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Resulta necesario probar con más certeza que los mecanismos de diagnóstico temprano
salvan vidas, sobre todo si esas mismas pruebas conllevan riesgos para la salud del paciente,
como pasa por ejemplo con la exposición a los rayos X. Un último dato: en Alemania, un
seguimiento de una década a mil mujeres de entre cincuenta y sesenta años ha desvelado que
la mortalidad entre las que se hacían revisiones mamográficas descendía solo un 0,2 %
respecto a las que no se sometían a ese procedimiento.
2. Los antioxidantes son buenos, y los radicales libres, malos
En 2014, los medios se hicieron eco de una investigación que aseguraba que las verduras
ecológicas eran más sanas que las obtenidas por métodos convencionales, dado que contenían
un 60 % más de antioxidantes, sustancias que neutralizan los radicales libres; estos últimos
son moléculas muy reactivas que aparecen en nuestro organismo como subproducto del
metabolismo y provocan daño celular: arrastran una mala reputación desde los años 50,
cuando el gerontólogo y químico estadounidense Denham Harman los ligó al envejecimiento.
La idea se extendió como la pólvora, pese a que el propio Harman fue incapaz de lograr que
una dieta alta en antioxidantes aumentara la esperanza de vida de los ratones de sus
experimentos. De hecho, en los 90 se disparó el consumo de vitamina C y ß-caroteno,
antioxidantes presentes en frutas y verduras.
Pero las investigaciones están erosionando esta creencia. En 2008, un equipo de científicos
ingleses y belgas publicó un trabajo que demostraba que ratones genéticamente modificados
para producir mayores cantidades de radicales libres vivían lo mismo que los ratones
normales. Al año siguiente, investigadores de la Universidad de Texas probaron que los
roedores modificados para generar más antioxidantes no eran más longevos que los normales.
Los editores y revisores de las revistas científicas estaban tan imbuidos del mito de la maldad
de los radicales libres que a los autores les costó encontrar una que publicara sus hallazgos.
Los antibióticos matan bacterias: por muchos que tomemos, ni el catarro ni la gripe se van a
ir antes, pues son provocados por virus. Y por mucho frío que pasemos, no vamos a pillar un
resfriado: la única forma es entrar en contacto con una persona infectada. A pesar de esto,
sabido desde hace mucho tiempo, los Centros para el Control y la Prevención de
Enfermedades de EE. UU. han encontrado que, solo en su país, los médicos expiden
anualmente diez millones de recetas de antibióticos para enfermedades virales. Y lo que es
peor, esta barra libre de antibióticos contribuye a que los verdaderos objetivos de estos, las
bacterias, resulten cada vez más resistentes a los medicamentos. Como decíamos, el resfriado
lo provoca un virus, no un ambiente frío. Aunque hay un experimento que plantea ciertas
dudas al respecto. En esta prueba, hecha en 2005 por investigadores de la Universidad de
Cardiff, en Gales, noventa voluntarios metieron sus pies en agua helada durante veinte
minutos. A los otros noventa participantes se les privó de esa tortura y se les pidió que
juguetearan con los pulgares de sus pies. Pasados cinco días, el 29 % de los que habían
expuesto sus pinreles al agua fría desarrollaron síntomas como los del resfriado, frente al 9 %
del otro grupo. ¿Fueron esos síntomas el indicio de un verdadero resfriado? Los
investigadores no lo determinaron. Los catarros son propicios a las falsas creencias y
remedios, quizá por lo habituales que son. ¿Quién no ha escuchado que la vitamina C ayuda
a combatirlos y prevenirlos? Esta suposición tiene su origen en alguien del que todos
dudaríamos que fuera a poseer una mente no científica: el bioquímico estadounidense Linus
Pauling, doble ganador del Nobel –el de Química en 1954 y el de la Paz en 1962–. En los 70
publicó el libro La vitamina C y el resfriado común, donde defendía que ingerir 3.000
miligramos al día de esa vitamina –cincuenta veces la cantidad diaria recomendada hoy–
evitaba la bronquitis, la neumonía y... los resfriados.
Sin embargo, los casi treinta estudios científicos sobre el asunto realizados desde entonces
niegan la mayor: por mucho zumo de naranja que bebas, no vas a acortar la duración de
cualquier infección del tracto respiratorio superior ni a reducir sus síntomas. Y si tu familia
sigue empeñada en que tomes vitamina C, recuérdales otra falsedad: la naranja no es el
alimento que más cantidad aporta. Tiene 69 miligramos de esa sustancia; un tazón de fresas
84,7 miligramos, un mango 122,3, y un pimiento rojo alrededor de 190
Como si el resto estuviera siempre apagado, cuando las imágenes por resonancia magnética
y las tomografías computarizadas llevan décadas demostrándonos justo lo contrario. Sería
extraordinario que nuestra masa gris trabajara tan poco, porque nos encontraríamos ante la
primera prueba palpable de que un órgano puede mantener sus funciones cuando el 90 % de
sus células no sirven para nada. ¿Y qué decir de los tumores cerebrales o los ictus? Sería una
desgracia más que notable que siempre se cebaran con esa modesta décima parte que
empleamos. La osadía de los partidarios de esta suposición de origen indeterminado llega al
extremo de atribuir a Albert Einstein una falsa cita en la que el célebre físico habría defendido
su veracidad. Pero ¿de dónde viene la persistente fuerza de este mito? Quizá de nuestro
narcisismo: nos gusta pensar que solo usamos un 10 % de nuestra capacidad cerebral. Si
hacemos tanto con tan poco, ¿hasta dónde llegaríamos si aprovecháramos el resto? Las
pruebas en contra de esta idea son abrumadoras. Nuestro gran cerebro exige una cabeza de
buen tamaño, y por eso nacemos antes de estar preparados para sobrevivir solos. De seguir
desarrollándonos en el útero, la cabeza crecería hasta no pasar a través del cuello uterino en
el parto. Y no tiene sentido desde el punto de vista evolutivo desarrollar un órgano que vamos
a desperdiciar casi por completo. Si la afirmación se refiere al 10 % de las regiones del
cerebro, es fácil de refutar. Los escáneres han probado que una acción tan simple como cerrar
y abrir un puño requiere la participación de mucho más que la décima parte del cerebro. Si
se quiere decir que alude a las neuronas, el absurdo es total: son demasiado valiosas y
complejas para que el organismo deje a nueve de cada diez en el paro. El cerebro permanece
ocupado incluso cuando no hacemos nada. Bastante tiene ya con controlar funciones
inconscientes como la respiración y el latir del corazón. (Sabadell, 2016)
Bibliografía
Sabadell, M. Á. (15 de 06 de 2016). muyinteresante. Obtenido de muyinteresante:
https://www.muyinteresante.es/salud/15285.html