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En el arte sacro se puede detectar una vuelta a modelos iconográficos del pasado. No son
pocas las obras e iniciativas artísticas donde se intenta una recuperación de modelos
figurativos que sirvan de nuevo para transmitir las verdades de fe en un mundo en progresiva
descristianización.
Dentro de esta corriente se puede ubicar la obra del español Kiko Argüello (León, 1939), pintor
y fundador del Camino Neocatecumenal, itinerario de iniciación cristiana que surge a raíz del
Concilio Vaticano II. En el seno de esta realidad eclesial ha tenido lugar una renovación artística
que trata de llevar a la parroquia la imagen de “una aldea celeste frente a la aldea global... Un
espacio donde realmente se crea un pueblo nuevo”.
Esta renovación se centra en dos puntos: el primero es crear espacios arquitectónicos nuevos y
el segundo la recuperación del icono en el arte occidental.
Esta renovación de la arquitectura sacra es, sin embargo, muy anterior al Camino
Neocatecumenal. De hecho, supone una rica tradición de cuyas aguas bebe precisamente este
proyecto de Nueva Estética.
El principal antecedente de esta renovación procede de la estrecha colaboración entre el
teólogo Romano Guardini (1885-1968) y el arquitecto Rudolf Schwarz (1897-1961).
En Pascua de 1920, Romano Guardini visitó por primera vez el castillo Rothenfels-am-Main,
cerca de Würzburg, un edificio del siglo XII a orillas del río Mena. Desde el verano de 1919 era
sede del movimiento juventil católico Quickborn (en bajo alemán: manantial de agua viva). Se
convirtió en capellán y director espiritual del centro. Como tal, Guardini aportó profundidad
teológica y fundamentación objetiva al estilo de vida que ya se practicaba en las comunidades
del Quickborn. De hecho, en los años veinte escribe sus libros sobre la liturgia que reflejan su
compromiso con estas comunidades: “El espíritu de la liturgia” (1918), “Formación litúrgica”
(1923) y “Los signos sagrados” (1927).
En el marco de numerosas semanas de convivencia y de trabajo comunitario, Guardini y
Schwarz comenzaron a modificar los espacios celebrativos tradicionales.
Estos cambios culminaron en 1924 con la reforma del interior del castillo llevada a cabo por
Schwarz, donde este canon del espacio celebrativo tan novedoso quedó definitivamente
fijado.
Esta nueva estética basada en la celebración comunitaria de la liturgia se expresaba sobre todo
en la capilla y en la gran sala medieval llamada: “La sala de los caballeros” (Rittersaal). En esta
sala, más grande que la capilla, se celebraba también a veces la Santa Misa; no deja de ser
significativo que en esas ocasiones, ya en 1922, el celebrante se situaba cara al pueblo.
Tanto en la capilla, como en la “sala de los caballeros”, Schwartz agotó las posibilidades que
ofrecía este canon de “espacio comunitario” («Communio-Räume»): asamblea en forma de U,
en “cáliz abierto”, en hemiciclo, como anillo abierto o cerrado, en “batallones circunstantes”
con caminos orientados hacia el altar... La elegancia de estos espacios celebrativos son
modelos clásicos, como el canon de Policleto en escultura, por ejemplo. De hecho, los
arquitectos posteriores sólo han tenido que reiterar este canon adaptándolo técnicamente a
las condiciones singulares que ofrece cada edificación.
En el castillo de Rothenfels ocurrió algo que, necesariamente, ha tenido que dejar huella. La
percepción directa, la experiencia de la memoria del culto en un círculo pequeño —y también
grande— han tenido su efecto en el posterior desarrollo de la comprensión de la liturgia. Por
un lado, los que habían participado en estas celebraciones y convivencias en el castillo de
Rothenfels son los que han expandido este canon. Por otro, ocurrió algo que no admite vuelta
atrás: la presencia del Señor en medio de la asamblea ha sido iluminada por el Espíritu Santo,
el «lumen praesens» habita entre nosotros, el altar ha ocupado el centro del mundo.
Adjuntamos en las siguientes imágenes un ejemplo de cómo el proyecto de Nueva Estética del
Camino Neocatecumenal ha asumido los esquemas teóricos de Rudolf Schwarz sobre la
configuración del espacio de culto, extraídos de su libro “Sobre la construcción de iglesias”
(1938): el anillo abierto, el anillo cerrado y el camino.
Emil Steffann (1899-1968) trasladó este canon desde la escala del templo a la escala ampliada
de todo un complejo parroquial. Esta sala había sido —ante todo— el germen ideal de una
conciencia religiosa en formación, que se medía con el espacio y con el tiempo. Las
necesidades pastorales permitieron que este canon privado y local alcanzase dimensiones
públicas y universales gracias a la edificación de parroquias completas según este esquema
celebrativo. El 27 de noviembre de 1955 y después de dieciocho meses de planificación, fue
inaugurada la que, desde el principio, figuró como la obra más representativa tanto de Emil
Steffann como de la arquitectura religiosa alemana en general: la iglesia San Lorenzo, en
Munich (1955).
Convence como construcción para una comunidad de ocho a nueve mil almas, porque realiza
el deseo del promotor, la comunidad sacerdotal de los Oratorianos: dar una imagen adecuada
a la celebración de la liturgia como reunión alrededor de la mesa del Señor.
El amplio solar era una gran pradera con viejos árboles en el centro del pueblo. Los
requerimientos eran una iglesia, una capilla para celebrar servicios religiosos con niños,
espacios para la juventud y una casa parroquial para varios sacerdotes. Los arquitectos usaron
las zonas verdes y los desniveles naturales del terreno para crear una «zona santa», con la
iglesia principal y con las dependencias anexas y la casa parroquial dispuestas en forma de U,
de manera que se creó un gran patio de entrada con una especie de pórtico que conduce hacia
el espacio de la iglesia.
Al año siguiente se construyó una capilla específica para la pila bautismal, que ya había sido
prevista por Emil Steffann en 1961. Existen todavía planos de principios de los años setenta
para un jardín de infancia, nuevas dependencias del centro parroquial y un albergue.
Desde el primer momento de su construcción ha servido como guía para cualquier proyecto
parroquial de Nueva Estética. El agrupamiento de la comunidad alrededor de un centro
espiritual —el altar— sigue siendo, como antaño, un ejemplo válido para la arquitectura
religiosa, y esto también después del año 2000.
El Movimiento Litúrgico no fue fabricado, sino que nació de modo necesario de un despertar
general y de un completo comportamiento existencial católico. Esta renovación ha
manifestado la urgencia de recuperar lo esencial del cristianismo para que pueda renacer una
verdadera vida litúrgica, no sólo en una abadía benedictina, sino también en el día a día de una
comunidad parroquial.
Los padres del Concilio Vaticano II constataron que la liturgia «es la acción sagrada por
excelencia», «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente
de donde mana toda su fuerza». El espacio arquitectónico que se emplea para ello debe
satisfacer unas exigencias muy altas, tanto desde el punto de vista de la liturgia como en lo
que respecta a su forma estética.
El proyecto de Nueva estética del Camino Neocatecumenal surge como respuesta a esta
inspiración del Concilio Vaticano II frente a la grave crisis epocal que atraviesa el mundo y el
pueblo de Dios en la sociedad global de Tercer Milenio. Tras mostrar las influencias y los
antecedentes principales de este proyecto, nos disponemos a dedicarle la siguiente entrada
para exponer de forma ordenada cada uno de sus elementos.
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