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Quien ha dejado entrar a Cristo en su vida no pierde nada de lo que hace la vida bella,

libre, grande. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida y las grandes
potencialidades del ser humano. .Solo con la amistad de Cristo experimentamos lo que es
bello y nos libera. Él no quita nada y lo da todo. (Benedicto XVI).

Dejar entrar a Cristo en la propia vida es un acto de humildad, y se hace humilde quien se
reconoce necesitado, con carencias, pecador.
Particularmente reconozco que no soy humilde, sino soberbio, pero llegar a este nivel de
autoconocimiento ha sido posible por la iluminación que me da la Palabra de Dios: por la
palabra, el Espíritu Santo ilumina la oscuridad de mis pecados, el reconocerme pecador, y
me concede la reconciliación con el Padre, conmigo y con mi prójimo.
Gracias a esa luz, que también me lleva reconocer al otro como hermano, puedo ver mi
historia personal, con sus altos y bajos, como Historia de Salvación, querida y hecha por
Dios, respetando mi libertad, como hijo suyo.
Al aceptar la palabra proclamada, predicada, como Palabra de Dios, implícitamente
acepto ver con los ojos de Cristo, juzgar con sus criterios, aceptar y entrar en su voluntad.
Y puesto que Él es el Sumo Bien, sólo en Él habré de encontrar la máxima belleza, el
conocimiento en su mayor esplendor, pues Él me ha capacitado “para participar en la
herencia de los santos en la luz” (Col1,12), de manera “que Cristo habite por la fe en mi
corazón para que, arraigado y cimentado en el amor, pueda comprender con todos los
santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, del amor de Cristo, que
excede a todo conocimiento”. (Ef3,17-19).
Relacionando estas palabras del Papa Emérito Benedicto XVI: Sólo con esta amistad se
abren las puertas de la vida y las grandes potencialidades del ser humano, con mis
vivencias como Delegado para la Palabra y la Comunión, veo que ciertamente la AMISTAD
con Cristo me abre a la VIDA, es decir aquella que sigue el Camino que conduce a la
VERDAD, la auténtica verdad que saca a flote mis zonas oscuras, debilidades,
infidelidades. ..mi vida(¿o muerte? ) en el pecado, para liberarme del mal, y llevarme al
Reino donde se vive de la Gracia, pues “No somos hijos de las tinieblas, sino del día”.
Así, reconociéndome como hijo de la luz, creado para el bien, puedo salir de mi egoísmo,
para acercarme al otro como hermano y, mediante el servicio, descubrir y disfrutar la
paz que nace del darme en oblación, tal como nos lo recomienda San Pablo, “ como
hostia viva, santa , agradable al Padre.
Ciertamente, todo lo anterior se dice fácil, se lee agradable, pero es sumamente difícil
porque la debilidad de la carne, el apego al mundo y a las cosas creadas, mis propias
limitaciones, más la congénita tendencia al pecado, son un obstáculo perenne, esa voz
del enemigo que “día y noche me pregunta ¿dónde está tu Dios?”…Si, me rodea el
enemigo y se burla de mi flaqueza, y hasta oigo que me dice: ¿Y tú eres el evangelizador
con quien cuenta Dios? ¡Qué clase de joyita! Basura, estiércol. ..pero luego la voz de mi
verdadero, propio y auténtico Pastor : “Os recogeré de los países donde fuisteis
dispersados, os reuniré y os daré un corazón nuevo y os infundiré un Espíritu nuevo”, y
luego, experimentar el perdón : Diste la espalda a todos mis pecados y detuviste mi alma
ante la tumba vacía “.
Todo este proceso en mi interioridad, es posible gracias a la oración, el arma que el
mismo Señor Jesús me ha dado para el combate de la Fe, y gracias al cual entro en
diálogo con Él para exponerle mis necesidades, pedirle perdón por tantas infidelidades, y
agradecerle por el don de la vida, por su sacrificio para interceder por mi ante el Padre y
por la reconciliación que me permite aceptarle, aceptarme y estar “en salida” para poner
al servicio de su cuerpo, la Iglesia, todo lo que soy, todo lo que tengo y hacer que , por
mi trabajo de siervo inútil, su amor y su misericordia llegue a otros para que, como lo ha
hecho conmigo, les libere del mal. Y,al final de cada jornada poder exclamar con el salmo
8: “Oh Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!...
de la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos. ..
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?, ¿el ser humano para darle poder?
Lo hiciste POCO INFERIOR A LOS ÁNGELES, ¡ LO CORONASTE DE GLORIA Y DIGNIDAD!

Precisamente, desde esa dignidad que me viene de ser hijo de Dios, puedo descubrir en
mi, en mi entorno, en el otro, la belleza que brota de la paz interior la cual, a su vez, es
consecuencia de saberme amado, perdonado y cuidado con ternura por mi Padre Dios,
quien ha dispuesto que todo ocurra y transcurra para mi bien.
Esa belleza descubierta no se queda en la admiración y disfrute de las formas, los colores,
la armonía que hay en la naturaleza y todo lo creado, porque la mirada , cuando se ha
gustado esa belleza interior, no se detiene en lo aparente, sino que, sospechando, pre-
sintiendo un referente autor y sostenedor de la hermosura, quiere, necesita trascender la
finitud de lo inmanente para solazarse en el infinito horizonte del increado, del AMOR,
ese que aumenta, crece mientras más se da, y que, por lo mismo, necesita del otro para
hacerse compartido, para donarse, aún sin reciprocidad, porque al fin caemos en cuenta
que EL OTRO ES CRISTO y por tanto le justificamos, y llegamos a estar en salida hacia el
otro porque es mi complemento, mi hermano, parte de mi yo.

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