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Staff
TRADUCCIÓN
Danielle
OnlyNess
CORRECCIÓN
Bertha
Jessibel
Kote Ravest
LeyRoja
LECTURA FINAL
Mar
Índice
Staff
Índice
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo14
Capítulo15
Capítulo16
Capítulo17
Capítulo18
Capítulo19
Capítulo 20
Capítulo21
Capítulo22
Capítulo23
Capítulo24
Capítulo25
Capítulo26
Sobre la autora
Sinopsis
***
El intercomunicador emitió un siseo.
Holly gimió, su cabello rubio blanquecino caía sobre su rostro
mientras se incorporaba.
—Maldición. ¿Qué quieren ahora?
No me moví. Estaba agotada por mi mañana en la piscina, seguida de
cerca por nuestra carrera de la tarde, y quería tener unos dichosos minutos
de descanso antes de que Holly y yo tuviéramos entrenamiento de balística.
—Tessa. Reunión en mi oficina lo antes posible —rugió el
comandante Sánchez, su voz salió distorsionada por los viejos altavoces.
Puse los ojos en blanco. Uno pensaría que la FEA podía permitirse un
hardware actualizado.
En el mundo del comandante, lo antes posible significaba “ahora
mismo o correrás tres vueltas”. Con mis piernas todavía ardiendo por mi
carrera diaria, no me apetecía llegar tarde.
Holly sonrió.
—Buena suerte.
Salté de la cama y me apresuré a salir de la habitación. ¿Cuándo
habían regresado Kate y el Mayor de Livingston?
La puerta cerrada del comandante Sánchez me recibió, con el cartel
de no interrumpir burlándose de mí con sus gruesas letras negras. Toqué a la
puerta y, sin esperar a que me invitasen (lo que nunca ocurriría) la abrí con
cautela. El Mayor estaba de pie detrás de su escritorio, con sus gruesos
brazos cruzados. Llevaba el cabello negro peinado hacia atrás con suficiente
gomina como para engrasar las bisagras de todo el complejo. Sus ojos
oscuros me miraron fijamente, pero yo había recibido tantas veces esa
mirada que apenas me inmuté.
—Pon tu trasero en la silla, Tessa.
Me tambaleé hacia la silla vacía y me hundí en ella. Eran el tipo de
sillas que te hacían desear salir de ellas lo antes posible: madera dura negra
y brillante, inflexible e impecable, como el hombre que las había elegido.
No es que esas sillas fueran necesarias, ya que unos minutos en compañía
del Mayor tienen el mismo efecto en la mayoría de las personas.
Alec y Kate ya estaban sentados, tomados de la mano. O mejor dicho:
Kate estaba agarrando la mano de Alec como si temiera que él escapara.
Llevaba una de las camisas blancas abotonadas que Kate le había
comprado, con el cabello todavía mojado por la ducha que se había dado
después de correr. Los ojos entrecerrados de Kate llamaron mi atención:
eran de color ámbar con un extraño matiz cobrizo; si mis ojos turquesa eran
poco comunes, los suyos eran francamente inquietantes.
Giré la cabeza y volví a centrar mi atención en el Mayor. Si Kate me
miraba directamente a los ojos, utilizaría su Variación para leer exactamente
lo que tenía en mente, y eso podía resultar incómodo porque generalmente
implicaba fantasías con Alec en cierto grado de desnudez.
El Mayor no se sentó, en vez de eso, se paró detrás de la silla de su
escritorio, agarrando con las manos el respaldo con tanta fuerza que sus
nudillos se pusieron blancos. Una hazaña nada fácil con una piel tan
bronceada como la suya.
Me moví en la silla. Mis ojos se dirigieron al tablón de anuncios que
había detrás del escritorio del Mayor. Había pasado un tiempo desde que
estuve en su oficina y el tablón había cambiado desde entonces. En aquel
entonces, las fotos perturbadoras no estaban allí.
La primera mostraba a una mujer acostada boca abajo, con un cable
enrollado alrededor de su garganta. Mi propia respiración se entrecortó ante
la idea de ser estrangulada, de mirar los ojos de mi asesino mientras luchaba
por respirar, de morir con el rostro cruel de un asesino como última visión
del mundo. Mis ojos se desviaron hacia la segunda foto, otra mujer; era
difícil saber su edad, ya que su cuerpo se había hinchado y adquirido un
tono verdoso. Los flotantes eran los cadáveres más horribles de todos.
Nunca había visto uno en la vida real, ni ningún otro cadáver. Pero había
visto muchas fotos durante la asignatura de Patología Forense Básica, y eso
ya era suficientemente perturbador.
—Ha habido un nuevo avance en el caso del asesino serial de
Livingston.
Enderecé mi espalda, sorprendida por el tema. El mayor nunca me
había hablado directamente de ese caso, ni de ningún otro. No llevaba
suficiente tiempo en la FEA, no tenía la suficiente experiencia ni confianza.
Kate y Alec asintieron al unísono.
—Su cuarta víctima —continuó el Mayor.
—¿La cuarta? ¿Quién fue la tercera víctima?
Solo había escuchado hablar de dos. Al parecer, los canales de
chismes en la FEA no funcionaban tan bien como esperaba.
—Un tal señor Chen. Era conserje en la escuela secundaria de
Livingston —dijo el Mayor.
—¿Un hombre?
El Mayor suspiró.
—Eso causó un gran revuelo en nuestro equipo de elaboración de
perfiles. Su análisis hasta entonces había sugerido un misógino.
Cuatro asesinatos. Eso debe haber sido un shock para un pueblo tan
pequeño como Livingston.
—¿Por qué creemos que es un asesino serial? ¿Cuál parece ser la
conexión?
El Mayor soltó su agarre en la silla.
—Dos víctimas fueron asesinadas con un cable alrededor del cuello.
Dos fueron encontradas en el lago o cerca de él; no podemos asegurar cómo
fueron asesinadas. Pero todas tenían una cosa en común: el asesino había
tallado una A en la piel sobre su caja torácica. Todavía no sabemos por qué.
—¿Lo hizo post-mortem? —pregunté mientras todo tipo de imágenes
horribles inundaban mi cabeza.
—Sí. Pero no es por eso que te ordené venir a mi oficina; pronto te
familiarizarás con los casos.
El pensamiento fue suficiente para hacer que mi pulso se acelerara.
—Ayer el asesino intentó atacar de nuevo —dijo el Mayor.
—¿Intentó?
El ceño fruncido de Mayor me hizo añadir un apresurado señor, pero
no cambió su expresión.
—Sí, lo intentó. Estranguló a una chica y luego la arrojó al lago, pero
ella llegó a la orilla, donde un corredor la encontró. Llamó a una
ambulancia. Sufrió graves daños cerebrales y fue puesta en coma artificial.
Ahí es donde se pone interesante.
¿Interesante? Le eché un vistazo a Alec y a Kate, con el estómago
hecho un ovillo, pero ellos se limitaron a escuchar, con rostros inexpresivos.
Necesitaba ser más resistente, endurecerme, pero quizá no estaba hecha
para este trabajo.
—Los médicos le dan unos días de vida, como mucho. Una vez que
esté muerta, Tessa, tú tomarás su lugar.
Capítulo 2
***
La fachada gris del Hospital St. Elizabeth se cernía sobre mí, con
relámpagos destellando en el cielo detrás. De no haber sido por Kate y el
Mayor, me habría dado la vuelta y me habría escondido en la elegante
limusina Mercedes negra que nos trajo desde el helipuerto.
Las puertas corredizas se abrieron sin hacer ruido, dando paso a la
zona de recepción blanca y estéril. Mi nariz picaba por el olor a
desinfectante. Avanzamos sin pedir indicaciones. El Mayor conocía su
camino y nadie lo detuvo; ni las enfermeras que susurraban entre sí cuando
pasábamos ni el médico que asentía en señal de saludo. La FEA era
minuciosa en absolutamente todo.
El pasillo parecía un túnel interminable con paredes que amenazaban
con cerrarse sobre mí. Una puerta idéntica siguió a la otra, ocultando una
interminable sucesión de pacientes.
Finalmente, el Mayor se detuvo junto a una puerta custodiada por un
hombre con traje negro. De la FEA, sin duda. Tenía una nariz aguileña
dentro de un rostro estrecho y me recordaba a un halcón. Probablemente era
uno de los muchos agentes externos repartidos por el país, esos
desafortunados agentes cuyas Variaciones no eran lo suficientemente útiles
como para formar parte de las misiones de espionaje y contraterrorismo más
prestigiosas. Los trabajos de los agentes locales eran considerados aburridos
por algunos, pero en ese momento habría cambiado de lugar con él sin
pensarlo.
—¿Dónde están? —La voz del Mayor adquirió el tono
condescendiente que siempre tenía cuando hablaba con las personas del
círculo exterior: todos los que no vivían o trabajaban en el cuartel general.
Cara de Halcón se paró más erguido y, aunque era casi una cabeza más alto
que el Mayor, se las arregló para parecer mucho más pequeño.
—Cafetería, señor. No volverán antes de las seis.
Eso nos daba veinte minutos. No sabía por qué la familia había ido a
la cafetería ni por qué Cara de Halcón sabía cuándo volverían, pero algunos
agentes de la FEA podían jugar con la mente de las personas de todas las
maneras posibles.
Las Variaciones mentales era lo más valorado en nuestro mundo. La
Variación oficial del Mayor era “visión nocturna”, pero mucha gente creía
que él era uno de los pocos Variantes Duales cuya segunda Variación
mental permanecía en secreto. Al parecer, la mayoría de los Variantes
Duales ocultaban su Variación mental más poderosa detrás de la física
obvia.
—Kate, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo el Mayor.
Ella asintió y se dirigió a la cafetería, donde la señora Chambers
pronto tendría su mente allanada.
Cara de Halcón se hizo a un lado mientras el Mayor abría la puerta y
me hacía un gesto para que entrara. En cuanto puse un pie en la habitación,
quise darme la vuelta y salir corriendo. Pero el Mayor estaba justo detrás de
mí, bloqueando mi única vía de escape.
Mis ojos se clavaron instantáneamente en Madison Chambers,
inmóvil y silenciosa con su bata verde de hospital. Su piel pálida era casi
del mismo tono que las paredes blancas que la rodeaban. Las venas
brillaban a través de su piel, como si hubieran pintado lianas azules en sus
brazos. Intenté tragar, pero mi garganta estaba demasiado seca…
El cabello rubio y opaco de Madison se abría en abanico sobre la
almohada alrededor de su cabeza como un halo descolorido. Su cuello
estaba envuelto con una gasa. ¿Era allí donde el cable había cortado su piel?
Parecía tan frágil, tan inestable entre todos los tubos y máquinas que
emitían pitidos. Retrocedí y choqué con el cuerpo musculoso del Mayor.
—¿Qué pasa?
¿Qué no pasa? Había muchas respuestas a esa pregunta. Con la
presencia del Mayor asomando detrás de mí, me acerqué a la cama. Más
cerca de la chica que necesitaba morir para que yo pudiera fingir ser ella. La
mano del Mayor se posó en mi hombro, pero no fue un toque reconfortante.
—Esta es tu oportunidad de probarte a ti misma, Tessa.
Me separé de él, sacudiéndome para liberarme de su agarre. Mi mano
temblaba mientras la extendía hacia Madison.
—Lo siento —susurré mientras las yemas de mis dedos tocaban su
brazo. No se sentía tan cálida como esperaba. Sabía que su cuerpo seguía
vivo, aunque tal vez el Mayor tenía razón cuando dijo que en realidad era
un cuerpo vacío. Faltaba algo. Por lo general, cuando tocaba a alguien,
había un cierto tipo de energía, una presencia única que podía sentir; pero
con Madison no sentía nada. Aun así, mientras estaba de pie aquí, entre las
máquinas que pitaban, podía sentir que mi cuerpo absorbía sus “datos”.
Según los científicos de la FEA, mi ADN incorporaba instrucciones
genéticas ajenas en su propia y única cadena como ADN latente que podía
activarse cuando fuera necesario. Sentí el familiar hormigueo que
comenzaba en los dedos de mis pies, como siempre ocurría cuando mi
cerebro memorizaba cada detalle de la apariencia de alguien y mi cuerpo se
sentía ansioso por probarlo como si fuera un nuevo par de zapatos
elegantes. Reprimí la sensación. No me transformaría en ella ahora;
esperaría hasta que ya no tuviera opción. Pronto sería capaz de imitarla a la
perfección, a pesar de que aún no sabía nada de ella, ni sus preocupaciones,
ni sus miedos, ni sus sueños. No sería más que una imitación hueca de la
chica que solía ser.
Después de unos segundos, me aparté, pero seguía sin poder apartar
los ojos de la chica que nunca volvería a salir de esta habitación. Y aunque
su supervivencia arruinaría la misión, deseé que demostrara que todos
estaban equivocados, que se curara milagrosamente y volviera con su
familia y sus amigos.
—Deberías limpiar tus lágrimas antes de salir de la habitación —dijo
el Mayor.
Miré hacia arriba. Él ya se había girado para hablar con Cara de
Halcón en la puerta. Limpié la humedad en mis mejillas y me incliné, cerca
del rostro de Madison.
—Tienes que vivir, ¿me escuchas? Por favor, por favor, vive.
Pero una parte de mí sabía que no quedaba nada en ella que pudiera
escuchar mi súplica.
***
Unas horas más tarde, me revolví en mi cama, sin poder conciliar el
sueño. La imagen de Madison estaba grabada en mi mente. Me moví
incómodamente. Sentía como si mi iPad hubiera quemado un agujero en la
parte superior de mis muslos. Había estado viendo una película tras otra, lo
que normalmente me ayudaba a conciliar el sueño. Pero esta noche no.
Un golpe sonó en la puerta. Me quité los auriculares y apagué la
pantalla. Holly se había puesto de espaldas a mí y respiraba con
tranquilidad. Ella siempre se dormía exactamente a las once de la noche.
Caminé de puntillas hacia la puerta, temblando cuando el frío del
suelo de baldosas se filtró en mis pies descalzos, y la abrí en silencio.
Alec estaba esperando en el pasillo. Sostenía un DVD. La carátula
mostraba un rostro deformado y lleno de cicatrices, cubierto parcialmente
por un hacha.
—¿Quieres ver la última película de terror?
Miré el reloj. Era casi medianoche.
—Hace semanas que no hacemos una noche de cine —añadió.
Sí, más bien meses.
—Eso no es culpa mía —dije, y un pesado silencio descendió sobre
nosotros.
Kate había destruido la noche de cine, que había sido una tradición de
Alec y mía desde que entré en la FEA. Ella estaba celosa. Alec
definitivamente no le había dado motivos para estarlo. Él seguía viéndome
como la chica de quince años que había conocido hacía tres años. De todos
modos, solo había empezado la noche de cine por compasión, pero
rápidamente habíamos descubierto que teníamos el mismo gusto extraño en
las películas. Por suerte, al Mayor nunca le había importado que Alec y yo
pasáramos tiempo juntos de esa manera. Después de todo, la FEA no era
una escuela, así que el hecho de que Alec fuera mi entrenador de defensa
personal, realmente no estableció los mismos límites que habría establecido
en un entorno escolar.
Bajó el DVD.
—¿Eso es un no?
Le arrebaté el DVD de la mano y pasé junto a él hacia el pasillo.
—Encárgate de los bocadillos. Yo me encargaré del resto.
Alec me alcanzó con dos pasos amplios. Por el rabillo del ojo, lo vi
sonreír. Su mano rozó mi brazo y tuve que evitar agarrarla. Su contacto
siempre ponía mi cuerpo en alerta máxima, despertando todas las
terminaciones nerviosas, haciéndome desear algo que nunca iba a suceder.
Quizá algún día el enamoramiento desaparecería, pero no esta noche.
Unos minutos después, nos instalamos en el comodísimo sofá de la
sala de estar común. Estaba desierta, silenciosa, excepto por el zumbido de
la máquina expendedora que estaba en la esquina más alejada.
Alec colocó el cuenco con ositos de goma entre nosotros y apoyó las
piernas sobre la mesa. Llevaba jeans y una camiseta negra ajustada con el
muñeco asesino Chucky impreso en la parte delantera. Se la había regalado
poco después de mudarme a la FEA. La había usado a menudo… hasta
Kate. Ella lo prefería con camisas abotonadas y aburridas.
Alec no dejaba de mirarme, y sus ojos me detenían cada vez.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
—Sabes, si no te sientes preparada para la misión, estoy seguro de
que el Mayor lo entendería.
Me reí.
—¿Estamos hablando de la misma persona?
La expresión de Alec se volvió feroz.
—Él no puede obligarte a hacer algo para lo que no estás preparada.
Hablaré con él.
—No. —Toqué su brazo—. Todo irá bien. Puedo hacerlo.
No parecía convencido.
Puse la película y un grito rasgó el silencio cuando el asesino del
hacha mató a su primera víctima. Sin perder de vista la pantalla, clasifiqué
los ositos de goma, amontonando los verdes y los blancos en un montón
sobre mis muslos y dejando los otros para Alec.
—Siempre haces lo mismo, ¿sabes? —dijo Alec.
Me tragué un osito.
—¿Hacer qué?
—Morderles la cabeza primero.
Me encogí de hombros.
—Es lo más bonito que se puede hacer. Si pudieras elegir, ¿preferirías
que te comieran vivo empezando por los pies o querrías que se acabara
rápido?
—Bueno, si pudiera elegir, preferiría que no me comieran en
absoluto.
Lentamente, una sonrisa apareció en su rostro. Era una apariencia que
no había visto en mucho tiempo. Últimamente, había estado muy serio todo
el tiempo. Su estado de ánimo casi coincidía con el del Mayor. Desde que él
y Kate habían sido enviados al campo hace unos meses (la misión de la que
habían regresado como pareja) Alec había estado cambiando. Cada día
sentía que se alejaba más de mí, que nuestra amistad se desmoronaba ante
mis ojos. Pero no tenía ni idea de lo que había sucedido entre entonces y
ahora, ya que ni él ni Kate dijeron una palabra sobre la misión: órdenes del
Mayor.
—Eres rara, lo sabes, ¿verdad? —dijo.
Toqué su pecho. Los músculos se sentían como acero bajo la yema de
mi dedo. Guardé la sensación para usarla más tarde durante mis fantasías.
Él agarró mi mano, su pulgar y su índice se enroscaron alrededor de
mi muñeca. Su otra mano salió disparada hacia delante y empezó a hacerme
cosquillas en el costado. Una mezcla de risas y chillidos brotó de mis labios
mientras intentaba zafarme de su agarre, pero con su fuerza era inútil.
Levanté las piernas hasta mi pecho e intenté apartar a Alec con ellas. De
repente, se inclinó sobre mí, su rostro estaba a escasos centímetros del mío.
Dejé de luchar, por un momento incluso dejé de respirar. Estaba tan cerca.
Si movía la cabeza hacia delante, nuestros labios se tocarían. Su aliento
abanicó mi rostro y sus ojos se dirigieron a mi boca. El tiempo se extendió
entre nosotros, nuestras miradas se encontraron. ¿Había deseo en sus ojos?
A veces era difícil distinguir entre lo que quería y lo que era real. Quería
que me besara, no quería nada más, pero entonces se acomodó contra los
cojines, lo más lejos posible de mí. Mis mejillas ardían cuando volví a
prestar atención a la pantalla, justo a tiempo para ver a alguien siendo
decapitado por un hacha. Era de esperar. Así es como me sentía.
Durante unos minutos, había sido como en los viejos tiempos, como
en los días anteriores a que Kate se convirtiera en la novia de Alec. Pero
esos días habían terminado.
Capítulo 3
***
Durante los días siguientes, Alec y yo nos reunimos para entrenar dos
veces al día: por la mañana, antes del entrenamiento de carrera, y por la
tarde. Me permitieron faltar a mis clases habituales para poder centrarme en
la misión, para decepción de Holly. Por muy importantes que fueran en
algunos casos, la patología forense, los perfiles de ADN y la criminología
no me ayudarían mucho en el campo.
Al final de la semana, cada centímetro de mi cuerpo estaba magullado
y aún no había progresado mucho. Al menos, eso es lo que sentía. Holly se
dio cuenta de mis preocupaciones, como siempre. Me rodeó con un brazo
mientras caminábamos por el pasillo.
—Tengo miedo, Holly —dije con voz temblorosa. No me gustaba
admitir mi debilidad, pero simplemente necesitaba hablar con alguien.
Ella apretó mi hombro.
Por el rabillo del ojo, vi a Alec entrando en la habitación de Kate. El
avistamiento se sintió como lo último que necesitaba. Deseaba que pasara
su tiempo conmigo y me distrajera de mis preocupaciones. Ahora me los
imaginaba haciéndolo toda la noche.
—No entiendo por qué se molesta con ella —dijo Holly, siguiendo mi
mirada.
—Quizá sea buena en la cama —murmuré con rencor. No me gustaba
esta faceta mía pero mis celos seguían asomando su fea cabeza.
Entramos en nuestra habitación y me tiré en la cama, aspirando el
fresco aroma de la almohada.
El colchón se hundió cuando Holly se acostó a mi lado.
—¿Esto es por la misión o por Alec?
Me había quejado con ella sobre Alec tantas veces que no era
sorprendente que Holly asumiera que él era la razón de mi arrebato. Y
aunque una pequeña parte era por él, la misión había empezado a consumir
cada uno de mis pensamientos. Quería disfrutar del poco tiempo que me
quedaba en el cuartel general, pero la preocupación y el miedo parecían
adherirse a mí.
—¿Qué pasa si fracaso? ¿Y si no vuelvo porque me matan? —
susurré.
Holly contuvo un suspiro.
—Ni siquiera digas tal cosa. El Mayor no te enviaría allí si pensara
que existe la posibilidad de que te maten. —Sus palabras sonaban
reconfortantes, pero aún podía escuchar la incertidumbre en su voz.
—Pero las misiones siempre son peligrosas —repliqué—, el Mayor
no haría una excepción con nadie. ¿Y cómo puede asegurarse de que el
asesino no me atrape? Él mismo lo dijo. Una vez que me convierta en
Madison, soy un cebo.
Holly se quedó en silencio por un momento, con los ojos muy
abiertos y asustados.
—Lo siento —dije—. No era mi intención preocuparte.
—No seas ridícula. Puedes hablar de todo conmigo.
Me abrazó y me relajé contra ella.
—¿Sabes qué es un poco patético? —dije, esperando aligerar el
ambiente—. Si me matan, moriré sin haber besado a nadie. Patético, ¿eh?
Los bardos cantarán sobre la vieja solterona Tessa.
Holly levantó la cabeza, y un destello de su habitual personalidad
apareció en sus ojos. Pasó la mano por su nariz.
—Bueno, tal vez podamos hacer algo con el tema de los besos.
Quiero decir, vivirás totalmente, pero la parte de no haber sido besada es lo
suficientemente patética como para arreglarla de todos modos.
Las comisuras de sus labios se levantaron y me obligué a devolverle
la sonrisa.
—¡Rayos, gracias! ¿Desde cuándo tienes tanta experiencia?
—Desde que me enrollé con Tanner.
—Um, eso fue hace cuatro meses y los dos estaban borrachos, así que
apenas cuenta.
—Lo que sea. —Holly se sentó—. Esto no es sobre mí. Se trata de
que pierdas tu virginidad en el tema de besos.
—Vaya, eso no me hace sonar como una perdedora ni nada por el
estilo.
Entablar nuestras bromas habituales se sentía tan bien, aunque solo
fuera temporal.
Holly me ignoró.
—Si somos honestas, solo hay una persona digna para el trabajo de
ladrón de virginidad a besos. —Me encogí, sabiendo exactamente a quién
sugeriría—. Alec. Es él o nadie. Quiero decir, vamos, él es la razón por la
que has estado esperando. —Se encogió de hombros—. Eso y que estamos
un poco escasos de chicos de nuestra edad por aquí.
Mordí mi labio porque era cierto. Alec era la razón por la que nunca
había sucedido. Había querido que él fuera mi primer beso desde el día en
que nos conocimos. Quería que él fuera mi primer todo. Yo era un maldito
desastre cuando se trataba de él, pero no estaba segura de cómo deshacerme
de mi enamoramiento.
—No lo sé —vacilé.
—Sí quieres besarlo, ¿verdad?
Gemí.
—Tengo muchas ganas de besarlo.
La mayoría de mis sueños involucraban a Alec y a mí besándonos.
—Quizá podamos hacer algo al respecto.
Bajé las manos.
—¿Qué? ¿Atarlo y obligarlo a besarme?
Holly puso los ojos en blanco.
—No, pero eso suena un poco caliente.
La empujé con los dedos de mis pies.
—¿Qué tal algo más discreto? —aventuró—. Podríamos utilizar tu
talento. ¿Por qué desperdiciarlo?
—No se va a desperdiciar. —Una imagen no deseada del rostro de
Madison cruzó por mi mente, y el miedo que había desterrado por un
momento regresó a mí con toda su fuerza—. Entonces, ¿cuál es tu plan?
—Podrías convertirte en Kate.
—Oh, no, eso otra vez no.
Ella cubrió mi boca con su mano.
—No me interrumpas.
La fulminé con la mirada.
—Y una vez que seas Kate, te reúnes con Alec y le das un beso. Él
nunca sabrá que eres tú. A menos que quieras que lo sepa. Tal vez tus
habilidades para besar sean tan buenas que deje a la verdadera Kate. Incluso
podrías ir hasta el final y hacer que tome tu virginidad. Con tu talento, el
cielo es el límite.
Abrí la boca y ella retiró la mano.
—Sí, claro. Nunca he besado a nadie, así que es casi un hecho que lo
haré fatal.
Lo peor era que una parte de mí quería seguir la sugerencia de Holly.
Se inclinó más cerca, su rostro se cernía sobre mí. Volvía a ser la
misma de siempre y solo por eso estaba dispuesta a considerar su
descabellado plan.
—Entonces, ¿qué dices?
—Estás loca, Holly. Ya hemos tenido esta conversación antes. No está
bien transformarme en alguien y besar a su novio.
Holly resopló.
—No seas ridícula. No estamos hablando de alguien, estamos
hablando de Kate. Ella nos trata como basura. Y yo sugerí que lo besaras y
te acuestes con él.
Lástima que no tengas pechos de verdad con los que hablar. Las
palabras que me había dicho en mi primera sesión de entrenamiento
empezaron a dar vueltas en mi cerebro. Era cierto: A Kate no le importaba
hacerme daño. De hecho, disfrutaba con eso, al igual que disfrutaba
restregándome en el rostro su relación con Alec.
—Pero aun así. ¿Y qué pasa con Alec? Tampoco es justo para él.
—Nadie saldrá herido. No se enterarán nunca y tú tendrás lo que
siempre has querido: Tu primer beso con Alec.
—Pero sería falso.
—¿Por qué estás siendo tan difícil? Llevo tres años escuchando tus
efusiones. Es hora de que hagamos algo al respecto y te besen. Además, tal
vez sea un besador horrible y el beso te cure de tu enamoramiento.
—Sí, claro.
—Oh, vamos.
—Kate me mataría con sus propias manos si se enterara.
—Ella no se enterará. Eres demasiado buena para ella. Nunca te
atrapará.
—Sí, a menos que no tengas cuidado y la mires fijamente a los ojos.
Traté de sonar despreocupada pero las palabras sabían a falsedad.
—¿Entonces lo harás?
La verdad era que lo deseaba, quería que Alec fuera mi primer beso
más que nunca. Y en la misma medida, quería mantener ese secreto sobre
Kate. Quería poder sonreír para mis adentros, sabiendo algo que ella no
sabía, cada vez que se burlara de mí.
Pensé en las reglas que había establecido para mí hace unos años y en
las nuevas que me había impuesto la agencia. Teníamos prohibido utilizar
nuestras Variaciones contra otros. Pero la idea de acercarme a Alec, de estar
en sus brazos y besarlo solo una vez, era demasiado tentadora.
¿Qué podría salir mal?
Capítulo 4
—Quizá no sea tan malo como crees —dijo Holly. Se sentó a mi lado
en la cama, mordiendo su labio inferior.
—Perdí el control de mi Variación. Eso es lo peor que podría haber
pasado. Me preocupa que sea una mala señal. Que no sea lo suficientemente
buena para esta misión.
—No digas eso. Tu Variación es lo más cercano a la perfección que
puede haber, y siempre lo ha sido. Nunca te he dicho esto, pero sabes que a
veces realmente te envidio.
Dejé escapar una risa temblorosa.
—Soy la última persona a la que alguien debería envidiar. Mi
Variación era lo único consistente en mi vida, ¿y ahora? Es como si no
tuviera nada sólido. —Negué con la cabeza—. Maldita sea, escúchame.
Ahora estoy siendo dramática, aunque todo es culpa mía. Nunca debí
convertirme en Kate. Si Alec se lo cuenta al Mayor, me expulsará de la
misión —lo dije como si fuera algo malo, pero una pequeña parte de mí
deseaba secretamente que lo hiciera. Al menos así no tendría que
enfrentarme a un loco asesino.
—A Alec le agradas demasiado como para dejar que esto se
interponga. Estoy segura de que olvidará lo que pasó.
—No lo hará.
Había roto la confianza de Alec. Sabía que esto no era algo que él
olvidaría. Y si hubiera sido alguien más que yo, probablemente se lo diría al
Mayor. La agencia era lo primero para Alec.
—No viste el rostro de Alec cuando se dio cuenta de que era yo. —Mi
voz se quebró. Intenté disimularlo con una tos, pero fue inútil. Los ojos de
Holly se suavizaron y me rodeó con sus brazos.
—Todo irá bien. Alec te perdonará y harás que la misión sea un éxito.
—Me dio un codazo—. Vamos. Cenemos y hagamos como si nada hubiera
pasado. Borraremos las últimas dos horas de tu mente.
Suspiré.
—Ojalá pudieras hacer eso.
***
Estaba demasiado ocupada para acurrucarme en un montón de
autocompasión, aunque no quería nada más. Una pila de anuarios de
Madison, sus viejos papeles, mapas de Livingston y todo tipo de artefactos
se encontraban en una gran montaña sobre mi escritorio. Recogí el montón,
apoyando mi barbilla para evitar que se cayera todo, y salí de la habitación.
Mis brazos temblaban bajo el peso de la pila. Decidí no usar las
escaleras por una vez y dejé que el ascensor me llevara a la planta baja,
donde se encontraban la biblioteca y la cocina. Pasando en silencio por las
puertas de la biblioteca, seguí el tintineo de las ollas y el sonido del canto
que llegaba desde la parte trasera del edificio. Cuando atravesé las puertas
dobles, vi a Martha, que se balanceándose al ritmo de la música que salía de
una vieja radio situada sobre el fregadero, de espaldas a mí, con su cabello
gris recogido en una redecilla. Era una mujer grande, toda dulzura y curvas.
Sin darse la vuelta, espetó:
—La comida está arriba. No te metas en mi cocina.
Sus palabras salieron endurecidas por su acento austriaco, un
remanente de su infancia en Viena en los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial. Su padre, un Variante, había cooperado con la recién
fundada FEA para ayudar a derrocar a los nazis. Pero fue capturado y
asesinado poco antes del final de la guerra. La FEA trajo a Martha y a su
madre a los Estados Unidos y las empleó, aunque Martha no tenía una
Variante, como la mayoría de los hijos de Variantes. Pero Tanner bromeaba
a menudo con que su cocina de otro mundo debía ser el resultado de alguna
Variación gastronómica secreta, ya que era innegablemente sobrehumana.
Su ceño se desvaneció cuando me vio.
—Tessa, mein Mädchen. —Siempre me llamaba su chica.
Dejé mis cosas sobre la isla de la cocina.
Ella movió el dedo índice.
—Oh oh, a Tony no le gustará eso. Mancharás con grasa los papeles.
— Martha era la única que llamaba al Mayor por su nombre de pila, Tony,
diminutivo de Antonio. La mayoría de las personas ni siquiera se atrevía a
dirigirse a él por su apellido, y mucho menos por un apodo. Y la posibilidad
real de manchar con grasa cualquier cosa era casi nula. La cocina de Marta
era la habitación más limpia del cuartel general, aparte del comedor del piso
de arriba.
—No se va a enterar, ¿verdad? —Me senté en uno de los taburetes y
coloqué el anuario de Madison y los papeles frente a mí. Martha se apoyó
en el fregadero y me observó.
—¿Tienes problemas con tu hombre?
—¿Cómo puedes saberlo? —pregunté, sin tratar de negarlo. Cada vez
que Martha llamaba a Alec mi hombre, un agradable escalofrío recorría mi
cuerpo. Si tan solo fuera realmente mi hombre.
—Conozco esa mirada. Toda enamorada. Yo también fui joven una
vez, mein Mädchen.
Martha era la única persona a la que había escuchado utilizar la
palabra “enamorada” en su discurso diario. Por mucho que lo intentara, no
podía imaginármela de joven, sin papada, sin piel flácida y sin arrugas.
Puso una mano arrugada sobre la mía, su palma era áspera por haber
horneado y lavado los platos.
—Las tostadas francesas hacen que todo sea mejor. ¿Qué dices?
Sonreí. Ella apretó mi mano y comenzó a preparar los ingredientes de
su infame tostada francesa de brioche con frambuesas frescas. Martha
trataba a todos los que estaban en el cuartel general como sus hijos, sin
importar la edad, porque nunca había tenido hijos propios.
Abrí el anuario y hojeé sus páginas hasta que aterricé en la foto de
Madison. Parecía feliz. Justo al lado, encontré una foto de su mejor amiga,
Ana. Tenía cabello castaño rizado, rostro ovalado y unos ojos enormes
como los de una chica de manga. Seguro que la reconocería en persona.
Seguí buscando, escudriñando los rostros en las fotos de los bailes, las
reuniones y las obras de teatro del colegio, hasta que me detuve en la foto
de un chico llamado Phil Faulkner. Me detuve en sus ojos, que eran de un
azul translúcido y acuoso, como si les hubieran quitado el color. Varios
Variantes tenían ojos extraños, Kate y yo entre ellos. Si Phil era un Variante,
eso podría explicar por qué el Mayor estaba interesado en el caso. Pero los
ojos extraños no lo convertían automáticamente en uno de nosotros. Aun
así, no estaría de más vigilarlo por si acaso.
Martha colocó un plato frente a mí. Olía a vainilla, azúcar y limón.
—Gracias —dije, ya llevando el tenedor a mis labios—. Mmm. —Eso
fue suficiente validación para Martha. Me dio una palmadita en el hombro y
volvió a fregar las encimeras.
Con cuidado de no dejar caer la comida sobre el anuario, seguí
hojeando sus páginas. Había demasiados nombres, demasiados rostros con
demasiadas historias detrás de ellos como para recordarlo todo. Al llegar a
las últimas páginas del libro, encontré la sección de superlativos, donde se
premiaba a las personas con títulos como Mejor Artista o Pareja soñada.
Mientras examinaba las fotos, me atraganté con un bocado de brioche
y mis ojos comenzaron a lagrimear. Martha levantó la vista de la encimera,
con una expresión tensa de desaprobación por haber arruinado un bocado
perfectamente bueno de su tostada francesa al toser. Tragué saliva, mirando
una foto de Madison y Ryan. “La pareja soñada”. Mierda. ¿Por qué nadie se
había molestado en decirme esto?
Así que Madison había tenido un novio, Ryan Wood. ¿Habían sido
pareja hasta su ataque?
Mientras observaba la foto, algo no encajaba en su lenguaje corporal.
Ryan parecía que no podía estar más feliz, pero la sonrisa de Madison era
demasiado brillante, su expresión demasiado dedicada, todo en ella era un
poco… demasiado. Ojalá pudiera ver sus pensamientos en ese momento,
pero incluso Kate era incapaz de hacer algo así.
Tal como estaban las cosas, simplemente tendría que investigar a la
vieja usanza. Cerré de golpe el anuario. Martha lanzó un chasquido, pero no
dijo nada.
A continuación, rebusqué entre los trabajos escolares de Madison.
Había ensayos sobre Tolstoi, Kafka e incluso Lolita de Nabokov, en las que
había sacado notas perfectas. Esperaba que nadie esperara que yo escribiera
trabajos sobre literatura, que en realidad no era lo mío. Aunque
probablemente el Mayor también tenía a alguien disponible para esa tarea.
Despliego el mapa de Livingston en la isla de la cocina. Justo al lado
de Livingston estaba Manlow, el pueblo vecino. Entre ambos pueblos se
encontraba el lago donde habían encontrado a Madison y a otra de las
víctimas. En el mapa predominaban las franjas de color verde intenso, lo
que indicaba que había mucho bosque. Livingston solo tenía dos carreteras
principales, donde se encontraban la mayoría de las tiendas. Conté dos
gasolineras, dos cementerios y un autocine. No había mucho de nada
realmente. Madison y sus padres vivían en una de las urbanizaciones más
nuevas que bordeaban el bosque. Doblé el mapa y, después de un momento
de vacilación, abrí el archivo sobre los asesinatos.
La primera víctima era la doctora Hansen. Una pediatra de treinta y
cinco años, trabajaba en el hospital St. Elizabeth de Manlow, pero vivía en
Livingston, cerca del lago. La encontraron en su patio trasero, estrangulada,
con un corte en la caja torácica. Poco después, Kristen Cynch, una joven de
diecisiete años que cursaba el último año de secundaria fue encontrada
ahogada en el lago. Tenía marcas inusuales que parecían como si una
serpiente se hubiera enredado alrededor de su garganta. Su piel estaba
hinchada y azulada, pero la marca roja de su asesino era imposible de pasar
por alto. La misma firma había sido grabada en las otras dos víctimas,
incluido en el conserje, el señor Chen. Vacilante, toqué el lugar sobre mis
costillas donde estaría la marca. El malestar se instaló en mi estómago.
Me bajé del taburete y decidí dar por terminada la noche.
—Buenas noches, Martha, y gracias por la comida.
Me despidió con una pequeña sonrisa.
En el momento en que llegué al cuarto piso, escuché la pelea. Las
palabras se pronunciaban en voz baja, así que me tomó un momento
reconocer las voces: Alec y Kate. Me acerqué sigilosamente y me asomé
por la esquina. Estaban frente a la puerta de la habitación de Alec.
—¡No puedo leer tus pensamientos, pero eso no significa que no sepa
lo que estás pensando! —siseó Kate.
—No sé por qué estás tan enfadada —dijo Alec. Su voz era un poco
tensa, aunque estaba mucho más tranquilo que Kate.
—No te hagas el tonto. Todo el mundo se da cuenta de cómo estás a
su alrededor. Es ridículo.
—Esta discusión es ridícula —dijo Alec. Se dio la vuelta para entrar
en su habitación, pero Kate agarró su brazo.
—Sé que la semana pasada tuvieron una noche de cine. Ni siquiera
me lo dijiste.
—Kate, no tengo que pedirte permiso para cada pequeña cosa que
hago.
—Estamos juntos en esto. Recuerda lo que dijo el Mayor. —Bajó la
voz y no pude escuchar sus siguientes palabras, pero el rostro de Alec se
ensombreció. Entró en su habitación con Kate detrás, y la puerta se cerró
detrás de ellos.
¿Qué había dicho el Mayor?
No importaba lo que dijera, una cosa estaba clara: estaban peleando
por mi culpa. No estaba segura de si debía sentirme eufórica o preocupada.
Kate era una fuerza a tener en cuenta.
***
A la mañana siguiente, de camino al gimnasio, pensé en romperme la
pierna para no tener que enfrentarme a Alec. Pero lo pensé mejor, ya que el
Mayor probablemente insistiría en que entrenara con mis brazos.
Llegué unos minutos antes para prepararme mentalmente. Pero
cuando me acerqué a la entrada, Alec ya estaba allí, sentado en un banco y
mirándose los pies. Unos mechones de cabello negro caían sobre su rostro.
Por un momento, estuve segura de que estaba llorando. Me quedé inmóvil a
mitad de camino hacia el gimnasio, sin saber qué hacer. Nunca había visto
llorar a Alec. Él era la personificación del autocontrol. Me acerqué
lentamente, pero no levantó la vista, aunque su cuerpo se tensó. Toqué su
hombro, tratando de ignorar lo bien que se sentía, lo fuerte que era.
—¿Qué sucede? ¿Pasó algo?
Sus músculos se movieron debajo de mis dedos como si se estuviera
preparando para su respuesta, o tal vez luchando contra ella.
—Tuve una conversación con el Mayor, sobre sus expectativas.
Quiere que asuma más responsabilidad y… —Se detuvo a mitad de la frase.
La ira se apoderó de mí. ¿Por qué el Mayor presionaba a Alec? A veces me
preguntaba si lo veía como su sucesor y seguía desafiándolo para
determinar si estaba preparado para el trabajo.
—Dile que no estás preparado —le dije.
Miró hacia arriba, con ojos torturados, pero sin lágrimas.
—No es tan fácil.
Acaricié suavemente su hombro, luchando contra el impulso de hacer
más.
—Sabes que estoy aquí para ti si me necesitas. Y sabes que puedes
hablar conmigo de cualquier cosa.
Por un momento pareció que quería hacerlo, como si yo hubiera
atravesado su máscara del deber, pero luego negó con la cabeza.
—No. Ojalá pudiera, pero no puedo hablar contigo de eso.
Intenté ocultar lo mucho que me había herido esa frase.
—Entonces habla con Kate. Quizá ella pueda ayudarte. —Las
palabras dejaron un sabor amargo en mi boca, pero prefería que Kate se
ocupara de Alec a que sufriera solo.
—Kate no lo entendería. Simplemente estaría de acuerdo con el
Mayor. Su prioridad siempre ha sido la FEA y eso no cambiará nunca.
Tengo que lidiar con esto solo.
¿Cómo podía estar con alguien que no lo convertía en prioridad?
—No debería estar hablando contigo sobre esto —dijo mientras se
ponía de pie, dejando que mi mano se deslizara de su hombro, poniendo
unos pasos de distancia entre nosotros. Nuestras miradas se cruzaron y sentí
una atracción que casi me derriba. Quería acortar la distancia entre
nosotros, besarlo, tocarlo. No estaba segura de lo que veía en los ojos de
Alec, pero él también parecía incapaz de apartar la mirada.
Se aclaró la garganta.
—Creo que tenemos que hablar de lo de ayer.
Eso era lo último que quería hacer, especialmente cuando él estaba de
un humor tan extraño. Empecé a envolver las palmas de mis manos con
cinta adhesiva para prepararlas para mi entrenamiento, añadiendo una capa
tras otra.
—No hay nada que hablar.
—Tenemos que quitarnos esto de encima. Tenemos un trabajo que
hacer. No podemos tener algo, cualquier cosa, que nos distraiga. Al Mayor
le preocupa que interfiera con la misión.
Dejé caer la cinta.
—¿Qué tiene que ver el Mayor con esto? ¿Le contaste lo de ayer?
—No, por supuesto que no. Se dio cuenta de que algo estaba…
pasando. Todos se dieron cuenta. —Observó mi rostro y tuve que
esforzarme para mantenerla bajo control—. Escucha, lo que sea que haya
entre nosotros, tiene que terminar. Soy demasiado mayor para ti y no está
bien. Soy tu profesor después de todo.
—Esto no es una escuela de verdad, y sólo eres seis años mayor que
yo. —¿Por qué discutía con él? Claramente había tomado una decisión y
nada, ciertamente nada de lo que yo pudiera decir, cambiaría eso. La carta
de la edad podría haber funcionado cuando todavía era menor de edad, pero
había cumplido la mayoría de edad hacía tres semanas, así que tenía que
dejar de usarla.
—Y estoy con Kate.
Ese era un punto que no podía contradecir. Puede que hayan peleado
ayer y que estén juntos por razones que no podría empezar a entender, pero
siguen siendo una pareja. Observé un punto sobre su hombro izquierdo.
Había una pequeña grieta a lo largo del espejo hasta el suelo. Distorsionaba
mi reflejo, dividiendo mi rostro en dos mitades distintas. Sentí que una
mentira escapaba de mi boca.
—No te preocupes. La misión es lo único que importa.
Empecé a estirar mis piernas y brazos, ignorando la opresión en mi
pecho.
Alec se acercó por detrás de mí, pero la preocupación no abandonó su
rostro.
—Muy bien. Creo que has mejorado mucho. Alguien que no conozca
tu Variación tendrá problemas para vencerte.
Pero, quizás por primera vez, no quería escuchar sus elogios.
—¿Lista? —preguntó.
—Oh, sí.
Los brazos de Alec me rodearon.
La sensación de desgarro se apoderó de mí. Encogiendo, cambiando,
dando forma.
Alec aflojó su agarre, aunque debería haber sido capaz de predecir mi
movimiento. Ahora en el cuerpo de un niño pequeño, me zafé de su agarre
y corrí hacia atrás. Regresé a mi cuerpo y apunté una patada alta a su
cabeza. Él esquivó mi intento y me empujó hacia atrás, apenas tocando mi
cuerpo.
¿Por qué podía aparecer en mi puerta para una noche de películas
después de meses de mantener la distancia y luego actuar como si nada
hubiera pasado? ¿Por qué casi pudo besarme ese día pero unos días después
actuar como si todo fuera culpa mía?
—¡Deja de contenerte! —grité, abalanzándome hacia él. Solo
esquivaba mis puñetazos y patadas. Era como si quisiera tocarme lo menos
posible. Ese pensamiento me llevó al límite. Mi piel empezó a ondularse y
sentí que crecía, que mi piel se estiraba, que mis huesos se desgarraban y se
reconstruían.
Sus ojos se agrandaron.
Me había convertido en él. Nunca lo había hecho.
Mis nudillos crujieron al entrar en contacto con sus abdominales.
Deseé que el cambio trajera consigo los poderes de la Variación de su
cuerpo, pero yo no era más fuerte ni más rápida que un hombre normal.
Algo cambió en los ojos de Alec, como si se hubiera accionado un
interruptor: un luchador despertó.
Le di una patada en la cabeza. Su mano salió disparada, agarró mi
tobillo y lo torció. Giré en el aire antes de golpear el suelo. Mi muñeca se
dobló hacia atrás en un ángulo antinatural, y grité mientras volvía a mi
propio cuerpo.
Alec se arrodilló junto a mí en la colchoneta, pero no me moví.
—Tess, mierda. Di algo.
Me impulsé hasta quedar sentada y me puse de pie. Sosteniendo mi
muñeca con la otra mano, retrocedí un paso cuando él se acercó a mí. No
quería que me tocara si era por lástima, no cuando no soportaba mi cercanía
por ningún otro motivo.
—No quiero seguir practicando contigo. Solo dile al Mayor que estoy
lista.
—Tess…
—¡Sólo díselo! No quiero estar cerca de ti, Alec.
Este… asunto con Alec estaba desordenando mi Variación. Estaba
arruinando todo lo que tanto me había costado conseguir.
No esperé su reacción; me fui.
***
El intercomunicador crepitó cuando la voz del Mayor me llamó a su
oficina. Me arrastré fuera de nuestra habitación, feliz de que Holly tuviera
Criminología y no estuviera aquí para darme una charla de ánimo.
Llamé a la puerta abierta del Mayor y entré. Estaba sentado detrás de
su escritorio, con una taza de té humeante delante de él. Su frente estaba
marcada por la preocupación. Levantó la vista cuando entré, su rostro era
inexpresivo.
Me quedé en la puerta, metiendo las manos en los bolsillos. Si quería
gritarme por abusar de mi Variación, prefería estar en una posición en la
que pudiera huir lo más rápido posible. La penetrante intensidad de su
mirada me hizo retorcerme. Era como si pudiera ver a través de mí. ¿Y si
podía? ¿Y si esa era su rumoreada Variación secreta?
Su mirada no vaciló.
—Siéntate.
Mi piel comenzó a picar de una manera que me hizo querer rascarme.
Me senté en el borde del asiento, con las manos cruzadas sobre mi regazo.
La brillante placa con el nombre en escritorio del Mayor parecía recién
limpiada y pulida. Tenía un aspecto extraño al lado de la pequeña grieta en
la madera que Alec había causado la última vez que estuve aquí.
—Supongo que sabes el motivo de tu convocatoria.
—Sí.
Capítulo 6
El Mayor asintió.
—Bien. Este es un asunto importante. No podemos permitirnos que
falles.
Eso no sonó como un sermón sobre el abuso de mis poderes.
—¿Señor?
—Es una pena que la Variación de Kate sea tan limitada. Tengo la
sensación de que el hermano o el padre de Madison podrían haber arrojado
mucha luz sobre muchos aspectos de su vida. —Empezó a dar golpecitos en
la superficie de madera lisa de su escritorio. Sus uñas eran cortas y prolijas;
nunca había visto una mota de suciedad en él. No me quitaba los ojos de
encima—. Hablamos con los médicos responsables y los convencimos de
que era probable que Madison sufriera amnesia después de despertar del
coma inducido.
—¿Alguien se metió en sus mentes? —Las palabras salieron antes de
que pudiera detenerlas.
El Mayor se levantó de su silla y se cernió sobre mí.
—No nos metemos en la mente de las personas, Tessa.
Asentí a medias, pero mi voz carecía de convicción.
—Por supuesto que no, señor.
—Esta misión consiste en salvar vidas. Lo entiendes, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Bien. Aquí hay algunas páginas que tocan los efectos típicos de un
coma inducido, particularmente en un caso como el de Madison. —Empujó
una pila de papeles hacia mí. Más datos para leer y recordar, para
interiorizar hasta que no quedara espacio para nada más.
—Muchas figuras importantes te estarán observando. Esta misión
puede ser tu gran avance.
Llamaron a la puerta y entró Alec. Fabuloso.
Dejé caer la pila de papeles. Las páginas se esparcieron por el suelo
de madera. Mi estómago se revolvió cuando me arrodillé y comencé a
recogerlas. Un par de manos fuertes acudieron en mi ayuda. No levanté la
vista, acepté los papeles con cautela y me acomodé en mi silla.
***
Esa noche tuve mi primera comida familiar. La cena con Linda,
Ronald y Devon no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.
Todos esperaron a que los demás terminaran de comer, compartieron los
detalles de sus días, se rieron de los chistes de los demás. No podía creer
que llegara a ser parte de eso.
Ronald era veterinario y ni siquiera tuve que fingir que me
interesaban sus historias del trabajo, que eran realmente hilarantes. Bebió
un trago de su cerveza de raíz.
—Hoy un gato me orinó encima. —Linda se detuvo con el tenedor
contra los labios y sus cejas arqueadas. Un trozo de pollo quedó atascado en
mi garganta y tuve que bajarlo con agua.
—¿Qué pasó?
—Un monstruoso gato persa, eso es lo que pasó. Hércules. —Resopló
en su vaso—. No es uno de mis pacientes habituales. Su dueño alquiló un
bungalow de vacaciones en Manlow. —Dio otro trago a su cerveza de raíz y
se relajó en su silla—. De todos modos, el pelaje del gato estaba
enmarañado porque no le gusta que lo cepillen, y por desgracia tenía un
caso grave de diarrea. ¿Y con todo ese pelaje? —Ronald se rió. Dejé el
tenedor y traté de no reírme. Probablemente acabaría atragantándome con el
pollo.
—Trabajo de mierda, supongo —dijo Devon, con fingida seriedad.
Metió otro bocado de cazuela en su boca. Me preguntaba cómo se las
arreglaba para masticar con esa gran sonrisa en su rostro.
—Lo tienes. Así que Sarah estaba sujetando al gato como siempre lo
hace y todo iba bien hasta que encendí la rasuradora para deshacerme del
pelaje. A Hércules no le gustó el sonido, ni un poco, y se volvió loco. Me
ensucié con su mierda solo tratando de contenerlo. —Otro bocado de
cazuela de pollo desapareció en la boca de Devon. Linda apartó su plato;
tenía los ojos entrecerrados pero las comisuras de sus labios temblaban por
el esfuerzo que estaba haciendo para ocultar una sonrisa.
—¡Y luego comenzó a orinar por todas partes! Uno pensaría que el
gato no consiste más que en orina a juzgar por lo mucho que me echó
encima.
Tosí entre risas.
—¿No podías esperar con esa historia hasta que termináramos de
comer? —preguntó Linda negando con la cabeza, pero claramente estaba
divertida.
Ronald tomó su mano sobre la mesa.
—Lo siento. La próxima vez.
Linda suspiró como si hubiera escuchado esas palabras antes. Se
levantó y comenzó a recoger los platos de la mesa. Me levanté para
ayudarla, pero ella negó con la cabeza.
—Hoy me toca a mí.
Devon se reclinó en su silla, con los brazos cruzados sobre su
estómago. Incluso con la mitad de la cazuela de pollo dentro de él, sus
abdominales seguían formando ondulaciones debajo de su camiseta. Aparté
la mirada. Dudo que Madison alguna vez haya mirado así a su gemelo.
—Devon, ¿qué tal la escuela hoy? —preguntó Ronald, con una
mirada preocupada en mi dirección. Me preguntaba cuándo surgiría esa
pregunta. Sabía que el Mayor esperaba que reuniera toda la información
local posible, pero la cena había sido demasiado maravillosa como para
arruinarla con preguntas prácticas.
Devon se enderezó y la ligereza desapareció de sus rasgos.
—Estuvo bien. Pero todo el mundo está hablando.
Ronald asintió como si no esperara otra cosa.
—Es el chisme del pueblo.
—¿Mi recuperación? —pregunté, con las manos apretadas alrededor
de mis rodillas debajo de la mesa.
—Sí, todos hablan de tu milagrosa recuperación. Ya sabes cómo son.
Necesitan sus cotilleos. Toda la escuela sabe que regresarás mañana. —
Genial, entonces sería el centro de atención de todos. Justo lo que
necesitaba.
—Cariño, sabes que no tienes que ir si no quieres. Creo que todavía
es demasiado pronto de todos modos —dijo Linda, volviendo a la mesa.
Una parte de mí quería ceder y pasar más tiempo en casa, en
presencia de las amables sonrisas de Linda. Pero el Mayor me arrancaría la
cabeza si no me pusiera en marcha pronto. Quería resultados, y a juzgar por
la nada que había encontrado hasta el momento, obviamente no los
obtendría sentada en la habitación de Madison.
—No, estoy lista para volver —dije—. Tengo muchas ganas de volver
a ver a Ana.
—Ella llamó todos los días para preguntar por ti. Incluso quería
visitarte hoy, pero le dije que necesitabas tiempo para instalarte —dijo
Ronald.
Sonreí.
—Gracias, papá. —La palabra todavía sonaba extraña saliendo de mi
boca. Nunca había llamado a nadie papá.
Devon se inclinó hacia delante.
—Ryan preguntó por ti hoy.
La frente de Ronald se arrugó y Linda se quedó inmóvil en su lugar.
—¿Qué… qué quería? —pregunté.
El rostro de Devon estaba inexpresivo.
—Solo quería saber si era verdad, si ibas a volver, si podías recordar
todo y toda esa mierda. Le dije que se fuera a la mi…
Linda interrumpió a Devon con una tos.
—Que se mantuviera alejado de ti —terminó Devon.
—¿Por qué dijiste eso? —pregunté.
Intercambiaron miradas.
—No querías tener nada que ver con él después de la ruptura —dijo
Devon.
Las alarmas se encendieron en mi cabeza.
—¿Estás segura de que no será demasiado? ¿Toda la atención? —
preguntó Linda.
—No te preocupes, mamá. La cuidaré. —Devon me mostró esa
sonrisa que había recibido tantas veces en los últimos días. Sus ojos me
recordaban a un cielo de verano sin nubes y me encantaban los profundos
hoyuelos que aparecían cada vez que sonreía. ¿Era un simulacro o
realmente podía cambiar de humor tan rápidamente?
—No vas a seguirme como un cachorro perdido, ¿verdad? —Observé
sus rostros en busca de reacciones, sin saber si Madison se había burlado
alguna vez así de su hermano. Actuar fuera de lo normal sería algo
peligroso, incluso con la amnesia fingida. Pero sonrieron.
—Si te molesta, definitivamente —respondió Devon.
Tal vez siempre era así cuando Madison aún estaba con ellos. Ella
debe haber sido tan feliz.
Linda se puso seria y me entregó un teléfono celular.
—Te hemos comprado un teléfono nuevo. El anterior estaba
dañado… —ella se detiene.
—Cuando tuviste el accidente —dijo Ronald—. Pero pudimos
guardar tu tarjeta SIM, así que tus mensajes y tus contactos siguen ahí.
—Gracias. —Eso sería útil. Tendría que echarle un vistazo cuando
estuviera de vuelta en mi habitación, pero probablemente la policía ya había
comprobado los datos, era un procedimiento habitual.
Después de la cena, subí las escaleras con dificultad, agotada. Me
sentía como si hubiera soportado varias sesiones de entrenamiento con
Alec. ¿Estar en un cuerpo extraño, podría causar este tipo de dolor
muscular? Nunca había experimentado algo así, pero tampoco había sido
otra persona durante tanto tiempo. No habíamos probado durante cuántas
semanas o meses podría mantener la forma del cuerpo de otra persona. Mi
Variación nunca había vacilado, siempre había estado bajo mi control desde
el primer día. Para todos en la FEA, mi Variación era perfecta. Pero yo
sabía que no lo era.
Encendí el teléfono en el momento en que estuve sola. Había docenas
de mensajes de texto y otras tantas llamadas perdidas de los últimos días.
Reconocí la mayoría de los nombres de los archivos de la FEA como
compañeros de escuela o familiares. Pero dos nombres destacaban: Ana y
Ryan. Mientras que los textos de Ana podían resumirse en buenos deseos y
palabras de consuelo, los mensajes de Ryan eran de otra naturaleza. Él
también decía que esperaba que Madison se pusiera bien, pero también
intentaba desesperadamente recuperarla. Te extraño… No puedo dejar de
pensar en ti… Eres la persona más importante de mi vida… Danos otra
oportunidad… Te amo. Finalmente, las pequeñas letras de la pantalla
empezaron a desdibujarse ante mis ojos. Obtener este vistazo a la vida
personal de Madison fue interesante, pero me dejó sin ninguna pista real.
Mientras me desvestía para meterme en la cama, no pude evitar mirar
mi reflejo en el espejo de la puerta. En el hospital no había tenido la
oportunidad de ver bien este extraño cuerpo. Con dedos temblorosos, tracé
la A roja debajo de mi sujetador. La piel se sentía áspera y sensible. No
dolía exactamente, pero era incómodo. La cicatriz nunca se desvanecería
por completo; el cuchillo había cortado demasiado profundo.
Vacilante, levanté los ojos para examinarme. Aunque había ganado
algo de peso en los últimos días, el cuerpo de Madison seguía estando
terriblemente delgado. Pero incluso pálida y demacrada, Madison se veía
hermosa con sus ojos azules, sus pómulos altos y su larga melena rubia.
Deslicé un camisón por encima de mi cabeza y estaba a punto de cerrar las
persianas, cuando un movimiento repentino fuera de la ventana me hizo
detenerme.
Una figura estaba de pie al otro lado de la calle, claramente
observando mi ventana. La sudadera con capucha colgaba sobre sus ojos y
la niebla vespertina ocultaba el resto de su cuerpo. Era imposible distinguir
quién era. Al verme, dio media vuelta y echó a correr calle abajo.
No era Alec. ¿Quién era? ¿El asesino? Dudaba de que tuviera la
audacia de presentarse frente a mi casa tan pronto después de mi regreso.
Seguramente se trataba de algún curioso fisgón que quería confirmar los
rumores.
Froté mis brazos y bajé las persianas, comprobando dos veces que la
ventana estuviera cerrada con llave antes de finalmente meterme en la
cama.
Capítulo 10
***
Cuando entré en la cocina una hora más tarde, Linda no dejaba de
preocuparse, preguntándome constantemente si estaba segura de ir a la
escuela, si me sentía bien, si había tomado mis pastillas, en realidad los
placebos que me había dado el doctor Fonseca. Ronald parecía tan ansioso
como su esposa mientras su mirada me seguía desde el borde de su taza de
café.
Linda dejó una taza frente a mí y la llenó de café. No dijo nada, su
sonrisa fue fugaz. En mi vida normal, no bebía café. ¿A Madison le gustaba
el café solo, o con leche y azúcar? Eso no figuraba en el expediente. Volví
mi atención hacia el plato, dándole tiempo a Ronald a armarse de valor. Los
panqueques caseros de arándanos de Linda se deshacían en mi lengua, mis
dedos se pusieron pegajosos con el jarabe de arce. Ronald dobló el
periódico, alisando los bordes. Sus manos temblaban. Limpié mis dedos en
una servilleta, sabiendo lo que vendría.
—Hay algo que tenemos que decirte —dijo en voz baja. Linda y
Devon se quedaron en silencio, incluso podrían haber dejado de respirar.
Bajé la mirada, sin poder soportar las expresiones en sus rostros.
—Antes de estar en el hospital, no tuviste un accidente. Tus heridas…
alguien te atacó. —Se aclaró la garganta.
Dudé.
—Lo sé. Escuché a las enfermeras hablar de mis cicatrices —susurré.
Toqué ligeramente el vendaje en mi pecho, donde la A estaba oculta—.
¿Saben quién lo hizo? —Deberían nominarme para un Oscar.
Linda agarró con fuerza su taza de café y Devon miró fijamente a la
mesa, pero fue Ronald quien finalmente negó con la cabeza, con una
expresión de angustia.
—Arrestaron a un hombre sin hogar después del primer asesinato,
pero estaba bajo custodia cuando ocurrió el segundo asesinato.
—¿Entonces no tienen ningún sospechoso? —pregunté en voz baja,
sonando asustada. No hizo falta mucho de mis habilidades de actuación
para sonar de esa manera.
Ronald negó con la cabeza.
—Y… ¿sospechan de alguien?
—No. Te llevabas muy bien con todos —dijo de esa manera paternal
y adorable.
Linda puso su mano sobre la mía.
—Lo encontrarán pronto. No tienes que tener miedo. Papá y yo no
dejaremos que te pase nada.
—Siempre hay un auto de policía frente a la escuela —añadió Devon.
Observaron mi rostro en busca de una reacción. Si actuaba
aterrorizada, sabía que nunca me perderían de vista.
—Estoy bien —dije—. No quiero esconderme. No quiero pasar el
tiempo asustada por algo que ni siquiera recuerdo.
Pude ver en sus rostros que no querían nada más que dejar atrás el
ataque también. Si fuera tan fácil.
Finalmente, Devon habló.
—Realmente tenemos que irnos o llegaremos tarde. Hoy serás el
centro de atención, así que recorrer los pasillos te llevará el doble de tiempo
—se levantó, recogió las llaves del auto y su mochila, esperándome en la
puerta.
Las palmas de mis manos se sentían sudorosas ante la idea de estar
bajo el escrutinio de tanta gente. Aumentaba la posibilidad de que alguien
se diera cuenta de que no era quien decía ser. Pero también era mi
oportunidad de averiguar más sobre los asesinatos, sobre los amigos de
Madison y sobre Ryan. Y de intentar encontrar, en palabras del Mayor, la
grieta en la armadura perfecta que era la vida de Madison.
Me levanté de la mesa y Linda me tendió la mochila.
—Prométeme que te quedarás siempre con Devon o Ana. No vayas a
ninguna parte sola.
—De acuerdo, mamá.
Ronald abrió un cajón, sacó algo de él y me lo tendió.
—Spray de pimienta, por si acaso. —Lo metí en mi mochila, aunque
estaba segura de que Alec me daría algo más efectivo una vez que
tuviéramos nuestro primer encuentro.
Dudé, no estaba segura de cuál era la rutina habitual de las mañanas.
¿Madison abrazaba a sus padres antes de salir? Como Devon me miraba
expectante, decidí no pensar demasiado en eso. Seguí a Devon fuera de la
casa hacia su auto. Ronald y Linda estaban en el umbral. Podía ver en sus
rostros lo mucho que no querían perderme de vista y, si no hubiera sido por
la impaciencia del Mayor, podría haber cedido y esperar unos días más
antes de comenzar la escuela nuevamente.
—Tengan cuidado —dijo Linda mientras subíamos al auto.
Los saludé con la mano mientras salíamos del camino de entrada. La
postura de Devon se puso tensa mientras conducía. De repente, parecía que
su comportamiento tranquilo fue toda una actuación por el bien de sus
padres. Finalmente, habló.
—Si alguien te molesta, dímelo y hablaré con ellos. —Sus nudillos
crujieron por el fuerte agarre en el volante.
—Cuando mamá dijo que me llevaba bien con las personas, vi que
apartaste la mirada —dije—. ¿Qué fue eso?
—Nadie se lleva bien con todos.
—¿Crees que la persona que… me hizo daño… va a la escuela con
nosotros?
La expresión de Devon se volvió tensa.
—No lo sé. Lo he pensado mucho. Hay un montón de cretinos en la
escuela y tú siempre parecías sentirte atraída por ellos. Primero Ryan y
luego…
Se detuvo.
—¿Y luego quién?
Estacionamos en el ya lleno estacionamiento junto a un edificio gris
que me recordaba más a una prisión que a una escuela: un edificio de tres
plantas con un tejado plano e hileras de ventanas cuadradas perfectamente
uniformes. Devon apagó el motor antes de que sus ojos examinaran mi
rostro. Con un suspiro, negó con la cabeza y buscó la manija de la puerta.
Agarré su brazo.
—¿Quién? ¿De quién estabas hablando?
Un golpe en la ventanilla hizo que mi corazón subiera a mi garganta.
La puerta se abrió y una chica de cabello largo y rizado y enormes ojos
marrones me sonrió: era Ana. Su rostro me resultaba familiar. La había
visto en muchas fotos, pero a veces era difícil trasladar esas imágenes a la
vida real.
—¡Ana! —dije.
Ella me abrazó y un pequeño hipo lloroso escapó de su garganta.
Tuve que obligar a mi cuerpo a relajarse ante su contacto.
—Pensé que no me habías reconocido. —Se apartó para que yo
pudiera salir del auto y cerrar la puerta. Sus ojos se dirigieron a mi garganta.
Debería haberla cubierto con un pañuelo.
—Por supuesto que no. ¿Cómo podría olvidarte? —pregunté.
Devon se detuvo junto al parachoques. Sus manos estaban
casualmente en sus bolsillos, pero sus ojos recorrían el estacionamiento,
vigilando. Fue entonces cuando me di cuenta de la cantidad de ojos que se
movieron hacia mí, de cómo todos habían dejado de hacer lo que estuvieran
haciendo para mirarme como si acabara de resucitar.
Devon se colocó a mi lado izquierdo y Ana se deslizó hacia mi lado
derecho, ubicándome entre ellos como si fueran mis guardaespaldas
personales mientras nos dirigíamos hacia las puertas principales. Algunas
personas tropezaron con sus pies porque estaban boquiabiertos y
señalándome. ¿Acaso sus padres nunca les habían enseñado modales? Una
pequeña parte de mí quería cambiar de forma para darles el susto de sus
vidas.
—Qué imbéciles —dijo Ana mientras entrábamos.
Los pasillos no estaban abarrotados, probablemente porque había
mucha gente fuera, todavía susurrando entre ellos. ¿Eran demasiado tímidos
como para acercarse a mí? Solo me recibieron unas pocas personas
ligeramente conocidas cuyos rostros no pude relacionar con un nombre.
Seguían mirando mi garganta y me di cuenta de que sentían curiosidad,
pero, por suerte, no se atrevieron a preguntar. Tal vez la mirada de Devon
fue lo que los detuvo.
Si realmente hubiera sido Madison, ¿me habría molestado? ¿Esto
habría herido mis sentimientos? Era probable, pero no estaba segura.
—Primero tenemos biología —me recordó Ana.
Había estudiado el horario e incluso ojeado algunos de los libros de
texto, ya que tendría que participar en todas las clases de Madison. Era la
primera vez que estaba en la escuela secundaria. Si la situación hubiera sido
diferente, podría haberlo disfrutado. Pero estaba fuera de mi liga. No sabía
lo más mínimo sobre cómo actuar como una estudiante normal, y mucho
menos como una estudiante de último año.
Ana se detuvo frente a un casillero e introdujo la combinación. Los
casilleros eran amarillos, y hacían juego con la mitad de las baldosas a
cuadros amarillos y azules del suelo, excesivamente alegres del suelo.
—Umm, ese es el tuyo. —Ana señaló el casillero junto al suyo. Un
trozo de papel sobresalía del hueco entre la puerta y el marco. Devon lo
agarró antes de que pudiera reaccionar, pero se lo arrebaté de la mano.
—Eso es para mí.
Por un momento, pareció que quería discutir.
—¿De quién es? —preguntó. Ana había dejado de rebuscar y nos
miraba fijamente a Devon y a mí.
—¿Conoces mi combinación? —pregunté, pero Devon no dejó
escapar el cambio de tema. Pasó por delante de mí y giró la cerradura
primero a la derecha, luego a la izquierda y de nuevo a la derecha. La abrió
y me entregó un trozo de papel con los números.
—Ahora habla, Maddy.
La gente murmuraba y observaba, pero nadie estaba lo
suficientemente cerca como para espiar. Nerviosa, desdoblé la carta. Era un
mensaje de Ryan.
Hola Maddy,
Sé que volverás hoy, y no puedo esperar a verte. Estaba muy
preocupado por ti. Tu hermano no quiso decirme nada. (Ya sabes cómo es.)
Pero no puedo alejarme de ti. Te extraño.
Necesito hablar contigo. Encuéntrate conmigo en el estacionamiento
después de la escuela. ¿Por favor?
Ryan
***
Las miradas y los susurros me siguieron todo el camino hasta el
comedor. Ana miraba con desprecio a cualquiera que se atreviera a mirarme
durante más de un segundo. Realmente me agrada ella. Me recordaba
mucho a Holly.
—¿Podemos sentarnos en un lugar tranquilo? Necesito hablar contigo
—susurré después de comprar nuestras porciones de pizza. Ana nos
condujo a una mesa al final de la sala, encantadoramente cerca del baño. No
es de extrañar que nadie haya elegido esta mesa todavía. Pero era perfecta
para mis propósitos, ya que también me daba una fantástica vista de la
habitación.
Nos hundimos en las duras sillas de plástico y comencé a masticar mi
pizza. Demasiado queso con textura a chicle, salpicado de trozos no
identificables de algún tipo de salchicha. Qué asco. Dejé caer la porción en
mi plato. Ana ni siquiera había comenzado con la suya. Estaba demasiado
ocupada mirándome.
Limpié mis manos grasientas en una servilleta, ganando algo más de
tiempo para formular mi pregunta.
—¿Por qué rompí con Ryan? —Demasiada elocuencia.
La tristeza apareció en el rostro de Ana. Sonrió con fuerza.
—Nunca me lo dijiste. —Se encogió de hombros como si no fuera
gran cosa, pero su voz y sus ojos contaban otra historia. Estaba dolida y
decepcionada por haber sido dejada de lado—. Siempre pensé que era
porque él se preocupaba más por sus compañeros que por ti, pero eras un
poco reservada con todo el asunto. —Sus ojos examinaron mi rostro.
Esperaba otra respuesta. Si Devon no quería hablar, solo quedaba otra
persona que podría saber por qué había roto con él: Ryan. Y no estaba
segura de que hablar con él fuera la mejor opción.
—¿Así que realmente no te acuerdas?
Negué con la cabeza.
—Tengo muchos espacios en blanco en mi memoria. Ojalá pudiera
recordar más.
—Tal vez sea bueno que no recuerdes todo. —Recogió los trozos de
salchicha de su rebanada y los dispuso en un pequeño círculo en su plato.
—No, ayudaría si recordara. Entonces tal vez el asesino no estaría
todavía por ahí. —Las palabras salieron más duras de lo que pretendía.
Los ojos de Ana se agrandaron y sus manos se congelaron.
—Lo siento, por supuesto. Solo quise decir… —hizo una pausa y
apartó la mirada.
Extendí mi mano y tomé la suya.
—Lo sé. Me pone nerviosa pensar en lo que realmente pasó. ¿De
verdad no sabes nada más, algo como si Ryan y yo nos hubiéramos peleado
o algo así?
Las manos de Ana se cerraron en puños.
—No. Es decir, me dijiste que tú y Ryan se habían distanciado, pero
nunca nada sobre un incidente específico. Aunque había otros rumores.
—¿Rumores?
—Sobre ti y otro chico.
—¿Quién?
—No lo sé. —Ella seguía mirando a una mesa al otro lado de la
habitación. Los chicos populares... era fácil saber quiénes eran porque todo
el comedor parecía girar en torno a ellos. Ryan y la chica con el corte de
pelo bob estaban sentados allí. Otro rostro conocido estaba junto a ellos:
Franny. Ella lanzaba miradas en nuestra dirección.
Nunca había asistido a la escuela secundaria, pero sabía lo suficiente
sobre jerarquía, que era el tema favorito del Mayor. Madison debía ser una
de las chicas populares para salir con Ryan.
—¿Por qué no somos más amigables con ellos? ¿No éramos parte de
su grupo antes de que me atacaran?
El rostro de Ana se ensombreció.
—No, dejamos su grupo hace tiempo. —Empezó a buscar a tientas el
trozo restante de su porción de pizza.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
Devon entró en el comedor con un grupo de chicos y sonrió cuando
sus ojos me encontraron. Se sentó con sus amigos, pero me di cuenta de que
me estaba vigilando. Me permití echar un vistazo al resto de la cafetería. Un
grupo de góticos se sentaba detrás de Devon y sus amigos. La mesa de su
derecha estaba ocupada por dos chicas rellenas que llevaban atuendos casi
idénticos, y en el borde de la sala, solo, estaba Phil. Sus ojos se cruzaron
con los míos durante un milisegundo antes de volver a centrarse en su plato.
—Como te dije, cuando rompiste con Ryan algunos pensaron que era
porque lo habías engañado. Al parecer, Franny te vio una noche… con otro
tipo.
—¿Con quién?
Ana hizo una mueca.
—No lo sé. Nadie lo sabe, Franny no pudo decirlo. Solo dijo que el
tipo era más bajo que Ryan y que definitivamente no era él. A Franny le
gusta escucharse hablar. Es una mentirosa. Pero el grupo estaba del lado de
Ryan, así que nos fuimos y nos dedicamos a lo nuestro. Te llamaron zorra y
puta. Los odio.
—¿Dejaste a tus amigos por Ma… mí? —Casi dije Madison, pero
logré contenerme antes de que el nombre escapara de mis labios.
—No eran amigos de verdad o no habrían hablado mal de ti.
—¿Kristen era una de ellas? —pregunté, siguiendo una repentina
intuición.
—Sí, ella era la peor, siempre hablando mierda de ti. Ella y Franny
eran mejores amigas. —La culpa brilló en su rostro—. Tuve una gran pelea
con Kristen un día antes de que muriera. Le dije cosas horribles. Todavía
me siento muy mal por eso.
—No podrías haber sabido lo que sucedería. —Tomé su mano—.
¿Así que Franny se tomó la tragedia muy mal? No parece ser alguien que ha
perdido a una amiga hace unos meses.
—Rompió a llorar cuando se enteró y no asistió a la escuela la
semana siguiente, pero cuando volvió actuó como si nada hubiera pasado.
Intenta mantener las apariencias. No sé cómo se las arregla. Yo estaba
destrozada mientras estabas en el hospital. Estoy tan contenta de no haberte
perdido.
Pero lo hiciste. Bajé la mirada hacia la mesa.
—¿Le dijiste a la policía lo que acabas de decirme?
—Sí, pero no con tanto detalle. Preguntaron por ti y por Ryan, pero
no fue algo que les pareciera muy importante.
—¿Por qué no? ¿No debería un exnovio encabezar su lista de
sospechosos?
—Se podría pensar que sí, pero supongo que es por los otros
asesinatos. —Ella mordió su labio, sus ojos se volvieron distantes—.
Realmente no tiene sentido. ¿Por qué alguien haría esto?
Mi teléfono celular sonó. Lo saqué de mi mochila. Era un mensaje de
Ryan, preguntando si había recibido su carta y si iba a reunirme con él.
Cuando levanté la vista, tanto Ryan como Devon me miraban fijamente,
pero después de un momento Devon siguió mi mirada para fulminar al ex
de Madison. Ryan no se dio cuenta. Solo tenía ojos para mí, con una
expresión de esperanza. Casi sentí pena por el pobre chico.
—¿Un mensaje de Ryan? —preguntó Ana.
Levanté la vista, sobresaltada.
—Sí, él realmente quiere hablar.
Ella mordió su labio.
—Depende de ti, pero creo que deberías escuchar a tu hermano. —
Escribí una breve respuesta, diciéndole a Ryan que había recibido la nota,
pero que no podía reunirme con él. Quería ver cómo reaccionaba ante mi
rechazo. Si lo hacía enojar, o si solo se esforzará más para hablar conmigo.
En el momento en que la atención de todos cambió, supe que Alec
había entrado en el comedor. Él escudriñó las filas de mesas y nuestros ojos
se encontraron. Llevaba la camiseta de Chucky. No me había dado cuenta
antes. Era físicamente doloroso fingir que no lo conocía. Quería hacerle
señas para que se acercara, pero otra persona fue más rápida.
Franny corrió hacia él, con una sonrisa empalagosa plasmada en su
rostro, y tocó sugestivamente su brazo. Aparta tus garras, Franny, pensé.
Pero, para mi sorpresa, Alec la siguió hasta la mesa con los antiguos amigos
de Madison.
Los celos ardían en mi estómago. Sabía que solo estaba tratando de
obtener información de ellos, pero no me gustó, sobre todo la forma en que
Franny empujaba su impresionante pecho hacia su rostro.
Ana se inclinó y susurró con complicidad.
—Ese es el chico nuevo. Se acaba de mudar aquí con su madre. Se
llama Alec.
Me alegré de que el Mayor hubiera decidido dejar que Alec
mantuviera su nombre. Así al menos no lo llamaría mal por accidente. Las
personas parecían creer su historia y la de Summers. Quizá Summers
también se había encargado de que la policía no insistiera en interrogarme
de inmediato.
Metí la corteza de la pizza en mi boca, aunque ni siquiera tenía
hambre.
—Te está mirando de nuevo —dijo Ana.
Esperaba que se refiriera a Alec. Tragando la masa pegajosa,
pregunté.
—¿Quién?
—Phil. ¿Por qué no puede controlarse?
Pero cuando miré hacia él, enterró su rostro en un libro.
Capítulo 11
Decidí hablar con Franny después de nuestra última clase del día,
pero al salir de la escuela me encontré nada menos que con Phil, que estaba
esperando frente a las puertas.
Se enderezó en cuanto me vio y su rostro enrojeció. Me detuve, sin
saber qué decir.
—Me alegro de que hayas vuelto —dijo arrastrando los pies. Me
tendió una lata grande redonda con la imagen de un ganso pintado en la
tapa, todavía mirando al suelo.
La tomé.
—¿Para mí?
—Mi abuela hizo brownies para ti.
—¿Por qué? —pregunté. ¿Él era el chico secreto con el que Madison
había estado saliendo? Su piel se sonrojó aún más cuando levantó la vista y
su mirada acuosa se encontró con la mía.
—Tu madre le dijo a mi abuela que hoy volverías al colegio. Ya
sabes, charla de vecinas.
—¿Vives con tu abuela? —pregunté. Solo después de decirlo me di
cuenta de que podría haber sido una pregunta incómoda.
Miró hacia otro lado.
—Sí. Tengo que irme. Me alegro de verte, Madison. —Antes de que
pudiera decir otra palabra, se apresuró hacia el autobús escolar que estaba
parado. Apuesto a que los otros chicos le dijeron mierdas por tomar el
autobús.
Vi a Franny en el estacionamiento y caminé hacia ella. Por una vez no
estaba rodeada por su enorme grupo de amigos. No los quería cerca, y
mucho menos a Ryan o a su novia sustituta, con un corte de cabello estilo
bob, Chloe. Me había mirado mal durante casi todo el día. Tal vez sabía que
Ryan todavía estaba enamorado de Madison. Era mejor si acorralaba a cada
uno de ellos por separado.
Cuando me acerqué al auto, Franny introdujo la llave en su VW
escarabajo rojo descapotable.
—Hola Franny —dije—. ¿Puedo hablar contigo?
Ella sacó la llave y abrió la puerta.
—No me llames así.
Cualquier simpatía que pudiera haber visto en su rostro en la clase de
biología había desaparecido por completo.
—Lo siento. Así es como te llamó Ana antes. Yo… No recuerdo tu
verdadero nombre. —Intenté parecer lo más compungida posible. La
necesitaba de mi lado si quería sacarle información.
Me miró con desconfianza por encima de la puerta del auto.
—¿Así que realmente no te acuerdas?
Obligué a mis labios a temblar como si fuera a estallar en lágrimas en
cualquier momento y luego negué con la cabeza. Parecía funcionar.
Su expresión se suavizó un poco, pero seguía siendo fría.
—Mi nombre Francesca. Y realmente necesito llegar a casa ahora.
Di un paso adelante.
—Un momento, por favor. Quiero preguntarte algo.
Ella apretó las llaves.
—¿Sobre qué?
—Escuché un rumor… de que me viste con alguien hace un tiempo,
un tipo que no era Ryan. ¿Quién era?
El estacionamiento zumbaba con el sonido de los motores y las
conversaciones, el olor del escape permanecía en mi nariz mientras más
personas se disponían a marcharse. Ryan estaba apoyado contra un auto al
otro lado del estacionamiento, observándonos. Al parecer, todavía esperaba
que pudiéramos hablar a pesar de mi mensaje de texto. Y tal vez se
cumpliera su deseo, si Devon no aparecía antes.
Francesca tamborileó ligeramente con los dedos el volante, con su
rostro inexpresivo.
—Escucha, Madison. Estaba oscuro y no vi mucho.
Las puntas de sus orejas se volvieron rosas. Mentirosa. Puso la llave
en el contacto y encendió el motor. Me agarré al borde de su puerta.
—Por favor, Francesca. Necesito saberlo.
Ella me miró, contemplando, y por un momento estuve segura de que
me lo diría, pero luego negó con la cabeza.
—Mira. Si lo supiera, te lo diría, pero no lo reconocí. No estaba lo
suficientemente cerca y era tarde. Todo lo que sé es que el tipo
definitivamente no era Ryan. Eso es todo lo que vi. No puedo ayudarte. —
Cerró la puerta y no tuve más remedio que retroceder o las ruedas habrían
pasado por encima de mis pies mientras se alejaba. Ryan se puso en marcha
en mi dirección, con una sonrisa en su rostro, pero luego se detuvo. Unos
pasos crujieron en el hormigón detrás de mí.
—¿Qué fue eso? —Devon apareció a mi lado. El auto de Francesca
desapareció al doblar la esquina.
—Solo estábamos hablando.
Entrecerró los ojos hacia Ryan. Antes de que pudiera hacer más
preguntas, me acerqué a su auto. Los dos entramos, pero Devon dudó, con
la mano en la llave del contacto.
—No creas todo lo que te dice Francesca, le gusta cotillear.
Si ella me hubiera contado algo, podría haber seguido su consejo,
pero tal y como estaba, seguía tan desorientada como antes. ¿Por qué era
tan difícil averiguar quién era el otro tipo? Cuando había comenzado mis
preparativos para la misión, había pensado que la vida de Madison parecía
fácil, pero ahora parecía como si hubiera innumerables trampas esperando a
que cayera en ellas.
El auto se deslizó fuera del estacionamiento y salimos a la calle
principal.
—¿Sabes algo sobre algún otro chico con el que haya estado
saliendo?
Devon casi dirigió el auto hacia el tráfico que se aproximaba. Sus
dedos se apretaron alrededor del volante.
—¿Por qué?
Su mandíbula se tensó. No estaba revelando nada.
—Porque necesito saber qué pasó realmente y no puedo recordarlo.
¿Salí con alguien más después de Ryan?
—No, no tuviste otro novio. —La forma en que lo expresó me hizo
pensar que tal vez había algo más en la situación. ¿Por qué nadie me dijo
nada? Probablemente Devon quería proteger a su hermana, pero ¿no se
daba cuenta de que guardar secretos solo facilitaría la victoria del asesino?
Cuando miré a Devon, mi estómago dio un vuelco. Mi corazón retumbaba
en mi pecho mientras un sinfín de preguntas se arremolinaban en mi
cerebro. Había tantos secretos que sacar a la luz, y ¿quién sabía de cuánto
tiempo disponía antes de que el asesino intentara terminar lo que había
empezado?
—¿Y si me pasa algo porque no me lo dices?
Hizo una mueca.
—Estoy tratando de protegerte, Maddy. Realmente lo estoy
intentando, pero tienes que dejarme.
Ingresamos en el camino de entrada y supe que la conversación había
terminado. Linda ya estaba esperando en la puerta. ¿Acaso había dejado ese
lugar?
Esa noche, volvimos a cenar todos en familia. Parecía un ritual diario.
Después de la cena, Ronald entró en mi habitación. Se quedó en la puerta,
buscando a tientas con sus manos un pequeño paquete rojo.
—Cuando eras pequeña, con solo cinco años, te regalamos un collar
por Navidad y lo has llevado desde entonces. Hasta… —Su nuez de Adán
subió y bajó. No llegó a terminar la frase pero, por supuesto, yo sabía de
qué estaba hablando. Me tendió el paquetito y lo tomé con manos
temblorosas. Abrí la tapa y encontré un collar de oro con un colgante de
rosa. Pasé la yema de mi dedo por la delicada cadena.
—Permíteme. —Ronald sacó el collar con dedos temblorosos y lo
sujetó alrededor de mi cuello. El oro se sentía fresco contra mi esternón.
—Gracias. —Mi voz salió ronca y temblorosa. Nunca había recibido
un regalo tan bonito.
No te involucres emocionalmente. El rostro severo del Mayor
acompañó las palabras en mi cabeza. Pero cuando se formó un nudo en mi
garganta, me di cuenta de que era demasiado tarde para hacer caso a su
advertencia.
Envolví mis brazos alrededor de Ronald y él besó la parte superior de
mi cabeza. ¿Por qué mi padre no podía ser más como él?
—Umm, ¿Papá? ¿Puedo hacerte una pregunta?
Él sonrió.
—Acabas de hacerlo.
—Phil Faulkner. ¿Lo conoces?
—Por supuesto, vive al final de la calle con su abuela. Tú y Devon
solían jugar con él cuando eran más jóvenes, pero con el tiempo se
distanciaron. Ahora que lo pienso, hace mucho tiempo que no lo veo por
aquí.
—Gracias —dije. Revolvió mi cabello. Tenía la sensación de que
Madison habría odiado que alguien la despeinara así, pero no me atreví a
decir nada.
Mucho después de que se marchara, seguía allí, sujetando el pequeño
colgante de oro.
A veces, venían a mi mente destellos del pasado. Una época en la que
mi hermano y mi padre habían vivido con mi madre y conmigo. Una época
de risas y felicidad. Ni siquiera podía decir si eran recuerdos o productos de
mi imaginación.
Cerré la puerta y giré la cerradura. El rostro de Madison me miraba
desde el espejo de la puerta. Cerré los ojos, aunque no era necesario para el
cambio. Las ondulaciones familiares se apoderaron de mí. Los huesos se
alargaron. Los tendones se estiraron. El rostro se remodeló. Pero hubo una
vacilación en el cambio que no debería haber estado allí, como el
tartamudeo de un viejo motor antes de empezar a ronronear.
La sensación se calmó y me arriesgué a mirar mi reflejo. Y todo
estaba mal. Había intentado muchas veces transformarme en mi padre para
ver su rostro, escuchar su voz y ayudarme a recordar, pero era una lucha
inútil. Los datos se habían desvanecido, tan descoloridos y distorsionados
como mis recuerdos en años pasados.
En lo que me había convertido parecía una figura mal hecha de
Madame Tussauds. Piel de cera, ojos en blanco, mi rostro genérico e
indistinto. Dejé que la sensación ondulante me invadiera. En pocos
segundos volví a estar en mi propio cuerpo.
Miré a través de los huecos de las persianas, pero no había nadie. Al
menos, nadie que pudiera ver. ¿Quizá el desconocido que había visto antes
por la ventana era la misma persona con la que Francesca había visto a
Madison?
Mientras me estiraba sobre el colchón, el dolor de mis músculos era
casi insoportable. Mi cuerpo estaba cansado de días de fingir. Mirando
hacia la puerta, me aseguré de que las luces ya estaban apagadas en el
pasillo. El camisón de Madison se ajustaba cómodamente a mi pecho.
Quedarme dormida en cualquier cosa que no fuera el cuerpo de Madison
era un riesgo, lo sabía. Pero estaba muy, muy cansada y mi cuerpo
necesitaba descansar. Agarrando el colgante, cerré los ojos.
Solo unos minutos.
***
Me desperté con el sonido de golpeteos. Miré a mi alrededor,
buscando el origen del ruido, hasta que vi la sombra detrás de las persianas.
Saqué las piernas de la cama, las desenredé de la manta y me agarré al
borde de la mesita de noche. Alguien estaba frente a mi ventana.
El pánico me invadió.
—Abre la maldita ventana. Me estoy congelando.
Alec.
Me acerqué a la ventana y subí la persiana, tratando de calmar mi
corazón. El marco estaba torcido, pero con la fuerza de Alec le resultó fácil
abrirlo y deslizarse dentro.
La habitación estaba oscura, pero el gris de sus ojos y el blanco de sus
dientes seguían brillando ante la tenue luz.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo, deteniéndose en mis pechos. Mis
pezones se pusieron rígidos bajo su escrutinio. Envolví mis brazos
alrededor de mi pecho cuando recordé el diminuto camisón que estaba
usando. La última vez que estuve a solas con él en una habitación había
terminado en una debacle. No me apetecía que se repitiera.
—¿No deberías ser Madison?
Me apresuré a pasar junto a él para comprobar mi reflejo en el espejo.
Incluso en la oscuridad pude ver que mi cabello no era definitivamente
rubio. Había olvidado volver a cambiar a Madison antes de asomarme a la
ventana. Eso podría haber terminado mal.
—Mierda.
Se acercó por detrás y tocó mi hombro, las yemas de sus dedos se
presionaron contra mi piel desnuda. Incluso con el espacio entre nosotros,
podía sentir su calor contra mi espalda. Quería apoyarme en su pecho,
quería que me rodeara con sus brazos. No dijo nada, su rostro estaba oculto
por las sombras, pero no retiró su mano. Su cálido aliento pasó como un
fantasma por mi cuello, erizando los pequeños vellos que había allí.
Bésame, pensé. Nuestros ojos se encontraron en el espejo y en los suyos
reconocí el mismo anhelo que yo sentía.
Una sensación de calor recorrió mi cuerpo.
Pero entonces dio un paso atrás y sacó algo del bolsillo de sus jeans.
—Vine a darte esto. —Me entregó un pequeño teléfono celular y una
pistola eléctrica—. El correo electrónico no es una buena forma de
comunicarse. No es lo suficientemente rápido, y no es seguro en la
computadora de otra persona. Tenemos que poder localizarte en cualquier
momento. Y quiero que lleves la pistola eléctrica contigo pase lo que pase.
Metí el teléfono debajo de mi almohada y la pistola eléctrica en la
mochila. Tendría que encontrar un lugar mejor para ella.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó Alec. Pude escuchar alegría en su
voz.
Busqué el reloj en la habitación. Once y cincuenta. No es de extrañar
que estuviera cansada.
—El Mayor está furioso.
—¿Qué? ¿Por qué?
Alec levantó las cejas.
Golpeé la palma de mi mano contra mi frente.
—Oh, mierda. Olvidé la reunión. —El regalo de Ronald claramente
me había distraído más de lo que pensaba.
—Sí, eso pensé. El Mayor no estaba contento, pero le dije que no
había nada sustancial que contar, así que no importaba.
—Gracias. —La misión acababa de empezar y ya estaba metiendo la
pata.
—No te preocupes.
—Entonces, ¿has encontrado algo? —preguntamos al mismo tiempo.
Yo sonreí y él también, pero se acercó rápidamente a la ventana, poniendo
algo de distancia entre nosotros.
—Empieza tú —dije, mi sonrisa ya no estaba.
—Nada interesante. Solo hablé. Ese tipo, Ryan, te ha estado
observando mucho. Parece que Madison tenía algún tipo de aventura con
otra persona, pero nadie parece saber con quién. Francesca y la segunda
víctima, Kristen, difundieron rumores al respecto en la escuela.
—Eso es lo que escuché también. Intenté averiguar quién es pero
nadie quiere decirlo. Creo que Devon lo sabe, pero lo mantiene en secreto.
—Tal vez puedas sacárselo.
—Haré lo que pueda. ¿Qué pasa con Ryan?
—¿Qué pasa con él? No le agrado. Probablemente piensa que soy
competencia. —Eso lo hizo sonreír.
Por supuesto, Alec era competencia. Cualquier tipo con medio
cerebro podría ver eso.
—Encontré una carta suya metida en el casillero de Madison esta
mañana. Quiere hablar. Creo que realmente está tratando de recuperar a
Madison. —Apoyé mi trasero en el escritorio, cansada de estar de pie, y me
apoyé en las palmas de mis manos—. ¿Crees que podría ser el asesino?
Alec se apoyó en el marco de la ventana. Sus ojos recorrieron mis
piernas desnudas antes de viajar lentamente hacia arriba. Casi podía sentir
su mirada en mi piel y cuando llegó a mi pecho, mi piel se erizó y mis
pezones volvieron a ponerse rígidos. Esta vez me obligué a no cubrirme.
Quería que Alec me viera así, como una mujer, y no como la chica que
había salvado. Una fuerte sensación de deseo se apoderó de mí, una que no
se parecía a nada que haya sentido antes, y el calor se acumuló en la boca
de mi estómago.
Se aclaró la garganta y me miró a los ojos.
—No estoy seguro. ¿Qué razón habría tenido para los otros
asesinatos? Es decir, supongo que tenía una razón para matar a Madison,
pero entonces ¿por qué iba a intentar volver con ella? ¿Y qué hay del
conserje, del médico o esa tal Kristen?
Sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría encima. De
vuelta a los asuntos. Suspiré.
—No lo sé. Tal vez había alguna otra razón que no vemos. ¿Él habrá
salido alguna vez con Kristen?
—No, llevaba más de un año con Madison y antes de eso no iba en
serio con nadie.
—¿Y la pediatra, la doctora Hansen? ¿Era la doctora de Ryan?
Alec rió sombríamente.
—No lo sé, pero probablemente. Livingston es un pueblo muy
pequeño. Hansen prácticamente ha tratado a todos aquí al menos una vez en
su vida.
No íbamos a ninguna parte con esto.
—Me fijé en un chico en la escuela hoy. Se llama Phil Faulkner, ¿lo
has visto? Tiene unos ojos realmente anormales.
—¿Y?
—Quiero decir, algunas Variantes tienen ojos extraños. Mira mis ojos
raros. —Pensé que era mejor no mencionar el inquietante color ámbar
cobrizo de Kate.
Alec dio un paso más cerca.
—Tus ojos están bien. —Mi cuerpo se inundó de calidez ante el bajo
timbre de su voz.
—Entonces —dije—. No crees que Phil pueda ser un Variante.
—No estamos aquí para buscar Variantes, Tess. Estamos aquí para
buscar motivos.
Parecía tan cansado como me sentía yo. Miré hacia mi cama,
preguntándome cómo sería dormirme a su lado, acurrucada contra su pecho,
rodeada por sus brazos. Cómo se sentiría estar con él en todos los sentidos.
Mis dedos volvieron a encontrar el colgante.
—Entonces, ¿cómo te llevas con Summers? ¿Es una buena madre?
Alec se encogió de hombros y siguió mirando por la ventana, con su
rostro solemne.
—Supongo que sí. No sabría decirte.
Debajo de la amargura, había una vulnerabilidad que rara vez
mostraba. Salté del escritorio y me acerqué a él, mis pies descalzos no
hacían ruido sobre la alfombra. No se giró para mirarme. Sin zapatos,
apenas llegaba a sus hombros. Entrelacé nuestros dedos y apreté.
—Sé que es difícil. Pero la FEA es nuestra familia y eso es suficiente.
—Estaba tratando de convencerme a mí misma tanto como a él.
Su mandíbula se tensó en un intento de ocultar sus emociones, y lo
abracé, aunque medio esperaba que me apartara. No lo hizo. Me relajé
contra él. Después de un momento, presionó la palma de su mano contra mi
espalda. Se sentía increíblemente cálido. Levanté la cabeza, deseando nada
más que besarlo. Su pulgar me acariciaba con suavidad. Dudo que se diera
cuenta. Tal vez algún día se daría cuenta de que yo era una mejor opción
que Kate
Se puso rígido.
—Hay alguien en la acera, vigilando tu ventana. Un hombre.
Rápidamente volví al cuerpo de Madison antes de acercarme a la
ventana. Había una figura solitaria, ensombrecida por la oscuridad.
—Estuvo aquí antes —susurré.
Alec empujó la ventana para abrirla. El marco gimió. Alertado por el
sonido, el hombre se dio la vuelta y huyó. Solo podía esperar que el resto de
la casa no hubiera escuchado el ruido. Alec se balanceó por la ventana, sin
molestarse en trepar. Caer un piso no le haría daño. Echó a correr en la
dirección en que se había ido el extraño. Alec era más fuerte y rápido que
un humano normal. Si el tipo no tenía una moto o un auto para escapar en
algún lugar cercano, no tenía ninguna posibilidad.
—Envíame un mensaje de texto —siseé, pero él ya había cruzado la
calle y desaparecido en la noche brumosa. Un viento frío irrumpió en la
habitación, haciéndome temblar. Quería correr tras ellos, pero en el tiempo
que me llevaría vestirme y bajar, estarían demasiado lejos. Cerré la ventana,
me hundí en la cama y sostuve el teléfono celular entre mis manos.
Mis ojos comenzaron a nublarse de tanto mirar la pantalla oscura.
Finalmente, media hora después, el pequeño teléfono brilló y apareció el
nombre de Alec.
Escapó. Lo perdí en la niebla. Hablamos mañana.
¿Eso era todo? ¿Ocho palabras? Esperaba una llamada o al menos un
texto más cálido. Él debería saber que yo quería conocer cada detalle.
Después de todo, no era una hazaña fácil ganar y dejar atrás a Alec. ¿Cómo
lo había conseguido el desconocido? No tenía más remedio que esperar
hasta mañana para averiguarlo.
***
Mi primera clase de la mañana era literatura inglesa, una de las pocas
clases que Alec y yo no compartíamos. Eso significaba que tenía que
esperar aún más para obtener una explicación de él.
Ana y yo ocupamos nuestros asientos en la primera fila, la única clase
en la que ocupábamos una posición tan destacada.
—¿Por qué primera fila? —pregunté mientras sacábamos de nuestras
mochilas Cumbres Borrascosas, un libro que aparentemente estábamos
leyendo. Nunca lo había leído y aún no había encontrado tiempo para
hacerlo. No es que importara.
Ana pasó un bolígrafo por sus labios, untándolo con su brillo labial.
Siempre usaba brillo labial, dejando sus brillantes huellas dactilares en
todo. Si tan solo al asesino le hubiera gustado usar maquillaje brillante.
—Tú elegiste los asientos —dijo ella—. Por lo mucho que te gusta la
literatura. —Miró las páginas amarillentas del libro que tenía delante como
si fueran a morderla—. Personalmente, creo que es aburrido. La única razón
por la que acepté la primera fila es por la vista.
—¿La vista?
Ana guiñó un ojo.
—¿Has olvidado lo mejor de la clase de literatura? Solo espera, ya
verás.
Tan pronto como el profesor de literatura, el señor Yates, entró en el
salón, supe exactamente a qué se refería. Era guapo y muy joven para ser
profesor, quizá de unos veinticinco años. Tenía el cabello castaño, corto y
rizado. Vestía una camisa azul claro y pantalones negros, era delgado, pero
con la complexión de un atleta. Quizás era un corredor.
—Es nuevo, es su primer año como profesor —susurró Ana—. Todas
están totalmente enamoradas de él.
El señor Yates se detuvo detrás de su escritorio antes de girarse y
permitir que su atención se posara en mí. Sus ojos revolotearon hacia la
cicatriz alrededor de mi garganta.
—Todos estamos contentos de darte la bienvenida de nuevo,
Madison. Estoy seguro de que te pondrás al día en poco tiempo.
—Gracias —dije, sintiendo que el calor subía a mis mejillas mientras
todos los ojos de la habitación se centraban en mí. Me dedicó una sonrisa
tensa y tomó su edición de Cumbres Borrascosas. Comenzó a leer un
extracto de algún punto en la mitad del libro, pero yo ya no escuchaba.
Un minuto antes de que sonara el timbre, empecé a preparar mi
mochila, ansiosa por salir lo antes posible. No había mucho tiempo para
hablar con Alec antes de que empezara la siguiente clase. El timbre sonó y
todos comenzaron a salir del salón.
—Madison, ¿puedes quedarte un momento? Quiero hablar sobre las
tareas que te perdiste mientras no estabas.
Hasta aquí llegó la conversación con Alec…
Ana articuló buena suerte antes de desaparecer.
El señor Yates y yo estábamos solos en el salón de clases. Esperaba
no tener que recuperar el trabajo de todas las clases que había perdido.
Realmente tenía mejores cosas que hacer. Tal vez alguien de la FEA podría
hacer los deberes por mí.
—¿Podrías cerrar la puerta, por favor? Hay mucho ruido fuera.
Hice lo que me pidió. Mis pasos fueron el único sonido mientras
regresaba al frente del salón donde el señor Yates estaba esperando. Estaba
detrás de su escritorio, jugueteando con algunos papeles. Algo en la forma
en que me miró me hizo sentir incómoda. Estaba mal. Había algo
demasiado familiar. Desde luego, no era una mirada que esperara de un
profesor. Sus ojos buscaron los míos y tuve que luchar contra el impulso de
apartar la mirada.
Caminó alrededor del escritorio.
—Estaba muy preocupado. Fue una tortura no poder visitarte en el
hospital. —Una horrible sospecha se abrió paso en mi mente—. Te extrañé
tanto —susurró—. Pensé que no volvería a verte.
Mi piel se erizó. Levanté la vista hacia él, aunque temía lo que vería
en sus ojos. Ahí estaba: afecto.
Y yo que pensaba que la FEA era retorcida.
Sus ojos se dirigieron a la cicatriz en mi garganta.
—Ojalá hubiera podido protegerte.
—Señor Yates —dije, mi voz salió como un chillido.
El dolor brilló en sus ojos. Se agarró al borde del escritorio como si
necesitara algo a lo que sostenerse.
—No te acuerdas.
—Lo siento. Yo… —susurré, y luego me detuve. ¿Por qué demonios
me estaba disculpando con un profesor que obviamente tenía algún tipo de
relación inapropiada con su alumna? Esta era una escuela real, con límites
reales, o eso pensaba.
Comenzó a reorganizar los lápices en su escritorio. El silencio se
extendió hasta que sentí que podría aplastarme. Sus dedos se posaron sobre
una pila de papeles, temblando ligeramente al recoger uno.
—Esto es para ti, por si estás pensando en ponerte al día.
Era un resumen del último libro que habían trabajado. No podía
importarme menos.
—Señor Yates…
—Owen. —Su voz era extrañamente áspera.
—Owen. —La palabra tenía un sabor extraño en mi boca—. ¿Puedes
decirme qué pasó entre nosotros? —Me entregó la pila de papeles. Lo tomé,
pero no aparté los ojos de su rostro. Se dio la vuelta abruptamente, dándome
la espalda.
—Será mejor que te vayas. Tu próxima clase está a punto de
comenzar.
Esperé, con la esperanza de que dijera más.
—Quizá sea mejor que no lo recuerdes.
Su voz delataba la mentira que había debajo de ella, y me dio una
oportunidad. Cautelosamente, me incliné hacia él y puse mi mano en su
hombro. No rehuyó el toque
—Por favor, quiero recordar.
Giró la cabeza, su expresión era una mezcla de temor y esperanza. El
timbre sonó, marcando el comienzo de mi siguiente clase. No había entrado
nadie. Quizá este era su periodo libre.
—Por favor —susurré, suplicándole con la mirada. Estaba segura de
que me rechazaría.
—Te lo contaré todo si vienes hoy a mi casa. —¿A su casa? —
Necesito hablar contigo sin riesgo de que me vean o me interrumpan —dijo,
con una mirada esperanzada.
Tragué mis preocupaciones e ignoré las alarmas que sonaban en mi
cabeza. Necesitaba saber más sobre la relación de Madison con él. Quizá
fuera la pieza faltante del rompecabezas lo que nos llevaría al asesino.
¿Quizás Yates era el asesino y me estaba atrayendo a su casa para terminar
lo que había empezado?
—De acuerdo —acepté.
Parecía aliviado y demasiado feliz.
—Nos vemos a las cinco. ¿Recuerdas dónde vivo?
Negué con la cabeza.
Yates garabateó su dirección y me la entregó junto con un papel que
me excusaba por llegar tarde a mi próxima clase.
—Tengo muchas ganas de hablar contigo —dijo mientras colgaba la
mochila en mi hombro y caminaba hacia el pasillo.
Definitivamente, no podía decir lo mismo.
Capítulo 12
***
Ana me llevó a casa ese día. No dejaba de lanzarme miradas de
preocupación y prácticamente podía sentir la tensión emanando de ella.
Necesitaba una coartada para mi reunión con Yates, ya que Linda no
me dejaría ir sin una explicación. Pero preguntarle a Ana la haría sospechar
aún más. No es que tuviera muchas opciones.
—¿Podrías hacerme un favor?
Ella dudó.
—Claro, ¿de qué se trata? —Su voz era ligera pero sus labios se
afinaron.
—Necesito que me cubras. Voy a encontrarme con alguien esta tarde
y no puedo decírselo a mi madre. ¿Puedo decirle que nos reuniremos en tu
casa?
Ana entrecerró los ojos.
—¿Con quién te encontraras?
—Por favor, Ana, no puedo decírtelo todavía, pero es importante. Por
favor.
Tragó dos veces, con dificultad, como si estuviera tratando de hacer
retroceder las palabras que amenazaban con salir de su boca.
—Sabes, estos últimos días me he estado conteniendo, tragándome
mis sentimientos, diciéndome que mejorarías, que necesitabas tiempo para
recuperarte. En realidad, me he estado conteniendo durante meses, desde
que empezaste a guardarme secretos. Pero estoy harta. Estoy harta de que
me mientan y me dejen de lado. Pensé que éramos las mejores amigas.
Abandoné a todos por ti. Y ahora ni siquiera me dejas entrar. —Ella tomó
una respiración profunda y temblorosa mientras secaba sus ojos.
Abrí la boca, pero la volví a cerrar, sin saber qué responder. Estaba de
acuerdo con lo que había dicho. Si Holly me hubiera ocultado tantos
secretos, me habría sentido igual de dolida y enfadada. Pero ahora no podía
decirle a Ana la verdad, ni siquiera la mitad, por mucho que se lo mereciera.
—No sé por qué no confías en mí —dijo. Podía sentir que la estaba
perdiendo, que se estaba alejando, y no podía dejar que eso sucediera. No
podía hablar con ella sobre Yates, y mucho menos sobre el resto. Pero tal
vez no era necesario.
—Confío en ti —balbuceé—. Es solo que… es complicado. El chico
nuevo, Alec. —Dudé y miré mi regazo, tratando de fingir incomodidad.
—¿Qué pasa con él? —Había un destello de emoción en su voz y era
todo el estímulo que necesitaba.
—Me encontraré con él esta tarde.
—¿Como una cita? —Ana redujo la velocidad del auto hasta que
avanzamos a paso de tortuga.
Miré hacia arriba, esperando parecer avergonzada y emocionada al
mismo tiempo.
—Algo así. Estamos saliendo. Todavía no sé muy bien qué es.
—Pero ¿cuándo pasó eso? ¡Ni siquiera los he visto hablar! —Todo el
resentimiento y la decepción que había visto antes en su rostro pareció
evaporarse.
Pensé en las veces que podría haber hablado con Alec en la escuela
sin que Ana se diera cuenta y no fueron muchas; ella y Devon parecían
estar pegados a mis costados.
—En realidad, lo conocí justo después de que me dieran el alta en el
hospital. Salí a dar un paseo por el barrio para tomar aire fresco.
—¿Tus padres te dejaron salir sola?
Mierda.
—No, me escapé una vez, así que por favor no lo menciones cerca de
nadie. —Esperé a que asintiera antes de continuar mi relato—. Alec estaba
trotando cerca de nuestra casa y empezamos a hablar. Y durante el descanso
del almuerzo hoy, me encontré con él en el estacionamiento y me invitó a
salir.
—¿Qué vas a hacer?
Mi mente se quedó en blanco y un sentimiento de pánico se abrió
paso en mi cabeza mientras luchaba por una respuesta semi-inteligente.
—Me pasará a buscar en su auto y vamos a conducir un poco para
familiarizarnos con la zona. Ya que se acaba de mudar aquí y no recuerdo
mucho de ella. —Maldita sea, era una idiota divagando.
—De acuerdo, pero por favor, ten cuidado. No lo conoces muy bien.
Mantén tu teléfono celular en tu bolsillo y llámame si se comporta como un
idiota. Promételo —dijo. Sus ojos marrones me fulminaban una mirada que
me recordaba a la de Kate cuando hurgaba en los cerebros de otras
personas.
Resoplé, sin poder evitarlo.
—Suenas como mi madre.
—Maddy, hablo en serio.
—Lo sé.
Se relajó contra su asiento.
—No le digas a tu madre que hemos quedado en mi casa. Si llama y
mi madre atiende el teléfono, sabrá que es una mentira. Dile que vamos a
pasar el día en Manlow. Quería ir allí de todos modos para ir al centro
comercial — dijo.
Ese fue uno de los momentos en que deseé ser una chica normal. Una
chica que pudiera ir de compras y salir con sus amigas en lugar de hacer el
tipo de trabajo que aterrorizaría a cualquier persona normal.
—Gracias —dije.
—Y no creas que esta vez te dejaré libre de culpa tan fácilmente.
Quiero un informe detallado de tu tipo de cita.
—Y tendrás uno, lo prometo. Sé que he sido una mala amiga… y
estoy tratando de mejorar, pero todavía estoy intentando entender las cosas
por mí misma. Ni siquiera sé cómo era mi vida antes. Ni siquiera recuerdo
por qué rompí con Ryan o por qué salí con él en primer lugar. ¿Sabes lo
difícil que es eso? Es como vivir la vida de otra persona.
La culpa se apoderó del rostro de Ana.
—Lo siento mucho, Maddy. A veces casi olvido lo que pasó. Es más
fácil así, ¿sabes?
—Lo sé, pero es mi vida. No puedo fingir que no sucedió. —Sabía
que la estaba convenciendo. Esta era mi oportunidad de sacarle más
información—. ¿No puedes contarme más sobre Ryan y yo? Necesito saber
qué ha pasado antes de permitirme considerar salir con alguien nuevo. —
Hice una nota mental para contarle todo esto a Alec más tarde para que
nuestras historias se alinearan.
Ana mordió su labio y asintió.
—Llevabas un año y medio saliendo con Ryan y eran la pareja
soñada. Y realmente eran felices, al menos desde fuera. Pero entonces,
quizá tres meses antes de que Ryan y tú rompieran, algo cambió. No sé
realmente qué pasó. Nunca dijiste nada al respecto, pero pude ver que algo
no estaba bien. —Me miró y traté de mantener una expresión seria—. Pensé
que tú y Ryan se estaban distanciando. Eso pasa. Quiero decir, solo estamos
en la escuela secundaria, ¿sabes? Pero entonces Franny y Kristen les dijeron
a todos que te habían visto con otro chico en el lago, y a partir de ahí todo
fue cuesta abajo.
—¿Cómo reaccionó Ryan a los rumores?
—En realidad es gracioso. Debería haber estado furioso, pero nunca
lo demostró. Creo que no lo creyó. Es uno de esos tipos engreídos, es como
si no pudiera imaginar que su novia pudiera querer a alguien más.
Asentí como si lo entendiera. Pero la verdad era que no conocía a
Ryan lo suficiente. Ni siquiera había hablado con él.
—Gracias, Ana —dije. Me preguntaba por qué Madison la había
mantenido en la oscuridad cuando parecía tan buena amiga.
Llegamos a casa de los Chambers, donde, como todos los días, Linda
ya me esperaba en el patio delantero. Habían plantado flores nuevas en los
parterres (geranios morados) y el césped estaba recién cortado.
—Ah, ¿y Ana? ¿Podrías no contarle a nadie sobre mi cita con Alec?
Devon está súper protector en este momento. No quiero que amenace a
Alec o algo así. Eso sería demasiado vergonzoso.
—Mis labios están sellados, no te preocupes —prometió.
Nos dimos un abrazo de despedida y me bajé del auto. Sospechaba
que no me perdonaría si no le contaba cada pequeño detalle de mi cita.
Pronto tendría más mentiras que contar.
Dentro, Linda había preparado una bandeja con tres tipos de
sándwiches diferentes. Le conté sobre la escuela, evitando mencionar mi
búsqueda de información y mi charla con el señor Yates. Ella me escuchó,
con los ojos prácticamente pegados a mis labios, con esa mirada cariñosa
como si yo no pudiera hacer nada malo. ¿Qué diría si se enterara de la
aventura de Madison con su profesor?
—Le dije a Ana que me reuniría con ella de nuevo a las cinco —dije
entre bocados.
Linda limpió su boca con una servilleta.
—¿A dónde quieren ir, chicas?
—Solo al centro comercial de Manlow.
Linda dejó caer su sándwich. Se desarmó y la lechuga, el tocino y los
tomates se deslizaron por la mesa. Sus manos temblaban mientras lo
recogía.
—¿No crees que es demasiado peligroso conducir hasta Manlow
sola? ¿No sería mejor quedarse en Livingston? Podrías invitar a Ana y pedir
una pizza.
—Ana estará conmigo todo el tiempo, y el centro comercial está lleno
de personas. Realmente quiero salir. No puedo esconderme dentro para
siempre.
Tomó su teléfono.
—Llamaré a Devon. Él puede acompañarte.
Eso era lo último que necesitaba.
—Mamá, no lo hagas. Tiene entrenamiento. No lo hagas volver a casa
por mí.
—A él no le importa. Está tan preocupado por ti como yo. —Empezó
a marcar, pero le quité el teléfono de las manos.
—Por favor. No necesito una niñera. Ya es bastante malo que Devon
me vigile en la escuela. Ana y yo estaremos en un lugar público muy
concurrido. Habrá cámaras de seguridad y personas. No va a pasar nada. —
Toqué su mano—. Por favor.
Ella apartó la mirada, sus labios temblaban. Me sentí horrible por
hacerle esto. Ya sentía una conexión más fuerte con Linda de la que nunca
había tenido con mi madre, lo cual era algo muy complicado.
—Lleva tu celular y el gas pimienta. Quédate en el centro comercial y
no pierdas de vista a Ana. Quiero que estén juntas. Y prométeme que me
llamarás tan pronto como llegues allí y otra vez cuando salgas.
Besé su mejilla.
—Lo haré.
***
A las cuatro y cuarenta y cinco bajé las escaleras, intentando no
sentirme culpable al ver la expresión de preocupación en el rostro de Linda.
—No olvides llamar. —Se despidió de mí con un abrazo y esperó
fuera hasta que doblé la esquina. Ana vivía a poca distancia, así que no tuve
que inventar una excusa para no querer que Linda me llevara.
Alec me esperaba detrás del volante de un Jeep negro. Eché un rápido
vistazo a mí alrededor antes de subirme para asegurarme de que nadie me
estaba mirando.
—Le dije a Ana que tendría una cita contigo —espeté en el momento
que entré.
—¿Por qué? —No actuó tan sorprendido como pensé que lo haría.
—Ella quería saber qué estaba pasando conmigo. Al parecer, estaba
harta de que Madison le mintiera, así que tuve que inventarme algo.
También ella es mi coartada para salir de la casa, así que esta parecía la
explicación más fácil. No creo que pregunte, pero si lo hace, solo dile que
dimos una vuelta en tu auto.
—Vaya, qué cita tan emocionante —murmuró con una sonrisa—.
¿Puedo al menos añadir algo de acción en el asiento trasero?
Sabía que intentaba ser sarcástico, pero con todo lo que había pasado
entre nosotros últimamente, la risa murió en mi garganta. Nuestros ojos se
encontraron y tal vez fue mi imaginación, pero vi anhelo en ellos.
—No soy yo la que ha mantenido las distancias. —Y definitivamente
no detendría a Alec si quisiera ponerse cómodo en el asiento trasero.
Kate.
Apartó la mirada, con la mandíbula desencajada, y encendió el
vehículo. Me alegré cuando el sonido del motor atravesó el espeso silencio.
Alec estacionó a un par de cuadras de la casa del señor Yates, así que
no había ninguna posibilidad de que nos viera juntos.
—Ten cuidado. Y no dejes que te toque —dijo con su habitual
profesionalidad.
—Gracias por el consejo. Tal vez quiera que me toque, después de
todo, no estoy consiguiendo mucha acción de otra manera. —Mi sarcasmo
le hizo fruncir el ceño, pero antes de que pudiera responder, salí del auto y
corrí hacia la casa, sorprendida por mi propia valentía. En el pasado, rara
vez había expresado mi descontento con Alec. Quería complacerlo, pero
esta misión había cambiado mi visión de las cosas. Aunque no miré por
encima de mi hombro, sabía que Alec me seguía de cerca.
El césped del patio delantero de Yates estaba limpio y recién cortado;
no había ni una sola brizna de hierba que superara los dos centímetros de
altura. El buzón y las tejas que enmarcaban todas las ventanas
resplandecían de color blanco como si las hubieran pintado horas atrás, y no
se veía ni una mota de suciedad en el tablón beige claro. Por su aspecto, no
habría adivinado que era la casa de un hombre soltero.
Mientras me acercaba a la puerta principal, limpié las palmas de mis
manos sudorosas en las piernas de mis jeans. Realmente no sabía nada
sobre el tipo. ¿Estaba casado? No había visto ningún anillo. ¿Sería un rival
difícil en una pelea? Parecía un atleta. Tal vez esto era todo. Tal vez estaba
poniéndome voluntariamente a solas en una casa con un tipo que
estrangulaba personas. No sabía si tenía una Variación, o si tendría alguna
posibilidad de defenderme contra ella. Los músculos de mis piernas se
contrajeron con el impulso de salir corriendo. Pero no tenía elección. Vidas
dependían de mí. Tenía que aguantar y demostrar mi valía.
Enderezando mis hombros, presioné el botón junto a la puerta.
Un segundo después, ésta se abrió y Yates se paró frente a mí. Debía
de estar observando mi llegada desde una ventana o esperando en el
vestíbulo. Me hizo pasar adentro, con una rápida mirada al exterior,
probablemente para asegurarse de que ninguno de sus vecinos me había
visto. Pasé la palma de mi mano por la pistola eléctrica que llevaba en mi
bolso.
La sala de estar olía a chocolate.
—Hice galletas con chispas de chocolate —me explicó mientras me
llevaba a una gran cocina de acero inoxidable. Sobre la encimera,
impecablemente limpia, había una bandeja para hornear con discos dorados.
¿Por qué demonios había hecho galletas?
—Son tus favoritas. —Sonrió tímidamente. ¿A Madison le había
gustado que la cuidara? El sudor brillaba en su piel. ¿Era por los nervios o
por el calor que salía del horno? Recogió la bandeja con un paño de cocina
y me la tendió. Sus manos temblaban.
—Todavía están calientes. ¿Quieres una?
Olían delicioso y tenían aún mejor aspecto. ¿Me haría daño
probarlas?
—No, gracias, no tengo hambre. Acabo de comer un sándwich —dije.
Era la verdad, pero no fue por eso que lo dije. Ocultar drogas en productos
horneados no era una hazaña fácil debido al calor, y las galletas
definitivamente aún estaban calientes, pero preferí ser precavida.
Su sonrisa desapareció y volvió a colocar la bandeja de hornear sobre
la encimera.
El sudor hizo que mi espalda se volviera resbaladiza. Hacía
demasiado calor en la cocina. Posó sus ojos en mí, sin apartar ni una sola
vez la mirada.
—¿Podemos ir a otro sitio? —pregunté, dando un paso hacia el
pasillo.
Parecía confundido. ¿Era una petición tan difícil? Sus ojos
revolotearon por la cocina, sobre las galletas aún humeantes, la taza de café
vacía sobre la mesa redonda de vidrio y el enorme bloque de cuchillos
apoyado sobre la encimera. Tuve que evitar tocar la A sobre mi caja
torácica. ¿Había utilizado Yates uno de esos cuchillos para cortar a sus
víctimas?
Una gota de sudor rodó por mi espalda. Alec estaba fuera. Vendría si
gritaba. Volví a sentir la pistola eléctrica a través de la tela de mi bolso.
Di otro paso atrás. Yates se deshizo del estupor en el que había estado
y pasó junto a mí, su hombro rozó mi brazo y sentí un escalofrío.
Lo seguí hasta la sala de estar, donde afortunadamente hacía diez
grados menos. Miró a su alrededor y me indicó que me sentara en el sofá.
Era suave y me hundí en él. Sería difícil escapar rápidamente.
Yates llenó dos vasos con agua y los colocó en posavasos redondos
antes de sentarse a mi lado, presionando su pierna contra la mía. Me incliné
hacia un lado, pero el reposabrazos detuvo mi huida. Todavía podía sentir el
calor de Yates filtrándose a través de la tela de mis jeans. Froté las manos
sobre mis piernas para ahuyentarlo. Yates me miraba fijamente, y sus ojos
una vez más se detuvieron en mi cicatriz. Era extraño pensar que Madison
había visto algo en él, que podría haber recibido con agrado su atención.
Era atractivo, sin duda, pero había algo en él que resultaba demasiado
quisquilloso y desesperado.
—¿Nos encontramos aquí a menudo? —Mi voz salió ronca. Tomé un
sorbo de agua, recordando demasiado tarde que podía estar contaminada.
Apresuradamente dejé el vaso. Yates lo miró por un momento antes de
moverlo ligeramente para que quedara en el centro del posavasos. Limpió
algunas gotas de agua que dejé sobre la mesa de madera. Era obviamente
minucioso, el tipo de persona que no tendría ningún problema en cubrir sus
huellas.
Luego negó con la cabeza, casi avergonzado.
—Solo dos veces. Normalmente nos encontramos en Manlow o en el
lago. —Se estremeció, sus ojos deambularon por la habitación como si
fuera un tic nervioso. Madison había sido encontrada en la orilla del lago.
Debió haber visto algo parpadeando en mi rostro porque parecía a punto de
vomitar.
—¿Nos encontramos en el lago el día de mi ataque?
Pasó el dedo por el pliegue de sus pantalones.
—¿Así que realmente no recuerdas nada? —Detecté una pizca de
alivio en su voz.
—No. Ahora deja de evitar mi pregunta.
—Se suponía que íbamos a encontrarnos ese día —dijo lentamente.
—¿Antes o después del momento del ataque?
—No estoy seguro. Llegué tarde porque mi esposa y yo peleamos y,
cuando llegué al lago, no te vi por ninguna parte. Pensé que te habías ido. Si
hubiera sabido que estabas allí esperándome… —Hizo una pausa y se
acercó a mí.
¿Esposa? Me apoyé en el reposabrazos para dejar más espacio entre
nuestros cuerpos.
—¿Viste a alguien?
—Era un día brumoso. No había muchas personas alrededor.
—¿Había alguna razón para nuestro encuentro? Hacía bastante frío
para una cita en el lago.
Un enrojecimiento subió por su cuello.
—¿Por qué haces todas estas preguntas? Siento que me estás
interrogando. ¿Crees que fui yo quien te atacó? —Dejó escapar una risa,
pero sonó forzada.
Me encogí de hombros.
—Sería malo que las personas se enteraran de lo nuestro.
Algo parpadeó en sus ojos: ira o miedo. Puso su mano en mi rodilla.
—Maddy, tal vez deberíamos olvidar lo que pasó.
Junto al sofá había una mesa auxiliar con varias fotos. Enmarcadas en
plata esterlina, Yates posaba con una mujer alta de cabello rizado. Parecían
felices.
Me aparté de él y me levanté, haciendo que su mano se deslizara de
mi pierna.
—¿Es tu esposa?
Enterró su rostro entre sus manos y dejó escapar un suspiro antes de
hablar.
—Sí.
—¿Sabía de ella?
—Sí.
No entendía. ¿Cómo podía Madison tener una aventura con él? Una
cosa era salir con tu propio profesor y otra muy distinta salir con un
profesor que tenía esposa. ¿Muy hipócrita? Yo también prefería olvidar a
Kate cuando Alec estaba cerca. Aunque eso era diferente… ¿no?
—Mi esposa y yo nos casamos demasiado jóvenes. Nos preocupamos
el uno por el otro, pero nunca fuimos una buena pareja. Tenemos una
relación distanciada. Ya casi no nos hablamos.
No volví a sentarme y Yates no intentó obligarme. Por el rabillo del
ojo, seguí sus movimientos mientras trataba de vislumbrar a Alec en el
exterior.
—¿Qué pasó entre nosotros?
Yates presionó su cabeza contra el respaldo, observando la habitación.
—No creo…
—Solo dime.
—Esto… empezó hace cuatro meses. —¿Cuatro meses? Madison
había roto con Ryan hacía solo dos meses. Seis semanas antes de que el
asesino la atacara.
»Eras uno de los pocos estudiantes que mostraban un interés genuino
en mi clase y a menudo hablábamos después sobre los libros que habíamos
trabajado.
No podía apartar la vista de la foto en la que aparecía sonriente, con el
brazo alrededor del hombro de su esposa. ¿Cuándo se hizo esa foto? ¿Su
sonrisa era falsa?
Una pregunta subió por mi garganta, pero no logró pasar de mis
labios. Parecía pegada a mi lengua. Sabía que tenía que preguntar. Tragué
mi reticencia.
—¿Nosotros… tuvimos sexo?
Él dudó. ¿Estaba pensando en mentir? Era demasiado tarde para eso.
Su vacilación era toda la respuesta que necesitaba.
—Lo hicimos —dije, sin dejar lugar a protestas. Madison tenía
dieciocho años (mi edad) y, sin embargo, tenía mucha más experiencia. Yo
aún no había besado a nadie y ella ya se había acostado con este hombre y
probablemente también con Ryan.
Se levantó de un salto, con una expresión de alarma en su rostro.
—No, quiero decir, lo hicimos, pero no es así. A ti te pareció bien. Tú
querías, yo no te presioné. Tampoco era tu primera vez.
Así que al menos se había acostado con Ryan. Finalmente estaba
obteniendo la información que podría ayudarme a resolver este caso. Más
preguntas se agolpaban en mi mente, intentando reventar mi cráneo.
—¿Y es por eso que quedamos en encontrarnos el día de mi ataque?
¿Para tener sexo en el lago?
Apretó las manos contra su cuerpo, pero seguían temblando.
—No, habíamos quedado porque querías hablar.
—¿Sobre qué?
—No lo sé —dijo, evitando mis ojos.
Buscó mis manos, pero di un paso atrás. No quería que me tocara, ni
siquiera quería que estuviera tan cerca.
—¿Qué quieres hacer ahora? —La tensión se reflejó en los bordes de
sus ojos. Ya no eran tan suaves como antes. Agarró mis manos. Esta vez no
fui lo suficientemente rápida para apartarme—. No puedes decírselo a
nadie, Madison. Podría perder mi trabajo. Va en contra del código de la
escuela.
Su agarre se tensó, volviéndose incómodo. Su rostro estaba al borde
de la desesperación.
—Esto no es un juego. Ambos estábamos comprometidos, lo sabes.
Me lo quité de encima, manteniendo mis ojos pegados a él mientras
salía de la sala de estar.
—No te preocupes. No se lo diré a nadie.
Aunque merecía ser castigado, no quería que Linda y Ronald se
enteraran de lo de su hija. Se lo diría al Mayor, y tal vez él podría encontrar
una manera de destituir a Yates de su cargo sin que las personas se
enteraran de toda la historia.
Me siguió hasta el vestíbulo, pero mantuvo la distancia, como si
pudiera sentir las olas de desprecio desprendiéndose de mí.
—Tengo que irme —dije mientras huía por la puerta principal, sin
mirar atrás, aunque sabía que me estaba observando.
Mis pasos resonaron en la calle. A una cuadra de distancia, Alec ya
me esperaba en el auto y se pudo en marcha tan pronto como estuve dentro.
—¿Qué dijo? —preguntó.
—Dame un segundo —siseé, necesitando algo de tiempo para poner
en orden mis pensamientos y sacar la sensación de malestar de mi
estómago.
—¿Hizo algo? —Redujo la velocidad del auto como si fuera a
regresar a la casa y golpear a Yates.
Aunque me gustaba lo protector que era, eso era innecesario.
—No, estoy bien. Es solo que… tiene esposa. ¿Cómo podría acostarse
con su alumna?
Alec se relajó en su asiento.
—¿Así que realmente se acostó con ella? ¿No fue solo un coqueteo?
—No fue solo un coqueteo. —Me invadió una sensación de mareo.
Tal vez fue porque me di cuenta de que, a pesar de todos nuestros
preparativos, no conocía a Madison en absoluto y, aparentemente, tampoco
sus amigos y familiares.
—Madison estaba en el lago ese día para encontrarse con él. Dijo que
se reunían porque ella quería hablar. Creo que nos está ocultando algo.
Alec se acercó y tocó mis manos, que había cerrado en un puño sobre
mi regazo.
—Se lo contaré al Mayor. Tal vez él pueda averiguar algo más sobre
Yates.
Asentí, pero mi mente estaba muy lejos. No podía dejar de pensar en
Madison y en quién había sido realmente. ¿Cuántos secretos se había
llevado a la tumba con ella?
Alec se detuvo a unas cuantas casas de la casa de los Chambers y se
giró hacia mí. Su boca estaba tensa por la preocupación.
—¿Estarás bien? —Mi piel se calentó bajo la palma de su mano y,
como de costumbre, inmediatamente me sentí más tranquila. Nadie más
tenía ese efecto en mí.
—Sí. Solo necesito pensar en todo. Tendré que averiguar más sobre el
pasado de Madison, lo que realmente ocurrió. Quizá debería intentar hablar
con Ryan.
La expresión de Alec se volvió sombría.
—¿A solas? No estoy seguro de que sea la mejor idea. Apuesto a que
el tipo le guarda un enorme rencor a Madison. No es de extrañar teniendo
en cuenta que la chica lo ha estado engañando.
Capítulo 13
Hola, chica,
Espero que estés bien. Estoy preocupada por ti. El Mayor ha estado
fuera la mayor parte del tiempo, así que no he tenido la oportunidad de
preguntarle cómo van las cosas contigo. Y ya lo conoces (*pongo los ojos
en blanco*), no me diría nada de todos modos. Estoy más distraída que de
costumbre. Louis está teniendo un ataque porque mi Variación es un
completo desastre. Casi echo de menos a Summers. Pero no le digas que
dije eso ;)
En fin. No es por eso que estoy escribiendo. Estos últimos días las
cosas han estado un poco extrañas en el cuartel general (y no sólo porque
tú y los demás se hayan ido). Los agentes más veteranos no dejan de
cuchichear entre ellos, PERO capté fragmentos de su conversación.
Parecen realmente preocupados. Y no por el asesino de Livingston.
Mencionaron un grupo de Variantes que ha estado causando problemas.
Creo que estas personas, sean quienes sean, han estado amenazando a la
FEA. Algo sobre una vieja enemistad. Casi sonó como si estas Variantes
quisieran destruirnos. Aparentemente, dos agentes externos de la FEA han
desaparecido, sin dejar rastro. Incluso el Mayor parecía muy alterado la
última vez que lo vi. Fue un poco aterrador.
Mantendré mis orejas y ojos abiertos, y te haré saber si averiguo algo
más.
Te extraño mucho. ¡Escríbeme si puedes!
xoxo
Holly
***
Al día siguiente, durante el almuerzo, entré en el aula de Yates sin
llamar. Se dio la vuelta, a punto de reprender a quienquiera que entrara,
pero su expresión de profesor reprensor se desvaneció cuando vio que era
yo.
—No deberías estar aquí. Si alguien nos ve... —No terminó la frase.
Se acercó a su escritorio, pero no hizo ningún movimiento para sacarme del
aula.
—Nunca te importó en el pasado.
Su rostro cambió como si deseara que lo olvidara, o tal vez que no lo
hubiera recordado en primer lugar. Cerré la puerta a mis espaldas y me
apoyé en ella. Mis nervios se agitaban como serpientes sinuosas en mi
estómago, pero me obligué a no dejarlo ver.
—¿Qué quieres?
—¿Sabías de mi embarazo?
El color de su rostro se desvaneció. La parte de atrás de sus piernas
chocó contra el borde de su escritorio y lentamente se hundió en él. No
podía decir si estaba sorprendido por el embarazo en sí o por el hecho de
que yo lo supiera.
—Tú... ¿Estás... embarazada?
Tal vez me equivoqué, pero parecía que casi había dicho “aun”.
—Lo estaba. —Suavicé mi voz, la hice temblar—. Tuve un aborto
espontáneo después del ataque.
El alivio brilló en sus ojos y no hizo ningún intento de ocultarlo. No
dijo que lo sentía.
—¿Lo sabías? ¿Fue esa la razón de nuestro encuentro en el lago?
¿Querías hablar de eso conmigo?
Se puso de pie.
—No lo sabía.
Lo miré fijamente, deseando poder leer sus pensamientos.
—No te creo.
Sus hombros se aflojaron.
—No estoy mintiendo. Yo… el día antes de nuestro encuentro
planeado, mencionaste que estabas atrasada con tu período. —Continuó
más rápido que antes—. Pero no estaba preocupado. Pensé que era normal
para una chica de tu edad. No te retrasaste tanto, y ni siquiera sabía que te
habías hecho una prueba de embarazo. —Sus ojos recorrieron la habitación,
retorció sus manos y los primeros signos de manchas de sudor aparecieron
en sus axilas. Pero no era una prueba de que mintiera. Cualquier tipo que
acabara de enterarse de que había dejado embarazada a su novia secreta
probablemente comenzaría a sudar.
—Pero tú sabías que era una posibilidad. Habría complicado mucho
las cosas para ti. La gente habría empezado a preguntarse quién era el
padre.
—Ni siquiera sé si era mío.
La ira me invadió.
—¿Qué intentas decir? ¿Crees que te estaba engañando?
—Engañaste a Ryan. ¿Qué se supone que debo pensar? No hay
pruebas. —Tenía razón. Madison había engañado a Ryan con él, pero la
forma en que trató de echarle la culpa a su estudiante, realmente me
molestó.
—Tienes razón. La prueba se destruyó cuando casi muero —dije en
voz baja.
Tragó saliva y bajó la mirada.
—¿Se lo contaste a alguien?
—No.
Pero ¿y si Devon lo sabía? ¿O tal vez la doctora Hansen? ¿Y si
Madison hubiera acudido a ella para preguntar por el embarazo? Yates
podría haber matado a la doctora Hansen para silenciarla.
El timbre de la escuela sonó una vez (solo faltaban cinco minutos para
que empezara la siguiente clase) y Yates soltó un suspiro. Me giré para
irme, pero él agarró mi brazo.
—Esta es una nueva oportunidad para los dos. Mi esposa y yo hemos
empezado a hacer terapia matrimonial. Deberíamos dejar atrás el pasado.
Piensa en lo que las personas dirían de ti si se enteraran de lo nuestro.
No podía creer que tratara de hacer que Madison se sintiera culpable y
amenazara su reputación. Asqueada, liberé mi brazo de su agarre y salí
furiosa de la habitación. Nadie prestó atención mientras me alejaba a toda
prisa. Mi cerebro se esforzaba por asimilar lo que acababa de suceder
cuando Ryan se interpuso en mi camino.
—Tenemos que hablar —dijo. No estaba segura de estar preparada
para otra conversación difícil, pero de igual manera, asentí.
—Vamos a un lugar privado —susurro Ryan, girando sobre sus
talones. En el otro extremo del pasillo, Francesca tenía una expresión en su
rostro que habría impresionado incluso a Kate. Me miró mal mientras lo
seguía; los chismes no tardarían en circular por la escuela.
Ryan nos condujo a un salón de clases vacío, cerró la puerta y se
apoyó en ella. Me preparé para una discusión mientras esperaba que
hablara. Se apartó de la puerta y empezó a acercarse a mí, pero se detuvo y
pasó una mano por su cabello. Parecía nervioso.
—Escucha, Maddy.
Por la forma en que lo dijo, con su voz más suave de lo que jamás
había escuchado, su rostro deformado por el arrepentimiento, supe que esta
conversación no tomaría el rumbo que había pensado. Dejé que tomara mi
mano entre las suyas, que eran grandes y callosas. No era tan malo como
que Yates me tocara, pero tampoco quería que Ryan estuviera tan cerca.
—Siento lo que pasó. Fue una estupidez de mi parte y no volverá a
suceder. Realmente quiero que vuelvas.
¿Qué no volverá a suceder?
—Por favor, Maddy.
Su otra mano se acercó a mi cuello y eso fue demasiado. Intenté
apartarme, pero sus manos se tensaron como una prensa a mí alrededor
—Suéltame —siseé.
—No seas así, Maddy. Sabes que te quiero. Éramos la pareja soñada,
¿Por qué arruinarlo todo?
Su mano en mi cuello me atrajo hacia él, atrapando mi mano entre
nosotros. Estaba tan cerca que sentí el olor a cigarrillo en su aliento.
—Suéltame —dije, cambiando mi peso para conseguir una mejor
postura—. Tienes una nueva novia, vete con ella.
—¿Chloe? Por favor. Solo intentaba ponerte celosa. No es nada. Solo
te quiero a ti.
Nuestros labios estaban a centímetros de distancia. Luché contra su
agarre, pero de un empujón me atrajo hacia sus brazos y presionó sus labios
contra los míos. Sus dedos se clavaron en mi piel. Las imágenes de mi
entrenamiento con Alec pasaron por mi mente. Cerré mi boca y levanté mi
rodilla. En el centro del objetivo.
Con un ruido feroz (medio gruñido, medio lamento) me soltó y se
tambaleó hacia atrás antes de arrodillarse como si estuviera a punto de
rezar.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ese casi había sido mi primer beso.
—¿Qué demonios te pasa? —jadeó—. ¿Por qué hiciste eso?
—Porque no entiendes el significado de la palabra no —dije, con
cuidado de mantenerme fuera del alcance de su brazo. Era fuerte y alto. El
elemento sorpresa era lo que me había dado ventaja, pero eso había
desaparecido ahora.
Cerró los ojos. No pude leer su expresión. ¿Estaba enfadado o
arrepentido?
—¿Qué pasó antes de que rompiera contigo? —pregunté. El timbre
sonó por segunda vez. Llegaría tarde a clase.
Acunó su entrepierna con las manos, mirándome con sus ojos
húmedos. Apretó los labios. Por un momento pareció que sus ojos se habían
nublado. ¿Tan fuerte le había pegado?
—¿Estás bien? —pregunté estúpidamente.
—No, no he estado bien desde que rompiste conmigo.
La puerta se abrió, golpeando la espalda de Ryan y haciéndolo
tropezar hacia adelante.
Alec asomó la cabeza en el salón de clases; sus ojos pasaron entre
Ryan y yo antes de entrar y cerrar la puerta.
—Sal. Esto es privado —gruñó Ryan, con una fina capa de sudor
cubriendo su rostro.
Alec lo ignoró.
—¿Estás bien?
Asentí.
—Estábamos hablando.
—¿Este es tu nuevo novio? Eso tomó menos de cinco minutos. —
Ryan se levantó tambaleándose, con los hombros encorvados por el dolor.
Parecía que la respuesta iba a dolerle de verdad. Pero había algo más en
juego.
—Eso no es de tu incumbencia —dijo Alec antes de que pudiera decir
que no.
Ryan dio un paso hacia mí, con una expresión de desconcierto.
Alec lo empujó hacia atrás.
—Vete antes de que pierdas algo más que tu orgullo.
Eran casi de la misma altura, pero Ryan no sabía que Alec era más
fuerte que cualquier humano normal. Se enderezó como si quisiera luchar,
pero el dolor seguía contorsionando su rostro. Había dado un buen golpe.
Con una última mirada hacia mí, se fue.
—Parece que acabas de hacer un nuevo enemigo —le dije a Alec.
Su rostro se ensombreció.
—Puedo ocuparme de él.
Siguiendo la línea de los ojos de Alec, vi las marcas de dedos que
Ryan había dejado en mi muñeca. Menos mal que Alec no podía ver mi
cuello desde ese ángulo. También me dolía. Ryan se tomaba demasiado en
serio lo de recuperar a Madison.
Froté mi muñeca y me apoyé en la mesa.
—¿Por qué lo seguiste a un salón de clases vacío?
—Porque ayer fue a mi casa a hablar. No se iba a rendir a menos que
finalmente hablara con él.
—¿Estuvo en la casa? ¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ido a
atacarte.
—No soy estúpida, Alec, y Devon estaba en la casa de todos modos.
Alec sacudió la cabeza.
—Oh, estupendo, ¿Se supone que eso va a calmarme? Ese tipo es tan
sospechoso como Ryan.
Lo hice callar. No podíamos arriesgarnos a que nos escucharan.
—Devon es inocente.
—¿De verdad crees eso?
—Creo que Yates sabía del embarazo de Madison.
—¿Estás segura?
—No. No estoy segura. No admitió nada, pero se puso nervioso y
trató de hacerme sentir culpable para que no hablara de la aventura ni del
embarazo con nadie. No sé qué pensar de él.
Alec cerró los ojos y exhaló por la nariz.
—Hablaré con el Mayor.
—Tenemos que ir a clase —dije, conociendo demasiado bien la
expresión en su rostro. Me giré para salir del salón.
—Estás arriesgándote demasiado —susurró Alec.
—Solo intento hacer mi trabajo, Alec. Siempre supimos que sería
arriesgado.
***
El fin de semana siguiente me reuní con el resto de la familia de
Madison en la barbacoa que Ronald organizó para celebrar su recuperación.
Los abuelos paternos de Madison fueron los primeros en llegar con
regalos: trufas de chocolate, dinero y libros. Me parecía mal aceptar algo de
ellos, pero lo hice de todos modos. El abuelo de Madison tenía una risa
como de hojas secas y dejó su cigarro para encender uno nuevo.
El olor picante del tabaco se mezclaba con el olor ahumado de los
filetes que crepitaban en la parrilla. Era un día frío y nublado, pero ni
siquiera eso podía empañar el ambiente. Había unas veinte personas, pero
podríamos haber alimentado fácilmente a otras veinte con la cantidad de
comida que se acumulaba en la mesa del comedor, por no hablar del
montón de filetes que esperaban junto a la parrilla. Asistieron primos, tíos,
padrinos y tías abuelas de Madison. Había tantos invitados que ni siquiera
podía recordar la mitad de sus nombres. Por suerte, la mayoría me preguntó
si estaba bien y me abrazaron antes de ir a buscar algo para comer. Eran un
grupo hambriento. Solo el tío Scott, el hermano mayor de Ronald, y su
esposa, la tía Cecilia, estaban a mi lado como si fuera pegamento.
El tío Scott, que tenía un bigote que se enroscaba alrededor de sus
labios como un ceño fruncido constante, contaba chistes verdes sobre
monjas y pingüinos que hacían que doliera mi garganta de la risa, mientras
la tía Cecilia se reía de cada uno como si lo escuchara por primera vez.
Verlos interactuar me hizo reír aún más que los chistes.
Toda la casa vibraba con risas, conversaciones, y algún otro eructo del
tío Scott. No podía recordar un momento en el que hubiera sido más feliz.
La sonrisa parecía estar permanentemente tallada en mi rostro, mis
músculos dolían por el uso desconocido. ¿Así era como podría haber sido
mi vida si hubiera sido normal? En ese momento, deseé más que nada poder
conservarlos; ser algo más que una impostora con una familia prestada.
Me di la vuelta, sintiendo que me sofocaría si estaba con ellos un
momento más. Me dirigí a la cocina, con la esperanza de encontrar un
momento a solas, pero en vez de eso encontré a Linda glaseando un enorme
pastel de crema de mantequilla. No me escuchó entrar por el ruido que
venía del resto de la casa y me detuve un momento para observarla mientras
extendía el glaseado con una espátula. Tenía una pequeña sonrisa de
felicidad en su rostro. Instintivamente, mis dedos se cerraron en torno al
colgante de la rosa que tenía sobre el esternón, para reconfortarme.
Linda se dio la vuelta y dejó caer la espátula, poniendo una mano
sobre su corazón.
—Dios mío, Maddy, me has asustado.
—Lo siento, no era mi intención. Solo necesitaba... —Me quedé en
blanco, sin saber cómo decirle que necesitaba un respiro de su familia. Me
miró con complicidad.
—Lo sé. Pueden ser bastante abrumadores —dijo mientras recogía el
soporte del pastel y se dirigía al comedor—. Regreso en un minuto.
Me quedé mirando por la ventana de la cocina, todavía sosteniendo el
colgante. Un destello de cabello rubio blanquecino había rodeado la
propiedad y se había detenido detrás de la valla. Cuando se acercó un paso,
su rostro se hizo visible: Phil Faulkner. Parecía estar mirando algo. ¿Mi
ventana? Sabía que vivía cerca, pero nunca lo había visto merodeando por
el vecindario. ¿Podría ser el tipo que vigilaba mi ventana? ¿Qué es lo que
hace?
Sus ojos se movieron hacia la ventana de la cocina, donde captó mi
mirada. Llevaba algo en la mano, pero desde mi punto de vista no pude ver
lo que era. Se dio la vuelta rápidamente y se alejó a toda prisa. Y entonces
vi lo que llevaba: una caña de pescar. El informe patológico había dicho que
las víctimas fueron estranguladas con un cable. ¿Y si era un hilo de pescar?
Debatí entre seguirlo o no cuando Devon entró en la cocina, llevando
una bandeja vacía. Era la misma que había visto con filetes y costillas
apilados en la sala de estar hacía unos minutos.
—¿Mucha gente va a pescar por esta zona?
Abrió la nevera y apiló aún más carne en la bandeja.
—Mucha gente lo hace. El lago es una buena zona de pesca.
Fruncí el ceño ante la pila de carne. Los hoyuelos marcaron las
mejillas de Devon cuando se dio cuenta de que lo miraba fijamente, y sus
ojos tenían un brillo travieso.
—No me digas que vas a asarlas —dije, siguiéndolo a través de la
sala de estar y hacia el patio trasero, donde una columna de humo se
elevaba hacia el cielo.
—Papá me pidió que ocupara su lugar en esta ronda —dijo Devon
mientras cargaba la parrilla con filetes del tamaño de un plato. La carne
crepitó al tocar la superficie caliente y una nueva ola de humo burbujeó en
el aire.
—Pero mamá ya ha llevado el pastel al comedor. Pensé que era la
hora del postre—. El grupo hambriento ya se había comido media vaca por
lo menos.
Devon dio la vuelta a los filetes con las pinzas de la barbacoa.
—Maddy. Una barbacoa Chambers no se acaba hasta que cada trozo
de carne se ha cocinado y devorado.
Oh, eso parecía algo que debería haber sabido.
—¿Qué pasa con el vello facial del tío Scott?
Devon sonrió y de repente pude respirar de nuevo.
—¿Te refieres a su bigote estilo porno?
Me reí y él también. Tanto que no se dio cuenta de que su mano se
acercaba peligrosamente a la rejilla caliente. Abrí la boca para advertirle,
pero era demasiado tarde. Su mano chocó con la barbacoa. La retiró de un
tirón, dejando caer las pinzas y soltando un siseo de dolor.
Mi estómago cayó en picada. Las quemaduras pueden ser feas, y esto
sería malo. Devon acunó la mano contra su pecho y se agachó para recoger
las pinzas como si fuera a seguir asando. Le quité las pinzas.
—Déjame ver tu mano.
Se apartó, su hombro formando un escudo entre nosotros.
—No es nada, Maddy. Ni siquiera toqué la rejilla.
—No seas estúpido. —Agarré su brazo y tiré de su mano hacia mí. La
giré, pero la piel solo estaba un poco roja, como si no hubiera pasado nada.
Se apartó y tomó las pinzas de la barbacoa, reanudando su trabajo.
—Te dije que no era nada. Solo me asusté. Apenas la toqué.
¿Me habían jugado una mala pasada mis ojos? Tal vez no había
tocado realmente la parrilla. Pero podría haber jurado que lo había visto
pasar. Lo vi hacer una mueca de dolor.
Ronald asomó la cabeza por la puerta trasera.
—¿Están hechos los filetes? El tío Scott ha pasado a sus bromas sobre
ovejas. Sería genial si pudiéramos hacer que se ocupara de masticar de
nuevo.
Levanté las cejas hacia Devon en busca de una explicación. Él sonrió.
—No preguntes. Créeme, no quieres saberlo.
***
Era casi medianoche cuando los últimos invitados se fueron. Me
sentía agotada por toda la felicidad y por saber que era efímera. Pronto
tendría que salir de este mundo y dejar solo oscuridad a mi paso, cuando
Linda y Ronald se enteraran de la verdad sobre la muerte de su hija.
Una vez apagadas las luces, bajé sigilosamente las escaleras y entré
de puntillas en el garaje. Utilicé una pequeña linterna para iluminar mi
entorno. Lentamente, dirigí el haz de luz sobre el banco de trabajo y el
equipo de camping. No había nada sospechoso: ni cuchillos, ni sedales, ni
cables. El alivio me inundó. Un crujido sonó detrás de mí.
—¿Qué estás haciendo?
Me di la vuelta, con el corazón golpeando en mi caja torácica. El haz
de luz de la linterna se fijó en el ceño de Devon y éste entrecerró los ojos.
Bajé el brazo.
—Pensé que estabas dormido —dije.
Miró por encima de mi cabeza hacia el garaje.
—No respondiste mi pregunta.
—No podía dormir y luego me pareció escuchar un ruido y me asusté
—dije rápidamente.
La preocupación apareció en su rostro.
—Deberías haberme despertado a mí o a papá. No deberías andar a
escondidas en la oscuridad —susurró. Miró hacia las escaleras; las voces de
Linda y Ronald llegaban desde su dormitorio. ¿Los habíamos despertado?
Creía que estaban durmiendo.
—Lo sé —dije—. Pero no quería preocuparlos. Ya me siento bastante
agobiada.
Abracé a Devon y apoyé mi mejilla en su pecho, sin estar segura de
que fuera un movimiento fraternal. Sus brazos me rodearon. Era cálido y
fuerte, y olía a piel, a algodón y a comodidad. Presioné mi nariz contra su
camisa, esperando que no se diera cuenta. Sabía sin lugar a dudas que él no
era el asesino, sin importar lo que dijeran los demás.
Capítulo 15
***
Exhausta, me arrodillé, seguía siendo Tessa. Era medianoche. Llevaba
casi una hora intentando cambiar de nuevo.
Busqué a tientas mi teléfono y marqué la marcación rápida de Alec.
Él contestó después del segundo timbre.
—¿Hmm? —Su voz era grave por el sueño y el sonido envió un
agradable escalofrío por mi espalda—. ¿Tess?
Intenté hablar, pero las palabras se hundieron en mi garganta.
—Tess, ¿Qué pasa? —Su voz estaba llena de preocupación.
—Me estoy perdiendo, Alec. No puedo volver a cambiar. No sé qué
hacer. —Respiré profundamente, tratando de controlarme.
—Cálmate. Dímelo de nuevo, pero despacio esta vez.
—Ya no soy Madison. Mi cuerpo volvió a ser el mío y ahora no
puedo volver a cambiar. No sé qué hacer. ¿Y si estoy perdiendo mi
Variación?
Escuché crujidos de fondo e imaginé a Alec saliendo de la cama.
—¿Dónde estás?
—Me encerré en mi habitación. Linda sospechaba, pero ahora todos
duermen.
—Aguanta. Estaré allí en unos minutos. —Más crujidos.
Probablemente se estaba vistiendo.
—Podría trepar por la ventana —dije.
—Espera hasta que esté allí. Me aseguraré de que no te rompas el
cuello.
Antes de que pudiera ofrecerle una respuesta ingeniosa, finalizó la
llamada. Acuné el teléfono contra mi pecho. Tardaría unos diez minutos en
llegar.
Al mirar mi cuerpo tembloroso, me di cuenta de que aún estaba
envuelta en una toalla. Agarré algo de ropa de la cómoda y me la puse. La
ropa se ceñía a mi cuerpo, mejor adaptada a la diminuta complexión de
Madison.
Mi teléfono sonó una vez; Alec. Mi señal para abrir la ventana. Los
vellos de mis brazos se erizaron cuando el aire fresco golpeó mi piel
húmeda. Alec esperaba abajo, vestido de negro y sumido en la oscuridad.
Salí por la ventana y me agarré del borde mientras bajaba lentamente.
—Suéltate —dijo y lo hice.
Me atrapó con facilidad. Respiré su aroma y dejé que mi mejilla se
apoyara en su pecho. No me bajó inmediatamente, pero no iba a quejarme.
Podría haberme quedado en sus brazos para siempre.
—Tienes el cabello mojado. Agarrarás una pulmonía si no salimos del
frío —dijo, apretando brevemente su agarre sobre mí antes de bajarme.
Hubiera jurado que había olido mi cabello. A veces no estaba segura de lo
que era real y lo que era simplemente el resultado de una ilusión. A veces
no quería saberlo.
Nos mantuvimos en las sombras mientras nos apresurábamos hacia su
auto, que estaba estacionado a la vuelta de la esquina. Las ventanas de las
casas de los vecinos estaban a oscuras. Por lo visto, las personas de
Livingston no tenían horarios tardíos. Cerramos las puertas del auto en
silencio, y me desplomé contra el asiento mientras Alec ponía la llave de
contacto. Solo podía esperar que la casa de los Chambers durmiera toda la
noche sin notar mi ausencia. Aunque, nada podría ser peor que si me
descubrieran como Tessa.
Alec me miró.
—Cuéntame otra vez lo que pasó.
Mientras contaba la historia, cada palabra parecía agotarme. Él sopesó
cuidadosamente mis palabras antes de responder.
—¿Por qué sucede? ¿Por qué pierdes el control?
Podría haber muchas respuestas a esa pregunta. Emociones. Estrés.
Distracción. Porque no podía sacarlo de mi mente. O porque me sentía más
feliz en mi vida fingida dentro del cuerpo de otra persona de lo que me
había sentido nunca. O tal vez porque me preocupaba que todavía no
tuviéramos ninguna pista de quién era el asesino. La lista podría haber sido
interminable.
—No lo sé. Tal vez sea la presión —dije finalmente.
—Puede pasarle a cualquiera —respondió—. No te preocupes, estás
haciendo un gran trabajo. —Era como si pudiera leer mis pensamientos.
—No lo estoy haciendo. Algo me pasa.
—Solo tienes que relajarte. Vamos a hacer algo para que te olvides de
las cosas. —Esperaba que la oscuridad del auto ocultara mis mejillas
sonrojadas. No quería que Alec supiera lo que quería hacer, lo que sus
palabras me hacían pensar—. Hay un autocine en las afueras de la ciudad.
Había escuchado a las otras chicas hablar de eso en el vestuario, y por
sus historias no parecía que la película fuera el verdadero entretenimiento.
Eso podría ser bastante incómodo. Pero, no obstante, me escuché a mí
misma estar de acuerdo.
Alec se detuvo junto a la taquilla, donde un anciano estaba sentado,
desplomado contra la pared. Parecía lo suficientemente viejo como para
haber luchado en la Guerra de la Independencia y tenía las cicatrices que lo
demostraban. Su rostro parecía como si alguien hubiera pasado un rastrillo
por él, repetidamente. Tenía la barbilla apoyada en su pecho y podía
escuchar los ronquidos que salían de sus labios entreabiertos incluso a
través de las paredes de la cabina. ¿Así pasaba las noches?
Alec tuvo que llamar dos veces a la ventana antes de que el viejo se
despertara. Tardó aún más en despertarse lo suficiente como para
atendernos. Alec pagó los billetes y un enorme bol de palomitas de maíz
recalentadas y ligeramente rancias. Mientras el olor a mantequilla se
extendía por el auto, Alec rodeó el autocine en busca de un buen sitio.
Cuando encontró un lugar libre, sentí que la tensión abandonaba mi cuerpo.
El autocine estaba casi vacío y teníamos un lugar privilegiado con una
vista perfecta de la pantalla. Alec colocó las palomitas en la repisa entre
nosotros. No estaba segura de sí era para evitar que nos acercáramos
demasiado o solo para que pudiera alcanzarla. Decidí por la segunda
opción.
La película era Alien.
La había visto decenas de veces y me alegraba que no tuviéramos que
ver nada remotamente romántico. Me sabía toda la película de memoria,
pero cuando el alienígena encuentra a su primera víctima me estremecía
cada vez.
—Parece que nunca nos cansamos de ésta —se rio Alec.
La habíamos visto al menos cinco veces juntos.
—En serio. Cada vez que la veo, me gusta más. A veces se necesita
algo de tiempo para apreciar cada detalle de algo. Cuanto más la ves, más te
gusta —dije. Mirándolo. Sus ojos parecían tan intensos. Parecían brillar en
la oscuridad del auto—. Eso sonó estúpido —añadí con una risa
avergonzada.
Él no se rio, ni siquiera esbozó una sonrisa, solo me miró fijamente.
—No es una estupidez. Tienes toda la razón. —Agarró un puñado de
palomitas, pero no se las comió, solo las sostuvo en la mano—. ¿Recuerdas
la primera vez que vimos esto juntos?
Asentí. Claro que me acordaba. Llevaba apenas unas semanas
viviendo con la FEA e intentaba llamar a mi madre por enésima vez. Me
preocupaba que le hubiera pasado algo porque nunca podía localizarla, pero
ese día sí que había respondido. Me sentí tan feliz y aliviada, ansiosa por
contarle sobre mis nuevas clases, mi nueva habitación, mi nueva amiga
Holly, hasta que me interrumpió a mitad de la frase y dijo que no volviera a
llamarla. Algo se había roto en mí ese día, un sentimiento que no podía
compartir con nadie. Me escondí en la casa de la piscina, detrás del cubo de
las toallas mojadas, sola en la oscuridad, y lloré a lágrima viva. Allí me
encontró Alec.
Se sentó en el húmedo suelo junto a mí y me dejó llorar en su pecho.
Apenas lo conocía, pero me sentí muy cómoda en su presencia. Más tarde,
cuando estaba calmada, me contó la historia de cómo sus padres lo habían
abandonado en un centro comercial durante las vacaciones de Navidad,
cuando solo tenía cinco años. Dijo que el dolor se fue desvaneciendo
después de un tiempo, que el tiempo atenuó los recuerdos y reparó las
cicatrices. Dijo que entendía cómo me sentía y que estaba bien sentirme así.
Después vimos todas las películas de Alien seguidas hasta el amanecer.
—Esa fue la primera vez que me di cuenta de lo mucho que quería
mantenerte a salvo —dijo—. Fue la primera vez que conocí a alguien que
me entendía. Nadie me entiende como tú.
Dejé de respirar y me obligué a tragar mi último bocado de palomitas.
Fue un milagro que no se atascara en mi garganta seca. Sus ojos
parpadearon hacia mí y vi que, por primera vez en mucho tiempo, estaban
con la guardia baja. Me deseaba. Tal vez tanto como yo lo deseaba a él, y
sin embargo algo lo retenía.
Se acercó y su pulgar rozó mi mejilla donde un mechón de cabello
húmedo se había pegado a mi piel. El calor floreció bajo las yemas de sus
dedos, extendiéndose por todo mi cuerpo y acumulándose en mi vientre.
Sus dedos se detuvieron y su mirada se fijó en la mía, como si aún
necesitara confirmación de que yo quería esto. Humedecí mis labios y sus
ojos siguieron el movimiento, un músculo en su mandíbula se movió en
respuesta. Pude ver la lucha en su rostro, sentir la vacilación en su tacto.
¿Se echaría atrás? El aire era sofocante, pero apenas respiraba. Su cabello
era tan negro como la noche que nos rodeaba.
Su mano seguía apoyada en mi mejilla, pero poco a poco empezó a
bajar, recorriendo mi garganta hasta que finalmente se apoyó en mi
clavícula. Dibujó pequeños círculos en mi piel.
Algo cambió en su rostro, como si hubiera perdido la batalla, y se
inclinó hacia mí mientras el bol de palomitas caía, derramando su contenido
por el suelo del auto. Ninguno de los dos hizo ningún movimiento para
recogerlo. Y, de repente, ya no había espacio entre nosotros. Sus ojos se
dirigieron a mis labios y luego, sin más, cerró la brecha. Sus labios se
posaron en los míos, suaves y tanteadores al principio, y una vez superada
mi timidez, exigentes y duros. Pasé mis manos por su cabello y por su
espalda, sintiendo sus músculos ondear bajo las yemas de mis dedos. Se
sentía tan bien; besarlo se sentía tan bien.
Sus dedos recorrieron mi oreja, mi cuello, mi caja torácica. Su tacto
dejaba fuego a su paso. Un extraño gemido salió de lo más profundo de mi
garganta cuando sus palmas se movieron debajo de mi camiseta, rozando mi
estómago. Su piel estaba caliente como la lava, pero mi piel se erizaba allí
donde la tocaba.
Alec estaba besándome. A la verdadera yo, no a una impostora, no a
Madison, no a una versión falsa de Kate. Su lengua recorrió la comisura de
mis labios, los separé para él y él aceptó la invitación. Casi gemí cuando su
lengua acarició la mía y más calor se acumuló en mi vientre y se instaló
lentamente entre mis piernas.
—Tess —susurró la palabra contra mi oreja y mi garganta. Sus besos
perdieron su frenesí. Los latidos de mi corazón se ralentizaron. Enterró su
rostro en el pliegue de mi cuello. Escuché nuestra respiración entrecortada y
coloqué mi mano sobre la suya, que estaba apoyada sobre mi caja torácica.
Su mano era tan grande que casi abarcaba todo el ancho de mi pecho.
Apuesto a que podía sentir el latido de mi corazón contra su palma—. Hace
mucho tiempo que quería hacer esto —murmuró contra mi garganta.
La felicidad estalló como fuegos artificiales dentro de mi cuerpo. Ahí
estaba, la única cosa que había querido escuchar de él durante tanto tiempo.
Una vocecita en mi cabeza quería preguntarle: Entonces, ¿Por qué
demonios no lo has hecho antes? Pero sabía a dónde nos llevaría eso y no
quería llegar a eso... todavía. Dejo otro beso contra mi clavícula antes de
enderezarse en su asiento. Noté con satisfacción que su cabello estaba
completamente despeinado por mis dedos y que sus labios estaban
hinchados por nuestros besos. No quería que nos detuviéramos, pero sabía
que había cosas que debíamos discutir antes de seguir adelante,
principalmente Kate. Tal vez debería haberme sentido culpable, pero aún
estaba demasiado drogada por el beso.
El estridente sonido del timbre casi hace saltar el corazón de mi
pecho. Alec buscó el celular en los bolsillos y puso los ojos en blanco
cuando vio la pantalla. “Mamá”, decía el identificador de llamadas. Pensé
que Alec no había visto a sus padres desde que había llegado a la FEA.
—¿Qué quieres? —En cuanto escuché su tono, me di cuenta de lo
estúpida que había sido. Por supuesto, no era su verdadera madre. Era
Summers, su mamá de mentira para la misión—. Jesús, Summers, suenas
como una niñera. —No pude escuchar su respuesta, pero debió ser algo
igualmente insultante porque Alec sonrió. Quise estirar la mano y agarrarlo,
solo para asegurarme de que no estaba soñando, pero no estaba segura de
que nuestro beso me diera derecho a seguir tocándolo.
Su rostro se tensó ante algo que dijo.
—De acuerdo. Dile que estaré en casa pronto. —Terminó la llamada.
—Nunca pensé que Summers fuera del tipo maternal —dije.
—No lo es, créeme. No está contenta sin alguien a quien dar órdenes
y le preocupa que nos descubran si no estoy en casa como un buen
adolescente. Y el Mayor apareció hace unos minutos. Al parecer, quiere
hablar conmigo. —Parecía ansioso ante la perspectiva.
Toqué su mejilla, su barba incipiente pinchó las yemas de mis dedos.
—Todo irá bien. —Sin pensarlo, me incliné hacia él y besé sus labios.
Por un momento pensé que se apartaría, pero entonces sus brazos me
rodearon. Su lengua volvió a encontrar la mía y sus brazos me presionaron
contra él con fuerza mientras nos besábamos durante varios minutos.
Cuando Alec por fin se apartó, yo estaba sin aliento y sonrojada.
—Tenemos que llevarte a casa —dijo Alec después de un momento
—. ¿Puedes volver a cambiar?
Intenté relajarme contra el asiento y cerré los ojos, muy consciente de
la mirada de Alec sobre mí. Busqué mi Variación, traté de coaccionarla.
Nada.
—Puedes hacerlo. —La voz de Alec era tranquila y llena de
confianza, y de repente yo también la sentí. Calma y confianza. Era como si
sus palabras se hubieran infiltrado en mí y hubieran borrado todas las dudas
y preocupaciones.
Las ondulaciones empezaron en los dedos de mis pies y subieron por
mi cuerpo, y al cabo de unos segundos todo acabó.
—¿Y? —pregunté.
Él sonrió.
—Lo hiciste.
No pude resistirme. Me incliné y lo besé de nuevo. No quería
detenerme nunca.
Capítulo 16
***
Al día siguiente, las palabras de Summers seguían rondando por mi
cabeza. Aunque no estuvieran en el primer lugar de mis pensamientos, se
agazapaban en los bordes de mi conciencia, esperando tomarme por
sorpresa.
Te estás perdiendo en Madison.
Pero ¿Por qué no? Madison estaba muerta. Nunca volvería. Tal vez
podría evitarle a Linda y a Ronald la angustia de enterarse de su muerte.
Podría dejar de ser Tessa y ser simplemente Madison. Su cuerpo ya se
sentía como un hogar, su familia como la que siempre había querido.
¿Podría vivir en la mentira durante años y décadas?
Pero un pensamiento inquietante me perseguía. No era a mí a quien
querían, era a Madison.
Es importante que no lo olvides.
Había tantas cosas que quería olvidar, borrar de mi memoria de una
vez por todas. Como el día en que el tercer marido de mi madre llegó a casa
borracho y me encerró en el armario, obligándome a escuchar cómo le daba
una paliza a mi madre. O el día en que mi madre dijo que deseaba que yo
no hubiera nacido.
Recogí el pequeño espejo de mano que estaba sobre la mesita de
noche. El rostro de Madison me miraba fijamente. No era el rostro con el
que nací y, sin embargo, me resultaba tan familiar, casi como el mío. Mi
piel empezó a ondular, mis rasgos comenzaron a deformarse, a retorcerse,
cambiando y transformándose hasta ser mi propio rostro el que se reflejaba
en el espejo, mis propios ojos turquesa, con su tonalidad ligeramente
inusual. Debería haber sentido alivio por ser yo misma por un momento,
debería haber sentido que volvía a casa, pero no lo hice. No sentí nada.
Las ondulaciones comenzaron de nuevo. Mi rostro se transformó en el
de Madison y luego volvió a ser el mío, de nuevo volvió a ser el de
Madison para una vez más cambiar en el mío. Una mezcla de rubio y
marrón, de pecas y cicatrices, de azul y turquesa. Empezaba a sentirme
mareada pero no podía parar.
Si ser otra persona por fuera me resultaba fácil, ¿Por qué no podía
funcionar igual con quien era por dentro? ¿Por qué no podía simplemente
decidir sentirme como otra persona?
Los dos rostros nadaban ante mis ojos hasta que vi una extraña
combinación de los dos en el espejo. La desesperación extrajo todo el aire
de mis pulmones, haciéndome sentir mareada. Mi agarre sobre el mango del
espejo se tensó, se volvió doloroso. Con un grito, tiré el espejo. Chocó con
la cómoda y cayó al suelo, los fragmentos se esparcieron por el suelo.
Crucé la habitación y, al situarme sobre los restos del espejo, mi
rostro (el de Tessa) se astilló en docenas de pedazos. Por una vez, un espejo
reflejaba cómo me sentía por dentro, cómo me veía por dentro.
Fragmentada, rota, desgarrada.
Temblando, me agache y comencé a recoger los trozos de cristal. No
tuve suficiente cuidado y uno de los fragmentos cortó la piel de la palma de
mi mano derecha, creando un pequeño río de sangre carmesí. Alguien llamó
a la puerta. Me puse de pie, con piernas aún temblorosas, y dejé que el
ondulante movimiento trajera de vuelta el cuerpo de Madison. Justo cuando
había se había completado el proceso, la puerta se abrió y Devon asomó la
cabeza. Sus cejas se fruncieron, pero cuando vio mis manos, ahora
ensangrentadas por el cristal, la preocupación se apoderó de él. Cruzó la
habitación y se puso delante de mí, sosteniendo mis manos entre las suyas.
—¿Qué pasó? —preguntó. Me miró como si pensara que lo había
hecho a propósito. Quise apoyar mi frente en su pecho, pero me detuve.
Tenía que ser más fuerte que eso. No era una niña. Quería ser un agente y
tenía que actuar en consecuencia.
—El espejo se rompió. —Señalé con la cabeza los fragmentos que
había en el suelo y en el bote. Ni siquiera sentía dolor, todavía me sentía
extrañamente alejada de mi cuerpo.
Devon negó con la cabeza, con sus dedos suaves en mis manos.
—Tenemos que desinfectar esto y vendarlo. Iré por las gasas. Tú
quédate aquí. No quiero que mamá lo vea. Ya se ha preocupado bastante por
ti últimamente.
—¿Quién se ha preocupado bastante últimamente? —Linda estaba en
la puerta. Cuando sus ojos se posaron en mis cortes, el color se desvaneció
de su rostro. Tomó mis manos, con un toque suave.
La preocupación en el rostro de Linda era demasiado. Miré la palma
de mi mano. El corte parecía ser mucho más pequeño de lo que recordaba y
casi había dejado de sangrar. Quizá mi transformación en el cuerpo de
Madison había ayudado a curar la herida.
Linda curó mi mano sin hablar, pero podía sentir cómo las preguntas
y la preocupación se desprendían de ella en oleadas. Finalmente terminó.
Me abrazó, dejándome apenas espacio para respirar. Después de un
momento, le devolví el abrazo con la misma fuerza. Sentía que algunos de
los fragmentos rotos en mi interior también se habían reparado.
Cerrando los ojos, me permití fingir que Linda era realmente mi
madre, cuyo amor y su preocupación eran para mí y no para la máscara que
me había puesto. Temía el día en que todo esto terminara, pero en el fondo
sabía que no había otra manera. Tenía que aprender a ser suficiente por mí
misma.
—Necesitas tener más cuidado. Por favor, Maddy.
Me separé de su abrazo.
—No te preocupes. Lo haré.
Capítulo 18
***
Alec mantenía la mirada fija en el parabrisas, golpeando el volante
con sus dedos a un ritmo errático.
—Escucha, no me gusta esta farsa más que a ti, pero el Mayor tiene
razón. Será menos sospechoso de esta manera. Ana cree que hemos tenido
citas antes, así que tiene sentido que aparezcamos juntos. —Realmente no
tenía ni idea de lo mucho que me habría gustado ser su cita si fuera la
verdad, y no una mentira más en nuestro elaborado juego de engaños.
Nos detuvimos frente a la casa de Francesca. El camino de entrada y
la mayor parte del bordillo ya estaban llenos de autos, así que tuvimos que
estacionarnos a una cuadra de distancia. No era necesariamente algo malo
teniendo en cuenta las expresiones reacias en nuestros rostros, que no
gritaban feliz pareja nueva. La casa era más grande que las casas de
alrededor, con un enorme porche iluminado por pequeños faroles. En
cuanto estuvimos a la vista de los demás invitados, Alec tomó mi mano
entre las suyas. La sentí cálida como siempre, pero mi enojo por su
comportamiento después de nuestro beso me impidió tener sentimientos
difusos.
Dentro, la fiesta estaba en pleno apogeo. Una oleada de olores invadió
mi nariz cuando entramos: cerveza, humo y algo más dulce (¿marihuana?)
Al parecer, la mayoría de los invitados no cumplían la norma de “fumar
fuera”, y Francesca no se los impedía. Para mi sorpresa, nos había invitado
a todos a la fiesta, aunque seguía mirándome mal todos los días en la
escuela.
En un rincón de la sala de estar, los brazos de Francesca rodeaban a
Devon y su cabeza estaba echada hacia atrás, riéndose de algo que él estaba
diciéndole a una pequeña multitud. Pensé que Devon no la soportaba, pero
por lo visto en las fiestas no había nada que hacer. Su piel estaba sonrojada
y sus ojos parecían vidriosos, como si ya hubiera tomado una copa de más.
Me gustaría poder soltarme así.
La música era casi una cosa física. Los bajos vibraban a través de mi
cuerpo y me daban ganas de moverme con los demás invitados de la fiesta.
La sala de estar era enorme, con varios sofás y sillones e incluso algunas
sillas de jardín. La mayoría de los muebles estaban arrinconados contra las
paredes para dejar espacio a la pista de baile.
Alec me arrastró entre la multitud de cuerpos que bailaban hasta
donde Ana estaba sentada en un sofá con su pareja, Jason. Apenas había
hablado con él, pero sabía que pertenecía al mismo grupo de amigos con el
que Devon siempre salía.
Había espacio para una persona más en el sofá. Alec soltó mi mano y
señaló con la cabeza el sitio libre.
—¡Puedes sentarte en su regazo! —sugirió Ana, la forma en que
arrastró la "z" dejaba claro que la cerveza que tenía en la mano no era la
primera.
Miré a Alec y el tiempo comenzó a alargarse. Ana y Jason nos
miraban fijamente, no lo suficientemente borrachos como para perderse la
extraña tensión en el aire
De repente, Alec sonrió y, con un movimiento fluido, me levantó y
me acomodó sobre su regazo. El calor recorrió mi cuerpo al sentirlo tan
cerca. Nuestro beso de hace unos días pasó por mi mente y lo único que
quería era repetirlo a pesar de mi enfado. De todos modos, tal vez besar con
rabia no sería lo peor.
—¿Cuándo empezó esto? Parece que la fiesta lleva horas —dije
mientras escudriñaba la multitud en busca de alguien que me prestara
demasiada atención, alias Madison.
Ana dio otro trago a su vaso.
—No, no hace tanto tiempo. La mayoría de las personas ya estaban
borrachas cuando llegaron aquí. —Se puso de pie, sorprendentemente sin
balancearse todavía—. Baño —dijo antes de desaparecer de mi vista.
Alec y Jason empezaron a hablar del próximo partido de fútbol
mientras yo intentaba concentrarme en observar a los demás invitados. Pero
era increíblemente difícil con las piernas de Alec presionadas contra mi
trasero y su pecho caliente contra mi espalda.
Ryan se sentó en una de las sillas de jardín con Chloe, metiéndole la
lengua en la garganta. Se apartó y me miró como si sintiera mis ojos sobre
él. Le devolví la mirada con firmeza, tratando de calibrar sus sentimientos.
Definitivamente había celos en su rostro, aunque él también estaba aquí con
una cita.
Un vaso se materializó frente a mi rostro, sobresaltándome. Clavé mi
codo en el estómago de Alec. Por supuesto, no le había hecho daño, pero
me disculpé de todos modos. Agarré el vaso de la mano extendida de Ana.
Al olerlo, descubrí que era cerveza.
—Como tú cita está demasiado ocupada para atenderte, yo haré su
trabajo —dijo con una sonrisa.
Levanté el vaso a mis labios. Alec puso su mano en mi muslo,
apretando. Era una advertencia, pero mi cuerpo lo interpretó de una manera
muy diferente. Sus dedos estaban demasiado cerca del lugar donde ansiaba
su toque. Los ojos de Alec se clavaron en los míos y algo oscuro, casi
hambriento, se arremolinó en ellos, como si supiera exactamente cómo me
hacía sentir su contacto. Volví a inclinar el vaso y bebí un trago, sin dejar de
mirarlo. No era mucho, pero el sabor era suficiente para hacerme
estremecer. La cerveza nunca había sido mi bebida favorita.
Los labios de Alec se apretaron. El brillo furioso de sus ojos me hizo
desearlo aún más. ¿Por qué era incapaz de resistirme a él, por mucho que
me apartara?
Volví a tragar. Alec volvió a apretar mi muslo y acercó sus labios a mi
oreja.
—Es una mala idea. —Su aliento caliente contra mi piel, su mano en
mi muslo, su pecho apretado contra el mío. Su olor. Su calor. Todo era
demasiado.
Dejé el vaso en la mesa junto al sofá. Mis manos se movieron hasta
los hombros de Alec, mis ojos se dirigieron a su boca y me incliné para
darle un beso. Podía sentir su aliento en mis labios, podía sentir mi corazón
golpeando contra mi caja torácica, mi estómago apretándose con
anticipación. Nuestros ojos se cruzaron y por un momento estuve segura de
que se apartaría, pero entonces nuestros labios se encontraron y todo lo que
nos rodeaba pasó a un segundo plano. Quería perderme en el beso, pero no
había olvidado las palabras de Alec después de la última vez. Su lengua
rozó mis labios, pero me aparté, queriendo ser yo quien tuviera el control
esta vez. Sus cejas se juntaron, con una expresión de interrogación, pero me
puse en pie y tomé el vaso de cerveza de la mesa. Los ojos de Alec se
llenaron de comprensión, como si se hubiera dado cuenta de la situación.
Eso nos convertía en uno de los dos. Sin decir nada me alejé y vacié el vaso
por el camino a pesar de su mal sabor.
Entré en la cocina, donde dos chicos estaban mezclando vodka y jugo
en un enorme recipiente de plástico. Sus palabras y sus risas llegaron hasta
mí, pero no lograron contagiarme su buen humor. Abrí la nevera. Estaba
llena hasta el tope de cerveza. Agarré una botella, la abrí y empecé a
beberla. El sabor se hizo soportable, pero el alcohol no hizo nada para
dispersar mi ira y mi frustración.
Ana se apoyó en el mostrador a mi lado. Ya no parecía tan borracha.
—¿Quieres hablar?
—¿Qué quieres decir? —pregunté, haciéndome la tonta, aunque sabía
de qué quería hablar.
—Algo está mal entre tú y Alec.
Esa era una forma de decirlo. Me encogí de hombros, decidiendo
darle a Ana un poco de información para mantenerla de mi lado.
—Tiene mucho equipaje y sigue sintiendo algo por su ex novia.
Ana hizo una mueca.
—Eso es una bandera roja. Es un estúpido si no te quiere. Hay
muchos otros chicos que estarían encantados de estar contigo, así que dale
una patada en el culo y que vuelva con su ex. —Me rodeó con su brazo y
me apoyé en ella.
El olor a vómito se colaba por la ventana abierta. Alguien debió de
vomitar en el jardín.
Ana me entregó un vaso con la bebida mixta afrutada.
—Toma, bebe esto. Es bueno.
Sorprendentemente sabía mejor que la cerveza, aunque se parecía
demasiado a un medicamento para la tos. Pero después del primer trago,
dejé de sentirlo. Estar enfadada con Alec era una cosa, pero no podía
arriesgarme a perder el control. ¿Y si mi Variación dejaba de funcionar una
vez que estuviera borracha? Tenía que actuar con profesionalismo. Tenía
una misión, aunque mis acciones de los últimos treinta minutos no lo
demostraran. La culpa me invadió. Estaba aquí para atrapar a un asesino y
no para distraerme con Alec.
Ana agitó su mano delante de mí rostro.
—¿Hola? ¿Me escuchaste?
—Lo siento, no estaba prestando atención.
—Dije que parece que tu hermano va a tener suerte esta noche. —
Señaló las escaleras.
Devon y Francesca subían por las escalera, con los brazos alrededor el
uno del otro. Una de las manos de Francesca estaba dentro del bolsillo
trasero de los jeans de Devon. Me sorprendió verlos tan cómodos. Tal vez
porque yo no me sentía cómoda con nadie. Desaparecieron de mi vista, de
camino a hacer solo Dios sabe qué. Al menos la anfitriona de la fiesta se
estaba divirtiendo. Tal y como iba mi vida, nunca me tocaría tener esa
suerte. La envidia era una mierda.
Tomé otro trago de la mezcla afrutada de vodka. Dejó un rastro de
calor en mi garganta que se extendió hasta mi estómago.
Ana miró hacia la sala de estar, donde Jason la esperaba en la puerta.
—Está bien si vas con él, sabes —dije. De todos modos, debería estar
buscando pruebas.
Parecía dudosa, pero después de una sonrisa de ánimo por mi parte, se
fue corriendo, dejándome sola con mi bebida.
Aprovechando el momento, Ryan entró en la cocina y se apoyó en el
mostrador. Dio un sorbo a su cerveza, sin dejar de mirarme.
—Entonces, ¿Tú y ese Alec están juntos, o qué?
—No. Quiero decir, no realmente.
Ryan se acercó hasta que nuestros hombros se tocaron.
—Siento lo del otro día —dijo—. Pero cuando te veo, no puedo
pensar con claridad.
—Rompimos hace meses.
Su rostro se tensó.
—Lo sé. Y odié cada minuto. No puedo soportar la idea de verte con
otro tipo. Quiero que vuelvas, Maddy. Quiero un nuevo comienzo.
—No creo que eso sea posible. Ambos necesitamos seguir adelante.
—¡Pero no puedo! —La frustración brilló en sus ojos—. ¿No lo
entiendes? No creo que pueda volver a sentir lo mismo por nadie. —Agarró
mi mano, pero Alec se dirigía a la cocina. Ryan lo fulminó con la mirada
antes de salir furioso de la habitación.
—¿Qué quería?
—Lo de siempre.
—¿Es vodka lo que estás bebiendo? —Alec cruzó de brazos sobre su
pecho con desaprobación.
Me quitó el vaso de la mano y olió. Sus labios se torcieron.
—Vodka —dijo, como si se dirigiera a una niña pequeña.
—Deja de ser condescendiente conmigo. No soy una niña.
—No deberías beber.
Miré fijamente el vaso que tenía en la otra mano. ¿Me estaba dando
un sermón?
—Tú tampoco puedes beber, pero lo haces.
—No, no lo hago. Tiré la cerveza y he rellenado el vaso con jugo de
manzana porque quiero estar lúcido. Finjo beber porque quiero hacer mi
trabajo de encajar. Todavía te das cuenta de que esto es un trabajo, ¿verdad?
No siempre tiene que ser divertido. A veces creo que lo olvidas.
Aunque no lo dijo abiertamente, supe que también se refería al
incidente en la sala de estar.
—Hablas como el Mayor. —Lo empujé—. Voy a fingir que me
divierto. A veces creo que has olvidado lo que significa “diversión.”
Me adentré en la multitud de personas que se arremolinaban unas
contra otras en distintos estados de embriaguez. Divisé a Ana, con su
cuerpo entrelazado con el de Jason, besándose mientras se mecían hacia
adelante y hacia atrás al ritmo de la música. Ryan no estaba en la sala de
estar. Probablemente necesitaba tiempo para calmarse. Tal vez debería ir
tras él y tratar de sacarle algún tipo de información.
Alguien tocó mi hombro y fruncí el ceño de inmediato. Era Phil. ¿Lo
había invitado realmente Francesca o se había infiltrado? Metió las manos
en sus bolsillos y miró sus pies.
—Oye, ¿Quieres bailar?
Mis ojos recorrieron la multitud, buscando a Alec. ¿Qué diría si
bailara con otra persona? El bajo se abría paso en mi cuerpo junto con el
vodka. Una neblina se extendió por mi cabeza. Phil dio un paso atrás,
luciendo avergonzado.
—No importa. Olvídalo. No debería haber preguntado. —Se dio la
vuelta para marcharse, pero agarré su brazo, solo para retroceder, ya que
una extraña sensación pinchó las yemas de mis dedos. Nuestras miradas se
cruzaron y sus ojos se abrieron ampliamente. Estábamos demasiado cerca,
pero era incapaz de moverme.
—Déjala en paz. —Una figura alta apareció frente a mí, haciendo que
Phil retrocediera unos pasos. Alec. Di un paso adelante para detenerlo. El
shock se reflejó en el rostro de Phil, pero por un momento pareció que
consideraba defenderse.
—Vete —le dije. Dudó, y el rubor se extendió aún más en sus mejillas
antes de alejarse furiosamente.
—¿Qué demonios fue eso? ¿Por qué lo mirabas así? —siseó Alec.
—Me invitó a bailar. —No mencioné la extraña sensación que había
sentido al tocar a Phil.
—¿Bailar? —Su boca se torció—. Te miraba como si quisiera
devorarte.
¿Alec estaba realmente celoso de Phil?
—¿Y qué, Alec? ¿Por qué te importa? Has dejado muy claro que te
importo una mierda.
Lo empujé y me abrí paso entre las masas y hacia las escaleras. Por
suerte, el baño no estaba ocupado. Cerré la puerta tras de mí y me desplomé
contra ella. Pensar en Alec hacía que me doliera la cabeza. ¿Por qué todo
tenía que ser tan complicado?
Eché un poco de agua en mi rostro y miré mi reflejo a través de las
gotas de agua que se pegaban a mis pestañas. Pestañas rubias oscuras,
cabello rubio oscuro y ojos azules. Me di cuenta de que ya no me
sorprendía ver ese rostro. Se había convertido en una parte de mí, del
mismo modo que los padres de Madison, su peculiar tío y su mejor amiga
se habían convertido en mi mundo.
Fuera de la estrecha ventana del baño, algo llamó mi atención y me
detuve para ver mejor el exterior. Las luces que salían de la casa sólo
iluminaban la mitad del vasto patio trasero. Una figura se abría paso por el
césped y, en los últimos instantes antes de que la figura fuera engullida por
la oscuridad, pude distinguir de quién se trataba: Devon.
¿Qué estaba haciendo allí?
Creía que estaba en la habitación de Francesca divirtiéndose. Miré mi
reloj. Hacía una hora que lo había visto subir con ella. Probablemente hacía
tiempo que habían terminado con lo que fuera que habían hecho. Pero aun
así... Debería seguirlo para averiguar a dónde se dirigía.
De repente, los gritos se abrieron paso entre el constante estruendo de
la música, las risas y los cantos de los borrachos. Se multiplicaron y se
extendieron hasta subir de volumen. Estaba claro que no eran gritos de
júbilo; eran gritos de terror. Abrí la puerta de golpe y bajé corriendo las
escaleras, luego salí de la casa y me dirigí al jardín de dónde provenía el
ruido. Cada vez había más gente en el patio trasero.
Alec apareció a mi lado.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—No lo sé —dijo lentamente. Se estiró para echar un vistazo por
encima de las cabezas de los demás invitados que se apresuraban a nuestro
alrededor. Pero mis ojos cayeron al suelo, donde un fino rastro de niebla se
enroscaba alrededor de mis tobillos.
La sensación abandonó mis piernas.
Un silencio repentino se apoderó de la multitud.
—¿Está muerta?
—¿Qué le pasó?
—No se mueve. —Los susurros llegaron hasta nosotros y entonces
comenzaron los sollozos.
Había una figura tendida sobre la hierba. Estaba completamente
inmóvil. Y supe sin duda que no era una persona que se había desmayado
por una copa de más.
El asesino había estado aquí. Había encontrado su próxima víctima.
Capítulo 19
***
El Mayor nos observaba con un rostro sombrío mientras nos
deslizábamos en el asiento trasero. Alec y yo le contamos lo que habíamos
visto y, a pesar del rechazo anterior de Alec, expresé mi sospecha sobre
Ryan. Finalmente, el Mayor habló.
—Estoy de acuerdo con Alec. Y creo que es hora de que centremos
nuestros esfuerzos en nuestro principal sospechoso.
Sabía de quién se trataba.
—Viste a Devon con la chica muerta momentos antes de que se
encontrara su cuerpo, y ahora ha desaparecido. Tenemos que actuar según
nuestras sospechas. Mi instinto me dice que él es el Variante que estamos
buscando.
Hizo una pausa, escudriñando mi rostro. Mis uñas se clavaron en las
palmas de mis manos.
—Quiero que revises la habitación de Devon. Es posible que esconda
algo que demuestre su culpabilidad, o tal vez puedas averiguar quién será su
próxima víctima. Busca entre sus pertenencias, acórralo, observa si tiene un
comportamiento inusual. Conviértete en él y habla con sus amigos si debes
hacerlo. Haz todo lo que sea necesario para detenerlo.
Capítulo 20
***
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero cuando
recuperé la conciencia, todos mis músculos dolían. Estaba en el suelo, con
los pies y las manos atados. Con un gemido, me obligué a abrir los ojos. A
través de la ventana abierta, pude distinguir las copas de los árboles y el
cielo negro plagado de estrellas. Todavía era de noche, así que no había
pasado mucho tiempo.
Me moví. Mi teléfono había desaparecido y también la pistola
eléctrica. Ni siquiera sabía en qué habitación estaba. Estaba demasiado
oscuro como para poder saberlo.
Al otro lado de la habitación, una sombra se movió y me quedé
helada. Unos zarcillos de niebla se arrastraron hacia mí, emanando de una
nube de niebla más densa. Me retorcí hasta que me senté en posición
vertical. No me protegería, pero al menos me sentía más segura, más alerta.
Una sombra se agitó, distinguiéndose lentamente. La niebla se dispersó y
apareció una persona, aún oculta por la oscuridad. Se movió frente a la
puerta, por donde entraba un poco de luz, y finalmente reconocí el rostro
iluminado.
—¿Ryan?
—¿Ryan? —Se burló con una voz aguda que inmediatamente erizo la
piel a lo largo de mis brazos. Las sombras deformaban su rostro, dándole un
semblante casi diabólico. Dio un paso hacia mí y sonrió.
››No creías que pudiera hacerlo, ¿verdad? —El triunfo llenaba su voz.
—Pensé que podrías ser tú —susurré.
Se agachó frente a mí, acercando su rostro, demasiado cerca. Tan
cerca que vi la mirada calculadora en sus ojos. Deseé que hubiera habido
locura allí; habría sido más fácil lidiar con ella.
Resopló.
—Crees que traté de matarte porque rompiste conmigo y te has
follado a ese imbécil de Yates, ¿verdad?
Tragué saliva, aturdida en silencio. ¿No fue esa la razón?
—No fue por eso que traté de matarte, pero eso hará que matar a
Yates sea mucho más agradable. —Sonrió ampliamente—. Realmente no
recuerdas nada, ¿verdad? Ha sido muy divertido contemplar tu
desprevenido rostro estas últimas semanas.
Su boca se torció con alegría. Llevaba un largo cuchillo en la mano,
con la hoja cubierta de sangre. Rojo sobre plata brillante.
Intenté concentrar mi atención en mi interior, invocando un cambio.
Si pudiera transformarme en un hombre (alguien fuerte como Alec)
entonces podría intentar patearle el culo a Ryan.
Giró el cuchillo distraídamente, sin dejar de observarme.
—Quiero entender —dije, medio suplicante—. ¿Por qué haces esto?
Intenté convocar mi poder una vez más, pero las ondulaciones en mi
piel eran débiles y se detenían casi al instante.
Se acercó y su aliento caliente se derramó sobre mi mejilla. Olía
horriblemente, a cebolla y alcohol.
Empecé a trabajar en la cuerda que rodeaba mis muñecas, tratando de
mover el pulgar por debajo de ella. Estaba demasiado apretada.
—Tú —dijo como una maldición—. Te mostré mi don, confié en ti lo
suficiente como para decirte de lo que era capaz y te asustaste. Me trataste
como una abominación.
¿Le había mostrado a Madison su Variación?
Me di cuenta de que mi propia Variación podría ser mi única
oportunidad de ganarme su confianza, pero hablarle de ella podría robarme
mi única ventaja.
—Sabes, Madison, en un momento dado, pensé que te amaba. Habría
hecho cualquier cosa por ti. Cualquier cosa. Incluso maté a esa perra inútil
de Kristen por ti porque no dejaba de hablar mierda. La odiaba por cómo te
había tratado. Pero tú, no lo entendiste, estabas asustada y asqueada por mí.
Habrías ido a la policía. Me habrías traicionado, una y otra vez. Así que no
me dejaste otra opción, Maddy.
Tragué saliva cuando pasó su dedo por la hoja. Presionó ligeramente
el cuchillo contra mi garganta. Lo miré fijamente, tan asustada que me
costaba escucharlo por encima del latido de mi corazón en los oídos.
—Lo siento. —Las palabras escaparon de entre mis labios sin querer,
como el “salud” automático cuando alguien estornuda. Ni siquiera estaba
segura de por qué estaba disculpándome.
Esto es bueno. Necesitaba construir una conexión con él de nuevo
para ganar tiempo.
—Eres tan despistada —Sus labios se curvaron—. Fui un estúpido
por pensar que valía la pena mostrarte mi don. No eres más que una puta
ordinaria. ¿Disfrutaste teniendo la polla de Yates en tu estúpida boca?
Algo se rompió en mí.
—Más que la tuya. —Era una estupidez, pero no podía soportar cómo
le hablaba a Madison.
Su rostro se llenó de orgullo herido y furia. Levantó el cuchillo para
golpearme y yo me concentré en mí poder con todas mis fuerzas. Y
finalmente el familiar cosquilleo comenzó en los dedos de mis pies, más
lento que en el pasado, pero al menos mi Variación no me había
abandonado.
Un crujido sonó en algún lugar de la casa y Ryan se congeló. El
cuchillo estaba casi en mi garganta, y las ondulaciones ya habían llegado
mis rodillas.
Se levantó de un salto y salió sigilosamente de la habitación, dejando
la puerta entreabierta. Con la luz del pasillo que entraba, apenas podía
distinguir lo que me rodeaba. Había una bañera anticuada y un agujero en el
suelo donde debía estar el retrete. Sobre la bañera, en un pequeño estante,
estaba el cuchillo de caza de Devon y mi pistola eléctrica.
Cerré los ojos y traté de acelerar el cambio. Las ondulaciones en los
dedos de los pies y las rodillas aumentaron y subieron lentamente hasta mis
muslos.
Un grito me hizo perder la concentración y las ondulaciones
desaparecieron. Mis ojos se agrandaron. Ryan apareció en el marco de la
puerta, con la mano enredada en un cabello rubio. Un rastro de niebla lo
seguía como un cachorro perdido. Arrastró a la mujer al interior y la dejó
caer lo más lejos posible de mí, junto a la bañera. Tenía el rostro pegado a
los azulejos, pero algo en ella me resultaba familiar. Ryan ató sus muñecas
y tobillos con cinta adhesiva. La puso de lado y vi su rostro por primera
vez.
Me quedé boquiabierta.
Los ojos de Ryan se dirigieron hacia mí.
—¿Qué? ¿La conoces?
Negué con la cabeza, tratando de borrar la expresión de sorpresa en
mi rostro.
Sus labios se afinaron en señal de sospecha.
—¿Estás segura? ¿Por qué te siguió hasta aquí entonces, Maddy?
Kate me miró fijamente, con uno de sus ojos ya hinchado y un feo
corte en la sien. ¿El Mayor le había pedido que se uniera a la misión sin
decírmelo?
—Nunca la había visto —dije.
—Estás mintiendo —acusó, avanzando con el cuchillo.
—¡No lo hago! No la conozco. Quizá haya seguido a Devon hasta
aquí.
Ryan hizo una pausa, con una mirada contemplativa.
—Devon. —Su boca se torció—. Eso la haría igual de estúpida que
él.
—¿Por qué lo mataste?
Kate intentaba taladrarme un agujero en la cabeza con sus ojos, pero
no la miré. No podía arriesgarme a que Ryan sospechara aún más.
—Porque ha estado husmeando demasiado, metiendo las narices
donde no debía. Tuve que detenerlo. Lo traje hasta aquí. Se creía muy listo,
pero nunca me habría encontrado si no lo hubiera dejado seguirme. Es una
pena que esté muerto. Pensaba culparlo de los asesinatos. Por eso maté a
esa zorra de Francesca.
Ryan sonrió. Avanzó hacia mí, lentamente, disfrutando cada momento
de su pequeño y enfermizo juego. Obligue a mi cuerpo a relajarse, incluso
cuando se arrodilló a mi lado e hizo girar un mechón de mi cabello
alrededor de su dedo.
—¿Por qué trajiste a Devon hasta aquí? —pregunté, las palabras
retumban en mi garganta.
Se detuvo con su dedo en mi clavícula.
—Porque este es mi lugar. Nadie viene nunca aquí. Llevo meses
utilizando este lugar para trabajar en mi don.
—La niebla —dije antes de poder detenerme.
Quitó la mano y sus ojos examinaron mi rostro.
—¿Así que te acuerdas?
Dudé.
—Algunas cosas. Puedes controlar la niebla.
—No solo controlar. Puedo crearla. Es parte de mí —dijo, el orgullo
iluminaba su expresión.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con matar personas?
Podía sentir la mirada atenta de Kate sobre mí. Por supuesto, ya se
había dado cuenta de que estábamos tratando con un Variante. Quizá ella lo
sabía desde el principio.
Ryan se apoyó sobre sus piernas, con el cuchillo en equilibrio sobre
sus muslos.
—¿Por qué debería decírtelo?
—Solo quiero entender. —Mi voz se quebró y ni siquiera era fingida.
Tenía pocas dudas sobre el resultado de esta noche si Ryan se salía con la
suya. Kate y yo moriríamos. Dejé que mis piernas volvieran a ondularse y
pude sentir cómo se acortaban lentamente. El problema era que en el
momento en que me transformara en una niña para liberarme de mis
ataduras, Ryan dejaría de compartir sus secretos, pero yo necesitaba
conocerlos. Tenía la sensación de que el Mayor no los compartiría conmigo.
La niebla se acumuló en el suelo, girando alrededor de Ryan,
rodeando sus piernas como un gato.
—He estado ocultando mi talento toda mi vida. Me daba vergüenza.
Mi padre siempre me decía que tenía que mantenerlo en secreto, que era
algo malo, que era un fenómeno. Pero hay otras personas como yo. Con
dones. —Habló con un tono respetuoso, con los ojos brillantes de orgullo.
No es broma, pensé con sarcasmo. Dos de ellos están en esta
habitación contigo.
Si no fuera un psicópata, habría sentido simpatía por él. Sabía
exactamente cómo se sentía.
—Y me uniré a ellos —continuó—. Ellos me encontraron. Dijeron
que tenía que romper todos los lazos con mi vida anterior antes de poder
unirme a ellos. Tenía que asegurarme de deshacerme de cualquiera que
pudiera sospechar de mí, que pudiera conocer mi don.
Eso no sonaba a la FEA. Ellos nunca alentarían a matar. Tal vez era el
grupo de Variantes renegados que Holly había mencionado en su correo
electrónico. ¿Pero cómo preguntarle sin delatarme?
—¿Así que todas las víctimas sabían de tu don?
Se encogió de hombros.
—Nadie más lo sabía, pero la doctora Hansen estaba preocupada por
los resultados de mis análisis de sangre y ese estúpido conserje me había
visto creando niebla. No puedo correr ningún riesgo. El Ejército de Abel es
demasiado importante para eso.
—¿El Ejército de Abel? —dije. Kate parecía saber de qué estaba
hablando. Cuando sintió mis ojos sobre ella, bajó su rostro.
Ryan se rió.
—Basta de preguntas, Maddy. —Puso un dedo en mis labios. Quise
morderlo, pero movió la mano hacia abajo. Sus dedos recorrieron la cicatriz
en mi garganta, se arrastraron través de mi esternón, deteniéndose sobre el
colgante por un momento antes de rozar la A sobre mi caja torácica—. Me
encanta haber dejado mi marca en ti, Maddy. Me entristece que esté casi
curada. —Me estremecí ante su cercanía.
—Dudo que al Ejército de Abel le importe una mierda tu don,
perdedor. Tienen talentos mucho más raros de lo que podrías imaginar. ¿Por
qué iban a querer a un niño que puede jugar a la máquina de niebla?
Kate había acudido en mi ayuda. Nunca pensé que vería eso suceder.
—¿Qué demonios sabes del Ejército de Abel? —preguntó, en voz
baja.
Kate apretó los labios.
Él sonrió y se dirigió hacia la bañera. Kate se puso tensa cuando se
detuvo su lado, pero él se limitó a agarrar el grifo y abrir el agua, dejando
que llenara la bañera. Su silencio me asustó más que si hubiera gritado y
enfurecido. Mi estómago se contrajo. Se acercó al lavabo y tomó la pistola
eléctrica del estante.
—Hablarás —dijo—. Porque te obligaré.
Con la pistola eléctrica en la mano, se arrodilló frente a Kate.
—¿Así que realmente no quieres decirme cómo sabes lo del Ejército
de Abel? —Antes de que ella pudiera responder o incluso negar con la
cabeza, él la toco con la pistola en el costado. Saltaron chispas azules y
Kate gritó. Obligué a mi cuerpo a entrar en modo de cambio de nuevo. A
pesar de los años de entrenamiento, el pánico intenso que sentía dificultaba
mi variación. Las ondulaciones comenzaron de nuevo lentamente en los
dedos de los pies, subiendo.
—¡Detente! —grité.
La electricidad volvió a crepitar mientras los gritos de Kate llenaban
la habitación. Luché contra mis ataduras, con mis ojos ardiendo.
Ignorándome, volvió a tocarla con la pistola. Finalmente, mis piernas se
acortaron y adelgazaron, al igual que mis brazos.
—¡Déjala en paz! —grité y esta vez lo hizo. Se levantó
tambaleándose y se acercó a mí. Dejé de moverme, esperando que no se
diera cuenta de nada en la penumbra. Mi rostro seguía siendo el de Madison
y mi cuerpo aún no se había acortado considerablemente, excepto las
piernas. Pero Ryan estaba casi febril por su deseo de venganza, y solo me
miraba a los ojos con una satisfacción enfermiza.
Los rayos en miniatura crepitaban entre los electrodos de la pistola
eléctrica.
Cada respiración se sentía como una llama dentada dentro de mi
pecho. Cuando se puso en cuclillas a mi lado, cerré los ojos, preparándome
para el dolor. Algo tocó mis labios y un grito estuvo a punto de salir de mi
boca cuando me di cuenta de que había puesto cinta adhesiva para hacerme
callar.
—Te amé y maté por ti y no te importó.
Sonrió por un momento antes de que mi cuerpo estallara de dolor. El
fuego atravesó por mi costado, pecho y brazos. Jadeé contra la cinta, mi
garganta se cerró. La bilis se agolpó en mi boca. Tal vez me ahogaría con
mi propio vómito, una forma valiente de morir. Volvió a darme una
descarga y fue como si las llamas lamieran mi piel. Grité sin hacer ruido,
pero él continuó hasta que mi mundo fue fuego, chispas azules y lágrimas
calientes.
Finalmente, se detuvo.
—No hables —dijo antes de salir.
Capítulo 22
***
El sabor de la sangre en mi boca fue lo primero que noté una vez que
mis sentidos regresaron. Pasaron unos segundos más antes de que el silbido
en mis oídos se calmara lo suficiente como para poder escuchar lo que
ocurría a mí alrededor: jadeos y gritos.
Luché contra la somnolencia.
Otro grito desgarrador hizo que los vellos de mis brazos se erizaran.
El siguiente grito cesó bruscamente y lo único que escuché fue el chapoteo
del agua. Me obligué a abrir los ojos. Uno de ellos parecía cerrado con
costra de sangre y, por mucho que lo intentara, no se abría más que una
rendija. La niebla flotaba en el baño, una pared de color blanco lechoso.
Toqué mi garganta y me estremecí. La piel estaba sensible. Pero había
otro punto que dolía aún más. Miré el agujero de mi camisa y la A de mi
piel que asomaba. Era de un rojo intenso y rezumaba sangre. Ryan había
renovado el corte.
Centrando mi atención en la niebla, traté de distinguir lo que ocurría.
Ryan sostenía la cabeza de Kate debajo del agua. Ella había dejado de
luchar y sus brazos colgaban inertes a los lados. Haciendo acopio de
fuerzas, me puse de pie. Ryan soltó a Kate y el resto de su cuerpo se hundió
bajo la superficie del agua. Las olas se deslizaron por el borde e inundaron
el baño.
Los puntos de luz bailaban dentro y fuera de mi visión.
Me esforcé por transformar mi cuerpo, pero no ocurrió nada. Esto no
podía ser cierto. ¿Qué me pasaba? Ryan se acercaba a mí, cortando el aire
con el cuchillo. ¿Por qué no me estaba atacando con su niebla? Tal vez él
también estaba sin energía.
Tensé las piernas como me había enseñado Alec. Di una patada alta,
pero mi puntería era mala y casi perdí el equilibrio. Respirando
profundamente, lo intenté de nuevo. Esta vez le quité el cuchillo de la mano
de una patada. El cuchillo cayó al suelo.
Ryan se abalanzó hacia delante, sus manos se cerraron alrededor de
mi garganta como lo había hecho antes la niebla, apretando hasta que no
pude respirar. Sus uñas se clavaron en mi piel. Agarré sus brazos,
intentando desequilibrarlo, pero era demasiado fuerte. Mis dedos se
clavaron en él, haciéndole todo el daño posible.
Su agarre era implacable. Mis pulmones se contrajeron y los puntos
negros borrosos volvieron a mi visión. El verde oliva de sus iris desapareció
hasta que solo hubo blanco. La niebla se densificó, comenzó a zumbar,
aferrándose a mi cabello y mi piel. Iba a matarme. No tenía mucho tiempo.
Una débil sensación de ondulación comenzó en mis piernas y recorrió
mi cuerpo. Concentré toda mi energía en el cambio mientras más puntos
bailaban en mi visión. Las ondulaciones aumentaron y sentí que mis huesos
se alargaban y mis músculos crecían. Con un grito, Ryan me soltó y la
niebla se disipó en la habitación. El estiramiento, el cambio, la
remodelación y luego la transformación terminaron, y yo era tan alta como
Ryan. Me había transformado en Alec.
—¿Eres uno de los nuestros? ¿Te ha enviado el Ejército de Abel? —
Sus iris habían vuelto a su verde habitual.
—No soy una asesina y no me importa su ejército —dije.
Se tambaleó de nuevo hacia delante, con los brazos extendidos. Lo
bloqueé y levanté la rodilla, golpeándolo en la ingle. Con un gemido, se
tambaleó hacia atrás y cayó de rodillas, con el cuchillo a centímetros de él.
Lo agarró, con los nudillos blancos, y avanzó hacia mí con el arma en
la mano. Su andar no era tan firme como antes y solo unas vetas de bruma
danzaban alrededor de sus piernas. Se lanzó hacia adelante como una
serpiente a punto de hacer su golpe mortal. El fuego quemó mi brazo donde
la hoja abrió mi piel. Inmediatamente, mi manga absorbió el líquido
caliente.
Con un grito de guerra con la profunda voz de Alec, me abalancé
hacia él. Ryan lanzó el cuchillo en un arco, apuntando directamente a mi
cabeza. Con una sacudida, volví a cambiar a un cuerpo femenino. Ni
siquiera sabía si era el de Madison o el mío. La hoja no me alcanzó por
menos de un centímetro. Si no hubiera cambiado de cuerpo, Ryan me habría
arrancado la cabellera. Le di una patada en la rodilla tan fuerte como pude y
escuché un crujido satisfactorio.
Ryan gritó de dolor y perdió el equilibrio, agitó los brazos y tropezó
hacia delante, chocando conmigo con toda su fuerza. El impacto sacó el aire
de mis pulmones, haciéndome jadear. Caímos hacia atrás y mi coxis se
estrelló contra el suelo sólido, enviando una sacudida de dolor a mi espalda.
El cuerpo más pesado de Ryan cayó sobre mí y algo duro se clavó en mi
estómago.
Me paralice del miedo. ¿Me había apuñalado?
Sus ojos se agrandaron en señal de asombro antes de que su boca se
aflojara. Se desplomó contra mí mientras algo cálido y húmedo empapaba
mi ropa. Lo aparté de un empujón. Rodó sobre su espalda, con el mango del
cuchillo sobresaliendo de su vientre. La sangre salía por su boca y sus ojos
se desenfocaron. Una respiración entrecortada salía a borbotones de su
cuerpo. Hilos de niebla se enroscaron alrededor de sus brazos y se filtraron
en su piel.
Su pecho se agitó y luego se detuvo. El último hilo de niebla
desapareció.
Ryan estaba muerto.
Capítulo 23
***
El sol estaba saliendo. Los rayos dorados se reflejaban en los
montones de tostadas y las docenas de huevos que Martha había preparado
para el desayuno. Comí mi segundo plato de tostadas francesas. Una de las
cosas que más había extrañado de la FEA era a Martha y su cocina. Ella me
cuidaba y cocinaba para mí de la misma manera que lo había hecho Linda.
La FEA no era una familia tradicional, pero me había dado cuenta de que
estaba cerca de serlo. Tal vez eso fuera suficiente.
Le conté a Martha mi conversación con Alec junto a la piscina, menos
la sesión de besos que tuvimos después, y ella escuchó pacientemente. Me
había dado el mismo consejo que siempre me daba cuando le hablaba de
Alec: todo se pondría en su lugar si tenía paciencia. Tal vez tenía razón.
Alec había roto con Kate. Tal vez Alec y yo teníamos ahora un futuro.
Pero hoy se trataba del pasado. Un último vistazo a una vida que
había disfrutado más de lo debido.
Terminé mi último bocado de frambuesas y dejé el tenedor. Ni
siquiera la fabulosa comida de Martha pudo calmar mi estómago. Lo que
estaba a punto de hacer era algo más que una pequeña infracción de las
normas.
—El funeral de Madison es hoy. Tony me pidió que hablara contigo
—dijo Martha de repente.
—¿Por qué? —pregunté, poniéndome tensa. ¿Se había enterado el
Mayor de mi plan? ¿Kate había conseguido echar un vistazo en mi cabeza y
lo había visto? La mayoría de las veces me había evitado como yo a ella,
pero por un breve momento nuestras miradas se habían cruzado. No quise
considerar qué más había visto ella.
—Está preocupado por ti. Se ha dado cuenta de que aún no has dejado
atrás Livingston. —Rodeó mi hombro con un brazo—. Tienes que aprender
a superarlo.
—Lo sé. —Asentí con solemnidad. No la miré directamente,
demasiado preocupada de que pudiera ver algo en mi rostro que me
delatara. Había aceptado mi vida, o tal vez aceptación no era la palabra
adecuada para mis sentimientos. Tal vez tolerar era más adecuado. Nunca
tendría una familia como la de Madison.
—A veces basta con una despedida de lejos. —Ella besó mi sien—.
Necesitas liberar tu dolor. Queremos recuperar a nuestra antigua Tessa.
—Yo también quiero que vuelva la antigua Tessa.
Apoyé mi frente en su hombro, sintiéndome culpable por no haber
atendido sus ruegos. Pero había tomado una decisión y nada me detendría
ahora.
Me apresuré a volver a mi habitación, donde esperaba la ropa que
Holly le había robado a Summers. Me puse la ropa y me transformé en la
imagen de Summers. Holly se había asegurado de que no me encontrara con
la verdadera Summers, ella le estaba dando a Holly una clase privada de
Variaciones.
Me obligué a caminar por los pasillos lentamente, a pesar de mi
miedo a encontrarme con el Mayor. Parte de la tensión desapareció de mi
cuerpo una vez que finalmente estuve fuera y me acerqué al aeródromo.
Tanner estaba puliendo su helicóptero favorito y se enderezó al verme.
—Necesitamos que alguien lleve a Tessa a Livingston. El Mayor y yo
hemos decidido que asista al funeral. Todo debería estar listo en diez
minutos. —La voz de Summers sonó fuerte y segura.
Tanner frunció el ceño, pero asintió.
—Claro que sí.
Me di la vuelta y me fui antes de que pudiera delatarme y volví diez
minutos después en mi propio cuerpo. Mi corazón no dejó de latir con
fuerza hasta que despegamos, e incluso entonces apenas me permití
relajarme. Cuando el Mayor descubriera lo que había hecho, no había duda
de que lo haría, me castigaría. Pero ya me preocuparía de eso más tarde. Por
ahora, sabía lo que tenía que hacer.
Capítulo 26
***
Aunque Devon no quería que asistiera al funeral, no me atrevía a
irme. Había venido desde el cuartel general y lo había arriesgado todo para
encontrar un final.
El cementerio estaba abarrotado de gente. Parecía que todo el mundo
se sentía obligado a despedirse de una chica que había muerto demasiado
joven.
Yo seguí su estela, como una sombra. Las lágrimas rodaban por mis
mejillas, pero no eran solo por Madison. Me había despedido de ella hace
semanas. Esta despedida era para todos. Linda y Ronald, mamá y papá
como yo los consideraba, caminaban delante de la multitud, los dolientes
justo detrás de ellos como una nube de tristeza. Pero delante de todos ellos,
como un faro de luz, estaba el ataúd blanco de Madison. Brillaba a pesar de
la penumbra del día.
Se sentía como la despedida de una Tess más joven que había vivido
su sueño durante unas semanas y que había dejado de existir en el momento
en que dicho sueño se rompió. Linda y Ronald no eran mi familia. No sabía
si darles unas semanas más con su hija, aunque todo hubiera sido un
engaño, había sido un regalo.
La gente se reunió alrededor del agujero en el suelo. Un océano de
ropas negras y rostros pálidos. Muchos rostros que conocía. Gente a la que
había llamado amigos en las últimas semanas. Gente cuya risa era tan
familiar como la mía. Gente que no conocía mi verdadero yo, y que nunca
lo haría. Me situé en una colina, entre los árboles, con una buena vista sobre
la tumba. Nadie se daría cuenta de que estaba allí. Como parte de la FEA,
las sombras siempre serían el lugar al que pertenecía. Tal vez fuera
necesario el día de hoy para que estuviera realmente preparada para las
tareas que tenía por delante.
Ana se apoyó en su padrastro, agarrándose a su abrigo. Tenía el rostro
manchado y, por una vez, no llevaba maquillaje. Sentí una punzada al
darme cuenta de que la amistad que había sentido con ella nunca había
existido, nuestra estrecha relación nunca había sido real. Pero con Holly
tenía una amistad que haría cualquier cosa por proteger.
No me atreví a mirar a Linda y a Ronald todavía, temiendo lo que
vería en sus rostros y lo que me haría sentir. Me escondí detrás de uno de
los árboles, temiendo que, si Devon me descubría, vendría a echarme.
Entonces algo más llamó mi atención. A una buena distancia detrás de la
familia había un hombre con un abrigo negro y gafas de sol. No estaba
prestando atención al funeral; estaba mirándome a mí. No lo reconocí, de
hecho, estaba bastante segura de no haberlo visto nunca. ¿Había llamado la
atención estando aquí sola? ¿Era realmente tan obvio que yo no pertenecía a
este lugar? Seguramente se preguntaba por qué me escondía entre los
árboles y miraba embobada. Aparté la mirada de él y subí el cuello de mi
abrigo.
Sonaron las primeras notas de la canción que su familia había elegido.
“The Rose”.
Me quedé mirando el colgante de oro que tenía en la mano. Cuando
levanté la vista, mis ojos buscaron por fin a la familia de Madison. Linda se
aferraba a la parte delantera del traje de Ronald, con su rostro lloroso y
pálido medio enterrado en su pecho. Quería acercarme y abrazarlos con
fuerza. Quería decirles que lo sentía por más cosas de las que nunca sabrían
y transmitirles lo mucho que me habían importado. Quería decirles que
haría cualquier cosa por unos padres como ellos.
Linda y Ronald se acercaron al agujero en el suelo y arrojaron rosas
blancas sobre el ataúd. Devon fue el siguiente, con unas cuantas lágrimas
corriendo lentamente por su rostro. Los demás los siguieron hasta que un
océano de blanco puro cubrió la madera de la última morada de Madison.
Linda levantó la cabeza y por un momento nuestros ojos se encontraron. Mi
cuerpo se inundó de recuerdos y emociones robadas, y mi corazón se
hinchó con una ternura que sabía que no debía sentir. Su rostro no mostraba
ningún reconocimiento. Para ella yo no existía, y nunca existiría.
Apreté el colgante de la rosa contra mi pecho con tanta fuerza que los
bordes cortaron la palma de mi mano. Era un regalo que no era mío y que
nunca lo había sido, como el amor que me habían mostrado los padres de
Madison. Y, sin embargo, a veces me atrevía a imaginar cómo sería si ellos
me quisieran, si alguien me amara tan incondicionalmente como habían
amado a Madison.
Habían pasado años desde que me fui de casa y ni una sola vez mi
madre había intentado ponerse en contacto conmigo, ni una sola vez había
preguntado si estaba bien. Ella no sabía nada de mi vida ahora. El amor
incondicional era algo que mi madre no entendía. Mi mano se apretó hasta
que las uñas se clavaron en mi piel, pero no importaba lo mucho que
presionara, el dolor en mi interior eclipsaba cualquier otra cosa que pudiera
sentir. Hoy era una lección para dejarse llevar. Una lección que tenía que
aprender. En el futuro conocería a más personas que me regalarían
emociones por haberlas engañado con una apariencia robada.
Un suave toque agarró mi mano y aflojó mi puño. La mano entrelazó
sus dedos con los míos y no necesité levantar la vista para saber de quién se
trataba. Reconocería ese olor a primavera y a menta verde, y la fuerza
acerada tras su cuidadoso toque en cualquier momento. Me había
encontrado; siempre lo hacía.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté en voz baja.
—Me lo dijo Holly. Vine a buscarte. Sabía que Summers y el Mayor
no te habrían permitido asistir al funeral, así que tomé un helicóptero y me
apresuré a venir.
—¿El Mayor te dejó tomar otro helicóptero? ¿Así que lo sabe?
—No le pregunté. Pero al final se dará cuenta. —Su voz tenía un tono
duro, pero se suavizó para sus siguientes palabras. Había desafiado al
Mayor, ¿por mí?—. Dios mío, Tessa, estaba tan preocupado. No deberías
estar aquí sola. No tienes ni idea de lo peligroso que es esto.
—¿Peligroso?
—Escuché al Mayor hablando con Summers. El ejército de Abel tiene
un espía en la ciudad que vigilaba a Ryan y estaba al tanto de todas las
investigaciones. Saben mucho más de lo que pensamos. ¿Y crees que
dejarían pasar la oportunidad de secuestrarte?
—¿Pero por qué me prestarían atención?
—El Mayor cree que el Ejército de Abel se dio cuenta de que la FEA
te envió para hacerte pasar por Madison y ahora te quieren para ellos. Ha
estado discutiendo maneras de protegerte. Quieren mantenerte encerrada en
el cuartel general hasta que todo esto se calme.
Todavía estaba en shock.
—¿Pero por qué me querría el Ejército de Abel?
—Eres mucho más valiosa de lo que crees. —Por un momento,
pareció que quería retirar las palabras. ¿Había algo más?—. Tu Variación
les sería muy útil. Puedes ser quien quieras ser, quien ellos quieran que
seas. Imagina las posibilidades de alguien tan despiadado como Abel.
Créeme, el Ejército de Abel estaría loco si no te tuviera como objetivo.
Sentí frío en todo mi cuerpo. Por supuesto, sabía lo peligrosa que
podía ser mi variación en las manos adecuadas. Si me hacía pasar por la
gente adecuada, podría llegar hasta alguien cercano al presidente y
convertirme en él. Pero nunca había sentido el tipo de hambre de poder
necesario para tal cosa.
Mis ojos buscaron entre la multitud el lugar donde había estado el
hombre de las gafas de sol, pero ya no estaba. No se había puesto las gafas
para ocultar su llanto, sino para ocultar sus ojos.
—Había un hombre con gafas de sol. Estaba observándome.
Alec agarró mis hombros.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Estaba allí hace un minuto, pero se fue.
—¿Estás segura de que te estaba observando? ¿Que vio tus ojos? —
Su agarre se tensó hasta ser casi doloroso.
—Creo que sí. Sus gafas de sol me bloquearon sus ojos. Pero si ya
saben de mí, no importa que haya visto mis ojos, ¿verdad?
Me soltó.
—Correcto.
Eso no sonó convincente.
—Mira, no sabemos quién era el hombre. Tal vez ni siquiera era del
ejército de Abel. Y estoy segura en el cuartel general. —No sentí la certeza
que mi voz transmitía.
—Tienes razón. No te atraparán. No se los permitiré. Haré lo que sea
para mantenerte a salvo. —Sonaba feroz, como si fuera a hacer cualquier
cosa por mí.
No lo miré porque entonces lo habría visto todo en mis ojos.
—Significas demasiado para mí, Tess. Espero que lo sepas. Lo que
pasó entre nosotros en la sala de natación, quiero que sea solo el principio.
Esas palabras encendieron una esperanza que quería pisotear con mis
botas asignadas por la FEA antes de que alguien más pudiera, antes de que
él pudiera.
—¿El principio de qué? —pregunté, sin poder mantener mi voz firme
y controlada. El temblor lo delataba todo, me desnudaba ante él, me hacía
vulnerable, pero no podía evitarlo.
Apretó mi mano antes de tomar mi rostro entre sus manos e inclinar
mi cabeza hacia atrás hasta que sus labios estuvieron a centímetros de los
míos.
—Quiero que seas mía y yo quiero ser tuyo. Quiero que estemos
juntos porque los dos sabemos que así debe ser —murmuró.
Mis ojos se abrieron agrandaron y por un momento no podía respirar.
—Debería haber roto con Kate hace mucho tiempo. Siempre supe que
no era la mujer adecuada para mí. No hemos hecho más que discutir.
Nuestra relación siempre ha sido una cuestión de razón, nunca de emoción.
Pero contigo, siempre se trata de pura emoción. Cuando me di cuenta de lo
cerca que había estado de perderte... —Sacudió la cabeza, como si le diera
miedo sólo de pensarlo—. He intentado luchar contra mis sentimientos por
ti porque pensaba que eras demasiado joven y por el Mayor… pero ya no
me importa. Estoy cansado de resistirme, cansado de temer las
consecuencias.
Su pulgar rozó mi mejilla y luego sus labios presionaron contra los
míos, cálidos y suaves. Me fundí en el beso, relajándome contra él. Esto no
era la explosión de pasión de la piscina, pero me llenaba de otra forma de
satisfacción igual de gratificante. Después de un momento, se apartó y
exhaló.
—Quiero hacer esto todos los días.
Sonreí contra su boca.
—Entonces hazlo.
Retrocedió y observó la zona.
—Deberíamos irnos ya. Quiero que vuelvas al cuartel general lo antes
posible.
Alec me condujo colina abajo hacia la entrada del cementerio y pasó
entre los dolientes. Devon levantó la vista. Nuestras miradas se cruzaron, y
durante un breve instante sentí una punzada de emoción que no podía
explicar. Una parte de mí se alegraba de que se uniera pronto a la FEA,
antes de que pudiera ser objetivo del Ejército de Abel, pero la otra parte se
preocupaba por cómo actuaríamos el uno con el otro. ¿Sería incómodo? ¿O
intentaríamos ayudarnos mutuamente a lidiar con todo lo que había
sucedido?
—¿Qué pasa con Devon? ¿Quién lo mantendrá a salvo?
—Antes de que el Mayor y yo dejáramos Livingston, asignó a la
agente Stevens para que vigilara a Devon. Vi su auto frente al cementerio.
El alivio se instaló en mí. No quería que le pasara nada a Devon, no
podía soportar la idea de no volver a ver su sonrisa. Alec rodeó mi cintura
con su brazo y dejé que la seguridad de su cercanía se llevara la duda y la
preocupación.
Cuando atravesamos las puertas del cementerio, miré por última vez
por encima de mi hombro. No vi al hombre de las gafas de sol, pero estaba
inexplicablemente segura de que me observaba, de que el ejército de Abel
me observaba a mí.
El Mayor había dicho que Abel no se detendría ante nada para
conseguir lo que quería. Ya se habían llevado a dos agentes. Y si las
preocupaciones de Alec estaban justificadas, yo era la siguiente en la lista.
Sin embargo, con Alec a mi lado, me sentía segura.
La historia de Tessa continúa en
¡Renegade!