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INTERPRETACIÓN DE TEILHAR

¿Será posible negar la interpretación dialéctico-materialista del proceso histórico de


la evolución de la materia, de la vida, del hombre y de la sociedad, y darle una
interpretación cristiana?
El gran mérito del padre jesuita Pierre Teilhard de Chardin, uno de los pensadores
más brillantes de nuestra época, es precisamente el haber intentado realizar una formidable
síntesis entre la ciencia contemporánea y la fe cristiana.
El padre Teilhard de Chardin afirma que no ha sido su propósito hacer una
interpretación metafísica, que es suficiente seguir paso a paso el proceso histórico de la
evolución de la materia, de la vida, del hombre y de la sociedad, para descubrir su
intencionalidad, para captar su sentido y su destino. Así como el materialismo dialéctico
“ve” en el devenir histórico de la materia las leyes inherentes a la propia materia, él “ve” en
el mismo devenir una intencionalidad, un sentido y un destino.

Toda la obra científica de Teilhard de Chardin puede ser caracterizada por un esfuerzo para
leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la
evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el
método científico solamente, generalizando así, en el dominio del fenómeno espacio-temporal
total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber 1.

Toda la concepción teilhardiana se identifica totalmente con el proceso histórico-


evolutivo que partiendo del marco espacio-temporal pasa por todos los niveles de
organización de la materia. De allí que su obra comprende cuatro etapas de la evolución:

1. Evolución del cosmos: Cosmogénesis


2. La evolución de la vida: Biogénesis
3. La evolución del hombre: Antropogénesis
4. La evolución de lo crístico: Cristogénesis.

Todo el proceso evolutivo está regido por la presencia en la materia de una “energía
interior”, energía radiante, que forma parte de la misma materia, que determina que ella se
integre, cada vez más, en estructuras más organizadas, llevándola a los más altos grados de
“complexificación”.
La “energía interior” se manifiesta por la ley de la complejidad-conciencia, que
conduce a la materia desde las formas más simples hasta la conciencia reflexiva y a Dios.

Abandonada a sí misma largo tiempo, bajo el juego prolongado de las probabilidades, la


materia manifiesta la propiedad de ordenarse en agrupaciones cada vez más complejas, y, al
mismo tiempo, cada vez más impregnadas de conciencia. Este doble movimiento conjugado de
enrrollamiento cósmico y de interiorización (o concentración) psíquica prosigue, acelerándose
y avanzando lo más lejos que le es posible una vez iniciado2.

1
Tresmonant, T., Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin, Cuadernos Taurus, n° 4, 1966, p. 21.
2
Teilhard de Chardin, P., La aparición del hombre, Madrid, Taurus, 1962.
¿Pero cómo identificar esa “energía interior”, ese principio de complejidad-
conciencia que actúa como organizador de la materia?

El mundo en su materialidad es como un pensamiento de Dios y el espíritu parece


secundario con relación a la materia misma, en la que la ciencia nos revela lo espiritual en
la organización y debe esa organización que le confiere su existencia en la animación de la
presencia de Dios. Dios es primero; pero se manifiesta en la materia organizada haciéndose
su presencia cada vez mayor a medida que la organización progresa, porque esta presencia
es organización3.

Dios es primero, es organización, es espíritu, es el Dios inmanente. Pero Dios es


también la meta, el destino, es el Dios trascendente. Todo devenir del mundo viene de Dios
y conduce a Dios.

Con estos principios, Teilhard de Chardin trata de ceñirse lo más estrictamente


posible al método científico y considera perfectamente justificable, científicamente, emitir
una gran hipótesis generalizadora, un gran modelo, del comportamiento de la materia en su
proceso evolutivo. Su concepción, llamada Fenomenología Científica o Física generalizada,
es un intento para elaborar una especie de Ciencia Sintética reuniendo los resultados de la
Física, de la Química, de la Biología y de la Sociología en una gran síntesis que permita
una visión unitaria del Universo, del Hombre y de la Sociedad. Su preocupación
fundamental era captar el Fenómeno, sólo el Fenómeno, pero todo el Fenómeno.

En primer lugar, nada más que el fenómeno. Que no se busque, pues, en estas páginas una
explicación, sino sólo una introducción de una explicación del mundo. Establecer alrededor
del hombre, elegido como centro, un orden coherente entre consecuentes y antecedentes;
descubrir entre los elementos del universo, no ya un sistema de relaciones ontológicas o
causales, sino una ley experimental de recurrencia que precise su aparición sucesiva en el
curso del tiempo; se trata, pues, de eso, y he aquí simplemente lo que he tratado de hacer.
Más allá de esta primera reflexión científica, naturalmente, quedará abierto un margen
esencial y amplio para las reflexiones más avanzadas del filósofo y del teólogo4.

Su propósito es muy claro. Una gran concepción del Universo, con un principio, la
ley de la complejidad-conciencia, que permita explicar cómo la materia se eleva, emerge,
hasta el hombre, siendo éste su meta, su destino. Posteriormente, «las reflexiones más
avanzadas del filósofo y del teólogo», lo llevan a considerar que «el universo, sin perder
nada de su enormidad y, por tanto, sin necesidad de ser antropomorfizado, toma
decididamente su figura y es donde para pensarlo, para experimentarlo y para actuarlo, no
hay que mirarlo en sentido inverso, sino más allá de nuestras almas».

3
Chauchard, P., La evolución creadora, Barcelona, Fontanella, 1966.
4
Teilhard de Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid, Taurus, 1967.

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