Está en la página 1de 108

Esta es una traducción no oficial, de fans para fans.

Con este documento no se pretende


reemplazar la obra original ni entorpecer la labor de las editoriales.

Si el libro llega a tu país y tienes la posibilidad cómpralo, haz una reseña y apoya a las
autoras en sus redes sociales.

Amamos las historias llenas de erotismo, romance y acción y queremos compartirla con
otras lectoras que no pueden leerlas en inglés. Ninguno de los miembros de nuestro equipo
recibe rédito económico por hacerlo. Sólo te pedimos que difundas nuestro trabajo con dis-

2
creción sin tomar captura de pantalla de este documento ni subiéndolo a Wattpad ni a Tik
Tok ni a ninguna otra red social.

¡Qué disfrutes la lectura!


3
SINOPSIS
CAPÍTULO uno
CAPÍTULO dos
CAPÍTULO tres
CAPÍTULO cuatro
CAPÍTULO cinco
4
CAPÍTULO seis
CAPÍTULO siete
CAPÍTULO ocho
CAPÍTULO nueve
CAPÍTULO diez
CAPÍTULO once
CAPÍTULO doce
CAPÍTULO trece
EPÍLOGO
EPÍLOGO extra
SOBRE LA AUTORA
CRÉDITOS
Los tratos hechos cuando estás borracha no cuentan, ¿verdad?
Pues resulta que no. Al menos según el jefe de la mafia Duke Toscani. Nuestro acuerdo pro-
movido por el alcohol es simple: él es mío y yo soy suya.
De lo que no se da cuenta es de que vengo con un combo extra.
Mi abuela cuidó de mí cuando quedé huérfana, y ahora me toca a mí cuidar de ella. Aunque
tenga que tener tres trabajos mal pagos y saltarme algunas comidas y noches de sueño para
hacerlo. Puede que mi Nana crea en los milagros navideños, pero yo necesitaré mucho más que
5
los duendes de Santa Claus para salvarme del hombre que encabeza la lista de los más traviesos.

NOTA DE LA AUTORA: Garnish with a Candy Cane es una novela independiente diver-
tida, con temática navideña y completamente segura, aunque no totalmente cuerda. Celebra
las festividades con una historia de romance con un “felices para siempre” garantizado.
uno

Ha sido un día de mierda, y no sé por qué demonios la gente que trabaja para mí no puede
comprender lo que significa “no me molesten”. El fuerte golpe vuelve a sonar, obligándome a abrir

6
los ojos y agarrar mi pistola. Juro por Dios que este estúpido hijo de puta va a morir esta noche.
Me levanto de la silla y doy una zancada alrededor del escritorio lleno hasta la puerta, la abro
de golpe y apuntó justo entre los grandes ojos marrones de Cedric.
—¿Qué hijo de puta? ¿Qué quieres?
Tan acostumbrado a mi temperamento, ni siquiera se inmuta ante el cañón de mi Glock
apuntando a centímetros de su frente. Se limita a señalar a la chica a la que tiene agarrada, que
se agita sobre sus tacones plateados de diez centímetros junto a su corpulento cuerpo.
—Lo siento, jefe, pero la he agarrado husmeando por aquí y he pensado que quizá debe-
ríamos hablar con ella. Ya sabe, por sí trabaja para Matteo o algo así.
O algo así. Pongo los ojos en blanco. Menos mal que este imbécil puede matar a un hombre con
una sola mano y me es jodidamente leal. Si no, le metería una bala en su grueso y estúpido cerebro.
—Mírala Cedric. Apenas puede mantenerse en pie. No creo que sea una jodida espía.
Vuelve a mirarla. La incertidumbre se dibuja en su cara por el balanceo y la sonrisa de ella.
Aparentemente despreocupado porque casi acabo de disparar a su captor. Si es que se dio
cuenta que está jodidamente cautiva. Jesús. No tengo tiempo para esta mierda. Meto el arma en
la cintura de mis pantalones a la medida y me acerco para ver cómo demonios me deshago de ella.
—¿Cómo te llamas, cariño?
Que me jodan si no me mira con la sonrisa más bonita irradiando de su preciosa cara.
—Estoy borracha.
—Sí, no me digas. —Tengo que reírme ante la obvia admisión. Por suerte, es lo bastante
atractiva como para ser una adorable borrachina, y yo lo bastante caballeroso como para no
aprovecharme.
—¿Estás aquí con amigos? ¿Tal vez con un novio?
—No suelo beber, pero esta noche he bebido un monnnntónnn... —Una pequeña mano
atraviesa el aire y me golpea justo en el estómago, aunque ella no parece darse cuenta. —....
porque Heidi dijo que tenía que divertirme.
Bueno, parece que se está divirtiendo. Más o menos. Su delicado tobillo se tuerce por el
torpe movimiento de defender las razones de su excesiva ingesta de licor, y Cedric aprieta el
agarre para evitar que caiga al suelo. No sé por qué debería importarme, pero no me gusta que
7
su enorme puño rodee ese pequeño bíceps. Por alguna razón que no puedo explicar, no me
gusta que la toque.
Joder. Joder. Joder. ¿Por qué carajo estoy convirtiendo su embriaguez y su estupidez en mi
problema? Debería echarlos a patadas en el culo a los dos. En vez de eso, doy un paso atrás
como un maldito idiota y señalo el sofá.
—Muy bien, tráela y ponla ahí.
Volviendo a su comportamiento obediente normal, Cedric la lleva dentro y la sienta en el cojín
del medio. Empujando sus hombros hacia atrás para que no se caiga de cabeza al piso. Al cabo de
unos segundos se relaja y se hunde en el suave cuero negro, frotando sus delicadas manos por el
grueso tejido en lo que supongo es una aprobación de su nueva y más cómoda posición.
A la espera de su siguiente orden, Cedric también la observa. Lo cual me irrita más de lo
debido. Parece que tampoco me gusta que la mire. —Dile a Tommy que compruebe los mo-
nitores para ver si la chica está siendo buscada por alguien. Probablemente la tal Heidi se va a
volver loca de preocupación, si no lo está ya.
—De acuerdo, jefe.
Feliz de que le asignen una tarea, el guardaespaldas sale corriendo, ansioso por completar su mi-
sión. Lo que podría llevar horas, ya que no tenemos ni idea de cómo se ve Heidi o de si sigue aquí.
Estoy agotado, pero esta parece inofensiva, así que dejaré que se quede mientras buscan,
siempre y cuando no me ponga de los nervios. Porque entonces sí que voy a echarla y dejar
que le pase lo que le tenga que pasar. Me importa una mierda. Aunque parezca tan pequeña,
indefensa y frágil, probablemente ni siquiera debería estar aquí, ya que es a mí a quien más
debería temer. Maldita sea.
Me sirvo un whisky doble y me siento frente a ella. Al menos puedo disfrutar de la vista de sus
esbeltas piernas mientras su corto vestido púrpura sube cada vez más por esos cremosos muslos
mientras la interrogó—: ¿Está Heidi aquí contigo esta noche? ¿Es con ella con quien has venido?
Un asentimiento decisivo hace que los mechones de su pelo rubio, que empiezan a soltarse
de las coletas que lleva en lo alto de la cabeza, suban y bajen por sus brazos desnudos.
—Lo estaba, pero empezó a bailar con un tipo y... —Levanta las manos para enfatizar. Obli-
gando a sus tetas a tensarse contra su ropa y a mi polla a levantarse un poco también en señal
de agradecimiento. —...fue absorbida por la multitud y nunca volvió. 8
Eso suena bastante bien. En una ajetreada noche de viernes, nos enfrentamos a miles de
fiesteros en cuatro niveles. Es fácil perder a alguien aquí.
—¿Qué haces merodeando por mi oficina?
—Tenía que ir al baño. —Parpadea un par de veces y gira la cabeza de un lado a otro, con el
asombro iluminando su sonrojado rostro. —Tienes un baño realmente muy bonito.
Claro, es fácil confundir una oficina con un baño cuando estás desbordado de alcohol.
—Gracias. Pero no orines en mi sofá.
—Demasiado tarde.
Mierda. Dejó de golpe el vaso sobre la mesa y me inclinó hacia delante, mirando entre sus
piernas ligeramente abiertas. La zona bajo su culo parece seca. Menos mal.
—Ya he ido... al... retrete. —Habla muy despacio, pronunciando cada sílaba como si fuera
yo el que está perdido y necesita que le expliquen las cosas. —Hice pipí en el baño.
Bueno, al menos eso está confirmado. Vuelvo a reclinarme y recojo mi whisky. Doy un largo
trago para intentar relajarme con ella. Es linda, lo reconozco. Sólo un poco molesta. Aunque
tengo que admitir que estoy disfrutando de la conversación sin filtros y totalmente delirante.
—¿Por qué Heidi piensa que necesitas divertirte?
Mi pregunta la hace fruncir el ceño, y yo me arrepiento de haberla hecho preocuparse,
cuando su comportamiento burbujeante se desvanece. Rodea su torso con los brazos y baja la
barbilla hacia el pecho, avergonzada, mientras se acurruca sobre sí misma.
—Dice que es la única forma de olvidar a Tristán. Dice que merezco algo mejor que ese imbécil.
Claro que es un imbécil el que la ha hecho beber hasta el olvido. Al menos el reconoci-
miento confirma que está soltera. No necesito estar golpeando el culo de algún aspirante que
venga a reclamarla.
—Creo que Heidi tiene razón. Te mereces algo mejor.
Unos hermosos ojos verde esmeralda se encuentran con los míos, brillantes llenos de sincera
esperanza. —¿De verdad lo crees?
9
No hay razón para mentir. Cualquiera que trate mal a una chica dulce como ella tiene que
ser un cretino y un imbécil. —Sí, lo creo.
—¡Gracias! —Ella se retuerce en su asiento, contoneándose con un pequeño baile feliz de
alegría y gratitud. —Pues yo también creo que te mereces algo mejor que una imbécil.
No tiene ni idea. —Díselo a mis ex.
—De acuerdo. —Su mirada vidriosa vuelve a recorrer la habitación y frunce el ceño mien-
tras estudia el espacio vacío. Confundida por qué estemos los dos solos aquí. —¿Dónde están?
No puedo evitar reírme. —No te preocupes. Puedes decírselo más tarde.
Al parecer soy divertidísimo porque ella también suelta una risita. —Está bien.
Me encanta la risa de esta chica, alegre y despreocupada. Pero por su nivel de intoxicación
sé que mañana no estará tan contenta. Sacó el teléfono y le mandó un mensaje a Andrea para
que me traiga un zumo de naranja para ella. Eso aliviará un poco la resaca.
—¿Cómo te llamas?
Levantó la vista de la pantalla y me sorprende gratamente ver las palmas de sus manos aca-
riciando sensualmente sus piernas, igual que me pasaría a mí si no estuviera siendo un buen
chico esta noche. —Duke Toscani.
—Duke —asiente con toda seriedad a pesar del ligero error en su pronunciación. —Me gusta.
Estoy complacido que lo apruebe. —Me gusta que te guste.
Su cuerpo se sacude como si le hubiera caído un rayo y se levanta de golpe, con una expre-
sión de asombro. —¿Sabes qué? Si nos casamos, seré tu duquesa.
Esta vez niego con la cabeza. Tengo demasiado equipaje y mierda en mi pasado para ser tan
optimista como desear el matrimonio. —Bueno, duquesa, no quiero casarme.
—Yo tampoco. Pero Heidi dice que tengo que follar. ¿Crees que necesito follar?
Más sincero de lo que esperaría de una pregunta tan cargada. Calculo los recibos del club en
mi cabeza para intentar mantener mi polla a raya de pensar en ella desnuda y rebotando sobre mi
regazo. —Todos necesitamos que nos follen alguna vez. Una buena follada alivia mucho estrés.
A veces también crea mucho estrés, pero no tenemos que llegar a eso. De todas formas, no 10
es un problema, porque parece que ya ha dejado de pensar en ello. Vuelve a entrecerrar los ojos
y se inclina hacia mí, estudiando mi cara antes de señalarme y volver a señalarse a sí misma con
un dedo. —¿Y qué conmigo? ¿Soy follable? ¿Querrías follarte a alguien como yo?
Jesús. Calcular lo que me voy a llevar esta noche ya no es suficiente y mi polla palpita con
fuerza, lista y ansiosa contra mi cremallera. —Más de lo que crees.
Vuelve la enorme sonrisa. —A mí también me gustaría.
No debe gustarle mucho la idea porque no se mueve. No intenta follarme ni que yo la folle.
Se queda quieta, tumbada sobre la almohada, y sonríe. —Me gustas, Duke Toscani.
—Tú también me gustas, como sea que te llames.
Una vez más, mi sarcasmo se le escapa por completo, y no responde a mi provocación.
—Eres muy simpático, muy alto y muy atractivo también.
Se levanta despacio, poniendo las manos en horizontal como para equilibrarse, aunque se
balancea de lado a lado. Cuando se siente segura sobre sus pies, o eso cree a pesar de su andar
inestable, se tambalea hacia mí. Joder. Ni mi polla ni mi conciencia tienen suficiente fuerza de
voluntad para resistirse a ella si se sienta a horcajadas sobre mí. Menos mal que no lo hace. En
lugar de eso, se sienta a mi lado y me acaricia la mejilla mientras la miro fijamente.
—Tienes una cara perfecta. A mí también me gustaría tener sexo contigo.
No digo nada. No hago nada. No pienso nada. Porque no tengo tiempo para esto ni para
ella ni para nada de toda la mierda que pasa a mi alrededor.
Un suave golpe golpea la puerta esta vez. Rompiendo el hechizo cuando la atención de
ambos se vuelve hacia el sonido. Sacándonos de nuestra fascinación el uno por el otro como si
estuviéramos haciendo algo mal. —Adelante.
Andrea se asoma por la madera. Aprendiendo la lección de haber sido sorprendida dema-
siadas veces por lo que encontró al otro lado, confirma que todo el mundo está vestido antes de
entrar. Trae dos botellas de zumo en su bandeja.
—Aquí tiene, Sr. Toscani. —Hace un gesto hacia... joder. Supongo que será Duquesa por

11
ahora. —Cedric me avisó. ¿Está bien? ¿Necesita ayuda con ella?
—Gracias, pero ya la tengo. —Joder. A ella no. La situación. Todo bajo control. —La tengo.
La encargada de mi bar me devuelve una sonrisa profesional. Sin insinuar en su rostro lo
que piensa de mí o su curiosidad sobre Duquesa. Por eso trabaja para mí, y le pagó tan gene-
rosamente. Se guarda sus opiniones para sí misma y su mente en su trabajo, más que en mis
asuntos personales.
—Si necesitas algo más, dímelo.
Espero a que Andrea cierre la puerta para levantarme, para que no vea el deseo que Duquesa
genera en mí. No hay necesidad de avergonzarla o a mí mismo más de lo que ya lo he hecho en
el pasado cuando era joven, tonto y desorientado. Al menos ahora por fin tengo las cosas claras,
aunque el mundo a mi alrededor siga siendo un jodido caos.
Me dirijo a mi escritorio y sacó el Advil del último cajón. Duquesa también intenta levan-
tarse del sofá, pero el alcohol y la gravedad ganan la batalla contra su defectuosa coordinación.
La atrapo antes de que se desmaye del todo y disfruto demasiado de tenerla en mis brazos.
Estúpidamente, respiro su champú de menta y no puedo resistirme a que se acurruque contra
mí cuando sus brazos se deslizan alrededor de mi cintura. Agradezco su tacto suave y su piel
delicada bajo mi mano. —Cuidado, duquesa. Tienes que dejar que te ayude.
—Está bien.
Ella frota su cara contra mi chaqueta, amortiguando su voz. Respirándome igualmente.
Agito la botella para que deje de acariciar mi cuerpo y pueda minimizar su dolor de cabeza.
—Vamos a sentarte otra vez.
La llevó fácilmente al sofá y una inexplicable sensación de protección se agita en mi interior.
Agradezco ser yo quien cuide de ella en lugar de ceder a mi idea anterior de volver a arrojarla a
la refriega. Me revuelve el estómago la idea de que otro hombre la ayude. O peor aún, que no
lo haga. Por Dios.
Agitó dos pastillas en la palma de la mano y destapó el zumo de naranja. —Aquí tienes.
Después de unos sorbos del líquido para ayudarse a tragar la medicina, sonríe y suspira. —
Dios mío. Esto está muy bueno.

12
Su nivel de exigencia es demasiado bajo. La animo con la cabeza y hago rodar el dedo hacia
delante. —Entonces bebe un poco más.
Obediente y dócil, asiente y vacía la mitad del recipiente. Debe de estar deshidratada, lo que
confirma que necesita potasio. Una vez que parece haber terminado, vuelvo a tomar la botella
antes de que el suave cristal se le escurra entre los dedos y dejo el recipiente sobre la mesa. No
estoy de humor para tener a la asistente aquí limpiando un desastre cuando lo único que quiero
es tenerla para mí. Para entender cómo acabó realmente conmigo.
—Así que dime, ¿qué...? —No sé por qué, pero no quiero decir el nombre del estúpido hijo
de puta que la dejó. Estoy malditamente loco esta noche. —¿Qué hizo tu ex para ser un imbécil?
Su pelo se agita sobre el cojín cuando sacude la cabeza furiosamente. El asco empaña sus
refinadas facciones. —Quiere que deje atrás a mi abuela. Me dijo que, si lo quería lo suficiente,
me mudaría con él a Houston. Pero yo le dije que, si me quería lo suficiente, no me pediría que
abandonara al único miembro de mi familia que me queda.
Estoy convenientemente impresionado. Demasiado a menudo las chicas acaban perdién-
dose por un hombre. Mi experiencia al menos. La mayoría de las mujeres que he conocido
intentan entregarse a mí, cuando lo único que suelo necesitar es algo de diversión y un coño
dispuesto para la noche. Al menos esta chica es lo suficientemente independiente como para
hacer lo que quiere.
—¿Sabes qué es lo peor?
—¿Qué?
Una mirada penetrante se encuentra con la mía, cargada de preocupación y duda. —Ni
siquiera le dije esto a Heidi, pero no estoy triste de que se vaya.
—Ah, ¿sí?
—¿Quieres saber un secreto?
Su exagerado susurro me hace reír de nuevo, ya que no hay nadie más cerca para oírnos.
—Claro.
—Me ha hecho daño.
Todo el buen humor se desvanece con su confesión. Lo sustituye la furia por una mujer a la
que ni siquiera conozco, pero que de algún modo me sigue importando.
—¿Qué quieres decir con que fuiste herida?
Frunce el ceño y se frota la muñeca como si viera algo en su piel de marfil que le molesta. 13
—A veces me agarraba el brazo muy fuerte, apretando hasta que lloraba. No me gustaba.
A mí tampoco me gusta. Ni un poquito. Tengo que averiguar quién es ese cabrón para que
sepa lo que se siente cuando te hacen daño hasta llorar.
—¿Quieres saber otro secreto?
—Duquesa, quiero saber todos tus secretos.
Esta declaración debe de ser buena porque la sonrisa que ya me domina ilumina de nuevo su
maravilloso rostro. Todos los pensamientos sobre ese hijo de puta se han desvanecido.
—Bueno. Cuando tenía siete años, le dije a Maisy que sería su mejor amiga a pesar de que
Heidi ya lo era, porque no quería que llorara. Una vez tenía un grano en la punta de la nariz,
así que mentí y le dije a mi abuela que estaba enferma... para poder quedarme en casa y no ir a
la escuela. Heidi pensaba que estaba embarazada, pero tenía demasiado miedo de ir a la tienda
a comprar el test de embarazo, así que me salté las clases para ir con ella a comprarlo. Nunca
me pongo bikinis ni crop tops porque odio esta cicatriz que tengo en la barriga.
Apenas puedo comprender la sarta de palabras con las que me inunda cuando se levanta de
un salto, con su cuerpo menudo a escasos centímetros de mis rodillas, y se levanta el dobladillo
del vestido. La sedosa tela se eleva cada vez más. Más allá de sus muslos y por encima de su
diminuta tanga color lavanda, hasta que el borde de encaje roza su caja torácica.
Oh. Que. Me. Jodan.
La yema de su dedo rosado dibuja una línea irregular de diez centímetros que estropea la
piel lisa entre sus turgentes pechos y su ombligo, perforado con un diamante azul que supongo
que nadie llega a ver nunca. Excepto ahora, por mí.
Y sólo seré yo a partir de ahora.
—¿Qué te parece?
—Que eres increíblemente hermosa. —Sin importarme su reacción ni las consecuencias,
rodeo sus estrechas caderas con las manos y la atraigo hacia mí, apretando los labios contra su
cuerpo extasiado. Cuando sus dedos se enredan en mi pelo y ella gime, sólo tengo un pensa-
miento absoluto y final para toda esta jodida situación. Es mía.
Beso recorriendo esa gruesa línea roja y ella jadea, temblando bajo mis palmas.
14
—Me estás mojando las bragas.
El alcohol debe de ser como un suero de la verdad para ella, porque estoy seguro de que
alguien tan inocente nunca admitiría que su coño gotea por mí. —Eso significa que lo estoy
haciendo bien.
La sensación es demasiado fuerte para ella y se deja caer. Sus rodillas ceden y se doblan.
Menos mal. Si no, acabaría haciendo algo de lo que me arrepentiría. En esta vida hace falta
mucho para que me avergüence. Aprovecharme de mi exultante Duquesa sin duda provocaría
algún raro sentimiento de culpa en mi débil conciencia.
La atraigo hacia mí y le permito que busque su confort. Parece gustarle la intimidad, acurru-
cándose como si su sitio estuviera en el hueco de mi brazo. Donde debería haber estado todo el
tiempo. Me frota el pecho y luego juguetea con un botón de mi camisa.
—Estás muy duro.
No me jodas. No creo que se refiera a mi decepcionada polla que aún palpita dentro de mis
calzoncillos. —Hago ejercicio de vez en cuando.
—¡Yo también!
Una vez más, mi sarcasmo traspasa a mi intoxicada chica y beso la parte superior de su
dulce cabeza. No sé qué carajo me pasa para ser así de tierno y suave con ella. Pero no puedo
contenerme.
—¿Qué más haces?
—Trabajo en la panadería Culver. Está cerca de la residencia, así que puedo ir a ver a mi abuela
a la hora del almuerzo y después del trabajo. Así nunca tiene que comer sola, ya que odia eso.
Maldición, si eso no es devoción no sé lo que es. Una prueba más de lo buena persona que es
al permitir que su vida gire en torno a su abuela. —Sí, yo también entiendo por qué quiere verte.
—Se siente sola. Tristán siempre se queja si le pido que venga conmigo. Odia a la gente
mayor y dice que huele raro en…
La ira me invade al oír de nuevo el nombre de ese cretino. Miro hacia abajo y le agarró la
barbilla, levantando su elegante rostro hacia el mío. —No quiero volver a oír su nombre de tu
15
boca, ¿me oyes, Duquesa? Está muerto para ti. En la vida real también, pero ella no necesita
saberlo. —Nunca más tendrás que preocuparte o pensar en él.
Continua con su sonrisa contenta y relajada a pesar de mi severidad. Probablemente por sus
cócteles anteriores, pero espero que también por mí. De la promesa que le hago de que puede
liberarse de cualquier estrés o ansiedad que él le haya causado.
—De acuerdo, Duke —suspira profundamente contra mi hombro. —Sólo tú. Sólo mi
Duke a partir de ahora, ¿verdad?
Por primera vez en mucho tiempo dudo. Sufro el suficiente conflicto emocional como para
permanecer en silencio en lugar de responder con rapidez, como suelo hacer, y estudio su cara
respingona. Probablemente por la mañana no se acuerde de lo que le he dicho. Diablos, proba-
blemente no recuerde nada de nuestra discusión, pero eso no hace que mi respuesta sea menos
significativa. Sé que de algún modo me he comprometido con esta chica, con mi Duquesa, y
no voy a poder dejarla marchar.
—Sí, sólo yo a partir de ahora.
—¡Sí! Eso me gusta.
Los pesados párpados finalmente se le cierran con una leve sonrisa aun curvando sus ro-
llizos labios. Refleja la escasa paz que ha conseguido generar también en mí. Beso su frente,
saboreando el placer de su presencia, hasta que el jodido pitido de mi teléfono interrumpe mi
ensoñación.
Cedric: He encontrado a Heidi. UR derecha. Está como loca buscando a Noelle.
Vuelvo a mirar al magnífico ángel que duerme en mis brazos. Noelle. Bonito nombre, pero
no importa. Sigue siendo mi duquesa.
Duke: Hazle saber que Noelle está bien y que la llevaré a casa en un rato. Que John lleve a Heidi
a su hogar en caso de que esté demasiado borracha para conducir.
Es muy difícil enviar mensajes con una sola mano, pero consigo tipear al menos lo suficiente

16
para que Heidi no se preocupe de que me quede con Duquesa. Una vez que escuche mi nombre
y mi directiva, no intentará pelear conmigo por Noelle.
Cedric: Considéralo hecho.
Vuelvo a dejar el móvil sobre el cojín y la rodeo con los brazos.
Ninguna de las dos tiene que saber todavía que estoy mintiendo. No la dejaré ir ahora. Y
cuando se despierte, también se lo diré.
dos

Creo que nunca he dormido tanto en mi vida. Es increíble que haya podido descansar
sentado y con el traje puesto. Pero con esta preciosa chica acurrucada a mi lado nunca me había

17
sentido así de relajado.
Ella también parecía muy cómoda. No se ha movido ni una sola vez, ni siquiera cuando
me he incorporado para quitarme la chaqueta, envolviéndola con tela negra y cubriéndole los
brazos desnudos. Pero ahora estoy despierto y disfruto de su cuerpo acurrucado contra mí.
Aunque mi polla quiere mucho más que mimos y me recuerda su necesidad haciendo fuerza
en mis pantalones con ella tan cerca. Inspirando profundamente, frota una mano por el pecho
hasta el estómago mientras se despierta.
Sé que se ha despabilado del todo cuando se pone rígida, jadea y se aparta de mí levantándose
del sofá. Sólo da un par de pasos antes de caer de rodillas y revolverse sobre su dulce trasero. En
su cuerpo palpita un terror que sólo he visto en hombres a segundos de la muerte. Me recuerdo
a mí mismo que no es un hombre, sino una mujer. Una mujer diminuta que se despierta ante
un tipo extraño en un club nocturno sin su amiga y el miedo de lo que podría haberle hecho.
—No pasa nada.
Por mucho que quiera saltar yo también, me obligo a quedarme en el sofá. Mantengo mi
voz calmada y nivelada con mis ojos clavados en los suyos. —Te emborrachaste y perdiste a tu
amiga, así que dejé que te quedes aquí.
Por supuesto omito que encontramos a Heidi y la enviamos a casa ya que no voy a dejar
que Noelle se vaya. Demasiado pronto para todo eso con ella temblando sobre la alfombra, su
pecho subiendo y bajando con el pánico que la envolvía. —¿Dónde está Heidi?
—Estaba demasiado borracha para conducir así que hice que uno de mis hombres la llevara
a casa. Ella está bien.
Una vez más, estoy eludiendo la verdad, pero mi explicación debe apaciguarla porque asiente
lentamente, mirando al alrededor de mi oficina que ahora se da cuenta de que no es un cuarto
de baño. Sonrío al recordarlo y ella no parece apreciar mi expresión jovial. El pavor se apodera
de su rostro cuando su mirada pasa de mí a mi chaqueta, ahora amontonada en el suelo, al
pliegue del cojín donde ha dormido toda la noche. Un escalofrío la recorre y se mira el vestido,
tirando del dobladillo hasta que la tela llega a sus muslos. El arrepentimiento ensombrece su
expresión, aparentemente por la falta de tela para cubrirse.
—¿Qué ha pasado?
La vergüenza inunda su voz, y sé lo que quiere decir. Por suerte, anoche fui mejor hombre de
lo que soy la mayor parte del tiempo. Y más generoso de lo normal esta mañana para tomarme
el tiempo de defenderme. Por alguna razón, con ella siento la necesidad de que sepa la verdad. 18
Que me crea.
—Hablamos, sólo hablamos, antes de que te desmayaras.
Le doy un minuto para que piense en esa afirmación. Para darse cuenta de que está ilesa:
completamente vestida, sin golpes ni magulladuras, quizá un poco resacosa, pero no drogada.
Sus hombros se hunden y se relaja un poco. Hasta que me levanto, y pone una expresión alar-
mada al verme por encima de ella. Se aleja de mí como un animal acorralado mientras la miro.
—No tengas miedo. Si fuera a follarte, ya lo habría hecho.
Esa afirmación no debe sonar tan reconfortante como pretendía por el horror que estalla en
su cara. Joder. —No voy a hacerte daño. Nunca te haría daño, Duquesa. No soy Tristán.
Se lleva una temblorosa mano a la sien y se clava las yemas de los dedos en la piel, frunciendo
el ceño mientras me mira mi rostro. Tanta confusión mezclada con su memoria en blanco.
Aterrorizada por el tiempo desaparecido tras perder a su amiga. Aunque lo más importante,
aunque ella aún no lo sepa, es el placer de que yo la encuentre.
—Me llamo Noelle y ¿cómo sabes lo de Tristán?
—Me lo dijiste anoche.
—¿Anoche? —Busca frenéticamente por las paredes, aunque no tengo ni idea de lo que
intenta encontrar. —¿Qué hora es?
Compruebo mi reloj antes de enfocarme de nuevo con su cara frenética.
—Casi las siete y cuarto.
—¡Dios mío! Tengo que irme.
Por fin se pone en pie, pero vuelve a tambalearse por culpa de esos estúpidos tacones de
aguja. Es la segunda vez que la rescato, y la sensación de tenerla a salvo en mis brazos es cada
vez mejor. —Tranquila. Te llevaré donde necesites estar.
—No lo entiendes. Tengo que desayunar con mi abuela. Tengo que estar allí a las ocho. —
Sacude la cabeza, cerrando los ojos contra mi mirada. —Sabía que no debía dejar que Heidi
me convenciera de venir aquí.
La culpabilidad invade su quebradiza voz. Odio que se regañe por una noche de fiesta que
sé que se merece. Siempre la nieta buena, tiene miedo de defraudar a la mujer que ama porque
se divirtió. No voy a permitir que eso ocurra.
19
—Porque odia comer sola, lo sé. Pero te prometo que no lo hará. Llegarás a tiempo.
Sus ojos se abren, brillantes de desesperación. —¿Por qué me ayudas?
Le sonrío, preguntándome lo mismo. Aunque mi incertidumbre no tiene explicación, la
perplejidad no cambia lo que siento. —No lo sé.
La verdad de Dios, y ella parece tan desconcertada como me siento yo. Ninguno de los dos
tenemos tiempo para discutir o resolverlo con el corto plazo. Abro la puerta de un tirón y pasó
a toda prisa por delante de Cedric, Sam y Otis, que me vigilan a mí y a mi oficina.
—¿Jefe?
La sorpresa florece en el rostro de Cedric con el mismo desparpajo que la expresión de Du-
quesa cuando la acompañó por el pasillo. Los hombres corren para alcanzarla mientras ella mira
asombrada que nos escolten. Ahora que tengo a alguien más a quien proteger, sus papeles son
mucho más importantes.
Sam parece menos curioso, pero se apresura a abrir la puerta trasera para que pueda salir.
—Buenos días, Sr. Toscani.
Sin esperar respuesta, se apresura a rodearnos una vez que bajo al asfalto, para abrir de un
tirón la puerta del acompañante de mi Veyron. No puedo calibrar por su expresión si está im-
presionada por el auto o aterrorizada de que la meta dentro sin pedirle su consentimiento, así
que me centro en llegar hasta el lado del conductor antes de que piense en tramar su huida. Me
dejo caer dentro y, en rápida sucesión, aprieto el contacto, la calefacción, ya que su vestido es
demasiado corto para la fría mañana de otoño, y el acelero, sin darle ninguna oportunidad de
protestar.
Sólo la miró de reojo hasta que las puertas se cerraron y me pongo en marcha.
—Bien, ¿adónde tengo que ir?
Se abrocha el cinturón de seguridad como si estuviera volando mientras sólo voy a veinte
km/h hasta que conozco la ruta. —A mi departamento, por favor. Me gustaría darme una
ducha rápida.
Sólo de pensar en ella mojada y desnuda se me pone dura, y agarró el volante con más
20
fuerza. El rubor que cubre sus mejillas refleja su inocencia al tener que pronunciar la palabra.
—¿Cuál es la dirección?
—Lombard 1128.
Sólo a unas manzanas de aquí, y definitivamente vamos en la dirección equivocada.
Hago un rápido giro en U a través de los carriles con la falta de tráfico tan temprano en la
mañana y me dirijo hacia su casa. Aunque no estoy contento con el destino.
Un barrio de mierda totalmente inapropiado para que viva alguien tan frágil como ella,
sobre todo sola. Una de las primeras cosas a las que tengo que poner remedio.
—Gracias por ayudarme. Sé que es una imposición, pero realmente lo aprecio.
La gratitud se mezcla con la vergüenza en su voz. Aunque ninguno de los dos sentimientos
es necesario. Haré cualquier cosa por ella.
—De nada.
—Estoy bastante segura de que hablé demasiado anoche si sabes lo de mi abuela. Nunca
bebo y no me di cuenta de que el alcohol me afectaría tanto.
Ahora sé lo que le molesta, y me alegro de poder absolverla fácilmente de cualquier culpa
innecesaria. —Estuviste bien. —La miro y le guiño un ojo, agradecido de que haya dejado de
hablar con las manos en el regazo. —Solo fuiste un poquito molesta.
Se queda boquiabierta tan rápido como se levanta de su asiento. Atrapado en la correa tensa
a través de sus pechos rebotando en su prisa.
—Dios mío. Lo siento mucho. Deberías haberme echado.
—No podría. —Ni anoche ni nunca. Le tomo la mano y ahora está atrapada en mi abrazo.
Al menos estoy lo bastante cuerdo como para darme cuenta de que decirle eso la asustará.
—Me gusta tenerte cerca.
Se queda mirando mis dedos entrelazados con los suyos. Una ráfaga de emociones cruza su
rostro y parece sospechar cuando intenta zafarse de mí. Y la aferro con más fuerza.
21
—No te alarmes, Duquesa. A mí también me gusta tenerte cerca.
Mi declaración pone fin a su forcejeo y me mira con el ceño fruncido, confundida.
—¿Por qué sigues llamándome así?
—Porque es la contrapartida de Duque, ¿no? Si nos casamos, serías mi Duquesa...
Un destello de reconocimiento sobre nuestra conversación de anoche. Sus ojos se cierran y
su cabeza cae. —Yo dije eso, ¿no?
—Sí, lo dijiste.
Su mano libre vuela para taparse la boca. —Qué vergonzoso.
—Y eso ni siquiera es lo peor que has hecho.
Su mirada se dispara hacia la mía, y me alegro de verla de nuevo, en lugar de enterrada en
su asiento escondiéndose de mí.
—Oh, no. ¿Qué he hecho?
Me río como un jodido idiota, disfrutando demasiado de esto. Disfrutando demasiado de
ella y de su dulce naturaleza. En lugar de dejarla escapar, señalo el letrero de la calle recordán-
dole que necesito un poco más de orientación. —¿Cuál es?
Al darse cuenta de que ya casi estamos en su casa, gira la cabeza para mirar por la ventana
y señala un edificio de ladrillo marrón con un toldo a rayas verdes y blancas que cuelga de la
entrada. —Aquí vivo yo.
Justo lo que esperaba: un vertedero no lo suficientemente bueno para mi Duquesa. Tiró de
la manija de la puerta antes de detenerme junto a la orilla. Lista para huir de mí, probable-
mente incluso más que de los confines de mi vehículo.
—Muchas gracias. Te agradezco que me trajeras, que me cuidaras anoche y todo lo demás.
Quizás te vuelva a ver algún día.
El torrente de palabras sale casi tan rápido como ella salta sobre el agrietado hormigón, gi-
rándose para hacerme un pequeño gesto con la mano y sonreír torpemente, y luego corre hacia
la entrada sin caerse a pesar de esos estúpidos tacones. Lo único que puedo hacer es sonreírle.
Cree que ha escapado, que está a salvo de mí. 22
Sin saber que estoy a punto de darle mucho más que libertad.
tres

Sigue caminando. No tropieces. No mires atrás. No hagas nada que lo anime a seguirte.
Demasiado tarde. Está detrás de mí. Su calor y su aroma me envuelven incluso antes de que
me toque. Sorprendentemente no lo hace. Su enorme mano agarra la manija de la puerta en vez
de a mí. Dios mío, por qué me decepciona que no me haya tocado. La vergüenza me consume
23
de nuevo. Mi cabeza es un desastre, pero ahora mismo estoy más preocupada por mi cuerpo.
Probablemente huelo mal y mi aliento tiene que ser atroz.
Intento apartarme. Pero por supuesto, él se acerca más. Agacho la cara para no respirarle
encima. Después de toda esta locura, es imposible que sobreviva a la humillación de que piense
que apesto. —Gracias, pero ya lo tengo. Ya puedes irte. Estoy bien.
—Eres buena Duquesa, pero aun así voy a ayudarte.
Santo tomate ese acento y que me llame Duquesa y que acaricie así mi hombro es dema-
siado. Me hace estremecer en lugares en los que no quiero pensar, pero no puedo evitarlo ya
que estoy tan asquerosa llevando puestas las bragas de ayer. Tengo que alejarme de él. Ya me he
avergonzado bastante.
—Ve a prepararte para que pueda llevarte a la residencia.
No, eso no puede ocurrir. Arriesgo una rápida mirada hacia arriba para sonreír con gratitud
y sacudo la cabeza. —Oh, no, está bien. Quiero decir te lo agradezco. De verdad. Pero puedo
llamar a un Uber.
Su sonrisa desaparece al instante y su mirada furiosa se clava en mí.
—Te voy a llevar, Noelle. Ahora date prisa para que no lleguemos tarde.
Mientras él es directo y sabe exactamente lo que quiere, en mi interior se libra una batalla de
lo que deseo. No puedo mentir. Todo el mundo tiene miedo de este hombre, incluyéndome a
mí. Y que él me lleve sería definitivamente ir más rápido que esperar un taxi.
Pero no necesito que intente controlarme. He llegado hasta aquí cuidando de mí misma. No
necesito a nadie más. No necesito otro Tristán.
El tiempo se pierde con nosotros enfrentándonos. Una discusión sólo nos robará mucho
más, así que a pesar de todos mis recelos cedo primero... por Nana.
—De acuerdo.
Mi acuerdo le complace, y vuelve a lucir esa sonrisa sensual. ¿Por qué tiene que estar tan
caliente? Lo ignoro. Es fácil si le doy la espalda. Subo las escaleras medio corriendo, medio

24
tambaleándome, con los preciosos pero dolorosos zapatos que Heidi me ha prestado para que
sea yo la que se sienta sexy. Aunque creo que me esfuerzo demasiado.
Me doy cuenta cuando nos detenemos delante de mi puerta y el estómago me da otro
vuelco. Heidi llevaba todas mis cosas en el bolso. Es imposible que le pida prestado el teléfono.
Probablemente no contestaría a un número desconocido de todos modos. Mi cabeza cae hacia
delante con frustración. Nunca vamos a llegar el desayuno a tiempo.
—¿Qué pasa?
—No tengo mi llave.
No puedo evitar un escalofrío cuando una de sus manos se desliza hasta mi espalda y la otra
me acariciaba por encima del hombro. Tan lento y erótico que me obligo a no inclinarme hacia
su contacto.
Después de un glorioso segundo, deja de rozarme y, de alguna manera suave pero firme, me
empuja unos treinta centímetros.
—Cuidado, pequeña.
Bragas. Mojadas. Otra vez. Hasta que clava su enorme hombro en la madera y rompe la
cerradura. La pintura blanca descascarillada se desprende y cae sobre la moqueta gris como
copos de nieve.
—¡Dios mío!
No parece importarle que acaba de romper mi puerta. Sólo murmura en voz baja sobre mi
barrio de mierda y mi departamento inseguro. Mientras yo estoy furiosa porque ahora tengo
que encontrar la manera de pagar los daños. —¿Qué voy a hacer?
Parece enfadado, aunque soy la que debería estarlo. Sorprendentemente su palma acari-
ciando mi ardiente mejilla es tierna.
—No te preocupes. Yo me encargo. Date una ducha.
Esto es una locura y ha ido demasiado lejos. —No. Sólo tienes que irte. Yo no…
—Tienes…
Levanta la muñeca, dando golpecitos en un reloj que probablemente costó más que un año
en Serenity Terrace. —...treinta y seis minutos. ¿De verdad vas a pasarlos discutiendo conmigo?
Creo ‒no, lo sé‒ que es el hombre más exasperante que he conocido. Una especie de extraño 25
gruñido frustrado burbujea en mi boca haciéndolo reír. Señala hacia la parte trasera de mi de-
partamento con un poderoso dedo que no hace mucho me hacía gemir. Maldito sea.
—Vete.
Me voy por Nana, no por él. Tendré que cepillarme los dientes en la ducha y lavarme a toda
prisa, pero me niego a llegar tarde. O dedicar siquiera otro segundo en preguntarme qué haría
si él también tirara abajo la puerta del baño estando yo desnuda al otro lado.

Una chica informal como ella probablemente sólo tarde unos treinta minutos en arreglarse.
Puede que incluso menos, ya que tiene prisa. Saco mi teléfono y envío un mensaje a los
chicos con instrucciones. Me da algo para llenar mi tiempo mientras espero. Normalmente soy
demasiado impaciente para quedarme quieto, pero me obligo a ser ingenioso y trabajar, entre
tanto ella enlista su bonito culo y yo intento no pensar en que está desnuda en la ducha a menos
de tres metros de distancia.
La puerta vuelve a abrirse al cabo de ocho minutos. Fallé por unos cuantos minutos y menos
mal que lo hice. Ha vuelto y está preciosa. Su rostro reluciente se ve rosado y fresco, mientras
los largos mechones húmedos de su pelo pesan sobre la toalla amarilla que envuelve su esbelto
cuerpo. La protege de mi mirada y la escuda de mis caricias mientras corre hacia su dormitorio
sin mirarme ni una sola vez.
No importa. Ya tendré tiempo de disfrutar de su cuerpo íntimamente. Ahora yo también
tengo que asearme. Aunque hubiera preferido ducharme con ella, sé que se asustaría aún más
de lo que ya está. Así que espero mi momento y me desnudo, entrando en el estrecho lavabo
húmedo y rociado del rico aroma a arándanos escarchados de su gel de baño. Supongo que yo
también voy a oler agridulce. Me restriego, pero no tengo suerte para controlar la excitación de
mi polla al recordar su aroma azucarado.

26
Me apresuro a enjuagarme y secarme, ya que no quiero ser quien nos haga llegar tarde.
Al parecer, no se siente tan cómoda conmigo duchándome en su departamento cuando voy
a grandes zancadas al salón a buscar la ropa que le pedí a Cedric.
Sin mediar palabra entre ellos, él se queda de pie en la puerta destrozada con una sonrisa
burlona y un atuendo para mí mirándola mientras jadea y se tapa los ojos con los dedos me-
ñiques. Alucinante en un vestido verde oscuro con diminutos tirantes que no puedo esperar a
arrastrar por sus brazos, antes de arruinarle esa imagen de niña buena y se ponga la chaqueta
que cuelga de su otra mano.
—¡Dios mío! Estás desnudo.
Obviamente, nuestras definiciones de desnudo son muy disímiles. Pero miro hacia abajo
por si se me ha escapado algo con la prisa.
—Llevo una toalla.
A ella no le hace gracia que lo compruebe dos veces y sale de la habitación dándome una
vista de su culo respingón. Sólo para volver un segundo más tarde con un rubor furioso que
más o menos me da una erección furiosa de nuevo.
—Hay un arma en mi tocador.
No puedo ducharme con una Glock. Despido a mi guardaespaldas y deslizó la mano por
su estrecha cintura, guiándola de vuelta al baño. Tenemos que seguir avanzando a pesar de sus
protestas por mi desnudez y mi arma.
—Te estoy protegiendo.
—Esto está fuera de control.
Esperanzado por su susurro de que la estoy desgastando. Todos los gritos se evaporan, y ella
no ofrece más argumentos. Sólo entra en silencio, pegada a la pared para mantenerse lo más
lejos posible de mí y de mi Glock.
—¿Puedes darme mi crema desenredante, por favor? —pide señalando el cajón de arriba. Des-
pués de darle el envase azul, tomo uno de los tres cepillos de dientes rosas y blancos que están sin
abrir y que descansan en el fondo, así como la pasta de dientes. Me cepillo mientras ella se peina.
Estar uno al lado del otro en este espacio tan pequeño es agradable. Aunque Duquesa no parece
disfrutar de la misma comodidad que yo. Le sonrío y me frunce el ceño. Lo que realmente odio
es cuando la miro a los ojos en nuestro reflejo y ella desvía la mirada hacia la banda que lleva
en la muñeca y que utiliza para recoger sus largos mechones en un moño salvaje en la nuca.
Me gusta su sencillez, su naturalidad. No se echa un montón de mierda en la cara ni en
27
el pelo. Es absolutamente impresionante sin ninguno de esos innecesarios adornos. Yo, en
cambio, necesito un afeitado, pero supongo que un poco de barba no me vendrá mal. Me
pongo la camiseta y encuentro que me observa desde el otro lado con una expresión que no
consigo descifrar. Casi una mezcla entre deseo y miedo. Definitivamente quiero aumentar el
primero y eliminar el segundo.
—Puedes mirar si quieres.
Sus ojos se cierran con fuerza antes de girar sobre sí misma y salir corriendo de nuevo.
—N-no gracias. Voy por mis zapatos.
Me encanta cómo miente. Si no me hubiera burlado de ella, habría soltado la toalla para su de-
leite. Mi única dificultad es conseguir que mi polla se calme para poder abrocharme los vaqueros.
—Vamos Duquesa. Tenemos diez minutos.
Ella reaparece al instante por mi recordatorio. —Estoy lista.
—Estás bellísima. —Beso su mejilla, aspiro su perfume embriagador y tomo su mano. —Y
vamos a llegar a tiempo. —Esa confirmación la hace sonreír, y sé que la tengo.
cuatro

Por mucho que quiera negar la realidad, me tiene.


Algo más que mi desaliñado cuerpo y mi maltratado corazón, que responden a su afecto y
atención de formas que mi mente sabe que no debería permitir. Que me niego a aceptar porque
me distraen de lo único en lo que debo centrarme: mi abuela.
28
En cuanto estacionamos en la entrada, le quito la mano de encima y agarro la manija de
la puerta, ansiosa por bajarme de su lujoso auto. Está a mi lado en cuanto mis pies tocan el
bordillo, siguiéndome como esta mañana. Tengo que acabar con esto antes de que no tenga
fuerzas para resistirme más.
Me detengo frente a la entrada, ansiosa por saber cuál es la mejor manera de despedirme.
Debatiéndome entre un apretón de manos, un abrazo o... no, nada más. Volver a tocarlo
sería demasiado peligroso.
—Gracias por...
Pero no parece interesado en irse. En lugar de eso, se para frente a la puerta y la deja abierta
invitándome a pasar mientras anuncia—: Voy a entrar.
Esto no puede ser bueno.
—No te molestes. Puedo hacerlo desde aquí.
—Quiero asegurarme de que estés a salvo.
Es un hogar de ancianos. ¿Qué tan peligroso puede ser? Mucho, supongo, por la forma en
que Duke me estrecha contra su cuerpo mientras entramos.
Un recordatorio de lo llamativo que es cuando las señoras de recepción centran su atención
en nosotros, y la pelirroja, normalmente hosca, sonríe y nos saluda amigablemente esta vez.
Más por él que por mí. Llevo tres años viniendo aquí y no me ha dirigido la palabra ni una sola
vez. Obviamente, un hombre atractivo se gana su bulliciosa bienvenida.
Una agradable conmoción me produce su absoluto desinterés por ella. Toda su atención
permanece fija en mí, guiándome de algún modo por el pasillo a pesar de que soy la única que
sabe adónde vamos. Cautivándome con su dominio y determinación. Soy más del tipo de per-
sona que se mezcla con el papel tapiz, mientras que él es el jodido dueño del pasillo.
Demonios, del edificio entero.
La puerta de Nana está abierta, lo que significa que está teniendo un buen día, y yo eso me
hace sonreír. Me suelta sin protestar y corro directo a sus brazos, extendidos para acercarme
lo más posible a ella. La abrazo fuerte, agradecida por visitarla cuando está lo bastante lúcida
como para acordarse de mí. 29
—Buenos días, Nana.
—Cariño, me alegro mucho de que estés aquí. Te he echado de menos. Ha pasado dema-
siado tiempo.
Me duele el pecho por su confusión. Nunca la abandonaría, y odio que piense que sí lo haría.
—Anoche estuve aquí para cenar, ¿recuerdas?
La perplejidad se dibuja en su rostro ante mi afirmación. No, no se acuerda y no debería
forzarla. Lo sé muy bien. La incertidumbre la perturba, y entonces me paso la visita intentando
calmar su ansiedad en lugar de disfrutar de nuestro ya limitado tiempo juntas.
—O quizá fue la semana pasada. He estado tan ocupada que no recuerdo.
Me encojo de hombros como si estuviera bromeando y me río para añadir un poco más de
despreocupación. Ella también se ríe.
No sé si entiende qué nos hace tanta gracia, pero al menos vuelve a sonreír. Especialmente
cuando su atención se detiene en algo ‒o alguien‒ detrás de mí.
Duke.
Sigue aquí, y a pesar de la prudencia que sé que debería tener para no estarlo, me alegro de
que no se haya ido. Me vuelvo, y encuentro su interés absorto con el enorme árbol de Navidad
en la esquina de su habitación. Sin embargo, él no cuestiona la decoración exhibida promi-
nentemente durante la temporada equivocada. Se limita a esbozar una sonrisa en apariencia
genuina que hace juego con la de ella.
Sostengo su frágil mano y le hago un gesto con la que tengo libre.
—Nana, este es mi amigo Duke. Me ha traído hasta aquí.
—Ha sido un placer, duquesa.
La vergüenza me calienta casi tanto como el ardor que me envuelve por su voz profunda que
insinúa tanto con una sola palabra. No debería sentir un cosquilleo en mis partes femeninas

30
con mi abuelita postrada en su cama a mi lado.
Le hace una leve reverencia, inclinando la cabeza con una cortesía increíblemente sexy para
un hombre de su estatura. Ella debe estar de acuerdo por el rubor que florece en su pálida piel.
—Es un honor conocerla, señora.
Se hace la tímida y mira hacia otro lado, mostrando la sonrisa más brillante que he visto en
sus macilentos labios. ¿Qué demonios? Nana está flirteando de verdad.
—Por favor, llámame Merry.
Al igual que ella, me siento extrañamente mareada por su presencia.
Después de torpes presentaciones intentando explicar sobre este nuevo amigo que acabo de
conocer ayer pero que me gusta lo suficiente como para traerlo a conocerla, la alegría nunca
abandona su rostro mientras charlan. La conversación florece entre ellos. Él no la trata con
condescendencia, como hace la mayoría de la gente, ni la menosprecia como si fuera una niña
y no una mujer adulta que piensa por sí misma.
Se toma con calma sus preguntas sobre si ya ha terminado las compras navideñas. Espera
pacientemente mientras ella busca la palabra que no consigue pronunciar. Rellena la bebida en
su vaso y se lo ofrece a Duke sin irritarse por las gotas de leche que le caen a la piel de su mano
temblorosa.
Se inclina y escucha con atención mientras ella le cuenta historias de cuando yo era pe-
queña, de ella y el abuelo quedándose despiertos durante la Nochebuena para montar una casa
de muñecas y de la vez que me llevaron en trineo a la colina de Ritzer y ella rebotó tan fuerte
en las barandillas de madera que se rompió el coxis.
Radiante de entusiasmo, a pesar de los asquerosos huevos en polvo y el tocino blando que le
sirven, lo anima a decir que quiere para Navidad porque Santa Claus siempre está escuchando.
Cuando me guiña un ojo y le dice que ya ha recibido su regalo, me sonrojo más que ella. Hasta
que por fin entra la auxiliar para quitarle la bandeja y darle alguna medicina y el cansancio la
vence. Suspira complacida una vez que se calma y se duerme, mientras Duke sigue vigilando
junto a su cama mientras ella ronca suavemente.
Su mirada se desplaza hacia mí, y la intensidad de su mirada me acelera el pulso. En el poco

31
tiempo que hace que nos conocemos, he aprendido rápidamente que siempre me presta toda
su atención. Tanto si puedo soportar su escrutinio como si no.
—Gracias por ser tan amable con ella. No todo el mundo es tan paciente como tú.
En su expresión estalla una furia tan intensa que retrocedo instintivamente, chocando
contra su mesita de noche y tirando su vaso. Por suerte está vacío, así que sólo mis sentimientos
confusos la ensucian.
—¿Qué te dije anoche?
Mi mente intenta filtrarse a través de la bruma para recordar que parte de nuestra conversa-
ción lo impactó. ¿Qué me dijo entonces que le enfadara tanto ahora?
—No quiero volver a oír hablar del cabrón de tu ex.
El recuerdo de mí entre sus brazos y su voz de mando irrumpe en mi mente.
—Sólo tú. Sólo mi Duke a partir de ahora, ¿verdad?
—Sí, sólo yo a partir de ahora.
—¡Sí! Eso me gusta.
Santa Mierda. Mi Duke.
Por la sonrisa de satisfacción de su cara, debe darse cuenta de que ahora también recuerdo
nuestra discusión. Menos de una hora después de conocernos, nos comprometimos el uno con
el otro. O al menos él se comprometió conmigo. Según nuestro pacto, él es mío, y por el deseo
que arde en sus ojos oscuros, creo que quiere que sea suya.
Trago saliva, incapaz de expresar con palabras que he aceptado una relación con un peligroso
mafioso. Los tratos hechos estando borracha no cuentan, ¿verdad?
Como si pudiera leerme la mente, como si sintiera mi vacilación, se acerca y acaricia mi
rostro. No creo estar respirando cuando se inclina hacia abajo y me acaricia la oreja, el vello de
su barba me hace cosquillas en la piel ardiente.
—Eres mía, duquesa.

32
Incapaz de controlar el escalofrío que me recorre, aspiro oxígeno profunda y largamente
antes de desmayarme. Lo único que hace es besarme la sien antes de echarse hacia atrás.
—Me encanta el ambiente festivo que tiene.
Es agradable oírlo habla así. Sin burlarse de su demencia. Y sin quejarse por seguirle el juego.
—La Navidad siempre ha sido muy importante para nuestra familia. Después de que su-
friera el derrame cerebral, no se dio cuenta de que la temporada había terminado. Para ella,
siempre es diciembre.
—Eres una buena nieta por seguirle la corriente.
Intentó aplastar mi culpabilidad por esa verdad tan impostada que creo que voy a llorar de
vergüenza. Me resisto a admitir que finjo por mí tanto como por ella. Sólo quiero que recuerde
lo bien que solían ir las cosas. Antes de que enfermara y yo lo arruinara todo.
Apartándome de la admiración que no merezco, arropo más las mantas alrededor del frágil
cuerpo de Nana y beso su fría mejilla. Aunque ella no tenga ni idea de mi presencia, expresarle
mi afecto me hace sentir mejor. La sospecha me saluda cuando me doy la vuelta.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—No me mientas nunca.
El shock inunda mi cuerpo al saber que él lo sabe. Heidi tiene razón en que nunca debería
jugar al póquer. Mi cara lo delata todo. —No soy una buena nieta.
Frunce el ceño ante mi confesión. —No te creo.
Normalmente, sonreiría y seguiría adelante. Intentaría suavizar la discusión en ciernes. Pa-
saría por alto la conversación incómoda. Ignoraría el asunto y fingiría que todo va bien. Por
alguna razón, con Duke quiero contarle toda la verdad, la realidad de mi mundo. Entonces se
irá y podré dejar atrás este torbellino de emociones. Volveré a trabajar, a cuidar de Nana y a
guardar los sentimientos que despierta en mí como un buen recuerdo en mi mente para dis-
frutar en los días malos.
—Después de su derrame cerebral, intenté cuidarla yo misma. Acababa de terminar el ins-
tituto, trabajaba y estudiaba en la universidad. Se cayó un día que estaba en el campus y el
médico de urgencias me denunció por negligencia, ya que la dejé desatendida. Necesitaba
cuidados las 24 horas del día y yo no podía permitírmelo. Así que recé y esperé que todo saliera 33
bien. Obviamente no fue así y por eso acabó aquí.
—¿Cuántos años tenías, dieciocho? Estoy seguro de que hiciste lo mejor que pudiste tra-
tando de hacer malabares con todo.
Hice lo mejor que pude. Pero ojalá hubiera sido suficiente.
—Estaba aterrorizada cuando vinieron a trasladarla. Tan perdida y confundida. Me suplicó
que no la enviara lejos y no pude hacer nada para evitarlo. Le fallé.
Cierro con fuerza los ojos para que no se me caigan las lágrimas, pero de todos modos me
quema en la garganta un sollozo que no puedo contener. Supongo que doy tanta lástima como
siento, porque de repente me rodea con los brazos y me estrecha contra su pecho.
Para lo grande que es, también puede ser sorprendentemente tierno, sobre todo cuando
me abraza con fuerza. Da caricias reconfortantes en mi espalda y no dice ni una palabra. Yo
tampoco puedo y me permito disfrutar de la cercanía. Nadie me había abrazado realmente con
sinceridad desde Nana, y me doy cuenta de lo mucho que he echado de menos tener a alguien
con quien conectar además de Heidi.
Un recuerdo parpadea en el fondo de mi mente por la sensación familiar.
Quizá de anoche.
La sensación de dicha me recorre por dentro. Me abrazó durante horas y pude sentir, incluso
durante mi sueño, lo segura que estaba. Lo segura que me siento ahora. Es ridículo, pero no
necesariamente en el mal sentido. Pienso. Realmente ya no sé lo que estoy haciendo.
—Ella parece feliz ahora.
Por lo que estoy eternamente agradecida.
—Lloró al principio, pero ayudó cuando traje sus adornos. Puse el árbol y colgué los calce-
tines, y luego bebimos chocolate caliente mientras escuchábamos villancicos cada noche du-
rante esa primera semana. Eso la ayudó a adaptarse y supongo que ahora se ha acostumbrado.
Sus labios se posan en mi pelo.
—Eres realmente increíble.
Quiero creerle, pero los hechos dicen lo contrario. —Si yo fuera tan increíble, ella no estaría 34
atrapada en un lugar que odia. Seguiríamos viviendo juntas.
Un fuerte apretón en respuesta a mi voz entrecortada me acerca más a él, y no puedo mentir.
Agradezco el consuelo. Sin saber bien dónde ir, dejo que siga abrazándome.
—Ven a casa conmigo. Deja que te cuide.
De acuerdo, su voz ronca confirma exactamente dónde quiere que vaya y qué quiere que haga.
—No puedo. Tengo que ir a trabajar. Mi turno empieza a las nueve.
—¿Trabajas los sábados?
—Trabajo todos los días.
Un gruñido de desaprobación vibra en su garganta.
—Eso es demasiado.
Mis hombros se encogen ante la realidad de mi situación. Aunque aprecio su preocupación,
no tengo elección. —Así pagó las facturas.
Murmura algo que no logro descifrar, da un paso atrás y me sonríe. Su expresión llena de
expectación contradice la irritación de su comentario anterior. —Vamos, te acompaño.
Sin esperar a que responda, me toma de la mano llevándome fuera de la habitación de Nana,
al final del pasillo y de vuelta al estacionamiento. Me obligo a ser madura y a no regodearme
frente a las mujeres que nos ven salir, sobre todo en la maleducada que parece celosa de mi
hombre. Sacudo la cabeza.
No es mi hombre Es sólo un hombre.
Estoy tan mal como él con sus cambios de humor que me dan latigazos, porque ahora pa-
rece contento, casi engreído, y no consigo entender por qué. Aunque ya soy adicta a su sonrisa.
Sobre todo, cuando soy yo la que parece generarle ese sentimiento.
En el trayecto de dos manzanas hasta la panadería, me acribilla a preguntas sobre los cui-
dados de mi abuela: su diagnóstico oficial, quiénes son sus médicos y terapeutas, etc. Algunas
puedo responderlas y otras no. A él no parece importarle.
Simplemente asiente y capta todo lo que digo en su astuta mente sin escribir nada. Obvia-
mente, es un brillante hombre de negocios con toda su riqueza y poder, lo que me hace sentir
35
curiosidad por saber por qué se preocupa tanto por nosotras.
Cuando llegamos a Batter’s Up, intento despedirme en la puerta, pero, como la última vez,
me sigue al interior por mi seguridad. Irrumpe en mi trabajo de forma tan colosal como en mi
vida, aunque no me enfado como sé que debería. En lugar de eso, me siento halagada de que
se preocupe tanto.
—De verdad que estoy bien. Este lugar es tan seguro como el de Nana.
Ignora mi intento de tranquilizarlo mientras su mirada recorre deliberadamente la bulliciosa
sala. Lentamente examina a cada persona sentada en los taburetes rojos de la larga barra comiendo
sus golosinas azucaradas y bebiendo café gourmet, así como inspecciona cuidadosamente a las
dos mujeres en la fila del mostrador de recogida que no deberían levantar ninguna sospecha con
las manos llenas de magdalenas de gran tamaño, decoradas en naranja, oro y negro.
—¿A qué hora sales?
La respuesta a esa pregunta no es tan sencilla como probablemente espera.
—Nunca.
Su expresión y su risa parecen genuinas, no hay amargura en ninguna de las dos. Sin em-
bargo, no sé cómo puede estar tan alegre.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Bueno, la panadería cierra a las seis, y después de cenar con Nana, me voy a mi próximo
trabajo.
¿Qué carajo? Ni siquiera debería tener un trabajo y mucho menos dos.
—¿Cuál es?
—Bueno, depende del día. Los fines de semana soy camarera. Durante la semana, limpio
oficinas en un par de edificios.
Tres jodidos trabajos. Diablos, no.
—Vas renunciar.
36
Ella se ríe de nuevo, claramente divertida. —Estás loco.
Ahora estoy muy molesto y lo digo en serio. Como no estoy acostumbrado a que me con-
testen, la sujeto del brazo y la hago girar hacia mí cuando intenta pasar por detrás de la caja
registradora.
—No estoy de broma.
La intensidad de mi reacción estalla en su expresión y me mira atónita. Mientras Duquesa
está aturdida, hago marchar sus piececitos fuera y por el lateral del edificio, ignorando las mi-
radas de los clientes que observan nuestra discusión. Me importa una mierda lo que piensen,
pero no quiero que nadie interfiera mientras mi atención se centra exclusivamente en ella. Sus
resoplidos de irritación son adorables, aunque me niego a dejar que me distraiga de lo mucho
que deseo follármela.
—¿Cuántas horas duermes por la noche?
Mi pregunta debe de tomarla desprevenida y da un respingo hacia atrás, casi golpeándose la
delicada cabeza contra el ladrillo rojo. Joder. Tengo que tener más cuidado con ella.
—¿Qué más da? Tengo que...
—¿Cuántas?
Parte de su lucha se desvanece y se desploma contra la pared.
—Tres o cuatro horas normalmente.
Maldita sea.
—¿Cuándo comes? Porque sé que no comes nada cuando vas a visitar a tu abuela.
—Picoteo cosas aquí y allá cuando tengo tiempo.
—No es suficiente.
La perplejidad de mi sondeo se transforma en vergüenza y su mirada baja al piso. —Bueno,
es lo mejor que puedo hacer, ¿de acuerdo?

37
La vergüenza en su voz roba toda la frustración de su tono antes impertinente. No querría
hacerla llorar. Sólo que entienda que me preocupo por su salud.
—Por favor, déjame ir. No quiero llegar tarde. Sylvia tiene que irse a las nueve para llevar a
su hijo a clases particulares.
No es mi problema, pero puedo decir que lo ha hecho suyo. Es una buena persona de
verdad, y no estoy acostumbrado a alguien tan abnegado en un mundo de cabrones que sólo
miran por sí mismos. Ahora, gracias a ella, yo también miraré por los míos.
—Está bien, por el momento. Pero volveré a la hora de cierre para recogerte y podremos
discutirlo un poco más.
Si no me equivoco por la expresión de su cara cuando levanta la vista, en realidad está con-
tenta de que no me rinda. Tengo que recordar lo bellísima que es cuando la sorprendo y ju-
rarme a mí mismo que reciba sorpresas más a menudo. Todo lo que haga durante las próximas
ocho horas mientras ella trabaja en su último turno será sin duda inesperado.
Pero necesito probar algo para seguir adelante hasta que vuelva a verla. Un suspiro estreme-
cedor me recorre la mejilla cuando me agacho y acarició su cuello para inhalar por última vez
su aroma agridulce antes de rozar sus labios con los míos. Su boca se abre ligeramente, invitán-
dome a entrar, y yo la beso profundamente y con hambre, en lugar del suave pico que había
planeado. Con su permiso, no puedo controlarme. Sobre todo, cuando sus pequeñas manos se
enredan en la tela de mi camisa acercándome.
Le despeinó el moño con los dedos entre los mechones sueltos aún húmedos de la ducha,
exigiendo mi reclamo. Para demostrarle cuánto la deseo. Demostrarle que tampoco la dejaré
escapar de mis garras.
Su gemido evaporó toda la fuerza de voluntad que creía tener, y la apoyó contra la pared para
que sus tetas, pequeñas pero maduras, restrieguen sus pezones tensos contra mi pecho. El roce
de una textura áspera contra mi muñeca me devuelve a la realidad. Me niego a follarme a mi
futura esposa en un callejón a pesar de lo desesperado que estoy por hundirme dentro de ella.
El desastre que he hecho con Noelle me pone más duro de lo que imaginaba. Con el pelo
revuelto, los ojos vidriosos y los labios hinchados, se ve magnífica. Gimo y froto con el pulgar
su piel ardiente. —Me estás haciendo perder la cabeza, Duquesa.
—Lo mismo digo.
Joder, si no la conociera mejor pensaría que quiere que le suba el vestido y me la folle aquí
mismo. Hasta que un inocente rubor recorre lentamente sus mejillas y mira en ambas direc-
38
ciones, preocupada de que alguien nos haya visto. La ansiedad le roba un placer que no puedo
permitir. La necesito tan colocada como yo para aguantar su turno.
—Te veo a las seis.
Beso suavemente su mejilla y doy un paso atrás mientras ella asiente. Disfruto de su sonrisa
mientras se va corriendo. Con una última mirada hacia atrás antes de doblar la esquina, está
sonrojada y sin aliento, que es exactamente como terminará esta noche en mi cama.
cinco

—¡ Dios mío! ¿Estás bien?


No puedo evitar reírme de la voz melodramática de Heidi chillando detrás de mí mientras
lío rosquillas para la venta a mitad de precio de la tarde. No me extraña que siempre se obtu-
viera el papel protagonista en todas las obras del colegio. Observa mi cara, mi cuerpo y hasta
39
mis pies antes de volver a mirarme a los ojos con un terror injustificado.
—Claro que estoy bien. ¿No lo parezco?
Niega con la cabeza, ignorando mis burlas. No es la reacción que quiero de mi mejor amiga,
que se supone que debe decirme que estoy bien pase lo que pase. Sé que tengo el cabello des-
peinado en mi moño desordenado después de que Duke destrozara el giro original, pero mi
vestido está presentable por debajo del delantal.
—¿Cómo es que no me has llamado?
El grito es lo suficientemente agudo como para que Jana se asome por detrás. Un ceño frun-
cido aparece en el rostro de la mujer por la teatralidad de mi mejor amiga. Está acostumbrada a
Heidi, pero eso no significa que le guste que su histeria arruine el ambiente relajado de su tienda.
Muevo la cabeza hacia mi jefa para recordarle que se calme.
—Te traeré un bollo y un café.
Por suerte, Heidi capta la indirecta y se escabulle en silencio hasta el puesto vacío más cer-
cano mientras etiqueto la última bolsa de chispas de chocolate. Mientras me estudia, preparo su
café con leche favorito para que combine con su postre de caramelo. Por suerte, la preparación
me da tiempo para intentar explicarle lo inexplicable.
Como era de esperar, cuando le entrego el postre, se zambulle en él, dándome la oportu-
nidad de deslizarme mientras ella gime alrededor del manjar.
—No llamé porque tienes mi teléfono. Se me hizo tarde, así que fuimos directamente de
casa de Nana hasta aquí y hemos estado ocupados.
Con expresión avergonzada, echa un vistazo a su bolso y asiente incapaz de hablar con la
boca llena de pastel. Acepto que me devuelva el móvil e ignoró los mensajes de Tristán. No hay
nada más de lo que hablar, así que no sé por qué sigue insistiendo en contactarme.
—¿Nosotros? —Ansiosa por conocer los detalles, intenta hablar después de unas cuantas
masticaciones rápidas y dejar la mesa llena de migas de hojaldre tostado. —¿Pasaste la noche
con un mafioso?

40
Menos mal que susurra entrecortadamente para que nadie a nuestro alrededor pueda en-
tender su acusación. La respuesta no es tan mala como parece. Más o menos. Me acerco y
también bajo la voz. —No hemos dormido juntos. Quiero decir sí dormimos, pero no juntos.
Más bien uno al lado del otro en el sofá de su despacho.
Mi voz debe haber subido de volumen a medida que sus ojos se agrandan, y la mujer que
está detrás de nosotros escucha a hurtadillas sin ningún pudor. Le dedico una débil sonrisa para
disimular mi rubor. Aunque es una desconocida y no debería importarme lo que piense, me
importa. Intento ser una buena persona y no quiero que mi abuela piense lo contrario.
—Dormimos en el mismo lugar con la ropa puesta y eso es todo.
Supongo que la verdad es más aburrida que la imaginación de la señora, y vuelve a leer su
libro. Heidi, en cambio, no se rinde tan fácilmente. —¿Lo besaste?
Más vergüenza calienta mi piel cuando el recuerdo dónde estuvieron sus labios vuelve a mí.
Dios mío. —¡Lo hiciste!
—Bueno... me dejaste... y yo... —Mi explicación se apaga junto con mis palabras. Ella me
sacó de fiesta, pero fui yo quien bebió demasiado. Fui yo quien pensó que debía seguir sus con-
sejos y relajarme. Soy la que pensó que no haría daño divertirse un poco. Ahora, gracias a todo
eso, tengo a Duke. Él es definitivamente divertido, entre otras cosas.
—Él me besó, pero yo lo dejé. Y... —Ahora realmente susurro para esconderme del fisgón
detrás de nosotros. —Me gustó.
Heidi traga un enorme bocado y una expresión soñadora suaviza sus rasgos preocupados
mientras sonríe. —Ya veo por qué. Es muy sexy. ¿Le viste anoche en uno de los balcones?
Parecía tan poderoso mientras observaba a la multitud. Como si pudiera comerte y tú definiti-
vamente quisieras que lo hiciera.
Definitivamente quiero que lo haga. La descripción encaja perfectamente con Duke. Meneo
la cabeza para mis adentros y los de mi amigo psicópata.
—No le he visto ahí arriba.
—¡Él es delicioso! —Ella sopla en su taza y un profundo ceño fruncido le roba toda su
ensoñación. Levanta la vista antes de volver a mirar la nata montada. —Te busqué. Lo sabes,
¿verdad? No iba a dejarte, así como así. Me asusté mucho cuando no pude encontrarte. Luego,
cuando ese tipo enorme con un bulto de pistola bajo su traje dijo que estabas con... —Mira
a su alrededor como si le preocupara que nos estuvieran observando, sin darse cuenta de la
entrometida a un metro de nosotras. —...con él, no sabía si sentirme aliviada o aterrorizada. 41
Es curioso cómo los recuerdos de aquella noche vuelven a mi mente con cada conversación
relacionada. —Sé que nunca me abandonarías. También me asusté al principio cuando me
desperté y no sabía qué pasaba. Pero me cuidó muy bien. Fue sorprendentemente amable. Dijo
que se aseguró de que llegaras bien a casa, así que supe que era una buena señal.
Me escanea de nuevo. —¿De verdad no te hizo daño?
Niego con la cabeza y su cuerpo se relaja por completo. Yo también la disculpo. No fue
culpa suya que nos separáramos. Además, acabé viviendo toda una aventura. Recojo una servi-
lleta y la paso por la fórmica para evitar que me tiemblen las manos con el ingreso.
—Dice que quiere cuidar de mí todo el tiempo.
Esa confesión hace que levante de nuevo la cabeza de su bebida y se lama el rastro de espuma
blanca de los labios y exclame—: ¡Le gustas!
Gustarle parece ser una descripción demasiado suave para las emociones de Duke. Al igual
que las mías, que dan un miedo de muerte. —Demasiado, creo, sobre todo porque apenas nos
conocemos. No te puede gustar alguien a quien ni siquiera conoces, ¿verdad?
Su cabeza se mueve arriba y abajo, lentamente al darse cuenta. —Los hombres como él
son... — Hacer un gesto en el aire con la punta del dedo buscando la palabra adecuada. —...
decididos. Cazadores, ya sabes. Ven lo que quieren y van por ello. Él te quiere a ti.
Todas las miradas de la tienda vuelven a dirigirse a nosotras por su chillido, y tengo que
hacerla callar de nuevo antes de que Jana vuelva. Evitando tener que admitir que yo también lo
deseo. Aunque quizá no con el mismo fervor que él siente por mí.
Acabamos de conocernos... aunque en circunstancias inusuales. Una especie de rollo de
una noche. Esos suelen terminar en maniobras torpes para escapar rápidamente por la mañana
siguiente, supongo. Algo así como lo que intenté esta mañana.
Pero él me siguió. Yo corrí y él me persiguió. ¿Significa eso que soy un juego? Un depredador
rastreando a su presa como dice Heidi. ¿O quiere más? ¿Algo real? Esto es demasiado confuso.
—¿Qué vas a hacer?
—No tengo ni idea. Me recogerá después del trabajo. Supongo que hablaremos un poco

42
más y decidiré si quiero volver a verlo.
Una pequeña mueca tensa su expresión por mi afirmación. —No creo que se rinda fácil-
mente si dices que no quieres.
Terminado mi tiempo de descanso, me bajo del cojín y vuelvo detrás de la caja registradora.
Ignorando los latidos de mi corazón mientras hago pasar por caja a un hombre con una docena de
galletas de azúcar con forma de calabaza. Heidi se equivoca. No creo que Duke se rinda en absoluto.

—Se está moviendo, jefe.


La preocupación tiñe la voz de Cedric, y puedo oír la vacilación en su tono, inseguro de qué
hacer ya que ella no está haciendo lo que él espera que haga. Le dije que la vigilara, pero joder,
perderé la cabeza si la ve alejarse.
—Síguela. Donde ella vaya, tú vas. ¿Entendido?
—¡Entendido!
Vuelve su cadencia optimista normal. Le gustan las instrucciones concretas y las cumple al
pie de la letra. Puedo confiar en que nunca me desafiará, pero tengo que recordar ser siempre
muy preciso con las órdenes que le doy sobre mi Duquesa.
Especialmente ahora que obviamente estoy distraído. Nunca he tenido una mujer que me
haya importado lo suficiente como para cuidarla, así que él nunca ha tenido a nadie más a
quien proteger excepto a mí. La idea que desencadena este hecho es la solución ideal.
—No dejes que nadie joda con ella. Cuídala como si fuera yo mismo.
—Sí, señor.
Bien. Entonces sé que matará por ella si es necesario. La tensión que se enrolla en mis mús-
culos se libera por la confirmación. Por mucho que quiera ser quien la cuide, no tengo más re-

43
medio que dejarla en manos del hombre en quien más confío para poder terminar este proyecto
para ella. Normalmente doy órdenes y todo el mundo se apresura a hacerlas realidad. Pero con
esto, con Duquesa, todo tiene que salir perfecto, así que yo mismo superviso el trabajo.
Vuelvo a meterme el teléfono en el bolsillo y me apresuro a entrar en el salón para repasar
toda la actividad. Una de las decoradoras se sube a una escalera de tres peldaños para fijar al
marco de la ventana una brillante guirnalda verde enroscada con lucecitas blancas, mientras la
otra mujer se concentra en la repisa de la chimenea colocando velas, bolas plateadas y conos
dorados y verdes de distintos tamaños. El chapista se inclina para alisar el yeso más cercano al
suelo, terminando la puerta más ancha.
Si el médico que he contratado para que evalúe a Merry dice que puede sentarse en una silla
de ruedas, entonces por Dios que va a salir de la cama en la vive atrapada en la residencia de an-
cianos. Sobrecargados de trabajo y mal pagados, esos pobres enfermeros y auxiliares tomaron,
comprensiblemente, el camino más fácil: mantenerla en la cama.
Sin embargo, con algo de fisioterapia y atención extra, Merry podrá recuperar la movilidad,
lo que hará feliz a Noelle. Lo que me hará delirar.
Mi teléfono vuelve a sonar, pero en la pantalla aparece un mensaje distinto del que esperaba.
Cedric pregunta si le parece bien que entre en la residencia. Ya debe de ser la hora de comer.
Antes de que pueda responder, me llama.
—Sí, está bien, pero asegúrate de....
—¿Por qué tienes a alguien siguiéndome?
Noelle.
No estoy segura de sí debería estar furiosa o divertida de que le haya quitado el teléfono a Cedric.
—Me estoy asegurando de que estés a salvo, Duquesa. Sólo te está vigilando.
Por el altavoz grazna el mismo chillido adorable pero frustrado de esta mañana en su depar-
tamento. —Acabamos de conocernos. No puedes apoderarte así de mi vida.
Demasiado tarde.

44
Sonrío y finjo un tono razonable que espero calme su furia. —No me hago cargo. Siempre
protejo lo que es mío.
Silencio, que a estas alturas habla más que las palabras. Quiere enfadarse ‒piensa que ne-
cesita enfadarse por algún intento equivocado de independencia‒, aunque en realidad no hay
ninguna razón para que se oponga. No cuando siente lo mismo que yo. Aunque se niegue a
admitir la verdad.
Pasan los segundos y sólo oigo su agitada respiración, hasta que por fin también se calma.
Yo cedo primero. No me importa. Aunque nunca me explico, con ella puedo ceder un poco, ya
que aún no me entiende ni a mí ni a mi mundo.
—Me preocupo por ti, Noelle. Quiero que estés a salvo.
—¿De verdad?
El asombro inunda su voz tan profundamente que desearía estar allí para decirle en persona
lo que siento por ella. —De verdad. Nunca tienes que dudar de mis intenciones hacia ti.
—Será mejor que me vaya. Sólo tengo treinta minutos.
El ruido crepita de fondo como olas chocando contra el oleaje antes de que llegue la voz
profunda de Cedric. —Creo que está algo enfadada. Pisando fuerte por dentro como si estu-
viera aplastando cráneos.
Siempre puedo contar con Cedric para una visión desconcertantemente específica.
—Pero también olfateó un par de veces como si fuera a ponerse a llorar. Eso no me gusta.
Como siempre, el guardaespaldas y yo estamos completamente de acuerdo. A mí tampoco
me gusta que se enfade. —Infórmame si realmente llora.
—Sí, señor.
Eso me molestaría. Aunque soportaré sus lágrimas temporales para asegurarme de que esté
permanentemente en mi vida. De hecho, el momento es bueno para su almuerzo.
Noelle se habrá ido cuando terminen de mover a Merry, y estará aquí lista e instalada vol-
verá para cuando salga del trabajo. Bueno, cuando yo la recoja, para ser exactos. Sonrío de solo
pensarlo. Mi sorpresa generará sin duda otra discusión. Pero cuando vea lo feliz que es Merry
en su nuevo hogar, no tendrá motivos para enfadarse conmigo.
45
seis

Cualquiera que diga que el dinero no puede comprar la felicidad es un jodido imbécil.
El dinero hace que las cosas sucedan. Más rápido. Más fácil. Mejor. La prueba la tengo frente

46
a mi cara con mi salón decorado como un país de las maravillas invernal y Merry acomodada
en el sofá con su enfermera, tomando chocolate caliente adornado con un pequeño bastón de
caramelo.
Ni la bebida ni los dulces tienen normalmente cabida en mi casa. Pero si le gusta la bebida,
haré que el ama de llaves la prepare a litros para contentar a Nana.
Ya me he ocupado de todo lo que tenía que hacer antes de recoger a la Duquesa. Excepto
un último asunto que resuelvo mientras Sam me lleva a la panadería. Me hace sonreír como un
estúpido con la idea de poder dedicarle toda mi atención en el viaje de vuelta a casa.
Mi buen humor se disipa al instante cuando entro en el edificio. Un imbécil se inclina dema-
siado cerca de Noelle, mirándola a ella en vez de al monitor mientras señala algo en su pantalla.
No me gustan los hombres, pero hasta yo puedo ver que es atractivo. Alto y tatuado, con ese
aire de zorro plateado y papá que tanto les gusta a las chicas, sobre todo a las que han perdido
a sus padres y necesitan a alguien que cuide de ellas. Como este bastardo parece haber descu-
bierto con Noelle. El hijo de puta quiere a mi Duquesa.
—No creas que no te mataré si no te alejas jodidamente de ella.
Disfruto del terror que le produce mi amenaza, y se aparta del mostrador y, lo que es más
importante, de mi chica. Que, como era de esperar, se levanta de su silla, con la cara llena de
horror por mi furia.
—Ey tranquilo. —Sus palmas vuelan hacia arriba en rápida rendición. Es un cobarde, pero
al menos es lo bastante listo como para no desafiarme. —Sólo quería pedir…
—Me importa un carajo lo que querías. Vete o muere, tú eliges.
Con el miedo recorriéndole el cuerpo, sacude la cabeza y se apresura a pasar a mi lado.
Dos segundos después, el timbre suena antes de que la puerta se cierre de golpe. Su mirada
sigue su camino hasta que lentamente devuelve sus enormes ojos para encontrarse con los míos.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Parece absurdamente sorprendida. Como si no entendiera lo que ha pasado. Como si no se
diera cuenta de lo que está pasando entre nosotros.
—Te estaba mirando.
—¡Estaba ordenando un pastel para llevar al trabajo!
47
La miro atónito cuando me doy cuenta de que se cree de verdad esa mierda que está sol-
tando. Me encanta mi dulce e ingenua Duquesa. Realmente no tiene ni idea de lo jodidamente
magnífica que es.
—Mentira. Ningún hombre encarga un pastel para llevar al trabajo.
Toda alborotada con sus pequeños puños sobre las caderas mientras me mira fijamente. Me
gusta cuando me desafía. —Eso no lo sabes.
—Sí que lo sé. Los hombres hacen todo por dos razones: dinero o mujeres. Fingía que le
importaban los sabores del glaseado cuando en realidad quería devorarte. Cuando entré aquí,
estaba mirando tu vestido en vez de las fotos del menú. No le importaba una mierda conseguir
nada más que a ti.
Su cabeza cae hacia delante estudiando su escote antes de que su mano temblorosa empuje el
material abierto contra su pecho. La vergüenza inunda su expresión cuando vuelve a levantar la
vista al darse cuenta de que él podía ver las curvas de sus deliciosas tetas asomando por encima
del sujetador. Me mira fijamente, examinándome en busca de honestidad, locura o raciona-
lidad. Al encontrar las tres cosas, sacude la cabeza. —Eres increíble.
—¿Noelle? —Una voz aguda flota desde algún lugar en la parte de atrás. —Si has terminado
con tu cliente, por favor ve y cierra la puerta cariño.
—De acuerdo Jana, hemos terminado. Ordeno todo y cerraré la caja.
Su tono suena sorprendentemente normal, en contradicción con la preocupación que se
dibuja en su cara. Creo que le gusto, pero no quiere admitir la verdad ni ante mí ni ante sí
misma. Retrocedo unos pasos y abrió el pestillo. Cuanto antes termine, antes podré dejarla sola.
—Si haces que me despidan, me voy a enfadar mucho contigo.
No es un problema, ya que voy a hacer que renuncie, pero dejaré esa pelea para más tarde.
Ahora tiene que entender que me pertenece y que ningún otro hombre puede mirarla.
Exhala profundamente mientras cierra el cajón de la caja registradora. Con la mirada fija
en los billetes apilados, se concentra en su tarea y no en mí. —Te agradezco que intentes ser
protector y todo eso, pero tenemos que establecer límites.
Esta vez soy yo quien discrepa y sacudo la cabeza. —No sé qué carajo significa eso, pero si 48
crees que voy a dejar que un viejo entre aquí y juegue con tus problemas con papá, te equivocas.
El rojo florece en sus mejillas por su ira. Masculla, pero su diatriba es severa.
—En primer lugar, no tengo problemas de papá. —De alguna manera se las arregla para
sonar tan furiosa como adorable. —Pero tú, por otro lado, tienes más problemas de los que
puedo enumerar, siendo el primero de ellos totalmente ridículo.
—Puedo lidiar con eso —bromeo guiñándole un ojo, lo que hace que levante las cejas en
señal de desafío. —¿Qué más hay en la lista?
No entiendo cómo demonios no se ofende. Lo único que entiendo es su risa, su cara exqui-
sita, los mechones de su larga melena que se han caído del moño meciéndose mientras levanta
la cara hacia el techo por lo absurdo de nuestra situación.
—Eres mandón. Controlador. Posesivo. Eres el epítome de las banderas rojas de advertencia
de con quién no salir. Eres como un caso de estudio de esos psicópatas acosadores y obsesivos
que me hacen pensar que pronto voy a estar encadenada en tu sótano.
Asiento ante la descripción. La verdad es que no es mala idea. La imagen de ella despata-
rrada en mi cama y a mi merced inunda mi cabeza y apenas puedo pensar con claridad.
—¡Duke!
Debe de leerme la mente. La irritación aflora en su voz casi tanto como la presión en mis
pantalones por ser ella tan condenadamente exquisita. Tengo que controlarla a ella y a mí
mismo. Le tiendo la mano. —Vamos a casa. La cena estará lista pronto y sé que Merry no
quiere comer sola.
La expresión que odio vuelve a plegar su frente. —¿Nana va a cenar en tu casa?
—No te preocupes, mi chef es excelente cocinero.
Me mira fijamente mientras todas las piezas encajan como Legos. Un ligero, pero visible
temblor se apodera de su menuda figura. —¿Has secuestrado a mi abuela?
Sus enormes ojos esmeralda se llenan de auténtico miedo y se aleja de mí dejando que los
billetes de cinco caigan al suelo. Sabía que se enfadaría. A la gente no le gusta el cambio. Pero

49
nunca imaginé que tuviera miedo.
—No secuestrada. Sólo la invité a cenar para que vea dónde va a vivir.
—¿En tu casa?
De nuevo, parece atemorizada. Tengo una casa bonita, así que no sé por qué está tan ner-
viosa. En realidad, es un lugar enorme, lujoso, con espacio para nosotros, nuestros hijos y
Nana. Tal vez incluso un perro o dos.
—¿Puedo verla? ¿Por favor?
Cedric confirma que antes no lloró, pero ahora parece que va a sollozar. Su labio tiembla
tanto como su cuerpo mientras suplica.
—Te prometo que haré lo que quieras si no le haces daño.
¿Qué demonios? No hago daño a las mujeres, especialmente a las dulces ancianas que creen
que es Navidad todo el año.
—¿Crees que te estoy amenazando? ¿Qué te estoy chantajeando?
—Sé quién eres. Lo que hacen los de tu calaña...
Mierda, esto es divertidísimo, aunque no debería hacerme gracia que me insulte.
—¿Y qué clase de gente soy yo exactamente?
Mueve la cabeza furiosamente y parece dispuesta a huir, con los hombros moviéndose arriba
y abajo como si fuera a echar a correr. Excepto que tengo una razón por la que se queda.
—Dilo Duquesa.
—Gente de tipo m-mafioso. —Ella traga con fuerza y se toca la garganta con un movi-
miento reconfortante. —Eres un jefe de la mafia.
Qué malditamente tierna con su murmullo vacilante. Al menos no ignora quién soy y a qué
me dedico. Eso resuelve el problema.
—Y como tal, puedo tener lo que quiera. Y lo que quiero es que cuiden de ti y de tu abuela.
—¿V-Viviendo contigo?
No creía que fuera posible chillar y susurrar simultáneamente, pero supongo que sí por su
pregunta. Por fin lo entiende. 50
—Sí, viviendo conmigo en mi casa con un ama de llaves, enfermera y niñera y cualquier otra
cosa que cualquiera de ustedes necesite.
—No entiendo por qué haces esto.
La ironía es tan mala que casi duele. Todas las mujeres con las que he estado darían lo que
fuera por estar conmigo, por tener una oferta como esta y ella se siente jodidamente insultada.
—Quiero hacer tu vida un poco mejor.
—¿Quieres que me mude de mi departamento y saque a mi abuela de su residencia sin nin-
guna razón excepto que quieres mejorar mi vida?
Plantea su explicación como una pregunta, pero no hay ninguna vacilación.
—Sí. Estarán seguras y juntas. Ella tendrá cuidados constantes y tú no tendrás que trabajar.
—¿Ahora también dejo mi trabajo?
Ahora está realmente exasperada. Lanza sus pequeñas manos al aire mientras se aleja de mí.
Puede decir y hacer lo que quiera, excepto alejarse de mí.
—Detente duquesa.
Hace una pausa, pero no se da la vuelta. Me tienta más de lo que cree con sus sensuales
actos de desafío. —No tienes permitido huir, a menos que quieras ver lo que hago después de
perseguirte.
El escalofrío que recorre su cuerpo demuestra que quiere verlo. Pero me contengo porque
primero quiero hablar y luego follar. Quitarnos todas las discusiones y estupideces de encima
para poder divertirnos.
—Esto no puede ser real. Eres demasiado bueno para ser verdad.
—¿Qué significa eso?
Por fin puedo ver su cara cuando se gira para discutir conmigo. Toda altiva y sonrojada
mientras empieza a dar golpecitos con los dedos.
—¿Por qué un hombre rico, poderoso y hermoso como tú querría cargar con nosotras y
todos nuestros problemas?
51
Divertido, la atraigo hacia mí. —¿Crees que soy hermoso?
Irritada por mis burlas, se retuerce y forcejea para zafarse. Luchar sólo me pone más duro, si es
que eso es posible. La aprisiono con la espalda pegada a mi pecho para que no pueda negármelo
por más tiempo. Acerco mis labios a su oído para que no se pierda ni una palabra de mi garantía.
—No eres una carga. Hago estas cosas para hacerte feliz, lo que a su vez me hace feliz a mí.
No las hago para hacerte daño ni para retenerte. ¿No quieres que Nana esté bien cuidada y que
nunca más tenga que comer sola?
Eso la deja perpleja. Mi racionalidad en conflicto con la irracionalidad de la que intenta
acusarme. —Me sigue pareciendo mal.
—A la mierda lo incorrecto. No respondo ante nadie y tú tampoco deberías.
Excepto a mí, claro. Su cuerpo se ablanda más y roza con su mano mi antebrazo enroscado
en su garganta. —Quizá podríamos ir un poco más despacio. Ya sabes... como tener citas.
Puedes llevarme a cenar o al cine.
—Sí.
Mi acuerdo aumenta su confianza. Mueve la cabeza con entusiasmo. —Sé que eres muy
generoso. Podrías comprarme flores de vez en cuando si quieres.
Si quiero. Qué carajo. Todo lo que voy a hacer es mimarla.
—Sí.
—También te prepararé la cena de vez en cuando.
Llevando nada más que un delantal y tacones. Quizá solo tacones. Asiento despacio, fin-
giendo que pienso en su sugerencia y no en doblarla sobre la mesa de la cocina y comérmela
como el postre.
—Me encantaría.
Mareada por mi aceptación, se gira en mi agarre y me ilumina con su impresionante sonrisa.
—Puedes visitar a mi abuela conmigo también. Cuando quieras. 52
—No hace falta visitarla, ya que estará en mi casa.
—¡Duke!
Sus pequeñas manos se cierran en puños y baja los brazos tensos a los lados en señal de frus-
tración. La sujeto de todos modos y acaricio su cuello, suave y delicioso por su lavado corporal,
mientras ella se retuerce contra mí.
—¡Tú eres la razón por la que las mujeres piden órdenes de alejamiento!
Ese insulto me hace gruñir contra su piel sedosa. Me ha presionado demasiado y sabe que la
ha cagado cuando suspira y me abraza. Al principio vacila, pero al final se acurruca dónde debe
estar. —Nunca me pegarías. Ya lo sé. Pero sigues siendo demasiado para asimilar.
—Demasiado bueno. Demasiado generoso. Tienes todas esas tontas razones que no son más
que excusas. Confía en mí, Duquesa. Dame la oportunidad de demostrarte lo que valgo. —No
necesito que esté de acuerdo, pero aceptará su nueva vida mucho antes si cree que tiene elección.
—Es sólo una cena. Puedes sentarte y comer jamón de Navidad, ¿verdad?
—A Nana le encanta el jamón.
—Lo sé.
Una mujer mayor con el pelo gris de punta rosa sale de la cocina sólo para detenerse sor-
prendida por vernos. La sorpresa que me gusta estalla en su expresión. Obviamente no está
acostumbrada a ver a Noelle con los brazos de un hombre rodeándola. La idiotez de Tristán es
mi victoria.
El asombro rápidamente se transforma en aprobación con la sonrisa complacida en su
rostro. —No me había dado cuenta de que salías con alguien, cariño.
Noelle suspira contra mi hombro, pero no discute. En lugar de eso, me deja atónito cuando
asiente lentamente al reconocimiento de lo que dijo la dama.
—Jana. Este es Duke... mi novio.
Es la primera vez que me identifican con ese título y, sorprendentemente, me gusta. Joder,

53
me encanta la etiqueta desde que me la puso Noelle. Sin poder contenerme, le beso la mejilla
en señal de aprobación y extiendo la mano libre para estrechar la de su antigua jefa.
No hay razón para no ser educado, aunque ninguno de los dos vuelva a verla.
siete

Nana está bien.


De algún modo, en el fondo sabía que Duke nunca le haría daño. Pero tenía que verla con
mis propios ojos y eliminar la última duda de mi mente racional de que estuviera en peligro.
Se me llenan los ojos de lágrimas al contemplarla. Está más que a salvo. Es feliz.
54
Envuelta en una enorme manta roja ribeteada de peluche blanco, está arropada en un
enorme sofá gris. La enfermera más simpática de Serenity Terrace se sienta con ella mientras
hojean un viejo álbum de fotos. Hay dos tazas de su cacao de menta favorito sobre la mesa de
centro negra y un pequeño fuego arde en la chimenea de piedra blanca.
La demencia puede ser una criatura tan caprichosa. A veces Nana no se acuerda de mí, su
única nieta a la que ha criado desde que tenía dos años. Sin embargo, acepta de buen grado la
invitación a cenar de un hombre al que sólo ha visto una vez. Supongo que Duke no sólo me
deslumbra a mí.
—¿Ves Duquesa? Te dije que nunca le haría daño.
Una pizca de ofensa se mezcla en su tono reconfortante. Este hombre aterrador y mortífero
siente debilidad por mi abuela y, al parecer, no le importa celebrar la Navidad unos meses antes
de tiempo. No puedo evitar reír y lagrimear al mismo tiempo. En menos de un día, le da todo
lo que yo nunca he podido y siempre he querido. —Está sonando el aire acondicionado.
—No, sólo es una tormenta de invierno.
Cuando me guiña un ojo con tanto humor serio en la cara, no puedo contenerme más y
nos sorprendo a los dos arrojándome a sus brazos. Soy ridícula por aceptar que la tenga aquí
así, pero agradezco cómo Duke ha logrado tanto en tan poco tiempo para probarse a sí mismo.
—Gracias. Esto es demasiado maravilloso.
—De nada.
Mientras yo sueno emocional él suena ronco, y puedo sentir su creciente deseo con mi
cuerpo presionado contra el suyo.
—Haré cualquier cosa por ti.
El deseo es contagioso, y tengo que obligarme a zafarme de su abrazo. Gruñe contra mi
garganta, pero me deja libre tras un lento roce de su palma por mi espalda que me provoca
estremecimientos. Me deja con ganas de más. Me deja con ganas de él.
Pero no ahora. No delante de mi abuela. No hasta que descubra lo que realmente siento por
este hombre abrumador que da con una generosidad que me cuesta entender. —Odio estro-
pear este buen momento, pero tengo que irme pronto. Mi turno empieza a las ocho.
55
—No hace falta que te des prisa. Ya no trabajas allí.
Toda mi alegría se evapora cuando su proclama se hace realidad. —¿Cómo que ya no trabajo
allí? ¿Qué has hecho?
Se encoge de hombros con indiferencia y ladea la cabeza con una sonrisa de satisfacción.
—Has renunciado. A partir de ahora, tu único trabajo es pasar el rato con tu abuela. —Me
guiña un ojo con una maldad que me excita y me enfada al mismo tiempo. No sé cómo con-
sigue provocarme tanta emoción con unas pocas palabras. —Y conmigo también, por supuesto.
La única forma que tengo de mantenernos ha desaparecido. Fue robada a un hombre al
que todo el mundo teme en la ciudad, que ahora está obsesionado conmigo. ¿Pero por cuánto
tiempo? ¿Cuándo se cansará de mí? ¿Aburrido de nuestra vida sencilla? ¿Irritado por el coste de
mantenernos? Mi cuerpo se revuelve por el pánico, y tengo que taparme la boca para mantener
lo que queda de mi almuerzo en el estómago.
—¿Cómo has podido hacerme esto?
Es hermosa cuando está feliz, y es jodidamente gloriosa cuando está cabreada. Pero cuando
está acobardada la emoción rompe el corazón que no sabía que aún tenía. Debe pensar que se
enfadarán con ella cuando soy yo quien les ha hecho enfadar. Necesito aclararlo rápido. —Les
hice saber que no ibas a volver. Es muy sencillo. Cuando le digo a la gente lo que tiene que
hacer, lo hace.
—Yo no. Yo…
—Tú... —interrumpo para evitar que rompa sus dientes de tanto apretarlos, pero su abuela
habla primero.
—Aquí tienes, cariño. Ven a ver esto. Mira lo que tu abuelo pensaba que era un árbol de
Navidad recto. —La anciana da un codazo con un brazo frágil a la sonriente mujer que está a
su lado. —Ese pobre hombre no podía hacer una línea recta ni con una regla.
Salvado por la Nana. 56
Duquesa hace saber su disgusto con su grito de boca cerrada antes de girar sobre sí misma y
dar zancadas hacia su abuela. Dejándome para preguntarme qué otro sonido tentador hace esa
boca. Cuando la esté complaciendo. O, joder, cuando ella me de placer a mí.
Me sacó a la fuerza de la cabeza la imagen de mi polla en su lengua antes de que me cueste
demasiado unirme a ellas en su viaje por el carril de los recuerdos. Aunque Noelle no parece
disfrutar mucho de su pasado. Asiente y se ríe con Merry mientras su abuela señala diferentes
imágenes. Sin embargo, la ansiedad se dibuja en su frente y su cuerpo se tensa tanto que explo-
taría si la tocara.
—La cena está lista, señor Toscani.
La sonrisa de Merry crece aún más desde la proclamación de Tom en la puerta.
—Huele de maravilla.
Estoy de acuerdo. Aunque no puedo disfrutar del placer de Nana con las luces navideñas
reflejándose en el brillo creciente de los ojos de Noelle. No sé si las lágrimas son de felicidad o
de tristeza, pero no soporto no saberlo. Le hago un gesto a mi Duquesa.
—La llevaré a la mesa. Tú espera aquí.
Merry da un lindo chillido de alegría cuando levanto sin esfuerzo su pequeño y frágil cuerpo
del sofá y la llevó al comedor, con su enfermera y mi ama de llaves pisándome los talones.
La siento con delicadeza en la silla opuesta a la cabecera de la mesa para mostrarle respeto
por ser nuestra mayor y dejo que las dos mujeres la mimen mientras vuelvo a zancadas hacia
Noelle. Espera muy sexy, como le pedí, pero parece más destrozada que sumisa.
—¿Por qué lloras?
Se levanta de un salto y echa la cabeza hacia atrás para mirarme fijamente. —Si esto no
funciona, nos habrás dejado sin casa y sin dinero. No puedo arriesgarme, y menos con ella.
¿Sabes cuánto tiempo me ha costado llevarla a un lugar medianamente decente? Y ahora vienes
y quieres que…
—Shhh —tranquilizo pasándole el pulgar por los labios temblorosos y sacudo la cabeza.
—Cálmate. —Respira entrecortadamente y cierra los ojos. No por el éxtasis que esperaba, sino
por la derrota. —Te garantizo que ninguna de las dos se quedará sin casa o sin dinero porque
no voy a renunciar a ti.
Mis promesas la obligan a mirarme de nuevo buscando la duplicidad que sé que cree encon-
57
trar. Se equivoca una vez más, pero entiendo por qué duda. —Aunque nunca será necesario,
incluso haré redactar papeles que te garanticen siempre seguridad económica. Porque eso tam-
bién lo puedo hacer yo.
—No quiero tu dinero.
El asco se cuela en su diatriba. Está ofendida por mi oferta.
Sé que no le importa mi riqueza porque sé lo que realmente necesita. Un hombre que pueda
darle el futuro que se merece. Que nunca la maltrate a ella o a su abuela. Que no la deje sufrir
por sus errores.
—Lo sé, pero yo también puedo darte eso. Te daré todo lo que siempre has querido y seré
jodidamente feliz haciéndolo.
Mi absoluta seguridad me hace ganar un frustrado giro de ojos. No soy más que decidida y ella
debería darse cuenta ahora. Sin embargo, se contiene. Ya no discute, pero tampoco me acepta.
—Eres muy engreído.
—Soy muy honesto.
—Eso espero.
Incapaz de controlarme por más tiempo, rodeo sus hombros desnudos acariciando la piel
más suave que jamás he sentido bajo las yemas de mis dedos. Ella se inclina hacia mi tacto, pero
aún no se desprende por completo de su ansiedad.
—Antes de que yo acepte algo de ti, tú tienes que aceptar algo de mí.
Una vez más me rompe las pelotas, y amo su resistencia. Es dulce pero no temerosa.
—¿Qué?
—Tengo que avisar con dos semanas de antelación en mis trabajos. Eso es lo que hace la
gente responsable para que su jefe tenga tiempo de encontrar y formar al sustituto.
—No es tu problema.
El grito de frustración que reprime en su garganta me llega directamente a la polla.
—Es mi problema porque me preocupo por esta gente. Sé lo molesto que es que alguien se
58
enferme o no se presente y todos los demás tengan que apresurarse para cubrir su ausencia. No
quiero hacerles eso. Son mis amigos.
—Ahora eres tú la que es demasiado buena para ser verdad.
Concentrada en sus tácticas de negociación, ignora mi cumplido.
—Además. Quiero que Nana esté orgullosa de mí. No quiero que se entere nunca de que
fui irresponsable y dejé a la gente colgada. Se sentiría decepcionada conmigo por ser egoísta.
—Ella sabe que eres una buena persona.
—Entonces no puedo dejar de ser buena sólo porque tú quieras que haga las cosas a tu ma-
nera. Tengo que seguir siendo yo misma.
Exactamente. Me estoy enamorando de ella por ser exactamente quién es y no puedo cam-
biarlo por mis propios deseos. Me niego a arruinarla por ser un cabrón codicioso.
—De acuerdo, Duquesa. Dos semanas.
—¿En serio?
Un alivio que irónicamente me deja descolocado relaja su tensa expresión. Más que espe-
ranzado ‒joder, estoy desesperado‒ porque me crea cuando nunca he estado desesperado por
nada hasta ella.
—De verdad.
—De acuerdo. —Baja la mirada hacia sus brillantes zapatillas negras, hablando más consigo
misma que conmigo. —Puedo hacerlo.
Odio que intenta reforzarse a sí misma, pensando que necesita reunir su valor para sobre-
vivir a mí y a lo que estoy haciendo. Deslizó la mano bajo su barbilla y levantó su cara para que
me mirara.
—¿Qué crees que tienes que hacer?
—Nada. Yo sólo…
59
Las palabras no dichas suelen ser las más poderosas.
—Dímelo.
Discute consigo misma antes de esbozar una sonrisa agridulce. —Dos semanas te dan
tiempo para cambiar de opinión.
Maldita Sea. Ahora sé lo que estaba pensando, lo que intentaba ocultarme.
Acarició sus mejillas, sosteniendo entre mis manos su exquisito rostro y su enorme corazón.
—No, Duquesa. Dos semanas me dan tiempo para cambiar el tuyo.
ocho

Hace que sea casi imposible no creerle. Si está actuando, es el mejor actor que he visto.
Siempre paciente con Nana y conmigo, sigue siendo optimista. Nada parece disminuir su
entusiasmo. Ni Nana acribillándole a preguntas interminables durante la cena. Ni él pagando a
los decoradores, remodeladores y enfermeras para que su mudanza sea lo más tranquila posible.
60
Ni a mí yéndome a trabajar antes de que pudiéramos pasar un rato a solas, cosa que sé que
quiere por su gran mano masajeando mi muslo durante toda la comida.
Nunca discutimos, excepto durante el trayecto a mi departamento para buscar mi uniforme.
Le dije una vez más que podía volver a casa sola. Por supuesto, insistió una vez más, no
permitiría que estuviera desprotegida. Dominante pero dulce, me desconcierta tanto como de
alguna manera he caído bajo su hechizo y dejado que cuide de mí. Más de lo que quiero, pero
menos de lo que él exige, parece que no encontramos la manera de llegar a un equilibrio. Sin
embargo, eso no lo desanima. Ni a mí.
Con una última mirada al espejo, me sorprendo sonriendo. Tengo las mejillas sonrojadas y
los ojos brillantes por mi reacción ante él. Es sólo un flechazo, quiero decirme, pero sé que en
el fondo mis sentimientos son más fuertes que eso.
Los suyos también cuando salgo de mi habitación y casi lo choco en el pasillo. El corazón
me da un vuelco al darme cuenta de que estaba tan ansioso por verme como yo por verlo a él.
Su sonrisa sexy decae más rápido que mi pulso acelerado después de que su mirada recorre mi
cuerpo hasta mi top halter y la falda y vuelve a subir.
—¡Maldita duquesa!
Súbitamente insegura por su evidente disgusto, yo también me miro. No soy modelo ni
nada parecido, pero creo que tengo buen aspecto.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—¡No te vas a poner esa jodida ropa!
No sé si reírme o discutir con él ahora que entiendo por qué está tan enfadado. La ferocidad
de su voz me abruma por su dominio. Pero tampoco puedo ceder a todas sus exigencias. No
soy un felpudo.
—Tengo que hacerlo. Es obligatorio.
—A la mierda con eso. Estás renunciando.
De acuerdo, no puedo evitar soltar una risita por su cara enrojecida y su mano tirando hacia
atrás un mechón de su espeso cabello negro. Sus ojos marrones se oscurecen por mi risa, y 61
cierra el ya pequeño espacio entre nosotros, encajonándome contra la pared con su duro cuerpo
rozando el mío.
—¿Te parece divertido?
Su voz ronca suena más posesiva que enloquecida y mi cuerpo inocente traiciona mi mente
lógica hormigueando en los mejores lugares. Me niego a que su tono áspero me haga olvidar lo
que quiero. Lo que estoy obligada a hacer. Levanto la vista hacia él y encuentro su mirada con
mi propia audacia. Abro la boca para discutir y él me roza los labios con su pulgar, distrayén-
dome. ¡Maldita sea!
Odio que me encante cuando hace eso.
—¿Crees que es divertido que un imbécil cualquiera pueda ver lo que es mío? ¿Qué desee
que seas suya, aunque nunca, nunca lo serás? ¿Qué voy a tener que sacarle los jodidos ojos a
cada cabrón que te mire?
Oh, Dios mío. ¿Por qué me excitan tanto sus espantosas palabras? ¿Por qué estoy excitada
cuando debería estar aterrorizada? ¿Por qué estamos solos en mi departamento con sólo ropa
fina separándonos de un antojo que ninguno de los dos parece poder resistir?
—Duke, yo...
—Tan malditamente perfecta —susurra esas últimas palabras que antes de que sus labios
se estrellen contra los míos. Exige entrar con una decidida lengua que recorre mi piel sensible
y me consume como sabía que lo haría cuando le permito entrar en mi boca y en mi corazón.
Mi sujetador se tensa al endurecerse mis pezones y mi tanga se empapa de mi excitación.
Nunca me habían besado así. El calor y el deseo estallan en mi interior y me agarro a las solapas
de su traje mientras me devora. Estoy inmóvil con sus manos agarrándome la cara, inclinando
mi cabeza para que pueda penetrarme más profundamente y cada fibra irracional de mi ser
adora esa sensación.
De repente, me suelta y retrocede. Jadeo mientras vuelve a besarme. Enormes manos se
deslizan alrededor de mi cintura y un gemido que no esperaba se escapa por su piel abrasadora
acariciando la mía.
Hasta que me rompe la falda en dos y tira los trozos de tela al suelo. Unos dedos urgentes se
deslizan hasta mis nalgas y me levanta, rodeando su torso con mis piernas. Oh. Mierda. 62
—¿Qué éstas haciendo?
—Necesito ver más. Necesito verte toda.
Sin aliento, no lo detengo mientras me lleva a mi dormitorio y nos tumba sobre la cama. Me
siento impotente ante su peso, pero no tengo miedo. Confundida por su repentino manoseo,
me enfado conmigo misma por mi falta de fuerza de voluntad para decirle que no. No dejaré
que esto vaya demasiado lejos, pero quiero probarlo otra vez. Quiero disfrutar de la sensación
de ser tan deseada. Nadie me ha deseado nunca como Duke lo hace.
Se apoya en el antebrazo y me acaricia el costado desde las bragas hasta la rodilla.
—Jesús, Noelle. Eres jodidamente preciosa.
Desmayada por sus cumplidos, le sonrío como una tonta. ¿A qué chica no le gustaría oír la
forma tan sexy en que me habla? —Gracias.
—No, Duquesa. Gracias a ti.
Me besa de nuevo, larga y profundamente. Tan fuerte que puedo sentir el armazón bajo
mi colchón barato mientras me presiona. Su boca se mueve hacia mi cuello, y me siento tan
hambrienta cuando mis caderas se levantan contra él. —Jesús. Mira lo que me estás haciendo.
Sigo su mirada hasta donde nuestras caderas están rozándose de la forma más íntima. Su
erección se tensa tanto contra sus pantalones que el contorno de su polla se acurruca entre mis
labios, hinchados contra la tela húmeda. Normalmente ya estaría muerta de vergüenza por
estar visiblemente excitada por él, pero su gemido y sus ligeros empujones pasando la dureza
por mi clítoris me hacen sentir más viva que nunca.
Viciosos juramentos escapan de mi boca y me aferro a su hombro cuando me balanceo
contra él, y me lame con fervor desde la garganta hasta el hueco de mis pechos. Ni siquiera
estoy segura de cuándo perdí la blusa. El placer de su pulgar acariciando mi pezón confirma que
mi sujetador también ha desaparecido.
Cinco minutos. Juro por Dios que haré que pare en cinco minutos. Seré racional en cinco
minutos. Lo pondré en su sitio en cinco minutos. En serio, por ahora solo quiero disfrutar de

63
las caricias que me hacerme gritar con una voz que no reconozco como mía. Se ríe entre dientes
mientras desciende por mi vientre cuando tiro de su chaqueta para mantenerlo cerca. Lame mi
piel hasta que llega a mi cicatriz. Besa la gruesa línea rosa antes de trazarla delicadamente de un
extremo a otro con su áspero dedo.
—¿Qué ha pasado aquí? Nunca me lo contaste.
Su pregunta me devuelve a la realidad, y suelto la gruesa cachemira que he estado agarrando
en mi frenético éxtasis. Supongo que me tenso, y él levanta la cabeza, estudiándome mientras
intento relajarme. Debo de fracasar, porque vuelve a subir por mi cuerpo, de modo que nues-
tros rostros quedan a escasos centímetros, pero sigue frotando con reverencia la gruesa cicatriz.
—Fue a consecuencias del accidente de auto en el que murieron mis padres. Tenía dos años
y estaba bien sujeta en la sillita, así que sobreviví. Pero el accidente fue muy grave y ellos no
sobrevivieron.
—Lo siento.
—Yo también. Tuve suerte de tener abuelos que me acogieron. Me dieron una infancia
maravillosa.
Asiente como si lo entendiera, aunque su expresión sigue siendo pensativa. —Ya veo por
qué le tienes tanta devoción, igual que ella te la tenía a ti.
—Exacto.
Por fin comprende lo que he estado intentando que comprendiera todo este tiempo. —Por
eso no quieres decepcionarla, y yo estoy siendo el imbécil que intenta que lo hagas.
No puedo evitar sonreír ante su cuasi disculpa. Dudo que un hombre como él tenga que
pedir perdón alguna vez, así que no se le da muy bien mostrar su arrepentimiento. Aunque
tampoco es el único culpable en esta situación. Le acaricio la mejilla, fuerte y sexy con el des-
aliño a lo largo de la mandíbula. —Bueno, eres muy tentador, pero no puedo mentir y decir
que no disfruto cuando me acaricias.
El deseo arde en sus hipnotizantes ojos marrones, y esta vez me gruñe. —Estoy a dos se-
gundos de follarme este dulce coño hasta que no puedas andar, lo que no te servirá de nada
antes de ir a trabajar.
Sucio pero deliberado, me devuelve a mi sano juicio y a donde debería estar mi concentra-
ción. Realmente quiere hacer lo que le pido, aunque no le guste o no esté de acuerdo con mi
razonamiento. —Será mejor que me vaya. 64
Intento deslizarme por debajo de él. Hasta que su mano me aprieta el hueso de la cadera tan
cerca de donde deseo desesperadamente que toque sin importar lo mal que esté o lo tarde que sea.
—Pantalones y manga larga.
—Bien —acepto sólo porque los pantalones sirven para trabajar. No necesita saber que me
gusta que sea un poco celoso y posesivo. —No tengo otra opción ya que destruiste mi otra ropa.
—Destruiré cualquier ropa que uses que no apruebe.
De acuerdo, vuelve a ser mandón y poco razonable. Abro la boca para quejarme de su mano
dura, pero se me adelanta. Finalmente, mueve el pulgar hacia donde yo quería. Es un placer
absoluto del que sólo he leído en mis libros favoritos y que ahora percibo por la ligera presión
que ejerce sobre el manojo de nervios que ya palpita bajo mis bragas. Valió la pena todo el al-
boroto. Es mil millones de veces mejor de lo que jamás hubiera imaginado.
—Maldita Sea. Me vas a hacer perder el control Duquesa si sigues haciendo ese ruido.
Su voz es tan ronca como la mía por el puro éxtasis. Quiero eso. Quiero que pierda el con-
trol. Quiero ser yo quien le haga perder el control. Pero si cedemos ahora, nunca me lo perdo-
naré. Mantengo mi palabra. Con más reticencia que una niña que pierde su juguete favorito
recién descubierto, entrelazo mis dedos con los suyos, ralentizando, si no deteniendo, el placer.
—Tengo que irme.
—Joder.
—Sí, más tarde, por favor.
Sus pesados párpados se abren por mi insinuante burla, y tras un segundo de mirarme fija-
mente, supongo que para comprobar que sigo siendo yo la que se retuerce debajo de él, se ríe.
Una carcajada genuina, grave y ligeramente peligrosa resuena en mi pequeña habitación.
—Dios, te quiero.
¿Acaba de...? ¿Ha sido...? ¿Estamos...? Santa Mierda. No puede decirlo en serio. No se lo
contesto porque yo tampoco lo diría en serio. ¿O sí lo haría? ¡Oh, Dios! Totalmente loca y con-
fusa, le sonrío. No sé qué decir ni qué hacer, odio cuando estoy nerviosa y le acaricio el pecho
después de alisarle la camisa blanca mientras él sigue sonriéndome.
65
—Deberías irte.
Tiene razón. —Debería irme.
Ninguno de los dos se mueve. No quiero irme y acabar con la magia. Ningún hombre me
había amado antes. Nunca conocí a un hombre que quisiera que me amara hasta ahora. Nunca
he conocido a un hombre que pensara que podría amar hasta Duke. Si me bajo de la cama y
salgo por la puerta, volveré al mundo real. Este sueño que Duke ha creado es demasiado bueno
para dejarlo ir todavía.
—No lo olvides. Te recogeré y me aseguraré de que duermas bien hasta el desayuno. Tom ya
le ha prometido a Merry que le hará tortitas de Navidad. Creo que está intentando averiguar
cómo hacer formas de reno.
El recuerdo de Nana me saca de mi fantasía y me lleva a la suya. Antes, su confusión era
agridulce. Ahora, con Duke y su equipo apoyando su condición, puedo disfrutar de verdad
celebrando la falsa fiesta con ella.
—Por favor, dale las gracias por consentirla.
—Creo que a él también le gusta seguirle la corriente. No es tan aburrido como las comidas
que me prepara sólo para mí.
La vulnerabilidad de su confesión me pilla desprevenida. Un hombre como Duke no parece
que pudiera estar nunca solo. Pero probablemente evita que todo el mundo se acerque demasiado
para protegerse. Ahora, conmigo, se está arriesgando. Algo así como lo estoy haciendo con él.
—Bueno, ahora con Nana y yo, va a tener una sobrecarga de vacaciones.
—Peores problemas para tener.
Estoy de acuerdo. De todos los desafíos que hemos enfrentado, vivir en una Navidad per-
petua no ha sido uno de ellos. Sintiéndome más optimista de lo que me he sentido desde que
se mudó a Serenity Terrace, le beso la mejilla y me deslizo fuera. Sorprendentemente, me deja
bajar de la cama. Hasta que está justo detrás de mí con su mano alrededor de la mía mientras
me dirijo al armario a buscar ropa que él y mi jefe aprueben para el club.

66
Con nuestro acuerdo consolidado, me siento tan alegre como Nana.
nueve

¿Cómo demonios no me han dicho que es camarera en The Liquid Lounge? Cuando le
pedí a mi ayudante que comunicara la dimisión de Noelle a la empresa ingresando dinero en

67
su cuenta corriente, pensé que trabajaba en uno de sus restoranes o cines. De todos los mal-
ditos lugares, mi Duquesa no pertenece a un club de caballeros, especialmente uno que se ha
convertido en un antro.
La baldosa está pegajosa bajo mis pies mientras la acompaño dentro. Al menos un tercio de
las luces de neón que parpadean sobre la pista de baile están apagadas, y las chicas que bailan
en jaulas son toscas en lugar de refinadas. Veo más matones que porteros de discoteca, una
proporción inaceptable. No sé cómo no he notado el declive con los años, pero es evidente que
el local ha cambiado de clientela y no en el buen sentido.
Ella parece ajena al deterioro, así como a mi irritación, mientras se arrimada a mi lado desde
que la ayudé a bajar de mi todoterreno. Llamativa pero ingenua, no se da cuenta del peligro
que acecha en un ambiente como éste. En el bar, se retuerce en mi abrazo y me ilumina con
una sonrisa deslumbrante que me hace desear aniquilar a todo hombre en un radio de treinta
metros que atrape, pero no merezca un vistazo de su honesta belleza.
—Sé que no es el momento adecuado para hablar de esto, pero quería que supieras lo
mucho que aprecio todo lo que estás haciendo por nosotras. Has hecho mi vida mejor y mucho
más fácil en un solo día y no sé cómo decírtelo para que sepas que lo digo en serio, pero gracias.
Su sincera confesión me acelera el pulso y la polla, y contengo la bronca que estaba a punto
de soltar. Prefiero celebrar su aceptación a arruinar nuestra noche con una discusión de la que
ninguno de los dos saldrá indemne, ya que creo que ella es casi tan testaruda como yo.
—Sé que lo dices en serio Duquesa. Y de nada. Lo hago con mucho, mucho gusto.
El resplandor de su sonrisa me calentará hasta la muerte, el fuego sólo se distinguirá cuando
me haya ido y no pueda ver su exquisito rostro.
—Tengo que fichar y prepararme. Te veo luego, ¿de acuerdo?
En realidad, no está bien. Permito su inocente beso en mi mejilla en lugar del beso con-
tundente que planeé, reclamándola frente a todos, porque de ninguna manera la dejaré en este
lugar. He aceptado sus condiciones y ahora ella tendrá que aceptar las mías.
Una vez que sus pequeños pies tocan la puerta de la trastienda, saco mi teléfono y llamo a
mi mejor comandante para que reúna a todos los hombres disponibles para la mayor misión
de sus vidas.
Luego de que transmito mis órdenes, me dirijo a grandes zancadas a la mujer que supongo

68
que es la encargada por la forma en que da instrucciones a cuatro chicas con faldas cortas reu-
nidas a su alrededor.
Corto por delante de una rubia alta cuyas nalgas sobresalen de la falda e ignoro su acertada
descripción de imbéciles murmurada en voz baja. Sé lo que soy y no pierdo el tiempo discutién-
dolo. Levantó un grueso fajo de billetes de cien entre el pulgar y el índice para asegurarme de
que capta lo enserio que hablo—: Traigo un grupo de veinte personas. Quiero todas las mesas
libres en la sección de Noelle para mi grupo.
Como si fuera un dibujo animado, casi espero que el símbolo del dólar parpadee en sus
grandes ojos azules mientras abre la boca y mueve la cabeza, confirmando que entiende quién
soy y lo que exijo.
—Sí. Sí, señor, Sr. Toscani.
Con la punta de una larga uña roja, señala hacia el centro de la barra en forma de herradura
que rodea el escenario y luego los seis matones detrás de la plataforma actualmente oscura.
—Esta es su zona.
Mi chica debe ser buena si se ha ganado la zona más lucrativa para cubrir. Una vez más,
Noelle me sorprende y me impresiona. Sonrío para mis adentros, y la rubia me devuelve la son-
risa asintiendo con demasiado entusiasmo creyendo erróneamente que pretendo mostrarle mi
admiración. Modifico mi expresión a la que presento a los bastardos antes de dar el visto bueno
a mi torturador para que empiece a atormentarlos, y ella capta la indirecta. El miedo aplana sus
facciones y su regordete cuerpo se sacude en su prisa por apartarse.
Gruesa pero ágil, se mueve como si le ardiera el culo para ladrar órdenes a la chica que me
llama por su nombre y a la camarera de aspecto aburrido antes de dirigirse a los tres perdedores
que están en los taburetes más cercanos a las bailarinas. Con unos cuantos gestos animados
por parte del encargado y gruñidos por parte de ellos, recogen sus bebidas aguadas y se dirigen
a trompicones al final del lado derecho a pesar de sus protestas. La camarera que me llamó la
atención antes y cuando la jefa les confirma que invitan ellos, cesan todas las quejas para que se
acomoden y beban a grandes tragos sus cócteles de cortesía. No es que los lujuriosos no lleven
ya horas aquí con sus ojos vidriosos y sus andares inseguros, pero ese no es mi problema. Mi
atención se centra en mi Duquesa.
Me acomodo en mi asiento y, con un gesto desdeñoso de la mano, saludo a la camarera,
que parece haberme tomado cariño ahora que sabe quién manda. No se gana mi mirada ni mi
atención. No la quiero. No quiero alcohol. No quiero nada ni a nadie excepto a Noelle.
Su expresión confusa cuando sale a la planta principal con el delantal bien atado y una
bandeja redonda en sus delicadas manos me hace sonreír como el cabrón pomposo que soy al
69
ponerme en pie de un salto. Incapaz de resistirme, le agarró el codo cuando llega hasta mí y la
arrastró lo más cerca que puedo estando aún vestidos.
Acarició su cuello y la inspiró antes de decirle una verdad que la pondrá a cien. —He invi-
tado a unos amigos a tomar unas copas.
—¿Quieres ver a las strippers?
Dolió, eso me dolió un jodido millón de veces más, ver cambiar su dulce expresión. ¡Joder!
—No Duquesa. Quiero verte a ti. —La confusión sustituye a su dolor ya que ella no baila
‒gracias a Dios por eso‒ y tengo que aclarar mis intenciones antes de que esto se convierta en
un festival de mierda del que no pueda recuperarme. —Puede que haya aceptado el preaviso de
dos semanas, pero eso no significa que no vaya a protegerte. Voy donde tú vayas.
La comprensión ilumina su rostro hasta que sacude la cabeza, aparentemente en guerra con
lo que quiere frente a lo que cree erróneamente que es correcto. —No tienes por qué hacer eso.
Sé que tienes mejores cosas que hacer en...
—No. —A la mierda con eso. Con toda la delicadeza que puedo, la atraigo hacia mí y le
aseguro—: Para mí no hay nada mejor que estar contigo. Quiero estar aquí. No pienso irme.
Así que no discutas.
Ella suelta un largo suspiro, más tranquilizador que irritado, y asiente. Mejor aún: sonríe.
Enorme y complacida. Toda su decepción anterior se desvanece por completo.
—Está bien, a mí también me gustaría.
Entiendo por qué, los hombres la miran desde otras mesas. Sólo que, una vez más, ella es
ajena a la atención y no se da cuenta de lo jodidamente seductora que es ni de que necesita mi
protección.
—¿Te traigo algo de beber?
Es linda, cumpliendo con sus obligaciones mientras yo quiero arrastrarla fuera de aquí y
follármela hasta el amanecer. —Sí, Duquesa, tráeme el mejor whisky que este basurero tenga.
—Vengo enseguida.
Igual que mi furiosa polla por dejarla marchar con el delicioso contoneo de caderas seducién-
70
dome. Mientras ella hace el pedido, mis chicos empiezan a abrirse paso hacia su sección. Asenti-
mientos de aprobación y señas de aprecio son lanzados en mi dirección. Una noche de alcohol y
coños pagados por el jefe siempre genera gratitud, que yo aprovecho para agradecerles su lealtad.
Una doble victoria. Bueno, que sea una triple victoria para Noelle. Va a ganar un montón esta
noche y no tendrá que aguantar que ningún imbécil la toque. Bueno, excepto yo, claro.
Una risita retumba en mi garganta por su sorpresa al ver a mi equipo llenando las mesas, y
ella se apresura a traerme mi bebida, apenas rozando un beso en mi mejilla antes de hacer su
ronda. Con el miedo a la muerte inculcado en ellos, son respetuosos, a pesar de la ubicación, y
mantienen sus ojos y sus manos para sí mismos según las instrucciones.
Nadie la mira, lo que parece confundirla. Sigue adelante como la soldado que es, anotando
sus pedidos y revoloteando entre el camarero y nosotros. Después de cuatro viajes, le rodeó
suavemente la muñeca y tiró de su cuerpo jadeante hacia mi regazo.
—Eres increíble, ¿lo sabías?
El rubor rosado que se extiende por sus mejillas hace que mi polla se endurezca dentro de
mis pantalones y ella se retuerce, hundiendo aún más la barra de hierro entre sus mejillas.
—Gracias. Pero sabes que debería estar trabajando.
Deslizó mi tarjeta para asegurarme de que el gerente sabe que puedo pagar todo lo que
quieran mis chicos. —Lo entiendo, pero eso no significa que no vaya a robar cada segundo
que pueda con mi chica. —Se sonroja aún más, y lucho contra el impulso de sacarla de aquí.
—Ábreme una cuenta y luego vuelve para que pueda decirte cual es mi siguiente pedido.
Echa un vistazo a mi vaso y me sonríe tímidamente.
—Ya sé lo que quieres.
La pequeña bromista suelta una risita y salta de mi regazo, casi corriendo hacia la caja re-
gistradora. Si no la conociera, pensaría que quiere que la persiga. Cosa que haré encantado
esta noche y cada vez que intente escapar de mí. Miró fijamente a mi hermosa presa mientras
factura lo que hemos consumido hasta ahora y recoge otra bandeja llena de bebidas.

71
Joder si no soy un cabrón con suerte. Está magnífica con la alegría absoluta que irradia su
rostro deslumbrante. Un gruñido que no puedo reprimir retumba en mi garganta al darme
cuenta de que otros jodidos hombres ven su placer. Es mi sonrisa, no la suya. Dirigida a mí, no
a ellos. Generada por mí, no por esos hijosdeputa.
Se detiene en sus pasos cuando un cabrón en una mesa de la sección vecina le roza el
hombro con los dedos para llamar su atención. Supongo que el tipo tendrá que aprender a
vivir sin manos. Me pongo en pie en un instante con mi Glock apuntando a su descerebrada
cabeza, pero no puedo detener la mierda que se desarrolla delante de mí cuando el tipo que
está al lado del imbécil la agarra de la cintura e intenta acercarla a él. Va a tener que aprender a
vivir sin manos ni piernas.
Desequilibrada por el arrastre, Noelle se tambalea y sus gafas caen al suelo. Que me jodan
si mi Duquesa no se defiende y le da un codazo en las tripas que nos deja a los dos con la boca
abierta. Es un ángel, pero salvaje cuando es necesario.
Con mi pistola apuntándole a la frente, me dirijo a zancadas hacia ellos, ya que ella no
puede oírme gruñir su nombre por encima de la estruendosa música para hacerle saber que va
a recibir mucho más que ese golpe. El tipo la suelta al instante, aunque no estoy seguro de si a
causa del golpe, por mi arma o por el ejército de mis hombres que se dirigen en nuestra direc-
ción atraídos por la conmoción.
—¡No Duke! ¡No pasa nada! ¡No le hagas daño!
Está loca si cree que eso va a pasar. Ignorando sus protestas, lo estampo contra la pared con
mi antebrazo alojado en su garganta y mi arma clavada en su sien. Con la tráquea aplastada
y los ojos desorbitados por las otras veinte armas de fuego apuntándolo, patalea y araña para
liberarse. Lo que no ocurrirá hasta que se dé cuenta de con quién se ha metido.
—Te arrepentirás de haber tocado lo que es mío.
El shock aturde a Noelle y se queda callada y temblorosa sin saber qué hacer. Aunque yo sé
exactamente qué hacer. Me zafo de él y me giro hacia mi nerviosa Duquesa, asegurándome de
que lo entiende perfectamente.
—Tú también has terminado aquí.
Antes de que pueda discutir, la levanto y me echo su pequeño cuerpo al hombro. Ignoro sus

72
acusaciones de cavernícola, sus gritos de que la baje y sus preguntas sobre por qué estoy vio-
lando nuestro acuerdo de dejarla trabajar. Mi capitán sabe qué hacer con los muertos andantes
que tuvieron la jodida osadía de agredir a mi mujer. Así que salgo del club al aire fresco de la
noche... con sus frustraciones vocales rebotando en el hormigón y sus puños furiosos golpeán-
dome en la espalda por un dolor que me sienta demasiado bien como para detenerla hasta que
subo con ella a mi vehículo.
diez

Es amable cuando me da la vuelta, me acuna la cabeza mientras me desliza en el asiento


trasero de su enorme todoterreno con su chófer y sus guardaespaldas observándome a mí y a

73
nuestra discusión con desinterés. Entonces supongo que estoy sola protestando contra él por
sacarme a rastras de mi lugar de trabajo delante de todo el mundo, como si fuera una mujer de
voluntad débil que permite que una bestia loca la manosee.
A pesar de ser tan cuidadoso, no puedo concederle ninguna indulgencia después de la ma-
nera en que acaba de humillarme.
—¡Maldita sea, Duke! ¡Me lo prometiste! Juraste que me darías dos semanas y ahora…
—A la mierda con eso, Duquesa. ¿Estás preocupada por tu trabajo cuando esos jodidos
tipos te atacaron?
—No necesitaba tu ayuda. Yo podía manejarlo.
Algo así. Estaba más asustada de lo que parecía. Ese tipo era tan fuerte y los porteros son
tan lentos para intervenir cuando hay dinero en juego. Nadie quiere cabrear a los clientes que
pagan, aunque sean de las manos toquetonas.
Excepto Duke. A él no le importa a quién cabrea. Incluyéndome a mí.
—¿Qué carajo me acabas de decir?
Sus ojos marrones me miran fijamente y sus dedos se enredan en mi coleta, tirando de mi
cabeza hacia atrás mientras se cierne sobre mí. Oh. No.
—Yo... yo sólo... él estaba....
—Cuando se trata de ti, soy yo quien se encarga de jodidamente todo.
Está mal, mal, mal que me excite que él me domine.
Más aún cuando me acaricia cariñosamente la cabeza antes de soltarme y levantarse lenta-
mente. Como si necesitara poner espacio entre nosotros y controlarse. Las yemas de sus dedos
aprietan la puerta del auto mientras murmura con rabia. Apenas entiendo sus palabras, salvo
cómo se las va a apañar con esos cabrones cuando acabe con ellos.
Hirviente de furia, apenas puede hablare mientras sube a mi lado. Tiembla de rabia cuando
me abrocha el cinturón. Debería apartarle las manos de un manotazo y ocuparme de mí misma
como siempre he hecho. Pero, de algún modo, su comportamiento sobreprotector alivia parte
de mi frustración. Vuelvo a darme cuenta de por qué está tan enfadado.

74
Está preocupado por mí.
—Vas por ahí como toda jodidamente irresistible y ellos quieren probar lo que no pueden
tener. Lo que nunca tendré. Quiero decir, maldita sea. Eres demasiado atractiva para ser...
No sé si está discutiendo con ellos, conmigo o consigo mismo, pero yo también quiero cal-
marlo y envuelvo sus dedos, apretándolos con lo que espero que sea un toque tranquilizador.
—Tienes razón. Habría sido mucho peor si no hubieras estado allí. Gracias por ayudarme.
Mi absolución tiene poco efecto en él, con su cuerpo aun zumbando en su vehemencia. Así
que apoyo la cabeza en su hombro y me acurruco contra él todo lo que puedo, con la correa del
cinturón cruzándome el torso y apretándome contra el cojín.
—Te juro que no trato de agraviarte ni de ponerme en peligro. Sólo quería mantener mi
compromiso.
Su larga y lenta liberación de aliento golpea contra la parte superior de mi cabeza moviendo
los mechones sueltos de mí pelo.
—Lo sé.
Intento levantarme de su pecho cuando rebusca en el bolsillo de su traje y me gruñe literal-
mente. Reprimiendo una risita por su respuesta animal al apartarme, vuelvo a acomodarme en
mi sitio. Mi reacción me hace ganarme un beso de aprobación en la frente antes de que él teclee
furiosamente en su teléfono un contacto que aparece como Andrea.
Al ver el nombre de otra mujer en sus mensajes, me asaltan unos celos que nunca antes había
sentido. No tengo derecho a sospechar, porque acabamos de conocernos y ni siquiera es mío.
Aunque no debe tener nada que ocultar y no intenta escudarme en el mensaje que le envía
preguntándole si alguna camarera quiere un turno esta noche.
Ella responde casi instantáneamente.
Andrea: Sin duda. Con las vacaciones a la vuelta de la esquina, a algunas madres solteras les
vendría bien el dinero extra.
—¿Cómo se llama tu jefe?
Su voz aún vibra de rabia y un escalofrío me recorre. —Carly.
Duke: Contacta con Carly en The Liquid Lounge y dile que tienes una sustituta para Noelle esta
noche y los dos próximos fines de semana. Envía a quien esté interesado.
75
Andrea: Estupendo. Agradecerán las horas extra. Graxs, jefe.
La curiosidad me hace enmudecer cuando toca otro nombre en su lista, Fields.
Duke: Deja que los chicos se diviertan, pero vigila a la nueva camarera. Andrea va a enviar a
una de las nuestras.
Fields: No hay problema. Están disfrutando de la fiesta gracias a ti. Me aseguraré de que la chica
esté a salvo.
El poder y el dinero hacen posible su petición, pero reconozco que no tiene por qué hacerlo.
Podría ignorarlo todo y secuestrarme sin que pudiera impedírselo. En cambio, hace todo lo
que le pido para asegurarse de que estoy satisfecha. Por mucho que parezca lo contrario, es un
buen hombre, al menos para las mujeres. Incluso tomando precauciones extra para mantener
a su personal a salvo.
Para mí. Para que yo pueda estar aquí con él. Siendo protegida por él. Siendo amada por él.
No es de extrañar que me esté enamorando tan rápidamente. Ha hecho más por mí en menos
de veinticuatro horas que algunos hombres en toda una vida de relaciones.
—¿Adónde me llevas?
—A casa.
Sin duda, se refiere a su mansión y no a mi departamento. No discuto porque ‒probable-
mente de forma estúpida‒ no me importa. Quiero ir a su casa. Quiero estar con él.
Quiero ver qué sigue entre nosotros.
El siguiente paso ocurre antes de lo que esperaba, cuando se pone frente a mí. Apoya un
gran brazo en el reposacabezas y el otro me cruza el cuerpo. Su mano se desliza bajo mi barbilla,
girándome la cabeza y obligándome a mirarlo. Lo cual no es una dificultad por muy atractivo
que resulte estudiar su expresión e intentar averiguar qué está pensando.
—No vas a volver. Te permitiré concluir tu trabajo en la panadería y en el edificio de ofi-
cinas. Pero eso es todo y nada más después. Sabes que te proporcionaré todo lo que necesites.
Está bien, ahora sé exactamente lo que está pensando. ¿Pero qué me pasa a mí? Debería estar

76
furiosa con él por tener el descaro de creer que puede darme permiso para trabajar. No tiene derecho
a controlarme de esta manera. En el otro extremo del espectro, también es generoso, protector y
dulce... a su extraña manera de jefe gánster. Que supongo que es la única forma que conoce.
Dominar y manipular. Para mantenerse fuerte, poderoso y vivo. Por lo tanto, voy a ceder.
Un poquito. —Gracias por hacer los arreglos para que la gente me reemplace. Parece que les
ayudaste tanto como a nosotras.
Se ablanda. Un poco.
—Sí, los idiotas tienen que guardárselo en los pantalones o asumir sus responsabilidades.
Su ira me sorprende y me agrada. Además, su motivación explica más sobre él. No quiere
que acabe como las mujeres que intentan hacerlo solas tanto cada día como en Navidad.
Nunca permitirá que eso nos pase a mi abuela y a mí.
—¿Qué tal un compromiso?
—No.
Ufff…Este hombre tiene que ser la persona más testaruda que he conocido. Ignoro su
rápida decisión y le explico mi razonamiento—: Dejaré la limpieza, pero me gusta mucho la
pastelería. Me he vuelto muy buena decorando pasteles y quiero seguir haciéndolo. Aunque sea
a tiempo parcial. Es divertido.
Me doy cuenta de que está escuchando y considerando mi propuesta cuando me suelta la
mandíbula y acaricia desde mi clavícula a mi brazo. No estoy segura de sí intenta distraerme a
propósito o no, pero me niego a ceder a mis pensamientos traviesos y elijo centrarme en nuestra
conversación. En mi independencia. En nuestra relación.
—Estaré en la parte de atrás de la tienda, horneando y decorando. Cedric puede quedarse
a cuidarme si quieres.
Una risa profunda vibra entre nosotros.
—Oh, sí yo quiero.
Sarcasmo. Está siendo sarcástico, cosa que yo también ignoro. Está acostumbrado a tener
todo a su manera. Pero si este Duque realmente quiere una Duquesa a su lado, se merece una

77
voz con su corona.
—Sí, o las medidas de seguridad que considere necesarias para que pueda seguir ayudando
a Jana. No voy a renunciar a esto.
La sonrisa de suficiencia en su cara es tan molesta como sexy. ¡Maldito sea! Me mantengo firme
mientras él vuelve a reírse y me frota la palma de la mano con las yemas de sus callosos dedos.
—No vas a trabajar de noches ni fines de semana y siempre estarás en mi cama cuando me
despierte por la mañana porque necesito empezar y acabar el día follando contigo.
Los cosquilleos de sus caricias se incendian como bombas por sus sucias palabras. Puede que
tenga poca experiencia en esa área, pero quiero que me folle sólo por la forma en que dice la
palabra con su voz profunda tan grave y acentuada. —Yo también lo quiero.
Supongo que quiere decir ahora, porque en un abrir y cerrar de ojos desabrocha mi cinturón
de seguridad y me sienta a horcajadas sobre su regazo. Unas manos enormes tiran del dobladillo
de la camiseta y la deslizan alrededor de mi torso, manteniéndome inmóvil.
—Dilo otra vez, Noelle.
El deseo arde en sus ojos al igual que su tacto, y me estremezco involuntariamente por la in-
tensidad. La necesidad me roba la voz y solo puedo susurrar, sabiendo que no hay vuelta atrás.
Sé que me estoy entregando a él. Sabiendo que estoy admitiendo que lo amo.
—Quiero que me folles, Duke.
En lugar de que su boca se estrelle contra la mía o sus dedos me arranquen la ropa, masajea
mis hombros para aflojar los músculos tensionados por la gravedad de mi confesión.
—Te mereces que te haga el amor.
Todas las emociones en nuestro breve tiempo juntos se agolpan en mi garganta y tiemblo
cuando las lágrimas brotan de mis ojos. Rara vez lloro, pero él y su ternura son más de lo que puedo
soportar. Lentamente rodeo su cuello con los brazos y me acurruco en su ancho pecho, sintiendo
los latidos de su corazón junto el mío. Me siento querida, segura y feliz. Como siempre quise.
—Después de eso, te follaré.
Ahora soy yo la que se ríe de su siguiente afirmación. Siempre tiene que decir la última pa-
labra, y qué palabras tan maravillosas.
Viajamos en silencio y, cuando entramos en su largo camino de entrada, oculto mi cara a
sus hombres mientras bajo de su regazo y acepto su mano al pisar los adoquines. No quiero que
78
me vean así. Mañana seré la mujer que Duke se merece tener a su lado. Aunque a pesar de mis
bajones emocionales, sigue tratándome como a su Duquesa, abrazándome con absoluto placer
y templando sus facciones. Más allá de mi propio vértigo, no puedo evitar sonreír también al
verlo igual de contento.

Tímida y sonrojada, intenta ser lo más discreta posible con mis chicos. Para que no vean
sus lágrimas ni su deseo, mantiene la cabeza gacha y el cuerpo pegado al mío. Lo cual es jodi-
damente perfecto para tenerla cerca. Además, me importa un bledo lo que vean o piensen los
demás. Se les paga para protegernos, no para ser juzgados o cuestionados. Sin embargo, en-
tiendo por qué es tan modesta, y la envuelvo en mi chaqueta para proporcionarle la intimidad
que necesita ahora.
Mañana le daré un tour completo por la casa, ya que sólo ha visto una parte de la primera
planta. Esta noche, quiero mostrarle una decadencia como nunca ha experimentado. Mimarla
con todos los lujos que pueda ofrecerle. Tratarla con toda la extravagancia que se merece.
Silenciosa, mientras la guío escaleras arriba, mantiene la mirada fija en nuestras pisadas en
los escalones de mármol. Sé que está nerviosa pero curiosa también, y siento un gran respeto
por su resistencia.
—Aquí, duquesa.
Por primera vez desde que llegamos, sus pies vacilan mientras contempla mi enorme habita-
ción después de que abra la puerta de un empujón. Todo su departamento de mierda podría caber
en este espacio, y espero que esté contenta con su nuevo hogar, así como con su nueva vida.
Incapaz de descifrar la expresión de su cara, intentó ver la habitación a través de sus ojos.
La zona de estar y la chimenea de la que rara vez disfruto. La enorme cama hecha a medida para
poder estirarme cómodamente, pero que será aún mejor con ella a mi lado. Y, algún día, nues-
tros hijos, nuestro perro y todo lo que ella quiera. El vestidor que ya contiene su ropa. Aunque
Noelle todavía no se da cuenta, todos sus objetos personales han sido trasladados aquí desde su
departamento. Hice que le dejaran sus muebles de porquería. No necesita ningún recuerdo de 79
su pasado cuando su futuro ya está decidido.
Sin embargo, no parece fijarse en nada. Su mirada sigue revoloteando hacia la mía, bus-
cando algún otro mensaje que el que pretendo transmitirle: que la quiero aquí.
—Bienvenida a casa.
La duda ahoga su respuesta, salvo por una sonrisa vacilante. Va a hacerme trabajar por ello
y mierda si no me importa hacer el esfuerzo.
—¿Quieres cambiarte de ropa o darte una ducha?
Con un lento movimiento de cabeza, se relaja bajo mi brazo al darse cuenta de que no voy
a violarla. Todavía. —Una ducha me parece bien.
La conduzco al cuarto de baño y no puedo evitar reírme de sus enormes ojos al ver la
enorme bañera, que nunca se ha usado.
—¿Qué tal un baño de burbujas?
Su parte práctica lucha contra su lado consentido y ella niega con la cabeza.
—No, está bien. No tienes que tomarte tantas molestias.
Ya estamos otra vez. No entiendo por qué se niega a que la mime.
Le suelto la mano sólo para abrir los grifos y recoger un recipiente con un tipo de bombas
que huelen a azúcar con canela que la Sra. Adams compró para Noelle a petición mía. Me ima-
gino que ella sabe mucho más que yo sobre los productos de baño que les gustan a las mujeres.
En lugar de una sonrisa, me gano un ceño fruncido cuando lanzó las bolas al agua humeante.
—¿Qué está mal?
Joder, es adorable cuando se defiende a pesar de no necesitarlo. Levanta la barbilla y cruza
los brazos sobre sus deliciosas tetas.
—No me debes ninguna explicación, pero me siento rara usando las cosas de otra mujer.
Probablemente debería ducharme en mi propia casa.
Da un paso atrás, muy seria. No me está probando para que la persiga. Realmente piensa

80
que debería irse. Es tan educada, pero yo no lo soy y me abalanzo sobre ella, agarrándola de los
bíceps y manteniéndola a raya. —Mi ama de llaves compró esto para ti. Ninguna otra mujer ha
estado en mi cuarto ni nunca lo estará. Este es nuestro baño, Duquesa.
Una profunda inhalación sacude su pecho mientras me mira fijamente con mi versión ca-
lando en su testaruda mente.
—De acuerdo.
Menos mal. Le acarició la piel caliente con los dedos antes de volver a ponerla en pie. Sin
darme cuenta, la he levantado del suelo en mi afán por demostrarle lo que valgo. Sorprendente
para ambos, en realidad hemos llegado a un punto medio.
—Ahora mete tu lindo culo ahí y disfrútalo.
El asentimiento furioso me hace sonreír también. Follármela tendrá que esperar. Incluso
soy lo suficientemente caballeroso como para dejar que se desnude sin manosearla. Lo bastante
listo como para darme cuenta de que tengo cero fuerzas de voluntad cuando se trata de ella,
me voy corriendo a la barra de bebidas y nos preparo unas copas hasta que oigo su gemido de
placer flotando a través de la puerta abierta.
Maldición. Por todo lo que es jodidamente sagrado. Me duelen literalmente las pelotas de
tenerla tan cerca, desnuda y mojada. No tengo ni puta idea de cómo voy a resistirme a su glo-
riosa tentación. Vuelvo a entrar y la veo sentada y erguida, dándose prisa en lavarse. Dios, es tan
dura consigo misma. Le pongo el whisky solo delante de su nariz de botón.
—Tómate un trago y relájate.
Ella, jodidamente agradecida, no discute y acepta el vaso con dedos burbujeantes, dando un
largo sorbo. Tomo una toalla, dobló la gruesa tela en un cuadrado y le hago un gesto para que
se eche hacia adelante. El rubor le sube por el cuello hasta las mejillas, pero vuelve a obedecer
y se tumba sobre la almohada improvisada.
—Diviértete, duquesa. Tenemos toda la noche.
—Lo sé, pero me siento demasiado....
La objeción se apaga ante mi gruñido de desaprobación por su culpabilidad, y ella suelta una
risita, dejando que su cuerpo se ablande por fin y se hunda bajo la espuma. Le quito el vaso de
la mano para que pueda relajarse del todo.
Joder, si un segundo quejido no me endurece por completo después de que ella deja caer los
ojos cerrados. —Me gusta mimarte.
81
—No puedo mentir, me gusta que me mimes.
—Entonces acostúmbrate, pequeña. Esta es tu nueva vida.
La sonrisa que irradia de su perfecto rostro hace que todo lo que he tenido que hacer para
tenerla aquí merezca la maldita pena. De un trago acabo mi bebida para calmarme y que ella
pueda terminar sin que yo me meta, porque sentarnos a un lado es casi demasiado peligroso
para los dos. Inundaríamos toda la casa si la agarro ahora.
—¿Estás muy unido a tus padres?
Su pregunta surge de la nada, pero me encanta su curiosidad. Se dé cuenta del significado o
no, ella también está intentando establecer una conexión conmigo.
—Mucho. Cuando ocupé el cargo de mi padre, él y mi madre se retiraron a una isla pri-
vada en el mar Mediterráneo. —Parece satisfecha con mi respuesta. Tiene sentido, ya que sé lo
importante que es la familia para ella. —Tienen una casa enorme en la costa con piscina y un
pequeño establo para caballos. El clima es perfecto todo el año, así que mi madre mantiene las
ventanas abiertas para que la brisa del mar sople por todas las habitaciones.
Mi padre le dio a mi madre todo lo que quiso, igual que yo planeo hacer con Noelle. Ambos
somos fervientes creyentes del lema: esposa feliz, vida feliz.
—Eso suena fabuloso.
—Mi hermana está divorciada así que vive con ellos para que puedan ayudarle a cuidar a
mis sobrinas.
Omito que en realidad es viuda desde que maté a ese bastardo tramposo. Cualquier hombre
que folla por ahí, especialmente cuando su mujer está embarazada de siete meses, merece morir.
Que sea yo el que le arrancó el corazón es un punto discutible, ya que mi Duquesa nunca tendrá
que preocuparse de que le falte al respeto de esa manera. Demonios, de ninguna manera.
—¿Me llevarás allí algún día?
—Te llevaré a donde quieras ir.
Mi promesa la hace sonreír. —No puedo esperar a conocerlos a todos.
—Estoy deseando que te conozcan. 82
Sus impresionantes ojos verdes se abren poco a poco y su mirada soñolienta se encuentra
con la mía. —Estoy lista.
Se levanta lentamente del agua salpicándome con gotitas de su dulce aroma y joder si no
me hace ponerme en pie en un instante. Le ofrezco mi mano y la ayudo a pasar por encima del
borde alto y sobre la mullida colchoneta. Es tan jodidamente hermosa.
Agarro otra toalla y la frotó suavemente por su pecho y sus brazos, secando la delicada piel.
Cuando llego a su vientre, me arrodillo y beso la línea irregular de su cicatriz.
—Espero que sepas que eres la única mujer por la que me arrodillaría.
Unas manos delicadas me alborotan el pelo y acarician la cabeza, reconfortándome tanto
como espero reconfortarla a ella con una tierna caricia.
—¿Por qué siempre me tocas la cicatriz?
—Porque me recuerda lo afortunado que soy de que estés viva y aquí conmigo.
Lágrimas no derramadas brillan en sus ojos cuando susurra mi nombre. Tiro la toalla sobre
el tocador y me levanto, tomándola en mis brazos. Me importan un bledo sus piernas y pies
mojados. De todos modos, pronto estaremos húmedos.
Me abraza con fuerza, confirmando su confianza en que no la dejaré caer.
También me niego a dejar que se congele y maniobro con ella bajo las mantas mientras me
desvisto. Récord de velocidad para desnudarme por completo, quiero observarla durante horas,
deleitarme con su belleza y recorrer lentamente cada precioso centímetro de su cuerpo.
Sin embargo, la indecisión en su mirada me obliga a deslizarme sobre la cama y entre sus piernas
tan rápido como puedo. Su respiración se entrecorta con mi polla palpitando en su entrada.
—Nunca he estado desnudo con una mujer, pero tengo que estar contigo. Tengo que sen-
tirte toda.
Con las temblorosas yemas de los dedos, roza la tinta de mi pecho. Sus mejillas se ensom-
brecen mientras susurra. —Nunca he estado con nadie antes.
Que. Me. Jodan. Soy un cabrón con mucha suerte. Sabía que era inexperta pero no tenía ni

83
idea de que se estaba guardando a sí misma. No permitiré que sienta nada más que lo deseado.
—Placer, Duquesa. No voy a darte nada más que placer esta noche, lo juro.
—Confío en ti.
Eso me jode, y la beso suavemente, confirmando que acepto y agradezco la fe que deposita
en mí. Exploro tranquilamente su boca, probando el rico sabor ahumado del whisky mezclado
con un ligero toque de menta. Cuando la tensión desaparece de su cuerpo, me agacho y le aca-
rició el pezón hasta que la punta se vuelve más dura que el acero, y ella gime alrededor de mi
lengua. Me alejo para lamer y chupar su garganta hasta el hueco entre las tetas y lamer el otro
pezón, igual de deseoso de atención.
Cuando sus uñas rozan mi cuero cabelludo, sé que está lista para más. Primero dejo mor-
discos de amor en su suave piel para que mañana recuerde quién es su dueño. Quién la ama.
Quién se la folla.
Suelta una risita por mi posesividad, y yo uso los dientes para pellizcarle el hueso de la cadera
en traviesa represalia. Joder si no jadea y se arquea sobre la cama por ello. Interesante. A mi
duquesa le gusta mezclar un poco de dolor con su placer. Será divertido explorar este descubri-
miento inesperado. Más aún cuando le acaricio ligeramente el coño, que gotea húmedo para
mí y mis caricias. —¿Te gusta duro, Duquesa?
Se ruboriza y mueve la cabeza hacia un lado, intentando enterrar la cara en la almohada. A
la mierda eso. Vuelvo a subir por su torso y la agarró por la barbilla, obligándola a mirarme.
—Nunca te avergüences de decirme lo que te gusta.
—No sabía que me gustaba. Nunca... se ha sentido bien.
Su voz se quiebra con la respuesta, sorprendiéndome a mí y a ella misma.
—Me alegro de poder darte tu primera experiencia. Descubriremos juntos lo que nos hace
sentir bien, ¿de acuerdo?
Sólo un leve asentimiento, pero al menos de acuerdo. Ahora tengo el honor de relajarla de
nuevo y averiguar qué más le gusta.
—Espero que comerte el coño también se sienta bien.
—¡Duke!
Se revuelve debajo de mí como si me estuviera riñéndome, pero sé que tiene curiosidad.
—Observa. Quiero que veas cómo te corres en mi lengua. 84
Sus enormes e inocentes ojos se cruzan con los míos y siguen todos mis movimientos mien-
tras se apoya en los codos.
Una vez más, me recuerda que es más resistente de lo que a veces pienso. Separó sus piernas
y acaricio también esa piel sedosa. Subo por un cremoso muslo y bajo por el otro, alternando
mordiscos y arañazos, lo bastante profundos como para picar, pero sin llegar a perforar la piel.
Además de sus jadeos, su coño gotea excitación que lamo ávidamente con amplios golpes de
mi lengua hasta que sus rodillas se clavan en mis hombros intentando dejarme fuera, abrumada
por las sensaciones que envuelven su cuerpo. No me jodas. Acarició su clítoris mientras acaricio
y luego chupo sus labios hinchados.
Creo que es ella la que me hace sangrar cuando me tira del pelo en medio de su éxtasis, ani-
mándome a penetrarla a fondo. Introduzco un dedo entre sus resbaladizos pliegues y aplicó una
lenta presión en busca de su punto G. Ella se retuerce debajo de mí, confirmando que he encon-
trado el punto gatillo cuando sus caderas dejan de seguir el ritmo de mi devoción a su clítoris.
Grita y la miel cubre mi boca. Pruebo toda su crema saboreando su dulzura y añado un
segundo dedo. La estiro y la abro para que pueda cumplir mi promesa. Trabajo su inocente
coño hasta que se estremece de nuevo, estallando en otro orgasmo tan potente que se desploma
contra el colchón, sin aliento y agotada. No sabe que acabo de empezar.
—No miraste —amonesto.
Unos ojos encapotados se cruzan con los míos mientras me planto sobre ella sobre el ante-
brazo y le acarició la cara. Una sonrisa saciada hace que mi polla se retuerza contra su palpitante
coño, listo para tragarme.
—No podía mantener los ojos abiertos. Supongo que me gustó demasiado.
—Nada de eso.
Introduzco mi gruesa polla suavemente hasta que prueba de su virginidad me impide ir más
allá. La anticipación le devuelve parte de su tensión anterior.
—Mírame esta vez. Mira cómo te hago el amor por primera vez.
Nuestras miradas se entrelazan mientras empujo metiendo más que la cabeza bulbosa y
luego retrocedo. Una y otra vez para que su esencia me cubra centímetro a centímetro y pueda
deslice más profundamente en su apretada perfección. Cuando sus caderas se balancean contra
las mías, sé que está lista para recibirme por completo. —Agárrate a mí, Duquesa. No quiero
85
perder ninguna parte de ti cuando te haga mía por completo.
Ansiosa y obediente, sus brazos temblorosos se enroscan en mi cuello. Deslizo la mano hasta
de su culo y elevó su pelvis, inclinando su cuerpo para asegurarme de que un rápido impulso
me asiente por completo y sólo tenga que hacerle daño una vez.
—Te quiero, duquesa.
Cuando sus suculentos labios crean una exquisita “o” de conmoción, me abalanzo sobre ella.
Rompiendo su resistencia y llenándola hasta donde ella pueda tomarme. Cubro su boca con la
mía, tragándome su grito de dolor y comparto con ella el sabor de su delicioso coño.
Lenta y suavemente, me introduzco en mi futura esposa mientras me deleito con su lengua,
sabiendo que nunca antes había probado algo tan dulce. Por fin oigo el gemido que estaba
esperando y sonrió contra sus labios hinchados por mi delirio.
—¿Te sientes bien?
—Mejor de lo que imaginaba.
Mi propio cuerpo se estremece por la lucha que estoy librando para no devorarla. Puede que
sea un idiota, pero ella nunca sufrirá por mi egoísmo. Sigo mi doloroso paso de caracol a pesar
de que mis pelotas gritan por penetrarla y liberar mi semilla en lo más profundo de su vientre.
—Sabía que valdría la pena esperar —murmuro contra su cuello.
La confesión hace que se ría y que me duelan aún más sentir sus deliciosas tetas sacudién-
dose debajo de mí con su humor. —Sólo nos conocemos desde hace dos días.
—He esperado toda una vida por ti, nena.
No pasa por alto la sinceridad de mi confesión y sus pequeñas manos acarician mi cara.
Apenas resisto cuando levanta la cabeza para besarme. La iniciativa de que me busque esta
vez es casi demasiado para mi cuerpo y me sumerjo en ella involuntariamente, luchando por
mantener una apariencia de control. Cuando se encuentra con mis caderas y acoge mi intru-
sión, pierdo la jodida cabeza y por fin la tomo como necesito tomarla.
Me abalanzó sobre ella con fuerza y profundidad, una embestida de brutales embestidas
animales empeñadas en apoderarse de ella hasta hacerla irreconocible. Está clavada a la cama,
incapaz de detenerme. Pero no protesta. En lugar de eso, se envuelve a mi alrededor y se agarra
86
fuerte. Por Dios. Es tan jodidamente perfecta.
—Sí. Justo así. Déjame follarte hasta que te corras también sobre mi polla.
Mis sucias exigencias la estremecen y me agarra con más fuerza. Me clava las uñas en los hom-
bros y su mejilla se pega a la mía aguantando la fuerza de mis estocadas. Me levanto sobre mis
rodillas y me agarro con la mano al cabecero mientras con el otro brazo la inmovilizo. Ella gime en
mi oído al correrse y, tras unos cuantos bombeos más, no puedo contenerme más. La inundo con
mi semen hasta que me quedo vacío y veo las jodidas estrellas explotar frente a mis ojos cerrados.
Las réplicas me golpean con más fuerza que nunca y me dejo caer de costado en la cama,
haciéndola rodar conmigo para mantenerla cerca. Que me jodan si siento que despierto de la
inconsciencia mientras floto. Duras respiraciones soplan contra mi abrasadora piel y sé que ella
está experimentando el mismo fenómeno.
—¿Estás bien?
—Sí —susurra aturdida desmintiendo su afirmación, así que me inclino hacia atrás para
inspeccionar su cara. Necesito confirmar que realmente está bien. Más que bien, me sonríe, casi
como drogada, y vuelve a acurrucarse. Le acarició el pelo húmedo hasta que mi polla se ablanda
por completo y la saco dejando que la paz de su cuerpo satisfecho me hunda a mí también.
once

Sé que parezco una idiota con la enorme sonrisa de tonta que me cubre la cara. Pero a estas
alturas, ya no sé si me importa. El hombre perfecto camina a mi lado y me lo demuestra una

87
y otra vez.
Como esta mañana, cuando nos despertamos bañados en mi sangre. En vez de irritarse,
Duke volvió a hacerme el amor. Ni siquiera me dejó ducharme primero, estaba tan urgido
e insistente de estar dentro de mí por el recordatorio de que es mi primer y único hombre. Sin
embargo, sabiendo que estoy dolorida, se contuvo y me tomó con tanta delicadeza que me hace
amarlo aún más.
Amor.
Incapaz de contener la risa, me sonríe. No puedo creer en la posibilidad de ya sentirme
enamorada. Lo acusó de estar loco cuando en realidad soy yo la que está loca. Esto es lo que él
y su devoción me han hecho. Nunca pensé que tendría tanta suerte.
Toda mi dicha se desvanece cuando doblamos la esquina hacia la habitación de Nana.
La puerta está cerrada.
El corazón se me desploma en el pecho. Tiene un mal día. Puede que ni siquiera sea capaz
de comerse el increíble desayuno que le preparó su chef y que sé que le habría encantado.
No podré contarle que nos vamos a mudar con Duke. Ni explicarle cómo este romance re-
lámpago puede ser real. Respiro lentamente para calmarme y busco el pomo con la mano libre.
Los enormes dedos de Duke me rodean la muñeca y me impiden abrir la puerta.
—¿Qué está mal?
Claro que se da cuenta. Se da cuenta de todo, porque cuando estamos juntos su atención
nunca me abandona, nunca se centra en otra cosa que no sea yo. Intentar explicar sus problemas
me parece abrumador, así que no lo intento. En lugar de eso, adopto el enfoque más sencillo.
—Probablemente no nos recordará.
A mí. Lo que quiero decir es que no se acordará de mí. Me duele admitirlo y me trago el
nudo que tengo atorado en la garganta. Su pulgar me acaricia la piel, calmándome.
—Entonces nos aseguraremos de que disfrute de la comida.
Tiene razón. Revolcarme en mi decepción no cambiará nada. Le sonrió agradecida por su
sabiduría y su apoyo, ganándome un dulce y persistente beso en la sien.
—Gracias.
—Siempre, duquesa. 88
Con un gesto de aprobación, hace girar la manija, mientras su otra mano no abandona la
parte baja de mi espalda guiándome hacia el interior.
La abuela sigue tejiendo, sin levantar la vista ni reconocer que hemos entrado en su habita-
ción. Me esfuerzo por mantener una expresión alegre y un tono optimista.
—Buenos días, Nana.
Levanta paulatinamente la cabeza mientras observa el hilo azul marino del ovillo, las agujas
tintinean en el aire perfumado con ambientador de falsas rosas. No reconoce a Duke, pero un
destello de familiaridad cruza su rostro cuando me mira.
—¡Ahí estás, Holly! Será mejor que termines de hacer la maleta. La salida es en unos minutos.
Oír el nombre de mi madre hace que no se me borre a ambos la sonrisa de la cara. La con-
fusión de Nana al saber quién soy me recuerda lo mucho que nos parecemos. Una de las pocas
cosas que sé con certeza sobre mi madre. Le sigo el juego para evitar que se enfade y finjo que
estamos en un hotel, algo que ella suele creer erróneamente cuando se desorienta en la resi-
dencia de ancianos.
—Estoy lista, lo prometo. Sólo quería asegurarme de que desayunes antes de irnos.
Hace un gesto despectivo con el dedo hacia la aguada salsa que moja las duras galletas apo-
yadas en su bandeja, con cuidado de no perder los puntos tejidos de la fila azul que contrasta
en el jersey blanco.
—Odio quejarme de nuestras vacaciones, pero la comida aquí es terrible. Ojalá estuviera en
casa, en mi propia cocina. Podría enseñarle al cocinero de este lugar cómo hacer mis tostadas
francesas especiales con ponche de huevo.
—Seguro que les encantaría.
Nana asiente antes de suspirar. —Llevo horas esperando a que Reginald traiga el coche. No
sé qué retiene a tu padre. Ese pobre hombre no tiene sentido de la orientación. —Hace un
gesto con la cabeza hacia la puerta y luego se encuentra con la mirada de Duke. —Por favor,
vaya y lleve las maletas abajo. Lo encontraremos en alguna parte.
Ahora no sé si reírme o llorar porque ella interpreta mal el lugar de Duke y lo confunde con
el mesero. Duke resuelve el dilema riendo entre dientes y deslizando el plato cubierto de mis
89
manos. —El placer es mío, señora. ¿Y si le cambio también la comida? Creo que le parecerá
una gran mejora.
La emoción agita su frágil cuerpo y se esfuerza como una loca por ver el contenido cuando
él levanta la tapa, revelando las simpáticas tortitas con forma de muñeco de nieve, árbol de
Navidad y reno que Tom prometió. —¡Tienen una pinta deliciosa!
La rica vainilla llega hasta mí, haciéndome rugir el estómago, y me da una patada por no
haberme servido antes una segunda ración. El aroma atrae a Nana lo suficiente como para
darse prisa y terminar su tanda para poder zambullirse. Después de un par de bocados, sonríe
a Duke, eufórica y agradecida.
—A mi nieta le encantará. Le encanta todo lo relacionado con la Navidad, igual que a mí.
Su expresión se llena de picardía y me guiña un ojo.
—Ah, ¿sí? ¿Qué más puedes contarme de ella?
Como si no estuviera a unos metros de ella, inclina la cabeza, permaneciendo entretenida
con su golosina almibarada mientras hablan. —Es muy buena chica, pero trabaja demasiado.
Le digo todo el tiempo que nunca encontrará un hombre que se case con ella si no sale a co-
nocer a alguien.
—En realidad, ha conocido a alguien y se va a casar con ella muy pronto.
Me sonrojo mientras Nana sonríe. No puedo creer que ya esté hablando de matrimonio. Es
oficial: realmente es un lunático.
—¡Oh, menos mal! Me preocupaba mucho que acabara con ese imbécil de Tristán. Está
mejor sin él, pero tampoco quería que acabara sola.
Tengo que taparme la boca para no reírme. Nunca había oído a Nana insultar ni una sola
vez en su vida. Supongo que ahora sé cómo se siente de verdad.
—No pasará nunca. Te lo prometo.
Con mi seguridad aliviando su preocupación, ella cambia su atención a las doradas patatas y el
grueso tocino. El buen humor de Duke se desvanece cuando suena su teléfono y lee el mensaje en
la pantalla del móvil. Un ceño fruncido ensombrece su expresión que me hace perder el apetito.
90
—Tengo que terminar algo de anoche, pero Cedric está fuera y te llevará al trabajo. Me
pasaré más tarde a ver cómo estás.
No me molesto en discutir porque Duke vendrá a la panadería de todos modos. Y porque
yo también lo quiero. Igual que no discuto con él por besarme delante de mi abuela. A pesar
de haber hecho el amor anoche y de nuevo esta mañana, sigo ansiando su afecto, que él me da
incondicionalmente y sin dudarlo. Tampoco es tímido cuando me sujeta la cara y me pasa la
lengua por los labios. Profundiza cuando me abro, barriendo y controlando mi boca con el do-
minio que siento sobre mis zonas sensibles. Estoy dolorida, pero lo dejaría tomarme de nuevo
si lo intentara, lo que me escandaliza y me excita a la vez. Jadeamos juntos con unos últimos
besos hasta que traga con fuerza. —Dios Noelle lo que me haces.
—Lo mismo digo.
Él gime contra mi mejilla y se aparta lentamente, un enfoque láser permanece en mí mien-
tras retrocede fuera de la habitación hasta que finalmente tiene que darme la espalda.
—Este chico mesero es terriblemente atrevido ¿no crees?
Me río de su observación totalmente acertada. Ella no tiene ni idea.
—Sí, pero no me importa.
Un encogimiento de hombros me responde y su atención se centra una vez más en su de-
liciosa comida. Me alegra ver que ha recuperado el apetito. No es que pueda culparla por no
querer comer lo que sirven aquí. Quizá recupere fuerzas con la comida de Tom.
Ya que está siendo tan sincera con sus pensamientos, decido preguntarle qué me preocupa
desde que conocí a Duke.
—¿Crees en el amor a primera vista?
—¡Oh, sí! Mi Reginald también. Me dijo la noche que me conoció que parecía un ángel.
Su atención se desvía hacia un recuerdo que sólo ella puede ver y un rubor calienta sus pá-
lidas mejillas, haciendo que las mías también se levanten en una sonrisa. —Le pregunté si era
un ángel de Navidad y él me contestó si había algún otro tipo. En ese momento supe que era él.
No tenía ni idea de que mi abuelo fuera tan encantador.
91
—Al día siguiente dijo a todos en el colegio que yo era su chica y me dio su anillo. Era de-
masiado grande para mi dedo, así que tuve que llevarlo en una cadena alrededor del cuello. En
realidad, estaba contento porque dijo que así se notaba mucho más para que otros chicos no
se me insinuaron.
No sé si es espeluznante o adorable lo mucho que se parecen mi abuelo y Duke. Sin em-
bargo, estoy completamente segura de lo feliz que hizo a Nana. Años después sigue enamorada
de él y de sus travesuras posesivas.
—Quería casarse en cuanto nos graduáramos, pero le hice esperar hasta Nochebuena. Fue
una ceremonia preciosa, con muchas velas blancas y grandes flores de cinco puntas rojas lle-
nando la iglesia. Justo como yo quería. Así que creo que si un hombre dice que te quiere y hace
todo lo posible por demostrártelo, deberías creerle.
Había oído esa historia antes, pero nunca había apreciado el contexto hasta ahora. Con
Duke en mi vida, sus palabras se sienten como una bendición para nuestra inusual relación, ya
que, a pesar de toda mi aprensión y reticencia, realmente le creo.
doce

Perdida en mis ensoñaciones sobre Duke, vuelvo a la realidad de la limpieza cuando juraría
que oigo pasos sobre la baldosa junto a los ascensores. Hago una pausa en mi tarea y bajo el pul-

92
verizador, escuchando e intentando calmar mi acelerado corazón. Uno de los peores aspectos
de este trabajo es oír cosas que no existen cuando estás sola. Todo suena ominoso a través de
hileras de oficinas sin luz y los laberintos de cubículos vacíos. Cuando una puerta se cierra más
cerca de lo que espero, doy un respingo. Ahora sé que realmente hay alguien más en la planta.
Me obligo a no asustarme y avanzó de puntillas por el pasillo. Nadie puede acceder a este
nivel sin una llave, pero he visto demasiadas películas de terror aparentemente tontas. Ahora
me dan mucho más miedo cuando imagino quién o qué me espera en la oscuridad.
Un hombre entra a grandes zancadas desde la sala de fotocopias, con las manos llenas de dos
cajas de papel para impresora. Reconozco su forma de andar, así como la parte posterior de su
cabeza con la marca de nacimiento roja que asoma a través de su corte de pelo rubio.
Tristán.
Vuelvo a la sala de conferencias y cuento hasta diez. Espero a que gire la esquina y se marche.
Nuestra última discusión acabó mal y no quiero que se repita. Aunque sólo he admitido parte
de la verdad a Duke, estoy un poco asustada de mi ex. Parecía tan simpático cuando nos cono-
cimos, ya que trabajaba hasta tarde y yo ya estaba aquí para empezar mi turno.
Pero sus verdaderos colores brillaron después de unas cuantas citas y que se aleje es lo mejor.
Además, si no hubieran sido, así las cosas, nunca habría conocido a Duke.
Mi cuerpo se calienta al pensar de nuevo en él. También está loco, aunque he aceptado que
es una locura de las buenas. Que suena extraño porque lo es totalmente.
He decidido que la verdad es así de simple. Él me quiere. Yo lo quiero. Y estoy ansiosa por
terminar para poder volver a casa con él.
Sin otro sonido que mi suave risita por mi propio absurdo, dejo de esconderme y me dirijo
a la última zona que necesita limpieza. Sólo quedan dos despachos por limpiar y cuando pase
la aspiradora habré terminado. Por suerte, el Sr. Hauser es minimalista y no tiene nada desor-
denado, lo que hace que el proceso sea mucho más rápido, ya que no tengo que recoger ningún
marco de fotos o plantas de su aparador o alféizar de la ventana.
—Esperaba verte esta noche.
La voz de Tristán detrás de mí me pone la piel de gallina. En su tono se percibe una nota
siniestra que no creo estar imaginando. Me fuerzo a sonreír y me doy la vuelta. No hay por qué
asustarse. Estoy trabajando. Él se irá. No pasa nada.
Excepto que algo no está bien. 93
Llena la puerta, apoyado despreocupadamente en el marco. Sin embargo, su sonrisa y el
brillo furioso en sus ojos hacen que el dolor de mi pecho se expanda hasta crear nudos en mi
estómago.
Sonrío y finjo la misma indiferencia.
—¡Eh! Entonces ¿tienes todo empacado?
Lo he insultado y la sonrisa desaparece lentamente de su cara dejando una expresión tensa.
—¿De verdad tienes tantas ganas de que me vaya?
—No, claro que no. Sólo pensé...
No puedo decir lo que realmente pienso. Que sólo esperaba que se fuera y no tuviera que
volver a verlo. Ahora estoy atrapada y él está enfadado. Respiro hondo e intento relajarme tanto
a mí como a él.
—Espero que tengas un buen regreso a casa y que te guste mucho tu nuevo trabajo. Quiero
que seas feliz.
—Sería feliz si vinieras conmigo.
Otro sentimiento que no puedo revelar es que sería desgraciada con él.
—Lo sé, pero no puedo irme y tú no puedes perder una oportunidad tan grande.
Sacude la cabeza y se le nota la rabia que intentaba disimular.
—Para ti también es una gran oportunidad. Sólo tengo que hacértelo entender.
Un escalofrío me envuelve al recordar su forma de tratarme. Se te ocurren cosas raras cuando
tienes miedo. Todo lo que puedo pensar es que Duke suena de la misma manera, tratando de
influenciarme, pero él es diferente en su enfoque y en cómo me hace sentir.
No me controla con miedo. No me hace daño para salirse con la suya. No levanta la voz ni
la mano para obligarme a cambiar de opinión. Duke es quien yo quiero.
Me da el futuro que quiero, lleno de amor y familia, no de amenazas y dolor.
La adrenalina inunda mis temblorosos músculos. Me niego a que Tristán vuelva a abusar de
mí. He trabajado duro para mantenerme a flote y a mi abuela a salvo. No puede quitarme lo 94
que tanto me ha costado ganar ni arruinar la vida que estoy empezando con Duke.
—Lo siento, pero tengo que volver al trabajo.
—Tienes que hacer lo que yo te diga.
Se lanza hacia mí, y no tengo forma de escapar de sus garras atrapada tras el escritorio. Intento
empujarlo, y me sujeta de la muñeca apretando tan fuerte que el músculo gira contra el hueso.
—¡Basta! Suéltame.
Arrastrándome más cerca, me golpeo contra su cuerpo y siento su excitación presionada
contra mi estómago. Consciente ahora de sus verdaderas intenciones, estoy dispuesta a luchar
hasta la muerte antes de dejar que me quite lo que he guardado durante tanto tiempo y sólo
quiero darle a Duke.
Aprovechando el factor sorpresa y la única arma que tengo, levantó la mano y le rocío la cara
con limpiador. La inesperada acción me hace ganar lo que esperaba: una quemadura en los ojos
y unos segundos para ganar terreno mientras corro para escaparme.
—¡Perra!
Tristán grita detrás de mí, pero no me detengo a comprobar su herida ni su ubicación.
Me limito a correr a su lado mientras se rasca la piel con el único objetivo de llegar a la esca-
lera y regresar al vestíbulo, donde me espera Cedric. Mis manos golpean la fría barra metálica
para abrir la puerta, pero todo mi esfuerzo es en vano cuando me tiran hacia atrás.
El escote de mi camiseta me ahoga en la garganta por el puño de Tristán que tira del material
en mi espalda. Me tira al suelo y todo el aire de mis pulmones se evapora al golpearme contra
la cerámica. Ambos jadeamos mientras me mira fijamente, casi como si intentara decidir qué
hacer conmigo a continuación. No espero a que se decida y ruedo hacia un lado.
Por suerte, soy más pequeña y más rápida que él y me empujo hasta el codo antes de que
pueda volver a agarrarme. Mis dedos se aferran al botón de la alarma de incendios antes de que
mi frente se estrelle contra la pared y el dolor resuene en mi cráneo. Debo de estar alucinando
porque juro que oigo el tintineo de una campana. ¿Fin del primer asalto?
Me parece bien. Lucharé hasta morir antes de dejarlo ganar. Con mis últimas fuerzas, agarró
el extintor y le aplasto el cilindro en la ingle. 95
No soy ni de lejos tan fuerte como él, pero la fuerza es suficiente para derribarlo. El mareo
amenaza con derribarme, pero luchó contra el vértigo y me pongo de rodillas levantando el
tubo por encima de mi cabeza. Juro por Dios que volveré a golpearlo si no me deja en paz.

Cuando aparezco para intentar convencerla de que me deje encontrar un sustituto también
para este trabajo, espero una pelea. Pero no una guerra como la que se libra frente a mí cuando
se abren las puertas del ascensor. No un hijo de puta tirado sobre su culo agarrándose las pelotas
con mi duquesa ‒mi pequeña jodida duquesa‒ quien parece dispuesta a romperle los dientes
con un jodido extintor.
Su pequeño cuerpo se balancea mientras sostiene el grueso cilindro sobre su dulce cabeza
con los brazos temblorosos. El alivio suaviza su hermoso rostro en cuanto su mirada se cruza
con la mía. —¿Me ayudas a retenerlo, por favor?
Es increíble que esté tan tranquila y yo no lo esté en absoluto. Con un corte en la frente y la
rotura en su camisa, estoy listo para acabar con este cabrón.
—Joder, sí. Es un absoluto placer.
Deslizó el tanque de metal rojo fuera de sus temblorosas manos y empujo mi pie sobre su
pecho, manteniéndolo en su lugar. Joder si no disfruto del horror en sus ojos cuando no tiene
más remedio que verme estrellar el tanque contra su cara aterrorizada.
El crujido de los huesos y el chorro de sangre calman a la bestia que llevo dentro. Más tarde
será un placer torturar, mutilar y destruir a este imbécil. Ahora Noelle me necesita, y yo siempre
la pondré en primer lugar.
Desplomada sobre un costado, intenta alcanzarme cuando giro en su dirección, y en un
instante estoy sobre ella. La recojo en mis brazos, donde debe estar, la abrigo y la alejo de su
atacante. Mis labios presionan su frente húmeda y doy gracias en silencio por haber llegado
aquí cuando lo hice.
—Hola, campeona. El combate ha terminado. Estás a salvo. 96
Delirante, supongo, suelta una risita por mi comentario.
—Oí la c-campana. Era h-hora del segundo a-asalto.
Debe estar en shock también con sus dientes castañeteando.
—Has ganado, pequeña. Créeme, definitivamente ganaste.
—Sé que lo h-hice. Te g-gané.
Que me jodan. Un millón de preguntas explotan en mi mente sobre el tipo y como está ella
y especialmente sobre nosotros con su comentario posesivo. Pero me obligo a guardar silencio.
No está en condiciones de ser interrogada, y yo no estoy en condiciones de tolerar que se altere.
—Vamos a casa y a la cama para que descanses antes de que Nana se levante a desayunar.
Ella se desploma completamente contra mi pecho y un miedo como nunca he experimen-
tado se amplifica en mis músculos por su cuerpo flácido.
—¿Sigues conmigo Duquesa?
—Sí, siempre quiero estar contigo.
—No te preocupes. Siempre lo estarás.
El ascensor vuelve a sonar y las puertas se abren. Mi gratificación también es sacarla de aquí por
última vez. Aguantarme a mí y cuidar de Nana y nuestros hijos será suficiente trabajo para ella.
—Un Duque necesita una Duquesa.
Mareada por el trauma, pero con un efecto similar al del alcohol como aquella noche en
mi club, dice la verdad. Su afirmación me deja igual de extasiado y no puedo contenerme para
besarla de nuevo. Cedric corre hacia nosotros cuando entramos en el vestíbulo. La furia de su
rostro al ver a Noelle tendida coincide con la mía.
—Encárgate del tipo en el piso treinta y siete para que yo pueda ocuparme de él más tarde.
Dile a Chris que llame al doctor White para que se reúna con nosotros en casa, la examine y le
consiga el mejor cirujano plástico de la ciudad para curar la herida de su frente, porque sé que
a las chicas les importan mucho esas cosas.
—Entendido. 97
Confío en que lo haga, ya que nunca me decepciona, y salgo a grandes zancadas hacia mi
vehículo, que me espera en la zona prohibida para estacionar.
Sam se apresura a abrir la puerta con el ceño igual de fruncido como el de Cedric.
—¿Necesita algo jefe?
Sólo el acuerdo de Noelle para convertirse en mi mundo. Normalmente mis hombres no
preguntan, solo esperan mis órdenes. Esta vez Chris está tan conmocionado como Cedric de
ver a una mujer, especialmente una tan delicada como mi Duquesa, herida. Sin saber lo jodida-
mente dura que es en realidad. Me muero de ganas de contarles el ángel salvaje que es la mujer
de su jefe.
—No, ya la tengo.
Asiente con una aprobación que no necesito, pero que aprecio igualmente. Confirma que
se dan cuenta de lo importante que es y que la cuidarán bien cuando se los pida en el futuro.
Igual que juro por Dios que yo siempre lo haré.
trece

Durante siete días no me ha tocado, excepto para abrazarme fuerte cada noche hasta que
caigo en el sueño más profundo que recuerdo. Una cama maravillosa. Un hombre maravilloso.

98
Una vida maravillosa. Y ahora estoy lista para demostrarle cuanto aprecio lo maravilloso que es él.
Abro los ojos y lo encuentro mirándome. Como siempre hace mientras me baño. Según él,
tenemos una rutina nocturna perfecta para desconectar del caos de su vida. Él disfruta de una
bebida, mientras yo disfruto de mi baño, charlando de todo y de nada. El sonido de su voz me
tranquiliza. Confirmando lo mucho que sus palabras y acciones significan para mí. Tranquili-
zarnos a los dos al empezar nuestra velada juntos.
Cuando me levanto, él está ahí, sosteniéndome de la mano y ayudándome a salir. Me mima
con su atención y afecto, secando suavemente mi cuerpo y nutriendo mi corazón con su ternura.
En lugar de seguirme al vestidor para ponerme la camiseta y los pantalones de yoga, como de
costumbre, lo llevo al sofá junto a la chimenea. Ya crepita una hoguera gracias a su esmero por
asegurarse de que no me enfríe después de salir de la bañera solo con una toalla envolviéndome.
Me permite empujarlo juguetonamente sobre el cojín, y la curiosidad se transforma en
deseo cuando lo acaricio lentamente pasando las palmas de mis manos por sus muslos y me
dejo caer entre sus piernas separadas.
—Sabes que eres el único hombre ante el que me arrodillaría —confieso.
Un gruñido retumbó profundo y áspero en su garganta por mi insinuación, un recuerdo de
la primera noche que me hizo el amor. Sin que ponga objeción alguna, desabrocho el botón de
su pantalón y bajó lentamente la cremallera, sacando su polla, ya dura como una roca, de sus
calzoncillos.
Aunque es imposible, parece aún más grande de lo que recordaba. Quizá porque esta vez
lo tengo entre las manos. Frotó suavemente la cabeza con la punta del dedo antes de rodear su
grosor con los puños y acariciarlo de arriba abajo.
Nunca lo había hecho, así que me tomo mi tiempo. A él no parece importarle. Se limita a
mirarme con los ojos encapotados mientras envuelve mi coleta alrededor de su puño, mante-
niéndome cerca. Él tampoco tiene que preocuparse. No voy a ir a ninguna parte. Con lo mara-
villoso que ha sido conmigo, estoy más que feliz de complacerlo de la misma manera.
Su excitación se acumula sobre la pequeña raja y, sin darme tiempo a cambiar de opinión,
me lanzo a probarla. No está mal, pero tampoco está bien. Supongo que hago una mueca
porque él suelta su risa increíblemente sensual y yo sonrío por haber sido sorprendida. Me
encanta cómo su cuerpo responde: sacudiendo sus caderas y su respiración se acelera mientras

99
lamo y chupo la punta. Puede que nunca me acostumbre a la textura salada, pero siempre
querré hacerlo disfrutar.
Sé que lo está haciendo cuando se agita de nuevo después de que lo introduzco más entre
mis labios. Se esfuerza por metérmelo entero. Me provoca arcadas y tengo que soltarlo para
tomar aire. Supongo que su polla es demasiado grande para que quepa entera, pero seguiré
practicando. Respiro hondo y relajo la mandíbula. Llego un poco más lejos esta vez y me siento
mucho más satisfecha si su palabrota sirve de indicación de mis esfuerzos.
Quiero hacer un pequeño baile de victoria. Le estoy haciendo una mamada y a él le gusta.
Irónicamente, soy demasiado inmadura agarrándole la polla porque en la siguiente embes-
tida hace que me lloren los ojos. Maldita sea.
—Te sientes increíble Duquesa. Me encanta tener tu boca sobre mi polla.
De acuerdo, puede que no sea tan mala después de todo. Esta vez profundizo y succiono un
poco. Su otra mano se enreda en mi pelo y me doy cuenta de que intenta no perder el control.
No tenía ni idea de lo que esto iba a hacer por mí. Lo poderosa y hermosa que me sentiría al
darle placer. Cuánto me gustaría que disfrutara de mis esfuerzos.
Mi cuerpo empieza a zumbar también, ese dolor que crece en mi interior y que necesito que
libere. Intento ignorar la sensación. Esto es para él, no para mí.
Es torpe y vacilante, pero me importa una mierda. La felicito por ser tan valiente como para
honrarme con su primera mamada. Y diablos si ella no está tratando tan malditamente duro.
Dándome todo lo que tiene con su determinación. Tengo que devolverle el favor.
Le arrancó la toalla para poder disfrutar de la vista y tocar sus deliciosas tetas de melocotón.
Rozo su rosado pezón y ella gime. Jesús, esa vibración es fenomenal para mi polla. La acarició
de nuevo y ella me suelta mi polla con un pop.
¿Qué mierda pasa?
Sacude la cabeza todo lo que puede con mis dedos enredados en su larga melena.
—No, Duke. Para. No puedo concentrarme cuando haces eso.
Tan jodidamente seria y honesta. —Eso no es necesariamente malo.
—Sí lo es, porque esto es para ti. Quiero que lo disfrutes. 100
Esta abnegación es la jodida razón por la que la quiero tanto. Acaricio su bello rostro y de-
lineo esos jugosos labios mojados con mi semen.
—Y jodidamente lo amo. Gracias.
Son palabras extrañas para mí, pero a ella le sientan bien. Se merece mi gratitud. Con mi
agradecimiento, vuelve a su tarea y empieza desde el principio lamiéndome la punta y bom-
beando a lo largo. Cuando vuelve a intentar hacerme una garganta profunda, tampoco puedo
contener mi admiración. Tiro de los mechones desordenados y le recuerdo lo buena chica que
es. Lo jodidamente buena chica que es ocupándose de mí.
Joder, si eso no la anima, y cuando intenta tragarme entero estoy a punto de perder la cabeza.
Normalmente, no me contendría y me dejaría ordeñar literalmente toda la carga, pero con ella,
con las lágrimas cayendo por su preciosa cara a causa de la intrusión en su garganta, creo que
ya ha aguantado bastante para ser su primera vez.
Le doy unas palmaditas en los costados de su deliciosa cabeza y la guío hacia abajo para darle
unas cuantas embestidas controladas ‒tanto jodido control para no follarle la boca con fuerza‒
y exploto contra su campanilla.
Mi decidida duquesa aguanta la explosión, tragando y engullendo mientras yo la sujeto.
Acepta mi carga como la ama que es, mirándome a través de sus gruesas pestañas hasta que me
desplomo contra el sofá y mi cabeza cae sobre el cojín.
Me río cuando recoge una toalla para limpiarse suavemente los labios y la barbilla, todavía
delicada y educada después de haberme chupado hasta dejarme las pelotas secas. Malditamente
adorable. La subo a mi regazo y la abrazo. Mi polla se agita de nuevo bajo su culo, con ganas de
más sintiéndola a ella tan perfectamente dulce y cercana.
Volveré a follármela dentro de unos minutos, sólo si está preparada. Con su conmoción, no
pondré en peligro su salud por mucho que necesite su coño.
—Gracias Duquesa. He disfrutado muchísimo.
Me aprieta más fuerte, encantada con mis elogios, que sin duda se merece.
—Me alegro. Pero quiero seguir practicando. La próxima vez intentaré recorrer tus gruesas
venas con mi lengua.
Joder, ya la tengo dura otra vez. La levantó y la siento a horcajadas sobre mis muslos.
—¿Puedes tomarme, nena? Necesito estar dentro de ti.
101
Una vez que su tímida sonrisa ilumina esa tentadora expresión y su cabeza se inclina, la
acarició entre las piernas para asegurarme de que está lista. No puedo evitar un gruñido por la
humedad que moja mis dedos. Realmente disfrutó que le folle la boca.
Acarició su clítoris hasta que gime y empieza a cabalgar sobre mi mano. No puedo esperar
más y la empalo lentamente en mi ávida polla. Me monta como la buena chica que es, subiendo
y bajando con los brazos alrededor de mi cuello. Dejo que ella controle el ritmo y se mueva con
abandono. Joder, dejo que me controle como nadie lo ha hecho ni lo hará jamás.
—¿Estás bien?
—Sí. Esto se siente tan bien. Te he echado de menos.
Sin aliento y ruborizada, sacude las caderas hasta que no puedo contener las ganas de mos-
trarle más. La empujo hacia delante para que su clítoris roce mi vientre y giró ligeramente su
pelvis. Jadea al sentirnos chocar y se une a mis esfuerzos. Su cabeza se inclina hacia atrás y
mordisqueo su cuello, dejando mis marcas de propiedad en su cálida piel.
—Es oficial. Me encanta el sexo.
Esta astuta hechicera va a destruirme. —Es oficial. Te amo.
Mi declaración atrae su mirada de nuevo a la mía, y sus manos vuelan a mi cara. Me acaricia
la barba incipiente con sus pequeños dedos y sonríe tan genuina y satisfecha.
—Yo también te quiero.
Jodidas gracias. Soy un llorón por estar tan agradecido, pero lo estoy. Aunque también me
encanta tomarle el pelo para que se ponga nerviosa.
—Aún no han pasado dos semanas. ¿Seguro que estás lista para admitir que siempre tuve razón?
Sus labios carnosos rozan los míos, muy erótico.
—Bueno Nana cree en los milagros de Navidad....
Es lindo, pero hablar de su abuela mientras estoy dentro de ella estropea el ambiente. Así
que la distraigo con mis dedos amasando sus tetas. Ella me devuelve la distracción cuando me
roza con la lengua. 102
Todo lo que consigo es una confirmación más antes de follármela hasta desmayarla de can-
sancio. —Entonces supongo que yo también, duquesa.
—¿Estás nerviosa?
Que me jodan si el amor no brilla en sus ojos cuando levanta la vista del papel que está
leyendo en el que se enumeran todas las precauciones e instrucciones de cuidados posteriores.
—No, porque sé que estoy a salvo aquí contigo.
103
Mira a mi lista, lista chica. Siempre sabe qué decir. Lo cual es peligroso porque no puedo
follármela en este vestíbulo a pesar de lo mucho que lo deseo.
Un tipo, sin una sola línea de tinta visible en su pecosa piel, pero con al menos diez piercings
clavados en su delgado rostro, sale de detrás de la cortina.
Su mirada no se aparta de mi preciosa duquesa mientras se dirige hacia nosotros.
—¿Puedo ayudarla?
Claro que no.
—A ti no. Necesitamos una mujer.
La mano de Noelle aprieta la mía mientras sacude la cabeza y le dedicó una sonrisa de
disculpa totalmente innecesaria. No hay nada de qué avergonzarse cuando se trata de mí
protegiéndola.
—Lo siento. Tiene problemas. Tengo una cita con Tami a las nueve.
Puede insultarme todo lo que quiera, pero me tomo su insolencia con calma porque ya ha
eliminado el problema. Asegurándome de que ningún otro hombre la vea desnuda, aunque
sólo sea su delicioso estómago.
—Sí, está atrás y lista para ti.
El chico piercing mantiene los ojos pegados a la tableta esta vez.
—Firma el formulario de autorización y te llevaré de vuelta.
Con un rápido deslizamiento del lápiz óptico sobre el cristal, ella estampa su firma y des-
liza el dispositivo de nuevo por la encimera hacia él. Esta vez, una sonrisa radiante ilumina su
rostro. Emocionada por haber hecho realidad su sueño. Mejor aún que sea yo quien la ayude,
porque ya es despampanante y necesita convencerse a sí misma.
Me pongo delante de ella, asegurándome de que ese imbécil no pueda acercarse demasiado
mientras lo seguimos por el pasillo hasta la habitación privada que ha reservado. Ella acepta mis
precauciones, aunque no esté de acuerdo, y se mantiene cerca con sus dedos metidos entre los
míos y su otra mano enroscada en una de mis trabillas. Mi chica está contenta y yo me deleito.
Prácticamente salta sobre la mesa y yo le sujeto la camisa a la piel hasta que el idiota se va.
Sólo se gana una risita y una mirada de soslayo de Duquesa mientras la artista prepara sus
herramientas. Tami muestra la imagen que le envió Noelle, confirma que la foto sigue repre-
104
sentando el diseño que desea y discuten el lugar exacto.
Un escalofrío la recorre mientras Tami ocupa su lugar en el taburete y se acerca a mi Du-
quesa. No me gusta la idea de que sufra, pero es un ángel salvaje. Sé que puede soportarlo. O
lo haré yo si ella no puede.
Nunca dejo de sujetar su mano durante las tres horas necesarias para la transformación. Ella
controla la picadura de la aguja y la sangre mejor que yo, con mis músculos tensos y furiosos
por verla sufrir. La expresión de su cara cuando por fin consigue mirar hacia abajo hace que mi
tensión se evapore al instante. —Es precioso. Me encanta.
Delicados pétalos rojos de flor de pascua y hojas verdes brotan de su cicatriz rematada con
una corona negra. Perfecta para reflejar lo extraordinaria que es y a quién pertenece mientras
mezclamos nuestras familias. —¿Estás segura? ¿De verdad te gusta?
—Absolutamente.
Y nos vamos. Le doy una propina a la tatuadora, quien obviamente aprecia mi generosidad
con su fanático movimiento de cabeza y efusivas muestras de gratitud mientras le tiendo la otra
mano para ayudar a Noelle a bajarse de la camilla. Ansioso por llevármela a casa y averiguar
cómo follármela sin estropear su nuevo tatuaje antes de deslizar mi anillo en su dedo.
extra

Sólo Duquesa podía conseguir que accediera a esta estridente fiesta que me impide tenerla
toda para mí como me gusta. Sin embargo, cuando suspira abrazada a mí, tan contenta y satis-

105
fecha de que su evento haya sido un éxito, me relajo un poco.
Mis manos se dirigen a su vientre aún plano, donde guarda el regalo que piensa revelarme
la mañana de Navidad. Juro que me haré el sorprendido, aunque no debería pensar que puede
ocultarme nada.
Es ingenua si piensa que mi personal no me lo cuenta todo, sobre todo cuando compra
pruebas de embarazo, o que no la vigilo cada segundo cuando estoy fuera de casa para ase-
gurarme de que está a salvo. Apoyo la barbilla en su hombro y beso el costado de su delgada
garganta. —¿Contenta, Duquesa?
—¡Sí! ¡Me encanta! Parecen tan festivos.
No miente. Con el club cerrado tan cerca de las vacaciones, es la noche perfecta para orga-
nizar una reunión, dando a las chicas un poco de ayuda extra. Las camareras están relajadas,
bebiendo cacao adornado con bastones de caramelo y aliviadas de no ser las que sirven y tra-
bajan esta vez.
Los niños están como locos, saturados de azúcar por los dulces que Noelle les ha preparado
para decorar. Nana está encantada con su traje de Sra. Claus, sentada al lado de Santa que se
parece demasiado al de verdad. Valió la pena el dinero que pagué para contratarlo.
Demonios, todo esto vale cada dólar para que mi prometida esté tan contenta.
—Tú también eres muy generoso. Esa pila de golosinas es mucho más grande de lo que pedí.
Demándame que me sume a la lista de deseos que las mamás proporcionaron para sus hijos.
Tendré mi recompensa más tarde, cuando Noelle me lo agradezca a su manera. Sin embargo,
finjo indiferencia.
—¿De qué me estás acusando realmente?
No consigo parecer enfadado porque no es posible con ella. Nunca podría enfadarme con
Noelle por ningún motivo. Ella también lo sabe y se estremece de risa entre mis brazos.
—A mí no me engañas. Finges ser un viejo tacaño, pero en realidad eres un elfo secreto que
ayuda a Santa Claus a dar juguetes a todos las niñas y niños buenos.
No sé por qué, pero esa mierda suena traviesa cuando la dice.
—No te preocupes. Esta niña buena también va a recibir muchos regalos.
Se acurruca más cerca, tentando a mi polla que ya se endurece por estar cerca suyo. 106
—Ya me mimas demasiado. No necesito nada más.
—Puede que sepa algo que te haga cambiar de opinión.
Su risita flota por la pista de baile, convertida en un paraíso invernal, y aunque no puedo ver
su preciosa cara, sé que está poniendo los ojos en blanco. Tan lista y presumida pensando que
me refiero a mi polla. Que, por supuesto, también la tendrá. Pero el ministro que he contratado
para que bendiga mi alianza y le lea mis votos la mañana de Navidad será una gran forma de
celebrar el mejor regalo que he recibido nunca.

Fin
107

Nikki Bellaire escribe suspense romántico contemporáneo y admite que siente debilidad
por los machos alfa y los chicos malos, sobre todo los que no pueden vivir sin las mujeres
fuertes a las que aman. Pasa más tiempo en la vida de sus personajes que en la suya propia. Pero,
cuando está en el mundo real, sus pasiones incluyen leer, degustar alguna botella de vino, correr
y pasar tiempo con su marido y su hija.
TRADUCCIÓN Y CORRECCIÓN
Lady Dinamite

LECTURA FINAL Y DISEÑO


Evil Babe
108

También podría gustarte