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CUADERNO

NÚMERO 4

JULES JIMES DUVAL




CONTENIDO


ABERRACIONES
GANAR EL CIELO
EN LA CLASE
LA MUJER DEL QUINTO PISO
VIAJE A CASA DE MARÍA
RECOGER LAS ALAS
VACACIONES
PASEAR
EL HOMBRE ODIADO
EMBARAZADAS
VIEJO ABSURDO
EL TÉCNICO
ALICIA
MANTENERSE AL MARGEN
UNA ESCENA
PRIMER SUEÑO
EN LA ACADEMIA DE DIBUJO
RELACIONES
EL MANUAL
PASEO MATERNAL
ENFERMEDAD
DINERO ESCONDIDO
DOS ALBAÑILES
LA CASA
GLOBOS TERRÁQUEOS
RECUERDOS
EL LENGUAJE
SEGUNDO SUEÑO
LA SUBIDA
EL FRUTERO
REMONTAR EL VUELO
PASEO AL AMANECER
TENSIÓN ARTERIAL
LA PIERNA DERECHA
DE PERROS
CONFUSIÓN
CORRER
LIMPIADORAS
OPINIONES
MANOS
TERCER SUEÑO
APARIENCIAS
LIBRO DE INSTRUCCIONES
CLASE CON MI CUÑADO
LA PROFESORA
CONVIVENCIA
IMAGINACIONES
EL PASADO
EL PRESIDIARIO
DOS LUBINAS
ENTONCES
DE MUELAS Y DIENTES
TRES BOLSITAS
EXPLICACIONES
VELOCIDAD
APUNTES
PSICÓLOGOS
LA MADRE
HAMBURGUESAS
TEDIO
EL ASCENSOR
BOCADILLOS
IDIOTEZ
RUTINA
NUBES NEGRAS
FRANCOTIRADOR
IMPUNTUALES
DOLOR DE CABEZA
VEJEZ
LAMENTOS DE UN IDIOTA
UN DÍA CUALQUIERA
SESIÓN CON EL PSICÓLOGO
OLVIDOS
FÍLULA
OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
LA PRIMERA OPCIÓN
EN EL ESPEJO
FINALES
TODO EN ORDEN
EL VENTILADOR
DESAPARICIÓN
SUENA EL TELÉFONO
EL HOMBRE MUÑECO


ABERRACIONES

El hombre, ya de niño, mataba las gallinas de un mordisco en el cuello, a
veces metía la cabeza de la gallina en su boca y la arrancaba de un mordisco,
de aquí la costumbre de adulto de matar de un mordisco en el cuello a todos
los animales cuya cabeza cabe en su boca. No es acertado decir en el cuello,
¿acaso las serpientes tienen cuello? Es uno de los casos más extraños que
tienen aquí; gracias a Dios que la cabeza de un niño no cabe en su boca, esto
dice a menudo el director a los investigadores, y a continuación siempre añade
que un mundo que admite en su seno tales aberraciones no es un mundo sano.
El hombre, ya de niño, digamos, su primera experiencia descabezando
animales, empezó con los gusanos de seda, entonces no era propiamente
descabezar, porque él mordía sobre la mitad del cuerpecito del gusano; para el
niño esto era un juego, una vez partido el gusano por la mitad colocaba las dos
partes cerca y observaba cómo cada mitad buscaba su otra mitad. Se aficionó a
esta repugnante y cruel práctica. Cuando él, el niño, se cansó de los gusanos
de seda, empezó con los pollitos del corral. Al contrario que los gusanos, ellos,
los pollitos descabezados, parecían no querer volver a recuperar su cabeza,
corrían sin rumbo y se chocaban entre ellos. Mientras que en los gusanos los
movimientos tenían una intención, en los pollitos carecían de ella o así lo
interpretaba él, el niño. Los padres del niño no fueron más allá de la pérdida
económica de esta afición ―usted dirá que sorprendentemente―, de modo
que él, el niño, dejó de descabezar pollitos y empezó a descabezar los pájaros
que cazaba. Después del plan de choque, este caso ha respondido muy bien;
suele darse una evolución satisfactoria en la mayoría de los casos que
tratamos. Por lo general, la situación no se agrava, suele quedar, digamos, en
punto muerto, lo cual no deja de ser una conquista, dirás un logro del que nos
sentimos orgullosos, al fin y al cabo, todo se deteriora con el paso de los días;
ya es un avance dejar las cosas como estaban y, por otra parte, es una lección
de humildad para nosotros. Tuvimos un caso muy delicado, se trataba de un
hombre que tan pronto como podía metía el dedo en la cuenca del ojo del
primero que se ponía a tiro y le sacaba el ojo limpiamente, como el que saca
un caracol de su concha. Aquí llegó a vaciar dos ojos. Una tarde él se arrancó
el ojo derecho. No se arrepentirá, este es un buen lugar para practicar. Le
aseguro que su manera de ver las cosas, sea la que ahora sea, cambiará, y
también le aseguro que ganará con el cambio. Digamos que los monstruos nos
templan, que estas aberraciones nos hacen ver la vida con una perspectiva
relajada, entonces perdemos gravedad, se impone un lado cómico, prestamos
atención solo a las cosas valiosas. ¿Cómo encontrar la manera correcta de
decirle lo que quiero decirle? Nuestro trabajo aquí nos permite comprender
que los sentimientos habituales de los hombres no son más que sensiblerías de
unos inocentes. Tratamos de mantener la cordura. Nos reflejamos en estas
aberraciones humanas y vemos que no hay mucha diferencia entre ellas y
nosotros, que basta dar un paso equivocado para acabar como ellos.

GANAR EL CIELO

La costumbre de mirar al cielo cuando no tienes nada que hacer, ¿consideras
que es una buena costumbre? Ella anda por la casa y habla sola, costumbre de
ella que no soportas, entonces, para no cortarle la cabeza, sales a mirar el
cielo, de modo que parece una costumbre saludable salir a mirar el cielo; sí,
así es, cuando viene tu hermana para hacer las comprobaciones siempre te
hace la misma pregunta: ¿cómo lo soportas? Parece una pregunta retórica,
bien, bien, según ella, tu hermana, tienes el cielo ganado, dice que tienes el
cielo ganado y se va como alma que lleva el diablo, ya lejos, ella, del cielo
ganado. ¿Son irónicos tus pensamientos? Y, ¿por qué renuncia tu hermana a
ganar el cielo? Pues podría con algo de su parte sustituirte, y así haría méritos
también para ganar el cielo. Soportar, no soportas nada de ella, es una
presencia que en mundo sin leyes ni moral habrías borrado de tu vida, bien,
piensas, mejor mediante un remedio limpio, como unas pastillas para no
ensuciarte, ¿te refieres a tu hermana? No, cuando digo ella, es ella; mi
hermana aparece en este relato como ella, mi hermana, o bien solo como mi
hermana. ¡Qué necesaria es la precisión en este tipo de historias! Así pues,
ella, mientras pasea por la casa habla sola, un murmullo insoportable que
añade al insoportable ruido de cada pisada, un caminar pesado, entonces para
contener una repugnancia cuyas consecuencias serían aniquiladoras para los
dos, ella y tú, sales de casa y miras el cielo, sentado en la silla, con la vista allá
arriba, ya sin escuchar la insoportable presencia, calmas el ansia aniquiladora.
¿Hasta cuándo así?, una pregunta que repites a menudo. Temes que un día no
puedas contener el impulso aniquilador y en lugar de salir a mirar el cielo,
como aconseja una manera civilizada de conducirse, sin dominar la ira, un
tema fascinante desde la antigüedad, la ira, entonces cedas y actúes, cegado
por la ira, no una decisión, no, sino un movimiento incontrolado, irracional,
propio de bestias nocturnas, y pierdas el cielo hasta entonces ganado. La tarea
actual es mantener el orden hasta ahora conseguido; destrozar ese orden es
sencillo, un instante y el orden desaparece; supone una atención constante
mantener ese orden y siempre estás a un milímetro del descontrol; después
cuesta mucho crear un nuevo orden y no suele el orden nuevo mejorar al
anterior, por lo tanto que ella, mi hermana, venga de vez en cuando y al
marcharse me diga que tengo el cielo ganado me asegura que estoy en el orden
antiguo.

EN LA CLASE

¿De qué color es el Universo? A simple vista parece negro. El aventajado dijo
que según la última teoría el Universo era de color café con leche cósmico.
Muy bien, muy bien, mientras le pasaba la mano por la cabeza. Preguntó qué
forma tenía el Universo. El Universo tiene forma de mujer, dijo. ¡Hum! No me
parece acertado esto que dices. De la mujer surge la vida, así dijo. Interesante,
interesante, mientras le pasaba la mano por la cabeza. Ahora imaginen dónde
se desarrolla la situación anterior. Hable. Titubeó. Podría ser en un aula. Bien,
usted cree que están en un aula. No lo creo, lo imagino, imagino que están en
un aula, también imagino que podrían estar en la montaña, en un parque, en la
playa… ¡Basta! No consideraré incorrecto lo que imaginen, pero tengan
cuidado con lo que dicen. Las gallinas picoteaban nuestros pies. A veces
resultaba doloroso. Ahora imaginen dónde están. El silencio duró unos
cuarenta segundos. Paseaba de un lado a otro con las manos en la espalda. Este
hombre, así dijo, inspira confianza. ¿Podría pasear con los brazos cruzados?
Cruzó los brazos. Ahora provoca rechazo. Dijo que tal vez tuviese frío. Sonó
el timbre. ¡Cuántos recuerdos me vienen cuando suena el timbre! Esto dijo
mientras paseaba con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Hoy,
cuando alguien llama a la puerta, no trae nada bueno, de modo que cuando
oigo el timbre me pongo a recordar para no abrir la puerta; cambio de
significado y reacción, de esto se trata. Puso los brazos en jarra y miró al
techo. Enseguida todos miraron al techo. Miraron al techo hasta que él bajó la
cabeza. Nos preguntó qué nos había llamado la atención. Cuando el torpe
empezó a hablar se sobresaltaron, porque nunca hablaba. Estábamos
expectantes. No entendimos lo que dijo. Creo que dijo algunas palabras en
latín. Él lo animó a que hablase de nuevo. No consiguió sacarle ninguna
palabra. Preguntó si alguien había entendido algo. Nos animó a que dijéramos
las palabras que hubiésemos entendido para tratar de ordenarlas y encontrar un
sentido. Alguien apuntó que convendría hacer hablar de nuevo al torpe.
Esperamos. Como seguía callado, empezamos a lanzar palabras. Él apuntaba
cada palabra que soltábamos. Recogió unas veinte palabras. Dimos cuatro
interpretaciones distintas con las palabras, tan diferentes unas de otras que no
tenían nada en común, excepto las mismas palabras. Creo que dimos una
importancia desmedida a la intervención del torpe. Nos sorprendió, porque
casi nunca hablaba y cuando un hombre es tan callado y, de repente, suelta
algo ininteligible, uno cree que está delante de un oráculo.

LA MUJER DEL QUINTO PISO

Hace unos veinte años, cuando estabas en la terraza como estás ahora, a veces
la vecina de enfrente se asomaba por la ventana. Cuando se asomaba por la
tarde ponía su mano derecha encima de los ojos, a modo de visera. Entonces,
como hoy, por las tardes, el sol daba en la fachada de su vivienda. Nunca
parecía verte. De todos modos, no hacías nada para que te viera. Te gustaba
observarla. Imaginabas cosas mientras la mirabas. Un día te dio la impresión
de que quería arrojarse por la ventana. No moviste un dedo. Te pudo la
curiosidad por ver cómo acababa la situación. A los diez minutos comprobaste
que tu impresión era cierta. Aguantaste. Tenía medio cuerpo en el exterior.
Entonces pensaste que no se tiraría. Acertaste de nuevo. Ella debía de tener
por aquel tiempo unos treinta años. Hacía mucho deporte. A menudo la veías
por la calle mientras corría. Su cuerpo era fibra. Te gustaban entonces las
mujeres con cuerpos atléticos. Con los años tu gusto cambió. Hoy prefieres a
las gordas. El proceso de un cuerpo fibroso a uno graso fue lento. Cuando
descubriste las ventajas de una mujer gorda las fibrosas te parecieron un
sucedáneo. Con todo, la primera experiencia con una gorda no fue buena. Se te
puso encima sin darte cuenta. Por lo general, tienen una agilidad increíble,
mucho más que las fibrosas. El caso es que a la media hora empezó a dolerte
la tripa y a la hora tenías un dolor de tripa como nunca lo habías tenido, era
como si te hubieran pateado tres veces los cojones, te retorcías a causa del
dolor, abrías y cerrabas las manos; aunque no te miraste en un espejo imaginas
que hiciste unas muecas como para desfigurarte la cara de por vida. Cuando el
dolor cedió, ya en frío, no te disgustó la idea de volver a repetir, con algunas
precauciones para que no volviera, en un descuido, a ponerse encima de ti. La
segunda vez fue sublime, despejó todas las dudas. Hace poco, al mirar a la
ventana, de nuevo has recordado a la mujer que se asomaba por la ventana con
la mano en la frente para que el sol no la deslumbrase. Es la misma mujer que
casi se lanza al duro cemento desde el quinto piso. Es la mujer con la que tú
imaginabas algunas cosas. La misma mujer que veías correr por la calle. Hoy
tendrá unos cincuenta años. ¿O tendría? Tal vez saltase desde otra ventana.

VIAJE A CASA DE MARÍA

Te rodean personas que solo hablan de médicos, enfermedades, operaciones,
hospitales... Lo mejor de todo es que estas personas no sufren ninguna
enfermedad grave. Tienen achaques. ¿Qué esperaban? ¡Si pasan de los ochenta
años! Desde luego, algo les pasa; crees que es el miedo a la muerte. Son
personas que no saben entretenerse, pesimistas y quejicosas. Como gozan de
todo el tiempo del día y no tienen pasatiempos ni obligaciones, están solo
atentas a las sensaciones del cuerpo. Cualquier dolor es el inicio de la
aniquilación. Algo así crees que les sucede, pero uno debe ponerse en la piel
del que juzga. Tal vez dentro de su piel la percepción cambie con rotundidad.
Dijo que por hoy era suficiente. Desde ese momento tenías el campo libre para
beber vino hasta el día siguiente. Antes de salir limpiaste los cristales de las
gafas. Su memoria es prodigiosa. ¿Cómo puede recordar este detalle?
Recuerdas que antes de limpiar los cristales te frotaste los ojos. Sorprendente.
Era un día cualquiera. ¡Y recuerda estos detalles! Recuerdas el ruido que hacía
el toldo de la terraza. El viento de aquel día movía el toldo y parecía que
lloraba. Cuando saliste a la calle un niño lloraba. El ruido del toldo y el llanto
del niño eran ruidos casi iguales. Cerraste los ojos para comprobar si podías
diferenciar ambos ruidos. Cuando el viento cesó faltaba un kilómetro y medio
para llegar a casa de María. Enseguida empezó a llover. Pensaste que con un
poco más de frío esa lluvia sería nieve. Recuerda incluso los pensamientos.
Recuerdas. El recuerdo es una invención. Cerca de la casa oíste el llanto de
otro niño y pensaste en el toldo. La casa estaba caliente. Contaste a María
cómo había ido la consulta; ella, María, no te prestaba atención. Allí, en la
casa, por fin podías descansar.

RECOGER LAS ALAS

Es imposible hacer nada con ella. En cuanto llega a casa dice que está cansada
como un perro. Nunca dice que está cansada como una perra. Aunque si dijera
que está cansada como una perra no podría contenerme.
¡Hum!, sería fabuloso ponerla a cuatro patas y...
Cuidado con lo que dice, todavía es mi mujer.
Mientras hablaba me fijé en que por los hombros tenía pelos muy blancos.
Lo de estar cansado como un perro ya ha quedado anticuado. Los perros viven
ahora como deberían vivir los hombres. Los hombres están agotados mientras
los perros se ríen de ellos.
Es cierto.
Me fijé en su nariz. Nariz de jacobino.
Este maldito modo de vida nos ha descentrado. Es difícil concentrarse en algo
que merezca la pena.
Sacó un cigarrillo. Me ofreció un cigarrillo.
Detrás de él podía ver parte de la cúpula.
Notaba cómo la ampolla del pie se había encallecido. Esto me levantó el
ánimo.
Fumaba como un indio cabreado.
Se agradece la manta.
En pleno agosto.
Es terrible cómo ha cambiado todo.
Los veranos de mi infancia fueron maravillosos, excepto uno. Aquel verano
maldito me anunciaba lo que vendría después. Un paso en falso después de
otro paso en falso, equivocación tras equivocación...
Los lamentos me hacen vomitar. Pondría a las personas quejicosas una bolsa
de plástico atada al cuello. No soporto la debilidad. Tal vez su mujer esté harta
de escuchar siempre sus quejas. Seguro que está harta, por eso cuando llega a
casa le dice que está cansada como un perro. Las mujeres quieren hombres
fuertes a su lado. Por lo que veo usted es candidato a la bolsa de plástico.
Pensé entonces que el más débil de los soldados espartanos pasaría hoy por un
hombre fuerte. Pensé que dentro de unos años mi debilidad tomará impulso y
recogerá las alas.

VACACIONES

Descartaron llevarse a la anciana con ellos. Es cierto que discutieron la
posibilidad de que la anciana, madre de ella, pasara las vacaciones con ellos.
Es cierto que despacharon pronto el asunto. Tan pronto como el marido señaló
el primer inconveniente que le pasó por su cabeza, la expresión de su mujer
cambió y en un instante decidieron que la anciana se quedaría donde estaba,
que estaba bien atendida, así el marido, mientras su mujer asentía. Ninguno de
los dos había preguntado a la anciana si quería pasar con ellos las vacaciones.
Si lo hubieran hecho el asunto habría acabado antes. La anciana conocía sus
limitaciones y se daba cuenta de que sería un estorbo para ellos. Era doloroso
para ella, la madre anciana, comprobar cómo los hijos se habían alejado de
ella y ahora, cuando los necesitaba más que nunca, recibía excusas absurdas.
Ella se preguntaba qué había hecho mal. Mujer inocente, es como si te
preguntases qué había hecho bien el perro que tenía tu hija para que disfrutase
de los desvelos y atenciones que a ti te negaban.
Eras joven. He visto fotografías tuyas. Eras una mujer muy guapa. Te casaste
con un buen hombre. Lo amabas. Todos tus hijos fueron actos de amor. ¿Cómo
saber algo entonces de la sucia capa de podredumbre que la vida acumula
poco a poco en la mayoría de los hombres?

PASEAR

Pasear por las calles, sin otro objetivo que caminar, es cierto que por calles
concurridas, el tiempo del paseo pasa rápido, entonces, por calles concurridas,
pasear y pasar, al fin, son la misma palabra, de esto deducir que el paseo por
calles solitarias estira el tiempo. No deduzca a partir de principios
equivocados, ¿ha valorado la capacidad mental del hombre que pasea?, porque
para una mente abierta y clara, tal vez las calles frecuentadas sean un
obstáculo y precisamente por las calles solitarias una cabeza de este tipo forme
opiniones y tenga pensamientos que aceleren el tiempo, de modo que entonces
pasear-pasar solo para tal cabeza sea una palabra cuando pasea por calles
solitarias, admita que una equivocación sigue a otra equivocación. Opino que
para una mente privilegiada cualquier calle, frecuentada o solitaria, es una
oportunidad, una cabeza despierta siempre acelera el tiempo, las horas pasan
veloces para estas cabezas, tanto en calles frecuentadas como en calles
solitarias; opina como la mayoría, sin saber de qué habla, y pretende que sus
opiniones sean respetadas, al espacio sideral la mierda de sus opiniones, al
espacio más lejano la mayoría de las opiniones de los hombres. ¿No
encontrarás un hombre sin opiniones?, ligero, feliz, al que abrazar y darle la
enhorabuena, acerca de esto no tengo una opinión porque desconozco el
asunto y no me he preocupado de profundizar en él, un hombre así merece un
premio, pero a cada paso te encuentras hombres con opiniones, no piense que
sus frágiles y equivocadas opiniones son opiniones propias, además de
equivocadas, son prestadas, ridícula vida la de la mayoría de los hombres,
vidas zarandeadas, abotargadas, esclavizadas.
Una mañana sale de casa temprano. Precise usted. Alrededor de las siete.
Había amanecido. No sabe bien la suerte que tiene. No hubo encuentros
humanos. Cierto que eran calles poco frecuentadas. Era una mañana de
verano. No sabía con exactitud a qué hora salió de casa. Dijo que alrededor de
las siete. ¿Era consciente de la suerte que tenía? No creo que atienda a esos
asuntos. Lo que más le llamó la atención: los pájaros que al amanecer hay por
las calles. Lo que menos le llamó la atención: ¿cómo saberlo?

EL HOMBRE ODIADO

Un inconfundible movimiento cuando camina. Desde lejos sabes que es él. No
puede ser otro. Lo reconocerías en el horizonte, allá, en la línea horizontal, una
figura disminuida por la distancia, dices, de apenas un centímetro; sin
embargo, lo reconoces ¡es él!, cualquier otro, dices, incluso la persona más
querida por ti, sería allí en el horizonte un desconocido, miras entonces con los
prismáticos y ¡oh! Es la persona más querida por mí. En realidad no tiene ese
tamaño, no, una estatura así sería circense, ¿qué harías con el ser más querido
por ti con ese tamaño? Un problema peliagudo, curiosamente que veas esa
figurita desde aquí tiene su explicación. Hay desde aquí hasta allí una
distancia de unos cuatro kilómetros, ¿tanta?, para recuperar el tamaño real del
ser querido debe contar con el tiempo entre usted y él, digamos cincuenta
minutos a pie, si usted permanece aquí y él camina hacia usted o si usted
camina hacia él y él permanece en el horizonte; si ustedes van al encuentro,
mediante acuerdo mutuo, en cualquier caso, acortarían mucho el tiempo, bien
pudiera ser hasta la mitad de los cincuenta minutos. Por el momento, no
conjetures más. Has visto al hombre inconfundible por su manera de andar, un
movimiento ridículo de brazos, patizambo, la cabeza inclinada hacia la
derecha; la visión de este hombre te resulta desagradable, tal vez si algún día
hablarais, como hablan las personas cuando se encuentran por la calle, te
resultaría un hombre agradable; entonces, cuando volvieras a verlo, como esta
mañana al cruzar la calle, sus movimientos ridículos no fueran ya tan
ridículos, porque un nuevo punto de vista habría alterado tu percepción de este
hombre, ahora ya un conocido simpático, agradable, cuyos movimientos
añaden elegancia a su simpatía, ¡ah!, entonces la pequeña figura que camina
por la línea del horizonte, una línea horizontal como pocas en el horizonte, el
horizonte visto desde tu casa, es la figura del inconfundible hombre, ya
conocido, que te causó una buena impresión; un corto intercambio de palabras
bastaría para cambiar la percepción de años; la conversación, apenas unos dos
minutos, aniquiló en ese tiempo un prejuicio antiquísimo. Desde hoy, cada vez
que veas al inconfundible, tu mirada será distinta; los antiguos movimientos,
en el fondo los de siempre, no te parecerán ridículos ni provocarán la
repugnancia habitual. Conjeturas y más conjeturas. Lo cierto es que hoy, al ver
a este hombre con sus ridículos andares, has sentido la repugnancia habitual,
hubieses querido entablar una conversación con él para, de una vez por todas,
decirle que su manera de caminar es una provocación, esto habría bastado para
apaciguarte. No te has parado ni acercado a él, nada ha sucedido entre él y tú,
algo de lo que él y tú guardaseis un recuerdo común. Desviar la mirada para
no tropezar con los hombres, eludir todo aquello con formas humanas, en
efecto, una manera más sana de pasear, caminar sin enfrentamientos, ¿es
posible? Surgen dudas, ¿cómo evitar a los conocidos? Salir disfrazado, lo has
intentado, te reconocen. Cambiaste tu manera de andar, te reconocieron;
caminar por lugares poco frecuentados, ¿cómo salir de casa?, ¿cómo ir desde
aquí hasta la línea del horizonte sin tropezar con nadie? El inconfundible me
revolvía el estómago, arruinaba el día, colmaba mi paciencia, despertaba
impulsos criminales, entiéndase, no todo a la vez; un día me sacaba de mis
casillas, otro despertaba impulsos criminales…
EMBARAZADAS

Aquel día, durante el paseo en coche que damos todas las mañanas, notamos
que por la calle había muchas embarazadas. Girábamos a la derecha y nos
encontrábamos una. Cambiábamos de calle y allí aparecía otra. No crea que
íbamos a la caza de embarazadas. Salían como conejos al amanecer. El caso es
que casi atropello a la primera que vimos. Yo salía de garaje y, a pesar que
antes de salir hago sonar el claxon, de repente, la mujer apareció por mi lado
izquierdo. Frené a medio metro de ella. Iba tan distraída que no se dio cuenta
de nada. Le llamé hija de puta. Cuando vamos en el coche y alguien comete
una imprudencia le llamo hijo de puta, no a gritos, para que no me oiga. Si me
oyese me buscaría muchos problemas. A mi madre le hace gracia que insulte a
estos hijoputas. Te das cuenta de la cantidad de hijos de puta que hay por las
calles. Pones el pie en la calle y empieza el infierno con estos cabrones.
Cuando nos recuperamos del susto dije a mi madre que no podía entender
cómo a estas alturas de la vida alguien deseaba tener un hijo. Debía estar un
poco trastornado para cargar con hijo. Si de mí dependiera prohibiría los
embarazos en todo el mundo para acabar de una vez por todas con esta mierda.
En cien años habríamos desaparecido sin violencia. Dije a mi madre que había
insultado a la embarazada sin motivo, porque cuando uno sale de un garaje
debe tener muchísima precaución. A veces insulto sin motivo. Mi madre dijo
que algún motivo tendría esa cerda para que la insultasen. Es muy
comprensiva mi madre. Nunca he llevado un copiloto tan comprensivo como
ella. Me hace sentir bien. Por casualidad o por alguna extraña razón, las
embarazadas habían salido al exterior al mismo tiempo. Enseguida fijo mi
atención en las mujeres embarazadas. No sé que tienen, siempre atraen mi
mirada. Si la legión de embarazadas continuaba tendríamos un accidente. Ella
dijo que aparcase para tomarme un respiro. Eso hice. Delante de nosotros
pasaban embarazadas como si estuviéramos en un desfile. Me gusta ver esas
espaldas arqueadas por la cintura y los pechos inflamados. Las panzas de las
embarazadas tendrían que ser transparentes y ellas, las embarazadas, deberían
tener la obligación de llevarlas sin cubrir para que de una vez por todas nos
diéramos cuenta de la magnitud del problema. Cuando la lluvia amainó
continuamos con el paseo.

VIEJO ABSURDO

Viejo acabado, ¿qué persigue usted? Cada día se sienta a la misma hora e
intenta escribir sin nada que contar. Usted inicia esta tarea con tesón, las
palabras, bien, las palabras salen a miles y mueren en su cuaderno, un día tras
otro y usted continúa con una constancia admirable. Dirás que la constancia es
una virtud que supera al resultado. Te gustaría escribir relatos que despertasen
a las personas, que entretuviesen y alegrasen, sabes que no lo conseguirás y
aun así día tras día, a la misma hora, te sientas y empiezas a escribir. Siempre
dudas, quieres abandonar, pero respetas una disciplina tozuda. Te has impuesto
un horario. No te levantas de la silla hasta que el tiempo ha acabado; durante
este tiempo sientes el vacío de tu vida, la inutilidad del esfuerzo. Viejo chocho,
¿no comprendes que desperdicias el poco tiempo que te queda? Dices que es
la manera más adecuada de desperdiciarlo; al fin y al cabo, siempre has
desperdiciado el valioso tiempo, dices que no has encontrado otra manera más
conveniente de desperdiciar el tiempo. Llegar tarde a todo ha sido tu esencia,
no a causa de tu lentitud, sino por tu indecisión. Has vivido siempre de
fantasías. Viejo decrépito, insistes en el error, te das cuenta de tu equivocación
y aun así perseveras en la fantasía. Dices que así logras soportarte, que de no
vivir en la fantasía ya habrías enloquecido, tal vez el vientre se hubiera
hinchado y tu cabeza hubiera caído desde una altura fatal. Te preguntas:
¿quién no vive en la fantasía? La escritura es una disciplina mental. ¿A quién
perjudicas? Durante el tiempo de la escritura vives en una isla solitaria, con el
tiempo a tu favor, sin distracciones. De vez en cuando, llega el ruido del
mundo y sospechas, entonces piensas en la inutilidad del esfuerzo. Viejo
pasmado, ¡has dado en el clavo! El resultado está a la vista, palabras que
siguen a otras palabras y no dicen nada. Usted no comprende lo que trato de
explicarle, a pesar de ser sencillo. Imagine que durante el tiempo de la
escritura no escribe una sola palabra, ¿cambiaría algo? Un día tras otro te
sientas a escribir y no escribes nada, ¿qué importancia tiene?, si la mayor parte
de lo que miras no lo ves y la mayor parte de lo que haces no sabes por qué lo
haces.
.
EL TÉCNICO

El técnico llegó con media hora de retraso. No se disculpó. Pasó a casa como
si fuese un íntimo. Enseguida empezó a calibrar la situación. Al menos pudo
disculparse por el retraso o excusarse. Me hubiese sentido mejor mientras él
estuviese en casa. En cuanto le abrí la puerta me llamaron la atención sus
brazos. Eran brazos muy largos y fuertes, parecían piernas de velocista. El
resto del cuerpo no guardaba relación con los brazos. Todo el tiempo me
mantuve alejado de él por si hacía un movimiento brusco con algún brazo y
me alcanzaba. Me hubiese arrancado la cabeza. Después de estudiar la casa me
preguntó dónde estaba la fachada. Le llevé hasta la terraza. Apoyó los brazos
en la barandilla y se asomó a la calle. Hacía mucho viento. Pensé que si perdía
el equilibrio arrancaría la barandilla. No me gustaron los gestos que hizo al
asomarse. Me dijo que la obra sería complicada y que si fuera su casa no
instalaría el cable negro a lo largo de la terraza. Le dije que estaba de acuerdo
para no contrariarlo. Lo mejor sería dejar todo como está, así dije. Según él,
debía dar una razón por la que me negaba. El mismo apuntó que podía alegar
que la casa sufriría una transformación que no era de mi agrado. Me pareció
bien, al fin y al cabo, tenía más experiencia que yo en estos asuntos. Mientras
hablaba no movía los brazos. Esto me daba confianza. Pensé que con los años
los brazos le habrían ocasionado más de un problema y que habría aprendido a
dominar movimientos que en las personas son inconscientes. ¿Por qué este
hombre no había elegido una profesión que aprovechase las ventajas de sus
brazos? Pensé en profesiones adecuadas para él. Si encontraba alguna tal vez
me aventurase a comentarle algo al respecto. Él tecleaba en el móvil. Cuando
levantó la vista me dijo que ya había acabado el informe y que si quería leerlo.
Lo leí con atención. Le dije que así estaba bien. Fírmelo aquí, esto dijo. Me
demoré en la firma, pensaba que si me tendía la mano para despedirse me
metería en un apuro, aunque no creía que este hombre tendiese la mano a
nadie. Era una posibilidad que me inquietaba. Cuando acabé de firmar esperé
su reacción. Hizo un tímido amago de darme la mano. Me retiré asustado. No
insistió. Recogió sus herramientas. Se marchó media hora tarde. Si hubiese
llegado puntual, pensé, ahora sería media hora antes.

ALICIA

En los ratos perdidos de los martes por la tarde preparabas la comida de los
miércoles para Alicia y para ti. Trabajabas en la cocina de un restaurante
alemán. Solías hacer un gazpacho y cuatro bocadillos. Casi siempre, dos
bocadillos de jamón y queso y dos de tortilla francesa. Todos los miércoles de
verano Alicia y yo íbamos a una pequeña playa. Tomábamos el sol,
nadábamos y comíamos. No era fácil llegar a aquella playa. Debíamos trepar
por la roca. No nos importaba. La recompensa superaba al esfuerzo. Alicia
trabajaba en el mismo restaurante que yo. Era camarera. A veces coincidíamos
en el mismo turno. Entonces me sentía bien. El tiempo pasaba rápido.
Esperaba los miércoles con temblores de viejo. Esperaba los miércoles con
hambre de hambriento. Esperaba los miércoles con alegría de niño. Nada hubo
entre ella y yo más allá o más acá de la amistad. Recuerdo un sol que no era
este sol. Recuerdo el olor del mar y el cuerpo desnudo de Alicia. Su piel, más
morena cada miércoles y brillante siempre, piel de veinte años, y una alegría
contagiosa. Alguna vez pasaba cerca un velero. Podía oler la envidia que
despertábamos. Cuando apretaba el calor nos calzábamos las aletas y
nadábamos unos dos kilómetros. Al volver me tumbaba en el hueco de alguna
roca. Mi cuerpo encajaba en los huecos tan bien que ella me decía que
parecían hechos a propósito. Entonces pensaba en un hueco que nos acogiese a
los dos como un solo cuerpo. El obstáculo entre el pensamiento y la realidad
era insalvable. Fue en esa época cuando empecé a abrir la boca hacia el sol
como los cocodrilos. Come sol y bebe vino, viejo, así llegarás a los cien años.

MANTENERSE AL MARGEN

Mantenerte al margen, aunque quieras, a veces es imposible. Te ves
involucrado y no puedes eludir el problema. Quisieras una vida en la que
siempre pudieras mantenerte al margen. Eres un hombre que solo quiere vivir
al margen. ¿Acaso perjudicas a alguien? No crea que vivir al margen es
sencillo, es vivir en la orilla de algo o en el extremo, siempre al borde del
precipicio, no es agradable vivir en los márgenes. No me malinterprete, ¿qué
entiende usted cuando le digo que quiero vivir al margen? Ahora que te lo
preguntas, vivir como un hombre libre, cazar, pescar, no tener a nadie
esperándote. ¿Verdad que es muy triste? Las personas se sientan en torno a una
mesa, en los restaurantes, en las casas, en las cafeterías, hablan y se hacen
compañía, así consiguen sobrevivir, hacen planes, los padres llevan de la mano
a sus hijos los domingos, visitan lugares turísticos, hasta que todo toma un
cariz sombrío, antes o después la alegría se desvanece. El tono sombrío se
apodera del cuerpo como la enredadera del árbol, dirás también como la
garrapata del perro o la tenia del intestino, de manera que empieza un
encorvamiento del cuerpo; el rostro pierde las expresiones de la alegría.
Hablas de un margen distinto, del margen que se mantiene al margen. No me
confunda con sus trampas. Crees que por primera vez has llegado a una
conclusión que no se mantiene al margen, una verdad pequeña e insignificante
como deben de ser las verdades de esta extraña e incierta vida, dirás que la
vida es algo en lo que uno se ocupa mientras espera la muerte, como un llenar
el tiempo con afanes de insecto. ¿No ha reparado en que la vida es una
anomalía?, un poco de consciencia en medio de la muerte, eso es la vida, vivir
para darte cuenta del tiempo que pasarás muerto. Mientras, ellos se saludaban
efusivamente, bromeaban y tú con la intención de mantenerte al margen.
Cambiarás pronto de lugar, así has hecho siempre, para no ver cómo envejecen
los hombres, de modo que los conocidos mantienen la juventud en tu recuerdo.
Al cabo de veinte años ves a un hombre que te recuerda a otro, cuando lo viste
por última vez. ¡Cómo ha cambiado! Aunque más de una vez pensaste en
volver a los lugares que habías dejado atrás, nunca te decidiste y así pasaron
los años. Tus conocidos serán irreconocibles, legión de hombres triturados por
el tiempo. ¿Has dicho legión de hombres triturados por el tiempo? Eso dijiste.
Somos legión, como en los Evangelios, aunque no de demonios, sino de
hombres condenados a morir. Al parecer nadie cree que la muerte esté cerca de
él. Mientras, ellos continuaban saludándose efusivamente, aunque ya no
bromeaban como antes, dirás, la última vez que te ocupaste de ellos. Como
algunos no están acostumbrados a la soledad, tan pronto como la esposa
muere, mueren ellos. Eres capaz de distinguirlos, sus apenados esposos, solos
quedan, como perros viejos. Te tendiste en la hierba y te dormiste. Dormir es
una cura para ti. Ellos no pueden dormir solos en una cama vacía, empiezan a
padecer insomnio, descansan mal y sufren un desequilibrio mortal. A los
pocos meses, ¡incluso a los pocos días!, mueren desorientados y tristes. No
son capaces de mantenerse al margen, ni siquiera se les pasó por la cabeza.
Mientras duermes el frío no recorre tu cuerpo, al menos no sientes los
escalofríos provocados por los pensamientos de un hombre despierto. Hay una
diferencia difícil de salvar entre la vigilia y el sueño.
UNA ESCENA

Dije a mi madre que no saliera de casa. Logró quedarse dentro de la casa, a
pesar de su angustia y el alboroto. Cuando se enteró de lo que pasaba, las
enfermeras ya le estaban cortando la ropa. Él no se enteraba. Parece que estas
cosas no pueden pasar, pero pasan. Cuando se recuperó entró a trabajar en una
fábrica de cerámica. Algunas cosas son bonitas de recordar, desde luego esta
no es una de ellas. ¿Por qué mirar atrás en asuntos como este? Es que yo no
puedo olvidar estas desgracias. No voy a darle más detalles del accidente. Mi
madre permaneció en casa, aunque creo que miró por la ventana. Desde
entonces no habla. A veces suelta alguna palabra entre dientes, tan bajito que
no la entiendo, es un murmullo. Las pocas palabras que dice pertenecen a
aquel tiempo, como si sus palabras hubieran quedado allí. Dijo hace un
momento que él entró a trabajar en una fábrica de cerámica; eso es y añadí
«después de recuperarse». Mido mis palabras, no suelto lo primero que me
viene, tenga esto presente de aquí en adelante para que entre nosotros haya una
especie de entendimiento. Mi madre no ha recuperado el habla. Ella tiene
cosas que decir, pero las palabras se acumulan dentro y no salen. Tiene el
vientre de una embarazada a causa de las palabras que lleva dentro, aunque
ella cree que le sientan mal algunas comidas.

PRIMER SUEÑO

Que arroje la primera piedra el que esté libre de pecado; entonces volaron
cientos de piedras. Cree que no entendieron lo que aquello quería decir, al fin
y al cabo, qué sabían esos acerca de pecado. El daño ya estaba hecho, no
obstante, quiso explicar a esos necios…, pierde el tiempo le dijo, pero él
hablaba y hablaba que si esto sobre Jesús y la mujer adultera, que si el pecado,
y ellos sonreían sin comprender; después de una buena media hora él repitió:
«Que arroje la primera piedra el que esté libre de pecado» y volaron más
piedras que la vez anterior. Él no estaba de acuerdo con este procedimiento,
así lo expresó antes de empezar. Suponga usted lo que quiera, las suposiciones
pertenecen a la inteligencia, se supone (dejémoslo así) que el auditorio, los
lanzadores de piedras, han de vivir según unos principios morales, si carecen
de moralidad ¿qué espera usted si lanza una frase como esa? Para ellos solo es
una diversión, jugar, juegan a arrojar la piedra más grande y a dar de lleno en
la cabeza; antes de empezar hay que tener estos matices en cuenta, ¿me habla
ahora de matices? Los próximos podemos ser nosotros. Despertar después,
despertaste aturdido. Un gorrión volaba cerca del techo. Recibiste la primera
piedra, tu cabeza fue una especie de corcho y en la espalda un dolor como
nunca habías sentido. Cuando llegaste te dijeron que él hacía ejercicios con las
pesas. Las pesas solo pesaban un kilo; él, mientras descansaba, apoyó una pesa
en su pierna derecha y se fracturó el fémur. Sus huesos son de cristal, gritó
ella. Lo habías olvidado. Cuando estás con él no puedes durante todo el
tiempo mantener en la cabeza que sus huesos son de cristal. El médico dijo
que había que operar. Los médicos operan con una alegría asombrosa; debe de
tener su encanto rajar carne y explorar un cuerpo. Me encanta, escuchaste.
Uno entra en la consulta con prudencia, se muestra educado y dispuesto a
colaborar y lo único que recibe entonces, a la primera oportunidad, es
violencia, ellos, los médicos, quieren abrirte en canal, palabra de Dios, te
pones en sus manos sin cuestionarte nada y ellos dictaminan, oráculo de
Yahvé. Despertar, despertaste con el sueño fresco-reciente en la cabeza. La
realidad era un dolor aniquilador en la espalda, te palpaste la cabeza y parecía
corcho, sin noción de dónde tenías los ojos o ¿acaso habías perdido el tacto?
Me advirtió que jugaba con fuego, que la situación era muy peligrosa, porque
ellos carecían de moral, unos hombres con una fuerza descomunal, añada al
pastel la guinda de la ociosidad, ¿qué podían saber de pecados?, vas con la
frase bíblica como un hombre original y seguro. Con humildad te pregunta si
puede dirigirse a ellos y tú asientes. Ya no hay nada que perder, eso crees.
Como si tú no estuvieras allí, él da un paso al frente y con una convicción que
no imaginabas en él empieza a explicar las palabras dichas por Jesús delante
de la muchedumbre que quería apedrear a la adúltera. Enseguida ellos atienden
como hipnotizados por un poder extraño. Él habla de la culpa, del pecado y
adorna su discurso con ejemplos sacados de la naturaleza. En ellos se dibuja la
sonrisa de los necios. Cuando acabó ellos apenas se movían. Él se giró hacia ti
y te sonrió, después se volvió de nuevo hacia ellos, que seguían hipnotizados y
con la fe que mueve montañas dijo: «El que esté libre de pecado que arroje la
primera piedra». Un enorme pedrusco impactó en su pecho y él cayó inerte.
Después volaron cientos de piedras. En un momento él quedó cubierto por las
piedras. Las piedras formaban una pequeña pirámide. Despertaste con un dolor
terrible en la espalda y la cabeza acorchada. Te palpaste la cabeza y no la
sentías.

EN LA ACADEMIA DE DIBUJO

En la primera clase de dibujo el profesor preparó un sencillo bodegón. Me dijo
que intentase dibujarlo. Situó el caballete a unos tres metros. Dibujé un
bodegón muy pequeño en el centro de la hoja. Nadie diría que era un dibujo
del bodegón que había preparado el profesor. El profesor me dijo que debía
aprovechar las dimensiones de la lámina. Me dio otra hoja y dibujó un
rectángulo. Dibújalo dentro de este encuadre, así dijo. Me costaba mucho
dibujar el bodegón con las dimensiones del rectángulo. Parecía que manejaba
un pico en vez de un lápiz. El profesor observó el dibujo. Por sus gestos
adiviné que pensaba que no lo tendría fácil conmigo. Mientras observaba el
dibujo se pasaba la mano izquierda por la barbilla. Tenía todo el peso del
cuerpo apoyado sobre la pierna izquierda. La pierna aguantaba bien el peso,
así me parecía. Al cabo de unos dos minutos dijo: «Es un buen comienzo».
Pensé que era un impostor, que solo quería animarme para retener un alumno
más en nómina. Llevaba unas quince clases cuando el profesor me dijo que
situase el caballete enfrente de la escultura de la Victoria de Samotracia.
Dibuje al carboncillo esa escultura. Estaba tan lograda que el profesor me
pidió que la dejase en la escuela para exhibirla en la pared como ejemplo para
los demás alumnos. Me sentí bien. La escuela de dibujo era un lugar
silencioso. Hay lugares que deben ser silenciosos. Mientras dibujaba la
Victoria de Samotracia pensaba a veces cómo sería su cabeza, pensaba que si
la escultura hubiese tenido cabeza el dibujo me habría costado mucho más.
Todavía no he conseguido el parecido en los retratos. La escuela tenía una
biblioteca con libros de arte. Los márgenes solían estar manchados con restos
de óleo, acrílico, carboncillo. Así debía ser. Me gusta que las cosas mantengan
el tono. Los objetos y las personas han de guardar un equilibrio cuando
comparten el mismo espacio. Es difícil que un conjunto mantenga el
equilibrio. La relación armónica entre objetos, espacio y personas es para mí
una isla que reconforta. Según pasaban los días iba más animado a las clases,
cierto que no avanzaba al ritmo que quería, pero me gustaba el ambiente. A
veces algún divo con pretensiones de artista rompía el buen ambiente. Estaba
preparado para esos contratiempos.


RELACIONES

La relación que mantuve con ella, bien, una relación, como cualquier relación,
con dos puntos de vista, dices, de aquí con intereses distintos, al fin y al cabo,
intereses, en este tipo de asuntos cada uno busca algo para sí mismo, nada de
amor, el amor no existe, una falacia moral, una trampa natural, en el fondo de
lo que aquí tratamos es de una satisfacción personal, no, no la satisfacción
ajena, después con algo de inclinación, te refieres, cuando la balanza se
inclina, palabras como decepción, egoísmo, eso es, reproches. Las
expectativas eran altas, ¡pues claro! Al principio, en los comienzos,
amabilidad, desvelos, caricias, sonrisas, lo mejor de uno mismo al servicio del
objetivo. Uno sabe que en el fondo interpreta, nadie mantiene siempre la
tensión del disimulo, cuando has alcanzado la meta te relajas, empiezas a ser
como eres, bien, adivinas algunas cosas, te fijas en detalles, no los tienes en
cuenta, unas cosas compensan otras, luego las cosas que compensaban
aparecen con menos frecuencia, hasta que desaparecen para siempre como los
muertos, y la vida en común se hace insoportable. ¿Cómo has caído en lo
mismo?, bien, la ilusión, la inexperiencia, dices que desconocías cómo era,
que con el tiempo se quitó la máscara y hasta su cuerpo te resultaba repulsivo.
En las seis relaciones que he tenido, hablo de superar el año, sucedió lo
mismo, por lo tanto no puede tratarse de inexperiencia, como dije antes, dices,
mejor del que tropieza siempre con la misma piedra, una historia muy
conocida. No descarto un nuevo tropiezo. A pesar de que todas comenzaron en
llano y con viento favor acabaron cuesta arriba y con el viento en contra.
Cuando pienso en estos fracasos, vuelvo siempre a la misma relación, la que
mantuve con C., la tercera, es el modelo perfecto, acabado, del que tomo el
material del recuerdo. En las otras relaciones surgen detalles que distorsionan
la realidad de entonces. Cuando pongo algo de entusiasmo recuerdo momentos
que mitigan el fracaso. La tercera relación es un dibujo perfecto, acabado, de
aniquilación mutua, nada de esta relación consigue en el recuerdo un momento
dichoso, sin duda los hubo, pero el carácter de destrucción perfecta que
aquella relación tuvo devora cualquier instante feliz, de modo que los
momentos de felicidad, dices, cuando todo estaba por descubrir no pertenecen
en el recuerdo a aquella relación, son imágenes que no sabes dónde ubicar, así
ellas, las imágenes, no encuentran su historia. Cuando utilizo para explicarme
la historia que quiero explicarme, dices, cuando utilizas la palabra “relación”
para referirte a esta historia, juntas dos significados de dicha palabra: el trato
de una persona con otra, en principio amoroso, y la exposición que del hecho.
Las palabras intentan aliviar nuestras limitaciones ante la realidad; por el
momento, la mejor solución encontrada para interpretar la realidad, dices, con
temor a equivocarte, el lenguaje. La realidad y el pensamiento son asuntos
turbios, dices, alterados por algo que les quita transparencia o claridad.

EL MANUAL

Cuando pierda veinte kilos pase los dedos por la cara y presione en las zonas
duras. Sentirá que su rostro es solo hueso. Con la yema de los dedos presione
el rostro. Tenga cuidado cuando esté cerca de los ojos. Nunca presione los ojos
con la yema de los dedos. Nunca presione los ojos con nada. Trataba de seguir
las instrucciones. Los primeros kilos no exigieron muchos sacrificios; a partir
del sexto kilo comprobé la dificultad de seguir las instrucciones al pie de la
letra. El manual especificaba cómo perder los veinte kilos. Creo que después
de perder seis kilos, las instrucciones para perder los restantes no eran
correctas. Yo respetaba celosamente los pasos y no alcanzaba los objetivos
marcados por el manual. Con todo, no me desanimé. Es cierto que ya no pude
respetar las etapas. Cuando apenas me faltaban tres kilos para perder los
veinte, me quedé estancado. Pensaba que con una pérdida de diecisiete kilos
podría ya tocarme la cara para sentir mi calavera; no obstante, me contuve,
más por miedo que por fidelidad a las instrucciones. El manual no
especificaba qué sucedería en el caso de palpar el rostro sin haber alcanzado el
objetivo, aunque apuntaba algunos detalles imprecisos que me
intranquilizaban. Por otra parte, el manual advertía en la primera página que
una vez comenzado el proceso no había vuelta atrás. ¿No leí esta advertencia
en otro lugar?

PASEO MATERNAL

Creo que eludiré la realidad de un día para otro, de lo contrario, ella, la
realidad, me expulsará al espacio. Me haré un hombre irreal y viviré en la
realidad cotidiana de los hombres, aunque irrealmente, dices, en el fondo nadie
vive realmente en la realidad. El problema que me ocupa es arduo y complejo,
un solo problema con los adjetivos arduo y complejo, dices, estoy casi seguro
de que existe un mundo fuera de mí; ¿no?, bla, bla, bla. Cuando paseo con mi
madre, ella, mi madre, agarrada a mi brazo, no logro un segundo de calma.
Desde que ella, mi madre, sale hasta que vuelve, mantengo el cuerpo tenso,
esa es la realidad del paseo maternal, supones que una bajada de la tensión te
haría disfrutar del paseo, supones que sales un día soleado de primavera, sales
a pasear con tu madre, después de una larga y tediosa discusión para sacarla a
pasear. Ella, tu madre, no quiere caminar ni siquiera por el pasillo de casa.
Algunos comentarios parecen asegurar la realidad de los paseos que damos mi
madre y yo. En una ocasión una mujer nos dijo: «Un galán acompañando a
una reina». No dijo que una reina acompañaba a un galán. Ya desde lejos noté
que la mujer venía hacia nosotros con alguna intención. Cuando estaba tan
cerca de nosotros que, según ella, pienso, podíamos oír su respiración, dijo tal
cosa. Mi madre no escuchó lo que dijo. La decisión de retirarme de la realidad
no fue una decisión fácil. Hay millones de decisiones que uno puede tomar
dentro de la realidad y creo que escogí la más difícil. La mujer pudo decir
antes «reina» y después «galán»; como primero dijo «galán» deduje que para
ella yo era el motivo principal de una elaboración mental inimaginable para
nosotros. Como mi madre camina con lentitud y se agarra a mi brazo derecho
estoy obligado a llevar su ritmo; si yo impusiera el mío ella, mi madre, iría al
suelo en segundos. Formamos una pareja que llama la atención, yo, al menos,
me fijaría en algo así. A veces pienso que si camináramos marcha atrás
avanzaríamos más. Cuando cruzamos por un paso de peatones y el coche se
detiene me digo: «Ten paciencia» a la vez que miro al conductor con gesto
resignado. Por lo general, los conductores parecen comprender, aunque he
vivido algunos casos de impaciencia; no lo tomo a mal, comprendo que ellos,
los conductores, tienen muchos problemas. Cuando el conductor nos apremia
le miro y me encojo de hombros con cuidado para que mi madre no tropiece.
Una vez, tan pronto como mi madre llegó a la acera, el conductor aceleró y
nos pasó como una centella. Esa era en ese momento su manera de decirnos
que éramos un obstáculo para sus intenciones; pensé que este tipo de personas
no suelen acabar bien; nadie acaba bien, pero estas personas suelen acabar mal
antes de tiempo. Dices, la introspección es el método más seguro para
abandonar la realidad, dirás que cualquier lugar es adecuado para eludir la
realidad. Cierto que hay lugares más adecuados que otros para tal fin. Dirás
que la introspección es el único camino para salir de la realidad, con precisión
nadie puede, mientras vive, eludir la realidad. La confusión de tu mente no te
ayuda. El ejercicio mental para llegar a alguna conclusión ya supone un
alejamiento de la realidad; dices, el esfuerzo provoca un resultado, la desidia
provoca otro resultado. Cuando paseo con ella, mi madre, el ritmo, tan lento,
obtiene a tu alrededor un espacio ajeno a la realidad; la lentitud y la torpe
manera de avanzar alteran la realidad; después, ya en casa, los pensamientos
acerca del paseo matinal-maternal, dices, la elaboración mental de los
acontecimientos anteriores es un ejercicio de autocontrol que en un futuro
tendrá sus consecuencias; esperas que tales consecuencias sean favorables.
¡Cómo, mientras tanto, todo sigue su curso!, ¡cómo, entonces, todo sucede,
mientras tanto!


ENFERMEDAD

Leí que lamían el pan para prolongar la ración diaria; leí que esto no era buena
idea, que lo mejor era comérselo cuanto antes para que no lo robasen. Suceden
cosas terribles en el mundo de los hombres. Me dijo que siempre estaba
dispuesto a mentir si con la mentira lograba sus propósitos, eso no lo leí, me lo
dijo. ¿Es cierto lo que dices?, porque es terrible si sus propósitos son terribles.
En este caso la mentira es un mal menor, dijo. Los males pueden aguantarse
mejor cerca del mar, el ambiente marítimo nunca está tan cargado como el
ambiente del interior. El mar ayuda mucho. Intentaron… Ellos quisieron
engañarme. Descríbemelos. Uno llevaba una prótesis en la pierna derecha.
Parecía una pierna de canguro. Me daba miedo que me golpeara con la
prótesis, mucho más que con el puño. Algo así puede cortar la cabeza. He oído
que los avestruces matan leones con sus piernas. No viene al caso. Otro era
alto y andaba con los brazos muy abiertos. Así. Procure no gesticular mal, un
mal gesto desvirtúa todo. Sería mejor que lo redactara. Puede que en aquel
momento confundiera algo las cosas. Estaba bajo los efectos de un
medicamento muy potente. Los efectos secundarios eran tan demoledores
como la propia enfermedad. El médico me dijo que lo más importante era
combatir la enfermedad. Creo que había un tercer hombre. De este no recuerdo
nada. En aquel tiempo leía los relatos de Kolimá. Ya con la primera pastilla
creí ser el propio Shalimov y encontrarme allí, en el infierno de las minas.
Ningún hombre debería pasar por aquello. La maldad y la perversión humanas
no tienen medida. Estoy seguro de que existen hombres que no son hombres
aunque tengan apariencia humana. O tal vez esperemos demasiado de los
hombres.

DINERO ESCONDIDO

Escondía dinero por toda la casa, siempre billetes de veinte euros, a veces
hasta cincuenta billetes, según ella, así dijo, y luego añadió que un día
encontró cincuenta billetes de veinte euros debajo del sillín de la bicicleta
estática. Al principio, dices, de esta afición, según dijo, apuntaba en un
cuaderno el lugar de cada escondite. Al poco tiempo, esto dijo, dejó de apuntar
los lugares de los escondites por si alguien encontraba el cuaderno. Como no
se fiaba de su memoria empezó a apuntar en pequeñas hojas los sitios de sus
escondites y escondía también estas hojitas. Según me contó, así ella, su padre
enterraba huchas con cemento en los rincones de la casa y dejaba una pequeña
ranura para meter el dinero. Esto, según dijo, era un método menos eficaz que
el suyo y muy sucio. Cuando dijo que era un método sucio entendí que
ensuciaba la casa, aunque tal vez quiso decir otra cosa. Con todo, así ella, cada
vez que mi padre recuperaba una hucha del cemento nos decía que faltaba
dinero. Algunas veces yo encontraba dinero escondido por casualidad y me
llevaba una sorpresa porque había olvidado ese escondite y en otras ocasiones
encontraba una nota que remitía a un escondite, entonces buscaba en el lugar
indicado y el dinero ya no estaba. Me entraban algunas dudas. Cuando has
escondido montoncitos de billetes por la casa, según dijo, y no vives sola,
siempre tendrás dudas aunque seas alguien confiado y cándido, añadió, es algo
inevitable. Mi padre, según dijo ella, tenía los rincones de la casa destrozados,
parecía una casa sin terminar; más de uno preguntaba si esas pequeñas
construcciones en los rincones eran trampas para ratas. Más de una vez le dije
a mi padre que en lugar de las huchas escondiera pequeños montoncitos de
dinero por la casa, una sugerencia condenada al fracaso, pues él debía de
pensar que si dejaba de utilizar las huchas yo sabría que había adoptado mi
método y como mi padre, así dijo ella, era desconfiado, continuó en sus trece.
Cada vez que rompía una hucha nos acusaba de ladrones. El asunto no iba más
allá de esas acusaciones; al poco tiempo se comportaba como si nada hubiera
pasado y volvía su carácter alegre, de modo que no profundizábamos en la
imposibilidad de sacar monedas de las huchas, no obstante, alguna vez le
sugería que adoptase el método de esconder pequeños montoncitos por la casa.
En el fondo, esta costumbre mía era más un juego que una defensa contra la
general predisposición humana hacia lo ajeno, así dijo; me gustaba la sorpresa,
encontrar por casualidad algo olvidado, siempre deseable, así dijo.

DOS ALBAÑILES

Los dos albañiles trabajan coordinados. Mientras uno carga su carretilla el otro
arroja los escombros al contenedor. Salen y entran por una puerta tan estrecha
que han de ladear un poco la carretilla para que esta pase; con la carretilla
cargada esta maniobra no es sencilla. No se ha dado el caso de que un albañil
entre con su carretilla al mismo tiempo que el otro sale. Si esto sucediese
retrocedería el albañil que en ese momento condujera la carretilla vacía. Es
una manera lógica de ver las cosas. Puede que esto no sea así al pie de la letra
y que ellos, los albañiles, tengan una lógica propia de su oficio. Los albañiles
―uno joven y el otro viejo― son muy eficaces; en apenas unos minutos han
llenado de escombros el contenedor, que es tan grande como un camión
grande. Por la tarde un camión enorme carga el contenedor y vuelve al día
siguiente con otro contenedor vacío. Tal vez sea el mismo contenedor. En
cualquier caso ya está listo para ser llenado. Todo esto debe de responder a la
organización de una mente ordenada. Desde la salida hasta el contenedor hay
una distancia de unos dos metros que los albañiles salvan con una rampa
metálica. Un extremo de la rampa está apoyado en el primer escalón de la
entrada y el otro extremo en el contenedor. De esta manera sortean el desnivel
que hay entre el suelo y el contenedor. Ellos, los albañiles, son muy hábiles
para subir por una rampa tan estrecha con una carretilla llena de escombros.
Algunas veces solo uno de los albañiles hace este trabajo mientras el otro
derriba los muros; uno derriba y el otro limpia. Hay en todo esto una belleza
difícil de percibir si uno no está atento. Ellos, los albañiles, están concentrados
en su trabajo, nada parece distraerles, a su manera son como los artistas que
logran salir del tiempo con su arte. Llegan al trabajo cuando aún no ha
amanecido. En cuanto bajan de la furgoneta el albañil más viejo abre la puerta
del edificio y el joven saca dos neveras portátiles. Ellas, las neveras, estarán
repletas de comida. Estos hombres necesitan comer mucho para mantener día
tras día una actividad tan frenética. El proceso es conocido, la comida dentro
del organismo sufre una transformación maravillosa; comer y quemar, así
funciona la vida, luego viene todo lo demás, ese mundo de cosas extrañas que
hace la gente. En contadas ocasiones los dos albañiles cogen aire; una vez el
albañil más viejo subió por la rampa sin la carretilla, como un niño en un
tobogán; pasó al contenedor ―repleto de escombros― se paró en el centro y
desde allí empezó a hablar por teléfono. Él, el albañil viejo, parecía la estatua
de un emperador romano.
Al final de la jornada ellos, los albañiles, sacan del edificio unas tablas y las
encajan entre los escombros y las paredes del contenedor. Creo que hacen esto
para que los escombros no caigan a la carretera. Durante los días de descanso,
ellos, los albañiles, estos dos hombres, disfrutarán de un tiempo ganado a
pulso. No creo que en sus días ociosos estos hombres se aburran. Estarán
cómodos en casa, beberán una cerveza de vez en cuando, saldrán a la calle con
traje de fiesta. No echarán de menos la carretilla, los escombros, el sudor, pero
volverán al trabajo alegres como si nada hubiera pasado. En efecto, el lunes
aquí estaban de nuevo. El albañil más joven pasó las neveras al edificio. El
viejo se asomó al contenedor. Los dos venían impecables y se notaba que
habían descansado. Ninguno hizo un mal gesto.

LA CASA

Al fin se decidieron. Normal que tardasen tanto en decidirse. Si decidían
comprar la casa muchas cosas cambiarían para ellos. Él quería dejar todo
como estaba, al fin y al cabo, no tenían motivos para quejarse, llevaban una
vida sencilla, sin sobresaltos, no obstante, ella insistía en comprar la casa. De
repente, para ella todo se redujo a comprar aquella casa en la otra punta del
país. Con el paso de los días la presión fue insoportable para él, de modo que
no puedes hablar de una decisión, fue algo que cayó por su propio peso, o
compraban la casa o perdía a su mujer, así se pusieron las cosas sin saber
cómo habían llegado a tal situación. En realidad, convivían en la misma casa,
aunque ella vivía ya en la casa que todavía no habían comprado. Bien sabían
que su matrimonio estaba moribundo aunque comprasen la casa. La casa era la
primera de las fugas de agua ineludibles, antes hubo otras que por pequeñas
eran obviadas. Incluso con esa certeza él estaba dispuesto a prolongar la
agonía hasta que la ruptura acabara por ser algo deseado. Por una extraña
relación, desde que el asunto de la casa envenenó todo, él empezó a palparse la
cabeza cuando ella mencionaba algo relacionado con la casa, una reacción al
principio inconsciente que los días convirtieron en algo consciente y molesto.
Él demoraba la decisión para ganar tiempo, así pensaba, que el tiempo jugaba
a su favor, que el tiempo acabaría con el capricho de su mujer, porque para él
la casa era un capricho. Suele ocurrir, personas aburridas, nunca satisfechas
con su suerte, que viven en la abundancia sin darse cuenta, algo habitual. No
había forma de dar marcha atrás y aunque la hubiese, ¿merecía la pena? Así él,
en realidad yo, dices. Quieres distanciarte de aquello, dices, observar una
situación que sufriste como la observaría un amigo que estaba al tanto de lo
que te sucedía. Finalmente decidí comprar la casa. Sabías que era una decisión
equivocada, sabías que la decisión acertada era acabar con todo de una vez por
todas.

GLOBOS TERRÁQUEOS

Considera usted que un hombre en su plenitud debe tocar con las manos las
puntas de los pies sin flexionar las piernas. Es una consideración muy pobre,
ni siquiera alcanza el subsuelo de las consideraciones, por lo tanto, usted,
como sus compañeros, será destinado a limpiar globos terráqueos. Advierta
que un centímetro del globo equivale a cuatrocientos kilómetros terrestres,
esta es una evidencia rotunda, como un planeta de mármol. Bastaría que en
una habitación un hombre experimentado levantase un muro de hormigón en
la puerta, con usted dentro, usted y un globo terráqueo, sin más, imagine que
esto sucede durante un día lluvioso, de este modo se despide de los días
lluviosos para toda la eternidad, esto bastaría para crear una atmósfera poco
aconsejable. Llore como una niña, que sus lágrimas caigan sobre el globo
terráqueo como lluvia humana. Considere que cuando usted limpie un
centímetro del globo terráqueo limpiará cuatrocientos kilómetros, ¿no es
fabuloso? Espero que esté a la altura de tal desafío. Cuatrocientos kilómetros
contienen millones de mundos. Un hombre solo en una habitación para
siempre dispone de mucho tiempo. En parte le envidio. En esta mediocre y
decadente época conviene permanecer dentro de la cueva. Salir de ella solo
ocasiona problemas. Cuando alguien es obligado, como le sucederá a usted, el
punto de vista cambia. Entonces ansiará los espacios exteriores. Imagine
praderas, mares, bosques, montañas y ciudades. Recupere algo de optimismo.
No más frío, ni dolor, ni sufrimiento. Pronto todo habrá pasado.

RECUERDOS

Que recuerdes, cuando tratas de recordar, nunca te pasó por la cabeza conducir
un coche, intentas recordar si alguna vez estuviste tentado por sacarte el
permiso de conducir; no obstante, esto siempre lo pensaste, algo cautivador
debía de tener conducir un coche. Hace unos treinta años te matriculaste en
una autoescuela, aunque no tenías intención de sacar el carnet de conducir. El
motivo era Ángela. Ella quería conducir y te animó a sacar juntos el carnet y
como tú deseabas estar con ella te pareció una idea perfecta. Asististeis a dos
clases teóricas y no volvisteis más; aquellas dos clases apagaron en ella el
deseo de conducir, la animaste, sí, era muy pronto para abandonar. El caso es
que no volvisteis más por allí. Crees que si ella hubiera llegado hasta el final
tendrías el permiso de conducir desde hace treinta años, ¡incluso podrías ser
hoy un conductor profesional! En cualquier caso, no sabes nada de Ángela
desde hace veinte años. Esto te da que pensar. Pusiste todo tu empeño en el
asunto de Ángela y fue en vano. ¿Y si hubieras actuado de otra manera?, dirás,
con más disimulo, por ejemplo. ¡Hay tantas cosas en la vida que dan que
pensar! A pesar de la decepción guardo recuerdos magníficos de los momentos
con Ángela. Recuerdas, porque no ocurre nada nuevo a tu alrededor, acudes a
los recuerdos, incluso recuerdas lo que nunca pasó, con un poco de amplitud
de miras podrías conseguir que incluso sucedan cosas en los recuerdos, no es
esta una posibilidad que debas pasar por alto; un hombre, dices, al que no le
sucede nada, puede, con voluntad, cambiar su situación desde, dices, la
inmovilidad, solo con el pensamiento, caminas por caminos conocidos en tu
silla plegable, nadas en el mar, regresas a casa, enriqueces el recuerdo con
detalles, precisas, dices, llegas al fondo del recuerdo, y allí está lo que siempre
estuvo, dices, recuperas y añades, de modo que la novedad pertenezca,
finalmente, al recuerdo. Aquella dos clases trataron sobre pesos y longitudes,
en verdad dos clases tediosas, aunque no tanto para abandonar; todo requiere
un tiempo, un margen de maniobra, dar una oportunidad; el tiempo tiene su
tiempo, ya sabes, en los extremos, el final de túnel, tarde o temprano salimos
del túnel. Consciente o inconscientemente. Hoy el mundo es hostil, no es que
antes fuera amable, aunque no era tan hostil como hoy. Nos vemos obligados a
salir de casa solos, con mascarilla y guantes, sí, nunca fue más necesario
acogerse a la rutina. La rutina es una salida, dos horas para esto, dos para
aquello, día tras día.

EL LENGUAJE

Digamos que algunas cosas te pasan por la cabeza y digamos que no tienen
relación entre ellas. Haces cuentas, el viejo desgrasado que eres como
resultado de cuarenta años de exprimirte con una voluntad de toro. Empezaste
a correr alrededor de los veinte años. Ya parece que estás en situación. Dices
que la vida consiste en dejar todo atrás, una señal de que sigues vivo, te dices
que el que deja todo atrás avanza aunque su avance no tenga sentido.
Entre 1958 y 1962 hubo una gran hambruna en la China de Mao. Murieron
millones de personas, ¿cuántos millones?, en asuntos como este es imposible
llevar bien las cuentas. Los hambrientos habitantes de la barbarie comunista
comían cortezas de árbol, la paja de sus almohadas, el cuero hervido, te
preguntas, ¿dónde está almacenado tal sufrimiento? Desde luego, crees que
esto no puede perderse, caer en el vacío, desaparecer; alguna vez en otra vida
o en otra realidad todo esto irrumpirá y devastará montañas, si las hay. Habrá
un territorio virgen para recibir los desechos de los hombres, un vertedero que
apisonará las almas podridas. Llegado a este punto no es coherente dar marcha
atrás para rehacerlo todo, ni siquiera volver para reparar algunos detalles.
Cuando ya estás a punto de ser vencido por el sueño ves a tu madre andando
sola, renqueante, a un paso de caerse a cada paso, es tu madre ya vieja, así es,
la misma imagen siempre, debe de ser la imagen más poderosa que guardas en
tu mente, entre tantas imágenes, la de tu madre anciana; en esos momentos,
entre la vigilia y el sueño, aparecen recuerdos hermosos, siempre esa frontera
tiene paisajes bellísimos. En la madrugada te recreas allí en la frontera,
prolongas cuanto puedes esa situación incierta. No, no sucede lo mismo
cuando te acuestas por la noche, entonces no hay una transición. Caes en el
sueño bruscamente, allí, dondequiera que estés, no hay un motivo agradable
como en el duermevela, en el sueño puedes esperarte cualquier cosa. Digamos
que todo lo que has dejado atrás, así la vida para ti, quiere recuperarse, de
modo que intentas volver, allí. En el sueño todo se mezcla y de la mezcla
surgen monstruos a veces. Intentas hablar, digamos, con precisión. El lenguaje
es un juego; en la superficie relaciona, en el fondo juega a la precisión, te pone
a prueba para conseguir la fórmula correcta, la única frase que no admite
variaciones. Te parece, sospechas, crees que la precisión del lenguaje solo es
posible en la poesía.

SEGUNDO SUEÑO

Tan pronto como abrió los ojos sintió que algo no iba bien, no así del todo; él
abrió los ojos con un desasosiego manifestado ya durante la noche, en los
momentos de duermevela y no propiamente durante el sueño. Cuando abrió
los ojos cambió el color de su cara, esto notó, que el color de la cara cambiaba.
Oía un rumor como de agua, no así exactamente, había un rumor, como de
personas que murmurasen, parecido al rumor del agua. Tan pronto como abrió
los ojos reparó en que no se trataba de algo soñado. Había en la casa un
murmullo, dirás que de agua corriendo por las habitaciones, no así con
exactitud, parecido él, el murmullo, al cuchicheo de tres o cuatro personas, no
más, una quinta sonaría de manera distinta. Resultaba muy extraña la
percepción de las cosas cuando abrió los ojos aquella mañana, no es así,
resultaba inquietante, como un desasosiego desconocido, dirás que la casa
estaba inundada o que tres o cuatro extraños se habían instalado en ella, la
casa, durante la noche, no personas bondadosas a tenor del murmullo, daban la
impresión de ser jacobinos con intenciones jacobinas. Él llevaba varios días
sin ver a nadie, así, exactamente así, aislado, encerrado por voluntad propia,
eso creía a veces, así pensaba, y luego dudaba de que aquel encierro hubiera
sido elegido. Cuando abrió los ojos notó que algo no estaba en orden. Él tenía
las manos entrelazadas sobre el pecho, una postura desacostumbrada, y un
peso terrible en la cabeza, además oía murmullos, no exactamente así, llegaba
un sonido entre cuchicheos y agua sin cauce. No se trataba de un sueño. Hacía
calor. Cuando abrió los ojos y fue consciente de que algo no iba bien trató de
ubicarse. Quiso levantar la cabeza. Ella, la cabeza, pesaba como cien cabezas.
Separar las manos, no pudo. Movió los ojos hacia su izquierda y le pareció ver
la figura de un gato, no era del todo un gato; era un animal, sin duda, entre
gato y algo desconocido. Se fijó luego en una mancha en el techo, la mancha
cambiaba por momentos; oía un murmullo, como entre agua y voces, después
un zumbido agudo.

LA SUBIDA

¿Tiene usted alguna buena noticia?, le pregunté esto porque había tocado
fondo; él me respondió que la buena noticia era que por el momento no había
ninguna noticia y esto, así dijo, en nuestras circunstancias ya es una buena
noticia. Moví la cabeza para darle la razón; al menos desde ayer la situación
era la misma. Observé el paso por el cielo de una bandada de palomas. La
debilidad de mi mirada tenía mucho que ver con la situación que vivía. Entre
nosotros, así dijo, serían intolerables ahora algunas cosas que antes habrían
sido normales; asentí más por debilidad que por convicción. Nos vendría bien,
así dijo, introducirnos en la corriente de gente que sube, mejor que en la que
desciende. La corriente de subida nos animará más que la de bajada; cuando
uno sube suele albergar esperanzas, así dijo, y también asentí, por inercia, de
modo que entramos en la corriente de subida; nada teníamos en común con
aquellos extraños, pero me sentía bien, los pensamientos descansaban. De vez
en cuando miraba a los hombres que bajaban; en efecto, me parecían más
alicaídos que los que subían, incluso cambié algunas palabras con los que
caminaban cerca de mí.

EL FRUTERO

Colocó dos letreros en la puerta de la frutería. En los dos había escrito lo
mismo: «Cierro por baja médica». Puso un letrero debajo del otro. Cuando los
leí pensé que había pasado algo por alto. Volví a leerlos con atención. Leí lo
mismo que la primera vez. Esto me sorprendió más que la noticia anunciada
por los dos carteles. Me pregunté qué habría pasado por la cabeza del frutero
para pegar dos letreros iguales uno debajo del otro. Si los hubiese puesto
separados, uno en la puerta y el otro en el escaparate, guardaría alguna lógica,
podrías encontrar alguna razón, podrías pensar que por la mañana había
colocado el de la puerta y por la tarde el del escaparate porque había olvidado
el de la puerta. Estas cosas pasan si uno está nervioso. Cuando me hice un
poco con la situación me dije que yo no habría especificado que la causa de
que cerrase la frutería fuese por una enfermedad. La frutería distaba unos
cincuenta metros de casa. Llevaba abierta cerca de un año. El local había
acogido varios negocios. Fue una ferretería, una zapatería y un restaurante.
Ninguno salió adelante. Cuando vi que el nuevo negocio era una frutería me
alegré. La frutería más cercana distaba dos kilómetros de casa. Doy mucha
importancia a las distancias. La distancia es tiempo. Pensé que este negocio
duraría más tiempo que los anteriores. En el barrio no había fruterías y por
entonces la gente comía mucha fruta. Me resultaba repugnante la cantidad de
fruta que comía la gente hace un año. Parecían monos. Caminaban por la calle
mientras comían plátanos, manzanas, naranjas, ¡hasta sandías y melones
comían mientras andaban! Daba asco verlos. Por suerte, esa manía pasó; ahora
hay otras, la gente imita lo que ve. Las nuevas modas no me molestan tanto
como la de comer fruta por las calles. La comida debe ser un ritual, un
momento civilizado. Los hombres tenemos que comer sentados en torno a una
mesa, no como los animales, que comen donde encuentran la comida y hasta
cagan mientras comen. Creo que fui el primer cliente que compró en la
frutería. Le dije al dueño que me gustaría que por fin un negocio pudiera
mantenerse en ese local. El frutero era extranjero. Había escrito mal la
mayoría de los letreros de las frutas. En vez de melocotón escribió mocoton,
naranjas de sumo en lugar de zumo. Le pedí una hoja, escribí en ella la manera
correcta y puse sus errores al lado para que no volviera a equivocarse. Cuando
lo leyó soltó una carcajada y me dijo que si la gente hubiese leído sus letreros
le habría tomado por tonto. En realidad, era un poco tonto. Tal vez la gente no
se diera cuenta, pero yo tengo experiencia en estos asuntos. Trato con necios a
diario y reconozco a uno desde cincuenta metros. Hay diferencias entre un
necio y un tonto, la principal es que tonto carece de maldad. Este es otro
asunto. Mi experiencia con los necios me ha permitido reconocer a los tontos
sin necesidad de hablar con ellos. A veces me equivoco. Que en este
reconocimiento yo no sea infalible me alegra, porque a veces en el espejo me
reconozco como un tonto, aunque nunca como un necio. En verdad, tengo
poco entendimiento. De niño me costaba mucho comprender algunas cosas.
De adulto me cuesta muchísimo comprender la mayoría de las cosas. No sé si
esto solo me pasa a mí o si los demás disimulan. Nada me aporta que
disimulen o no. Algunos detalles me hacen sospechar que la gente finge que
entiende. Creo que todas las personas andan tan perdidas como yo. Lo cierto
es que un día aparecemos de la nada y otro día volvemos a la nada. ¡Cómo
pretendemos entender algo! La mejor manera de estar entre estos dos días
consiste en mirar, escuchar, callar y dejar que todo pase sin buscar
complicaciones. La vida ya tiene demasiadas. Cuando vi la primera vez los
letreros de la baja médica pensé que era algo temporal. Al cabo de una semana
me dije que se trataría de una operación o una enfermedad grave. A los quince
días pensaba acerca de este asunto lo mismo. Cuando pasó un mes sospeché
que había cerrado para siempre. Han transcurrido tres meses desde que cerró
la frutería. Aún espero que algún día vuelva a abrir. Le pediré que me explique
algunas cosas.

REMONTAR EL VUELO

Te dijo que era hora de remontar el vuelo. Yo soñaba a menudo con volar y en
sueños soñaba a veces que volaba. Es cierto que me elevaba apenas unos
metros del suelo, pero me mantenía en el aire un buen rato. Las personas me
miraban sorprendidas. Me valía de los brazos para volar. No los agitaba
violentamente; me bastaba con suaves movimientos laterales. Cuando me
despertaba el mundo se venía abajo. ¡Si venía de volar con mis brazos y me
encontraba pegado al suelo como plomo! De modo que al despertarme
después de tales sueños, dices, la vuelta a la realidad, no ya como un cuerpo
ligero, sino como piedra, me sentía mal, un cambio tan brusco no es bueno. Él
te dijo que había llegado el momento de remontar el vuelo. Lo tomé tal cual.
En un instante sopló un viento fortísimo que puso todo en su lugar. El viento
se llevó tu confusión y comprendiste lo que él quería decir cuando te dijo que
había llegado el momento de remontar el vuelo. Durante el sueño gano la
partida a la gravedad, en el fondo, solo se trata de esto, dices «solo» porque en
los sueños la realidad es diferente de la realidad cotidiana, dices, de la realidad
de la vigilia, cuando estás despierto y eres plomo o piedra. Este «solo» es por
el momento insalvable, un muro entre la vigilia y el sueño. Desconozco en su
forma lúcida la unión de vigilia y sueño, quieres decir que existe una unión
entre ambas, pero está al otro lado de la lucidez. ¿O es la lucidez misma?

PASEO AL AMANECER

En este cielo limpio y nuevo de las siete de la mañana vuelan ya algunas aves.
¿Madrugan como yo para ver todo ordenado y acoger buenos pensamientos?
¿Qué procura un pájaro que vuela a las siete de la mañana? ¿Qué intenciones
de pájaro lleva? No cabe duda de que ha salido a esta hora por decisión suya.
Luego, a lo largo del día, hay cientos de pájaros como él, que ahora duermen
en sus nidos; él podría haberse quedado en el nido igual que los demás. Lo
cierto es que vuela por el cielo de las siete, como paseando. A esta hora todo
es sencillo. Dentro de un rato empezará el ajetreo de hombres y pájaros, todos
trabajarán con ahínco, cada uno en sus tareas. Entonces saldrán a relucir las
mezquindades y los actos heroicos de hombres y pájaros. Las calles perderán
la pureza de las siete. Mientras tanto, ahora, por el momento, estoy alegre.
Paseo a mi ritmo, sin precauciones. Si me apetece cambio de calle. No he de
evitar encuentros desagradables ni soportar miradas envidiosas. ¿Y qué decir
del silencio de las siete de la mañana? Hay tanto silencio que no me doy
cuenta.

TENSIÓN ARTERIAL

Hasta los cincuenta y cinco años fuiste un hombre con la tensión arterial baja.
Cuando te levantabas bruscamente sufrías mareos que a veces acababan
contigo en el suelo, de modo que tenías cuidado con los cambios bruscos
desde el estado de reposo. No solías olvidar que un cambio brusco de postura
tenía consecuencias desagradables y peligrosas. Más de una vez te golpeaste
con una pared o caíste al suelo. En realidad, cualquier cambio brusco te
dificultaba la vida. A partir de los cincuenta y cinco años empezaste a notar
una leve presión en tu cabeza, desconocida hasta entonces. La presión
aumentaba con el paso de tiempo y se concentraba encima de los ojos. No
achacaste este desequilibrio a la edad, sino a la lenta y constante dificultad de
un mundo hasta entonces sencillo y desde entonces un mundo que tu cabeza
complicaba más y más. La relación entre la complicación de tu mundo y la
tensión arterial era tan exacta y bella que suavizaba la constante decadencia
del mundo. Por entonces empezaste a poner la palma de la mano izquierda en
la frente, una mano siempre fría que aliviaba la pesadez de tus ojos.

LA PIERNA DERECHA

¿Sabe que su pierna derecha mide unos centímetros más que la izquierda? Así
dijo, esta pregunto me hizo. Me di cuenta de que prescindió de la palabra
pierna al nombrar la pierna izquierda, debió dar por supuesto que al nombrar
la pierna derecha entendería que la izquierda se refería a la pierna izquierda;
sin duda, no reparó ella en esta omisión, algo así como: «Alza la mano derecha
y luego la otra», que con pureza se refiere a levantar luego la mano izquierda.
La pierna derecha medía unos centímetros más que la pierna izquierda,
¿cuántos?, lo que según ella me obligaba a levantar la cadera, y esta situación
forzaba a su vez la espalda. No crea que mi falta de atención me impedía
seguir el hilo del pequeño discurso medicofisioterapéutico. Mi falta de
atención, en realidad, era una aparente falta de atención; a menudo disimulo,
adopto gestos que no se corresponden con el movimiento interior. Mientras
tanto contraía y relajaba los músculos de la pierna izquierda, parecía entonces
que la pierna izquierda respiraba; mejor tomarse la vida jovialmente, eso creo,
aunque esté a miles de kilómetros de la jovialidad, siempre estuve lejos, dirás,
de una manera de contemplar la vida, dirás, un tanto, bien, un tanto…
desenfadada. La espalda le dará muchos problemas si no pone ahora los
remedios, así ella, cuando ella medía metro y medio y pesaría unos ochenta
kilos, bien, dirás, su obesidad no tenía nada que ver con tu espalda, sin
embargo, te molestaba que alguien en una situación peor que la tuya te
aconsejara. Trataba de tomarme la vida con ligereza. La ligereza de la vida
estaba a mil kilómetros de mí. Por el camino que iba ni en cien vidas
encontraría la ligereza de la vida. Pensaba. La pierna izquierda es más corta
que la pierna derecha. ¿El defecto es de la pierna derecha o de la pierna
izquierda?, dirás, la pierna derecha se ha desarrollado con normalidad.
Pensaba. La pierna izquierda es la pierna correcta. Cabe la posibilidad de que
un defecto en la espalda provoque el desajuste, de modo que las dos piernas
midan aproximadamente lo mismo y sea ella, la espalda, la culpable de la
asimetría. Según ella, la medicofisioterapeuta, los problemas de espalda me
llegarían pronto si no ponía remedio. Le pregunté qué tipo de remedio, ella, la
medicofisioterapeuta, me entregó un folio con dibujitos de muñecos que
adoptaban diferentes posturas; ella, la medicofisioterapeuta, me dio el folio sin
mediar palabra, como algo que era ya muy aburrido para ella a fuerza de
repetir. Miré atentamente las figuritas y dije: «Comprendo». Ella, la
medicofisioterapeuta, se frotó las manos. Es una manera de hablar, ella, en
realidad, no se frotaba las manos; yo imaginé que se frotaba las manos porque
evitaría las explicaciones. La situación, dirás, admitía este lenguaje figurado.
Algunos gestos que ella hizo no me agradaron; también yo haría algunos
gestos desagradables para ella, la medicofisioterapeuta. Cuando una persona
está frente a otra a veces suele hacer gestos desagradables sin darse cuenta.
Noté que estaba impaciente por perderme de vista. Un hormigueo molesto me
subía por la pierna derecha. Ella, la medicofisioterapeuta, se frotaba los ojos.
Aproveché para cambiar de postura. Para mí ya estaba todo dicho. Pensé en
qué podría rescatar de este tiempo medicofisioterapeutico. Y este pensamiento
parecía confirmar que para mí allí ya no quedaba nada, aunque me animaba
todavía la esperanza de que todavía me esperaba algo, dirás, hermoso.

DE PERROS

Tenga en cuenta que las reacciones de los animales son imprevisibles. Un día
como otro cualquiera entra en casa y el perro se lanza a su cuello. No debe
sorprenderle que las reacciones de los hombres sean parecidas. En esta alocada
vida no hay nada seguro, por otra parte, puede prescindir de los animales,
aunque difícilmente podemos de los hombres.
No tengo relación con los animales y reduciré mis relaciones con los hombres.
Es una observación válida en estas circunstancias. No deja de tener razón.
Reduzca el número de sus relaciones a la mitad y así tendrá menos
posibilidades de sufrir contratiempos. Hay una relación entre las personas y
los problemas. Vea cómo muestran su desacuerdo, ahora vendrá alguno a
protestar, si en lugar de cien hubiera uno… ¿Comprende? Por otra parte, el
hombre que se aísla de los hombres suele entablar relaciones afectuosas con
los animales, un hombre así se desequilibra muchísimo, las mujeres tienden
más en estos casos a relacionarse con los animales, al final creen que los
animales son mejores que las personas, las mujeres adoran a los perros, si
adorasen así a los hombres tendrían a su lado a un hombre fiel en lugar de un
perro. Te vienen con que un perro no te abandona nunca, que tiene mejores
sentimientos que los hombres, que no te traiciona y demás porquerías. Nunca
intimide con una mujer que vive con un perro y cuantos más perros tenga,
ponga más distancia entre ella y usted. Además, entra usted en la casa y ese
olor nauseabundo a perro y ella te dice que huele a fidelidad, cariño y mil
idioteces más. Este es un mundo desquiciado y podría ser un mundo agradable
con un poco de empeño.

CONFUSIÓN

Una confusión desconocida se había apoderado del mundo. Los hombres
estaban confusos, los animales se comportaban de una manera extraña, incluso
el mundo vegetal estaba trastornado. Trato de explicar que el antiguo sentido
común no tenía valor. Nada era ahora previsible como era antes. No quiero
decir, por ejemplo, que los conejos comieran carne o que dos piernas ya no
bastaran a los hombres. Estas cosas seguían como antes; me refiero a matices
del comportamiento, a una irregular respuesta a situaciones comunes y
previsibles. Dices: «no había augurios de tormenta y sobrevino una tormenta»
o «a situaciones iguales, nunca la misma respuesta». Permítame que cambie de
postura, le dije, mi cuello no puede soportar más esta tensión. Me incorporé y
me senté en la silla plegable. Mirar al cielo fue lo más razonable que se me
ocurrió. Al menos, todavía el cielo conservaba su primitivo aroma.

CORRER

Salí a correr a las ocho de la mañana. A pesar de la niebla y el frío no me sentí
un hombre desplazado. Cuando aprovecho el cuerpo para correr nunca el
mundo exterior me parece hostil. No cabe duda de que esto es una sensación;
tal vez si alcanzara a comprender lo que sucede entonces, dentro y alrededor
de mí, cambiaría mi percepción. Es posible que la cadena de males y
amenazas no se rompa mientras corro, pero no lo siento así. Entonces, durante
la carrera, mantengo una relación amistosa con mi vida, con la que después, ya
en casa, me recreo. Podría haber salido de casa para trabajar, esta mañana
hostil, fría y amenazante, de camino a un trabajo del que rechazo casi todo y al
que la costumbre no logra acostumbrarme. La mañana era fría; la niebla,
espesa. El frío y la niebla no me acobardaron, ni siquiera me disgustaron.
Apenas sentí el peso del frío y la niebla. En otras circunstancias el cambio
brusco me hubiese contrariado, no entonces, porque salía a correr y cuando
corro, como ya dije, no siento la hostilidad del mundo. Antes de aquella
mañana hubo otras parecidas. ¿Por qué quedó aquella como la Mañana? Has
observado que algo similar sucede en otros aspectos de la vida, dices, en
aquellas situaciones que repites a menudo, una se impone en tu recuerdo como
modelo o idea de las demás, así cada paseo por el bosque repite el paseo de la
tarde de octubre del año 1999 que por misteriosas razones permanece en el
recuerdo; así también la mañana de diciembre del año 1991, cuando fuiste a
correr con frío y niebla, o la mañana de noviembre de 1995, aquella mañana
de domingo que saliste en bicicleta, como cada mañana de domingo desde
hace treinta años. Cuando salí de casa aquella mañana recibí un golpe de frío;
la niebla impedía ver más allá de diez metros; quien esto se encuentra, dices,
cuando sale de casa y no vuelve a entrar en ella, la casa, debe tener un asunto
ineludible o quiere hacer un sacrificio de expiación. Solo alguien que sabe
dónde va y tiene una obligación se aventura a salir de casa en mañanas como
aquella. Correr es para ti una costumbre necesaria, además de un placer. Solo
cuando vas a correr sales pues, cualquier mañana, convencido y alegre. No
hay otro motivo que te haga abandonar la casa con el ánimo entero. El frío
intenso y la niebla espesa tumban al que alberga alguna duda. Aquella mañana
salí a correr con la convicción de siempre. Las únicas personas que encontré,
dos hombres y una mujer, no me dieron buena impresión. Los tres intentaban
algo con sus perros. Cada mañana con frío y niebla, como aquella mañana, veo
escenas parecidas. El mismo patrón se repite cuando existen circunstancias
parecidas. Es bueno que así suceda.

LIMPIADORAS

Una vez a la semana, ella, la limpiadora, limpiaba la casa. Tardaba unas cinco
horas. Ella, la mujer limpiadora, tendría unos cuarenta y cinco años, ¿quién
sabe?, tal vez si hubiese rozado los treinta la casa habría estado lista en una
hora menos, piensas, entonces, que una persona con quince años menos es más
rápida para ciertas cosas que alguien con quince años más, aunque no
necesariamente ha de ser así, influye la disposición, la habilidad, la
organización, sí, una serie de cualidades que al final pueden compensar las
limitaciones de la edad, dices, equilibran los efectos de una cosa con otra
contraria, bien, este es otro asunto, no era mi intención desviarme, por cierto,
dije los efectos y tal vez sea más acertado decir los defectos. La limpiadora
venía a casa los miércoles, a veces algún jueves; en cinco horas dejaba la casa
nueva, al menos a mí así me lo parecía; mi hermana tenía otro punto de vista;
creo que ella, mi hermana, se fijaba en detalles que yo no podría ver ni en dos
vidas como la mía; a su vez, mi hermana no podría observar ni en tres vidas
como la suya los matices que yo observo en una bicicleta de carretera o en
partido de fútbol, de lo que se trata es de ser un poco feliz con nuestro punto
de vista, con aciertos o equivocaciones, si te gusta pasear con un palillo en la
boca y no haces mal a nadie, bien, llévalo, hasta que las reglas de educación te
lo desaconsejen, para eso estás tú y el sentido común. Antes de esta mujer
limpiadora habían pasado por casa otras limpiadoras, cada una con su
peculiaridad, ladronas, honradas, chismosas, sucias, limpias. Todas, antes o
después, buscaban nuevos horizontes por decisión propia o ajena. Entonces mi
madre empezaba a buscar una sustituta. Lo peor de todo para mí era que
alguien extraño entrara en casa, me parecía una forma de esclavitud que esas
mujeres husmearan e invadieran un territorio para mí sagrado. Por otro parte,
así pienso, uno debe limpiar la mierda propia y cuando no pueda ha de
procurarse salir de manera discreta de este mundo hostil. Un miércoles la
mujer limpiadora no vino a casa, dijo que estaba enferma; al miércoles
siguiente tampoco apareció. Al cabo de un mes nos comunicó que tenía un
tumor en el oído. Mi madre se preocupó. Le preocupaba la salud de la mujer
limpiadora; aun más le preocupaba la suciedad que la casa acumulaba.
Empecé a limpiar la casa, una habitación cada día. Al cabo de un mes la casa
relucía como nunca. Por otra parte, ella, mi madre, desconfiaba de mis
facultades limpiadoras; para ella, mi madre, la limpieza de la casa era asunto
de mujeres, un hombre ni sabía ni debía limpiar una casa. A pesar de los
resultados el proceso de mujer limpiadora a hombre limpiador no fue rápido
para mi madre. Cuando cada mañana, siempre a la misma hora como exige un
hábito disciplinado, ella, mi madre, me veía con la escoba, el cubo y los paños,
notaba yo una desazón en ella; por sus comentarios me daba cuenta de que
para ella, mi madre, un hombre limpiador alteraba el orden natural de las
cosas, no obstante, en mi madre poco a poco aparecían señales de un cambio.
Un día me dijo que la casa nunca había estado tan limpia. Dejó de interesarse
por la salud de la mujer limpiadora. ¿Había conseguido yo que, por fin, ningún
extraño trabajase en casa? Esto me preguntaba yo; aún temía que para ella, mi
madre, yo fuera en este asunto algo provisional, dices, una solución de
emergencia mientras la mujer limpiadora se curaba del tumor. A menudo
pensaba en ella, la mujer limpiadora, pensaba en su reacción cuando recibió la
noticia del tumor, imaginaba las visitas frecuentes al hospital, las pruebas, el
dolor. Me sentía muy afortunado. Uno está siempre amenazado por estas
cosas. Para mí la mujer limpiadora estaba a años luz de nuestra casa, dices,
una mujer ya irrecuperable para la casa. Podría equivocarme y, así pensaba, un
día llamaría por teléfono a mi madre para comunicarle que ya estaba curada y
que volvería a limpiar la casa.

OPINIONES

Cuando pasan cinco años sin ver a un conocido ya notas algunos cambios
inquietantes en su cara. Al cabo de veinte años el efecto del tiempo es
devastador. Entonces en algunos casos el conocido es irreconocible. Muy
distinto es si envejeces junto a otra persona, en este punto estará de acuerdo
conmigo. El hábito acostumbra al ojo. Por cierto, quería preguntarle desde
hace tiempo si usted desaprueba la pena capital. ¿Quién en su sano juicio no la
desaprueba? ¿Quiere decir que aquel que no desaprueba la pena capital no está
en su sano juicio? Pareció incomodarse con esta pregunta ¿Es relevante su
respuesta para el caso que nos ocupa? La opinión de un hombre en un asunto
que desconoce es irrelevante, por lo tanto casi todas las opiniones de los
hombres son irrelevantes. ¡Oh, qué gran discernimiento!

MANOS

Me miraba las manos y veía unas manos, las mías, arrugadas. Así recuerdo
que eran las manos de mi abuela. Han pasado cincuenta años; terrible, cómo
pasa el tiempo, una auténtica escabechina. Tengo en un instante las manos de
mi abuela. Observarme las manos me descarga de algunos pensamientos. En la
región de Kolimá, los condenados del régimen soviético se volaban las manos
para no trabajar en las minas. Un hombre aguantaba a lo sumo dos meses en
las minas. Cuentan ellos, los condenados, que sentían a menudo dolor en las
manos, a pesar de que ya no tenían manos. Les dolían los dedos. Cuando un
desgraciado de aquellos hombres, consumido por el frío, el trabajo y el
hambre, flaqueaba en su misión diaria y no alcanzaba la cuota asignada, era
acusado de fascista, tal acusación era lo de menos. Los cadáveres congelados
rodaban montaña abajo. El infierno está en la tierra, en la vida de muchos
hombres. A veces, uno de aquellos mutilados, sin darse cuenta, hacía el gesto
de agarrar un objeto con el muñón. La mano seguía en el cerebro, como si el
cuerpo entero fuese una extensión del cerebro. Me fijaba en mis manos,
parecían sarmientos. Las manos de mi abuela ―¡hace ya cincuenta años!―
eran como estas. Conservo las dos manos y los cinco dedos en cada una de
ellas. Cinco dedos en cada mano es una buena idea, cubren bien nuestras
necesidades ellos, los cinco dedos. Diez dedos, dos manos, son una
declaración de intenciones, la medida física del hombre. Una mano cerrada,
recogidos los dedos, dirás, una mano hecha un puño, es un retroceso, una
vuelta al animal. Es más bella y dócil una mano abierta, preparada para recibir
las alegrías de la vida. Me fijaba en mis manos, la derecha más ancha que la
izquierda. Las dos, manos viejas. Mientras las observaba olvidaba otros
pensamientos.

TERCER SUEÑO

Tan feliz duermes la siesta, con sueño de oso en invierno, así duermes por las
tardes, que si alguien llamase a la puerta, aunque interrumpiese tu sueño, un
sueño como diez sueños, no te levantarías, a no ser que llamara Cristo o algún
ángel de los buenos, nadie, excepto Cristo o un ángel bueno te levantaría,
entonces soñabas que no te moverías, solo si supieras que era Cristo o un
ángel te levantarías, mientras esto soñabas no dormías, pedaleabas en la
bicicleta estática. Solo sucede en los sueños que alguien mientras duerme
pedalea en una bicicleta estática. Con el tiempo, dormir y pedalear a la vez no
tendrá ninguna gracia. ¡Cuántos hombres serán obligados a pedalear mientras
duermen! Soñabas que dormías profundamente; mientras dormías
profundamente soñabas que nunca te levantarías para abrir a alguien que llama
a la puerta excepto y este “excepto” lo soñaste como palabra escrita, así lo
soñaste, excepto que llamara Cristo o algún ángel. Todo el sueño empezó a
desdibujarse tan pronto como despertaste. Llegaron dudas como vientos del
norte.

APARIENCIAS

Si algo sale mal no piense que dará la cara por usted. Antes de empezar tenga
esto en cuenta. No le puede exigir aquello que no haría si estuviera en su
situación. Las relaciones entre los hombres no tienen limpieza alguna. Estás
aniquilado por el aburrimiento y la impotencia que te provocan las relaciones
humanas. Con un poco de decisión por tu parte romperías todos los vínculos
humanos. Vivirías como un ermitaño. Ahora le sonríe, le parece un hombre
muy agradable, es simpático, no empalaga. Le aseguro que en la primera
dificultad no querrá saber nada de usted. Conozco bien a este tipo de personas.
No crea que son prejuicios. Una parte de la humanidad vive a expensas de la
otra parte. ¡Todo esto es tan aburrido! En la vida solo la madre es algo
auténtico. Cuando un hombre pierde a su madre, bien porque ella no quiere
saber nada de él, bien porque muere, es un hombre reducido para toda su vida
a la inmundicia humana. Las madres son la luz, el resto es mierda que se
acumula a más mierda. Si soportamos la vida es por el engaño continuo al que
nos sometemos, todo apariencia, de modo que vaya con cuidado. Después de
tantos siglos de mierda ya deberíamos conocer esta mierda, pero somos
infantiles, niños idiotas que necesitan experimentar en carne propia lo que
otros experimentaron, a pesar de que las mentes lúcidas nos advierten que por
ahí nos equivocaremos. ¿Piensa usted que moverá un dedo cuando la situación
se complique? Le aseguro que la simpatía, la amabilidad, su continua sonrisa,
todo desaparecerá y usted se preguntará si es el mismo hombre.

LIBRO DE INSTRUCCIONES

Hay un juego, así dice el manual, que consiste en emparejar cada cabeza con
su tronco. Además he oído que después de la batalla los prisioneros varones
eran decapitados y luego se mezclaban cabezas y cuerpos y los niños jugaban
a recomponer las piezas como si se tratase de un rompecabezas. El niño
ganador gozaba de muchos privilegios hasta su edad adulta. ¿Y los
perdedores? El manual no dice nada de ellos; por otra parte, si los perdedores
sufriesen un castigo, pongamos, por ejemplo, que tuvieran que entregar uno de
sus dedos meñiques al ganador, ¿no comprende que entonces no se trataría de
un juego, como especifica el manual? El manual detalla el carácter lúdico de
esta aberración. Lea aquí. No obstante habrá comprobado que en esta aldea
hay muchos niños cojos.

CLASE CON MI CUÑADO

Aquel día había quedado por la tarde con mi cuñado para que me diera una
clase de conducir. Apenas faltaba una semana para el examen y no dominaba
todavía el coche. No podía atender a la circulación sin dominar el coche.
Primero dominar el coche y después olvidarme del coche para concentrarme
en la circulación. Este era el orden del aprendiz de conductor y así seguirá, el
mismo orden, pues ¿quién es capaz de concentrarse en señales, peatones,
pasos de cebra, sin dominar el coche? Cuando dije a mi cuñado que el examen
era en apenas unos días, él, mi cuñado, se ofreció para darme una clase. Mi
cuñado es un hombre paciente, admiro su paciencia; nunca he conocido un
hombre tan paciente como mi cuñado. Cuando pienso en mi cuñado pienso en
la paciencia de él, mi cuñado, y entonces la paciencia de mi cuñado anula sus
demás virtudes, que son muchas. La paciencia se impone sobre las otras
virtudes y parece que solo tiene paciencia. No sé si dije a mi cuñado que
faltaban unos días para el examen o una semana, en cualquier caso él, mi
cuñado, se ofreció para darme una clase de conducir y me pareció que lo decía
sinceramente. Nada habría cambiado si él, mi cuñado, hubiera desviado la
mirada cuando le dije que me quedaba una semana o unos días para el examen
de conducir. Yo no escondía segundas intenciones cuando le dije que apenas
faltaba una semana, ¿o unos días? Pensé que ese “apenas” decidió por mi
cuñado; a menudo una palabra cambia algunas cosas, entra como una cuña en
el normal acontecer y señala un comienzo. Las palabras son materia, entran en
el cuerpo, buscan espacio, encogen o ensanchan el corazón. No es asunto
sencillo seguir el rastro de algunas palabras que entran en el cuerpo. A veces
concentro mis fuerzas en seguir la huella de una palabra y no encuentro nada
de ella. Sé que ellas, las palabras, han hecho de mí lo que soy. Algunos
filósofos aconsejan apartarse de todo. ¿Cómo apartarse de las palabras? Que
nadie crea que me parece oportuno decir esto. El intento de obtener el permiso
de conducir fue para mí como una enfermedad y lo más sorprendente es que
intenté esta acrobacia voluntariamente. Muchas personas coincidían: «Cuanto
mayor es uno, más difícil es sacar el permiso de conducir». Pensaba yo en los
reflejos, la coordinación, la vista, el oído, el tacto, la decisión, sí, formas
determinadas por el tiempo, no, no ley de vida, sino ley de muerte.

LA PROFESORA

Dice que ella es como su segunda madre cuando sabes que hace dos años que
no ha visto a su madre, la primera madre; es inevitable preguntarte qué sentirá
por su segunda madre. ¡Cómo no ser cauteloso con las personas! Esto te
sucede por levantar la vista del cuaderno; entonces tu mente se dispersa. Es
natural, quiere atender ella, la mente, a la enorme variedad del mundo y como
es una mente sin profundidad va de una cosa a otra. Añade que tu cabeza está
aniquilada por el manual de tráfico. Es tu cabeza una cabeza llena de señales,
intersecciones, estadísticas, plataformas, calzadas, arcenes, camiones de más
de tres mil quinientos kilos. Pasados los cincuenta has decidido que era el
momento de conducir un automóvil para pasear con tu madre por las carreteras
del mundo; tu anciana madre apenas sale de casa y para ti es intolerable que tu
madre se despida de la vida encerrada en casa, de modo que por fin, después
de varios intentos, te has lanzado al mundo del tráfico, a tu pesar, un mundo
odioso para ti. El primer día de la clase teórica te resultó sorprendente. Tres
alumnos esperábamos en el aula a la profesora. A la hora exacta entró una
mujer altísima, muy delgada, de unos cuarenta años. Se sentó enfrente de
nosotros y empezó a hablar con una lucidez que no habías encontrado ni
siquiera en los catedráticos universitarios, en aquellas eminencias de tus años
universitarios. Ella, la profesora, explicaba el tema ―¡las señales de tráfico!―
de un modo bellísimo y apasionado. Las palabras fluían; el tono de su voz te
hipnotizaba, pero no querías perder detalle de sus explicaciones. Si hubiera
sido una mujer atractiva habrías, en lo esencial, desperdiciado una clase
magnífica. Por momentos te dejaste llevar. Estuviste una hora alejado de la
general estupidez humana, lo cual no deja de ser algo extraordinario. Durante
aquellos meses el manual te absorbió. En el cuaderno solo apuntabas dudas
que te asaltaban cuando estudiabas el manual. En aquel tiempo tu mente no
salía de carreteras, prioridades, advertencias, paneles, agentes, cambios de
sentido, nada ajeno entonces al manual. Aquel enfrascamiento en un asunto
concreto, aparentemente prosaico, te abrió los ojos. El embotamiento de tu
cabeza se despejaba poco a poco, notabas que salías del colapso. Te diste
cuenta de que cualquier asunto humano es un punto de partida, dirás, un
comienzo mental. Apuntaste en el cuaderno que los días son cortos para los
hombres con inquietudes mentales.

CONVIVENCIA

Cuando salía de casa me gritó desde la terraza que le faltaba el tomate. Si
alguien me pudiera ayudar a librarme de ella aprendería a esculpir y haría un
busto de mármol de tamaño natural a ese buen samaritano. No me interesa
ahora la escultura, aunque haría el esfuerzo si alguien me ofrece su ayuda y
veo que trae buenas y sinceras intenciones. Entonces incluso dejaría de
estudiar a Kant para dedicar todo mi tiempo libre a la escultura. Sentiría
mucho dejar por un tiempo al bondadoso Kant aunque esto me sirviera para
perder de vista a esa ave de rapiña. Desde la calle le dije que tendría que
pasarse sin los tomates porque vendría muy cargado. Me apreté la nariz con el
índice y el pulgar mientras me alejaba. Este gesto es como si le dieran un
bofetón. Es para ella más dañino que veinte insultos. Ahora no recuerdo si
Kant tuvo esposa. Pondría la mano el fuego para asegurar que Kant se alejó de
las mujeres tanto como a un hombre le es posible. De lo contrario su
pensamiento no habría alcanzado tales alturas. Las mujeres destruyen poco a
poco el cerebro de los hombres con sus constantes maquinaciones. Es cierto
que tienen virtudes. No me confundan con un misógino. Hablo desde un punto
de vista práctico. Para ser Kant uno debe conducirse como Kant. No puedo
imaginar a Kant metido en una situación como la que vivo ahora con esta arpía
y no puedo imaginármelo aunque pueda imaginar que vuelo a lomos de un
grifo. Kant jamás podría caer en una trampa como la que me atrapó a mí. En
Kant la razón podía con el sentimiento, por esto me es tan simpático. Si yo
hubiese antepuesto la razón al sentimiento nunca habría convivido con ella. Mi
razón me decía que me apartase de esa arpía. Antes de convivir ya veía
detalles en ella que me avisaban. Me decían que eso saldría mal. Saben de qué
hablo. No sean hipócritas. Pido ayuda. No sé salir solo de esta situación. De
verdad, les haré un busto de tamaño natural que admirarán las futuras
generaciones.

IMAGINACIONES

Reconozco que cuando estoy solo y tengo la seguridad de que nadie me ve
hago algunas cosas que nunca haría delante de nadie. Como si no supiera de
qué le hablaba, le preguntó si podía darle algún ejemplo. Entonces le dijo que
todos eran de la misma calaña y que no merecía la pena continuar con esa
comedia. ¿Cómo no reprocharse que una vez más se había precipitado? Sintió
un dolor agudo en el pecho. Pensaba que era a causa de la postura más que del
disgusto. Cambió de posición con mucho cuidado. El dolor no disminuyó. Se
levantó. Sin darse cuenta apoyó el peso del cuerpo en la pierna izquierda. El
dolor de la rodilla ocultó el dolor del pecho. ¿Cómo, entonces, pudo cerrar los
ojos durante unos minutos? Dijo que desde niño tenía esa costumbre. Le pidió
que la explicase, que diera detalles. No merecía la pena detenerse en algo tan
simple. No obstante, así dijo, solía observar durante horas a los camaleones y
las serpientes de cristal. Con los ojos cerrados dejaban de existir. No crean que
las carcajadas de ellos alteraron su semblante. Tenía los ojos cerrados. Los
abrió como si nada hubiera dicho. Desde hace unos días, cuando cerraba los
ojos imaginaba que estaba haciéndolo con una compañera del trabajo. Era muy
delgada, apenas tenía pecho. Ella estaba a horcajadas sobre él, se movía muy
bien, parecía adivinarle sus intenciones. Él no perdía de vista sus pezones. En
otra vida se los habría arrancado de un mordisco. Por lo que usted imagina, no
es cierto que cuando cierra los ojos deja de existir. Nos da la impresión de que
está muy aferrado a la vida. Entonces, con los ojos cerrados no soy nada.
Desaparecer, como creen los niños cuando cierran los ojos, es algo que está
fuera de mis posibilidades. Dijo: «Permítanos una pregunta». Bien, se
equivocan si piensan que puedo ser el protagonista de algo. Ni siquiera puedo
ser protagonista de mi vida. Es terrible lo que nos dice. No quisiera darles
falsas esperanzas. Cuando un hombre no dispone de unos minutos diarios para
sentarse y recibir unos rayos de sol mientras mantiene algunas esperanzas,
¿qué puede esperar? Lo peor de todo es que un día, por fin, dispone de esos
minutos y entonces ya no puede hacer nada con ese tiempo. Una vez vi una
fotografía que me quedó grabada. Veinte hormigas rojas rodeaban a una
hormiga negra. Como usted sabe, las hormigas no gesticulan y si lo hacen,
nosotros no lo percibimos. Vi el gesto de la hormiga negra. Desde entonces
cada vez que veo mi cara en el espejo reconozco en ella el gesto de aquella
hormiga. Me pidió antes que le diera algún ejemplo y le dije que todos ustedes
eran de la misma calaña. Me precipité. Ellos movieron la cabeza. El mismo
movimiento tuvo para él un significado distinto. Sin duda, el movimiento del
hombre chino decía: «No tiene importancia». El movimiento de la compañera
de trabajo era de reproche. Alcancé a ver el movimiento de la psicóloga; me
disgustó más que los otros. Si en aquel momento hubiese tenido un veneno
contra las cucarachas seguro que se lo habría arrojado a la cara; como no lo
tenía, le arranqué la cabeza con el pensamiento. De buena gana habría también
obligado a mi compañera de trabajo a que me lamiese los dedos de los pies. Le
preguntó si era algo como eso lo que quería oír. Le respondió que él no estaba
allí para juzgar a nadie, sino para interceder. Cerró los ojos. Cuando una
serpiente de cristal cierra los ojos deja de existir. Mientras tiene los ojos
cerrados puedes cortarle la cabeza. No siente nada.

EL PASADO

No me resulta sencillo hablar de ello. Me resultaría más sencillo hablar de
cualquier otro asunto aunque desconozca el asunto. Siempre podré divagar,
inventar, mentir, pero de este asunto no me es sencillo hablar. Cuando he
intentado hablar de ello, me he paralizado. No me paraliza el recuerdo, sino mi
conciencia. Nunca había caído en que yo tuviera conciencia más allá de las
leyes y sus penas; de repente, un día aparece ella, la conciencia. Y no me trae
nada bueno. Vuelve el pasado no como era entonces, como fue, viene
cambiado, para ajustar cuentas. Vuelve como humo que entra en mi cabeza y
me envenena. Me digo que todo ahora es una interpretación, que nada tiene en
común con la fuerza del momento. Aquel no era yo y ahora soy yo o aquel era
yo y ahora no soy yo. Con el paso de los años surgen dolores que entonces no
podía imaginar. ¿Cómo imaginar, entonces, que un pinzamiento intensísimo
me atraparía el ojo izquierdo, se apoderaría también del oído y me bajaría por
el cuello hasta paralizarme el brazo?
Así es, no me resulta sencillo hablar de ello. Cuando actué así ¿qué sabía yo
de que un día me vería obligado a hablar de aquello? Son las consecuencias de
un acto irracional del que ahora se me pide una reflexión. Esto viene de
aquello. Una decisión puede esclavizar una vida. Aquel era yo y ahora no soy
aquel. He de cargar con la equivocación del que fui. Todo este asunto es de
una simplicidad devastadora. Es un asunto cómico y ridículo. Me obligan a
hablar de algo que desconozco. Me dicen: «Cuente solo los hechos, deje las
valoraciones y los matices morales». ¿Acaso no es aquel ahora únicamente un
hecho moral? ¿Acaso no es ahora solo un hecho de la conciencia? ¿Cómo,
después de tanto tiempo, mi relato de los hechos tendrá algún parecido con lo
que sucedió?

EL PRESIDIARIO

Tras diez años en la cárcel volvió muy cambiado. Bastaba ver su cara, ahora
era un rostro afilado con una mirada maliciosa y a la vez llena de miedo. Sin
hablar con él supe que no era el hombre de hace diez años. Incluso su forma
de andar había cambiado. Cuando me crucé con él pensaba yo en el sueño que
había tenido esa noche. Me había despertado hacía apenas una hora y el sueño,
tan bello, seguía conmigo. Era joven, en el sueño, y hacía un día soleado, de
verano, en el sueño. Esto ya hubiera colmado mi sueño, pero había más. Una
chica tímida y guapísima pasaba su dedo índice por mis labios. No la conocía,
no necesitábamos hablarnos, era un día de verano y yo era joven, como ella.
Cuando me crucé con él no pensaba en él, como es natural, entonces pensaba
en la pobreza de los recuerdos. Enseguida lo reconocí. Vi su rostro cambiado.
Nos saludamos; a pesar de conocernos y no habernos visto en diez años
ninguno de los dos se paró. Él y yo habíamos coincidido años atrás en el
mismo gimnasio. Hablábamos a veces. Supe que mantenía una relación con
una menor. Los padres de la chica lo denunciaron.
Salí a la calle aquella mañana con el sueño todavía en la cabeza. La rata negra
se había comido la noche y la rata blanca devoraba el día. Yo llevaba todavía
la noche dentro a causa del sueño. No me daba cuenta de algunas cosas que
pasaban en la calle y que me hubieran resultado útiles. Apenas a un metro de
él salí del sueño y vi su cara. Si me hubiera parado para saludarlo creo que él
también se hubiera parado. Si él se hubiera parado sin duda me habría parado.
Ambos nos vimos sorprendidos y estuvimos lentos. Me dije que tendría que
haberme parado. Este incidente se mezcló con el recuerdo del sueño. Según el
tiempo avanzaba la fuerza del día desplazó al sueño y al encuentro. Surgían
cosas propias del día. Era un día de verano.

DOS LUBINAS

Preguntó cuánto tiempo tenía que estar la lubina en el horno. No depende del
tiempo, sino de la potencia del horno y del tamaño de la lubina, esto
respondió. Sin mediar más palabras, salió de la cocina y volvió al poco tiempo
con dos lubinas. La lubina que traía en la mano derecha parecía el padre de la
que traía en la mano izquierda. Puso las dos lubinas encima de la mesa y nos
dijo que las observáramos hasta que nos avisara. Todos empezamos a
observarlas como si nos fuera la vida en ello. El profesor daba miedo. Temía
que me hiciera alguna pregunta sobre las lubinas. Creo que todos temíamos lo
mismo. Cada vez que alguno de nosotros no respondía a sus preguntas o daba
una respuesta equivocada el profesor no comentaba nada, pero te hacía sentir
muy mal, como si fueses a ser un cero a la izquierda toda la vida. Me llamaba
la atención el ojo derecho de la lubina grande. No quería perder el tiempo con
el ojo. Pensé que había puesto las dos lubinas para que las comparásemos. Ya
desde niño me había dado cuenta de que casi siempre aparece alguien que te
dificulta el día, es un obstáculo para que tu día transcurra apaciblemente. Con
el tiempo también me di cuenta de que la vida estaba llena de gente que te la
dificultaba y, por desgracia, de que era mayoría. Es algo a lo que uno debe
acostumbrarse. El profesor era uno de tantos hombres que te amargaban el día.
Creo que Dios se precipitó cuando castigó al hombre con el trabajo; ¡la
necedad humana sí que es un castigo! Tal vez Dios, como el hombre es su
criatura, pensó que no quedaría en buen lugar si castigaba a los hombres con la
idiotez de sus semejantes. En el fondo Dios tendrá su orgullo. A menudo me
pregunto cuál será el asunto principal de Dios. Pasaba el tiempo y el profesor
no aparecía. Unos antes y otros después, todos dejamos de observar las
lubinas. Cuando el profesor volvió nos pusimos de nuevo a mirarlas. El
profesor sacó de la carpeta la lista de los alumnos. Parecía desganado. Casi
siempre parecía desganado, como si sufriera un profundo aburrimiento. Pasó
el dedo por la lista. En las primeras clases, cuando hacía esto, yo no miraba al
suelo como mis compañeros. Pensaba que si miraba al dedo este no se
detendría en mi nombre. En un mes aquel repugnante dedo se detuvo cuatro
veces en mi nombre. Entonces creí que mi mirada fija en su dedo producía el
efecto contrario al que yo pretendía. Empecé a mirar a mis compañeros
mientras pasaba el dedo por la lista. Experimenté una mejora; durante un mes
me preguntó solo una vez; pasado el mes, me acribilló con preguntas. Caí en
una depresión profunda porque no respondí bien a ninguna de sus preguntas.
Me hizo sentir como mierda humana. Veo difícil que alguien se hubiese
sentido tan mal como yo si hubiese sido yo; entonces yo era joven y
desconocía mucho. Ahora aceptaría la idiotez de aquel profesor como la cuota
mínima que uno está condenado a pagar en sus relaciones diarias con los
hombres.

ENTONCES

Hoy me han preguntado si tenía hijos y al pensar en la posibilidad de haber
engendrado un pequeño egoísta con cada mujer que estuve he sentido un
sencillo bienestar por haber salido indemne de aquellas mujeres. Sentí algo
parecido a la alegría de un gordo que al doblar una esquina perdiera veinte
kilos. Si en vez de este día nublado hubiera brillado el sol, ¿qué hubiera sido
capaz de hacer? Ahora y entonces. Entonces deseaba tener un hijo. Y ahora.
Ahora conozco la esclavitud que oculta el momento, las consecuencias de
algunos actos. Entonces yo era otro, engañado por la ofuscación de la edad y
las trampas de la naturaleza. Hoy soy el resultado de accidentes y decisiones.
Era un saltador de altura con el obstáculo muy alto para mis posibilidades.
¿Qué sucedió? Que ahora la barra está más baja y me recreo en el salto. Sí,
entonces y ahora.

DE MUELAS Y DIENTES

Pasar la lengua por la encía y descubrir huecos entre las muelas y la encía. Los
restos de comida entran en los huecos y pudren las muelas. Soñar que los
dientes se caen, un sueño a veces confirmado; en efecto, un día se cae un
diente sin saber cómo y otro día una muela. ¿Con qué placer puede alguien
tener entre los dedos algo que siempre estuvo en la boca y pertenece solo a la
boca? Un diente entre los dedos está fuera de lugar. Deteriorarse. Los
presagios se cumplen. Morir al menos no es un presagio; tiene todos los
ingredientes de la certeza, morir. Acostumbrarse a todo con el tiempo. ¡No
queda otro remedio! Saber que existe un horrible estado de ánimo con el que a
veces nos levantamos. Estar preparado para esos días. Los habrá peores.
Cuando me digan lo satisfecho que viví hasta entonces, ¡y bien! Aquello pasó
sin darme cuenta. A todos nos ha pasado. ¿Qué otra cosa podemos esperar? En
aquellos años los dientes no se caían ni me dolían los pies. Como todo
respondía sin sentirlo creía que así debía ser. Soñar que un día no conseguí
levantarme de la cama. Los sueños son premonitorios. Dijo Boecio que el sol
es la sombra de Dios. Esto da qué pensar. ¿Qué son las noches? Morder una
rebanada de pan no es fácil cuando se tienen los dientes en las manos. Pasar la
lengua por las encías y descubrir huecos nuevos, sin embargo, tengo el
propósito de andar como un joven. Caminar sin encorvarme y ágil. Vivimos a
la sombra de Dios. Nos parece sol la sombra de Dios. Debía pensar en Platón
cuando Boecio escribió que el sol es la sombra de Dios. Creo que por entonces
Boecio estaba encarcelado, cosas así suelen escribirse en una celda. Saber que
ese horrible estado de ánimo con el que a veces me levanto es cada vez más
frecuente, de modo que ese horrible estado de ánimo quedará al fin como ese
horrible estado de ánimo, entonces volver a la realidad ya nunca con una
especie de alegre sobresalto. Hay errores que se cometen a menudo. Volver a
la realidad después del sueño, caer en las necesidades. No siempre uno está del
mismo humor aunque se levante con ese horrible estado de ánimo; lo horrible
tiene sus matices como el modo de enfrentarse a la vigilia.
Le entregué los dientes y me los pegó a las encías como quien pega cromos en
un álbum. Con el primer mordisco al pan me encontré con dos muelas en el
paladar. Ni hablar de comer cacahuetes. Muchos alimentos salieron del
circuito. Me fijaba en los hombres de mi edad y casi todos tenían buenos
dientes. Por lo demás, solían estar gordos mientras que yo estaba delgado y
más ágil que ellos. Esto me servía de consuelo. Saber que el horrible estado de
ánimo era ya habitual.

TRES BOLSITAS

Te he puesto tres bolsas. Seguro que caga tres veces. Deduces, una bolsa para
cada mierda, si llevas tres bolsas y ella dice que seguro que caga tres veces es
una bolsa por mierda, matemática sencilla, hasta un idiota lo entendería.
Preguntaste por qué hoy no lo sacaba ella. Pues bien, ya puso la cara agria,
deseaste que una araña le picara la oreja, que la oreja se inflamara y que
tuviese que ir al hospital, eso deseaste. Fíjate bien en los detalles, te decía tu
padre; el que observa los detalles difícilmente es sorprendido, esto lo añadiste
con el tiempo, ya sabes, primero el consejo del padre y luego prolongaste el
consejo; hubieras querido tener un hijo para decirle que se fijase bien en los
detalles, porque el que observa los detalles difícilmente es sorprendido y tal
vez él, como tú, hubiese prolongado el consejo con algo así como: «y puede
anticiparse a los acontecimientos». Antes de salir con las tres bolsas, una para
cada mierda, abriste el grifo del agua y pusiste la mano derecha en el chorro
frío, cuando la mano estaba fría la llevaste a la frente, la palma de la mano fría
en la frente te daba fuerzas, ese gesto, desde pequeño, la mano fría en la
frente, no una mano como visera, no la mano para comprobar si tienes fiebre,
no la mano para retirar el sudor. Antes de salir mirar al cielo, comprobar las
nubes, el color, y que no caiga alguna a la tierra, porque una nube pesa más
que cien camiones. Sales un día con tres bolsitas, recuerda, con la única
misión en ese fabuloso día de recoger tres mierdas, con cincuenta años a tus
espaldas tienes la obligación de martirizarte por tu rotundo fracaso, de otra
manera serías un hombre aniquilado; un hombre de cincuenta años que sale
con ese objetivo debe martirizarse hasta la médula si aún le queda algo de
amor propio. Las cosas se ponen serias cuando has de salir a la calle para
recoger tres mierdas de perro; cualquier reacción a esta situación en modo
alguno habría sido excesiva. No era momento para saltar etapas. Te preguntó
cuándo era el momento de saltar etapas. ¡Jamás! ¡Jamás! Por otra parte lo
tenías merecido como penitencia por tu necedad. ¿No era la estupidez la que te
había llevado a esta situación?; como decir, lo tienes merecido, idiota, o no te
irás de rositas. Evadirse de la realidad fue su consejo y te pareció bien, una
evasión mental, solo así era posible la evasión de la realidad. Preguntó: ¿Por
qué no una evasión física también? Carecías de lo necesario para una evasión
física. A medio camino entre la evasión física y la mental, ¿qué habría?

EXPLICACIONES

Sí, siempre habrá formas de explicar por qué ocurre algo. Incluso la verdadera
causa podrá ser explicada de muchas maneras. Esto cuando la causa es
conocida. Cuando desconocemos la causa siempre encontraremos formas para
explicar la causa desconocida. Serán interpretaciones, autoengaños, conjeturas
y todas y cada una de estas conjeturas y de estos autoengaños podrán ser
explicados de otras tantas maneras. ¿Y por qué no añadir comentarios a las
explicaciones y comentarios a los comentarios?, como hacen los rabinos.
Cuando veo un árbol robusto (¿no es esto un intento de explicarme?) me
pregunto: ¿por qué tiene estas ramas tan fuertes? Y no encuentro una razón
que sea ajena a una finalidad humana. Así, las ramas crecieron fuertes para
aguantar el peso del ahorcado, también para mitigar los vientos que, sin ellos,
los árboles robustos, nos imposibilitarían la vida. ¿Y los árboles que fueron
antes de los hombres? Pues no crecían sino para preparar el terreno para el
hombre. Sí, siempre habrá formas para explicar por qué ocurre algo mientras
haya hombres. Y me he dado cuenta de que cualquier explicación tiene una
especie de corporeidad que se sitúa entre una cosa y otra, ocupa un espacio
entre esto y aquello.

VELOCIDAD

Ella subió al avión. Tenía por delante diez horas de vuelo en ese aparato
diabólico. El juicio humano parece deteriorarse según avanza el tiempo. Ya
solo unos pocos conservan el juicio; ellos, los juiciosos, juegan con el resto de
la humanidad, así ha sucedido siempre, aunque ahora los juiciosos son menos
y los quijotes son más. Nos arriesgamos a la pérdida completa del juicio. El
sentimiento estrangula a la razón. Me preguntaba qué sucede en una cabeza
humana para meterse en un avión durante diez horas. Algo irracional, sin
duda. Algún día llegaré al poder. Mi primer objetivo irá destinado a ralentizar
la vida. No todos los asuntos humanos necesitan aminorar su marcha. Algunos
llevan la velocidad correcta, incluso otros, deben ir más deprisa. El origen del
deterioro de la razón está en la velocidad. No obligaré, pero con el poder de
los medios de comunicación, conseguiré que los hombres recuperen su
velocidad natural. La persuasión es más eficaz que la imposición en la
mayoría de los casos. Las excepciones necesitan otros métodos. Le dije que en
vez de viajar tan lejos lograría el mismo resultado si se desplazara apenas unos
kilómetros. Ella subió al avión.

APUNTES

Apunto que el vodka me sienta mejor que la ginebra. Cuando bebo ginebra me
arde el estómago al cabo de unas horas; esto no me sucede con el vodka y es
bueno que así sea porque el vodka me gusta más que la ginebra. Apunto en un
cuaderno las cosas que no deben ser olvidadas, de esta manera evito algunos
problemas. Resulta curioso que uno se equivoque o malinterprete cosas tan
conocidas. Ayer apunté que la pereza conduce a un deterioro mental. No es el
tipo de anotaciones que puedo leer en el cuaderno; por lo general, apunto
observaciones más ligeras. Con estos apuntes quiero encontrar algunas
relaciones entre lo que ocurre y sus causas. Algunos sucesos son como plantas
que brotan de la tierra, quiero identificar las raíces con sus brotes. Las
anotaciones son el cuaderno de campo para lograr una vida mejor.
Precisamente ―así creo― en las trivialidades diarias se ocultan las raíces más
profundas. A veces, por olvido o pereza, no apunto algo que debería apuntar.
Esta carencia es un salto en el vacío, son manchas invisibles en el papel. Dije
que la pereza deteriora la mente. Me encuentro a diario con hombres con la
mente atrofiada, todo a causa de la pereza mental. El cerebro necesita
actividad, si no la tiene se vale de unos mínimos para salir del paso, como el
organismo del atleta cuando tira de sus grasas; el mundo avanza gracias a la
inapreciable aportación de unos pocos cerebros privilegiados, del esfuerzo de
estos cerebros se aprovecha el mundo de los hombres. La masa, con sus
cerebros atrofiados, no se da cuenta del brillante trabajo que hay detrás de ella,
para sustentarla. Apunto que cada amanecer del verano las golondrinas salen a
volar como si fuera la primera vez que lo hacen, tal es su alegría. Ellas, las
golondrinas, viven en la ciudad al margen de los hombres. Los gorriones y las
palomas están más apegados al hombre. Es fácil distraerse en este mundo
variado. Me siento al amanecer en la silla plegable de la terraza con la
intención de apuntar y la mente empieza a vagar. Cada madrugada una mujer
joven pasea por la calle solitaria con un pequeño perro. La mujer está siempre
ensimismada. El perro se para a menudo.


PSICÓLOGOS

Si dejas de mirar el cuaderno pierdes concentración. Más allá de la hoja la
mente empieza a divagar. Esto tiene su razón. Cualquiera con sentido común y
un juicio sano puede explicar algunas cosas que suceden en la vida o que
encuentra alrededor. Que sus explicaciones se ajusten a la realidad es otro
asunto. Dirás que alguien en forma nunca diría: «Es mejor vivir solo y
acompañado» o «No es lo mismo tener un riñón que varios». Ante alguien que
dice este tipo de cosas te pones en guardia. En guardia siempre estás delante
de cualquier persona, aunque más vigilante con unas que con otras. Delante de
un psicólogo no pierdes detalle. Te fascina la actitud psicológica de los
psicólogos. Son personas que viven con integridad su profesión. Son
divertidísimos cuando consigues abandonarte a ellos; con ellos, los psicólogos,
bajas la guardia más de lo habitual. Cuando asientes a sus consejos
psicológicos, ellos, los psicólogos, se animan. Entonces surgen situaciones
divertidísimas.

LA MADRE

Mientras ponías los zapatos a tu madre levantaste la vista para mirarla.
Entonces ella, tu madre, sonrió. Sentiste que su sonrisa concentraba todo el
cariño que una persona puede dar en esta extraña vida. Tu anciana madre llega
al final y cada gesto es una despedida que tú recordarás siempre. El dolor ante
lo inevitable provoca en ti posturas defensivas; cada defensa es una derrota.
Dijiste ya en otro lugar que era valiente abandonarse a lo inevitable y ser
arrasado por la tristeza, pero tu cobardía jacobina busca en ella, tu madre,
debilidades, gestos que te alejen de ella para no sufrir.

HAMBURGUESAS

Le dije que salía a la terraza para leer. No puedo leer cuando hay ruido. Le dije
que si alguien llamaba a la puerta me avisara a gritos. Acabábamos de comer.
Entonces suele vencernos el sueño. Ella duerme unas dos horas después de
comer. A mí me basta con quince minutos. Son quince minutos de sueño
profundo. Dondequiera que esté la profundidad del sueño, allí descanso
durante quince minutos. Ella esperaba a su nieto, mi sobrino. Le había
encargado hamburguesas de pollo. Las hamburguesas de pollo que trae mi
sobrino tienen buen sabor, aunque el carnicero no consigue ligar bien la carne.
Como no tengas cuidado al retirar el plástico que envuelve las hamburguesas
dejan de ser hamburguesas para ser carne picada sin más. Entonces es
complicado cocinarlas. Prefiero pasarme sin las hamburguesas antes que
cocinar esas hamburguesas. Podría ligar yo la carne con huevo y pan; entonces
me digo que es trabajo del carnicero y que el precio de esas hamburguesas
incluye este trabajo. No me parece bien. Si de mí dependiese no compraría
más estas hamburguesas. El caso es que las compra mi sobrino, aunque con
nuestro dinero y siempre por encargo de ella, un poco a escondidas. Él, mi
sobrino, nieto de ella, es solo un intermediario. Me dijo que si salía a la terraza
no oiría el timbre. Fue cuando le dije que me avisara a gritos. No sabemos si
mi sobrino llamó, porque tan pronto como salí a la terraza ella se durmió.

TEDIO

Le acompaña un tedio profundo cada vez que acude al trabajo. Trabaja de
lunes a sábado. El domingo es el único día de la semana que el profundo tedio
cambia de causa. Los domingos el tedio profundo tiene su origen en su
familia. Si dependiera de él, dormiría los domingos hasta las cuatro de la tarde.
No puede. Es algo que él se ha buscado. Acepte que está atrapado. Imagine el
cepo que lo sujeta. ¿Cree que alguien hará algo por él? Muéstreme un hombre
que trate a sus semejantes como un fin y no como un medio. Me gustaría
levantarme los domingos a las cuatro o las cinco de la tarde y no tener otra
meta, durante el domingo, que dejar pasar el día. Un día a la semana, el
domingo, tú pasarías por encima del día. Un deseo que podrías satisfacer.
Antes, piensa en las consecuencias. Serían desagradables y durarían al menos
una semana. ¿Merece la pena? Si la merece, vaya hasta el final. ¿Por qué no
cede alguna vez al sentimiento? Es usted un hombre racional metido en una
vida irracional. ¿Cómo se ha dejado atrapar de esta manera tan vulgar? Exceso
de juventud. Entonces era otra persona. Lo mismo se repite una y otra vez.
Tendríamos que nacer viejos y envejecer rejuveneciéndonos. En el fondo sería
lo mismo. No lo creo. La vida perdería violencia. Es ingenuo. Me gustan las
personas como usted, con cien personas como usted de cada mil, viviríamos de
una manera más sencilla, ya puedo imaginarlo, menos abogados, menos
psicólogos, menos leyes, hombres más altos y delgados, mujeres sonrosadas,
muchas cantarían por la calle; yo, al levantarme cada amanecer, diría: «Hoy
será un buen día». Esos cien hombres nos harían concebir esperanzas. Con el
tiempo creo que el resto de los hombres abrirían los ojos y comprenderían que
hay una manera diferente de vivir y que pueden vivir de esa manera.

EL ASCENSOR

El ascensor está averiado. Dejó de funcionar hace veinte días después de unas
semanas con altibajos. Me enteré de que la compañía encargada del
mantenimiento había enviado un correo hacía tres meses a la oficina de la
comunidad de propietarios que advertía de la necesidad de cambiar el cuadro
de maniobra. Fui a la oficina para pedir explicaciones al encargado. La oficina
estaba cerrada. Nada en la puerta sobre el horario. Me senté en la terraza de
una cafetería cercana a la oficina. Pedí un café solo, saqué un cigarrillo. Había
dejado a mi madre sola en casa. Ella, mi madre, no se puede mover sin ayuda.
Por supuesto, no puede bajar ni subir escaleras, de modo que llevaba veinte
días sin salir de casa. Mientras bebía el café y fumaba el cigarrillo no quería
pensar en el ascensor. Lo cierto es que pensaba en el asunto del ascensor y sus
ramificaciones. Estos pensamientos arruinaban el placer que siento cuando
fumo un cigarro y bebo un café sentado en una terraza. Por unas cosas o por
otras pocas veces disfruto del café y del cigarro; han quedado como un
recuerdo que intento revivir. Desde la terraza veía la puerta de la oficina. No
entraba ni salía nadie. Sentí que en aquella terraza llegaba al final de una recta.

BOCADILLOS

Si no quiere el bocadillo me alegraré, así no tendré que hacer otro bocadillo
para la noche. Por la noche le daré el bocadillo del mediodía. También me
alegraré si no quiere el bocadillo por la noche, así no prepararé el bocadillo del
mediodía de mañana, aunque no creo que por la noche rechace el bocadillo. Si
no quiere el bocadillo de la noche estoy seguro de que comerá el bocadillo de
la noche mañana al mediodía. Caminabas por la casa. Te observaba. Vivíamos
en una fea urbanización. Pensaba a menudo que una urbanización tan fea
como aquella solo podía acoger a personas feas. Nosotros no desentonábamos
con la urbanización. Habitantes atractivos allí era imposible encontrar, a veces
algún invitado, algún huésped, entonces exclamabas: «¡Este no vive aquí!». Y
acertabas, no volvías a verle más. Parece existir una relación entre la fealdad
de los lugares y la fealdad de las personas. No quisiera ser malinterpretado.
Preparar el bocadillo no me suponía un gran esfuerzo, aunque me sentaba bien
librarme de la obligación de preparar el bocadillo. Estos desvíos de la rutina
diaria son bienvenidos siempre que no alteren el conjunto. Son pequeños
cambios sin importancia. Me gusta la rutina. Me gusta frecuentar los mismos
lugares, a las mismas horas, entonces es fácil saber qué sucederá a la vuelta de
la esquina. ¡Qué belleza hay en la normalidad diaria! Abro la barra de pan por
la mitad, unto las dos mitades con mantequilla. Pongo dos lonchas de jamón y
dos de queso y caliento el bocadillo en la plancha. Casi siempre hago este
bocadillo. Algún día me dice que prepare el bocadillo con tortilla francesa
porque está cansada de comer el bocadillo de jamón y queso. Esto me molesta
un poco, el bocadillo de tortilla francesa necesita más elaboración, no
obstante, no expreso mi contrariedad. Preparo el bocadillo de tortilla francesa
como si preparase el de jamón y queso. Ella podría estar delante de mí y no
darse cuenta de que estoy molesto. Externamente soy el mismo. Cuando
empiezo a preparar el bocadillo solo pienso en el bocadillo. Creo que es una
buena costumbre estar centrado en lo que uno hace cuando lo hace. Muchos
problemas surgen cuando pensamos en cosas distintas de lo que hacemos.
Acción y pensamiento deben estar unidos. La atención en la tarea, aunque sea
una tarea insignificante, me provoca satisfacción. Un buen entrenamiento para
la concentración consiste en mirarme en el espejo. Cuando observo detalles de
mi cara no parezco feo. Desentona el conjunto. Alguien atractivo contrasta
desagradablemente en el espacio de esta urbanización. En casa una persona
atractiva está fuera de lugar. El ambiente en aquella urbanización era
irrespirable. Las calles, las casas, los habitantes eran una enorme queja. El
lamento continuo insensibiliza el corazón. ¡Si tú querías algo alegre! Viejo
inocente, de la dulzura del que canta solo puedes esperar una trampa. Por la
casa caminabas. Ella disimulaba, aunque sabías que te observaba. Te
observaba, pero disimulaba. Sabías que te observaba. Tenía una manera de
observar que parecía que no observaba. No era fácil percibir que te observaba.
Alguien que parece no mirarte es capaz al mismo tiempo de observarte. Es una
habilidad que pasa desapercibida si no conoces bien a la persona que la posee.
La convivencia descubre estas cosas. Estuvo ingresada en el hospital cuatro
meses. El día que salió del hospital, ya en casa, me dijo que su mayor deseo,
así dijo, era un bocadillo de jamón y queso. Aquel bocadillo fue un inicio. Tan
bien le sentó el bocadillo, tan buen recuerdo le quedó, que pocos días comía
otra comida que no fuera un bocadillo. Pensaba en que mientras ella siguiera
comiendo el bocadillo su etapa en el hospital no se cerraría. La animaba a que
probase otras comidas, preparaba guisos, pescados, carnes, pasta, ensaladas.
Ella continuaba con sus bocadillos. Me pregunto si esto es algo que merece ser
contado. Como me sucede siempre, una pregunta lleva a otras. ¿Acaso algo
merece ser contado?

IDIOTEZ

Bien, ¿no pretendían que nos volviéramos más idiotas de lo que éramos?, pues
ya lo han conseguido; nuestra cariñosa, cordial y sincera enhorabuena. Hoy
nos asustamos por cualquier cosa, opinamos de cualquier asunto y exigimos
que se respeten nuestras opiniones, como si nuestras opiniones valieran algo.
Tenga en cuenta que el reconocimiento de su idiotez contradice su supuesta
idiotez. Ese discurso no es acertado y debería cambiarlo, cualquiera con un
atisbo de inteligencia reconocería inmediatamente la falsedad de su discurso.
Si usted, así dijo, quiere aparentar idiotez actúe como un idiota, le sugiero que
presuma a menudo de su inteligencia, entremedias puede introducir en su
discurso algo sobre su aspecto físico, digamos que tiene las sienes plateadas y
que un hombre con sienes plateadas resulta muy atractivo. Cuando trate de
explicar los pormenores del asunto, aunque sean evidentes, utilice un «para
que ustedes me entiendan». Mientras tanto cerrabas los ojos e intentabas
recordar cómo era la cara de tu hermana. Viviste con ella quince años y ahora
no podías recordar su cara.

RUTINA

Un día te afeitas, otro lo dejas pasar. Todos los días haces deporte, ¡desde hace
quince años! Lunes, martes, viernes, sábado y domingo das un paseo en coche
con tu madre. Trabajas los miércoles y los jueves. Cada martes y cada viernes
esperas que te toque la lotería para suprimir esos dos días de trabajo. Una parte
de ti dice que ni en mil vidas acertarías la combinación que juegas y otra parte
mantiene cada martes y jueves la esperanza de que aciertes esa combinación.
Todos los días te acuestas a las diez y te levantas a las seis y media. Cada
noche cenas sopa de verdura. Todos los días dedicas al menos media hora a
leer. ¡Cuántos libros uno puede leer cuando lee al menos media hora diaria!
Las personas no suelen tener interés en cultivarse, con lo que uno puede
aprender con un poco de interés, sin embargo, las personas se dedican a otras
cosas, asuntos con los que pasan el tiempo sin esfuerzo; esto da qué pensar. Te
das cuenta de que la gente entontece según pasan los años y piensas que
debería ser lo contrario, no sabes cómo te verán los demás; tú los ves cada día
más entontecidos y el caso es que cada vez opinan más y más, opiniones
infantiles en cabezas de adultos. Antes te tomabas la molestia de escuchar e
incluso refutar sus necias opiniones, dijiste, tiempo perdido, y desde entonces
evitas conversaciones que no sean triviales, ese tipo de conversación que suele
estar al alcance de todos. Durante tu vida desaparecen unos hábitos y otros
ocupan su lugar, como si mantuvieras un equilibrio de hábitos.

NUBES NEGRAS

Anunciaban lluvia. Llover, llovió. Esperaba otra cosa. Cayeron cuatro gotas
gordas y la nube negra continuó su camino. La lluvia siempre me levanta el
ánimo, usted ya sabe, ese olor de la tierra, el color del cielo, el sonido. Suelo
vivir de una manera desanimada, como un hombre que se ha dado cuenta de
que debería haber sido esto y es aquello. Saben de qué hablo. De niño ya me di
cuenta de que esto sería difícil. Cualquier cosa que deseaba me costaba un
mundo. Pocas noches me he dormido con una sonrisa en la boca. Cuando
recuerdo esas noches me digo que aún tengo tiempo. También saben de qué
hablo, de esa pequeña esperanza que nos permite continuar. En el fondo
carezco de motivos para el pesimismo. Basta con salir de casa y ver lo que hay
por las calles. La deformidad física y mental de los hombres debería hacer de
mí un hombre agradecido.

FRANCOTIRADOR

Tendí la ropa en la terraza. Hacía un día magnífico. Antes de irme estaría seca
y podría dejarla colocada. Después de tenderla me quedé en la terraza. Leí un
poco. Me arranqué algunos pelos de las piernas. Miraba al cielo de vez en
cuando. Allí, en el cielo, pasaban las cosas habituales que suceden en el cielo.
Cualquiera podría aportar algo a la lista, ¿para qué enumerar sucesos celestes
o dar algunas ideas? En el cielo pasan asuntos del cielo y en la tierra suceden
asuntos terrestres. El sol calentaba mucho. Me quité la camiseta para que el sol
diera de lleno en la piel. Una ración de sol es saludable. Cuando en el verano
he acumulado sol en el cuerpo, el invierno siempre me ha resultado fácil de
llevar. Había muchas golondrinas en el cielo. Fui a buscar la escopeta de
perdigones y de vez cuando intentaba derribar alguna golondrina mientras
volaba. Es dificilísimo dar a una golondrina cuando vuela. De pequeño
disparaba a las lagartijas cuando tomaban el sol. Las partía por la mitad. Era
muy divertido. Las horas pasaban sin darme cuenta. Me resultaba curioso que
las demás lagartijas apenas se movieran cuando alguna de sus compañeras
saltaba por los aires hecha trizas. Cuando estoy en la terraza a veces pienso
que un francotirador va a reventarme la cabeza como yo hacía con las
lagartijas. Soy un blanco ideal. A unos cincuenta metros de casa hay un
edificio enorme, justo enfrente de la terraza. Entre las lagartijas, las
golondrinas y los hombres no hay mucha distancia, todos venimos del mismo
sitio. El que empieza disparando a las golondrinas bien podría, con el paso de
los años, disparar a los hombres. No sería divertido que me reventaran la
cabeza. En realidad, no sería nada porque no me daría cuenta. Un viaje a la
eternidad inconsciente sin haberme preparado. Paso mucho tiempo en la
terraza. El francotirador tendría tiempo para pensárselo. Tal vez el rey
justiciero de las lagartijas le metiera la idea de volarme la cabeza, una especie
de karma modificado para que yo pagara ya en esta vida en vez de esperar a
una reencarnación de dolor. Cuando me enteré de que las lagartijas vivían
unos diez años no me hizo gracia. Seguro que privé a más de una de seis o
siete años de vida. De una manera u otra tendré que pagarlo. Por el tiempo que
llevo en la vida he aprendido, entre otras cosas, que los placeres y los golpes
de suerte no salen gratis; tampoco las malas acciones. El día que mi padre me
compró la escopeta me llevó a un vertedero para disparar a las ratas. Eran ratas
enormes. Lo mejor de todo era escuchar el chillido que daban cuando recibían
el perdigonazo. Ponía los pelos de punta. Imaginaba que disparaba a mi
profesor de música. Lo pasé en grande. Por entonces tenía un profesor de
música que era un sádicopervertido. ¡Cómo disfrutaba aquel cerdo con el
sufrimiento de los niños! Por suerte, solo me dio clase durante un año. Cada
jueves era un calvario, hasta el punto de que convencí a mi madre para
quedarme en casa todos los jueves. Tendría yo unos nueve años. Al cabo de
unos treinta años volví a ver a aquel hijo de puta. Era un viejo decrépito. Me
resultó ridículo. De repente perdí las ganas de soltarle una patada en los
cojones. No me sucede lo mismo cada vez que veo a Laura. Desde que mi
sobrina me contó que esa arpiagarduñera le cruzó la cara, no veo la ocasión de
quedarme a solas con ella. La primera vez que me lo contó le pregunté cuantos
años tenía cuando la golpeó. Me dijo que era pequeña, que tendría unos seis
años. Le pregunté por qué no se lo dijo a sus padres y me respondió que lo
ocultó para no enfrentar a la familia. Desde luego, le dije, si eso es verdad,
eras más madura a los seis años que muchos adultos. Entonces me dijo que tal
vez no lo contó porque tenía miedo a esa garduña carnicera jacobina. (Los
piropos son míos). No me extraña. Parece una bruja. Pensar en esa garduña me
estaba jodiendo el día. Cuando alguien no te fastidia el día con su presencia te
lo fastidias tú mismo con el pensamiento. Entré en casa. Me preparé un
bocadillo de queso y un vaso de vodka. Salí de nuevo a la terraza. El día era
fabuloso. La ropa casi estaba seca.


IMPUNTUALES

Tiene la mala costumbre de la impuntualidad. El mundo está lleno de malas
costumbres. Hay muchas costumbres peores que la impuntualidad. Sucede que
las malas costumbres suelen ser privadas, pero la impuntualidad es
protagonista y afecta al prójimo. Jamás haría un negocio con un impuntual. En
realidad, no hago negocios con nadie. Desconfío de todo el mundo.
Llegó quince minutos tarde. Nada ya de lo que hiciéramos podría ser igual que
si hubiese llegado a la hora acordada. No digo que sería peor o mejor, sino que
no sería igual; en quince minutos las circunstancias cambian. Todo lo que nos
sucedió nunca debió suceder, por lo tanto a partir de entonces me vi obligado a
vivir una vida que no era la mía.

DOLOR DE CABEZA

Me levanté con dolor de cabeza. Mi experiencia empezó a prepararme para un
día con dolor de cabeza. Sé que en estos días el dolor de cabeza aumentará
según avance el día. Si ya al amanecer o un poco antes del amanecer siento un
ligero dolor de cabeza sé que el dolor de cabeza me acompañará todo el día y
que además aumentará a lo largo del día. Afortunadamente los días tienen
veinticuatro horas —dieciséis para mí, pues duermo entre ocho y nueve horas
—, digo afortunadamente, porque si el día tuviera cincuenta horas de
consciencia, con el dolor de cabeza en progresión, sería aniquilador. Un día
habría bastado para acabar conmigo.
Desde el exterior nadie puede ver un dolor de cabeza. Si así fuera aquel que
viera mi dolor de cabeza, ya al finalizar el día, exclamaría: «¡Por ahí va un
hombre sin control!». En efecto, acertaría en su impresión, pues así me siento
en las últimas horas del día, cuando el dolor alcanza su cenit. Por otra parte,
me pregunto qué hombre con dolor de cabeza o sin él no está descontrolado
casi todo el día.
En las primeras horas de estos días dolorosos todavía consigo mantener
algunos pensamientos racionales y creo que unos cuantos merecen la pena. Un
día de estos días de dolor de cabeza, muy temprano, todavía en la cama, se me
ocurrió que algunas cosas que hacía a diario me envenenaban. Me di cuenta de
que eran muy peligrosas a pesar de su aparente trivialidad. Y precisamente
ellas ¿no serían la causa de estos dolores de cabeza? Me veía dentro de un
círculo vicioso. El círculo me oprimía la cabeza. La solución no estaba en
agrandar el círculo, sino en romperlo por alguna parte, estirarlo y formar una
línea. Y esto es lo que hice. Empecé a «en vez de esto, aquello» y los dolores
remitían. Observo desde hace unos días que he entrado otro círculo.

VEJEZ

Arrastra los pies cuando anda. Carece de fuerza para levantar los pies del
suelo. Parece que intentase aprender a patinar. Un pequeño obstáculo y caerá
como plomo. El inspector dijo, en la última visita, que las alfombras provocan
el cincuenta por ciento de las caídas en el hogar. En casa tenemos una
alfombra en el salón, la habitación más frecuentada por ella. Le dijiste que
deberíamos quitar la alfombra. Ella se negó en redondo. El inspector movió la
cabeza mientras me miraba. Interpreté que por su experiencia sabía que era un
asunto perdido. Pensé que su trabajo le resultaba aburrido. Parecía un hombre
cansado. Por lo que yo observo, casi todas las personas que pasan de los
cuarenta años me dan la impresión de estar cansadas; no es un cansancio físico
el que yo observo en ellas, es un cansancio del que no creo que se recuperen
con una buena siesta. La vida tendría que ser más intensa y más corta y
acabarse cuando aparecen las primeras señales del deterioro, pero la vida de
los hombres es como es y sus razones tendrá para ser así. Pudiera ser que la
vida no atienda a razones, que las razones sean solo asunto humano. El
inspector me dijo con su postura y sus gestos que no insistiera. Por mi
experiencia perderá usted el tiempo, todos los viejos se mueven en la misma
dirección, algo así me dijo sin decírmelo abiertamente.

LAMENTOS DE UN IDIOTA

Mientras sucedía no me daba cuenta de lo que sucedía. Con el paso de los años
quise recuperar lo que sucedió sin saber qué sucedió. Intuías que habías
perdido algo extraordinario. Mirabas las fotografías. ¡Qué violentas, las
fotografías! Por la manera de moverse no esperas nada bueno, no, no te
agradará, ya desde lejos esos movimientos de brazos y su postura son un
insulto. Te adaptas a cualquier oquedad como un buen reptil, pero no logras
adaptarte a las personas. Desde el banco observas sus movimientos, nada
bueno, nada bueno. Mañana intentaré algo nuevo. Esto ha dejado de
interesarme y cuando algo pierde interés es conveniente no seguir con ello,
esto pienso. Podrías dar otra vuelta de tuerca, tal vez así recuperases el interés
y por fin lograras profundizar en algo. Profundizar, nunca profundizas.
Mientras sucedía eras ajeno al suceso, un acontecer que coincidió con tu
tiempo, aunque te pasó desapercibido. El lamento es de necios y cobardes.
Ahora, cuando miras las fotografías, te das cuenta de lo que entonces no te
dabas cuenta. Te ha visto. Viene hacia aquí. Mala señal, malísima señal. Por la
manera de andar debe de ser un jacobino. Se ha fijado en ti. Estás sentado en
un banco. Disimulas. Miras las fotografías. No te fijas en las fotografías,
aunque las miras. Sin mirar al jacobino ves lo repulsivo que es. Camina hacia
ti. Quieres dar la impresión de estar concentrado en una tarea importante.
Quieres que el jacobino comprenda que un hombre tan absorto en su tarea,
como ahora tú simulas estar, no debe ser molestado. Simulas interés; esto no lo
sabe el jacobino; para él deberías ser un hombre que ahora no debe ser
interrumpido. Cualquier persona observadora y educada que quisiera hablar
contigo esperaría. De un jacobino sabemos que es educado y observador,
también agradable y elegante. Sabemos de un jacobino que al menor descuido
te cortará la cabeza. Esto ya lo dijiste en otro lugar, ¿recuerdas? ¡No recuerdo
si lo dejé escrito! Es incapaz de distinguir entre verdades y mentiras. No
distingue contrarios. Ahora eres un hombre-árbol. Los brazos son ramas, el
tronco es tronco. ¡Magnífico! La cabeza es la copa, los pies son las raíces. El
viento sopla. No te mueves. ¡Hum!, un árbol viejo, muy rígido, por dentro
estará podrido. No engañas a los gorriones ni al jacobino. Llega el momento
temido. Miras la fotografía. La hiciste una tarde de verano. Entonces todavía
un hombre podía tumbarse en la hierba con una niña sin levantar sospechas.
Ella tendría unos ocho años. Era por la tarde. En otra vida rogarás para
resucitar aquella tarde y en esta vida solo recuerdas aquella tarde por la
fotografía. Idiota, necio precoz, con un poco de suerte podrás darte cuenta de
algo. Unos ocho mil amaneceres desde esa fotografía hasta hoy. La vida es
larga para los idiotas.

UN DÍA CUALQUIERA

Cuando salió de casa no imaginó que nunca volvería. Cada mañana salía de
casa convencido de que por la tarde volvería a casa. No era una convicción
consciente, del tipo: me voy, aunque estoy seguro de que por la tarde estaré
aquí y por la noche dormiré aquí. Esto no suele pensar uno cuando sale de casa
cada mañana, a no ser que algo ande mal en su vida o en su cabeza. Cierto que
algunas mañanas deseaba no volver. ¿Quién no lo ha deseado alguna vez?
Aquella mañana realizó las rutinas de siempre sin saber que lo de siempre a
partir de entonces ya no sería nunca. Si entonces hubiera conocido lo que le
sucedería, y aun así, hubiese salido de casa, habría hecho méritos para ganar la
medalla del valor o de la necedad. Se levantó con un fuerte dolor de cabeza. El
dolor continuaba cuando salió de casa. Más de una vez pensó en volver a la
cama. Cada vez que lo pensaba las obligaciones se imponían al malestar.
Siempre había sido así. La voluntad solía vencer al deseo. En asuntos de
trabajo nunca ganaba el deseo, de lo contrario hace tiempo que hubiese dejado
el trabajo. El dolor de cabeza podría haber sido una señal, pero no fue aquella
mañana la única vez que acudió al trabajo con dolor de cabeza. Muchos días
había ido al trabajo mientras la mayoría de los hombres se hubiese quedado en
la cama y todos aquellos días había regresado a casa después de su jornada. Si
el dolor de cabeza de aquel día era una señal, ¿cómo saberlo? Tal vez un
hombre que viviese diez vidas podría darse cuenta de esas señales si algo así
sucediera. Cuando abrió la puerta de casa, la lluvia y el viento del norte, en un
mundo de advertencias ocultas, habrían sido otras señales para que él se
hubiese quedado en casa aquella mañana. En una vida sujeta a este tipo de
señales, ¿quién se atrevería a salir de casa? El viento del norte y la lluvia eran
dos maneras de decir lo mismo. El dolor de cabeza le dijo antes lo que debía
decirle y, a pesar de todo, salió de casa. Su mujer ignoraba el dolor de cabeza.
No era hombre de lamentos. Durante su infancia vivió rodeado de familiares
quejumbrosos. Aborrecía las quejas tanto como el olor del cordero. Jeremías,
ovejas, corderos, serviles, hipócritas... la vida era un asunto muy complicado.
Los hombres hacen de la vida un asunto complicado. Las complicaciones de
unos se unen con las de otros; así el asunto de la vida se complica y aniquila a
las personas más sensibles. Salió de casa sin ánimo de salvar de nuevo otro
día. La costumbre salvaba cada uno de sus días desde hacía años. Salir de casa
por la mañana, trabajar y volver a casa por la noche, descansar los sábados,
eso era todo y era suficiente para él. Nada extraño notó aquella mañana.

SESIÓN CON EL PSICÓLOGO

Sopesar. Entre los varios significados, aquí nos interesa aquel que examina
con atención las ventajas y desventajas de un asunto. Considerar, tantear,
valorar acciones previas a la decisión. Después de una decisión nunca
podremos volver a la situación anterior a la decisión. Tomaba apuntes muy
concentrada. Era joven. Especifique. Unos veinte años. ¡Hum! Descríbamela.
Delgada, rubia, con aspecto sensible. Muy atractiva. ¡Qué fiesta me daría con
ella! Le dijo que no diera detalles. Les preguntó si la satisfacción inmediata de
un deseo podría considerarse una decisión. No respondieron. Por supuesto que
no es una decisión, aquí entramos en el ámbito irracional. No obstante la
satisfacción de un deseo genera consecuencias como cualquier decisión, así
pues, tanto la racionalidad como la irracionalidad tienen consecuencias. La
diferencia entre una decisión meditada y un impulso irracional reside en el
poder de la razón. Pregunté cuál era el peor insulto que le habían dirigido.
Después de unos segundos dijo que más de uno le había dicho que era un
pesado.

OLVIDOS

Olvida aquello que no está relacionado con sus asuntos. Todo lo que está
relacionado con sus asuntos no lo olvida. Que olvide aquello que no guarda
relación con sus asuntos no supone que recuerde todo lo relacionado con sus
asuntos. Es una observación acertada, porque a veces olvida algo relacionado
con ella. Ayer olvidó que la peluquera venía a las once. Temo que olvide la
medicación o confunda los medicamentos. Escribo en las cajas de los
medicamentos para qué sirve cada medicamento. Lo escribo con letras grandes
y con mayúsculas. Puede leer las mayúsculas más fácilmente que las
minúsculas. En estos años ha envejecido diez años. Esto me preocupa. La
columna vertebral se ha desviado mucho hacia la derecha. La cara tiene un
color amarillento. Ha perdido mucha visión. Las pruebas que le han realizado
no han descubierto nada, sin embargo, tengo la impresión de que lleva algo
malo dentro.

FÍLULA

Dirás que la hoja que se desprende del tallo deja una cicatriz llamada fílula.
Había que buscar un nombre. Era engorroso recurrir una y otra vez a la
cicatriz que ha dejado la hoja al desprenderse del tallo cuando te referías
precisamente a esa cicatriz. Tu interlocutor desconocía el significado de fílula
y dirás que en un acto de humildad e inteligencia te preguntó por el significado
de la palabra. Era de buena educación explicarle que fílula se refería a la
cicatriz que dejaba la hoja al desprenderse del tallo. Entonces, dices que esto
supuso un paso atrás, no obstante, después fue un gran paso adelante, porque
la ganancia de tiempo es incuestionable, siempre que te ves obligado a decir a
tu interlocutor que una nueva hoja se ha desprendido del tallo y ha formado
una cicatriz. Basta ahora con decirle que la planta tiene una nueva fílula para
que sepa que al desprenderse una hoja del tallo se ha formado una cicatriz.
Dirás que cuando pronuncias la palabra fílula es como si pronunciaras al
menos ocho palabras, esto no deja de ser sorprendente. El efecto que te
produce es de asombro; a la vez actúa en ti como un bálsamo, no solo cuando
recurres a esta palabra, también cuando utilizas palabras que contienen una
larga acción o un largo proceso o algo concreto que puede ser dividido en
varias partes. Digamos que es un alivio contar con palabras que encierran
conceptos, de no tenerlas a mano supondría un esfuerzo sobrehumano cada
vez que uno quisiera comunicar algo, es como si metieras en un frasquito
todas las palabras que utilizarías para decir aquello que puedes decir con una
sola palabra, dirás que en vez de hermano tendrías que decir «aquel que tiene
el mismo padre y la misma madre que tú». La carga de palabras sería
insoportable, te condenaría al silencio o a una organización del tiempo muy
distinta de la habitual; no cabe duda de que entrenarías la paciencia, imaginas
que para decir «ayer, mi hermano» tendrías que recurrir a «el día que viene
antes de hoy, Juan, el que tiene el mismo padre y la misma madre que yo»; a
su vez imaginas que para decir día tendrías que decir «el tiempo que tarda la
tierra en realizar un giro completo sobre su eje» y luego piensas en el tiempo
como «el periodo determinado durante el que se realizó la acción», y después
piensas en cómo expresarías el periodo, de modo que volverías al espacio de
tiempo.

OBSOLESCENCIA
PROGRAMADA

Las correas de los relojes deportivos se rompen a menudo. Solo queda la
esfera del reloj. Como no suelen fabricarse las correas sueltas para estos
relojes te ves obligado a comprar otro reloj deportivo. Los fabricantes de
relojes deportivos fabrican estos relojes para que tengan una vida breve.
Quieren que compres relojes. Esta no es únicamente una característica de los
relojes deportivos como bien saben aquellos que no cuentan con muchos años,
dirás que han nacido en una época en la que los objetos más utilizados se
rompen pronto; así es, los objetos hoy mueren jóvenes mientras que la vida de
los hombres se alarga cada vez más. La relación es desproporcionada.
La parte más débil de los relojes deportivos es la correa. Cada objeto tiene un
parte débil. ¿Quién en su sano juicio fabricaría relojes deportivos que duren
cien años? Perseguir el lucro y despreciar al comprador no es un
comportamiento ejemplar. En los relojes deportivos la correa suele ser de una
sola pieza, en su mitad se integra la esfera del reloj, de manera que si la correa
se rompe, como sucede pronto, la esfera queda sin sujeción. Quiero decirle
que el fabricante piensa más en la trampa que en la calidad de su producto. Es
una manera descortés y ladina de conducirse. Cuando compras un reloj
deportivo eres cómplice del engaño y contribuyes al engaño. ¡Basta! No
aguanto más sus necedades. ¿Necedades? Los relojes deportivos son la
antesala de lo que se avecina, le digo relojes como podría decirle móviles,
ordenadores y cientos de productos más, después vendrán las mascotas y,
finalmente, nosotros.


LA PRIMERA OPCIÓN

Ordenamos que en caso de duda escojan siempre la primera opción, lo cual no
deja de ser arriesgado; hemos comprobado que en varias ocasiones la segunda
opción era la correcta. Nuestra regla en estos casos es elegir siempre la
primera opción. Con este modo de actuar no buscamos la prioridad del acierto,
sino la del tiempo. En nuestra situación el tiempo es más valioso que el
acierto. Una decisión rápida aunque equivocada no puede dañarnos tanto
como una decisión demorada. Empezamos a aplicar la regla de la primera
opción después de un estudio basado en ciento cincuenta elecciones. El
estudio concluía que en un setenta por ciento de los casos la primera opción
era la acertada. El estudio nos robó un tiempo precioso. Después de dos meses
aún pagamos las consecuencias. Contemplamos la pérdida de tiempo como
una pequeña ganancia, digamos, a largo plazo, porque el estudio, dirás, el
tiempo destinado al estudio tuvo un coste elevado. Tuvimos que renunciar a
las tareas más superficiales dentro de las tareas, digamos, necesarias, pues aquí
tareas triviales existir, no existen, dirás que lo más parecido a nosotros son las
abejas y las hormigas. Como ve, nosotros vamos bien vestidos y estamos muy
limpios. Parecemos agotados, en verdad, estamos agotados y no podemos
disimularlo ni se nos pasa por la cabeza disimularlo. ¿Qué ganaríamos con
ello? Nos agota correr siempre detrás del tiempo para que no se aleje
demasiado de nosotros, hablo con una metáfora, digamos que un descuido nos
sitúa en un lugar equivocado. Suele llamar la atención que, a pesar de estar
siempre al borde del precipicio, no perdamos la compostura y vayamos tan
bien vestidos y aseados. Los visitantes esperan hombres desaliñados,
sudorosos, con los ojos fuera de sus órbitas, dirás, esperan una cosa y
encuentran otra. Habrá deducido por mis palabras que ellos, los visitantes, se
ven sorprendidos, porque cuando uno tiene una convicción y la realidad
muestra lo contrario, por lo general, surge una sorpresa, dirás un estado de
alteración emocional por algo inesperado; que ella, la sorpresa, sea agradable
o desagradable no es asunto nuestro, no está al alcance de nuestra mano que la
sorpresa agrade o disguste; sin duda, quisiéramos que ellos, los visitantes, se
sorprendieran, dirás de una manera agradable, como un ponerse a pensar y
decirse: «Vaya, a pesar de estar siempre acuciados, son capaces de mantener
las formas». Muchos nos han preguntado por qué en nuestra situación
recibimos visitantes. Les respondemos con otra pregunta: ¿Tenemos otra
opción? Este es un mundo complejo. No es fácil, aun con nuestra diligencia,
mantenernos a flote. Ustedes dificultan la tarea de vivir, nos obligan a
recuperar el tiempo perdido; ya sin ustedes viviríamos apresuradamente, con
ustedes vivimos al límite. Un pequeño descuido nos obliga a un esfuerzo
sobrehumano. Habrá comprobado los ridículos esfuerzos que hacemos para
mantenernos a flote. Nos preguntamos si merece la pena este esfuerzo.
Ustedes se preguntarán lo mismo. Por cierto, ¿es usted uno de los nuestros?
Conviene saberlo por el cariz que toman los acontecimientos. Sea cual sea su
situación elija la primera opción en caso de duda.

EN EL ESPEJO

En este punto, dice, en este momento, añades, ahora, me miro en el espejo.
Creo que con esto dejo claro que veo mi cara en el espejo. En conjunto, no
puedo ver mi cara en el espejo. Si me fijo en los ojos, pierdo el resto, cuando
me fijo en la boca también pierdo el resto; pelos en las orejas, como mi
abuelo. Vivió cien años. Entonces es como si los pelos me dijeran que viviré
cien años. Ahora no quisiera vivir cien años con las enfermedades que tuvo mi
abuelo; según avance hacia los cien años tal vez cambie de opinión. He
observado un violento apego a la vida en los hombres. En mi barba los pelos
blancos ya se imponen a los negros. Según oriento la cabeza brillan algunos
pelos blancos de la barba. Por separado, las partes que forman mi cara son
incluso bellas, pero en conjunto no soy guapo, tampoco un feo que inspire
repugnancia o rechazo, dirás, un poco feo sin alcanzar la fealdad. Por otro
parte, la fealdad es relativa, creo que es un defecto del que mira.

FINALES

Sientes que nada que parece terminar ha acabado. ¿Cómo saber cuándo ha
llegado el final? Cuando corrías los cuatrocientos metros pasabas la meta y
seguías corriendo. Para ti la meta no era el final. Deseabas acabar cuanto
antes, sin embargo, entrabas en la meta, veías que los demás corredores habían
parado ―nunca llegaste el primero―, y tú continuabas por si la meta no era el
final de la carrera. Pararte antes de acabar, como tú pensabas que hacían los
otros corredores, era para ti un asunto humillante. Este es el primer recuerdo
que tienes de la confusión. La confusión de los finales te sitúa siempre en el
comienzo. Como no sabes cuándo algo ha acabado tienes la sensación de que
todo es un comienzo. Los días empiezan, comienzas la clase, los alumnos se
levantan cuando suena el timbre, llegan otros alumnos, vuelves a casa, te
acuestas y el día empieza. ¿Acaso cuando te acuestas por la noche no ha
acabado el día para ti?


TODO EN ORDEN

Cuando el sol empezaba a calentar, llegaba una nube que lo ocultaba durante
unos minutos. Era el día perfecto para estar en la terraza sentado en la silla
plegable. De vez en cuando me asomaba a la calle y solo veía mujeres
imponentes. De verdad, algo no iba bien por ir demasiado bien. Para
asegurarme de que estaba despierto llamé a una morenaza que en ese momento
pasaba enfrente de casa y le dije que subiera a tomar una copa conmigo. Fue
desagradable, me hizo un gesto de asco y me llamó vejestorio. Bien, me dije,
todo está en orden. A veces hay que forzar la situación para llegar al fondo. El
día continuó apaciblemente.

EL VENTILADOR

El ventilador oscila a derecha e izquierda, después dijo si no sería más
correcto utilizar el verbo girar, en cualquier caso, el movimiento del ventilador
cubría, luego corrigió y dijo que tenía un radio de acción, en el fondo de lo que
se trataba, dijo después, en la práctica, bien, de lo que se trataba era de
mantenerse dentro del radio de acción del ventilador o del espacio cubierto por
él; cuando entraba en el radio de acción sentía un alivio momentáneo, al rato
la sensación de alivio disminuía, no obstante, era una sensación que todavía
pertenecía a las sensaciones de alivio, dijo, mejor a la categoría de dichas
sensaciones. Como el ventilador oscilaba o giraba llegaba un instante en que
todo el aire, dijo luego si no sería mejor hablar del viento producido por el
ventilador, bien, el viento o el aire eran arrojados hacia su cuerpo, entonces en
ese instante recuperaba la primera sensación de alivio, no estaba convencido
del “aire o viento arrojados”, diría mejor producidos o generados, el caso es
que fuera del radio de acción o del espacio cubierto por la acción oscilante o
giratoria del ventilador el aire estaba estancado y el calor era agobiante.
Cuando los cuatro habitantes del apartamento estábamos en casa ocupábamos
el radio de acción del ventilador. Nos apretujábamos para meternos dentro del
viento o del aire. La proximidad aumentaba el calor; aun así, era mejor
permanecer en el apartamento que salir a la calle. Cuando uno se levantaba y,
pongamos por caso, iba a la cocina, los tres restantes nos separábamos un
poco, siempre dentro del radio de acción. Al volver el ausente, si uno se fijaba
un poco, notaba algunos detalles de contrariedad en los otros. Nuestra postura
en el radio de acción no resultaba demasiado cómoda. Cada uno de nosotros
deseaba que los tres restantes se levantaran, esto sucedía poquísimas veces.
Cuando sucedía era magnífico. Viví esta situación solo dos veces. Resulta
curioso que una situación así nos distanciase en vez de fomentar la amistad.
No había nada razonable en el proceso de enemistad que vivimos; lo razonable
habría sido una unión más amistosa entre nosotros, ya que nos veíamos
obligados a permanecer tanto tiempo juntos, de esta manera todos habríamos
salido beneficiados. Dices, en un noventa por ciento la razón no se impone en
los hombres. Aunque pasábamos mucho tiempo juntos allí, apretujados dentro
del radio de acción, no solía yo expresar mis ideas u opiniones acerca de la
situación, me excusaba a mí mismo diciéndome que no tenía la oportunidad.
Dijo que una vez intentaron dejar el ventilador fijo para ganar eficacia, pero
que no resultó; el radio de acción apenas llegaba a los dos que estaban
sentados en los extremos; de repente, dijo que había encontrado la expresión
perfecta, corriente de aire, así dijo.

DESAPARICIÓN

En el grupo, un grupo de ocho personas, nadie ha oído hablar de la
desaparición de todos los enanos de la ciudad. De un día para otro en la ciudad
nadie volvió a ver un enano. No parece probable que todos los enanos de la
ciudad acordaran desaparecer de un día para otro. Una decisión colectiva
como esta exige acuerdos, coincidencias, posturas comunes que los enanos
jamás lograrían. No menosprecio la capacidad colectiva de los enanos para
organizarse, solo quiero decir que cada enano tiene sus intereses, como
cualquier persona, y las personas solo son capaces de organizarse para tomar
una decisión así si sus cabezas penden de un hilo. De aquí concluimos que
existe un acuerdo secreto contra los enanos, así dijo; uno del grupo allí reunido
apuntó que un acuerdo secreto contra alguien es una conjura y que si desde un
principio hubiera dicho conjura en vez de acuerdo secreto contra alguien,
hubiesen ahorrado un tiempo precioso. Los demás asentían con la cabeza, un
poco resignados. A su vez, otro miembro del grupo señaló que si su
compañero no hubiese hecho tal comentario habrían ganado el tiempo que el
portavoz les había hecho perder. Este último comentario también provocó
movimientos de cabeza hacia arriba y hacia abajo. El portavoz del grupo
informó al grupo allí reunido que al mediodía iniciaría el grupo, del cual él era
portavoz, la búsqueda por la ciudad de algún enano con la esperanza de que tal
enano supiera algo de este asunto. Añadió que su grupo agradecería que otros
grupos se unieran a su grupo en esta búsqueda. Después se quedó pensativo
unos segundos. Esta actitud pensativa gustó a los miembros de su grupo.
Entonces dijo que también el individuo sería bien recibido, que un hombre de
aquí, otro de allá y otro de más allá al final forman un grupo. Los dos grupos
serían entonces un solo grupo de búsqueda. No decepcionó a los miembros del
grupo la intervención de su portavoz. Aplaudían con entusiasmo. Cuando
alguien aplaude con entusiasmo salta a la vista. Puede ser emocionante ver
cómo cientos de personas aplauden entusiasmadas. Por lo general, las personas
aplauden por cortesía. Te das cuenta enseguida, aplauden mientras desean
perder de vista cuanto antes al aplaudido. Notabas que admiraban a su
portavoz. Los componentes del grupo formado por ocho personas no
aplaudían con tal entusiasmo. Eran los aplausos que uno puede ver la mayoría
de las veces. El portavoz hacía gestos de agradecimiento. No me engañaba.
Aquel hombre era un servil impostor. Ese hombre, solo en alta mar, no duraría
ni dos días. Sospeché que algo tenía que ver con la desaparición de los enanos.
En la ciudad vivían doscientos veinte enanos. Era una ciudad pequeña, de unos
dos mil habitantes. Los enanos no pasaban desapercibidos. Habían hecho
incluso que la ciudad tuviera un hueco en las guías turísticas. Por aquí podría
empezar la investigación. Casi levanté la mano para comentarlo. Una vez más
la timidez y mi falta de interés por casi todo me lo impidió. A veces quiero dar
mi punto de vista, entonces me digo que no merece la pena, ni por mi parte ni
por los que me escuchan. Antes, cuando daba mi punto de vista, nada
cambiaba en el fondo.

SUENA EL TELÉFONO

Sonó el teléfono. Siempre que sonaba me preguntaba quién llamaba. Unas
veces respondía y otras ignoraba la llamada. Le dije que era Luis. Alargó la
mano. Le di el teléfono. En el momento de entregarle el teléfono noté que en
alguna parte de su cuerpo había algo que no iba bien, esto noté, por el gesto y
la manera de coger el teléfono. Una vez más tuve la sensación de encontrarme
desplazado, como si alguien ajeno a mí hubiese entrado en mi vida y me
hubiera llevado a la suya. No vivía esta situación con desasosiego; me parecía
que así era la vida para todos. Incluso creía que yo era más afortunado que la
mayoría de los hombres. Por lo general, así me parecía, los hombres casi
siempre vivían fuera de lugar, vivían más desplazados que yo, con mujeres
que no deberían haber sido sus mujeres, con trabajos equivocados y opiniones
ajenas. No es que yo tenga opiniones propias, pero sé que no lo son y este es
un buen punto de partida para conseguir alguna opinión propia. El día que
logre una opinión propia habré dado un buen salto adelante. Antes de dormir,
ya en la cama, me he impuesto la tarea de tener una opinión propia. Pienso en
algunos temas. Noche tras noche me duermo sin la opinión propia.
El teléfono volvió a sonar. No me preguntó quién era. Apenas unos segundos
antes le había dicho que era Luis. No había conseguido hablar con él la
primera vez, de modo que pensaría que era él de nuevo. Ella hacía todo con
lentitud. Tenías que estar familiarizado. Cuando yo llamaba a casa sabía que
pasarían al menos dos minutos hasta que ella cogiera el teléfono. Vivía con
ella, conocía sus limitaciones. Ella casi siempre llegaba al teléfono cuando
había dejado de sonar. No obstante, contestaba. Como nadie respondía, se
lamentaba de la informalidad de la gente. Le decía que la mayoría de la gente
vivía con un ritmo diferente al de ella, que las personas no esperaban tanto
tiempo cuando llamaban y que debería llevar el teléfono siempre con ella. Esta
vez no era Luis, sino el ave de rapiña de su prima. Esa jacobina cortacabezas
esperó hasta que ella se puso. Yo temía las llamadas de esa puta. Siempre
llamaba para joderte el día y eso fue lo ocurrió.

EL HOMBRE MUÑECO

Hoy es el tercer día de tus vacaciones. Tres días te han bastado para recuperar
tu normalidad. Ya duermes bien. Vuelves a los libros, al estudio, a los paseos.
Tu mente está tranquila. Este de ahora eres tú. El hombre que acude al trabajo
es un muñeco que comparte todos tus rasgos. Cuando estás en el trabajo las
horas pasan muy despacio. Tan pronto como llegas deseas que acabe cuanto
antes. Todos los años, durante las vacaciones, dices que ya no volverás. Así
año tras año. No tomas la decisión porque eres un cobarde y un indeciso,
mejor un cobarde indeciso o indeciso cobarde, pero también hay en tu
pasividad amor por la rutina, te dices que, después de todo, así puedes
continuar, como lo has hecho durante años. Añades que tu carácter pesimista
te hace imaginar que si tomases la decisión el cambio sería peor que la
situación actual. De nuevo tu mente está agitada. Cuando pensabas que habías
recuperado al hombre que crees ser, vuelves al muñeco. Sal a la terraza y
mírate unas nubes, esto te calmará, muñeco gris. No siempre las nubes están
ahí. Entonces abre el Orlando furioso y lee. Es la mejor sugerencia que ahora
puedes hacerme. Orlando furioso es el presente puro. Mientras leo este libro
las uñas no crecen. Nada sucio te sucede entonces. Si pudiera leer el libro sin
interrupción viviría casi doscientos años. ¿Quieres una vida tan larga? No
sabes de qué hablas. Afirmabas al comienzo que tres días habían sido
suficientes para recuperar la normalidad; no expreso con exactitud lo que
dijiste, aunque creo que algo parecido dijiste. El tiempo confunde todo.
Alguien dice una cosa, otro entiende algo distinto de lo que su interlocutor
quiso decir, después pasa un tiempo... Es terrible el aislamiento de los
hombres. Con el paso de los días la mente quedará limpia. Cuando hayas
logrado una mente ligera tendrás que volver al odioso trabajo. Tu cabeza
comenzará a llenarse de inmundicias, así un año y otro, hasta el final.
Lamentarte, esto se te da bien. Perteneces más al mundo de los muñecos que al
de los hombres. Que la mayoría de los hombres corran tu misma suerte no
debería ser un consuelo para ti. ¡Basta! Sales a la terraza con el Orlando. Miras
al cielo. El sueño llega.

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