que debería lucir ese título ha sido
identificada erróneamente. En vez de esta, el retrato tiene dos candidatas: Ber-
the o una mujer llamada Adèle, mencionada en tres ocasiones en los cuadernos
de notas del poeta y también nombrada por Manet en una carta a Baudelaire:
“Je n’ai pas effacé l’esquisse d’Adèle”53. En 1994-1995, Henri Loyrette mantiene
la duda radical sobre la conexión del cuadro con Jeanne Duval pero todavía lo
fecha en 1863-1864 y afirma que debe verse como una obra emparentada con
Olympia por varios motivos estructurales: la cortesana difusa envuelta en sus
atavíos, con ojos semejantes a pozos ensombrecidos54.
Sugiero otra táctica que atañe al efecto y la importancia históricos de las
ficciones sobre Jeanne Duval como una de las tres mujeres cuyos caminos que
se cruzan en el campo de la representación moderna ayudan a exponer las es-
358 Diferenciando el Canon
Lo escrito por Nadar, uno de los textos originarios del mito de Jeanne Duval,
está muy cargado del discurso africanista, e imagina para nosotros un cuer-
po que elude constantemente su humanidad, irrepresentable por el artista
griego Fidias, es decir, inasimilable para los ideales griegos del narcisismo
occidental, hasta el punto de que se ve obligado a tomar prestadas partes de
la seductora de Eva, la serpiente, y también del árbol del conocimiento del
bien y del mal, es decir, la sexualidad misma, mientras que la referencia a la
identidad africana llega vía el linaje maldito de Cam, que se desliza fuera de
un marco humano.
Muchos escritores señalaron racialmente a Jeanne. Théodore de Banville la
llama “fille du couleur” (1882), mientras que en sus Lettres chimériques (1885)
escribió que “Jeanne no era negra en absoluto; de hecho era blanca”. Continúa:
Parte IV. ¿Quién es el otro? 361
Ilustración. 9.11. Charles Baudelaire, Jeanne Duval, 1865, pluma y tinta sobre
papel, dimensiones desconocidas. Fotografía: Claude Pichois
Sin duda era una chica de color; los criollos, que saben de estas cosas, confir-
maron esto inequívocamente, a tenor de la pálida línea blanca en las uñas que
nada puede ocultar y que es una señal distintiva; por último, tiene la esbeltez,
los gestos ágiles, la gracia indolente y seductora de los de sangre mezclada; pero
no era lustrosa, no como el ébano ni como la seda negra. El poeta la amó veinte
años; siempre la amó56.
criolla). Nadar, a quien debemos la historia original del encuentro con Baude-
laire, la presenta como négresse, pero rápidamente lo matiza y la llama mulâtresse
antes de recorrer su cara y su cuerpo con los análisis pseudoantropológicos de
la racialización: una belleza que no atraería a Fidias, compuesta de rizos de pelo
negro semejantes al pelo de Medusa, grandes ojos negros, labios llenos y pechos
que amenazan con desequilibrar al cuerpo como frutos pesados en un árbol de-
masiado fértil. Mulâtresse no es un término geográfico, pero sí racializa; la palabra
deriva del español mulato, que a su vez proviene de la palabra mula, un cruce
entre caballo y burro. Esto representa el concepto del cruce de especies y, cada
vez que se usa esta palabra, adjudica de inmediato una sensación de hibridación
en una persona, cuyos padres pueden proceder de diferentes partes del mundo y
diferentes culturas, pero que, salvo para la más racista de las imaginaciones, no se
pueden considerar como de especies diferentes, al contrario de lo que sucede con
el caballo y el burro. Ser llamado créole significa simplemente haber nacido en
las colonias. Sin embargo, el término registra la ansiedad ocasionada por el con-
tacto con un “otro lugar” no europeo. No puede sino sugerir la transformación
del punto de origen cultural —Francia— por su transposición al nuevo terreno
colonial y a las nuevas relaciones sociales de raza que determinan su carácter espe-
cífico. Tanto los europeos como los africanos se convierten en créole, cambiados
por su mutua coexistencia, el intercambio cultural y el conflicto. El término se
usa con gente de todos los antecedentes, pero siempre implica una alteridad in-
herente o adquirida respecto a Europa.
Jeanne Duval no figura como el campo de “oscuridad vacía” del africanismo
pleno sino como una hibridación que ofende constantemente. No puede ser fi-
jada o situada firmemente “en otro lugar” y, aun así, estos escritores quieren de
algún modo que encarne los símbolos sensuales vivientes de una alteridad exó-
tica. En esto podemos rastrear el lastre inconsciente del tropo creado y deseado
colonialmente de la dama oscura que Cleo McNelly ha demostrado que recorre
el discurso occidental desde el Renacimiento hasta la antropología social con-
temporánea. La mujer blanca, en su casa, madre, hija, esposa, es un símbolo de
estabilidad, contención y del “hogar” intemporal del Yo masculino occidental.
Por contraste, McNelly afirma que la dama oscura es “sexual, salvaje y eterna-
mente otra”. Pero también está dividida internamente. En el mejor de los casos
es la “mujer natural”: sensual, dignificada y fértil, una fantasía benigna de la Na-
turaleza generosa y exuberante en contraste con las formalidades disciplinadas de
la cultura blanca representadas por la “dama blanca” —la dama de blanco— en
su hogar. En el peor de los casos, la dama oscura es sin embargo “una bruja que
Parte IV. ¿Quién es el otro? 363
la impresión de una fuerza bestial apasionada. (...) Ojos negros, (...) pelo oscuro,
desaliñado, rizado, una auténtica melena de león; su nariz es casi recta, labios
gruesos, carnosos, lascivos; sus pechos firmes y erguidos en un tórax estrecho,
una cintura fina y flexible que contrasta con los muslos extremadamente cur-
vados. El auténtico cuerpo de una prostituta salvaje e insaciable, un animal de
lujuria que ha conocido todo, se ha atrevido a todo, coronado con un rostro
indolente y engañoso. ¿Ingenio? Ninguno. ¿Corazón? Ninguno. Voilà la criatura
que ha atrapado al dandy poeta61.
Por último, Reynold de nuevo: “Ella seguirá siendo hasta el final el vampiro de
la existencia de él. Ella es su vampiro material y moralmente”62.
En esta literatura, una mujer de ascendencia posiblemente mixta —la crítica
postcolonial contemporánea Gayatri Spivak llama afroeuropea a Jeanne Duval—
es representada míticamente con toda la complacencia cruel de un racismo in-
cuestionado, combinado con una misoginia virulenta y articulado por ella. La
imaginada negritud que se proyecta precariamente en ella mediante el recitado de
terminologías racistas está tan relacionada con la sexualidad como con la geogra-
fía, con su origen. No tenemos forma de saber cómo era —ni sería cosa nuestra
juzgarla si la tuviéramos—, pero debe existir alguna forma de distanciarnos de
lo que pasa por conocimiento. Debemos nombrar los tropos y, si somos blancas
y europeas, debemos bajar la cabeza avergonzadas por este lenguaje de nuestra
elevada cultura que ha coloreado, bestializado, estupidizado y odiado a Jeanne
Duval, alineándola con las imágenes claves de la noche y la muerte, en base a una
negritud imaginaria: la prostituta y la vampira. La imagen de la vampira contiene
la idea de una mujer alimentándose de la sangre de un hombre63, mientras que
otro tropo, la esclavización sexual, también se usa al hablar de la pasión de Bau-
delaire por Jeanne Duval, invirtiendo la atrocidad histórica de la esclavitud que
puede haber sido parte de la historia familiar de Jeanne.
En su reseña moderada de Olympia de Manet, Theodore Reff trae a colación
todo esto en el corazón de la historia del arte moderno.
Baudelaire tenía una fuente de inspiración cerca de casa, la mulata Jeanne Du-
val, que fue su amante y genio malvado durante muchos años y el sujeto de un
ciclo de poemas dedicados a “la Vénus noire” (...) Es quizá significativo, por el
Parte IV. ¿Quién es el otro? 365
contraste visual y social entre las dos mujeres de Olympia y por sus orígenes en
una imagen de Venus, que el otro ciclo destacado de poemas de amor en Las
flores del mal esté dedicado a “la Vénus blanche”, la famosa cortesana Apollonie
Sabatier, que también fue brevemente su amante pero ante todo su amiga íntima
y musa. (...) Fue hacia Jeanne Duval hacia quien se vio atraído más fatalmente
(...) a quien Manet retrató a petición suya, reclinada en un diván de una forma
parecida a Olympia, un año antes de que esta última fuera pintada. Aquí (...) la
femme fatale reclinada y su criada negra están combinadas en una única figura.
En este papel, la negra meramente hace explícito lo que ya estaba implícito en
su papel subordinado, una sensualidad cuyo exotismo refuerza sutilmente el de
la imagen en conjunto64. [Las cursivas de énfasis son mías]
la venus negra
Leída tras la proyección de la película de Jane Campion El piano (1993), esta imagen
final es estremecedora. Es una imagen de la persona desplazada que es obligada a vi-
vir en un lugar donde nada sobre ella suma lo suficiente para proporcionar el espejo
366 Diferenciando el Canon
Ilustración. 9.12. Fotografía de empleadas en la Maison del número 2 de la rue du Londres, ca. 1900. Esta imagen
sugiere que las mujeres de ascendencia africana trabajaban allí y se publicitaban como una de las atracciones de los
burdeles contemporáneos. París, colección privada
como el símbolo de la sexualidad exótica pero venal, una trabajadora sexual como
la que aparece en la fotografía de un burdel de París (Ilustración 9.12).
¿un retrato?
Se dice que Jeanne Duval aparece en dos obras de Manet, ambas fechadas en 1862
(Ilustraciones 9.5, 9.13), el período en que el artista se encontró por primera vez
a Laure, cuando estaba pintando el retrato de esta (Ilustración 9.15) y usándola
como modelo para pintar Olympia (Ilustración 9.17)72. El marco del lienzo lleva
la inscripción Maîtresse de Baudelaire Couchée, —escrita en lo que el archivista de
Manet, Adolphe Tabarant, considera que es la letra de Manet, pero que según Ad-
hémar es la de su viuda— aunque Tabarant titula el cuadro de forma consistente
como Retrato de Jeanne Duval, basándose en una identificación proporcionada por
la viuda del artista73. Tabarant lo describe así: “Jeanne está vestida completamente
de blanco, sentada, con las piernas estiradas, a la derecha de una especie de sofá. Su
cabeza se extiende más allá del respaldo. Un rostro criollo [visage de créole], seco,
368 Diferenciando el Canon
duro, en el que los ojos se convierten en oscuras cavernas de negrura; lleva la cabeza
descubierta, los mechones rectos del pelo le cuelgan a cada lado de los hombros”74.
Tabarant insiste en la fecha de 1862, de modo que el cuadro debió de estar en el
estudio al mismo tiempo que estaba trabajando en Olympia. Pero no puede haber
mucha distancia entre Laure, tal como aparece en el espacio ficticio del dormito-
rio de una cortesana barata, y Jeanne tal como se la representa en los “retratos” de
Manet. Uno es parte del mythos orientalista incluso aunque ella está acostumbrada
a negarlo; el otro pertenece a una serie de pinturas de Manet que solo puedo eti-
quetar como “mujeres de blanco”75. Estas son principalmente escenas de espacios
íntimos, espacios domésticos, que representan a mujeres de la propia clase y círculo
social de Manet. Todo en este cuadro lo sitúa simplemente como la obra iniciadora
de esta sucesión que muestra la fascinación de Manet con la modernité de “mujer
de blanco”, una serie en la que esposas y amigas son las modelos. La mujer en este
cuadro lleva un vestido de diario de muselina con miriñaques a la moda de la época.
En el cuello luce un crucifijo y una gargantilla, y sostiene un abanico. En esta obra
tenemos un retrato de una mujer francesa católica contemporánea.
En el eje biográfico, sin embargo, la existencia del cuadro La amante de Bau-
delaire y su estudio en acuarela son verdaderamente desconcertantes. Jeanne
Duval y Baudelaire se habían separado en febrero de 1861 y nunca volvieron a
reunirse, a excepción de una breve visita que Jeanne hizo a Baudelaire en mar-
zo de aquel año, cuando, según Enid Starkie, “se arrastró débilmente hacia él
para conseguir ayuda, pues acababa de dejar el hospital, el hospital de caridad,
ya que no había tenido dinero desde que él se marchó”76. Starkie completa su
historia de Jeanne Duval en este punto con el siguiente resumen:
La referencia constante en los textos de este período sobre Jeanne Duval, por
lo tanto, es que era una mujer prematuramente envejecida, enferma e inválida
que más o menos desapareció de la vida de Baudelaire en este punto.
¿Es el cuadro una prueba de lo contrario? ¿Es posible, o incluso probable,
Parte IV. ¿Quién es el otro? 369
que ella haya estado en el estudio de Manet en 1862 o incluso en 1864? ¿Por
qué Manet planeó y ejecutó esta pintura en esta fecha? ¿La fecha es incorrecta?
¿Jeanne Duval trabajó de modelo para Manet independientemente de que este
tuviera relación con Baudelaire? ¿Fue otra “mujer negra” objeto de estudio,
además de Laure? ¿O es que el cuadro de una mujer francesa moderna con un
crucifijo al cuello sugiere que ella no posó para Manet como “la dama oscura”?
¿Hay alguna diferencia entre “la dama oscura” y la mujer negra, la “négresse”? La
literatura de la historia del arte no afronta ninguna de estas preguntas. En vez
de ello, tenemos esta especie de comentario —de Françoise Cachin, quien tan-
to admiraba Reposo— sobre un cuadro conocido por su etiquetado en estudio
en 1884 como La amante de Baudelaire:
el cuadro
Es cierto que la pose es casual e íntima y que esta postura relajada puede asociarse
con la imaginería erótica. Como hemos visto en el caso de Reposo, recostarse en
un sofá evoca de inmediato matices orientalistas. Pero lo que tenemos aquí es
una reelaboración goyesca de la odalisca mediante el formato del retrato, lo que
transforma ambos conceptos y desplaza su potencialidad en la dirección de una
modernité específica. Al enfrentar dos tropos opuestos en un lienzo, los invita
a eliminarse entre ellos: la estrategia que Manet estaba explorando consisten-
temente a principios de la década de 1860, adoptando las convenciones de la
pintura occidental, una a una, para crear un espacio crítico para lo moderno
como una táctica de desolación formal: la “diferenciación”. Pero lo que sitúa
a este cuadro en un lugar aparte de los ensayos de Manet sobre el desnudo, la
escena orientalista, el retrato y demás, es lo que parece ser un fracaso poco ha-
bitual al pintar la cara y especialmente los ojos; los ojos de los que Nadar dijo
que eran grandes como platos.
El cuadro al óleo (Ilustración 9.5) y aún más la acuarela (Ilustración 9.13)
son extraños. En primer lugar, la cabeza de la mujer es notablemente pequeña en
proporción al cuerpo entero. Esta desproporción, aún más marcada en la acua-
rela, puede ser el efecto del amontonamiento de miriñaques, y parece aún más
perturbadora al compararla con el tamaño de la mano que se apoya en el respaldo
del diván. La boca es una línea delgada. La cara está dominada por los dos agu-
Parte IV. ¿Quién es el otro? 371
jeros negros (Ilustración 9.14) donde deberían estar los ojos. En cierto sentido,
lo que encontramos aquí es el equivalente pictórico de la “oscuridad vacía”. Un
examen cuidadoso del cuadro revela que el pintor ha marcado los ojos dentro de
esos dos parches negros. Estos ojos —la sede de la personalidad, lo que Baude-
laire, escribiendo sobre el retrato con un auténtico espíritu romántico, llamaría
las ventanas del alma; el lugar donde la expresión humana se representa formal-
mente— apenas están definidos. Manet como pintor es el maestro del toque. Era
bueno pintando ojos. Lo que hay aquí es una aberración.
Comparémoslo con la cara de la modelo en Mujer tendida con vestido espa-
ñol, ca. 1862 (Ilustración 9.6). Abreviado y firme, el toque pintado crea una
expresión llamativa y un retrato característico con economía y seguridad. Los
ojos son trazos de pintura negra, pero realizados de tal forma que el rastro de
la pincelada evoca las pestañas y el párpado. Este tipo de toque halsiano es,
sin embargo, poco habitual en Manet en esta fecha, debido a que los ojos son
muy importantes para él. Es su tamaño y efecto lo que proporciona a la obra
de Manet parte de su poder más deslumbrante. Pensemos en la mirada de la
mujer europea en Olympia y en Almuerzo sobre la hierba, y veremos que la
Ilustración. 9.13. Édouard Manet, La amante de Baudelaire en un diván, 1862, acuarela, 16,7 × 23,8 com. Bremen, Kunsthalle
372 Diferenciando el Canon
LAURE
Ilustración. 9.17. Édouard Manet, Olympia, 1863-1865, óleo sobre lienzo, 130,5 × 190 cm. París, Musée d’Orsay
Ilustración. 9.18. Fotograma de Imitación a la vida, 1959, película dirigida por Douglas Sirk. Fotografía: British Film Institute
el cuadro
Los análisis actuales del cuadro Olympia (Ilustración 9.17) de Manet se han
dirigido contra uno de los textos casi contemporáneos publicado en enero de
1867 en su defensa por el novelista Émile Zola88. Zola descartó el clamor contra
el tema notorio del cuadro, la aparente exposición desvergonzada de la sexualidad
comercial moderna en una parodia de los ideales del arte elevado, señalando las
preocupaciones primariamente formales de la obra89. Zola, de hecho, estaba in-
ventando para el cuadro una versión de su propia estética naturalista: “El artista
ha trabajado de la misma forma que la Naturaleza”, escribió en medio de este
párrafo sobre Manet:
tivamente confían unas en otras y confían en cada otra para mantener unido el
cuadro entero como un único campo visual, y por lo tanto semiótico.
La mujer, sin embargo, es “negra” solo porque el cuadro marca colorística-
mente la diferencia étnica y, sugiero, porque la sitúa no en el dominio ideoló-
gico de la fantasía sino en un presente histórico concreto. ¿Cómo puede hacer
esto? ¿La pintura realiza el movimiento a través de uno de sus principales re-
cursos semánticos, el color, o construye un sistema tonal, como sugiere Zola,
que en consecuencia aparece semióticamente para producir una oposición de
negro y blanco, que podría ser interpretada ideológicamente en términos de un
sistema racializado? Mi respuesta provisional es que el movimiento táctico del
cuadro es hacer que la oposición tonal funcione como color, liberando tempo-
ralmente sus significados de la camisa de fuerza racista.
En el cuadro hay pigmento negro y blanco de sobras. En primer lugar está la
sábana que cubre la cama en la que la mujer desnuda yace y se extiende desde un
lado del lienzo hasta el otro, formando una expansión casi ininterrumpida a lo
largo del borde inferior del cuadro. El efecto de tanto blanco es hacer que la parte
superior del lienzo —pintada para representar cortinas verdes, papel pintado flo-
reado en dorado y marrón y una puerta— se difumine en una oscuridad general
en la que uno tiene que esforzarse para distinguir el rango de los tonos que son
interrumpidos solo por la banda dorada que marca el borde del papel pintado.
Pero de ningún modo se puede llamar a esto un fondo “negro”, salvo si se asocia
el color con la oscuridad. Aunque se haga esto, la geografía de la habitación pier-
de su importancia debido al brillo luminoso e intenso del primer plano, que está
tan cercano que tenemos la impresión de poderlo tocar. Contra estas dos grandes
áreas de oposición luz/oscuridad se sitúan dos figuras y un gato. El gato es negro,
es decir, está pintado en una serie de pigmentos negros graduados. Contra el
verde de las cortinas, su espalda arqueada y su cola erguida y sinuosa son apenas
discernibles, y los ojos amarillos y la nariz brillante rompen la negrura para defi-
nir su cara. Las patas se posan en un pliegue de la colcha de seda sobre la que yace
la mujer desnuda, y sus pies emiten sombras oscuras y difusas91.
Teniendo en cuenta la escala tonal de la cama, el fondo y el gato, las mujeres
de la pintura no son ni una negra ni la otra blanca. Un marrón castaño oscuro
y una especie de rosa tostado con tintes amarillentos para la piel expuesta deben
bastar como una tosca definición de los colores en los que la mujer europea y la
afrocaribeña se construyen con pintura en el lienzo. Vestida en su desnudez —o
quizá desvestida desde la desnudez física hasta una desnudez de clase, como
afirmarían algunos— la mujer europea para la que hizo de modelo Victorine
382 Diferenciando el Canon
Meurend lleva algo de ropa después de todo: un par de elegantes chinelas azul
y dorado, de las que solo sigue puesta la del pie izquierdo; un brazalete dorado
en el brazo derecho, y una cinta negra atada en un lazo alrededor del cuello y
de la que cuelga una joya dorada en forma de lágrima que parece ir a juego con
los pendientes, aunque estos son probablemente esferas doradas. Por último,
lleva en el pelo, encajada sobre la oreja izquierda, una orquídea de un naranja
rosado. Este toque de color en la forma de una flor de invernadero representa la
morfología sexual que su mano protege inflexiblemente y a la vez la proclama,
mucho antes de que Georgia O’Keeffe nos hiciera pensar de forma sexual en las
flores o de que Judy Chicago explorase la poética visual de la sexualidad feme-
nina mediante una analogía floral formal. Quizá ellas recordaban la orquídea
de Victorine. Y, por supuesto, sujeta un gran chal de seda en la mano derecha.
Esto implica una posible narrativa. Puede haber cubierto a la mujer, y posible-
mente debemos suponer que hasta hace poco lo hacía, antes de ser retirado para
revelarla ante quienquiera que estuviese, pueda estar o esté en este momento en
el lugar que el cuadro construye al otro lado del marco inmediato como parte
necesaria de su propuesta semántica92.
La mujer afrocaribeña-francesa está vestida de una forma más consistente
(Ilustración 9.19). Sin embargo, lleva un vestido de estilo europeo que parece
demasiado grande para ella. Algunos han dicho que es un camisón, insinuan-
do una narrativa sexual que enlaza a las dos mujeres93. Yo sugiero que es un
vestido pasado de moda, de los primeros años del siglo, que ha pasado por los
mercados de ropa de segunda mano de París94. El vestido es de un color rosa
luminoso y lleva además una camisola interior blanca, de modo que la mujer
aparece necesariamente oscura contra esa gran extensión de colores claros. Si el
artista hubiera pintado su vestido con colores más sombríos, el contraste con la
piel no habría sido tan marcado, pero, por otro lado, la riqueza de la tonalidad
de su piel —el pintor dedica un momento de atención a la especificidad de los
tonos y matices— no habría sido tan intensa sin el fuerte contraste con el rosa.
Por otro lado, la frescura de ese rosa aporta a la piel de la mujer europea que
está al lado una cierta falta de fuerza, que solo los tonos azulados de las sombras
impiden que parezcan cadavéricos; es una asociación difícil de resistir si uno se
fija en el clamor de los críticos contemporáneos95.
La mujer afrocaribeña-francesa lleva un pañuelo cubriéndole el pelo96. Este
es un símbolo muy complejo e importante. Quiero suspender temporalmente
su referente social realizando un movimiento zolaesco para mantener la aten-
ción centrada en su estatus pictórico. El pañuelo tiene muchos colores, pero no
Parte IV. ¿Quién es el otro? 383
y, más recientemente, fotografiada. Manet tenía que adoptar una forma actual
de su articulación: el escenario orientalista de la sexualidad, donde la otredad
étnica y racial, cultural y geográfica, proporcionaba las condiciones necesarias
para la representación de las fantasías masculinas heterosexuales europeas sobre
la sexualidad femenina, debido a que la sexualidad femenina estaba siendo ima-
ginada a través de lo que la colonización y la explotación sociales y económicas
habían hecho posible imaginar que la gente blanca podía hacerle a otra gente
no occidental. El legado del colonialismo es que, mientras que la raza y el sexo
tienen determinaciones independientes, forman parte perpetuamente de una
economía mixta en la cual una es a menudo la escena o el símbolo de la otra. En
vez de colapsar los mitos racistas de la sexualidad femenina negra en la mujer
blanca prostitucionalizada y “salpicar” los dos cuerpos con su sexualización ab-
yecta, quiero interpretar a “la otra mujer” del cuadro como el punto que resiste
tal coloreado; el punto que puede perturbar el deseo del que son cómplices la
mayoría de las interpretaciones históricas del arte existentes sobre el cuadro.
Quiero inscribir dentro del canon de interpretación la posibilidad de un deseo
feminista por esa otredad de otra forma de interpretar el canon promoviendo
la diferencia que el cuadro de Manet intenta introducir en el campo de la re-
presentación y la sexualidad en 1863-1865.
el desnudo
genes y hace que sea difícil interpretar sus caras debido a los duros contrastes
tonales que crea. Una cara sobrevive a este centrifugado de composiciones.
Es la cabeza de una joven africana. Con un pañuelo envolviéndole la cabeza
y un pesado pendiente con forma de lágrima colgando, mira con admiración
a la princesa “entronizada” mientras vacía la cuba de latón, creando una ten-
sión pictórica por la dirección de esa mirada, que además conspira para que
concentremos nuestra visión en el cuerpo blanco expuesto en el centro de la
imagen. Este cuadro pasó por las salas de subastas de París en 1858 y recibió
comentarios entusiastas en la prensa artística107. Quizá Manet lo conocía.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 389
Ilustración. 9.21. Paolo Veronese (ca.1528-1588), Judit con la cabeza de Holofernes, óleo sobre lienzo, 111 × 100,5 cm.
Viena, Kunsthistoriches Museum
de pie y activa es la de una mujer africana que parece estar saliendo de la habitación.
Como herramienta artística, parece relacionada con la figura de Nattier; está en un
extremo y su mirada actúa para enfocar la del espectador, aunque también atrae la
atención a su propia especificidad. En el cuadro de Delacroix, la criada africana se
gira para mirar atrás, con la mano levantada para apartar la cortina mientras sale de la
habitación. Esa mano es sin duda importante en la cadena de conexiones que estoy
Parte IV. ¿Quién es el otro? 391
Ilustración. 9.22. Jean Jalabert (1815-1900), Odalisca, 1842, óleo sobre lienzo, 85 × 120 cm.
Carcassonne, Musée de la Ville de Carcassonne
rastreando. La mujer africana está vestida, calzada con unas babuchas ligeras, y sus
joyas incluyen pendientes, brazaletes y anillos. El pañuelo de la cabeza está atado de
una forma distintiva. No es un turbante, aunque a primera vista lo pudiera parecer109.
Típicamente, esta figura sigue siendo empujada al borde del cuadro. De pie ante
la cortina no hay espacio en el que su figura pueda adquirir el tipo de resonancia
que envuelve a las otras tres mujeres, cuyos rasgos son igualmente étnicos —distin-
tos— en su representación. En contraste con la languidez o pasividad de aquellas,
el movimiento animado de la mujer africana, su contraposto barroco y el expresivo
gesto de la mano la convierten en un punto focal crítico en el lado derecho del cua-
dro. No se la representa aquí ni servil ni accesoria, está encarnada y es un objeto de
considerable atención por parte del pintor. Su verticalidad se opone pero equilibra
estructuralmente a la mujer reclinada que mira al espectador, curvando su cuerpo
para llenar la esquina opuesta del cuadro. Imaginemos este cuadro sin esta pareja
que interviene en él, tomemos prestada la flor, pensemos en pies parcialmente cal-
zados, prestemos atención a esa mano negra y... el fantasma del cuadro de Manet
adquiere forma preliminar.
392 Diferenciando el Canon
Ilustración. 9.23. Léon Benouville (1821-1859), Esther (anteriormente titulado Odalisca), 1844,
óleo sobre lienzo, 144 × 162 cm. Pau, Musée des Beau x Arts
Una pequeña pista me permite empezar a trazar esta relación entre las
obras de Manet y Delacroix. Entre los muchos dibujos que suponemos que
son parte del proceso preparatorio del proyecto de Manet a principios de la
década de 1860, hay un dibujo a acuarela y tinta fechado en 1862-1868 (?)
titulado Odalisca. La fecha del dibujo aún está sujeta a debate. Su origen a
principios de la década de 1860 tiene sentido en términos de una serie de
soluciones que están siendo exploradas por Manet en su intento de hacer re-
ferencia a Ingres, a la litografía erótica y a los temas orientalistas, todos ellos
elementos del archivo pictórico existente de trabajos sobre la sexualidad y su
representación. Odalisca se puede enlazar con Mujeres de Argel de Delacroix
debido a la etnicidad explícita del rostro judío o árabe orientalizado. Las caras
son importantes en la obra final de Manet; definirán social e históricamente
la modernidad —la especificidad histórica— de sus protagonistas110. Dife-
rentes tipos corporales y faciales deben ser explorados para buscar sus posi-
bilidades retóricas, y la presencia de este borrador en el archivo sugiere que
el campo del orientalismo fue parte de la investigación de Manet de maneras
Parte IV. ¿Quién es el otro? 393
Ilustración. 9.24. Eugène Delacroix (1798-1863), Mujeres de Argel, 1834, óleo sobre lienzo, 180 × 229 cm. París,
Musée du Louvre
cuerpo de una europea o una mujer árabe de piel clara. No hay duda de que había
africanos negros en el norte de África islámico, pero esta combinación retórica de
sexo y servidumbre es “lógica” solo en una economía que tiene la esclavitud como
subconsciente político y sedimentada en sus rituales sociales y sus fantasías eróticas.
Este legado —material e ideológico— es, fue, parte de la modernidad occidental.
Los pintores lo bastante ambiciosos para negociar la representación de la moderni-
dad tendrían que pasar por el embudo del orientalismo, que actúa repetidamente
en el lugar de esta configuración específica de poder, sexualidad y deseo, ya sea
imaginado en visitas a los harenes extranjeros (¿acaso estaban permitidas?) o imita-
do en montajes en los burdeles y en las habitaciones de las cortesanas en las capi-
tales metropolitanas. El cuadro Olympia, sugiero, también trabaja con ese material
orientalista y sobre él, y por ese motivo hay dos mujeres de etnicidades diferentes
en dicho cuadro. Este es el motivo por el que África —y sus historias, entrelazadas
de forma complicada como el símbolo que es el pañuelo de la cabeza— está en el
centro de la modernidad116. Pero si el esclavismo y el colonialismo son las condicio-
nes históricas de la representación orientalista, fueron desplazadas ideológicamente
por las estructuras míticas del orientalismo representacional. Estoy afirmando que
mi interpretación de la feminidad duplicada de Olympia, leyendo en busca de la
otra mujer, sitúa el cuadro en una relación crítica hacia el mito orientalista merced
a la explicitación de la modernidad mediante lo que hace el cuadro para situar a la
mujer blanca en el tiempo, el espacio y las relaciones de clase, y también mediante
sus revisiones calculadas y estratégicas del tropo de la mujer africana, ahora señalada
también como una figura localizada en el tiempo, el espacio y las relaciones de clase,
que está en la historia de aquel presente como otra proletaria parisina. En cierto
modo, esto implica un desplazamiento desde el énfasis en la raza, para encontrar
formas de incorporar la diferencia como especificidad a la vez que se revela que las
mujeres tienen algunas cosas en común: la clase se convierte en el medio para dotar
de un género y una historia a las dos mujeres. Des-orientalizar el escenario implica
permitir que el género y la clase enmarquen las cuestiones de “raza” que tan críticas
eran en la mise-en-scène de la fantasía sexual en las obras orientalistas.
el legado fallido
Si parte del significado de Olympia es su relación negativa con sus recursos pic-
tóricos e ideológicos, también se puede discernir otro aspecto en las obras que
fueron influenciadas por esta, obras que precisamente reniegan del intento de
396 Diferenciando el Canon
arrodilla para ponerle una zapatilla a una mujer blanca desnuda. A la derecha
del cuadro, de pie, hay una mujer europea completamente vestida al estilo de la
época, en la práctica apropiándose del vestido de Laure y subrayando aún más el
retorno al mito de la esclava africana. Ese mismo año, Bazille pintó Africana con
peonías (Ilustración 9.26. En el título original la palabra usada es négresse). Ves-
tida con ropa europea, está yuxtapuesta a las flores, y pintada con el cuidado de
detalles de los rasgos y la expresión asociados a un retrato. El pañuelo a rayas que
le cubre el pelo, atado por detrás de la cabeza, se convierte en una herramienta
prominente para enmarcar su cara y establecer una oposición de colores con las
flores que está colocando, enlazando nocionalmente el cuadro con el movimien-
to des-orientalizante de la representación de Manet de Laure. Los comentaristas
afirman que el estudio hace una clara referencia a la sección derecha del cuadro
de Manet, subrayando, al concentrar la atención exclusivamente en la relación de
la mujer africana con las flores, el desplazamiento del exotismo sexual hacia una
relación metonímica del “color”118.
Posiblemente como preparación para Olympia, Manet pintó un retrato de
la modelo “Laure” alrededor de 1863 (Ilustración 9.15). La presencia del re-
trato de “Laure” en la obra de Manet enlaza en el arte francés el cuadro para el
que posteriormente hizo de modelo en el papel de criada con un importante
retrato de una mujer africana que también intentó situar a una mujer africana
en la modernidad política. En 1800, Marie-Guillemine Benoist (1768-1826)
pintó un retrato sentado de la criada africana o afrocaribeña que su cuñado, un
marino, había llevado a Francia desde las Antillas, Retrato de africana (Ilustra-
ción 9.27). La mujer que posa no tiene nombre, a pesar de que el retrato era,
especialmente en esa época, un intencionado registro visual de una persona
específica. La mujer aparece sentada, vestida con colores políticos: un vestido
blanco con una banda roja a modo de cinturón y un chal azul colgado del res-
paldo de la silla. Sería difícil pasar por alto la referencia a la tricolor a pesar del
hecho de que el cuadro fue adquirido por la corona en 1818, cuando entró en
el Luxembourg (fue al Louvre a la muerte de la artista en 1826, y en 1829 se
realizó una versión en grabado).
La mujer viste a la moda de París: un vestido blanco suelto atado con una
cinta bajo los pechos, antes de que se le retire de los hombros para exponer un
pecho desnudo. Las mujeres que estudiamos la historia del arte occidental no
solemos interpretar como exposición esas obras que vemos en clase. Vemos
mujeres expuestas ante nosotras con diferentes indumentarias en la mayoría
de las conferencias y clases a las que asistimos. Se llaman “el desnudo”. Su
398 Diferenciando el Canon
Ilustración. 9.25. Jean-Léon Gérôme (1824-1904), El baño moruno, 1870, óleo sobre lienzo, 50,8 × 40,8 cm. Boston,
Museum of Fine Arts (obsequio de Robert Jordan, de la colección de Eben D. Jordan)
400 Diferenciando el Canon
Ilustración. 9.26. Frédéric Bazille (1841-1870), Africana con peonías, 1870, óleo sobre lienzo,
60 × 75 cm. Montpellier, Musée Fabre
enmarcado
La mayoría de los historiadores del arte desdeñan esta patética parodia de las
Fleurs du mal de Baudelaire (1857). Olympia puede parecer alguien que está
dormida, y de ahí que el nombre se asocie a la figura reclinada, que ahora, sin
embargo, está despierta y en guardia127. El peligro de conectar una figura de la
imagen con el nombre Olympia fuera del poema es que el escritor personaliza
a una mujer; ella tiene un nombre, ella es un sujeto; ella es la prostituta, etcé-
tera, mientras que la otra queda sin denominar. El título del cuadro, con este
verso inscrito en el marco, hace referencia al escenario en conjunto. Olympia,
como figura en el poema, se despierta porque está cansada de soñar, cansada,
quizá, de la vieja fantasía. Algo claramente hermoso y refrescante entra en la
habitación en los brazos de una amable mensajera. Los mensajeros son habi-
tuales en la poesía; a menudo son como el viento, suaves y amables y asociados
con la naturaleza. Pero esta mensajera está de color. Es negra. Entonces existe un
fuerte contraste entre el colorido asociado con la primavera —en contraste con
lo sombrío del invierno y quizá con la oscuridad de la noche— y la “negrura”
de su portadora. (Esto puede traer al pensamiento la escalofriante inversión de
Frantz Fanon, cuando una blancura escalofriante lo imbuye de una negrura
melancólica). Pero esta negrura está asociada al sujeto de la siguiente frase, la
esclava. Un mensajero libre que trae la primavera se convierte en una esclava,
enlazando la negrura con la esclavitud y colocando a esta justo en el marco y
alrededor de la imagen. A la esclava se la compara con la noche del amor, y a
pesar de ello la esclava también hace que el día florezca. Basándose en esto,
algunos han interpretado el poema como una declaración del placer sexual
mutuo de las mujeres, de su amor lésbico, una idea enérgicamente excluida en
la interpretaciones heterosexistas que deben hacer en la imagen un hueco para
el falo, vía el cliente imaginario que o bien está esperando fuera (es quien ha
enviado el ramo) o está justo en la posición del espectador, contemplando el
cuerpo revelado mientras la criada le ofrece las flores desde el otro lado de la
cama. Las dos lecturas son posibles históricamente, y es probable que coexis-
tan, ya que la exhibición de sexo lésbico fue otra parte de la economía sexual
comercial heterosexista, como hemos visto en el capítulo 4128. Pero el detalle
que hay que captar es que el poema permite las dinámicas de un intercambio
entre Olympia, la jeune fille majestuosa, y la mensajera-esclava negra, mientras
que no menciona en absoluto ningún intercambio entre Olympia y un cliente,
con una criada en papel secundario. La palabra que realmente tira por tierra el
conjunto, y aun así es el centro de la estrofa, es esclava. Sí, existe la metáfora de
la “esclava del amor” y existe la posibilidad de que se trate de la ofrenda de una
Parte IV. ¿Quién es el otro? 405
amante que celebra una noche de amor añadiendo más sensaciones deliciosas.
Pero, históricamente, este eje se trunca con las palabras que siguen en la frase
gentil mensajero negro.
Los versos siguientes sirven para confirmar que lo que Astruc vio en el es-
tudio de Manet y complementó con los versos que compuso fue una imagen
orientalista. El poema entero se titula La Fille des Îles (Hija de las islas), y la
siguiente estrofa dice así:
Desde que Mina Curtiss publicó en 1966, por primera vez, un artículo
sobre las caricaturas de los cuadros de Manet, esas imágenes han servido para
indicar lo que los primeros espectadores del cuadro vieron al contemplar Olym-
pia en 1865. Este “ver” no es literal, por supuesto, pues está mediatizado por
las libertades exageradas que permite la retórica de la caricatura. Pero, de forma
parecida al discurso de quien está siendo analizado, estas imágenes se pueden
leer de forma sintomática; traicionan las áreas en las que el interés o la incomo-
didad son más intensos. Las caricaturas borran el fondo y se enfocan en el gru-
po figurativo: dos mujeres, un gato negro y flores. Debido a que las caricaturas
se conciben e imprimen en blanco y negro, lo que se pierde es, precisamente,
el color. Esto capacita a los caricaturistas para establecer abiertamente las co-
nexiones que vieron implícitas en el cuadro, incluso si, se podría discutir, en
el propio cuadro el color se usa para escapar de la oposición entre el negro y el
blanco y, de ese modo, se erosiona la metafórica del discurso africanista.
El gato y la sirvienta africana son del mismo color: negros. En La naissance
du petit ébeniste de Cham (Ilustración 9.29), la figura recostada se “ennegrece”
para representar la suciedad de sus manos y sus pies. También se imputa su-
ciedad en la imagen de Bertall. El comentario nos dice que la mujer está lista
para un baño más que necesario. La suciedad es una metáfora del sexo, y de la
inmundicia y la enfermedad asociadas al comercio sexual131. Los chistes y las
bromas visuales prostitucionalizan la imagen. Esto implica afear a la imaginaria
prostituta, ennegrecida con suciedad, degradada y clasificada con el estigma del
sexo venal. Pero, aunque esta sexualización específica de la figura recostada se
consigue “salpicándola” con negrura, se desata reveladoramente más violencia
sobre la figura de Laure. En las dos imágenes se la remodela como una “mami
negra”. Transformada en vieja y gorda, y totalmente desfeminizada, ciertamen-
te ya no es “negra pero/y hermosa”. En efecto, se la desplaza a la figura de la
vieja que tan a menudo acompaña o entrega a la joven a la prostitución en, por
ejemplo, las representaciones holandesas del siglo xvii de la actividad sexual, y
que funciona como la antítesis de lo deseable, a la vez que remarca la naturaleza
transitoria de la juventud y la belleza, y cuya otra cara es la muerte132.
En las mismas dos caricaturas, ambas de Bertall y realizadas para distintos
periódicos, se la presenta sonriendo, con los dientes blancos destellando en una
cara negra, creando una imagen de connivencia obscena que contrasta total-
mente con la mirada contenida de Laure en el cuadro original. Finalmente, el
pañuelo de la cabeza se representa con prominencia en estas conversiones del
cuadro, transformado de sutil pero significativo símbolo a detalle exagerado de
Parte IV. ¿Quién es el otro? 407
Ilustración. 9.29. Caricaturas de Olympia en el salón de 1865: Bertall, Journal Amusant, 27 de mayo de 1865; Cham, Charivari, 1865; Bertall, L’Illustration, 3 de junio de 1865
Parte IV. ¿Quién es el otro? 409
CONCLUSIONES
Este capítulo ha tratado sobre “¿qué hay en un nombre?”. Laure, Jeanne y Ber-
the relacionan este proyecto con las mujeres. Laure tiene un nombre pero no
un apellido y fue una modelo. Jeanne Duval aparece en este archivo solo como
Amante de Baudelaire, pero Berthe Morisot tiene un nombre, un apellido, una
carrera, una familia. Y, aun así, en una terrible ironía, fue su cara y su cuerpo,
accedidos a través de la clase y la raza, lo que le permitieron convertirse, en
los retratos de Manet, en el epítome expresivo de una “dama oscura del arte
moderno europeo”. Su nombre no significa negrura u oscuridad, sino un lugar
donde pudo apropiarse Manet de la blancura y la negrura fuera del discurso
africanista y donde la negrura fue asociada a la tristeza, el luto y la melancolía:
a la pérdida. Las auténticas damas oscuras eran simplemente una ausencia sub-
jetiva; un agujero tan negro como los ojos de la Jeanne de Manet.
Berthe Morisot tiene un estatus civil en la modernidad burguesa y un es-
tatus creativo en el arte que construye y afirma el yo burgués europeo. Sea en
Reposo o en El balcón, es siempre Berthe; su nombre nos enlaza con esta “perso-
na” histórica y creativa y con los significados acumulados ofrecidos tanto por
sus propios cuadros como por los que hicieron de ella Manet y otros. Vivió y
murió recordada. La fotografía con la que comencé (Ilustración 9.1) es apasio-
nante por su rareza: la imagen de una mujer profesional de mediana edad. Su
pelo blanco deja de ser usado fotográficamente para significar la dama oscu-
ra. Su postura sugiere una confortable posición sentada, no una constreñida,
forzada e ilegible, como en el cuadro de Manet de 1870, Reposo. No quiero
terminar culpando a la mujer blanca con el fin de ver a las mujeres negras de
la modernidad. Pero es inmensamente triste que no haya imágenes como esta
de Laure o de Jeanne Duval que hubieran podido permitirnos contemplar una
vida después de Manet; una vida más allá de las obras complejas, desconcertan-
tes, ambivalentes e interesantes de esos cuadros en ese momento complejo del
primer arte moderno. De Jeanne Duval, quien probablemente, cuando Manet
la “pintó”, tenía una edad parecida a la de Berthe Morisot en la fotografía, solo
tenemos leyendas misóginas o racistas, o la fantasía elegante pero también pro-
blemática de Angela Carter. De Laure no tenemos nada. De modo que, al final,
410 Diferenciando el Canon
a pesar de todos los tenues hilos que he ido tendiendo para rastrear los enlaces
que conectan a Laure, Jeanne y Berthe, nos encontramos con la oscuridad vacía
de la ausencia y el silencio en el archivo de la historia occidental moderna,
donde no hay ningún memorial. Como alternativa podemos revisar el cuadro
para el que hizo de modelo una mujer llamada Laure y asegurarnos de que “la
otra mujer” pintada en este espacio visual sea reconocida por el papel decisivo
y significativo que su imagen juega dentro de un movimiento descanonizador,
recuperada de su desconocimiento por parte del arte moderno occidental ca-
nónico. A partir de ese reconocimiento nace otro: la compleja imbricación de
raza, sexualidad, género y clase en todos los momentos históricos de la moder-
nidad y en todos sus productos culturales. Con el fin de cambiar la manera en
la que lo que ha sido una tradición selectiva premodela nuestro presente, debe-
mos desear ese conocimiento de la otra y el conocimiento que la otra tiene de
nosotras, y dejar que la diferencia reconfigure el canon que está dentro de cada
una y también en el exterior, en la institución que llamamos historias del arte.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 411
1 Spivak, Gayatri Chakravorty, “Imperialism and Sexual Difference”, Oxford Literary Review (Sexual
Difference) 8, 1-2, 1986, p. 225.
2 Bataille, M. L. y Wildenstein, G., Berthe Morisot: Catalogue des peintures, pastelles et aquarelles,
París, Éditions des Études et des Documents, 1961; Rouart, Denis, The Correspondence of Berthe
Morisot [1950], Betty W. Hubbard (trad.), Kathleen Adler y Tamar Garb (introd.), Londres, Camden
Press, 1986 [ed. org.: Correspondance de Berthe Morisot avec sa Famillle et ses Amis Manet, Puvis
de Chavannes, Degas, Monet, Renoir et Mallarme, París, Quatrre Chemins-Editart, 1950]. Stuckey,
Charles y Scott, William P., Berthe Morisot: Impressionist, Nueva York, Hudson Hills Press, 1987;
Edelstein, Teri, Perspectives on Morisot, Nueva York, Hudson Hills Press, 1990; Higgonet, Anne,
Berthe Morisot, Berkeley, University of California Press, 1990; Higgonet, Anne, Berthe Morisot
and Images of Women, Cambridge, Massachusets, Harvard University Press, 1992; Shennan,
Margaret, Berthe Morisot: The First Lady of Impressionism, Stroud, Sutton Publishing, 1996.
3 Estoy basándome en McNelly, Cleo, “Nature, Women and Claude Lévi-Strauss”, Massachusetts
Review 26, 1975, pp. 7-29.
4 Correspondence (1986), op. cit., p. 36. La referencia al cuadro como una posible escena callejera
se hace en la reseña del Salón de Jules Castagnary, en Siècle, 11 de junio de 1869, citada en
Hamilton, G. H., Manet and His Critics, Nueva York, Norton & Co., 1969, p. 138.
5 La frase la escribió el crítico Francion en 1873, citado por Cachin, Françoise, Manet 1832-1883,
París, Réunion des Musées Nationaux, 1983, p. 317.
6 Duvergier de Hauranne, Ernest, Revue des Deux Mondes, 1 de junio de 1873, citado en Hamilton,
G. H., Manet and His Critics, op. cit., p.165.
7 Farwell, Beatrice, “Manet, Morisot and Propriety”, en Perspectives on Morisot, Teri Edelstein (ed.),
Nueva York, Hudson Hills Press, 1990, pp. 45-56.
8 Hamilton, G. H., Manet and His Critics, op. cit., p. 166.
9 Farwell, Beatrice, “Manet, Morisot and Propriety”, op. cit., p. 55.
notas
10 Tabarant sugiere que la decoración es la del estudio de Berthe Morisot, y que el sofá rojo recuerda
a uno que había en el estudio del artista, descrito por Puvis de Chavannes en una carta a Berthe
Morisot (Tabarant, Achille, Manet et ses oeuvres, París, Gallimard, 1947). Véase Davidson, Bernice,
“Repose: A Portrait of Berthe Morisot by Manet”, Rhode Island School of Design Bulletin 46, 1959,
p. 7. Françoise Cachin sostiene que el cuadro fue finalizado en el estudio de Manet en la Rue Guyot
(Manet 1832-1883, op. cit., p. 317).
11 La fórmula habitual es esta: Édouard Manet es la persona histórica, pero “Manet” es el autor, cuya
identidad artística se deriva de un estudio de los textos y prácticas que constituyen un proyecto
artístico. Sobre esta revisión del debate de la “muerte del autor”, véase Nowell-Smith, Geoffrey,
“Six Authors in Pursuit of The Searchers”, en Theories of Authorship, John Caughie (ed.), Londres,
Routledge & Kegan Paul, 1981, pp. 221-225, y Pollock, Griselda, “Agency and the Avant-garde:
Studies in Authorship and History by Way of Van Gogh”, en Avant-gardes and Partisans Reviewed,
Fred Orton y Griselda Pollock (eds.), Manchester, Manchester University Press, 1996, pp. 315-342.
12 El término sobredeterminación deriva del psicoanálisis: “La formación está relacionada con una
multiplicidad de elementos subconscientes que pueden estar organizados en diferentes secuencias
significativas, cada una de las cuales posee su propia coherencia específica en un nivel de
interpretación particular”. Laplanche, J. y Pontalis, J. B., The Language of Psychoanalysis, Londres,
Karnac Books, 1973, p. 292 [ed. org.: Le Vocabulaire de la psychanalyse, París, PUF, 1967; ed. esp.:
Diccionario de Psicoanálisis, Fernando Gimeno Cervantes (trad.), Barcelona: Paidos Ibérica, 1996].
13 Bal, Mieke, “Visual Rhetoric: The Semiotics of Rape”, en Reading Rembrandt: Beyond the Word-
Image Opposition, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, p. 62.
14 Ibíd.
15 Nochlin, Linda, “The Imaginary Orient”, en The Politics of Vision, Nueva York y Londres, Harper
& Row y Thames & Hudson, 1991; Lewis, Reina, Gendering Orientalism: Race, Femininity and
Representation, Londres, Routledge, 1996; Boer, Inge, Rereading the Harem and the Despot, tesis
412 Diferenciando el Canon
doctoral, University of Rochester, 1992, y “This Is Not the Orient: Theory and Postcolonial Practice”,
en Mieke Bal e Inge Boer (eds.), The Point of Theory: Practices of Cultural Analysis, Ámsterdam,
University of Amsterdam Press, 1994, pp. 211-219.
16 Bhabha, Homi, “The Other Question: The Stereotype and Colonial Discourse”, Screen 24, 6,
1983, pp. 18-36 [ed. esp.: “La otra pregunta: el estereotipo, la discriminación y el discurso del
colonialismo”, en El lugar de la cultura, César Aira, (trad.), Buenos Aires, Manantial, 2002].
17 Cohen, William B., The French Encounter with Africans: White Responses to Blacks 1530-1880,
Bloomington, Indiana University Press, 1980.
18 Lipton, Eunice, Alias Olympia, Londres, Thames & Hudson, 1992.
19 Préfecture du Departement de la Seine, 19 aout 1839 no. 39691124, Laure (sin apellidos): “En el
año 1839, el 19 de abril, nacida en París, rue de Hanôvre, 6, Laure, sexo femenino, hija de padre y
madres desconocidos”. Bautismos de la Église Paroissiale de Saint-Roche, 1839 (3611). M. Olivier,
p. 95, núm. 277: “Laure, en el año de 1839, fue bautizada el 20 de abril, nacida la noche anterior en
la consulta del doctor Leonard Henri Gery, residente en rue d’Hanovre núm. 6. El padrino fue René
Charles Denis Gigord, rentista residente en la rue Neuve des Petits Champs, no. 82. La madrina fue
Marie Claudine Ayres, de casada Gourd, residente en rue Neuve des Petits Champs, no. 82, ambos
firman junto a nosotros.
20 Farwell, Beatrice, “Manet, Morisot and Propriety”, op. cit., p. 48.
21 Reff, Theodore, Manet: Olympia, Nueva York, Viking Press, y Harmondsworth, Alien Lane, 1976,
pp. 91-95, dedica cuatro páginas al papel de esta figura en el cuadro e identifica precedentes
pictóricos de la combinación de mujeres de diferentes culturas. Señala la tipografía racista con la
que se representan mujeres de ascendencia africana en relación con la sensualidad y la sexualidad,
y sugiere una conexión importante entre Baudelaire y su compañera vital Jeanne Duval. Retomaré
estos aspectos más adelante. Gilman, Sander, “Black Bodies, White Bodies: Toward an Iconography
of Female Sexuality in Late Nineteenth Century Art, Medicine, and Literature”, en ‘Race’, Writing and
notas
Difference, Henry Louis Gates Jnr. (ed.), Chicago, University of Chicago Press, 1989, pp. 223-261;
véase también Dawkins, Heather, Sexuality, Degas and Women’s History, tesis doctoral no publicada,
University of Leeds, 1991; Pollock, Griselda, Avant-garde Gambits: Gender and the Colour of Art
History, Londres, Thames & Hudson, 1992; y Bal, Mieke, Double Exposures, Nueva York y Londres,
Routledge, 1996. Albert Boime abre su importante obra The Art of Exclusion: Representing Blacks
in the Nineteenth Century, Londres, Thames & Hudson, 1990, con un análisis del cuadro y el
simbolismo social del color en la construcción del mismo. Leí esta breve sección después de haber
escrito este texto y me alegró descubrir en él una coincidencia en nuestras percepciones.
22 Al escribir esto estoy en deuda con la difunta Shirley Moreno, cuya investigación doctoral sobre
este tema fue tristemente truncada por su inesperado fallecimiento. Su tesis de maestría en la
universidad de Leeds fue un estudio piloto basado en el desnudo erótico en la Poesie de Tiziano:
véase The Absolute Mistress: The Historical Construction of the Erotic in Titian’s ‘Poesie’, University
of Leeds, 1980.
23 Fanon, Frantz, Black SkinsIWhite Masks [1952], Londres, Pluto Press, 1986, pp. 109-115 [ed. org.:
Peau noire, masques blancs, París, Ed. du Seuil, 1952; ed. esp.: Piel negra, máscaras blancas, Ana
Useros (trad.), Madrid, Akal, 2009].
24 Miller, Christopher, Blank Darkness: Africanist Discourse in French, Chicago, University of Chicago
Press, 1985, p. 31.
25 Desde que escribí por primera vez este capítulo en 1995, Therese Dolan ha publicado un artículo
importante sobre esta pintura: “Skirting the Issue: Manet’s Portrait of Baudelaire’s Mistress
Reclining”, Art Bulletin 79, 4, diciembre de 1997, pp. 611-629, y también propone mediante el
análisis de la crinolina la relación de cuadro con los conceptos baudelaireanos de la modernidad.
26 Estos términos se derivan del comentario de Émile Zola sobre Olympia, que se tratarán más adelante.
27 Shennan, Margaret, Berthe Morisot, op. cit., proporciona un análisis de todas las evidencias y
confirma esta hipótesis, pp. 289-291.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 413
28 Fine, Amy M., “Portraits of Berthe Morisot: Manet’s Modern Images of Melancholy”, Gazette
des Beaux Arts 110, 1987, pp. 17-20; y Genne, Beth, “Two Self Portraits by Berthe Morisot”, en
Psychoanalytical Perspectives on Art, M. Mathews-Edo (ed.), Hillsdale, N.J., 1987, 2, pp. 133-170.
29 Correspondence, 1986, op. cit., p. 131. Margaret Shennan sugiere en su biografía que debemos
asumir que una relación intensa entre los dos artistas fue imposibilitada por el hecho de que Manet
estaba casado, además de por la clase social de ella.
30 Una excepción importante es Marc de Montifaud, seudónimo de la crítica de arte más importante
de su época, Marie-Amélie Chartroule de Montifaud. Véase en Hamilton, G. H., Manet and
His Critics, op. cit., pp. 169-170 su reseña del Salón de 1863 en L’Artiste, 1 de junio de 1873;
y Dawkins, Heather, Sexuality, Degas and Women’s History, op. cit., para una destacada
interpretación feminista de esta crítica.
31 Farwell, Beatrice, “Manet, Morisot and Propriety”, op. cit., p. 45.
32 Cachin, Françoise, Manet 1832-1883, op. cit., pp. 316-317.
33 Ibíd., p. 367.
34 Berthe Morisot con un ramo de violetas, 1872, colección privada, y Berthe Morisot con abanico,
1874, Chicago Art Institute.
35 Baudelaire, Charles, “Salon de 1846”, en Curiosités esthétiques, Henri Lemaitre (ed.), París, Garnier
Frères, 1962, p. 96 [ed. esp.: Curiosidades estéticas, Lorenzo Varela (trad.), Madrid, Ediciones
Júcar, 1988].
36 Citado en Tabarant, Achille, Manet et ses oeuvres, op. cit., p. 207.
37 Quizá Manet estaba explorando aquí una pequeña competición con Degas, que en esta época
estaba realizando pinturas sobre estados de ánimo modernos como Interior (1869, Philadelphia
Museum of Art) y Enfado (1869-1871, Nueva York, Metropolitan Museum of Art). Fine desarrolla
esta interpretación del cuadro.
38 Duret, Thédore, Histoire d’Édouard Manet et son oeuvre, París, Flammarion, 1927, p. 138; citado
notas
también en Fine, Amy M., “Portraits of Berthe Morisot: Manet’s Modern Images of Melancholy”, op.
cit., p. 20.
39 Mauclair, Camille, La Vie amoureuse de Charles Baudelaire, París, Flammarion, 1927, p. 63. La leyenda
está basada en información que el fotógrafo Nadar entregó al biógrafo de Baudelaire, Jacques Crépet.
Nadar, Charles Baudelaire intime: le poête vierge, París, Blaizot, 1911. Claude Pichois ha sometido la
narración de Nadar a un proceso de verificación histórica y ha descubierto varias discrepancias.
40 Según la leyenda, ella era del Caribe; la Martinica o Santo Domingo. La investigación de Crépet
sugiere que había nacido en Francia, ya que su madre procedía aparentemente de Nantes. Por otro
lado, la Jeanne Duval cuyo nombre aparece en los registros de un hospital de la rue du Faubourg
Saint-Denis está listada como nacida en Santo Domingo. Crépet, Jacques, “Charles Baudelaire
et Jeanne Duval”, La Plume (15 de abril de 1898), 10, p. 242. Una herencia cultural mezclada de
ascendencia francesa y africana está representada en las historias literarias de principios del
siglo xx en términos de políticas raciales que he analizado anteriormente. Por ejemplo, Claude
Pichois insiste en denominar “cuarterona” a Jeanne Duval. Pichois, Claude, Baudelaire: Études et
témoignages, Neuchatel, La Baconnière, 1967.
41 Lemer o Lemaire es el apellido que consta en el certificado de defunción de su madre; véase
Crépet, Jacques, “Une femme à enterrer”, en Propos sur Baudelaire, París, Mercure de France,
1957, pp. 149-155; 1989, pp. 203-204. Murió en Belleville el 15 de noviembre de 1853, constaba
Nantes como lugar de nacimiento, a los sesenta y tres años, “viuda de ingresos privados”. Louis
Ménard había visto a Madame Lemer entre 1842 y 1846, y escribió, “negra anciana, de aspecto
respetable, pelo negro y lustroso, que intentaba en vano apartarse de las mejillas y las orejas”
Citado en Pichois, Claude, Baudelaire, traducido por Graham Robb, Londres, Hamish Hamilton,
1989, pp. 203-204. En la primera mención de Jeanne en las cartas de Baudelaire, en octubre de
1843, ella está viviendo con su madre en la Île-Saint-Louis, en la rue Femme Sans-Tete, conocida
ahora como rue Le Regrattier.
414 Diferenciando el Canon
42 Pichois, Claude, Baudelaire: Études et témoignages, op. cit. Su conclusión está basada en un
rastreo cuidadoso de los registros de obras representadas y actores listados. Sugiere que Jeanne
se llamaba en realidad Berthe y que Nadar la conoció en 1838. Berthe, una mulata, aparece
listada en el Dictionnaire des comédiens français de Lyonnet, interpretando los papeles que Nadar
indica para “Jeanne” (p. 72). Berthe también aparece listada actuando entre 1844 y 1846, los años
durante los que probablemente la conoció Baudelaire. Existe un poema de Baudelaire fechado en
este periodo titulado “Les yeux de Berthe”.
43 Crépet, Jacques, “Charles Baudelaire et Jeanne Duval”, op. cit.
44 Véase Pichois, Claude, Baudelaire: Études et témoignages, op. cit.
45 Esta es la frase usada por Zacharie Astruc para describir a la doncella que lleva las flores en
Olympia. Véase más adelante un análisis sobre la figura y el poema.
46 McCloy, Shelby T., The Negro in France, Louisville, University of Kentucky Press, 1961, también
documenta a muchos otros autores destacados de ascendencia mixta viviendo en Francia, y que
de hecho formaban un importante círculo literario.
47 Starkie, Enid, Baudelaire, Nueva York, G. P. Putnam & Sons, 1933, p. 243.
48 Citado por Starkie, ibíd., p. 344.
49 Ahearn, Edward, “Black Woman, White Poet: Exile and Exploitation in Baudelaire’s Jeanne Duval
Poems”, French Review 51, 1977, pp. 212-220.
50 Miller, Christopher, Blank Darkness: Africanist Discourse in French, op. cit., p. 69.
51 Cachin, Françoise, Manet 1832-1883, op. cit., p. 97.
52 Adhemar, Jean, “À Propos La Maitresse de Baudelaire par Manet (1862), un Problème”, Gazette des
Beaux Arts, noviembre de 1983, p. 178.
53 Carta a Baudelaire citada en Pichois, Baudelaire: Études et témoignages, op. cit., p. 230.
54 Loyrette, Henri, The Origins of Impressionism, París, Réunion des Musées Nationaux, 1994,
pp. 400-401.
notas
55 Nadar, Charles Baudelaire intime, op. cit., pp. 7-8 (traducción del autor).
56 Banville, Théodore de, Lettres chimeriques, París, Georges Charpentier, 1885, pp. 281-288.
57 McNelly, Cleo, “Nature, Women and Claude Lévi-Strauss”, op. cit., p. 10.
58 Conrad, Joseph, Heart of Darkness [1902], Harmondsworth, Penguin Books, 1983, pp. 100-101
[ed. esp.: El corazón de las tinieblas, Araceli García Ríos e Isabel Sánchez Araujo (trads.), Madrid,
Alianza Editorial, 2012].
59 Achebe, Chinua, “The Image of Africa”, Research in African Literatures 9, 1978, p. 6.
60 Citado en Mauclair, Camille, La Vie amoureuse de Charles Baudelaire, op. cit., pp. 63-64.
61 Esta cita y las del párrafo anterior pertenecen todas a Mauclair, ibíd., pp. 64-65.
62 De Reynold, Gonzague, Charles Baudelaire, París y Ginebra, Crès, 1920, p. 41.
63 Esta es otra de esas coincidencias raras pero significativas. ¿Cuán a menudo la cultura cristiana
occidental usa libelos sobre la sangre contra aquellos que aparta y degrada?
64 Reff, Theodore, Manet: Olympia, op. cit., pp. 91-92.
65 Carter, Angela, “Black Venus”, en Black Venus and Other Stories, Londres, Picador, 1985, p. 9 [ed.
esp.: Venus negra, Teresa Gottlieb (trad.), Barcelona, Minotauro, 1991].
66 Ibíd., pp. 19-20.
67 Hay varias mujeres nombradas y muchas anónimas, blancas y negras, que “desaparecen” en la
leyenda en el discurso occidental. Edmonia Lewis (1843-?), la escultora africana-ojibwe-americana,
fue una. Nadie parece saber qué fue de ella después de que Frederick Douglass la viera por última
vez, aunque una investigación reciente ha extendido el rastro hasta un libro de visitas en la embajada
estadounidense en Roma en los primeros años del siglo xx. Holland, Juanita Marie, “Mary Edmonia
Lewis: The Hierarchy of Gender and Race”, artículo en la CAA Annual Conference, Seattle, 1993.
68 Starkie, Enid, Baudelaire, op. cit., p. 346.
69 Carter, Angela, “Black Venus”, op. cit., p. 22. Aquí está quizá el retorno de los oprimidos, el atavío servil
que vuelca a Jeanne de nuevo en Laure, devolviéndole así su papel como “negra”, como esclava.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 415
70 Ibíd.
71 Ibíd.
72 Este es el cuadro al óleo (90 x 113 cm): Reposo es de 148 x 113 cm y la Joven recostada es de 94
x 113cm (quizá una pieza acompañante), y existe un pequeño estudio en acuarelas (16,7 x 23,8
cm). Hay quien conjetura que el cuadro le fue entregado de hecho a Baudelaire, quien tuvo en sus
aposentos dos obras de Manet en 1866-1867, pero que volvió a manos de Manet tras la muerte del
poeta. Nunca lo colgó en su estudio, y el cuadro fue encontrado tras la muerte de Manet en 1883 y
fue recogido junto a una serie de “estudios pintados”.
73 Tabarant, Achille, Manet et ses oeuvres, op. cit., p. 56.
74 Ibíd.
75 En la obra de Manet, las series sobre los temas de la mujer reclinándose y la mujer de blanco
incluyen: La lectura (1866-1875); El balcón (1868); Reposo (1870); Retrato de Eva Gonzalès (1870);
En el jardín (1870).
76 Starkie, Enid, Baudelaire, op. cit., p. 345.
77 Ibíd.
78 Françoise Cachin, entrada sobre La amante de Baudelaire en un diván, ítem 27 en Cachin,
Françoise, Manet 1832-1883, op. cit., p. 97.
79 Blanche, J. E., Manet, París, Rider, 1924, p. 36.
80 Fénéon, Félix, Oeuvres plus que complets, J. U. Halperin (ed.), Ginebra, 1970, vol. 1, p. 102.
81 Tabarant, Achille, Manet et ses oeuvres, op. cit., p. 79.
82 Delesalle, Simone y Valensi, Lucette, “Le Mot ‘Nègre’ dans les dictionnaires françaises de l’Ancien
Regime”, Langue Française 15, 1972, pp. 79-104; Brasseur, Paul, “Le Mot ‘nègre’ dans les
dictionnaires encyclopédiques françaises du xixe siècle”, Cultures et Developpements 8, 4, 1976,
pp. 579-594; Cohen, William B., The French Encounter with Africans, pp. 130-133.
83 El “Cantar de los cantares”, 1:5, analizado en Miller, Christopher, Blank Darkness: Africanist Discourse
notas
in French, op. cit., p. 30. Irónicamente, estaba preparando este capítulo durante la fiesta judía de
Pésaj, en la cual es tradicional leer el Cantar de los cantares, de modo que la voz de la mujer negra se
escuchaba y se malentendía de nuevo en el contexto de su poderosa presencia creativa en la liturgia
judía. El Amado dice a aquellos que no son negros: “No me miréis, pues soy negro,/el sol me ha
oscurecido”. Esta frase reitera que se asume un estado fundamental de blancura, una norma para los
seres humanos, algunos de los cuales han sido ennegrecidos por el sol. Esta antigua explicación de
la diferencia de los colores de piel ha adquirido significados más profundos. Por ejemplo, en la idea
patrística de la redención cristiana como un aclaramiento y blanqueamiento, se plantea un argumento
ambiental como justificación para una conversión necesaria, que tendrá lugar metafóricamente,
dejando sin cambios los signos físicos; es un vínculo doble. Hay varios ejemplos más de política del
color en el canon judío que también revelan el simbolismo del negro y el blanco. Por ejemplo, Moisés
contrae matrimonio con una cusita (se cree que significa etíope), lo que le reprochan Miriam y Aarón.
Miriam es castigada por cuestionar los actos de su hermano, castigo que consiste en sufrir una
especie de lepra de duración breve, lo que la deja tan blanca como la nieve (Números, 12). Aquí la
blancura tiene la connotación negativa de un estado antinatural, enfermo. (En Levítico, 13, se habla de
la lepra como una enfermedad con el síntoma de la blancura).
84 El cuadro de Edwin Long El mercado de mujeres de Babilonia (1882, Egham, Royal Holloway
College) resalta espectacularmente esta distinción, representando en un friso al fondo a mujeres
en orden descendiente de belleza, empezando por una caucásica y terminando con una mujer
africana, a la que coloca fuera del mercado como criada de las esposas en potencia.
85 En cuanto a esta yuxtaposición, estoy en deuda con Louise Parsons por su trabajo sobre las
relaciones en la representación entre mujeres negras y mujeres blancas: Revolutionary Poetics: A
Kristevan Reading of Sally Potter’s Gold Diggers, tesis doctoral, University of Leeds, 1993.
86 Fisher, Lucy (ed.), Imitation of Life: Douglas Sirk, Director, New Brunswick, Rutgers University
Press, 1991. La película está basada en la novela del mismo título de Fannie Hurst, que fue llevada
416 Diferenciando el Canon
a la pantalla por John Stahl en 1934. Fannie Hurst vivió con la novelista y guionista Zora Neale
Hurston, a la cual contrató originalmente como secretaria.
87 El trabajo de Sander Gilman sobre esta pintura revela asociaciones entre sexualidad, degeneración y
raza y sugiere que la coincidencia de la mujer negra con la mujer blanca tiene la función de conjugar
en la segunda nociones de sexualidad degenerada y excesiva (“Cuerpos negros, cuerpos blancos”).
Esta interpretación se toma ahora de formas que no consideraba el análisis de T. J. Clark sobre
las cuestiones de clase social en la pintura; véase Eisenman, S., Nineteenth Century Art: A Critical
History, Londres, Thames & Hudson, 1994. Aun así, Mieke Bal revela hasta qué punto es necesario
proyectar para ver la figura de Laure como enferma o sexualizada en el cuadro de Manet, p. 206.
88 Zola, Émile, “Une nouvelle manière en peinture: Édouard Manet”, L’Artiste: Revue du xixe siècle 1,
enero de 1867, reeditado en París, Dentu, 1867, como un panfleto para acompañar la exhibición
privada de Manet coincidiendo con la Exposición Universal de París. Reimpreso con traducción de
Gronberg, Theresa Ann, Manet: A Retrospective, Nueva York, Hugh Lauter Levin Associates, Inc.,
1988, pp. 62-96 [ed. esp.: en Escritos sobre Manet, Luis Puelles Romero (ed.), Madrid, Abada, 2010].
89 Por supuesto, esta es una afirmación anacrónica, ya que un discurso crítico denominado
formalismo no existía a mediados del siglo xix y no era posible imaginarlo en aquel momento.
La transformación que llamamos modernidad fue una política cultural que, reconfigurando las
relaciones de significante y referente bajo condiciones históricas específicas, hizo posible la
ideología del formalismo. Críticos formalistas como Roger Fry y Georges Bataille sacaron una base
para su afirmación de la indiferencia de Manet hacia el tema a partir de una malinterpretación del
caso de Zola en 1867.
90 Zola, en Gronberg, Theresa Ann, Manet: A Retrospective, op. cit., pp. 75-76.
91 Hay dos rupturas en esta extensión blanca. La sábana de la cama se levanta en la izquierda para revelar
el intenso marrón/rojo del colchón, que refleja el patrón de color del papel pintado que tiene por encima,
más allá del rostro de la mujer reclinada. A la derecha de la cama, el chal perla, con su trama colorida
notas
de diseños florales delicadamente bordados y bordes dorados, cuelga del extremo del lecho casi hasta
el final del lienzo, donde se encuentra abruptamente con una línea delgada de pintura marrón que
probablemente representa el colchón, equilibrando así la porción expuesta de la izquierda.
92 Esta interpretación se realiza explícitamente en la parodia de Cézanne Una Olympia moderna,
1873-1875, París, Musée d’Orsay, en la que la doncella negra está apartando el chal para revelar a
la mujer blanca desnuda al cliente masculino que ahora aparece incluido en el cuadro.
93 Dawkins, Heather, Sexuality, Degas and Women’s History, op. cit., p. 68.
94 Véase el capítulo anterior para otro comentario sobre este vestido. Agradezco a Crystal Hart la
conversación sobre la vestimenta de las criadas y los mercados de ropa de segunda mano.
95 El cuerpo fue comparado con un cadáver por los críticos contemporáneos; T. J. Clark cita a un
crítico llamado Ego, que escribía en Le Monde Illustré: “su cuerpo tiene el tinte lívido de un cadáver
expuesto en la morgue”, y un comentario de Victor Fornel: “[estaba expuesta] como un cadáver en
los mostradores de la morgue, esta Olympia de la Rue Mouffetard, fallecida por fiebre amarilla y ya
llegada a un estado avanzado de descomposición”. Clark, T. J., The Painting of Modern Life: Paris in
the Art of Manet and His Followers, Londres, Thames & Hudson; Nueva York, Knopf, 1984, pp. 96-97.
96 Es difícil saber cómo llamar a lo que lleva en la cabeza. Tabarant, escribiendo sobre el retrato de
Laure que no tardaré en mencionar, la describe portando un “madras”, que el Dictionnaire de la
langue française, París, Hachette, 1882 de Littré define como “una especie de pañuelo de satén y
algodón fabricado en la India y de colores vivos e intensos. Las imitaciones fabricadas en Francia
están hechas de algodón”. El origen de la palabra es la ciudad de Madrás. Otros se han referido a
ese objeto como toque, palabra francesa que denomina un tipo especial de sombrero que llevan
los jueces y los jinetes, algo a medio camino entre un casco y un sombrero ceremonial. Los análisis
más desarrollados del cobertor de la cabeza que he encontrado hasta ahora se han ocupado de la
historia de su uso y significado en las comunidades afroamericanas. Le agradezco a Helen Bradley
Griebel que haya compartido conmigo su trabajo: New Raiments of the Self: African American
Parte IV. ¿Quién es el otro? 417
Clothing in the AnteBellum South, tesis doctoral, University of Pennsylvania, 1994, Minneapolis,
Berg, 1998.
97 Clark, T. J., “Preliminaries to a Possible Treatment of Manet’s Olympia in 1865”, Screen 21, 1, 1980,
p. 33.
98 Este argumento lo mencioné por primera vez en Avant-garde Gambits: Gender and the Colour of
Art History, Londres, Thames & Hudson, 1992, pp. 21-55. El término “orientalismo” deriva de la
obra de Said, Edward, Orientalism, Londres, Routledge, 1978 [ed. esp.: Orientalismo, María Luisa
Fuentes (trad.), Barcelona, Ediciones Libertarias/Prodhufi, 1990].. El orientalismo en la pintura ha
sido el tema de varias exposiciones importantes, aunque acríticas, por ejemplo Rosenthal, Donald,
Orientalism: The Near East in French Painting 1800-1880, University of Rochester Memorial
Art Gallery, 1982, y Stevens, Mary Ann, The Orientalists: Delacroix to Matisse, Londres, Royal
Academy, 1984; Jullian, Philippe, The Orientalists: European Painters of Eastern Scenes, Oxford, H.
Harrison, D. Harrison (trads.), Oxford University Press, 1977 [ed. org.: Les Orientalistes: la vision de
l’Orient par les peintres européens au xixe siècle, Office du livre, 1977]. Para una reseña crítica de
la temática en las artes plásticas, véase Nochlin, Linda, “The Imaginary Orient”, en The Politics of
Vision, Londres, Thames & Hudson, 1991, pp. 33-59.
99 Antonin Proust escribió en su memoria de Manet: “iba casi todos los días a las Tullerías entre
las dos y las cuatro en punto, creaba estudios al aire libre, bajo los árboles, y representaba a los
niños que jugaban y los grupos de nodrizas que se recostaban en las sillas. Baudelaire era su
acompañante acostumbrado. Los paseantes observaban con curiosidad al pintor elegantemente
vestido que trabajaba en sus lienzos”. Proust, Antonin, “Édouard Manet: Souvenirs”, La Revue
Blanche, febrero-mayo de 1897, pp. 170-171.
100 Al parecer, Manet estaba explorando la idea de una pintura importante a principios de la década
de 1860, en la que aparecía un desnudo y una asistente vestida. A partir de la historia apócrifa de
Susana y los Ancianos, transformándola en el relato bíblico del descubrimiento de Moisés, preparó
notas
una pintura en la que una mujer desnuda sentada está atendida por una criada, de piel oscura,
vestida. Estudio para La ninfa sorprendida (1860/1861, Oslo, Nasjonalgalleriet). Esta mujer de piel
oscura ha sido redescubierta en un estudio con rayos X en una versión retrabajada, titulada Ninfa y
sátiro, expuesta en San Petersburgo en 1861, y conocida desde 1867 como La ninfa sorprendida
(1859-1861, Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes). Tengamos también en cuenta el
dibujo Después del baño (1860/1861, Chicago, The Art Institute of Chicago), donde la asistente
es a la vez dibujada y desfigurada por trazos toscos que la convierten en un área oscura, un marco
para el detallado y luminoso cuerpo blanco desnudo situado en el primer plano. En el esbozo de
La toilette (1861) asociado con este proyecto, la asistente de piel oscura da la espalda a la mujer
desnuda, aferrada a una tela para cubrir su cuerpo expuesto. Lo único que podemos discernir tras
la cabeza de la figura en primer plano es el nudo de la tela que cubre la cabeza de la asistente.
101 Clark, Kenneth, The Nude: A Study in Ideal Art, Londres, John Murray, 1956 [ed. esp.: El desnudo:
un estudio de la forma ideal, Francisco Torres Oliver (trad.), Madrid, Alianza Editorial, 1981];
Farwell, Beatrice, Manet and the Nude: A Study in the Iconography of the Second Empire, Nueva
York y Londres, Garland Publishers, 1981; Clark, T. J., “Preliminaries”, op. cit., pp. 38-39. La última
versión de este argumento publicado en su libro de 1984 concluye que el carácter radical de la
pintura estriba en el hecho de que la desnudez no articula una identidad de clase. El problema que
se plantea aquí es la exclusividad de las categorías y la jerarquía implícita entre la clase entendida
como el conflicto principal y el tratamiento como menos importantes de otras relaciones de
poder social como el género, la raza y la sexualidad. Yo argumentaría que no podemos minimizar
la fuerza material e ideológica de ninguna de esas formas de explotación y opresión social, y
podemos obtener una crítica efectiva solo intentando articular sus relaciones e inflexiones mutuas,
siempre complejas. La esclavitud, como han argumentado C. L. R. James y muchos otros, fue
uno de los fundamentos económicos principales del capitalismo occidental, y su abolición no fue
simplemente la victoria de la humanidad y la consciencia, sino que también dio como resultado
418 Diferenciando el Canon
allá de este, en el mundo de la realpolitik y el peligro real. La escala y la posición también desafían el
personaje estándar de las mujeres negras como criadas de las economías blancas y sus culturas, al
hacer a la mujer negra el centro figurativo e inquisidor de la escena alegórica.
108 Reff, Theodore, Manet: Olympia, op. cit.; Cachin, Françoise, Manet 1832-1883, op. cit., p. 178. La
primera referencia a Jalabert tiene lugar en Mathey, François, Olympia, París y Londres, Editions du
Chêne y M. Parrish, 1948.
109 Hay una lámina de estudios para la pintura (París, Musée du Louvre) que incluye un dibujo de
una mujer africana, con el detalle de su gesto de la mano y el pañuelo de la cabeza. Se considera
generalmente que esta figura fue dibujada basándose en una modelo de París, pues no aparece en
los estudios detallados realizados aparentemente in situ cuando Delacroix fue autorizado para visitar
los aposentos de la mujer en una residencia privada de Argel. Estos estudios incluyen los nombres
de las mujeres, transcritos por Delacroix como Mouney Ben Sultane, Beliah, Zera Tuboudje. Algunos
han sugerido que los únicos interiores a los que tuvo acceso eran judíos, y por lo tanto esas mujeres
representan a mujeres judías. Pero los nombres en los dibujos y las indumentarias sugieren que la
anécdota de su visita a los aposentos femeninos privados de una residencia musulmana en Argel es
aceptable. Las mujeres judías en los dibujos de Delacroix llevan vestidos y un tocado especial con
cuatro esquinas. Véase Johnson, Lee, The Paintings of Eugène Delacroix 1832-63, Oxford, Oxford
University Press, 1986, láminas 196-197. Charles Cournault, que proporcionó la información sobre la
visita de Delacroix, recuerda que le dijo que había mujeres y niños en aquellos aposentos. El carácter
familiar de los aposentos femeninos resulta siempre eliminado para recrear el harén como el espacio
de la sexualidad encerrada, más que como la sede de la maternidad.
110 Este detalle de identidad en Odalisca destaca por contraste con aquellos dibujos que examinan lo
que un artista europeo, Ingres, tenía para ofrecerle a Manet, donde el rostro del desnudo se deja
perturbadoramente en blanco. (Véase, por ejemplo, el Estudio para Olympia, 1862/1863, París,
Musée du Louvre, Cabinet des Dessins).
Parte IV. ¿Quién es el otro? 419
111 Françoise Cachin prefiere fechar el dibujo en la fecha escrita. Sin embargo, escribe: “El tema
romántico y oriental inspirado por Ingres y, por encima de todo, por Delacroix, es excepcional en
la obra de Manet, y aparece con un espíritu bastante diferente a aquel con el que más tarde pintó
La sultana (RW I, 175)”, Manet 1832-1883, op. cit., p. 191. Apoyo la primera parte de la frase, pero
pongo en duda lo del carácter excepcional. Sospecho que esa consideración surge del deseo de
marcar una separación entre orientalismo y arte moderno, cuando se demuestra a menudo que
ambos están endémicamente entrelazados. Una de las funciones del canon del arte moderno es
mantener esta separación históricamente falsa.
112 Zola, en Gronberg, Theresa Ann, Manet: A Retrospective, op. cit., p. 75.
113 Sobre este “efecto realidad” (Roland Barthes), véase Nochlin, Linda, “The Imaginary Orient”, op.
cit., pp. 36-41.
114 Bal, Mieke, p. 284.
115 Helen Bradley Griebel concluye su análisis sugiriendo que el pañuelo en la cabeza tiene sus raíces
en el adorno africano de la cabeza y el pelo en diversas culturas, y encuentra su material en los
inicios del comercio donde los seres humanos se intercambiaban por telas tejidas, a menudo de la
India (Madrás). Un uso impuesto es un símbolo de atadura en las Américas, y una forma funcional
de prevenir los piojos adquiere significado ideológico en la negociación afroamericana/caribeña y
la resistencia a su situación, de modo que una insignia de esclavitud puede ser también un símbolo
de continuidad con un linaje preservado. Véase Bradley Griebel, op. cit.
116 Aquí tengo un pequeño problema con la cronología, pues parece que muchos de los cuadros
obvios en los que tiene lugar esta combinación de orientalismo y esclavitud son posteriores a
Olympia (1863). Por supuesto, este tropo aparece antes y ampliamente en litografías y grabados
que circulaban por los márgenes de la cultura pública, expuesta y oficial, proporcionando espacios
intermedios entre la pornografía descarada, la erótica clandestina y el discurso público sobre
la gestión de los materiales sobre sexualidad y su representación. La investigación de Heather
notas
Dawkins sobre el contexto de esta pintura lleva a primer plano esta área de la representación
sexual. Ha descubierto que el mayor conjunto de obras que atraían la censura en la década de 1860
eran las representaciones de escenas sexuales multirraciales o las escenas íntimas entre mujeres
de distintas razas. Sugiere que esto debe hacernos cuestionar la abrumadora prostitucionalización
de la pintura en la mayoría de las interpretaciones realizadas en los últimos años. Ciertamente, es
una pintura sobre la sexualidad, pero este otro archivo al que se debe referir esta pintura indica otro
conjunto de limitaciones o transgresiones potenciales que entrañaba el proyecto de Manet. No la
frontera entre lo alto y lo bajo, la circulación pública y privada de las escenas sexuales, sino entre
lo lícito y lo ilícito, lo aceptable y lo obsceno, entre las sexualidades masculina y femenina que se
representan mediante el tropo del color.
117 Agradezco a la profesora Joanne Eichler sus conversaciones sobre el comercio de tejidos en la
vestimenta africana.
118 Marandel, J. Patrice, Frédéric Bazille and Early Impressionism, Chicago, The Art Institute, 1978, p. 112.
119 Esta cuestión se convirtió en una serie de tiras cómicas feministas dibujadas por Jackie Fleming
en 1978. La joven de la serie ve primero un anuncio de maquillaje y se rehace la cara; luego ve un
anuncio de moda y se viste por completo “a la última”; a continuación visita una galería de arte y
sigue el ejemplo de los cuadros: se desnuda y se recuesta en una pose estética, solo para verse
detenida y sacada del lugar por dos corpulentos policías. La serie de dibujos se presentó en lugar
de un ensayo en el primer curso de lectura feminista que impartí en la Universidad de Leeds.
120 El mercado de esclavos era un tema popular con Gérôme, que pintaba justo escenas así; véase
Ackerman, Gerald M., The Life and Work of Jean-Léon Gérôme, Londres, Sotheby’s Publications,
1986, pp. 79, 162, 217, 222, 328.
121 Sobre este gesto, véase Salomon, Nanette, “The Venus Pudica: Uncovering Art History’s ‘Hidden
Agendas’ and Pernicious Pedigrees”, en Generations and Geographies in the Visual Arts: Feminist
Readings, Griselda Pollock (ed.), Londres, Routledge, 1996, pp. 69-87.
420 Diferenciando el Canon
122 Se ha argumentado que los pechos desnudos simbolizan la Libertad y que la extensa longitud del
material muestra que el sujeto no puede ser una esclava. Nabakowski, Gislind, et al., Frauen in der
Kunst, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1980, 1, p. 283.
123 McCloy, Shelby T., The Negro in France, op. cit.
124 Gilman, Sander, “Black Bodies, White Bodies”, op. cit.
125 Cuvier, Georges, “Extraits d’observations faites sur le cadavre d’une femme connue à Paris et
à Londres sous le nom de Vénus Hottentote”, Mémoires du Musée d’Histoire Naturelle, vol. 3,
1817, pp. 259-74, reimpreso con láminas en 1824. Sander lista seis publicaciones de autopsias
de mujeres africanas que detallaban y a menudo ilustraban los genitales. Dos de ellas fueron
publicadas en 1867 y 1869.
126 He elegido no ilustrar esta famosa imagen, en un intento de no replicar lo expuesta que está. Para
ilustraciones y otros documentos, véase Edwards, Paul y Walvin, James, Black Personalities in the
Era of the Slave Trade, Londres, Macmillan, 1983.
127 Farwell, Beatrice, Manet and the Nude, op. cit., señala el importante detalle de que el desnudo
recostado es tradicionalmente una durmiente, y que parte de la innovación de Manet es
precisamente despertarla y presentarla bien alerta, confundiendo la carga tradicional de esta
imaginería: la fantasía de la contemplación voyeurista de una desnudez inconsciente. De
aquí la evidente alarma de Kenneth Clark sobre la unión de una consciencia tan asertiva a un
cuerpo desnudo que puede satisfacer efectivamente su tarea visual solo si la consciencia está
temporalmente ausente.
128 Heather Dawkins no solo afirmó esto a través de su investigación en los archivos de imágenes
censuradas en la década de 1860, que mostraban escenas interraciales entre dos mujeres;
también, en respuesta competitiva a esta pintura, se cree que Courbet pintó El sueño (1866,
París, Musée du Petit Palais), una escena lésbica que devuelve a las mujeres al sueño. La obra fue
encargada por Khalil Bey.
notas
129 Según Littré, sultana ya era un sinónimo de prostituta. Manet “pintó una obra con el título de La
sultana (1871, Zúrich, E. G. Bührle Collection), de la cual Charles Moffett sugiere que se puede
interpretar como una prostituta disfrazada. El vestido transparente expone su desnudez, aunque el
artista parece haber intentado inventar las señales de la diferencia étnica en sus rasgos, de modo
que correspondan al diván y el narguilé del primer plano. The Passionate Eye: Impressionist and
Other Master Paintings from the E. C. Bührle Collection, Zúrich, Artemis Verlag, 1990, núm. 23.
130 Amedée Cantaloube en Le Journal Amusant escribió: “una especie de gorila hembra, una figura
grotesca envuelta en caucho y rodeada de simios negros en una cama”, y probablemente el mismo
escritor, ahora con el nombre de Pierrot, escribió sobre una mujer en una cama, “una especie de mona
burlándose de la pose de la Venus de Tiziano”. Citado en Clark, T.J., “Preliminaries”, op. cit., p. 26.
131 Véase Corbin, Alain, “Commercial Sexuality in Nineteenth Century France: A System of Images and
Regulations”, Representations 14, primavera de 1986, pp. 209-219.
132 Artemisia Gentileschi y su representación de Judit con su criada Abra como una mujer joven marca
una resistencia temprana a este otro tropo de la joven belleza y el horror envejecido como las dos
caras de la feminidad.
Parte IV. ¿Quién es el otro? 421
Julie Manet, 1894 (hija de Berthe Morisot), fotografía. París, colección privada
422 Diferenciando el Canon
EPÍLOGO
Abel, Elizabeth, Virginia Woolf and the Fictions of Psychoanalysis, Chicago, University of Chicago Press, 1989.
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Índice analítico 435
75, 114, 404, 406; ideas de Kristeva 71- del cuerpo femenino 209; crítica 37,
2; cartografiado para la sexualidad 94-5; 39-43; deconstrucción 63, 72-3, 243-4;
materno y no materno 74-5, 79, 139; diferenciación 26, 37-8, 42-3, 46, 67, 75-
representaciones de mujeres por Cassatt 6, 105-7, 236-7, 244-5, 263, 281, 349,
308-12; representaciones de mujeres por 407-9; estructura discursiva 26, 43, 63, 81,
Gentileschi 28, 210, 215; papel en la pintura 246; desdén por los naturalistas del Salón
barroca 204; importancia de las regiones 96; exclusión de grupos sociales, clases
inferiores y superiores 101-2; y subjetividad y razas 36-7, 44, 244-5; exclusión de las
72, 216; Toulouse Lautrec y sus bailarinas artistas 37-8, 43-4, 52-6, 59-60, 106-7,
114, 125; de la campesina de Van Gogh 89- 193, 227; exclusividad 25, 37, 39, 46, 245;
91; de la mujer de clase trabajadora 88-9, 94, crítica feminista 25-6, 37-47, 52-55, 59-
101, 103, 114, 117-8, 308-9, 312, 327 63, 66-7, 149, 193, 227, 246, 337, 343; y
Bonheur, Rosa: La feria de caballos 77n cartografía geo-étnica 245; y hegemonía
burguesía: el cuerpo como metáfora social 93, 44-6; importancia de Manet 343, 345-6, 407;
298, 308-12; en la obra de Cassatt 284, 293, marginación de las artistas 60-2, 169, 252-3,
303, 307, 309, 327, 329; cuerpo femenino 88, 263; estructura y mitologías masculinas 26,
300-1, 309; fantasías masculinas 88-9, 93- 38, 43, 48, 52, 60, 63, 79; del arte moderno
5, 141-2, 348, 393; y modernidad 252, 340, 37, 75, 245, 262, 345, 409-10; estructura
409; figura de la madre 101-2, 116-7, 293; narcisista 26, 52; origen y uso del término 34,
y sexualidad 96, 100, 102, 117, 124, 140-1, 48; relectura 39, 42, 73, 386; venganza contra
307; en los cuadros de Tissot 248-50 245, 264; selectividad 37-9, 47, 60, 244, 264;
Boyce, Sonia 247; Hablan las mayores 287, 289 y diferencia sexual 26, 43-4, 54, 63; y tradición
Boyle, Kay 255 44-8; dominación blanca 37-9, 45, 55, 265
Braque, Georges 255 Caravaggio, Michelangelo Merisi da 81, 160; Judit
Bracquemond, Marie 252 decapitando a Holofernes 181-184; estilo de
Breeskin, Adelyn: catálogo de Cassatt 313 pintura 159-60, 228, 235
Breton, Jules 96, 101, 107, 109n; El ocaso 97-8; Carriera, Rosalba: El hombre de gris 77n
La espigadora 92; La cosecha de semillas de Carter, Angela: Venus negra y Jeanne Duval 365-
amapola 84; La cosecha de la patata 98; La 6, 409-10
retirada de las espigadoras 84-5 Carter, Elizabeth: en Las nueve musas de Samuel 53
Breuer, Josef: tratamiento de la histeria 166 Cassatt, Katherine Kelso 318-23; cuadros de su
Gran Bretaña: esclavitud y relaciones de clase 387 hija Mary 319-322
Bronfen, Elisabeth: Over Her Dead Body 223, 225 Cassatt, Mary: 29, 43, 60, 64, 255, 266, 281,
Brontë, Charlotte: como artista y erudita 197;y Lucy 325, 346; comparación con Degas 327-9;
Snowe de Villette 196, 199-200, 213, 226-7, exposición en la galería de Durand-Ruel
236, 243; como huérfana de madre 226 (1891) 283, 297; feminidad en su obra 281,
Broun, Elizabeth 60 301-2, 304-29; como feminista 284, 326-
Bruselas: exhibiciones del Salón 197, 201 7, 329; importancia para el arte moderno
Bryher 255 325-7; exposición en la Galería Knoedler
Buisson, Jules 363 28, 324-29; y lo maternal 75, 290, 316-22,
329; modernidad 252-3, 281, 303-4, 318,
Cachin, Françoise 351-2, 357, 369-70, 389 327; como pintora de madres e hijos 284-5,
Caillebotte, Gustave 302 287, 289-94, 303-4, 318-19, 323-4, 329;
Campion, Jane: El piano (film) 365 fotografía 282; relación con la madre 318-23;
canon, canonicidad 35-6, 44; adición de representaciones del mundo burgués 284,
mujeres 26-7, 39-40, 43, 60-1, 63, 73, 149, 293, 301, 303-9, 312, 329; representaciones
153-4, 158-9; de textos bíblicos 48, 376; de mujeres trabajadoras 307, 329; aspectos
construcciones por parte de la historia técnicos de su obra 283, 285-6, 287-90, 293,
del arte 33, 35-6, 106-7, 264-5, 345, 296-7, 303-4, 318, 326-7; obras: Peinarse
350; convenciones de la representación 308; Grupo familiar 319; La prueba 306-7,
438 Diferenciando el Canon
309; En el palco 254; En el ómnibus 303-5; canon 60-61; prejuicios de Degas 307-8; y
Dama tomando el té 329; La carta 297, 299, sexualidad 102-3, 142, 306, 351-2, 354-5;
302; Louisine Havemeyer y su hija Electra Toulouse-Lautrec 137, 142; y cuerpos de
287, 290-1, 323; La caricia maternal 314, mujeres en el siglo xix 88, 93-4, 101-4, 114-
317; Mujer moderna (mural) 316; El beso 15, 118
de la madre 313-4; Retrato de Katherine Claudel, Camille 151
Kelso Cassatt 321; Leyendo Le Figaro 319, Cleopatra: historia 200, 219; imágenes y mitos
321; Mujer a una mesa de café 114; Mujer 170, 197-8, 211, 214-20, 228-9, 235,
lavándose 308, 311; Mujer e hija 329; Joven 243, 264-5; retrato en Villette 197-201; en
madre cosiendo 285, 287-90, 328-9 Shakespeare 184
castración: complejo 72, 103, 121-3, 129; Cleopatra (cuadros de Gentileschi) 27, 204-15,
y deficiencia en el cuerpo 127, 138-9; 217, 220-5, 228-29, 236-7, 334n
representación como simbólica 166-7; y Guerra Fría: historia del arte 245
sacrificio 273; amenaza de la madre/mujer Colette 255
155, 186, 216, 301-2; de la mujer 134, 216 colectividad: y feminidad 70; y feminismo 27-8,
cerámica: arte 61 63, 75, 145, 274-6
Ceres: imagen simbólica 98 colonialismo: y representaciones artísticas
Cham: caricaturas de cuadros de Manet 351-2, 255; borrado de la subjetividad femenina
406, 408 negra 377-8; explotación de África 245-6,
castidad 98, 170, 197,235 264-6, 346-7, 374-5, 385-6, 395, 400-2 ;
Chéret, Jules 120 y orientalismo 345-6, 385, 394-5; racismo
Cherry, Deborah 242 348-9, 385-6; papel de las mujeres negras
Chicago, Judy: The Dinner Party 78n, 382 258-62; y selectividad de los cánones 245;
niño/niña: efecto de la cultura 104, 115-6, 156, español 396
301-2; experiencia de la pérdida 268, 315-6; colonización 39, 374, 386, 394
experiencia de la sexualidad y la diferencia color: en los pasteles de Cassatt 283, 297; en los
70-1, 95, 104, 114-6, 118; y la familia 104, cuadros de Himid 251-2, 255, 262
114-6, 118; y lo maternal/la madre 67-8, 72, Conrad, Joseph: El corazón de las tinieblas 363
93, 101-5, 117-8, 122, 139-40, 156, 217-18, Courbet, Gustave 325; El taller 355, 358; El sueño
290, 295, 303, 318 141, 262, 420n; Los picapedreros 307
Chocolat 135-7 Cournault, Charles 109n
Choubac, Alfred: imagen de portada para Fin de Cowie, Elizabeth 188n
Siècle 134 alianza creativa/pacto creativo 29, 42-5, 236-7,
cristianismo: imágenes de la madre y el niño 315; 274-5
escisión de la feminidad 339; teología de la creatividad: negación canónica de las mujeres
oscuridad/negrura y la luz/blancura 349, 374-6 193; correlación con sexualidad 73; y
cine: representaciones de la pérdida maternal 219 lo femenino 229; mitos masculinos 38,
Cixous, Hélène 151, 185-6, 238n 79; asesinada en las mujeres 194, 227,
Clark, Kenneth 36, 212, 386 236-7; como liberación del trauma 267;
Clark, T. J. 277n, 283, 307, 309, 383, 386-7 identificación de la masculinidad blanca con
relaciones de clase: en la obra de Cassatt 28- ella 43-4, 74-5
9, 306-12, 329; conflicto y sexualidad en criollo: nociones 361-2
Germinal 99; diferencia y lo feminino 301-2, travestismo: Toulouse-Lautrec 119
329, 394-5; divisiones dentro del colectivo cubismo 255
de las mujeres 75, 144-5, 153, 301-2; e análisis cultural: feminista 26, 75-6, 144-5, 152-3;
intercambio entre artista y modelo 88, 102, empleo del psicoanálisis 93, 156, 215-8
309, 312; análisis feminista 281; y formación estudios culturales 40-1, 47
de la masculinidad 104-5, 141-2; jerarquías cultura: y desarrollo de la infancia 104-5, 116,
144-5; en los cuadros de Manet 75, 309, 312, 156, 301-2; y naturaleza 165; como ámbito
345-6; y orientalismo 394-5; y poder en el del Padre y el Héroe 62; guerras 26, 37, 43,
Índice analítico 439
59; identificación de la masculinidad blanca representaciones visuales 26, 79, 93, 107,
con ella 43 160, 162, 170-1, 228, 318, 323, 386
Curtiss, Mina 405 Désossé, Valentin le 125, 132
Diana (diosa de la luna) 172
Dagnan-Bouveret, Jules 109n diferencia: absoluta 27, 63, 105-6, 125; análisis de
bailarinas: en la obra de Degas 319, 323-4, 326-7; estructuras 42-3, 55; coexistencia of 45-6; y
y Toulouse-Lautrec 114-5, 118, 123-7, 137- différance 69-72; y divisiones en el colectivo
9, 141-2 de las mujeres 27-8, 264-5, 302; y feminidad
dama oscura: en los cuadros de Manet 347-50, 25, 67, 226, 276, 193-4, 302, 329, 345; y
358, 369-70; Morisot como 337-9, 348, 352- fetichismo 386; organizadora de segregación
3, 409-10; tropo 347, 357, 362, 364 y división 45-6; ideologías falocéntricas
Dawkins, Heather 418n, 420n 27, 65-7, 104; papel en el feminismo 26-7,
De Kooning, Willem véase Kooning, Willem de 42-3, 68, 227, 272-3, 275-6, 302; en obras
De Lauretis, Teresa véase Lauretis, Teresa de muerte de Cassatt y Manet 281; véase también
211-12, 215, 223-5; véase también duelo diferencia sexual
Debat-Ponson, Édouard Bernard: El masaje 396 discapacidad 144-5; Toulouse-Lautrec 137-8
deconstrucción: de actitudes de la historia del Dolan, Therese 412n
arte 54-5, 144-5; del canon 63, 73, 243; de La Dolce Vita (Fellini) 151
la categoría “mujeres” 159-60; diferencia Doolittle, Hilda (H. D.) 255
entre “ser mujer” y “devenir en lo femenino” Douard, Cécile 96
72; del mito del “gran hombre” 54-5; de la Los hundidos y los salvados (Levi) 270
jerarquía de género 60-1; lacaniana 124; Duez, Ernest-Ange: Esplendor 89
de oposiciones y pares binarios 42; del Dumas, Alexandre 355
falocentrismo 67 Duncan, Carol 108n, 277n
Degas, Edgar 65, 75, 81, 309, 412n; comparación Duret, Theodore 354
con Cassatt 326-9; aspectos formales arte holandés: siglo xvii 325, 406
y técnicos 324; exposición en la Galería Duval, Jeanne: modelo de dibujos de Baudelaire
Knoedler 27, 284-7, 307-8, 324-9; misoginia 358-65; en El taller de Courbet 355, 359;
27; modernidad 327; representaciones de como figura demonizada y odiada 350-1,
mujeres 27, 212, 317, 319, 324; obras: Las 366, 373, 409-10; descripciones 358-73;
pequeñas sombreras 307-8; Retrato de la discurso en Black Venus de Carter 365-6;
familia Belleli 293; Retrato de Giovanna y como ficción 356-7; hibridación 350-1,
Giulia Belleli 293 361-2, 374; ideas sobre su “negritud” 344,
Delacroix, Eugène 345, 392-5; Odalisca 389; 348; relación con Baudelaire 346-7, 354-6,
Mujeres de Argel 389-93 367, 373, 408; en cuadros de Manet xvi, 28,
Delance-Feugard, Julie 303 343-52, 356-7, 367-74; vínculos con Laure
Dalila: y Sansón 88-9 y Berthe 28, 345, 350-1, 357; huellas de su
Demont-Breton, Virginie 304 historia 355
Denvir, Bernard 119
Derrida, Jacques: sobre la différance 68-9 l’écriture feminine 298, 301
deseo: femenino 26, 54-5, 67, 83, 205, 260, 262, Eglantine, Mademoiselle: compañía de baile 125-
292, 301, 323, 358, 386; feminista 75, 106-7, 7, 135
152-3, 156, 177, 213-14, 236-7, 275, 358, Egley, William Maw 303
409; y escritura feminista de la historia 28, cultura egipcia: apropiación para las teorías
43, 53-4, 76, 107, 180, 194-5, 243-4, 386- modernas 217-8; y Cleopatra 199-200, 216-
7, 409-10; en la formación de los cánones 19, 243-4; y pintura de Himid 247; imágenes
42-3, 73, 209-10; lésbico 141-2; masculino de Isis 217-8
55, 83, 103, 144-5, 160, 162; y lo maternal Eichler, Joanne 419n
100, 315, 318; del lector o el espectador Ellis, John 123
180, 408; y autorreflexividad 73-4, 76; y aguja: artes 61
440 Diferenciando el Canon
interpretaciones de mitos 199-200, 236-7; y Gallop, Jane: sobre “La carta de amor” de Leclerc
represión de feminidades negras 28; papel de 296-302, 312
la diferencia 27-8, 42, 68, 230, 272-3, 277-8, Gambart, Ernest 77n
301-2; buscando historias de mujeres 170; Garb, Tamar 148n
y autorreflexividad 27, 156, 271, 281, 340; Garber, Marjorie 260
escisión del sujeto 105-6 Garrard, Mary 31; sobre Gentileschi 162-5, 170,
estudios feministas: e historia del arte 47, 272 184, 204-20
feministas: como historiadoras del arte 46-8, 63- Gates, Henry Louis Jnr. 36-8
4, 74-5, 120-1, 155-7, 186-7, 199-200, 342- mirada: del artista 319-22, 402; y explotación de
3, 407; competición con el falocentrismo Saartje Baartman 402; generizada 119-121;
67, 71-3, 103-4, 153-5, 272-3, 297, 365-6; importancia en el arte 302, 340, 343
valorización de las mujeres artistas que Geefs, Fanny: La Vie d’une Femme 201
trabajan con tejidos 63-5 Geffroy, Gustave 131
Fénéon, Félix 369 género: y diferencia absoluta 27, 63, 155; e
fetichismo: y diferencia 386-7; del cuerpo historia del arte 47-8, 62, 163; y el canon 26-
femenino 216-7; lecturas feministas 121-2; 7, 61, 63, 246, 409-10; jerarquías 60-4, 247,
ideas de Freud 121-7; en lo masculino 72-3, 348, 355; y modernidad 139-40, 409-10; y
121, 321-3; y pornografía 134-6; color de piel orientalismo 199-200, 394-5; en la cultura
134-9, 386-7; Toulouse-Lautrec 122-145; y patriarcal 192-3, 355; poder desplegado
representaciones visuales 112, 322-3 en la representación de mujeres 88, 102;
Fin de Siècle (revista): imagen de portada de prejuicios de Degas 308; y diferencia sexual
Choubac censurada 134 62-3, 67-9, 105-6, 155, 262; y sexualidad en
Firing the Canon (plataforma de Nueva York) 38 la Roma de Gentileschi 165-9, 258
Fisher, Jean 245-6 genealogía: y mujeres negras 258; en la historia
Flanner, Janet 255 del arte canónica 264-5; feminista 149, 227;
Flaubert, Gustave: biografía de Sartre 164 maternal 39, 195, 226, 319; patrilineal 38;
Fleming, Jackie 419n pictórica 389
Foley, Margaret 265 Génova: en el siglo xvii 205, 215
Foucault, Michel 66, 96, 116-7, 125 Gentile, Pietro 205, 229
Francia: jerarquías de sexo y género 347; ideología Gentileschi, Artemisia 159-60; mala comprensión
de la maternidad 303; esclavitud y relaciones por parte de la historia del arte 164; duelo
de clase 386-7 220-3; y Caravaggio 181-4; significados
Frédéric, Léon 96 masculinos y femeninos rivales en su obra
Freud, Jacob 102 213-4; representación de heroínas 163-9,
Freud, Sigmund 293-4; sobre estética 48- 175, 215; excluida por el canon 60, 64, 148,
52, 55, 152-3; caso del “Hombre de los 264-5; análisis feminista 26-7, 150-51,
Lobos” 101-2; sobre la degradación en 186-7; Garrard sobre ella 162-5, 170, 184,
el amor 95-6; sobre fetichismo 121-7; 204-20; pérdida de la madre 75, 220, 224;
sobre heterosexualidad 143-4; ideas suyas en la cultura patriarcal 169-70, 226, 236-7;
aplicadas al feminismo 52, 54, 79, 215; violación 151, 162-9, 220, 228, 235; relación
estudio de Kofman 48-52; sobre el amor 88- con el padre 185, 220; y juicio de Tassi 163-
9; sobre la impotencia masculina 115-8, 139- 9, 228, 235; violencia en sus obras 152,
40, 144-5; sobre Marx 47; sesgo masculino 168-70; cuadros de Cleopatra 27, 204-37,
de sus ideas 52, 54, 124-5; sobre el duelo 334-5n; Judit decapitando a Holofernes 27,
242, 267; noción de productor 213-14; sobre 150, 163, 175-87, 420n; Lucrecia 27, 205,
el complejo de Edipo 54-5, 127, 144-5, 316; 229-37; Susana y los viejos 27, 151, 159-63,
teorías de la subjetividad 64, 155, 220, 222; 170-5, 180-1
sobre lo inconsciente 66, 156; trabajo sobre Gentileschi, Orazio 159-65; Judit 183-4
la histeria 166-7, 298-301 Gérôme, Jean-Léon 340, 384; El baño moruno 399
Gabhart, Ann 60 Gilman, Sander 384, 400
442 Diferenciando el Canon
Giorgione (del Castelfranco): Venus dormida 205-7 Himid, Lubaina: 27, 31, 63, 267; y estética de
Gogh, Theodorus van 102 la resistencia 247-8; y cultura e historia
Gogh, Vincent van 64; lectura feminista 79, 83; africanas 242, 253, 255, 264-5; y el canon
y figura de la madre 75, 101-2; cartas 87, 63, 245, 264-7; arte moderno y modernidad
108n; obra 90, 93, 107; adquisición de 244, 248, 253, 255-8, 264, 275; fotografía
modelos 87-8; lectura de Germinal 99- 241; como pintoria de historia feminista
101; representaciones de la vida rural y las poscolonial 27, 149, 242-8, 258, 264-6,
mujeres campesinas 83, 102, 105-6; como 270; referencias en sus cuadros 250-1, 264,
un intruso sufriente 81, 107, 139-40; Mujer 393-4, 417-8n; representaciones de mujeres
campesina encorvada, vista desde atrás 80- negras 244, 252-3, 259, 264; proyecto
106; Los comedores de patatas 83 Venganza 75-6, 242-53, 265-6, 269-70,
Gombrich, Ernst: Historia del arte 38 273-6; obras: Acto primero sin mapas 1251-
Gonzales, Eva 252 2, 254; Entre las dos se equilibra mi corazón
La Goulue véase Weber, Louise 248-50; Cinco 253, 256, 258-9, 262
Goya, Francisco de Goya y Lucientes 339-40, 385; materialismo histórico 216
Maja desnuda 389; estilo en Manet 370 historia: Himid y narrativas diferenciadoras 243,
diseño gráfico: primer arte moderno 93, 119, 131, 264-70; y mito 43; eclipse postmoderno
136-8 246-8; y subjetividad 247, 259; concepción
Griebel, Helen Bradley 416n tradicional 63
Grosz, Elizabeth 158 pintura histórica: barroca 27, 152-3, 168-76, 197,
Guiard, Adelaide Labille: Autorretrato con dos 199-200, 203-4, 227-8, 275-6; nueva forma
alumnas 58 en Venganza de Himid 246, 265-6, 274-6;
Guilbert, Yvette: autobiografía Chanson de ma Vie feminista postcolonial 27, 149, 264-5; y
129-32; dibujos por Toulouse Lautrec 128- cuadros 242-3
32; guantes 129-32; fotografía 128-32 escritura de la historia: y feminismo 28, 43, 52, 76,
Habermas, Jürgen 247 107, 180, 194-6, 243, 327
Hals, Frans 36 Hockney, David 253
Hamer, Mary 199, 216-8 Hodgkins, Frances 253
Harrison, Charles 144 Hollywood: imagen de Cleopatra 217
Havemeyer, Henry Osborne 284 Holocausto 270
Havemeyer, Louisine Elder: como coleccionista homosexualidad 55, 81, 118, 298
de arte 284-6, 323-7; cuadro de Cassatt con Hooch, Pieter de 285
su hija 286, 290-2, 323; fotografía 285; como “Venus hotentote” 402
sufragista 284-6 humanidades: necesidad de reformar los
Escrituras hebreas: canonización 35 currículos 37
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich 260 histeria: lectura feminista 27, 345, 349, 384; trabajo
hegemonía 44-8, 247-8, 281 de Freud 166-7, 298, 300; tratamiento de
Heidegger, Martin 251 pacientes a finales del siglo xix 164-6
helenismo: metafísica de la oscuridad y la luz 349; identificación imaginaria: cuadros de mujeres
escultura; Ariadna dormida 208 pintados por Gentileschi 27, 214-5
Herbert, Robert 109n Imitación a la vida (film) 377
héroes: y el canon 42, 52, 55, 107; y el Padre 49- inmigración: crisis europea 270-1
54; susceptibilidad de las feministas 42, 54, impotencia: estudio de Freud 115-7, 139-43
186-7; mitología 26, 61-2 impresionistas 252, 284
heroínas: artistas 204-5; feministas 42, 149; cuadros incesto: tabú 71, 116-7
de Gentileschi 160, 162, 169-71, 214-5 India: estallidos de violencia 272
heterosexualidad: y opuestos binarios 27, 259-62; Ingres, Jean-Dominique: referencias de Manet a
dominación en el arte 45, 211, 385; ideas de 391-2; Odalisca con esclava 389
Freud 143-4; masculinidad 81-3, 116-7, 145, inscripciones de lo femenino: buscando 27, 55,
385, 394-5; de Parole de Femme 298 72-4, 155-6, 175, 205, 227-9, 236-7, 298
Índice analítico 443
literatura: estadounidense 38; cánones 36-38; 346-7, 353-5, 358; relación con Morisot 339,
y feminismo 201, 234; y pérdida maternal 341; representaciones de Berthe, Jeanne,
264-265 Laure 28, 337-58, 366-74, 384-5, 396, 402-3,
Londres: exposición de O’Keeffe en la Hayward 409-10; uso del negro y el blanco 205, 255;
Gallery 263; exposición del proyecto obras: El balcón 339, 341, 409; La amante de
Venganza en el Royal Festival Hall 263; visita Baudelaire en un divan 340, 342-343, 350,
de Gentileschi 156 354, 371-372; Berthe Morisot con sombrero,
Long, Edwin: El mercado de mujeres de Babilonia de luto 352-353; Niños en el Jardín de las
415n Tullerías 376-375; Almuerzo sobre la hierba
pérdida: y fantasías 96; de la madre 29, 39, 55, 340, 366, 371, 398; Música en las Tullerías
67, 75, 90, 100, 219, 315; y duelo 299, 405; y 385; Odalisca 340, 359; Olympia 28, 252,
relato personal 29, 298, 301; en el sujeto 72, 303-304, 340, 343, 346, 348-350, 354-357,
121, 156, 214 359, 364-368, 371, 376-377, 379, 383, 388-
amor: y degradación 132, 140, 145, 373; Eros y 389, 395-396, 402; Retrato de Laure 375;
Tánatos 54; fantasías de la mujer nutriente Reposo 337, 339, 343, 350-355, 363, 369,
106; ideas de Freud 95, 101; lésbico 332, 370, 373, 405, 409; La sultana 340, 344;
405; sagrado y profano 116 Mujer tendida con vestido español 340, 344,
Loy, Mina 255 371-372; Zola sobre él 376, 379
Loyrette, Henri 357 Manet, Julie: fotografías 421-422
Lucrecia: imágenes y mitos 159-161, 170, 205, Marx, Karl 47, 143, 401; El 18 de Brumario de Luis
229; cuadros de A. Gentileschi 28, 230, 245, Bonaparte 164
280; cuadros de Rembrandt 36, 233-236, 385 teorías marxistas: hegemonía 45; ideología 38
mentir: las mujeres y el vacío 225-226, 228 María Magdalena 339
masculinidad: sesgo de Freud 157; deseo 53,
Macaulay, Catherine: en Las nueve musas de 84, 98, 102, 239; denegación de la falta
Samuel 53 115, 121, 32; fantasías 95, 100, 107,
Mackart, Hans: La muerte de Cleopatra 198 339, 398;crítica feminista 27, 62, 64-66;
McNelly, Cleo 362 y fetichismo 68, 98, 324; en los cuadros
Madonna: imágenes 75, 222, 315, 317 de Gentileschi 159, 164-165, 169; y
doncella: en Cassatt 347-347; figura 210, 380; heterosexualidad 81-83, 98, 134, 157,
Laure 29, 390, 398; en Vermeer 285, 298, 387; ideas sobre las mujeres trabajadoras
300-301, 304, 307; véase también niñera; 340; del arte moderno 69-70, 79, 81-83,
sirvienta 253, 360; narcisismo 122, 360; y negación
Mainardi, Patricia 61 de la feminidad 27, 37, 43, 51, 58, 62, 64,
Mainz, Valerie 239n 79; poder y la violación de mujeres 230;
Hombre: como signo/significante 60, 68, 69; y estructura y mitologías del canon 27, 38, 42,
relato del Arte 60 51, 59, 62, 64, 79
Manchester: exposición vista por Charlotte Brontë máscara: a principios del siglo xvii 246-248
199 mascarada: de la feminidad descorporeizada 90,
Manet, Édouard 36, 281, 337; en el canon 67, 340-345; en la pintura de Himid 252; de la
346, 378, 401; relaciones de clase en su obra pintura orientalista 398; como camuflaje en
70, 313, 346; desplazamiento del marco las convenciones 195; y Toulouse Lautrec 140,
orientalista/africano 360-369, 374-376, 378- 148-151; y mujeres de clase trabajadora 130
381; la feminidad en su obra 70, 240, 250, materialismo: negación del vacío 203
260, 320, 360; aspectos formales y técnicos lo maternal: ambivalencia del cuerpo 70, 79, 99,
355, 360-364, 379, 391-394; vínculos con la 121; en la obra de Cassatt 70, 239, 301, 304,
obra de Delacroix 285; modernidad 102, 120, 339, 340-341; y la infancia 67, 101-102,
131, 139, 143-144, 216, 243, 245-250, 255, 300, 317, 320; degradación de 102-103,
402; raza y diferencia en su obra 70, 345, 349, 105, 320; desplazamiento en las imágenes
402; relación con e influencia de Baudelaire artísticas 70, 101; fantasía y pérdida de
Índice analítico 445
en las formaciones culturales 70, 89, 230; esclavitud 398; teorías de Baudelaire 344,
análisis feministas 153-155; genealogía 38, 349, 354; y mujeres negras 251-254, 299,
244-246, 312; en los cuadros de Gentileschi 403; carácter burgués 256, 358, 402; en
70, 230-233; ideología de la maternidad 319, la obra de Cassatt 283-285, 345, 358; en
328; y arte moderno 70-79; y el inconsciente la obra de Degas 332; e identificaciones
65, 231; en Van Gogh 70, 90 de género 130, 406-407; en los cuadros
Matisse, Henri 346 de Himid 243, 241-243; legado histórico
Matriz 68, 70, 103, 144, 273-274 23-27, 260, 283; imágenes 247, 269, 318,
Matsys, Quentin: retrato de Erasmo 298 386; imperialismo y racismo 27, 242; en los
Mauclair, Camille 354, 364 cuadros de Manet 243, 252, 281, 303, 309,
Maurin, Charles 140-143 316, 325, 337, 339-340, 343, 346, 401; y
cultura medieval: y el arte del bordado 60 arte moderno 130, 260-261, 319; obra de
Memorial para Zong 269 Morisot 342, 401; y postmodernidad 246; y
metáfora: análisis y práctica artística 61, 63, 152, psicoanálisis 53-54
167, 169 Monet, Claude 320
metramorfosis: como mecanismo de la Matriz Montagu, Elizabeth: en Las nueve musas de
301 Samuel 53
Meurend, Victorine 346, 369, 382 Montmartre 142
Micas, Natalie 77n Montone, Prudentia (madre de Artemisia
Miguel Ángel Buonarroti 81 Gentileschi) 160, 222
Edad Media: mujeres representadas en el arte Montrelay, Michèle 167
176 Moore, Juanita 377
cultura de Oriente Medio 39, 220, 230 More, Hannah: en Las nueve musas de Samuel 53
Pasaje del Medio 269 Moreno, Shirley 171, 189n
Miller, Christopher 258, 356, 358 Morgan, Jill 253, 255, 267
Miller, Nancy K. 192 Morgan, John 303
Millet, Jean-François 84, 94, 101, 109n; Las Morisot, Berthe 253, 330n, 374; como la dama
labores del campo (grabados) 84; Las oscura 348-349, 359, 362-364, 403; hija
espigadoras 84, 85 Julie 316-317; y feminidad 294-296, 348;
culturas minoritarias 39-40 interés para la historia feminista del arte
arte moderno: y cultura africana 28, 253, 255, 348; en los cuadros de Manet 29, 348, 349,
263, 380, 390; historia del arte 259, 368; 358-361, 374-378; fotografías 347-348,
cánones 35, 70, 243, 252, 352, 403; 350, 374, 401; relación con Manet 348, 359;
primera fase europea 23-31, 36, 288, vínculos con Jeanne y Laure 29, 346, 359,
402; y feminismo 23-27, 260, 310, 339; y 401-403; como la “dama blanca” 351-354
miradas de género 120-121; y cuadros de Morrison, Toni 38
Himid 250, 278-279, 290, 301; imágenes Mosquera, Gerardo 277n
como representación de jerarquías 136; madre/Madre: clase superior/burguesa 101-103,
importancia de Havemeyer y Cassatt 350, 117, 307; e hija 285-286, 290-294, 316-318;
361; masculinidad 28, 69-70, 79, 81-84, degradación 117, 320, 348; deseo por 54,
102, 250, 368; y lo maternal 70, 79; mala 115; y fantasías de completitud e intimidad 64,
apropiación de culturas no occidentales 90-91, 100, 124, 217-219, 300, 317; y padre/
262-263; y modernidad 130, 262-264, Padre 92, 154-154; relación feminina con ella
330; París como centro 243, 253, 59, 54, 70, 228, 316-318; figura 27, 54, 69, 144-
325; y diferencia sexual 121, 145, 164; 145, 218, 318; importancia para la lectura
estilo y diseño gráfico 119, 242, 252, 301; feminista del arte 70, 227-228; y falta 228, 248;
transfiguración de la madre 101, 120; y pérdida 28-29, 219-223, 226-227, 236-237,
cuerpos de mujeres en el arte 70, 72, 79, 313-318; fantasías masculinas 88, 89, 90-91,
85-88, 293, 295, 298, 370 102-103, 115, 317; relación masculina con ella
modernidad: y cultura africana 389, 395; arte y 74-75, 93, 99, 113, 339; “asesinato” 74-75;
446 Diferenciando el Canon
como Otra 205, 260; y nociones patriarcales Gentileschi sosteniendo un pincel 150
del arte 322, 326; teorías psicoanalíticas 216; Nueva York: plataforma Firing the Canon 38;
relación con la infancia 49, 51, 88, 94, 105, 115, exposición Havemeyer en el Metropolitan
130, 218; y escisión del sujeto 121, 156, 302; Museum 284-285, 287; exposiciones en
transfiguración en la cultura moderna 132, beneficio del Sufragio en la Galería Knoedler
149, 309 28, 195, 283, 285, 307, 319
Moulin Rouge 82, 114 Nin, Anaïs 255
duelo 220-221; análisis feminista 66, 69, 113, Nochlin, Linda: 25, 38, 52, 96, 293, 308
271; ideas de Freud 190; y modernidad 361; cultura norafricana 340, 345, 387, 395
y relato personal 28, 244, 287-289 Nourse, Elizabeth 304
Mulvey, Laura 127, 147n el desnudo 134-135; en la historia del arte 397-
Mure, Pierre La: Moulin Rouge (portada) 82 398; en los textos de Kenneth Clark 212,
musa: tropo 356 386; como figuración de la mujer blanca 259,
museos: cultura 348; y mala apropiación de 262, 275; vínculos entre el acto de ver y el
culturas no occidentales 245; de arte mercado de esclavos 398, 402; en Olympia
moderno 245; papel en la creación de 303, 309, 340, 343, 346, 348; imágenes del
cánones 39, 58, 124, 135, 156, 178 Renacimiento 37, 162, 199, 217, 225, 263;
música: cánones 36-38 representado en la economía masculina 267
mitologías: feminista 26, 43, 190-193, 221; el Nuenen (Países Bajos): representación del
héroe sufriente del arte moderno 26, 88; de campesinado por parte de Van Gogh 98, 100
artistas mujeres 26, 42 niñera: y fantasías burguesas masculinas 95, 101-
mitos: de la vida después de la muerte 224-226; 102, 117-118, 123; véase también doncella;
conceptos de artista 118; creados por sirvienta
mujeres 55-57; definiciones e ideas 42,
267, 298; de la feminidad 42, 65; Judith Oceanía: mala apropiación de la cultura 245
Shakespeare 193-195, 203, 226, 229; Octavio, emperador (más adelante Augusto) 205,
Lucrecia 159-160; y cultura occidental 38, 211
197, 199, 303 cuadros de Odalisque 293, 387-388
complejo de Edipo: y desarrollo infantil 101,
Nadar (Félix Tournachon) 340, 354-355, 360, 362- 115, 145; y el padre 140, 141, 340; énfasis
363, 366, 370 freudiano 76, 145, 198; traición y agresión
Nantes: conexiones con Duval 355, 366 masculina 100-101; y la madre 114, 321;
Naomí véase Ruth y Naomí narrado por cánones 37-39, 60; y Toulouse-
Napoleón Bonaparte 398, 399 Lautrec 127, 129
narcisismo: y el artista 51, 55; deseo feminista y O’Keeffe, Georgia 43, 151, 263-264
mujeres artistas 55; ideas freudianas 48-54; Maestros Antiguos: obras en la exposición de la
ideales griegos 360; de masculinidad 26, 48, Galería Knoedler 28, 297, 307
141 “maestras antiguas” 24-27, 61
narrativa: en arte 25, 151-152, 170-171, 173; en orientalismo 243, 245; en la poesía de Baudelaire
los cuadros de Himid 250; de la escritura de 340, 343; y colonialismo 248, 255, 377,
la historia 26; personal 26, 201, 340 388-389; imagen de Cleopatra 197;
National Gallery (Londres) 172, 197, 199, 231 desplazamiento de Manet 75, 120, 243,
National Women’s Party 284-285 248, 252, 281, 303, 309, 325; racismo 408;
Nattier, Jean-Marc: Mademoiselle Clermont en el representación de la sexualidad 383, 393;
baño 387 representación tradicional en el arte 340
aguja: artes 59 Orton, Fred 144
Nefertiti, reina 248 el Otro: 25, 27, 38, 103, 280-281, 307; discurso
négresse: idea 361-362, 369, 374, 376, 380, 387 37, 60, 78, 169; femininidad como 76, 274,
neotribalismo: y autoanálisis 271 318, 267; figuración en Toulouse-Lautrec
Neveu, Pierre Dumoustier Le: La mano de Artemisia 145, 158, 189; figura de la doncella 345, 367;
Índice analítico 447
implicaciones de la inclusión en el canon 37; Picasso, Pablo 75, 81, 243, 255, 316-317
y lesbianismo 300-301; como Madre 303, Pichois, Claude 355, 359
328; mujer como 60-61, 70, 155, 200, 267 pictogramas 294-295
Pissarro, Camille: sobre las obras de Cassatt
Page, Ethel 330n 283; Cuatro bocetos de mujeres desnudas
París: experiencias de las artistas negras 259; agachadas 85-87; Bocetos de campesina
burdeles 139-140, 252, 262; como capital agachada 85-87
del arte moderno/de la modernidad placeres: fantasías de la mujer nutriente 104; de
occidental 259-261, 345-347; exposición la feminidad 40, 64, 158-159, 166, 193, 212,
de Cassat en la galería de Durand Ruel 283; 345; de la contemplación de imágenes 215;
círculo de Toulouse-Lautrec 119-120, 139- del niño varón 122; véase también jouissance
141; importancia de la pintura de finales del activismo político: y feminismo 274; en pro de
siglo xix 325-326; Musée de I’Homme 402; más mujeres artistas 42
Nouveau Cirque 136; presencia de mujeres poder político: e imagen de Cleopatra 199-200; y
radicales en la década de 1920 274; Revue mito de Lucrecia 229-230
Nègre 259 política: y subjetividad 248
Parker, Rozsika: Maestras antiguas (con Pollock) Pollock, Griselda: Maestras antiguas (con Parker)
25, 37 25, 37
Parole de Femme 298 polílogo: para la revisión del canon 38
Parsons, Louise 431n Polinesia: influencia en el postimpresionismo 255
pasteles: uso por parte de Cassatt 285, 292-295, Pontoise: cuadros de Pissarro de la comunidad
301, 324 campesina 283
pastiche: postmoderno 246, 266 Pope, Theodore: fotografía de Cassatt 282
patriarcado: greco-romano-cristiano 199, 216; pornografía 134, 262
legados históricos 63; leyes 106-107, 199- postcolonialismo: pintura histórica feminista 27,
200; leyendas 49-50; nociones de la mujer 76, 150, 265-266; represión de las feminidades
180, 201-203, 220, 260, 311, 314; período negras por el feminismo blanco 27, 266;
renacentista 192-193; Roma en el siglo xvii teorías de la representación visual 345
160, 215; respuestas contradictorias de las postmodernidad: y cultura negra 246-248; y
mujeres a los sistemas de poder 271-273 colapso de la historia 246-247; y pluralismo
campesinos/as: representaciones por Breton 87, liberal 172-174; y modernidad 248; y
93, 99; representaciones por Millet 83-86, pastiche 246-247
93; representaciones por Pissarro 88, 283; poder: de género y clase 61, 88, 102-103;
estudios de Van Gogh 83, 103; ideas de Van masculinidad 229-230; y selectividad del
Gogh 99-100 canon 35-37, 61; y sexualidad 60-61, 144-
Pellet, Gustave 140 145, 162, 166; jerarquías occidentales 144-
imaginería fálica: en la obra de Picasso 81 145, 248, 269
falocentrismo: deconstrucción 64; discurso de la Princeteau, René 129
historia del arte 37; lucha de las feministas grabado: obras de Cassatt 318; japonés 120, 312
contra él 64, 68-67, 106-107, 119, 155-158, Proctor, Nancy 346
275, 324; legados históricos 63, 211; idea productor: artista como 211-213
de la Mujer 40, 65, 98, 256; ideologías de la prostitutas: como modelos de artistas 87-88; y
diferencia 27, 63-64, 103; y diferencia sexual fantasías masculinas burguesas/de clase alta
123, 158-159, 216, 295-206; y lo simbólico 91-93, 102, 115, 117; caricaturas 405-409;
297-298, 316-317; de la cultura occidental en la obra de Degas 317, 319, 326; fantasía
63, 81 masculina 317, 385; en el canon del arte
falo: y fetichismo 72, 90, 112 moderno 75; en la obra de Toulouse-Lautrec
Fidias 360, 362 112, 137-145
Felipe II, rey de España 72 Proust, Marcel 271
El piano (película) 365-366 formaciones psíquicas: y femininidad 158, 205,
448 Diferenciando el Canon
236-237, 296, 320-322; y fetichismo 122, 407-9; autobiográfica 156-7, 164; en busca de
125; e impotencia 116-118; subjetividad y la diferencia 215; estrategias feministas 26-27,
diferencia sexual 63, 71-72, 107, 125, 217- 153, 215; en busca de la otra mujer 329, 384-
218; rastreadas en la lectura de artistas 71, 385, 393-395; relectura del canon 38, 40, 50,
107, 152-153, 167, 236-237, 318 53, 286-287
psicoanálisis: divergencias con el arte y la historia Reff, Theodore 364, 389
del arte 26, 50-52, 68-69, 74, 201, 250, 334, Reforma: signo de Cleopatra 203
400; y teoría feminista 26, 55, 66-67, 234; del Rego, Paula 334n
fetichismo 143, 145; figura del padre 48-55; religiones: antiguos rituales 48; textos canónicos
figura de la madre 297-298; formación de 35; ciclos paganos 201
la subjetividad 104, 250, 310-312; lectura actitudes religiosas: hacia los artistas 48-51, 55-57
poststructuralista 102-103; y semiótica 27; Rembrandt van Rijn: estudio de Bal 110, 199-206,
sexualidad e inconsciente 81-84; y trauma 287; rechazo en el siglo xviii 34-36; cuadro
166-168 de Lucrecia 199-201, 203-205
psicosimbolismo: y crítica feminista del canon 38,
46; en la subjetividad 26, 67, 70, 110, 135 Reni, Guido 452n
editoriales: papel en la creación de cánones 34 Renoir, Auguste 252, 304, 317
representación: análisis culturales feministas
tejidos: artes 65, 274 26, 61, 197, 227; y mitos 202, 210, 235;
semiótica 28, 119-120, 153, 215; como
“raza”: y diferencia en los cuadros de Manet castración simbólica 165, 166
75, 307, 310, 403; y divisiones dentro del resistencia: estética de la 248; y lo femenino 27,
colectivo de las mujeres 144-145, 150, 125, 204-205, 214, 216, 237
369; análisis feminista de relaciones 378; restauración: y relato personal 28
jerarquías 144-145, 392; y Jeanne Duval venganza: contra el canon 46, 242; y los cuadros
419; y orientalismo 199, 389; y poder en el de Himid 273
canon 61, 245, 409; y sexualidad 389, 392, Venganza (proyecto de Himid) 268-269, 273-275
416, 426; sobre los tropos de negro y blanco revisión 191; del discurso de la historia del arte
374, 380 151, 186, 236-237; del canon 38; en la obra
racismo: de la sociedad estadounidense 258; del de Himid 186-7; Rich sobre ella 38, 365; de
colonialismo 309, 245; y la destrucción de la diferencia sexual 26; y el movimiento de las
la sororidad 75; epidérmico 134, 309, 313; mujeres 65
y “guetoización” de grupos excluidos 39-40; Reynold, Gonzague de 263-264
del liberalismo 364, 369; de la modernidad Rhys, Jean 255
xv, 367-368; orientalismo y africanismo Rich, Adrienne 38, 65, 124, 156, 234
406; y representación de las mujeres 357, Riddles of the Sphinx (film) 330n
363, 380; y selectividad de los cánones 34- Rifkin, Adrian 31, 146-147n
35, 245; y autoanálisis 273; y sexualidad Riley, Bridget 253
144, 385-397, 402-403; hacia Duval 364; Ringgold, Faith: Bailando en el Louvre 39, 266
vocabulario de historiadores del arte 136 Le Rire (revista) 136
violación: de África 264; de Artemisia Gentileschi Rivkin, Ellis 35
151, 163-166, 170, 198, 212, 215; en las Rochdale Art Gallery: exposición Venganza 242
imágenes artísticas de las mujeres 159-160, Roger-Marx, Claude 140-143
162-163, 229-230; estudio de Bal 229-234; cultura romana: mitos 191, 199
como asesinato 229-230, 232, 234-235 Roma: en el siglo xvii 160, 164, 169, 182, 199, 215
Rafael: Julio II 318-319 Royal Festival Hall (Londres) 263
Rappard, Anton van 83-84 Royal Society of the Arts: exposición vista por
Ray, Man: fotografía de Stein and Toklas 261; Charlotte Brontë 199
fotografía de Virginia Woolf 191 Rubens, Peter Paul: cuadro de Susana y los viejos
lectura: de imágenes artísticas 106, 152-3, 227, 172-173
Índice analítico 449
27, 229-232, 232-235; y la herencia de la 266, 409-410; defensa del canon 38, 63,
esclavitud 312, 323; y psicoanálisis 150-153 241-242; dominación por el hombre blanco
Tufts, Eleanor: Hidden from History 264 37, 242; y figura de la madre 149; jerarquías
Turner, Joseph Mallord William 97-98 de poder 144-145, 247, 258; imaginario de
Turner, Lana 183 luz y oscuridad/blanco y negro 350, 378;
Tuzia, Donna 270-272 acceso de los hombres y las mujeres 202-
Dos mujeres en un café (fotografía) 270 204; intención narrativa en la historia del arte
152; orden falocéntrico 64, 81; diferencia
inconsciente: y el texto feminino 178-179; y de raza y género 202, 264, y representación
representaciones literarias y visuales 74, de mujeres negras 261, 276, 356, 363,
209-210; y lo maternal 54; y el proceso de la 398; y potencia sexual 138; importancia
subjetividad 64-66, 83-87, 84, 124, 155; y del mito de Cleopatra 202, 210, 214-216;
sexualidad 81, 97; y lo Simbólico 75, 155-156 mitos sustentadores en el arte 200-202;
Estados Unidos de América: estallidos de tradiciones en la pintura de Himid 263; y
violencia 253; ideología de la maternidad respuestas de las mujeres a la exclusión del
267; sociedad racista 303 poder 272-273,
Wharton, Edith 255
Van Gogh, Vincent véase Gogh, Vincent van dominación blanca: feminidad burguesa 312; y el
Vasari, Giorgio: Vidas 163 canon 36-38, 42, 52, 246, 261; en el discurso
La Venue à l’Ecriture: portada 273-274 feminista 27; en el arte moderno 28; del
Verasis, Virginia, condesa de Castiglione 129-130 patriarcado 272
Vermeer, Jan 287, 306; Una dama escribiendo White, Hayden 29
una carta 300-302, 309, 329 dama blanca: en los cuadros de Manet 360, 361-
Veronese, Paolo: Judit con la cabeza de 362, 366, 374, 378, 384-385; Morisot como
Holofernes 390 360, 361-362; tropo 339, 356-357, 362
Victoria, reina 110n blancura: teología cristiana 376; en los cuadros de
Victors, Jan: Ruth y Naomí 276 Manet 350; como positiva 348-349
Vigée-Lebrun, Elisabeth: Autorretrato con su hija Whitney, Anne: África 365
Julie 292-293 Bienal de Whitney (1993) 44-45
violencia: análisis feminista 273-275; en los Williams, Raymond 44, 107
cuadros de Gentileschi 151, 178, 180, 193; Wittig, Monique 260
fantasías masculinas 11-112, 114; del Mujer: como castidad o sexualidad 170-171;
racismo 346; violación 229-232; y sexualidad diferencia de feminidad 67, 227; idea sobre
159-160; y terrorismo 273; dentro de las ella en la cultura falocéntrica 41, 53, 120-
representaciones canónicas 27, 59 121, 216, 262; imágenes heterosexuales
Vivien, Renée 256 masculinas 210-211; como objeto de
el vacío: ideas de Rich 225-226, 229-230 intercambio en la cultura patriarcal 172, 252,
voyerismo 141-143, 395 366; como el Otro 60-61, 66, 158, 323; como
signo/significante 63, 65, 69, 272; como
Wallach, Allan 277n término 81, 73, 154, 261-263
Warrick, Meta Vaux: Los desdichados 252 mujeres: artistas véase mujeres artistas; y
bordado: artes 62, 254 autobiografía 28, 194, 227-228, 234;
Weber, Louise (La Goulue) 102, 132, 138-139, 142; negras véase mujeres negras; respuestas
dibujos de Toulouse-Lautrec 112, 132-134 contradictorias a la exclusión del poder
Weigel, Sigrid 140 272; divisiones dentro de su colectivo
Weiss, Andrea: París era una mujer (portada) 255 27, 145, 152-154, 275, 299; efecto de
Indias occidentales 395 la diferencia sexual en la vida social y
cultura occidental: colonialismo 245, 354, 395; cultural 61; y análisis feminista 152-154,
convenciones pictóricas 374; como núcleo 349; imágenes de cuerpos burgueses y de
de la historia del arte 59-61, 116, 144-145, clase trabajadora 88, 112-113, 143, 307-
452 Diferenciando el Canon
Espacios de significado
Luis Francisco Pérez (Ed.)
Título original:
Differencing the Canon: Feminist Desire
9 788412 083286 and the Writing of Art's Histories