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Es un teatro continuador, en gran parte, del que imperaba a finales del siglo XX.
El teatro de la Generación del 98. Destacamos a Unamuno y Azorín, cuya obra es,
básicamente, un teatro de ideas en el que los recursos técnicos pasan a un segundo
término. Estas ideas giran sobre el problema de la personalidad, en el caso de
Unamuno, o sobre personajes abstractos como la Muerte o el Tiempo, en Azorín, el
cual crea además un ambiente de misterio. Unamuno busca la colaboración de los
espectadores. Los recursos técnicos que utilizan son muy rudimentarios: Unamuno
prefiere los decorados desnudos, mientras que Azorín suprime la escenografía
(decorados, efectos de sonido, maquillaje, vestuario…). Algunas de las piezas teatrales
de estos autores, poco representadas y de escaso éxito, son Fedra (1910) de Unamuno
y la trilogía Lo invisible (1928) de Azorín.
Un coetáneo fue Jacinto Grau, que recupera temas literarios y mitos clásicos (don
Juan, Pigmalión…) y los adapta a la tragedia. Tuvo mucho éxito fuera de España con
obras como El señor de Pigmalión (1921) en la que un artista crea unas marionetas que
cobran vida y se rebelan contra su creador.
El teatro de Valle Inclán. La original obra teatral de este escritor gallego evoluciona
desde las Comedias bárbaras, (novelas dialogadas como por ejemplo Romance de
lobos), pasando por las farsas y los dramas (como por ejemplo La marquesa
Rosalinda), hasta la creación del esperpento, que constituye su obra más original e
innovadora. Mencionamos como rasgos fundamentales del esperpento:
- Visión grotesca y deformada de la realidad. Pretende que el espectador tome
conciencia de cómo es la sociedad y para ello hace una sátira de los tópicos
sociales y, a su vez, de sí mismo y de la naturaleza humana.
- Caricatura del héroe. Los protagonistas del esperpento son personas marginales
que sufren a causa de situaciones injustas; se trata de antihéroes que parecen
muñecos o marionetas más que seres humanos.
- Estilo plástico e innovador. Los gestos adquieren un gran valor. Valle tiene un
original sentido cinematográfico en la creación de escenas. El lenguaje del
esperpento combina lo culto y lo popular. El esperpento más célebre es Luces de
bohemia (1920); otros forman el conjunto Martes de carnaval (1921 – 1927).
El teatro de la Generación del 27. Tres son los rasgos que debemos citar de toda esta
generación en su obra dramática: un afán de depurar el llamado “teatro poético”, la
incorporación de las formas vanguardistas y el intento por acercar el teatro a las clases
bajas y al mundo rural. En primer lugar destacamos la labor teatral de Rafael Alberti,
con obras de vanguardia como El hombre deshabitado (1930) o El adefesio (1944),
farsa esperpéntica. Pero el autor fundamental de este grupo fue Federico García
Lorca, uno de los grandes renovadores del teatro español contemporáneo. A pesar de
que cultiva varios subgéneros dramáticos (comedia, farsa, drama histórico, tragedia…)
es este último el que alcanza mayor dimensión con sus obras capitales Bodas de
sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). Estas tragedias
rurales suponen una conexión con el teatro del Siglo de Oro, porque poseen algunos
aspectos en común: los triángulos amorosos, las canciones populares que sugieren
estados psicológicos o presagios de los personajes y la importancia del honor. Para
Lorca el teatro ha de tener un objetivo didáctico. El tema principal de sus tragedias es
la lucha de unos personajes contra el orden social para conseguir su libertad. Es, pues,
un enfrentamiento entre lo posible y lo deseado, entre la autoridad y la libertad. Lorca
utiliza un lenguaje coloquial en su afán de conseguir un teatro popular; no obstante,
no olvida imprimir su sello personal y lo llena de simbología.