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Staff

TRADUCCIÓN
Danielle
OnlyNess

CORRECCIÓN
Bertha
Jessibel
Kote Ravest
LeyRoja

LECTURA FINAL
Mar
Índice

Staff
Índice
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo14
Capítulo15
Capítulo16
Capítulo17
Capítulo18
Capítulo19
Capítulo 20
Capítulo21
Capítulo22
Capítulo23
Capítulo24
Capítulo25
Capítulo26
Sobre la autora
Sinopsis

Cuando un asesino serial sacude un pequeño pueblo de Oregón, una


joven con poderes especiales podría ser la única persona capaz de detenerlo.
Como parte de una rama secreta del FBI, Tessa es enviada en una misión
para hacerse pasar por Madison, una adolescente local y la última víctima
del brutal atacante, para encontrar al asesino antes de que ataque de nuevo.
Como si absorber el ADN de otra persona y hacerse pasar por ella no
fuera suficientemente difícil, Alec, el chico del que ha estado enamorada
durante años, se une a ella en la peligrosa misión. Tessa sabe que no puede
dejar que sus sentimientos por él se interpongan en el camino,
especialmente porque su enamoramiento parece imposible. Alec no solo es
su profesor de defensa personal, sino que también está tomado. ¡Ojalá la
atracción entre ellos dejara de complicarlo todo!
¿Encontrará Tessa al asesino antes de que otra persona sea su víctima?
¿O se perderá en una vida que siempre ha anhelado pero que nunca tuvo?

Deceitful (Rules Of Deception #1) C. Reilly


Capítulo 1

El chaleco de fuerza apretaba tanto mi cuerpo que mis brazos


hormigueaban y mis dedos se entumecían. Me hundí bajo la superficie del
agua, las pesas de la chaqueta me arrastraron hacia abajo. Jadeé y un chorro
de líquido se derramó en mi boca. El cloro quemaba mis ojos mientras veía
incrementarse la distancia entre la superficie y yo. Figuras borrosas se
movían por encima, cada vez más pequeñas, más difusas. Me estaban
observando. Esperando. Mirando. Esperando.
El pánico se apoderó de mi pecho cuando mis pies tocaron el suelo.
Tres metros me separaban del oxígeno que necesitaba desesperadamente. Si
no me movía rápido, me ahogaría. Las burbujas brotaron de mi boca,
bailando ante mis ojos de forma casi burlona. Rasgué la tela, presionando
los brazos contra los costados, agitándome y pataleando, dejando que mi
instinto tomara el control.
Es solo una prueba, me recordé a mí misma. Summers nunca me
habría dejado hacer esto si fuera demasiado peligroso. Ella había sido
entrenadora de Variación durante años, sabía de lo que éramos capaces.
Podría arriesgarse a que perdiera el conocimiento, pero no me dejaría morir.
Y Alec no dejaría que me pasara nada.
Dejé de luchar y me acomodé en el fondo de la piscina, apoyando las
rodillas en el suelo de cemento azul. Cerré los ojos y me esforcé por ignorar
la presión constante que se acumulaba en mi pecho. Necesitaba aire. Ya
había perdido demasiado tiempo entrando en pánico.
Concéntrate.
Evoqué el recuerdo de una niña con la que había tropezado en el
centro comercial. Imaginé sus rasgos delicados, sus estrechos hombros, sus
esbeltas extremidades. Me imaginé mirando a través de sus ojos, habitando
su cuerpo. Inmediatamente, la conocida sensación de desgarro comenzó en
los dedos de mis pies y subió por mis pantorrillas. Cuando llegó a mi pecho,
la presión del chaleco se aflojó. Ahora era varias tallas más grande. Me
liberé de las ataduras, abrí los ojos y me impulsé del suelo. Con un grito
ahogado, atravesé la superficie del agua, tomando una gran bocanada de
aire. Sentí que mis extremidades se alargaban y que mi cuerpo recuperaba
su propia forma. En cuanto mi visión se aclaró, vi a Alec encaramado en el
borde de la piscina, listo para saltar. Sus cejas oscuras aún estaban fruncidas
y sus ojos grises llenos de preocupación. Siempre parecía enfadado cuando
se preocupaba, y era un aspecto que realmente le sentaba bien. Hacía que
sus pómulos pronunciados y su fuerte mentón resaltaran aún más, y
revelaba indicios del temperamento que normalmente controlaba tan bien.
Summers, Tanner y Holly se habían reunido para observar. Tanner me
guiñó un ojo y señaló la pila de toallas en la esquina; una de ellas se levantó
y flotó hacia su mano extendida.
—Presumido —dije con una sonrisa y nadé hacia la escalera.
Tomé la mano extendida de Alec y dejé que me sacara de la piscina.
Envolvió una toalla alrededor de mis hombros y me acurruqué en el
esponjoso material, deseando que fuera el pecho de Alec, pero su bíceps
tocó mi piel durante menos de un segundo. Sin embargo, el breve contacto
me produjo un cosquilleo como siempre. Me hundí en el banco, con la
espalda apoyada en la pared. Mis dientes castañeaban mientras soltaba una
respiración temblorosa. Podía sentir que el pánico desaparecía lentamente,
pero mi corazón mantenía su ritmo errático.
Holly me rodeó con un brazo.
—Maldición. No puedo creer cuánto tiempo te tomó resurgir. ¿Estás
bien?
Me encogí de hombros y apoyé la cabeza en su hombro. Podía sentir
los ojos de todos sobre mí.
—Transformarse en una niña pequeña es un buen truco de fiesta,
Tessa. Pero no hay nada como una experiencia cercana a la muerte para
hacer que la sangre bombee, ¿verdad? —dijo Tanner con una sonrisa. Sus
dientes blancos brillaban en su rostro oscuro. Su melena roja desafiaba la
gravedad como siempre lo hacía, una de las ventajas de tener una Variación
telequinética.
—No es gracioso. Tessa podría haberse hecho daño —gruñó Alec.
Apretó los puños contra la pared; los músculos de su espalda temblaron
como si estuviera tratando de impedir que sus manos atravesaran la pared,
algo que podría haber hecho fácilmente con su propia Variación. Era más
fuerte y rápido que los seres humanos normales, y que otros Variantes, para
el caso.
—Todo el mundo necesita aprender a utilizar sus Variaciones en
situaciones extremas. No podemos mimar a los estudiantes y luego esperar
que sobrevivan a una misión. Tessa ya no es una niña —dijo Summers,
pasando una mano impacientemente por su desordenada cola de caballo.
Summers había sido agente de las Fuerzas con Habilidades Extraordinarias
desde antes de que naciéramos y tenía total autoridad durante nuestro
entrenamiento de Variación. Pero eso no impedía que Alec la desafiara
regularmente. Él podía ser increíblemente terco. Y la noticia de que yo ya
no era la niña que había acogido en su casa hacía varios años aún no se
había registrado en él.
—No conviertas esto en un problema más grande de lo que es, Alec
— advirtió, girando sobre sus talones y saliendo de la zona de la piscina.
Tanner palmeó el hombro de Alec.
—Ella tiene razón. Tienes que calmarte. —Se sentó en el banco junto
a Holly y a mí y se apoyó en la pared—. ¿Han escuchado las noticias?
—¿Qué noticias? —preguntó Holly.
—Kate y el Mayor salieron del cuartel general antes del amanecer.
Van de camino a Livingston, un pequeño pueblo de Oregón.
Por eso no había visto a Kate en todo el día. Por lo general, ella nunca
se alejaba de Alec. Ella era su constante sombra.
—¿No es ese el lugar donde ocurrió ese horrible asesinato? —
pregunté.
Tanner asintió.
—Sí. Y escuché que hubo otro incidente.
El agua goteaba sobre mi rostro, pero no me molesté en limpiarla.
—¿Pero por qué les interesa? Es solo un pequeño pueblo. Y no es que
cada asesino sea un asunto de la FEA.
La FEA era oficialmente una sección del FBI, y la mayoría de
nuestros casos eran asignados por ellos, aunque también participamos en
esfuerzos más amplios de contraterrorismo y espionaje. Pero además de
tener el lema del FBI “fidelidad, valentía e integridad1” grabado sobre la
entrada de la sede de la FEA, nuestra organización era bastante autónoma.
Siempre que un crimen apestaba a implicación de Variantes, se enviaban
agentes de la FEA a investigar. De lo contrario, el FBI nos dejaba solos
mientras no llamáramos la atención sobre nuestra existencia. El Mayor no
lo habría hecho de otra manera.
Tanner se encogió de hombros.
—Quién sabe lo que pasa por la cabeza del Mayor. Tal vez haya algo
más en el caso de lo que no somos conscientes.
—Tal vez el FBI sospeche de un Variante —añadió Holly.
—Si la FEA se involucra, me pregunto a quién elegirán para la misión
—dije. Pronto lo sabríamos.

***
El intercomunicador emitió un siseo.
Holly gimió, su cabello rubio blanquecino caía sobre su rostro
mientras se incorporaba.
—Maldición. ¿Qué quieren ahora?
No me moví. Estaba agotada por mi mañana en la piscina, seguida de
cerca por nuestra carrera de la tarde, y quería tener unos dichosos minutos
de descanso antes de que Holly y yo tuviéramos entrenamiento de balística.
—Tessa. Reunión en mi oficina lo antes posible —rugió el
comandante Sánchez, su voz salió distorsionada por los viejos altavoces.
Puse los ojos en blanco. Uno pensaría que la FEA podía permitirse un
hardware actualizado.
En el mundo del comandante, lo antes posible significaba “ahora
mismo o correrás tres vueltas”. Con mis piernas todavía ardiendo por mi
carrera diaria, no me apetecía llegar tarde.
Holly sonrió.
—Buena suerte.
Salté de la cama y me apresuré a salir de la habitación. ¿Cuándo
habían regresado Kate y el Mayor de Livingston?
La puerta cerrada del comandante Sánchez me recibió, con el cartel
de no interrumpir burlándose de mí con sus gruesas letras negras. Toqué a la
puerta y, sin esperar a que me invitasen (lo que nunca ocurriría) la abrí con
cautela. El Mayor estaba de pie detrás de su escritorio, con sus gruesos
brazos cruzados. Llevaba el cabello negro peinado hacia atrás con suficiente
gomina como para engrasar las bisagras de todo el complejo. Sus ojos
oscuros me miraron fijamente, pero yo había recibido tantas veces esa
mirada que apenas me inmuté.
—Pon tu trasero en la silla, Tessa.
Me tambaleé hacia la silla vacía y me hundí en ella. Eran el tipo de
sillas que te hacían desear salir de ellas lo antes posible: madera dura negra
y brillante, inflexible e impecable, como el hombre que las había elegido.
No es que esas sillas fueran necesarias, ya que unos minutos en compañía
del Mayor tienen el mismo efecto en la mayoría de las personas.
Alec y Kate ya estaban sentados, tomados de la mano. O mejor dicho:
Kate estaba agarrando la mano de Alec como si temiera que él escapara.
Llevaba una de las camisas blancas abotonadas que Kate le había
comprado, con el cabello todavía mojado por la ducha que se había dado
después de correr. Los ojos entrecerrados de Kate llamaron mi atención:
eran de color ámbar con un extraño matiz cobrizo; si mis ojos turquesa eran
poco comunes, los suyos eran francamente inquietantes.
Giré la cabeza y volví a centrar mi atención en el Mayor. Si Kate me
miraba directamente a los ojos, utilizaría su Variación para leer exactamente
lo que tenía en mente, y eso podía resultar incómodo porque generalmente
implicaba fantasías con Alec en cierto grado de desnudez.
El Mayor no se sentó, en vez de eso, se paró detrás de la silla de su
escritorio, agarrando con las manos el respaldo con tanta fuerza que sus
nudillos se pusieron blancos. Una hazaña nada fácil con una piel tan
bronceada como la suya.
Me moví en la silla. Mis ojos se dirigieron al tablón de anuncios que
había detrás del escritorio del Mayor. Había pasado un tiempo desde que
estuve en su oficina y el tablón había cambiado desde entonces. En aquel
entonces, las fotos perturbadoras no estaban allí.
La primera mostraba a una mujer acostada boca abajo, con un cable
enrollado alrededor de su garganta. Mi propia respiración se entrecortó ante
la idea de ser estrangulada, de mirar los ojos de mi asesino mientras luchaba
por respirar, de morir con el rostro cruel de un asesino como última visión
del mundo. Mis ojos se desviaron hacia la segunda foto, otra mujer; era
difícil saber su edad, ya que su cuerpo se había hinchado y adquirido un
tono verdoso. Los flotantes eran los cadáveres más horribles de todos.
Nunca había visto uno en la vida real, ni ningún otro cadáver. Pero había
visto muchas fotos durante la asignatura de Patología Forense Básica, y eso
ya era suficientemente perturbador.
—Ha habido un nuevo avance en el caso del asesino serial de
Livingston.
Enderecé mi espalda, sorprendida por el tema. El mayor nunca me
había hablado directamente de ese caso, ni de ningún otro. No llevaba
suficiente tiempo en la FEA, no tenía la suficiente experiencia ni confianza.
Kate y Alec asintieron al unísono.
—Su cuarta víctima —continuó el Mayor.
—¿La cuarta? ¿Quién fue la tercera víctima?
Solo había escuchado hablar de dos. Al parecer, los canales de
chismes en la FEA no funcionaban tan bien como esperaba.
—Un tal señor Chen. Era conserje en la escuela secundaria de
Livingston —dijo el Mayor.
—¿Un hombre?
El Mayor suspiró.
—Eso causó un gran revuelo en nuestro equipo de elaboración de
perfiles. Su análisis hasta entonces había sugerido un misógino.
Cuatro asesinatos. Eso debe haber sido un shock para un pueblo tan
pequeño como Livingston.
—¿Por qué creemos que es un asesino serial? ¿Cuál parece ser la
conexión?
El Mayor soltó su agarre en la silla.
—Dos víctimas fueron asesinadas con un cable alrededor del cuello.
Dos fueron encontradas en el lago o cerca de él; no podemos asegurar cómo
fueron asesinadas. Pero todas tenían una cosa en común: el asesino había
tallado una A en la piel sobre su caja torácica. Todavía no sabemos por qué.
—¿Lo hizo post-mortem? —pregunté mientras todo tipo de imágenes
horribles inundaban mi cabeza.
—Sí. Pero no es por eso que te ordené venir a mi oficina; pronto te
familiarizarás con los casos.
El pensamiento fue suficiente para hacer que mi pulso se acelerara.
—Ayer el asesino intentó atacar de nuevo —dijo el Mayor.
—¿Intentó?
El ceño fruncido de Mayor me hizo añadir un apresurado señor, pero
no cambió su expresión.
—Sí, lo intentó. Estranguló a una chica y luego la arrojó al lago, pero
ella llegó a la orilla, donde un corredor la encontró. Llamó a una
ambulancia. Sufrió graves daños cerebrales y fue puesta en coma artificial.
Ahí es donde se pone interesante.
¿Interesante? Le eché un vistazo a Alec y a Kate, con el estómago
hecho un ovillo, pero ellos se limitaron a escuchar, con rostros inexpresivos.
Necesitaba ser más resistente, endurecerme, pero quizá no estaba hecha
para este trabajo.
—Los médicos le dan unos días de vida, como mucho. Una vez que
esté muerta, Tessa, tú tomarás su lugar.
Capítulo 2

Mis dedos se agarraron al elegante reposabrazos de madera. Sentí


como si un agujero se hubiera abierto de repente en la tierra y amenazara
con tragarme.
—No puedes estar hablando en serio.
¿Quería que me hiciera pasar por una chica muerta para perseguir a
un asesino serial?
El Mayor se enderezó, con los ojos entrecerrados.
Respiré profundamente.
—¿Tomaré su lugar? —Mi voz tembló, a pesar de mis mejores
intentos de parecer fuerte. Sabía que debería estar agradecida por la
oportunidad, pero esto era algo más que las habituales misiones de nivel
inicial, como el reconocimiento o la realización de investigaciones de
antecedentes. Esta era yo en el frente. Aunque una pequeña parte de mí
estaba emocionada por la oportunidad de demostrar mi valía, la parte más
grande consideraba todas las formas en que podía fallar.
—Sí, eso es lo que dije. Una vez que esté muerta, te harás pasar por
ella.
Lo dijo como si no fuera nada, como si hacerme pasar por una víctima
de asesinato fuera algo perfectamente normal.
—Pero todo el mundo ya sabrá que está muerta, ¿no? No puedo fingir
ser un cadáver.
—No, no lo sabrán. Todos pensarán que ha habido un milagro y que
ella se recuperó.
—Pero ¿qué pasa con sus padres? —pregunté.
El mayor pasó un dedo por las fotos en la pared.
—Ellos tampoco lo sabrán. Simplemente pensarán que tú eres ella.
—¿No crees que sospecharán si no actúo exactamente como su hija?
La conocen mejor que nadie. Nunca seré igual que ella, por mucho que lo
intente.
—Sí, pero piensa, Tessa. ¿Por qué sospecharían algo? Para ellos no
habrá otra explicación para la recuperación de su hija que un milagro. Y
cualquier pequeño cambio en su comportamiento será atribuido al trauma.
Nunca podrían imaginar que existe personas como nosotros. La
imaginación de un humano promedio no llega tan lejos
Humano promedio, solo el Mayor es capaz de hacerlo sonar como un
insulto. Me miró como si yo fuera preciosa, su posesión más preciada. Su
trofeo de Variante.
Alec se levantó de su asiento y comenzó a caminar por la habitación,
pasando por delante de la vitrina con soldaditos de plomo y premios del
Mayor, por delante del archivador, antes de detenerse finalmente frente al
ventanal.
—¿No crees que la misión es demasiado peligrosa? Es evidente que el
asesino intentará deshacerse de la única persona que podría identificarlo.
Tessa será su principal objetivo.
Un apretado nudo de inquietud se formó en mi estómago, pero traté
de ignorarlo. Si dejaba que ganara impulso, me disolvería en un charco de
ansiedad.
El Mayor sonrió, como si las palabras de Alec hubieran sido una
broma.
—Alec, Tessa se enfrentará a cosas mucho peores cuando termine su
entrenamiento. Como el resto de ustedes.
El entrenamiento estaba orientado en última instancia a un objetivo:
prepararnos para futuras misiones más importantes en todo el mundo. Ty, el
hermano de Tanner, había completado recientemente el entrenamiento y fue
enviado inmediatamente a una misión encubierta en el extranjero. No
sabíamos dónde estaba, pero los rumores decían que en Irán o China. Solo
el diez por ciento de todos los agentes estaban actualmente destinados en el
cuartel general, el resto estaba en el campo.
—Este caso parecerá pan comido comparado con lo que se avecina.
¿Crees que será seguro hacerse pasar por el líder de un grupo terrorista o
por el presidente de un país que está fuera de control? Eso es lo que le
espera a Tessa en el futuro, porque es la única que podría hacerlo. No hace
falta que te diga que algunos miembros del Departamento de Defensa y de
la CIA se chupan los dedos ante la perspectiva de tener el talento de Tessa a
su disposición. Ella es la espía perfecta, el arma definitiva. Hasta ahora he
tenido éxito en mantenerlos a raya, pero es hora de prepararse para el
futuro. Esta misión es la prueba perfecta.
Arma definitiva. Las palabras resonaron en mi cabeza. Presioné el
brazo contra mi estómago. Incluso con mi Variación, seguía siendo una
chica de dieciocho años, no una espía extraordinaria. Los ojos de Alec se
encontraron con los míos, su mandíbula estaba tensa.
—Con respecto a este caso, que Tessa atraiga la atención del asesino
es exactamente lo que esperamos. Ha matado a tres personas y la cuarta está
prácticamente muerta. Debemos encontrarlo antes de que vuelva a atacar.
Las oscuras cejas de Alec se juntaron formando una V.
—¿Así que Tessa será el cebo? —Su voz sonaba tranquila como el
agua del río momentos antes de una crecida repentina.
—También tratará de averiguar más sobre los amigos de la chica,
sobre su escuela, sobre cada uno de los habitantes de Livingston.
Con un suspiro, el Mayor se dejó caer en su silla.
—No me gusta. Tessa no es un cebo —dijo Alec, rodeando el
escritorio para enfrentarse al Mayor. Ver a Alec siendo tan protector
conmigo casi me hizo alegrarme por la misión. No podía apartar los ojos de
él. Casi todas las mujeres del cuartel general encontraban a Alec atractivo.
Era alto, musculoso y fuerte. Por no mencionar que él era el profesor de
defensa personal de los reclutas.
Kate frunció los labios, se levantó de la silla y me dirigió una mirada
fulminante antes de poner una mano en el hombro de Alec.
—Alec, cariño, el Mayor sabe lo que hace. Tessa no necesita tu
protección.
Probablemente esta misión tenía a Kate secretamente eufórica. Si por
ella fuera, me encerraría en una habitación con el asesino y tiraría la llave.
Alec apoyó las manos en el escritorio.
—No. No lo permitiré.
Desafiar al Mayor era algo inaudito. Como jefe de la FEA, la opinión
del Mayor era la única que contaba. Incluso el FBI y el subdirector lo
respetaban. Pero Alec quería protegerme. Una sensación de calidez se
extendió por mi cuerpo con solo pensarlo.
—No necesito tu permiso. Recuerda cuál es tu lugar —espetó el
Mayor.
Los dedos de Kate se clavaron en el brazo de Alec.
—Basta ya. Esto es más grande que tú. Se trata de la FEA, no de tus
propias preocupaciones.
Las manos de Alec se clavaron con más fuerza en la madera del
escritorio, haciendo que se resquebrajara. Sus ojos ardían de furia y
protección, pero debería saber mejor que no debía ir en contra del Mayor.
Me levanté de la silla y apoyé mi mano sobre una de las suyas.
—No pasa nada. Estaré bien.
Las duras líneas de su rostro se suavizaron. Kate se apartó
abruptamente y se acercó a su silla, raspándola dramáticamente contra el
suelo.
Alec se enderezó y mi mano se deslizó de la suya. Moría por volver a
tomarla de nuevo. Se apoyó en la pared, lejos del Mayor, que lo miraba con
una furia silenciosa como nunca antes había visto.
El tic-tac del reloj sonaba en la habitación.
Tic. Tac.
Me deslicé hacia mi silla, mis suelas de goma chirriaron en el suelo de
linóleo. La dura madera del respaldo presionaba contra mi columna.
Tic. Tac.
El Mayor cruzó las manos sobre el escritorio y se aclaró la garganta.
—No podemos comenzar nuestra misión mientras la última víctima
siga viva.
Estábamos esperando que alguien muriera. Todo se sentía incorrecto.
—Pero, Mayor, tengo que verla antes de que muera —dije, mi voz se
entrecortó en la última palabra. Después de todo, solo podía tomar la forma
de las personas que había tocado.
El Mayor asintió.
—Ya está todo solucionado. Las acompañaré a ti y a Kate al hospital
esta tarde.
La expresión de Kate decayó. ¿Qué derecho tenía a estar consternada?
No tenía que hacerse pasar por una chica muerta; no tenía que mentirle a los
padres de nadie. Solo tenía que escudriñar en secreto los cerebros de las
personas sin que ellos se enteraran.
El Mayor se reclinó en su silla, con su rostro serio.
—Tendrás unos minutos a solas con la víctima para que tu cuerpo
pueda recopilar sus datos.
Hizo que sonara como algo clínico y fácil, pero no lo era.
Se giró hacia Kate.
—Y tú, Kate, intentarás recabar más información de la familia y del
personal del hospital. Por desgracia, la mayoría de los médicos son
hombres.
Envidiaba a los niños y a los hombres, que estaban a salvo del poder
de Kate. No había mucho que no haría para evitar permanentemente su
mirada. Los científicos de la FEA habían buscado una explicación para el
talento selectivo de Kate, pero no habían encontrado ninguna. Por
definición, los Variantes se desviaban de la norma, desafiaban las leyes de
la naturaleza. Analizar nuestros dones no era precisamente fácil.
—Y Alec, necesitaré que aceleres el entrenamiento de Tessa. Esta
misión es potencialmente peligrosa. Ojalá no la necesitáramos tan pronto,
pero es necesario. Haz lo que sea necesario para tenerla lista.
Por la forma en que el Mayor y Alec se miraron, tuve la sensación de
que la participación de Alec en este caso era más que solo lecciones de
defensa personal.
—Mayor, sé disparar un arma y he estado tomando clases de karate
desde que llegué aquí —dije.
—Unos pocos años de karate y saber dispararle a un objetivo inmóvil
no son suficientes. En los próximos días, Alec te enseñará a luchar por tu
vida. —El Mayor dirigió su mirada a Alec—. Enséñale a salir de una pelea
como ganadora.
El fuego en los ojos de Alec envió una descarga de electricidad a
través de mi cuerpo. Entrenar a solas con él no era lo peor…
—Kate, Tessa, prepárense. Saldremos en treinta minutos.
Alec sonrió de manera alentadora al pasar junto a mí. Quise
devolverle el gesto, pero los músculos de mi rostro se negaron a obedecer.
Iba a participar en mi primera misión real. Como cebo.
Me apresuré a recorrer el pasillo ocre, en dirección a mi habitación. El
lúgubre tono amarillo me recordaba a la alfombra de mi antigua habitación
en casa.
Tres años.
A veces olvidaba el tiempo que llevaba viviendo en la agencia. La
última imagen que tenía de mi madre era la de su espalda mientras dejaba
que Alec y el Mayor me llevaran. Ni siquiera se había dado la vuelta para
despedirse. Y ahora se suponía que debía hacerme pasar por la hija de otra
persona, formar parte de una familia normal, que era lo último que sabía
cómo fingir. Incluso antes de llegar a la FEA, una familia era lo único que
nunca había tenido. No podía recordar nada sobre mi padre desde que se
marchó con mi hermano cuando yo era solo una niña.
Un fuerte estruendo me recibió al entrar en mi habitación. Holly
estaba acostada en su cama, leyendo un libro y moviendo las piernas al
ritmo de la música. Apagué los altavoces y la habitación se sumió en un
repentino silencio. Holly se dio la vuelta y se sentó.
—¿Qué quería el Mayor?
Me apoyé contra nuestra puerta, tratando de aliviar el peso de mis
piernas temblorosas. Las nubes oscuras se acumulaban fuera de los
ventanales, en el cielo sobre el bosque, un presagio de otra tormenta de
nieve. Era marzo, pero aquí en Montana, tan cerca de la frontera
canadiense, los inviernos eran largos y brutales. A lo lejos podía distinguir
las montañas del Parque Nacional de los Glaciares, con sus picos aún
coronados por la nieve.
—Quería hablar del caso del asesino serial de Livingston. Ha habido
otra víctima, la cuarta. Todavía está viva, pero no le queda mucho tiempo,
y… —dudé un momento antes de continuar—: Se supone que tomaré su
lugar una vez que muera.
Los ojos de Holly se agrandaron.
—¿Irás a una misión real?
No pudo evitar que la envidia tiñera su voz. Holly y yo habíamos
comenzado en la agencia al mismo tiempo y normalmente nos llamaban a
entrenar juntas. Estaba segura de que su invisibilidad hacía salivar a los
jefes de la CIA y al Departamento de Defensa. Si es que alguna vez lograba
dominar su talento.
—La misión no puede comenzar hasta que la chica esté muerta.
Tal vez ella no había asimilado ese detalle la primera vez que se lo
dije.
Holly todavía parecía entusiasmada.
—Vaya. No puedo creer que te vayan a dejar trabajar en un caso de
asesinato real. Siempre he querido fingir ser otra persona. Debes estar muy
emocionada.
Le lancé una mirada fulminante. Estaba tan lejos de estar emocionada
como uno podría estarlo.
—Entonces espera, ¿te vas ahora? ¿Ya estás saliendo al campo? —
preguntó Holly, muy cerca de mí, mientras recogía mi abrigo y metía unos
cuantos objetos esenciales en mi bolso.
Me encogí de hombros.
—Hoy es solo preparación. La acción real no empieza hasta dentro de
un par de días.
El vuelo al hospital duraría al menos dos horas, tiempo suficiente para
que me volviera completa y totalmente loca.
—¡Buena suerte! —gritó Holly cuando salí de la habitación.
Necesitaría algo más que suerte.

***
La fachada gris del Hospital St. Elizabeth se cernía sobre mí, con
relámpagos destellando en el cielo detrás. De no haber sido por Kate y el
Mayor, me habría dado la vuelta y me habría escondido en la elegante
limusina Mercedes negra que nos trajo desde el helipuerto.
Las puertas corredizas se abrieron sin hacer ruido, dando paso a la
zona de recepción blanca y estéril. Mi nariz picaba por el olor a
desinfectante. Avanzamos sin pedir indicaciones. El Mayor conocía su
camino y nadie lo detuvo; ni las enfermeras que susurraban entre sí cuando
pasábamos ni el médico que asentía en señal de saludo. La FEA era
minuciosa en absolutamente todo.
El pasillo parecía un túnel interminable con paredes que amenazaban
con cerrarse sobre mí. Una puerta idéntica siguió a la otra, ocultando una
interminable sucesión de pacientes.
Finalmente, el Mayor se detuvo junto a una puerta custodiada por un
hombre con traje negro. De la FEA, sin duda. Tenía una nariz aguileña
dentro de un rostro estrecho y me recordaba a un halcón. Probablemente era
uno de los muchos agentes externos repartidos por el país, esos
desafortunados agentes cuyas Variaciones no eran lo suficientemente útiles
como para formar parte de las misiones de espionaje y contraterrorismo más
prestigiosas. Los trabajos de los agentes locales eran considerados aburridos
por algunos, pero en ese momento habría cambiado de lugar con él sin
pensarlo.
—¿Dónde están? —La voz del Mayor adquirió el tono
condescendiente que siempre tenía cuando hablaba con las personas del
círculo exterior: todos los que no vivían o trabajaban en el cuartel general.
Cara de Halcón se paró más erguido y, aunque era casi una cabeza más alto
que el Mayor, se las arregló para parecer mucho más pequeño.
—Cafetería, señor. No volverán antes de las seis.
Eso nos daba veinte minutos. No sabía por qué la familia había ido a
la cafetería ni por qué Cara de Halcón sabía cuándo volverían, pero algunos
agentes de la FEA podían jugar con la mente de las personas de todas las
maneras posibles.
Las Variaciones mentales era lo más valorado en nuestro mundo. La
Variación oficial del Mayor era “visión nocturna”, pero mucha gente creía
que él era uno de los pocos Variantes Duales cuya segunda Variación
mental permanecía en secreto. Al parecer, la mayoría de los Variantes
Duales ocultaban su Variación mental más poderosa detrás de la física
obvia.
—Kate, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo el Mayor.
Ella asintió y se dirigió a la cafetería, donde la señora Chambers
pronto tendría su mente allanada.
Cara de Halcón se hizo a un lado mientras el Mayor abría la puerta y
me hacía un gesto para que entrara. En cuanto puse un pie en la habitación,
quise darme la vuelta y salir corriendo. Pero el Mayor estaba justo detrás de
mí, bloqueando mi única vía de escape.
Mis ojos se clavaron instantáneamente en Madison Chambers,
inmóvil y silenciosa con su bata verde de hospital. Su piel pálida era casi
del mismo tono que las paredes blancas que la rodeaban. Las venas
brillaban a través de su piel, como si hubieran pintado lianas azules en sus
brazos. Intenté tragar, pero mi garganta estaba demasiado seca…
El cabello rubio y opaco de Madison se abría en abanico sobre la
almohada alrededor de su cabeza como un halo descolorido. Su cuello
estaba envuelto con una gasa. ¿Era allí donde el cable había cortado su piel?
Parecía tan frágil, tan inestable entre todos los tubos y máquinas que
emitían pitidos. Retrocedí y choqué con el cuerpo musculoso del Mayor.
—¿Qué pasa?
¿Qué no pasa? Había muchas respuestas a esa pregunta. Con la
presencia del Mayor asomando detrás de mí, me acerqué a la cama. Más
cerca de la chica que necesitaba morir para que yo pudiera fingir ser ella. La
mano del Mayor se posó en mi hombro, pero no fue un toque reconfortante.
—Esta es tu oportunidad de probarte a ti misma, Tessa.
Me separé de él, sacudiéndome para liberarme de su agarre. Mi mano
temblaba mientras la extendía hacia Madison.
—Lo siento —susurré mientras las yemas de mis dedos tocaban su
brazo. No se sentía tan cálida como esperaba. Sabía que su cuerpo seguía
vivo, aunque tal vez el Mayor tenía razón cuando dijo que en realidad era
un cuerpo vacío. Faltaba algo. Por lo general, cuando tocaba a alguien,
había un cierto tipo de energía, una presencia única que podía sentir; pero
con Madison no sentía nada. Aun así, mientras estaba de pie aquí, entre las
máquinas que pitaban, podía sentir que mi cuerpo absorbía sus “datos”.
Según los científicos de la FEA, mi ADN incorporaba instrucciones
genéticas ajenas en su propia y única cadena como ADN latente que podía
activarse cuando fuera necesario. Sentí el familiar hormigueo que
comenzaba en los dedos de mis pies, como siempre ocurría cuando mi
cerebro memorizaba cada detalle de la apariencia de alguien y mi cuerpo se
sentía ansioso por probarlo como si fuera un nuevo par de zapatos
elegantes. Reprimí la sensación. No me transformaría en ella ahora;
esperaría hasta que ya no tuviera opción. Pronto sería capaz de imitarla a la
perfección, a pesar de que aún no sabía nada de ella, ni sus preocupaciones,
ni sus miedos, ni sus sueños. No sería más que una imitación hueca de la
chica que solía ser.
Después de unos segundos, me aparté, pero seguía sin poder apartar
los ojos de la chica que nunca volvería a salir de esta habitación. Y aunque
su supervivencia arruinaría la misión, deseé que demostrara que todos
estaban equivocados, que se curara milagrosamente y volviera con su
familia y sus amigos.
—Deberías limpiar tus lágrimas antes de salir de la habitación —dijo
el Mayor.
Miré hacia arriba. Él ya se había girado para hablar con Cara de
Halcón en la puerta. Limpié la humedad en mis mejillas y me incliné, cerca
del rostro de Madison.
—Tienes que vivir, ¿me escuchas? Por favor, por favor, vive.
Pero una parte de mí sabía que no quedaba nada en ella que pudiera
escuchar mi súplica.

***
Unas horas más tarde, me revolví en mi cama, sin poder conciliar el
sueño. La imagen de Madison estaba grabada en mi mente. Me moví
incómodamente. Sentía como si mi iPad hubiera quemado un agujero en la
parte superior de mis muslos. Había estado viendo una película tras otra, lo
que normalmente me ayudaba a conciliar el sueño. Pero esta noche no.
Un golpe sonó en la puerta. Me quité los auriculares y apagué la
pantalla. Holly se había puesto de espaldas a mí y respiraba con
tranquilidad. Ella siempre se dormía exactamente a las once de la noche.
Caminé de puntillas hacia la puerta, temblando cuando el frío del
suelo de baldosas se filtró en mis pies descalzos, y la abrí en silencio.
Alec estaba esperando en el pasillo. Sostenía un DVD. La carátula
mostraba un rostro deformado y lleno de cicatrices, cubierto parcialmente
por un hacha.
—¿Quieres ver la última película de terror?
Miré el reloj. Era casi medianoche.
—Hace semanas que no hacemos una noche de cine —añadió.
Sí, más bien meses.
—Eso no es culpa mía —dije, y un pesado silencio descendió sobre
nosotros.
Kate había destruido la noche de cine, que había sido una tradición de
Alec y mía desde que entré en la FEA. Ella estaba celosa. Alec
definitivamente no le había dado motivos para estarlo. Él seguía viéndome
como la chica de quince años que había conocido hacía tres años. De todos
modos, solo había empezado la noche de cine por compasión, pero
rápidamente habíamos descubierto que teníamos el mismo gusto extraño en
las películas. Por suerte, al Mayor nunca le había importado que Alec y yo
pasáramos tiempo juntos de esa manera. Después de todo, la FEA no era
una escuela, así que el hecho de que Alec fuera mi entrenador de defensa
personal, realmente no estableció los mismos límites que habría establecido
en un entorno escolar.
Bajó el DVD.
—¿Eso es un no?
Le arrebaté el DVD de la mano y pasé junto a él hacia el pasillo.
—Encárgate de los bocadillos. Yo me encargaré del resto.
Alec me alcanzó con dos pasos amplios. Por el rabillo del ojo, lo vi
sonreír. Su mano rozó mi brazo y tuve que evitar agarrarla. Su contacto
siempre ponía mi cuerpo en alerta máxima, despertando todas las
terminaciones nerviosas, haciéndome desear algo que nunca iba a suceder.
Quizá algún día el enamoramiento desaparecería, pero no esta noche.
Unos minutos después, nos instalamos en el comodísimo sofá de la
sala de estar común. Estaba desierta, silenciosa, excepto por el zumbido de
la máquina expendedora que estaba en la esquina más alejada.
Alec colocó el cuenco con ositos de goma entre nosotros y apoyó las
piernas sobre la mesa. Llevaba jeans y una camiseta negra ajustada con el
muñeco asesino Chucky impreso en la parte delantera. Se la había regalado
poco después de mudarme a la FEA. La había usado a menudo… hasta
Kate. Ella lo prefería con camisas abotonadas y aburridas.
Alec no dejaba de mirarme, y sus ojos me detenían cada vez.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
—Sabes, si no te sientes preparada para la misión, estoy seguro de
que el Mayor lo entendería.
Me reí.
—¿Estamos hablando de la misma persona?
La expresión de Alec se volvió feroz.
—Él no puede obligarte a hacer algo para lo que no estás preparada.
Hablaré con él.
—No. —Toqué su brazo—. Todo irá bien. Puedo hacerlo.
No parecía convencido.
Puse la película y un grito rasgó el silencio cuando el asesino del
hacha mató a su primera víctima. Sin perder de vista la pantalla, clasifiqué
los ositos de goma, amontonando los verdes y los blancos en un montón
sobre mis muslos y dejando los otros para Alec.
—Siempre haces lo mismo, ¿sabes? —dijo Alec.
Me tragué un osito.
—¿Hacer qué?
—Morderles la cabeza primero.
Me encogí de hombros.
—Es lo más bonito que se puede hacer. Si pudieras elegir, ¿preferirías
que te comieran vivo empezando por los pies o querrías que se acabara
rápido?
—Bueno, si pudiera elegir, preferiría que no me comieran en
absoluto.
Lentamente, una sonrisa apareció en su rostro. Era una apariencia que
no había visto en mucho tiempo. Últimamente, había estado muy serio todo
el tiempo. Su estado de ánimo casi coincidía con el del Mayor. Desde que él
y Kate habían sido enviados al campo hace unos meses (la misión de la que
habían regresado como pareja) Alec había estado cambiando. Cada día
sentía que se alejaba más de mí, que nuestra amistad se desmoronaba ante
mis ojos. Pero no tenía ni idea de lo que había sucedido entre entonces y
ahora, ya que ni él ni Kate dijeron una palabra sobre la misión: órdenes del
Mayor.
—Eres rara, lo sabes, ¿verdad? —dijo.
Toqué su pecho. Los músculos se sentían como acero bajo la yema de
mi dedo. Guardé la sensación para usarla más tarde durante mis fantasías.
Él agarró mi mano, su pulgar y su índice se enroscaron alrededor de
mi muñeca. Su otra mano salió disparada hacia delante y empezó a hacerme
cosquillas en el costado. Una mezcla de risas y chillidos brotó de mis labios
mientras intentaba zafarme de su agarre, pero con su fuerza era inútil.
Levanté las piernas hasta mi pecho e intenté apartar a Alec con ellas. De
repente, se inclinó sobre mí, su rostro estaba a escasos centímetros del mío.
Dejé de luchar, por un momento incluso dejé de respirar. Estaba tan cerca.
Si movía la cabeza hacia delante, nuestros labios se tocarían. Su aliento
abanicó mi rostro y sus ojos se dirigieron a mi boca. El tiempo se extendió
entre nosotros, nuestras miradas se encontraron. ¿Había deseo en sus ojos?
A veces era difícil distinguir entre lo que quería y lo que era real. Quería
que me besara, no quería nada más, pero entonces se acomodó contra los
cojines, lo más lejos posible de mí. Mis mejillas ardían cuando volví a
prestar atención a la pantalla, justo a tiempo para ver a alguien siendo
decapitado por un hacha. Era de esperar. Así es como me sentía.
Durante unos minutos, había sido como en los viejos tiempos, como
en los días anteriores a que Kate se convirtiera en la novia de Alec. Pero
esos días habían terminado.
Capítulo 3

A la mañana siguiente, comenzaron mis preparativos para la misión


“Sé Madison Chambers”. Era triste lo fácil que resultaba resumir la vida de
una chica de dieciocho años en ochenta páginas pulcramente
mecanografiadas. En un blanco y negro indiferente, el informe me decía
todo lo que necesitaba saber para mezclarme con los amigos y la familia de
Madison. O eso pensaba el Mayor.
Kate había hecho un buen trabajo extrayendo información de las
mentes de los amigos y la madre de Madison. Pero el expediente seguía sin
mencionar las emociones de Madison, sus pensamientos, su vida interna.
Era como decirle a alguien que disfrutara de una hermosa pieza musical
simplemente mirando las notas.
Madison pesó dos kilos y medio cuando nació. Comenzó a tocar el
piano a los siete años. Tenía un gato llamado Fluffy que le habían regalado
por su noveno cumpleaños y un hermano mellizo, Devon. Le encantaban las
galletas de mantequilla de maní, pero era alérgica al atún y a las alcaparras.
Había sido animadora hasta poco antes del ataque.
Una pila de fotos cayó del archivo, esparciéndose alrededor de mis
pies. Me agaché para recogerlas y empecé a mirarlas. Allí estaba Madison
de pequeña, vestida con un disfraz de conejita. Madison en medio de un
grupo de chicas sonrientes, con los aparatos dentales brillando en su boca.
Madison abrazando a su padre y a su hermano.
No quería ni imaginar cómo la FEA había tenido acceso a ellas.
Madison estaba tan llena de vida en las fotos; todo cabello rubio
brillante, ojos azules brillantes y sonrisas felices. Y alguien le había quitado
esa luz.
Cerré el archivo abruptamente mientras las lágrimas ardían en las
esquinas de mis ojos. No quería conocer a Madison, no quería aprender
sobre sus peculiaridades e intereses, porque eso la hacía demasiado real.
Esto no estaba bien.
—¿Tessa?
Alec.
Froté mi rostro con las manos, agradeciendo en silencio de que el
rímel era a prueba de agua, y acomodé mi cola de caballo.
—Pasa.
La puerta se abrió con un chirrido.
Alec ocupaba la mayor parte de la puerta, alto y musculoso como
siempre. Nunca había entrado en mi habitación y no parecía que eso fuera a
cambiar pronto. A veces me preguntaba por qué era tan reacio a entrar. Si
no confiaba en sí mismo para estar a solas conmigo. Pero sabía que
probablemente eso era una ilusión.
—¿Estás bien?
Sentí mi piel sonrojarse.
—Sí, estoy bien. ¿Hay algo que quieras?
Por un momento pareció mirar a través de mí. Sus ojos eran tan
intensos. ¿Recordaba el momento de anoche? El calor se acumuló en mi
estómago, pero entonces se aclaró la garganta.
—El Mayor quiere que nuestro entrenamiento comience hoy.
—Oh, claro. Por supuesto.
Normalmente no teníamos clases los fines de semana, pero nuestro
tiempo antes de la misión era escaso. Los ojos de Alec se detuvieron en mí
por un momento antes de desaparecer de mi vista.
—En el gimnasio en diez minutos. No llegues tarde.
¿Había imaginado la forma en que acababa de mirarme? Sacudí la
cabeza para deshacerme de ese pensamiento.
Tomé unos sencillos pantalones de chándal grises y una camiseta
blanca de mi cajón. Justo cuando estaba a punto de vestirme irrumpió
Holly, con el cabello aún húmedo por el baño matutino. Su color natural, un
bonito castaño claro, asomaba en la línea de cabello.
—¿Ya te vas?
—Sí, Alec me quiere en el gimnasio en… —miré el reloj en la pared
—. Nueve minutos.
Me quitó la ropa y la tiró al suelo.
—No llevaras eso puesto.
—Holly, no tengo tiempo para tus consejos de estilismo ahora mismo.
Y yo tampoco tenía paciencia. Verme linda no me haría salir viva de
la misión.
—No seas estúpida. Vas a tener clases individuales con Alec. Deja
que te lo explique: A solas. Con Alec. Esta es tu oportunidad.
Si nos hubiera visto anoche, sabría lo inútil que era.
—Sabes lo concentrado que está Alec durante el entrenamiento. Ni
siquiera se daría cuenta si entrara desnuda al gimnasio.
—Ya veremos.
Me desplomé en mi cama y observé a Holly rebuscar en su cajón.
Cuando realmente se proponía algo, era una fuerza a tener en cuenta, y Alec
y yo estábamos en lo alto de su lista de cosas por hacer.
Me lanzó una prenda de vestir y golpeó mi rostro. El aroma a
melocotón y vainilla invadió mi nariz cuando la deslicé por encima de mi
cabeza. Era una camiseta blanca. Sin protestar, me la puse.
—¿Qué tiene de mejor esta camiseta?
Holly señaló mi pecho.
—¡Holly!
—Es divertido.
Gemí. En grandes letras rojas, estaba escrito en mi pecho: Por favor
háblale a mi rostro; mis pechos no pueden escucharte.
—No usaré esto.
—Oh, sí la usarás. Y toma, ponte estos pantalones de chándal. No son
tan holgados como los tuyos.
No tenía la energía para discutir con ella, no con la forma en que mi
cerebro había estado confundido desde que vi a Madison. Me puse los
pantalones de chándal de Holly. Al menos eran negros y estaban felizmente
desprovistos de cualquier frase impresa.
Miré el reloj.
—Genial, ahora llego tarde —dije mientras me apresuraba a salir de
nuestra habitación.
—Tus piernas se ven geniales —dijo Holly detrás de mí.
—¡No se corre en los pasillos! —gritó la señora Finnigan, la
secretaria del Mayor. Nunca la había visto correr por los pasillos. El
perezoso era probablemente su animal espiritual. Bajé la escalera a
trompicones y me apresuré a llegar a la planta baja.
En un minuto llegué al gimnasio, sin aliento por haber corrido cuatro
pisos. Eché un vistazo a las colchonetas verdes, los espejos del suelo al
techo y los sacos de boxeo suspendidos.
Alec estaba practicando patadas altas en uno de los sacos. Me detuve
abruptamente en la puerta. No llevaba camiseta, solo unos pantalones
deportivos negros. Sus músculos se tensaban con cada patada y la luz
artificial de las lámparas halógenas hacía que su piel pareciera dorada. Un
gran tatuaje de dragón negro cubría su hombro derecho, ocultando la
cicatriz que se hizo cuando era niño. Se había caído por una barandilla, dos
pisos abajo, después de que sus padres lo abandonaran en un centro
comercial lleno de gente el día antes de Navidad. No debería haber
sobrevivido a la caída, pero su Variación lo salvó. Alec siempre decía que
su Variación lo ayudaba a engañar a la muerte, pero la FEA lo ayudaba a
sobrevivir. Tenía más cicatrices esparcidas por su cuerpo, de misiones en las
que yo era demasiado inexperta para participar, hasta ahora.
Sin mirarme, dijo:
—Llegas dos minutos tarde.
Lanzó otra patada antes de darse la vuelta.
Su mirada bajó inmediatamente para leer las palabras en mi pecho.
Un calor subió por mi cuello y me prometí a mí misma que se lo
agradecería a Holly más tarde.
Apartó su mirada de mis pechos y miró mi rostro, sin mostrar ni una
pizca de vergüenza.
—Bonita camiseta —dijo secamente—. Ah, y veinte flexiones por
llegar tarde.
Mi sonrisa se desvaneció. Me acerqué a él, haciendo lo posible por no
admirar abiertamente la exhibición de músculos en su pecho.
—Oh, vamos, Alec. No te hagas el importante. No eres el Mayor.
Sus ojos grises se clavaron en los míos, con una expresión severa.
—Treinta flexiones, Tess. —Su voz sonó tensa.
Cada vez que usaba ese apodo, quería enterrar mi nariz en su cuello y
dejar que me abrazara. Hace muchos años, mi madre me había llamado así.
En la época en la que ella todavía se preocupaba por mí, tal vez incluso me
quería.
Me puse de rodillas y sostuve mi peso con mis brazos. Las primeras
flexiones estuvieron bien, las siguientes no tanto, y para cuando llegué al
número veinte mis brazos empezaron a temblar.
—Deberías hacer ejercicio más a menudo. Los músculos de tus
brazos son casi inexistentes.
¡Qué demonios! ¿Intentaba hacerse el gracioso? Mis brazos no
estaban tan mal. No todos podían ser tan fuertes y musculosos como Alec.
En realidad, nadie lo era.
—Cállate —repliqué.
Me empujé hacia arriba de nuevo. Solo faltaban diez más. La
colchoneta debajo de mi cuerpo era del mismo verde pálido que la bata de
hospital que llevaba Madison. Una vívida imagen de su frágil cuerpo pasó
ante mis ojos. Mis brazos cedieron y mi rostro golpeó la colchoneta. El leve
olor a pies y sudor subió hasta mi nariz.
—¿Tess?
Alec puso una cálida mano sobre mi hombro. Su voz estaba teñida de
preocupación.
Se sentó a mi lado y el silencio se instaló a nuestro alrededor.
—¿Quieres hablar acerca de eso?
De repente, quería hablar con él, quería contarle todo, mucho más que
mis pensamientos sobre Madison. Me alejé.
—No. Vamos a practicar.
—¿Segura? Puedo decirle a Holly y a Tanner que el entrenamiento se
pospone.
Me puse de pie de un salto.
—Estoy bien.
Alec se lo tomó con calma después de eso. Me di cuenta. Mis patadas
altas eran miserables. Apenas había poder detrás de ellas. Tenía una
puntería horrible y me quedaba sin aliento a los pocos minutos. Pero cada
vez que intentaba invocar mi poder, los pensamientos de Madison me
perseguían. Madison, la chica solo unos días mayor que yo que estaba
muriendo. La chica que quería ser veterinaria. La chica que quería pasar un
año viviendo en el extranjero después de la escuela secundaria. La chica
que nunca lo haría.
—Vamos a ver lo buena que eres para deshacerte de un atacante.
Asentí, contenta por la distracción.
Alec envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y trató de
arrastrarme. Mis intentos de pisar su pie o patear su espinilla fueron, en el
mejor de los casos, poco entusiastas. La sensación de su pecho desnudo
presionado contra mi espalda no era algo de lo que estuviera desesperada
por deshacerme. Quería más, quería sentir cada centímetro de su cuerpo
contra mí. ¿Podría superar alguna vez mi enamoramiento por él? Lo dudaba
seriamente.
—No lo estás intentando de verdad, Tess.
Sus labios rozaron mi oreja mientras hablaba y un escalofrío recorrió
mi cuerpo. Mis músculos se aflojaron, cualquier voluntad de defenderme de
él desapareció. Su cercanía se sentía tan bien, tan adecuada. Apoyé la
cabeza en su pecho. Olía como una mañana de primavera en el bosque, a
menta verde y algo especiado. En el fondo, sabía que no debería desear su
cercanía tanto como lo hacía. No debería desearlo en absoluto. No era mío
para desearlo.
Se puso rígido cuando nuestras miradas se encontraron.
Todavía recordaba la primera vez que lo vi. Él y el Mayor estaban de
pie, con sus trajes, entre los muebles andrajosos y las botellas de cerveza
vacías que llenaban mi antigua sala de estar. A pesar de mi miedo y mi
vergüenza, sus ojos grises me habían tranquilizado y su sonrisa me
aseguraba que estaría a salvo con él.
Y ahora, no podía dejar de mirar sus labios. Lentamente se inclinó
hacia abajo. Iba a besarme, y yo no iba a detenerlo, a pesar de…
—¿Alec?
La voz de Kate me golpeó como una bola de demolición.
A pesar de Kate.
Alec bajó los brazos y dio un paso atrás. Ella estaba de pie en la
puerta, con sus ojos cobrizos entrecerrados. No estaba segura de cuánto
tiempo nos había estado observando, pero era evidente que estaba furiosa, a
pesar de que no había pasado nada. Una pequeña parte de mí se sentía mal
por desear a Alec. Él estaba con Kate. No debería desear a alguien que tenía
novia, pero no podía evitarlo. Me había gustado desde el día en que me sacó
de mi casa, mucho antes de que ella entrara en escena. A veces me parecía
que nunca dejaría de desearlo.
Kate sonrió.
—Bonita camiseta. Lástima que no tengas pechos de verdad con los
que hablar.
Crucé los brazos sobre mi pecho, evitando su mirada. No le daría la
satisfacción de leer mis pensamientos.
—Kate, detente. —La voz de Alec contenía una advertencia.
Él me miró con una sonrisa de disculpa, pero no quería su compasión,
sobre todo después de lo que Kate acababa de decir.
—Pensé que íbamos a ver una película. ¿Te acuerdas?
Odiaba cómo su voz adquiría un tono quejumbroso cada vez que no
se salía con la suya. Deseaba que Alec no cayera en la trampa, que no viera
nada con ella. Se suponía que la noche de cine era lo nuestro.
Él tomo una toalla y limpió su rostro.
—No puedo. Tessa y yo estamos entrenando para la misión. Holly y
Tanner se unirán a nosotros pronto. —Añadió la última parte como para
aplacar a Kate, cuya expresión era como si hubiera probado algo
desagradable. Al cabo de un momento, envolvió sus brazos alrededor de su
cuello y tiró de él hacia ella. Sus labios se aferraron a los de él como una
ventosa. Quería que él la apartara. Quería que me besara como estaba
besando a Kate.
Me puse de espaldas a ellos y tomé unos cuantos tragos de la fuente
de agua, intentando desterrar la imagen de los labios de Kate sobre los de
Alec. El sonido de la risa aguda de Holly, seguido de la risa de barítono de
Tanner, me hizo relajarme y finalmente me atreví a encarar de nuevo la
habitación. Alec se acercó a mí; afortunadamente, Kate no estaba.
Tanner se había puesto el piercing en el tabique. Summers le prohibió
usarlo durante los entrenamientos o las misiones. Siempre me imaginaba a
un toro embistiendo una capa roja cuando lo veía, aunque con su contextura
alta y de corredor, decididamente se parecía más a un bastón que a un toro.
Holly parecía feliz de formar parte de los preparativos, incluso si ella
misma no podía ir a la misión.
Los dos se quedaron cerca de la entrada, observándonos a Alec y a mí
hasta que sentí que la incomodidad podría aplastarme. Alec se aclaró la
garganta.
—Tanner y Holly, gracias por acompañarnos. El Mayor cree que
debemos prepararnos para todas las eventualidades y eso incluye la
posibilidad de que Tessa se enfrente a un Variante.
Di un paso atrás. Siempre había sabido que un Variante podría ser el
asesino, pero de alguna manera nunca lo había pensado hasta el final, nunca
había considerado el potencial de tener que luchar contra alguien como yo.
Se abrían muchas posibilidades aterradoras en las que no quería ni pensar, y
mucho menos enfrentarme a ellas. El asesino podría ser capaz de
manipularme y hacerme obediente, podría envenenarme o aturdirme con su
toque, podría hacer que confiara en él en contra de mi voluntad, y ésas eran
solo las opciones que surgieron en mi mente; podían existir innumerables
otras. Me enfrentaría a una pelea sin saber si mi oponente estaba armado de
forma única o no, sin tener ni idea de lo peligrosas que eran sus armas.
¿Cómo podría esperar estar a salvo?
Alec volvió a tocar mi hombro, pero esta vez no me aparté. Mis ojos
se dirigieron hacia los suyos y supe que podía leer el miedo y el horror
escritos en mi rostro. Sus dedos se pusieron rígidos y la tensión recorrió su
cuerpo.
—No sabemos con certeza si hay un Variante involucrado. Si creyera
que hay alguna posibilidad… —se detuvo un momento antes de concluir—.
No permitiré que te pase nada.
Era vagamente consciente de que Holly y Tanner estaban a nuestro
lado, pero en ese momento solo estábamos Alec y yo. Y fue entonces
cuando la realidad realmente se hundió. Estaría sola, atrapada en la casa de
Madison, en su cuerpo y en su vida. Me encontraría con personas que no
conocía, personas que podrían mentirme sobre el pasado de Madison y
sobre sus lealtades. Sería el principal objetivo de un asesino que no solo
tenía ventaja sobre mí por su conocimiento local de Livingston, sino
posiblemente por una Variación.
—Entonces, ¿qué se supone que debemos hacer exactamente? —
preguntó Tanner con ligereza.
La tensión de repente abandonó a Alec.
—Quiero que ataques a Tessa con tu Variación. Holly, tú tratarás de
tomarla por sorpresa.
Holly asintió con entusiasmo.
—No es probable que alguien invisible te ataque —dijo Alec,
captando la expresión de preocupación en mi rostro—. Pero aumentará tus
sentidos y te ayudará a concentrarte. No confíes en tus ojos, usa tus oídos.
Tanner te mantendrá distraída. Ahora cierra los ojos para que Holly tenga la
oportunidad de desaparecer.
Hice lo que me pidió y traté de escuchar los pasos de Holly, pero ella
no se movía o era mucho más sigilosa de lo que pensaba. Alec susurró algo,
aunque no pude saber qué ni a quién.
—¡Listos! —gritó un segundo después.
En el momento en que mis ojos se abrieron, una pelota se precipitó
hacia mi rostro. En el último segundo antes del impacto, me agaché,
mientras escudriñaba la habitación en busca de Tanner, mi atacante aún
estaba visible a unos metros de mí, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Por supuesto, Tanner no necesitaba mover ni un músculo para lanzarme
cosas; solo sus pensamientos eran suficientes. Con un sonido de desgarro,
una cuerda de saltar se soltó de la pared al final del gimnasio. Salió
disparada hacia mí a la altura de las rodillas, retorciéndose y girando en el
aire como un lazo. Unas zapatillas chirriaron detrás de mí y me di la vuelta,
esperando un ataque de Holly, pero me encontré con el aire vacío. Algo se
clavó en mis pantorrillas y el dolor atravesó mis piernas. Mis brazos se
extendieron, buscando mantener el equilibrio, cuando un pie se materializó
de la nada y se estrelló contra mi pecho. El aire salió disparado de mis
pulmones con un grito ahogado mientras caía hacia atrás y chocaba con el
suelo. El fuego se deslizó por mi coxis y por cada centímetro de mi cuerpo
hasta que sentí que me estaba quemando viva.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de recuperar el aliento. Si esto
hubiera sido una verdadera lucha por mi vida, estaría muerta. Derrotada por
una cuerda y una chica invisible.
—¿Estás bien? Lo siento. No quise golpearte tan fuerte.
La sensación de las cálidas manos de Holly en mis hombros me sacó
de mi miseria. Ella, Tanner y Alec estaban de pie junto a mí, observándome
con las cejas fruncidas.
—No, fue mi culpa. La cuerda me distrajo y no pude cambiar mi
enfoque lo suficientemente rápido. Me sentí abrumada por la situación.
Alec asintió como si eso fuera exactamente lo que esperaba. Vaya,
pensé, gracias por el voto de confianza.
—Al comienzo de tu misión, te sentirás de la misma manera. Hay
tantos hechos, tanta información que tendrás que procesar todo a la vez.
Creo que este ejercicio te ayudará a discernir las cosas importantes de las
que no lo son tanto.
Dejé que me levantara y sacudí el polvo, aunque la colchoneta no
había dejado suciedad en mi ropa.
—¿Por qué no usaste tu Variación? —preguntó.
—No lo sé.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Mi Variación me
ayudaba a disfrazarme, pero nunca había considerado que fuera un talento
útil en una pelea.
—Si quieres derrotar a tu oponente, especialmente si se trata de otro
Variante, tienes que usar tu Variación. Es lo que te da ventaja. Es lo que
hace que tus movimientos sean sorprendentes y lo que te hace peligrosa.
Alec tenía razón. No era el momento para contenerme.
—De acuerdo, intentémoslo de nuevo —dije, mi voz sonó más firme
de lo que esperaba.
Holly volvió a ser invisible. Intenté seguir su movimiento por el
sonido, pero fue inútil. Tanner avanzó hacia mí, por una vez sin sonreír.
Cerró las manos en puños mientras yo daba un paso atrás. Se detuvo
bruscamente, justo cuando una pelota se precipitaba hacia mí. Con un
resoplido caí de rodillas. La pelota no había golpeado mi cabeza por escasos
centímetros. Miré hacia arriba con incredulidad.
—Tal vez deberías usar objetos que no maten a Tessa si la golpean —
dijo Alec, frunciendo el ceño.
Me puse en pie de un salto y me abalancé hacia Tanner. Una sonrisa
apareció en su rostro, pero desapareció rápidamente cuando clavé mi puño
en su estómago. Él esquivó mis dos siguientes golpes y yo retrocedí para
pensar en una nueva táctica. Sentí una corriente de aire en mi espalda y
salté a un lado.
—¿Holly?
Ella no se dejó ver. Tanner agarró mi brazo, pero me zafé de su
agarre. Pateó mis piernas, tratando de hacerme tropezar. Otra pelota se
lanzó hacia mí a la altura de mi estómago. Eso sí dolería. Me alejé de ella,
pero la estúpida cosa continuó siguiéndome.
Usa tu Variación, me dije. La ondulación atravesó mi cuerpo y me
encogí mientras me tambaleaba hacia Tanner. Su rostro vaciló al verme,
ahora en el cuerpo de la niña del centro comercial, de no más de cinco años.
La pelota se detuvo. Me lancé hacia él, caí de rodillas y mordí su
pantorrilla. Retrocedió con un aullido y aterrizó sobre su trasero. Sonreí
mientras volvía a mi complexión. Alguien se abalanzó sobre mi espalda.
Caí al suelo junto a Tanner, me di la vuelta y vi a Holly, que empezaba a
materializarse lentamente.
Gemí. Derrotada de nuevo.
—Eso estuvo mejor —dijo Alec—. Tanner tuvo reparos en atacar a
una niña pequeña. Esa es una buena forma de usar tu Variación. Si puedes
distraer a tu oponente provocando compasión por ti, entonces obtienes una
ventaja sobre él, que utilizaste al máximo.
Tanner frotó su pantorrilla donde había dejado la huella de unos
pequeños dientes.
—No dirías eso si te hubiera mordido.
Ahogué una carcajada.
—Pero te dejaste distraer de nuevo, Tess. Te olvidaste de Holly
porque estabas demasiado ocupada regodeándote —dijo Alec.
Mis mejillas ardían, pero no intenté defenderme. En su lugar, me puse
en pie y dije:
—Quiero volver a intentarlo.

***
Durante los días siguientes, Alec y yo nos reunimos para entrenar dos
veces al día: por la mañana, antes del entrenamiento de carrera, y por la
tarde. Me permitieron faltar a mis clases habituales para poder centrarme en
la misión, para decepción de Holly. Por muy importantes que fueran en
algunos casos, la patología forense, los perfiles de ADN y la criminología
no me ayudarían mucho en el campo.
Al final de la semana, cada centímetro de mi cuerpo estaba magullado
y aún no había progresado mucho. Al menos, eso es lo que sentía. Holly se
dio cuenta de mis preocupaciones, como siempre. Me rodeó con un brazo
mientras caminábamos por el pasillo.
—Tengo miedo, Holly —dije con voz temblorosa. No me gustaba
admitir mi debilidad, pero simplemente necesitaba hablar con alguien.
Ella apretó mi hombro.
Por el rabillo del ojo, vi a Alec entrando en la habitación de Kate. El
avistamiento se sintió como lo último que necesitaba. Deseaba que pasara
su tiempo conmigo y me distrajera de mis preocupaciones. Ahora me los
imaginaba haciéndolo toda la noche.
—No entiendo por qué se molesta con ella —dijo Holly, siguiendo mi
mirada.
—Quizá sea buena en la cama —murmuré con rencor. No me gustaba
esta faceta mía pero mis celos seguían asomando su fea cabeza.
Entramos en nuestra habitación y me tiré en la cama, aspirando el
fresco aroma de la almohada.
El colchón se hundió cuando Holly se acostó a mi lado.
—¿Esto es por la misión o por Alec?
Me había quejado con ella sobre Alec tantas veces que no era
sorprendente que Holly asumiera que él era la razón de mi arrebato. Y
aunque una pequeña parte era por él, la misión había empezado a consumir
cada uno de mis pensamientos. Quería disfrutar del poco tiempo que me
quedaba en el cuartel general, pero la preocupación y el miedo parecían
adherirse a mí.
—¿Qué pasa si fracaso? ¿Y si no vuelvo porque me matan? —
susurré.
Holly contuvo un suspiro.
—Ni siquiera digas tal cosa. El Mayor no te enviaría allí si pensara
que existe la posibilidad de que te maten. —Sus palabras sonaban
reconfortantes, pero aún podía escuchar la incertidumbre en su voz.
—Pero las misiones siempre son peligrosas —repliqué—, el Mayor
no haría una excepción con nadie. ¿Y cómo puede asegurarse de que el
asesino no me atrape? Él mismo lo dijo. Una vez que me convierta en
Madison, soy un cebo.
Holly se quedó en silencio por un momento, con los ojos muy
abiertos y asustados.
—Lo siento —dije—. No era mi intención preocuparte.
—No seas ridícula. Puedes hablar de todo conmigo.
Me abrazó y me relajé contra ella.
—¿Sabes qué es un poco patético? —dije, esperando aligerar el
ambiente—. Si me matan, moriré sin haber besado a nadie. Patético, ¿eh?
Los bardos cantarán sobre la vieja solterona Tessa.
Holly levantó la cabeza, y un destello de su habitual personalidad
apareció en sus ojos. Pasó la mano por su nariz.
—Bueno, tal vez podamos hacer algo con el tema de los besos.
Quiero decir, vivirás totalmente, pero la parte de no haber sido besada es lo
suficientemente patética como para arreglarla de todos modos.
Las comisuras de sus labios se levantaron y me obligué a devolverle
la sonrisa.
—¡Rayos, gracias! ¿Desde cuándo tienes tanta experiencia?
—Desde que me enrollé con Tanner.
—Um, eso fue hace cuatro meses y los dos estaban borrachos, así que
apenas cuenta.
—Lo que sea. —Holly se sentó—. Esto no es sobre mí. Se trata de
que pierdas tu virginidad en el tema de besos.
—Vaya, eso no me hace sonar como una perdedora ni nada por el
estilo.
Entablar nuestras bromas habituales se sentía tan bien, aunque solo
fuera temporal.
Holly me ignoró.
—Si somos honestas, solo hay una persona digna para el trabajo de
ladrón de virginidad a besos. —Me encogí, sabiendo exactamente a quién
sugeriría—. Alec. Es él o nadie. Quiero decir, vamos, él es la razón por la
que has estado esperando. —Se encogió de hombros—. Eso y que estamos
un poco escasos de chicos de nuestra edad por aquí.
Mordí mi labio porque era cierto. Alec era la razón por la que nunca
había sucedido. Había querido que él fuera mi primer beso desde el día en
que nos conocimos. Quería que él fuera mi primer todo. Yo era un maldito
desastre cuando se trataba de él, pero no estaba segura de cómo deshacerme
de mi enamoramiento.
—No lo sé —vacilé.
—Sí quieres besarlo, ¿verdad?
Gemí.
—Tengo muchas ganas de besarlo.
La mayoría de mis sueños involucraban a Alec y a mí besándonos.
—Quizá podamos hacer algo al respecto.
Bajé las manos.
—¿Qué? ¿Atarlo y obligarlo a besarme?
Holly puso los ojos en blanco.
—No, pero eso suena un poco caliente.
La empujé con los dedos de mis pies.
—¿Qué tal algo más discreto? —aventuró—. Podríamos utilizar tu
talento. ¿Por qué desperdiciarlo?
—No se va a desperdiciar. —Una imagen no deseada del rostro de
Madison cruzó por mi mente, y el miedo que había desterrado por un
momento regresó a mí con toda su fuerza—. Entonces, ¿cuál es tu plan?
—Podrías convertirte en Kate.
—Oh, no, eso otra vez no.
Ella cubrió mi boca con su mano.
—No me interrumpas.
La fulminé con la mirada.
—Y una vez que seas Kate, te reúnes con Alec y le das un beso. Él
nunca sabrá que eres tú. A menos que quieras que lo sepa. Tal vez tus
habilidades para besar sean tan buenas que deje a la verdadera Kate. Incluso
podrías ir hasta el final y hacer que tome tu virginidad. Con tu talento, el
cielo es el límite.
Abrí la boca y ella retiró la mano.
—Sí, claro. Nunca he besado a nadie, así que es casi un hecho que lo
haré fatal.
Lo peor era que una parte de mí quería seguir la sugerencia de Holly.
Se inclinó más cerca, su rostro se cernía sobre mí. Volvía a ser la
misma de siempre y solo por eso estaba dispuesta a considerar su
descabellado plan.
—Entonces, ¿qué dices?
—Estás loca, Holly. Ya hemos tenido esta conversación antes. No está
bien transformarme en alguien y besar a su novio.
Holly resopló.
—No seas ridícula. No estamos hablando de alguien, estamos
hablando de Kate. Ella nos trata como basura. Y yo sugerí que lo besaras y
te acuestes con él.
Lástima que no tengas pechos de verdad con los que hablar. Las
palabras que me había dicho en mi primera sesión de entrenamiento
empezaron a dar vueltas en mi cerebro. Era cierto: A Kate no le importaba
hacerme daño. De hecho, disfrutaba con eso, al igual que disfrutaba
restregándome en el rostro su relación con Alec.
—Pero aun así. ¿Y qué pasa con Alec? Tampoco es justo para él.
—Nadie saldrá herido. No se enterarán nunca y tú tendrás lo que
siempre has querido: Tu primer beso con Alec.
—Pero sería falso.
—¿Por qué estás siendo tan difícil? Llevo tres años escuchando tus
efusiones. Es hora de que hagamos algo al respecto y te besen. Además, tal
vez sea un besador horrible y el beso te cure de tu enamoramiento.
—Sí, claro.
—Oh, vamos.
—Kate me mataría con sus propias manos si se enterara.
—Ella no se enterará. Eres demasiado buena para ella. Nunca te
atrapará.
—Sí, a menos que no tengas cuidado y la mires fijamente a los ojos.
Traté de sonar despreocupada pero las palabras sabían a falsedad.
—¿Entonces lo harás?
La verdad era que lo deseaba, quería que Alec fuera mi primer beso
más que nunca. Y en la misma medida, quería mantener ese secreto sobre
Kate. Quería poder sonreír para mis adentros, sabiendo algo que ella no
sabía, cada vez que se burlara de mí.
Pensé en las reglas que había establecido para mí hace unos años y en
las nuevas que me había impuesto la agencia. Teníamos prohibido utilizar
nuestras Variaciones contra otros. Pero la idea de acercarme a Alec, de estar
en sus brazos y besarlo solo una vez, era demasiado tentadora.
¿Qué podría salir mal?
Capítulo 4

La puerta se abrió de golpe, seguida de una ráfaga de viento, antes de


volver a cerrarse rápidamente. A un humano “normal” le habría parecido
que no había entrado nadie. Una risita reveló la presencia de Holly. Había
logrado acercarse sigilosamente a mí una vez más.
Lentamente, los bordes de su figura se volvieron borrosos. Su cuerpo
comenzó a tomar forma, el color se desvaneció en su contorno borroso
hasta que, después de unos segundos, Holly estaba de pie frente a mí,
apretando la ropa contra su pecho, con las mejillas sonrosadas por la
emoción. Holly había aprendido a hacer invisibles los objetos que sostenía,
y Summers creía que tenía el potencial de ocultar también seres vivos. Sin
embargo, hasta ahora, el entrenamiento con lombrices no había ido bien;
algunas habían desaparecido para siempre.
—¡Funcionó y no perdí la concentración! —Levantó la ropa que
había robado de la habitación de Kate y la colocó sobre su silla—. La vi
salir hacia la piscina. Suele pasar una hora allí. —Como no me levanté de la
cama, levantó los brazos—. ¡Deprisa!
—No estoy segura de que esto sea una buena idea.
—Vamos, no seas aguafiestas. Esta es tu gran oportunidad.
Llamaron a la puerta. Holly metió la ropa de Kate debajo de la
almohada mientras la abría. La señora Finnigan estaba en el pasillo con una
carta en la mano, con las comisuras de los labios caídas formando una
mueca perpetua. Tome el sobre mientras ella se daba la vuelta y se
marchaba sin decir nada.
La dirección desconocida me miró con letras gruesas y rojas.
—¿La carta que enviaste a tu madre? —preguntó Holly.
—Sí —susurré—. Ella se mudó. Ni siquiera se molestó en decírmelo.
—¿Tal vez no ha tenido tiempo todavía? Estoy segura de que te
enviará una carta pronto.
Eso era dudoso.
Una cosa que admiraba de Holly era la forma en que siempre trataba
de ver lo positivo en todos. Pero ella no había conocido a mi madre ni a los
muchos hombres cuestionables con los que había salido. Y Holly no podía
entenderlo. Tenía unos padres cariñosos y cuatro hermanos menores que la
querían a pesar de su variación, quien la llevaban a casa por Navidad cada
año y le enviaban cartas y pequeños regalos, aunque no tenían mucho
dinero. Su padre no la había abandonado, su madre no la había desechado
como una mascota molesta. Sus padres no la odiaban por lo que era.
Recordé la primera vez que cambié de forma; tenía cinco años. Mamá
y yo vivíamos en un pequeño y húmedo apartamento de una sola habitación
en Nueva York con un hombre que se pasaba la mayor parte de las noches
gritando y los días desmayado en el sofá. Enfrente del edificio había un
parque infantil y ese día mamá tenía dolor de cabeza, como solía tener, así
que me aventuré a salir sola. Nadie me prestó atención. En lugar de jugar
con los demás niños, observé a las madres interactuar con sus hijos,
estudiando la forma en que los abrazaban y los tomaban de la mano. Sin
darme cuenta de lo que hacía, cambié a la forma de una chica con la que
había chocado y me acerqué a su madre, que estaba hablando con otras
mujeres. Le pregunté si podíamos irnos a casa y, después de un momento de
duda, se fue conmigo, sin darse cuenta de que su verdadera hija seguía
jugando al otro lado del patio.
Sostener su mano mientras caminábamos a casa fue una sensación
maravillosa. Por desgracia, pronto volví a mi propio cuerpo y la mujer se
dio cuenta inmediatamente de su error. Probablemente pensó que se había
vuelto loca. Tal vez eso fue lo que hizo que la mujer no hiciera preguntas.
Después de reunirse con su verdadera hija en el patio de recreo, nos
encontramos con mi madre, que había ido a buscarme y fue testigo de todo
el suceso. Recordé la ira y el pánico de mamá después, la forma en que me
gritó por salir de casa y exigió una explicación por lo que había hecho.
Mamá se apresuró a hacer una maleta y salimos de nuestro apartamento dos
horas después sin avisar a su novio. Nunca regresamos. No fue nuestra
última mudanza. Cada vez que cambiaba, mamá temía que alguien lo
hubiera visto, y huíamos de nuestra casa una vez más. Había perdido la
cuenta de las veces que había sucedido.
—Probablemente ha escapado con un nuevo tipo. —Arrugué la carta
antes de tirarla a la basura—. Lo que sea. No importa.
Aparté la mirada del rostro compasivo de Holly y me concentré en
cambiar. La sensación de ondulación se apoderó de mí, haciéndome
estremecer. Holly mantuvo sus ojos en mí durante toda la transformación,
con una expresión de fascinación. Me había visto cambiar tan a menudo que
me sorprendió que no se hubiera acostumbrado ya.
—Ojalá tuviera tu talento. Es tan genial.
—Lo dice la chica de la invisibilidad.
Eso provocó una sonrisa, pero luego negó con la cabeza.
—Es muy difícil ser amable contigo cuando tienes ese aspecto.
El rostro de Kate me miraba fijamente a través del espejo. Mis
propios ojos turquesa, mi cabello castaño y mi molesta nariz pecosa habían
desaparecido. En su lugar, tenía cabello rubio y liso, unos extraños ojos
cobrizos y unas largas piernas. Mi camiseta se ceñía sobre su pecho más
grande y mis jeans eran demasiado cortos para su cuerpo. Esto era un
recordatorio de que su aspecto era superior y realmente no lo necesitaba.
Ella tenía pechos para presumir. Y ella, al igual que Holly, tenía una familia
que la amaba, unos familiares que estaban en algún lugar del mundo
trabajando para la FEA. Era frustrante lo afortunada que era por tener
padres que eran como ella, que entendían lo que significaba ser diferente.
Las variaciones suelen saltarse una generación, pero por supuesto, ni
siquiera esa regla se aplicaba a Kate.
—Oye, deja de poner esa cara triste. Kate nunca se ve así.
Intenté imitar la expresión ligeramente aburrida que solía poner.
—¿Mejor? —pregunté con la perfecta imitación de la característica
sonrisa de Kate.
Holly se estremeció.
—Mucho mejor. Quiero darte un puñetazo.
Hice una pequeña reverencia, pero mis entrañas empezaron a dar
vueltas. Holly me dio la ropa de Kate y me la puse. Unos jeans ajustados,
botas y una blusa sedosa color crema.
—Ahora vete. Me daré un chapuzón en la piscina para vigilar a Kate.
No quiero que irrumpa mientras estás pegada a los labios de Alec, o a su
polla, ¿verdad?
Me hizo salir de nuestra habitación y cerró la puerta en mis narices.
Me quedé mirando la madera por un momento antes de apresurarme
hacia la habitación de Alec, al final del pasillo. Cuanto más me acercaba a
Alec, más fuerte parecía volverse la atracción, y más inquieta me sentía por
lo que estaba a punto de hacer. Sabía que las normas de la FEA tenían su
razón de ser, ya que estaban destinadas a reforzar la confianza y la paz entre
los agentes. Esa clase de confianza inquebrantable era necesaria entre un
grupo de personas que podían violar la privacidad de la mente,
transformarse en quien quisieran y volverse invisibles. Y yo estaba a punto
de arriesgarlo todo.
Me detuve frente a la puerta de Alec. Detrás de ella sonaba una
música suave.
Levanté la mano para llamar, el blanco de la puerta se desdibujó ante
mis ojos. ¿La verdadera Kate llamaba a la puerta o entraba sin más? Nunca
había prestado demasiada atención a su comportamiento con Alec porque
verlos juntos me hacía sentir enferma.
No era justo; ella ni siquiera lo aceptaba tal como era. No le gustaban
las mismas películas, no le gustaba su forma de vestir, no entendía cómo era
crecer sin unos padres amorosos como Alec y yo.
La puerta se abrió y Alec se quedó parado allí, ocupando el espacio,
la sorpresa se extendió por su rostro. Di un paso atrás, casi cayendo sobre
mis piernas demasiado largas.
—Me pareció escuchar a alguien aquí fuera.
Lo miré fijamente, incapaz de moverme, aunque cada fibra de mi
cuerpo me gritaba que huyera.
—¿No es hora de nadar?
—¿Nadar?
Las cejas de Alec se fruncieron.
—¿Estás bien?
Asentí.
—Sí, lo siento. Hoy estoy un poco distraída.
Su mirada me puso nerviosa. ¿Podría ver a través de mí?
Pero dio un paso atrás para que pudiera entrar.
Mis piernas temblaron cuando pasé junto a él y entré en su habitación.
Nunca había estado aquí antes, aunque no por falta de intentos. Alec
siempre había insistido en que nos reuniéramos en la zona común. Como
era un agente y no un simple recluta, no tenía compañero de habitación. No
había nadie que nos interrumpiera. La cama quedó a mi vista y el calor
inundó mi cuerpo, considerando las posibilidades.
—¿Kate?
La mano de Alec en mi hombro me hizo saltar. Me dio la vuelta para
mirarlo y mis ojos se vieron inmediatamente atraídos por sus labios, y por
la forma en que su cabello estaba despeinado como si hubiera pasado su
mano por él. Sin mencionar que su camiseta se adhería a su paquete de seis
de la manera más distrayente.
—Yo… Yo… —hice una pausa, sin saber qué decir. Necesitaba salir
de aquí. Esto no se sentía bien. No quería ser la persona que convirtiera a
Alec en un tramposo. Si moría sin que Alec me besara, que así fuera. ¿Pero
estaba haciendo trampa si no sabía que yo no era Kate?
—¿Sigues enojada conmigo?
¿Enojada? ¿Se habían peleado?
Dudé un poco más de lo debido. Su expresión se volvió
desconcertante.
Me estaba delatando. Si actuaba así de confusa como Madison,
arruinaría la misión. Si ni siquiera podía fingir que era Kate, a quien
conocía, ¿cómo iba a hacerme pasar por una chica a la que nunca había
conocido?
—¿Seguro que estás bien? Pareces extraña.
Retrocedí un paso, con el impulso de huir más fuerte que nunca, y un
escalofrío me recorrió. Presa del pánico, traté de reprimir la sensación, pero
la ondulación solo se hizo más fuerte.
Alec se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos.
—¿Tess? —Su sorpresa se transformó en ira—. ¿Qué demonios estás
haciendo aquí?
Levanté la mano y tomé un mechón de mi cabello para
inspeccionarlo. Castaño. Estaba tan muerta. El Mayor me estrangularía, si
Alec no lo hace primero. Retrocedió como si mi cercanía lo quemara.
Nunca lo había visto tan furioso.
—¡Tessa, contéstame!
—Yo… puedo explicarlo.
¿Puedo?
Se cruzó de brazos.
—No puedo esperar para escuchar.
Me encogí ante la vehemencia de su mirada y abrí la boca, esperando
que salieran las palabras adecuadas. Explicación: necesitaba una
explicación.
Solo dile la verdad.
—Es… —miré la habitación, observando las paredes blancas y las
superficies limpias, sin adornos ni objetos personales, excepto la figura de
Freddy Krueger sobre el escritorio que le había regalado la última Navidad
porque nos gustaba ver juntos Pesadilla en Elm Street. Dile que estás
enamorada de él. Podía sentir las palabras subir a mi boca, pero entonces
mis ojos se posaron en la foto enmarcada de él y Kate que había en la
mesita de noche. Era el único toque personal en la habitación y la dosis de
realidad que necesitaba desesperadamente.
Tenía que dejar de esperar algo que nunca ocurriría.
—Era… era para practicar —murmuré.
—¿Practicar?
El Mayor habría rugido, pero la voz de Alec se había vuelto muy
tranquila. Si no fuera por la mirada de sus ojos, podría haber pensado que
estaba tranquilo. Pero estaban llenos de emociones que tenía demasiado
miedo de entender. Alec había sido mi roca desde mi llegada a la agencia.
No quería que se enfadara conmigo. Con cualquier otra persona podría
soportarlo, pero no con Alec.
Me agarré al borde del escritorio. Se sentía sólido, inquebrantable,
todo lo que yo no era.
—Sí. Pensé que sería una buena prueba fingir ser otra persona antes
de hacerme pasar por Madison.
La duda apareció en su rostro. Su postura se relajó.
—¿Eso es todo?
Asentí y miré la estatuilla de Freddy Kruger sobre el escritorio. Esto
tenía que significar algo, pero quizá no lo que mi estúpido corazón quería.
—¿Pero por qué Kate?
—Yo… no lo sé. —Mis ojos ardían. No podía soportar la decepción
en su rostro—. Ya la conozco, así que me pareció un buen punto de partida.
Su furia dio paso a algo más suave, pero con la misma rapidez
desapareció, y me dio la espalda.
—¿Por qué estás haciendo esto tan difícil? —murmuró. No estaba
segura de que las palabras estuvieran dirigidas a mí, ya que apenas las
escuché. Sonaba torturado, lo que a su vez me hizo sentir aún peor.
—¿Qué?
—Nada.
Negó con la cabeza. Pasaron unos cuantos segundos de silencio entre
nosotros hasta que no pude soportarlo más.
—Alec, lo siento mucho.
Di unos pasos hacia él, con la mano extendida. No estaba segura de
por qué sentía la necesidad de acortar la distancia entre nosotros, por qué
moría por tocarlo. Pero en lo que respecta a Alec, yo solo quería… quería
mejorar las cosas, quería cuidarlo, quería estar cerca de él, tocarlo.
Caminó hacia el otro lado de la habitación y dejé caer el brazo a mi
lado.
—Utilizar tu Variación para mentirme, aunque sea para practicar, es
imperdonable. Viola nuestra premisa básica de confianza. Prométeme que
no volverás a hacerlo.
—Lo prometo —dije con voz entrecortada—. ¿Entonces no se lo
dirás al Mayor?
Negó con la cabeza.
—No, no se lo diré. Pero creo que deberías irte ahora. Necesito algo
de tiempo para pensar.
Me fui sin decir nada, sintiendo como si me hubieran despedido.
Había traicionado la confianza de Alec. Todo por un estúpido beso.
Capítulo 5

—Quizá no sea tan malo como crees —dijo Holly. Se sentó a mi lado
en la cama, mordiendo su labio inferior.
—Perdí el control de mi Variación. Eso es lo peor que podría haber
pasado. Me preocupa que sea una mala señal. Que no sea lo suficientemente
buena para esta misión.
—No digas eso. Tu Variación es lo más cercano a la perfección que
puede haber, y siempre lo ha sido. Nunca te he dicho esto, pero sabes que a
veces realmente te envidio.
Dejé escapar una risa temblorosa.
—Soy la última persona a la que alguien debería envidiar. Mi
Variación era lo único consistente en mi vida, ¿y ahora? Es como si no
tuviera nada sólido. —Negué con la cabeza—. Maldita sea, escúchame.
Ahora estoy siendo dramática, aunque todo es culpa mía. Nunca debí
convertirme en Kate. Si Alec se lo cuenta al Mayor, me expulsará de la
misión —lo dije como si fuera algo malo, pero una pequeña parte de mí
deseaba secretamente que lo hiciera. Al menos así no tendría que
enfrentarme a un loco asesino.
—A Alec le agradas demasiado como para dejar que esto se
interponga. Estoy segura de que olvidará lo que pasó.
—No lo hará.
Había roto la confianza de Alec. Sabía que esto no era algo que él
olvidaría. Y si hubiera sido alguien más que yo, probablemente se lo diría al
Mayor. La agencia era lo primero para Alec.
—No viste el rostro de Alec cuando se dio cuenta de que era yo. —Mi
voz se quebró. Intenté disimularlo con una tos, pero fue inútil. Los ojos de
Holly se suavizaron y me rodeó con sus brazos.
—Todo irá bien. Alec te perdonará y harás que la misión sea un éxito.
—Me dio un codazo—. Vamos. Cenemos y hagamos como si nada hubiera
pasado. Borraremos las últimas dos horas de tu mente.
Suspiré.
—Ojalá pudieras hacer eso.

***
Estaba demasiado ocupada para acurrucarme en un montón de
autocompasión, aunque no quería nada más. Una pila de anuarios de
Madison, sus viejos papeles, mapas de Livingston y todo tipo de artefactos
se encontraban en una gran montaña sobre mi escritorio. Recogí el montón,
apoyando mi barbilla para evitar que se cayera todo, y salí de la habitación.
Mis brazos temblaban bajo el peso de la pila. Decidí no usar las
escaleras por una vez y dejé que el ascensor me llevara a la planta baja,
donde se encontraban la biblioteca y la cocina. Pasando en silencio por las
puertas de la biblioteca, seguí el tintineo de las ollas y el sonido del canto
que llegaba desde la parte trasera del edificio. Cuando atravesé las puertas
dobles, vi a Martha, que se balanceándose al ritmo de la música que salía de
una vieja radio situada sobre el fregadero, de espaldas a mí, con su cabello
gris recogido en una redecilla. Era una mujer grande, toda dulzura y curvas.
Sin darse la vuelta, espetó:
—La comida está arriba. No te metas en mi cocina.
Sus palabras salieron endurecidas por su acento austriaco, un
remanente de su infancia en Viena en los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial. Su padre, un Variante, había cooperado con la recién
fundada FEA para ayudar a derrocar a los nazis. Pero fue capturado y
asesinado poco antes del final de la guerra. La FEA trajo a Martha y a su
madre a los Estados Unidos y las empleó, aunque Martha no tenía una
Variante, como la mayoría de los hijos de Variantes. Pero Tanner bromeaba
a menudo con que su cocina de otro mundo debía ser el resultado de alguna
Variación gastronómica secreta, ya que era innegablemente sobrehumana.
Su ceño se desvaneció cuando me vio.
—Tessa, mein Mädchen. —Siempre me llamaba su chica.
Dejé mis cosas sobre la isla de la cocina.
Ella movió el dedo índice.
—Oh oh, a Tony no le gustará eso. Mancharás con grasa los papeles.
— Martha era la única que llamaba al Mayor por su nombre de pila, Tony,
diminutivo de Antonio. La mayoría de las personas ni siquiera se atrevía a
dirigirse a él por su apellido, y mucho menos por un apodo. Y la posibilidad
real de manchar con grasa cualquier cosa era casi nula. La cocina de Marta
era la habitación más limpia del cuartel general, aparte del comedor del piso
de arriba.
—No se va a enterar, ¿verdad? —Me senté en uno de los taburetes y
coloqué el anuario de Madison y los papeles frente a mí. Martha se apoyó
en el fregadero y me observó.
—¿Tienes problemas con tu hombre?
—¿Cómo puedes saberlo? —pregunté, sin tratar de negarlo. Cada vez
que Martha llamaba a Alec mi hombre, un agradable escalofrío recorría mi
cuerpo. Si tan solo fuera realmente mi hombre.
—Conozco esa mirada. Toda enamorada. Yo también fui joven una
vez, mein Mädchen.
Martha era la única persona a la que había escuchado utilizar la
palabra “enamorada” en su discurso diario. Por mucho que lo intentara, no
podía imaginármela de joven, sin papada, sin piel flácida y sin arrugas.
Puso una mano arrugada sobre la mía, su palma era áspera por haber
horneado y lavado los platos.
—Las tostadas francesas hacen que todo sea mejor. ¿Qué dices?
Sonreí. Ella apretó mi mano y comenzó a preparar los ingredientes de
su infame tostada francesa de brioche con frambuesas frescas. Martha
trataba a todos los que estaban en el cuartel general como sus hijos, sin
importar la edad, porque nunca había tenido hijos propios.
Abrí el anuario y hojeé sus páginas hasta que aterricé en la foto de
Madison. Parecía feliz. Justo al lado, encontré una foto de su mejor amiga,
Ana. Tenía cabello castaño rizado, rostro ovalado y unos ojos enormes
como los de una chica de manga. Seguro que la reconocería en persona.
Seguí buscando, escudriñando los rostros en las fotos de los bailes, las
reuniones y las obras de teatro del colegio, hasta que me detuve en la foto
de un chico llamado Phil Faulkner. Me detuve en sus ojos, que eran de un
azul translúcido y acuoso, como si les hubieran quitado el color. Varios
Variantes tenían ojos extraños, Kate y yo entre ellos. Si Phil era un Variante,
eso podría explicar por qué el Mayor estaba interesado en el caso. Pero los
ojos extraños no lo convertían automáticamente en uno de nosotros. Aun
así, no estaría de más vigilarlo por si acaso.
Martha colocó un plato frente a mí. Olía a vainilla, azúcar y limón.
—Gracias —dije, ya llevando el tenedor a mis labios—. Mmm. —Eso
fue suficiente validación para Martha. Me dio una palmadita en el hombro y
volvió a fregar las encimeras.
Con cuidado de no dejar caer la comida sobre el anuario, seguí
hojeando sus páginas. Había demasiados nombres, demasiados rostros con
demasiadas historias detrás de ellos como para recordarlo todo. Al llegar a
las últimas páginas del libro, encontré la sección de superlativos, donde se
premiaba a las personas con títulos como Mejor Artista o Pareja soñada.
Mientras examinaba las fotos, me atraganté con un bocado de brioche
y mis ojos comenzaron a lagrimear. Martha levantó la vista de la encimera,
con una expresión tensa de desaprobación por haber arruinado un bocado
perfectamente bueno de su tostada francesa al toser. Tragué saliva, mirando
una foto de Madison y Ryan. “La pareja soñada”. Mierda. ¿Por qué nadie se
había molestado en decirme esto?
Así que Madison había tenido un novio, Ryan Wood. ¿Habían sido
pareja hasta su ataque?
Mientras observaba la foto, algo no encajaba en su lenguaje corporal.
Ryan parecía que no podía estar más feliz, pero la sonrisa de Madison era
demasiado brillante, su expresión demasiado dedicada, todo en ella era un
poco… demasiado. Ojalá pudiera ver sus pensamientos en ese momento,
pero incluso Kate era incapaz de hacer algo así.
Tal como estaban las cosas, simplemente tendría que investigar a la
vieja usanza. Cerré de golpe el anuario. Martha lanzó un chasquido, pero no
dijo nada.
A continuación, rebusqué entre los trabajos escolares de Madison.
Había ensayos sobre Tolstoi, Kafka e incluso Lolita de Nabokov, en las que
había sacado notas perfectas. Esperaba que nadie esperara que yo escribiera
trabajos sobre literatura, que en realidad no era lo mío. Aunque
probablemente el Mayor también tenía a alguien disponible para esa tarea.
Despliego el mapa de Livingston en la isla de la cocina. Justo al lado
de Livingston estaba Manlow, el pueblo vecino. Entre ambos pueblos se
encontraba el lago donde habían encontrado a Madison y a otra de las
víctimas. En el mapa predominaban las franjas de color verde intenso, lo
que indicaba que había mucho bosque. Livingston solo tenía dos carreteras
principales, donde se encontraban la mayoría de las tiendas. Conté dos
gasolineras, dos cementerios y un autocine. No había mucho de nada
realmente. Madison y sus padres vivían en una de las urbanizaciones más
nuevas que bordeaban el bosque. Doblé el mapa y, después de un momento
de vacilación, abrí el archivo sobre los asesinatos.
La primera víctima era la doctora Hansen. Una pediatra de treinta y
cinco años, trabajaba en el hospital St. Elizabeth de Manlow, pero vivía en
Livingston, cerca del lago. La encontraron en su patio trasero, estrangulada,
con un corte en la caja torácica. Poco después, Kristen Cynch, una joven de
diecisiete años que cursaba el último año de secundaria fue encontrada
ahogada en el lago. Tenía marcas inusuales que parecían como si una
serpiente se hubiera enredado alrededor de su garganta. Su piel estaba
hinchada y azulada, pero la marca roja de su asesino era imposible de pasar
por alto. La misma firma había sido grabada en las otras dos víctimas,
incluido en el conserje, el señor Chen. Vacilante, toqué el lugar sobre mis
costillas donde estaría la marca. El malestar se instaló en mi estómago.
Me bajé del taburete y decidí dar por terminada la noche.
—Buenas noches, Martha, y gracias por la comida.
Me despidió con una pequeña sonrisa.
En el momento en que llegué al cuarto piso, escuché la pelea. Las
palabras se pronunciaban en voz baja, así que me tomó un momento
reconocer las voces: Alec y Kate. Me acerqué sigilosamente y me asomé
por la esquina. Estaban frente a la puerta de la habitación de Alec.
—¡No puedo leer tus pensamientos, pero eso no significa que no sepa
lo que estás pensando! —siseó Kate.
—No sé por qué estás tan enfadada —dijo Alec. Su voz era un poco
tensa, aunque estaba mucho más tranquilo que Kate.
—No te hagas el tonto. Todo el mundo se da cuenta de cómo estás a
su alrededor. Es ridículo.
—Esta discusión es ridícula —dijo Alec. Se dio la vuelta para entrar
en su habitación, pero Kate agarró su brazo.
—Sé que la semana pasada tuvieron una noche de cine. Ni siquiera
me lo dijiste.
—Kate, no tengo que pedirte permiso para cada pequeña cosa que
hago.
—Estamos juntos en esto. Recuerda lo que dijo el Mayor. —Bajó la
voz y no pude escuchar sus siguientes palabras, pero el rostro de Alec se
ensombreció. Entró en su habitación con Kate detrás, y la puerta se cerró
detrás de ellos.
¿Qué había dicho el Mayor?
No importaba lo que dijera, una cosa estaba clara: estaban peleando
por mi culpa. No estaba segura de si debía sentirme eufórica o preocupada.
Kate era una fuerza a tener en cuenta.

***
A la mañana siguiente, de camino al gimnasio, pensé en romperme la
pierna para no tener que enfrentarme a Alec. Pero lo pensé mejor, ya que el
Mayor probablemente insistiría en que entrenara con mis brazos.
Llegué unos minutos antes para prepararme mentalmente. Pero
cuando me acerqué a la entrada, Alec ya estaba allí, sentado en un banco y
mirándose los pies. Unos mechones de cabello negro caían sobre su rostro.
Por un momento, estuve segura de que estaba llorando. Me quedé inmóvil a
mitad de camino hacia el gimnasio, sin saber qué hacer. Nunca había visto
llorar a Alec. Él era la personificación del autocontrol. Me acerqué
lentamente, pero no levantó la vista, aunque su cuerpo se tensó. Toqué su
hombro, tratando de ignorar lo bien que se sentía, lo fuerte que era.
—¿Qué sucede? ¿Pasó algo?
Sus músculos se movieron debajo de mis dedos como si se estuviera
preparando para su respuesta, o tal vez luchando contra ella.
—Tuve una conversación con el Mayor, sobre sus expectativas.
Quiere que asuma más responsabilidad y… —Se detuvo a mitad de la frase.
La ira se apoderó de mí. ¿Por qué el Mayor presionaba a Alec? A veces me
preguntaba si lo veía como su sucesor y seguía desafiándolo para
determinar si estaba preparado para el trabajo.
—Dile que no estás preparado —le dije.
Miró hacia arriba, con ojos torturados, pero sin lágrimas.
—No es tan fácil.
Acaricié suavemente su hombro, luchando contra el impulso de hacer
más.
—Sabes que estoy aquí para ti si me necesitas. Y sabes que puedes
hablar conmigo de cualquier cosa.
Por un momento pareció que quería hacerlo, como si yo hubiera
atravesado su máscara del deber, pero luego negó con la cabeza.
—No. Ojalá pudiera, pero no puedo hablar contigo de eso.
Intenté ocultar lo mucho que me había herido esa frase.
—Entonces habla con Kate. Quizá ella pueda ayudarte. —Las
palabras dejaron un sabor amargo en mi boca, pero prefería que Kate se
ocupara de Alec a que sufriera solo.
—Kate no lo entendería. Simplemente estaría de acuerdo con el
Mayor. Su prioridad siempre ha sido la FEA y eso no cambiará nunca.
Tengo que lidiar con esto solo.
¿Cómo podía estar con alguien que no lo convertía en prioridad?
—No debería estar hablando contigo sobre esto —dijo mientras se
ponía de pie, dejando que mi mano se deslizara de su hombro, poniendo
unos pasos de distancia entre nosotros. Nuestras miradas se cruzaron y sentí
una atracción que casi me derriba. Quería acortar la distancia entre
nosotros, besarlo, tocarlo. No estaba segura de lo que veía en los ojos de
Alec, pero él también parecía incapaz de apartar la mirada.
Se aclaró la garganta.
—Creo que tenemos que hablar de lo de ayer.
Eso era lo último que quería hacer, especialmente cuando él estaba de
un humor tan extraño. Empecé a envolver las palmas de mis manos con
cinta adhesiva para prepararlas para mi entrenamiento, añadiendo una capa
tras otra.
—No hay nada que hablar.
—Tenemos que quitarnos esto de encima. Tenemos un trabajo que
hacer. No podemos tener algo, cualquier cosa, que nos distraiga. Al Mayor
le preocupa que interfiera con la misión.
Dejé caer la cinta.
—¿Qué tiene que ver el Mayor con esto? ¿Le contaste lo de ayer?
—No, por supuesto que no. Se dio cuenta de que algo estaba…
pasando. Todos se dieron cuenta. —Observó mi rostro y tuve que
esforzarme para mantenerla bajo control—. Escucha, lo que sea que haya
entre nosotros, tiene que terminar. Soy demasiado mayor para ti y no está
bien. Soy tu profesor después de todo.
—Esto no es una escuela de verdad, y sólo eres seis años mayor que
yo. —¿Por qué discutía con él? Claramente había tomado una decisión y
nada, ciertamente nada de lo que yo pudiera decir, cambiaría eso. La carta
de la edad podría haber funcionado cuando todavía era menor de edad, pero
había cumplido la mayoría de edad hacía tres semanas, así que tenía que
dejar de usarla.
—Y estoy con Kate.
Ese era un punto que no podía contradecir. Puede que hayan peleado
ayer y que estén juntos por razones que no podría empezar a entender, pero
siguen siendo una pareja. Observé un punto sobre su hombro izquierdo.
Había una pequeña grieta a lo largo del espejo hasta el suelo. Distorsionaba
mi reflejo, dividiendo mi rostro en dos mitades distintas. Sentí que una
mentira escapaba de mi boca.
—No te preocupes. La misión es lo único que importa.
Empecé a estirar mis piernas y brazos, ignorando la opresión en mi
pecho.
Alec se acercó por detrás de mí, pero la preocupación no abandonó su
rostro.
—Muy bien. Creo que has mejorado mucho. Alguien que no conozca
tu Variación tendrá problemas para vencerte.
Pero, quizás por primera vez, no quería escuchar sus elogios.
—¿Lista? —preguntó.
—Oh, sí.
Los brazos de Alec me rodearon.
La sensación de desgarro se apoderó de mí. Encogiendo, cambiando,
dando forma.
Alec aflojó su agarre, aunque debería haber sido capaz de predecir mi
movimiento. Ahora en el cuerpo de un niño pequeño, me zafé de su agarre
y corrí hacia atrás. Regresé a mi cuerpo y apunté una patada alta a su
cabeza. Él esquivó mi intento y me empujó hacia atrás, apenas tocando mi
cuerpo.
¿Por qué podía aparecer en mi puerta para una noche de películas
después de meses de mantener la distancia y luego actuar como si nada
hubiera pasado? ¿Por qué casi pudo besarme ese día pero unos días después
actuar como si todo fuera culpa mía?
—¡Deja de contenerte! —grité, abalanzándome hacia él. Solo
esquivaba mis puñetazos y patadas. Era como si quisiera tocarme lo menos
posible. Ese pensamiento me llevó al límite. Mi piel empezó a ondularse y
sentí que crecía, que mi piel se estiraba, que mis huesos se desgarraban y se
reconstruían.
Sus ojos se agrandaron.
Me había convertido en él. Nunca lo había hecho.
Mis nudillos crujieron al entrar en contacto con sus abdominales.
Deseé que el cambio trajera consigo los poderes de la Variación de su
cuerpo, pero yo no era más fuerte ni más rápida que un hombre normal.
Algo cambió en los ojos de Alec, como si se hubiera accionado un
interruptor: un luchador despertó.
Le di una patada en la cabeza. Su mano salió disparada, agarró mi
tobillo y lo torció. Giré en el aire antes de golpear el suelo. Mi muñeca se
dobló hacia atrás en un ángulo antinatural, y grité mientras volvía a mi
propio cuerpo.
Alec se arrodilló junto a mí en la colchoneta, pero no me moví.
—Tess, mierda. Di algo.
Me impulsé hasta quedar sentada y me puse de pie. Sosteniendo mi
muñeca con la otra mano, retrocedí un paso cuando él se acercó a mí. No
quería que me tocara si era por lástima, no cuando no soportaba mi cercanía
por ningún otro motivo.
—No quiero seguir practicando contigo. Solo dile al Mayor que estoy
lista.
—Tess…
—¡Sólo díselo! No quiero estar cerca de ti, Alec.
Este… asunto con Alec estaba desordenando mi Variación. Estaba
arruinando todo lo que tanto me había costado conseguir.
No esperé su reacción; me fui.

***
El intercomunicador crepitó cuando la voz del Mayor me llamó a su
oficina. Me arrastré fuera de nuestra habitación, feliz de que Holly tuviera
Criminología y no estuviera aquí para darme una charla de ánimo.
Llamé a la puerta abierta del Mayor y entré. Estaba sentado detrás de
su escritorio, con una taza de té humeante delante de él. Su frente estaba
marcada por la preocupación. Levantó la vista cuando entré, su rostro era
inexpresivo.
Me quedé en la puerta, metiendo las manos en los bolsillos. Si quería
gritarme por abusar de mi Variación, prefería estar en una posición en la
que pudiera huir lo más rápido posible. La penetrante intensidad de su
mirada me hizo retorcerme. Era como si pudiera ver a través de mí. ¿Y si
podía? ¿Y si esa era su rumoreada Variación secreta?
Su mirada no vaciló.
—Siéntate.
Mi piel comenzó a picar de una manera que me hizo querer rascarme.
Me senté en el borde del asiento, con las manos cruzadas sobre mi regazo.
La brillante placa con el nombre en escritorio del Mayor parecía recién
limpiada y pulida. Tenía un aspecto extraño al lado de la pequeña grieta en
la madera que Alec había causado la última vez que estuve aquí.
—Supongo que sabes el motivo de tu convocatoria.
—Sí.
Capítulo 6

El Mayor asintió.
—Bien. Este es un asunto importante. No podemos permitirnos que
falles.
Eso no sonó como un sermón sobre el abuso de mis poderes.
—¿Señor?
—Es una pena que la Variación de Kate sea tan limitada. Tengo la
sensación de que el hermano o el padre de Madison podrían haber arrojado
mucha luz sobre muchos aspectos de su vida. —Empezó a dar golpecitos en
la superficie de madera lisa de su escritorio. Sus uñas eran cortas y prolijas;
nunca había visto una mota de suciedad en él. No me quitaba los ojos de
encima—. Hablamos con los médicos responsables y los convencimos de
que era probable que Madison sufriera amnesia después de despertar del
coma inducido.
—¿Alguien se metió en sus mentes? —Las palabras salieron antes de
que pudiera detenerlas.
El Mayor se levantó de su silla y se cernió sobre mí.
—No nos metemos en la mente de las personas, Tessa.
Asentí a medias, pero mi voz carecía de convicción.
—Por supuesto que no, señor.
—Esta misión consiste en salvar vidas. Lo entiendes, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Bien. Aquí hay algunas páginas que tocan los efectos típicos de un
coma inducido, particularmente en un caso como el de Madison. —Empujó
una pila de papeles hacia mí. Más datos para leer y recordar, para
interiorizar hasta que no quedara espacio para nada más.
—Muchas figuras importantes te estarán observando. Esta misión
puede ser tu gran avance.
Llamaron a la puerta y entró Alec. Fabuloso.
Dejé caer la pila de papeles. Las páginas se esparcieron por el suelo
de madera. Mi estómago se revolvió cuando me arrodillé y comencé a
recogerlas. Un par de manos fuertes acudieron en mi ayuda. No levanté la
vista, acepté los papeles con cautela y me acomodé en mi silla.

Por el rabillo del ojo, vi a Alec sentarse a mi lado. No me estaba


mirando, y no tenía por qué hacerlo. El escrutinio del Mayor era suficiente
para ponerme nerviosa.
¿Qué estaba haciendo Alec aquí de todos modos? Se suponía que
nuestro entrenamiento había terminado.
—Alec y yo hemos hablado, y él se unirá a ti en tu misión.
—Él... ¡¿qué?! —grité.
Alec se giró hacia mí, con el ceño fruncido. Evité sus ojos y me centré
en el Mayor, cuya expresión se había vuelto severa.
—Señor —añadí—. ¿Por qué? —Odiaba la pequeña parte de mí que
se sentía eufórica por la noticia.
—Alec sugirió que sería más seguro para ti si él estaba cerca, y estoy
de acuerdo. Alec puede protegerte mientras realiza sus propias
investigaciones locales.
¿Qué demonios? Así que había sido su sugerencia. ¿Esta era su
retorcida idea de venganza? Él podría mantenerme a salvo del asesino, pero
¿quién diablos me protegería de mis sentimientos por él?
—Pero, señor. ¿Cómo se supone que Alec va a encajar?
El rostro de Alec se tensó.
—Alec interpretará un nuevo alumno. Será un estudiante de último
año como tú. Además, compartirá clases contigo.
Lo fulminé con la mirada.
—¿Un estudiante de último año? —Puse todo el sarcasmo posible en
mis palabras—. Pero él nunca fue a la escuela secundaria, y mucho menos a
la preparatoria.
—Tú tampoco —espetó Alec.
—Yo fui a la escuela secundaria. Y no parece que todavía estés en la
preparatoria.
—Tal vez repetí un año.
—O cinco —murmuré.
El mayor se inclinó hacia delante en su silla y apoyó los brazos en su
escritorio.
—Ya está bien, ustedes dos. —Algo cercano a la diversión parpadeó
en sus ojos oscuros.
—Pero, señor, si finge ser un estudiante no puede vivir solo. La gente
sospechará.
—No estará solo. Summers se hará pasar por su madre.
Alec se echó hacia atrás, con las piernas estiradas en el suelo de
madera frente a él. Pero detrás su máscara de relajación algo acechaba. Si
no me equivocaba, ni siquiera estaba dirigido a mí.
—¿Agente Summers?
El Mayor asintió.
Summers. Tenía que admitir que eso fue inteligente por parte del
Mayor. No había mejor opción para asegurarse de que los habitantes de
Livingston no sospecharan de Alec y de mí. Su Variación (distracción)
seguramente sería muy útil. Por supuesto, desde un punto de vista práctico,
no se parecía en nada a Alec, ni poseía un solo rasgo maternal. Con fuerte
mandíbula y hombros anchos, parecía alguien que disfrutaba pasando
tiempo en bares de mala muerte, luchando contra sinvergüenzas por dinero.
Y Alec…lo miré de soslayo. Alec era Alec. Alto, bronceado, musculoso,
cabello negro, con sus ojos grises y su mandíbula cincelada…
—No parecen parientes.
—No todos los hijos se parecen a sus padres. Tú, por ejemplo, no te
pareces en nada a tu madre.
Me encogí de hombros.
—Quizá me parezca a mi padre. —Mi tono de voz era petulante y uno
que no solía utilizar con el Mayor. Pero mi familia era tabú. Nadie sacaba el
tema. Nunca. Y todos sabían eso.
Alec se enderezó en su asiento, con los músculos tensos.
El Mayor consideró mi punto de vista.
—Puede ser. Pero eso no es importante ahora. Lo único importante es
que no estarás sola en esta misión. Alec estará a tu lado. Y el trabajo
principal de Summers será desviar la atención de la policía. No queremos
que husmeen demasiado. No saben lo que están haciendo, y este caso es
asunto de la FEA. Especialmente si hay implicación de un Variante.
—¿Se ha confirmado la participación de un Variante, señor? —me
aventuré.
—No, pero prefiero tomar todas las precauciones necesarias. Dos de
las víctimas muestran marcas de presión extremadamente atípicas alrededor
de sus gargantas. Esa es nuestra única pista hasta ahora. —El Mayor
escaneó mi rostro, luego el de Alec. ¿Qué estaba buscando?— Espero que
este acuerdo garantice el éxito rápido de nuestra misión.
El Mayor comenzó a caminar, con los brazos cruzados en su espalda.
—Vamos a repasar de nuevo nuestros posibles sospechosos.
—Pensé que no sabíamos nada concluyente sobre el asesino, ahora
que comenzó a matar hombres —dije.
—Eso es mayormente cierto. Como ya sabrás, los encargados de
elaborar los perfiles siguen tratando de reducir la lista de posibles
sospechosos. Me dijeron que es casi seguro que el asesino sea un hombre y
que probablemente conocía a las cuatro víctimas.
Eso no era útil. Livingston era un pueblo pequeño; todos se conocían
de alguna manera.
—La exploración que hizo Kate de la señora Chambers demostró que
no está involucrada, y tampoco lo están Cecilia, la tía de Madison, ni Ana,
la mejor amiga de Madison. En cuanto al resto de sus amigos y familiares,
todos son sospechosos hasta que se demuestre lo contrario, especialmente
los hombres.
—¿Por qué solo los hombres? Pensé que las mujeres no mostraban
signos de... —Alec me miró incómodo— ¿abuso sexual?
—No, no lo mostraban. No estamos tratando con un delincuente
sexual.
—Entonces, ¿por qué solo sospechosos masculinos?
—Estrangular a alguien requiere una fuerza considerable, y los
asesinos seriales suelen ser hombres. No digo que no debas vigilar a las
mujeres en la vida de Madison, pero no quiero que desperdicies tu energía
en sospechosos poco probables. El asesino podría haber ido a la escuela con
Madison, o podría estar involucrado con la escuela de alguna otra manera.
Después de todo, una de las víctimas trabajaba en la escuela y la otra estaba
en el último año.
El señor Chen y Kristen Cynch.
—¿Qué hay de la primera víctima? ¿Tenía alguna relación con la
escuela? —preguntó Alec.
—No, era pediatra en el hospital St. Elizabeth. La única conexión
posible es que probablemente haya tratado a la mayoría de los estudiantes
de Livingston desde que eran niños —dije.
Daba miedo lo a oscuras que estábamos. Cualquiera podía ser el
asesino. Hasta ahora la única conexión era la A cortada en la piel de las
víctimas.
—¿Madison tiene la misma marca que las otras víctimas?
—Sí, encima de su caja torácica igual que las otras. —El Mayor se
aclaró la garganta y se detuvo detrás de la silla de su escritorio, con las
manos apoyadas en el respaldo—. Creo que deberías vigilar de cerca al
novio de Madison, Tessa. Él podría ser el único que sabía lo que realmente
estaba pasando en los últimos meses de su vida.
—¿Un novio? —preguntó Alec, incrédulo—. No puedes esperar que
Tessa continúe la relación romántica de otra persona.
Lo miré. ¿Estaba celoso?
—No tendrá que hacerlo. Resulta que Madison rompió con él unas
semanas antes del ataque. Eso lo pone muy arriba en nuestra lista de
sospechosos.
—¿Pero qué motivo podría tener para los otros asesinatos?
—No estamos seguros de eso. Pero tal vez los mató sin motivo, y
cuando Madison rompió con él, la eligió como su próxima víctima.
—¿Pero por qué la A? —pregunté.
—Eso lo tienes que averiguar tú. La misión comienza en dos horas.
Prepárate.
Mis ojos se dirigieron a los del Mayor.
—¿Tan pronto?
—Madison murió hace media hora. Los médicos y las máquinas
mantendrán a los Chambers creyendo que está viva. Pero solo tenemos un
tiempo hasta que comiencen a mostrarse los primeros signos de muerte.
Asentí. ¿Por qué no había sentido nada? ¿No debería haber sabido
cuándo murió? Después de todo, su ADN formaba parte de mí. Era todo lo
que quedaba de ella.
—Lee los papeles y prepárate en una hora, Tessa —dijo el Mayor
antes de concentrarse en Alec—. Me gustaría hablar contigo.
¿De qué querían hablar sin mí?
Mis pies me llevaron fuera de la habitación, pero mi cuerpo se sentía
como si estuviera encerrado en una burbuja. Apenas escuché las charlas
afuera, las risas de la sala común y la música que sonaba en algún lugar del
pasillo.
Holly se quedó inmóvil cuando entré en nuestra habitación.
—Tengo que irme —logré decir. Mis piernas y todo mi cuerpo se
sentían entumecidos. Desde que escuché la noticia de la muerte de
Madison, sentía que la vida también se me había escapado.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—No lo sé. El tiempo que sea necesario.
Holly solo me abrazó, por una vez sin decir una palabra.
***
Presioné mi rostro contra la ventanilla del auto, recordando la tarde de
hace más de tres años en la que me senté en el mismo lugar de camino al
cuartel por primera vez. Desde entonces habían cambiado muchas cosas.
Mi piel se erizó y sentí que el Mayor me observaba.
El auto se detuvo. Alcancé la puerta, pero las palabras del Mayor me
detuvieron.
—Sé que hay algo entre tú y Alec. Ya hablé con él al respecto. No
dejes que eso ponga en peligro la misión.
—No hay nada… —Me detuve. Habría sido una mentira y algunos
decían que el Mayor podía oler las mentiras. Era una de las ridículas
historias que las personas inventaban sobre el Mayor porque no sabían
realmente de lo que era capaz.
Salimos del auto. Mis piernas se sentían como gelatina mientras
caminaba hacia el hospital. La opresión en mi pecho aumentaba con cada
paso que daba hacia la habitación de Madison. Las voces resonaban al final
del pasillo y mis músculos empezaron a temblar.
Tropecé y el Mayor agarró mi brazo.
—Actúa con naturalidad —dijo en voz baja—. Ya deberían haberse
ido.
Caminamos por el pasillo, acercándonos a los padres de Madison,
actuando como si tuviéramos alguna buena razón para estar aquí aparte de
encubrir la muerte de su hija.
Me entretuve mirando el patrón de cuadros en el piso de linóleo, pero
cuando pasamos por la habitación de Madison, mis ojos los encontraron:
Ronald y Linda Chambers. Linda parecía más vieja que en las fotos que
había visto: más cansada, más pálida, con el cabello rubio recogido en una
coleta desordenada. Ronald parecía más delgado y las vetas grises del
cabello en sus sienes se habían extendido. Se aferraban el uno al otro
mientras escuchaban las mentiras de los médicos. No podía escuchar las
palabras de los médicos, pero sabía que lo que les decían estaba muy lejos
de la verdad.
Lo peor era la forma en que sus rostros se iluminaron con esperanza
mientras los médicos les hablaban. Pensaban que su hija se recuperaría, que
la recuperarían; no sabían que hace solo unas horas la habían perdido para
siempre.
De repente, una sensación de determinación me invadió. Encontraría
al monstruo que les había arrebatado a su hija. Aunque no pudiera
devolverles a Linda y Ronald Chambers su hija, al menos podría intentar
hacerles justicia. Doblamos otra esquina y desaparecieron de la vista.
Cara de Halcón estaba apoyado en la pared a unos pasos de nosotros.
Se enderezó al vernos. El Mayor soltó mi brazo. No me había dado cuenta
de que me había estado arrastrando.
—¿Por qué siguen allí? —El ceño fruncido del Mayor hizo que el
hombre retrocediera.
—Lo siento, señor. Deberían irse en cualquier momento.
—Será mejor que lo hagan.
El Mayor comenzó a caminar y me dediqué a contar sus pasos. Sus
piernas no eran largas, pero su zancada lo hacía parecer alto. Cara de
Halcón se asomó por la esquina, luego se giró hacia nosotros y asintió
rápidamente.
Volvimos a la habitación de Madison, mi boca estaba tan seca como el
serrín. Cara de Halcón se adelantó y abrió la puerta. El Mayor me hizo una
seña para que entrara. Ya no había vuelta atrás.
Capítulo 7

El silencio de las máquinas me impactó.


No hay pitidos.
No hay respiración.
Deseé tener mi iPod conmigo; cualquier cosa para ahogar el silencio
en la habitación. Madison estaba acostada en la cama. Nada había
cambiado, excepto la ausencia de los latidos de su corazón y la quietud de
su caja torácica.
—¿Puedo tener un momento? —pregunté. Las palabras sonaron
amortiguadas, como si fueran pronunciadas a través de una capa de
algodón.
El Mayor vaciló. ¿Tenía que cuestionar todo lo que hacía?
Apreté mi mandíbula, manteniendo mi atención en Madison mientras
esperaba que se fuera. Cuando finalmente lo hizo, me acerqué a su lado.
Tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormida. Siempre había pensado
que la muerte sería fea, espantosa y amenazadora. En cambio, se
enmascaraba con paz y tranquilidad.
Extendí la mano, las yemas de mis dedos se detuvieron a un
centímetro de su mano, luego cerré la brecha y toqué su fría piel. Me hundí
junto a la cama y mi frente se posó sobre la fría manta que había junto a su
cuerpo. No hubo ningún sonido.
La pequeña bola de inquietud que se formó en mi estómago cuando
me enteré de la misión ahora se había convertido en un miedo palpitante
debajo de mi piel. Mirando la figura inmóvil de Madison, me vi obligada a
enfrentarme a la verdad. Un asesino me perseguía; alguien que cortaba la
letra A en la piel de sus víctimas, como un artista que firma su obra.
Justo entonces, la puerta se abrió sin previo aviso. Tropecé con mis
pies, limpiando las lágrimas que amenazaban con derramarse de mis ojos.
Quería gritarle al Mayor por haberme dado tan poco tiempo.
Pero no era el Mayor.
Alec cerró suavemente la puerta detrás de él. Me di la vuelta y me
apoyé en la cama, tocando la mano de Madison con las yemas de mis
dedos. ¿Por qué estaba aquí? ¿No debería estar despidiéndose de Kate?
Se acercó.
—¿Cómo te sientes?
—¿Cómo crees que me siento? —Sus ojos se posaron en mí, amables
y comprensivos, y tuve que apretar los labios para contenerme. No podía
arriesgarme a desmoronarme ahora, frente a él.
—Sé que es difícil para ti.
Me puse en pie a trompicones.
—¿Cómo lo sabes? ¿Estás a punto de mentirle a una familia? ¿Vas a
sonreírles, a reírte con ellos, mientras finges ser su hija muerta? ¿Tienes que
mirarlos a la cara y ver la alegría de tener a su hija de vuelta, sabiendo al
mismo tiempo que todo es una mentira?
Más palabras amenazaban con salir a borbotones; la verdad de lo
asustada que estaba, la preocupación por cometer un error de novata y
terminar muerta. Pero me las tragué. Si Alec supiera lo asustada que estaba,
su molesta actitud protectora se activaría.
Alec extendió la mano para jalarme hacia sus brazos, pero presione
las palmas de mis manos contra su pecho. No quería su compasión, su
consuelo. No me soltó. La sensación de sus manos en mis brazos, cálidas y
reconfortantes, rompió mi resistencia. Dejé que me abrazara, que su olor a
madera envolviera mis sentidos, que se llevara parte del dolor. Sentí mi
pulso desacelerarse con su toque, sentí mis músculos relajarse por primera
vez en días.
—Tess, nadie espera que seas perfecta, que pases por esta misión
como una máquina. Tienes permitido estar enfadada y frustrada. Y se te
permite cometer algunos errores.
Eso era lo único que no podía permitirme. Un desliz de lengua, un
solo apagón de mi Variación y la misión habría terminado, o terminaría con
un cable alrededor de mi garganta.
Las yemas de sus dedos rozaron mi cuello y me derretí contra él.
—También estás haciendo esto por ellos, ¿sabes? Por los padres de
Madison. Estás tratando de atrapar a la persona que asesinó a su hija. ¿No
crees que eso cuenta para algo? Este monstruo deambula por las calles,
buscando su próxima víctima, y tú eres la clave para encontrarlo y
atraparlo. Tienes la capacidad de salvar vidas. Piénsalo así. —Él apartó un
mechón de mi cabello—. Todo saldrá bien. Estaré ahí para ti.
¿Cómo encontraba siempre las palabras adecuadas para
convencerme? O tal vez era la sensación de su suave tacto en mi piel. Tal
vez ambas cosas.
—El Mayor está esperando —dijo finalmente.
Asentí contra su pecho. Alec me dio un momento para recomponerme
antes de abrir la puerta y llamar a todos los demás.
Evité los ojos del Mayor, pero no me perdí la mirada que intercambió
con Alec. Dos hombres que parecían pertenecer a la FEA se acercaron a la
cama, aunque podrían haber sido enterradores con sus trajes negros y
corbatas. Se llevaron el cuerpo de Madison, dejando la cama vacía.
Miré la huella dejada por el cuerpo de Madison en el colchón.
—¿Tengo que...?
—Lo cambiaremos —dijo el Mayor. Una enfermera entró a toda prisa
y se ocupó de la cama, limpiándola y poniéndole sábanas nuevas. No hizo
contacto visual con ninguno de nosotros. Cuando terminó con las sábanas,
se fue sin decir nada. Ahora solo estábamos Alec, el Mayor y yo en la
habitación.
—Toma, deberías ponerte esto.
Tomé la bata de hospital del Mayor, la tela se sentía crujiente y fría en
mis manos.
—¿Les importaría? —Miré la bata y luego la puerta. El Mayor salió
primero y Alec me dio una sonrisa de ánimo mientras lo siguió.
Con manos temblorosas, puse la bata sobre la cama y comencé a
desvestirme. Esto era un trabajo, me recordaba a mí misma. No se trataba
de mi comodidad. Me quité la última prenda y deslicé la bata por encima de
mi cabeza. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando mi cuerpo entró en
contacto con la fría tela.
Hubo un golpe en la puerta.
—¿Ya terminaste? —Llamó el Mayor. Él no era de los que tenían
paciencia.
Subí a la cama y me cubrí con la manta. La puerta se abrió y el Mayor
entró. Alec dudó, pero cuando me vio recostada en la cama, con mi cuerpo
oculto, entró.
Llamaron de nuevo a la puerta. ¿Los padres de Madison? Todavía no
estaba preparada. Aunque, tal vez, nunca lo estaría.
El Mayor se dirigió a la puerta mientras Alec se sentaba en la silla
junto a la cama.
—Solo es un médico.
—Pero verá que no soy Madison.
Alec asintió.
—No pasa nada. El Mayor decidió decírselo. Él no se lo dirá a nadie.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—El Mayor está seguro.
Un hombre alto y calvo entró en la habitación.
—Este es el doctor Fonseca. Él te preparará para los padres de
Madison —dijo el Mayor en un tono práctico. No tuve la oportunidad de
preguntar qué significaba “preparar”, ya que el doctor y el Mayor se
acercaron a mi cama.
Los ojos del doctor Fonseca se levantaron para encontrarse con los
míos antes de volver a la ficha de Madison. Puso más distancia entre
nosotros. Una fina capa de sudor cubría su frente y su cuello estaba
empapado. No hacía falta leer la mente para saber que él también estaba
asustado.
—Tessa. Es hora de que tomes la apariencia de Madison —dijo el
Mayor.
¿Frente al doctor Fonseca? El hombre estaba agarrando su bolígrafo
con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto completamente blancos.
—¿Qué estás esperando, Tessa? —dijo el Mayor.
El doctor Fonseca mantenía los ojos pegados a sus papeles.
Me permití relajarme y me entregué a la transición. Mi piel se aflojó y
se remodeló, mis huesos se alargaron. Un jadeo irrumpió en mi
concentración. Cerré los ojos, obligando a mi cuerpo a terminar lo que
había empezado. Y cuando la sensación de desgarro se disipó, Tessa se
disolvió y fue reemplazada por Madison Chambers.
Abrí los ojos y un sabor amargo invadió mi boca al ver lo que tenía
delante. El doctor Fonseca estaba apoyado contra la pared más lejana, los
expedientes médicos como un escudo blandiendo frente a su pecho. Los
ojos de Alec se endurecieron al posarse en el Mayor. Nunca había hecho
que nadie tuviera miedo de mí. Pero no había duda de lo que veía en los
ojos del doctor Fonseca. Vivir con la FEA me había hecho olvidar la
verdadera naturaleza de mi existencia: un bicho raro. Una variación fuera
de lo normal. No la maravilla superdotada que el Mayor siempre quiso
hacerme creer que era.
—¿Doctor? —La voz de Mayor cortó el silencio como una navaja.
Fonseca apartó su mirada de mí con evidente dificultad y miró al
Mayor, o más bien a un punto por encima de la cabeza del Mayor.
El rostro gruñón del Mayor me recordaba a un rottweiler.
—Doctor. Haga su trabajo. —Por lo visto, el doctor Fonseca no había
recibido el memorándum de que había que obedecer las órdenes del Mayor
sin dudar. En una fracción de segundo, Alec se alejó rápidamente de la
esquina de la habitación para pararse junto al doctor.
—¿Cuál es tu problema? —gruñó.
Los ojos de Fonseca se movieron entre Alec y yo, aparentemente no
lo suficientemente asustado de él como para considerar acercarse a mí. Alec
alcanzó la silla de metal y partió una de sus patas en dos. En sus ojos vi un
breve destello de excitación. Alec rara vez se permitía perder el control,
pero me di cuenta de que disfrutaba dando rienda suelta a sus tendencias
más violentas.
—Ella no es la peligrosa aquí.
Me preguntaba por qué el Mayor dejaba que Alec lo hiciera, si no era
por el puro placer de mostrar de qué eran capaces los agentes de la FEA
El doctor Fonseca tropezó en su prisa por llegar a mi lado. Sus manos
temblaban mientras colocaba unos cuantos electrodos en mis brazos y
pecho. Retiré el brazo cuando intentó ponerme una vía intravenosa. La
forma en que la aguja temblaba en su mano me ponía nerviosa. Lo más
probable era que me sacara un ojo con ella en lugar de ponerla de manera
segura en mi brazo.
—¿Por qué necesito eso? —Me sobresalté al escuchar la voz
desconocida que salía de mis labios. Era un tono más alto que la mía. Y mi
brazo (el de Madison) estaba tan pálido y delgado. Sus músculos debían
haber sufrido durante las semanas que había estado en coma. Pero
afortunadamente no me sentía más débil que antes, solo diferente.
—Porque Madison necesitaría medicación. Alégrate de que hayamos
convencido a los médicos de que puedes respirar por ti misma —dijo el
Mayor.
Extendí el brazo. El doctor Fonseca respiró profundamente y su mano
se estabilizó. Me estremecí cuando la aguja se clavó en la piel del dorso de
mi mano.
—¿Qué hay ahí? —Señalé con la cabeza el líquido transparente que
había en la bolsa de plástico de la vía.
—No hay nada de qué preocuparse. —El Mayor sonaba como si no
tuviera ninguna preocupación en el mundo, pero las profundas líneas
alrededor de sus ojos sugerían que no estaba tan relajado como aparentaba
estar. Este era un gran día y una misión importante, y estaba fuera de las
manos incluso del Mayor. Era yo quien tenía que actuar.
Los latidos de mi corazón se aceleraron, y con ellos el molesto bip-
bip de las máquinas. Alec se acercó a mí.
—Todo irá bien. —Sus ojos escudriñaron mi rostro, deteniéndose en
los rasgos de Madison por un momento demasiado largo, como si tuviera
que acostumbrarse a mirarlos. Me preguntaba si extrañaba a la verdadera
yo.
Me obligué a relajar los músculos de mi rostro, o más bien del de
Madison. Mis dedos recorrieron la cicatriz en mi garganta, donde el asesino
la había estrangulado con un cable. Rodeaba casi todo el cuello.
Lentamente, dejé que mi mano bajara hasta que pude sentir el corte en mi
caja torácica donde el asesino había dejado su firma. Temblando, retrocedí.
El doctor Fonseca dejó escapar una pequeña tos.
—Ya he terminado.
—Bien. —El Mayor acercó el celular a su oreja. Al parecer, la norma
de no usar celular en el hospital fue suspendida para él.
—Nos iremos en unos minutos. —No sabía quién estaba al otro lado
ni lo que decían, pero la expresión del Mayor parecía de satisfacción
cuando finalizó la llamada.
—¿Dónde están los padres de Madison? —pregunté.
—Todavía están hablando con los otros médicos sobre cómo ha
mejorado la condición de Madison y que es posible que tú despiertes
pronto.
El “tú” me desconcertó al principio. Fingir ser Madison iba a tomar
algún tiempo para acostumbrarse. No era mucho más alta que yo, pero sí
más delgada, y su pecho era aún más pequeño que el mío. Tomé un mechón
de su cabello rubio oscuro. Era más suave que el mío y caía en líneas rectas
sobre mi pecho.
—Tu cabello no se ve bien —dijo Alec.
Empujó sus manos en mi cabello. Un cosquilleo recorrió mi espalda
y me relajé contra las cálidas palmas de sus manos. Se quedó inmóvil
cuando nuestros ojos se encontraron. No podía decir lo que estaba pasando
detrás de ellos. Rompió el contacto visual y comenzó a desenredar el
cabello. Él era tan gentil. La sensación de sus dedos rozando mi cuero
cabelludo me hizo sentir un agradable calor por todo el cuerpo, haciéndome
anhelar su contacto en otros lugares.
—Así está mejor. —Se apartó, pero inmediatamente quise que me
tocara de nuevo.
El celular del Mayor empezó a vibrar.
—Es hora de irnos. —Abrió la puerta, pero no se fue—. Ronald y
Linda Chambers llegarán en cualquier momento. Recuerda todo lo que has
leído sobre Madison. Desde ahora hasta que encontremos al asesino, tú eres
Madison. Tessa está muerta.
Tessa está muerta.
Algo se aferró a mis entrañas y se retorcía. Si pudiera votar para
determinar quién debía vivir y quién debía morir (Madison o yo) no había
duda del resultado. Madison tenía padres, un hermano, parientes, incluso un
ex novio que la quería; yo no tenía nada.
¿En qué estoy pensando?
—¿Me has escuchado?
Asentí, sin confiar en mí misma para hablar. Una repentina oleada de
calma me invadió, extraña e invasiva, y pude sentir cómo mi cuerpo se
erizaba ante la emoción no deseada. No era mía. Mis ojos se dirigieron a
Mayor, cuya figura aún permanecía en la puerta. ¿Había conseguido
manipular la forma en que me sentía?
Alec vaciló como si quisiera decir algo. No pude evitar encontrarme
con sus ojos. Había preocupación en ellos, y algo más… algo más suave
que no podía identificar. Después de una rápida mirada al Mayor, sonrió de
manera alentadora y se marcharon.
El doctor Fonseca se quedó. Revisó las máquinas y la vía una vez
más. Me estremecí cuando la aguja se movió en mi brazo y se disculpó en
voz baja. No habló mucho ni me miraba a los ojos.
Una cosa era segura: el Mayor tenía razón, las personas tenían miedo
de nuestros poderes, de lo que éramos capaces. Eso fue lo primero que nos
había enseñado a Holly y a mí cuando llegamos a la sede de la FEA. Nunca
había sentido la verdad de sus palabras tan claramente como ahora.
Unas voces al otro lado de la puerta llamaron mi atención. Me hundí
en las almohadas y cerré los ojos, tratando de calmar mi respiración
mientras observaba la puerta con los ojos entrecerrados. La puerta comenzó
a abrirse. Era el momento. Y estaba en mis manos no estropearlo.
No podía equivocarme. No lo estropearía.
Tessa estaba muerta, por ahora.
Capítulo 8

Realicé mi ejercicio de respiración, tratando de calmar los latidos de


mi corazón.
Inhalar y exhalar.
Inhalar y exhalar.
A través de las estrechas rendijas de mis párpados, observé cómo
Linda Chambers entraba en la habitación, sus pasos vacilaron al ver al
doctor Fonseca. Ronald Chambers se detuvo detrás de ella, con las manos
sobre sus hombros. Sus ojos se centraron en mí y decidí que era más seguro
mantener los míos cerrados.
—¿Cómo…? —Ella aclaró su garganta—. ¿Cómo está ella? El doctor
Myers y el doctor Ortiz nos dijeron que había una posibilidad de que
despertara hoy.
—Su condición ha mejorado. Está respirando por sí misma y se
movió hace unos minutos —dijo el doctor Fonseca.
—¿Se movió? —La esperanza en la voz de la señora Chambers me
hizo sentir como la peor mentirosa del mundo. Ella debería estar llorando la
pérdida de su hija y, en vez de eso, le prometían un milagro.
—Aunque se despierte, no esperes mucho de ella. Después de lo que
ha pasado, es posible que tenga que aprender muchas cosas desde cero.
Puede que tarde un tiempo en ser capaz de caminar y hablar como antes. Es
muy posible que no recuerde mucho, quizá ni siquiera a ti. —Hizo una
pausa antes de añadir—: Es importante que no la presiones para que
recuerde. —Al escuchar al doctor Fonseca hablar con soltura, me
preguntaba cómo podía mentirles sin que le temblara la voz.
—No lo haremos. Haremos todo lo que esté en nuestro alcance para
ayudarla a recuperarse —dijo el padre de Madison.
Permití que mis manos temblaran y mis ojos parpadearan.
—Creo que está despertando —dijo la señora Chambers.
Escuché pasos acercándose.
Sabía que estaban observando todos mis movimientos. Giré la cabeza
un centímetro, pero mantuve los ojos cerrados y dejé escapar una tos ronca.
El colchón se hundió.
—¿Maddy? Cariño, despierta.
—Cupcake, mamá y papá están aquí. —El tono de Ronald era tan
suave, tan cariñoso, tan gentil. No pude evitar preguntarme si mi propio
padre me había hablado así alguna vez, si había sido feliz después de que yo
naciera, si alguna vez me extrañó.
Dejé que mis ojos se abrieran por un momento, lo suficiente como
para ver sus rostros preocupados flotando sobre mí, antes de volver a
cerrarlos. Una mano tocó mi mejilla, demasiado suave y pequeña para
pertenecer a un hombre.
—¿Cariño? —Nunca pensé que una palabra pudiera contener tanto
amor. La palma de la mano de Linda se sentía cálida y reconfortante,
aunque era un toque extraño. Sentí que me relajaba.
Finalmente, abrí los ojos. Nunca había visto a nadie mirarme como lo
hacían Ronald y Linda, como si yo fuera lo más preciado de sus vidas.
—Oh, Maddy.
Linda comenzó a llorar. Quise unirme a ella. Sobrepasada por el
alivio y la alegría, estaba emocionada por todas las razones equivocadas.
Ella no sabía que su hija muerta había sido sacada en una camilla hacía solo
unos minutos mientras los médicos tejían una historia sobre la milagrosa
recuperación de su hija. No sabían que su pequeña yacía en la cámara
frigorífica de una morgue, esperando allí hasta el día en que terminara mi
trabajo, cuando finalmente supieran la verdad.
El calor presionó contra mis ojos cuando los labios de Ronald rozaron
mi frente y murmuró palabras de consuelo. De repente, ya no pude
contenerme. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y se acumularon
cerca de mis labios.
Linda me abrazó, su tacto era suave como el algodón, como si tuviera
miedo de lastimarme. Ronald apartó el cabello de mi rostro y envolvió sus
brazos alrededor de Linda y de mí. Por un momento me permití imaginar
que su amor era realmente por mí.
Finalmente se retiraron.
Me di cuenta de que el doctor Fonseca había salido de la habitación.
Quizá no pudo soportar ver el feliz reencuentro sabiendo la fea verdad que
había detrás.
Ronald acercó una silla a la cama y se sentó. Linda se sentó en el
borde de la cama, cerca de la cabecera, sosteniendo mi mano con un apretón
aplastante.
—¿Sabes quiénes somos, Cupcake? —Los ojos azules de Ronald
brillaban llenos de esperanza, pero todavía había cierta tensión alrededor de
sus labios.
Volví a toser porque los papeles médicos habían dicho que tendría
problemas para hablar después de estar conectada a un respirador.
Técnicamente, no debería poder hablar bien durante días, pero había que
atrapar a un asesino. La expresión de Linda se volvió preocupada.
—¿Necesitas agua?
Asentí.
Ronald trajo un vaso de plástico y comencé a levantar el brazo.
Acabas de despertar del coma. Muévete despacio, me dije, y dejé caer
la mano.
Linda tomó el vaso de su marido. Él me ayudó a sentarme y me
sostuvo mientras ella acercaba el vaso a mis labios y lo inclinaba para que
pudiera beber. El agua refrescó mi garganta seca.
—¿Estás mejor? —ella preguntó.
Asentí. Ronald acomodó las almohadas detrás de mí, de modo que me
senté erguida.
—¿Sabes quiénes somos? —preguntó Linda.
Ronald le lanzó una mirada de advertencia a su esposa.
—Sí —dije suavemente. Mi garganta se cerró al ver su felicidad. No
esperaban que hablara, ni que los recordara, y técnicamente no debería
haber sido capaz de hacerlo. Pero el Mayor pensó que agilizaría nuestra
misión si no tenía que fingir aprender cada pequeña cosa de nuevo. Quería
que volviera a casa y que investigara en la escuela lo antes posible.
—¿Qué más recuerdas? —preguntó Linda.
—Yo… —Volví a toser—. No estoy segura. —Me obligué a poner
una expresión de desconcierto—. Recuerdo a Ana, y a Devon. Recuerdo a
Fluffy. —Me quedé en silencio.
—Eso es bueno —Ronald hizo una pausa—. ¿Recuerdas lo que pasó?
Algo oscuro nubló sus ojos y sus manos se cerraron en puños a su
lado. Linda trató de mantener su rostro relajado, pero la mano que sostenía
la mía comenzó a temblar.
—No, yo… no sé cómo llegué aquí. —Dudé, las palabras se
agolparon en la parte posterior de mi garganta.
»¿Qué pasó? —pregunté en voz baja.
Linda se levantó de la cama y caminó en silencio hacia la ventana. Me
hubiera gustado ver su rostro, pero por la forma en que sus hombros
temblaban tal vez era mejor que no lo hiciera. Ronald apoyó las manos en
sus rodillas.
—Es una larga historia. Quizá deberíamos esperar a hablar de eso
hasta que te sientas mejor.
Asentí. Ninguno de los dos habló después de eso. Los observé con los
ojos entrecerrados, pero Linda seguía mirando hacia la ventana. Finalmente,
Ronald se acercó a ella y la abrazó.
Con un breve golpe, la puerta se abrió y un adolescente se deslizó en
la habitación. Lo reconocí por las fotos como el hermano gemelo de
Madison. Mantuve los ojos semicerrados y fingí volver a dormirme, para
poder verlos interactuar antes de verme obligada a unirme a la
conversación. Todavía no estaba preparada para conocer a mi hermano
ficticio.
Devon era fornido como un luchador, pero no tan alto como Alec. Su
cabello rubio era corto y estaba revuelto con gel para darle un aspecto de
recién salido de la cama. Tuve que agudizar mis oídos para escucharlo.
—¿Cómo está?
El rostro de Linda estaba rojo y manchado.
—Acaba de despertarse. —Los ojos de Devon se agrandaron mientras
permitía que su madre lo abrazara—. Ella habló con nosotros, se acordó de
nosotros.
—Oh, mamá, eso es genial. —Se apartó y sus ojos volvieron a
dirigirse a mí—. ¿Recuerda algo del ataque?
Ronald negó con la cabeza.
—No, parece que no recuerda nada de ese día.
—Así que no tiene ni idea de quién le hizo eso —dijo Devon.
—No creo que debamos hablar de eso delante de ella —dijo Linda. Se
acercó a la cama y comenzó a acariciar mi cabello.
—Lo siento, mamá. —Sus zapatillas chirriaron en el suelo de linóleo.
Probablemente era demasiado pronto para que me despertara de
nuevo, pero fingir que dormía era más difícil de lo que parecía. Quería
retorcerme.
Me moví, tosí y me encontré con unos sorprendentes ojos azules. Las
fotos no le habían hecho justicia a Devon. Su sonrisa era todo sol y sus ojos
casi coincidían con los de Alec en su intensidad.
—Hola, dormilona. —Su tono era juguetón y goteaba calidez.
—Devon —susurré.
Su sonrisa se volvió ladeada, pero entonces sus ojos se dirigieron a mi
garganta y por un instante su rostro se oscureció. Luché contra el impulso
de tocar la cicatriz.
El Mayor había incluido tanto a Devon como a Ronald en su lista de
sospechosos, junto con casi todos los demás hombres de Livingston. Pero si
hubiera visto su reacción ante la recuperación de Madison, probablemente
habría cambiado de opinión. Era obvio que ambos amaban a Madison.
¿Cómo podría uno de ellos haberle hecho daño?
—Fluffy ha estado durmiendo en tu cama desde que llegaste al
hospital —dijo Devon, con un ligero tono mordaz—. Una vez incluso
enterró un ratón muerto entre tus sábanas.
Hice una mueca de disgusto, lo que los hizo reír. Escuchar sus risas
me llenó de una alegría inesperada.
Había felicidad, había amor, y estaba la impostora que no pertenecía.
¿Cómo no podían ver a través de la máscara?
Capítulo 9

Durante los días siguientes, Linda y Ronald no se separaron de mí.


Me siguieron a donde quiera que fuera, a cada revisión y a cada radiografía.
Uno de ellos siempre pasaba la noche junto a mi cama. No estaba
acostumbrada a que alguien me cuidara así.
Incluso Devon me visitaba todos los días después de la escuela.
Siempre me contaba historias divertidas de nuestra (era extraño pensar en
eso de esa manera) infancia. A veces me preguntaba si mi propio hermano
habría sido como Devon si hubiéramos crecido juntos. Ni siquiera
recordaba su aspecto. Mi madre había quemado todas las fotos de él y de mi
padre. Era una cosa más en la larga lista de cosas por las que estaba
resentida.
Hice rebotar mis piernas, mis pies golpearon el marco de la cama.
—El doctor Fonseca llegará en cualquier momento. No puedes
esperar para llegar a casa, ¿verdad? —El rostro de Linda estaba lleno de
alegría.
Eso era un eufemismo. Después de tres días de estar encerrada en una
habitación de hospital y de someterme a un aluvión de pruebas médicas
inútiles, obra del doctor Fonseca, me sentía a punto de estallar. No me
importaba a dónde iba. Mi nariz no podía soportar otro día de desinfectantes
y esterilidad. El olor quedaría grabado en mi cerebro para siempre.
—Estamos muy contentos de que te hayas recuperado tan rápido.
Incluso los médicos dijeron que podría llevar semanas, pero les demostraste
que estaban equivocados —dijo Ronald.
Él y Linda compartieron una de sus sonrisas privadas. Cuando se
miraban de esa manera, no podía evitar sentirme como una intrusa. Lo que
tenían era algo que nunca había presenciado, algo que deseaba
desesperadamente.
Ser testigo de su felicidad y su esperanza era como un puñetazo
constante en mi estómago. No podía evitar recordar que todo estaba
construido sobre mentiras que estaban destinadas a desmoronarse. Sabía
que nuestras acciones eran necesarias para encontrar al asesino, pero
deseaba que hubiera otra manera.
La puerta se abrió después de un golpe y el doctor Fonseca entró en la
habitación. Sus dedos tantearon el expediente mientras se detuvo junto a mi
cama. Saludó a la familia antes de dirigirse a mí. Los bordes de sus ojos
estaban tensos, como si le costara mucho mirarme.
—¿Cómo te sientes hoy? —me preguntó. Por supuesto, ya sabía la
respuesta.
—Me siento muy bien —respondí—. Siento como si estuviera lista
para irme a casa.
El doctor Fonseca revisó el expediente, aunque no encontraría nada
allí que no supiera ya. El Mayor le había ordenado que me diera el alta hoy,
así que eso era lo que sucedería.
—¿Está todo bien? —Linda se levantó de la silla y se colocó junto a
Ronald, que la rodeó con un brazo.
El doctor Fonseca levantó la vista de los papeles y esbozó una sonrisa
tensa.
—Sí, los resultados de los análisis de sangre están bien. Goza de
buena salud. Pero no debe esforzarse demasiado. —Dirigió su atención
hacia mí—. Mucho descanso. Nada de deportes extracurriculares ni de
gimnasia en la escuela. Por lo demás, no veo ninguna razón por la que
debamos mantenerte aquí. —La verdad era que no podía esperar para
sacarme del hospital. Sabía que debía ser difícil para un científico
encontrarse con un bicho raro como yo, que le hacía dudar de todo lo que
creía saber.
—Es increíble —dijo Linda, sin darse cuenta de la tensión que
atenazaba el cuerpo del doctor Fonseca—. Se está recuperando tan rápido.
Es un milagro.
—Un milagro —repitió Fonseca.
Saliendo de su boca sonó como una maldición.
—Probablemente tengas razón. Nunca me he encontrado con algo así.
—Fui la única que notó la ansiedad en su voz y la forma en que dijo “algo”
con énfasis, como si yo no fuera humana. Si se lo hubieran permitido, le
habría encantado hacerme pruebas. Intentó quedarse con una de mis
muestras de sangre, a pesar de las órdenes de la FEA de enviárselo todo. El
Mayor se puso furioso cuando se enteró. Me hubiera gustado ser testigo de
aquel episodio, pero tuve que conformarme con el relato de segunda mano
de un agente disfrazado de enfermero.
Los ojos de Fonseca se posaron en algún lugar por encima de mi
cabeza, sin encontrarse con los míos.
—Ya puedes irte a casa —concluyó finalmente.
Linda cerró la cremallera del bolso de mano. Ella ya lo había
empacado hace una hora.
Salimos del hospital como una familia. Ronald me guió con una suave
mano en mi espalda, como si temiera que me desmayara o desapareciera.
Permanecí en silencio durante el trayecto hasta mi nuevo hogar,
tratando de memorizar cada detalle del camino. El mapa no había mentido;
Livingston era una ciudad extremadamente pequeña. Pasamos hilera tras
hilera de casas con las mismas tejas de antracita, garajes dobles color beige
y patios decorados con parterres de flores. Camionetas con asientos visibles
para niños estaban estacionadas delante de una de cada dos casas y de vez
en cuando veía un columpio en un patio trasero, sin embargo, no había
ningún niño jugando en la calle. ¿Acaso sus padres les habían prohibido
salir mientras un asesino andaba suelto?
Después de apenas unos minutos doblamos por una calle con el
mismo tipo de casas de dos pisos que llenaban el resto de la ciudad, solo
que éstas eran versiones mucho más nuevas. Ronald detuvo el auto en un
camino de entrada. Mientras salíamos, pude sentir sus ojos sobre mí,
esperando una reacción, una señal de reconocimiento.
Había visto la casa en fotos pero, por supuesto, no me habían dado la
sensación de hogar como la que habría supuesto para Madison. Las flores
rojas de los parterres que bordeaban el sendero delantero estaban marchitas
y, por lo que parecía, el césped del jardín delantero no había sido cortado
por un par de semanas.
—¿Te acuerdas? —preguntó Linda, su voz sonaba vacilante. Ronald
jugaba con las llaves en sus manos mientras miraba a cualquier parte menos
a mí.
Asentí lentamente.
—Todo está un poco confuso, pero está regresando.
Esto no era lo que querían escuchar. Sabía que no sería la última vez
que dijera algo que no esperaban. La puerta principal de la casa vecina se
abrió y un hombre de mediana edad con barriga salió, sosteniendo una bolsa
de basura. El viejo truco de “tengo que sacar la basura, pero en realidad
estoy husmeando”.
Caminó hacia su bote de basura, solo para detenerse con una
expresión de sorpresa mal interpretada cuando nos vio. Tuve que evitar
poner los ojos en blanco. Dejó caer la bolsa en el bote de la basura antes de
acercarse a nosotros. Me miró con una curiosidad apenas disimulada.
—¿Cómo estás? No sabía que vendrías a casa hoy —dijo. Pude ver
las cortinas en algunas de las otras casas moviéndose.
—Ella está bien, pero está cansada —dijo Ronald bruscamente.
Apretó mi hombro y le dirigió a Linda una mirada significativa. Ella tomó
mi mano y, después de ofrecerle una sonrisa tensa al vecino, me arrastró
hacia la puerta principal.
—Parece que a tu césped le vendría bien un recorte, amigo mío —fue
lo último que escuché del vecino antes de que Ronald entrara en el
vestíbulo y cerrara la puerta.
Dentro, la casa rezumaba comodidad y amor. Todo estaba coloreado
en cálidos tonos beige y amarillos, y las fotos familiares cubrían casi todas
las superficies. La luz entraba a raudales por las enormes ventanas
arqueadas. Los sofás mullidos también eran de color beige y parecían lo
suficientemente cómodos como para dormir en ellos.
—¿Quieres subir a tu habitación? —preguntó Ronald.
Probablemente esperaban que supiera dónde encontrar la habitación
de Madison. El Mayor había dicho que no debía llevar la amnesia
demasiado lejos o me impediría investigar, pero ¿cuánto era demasiado
lejos? Intenté recordar el plano de la casa que Kate había dibujado después
de haberse metido en la mente de Linda, pero una cosa era verlo en un
papel y otra estar realmente dentro de la casa.
Subí vacilantemente la escalera. La mullida alfombra suavizaba mis
pasos y me di cuenta de que eso haría que fuera más fácil salir a escondidas
de la casa para encontrarme con Summers o Alec. Con Linda y Ronald
vigilando tan de cerca mientras yo estaba en el hospital, no había tenido la
oportunidad de comunicarme con ninguno de ellos.
En lo alto de las escaleras, me recibió un largo pasillo con tres puertas
a cada lado. La puerta de Madison estaba a la derecha, pero ¿qué puerta? La
habitación de Devon estaba al lado de la mía, eso sí lo recordaba. Miré por
encima de mi hombro a Ronald y Linda, que me seguían. Me observaban
como si fuera una niña pequeña a punto de dar sus primeros pasos. Me
conmovía su constante vigilancia, pero abría un sinfín de posibilidades para
que yo cometiera un desliz.
Afortunadamente, Ronald eligió ese momento para apiadarse de mí (o
tal vez no podía soportar más la espera) y abrió la puerta del medio. La
habitación era mucho más grande que cualquiera de las que había tenido
cuando vivía con mi madre, y estaba impecablemente limpia, olía a fresco y
ligeramente a flores.
Había un jarrón con rosas blancas sobre el escritorio junto a la cama;
las mismas rosas blancas que decoraban el estampado de las mantas y las
dos grandes fotos que colgaban a ambos lados de la cama. Debían de ser las
flores favoritas de Madison. Un enorme gato blanco y negro yacía
acurrucado sobre la almohada: Fluffy. Sus ojos se abrieron para observarme
con cansancio. Me acerqué a él, pero cuando extendí la mano para tocarlo,
saltó de la cama con un siseo, erizándose. Salió corriendo de la habitación
como si lo persiguiera el diablo.
Un hormigueo comenzó en los dedos de mis pies y subió por mis
tobillos. Presioné mis piernas juntas, esperando que no hubieran visto el
pánico en mi rostro. El hormigueo desapareció tan rápido como había
llegado.
Ronald y Linda se quedaron en la puerta, observándome con
ansiedad. ¿La reacción de Fluffy los haría sospechar? Linda soltó una risa
nerviosa.
—No ha sido él mismo desde que te fuiste. Apuesto a que si abres su
lata de comida esta noche, volverás a ser su persona favorita.
—Él huele el hospital en ti. Pronto volverá —añadió Ronald.
Toqué los suaves pétalos de rosa. Parecían de terciopelo.
—Son preciosas. Gracias —susurré. Eso provocó una sonrisa de
ambos, como si les hubiera hecho un hermoso regalo solo por apreciar su
obsequio.
—Vamos a cenar cazuela de pollo —dijo Linda. Podía sentir sus ojos
y los de Ronald sobre mí, esperando una reacción. ¿Qué esperaban? ¿Era la
cazuela de pollo una señal de algo importante? Sus rostros decayeron.
—Tu comida favorita, ¿recuerdas? —preguntó Linda.
—Lo siento, sí lo recuerdo. Solo estoy cansada. —Ni siquiera era una
mentira. Fingir ser otra persona las veinticuatro horas del día, los siete días
de la semana, era más agotador de lo que esperaba. Linda se acercó a mí y
besó mi mejilla.
—Descansa un poco. Estaremos abajo si necesitas algo. —Con una
última mirada, cerraron la puerta.
Mis piernas temblaron, obligándome a caer sobre la cama. El colchón
era mucho más blando que al que estaba acostumbrado en la FEA, y olía a
rosas. Probablemente Linda había comprado suavizante con aroma a rosas
solo para Madison, para mí. Ansiaba volver a mi propio cuerpo, dejar de
sentir la presión en mis hombros, pero sabía que eso no era una opción.
Mis ojos se posaron en un puñado de fotos en un collage enmarcado
en la pared sobre la cama. Me puse de rodillas para verlas más de cerca. Las
fotos mostraban a Madison con su familia, en la playa, con Devon en los
columpios. En varias de ellas aparecía Madison con otra chica. Ana, su
mejor amiga.
Me arrastré hacia el escritorio y me hundí en la silla. La computadora
portátil de Madison parecía nueva y no tardó casi nada en cargarse. Después
de iniciar en la página de FEA, hice clic en el archivo para acceder a mis
correos electrónicos. Había tres nuevos. Uno de Holly con un emoji
sonriente y muchos signos de exclamación en el asunto, otro del Mayor
titulado importante, y el último era de Alec, sin ningún encabezado de
asunto.
Abrí primero el de Alec.
Tess
Mantén la guardia alta. Cualquiera podría ser el asesino. Hasta
mañana. Recuerda que no nos conocemos. Alec
¿No podría haber dicho algunas palabras bonitas? Tan típico.
Hice clic en el correo electrónico del Mayor, que se las arregló para
ser aún más breve.
Reunión en casa de Summers. Mañana a las 11 p.m. en punto.
Esperando actualización de estado.
El Mayor nunca se molestaba con las cortesías ¿Y qué quiso decir con
actualización de estado? ¿Creía que ya había encontrado alguna pista? Ni
siquiera había comenzado a buscar, no realmente. Aunque ya estaba segura
de que ni Devon ni Ronald tenían nada que ver con los asesinatos.
Abrí el último correo electrónico de Holly, pero tenía varias páginas y
solo lo hojeé.
Te extraño… ¿Cómo estás?… La sede es aburrida sin ti… Todo el
mundo parece estar ocupado con algo, ¡excepto yo!... Louis está
sustituyendo a Summers, pero el entrenamiento de Variación. Con él es aún
menos divertido… Kate es tan mala como siempre… Cuídate.
Cerré la ventana con el correo electrónico, cerré sesión y apagué la
computadora. Más tarde leería su actualización en detalle. Pero ahora,
necesitaba recolectar información.
Tal vez Madison tenía un diario. Eso podría darme pistas sobre sus
razones para romper con Ryan y decirme si había notado algo extraño.
Apartando la silla del escritorio, abrí el único cajón. Al rebuscar en él no
encontré más que dos viejos calendarios de bolsillo, algunos blocs de notas
en blanco y unas cuantas entradas de cine descoloridas. Madison había sido
muy ordenada, a no ser que Ronald y Linda hubieran limpiado antes de que
yo llegara a casa. Además del jarrón de rosas, la computadora portátil y una
pila de libros escolares eran los únicos objetos que había sobre el escritorio.
¿Dónde guardaría un diario si lo tuviera? Me puse de rodillas y miré
debajo de la cama, pero aparte de un calcetín olvidado y algo que parecía un
ratón de juguete para Fluffy, no había nada. Dudaba que Fluffy volviera a
recuperar su juguete. Por su reacción, es posible que no vuelva a pisar esta
habitación.
En cuclillas, miré el resto de la habitación, tratando de reprimir mi
creciente sentimiento de culpa. Madison estaba muerta y aquí estaba yo,
invadiendo por completo su intimidad.
Había unas cuantas cajas de zapatos apiladas dentro del armario
abierto. Me arrastré hasta ellas y abrí la que estaba arriba. Me encontré con
más fotos de Madison con amigos, especialmente con Ana. Una de ellas
mostraba a Madison con las otras animadoras, y reconocí a una de ellas
como Kristen Cynch, la segunda víctima del asesino. ¿Ella y Madison
habían sido amigas?
Dejé la caja en el suelo y abrí la siguiente, que estaba llena de viejos
libros ilustrados. Pasé los dedos por la portada de La oruga muy
hambrienta. Las páginas estaban arrugadas por el uso. Linda y Ronald
deben habérselo leído a menudo a Madison cuando era niña. Dudé un
momento antes de finalmente guardarlo.
Revisé cada caja, rincón y grieta, pero nada me daba una pista sobre
por qué Madison había roto con Ryan, o sobre su relación con alguna de las
otras víctimas. Me sentía ligeramente derrotada, pero ¿qué esperaba?

***
Esa noche tuve mi primera comida familiar. La cena con Linda,
Ronald y Devon no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.
Todos esperaron a que los demás terminaran de comer, compartieron los
detalles de sus días, se rieron de los chistes de los demás. No podía creer
que llegara a ser parte de eso.
Ronald era veterinario y ni siquiera tuve que fingir que me
interesaban sus historias del trabajo, que eran realmente hilarantes. Bebió
un trago de su cerveza de raíz.
—Hoy un gato me orinó encima. —Linda se detuvo con el tenedor
contra los labios y sus cejas arqueadas. Un trozo de pollo quedó atascado en
mi garganta y tuve que bajarlo con agua.
—¿Qué pasó?
—Un monstruoso gato persa, eso es lo que pasó. Hércules. —Resopló
en su vaso—. No es uno de mis pacientes habituales. Su dueño alquiló un
bungalow de vacaciones en Manlow. —Dio otro trago a su cerveza de raíz y
se relajó en su silla—. De todos modos, el pelaje del gato estaba
enmarañado porque no le gusta que lo cepillen, y por desgracia tenía un
caso grave de diarrea. ¿Y con todo ese pelaje? —Ronald se rió. Dejé el
tenedor y traté de no reírme. Probablemente acabaría atragantándome con el
pollo.
—Trabajo de mierda, supongo —dijo Devon, con fingida seriedad.
Metió otro bocado de cazuela en su boca. Me preguntaba cómo se las
arreglaba para masticar con esa gran sonrisa en su rostro.
—Lo tienes. Así que Sarah estaba sujetando al gato como siempre lo
hace y todo iba bien hasta que encendí la rasuradora para deshacerme del
pelaje. A Hércules no le gustó el sonido, ni un poco, y se volvió loco. Me
ensucié con su mierda solo tratando de contenerlo. —Otro bocado de
cazuela de pollo desapareció en la boca de Devon. Linda apartó su plato;
tenía los ojos entrecerrados pero las comisuras de sus labios temblaban por
el esfuerzo que estaba haciendo para ocultar una sonrisa.
—¡Y luego comenzó a orinar por todas partes! Uno pensaría que el
gato no consiste más que en orina a juzgar por lo mucho que me echó
encima.
Tosí entre risas.
—¿No podías esperar con esa historia hasta que termináramos de
comer? —preguntó Linda negando con la cabeza, pero claramente estaba
divertida.
Ronald tomó su mano sobre la mesa.
—Lo siento. La próxima vez.
Linda suspiró como si hubiera escuchado esas palabras antes. Se
levantó y comenzó a recoger los platos de la mesa. Me levanté para
ayudarla, pero ella negó con la cabeza.
—Hoy me toca a mí.
Devon se reclinó en su silla, con los brazos cruzados sobre su
estómago. Incluso con la mitad de la cazuela de pollo dentro de él, sus
abdominales seguían formando ondulaciones debajo de su camiseta. Aparté
la mirada. Dudo que Madison alguna vez haya mirado así a su gemelo.
—Devon, ¿qué tal la escuela hoy? —preguntó Ronald, con una
mirada preocupada en mi dirección. Me preguntaba cuándo surgiría esa
pregunta. Sabía que el Mayor esperaba que reuniera toda la información
local posible, pero la cena había sido demasiado maravillosa como para
arruinarla con preguntas prácticas.
Devon se enderezó y la ligereza desapareció de sus rasgos.
—Estuvo bien. Pero todo el mundo está hablando.
Ronald asintió como si no esperara otra cosa.
—Es el chisme del pueblo.
—¿Mi recuperación? —pregunté, con las manos apretadas alrededor
de mis rodillas debajo de la mesa.
—Sí, todos hablan de tu milagrosa recuperación. Ya sabes cómo son.
Necesitan sus cotilleos. Toda la escuela sabe que regresarás mañana. —
Genial, entonces sería el centro de atención de todos. Justo lo que
necesitaba.
—Cariño, sabes que no tienes que ir si no quieres. Creo que todavía
es demasiado pronto de todos modos —dijo Linda, volviendo a la mesa.
Una parte de mí quería ceder y pasar más tiempo en casa, en
presencia de las amables sonrisas de Linda. Pero el Mayor me arrancaría la
cabeza si no me pusiera en marcha pronto. Quería resultados, y a juzgar por
la nada que había encontrado hasta el momento, obviamente no los
obtendría sentada en la habitación de Madison.
—No, estoy lista para volver —dije—. Tengo muchas ganas de volver
a ver a Ana.
—Ella llamó todos los días para preguntar por ti. Incluso quería
visitarte hoy, pero le dije que necesitabas tiempo para instalarte —dijo
Ronald.
Sonreí.
—Gracias, papá. —La palabra todavía sonaba extraña saliendo de mi
boca. Nunca había llamado a nadie papá.
Devon se inclinó hacia delante.
—Ryan preguntó por ti hoy.
La frente de Ronald se arrugó y Linda se quedó inmóvil en su lugar.
—¿Qué… qué quería? —pregunté.
El rostro de Devon estaba inexpresivo.
—Solo quería saber si era verdad, si ibas a volver, si podías recordar
todo y toda esa mierda. Le dije que se fuera a la mi…
Linda interrumpió a Devon con una tos.
—Que se mantuviera alejado de ti —terminó Devon.
—¿Por qué dijiste eso? —pregunté.
Intercambiaron miradas.
—No querías tener nada que ver con él después de la ruptura —dijo
Devon.
Las alarmas se encendieron en mi cabeza.
—¿Estás segura de que no será demasiado? ¿Toda la atención? —
preguntó Linda.
—No te preocupes, mamá. La cuidaré. —Devon me mostró esa
sonrisa que había recibido tantas veces en los últimos días. Sus ojos me
recordaban a un cielo de verano sin nubes y me encantaban los profundos
hoyuelos que aparecían cada vez que sonreía. ¿Era un simulacro o
realmente podía cambiar de humor tan rápidamente?
—No vas a seguirme como un cachorro perdido, ¿verdad? —Observé
sus rostros en busca de reacciones, sin saber si Madison se había burlado
alguna vez así de su hermano. Actuar fuera de lo normal sería algo
peligroso, incluso con la amnesia fingida. Pero sonrieron.
—Si te molesta, definitivamente —respondió Devon.
Tal vez siempre era así cuando Madison aún estaba con ellos. Ella
debe haber sido tan feliz.
Linda se puso seria y me entregó un teléfono celular.
—Te hemos comprado un teléfono nuevo. El anterior estaba
dañado… —ella se detiene.
—Cuando tuviste el accidente —dijo Ronald—. Pero pudimos
guardar tu tarjeta SIM, así que tus mensajes y tus contactos siguen ahí.
—Gracias. —Eso sería útil. Tendría que echarle un vistazo cuando
estuviera de vuelta en mi habitación, pero probablemente la policía ya había
comprobado los datos, era un procedimiento habitual.
Después de la cena, subí las escaleras con dificultad, agotada. Me
sentía como si hubiera soportado varias sesiones de entrenamiento con
Alec. ¿Estar en un cuerpo extraño, podría causar este tipo de dolor
muscular? Nunca había experimentado algo así, pero tampoco había sido
otra persona durante tanto tiempo. No habíamos probado durante cuántas
semanas o meses podría mantener la forma del cuerpo de otra persona. Mi
Variación nunca había vacilado, siempre había estado bajo mi control desde
el primer día. Para todos en la FEA, mi Variación era perfecta. Pero yo
sabía que no lo era.
Encendí el teléfono en el momento en que estuve sola. Había docenas
de mensajes de texto y otras tantas llamadas perdidas de los últimos días.
Reconocí la mayoría de los nombres de los archivos de la FEA como
compañeros de escuela o familiares. Pero dos nombres destacaban: Ana y
Ryan. Mientras que los textos de Ana podían resumirse en buenos deseos y
palabras de consuelo, los mensajes de Ryan eran de otra naturaleza. Él
también decía que esperaba que Madison se pusiera bien, pero también
intentaba desesperadamente recuperarla. Te extraño… No puedo dejar de
pensar en ti… Eres la persona más importante de mi vida… Danos otra
oportunidad… Te amo. Finalmente, las pequeñas letras de la pantalla
empezaron a desdibujarse ante mis ojos. Obtener este vistazo a la vida
personal de Madison fue interesante, pero me dejó sin ninguna pista real.
Mientras me desvestía para meterme en la cama, no pude evitar mirar
mi reflejo en el espejo de la puerta. En el hospital no había tenido la
oportunidad de ver bien este extraño cuerpo. Con dedos temblorosos, tracé
la A roja debajo de mi sujetador. La piel se sentía áspera y sensible. No
dolía exactamente, pero era incómodo. La cicatriz nunca se desvanecería
por completo; el cuchillo había cortado demasiado profundo.
Vacilante, levanté los ojos para examinarme. Aunque había ganado
algo de peso en los últimos días, el cuerpo de Madison seguía estando
terriblemente delgado. Pero incluso pálida y demacrada, Madison se veía
hermosa con sus ojos azules, sus pómulos altos y su larga melena rubia.
Deslicé un camisón por encima de mi cabeza y estaba a punto de cerrar las
persianas, cuando un movimiento repentino fuera de la ventana me hizo
detenerme.
Una figura estaba de pie al otro lado de la calle, claramente
observando mi ventana. La sudadera con capucha colgaba sobre sus ojos y
la niebla vespertina ocultaba el resto de su cuerpo. Era imposible distinguir
quién era. Al verme, dio media vuelta y echó a correr calle abajo.
No era Alec. ¿Quién era? ¿El asesino? Dudaba de que tuviera la
audacia de presentarse frente a mi casa tan pronto después de mi regreso.
Seguramente se trataba de algún curioso fisgón que quería confirmar los
rumores.
Froté mis brazos y bajé las persianas, comprobando dos veces que la
ventana estuviera cerrada con llave antes de finalmente meterme en la
cama.
Capítulo 10

Me desperté tan temprano que ni siquiera había salido el sol. Me


quedé acostada en la cama durante un rato, con los ojos observando lo que
me rodeaba, mi cuerpo palpitaba débilmente. Había conseguido mantener la
forma de Madison durante la noche. Probablemente por eso me sentía tan
dolorida. Sonreí. Si podía mantenerla durante una noche completa de sueño,
tal vez las próximas semanas no serían tan difíciles después de todo.
Mi mente regresó al acosador de la ventana de la noche anterior y mi
piel se erizó. ¿Podría ser realmente el asesino o solo un reportero local en
busca de una buena historia?
El sonido de voces elevadas en la planta baja hizo que me
incorporara, pero era imposible escuchar lo que decían. Me levanté de la
cama y caminé de puntillas hacia el pasillo. La rica fragancia del café me
recibió. Mis pies no hacían ruido en la escalera mientras bajaba lentamente.
Linda, Devon y Ronald estaban en la cocina. Me apoyé en la pared y
escuché.
—Él solo está haciendo su trabajo. Ya han entrevistado a sus
profesores y amigos. Al menos esperaron a que le dieran el alta en el
hospital para ponerse en contacto con nosotros. Fue muy considerado de su
parte —dijo Linda. Su voz era tranquila, pero era imposible pasar por alto la
tensión que había detrás.
—¿Considerado? Saben que no recuerda nada. Solo empeorarán las
cosas si la interrogan —dijo Devon, que estaba de todo menos tranquilo.
Era difícil creer que el mismo chico de la sonrisa permanente fuera capaz de
sonar tan furioso.
Siguió un momento de silencio antes de que sonara la profunda voz
de Ronald.
—A mí tampoco me gusta. Por eso le dije a la policía que tendrán que
esperar unos días. Pero se supone que debemos mantenerlos informados. Si
Maddy nos cuenta algo, aunque no parezca significativo, tenemos que
informarlo.
—Si hubieran hecho su trabajo, ya lo habrían atrapado. No tienen ni
idea. Cuando el sheriff Ruthledge me entrevistó, parecía totalmente perdido.
Maddy ni siquiera sabe lo que le pasó. Si se entera de todos los detalles,
estará aterrorizada—dijo Devon.
—Está en los periódicos y en toda la ciudad. No hay forma de que
podamos ocultárselo. Tenemos que hablar con ella antes de que vaya al
colegio hoy, no hay otra opción.
El resoplido de Linda se hizo más fuerte.
—No quiero que se entere. No quiero que vaya a la escuela ni que
salga de esta casa. Solo quiero encerrarla en su habitación hasta que atrapen
a ese monstruo. —Una silla fue arrastrada por el suelo. Me asomé por la
esquina. Ronald había acercado su silla junto a la de Linda y la estaba
abrazando.
El rostro de Devon estaba enterrado en sus manos.
—¿Quién se lo va a decir? —preguntó, con voz apagada.
Ronald apartó un mechón de cabello del rostro de Linda antes de
asentir con determinación.
—Yo lo haré.
Di media vuelta y subí las escaleras a toda prisa, con mi estómago
revuelto.

***
Cuando entré en la cocina una hora más tarde, Linda no dejaba de
preocuparse, preguntándome constantemente si estaba segura de ir a la
escuela, si me sentía bien, si había tomado mis pastillas, en realidad los
placebos que me había dado el doctor Fonseca. Ronald parecía tan ansioso
como su esposa mientras su mirada me seguía desde el borde de su taza de
café.
Linda dejó una taza frente a mí y la llenó de café. No dijo nada, su
sonrisa fue fugaz. En mi vida normal, no bebía café. ¿A Madison le gustaba
el café solo, o con leche y azúcar? Eso no figuraba en el expediente. Volví
mi atención hacia el plato, dándole tiempo a Ronald a armarse de valor. Los
panqueques caseros de arándanos de Linda se deshacían en mi lengua, mis
dedos se pusieron pegajosos con el jarabe de arce. Ronald dobló el
periódico, alisando los bordes. Sus manos temblaban. Limpié mis dedos en
una servilleta, sabiendo lo que vendría.
—Hay algo que tenemos que decirte —dijo en voz baja. Linda y
Devon se quedaron en silencio, incluso podrían haber dejado de respirar.
Bajé la mirada, sin poder soportar las expresiones en sus rostros.
—Antes de estar en el hospital, no tuviste un accidente. Tus heridas…
alguien te atacó. —Se aclaró la garganta.
Dudé.
—Lo sé. Escuché a las enfermeras hablar de mis cicatrices —susurré.
Toqué ligeramente el vendaje en mi pecho, donde la A estaba oculta—.
¿Saben quién lo hizo? —Deberían nominarme para un Oscar.
Linda agarró con fuerza su taza de café y Devon miró fijamente a la
mesa, pero fue Ronald quien finalmente negó con la cabeza, con una
expresión de angustia.
—Arrestaron a un hombre sin hogar después del primer asesinato,
pero estaba bajo custodia cuando ocurrió el segundo asesinato.
—¿Entonces no tienen ningún sospechoso? —pregunté en voz baja,
sonando asustada. No hizo falta mucho de mis habilidades de actuación
para sonar de esa manera.
Ronald negó con la cabeza.
—Y… ¿sospechan de alguien?
—No. Te llevabas muy bien con todos —dijo de esa manera paternal
y adorable.
Linda puso su mano sobre la mía.
—Lo encontrarán pronto. No tienes que tener miedo. Papá y yo no
dejaremos que te pase nada.
—Siempre hay un auto de policía frente a la escuela —añadió Devon.
Observaron mi rostro en busca de una reacción. Si actuaba
aterrorizada, sabía que nunca me perderían de vista.
—Estoy bien —dije—. No quiero esconderme. No quiero pasar el
tiempo asustada por algo que ni siquiera recuerdo.
Pude ver en sus rostros que no querían nada más que dejar atrás el
ataque también. Si fuera tan fácil.
Finalmente, Devon habló.
—Realmente tenemos que irnos o llegaremos tarde. Hoy serás el
centro de atención, así que recorrer los pasillos te llevará el doble de tiempo
—se levantó, recogió las llaves del auto y su mochila, esperándome en la
puerta.
Las palmas de mis manos se sentían sudorosas ante la idea de estar
bajo el escrutinio de tanta gente. Aumentaba la posibilidad de que alguien
se diera cuenta de que no era quien decía ser. Pero también era mi
oportunidad de averiguar más sobre los asesinatos, sobre los amigos de
Madison y sobre Ryan. Y de intentar encontrar, en palabras del Mayor, la
grieta en la armadura perfecta que era la vida de Madison.
Me levanté de la mesa y Linda me tendió la mochila.
—Prométeme que te quedarás siempre con Devon o Ana. No vayas a
ninguna parte sola.
—De acuerdo, mamá.
Ronald abrió un cajón, sacó algo de él y me lo tendió.
—Spray de pimienta, por si acaso. —Lo metí en mi mochila, aunque
estaba segura de que Alec me daría algo más efectivo una vez que
tuviéramos nuestro primer encuentro.
Dudé, no estaba segura de cuál era la rutina habitual de las mañanas.
¿Madison abrazaba a sus padres antes de salir? Como Devon me miraba
expectante, decidí no pensar demasiado en eso. Seguí a Devon fuera de la
casa hacia su auto. Ronald y Linda estaban en el umbral. Podía ver en sus
rostros lo mucho que no querían perderme de vista y, si no hubiera sido por
la impaciencia del Mayor, podría haber cedido y esperar unos días más
antes de comenzar la escuela nuevamente.
—Tengan cuidado —dijo Linda mientras subíamos al auto.
Los saludé con la mano mientras salíamos del camino de entrada. La
postura de Devon se puso tensa mientras conducía. De repente, parecía que
su comportamiento tranquilo fue toda una actuación por el bien de sus
padres. Finalmente, habló.
—Si alguien te molesta, dímelo y hablaré con ellos. —Sus nudillos
crujieron por el fuerte agarre en el volante.
—Cuando mamá dijo que me llevaba bien con las personas, vi que
apartaste la mirada —dije—. ¿Qué fue eso?
—Nadie se lleva bien con todos.
—¿Crees que la persona que… me hizo daño… va a la escuela con
nosotros?
La expresión de Devon se volvió tensa.
—No lo sé. Lo he pensado mucho. Hay un montón de cretinos en la
escuela y tú siempre parecías sentirte atraída por ellos. Primero Ryan y
luego…
Se detuvo.
—¿Y luego quién?
Estacionamos en el ya lleno estacionamiento junto a un edificio gris
que me recordaba más a una prisión que a una escuela: un edificio de tres
plantas con un tejado plano e hileras de ventanas cuadradas perfectamente
uniformes. Devon apagó el motor antes de que sus ojos examinaran mi
rostro. Con un suspiro, negó con la cabeza y buscó la manija de la puerta.
Agarré su brazo.
—¿Quién? ¿De quién estabas hablando?
Un golpe en la ventanilla hizo que mi corazón subiera a mi garganta.
La puerta se abrió y una chica de cabello largo y rizado y enormes ojos
marrones me sonrió: era Ana. Su rostro me resultaba familiar. La había
visto en muchas fotos, pero a veces era difícil trasladar esas imágenes a la
vida real.
—¡Ana! —dije.
Ella me abrazó y un pequeño hipo lloroso escapó de su garganta.
Tuve que obligar a mi cuerpo a relajarse ante su contacto.
—Pensé que no me habías reconocido. —Se apartó para que yo
pudiera salir del auto y cerrar la puerta. Sus ojos se dirigieron a mi garganta.
Debería haberla cubierto con un pañuelo.
—Por supuesto que no. ¿Cómo podría olvidarte? —pregunté.
Devon se detuvo junto al parachoques. Sus manos estaban
casualmente en sus bolsillos, pero sus ojos recorrían el estacionamiento,
vigilando. Fue entonces cuando me di cuenta de la cantidad de ojos que se
movieron hacia mí, de cómo todos habían dejado de hacer lo que estuvieran
haciendo para mirarme como si acabara de resucitar.
Devon se colocó a mi lado izquierdo y Ana se deslizó hacia mi lado
derecho, ubicándome entre ellos como si fueran mis guardaespaldas
personales mientras nos dirigíamos hacia las puertas principales. Algunas
personas tropezaron con sus pies porque estaban boquiabiertos y
señalándome. ¿Acaso sus padres nunca les habían enseñado modales? Una
pequeña parte de mí quería cambiar de forma para darles el susto de sus
vidas.
—Qué imbéciles —dijo Ana mientras entrábamos.
Los pasillos no estaban abarrotados, probablemente porque había
mucha gente fuera, todavía susurrando entre ellos. ¿Eran demasiado tímidos
como para acercarse a mí? Solo me recibieron unas pocas personas
ligeramente conocidas cuyos rostros no pude relacionar con un nombre.
Seguían mirando mi garganta y me di cuenta de que sentían curiosidad,
pero, por suerte, no se atrevieron a preguntar. Tal vez la mirada de Devon
fue lo que los detuvo.
Si realmente hubiera sido Madison, ¿me habría molestado? ¿Esto
habría herido mis sentimientos? Era probable, pero no estaba segura.
—Primero tenemos biología —me recordó Ana.
Había estudiado el horario e incluso ojeado algunos de los libros de
texto, ya que tendría que participar en todas las clases de Madison. Era la
primera vez que estaba en la escuela secundaria. Si la situación hubiera sido
diferente, podría haberlo disfrutado. Pero estaba fuera de mi liga. No sabía
lo más mínimo sobre cómo actuar como una estudiante normal, y mucho
menos como una estudiante de último año.
Ana se detuvo frente a un casillero e introdujo la combinación. Los
casilleros eran amarillos, y hacían juego con la mitad de las baldosas a
cuadros amarillos y azules del suelo, excesivamente alegres del suelo.
—Umm, ese es el tuyo. —Ana señaló el casillero junto al suyo. Un
trozo de papel sobresalía del hueco entre la puerta y el marco. Devon lo
agarró antes de que pudiera reaccionar, pero se lo arrebaté de la mano.
—Eso es para mí.
Por un momento, pareció que quería discutir.
—¿De quién es? —preguntó. Ana había dejado de rebuscar y nos
miraba fijamente a Devon y a mí.
—¿Conoces mi combinación? —pregunté, pero Devon no dejó
escapar el cambio de tema. Pasó por delante de mí y giró la cerradura
primero a la derecha, luego a la izquierda y de nuevo a la derecha. La abrió
y me entregó un trozo de papel con los números.
—Ahora habla, Maddy.
La gente murmuraba y observaba, pero nadie estaba lo
suficientemente cerca como para espiar. Nerviosa, desdoblé la carta. Era un
mensaje de Ryan.

Hola Maddy,
Sé que volverás hoy, y no puedo esperar a verte. Estaba muy
preocupado por ti. Tu hermano no quiso decirme nada. (Ya sabes cómo es.)
Pero no puedo alejarme de ti. Te extraño.
Necesito hablar contigo. Encuéntrate conmigo en el estacionamiento
después de la escuela. ¿Por favor?
Ryan

—No. No vas a encontrarte con él —dijo Devon. Había estado


leyendo por encima de mi hombro—. No recuerdas lo miserable que eras
por su culpa. No dejaré que utilice tu amnesia para recuperarte.
Arrugué la carta y la arrojé en mi casillero.
—Puedo cuidar de mí misma.
—Por favor, por una vez, escúchame. Aléjate de Ryan, al menos
durante unos días hasta que todo se arregle. —Asentí a regañadientes, una
mentira por supuesto, tomé mi libro de biología y una carpeta.
Devon nos acompañó a Ana y a mí hacia el salón de clases.
—¿Ryan está en biología con nosotras?
Ana asintió.
—Compartimos la mayoría de nuestras clases.
—Estaré bien, de verdad. Quiero decir, ¿cuándo rompí con él?
—Hace como dos meses —dijo Ana. El primer asesinato ocurrió
alrededor de esa época.
—Así que ha pasado un tiempo. Estaré bien —dije. No parecían
convencidos, y ¿quién podría culparlos después de leer esa carta?— Ve —
insté. Con una última mirada por encima de su hombro, Devon corrió hacia
su clase.
Ana y yo tomamos asiento y un silencio se apoderó del salón. Esto
estaba poniéndome nerviosa. Les sonreí a todos para mostrarles que estaba
realmente viva. Si se dan cuenta de que sé que están mirando, podrían dejar
de hacerlo. Como si alguien hubiera gritado “¡acción!”, las chicas se
reunieron alrededor de mi mesa y los chicos las siguieron lentamente.
Una chica alta, delgada como un insecto palo, habló primero.
—Estamos muy contentos de que hayas regresado, Madison. Las
personas decían que estabas gravemente herida. —Hizo una pausa como si
pensara que podría contradecirla.
—Todos estábamos muy preocupados. La policía nos interrogó
después de lo ocurrido —añadió una chica de cabello negro. Me resultaba
vagamente familiar; pensé que su nombre podría ser Stacey.
—Es increíble lo rápido que te has recuperado —dijo insecto palo.
Sus ojos estaban ansiosos y curiosos. No habían venido a darme la
bienvenida. Habían venido a reunir material para cotillear. Me obligué a
concentrarme en sus manos (¿se movían con nerviosismo?), su lenguaje
corporal (¿estaba tensas o sudaba más de lo habitual?) y sus expresiones
(¿eran demasiado simpáticas, demasiado amables, como si tratara de
compensar su falta de emociones reales?). Archivé la información. Mis ojos
se dirigieron a las personas que habían permanecido en sus asientos.
¿Fingían desinterés para parecer inocentes?
Algunas personas susurraban. Un chico con cabello rubio, piel pálida,
rostro estrecho y cuerpo demacrado mantenía la cabeza baja. No podía ver
sus manos, pero sus hombros estaban inclinados hacia las orejas, como si
esperara desaparecer en su asiento.
Otra chica tocó mi hombro.
—¿Todavía te duele? —señaló mi garganta y el chico que estaba a su
lado le dio un codazo. Qué pregunta más estúpida. Negué con la cabeza.
—¿Recuerdas algo? —preguntó una chica que se había acercado
sigilosamente por detrás de insecto palo. Su cabello era oscuro como el
carbón y sus ojos también. De repente, todo el mundo pareció contener la
respiración. Ana hizo un sonido que me recordó a un gruñido.
—Cállate, Franny.
La chica se estremeció antes de entrecerrar los ojos.
La señora Coleman, profesora de biología, eligió ese momento para
entrar en el salón, mientras unos cuantos estudiantes retrasados se
apresuraron a entrar detrás de ella y todos se dispersaban hacia sus asientos.
Me miró fijamente y asintió con la cabeza antes de centrar su atención en
los libros que había colocado sobre su escritorio.
—Vaya, qué bienvenida —dije en voz baja. Ana se encogió de
hombros.
—La gente quiere saber la verdad. El periódico lleva semanas
informando sobre los asesinatos y todo el mundo está asustado. Eres la
única víctima que ha sobrevivido y las personas están inventando sus
propias teorías sobre eso, sobre cómo has vuelto de entre los muertos.
—No estaba muerta —dije.
Los ojos de Ana se suavizaron.
—No, pero estabas muy quieta. Una vez estuve allí, en el hospital.
Parecías tan... sin vida. —Recordé el aspecto de Madison. Tan pequeña en
la cama del hospital, tan perdida.
Le sonreí.
—Volví.
La señora Coleman carraspeó, aparentemente elevándose hasta el
doble de su altura, lo cual no era mucho, hasta que todas las miradas se
posaron en ella.
—La teoría de la evolución de Darwin.
Reprimí un gemido. La evolución era lo último que quería escuchar,
sobre todo porque la forma en que la mayoría de los humanos la aprendían
era errónea. Nunca se enteraron del desliz de la naturaleza o como quiera
llamarse a la existencia de personas como Alec, Kate o yo. Variantes.
Hablando de Alec. ¿Dónde diablos estaba? Creía que debía llegar hoy
a la escuela y sabía que tenía biología conmigo; había comparado nuestros
horarios de antemano. ¿Había conseguido de alguna manera escabullirse?
Si era así, tendría que hablar seriamente con el Mayor. Era injusto que yo
tuviera que sufrir en la escuela mientras él hacía Dios sabe qué.
Probablemente teniendo sexo telefónico con Kate. La idea me hizo querer
vomitar mis panqueques.
Un golpe interrumpió la insulsa presentación de Charles Darwin por
parte de la señora Coleman. Con una mirada mordaz que me habría hecho
retorcerme si no estuviera ya acostumbrada al Mayor, dirigió su atención a
la puerta. Alec (alto, musculoso y seguro de sí mismo) entró. La furia
desapareció al instante del rostro de la señora Coleman. Parpadeó hacia
Alec, y sus ojos grises sostuvieron su mirada. Ella estaba perdida.
—Siento llegar tarde. Soy nuevo y tuve que reunirme con el director
primero. —No le entregó un papel que hubiera confirmado su declaración,
pero ella no se lo pidió. En momentos como aquel, no podía evitar
preguntarme si el Mayor no era el único agente de la FEA con una
variación mental oculta. ¿O era realmente el buen aspecto de Alec lo que
hacía que la gente reaccionara ante él de la forma en que ella lo hizo?
Bueno, eso hacía que las mujeres reaccionaran de esa manera…
La señora Coleman asintió y señaló a Alec el único asiento libre,
junto a Franny, una fila detrás de nosotros. Nuestras miradas se cruzaron
brevemente cuando pasó junto a mi mesa, pero su rostro no mostró ningún
reconocimiento. Esperaba haber logrado lo mismo. Mi rostro siempre
parecía quedarse inmóvil cuando lo veía. Todas las chicas, incluso la señora
Coleman, miraban a Alec mientras se sentaba en su silla. Por eso, estar
enamorada de alguien como él era una mala idea. Aunque no estuviera con
Kate, habría otras chicas que darían su brazo derecho por ser suya.
Mis ojos se encontraron con un par de ojos verdes oliva al fondo de la
habitación y el rostro al que pertenecían inmediatamente me puso en
alarma. Era Ryan. Ni siquiera lo había visto entrar. Seguramente fue uno de
los que llegaron tarde al salón y entraron detrás de la señora Coleman. Tenía
el cabello desgreñado castaño oscuro que rozaba sus orejas. Su rostro era
ilegible. Una chica con una bonita melena que enmarcaba su rostro ovalado
intentó llamar su atención, pero él la ignoró. Me di la vuelta, aturdida por la
intensidad de su mirada.
Di un salto cuando la voz de Ana sonó contra mi oreja.
—Chica, no te ha superado. Antes de que te atacaran, intentó
recuperarte poniéndote celosa con otras chicas. Tan imbécil.
Estaba segura de que la nota no era la última cosa que escucharía de
Ryan.
Intenté concentrarme en la señora Coleman, por si me hacía alguna
pregunta. La mayoría de los profesores probablemente me darían un respiro
porque había pasado por mucho, pero la señora Coleman parecía ser del
tipo implacable.
El aburrimiento resultó ser mi mayor problema durante la clase. Linda
y Ronald realmente se habían preocupado por nada. Definitivamente no me
esforzaría demasiado.
La sensación comenzó con un ligero cosquilleo en mi cuello y poco a
poco fue erizando los vellos de mis brazos. Alguien me estaba observando.
Esa es una de las cosas que aprendías a notar durante tu entrenamiento en la
FEA. Una mirada podía ser algo físico, algo sólido si te concentrabas lo
suficiente para detectarla.
Me di la vuelta. El chico rubio de hombros encorvados estaba sentado
dos filas más atrás, con la mirada fija en mí. Cuando nuestras miradas se
encontraron, bajó la vista y fingió garabatear en su cuaderno. Sus iris eran
de un azul acuoso. Tenían el mismo aire inquietante que los ojos de Kate.
Recordé su rostro del anuario: Phil Faulkner. Miraba fijamente su escritura
como si su vida dependiera de eso. Miré hacia el frente del salón, sin saber
qué pensar de él.
La señora Coleman estaba de espaldas a la clase y escribía algo en la
pizarra.
Me incliné hacia Ana, decidiendo jugar la carta de la amnesia.
—¿Qué le pasa a él? ¿Por qué me mira así?
Lanzó una mirada por encima de su hombro y luego se giró hacia mí.
—¿Quién? ¿Te refieres a Phil? —Asentí. Ana puso los ojos en blanco
—. No me hagas empezar. Es un idiota. El tipo está perdidamente
enamorado de ti, probablemente desde el jardín de infantes. Después de que
rompieras con Ryan, fue a tu casa y te dijo que lo sentía y que estaba ahí
para ti si necesitabas a alguien con quien hablar. ¿Quién hace eso? No
puedo creer que alguna vez pensara que realmente tendría una oportunidad
contigo. —Ella resopló.
El sonido le valió una mirada de la señora Coleman.
Miré por encima de mi hombro una vez más para echar otro vistazo a
los ojos de Phil, pero su cabeza estaba inclinada.
Quería preguntar por qué Madison había roto con Ryan. Si una
persona debía saberlo, era su mejor amiga. Pero la biología no era el lugar
adecuado para hacerlo.
La lección se prolongó hasta el infinito. Jugueteé con mis bolígrafos,
miré alrededor del salón, me moví en la incómoda silla de plástico. Había
pasado demasiado tiempo desde la última vez que fui a la escuela. Estar
sentada en un salón y escuchar a un profesor dando clases no era a lo que
estaba acostumbrada. Incluso extrañaba las carreras matutinas y las
flexiones. Diablos, incluso nadar con una camisa de fuerza habría sido una
mejora con respecto a esto.
En cuanto sonó el timbre, metí los libros en mi mochila y salté de la
silla.
—Vaya, no puedes esperar a salir de aquí, ¿verdad? —preguntó Ana,
corriendo detrás de mí.
Reduje la velocidad. Debería haberla esperado y no haber salido
corriendo del salón, pero las paredes habían empezado a cerrarse sobre mí.
—Lo siento, necesitaba moverme. Odio quedarme sentada mucho
tiempo. —Ana me miró detenidamente como si lo que había dicho estuviera
fuera de lugar. Caminamos por los abarrotados pasillos hacia nuestra
siguiente clase. Sentí una punzada de nerviosismo, pero rápidamente me
convencí de que no era suficiente para hacerla sospechar.
—¿Es porque has estado confinada a la cama durante tanto tiempo?
—preguntó Ana. Me detuve en la puerta de nuestra siguiente clase.
—Sí, supongo que es por eso. Siento que hay muy poco tiempo como
para pasarlo sentada sin hacer nada. —Un pesado silencio se extendió entre
nosotras, pero entonces el rostro de Ana se iluminó.
—No dejes que la señora Coleman escuche eso.
—¿Has notado algo extraño en Phil? —pregunté, sin poder superar la
forma en que me había mirado.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Recuerdas algo?
Negué con la cabeza.
—Es solo que… sus ojos, me asustan.
—Asustan a todos. Se rumorea que tiene cataratas.
Los ojos espeluznantes no convierten a alguien en sospechoso. Pero
decidí que lo vigilaría de todos modos.

***
Las miradas y los susurros me siguieron todo el camino hasta el
comedor. Ana miraba con desprecio a cualquiera que se atreviera a mirarme
durante más de un segundo. Realmente me agrada ella. Me recordaba
mucho a Holly.
—¿Podemos sentarnos en un lugar tranquilo? Necesito hablar contigo
—susurré después de comprar nuestras porciones de pizza. Ana nos
condujo a una mesa al final de la sala, encantadoramente cerca del baño. No
es de extrañar que nadie haya elegido esta mesa todavía. Pero era perfecta
para mis propósitos, ya que también me daba una fantástica vista de la
habitación.
Nos hundimos en las duras sillas de plástico y comencé a masticar mi
pizza. Demasiado queso con textura a chicle, salpicado de trozos no
identificables de algún tipo de salchicha. Qué asco. Dejé caer la porción en
mi plato. Ana ni siquiera había comenzado con la suya. Estaba demasiado
ocupada mirándome.
Limpié mis manos grasientas en una servilleta, ganando algo más de
tiempo para formular mi pregunta.
—¿Por qué rompí con Ryan? —Demasiada elocuencia.
La tristeza apareció en el rostro de Ana. Sonrió con fuerza.
—Nunca me lo dijiste. —Se encogió de hombros como si no fuera
gran cosa, pero su voz y sus ojos contaban otra historia. Estaba dolida y
decepcionada por haber sido dejada de lado—. Siempre pensé que era
porque él se preocupaba más por sus compañeros que por ti, pero eras un
poco reservada con todo el asunto. —Sus ojos examinaron mi rostro.
Esperaba otra respuesta. Si Devon no quería hablar, solo quedaba otra
persona que podría saber por qué había roto con él: Ryan. Y no estaba
segura de que hablar con él fuera la mejor opción.
—¿Así que realmente no te acuerdas?
Negué con la cabeza.
—Tengo muchos espacios en blanco en mi memoria. Ojalá pudiera
recordar más.
—Tal vez sea bueno que no recuerdes todo. —Recogió los trozos de
salchicha de su rebanada y los dispuso en un pequeño círculo en su plato.
—No, ayudaría si recordara. Entonces tal vez el asesino no estaría
todavía por ahí. —Las palabras salieron más duras de lo que pretendía.
Los ojos de Ana se agrandaron y sus manos se congelaron.
—Lo siento, por supuesto. Solo quise decir… —hizo una pausa y
apartó la mirada.
Extendí mi mano y tomé la suya.
—Lo sé. Me pone nerviosa pensar en lo que realmente pasó. ¿De
verdad no sabes nada más, algo como si Ryan y yo nos hubiéramos peleado
o algo así?
Las manos de Ana se cerraron en puños.
—No. Es decir, me dijiste que tú y Ryan se habían distanciado, pero
nunca nada sobre un incidente específico. Aunque había otros rumores.
—¿Rumores?
—Sobre ti y otro chico.
—¿Quién?
—No lo sé. —Ella seguía mirando a una mesa al otro lado de la
habitación. Los chicos populares... era fácil saber quiénes eran porque todo
el comedor parecía girar en torno a ellos. Ryan y la chica con el corte de
pelo bob estaban sentados allí. Otro rostro conocido estaba junto a ellos:
Franny. Ella lanzaba miradas en nuestra dirección.
Nunca había asistido a la escuela secundaria, pero sabía lo suficiente
sobre jerarquía, que era el tema favorito del Mayor. Madison debía ser una
de las chicas populares para salir con Ryan.
—¿Por qué no somos más amigables con ellos? ¿No éramos parte de
su grupo antes de que me atacaran?
El rostro de Ana se ensombreció.
—No, dejamos su grupo hace tiempo. —Empezó a buscar a tientas el
trozo restante de su porción de pizza.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
Devon entró en el comedor con un grupo de chicos y sonrió cuando
sus ojos me encontraron. Se sentó con sus amigos, pero me di cuenta de que
me estaba vigilando. Me permití echar un vistazo al resto de la cafetería. Un
grupo de góticos se sentaba detrás de Devon y sus amigos. La mesa de su
derecha estaba ocupada por dos chicas rellenas que llevaban atuendos casi
idénticos, y en el borde de la sala, solo, estaba Phil. Sus ojos se cruzaron
con los míos durante un milisegundo antes de volver a centrarse en su plato.
—Como te dije, cuando rompiste con Ryan algunos pensaron que era
porque lo habías engañado. Al parecer, Franny te vio una noche… con otro
tipo.
—¿Con quién?
Ana hizo una mueca.
—No lo sé. Nadie lo sabe, Franny no pudo decirlo. Solo dijo que el
tipo era más bajo que Ryan y que definitivamente no era él. A Franny le
gusta escucharse hablar. Es una mentirosa. Pero el grupo estaba del lado de
Ryan, así que nos fuimos y nos dedicamos a lo nuestro. Te llamaron zorra y
puta. Los odio.
—¿Dejaste a tus amigos por Ma… mí? —Casi dije Madison, pero
logré contenerme antes de que el nombre escapara de mis labios.
—No eran amigos de verdad o no habrían hablado mal de ti.
—¿Kristen era una de ellas? —pregunté, siguiendo una repentina
intuición.
—Sí, ella era la peor, siempre hablando mierda de ti. Ella y Franny
eran mejores amigas. —La culpa brilló en su rostro—. Tuve una gran pelea
con Kristen un día antes de que muriera. Le dije cosas horribles. Todavía
me siento muy mal por eso.
—No podrías haber sabido lo que sucedería. —Tomé su mano—.
¿Así que Franny se tomó la tragedia muy mal? No parece ser alguien que ha
perdido a una amiga hace unos meses.
—Rompió a llorar cuando se enteró y no asistió a la escuela la
semana siguiente, pero cuando volvió actuó como si nada hubiera pasado.
Intenta mantener las apariencias. No sé cómo se las arregla. Yo estaba
destrozada mientras estabas en el hospital. Estoy tan contenta de no haberte
perdido.
Pero lo hiciste. Bajé la mirada hacia la mesa.
—¿Le dijiste a la policía lo que acabas de decirme?
—Sí, pero no con tanto detalle. Preguntaron por ti y por Ryan, pero
no fue algo que les pareciera muy importante.
—¿Por qué no? ¿No debería un exnovio encabezar su lista de
sospechosos?
—Se podría pensar que sí, pero supongo que es por los otros
asesinatos. —Ella mordió su labio, sus ojos se volvieron distantes—.
Realmente no tiene sentido. ¿Por qué alguien haría esto?
Mi teléfono celular sonó. Lo saqué de mi mochila. Era un mensaje de
Ryan, preguntando si había recibido su carta y si iba a reunirme con él.
Cuando levanté la vista, tanto Ryan como Devon me miraban fijamente,
pero después de un momento Devon siguió mi mirada para fulminar al ex
de Madison. Ryan no se dio cuenta. Solo tenía ojos para mí, con una
expresión de esperanza. Casi sentí pena por el pobre chico.
—¿Un mensaje de Ryan? —preguntó Ana.
Levanté la vista, sobresaltada.
—Sí, él realmente quiere hablar.
Ella mordió su labio.
—Depende de ti, pero creo que deberías escuchar a tu hermano. —
Escribí una breve respuesta, diciéndole a Ryan que había recibido la nota,
pero que no podía reunirme con él. Quería ver cómo reaccionaba ante mi
rechazo. Si lo hacía enojar, o si solo se esforzará más para hablar conmigo.
En el momento en que la atención de todos cambió, supe que Alec
había entrado en el comedor. Él escudriñó las filas de mesas y nuestros ojos
se encontraron. Llevaba la camiseta de Chucky. No me había dado cuenta
antes. Era físicamente doloroso fingir que no lo conocía. Quería hacerle
señas para que se acercara, pero otra persona fue más rápida.
Franny corrió hacia él, con una sonrisa empalagosa plasmada en su
rostro, y tocó sugestivamente su brazo. Aparta tus garras, Franny, pensé.
Pero, para mi sorpresa, Alec la siguió hasta la mesa con los antiguos amigos
de Madison.
Los celos ardían en mi estómago. Sabía que solo estaba tratando de
obtener información de ellos, pero no me gustó, sobre todo la forma en que
Franny empujaba su impresionante pecho hacia su rostro.
Ana se inclinó y susurró con complicidad.
—Ese es el chico nuevo. Se acaba de mudar aquí con su madre. Se
llama Alec.
Me alegré de que el Mayor hubiera decidido dejar que Alec
mantuviera su nombre. Así al menos no lo llamaría mal por accidente. Las
personas parecían creer su historia y la de Summers. Quizá Summers
también se había encargado de que la policía no insistiera en interrogarme
de inmediato.
Metí la corteza de la pizza en mi boca, aunque ni siquiera tenía
hambre.
—Te está mirando de nuevo —dijo Ana.
Esperaba que se refiriera a Alec. Tragando la masa pegajosa,
pregunté.
—¿Quién?
—Phil. ¿Por qué no puede controlarse?
Pero cuando miré hacia él, enterró su rostro en un libro.
Capítulo 11

Decidí hablar con Franny después de nuestra última clase del día,
pero al salir de la escuela me encontré nada menos que con Phil, que estaba
esperando frente a las puertas.
Se enderezó en cuanto me vio y su rostro enrojeció. Me detuve, sin
saber qué decir.
—Me alegro de que hayas vuelto —dijo arrastrando los pies. Me
tendió una lata grande redonda con la imagen de un ganso pintado en la
tapa, todavía mirando al suelo.
La tomé.
—¿Para mí?
—Mi abuela hizo brownies para ti.
—¿Por qué? —pregunté. ¿Él era el chico secreto con el que Madison
había estado saliendo? Su piel se sonrojó aún más cuando levantó la vista y
su mirada acuosa se encontró con la mía.
—Tu madre le dijo a mi abuela que hoy volverías al colegio. Ya
sabes, charla de vecinas.
—¿Vives con tu abuela? —pregunté. Solo después de decirlo me di
cuenta de que podría haber sido una pregunta incómoda.
Miró hacia otro lado.
—Sí. Tengo que irme. Me alegro de verte, Madison. —Antes de que
pudiera decir otra palabra, se apresuró hacia el autobús escolar que estaba
parado. Apuesto a que los otros chicos le dijeron mierdas por tomar el
autobús.
Vi a Franny en el estacionamiento y caminé hacia ella. Por una vez no
estaba rodeada por su enorme grupo de amigos. No los quería cerca, y
mucho menos a Ryan o a su novia sustituta, con un corte de cabello estilo
bob, Chloe. Me había mirado mal durante casi todo el día. Tal vez sabía que
Ryan todavía estaba enamorado de Madison. Era mejor si acorralaba a cada
uno de ellos por separado.
Cuando me acerqué al auto, Franny introdujo la llave en su VW
escarabajo rojo descapotable.
—Hola Franny —dije—. ¿Puedo hablar contigo?
Ella sacó la llave y abrió la puerta.
—No me llames así.
Cualquier simpatía que pudiera haber visto en su rostro en la clase de
biología había desaparecido por completo.
—Lo siento. Así es como te llamó Ana antes. Yo… No recuerdo tu
verdadero nombre. —Intenté parecer lo más compungida posible. La
necesitaba de mi lado si quería sacarle información.
Me miró con desconfianza por encima de la puerta del auto.
—¿Así que realmente no te acuerdas?
Obligué a mis labios a temblar como si fuera a estallar en lágrimas en
cualquier momento y luego negué con la cabeza. Parecía funcionar.
Su expresión se suavizó un poco, pero seguía siendo fría.
—Mi nombre Francesca. Y realmente necesito llegar a casa ahora.
Di un paso adelante.
—Un momento, por favor. Quiero preguntarte algo.
Ella apretó las llaves.
—¿Sobre qué?
—Escuché un rumor… de que me viste con alguien hace un tiempo,
un tipo que no era Ryan. ¿Quién era?
El estacionamiento zumbaba con el sonido de los motores y las
conversaciones, el olor del escape permanecía en mi nariz mientras más
personas se disponían a marcharse. Ryan estaba apoyado contra un auto al
otro lado del estacionamiento, observándonos. Al parecer, todavía esperaba
que pudiéramos hablar a pesar de mi mensaje de texto. Y tal vez se
cumpliera su deseo, si Devon no aparecía antes.
Francesca tamborileó ligeramente con los dedos el volante, con su
rostro inexpresivo.
—Escucha, Madison. Estaba oscuro y no vi mucho.
Las puntas de sus orejas se volvieron rosas. Mentirosa. Puso la llave
en el contacto y encendió el motor. Me agarré al borde de su puerta.
—Por favor, Francesca. Necesito saberlo.
Ella me miró, contemplando, y por un momento estuve segura de que
me lo diría, pero luego negó con la cabeza.
—Mira. Si lo supiera, te lo diría, pero no lo reconocí. No estaba lo
suficientemente cerca y era tarde. Todo lo que sé es que el tipo
definitivamente no era Ryan. Eso es todo lo que vi. No puedo ayudarte. —
Cerró la puerta y no tuve más remedio que retroceder o las ruedas habrían
pasado por encima de mis pies mientras se alejaba. Ryan se puso en marcha
en mi dirección, con una sonrisa en su rostro, pero luego se detuvo. Unos
pasos crujieron en el hormigón detrás de mí.
—¿Qué fue eso? —Devon apareció a mi lado. El auto de Francesca
desapareció al doblar la esquina.
—Solo estábamos hablando.
Entrecerró los ojos hacia Ryan. Antes de que pudiera hacer más
preguntas, me acerqué a su auto. Los dos entramos, pero Devon dudó, con
la mano en la llave del contacto.
—No creas todo lo que te dice Francesca, le gusta cotillear.
Si ella me hubiera contado algo, podría haber seguido su consejo,
pero tal y como estaba, seguía tan desorientada como antes. ¿Por qué era
tan difícil averiguar quién era el otro tipo? Cuando había comenzado mis
preparativos para la misión, había pensado que la vida de Madison parecía
fácil, pero ahora parecía como si hubiera innumerables trampas esperando a
que cayera en ellas.
El auto se deslizó fuera del estacionamiento y salimos a la calle
principal.
—¿Sabes algo sobre algún otro chico con el que haya estado
saliendo?
Devon casi dirigió el auto hacia el tráfico que se aproximaba. Sus
dedos se apretaron alrededor del volante.
—¿Por qué?
Su mandíbula se tensó. No estaba revelando nada.
—Porque necesito saber qué pasó realmente y no puedo recordarlo.
¿Salí con alguien más después de Ryan?
—No, no tuviste otro novio. —La forma en que lo expresó me hizo
pensar que tal vez había algo más en la situación. ¿Por qué nadie me dijo
nada? Probablemente Devon quería proteger a su hermana, pero ¿no se
daba cuenta de que guardar secretos solo facilitaría la victoria del asesino?
Cuando miré a Devon, mi estómago dio un vuelco. Mi corazón retumbaba
en mi pecho mientras un sinfín de preguntas se arremolinaban en mi
cerebro. Había tantos secretos que sacar a la luz, y ¿quién sabía de cuánto
tiempo disponía antes de que el asesino intentara terminar lo que había
empezado?
—¿Y si me pasa algo porque no me lo dices?
Hizo una mueca.
—Estoy tratando de protegerte, Maddy. Realmente lo estoy
intentando, pero tienes que dejarme.
Ingresamos en el camino de entrada y supe que la conversación había
terminado. Linda ya estaba esperando en la puerta. ¿Acaso había dejado ese
lugar?
Esa noche, volvimos a cenar todos en familia. Parecía un ritual diario.
Después de la cena, Ronald entró en mi habitación. Se quedó en la puerta,
buscando a tientas con sus manos un pequeño paquete rojo.
—Cuando eras pequeña, con solo cinco años, te regalamos un collar
por Navidad y lo has llevado desde entonces. Hasta… —Su nuez de Adán
subió y bajó. No llegó a terminar la frase pero, por supuesto, yo sabía de
qué estaba hablando. Me tendió el paquetito y lo tomé con manos
temblorosas. Abrí la tapa y encontré un collar de oro con un colgante de
rosa. Pasé la yema de mi dedo por la delicada cadena.
—Permíteme. —Ronald sacó el collar con dedos temblorosos y lo
sujetó alrededor de mi cuello. El oro se sentía fresco contra mi esternón.
—Gracias. —Mi voz salió ronca y temblorosa. Nunca había recibido
un regalo tan bonito.
No te involucres emocionalmente. El rostro severo del Mayor
acompañó las palabras en mi cabeza. Pero cuando se formó un nudo en mi
garganta, me di cuenta de que era demasiado tarde para hacer caso a su
advertencia.
Envolví mis brazos alrededor de Ronald y él besó la parte superior de
mi cabeza. ¿Por qué mi padre no podía ser más como él?
—Umm, ¿Papá? ¿Puedo hacerte una pregunta?
Él sonrió.
—Acabas de hacerlo.
—Phil Faulkner. ¿Lo conoces?
—Por supuesto, vive al final de la calle con su abuela. Tú y Devon
solían jugar con él cuando eran más jóvenes, pero con el tiempo se
distanciaron. Ahora que lo pienso, hace mucho tiempo que no lo veo por
aquí.
—Gracias —dije. Revolvió mi cabello. Tenía la sensación de que
Madison habría odiado que alguien la despeinara así, pero no me atreví a
decir nada.
Mucho después de que se marchara, seguía allí, sujetando el pequeño
colgante de oro.
A veces, venían a mi mente destellos del pasado. Una época en la que
mi hermano y mi padre habían vivido con mi madre y conmigo. Una época
de risas y felicidad. Ni siquiera podía decir si eran recuerdos o productos de
mi imaginación.
Cerré la puerta y giré la cerradura. El rostro de Madison me miraba
desde el espejo de la puerta. Cerré los ojos, aunque no era necesario para el
cambio. Las ondulaciones familiares se apoderaron de mí. Los huesos se
alargaron. Los tendones se estiraron. El rostro se remodeló. Pero hubo una
vacilación en el cambio que no debería haber estado allí, como el
tartamudeo de un viejo motor antes de empezar a ronronear.
La sensación se calmó y me arriesgué a mirar mi reflejo. Y todo
estaba mal. Había intentado muchas veces transformarme en mi padre para
ver su rostro, escuchar su voz y ayudarme a recordar, pero era una lucha
inútil. Los datos se habían desvanecido, tan descoloridos y distorsionados
como mis recuerdos en años pasados.
En lo que me había convertido parecía una figura mal hecha de
Madame Tussauds. Piel de cera, ojos en blanco, mi rostro genérico e
indistinto. Dejé que la sensación ondulante me invadiera. En pocos
segundos volví a estar en mi propio cuerpo.
Miré a través de los huecos de las persianas, pero no había nadie. Al
menos, nadie que pudiera ver. ¿Quizá el desconocido que había visto antes
por la ventana era la misma persona con la que Francesca había visto a
Madison?
Mientras me estiraba sobre el colchón, el dolor de mis músculos era
casi insoportable. Mi cuerpo estaba cansado de días de fingir. Mirando
hacia la puerta, me aseguré de que las luces ya estaban apagadas en el
pasillo. El camisón de Madison se ajustaba cómodamente a mi pecho.
Quedarme dormida en cualquier cosa que no fuera el cuerpo de Madison
era un riesgo, lo sabía. Pero estaba muy, muy cansada y mi cuerpo
necesitaba descansar. Agarrando el colgante, cerré los ojos.
Solo unos minutos.

***
Me desperté con el sonido de golpeteos. Miré a mi alrededor,
buscando el origen del ruido, hasta que vi la sombra detrás de las persianas.
Saqué las piernas de la cama, las desenredé de la manta y me agarré al
borde de la mesita de noche. Alguien estaba frente a mi ventana.
El pánico me invadió.
—Abre la maldita ventana. Me estoy congelando.
Alec.
Me acerqué a la ventana y subí la persiana, tratando de calmar mi
corazón. El marco estaba torcido, pero con la fuerza de Alec le resultó fácil
abrirlo y deslizarse dentro.
La habitación estaba oscura, pero el gris de sus ojos y el blanco de sus
dientes seguían brillando ante la tenue luz.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo, deteniéndose en mis pechos. Mis
pezones se pusieron rígidos bajo su escrutinio. Envolví mis brazos
alrededor de mi pecho cuando recordé el diminuto camisón que estaba
usando. La última vez que estuve a solas con él en una habitación había
terminado en una debacle. No me apetecía que se repitiera.
—¿No deberías ser Madison?
Me apresuré a pasar junto a él para comprobar mi reflejo en el espejo.
Incluso en la oscuridad pude ver que mi cabello no era definitivamente
rubio. Había olvidado volver a cambiar a Madison antes de asomarme a la
ventana. Eso podría haber terminado mal.
—Mierda.
Se acercó por detrás y tocó mi hombro, las yemas de sus dedos se
presionaron contra mi piel desnuda. Incluso con el espacio entre nosotros,
podía sentir su calor contra mi espalda. Quería apoyarme en su pecho,
quería que me rodeara con sus brazos. No dijo nada, su rostro estaba oculto
por las sombras, pero no retiró su mano. Su cálido aliento pasó como un
fantasma por mi cuello, erizando los pequeños vellos que había allí.
Bésame, pensé. Nuestros ojos se encontraron en el espejo y en los suyos
reconocí el mismo anhelo que yo sentía.
Una sensación de calor recorrió mi cuerpo.
Pero entonces dio un paso atrás y sacó algo del bolsillo de sus jeans.
—Vine a darte esto. —Me entregó un pequeño teléfono celular y una
pistola eléctrica—. El correo electrónico no es una buena forma de
comunicarse. No es lo suficientemente rápido, y no es seguro en la
computadora de otra persona. Tenemos que poder localizarte en cualquier
momento. Y quiero que lleves la pistola eléctrica contigo pase lo que pase.
Metí el teléfono debajo de mi almohada y la pistola eléctrica en la
mochila. Tendría que encontrar un lugar mejor para ella.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó Alec. Pude escuchar alegría en su
voz.
Busqué el reloj en la habitación. Once y cincuenta. No es de extrañar
que estuviera cansada.
—El Mayor está furioso.
—¿Qué? ¿Por qué?
Alec levantó las cejas.
Golpeé la palma de mi mano contra mi frente.
—Oh, mierda. Olvidé la reunión. —El regalo de Ronald claramente
me había distraído más de lo que pensaba.
—Sí, eso pensé. El Mayor no estaba contento, pero le dije que no
había nada sustancial que contar, así que no importaba.
—Gracias. —La misión acababa de empezar y ya estaba metiendo la
pata.
—No te preocupes.
—Entonces, ¿has encontrado algo? —preguntamos al mismo tiempo.
Yo sonreí y él también, pero se acercó rápidamente a la ventana, poniendo
algo de distancia entre nosotros.
—Empieza tú —dije, mi sonrisa ya no estaba.
—Nada interesante. Solo hablé. Ese tipo, Ryan, te ha estado
observando mucho. Parece que Madison tenía algún tipo de aventura con
otra persona, pero nadie parece saber con quién. Francesca y la segunda
víctima, Kristen, difundieron rumores al respecto en la escuela.
—Eso es lo que escuché también. Intenté averiguar quién es pero
nadie quiere decirlo. Creo que Devon lo sabe, pero lo mantiene en secreto.
—Tal vez puedas sacárselo.
—Haré lo que pueda. ¿Qué pasa con Ryan?
—¿Qué pasa con él? No le agrado. Probablemente piensa que soy
competencia. —Eso lo hizo sonreír.
Por supuesto, Alec era competencia. Cualquier tipo con medio
cerebro podría ver eso.
—Encontré una carta suya metida en el casillero de Madison esta
mañana. Quiere hablar. Creo que realmente está tratando de recuperar a
Madison. —Apoyé mi trasero en el escritorio, cansada de estar de pie, y me
apoyé en las palmas de mis manos—. ¿Crees que podría ser el asesino?
Alec se apoyó en el marco de la ventana. Sus ojos recorrieron mis
piernas desnudas antes de viajar lentamente hacia arriba. Casi podía sentir
su mirada en mi piel y cuando llegó a mi pecho, mi piel se erizó y mis
pezones volvieron a ponerse rígidos. Esta vez me obligué a no cubrirme.
Quería que Alec me viera así, como una mujer, y no como la chica que
había salvado. Una fuerte sensación de deseo se apoderó de mí, una que no
se parecía a nada que haya sentido antes, y el calor se acumuló en la boca
de mi estómago.
Se aclaró la garganta y me miró a los ojos.
—No estoy seguro. ¿Qué razón habría tenido para los otros
asesinatos? Es decir, supongo que tenía una razón para matar a Madison,
pero entonces ¿por qué iba a intentar volver con ella? ¿Y qué hay del
conserje, del médico o esa tal Kristen?
Sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría encima. De
vuelta a los asuntos. Suspiré.
—No lo sé. Tal vez había alguna otra razón que no vemos. ¿Él habrá
salido alguna vez con Kristen?
—No, llevaba más de un año con Madison y antes de eso no iba en
serio con nadie.
—¿Y la pediatra, la doctora Hansen? ¿Era la doctora de Ryan?
Alec rió sombríamente.
—No lo sé, pero probablemente. Livingston es un pueblo muy
pequeño. Hansen prácticamente ha tratado a todos aquí al menos una vez en
su vida.
No íbamos a ninguna parte con esto.
—Me fijé en un chico en la escuela hoy. Se llama Phil Faulkner, ¿lo
has visto? Tiene unos ojos realmente anormales.
—¿Y?
—Quiero decir, algunas Variantes tienen ojos extraños. Mira mis ojos
raros. —Pensé que era mejor no mencionar el inquietante color ámbar
cobrizo de Kate.
Alec dio un paso más cerca.
—Tus ojos están bien. —Mi cuerpo se inundó de calidez ante el bajo
timbre de su voz.
—Entonces —dije—. No crees que Phil pueda ser un Variante.
—No estamos aquí para buscar Variantes, Tess. Estamos aquí para
buscar motivos.
Parecía tan cansado como me sentía yo. Miré hacia mi cama,
preguntándome cómo sería dormirme a su lado, acurrucada contra su pecho,
rodeada por sus brazos. Cómo se sentiría estar con él en todos los sentidos.
Mis dedos volvieron a encontrar el colgante.
—Entonces, ¿cómo te llevas con Summers? ¿Es una buena madre?
Alec se encogió de hombros y siguió mirando por la ventana, con su
rostro solemne.
—Supongo que sí. No sabría decirte.
Debajo de la amargura, había una vulnerabilidad que rara vez
mostraba. Salté del escritorio y me acerqué a él, mis pies descalzos no
hacían ruido sobre la alfombra. No se giró para mirarme. Sin zapatos,
apenas llegaba a sus hombros. Entrelacé nuestros dedos y apreté.
—Sé que es difícil. Pero la FEA es nuestra familia y eso es suficiente.
—Estaba tratando de convencerme a mí misma tanto como a él.
Su mandíbula se tensó en un intento de ocultar sus emociones, y lo
abracé, aunque medio esperaba que me apartara. No lo hizo. Me relajé
contra él. Después de un momento, presionó la palma de su mano contra mi
espalda. Se sentía increíblemente cálido. Levanté la cabeza, deseando nada
más que besarlo. Su pulgar me acariciaba con suavidad. Dudo que se diera
cuenta. Tal vez algún día se daría cuenta de que yo era una mejor opción
que Kate
Se puso rígido.
—Hay alguien en la acera, vigilando tu ventana. Un hombre.
Rápidamente volví al cuerpo de Madison antes de acercarme a la
ventana. Había una figura solitaria, ensombrecida por la oscuridad.
—Estuvo aquí antes —susurré.
Alec empujó la ventana para abrirla. El marco gimió. Alertado por el
sonido, el hombre se dio la vuelta y huyó. Solo podía esperar que el resto de
la casa no hubiera escuchado el ruido. Alec se balanceó por la ventana, sin
molestarse en trepar. Caer un piso no le haría daño. Echó a correr en la
dirección en que se había ido el extraño. Alec era más fuerte y rápido que
un humano normal. Si el tipo no tenía una moto o un auto para escapar en
algún lugar cercano, no tenía ninguna posibilidad.
—Envíame un mensaje de texto —siseé, pero él ya había cruzado la
calle y desaparecido en la noche brumosa. Un viento frío irrumpió en la
habitación, haciéndome temblar. Quería correr tras ellos, pero en el tiempo
que me llevaría vestirme y bajar, estarían demasiado lejos. Cerré la ventana,
me hundí en la cama y sostuve el teléfono celular entre mis manos.
Mis ojos comenzaron a nublarse de tanto mirar la pantalla oscura.
Finalmente, media hora después, el pequeño teléfono brilló y apareció el
nombre de Alec.
Escapó. Lo perdí en la niebla. Hablamos mañana.
¿Eso era todo? ¿Ocho palabras? Esperaba una llamada o al menos un
texto más cálido. Él debería saber que yo quería conocer cada detalle.
Después de todo, no era una hazaña fácil ganar y dejar atrás a Alec. ¿Cómo
lo había conseguido el desconocido? No tenía más remedio que esperar
hasta mañana para averiguarlo.

***
Mi primera clase de la mañana era literatura inglesa, una de las pocas
clases que Alec y yo no compartíamos. Eso significaba que tenía que
esperar aún más para obtener una explicación de él.
Ana y yo ocupamos nuestros asientos en la primera fila, la única clase
en la que ocupábamos una posición tan destacada.
—¿Por qué primera fila? —pregunté mientras sacábamos de nuestras
mochilas Cumbres Borrascosas, un libro que aparentemente estábamos
leyendo. Nunca lo había leído y aún no había encontrado tiempo para
hacerlo. No es que importara.
Ana pasó un bolígrafo por sus labios, untándolo con su brillo labial.
Siempre usaba brillo labial, dejando sus brillantes huellas dactilares en
todo. Si tan solo al asesino le hubiera gustado usar maquillaje brillante.
—Tú elegiste los asientos —dijo ella—. Por lo mucho que te gusta la
literatura. —Miró las páginas amarillentas del libro que tenía delante como
si fueran a morderla—. Personalmente, creo que es aburrido. La única razón
por la que acepté la primera fila es por la vista.
—¿La vista?
Ana guiñó un ojo.
—¿Has olvidado lo mejor de la clase de literatura? Solo espera, ya
verás.
Tan pronto como el profesor de literatura, el señor Yates, entró en el
salón, supe exactamente a qué se refería. Era guapo y muy joven para ser
profesor, quizá de unos veinticinco años. Tenía el cabello castaño, corto y
rizado. Vestía una camisa azul claro y pantalones negros, era delgado, pero
con la complexión de un atleta. Quizás era un corredor.
—Es nuevo, es su primer año como profesor —susurró Ana—. Todas
están totalmente enamoradas de él.
El señor Yates se detuvo detrás de su escritorio antes de girarse y
permitir que su atención se posara en mí. Sus ojos revolotearon hacia la
cicatriz alrededor de mi garganta.
—Todos estamos contentos de darte la bienvenida de nuevo,
Madison. Estoy seguro de que te pondrás al día en poco tiempo.
—Gracias —dije, sintiendo que el calor subía a mis mejillas mientras
todos los ojos de la habitación se centraban en mí. Me dedicó una sonrisa
tensa y tomó su edición de Cumbres Borrascosas. Comenzó a leer un
extracto de algún punto en la mitad del libro, pero yo ya no escuchaba.
Un minuto antes de que sonara el timbre, empecé a preparar mi
mochila, ansiosa por salir lo antes posible. No había mucho tiempo para
hablar con Alec antes de que empezara la siguiente clase. El timbre sonó y
todos comenzaron a salir del salón.
—Madison, ¿puedes quedarte un momento? Quiero hablar sobre las
tareas que te perdiste mientras no estabas.
Hasta aquí llegó la conversación con Alec…
Ana articuló buena suerte antes de desaparecer.
El señor Yates y yo estábamos solos en el salón de clases. Esperaba
no tener que recuperar el trabajo de todas las clases que había perdido.
Realmente tenía mejores cosas que hacer. Tal vez alguien de la FEA podría
hacer los deberes por mí.
—¿Podrías cerrar la puerta, por favor? Hay mucho ruido fuera.
Hice lo que me pidió. Mis pasos fueron el único sonido mientras
regresaba al frente del salón donde el señor Yates estaba esperando. Estaba
detrás de su escritorio, jugueteando con algunos papeles. Algo en la forma
en que me miró me hizo sentir incómoda. Estaba mal. Había algo
demasiado familiar. Desde luego, no era una mirada que esperara de un
profesor. Sus ojos buscaron los míos y tuve que luchar contra el impulso de
apartar la mirada.
Caminó alrededor del escritorio.
—Estaba muy preocupado. Fue una tortura no poder visitarte en el
hospital. —Una horrible sospecha se abrió paso en mi mente—. Te extrañé
tanto —susurró—. Pensé que no volvería a verte.
Mi piel se erizó. Levanté la vista hacia él, aunque temía lo que vería
en sus ojos. Ahí estaba: afecto.
Y yo que pensaba que la FEA era retorcida.
Sus ojos se dirigieron a la cicatriz en mi garganta.
—Ojalá hubiera podido protegerte.
—Señor Yates —dije, mi voz salió como un chillido.
El dolor brilló en sus ojos. Se agarró al borde del escritorio como si
necesitara algo a lo que sostenerse.
—No te acuerdas.
—Lo siento. Yo… —susurré, y luego me detuve. ¿Por qué demonios
me estaba disculpando con un profesor que obviamente tenía algún tipo de
relación inapropiada con su alumna? Esta era una escuela real, con límites
reales, o eso pensaba.
Comenzó a reorganizar los lápices en su escritorio. El silencio se
extendió hasta que sentí que podría aplastarme. Sus dedos se posaron sobre
una pila de papeles, temblando ligeramente al recoger uno.
—Esto es para ti, por si estás pensando en ponerte al día.
Era un resumen del último libro que habían trabajado. No podía
importarme menos.
—Señor Yates…
—Owen. —Su voz era extrañamente áspera.
—Owen. —La palabra tenía un sabor extraño en mi boca—. ¿Puedes
decirme qué pasó entre nosotros? —Me entregó la pila de papeles. Lo tomé,
pero no aparté los ojos de su rostro. Se dio la vuelta abruptamente, dándome
la espalda.
—Será mejor que te vayas. Tu próxima clase está a punto de
comenzar.
Esperé, con la esperanza de que dijera más.
—Quizá sea mejor que no lo recuerdes.
Su voz delataba la mentira que había debajo de ella, y me dio una
oportunidad. Cautelosamente, me incliné hacia él y puse mi mano en su
hombro. No rehuyó el toque
—Por favor, quiero recordar.
Giró la cabeza, su expresión era una mezcla de temor y esperanza. El
timbre sonó, marcando el comienzo de mi siguiente clase. No había entrado
nadie. Quizá este era su periodo libre.
—Por favor —susurré, suplicándole con la mirada. Estaba segura de
que me rechazaría.
—Te lo contaré todo si vienes hoy a mi casa. —¿A su casa? —
Necesito hablar contigo sin riesgo de que me vean o me interrumpan —dijo,
con una mirada esperanzada.
Tragué mis preocupaciones e ignoré las alarmas que sonaban en mi
cabeza. Necesitaba saber más sobre la relación de Madison con él. Quizá
fuera la pieza faltante del rompecabezas lo que nos llevaría al asesino.
¿Quizás Yates era el asesino y me estaba atrayendo a su casa para terminar
lo que había empezado?
—De acuerdo —acepté.
Parecía aliviado y demasiado feliz.
—Nos vemos a las cinco. ¿Recuerdas dónde vivo?
Negué con la cabeza.
Yates garabateó su dirección y me la entregó junto con un papel que
me excusaba por llegar tarde a mi próxima clase.
—Tengo muchas ganas de hablar contigo —dijo mientras colgaba la
mochila en mi hombro y caminaba hacia el pasillo.
Definitivamente, no podía decir lo mismo.
Capítulo 12

—No vas a ir a esa reunión —dijo Alec en el momento en que dejé de


hablar, luciendo realmente enojado porque incluso consideré hacer lo que se
suponía que debía hacer.
Miré a mí alrededor. Estábamos solos en el estacionamiento, pero
podía escuchar risas a lo lejos. Era la hora del almuerzo. Las personas
deambulaban y, aunque todavía hacía frío fuera, algunos disfrutaban de los
primeros rayos de sol de la primavera.
—Tengo que hacerlo. Podría ser crucial para nuestra investigación.
Alec negó con la cabeza.
—¿No lo entiendes? Él podría ser el asesino. ¿Quieres que te maten?
Por el amor de Dios, Tessa. Ese tipo tenía una aventura con su alumna. ¿No
crees que podría haberla matado para mantenerlo en secreto?
Por supuesto, sabía que esa era una posibilidad, y odiaba cómo lo
hacía sonar como si yo fuera demasiado ingenua para darme cuenta.
—Eso no explica lo de las otras víctimas, ¿o crees que él también
tuvo una aventura con ellas?
Sus ojos se entrecerraron ante el desafío en mi tono.
—Puede ser. Pero qué hay de esta teoría: El conserje atrapó a Yates y
a Madison con las manos en la masa después de las clases y Yates decidió
deshacerse de él para que no pudiera decírselo a nadie. ¿Y esa chica? Tal
vez también tuvo una aventura con ella y por eso tuvo que morir. O tal vez
quería silenciarla porque hablaba mal de Madison y posiblemente de él
también. ¿Cómo suena eso?
Realmente lo hizo sonar como una explicación lógica. Al menos, el
señor Yates parecía tener una razón más plausible para deshacerse de las
víctimas que Ryan o Phil.
—No importa. Si queremos obtener pruebas, tendré que hablar con él.
Quizá no tenga nada que ver —dije.
—No te dejaré ir allí sola.
—Alec, no seas estúpido. ¿Crees que hablará conmigo si estás cerca?
Necesito hacer esto. Ya no soy una niña. Esta es mi misión y tengo toda la
intención de resolver el caso —dije con firmeza. Aunque me encantaba que
Alec quisiera protegerme, tenía que poner límites si quería ser una buena
agente.
Él frunció el ceño, lo que lo hizo parecer demasiado sexy.
—Esperaré afuera. Si algo va mal, gritarás o te harás notar. Si no
regresas en treinta minutos, entraré.
Puse los ojos en blanco.
—Supongamos que mi charla con Yates dura más de treinta minutos.
—Será mejor que te asegures de que no sea así.
Esa fue la última palabra sobre el asunto. Alec tenía ese brillo
obstinado en sus ojos que yo conocía demasiado bien. Estaba en modo
protector y era inútil discutir con él.

***
Ana me llevó a casa ese día. No dejaba de lanzarme miradas de
preocupación y prácticamente podía sentir la tensión emanando de ella.
Necesitaba una coartada para mi reunión con Yates, ya que Linda no
me dejaría ir sin una explicación. Pero preguntarle a Ana la haría sospechar
aún más. No es que tuviera muchas opciones.
—¿Podrías hacerme un favor?
Ella dudó.
—Claro, ¿de qué se trata? —Su voz era ligera pero sus labios se
afinaron.
—Necesito que me cubras. Voy a encontrarme con alguien esta tarde
y no puedo decírselo a mi madre. ¿Puedo decirle que nos reuniremos en tu
casa?
Ana entrecerró los ojos.
—¿Con quién te encontraras?
—Por favor, Ana, no puedo decírtelo todavía, pero es importante. Por
favor.
Tragó dos veces, con dificultad, como si estuviera tratando de hacer
retroceder las palabras que amenazaban con salir de su boca.
—Sabes, estos últimos días me he estado conteniendo, tragándome
mis sentimientos, diciéndome que mejorarías, que necesitabas tiempo para
recuperarte. En realidad, me he estado conteniendo durante meses, desde
que empezaste a guardarme secretos. Pero estoy harta. Estoy harta de que
me mientan y me dejen de lado. Pensé que éramos las mejores amigas.
Abandoné a todos por ti. Y ahora ni siquiera me dejas entrar. —Ella tomó
una respiración profunda y temblorosa mientras secaba sus ojos.
Abrí la boca, pero la volví a cerrar, sin saber qué responder. Estaba de
acuerdo con lo que había dicho. Si Holly me hubiera ocultado tantos
secretos, me habría sentido igual de dolida y enfadada. Pero ahora no podía
decirle a Ana la verdad, ni siquiera la mitad, por mucho que se lo mereciera.
—No sé por qué no confías en mí —dijo. Podía sentir que la estaba
perdiendo, que se estaba alejando, y no podía dejar que eso sucediera. No
podía hablar con ella sobre Yates, y mucho menos sobre el resto. Pero tal
vez no era necesario.
—Confío en ti —balbuceé—. Es solo que… es complicado. El chico
nuevo, Alec. —Dudé y miré mi regazo, tratando de fingir incomodidad.
—¿Qué pasa con él? —Había un destello de emoción en su voz y era
todo el estímulo que necesitaba.
—Me encontraré con él esta tarde.
—¿Como una cita? —Ana redujo la velocidad del auto hasta que
avanzamos a paso de tortuga.
Miré hacia arriba, esperando parecer avergonzada y emocionada al
mismo tiempo.
—Algo así. Estamos saliendo. Todavía no sé muy bien qué es.
—Pero ¿cuándo pasó eso? ¡Ni siquiera los he visto hablar! —Todo el
resentimiento y la decepción que había visto antes en su rostro pareció
evaporarse.
Pensé en las veces que podría haber hablado con Alec en la escuela
sin que Ana se diera cuenta y no fueron muchas; ella y Devon parecían
estar pegados a mis costados.
—En realidad, lo conocí justo después de que me dieran el alta en el
hospital. Salí a dar un paseo por el barrio para tomar aire fresco.
—¿Tus padres te dejaron salir sola?
Mierda.
—No, me escapé una vez, así que por favor no lo menciones cerca de
nadie. —Esperé a que asintiera antes de continuar mi relato—. Alec estaba
trotando cerca de nuestra casa y empezamos a hablar. Y durante el descanso
del almuerzo hoy, me encontré con él en el estacionamiento y me invitó a
salir.
—¿Qué vas a hacer?
Mi mente se quedó en blanco y un sentimiento de pánico se abrió
paso en mi cabeza mientras luchaba por una respuesta semi-inteligente.
—Me pasará a buscar en su auto y vamos a conducir un poco para
familiarizarnos con la zona. Ya que se acaba de mudar aquí y no recuerdo
mucho de ella. —Maldita sea, era una idiota divagando.
—De acuerdo, pero por favor, ten cuidado. No lo conoces muy bien.
Mantén tu teléfono celular en tu bolsillo y llámame si se comporta como un
idiota. Promételo —dijo. Sus ojos marrones me fulminaban una mirada que
me recordaba a la de Kate cuando hurgaba en los cerebros de otras
personas.
Resoplé, sin poder evitarlo.
—Suenas como mi madre.
—Maddy, hablo en serio.
—Lo sé.
Se relajó contra su asiento.
—No le digas a tu madre que hemos quedado en mi casa. Si llama y
mi madre atiende el teléfono, sabrá que es una mentira. Dile que vamos a
pasar el día en Manlow. Quería ir allí de todos modos para ir al centro
comercial — dijo.
Ese fue uno de los momentos en que deseé ser una chica normal. Una
chica que pudiera ir de compras y salir con sus amigas en lugar de hacer el
tipo de trabajo que aterrorizaría a cualquier persona normal.
—Gracias —dije.
—Y no creas que esta vez te dejaré libre de culpa tan fácilmente.
Quiero un informe detallado de tu tipo de cita.
—Y tendrás uno, lo prometo. Sé que he sido una mala amiga… y
estoy tratando de mejorar, pero todavía estoy intentando entender las cosas
por mí misma. Ni siquiera sé cómo era mi vida antes. Ni siquiera recuerdo
por qué rompí con Ryan o por qué salí con él en primer lugar. ¿Sabes lo
difícil que es eso? Es como vivir la vida de otra persona.
La culpa se apoderó del rostro de Ana.
—Lo siento mucho, Maddy. A veces casi olvido lo que pasó. Es más
fácil así, ¿sabes?
—Lo sé, pero es mi vida. No puedo fingir que no sucedió. —Sabía
que la estaba convenciendo. Esta era mi oportunidad de sacarle más
información—. ¿No puedes contarme más sobre Ryan y yo? Necesito saber
qué ha pasado antes de permitirme considerar salir con alguien nuevo. —
Hice una nota mental para contarle todo esto a Alec más tarde para que
nuestras historias se alinearan.
Ana mordió su labio y asintió.
—Llevabas un año y medio saliendo con Ryan y eran la pareja
soñada. Y realmente eran felices, al menos desde fuera. Pero entonces,
quizá tres meses antes de que Ryan y tú rompieran, algo cambió. No sé
realmente qué pasó. Nunca dijiste nada al respecto, pero pude ver que algo
no estaba bien. —Me miró y traté de mantener una expresión seria—. Pensé
que tú y Ryan se estaban distanciando. Eso pasa. Quiero decir, solo estamos
en la escuela secundaria, ¿sabes? Pero entonces Franny y Kristen les dijeron
a todos que te habían visto con otro chico en el lago, y a partir de ahí todo
fue cuesta abajo.
—¿Cómo reaccionó Ryan a los rumores?
—En realidad es gracioso. Debería haber estado furioso, pero nunca
lo demostró. Creo que no lo creyó. Es uno de esos tipos engreídos, es como
si no pudiera imaginar que su novia pudiera querer a alguien más.
Asentí como si lo entendiera. Pero la verdad era que no conocía a
Ryan lo suficiente. Ni siquiera había hablado con él.
—Gracias, Ana —dije. Me preguntaba por qué Madison la había
mantenido en la oscuridad cuando parecía tan buena amiga.
Llegamos a casa de los Chambers, donde, como todos los días, Linda
ya me esperaba en el patio delantero. Habían plantado flores nuevas en los
parterres (geranios morados) y el césped estaba recién cortado.
—Ah, ¿y Ana? ¿Podrías no contarle a nadie sobre mi cita con Alec?
Devon está súper protector en este momento. No quiero que amenace a
Alec o algo así. Eso sería demasiado vergonzoso.
—Mis labios están sellados, no te preocupes —prometió.
Nos dimos un abrazo de despedida y me bajé del auto. Sospechaba
que no me perdonaría si no le contaba cada pequeño detalle de mi cita.
Pronto tendría más mentiras que contar.
Dentro, Linda había preparado una bandeja con tres tipos de
sándwiches diferentes. Le conté sobre la escuela, evitando mencionar mi
búsqueda de información y mi charla con el señor Yates. Ella me escuchó,
con los ojos prácticamente pegados a mis labios, con esa mirada cariñosa
como si yo no pudiera hacer nada malo. ¿Qué diría si se enterara de la
aventura de Madison con su profesor?
—Le dije a Ana que me reuniría con ella de nuevo a las cinco —dije
entre bocados.
Linda limpió su boca con una servilleta.
—¿A dónde quieren ir, chicas?
—Solo al centro comercial de Manlow.
Linda dejó caer su sándwich. Se desarmó y la lechuga, el tocino y los
tomates se deslizaron por la mesa. Sus manos temblaban mientras lo
recogía.
—¿No crees que es demasiado peligroso conducir hasta Manlow
sola? ¿No sería mejor quedarse en Livingston? Podrías invitar a Ana y pedir
una pizza.
—Ana estará conmigo todo el tiempo, y el centro comercial está lleno
de personas. Realmente quiero salir. No puedo esconderme dentro para
siempre.
Tomó su teléfono.
—Llamaré a Devon. Él puede acompañarte.
Eso era lo último que necesitaba.
—Mamá, no lo hagas. Tiene entrenamiento. No lo hagas volver a casa
por mí.
—A él no le importa. Está tan preocupado por ti como yo. —Empezó
a marcar, pero le quité el teléfono de las manos.
—Por favor. No necesito una niñera. Ya es bastante malo que Devon
me vigile en la escuela. Ana y yo estaremos en un lugar público muy
concurrido. Habrá cámaras de seguridad y personas. No va a pasar nada. —
Toqué su mano—. Por favor.
Ella apartó la mirada, sus labios temblaban. Me sentí horrible por
hacerle esto. Ya sentía una conexión más fuerte con Linda de la que nunca
había tenido con mi madre, lo cual era algo muy complicado.
—Lleva tu celular y el gas pimienta. Quédate en el centro comercial y
no pierdas de vista a Ana. Quiero que estén juntas. Y prométeme que me
llamarás tan pronto como llegues allí y otra vez cuando salgas.
Besé su mejilla.
—Lo haré.

***
A las cuatro y cuarenta y cinco bajé las escaleras, intentando no
sentirme culpable al ver la expresión de preocupación en el rostro de Linda.
—No olvides llamar. —Se despidió de mí con un abrazo y esperó
fuera hasta que doblé la esquina. Ana vivía a poca distancia, así que no tuve
que inventar una excusa para no querer que Linda me llevara.
Alec me esperaba detrás del volante de un Jeep negro. Eché un rápido
vistazo a mí alrededor antes de subirme para asegurarme de que nadie me
estaba mirando.
—Le dije a Ana que tendría una cita contigo —espeté en el momento
que entré.
—¿Por qué? —No actuó tan sorprendido como pensé que lo haría.
—Ella quería saber qué estaba pasando conmigo. Al parecer, estaba
harta de que Madison le mintiera, así que tuve que inventarme algo.
También ella es mi coartada para salir de la casa, así que esta parecía la
explicación más fácil. No creo que pregunte, pero si lo hace, solo dile que
dimos una vuelta en tu auto.
—Vaya, qué cita tan emocionante —murmuró con una sonrisa—.
¿Puedo al menos añadir algo de acción en el asiento trasero?
Sabía que intentaba ser sarcástico, pero con todo lo que había pasado
entre nosotros últimamente, la risa murió en mi garganta. Nuestros ojos se
encontraron y tal vez fue mi imaginación, pero vi anhelo en ellos.
—No soy yo la que ha mantenido las distancias. —Y definitivamente
no detendría a Alec si quisiera ponerse cómodo en el asiento trasero.
Kate.
Apartó la mirada, con la mandíbula desencajada, y encendió el
vehículo. Me alegré cuando el sonido del motor atravesó el espeso silencio.
Alec estacionó a un par de cuadras de la casa del señor Yates, así que
no había ninguna posibilidad de que nos viera juntos.
—Ten cuidado. Y no dejes que te toque —dijo con su habitual
profesionalidad.
—Gracias por el consejo. Tal vez quiera que me toque, después de
todo, no estoy consiguiendo mucha acción de otra manera. —Mi sarcasmo
le hizo fruncir el ceño, pero antes de que pudiera responder, salí del auto y
corrí hacia la casa, sorprendida por mi propia valentía. En el pasado, rara
vez había expresado mi descontento con Alec. Quería complacerlo, pero
esta misión había cambiado mi visión de las cosas. Aunque no miré por
encima de mi hombro, sabía que Alec me seguía de cerca.
El césped del patio delantero de Yates estaba limpio y recién cortado;
no había ni una sola brizna de hierba que superara los dos centímetros de
altura. El buzón y las tejas que enmarcaban todas las ventanas
resplandecían de color blanco como si las hubieran pintado horas atrás, y no
se veía ni una mota de suciedad en el tablón beige claro. Por su aspecto, no
habría adivinado que era la casa de un hombre soltero.
Mientras me acercaba a la puerta principal, limpié las palmas de mis
manos sudorosas en las piernas de mis jeans. Realmente no sabía nada
sobre el tipo. ¿Estaba casado? No había visto ningún anillo. ¿Sería un rival
difícil en una pelea? Parecía un atleta. Tal vez esto era todo. Tal vez estaba
poniéndome voluntariamente a solas en una casa con un tipo que
estrangulaba personas. No sabía si tenía una Variación, o si tendría alguna
posibilidad de defenderme contra ella. Los músculos de mis piernas se
contrajeron con el impulso de salir corriendo. Pero no tenía elección. Vidas
dependían de mí. Tenía que aguantar y demostrar mi valía.
Enderezando mis hombros, presioné el botón junto a la puerta.
Un segundo después, ésta se abrió y Yates se paró frente a mí. Debía
de estar observando mi llegada desde una ventana o esperando en el
vestíbulo. Me hizo pasar adentro, con una rápida mirada al exterior,
probablemente para asegurarse de que ninguno de sus vecinos me había
visto. Pasé la palma de mi mano por la pistola eléctrica que llevaba en mi
bolso.
La sala de estar olía a chocolate.
—Hice galletas con chispas de chocolate —me explicó mientras me
llevaba a una gran cocina de acero inoxidable. Sobre la encimera,
impecablemente limpia, había una bandeja para hornear con discos dorados.
¿Por qué demonios había hecho galletas?
—Son tus favoritas. —Sonrió tímidamente. ¿A Madison le había
gustado que la cuidara? El sudor brillaba en su piel. ¿Era por los nervios o
por el calor que salía del horno? Recogió la bandeja con un paño de cocina
y me la tendió. Sus manos temblaban.
—Todavía están calientes. ¿Quieres una?
Olían delicioso y tenían aún mejor aspecto. ¿Me haría daño
probarlas?
—No, gracias, no tengo hambre. Acabo de comer un sándwich —dije.
Era la verdad, pero no fue por eso que lo dije. Ocultar drogas en productos
horneados no era una hazaña fácil debido al calor, y las galletas
definitivamente aún estaban calientes, pero preferí ser precavida.
Su sonrisa desapareció y volvió a colocar la bandeja de hornear sobre
la encimera.
El sudor hizo que mi espalda se volviera resbaladiza. Hacía
demasiado calor en la cocina. Posó sus ojos en mí, sin apartar ni una sola
vez la mirada.
—¿Podemos ir a otro sitio? —pregunté, dando un paso hacia el
pasillo.
Parecía confundido. ¿Era una petición tan difícil? Sus ojos
revolotearon por la cocina, sobre las galletas aún humeantes, la taza de café
vacía sobre la mesa redonda de vidrio y el enorme bloque de cuchillos
apoyado sobre la encimera. Tuve que evitar tocar la A sobre mi caja
torácica. ¿Había utilizado Yates uno de esos cuchillos para cortar a sus
víctimas?
Una gota de sudor rodó por mi espalda. Alec estaba fuera. Vendría si
gritaba. Volví a sentir la pistola eléctrica a través de la tela de mi bolso.
Di otro paso atrás. Yates se deshizo del estupor en el que había estado
y pasó junto a mí, su hombro rozó mi brazo y sentí un escalofrío.
Lo seguí hasta la sala de estar, donde afortunadamente hacía diez
grados menos. Miró a su alrededor y me indicó que me sentara en el sofá.
Era suave y me hundí en él. Sería difícil escapar rápidamente.
Yates llenó dos vasos con agua y los colocó en posavasos redondos
antes de sentarse a mi lado, presionando su pierna contra la mía. Me incliné
hacia un lado, pero el reposabrazos detuvo mi huida. Todavía podía sentir el
calor de Yates filtrándose a través de la tela de mis jeans. Froté las manos
sobre mis piernas para ahuyentarlo. Yates me miraba fijamente, y sus ojos
una vez más se detuvieron en mi cicatriz. Era extraño pensar que Madison
había visto algo en él, que podría haber recibido con agrado su atención.
Era atractivo, sin duda, pero había algo en él que resultaba demasiado
quisquilloso y desesperado.
—¿Nos encontramos aquí a menudo? —Mi voz salió ronca. Tomé un
sorbo de agua, recordando demasiado tarde que podía estar contaminada.
Apresuradamente dejé el vaso. Yates lo miró por un momento antes de
moverlo ligeramente para que quedara en el centro del posavasos. Limpió
algunas gotas de agua que dejé sobre la mesa de madera. Era obviamente
minucioso, el tipo de persona que no tendría ningún problema en cubrir sus
huellas.
Luego negó con la cabeza, casi avergonzado.
—Solo dos veces. Normalmente nos encontramos en Manlow o en el
lago. —Se estremeció, sus ojos deambularon por la habitación como si
fuera un tic nervioso. Madison había sido encontrada en la orilla del lago.
Debió haber visto algo parpadeando en mi rostro porque parecía a punto de
vomitar.
—¿Nos encontramos en el lago el día de mi ataque?
Pasó el dedo por el pliegue de sus pantalones.
—¿Así que realmente no recuerdas nada? —Detecté una pizca de
alivio en su voz.
—No. Ahora deja de evitar mi pregunta.
—Se suponía que íbamos a encontrarnos ese día —dijo lentamente.
—¿Antes o después del momento del ataque?
—No estoy seguro. Llegué tarde porque mi esposa y yo peleamos y,
cuando llegué al lago, no te vi por ninguna parte. Pensé que te habías ido. Si
hubiera sabido que estabas allí esperándome… —Hizo una pausa y se
acercó a mí.
¿Esposa? Me apoyé en el reposabrazos para dejar más espacio entre
nuestros cuerpos.
—¿Viste a alguien?
—Era un día brumoso. No había muchas personas alrededor.
—¿Había alguna razón para nuestro encuentro? Hacía bastante frío
para una cita en el lago.
Un enrojecimiento subió por su cuello.
—¿Por qué haces todas estas preguntas? Siento que me estás
interrogando. ¿Crees que fui yo quien te atacó? —Dejó escapar una risa,
pero sonó forzada.
Me encogí de hombros.
—Sería malo que las personas se enteraran de lo nuestro.
Algo parpadeó en sus ojos: ira o miedo. Puso su mano en mi rodilla.
—Maddy, tal vez deberíamos olvidar lo que pasó.
Junto al sofá había una mesa auxiliar con varias fotos. Enmarcadas en
plata esterlina, Yates posaba con una mujer alta de cabello rizado. Parecían
felices.
Me aparté de él y me levanté, haciendo que su mano se deslizara de
mi pierna.
—¿Es tu esposa?
Enterró su rostro entre sus manos y dejó escapar un suspiro antes de
hablar.
—Sí.
—¿Sabía de ella?
—Sí.
No entendía. ¿Cómo podía Madison tener una aventura con él? Una
cosa era salir con tu propio profesor y otra muy distinta salir con un
profesor que tenía esposa. ¿Muy hipócrita? Yo también prefería olvidar a
Kate cuando Alec estaba cerca. Aunque eso era diferente… ¿no?
—Mi esposa y yo nos casamos demasiado jóvenes. Nos preocupamos
el uno por el otro, pero nunca fuimos una buena pareja. Tenemos una
relación distanciada. Ya casi no nos hablamos.
No volví a sentarme y Yates no intentó obligarme. Por el rabillo del
ojo, seguí sus movimientos mientras trataba de vislumbrar a Alec en el
exterior.
—¿Qué pasó entre nosotros?
Yates presionó su cabeza contra el respaldo, observando la habitación.
—No creo…
—Solo dime.
—Esto… empezó hace cuatro meses. —¿Cuatro meses? Madison
había roto con Ryan hacía solo dos meses. Seis semanas antes de que el
asesino la atacara.
»Eras uno de los pocos estudiantes que mostraban un interés genuino
en mi clase y a menudo hablábamos después sobre los libros que habíamos
trabajado.
No podía apartar la vista de la foto en la que aparecía sonriente, con el
brazo alrededor del hombro de su esposa. ¿Cuándo se hizo esa foto? ¿Su
sonrisa era falsa?
Una pregunta subió por mi garganta, pero no logró pasar de mis
labios. Parecía pegada a mi lengua. Sabía que tenía que preguntar. Tragué
mi reticencia.
—¿Nosotros… tuvimos sexo?
Él dudó. ¿Estaba pensando en mentir? Era demasiado tarde para eso.
Su vacilación era toda la respuesta que necesitaba.
—Lo hicimos —dije, sin dejar lugar a protestas. Madison tenía
dieciocho años (mi edad) y, sin embargo, tenía mucha más experiencia. Yo
aún no había besado a nadie y ella ya se había acostado con este hombre y
probablemente también con Ryan.
Se levantó de un salto, con una expresión de alarma en su rostro.
—No, quiero decir, lo hicimos, pero no es así. A ti te pareció bien. Tú
querías, yo no te presioné. Tampoco era tu primera vez.
Así que al menos se había acostado con Ryan. Finalmente estaba
obteniendo la información que podría ayudarme a resolver este caso. Más
preguntas se agolpaban en mi mente, intentando reventar mi cráneo.
—¿Y es por eso que quedamos en encontrarnos el día de mi ataque?
¿Para tener sexo en el lago?
Apretó las manos contra su cuerpo, pero seguían temblando.
—No, habíamos quedado porque querías hablar.
—¿Sobre qué?
—No lo sé —dijo, evitando mis ojos.
Buscó mis manos, pero di un paso atrás. No quería que me tocara, ni
siquiera quería que estuviera tan cerca.
—¿Qué quieres hacer ahora? —La tensión se reflejó en los bordes de
sus ojos. Ya no eran tan suaves como antes. Agarró mis manos. Esta vez no
fui lo suficientemente rápida para apartarme—. No puedes decírselo a
nadie, Madison. Podría perder mi trabajo. Va en contra del código de la
escuela.
Su agarre se tensó, volviéndose incómodo. Su rostro estaba al borde
de la desesperación.
—Esto no es un juego. Ambos estábamos comprometidos, lo sabes.
Me lo quité de encima, manteniendo mis ojos pegados a él mientras
salía de la sala de estar.
—No te preocupes. No se lo diré a nadie.
Aunque merecía ser castigado, no quería que Linda y Ronald se
enteraran de lo de su hija. Se lo diría al Mayor, y tal vez él podría encontrar
una manera de destituir a Yates de su cargo sin que las personas se
enteraran de toda la historia.
Me siguió hasta el vestíbulo, pero mantuvo la distancia, como si
pudiera sentir las olas de desprecio desprendiéndose de mí.
—Tengo que irme —dije mientras huía por la puerta principal, sin
mirar atrás, aunque sabía que me estaba observando.
Mis pasos resonaron en la calle. A una cuadra de distancia, Alec ya
me esperaba en el auto y se pudo en marcha tan pronto como estuve dentro.
—¿Qué dijo? —preguntó.
—Dame un segundo —siseé, necesitando algo de tiempo para poner
en orden mis pensamientos y sacar la sensación de malestar de mi
estómago.
—¿Hizo algo? —Redujo la velocidad del auto como si fuera a
regresar a la casa y golpear a Yates.
Aunque me gustaba lo protector que era, eso era innecesario.
—No, estoy bien. Es solo que… tiene esposa. ¿Cómo podría acostarse
con su alumna?
Alec se relajó en su asiento.
—¿Así que realmente se acostó con ella? ¿No fue solo un coqueteo?
—No fue solo un coqueteo. —Me invadió una sensación de mareo.
Tal vez fue porque me di cuenta de que, a pesar de todos nuestros
preparativos, no conocía a Madison en absoluto y, aparentemente, tampoco
sus amigos y familiares.
—Madison estaba en el lago ese día para encontrarse con él. Dijo que
se reunían porque ella quería hablar. Creo que nos está ocultando algo.
Alec se acercó y tocó mis manos, que había cerrado en un puño sobre
mi regazo.
—Se lo contaré al Mayor. Tal vez él pueda averiguar algo más sobre
Yates.
Asentí, pero mi mente estaba muy lejos. No podía dejar de pensar en
Madison y en quién había sido realmente. ¿Cuántos secretos se había
llevado a la tumba con ella?
Alec se detuvo a unas cuantas casas de la casa de los Chambers y se
giró hacia mí. Su boca estaba tensa por la preocupación.
—¿Estarás bien? —Mi piel se calentó bajo la palma de su mano y,
como de costumbre, inmediatamente me sentí más tranquila. Nadie más
tenía ese efecto en mí.
—Sí. Solo necesito pensar en todo. Tendré que averiguar más sobre el
pasado de Madison, lo que realmente ocurrió. Quizá debería intentar hablar
con Ryan.
La expresión de Alec se volvió sombría.
—¿A solas? No estoy seguro de que sea la mejor idea. Apuesto a que
el tipo le guarda un enorme rencor a Madison. No es de extrañar teniendo
en cuenta que la chica lo ha estado engañando.
Capítulo 13

Cuando introduje la llave en la cerradura, esperaba encontrar a Linda


esperándome en el pasillo, pero no había nadie. Una sensación de alivio me
invadió, aunque el sentimiento me hizo sentir culpable. Linda era
encantadora, cariñosa y todo lo que siempre había querido en una madre,
pero en este momento no necesitaba sus quejas ni sus preguntas. Mi cabeza
se sentía a punto de estallar.
Todo el asunto de Yates (ver sus fotos, que me llevara a la casa que
compartía con su esposa) me ponía enferma. Subí las escaleras con
dificultad y vi mi rostro en el espejo colgado en la pared. Ojos azules,
cabello largo y rubio, y la fina línea roja alrededor de mi garganta. ¿Quién
era Madison Chambers? No pude evitar preguntarme si alguien lo sabía. El
Mayor quería que encontrara una grieta en su armadura, pero lo que había
encontrado parecía más bien un cráter del tamaño del Gran Cañón.
Holly me había enviado dos correos más y yo ni siquiera había leído
el primero por completo. Era un fracaso como mejor amiga. A pesar del
cansancio que persistía en mis huesos, hice click en su último correo
electrónico: no trataría a Holly como Madison había tratado a Ana.
Frotando mis ojos, comencé a leer.

Hola, chica,
Espero que estés bien. Estoy preocupada por ti. El Mayor ha estado
fuera la mayor parte del tiempo, así que no he tenido la oportunidad de
preguntarle cómo van las cosas contigo. Y ya lo conoces (*pongo los ojos
en blanco*), no me diría nada de todos modos. Estoy más distraída que de
costumbre. Louis está teniendo un ataque porque mi Variación es un
completo desastre. Casi echo de menos a Summers. Pero no le digas que
dije eso ;)
En fin. No es por eso que estoy escribiendo. Estos últimos días las
cosas han estado un poco extrañas en el cuartel general (y no sólo porque
tú y los demás se hayan ido). Los agentes más veteranos no dejan de
cuchichear entre ellos, PERO capté fragmentos de su conversación.
Parecen realmente preocupados. Y no por el asesino de Livingston.
Mencionaron un grupo de Variantes que ha estado causando problemas.
Creo que estas personas, sean quienes sean, han estado amenazando a la
FEA. Algo sobre una vieja enemistad. Casi sonó como si estas Variantes
quisieran destruirnos. Aparentemente, dos agentes externos de la FEA han
desaparecido, sin dejar rastro. Incluso el Mayor parecía muy alterado la
última vez que lo vi. Fue un poco aterrador.
Mantendré mis orejas y ojos abiertos, y te haré saber si averiguo algo
más.
Te extraño mucho. ¡Escríbeme si puedes!
xoxo

Holly

Me tomó unos minutos digerir lo que había dicho. ¿Un grupo de


Variantes estaba causando problemas a la FEA? Sabía que algunos
Variantes preferían vivir escondidos porque no estaban dispuestos a
someterse a las reglas de la FEA; el Mayor había dicho que en su mayoría
eran Variantes- Volátiles, que no eran capaces de controlar sus poderes o
que simplemente no querían hacerlo. Pero esos eran solitarios, no una
amenaza para la FEA. Un grupo organizado de Variantes era un asunto
completamente distinto. ¿Por qué el Mayor nunca los había mencionado?
Me hacía preguntarme qué más me estaba ocultando.
Escribí una respuesta rápida, diciéndole a Holly que estaba bien, solo
cansada y súper ocupada, antes de dejarme caer en la cama, los
pensamientos daban vueltas dentro de mi cabeza. Si el grupo de Variantes
había empezado a secuestrar agentes, ¿no debería el Mayor habernos
avisado? Especialmente a mí. Ahora era un agente externa.
Tomé una respiración profunda y la solté lentamente. No podía dejar
que esto me distrajera de lo que era realmente importante. Revisé los
mensajes en el celular de Madison; había recibido un mensaje de texto de
Ana, preguntando por mi cita, y dos de Ryan, diciendo que realmente
necesitaba hablar conmigo. No podía evitarlo mucho más tiempo, incluso si
Alec y Devon no querían que estuviera a solas con él.
Tomé el iPod de Madison, puse los auriculares en mis orejas y puse la
música lo más fuerte que podía. No me resultaba conocida la canción, pero
el ritmo quitaba las preocupaciones de mi cabeza y eso era exactamente lo
que necesitaba.
Acurrucándome en la suavidad del colchón, cerré los ojos,
permitiéndome no sentir ni pensar en nada, y con cada ritmo de la música
me sentí arrastrada a un sueño cada vez más profundo.
Justo cuando me había quedado dormida, algo cayó sobre mis piernas,
presionándolas. Me incorporé de un salto, los auriculares saltaron de mis
orejas, y grité. El grito se apagó abruptamente cuando vi a mi atacante.
Fluffy estaba sentado sobre mis piernas, parpadeando con la indiferencia
acentuada que solo un gato puede mostrar. No se movió cuando me moví
para ponerme en una posición más cómoda. Si mi grito no lo había
asustado, nada podía hacerlo. ¿Había olvidado que yo no era realmente
quien pretendía ser? Extendí la mano para acariciarlo y me gané un siseo.
Unos pasos resonaron por las escaleras y un momento después Devon
apareció en la puerta. Miró a su alrededor como si esperara enfrentarse a un
atacante. Llevaba ropa de deportiva, una camiseta ajustada y unos
pantalones cortos grises, que se ceñían a su cuerpo sudoroso.
—Te escuché gritar —dijo, relajándose notablemente al verme
sentada en la cama.
—Fluffy me asustó.
Asintió, pero sus ojos azules permanecieron tensos al escudriñar mi
rostro.
—¿Un día difícil?
No tienes ni idea…
—¿Pelea con Ana?
Negué con la cabeza.
—Llegas temprano a casa. ¿Te llamó mamá?
—Sí, estaba preocupada por ti. —Parecía que estaba de acuerdo con
ella.
—¿Por eso no te duchaste después del entrenamiento? ¿Porque ella
quería que estuvieras aquí cuando volviera?
Miró su camiseta empapada, que hacía maravillas para acentuar su
tonificado pecho. Me obligué a mantener los ojos en su rostro.
—No, ella y papá no han tenido una cita desde hace semanas. Les dije
que deberían salir temprano, que me quedaría en casa y cuidaría de ti.
—Eso está bien. Pero odio lo mucho que se preocupan.
Sus ojos se suavizaron.
—Maddy, casi mueres. Nunca he visto a mamá y a papá tan
devastados. —Hizo una pausa por un momento, examinando mi rostro—.
Parece que necesitas animarte. Pidamos una pizza y veamos una película.
—Sentí una punzada de nostalgia. Las noches de cine con Alec o Holly
habían sido una parte inherente de mi vida desde que me uní a la FEA.
Me las arreglé para sacar a Fluffy de mis piernas y seguí a Devon
escaleras abajo.
—¿Cuándo has llegado a casa? No te escuché —le dije después de
que hubiera pedido una pizza de tamaño familiar llamada desastre caliente.
No quería ni saber cómo había recibido ese nombre.
—Hace unos veinte minutos, pero estabas profundamente dormida.
Voy a darme una ducha. Mamá dejó algo de dinero en el mostrador, puedes
usarlo para la pizza si llega antes de que termine. —Con eso, corrió hacia
las escaleras, subiéndola de dos en dos.
El timbre de la puerta sonó diez minutos después y todavía escuchaba
el sonido del agua corriendo en el piso de arriba. Tomé el dinero y abrí la
puerta principal para encontrarme frente a frente con Ryan. No llevaba una
caja de pizza en la mano.
—¿Qué quieres?
Ocupaba todo el espacio de la puerta, con sus hombros rectos y los
pies separados.
—Quiero hablar. —Miró por encima de mi hombro hacia la casa—.
¿Estás sola?
—No, Devon está aquí.
Se apoyó en el marco de la puerta, bloqueando la luz con su cuerpo
musculoso.
—Escucha, sé que me has estado evitando, pero realmente
necesitamos hablar. —No me gustó el tono de mando que utilizó, ni la
forma en que sus ojos se clavaron en mi cabeza. Si siempre había tratado así
a Madison, no era de extrañar que quisiera alejarse de él. Estaba tratando de
intimidarme.
—Realmente no tengo tiempo ahora. ¿Qué tal si hablamos mañana
durante el almuerzo?
Arriba, escuché que el agua se detenía. Tenía la sensación de que
Devon y Ryan se pelearían si se enfrentaban. Me había dado cuenta de los
ceños fruncidos que intercambiaban en la escuela. Comencé a cerrar la
puerta, pero Ryan empujó su pie hacia adelante, bloqueándola. Tal vez
Madison lo había dejado actuar así, pero la nueva versión de Madison no
iba a dejar que eso sucediera.
—Mueve el pie o te lo rompo.
Dio un paso atrás sorprendido, algo cambió en sus ojos oliva. Nunca
había amenazado a nadie, nunca había pensado que pudiera hacerlo, pero se
sentía bien.
—¿Por qué estás actuando así? Sabes que te amo —dijo.
El repartidor de pizzas eligió ese momento para llegar en su
ciclomotor. Me relajé. El cartón de pizza era más ancho que sus hombros.
Dios mío, ¿qué clase de monstruosidad había pedido Devon?
—Por favor, vete —le dije a Ryan de nuevo y esta vez me hizo caso.
Encorvó la espalda de camino hacia su auto y estaba tan distraído que chocó
con el repartidor de pizzas. Levantó la vista, sobresaltado, y se apresuró a
seguir adelante sin disculparse.
Pagué y llevé el cartón caliente a la sala de estar, mis pensamientos
aún persistían de mi encuentro con Ryan. ¿Realmente amaba a Madison?
¿Y de qué quería hablar? Dejé la caja de pizza sobre la mesa y abrí la tapa.
Desastre caliente merecía su nombre. Los ingredientes consistían en
jalapeños, tocino, pimientos, pepperoni, salchichas y mucho queso. Al
principio quemó mis papilas gustativas, pero después del segundo bocado
me había acostumbrado, y tenía demasiada hambre como para
preocuparme.
—Deja un poco para mí —bromeó Devon entrando en la sala de estar.
Tenía el cabello mojado y revuelto y la camiseta se pegaba a su cuerpo. La
lucha libre realmente lo había moldeado muy bien. Aparté los ojos y tomé
otro bocado. La verdadera Madison nunca habría mirado de esa manera a su
propio hermano gemelo.
Devon se acercó al estante que tenía los DVD y empujó uno en el
reproductor antes de dejarse caer en el sofá a mi lado y agarrar una porción
de pizza. Puso los pies sobre la mesa y empezó la película.
—Terminator. Lo siento, Maddy, pero no estoy de humor para una
película de chicas.
—Me encanta Terminator —dije antes de poder detenerme. Había
hablado Tessa, no Madison.
Me miró, sus cejas medio desapareciendo en su línea de cabello.
Todavía no había probado un bocado de la pizza.
—Uh, ¿desde cuándo?
Me encogí de hombros y metí la corteza de la pizza en mi boca.
—Deliciosa —dije entre bocado y bocado—. Deberías comer un poco
antes de que me la coma toda.
Se echó hacia atrás y metió casi la mitad del trozo en su boca,
mirando la pantalla. Después de tragar, volvió a hablar.
—Estás un poco diferente, ¿sabes?
Esto era exactamente lo que me temía. Tomé un trozo de salchicha de
la pizza y lo metí en mi boca mientras intentaba mantener la vista fija en la
película.
—Lo que pasó me hizo pensar un poco —empecé, tratando de
encontrar una explicación lógica—. La vida es tan corta. Decidí cambiar
algunas cosas.
Devon pareció creerse mi historia. Vimos la película en silencio. Pero
ni siquiera una de mis favoritas de todos los tiempos pudo evitar que
pensara en Yates.
—Después de romper con Ryan… —Intenté sonar despreocupada,
manteniendo los ojos pegados a la pantalla donde Terminator acababa de
matar a un tipo. Podía sentir los ojos de Devon sobre mí. Su hombro se
apoyó en el mío y su calor se introdujo en mi cuerpo, removiendo algo en
mi estómago.
— ¿Hubo alguien más?
Ya se lo había preguntado antes, pero ahora estaba relajado y
desprevenido; era el mejor momento para tomarlo por sorpresa y arrancarle
una respuesta. No es que siguiera necesitando una, ahora que sabía lo de
Yates, pero si Devon se había enterado de la aventura, eso cambiaba la
situación.
Frunció su ceño como si estuviera pensando mucho en ello. Puse mi
mano sobre su antebrazo; el contacto, piel sobre piel, envió un escalofrío
por mi espalda. Levanté la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Parecía
desconcertado, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Un pensamiento horrible se estrelló en mi mente. ¿Había vuelto a mi
propio cuerpo por accidente? Pero no, no podía ser. Devon no parecía lo
suficientemente asustado por eso. Si hubiera visto a su hermana
transformarse en una extraña, su rostro habría mostrado algo mucho más
que desconcierto. Sin embargo, algo había sucedido. Una chispa casi
imperceptible había atravesado mi cuerpo ante su contacto.
—Entonces... ¿había algo? —pregunté para cortar el tenso silencio.
Sentí sus músculos moviéndose bajo mis dedos, haciéndome muy
consciente del hecho de que aún lo estaba tocando. Me aparté.
—No estoy seguro de si debería decírtelo —dijo con cuidado, dejando
un trozo sin tocar.
Él lo sabía.
—Mi profesor.
Hizo una mueca.
—Sí. Intenté convencerte de que no lo hicieras, pero no me
escuchaste.
Devon se inclinó hacia delante, apoyando los codos en sus muslos.
»¿Se terminó o todavía sientes algo por ese...? —Me di cuenta de que
casi había llamado al señor Yates de otra manera y, francamente, no podía
culparlo. Todo el asunto me ponía nerviosa. ¿Cuánto peor debe haber sido
para él presenciar cómo se desarrollaba?
—Se terminó. No lo recuerdo más que como un profesor —dije, por
una vez estaba diciendo la verdad.
Devon examinó mi rostro.
—¿Lo dices en serio?
—Lo digo en serio. Es como si nunca hubiera sentido nada por él.
Los hoyuelos brillaron en sus mejillas. Mi cuerpo se sonrojó de calor.
Tomó una porción de pizza fría y se la comió en unos pocos bocados.
Metiendo las piernas debajo de mí, apoyé mi cabeza en el respaldo
del sofá, cerca de su hombro. Olía a jabón, a piel limpia y a algo más
cálido, quizá a canela. Tuve que evitar enterrar mi nariz en su camiseta. Eso
habría quedado muy mal. Me imaginaba lo que haría el Mayor si se
enterara de que había fracasado en la misión porque quería oler a Devon.
¿Qué demonios me pasaba?
Terminator encontró su final temporal en una prensa de chatarra y mis
párpados empezaron a caer. Dormir parecía un buen plan. Después de toda
la comida pesada y la emoción del día, no podía llegar lo suficientemente
rápido.
—Entonces, ¿Realmente no puedes recordar nada del día en que te
atacaron? —La voz de Devon irrumpió en mi trance de sueño. Levanté la
cabeza. Había algo extraño en su forma de preguntar.
Estaba de frente al televisor, pero su expresión era tan tensa que
parecía una máscara de piedra.
—No —dije—. Es un enorme vacío negro en mi memoria.
Asintió, pero sus labios y los músculos de su cuello se tensaron
visiblemente.
—¿Por qué odias tanto a Ryan? —espeté.
Se puso rígido.
—No lo odio. Solo que nunca me gustó lo posesivo que era. Era
celoso y controlador, y todavía no ha superado la ruptura.
Los créditos finales se desplazaron por la pantalla, pero se
desdibujaron ante mis ojos. Lo que había sido un silencio confortable ahora
se sentía como el momento en que los pájaros hacen silencio en el bosque y
sabes que algo terrible te está acechando.
Me puse de pie.
—Estoy cansada.
Devon no me siguió, en vez de eso, siguió mirando la pantalla negra.
Mis pasos resonaron en el pasillo. Linda y Ronald volverían en
cualquier momento de su cena. Estaba oscuro en mi habitación, no, en la de
Madison. La lluvia golpeaba contra la ventana, creando un agradable
cambio respecto al silencio del pasillo. Deseé que Holly estuviera aquí para
darme una de sus charlas de ánimo. Eso era algo que me hubiera venido
bien.
Me acerqué a la ventana y la abrí. El marco gimió, pero con un tirón
la ventana se deslizó hacia arriba y entró aire fresco. El olor fresco de la
lluvia en la noche era uno de mis favoritos.
Una sombra se movió en la calle. Asomé la cabeza. Incluso bajo la
lluvia, el extraño encapuchado esperaba al otro lado, mirando fijamente mi
ventana. Tomé mi celular de la mesita de noche y el gas pimienta de mi
bolso, me puse unos zapatos planos y salí corriendo de la habitación,
bajando las escaleras. Devon apareció en el vestíbulo, con ojos llorosos. No
me detuve para explicarle nada.
Mis pies me llevaron afuera, donde la lluvia empapó mi cabello y mi
ropa. El desconocido dobló la esquina mientras yo cruzaba nuestro patio
delantero.
Incrementé la velocidad en mis piernas. Escuché los pasos de Devon
detrás de mí y sus gritos de confusión, pero doblé una esquina y luego otra
hasta que pareció que lo había perdido. Me adentré en el bosque situado en
el límite de nuestro barrio, donde el desconocido había desaparecido
momentos antes.
Más adelante, el sonido de ramitas rompiéndose me mantuvo en el
camino. Devon debe haberse dado por vencido o haberme perdido de vista
porque no lo escuchaba detrás de mí.
Sin farolas, la oscuridad en el bosque era absoluta. La lluvia agitaba
las hojas y las ramitas se rompían bajo mis zapatos. Cambiar de forma
mientras corría era difícil y agotador, pero con las cortas piernas de
Madison nunca alcanzaría al tipo. ¿Quién era? ¿El asesino? Y estaba sola en
un bosque oscuro con él. Tal vez no sea mi mejor plan.
Dejé que las ondulaciones me invadieran. Rasgando, estirando,
retorciendo, remodelando. Mi ropa se tensó y se rasgó. Tropecé un par de
veces con mis piernas alargadas, pero luego, con el cuerpo de Alec, gané
terreno al desconocido. El viento aulló en mis oídos y por un momento
perdí la orientación cuando él desapareció de mi vista.
Más adelante, algo brilló en la oscuridad como un faro. Se dio la
vuelta para comprobar si todavía lo seguía. La respiración raspaba en mi
garganta mientras saltaba sobre un tronco caído. El bosque estaba envuelto
en niebla, ocultando la silueta de la misteriosa figura.
Me sorprendió un repentino zumbido en mi bolsillo. Mi pie se
enganchó en una roca, haciéndome caer. Aterricé de bruces en un lecho de
hojas y todo el aire salió de mis pulmones. Me puse en pie a trompicones,
pero el desconocido había desaparecido y la niebla también. Por encima del
tambor constante de la lluvia, ya no pude distinguir sus pasos.
Saqué el teléfono del bolsillo y vi que tenía un mensaje de texto de
Alec.
Nos vemos en la parada del autobús a las 11
Un vistazo a mi reloj reveló que eran las diez y cincuenta y cinco.
Alec pareció olvidar que mis piernas no eran tan largas como las suyas.
Ahora que la adrenalina había abandonado mi cuerpo, me di cuenta de
lo ajustada que estaba mi ropa (afortunadamente, unos pantalones de
chándal y una camiseta elástica), de cómo se habían estirado incluso mis
zapatos y de cómo la correa de mi reloj se había clavado en mi piel. Volví a
transformarme en el cuerpo de Madison. Las costuras de mi camiseta
estaban parcialmente rotas y una fresca corriente de aire golpeaba mi
trasero. Al parecer, también me había hecho un agujero en los pantalones.
Deseé haber tomado un suéter de mi vestidor antes de comenzar mi
persecución. Busqué el gas pimienta que se me había caído, pero estaba
demasiado oscuro. Temblando, atravesé el bosque en dirección a la parada
de autobús, las raíces y las piedras se clavaban en las delgadas suelas de mis
zapatos planos. Mi teléfono móvil volvió a sonar.
¿Dónde estás?
Lo ignoré. Al cabo de unos minutos, los árboles se redujeron y
finalmente volví a nuestro barrio. El asfalto se sentía bien debajo de mis
pies.
Cuando doblé la esquina cerca de la parada del autobús, Alec ya me
estaba esperando, golpeando el pie con impaciencia. Sus ojos me
escanearon de pies a cabeza. Corrió hacia mí y agarro mis hombros,
haciéndome estremecer. Empujó mi camiseta rasgada a un lado para revisar
el lugar donde me había magullado con mi caída. Sus dedos recorrieron la
herida con suavidad. Una mancha azulada ya estaba floreciendo en mi piel.
Las hojas no habían amortiguado mi caída tan bien como había pensado.
—¿Estás bien? —preguntó, mientras apartaba el cabello de mi rostro,
posando sus manos en mis mejillas. Sus palmas se sentían cálidas y ásperas.
—Estoy bien.
Retiró sus manos lentamente.
—¿Qué diablos pasó? Parece que te has peleado con un oso.
Me desplomé contra la señal de la calle, tratando de aliviar el peso de
mis pies.
—Estaba tratando de atrapar a mi acosador. Estaba mirando mi
ventana otra vez.
Sus ojos brillaron con desagrado.
—No deberías haberlo seguido. ¡No puedes hacer las cosas sola! Es
demasiado peligroso.
—Si no fuera por tu estúpido mensaje, lo habría atrapado. Estaba tan
cerca hasta que me asustaste.
Un músculo de su mandíbula se contrajo.
—Ha habido una novedad.
Capítulo 14

—¿Qué quieres decir? —susurré.


—Los criminalistas de la FEA examinaron el cuerpo de Madison y
detectaron un crecimiento…
—¿Estaba enferma?
—No. Embarazada.
—¿Yates es el padre? —pregunté.
—No lo sabemos. Pero no estaba muy avanzado. Los criminalistas
estiman que sólo tenía cuatro o cinco semanas. Es muy posible que
Madison ni siquiera fuera consciente de ello todavía.
Una extraña certeza me recorre.
—No. Ella lo sabía. —Alec levantó las cejas, así que continúo—.
Creo que ese fue el motivo de su encuentro con Yates en el lago. Le dijo
que querían hablar.
—¿Así que crees que ella quería contárselo?
Hice una pausa. Yates había actuado de forma extraña cuando había
hablado con él sobre el motivo de su reunión.
—No estoy segura. Creo que podría haber sabido lo del embarazo. Tal
vez querían discutir sus opciones.
—Apuesto a que Yates habría querido que ella abortara —dice Alec.
—Le preguntaré al respecto. Tal vez pueda obtener respuestas.
—No quiero que vuelvas a estar a solas con él.
—Me acercaré a él mañana en la escuela. Fingiré que me he acordado
de repente del embarazo.
Alec frunció el ceño.
—Muy bien. Pero hay más.
¿Más?
—He tenido una charla con el Mayor y estamos de acuerdo en que,
aparte de Yates, Devon es nuestro principal sospechoso.
—¿Devon? ¿Estás bromeando?
—Hoy, cuando se suponía que estaba en la práctica de lucha, lo vi
merodeando por los lugares donde se encontraron los dos últimos cuerpos.
No sé qué hacía allí, pero definitivamente estaba buscando algo.
—Pero ¿Por qué volvería a la escena del crimen? Tal vez está tratando
de resolver el caso. Después de todo, es su hermana la que fue atacada. O
tal vez sólo estaba trotando.
—No estaba ahí para trotar y no creo que esté investigando. Fue a los
lugares exactos donde se encontraron los cuerpos. ¿Qué podría encontrar
allí después de que la policía ya registrara el lugar varias veces? —Hizo una
pausa—. A veces los asesinos vuelven al lugar donde ocurrió un crimen
porque les da un impulso. Es una compulsión. Y lo que es más importante,
sabía exactamente dónde se encontró el cuerpo de Madison. La policía
nunca reveló la ubicación exacta.
¿Devon con hoyuelos en las mejillas era un asesino?
—Eso es ridículo. Devon ama a su hermana. —No pude evitar
ponerme a la defensiva.
Alec entrecerró los ojos.
—Se supone que no debes dejar que se metan en tu piel. Ni Devon ni
el resto de la familia Chambers ni ninguno de los amigos de Madison. Esto
es un trabajo. No te involucres emocionalmente.
Estaba muy cansada de oír eso. Aparté la mirada, mis músculos
estaban pesados y adoloridos.
—Casi suenas celoso de Devon.
—¿Por qué iba a estar celoso? —dijo Alec fríamente—. No te quedes
nunca a solas con Devon o Yates. Lo digo en serio, Tess.
—Ni siquiera has dicho por qué Devon mataría a esas personas. No
tiene un motivo.
—Lo averiguaremos, pero hasta entonces, mantente con la guardia
alta.
¿Acaso no lo hago siempre? Con un asentimiento cansado, di la
vuelta y regresé de vuelta a casa. Llegué dos minutos después, justo cuando
un auto giraba en la calle.
Linda y Ronald.
Por suerte, pude colarme dentro antes de que se dieran cuenta de mi
presencia. Pero Devon me acorraló en el pasillo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —siseó. Sus ojos ardían de ira y sentí
una punzada de nerviosismo. Pero, de repente, su ira desapareció y fue
sustituida por la suavidad y la preocupación—. Entra en tu habitación antes
de que lleguen papá y mamá. Parece que te has peleado. Si te ven así, se
asustarán. —Sacudió la cabeza—. Realmente me debes una explicación por
esto, Madison.
Eso era lo único que no podía darle. No después de lo que Alec me
había dicho.
Corrí a mi habitación justo cuando la puerta principal se abrió. Me
quité la ropa mojada y la escondí en el armario. Ya encontraría la forma de
deshacerme de ella mañana, pero por ahora necesitaba dormir.
Cerré la puerta, con los dedos congelados por la fría lluvia. Más vale
prevenir que lamentar.
¿Y si Devon no hubiera estado en la escena del crimen para buscar
pruebas? ¿Y si Alec tenía razón? Una imagen de la sonrisa de Devon, con
los ojos encendidos por la risa y mostrando sus hoyuelos, apareció en mi
mente y de repente me sentí culpable por haber creído alguna vez en las
sospechas de Alec. Ryan o Yates, incluso Phil, con sus ojos extraños,
parecían mucho más propensos de haber matado a Madison. Solo si pudiera
averiguar por qué.

***
Al día siguiente, durante el almuerzo, entré en el aula de Yates sin
llamar. Se dio la vuelta, a punto de reprender a quienquiera que entrara,
pero su expresión de profesor reprensor se desvaneció cuando vio que era
yo.
—No deberías estar aquí. Si alguien nos ve... —No terminó la frase.
Se acercó a su escritorio, pero no hizo ningún movimiento para sacarme del
aula.
—Nunca te importó en el pasado.
Su rostro cambió como si deseara que lo olvidara, o tal vez que no lo
hubiera recordado en primer lugar. Cerré la puerta a mis espaldas y me
apoyé en ella. Mis nervios se agitaban como serpientes sinuosas en mi
estómago, pero me obligué a no dejarlo ver.
—¿Qué quieres?
—¿Sabías de mi embarazo?
El color de su rostro se desvaneció. La parte de atrás de sus piernas
chocó contra el borde de su escritorio y lentamente se hundió en él. No
podía decir si estaba sorprendido por el embarazo en sí o por el hecho de
que yo lo supiera.
—Tú... ¿Estás... embarazada?
Tal vez me equivoqué, pero parecía que casi había dicho “aun”.
—Lo estaba. —Suavicé mi voz, la hice temblar—. Tuve un aborto
espontáneo después del ataque.
El alivio brilló en sus ojos y no hizo ningún intento de ocultarlo. No
dijo que lo sentía.
—¿Lo sabías? ¿Fue esa la razón de nuestro encuentro en el lago?
¿Querías hablar de eso conmigo?
Se puso de pie.
—No lo sabía.
Lo miré fijamente, deseando poder leer sus pensamientos.
—No te creo.
Sus hombros se aflojaron.
—No estoy mintiendo. Yo… el día antes de nuestro encuentro
planeado, mencionaste que estabas atrasada con tu período. —Continuó
más rápido que antes—. Pero no estaba preocupado. Pensé que era normal
para una chica de tu edad. No te retrasaste tanto, y ni siquiera sabía que te
habías hecho una prueba de embarazo. —Sus ojos recorrieron la habitación,
retorció sus manos y los primeros signos de manchas de sudor aparecieron
en sus axilas. Pero no era una prueba de que mintiera. Cualquier tipo que
acabara de enterarse de que había dejado embarazada a su novia secreta
probablemente comenzaría a sudar.
—Pero tú sabías que era una posibilidad. Habría complicado mucho
las cosas para ti. La gente habría empezado a preguntarse quién era el
padre.
—Ni siquiera sé si era mío.
La ira me invadió.
—¿Qué intentas decir? ¿Crees que te estaba engañando?
—Engañaste a Ryan. ¿Qué se supone que debo pensar? No hay
pruebas. —Tenía razón. Madison había engañado a Ryan con él, pero la
forma en que trató de echarle la culpa a su estudiante, realmente me
molestó.
—Tienes razón. La prueba se destruyó cuando casi muero —dije en
voz baja.
Tragó saliva y bajó la mirada.
—¿Se lo contaste a alguien?
—No.
Pero ¿y si Devon lo sabía? ¿O tal vez la doctora Hansen? ¿Y si
Madison hubiera acudido a ella para preguntar por el embarazo? Yates
podría haber matado a la doctora Hansen para silenciarla.
El timbre de la escuela sonó una vez (solo faltaban cinco minutos para
que empezara la siguiente clase) y Yates soltó un suspiro. Me giré para
irme, pero él agarró mi brazo.
—Esta es una nueva oportunidad para los dos. Mi esposa y yo hemos
empezado a hacer terapia matrimonial. Deberíamos dejar atrás el pasado.
Piensa en lo que las personas dirían de ti si se enteraran de lo nuestro.
No podía creer que tratara de hacer que Madison se sintiera culpable y
amenazara su reputación. Asqueada, liberé mi brazo de su agarre y salí
furiosa de la habitación. Nadie prestó atención mientras me alejaba a toda
prisa. Mi cerebro se esforzaba por asimilar lo que acababa de suceder
cuando Ryan se interpuso en mi camino.
—Tenemos que hablar —dijo. No estaba segura de estar preparada
para otra conversación difícil, pero de igual manera, asentí.
—Vamos a un lugar privado —susurro Ryan, girando sobre sus
talones. En el otro extremo del pasillo, Francesca tenía una expresión en su
rostro que habría impresionado incluso a Kate. Me miró mal mientras lo
seguía; los chismes no tardarían en circular por la escuela.
Ryan nos condujo a un salón de clases vacío, cerró la puerta y se
apoyó en ella. Me preparé para una discusión mientras esperaba que
hablara. Se apartó de la puerta y empezó a acercarse a mí, pero se detuvo y
pasó una mano por su cabello. Parecía nervioso.
—Escucha, Maddy.
Por la forma en que lo dijo, con su voz más suave de lo que jamás
había escuchado, su rostro deformado por el arrepentimiento, supe que esta
conversación no tomaría el rumbo que había pensado. Dejé que tomara mi
mano entre las suyas, que eran grandes y callosas. No era tan malo como
que Yates me tocara, pero tampoco quería que Ryan estuviera tan cerca.
—Siento lo que pasó. Fue una estupidez de mi parte y no volverá a
suceder. Realmente quiero que vuelvas.
¿Qué no volverá a suceder?
—Por favor, Maddy.
Su otra mano se acercó a mi cuello y eso fue demasiado. Intenté
apartarme, pero sus manos se tensaron como una prensa a mí alrededor
—Suéltame —siseé.
—No seas así, Maddy. Sabes que te quiero. Éramos la pareja soñada,
¿Por qué arruinarlo todo?
Su mano en mi cuello me atrajo hacia él, atrapando mi mano entre
nosotros. Estaba tan cerca que sentí el olor a cigarrillo en su aliento.
—Suéltame —dije, cambiando mi peso para conseguir una mejor
postura—. Tienes una nueva novia, vete con ella.
—¿Chloe? Por favor. Solo intentaba ponerte celosa. No es nada. Solo
te quiero a ti.
Nuestros labios estaban a centímetros de distancia. Luché contra su
agarre, pero de un empujón me atrajo hacia sus brazos y presionó sus labios
contra los míos. Sus dedos se clavaron en mi piel. Las imágenes de mi
entrenamiento con Alec pasaron por mi mente. Cerré mi boca y levanté mi
rodilla. En el centro del objetivo.
Con un ruido feroz (medio gruñido, medio lamento) me soltó y se
tambaleó hacia atrás antes de arrodillarse como si estuviera a punto de
rezar.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ese casi había sido mi primer beso.
—¿Qué demonios te pasa? —jadeó—. ¿Por qué hiciste eso?
—Porque no entiendes el significado de la palabra no —dije, con
cuidado de mantenerme fuera del alcance de su brazo. Era fuerte y alto. El
elemento sorpresa era lo que me había dado ventaja, pero eso había
desaparecido ahora.
Cerró los ojos. No pude leer su expresión. ¿Estaba enfadado o
arrepentido?
—¿Qué pasó antes de que rompiera contigo? —pregunté. El timbre
sonó por segunda vez. Llegaría tarde a clase.
Acunó su entrepierna con las manos, mirándome con sus ojos
húmedos. Apretó los labios. Por un momento pareció que sus ojos se habían
nublado. ¿Tan fuerte le había pegado?
—¿Estás bien? —pregunté estúpidamente.
—No, no he estado bien desde que rompiste conmigo.
La puerta se abrió, golpeando la espalda de Ryan y haciéndolo
tropezar hacia adelante.
Alec asomó la cabeza en el salón de clases; sus ojos pasaron entre
Ryan y yo antes de entrar y cerrar la puerta.
—Sal. Esto es privado —gruñó Ryan, con una fina capa de sudor
cubriendo su rostro.
Alec lo ignoró.
—¿Estás bien?
Asentí.
—Estábamos hablando.
—¿Este es tu nuevo novio? Eso tomó menos de cinco minutos. —
Ryan se levantó tambaleándose, con los hombros encorvados por el dolor.
Parecía que la respuesta iba a dolerle de verdad. Pero había algo más en
juego.
—Eso no es de tu incumbencia —dijo Alec antes de que pudiera decir
que no.
Ryan dio un paso hacia mí, con una expresión de desconcierto.
Alec lo empujó hacia atrás.
—Vete antes de que pierdas algo más que tu orgullo.
Eran casi de la misma altura, pero Ryan no sabía que Alec era más
fuerte que cualquier humano normal. Se enderezó como si quisiera luchar,
pero el dolor seguía contorsionando su rostro. Había dado un buen golpe.
Con una última mirada hacia mí, se fue.
—Parece que acabas de hacer un nuevo enemigo —le dije a Alec.
Su rostro se ensombreció.
—Puedo ocuparme de él.
Siguiendo la línea de los ojos de Alec, vi las marcas de dedos que
Ryan había dejado en mi muñeca. Menos mal que Alec no podía ver mi
cuello desde ese ángulo. También me dolía. Ryan se tomaba demasiado en
serio lo de recuperar a Madison.
Froté mi muñeca y me apoyé en la mesa.
—¿Por qué lo seguiste a un salón de clases vacío?
—Porque ayer fue a mi casa a hablar. No se iba a rendir a menos que
finalmente hablara con él.
—¿Estuvo en la casa? ¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ido a
atacarte.
—No soy estúpida, Alec, y Devon estaba en la casa de todos modos.
Alec sacudió la cabeza.
—Oh, estupendo, ¿Se supone que eso va a calmarme? Ese tipo es tan
sospechoso como Ryan.
Lo hice callar. No podíamos arriesgarnos a que nos escucharan.
—Devon es inocente.
—¿De verdad crees eso?
—Creo que Yates sabía del embarazo de Madison.
—¿Estás segura?
—No. No estoy segura. No admitió nada, pero se puso nervioso y
trató de hacerme sentir culpable para que no hablara de la aventura ni del
embarazo con nadie. No sé qué pensar de él.
Alec cerró los ojos y exhaló por la nariz.
—Hablaré con el Mayor.
—Tenemos que ir a clase —dije, conociendo demasiado bien la
expresión en su rostro. Me giré para salir del salón.
—Estás arriesgándote demasiado —susurró Alec.
—Solo intento hacer mi trabajo, Alec. Siempre supimos que sería
arriesgado.

***
El fin de semana siguiente me reuní con el resto de la familia de
Madison en la barbacoa que Ronald organizó para celebrar su recuperación.
Los abuelos paternos de Madison fueron los primeros en llegar con
regalos: trufas de chocolate, dinero y libros. Me parecía mal aceptar algo de
ellos, pero lo hice de todos modos. El abuelo de Madison tenía una risa
como de hojas secas y dejó su cigarro para encender uno nuevo.
El olor picante del tabaco se mezclaba con el olor ahumado de los
filetes que crepitaban en la parrilla. Era un día frío y nublado, pero ni
siquiera eso podía empañar el ambiente. Había unas veinte personas, pero
podríamos haber alimentado fácilmente a otras veinte con la cantidad de
comida que se acumulaba en la mesa del comedor, por no hablar del
montón de filetes que esperaban junto a la parrilla. Asistieron primos, tíos,
padrinos y tías abuelas de Madison. Había tantos invitados que ni siquiera
podía recordar la mitad de sus nombres. Por suerte, la mayoría me preguntó
si estaba bien y me abrazaron antes de ir a buscar algo para comer. Eran un
grupo hambriento. Solo el tío Scott, el hermano mayor de Ronald, y su
esposa, la tía Cecilia, estaban a mi lado como si fuera pegamento.
El tío Scott, que tenía un bigote que se enroscaba alrededor de sus
labios como un ceño fruncido constante, contaba chistes verdes sobre
monjas y pingüinos que hacían que doliera mi garganta de la risa, mientras
la tía Cecilia se reía de cada uno como si lo escuchara por primera vez.
Verlos interactuar me hizo reír aún más que los chistes.
Toda la casa vibraba con risas, conversaciones, y algún otro eructo del
tío Scott. No podía recordar un momento en el que hubiera sido más feliz.
La sonrisa parecía estar permanentemente tallada en mi rostro, mis
músculos dolían por el uso desconocido. ¿Así era como podría haber sido
mi vida si hubiera sido normal? En ese momento, deseé más que nada poder
conservarlos; ser algo más que una impostora con una familia prestada.
Me di la vuelta, sintiendo que me sofocaría si estaba con ellos un
momento más. Me dirigí a la cocina, con la esperanza de encontrar un
momento a solas, pero en vez de eso encontré a Linda glaseando un enorme
pastel de crema de mantequilla. No me escuchó entrar por el ruido que
venía del resto de la casa y me detuve un momento para observarla mientras
extendía el glaseado con una espátula. Tenía una pequeña sonrisa de
felicidad en su rostro. Instintivamente, mis dedos se cerraron en torno al
colgante de la rosa que tenía sobre el esternón, para reconfortarme.
Linda se dio la vuelta y dejó caer la espátula, poniendo una mano
sobre su corazón.
—Dios mío, Maddy, me has asustado.
—Lo siento, no era mi intención. Solo necesitaba... —Me quedé en
blanco, sin saber cómo decirle que necesitaba un respiro de su familia. Me
miró con complicidad.
—Lo sé. Pueden ser bastante abrumadores —dijo mientras recogía el
soporte del pastel y se dirigía al comedor—. Regreso en un minuto.
Me quedé mirando por la ventana de la cocina, todavía sosteniendo el
colgante. Un destello de cabello rubio blanquecino había rodeado la
propiedad y se había detenido detrás de la valla. Cuando se acercó un paso,
su rostro se hizo visible: Phil Faulkner. Parecía estar mirando algo. ¿Mi
ventana? Sabía que vivía cerca, pero nunca lo había visto merodeando por
el vecindario. ¿Podría ser el tipo que vigilaba mi ventana? ¿Qué es lo que
hace?
Sus ojos se movieron hacia la ventana de la cocina, donde captó mi
mirada. Llevaba algo en la mano, pero desde mi punto de vista no pude ver
lo que era. Se dio la vuelta rápidamente y se alejó a toda prisa. Y entonces
vi lo que llevaba: una caña de pescar. El informe patológico había dicho que
las víctimas fueron estranguladas con un cable. ¿Y si era un hilo de pescar?
Debatí entre seguirlo o no cuando Devon entró en la cocina, llevando
una bandeja vacía. Era la misma que había visto con filetes y costillas
apilados en la sala de estar hacía unos minutos.
—¿Mucha gente va a pescar por esta zona?
Abrió la nevera y apiló aún más carne en la bandeja.
—Mucha gente lo hace. El lago es una buena zona de pesca.
Fruncí el ceño ante la pila de carne. Los hoyuelos marcaron las
mejillas de Devon cuando se dio cuenta de que lo miraba fijamente, y sus
ojos tenían un brillo travieso.
—No me digas que vas a asarlas —dije, siguiéndolo a través de la
sala de estar y hacia el patio trasero, donde una columna de humo se
elevaba hacia el cielo.
—Papá me pidió que ocupara su lugar en esta ronda —dijo Devon
mientras cargaba la parrilla con filetes del tamaño de un plato. La carne
crepitó al tocar la superficie caliente y una nueva ola de humo burbujeó en
el aire.
—Pero mamá ya ha llevado el pastel al comedor. Pensé que era la
hora del postre—. El grupo hambriento ya se había comido media vaca por
lo menos.
Devon dio la vuelta a los filetes con las pinzas de la barbacoa.
—Maddy. Una barbacoa Chambers no se acaba hasta que cada trozo
de carne se ha cocinado y devorado.
Oh, eso parecía algo que debería haber sabido.
—¿Qué pasa con el vello facial del tío Scott?
Devon sonrió y de repente pude respirar de nuevo.
—¿Te refieres a su bigote estilo porno?
Me reí y él también. Tanto que no se dio cuenta de que su mano se
acercaba peligrosamente a la rejilla caliente. Abrí la boca para advertirle,
pero era demasiado tarde. Su mano chocó con la barbacoa. La retiró de un
tirón, dejando caer las pinzas y soltando un siseo de dolor.
Mi estómago cayó en picada. Las quemaduras pueden ser feas, y esto
sería malo. Devon acunó la mano contra su pecho y se agachó para recoger
las pinzas como si fuera a seguir asando. Le quité las pinzas.
—Déjame ver tu mano.
Se apartó, su hombro formando un escudo entre nosotros.
—No es nada, Maddy. Ni siquiera toqué la rejilla.
—No seas estúpido. —Agarré su brazo y tiré de su mano hacia mí. La
giré, pero la piel solo estaba un poco roja, como si no hubiera pasado nada.
Se apartó y tomó las pinzas de la barbacoa, reanudando su trabajo.
—Te dije que no era nada. Solo me asusté. Apenas la toqué.
¿Me habían jugado una mala pasada mis ojos? Tal vez no había
tocado realmente la parrilla. Pero podría haber jurado que lo había visto
pasar. Lo vi hacer una mueca de dolor.
Ronald asomó la cabeza por la puerta trasera.
—¿Están hechos los filetes? El tío Scott ha pasado a sus bromas sobre
ovejas. Sería genial si pudiéramos hacer que se ocupara de masticar de
nuevo.
Levanté las cejas hacia Devon en busca de una explicación. Él sonrió.
—No preguntes. Créeme, no quieres saberlo.

***
Era casi medianoche cuando los últimos invitados se fueron. Me
sentía agotada por toda la felicidad y por saber que era efímera. Pronto
tendría que salir de este mundo y dejar solo oscuridad a mi paso, cuando
Linda y Ronald se enteraran de la verdad sobre la muerte de su hija.
Una vez apagadas las luces, bajé sigilosamente las escaleras y entré
de puntillas en el garaje. Utilicé una pequeña linterna para iluminar mi
entorno. Lentamente, dirigí el haz de luz sobre el banco de trabajo y el
equipo de camping. No había nada sospechoso: ni cuchillos, ni sedales, ni
cables. El alivio me inundó. Un crujido sonó detrás de mí.
—¿Qué estás haciendo?
Me di la vuelta, con el corazón golpeando en mi caja torácica. El haz
de luz de la linterna se fijó en el ceño de Devon y éste entrecerró los ojos.
Bajé el brazo.
—Pensé que estabas dormido —dije.
Miró por encima de mi cabeza hacia el garaje.
—No respondiste mi pregunta.
—No podía dormir y luego me pareció escuchar un ruido y me asusté
—dije rápidamente.
La preocupación apareció en su rostro.
—Deberías haberme despertado a mí o a papá. No deberías andar a
escondidas en la oscuridad —susurró. Miró hacia las escaleras; las voces de
Linda y Ronald llegaban desde su dormitorio. ¿Los habíamos despertado?
Creía que estaban durmiendo.
—Lo sé —dije—. Pero no quería preocuparlos. Ya me siento bastante
agobiada.
Abracé a Devon y apoyé mi mejilla en su pecho, sin estar segura de
que fuera un movimiento fraternal. Sus brazos me rodearon. Era cálido y
fuerte, y olía a piel, a algodón y a comodidad. Presioné mi nariz contra su
camisa, esperando que no se diera cuenta. Sabía sin lugar a dudas que él no
era el asesino, sin importar lo que dijeran los demás.
Capítulo 15

Desnudándome, abrí la ducha y me puse bajo el chorro de agua. Mi


piel comenzó a hormiguear y se extendió por todo mi cuerpo y durante un
glorioso momento mi mente se sintió vacía. Pero entonces empezó. Primero
en los dedos de mis pies, luego en mis pantorrillas y hasta mis muslos. Mi
piel ondulaba, se estiraba; mis huesos se movían, chasqueaban, se
recolocaban. La conmoción me mantuvo inmóvil. Las ondulaciones
aumentaron hasta que se apoderaron de todo mi cuerpo. Los cambios
involuntarios no debían producirse. Ni ahora ni nunca.
Propuse que se detuviera, que mi cuerpo obedeciera mis órdenes. Mi
piel ondulaba y se movía en pequeñas ondas, como si hubiera bichos
arrastrándose bajo su superficie. Eso no era normal. Nunca me había
pasado.
Agarrando una toalla, salí de la cabina de ducha y tropecé cuando mis
piernas se acortaron unos centímetros. Mis rodillas chocaron con el suelo de
baldosas, enviando chispas de dolor a través de ellas. Extendí los brazos
delante de mí. Me estremecí, lo que provocó una nueva oleada de
ondulaciones en mi cuerpo mientras mi piel se volvía más pálida.
Me agarré al lavabo y me puse de pie. Me tambaleé hasta el espejo
para ver mi reflejo. Mi rostro estaba cambiando, remodelándose lentamente.
Seguía siendo el rostro de Madison, pero mis ojos se estaban volviendo
turquesa. Primero uno, como uno de esos huskys siberianos con ojos de
distinto color, y luego el otro. Mis labios se retorcían, mi flequillo se
alargaba y se volvía castaño. Me estaba sucediendo. Podía verlo y sentirlo,
pero no podía detenerlo.
Cerré los ojos con fuerza, negándome a creer lo que veía. ¿Por qué no
se detenía? Mi cuerpo se rasgaba, se desgarraba, se estiraba, y luego se todo
se detuvo. Miré mi reflejo. Ya no era el que debía mostrar, al que me había
acostumbrado.
Nariz pecosa, mechones castaños, ojos turquesa. Madison había
desaparecido.
Me estremecí. Un charco se había acumulado alrededor de mis pies,
donde el agua goteaba de mi cuerpo y de mi cabello. Me sentía más agotada
que después de correr un maratón. Aunque mi cuerpo obedecía ahora,
dudaba que encontrara la fuerza para volver a entrar en el cuerpo de
Madison.
Escuche unos pasos subiendo las escaleras. Me dirigí a la puerta a
tropezones y giré la cerradura.
—¿Maddy? ¿Está todo bien?
Ahogando mi pánico, abrí el grifo, esperando desesperadamente que
el sonido del agua corriendo alejara a Linda. Me presioné contra la pared
más lejana, junto al inodoro, lo más lejos posible de la puerta.
—¿Maddy?
Si le respondía, se daría cuenta de que no era la voz de Madison.
¿Qué debía hacer?
Sus pasos se detuvieron frente a la puerta.
—¿Maddy? —Llamó a la puerta—. Maddy, cariño, ¿Estás bien? —
No se iría hasta saber que estaba bien.
Aclaré mi garganta y traté de sonar como Madison.
—Solo estoy tomando una ducha antes de acostarme. Estoy bien. —
No era una imitación muy buena, pero con suerte el sonido del agua
corriendo ayudaría a ahogarlo.
—¿Estás segura? —Podía escuchar la preocupación en su voz. Giró el
pomo, pero la puerta estaba cerrada.
—Sí, solo estoy duchándome. No te preocupes, mamá.
La palabra mamá escapó tan fácilmente de mis labios que me asustó.
—¿No te has duchado ya?
Piensa, Tessa, piensa.
—Empecé, pero escuché mi teléfono y salí para ver quién me
mandaba un mensaje.
Se hizo el silencio al otro lado de la puerta.
—¿Quién era?
—Ana.
Vete, pensé. Por favor.
—Está bien. Despiértame si necesitas algo.
Espere un momento más antes de que sus pasos se alejaran de la
puerta. Volví a abrir la ducha y esperé hasta asegurarme de que todo el
mundo estaba a salvo en la cama. Cuando me aseguré de que no había
nadie, me apresuré a entrar en mi habitación y la cerré con llave. Mi propio
reflejo me miraba desde el espejo de la puerta. Las sombras se extendieron
bajo mis ojos. Mis dedos rozaron mi garganta inmaculada. Me había
acostumbrado a sentir la cicatriz allí.
Necesitaba volver a convertirme en Madison. Cerrando los ojos,
intenté activar la sensación de ondulación, pero no sentí nada, ni siquiera el
más mínimo cosquilleo. Las gotas de sudor se mezclaban con el agua de mi
cabello y se acumulaban en la toalla que rodeaba mi cuerpo.

***
Exhausta, me arrodillé, seguía siendo Tessa. Era medianoche. Llevaba
casi una hora intentando cambiar de nuevo.
Busqué a tientas mi teléfono y marqué la marcación rápida de Alec.
Él contestó después del segundo timbre.
—¿Hmm? —Su voz era grave por el sueño y el sonido envió un
agradable escalofrío por mi espalda—. ¿Tess?
Intenté hablar, pero las palabras se hundieron en mi garganta.
—Tess, ¿Qué pasa? —Su voz estaba llena de preocupación.
—Me estoy perdiendo, Alec. No puedo volver a cambiar. No sé qué
hacer. —Respiré profundamente, tratando de controlarme.
—Cálmate. Dímelo de nuevo, pero despacio esta vez.
—Ya no soy Madison. Mi cuerpo volvió a ser el mío y ahora no
puedo volver a cambiar. No sé qué hacer. ¿Y si estoy perdiendo mi
Variación?
Escuché crujidos de fondo e imaginé a Alec saliendo de la cama.
—¿Dónde estás?
—Me encerré en mi habitación. Linda sospechaba, pero ahora todos
duermen.
—Aguanta. Estaré allí en unos minutos. —Más crujidos.
Probablemente se estaba vistiendo.
—Podría trepar por la ventana —dije.
—Espera hasta que esté allí. Me aseguraré de que no te rompas el
cuello.
Antes de que pudiera ofrecerle una respuesta ingeniosa, finalizó la
llamada. Acuné el teléfono contra mi pecho. Tardaría unos diez minutos en
llegar.
Al mirar mi cuerpo tembloroso, me di cuenta de que aún estaba
envuelta en una toalla. Agarré algo de ropa de la cómoda y me la puse. La
ropa se ceñía a mi cuerpo, mejor adaptada a la diminuta complexión de
Madison.
Mi teléfono sonó una vez; Alec. Mi señal para abrir la ventana. Los
vellos de mis brazos se erizaron cuando el aire fresco golpeó mi piel
húmeda. Alec esperaba abajo, vestido de negro y sumido en la oscuridad.
Salí por la ventana y me agarré del borde mientras bajaba lentamente.
—Suéltate —dijo y lo hice.
Me atrapó con facilidad. Respiré su aroma y dejé que mi mejilla se
apoyara en su pecho. No me bajó inmediatamente, pero no iba a quejarme.
Podría haberme quedado en sus brazos para siempre.
—Tienes el cabello mojado. Agarrarás una pulmonía si no salimos del
frío —dijo, apretando brevemente su agarre sobre mí antes de bajarme.
Hubiera jurado que había olido mi cabello. A veces no estaba segura de lo
que era real y lo que era simplemente el resultado de una ilusión. A veces
no quería saberlo.
Nos mantuvimos en las sombras mientras nos apresurábamos hacia su
auto, que estaba estacionado a la vuelta de la esquina. Las ventanas de las
casas de los vecinos estaban a oscuras. Por lo visto, las personas de
Livingston no tenían horarios tardíos. Cerramos las puertas del auto en
silencio, y me desplomé contra el asiento mientras Alec ponía la llave de
contacto. Solo podía esperar que la casa de los Chambers durmiera toda la
noche sin notar mi ausencia. Aunque, nada podría ser peor que si me
descubrieran como Tessa.
Alec me miró.
—Cuéntame otra vez lo que pasó.
Mientras contaba la historia, cada palabra parecía agotarme. Él sopesó
cuidadosamente mis palabras antes de responder.
—¿Por qué sucede? ¿Por qué pierdes el control?
Podría haber muchas respuestas a esa pregunta. Emociones. Estrés.
Distracción. Porque no podía sacarlo de mi mente. O porque me sentía más
feliz en mi vida fingida dentro del cuerpo de otra persona de lo que me
había sentido nunca. O tal vez porque me preocupaba que todavía no
tuviéramos ninguna pista de quién era el asesino. La lista podría haber sido
interminable.
—No lo sé. Tal vez sea la presión —dije finalmente.
—Puede pasarle a cualquiera —respondió—. No te preocupes, estás
haciendo un gran trabajo. —Era como si pudiera leer mis pensamientos.
—No lo estoy haciendo. Algo me pasa.
—Solo tienes que relajarte. Vamos a hacer algo para que te olvides de
las cosas. —Esperaba que la oscuridad del auto ocultara mis mejillas
sonrojadas. No quería que Alec supiera lo que quería hacer, lo que sus
palabras me hacían pensar—. Hay un autocine en las afueras de la ciudad.
Había escuchado a las otras chicas hablar de eso en el vestuario, y por
sus historias no parecía que la película fuera el verdadero entretenimiento.
Eso podría ser bastante incómodo. Pero, no obstante, me escuché a mí
misma estar de acuerdo.
Alec se detuvo junto a la taquilla, donde un anciano estaba sentado,
desplomado contra la pared. Parecía lo suficientemente viejo como para
haber luchado en la Guerra de la Independencia y tenía las cicatrices que lo
demostraban. Su rostro parecía como si alguien hubiera pasado un rastrillo
por él, repetidamente. Tenía la barbilla apoyada en su pecho y podía
escuchar los ronquidos que salían de sus labios entreabiertos incluso a
través de las paredes de la cabina. ¿Así pasaba las noches?
Alec tuvo que llamar dos veces a la ventana antes de que el viejo se
despertara. Tardó aún más en despertarse lo suficiente como para
atendernos. Alec pagó los billetes y un enorme bol de palomitas de maíz
recalentadas y ligeramente rancias. Mientras el olor a mantequilla se
extendía por el auto, Alec rodeó el autocine en busca de un buen sitio.
Cuando encontró un lugar libre, sentí que la tensión abandonaba mi cuerpo.
El autocine estaba casi vacío y teníamos un lugar privilegiado con una
vista perfecta de la pantalla. Alec colocó las palomitas en la repisa entre
nosotros. No estaba segura de sí era para evitar que nos acercáramos
demasiado o solo para que pudiera alcanzarla. Decidí por la segunda
opción.
La película era Alien.
La había visto decenas de veces y me alegraba que no tuviéramos que
ver nada remotamente romántico. Me sabía toda la película de memoria,
pero cuando el alienígena encuentra a su primera víctima me estremecía
cada vez.
—Parece que nunca nos cansamos de ésta —se rio Alec.
La habíamos visto al menos cinco veces juntos.
—En serio. Cada vez que la veo, me gusta más. A veces se necesita
algo de tiempo para apreciar cada detalle de algo. Cuanto más la ves, más te
gusta —dije. Mirándolo. Sus ojos parecían tan intensos. Parecían brillar en
la oscuridad del auto—. Eso sonó estúpido —añadí con una risa
avergonzada.
Él no se rio, ni siquiera esbozó una sonrisa, solo me miró fijamente.
—No es una estupidez. Tienes toda la razón. —Agarró un puñado de
palomitas, pero no se las comió, solo las sostuvo en la mano—. ¿Recuerdas
la primera vez que vimos esto juntos?
Asentí. Claro que me acordaba. Llevaba apenas unas semanas
viviendo con la FEA e intentaba llamar a mi madre por enésima vez. Me
preocupaba que le hubiera pasado algo porque nunca podía localizarla, pero
ese día sí que había respondido. Me sentí tan feliz y aliviada, ansiosa por
contarle sobre mis nuevas clases, mi nueva habitación, mi nueva amiga
Holly, hasta que me interrumpió a mitad de la frase y dijo que no volviera a
llamarla. Algo se había roto en mí ese día, un sentimiento que no podía
compartir con nadie. Me escondí en la casa de la piscina, detrás del cubo de
las toallas mojadas, sola en la oscuridad, y lloré a lágrima viva. Allí me
encontró Alec.
Se sentó en el húmedo suelo junto a mí y me dejó llorar en su pecho.
Apenas lo conocía, pero me sentí muy cómoda en su presencia. Más tarde,
cuando estaba calmada, me contó la historia de cómo sus padres lo habían
abandonado en un centro comercial durante las vacaciones de Navidad,
cuando solo tenía cinco años. Dijo que el dolor se fue desvaneciendo
después de un tiempo, que el tiempo atenuó los recuerdos y reparó las
cicatrices. Dijo que entendía cómo me sentía y que estaba bien sentirme así.
Después vimos todas las películas de Alien seguidas hasta el amanecer.
—Esa fue la primera vez que me di cuenta de lo mucho que quería
mantenerte a salvo —dijo—. Fue la primera vez que conocí a alguien que
me entendía. Nadie me entiende como tú.
Dejé de respirar y me obligué a tragar mi último bocado de palomitas.
Fue un milagro que no se atascara en mi garganta seca. Sus ojos
parpadearon hacia mí y vi que, por primera vez en mucho tiempo, estaban
con la guardia baja. Me deseaba. Tal vez tanto como yo lo deseaba a él, y
sin embargo algo lo retenía.
Se acercó y su pulgar rozó mi mejilla donde un mechón de cabello
húmedo se había pegado a mi piel. El calor floreció bajo las yemas de sus
dedos, extendiéndose por todo mi cuerpo y acumulándose en mi vientre.
Sus dedos se detuvieron y su mirada se fijó en la mía, como si aún
necesitara confirmación de que yo quería esto. Humedecí mis labios y sus
ojos siguieron el movimiento, un músculo en su mandíbula se movió en
respuesta. Pude ver la lucha en su rostro, sentir la vacilación en su tacto.
¿Se echaría atrás? El aire era sofocante, pero apenas respiraba. Su cabello
era tan negro como la noche que nos rodeaba.
Su mano seguía apoyada en mi mejilla, pero poco a poco empezó a
bajar, recorriendo mi garganta hasta que finalmente se apoyó en mi
clavícula. Dibujó pequeños círculos en mi piel.
Algo cambió en su rostro, como si hubiera perdido la batalla, y se
inclinó hacia mí mientras el bol de palomitas caía, derramando su contenido
por el suelo del auto. Ninguno de los dos hizo ningún movimiento para
recogerlo. Y, de repente, ya no había espacio entre nosotros. Sus ojos se
dirigieron a mis labios y luego, sin más, cerró la brecha. Sus labios se
posaron en los míos, suaves y tanteadores al principio, y una vez superada
mi timidez, exigentes y duros. Pasé mis manos por su cabello y por su
espalda, sintiendo sus músculos ondear bajo las yemas de mis dedos. Se
sentía tan bien; besarlo se sentía tan bien.
Sus dedos recorrieron mi oreja, mi cuello, mi caja torácica. Su tacto
dejaba fuego a su paso. Un extraño gemido salió de lo más profundo de mi
garganta cuando sus palmas se movieron debajo de mi camiseta, rozando mi
estómago. Su piel estaba caliente como la lava, pero mi piel se erizaba allí
donde la tocaba.
Alec estaba besándome. A la verdadera yo, no a una impostora, no a
Madison, no a una versión falsa de Kate. Su lengua recorrió la comisura de
mis labios, los separé para él y él aceptó la invitación. Casi gemí cuando su
lengua acarició la mía y más calor se acumuló en mi vientre y se instaló
lentamente entre mis piernas.
—Tess —susurró la palabra contra mi oreja y mi garganta. Sus besos
perdieron su frenesí. Los latidos de mi corazón se ralentizaron. Enterró su
rostro en el pliegue de mi cuello. Escuché nuestra respiración entrecortada y
coloqué mi mano sobre la suya, que estaba apoyada sobre mi caja torácica.
Su mano era tan grande que casi abarcaba todo el ancho de mi pecho.
Apuesto a que podía sentir el latido de mi corazón contra su palma—. Hace
mucho tiempo que quería hacer esto —murmuró contra mi garganta.
La felicidad estalló como fuegos artificiales dentro de mi cuerpo. Ahí
estaba, la única cosa que había querido escuchar de él durante tanto tiempo.
Una vocecita en mi cabeza quería preguntarle: Entonces, ¿Por qué
demonios no lo has hecho antes? Pero sabía a dónde nos llevaría eso y no
quería llegar a eso... todavía. Dejo otro beso contra mi clavícula antes de
enderezarse en su asiento. Noté con satisfacción que su cabello estaba
completamente despeinado por mis dedos y que sus labios estaban
hinchados por nuestros besos. No quería que nos detuviéramos, pero sabía
que había cosas que debíamos discutir antes de seguir adelante,
principalmente Kate. Tal vez debería haberme sentido culpable, pero aún
estaba demasiado drogada por el beso.
El estridente sonido del timbre casi hace saltar el corazón de mi
pecho. Alec buscó el celular en los bolsillos y puso los ojos en blanco
cuando vio la pantalla. “Mamá”, decía el identificador de llamadas. Pensé
que Alec no había visto a sus padres desde que había llegado a la FEA.
—¿Qué quieres? —En cuanto escuché su tono, me di cuenta de lo
estúpida que había sido. Por supuesto, no era su verdadera madre. Era
Summers, su mamá de mentira para la misión—. Jesús, Summers, suenas
como una niñera. —No pude escuchar su respuesta, pero debió ser algo
igualmente insultante porque Alec sonrió. Quise estirar la mano y agarrarlo,
solo para asegurarme de que no estaba soñando, pero no estaba segura de
que nuestro beso me diera derecho a seguir tocándolo.
Su rostro se tensó ante algo que dijo.
—De acuerdo. Dile que estaré en casa pronto. —Terminó la llamada.
—Nunca pensé que Summers fuera del tipo maternal —dije.
—No lo es, créeme. No está contenta sin alguien a quien dar órdenes
y le preocupa que nos descubran si no estoy en casa como un buen
adolescente. Y el Mayor apareció hace unos minutos. Al parecer, quiere
hablar conmigo. —Parecía ansioso ante la perspectiva.
Toqué su mejilla, su barba incipiente pinchó las yemas de mis dedos.
—Todo irá bien. —Sin pensarlo, me incliné hacia él y besé sus labios.
Por un momento pensé que se apartaría, pero entonces sus brazos me
rodearon. Su lengua volvió a encontrar la mía y sus brazos me presionaron
contra él con fuerza mientras nos besábamos durante varios minutos.
Cuando Alec por fin se apartó, yo estaba sin aliento y sonrojada.
—Tenemos que llevarte a casa —dijo Alec después de un momento
—. ¿Puedes volver a cambiar?
Intenté relajarme contra el asiento y cerré los ojos, muy consciente de
la mirada de Alec sobre mí. Busqué mi Variación, traté de coaccionarla.
Nada.
—Puedes hacerlo. —La voz de Alec era tranquila y llena de
confianza, y de repente yo también la sentí. Calma y confianza. Era como si
sus palabras se hubieran infiltrado en mí y hubieran borrado todas las dudas
y preocupaciones.
Las ondulaciones empezaron en los dedos de mis pies y subieron por
mi cuerpo, y al cabo de unos segundos todo acabó.
—¿Y? —pregunté.
Él sonrió.
—Lo hiciste.
No pude resistirme. Me incliné y lo besé de nuevo. No quería
detenerme nunca.
Capítulo 16

A la mañana siguiente, Devon permaneció en silencio durante nuestro


viaje a la escuela. Estaba agotada. No me había atrevido a dormir en toda la
noche, temiendo volver a transformarme en mi propio cuerpo. Parecía que
él tampoco había dormido mucho, como si algo lo molestara.
—¿Pasa algo? —pregunté. Mi voz fue repentinamente fuerte en el
silencio del auto y Devon se encogió de sorpresa como si hubiera olvidado
que estaba a su lado.
—¿Por qué lo preguntas?
—Pareces tenso —dije, observando su rostro en busca de una
reacción.
—No dormí mucho. —Entonces, como si se hubiera encendido un
interruptor, me dedicó una sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor
—. No te preocupes, Maddy.
Entramos en el estacionamiento, donde Ana esperaba. Devon salió
corriendo del auto antes de que pudiera preguntarle algo más. Su
comportamiento no ayudó a calmar mi curiosidad. Definitivamente, algo
iba mal. Ana se acercó a nosotros mientras yo salía del auto, pero Devon se
dirigió inmediatamente hacia el edificio de la escuela. Parecía que el diablo
le pisaba los talones.
—¿Qué pasó? Pareces sospechosamente feliz —dijo Ana.
Mi estómago estalló de mariposas al pensar en volver a ver a Alec.
Me encogí de hombros.
—Solo estoy feliz, supongo.
—¿Supones? ¿Tuviste otra cita con Alec? Ni siquiera me has contado
nada de la última. ¿Qué pasa con ustedes? Soy tu mejor amiga. Merezco
saberlo.
—Te lo diré pronto. Lo prometo. Estoy algo distraída en este
momento, enloqueciendo con un examen más tarde. —Eso era una mentira,
por supuesto. Pero al menos podría contarle lo del beso. Si Alec y yo nos
juntábamos, todos en la escuela se enterarían de todos modos. Me pregunté
si ya había roto con Kate. ¿Le hablaría de nosotros?
Mis ojos se dirigieron hacia el estacionamiento de profesores, donde
Yates buscaba algo en el maletero de su auto.
—Dame un momento —le dije a Ana mientras estiraba el cuello para
ver mejor. Había algunos objetos esparcidos por el maletero (zapatillas, una
raqueta de tenis, algunos libros), pero mis ojos se posaron en un enorme
bote de desinfectante. ¿Lo necesitaba para limpiar las evidencias? Tal vez
encontraría la forma de entrar en su auto más tarde para buscar pruebas.
Di la vuelta y me alejé a toda prisa. Tenía que hablar con Alec al
respecto. Ana se puso a mi lado mientras nos dirigíamos al edificio y a
nuestra primera clase. Alec aún no estaba en su lugar, pero todavía faltaban
unos minutos para que empezara la clase. La señora Coleman entró en el
salón de clases. Su vestido, con su cuello gigante y su llamativo estampado
floral, probablemente se consideraba un delito en algunos países.
—Tiene mucho sentido del estilo —susurró Ana. Solté una carcajada
que transformé en tos cuando los ojos furiosos de la señora Coleman se
posaron en mí. Mis pensamientos regresaron a Yates. Las pruebas contra él
eran abrumadoras. Había tenido una aventura con Madison, había estado en
el lago cerca de la hora del ataque y, al parecer, era el que más ganaba con
su desaparición. Era casi demasiado fácil. Tenía que averiguar por qué
había matado a las otras. Tal vez podría entrar en su casa también. Aunque
compartiera el lugar con su esposa eso no significaba que no escondiera
pruebas en algún lugar.
El timbre sonó justo cuando Alec entró en el salón. Me senté más
erguida, tratando de ver sus ojos. Se sentó sin mirar en mi dirección.
Lo miré por encima de mi hombro, mientras la señora Coleman
empezaba a garabatear en la pizarra. Él se entretuvo revolviendo sus libros
de texto y su cuaderno, pero finalmente no tuvo más remedio que mirarme a
los ojos.
Lo que había sucedido ayer entre nosotros se había acabado y
olvidado. Su rostro estaba inexpresivo como el de una estatua, sus ojos
duros y sin emoción. El dolor se abatió sobre mí. ¿Así que esto era todo?
¿Me besó y siguió adelante? Su rostro se suavizó y sus ojos se llenaron de
arrepentimiento, mezclado con algo parecido a la culpa y la simpatía. No
quería estar en el extremo receptor de ninguna de ellas. Me obligué a
endurecer mi expresión y miré hacia otro lado.
Escuché a la señora Coleman, fingí interés, asentí cuando era
apropiado, me reí cuando era de esperar y tomé notas. Pero por dentro, me
sentía vacía. En cuanto terminó la clase, me levanté de mi asiento, colgué
mi mochila al hombro y salí a toda prisa del salón. Tal vez debería haber
esperado a Ana, pero no podía arriesgarme a encontrarme con Alec cuando
sabía que sus palabras me derrumbarían.
Un cosquilleo comenzó en los dedos de mis pies y el pánico me
invadió. Aquí no. Ahora no.
Solté mi mochila, cayó al suelo con un ruido sordo, pero no me
importó. Empecé a correr, con los pies apenas tocando el suelo, mientras
movía mis piernas. Los pasillos se llenaron de personas que salían de los
salones. Algunos se detenían para mirar. Chocaba con ellos y los empujaba,
ignorando sus maldiciones.
La ondulación llegó a mis piernas. Escuché que alguien me llamaba
por mi nombre.
Atravesé la puerta principal de la escuela. Finalmente, salí al exterior
y aumenté la velocidad hasta que mis costados ardieron y mis pulmones se
contrajeron. Las ondulaciones se abrieron paso en mis muslos, a través de la
parte superior de mi cuerpo.
Pronto estaría de vuelta en mi propio cuerpo. En medio del patio de la
escuela. A la vista de cualquiera que se preocupara por mirar afuera.
La ondulación se convirtió en un temblor que casi me hizo caer al
suelo. A último momento, detuve mi caída contra un árbol. Apoyando la
frente en la áspera corteza, respiré profundamente, tratando de recuperar el
control de mi cuerpo. Mis dedos se aferraron al árbol. Sus bordes ásperos se
clavaban mi piel, cortando, quemando. Las ondulaciones se detuvieron en
algún lugar de mi pecho y desaparecieron lentamente. Mi respiración se
niveló. Solté el árbol y me enderecé.
Unos pasos crujieron en el asfalto rugoso. No eran los tacones de
Ana. Zancadas largas y certeras. Estaba cerca. Podía sentir su presencia
justo detrás de mí como una sombra.
Me preparé para las palabras que inevitablemente llegarían.
—Tenemos que hablar —dijo Alec, con voz tranquila—. No sé qué
me pasó ayer. Lo siento.
Sabía que no debía tocarme, pero estaba tan cerca que podía oler su
loción.
—¿Lo sientes? —susurré. Las palabras salieron temblorosas. No
porque fuera a llorar. Por una vez, ya había superado ese punto. Esta vez
estaba temblando de rabia. Enfada con él por jugar conmigo, por ignorar
meses de tensión, y luego besarme y actuar como si no significara nada.
Enfada con el Mayor por obligarnos a trabajar juntos, aunque sabía que se
estaba gestando algo entre nosotros. Pero, sobre todo, estaba enfadada
conmigo misma por ser tan estúpida y tan débil.
Me giré para mirarlo.
—¿Entonces qué, cambias de opinión de un día para otro y se supone
que tengo que aceptarlo sin más? —Chasqueé los dedos. ¿Cómo podía
hacerme esto? Había dicho que quería besarme desde hacía mucho tiempo.
Había dicho que nadie le entendía como yo. ¿Había estado mintiendo?
—Yo… —Negó la cabeza—. Perdí el control y eso no puede volver a
suceder. Hablé con el Mayor...
—¿Se lo dijiste al Mayor? —Había pensado que lo ocurrido era algo
sagrado entre él y yo, algo especial.
—No, él ya lo sabía. No era tan difícil de adivinar conmigo afuera en
medio de la noche y todo eso. De todos modos, no importa. —Respiró
profundamente—. Tienes que olvidar lo que pasó ayer. Solo pondrá en
peligro la misión. —Su tono era tan controlado, tan poco emocional, que
me preguntaba si esto no significaba nada para él. ¿Cómo podía encender y
apagar sus emociones de esa manera cuando yo sentía que había perdido el
control por completo?—. No debería haber ocurrido. Fue un error.
Tú eres un error. Eso es lo que quería decir. Después de todo lo que
habíamos pasado, había pensado que él, de entre todas las personas, no me
lastimaría así.
—Sí —dije con dureza—. Tienes razón. Fue un error. —Me negué a
mirarlo y pasé de largo, pero él extendió la mano, tocando mi hombro. Me
eché hacia atrás—. No me toques nunca más. —Quería odiarlo, pero
incluso ahora la mirada de sus ojos despertó algo en mi interior.
Bajó su brazo.
—Lo siento mucho. —Antes de que saliera de mi alcance, escuché
unas palabras que estaba segura de que no estaban destinadas a que yo las
escuchara—. Por más de lo que nunca sabrás.
Dentro, los pasillos se habían despejado. La siguiente clase estaba a
punto de comenzar y yo seguía temblando de emoción. No tenía ni idea de
dónde encontrar mi mochila. No estaba donde había caído.
Me dirigí a mi casillero, tratando de evitar que mi garganta se
contrajera. No iba a llorar. No aquí, no ahora, y desde luego no por él. No se
merecía mis lágrimas.
Abrí mi casillero y apoyé la cabeza en la puerta.
—He recogido tus cosas.
La voz me resultaba familiar. Levanté la cabeza, sin importarme lo
molesta que parecía. Phil Faulkner estaba de pie frente a mí, sosteniendo mi
mochila. ¿Me había estado siguiendo? ¿Nos había observado a Alec y a mí?
Se la quité con un cortante “gracias”. Sabía que debería haber dicho algo
más, pero hablar de cosas sin importancia era lo último que me apetecía.
—¿Qué pasó? —Sus ojos (ese espeluznante azul) eran demasiado
inquisitivos, su expresión demasiado comprensiva. Algo no iba bien con él.
Siempre estaba observándome, siempre rondando cerca. Su mano se movió
hacia la mía, pero luego dejó caer el brazo a su lado. Intenté dar un paso
atrás, pero me tropecé con la pared. Pasé junto a él, con cuidado de no
tocarlo.
—Tengo que ir a clase, pero gracias de nuevo.
Capítulo 17

Esa noche me dediqué a investigar en Internet, aunque no esperaba


encontrar nada. Otros agentes más experimentados habían examinado los
expedientes de los casos hasta la saciedad y seguramente se habrían dado
cuenta de que algo no encajaba, pero yo necesitaba distraerme de la
sensación de vacío en mi vientre. Y tal vez un ojo menos entrenado sí que
lo conseguiría. Tenía que atrapar al asesino para que Madison pudiera
descansar en paz.
La base de datos de la FEA contenía algunas fotos seriamente
desagradables y espeluznantes de las escenas del crimen, tomas tan
perturbadoras que estaba claro por qué no me las habían dado antes.
Una de ellas era una foto de la cabeza del conserje, el señor Chen, que
había sido asesinado en el patio trasero de su casa. Salía sangre de sus
orejas y la nariz, y tenía los ojos muy abiertos y saltones. Su expresión
(adolorida y cansada) me hizo pensar que había luchado mucho tiempo
antes de morir. El asesino no había utilizado un cable para estrangularlo y la
FEA aún no había averiguado cómo lo había hecho exactamente. Intenté
acercarme lo más posible a las marcas alrededor de su garganta y cambié la
resolución, pero una foto no daba la misma impresión que hubiera dado ver
el cuerpo. Aun así, la línea alrededor de la garganta del señor Chen era
claramente diferente a la de Madison. Lo que se había utilizado no había
cortado su piel y el hematoma parecía como si se hubiera utilizado algo
como un chal de seda o algo similarmente suave. No podía imaginar que
Yates o Devon llevaran un chal de seda...
El ping de un correo electrónico entrante interrumpió mi búsqueda.
Hice click en el pequeño sobre de Holly, que probablemente era una
respuesta al incoherente correo electrónico que le había enviado sobre Alec.
Hola cariño,
Lo siento mucho, mucho. No puedo creer que eso haya pasado.
Quiero retorcer su cuello.
¿Por qué demonios no puede Alec sacar la cabeza de su culo y darse
cuenta por fin de que son perfectos el uno para el otro? Aunque ahora no te
merezca después de toda la mierda que te ha hecho pasar. No lo entiendo.
Nunca ha sido un idiota insensible antes. Tal vez Kate le lavó el cerebro
durante su misión hace unos meses. Eso explicaría por qué soporta sus
malos tratos. Ojalá estuviera allí para distraerte.
Abrazos.
Holly
P.D. Teñí mi cabello de color rojo furioso en tu honor.
Cerré el correo electrónico, cansada de pensar en Alec, antes de
volver a la base de datos de crímenes. Dos de las víctimas (Madison y
Kristen) habían sido encontradas cerca del lago. Había fotos de las A que el
asesino había marcado en la piel de sus víctimas. Todas eran idénticas a la
de la caja torácica de Madison. Toqué la marca bajo el sujetador.
Tenía que haber algo más aquí, algún detalle que el asesino olvidara
cubrir. Busqué en Google más menciones sobre los asesinatos y encontré
unos cuantos artículos en la página web de un periódico local.
El primero era sobre el señor Chen.
—El señor Mendoza estaba en su carrera nocturna cuando la densa
niebla lo obligó a tomar un atajo más allá del patio trasero de la víctima...
¿Densa niebla? Había niebla la primera noche que vi al desconocido
mirando por la ventana y después cuando lo seguí hasta el bosque. Y la
niebla había impedido a Alec atrapar al tipo. ¿Y no había dicho Yates que
había sido un día de niebla cuando atacaron a Madison?
Hice click en un artículo sobre Kristen Cynch y lo ojeé hasta
encontrar lo que buscaba.
—La recuperación del cuerpo de la estudiante de último año de
secundaria Kristen Cynch (17 años) se complicó por la niebla que cubría
partes de la costa norte.
Mi mano tembló cuando abrí el siguiente informe sobre la doctora
Hansen.
—Los vecinos no encontraron el cuerpo hasta la mañana siguiente,
después de que la niebla se hubiera disipado.
Los artículos sobre Madison también mencionaban la niebla.
Livingston era notoriamente lluvioso, pero no podía ser una coincidencia
que todos los asesinatos fueran acompañados por una niebla curiosamente
espesa.
Niebla. Esa tenía que ser la pista que habíamos estado buscando. ¿Y
si el asesino era un Variante que podía controlar el clima de alguna manera?
Me levanté de un salto de la silla del escritorio y apagué las luces antes de
deslizarme por la ventana, casi rompiéndome el cuello al perder el agarre en
la cornisa. Ya llegaba tarde a la reunión. Summers no perdonaba la
tardanza, ni siquiera un hueso roto cambiaría eso.
Mis zapatos planos no hacen ruido en el asfalto mojado mientras me
abro paso por Livingston. Doblé una esquina y me detuve abruptamente
cuando la niebla se extendió frente a mí. Unos dedos lechosos e intangibles
de neblina me rozaron, haciéndome temblar. La niebla se enroscaba en
torno a mis piernas y brazos, arrastrándose por mi piel y cabello. Se sentía
como algo vivo, que respiraba. Como algo más que la naturaleza.
Me alejé. Un escalofrío rodeó mi tobillo como si fueran tentáculos,
fríos y escurridizos. No quería que me fuera. Jadeé ante la sensación de frío,
pero la niebla se tragó el ruido. Nadie me escucharía si gritara. Me armé de
valor y di una patada. Mis pies atravesaron el velo de niebla, pero el agarre
alrededor de mis tobillos desapareció. Corrí a través de la niebla, sin
respirar, sin detenerme, sin mirar por encima de mi hombro para ver si
alguien (o algo) me seguía. La humedad helada se deslizaba por cada
centímetro de piel expuesta, filtrándose en mis poros. Se apoderó de mí, me
hizo sentir frío por dentro y por fuera.
Temblando, llegué al porche de la casa de Summers y Alec y, cuando
me giré para mirar en la dirección por la que había venido, las calles
estaban despejadas. Había desaparecido. Ni rastro de la niebla... o de lo que
fuera que se había disfrazado de niebla.
Abrí la puerta principal con manos temblorosas. Llegaba unos
minutos tarde a nuestra reunión, pero no me importaba. No después de lo
que acababa de ocurrir. Se escuchaban voces en la sala de estar. Me quité
los zapatos (algo en lo que Summers era muy insistente) antes de seguir el
sonido. El Mayor, Summers y Alec estaban sentados alrededor de la mesa
del comedor. Así que el Mayor había vuelto a la ciudad. Dejaron de hablar
cuando me vieron.
Alec saltó de su silla y se precipitó hacia mí, con una expresión
alarmada en su rostro.
—¿Qué pasó? —Sus manos se posaron en mis hombros y no tuve
fuerzas para quitármelas de encima. Mi cuerpo estaba entumecido. Ya ni
siquiera sentía las piernas. Las paredes se inclinaron a mí alrededor y de
repente me encontré en los brazos de Alec.
—Estás congelada —dijo. Mi cabeza cayó hacia delante, con la
mejilla apoyada en su pecho, y lo miré. Aunque quería hablar, ningún
sonido salió de mis labios. Otra cabeza apareció junto a la de Alec.
Summers apoyó su mano callosa en mi frente y me incliné hacia su tacto.
Todos estaban tan cálidos.
—Prepara un baño caliente —ordenó Summers y el Mayor obedeció
sin dudar. Alec me llevó al baño. Cuando empezó a bajarme al borde de la
bañera, me aferré a él, un sonido ahogado de protesta salió de mi boca.
Nunca había sentido tanto frío, como si la niebla hubiera invadido mi
cuerpo y se hubiera instalado en lo más profundo de mis huesos.
—No te vayas.
Alec se encontró con mi mirada. Parecía que alguien lo había
apuñalado y estaba retorciendo la hoja. Mis dedos se enroscaron en su
cuello.
—Te necesito —susurré, las palabras tan tenues como la niebla. En
este momento, no me importaba lo que había pasado entre nosotros. Podría
volver a sentir resentimiento más tarde.
Summers me apartó de él. Casi había olvidado que estaba allí.
Jadeaba por el esfuerzo de sostener mi cuerpo. Alec me había cargado como
si no pesara nada.
—Alec. —La voz del Mayor retumbó en mi cabeza. Desviando la
mirada, Alec salió lentamente del baño, cerrando la puerta detrás de él.
Summers me sentó sobre la tapa del inodoro. Como una marioneta sin
su amo, me desplomé. Summers no habló mientras me mantenía erguida y
quitaba mi ropa. Lentamente, me bajó a la bañera, donde el agua corriendo
quemó mi piel. Se sentó en el borde. Me hundí más en el agua, intentando
cruzar los brazos sobre mi pecho. Me costó tres intentos antes de
conseguirlo.
Summers cruzó las piernas, el cuero de sus pantalones chirriaba al
rozarse. Su rostro estaba tenso.
—Esta reunión tenía como objetivo que tú y Alec volvieran a la
normalidad, para evitar que sus problemas personales se interpusieran en el
camino de esta misión. —Ignoré sus palabras y observé cómo mi piel se
volvía roja como una langosta por el agua caliente. No creía que esperara
que hablara y no estaba segura de poder hacerlo.
»Sabíamos que esta misión sería difícil para ti en muchos sentidos.
Sabíamos que hacerte parte de una familia iba a ser incómodo, pero era un
riesgo que teníamos que correr. —No estaba exactamente segura de hacia
dónde iba esto. Mis pensamientos aún eran confusos y necesitaba contarles
mi descubrimiento—. Necesito que me escuches. Más tarde, cuando nos
reunamos con el Mayor y Alec, podrás contarnos lo que pasó. Pero quiero
decir esto ahora. Probablemente no tendré otra oportunidad de hablar
contigo a solas pronto.
La sensación volvió lentamente a mis piernas y empezaron a
hormiguear.
—He visto la forma en que miras a Alec.
Cerré los ojos como si eso pudiera impedirle decir más.
—No es bueno desear algo o alguien que no puedes tener. Es
autodestructivo, y créeme, sé de lo que hablo. —Vi dolor bajo las duras
líneas de su mandíbula cuadrada. Si realmente sabía cómo me sentía,
también sabía que no podía desconectar mis emociones. Summers suspiró
—. Sabes, todavía estás en el cuerpo de Madison, ¿Te has dado cuenta?
No lo había notado. Las ondulaciones empezaron en los dedos de los
pies y subieron por mi cuerpo. Tardé un minuto en volver a mi propio
cuerpo. Todavía estaba débil.
Me desplomé contra la bañera. La sensación de ondulación me
invadió de nuevo, esta vez sin mi voluntad. Retorciéndome, deformándome,
estirándome
El agua salpicó por el borde y Summers soltó un grito de sorpresa. No
tuve que mirarme al espejo para saber que había vuelto a ser Madison.
¿Qué demonios estaba pasando? Primero no podía transformarme en
Madison y ahora no podía volver a mi propio cuerpo. Pero lo peor era que
ni siquiera me importaba. Madison me había permitido vivir una vida que
solo había soñado: una vida con una familia que la quería.
Summers me entregó una toalla, con una mirada inexpresiva.
—Te estás perdiendo en Madison. Tienes que aceptar que su vida
nunca podrá ser la tuya. Es importante que no lo olvides. Todo el mundo
quiere ser otra persona a veces, pero es crucial ser capaz de seguir adelante.
Unos minutos después, volvimos a la sala de estar. Yo seguía en el
cuerpo de Madison, vestida con la ropa que Summers me había dado. El
Mayor y Alec dejaron de hablar cuando entramos.
—Tienes mejor aspecto —dijo el Mayor—. Ahora cuéntanos qué
pasó.
Les conté lo de la niebla, lo de los artículos del periódico, lo de mi
sospecha. Las palabras salieron de mi boca sin pausa.
—Necesito un trago —dijo Summers mientras se levantaba y se
dirigía a la cocina. Volvió con algo que parecía y olía a tequila, junto con un
chocolate caliente para mí. Yo también habría preferido un tequila, pero el
Mayor y Summer preferían fingir que no bebíamos licores fuertes en las
fiestas de la FEA. Tal vez Summers tenía más instinto maternal escondido
detrás de su dura coraza de lo que yo le había dado crédito.
El Mayor y Alec hablaban en voz baja sobre las posibles variaciones
del asesino, cómo encontrarlo y cómo protegerme mejor. Le di un sorbo al
chocolate caliente. Al parecer, no se esperaba mi aportación. Eso me
molestaba y me hacía querer demostrarles aún más mi valentía. Summers
desapareció de nuevo en la cocina, probablemente por más tequila.
Finalmente, el Mayor se giró hacia mí.
—Alec tratará de vigilarte más de cerca. Pero recuerda, aunque las
pruebas apunten a Yates como el asesino, Devon sigue estando muy arriba
en nuestra lista de sospechosos. Debes evitar quedarte a solas con él en la
casa.
Eso no era tan fácil como parecía, ni creía que ayudara a nuestra
misión. Necesitaba enfrentarme a tantos sospechosos como fuera posible, a
solas, si queríamos encontrar al asesino y hacer justicia. Sin embargo, no
discutí, habría sido inútil intentarlo. Me limitaría a hacer lo que considerara
necesario para atrapar a la persona que arrancó a Madison de su familia.
Ahora solo quería meterme en mi cama y olvidar que el día de hoy
había ocurrido. Quería ver los hoyuelos de Devon, escuchar la risa de
Linda, escuchar las historias de Ronald. A veces sentía que deseaba su
compañía más que cualquier otra cosa.
—Alec me ha informado de que hay una fiesta pasado mañana —dijo
el Mayor. Asentí. Ana había mencionado la fiesta de Francesca de pasada,
pero había tenido tanto que hacer que no había prestado mucha atención.—.
Quiero que tú y Alec estén pendientes de todo. Deberán asistir como pareja.
Así podrán hablar fácilmente e irse juntos sin llamar la atención.
¿Eso no era un poco hipócrita?
—Eso es todo por hoy. Manténganos informados de cualquier
novedad. Estás haciendo un buen trabajo —dijo el Mayor. Ese fue el
máximo elogio que había escuchado de él.
—Te llevaré a casa. —Alec se levantó de su silla
—No —protesté inmediatamente.
Summers tomó las llaves de su auto de una mesa.
—Yo la llevaré.
Sin volver a mirar a Alec, seguí a Summers por la puerta y hasta el
auto. No trató de hablarme durante el trayecto y me dejó a unas cuantas
casas de la casa. Volví a colarme en mi habitación sin problemas.

***
Al día siguiente, las palabras de Summers seguían rondando por mi
cabeza. Aunque no estuvieran en el primer lugar de mis pensamientos, se
agazapaban en los bordes de mi conciencia, esperando tomarme por
sorpresa.
Te estás perdiendo en Madison.
Pero ¿Por qué no? Madison estaba muerta. Nunca volvería. Tal vez
podría evitarle a Linda y a Ronald la angustia de enterarse de su muerte.
Podría dejar de ser Tessa y ser simplemente Madison. Su cuerpo ya se
sentía como un hogar, su familia como la que siempre había querido.
¿Podría vivir en la mentira durante años y décadas?
Pero un pensamiento inquietante me perseguía. No era a mí a quien
querían, era a Madison.
Es importante que no lo olvides.
Había tantas cosas que quería olvidar, borrar de mi memoria de una
vez por todas. Como el día en que el tercer marido de mi madre llegó a casa
borracho y me encerró en el armario, obligándome a escuchar cómo le daba
una paliza a mi madre. O el día en que mi madre dijo que deseaba que yo
no hubiera nacido.
Recogí el pequeño espejo de mano que estaba sobre la mesita de
noche. El rostro de Madison me miraba fijamente. No era el rostro con el
que nací y, sin embargo, me resultaba tan familiar, casi como el mío. Mi
piel empezó a ondular, mis rasgos comenzaron a deformarse, a retorcerse,
cambiando y transformándose hasta ser mi propio rostro el que se reflejaba
en el espejo, mis propios ojos turquesa, con su tonalidad ligeramente
inusual. Debería haber sentido alivio por ser yo misma por un momento,
debería haber sentido que volvía a casa, pero no lo hice. No sentí nada.
Las ondulaciones comenzaron de nuevo. Mi rostro se transformó en el
de Madison y luego volvió a ser el mío, de nuevo volvió a ser el de
Madison para una vez más cambiar en el mío. Una mezcla de rubio y
marrón, de pecas y cicatrices, de azul y turquesa. Empezaba a sentirme
mareada pero no podía parar.
Si ser otra persona por fuera me resultaba fácil, ¿Por qué no podía
funcionar igual con quien era por dentro? ¿Por qué no podía simplemente
decidir sentirme como otra persona?
Los dos rostros nadaban ante mis ojos hasta que vi una extraña
combinación de los dos en el espejo. La desesperación extrajo todo el aire
de mis pulmones, haciéndome sentir mareada. Mi agarre sobre el mango del
espejo se tensó, se volvió doloroso. Con un grito, tiré el espejo. Chocó con
la cómoda y cayó al suelo, los fragmentos se esparcieron por el suelo.
Crucé la habitación y, al situarme sobre los restos del espejo, mi
rostro (el de Tessa) se astilló en docenas de pedazos. Por una vez, un espejo
reflejaba cómo me sentía por dentro, cómo me veía por dentro.
Fragmentada, rota, desgarrada.
Temblando, me agache y comencé a recoger los trozos de cristal. No
tuve suficiente cuidado y uno de los fragmentos cortó la piel de la palma de
mi mano derecha, creando un pequeño río de sangre carmesí. Alguien llamó
a la puerta. Me puse de pie, con piernas aún temblorosas, y dejé que el
ondulante movimiento trajera de vuelta el cuerpo de Madison. Justo cuando
había se había completado el proceso, la puerta se abrió y Devon asomó la
cabeza. Sus cejas se fruncieron, pero cuando vio mis manos, ahora
ensangrentadas por el cristal, la preocupación se apoderó de él. Cruzó la
habitación y se puso delante de mí, sosteniendo mis manos entre las suyas.
—¿Qué pasó? —preguntó. Me miró como si pensara que lo había
hecho a propósito. Quise apoyar mi frente en su pecho, pero me detuve.
Tenía que ser más fuerte que eso. No era una niña. Quería ser un agente y
tenía que actuar en consecuencia.
—El espejo se rompió. —Señalé con la cabeza los fragmentos que
había en el suelo y en el bote. Ni siquiera sentía dolor, todavía me sentía
extrañamente alejada de mi cuerpo.
Devon negó con la cabeza, con sus dedos suaves en mis manos.
—Tenemos que desinfectar esto y vendarlo. Iré por las gasas. Tú
quédate aquí. No quiero que mamá lo vea. Ya se ha preocupado bastante por
ti últimamente.
—¿Quién se ha preocupado bastante últimamente? —Linda estaba en
la puerta. Cuando sus ojos se posaron en mis cortes, el color se desvaneció
de su rostro. Tomó mis manos, con un toque suave.
La preocupación en el rostro de Linda era demasiado. Miré la palma
de mi mano. El corte parecía ser mucho más pequeño de lo que recordaba y
casi había dejado de sangrar. Quizá mi transformación en el cuerpo de
Madison había ayudado a curar la herida.
Linda curó mi mano sin hablar, pero podía sentir cómo las preguntas
y la preocupación se desprendían de ella en oleadas. Finalmente terminó.
Me abrazó, dejándome apenas espacio para respirar. Después de un
momento, le devolví el abrazo con la misma fuerza. Sentía que algunos de
los fragmentos rotos en mi interior también se habían reparado.
Cerrando los ojos, me permití fingir que Linda era realmente mi
madre, cuyo amor y su preocupación eran para mí y no para la máscara que
me había puesto. Temía el día en que todo esto terminara, pero en el fondo
sabía que no había otra manera. Tenía que aprender a ser suficiente por mí
misma.
—Necesitas tener más cuidado. Por favor, Maddy.
Me separé de su abrazo.
—No te preocupes. Lo haré.
Capítulo 18

La mañana siguiente al incidente del espejo, Linda me acompañó a la


oficina del sheriff Rutledge. Antes de entrar en el edificio, se detuvo y me
dio un abrazo.
—Todo irá bien. Solo dile lo que recuerdas. Aunque creas que no es
importante, podría ser útil para la policía. Todo podría ayudar a guiarlos
hacia esa... esa persona. —Colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja
con dedos temblorosos—. Tal vez algo de lo que digas les dé una pista y
entonces todo esto pueda terminar por fin.
El sheriff Ruthledge era un hombre bajito y fornido, con cabello
pelirrojo y marcas de viruela en sus mejillas. Se levantó de su silla y
estrechó mi mano a través de su escritorio antes de señalar la silla de
madera vacía. Me senté en ella.
Linda se sentó a un lado, fuera de la vista, donde no podía influir en
mí, pero su presencia era tranquilizadora.
—Gracias por venir hoy —comenzó el sheriff—. No tienes que
preocuparte. Solo te haré unas pocas preguntas. Si no recuerdas algo,
dímelo y no te sientas presionada para añadir algo solo para dar una
respuesta.
Asentí y me relajé contra la silla. La voz profunda y tranquila del
sheriff Ruthledge dispersó el resto de mis nervios.
Repasó mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi lugar de residencia
antes de que empezara el verdadero interrogatorio.
—Ese día, el 2 de marzo, ¿Qué hacías en el lago?
Había aprendido sobre el procedimiento policial en las clases de FEA,
así que dudaba que hiciera alguna pregunta que me sorprendiera.
—Creo que estaba allí para encontrarme con alguien.
—¿Lo crees? ¿O lo recuerdas?
—No lo recuerdo, pero sé que a menudo me reunía con amigos en el
lago.
—¿Con tu amiga Ana, por ejemplo?
Dudé.
—Sí.
—¿Pero no recuerdas con quien ibas a reunirte ese día? ¿Estás
segura? —Sus mirada era severa pero no antipática.
Negué con la cabeza y miré mi regazo. El Mayor no quería que la
policía interfiriera en nuestra investigación, así que no tuve más remedio
que mentir.
—No pasa nada. El doctor Fonseca me informó que sufres amnesia.
—Summers había pasado los últimos días desviando la atención de la
policía. Una vez demostró el alcance de su variación, lo que nos dejó a
Holly y a mí tan desconcertadas que no fuimos capaces de encontrar nuestra
habitación, aunque conocíamos cada centímetro del cuartel general. Estaba
dispuesta a apostar que mi interrogatorio habría sido muy diferente sin la
intervención de Summers.
—¿Recuerdas lo que pasó cuando estabas en el lago?
—No. Me he esforzado por recordar, pero todo se ha ido. —Dejé que
mi voz saliera temblorosa y retorcí mis manos con nerviosismo.
El sheriff garabateó algo en su bloc de notas.
—¿Tuviste una pelea con alguien antes de que te atacaran? ¿O había
alguien con quien no te llevabas bien?
—No lo creo. Sé que rompí con Ryan un tiempo antes del ataque, y
Ana me dijo que tuvimos una ruptura dentro de nuestro grupo de amigos a
causa de una pelea, pero no recuerdo qué la causó.
Asintió, satisfecho. Probablemente Ana había dicho lo mismo. Hizo
algunas preguntas más sobre mis relaciones con Ana, algunos de los otros
estudiantes, Devon y mis padres, pero pude sentir que no había la urgencia
habitual detrás de ellas. Summers había dicho que el Mayor quería que la
policía creyera que el asesino era un forastero. Ella ya había empezado a
dirigir sus sospechas en esa dirección. Por lo menos, ahora estaba claro que
la policía local no se interpondría en el camino de la FEA.

***
Alec mantenía la mirada fija en el parabrisas, golpeando el volante
con sus dedos a un ritmo errático.
—Escucha, no me gusta esta farsa más que a ti, pero el Mayor tiene
razón. Será menos sospechoso de esta manera. Ana cree que hemos tenido
citas antes, así que tiene sentido que aparezcamos juntos. —Realmente no
tenía ni idea de lo mucho que me habría gustado ser su cita si fuera la
verdad, y no una mentira más en nuestro elaborado juego de engaños.
Nos detuvimos frente a la casa de Francesca. El camino de entrada y
la mayor parte del bordillo ya estaban llenos de autos, así que tuvimos que
estacionarnos a una cuadra de distancia. No era necesariamente algo malo
teniendo en cuenta las expresiones reacias en nuestros rostros, que no
gritaban feliz pareja nueva. La casa era más grande que las casas de
alrededor, con un enorme porche iluminado por pequeños faroles. En
cuanto estuvimos a la vista de los demás invitados, Alec tomó mi mano
entre las suyas. La sentí cálida como siempre, pero mi enojo por su
comportamiento después de nuestro beso me impidió tener sentimientos
difusos.
Dentro, la fiesta estaba en pleno apogeo. Una oleada de olores invadió
mi nariz cuando entramos: cerveza, humo y algo más dulce (¿marihuana?)
Al parecer, la mayoría de los invitados no cumplían la norma de “fumar
fuera”, y Francesca no se los impedía. Para mi sorpresa, nos había invitado
a todos a la fiesta, aunque seguía mirándome mal todos los días en la
escuela.
En un rincón de la sala de estar, los brazos de Francesca rodeaban a
Devon y su cabeza estaba echada hacia atrás, riéndose de algo que él estaba
diciéndole a una pequeña multitud. Pensé que Devon no la soportaba, pero
por lo visto en las fiestas no había nada que hacer. Su piel estaba sonrojada
y sus ojos parecían vidriosos, como si ya hubiera tomado una copa de más.
Me gustaría poder soltarme así.
La música era casi una cosa física. Los bajos vibraban a través de mi
cuerpo y me daban ganas de moverme con los demás invitados de la fiesta.
La sala de estar era enorme, con varios sofás y sillones e incluso algunas
sillas de jardín. La mayoría de los muebles estaban arrinconados contra las
paredes para dejar espacio a la pista de baile.
Alec me arrastró entre la multitud de cuerpos que bailaban hasta
donde Ana estaba sentada en un sofá con su pareja, Jason. Apenas había
hablado con él, pero sabía que pertenecía al mismo grupo de amigos con el
que Devon siempre salía.
Había espacio para una persona más en el sofá. Alec soltó mi mano y
señaló con la cabeza el sitio libre.
—¡Puedes sentarte en su regazo! —sugirió Ana, la forma en que
arrastró la "z" dejaba claro que la cerveza que tenía en la mano no era la
primera.
Miré a Alec y el tiempo comenzó a alargarse. Ana y Jason nos
miraban fijamente, no lo suficientemente borrachos como para perderse la
extraña tensión en el aire
De repente, Alec sonrió y, con un movimiento fluido, me levantó y
me acomodó sobre su regazo. El calor recorrió mi cuerpo al sentirlo tan
cerca. Nuestro beso de hace unos días pasó por mi mente y lo único que
quería era repetirlo a pesar de mi enfado. De todos modos, tal vez besar con
rabia no sería lo peor.
—¿Cuándo empezó esto? Parece que la fiesta lleva horas —dije
mientras escudriñaba la multitud en busca de alguien que me prestara
demasiada atención, alias Madison.
Ana dio otro trago a su vaso.
—No, no hace tanto tiempo. La mayoría de las personas ya estaban
borrachas cuando llegaron aquí. —Se puso de pie, sorprendentemente sin
balancearse todavía—. Baño —dijo antes de desaparecer de mi vista.
Alec y Jason empezaron a hablar del próximo partido de fútbol
mientras yo intentaba concentrarme en observar a los demás invitados. Pero
era increíblemente difícil con las piernas de Alec presionadas contra mi
trasero y su pecho caliente contra mi espalda.
Ryan se sentó en una de las sillas de jardín con Chloe, metiéndole la
lengua en la garganta. Se apartó y me miró como si sintiera mis ojos sobre
él. Le devolví la mirada con firmeza, tratando de calibrar sus sentimientos.
Definitivamente había celos en su rostro, aunque él también estaba aquí con
una cita.
Un vaso se materializó frente a mi rostro, sobresaltándome. Clavé mi
codo en el estómago de Alec. Por supuesto, no le había hecho daño, pero
me disculpé de todos modos. Agarré el vaso de la mano extendida de Ana.
Al olerlo, descubrí que era cerveza.
—Como tú cita está demasiado ocupada para atenderte, yo haré su
trabajo —dijo con una sonrisa.
Levanté el vaso a mis labios. Alec puso su mano en mi muslo,
apretando. Era una advertencia, pero mi cuerpo lo interpretó de una manera
muy diferente. Sus dedos estaban demasiado cerca del lugar donde ansiaba
su toque. Los ojos de Alec se clavaron en los míos y algo oscuro, casi
hambriento, se arremolinó en ellos, como si supiera exactamente cómo me
hacía sentir su contacto. Volví a inclinar el vaso y bebí un trago, sin dejar de
mirarlo. No era mucho, pero el sabor era suficiente para hacerme
estremecer. La cerveza nunca había sido mi bebida favorita.
Los labios de Alec se apretaron. El brillo furioso de sus ojos me hizo
desearlo aún más. ¿Por qué era incapaz de resistirme a él, por mucho que
me apartara?
Volví a tragar. Alec volvió a apretar mi muslo y acercó sus labios a mi
oreja.
—Es una mala idea. —Su aliento caliente contra mi piel, su mano en
mi muslo, su pecho apretado contra el mío. Su olor. Su calor. Todo era
demasiado.
Dejé el vaso en la mesa junto al sofá. Mis manos se movieron hasta
los hombros de Alec, mis ojos se dirigieron a su boca y me incliné para
darle un beso. Podía sentir su aliento en mis labios, podía sentir mi corazón
golpeando contra mi caja torácica, mi estómago apretándose con
anticipación. Nuestros ojos se cruzaron y por un momento estuve segura de
que se apartaría, pero entonces nuestros labios se encontraron y todo lo que
nos rodeaba pasó a un segundo plano. Quería perderme en el beso, pero no
había olvidado las palabras de Alec después de la última vez. Su lengua
rozó mis labios, pero me aparté, queriendo ser yo quien tuviera el control
esta vez. Sus cejas se juntaron, con una expresión de interrogación, pero me
puse en pie y tomé el vaso de cerveza de la mesa. Los ojos de Alec se
llenaron de comprensión, como si se hubiera dado cuenta de la situación.
Eso nos convertía en uno de los dos. Sin decir nada me alejé y vacié el vaso
por el camino a pesar de su mal sabor.
Entré en la cocina, donde dos chicos estaban mezclando vodka y jugo
en un enorme recipiente de plástico. Sus palabras y sus risas llegaron hasta
mí, pero no lograron contagiarme su buen humor. Abrí la nevera. Estaba
llena hasta el tope de cerveza. Agarré una botella, la abrí y empecé a
beberla. El sabor se hizo soportable, pero el alcohol no hizo nada para
dispersar mi ira y mi frustración.
Ana se apoyó en el mostrador a mi lado. Ya no parecía tan borracha.
—¿Quieres hablar?
—¿Qué quieres decir? —pregunté, haciéndome la tonta, aunque sabía
de qué quería hablar.
—Algo está mal entre tú y Alec.
Esa era una forma de decirlo. Me encogí de hombros, decidiendo
darle a Ana un poco de información para mantenerla de mi lado.
—Tiene mucho equipaje y sigue sintiendo algo por su ex novia.
Ana hizo una mueca.
—Eso es una bandera roja. Es un estúpido si no te quiere. Hay
muchos otros chicos que estarían encantados de estar contigo, así que dale
una patada en el culo y que vuelva con su ex. —Me rodeó con su brazo y
me apoyé en ella.
El olor a vómito se colaba por la ventana abierta. Alguien debió de
vomitar en el jardín.
Ana me entregó un vaso con la bebida mixta afrutada.
—Toma, bebe esto. Es bueno.
Sorprendentemente sabía mejor que la cerveza, aunque se parecía
demasiado a un medicamento para la tos. Pero después del primer trago,
dejé de sentirlo. Estar enfadada con Alec era una cosa, pero no podía
arriesgarme a perder el control. ¿Y si mi Variación dejaba de funcionar una
vez que estuviera borracha? Tenía que actuar con profesionalismo. Tenía
una misión, aunque mis acciones de los últimos treinta minutos no lo
demostraran. La culpa me invadió. Estaba aquí para atrapar a un asesino y
no para distraerme con Alec.
Ana agitó su mano delante de mí rostro.
—¿Hola? ¿Me escuchaste?
—Lo siento, no estaba prestando atención.
—Dije que parece que tu hermano va a tener suerte esta noche. —
Señaló las escaleras.
Devon y Francesca subían por las escalera, con los brazos alrededor el
uno del otro. Una de las manos de Francesca estaba dentro del bolsillo
trasero de los jeans de Devon. Me sorprendió verlos tan cómodos. Tal vez
porque yo no me sentía cómoda con nadie. Desaparecieron de mi vista, de
camino a hacer solo Dios sabe qué. Al menos la anfitriona de la fiesta se
estaba divirtiendo. Tal y como iba mi vida, nunca me tocaría tener esa
suerte. La envidia era una mierda.
Tomé otro trago de la mezcla afrutada de vodka. Dejó un rastro de
calor en mi garganta que se extendió hasta mi estómago.
Ana miró hacia la sala de estar, donde Jason la esperaba en la puerta.
—Está bien si vas con él, sabes —dije. De todos modos, debería estar
buscando pruebas.
Parecía dudosa, pero después de una sonrisa de ánimo por mi parte, se
fue corriendo, dejándome sola con mi bebida.
Aprovechando el momento, Ryan entró en la cocina y se apoyó en el
mostrador. Dio un sorbo a su cerveza, sin dejar de mirarme.
—Entonces, ¿Tú y ese Alec están juntos, o qué?
—No. Quiero decir, no realmente.
Ryan se acercó hasta que nuestros hombros se tocaron.
—Siento lo del otro día —dijo—. Pero cuando te veo, no puedo
pensar con claridad.
—Rompimos hace meses.
Su rostro se tensó.
—Lo sé. Y odié cada minuto. No puedo soportar la idea de verte con
otro tipo. Quiero que vuelvas, Maddy. Quiero un nuevo comienzo.
—No creo que eso sea posible. Ambos necesitamos seguir adelante.
—¡Pero no puedo! —La frustración brilló en sus ojos—. ¿No lo
entiendes? No creo que pueda volver a sentir lo mismo por nadie. —Agarró
mi mano, pero Alec se dirigía a la cocina. Ryan lo fulminó con la mirada
antes de salir furioso de la habitación.
—¿Qué quería?
—Lo de siempre.
—¿Es vodka lo que estás bebiendo? —Alec cruzó de brazos sobre su
pecho con desaprobación.
Me quitó el vaso de la mano y olió. Sus labios se torcieron.
—Vodka —dijo, como si se dirigiera a una niña pequeña.
—Deja de ser condescendiente conmigo. No soy una niña.
—No deberías beber.
Miré fijamente el vaso que tenía en la otra mano. ¿Me estaba dando
un sermón?
—Tú tampoco puedes beber, pero lo haces.
—No, no lo hago. Tiré la cerveza y he rellenado el vaso con jugo de
manzana porque quiero estar lúcido. Finjo beber porque quiero hacer mi
trabajo de encajar. Todavía te das cuenta de que esto es un trabajo, ¿verdad?
No siempre tiene que ser divertido. A veces creo que lo olvidas.
Aunque no lo dijo abiertamente, supe que también se refería al
incidente en la sala de estar.
—Hablas como el Mayor. —Lo empujé—. Voy a fingir que me
divierto. A veces creo que has olvidado lo que significa “diversión.”
Me adentré en la multitud de personas que se arremolinaban unas
contra otras en distintos estados de embriaguez. Divisé a Ana, con su
cuerpo entrelazado con el de Jason, besándose mientras se mecían hacia
adelante y hacia atrás al ritmo de la música. Ryan no estaba en la sala de
estar. Probablemente necesitaba tiempo para calmarse. Tal vez debería ir
tras él y tratar de sacarle algún tipo de información.
Alguien tocó mi hombro y fruncí el ceño de inmediato. Era Phil. ¿Lo
había invitado realmente Francesca o se había infiltrado? Metió las manos
en sus bolsillos y miró sus pies.
—Oye, ¿Quieres bailar?
Mis ojos recorrieron la multitud, buscando a Alec. ¿Qué diría si
bailara con otra persona? El bajo se abría paso en mi cuerpo junto con el
vodka. Una neblina se extendió por mi cabeza. Phil dio un paso atrás,
luciendo avergonzado.
—No importa. Olvídalo. No debería haber preguntado. —Se dio la
vuelta para marcharse, pero agarré su brazo, solo para retroceder, ya que
una extraña sensación pinchó las yemas de mis dedos. Nuestras miradas se
cruzaron y sus ojos se abrieron ampliamente. Estábamos demasiado cerca,
pero era incapaz de moverme.
—Déjala en paz. —Una figura alta apareció frente a mí, haciendo que
Phil retrocediera unos pasos. Alec. Di un paso adelante para detenerlo. El
shock se reflejó en el rostro de Phil, pero por un momento pareció que
consideraba defenderse.
—Vete —le dije. Dudó, y el rubor se extendió aún más en sus mejillas
antes de alejarse furiosamente.
—¿Qué demonios fue eso? ¿Por qué lo mirabas así? —siseó Alec.
—Me invitó a bailar. —No mencioné la extraña sensación que había
sentido al tocar a Phil.
—¿Bailar? —Su boca se torció—. Te miraba como si quisiera
devorarte.
¿Alec estaba realmente celoso de Phil?
—¿Y qué, Alec? ¿Por qué te importa? Has dejado muy claro que te
importo una mierda.
Lo empujé y me abrí paso entre las masas y hacia las escaleras. Por
suerte, el baño no estaba ocupado. Cerré la puerta tras de mí y me desplomé
contra ella. Pensar en Alec hacía que me doliera la cabeza. ¿Por qué todo
tenía que ser tan complicado?
Eché un poco de agua en mi rostro y miré mi reflejo a través de las
gotas de agua que se pegaban a mis pestañas. Pestañas rubias oscuras,
cabello rubio oscuro y ojos azules. Me di cuenta de que ya no me
sorprendía ver ese rostro. Se había convertido en una parte de mí, del
mismo modo que los padres de Madison, su peculiar tío y su mejor amiga
se habían convertido en mi mundo.
Fuera de la estrecha ventana del baño, algo llamó mi atención y me
detuve para ver mejor el exterior. Las luces que salían de la casa sólo
iluminaban la mitad del vasto patio trasero. Una figura se abría paso por el
césped y, en los últimos instantes antes de que la figura fuera engullida por
la oscuridad, pude distinguir de quién se trataba: Devon.
¿Qué estaba haciendo allí?
Creía que estaba en la habitación de Francesca divirtiéndose. Miré mi
reloj. Hacía una hora que lo había visto subir con ella. Probablemente hacía
tiempo que habían terminado con lo que fuera que habían hecho. Pero aun
así... Debería seguirlo para averiguar a dónde se dirigía.
De repente, los gritos se abrieron paso entre el constante estruendo de
la música, las risas y los cantos de los borrachos. Se multiplicaron y se
extendieron hasta subir de volumen. Estaba claro que no eran gritos de
júbilo; eran gritos de terror. Abrí la puerta de golpe y bajé corriendo las
escaleras, luego salí de la casa y me dirigí al jardín de dónde provenía el
ruido. Cada vez había más gente en el patio trasero.
Alec apareció a mi lado.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—No lo sé —dijo lentamente. Se estiró para echar un vistazo por
encima de las cabezas de los demás invitados que se apresuraban a nuestro
alrededor. Pero mis ojos cayeron al suelo, donde un fino rastro de niebla se
enroscaba alrededor de mis tobillos.
La sensación abandonó mis piernas.
Un silencio repentino se apoderó de la multitud.
—¿Está muerta?
—¿Qué le pasó?
—No se mueve. —Los susurros llegaron hasta nosotros y entonces
comenzaron los sollozos.
Había una figura tendida sobre la hierba. Estaba completamente
inmóvil. Y supe sin duda que no era una persona que se había desmayado
por una copa de más.
El asesino había estado aquí. Había encontrado su próxima víctima.
Capítulo 19

Otro asesinato. En nuestras propias narices.


—Oh Dios —susurró alguien—. Está muerta.
Alec pasó entre la creciente masa de espectadores. Mi cuerpo se puso
rígido ante la idea de acercarme más, pero lo seguí. Nos abrimos paso hasta
el centro del círculo que se había formado alrededor del cuerpo. Alec se
agachó junto al cuerpo y yo me detuve detrás de él. Presionó dos dedos
contra su garganta, buscando el pulso. Fue entonces cuando vi su rostro. Era
Francesca. Asesinada en su propia casa.
Tenía un cable enrollado alrededor de su cuello. La sangre bajaba por
su garganta, goteando hasta su sujetador. Su camisa había sido rota y una A
había sido cortada en la piel por encima de su caja torácica. La ropa estaba
salpicada de gotas de rocío y escarcha blanca, restos de niebla.
El rostro de Francesca giró hacia mí, con una mirada fría y vacía en
sus ojos sin vida. Eran acusadores. Si me hubiera esforzado más, tal vez
estaría viva.
Me di la vuelta, perdida en el torbellino de voces que me rodeaba. Me
abrí paso entre la multitud, empujando con mis codos, golpeando con mis
hombros sus espaldas. A lo lejos podía escuchar el sonido de las sirenas.
Conseguí alejarme unos pasos de los demás invitados, hasta la parte
del patio que estaba envuelta en la oscuridad, y me apoyé en un viejo árbol,
presionando mi frente contra la corteza áspera. Devon había desaparecido
en la parte no iluminada del patio trasero momentos antes de que
empezaran los gritos. Había estado fuera cuando Francesca había sido
asesinada y él fue la última persona que había sido visto con ella.
—No es tu culpa. Estás haciendo lo mejor que puedes. Todos lo
hacemos.
Me sobresalté al escuchar la voz de Alec. ¿No podía dejarme en paz
por un maldito momento?
—Oh, ¿así que eso es lo que piensas ahora? Sonabas muy diferente
allí en la cocina.
Levantó las manos.
—Wow. Cálmate. —Bajó la voz—. Solo estoy preocupado por ti.
Un auto de policía y una ambulancia se detuvieron en la acera y Alec
se giró para observarlos. Aproveché el momento para escabullirme; no
podía soportar estar cerca de él ahora mismo.
Me di la vuelta hacia la casa. Los policías y los paramédicos corrieron
directamente al patio trasero y empezaron a intentar reanimar a Francesca,
pero sabía que no tendrían éxito.
Ana estaba en el porche, con su rostro manchado de lagrimas y los
ojos enrojecidos. Se tambaleó hacia mí. No estaba segura de sí su andar
tambaleante se debía al alcohol o al shock. Chocó conmigo y casi me hizo
caer. La abracé y ella se desplomó contra mí. Sentí que mis propias piernas
iban a ceder.
—Oh Dios, Maddy, ¿la has visto? Estaba aquí. Él la mató. La mató.
—Sus palabras salieron revueltas y mezcladas con sollozos.
Me aparté, mis ojos buscaron entre la multitud de personas en el
porche y en la puerta. No había ni rastro de Devon por ninguna parte.
Dudaba que hubiera regresado, pero tal vez alguien lo había visto
momentos antes del asesinato. Tenía que ir a buscarlo.
—¿Has visto a Devon?
Ana frotó sus ojos.
—No. Hace tiempo que no lo veo. ¿Por qué? ¿Crees que está a salvo?
No, pensé. Podría ser el asesino.
Besé su mejilla.
—Solo quiero que me lleve a casa. Voy a tratar de encontrarlo.
¿Tienes quién te lleve a casa?
—Mi padrastro me llevará. —Señaló con la cabeza uno de los autos
de policía. Sí, es cierto. Había olvidado que era un oficial de policía.
—Ten cuidado —advertí antes de abrirme paso entre la multitud que
se había reunido en el porche. El interior de la casa era un desastre. Botellas
de cerveza vacías, vidrios rotos, alcohol derramado y patatas fritas
desmenuzadas ensuciaban el suelo. La alfombra se aplastaba bajo mis pies
por toda la cerveza que se había derramado sobre ella. Subí con cuidado las
escaleras, pero descubrí que no había nadie en el segundo piso. Me asomé a
algunas habitaciones hasta que encontré la de Francesca. Como era de
esperar, las mantas estaban revueltas como si alguien hubiera estado
durmiendo en ellas, o haciendo otras cosas. ¿Por qué Devon la había traído
aquí para hacerlo, delante de todos, si su plan era matarla después? Era una
imprudencia. Pero los asesinos no siempre actuaban razonablemente.
La ventana de Francesca daba al patio trasero, ahora a la escena del
crimen. Los agentes de policía, los paramédicos y el sheriff Rutledge
estaban reunidos alrededor del cuerpo. Alec y el Mayor, vestidos de civiles,
rondaban a unos pasos de distancia. Los invitados de la fiesta habían sido
empujados a los bordes del patio, pero muchos de ellos seguían observando
la escena como si fuera un programa de crímenes en la televisión.
Las bisagras gimieron y me di la vuelta, casi perdiendo el equilibrio.
Ryan estaba de pie en la puerta. La ansiedad se apoderó de mí. No debería
haber subido sola.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz salió dura.
—Cálmate, ¿de acuerdo? Te vi subir y quería ver cómo estabas. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—No es asunto tuyo. —Crucé la habitación, queriendo pasar por
delante de él, pero extendió su brazo, bloqueando mi huida.
Apreté los puños.
»Apártate de mi camino. —El cuello de su camisa se movió,
revelando una serie de pequeños moretones en su hombro izquierdo. Siguió
mi mirada y las manchas rojas florecieron en sus mejillas. Él subió el cuello
de su camisa.
—Ya sabes que mi padre se pone de mal humor... —Se interrumpió.
Pero mis ojos ya no estaban en sus moretones. Había sangre en su mano
derecha—. Me corté —dijo rápidamente y giró la mano para mostrarme el
corte en la palma.
—¿Cómo ocurrió? —pregunté.
—Una botella de cerveza rota. ¿Qué? ¿Crees que...? —Se detuvo al
escuchar el sonido de unos pasos subiendo las escaleras. Dejó caer su brazo,
haciendo espacio para que me fuera. Dudé. El corte no parecía haber sido
hecho por una botella.
—¿Madison? —Alec llamó, y tardé un momento en darme cuenta de
que me estaba hablando a mí. Salí corriendo de la habitación y me encontré
con Alec a medio camino de las escaleras—. ¿Dónde has estado? Te estaba
buscando —dijo. Sus ojos se entrecerraron cuando se posaron en Ryan, que
permanecía en el pasillo con las manos en los bolsillos.
Necesitaba salir, ir a un lugar donde pudiera respirar. Alec me siguió,
pero esperó a que estuviéramos fuera del alcance de la multitud antes de
empezar a hablar.
—Tienes que tener más cuidado, Tess. Estar a solas con Ryan no es la
mejor idea.
Hice una pausa para mirarlo con desprecio.
—Me siguió hasta arriba. Yo no lo invité.
Alec ignoró mi tono sarcástico.
—Ya estás en suficiente peligro con Devon cerca, pero mientras no
sepamos con seguridad que es el asesino, deberías evitar estar a solas con
los chicos. Con todos ellos.
Puse los ojos en blanco.
—Eres un chico.
—Tess, hablo en serio —dijo con un toque de exasperación.
—¿Ya has terminado con tu sermón? Esta es mi misión, Alec, así que
deja de decirme que me mantenga a salvo. Resolver esta misión es nuestra
máxima prioridad, no mi seguridad. Puedo manejar esto yo misma. —Me di
cuenta de que era verdad. Podía manejar esto. No necesitaba a Alec ni a
nadie más. Llevaba semanas haciendo de Madison sin que nadie
sospechara, me había enfrentado a Ryan y a Yates y los había mantenido a
raya, y había descubierto la conexión de la niebla. Podía hacerlo.
Abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra.
—Déjalo, ¿de acuerdo? —dije—. Creo que Ryan es el asesino.
Alec frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Me di cuenta de un corte en la palma de su mano. Parecía causado
por un cable. Creo que se cortó cuando estranguló a Francesca.
—Un corte. ¿Eso es todo? —Alec negó con la cabeza—. ¿Y qué hay
de Devon?
—Bueno, lo vi caminando afuera poco antes de que encontraran a
Francesca.
—¿Viste a Devon en la escena del crimen?
—No exactamente. Lo vi salir del patio. Pero en ese momento no
estaba con Francesca.
—¿Cómo puedes defenderlo? ¿No te das cuenta de lo que estás
haciendo? Estás tan desesperada por demostrar que Devon es inocente que
estás sacando conclusiones incorrectas.
—Estoy sacando las conclusiones que considero adecuadas.
El rostro de Alec brilló con ira. Me presionó contra la pared y me
miró fijamente.
—¿Por qué tienes que hacerlo todo tan jodidamente difícil, Tess?
Joder. Realmente estoy intentando hacer lo correcto aquí.
Sorprendida, lo miré, acercando nuestros rostros. No estaba segura de
lo que decía, pero su repentina e intensa presencia me desconcertó por
completo. Cada centímetro de su musculoso cuerpo estaba pegado al mío.
—Esta misión es mi máxima prioridad —le recordé con voz ronca.
Alec dejó que su cabeza se hundiera hacia delante hasta que nuestras
frentes se tocaron.
—Debería serlo, pero lo único que quiero es protegerte.
No tuve la oportunidad de decir nada porque sus labios reclamaron
los míos para un beso. Esta vez su lengua conquistó mi boca. Jadeé y Alec
profundizó aún más nuestro beso. Me arqueé contra él, todas las
terminaciones nerviosas de mi cuerpo anhelaban más. Alec agarró mi
trasero a través de mis jeans y apretó con fuerza antes de levantar mi pierna
y apoyarla sobre su cadera, acercándonos aún más. Mi centro estaba ahora
al ras de su creciente bulto y la fricción hizo que las estrellas bailaran ante
mis ojos. Una excitación inesperada se acumuló entre mis piernas y Alec
gruñó en mi boca.
El sonido de las puertas de un auto cerrándose hizo que me separara
de Alec, recordando dónde estábamos y qué se suponía que estábamos
haciendo. Tragué saliva y bajé mi pierna. Alec pasó una mano por su
cabello y sacudió la cabeza lentamente.
Señaló con la cabeza un Jeep negro estacionado al final de la calle.
—El Mayor quiere tener una charla con nosotros.
Me aclaré la garganta, en realidad me alegraba la actitud de Alec de
volver a los negocios.
—¿Por qué? ¿Ya le has dicho cómo crees que estoy arruinando todo?
Soltó un suspiro y giró la cabeza hacia otro lado, dejándome mirar su
perfil, la forma en que sus tendones se tensaban en su garganta.
—Actúas como si fuera una especie de traidor. No le estoy contando
todo al Mayor, sabes. Solo intento hacer mi trabajo y mantenerte a salvo.
—Vamos —dije, queriendo alejarme.

***
El Mayor nos observaba con un rostro sombrío mientras nos
deslizábamos en el asiento trasero. Alec y yo le contamos lo que habíamos
visto y, a pesar del rechazo anterior de Alec, expresé mi sospecha sobre
Ryan. Finalmente, el Mayor habló.
—Estoy de acuerdo con Alec. Y creo que es hora de que centremos
nuestros esfuerzos en nuestro principal sospechoso.
Sabía de quién se trataba.
—Viste a Devon con la chica muerta momentos antes de que se
encontrara su cuerpo, y ahora ha desaparecido. Tenemos que actuar según
nuestras sospechas. Mi instinto me dice que él es el Variante que estamos
buscando.
Hizo una pausa, escudriñando mi rostro. Mis uñas se clavaron en las
palmas de mis manos.
—Quiero que revises la habitación de Devon. Es posible que esconda
algo que demuestre su culpabilidad, o tal vez puedas averiguar quién será su
próxima víctima. Busca entre sus pertenencias, acórralo, observa si tiene un
comportamiento inusual. Conviértete en él y habla con sus amigos si debes
hacerlo. Haz todo lo que sea necesario para detenerlo.
Capítulo 20

Al día siguiente, pasé la mayor parte de la mañana en la comisaría y


el resto del día con Linda, que no me perdió de vista. Todavía no había visto
a Devon. Ronald lo había llevado a hablar con el policía de camino al
trabajo, y había estado encerrado en su habitación desde que llegó a casa.
Tenía la sensación de que me evitaba a propósito.
Se escuchó un estruendo en la cocina, el sonido de ollas siendo
colocadas en los armarios. Seguí el sonido hacia abajo y me detuve en la
puerta. Linda llevaba el cabello rubio recogido en una coleta alta, dejando
ver la cadena de su collar de rosas a juego. Limpió sus manos y me dedicó
esa sonrisa que me hacía sentir que yo era lo mejor que le había pasado.
Desvié la mirada.
Examinó mi rostro.
—Estás pálida, cariño. —Las esquinas de sus ojos azules se arrugaron
por la preocupación.
—Estoy bien, mamá. Solo un poco cansada.
—¿Segura que no es nada grave? Quizá deberíamos ir con el doctor
Fonseca.
—No es nada. —Excepto el hecho de que su hijo es el principal
sospechoso en nuestro caso de asesinato. La mataría si eso fuera cierto.
¿Cómo podrían los padres sobrevivir a algo así? Descubrir la muerte de su
hija y luego que su otro hijo era el asesino.
Los ojos de Linda escudriñaron mi rostro antes de asentir de mala
gana.
—Deja que te prepare un chocolate caliente.
Su piel estaba enfermizamente pálida. Había estallado en llanto
cuando se enteró de lo de Francesca, y no había ayudado el hecho de que yo
hubiera estado en la misma fiesta. Todo el pueblo estaba en estado de
pánico, algunas familias incluso abandonaron la zona. Si no atrapábamos
pronto al asesino, las personas destrozarían la comisaría.
El olor a chocolate se extendió por la cocina. Linda espolvoreó unos
cuantos mini malvaviscos en la taza antes de entregármela. Era el mejor
chocolate caliente del mundo.
Escuché unos fuertes pasos bajando por las escaleras y Devon entró
en la cocina con un salto. Sombras oscuras se extendían debajo de sus ojos.
Mis manos comenzaron a temblar hasta que tuve que dejar la taza.
Linda besó su mejilla antes de poner otra taza en sus manos y hacer
que se sentara frente a mí en la mesa. Me quedé mirando la superficie de la
mesa, sin querer mirarlo a los ojos. Pronto tendría que enfrentarme a él,
pero no delante de Linda.
No puedes protegerla para siempre, susurró una vocecita en mi
cabeza. Pero quería intentarlo. Todavía me atormentaba la expresión de
terror de Linda cuando se enteró del último asesinato.
Podía sentir los ojos de Devon fijos en mi rostro, persistentes,
buscando, pero no levanté la vista para encontrar su mirada. Levanté la taza
a mis labios, bebí otro trago, me armé de valor y forcé mi rostro en una
máscara inexpresiva. Levanté la mirada. Él frunció el ceño. Después de
echar una mirada a Linda, que estaba enjuagando la jarra de chocolate
caliente, dijo:
—¿Qué pasa?
—Nada —respondí.
No lo creyó.
››Cansada —susurré, sorprendida de lo tranquila que sonaba mi voz.
Linda secó los platos, sin darse cuenta de la tensión que había en la
habitación. Cuando terminó, se giró hacia nosotros.
—Me voy a la cama. No me siento bien. —Tomó un frasco de
somníferos del cajón que había sobre el fregadero y metió dos en su boca.
Sonrió disculpándose—. Supongo que he tenido problemas para dormir
últimamente.
Dejé la taza sobre la mesa y me puse de pie.
—Yo también debería intentar ponerme al día con el descanso. —
Tenía la sensación de que Devon me seguiría a mi habitación, y eso nos
daría un lugar mejor para hablar que en la cocina. Devon se quedó mirando
su chocolate, sin dirigir una mirada hacia mí.
Cuando salí de la cocina, escuché que la silla de Devon raspaba el
suelo. No tuve que mirar por encima de mi hombro para saber que me
seguía por las escaleras.
—¿Qué te pasa?
—Has estado actuando de forma extraña —dije, deteniéndome frente
a mi habitación.
—Mira quien lo dice. A veces es como si ni siquiera te reconociera —
replicó.
—¿Qué...? —Me detuve—. ¿Tienes idea de lo que he pasado? —
Consideré la posibilidad de preguntarle por Francesca, pero mi instinto me
dijo que esperara. Si lo asustaba demasiado pronto, él podría encontrar la
manera de ocultar la verdad. Tendría que encontrar la forma de revisar su
habitación.
Suspiré, frotando mis ojos, y luego le di a Devon una sonrisa de
disculpa.
—Lo siento. No era mi intención descargar mi mal humor sobre ti. Es
que todo esto es demasiado.
—Lo sé —dijo Devon—. Ayer fue difícil. Me alegro de que no
estuvieras cerca cuando ocurrió el asesinato.
Tuve la sensación de que estaba tratando de averiguar cuánto sabía.
—Sí. —Fingí un escalofrío—. ¿Puedes hacerme un favor?
—Por supuesto —dijo Devon.
—¿Puedes hacerme tu famoso sándwich BLT2? Muero de hambre. Tal
vez por el estrés. No quería pedírselo a mamá.
Devon dudó, pero luego asintió.
—Claro. Te lo subiré a tu habitación. Dame quince minutos.
—Gracias. Eres el mejor. —Entré en mi habitación, pero no cerré la
puerta.
Devon era nuestro principal sospechoso. Alec lo había dicho y el
Mayor estaba de acuerdo, así que ¿por qué no podía quitarme la sensación
de que se nos estaba escapando algo?
Escuché los pasos de Devon en el pasillo mientras bajaba las
escaleras. Unos instantes después, la puerta principal se cerró. ¿Qué estaba
haciendo fuera? Pero era mi oportunidad.
Entré de puntillas en el pasillo. La casa estaba en silencio. Ronald
estaría fuera toda la noche, vigilando a un perro con una torsión gástrica. La
puerta del dormitorio de él y de Linda estaba entreabierta. Me asomé para
ver a Linda acostada en la cama, con los labios separados mientras
resonaban suaves ronquidos. Cerré la puerta con cuidado y pasé a la
habitación de Devon.
Estaba sorprendentemente ordenada para ser un chico, con todas sus
pertenencias aparentemente en su lugar. Había visto habitaciones ocupadas
por chicos en la FEA que me habían provocado sarpullido con solo
mirarlas.
No estaba segura de dónde había ido Devon ni de cuánto tiempo
estaría fuera, pero si me preparaba el sándwich como había prometido,
tendría un rato para echar un vistazo. No sabía qué esperaban el Mayor y
Alec que encontrara. Muchos asesinos seriales guardaban recuerdos de sus
víctimas como trofeos para recordar su éxito. Meses después, aún recordaba
las fotos y las descripciones de diferentes casos de asesinos seriales que
había estudiado en clase. Algunos habían sido tan horribles que todavía
tenía pesadillas con ellos. Un tipo guardaba partes del cuerpo de las mujeres
que había matado. La policía había encontrado lenguas, dedos e incluso
ojos en su congelador.
Pero todavía no podía imaginar a Devon matando a alguien, y mucho
menos a su propia hermana.
De rodillas frente a la cama, levanté el colchón y encontré... una
Playboy. Miré detrás de los pósters de sus paredes y en su armario. Pero no
había nada interesante.
Mis ojos se posaron en el escritorio. Era un lugar obvio, y el último
sitio donde escondería algo que no querría que nadie encontrara, pero tal
vez pensaba que nadie miraría.
Dudé, con los dedos apoyados en el pomo del cajón del escritorio.
Contrólate, pensé. No es que vayas a encontrar partes del cuerpo.
Probablemente no haya nada aquí.
Y entonces lo abrí.
Encima había una pila de fotos. Fotos normales, de alguna fiesta:
Devon con sus amigos, Devon con Ryan ¿habían sido amigos antes de la
ruptura? Devon con Francesca, sonriendo y besándose.
No habían sido oficialmente pareja, pero al parecer eso no les había
impedido enrollarse en más de una ocasión. Dejé las fotos y me quedé
inmóvil. En el cajón, debajo de las fotos, había un montón de recortes de
artículos de prensa. Todos parecían ser sobre los asesinatos: artículos sobre
las víctimas, páginas de Wikipedia impresas sobre asesinos seriales e
información sobre el caso. ¿Había tratado de mantener este material oculto?
La información sobre el señor Chen, el conserje, la doctora Hansen y
Kristen Cynch estaba garabateada con la letra de Devon. Era difícil de
descifrar en algunas partes, pero había reunido una gran cantidad de
información sobre cada uno de ellos: sus hábitos, miembros de la familia,
amigos y rutinas diarias.
Volví a colocar con cuidado las pruebas en el cajón y exploré la
habitación en busca de otros escondites, pero no parecía haber nada más
sospechoso. Al cruzar para salir de la habitación, la punta de mi zapato se
enganchó en algo irregular. Una de las tablas de madera del suelo parecía
estar levantada. La empujé y la madera se movió: estaba suelta. Introduje
las uñas en el hueco y, de un tirón, la tabla salió. La dejé caer, con manos
temblorosas, busqué lo que se escondía debajo, pero mis dedos se
detuvieron antes de poder tocarlo.
Era un collar con un colgante de rosa, idéntico al que me había
regalado Ronald. El collar de Madison. Tenía incrustaciones de algo negro:
sangre seca. No me atreví a moverlo. Jadeando, caí sobre mi trasero. Devon
debe haber tomado el collar cuando mató a Madison. Como trofeo. Esa era
la única explicación. Había leído los informes. Madison había sido
encontrada en el lago sin él.
No podía creerlo. Devon era el asesino. Siempre había sido tan
agradable, tan cariñoso y atento, e incluso había empezado a sentirme
atraída por él de una manera muy poco fraternal. Solo eso debería haber
sido la prueba de que algo andaba mal con él.
Había estado tan segura de que Devon no era el asesino, había estado
tan segura de que las sospechas de Alec se basaban en la aversión o los
celos. ¿Por qué mis instintos no me llevaron a darme cuenta de la verdad?
Alec no estaba celoso de Devon después de todo. Alec no dejaba que sus
emociones se interpusieran en nuestra misión.
Casi me había olvidado de mirar la hora cuando escuché pasos en la
escalera.
Miré a mí alrededor buscando un lugar donde esconderme. Si Devon
me encontraba aquí, sabría que lo había estado espiando y tendría todos los
motivos para venir por mí. Llamó a mi puerta, pero por supuesto no pude
contestarle porque estaba en su habitación. Todo se quedó en silencio.
Maldición. Se escuchó un crujido en el pasillo.
Me arrodillé y me metí debajo de la cama. Un momento después
aparecieron las zapatillas de Devon. Vaciló en la puerta. Contuve la
respiración, pero el pulso latía en mis oídos.
Entró y cerró la puerta, con su respiración tranquila como único
sonido audible. Contuve la respiración y observé sus zapatillas, negras con
el logotipo blanco de Nike. Las gotas de rocío brillaban en ellas como si
hubiera vadeado la niebla. Pasaron junto a mí y se dirigieron a su vestidor.
Se agachó y aflojó otra tabla del suelo. Si se daba la vuelta, me vería
tan claramente como yo a él. Me armé de valor cuando metió la mano en el
agujero del suelo y sacó un cuchillo de caza. ¿Lo había utilizado para cortar
las “A” de sus víctimas?
Se enderezó y se acercó a la cama. Tensé las piernas, preparándome
para patearlo si me descubría, pero tanteó algo en su mesita de noche. Mis
pulmones pedían aire a gritos, pero no me atrevía a respirar con él tan cerca.
Él escucharía el sonido. Pero entonces se dio la vuelta y desapareció en el
pasillo, dejando la puerta entreabierta. Respirando profundamente, esperé a
que sus pasos se movieran por la escalera antes de salir de mi escondite.
Mis piernas temblaron al enderezarme.
Toqué el colgante de rosa que llevaba en el cuello.
Devon se iba. ¿Iba a matar de nuevo? Me apresuré hacia la ventana,
con cuidado de permanecer pegada a la pared, para que nadie pudiera verme
desde fuera. Una figura cruzó el patio y continuó por la calle. Pronto
desaparecería al doblar la esquina.
No si soy lo suficientemente rápida.
Me apresuré a entrar en la habitación de Madison, donde un plato con
un sándwich BLT me esperaba en la mesita de noche, agarré el celular y la
pistola eléctrica, y volví a salir al pasillo. Una tos procedente del dormitorio
de Linda y Ronald hizo que me quedara inmóvil. Aun así, no había tiempo
que perder. Bajé corriendo las escaleras y salí de la casa en cuestión de
segundos; justo a tiempo para ver a Devon doblar la esquina. Mis zapatos
planos no hicieron ningún ruido mientras trotaba sobre el cemento,
siguiéndolo. Devon no corría, pero caminaba increíblemente rápido.
Mantuve toda la distancia que pude sin perderlo.
Tanteé mi teléfono celular y pulsé la tecla de marcación rápida. Tenía
que decirle a Alec que Devon era el asesino. Probé con el número de Alec,
pero saltó el buzón de voz. Devon miró por encima de su hombro y yo me
pegué contra el lateral de un todoterreno estacionado. Él seguía
moviéndose. Parecía saber exactamente a dónde iba. Yo, en cambio, no
tenía ni idea.
Sin perder de vista a Devon, le envié a Alec un mensaje rápido.
Siguiendo a Devon. Es el asesino. Está tramando algo.
Actualización pronto.
Alec querría que esperara a los refuerzos, pero no había tiempo. Podía
manejarlo. Envié el mensaje, puse el teléfono en silencio y lo metí en el
bolsillo de mis jeans.
Avanzamos hacia una parte de la ciudad en la que las luces de las
calles eran escasas y distantes entre sí. Largos tramos de nuestro camino
estaban envueltos en la oscuridad. Mi respiración y la suave pisada de mis
zapatos sobre el cemento eran los únicos sonidos que nos rodeaban. A lo
lejos podía distinguir el resplandor ocasional de una ventana o una farola.
Devon giró hacia un camino de grava. Lo seguí, manteniéndome al lado de
la carretera para que el crujido de las piedras sueltas no me delatara. Los
árboles se alzaban a ambos lados, ocultando la poca luz que la luna podía
emitir.
Capítulo 21

El camino conducía a una vieja casa abandonada que podría haber


sido el escenario de una película de terror. Hitchcock lo habría aprobado.
Unas cortinas amarillentas y desgastadas ondeaban en las ventanas rotas.
Faltaban varios de los paneles grises de la fachada y la puerta principal
estaba clavada con tablas.
Pero nada de eso detuvo a Devon. Como si lo hubiera hecho cientos
de veces antes, trepó por la ventana junto a la puerta principal.
¿Qué estaba haciendo aquí?
Se escuchó un golpe proveniente de la casa.
Saqué la pistola eléctrica y me apresuré hacia allí. Apoyando la
espalda en la fachada, contuve la respiración. El viento silbaba en mis
oídos. Me acerqué a la ventana, apretando la pistola eléctrica contra mi
pecho y deseando haber llevado otra arma conmigo.
Me asomé por la ventana. La luz se filtraba desde algún lugar del
interior en lo que parecía una sala de estar. Con cuidado de no tocar los
restos afilados de la ventana, trepé, estremeciéndome cuando la niebla
rodeó mis pies. Cubría todo el suelo.
El aire de la casa era mohoso y tan frío como el de fuera. Un sofá
apolillado y una pequeña mesa con un jarrón de flores artificiales cubiertas
de polvo eran los únicos adornos. Me adentré unos pasos en la habitación,
con el vaho arremolinándose en mis tobillos, dirigiéndome hacia una puerta
semicerrada que daba al vestíbulo.
Una tabla del suelo crujió bajo mi peso y me quedé quieta.
Salvo por el sonido de mi respiración, la casa estaba en completo
silencio. ¿Dónde estaba Devon?
La niebla se despejó ligeramente, como si siguiera a su dueño. Sin
perder de vista las temblorosas tablas del suelo que había debajo de mí,
crucé con cautela la habitación.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho cuando me arriesgué a mirar lo
que había más allá de la puerta. La única luz provenía de algún lugar de la
parte trasera de la edificación. Mis ojos se posaron en una sombra negra en
el suelo. Parecía que un charco de pintura se había esparcido a su alrededor.
Mi estómago se revolvió. Me acerqué para verlo mejor y unas púas heladas
atravesaron mi espalda.
En el suelo, en un charco de su propia sangre, yacía Devon. Estaba
acostado de espaldas, con su cabello rubio empapado. Unos zarcillos de
niebla se arremolinaban a su alrededor como tentáculos arácnidos.
Comprobando mí entorno, me apresuré hacia él y me arrodillé, temblando
mientras la sangre se filtraba por la tela de mis jeans. Todavía se sentía
caliente contra mi piel.
Había un aplastamiento en el costado de la cabeza de Devon. No
parecía que tuviera que ser así. Extendí la mano, pero me detuve cuando vi
que algo blanco sobresalía de su cabello. El cerebro o el cráneo, no podía
decirlo. Tuve que hacer fuerza para no vomitar. Ningún entrenamiento
puede prepararte para algo así.
Mis dedos temblaron cuando los presioné contra su garganta. Nada.
Deslicé mi mano a lo largo de su piel. Hacia arriba y hacia abajo. A la
izquierda, luego a la derecha. Intentando con cada dedo de mi mano
encontrar alguna señal de vida.
Todavía nada.
Me acerqué a su rostro y luego presioné mis labios contra su boca
manchada con sangre, soplando aire. Con un siseo, algo salió disparado de
su pecho y golpeó contra mi brazo. Retrocedí. Salpicaduras de sangre
cubrían mi brazo.
Miré su pecho. Siete agujeros habían rezumado sangre y su sudadera
estaba empapada de ella. Alguien lo había apuñalado repetidamente.
Temblando, me incliné hacia él e introduje otra bocanada de aire en su
boca. De nuevo algo me golpeó. Más sangre.
Me incliné hacia atrás sobre mis piernas, una oscura comprensión se
instaló en mi mente. Tenía los pulmones perforados.
Los jadeos sacudían mi cuerpo y se convirtieron en patéticos sollozos
mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Devon estaba muerto.
Apoyé mi rostro en el pliegue de su cuello, intentando captar su olor
por última vez. Una pizca de canela llegó a mi nariz, pero pronto se vio
empañada por la salinidad cobriza de la sangre.
Agarrando la pistola eléctrica, me puse de pie tambaleándome. Las
uñas se clavaron en mi piel y el dolor me dio la concentración necesaria
para evitar que mi barbilla temblara.
Una tabla del suelo crujió detrás de mí y me giré a tiempo de ver algo
siendo lanzado hacia mi cabeza, pero no a tiempo de evitarlo. Con un
chasquido, la cosa chocó con mi cráneo y la oscuridad me consumió.

***
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero cuando
recuperé la conciencia, todos mis músculos dolían. Estaba en el suelo, con
los pies y las manos atados. Con un gemido, me obligué a abrir los ojos. A
través de la ventana abierta, pude distinguir las copas de los árboles y el
cielo negro plagado de estrellas. Todavía era de noche, así que no había
pasado mucho tiempo.
Me moví. Mi teléfono había desaparecido y también la pistola
eléctrica. Ni siquiera sabía en qué habitación estaba. Estaba demasiado
oscuro como para poder saberlo.
Al otro lado de la habitación, una sombra se movió y me quedé
helada. Unos zarcillos de niebla se arrastraron hacia mí, emanando de una
nube de niebla más densa. Me retorcí hasta que me senté en posición
vertical. No me protegería, pero al menos me sentía más segura, más alerta.
Una sombra se agitó, distinguiéndose lentamente. La niebla se dispersó y
apareció una persona, aún oculta por la oscuridad. Se movió frente a la
puerta, por donde entraba un poco de luz, y finalmente reconocí el rostro
iluminado.
—¿Ryan?
—¿Ryan? —Se burló con una voz aguda que inmediatamente erizo la
piel a lo largo de mis brazos. Las sombras deformaban su rostro, dándole un
semblante casi diabólico. Dio un paso hacia mí y sonrió.
››No creías que pudiera hacerlo, ¿verdad? —El triunfo llenaba su voz.
—Pensé que podrías ser tú —susurré.
Se agachó frente a mí, acercando su rostro, demasiado cerca. Tan
cerca que vi la mirada calculadora en sus ojos. Deseé que hubiera habido
locura allí; habría sido más fácil lidiar con ella.
Resopló.
—Crees que traté de matarte porque rompiste conmigo y te has
follado a ese imbécil de Yates, ¿verdad?
Tragué saliva, aturdida en silencio. ¿No fue esa la razón?
—No fue por eso que traté de matarte, pero eso hará que matar a
Yates sea mucho más agradable. —Sonrió ampliamente—. Realmente no
recuerdas nada, ¿verdad? Ha sido muy divertido contemplar tu
desprevenido rostro estas últimas semanas.
Su boca se torció con alegría. Llevaba un largo cuchillo en la mano,
con la hoja cubierta de sangre. Rojo sobre plata brillante.
Intenté concentrar mi atención en mi interior, invocando un cambio.
Si pudiera transformarme en un hombre (alguien fuerte como Alec)
entonces podría intentar patearle el culo a Ryan.
Giró el cuchillo distraídamente, sin dejar de observarme.
—Quiero entender —dije, medio suplicante—. ¿Por qué haces esto?
Intenté convocar mi poder una vez más, pero las ondulaciones en mi
piel eran débiles y se detenían casi al instante.
Se acercó y su aliento caliente se derramó sobre mi mejilla. Olía
horriblemente, a cebolla y alcohol.
Empecé a trabajar en la cuerda que rodeaba mis muñecas, tratando de
mover el pulgar por debajo de ella. Estaba demasiado apretada.
—Tú —dijo como una maldición—. Te mostré mi don, confié en ti lo
suficiente como para decirte de lo que era capaz y te asustaste. Me trataste
como una abominación.
¿Le había mostrado a Madison su Variación?
Me di cuenta de que mi propia Variación podría ser mi única
oportunidad de ganarme su confianza, pero hablarle de ella podría robarme
mi única ventaja.
—Sabes, Madison, en un momento dado, pensé que te amaba. Habría
hecho cualquier cosa por ti. Cualquier cosa. Incluso maté a esa perra inútil
de Kristen por ti porque no dejaba de hablar mierda. La odiaba por cómo te
había tratado. Pero tú, no lo entendiste, estabas asustada y asqueada por mí.
Habrías ido a la policía. Me habrías traicionado, una y otra vez. Así que no
me dejaste otra opción, Maddy.
Tragué saliva cuando pasó su dedo por la hoja. Presionó ligeramente
el cuchillo contra mi garganta. Lo miré fijamente, tan asustada que me
costaba escucharlo por encima del latido de mi corazón en los oídos.
—Lo siento. —Las palabras escaparon de entre mis labios sin querer,
como el “salud” automático cuando alguien estornuda. Ni siquiera estaba
segura de por qué estaba disculpándome.
Esto es bueno. Necesitaba construir una conexión con él de nuevo
para ganar tiempo.
—Eres tan despistada —Sus labios se curvaron—. Fui un estúpido
por pensar que valía la pena mostrarte mi don. No eres más que una puta
ordinaria. ¿Disfrutaste teniendo la polla de Yates en tu estúpida boca?
Algo se rompió en mí.
—Más que la tuya. —Era una estupidez, pero no podía soportar cómo
le hablaba a Madison.
Su rostro se llenó de orgullo herido y furia. Levantó el cuchillo para
golpearme y yo me concentré en mí poder con todas mis fuerzas. Y
finalmente el familiar cosquilleo comenzó en los dedos de mis pies, más
lento que en el pasado, pero al menos mi Variación no me había
abandonado.
Un crujido sonó en algún lugar de la casa y Ryan se congeló. El
cuchillo estaba casi en mi garganta, y las ondulaciones ya habían llegado
mis rodillas.
Se levantó de un salto y salió sigilosamente de la habitación, dejando
la puerta entreabierta. Con la luz del pasillo que entraba, apenas podía
distinguir lo que me rodeaba. Había una bañera anticuada y un agujero en el
suelo donde debía estar el retrete. Sobre la bañera, en un pequeño estante,
estaba el cuchillo de caza de Devon y mi pistola eléctrica.
Cerré los ojos y traté de acelerar el cambio. Las ondulaciones en los
dedos de los pies y las rodillas aumentaron y subieron lentamente hasta mis
muslos.
Un grito me hizo perder la concentración y las ondulaciones
desaparecieron. Mis ojos se agrandaron. Ryan apareció en el marco de la
puerta, con la mano enredada en un cabello rubio. Un rastro de niebla lo
seguía como un cachorro perdido. Arrastró a la mujer al interior y la dejó
caer lo más lejos posible de mí, junto a la bañera. Tenía el rostro pegado a
los azulejos, pero algo en ella me resultaba familiar. Ryan ató sus muñecas
y tobillos con cinta adhesiva. La puso de lado y vi su rostro por primera
vez.
Me quedé boquiabierta.
Los ojos de Ryan se dirigieron hacia mí.
—¿Qué? ¿La conoces?
Negué con la cabeza, tratando de borrar la expresión de sorpresa en
mi rostro.
Sus labios se afinaron en señal de sospecha.
—¿Estás segura? ¿Por qué te siguió hasta aquí entonces, Maddy?
Kate me miró fijamente, con uno de sus ojos ya hinchado y un feo
corte en la sien. ¿El Mayor le había pedido que se uniera a la misión sin
decírmelo?
—Nunca la había visto —dije.
—Estás mintiendo —acusó, avanzando con el cuchillo.
—¡No lo hago! No la conozco. Quizá haya seguido a Devon hasta
aquí.
Ryan hizo una pausa, con una mirada contemplativa.
—Devon. —Su boca se torció—. Eso la haría igual de estúpida que
él.
—¿Por qué lo mataste?
Kate intentaba taladrarme un agujero en la cabeza con sus ojos, pero
no la miré. No podía arriesgarme a que Ryan sospechara aún más.
—Porque ha estado husmeando demasiado, metiendo las narices
donde no debía. Tuve que detenerlo. Lo traje hasta aquí. Se creía muy listo,
pero nunca me habría encontrado si no lo hubiera dejado seguirme. Es una
pena que esté muerto. Pensaba culparlo de los asesinatos. Por eso maté a
esa zorra de Francesca.
Ryan sonrió. Avanzó hacia mí, lentamente, disfrutando cada momento
de su pequeño y enfermizo juego. Obligue a mi cuerpo a relajarse, incluso
cuando se arrodilló a mi lado e hizo girar un mechón de mi cabello
alrededor de su dedo.
—¿Por qué trajiste a Devon hasta aquí? —pregunté, las palabras
retumban en mi garganta.
Se detuvo con su dedo en mi clavícula.
—Porque este es mi lugar. Nadie viene nunca aquí. Llevo meses
utilizando este lugar para trabajar en mi don.
—La niebla —dije antes de poder detenerme.
Quitó la mano y sus ojos examinaron mi rostro.
—¿Así que te acuerdas?
Dudé.
—Algunas cosas. Puedes controlar la niebla.
—No solo controlar. Puedo crearla. Es parte de mí —dijo, el orgullo
iluminaba su expresión.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con matar personas?
Podía sentir la mirada atenta de Kate sobre mí. Por supuesto, ya se
había dado cuenta de que estábamos tratando con un Variante. Quizá ella lo
sabía desde el principio.
Ryan se apoyó sobre sus piernas, con el cuchillo en equilibrio sobre
sus muslos.
—¿Por qué debería decírtelo?
—Solo quiero entender. —Mi voz se quebró y ni siquiera era fingida.
Tenía pocas dudas sobre el resultado de esta noche si Ryan se salía con la
suya. Kate y yo moriríamos. Dejé que mis piernas volvieran a ondularse y
pude sentir cómo se acortaban lentamente. El problema era que en el
momento en que me transformara en una niña para liberarme de mis
ataduras, Ryan dejaría de compartir sus secretos, pero yo necesitaba
conocerlos. Tenía la sensación de que el Mayor no los compartiría conmigo.
La niebla se acumuló en el suelo, girando alrededor de Ryan,
rodeando sus piernas como un gato.
—He estado ocultando mi talento toda mi vida. Me daba vergüenza.
Mi padre siempre me decía que tenía que mantenerlo en secreto, que era
algo malo, que era un fenómeno. Pero hay otras personas como yo. Con
dones. —Habló con un tono respetuoso, con los ojos brillantes de orgullo.
No es broma, pensé con sarcasmo. Dos de ellos están en esta
habitación contigo.
Si no fuera un psicópata, habría sentido simpatía por él. Sabía
exactamente cómo se sentía.
—Y me uniré a ellos —continuó—. Ellos me encontraron. Dijeron
que tenía que romper todos los lazos con mi vida anterior antes de poder
unirme a ellos. Tenía que asegurarme de deshacerme de cualquiera que
pudiera sospechar de mí, que pudiera conocer mi don.
Eso no sonaba a la FEA. Ellos nunca alentarían a matar. Tal vez era el
grupo de Variantes renegados que Holly había mencionado en su correo
electrónico. ¿Pero cómo preguntarle sin delatarme?
—¿Así que todas las víctimas sabían de tu don?
Se encogió de hombros.
—Nadie más lo sabía, pero la doctora Hansen estaba preocupada por
los resultados de mis análisis de sangre y ese estúpido conserje me había
visto creando niebla. No puedo correr ningún riesgo. El Ejército de Abel es
demasiado importante para eso.
—¿El Ejército de Abel? —dije. Kate parecía saber de qué estaba
hablando. Cuando sintió mis ojos sobre ella, bajó su rostro.
Ryan se rió.
—Basta de preguntas, Maddy. —Puso un dedo en mis labios. Quise
morderlo, pero movió la mano hacia abajo. Sus dedos recorrieron la cicatriz
en mi garganta, se arrastraron través de mi esternón, deteniéndose sobre el
colgante por un momento antes de rozar la A sobre mi caja torácica—. Me
encanta haber dejado mi marca en ti, Maddy. Me entristece que esté casi
curada. —Me estremecí ante su cercanía.
—Dudo que al Ejército de Abel le importe una mierda tu don,
perdedor. Tienen talentos mucho más raros de lo que podrías imaginar. ¿Por
qué iban a querer a un niño que puede jugar a la máquina de niebla?
Kate había acudido en mi ayuda. Nunca pensé que vería eso suceder.
—¿Qué demonios sabes del Ejército de Abel? —preguntó, en voz
baja.
Kate apretó los labios.
Él sonrió y se dirigió hacia la bañera. Kate se puso tensa cuando se
detuvo su lado, pero él se limitó a agarrar el grifo y abrir el agua, dejando
que llenara la bañera. Su silencio me asustó más que si hubiera gritado y
enfurecido. Mi estómago se contrajo. Se acercó al lavabo y tomó la pistola
eléctrica del estante.
—Hablarás —dijo—. Porque te obligaré.
Con la pistola eléctrica en la mano, se arrodilló frente a Kate.
—¿Así que realmente no quieres decirme cómo sabes lo del Ejército
de Abel? —Antes de que ella pudiera responder o incluso negar con la
cabeza, él la toco con la pistola en el costado. Saltaron chispas azules y
Kate gritó. Obligué a mi cuerpo a entrar en modo de cambio de nuevo. A
pesar de los años de entrenamiento, el pánico intenso que sentía dificultaba
mi variación. Las ondulaciones comenzaron de nuevo lentamente en los
dedos de los pies, subiendo.
—¡Detente! —grité.
La electricidad volvió a crepitar mientras los gritos de Kate llenaban
la habitación. Luché contra mis ataduras, con mis ojos ardiendo.
Ignorándome, volvió a tocarla con la pistola. Finalmente, mis piernas se
acortaron y adelgazaron, al igual que mis brazos.
—¡Déjala en paz! —grité y esta vez lo hizo. Se levantó
tambaleándose y se acercó a mí. Dejé de moverme, esperando que no se
diera cuenta de nada en la penumbra. Mi rostro seguía siendo el de Madison
y mi cuerpo aún no se había acortado considerablemente, excepto las
piernas. Pero Ryan estaba casi febril por su deseo de venganza, y solo me
miraba a los ojos con una satisfacción enfermiza.
Los rayos en miniatura crepitaban entre los electrodos de la pistola
eléctrica.
Cada respiración se sentía como una llama dentada dentro de mi
pecho. Cuando se puso en cuclillas a mi lado, cerré los ojos, preparándome
para el dolor. Algo tocó mis labios y un grito estuvo a punto de salir de mi
boca cuando me di cuenta de que había puesto cinta adhesiva para hacerme
callar.
—Te amé y maté por ti y no te importó.
Sonrió por un momento antes de que mi cuerpo estallara de dolor. El
fuego atravesó por mi costado, pecho y brazos. Jadeé contra la cinta, mi
garganta se cerró. La bilis se agolpó en mi boca. Tal vez me ahogaría con
mi propio vómito, una forma valiente de morir. Volvió a darme una
descarga y fue como si las llamas lamieran mi piel. Grité sin hacer ruido,
pero él continuó hasta que mi mundo fue fuego, chispas azules y lágrimas
calientes.
Finalmente, se detuvo.
—No hables —dijo antes de salir.
Capítulo 22

Respirando profundamente por la nariz, luché contra el dolor.


Necesitaba terminar el cambio, pero el dolor lo hacía difícil. Summers había
querido causarme dolor durante el entrenamiento, pero Alec siempre lo
había detenido. Ahora deseaba no haberle permitido protegerme.
Kate estaba acurrucada en posición fetal frente a mí. Intentaba hablar
a través de la cinta adhesiva que cubría mis labios, pero solo salían sonidos
incoherentes. Al menos consiguieron llamar la atención de Kate. Levantó la
cabeza un centímetro, con los ojos llorosos y medio cerrados. Lentamente
se apoyó en los codos. Me retorcí y me moví hasta mirar a Kate
directamente a los ojos. Durante tres años había evitado esto como la peste,
decidida a no darle acceso a mi cabeza, y ahora estaba aquí, invitándola a
leer mi mente.
Si todo salía como Ryan quería, probablemente pronto estaríamos
muertas. No habría tiempo para arrepentirse. O para que Kate me matara de
rabia.
Por la forma en que sus ojos brillaban con furia, eso era lo que tenía
en mente. Se incorporó con dificultad, con los ojos llenos de furia. A pesar
de las ganas de apartar la vista, mantuve mi mirada fija en ella. Parpadeó, y
el sudor y la sangre se deslizaron por su pálida piel.
Lo siento, Kate. No puedo leer tu mente. De todas maneras, ¿qué
haces aquí?
Lamió la sangre de sus labios, tosió y tragó con dificultad, como si
tratara de encontrar su voz.
¿Te ha enviado el Mayor?
Ella negó con la cabeza y cerró los ojos por un momento, con el
rostro sin color. Parecía enferma, y su blusa estaba empapada de sangre; la
herida de la sien había sangrado mucho.
—No —dijo finalmente, con voz ronca—. No sabe que estoy aquí.
¿Kate había desobedecido al Mayor? Vaya.
—Es tu culpa —continuó—. Quería vigilarlos a Alec y a ti. Sé lo que
pasó. La mente de Holly es como un libro abierto.
¿Cómo me encontraste?
—Estaba sentada en un auto fuera de la casa. Pensé que podrías ir a
otro paseo de medianoche para encontrarte con Alec. Pero entonces te vi
corriendo detrás de ese tipo.
¿Por qué me seguiste adentro? Debes haber sabido que Alec no
estaba aquí. Y hace unos minutos distrajiste a Ryan para alejarlo de mí.
¿Por qué?
—No porque me agrades, si eso es lo que piensas. Le debo al Mayor
hacer lo que pueda. Ya he descuidado bastante mis responsabilidades en los
últimos días. —Un ataque de tos le impidió decir nada más.
La bañera estaba llena de agua. No teníamos mucho tiempo antes de
que Ryan regresara.
Tenemos que encontrar una forma de escapar.
Asintió y recorrió lentamente mi cuerpo con la mirada antes de
levantar una ceja.
No puedo cambiar. Mi Variación no funciona. Va muy lento.
—Concéntrate —susurró Kate. El pánico se reflejó en su rostro.
Cerré los ojos. ¿Cómo había conseguido superar el bloqueo de mi
Variación la última vez?
Alec. Pero no estaba allí, al menos no físicamente. Dejé que mi
recuerdo favorito me reclamara, el recuerdo que había intentado olvidar
durante los últimos días. Los ojos grises de Alec, tiernos y cariñosos, sus
labios suaves y exigentes, su tacto como promesas susurradas en mi piel.
Las ondulaciones comenzaron en mis dedos y se extendieron como un
incendio por mi cuerpo. Mi piel empezó a estremecerse y luego a
encogerse; mis huesos y músculos fueron los siguientes, haciéndose más
pequeños.
Abrí los ojos y por primera vez vi admiración, tal vez incluso celos,
en el rostro de Kate, pero fue fugaz y rápidamente sustituido por un gesto
de desprecio.
Las cuerdas colgaban sueltas alrededor de mis muñecas, que acababan
de convertirse en infantiles, y liberarme de ellas fue un juego de niños. Me
estiré, mis músculos estaban doloridos. Dejé que la sensación de ondulación
me invadiera una vez más, me metí de nuevo en el cuerpo de Madison.
Me acerqué a Kate e intenté liberarla de sus ataduras. Pero mis
cuerdas habían sido más fáciles de aflojar que la cinta con la que ella había
sido amarrada. Estaba pegada y era demasiado fuerte para romperla. Se
escucharon pasos en el pasillo.
Los ojos de Kate se llenaron de pánico.
—¡Deprisa! Ya viene. —Mis dedos tantearon la cinta, pero sin
cuchillo ni tijeras no había posibilidad de quitarla.
La puerta se abrió abruptamente, casi golpeando mi cabeza. Retrocedí
a trompicones, perdí el equilibrio y choqué con el lavabo. Una punzada
atravesó la parte baja de mi espalda e hice una mueca de dolor. La niebla se
deslizó por el suelo, acercándose a mí como garras hambrientas.
Ryan se tambaleó hacia mí. Nunca me había dado cuenta de lo alto
que era. Llevaba el cuchillo en una mano y se abalanzó sobre mí, pero
esquivé la puñalada, esquivando la hoja por centímetros. Le di un puñetazo
en el brazo y el cuchillo cayó al suelo, con un sonido amortiguado por la
creciente niebla. Agarró mi cabello y con la mano libre señaló la niebla.
Como si se tratara de una cuerda, la niebla empezó a rodear mi cuerpo.
Luché, pero su agarre se hizo más fuerte. Rodeó mi garganta, fría y
húmeda, y apretó. Grité, pero su agarre era implacable. Me estranguló.
Estrangulada por la niebla. La misteriosa forma en que habían muerto dos
de las víctimas. Los puntos negros bailaban en mi visión. Podía sentir que la
niebla palpitaba a mí alrededor como si tuviera un latido propio.
Me desmayé antes de caer al suelo de baldosas.

***
El sabor de la sangre en mi boca fue lo primero que noté una vez que
mis sentidos regresaron. Pasaron unos segundos más antes de que el silbido
en mis oídos se calmara lo suficiente como para poder escuchar lo que
ocurría a mí alrededor: jadeos y gritos.
Luché contra la somnolencia.
Otro grito desgarrador hizo que los vellos de mis brazos se erizaran.
El siguiente grito cesó bruscamente y lo único que escuché fue el chapoteo
del agua. Me obligué a abrir los ojos. Uno de ellos parecía cerrado con
costra de sangre y, por mucho que lo intentara, no se abría más que una
rendija. La niebla flotaba en el baño, una pared de color blanco lechoso.
Toqué mi garganta y me estremecí. La piel estaba sensible. Pero había
otro punto que dolía aún más. Miré el agujero de mi camisa y la A de mi
piel que asomaba. Era de un rojo intenso y rezumaba sangre. Ryan había
renovado el corte.
Centrando mi atención en la niebla, traté de distinguir lo que ocurría.
Ryan sostenía la cabeza de Kate debajo del agua. Ella había dejado de
luchar y sus brazos colgaban inertes a los lados. Haciendo acopio de
fuerzas, me puse de pie. Ryan soltó a Kate y el resto de su cuerpo se hundió
bajo la superficie del agua. Las olas se deslizaron por el borde e inundaron
el baño.
Los puntos de luz bailaban dentro y fuera de mi visión.
Me esforcé por transformar mi cuerpo, pero no ocurrió nada. Esto no
podía ser cierto. ¿Qué me pasaba? Ryan se acercaba a mí, cortando el aire
con el cuchillo. ¿Por qué no me estaba atacando con su niebla? Tal vez él
también estaba sin energía.
Tensé las piernas como me había enseñado Alec. Di una patada alta,
pero mi puntería era mala y casi perdí el equilibrio. Respirando
profundamente, lo intenté de nuevo. Esta vez le quité el cuchillo de la mano
de una patada. El cuchillo cayó al suelo.
Ryan se abalanzó hacia delante, sus manos se cerraron alrededor de
mi garganta como lo había hecho antes la niebla, apretando hasta que no
pude respirar. Sus uñas se clavaron en mi piel. Agarré sus brazos,
intentando desequilibrarlo, pero era demasiado fuerte. Mis dedos se
clavaron en él, haciéndole todo el daño posible.
Su agarre era implacable. Mis pulmones se contrajeron y los puntos
negros borrosos volvieron a mi visión. El verde oliva de sus iris desapareció
hasta que solo hubo blanco. La niebla se densificó, comenzó a zumbar,
aferrándose a mi cabello y mi piel. Iba a matarme. No tenía mucho tiempo.
Una débil sensación de ondulación comenzó en mis piernas y recorrió
mi cuerpo. Concentré toda mi energía en el cambio mientras más puntos
bailaban en mi visión. Las ondulaciones aumentaron y sentí que mis huesos
se alargaban y mis músculos crecían. Con un grito, Ryan me soltó y la
niebla se disipó en la habitación. El estiramiento, el cambio, la
remodelación y luego la transformación terminaron, y yo era tan alta como
Ryan. Me había transformado en Alec.
—¿Eres uno de los nuestros? ¿Te ha enviado el Ejército de Abel? —
Sus iris habían vuelto a su verde habitual.
—No soy una asesina y no me importa su ejército —dije.
Se tambaleó de nuevo hacia delante, con los brazos extendidos. Lo
bloqueé y levanté la rodilla, golpeándolo en la ingle. Con un gemido, se
tambaleó hacia atrás y cayó de rodillas, con el cuchillo a centímetros de él.
Lo agarró, con los nudillos blancos, y avanzó hacia mí con el arma en
la mano. Su andar no era tan firme como antes y solo unas vetas de bruma
danzaban alrededor de sus piernas. Se lanzó hacia adelante como una
serpiente a punto de hacer su golpe mortal. El fuego quemó mi brazo donde
la hoja abrió mi piel. Inmediatamente, mi manga absorbió el líquido
caliente.
Con un grito de guerra con la profunda voz de Alec, me abalancé
hacia él. Ryan lanzó el cuchillo en un arco, apuntando directamente a mi
cabeza. Con una sacudida, volví a cambiar a un cuerpo femenino. Ni
siquiera sabía si era el de Madison o el mío. La hoja no me alcanzó por
menos de un centímetro. Si no hubiera cambiado de cuerpo, Ryan me habría
arrancado la cabellera. Le di una patada en la rodilla tan fuerte como pude y
escuché un crujido satisfactorio.
Ryan gritó de dolor y perdió el equilibrio, agitó los brazos y tropezó
hacia delante, chocando conmigo con toda su fuerza. El impacto sacó el aire
de mis pulmones, haciéndome jadear. Caímos hacia atrás y mi coxis se
estrelló contra el suelo sólido, enviando una sacudida de dolor a mi espalda.
El cuerpo más pesado de Ryan cayó sobre mí y algo duro se clavó en mi
estómago.
Me paralice del miedo. ¿Me había apuñalado?
Sus ojos se agrandaron en señal de asombro antes de que su boca se
aflojara. Se desplomó contra mí mientras algo cálido y húmedo empapaba
mi ropa. Lo aparté de un empujón. Rodó sobre su espalda, con el mango del
cuchillo sobresaliendo de su vientre. La sangre salía por su boca y sus ojos
se desenfocaron. Una respiración entrecortada salía a borbotones de su
cuerpo. Hilos de niebla se enroscaron alrededor de sus brazos y se filtraron
en su piel.
Su pecho se agitó y luego se detuvo. El último hilo de niebla
desapareció.
Ryan estaba muerto.
Capítulo 23

Había perdido demasiado tiempo.


Cada centímetro de mi cuerpo dolía mientras me tambaleaba hacia
ella. Mis manos se metieron en el agua rosada, agarraron los hombros de
Kate y la sacaron. Estaba anormalmente pesada, como si su cuerpo hubiera
absorbido mucha agua. Su cabeza se inclinó hacia un lado, con el rostro
flácido, mientras la bajaba al suelo. El corte en la frente había dejado de
sangrar.
Apreté las yemas de mis dedos en su piel, tratando de encontrar su
pulso. No lo tenía. Mis manos volaron sobre su garganta, apretando y
tocando. Un miedo asfixiante se apoderó de mi pecho. Otra vez no.
Limpié las lágrimas de mis ojos. Llorar por Kate; nunca pensé que
llegaría ese día. Apoyé las palmas de las manos en su caja torácica y
comencé la reanimación cardiopulmonar. Tres empujones. Uno, dos, tres.
Me incliné sobre ella e insuflé aire en sus pulmones. Los segundos se
prolongaron, tal vez minutos. Mis brazos dolían, pero no podía detenerme.
Si me detenía, admitiría la derrota. No lo permitiría; no dejaría que se
llevara otra vida. No cuando ya se había llevado a Devon.
—Déjame hacerlo —dijo una voz masculina.
Un grito salió de mi garganta, dejándola en carne viva. Me giré y mi
corazón se detuvo. Apoyado en el marco de la puerta, con la ropa rota y
ensangrentada, y el cabello todavía cubierto de sangre, estaba Devon. No
podía estar vivo. Era absolutamente imposible.
Pero allí estaba.
Dio un paso tembloroso para acercarse. Luchando con cada
movimiento, se dejó caer de rodillas a mi lado. Estaba tan cerca que pude
ver que el agujero en su cabeza se había cerrado y una fina capa de piel
había crecido sobre él.
Parpadeé. Nada de esto era posible.
Se apoyó en los muslos e inspiró como si tuviera que acostumbrarse a
estar vivo de nuevo. Giró la cabeza para mirarme.
—No eres Madison. Debería haberme dado cuenta antes, pero creer la
mentira era más fácil.
Sin esperar a que dijera nada, colocó las manos sobre Kate. Una en su
caja torácica y otra en su mejilla. El color de su rostro pasó de blanco a gris
enfermizo y sus ojos se entrecerraron concentrados.
—¿Qué estás haciendo?
De repente escuché una débil inhalación. Al principio pensé que lo
había imaginado, pero entonces el pecho de Kate se agitó debajo de su
mano. Acuné su cabeza sobre mi regazo.
—¿Cómo? —murmuré.
Devon se desplomó contra la bañera, temblando. Parecía a punto de
desmayarse.
—Curar a los demás y a mí mismo... ese es mi don... al igual que el
tuyo es aparentemente el engaño.
—¿Por qué? —Me detuve.
—Solo puedo curar a los que aún no han pasado a mejor vida.
Madison se fue, aunque su cuerpo se mantuvo vivo. No puedo explicarlo,
pero creo que es algo sobre el alma que se aferra al cuerpo o no. Creo que a
Maddy le rompió el hecho de que Ryan fuera el que intentara matarla, como
si de alguna manera rompiera su voluntad de vivir. —Temblaba y el sudor
brillaba en su frente—. Por eso... por eso no pude traerla de vuelta cuando
la encontré en el lago. —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. Pero me
permití creer que tú eras ella, que por algún milagro mi don la había traído
de vuelta de un lugar del que nadie regresa.
—¿Pero por qué estabas en el lago?
Miró sus manos, todavía cubiertas de sangre.
—Sabía que solía reunirse allí con Yates. Quería... no sé realmente
qué quería hacer cuando los encontré. Quizá darle un puñetazo en el rostro
—Frotó las manos sobre sus pantalones como si quisiera limpiarlas, pero la
sangre se adhería a su piel—. Por favor, al menos deja de fingir que eres
ella ahora.
Mi cuerpo se estremeció. Apenas sentí las ondulaciones, pero por la
mirada de Devon supe que ya no era Madison.
Su pecho se estremeció con un suspiro.
—Todavía necesita tratamiento médico. No he podido curarla del
todo; aún estoy demasiado débil por haberme curado a mí mismo.
Acariciando el cabello de Kate, miré hacia el cuerpo de Ryan. Sus
ojos estaban muy abiertos y mirando hacia mí.
Devon siguió mi mirada y negó con la cabeza.
—No lo traeré de vuelta, aunque aún no haya pasado a mejor vida.
Quiero que se vaya. —Yo no se lo habría pedido. Aunque no estaba
orgullosa de ese sentimiento, me alegraba que Ryan estuviera muerto.
La puerta principal se abrió de golpe y el sonido de pasos
estruendosos llenó la casa.
—¡Estamos aquí! —grité.
Alec y el Mayor entraron primero, con un escuadrón de hombres con
armadura negra detrás de ellos.
Vieron el cadáver en el suelo y luego a Kate, Devon y a mí. Me
estremecí y me rodeé con los brazos. Alec estaba a nuestro lado en un abrir
y cerrar de ojos. Los tres estábamos cubiertos de sangre, pero yo estaba
prácticamente ilesa, excepto por lo que parecía un agujero en lo más
profundo de mi pecho.
—Estoy bien —susurré mientras Alec tocaba el corte sobre mi ceja.
—¿Qué pasó? —preguntó el Mayor, con voz controlada.
—Fue Ryan. Es un Variante. Podía crear y controlar la niebla.
Los labios del Mayor se apretaron con decepción, como si estuviera
triste porque un precioso Variante se le había escapado de las manos. Miró a
Devon, con los ojos posados en la abolladura en su cabeza y los agujeros en
la camisa. Pero no era mi lugar decidir si Devon quería que se conociera su
don.
—Ryan dijo algo sobre unirse al Ejército de Abel.
La habitación se quedó en silencio. El espanto cruzó el rostro del
Mayor antes de poner su máscara neutral. Alec intercambió una mirada con
él Lo sabían. Todos lo sabían, excepto yo.
Alec pasó las manos por el cabello de Kate.
—¿Por qué ella está aquí? Se supone que no debería estar.
—No lo sé. Pero dejó de respirar durante un momento porque la
mantuvo debajo del agua. Hay que llevarla a un hospital.
—¿Y tú? —preguntó Alec mientras levantaba a Kate en sus brazos—.
¿Segura que estás bien?
—Estoy bien. —Con qué facilidad escapó la mentira de mis labios.
Dudó, sus ojos en conflicto.
—Alec, creo que deberías darte prisa —dijo el Mayor.
Éste asintió escuetamente con la cabeza, y sus ojos se dirigieron a mí
una vez más antes de darse la vuelta. Lo observé mientras salía. Durante un
último momento, mis ojos se dirigieron a Ryan. Los demás agentes de la
FEA lo estaban examinando. Todos menos el Mayor, que solo tenía ojos
para Devon y para mí. Probablemente ya sabía lo de Devon. El Mayor
siempre parecía saber cosas.
—Deberías dejar que un médico te revise —dijo, mirando mi pecho.
—Estoy bien. —Crucé los brazos sobre mi cuerpo—. ¿Qué es el
Ejército de Abel? ¿Y por qué mataría Ryan para unirse a ellos?
Los ojos oscuros del Mayor se clavaron en mí, como si tratara de
extraer algo de mi mente. Dudó. Él nunca dudaba.
—El Ejército de Abel es un grupo de Variantes.
—¿Por qué no forman parte de la FEA?
—No les gusta jugar con las reglas y no quieren estar bajo el control
del gobierno. Su líder tiene su propia agenda.
—¿Abel? —Adiviné.
—Hay una cosa que nunca debes olvidar: El Ejército de Abel es
peligroso. Muy peligroso. Son un grupo de criminales, y nada más. No nos
asociamos con ellos, bajo ninguna circunstancia. —Se aclaró la garganta—.
Dejaré que Stevens te lleve al cuartel general. Un helicóptero está
esperando. —Cara de Halcón se adelantó al escuchar su nombre.
—¿El cuartel general? ¿Pero qué pasa con Linda y Ronald? Estarán
preocupados.
Devon se incorporó, con uno de sus brazos rodeando su pecho.
—Creo que es mejor que no te vuelvan a ver —dijo en voz baja.
El Mayor asintió.
—Esta misión ha terminado, Tessa.
Capítulo 24

Pasé los dos días siguientes en cama, recuperándome; al tercer día ya


no pude esconderme.
Holly se inclinó en el borde de mi cama y puso una mano en mi
hombro. Tenía el cabello de un color rojo furioso, tal y como había
prometido en su correo electrónico.
—El Mayor quiere verte en su oficina.
Levanté la cabeza de la almohada.
—¿Ha vuelto?
—Alec y él han vuelto esta mañana. Toda la agencia está hablando del
Ejército de Abel.
Me senté.
—No has dicho nada, ¿verdad? —susurré. Se lo había contado todo a
Holly la noche anterior: en la seguridad de la oscuridad, las palabras se
habían derramado de mi boca y, después, había sentido como si me
hubieran quitado un peso de encima. Pero el Mayor se pondría furioso si
determinaba que yo era la fuente de los chismes.
El dolor parpadeó en sus ojos.
—Por supuesto que no.
—Lo siento. Es que ya no sé qué pensar. Supongo que tardaré un
tiempo en volver a ser la de antes.
Aparté las mantas y comencé a ponerme unos pantalones y una
camiseta limpia.
—No me lo dijiste —susurró Holly.
Abroche mis jeans antes de mirarla.
—¿Decirte qué?
—Que él también te cortó.
Mi mano viajó a la A sobre mi caja torácica. Había conseguido
ocultárselo hasta ahora.
—No lo hizo: me cortó cuando estaba en el cuerpo de Madison. Pensé
que desaparecería una vez que volviera a cambiar. Pero... —Ryan había
dejado su marca en mí. Un recuerdo constante, algo, una pequeña parte de
Madison, que llevaría conmigo hasta el amargo final. Solo había una
persona que podría haber eliminado la marca de mi cuerpo y era la única a
la que no podía pedírselo. No después de lo que había pasado.
Holly asintió, pero la tristeza en su rostro era demasiado.
Fuera de la habitación, las voces susurradas recorrían el pasillo. La
sala común estaba llena de personas, riendo y hablando. Pasé junto a ellos.
Nunca me había sentido tan lejos de la vida en la FEA. Había cambiado
durante mi tiempo como Madison y no creía que fuera algo que pudiera
deshacerse.
Tanner se puso a mi lado.
—Hola Tess, escuché que pateaste algunos culos en Livingston. Bien
hecho.
Me detuve, congelada por sus palabras y lo miré fijamente, sin saber
si estaba bromeando. Poco a poco su sonrisa se desvaneció.
—Eso no fue lo correcto, ¿eh? —Frotó su melena.
—Lo siento, no estoy de humor para felicitaciones. No me siento
realmente como una ganadora.
Asintió.
—Alec preguntó por ti. Fue lo primero que dijo al volver.
Forcé una sonrisa.
—Gracias por decírmelo. Tengo que irme. El Mayor está esperando.
La puerta de la oficina del Mayor estaba abierta. Vacilante, entré.
Alec y él estaban de pie frente al ventanal, mirando hacia afuera. Parecía
que estaban discutiendo sobre algo. Alec negó con la cabeza, con la
expresión más enfadada de lo que jamás había visto. Me acerqué un poco
más, con la esperanza de captar un fragmento de su conversación. De
repente, se callaron y se giraron para mirarme. Sin que el Mayor dijera nada
más, Alec se dio la vuelta y salió de la habitación, rozando con su mano la
mía al pasar. La puerta se cerró y un silencio aplastante me envolvió.
El Mayor se hundió en su silla y, después de un momento, crucé la
habitación y me senté frente a él. Señaló una taza.
—Le pedí a Martha que te preparara un té. Dijo que te gusta el chai.
Tomé la taza y soplé el líquido humeante, respirando el aroma de
canela y algo más picante. Un poco como Alec. Tomé un sorbo, sabiendo
que me observaba. Acuné la taza contra mi pecho.
—¿Habló con Devon?
El Mayor asintió.
—¿Y?
—Le dije la verdad. Es uno de los nuestros. De todos modos, se había
dado cuenta de la mayoría de las cosas por sí mismo. —Hizo una larga
pausa—. Y lo invité a unirse a nosotros.
Me estremecí. El líquido caliente salpicó por el borde de la taza y
empapó mi camisa, quemando la piel debajo. Dejé la taza sobre el
escritorio.
—¿Qué dijo?
—Dijo que sí.
¿Cómo podría volver a enfrentarlo?
—Devon sabe que lo que hicimos era necesario para atrapar al
asesino. Lo aceptó. —El Mayor enderezó los puños de su camisa—. Y hay
alguien más que pronto se unirá a nuestras filas.
—¿Otro Variante? —Por un momento de locura estuve segura de que
el Mayor había convencido a Devon de traer a Ryan de entre los muertos.
—Phil Faulkner, sé que se lo mencionaste a Alec una vez.
Asentí. Así que había tenido razón. Phil era un Variante.
—¿Cuál es su Variante?
—Veneno. Sus conductos lagrimales y las glándulas se las palmas de
sus manos producen una toxina, un fuerte sedante.
Pensé en mis pocos encuentros con Phil. Nunca le había prestado
demasiada atención, pero me acordé de algo que había notado.
—¿Por eso a veces llevaba esos guantes sin la parte de los dedos?
—Correcto. Cuando tiene problemas emocionales, tiene algunos
problemas para controlar sus glándulas, pero podremos ayudarlo con eso.
—La emoción se reflejó en el rostro del Mayor. Un nuevo Variante era algo
importante y ahora tenía dos.
—Hemos encontrado cartas y documentos en la casa donde Ryan te
atacó. Al parecer, tres familias de Variantes se trasladaron a Livingston
durante la Segunda Guerra Mundial, preocupadas de que el gobierno los
utilizara como armas. Decidieron esconderse y vivir libres de sus
Variaciones. —Sus labios se apretaron con evidente desaprobación—. Los
padres de Linda Chambers, los abuelos de Ryan y la abuela de Phil.
—¿Y nadie lo sabía?
—Como las Variaciones suelen saltarse una generación, ni los padres
de Ryan ni los de Phil eran Variantes, y no tenían ni idea. La abuela de Phil
le dijo la verdad. Alec y yo hablamos con ella y la convencimos de que lo
mejor era que Phil se uniera a la FEA. Por desgracia, los padres de Linda
Chambers murieron sin decírselo a nadie, por lo que Devon nunca entendió
lo que le ocurría.
—¿Y qué hay de Madison; tuvo una Variación?
—No que sepamos. Devon afirma que es el único Variante de su
familia y no tengo ninguna razón para dudar de él. —Hizo una pausa antes
de añadir—: Decidimos no cargar al señor y a la señora Chambers con el
conocimiento de las Variantes por el momento. En cuanto al resto de la
ciudad, la FEA dejó que Summers y algunos otros hicieran su magia. Según
la policía local y los medios de comunicación, Ryan era simplemente un
sociópata adolescente con problemas de drogas.
El Mayor tamborileó con los dedos sobre su escritorio. Parecía
reflexionar sobre cuánto más debía contarme.
—Mucho antes de que te unieras a nosotros, mucho antes incluso de
que nacieras, el Ejército de Abel formaba parte de la FEA. Pero hace casi
dos décadas, se separaron y ahora están reclutando miembros para su propia
causa. Mientras que nosotros estamos más que contentos de ayudar al
gobierno en sus grandes esfuerzos antiterroristas, el Ejército de Abel está
muy dispuesto a ofrecer sus talentos al mejor postor.
—¿Entonces los agentes no fueron secuestrados? ¿Se unieron al
Ejército de Abel por voluntad propia? —Parecía imposible que alguien
eligiera al Ejército de Abel, un grupo que animaba a matar, en lugar de la
FEA.
—Eso no es lo que dije. No sabemos qué pasó con los agentes. Lo que
sí sabemos es que el Ejército de Abel está creciendo. Ya no se conforman
con permanecer en segundo plano y son despiadados.
Abrí la boca, pero el Mayor levantó las manos.
—Eso es todo lo que puedo decir.
—Entonces, ¿no cree que el Ejército de Abel obligó a Ryan a matar?
¿Cree que tal vez le lavaron el cerebro?
—Es un hecho triste que algunas Variantes no necesitan mucho
incentivo para descarriarse. La misma Variante que nos regala talentos
extraordinarios, lamentablemente, a veces trae consigo una predisposición a
la inestabilidad mental. Ryan era una de esas Variantes volátiles. El Ejército
de Abel está especialmente interesado en ellos.
—¿Pero por qué?
El Mayor miró sus manos rompiendo el contacto visual.
—Abel siempre ha sido de la opinión de que la práctica de la FEA de
confinar a los Variantes volátiles que sean una amenaza para la sociedad es
errónea. Cree que hay otras formas de mantenerlos bajo control, o que su
inestabilidad puede ser útil. Y hay que decir que muchos Volátiles están
dotados de Variaciones extraordinarias y que quien consiga utilizarlas
tendrá una gran ventaja.
—¿Y qué hace la FEA con los Variantes volátiles? ¿Siempre se los
envía a la cárcel?
—No. No hay una forma segura de determinar si alguien es volátil,
pero si hay un historial de enfermedad mental en los antecedentes de la
persona, eso es una bandera roja. Sin embargo, con la orientación adecuada,
podríamos haber mantenido a Ryan bajo control. Por eso intentamos
encontrar Variantes lo más jóvenes posible.
—Creo que Ryan realmente amaba a Madison —dije en voz baja.
—Puede que la quisiera, y tal vez las cosas habrían sido diferentes si
no hubieran roto. Tal vez fue su punto de inflexión y todo se descontroló a
partir de ahí. Pero nunca lo sabremos. El hecho es que se emborrachó con el
poder que le dio su Variación y esa fue su mayor caída.
Asentí.
El Mayor me miró con dureza.
—Las emociones son algo peligroso, Tessa. Es mejor mantenerlas
bajo control en todo momento.
Hizo un gesto despectivo y me levanté de la silla. Me giré antes de
llegar a la puerta.
—Señor, como seguramente ya sabe, el funeral de Madison es dentro
de unos días. Me gustaría ir a despedirme. Creo que me ayudaría a superar
todo lo que pasó.
—Lo siento, pero no puedo permitirlo.
—Pero señor, no me delataría. Tendría cuidado de que no me vieran.
—No estoy tratando de ser cruel, Tessa. Entiendo tu razonamiento,
pero no creo que tu presencia allí sea prudente. No lograrías nada y creo
que deberías quedarte aquí por un tiempo.
Su expresión dejaba claro que ninguna súplica lo haría cambiar de
opinión.
Mordí mi labio y me di la vuelta, esperando que no hubiera visto
cuánto me dolía su negativa.
—Lo has hecho bien, Tessa. Todo el mundo lo piensa. Sé que estás
disgustada y confundida, y quizá incluso te sientas un poco culpable, pero
lo que hiciste fue honorable. La FEA trata de proteger a la sociedad en
general y tú hiciste tu parte. Pronto lo verás así también.
Esperaba que tuviera razón.
Capítulo 25

Eran las cinco de la mañana cuando terminé mi primera vuelta en la


piscina. Agradecí la soledad. El sonido de una puerta al cerrarse rompió mi
concentración y nadé hasta el borde de la piscina, buscando la fuente. Alec
observaba desde lejos. Llevaba un pantalón de pijama negro. Dudo que
pensara nadar con ellos. Nadé hacia la escalera y salí de la piscina, con
cuidado de mantener los brazos delante de mi cuerpo y de la atroz marca
que no quería que viera.
—¿Qué haces levantado tan temprano?
—No podía dormir —dijo—. Y te vi dirigiéndote a la piscina. Tenía
ganas de hablar contigo.
El sonido del agua golpeando el borde de la piscina llenó el silencio.
No podía apartar la mirada de sus ojos, aunque quisiera, no podía moverme
a pesar de que quería acortar la distancia que nos separaban. Dejé caer los
brazos y miré al techo, deseando que las palabras viniesen a mí, rompiendo
así el hechizo de su mirada.
Alec inhaló una bocanada de aire. Parpadeé a través de mis pestañas
húmedas, preguntándome qué pasaba hasta que me di cuenta de lo que
estaba mirando. La A roja cortada en mi piel asomaba por debajo del
bañador. Lo cubrí con la palma de mi mano y me di la vuelta para alejarme,
con mi piel en llamas por la ira y la mortificación. Sus manos en mis
hombros me detuvieron. Cerré los ojos, odiando lo mucho que mi cuerpo
seguía anhelando su contacto, cómo me abrumaba cada vez que estaba
cerca, a pesar de que había intentado tantas veces olvidarlo. Me hizo girar y
apartó suavemente mi mano.
—No sabes cuánto deseo que no esté muerto. Cuánto desearía poder
matarlo yo mismo.
La crueldad de sus palabras mezclada con la aspereza de su voz me
inundó, llenándome de una extraña sensación de alivio.
Tocó suavemente con sus dedos la marca.
—¿Aún te duele?
La pregunta me pareció extraña viniendo de Alec. Levanté la vista
hacia él, sin importarme si captaba la emoción en mis ojos.
—Nada me dolió tanto como verte con Kate y que me digas que
nuestro primer beso, mi primer beso, fue un error.
Se acercó un paso más, de modo que apenas había espacio entre
nosotros. Sus ojos recorrieron mi rostro y de repente sentí que podía ver a
través de cada capa que había construido para protegerme.
—¿La amas? —Me lo había preguntado tantas veces; desde que
volvieron de su primera misión como pareja.
—No la amo, y ella no me ama. Es complicado. —Exhaló.
—Complicado —repetí— Está bien—. ¿Eso era todo lo que tenía que
decir sobre el asunto? Tocó mi mejilla y yo me incliné hacia el contacto.
Sabía que quería volver a besarme, lo sabía por la mirada de sus ojos y por
la forma en que sus dedos acariciaban mi mejilla, pero aún más que eso,
sabía que no podía permitirlo. No mientras estuviera Kate. No mientras
cada beso no fuera más que una promesa vacía.
Comencé a alejarme. No quería ser alguien que siguiera haciendo de
Alec un infiel. No quería ser esa persona por mucho que anhelara estar con
él. Yo valía más que eso. Y Kate tampoco se lo merecía.
—Lo siento —murmuró—. Siento lo que pasó. Debería haber
terminado antes con Kate.
Me quedé inmóvil.
—¿Terminaste con Kate?
Alec asintió.
—Antes de que volviera al cuartel general. En realidad, ella y yo
estábamos en un descanso incluso antes de eso. Le dije que necesitaba
tiempo para pensar.
Tragué saliva. No lo esperaba. Alec bajó sus labios hasta los míos y
me besó suavemente. No me aparté a pesar de mis sentimientos
encontrados. La cercanía de Alec era lo que necesitaba. Pronto nuestro beso
se volvió más acalorado. Sus fuertes manos acariciaron mi espalda desnuda
y mi cuerpo se estremeció. Las caricias de Alec siempre me dejaban con
ganas de más. No quería pensar, solo sentir. Me presioné más contra él,
queriendo más, aunque no supiera cuánto más era.
Alec apartó su boca de la mía, sus ojos reflejaban el mismo hambre
que yo sentía. Miró a su alrededor y luego señaló la cesta con toallas
limpias, que estaba encajada entre el banco y una palmera. Tomó mi mano,
me llevó hacia allí y pateó la cesta. Las toallas limpias cayeron al suelo,
creando una cama de toallas. Los latidos de mi corazón se aceleraron
cuando Alec me guio suavemente hacia abajo para que los dos nos
acostáramos en el suave subsuelo.
Sus labios volvieron a los míos y me cubrió con su fuerte cuerpo
mientras su lengua seguía conquistando mi boca de la forma más deliciosa.
La braga del bikini no tardó en pegarse a mi acalorada piel, empapada por
mi excitación. Alec dejó escapar un gruñido bajo y su beso se volvió más
frenético. Nuestros ojos se encontraron y una nueva ola de lujuria se
abalanzó sobre mí. Su mirada no tardó en seguir una solitaria gota de agua
que se deslizaba por el valle entre mis pechos. Alec bajó la cabeza y sacó la
lengua para lamerla. Jadeé y mi mano se aferró a la parte posterior de su
cabeza.
Quería su boca sobre mí. En cada centímetro de mi cuerpo. Alec
enganchó un dedo bajo la parte superior de mi bikini y luego sus ojos se
encontraron con los míos como si necesitara confirmación de que yo lo
deseaba. ¿No lo veía?
Finalmente, inclinó la cabeza y apartó el bikini de mi pecho derecho,
dejando al descubierto un pezón fruncido, que atrapó con sus labios. Todo
lo demás pasó a un segundo plano. Solo importaba Alec. Todo mi ser
parecía centrarse en la sensación de su boca caliente sobre mí, en la forma
en que cada roce de sus labios se sentía como una explosión de excitación
por todo mi cuerpo.
La mano de Alec acarició mi muslo de la forma más sensual, sus
dedos se movieron cerca de donde yo quería, necesitaba sentirlo. Levanté
las caderas sin pensarlo, esperando que entendiera el mensaje.
Por supuesto, lo hizo.
Sus dedos se deslizaron por debajo de la parte inferior de mi bikini,
acariciando mi vello corto hasta rozar mis pliegues. Me arqueé ante la
sensación, deseando aún más. Cuando la yema del dedo de Alec rozó mi
clítoris, solté un grito ahogado que recorrió la sala de natación.
—Te sientes tan bien —gruñó Alec.
Pasé mis manos por su pecho musculoso, amando la sensación de su
fuerza, la sutil tensión de sus músculos que revelaba su poder apenas
contenido.
Finalmente, mis dedos se aferraron a sus hombros, buscando un
apoyo mientras el toque de Alec robaba cualquier apariencia de control.
Apenas podía respirar. Los labios de Alec volvieron a los míos y sus dedos
se movieron más y más rápido contra mí. Sentía que en cualquier momento
estallaría, destrozada por la tensión imposible que se acumulaba en mi
interior. Mis caderas se agitaron cuando la tensión se desató repentinamente
y el placer estalló en mi interior. Jadeé en la boca de Alec y mis uñas se
clavaron en su piel. Sostuvo mi mirada y la suya parecía duplicar todas las
sensaciones. Grité, poniendo los ojos en blanco, abrumada por la lujuria que
palpitaba a través de mi cuerpo.
Los dedos de Alec no tardaron en disminuir su movimiento. Mi pulso
no lo hizo. Tampoco mi respiración. La prueba de su propia excitación
presionaba contra mi muslo.
En algún lugar crujió una puerta. Me tensé, muy consciente de que la
mano de Alec seguía entre mis piernas, su dedo seguía presionando (casi
posesivamente) contra mi clítoris, y que yo seguía en un estado de desnudez
que no quería compartir con nadie en la agencia. Tan ágil como siempre,
Alec se puso en cuclillas, me envolvió con una toalla y luego se enderezó
para comprobar nuestro entorno. La torre de toallas y la cesta podrían
protegerme de las miradas indiscretas si el intruso venía de la dirección
correcta.
Alec desapareció brevemente de la vista y contuve la respiración,
tratando de escuchar los sonidos. Volví a ponerme mi bikini y me estremecí
brevemente al recordar lo que acababa de ocurrir. Todavía sentía un palpitar
entre mis piernas, un delicioso resplandor del placer que Alec me había
dado.
Alec volvió, con un aspecto más controlado que el habitual. Cuando
nuestras miradas se cruzaron, la energía entre nosotros había vuelto a
cambiar. Las cosas entre nosotros seguían siendo... inciertas, casi
incómodas. Aclaré mi garganta.
—Probablemente debería volver a mi habitación.
Alec agarró mi brazo y me atrajo hacia él, sus labios se posaron sobre
los míos una vez más. Me relajé contra él de inmediato, dispuesta a
continuar donde lo habíamos dejado, aunque nos arriesgáramos a que nos
descubrieran y nos convirtiéramos en el hazmerreír de la agencia.
Alec rompió el beso primero, pero sus ojos reflejaban reticencia, lo
observé con satisfacción.
—Hubo voces en el vestuario masculino. Deberíamos irnos.
Asentí, pero le robé otro beso. Quería saber qué significaba todo esto,
pero sabía que hablar solo complicaría las cosas en este momento. Solo
quería disfrutar del resplandor de nuestro encuentro un poco más. Con un
último y prolongado beso, regresé a mi habitación.

***
El sol estaba saliendo. Los rayos dorados se reflejaban en los
montones de tostadas y las docenas de huevos que Martha había preparado
para el desayuno. Comí mi segundo plato de tostadas francesas. Una de las
cosas que más había extrañado de la FEA era a Martha y su cocina. Ella me
cuidaba y cocinaba para mí de la misma manera que lo había hecho Linda.
La FEA no era una familia tradicional, pero me había dado cuenta de que
estaba cerca de serlo. Tal vez eso fuera suficiente.
Le conté a Martha mi conversación con Alec junto a la piscina, menos
la sesión de besos que tuvimos después, y ella escuchó pacientemente. Me
había dado el mismo consejo que siempre me daba cuando le hablaba de
Alec: todo se pondría en su lugar si tenía paciencia. Tal vez tenía razón.
Alec había roto con Kate. Tal vez Alec y yo teníamos ahora un futuro.
Pero hoy se trataba del pasado. Un último vistazo a una vida que
había disfrutado más de lo debido.
Terminé mi último bocado de frambuesas y dejé el tenedor. Ni
siquiera la fabulosa comida de Martha pudo calmar mi estómago. Lo que
estaba a punto de hacer era algo más que una pequeña infracción de las
normas.
—El funeral de Madison es hoy. Tony me pidió que hablara contigo
—dijo Martha de repente.
—¿Por qué? —pregunté, poniéndome tensa. ¿Se había enterado el
Mayor de mi plan? ¿Kate había conseguido echar un vistazo en mi cabeza y
lo había visto? La mayoría de las veces me había evitado como yo a ella,
pero por un breve momento nuestras miradas se habían cruzado. No quise
considerar qué más había visto ella.
—Está preocupado por ti. Se ha dado cuenta de que aún no has dejado
atrás Livingston. —Rodeó mi hombro con un brazo—. Tienes que aprender
a superarlo.
—Lo sé. —Asentí con solemnidad. No la miré directamente,
demasiado preocupada de que pudiera ver algo en mi rostro que me
delatara. Había aceptado mi vida, o tal vez aceptación no era la palabra
adecuada para mis sentimientos. Tal vez tolerar era más adecuado. Nunca
tendría una familia como la de Madison.
—A veces basta con una despedida de lejos. —Ella besó mi sien—.
Necesitas liberar tu dolor. Queremos recuperar a nuestra antigua Tessa.
—Yo también quiero que vuelva la antigua Tessa.
Apoyé mi frente en su hombro, sintiéndome culpable por no haber
atendido sus ruegos. Pero había tomado una decisión y nada me detendría
ahora.
Me apresuré a volver a mi habitación, donde esperaba la ropa que
Holly le había robado a Summers. Me puse la ropa y me transformé en la
imagen de Summers. Holly se había asegurado de que no me encontrara con
la verdadera Summers, ella le estaba dando a Holly una clase privada de
Variaciones.
Me obligué a caminar por los pasillos lentamente, a pesar de mi
miedo a encontrarme con el Mayor. Parte de la tensión desapareció de mi
cuerpo una vez que finalmente estuve fuera y me acerqué al aeródromo.
Tanner estaba puliendo su helicóptero favorito y se enderezó al verme.
—Necesitamos que alguien lleve a Tessa a Livingston. El Mayor y yo
hemos decidido que asista al funeral. Todo debería estar listo en diez
minutos. —La voz de Summers sonó fuerte y segura.
Tanner frunció el ceño, pero asintió.
—Claro que sí.
Me di la vuelta y me fui antes de que pudiera delatarme y volví diez
minutos después en mi propio cuerpo. Mi corazón no dejó de latir con
fuerza hasta que despegamos, e incluso entonces apenas me permití
relajarme. Cuando el Mayor descubriera lo que había hecho, no había duda
de que lo haría, me castigaría. Pero ya me preocuparía de eso más tarde. Por
ahora, sabía lo que tenía que hacer.
Capítulo 26

El helicóptero me dejó en un prado cerca de Livingston antes de girar


para volver al cuartel general. Nadie nos había detenido.
Sorprendentemente, Tanner no había intentado entretenerme durante el
vuelo. Tal vez había percibido que yo no estaba de humor para bromas antes
de un funeral. Planeé pasar la noche en un motel en Manlow y tomar un
tren de regreso a la FEA a la mañana siguiente. Razoné que tal vez Tanner
no se metería en demasiados problemas de esa manera.
En lugar de ir directamente al cementerio y esperar a que empezara el
funeral, me dirigí a la casa de los Chambers. Me colé en el jardín trasero y
me miré por las ventanas de la sala de estar.
Todos estaban reunidos dentro. Linda y Ronald, los tíos de Madison,
sus abuelos, Ana y Devon. Él era el único que entendía lo que había pasado,
el único que sabía que su hermana no había muerto hacía una semana, sino
que en realidad llevaba mucho más tiempo desaparecida. De algún modo, el
Mayor lo había convencido para que se lo ocultara a su familia, para que les
contara la mentira que la FEA había preparado.
Devon miró hacia el jardín como si pudiera sentir mi presencia. Me
agaché. No estaba bien que estuviera aquí. Este era su momento privado de
dolor. Yo no tenía cabida en sus vidas.
Una puerta crujió, la puerta trasera. Había memorizado el sonido.
Antes de que pudiera escabullirme, Devon estaba frente a mí, vestido de
negro de pies a cabeza. Había sombras oscuras debajo de sus ojos.
Intenté alejarme de él, pero me acorraló al final del patio trasero,
bordeando el bosque. Su mano se enroscó alrededor de mi brazo,
impidiendo que me escapara. No intenté quitármelo de encima. Dijera lo
que dijera, lo soportaría. Me lo merecía todo. Apreté el abrigo alrededor de
mi cuerpo y levanté la vista. El cansancio se agolpaba en los bordes de sus
ojos y boca.
—No deberías haber venido. —Su voz era tranquila y suave. Un
golpe letal servido con serenidad. Retrocedí y su mano se deslizó hacia
abajo, las yemas de sus dedos trazaron la piel descubierta de mi muñeca. El
contacto hizo saltar chispas por mi brazo. Me sacudí, pero su tacto se
mantuvo firme. Sus ojos buscaron los míos. Dijo suavemente—: Te duele.
Liberé mi muñeca de sus dedos y envolví mis brazos a mi alrededor.
—No me duele —murmuré.
—Ya sabes lo que quiero decir.
Observé los árboles, cuya corteza marchita estaba verde por el musgo.
El aire flotaba a nuestro alrededor, pesado y húmedo. Apenas había dejado
de llover en los últimos días.
—A veces la angustia puede ser tan fuerte que se convierte en algo
físico, algo que puedo sentir.
—¿Puedes curarla como haces con las heridas? —Mi voz era tan baja
que no estaba segura de que él la escuchara por encima del repiqueteo de la
lluvia que golpeaba las hojas sobre nosotros. Pero entonces negó con la
cabeza. Asentí, parpadeando las lágrimas que amenazaban con derramarse
sobre mis ojos. Respiré entrecortadamente—. ¿Y qué les dijiste a tus
padres? —Por un momento peligroso había querido decir “a nuestros
padres”.
Devon miró hacia la casa como si pudiera verlos a través de las
paredes.
—El comandante Sánchez se lo contó. Dijo que Madison siguió a
Ryan a la casa y que él la mató. Intenté salvarla, pero era demasiado tarde.
—Su voz era hueca, las palabras mecánicas.
—¿Lo creyeron?
Devon dejó escapar una risa vacía.
—¿Acaso tienes que preguntarlo?
Sacudí la cabeza. Por supuesto que no. La historia tenía sentido. Y el
Mayor podía ser muy convincente.
Se aclaró la garganta.
—Tengo que volver a entrar. Tenemos que irnos pronto. —Sus ojos se
mantenían en los míos, pero eran cautelosos—. Tessa, lo siento. Pero no
creo que debas venir. Solo empeorará las cosas. —Sin otra palabra se
dirigió a la puerta trasera y desapareció dentro.

***
Aunque Devon no quería que asistiera al funeral, no me atrevía a
irme. Había venido desde el cuartel general y lo había arriesgado todo para
encontrar un final.
El cementerio estaba abarrotado de gente. Parecía que todo el mundo
se sentía obligado a despedirse de una chica que había muerto demasiado
joven.
Yo seguí su estela, como una sombra. Las lágrimas rodaban por mis
mejillas, pero no eran solo por Madison. Me había despedido de ella hace
semanas. Esta despedida era para todos. Linda y Ronald, mamá y papá
como yo los consideraba, caminaban delante de la multitud, los dolientes
justo detrás de ellos como una nube de tristeza. Pero delante de todos ellos,
como un faro de luz, estaba el ataúd blanco de Madison. Brillaba a pesar de
la penumbra del día.
Se sentía como la despedida de una Tess más joven que había vivido
su sueño durante unas semanas y que había dejado de existir en el momento
en que dicho sueño se rompió. Linda y Ronald no eran mi familia. No sabía
si darles unas semanas más con su hija, aunque todo hubiera sido un
engaño, había sido un regalo.
La gente se reunió alrededor del agujero en el suelo. Un océano de
ropas negras y rostros pálidos. Muchos rostros que conocía. Gente a la que
había llamado amigos en las últimas semanas. Gente cuya risa era tan
familiar como la mía. Gente que no conocía mi verdadero yo, y que nunca
lo haría. Me situé en una colina, entre los árboles, con una buena vista sobre
la tumba. Nadie se daría cuenta de que estaba allí. Como parte de la FEA,
las sombras siempre serían el lugar al que pertenecía. Tal vez fuera
necesario el día de hoy para que estuviera realmente preparada para las
tareas que tenía por delante.
Ana se apoyó en su padrastro, agarrándose a su abrigo. Tenía el rostro
manchado y, por una vez, no llevaba maquillaje. Sentí una punzada al
darme cuenta de que la amistad que había sentido con ella nunca había
existido, nuestra estrecha relación nunca había sido real. Pero con Holly
tenía una amistad que haría cualquier cosa por proteger.
No me atreví a mirar a Linda y a Ronald todavía, temiendo lo que
vería en sus rostros y lo que me haría sentir. Me escondí detrás de uno de
los árboles, temiendo que, si Devon me descubría, vendría a echarme.
Entonces algo más llamó mi atención. A una buena distancia detrás de la
familia había un hombre con un abrigo negro y gafas de sol. No estaba
prestando atención al funeral; estaba mirándome a mí. No lo reconocí, de
hecho, estaba bastante segura de no haberlo visto nunca. ¿Había llamado la
atención estando aquí sola? ¿Era realmente tan obvio que yo no pertenecía a
este lugar? Seguramente se preguntaba por qué me escondía entre los
árboles y miraba embobada. Aparté la mirada de él y subí el cuello de mi
abrigo.
Sonaron las primeras notas de la canción que su familia había elegido.
“The Rose”.
Me quedé mirando el colgante de oro que tenía en la mano. Cuando
levanté la vista, mis ojos buscaron por fin a la familia de Madison. Linda se
aferraba a la parte delantera del traje de Ronald, con su rostro lloroso y
pálido medio enterrado en su pecho. Quería acercarme y abrazarlos con
fuerza. Quería decirles que lo sentía por más cosas de las que nunca sabrían
y transmitirles lo mucho que me habían importado. Quería decirles que
haría cualquier cosa por unos padres como ellos.
Linda y Ronald se acercaron al agujero en el suelo y arrojaron rosas
blancas sobre el ataúd. Devon fue el siguiente, con unas cuantas lágrimas
corriendo lentamente por su rostro. Los demás los siguieron hasta que un
océano de blanco puro cubrió la madera de la última morada de Madison.
Linda levantó la cabeza y por un momento nuestros ojos se encontraron. Mi
cuerpo se inundó de recuerdos y emociones robadas, y mi corazón se
hinchó con una ternura que sabía que no debía sentir. Su rostro no mostraba
ningún reconocimiento. Para ella yo no existía, y nunca existiría.
Apreté el colgante de la rosa contra mi pecho con tanta fuerza que los
bordes cortaron la palma de mi mano. Era un regalo que no era mío y que
nunca lo había sido, como el amor que me habían mostrado los padres de
Madison. Y, sin embargo, a veces me atrevía a imaginar cómo sería si ellos
me quisieran, si alguien me amara tan incondicionalmente como habían
amado a Madison.
Habían pasado años desde que me fui de casa y ni una sola vez mi
madre había intentado ponerse en contacto conmigo, ni una sola vez había
preguntado si estaba bien. Ella no sabía nada de mi vida ahora. El amor
incondicional era algo que mi madre no entendía. Mi mano se apretó hasta
que las uñas se clavaron en mi piel, pero no importaba lo mucho que
presionara, el dolor en mi interior eclipsaba cualquier otra cosa que pudiera
sentir. Hoy era una lección para dejarse llevar. Una lección que tenía que
aprender. En el futuro conocería a más personas que me regalarían
emociones por haberlas engañado con una apariencia robada.
Un suave toque agarró mi mano y aflojó mi puño. La mano entrelazó
sus dedos con los míos y no necesité levantar la vista para saber de quién se
trataba. Reconocería ese olor a primavera y a menta verde, y la fuerza
acerada tras su cuidadoso toque en cualquier momento. Me había
encontrado; siempre lo hacía.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté en voz baja.
—Me lo dijo Holly. Vine a buscarte. Sabía que Summers y el Mayor
no te habrían permitido asistir al funeral, así que tomé un helicóptero y me
apresuré a venir.
—¿El Mayor te dejó tomar otro helicóptero? ¿Así que lo sabe?
—No le pregunté. Pero al final se dará cuenta. —Su voz tenía un tono
duro, pero se suavizó para sus siguientes palabras. Había desafiado al
Mayor, ¿por mí?—. Dios mío, Tessa, estaba tan preocupado. No deberías
estar aquí sola. No tienes ni idea de lo peligroso que es esto.
—¿Peligroso?
—Escuché al Mayor hablando con Summers. El ejército de Abel tiene
un espía en la ciudad que vigilaba a Ryan y estaba al tanto de todas las
investigaciones. Saben mucho más de lo que pensamos. ¿Y crees que
dejarían pasar la oportunidad de secuestrarte?
—¿Pero por qué me prestarían atención?
—El Mayor cree que el Ejército de Abel se dio cuenta de que la FEA
te envió para hacerte pasar por Madison y ahora te quieren para ellos. Ha
estado discutiendo maneras de protegerte. Quieren mantenerte encerrada en
el cuartel general hasta que todo esto se calme.
Todavía estaba en shock.
—¿Pero por qué me querría el Ejército de Abel?
—Eres mucho más valiosa de lo que crees. —Por un momento,
pareció que quería retirar las palabras. ¿Había algo más?—. Tu Variación
les sería muy útil. Puedes ser quien quieras ser, quien ellos quieran que
seas. Imagina las posibilidades de alguien tan despiadado como Abel.
Créeme, el Ejército de Abel estaría loco si no te tuviera como objetivo.
Sentí frío en todo mi cuerpo. Por supuesto, sabía lo peligrosa que
podía ser mi variación en las manos adecuadas. Si me hacía pasar por la
gente adecuada, podría llegar hasta alguien cercano al presidente y
convertirme en él. Pero nunca había sentido el tipo de hambre de poder
necesario para tal cosa.
Mis ojos buscaron entre la multitud el lugar donde había estado el
hombre de las gafas de sol, pero ya no estaba. No se había puesto las gafas
para ocultar su llanto, sino para ocultar sus ojos.
—Había un hombre con gafas de sol. Estaba observándome.
Alec agarró mis hombros.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Estaba allí hace un minuto, pero se fue.
—¿Estás segura de que te estaba observando? ¿Que vio tus ojos? —
Su agarre se tensó hasta ser casi doloroso.
—Creo que sí. Sus gafas de sol me bloquearon sus ojos. Pero si ya
saben de mí, no importa que haya visto mis ojos, ¿verdad?
Me soltó.
—Correcto.
Eso no sonó convincente.
—Mira, no sabemos quién era el hombre. Tal vez ni siquiera era del
ejército de Abel. Y estoy segura en el cuartel general. —No sentí la certeza
que mi voz transmitía.
—Tienes razón. No te atraparán. No se los permitiré. Haré lo que sea
para mantenerte a salvo. —Sonaba feroz, como si fuera a hacer cualquier
cosa por mí.
No lo miré porque entonces lo habría visto todo en mis ojos.
—Significas demasiado para mí, Tess. Espero que lo sepas. Lo que
pasó entre nosotros en la sala de natación, quiero que sea solo el principio.
Esas palabras encendieron una esperanza que quería pisotear con mis
botas asignadas por la FEA antes de que alguien más pudiera, antes de que
él pudiera.
—¿El principio de qué? —pregunté, sin poder mantener mi voz firme
y controlada. El temblor lo delataba todo, me desnudaba ante él, me hacía
vulnerable, pero no podía evitarlo.
Apretó mi mano antes de tomar mi rostro entre sus manos e inclinar
mi cabeza hacia atrás hasta que sus labios estuvieron a centímetros de los
míos.
—Quiero que seas mía y yo quiero ser tuyo. Quiero que estemos
juntos porque los dos sabemos que así debe ser —murmuró.
Mis ojos se abrieron agrandaron y por un momento no podía respirar.
—Debería haber roto con Kate hace mucho tiempo. Siempre supe que
no era la mujer adecuada para mí. No hemos hecho más que discutir.
Nuestra relación siempre ha sido una cuestión de razón, nunca de emoción.
Pero contigo, siempre se trata de pura emoción. Cuando me di cuenta de lo
cerca que había estado de perderte... —Sacudió la cabeza, como si le diera
miedo sólo de pensarlo—. He intentado luchar contra mis sentimientos por
ti porque pensaba que eras demasiado joven y por el Mayor… pero ya no
me importa. Estoy cansado de resistirme, cansado de temer las
consecuencias.
Su pulgar rozó mi mejilla y luego sus labios presionaron contra los
míos, cálidos y suaves. Me fundí en el beso, relajándome contra él. Esto no
era la explosión de pasión de la piscina, pero me llenaba de otra forma de
satisfacción igual de gratificante. Después de un momento, se apartó y
exhaló.
—Quiero hacer esto todos los días.
Sonreí contra su boca.
—Entonces hazlo.
Retrocedió y observó la zona.
—Deberíamos irnos ya. Quiero que vuelvas al cuartel general lo antes
posible.
Alec me condujo colina abajo hacia la entrada del cementerio y pasó
entre los dolientes. Devon levantó la vista. Nuestras miradas se cruzaron, y
durante un breve instante sentí una punzada de emoción que no podía
explicar. Una parte de mí se alegraba de que se uniera pronto a la FEA,
antes de que pudiera ser objetivo del Ejército de Abel, pero la otra parte se
preocupaba por cómo actuaríamos el uno con el otro. ¿Sería incómodo? ¿O
intentaríamos ayudarnos mutuamente a lidiar con todo lo que había
sucedido?
—¿Qué pasa con Devon? ¿Quién lo mantendrá a salvo?
—Antes de que el Mayor y yo dejáramos Livingston, asignó a la
agente Stevens para que vigilara a Devon. Vi su auto frente al cementerio.
El alivio se instaló en mí. No quería que le pasara nada a Devon, no
podía soportar la idea de no volver a ver su sonrisa. Alec rodeó mi cintura
con su brazo y dejé que la seguridad de su cercanía se llevara la duda y la
preocupación.
Cuando atravesamos las puertas del cementerio, miré por última vez
por encima de mi hombro. No vi al hombre de las gafas de sol, pero estaba
inexplicablemente segura de que me observaba, de que el ejército de Abel
me observaba a mí.
El Mayor había dicho que Abel no se detendría ante nada para
conseguir lo que quería. Ya se habían llevado a dos agentes. Y si las
preocupaciones de Alec estaban justificadas, yo era la siguiente en la lista.
Sin embargo, con Alec a mi lado, me sentía segura.
La historia de Tessa continúa en
¡Renegade!

Si quieres leer más de la autora, echa un vistazo a sus romances de mafia


publicados bajo el nombre de Cora Reilly.
Sobre la autora

Cora Reilly es una de las principales autoras de


mafia romance. En su obra destacan series como Born in Blood Mafia
Chronicles o The Camorra Chronicles. Sus libros suelen incluir
protagonistas masculinos muy sexys y peligrosos. Le gusta que sus hombres
sean como los martinis, potentes y fuertes.
Cora vive en Alemania con su hija pequeña, su collie barbudo y el
hombre atractivo y divertido que la acompaña en la vida. Cuando no está
pensando en su próxima novela, Cora se dedica a planear su próximo viaje
o a preparar platos picantes de cualquier parte del mundo. Cora es
licenciada en Derecho, pero prefiere hablar de libros, que son mucho más
divertidos que las leyes.
Notas
[←1]
Fidelity, Bravery and Integrity
[←2]
Bacón, lechuga, tomate.

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