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Toda la obra científica de Teilhard de Chardin puede ser caracterizada por un esfuerzo para
leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la
evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el
método científico solamente, generalizando así, en el dominio del fenómeno espacio-temporal
total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber 1.
Todo el proceso evolutivo está regido por la presencia en la materia de una “energía
interior”, energía radiante, que forma parte de la misma materia, que determina que ella se
integre, cada vez más, en estructuras más organizadas, llevándola a los más altos grados de
“complexificación”.
La “energía interior” se manifiesta por la ley de la complejidad-conciencia, que
conduce a la materia desde las formas más simples hasta la conciencia reflexiva y a Dios.
1
Tresmonant, T., Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin, Cuadernos Taurus, n° 4, 1966, p. 21.
2
Teilhard de Chardin, P., La aparición del hombre, Madrid, Taurus, 1962.
¿Pero cómo identificar esa “energía interior”, ese principio de complejidad-
conciencia que actúa como organizador de la materia?
En primer lugar, nada más que el fenómeno. Que no se busque, pues, en estas páginas una
explicación, sino sólo una introducción de una explicación del mundo. Establecer alrededor
del hombre, elegido como centro, un orden coherente entre consecuentes y antecedentes;
descubrir entre los elementos del universo, no ya un sistema de relaciones ontológicas o
causales, sino una ley experimental de recurrencia que precise su aparición sucesiva en el
curso del tiempo; se trata, pues, de eso, y he aquí simplemente lo que he tratado de hacer.
Más allá de esta primera reflexión científica, naturalmente, quedará abierto un margen
esencial y amplio para las reflexiones más avanzadas del filósofo y del teólogo4.
Su propósito es muy claro. Una gran concepción del Universo, con un principio, la
ley de la complejidad-conciencia, que permita explicar cómo la materia se eleva, emerge,
hasta el hombre, siendo éste su meta, su destino. Posteriormente, «las reflexiones más
avanzadas del filósofo y del teólogo», lo llevan a considerar que «el universo, sin perder
nada de su enormidad y, por tanto, sin necesidad de ser antropomorfizado, toma
decididamente su figura y es donde para pensarlo, para experimentarlo y para actuarlo, no
hay que mirarlo en sentido inverso, sino más allá de nuestras almas».
3
Chauchard, P., La evolución creadora, Barcelona, Fontanella, 1966.
4
Teilhard de Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid, Taurus, 1967.