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En la región del chaco salteño el establecimiento de pobladores criollos se remonta

al siglo XVIII con la concesión de tierras (mercedes en la colonia) y luego


estancias, chacras y solares para aquellos colonos establecidos en Orán, fundada en
1794 a orillas del Bermejo. Durante 1850 y 1860 en esta zona comenzó a impulsarse
el poblamiento de criollos mediante la instalación de una línea de fortines a lo
largo del Bermejo (Fuerte Aguirre en 1864; Gorriti, Güemes y Belgrano en 1867, y
luego de la campaña de 1884 los fortines de Lavalle, Warnes y Arenales en la zona
del Bermejito y Teuco) y a partir de 1856, la fundación de misiones franciscanas
para la reducción de los wichis (Teurel, 2005). Predominaba también el interés por
abrir una vía fluvial entre el Chaco y el Litoral, por ello en 1871 se creó la
Compañía de Navegación del Bermejo. La colonia más importante fue Rivadavia,
fundada en 1862. El principal incentivo para la colonización del chaco salteño eran
las tierras aptas y disponibles para la ganadería, ya que de allí provenía gran
parte de los vacunos que abastecían a las provincias del noreste, en particular
Tucumán (beneficiada con el desarrollo de la industria azucarera), Bolivia y la
región minera de Chile. A pesar de las condiciones precarias de vida, los
departamentos salteños del Chaco Occidental mostraron un incremento demográfico
notable, hasta que las pasturas comenzaron a agotarse. A ello hay que sumar que
hacia 1869-70 el Bermejo cambió su curso, coadyuvando al estancamiento de las
poblaciones que se habían fundado a sus orillas.

norte:
Varias de estas provincias (fundadas por conquistadores españoles) terminarían
definiendo sus límites en el periodo republicano, dado que muchos de sus
territorios eran espacios fronterizos compartidos o en disputa con grupos indígenas
(por ej. Mendoza, San Luis y Córdoba, norte de Santa Fe, Chaco salteño, etcétera).

A modo general, puede afirmarse que las provincias “históricas” fueron parte del
proceso conocido como la Conquista de América, mientras que Pampa y Patagonia y el
Gran Chaco fueron incorporadas por el accionar del Estado nacional argentino en la
segunda mitad del siglo XIX.
En este punto cabe aclarar que el dominio español no fue total y encontró serias
resistencias. El ejemplo más emblemático es el largo periodo de casi un siglo que
demoraron las autoridades imperiales en someter a los pueblos originarios de los
Valles Calchaquíes. Allí, a partir de la segunda mitad del siglo XVI hubo tres
levantamientos indígenas. El primero, liderado por Juan Calchaquí en 1562, con
réplicas hasta fines de esa centuria. El segundo, entre 1627 y 1643, liderado por
Chalimin y con proyección en toda la región y, finalmente, el tercero y último
levantamiento general de los Valles, liderado por Bohórquez en 1659 y recién
derrotado en 1666. Los españoles, luego de vencer estas resistencias, “reubicaron”
a las poblaciones Quilmes y Amaichas. Los primeros fueron desnaturalizados en
Salta, Tucumán, Córdoba, Santa Fe y mayoritariamente en el puerto de Buenos Aires.
Allí se conformó la Reducción de Exaltación de la Santa Cruz de los Quilmes, que
dio origen luego a la ciudad actual de Quilmes en la costa rioplatense (Sosa y
Lenton, 2015). Como explica Florencia Carlón (2007), los grupos relocalizados
sufrieron un proceso acelerado de desarticulación étnica, acrecentado por los
efectos del cambio geográfico-ambiental y la explotación económica a la que fueron
expuestos.

Las reducciones fueron espacios en los que se reforzó la relación de dominación y


subordinación entre funcionarios estatales e indígenas. Los primeros ejercían
tareas de control en diversas áreas, ya que dentro de las reducciones había un gran
número de instituciones, con diferentes funciones:

1) Materiales: las reducciones eran “empresas económicas estatales” donde los


indígenas eran obligados a trabajar en condiciones de servidumbre (sin una paga
equitativa por su labor, sin libertad de movilidad y, obviamente, sin derechos
laborales). Trabajaban en el desmonte, en la producción de rieles para el
ferrocarril, en la cosecha del algodón, mandioca, etcétera.
2) Educativas: en las reducciones propugnaban un tipo de disciplinamiento moral,
especialmente a través de los internados infantiles, las iglesias y las escuelas.
Los relatos de aquellos que pasaron por estas instituciones recuerdan cómo los
niños eran separados de sus madres por la fuerza y llevados durante toda la semana
a los internados.

3) De control: el sistema de reducciones convivió con las tropas militares como


parte de la conquista armada del Chaco que se extendió hasta 1938, cuando se
concretó la conquista definitiva del territorio.

La estrategia “pacífica” de las reducciones necesitó su contraparte “violenta” a


través del accionar militar en la región, que no solamente las posibilitó, sino que
se mantuvo durante casi treinta años debido a que los indígenas continuaron
resistiendo la expansión estatal de diversas formas. Esta coexistencia de las
reducciones y la presencia del ejército implicó una clasificación entre los
indígenas entre quienes eran considerados “decentes” —los que poseían documentos
que certificaban su condición de “pacificados” dentro de una reducción— y aquellos
que eran denominados “montaraces” —quienes podían ser atacados por las tropas dada
su condición salvaje—. Los indígenas reducidos utilizaban sus “pasaportes” para
evitar conflictos con las tropas de ocupación o la policía, sobre todo cuando
debían ir de un lugar a otro saliendo de la reducción.

El sistema de deudas es central para comprender cómo funcionaban las reducciones.


Este se iniciaba cuando las familias ingresaban a la reducción y se les entregaba
una serie de víveres y bienes. Dicha “entrega” era el inicio de una deuda que nunca
iba a ser saldada. Al ingresar a las reducciones, las familias indígenas recibían
tierras para el cultivo y para labores específicas en explotación maderera. Todo lo
producido por los trabajadores indígenas era comprado por el administrador de la
reducción a precio vil. Además, cada reducción tenía su almacén y los indígenas
estaban obligados a comprar allí (no tenían permitido salir a otro lugar), lo cual
hacía que pagarán un precio desmedido. Como afirma Arengo (1996), el poder de la
deuda es una de las formas que adquiere la dominación ya que produce una relación
social de dependencia. Muchos administradores de reducciones comenzaron a denunciar
a los indígenas cuando no pagaban sus deudas.

Dentro de la reducción, el trabajo era controlado por los capataces que hacían
rondas diarias. Existe gran cantidad de informes confeccionados por los
administradores en los que detallan la “poca laboriosidad”, la “ineptitud” o la
condición de “bueno”, “malo” o “regular” de los indígenas reducidos.

Sin embargo, como anticipamos, este control despiadado sobre familias indígenas
reducidas coexistió con procesos de resistencia. En diversos relatos de quienes
formaron parte de las reducciones se menciona cómo “escapaban” de ellas, mientras
que caciques de la zona fueron denunciados por los administradores por “llevarse a
su gente” y vaciar la reducción (Musante, 2018). Otras formas de resistencia, como
el caso de las sublevaciones de Napalpí, Zapallar y Rincón Bomba que veremos a
continuación, tuvieron consecuencias más trágicas para las familias indígenas del
lugar.

Es decir, en Pampa y Patagonia primó la concentración y luego el reparto de


prisioneros para distintas funciones, pero no tuvo lugar, como en el Gran Chaco, la
implementación de reducciones a cargo del Estado, quien, en esos espacios, en gran
parte del siglo XX, disciplinó y organizó a las comunidades para explotarlas como
fuerza de trabajo en actividades productivas. Cabe aclarar, sin embargo, que muchos
de los indígenas sometidos en los primeros tramos de la Conquista del Desierto
Verde también fueron confinados en campos de concentración como el de la isla
Martín García.

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