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Una pequeña historia absurda para comenzar:
Inexistentes estudios prueban que los terribles efectos del virus de la "estabilidad laboral"
en el cerebro del trabajador son peores que los del ébola y el chikunguña combinados.
Si nos atenemos a lo manifestado por ciertos ejecutivos, apenas un trabajador es alcanzado
por este terrible virus, el mundo ideal en el que se vivía previamente cuando había el
maravilloso contrato mensual se echa a perder. Así el hasta ayer respetuoso trabajador,
por culpa de este cambio contractual, pierde completamente el respeto y empieza a odiar a
su jefe sin ninguna razón identificable.
¿Qué explica este cambio? ¿Por qué se deja de respetar al jefe, a ese profesional íntegro,
capaz y respetuoso, quien siempre ha ejercido una autoridad racional con absoluto
profesionalismo?
La única posible explicación es que la estabilidad laboral es un virus que se mete al
cerebro de las personas y los incentiva a amotinarse en contra del poder legítimo y a
volverse incompetentes, rebeldes e indolentes.
Fin de la absurda historia.
Una segunda posible hipótesis, mucho más plausible y sensata, es que los
jefes acostumbrados a relacionarse con el trabajador a partir de la amenaza
de no renovarles el contrato, han olvidado sus talentos (si es que alguna vez
los tuvieron) de cómo dirigir a gente autónoma y motivada.
Dados los vientos que corren, entiendo que a muchos lectores pueda no
agradarles esta segunda hipótesis. Pero creo que bien harían en reflexionar
en si con esta ola de tercerizaciones y de contratos temporales, no solo se
está condenando a millones de trabajadores a vivir en la inestabilidad y la
angustia, sino que -piensen en esto también- lo que se está haciendo es
destruir definitivamente el talento directivo. Pues nuestros jefes cada día se
acostumbran más a mandar en una absoluta superioridad (asimetría) de
poder, y eso nunca puede ser bueno para sus capacidades de gestión ni
para la innovación organizacional.